Reposición de la pareja Cuerpo-Alma en el drogadicto

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Reposición de la pareja Cuerpo- Alma en el drogadicto E l incremento de las drogadic- ciones en la época actual no sería pensable sin el desarro- llo de la técnica y la consecuente acomodación psicosocial que im- pone a sus usuarios. En realidad, ello es ya un efecto suyo. Cuando Freud escribió su "Psico- logía de masas y análisis del Yo", no tuvo para nada en cl.lenta esta con- dición. Ni siquiera soñaba que la • Profesor de la Universidad del Valle. 62 presencia empmca del líder, tan decisiva para su formulación, resul- taría radicalmente modificada a partir de la dominación que tienen hoy en día los medios de comunica- ción sobre los individuos humanos, independientemente de -su agru- pamiento en grandes masas y colec- tivos. De hecho, la mera sintonía del aparato impone ya una vinculación que, a pesar de social, pareciera calificar exclusivamente al indivi- duo aislado . JOEL OTERO ALVAREZ· Por esta vía accede a la clínica psicológica y psicoanalítica el adic- to a las drogas, supuestamente res- ponsable de buena parte de los males de nuestra sociedad toda ella, en cambio, "adictivante", si es posi- ble apelarle así. Independientemente de esta con- dición, por así decir, político-ideo- lógica, lo cierto es que los linderos entre las diversas regiones de las cuales se ocupan las ciencias humanas, se han alterado significa-

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Reposición de la parejaCuerpo- Alma

en el drogadicto

El incremento de las drogadic-ciones en la época actual nosería pensable sin el desarro-

llo de la técnica y la consecuenteacomodación psicosocial que im-pone a sus usuarios. En realidad,ello es ya un efecto suyo.

Cuando Freud escribió su "Psico-logía de masas y análisis del Yo", notuvo para nada en cl.lenta esta con-dición. Ni siquiera soñaba que la

• Profesor de la Universidad del Valle.

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presencia empmca del líder, tandecisiva para su formulación, resul-taría radicalmente modificada apartir de la dominación que tienenhoy en día los medios de comunica-ción sobre los individuos humanos,independientemente de -su agru-pamiento en grandes masas y colec-tivos. De hecho, la mera sintonía delaparato impone ya una vinculaciónque, a pesar de social, parecieracalificar exclusivamente al indivi-duo aislado .

JOEL OTERO ALVAREZ·

Por esta vía accede a la clínicapsicológica y psicoanalítica el adic-to a las drogas, supuestamente res-ponsable de buena parte de losmales de nuestra sociedad toda ella,en cambio, "adictivante", si es posi-ble apelarle así.

Independientemente de esta con-dición, por así decir, político-ideo-lógica, lo cierto es que los linderosentre las diversas regiones de lascuales se ocupan las cienciashumanas, se han alterado significa-

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tivamente, sin que las disciplinas encuestión parecieran haber hechoconciencia plena de ello. Al menoslo psíquico y lo social demandannuevos reconocimientos, si no sedesea quedar cortos ante la presen-cia de los nuevos fenómenos; ladrogadicción, se ha dicho ya, entreellos.

Sin duda, la nueva psicología demasa -así, en singular, resulta másapabullante y cercana de su reali-dad contemporánea- deriva indis-pensable como reconocimiento deesa infantilización ideológica, yprogresiva, que hace escasa acep-tación de sus linderos tradicionales.Sin exagerar, lo social parece, a par-tir de ahí, inmerso en esa suerte deproceso primario -el cual, como esde todos sabido, caracteriza el fun-cionamiento de lo inconsciente-que es la masificación de sus mode-los en la dominación infantilizantedel conglomerado humano; la indi-vidualidad ascendente del ser hu-mano, orgullo de fondo también delcapitalismo desde sus propios orí-genes, por otra parte, empieza adesdibujarse a medida que elmodelo se desgasta dando origen aformaciones compensatorias de li-bertad, irresponsable e insosteni-ble, donde todos los anarquismos,incluso psíquicos, se ejercitan comomodas sucesivas e inagotables.

Estas modas parecieran a me-nudo herederas del misticismo re-ligioso convencional o de rebaño-como diría, de pronto, Nietzche-pues el desplome del poder paternohace daño al sentido de Dios, sobreel cual reposó la armonía social delas culturas humanas, hasta la pro-puesta socialista. Todo ello confluyeen ese pesimismo al que ya es lugarcomún apelar: "ausencia de futuro",que caracteriza el funcionamientoactual de lo social, tanto más dra-máticamente expresado en las tier-nas edades!l) y que en realidadexpresa una ausencia de Dios, unanostalgia de Dios, pues a éste ya nose sabe cómo reinstalarlo en elmodelo. No es fácil a lo necesarioacomodarse sin más en las regionesde la creencia. Quiere ello decir que,antes que Dios, lo esencial al serhumano es el registro de lo religioso.

Pero, ¿quién no lo sabe?: la publi-cidad y la moda suplantan ese nivelcon relativa facilidad. Y en el regis-tro individual, cierta magia regre-

siva, casi siempre ingenua y de apa-riencia inocente, gasta los restos deesta demanda, con hábitos de tras-fondos apenas precientíficos(amorpor los horóscopos, fascinación delcuerpo femenino, etc.).

Pues bien, en este orden de cosas,el adicto es apenas un religioso pro-fano, un religioso sin Dios que haceterrorismo, por ello, contra sí mismo.Donde el descreer de lo socialgenera el terrorista político, tam-bién el adicto se desordena enimplosiones -término feliz acu-ñadopor J. Baudrillard- que sonverdaderas explosiones subjetivas.Estas implosiones generan un inevi-table daño somático y social-dete-rioro y aislamiento- pero realizanla aspiración anímica fundamental:la reposición de una cosmogoníainfantil que parece una real religión;que, incluso, genera ésta ya men-cionada impresión sorprendente deun misticismo que hace hoy, delopio, el Dios de los pueblos.

Semejanzas estructurales

Desde esta perspectiva -que no porreconocer el efecto de lo social dejade ser clínica; antes, por el contrario,da paso a una real clínica de losocial, ahí donde la sociología tra-dicional se estanca en academicis-mos y descripciones refinadísimos-se trata de remontar la clínicatradicional que, entre el individuo yla enfermedad, recluye el sentido.

Si bien esta operación no tienepor qué no pensarse como psicoana-lítica, lo cierto es que no cuenta conla ayuda visible de Freud, en estepunto tan convencional, como -salvo ilustres y escasas excep-ciones- cualquier otro clínico delpsicoanálisis contemporáneo. O sea,Freud está de acuerdo con la tesiscorriente según la cual la drogadic-ción sólo interesa como camuflajede otra patología tradicional.(neu-rosis, perversión o psicosis); paraesta perspectiva, no podría, senci-llamente, aspirar la drogadicción aconsolidar un cuarto capítulo comoestructura patógena autónoma.

Ahora: no es que Freud se equi-voque al decir que detrás de la exal-tación maníaca artificial que el con-sumo de drogas propicia -expre-samente el alcohol- se oculta unadepresión indiscutible, demos por

caso; la cuestión es que, además deproducir cantidad de reaccionesdiversas de la pura exaltaciónmaníaca, las drogas resuelven, enuna estabilización o en una progre-siva reclusión, la situación, almenos en la medida en que evitan laemergencia de las supuestas realesestructuras patógenas que subten-derían su empleo. Aún pensándoseasí, nadie negó nunca autonomía alas perversiones por encubrir tras-fondos psicóticos, ni se invalidótampoco la especificidad de lasneurosis por definirlas como "nega-tivos de las perversiones".

Lo cierto es que, así el modelopatógeno de las drogadiccionesrecoja restos de todas las estructu-ras definidas de entrada como bási-cas(2),la especificidad, en cambio,del recurso, podría perfectamentesilenciarse detrás de estas primerasfáciles equiparaciones. No sé sitenga sentido abogar por unacuarta estructura patógena. Depronto no sea indispensable cuandose trata de la aspiración de la dro-gadicción a estabilizarse en elsupuesto de una nueva estructura.Lo cierto es que, pensada como pro-ceso reclusivo, exige armas nuevasyteorizaciones audaces, para captu-rarle en ese registro diferencial quele da su especificidad indiscutible;allí, precisamente, donde se aspira areconocer apenas la contaminacióncon otros órdenes.

Nada evita que el psicoanálisisque alguna vez debió enfrentar laceguera médica -por supuesto,aún hoy, lo sigue haciendo- y psi-cológica para teorizar los sueños olos olvidos o la sexualidad o la risa,haga hoy igual oposición a abordarlas adicciones, sostenido en el con-servadurismo de sus propios resul-tados, pero haciendo caso omiso delejercicio de su método, siempreconquistador, nunca estancado enlas burocracias del saber institucio-nalizado. Al menos cuando quisohacer aportes, en vez de estancarseen el beneficio de sus develamien-tos previos, el psicoanálisis, a.ntesque una religión de sus contenidosmás preciados, fue eso: un método.Un método capaz de psicoanalizaral propio psicoanálisis, si se tratarede ello.

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Partamos de una de estas men-cionadas semejanzas. Por ejemplo:el punto donde la adicción se ase-meja al onanismo. Por cierto se lesreconoce similares porque en susniveles más peculiares, resultanvecinos. Es que la masturbación, deentrada, evidencia esta operacióndecisiva que consiste en desdoblary 'separar el cuerpo, del fantasma.

Es, pues, en la renuncia a la necesi-dad del otro, del semejante como"partner", como pareja, donde po-dría hallarse una primera semejan-za: el adicto, es cierto, cambia elmodelo colectivo, comúnmente asu-mido como realidad en sí, por el ilu-sorio estado, realidad-otra, que ladroga le propicia.

Si bien el individuo normal aspirasiempre a completarse por la vía deuna relación, reconociendo con ellosu incompletud definitoria, por unlado, y la condición dominante delmundo externo, por otro (así elestado onírico en el cual alternati-vamente ingresa refute, a cada paso,estos soportes fundamentales en suestructura) el adicto genera unnuevo orden donde el vínculo conuna sustancia externa le propicia elestado de autosuficiencia -o, almenos, el ingreso en ese otro ordendominante donde la realidad ex-terna se subordina al predominio deotros registros-o El adicto, aparen-temente, logra crear un vínculo sin

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imponerse una relación. Aquelloque para el individuo normal resul-taba equivalente -vínculo y re-lación- son allí, en efecto, dos for-mas diversas de significar lo mis-mo- el adicto los diversifica ycontrapone radicalmente; tal cualacontece al onanista, apenas vincu-lado con su fantasma evanescente.

¿A quién ama el onanista?, ¿aquién desea? Así se dijese que a símismo -pensándolo apenas en suempírico accionar; desconociendoal fantasma inconsciente que sinduda realiza- a pesar de ello, nodeja de ser un recurso camuflada-mente homosexual. ¿Por qué no sepiensa el onanismo como una formade la homosexualidad, entonces?Creo que es, ante todo, porque elonanismo no es una relación. Almenos no es una relación con unsemejante, como necesariamentetendría que ser el homosexualismo.

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En realidad, onanismo y adicciónson aportes espirituales de lo pato-lógico en el esfuerzo por dar al almacondición predominante. Quizá lopatógeno no resulte tanto de estereligioso empeño, como de la nece-saria disociación que implica a latradicional pareja cuerpo-alma, sinlo cual el esfuerzo carecería deeficacia.

Ahora bien: la drogadicción re-sulta evidenciar su efecto patógenomás visible, precisamente sobre elcuerpo.

El cuerpo del adicto soporta lamarca lesiva de la droga, mientrasque el alma adicta aspira al goce yen ello se extasía(3).

Lo cierto es que no se trata de unasunto tan fácil y empírico. El alma,de seguro, padece por igual y seempobrece tanto como el cuerpo deladicto. Sólo que en un caso, el enve-jecimiento precoz contrasta con lamental infantilización equivalente,que es la forma como el alma enve-jece. Por eso, el cuerpo s'oporta lamarca de la realidad que el alma seempecina en ignorar en su reclusióncompensatoria.

A menudo este envejecimientoprecoz del· cuerpo no es directa-mente visible o sólo se evidenciacuando se propone el abandono delconsumo. Lo cierto es que, sin estacondición, somáticamente no seríaposible la adicción.

Es por esa descompensación que,además, el alma sueña con una revi-talización que coincide con su aspi-ración libertaria y absoluta donde seejercita el mito de la "eternajuventud".

La relación yel vínculo

Puede haber pues, vinculo sin rela-ción, tanto como relación sin vín-culo. Es más, pueden darse en opo-sición o en complemento, primandouno u otra según el caso; ¿dóndeubicar en últimas el punto deenganche o de diversidad que lesdaría a las drogadicciones suespecificidad?

Establezcamos primero algunasprecisiones: si no se trata, simple-mente, de entrar en relación que esapenas una forma de apelar el nohacer vínculo, o aquello que Spi-noza denominó el encuentro; demospor caso un encuentro sexual queno hace compromiso, una aventura,etc.; si se trata, en cambio, de la rela-ción en sentido estricto, o sea, crea-ción de un compromiso en la com-plementariedad de tareas que con-solidan la unidad, la relación quecomporta el vínculo impone enton-ces la reciprocidad.

A primera vista, la droga niega lareciprocidad. Es, ante todo, encuen-

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tro que hace vínculo sin hacer rela-ción, o sea, sin presuponer compro-miso; al menos, compromiso socialvisible.

y es que el encuentro, indiscuti-blemente empírico. no es con unotro semejante que propicie la eje-cutoria de una pareja humana,demos por caso. El encuentro es entanto cosa. No sólo comunicarsecon la cosa que la droga es; es asu-mirse desde ell ugar de la cosa que,a pesar de humano, el humano es.

O sea: hacer posible esa maneradel no-ser -no ser humano- per-maneciendo sin embargo cosa, cosahumana, si se quiere, pero no rela-ción humana.

El vínculo es, pues. vínculo decosa; vínculo en la cosa, cuando dela drogadicción se trata.

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Ahora: cuanto llevamos dicho, asíresulte sorprendente, nos parece deseguro aceptable porque lo estamosplanteando a partir de la lógica de lonormal que piensa la relación y elvínculo como sinónimos o comple-mentarios; y que aprecia comopatógena cualquier contraposición.Pero la lógica de la drogadicción esdel orden de esa incompatibilidad yse apuntala. precisamente, a partirde ahí. No niega la relación. así nie-gue la relación en tanto que inter-subjetiva. Si el vínculo es de cosa,¿dónde pretende hacer relación eladicto? ¿Implica, por lo demás, talrelación. la reciprocidad, como deentrada definimos? En realidad,existe una excepción a la regla dereciprocidad que se impone a larelación. Es el caso de la adicción,precisamente. Bien vista, la droga esen verdad el vínculo. Es, al tiempo,vínculo y cosa. ¿Es decir que hay undoble vínculo en la drogadicción?No: hay vínculo del cuerpo con ladroga en tanto que cosa; pero, a suvez, a nivel del alma, la droga haceintermediación con un otro que seda como relación de excepción puesno impone la reciprocidad. ¿Quérelación es esa?

Ese otro no es un fantasma tradi-cional: es un mítico fantasma deestado. Estado en tanto que fun-dante, casi siempre, inefable. Inefa-ble. o sea, puramente infantil: antesdel habla. Si tuviera un semblante

sería, en primera instancia, de som-bra; doble que el niño reconoce,antes de asumir su imagen especu-lar. Reponer esos estados fundanteses el objetivo de todo drogadicto,cualquiera sea la substancia o lamezcla elegidas. Y, en esa reposi-ción, halla su goce. Esta reclusión.decíamos. es la aspiración del almadel adicto, independientemente delplacer o padecer que imponga alcuerpo la realidad de lo actual.Relación sui generis con un mitofantasma; la cual coexiste con elvínculo de cosa que hace el cuerpo yque explica la apariencia mística,religiosa, mágica, que tiene el con-sumo en la periferia del sistema y anivel de sus recursos interpretati-vos, incluso cuando la masificacióndel modelo impone la unificaciónpsicosocial, señalada con anterio-ridad.

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La especificidad de la drogadic-ción a nivel de la pareja conceptualdiferenciada aquí (vínculo-relación)nos ha permitido reconocer simul-táneamente el suplemento de lapareja cuerpo-alma donde la con-traposición entre los primeros sesoporta; el vínculo es del cuerpo conla droga. La relación es del alma conlos estados fundantes; de donde ladrogadicción más que una estruc-tura es un proceso; al menos su con-dición diferencial se ubicaria eneste segundo niveL ¿Qué distingueentonces a un proceso de unaestructura? Sin pretender agotarlo,digamos que el asunto se distingue,de entrada, en que la estructura estópica, espacial; el proceso es tem-poral, en este caso, temporal-regresivo. El adicto es por ello unrecuperador de la temporalidadpatológica que la topología psicoa-nalítica contemporánea parecía ha-ber sepultado definitivamente.

Quiero dejar apenas apuntadoeste asunto, para que no se vaya acreer que la clínica de las drogadic-ciones termina ahí donde apenashemos colocado los puntales inicia-les de su desarrollo.

Podría decirse. con toda razón.que muchas cosas quedan aún sinanudarse. Por ejemplo. la relaciónentre los estados fundantes y el mis-ticismo de masa que, así se distin-gan en nuestro escrito mínima-

mente. no se ve de· pronto la realconexión entre los mismos, a pesarde que el texto pareciera inclinarsetodo el tiempo a ligarlos.

Pues no. La verdad es que no setrata de volver sociológico lo psí-quico. Sólo que, reconocer la pre-sencia de lo social en lo clínico. librade la abstracción de lo soéial quecorrientemente acompaña al clínicode lo psíquico cuando aborda pro-blemáticas como la comentadaaquí. O sea, no es igual atacar ladrogadicción a nivel de consultorioignorando este registro; o pensarlacomo estructura en sí; es precisoreconocer que el adicto es, al menosen relación con el narcotráfico. y noque es solo un perverso de lo taná-tico, demos por caso.

Si bien el narcotráfico no ha sidoindispensable aquí para sondear laverdad de las implosiones adictivas,nada excluye que analizando lapareja narcotráfico-consumidor nose logren nuevos aportes a la inteli-gencia de la especificidad delfenómeno, tanto como si se rastreala posibilidad de ese concepto deperversión tanática que -contra-puesto al modelo erótico de las per-versiones. tradición inabandonadadesde Freud hasta nuestros días porel psicoanálisis- de seguro propi-ciaría precisiones y desarrollosigualmente pertinentes. Mientrasque el abstraccionismo clínico im-pide al psicoanalista en la actuali-dad responder mínimamente por elfenómeno en cuestión. Creo queesto último sí ha sido suficiente-mente ilustrado ya.

Sé que cabe aún otra objeción.ésta sí más central. Podría. enefecto, señalarse: ¿de dónde sale latal contraposici9n o complementa-ción entre relación yvínculo que tanfácilmente se resuelve dando alcuerpo la alternativa del vínculo yhaciendo al alma responsable de larelación? ¿Acaso son psicoanalíti-cos estos conceptos? ¿Acaso hansido, bien vistas las cosas, mínima-mente definidos? Nos están con-venciendo a partir de soportes que.de pronto. carecen ellos mismos depleno fundamento, etc., etc.

Pues bien, no soy yo quien lo pro-pongo. Lo encuentro en la clínicadel adicto, y creo que es un exce-lente aporte que ellos hacen a costade sí mismos. Verdaderos filósofosdel acto no teórico. encaman así sus

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propias concepciones. Sin duda seequivocan harto más de cuanto danen el blanco. Cabría, también,explorar esta singular epistemolo-gía algún día (por ejemplo, cuandoel adicto cuestiona lo social tienesiempre razón; tanta, al menos,como se equivoca cuando trata deresponder con sus propias alterna-tivas de consumo. La libertad pro-clamada antes del consumo generauna esclavitud peor que cualquiersometimiento social conocido, etc.).Pero en este punto la adicción meparece que abre posibilidades im-previstas, más allá de los artificiosteórícos con los cuales hemos que-rído aquí hacemos entender. Desdeque el vínculo transferencial nosenseñó que sólo la relación terapéu-tica da al adicto la posibilidad deremontar el vínculo de cosa en unareal relación humana.

¿Pero acaso este argumento re-suelve el asunto? Sin duda, no. Almenos, no del todo. Sé que es razo-nable preguntarse cómo es eso deuna "relación-con-un-estado-míti-co" y por qué no decir "vínculo-de-estado", demos por caso, si se haaceptado de entrada la idea de un"vínculo-de-cosa". ¿Cómo entenderque todo lo dicho no sea mera pala-brería sino algo necesario, indis-pensable?

Pensemos en el niño, antes denacer; precisamente, al nacer, porvez prímera se des-vincula. Su prí-mer víncp.lo, si se prefiere decirloasí, será de pérdida; pues siendo conel huevo prímordial, hasta no inte-rrumpirse no fue posible recono-cerlo. A partir de ahí, no hay vínculo,hay relación. Y hay relación con lafalta, ante todo. La falta del vínculoperdido. Con eso-otro. Eso otro pue-de ser, luego, el semejante, el seno,la madre, como se quiera apelarlo. Ya partir de ahí, todo otro que supla-así sea parcial o temporalmente-la falta originaria (otro que, como seve, no debe necesariamente ser por-tador de un cuerpo). La relación im-plica, por ello, la re-vinculación -yano de cosa- con un otro que com-pleta, que repone el estado de con-tinuidad perdido (este vínculo so-metido al imperio de la lógica de larelación es ya puramente mental,así se ejercite de hecho o en acto).

Bien visto, ello resulta conseguidosólo de modo parcial, relativo. Estacondición normalmente aceptada,

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el adicto la repugna. Aspira al vín-culo inaugural desde que la expe-riencia con la droga le alumbró laposibilidad del intercambio-de-co-sa-con la cosa. Ese otro, obsérvese,que le completa ahora es un estadomítico con 'el cual se aspira a entraren relación mental o imaginaria.Otro que se ofrece como estadomutan~e y que le aproxima al estadooriginal, antes de toda pérdida. Setrata de un acercar se, casi siempre.Pocas veces se logra alucinarlo -aplenitud. ·Pero con el acercamientoya es bastante. Al menos ello resultapreferible a estar del lado de larealidad empobrecida e insatisfac-toria(4).

Algún paciente señalaba preci-samente eso: la mayoría de las dro-gas inician la regresión pero dejan,indefectiblemente, a mitad de ca-mino.

y esta incapacidad perpetúa elrecurso del lado del vicio, o sea, dellado de la repetición~erca de lo inú-til. Existirían, en cambio, las drogaspsicodélicas que darían un saber delo originario, incluso más allá delcorte, del estado prenatal, condu-ciendo a la comunión cósmica,donde vínculo y relación se disolve-rían del lado de una equivalenciaplena del Uno con lo infinitd5).

Las drogas psicodélicas aspiranpues a los estados prenatales y

cosmogónicos. Las otras podrán deseguro contentarse con estadosfundantes del registro de lo post-natal; del orden de lo infantil e ine-fable, en cambio. Del antes delhabla y de la aprehensión especular.Se trata de los estados registradoscomo destino de sombra de sí.

La sombra de sí da al niño, enrealidad, la certeza de una conti-nuidad irreductible, aunque ex-terna. Unidad mantenida a pesardel corte y que no comporta a lamadre; más bien sí, su ausencia.Sorber la sombra; hacerla surgirimplosivamente; llenar la oscuridadinterior con esta certeza externa decontinuidad-en-el-mundo es el asun-to que con la droga se aspira arecuperar.

El niño, en ausencia de la madre,adquirió la experiencia del mundoantes, incluso, de saber realmentede sí. Antes, al menos, de saber desu imagen especular; siendo unocon su sombra; siendo cosa-sombrasobre los objetos, sobre las paredes.Esa condición que la sombra adultaya no da, pues la sombra es unasunto que sólo importa a la infan-cia; el adulto la desprecia tantocomo el ombligo. En fin: esa magiaborrada la droga la recupera. Tam-bién de ello se trata: de esa regresióna estados fundantes pre-especula-res, no necesariamente pre-natales.

Quedaría además, esa terceradimensión de la adicción mutanteque compromete el registro de la no-ingestión, o sea que compromete larealidad que el adicto expresa cons-ciente o inconscientemente, comoterror a la muerte y que le conduce ala reclusión en la agonía. como aDrácula. Estado precedsnte a lamuerte, a la depresión -lo cualdemuestra que el adicto no esescuetamente un depresivo- e,incluso, a las otras formas posiblesde la locura.

El fenómeno frecuente de lamuerte por sobredosis deberá en-tonces entenderse como un acci-dente -así como no forma parte delnúmero la caída del trapecista,aunque forme parte del riesgo- ocomo, entonces sí, camuflaje depre-sivo tras el ropaje de una supuestacondición adictiva(6).Este nivel, encambio, es mucho más visible en lacura de adictos donde la resistenciaa la misma demuestra que el primerobstáculo a vencer, luego del

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vínculo-de-cosa, es el empobreci-miento-de-realidad el cual, al anali-zarlo, evidencia el reconocimientode la realidad como realidad del ser-para-la-muerte, hasta entonces re-pugnada.

Pero el asunto de la muerte y ladepresión pertenece a otro capítulo,así nos haya servido aquí conti-nuamente de soporte.

t. Por supuesto, incluida la adolescencia que esLa edad por excelencia a partir de entonces(hoy,en efecto, antes que niño ya se es adoles-cente y no es fácil a los cuarenta pasar a ser,sencillamente, adulto).

2. No sólo la depresión, queremos decir, calzafácilmente en el universo de la ingestión;también la condición obsesiva de las neurosiso la presencia del vinculo perverso; incluso,las reacciones delirantes del paranoico y lasfragmentaciones esquizofrénicas, aparecende continuo en una u otra reacción narcótica.

3. Esta formulación podrla parecer contradicto-ria con ciertos indiscutibles efectos que algu-nas drogas evidencian; en efecto, el padeci-miento que generan no pareciera permitirdiferenciar "cuerpo" de "alma"; producen, escierto, un sufrimiento envolvente y, sinembargo, el consumo es, a partir de ahí, tantomás abigarrado. Quien maneje la conceptua-lización psicoanalítica contemporánea sabráque se trata entonces de la ejecutoria del goceen cuanto que más allá del placer y delpadecimiento.

4. Sin duda, tarde o temprano, a ella se regresa.Pero éste es un asunto diferente de aquel delcual se trata ahora.

5. Larelación aspira al Unoen tanto que comple-tud de la unidad desgarrada que se es; el vin-culo, en cambio, tiene el infinito como fondoyes, en tanto que parte de la cadena, atándoseal resto de objetos, al resto de cosas, como sereapuntala a la unidad. Si se prefiere, la rela-ción es apolínea; el vinculo es dionisiaco, paradecirlo en términos clásicamente nietzschea-nos. Es que el destino del cuerpo repugna larelación; aspira siempre al vinculo, pues en siestá impedido para la unidad que la relacióndemanda: que lo diga si no el obeso, atascadoen esta paradoja. El alma en cambio sólosoporta la relación y somete necesariamenteel vinculo a su influjo. No sabe del vinculo asecas, como ya fuera previamente señalado.

6. Depronto resulte pertinente aqui distinguir eladicto de la adicción. El adicto -su yo-puede resistirse a la adicción, incluso. inte-rrumpiéndola con la muerte. La adicción, encambio, aspira a eternizarse como proceso.

Encuesta:

El consumo de drogasentre estudiantes

El común denominador de unaamplia gama de comporta-mientos en apariencia des-

provistos de relación, consiste en eluso ilegal, socialmente perturbadory perjudicial en el aspecto médico,de sustancias que penniten experi-mentar placer, calman la ansiedad ode alguna otra manera afectan lapercepción del individuo y su acti-tud hacia la vida. Los consumidoresde tales sustancias proceden detodos los estratos económicos y detodos los segmentos del espectropsicológico; las sustancias que seusan, la manera de emplearlas y deconseguirlas resultan tan variadas,que el único elemento que hay encomún es su carencia de aproba-ción médica y social.

Aunque, estrictamente hablando,existen tan diferentes fonnas deconsumir estas estas sustanciascomo consumidores hay, sería rela-tivamente corta la lista de los facto-res primitivos que detenninan lanaturaleza del abuso de sustanciasque causan adicción en los casosindividuales(t) y que incluyen:

- La tendencia del agente o agen-tes utilizados a causar toleranciay dependencia física.El deseo, incluso la avidez, quemuestra el sujeto por experimen-tar. una droga y por continuartomándola, bien sea inmediata-mente o algún tiempo después.La frecuencia con que se usa.Los efectos de la sustancia sobrela afectividad del individuo, su

• Decano de Medicina en la UniversidadNacional.

•• Instructor Asociado en Medicina. Universi-dad Nacional.

ISMAEL ROLDAN VALENCIA*PEDRO LOPEZ RINCON**

capacidad cognitiva, su compe-tencia profesional y sus relacio-nes con la familia y los amigos.Los riesgos médicos a los cualesestá expuesto el individuo cadavez que consume la sustancia(intoxicación aguda) o cuando sepriva de la misma, después dehaberla tomado durante muchotiempo (síndrome de abstinen-cia).Las consecuencias médicas ypsicosociales a que está sujeto elindividuo después de utilizar lasustancia durante mucho tiem-po.Lm;problemas de recursos y gas-tos y los conflictos de tipo legalque supone conseguir la sus-tancia.Las actitudes que mantienetanto la sociedad en generalcomo la propia subcultura delindividuo hacia el empleo detales sustancias.

El deseo del individuo de experi-mentar un tipo detenninado de sus-tancia cuando se le presenta laoportunidad y la propensión a con-tinuar con su uso o a reanudarlodespués de un tiempo prolongadode abstinencia, dependen en buenaparte del gran número de factoresincluidos en el ténnino vago de per-sonalidad. La noción de que losdrogadictos presentan en comúnciertos rasgos de personalidad que,tomados en conjunto, podrían de-signarse como personalidad deldrogadicto. ha tropezado con ladificultad de aislar estas caracterís-ticas. Sin duda, existen pruebas deque los drogadictos, a pesar de queesta circunstancia interfiere en susproyectos y a veces los lleva acrearse conflictos, ya eran incapa-

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