En aquella época dorada, no existía el medio masivo de la Internet, que hoy en día permite a una interfaz de más de mil usuarios obtener toda la música con un clic. Durante esos tiempos, era necesario qué un artista creara una representación gráfica de sí que dejara una imagen para el público en álbumes, sencillos, publicidad, casetes, cintas VHS, y demás. Es por eso, que las carátulas musicales, fuera de tu disco favorito de Enya o de el sencillo recién salido de Metallica, se convirtió en un recurso esencial y determinante a la hora de definir este tiempo.

Los colores tomaron un papel esencial en las portadas, ya qué con ellos, se podía jugar a confundir al oyente o guiarlo con una mágica combinación que sugiriera el estilo musical de la pieza a oír. Es decir, para música alegre y estrambótica, se planteaban colores vivos (véase rosado o turquesa, etc.) y para obras oscuras y ambiguas, colores muertos (véase púrpura o negro, etc.); o viceversa. Con los colores, no sólo se estructuró cada espacio, sino que las portadas se convirtieron en lienzos de pintores que buscaban venderse como un buen óleo.

Con la masificación de los videos musicales en la segunda mitad de los setentas, y la creación de un concepto de beneplácito estético para los artistas, éstos empezaron a relacionar en esta época el contenido de sus piezas musicales con el arreglo de cada uno de los elementos provistos para captar la atención del público, fuesen pinturas o fotografías o simplemente caracteres de letras. Para estilos oscuros, se determinaron elementos del misticismo, mientras que para lo más ligero, predominó la simplicidad pero con impacto visual. Usualmente, los artistas cambiaban periódicamente su imagen basados en estas escenas de sus productos.

Con la exitosa preponderancia de la

Revolución Sexual, y con la trasgresión

moral de entidades cómo la iglesia y el lado

conservador, los trabajos musicales de los

artistas pudieron de manera impactante,

llamativa, repulsiva, o cualquier adjetivo que

un artista deseara lograr, a su vez, como en

la escena, asociándolo con el contenido de

su música. Desde nombres pequeños y

largos, vagos o significativos, se llegó a dar

paso al fenómeno qué se vive ahora;, la

importancia de frases célebres de artistas,

la asociación intelectual con la música, etc.

Cada vez, los géneros de los artistas se iban masificando más y el mercado se iba expandiendo, habiendo llegado a al menos un millón de artistas en el entonces mercado actual. El público, y las millares de empresas requerían de un tipo de letra especial con el cuál cada artista pudiera firmar y qué se convirtiera en su insignia, en su logo. Acorde al estilo de cada artista, y el requerimiento específico (tipo de pieza musical o de propaganda) , un artista reciclaba, re-usaba o se estrenaba un logo, para que hubiera un sentido idiosincrático y cultural para que tanto gente del común como súper estrellas de la música contaran con algo con qué identificarse.

Cada pieza musical poseía una organización determinada de los elementos en el espacio, estéticamente coherente con el concepto qué se buscaba obtener. En estas dos décadas, tanto fotografías casuales, como creación de conceptos visuales como el uso de formas geométricas. Se exploró el impacto visual minimalista, y se manipuló desde los más complejo a lo más simple, con motivos comerciales y de estima musical. Era imperativo que hubiera armonía entre los elementos y los patrones de los mismos en una carátula, no sólo para vender la música, sino para comprar oídos y una qué otra mirada.