Reportaje: Shenzhen, la ciudad china que conquista el ... · mundo y conduce su Audi Q5, en cuyo...

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URGENTE El Madrid gana al Dortmund (3-2) y pasa a octavos de Champions como segundo de grupo » 1. La eficiencia es la vida Shenzhen, la ciudad china que conquista el mundo con su tecnología 26 NOV 2017 - 00:00 CET Hace tres décadas era una villa de pescadores. Hoy es el Silicon Valley de China. Una megaciudad en la que han nacido gigantes como Huawei o Tencent. Joven, ultrarrápida, competitiva. Y a la que acuden buscavidas de todo el país, y de medio mundo, a prender la mecha de sus sueños electrónicos. REPORTAJE Guillermo Abril El País Semanal

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URGENTE El Madrid gana al Dortmund (3-2) y pasa a octavos de Champions como segundo de grupo »

1. La eficiencia es la vida

Shenzhen, la ciudad china que conquista el mundocon su tecnología

26 NOV 2017 - 00:00 CET

Hace tres décadas era una villa de pescadores. Hoy es el Silicon Valley de China. Unamegaciudad en la que han nacido gigantes como Huawei o Tencent. Joven, ultrarrápida,competitiva. Y a la que acuden buscavidas de todo el país, y de medio mundo, a prenderla mecha de sus sueños electrónicos.

R E P O RTAJ E ›

Guillermo Abril

El País Semanal

SHENZHEN ESTÁ MUY BIEN”, dice Eric Hu. “Si lograssobrevivir a ella”. Habla rápido. Piensa rápido. Lleva el pelodisparado, camiseta raída, deportivas. Mira su móvil amenudo, un Huawei, marca china, y con orgullo: “EliPhone”, dice, “es una basura”. Es de noche a este lado delmundo y conduce su Audi Q5, en cuyo retrovisor bailan dospeluches de Hello Kitty. Quiere mostrar algo en el centro deesta ciudad masiva, símbolo del capitalismo asiático, unaespecie de El Dorado tecnológico donde los recién llegadosbuscan emular a los fundadores de las grandes compañíasdel país. Aquí han nacido gigantes como Huawei, segundoproductor mundial de teléfonos inteligentes y líder en redesde telecomunicaciones, y Tencent, una de las mayoresempresas de Internet del planeta, creadora de WeChat, elWhats App chino, con 1.000 millones de usuarios. Pero hayotras 8.000 empresas de alta tecnología. El sector aportaun 40% a la economía de la ciudad. Y ese PIB esmonstruoso: el de Shenzhen se codea con el de Irlanda; elde la región, conocida como el Delta del Río de la Perla, queincluye otras ocho urbes de China y las regiones especialesde Hong Kong y Macao, es equiparable al de toda Rusia.

Entre volantazos, Hu va enviando mensajes de voz a travésde WeChat (“WhatsApp es otra basura”). Fundó hace tresaños una start-up de drones resistentes al agua llamadaSwellpro. Obras de ingeniería con ocho patentes propias yuna cámara 4K para grabar escenas marinas. Se venden por

Woody Hu, subido a una azotea de Shenzhen, se hace un selfie con una cámara portátil derealidad virtual creada por Insta360, la start-up local en la que trabaja. / JAMES RAJOTTE

1.600 euros. La mayoría acaban en Occidente. Muchos, enmanos de gente adinerada con barcos o yates. Pero nacenen una zona polvorienta, a las afueras, donde se sucede elpaso de camiones, los obreros jovencísimos duermen enpisos junto a las fábricas y uno encuentra, caminando porsus callejuelas, todo tipo de negocios de manufacturastecnológicas. Shenzhen, cuenta, es el mejor lugar para lainnovación. Con una cadena de suministro de componenteselectrónicos inigualable. “Atrae a gente joven, educada,enérgica”, dice Hu. “Va a toda velocidad. La competencia esaltísima”. Los rascacielos brillan a través de la ventanilla.“Este lo levantaron en dos años”, señala uno. Cruza unazona de libre comercio recién abierta por el Gobierno.Carriles atascados. Coches caros. Y, al fin, se detiene.Desciende y señala la inscripción en unas piedras. Encaracteres chinos se lee la filosofía que define la ciudad: “Eltiempo es dinero. La eficiencia es la vida”.

Hu nació en 1980, añoen que Deng Xiaopingconvirtió Shenzhen enla primera zonaeconómica especialdel país. Una puertaabierta al liberalismo,a la iniciativa privada.Un experimento de laChina del futuro. Laciudad era un pueblode pescadores con30.000 habitantes.Hoy, el censo oficialronda los 12 millones;el extraoficial alcanzalos 20. Una locomotoraa la que llegan cientosde miles de buscavidas al año. Ingenieros hipercualificados,legiones de obreros. No se ve un rostro viejo en la calle. Laedad media ronda los 28. En Shenzhen casi nadie es deShenzhen. Él creció en una zona rural de la provincia entregallinas y cultivos de arroz. Estudió ingeniería, trabajó enuna fábrica de móviles de Samsung (en la región seencuentran muchas de las megafábricas del mundo) y en2005 se mudó a la ciudad a probar fortuna. Pulió el inglésvendiendo USB y cámaras. Luego se lo montó por sucuenta. Su negocio, explica, consiste en “desarrollarproductos; no uno barato, sino innovador, alta tecnología”.Esboza ideas; sus ingenieros diseñan y ensamblan hastadar con un prototipo. Su último invento es un proyectorportátil del tamaño de un puño. Shenzhen, explica, es elparaíso del hardware. Lo físico, el artefacto. Con un

El chino Jason Gui con sus gafas inteligentes. / JAMES

RAJOTTE

“Hace 30 años, Shenzhen se convirtióen una ciudad de estilo occidental.

ecosistema ultraveloz donde el paso de la idea a laproducción en serie sucede en un suspiro y casi en lamisma manzana. Y mientras sueña con dar el gran golpe,recuerda con nostalgia su primer apartamento compartidoen un barrio del que hoy no queda más que el templobudista. Allí ahora se yerguen los rascacielos del parquetecnológico, donde hay unas 1.300 empresas; un centenarde ellas cotizando en Bolsa.

2. El gigante tecnológico

YU CHENGDONG ENTRA en la sala de juntas sin corbata yseguido por una secretaria con tacones altos y peluchecolgado del móvil. Saluda en español. Habla un inglésrocoso. Es el consejero delegado de una de las tres patas deHuawei, la división de teléfonos y otros productos deconsumo. Suman un tercio de los ingresos de lamultinacional, cuya facturación ronda los 65.000 millonesde euros, cuenta con 180.000 empleados en 170 países ylidera el mercado de móviles en China; en España se bate elcobre con Samsung por el primer puesto; en el mundo, elmano a mano es contra Apple, ambos a la zaga de Samsung.El ejecutivo asegura que la compañía no hubiera existido deno haber nacido en Shenzhen: “Hace 30 años, cuandoChina no era tan abierta, se convirtió en una ciudad deacogida. Capitalista en lo económico, no en lo político. Deestilo occidental. Donde se podía desarrollar una gestiónmoderna”. Él, ingeniero de la Universidad de TsingHua, “elMIT chino”, se unió a la empresa en 1993, cuandoempezaba a desarrollar infraestructuras telefónicas.Huawei fue fundada en 1987 por el exmilitar Ren Zhengfeicon apenas 5.000 euros. Una empresa privada cuyaprimera sede se encontraba entre cultivos. Hoy se hantrasladado a un campus tecnológico de 200 hectáreas a lasafueras de la ciudad, con universidad propia, apartamentospara trabajadores, jardines zen y furgonetas que desplazana sus empleados de un edificio a otro con el aireacondicionado a todo trapo. Pero no están contentos.“Podemos hacerlo mejor”, dice Yu. Y para mostrar queandan en ello han invitado a su sede a medio centenar deinstagramers, youtubers y periodistas occidentales (entreellos, El País Semanal). Según el CEO, “nuestro problemano es la innovación. En eso somos fuertes. El gran reto esque no somos una marca conocida. Nadie la conoce”. Elmarketing, la gran tragedia china. Una lucha contra símismos para pasar de ser sinónimo de producto barato alartículo de alta gama.

Capitalista en lo económico, no en lopolítico”, explica el CEO de Huawei

Durante dos jornadas de conferencias y powerpoints en elinterior de una moderna mole de vidrio que, a vista depájaro, tiene forma de llave, directivos desgranan detallesde su próximo lanzamiento, el móvil Mate 10, cuyo chipKirin 970, aseguran, emula al cerebro humano: “Unidad deprocesamiento neuronal”, lo llaman. El teléfono, a punto delanzamiento (salió a la venta en octubre), está custodiadoen un maletín con tres cerraduras (numérica, de llave y porbluetooth), se colocan guantes blancos para tocarlo, hacenfirmar contratos de confidencialidad antes de echarle unojo. Y en cada receso proyectan anuncios en los que unavoz sensual de mujer susurra sueños electrónicos.

También han decididoabrir sus puertas paramostrar una caratransparente,dinámica, querecuerde a suscompetidorasestadounidenses.Recorremoslaboratorios dondeingenieros con batatorturan equipos yterminales para medirsu resistencia. En lasestancias hay cartelesque avisan: “Prestadatención a lainformación deseguridad paraproteger nuestraspatentes”. Una visita

exprés atravesando pasillos interminables y desiertos demármol. Nunca oficinas con trabajadores. Está prohibidosacar fotos en la mayoría de salas. Y, al contrario del mundoque uno imagina, pongamos, en Google, se ven mesas depimpón, pero sin red. Piscinas paradisiacas con horariosestrictos. Mesas de billar cubiertas. Al foráneo no se lepermite conversar con empleados de forma espontánea. Yel ingeniero autorizado a charlar, bajo la mirada de susjefes, responde así sobre sus aspiraciones personales: “Separecen al eslogan de la compañía: construir un mundomás conectado”. El control es férreo. “Es una empresamilitar”, ironiza un financiero que conoce el sector, enreferencia a los años de juventud de su fundador en el

los europeos Kristina Cahojova y Hynek Jemelik,inventores de un medidor de fertilidad femenina, hancreado sus productos en la aceleradora de start-upsHAX, en Shenzhen. / JAMES RAJOTTE

“Los jóvenes vienen con la idea de quepueden crear algo por sí mismos. Es unauténtico cambio en la mentalidadchina”, asegura Eli MacKinnon, deInsta360

Ejército Popular.

Si uno quiere hablar sin trabas con un empleado deHuawei, toca irse al Pizza Hut más cercano al campus. Enuna mesa hay cuatro telecos extranjeros. “Somos la ONU”,bromean. Vienen de Brunei, Sri Lanka, Egipto y Costa deMarfil. Especialistas en redes, han venido a formarse en lasede. Suspiran porque desde que aterrizaron no han podidomirar Facebook y WhatsApp funciona solo a rachas:olvidaron instalar en el móvil, antes de viajar, una VPN (redprivada virtual) con la que los usuarios sortean de formacotidiana la gran muralla china de Internet y acceden alotro lado de la censura. No hay que olvidar dónde estamos.Ni lo cerca que se encontraba esos días el XIX CongresoNacional del Partido Comunista de China: la prensaregional habla de la necesidad de “erradicar rumorespolíticos online”. Durante la comida, cuando al fin logranconectar con el otro lado, el egipcio exclama: “¡Soy libre!”.El grito suena extraño en boca de los creadores del sistema.Pero esta es una ciudad de contradicciones, dondeconviven las multinacionales de fast food y las banderascomunistas en cada avenida.

3. Los inventores

SI EN SILICON VALLEY se sueña en los garajes, muchos delos recién llegados a Shenzhen con ínfulas digitales seasientan en apartamentos de Baishizhou, un barriolaberíntico, de estructura medieval y algarabía callejera,con viejos edificios de poca altura desde cuyas ventanas sepuede estrechar la mano al vecino del bloque de al lado.Cuenta con unos 150.000 habitantes, 20 veces la densidadde población del resto de la ciudad. Y en sus recovecos semezclan jugadores de mahjong, vendedores de lichis ypescado vivo, desplumadores de patos, marañas de cablesque cuelgan hasta el suelo como yedras y jóvenes hipstersque regresan de hacer deporte a media tarde. La zona haquedado acordonada por rascacielos. Y ya existe un planpara derribarlo y levantar sobre sus escombros torres devidrio y acero.

Shenzhen es la urbe que más rápido se ha convertido enuna megalópolis en la historia, según Juan Du, profesora dearquitectura en la Universidad de Hong Kong. En 1979 ni

siquiera contaba con el estatus de ciudad. Hoy posee 49edificios que superan los 200 metros de altura, incluido elsegundo más elevado del país, de casi 600 metros; y hayotros 48 en camino. El fervor inmobiliario la ha convertidoen la burbuja más cara de China: el metro cuadrado cuesta5.500 euros de media. Y los chengzhongcun (“aldeas enmedio de la ciudad”) quedan como testigos enanos de la eraen que todo comenzó. En ellos, los alquileres aún sonaceptables y atraen a gente como Eli MacKinnon, de 28años, un neoyorquino que trabaja en Insta360, una start-uplocal que fabrica cámaras de realidad virtual.

MacKinnon hablachino con destreza, sedesenvuelve bien consu porte atlético, perose ha quedado viejo: elfundador de laempresa, JK Liu, tiene26 años. Y la edadmedia entre sus 250empleados es de 24.Impresiona elambiente de trabajo enla sede: jóvenes, casiadolescentes, tecleanconcentrados,sentados en hileras enuna estancia conenormes cristaleras através de las cuales seven edificios a medio hacer. Muchos tienen grandespeluches junto al teclado. Se explican: son almohadas. A lahora de comer apagan las luces, colocan el peluche sobre elescritorio y echan la siesta. Luego siguen trabajando.

La compañía nació en 2014 y la historia de su fundador yaha aparecido en Forbes: JK Liu se mudó a Shenzhen concompañeros de la Universidad de Nanjing, convencieron auna firma de capital riesgo y acabaron creando cámarasportátiles, asequibles, que se acoplan al móvil y captan elmundo en 360 grados. Tras un rato en su sede, entre gafasde realidad virtual y bolas futuristas con visión de pez, da lasensación de que las imágenes gobernarán el planeta enbreve. MacKinnon nos guía hasta una azotea, en la planta29, para mostrar las virguerías que se pueden hacer con losinventos: registrar escenas tipo Matrix, en las que elretratado queda congelado. Selfies en los que uno parececontenido en una esfera. Desde lo alto se escucha el taladroincesante de las obras. Un sonido envolvente, también en

Una empleada de Tencent, creadora de WeChat y unade las mayores empresas de Internet del mundo,fundada en Shenzhen. / JAMES RAJOTTE

360 grados. Si uno cierra los ojos, parece que el suelotemblara bajo los pies. La ciudad en estado febril, gruñendocomo un crío en un pico de crecimiento. Quizá sea elsonido del capitalismo, el de los imperios en su apogeo.“Quien llega a Shenzhen viene con la idea de que puedecrear algo por sí mismo”, dice MacKinnon. “De que no haybarreras que no pueda saltar. Supone un verdadero cambioen la mentalidad china”.

Jason Gui representa esa nueva China. Tiene 26 años y llevaunas gafas que de lejos parecen de diseño. Las ha impresocon una máquina de 3D. Toca con el dedo una patilla ycomienzan a emitir la música de su móvil, o eso dice él,porque no se oye nada: solo vibra una protuberancia en lasvarillas, y esa vibración, en contacto con un hueso de sucráneo, hace que la oiga dentro de su cabeza. Las habautizado a la francesa, Vue, pero él nació en Shenzhen. Sufamilia se mudó desde el interior de China. Les fue bien,pillaron años de boom inmobiliario, y él ha estudiado enAustralia, Nueva Zelanda y EE UU. Pasa la mitad del año enSan Francisco, donde se encuentra la rama de marketing ydiseño de su compañía, y la otra en Shenzhen, donde tienela pata de I+D en este espacio llamado Hax, unaaceleradora de start-ups con capital estadounidense, acuya sede acuden emprendedores de medio mundo parapulir prototipos en sus talleres repletos de cables. Entrepantallas, asoman el rostro un par de taiwaneses, flaquitos yaniñados, inventores de una máquina para jugar al pimpónen solitario; o el griego George Kalligeros, ingeniero de 24años, con experiencia en Tesla y Bentley, creador de unartilugio que convierte “en minutos” cualquier bici en unaeléctrica. Aquí no vale lo etéreo. Esto va de hardware, deproductos físicos que mejoran hasta encontrar el diseñoperfecto. Los creadores muestran sus inventos reciénsalidos del horno, como esta especie de fruto cerúleo,

Una inscripción define la filosofía de la ciudad: “El tiempo es dinero. La eficiencia es la vida”. / JAMES

RAJOTTE

“La gente aquí se rompe el culo atrabajar. ¿Crees que Suecia es elmundo real? El mundo ha cambiado yOccidente no lo pilla”, dice elcofundador de BRINC

“pequeño y sexy”, dice su autora, la checa KristinaCahojova, de 28 años, que llegó hace un mes y en 10 díastuvo listo su medidor de la fertilidad femenina. Da muchoque pensar el potencial de un aparato semejante conectadoal móvil, a Internet: ¿Qué tipo de compras te sugeriráGoogle en días fértiles? ¿Qué música? ¿Qué restaurantes?De esto, en el fondo, va el negocio. De millones de aparatosconectados, generando información sobre patrones de vida.Los expertos lo llaman IoT, el Internet de las cosas, en sussiglas en inglés.

4. Hong Kong

DE IOT SABE bastante Bay McLaughlin, estadounidense de34 años, gorra surfera y mirada mesiánica, que trabajó 10años en Silicon Valley, 6 de ellos en Apple, hasta que se diocuenta de que vivía en el día de la marmota: “Dejó de haberinnovación. Se repetían los mismos pitches, las mismasideas, modelos, inversores. Entonces surgió una nuevatendencia: el hardware. Y lo vi claro. Si quería participar enla siguiente revolución, necesitaba venir al sur de China.Porque no va a suceder en Silicon Valley. Todo lo que va atener impacto vendrá de Asia. Y China va a ser lalocomotora”. Pero no se asentó en Shenzhen, sino en laciudad vecina, ya casi la misma, a 30 kilómetros en línearecta, y separada por una frontera que cruzan 80 millonesde personas al año: Hong Kong, “el rostro occidental deChina”, la llama, una de las plazas financieras máspoderosas, en cuyas calles se mezclan las razas, losdialectos, las inversiones; la región administrativa especial,democrática, futurista, donde se conduce por la izquierda,rige una ley basada en el common law y se cumplen 20años desde que fue devuelta por Reino Unido. Hoy formaparte del plan maestro de Pekín para el Delta del Río de laPerla, ese clúster de ciudades que desembocan en el Mardel Sur, al que también pertenece Shenzhen. Juntas suman66 millones de habitantes, y poco a poco se van uniendocon trenes de alta velocidad, puentes kilométricos yacuerdos de libre comercio, conformando la mayormegaciudad del planeta.

McLaughlin es cofundador de una aceleradora de start-upsal estilo de HAX. La suya se llama BRINC y posee la ventaja,dice, de estar a este lado de la censura china, con lapropiedad intelectual a buen recaudo, y a un pasito deShenzhen, el paraíso de componentes electrónicos al queacuden para armar sus prototipos los recién llegados. Locuenta Florian Simmendinger, alemán de 28 años,cofundador de Soundbrenner, una compañía que hadesarrollado metrónomos digitales con forma de reloj depulsera. El artilugio vibra y marca el ritmo en la muñeca, uningenio interesante para grupos de música: su tam-tamsincroniza a todos los miembros. La idea arrancó en Berlín;desarrollaron prototipos de forma precaria. El primero, quedespliega en una mesa, es grande y feo. Parece untensiómetro. Para perfeccionarlo necesitaban mejoresmotores de vibración. “En la mayor tienda de electrónica deBerlín encontramos un solo modelo. Empezamos aencargarlos por eBay, pero llegaban a las tres semanas”.

BRINC los seleccionó para su programa, lo que implica unainversión y el traslado a Hong Kong, donde reciben cursos,ayuda y un espacio para desarrollar el negocio. Nada másaterrizar, cruzaron a Shenzhen y se adentraron en elepicentro del ecosistema de componentes electrónicos, el

El barrio de Baishizhou. / JAMES RAJOTTE

mercado de Huaqiang bei. El lugar recuerda un hormiguero,del que entran y salen vendedores y clientes arrastrandocarretillas con sacos de chips, placas, interruptores. Tieneel aspecto a medio camino entre unos grandes almacenes yun mercado al por mayor de verduras, pero con plantasdedicadas a audio, leds, telefonía, informática. En suinterior se oye cada poco el raaaas de la cinta de embalar,porque todo parece venderse en cajas, a granel; y unopodría fabricarse una réplica casi exacta del iPhonerebuscando entre los puestecillos. El alemán quedóimpresionado: “Una anciana me ofreció en un carrito 300motores de vibración distintos. Pensé: ‘Hemos venido alsitio correcto”. A la semana visitaron al fabricante de losmotores, pidieron uno a medida. “Y en dos meses loconvertimos en esto”. Deja sobre la mesa esa especie dereloj de pulsera que vibra y acompasa con su tam-tam abandas alrededor del mundo: han vendido unas 40.000unidades.

El ritmo. De esotambién le gustahablar al surferoMcLaughlin, cuyodiscurso augura unfuturo estilo BladeRunner, donde eltiempo, claro, esdinero y la eficienciaes la vida: “Occidenteno lo pilla. La genteaquí se está rompiendoel culo a trabajar.Bienvenidos a la nuevanorma. ¿Crees queSuecia es el mundoreal? Están jodidos. Noes que a los europeosno les guste trabajar.Allí se ha adoctrinadocon que el equilibrioes más importante que la productividad. Y está muy bien siel mundo va a ese ritmo. Pero adivina, ha cambiado. Ahoraes global. Y Europa ni siquiera sale en la gráfica”. En esemundo que vislumbra, cuyo magma se encuentra bajo suspies, marcado por horarios distintos, cruces de idiomas y elencuentro entre Este y Oeste, el hardware, opina, es laclave. El Internet de las cosas. Y los datos que generan esascosas. En estos momentos hay cerca de 1.000 millones deobjetos conectados a la Red. Los cálculos más exageradoshablan de que serán 100.000 millones en 2020. Un“superorganismo”, lo denomina un informe de la OCDE,

Bay McLaughlin, cofundador de BRINC, unaaceleradora de 'start-ups' tecnológicas con sede enHong Kong. Trabajó 10 años en Silicon Valley hastaque percibió que la siguiente revolución, la delhardware, sucedería en el sur de China. / JAMES RAJOTTE

que conformará un “sistema nervioso digital global”. Conpulsiones de información individual actualizada alsegundo. “La mayor revolución desde Internet”, segúnMcLaughlin. En su opinión, “el software nos hace blandos.Porque significa que puedes crear Instagram sentado en unsótano. Pero tampoco es el puto mundo real. El mundo reales físico. Todos hablan de big data e inteligencia artificial.Bien, ¿cómo recogemos los datos de los objetos físicos? Poreso en BRINC empezamos donde empieza el valor. Con elhardware. Necesitamos introducir más wearables, mássensores, más productos de hogar inteligentes. Para extraerlos datos, dárselos a los expertos en algoritmos y quepuedan explotarlos”.

5. El nuevo oro

“LOS DATOS, HOY, son más valiosos que el oro”, sonríeDavid Chang, director de MindWorks, una firma de capitalriesgo con sede en Hong Kong y el foco puesto en start-upsde China. Él también migró de Silicon Valley a esta tierra.Su familia era dueña del banco Kwong on de Hong Kong (lovendieron a DBS). Su padre fue un inversor destacado en EEUU, discípulo de Arthur Rock, a quien se atribuye haberacuñado el término venture capital y la apuesta por una delas primeras empresas de semiconductores de silicio enCalifornia en los cincuenta, aquellas que moldearon elnombre Silicon Valley. Chang, de 34 años, nació enMountain View. Fue al mismo instituto que Steve Jobs.Regresó a casa porque desde aquí, asegura, en un radio detres horas de avión, se tiene acceso a 2.200 millones depersonas. “Es un 30% de la humanidad. Os dejo un ratopara meditarlo”.

Tras la pausa dramática, añade que el 70% de esapoblación aún no tiene Internet. Y que en la próxima

Yu Chengdong, CEO de Huawei. / JAMES RAJOTTE

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década, 1.300 millones de personas se conectarán a la Red.“Una locura, como si toda China se enchufara de pronto”.Lo llama “la siguiente gran ola”. Y quiere cabalgarla. Manejaun fondo de 70 millones de euros. Ha invertido en distintasstart-ups, como LaLa Move, un servicio de car sharing, tipoUber, pero para mercancías. Pasar una tarde con él es comoabrir una cremallera y asomar el hocico a una dimensiónfutura en la que el eje del mundo gravita hacia Asia. Habladel guanxi, las relaciones de confianza necesarias paraadentrarse en las inversiones chinas (y que él se ganócurtiéndose en las ramas locales de Morgan Stanley yCredit Suisse). De la forma en que se ha de lidiar con elGobierno. De la diferencia entre invertir en software yhardware (prefiere el soft: costes fijos, retorno mayor y enmenor tiempo). Y de por qué muchos servicios de Internetno cuestan un duro: “Si te ofrecen algo gratis es que tú eresel producto. Si usas Facebook o WeChat, eres el producto”.

Luego nos invita al China Club, en el penthouse de la viejasede del Banco de China. Pide un dedo de whisky y, entresorbitos, arrebujado en un sillón de brocado y rodeado poruna decoración tipo Shan ghái años cuarenta, se definecomo un “glocal”, habla del precio estratosférico delmercado inmobiliario y aventura que, en caso deapocalipsis nuclear estilo Kim Jong-un, solo sobreviviránlos bitcoins. Aconseja comprar. Define esta región como “elcentro del comercio mundial”. Shenzhen, como una urbe“cruda, el wild wild West”. Y el ático parece quedar a añosluz de las fábricas polvorientas de Shenzhen, donde todocomienza y hace girar la rueda. A la salida, un cartel depropaganda comunista, que colecciona el dueño del local yhoy cuesta una fortuna, recuerda ese origen. En el dibujoaparece un chino con sombrero de paja ante una fábrica. Yun lema: “Rompamos con las convenciones extranjeras.Tracemos nuestro propio camino hacia el desarrolloindustrial”. 

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