RELACIÓN DE PREMIOS Y PREMIADOS · mentido, ayer no estuvo de viaje de negocios, estuvo en el...

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RELACIÓN DE PREMIOS Y PREMIADOS

DEL II CONCURSO DE RELATOS CORTOS DE OLMEDA DE LAS FUENTES

Ganador de la Categoría Infantil -Juvenil………………………………………………..PAG. 3

Relato de título: EL MISTERIO DE BENDEL DEL CUENTO

Autor: Marta Serrano de la Torre

Premio: Tarjeta regalo de la FNAC, por valor de 100€ y lote de libros.

Ganador de la Categoría Adultos…………………………………………………………PAG. 9

Relato de título: OGAITNAS

Autor: David Álvarez Cuberta

Premio: Tarjeta regalo de la FNAC, por valor de 100€ y Pack de libros de Historia de Etiopía.

El misterio de Bendel del Cuento Ganadora categoría Infantil-juvenil 2015, Marta Torres Serrano.

Una mañana cualquiera, me levanté a desayunar como todos los días, todo parecía normal. Hasta que entré en la cocina y observé la cara pálida de mi madre que miraba fijamente las páginas del periódico del pueblo. Rápidamente la pregunté qué ocurría:

-Mamá ¿Qué pasa?-sus ojos fríos me miraron.

-Felipe ... La señora Almudemí, la esposa del barón Reinhold, ha aparecido muerta en la madrugada, en su cama ...-sus lágrimas empezaban a florecer.

-¿Cómo ha muerto?-me senté mareado por la sorpresa.

-Todavía no lo sé ... pero Ángela Portera, la amiga de tu padre, que en paz descanse, está investigando el caso ... tú no te acordaras de ella, eras muy pequeño.

Me quedé atónito cuando mamá sacó el tema de papá, hace mucho que no hablamos de él. Nunca olvidaré el día que me dijeron que murió por un balazo investigando un caso, era detective, compañero de Ángela, ojalá un día llegue a ser como él.

-Bueno, me vaya buscar a Flora.

Cuando cerré la puerta, oí las sirenas de policía. Me extrañaba escuchar ruido en este pueblo tan tranquilo, Bendel del Cuento, es un pueblo pequeño perdido entre montañas en el que la gente no suele salir a la calle. Se me hace raro que una familia importante escogiera vivir aquí.

Ya estaba en la puerta de mi amiga y llamé al telefonillo. Abrió Flora, una chica castaña clara de ojos oscuros, no muy alta y recogía su pelo en una coleta, tenía 12 años como yo, y me recibió con una dulce sonrisa.

-Hola Felipe ¿Te has enterado del asesinato en la mansión?

-Sí, ya me lo ha contado mi madre. Una amiga de mi padre lo investiga, vamos a echar a un vistazo.

-¡ i Venga vamos!!- a Flora la encanta ayudarme con mis casos.

De camino a la mansión, vimos a un chico, nos sonaba su cara, vivía en el pueblo. No saldría mucho. Era muy diferente a mí, yo soy moreno, el rubio; él tenía los ojos verdes, y yo azules. Parecía tener nuestra edad. Flora es muy sociable y empezó a hablarle:

-Buenos días ¿Cómo te llamas? ¿Quieres venirte con nosotros? Vamos a investigar un caso.- el chico la miró sorprendido

- Hola... soy Steve-hizo una pausa- ¿Qué caso?

-¿No te has enterado? Lo de la baronesa Reinhold-dijimos al unísono.

-No.

-Tranquilo tú ven.

-Vale.

Fuimos con nuestro nuevo amigo, Steve a la mansión. Allí había una señora de mediana edad que me sonaba y a su lado un fornido caballero de pelo rubio. Nada más cruzar la puerta de la mansión la señora me miró y luego sonrió:

-i Cuánto has crecido! ¿Te acuerdas de mí?- dijo la señora

-Me suenas un montón ... ¿Eres Ángela?-pregunté

-Como se nota que eres hijo de Andrew ¿Qué haces tú por aquí?

-Hemos venido a investigar el caso ¿De momento que sabéis?

-¿Tú? No me hagas reír- dijo soltando una carcajada.

-He mejorado mucho, te lo demostraré.

-Si aún me acuerdo cuando investigabas la desaparición de las zapatillas de tu padre. Venga, hagamos un juego.

-¿Qué juego? - Los demás estaban observando callados.

-Te diré lo que sabemos hasta ahora, ya partir de ahí tú harás la investigación aparte, yo con Charón, mi ayudante; y tú con los enclenques de tus amigos. Te daré un pase para que puedas investigar por la casa. Si ganas tú tendrás una beca en una de las mejor universidad de detectives, a la que fui yo y Andrew. Ahora, si gano yo me invitaras a una cena. Venir conmigo.

Ángela me dio un pase que me permitiría tener acceso a la información del caso. Cuando entré y vi a Almudemí me quedé en shock. El cuerpo se encontraba en la cama, con lo que parecía la hendidura de un cuchillo, era una mujer preciosa, con un pelo larguísimo color carbón y un camisón blanco, las sábanas y dicho camisón se tiñeron de un rojo carmesí.

Ángela me contó que el cuerpo lo encontró la criada, Pilar, y que su marido no estaba en casa cuando sucedió, su muerte sería sobre las 4:00 de la madrugada y sus hijas dormían plácidamente, la puerta estaba cerrada con llave y no ha sido forzada, solo lo ha abierto el guardaespaldas por la mañana, por el único sitio que podría haber entrado es la ventana, que se habían encontrado huellas, aún sin identificar, ahora tocaría interrogar a los sospechosos.

Aprovechando el pase que nos dio Ángela, subimos al piso superior, para hablar con las niñas que dormían en habitaciones continuas. Primero fuimos a la de la pequeña, Micaela, que era una niña de rasgos árabes, pelo corto, oscuro y muy juguetona, solíamos jugar en el parque. Flora es su mejor amiga y la intentó consolar en estos duros momentos:

-Mi mamá... -dijo la niña entre sollozos

-Tranquila, encontraremos al culpable. ¿No te importa qué te hagamos unas preguntas?- la hija del barón asintió- ¿Oíste algo por la noche?

-No... yo duermo muy profundo. No me enteré de nada. Lo siento.

Entonces dejamos la habitación de la niña y nos metimos en la de su hermana mayor, era alta y muy borde, pero la muerte de su madre pareció ablandarla:

-¿Qué hacéis aquí?- dijo malhumorada, pero con un tono de tristeza.

-Siento mucho la pérdida.-dijo Flora dándole un fuerte abrazo.

-Lo siento.-dijo Steve.

-Lo siento mucho, ¿nos podría responder alunas preguntas? Por ejemplo si viste algo ... o te levantaste por la noche ... -solté de repente.

-Emm... vale ... la verdad ... es que ... anoche ... me levanté por un ruido, y me asomé a la ventana, solo pude apreciar la sombra de una persona en la habitación de mi madre, creí que era Cristian Rubio, el guardaespaldas de la familia, lleva ya 1 o 2 años a nuestro lado, y ... tenía una ... aventura con ... mi madre ...

-¿Pudiste reconocer algo de la sombra?-intervino Steve.

-No.-volvió a decir bordemente.

-¿Y cómo te enteraste de lo de la ... aventura?-preguntó Flora.

- Los pillé besándose en el salón de casa, también lo vio Pilar, pero nunca se dijimos a mi padre.

-Muchas gracias, ya nos vamos a interrogar a Pilar.- dije despidiéndome.

Mientras marchábamos a la cocina, vimos a Ángela y a Charón, Ángela y yo nos miramos a la vez que salíamos corriendo para ver quien llegaba antes a interrogar a Pilar De La Casa, Ángela me llevaba ventaja, hasta que hice un esfuerzo final y la conseguí alcanzar, abrimos la puerta y ...

¡VIMOS A PILAR CON UN CUCHILLO LLENO DE SANGRE!

-¡Suelta el arma, asesina!- gritamos, mientras que Ángela le quitó el cuchillo de las manos.

-¡¿Dónde está el asesino?!- gritó Pilar tirándose al suelo.

- ¿Qué pasa?, ¿no eres tú la asesina? ¿Qué haces con un cuchillo ensangrentado en la mano?-pregunté.

-No, esta sangre es del cerdo, no de Doña Almudemí.

-Me temo que nos tendrás que dar el cuchillo, para darle veracidad a tu testimonio.-dijo Ángela pensativa.

-¡Mentirosa!- gritó Steve que estaba junto con Charón entrando a la cocina.

-"Pilar De La Casa dijo una vez, el cuchillo cayó sobre la mujer; Pilar De La

Casa dijo otra vez, el asesino de cabello dorado es"- cantaba Pilar. Todos la contemplamos, ¿habría visto al asesino?

-¿Has visto al asesino?- preguntó Ángela.

-Como yo suelo regar a las plantas de madrugada, vi a un encapuchado por el jardín, llevaba unas botas marrones manchadas de barro y era rubio, pensaba que era el guardaespaldas de la señora-aclaró Pilar.

En ese momento, entró el señor Reinhold con Micaela en brazos, con cara de bastante enfado más que pena, era un hombre bastante delgado y bajo, en la cara tenía unas desagradables ojeras y tenía el pelo rubio.

-Tenemos que hacerle un par de preguntas.-impuse.

-Pilar, ¿nos haces unas magdalenas de chocolate?-dijo Micaela suplicándola.

-Pues claro.-salió cantando esa rara canción, un tanto macabra.

-Bueno barón, vamos con las preguntas. ¿Qué estuvo haciendo a las 4:00 am?

-Estuve en un viaje de negocios, mi mayordomo me acompañó, acabamos de lIegar.-dijo el barón.

-¿Y no hay nadie que pueda ser testigo además de su mayordomo?-dijo

Ángela.

-Sí dos compañeros del trabajo, estuvieron conmigo, pregúnteles si quiere.

-¿Y cómo se llama su empresa?-intervino Flora.

-Reinhold's I.N.G- contestó seco.

Flora sacó su móvil y se salió un momento, cuando volvió a entrar soltó con una dulce voz:

-El barón no es el asesino. No podría haber sido él, mi tlo es socio de su empresa nos ha mentido, ayer no estuvo de viaje de negocios, estuvo en el casino con mi tío. Ya que el barón es ludópata. Y doña Almudemí ya no aguantaba más, y le pidió el divorcio.

El barón se sorprendió y se sintió mareado. Se fue.

-Voy al baño.-dijo Steve marchándose.

Pilar ya entraba con un baile un poco peculiar y con las magdalenas de chocolate en una bandeja de plata de ley. Las puso sobre la mesa y nos dio una a cada uno, y en ese momento se apagó la luz. No duro más de un minuto, yo cogí a Flora para protegerla y alguien me pisó la mano, todo fue un caos; la gente estaba gritando, Ángela sacó la pistola, y volvió la luz. Todos estábamos bien, nadie herido, muerto o desaparecido. Nos relajamos y Pilar dejo su magdalena encima de la mesa y se fue a por la basura, Ángela se estaba yendo con Charón. Micaela pícaramente cogió la magdalena de Pilar y huyó.

Ya solo nos quedaba un testigo, el guardaespaldas, Cristian Rubio. Pilar nos dijo que estaba en el jardín, este era muy bonito, tenía rosas, rojas y blancas y una bella fuente echa de piedra, en ella se encontraba Cristian, un hombre fuerte, rubio y alto. Estaba dando de comer a los gorriones tristemente:

-Hola Cristian.-dije- ¿Le importa que le hagamos unas preguntas?

-No, en absoluto.-esbozó un suspiro de tristeza.

-¿Qué hizo a las 4:00?, y no nos mienta. Sabemos su relación con Almudemí.

-Estuve vigilando la puerta toda la noche, y no vi a nadie.

-¿Y no se durmió?-preguntó Flora.

-No, solo of un chirrido, pero no le di mayor importancia. ¿Y cómo sabéis lo que tenía con la doña Almudemí?

-Nos lo contó alguien cercano a la familia- aclaré.

En ese momento Pilar entró gritando una rima macabra:

-"Mientras que Pilar De La Casa está hablando, Micaela en el suelo temblando" Todos fuimos corriendo a la habitación de Micaela, la niña se hallaba en el suelo, temblando... y echando espuma por la boca, la escena era horrible. Flora empezó a gritar, Ángela intento ayudarla, pero la niña ya paro de respirar, y su cuerpo se quedó quieto. Estaba muerta. Flora y Pilar no pudieron soportarlo y rompieron el llanto.

Unos 30 minutos más tarde ya se habían llevado el cuerpo, para hacerle una autopsia. Nos reunimos Flora, Steve y yo en el bar Sivestre&Piolín, nos pedimos algo de beber y empezamos a unir cabos.

-Vale, lo que sabemos hasta ahora es que alguien entró a las 4 de la madrugada en la habitación de Almudemi y no pudo entrar por la puerta, solo sabemos que la ventana estaba abierta; y que en ella se encontraban unas huellas aún sin identificar. Almudemí murió por una incisión en su vientre, por ahora, creemos que es un cuchillo. Micaela estaba dormida en su habitación y Luciana vio una sombra en la habitación de su madre, Pilar concretó con una extraña canción que decía que era un encapuchado rubio y con las botas embarradas, el guardaespaldas se encontraba en la puerta de la habitación haciendo guardia; el barón no se encontraba en la casa, porque estaba en el casino, y Almudemí le pidió el divorcio. y la misteriosa muerte de Micaela.

-Los rubios en la casa son: Cristian y el barón.-añadió Flora.

-¿ y por qué os creéis a Pilar, si está loca?-impuso Steve.

-Es verdad.- razonó Flora.

-¿Y si dice la verdad?-solté-Bueno, tenemos que esperar los resultados.

-Se nos está escapando un detalle... -dijo Flora.

-i El barro! Si encontramos barro podremos saber por dónde entró.

-No digas tonterías.-dijo Steve.

Nos fuimos corriendo a la mansión. Cuando llegamos, llamamos a la puerta y nos abrió Pilar, y nos indicó donde estaba Ángela, cuando llegamos le contamos lo del barro, la pareció genial y llamó a Charón para que se uniera.

Cuando llegamos a la habitación y empezamos a buscar, a los 10 minutos escuchamos a Flora dar un grito, cuando nos giramos ni ella ni Steve estaban en la sala, solo encontramos un rastro de barro debajo de la cama.

Pasé los peores 15 minutos de mi vida, todos buscaban, menos yo, que era incapaz de moverme ... estaba sentado y aturdido ... era todo culpa mía ...

Oí un grito, el grito de Pilar, era en el jardín. Me asomé a la ventana y vi a Pilar, no estaba sola, ¡Estaba con Flora! Salí corriendo a abrazarla. Cuando llegué la abracé y noté que estaba temblando. En ese momento, la pared se giró y apareció Steve, con cara de miedo. Flora empezó a hablar:

-Cuando estaba buscando en la habitación, encontré un rastro de barro debajo de la cama, al apoyarme pulsé un botón y el suelo desapareció. Me encontré en una especie de cueva iluminada por farolillos, estaba todo lleno de aralias y suciedad. De repente, oí unos pasos que venían hacia mí, salí corriendo asustada y me giré un instante, no reconocí su cara pero distinguí un cuchillo entre sus manos y empecé a correr más rápido, luego estaba en un callejón sin salida, pero al tocar con la pared, esta se dio la vuelta y aparecí en el jardín ... Puf ... me escapé, para algo sirvió que me apuntara a atletismo.

-A mí también me pasó lo mismo- intervino Steve.

-¿Quién será ese individuo? ¿Será el asesino?-dijo Pilar.

-¿Flora te acompaño a tu casa?-Je pregunté.

-Vale.-dijo Flora.

-Me suena mucho tu cara, Steve.- comentó Pilar.

-Me viste ayer.-contestó Steve.

Acompañe a Flora a su casa para que se duchara. Mañana iremos al ayuntamiento para hablar con la alcaldesa Marisol.

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Ya había amanecido, fui a buscar a Flora para ir al ayuntamiento, ¿dónde vivirá Steve? Espero volver a verle. Cuando ya velamos el ayuntamiento, Ángela me llamó al móvil. Quería hablar a solas. Se reuniría conmigo en la mansión. Ya llegamos, y Ángela me cogió, y me contó su razonamiento:

-La asesina es... ¡Pilar!, solo pudo ser ella, las huellas de la ventana corresponden a las suyas, el cuchillo como dijo era sangre de cerdo. Micaela murió por envenenamiento... en la magdalena había veneno de rata, muy potente. Seguro que la niña la vio cometer el asesinato y luego la mató para quitarse testigos.

- Lo siento..... pero.... no sé... nos faltan pruebas... y creo que no es ella, y el asesino pudo usar el pasadizo que encontró Flora.

-¿Qué propones? Yo tenía pensado detenerla ahora mismo.

-No por favor déjame un poco más, se nos está escapando algo...

-Vale, son las 12:00, a las 20:00 tendrás que estar en el salón para decir tu teoría, si no, la diré yo. Esta oportunidad te la doy porque eres hijo de Andrew.

-Vale, adiós. Me voy recoger pruebas.

Avisé a Flora, la conté todo lo sucedido, en ese momento vino Pilar y nos empezó a cantar un cántico macabro:

-"Pilar de la Casa dijo una vez, las apariencias no has de ver; Pilar de la Casa dijo otra vez, él que menos parece lo es".

Me fui sin entender nada, la verdad, es que Ángela tiene motivos para acusarla, pero tengo una corazonada y sé que no es la asesina. En el camino, conté todo a Flora, que me dio la razón.

Ya estábamos en el ayuntamiento, entramos y vimos a una chica no muy alta, con el pelo color paella y con unas gafas; sin duda, era Marisol Fernández Machicado, la alcaldesa de Bendel del Cuento, alias Marichurry, teníamos mucha confianza con ella, años atrás, era nuestra niñera. Cuando nos vio, nos lanzó una sonrisa y un beso, esperamos a que terminara de hablar con un señor. Cuando terminó nos fuimos a su despacho, nos sentamos y fuimos directos al grano:

-Nos puedes dar todo lo relacionado con la mansión-dije mientras sacaba mi pase de detective.-Por favor.

-Claro-dijo mientras que rebuscaba en un archivador, y dándomelo. Me puse a rebuscar ahí mismo, pero faltaba algo.

-Aquí dice que un empleado demandó a la familia por tenerle trabajando sin contrato, y que fue despedido; perdió el juicio contra los Reinhold y está actualmente desaparecido, pero ... ¿Dónde están los datos personales y fotografías?

-En unas horas te lo doy, ya le estoy pidiendo a Paula González que lo busque. Cuando lo tenga os paso la foto y la información al móvil.

-Vale, gracias.

Ya eran las 15:00 nos fuimos del ayuntamiento directos al Silvestre&Piolín a comer, cuando terminamos serían las 17:00. Después empezamos a descartar gente.

-El barón no pudo ser, tiene cuartada pero motivos. Cristian no pudo ser porque está grabado que ha estado ahí toda la noche y no tiene motivos, que yo sepa. Luciana tampoco por lo mismo que Cristian... la única queda es...

-¿Y si ha sido el trabajador? Me contó Pilar que se llama Sergio, era el otro guardaespaldas, le despidieron por que se llevó un balazo y al no tener papeles, a la calle que se fue.- me dijo Flora.

Solo quedaban 2 horas. Recibí un WhatsApp de Marisol, me decía que aún no lo tenían, pero que no estaba vivo, falleció hace un año por depresión. Me puse triste y Flora me abrazó y me dio un beso en le mejilla.

Estábamos tristes, ya no teníamos más sospechosos, y Pilar iba a ser condenada de algo que no es culpable. Ya solo quedaba media hora cuando recibí otro mensaje de Marisol, esta vez eran unos documentos y unas fotografías que se estaban cargando, cuando vimos la primera fotografía nos quedamos atónitos, se me calló el móvil al suelo de la sorpresa. Ahora todo tiene sentido, como dijo Pilar, quien parece el menos culpable lo es, ella nos estuvo ayudando todo este tiempo, y hasta creo que vio al asesino, 5010 que no quiso decir nada por miedo.

Ya acabamos de resolver todo, pero ya eran las 20:00, teníamos que ir corriendo a la mansión, y buscar a Steve, si no fuera por él no lo hubiéramos resuelto. Por suerte, nos lo encontramos en la tienda del pueblo, y acepto venirse con nosotros.

Ya eran las ocho pasadas, y ya veíamos la mansión, cuando llegamos Flora se adelantó e iba abriendo las puertas a patadas, no me lo esperaba de ella. Ya quedaba poco, y ya se oía a Ángela acabar su sentencia, por suerte Flora le dio una patada a la última puerta y entré gritando:

-Ángela detente! Ya tenemos el asesino.-Ángela se quedó sorprendida, y todos los presentes de la sala igual. Me subí a una mesa para parecer más alto y proseguí hablando.- Todos los de aquí podrían y tendrían motivos para hacerlo. Empecemos por el barón; los motivos del barón son que doña Almudemí le pidió el divorcio...

-i Yo no he sido!-interrumpió el barón.

-Yo no he dicho que hayas sido tú, ya que te encontrabas de fiesta. Bueno, ahora vayamos con el guardaespaldas, investigando, nos enteramos de que pediste matrimonio a doña Almudeml y esta te lo negó...

-¿¡Qué!? Yo no sabía tanto.-interrumpió Luciana.

-¿i Qué me estaban poniendo los cuernos!?-dijo el barón.

-Como seguía diciendo, el guardaespaldas no pudo ser por las cámaras; y tampoco Luciana por el mismo motivo. Entonces solo queda Pilar, pero como diría ella "Pilar de la Casa ha sido acusada, pero Pilar de la Casa no tiene la culpa de nada". Ya que Pilar no sabía el detalle de que en la casa había pasadizos secretos. Y las huellas de la ventana pueden ser perfectamente de cuando las limpia, y la muerte de pequefía Micaela fue por envenenamiento, de las magdalenas que hizo Pilar, pero ... ¿nadie se acuerda del apagón de luz que hubo? Y la magdalena que envenenó a Micaela no fue la suya, si no la de Pilar, alguien la quería matar, alguien que sabía que Pilar le había visto, Pilar sabe quién es el asesino, y siempre nos lo decía a través de canciones, ya que tenía miedo. También Flora, vio a Pilar cuando salió de los túneles.

-¿Entonces quién es el asesino, si todos tienen cuartada?-preguntó Ángela.

-Es una persona que ha pasado desapercibida todo este tiempo, esa persona es ... ¡STEVE!- grité.

-i¿QUÉ?!- exclamaron todos, nadie se lo creía.

-¿Qué dices, Felipe?-dijo con desprecio.

-Hace dos años Sergio Díaz, el antiguo guardaespaldas de la familia Reinhold fue despedido tras recibir un balazo, como no tenía contrato, doña Almudemí le despidió, una semana después ese trabajador le denunció, sin embargo al ser una familia tan adinerada, perdió el juicio y tuvo que pagar una cantidad muy grande de dinero, el poco que tenía; al poco después tuvo una depresión tan grande que se metió en el mundo de las drogas, y más tarde murió, dejando viuda a una mujer y huérfano a su hijo, hijo que era igual que él. Mirar esta fotografía que tengo, ¿no encontráis similitudes con una persona aquí presente?

-Es clavadito a Steve.-aclaro Flora.

-Gracias, Flora. Sigamos, ya que hemos encontrado la razón de porque Steve mató a doña Almudemí, vallamos a como lo hizo. Su padre como era el guardaespaldas conocía los pasadizos secretos que estarían apuntados en la copia de seguridad de ayuntamiento que alguien robó hace meses, se coló y con un cuchillo de la cocina que luego volverla a dejar y que limpiaría la mató; después salió y se cruzó con Pilar, esta le vio; y decidió que vendría a por ella otro día, ya que sabía el potencial físico de Pilar. Ahora, expliquemos la muerte de Micaela, si no os acordáis, Steve fue al baño, donde no regresó hasta que pasó el apagón, seguramente fue a los fusibles y los apagó, después de metió en un pasadizo y aprovechando el apagón envenenó la magdalena de Pilar, y ahí fue cuando me pisó. Pilar, que no era tonta, no se la comió y la dejó un momento, para ir a por el cubo de basura. En ese momento Micaela se la robó y se la comió. También intentó asesinar a alguien más. A Flora. Cuando esta encontró el pasadizo, Steve vio peligrar su inocencia y se coló en los pasadizos para matarle, por suerte Flora escapó.

Steve sacó un cuchillo de su bolsillo y cogió a Flora, acercándole el arma al cuello. Rápidamente Ángela sacó su pistola. Steve salió de la habitación con ella. Ángela seguía apuntándolo con la pistola, yo me escabullí por detrás y sin pensármelo dos veces de di en la pierna y se calló, soltando a Flora. Pilar cogió a Ángela las esposas y se las puso a Steve.

-"Pilar de la Casa dijo una vez, te acabo de detener; Pilar de la Casa dijo otra vez, en la cárcel has de permanecer".

-Enhorabuena, Felipe.-me dijo Ángela con una sonrisa.- Tú también Flora.

-Gracias-dijimos al unísono.

Flora me cogió y me llevo al jardín, nos sentamos en la fuente; me pidió que cerrara los ojos, y sus labios se encontraron con los míos, mi corazón empezó a latir con fuerza cuando se acabó el beso, nos miramos con dulzura y salimos cogidos de la mano, de esa mansión de locos

FIN

OGAITNAS (Una historia basada en desechos reales) Ganador categoría adultos 2015, David Álvarez Cuberta. Campana sobre campana, como en el villancico. El estruendo inunda el aire y alcanza cada rincón de la ciudad de piedra. Bandadas de pájaros atolondrados por el fragor se dispersan en un instante, en el cielo, como fuegos de artificio. Las campanas pican, repican y repiquetean; y voltean como saltimbanquis aplicados. Los badajos golpean con saña, con el peso del metal, con la fuerza del herrero; las ondas comprimiendo la tierra y la piedra. Haciendo que vibren las estructuras más delicadas: las rejas, los portones, los esqueletos. Sacudiendo las banderas y los toldos. El sonido escapa de la presión, invadiéndolo todo. La ciudad entera está en trance. Los pájaros, asustados, se reagrupan solo para acometer la enésima desbandada.

Riadas de peregrinos vencidos por el peso de las mochilas toman la ciudad de piedra al asalto. Exhaustos. Aturdidos por el tañido incesante. Acuden a la plaza, donde la fachada principal de la catedral, como una cascada de lava sólida, recibe los primeros rayos del día. El sol, tan poco asiduo en sus visitas, hoy no quiere perderse el evento.

Es año jubilar, es verano y es domingo.

No lejos de la plaza, al final de una calleja que es poco más que un muro de piedra a medio derruir, se yergue la fachada de un convento; tan pequeña, que apenas anuncia que se trata de un edificio. Está cubierta de verde, al igual que el muro. La hiedra parece mantener ensamblada tanta piedra desgastada, invadiendo cada llaga. Sobre la fachada, una espadaña diminuta, cien veces restaurada y repintada, aloja una campana abollada hasta parecer de goma. La campana, bautizada Teresita hace años, contribuye modestamente al concierto general. Pero en el interior del convento la campana local se oye con particular nitidez, quedando las demás como un coro adyacente.

La hermana Loreto terminó su tercera serie de abdominales al ritmo implacable marcado por Teresita, sobre el colchón de su catre. Lo prefería al suelo, porque siendo aquél ligeramente más blando, le permitía aplicarse más en el ejercicio. Se incorporó, resoplando todavía por el esfuerzo, e introdujo los pies en unas chanclas de goma. Se miró los pies, fuertes y robustos. Como de deportista. O de bailarina. Y pensó una vez más cuánto le habría gustado bailar.

Salió, muy sigilosa, de la celda, ataviada con unas bragas rosas y una camiseta gris de tirantes, muy gastada. Caminó algunos pasos por el corredor, dejando a su izquierda una fila de taquillas de chapa. Entró en una capilla apenas iluminada que albergaba un Cristo de palo crucificado. El Cristo estaba muy bien pintado -parecía lacado-, pero tenía demasiados desconchones. Tal vez necesitara retoques, aunque alguien habría pensado que las faltas formaban parte del martirio, como nuevas heridas infligidas.

La hermana Loreto se acuclilló frente a él, sin dejar de mirarlo. Acariciaba el pie derecho de la talla con suavidad, dejando que las yemas de los dedos recorrieran una vez y otra el clavo herrumbroso.

Puede que como esposa haya dejado bastante que desear -dijo; para añadir-. Pero tú, como marido, tampoco has sido un dechado de virtudes.

Después le dio una palmada cariñosa en el pie a la vez que se incorporaba, y concluyó:

-No hace falta que te lo diga, pero sé bueno.

Salió de la capilla y se detuvo frente a una de las taquillas. Abrió el candado con una llave que llevaba colgada al cuello, en una cadena de plata, junto a una medallita de Nuestra Señora de Loreto, regalo - o o implante- de mamá. Al parecer, en ese lugar, también las taquillas eran de clausura. La

cerró, después de vaciarla de su contenido, y se encaminó de vuelta a la celda.

Allí metió algo de ropa y objetos en una bolsa amplia de nylon rosa. Libros, un podómetro, un manojo de llaves, un neceser, una cartera de documentos y un oso de peluche, tuerto. Después, en una ceremonia repetida miles de veces, se caló el hábito y se colocó, con paciencia, la toca y el velo. Cambió las chanclas -que fueron a hacer compañía al resto de cosas, en la bolsa- por unas sandalias de cuero. Entonces se inclinó sobre la hermana Cruz, su compañera de celda, la besó en la sien y susurró cerca de su oído:

-Ya puedes seguir haciéndote la dormida.

La durmiente fingida, lerda como era, cerró entonces los ojos con más fuerza. La hermana Loreto volvió a abrir la bolsa, como si hubiese olvidado algo, y depositó el peluche sobre el pecho de la hermana Cruz. Después recorrió la habitación con la vista, se echó la bolsa al hombro y salió, cerrando la puerta tras sí. Al instante oyó sollozos dentro; su vecina de jergón no intentaba parecer más dormida: estaba conteniendo el llanto.

Para acarrear una bolsa pesada y lidiar con un vestido ciertamente incómodo, la hermana Loreto se manejaba como una chiquilla entre escaleras y pasillos angostos. Pensó en el día que ingresó en el convento, con dieciséis años y algunos días. No lo recordó -no hacía falta-, solo lo pensó. Y se dijo, convencida, que los miles de kilómetros corridos y recorridos en el patio desde entonces la habían hecho mucho más fuerte. Más poderosa.

Hizo una breve visita al cuartucho del ordenador y los archivos, después de elegir la llave apropiada de entre el manojo. No pasó en él más de diez minutos, antes de plantarse frente a la puerta de la alcoba de la madre superiora. Llamó un par de veces, la segunda con el puño cerrado. y no esperó respuesta para entrar. Encontró a la abadesa semidesnuda, sentada ante un improvisado tocador, contándose estrías, o tal vez acariciando la piel mustia. Cuando la hermana dejó caer suavemente la bolsa al suelo y tomó la palabra, la superiora pareció envejecer dos décadas en un momento.

-¿ Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?

-Comenzó, diciendo, la hermana Loreto-.

-Una generación va, otra viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar...

Para entonces, la superiora, lejos de recomponerse, había roto a llorar desconsoladamente. Se asía a la mesita para no tirarse al suelo a patalear, que es lo que cuerpo y mente le demandaban.

- Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena -prosiguió la hermana, con gravedad y pompa-; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír.

La superiora negaba con la cabeza, sin asimilar lo que presumía inevitable. La hermana le acarició la coleta gris, con vetas color nicotina. Lo hacía con dulzura; sin embargo, sentenció:

-Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.

La abadesa dijo la última frase entre dientes, añadiendo su voz a la de la hermana. De súbito, sacó fuerzas de flaqueza y se incorporó hasta quedar erguida. En un acceso repentino de autoridad, casi gritó:

-Llevas aquí veinte años. ¡Veinte años! -repitió-. Esto es un convento de clausura. No te puedes ir así como así.

-No lo haré -repuso la hermana, muy serena-. No así como así. Se sentó en el borde de un arcón y arrimó la bolsa a sus pies.

-Necesito dinero -dijo-. No para un bocadillo. Necesito dinero de allí -insistió, señalando un calendario de "cáritas" que colgaba de una alcayata, en la pared.

La mujer mayor había logrado introducirse en el hábito a duras penas, buscando algo de dignidad; pero aún mantenía la cola de caballo al aire. Protegía el calendario en postura melodramática, cuando la mujer más joven, después de hurgar unos segundos en la bolsa, sacó un "pen-drive" y lo agitó en el aire, bien sujeto entre sus dedos pulgar e índice. En la otra mano hacía tintinear el manojo de llaves, como un sonajero.

-Descuida -dijo la joven-, el ordenador y su contenido están intactos. La hermana Marta ya se maneja muy bien. Un poco más de práctica y no me echaréis de menos.

La superiora, sombría, acertó a decir, con un hilo de voz: "Yo sí."

-Solo me llevo copias -dijo Loreto; para añadir, recalcándolo-. Por seguridad.

No hacía falta que hablaran del asunto. Ambas sabían que se trataba de documentos relacionados con compraventas de terrenos y de bienes. Y de otras operaciones semejantes. Cosas que no debían salir del convento, en cualquier caso.

-Volverán a ti cuando haya terminado con mis cosas -aseguró la joven-.Tienes mi palabra.

La superiora había descolgado el calendario, dejando al descubierto la puerta de una caja fuerte. Y lloraba de nuevo. Ahora el llanto carecía de rabia. Venia de un lugar muy hondo.

La hermana acarició la cara de la superiora. Era guapa. La superiora. No hermosa, como la hermana, pero sí guapa. Una cara dura, tal vez malograda; pero guapa. Como la de una diva de la ópera, o algo así.

También orgullosa. Se apartó las manos de Loreto de la cara.

-No me dejes -acertó a decir, controlando el llanto.

-¿La abres tú o lo hago yo? Prefiero que seas tú.

-¿Qué voy a hacer sin ti? -dijo la superiora, abriendo la caja.

-Lo mismo que conmigo -repuso Loreto-: nada.

Hubo un deje de crueldad en la respuesta; sensual y leve.

-Coge todo el dinero que quieras, pero quédate -dijo, muy cerca de la desesperación, la abadesa.

Para entonces, Loreto, impaciente, ofrecía la bolsa abierta.

-Prefiero no tocarlo -dijo-. Por ahora.

-¿y tu carrera? -preguntó la mayor, mientras dejaba caer un fajo de billetes en la bolsa-. Estás a punto de doctorarte.

-Eso puede esperar -repuso la más joven-. Vamos.

-No podrás terminar fuera -dijo, dejando caer otro fajo.

-Tanto mejor. Venga.

_Otro fajo más. La superiora dudaba en cada acción, esperando un gesto de su interlocutora. Pero el gesto

no llegaba. Se atrevió a decir:

-Aquí lo tienes todo.

-Todavía no -fue la lacónica respuesta de Loreto.

Un cuarto fajo cayó dentro de la bolsa y la hermana dio por concluida la operación. Cerró la cremallera dejando a la abadesa con un quinto fajo en la mano.

La mujer mayor supo entonces que la desesperación había llegado. Y no era como habla supuesto. Era una molicie infinita. Como catatonia. Se quedó mirando los billetes que sostenía en la mano y no fue capaz de articular una palabra más.

La hermana Loreto dejó el manojo de llaves sobre una mesa y alzó de nuevo el "pen-drive" frente a la mirada perdida de la superiora.

-La seguridad -dijo, para volver a recalcarlo- es que no me busques ni informes a nadie.

A continuación se colgó la bolsa del hombro y abandonó la estancia. Casi correteó hasta el portón principal, donde mandó "a ó carallo" a una hermana que se interesaba por sus intenciones. Abrió la puerta y el sol la hirió por sorpresa.

Titubeó unos segundos en el umbral cuando el mundo la golpeó. Su cuerpo se tambaleó por la sacudida, pero devolvió el golpe a su manera: dando un paso. A ese paso siguieron muchos más. Por vericuetos laberínticos hasta alcanzar la plaza. Por la propia plaza, abriéndose paso entre la turbamulta a contrapelo. Por calles y avenidas, dejando atrás los grupos de devotos, fieles y curiosos. Podía escuchar las campanas en todo su esplendor y decidió que el mundo, veinte años después, se le antojaba una película de la que aún no formaba parte, como si la contemplara desde un palco preferente.

Avivó el paso alentada por las campanas, y decidió que la memoria no era un pozo, sino un mar en calma en el que los restos del naufragio flotaban mansamente. Podía ir de un pecio a otro con

la velocidad del pensamiento -todos los recuerdos al alcance-, sin tener que profundizar ni torturarse. No, definitivamente la memoria no era un pozo.

Evocó los primeros años. Los de la culpa y la vergüenza. Y todos los acontecimientos que los precedieron. Cuando aprendía inglés y amor con su amoroso novio inglés. Cuando papá -el señor gobernador- declaró que no era papá del todo porque ella, en realidad, era el fruto de un desliz de mamá con un marino británico en escala de placer. Cuando pensaba en que tal vez por eso mismo papá, o lo que fuera -el señor gobernador, en cualquier caso-, llevara tan mal sus escarceos con el joven inglés. Y su anglofilia. Y su deseo -más bien quimera- de convertirse con el tiempo en una Señora Compañera de la Muy Noble Orden de la Jarretera. Todo eso. Pero, sobre todo, cuando papá, o lo que carajo fuera, el poderoso señor gobernador, el magnánimo donante de apellidos, el jefe, el cabeza de familia, o, en los días buenos, simplemente papá; cuando aquel bastardo viudo de hijos propios la forzó hasta violarla con la única intención de domarla, de meterla en cintura, según sus palabras; aunque es bien sabido que, tratándose de meterla, donde la "metió" aquel mostrenco estaba palmo y pico por debajo de la cintura. y cuando mamá, que ya era una beata antes de abrirse de piernas a la brisa marina, y que se volvió más beata aún después del episodio, cuando mamá, en connivencia con papá etcétera y con algún prelado poco o nada escrupuloso, convino en evitar escándalos, filtraciones, humedades y ruinas inminentes recluyendo a una cría de dieciséis años en un convento de clausura a más de trescientos kilómetros de distancia de su hogar, para nunca más verla.

La hermana Loreto, paradójica hija única, seguía dando pasos a buen ritmo cuando se vio prácticamente en los confines de la ciudad de piedra. Entonces buscó una tienda para peregrinos donde compró algunos artículos relacionados con su viaje, para mayor regocijo de los empleados del establecimiento. En un probador improvisado, dobló muy cuidadosamente y empaquetó el hábito para que encajara cómodamente en la bolsa. Eligió, de entre las adquisiciones, unos pantalones vaqueros, cortos, una camiseta alegre con una venera estampada en el pecho y unas botas -muy caras- para caminar, y completó el atuendo con una gorra de visera, unas gafas de sol y la bolsa rosa -de la que se resistía a deshacerse- acoplada a la espalda, como si se tratase de una mochila. Se miró en un espejo y se gustó hasta el punto de decidir que ya formaba parte de la película. Como si se hubiera secularizado por arte de magia. De esa guisa bebió y comió algo en una cafetería próxima a la tienda, y miró hacia el único horizonte que le interesaba; el que indicaba el camino que había de tomar: un camino al revés. Un regreso.

Se afianzó la bolsa para evitar bamboleos y escarbó la tierra con sus botas flamantes, como un toro bravo recién salido a la plaza. No solo formaba parte de la película; estaba dispuesta a dirigirla. Y en ese preciso momento se sintió más que preparada para la alegre peregrinación inversa.

De cuando en cuando el caminar se le hacía cansino, así de poderosa se sentía, y correteaba un poco. Otras veces se paraba a estudiar la hilera de peregrinos que avanzaba siempre en dirección contraria a la suya. O se mezclaba entre ellos a contracorriente, pro­ curando no entorpecer. A menudo despedía a la gente con las manos, muy sonriente, como una niña descarriada y traviesa. Orgullosa de seguir su propio camino.

Comía cuando tenía hambre. Bebía cuando tenía sed. Dormía en albergues que escogía al azar -una noche decidió no parar de caminar hasta el alba-. No tenía prisa; pero tampoco tenía otra cosa que hacer. Jamás el cansancio le hizo mella. Acostumbrada, como estaba, a correr y correr -aunque fuera en un patio exiguo-, sabía dosificarse muy bien.

Y caminaba. Eso es lo que hacía.

A veces compraba cosas que sustituyeran a otras de las que se iba deshaciendo, como libros o ropa de su estancia en el convento, o las chanclas; como si estuviese renovando su escaso patrimonio. El hábito, convenientemente empaquetado, siempre ocupó su lugar en el fondo de la bolsa. El dinero menguaba a una tasa menor de lo esperado. No quería añadir lastre a su mansión ambulante, pero tampoco quitarlo; su equilibrio al caminar dependía de ello. La bolsa la acompañaba día y noche -dormía sobre ella-, y no des cuidaba en su celo jamás. Un peregrino curioso que intentó atisbar en su interior puede dar fe, tras el puñetazo que recibió en la mandíbula.

Casi cumplida la primera semana del viaje, al anochecer, Loreto escogió un albergue a la orilla del mar. Le cayó en gracia un rapaz larguirucho y coronado de rastas que hacía el camino en bicicleta. Procedía del país vasco, era pescador ocasional, buzo a tiempo parcial y activista en varias causas. Era bello, parecía buena gente y contaba aventuras con entusiasmo y sin alardes. También era muy joven. Y comía como una lima.

Entre risas, mientras cenaban, Loreto le recomendó que no se empachara, que dejara hueco para el postre.

El postre era ella, y él era su postre.

Eligieron un cobertizo a espaldas del albergue. Desde el primer momento, Loreto dejó bien sentado que aunque ella no estaba dispuesta a moverse de su posición sobre la bolsa, no quería a nadie encima de ella, como un peso muerto. Su mano, delicada pero firme, sobre la cabeza del mozo, ilustraba, sin asomo de duda, dónde quería la boca de él en todo momento: entre sus piernas. Cualquier intento de salir de ahí era compensado por un leve tirón de rastas, cariñoso pero enérgico. De cuando en cuando, ella incorporaba la cabeza levemente para contemplar sus propios muslos, fuertes y nacarados, y aquella medusa de pelo modelado semejante a un estropajo bailarín. Él le agarraba los pechos, como buscando un asidero, y a veces deslizaba una mano hasta la cara de ella para introducirle tres dedos en la boca. Entonces ella volvía la cabeza hacia atrás solo para gritar, de puro gusto. Para evitar cualquier tentación por parte de él de encaramársele encima, lo masturbaba con suavidad y pericia valiéndose de su pie izquierdo. No era el momento ni la ocasión de arruinar un buen cunni. Cunni era jerga conventual. La forma abreviada y simpática de referirse a una comida entre horas.

A la mañana siguiente, él engrasaba y ponía a punto su bici para la etapa, con mucho mimo. Ella llevaba un rato contemplándolo, con una mano sobre los ojos, protegiéndolos del sol, a modo de visera. Esbozó una sonrisa pícara cuando dijo:

-Agradezco no tener que subirme a una de esas hoy.

-¿No vas a venir conmigo? -Preguntó él, devolviéndole la sonrisa.

-Me temo que nuestros objetivos están en direcciones opuestas -aclaró ella.

Se acercó y lo besó. Terminó el beso mordiéndole el labio inferior y tirando de él, como si quisiera quedarse con un trozo.

-Mmm... todavía sabes saladito -dijo-. Haz unas gárgaras cuando llegues a LavacolIa. Si no, no te van a dejar entrar en sagrado

ÉI se quedaba pensativo y aturdido frente a esos comentarios. Solía reaccionar tarde. Ella acudió al quite.

-Es broma, bobo -dijo, acariciándole el cuello-. Estoy segura de que el apóstol te premiará por tu devoción en el camino.

Loreto dio una carrera junto a él para acompañarlo en las primeras pedaladas, hasta que él se equilibró sobre la montura.

-No hace falta que te lo diga, pero sé bueno -le gritó mientras se alejaba.

El camino se apartó unos kilómetros del mar, pero en sus márgenes Loreto percibió de nuevo ese mar tranquilo de la memoria, nítido y refulgente como un espejo. Evocó los años siguientes, tan vívidos. Los años de la rabia y la confusión. Y sus consecuencias. Cuando, por no enfermar de pura inacción, echó a correr como una liebre. Vueltas y más vueltas en el patio del convento. Por el claustro, por el interior, alrededor de la fuente. Sorteando es­ calones, desniveles y columnas. Como en una carrera de obstáculos. Al cabo de los años, podía hacer el recorrido con los ojos cerrados, siempre que no hubiera hermanas imprudentes a la vista. Algo segregaba su organismo cuando corría que le serenaba el ánimo, que paliaba el dolor profundo. Habla un bálsamo, un lenitivo, que le dejaba dormir, le permitía descansar para poder correr de nuevo; cerrando el círculo.

Y cuando decidió que necesitaba algo más. Porque cuando no corría, aun en los quehaceres más exigentes, su pensamiento la torturaba y la machacaba con imágenes pavorosas. Cuando descubrió que si consagraba su intelecto al estudio la presión remitía, y hasta desaparecía a menudo. Cuando se aplicó a la informática, al inglés -una manera de tener presente a su amor malogrado-, a las ciencias, las humanidades y los siempre misteriosos mensajes del cielo. Puede que solo fueran tretas para mitigar su angustia y su ira. Triquiñuelas de una mente abatida. Pero ella sabia disfrazarlas de servicios a la comunidad monacal. Como cuando se propuso estudiar teología online. ¡Qué osadía! Y recibió los parabienes de su superiora, el obispo de la Diócesis, los superiores del obispo y, siguiendo en línea directa sin esquivar el conducto reglamentario, el mismísimo Santo Padre. Al parecer, mamá y papá, o lo que fuera, informados del asunto, también transmitían su felicidad y orgullo -siempre por carta, y nunca dirigida a ella-. Iba a ser la primera doctora de su congregación en la historia y eso era todo un acontecimiento. Hasta Dios padre, su vástago y el tercero en discordia bendecían la operación desde el ultramundo, ¡por qué no!. Por no hablar de todas las advocaciones marianas habidas y por haber. Mamá, papá-o-Io­ que-fuera, el Papa, las madres superioras, las hermanas, nuestra Santísima Señora de Loreto, los padres sacerdotes, el marido ortopédico de madera que le habían asignado... "¡Menuda familia, carallo!": pensó Loreto.

Y no. No les daría ese gusto a ninguno de ellos. No iba a convertirse en una notaria dando fe, y menos impartiéndola. Ni iba a presentar pruebas falsas, como una abogada indecente. Ni iba a amañar resultados, como una burócrata corrupta. No iba a hacer nada de eso. No iba a terminar teología.

Iba a terminar lo que tenía que terminar.

Loreto entró, a paso ligero, en una ciudad grande que conocía bien de su adolescencia temprana. Se avitualló en una tasca que recordaba vagamente y paseó por un bulevar frondoso. Tras algunas pesquisas, recaló en un establecimiento donde hacían tatuajes. Después de unas largas negociaciones con un par de expertos, hizo que le tatuaran una liga en el muslo. Una liga de encaje, con sus puntillas en la parte superior e inferior. Y en la banda central de la liga, inscrito en una tipografía exquisita, el lema de la Muy Noble Orden de la Jarretera: "HONI SOIT QUI MAL y PENSE".

El maestro tatuador, un verdadero artista, trabajaba con precisión y oficio en el mus­ lo de Loreto, no lejos de donde había faenado un par de noches atrás el bello pescador, de quien la monja fugada recordaba su dedicación con agrado. Eso y una punzada le hicieron exhalar un gemido en la frontera entre el placer y el dolor.

Buscó un albergue a las afueras de la ciudad, junto a una señal del Camino, en un prado, y durmió como una bendita.

Al día siguiente caminó como si no hubieran estado perforándole la piel con una aguja frenética durante horas. Había sustituido, eso sí, los pantalones cortos por otros largos, de chándal. Amplios y cómodos. Ideales para proteger la gasa que cubría su herida. Y siguió caminando.

Lo propio hizo un día más tarde. Caminar y caminar. Cada vez eran más esporádicos los grupos de peregrinos con los que se cruzaba, pero ella seguía saludándolos a todos. Aprovechó para batir su propio récord: cerca de cuarenta kilómetros en una sola jornada. En parte porque ya le espoleaba la proximidad de su destino, pero también porque había decidido alojarse en un hotel de lujo. Había convenido en darse un homenaje y el hotel escogido estaba en una localidad que excedía, en algunos kilómetros, la distancia de una etapa normal.

Tomó una habitación para un par de noches. Se instaló y empezó a curiosear entre todas las cosas que amueblaban y ornamentaban la estancia, que no eran pocas. Era una habitación digna de un cardenal, pensó. Después se aplicó la pomada prescrita sobre el tatuaje y repuso la gasa. Habría seguido curioseando, abriendo grifos y untándose potingues, pero cayó rendida en la cama, vestida, mientras también caían las luces del día.

Durmió durante catorce horas con una breve interrupción de tres minutos. El tiempo que se tomó para hacer pis y pensar, sentada en el retrete, "podría vivir sin esto; pero no sin haberlo probado".

Amaneció radiante y se dio un desayuno regio. No tenía intención de comer a mediodía. De hecho, ya era mediodía. Salió a patear la ciudad, para no perder la costumbre, pero no le parecía que caminara, más bien creía estar meciéndose de rama en rama, como un orangután perezoso. Compró maquillaje y se prestó a que una experta le alicatara el rostro. Eso la llevó a adquirir un vestido en otra tienda, precioso, color cobre; el pantalón de chándal-por lo que fuera- no combinaba bien con la sombra de ojos. También se hizo con unas sandalias de tacón confeccionadas con un cuero tan suave que parecía piel humana. Visitó una peluquería donde, sin dejar de observar el trasiego de la calle a través de un ventanal, se dejó hacer de todo en la cabeza. Este extremo requirió que volviese a la primera tienda para que le retocasen la cara. De vuelta en el hotel pasó más de una hora sumergida en un baño de sales. Después encargó que le hicieran la manicura y la pedicura.Al mismo tiempo. No entendía la lengua de sus benefactoras, pero imaginó que la encargada de las extremidades inferiores le comentaba a la responsable de las superiores algo sobre lo que habrían estado haciendo esos pies en los últimos días.

Acudió al salón comedor, al anochecer, con el vestido y las sandalias en su sitio -en su propio cuerpo-, sin bolso, con la tarjeta de la habitación en la mano. Cenó sola, regalando sonrisas a los ocupantes de las mesas próximas. Bebió vino de la región, de una botella que no llegó a terminar. Después de tomar té con una pizca de leche, se encaminó al salón contiguo y bailó con tres desconocidos. Con música.

Habla bailado una vez en el convento -sin música-, con la superiora. A decir verdad, con la hermana Inés, porque aquello fue antes de que a la hermana Inés la nombraran madre superiora. Le gustó aquel baile, a pesar de la ausencia de música. Y habría repetido. Pero poco después nombraron madre superiora a la hermana Inés y todo se volvió muy sórdido y muy incómodo, y a la superiora empezó a chorrearle la piel, y aquella carita de Artemisa que tenía comenzó a mutar en máscara de tragedia griega.

A las tantas de la noche, después de zafarse educadamente del tercer bailarín y de tomar un par de tragos de efecto narcótico, Loreto regresó a su habitación y se echó en la cama dispuesta a amortizar, en alguna medida, el dineral que se estaba gastando.

Amaneció a media mañana. Parte del maquillaje habla ido a parar a la almohada. El resto lo restregó a conciencia hasta eliminar cualquier vestigio. Un cuarto de hora más tarde estaba en la recepción del hotel pagando su factura, recién duchada, vestida de "girl­scout" y con la bolsa, repleta, a la espalda.

La etapa final no iba a ser larga, apenas veinte kilómetros. Intentó reproducir pasos de vals y de tango en el

camino. Paró a tomar un bocadillo a deshoras y no se apresuró en ningún momento. Se diría que estaba más sonriente que ningún otro día. A pesar de la parsimonia llegó a su destino a media tarde. Se alojó en una pensión de mala muerte, en las antípodas del hotel de las noches previas. Sin embargo, desde la ventana podía con­ templar una vista excelente. Estuvo repasando y reordenando el contenido de la bolsa. Le habla dado un mordisco importante al dinero, pero, aún así, seguía teniendo mucho. Volvió a la ventana, la noche se había adueñado del cielo y un montón de puntos brillantes, correspondientes a otros tantos de luz artificial, brillaban en la oscuridad. Como en un puerto. Otra vez le parecía estar contemplando el agua calma de un mar tranquilo. De noche, esta vez. En esta ocasión solo evocó un momento. Un solo momento.

Cuando, por alguna extraña razón, la niña de dieciséis años atrapada en el cuerpo de una niña de dieciséis años, una niña que corría y estudiaba y estudiaba y corría, despertó en una mujer de treinta y seis. No amaneció, porque era noche cerrada: despertó, como digo. Y comoquiera que había estado dándole vueltas al asunto durante años, la mujer de treinta y seis decidió, con mucha serenidad, que había llegado el momento.

Había sucedido de noche, como ahora mismo en la pensión cochambrosa de la hermosa vista desde la ventana. Y Loreto, antes de acostarse, pensó en Némesis, hija de la Noche.

Se levantó temprano, al amanecer. Aplicó la pomada sobre su tatuaje y se cambió la gasa. Eligió los mismos pantalones cortos y la misma camiseta con que había iniciado el camino, pero sustituyó las botas de caminar por unas zapatillas deportivas. Salió de la habitación con un paquete bajo el brazo. No iba a necesitar la bolsa, ni la gorra, ni las gafas de sol; no ese día. De manera que dejó todo sobre la cama, bien ordenado, hasta su regreso.

Tomó la ribera del río en dirección al centro. Al cabo de veinte minutos, caminando sin prisa, entró en unos aseos públicos. Tras asegurarse de que estaba sola, deshizo el paquete y sacudió el hábito con energía. Se lo puso sobre su ropa, con paciencia, así como la toca y el velo. Se tentó la cara con ambas manos, frente al espejo, dándose el visto bueno. Así se quedó durante unos segundos, meditabunda. Pensó que el mundo y la carne habían sido muy pacientes, esperándola. ¿Pasaría lo mismo con el demonio?

Después salió de los aseos públicos dando pasos cortos y vivaces. Al cabo de tres minutos estaba frente a la fachada de una clínica privada, blanca y luminosa. Tenía tres plantas, aunque para llegar al vestíbulo había que salvar seis escalones. O una rampa. También tenía un jardín en la parte anterior, pequeño y muy cuidado.

Ya en la recepción fue informada de que el señor ex gobernador seguía debatiéndose entre la vida y la muerte, si bien el propio debate se mantenía estable. A pesar de que era hora punta de visitas, y de que habla bastantes personas deambulando por el vestíbulo, ella fue tratada con atención exquisita. Podía apreciar toda la ternura y compasión que le brindaba el personal.

Subió a la primera planta, en el ascensor. Frente a la puerta de la habitación había un policía nacional, somnoliento, intentando leer un periódico deportivo sin que se le cerraran los ojos. "Vaya" -pensó Loreto-. "El señor ex gobernador ya no tiene derecho a una escolta decente". También había una sanitaria trajinando por ahí. A ambos rogó la visitante, después de identificarse, que la dejaran a solas con el paciente.

El hombre yacía en la cama rodeado de tubos y cachivaches. Estaba consciente, y jadeaba en una mascarilla de plástico transparente. El ojo que mantenía abierto parecía flotar en gelatina, aunque estaba mate.

Loreto se sentó cerca de la cabecera de la cama y posó su mano sobre la mano sarmentosa, atravesada por la aguja de un gotero, mientras con los dedos apartaba la perilla de avisar a alguien del personal sanitario. Se inclinó sobre la cabeza del paciente, muy cerca del oído, para no tener que levantar la voz.

-No esperes nada ni a nadie, porque nada ni nadie te espera a ti -dijo, vocalizando mucho-. Nada -insistía-. Dejas de estar aquí, pero no vas a ninguna parte. Tienes que creerme, lo sé de buena tinta.

Después, mientras apretaba la mano con algo más de fuerza, se acercó un poco más al oído para poder bajar el volumen y dijo, casi en un susurro:

<<Por azar llegamos a la existencia

y luego seremos como si nunca hubiéramos sido.

Porque humo es el aliento de nuestra nariz

y e/ pensamiento, una chispa de/latido de nuestro corazón;

al apagarse, el cuerpo se volverá ceniza

y e/ espíritu se desvanecerá como aire inconsistente.

Caerá con el tiempo nuestro nombre en e/ olvido,

nadie se acordará de nuestras obras;

pasará nuestra vida como rastro de nube,

se disipará como niebla

acosada por los rayos del sol

y por su calor vencida>>.

Dicho lo cual, se levantó de la silla para añadir, muy circunspecta, con un dedo en alto:

-Sabiduría de Salomón 2: 1-9.

Después se dirigió a la puerta y la entreabrió lo justo para observar el pasillo. Estaba casi desierto; el policía se encaminaba, de espaldas, arrastrando los pies, hacia la máquina del café. Aprovechó para arrancarse, literalmente, el vestido, junto con la toca y el velo. Echó el fardo debajo de la cama como si se tratase de ropa sucia. Era evidente que habla prestado su último servicio. Se revolvió el pelo mientras salía de la habitación y cerraba la puerta. Al instante se hallaba en el hueco de la escalera y, acostumbrada como estaba a moverse -sigilosa- entre las sombras, se plantó en unas cuantas zancadas en el vestíbulo. Allí, mezclada entre la gente, salió a la calle y continuó andando con paso decidido. Se percató de que, en la operación precipitada de quitarse el hábito, había perdido la gasa del tatuaje. Aunque la piel estaba todavía tierna, podía leerse con nitidez la leyenda: "HONI SOIT QUI MAL y PENSE". Sonrió satisfecha mientras avivaba el paso hasta convertirlo en trote. Ahora sí se sentía como una integrante de pleno derecho de la Orden de la Jarretera. A Lady Companion of the most Noble Order of the Garler. Avivó el paso más aún hasta que el trote devino en carrera.

No huía de nadie. Tampoco perseguía nada. Solo le apetecía correr. Eso era todo.

Cuando la enfermera entró en la habitación del ex gobernador no pudo evitar un respingo, a pesar de su larga experiencia. El color de la piel-parecido al de un cirio-, cierto olor acre en el ambiente, el silencio: eran señales inequívocas de un cambio de estado muy reciente, pero la postura…

. El cuerpo parecía describir un arco muy tenso, como si se apoyara sobre la cama tan solo en la nuca y los talones. Las manos estaban fuertemente asidas a la colcha; la mandíbula, desencajada, a pesar de la mascarilla; el ojo cerrado, como borrado de la cara; y el abierto, muy abierto, apuntando hacia la lámpara del techo. Lo dicho: señales inequívocas.

Con todo, parecía aún más aterrorizado que muerto.