Regreso a Oak Hill - ForuQ

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Regreso a Oak Hill

Serie Oak Hill 2

Marian Viladrich

A mis chicos.

Prólogo

Era un día como cualquier otro. En la calle ya empezaba a hacer calor,pero en el interior de la librería The Blue Owl se estaba fresco. Ethan Bradleyreordenaba los libros de la sección de literatura infantil, a la querecientemente habían destinado la parte más luminosa del local e, incluso,habían instalado una mesa baja con cuentos y un par de confortables asientosde alegres colores para que los padres pudieran sentarse con sus hijos a hojearlibros.

La campanita que colgaba sobre la entrada sonó al abrirse la puerta,anunciando una llegada. Sin levantar la vista de la portada en verde intenso deGoodnight Moon, Ethan reconoció las rápidas pisadas de su ayudante. SusieCollins saludó con voz alegre, mientras guardaba el bolso detrás delmostrador. La joven comenzó a hablar sin esperar contestación de su jefe.Estaba acostumbrada a su carácter callado, así que no se molestaba ante lafalta de respuesta. De todas formas, Susie era capaz de mantener diezconversaciones al mismo tiempo ella sola, lo que a veces resultaba muymolesto; pero Ethan apreciaba a su ayudante, a la que conocía desde que erauna niña. Era la hija de uno de los profesores más queridos del instituto deOak Hill, Carolina del Norte, y había trabajado en la librería desde quecumplió los dieciséis años, echando una mano en el turno de tarde. Tres añosdespués, tras haber terminado su primer curso en Princeton (sí, la chica era ungenio y estudiaba en una de las universidades de la Ivy League), se habíaincorporado de nuevo a la librería como personal de refuerzo de cara alverano, mientras los padres de Ethan disfrutaban de unas bien merecidasvacaciones.

A Susie le encantaba estar de vuelta en Oak Hill y, durante la últimasemana, se había dedicado a enterarse de todas las novedades acontecidas enlos últimos meses, ya que llevaba sin aparecer por su ciudad natal desde lasvacaciones de Navidad. La señora Clarkson, que se ocupaba de la casa de losCollins desde hacía años, la mantenía bien informada de lo que había sucedidoen la localidad durante su ausencia y la joven universitaria se apresuró adetallar a su jefe algunos de los cotilleos proporcionados por su charlatanaasistenta. Según las últimas noticias, Maggie Jameson había tenido gemelos, elperro de un tal Billy se rompió una pata al final del invierno, la abuela deKeira Jones había fallecido repentinamente y Smiley había prohibido a uno delos chicos MacMillan la entrada a la cervecería después de un desagradableepisodio con una de las camareras. Sin parar de hablar, Susie se acercó a lamesa de novedades para adultos, colocada junto a un gran ventanal, y revisólos títulos. Ethan, inmerso en su tarea, apenas prestaba atención al torrente dedatos que suministraba su ayudante. Sabía que su entusiasmo decaería en unosminutos y ambos se concentrarían en el trabajo, pero Susie necesitaba todaslas mañanas aquel pequeño momento de expansión.

—¡Ah! Y Rebecca Miller vuelve a la ciudad —añadió antes de callarse ydirigirse hacia el mostrador para poner en marcha la caja.

El tiempo pareció detenerse durante un momento. Ethan se quedóparalizado, repitiéndose mentalmente las palabras de su ayudante. Rebeccaregresaba a Oak Hill. Unos ojos azul grisáceo le devolvieron desde algúnlugar de su memoria una mirada tormentosa y él los ahuyentó agitandolevemente la cabeza. ¿Qué le importaba ya Rebecca Miller? Nada. Ethan seacarició la cicatriz que le cruzaba la mejilla. Ella había sacudido su mundo,pero ya no era el chico de entonces. A sus veinticinco años se había enfrentadoa difíciles pruebas y Rebecca había salido de su vida tiempo atrás.

—¿Rebecca va a volver? —preguntó sin volverse hacia su ayudante. Si aSusie le extrañó que su jefe mostrara interés por la conversación, no lo

demostró.

—Hace unos días llamó a la señora Clarkson para avisarla de su llegada.Quería que preparara la mansión Miller… Ya sabes que los Clarkson seocupan de su mantenimiento y que la casa lleva un tiempo cerrada.

«Tres años», pensó Ethan, pero permaneció en silencio, esperando a queSusie continuara dándole una información que no estaba seguro de quererconocer.

—Llegará dentro de un par de días y la señora Clarkson cree que sequedará aquí, que no volverá a Seattle. Tú ibas a clase con su hermano,¿verdad? —preguntó, curiosa—. Él es toda una leyenda por aquí.

Ethan no quería hablar de Grant Miller. Habían ido juntos a clase tanto enel colegio como en el instituto, pero nunca habían sido amigos. Tampocorivales. Simplemente se movían en círculos distintos, igual que Rebecca, y, sinembargo, sus vidas se habían visto mezcladas de forma irremediable.

—La señora Clarkson siempre habla de ellos como los pobres chicosMiller… Es curioso, ¿verdad? Que a los hijos de la familia más poderosa ycon más dinero de la ciudad les llamen así: los pobres chicos Miller.Cualquiera diría que sus vidas son bastante afortunadas.

Ethan no contestó y siguió ordenando los estantes de forma mecánica,moviéndose con agilidad entre las estanterías, a pesar de su evidente cojera.Rebecca estaba de nuevo en Oak Hill… Bueno, ¿y qué? Rebecca ya noformaba parte de su vida y él haría bien en recordarlo si sus caminos volvían acruzarse. Debía mantenerse alejado de Rebecca Miller por su propio bien.

Capítulo 1

El avión estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto de Charlotte. Lasazafatas habían pasado hacía un rato recogiendo desperdicios y pidiendo a lospasajeros que cerraran las bandejas y se abrocharan los cinturones. RebeccaMiller se removió inquieta en su asiento. Estaba agotada. Una semana atrásestaba en Seattle, vendiendo discos de vinilo en Old Fashioned Records, y, derepente, se encontraba de vuelta en Carolina del Norte, a punto de regresar alodiado hogar de su infancia. Necesitaba una buena comida, necesitaba unabuena cama en la que dormir varias horas seguidas y, sobre todo, necesitabapararse a pensar qué iba a hacer con su vida. Tenía veintitrés años, un título deDanza de la Universidad de Washington y ninguna ambición. No tenía pareja,hacía más de un año que no veía a su mejor amiga y prefería mantenerse lejosde su disfuncional familia, tan lejos que había escogido una universidad en laotra punta del país. Más de cuatro mil kilómetros separaban Seattle de OakHill. En Seattle pudo dejar de ser la hija de Conrad y Terri Miller, la hermanade Grant Miller, la adolescente rara que vestía de negro, la niña rica del otrolado de la colina. Allí era simplemente Rebecca, una estudiante más que iba aclase, comía sándwiches de salmón ahumado y andaba un poco perdida sobrequién era y qué iba a ser de su vida. Cuando finalizó sus estudiosuniversitarios, se quedó en Seattle. Era el momento de presentarse a pruebaspara compañías de danza o hacer un posgrado, tal vez algún curso deperfeccionamiento en Europa, pero en vez de eso consiguió un puesto dedependienta en Old Fashioned Records y se mudó a un apartamentocompartido con otras dos chicas. No estaba preparada para tomar decisionesimportantes.

—¡Rebecca!

Una voz conocida rasgó el aire en cuanto salió de la terminal. Aturdida,miró a su alrededor hasta reconocer el rostro de su mejor amiga. Liliana Peña,con su espléndida cabellera del color de la noche, su característica narizgruesa y sus rotundas curvas, agitaba la mano con una gran sonrisa. Lasorpresa la dejó boquiabierta un par de segundos, pero al instante las dosamigas se abrazaron con cariño.

—Pero, bueno, ¿qué haces tú aquí? ¿Cómo sabías que llegaba hoy? Queríadarte una sorpresa y al final me la has dado tú a mí.

Lil estaba aún más guapa que un año atrás, cuando se presentó sin avisaren Seattle para acompañarla en su graduación a sabiendas de que sus padresno aparecerían por allí. A su lado, Rebecca parecía demasiado infantil con surostro aniñado y algo anodino, su cabello castaño claro, sus ojos azul grisáceoy su cuerpo demasiado delgado.

—Tu hermano me dijo que llegabas hoy —explicó su amiga. Rebecca soltósu maleta de la impresión.

—¿Mi hermano? ¿Desde cuándo te hablas tú con mi hermano? ¡Si nunca lohas soportado!

Liliana y Grant arrastraban una historia de desprecio mutuo desde que eranniños. Nunca se habían llevado demasiado bien.

—Y sigo sin soportarlo, no te preocupes. Cuando está en la ciudad, se dejacaer por The Black Sheep y anoche pasó por allí. Me contó que llegabas hoy,así que decidí convertirme en el comité de bienvenida —explicó Lilianamientras se dirigían hacia su viejo coche, un Dodge Caliber gris oscuro conmás de una década a sus espaldas, aparcado a las afueras del aeropuerto.Tenían todavía cerca de una hora de trayecto hasta Oak Hill.

Contenta de reunirse con su amiga, Rebecca explicó que su jefe habíadecidido cerrar la tienda de discos y jubilarse, dejándola sin empleo. Era el

momento de buscar otro trabajo, pero se quedó paralizada por la indecisión.Llevaba estudiando ballet desde los cuatro años y se había graduado un añoatrás en una universidad de prestigio, así que parecía haber llegado elmomento de dedicarse a aquello para lo que se había preparado, pero no teníaningún interés. En realidad, le encantaba bailar. Solo cuando dejaba que lamúsica entrara en ella podía ahuyentar sus fantasmas, olvidarse de disfraces yser ella misma. Lo que no le interesaba tanto era la proyección pública delbaile, es decir, subirse a un escenario para desnudar su alma ante el público,además de todos los sacrificios personales y físicos que suponían dedicarse albaile de manera profesional. «Debilidad de espíritu», diría su padre antes depronunciar un altanero discurso sobre cómo se hizo a sí mismo hastaconvertirse en uno de los hombres más ricos de Carolina del Norte. Tal vezfuera débil, o quizás solo seguía tan confusa como cuando era una adolescenteque se vestía de negro para dejar de ser invisible. Hacía tiempo que habíahecho las paces consigo misma, pero tocaba pensar en el futuro y en Seattle noquedaba nada para ella. Había llegado el momento de regresar al único hogarque había conocido; quizás allí fuera capaz de atar los cabos sueltos yliberarse de sus indecisiones.

—Muy bien, pues ya estás aquí; y ahora ¿qué vas a hacer?

Rebecca agitó la cabeza, apesadumbrada, y cerró los ojos. La vidasiempre le había parecido demasiado confusa.

—Buscar un empleo, supongo —admitió, mientras Liliana tomaba eldesvío hacia Oak Hill.

Permanecieron en silencio un buen rato y, cuando Lil tomó la palabra,parecía algo nerviosa.

—Si vas a quedarte, me gustaría pedirte ayuda con una cosa.

—¿De qué se trata?

—Mejor quedamos mañana y te lo cuento con tranquilidad. ¿Me recoges

en la taberna cuando acabe el turno?

El coche avanzó por la carretera que daba acceso a las mansiones del otrolado de la colina. Los Miller, los MacMillan, los Langley, los Quinn y losReilly eran algunas de las familias más relevantes del condado y habíanescogido los incomparables parajes de Oak Hill para fijar su lugar deresidencia. Los MacMillan, que habían dado a Carolina del Norte alguno desus políticos más queridos, brillaban con luz propia, pero, sin duda, el máspoderoso de todos había sido Conrad Miller, el gran empresario de éxito y unade las mayores fortunas del estado. Compró la casa al nacer su hijo mayor y lafamilia se convirtió rápidamente en uno de los pilares sociales de lalocalidad. Conrad repartía su tiempo entre la residencia de Oak Hill y sulujoso apartamento en Charlotte, mientras Terri frecuentaba los mejoreshoteles de Nueva York y Los Ángeles durante largas temporadas. De niños,Grant y Rebecca pasaron mucho tiempo solos, siempre al cuidado del personalde servicio, abandono que se acentuó después del divorcio. Elena Peña, lamadre de Liliana, fue una de las mujeres que se ocupó de la crianza de loshermanos Miller, convirtiéndose en la referencia materna más cercana de losdos niños. Hacía ya algunos años que Elena había dejado su empleo, pero fuela única presencia adulta constante de su infancia.

La casa la recibió en silencio. Todo estaba exactamente igual a como lorecordaba, cada mueble, cada cuadro, cada costoso adorno. Una casa fría ysolitaria, perfecta metáfora de su propia infancia. Rebecca recorrió lassilenciosas habitaciones donde transcurrió su niñez, pensando que aquel nuncafue un hogar y sin entender por qué su madre había decidido mantener una casaque nadie utilizaba desde hacía años. Por lo menos, el matrimonio Clarkson laconservaba en buen estado y todo estaba listo para su llegada.

Estaba demasiado cansada, así que se dirigió a su dormitorio y ni siquieraabrió la maleta. Se quitó las zapatillas y los vaqueros y, con la misma camisetaque llevaba, se metió en la cama. Al girarse para apagar la luz de la lamparita

de noche, su mirada tropezó con dos fotografías enmarcadas. En la primera,Grant y ella, de niños, miraban sonrientes a cámara. Ella debía tener unoscinco o seis años y su hermano la abrazaba con un gesto protector y cariñoso.Eran otros tiempos. Entonces estaban muy unidos, pero el divorcio de suspadres cambió profundamente a Grant y la relación entre ellos se volviódistante.

La otra imagen la hizo sonreír. Era una foto del baile de graduación consus amigos del instituto. Rebecca, vestida de negro, estaba en medio,flanqueada por Liliana y por Alison Parker, de rojo y azul, respectivamente, ydetrás asomaban las caras sonrientes de los dos chicos del grupo, DavidHamilton y Scott Williams. Un grupo extravagante de raros, solitarios ymarginados que Alison había reunido durante la secundaria: los dos frikis dela clase, David y Scott, apasionados por los ordenadores, los cómics y laspelículas de ciencia ficción; Liliana, con su fama de ligera de cascos y quedesafiaba a cualquiera que se burlara de sus orígenes hispanos o del humildeparque de caravanas en el que vivía con su madre; Alison, la adolescentetímida en cuya casa se vivía el infierno de los malos tratos sin que nadiehiciera nada para evitarlo; y la propia Rebecca, la chica rica y extraña quevestía de negro, huía de los chicos y que parecía estar siempre de un humorsombrío.

Rebecca alargó la mano y cogió la fotografía para examinarla conatención. Habían pasado cinco años, aunque recordaba perfectamente aquellanoche. Alison y David habían roto un par de días antes. Habían sido losmejores amigos desde los seis años y después, con una naturalidad pasmosa,se habían convertido en novios. Durante dos años fueron la pareja más establede su curso y, cuando anunciaron su ruptura, Rebecca temió que aquellodividiera al grupo. Sin embargo, Alison y David parecían aliviados de volvera ser solo amigos.

—Nos queremos tanto que confundimos nuestros sentimientos, pero no

estamos enamorados y ya era hora de reconocerlo —explicó Alison a susamigas mientras se arreglaban para el baile en casa de Rebecca. Alison erapreciosa: con un rostro angelical, el cabello dorado y los ojos azules como uncielo de verano. Habría podido ser una de las chicas más populares delinstituto, pero su extrema timidez y su amistad con David la habían relegado algrupo de los marginados.

Al final, los cinco amigos fueron juntos al baile. Fue una noche divertida,llena de risas, música y brillantes planes de futuro hasta que unos ojos oscurosla miraron desde un rincón y la tierra pareció temblar bajo sus pies.

Rebecca ahuyentó los recuerdos y pensó de nuevo en sus amigos. Ningunotenía ya mucho que ver con los adolescentes de entonces. Ella ya no vestía denegro absoluto, ni se pintaba los ojos con trazos gruesos, y el piercing de lanariz desapareció el primer año en la universidad. Pero, sobre todo, ya no ladevoraba aquella oscuridad que la había envuelto durante sus añosadolescentes. El resto del grupo también había cambiado y sus vidas habíantomado rumbos distintos. Liliana era la única que no había salido de Carolinadel Norte. No fue a la universidad, sino que asistió a una escuela de cocina enCharlotte mientras servía mesas en Joe’s, y desde hacía un par de años vivíaen un apartamento del edificio Creekridge, trabajaba en la cocina de TheBlack Sheep Tavern seis noches a la semana y hacía tres turnos de mañana enJoe’s, preparando desayunos.

El cansancio hizo mella en Rebecca y, sin darse cuenta, se quedó dormida,aferrada a aquella antigua fotografía. Durmió cerca de doce horas y ladespertó el sonido de un mensaje entrando en su móvil: la secretaria de supadre la invitaba a reunirse con él para comer en un restaurante de Charlotte.No era una invitación real, sino una orden y en otra época Rebecca no habríaaparecido en el restaurante, disfrutando en soledad de la cara de rabia quedebía de habérsele quedado a su padre. Pero tenía veintitrés años, no quince,así que se dio una ducha rápida, se puso ropa limpia y se dirigió al garaje,

donde esperaba que el señor Clarkson le hubiera dejado algún cochepreparado. En efecto, su pequeño y práctico BMW aguardaba con el depósitolleno.

Rebecca no era precisamente una fan de su padre. En los recuerdos de suinfancia aparecía como un hombre siempre con prisas, siempre con un teléfonoen la mano, siempre escribiendo o leyendo algo, siempre a punto de reunirsecon alguien… Pasaba la mayor parte de la semana en Charlotte y los fines desemana regresaba a Oak Hill con un abultado maletín lleno de papeles queabsorbían la mayor parte de su interés. Se trataba de un hombre con pocapaciencia, acostumbrado a hacer su voluntad y a no perder el tiempo en lo queconsideraba tonterías. Nunca iba a los partidos de Grant, ni asistía a lasexhibiciones de ballet de Rebecca y solo se dejaba ver con su esposa en loseventos sociales. A diferencia de Grant, que trataba de llamardesesperadamente la atención de Conrad con un comportamiento cada vez másatrevido, a Rebecca no le interesaba demasiado su padre, al que siempreconsideró un desconocido. Tras el divorcio, Conrad Miller se había instaladodefinitivamente en Charlotte y veía a sus hijos en contadas ocasiones al año.

—Llegas tarde —la regañó su padre nada más tomar asiento. Conrad nisiquiera había levantado la mirada de la carta. A su lado se sentaba Alexa, lasegunda esposa de su padre, una despampanante pelirroja que había sido susecretaria. La mujer hizo un mohín de desagrado al ver el atuendouniversitario de Rebecca.

—¡Hola, hermanita! ¿A que no esperabas una reunión familiar? —El tonoburlón de Grant la sobresaltó, mientras su hermano le daba un beso rápido enla mejilla y tomaba asiento junto a ella. Varias cabezas femeninas se giraron altiempo y Rebecca tuvo la sensación de que un suspiro colectivo inundaba elrestaurante. Incluso Alexa se sentó más erguida y lució su más encantadorasonrisa. Sí, señoras y señores, ese era Grant Miller, el hombre más deseado deCarolina del Norte. Tan guapo y tan canalla que a Rebecca le sorprendía que

compartieran genes. Los dos tenían el mismo cabello castaño claro y losmismos ojos azul grisáceo e incluso sus rasgos eran parecidos, pero el rostrode Grant rayaba la perfección, mientras que ella resultaba casi anodina,especialmente desde que había dejado de llamar la atención con sus ropasnegras, sus piercing y su espeso maquillaje. Vestida como cualquier otrachica, Rebecca Miller era exactamente eso: una chica más del montón, unachica mona y agradable, pero insípida, de las que pasan por completodesapercibidas.

—Pensaba que comería a solas con papá —indicó Rebecca, mientrasestudiaba la carta.

—Tenía ganas de verte, así que me he apuntado.

Nadie dijo nada sobre Alexa, pero ella se limitó a beber agua. Nunca dabaexplicaciones.

—Si ya habéis acabado con vuestras tonterías… —Conrad Miller noperdía el tiempo y su conversación se caracterizaba por ir directa al grano.Aquel almuerzo tenía un propósito y todos eran conscientes de ello—. Hehablado con Douglas Jones y hemos acordado que el lunes te incorpores aldepartamento de Publicidad. Empezarás como ayudante, por supuesto, ytendrás que completar tu formación con un máster que pagará la empresa.Alexa te ha preparado una habitación, pero si prefieres mantener tuindependencia, puedo conseguirte un apartamento en el mismo edificio de tuhermano.

Rebecca miró boquiabierta a su padre. No era ningún secreto que Conradhabía aspirado a que sus hijos acabaran trabajando en su empresa, aunqueambos se habían negado con rotundidad a seguir sus pasos. Grant fue elprimero en claudicar y, pese a la oposición que siempre había mostradoRebecca, su padre obviamente esperaba que sus objeciones hubieran quedadoatrás. Sintió arder sus mejillas, al tiempo que la rabia se acumulaba en susvenas. La mano de Grant, apretando la suya, la hizo girar la cabeza y toparse

con los ojos de su hermano, inesperadamente comprensivos.

El camarero evitó su airada respuesta mientras tomaba nota del pedido.Conrad y Grant pidieron chuletas, Alexa una ensalada César y ella, a pesar deque había perdido de golpe el apetito, se decantó por el mero con salsa delangosta.

—No voy a trabajar para ti, papá —logró decir Rebecca con tono firmecuando el camarero abandonó la mesa.

—No digas tonterías. Ya está todo arreglado —señaló su padre, mientrasconsultaba su teléfono móvil.

—Me da igual. No voy a trabajar en tu empresa ni voy a mudarme a tu casao a algún apartamento que tú hayas escogido.

Conrad levantó furioso la cabeza.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a empezar a presentarte a pruebas decompañías de ballet? ¿Servirán de algo las miles de clases de baile que hepagado o seguirán siendo un capricho? —preguntó con tono sarcástico.

Rebecca cerró los ojos. No estaba lista para tomar decisiones.

—No sé qué voy a hacer aún, pero no quiero trabajar en tu empresa.

Se hizo un espeso silencio en la mesa. Conrad Miller miraba a su hija através de los párpados entornados.

—No tengo tiempo para esto —respondió al fin, con gesto duro—. ¿Noquieres trabajar para mí? Muy bien, pues tendrás que aprender a buscarte lavida, porque no voy a mantenerte para siempre. Ya tengo bastante con las dosseñoras Miller como para añadirte a ti a la lista de parásitos.

Era un golpe bajo, pero Rebecca no lo acusó, porque no le importaba laopinión de su padre.

—Llevo un año manteniéndome por mí misma y aún tengo el dinero de la

tía Edith. Creo que podré salir adelante sin ti —respondió Rebecca sin poderevitar una sonrisa de satisfacción ante la mirada perpleja de su padre. Desdeque terminó la universidad y empezó a trabajar en Old Fashioned Records, nohabía vuelto a utilizar las tarjetas de su padre. Además, hacía algunos añosque había recibido un sustancioso legado que le había dejado en herencia sutía abuela, la mujer más desagradable del mundo, que, sin embargo, sentíadebilidad por ella. El dinero debió de permanecer en un depósito hasta queRebecca cumpliera los veintiún años, y después no lo había tocado, así que elfondo había seguido creciendo con los intereses anuales.

Ante la rotunda respuesta de la joven, su padre parpadeó indeciso,mientras apretaba los labios hasta convertirlos en una fina línea. El sonido desu móvil dejó en el aire la respuesta, porque Conrad miró la pantalla con elceño fruncido y se levantó de la mesa para atender la llamada.

—¡Qué valor, hermanita! Te lo hará pagar, ¿sabes?

Pese a sus palabras burlonas, había cierta admiración en el tono de Grant.

—No eres más que una niña estúpida —intervino Alexa con tonodesdeñoso—. No te conviene enfrentarte a tu padre. Al final lo entenderás,igual que tu hermano, y cumplirás con lo que se espera de ti.

El camarero trajo los platos, pero Rebecca había perdido el apetito, asíque se limitó a remover la comida y probar un par de bocados. Grant dababuena cuenta de su chuleta y Alexa parecía haberse olvidado de ella, porquetenía los ojos clavados en su hermano, tratando de llamar su atención.

—Grant, ¿tienes alguna reunión esta tarde? —ronroneó seductora—.Podrías acompañarme al centro. He visto una mesa fabulosa para tu piso.

—No tengo ninguna reunión, no voy a acompañarte a ningún lado y ladecoración de mi casa no es asunto tuyo —respondió Grant con tono cortantesin levantar la vista del plato.

—Oh, vamos, no digas eso… Ya sabes que tengo muy buen gusto para los

muebles. Piénsatelo. —Ante la mirada asqueada de Rebecca, su madrastra seinclinó hacia delante, mostrando un poco más de escote. Grant, impasible,siguió masticando y la joven deseó que aquella comida terminara cuanto antes.

Conrad regresó con paso vivo, tomó asiento y empezó a comer con rapidezsu chuleta.

—Te desheredaré —informó entre bocado y bocado—. Borraré tu nombrede mi testamento y a todos los efectos dejarás de ser mi hija. Y cuando eldinero de Edith se acabe, ya veremos qué haces.

Rebecca se levantó temblorosa, tan enfadada que le costaba respirar.

—No te necesito. Ni a ti ni a tu dinero. ¿Dejaré de ser tu hija? Nunca hesido tu hija, tan solo he sido el recibo del colegio y el sueldo de la niñera.Tener hijos es algo más que pagar facturas. Te has desentendido de nosotrostoda la vida y ahora vienes a organizármela. No te debo nada, ni siquiera megustas, papá. Así que por mí, perfecto: ya no soy tu hija. De todas formas, nosé qué es tener un padre, por lo que mi vida no va a cambiar en nada.

Se levantó sin apartar la mirada del rostro tenso de su padre y abandonó elrestaurante con un sabor amargo en la boca. Oyó tras de sí los pasosapresurados de su hermano, pero no se detuvo hasta que llegó a la calle.

—Eso ha sido… Guau, no tengo palabras… No sé si decirte que estás locao aplaudirte.

Sin darse cuenta, Rebecca empezó a llorar con toda la pena acumuladadurante años, toda la frustración que ya creía haber dejado atrás. Apenassentía las lágrimas rodando por sus mejillas, pero Grant se puso serio y laabrazó con ternura.

—Eh, hermanita, has sido muy valiente. No te vengas abajo ahora. Lo hashecho muy bien. Te admiro por lo que has hecho, aunque yo no sea capaz.

—No nos quieren, Grant. No sé por qué, pero nuestros padres no nos

quieren —sollozó Rebecca contra el hombro de su hermano.

—Ya lo sé. Pero no es nuestra culpa, lo sabes, ¿verdad?

—¿Lo sabes tú? —respondió Rebecca separándose de su hermano con unasonrisa triste, al tiempo que se secaba las lágrimas. Permanecieron un ratocallados, cada uno sumido en sus pensamientos.

—Tengo que irme. Quiero regresar a casa, pensar detenidamente en todoesto, y luego he quedado con Liliana.

—¿Vas a The Black Sheep?

—Pues sí. Lil dice que a veces te dejas caer por ahí…

Grant se encogió de hombros.

—A veces. Tiene buena cerveza.

—Ya, oye, lo de Alexa…

—No te preocupes, ¿vale? No estoy teniendo un lío con nuestra madrastra.Lleva insinuándose desde que cumplí los veinte años y te aseguro que no metienta en absoluto. Lo tengo controlado.

—¿Seguro? —Rebecca miró a su hermano dubitativa.

—Segurísimo, hermanita.

Rebecca asintió antes de despedirse y conducir de vuelta a Oak Hill.

Capítulo 2

Willow Avenue era, sin duda, la calle más bonita de Oak Hill, aunque ladenominación de avenida le quedaba un poco grande. En realidad, apenas eraun callejón empedrado que albergaba una docena de edificios de estilofederal. Los más antiguos databan de finales del siglo XVIII, lo que convertíaaquella calle en una de las joyas históricas de Carolina del Norte y una de lasgrandes sorpresas reservadas a los veraneantes que acudían a la localidadpara alojarse en las coquetas cabañas del lago Murray. A Rebecca siempre lehabía fascinado aquella céntrica y, sin embargo, tranquila calle, con susedificios bajos de ladrillo rojo, ventanas blancas de guillotina concontraventanas de color azul oscuro y el característico ventanuco semicircularsobre las puertas de entrada, pintadas del mismo tono azul que lascontraventanas. El bellísimo sauce negro, el único de su especie que habíasobrevivido en una calle antaño poblada por estos magníficos ejemplares,medía, a sus ciento dos años, más de setenta pies de altura y aparecía en todaslas guías botánicas del estado.

Rebecca, que llevaba tres años sin pisar su ciudad natal, paseó por elcallejón, reconociendo comercios que llevaban allí desde que tenía memoria,como la galería de arte, las dos tiendas de antigüedades y la joyería. Habíaalgunos locales nuevos, como el Café de Lucy, y a la joven se le hizo la bocaagua al aspirar el dulce aroma que salía del local. Estuvo tentada a entrar yprobar alguna de las deliciosas tartas que se anunciaban en la pizarra, pero elviejo cartel de The Blue Owl llamó su atención.

Con paso vacilante se dirigió hacia la librería de los Bradley. Se detuvo

ante la familiar puerta azul oscuro, que tantas veces había atravesado durantesu adolescencia, y acarició con suavidad un arañazo en la madera mientras lainvadían los mejores recuerdos de su vida. Finalmente, tomó aire y empujó lapuerta. La campanilla de la entrada sonó al tiempo que Rebecca entraba en latienda. Reconoció de inmediato el inconfundible olor a papel, los estantesllenos de libros, el mostrador de madera clara y la mesa de las novedadesjunto a la ventana. Por un momento esperó encontrar el rostro afable del señorBradley, tropezar con los intensos ojos oscuros de Ethan o escuchar la vozcantarina de la señora Bradley, pero en su lugar recibió el saludo alegre deuna voz joven.

—¡Buenas tardes! ¿Puedo ayudarla en algo?

Era una chica de aspecto agradable con grandes gafas de pasta, querondaría los dieciocho o los diecinueve años. Se sentaba detrás del mostrador,en la misma silla que había ocupado Rebecca en otra época.

—No, gracias. Solo estaba echando un vistazo —respondió Rebecca,mirando a su alrededor sin disimulo. Quiso preguntar por los Bradley, pero notenía ningún derecho a hacerlo. No después de su comportamiento, así que selimitó a comprobar que, pese a todo, nada había cambiado en The Blue Owl.

—Eres Rebecca, ¿verdad? ¿Rebecca Miller? —La chica la miraba con unagran sonrisa, como si le divirtiera el hecho de que la recién llegada no fueracapaz de reconocerla—. Soy Susie Collins.

Rebecca tardó unos segundos en procesar la información y situar elnombre entre todos sus conocidos de Oak Hill, pero finalmente su memoriaconsiguió encontrarla.

—¿Susie? ¿La hija del profesor Collins? ¡Pero si pareces otra!

Susie se rio, moviendo la cabeza.

—No, solo he crecido.

El padre de Susie había sido uno de los profesores favoritos de Rebeccaen el instituto. Un hombre tranquilo, despistado y amable que conseguíainteresar en su asignatura al alumno más reticente. Viudo desde hacía unadécada, había criado solo a su hija, a la que Rebecca había visto confrecuencia, ya que vivía en la misma calle que su amigo Scott Williams.

—Así que ahora trabajas aquí…

—Sí, bueno, es un trabajo de verano hasta que vuelva a Princeton enseptiembre.

—Princeton, ¿eh? ¡Vaya! —Rebecca trató de no sentirse impresionada,pero reconoció que era difícil no mostrar cierta reverencia por alguien queestudiaba en una de las universidades de la Ivy League.

—Voy a empezar un curso de verano en la UNCC[1] y echo una mano aEthan en los ratos de mayor ajetreo.

Ethan. El nombre sonó como un portazo dentro de la cabeza de Rebecca.Ethan Bradley, con sus ojos oscuros y su aspecto de pirata español. Podíaverlo dibujando barcos en aquellos cuadernos que no enseñaba a nadie,siguiéndola con aquella mirada que quemaba cuando se cruzaban en lospasillos del instituto, observándola bailar a través del cristal en la AcademiaCarrington. Algunas noches aún podía sentir sus besos codiciosos, escuchar suvoz ronca y su desesperada súplica para que no lo dejara. Desechó aquellospensamientos que removían un pasado al que no quería volver.

—Ethan… —Hacía demasiado tiempo que no pronunciaba su nombre envoz alta y paladeó cada letra con nostalgia—. ¿E-está aquí? ¿En Oak Hill?

—Ha ido un momento a la trastienda, pero si esperas un par de minutos nocreo que tarde…

Una sensación incómoda se apoderó de Rebecca y supo que había sido unerror entrar en la librería, pero ya era tarde. El ruido de la puerta de latrastienda la dejó paralizada, luchando contra la necesidad de salir corriendo

al escuchar los pasos que se acercaban. Ethan Bradley, vestido con unacamiseta negra y unos vaqueros del mismo color, apareció con varios libros enla mano y el rostro bajo, absorto en una de las portadas. Levantó la mirada yse quedó paralizado, contemplando a la inesperada visita como si estuvieradespertando de un largo sueño. A su vez, Rebecca trató de encontrar al chicoque conoció en las facciones masculinas, pero no quedaba nada de él. Y no erapor la larga cicatriz de su rostro, que cruzaba su mejilla izquierda desde elrabillo del ojo hasta casi rozar la comisura de la boca; ni siquiera por el ojoapagado y sin vida, que parecía cubierto con un velo. Era la mirada brillantede rabia de su ojo sano, el ceño fruncido con severidad, el rictus amargo de suboca, la tensión evidente de su mandíbula. Era el desprecio con el que evitódirigirle la palabra cuando dejó los libros sobre el mostrador.

—Susie, coloca estos libros y luego echa el cierre —ordenó con voztajante.

Después se giró y, cojeando ligeramente, desapareció por la misma puertapor la que había entrado. Rebecca todavía tardó unos segundos en recuperar elhabla y la movilidad. Evitando la mirada de Susie, a medio camino entre lasorpresa y la lástima, Rebecca salió de la librería con paso vacilante. Una vezfuera cerró los ojos, ahogó un suspiro y enterró la imagen de Ethan en el fondode su mente. Hacía tres años que lo había visto por última vez, después delaccidente, y ninguno de los dos guardaba un recuerdo agradable de su últimoencuentro. Siguió andando por Willow Avenue, más afectada de lo que queríareconocer, hasta llegar a su verdadero destino: The Black Sheep Tavern, lacervecería de Smiley.

Rebecca apenas había estado tres o cuatro veces en el local dondetrabajaba Liliana. Ben «Smiley» Tucker, un tipo enorme que mediaba latreintena, alto y musculoso, de poblada barba rubia, media melena desgreñada,los brazos llenos de tatuajes y el gesto siempre serio, había aparecido en laciudad cinco años atrás con su aspecto inquietante y una vieja bolsa de

deportes llena de dinero. Pagó al contado el traspaso del viejo pub de WillowAvenue, que llevaba años cerrado, y también pagó del mismo modo las largasobras de reforma. Cuando The Black Sheep Tavern abrió sus puertas, losvecinos de Oak Hill pensaron que aquella cervecería era justo el tipo de localque necesitaba la ciudad: maderas oscuras, luces tenues, buena música (rockclásico, música folk, grupos indie) y un selecto catálogo de cervezasartesanales. Cuando un par de años después, Smiley contrató a Liliana parahacerse cargo de la cocina, la categoría del local subió aún más de nivel enopinión de los vecinos. La carta incluía platos típicos de cervecería (alitas depollo picantes, hamburguesas, nachos) y cocina tradicional sureña, como lascroquetas de maíz o los tomates verdes fritos con queso de cabra y albahaca.La sopa del día se elaboraba siempre con productos locales de temporada, elsándwich de pavo ahumado con queso cheddar era el favorito de los clientes yresultaba difícil elegir entre los tres o cuatro tipos de hamburguesas gourmetque a diario se anunciaban en las pizarras.

Rebecca, acostumbrada al clima de Seattle, agradeció dejar fuera lascálidas temperaturas. Entró en el local y enseguida vislumbró al dueño. Smileyservía cervezas con gesto concentrado, mientras un par de camareras conminifaldas vaqueras y camisetas blancas atendían las mesas.

—Rebecca, ¿verdad? —preguntó Smiley, sin levantar la vista del vaso queestaba limpiando—. Liliana te espera. Pasa dentro —indicó señalando con lacabeza las puertas dobles que comunicaban con la cocina.

En la cocina se desplegaba una actividad frenética. Liliana y sus ayudantestrabajaban sin descanso, preparando varios platos al mismo tiempo.

—Has llegado pronto, aún falta una hora para que acabe mi turno —señalósu amiga sin dejar de remover una salsa—. Siéntate ahí y no te muevas.

Rebecca ocupó el taburete alto que le había indicado su amiga ypermaneció callada, observando con fascinación el trabajo de los cocineros yel ir y venir de las camareras cantando las comandas, llevándose platos llenos

y trayéndolos vacíos. Al rato, Liliana puso delante de Rebecca unahamburguesa de aspecto delicioso.

—No tengo mucha hambre —protestó Rebecca con la boca pequeña,porque nada más decirlo su estómago empezó a protestar.

—Come, que estás en los huesos —ordenó Liliana con tono duro, mientrasvolvía a los fogones. Rebecca obedeció a su amiga. El intenso sabor de lahamburguesa, de carne de buey con foie y manzana, aturdió sus sentidos y,mientras comía, se olvidó de dónde estaba. No escuchaba la conversaciónentre los cocineros ni el ruido de los cacharros ni se enteraba del ir y venir delas camareras. Durante un rato olvidó todo: el desagradable almuerzo con supadre, su posterior encuentro con Ethan, sus propias inseguridades… Nadaimportaba en aquel momento, porque todo eran texturas, sabores y sensacionesque iban más allá de alimentar el cuerpo. Masticó despacio el último bocado,lamentando que se hubiera acabado la comida, pero con el estómagosatisfecho y el ánimo renovado.

—¿Has terminado? Pues nos vamos, que hoy recogen los chicos.

Liliana estaba de pie junto a su amiga, ya sin la chaquetilla blanca y conuna sonrisa nerviosa. Rebecca sintió curiosidad, pero no quiso hacer preguntasque su amiga aún no deseaba responder. Así que la siguió hasta su viejoDodge Caliber y se dejó llevar a través de las oscuras calles de Oak Hill. Lamiró sorprendida cuando tomaron el desvío de Haywood Road. Aquellapequeña carretera solo llevaba a un lugar: Oak Farm, la vieja granjaabandonada que en otros tiempos fue una importante plantación. A Rebecca nole gustaba aquel edificio; siempre le había dado miedo.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con inquietud. Oak Farm no habíacambiado demasiado desde su primera visita, pero tenía que reconocer queparecía menos siniestra de lo que recordaba. Era tan solo un viejo edificio enruinas que amenazaba con derrumbarse en cualquier momento, pero Lil lomiraba con embeleso, como si se tratara del rincón más precioso del mundo

—. No pienso entrar ahí.

—Vamos —indicó su amiga, saliendo del coche.

—No voy a entrar ahí —repitió Rebecca—. Ya lo hice una vez,¿recuerdas? Fue espantoso.

— No sé qué tiene, pero siempre me ha gustado. —Liliana hizo casoomiso a sus protestas, se apoyó en el coche y señaló el edificio con la barbilla—. Desde que tu hermano nos contaba aquellas historias de fantasmas… Deniña venía con frecuencia, ¿sabes? Cuando quería estar sola, venía aquí,miraba el edificio y lo imaginaba arreglado, con su preciosa fachada blanca ysus bonitas chimeneas de ladrillo. Soñaba que era mi hogar. Aquella —señalóuno de los ventanales del segundo piso, que daba acceso a la amplia terraza—sería mi habitación y esa otra la de mi madre. Las dos nos sentaríamos en elporche a tomar limonada y mirar las estrellas, y en las noches frías de inviernoencenderíamos la chimenea y asaríamos malvaviscos… Qué hogareño,¿verdad? Nada que ver con el parque de caravanas, por supuesto.

Rebecca guardó un respetuoso silencio durante un par de minutos. Por finentendía la obsesión de su amiga por aquel viejo edificio.

—Bueno, ¿y cuál es ese proyecto? ¿Vas a comprar Oak Farm y convertirlaen tu casa? —bromeó Rebecca, pero la suave sonrisa que cruzó el rostro de suamiga la dejó boquiabierta—. Era una broma, Lil. Dime que no vas a compraresta ruina; es inhabitable.

—Voy a comprar Oak Farm, pero no voy a vivir en ella. Voy a montar unnegocio.

Entonces, con gesto serio, Liliana le contó su proyecto de convertir OakFarm en un centro para la celebración de eventos: bodas, cumpleaños,celebraciones de empresa, aniversarios…

—He consultado a un arquitecto y la estructura del edificio es sólida. Seha derrumbado parte del tejado, pero tiene arreglo, y el resto no está tan mal

como parece. —Sacó de su bolso un USB y se lo entregó a Rebecca—. Aquíestá todo: la descripción del negocio, la inversión necesaria, el proyecto delarquitecto… Tengo bastante dinero ahorrado, pero necesito un préstamo,porque, además de comprar la granja, debo cubrir las obras, la puesta enmarcha del negocio, contratación de personal… Quiero ir al banco parasolicitar un préstamo y tengo cita con un par de posibles inversores, pero megustaría que antes echaras un vistazo al proyecto y me dijeras qué te parece.

Rebecca se había quedado paralizada, escuchando a su amiga. A primeravista, el plan le parecía una auténtica locura, pero el entusiasmo de Liliana leimpidió hacer ningún comentario negativo.

—¿Qué voy a decirte yo, Lil? Soy bailarina. No entiendo nada denegocios.

Su amiga se encogió de hombros.

—Me fío de tu criterio y, aparte de mi madre, no tengo demasiada gente dela que fiarme. Scott está desaparecido, David vive en una nube de amor yAlison es aún menos práctica que tú, así que tendrá que bastar tu opinión.

Rebecca cogió el USB y lo guardó en el bolso.

—Va a ser una gran inversión, debes estar segura…

—No te preocupes. He llegado a un buen acuerdo con la propietaria. Estádeseando deshacerse de todo esto y lo ha dejado en un precio irrisorio. Lamayor parte de los terrenos fueron vendidos hace mucho, pero aún mantiene laparcela con el edificio y el antiguo granero.

Rebecca conocía bien a Liliana y sabía que su amiga habría estudiadocada detalle cuidadosamente, así que decidió echar un vistazo al proyectoantes de dar una opinión. Cuando la dejó en casa, encendió el portátil yconectó el USB para echar un vistazo al archivo de Oak Farm. A primera vistael plan parecía sólido, pero en cuanto empezaron a aparecer las columnas denúmeros, Rebecca se sintió perdida. Siempre se le atragantaron las

matemáticas. Lo suyo eran el arte, la literatura y la música, así que, después detodo, no iba a servirle de nada a Liliana. Su amiga necesitaba alguien queentendiera de negocios. Le sobrevino una idea que no gustaría nada a Lil, perono tenía por qué enterarse. Antes de arrepentirse, llamó a su hermano y lecontó su conversación con Liliana. Al otro lado de la línea, Grant la escuchabaen silencio. Rebecca sabía que Lil jamás la perdonaría si se enteraba. Grant yella nunca se habían llevado bien, así que no habría aceptado su ayuda bajoninguna circunstancia.

—Mándame el proyecto por email. Le echaré un vistazo esta noche —aseguró su hermano con tono serio.

Rebecca dudó un instante.

—Grant, Liliana no puede enterarse de que te he llamado y te he dejadover su proyecto. Me mataría.

Su hermano permaneció callado durante unos segundos que parecieroneternos.

—No lo sabrá. Mándamelo ahora.

Rebecca lo envió de inmediato, no sin ciertos remordimientos, pero yaestaba hecho, así que se puso el pijama y se acostó. Aquella noche soñó conOak Farm, con los besos de un Ethan más joven y más sonriente, con la duramirada de su padre y con la puerta cerrada de The Blue Owl, que empujabahasta desollarse las manos sin conseguir abrirla. Se despertó agotada,preguntándose, una vez más, si había sido buena idea regresar a Oak Hill.

Durante los dos días siguientes se paseó por la mansión Miller, sintiéndoseenjaulada. Llamó a su madre para decirle que había regresado a Carolina delNorte, pero ella no pareció escucharla y solo quería hablar sobre el fabulosoverano que pasaría en Grecia con Travis Corbin, un poderoso productorcinematográfico con el que salía desde hacía dos años.

Empezó una desganada búsqueda de empleo hasta que por fin Grant llamó

para citarla en el club de campo. El club de Oak Hill era uno de los lugaresmás populares entre la gente de dinero. Allí podían jugar al golf y al tenis,montar a caballo o cenar en su exclusivo restaurante. Riendo para susadentros, recordó la expresión petrificada del antiguo director del club cuandoaños atrás se presentó a solicitar un empleo vestida con unos pantalonesrasgados y una camiseta negra que dejaba su hombro izquierdo al descubierto,además de sus piercings en nariz y orejas y su habitual maquillaje de aquellaépoca (delineador marcado, sombras oscuras y abundante rímel en laspestañas). Por supuesto, no la contrataron y al final consiguió un puesto deayudante en The Blue Owl.

La llegada de Grant permitió que Rebecca ahuyentara los recuerdos deaquel verano, que, sin quererlo, la llevaban a Ethan. Un Ethan amable yencantador, un Ethan de otra vida, antes de que ella llegara y lo vaciara porcompleto. No, no quería pensar en Ethan, así que se concentró en su hermano,mientras se acomodaban en una de las mejores mesas del club y pedían un parde cafés.

—Este sería el competidor más directo de Liliana —dijo su hermano,mirando alrededor—. El mejor restaurante de la ciudad y el lugar donde todoel mundo aspira a celebrar los grandes acontecimientos, aunque muchos nopueden permitírselo. ¿Crees que Oak Farm podría hacerle sombra?

Rebecca miró a su alrededor: se trataba de un local elegante y bienatendido, pero los muebles se habían quedado algo anticuados y no renovabala carta desde hacía una década, aunque, tenía que reconocerlo, su menúseguía siendo excelente.

—Creo que Oak Farm sería una buena alternativa.

—Yo también —afirmó Grant con una sonrisa satisfecha—. Y, por eso, tú yyo vamos a invertir en el negocio.

Rebecca miró boquiabierta a su hermano, incapaz de creer lo que acababa

de escuchar.

—¿Que tú y yo…? ¿Cómo…? ¿Te has vuelto loco? —preguntó al fin,cuando pudo dejar de balbucear incoherencias.

—Nadie le dará un préstamo a Liliana. No es más que una cocinera deveintitrés años, sin estudios superiores, con unos pocos ahorros y muchossueños que quiere comprar un edificio en ruinas y convertirlo en un negocio enel que no tiene experiencia. —Rebecca abrió la boca para protestar, peroGrant la ignoró—. No es lo que digo yo: es lo que verán los bancos. Necesitaun socio con dinero y cuyo nombre aporte seriedad al proyecto, y nosotrostenemos ambas cosas. Tú tienes el dinero de tía Edith, un apellido que abrepuertas y necesitas hacer algo con tu vida. No quieres bailar, no quierestrabajar con papá y no puedes pasarte la vida de dependienta, así que pareceuna buena opción para ti. Yo también tengo bastante dinero de los fondos deinversión, pero sobre todo tengo contactos. Para empezar, un amigo que dirigeuna sucursal bancaria y que nos daría un préstamo sin dudarlo si lepresentamos un proyecto sólido.

Aturdida, Rebecca dio un largo trago a su café. Por un lado, la idea deGrant parecía una locura, pero, por otra parte, tenía todo el sentido del mundo.A ella no le importaba el dinero de la tía Edith, lo había dejado dormir en elbanco durante años; podría darle un buen uso invirtiendo en el sueño de suamiga y sería una forma de obligarse a tomar las riendas de su vida.

—Yo no sé nada de llevar un negocio o de celebrar eventos. Yo solo sébailar y ni siquiera me gusta hacerlo en público —musitó.

Su hermano se levantó de su silla para sentarse junto a ella, le rodeó loshombros con un brazo y puso un dedo debajo de su barbilla para que alzara lacabeza y lo mirara a los ojos.

—Eres Rebecca Miller. Eres capaz de sostenerte sobre las puntas de tuspies. Estoy seguro de que puedes conseguir cualquier cosa que te propongas.

Rebecca tenía que reconocer que la confianza de su hermano resultaba delo más reconfortante, aunque no lograra ahuyentar del todo sus dudas.

—Liliana jamás te aceptará como socio, Grant. Nunca os habéis llevadobien… De hecho, ¿por qué quieres ayudarla? Lil ni siquiera te gusta.

Los ojos de Grant, del mismo azul grisáceo de Rebecca, seensombrecieron hasta adquirir el tono de un cielo de tormenta.

—Digamos que se lo debo, aunque ella jamás lo aceptaría —aseguró entono bajo—. Por eso, lo mejor será que yo te dé el dinero a ti y tú y yofirmemos un acuerdo aparte. Es un poco complicado, pero ya lo he habladocon mi abogado. Invertiré en el negocio, pero no seré socio, aunque tú tecomprometerás a darme la parte que me corresponde de los beneficios querecibas. Donovan te lo explicará mejor cuando vayamos a firmar los papeles,pero lo bueno de todo esto es que tendréis el dinero y tú pondrás el apellidoMiller como garantía para el banco. Liliana no lo sabrá nunca.

—Si alguna vez se entera…

—No lo sabrá —la interrumpió, tajante—. He estudiado a fondo elproyecto y era un poco flojo, así que he retocado el plan de negocio y heañadido un estudio de mercado. Lo he mandado a tu correo para que veas loscambios con Liliana.

—¿Y qué le digo? Lil jamás se creerá que yo he sido capaz de hacer algoasí. Sabe perfectamente que no entiendo nada de negocios.

—Pues le dices que lo has consultado con un amigo de Seattle que es unexperto o cualquier cosa que se te ocurra —contestó impaciente—. No creoque le importe mientras mi nombre no aparezca por ningún lado.

Rebecca no tenía reparo alguno en mentir a su amiga, en especial si era ensu beneficio, pero no estaba tan segura de que la descabellada idea de suhermano tuviera futuro. Se despidió de Grant, asegurando que pensaría en ello,aunque en el fondo sabía que iba a aceptar.

Tres días después quedó con Liliana y le propuso que se asociaran. Jamásolvidaría el chillido ilusionado y el apretado abrazo de su amiga.

Capítulo 3

Rebecca tenía seis años la primera vez que vio Oak Farm, el viejoedificio abandonado de las afueras sobre el que había oído historiasespeluznantes. Su hermano Grant disfrutaba contando relatos de fantasmas yhorribles homicidios que, según se rumoreaba, habían tenido lugar tiempoatrás. Más de una vez la madre de Liliana había sorprendido a los niños en unahabitación a oscuras, escuchando las historias de miedo que Grant contaba convoz profunda y tono pausado. Tyler Hamilton, el mejor amigo de su hermano,lo escuchaba con los ojos entrecerrados, y Liliana, fascinada, no se perdía unapalabra de aquellos cuentos que aterrorizaban a Rebecca. Tenía que admitirque su hermano era un excelente narrador y conseguía crear un ambienteangustioso, en el que la tensión iba en aumento hasta que un giro dramático einesperado hacía que su audiencia chillara de miedo.

Una tarde de verano los niños holgazaneaban en el jardín, aburridos. Granty Tyler habían estado un rato jugando al béisbol, mientras las niñasorganizaban un té para sus muñecas. Aquel día también los acompañabaDavid, el hermano pequeño de Tyler, un niño inteligente, solitario y callado,que iba a clase con Rebecca y Liliana. Elena había preparado limonada y unasgalletas espolvoreadas de azúcar y los cinco se habían sentado sobre la hierbapara disfrutar del improvisado pícnic. Rebecca se tumbó y se quedó mediodormida, escuchando a Tyler y a David comentar algo sobre sus nuevosvecinos, un matrimonio con una niña que se habían instalado en la casa de losCarter. Había algo distinto en sus voces, un tono más contenido en Tyler y uninsólito entusiasmo en David, pero no les prestó atención.

—Yo también voy.

El tono decidido de Liliana interrumpió su breve siesta y con ojossomnolientos observó a su amiga, de pie, con la barbilla levantada, mirandodesafiante a los chicos. Grant y Lil parecían retarse con la mirada. Enrealidad, exceptuando las sesiones de historias tenebrosas, su hermano y sumejor amiga no se llevaban demasiado bien. Liliana consideraba que él era unengreído y Grant pensaba que ella era una entrometida.

—No, no vienes. Eres demasiado pequeña y ni siquiera tienes bicicleta.Solo nos estorbarías.

Lil entrecerró los ojos y apretó los labios hasta convertirlos en una finalínea. Odiaba que la gente le recordara la pobreza en la que vivían. No seavergonzaba y agradecía que jamás le faltara un plato sobre la mesa, pero nollevaba bien que le recordaran aquellas cosas que no podía tener, como unabicicleta. Con un suspiro, Rebecca se puso en pie algo tambaleante, dispuestaa apoyar a su amiga en lo que hiciera falta.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Los chicos habían decidido ir a Oak Farm para echar un vistazo al viejoedificio. Era una costumbre arraigada entre los niños del pueblo, que ponían aprueba su valor colándose en la granja abandonada, y Lil se había empeñadoen acompañarlos. Por supuesto, Grant se negaba, pero Liliana tampoco daríasu brazo a torcer y, conociendo a su amiga, Rebecca supo que las dosacabarían por sumarse a los chicos en aquella aventura. En efecto, un ratodespués Grant, Tyler, David y Rebecca pedaleaban camino a Oak Farm. Grant,que tenía la mejor bici, llevaba a Liliana sentada en la parte delantera delsillín y con las piernas alzadas sobre el manillar. Al llegar a Haywood Road,Rebecca quiso darse la vuelta y regresar a casa, pero siguió pedaleando hastaque llegaron al camino de entrada de la granja. El muro de piedra hacía tiempoque se había derrumbado y entre los robles centenarios surgió el espeluznanteedificio, que parecía el escenario de una película de terror. Se encontraba en

un estado de total abandono, con puertas y ventanas desvencijadas, el tejado amedio derrumbar y el terreno descuidado, prácticamente convertido en unaselva. Dejaron las bicicletas bajo uno de los robles y los cinco niñosavanzaron en un silencio reverencial hasta llegar al pie de las escaleras quedaban acceso al porche, prácticamente oculto bajo la salvaje vegetación. Lomismo sucedía con la amplia terraza del segundo piso, que quedaba escondidatras las gruesas enredaderas que habían colonizado el exterior del edificio. Elrevestimiento de la fachada, que en su origen debía de haber sido blanco,presentaba un tono grisáceo y la segunda chimenea había desaparecido. Tansolo unos pocos ladrillos atestiguaban que una vez hubo allí una salida dehumos. Grant, Tyler y Liliana avanzaban con cautela, pero seguros, los tres conlos ojos brillantes de la emoción.

—Yo no entro —aseguró David, dándose la vuelta y dirigiéndose al robledonde habían dejado las bicicletas. Se sentó sobre una piedra, se colocó bienlas gafas e hizo caso omiso al comentario sarcástico de Grant. Rebeccasuspiró aliviada y comunicó a los demás que ella tampoco les acompañaría.Se sentó junto a David y ambos observaron como los otros tres niñosempujaban la destartalada puerta y se adentraban en el interior del edificio.Durante largo rato David y Rebecca permanecieron en un cómodo silencio,escuchando el canto de los pájaros y contemplando el desolador entorno. Eraextraño. David tenía su edad e iba a la misma clase de Rebecca y Liliana, peronunca habían intercambiado una palabra. Se trataba de un chico solitario,inteligente (con una inteligencia que brillaba sobre el resto de la clase) y pococomunicativo, al que no le gustaban los juegos físicos y que en el patio solíasentarse en un rincón con su almuerzo y un libro o un cómic. Era todo locontrario a Tyler, encantador y sociable, al que le se le daban bien losdeportes y que se había convertido en uno de los chicos más populares delcolegio.

Cuando empezó a oscurecer, Rebecca se asustó. Llevaban demasiadotiempo dentro, ¿y si les había pasado algo? Compartió sus temores con David,

que también miraba indeciso hacia la vieja granja.

—Tenemos que entrar. Pueden estar heridos o… algo peor —afirmó ellacon decisión.

Las maderas del porche crujieron amenazantes bajo sus pies y la puertaemitió un sonido agudo que no invitaba a seguir adelante. Dentro todo estabademasiado oscuro, así que a Rebecca le costó distinguir algo. Telarañas,polvo, paredes caídas, viejos muebles volcados y cosas misteriosas que sedeslizaban por el suelo la mantenían en permanente estado de alerta. David lacogió de la mano y se la apretó con suavidad. No parecía demasiado asustado,pero tampoco estaba tranquilo. Los dos niños avanzaron con cuidado,llamando a los otros tres en susurros, sin atreverse a alzar la voz, como sitemieran despertar a los fantasmas ocultos de la granja.

—Aquí abajo no están —aseguró David, mientras la arrastraba hacia lasescaleras. Rebecca respiró profundamente. No quería subir al piso de arriba.El tejado podía terminar de derrumbarse, la escalera ceder, entre las sombraspodía acechar algún animal peligroso y en el ambiente flotaba algo oscuro ymisterioso. Pero las dos personas más importantes de su corta vida podíanestar en peligro. Su hermano y su mejor amiga se hallaban en algún rincón deaquel edificio, tal vez heridos, tal vez en peligro. Contuvo la respiración yempezó a subir las escaleras, muy pegada a David. Un aullido atronador rasgóel aire. Rebecca chilló y David se detuvo, pálido, pero manteniendo lacompostura.

—No tiene ninguna gracia, Grant —afirmó el niño en voz alta. Rebecca lomiró sorprendida, pero las risas de su hermano y sus dos acompañantesllegaron con claridad y los vio asomarse desde lo alto de la escalera.

—Os habéis tomado vuestro tiempo, ¿eh? Como para que nos hubierapasado algo —se burló Grant. Furiosa, Rebecca abandonó la vieja granja,seguida por Liliana, que se disculpaba entre risas.

Diecisiete años después de aquella espeluznante tarde, Rebecca seencontraba en Oak Farm, estudiando la vieja granja con ojo crítico. A la luzdel día no daba ningún miedo, aunque tampoco inspiraba demasiada confianza.¿Cómo iban a conseguir convertir aquella ruina en un local adecuado para elnegocio? Se había llevado la propuesta inicial del arquitecto para estudiarlasobre el terreno. Recorrió el jardín, admirando los robles centenarios queconferían un aspecto imponente a la parcela. Después, superando todas susaprensiones pasadas, se atrevió a entrar en el edificio. El interior seencontraba en un estado lamentable, pero ya no era una niña asustadacolándose en una casa abandonada, sino una adulta con un proyecto y lo quevio allí la dejó satisfecha. Su mente reconstruyó paredes y techos, arreglósuelos y chimeneas, colocó muebles nuevos en los lugares adecuados y supoque podrían hacerlo. Convertirían aquel lugar en un sitio único e increíble.Necesitarían mucho trabajo y mucho dinero, pero iban a conseguirlo.

Cuando se dirigía de vuelta al coche, recibió un mensaje de su hermano enel que le indicaba que su amigo las vería en el banco al día siguiente parahablar del préstamo, y que un par de días después ella debería pasarse por eldespacho de su abogado para firmar los papeles de su acuerdo. Se apresuró allamar a Liliana para contarle que tenían cita en el banco, omitiendo el nombrede Grant.

—¿Ya? ¡Qué rapidez! —exclamó Liliana satisfecha—. ¿Vamos en tu cochea Charlotte? El mío está en el taller… ¡Ah! Y ponte ropa decente, por favor.

—¿Perdona? —preguntó Rebecca ofendida, mirando su falda vaquera conbotones en línea, su camiseta oversize y sus Converse blancas —. ¿Se puedesaber qué le pasa a mi ropa?

Se oyó un bufido (o una risa, Rebecca no estaba segura) al otro lado de lalínea.

—Me alegra mucho que desecharas el armario de los horrores —afirmóLil en clara referencia a su adolescencia, cuando siempre llevaba ropa de

color negro—, pero todavía te vistes como una adolescente. Hazme el favor deentrar en el vestidor de tu cuarto, coger alguna de las increíbles prendas defirma que te compró tu madre cuando te fuiste a la universidad y vestirte comouna adulta. Necesitamos ese préstamo y no nos lo darán si pareces pocoprofesional… De todas formas, a partir de ahora tendrás que tratar conclientes y no puedes ir con vaqueros y camiseta a todas partes, así que…

—No pienso ponerme la ropa que compró mi madre —protestó, asabiendas de que tenía aquella batalla perdida de antemano.

—Vamos, tu madre es una arpía, pero tiene buen gusto. Aprovéchalo.

Rebecca sabía que su amiga estaba en lo cierto, así que regresó a casa,abrió el vestidor que comunicaba con su dormitorio y estudió la ropa. Cuandose fue a la universidad y empezó a dejar atrás su estilo oscuro, su madre lellenó el armario de prendas de firma que jamás llegó a ponerse. En realidad,Terri Miller (odiaba reconocerlo) tenía un gusto impecable y había escogidopara Rebecca prendas juveniles y con mucho estilo. Estudió el contenido de suarmario y comprendió que, a pesar de la distancia que había entre ambas, sumadre la conocía mejor de lo que pensaba; incluso había comprado algúnvaquero rasgado y camisetas negras que eran un claro guiño a su antigua formade vestir, aunque con firma de diseñador de élite, buenos acabados y telas dela mejor calidad. Desechó las prendas más atrevidas para la reunión en elbanco y optó por un estilo más convencional: pantalones negros de pinzas,ajustados y tobilleros, camisa de algodón a rayas negras y blancas con mangafrancesa y zapato formal de corte masculino. Liliana no podría quejarse de suaspecto.

En efecto, su amiga asintió con aprobación cuando al día siguiente fue arecogerla. Lil también se había vestido con estilo formal y, aunque su ropa noera de firma, resultaba espectacular con una falda de lápiz gris y un elegantetop blanco sin mangas. Realizaron el trayecto a Charlotte en silencio; ambasestaban más nerviosas de lo que querían reconocer. Por suerte, el amigo de

Grant, Jack Bigby, resultó ser un tipo llano y agradable que poco tenía que vercon los habituales amigos de su hermano. Jack rondaba los treinta años y yaempezaba a mostrar signos de calva incipiente, lucía anillo de casado y nopareció impresionado por el atractivo de las dos jóvenes que entraron en sudespacho. Escuchó con interés su proyecto y realizó preguntas inteligentes, altiempo que tomaba notas y consultaba los papeles que le habían llevado lasfuturas socias. En ningún momento mencionó a Grant, seguramente aleccionadopor su hermano, y una hora después las despidió, asegurándoles que tendríanuna respuesta al final de la semana.

—Si no fuera tan temprano, te diría que necesito una copa —afirmóLiliana cuando se encontraron de nuevo en la calle. Rebecca rio.

—¿A quién le importa la hora? Vamos, conozco un sitio donde podemostomar algo.

El Thirsty South era un local oscuro, escondido en un callejón de malamuerte, donde se codeaban moteros, universitarios y ejecutivos y a nadieparecía importarle lo que hacía el de al lado: unos comían, otros bebían,algunos jugaban al billar y otros, simplemente, parecían matar el rato en lasmesas del fondo, aunque seguramente no estaban haciendo nada bueno. Dosenormes tipos con tatuajes atendían la barra junto a la propietaria, una stripperretirada de voz cavernosa, pelo corto y rizado, pronunciado escote y marcadasseñales de la edad en el rostro. Grant la había llevado allí una única vez, perono había olvidado el camino. Liliana la miró precavida.

—¿Qué sitio es este? —susurró—. Creo que no me gusta.

Rebecca no le hizo caso, se acodó en la barra y pidió dos martinis a unode los enormes tipos tatuados.

—¿Puedo saber qué tipo de bar abre a las doce del mediodía? —volvió apreguntar Liliana en tono bajo mientras el camarero se alejaba para buscar unpar de copas.

—El tipo de bar que necesitamos —respondió Rebecca, divertida con laincomodidad de su amiga. El camarero les sirvió las bebidas y Rebeccalevantó la suya. Lil respondió al brindis con cierta reticencia, pero cerró losojos con delicia al probar su copa.

—Me siento terriblemente decadente —aseguró con una sonrisa nerviosa,impropia de la Liliana segura de sí misma que había conocido siempre—.¿Crees que nos concederán el préstamo?

—Claro que sí —afirmó Rebecca con rotundidad.

Bebieron en silencio sus copas y, al terminar, Lil, que había recuperado suaplomo habitual, pidió una segunda ronda.

—Oye, que no quiero emborracharme —protestó Rebecca, que conocía desobra el aguante de Liliana al alcohol y su poca resistencia a este, pero sebebió la segunda copa y, al salir del bar, confesó que no podía conducir devuelta a casa.

—No había pensado en eso —reconoció Liliana. Ninguna de las dos podíaponerse al volante tras las copas—. Tendremos que volver en autobús ymañana, cuando recoja mi coche del taller, te traigo a por el tuyo.

Rebecca no tenía ganas de volver en autobús, así que, haciendo casoomiso a las protestas de su amiga, llamó a la única persona que podíaayudarlas. Grant apareció veinte minutos después, con cara de enfado y tonocortante, para llevar a las chicas de vuelta a Oak Hill.

—Sois un par de inconscientes. ¿Y vosotras pretendéis montar un negocioserio? Borrachas a la una de la tarde. ¡Es increíble! —farfulló por lo bajo,mientras las chicas se abrochaban los cinturones.

—No seas gruñón, hermanito —le recriminó—. Celebrabas las fiestas mássalvajes de Oak Hill, pero te has convertido en un adulto muy aburrido.

—Y no estamos borrachas —aseguró Lil desde el asiento trasero, antes de

caer en un hosco silencio del que no se libró hasta que llegaron a Oak Hill.

El apartamento de Liliana se encontraba en el edificio Creekridge, cuyaconstrucción había finalizado un par de años atrás. Se encontraba en lasinmediaciones del instituto público en el que estudiaron la secundaria, ytambién cerca de Weston Park. La zona albergaba varios edificios del mismoestilo, una tienda de ultramarinos, un café, una pizzería, la tienda de vestidosde novia Lily Rose, un centro de yoga, una escuela infantil, una clínicaveterinaria y un bar de cócteles. Parecía un buen barrio, lleno de vida ymovimiento. Rebecca se alegró de que Lil hubiera cumplido su sueño de dejaratrás el parque de caravanas.

—Es un barrio genial. Me recuerda un poco a mi vecindario en Seattle —suspiró con nostalgia—. Ahora parece que me he trasladado a una prisión.

—Solo tú eres capaz de llamar prisión a una mansión de tres pisos convistas al lago, piscina y un enorme jardín, y preferir un pequeño apartamentode dos habitaciones en el centro—gruñó su amiga, mientras abría la puerta delcoche—. Aparca el coche, Grant. Os invito a comer algo antes de que lleves atu hermana de vuelta a su jaula de oro.

Si Grant tenía alguna protesta, se la guardó para sí mismo. Aparcó elcoche y siguió a las chicas al interior del edificio. El apartamento de Lil seencontraba en la cuarta planta y resultó pequeño, pero luminoso y acogedor,con amplios ventanales, suelos de madera oscura, muebles claros y cojines ycortinas de alegres colores. Lil dejó a los hermanos Miller curioseando elsalón, mientras se cambiaba de ropa. Rebecca, que había conocido lacaravana en la que vivieron las Peña durante muchos años, comprendió que suamiga había volcado en la decoración de aquel apartamento sus ansias dedisponer de un verdadero hogar. El ambiente respiraba calidez: el cuadro delas mariposas, las velas de aromas, las plantas de interior, el tapiz del pasillo,los libros de autoras latinoamericanas, las fotografías… Por todas parteshabía fotos de Lil y su madre, pero también de ella y del resto del grupo (Ali,

David, Scott), e incluso una de Liliana con los hermanos Muñoz. Grant se paróante aquella última imagen y se quedó mirándola con fijeza durante un ratohasta que escucharon los pasos de la dueña del apartamento. Liliana, que sehabía cambiado de ropa, apareció con un ligero vestido de verano, descalza ycon el pelo recogido en una tirante coleta. Grant la siguió hasta la isla queseparaba la cocina del salón, se quitó la chaqueta, que dejó colgada en elrespaldo de una silla, y se sentó en un taburete alto, mientras Rebecca seofrecía a ayudar a su amiga.

—¿Tú? ¿En mi cocina? Ni hablar. Siéntate con tu hermano. Es tarde paraun almuerzo y pronto para una cena, así que prepararé algo rápido.

Ver a Lil manejarse en la cocina era mágico, incluso elaborando la recetamás sencilla. Se movía rápida, precisa, segura de sí misma y, al mismotiempo, delicada. Troceó pollo y algunas verduras, que cocinó en una sartén;pintó con mantequilla varias tortillas de maíz, que después calentó en otrasartén, y ralló queso; al cabo de un rato los tres comían deliciosos tacos depollo y verduras con queso cheddar. Grant no había pronunciado una solapalabra desde que entraron en el apartamento y su expresión se había vueltoimpenetrable, pero se comió cuatro tacos sin pestañear, mientras las doschicas hablaban de Oak Farm.

—Tenemos que irnos. —Grant interrumpió la apacible charla de lasjóvenes, se puso en pie y cogió su chaqueta—. Vamos, hermanita, te llevo acasa. Hoy me quedaré a dormir y mañana a primera hora te llevo de vuelta aCharlotte para que recojas tu coche.

Rebecca hizo un mohín caprichoso, copiando, de forma inconsciente, ungesto de su madre.

—No quiero ir allí; odio esa casa. ¿No podemos quedarnos un rato más?Es tan grande y está tan vacía…

Lil se quedó mirando a su amiga. Parecía darle vueltas a una idea y, de

pronto, una sonrisa luminosa cruzó su rostro.

—¡Vente a vivir conmigo! Tengo un dormitorio libre. Está amueblado paracuando me visita mi madre, pero puedes ponerlo a tu gusto y, cuando vengaella, ya nos arreglaremos.

Rebecca abrió la boca, soltó un chillido y empezó a saltar y a abrazar a suamiga. Vivir con Liliana en aquel bonito y céntrico apartamento le parecía lamejor idea del mundo.

—¿Vais a trabajar juntas y a vivir juntas? —El tono incrédulo de Granttuvo la capacidad de enfriar el ambiente—. Acabaréis matándoos la una a laotra.

—¡Ni hablar!

—¡No tienes ni idea!

Las respuestas airadas de las dos amigas sonaron al tiempo y, después,ignoraron a Grant para planear el traslado de Rebecca.

A finales de semana Rebecca ya tenía empaquetadas sus cosas, tras unacuidadosa selección de sus pertenencias. El señor Clarkson la ayudó a cargarel coche y la joven echó un último vistazo a la imponente fachada de lamansión Miller. Tenía un puñado de buenos recuerdos de la casa, no podíanegarlo, pero sus habitaciones acumulaban demasiados años de soledad yabandono. Ella, al igual que Lil, quería un hogar cálido, una casa a la que leapeteciera volver, un refugio. La mansión Miller nunca fue aquel lugar, así quese despidió de la casa sin pena alguna. Cuando se marchó a la universidad, seprometió a sí misma que no regresaría. No había cumplido su palabra, peroesta vez sería diferente. Jamás volvería a vivir allí, pensó mientras conducíahacia el edificio Creekridge.

Liliana tenía turno en Joe’s, pero la tarde anterior le había entregado unjuego de llaves, así que Rebecca empezó a descargar maletas y cajas paratrasladarlas al cuarto piso. Por fin, cargó con la última caja, la más pesada de

todas, que el señor Clarkson había colocado al fondo del maletero. Se sentíaagotada y sudorosa. En cuanto terminara de sacar sus cosas, se daría una largaducha y saquearía la nevera de su amiga. Luego bajaría a comprar a la tiendade ultramarinos y se daría una vuelta por el barrio, planeó mientras salía delascensor y se dirigía a la puerta de su apartamento. En ese instante se abrió lapuerta de enfrente y Rebecca se giró para saludar a su nuevo vecino con unaamplia sonrisa. Reconoció de inmediato la oscura figura de Ethan Bradley, quela miraba paralizado con las llaves en la mano izquierda. Ella también sequedó aturdida.

—¿Vives aquí? —preguntó al fin, pero no reconoció su propia voz, másronca de lo habitual. Notaba el paladar seco y le costaba trabajo tragar saliva.Ethan asintió con un ademán brusco de cabeza y, con el movimiento, unmechón de cabello oscuro cayó sobre su frente, cubriéndole el ojo bueno, loque le dio un aspecto más siniestro.

—Te mudas con Liliana. —No era una pregunta, sino una afirmación, peroRebecca no llegó a confirmarlo. La caja pesaba demasiado y se le resbalaba,así que la dejó caer con cierta brusquedad y algunas de sus cosas sedesparramaron por el suelo. Se apresuró a recogerlas, aprovechando ladistracción para recuperar la serenidad. ¿Ethan Bradley vivía allí? Lilianadebería haberla avisado, pensó enfadada. Por el rabillo del ojo lo vioagacharse y coger algo. Se trataba de la fotografía del baile de graduación quetenía sobre su mesilla. Ethan se quedó mirando la instantánea durante unossegundos que parecieron eternos. ¿Se acordaba él de aquella noche igual quelo hacía ella? A menudo soñaba con aquella noche. En realidad, los momentoscon Ethan aparecían en sus sueños con más frecuencia de lo que estabadispuesta a reconocer. Miró a aquel hombre que ya no tenía nada que ver conel chico del que se había enamorado y quiso decirle muchas cosas. Queríadecirle que aún le echaba de menos, que pensaba a menudo en él, que lededicaba la mayoría de sus bailes; quería disculparse por haberlo hecho todotan mal, por haber tardado tanto tiempo en darse cuenta de que lo quería, por

haberlo echado de su vida, por haber vuelto demasiado tarde. Pero no dijonada. Se quedó ahí callada, mirando aquellas manos fuertes que sostenían lafotografía enmarcada, y él tampoco habló. Le devolvió la foto sin mirarla a lacara, cerró la puerta de su apartamento y, arrastrando su leve cojera, entró enel ascensor. Estaba claro que Ethan Bradley no iba a darle ni la hora.

Capítulo 4

Ethan Bradley fue consciente por primera vez de la existencia de RebeccaMiller durante una actuación escolar. Hasta entonces Rebecca había formadoparte de la masa de niñas que correteaba por Oak Hill, y lo único que llamabala atención de ella era su apellido, pero a un chico de nueve años no leinteresaban los apellidos, ni siquiera el de una de las familias más poderosasde la ciudad. No, a Ethan Bradley le interesaban otras cosas, cosasimportantes como jugar en el equipo escolar de hockey, entregar a tiempo laredacción para la clase de la profesora Knox, que los Hornets ganaran elpróximo partido, si el abuelo Fred lo llevaría a navegar aquel verano o si sumadre se enfadaría cuando descubriera que se había quedado jugando conTommy Markey, su mejor amigo, en vez de ordenar su habitación, tal comohabía prometido hacer. Por suerte, Yvonne Bradley (de soltera, Cotler) estabademasiado ocupada aquellos días. The Blue Owl, la acogedora librería enWillow Avenue que regentaban los padres de Ethan, no estaba pasando por susmejores momentos desde que un tal Jones abrió una segunda librería en plenaMain Street, entre el Express Mart y la tienda de artículos de deporte.Cualquiera diría que en Oak Hill había espacio suficiente para dos librerías (eincluso para tres), pero los precios escandalosamente bajos de Jonesempezaron a llevarse a la clientela de The Blue Owl y durante los últimosmeses los Bradley, habitualmente progenitores dedicados y afectuosos, habíanconcentrado todas sus energías en que el negocio familiar no se desplomara,llevándolos a la ruina.

Ajeno a los problemas de sus padres, Ethan soñaba con las vacaciones abordo del Octopus, el barco del abuelo Fred. A Ethan le encantaba el verano y

todo lo que suponía: largos días de sol, lecturas perezosas en el jardín bajo lasombra del manzano, partidas de ajedrez con su padre al anochecer, subir enbicicleta al embarcadero del lago Murray para ver las lanchas y pequeñosveleros que alquilaban los veraneantes, bañarse en la piscina de los Markeycon Tommy y sus hermanos… Y, lo mejor de todo, las tres semanas que pasabacon su abuelo en la costa, navegando, pescando y escuchando las insólitasanécdotas que el abuelo Fred contaba sobre su juventud. Ponían antiguosdiscos de jazz en el tocadiscos del abuelo, veían viejas películas del Oeste yde James Bond y comían pan de jengibre, estofado de carne, pescado a laparrilla, ensalada de repollo y sopa de lata.

Faltaban ya pocas semanas para que Ethan pudiera disfrutar de susvacaciones en el mar. El abuelo le había prometido que aquel año podríahacer un curso de vela ligera en la escuela de navegación de Wrightsville, lapequeña localidad de la costa en la que vivía Fred Cotler desde que se jubiló,y durante todo el año Ethan había llenado un cuaderno con fotos y dibujos develeros. Esperaba ansioso las vacaciones, pero antes disfrutaría del festivalescolar que marcaba el final de curso en Oak Hill. Se trataba de un granfestival público que reunía a todos los centros educativos de la ciudad y quedurante tres días ofrecía un completo programa de partidos amistosos,exposiciones de los mejores trabajos escolares del año, actuaciones de músicay teatro, juegos, concursos, degustaciones, atracciones y un mercadillo confines solidarios, todo ello organizado por la comunidad escolar.

Ethan participó activamente en el festival. Jugó (y ganó) el partidoamistoso contra el equipo de hockey del colegio católico, llegó a lassemifinales en el torneo de ajedrez y actuó en la obra de teatro de su clase.Liberado ya de sus obligaciones, el último día del festival recorrió conTommy las calles decoradas con alegres banderines de colores. Niñosdisfrazados correteaban de un lado para otro, las profesoras del jardín deinfancia pintaban las caras de los pequeños, un grupo de adolescentes ofrecíauna exhibición de sus habilidades sobre el monopatín y algunas madres,

vestidas con cómodos pantalones y camisetas de algodón, repartían galletas.Ethan y Tommy habían estado en la cafetería del colegio para observar,satisfechos y orgullosos, su lámpara de lava, incluida en la exhibición deproyectos de ciencias, y después se habían pasado un rato por el puesto dehamburguesas y perritos calientes.

—¿Dónde vamos ahora? —preguntó Tommy, indeciso, mientras se comíasu cuarto perrito. Se había manchado de kétchup la punta de su prominentenariz, característica que compartían todos los hermanos Markey, y se limpiócon la mano, que luego restregó sin miramientos sobre los pantalones.

Ethan se encogió de hombros. No quería perderse el concurso de tartas,pero aún faltaba más de una hora para que comenzara.

—Hay un torneo de baloncesto en las canchas del río. Podríamosacercarnos un rato —propuso Ethan, pero Tommy no lo escuchaba. Toda suatención estaba concentrada en Jenna Quinn, su amor platónico desde que teníamemoria. Por desgracia para su mejor amigo, la chica era tres años mayor queellos y ni siquiera había reparado en la existencia de Thomas Markey, el chicomás descuidado, leal e impaciente de cuarto grado, con sus pequeños ojosmarrones, su enorme nariz y su barbilla ligeramente hundida. El mejorcorredor de la clase, capaz de comerse de una sentada una docena de galletascon pasas recién horneadas y que poseía todos los cómics publicados hasta elmomento de la colección Tiny Titans.

—Vamos donde vayan ellas —afirmó el chico señalando a Jenna y susamigas, que se dirigían con paso decidido hacia Main Street. Por experiencia,Ethan sabía que sería inútil discutir con su amigo, así que le siguió, no sinantes hacerle prometer que llegarían a tiempo al concurso de tartas. La señoraBurnett iba a hacer tarta de limón y por nada del mundo querría perdérselo.

Ethan era incapaz de entender la fascinación de su amigo por Jenna. No eramás que una chica tonta de pelo amarillo que se reía demasiado, pero Tommyla miraba embobado, como si su risa fuera el sonido más bello de la tierra.

Mientras las seguían, Ethan resopló por lo bajo. Las chicas eran de lo másaburrido. A la mayoría no les gustaba el hockey, hablaban de tonterías y teníanesa ridícula fijación por el color rosa y la purpurina. Había excepciones,claro. Nicole Davies jugaba al hockey tan bien como cualquier chico delequipo y Valerie Jameson, que no se había puesto un vestido rosa en su vida,podía hablar de cosas inteligentes e interesantes, pero para Ethan Bradley lamayoría de las chicas de Oak Hill carecían de interés. ¿Por qué cualquierchico con dos dedos de frente iba a gastar un minuto de su valioso tiempo enellas? Resultaba muy frustrante que su mejor amigo estuviera ridículamenteobsesionado con una de esas extrañas criaturas.

Jenna y sus amigas entraron en el Teatro Mary Carsons sin dejar de hablary soltar risitas agudas. Tommy, que las siguió como un autómata, logró sentarsedos filas detrás de las chicas, de forma que podía admirar el perfil de Jenna.El teatro estaba lleno de padres y alumnos.

—¿Sabes qué van a hacer? —preguntó Ethan tratando de escudriñar algúncartel.

—Shhh, calla, que no puedo oírlas.

Ethan quiso señalar a su mejor amigo que resultaría imposible escucharalgo con el estruendo de voces que reinaba en el patio de butacas, pero comoTommy no parecía prestarle atención, optó por hundirse en el asiento yesperar.

—Nos iremos con tiempo para llegar al concurso de tartas, ¿verdad? —insistió al cabo de un rato para asegurarse de que su compañero no seolvidaba.

—Que sí, pesado, que iremos. Ahora cállate, que estoy intentandoescucharla. Creo que ha dicho algo de su hermana. Me parece que ha venido averla actuar.

Teniendo en cuenta que las Quinn eran cuatro o cinco hermanas de distintas

edades, aquella información no aportaba demasiado, pero Ethan se abstuvo dehacer comentario alguno. Las luces se apagaron, el público guardó silencio,interrumpido por toses, el llanto de un bebé y el parloteo de algún niño al quesu padre trataba de hacer callar. El telón se descorrió con lentitud y un foco deluz iluminó a una mujer de edad imprecisa, vestida completamente de negrocon unos anchos pantalones y una amplia camiseta de tirantes. Su abundantecabellera pelirroja destacaba con la fuerza de un incendio en medio de laoscuridad.

—Queridas familias, bienvenidos a la actuación de la escuela de danzaCarrington. Para los que no me conocéis, soy Bella Carrington, directora de laescuela, y un año más me enorgullezco de presentar este importante evento. —El grandilocuente discurso de Bella Carrington se alargó durante un buen rato,mientras hablaba del excelente trabajo realizado por los alumnos y laimplicación del profesorado, antes de dar paso a las actuaciones de losjóvenes bailarines. Ethan protestó mentalmente. ¡Baile! ¡Tommy lo habíaarrastrado hasta una actuación de baile! ¿Podía haber algo más aburrido?

Pequeños grupos de bailarines empezaron a desfilar sobre el escenario,mostrando lo aprendido durante el curso. Chiquitines del jardín de infancia,disfrazados de margaritas y mariposas, se movieron sin ton ni son por elescenario, otros grupos animaron el ambiente bailando conocidas cancionespop, hip hop y funky y un grupo de chicas mayores ofrecieron un espectáculode músicas del mundo, danzando al son de ritmos africanos, latinos yorientales. Los de ballet clásico cerraban la exhibición. Ethan trató de ver lahora en su reloj. El concurso de tartas debía de estar a punto de comenzar. Tiróde la camiseta de Tommy para decirle que tenían que irse, pero su amigo ledio un manotazo. Jenna estaba diciendo algo de que era el turno de su hermana.¿Realmente creía Tommy que ver la actuación de la hermana de Jenna loacercaría a ella de alguna forma? Pues él no pensaba quedarse ni un minutomás, decidió. Estaba a punto de ponerse en pie cuando salieron las niñas aescena, todas vestidas con vaporosos tutús blancos y el pelo recogido en

moños tirantes. Su atención se centró de inmediato en la única niña vestida derosa, con la vaporosa falda salpicada de estrellas doradas. No tendría más deseis o siete años y, desde la distancia, no distinguía bien sus rasgos, perohabía algo en su porte que la diferenciaba del resto. Todas se habían colocadoen la misma posición, con los talones unidos y los pies girados hacia fuera,formando una línea, y los brazos hacia abajo, ligeramente curvados, creandoun óvalo. Era, tal vez, la forma de levantar la barbilla o la naturalidad en laque permanecía en su posición, frente a lo forzado del resto de las niñas,algunas de las cuales se tambaleaban un poco, incapaces de mantenerseerguidas. Cuando empezó a sonar la música, Ethan ya no vio nada más queaquella pequeña bailarina, que se deslizaba por el escenario con una eleganciainaudita, incluso cuando correteaba alegre de un lado a otro en su papel dehada traviesa. Ethan jamás había visto bailar de esa forma, con movimientosdelicados y armónicos, ejerciendo un absoluto control del cuerpo. La niñarealmente se había convertido en una pequeña y escurridiza hada, divertida,alegre y mágica. El chico la observaba fascinado. Nunca había visto nada tanbello como aquel baile.

—El papel de hada se lo tendrían que haber dado a Taylor. Mi hermana lohabría hecho mucho mejor —La voz desdeñosa de Jenna resonó en el patio debutacas y Ethan la odió al instante—. Dicen que la señora Miller insistió enque le dieran el papel a su hija o retiraría su inversión en la academia.

¿Aquella niña era Rebecca Miller? El pensamiento atravesó su mente conlentitud. Por supuesto, como todo el mundo, conocía a los Miller, incluso aRebecca, que era el miembro más anodino de la familia. El poderoso ConradMiller, su bella esposa y su carismático hijo reinaban en Oak Hill. En segundoplano, siempre estaba Rebecca, que jamás llamaba la atención.

Ethan iba a la misma clase que Grant Miller desde el jardín de infancia,aunque nunca habían sido amigos. Se movían en distintos ambientes. Lasdiferencias sociales estaban claramente señaladas en Oak Hill. Los ricos

residían al otro lado de la colina, en impresionantes mansiones con grandespiscinas y calas privadas; las familias más humildes vivían en un modestoparque de caravanas cruzando el río Fletcher y los veraneantes se acomodabanen las coquetas cabañas junto al lago Murray. El resto de la localidad estabaformado por barrios de clase media, como el de Ethan, con hileras de casasunifamiliares de dos plantas, con la fachada blanca, porche, tejado a dosaguas, garaje y jardín. El de los Bradley era fácilmente reconocible por elbuzón rojo de aire antiguo, el único en toda una calle de prácticos y modernosbuzones negros.

Los Miller vivían en una de las impresionantes mansiones del otro lado dela colina. Conrad Miller debía de ser uno de los hombres más ricos deCarolina del Norte. La sede de su empresa se encontraba en Charlotte, pero,cuando nació su primer hijo, la familia se instaló en Oak Hill, una pequeñaciudad en crecimiento, en un precioso entorno natural y cuyas escuelaspúblicas figuraban como los mejores centros escolares del estado. Elempresario se trasladaba a diario a Charlotte, e incluso mantenía un piso en laciudad. Su esposa viajaba a menudo, pero cuando estaba en la ciudadorganizaba las fiestas, barbacoas y reuniones más sofisticadas. Todo el mundodeseaba asistir, pero las listas de invitados incluían a gente poderosa deCharlotte, familias ricas de la localidad y algunas de clase mediacuidadosamente seleccionadas. Los Bradley, por supuesto, jamás habíanentrado en esa categoría.

En cuanto a Grant Miller, siempre había sido uno de los líderes delcolegio. Divertido, inteligente, despreocupado y bastante engreído, todos leprocuraban una admiración sin límites. Su grupo de amigos estaba formadopor otros chicos de su misma clase social, como Connor MacMillan o ChaseReilly, con la única excepción de Tyler Hamilton, su mejor amigo, que vivíaen el mismo barrio que Ethan. Su padre era un empleado del Bank of Americay su madre trabajaba en una inmobiliaria, aunque descendía de una de lasfamilias más importantes de Charlotte y esa era la única razón por la que Terri

Miller permitía que su hijo se relacionara con alguien tan poco relevante comoHamilton. Lo cierto era que Tyler poseía tanto carisma como Grant, aunqueparecía algo más tranquilo y amable. A Ethan le caía bien e incluso habíanbateado juntos algunas veces en Weston Park.

La última de los Miller era Rebecca. Nadie, ni siquiera Ethan, se fijabanunca en aquella niña, que parecía vivir a la sombra de su arrolladora familia.Ethan se había cruzado cientos de veces con ella (en el colegio, en la calle, enla librería), pero jamás había reparado en la pequeña Miller hasta aquellamañana en el Teatro Mary Carsons, cuando la vio bailar y lo atrapó con sudanza. El baile terminó y las graciosas bailarinas, formando una fila, hicieronsus reverencias. Rebecca se unió a ellas para saludar al público. Tambiénsalió una profesora muy sonriente, que, tomándola de la mano, adelantó aRebecca. Los aplausos del público aumentaron, demostrando que todos habíanestado tan atentos a la pequeña bailarina como Ethan. Rebecca sonrió, unasonrisa deslumbrante, feliz, la más bonita que Ethan había visto en su vida.Incapaz de apartar su vista de ella, la siguió con la mirada mientrasabandonaba el escenario. Fue la última vez que la vio brillar. Ethan salió a lacalle con el resto del público, aún aturdido por las sensaciones que habíadespertado en él aquella niña, y siguió a Tommy con paso vacilante.

Volvió a verla aquella misma tarde, durante la entrega de premios de losconcursos, que, como cabía esperar, estaba a cargo de su madre. Situada juntoa la señora Miller, Rebecca llevaba su abundante melena de color castañoclaro sujeta con horquillas blancas y estaba ataviada con un horrible vestidoamarillo, con un ridículo fruncido en la parte superior, que la hacía parecermás pequeña y pálida de lo que realmente era. Tenía la mirada clavada en elfrente y sonreía de forma mecánica cada vez que su madre entregaba unamedalla o un diploma. Había perdido toda la luz. Volvía a ser la anodinaRebecca Miller y nadie parecía reparar en ella. Ethan la miró durante un rato,pero no sintió fascinación alguna por aquella niña demasiado delgada y desonrisa ausente. Era tan solo una niña más, descubrió aliviado. Sus emociones

durante la actuación de baile habían sido demasiado confusas para un chico denueve años, así que, al comprobar que todo volvía a ser como antes, que él nose quedaba embobado mirando a niñas de siete años que bailaban como losángeles, que Rebecca Miller volvía a ser la insulsa niña rica del otro lado dela colina y que no sentía aleteos extraños en el estómago al verla, respirócalmado. El mundo volvía a estar en orden. Ethan Bradley disfrutó del final delos festejos y, unas semanas después, se fue a navegar con el abuelo Fred y ahacer su curso de vela. Olvidó por completo a Rebecca y su actuación deballet y tardaría algunos años en volver a fijarse en la pequeña de los Miller.

El resto de su infancia transcurrió sin sobresaltos, especialmente desdeque sus padres consiguieron sortear la ruina. Los Bradley abrieron en el pisosuperior una sección de libros de segunda mano y organizaron firmas conautores noveles, cuentacuentos para niños los sábados por la mañana y hastaun club de lectura que tuvo una gran aceptación entre las amas de casa de OakHill. The Blue Owl se convirtió en un establecimiento activo y el negociosalió adelante. Los Bradley trabajaban con ahínco, pero el ambiente en su casavolvió a relajarse y Ethan agradeció volver a la calma. Estaba acostumbrado ala tranquilidad y el orden y las rutinas le proporcionaban seguridad: lasclases, los deberes, los entrenamientos de hockey, los partidos de los sábados,la comida familiar de los domingos… En su tiempo libre leía novelas deaventuras, jugaba a la PlayStation con Tommy, pedaleaba en su bicicleta hastael embarcadero del lago Murray, donde el viejo Barry Newman siempre lodejaba cotillear las embarcaciones de alquiler, y llenaba cuadernos de dibujosy fotografías de veleros, yates, buques mercantes, ferries, lanchas, corbetas yremolcadores.

Las chicas no le interesaron demasiado hasta octavo curso, cuandoaprendió a besar con Valerie Jameson, la chica menos femenina de la clase,pero también la más interesante. Con Val (flaca, de corto pelo cobrizo y elrostro salpicado de pecas) se podía hablar de cómics, de películas de terror yde béisbol, era la segunda nadadora más rápida del equipo escolar y solía

decir lo que pensaba sin importarle demasiado la opinión de los demás. Fueella la que arrastró a Ethan bajo las gradas para pedirle que practicaran juntoseso de los besos que parecía obsesionar a toda la clase. Era más difícil de loque parecía. Había demasiada saliva y tardaron un tiempo en perfeccionar latécnica. Al cabo de una semana de práctica, Ethan ya podía decir que eso debesar era bastante agradable y colaboraba con entusiasmo con Valerie. Lachica terminó de forma abrupta la práctica de besos el día que llegaron bajolas gradas y se encontraron a Tyler Hamilton dándose el lote con AvaCompton. Val tuvo una curiosa reacción: se quedó paralizada, el colorabandonó su rostro y parpadeó repetidas veces como si estuviera conteniendolas lágrimas. Tyler se separó momentáneamente de su pareja para dedicarlesuna sonrisa despreocupada.

—Estaremos todavía un rato por aquí —aseguró, al tiempo que guiñaba unojo a Ethan—. Pero no os molestaremos si os vais detrás de esa columna.

Un gemido ahogado escapó de la garganta de Valerie Jameson antes desalir corriendo. Cuando consiguió alcanzarla, la chica más dura de octavogrado tenía los ojos llenos de lágrimas y la cara roja. Mientras la abrazaba,Ethan comprendió que su compañera de besos estaba irremediablementeenamorada de Tyler Hamilton. Esperó hasta que la chica se calmó y luegopropuso acercarse a las canchas junto al río Fletcher para lanzar unascanastas. En realidad, no sabía muy bien qué hacer; no tenía ni idea de cómoafrontar los sentimientos de las chicas. ¿Querría hablar de lo que habíasucedido? A la mayoría de las chicas les gustaba desmenuzar sus emociones,pero Val no era como la mayoría de las chicas. Pensó que, si él se encontraraen su situación, necesitaría distraerse y no conocía mejor distracción que eldeporte. Lo suyo era el hockey, pero en sus ratos libres le gustaba encestar ybatear. Val era bastante buena jugando al baloncesto, así que la arrastró a lascanchas y jugaron un uno contra uno hasta que quedaron exhaustos. Luego laacompañó a casa y ella lo besó en la mejilla, un beso amistoso y cálido, quefue mejor que todos los besos que habían compartido la última semana.

—Eres un buen chico, Ethan Bradley.

No volvería a besarse con Valerie Jameson, pero en su lugar consiguió unaamiga leal. Ethan tenía la sensación de que había salido ganando.

Cuando empezó noveno, el cuerpo de Ethan había crecido en direccionesopuestas. Los brazos y las piernas parecían demasiado largos, las manos y lospies demasiado grandes y sus cuerdas vocales emitían curiosos sonidoscuando hablaba. No era el único de la clase con esos problemas, claro. ATommy le había empezado a salir pelo por todo el cuerpo y tenía tantos granosy la piel de la cara tan brillante que su madre había tenido que llevarlo a undermatólogo de Charlotte para que le recomendara una crema carísima que elseñor Davies, el farmacéutico, tenía que pedir por encargo. Solo Grant Millery Tyler Hamilton parecían inmunes a los desastres de la pubertad. Ellosparecían más altos y fuertes que el resto, sus espaldas se ensanchaban a unritmo vertiginoso y sus cuerpos parecían igual de proporcionados que decostumbre, lo que les había situado de inmediato entre los favoritos de laschicas al llegar al instituto.

En el caso de las chicas de su curso, los cambios eran más evidentes.Habían salido nuevas curvas en todas partes y sus piernas parecían habersealargado de la noche a la mañana. Las había más desgarbadas, como HeatherKoskowski, o espectaculares, como Tiffany Hazen, pero todas estabancambiando. ¡Hasta Valerie usaba un sujetador deportivo para jugar albaloncesto! Si los besos habían interesado antes a sus compañeros, en aquellaépoca se estaba empezando a convertir en una auténtica obsesión. Los chicosfantaseaban con llevarse detrás de las gradas a las más atrevidas y las chicasmantenían acaloradas conversaciones secretas, salpicadas de agudos gritos yrisitas nerviosas. Ethan estaba bastante seguro de que la mayoría de aquellasconfidencias trataban sobre chicos, besos y citas. No era que la parte de losbesos no le gustara. Estaban bastante bien, en realidad, pero las chicas, engeneral, le parecían demasiado complicadas y a Ethan le gustaban las cosas

sencillas: jugar al hockey, pasar tiempo con Tommy y los chicos del equipo,leer, los videojuegos…

Durante un tiempo, las chicas lo ignoraron, igual que a la mayoría de suscompañeros, porque parecían preferir a los alumnos de los cursos superiores.Pero, de repente, la actitud de sus compañeras empezó a cambiar. TiffanyHazen lo esperaba junto a su taquilla con cualquier excusa, Ava Compton lesonreía de forma extraña desde la otra punta de la cafetería, Melissa Bevis lorozaba de forma muy poco casual cada vez que pasaba por su lado e inclusoHeather Koskowski estuvo a punto de ponerse a hiperventilar el día que Ethanla persiguió por el pasillo para devolverle un cuaderno que se le había caído.

—¿Se puede saber qué pasa últimamente con las chicas de este instituto?Se portan de una forma de lo más extraña —refunfuñó tras el incidente conHeather, mientras se sentaba en su mesa habitual de la cafetería, junto aTommy, un par de chicos del equipo de hockey, Valerie y Nicole Davies. Val,que estaba masticando un trozo de hamburguesa demasiado grande, seatragantó y empezó a toser. Cuando terminó de dar el espectáculo, tenía losojos llenos de lágrimas, la cara roja y no podía parar de reír.

—No te has mirado mucho al espejo últimamente, ¿verdad, Bradley? —ledijo con cierta satisfacción.

—¿Al espejo? —inquirió, confuso. Nicole trató de ocultar una sonrisa trasel cartón de zumo.

—Sí, esa cosa que cuelga en el baño donde se refleja tu propia imagen —se burló Valerie. Ethan frunció el ceño y su amiga abandonó el tono irónico—.Ethan, tienes que haberte dado cuenta. Has crecido, se te ha puesto un cuerpode infarto y tienes ese aire a pirata español con el pelo y los ojos negros y esanueva mandíbula que te ha salido de repente.

Ethan se puso rojo al comprender las palabras de Val.

—No digas tonterías —musitó. Permaneció unos segundos en silencio, con

la vista fija en la manzana que languidecía sobre su bandeja, antes de atreversea mirar a Valerie de nuevo—. ¿Quieres decir que las chicas me encuentranatractivo?

Ethan descubrió que no le gustaba despertar tanta atención femenina. Laschicas, con excepción de Val y Nicole, le parecían bastante intimidantes y noestaba demasiado seguro de querer una de esas tumultuosas relaciones queestaban viviendo sus compañeros. Había visto a Tommy languidecer de amordurante años por Jenna Quinn, Val trataba de ocultar una mirada doloridacuando se mencionaba el nombre de Tyler Hamilton y Nicole había lloradoamargamente cuando se enrolló con Alex Muñoz y después pasó de ella. Ethanno quería todo ese dolor. Quería lo mismo que tenían sus padres: una vidatranquila y una relación estable, sin sobresaltos.

Estuvo a punto de conseguirlo, hasta que Rebecca Miller decidió dejar deser invisible e hizo aquella espectacular entrada en la cafetería del instituto.

Capítulo 5

La convivencia entre las chicas no empezó de la mejor manera posible yparecía que el augurio de Grant iba a cumplirse antes de lo previsto. Rebeccaestaba furiosa porque Lil no le había contado que Ethan Bradley sería suvecino y Liliana estaba enfadada porque no entendía las recriminaciones de suamiga.

—¿Se puede saber por qué tenía que decirte algo? Ni siquiera lo pensé. Túhas hecho tu vida y él la suya. ¿Qué más da que esté en la puerta de enfrente?

No consiguieron ponerse de acuerdo y durante algunos días se trataron congélida indiferencia hasta que Rebecca empezó a sentirse mal, porque aquellasituación le recordaba demasiado a los años que estuvieron sin hablarse.Rebecca no quería revivir la época más solitaria de su vida, que comenzó eldía en que Terri Miller reparó en la estrecha amistad que existía entre su hija yla de su empleada doméstica y decidió que resultaba del todo inconveniente.

Su madre provenía de una de las familias más acaudaladas de Carolina delNorte («dinero antiguo del sur», solía decir para diferenciarse de los nuevosricos como su marido, que se había hecho a sí mismo a golpe de trabajo duro,astucia, buenos contactos, algunas maniobras oscuras y un poco de buenasuerte). Terri Miller llevaba una ajetreada vida social, tanto en Oak Hill comoen Charlotte, Nueva York y Los Ángeles. Terri pasaba veloz por la vida de sushijos, siempre demasiado ocupada organizando alguna fiesta en el jardín,preparando una reunión del consejo local o escogiendo la ropa para supróximo viaje. No exigía gran cosa a sus hijos: que supieran comportarse yvestirse adecuadamente y que no la molestaran con pequeñeces. A diferencia

de su marido, estaba bastante orgullosa de Grant, que había heredado sucarisma y su encanto natural, pero, en cambio, Rebecca había resultado unaauténtica decepción. ¿Cómo ella, la deslumbrante Terri Louise Miller (desoltera Stevenson), había podido tener una hija tan anodina? Rebecca pasabadesapercibida ante el resto del mundo, arrollada por su carismática familia. Laniña no era tímida, pero tampoco necesitaba brillar y, cuando estaba en unahabitación, nadie reparaba en ella. A Rebecca la traía sin cuidado todoaquello. No necesitaba deslumbrar a nadie. A ella le bastaba con lacamaradería que compartía con su hermano, la confianza de su mejor amiga yel cariño de Elena Peña.

Una tarde de primavera, mientras tomaba el sol en la piscina, Terriobservó a Rebecca y Liliana jugando. Las niñas, que entonces tenían ochoaños, habían sacado todas las muñecas para organizar una merienda al airelibre. Liliana fingía ser la señora de la casa y Rebecca la cocinera, quepreparaba los platos que ordenaba su amiga. Las niñas jugaron durante un buenrato bajo la atenta mirada de Terri y después se sentaron a la sombra de unpino de hoja larga, con las cabezas muy juntas, para intercambiar confidencias.Aquella misma noche, Terri Miller visitó el dormitorio de su hija paraexponerle las razones por las que no podía ser amiga de una niña como LilianaPeña.

—¿Quieres que deje de ser su amiga? No puedo hacer eso. ¡Es mi mejoramiga! —protestó Rebecca.

—Tienes que entender que no es nada adecuado que seas amiga de la hijade nuestra cocinera. Debes tratarla con cordialidad, pero no con tantaconfianza. No podéis ser amigas. Pertenecéis a mundos diferentes y, cuantoantes lo asumáis, mejor.

Rebecca y su madre discutieron durante largo rato, cada una enrocada ensu propia opinión, hasta que Terri jugó la única carta que la permitiría salirvictoriosa: el chantaje.

—Si no cortas esa amistad, me veré obligada a despedir a Elena y no creoque le sea fácil encontrar otro empleo.

Aquella amenaza fue definitiva. Rebecca no podía permitir que Elenaperdiera su trabajo, así que aceptó las órdenes de su madre y a partir del díasiguiente no volvió a hablar con Liliana. Rebecca jamás volvería a buscar lacompañía de su madre de forma voluntaria y la distancia que se establecióaquel día entre ellas no paró de crecer con los años, pero el mayor daño fue lasoledad. Perdió a su mejor amiga y, aunque durante un tiempo trató de hacerseun hueco entre las niñas de su ambiente (Taylor Quinn, Caitlin Langley, LaurenEllis), nunca logró a integrarse y, al final, desistió. El divorcio de sus padressupuso también el distanciamiento con su hermano, perdido en su propiaconfusión emocional y en sus nuevos hábitos adolescentes, y continuó estandosola hasta que Alison Parker se sentó en su mesa de la cafetería y le ofrecióuna amistad sincera que, además, le trajo de vuelta a Liliana.

La llamada de Jack Bigby, anunciando que les concedían el préstamo, pusofin a la era glacial que se vivía en el apartamento de las chicas, para alivio deambas. Liliana era demasiado orgullosa para dar su brazo a torcer y Rebeccano sabía bien cómo volver atrás. La noticia de que les habían concedido elpréstamo fue como un viento salvaje que arrasó con el enfado de las chicas yles devolvió el entusiasmo. No volvieron a hablar de Ethan Bradley y seocuparon de su propio negocio. Firmaron los papeles del préstamo en el bancoy los de constitución de la empresa en el despacho de Hunter Donovan, elabogado de Grant, aunque Liliana desconocía este último detalle. Para ella,era tan solo un abogado que le había recomendado a Rebecca su amigo deSeattle, aquel que, de forma desinteresada, había retocado su plan de negocioy después les había facilitado el contacto con uno de los mejores abogados deCharlotte.

—¿Sales con él? —preguntó Liliana la primera vez que Rebecca mencionóa su supuesto amigo y la joven mintió con descaro, creando una novia ficticia

para su amigo ficticio.

—Es solo un buen amigo que conocí en la universidad —zanjó el asunto,algo incómoda con la mentira.

Por fin, llegó el día de la compraventa de Oak Farm. Rebecca no podíacreer que hiciera tan solo un mes que había regresado a Oak Hill, confusa y sinmetas claras, y que, de repente estuviera a punto de comprar un edificio enruinas para montar un negocio con su mejor amiga, con la que vivía en unpequeño apartamento de dos habitaciones enfrente de su exnovio. En pocassemanas su vida había dado un vuelco completo.

Lil había salido temprano porque quería presentar su renuncia en Joe’santes de formalizar la compra. Seguiría trabajando durante un tiempo en TheBlack Sheep (necesitaba el dinero y no quería dejar tirado a Smiley antes deque encontrara una nueva cocinera) y Rebecca se concentraría en larehabilitación de Oak Farm y los primeros pasos de puesta en marcha elnegocio. Mientras Liliana trataba con Joe Perkins, Rebecca se dio una largaducha y se vistió con algunas de las ropas que había comprado su madre,pensando, con cierta tristeza, que Terri se sentiría bastante conforme con suaspecto por primera vez en la vida. Se había puesto un elegante pantalónpitillo blanco, una camisa azul claro, una liviana chaqueta azul oscuro ysandalias color nude. Se miró en el espejo, apenas reconociendo a aquellanueva Rebecca. «Otro disfraz», pensó, recordando las palabras que Ethan lehabía dicho una vez, pero las desechó mientras buscaba las llaves en su bolsopara cerrar la puerta del apartamento. Un alegre ladrido interrumpió subúsqueda y del ascensor salió a la carrera un precioso setter irlandés rojo quese paró junto a ella y empezó a ladrar juguetón.

—¿Qué pasa, chico? ¿Estás de buen humor? —se rio Rebecca, poniéndoseen cuclillas y acariciando la cabeza de su nuevo amigo. Se trataba de unhermoso y atlético ejemplar, de lomo bien musculado, patas fuertes y nervudasy pelo sedoso, con unos preciosos ojos color avellana que la miraban

afectuosos—. Eres muy guapo, ¿sabes?

El perro ladró contento y dio un par de saltos, como invitándola a jugar.

—Vamos, Huck, ya te he dicho que no vayas con extraños.

La voz profunda de Ethan llegó desde las alturas. No había vuelto a verlotras la pelea con Liliana, por lo que había dispuesto de varios días parahacerse a la idea de que tendría que encontrárselo de vez en cuando. Aun así,cuando alzó la cabeza seguía sin estar preparada para tropezar con él, con sumirada oscura (mitad brillante, mitad apagada) y su mandíbula tensa. Reparóentonces (en sus dos anteriores encuentros estaba tan afectada que no se habíafijado) en que su cuerpo parecía más musculoso y firme que años atrás y que,en general, su aspecto se había vuelto más imponente. La cicatriz de su mejillaizquierda acentuaba su aire de pirata español y emanaba una solidezdesconocida, que ni siquiera su ligera cojera conseguía disminuir.

—Ethan… —susurró.

Pero él pasó por su lado sin mirarla, abrió la puerta de su apartamento,empujó al perro hacia el interior y cerró dando un portazo, ignorando supresencia. Estaba claro que Ethan Bradley no quería saber nada de ella. «Otrocabo suelto», suspiró para sus adentros mientras entraba en el ascensor. Sacó aEthan de sus pensamientos cuando llegó a la inmobiliaria donde iban a firmarla compra de Oak Farm. Liliana ya estaba allí y Eleanor Hamilton, la madre deDavid y una de las empleadas de la inmobiliaria, la saludó con un abrazocariñoso que Rebecca correspondió, contenta de volver a ver a la madre de suamigo.

—¿Estáis seguras de esto, chicas? —susurró Eleanor por lo bajo a las dosamigas, al tiempo que cruzaba una mirada seria con Liliana. Rebecca intuyóque entre su amiga y la señora Hamilton había tenido lugar una conversaciónprevia sobre Oak Farm—. Vais a hacer una gran apuesta.

Parecía preocupada y Rebecca sintió un ramalazo de cariño por la madre

de su amigo. En cuestión de familias, David había sido el más afortunado delgrupo, con una familia unida que se quería y apoyaba sin fisuras. Tampoco aLil le había ido mal, pese a la pobreza y a que su padre nunca quiso sabernada de ella, al igual que el resto de su familia. Pero Elena Peña le habíaproporcionado a su única hija un hogar amoroso y cálido, con el quecompensó con creces todas las demás carencias. En el hogar de Alison reinabala oscuridad de los malos tratos, Scott arrastraba a escondidas su propiodrama personal y en el de Rebecca solo encontraba soledad y abandono, perolos tres habían podido disfrutar un poco de la suerte de David y Liliana,gracias al cariño que siempre les demostraron Elena y los Hamilton.

—Todo va a ir bien —aseguró Rebecca mirando a los cálidos ojos deEleanor. Desde que decidió participar en el negocio de Oak Farm, lo habíaestudiado hasta la saciedad, había visitado la granja a diario y habíaempezado a esbozar ideas y planes hasta que el proyecto había calado hondo.Oak Farm no sería solo el sueño de Liliana, sino el de las dos, y ella iba avolcarse en cuerpo y alma para sacarlo adelante.

—Vamos a comprar una buena botella de vino para celebrarlo esta noche—anunció Liliana cuando, tras firmar los papeles, se convirtieron en lasflamantes propietarias de una granja en ruinas, un granero hundido y un trozode tierra colonizado por las malas hierbas. Mientras su amiga compraba labotella, Rebecca aprovechó para llamar a su hermano y ponerlo al tanto de lasnovedades.

Aquella noche Liliana preparó una lasaña vegetal con ricotta y tarta fríade naranja, vaciaron media botella de vino y brindaron con una botella devodka con arándanos hasta que a Rebecca le entró la risa floja y Lil decidióparar la fiesta antes de que se les fuera de las manos. Por la mañana, despertóa una Rebecca algo resacosa con un zumo de piña y una aspirina.

—Tengo que ir a Joe’s. Prometí que me quedaría esta semana hasta quecontrate a una nueva cocinera. He dejado un par de tuppers con los restos de

lasaña y de tarta. Dentro de un rato, llévaselos a Ethan.

El nombre de Ethan la hizo atragantarse con el zumo.

—¿Cómo dices? —preguntó, despejada de golpe la resaca.

Lil taconeó nerviosa.

—A Ethan. Cuando me sobra comida siempre le doy un plato. Le gusta micocina.

Rebecca dejó con cuidado el vaso sobre la mesilla.

—No voy a ir a casa de Ethan. ¿Desde cuándo eres amiga de mi exnovio?—inquirió suspicaz.

—¿De verdad estamos teniendo esta conversación?

—Lil… —amenazó Rebecca, siseando el nombre de su amiga entredientes. El asombro inicial estaba dando paso al enfado y sospechaba que ibaa tener una nueva riña con su compañera de piso, pero Liliana no le dioopción.

—Ethan y yo no somos amigos, pero sí es un buen vecino. Cuando no estoyen casa y me traen un paquete, siempre me lo recoge; en cierta ocasión mearregló el grifo de la cocina y otra vez me libró de un imbécil que no queríadar por acabada la cita en el portal. Me cae bien y de vez en cuando le doycomida. Me da igual la historia que tuvieras con él en el pasado; no voy adejar de dirigirle la palabra. Y tú tienes que normalizar las cosas con él,aunque solo sea porque vivís el uno enfrente del otro. Llévale la comida y dejade comportarte como una cría.

Cuando Rebecca quiso protestar, Liliana ya había abandonado elapartamento, así que no le quedó más remedio que refunfuñar bajo el agua dela ducha. Se puso unos shorts blancos, una holgada camiseta verde oscuro yunas sandalias planas y, aun enfadada, se plantó ante la puerta de Ethan con losdos envases. Cuando llamó al timbre, se escuchó el ladrido alborozado de

Huck, lo que ahuyentó su mal humor y la hizo sonreír.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Ethan a bocajarro en cuanto abrió lapuerta. Todavía llevaba los pantalones del pijama y una vieja camiseta blancade manga corta con el diseño de un antiguo galeón con las velas desplegadas.Se escuchaba el jadeo nervioso de Huck, que trataba de salir al rellano.

Rebecca alzó los envases hasta ponérselos a la altura de los ojos.

—No vengo a molestarte por voluntad propia. Liliana quería que te dieraesto.

—Bien, pues ya me lo has dado —contestó con brusquedad yprácticamente le arrancó los envases de las manos.

Iba a cerrarle de nuevo la puerta en la cara, pero Huck consiguió hacerseun hueco y atravesar la barrera que imponía el cuerpo de su dueño. Se lanzósobre Rebecca con evidentes muestras de júbilo.

—¡Huck, precioso! —Rebecca ignoró a Ethan y se inclinó para acariciaral perro—. Tienes el ladrido más alegre que he escuchado jamás. Tú y yovamos a ser buenos amigos, ¿eh?

—Deja en paz a mi perro —ladró su antiguo amor con tono menosamistoso que el de su mascota.

Rebecca quiso decir algo, cualquier cosa, pero Ethan empujó a Huckdentro del apartamento y cerró la puerta con estrépito, exactamente igual queel día anterior. Aquella situación estaba empezando a enfadarla. Lo habíahecho todo mal y se había sentido culpable durante mucho tiempo, pero ya noestaba segura de merecer tanto rencor.

Matthew Gresham sentía pasión por la rehabilitación de edificios antiguos.Rebecca ignoraba cómo Liliana había conseguido dar con aquel arquitecto deAsheville, pero, cuando se reunió con él, descubrió que estaba casi tanentusiasmado como ellas con el proyecto. Se trataba de un hombre de unos

cuarenta años, más bien bajo, con el pelo y los ojos castaños y algunas arrugasen la comisura de la boca y el contorno de los ojos, que subrayaban sutendencia al buen humor, como si fuera un hombre acostumbrado a reír.

—Los cimientos y la estructura general del edificio son muy sólidos. Séqué no lo parece, pero tiene mucho potencial —explicó entusiasmado aRebecca, mientras recorrían con cuidado la planta baja, sorteando viejosmuebles carcomidos cubiertos de una espesa capa de polvo, telarañas ycadáveres de insectos y roedores —. Hay que reconstruir el tejado, laschimeneas y el muro que rodea la finca. El tejado habrá que hacerlo nuevo, esinsalvable, pero creo que podremos recuperar la chimenea de la sala y nohabrá problema en mantener los suelos originales y la escalera principal. Porsupuesto, habrá que cambiar toda la fontanería y el cableado, eso esindiscutible. Respetaremos todo lo que podamos la cocina, que es la parte másantigua y de mayor valor histórico, aunque habrá que ampliarla y dotarla detodo lo necesario de una cocina moderna…

Matthew explicó a grandes rasgos el proyecto de reconstrucción que teníaen mente mientras recorrían el edificio. Al salir de nuevo al exterior, se quedóen la puerta de entrada, cerró los ojos y aspiró una larga bocanada de aire.

—¿Conoces la historia de esta tierra? Es fascinante.

Rebecca sonrió y negó con la cabeza. Aquel hombre poseía una energíaarrolladora y su entusiasmo resultaba contagioso. Miraba Oak Farm con lamisma ilusión que un niño ante un árbol de Navidad repleto de regalos. Sesentaron en las escaleras del porche, sin que a ninguno de los dos parecierapreocuparles estropear sus ropas, de cara al camino de entrada y al salvajeterreno que rodeaba la casa.

Según el relato de Matthew Gresham, un tal John Adkins apareció en OakHill en la primavera de 1759. Tenía veintitrés años y nadie pudo averiguarnunca sus verdaderos orígenes. Adkins se había hecho con la propiedad de unapequeña parcela junto a la granja Manning y allí levantó Oak Farm, donde

plantó maíz y guisantes, y compró dos vacas, varias gallinas y algunos cerdos.Tres años después se casó con la hija menor de su vecino, Violet Manning, ysu suegro le entregó un terreno cercano como regalo de bodas. Cuando SamuelManning murió, cuatro años después de la boda, Adkins se hizo cargo de lafinca de su suegro, sumando las tierras a su propiedad, que, además, fuecreciendo con los años mediante la compra de otras parcelas cercanas.

La primera casa del matrimonio Adkins consistió en una cabaña de troncosa la que fueron realizando modificaciones y agregando habitaciones a medidaque nacían los hijos de John y Violet. La pareja tuvo diez hijos y todos ellosalcanzaron la madurez, algo inusual en la época. Al principio Oak Farm erauna pequeña granja, pero con el paso del tiempo las tierras se dedicaronprincipalmente al cultivo del algodón, aunque también sembraban maíz, trigo,avena, guisantes y patatas, y la familia invirtió en otros lucrativos negocios.Veinticinco años después de su llegada a Oak Hill, John Adkins, que alcanzóel grado de mayor durante la guerra[2], se había convertido en un hombre muyrico, dueño de la mayor plantación del condado. Mandó construir una granmansión en la que vivieron tres generaciones de Adkins hasta que un granincendio destruyó la casa casi al completo, con excepción de la cocina, quefue la única habitación que se mantuvo en pie. En torno a aquella cocina,Robert y Mary Adkins construyeron el edificio actual, con un estilo más sobrioque la mansión que mandó erigir su abuelo; una casa más acorde con losnuevos tiempos y con la nueva situación económica de la familia, bastanteempobrecida tras la Guerra de Secesión. La nueva vivienda era más pequeña ymenos ostentosa, aunque imitaron algunos elementos de la desaparecidamansión, como la amplia terraza de la segunda planta o el largo porche de lafachada.

Rebecca escuchó ensimismada el relato de Matthew Gresham.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Me encanta la historia local —explicó el arquitecto— y cuando tu amiga

Liliana vino a verme para que le diera mi opinión sobre si era viable reformarel edificio, me dediqué a indagar un poco. Resulta que en los años cincuenta,uno de los descendientes de John y Violet realizó una exhaustiva investigaciónde la historia familiar. Marcus Graham Adkins fue profesor y bibliotecario enChapel Hill. Se dedicó a recopilar todo tipo de documentación sobre sufamilia, como cartas, periódicos, fotografías, planos de la casa, facturas…Publicó varias biografías de sus antepasados para documentar la vida en elcondado y, al final de su vida, recopiló aquellos trabajos en un libro. Encontréun par de ejemplares en la biblioteca municipal.

Rebecca permaneció en silencio, escuchando los sonidos de la naturaleza.

—¿Qué fue de la casa principal? ¿Por qué la abandonaron?

—Después de la Segunda Guerra Mundial, la familia dejó la propiedad.Ya se habían vendido la mayoría de los terrenos, dos de los hijos murieron enEuropa y la granja arrastraba años de deudas y mala gestión. No tenía ningúnsentido mantenerlo, pero supongo que tampoco encontraron comprador.

—Hasta ahora.

—Exacto, hasta que dos chicas valientes supieron ver la belleza de estelugar y decidieron darle una segunda oportunidad —sonrió Matthew al tiempoque se ponía en pie y se sacudía el polvo de los pantalones—. Voy a retocar elproyecto inicial que le presenté a Liliana y le he pedido a un contratista de lazona que elabore un presupuesto definitivo. Os lo pasaré la semana que viene.No va a ser barato, eso ya lo sabéis, pero hablaré con Nathan para que sea lomás ajustado posible y, seguramente, en el ayuntamiento os concedan algúntipo de subvención por rehabilitación de edificio histórico. Alegad elmantenimiento de la fachada y la cocina original y puede que consigáis algo.Si aprobáis el presupuesto, podemos empezar a pedir la licencia de obras.

Rebecca sintió un curioso cosquilleo en el estómago. Estaba emocionada ynerviosa, pero hacía tiempo que no se sentía tan llena de vida. De regreso a su

apartamento, pasó por la puerta del instituto. Unos pocos alumnos,seguramente apuntados a los cursos de verano, llenaban la calle con sus gritosy risas. Los observó desde el coche, algo nostálgica. No hacía tanto tiempoella atravesaba a diario aquellas puertas con la mochila cargada de libros.Pero aquella era otra Rebecca, una Rebecca solitaria, enfadada con el mundoen general, que se había ocultado bajo ropas oscuras y una actitud distante.Una Rebecca furiosa con unos padres que no la querían y la habíanabandonado; furiosa con un hermano que se había distanciado de ella tras eldesolador divorcio de sus padres; furiosa porque, tras perder a su únicaamiga, no había llegado a encajar en ningún grupo; furiosa con Connor, que sehabía aprovechado de su ingenuidad y de su soledad, y, al final, furiosaconsigo misma por no ser capaz de tomar las riendas de su vida. Estaba sola yenfadada, harta de ser la anodina Rebecca Miller a la que nadie hacía caso, lachica invisible, la hija de Conrad y Terri Miller, la hermana de Grant Miller,la chica que solo tenía talento para el baile. Era una adolescente muyenfadada, cuyo enfado fue cociéndose a fuego lento durante el mes que pasóencerrada en Richmond en casa de la tía Edith, la mujer más amargada delmundo y que, sin embargo, siempre acogía a Rebecca en vacaciones. Un mesescuchando las quejas y las críticas de la tía Edith, algo que en veranosanteriores había soportado con estoicismo pero que en el verano de sus quinceaños la llevó a tomar una decisión irrevocable.

Tras su estancia en Richmond, se reunió con su madre en Los Ángeles parapasar con ella las dos últimas semanas de aquel verano. Dos largas y eternassemanas escuchando las quejas y las críticas de su madre a la hora deldesayuno y pasando el resto del día sola en la piscina porque su madre estabamuy ocupada con su nuevo novio y con una ajetreada vida social. Así que undía se fue de compras, sacó la tarjeta de crédito que tan generosamente pagabasu huidizo padre y gastó una cantidad escandalosa en pantalones rotos,camisetas negras, botas con cordones, sudaderas con capucha, anillos concalaveras y maquillaje oscuro que aprendió a aplicarse gracias a un tutorial de

YouTube. Estaba harta de ser la anodina Rebecca Miller, de callar ante lascríticas y cumplir las normas.

¿Qué había sido de esa chica oscura?, se preguntó Rebecca observando alúltimo grupo de estudiantes que se alejaba calle arriba. Había idodesapareciendo lentamente, diluyéndose poco a poco, hasta no quedar nada deella. Había tenido que hacer un largo camino que la llevó a conocerse mejor así misma, hacer las paces con el pasado, comprender el valor de la amistad yenamorarse de un buen chico para el que no estaba preparada.

Capítulo 6

A los diecisiete años Ethan Bradley lo tenía todo: unos padres cariñosos,un abuelo al que admiraba desde niño, buenos amigos y una novia preciosa,generosa e inteligente con la que llevaba saliendo desde el curso anterior. Erael capitán del equipo de hockey, formaba parte del club de ajedrez delinstituto, sacaba buenas notas y ante él se presentaba un futuro prometedor.Llevaba una vida sencilla y ordenada, que le hacía sentirse cómodo: losestudios, los entrenamientos con el equipo de hockey y el trabajo tres tardes ala semana en la librería de sus padres. Los fines de semana repartía su tiempoentre los partidos, salir con los chicos del equipo e ir al cine con Claire,aunque también hacía frecuentes escapadas a Wrightsville para navegar con suabuelo, que seguía siendo una de sus actividades preferidas. Sus mejoresexperiencias habían tenido lugar sobre la cubierta del Octopus, con el vientoazotándole en la cara y rodeado del infinito mar, mientras ayudaba al abueloFred a manejar el barco. Entonces se sentía libre, fuerte y poderoso, con lasangre circulando a toda velocidad en sus venas, dispuesto a la aventura, casicomo un héroe de esas novelas que tanto le gustaba leer. Pero cuando volvía atierra firme, cuando regresaba a Oak Hill, la calma volvía a adueñarse de él yse dejaba mecer por las agradables rutinas de su adolescencia.

Duodécimo grado se presentaba como un curso intenso, tal como descubrióel primer día de clase, pero a Ethan nunca le había molestado el trabajo duro.Había entrado en el programa avanzado de Matemáticas, así que, además delas materias habituales, iba a cursar Trigonometría y Cálculo, y la búsqueda deuniversidad añadiría presión al año escolar. Desde el año anterior, guardabaen su escritorio un listado de universidades que ofertaban el programa de

Arquitectura naval, ya que su sueño era diseñar barcos. Llevaba años llenandocuadernos de dibujos y fotografías de embarcaciones y esperaba que algún díalos barcos que plasmaba sobre el papel pudieran surcar el mar.

A la hora del almuerzo se dirigió a su mesa habitual, que compartía, talcomo había sucedido en los últimos años, con sus mejores amigos y, porsupuesto, su inseparable Claire, con la que formaba la pareja más estable delinstituto de Oak Hill. Claire hablaba sobre sus nuevas asignaturas con FaithO’Leary, un par de chicos del equipo de hockey se hacían bromas de mal gustoque no molestaban a nadie, Valerie y Nicole Davies se ponían al día tras lasvacaciones y Tommy escudriñaba la cafetería estudiando con atención a laschicas. Aquel año su mejor amigo había superado por fin su molesto acné y lapiel brillante, así que estaba decidido a encontrar novia.

—Ahí está David, el hermano de Tyler Hamilton, con esa rubita con la queva siempre, la tímida. ¿Cómo se llama? ¿Madison, Alison? Ya sabes, la quevive en la antigua casa de los Carter… Es preciosa… —suspiró soñador,aunque no parecía esperar respuesta alguna por parte de Ethan, quien,hambriento, devoraba su almuerzo sin apenas prestar atención a su amigo—.Esa morena tampoco está mal, aunque creo que sale con alguien. ¡Oh, Dios!¿No es esa la hermana pequeña de Jenna Quinn? —preguntó acelerado,suspirando por el amor de su infancia, que se había marchado a la universidadtres años atrás—. Es tan guapa como su hermana —suspiró de forma sonora,haciendo que Ethan, Val y Nicole levantaran la vista.

—Es Taylor Quinn, una bruja de cuidado. Dicen que si la miras a los ojos,te convierte en piedra —aseguró Valerie, metiéndose en la boca un enormetrozo del pastel de carne que su madre hacía todos los domingos. Ethan ahogóuna carcajada, pero Tommy no pareció escucharla.

—¿Crees que saldría conmigo? Tal vez la invite a cenar en Joe’s…

—Nunca, me oyes, nunca invites a una chica a cenar en Joe’s. Cualquierotro sitio es mejor que Joe’s —aseguró Valerie—. De todas formas, no te

molestes. Taylor Quinn no saldrá contigo. Ella se considera…

De pronto, Val se calló. Un silencio espeso invadió la cafetería y Ethanalzó la vista de su almuerzo, sorprendido. Jamás había presenciado nada igual:todos los alumnos habían dejado de comer y hablar al mismo tiempo, poseídospor una fuerza desconocida, y miraban paralizados hacia la entrada. Ethanechó un vistazo sobre el hombro de Claire para descubrir qué había llamado laatención de todos los estudiantes del instituto público de Oak Hill. Una figuraoscura se recortaba en la puerta. Vestida de negro de pies a cabeza, con unospantalones pitillo con rotos en las rodillas, una camiseta de manga corta dostallas más grandes y botas de estilo militar. Extremadamente delgada, tenía unaespesa y larga cabellera de color castaño claro, peinado con ondas y cuyaspuntas estaban teñidas de rosa. Ethan recorrió asombrado la espalda deaquella chica, que, indiferente al silencio y las miradas, se dirigió hacia lazona de pedidos, cogió una bandeja, se sirvió ensalada de pollo, un botellín deagua y un recipiente plástico con piña troceada, y pagó la cuenta. Con pasocalmado y la espalda bien erguida, caminó hacia la única mesa vacíadisponible, permitiendo a Ethan descubrir un rostro pálido y delicado, cuyosojos se perdían bajo gruesas capas de maquillaje oscuro, y un cuello largo yesbelto ceñido por una gargantilla de cuero. La chica, ajena a toda laexpectación que despertaba, se sentó y empezó a comer. Nadie se movió. En latranquila localidad de Oak Hill, en la que no abundaban los llamativos estilosde las tribus urbanas, la adolescente parecía una atracción de feria.

Ethan fue incapaz de apartar la mirada de aquella chica oscura queanunciaba problemas hasta que el chirrido de una silla arrastrándose le hizo,por fin, dejar de observar a la recién llegada. Las sorpresas no habíanacabado para los estudiantes de Oak Hill. Grant Miller, el chico más popular,engreído y mujeriego de la localidad, se puso en pie con el ceño fruncido y lospuños apretados, sin apartar la mirada de la recién llegada. Agarró su bandeja,se dirigió hacia su mesa con paso decidido y la arrojó con estrépito junto a lachica. Después apartó la silla con gestos bruscos y se dejó caer sobre ella

mientras sus ojos relampagueaban. Habló a la joven con tono malhumorado.Ethan estaba demasiado lejos, pero aun así escuchó con claridad sus palabras.

—¿Piensas llevar esta tontería hasta el final? —ladró Grant, antes deatacar rabioso su plato sin volver a mirarla.

Se escuchó de nuevo el chirrido de una silla y Tyler Hamilton, capitán delequipo de béisbol, siguió los pasos de su mejor amigo y se sentó junto a lachica oscura, con la que empezó a hablar en voz baja. A diferencia de Grant,Tyler parecía incluso divertido, lo que confundió aún más al resto de suscompañeros. Las preguntas se disparaban en todas las cabezas: ¿Quién eraaquella chica tan rara? ¿Por qué los dos chicos más populares del instituto sehabían sentado con ella, uno furioso y el otro jovial? Poco a poco el silenciode la cafetería se desvaneció y las conversaciones fueron aumentando de tonohasta que el habitual estruendo de voces invadió la sala.

Ethan aún tenía la mirada fija en la chica, que estaba concentrada en sucomida, aunque de vez en cuando hablaba con Hamilton. Tal vez hubieraseguido observándola si Ella Robinson, una de las amigas de Claire, no sehubiera abalanzado sobre la mesa, tirando en su precipitación el zumo de perade Nicole. Ethan pareció despertar de un largo sueño, parpadeó varias veces ygiró la cabeza. A su lado, Claire todavía miraba a la chica oscura, con lamisma fijeza que él un segundo antes, pero de inmediato se volvió hacia suamiga con su habitual serenidad.

—¡Es Rebecca Miller! —exclamó Ella ansiosa de dar a conocer la noticiaantes de que nadie se le adelantara—. ¿Podéis creerlo? ¡Rebecca Miller? Selo he oído decir a Taylor Quinn.

¿Aquella chica era Rebecca Miller? Ethan la miró de reojo, tratando dereconocer sus rasgos, pero hacía demasiado tiempo que no se fijaba en lapequeña Miller. No recordaba cuándo fue la última vez que la vio, tal vez enaquella fiesta de la mansión Miller antes del verano o, quizás, en la librería.Sacudió la cabeza y se concentró en su comida, echando miradas de reojo

hacia la chica hasta que ella dio por terminado su almuerzo, recogió subandeja y salió de la cafetería mientras todos los ojos la seguían. «Tienequince años», pensó Ethan, haciendo un cálculo rápido, y le pareció que erademasiado joven para aquellas ropas y aquella actitud indiferente. La comparómentalmente con Claire, la dulce Claire de dos años atrás, antes de que fuerannovios y sintió que algo no iba bien. En Oak Hill las chicas de quince años novestían de esa forma ni arrastraban tanta oscuridad… Sin embargo, RebeccaMiller no era asunto suyo, así que se obligó a concentrarse en sus rutinashabituales y no hacer caso a la joven, algo que resultaba prácticamenteimposible. Su figura oscura llamaba la atención en los pasillos y en lacafetería. Siempre estaba sola, con los cascos puestos y protegida tras un libroque le servía de escudo. Llegaba pedaleando en su bicicleta color morado y seiba de la misma forma. Su hermano, que conducía un reluciente BMW de altagama, no volvió a sentarse con ella y tan solo Tyler Hamilton se paraba asaludarla, pero a ella no parecía importarle la soledad, incluso se diría que labuscaba, siempre con el gesto ausente y una mirada que destilaba indiferencia.

Tampoco parecían importarle los cuchicheos y rumores que despertabaentre sus compañeros, especialmente entre las chicas, que parecían no tenerlímite. Se decía que en el vestuario Taylor Quinn la llamó «bicho raro» enpúblico y que Rebecca se había levantado muy despacio, se había acercado algrupo de las populares con paso lento y se había inclinado sobre Taylor. Ledijo algo al oído, algo que nadie pudo escuchar, pero que hizo palidecer a lareina de décimo curso, que no volvió a meterse con ella. Por supuesto, aquellono acabó con los rumores y la palabra «rara» parecía perseguirla por lospasillos, como si llevara un cartel pegado en la espalda, y Ethan no podía sinoadmirar la valentía y el orgullo con los que enfrentaba las miradas inquisitivasdel resto de los estudiantes.

—Da un poco de miedo, ¿verdad? —preguntó Tommy en cierta ocasión,mientras la observaba sacar unos libros de su taquilla.

—Solo es ropa y maquillaje, Tommy —contestó Claire con tono suave yEthan, que había estado mirando a Rebecca Miller durante demasiado tiempo,se giró hacia su novia, agradecido por estar saliendo con aquella chica buenay comprensiva. La quería mucho y, cuando la cogía de la mano, sentía que elmundo estaba en orden. Le gustaba su largo cabello liso, sus ojos colorchocolate, su pequeña sonrisa y los hoyuelos que se formaban en sus mejillascuando la esbozaba. Pero, sobre todo, le gustaba su carácter generoso yamable, su forma sencilla de mirar la vida y la tranquilidad que desprendía.Claire Higgins era la chica perfecta para él. Su relación estaba marcada poragradables rutinas. Cenaba en casa de su novia todos los jueves, costumbreque se había impuesto al poco de que empezaran a salir para tranquilizar a losconservadores padres de su novia, y los sábados iban al cine, mientras el restode los adolescentes de Oak Hill se emborrachaba en el descampado de lasafueras o en algunas de las legendarias fiestas que Grant Miller organizaba ensu casa casi todos los fines de semana desde el divorcio de sus padres unosaños atrás.

La separación de los Miller había sido una de las noticias que habíanconmocionado a Oak Hill, aunque, en realidad, había sido una historia llena detópicos: el poderoso empresario había dejado a su esposa por su joven y bellasecretaria. Conrad Miller se había divorciado con una rapidez inusitada yvuelto a casar con la misma prisa, haciendo que todo Oak Hill creyera,erróneamente, que la nueva señora Miller estaba embarazada. Solo el tiempoconfirmó que las prisas no tenían que ver con ningún bebé.

Conrad Miller se instaló definitivamente en Charlotte y, en el acuerdo deseparación, cedió la vivienda de Oak Hill a su primera mujer. Sin embargo,Terri Miller dejó allí a los niños, al cuidado del personal de servicio, y seescapó a la costa oeste para recuperarse del traumático divorcio. Al finalacabo instalándose en Los Ángeles, pero visitaba Oak Hill varias veces alaño. Todos sabían que los niños Miller crecían solos en la gran casa del otrolado de la colina y el comportamiento salvaje de Grant se fue acentuando

después del divorcio. Estaba descontrolado, tal como demostraban las fiestasque se celebraban en su casa un fin de semana tras otro. Ethan solo habíaestado en una de aquellas fiestas y no tenía muchas ganas de volver a otra.

La mayoría de los sábados, después de dejar a Claire en casa a la ridículahora de queda impuesta por su padre, Ethan se reunía con sus amigos en eldescampado y se tomaba un par de cervezas. Como cualquier otro adolescentede la ciudad, pasaba el rato con sus amigos. Solo una vez, la primaveraanterior, Val y Tommy le convencieron para ir con ellos a una fiesta en lamansión Miller. Sospechaba que Valerie solo quería acercarse a TylerHamilton, ya que seguía enamorada de él, y Tommy buscaba nuevasexperiencias, pero igualmente se dejó arrastrar hasta la fiesta, con algo más decuriosidad de la que quería reconocer. La mansión Miller no lo impresionódemasiado, pese a su imponente fachada, su enorme piscina y el gran jardín.Tampoco la fiesta le gustó. El alcohol corría a raudales y había demasiadagente. Hablaban demasiado alto, la música atronaba en todas las habitaciones,se hacían demasiados juegos de beber y había demasiadas parejasescabulléndose a las habitaciones del piso superior. El ambiente se respirabaenrarecido y Ethan notaba el aire pesado y caliente. No era ningún puritano. Sehabía emborrachado unas cuantas veces con sus amigos en el descampado delas afueras, borracheras divertidas, que les soltaban la lengua y la risa, peronunca había visto beber a sus compañeros de aquella forma compulsiva hastacasi perder la consciencia. Grant Miller, rodeado de chicas, con un cigarrilloen la boca y los ojos enrojecidos por el alcohol, parecía un rey decadente queobservaba satisfecho a sus degenerados súbditos. Tyler Hamilton, más sobrioy algo taciturno, tenía su propia corte de admiradoras y acabó desapareciendocon una guapa pelirroja. Un grupo de chicas empezó a bailar y pronto se lessumaron varios chicos. Los cuerpos sudorosos se chocaban entre sí y aaquellas alturas de la fiesta muchos ya no se tenían en pie. Ethan vio asqueadocomo un Martin Pierce vomitaba a través de la ventana y pensó que ya habíatenido suficiente. A su lado, Val parecía estar de acuerdo.

—¿Qué haces tú aquí? —La voz de Grant Miller les llegó clara y Ethan lobuscó a través de los cuerpos amontonados en la improvisada pista de baile.Al final distinguió a Grant, que se dirigía dando grandes zancadas hacia unrincón. Su hermana lo miraba pálida, con una copa en la mano. La anodinaRebecca Miller. Entonces no llevaba ropas oscuras ni maquillaje y Ethan nopodía recordar cómo iba vestida ni la expresión de su cara. La chica mantuvoel rostro bajo cuando su hermano llegó hasta ella y le arrancó la copa de lasmanos. Demasiado joven para estar en una fiesta así, había pensado Ethan,atento a los hermanos Miller. No podía escuchar su conversación desde dondeestaba, pero el airado discurso de Grant quedó cortado por ConnorMacMillan, el chico de oro de Oak Hill, descendiente de una larga saga depolíticos de aspecto jovial y maneras impecables, que intervino en ladiscusión para calmar a su amigo y llevarse a Rebecca fuera de la fiesta.

Habían transcurrido varios meses desde aquella fiesta y seguramente habíavisto a Rebecca en otras ocasiones, aunque no la recordaba. ¿Qué habíapasado desde aquella fiesta hasta el primer día de curso para que la chicahiciera un cambio tan drástico? Su nueva actitud podría responder al caprichode una niña rica necesitada de atención, pero Ethan, que la observaba ahurtadillas sin saber por qué, dudaba de que la respuesta fuera tan sencilla.Sentía curiosidad por aquella chica demasiado oscura, demasiado sola,demasiado triste, demasiado perdida, tanto que ya nada tenía que ver con lapequeña bailarina que vio una vez en el teatro Mary Carsons, cuando lofascinó con aquel baile que había quedado guardado en algún rincón de sumemoria.

Sintió un alivio inexplicable cuando Rebecca dejó de estar sola. Un díaAlison Parker, la tímida Alison Parker, la preciosa rubia que siempreacompañaba al friki de David Hamilton, se sentó a la mesa de Rebecca paraasombro de todos los alumnos presentes. Alison podía haber sido una de laschicas más populares del instituto, pero su extrema timidez la mantenía alejadade las personas con las que no tenía confianza. Era clienta habitual de The

Blue Owl y Ethan le había vendido en su última visita dos novelas de JaneAusten. Vivía en el mismo barrio que Ethan, en la antigua casa de los Carter,con su madre y su padrastro, justo al lado de los Hamilton. Su madre, según serumoreaba, tenía cierta tendencia a caerse por las escaleras y tropezar con laspuertas, aunque Ethan jamás descubrió ninguna señal de maltrato en la niña.

Aquella mañana Rebecca estaba leyendo un gastado ejemplar de Orgullo yprejuicio, cuando Alison se sentó junto a ella. Para sorpresa de todo elinstituto, mantuvieron una larga conversación y Ethan supuso que las hermanasBennet concentraron buena parte de la charla. Tras aquella primera reunión, sehicieron amigas y resultaba extraño verlas juntas, como una perfectarepresentación del día y la noche: Alison Parker, tan rubia y luminosa, con susvaporosos vestidos estampados y su dulce sonrisa, junto a la chica oscura demirada seria y barbilla orgullosa. Resultaban una pareja de lo másextravagante. Pronto, a ellas se sumaron, como no podía ser menos, DavidHamilton y su amigo Scott Williams, los dos frikis del instituto que visitaban amenudo la librería de los Bradley para llevarse cómics y novelas de cienciaficción y fantasía. El grupo se completó un tiempo después con el añadido deLiliana Peña, la única chica de décimo curso que vivía en el humilde parquede caravanas al otro lado del río Fletcher, y pronto se convirtió en habitual verreunido a aquel extraño grupo de marginados, tan diferentes entre sí y, sinembargo, cada vez más unidos. La actitud de Rebecca no cambió. Seguíamanteniendo las distancias con el resto del mundo, pero algo se suavizaba ensu rostro cuando se juntaba con sus nuevos amigos. Ethan se alegró de que yano estuviera sola y, con alivio, descubrió que ya no estaba pendiente de laadolescente. Ella había encontrado su sitio, lo que le hizo sentirseextrañamente en paz, y, por fin, el mundo volvió a estar en orden.

—Vaya, vuelves a ser tú mismo —le susurró Valerie una mañana, despuésde que Ethan hiciera un detallado análisis del último partido contra el institutoJohn Adams de Haywood—. Últimamente parecías… distraído —añadió suamiga, encogiéndose de hombros—. Pensé que tenías problemas con Claire y

no quise inmiscuirme, pero estaba empezando a preocuparme.

Ethan se quedó intranquilo tras aquellas palabras. ¿Se había mostradodistante con Claire? Nunca habían sido una pareja demasiado efusiva enpúblico, pero solían mostrarse atentos el uno con el otro. Sintió una punzadade remordimiento y un poco de rabia contra sí mismo, pero se dispuso aenmendarlo. Aquella semana fue a recoger a Claire al refugio de animales enel que colaboraba varias tardes a la semana, la acompañó a todas sus clases yel sábado, en vez de ir al cine, la invitó a cenar y estuvo más pendiente de ellaque de costumbre.

—¿Te pasa algo, Ethan? Estás un poco raro esta semana —preguntó Claireen el coche, de camino a su casa.

—Me pareció que no te había hecho mucho caso últimamente y queríacompensarte —confesó el chico, mientras aparcaba su recién estrenadoPontiac azul frente al número 5 de Hawick Lane.

—No necesitas compensar nada, bobo. Estamos como siempre —sonrióClaire al tiempo que le daba un beso suave en los labios. Ethan la atrajo hacíasí y su novia se dejó besar durante un rato, aunque el chico procuró noentusiasmarse demasiado. A Claire le gustaban los besos suaves, nodemasiado largos, y tampoco era muy amiga de las caricias. Susconservadores padres le habían dado una severa educación moral y la jovensiempre terminaba las sesiones de besos con aire culpable.

—Sé que quieres más, pero no puedo —sollozó algunas veces al principiode su relación, enterrando su rostro empapado con lágrimas en el cuello deEthan. El chico la abrazaba con fuerza y le acariciaba el pelo con ternura.

—Claire, no quiero nada que no te apetezca a ti también. Me gusta larelación que tenemos, de verdad, y solo quiero que a ti también te guste —leaseguraba, pero sus palabras, lejos de tranquilizarla, hacían que su llanto seredoblara.

—Eres tan bueno, Ethan… No creo que haya otro chico mejor que tú.

—Seguro que alguno hay —se reía él, secando las lágrimas que surcabansu rostro—, pero espero que no llegues a conocerlo nunca.

Ethan había sido honesto en sus afirmaciones y poco a poco Claire sehabía ido tranquilizando con respecto a la parte física de la relación. Ethandejaba que su novia marcara el ritmo y ni una sola vez intentó presionarla, pormuy difícil que resultara para un adolescente con las hormonas revolucionadasejercer ese férreo autocontrol. Quería y respetaba a Claire, a su Claire dulce,amable, inteligente, organizada y tranquila, siempre dispuesta a ayudar a losdemás, que colaboraba en el refugio de animales y daba tutorías gratuitas aalumnos con dificultades académicas. Le gustaba su relación tranquila, sinsobresaltos, en la que ambos estaban cómodos y todo parecía fácil. Sequerían, confiaban el uno en el otro, estaban a gusto juntos. ¿Qué más se podíapedir a una relación? A sus diecisiete años, Ethan Bradley estaba convencidode tener el noviazgo perfecto y ni siquiera le preocupaba su casi inexistentevida sexual, aunque su cuerpo a veces no estuviera de acuerdo, porque teníapor delante toda una vida con Claire y no había necesidad de apresurar nada.

Tenían todo su futuro proyectado. Buscarían universidad juntos, para notener que separarse durante aquellos años. Él estudiaría Arquitectura naval yella, Veterinaria y, cuando terminaran la carrera, se casarían y se instalarían enalguna ciudad de la costa, donde él pudiera diseñar barcos y ella abrir unaconsulta. Iba a ser una buena vida y Ethan y Claire habían pasado muchastardes en el embarcadero del lago Murray, admirando los pequeños veleros ylas lanchas que alquilaban los veraneantes y planeando el porvenir.

—No deberíais tomarlo tan en serio. Sois demasiado jóvenes —lerecordaba su madre de vez en cuando. Yvonne Bradley no solía entrometerseen la vida de su hijo. Confiaba en él y en que siempre tomaba decisionessensatas, pero, a veces, le habría gustado que Ethan fuera capaz de correralgún riesgo, de saltarse las reglas. Le gustaba Claire Higgins (¿a quién no le

gustaba Claire?), pero se preguntaba si sería la chica adecuada para su hijo, siEthan no necesitaría una chica que lo hiciera salir de sus confortables límites,que lo hiciera vibrar y sacara a la luz su lado aventurero, aquel lado que soloemergía cuando se subía a un barco.

—Claire y yo nos queremos, mamá. —Ethan zanjaba la cuestión sinenfadarse. Sabía que por parte de su madre no había malicia alguna y quequería a Claire, que tan solo mostraba preocupación por él, pero no estabadispuesto a permitirle que se inmiscuyera en su relación.

La vida era sencilla para Ethan Bradley y no pensaba dejar que nada laalterara.

Capítulo 7

La vida se había vuelto frenética. Rebecca no tenía un minuto dedescanso. Tratando de minimizar los gastos de una obra que se adivinabamonumental, había solicitado subvenciones al ayuntamiento y a variasfundaciones privadas. Liliana dejó en sus manos todos los asuntos de papeleo,porque estaba demasiado ocupada con el trabajo y había empezado a tomar uncurso de Contabilidad por las mañanas.

Rebecca comprendió que ella también tendría que hacer algo con suformación, porque no se sentía preparada para su futuro trabajo, y se apuntó enun curso intensivo en Organización de eventos en la UNCC, de cuatro mesesde duración, que empezaría a finales de agosto. La mitad de las clases eranonline, así que solo tendría que ir a Charlotte un par de veces a la semana.Grant se mostró muy complacido con la idea de su hermana e incluso leentregó una copia de las llaves de su piso, por si alguna vez tenía quequedarse a dormir en la ciudad.

Hacía más de una semana que se había reunido con Matthew Gresham,pero no podía parar de darle vueltas a la historia de los Adkins, así queconsiguió un ejemplar del libro de Marcus Adkins en la biblioteca municipal.Tres generaciones: Anotaciones sobre la vida rural en Carolina del Norteera el poco atractivo título de un grueso volumen con unas quinientas páginas.Con su preciado tesoro en el bolso, pasó frente a la Academia Carrington.Tenía la sensación de que la mitad de su vida había transcurrido dentro deaquel antiguo edificio de piedra con una elevada escalinata. Echaba de menosbailar, reconoció con un suspiro. No añoraba subirse a un escenario, ni los

aplausos. Echaba de menos la música deslizándose bajo su piel, ajustarse alritmo con movimientos armónicos y volcar todas sus emociones en cada paso.Desde que acabó la universidad, no había vuelto a bailar en serio. Mientrastrabajaba en Old Fashioned Records, se apuntó a clases de hip hop, poraquello de explorar nuevos estilos, pero había abandonado del todo la danzaclásica. ¿Qué sentido tenía seguir bailando si no quería subirse a unescenario? En Seattle no pareció importarle, pero en Oak Hill había empezadoa sentir un pequeño hormigueo en la planta de los pies cada vez que escuchabamúsica, como si su cuerpo estuviera suplicando que se moviera.

Casi sin darse cuenta de lo que hacía, subió la amplia escalinata de laacademia y empujó la puerta. Como siempre, estaba abierta. Vera Tomlinson,con su rubio pelo cardado hasta la exageración y los labios pintados de unrojo furioso, estaba sentada tras el mostrador de recepción, trasteando en elmóvil con gesto aburrido.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó con tono mecánico, sin mirar a larecién llegada.

—¿Ahora me tratas con tanta formalidad? Entonces no querrás darme uncaramelo de limón de esos que siempre llevas en el bolso.

Vera alzó la vista y soltó una sonora carcajada al reconocerla.

—¡Rebecca Miller! ¿Eres ya una estrella del Ballet de Nueva York? —lasaludó, aludiendo a una antigua broma—. ¿Vienes a ver a Bella? Está en sudespacho, pasa a saludarla.

Rebecca recorrió los pasillos de la academia, flanqueado por grandescristaleras que permitían ver el interior de las aulas. Algunas estaban vacías,pero en otras había grupos tomando clase o bailarines ensayando. Al final delcorredor se encontraban las escaleras que daban acceso al segundo piso, conmás aulas y el despacho de la directora. Bella Carrington, con su cabello delcolor del fuego, su piel blanca como la nata y sus habituales ropas de telas

amplias y fluidas, la esperaba junto a la puerta con una amplia sonrisa.

—Rebecca, pequeña, estoy emocionada por volver a verte —la saludó consu acostumbrado estilo grandilocuente—. Tienes que contarme todo sobreSeattle y a qué te dedicas ahora.

Rebecca habló sin reparos sobre su experiencia en la Universidad deWashington, sus clases, sus profesores y sus actuaciones, pero no pudo evitarruborizarse al contar a su antigua mentora que había dejado de bailar.

—¿Ya no bailas? —preguntó su maestra. Rebecca negó con la cabeza,esperando su decepcionada respuesta—. Bueno, en realidad ambas sabemosque lo tuyo nunca fueron los escenarios. No por falta de técnica, desde luego,has sido la mejor alumna de esta academia, pero nunca te interesaron losaplausos ni bailar en público, ¿verdad?

No esperaba una respuesta tan cálida y comprensiva; ni siquiera habíacreído hasta aquel momento que Bella Carrington la conociera tan bien.

—Pensé que estarías decepcionada… —reconoció con un hilo de voz.

—No te confundas: estoy decepcionada, pero no porque no te hayasdedicado profesionalmente al baile, sino porque hayas dejado de bailar.Siempre bailabas para ti, incluso cuando participabas en un recital. Bailar tehacía feliz, así que lo que me gustaría saber es por qué ya no bailas.

Seguramente podía enumerar una larga lista de razones por las que llevabacerca de un año sin bailar, pero en aquel momento no encontró ninguna.

—Creo que me gustaría volver a bailar —reconoció al fin—. ¿Podríaalquilar de vez en cuando un aula de práctica aunque ya no sea alumna delcentro?

Una nueva sonrisa cubrió el rostro de Bella Carrington.

—Habla con Vera. Ella es la que gestiona los horarios y las tarifas.

Veinte minutos después Rebecca estaba de regreso a su apartamento, trashaber reservado un aula de prácticas un par de horas semanales. Estabadeseando volver a calzarse sus zapatillas de baile, pensó mientras secambiaba y se ponía un cómodo vestido de verano. Dedicó el resto del día aleer el libro de los Adkins, ver tres capítulos de Property Brothers y comerselos restos de unos deliciosos huevos rellenos de cangrejo, maíz y pepinillosque habían sobrado del día anterior. Rebecca siempre había sido muycuidadosa con su alimentación y con el ejercicio. Mantenerse delgada eraindispensable para toda bailarina, pero vivir con Liliana iba a acabar con suestricta dieta. Su amiga cocinaba como los ángeles y parecía decidida a ponerun poco de carne sobre sus huesos.

—Tengo el proyecto terminado. ¿Queréis que lo veamos esta tarde?

Matthew Gresham la llamó una semana después, tras su segunda sesión debaile. Estaba un poco enfadada consigo misma, porque se notaba rígida. Sucuerpo no obedecía y, aunque era consciente de que debía de tener paciencia,no conseguía dominar su decepción. Un año atrás era más flexible, bailabamejor y se cansaba menos. No quería pagar su malhumor con el arquitecto,pero no se encontraba con ánimo para afrontar su arrollador entusiasmo.

—No creo que podamos ir esta tarde a Asheville. Liliana tiene turno decena. ¿Por qué no nos lo mandas por email?

—No hace falta que vengáis a Asheville. Estoy en Oak Hill. ¿Cenamos enla taberna donde trabaja Liliana y, cuando termine, vemos el proyecto?Mañana me voy a Georgia para atender otro proyecto en el que estoytrabajando y no estaré disponible en unos días.

Rebecca ahogó un suspiro y aceptó la propuesta de Matthew. ¿Quéalternativa le quedaba? Llamó a Liliana para comunicarle los nuevos planes yvolvió a casa. Mientras buscaba las llaves en el bolso, escuchó el ladrido deHuck. No veía a Ethan desde que le llevó los restos de lasaña. Al día siguientehabía encontrado los tuppers limpios sobre el felpudo con una seca nota de

agradecimiento dirigida a Liliana. Un nuevo ladrido capturó su atención. Ethandebía de estar en la librería y sintió pena por el perro. ¿Se pasaba todo el díasolo en el apartamento hasta que regresaba su dueño? Seguro que se volvíaloco. Huck parecía un perro muy activo, lleno de energía, de los quenecesitaban aire libre y movimiento. Consideraba una crueldad que estuvieraencerrado, pero no podía hacer nada. No le importaría llevarlo al parquealgunas mañanas, mientras Ethan trabajaba, pero resultaba imposibleproponérselo siquiera, así que entró en su piso, se dio una ducha y se puso undiscreto vestido negro con mangas francesas y falda corta con algo de vuelo.Era elegante, coqueto y, a la vez, lo suficientemente serio para una cena detrabajo. De mejor humor, se dirigió a The Black Sheep, donde ya la esperabaMatthew con un abultado maletín. La taberna estaba bastante concurridaaquella noche, pero Smiley los condujo a un reservado.

—Liliana seguramente se reunirá con vosotros en los postres. Paraentonces habrá menos jaleo y podrá dejar la cocina un rato. Minnie se ocuparáde vosotros —añadió, señalando con la barbilla a una de las camareras antesde alejarse dando bruscas zancadas.

—Bueno, ¿qué plato me recomiendas? —preguntó Matthew con unaagradable sonrisa. Rebecca levantó la mirada del menú para contestarle, perojamás llegó a dar una respuesta. Tropezó con los ojos oscuros de EthanBradley, sentado en la mesa de enfrente. Durante unos segundos semantuvieron la mirada, aislándose del resto del mundo, hasta que él alzó elbotellín de cerveza en su dirección con un brindis irónico, que subrayó conuna sonrisa sardónica. «De todos los restaurantes del mundo…», se dijoRebecca para sus adentros antes de volver a concentrarse en el menú. Mattheweligió una hamburguesa con queso de cabra, beicon y cebolla caramelizada yella optó por una ensalada de espinacas frescas con manzana, nuecesconfitadas y queso feta.

—He estado en Chapel Hill —dijo Matthew mientras Minnie les servía el

vino que había pedido el arquitecto. Rebecca miró a hurtadillas a Ethan, al queacababan de llevar una hamburguesa de aspecto delicioso. Se recordó suspropósitos para comer de forma equilibrada y se concentró en su acompañante—. Fui a ver los planos originales de Oak Farm y, al final, acabé revisandotodo el archivo Adkins.

Aquello acaparó la completa atención de Rebecca.

—¿Viste los planos originales de la casa? —preguntó entusiasmada.

Matthew se rio y sacó su iPad.

—Tenían buena parte del archivo Adkins digitalizado y me dieron copiasde los planos de Oak Farm y también los de la casa de plantación del mayorAdkins.

—¡La casa de John y Violet! —exclamó sin poder evitar su entusiasmo.Varios clientes miraron hacia su mesa, incluido Ethan, pero a ella no leimportó haber llamado tanto la atención. La historia de John y Violet la teníaobsesionada desde que había empezado a leer el libro de Marcus Adkins.

Durante la cena, Matthew le enseñó los planos de las dos versiones deOak Farm, explicándoselos al detalle. De la primera mansión, destacó elporche delantero, añadido varios años después, el gran hall de la entrada y laimpresionante altura de los techos. Era la casa de un hombre rico y orgulloso,de un hombre hecho a sí mismo, y, sin embargo, pese a toda la grandiosidad yostentación de la imponente fachada, del salón de baile y del comedor del ladooeste, contaba con pequeños salones hogareños y cálidos gabinetes,destinados al uso familiar. Aun así, Rebecca prefería la versión de Oak Farmtras el incendio, de apariencia más modesta, pero también más acogedora.

—Oye, si Liliana cocina así, vuestro negocio va a ser un gran éxito —pronosticó Matthew mientras saboreaba su hamburguesa con gesto extasiado.Se concentró durante unos segundos en la comida, pero casi al instante volvióa zambullirse en los planos.

De postre, Rebecca no pudo resistirse y pidió una tarta de tres chocolatesque Liliana había creado tiempo atrás en homenaje a Alison. Su amiga era unagolosa incorregible y Lil había realizado una nueva versión de aquella tartaclásica, elaborando un postre de distintas texturas que se deshacía en la boca.Al probarla, Rebecca sintió añoranza por Ali. Alison Parker era la criaturamás generosa y valiente que Rebecca había conocido. Ella estaba demasiadoconsumida por la rabia cuando Ali venció su timidez inicial, desoyó losmaliciosos rumores que rodeaban a Rebecca y se sentó a su mesa en lacafetería del instituto, interrumpiendo su lectura de Orgullo y prejuicio.

—Jane Austen es mi escritora favorita —afirmó Ali, roja como la grana,tras ocupar un de las sillas vacías de su mesa. Rebecca ni siquiera levantó lamirada del libro. Le gustaba estar sola y, cada vez que alguno de suscompañeros le hablaba, siempre había una burla escondida en algún lado.Pasar de ellos era su mejor defensa, pero no iba a funcionar con Alison Parker—. Me parece que Elizabeth Bennet es uno de los mejores personajesfemeninos de la literatura y debo confesar que estoy bastante enamorada deDarcy.

—Darcy es un tarado emocional —afirmó Rebecca, sin mirar aún aAlison, con su tono de voz más severo—. Es un clasista pedante y engreído, unestirado con poco tacto que se cree el amo del mundo.

Alison la miró estupefacta antes de reírse por lo bajo y durante la siguientehora ambas desmenuzaron a Darcy, a Lizzie, a Bingley, a Lydia y, por supuesto,a la maravillosamente irritante señora Bennet. Jamás (ni entonces ni en losaños venideros) lograron ponerse de acuerdo en cuanto al carácter deFitzwilliam Darcy, aunque ambas coincidían en su admiración por la segundade las hermanas Bennet. Aquella charla rompió las primeras barreras entre lasdos chicas y, tras muchos años de soledad, Rebecca descubrió de nuevo lobueno de tener una amiga. Pero Alison hizo mucho más; no solo le entregó unaamistad desinteresada y sincera, sino que trajo con ella a David y a Scott y,

por último, le devolvió a Liliana. Jamás podría agradecer lo suficiente aAlison Parker que se atreviera a vencer su timidez e hiciera caso omiso de suextraño aspecto y le tendiera una mano amiga. La soledad en la que habíavivido durante años empezó a desvanecerse y supo, por fin, lo que era serquerida y aceptada.

—Tengo un regalo para ti. —La voz de Matthew interrumpió susnostálgicos pensamientos, aunque no llegó a dispersarlos del todo.

—¿Un regalo? —preguntó en tono ausente, todavía con la cabeza puesta enotra época.

—El archivo Adkins es muy interesante. Tiene de todo: fotografías,recortes de periódico, certificados de nacimiento, matrimonio y defunción,facturas, en fin, todo lo que te puedas imaginar. —Matthew detuvo susexplicaciones para sacar de su maletín una abultada carpeta—. Son copias delas cartas de John y Violet. La mayoría fueron escritas durante la guerra, perotambién de otras épocas.

Rebecca miró al arquitecto, conmocionada.

—¿Me has traído las cartas de amor de John y Violet?

—No sé si serán de amor. No he podido leerlas. Solo he echado un vistazopor encima, pero sé lo entusiasmada que estás con su historia, así que penséque te gustaría verlas.

—No sé qué decir —musitó al tiempo que cogía la carpeta con gestoemocionado—. Gracias. Muchas gracias. Yo… no sé qué decir… —repitió,algo aturdida—. Significa mucho para mí, Matthew.

El brusco sonido de una silla arrastrada por el suelo interrumpió sudiscurso de agradecimiento, pero cuando levantó la vista solo acertó adistinguir la espalda de Ethan, que se alejaba arrastrando su cojera. Siguió conla mirada la figura oscura y triste de aquel hombre que ya no conocía y sintióla tentación de seguirlo. Solo el sentido común la mantuvo pegada a su silla.

Cuando llegó Liliana, Matthew les explicó su propuesta de reforma, en laque había tenido en cuenta las sugerencias de las socias, y les entregó losplanos y el presupuesto para que lo estudiaran. Al despedirse, el arquitectoretuvo la mano de Rebecca unos segundos y se inclinó hacia ella, como sifuera a decirle algo importante, pero, al final, la soltó y se dirigió a su coche.

—Parece que le gustas a nuestro arquitecto —afirmó Liliana.

—No digas tonterías. Solo es amable. Además, es muy mayor. ¿Qué edadtendrá? ¿Cuarenta?

—Tiene treinta y ocho años, divorciado y sin hijos —enumeró Liliana,divertida ante la cara de estupefacción de su amiga—. No iba a contratar aalguien para trabajar en el sueño de mi vida sin saber un poco sobre él,¿verdad?

Rebecca no dijo nada. No estaba interesada en Matthew Gresham. Le caíamuy bien, pero no se sentía en absoluto atraída por el arquitecto. Los chicoseran un asunto complicado y ella no había tomado demasiadas buenasdecisiones en ese aspecto. No podía culpar a nadie, más que a sí misma, de sudesastrosa trayectoria sentimental. Con Connor había confundido eldeslumbramiento con el amor, con Ethan había estado tan confusa y asustadade la magnitud de sus emociones que acabó huyendo y con Scott estuvo a puntode terminar con una amistad. Un error detrás de otro, pensó con tristeza, desdeel momento en que Connor MacMillan, el chico de oro de Oak Hill, se acercóa ella con su sonrisa perfecta y su pelo perfecto y, como un antiguo caballerosureño, la rescató.

Rebecca acababa de cumplir quince años y se sentía más sola que nunca.Tras el divorcio de sus padres, Grant y sus amigos habían convertido lamansión Miller en su cuartel. En verano se adueñaban de la piscina y duranteel resto del año había chicos por todas partes. Chicos que vaciaban la nevera,hacían comentarios soeces mientras jugaban a videojuegos, comían cantidades

ingentes de pizza y palomitas viendo películas de acción o se retaban apartidas interminables en la bolera del sótano. Lo peor eran los fines desemana, con sus ruidosas fiestas, cada vez más descontroladas.

Rebecca se encerraba en su habitación con los cascos puestos y fingía queno le importaba que hubiera un montón de adolescentes borrachos en la plantade abajo, que las parejas se colaran en los dormitorios y que al día siguientetoda la casa estuviera hecha un desastre. Pero aquella noche estaba harta.Tenía quince años y llevaba una vida insípida y aburrida: el instituto, lasclases de ballet, los deberes… Durante años trató de encajar en el grupo deTaylor Quinn y con las chicas de la academia de ballet, pero se había dadopor vencida. Taylor y sus amigas no le gustaban y las competitivas alumnas dela academia la odiaban porque siempre conseguía los papeles principales enlas actuaciones, así que Rebecca se convenció de que estaba mejor sola.Bailaba, leía, estudiaba… siempre sola, viendo la vida pasar sin participar enella, hasta aquella noche en la que decidió comportarse como una adolescentenormal. La casa estaba llena de gente. Solo tenía que bajar las escaleras ytratar de integrarse. Grant la descubrió en cuanto se sirvió la primera copa yse acercó a ella muy enfadado.

—Vuelve a tu cuarto. Este no es sitio para niñas —le gritó furioso, con elrostro desencajado. Rebecca quiso protestar. Había chicas de su clase enaquella fiesta y no parecía que Grant y sus amigos las consideraran unas niñas,pero Grant, algo bebido, no atendía a razones.

—Vamos, Grant, tío, tranquilízate. Yo acompañaré a tu hermana a su cuartoy ella no volverá a bajar, ¿verdad?

Era Connor MacMillan, el chico de oro de Oak Hill. Atractivo,carismático, educado, como correspondía al legítimo descendiente de unalarga saga de políticos sureños. Su padre había sido elegido gobernador delestado, su abuelo era senador y se rumoreaba que su tío llegaría al Congresoen las próximas elecciones. Connor estaba en el equipo de debate del instituto,

había sido elegido delegado de curso cada año desde la escuela elemental yformaba parte del consejo de alumnos. Tenía maneras distinguidas y unasonrisa perfecta.

Rebecca se dejó arrastrar por Connor de vuelta a su dormitorio, atraídapor su innegable magnetismo. El chico no se limitó a dejarla en su cuarto, sinoque entró con ella y echó un vistazo a su alrededor.

—Me gusta tu habitación —afirmó. Y, luego, sucedió lo impensable, sesentó con ella y conversaron durante una hora. Hablaron de cine y de música,nada demasiado personal, pero cuando Connor regresó a la fiesta, Rebecca yaestaba deslumbrada. Aquella noche soñó con su increíble sonrisa y sus ojoscastaños. Connor MacMillan era perfecto y ella se había enamorado.

El siguiente sábado Rebecca se encontraba en su cuarto cuando la músicaempezó a retumbar por toda la casa. Intentó leer el ejemplar de Persuasión,que había comprado en The Blue Owl a principios de semana, pero los ruidosde la fiesta no dejaban que se concentrara. Oyó unos discretos golpes en lapuerta y abrió para encontrarse con un Connor impresionante, con el flequillocayéndole sobre los ojos y su encantadora sonrisa. Sostenía un par de cervezasen la mano.

—Vengo a hacer compañía a la princesa solitaria —explicó, al tiempo quele tendía un botellín. La frase, reconocería Rebecca años después, erapatética, pero a la quinceañera estúpida y enamorada que era entonces leencantó. Lo dejó pasar y se sentaron en el suelo sobre varios almohadones,con la espalda apoyada en la cama. Era la primera vez que bebía cerveza y nole gustó. Sabía amarga y no estaba demasiado fría, pero se bebió el botellínque le había traído Connor. No quería que la tomara por una niña, aunqueluego se sintió algo mareada. Bebieron y conversaron, sobre todo de labúsqueda de universidad. Rebecca estaba tan agradecida porque le dedicaraatención que se pasó la mayor parte del tiempo mirándolo con embeleso. Suprimer beso había sido con Harry Ebbert y, desde entonces, solo le habían

hecho caso un par de chicos de la academia de baile, pero ninguno habíallegado a gustarle de verdad. Connor la hacía sentir como si flotara y, durantelas siguientes semanas, se acostumbró a que él apareciera en la puerta conbotellines de cerveza y charlara un rato con ella.

Creyó que se había enamorado y, lo peor de todo, creyó que Connor sentíalo mismo. Así que la noche que él la besó, pensó que estallaría de felicidad.

—No podemos hacer esto —susurró él, acariciándole el pelo—. Eres lahermana de Grant y eres demasiado joven. No estás preparada para lo quenecesita un chico de mi edad, pero no he podido resistirme.

—No soy ninguna niña, Connor —protestó ella, sin saber que se estabadejando enredar en su juego. Se besaron durante un buen rato, sentados en lacama, y luego él la tumbó y se tendió sobre ella, aplastándola contra elcolchón. Todo sucedió tan rápido que casi no se dio cuenta del momento enque las manos de él se colaron bajo su ropa. Quería a Connor y no iba arechazarle. Le demostraría que ella era la chica perfecta para él y que los dosaños que los separaban no significaban nada. Fue doloroso, rápido y pocoplacentero, pero él suspiró feliz al terminar y ella creyó que había merecido lapena.

Durante toda la semana esperó una llamada de teléfono que no llegó o, almenos, un saludo cómplice en la cafetería del instituto que jamás recibió, peroel sábado siguiente Connor apareció en su puerta, sin cerveza ni ganas deconversación. Se tumbó con ella en la cama, la desnudó con rapidez y la besócon urgencia. Esta vez no dolió, pero se acabó cuando su propio placeracababa de despertar, dejándola con cierta sensación de vacío. Sin embargo,el sexo no importaba. Ella amaba a Connor y estaba dispuesta a hacer lo quefuera por él.

—¿Vamos a contárselo a mi hermano? —preguntó mientras él se vestía.

—¿A tu hermano? Ni loco le diría a Grant que me acuesto con su hermana

pequeña. ¿Quieres que me dé una paliza?

Rebecca tragó saliva. Empezaba a pensar que Connor no estaba tanenamorado de ella como creía. Él nunca había dicho nada al respecto. Enrealidad, él solo hablaba sobre sí mismo.

—Pero algo tendremos que decirle… —susurró, pero se calló al escucharel resoplido de impaciencia del chico.

—Sabía que eras demasiado joven para esto. ¿No pensarás que somosnovios o algo parecido, verdad? Hemos pasado un par de ratos muyagradables, Rebecca, pero esto es todo, princesa. ¿No lo hemos pasado bien?—Rebecca lo miró con los ojos muy abiertos, tratando de digerir sus palabrasy notando cómo el corazón se le rompía en mil pedazos. Connor suspiró—. Meparece que estás confundiendo las cosas, pequeña. Creo que será mejor que lodejemos aquí antes de que la cosa se complique.

La besó en la frente con despreocupación y salió de su dormitorio y de suvida con la misma rapidez con la que había entrado, dejando a Rebeccaanonadada. Se sintió utilizada y engañada, se sintió estúpida y, sobre todo, sesintió más sola que antes. Durante las siguientes semanas creció un enfadomonumental dentro de ella, que se incrementó durante su mes de encierro encasa de la tía Edith. Estaba harta de todos: de sus padres, de su hermano, delas chicas de su clase, de sus compañeras de ballet… Connor fue la gota quecolmó el vaso. Todo el mundo creía que podía ignorarla, pero ella estaba hartae iba a dejar de ser invisible. Nadie volvería a utilizarla, pisotearla oabandonarla. Nunca más.

Capítulo 8

Ethan Bradley aprendió lo que era el deseo la tarde en que RebeccaMiller descubrió la poesía de Sylvia Plath[3]. La lluvia, constante y monótona,golpeaba los cristales de The Blue Owl. En aquella época la mesa denovedades ya se encontraba junto al gran ventanal de la entrada, pero lasección de literatura infantil quedaba relegada al fondo del local, junto a la depoesía. La tarde lluviosa no invitaba a salir, así que esperaban pocomovimiento en la tienda. El padre de Ethan se había encerrado en el pequeñodespacho de la librería para repasar las cuentas y había dejado al adolescentea cargo de los posibles clientes. A primera hora de la tarde Millie Carpenter,la jefa de estudios del colegio católico, se acercó para recoger un pedido parala escuela, pero durante la siguiente hora no entró nadie, así que Ethan pudoterminar su redacción sobre los impresionistas franceses. El último año estabasiendo intenso y, aunque aún faltaban varios meses para la graduación, yahabía empezado a mirar universidades con Claire.

Estaba guardando los cuadernos en su mochila cuando la campanita de laentrada sonó y al alzar la vista vislumbró una oscura figura recortada en eldintel. Botas militares, vaqueros negros con varios rotos y una ampliasudadera del mismo color. La capucha tapaba por completo el rostro delrecién llegado, pero antes de que la retirara, Ethan ya sabía que se trataba deRebecca Miller. Era difícil que aquella chica pasara desapercibida en OakHill desde su espectacular cambio de imagen.

Gotas de lluvia resbalaron por el delgadísimo cuello de la chica, pero ellano pareció darse cuenta. Rebecca masculló un saludo antes de desaparecer

entre los estantes del fondo. La adolescente era una clienta habitual de lalibrería, así que conocía perfectamente la distribución de esta. Ethan sacó desu mochila el volumen de Un mundo feliz, incluido en la lista de lecturas de laprofesora Russell, se colocó en la posición más cómoda posible y empezó aleer. La historia lo tenía atrapado y, cuando miró el reloj, había pasado mediahora desde la entrada de Rebecca. ¿Se habría ido sin comprar nada? No sehabía enterado, pero en la librería no se escuchaba ningún ruido y fuera laoscuridad había cubierto la calle. La lluvia seguía golpeando los cristales,aunque parecía haber reducido su intensidad. Cerró la novela y se puso en pie,notando como sus músculos y sus huesos se estiraban aliviados. La silla quehabía detrás del mostrador no era precisamente cómoda, pero su madre senegaba a cambiarla.

Recorrió a paso lento la librería, colocando algún volumen desordenado asu paso, hasta que percibió un movimiento de páginas. Se movió con sigilohasta encontrarse con la oscura figura de Rebecca en la sección de poesía,sentada en el suelo con un libro en las manos. No pareció darse cuenta de lallegada de Ethan, así que él carraspeó para hacer notar su presencia. Nada. Lachica estaba tan absorta en la lectura que ni siquiera se movió. Ethan reprimióuna sonrisa. Conocía bien esa sensación de estar atrapado por un libro, deencontrarse tan sumergido en la historia que nada podía sacarlo de ahí. Losojos devoraban las letras y el mundo exterior desaparecía. Ethan se puso decuclillas frente a la joven y pronunció su nombre. Sonaba bien. «Rebecca»,repitió despacio, paladeando cada sílaba. Era un nombre sonoro, lleno defuerza, algo duro y elegante. La chica alzó por fin la cara. Todo su rostroreflejaba sorpresa: las cejas elevadas, la piel tirante debajo de estas, lospárpados más abiertos de lo habitual y la boca ligeramente entreabierta.Miraba sin ver, con los ojos fijos en las estanterías detrás de Ethan, como sino fuera consciente de su presencia.

—«Solo quería yacer con las palmas vueltas hacia arriba y hallarmetotalmente vacía»[4].

Ethan arqueó las cejas, sin entender nada de aquella extraña frase que ellahabía recitado con voz dulce, ligeramente ronca. Su voz suave le llamó tanto laatención que tardó unos segundos en percatarse de que no hablaba con él, sinoque estaba recitando un verso del libro que sostenía en las manos: un ejemplarde Ariel, de Sylvia Plath.

—Y hallarme totalmente vacía —repitió Rebecca, en un susurro tan bajoque Ethan tuvo que agachar la cabeza para escucharla. Entonces, al inclinarse,descubrió la boca de Rebecca. Tenía unos labios sorprendentemente rosados.Aquella certeza lo dejó algo aturdido y durante unos segundos permanecióparalizado, estudiando la ligera inclinación ascendente de su boca, lacarnosidad del labio inferior, el dibujo perfecto del superior y los extremosredondeados. Lo turbó el delicado tono rosa de sus labios, sin una pizca demaquillaje, en claro contraste con el exceso de sombras que rodeaban susojos. Ni siquiera sabía de qué color eran esos ojos. En el pasado nunca lahabía mirado con demasiada atención y, semanas atrás, cuando la observaba ahurtadillas, siempre lo había hecho desde lejos, pero por fin podía ver másallá de las gruesas capas de maquillaje distribuidas en los párpados, laspestañas y la parte inferior de los ojos, que resultaron, descubrió en aquelmomento tras un rápido vistazo, de un tormentoso azul grisáceo. Eran unosojos increíbles, pero aquella boca… Aquella boca acababa de hipnotizarlo yse imaginó a sí mismo mordiéndola, acariciándola con la lengua, dejándosellevar por la dulzura que ofrecía. Nunca se había fijado con tanta intensidad enla boca de una chica. Ni siquiera en la de Claire. Claire Higgins. Su novia. Supreciosa, generosa e inteligente novia. La realidad se abrió paso en suabotargado cerebro y pestañeó varias veces fijando su mirada en un librocualquiera de la estantería tras la espalda de Rebecca. Jamás, desde que salíacon Claire, había mirado así a otra chica. No era que se hubiera vuelto ciego,claro, las veía y sabía calibrar a las más bonitas, apreciar unas piernasparticularmente atractivas o un escote generoso. A fin de cuentas, era unadolescente de diecisiete años, no un trozo de madera, pero jamás se había

imaginado con ninguna de esas chicas. Pero allí, en la librería de sus padres,junto a la sección de poesía, se había visto devorándole la boca a RebeccaMiller, que seguramente era la chica más rara de la ciudad, y durante uninstante había olvidado que tenía novia. Se alejó un poco de Rebecca y lamiró, aunque ella no se había dado cuenta de la reacción del chico. ¿Cómopodía haber sucedido algo tan importante y la joven permanecer ajena a ello?Pero Rebecca todavía estaba en esa especie de trance literario, embebida enalgún tipo de revelación espiritual.

—¿Estás bien? —preguntó al fin con un seco gruñido. Se sentía desleal,sucio y ligeramente excitado, así que no tenía intención de ser amable.

La chica parpadeó, como despertando de una ensoñación.

—Tanto dolor y tanta belleza al mismo tiempo… ¿Sabes cuándo un libro tehabla? —dijo ella, clavando por fin su mirada en Ethan, esa mirada del colorde un cielo de tormenta. El chico tragó saliva y quiso salir corriendo.

—¿Cuándo te habla? —repitió de forma mecánica. En realidad, loentendía perfectamente: las palabras de un autor que, de repente, conectabancon uno, con una emoción escondida en lo más profundo del alma, donde nollegaba nadie. Una delicada tecla que solo vibraba ante determinadosestímulos sensoriales, como la belleza de la luz del sol reflejada en el aguadel lago, el sutil y adictivo aroma de un pan de maíz recién horneado o elsobrecogedor silencio de una iglesia oscura y vacía. Y, entonces, las palabrasque alguien escribió una vez, en otra época y en otro lugar y tal vez con unaintención distinta, eran capaces de expresar algo que permanecía dormidodentro de uno. Todo eso lo sabía Ethan, lo había experimentado, y eraconsciente de que Rebecca estaba viviendo un momento similar, pero seencontraba incapaz de mantener una conversación coherente, todavía aturdidopor el deseo y la culpa que había experimentado durante los últimos minutos.

—No creo que lo entiendas —consideró ella, poniéndose en pie, mirandocon el ceño fruncido el rostro confuso de Ethan—. No tiene importancia. Me

llevo este libro.

Él la siguió como un robot hasta el mostrador, cobró el libro, la vioguardarlo en su pequeña mochila y ponerse de nuevo la capucha antes de saliral exterior para dejarse engullir por la lluvia. Ethan se sentía como si lohubiera arrollado un tren de mercancías, pero un mensaje de Claire,anunciándole que saldría antes del refugio de animales, lo devolvió suacostumbrada calma. No entendía qué acababa de suceder, pero no iba a dejarque afectara a su vida, así que entró en el despacho de su padre y le pidiópermiso para salir antes y recoger a Claire en el refugio para que no se mojaracon la lluvia, ya que aún no tenía permiso de conducir. Siguiendo un impulso,buscó en Internet las obras más importantes de Sylvia Plath antes de irse y lepidió a su padre que incluyera El coloso y La campana de cristal en supróxima lista de pedidos a las editoriales.

Quiso volver atrás, como si aquella tarde jamás hubiera existido, pero fueimposible. Rebecca Miller había despertado algo en él y no podía olvidarlo.La seguía con la mirada cuando estaban en el mismo espacio que, por suerte,no era algo que sucediera a menudo. Tenían clases distintas y vivían en barriosdiferentes, así que solo se cruzaban en los pasillos del instituto o en lacafetería. La veía interactuar con sus amigos, más relajada que a principio decurso, y descubrió que su extraña forma de vestir estaba cambiando hacia unestilo más femenino, aunque igual de oscuro. Fue un duro golpe verla entrar enla cafetería con unos ajustadísimos pantalones rasgados, pesadas botas decordones y una amplia camiseta asimétrica de manga corta que dejaba unhombro al descubierto, mostrando el tirante de encaje del sujetador, tambiénnegro. Ceñía su esbelto cuello una gruesa gargantilla de encaje de la que caíansiete finas cadenas con piedras oscuras, como lágrimas negras deslizándosepor su cuello. Su atuendo quedaba completado con un par de piercings nuevosen las orejas, algunas pulseras de aire antiguo en su muñeca izquierda y variosanillos, uno de ellos con una gran piedra turquesa como única nota de color.

Hipnotizado, Ethan escudriñaba su piel pálida, su delgado cuello y suhombro izquierdo, cruzado por ese insidioso tirante de encaje, del que nopodía apartar la vista. Sentía el paladar repentinamente seco y descubrió, depronto, que se había olvidado de respirar durante unos segundos. Exhalódespacio el aire que guardaba en sus pulmones.

—Tienes que dejar de mirarla así —le susurró Val al oído.

—Así, ¿cómo? —preguntó Ethan sin despegar los ojos de Rebecca, quepicoteaba con desgana una ensalada hasta que su amiga Liliana, con gestoadusto, se la quitó y la sustituyó por una hamburguesa que la chica oscura mirócon evidente placer.

—Como si fueras a devorarla hasta no dejar ni los huesos. Vas a herir aClaire y no se lo merece.

No, Claire no se lo merecía. Ethan cerró los ojos y procuró calmarse.Aquello era una locura. Se sentía atraído por una chica a la que ni siquieraconocía cuando tenía una novia preciosa a la que quería. La quería, pero no ladeseaba, se atrevió por fin a confesarse a sí mismo. Tal vez por eso había sidocapaz de mostrarse tan respetuoso con la parte física de su relación. Nuncahabía mirado a Claire de la forma en la que miraba a Rebecca, nunca habíasentido ese profundo anhelo por tocar su piel o por besar sus labios. Se sintióasqueado consigo mismo. Claire se merecía más. Se merecía un novio que laquisiera y la deseara solo a ella. Rebecca también se merecía más, no un tipobaboso que se consumiera de deseo por ella y la espiara a hurtadillas.Abandonó la cafetería como un autómata, queriendo alejarse de sí mismo,deseando que llegara la primavera para poder salir a navegar con el abueloFred, deseando que llegara el curso siguiente y estar en la universidad, acientos de kilómetros de Oak Hill y lejos de Rebecca Miller.

Si fuera una persona honesta, rompería con Claire de inmediato, pero noestaba preparado para renunciar a la vida que habían proyectado juntos. Éltodavía quería esa vida y tendría que luchar por conseguirla. Llegó a una

razonable conclusión: hasta entonces había tenido todo muy fácil. No habíatenido que luchar realmente por nada que hubiera querido y él quería eseplácido futuro que le ofrecía Claire, así que tendría que luchar por él.

Consiguió cambiar un par de clases para evitar a Rebecca en la cafetería y,desde aquel momento, se negó a mirar en su dirección y se concentró enClaire, redobló sus esfuerzos en clase, aumentó el ritmo de los entrenamientosy se dejó la piel en cada partido, llevando al equipo de hockey del instituto arécords históricos de partidos ganados. Además, empezó a trabajar una tardemás a la semana en la librería, lo que alegró a sus padres. El año anteriorhabían contratado a una nueva dependienta, de forma que Yvonne pudieracentrarse en la gestión del negocio en vez de atender clientes. Kendra Woods,una simpática treintañera afroamericana que adoraba los libros, se habíavuelto imprescindible para sus padres, que llevaban demasiados añosrealizando extenuantes jornadas laborales. Con su carácter jovial y un sentidoespecial para recomendar lecturas a los clientes, Kendra se convirtióenseguida en parte de The Blue Owl. Se puso al frente del club de lectura y sehizo cargo del cuentacuentos de los sábados, fascinando a los niños de OakHill con su habilidad para imitar voces y manejar marionetas.

También Kendra tuvo la idea de poner en marcha un sistema de entrega adomicilio para competir con el comercio online, que estaba quitándolesclientes a pasos agigantados. Así, una tarde a la semana, Ethan hacía losrepartos y recorría la localidad con su Pontiac azul, repartiendo libros. Sunueva tarea le reportaba, además, buenas propinas, especialmente por parte delas señoras mayores, que se deshacían en elogios con él.

—No es fácil encontrar ya chicos tan educados como tú —le decía laseñora Brown, cuya pierna rota la mantuvo seis semanas recluida en casa.Durante ese tiempo, Ethan no solo le llevaba las novelas históricas queencargaba a la librería, sino que le hacía la compra, le recogía el correo yhasta realizó para ella un par de recados. — Tu novia es una chica muy

afortunada.

—Yo soy el afortunado, señora —reconocía Ethan, antes de continuar consus repartos.

Lo estaba haciendo bien, manteniendo las distancias con Rebecca yluchando por Claire, pero el destino no iba a ponérselo fácil. Su madre le dioun paquete con varios libros de arte para Bella Carrington, la dueña de laacademia de baile, y la orden de que se tomara el resto de la tarde libre paracompensar el duro trabajo que estaba realizando tanto en la librería como enel instituto. Subió de dos en dos las escaleras del viejo edificio de piedra quealbergaba la academia de baile y la chica de recepción le indicó que eldespacho de la directora se encontraba en el piso de arriba.

—Las escaleras están al final del pasillo —le indicó. Ethan recorrió ellargo corredor, flanqueado por aulas con grandes cristaleras que dejaban versu interior como escenas de un cómic en movimiento. Un grupo de niñas,sujetas a una barra, practicaba complicadas figuras de ballet, una parejaadulta bailaba sin demasiada gracia lo que parecía un tango, un grupo dechicas jóvenes, sentadas en el suelo formando un círculo, escuchabaatentamente a su profesora… Así fue pasando por varias salas hasta llegar a laúltima. Una chica estaba girando. Una vuelta tras otra, cruzando la sala congiros perfectos sobre una sola pierna y un pequeño paso sobre las puntas entrecada vuelta. Las puntas rosas de su cabello la delataron. Ethan tomó aire. Porsupuesto, Rebecca Miller estaba allí y se quedó clavado en el suelo,observando a través del cristal su baile furioso, de movimientos rápidos ybruscos. No podía escuchar la música, puesto que las cristaleras y las paredesde las aulas estaban insonorizadas, pero ella se movía con ritmo frenético. Nola veía bailar desde hacía una década y ya no era la niña encantadora en supapel de hada pícara, sino una bailarina increíble, llena de fuerza, pero igualde elegante. Bailaba como si desnudara su alma y Ethan era capaz de percibirtoda su rabia volcada en cada giro, en cada salto, en cada paso, en la

expresión de su rostro, en el brillo de sus ojos tormentosos, por fin sin nada demaquillaje. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, unas mallas negras,que resaltaban la extrema delgadez de sus piernas, tan delgadas que parecíaimposible que soportaran al resto de su cuerpo, y una amplia camiseta deescote desbocado que dejaba entrever (de nuevo) su hombro, pero a Ethan yano le importaba ese hombro. El baile airado de Rebecca, que parecía salir delo más profundo de su interior, acaparaba toda su atención, robándole elaliento.

—Es muy buena. Sin duda, la mejor bailarina a la que enseñado.

Ethan se giró hacia la voz profunda que sonó a su lado y descubrió a ladirectora de la academia, con su pelo del color del fuego y su peculiar estilode ropas anchas y fluidas. Le echó un rápido vistazo y volvió a mirar a laenfadada bailarina que danzaba al otro lado del cristal y a la que una ligeracapa de sudor empezaba a cubrir el rostro y el escote.

—Tiene una técnica maravillosa y esa cualidad tan especial que pocasbailarinas poseen: la de mostrarse a sí misma durante el baile. No se guardanada. Es capaz de sacar a la luz todas sus emociones. Te pone la piel degallina, ¿verdad? —continuó Bella Carrington con su aire grandilocuente.Ethan asintió con la cabeza, pero seguía con los ojos fijos en Rebecca. —Podría conseguir todo lo que quisiera, ser la primera bailarina de las mejorescompañías del mundo, pero no llegará a nada.

—¿Por qué no? —preguntó Ethan con curiosidad, mirando de nuevo a ladirectora de la academia. Bella Carrington cogió el paquete de libros queEthan sostenía debajo del brazo y buscó un par de monedas en el bolsillo desus amplios pantalones.

—Le falta ambición. Baila para sí misma, no para los demás. No leinteresa subirse a un escenario.

—¿Le da miedo?

El baile de Rebecca había terminado y la chica, con la respiraciónjadeante, se secaba la frente sudorosa con una toalla. La señora Carringtonpuso la propina en la mano de Ethan.

—No creo que le de miedo el escenario. Es solo que no le interesa —añadió, echando un último vistazo a su alumna antes de regresar a sudespacho.

La vio bailar otras veces, siempre a través del cristal. Algunos martes,después de hacer las entregas, se dejaba caer por la academia de baile, aunqueno tuviera ningún libro que llevar a la directora, pero la chica de recepciónnunca le impidió el paso. Rebecca siempre ensayaba en la misma sala y Ethanse quedaba el tiempo suficiente para verla bailar. Bailes elegantes,espirituales, cómicos, enfadados, tristes… Hasta aquel baile doloroso, tanprofundamente doloroso, con pasos atormentados y que destilaba tantaangustia en cada movimiento, que Ethan no pudo soportarlo. Se sintióabrumado por la pena, como si un peso invisible le oprimiera la garganta hastacasi saltarle las lágrimas. Incapaz de aguantar tanto dolor, se marchó antes deque terminara. Ya no sabía qué despertaba en él Rebecca Miller y no entendíapor qué iba a verla bailar casi todas las semanas, por qué sentía esa profundaconexión con las emociones que proyectaban sus bailes si solo había habladocon ella una vez. Tampoco entendía por qué seguía soñando con su odiosotirante de encaje negro ni con su irritante boca o con sus ojos tormentosos.

—Ayer te marchaste antes de que terminara el baile.

Se sobresaltó con el sonido de su voz. Alzó la vista de su cuaderno debarcos y se encontró con el azul grisáceo de su mirada, un azul más claro queotras veces. Algo destelló en su nariz y descubrió un pequeño brillante en sualeta izquierda que antes no estaba allí. Un par de clientes curioseaban en lamesa de novedades y su madre se había encerrado en el pequeño despachodesde el que llevaban la gestión administrativa de la librería para hablar conalgún proveedor.

—Me gustaría saber por qué el capitán del equipo de hockey, el chico conla vida perfecta, viene a verme bailar —añadió Rebecca con su voz suave,que contrastaba con la dureza de su estilo. No había burla ni arrogancia en sutono, tampoco estaba coqueteando, sino que mostraba auténtica curiosidad.

—No lo sé —confesó Ethan con voz ronca—. Me gusta verte bailar, perono debería hacerlo.

Rebecca le miró pensativa con sus serios ojos de tormenta, haciendotamborilear los dedos sobre una novela de Virginia Woolf. Parecía que no ibaa decir nada más, pero al final se decidió a seguir hablando:

—Tienes una novia preciosa y muy especial. Me cae bien Claire, ¿sabes?Nunca me mira juzgándome, como hacen todos los demás, y me saluda siempreque nos encontramos en la biblioteca. Es amable y buena y no se merece quesu novio ande mirando a otras chicas.

A aquellas alturas de la extraña conversación, Ethan estaba rojo devergüenza. Nunca había imaginado que fuera tan evidente su forma de mirar aRebecca. Valerie le había advertido en un par de ocasiones, pero Val loconocía demasiado bien. No creía que hubiera sido tan transparente para losdemás. Pero lo que realmente le avergonzaba era su deslealtad con Claire,aunque hubiera sido solo de pensamiento.

—No volverá a suceder —aseguró Ethan con firmeza.

—Vale. ¿Me cobras el libro? —Le tendió el ejemplar de Orlando y amboscayeron en un incómodo silencio, mientras él pulsaba el precio en la caja yella le tendía una tarjeta de crédito—. ¿Por qué te marchaste ayer?

Ethan sintió un nudo en la garganta.

—No sé explicarlo bien… Tu baile era demasiado doloroso, casi unaagonía, y transmitías todo ese dolor de una forma… Podía sentirlo dentro,¿sabes? —Ethan se calló unos segundos, queriendo acabar aquella incómodaconversación de una vez, pero no pudo evitar una última pregunta—. ¿Te

sientes realmente así?

—A veces —reconoció ella con una sonrisa trémula, pero se recompusoenseguida—. No te sientas mal por lo de venir a verme, Ethan, tampoco hashecho nada tan grave. Somos adolescentes: la confusión es nuestro estadonatural.

Aquella misma noche se dirigió a casa de Claire. Estaba decidido a hablarcon su novia, confesar su extraña atracción por Rebecca Miller y sudeshonesto comportamiento. No importaba que, en realidad, jamás la hubieraengañado, que la posibilidad de serle infiel ni siquiera hubiera pasado por sucabeza. Llevaba meses mirando a otra chica y, en el código de Ethan Bradley,esa actitud constituía una deslealtad. Esperaba que Claire pudiera perdonarlo,pero aun así rompería con ella. Claire se merecía a un chico que tuviera todasu atención y no solo una parte de ella. Aunque él no tuviera posibilidadalguna con Rebecca Miller (estaba seguro de que ella jamás lo había miradode esa forma), no se quedaría con Claire solo por ese equilibrado futuro quehabían proyectado juntos. Pero sus buenas intenciones se quedaron en merospensamientos cuando llegó a casa de los Higgins y Claire lo recibió con losojos enrojecidos por el llanto.

—Mi padre está enfermo. Le han diagnosticado cáncer —sollozó antes derefugiarse en brazos de Ethan. El chico tardó unos segundos en asimilar laspalabras y, después, arrastró a Claire hacia un tranquilo rincón del jardín. Ladejó llorar, escuchó sus confusas explicaciones y la abrazó con ternura. Seolvidó de Rebecca Miller y de todas las intenciones que le habían llevado alnúmero 5 de Hawick Lane y, por primera vez, se sintió un hombre y supo loque tenía que hacer.

Quería a Claire y quería a su familia. Durante dos años se había sentado ala mesa de los Higgins todos los jueves, el matrimonio no se perdía un solopartido del equipo de hockey y él había llegado a querer y respetar a Patrick ya Maisy Higgins como si fueran su propia familia, así que para él también

supuso un duro golpe el anuncio de la enfermedad. Pasó los últimos meses delcurso volcado en su novia y en su familia, a veces incluso llevaba al señorHiggins a sus sesiones de quimioterapia, cuando su mujer o su hija no podíanacompañarlo. Sujetó la mano de Claire cuando ella flaqueaba y organizabapequeñas excursiones al lago para distraerla cuando la veía demasiadoagobiada. Aquel verano pasó un par de semanas con su abuelo, pero regresó aOak Hill, en vez de quedarse haciendo algún curso en la escuela denavegación de Wrightsville, tal como había hecho los últimos veranos. En sulugar, aceptó un puesto de ayudante en Oak Hill Boat Rentals, la empresa dealquiler de embarcaciones del lago Murray que dirigía el viejo BarryNewman, y ayudaba por las tardes en la librería. Su única intención era estaral lado de su novia y la familia de ella.

Aquel verano, por insistencia de Claire, durmieron juntos por primera vez.Ethan trató de ser delicado y atento con su novia. Alquiló una habitación en unbonito hotel de Haywood, la llevó a cenar y a pasear y después hicieron elamor con suavidad y grandes dosis de ternura, pero con la torpeza natural dela primera vez. Claire aseguró que había sido maravilloso, pero Ethan sabíaque mentía. Para él tampoco había sido el estallido de fuegos artificiales delque todo el mundo hablaba. Había sido más incómodo de lo que ambosquerían reconocer, tan preocupados por hacerlo bien y no defraudar al otroque al final todo el asunto resultó demasiado mecánico y artificioso.Repitieron un par de veces más, pero, aunque las cosas fueron mejor, aúnparecía demasiado raro y Ethan no podía evitar preguntarse si no estabanmanteniendo relaciones por las razones equivocadas. A fin de cuentas, él habíadesterrado a Rebecca Miller de su vida. No había vuelto a mirarla ni a hablarcon ella, pero la adolescente oscura seguía colándose en sus sueños, el únicolugar de su cabeza que no podía controlar, a pesar de todos sus esfuerzos pormantenerla lejos de su mente.

Capítulo 9

Agosto trajo consigo un cambio de ritmo. El número de veraneantes seduplicó a principios de mes y el lago Murray se llenó de familias deseosas dedisfrutar de la naturaleza, en especial de la popularmente conocida como «laplaya de Oak Hill», y el viejo Barry Newman tuvo que contratar dos ayudantesmás en su empresa de alquiler de embarcaciones para atender la crecientedemanda. La frenética actividad en torno al lago y a los comercios del centrocontrastaba con la extremada quietud de algunos barrios, ya que muchosciudadanos habían cerrado sus casas para disfrutar de una o dos semanas devacaciones.

También la vida de Rebecca se detuvo de golpe, tras pasar varios días deun lado a otro realizando gestiones y papeleo para solicitar las subvenciones yponer en marcha las obras. No había recibido respuesta alguna de lasinstituciones en las que había solicitado ayuda económica (todos losresponsables de departamento parecían haberse tomado sus días devacaciones al mismo tiempo), Matthew seguía en Georgia y el curso deplanificación de eventos no empezaría hasta final de mes. Rebecca bailaba,leía, veía capítulos antiguos de Love It or List It y se apuntó a yoga en uncentro del barrio. El resto del tiempo se aburría y pasaba calor. Durante susaños en Seattle casi había olvidado el calor húmedo del verano en Carolinadel Norte, un calor pegajoso que lo invadía todo y que ni siquiera lasfrecuentes tormentas de verano lograban aliviar. Echaba de menos la piscinade la mansión, donde disfrutaba de largos baños y dormitaba o leía en una delas tumbonas, mientras se tomaba un delicioso té helado. En realidad, aquellaseguía siendo su casa y podía utilizar la piscina si le apetecía, pero le pareció

hipócrita hacer uso de las instalaciones tras haber proclamado suindependencia. Ya habían pasado cerca de ocho semanas desde que tuvo ladesagradable comida con su padre y no había vuelto a tener noticias de él.Suponía que en un futuro Alexa llamaría para invitarla a algún acontecimientofamiliar y Conrad fingiría que aquella desastrosa discusión no había tenidolugar. Seguramente esa llamada no se produciría a corto plazo, pero no eraalgo que preocupara a Rebecca. Hacía muchos años que sus padres noformaban parte de su vida y estaba acostumbrada a no contar con su presencia.

Alison escribió para anunciar que estaría el fin de semana en Oak Hill yLiliana se tomó el sábado libre para que las tres pasaran el día en el lago. Ali,vistiendo uno de sus habituales vestidos vaporosos salpicados de diminutasflores, llegó al apartamento al tiempo que Liliana terminaba de servir undesayuno digno de la realeza, con zumo de naranja natural, café, huevosrevueltos, fruta fresca y una verdadera torre de tortitas de limón y arándanos.

—Creo que la comida casera ha sido una de las cosas que más he echadode menos —aseguró Alison, tras abrazar con genuino afecto a sus amigas yabalanzarse sobre las tortitas.

Hacía años que las tres amigas no estaban en Oak Hill al mismo tiempo.Al terminar el instituto, Alison se había trasladado a Boston para estudiar enla Northeastern y, cuando acabó la carrera, se quedó en la ciudad realizandoun posgrado. Un colegio privado de Nueva York la había contratado comoprofesora para el próximo curso y Ali estaba ansiosa por incorporarse a sunuevo trabajo.

Se pusieron al día mientras desayunaban y después cargaron el coche deRebecca con todo lo necesario para un día de pícnic. Por supuesto, evitaron lazona de «la playa» y se dirigieron a una cala escondida que las chicasconocían bien, lejos de los ruidosos veraneantes. Estiraron las toallas sobre lahierba y se zambulleron en las frías aguas del lago. Alison había sido la mejornadadora del equipo escolar y Rebecca y ella se retaron a varias carreras que,

por supuesto, ganó Ali. Se tumbaron para secarse al sol mientras recordabananécdotas de su adolescencia. Ninguna lo había tenido fácil en aquella época yhabían batallado contra dolorosos fantasmas; habían salido victoriosas,aunque las tres conservaban heridas que no quedaban a la vista.

El hecho de ser los marginados de su curso les proporcionaba más libertadque al resto. No vivían pendientes de los rumores ni de las burlas ni de laindiferencia, y entre ellos no había espacio para la malicia. Podían ser ellosmismos, actuar de forma natural y saber que, dentro de aquel grupo, nadie loscensuraría. Rebecca podía vestirse de la manera más extravagante, Scott yDavid podían ser unos chiflados de los ordenadores y los videojuegos, Lilianapodía tener la vida sentimental más turbulenta y Alison, que por aquella épocaya salía con David, podía refugiarse del mundo exterior en el cálido abrazo desus amigos.

También se habían divertido, por supuesto. La propia Rebecca estabasorprendida, porque nunca se había considerado a sí misma una personademasiado risueña, pero con sus amigos salía a la luz una parte desconocidade sí misma. La risa, risa a carcajadas, hasta que se les saltaban las lágrimas,era frecuente entre ellos, especialmente cuando intervenían David y Liliana,ambos con un sentido del humor muy peculiar, o la propia Alison, que era denaturaleza alegre y ni siquiera su sofocante vida familiar conseguía apagarla.

Cuando hacía buen tiempo, cogían las bicicletas y subían al lago. En elChevrolet amarillo de Scott (el primero en sacarse el permiso de conducir)iban al cine o al centro comercial y, como Grant y sus amigos se habíanapropiado de la mansión Miller, Rebecca convirtió la casa de la piscina en elpunto de reunión más frecuente. Aunque mucho más pequeña, pero tambiénmás acogedora, en la casa de la piscina pasaban el tiempo viendo películas,jugando a videojuegos, hablando o estudiando. Allí compartieron sus primerascervezas y sus primeras copas y, pese a las reticencias de Rebecca, asistierona alguna fiesta de Grant, tan solo por satisfacer su curiosidad de ser unos

adolescentes normales. Sin embargo, el día que Chase Reilly arrinconó aRebecca con claras intenciones de tener con ella «lo mismo que le había dadoa Connor», según sus palabras textuales, la adolescente decidió que novolvería a ninguna fiesta de su hermano. Le había costado librarse de Chase, yno podía negar que había pasado un mal rato tratando de desembarazarse desus manos ansiosas. «Con esa ropa lo estás pidiendo a gritos», le espetóenfadado el chico cuando por fin consiguió quitárselo de encima con unapatada en la espinilla y varios empujones. Odió sentirse insegura en su propiacasa e, incluso, odió un poco a su hermano por rodearla de tipos indeseablesque no respetaban nada. Scott quiso ir a partirle la cara a aquel desgraciado, apesar de que tenía todas las de perder. Rebecca agradeció el gesto, peroimpidió que su amigo recibiera una paliza. En cambio, aceptó el ofrecimientode Scott de dormir en su casa cada vez que se sintiera insegura. Scott vivíacon su padre, que pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital en el quetrabajaba, y no parecía importarle que aquella chica de extraño aspectodurmiera de vez en cuando en la habitación de invitados, especialmente desdeque Grant se marchó a la universidad y Rebecca se quedó sola en aquella casainmensa.

Cuando despertó de sus recuerdos, Liliana ya estaba explicando condetalle a Ali el proyecto de Oak Farm. Rebecca escuchó su entusiastaexplicación hasta que un alegre ladrido atravesó la maleza. Huck atravesóveloz unos arbustos y bailó en torno a Rebecca, que lo recibió encantada.

—Pero, bueno, ¿quién es tu guapo admirador? —preguntó Ali,inclinándose sobre el perro, mientras Lil aguardaba a una prudente distancia.A Liliana nunca le habían gustado demasiado los animales y se ponía nerviosaante un perro tan activo como el de su vecino.

—Este es Huck, el perro más bonito del mundo —explicó Rebecca,mientras hacía carantoñas al animal, al tiempo que trataba de controlar susnervios. Estaba segura de que Ethan aparecería en cualquier momento y, tras

sus últimos encuentros, no tenía demasiadas ganas de toparse con él. Enefecto, la oscura figura de Ethan Bradley apareció casi de inmediato. Pese alcalor, vestía completamente de negro: pantalones largos y camiseta de mangacorta. La barba de dos días y la cicatriz de su mejilla acentuaban su aspecto depirata y su imaginación lo situó frente al timón de un antiguo galeón, luchandocontra olas embravecidas.

—¡Huck! —llamó Ethan al perro con tono impaciente, tras saludar con ungesto a Liliana, pero el can no hizo caso de su dueño y siguió frotando lacabeza contra la pierna de Rebecca, instándola a que se pusiera en pie.

—Siéntate con nosotras, Ethan —lo invitó Liliana.

Los ojos oscuros se clavaron en Rebecca, sin ocultar su rencor.

—No, gracias. Estoy dando un paseo con mi perro. ¡Huck, venga,vámonos!

Pero Huck no hizo caso de su dueño. Se sentó frente a Rebecca, con lalengua fuera y gesto de súplica. Rebecca tuvo que hacer un esfuerzo para noromper a reír. Aquel perro era un zalamero, pero no quería enfadar más aEthan.

—Me parece que tu perro no tiene intención de moverse. Siéntate yalmuerza con nosotras —insistió Liliana.

Ethan gruñó algo, pero se sentó, procurando mantenerse alejado deRebecca. Liliana y Alison empezaron a sacar comida de la inmensa cesta,mientras Rebecca acariciaba el cuello de Huck. Alison extendió un mantel decuadros rojos y blancos y sobre él dispusieron el almuerzo: ensalada de pastay brócoli, tartaletas de tomate y mozzarella, pollo frito, sándwiches variados,empanada de carne y limonada casera. De postre, Liliana había preparadobrownies en honor a Alison y macarons de limón, frambuesa y vainilla paraRebecca.

—Dios mío, ¿a qué hora te has levantado para hacer toda esta comida?

Porque no creo que Rebecca te haya ayudado a prepararla —exclamó Alisoncon mirada hambrienta.

—Pues te equivocas —respondió Liliana—. La he dejado hacer de pinche.

—Eso quiere decir que me ha tenido fregando platos, exprimiendo limonesy rebozando pollo —explicó Rebecca, mientras compartía su comida conHuck. Se había girado hasta dar la espalda a Ethan, evitando así su mirada decensura. Comió un par de sándwiches, escuchando a sus amigas hablar conEthan. Alison, que al igual que ella había sido una clienta habitual de The BlueOwl, le preguntó por sus padres y le escuchó contar que estaban pasando unassemanas de vacaciones. No parecía tener ganas de conversación, perorespondió educado a todas las preguntas de Alison y se interesó por su nuevotrabajo en Nueva York. Casi se parecía al chico que conoció tiempo atrás,antes de que ella lo fastidiara todo. De pronto se sintió triste, recordando loenamorada que había estado de Ethan y de qué absurda manera lo habíaestropeado todo. No solo había impedido que fueran felices, sino que lo habíadestrozado. Ethan tenía motivos de sobra para odiarla. Su situación actualsería muy diferente si ella no se hubiera cruzado en su camino. Tal vez ahoraestaría casado con Claire Higgins, viviría en algún lugar de la costa diseñandobarcos y no acarrearía con las secuelas de un feo accidente. Durante losúltimos años, Rebecca había cargado con la culpa de sus acciones y esesentimiento la había llevado a cometer otros errores. Definitivamente, seríamejor para Ethan que se mantuviera lejos de él, pero la mala suerte los habíaconvertido en vecinos y su perro sentía una curiosa adoración por ella.Sacudiendo la cabeza, dio otro trozo de pollo frito a Huck, se levantó y sedirigió a la orilla seguida por el perro; juntos dieron un corto paseo por losalrededores.

—No entiendo por qué te gusto, Huck, aunque, en realidad, tampocoentendí nunca por qué le gustaba a tu dueño —suspiró—. Ahora los dos somospersonas muy diferentes y no le gusto nada… Es curioso. Antes era yo la que

estaba enfadada con el mundo y ahora es él quien parece furioso. Me hubieragustado que lo hubieras conocido hace años. Era un buen chico, algo confuso,pero ¿quién no lo está a esas edades?

Se habían detenido bajo un nogal y Huck le lamió la mano, como siquisiera borrar la melancolía que se había apoderado de su ánimo. Rebeccasonrió y acarició al perro.

—Nos hemos puesto muy serios, ¿verdad? Creo que necesitamos reírnosun poco. —Huck aprobó su idea, correteando un poco a su alrededor—.Vamos, Huck, te echo una carrera de vuelta —exclamó alegre echando acorrer, mientras el perro la seguía jadeando. Tras la carrera, jugaron un rato enla orilla. Podía oír de lejos la charla de Ethan y sus amigas, como una músicade fondo, aunque no seguía la conversación. Al final se dejó caer en la tierra,Huck se sentó junto a ella y lo abrazó.

—No quiero que mi perro se encariñe contigo. —La sombra de Ethan cayósobre ella—. Acabarás rompiéndole el corazón cuando decidas que enrealidad su amistad no te interesa…

—Ya no tengo veinte años, Ethan —respondió en voz baja—. Hice muchascosas mal entonces y lo siento de verdad…

—¡No! No necesito tus disculpas ahora. No me sirven de nada. Volviste mimundo del revés y te largaste… Tal vez habría podido superarlo si hubierasido una ruptura normal, pero tuvo consecuencias, Rebecca. Esto es lo quequedó de mí: un monstruo de cara cortada, cojo y tuerto. No lo merecía…

—No —reconoció ella—. No lo merecías. Pero no es culpa mía y tú losabes. Soy culpable de muchas cosas, pero yo no estaba en esa carretera.Puedes echarme la culpa si eso te hace sentir mejor, pero no voy acarrear conesto durante más tiempo.

Ethan se sentó al otro lado de Huck, convirtiendo al perro en una barreraentre ambos.

—Sé que no estabas en esa carretera y que el accidente no fue culpa tuya—musitó al cabo de un rato—. No sé por qué he dicho todo eso. Es solo queya no me reconozco ni por fuera ni por dentro.

Permanecieron en silencio durante varios minutos, con los ojos clavadosen el lago y con Huck extrañamente tranquilo entre ellos. Luego Rebecca miróa Ethan de reojo, analizando su rostro de rasgos viriles y los nuevos músculosde sus brazos, que antes no estaban ahí. Se levantó, rodeó a Huck y se puso encuclillas frente a Ethan, obligándole a mirarla a los ojos.

—No eres ningún monstruo. Sigues siendo el tío más impresionante que hevisto jamás —afirmó rotunda. Le pareció ver un brillo fugaz de diversión ensu ojo sano, pero al momento una máscara impenetrable cubrió su rostro.Rebecca reprimió el impulso de acariciarle la cicatriz, se levantó y volvió conlas chicas. Cuando minutos después miró hacia la orilla, se dio cuenta de queEthan y Huck habían desaparecido.

La siguiente semana transcurrió con una lentitud enloquecedora. Parecíaque el tiempo se hubiera detenido en Oak Hill. Liliana llegaba agotada a altashoras de la noche, porque en The Black Sheep no daban abasto para atender alos veraneantes; Matthew seguía en Georgia, aunque la llamaba de vez encuando para contarle el cúmulo de dificultades que había encontrado en lasobras, y Grant estaba en Europa, cerrando un contrato de exportación, yparecía haberse desentendido de Oak Farm. Incluso Bella Carrington se habíamarchado de vacaciones, aunque la academia continuaba abierta, por lo que almenos tenía el consuelo del baile. Eso y la lectura del libro de Marcus Adkinsla mantenían ocupada. Había decidido terminar el libro antes de sumergirse enlas cartas de John y Violet, que guardaba en un cajón de su mesilla como untesoro de valor incalculable.

Desde el encuentro en el lago, tuvo la sensación de que Ethan la evitaba.Creía que su breve charla se convertiría en un primer paso para cerrar heridasdel pasado, pero no estaba segura de que Ethan pensara lo mismo. Cuando

llegaba al apartamento podía escuchar el ladrido nervioso de Huck, pero susvecinos parecían esperar a que ella estuviera dentro de casa para salir delapartamento. También se cruzó con Ethan un par de veces en la tienda deultramarinos y Rebecca estaba convencida de que él fingió no haberla visto.Otra tarde lo vio salir del gimnasio, y su último encontronazo tuvo lugar en elparque, casi una semana después del pícnic. Su monitora de yoga considerabaque el contacto con la naturaleza resultaba fundamental para el equilibrio delcuerpo y de la mente y, aprovechando la cercanía de Weston Park, confrecuencia reunía a los alumnos en el parque a última hora de la tarde, cuandohacía menos calor.

Estaba siendo una buena sesión. Había conseguido despejar su mente yrealizar la mayoría de las asanas sin excesiva dificultad, con excepción de lapostura de la vela, que se le resistía y con la que no llegaba a sentirse cómoda,pese a que siempre tuvo un sentido del equilibrio excelente. Ya estaban casi alfinal de la clase. Se sentía en paz, sosegada, a gusto consigo misma y con elmundo, preparada para la parte final de la clase, que la llevaría a relajarse deltodo, cuando escuchó un ladrido familiar. No quería desconcentrarse, pero elladrido de Huck se colaba impertinente en su cabeza y al final abrió los ojos.Allí estaban Huck y, por supuesto, Ethan, al otro lado del camino, ambosparados, mirándola. Ethan parecía absorto, casi perdido en sus pensamientos,aunque su mano sujetaba con firmeza la correa del perro, impidiendo que Huckcruzase la distancia que les separaba y se abalanzase sobre ella. Desoyendolas palabras de la monitora, que invitaba a los alumnos a iniciar una posturade relajación, devolvió la mirada a aquel hombre oscuro en el que se habíaconvertido Ethan. Pese a las evidentes diferencias, no pudo evitar conectar aaquel hombre vestido de negro, más corpulento y más serio, con el chico quela observaba a través del cristal en la academia de baile. Sintió que la invadíauna vieja y cálida ternura. Se olvidó de todo lo que la rodeaba: la monitora,sus compañeros, los gritos de los niños jugando, los corredores y los ciclistashaciendo ejercicio, los paseantes, las parejas haciéndose arrumacos en los

bancos más escondidos y el sonido de los bates golpeando las bolas en lascanchas de bateo, no muy lejos de donde ella se encontraba. Volvían a serEthan y Rebecca, tal como lo habían sido en el pasado, y todo lo demásquedaba fuera de la ecuación. Habían dado un salto a una época anterior, en laque las miradas decían más que las palabras. Se puso en pie con la intenciónde caminar hacia ellos, pero Ethan pareció despertar de golpe, frunció el ceño,tiró de la correa de Huck y se alejó cojeando. Ethan Bradley no la queríacerca y no podía haberlo dejado más claro.

Todos los beneficios de la sesión de yoga se fueron detrás de Ethan, yRebecca regresó cabizbaja al apartamento. La ducha consiguió reanimarla,pero al salir encontró en el móvil una llamada perdida de su madre. No habíavuelto a saber nada de ella desde que anunció sus vacaciones en Grecia, asíque devolvió la llamada sin demasiado entusiasmo. Terri se encontraba en unaisla paradisíaca con su pareja y un montón de amigos. Habló largo rato de susfabulosas vacaciones y, en un acto de generosidad sin precedentes, llegó aofrecer a su hija la casa de Los Ángeles si se aburría en Oak Hill. Sinembargo, el tono de la conversación cambió cuando Rebecca le contó que sehabía asociado con Liliana.

—¿En eso has tirado el dinero de la tía Edith? Pensaba que eras un pocomás inteligente, cariño. —La engañosa suavidad de su voz no ocultaba laterrible decepción que, una vez más, suponía su hija—. Tendrías que estarhaciendo las pruebas para el American Ballet o para el de Nueva York.Podrías estar estudiando en París, en Moscú o en Viena y, en vez de eso, andasperdiendo el tiempo en Oak Hill con esa chica… ¿Organizadora de eventos?¿Y qué sabes tú de organizar una boda o una fiesta de empresa?

Rebecca la dejó hablar. Con el tiempo, había aprendido lo inútil que eraintentar rebatir a su madre. En el pasado había tratado de llamar la atencióncon pueriles desafíos, como la ropa o el maquillaje, pero ya no era laadolescente desesperada que se presentaba a cenar en el club con la artillería

pesada (camiseta de tirantes rasgada con una gigantesca calavera impresa,cortísima minifalda de tul negra en una verdadera parodia del tutú de lasbailarinas y cantidad extra de maquillaje, anillos y pulseras de cuero). Ya noactuaba para llamar la atención de sus padres o para lograr su aprobación,sino para sí misma.

Pese a todo, la conversación con su madre le dejó un regusto agridulce yse refugió de nuevo en el baile. Bailar la hacía sentirse mejor. No tenía quepensar en nada, solo expulsar todas las emociones que la ahogaban. Tal vezpor eso nunca le gustó bailar en público, porque exponía demasiado de símisma. No le había importado, sin embargo, que Ethan la observara. Fueconsciente de su presencia todas las veces que estuvo al otro lado de lacristalera y, cuando dejó de ir, echó de menos tenerlo al otro lado de labarrera. Todavía no estaba enamorada de él. En aquella época no era más queel chico de la librería, al que conocía de toda la vida, aunque apenas habíanintercambiado algunas frases. Lo consideraba un chico atractivo (no estabaciega) y estaba convencida, al igual que todo Oak Hill, de que su vida eraperfecta. Ethan Bradley lo tenía todo: unos padres cariñosos, buenos amigos yuna novia preciosa. Era capitán del equipo de hockey y miembro del club deajedrez, tenía unas notas excelentes y se rumoreaba que entraría en launiversidad que quisiera. Tenía fama de buen chico: no engañaba a su novia,no se metía en líos y siempre mediaba con serenidad en las peleas del equipo.

Desde que hizo su espectacular entrada en la cafetería del instituto,Rebecca había sentido la mirada casi constante de Ethan sobre ella. No era elúnico, claro, porque se había convertido en el centro de atención de todo elinstituto. Había pasado de ser la anodina e invisible Rebecca Miller al centrode las miradas y los rumores. Era la chica rara que se vestía de formaextravagante, leía libros raros y escuchaba música rara. Le pareció divertidoque su nueva ropa supusiera un desafío para sus compañeros y hasta se reía delo absurdo de los rumores que se habían levantado en torno a ella. Ethan erauno más de los alumnos del instituto que la observaba, aunque jamás percibió

rechazo en su forma de mirarla. Solo cuando empezó a ir a la academia debaile para verla bailar, comprendió que despertaba en él un tipo de atencióndiferente, aunque no llegó a asociarlo a la atracción. No entendía muy bien quéquería de ella aquel chico de vida perfecta, pero lo malo era que a ella legustaba saber que él estaba al otro lado del cristal, que parecía entender todolo que expresaba con sus bailes, y, por eso mismo, porque le gustaba saber queestaba ahí y porque respetaba a Claire Higgins, que siempre le pareció unabuena chica, decidió cortar por lo sano aquella extraña conexión con el chicode la librería.

No quería avergonzarlo, ni tampoco hacerlo sentir mal, pero tenía quedejar de ir a verla y por eso habló con él aquella tarde en The Blue Owl. Legustaron su honestidad de entonces y la lealtad que después mostró hacia sunovia, cuando se desveló la enfermedad del señor Higgins y Ethan se convirtióen el mejor apoyo para Claire y su familia. Ni una sola vez volvió a mirar endirección a Rebecca en lo que quedaba de curso y tampoco volvió a verlabailar. A veces ella lo echaba un poco de menos, pero después Ethan semarchó a la universidad y no volvió a pensar en él.

Capítulo 10

Ethan Bradley pensó que por fin había superado su ridícula obsesión conRebecca Miller durante el primer curso en la universidad. Poner distanciahabía sido el mejor remedio para aquella insana atracción por una oscuraadolescente a la que en realidad no conocía. También se sentía aliviado porestar lejos de Claire. Su novia había cambiado de planes y se había quedadoen Carolina del Norte para estar cerca de su padre. Estudiaba en Queens, unapequeña universidad privada de Charlotte, mientras que Ethan, ateniéndose alplan inicial, se trasladó a Blacksburg a finales de agosto para estudiar enVirginia Tech, que ofrecía un excelente programa de Arquitectura naval.

La universidad estaba solo a tres horas en coche de Oak Hill, una distanciamás que aceptable para que la pareja mantuviera un contacto regular durante elcurso. Sin embargo, durante el primer semestre limitaron su contacto allamadas y mensajes. Durante las últimas semanas del verano su relación sehabía vuelto demasiado incómoda. Era como si el sexo, en vez de acercarlos,los hubiera separado y ambos parecían sentirse tensos, aunque fingían quetodo seguía igual. Así que, sin acordarlo, cada uno se centró en su propia vidauniversitaria y mantuvieron las distancias.

Ethan regresó a casa por Acción de Gracias con ganas de ver a sus padres.Habían invitado a cenar a los Higgins y, a pesar del aspecto demacrado dePatrick Higgins y del evidente cansancio de su esposa, fue una celebraciónalegre. Claire no habló mucho, pero escuchó atenta la conversación de Ethansobre su vida en el campus, sus asignaturas y su compañero de cuarto, unentusiasta de los videojuegos que comía cantidades ingentes de barritas de

chocolate Hershey’s. Cuando volvió a Blacksburg, Ethan se dio cuenta de queno había besado a su novia en los labios ni una sola vez.

En navidades ingresaron al padre de Claire, borrando toda la alegría de lafestividad anterior. Claire y su madre se turnaban para estar en el hospital yEthan pasaba por allí todos los días, siempre llevando café y comida. Comotodos los años, el abuelo Fred los visitó en Navidad, intercambiaron regalos ycomieron juntos, pero ninguno tenía demasiadas ganas de celebración. En finde año dieron de alta al señor Higgins, que regresó a casa bastante débil perocon buen pronóstico. Ethan y sus padres asistieron a la fiesta de los Markey,pero Tommy y él se escabulleron pronto para reunirse con Val, Nicole y otrosamigos. Hacía demasiado frío para quedarse en el descampado o ir al lago yacabaron en la salvaje fiesta de Nochevieja de Grant Miller. Ethan quisonegarse a asistir, pero sus amigos insistieron. En realidad, no tenía excusaalguna para escaquearse, así que se dejó arrastrar al otro lado de la colinapara entrar, por segunda vez en su vida, en la mansión Miller.

—¿Estás bien? —le susurró Val en un aparte nada más entrar en la casa.Todos sus antiguos compañeros y otra mucha gente, algunos conocidos y otrosdesconocidos, llenaban la casa. Ethan evitó la mirada de su amiga y seencogió de hombros—. Rebecca no está aquí. Creo que está en Los Ángelescon su madre, por si te interesa saberlo.

Ethan respiró aliviado. Estaba seguro de haber superado a Rebecca Miller,pero no tenía muchas ganas de encontrársela por si despertaba en él viejossentimientos. Pero no estaba y él era un universitario cualquiera en una fiestacualquiera. Así que le puso un mensaje a Claire, que había preferido quedarsecon sus padres, se sirvió una copa y le dijo a Valerie que le hablara de esechico que había conocido en la universidad. Val había estado demasiadotiempo enamorada de Tyler Hamilton y se alegraba de que hubiera cerrado esaetapa.

Tras las fiestas, se reincorporó a la vida universitaria. Era difícil no

sentirse invadido por la euforia académica en un lugar como Virginia Tech,uno de los centros universitarios más destacados del país, que había dado almundo personalidades de gran renombre y que acogía en sus aulas a algunosde los alumnos y de los profesores más brillantes. Ethan se había unido a ungrupo de estudio en su residencia, formado por alumnos de distintas ramas,con los que pasaba la mayor parte de su tiempo libre. No solo estudiabanjuntos, sino que practicaban deportes, salían juntos de fiesta y en las fríasnoches de invierno, cuando la gruesa capa de nieve les impedía salir alexterior, se reunían en las zonas comunes de la residencia para jugar a juegosde mesa. Eran auténticos fanáticos del Ticket to Ride, el Catán, el Risk y otrosmuchos juegos. Las partidas se alargaban hasta altas horas de la noche entrerisas, bromas y conversaciones intelectuales con las que parecía que iban adesentrañar todos los misterios del mundo. Desde allí, Oak Hill parecía unlugar muy pequeño y él empezaba a soñar con cosas más grandes, cada vezmás lejos de la casa del buzón rojo, de Claire, de Tommy, de The Blue Owl yde todo lo que había anclado su mundo hasta entonces. Las páginas de suúltimo cuaderno de barcos se llenaban a una velocidad vertiginosa, condiseños cada vez más precisos y técnicos, alejados de los infantiles dibujos deantaño, y él estudiaba con entusiasmo, contagiado por el ambiente que serespiraba en la universidad. Lo único que añoraba era el mar, pero no habíaencontrado el programa académico adecuado en ninguna universidad de lacosta, así que se limitaba a soñar con el momento en que pudiera volver aWrightsville.

Por supuesto, no se había desentendido de los Higgins. Hablaba conregularidad con Claire e incluso se acercó a Oak Hill algunos fines de semanapara ver a sus padres y a su novia. A mitad de semestre dispuso de unos díaslibres y regresó a casa. Sus padres lo recibieron emocionados, Claire parecíacontenta de verlo y encontró a Patrick Higgins con buen aspecto y a su esposamás animada, porque la nueva quimioterapia estaba dando mejores resultados.Por las mañanas salía a correr por caminos rurales poco transitados e hizo

algunos turnos en la librería para sustituir a Kendra Woods. La dependientaestaba embarazada de su primer hijo y tuvo aquellos días varias citas médicas,así que Ethan volvió a ocupar su puesto detrás del mostrador con lanaturalidad de quien retoma un viejo hábito.

—Me gusta tenerte por aquí —reconoció su madre—, aunque supongo quetendré que acostumbrarme a tu ausencia.

Ethan y Claire retomaron su vida sexual aquella semana. Ambos parecíanhaber aceptado que el sexo debía formar parte de su vida en pareja y, aunqueya no se sentían tan incómodos el uno con el otro, tampoco terminaban decomportarse con naturalidad. A veces no parecían saber muy bien qué hacercon las manos e, inseguros, se preguntaban el uno al otro con demasiadafrecuencia si todo iba bien. A Ethan le hubiera gustado ser capaz de engañarsea sí mismo, decirse que todo iba bien, que no importaba la desconexiónemocional que parecía sentir cuando besaba a su novia. La primera vez lepareció detectar un brillo de aprensión en la mirada de Claire cuando setumbó sobre ella y quiso parar, pero Claire se negó, le pidió que cambiaran depostura y redobló sus esfuerzos con más besos y más caricias, hasta queconsiguió apaciguar la conciencia de Ethan y ella misma ganó seguridad. Nosabía si aquella vez Claire había fingido el orgasmo, no disponía de suficienteexperiencia como para intuirlo, pero él tuvo que reconocer que, en otrasocasiones, se había dado a sí mismo un placer más intenso que el que sintiódentro de su novia. Aun así, siguieron intentándolo cada fin de semana queEthan visitó Oak Hill hasta que lograron vencer la perturbación inicial yconvertir el sexo en una agradable rutina más de su relación.

El final de curso llegó de forma inesperada, poniendo fin a un añoacadémico que había transcurrido a velocidad vertiginosa. Su madre trastocósus planes de pasar la mayor parte del verano en Wrightsville con una llamadaen la que le pidió que se hiciera cargo de The Blue Owl durante un mes. Aquelverano sus padres habían planeado un largo viaje a Europa con motivo de su

vigésimo aniversario de bodas. Habían decidido regalarse el viaje de sussueños y su madre lo había planificado cuidadosamente: Kendra se quedaría acargo de la librería, contrataría a un ayudante para el verano y los repartos adomicilio seguirían a cargo del estudiante que sus padres habían contratadocuando Ethan se marchó a la universidad. Sin embargo, todos los planes sedesplomaron cuando el bebé de Kendra adelantó su nacimiento.

—El bebé está bien. Estará ingresado un tiempo, pero no tiene nada serio—le explicó su madre por teléfono, antes de abordar la cuestión del viaje—.No podemos irnos con Kendra de baja. He contratado a una chica, que llevatrabajando con nosotros ya algunas semanas, pero no puedo dejarla sola acargo del negocio. Necesito a alguien con experiencia al frente. Sé que habíasplaneado pasar la mayor parte del verano con el abuelo y no quisiera cambiartus planes…

No hizo falta que su madre llegara a pedírselo: Ethan le aseguró que seocuparía de la librería mientras ellos estuvieran de viaje. Como ya habíaterminado los exámenes finales, recogió sus pertenencias, se despidió de susamigos y regresó a Oak Hill para encontrar que la casa del buzón rojo se habíaconvertido en un caos de ropa y maletas. Su madre había vaciado todos losarmarios y parecía que iba a llevarse media casa en el equipaje.

—Mamá, sabes que no te mudas a Europa, ¿verdad? Son solo unasvacaciones —se burló Ethan, dándole un cariñoso beso, pero ella no le hizocaso. Yvonne Bradley estaba demasiado ocupada decidiendo cuántos pares dezapatos debería llevarse, así que le dijo que tenía algo de lasaña en la cocinay que lo vería en la librería por la tarde. Ethan deshizo su equipaje, comió losrestos de lasaña y se dirigió a Hawick Lane para despedirse de Claire y suspadres, que pasarían el verano en el rancho de sus abuelos en Montana.

—Mi padre quiere pasar con su familia todo el tiempo que pueda. Está unpoco deprimido últimamente, a pesar de que la quimio está funcionandobastante bien… Creo que necesita salir de aquí. Desde que hemos decidido ir

todos a Montana parece más contento. Su médico ha llamado al hospital de allíy podrá seguir con el tratamiento sin problemas. Además, estarán mis tías ymis primos; seguro que su compañía le animará.

Claire iba de un lado a otro llenando su maleta, pero, al contrario que sumadre, lo hacía con orden, siguiendo una lista en la que había apuntado todo loque iba a necesitar. Se despidió de su novia y después se dirigió a The BlueOwl. Al llegar a la librería, lo recibió el sonido de la campanilla queanunciaba la entrada de los clientes y el familiar olor a libros que lo habíaacompañado desde su infancia, pero no pudo seguir avanzando. Apoyada en elmostrador con un libro en las manos, estaba la oscura figura de RebeccaMiller. Se había teñido su larga melena de color negro, lo que resaltaba aúnmás la palidez de su rostro y el azul grisáceo de sus ojos, pero seguía igual:las mismas facciones delicadas, la misma boca rosada, el mismo cuelloesbelto, el mismo cuerpo demasiado delgado, tanto que daba la sensación de ira quebrarse en cualquier momento.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Ethan, adoptando de formamecánica su rol de vendedor.

—Esa ahora es mi frase —respondió la chica rara con una mirada burlonaque dejó a Ethan confundido. Antes de que pudiera pedirle alguna explicación,su madre asomó a la puerta del pequeño despacho y se dirigió hacia ellos conuna amplia sonrisa.

—¿Ya conoces a Rebecca? Habríamos estado perdidos sin ella esta últimasemana —afirmó, rodeando con un brazo los hombros de la adolescente. Lachica pareció tensarse ante el contacto de Yvonne Bradley, parpadeó nerviosay, por un momento, pareció que iba a salir corriendo. Rebecca Miller noparecía demasiado acostumbrada a los gestos de afecto.

—¿Ella es la ayudante que habéis contratado? ¡Pero si es una niña! —exclamo confuso Ethan, pasando la mirada de una a otra. El ceño fruncido desu madre y el gesto ofendido de Rebecca le indicaron que no había estado

demasiado acertado en su comentario.

—¡Tengo diecisiete años! —protestó Rebecca.

—Acompáñame al despacho, por favor —le pidió su madre con esamirada suya que no admitía réplica, pero cambió el tono antes de dirigirse a sunueva ayudante, a la que habló con dulzura—. Rebecca, ¿te importa atender latienda si entra alguien?

En el despacho su madre cerró la puerta con engañosa suavidad y se giróhacia él con gesto airado.

—¿Cómo te atreves a hablarle así a Rebecca? La contraté hace variassemanas para ayudar a Kendra, no solo durante el verano, sino en la fase finaldel embarazo. Ya se la notaba más cansada, pero no se quería coger la bajaaún, y sé bien lo agotador que es trabajar en una tienda estando embarazada.Rebecca ha sido una bendición. Ha aprendido rápidamente a manejarse en lalibrería y, desde que nació el bebé, no le ha importado venir más horas parasustituir a Kendra. Es una chica estupenda y está haciendo un gran trabajo, asíque no consentiré que le hables de esa forma.

—Solo ha sido un comentario, mamá. Me disculparé luego con ella, ¿vale?Pero, de todas formas, es demasiado joven para este trabajo y con eseaspecto… Bueno, ya sabes lo que quiero decir.

Su madre entornó los párpados y apretó los labios hasta formar unadelgada línea.

—No, no sé qué quieres decir. Rebecca es mayor de lo que eras tú cuandoempezaste a echar una mano en la tienda y ha demostrado ser una chica maduray responsable. En cuanto a su aspecto, me parece una chica muy guapa con unestilo muy personal. Una valiente en esta ciudad, en la que todos se pliegan alas normas.

—No tengo ningún problema con su aspecto —aseguró Ethan, viendo quela conversación se le iba de las manos—, pero tal vez incomode a los clientes.

—No ha sucedido hasta ahora y, si alguien tiene algún problema concualquiera que trabaje aquí, puede ir a comprar sus libros a la tienda de Joneso a Charlotte. No me gusta la gente que juzga a los demás por su aspectoexterior —sentenció Yvonne Bradley, dando por finalizada la conversación—.En fin, vamos a hablar de la librería. Hasta ahora Rebecca ha estadotrabajando media jornada, pero ya ha terminado las clases y le he pedido quehaga la jornada completa, aunque hay un par de días que necesita entrar mástarde porque tiene clase de baile. Scott hace los repartos los martes y losjueves por la tarde…

—¿Scott? —interrumpió Ethan—. ¿Quién es Scott?

—Scott Williams es el chico que contraté para las entregas a domiciliocuando te fuiste a la universidad. Una joya de chico. ¿Sabías que es un geniode los ordenadores? Ha mejorado muchísimo nuestra página web y se encargade administrarla, además de hacer los repartos. Él recomendó a Rebeccacuando le dije que estábamos buscando a alguien para el verano.

Una hora después, su madre le había informado de todos los cambios quehabían introducido en la librería en el último año, le había entregado loscontactos de los proveedores y habían repasado cada milímetro de la agenda.

—Desde que Kendra está de baja, Rebecca se ha hecho cargo del club delectura y me ha dicho que no le importaría ocuparse del cuentacuentos de lossábados, así tú puedes dedicarte a la tienda y delegar en ella esas actividades.

Ethan pensó que el aspecto duro y oscuro de Rebecca no parecía el másadecuado para contar cuentos a los niños de Oak Hill, pero tuvo la sabiduríade callarse sus protestas. En realidad, aún estaba demasiado aturdido porhaberse reencontrado con ella y saber que debería trabajar con Rebeccamientras sus padres estuvieran fuera. Durante el último año había conseguidoolvidar la extraña atracción que sentía por aquella chica, así que no estabamuy seguro de que fuera una buena idea mantener un trato estrecho con ella.

—¿Tu madre ya te ha convencido de que soy una trabajadora responsable apesar de mi juventud y mi aspecto? —le preguntó la antigua protagonista desus sueños más inconfesables arqueando una ceja. Ethan la miró a los ojosfijamente, pero ella no retiró la mirada, sino que alzó la barbilla con gestoorgulloso, aceptando su desafío. Finalmente Ethan se echó a reír y apartó lamirada.

—No deberías escuchar detrás de las puertas. Es una costumbre muy fea.

Rebecca se encogió de hombros, sin parecer avergonzada porque lahubiera pillado, y parecía tener una réplica preparada, pero entraron variosclientes y ya no volvieron a hablar durante el resto de la tarde.

Rebecca trabajaba bien. Manipulaba los libros con ternura y delicadeza,casi venerándolos, manejaba con habilidad la caja registradora y se movía conseguridad entre las diferentes secciones de The Blue Owl. Ethan tuvo quereconocer que estaba bastante sorprendido: la mayoría de los chicos quevivían al otro lado de la colina no sabrían desenvolverse con tanta destrezadetrás de un mostrador. Las chicas como Rebecca, con vidas cómodas yabultadas cuentas corrientes, estaban acostumbradas a otro tipo de actividades(ir de compras a Charlotte, asistir a fiestas, jugar al tenis, montar a caballo enel club de Oak Hill o tostarse al sol en alguna playa exótica), pero allí estabaaquella chica rara, comportándose como si hubiera pasado la mayor parte desu vida trabajando de dependienta.

Los clientes la miraban extrañados al principio, algunos incluso con algode aprensión, pero la joven ignoraba la atención que despertaba suextravagante aspecto, y los trataba con tal amabilidad que ellos prontoolvidaban sus piercings, sus ropas oscuras y el excesivo maquillaje de losojos. La clientela habitual se acostumbró rápido a su presencia y ya no lamiraban con recelo, aunque alguna vecina bienintencionada le recomendabaque dejara de maquillarse tanto los ojos.

—Con lo bonita que eres, no necesitas taparte la mitad de la cara con ese

maquillaje —le dijo la señora Brown una mañana, mientras compraba un parde cuentos para sus nietos, que habían llegado a la ciudad para pasar un par desemanas con su abuela antes de marcharse al campamento.

—Con tu tono de piel te favorecerían mucho los colores vivos —escuchóEthan que le decía la madre de Valerie, una de las mujeres más entrometidasde Oak Hill.

Si a Rebecca le molestaban aquellos comentarios, sabía ocultarlo bastantebien.

Scott Williams apareció en la librería para recoger los pedidos del fin desemana. Ethan no había hablado nunca con aquel chico más que para venderlealgún cómic, pero, como toda la escuela, conocía su fama de friki. Tenía losojos amables, abundante cabello castaño y, aunque no llegaba a estar gordo, lesobraban kilos y le faltaba ejercicio. Rebecca estaba atendiendo a un clientecuando llegó, así que la saludó desde lejos y le guiñó un ojo, en un gestocómplice que hizo sonreír a la adolescente oscura. Rebecca no sonreía amenudo y Ethan, desde la mesa de novedades, sintió una punzada en la bocadel estómago que acalló centrándose en Scott. El chico se acercó parasaludarlo y ambos se dirigieron hacia el almacén para recoger los paquetesque debía de entregar. Scott le comentó algunos cambios que había realizadoen la página web, cargó los paquetes en su abollado Chevrolet amarillo desegunda mano y se marchó sin despedirse de Rebecca porque su amiga yaestaba en la planta de arriba, reunida con el club de lectura.

Tommy regresó tras finalizar el curso en Chapel Hill y arrastró a su amigoal instituto para asistir al último partido del equipo de hockey. Chris Beecham,el nuevo capitán del equipo, los distinguió desde la pista y los saludó con unaexagerada reverencia, que fue imitada por el resto de los jugadores. A pesarde ser algo más jóvenes, habían compartido vestuario con aquellos chicosdurante muchos años. Resultaba extraño estar al otro lado de la barrera,sentarse en las gradas con el resto del público y aplaudir a otros jugadores

cuando, antes, ellos habían sido el centro de todas las miradas. Tuvo quereconocer que lo echaba un poco de menos: toda la adrenalina de encontrarseen la pista frente al adversario, la emoción del juego, los gritos del públicocoreando sus nombres, la confianza de sus compañeros… Sin embargo,aquello formaba parte del pasado y, tras los minutos iniciales, Ethan seencontró sumergido en la emoción del partido y el orgullo de haber formadoparte de aquel equipo, de haber jugado junto a esos chicos que dejaban la pielen cada punto. Tras una merecida victoria, se dirigieron al descampado, queseguía siendo el lugar de reunión de los adolescentes de Oak Hill.

—Hace menos de un año, esos éramos nosotros —reflexionó Tommyseñalado a todos los reunidos.

Los jugadores del equipo recibieron con gran algarabía a sus antiguoscompañeros, pero no parecían interesados en su vida universitaria. Hablabande los últimos partidos, del nuevo entrenador y de jugadas y tácticas. Ethan ibaya por su segunda cerveza cuando descubrió a Rebecca Miller. Estaba sentadacon su extravagante grupo de amigos en un rincón alejado, pero resultabainconfundible.

—No suelen venir por aquí —le explicó Chris cuando vio su mirada fijaen el grupo de marginados—. Generalmente se quedan en casa de los Miller ysolo salen de allí cuando Grant va con sus amigos de la universidad.

Ethan asintió con la cabeza y dio otro trago a su cerveza, despegando lamirada de Rebecca. Siguió hablando con los chicos hasta que acabó su bebiday se dirigió a las neveras portátiles para coger otra lata. Una chica rubia, conun escotado vestido, se abalanzó sobre él, susurrando su nombre con voz roncay seductora.

—Sabes que tiene novia, Taylor. Deja de arrastrarte y búscate alguien conel que tengas posibilidades de verdad. No te será difícil con ese vestido.

Taylor Quinn miró furiosa a Rebecca y farfulló algo parecido a «bicho

raro», pero el insulto no provocó reacción alguna en la oscura adolescente.

—¿Has venido a rescatarme? —preguntó Ethan, divertido.

—Ya sabes que me cae bien Claire… y creo que tengo complejo decaballero andante —replicó Rebecca. Ethan soltó una carcajada y le tendióuna cerveza.

—¿Sigues leyendo a Sylvia Plath?

Y, sin saber cómo, se encontró sentado junto a Rebecca bajo un árbolhablando sobre libros en la conversación más larga que habían tenido hasta lafecha. Sus gustos no se parecían en absoluto. Ella leía a poetisas atormentadas,sentía adoración por Virginia Woolf y acababa de descubrir a Simone deBeauvoir, mientras que él siempre había sentido inclinación por las novelas deaventuras. Stevenson, Verne, Kipling, Conrad, Twain y London figuraban entresus escritores favoritos, aunque en su adolescencia leyó algo de poesíaromántica y últimamente se decantaba por libros de viajes. Acababa de leer unrelato sobre la expedición a la Antártida del capitán Scott en 1910, y en labiblioteca de la universidad había encontrado fascinantes guías de viajeroseuropeos del siglo XIX. Hablaron durante lo que parecieron horas hasta queScott Williams los interrumpió.

—Ali y David se han ido a casa y Lil se ha perdido por ahí con Muñoz.¿Nos vamos?

—Si te quieres quedar un rato más, yo puedo llevarte a casa luego —propuso Ethan, que no quería dar por terminada la agradable conversación queestaban manteniendo.

—No puedo. Me quedo a dormir en casa de Scott, así que me iré con él —dijo Rebecca, que aceptó la mano de Williams para ponerse en pie. Cogidosde la mano, se alejaron hacia el Chevrolet amarillo de Williams. Ethan miróaquellas manos enlazadas durante un rato demasiado largo y sintió alivio. Éltenía a Claire, Rebecca salía con Scott y ambos podían trabajar juntos y ser

amigos. Por fin las cosas eran tal como debían ser.

El autoengaño le duró unos pocos días.

Capítulo 11

El nombre de Ethan parpadeando en su móvil casi la hizo brincar. Hacíaaños que no recibía una llamada suya, pero no se había atrevido a borrar sunúmero de teléfono. Aceptó la llamada con mano temblorosa.

—Necesito tu ayuda. ¿Puedes venir a la librería?

El tono seco, casi altanero, con el que habló no ocultaba lo mucho quedebía de haberle costado hacer aquella llamada. Sin dudar, Rebecca cogió subolso y se dirigió a Willow Avenue. Ethan la esperaba apoyado en elmostrador, con cara de pocos amigos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó casi sin aliento nada más cruzar la puerta.Debía de ser algo muy grave para que Ethan recurriera a ella y no a cualquierotra persona.

—No te habría llamado si pudiera recurrir a cualquier otra persona —aseguró él, manteniendo los brazos cruzados, gesto defensivo con el quepretendía mantener las distancias—, pero Kendra y mis padres están devacaciones y eres la única a la que puedo dejar a cargo de la librería.

—¿Quieres dejarme a cargo de la librería?

Ethan resopló.

—No quiero dejarte a cargo de la librería, es que no veo otra solución.

—Vale, ahora sí que me estás asustando. ¿Qué ha pasado?

—El padre de Susie está en los Berkshires, haciendo no sé qué ruta por lanaturaleza. El caso es que ha tenido un accidente y se ha roto una pierna. Susie

está al borde de la histeria, aunque no parece tan grave. No puede conducir enel estado en que se encuentra, así que voy a tener que llevarla y tú te vas aquedar a cargo de la librería. Sabes cómo funciona todo esto, no parece quetengas demasiado qué hacer últimamente y solo serán un par de días.

—Hay un buen trayecto de aquí a Massachusetts…

—Doce horas —respondió impaciente y le tendió la mano con dosllaveros. Rebecca lo miró interrogante, enarcando las cejas—. Las llaves dela librería y las de mi casa. Huck necesitará que le des de comer y lo saques adar un paseo.

Rebecca asintió, guardándose las llaves en el bolsillo.

—¿El profesor Collins está bien? ¿De verdad que solo es la pierna?

—Solo es la pierna, pero Susie está muy asustada. Perdió a su madresiendo una niña y supongo que tiene miedo de que le suceda algo a su padre.Tengo que irme. No quemes la librería de mis padres ni pierdas a mi perro —advirtió con cierta sorna desde la puerta, arrancándole una sonrisa. Ethan sevolvió con brusquedad, como si le molestara verla sonreír, y bajó la voz—.Gracias por hacer esto, Rebecca.

La campanilla de la puerta tintineó cuando Ethan abandonó el local yRebecca se quedó anonadada durante unos minutos, tratando de hacerse a laidea de lo que acababa de ocurrir. Después recorrió la librería,familiarizándose de nuevo con la tienda. La mesa de novedades continuabajunto al gran ventanal, pero habían cambiado de ubicación la sección infantil,que ahora ocupaba la parte más luminosa de la tienda y contaba con un par deconfortables asientos de alegres colores y una mesa baja con cuentos.Recorrió con cariño la sección de poesía, relegada a un pequeño rincón, comosímbolo de que pocos lectores se aventuraban por aquella parte de la librería.La sección de viajes era más amplia que unos años atrás y la novela románticase había ganado un espacio propio en la primera planta. En su adolescencia

había estado confinada en la segunda planta, junto a los libros de segundamano, la literatura de bolsillo, los cómics y los libros de autoayuda.

Por un momento, retrocedió en el tiempo y vio una versión adolescente desí misma trabajando en aquel lugar. Le parecía escuchar la charla inteligentede Steve Bradley, con el que aprendía de literatura más que con sus profesoresdel instituto, y sentir la cálida presencia de Yvonne, que la había acogido conafecto maternal casi desde el principio. Recordaba las divertidasconversaciones con Kendra, de la que aprendió a desenvolverse en la tienda; aScott, guiñándole un ojo cada vez que venía a recoger un encargo; los clientes,al principio mirándola con aprensión por su extraña apariencia, aunque debíade reconocer que los habituales se acostumbraron pronto a ella, pero sobretodo recordaba cada momento con Ethan, desde el primer verano en queempezaron a conocerse hasta tiempo después, cuando se escabullían pararobarse besos largos entre los estantes más apartados.

La llegada de los primeros clientes impidió que su mente siguieraperdiéndose en recuerdos nostálgicos. Willow Avenue era la calle másturística de Oak Hill y durante todo el día los visitantes recorrían las callesempedradas admirando los edificios más antiguos de la ciudad. Los locales dela calle se veían beneficiados por el trasiego de turistas y muchos entraban enla bonita librería. La mayoría acababa llevándose alguna de las guías sobreOak Hill y alrededores que Kendra colocó tiempo atrás junto a la cajaregistradora y que actuaban como reclamo para los visitantes.

Apenas tuvo un descanso para avisar a Liliana de su nueva situación y, amedia mañana, su amiga le hizo llegar un sándwich de The Black Sheep através de un adolescente con aspecto pasmado y la cara llena de pecas ygranos que, antes de entregar el almuerzo, advirtió que le habían prometidouna buena propina por sus servicios. Rebecca se rio de buena gana y le dio unpar de dólares que el chico miró con evidente disgusto.

Cuando al final de la tarde echó el cierre, contempló devastada el

desorden de la tienda. Un grupo de niños y sus padres habían dejado la zonainfantil llena de cuentos desordenados, la mesa de novedades era un verdaderodesastre y tras el mostrador se elevaba una torre de libros que varios clienteshabían desechado en el último momento. Hizo caja, recogió lo mejor que pudola planta baja antes de marcharse y no quiso ni mirar el segundo piso; ya seocuparía al día siguiente. Estaba tan cansada que solo quería dejarse caersobre la cama y dormir doce horas de un tirón, pero aún tenía que ocuparse deHuck.

El piso de Ethan tenía exactamente la misma disposición y tamaño que elde Liliana, pero carecía de la calidez del apartamento de enfrente. Ladecoración brillaba por su ausencia. Rebecca curioseó la casa sin vergüenzaalguna, mientras Huck la seguía meneando el rabo. Todo allí era funcional ymuy masculino. ¿Qué daño habrían hecho un par de cojines en el sofá, algo decolor y un poco de desorden? Muebles oscuros, un par de anodinas láminas enlas paredes y, como único detalle personal, una foto de sus padres y otra delpropio Ethan con su abuelo a bordo del Octopus. Esa foto, con un Ethan deunos diez u once años, encantó a Rebecca. Ethan llevaba el pelo revuelto ylucía la piel bronceada de quien ha pasado todo el verano al aire libre. Unainmensa sonrisa iluminaba su rostro y se abrazaba a su abuelo, que teníaexpresión de orgullo. Rebecca sintió nostalgia por aquel niño que nunca llegóa conocer, pese a que crecieron en la misma ciudad y compartió aula con suhermano durante toda su trayectoria escolar.

La cocina estaba impoluta y el segundo dormitorio había sido convertidoen una especie de estudio. Allí encontró la parte de la casa más viva, tal vezpor el centenar de libros que se amontonaban en las estanterías o por la cesta ylos juguetes de Huck o, quizás, porque escondidos en un cajón encontró losantiguos cuadernos de barcos. No se atrevió a sacarlos, en un extraño ataquede pudor, y dejó de abrir armarios y cajones. Tal vez en alguno de ellosencontrara fotografías suyas, o de Claire, o de cualquier otra chica.

—Venga, Huck, vamos a dar un paseo y luego conseguiremos que Lil nosdé algo de cenar.

El perro la siguió contento a Weston Park, dieron un largo paseo e incluso,olvidado el cansancio, echaron una carrera hasta la salida del parque, perocuando regresó al apartamento se encontró con la negativa tajante de Liliana.

—El perro no puede quedarse aquí. Me pone nerviosa, ya lo sabes. Seguroque Ethan tiene pienso en su casa, así que será mejor que lo lleves allí.

—Pero, Lil, ¿cómo vamos a dejarlo solo? ¿No te da pena?

—Ninguna. Me voy a la ducha. Cuando salga, lo quiero fuera delapartamento.

—¡Tienes una piedra en el lugar del corazón! —gritó Rebecca, mientras suamiga se encerraba en el cuarto de baño—. Parece que no puedes quedarteaquí, Huck. La reina malvada no quiere compartir su palacio, pero no tepreocupes que yo me quedaré contigo hasta que te duermas.

Rebecca se puso el pijama, saqueó la nevera y se cruzó al apartamento deEthan. Cenaron en el salón, viendo una película, mientras Rebecca le hacíacarantoñas al perro.

—Bueno, Huck, a la cama, que me tengo que ir —propuso en cuanto acabóla película y lo acompañó a su cesta—. Vivo en el apartamento de enfrente, asíque estaré pendiente de ti, y Ethan estará aquí en un par de días, ¿sabes?

Como si lo hubiera conjurado, sonó su móvil con una llamada de Ethan.

—La tienda sigue en pie y tu perro está vivo —contestó nada másdescolgar y sonrió al escuchar la risa ronca al otro lado de la línea—. ¿Qué talel viaje?

—Agotador. Susie habla hasta por los codos y no hay forma de que secalle. ¿Cómo está Huck?

—Muy bien. Hemos dado un paseo largo, ha cenado y está a punto dedormirse.

—Vale. Nosotros hemos parado en un motel cerca de Allentown y mañanasaldremos temprano.

Resultaba extraño mantener una conversación normal con Ethan, pero, almismo tiempo, parecía lo más natural del mundo. Años atrás se había asustadoal notar lo fácil que les resultaba conectar, pero en aquel momento solodeseaba continuar hablando con él. Sin embargo, parecía cansado, así que sedespidió con tono alegre, procurando no decir nada que rompiera el frágilequilibrio que se había establecido entre ambos.

—Bueno, Huck, hora de dormir. Mañana pasaré a verte —se despidióRebecca, pero el perro se puso en pie, la siguió hasta la puerta delapartamento y permaneció con gesto lastimero junto a ella—. Oh, vamos, tengoque irme, Huck, no me hagas esto. —Un débil gemido acabó con toda suresistencia—. Está bien, me quedaré aquí contigo, pero solo será esta noche yno se lo diremos a tu dueño, ¿de acuerdo?

No había más camas en el apartamento y no pensaba dormir en el sofá, asíque tomando aire, abrió la cama de Ethan. Vaciló un instante antes de metersebajo las sábanas. La cama de Ethan era la más confortable del mundo, pensósatisfecha mientras sus doloridos huesos agradecían la postura horizontal y lacomodidad del colchón. De inmediato, se sintió invadida por un conocidoaroma: el inconfundible olor de Ethan, que siempre le había recordado a unbosque. Olor a madera, a musgo y a hojas. Era su colonia, claro, Rebecca laconocía bien. Ethan era un animal de costumbres y en todos aquellos años nohabía cambiado de fragancia. Como una adicta, aspiró el familiar olor y seabrazó a la almohada. Solo ella sabía cuánto había añorado aquel aromadurante los últimos tres años. Sintió un peso cálido en el colchón. Estabaconvencida de que Ethan no dejaba que su perro durmiera sobre la cama, peroEthan no estaba y ella no tenía fuerzas para echar a Huck, así que dejó que se

acomodara a sus pies y se durmió. Soñó con un pirata cojo y con parche quesujetaba el timón de un viejo galeón, mientras un alegre setter irlandés rojobrincaba en cubierta.

—Parece que tardaremos en volver un poco más de lo previsto —gruñóEthan por teléfono un par de días después. Al parecer el señor Collins tan solose había hecho un esguince y no estaba dispuesto a dejar los Berkshires deforma inmediata. Había entablado amistad con un historiador local, que leestaba enseñando todos los lugares de interés histórico, y no consideraba quesu tobillo vendado fuera impedimento para moverse en coche de un lado aotro. Se había hecho con unas muletas y se manejaba con bastante soltura, pesea las protestas de su hija para que reposara en el hotel—. Nos podíamos haberahorrado el viaje, pero Susie lo exageró todo. El profesor Collins estáperfectamente, aunque aquí la histérica de mi ayudante —se oyó un grito deprotesta al otro lado de la línea, pero Ethan no cambió de tono— nos ha hechorecorrer más de mil kilómetros en coche para nada.

—Eres un buen hombre, Ethan —reconoció Rebecca, mientrasaprovechaba un rato de descanso para hojear un catálogo de novedadeseditoriales que había encontrado en el pequeño despacho de la tienda. Legustaba saber que el buen chico que había conocido y amado seguía ahí, enalgún lugar bajo capas de hosquedad y mal humor—. No creo que hayamuchos jefes dispuestos a hacer lo que tú has hecho.

—Bueno, Collins era uno de mis profesores favoritos y conozco a Susiedesde que era una niña —carraspeó, algo incómodo—. Mi madre me habríamatado si la hubiera dejado tirada… De todas formas, no me hagas la pelota.Todo esto no cambia nada entre tú y yo.

En realidad, ambos sabían que su relación había dado un vuelco en losúltimos días, pero si Ethan no estaba dispuesto a reconocerlo, Rebecca nopensaba presionarle. A ella le bastaba con saber que podían llegar a algún tipode entendimiento y trató de olvidarse de las mariposas que habían empezado a

revolotear como locas en la boca de su estómago. Se concentró en el trabajoen la librería y en pasar el rato con Huck y aquella noche volvió a dormir en lacama de Ethan. Se estaba tan a gusto…

La despertó un golpe y un gruñido.

—Huck, no seas pesado —farfulló somnolienta, empujando al perro.

La luz se encendió de golpe.

—¿Puedo saber qué haces en mi cama?

La voz airada de Ethan se coló en su cabeza. Parpadeó varias veces y através de los párpados entrecerrados vislumbró al pirata de sus sueños que lamiraba con el ceño fruncido y el gesto hosco.

—¿Qué haces aquí? Dijiste que tardarías unos días más en volver…

—¿Y eso te da derecho a quedarte con mi apartamento?

—Hmmm… No, claro que no. Es que… Huck estaba solo y me dabamucha pena y Lil no le deja quedarse en nuestra casa…

Ethan suspiró, un largo y hondo suspiro, y se dejó caer a su lado.

—Me da igual. Estoy muerto de cansancio. Le he dado unos días libres aSusie para que se quede con su padre y vuelvan juntos en tren o en autobús ocomo se les ocurra y así yo he podido volver… Necesito dormir, Rebecca, sonlas cuatro de la madrugada y he conducido durante horas. Vete a casa…

Pero, en algún momento de la explicación, Rebecca se había vuelto aquedar medio dormida y solo dejó la cama cuando Ethan le propinó undesconsiderado empujón que la envió directa al suelo.

—Bruto desagradecido —farfulló mientras recogía sus cosas y se dirigíade regreso a su apartamento.

—Abre tú mañana la librería. Creo que yo voy a dormir doce horas de untirón —gritó Ethan antes de que cerrara la puerta.

La oscura figura de Ethan no cruzó la puerta de la librería hasta la hora delalmuerzo. Apareció con un par de sándwiches de pollo, dos cafés (capuchinode vainilla para ella, café solo con azúcar para él) y una bolsa con galletas deavena y chocolate del Café de Lucy.

—Así debe de oler el cielo —musitó Rebecca olisqueando la bolsa degalletas. Estaba hambrienta y, aprovechando que no había clientes, echaron elcierre un rato para almorzar.

Ethan se mostraba serio y no parecía tener ganas de romper su mutismo.Contestó de forma cortante las preguntas de Rebecca sobre el viaje hasta quela joven se cansó de su actitud.

—Bueno, ya está bien. Si quieres que me vaya, no tienes más que decirlo.No hacía falta que me trajeras el almuerzo si no te gusta mi compañía. ¿Vas aseguir enfadado toda la vida? Supéralo de una vez, Ethan. Metí la pata y nofuiste el único que sufrió con ello. Sé que el accidente…

—No quiero hablar del accidente —la cortó él— y tienes razón. No quieroseguir enfadado contigo. Te has portado genial con Huck y te has hecho cargode todo a pesar de que me he comportado como un imbécil.

—Vale. Olvidado —asintió Rebecca al ver que Ethan se relajaba un poco—. ¿Cuándo vuelve Susie?

—No sé. En dos o tres días. Tampoco fuimos demasiado concretos.

—Si quieres puedo echarte una mano hasta que vuelva. Tengo quereconocer que me gusta estar aquí de nuevo.

Ethan asintió, mientras mordía una galleta, y después volvieron al trabajo.No hablaron mucho entre ellos, pero la jornada se hizo menos dura al sersobrellevada por dos personas. Una hora antes del cierre, Rebecca sedespidió de Ethan. Tenía reservada un aula de ensayo en la academia y noquería perderla. Le apetecía bailar, pero también alejarse un poco delambiente de Ethan. No había mentido cuando dijo que le gustaba estar de

regreso en The Blue Owl, pero, a lo largo de aquella tarde, se habíasorprendido un par de veces admirando los nuevos músculos que adornabanlos brazos y la espalda de su huraño exnovio. Tal vez no había sido una ideademasiado buena ofrecerse a ayudarlo durante los próximos días.

Buena idea o no, se quedó en The Blue Owl hasta el regreso de Susiecuatro días más tarde. Compartieron el trabajo codo con codo y Ethan inclusole permitió dar algún paseo con Huck. El perro se había encariñado con ella yladraba lastimosamente cuando la escuchaba volver de yoga o de la academia,así que Ethan les daba permiso para dar una vuelta, aunque no los acompañabani invitaba a Rebecca a entrar en el piso.

—¿Qué lees? —le preguntó él una tarde de poca clientela en la queRebecca, para matar el aburrimiento, sacó del bolso las cartas de John yViolet. Había empezado a leerlas aquella semana y estaba obsesionada conellas. Le costaba un poco descifrar la escritura nerviosa e irregular del mayorAdkins, que contrastaba con la delicada caligrafía inglesa de Violet. Tal comole había indicado Matthew, buena parte de las cartas pertenecían a la época dela Guerra de Independencia, aunque también había papeles de otras épocas deseparación de la pareja. A través de las cartas, unas de carácter poético yotras más prosaicas, revivió la fascinante historia de amor de la pareja, altiempo que conocía detalles de sus vidas cotidianas y del horror de la guerra.

Espoleada por el interés de Ethan, le habló sobre los Adkins, sobre OakFarm, sobre el libro de Marcus y las cartas de John y Violet. Ethan escuchóatentamente su apasionado discurso y, por un momento, le pareció el antiguoEthan, aquel que la miraba con embeleso, pendiente de sus labios de tal formaque ya no sabía si lo tenía anonadado con su conversación o muerto de ganasde besarla. Sin embargo, el Ethan de veinticinco años se recobró con rapidez yrecuperó su máscara más impenetrable.

—Cuéntame cómo has acabado enredada en la compra de esa ruina y quépretendéis hacer allí —pidió con voz ronca, obligando a Rebecca a darse la

vuelta para ocultar el escalofrío que le había provocado.

Le contó todo: su último año en Seattle, su despido en Old FashionedRecords, su vuelta a Oak Hill, la discusión con su padre, el proyecto deLiliana y su decisión de asociarse con ella e invertir el dinero de la tía Edith.Tan solo ocultó la participación de Grant en todo el asunto y no lo hizo porquedesconfiara de Ethan, sino porque le había prometido discreción a su hermano.Resultaba fundamental que Liliana continuara ignorando su intervención en elnegocio.

—A ver si lo he entendido bien. Como no sabías qué hacer con tu vida, tepusiste a trabajar en una tienda de discos y, cuando aquello se fue al traste,decidiste regresar al único lugar al que habías jurado no volver y, como siguessin saber qué hacer con tu vida, has decidido invertir todo tu dinero en elsueño de tu mejor amiga. Muchos te dirían que es algo muy generoso, pero yocreo que sigues huyendo, buscando formas de ocultarte. Disfraces, Rebecca,solo disfrazas tu vida. Llevas haciéndolo desde que te conozco.

Durante un momento, Rebecca se sintió tan aturdida con las duras palabrasde Ethan que no pudo reaccionar. El enfado empezó a crecer dentro de ella,hasta que estalló de golpe.

—¿Quién te has creído que eres para juzgarme de esa forma? ¿Te creesmuy diferente de mí, Ethan? Me encantaría saber qué haces en Oak Hill,trabajando en la librería de tus padres. Se supone que deberías estar en algúnlugar de la costa diseñando barcos.

—¡Tuve un accidente! Quedé desfigurado, cojo y tuerto, ¿recuerdas? —contestó airado Ethan.

—¡Hace tres años del accidente! Y, por lo que veo, las manos te funcionanperfectamente… ¿Desfigurado? ¿En serio? Y no me engañes. Durante más deun año llamé a tu madre todas las semanas para que me informara de tu estado.Ni siquiera estás tuerto de verdad. Perdiste un porcentaje importante de visión

en el ojo izquierdo, pero puedes ver y utilizas gafas para leer, escribir,conducir… ¿Quién se disfraza? ¿Quién se oculta? No me acuses tanto y echaun vistazo a tu propia vida.

Enfadada, se marchó de la librería y regresó al apartamento, pero no teníaganas de quedarse allí. Preparó una mochila, cogió las llaves de la casa deGrant y condujo hasta Charlotte. Pasó la noche en el impresionante ático de suhermano, rodeado de cristaleras con vistas al espectacular skyline de laciudad. Grant seguía en Europa y ella se habría quedado allí el resto de lasemana, pero a la mañana siguiente se levantó temprano y se dirigió hacia OakHill. Llegó a The Blue Owl diez minutos antes que Ethan y, cuando él la vioesperando en la puerta, se metió las manos en los bolsillos y se acercódespacio, cojeando ligeramente.

—Ayer no fuimos demasiado agradables.

Parecía contrito, pero Rebecca no iba a caer en su juego. Le daba igualque la mirara con ojos suplicantes o que tratara de ablandarla con su voz másseductora. No iba a seguir discutiendo con Ethan. Levantó la barbilla y retiróla mirada, sacando a la luz su lado más orgulloso, y esperó a que Ethan abrierala puerta de la librería. Pero él no se movió.

—Lo siento, ¿vale? Normalmente no soy tan capullo, pero desde que hasvuelto… Que estés aquí me hace enfrentarme a algunas cosas que no meapetece afrontar aún y no me lo pone demasiado fácil el hecho de que tropiececontigo en todas partes. —Alzó la mano para impedir la protesta que iba aformular—. Sé que me estás haciendo un favor inmenso y lo agradezco deverdad, pero no es fácil para mí.

—Tampoco para mí —musitó Rebecca—, pero lo estoy intentando. No soyla de antes, Ethan.

—Yo tampoco —suspiró él—. ¿De verdad llamaste a mi madre durante unaño? —Ella asintió en silencio y él la miró pensativo—. Tal vez deberíamos

dejar atrás el pasado y empezar de nuevo.

—Me encantaría… Hola, soy Rebecca Miller —dijo tendiéndole la manocon una sonrisa—. Bailo un poco, vivo en un estado de confusión permanentey estoy obsesionada con una pareja que murió hace más de doscientos años.

Ethan se rio y estrechó su mano. Durante unos segundos eternospermanecieron en la puerta de The Blue Owl, mirándose a los ojos y con lasmanos enlazadas, dando la bienvenida a una nueva era para ambos.

Capítulo 12

De pronto, durante aquel confuso verano, todo empezó a girar en torno aRebecca: desde el momento en que la joven atravesaba la puerta de la libreríacon dos cafés en la mano (solo con azúcar para él, capuchino de vainilla paraella) hasta que colocaban el cartel de cerrado y ella se ponía los cascos paraescuchar aquel deprimente grunge noventero que la tenía obsesionada, antesde desaparecer calle arriba. La observaba atender a los clientes, ordenarlibros, organizar los pedidos y hacer reír a los niños en el cuentacuentosdisfrazada de bruja, en una clara parodia de su personal estilo. A los pocosdías ya se había acostumbrado a verla desplazarse por los pasillos de lalibrería como si llevara allí toda la vida, con esa particular forma suya demoverse, que parecía deslizarse de forma etérea con pasos rápidos ysilenciosos, la espalda erguida y la barbilla levantada. Una auténtica bailarina,cuya elegancia no podía ocultar ni bajo las ropas más desgastadas de supeculiar armario.

En sus ratos libres hablaban de libros, de cine y de música, de launiversidad, del instituto, de las clases de baile, nunca nada demasiadopersonal, pero, sin embargo, sentía que poco a poco la joven iba retirandoalgunas barreras y Ethan se encontró deseando demolerlas todas, queriendoconocer los secretos que ocultaban las camisetas negras y los piercingsbrillantes, que empezaba a pensar que no eran más que un disfraz. Rebecca lotenía confundido. Había esperado una chica dura y distante, de comentariosmordaces y gestos altaneros, y, sin embargo, su carácter no se correspondíacon la imagen que proyectaba. Era algo rara, por supuesto, pero tal vez sumayor rareza consistía en que no parecía importarle lo que los demás pensaran

de ella.

—¿Por qué estás trabajando aquí? No creo que te haga falta un trabajo deverano… —se atrevió por fin a preguntarle una tarde cuando ya estaban apunto de cerrar. Rebecca se quedó en silencio durante un buen rato y Ethanpensó que había cruzado algún límite invisible.

—En verano puedo hacer dos cosas: irme con mi madre a Los Ángeles,donde estoy sola la mayor parte del tiempo y, cuando la veo, solo me hablapara criticar mi forma de vestir, lo que como o cualquier cosa que haga, o irmecon mi tía abuela Edith a su casa de Richmond, donde no me deja ni un minutoa solas y no hace más que criticar mi forma de vestir, lo que como o cualquiercosa que haga. —Su rostro se había oscurecido, al igual que su voz, pero deinmediato recuperó el tono despreocupado—. Pensé que este verano queríaalgo diferente. Scott me dijo que tus padres buscaban un ayudante para elverano y esta librería es uno de mis sitios favoritos de la ciudad, así que…aquí estoy.

Ethan se quedó pensativo mirando las delicadas manos de Rebecca, quejugueteaba nerviosa con un pesado anillo. Por un instante, la joven habíaabierto una ventana y lo había dejado asomarse a su interior, aunque intuía queaún se guardaba demasiadas cosas.

—Tus veranos son una mierda —dijo al fin—. ¿Es que no sabes que losricos pasan las vacaciones en playas paradisíacas y en destinos exóticos?Alguien debería habérselo explicado a tus padres.

Rebecca dejó de juguetear con el anillo y lo miró a través de los párpadosentornados, ignorando su broma.

—A mis padres deberían haberles explicado muchas cosas —comentó contono mordaz, pero enseguida regresó a su impasibilidad habitual—. ¿Qué hayde tus veranos? ¿Qué haces cuando no te toca trabajar en la librería?

Ethan habló entonces del abuelo Fred, del Octopus, de Wrightsville, de la

escuela de navegación. Habló del mar, del viento azotando las velas, delsonido del agua en medio del silencio, del movimiento del barco bajo los pies,de la satisfacción del trabajo duro a bordo, de la sensación de paz y delibertad que parecían envolverlo cuando navegaba… Se dejó llevar y no supocuánto tiempo estuvo hablando, pero cuando se calló, hacía un buen rato quese había puesto el sol. Rebecca lo miraba con una expresión intensa, con loslabios entreabiertos y los ojos asombrados, como si lo viera por primera vez.Parecía incluso que le costaba un poco respirar. Algo (una emoción ya casiolvidada) se removió dentro de él.

—He subido a un barco varias veces —habló ella al fin, con la voz algoronca—. Yates increíbles de amigos de mis padres, pero creo que nunca hesentido todo lo que cuentas. Esa gente tiene barcos para hacer fiestas yreuniones de negocios informales, no para navegar. Creo que me gustaríasentir alguna vez todo lo que has contado.

—El domingo —apuntó Ethan sin darse cuenta de lo que estaba diciendo,perdido en los tormentosos ojos de la joven—. El lago Murray no es el mar,pero es lo que tenemos por aquí. Llamaré al viejo Barry para que nos reserveuna embarcación.

Nada más decirlo, Ethan se dio cuenta de que acababa de proponer unacita a Rebecca Miller. No era una cita de verdad, claro, porque él ya no sesentía atraído por ella. Bueno, tal vez se estaba empezando a sentir un pocoatraído, pero era solo porque pasaban demasiado tiempo juntos. No era real,porque él salía con Claire y ya había superado aquella absurda fase del añoanterior, así que se obligó a recordar que tenía novia y que Rebecca salía conScott Williams.

—Dile a Scott que venga el domingo—se forzó a decir para desmontaraquella falsa cita antes de despedirse de ella.

Fuera de los muros de la librería, Ethan tenía otra vida a la que dedicabamuy poco tiempo y de la que Rebecca no formaba parte. Se reunía con Tommy

y los chicos un par de veces a la semana para jugar a la play, pedir una pizza ytomar un par de cervezas; salía a correr algunas mañanas y hablaba con Clairecada dos o tres noches. A Patrick Higgins le había sentado bien el cambio deaires, su madre estaba más relajada y ella pasaba el día con sus primos,montando a caballo y bañándose en la nueva piscina de sus abuelos. A medidaque pasaba el tiempo, Ethan se daba cuenta que algo no iba bien. No la echabade menos o, mejor dicho, la echaba de menos igual que añoraba a Valerie o aNicole, que se habían embarcado en un viaje por carretera sin destino fijo y noesperaba verlas hasta el final del verano. No echaba de menos a Claire, sunovia, sino a Claire, su amiga. La distancia le estaba mostrando lo evidente:que su relación era un fraude, que todos sus esfuerzos por sacarla adelante nohabían servido de nada. No quería hacer daño a Claire, no debería dejar a sunovia cuando estaba atravesando un momento personal tan difícil, pero noresultaba demasiado honesto seguir con una relación en la que ya no creía.Todo era demasiado confuso, especialmente desde que Rebecca habíainvadido cada rincón de su vida sin pretenderlo. Estaba empezando a sentirseatraído de nuevo por ella, por aquella chica demasiado oscura, demasiadorara, demasiado complicada, y no sabía muy bien cómo manejarlo.

Scott no apareció el domingo. Según Rebecca, había preferido quedarsecon David haciendo algo en el ordenador. Ethan la miró fijamente: aquellamañana no llevaba nada de maquillaje, lo que dejaba al descubierto susdelicadas facciones, y tuvo que controlar el impulso de acariciar su piellimpia y fresca. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, una camiseta detirantes y unos shorts que dejaban al descubierto sus piernas elegantes, largasy delgadas, pero sorprendentemente fuertes. Allí, en el embarcadero del lagoMurray, casi parecía una adolescente normal, la anodina chica en la que sehabría convertido si no hubiera cambiado su forma de vestir y se hubierapaseado por todo Oak Hill como si fuera intocable. Ethan comprendióentonces que en el pasado todos estaban equivocados, incluido él. Rebecca noera anodina y daba igual como se vistiera o se maquillara. Era preciosa, frágil

y fuerte al mismo tiempo, llena de contradicciones, y él solo queríadescubrirlas todas.

—Bueno, ¿vas a enseñarme a navegar o nos vamos a quedar aquí toda lamañana?

Ethan asintió con brusquedad y se dirigió con largas zancadas hacia elpequeño velero que le había reservado el viejo Barry. Su antiguo jefe habíaguardado para él su embarcación favorita: un pequeño y ligero velero blancode cinco metros de eslora, cómodo y manejable, con motor fueraborda auxiliary orza abatible. Se volvió para ayudar a Rebecca a subir a la embarcación,pero la adolescente ya había saltado dentro del velero con agilidad, así que selimitó a indicarle el nombre de las principales partes del barco y le dio unascuantas instrucciones fáciles para que lo ayudara a poner a punto laembarcación, mientras él hacía algunas comprobaciones de rutina, comorevisar la jarcia y las velas, el nivel del combustible y el equipo de seguridady preparar los cabos para manejar las velas. Por fin soltaron los amarres yEthan se concentró en las maniobras, al tiempo que daba sucintas órdenes a suacompañante, que ella cumplía con una rapidez y eficacia inusitada para seruna novata.

Sin embargo, Ethan estaba tenso. No debería haber propuesto aquellasalida o ella tendría que haberla rechazado o, mejor aún, su novio tendría quehaber venido: cualquiera de las opciones habría sido válida para noencontrarse a solas con ella en medio del lago. Era demasiado consciente desu presencia y tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para noquedarse mirando como un idiota sus interminables, delgadas y musculosaspiernas. La chica le gustaba a rabiar y él tendría que haberse dado cuenta queaquella excursión en barco iba a ser un grandísimo error.

—Tengo manzanas y galletas de jengibre por si te mareas —le habló al fin.Su abuelo le había acostumbrado a llevar siempre aquel remedio natural paraestómagos vacíos, aunque no parecía que Rebecca fuera a necesitarlos.

Navegaron en silencio durante un buen rato, tan solo roto por las brevesindicaciones de Ethan, hasta que se alejaron de la orilla y del resto deembarcaciones y ya solo veían el agua y las verdes montañas en el horizonte,que se alzaban majestuosas sobre ellos. Solo se escuchaban los sonidos de lanaturaleza y el murmullo del barco deslizándose por el agua. Una maravillosasensación de paz se extendió sobre ellos. Ethan miró a Rebecca, que estabaabsorta, con la mirada perdida en el horizonte, mientras la brisa hacíarevolotear los mechones de pelo que se habían soltado de su coleta. Depronto, ella se giró hacia él con una resplandeciente sonrisa que le cortó larespiración. Era la misma sonrisa que esbozó diez años atrás, cuando salió asaludar sobre el escenario del Teatro Mary Carsons: una sonrisa deslumbrante,feliz, la más bonita que Ethan había visto en su vida. El tiempo parecióhaberse detenido en aquella sonrisa hasta que él mismo se obligó a volver a larealidad, una realidad en la que él tenía novia y no la engañaba, así que volvióa concentrarse en la navegación. Un par de horas después fondearon cerca deuna cala escondida y, sentados en la bancada, comieron los sándwiches quehabía llevado Rebecca.

—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con Scott? —preguntó al fin, rompiendoel silencio. En realidad, no quería saber sobre su relación con Williams. O talvez sí. Ya no estaba seguro de nada. Quizás tan solo era una forma derecordarse que la joven estaba fuera de su alcance.

Rebecca enarcó las cejas.

—No salgo con Scott. Solo somos amigos.

—¿Amigos? Pero, el otro día, en el descampado parecía que… bueno, osfuisteis juntos y yo entendí… —recordó, confuso. Trató de ignorar la salvajealegría que la invadió de golpe.

Rebecca no le ayudó. Lo miraba sin parpadear, esperando a que acabarasus vagas explicaciones. Al final, pareció apiadarse de él.

—El fin de semana mi hermano y sus amigos estaban en casa y no me gustaquedarme allí cuando tiene una de sus fiestas, así que duermo en casa de Scott.En la caravana de Lil no hay espacio, sería raro quedarme en casa de losHamilton y la de Alison no es una opción, así que lo mejor es la habitación deinvitados de Scott.

Ethan tardó un rato en digerir la información y sus propias emociones,entre las que predominaba una clara sensación de alivio. Por un lado, pensarque Rebecca tenía novio lo había hecho sentirse seguro, porque suponía unarazón más para mantenerse lejos de ella, pero, por otra parte, no podía negarque había estado celoso.

—Una vez estuve en una de las fiestas de tu hermano. Se enfadó muchoporque tú te habías colado —recordó Ethan sonriendo, pero el rostrorepentinamente serio de Rebecca le hizo saber que había metido la pata. Lachica tenía la mandíbula tensa y le pareció detectar un ligero temblor en susmanos—. ¿Por qué no te gustan las fiestas de tu hermano?

De pronto, parecía muy importante saberlo, pero Rebecca recogió ensilencio los restos del almuerzo y sugirió que regresaran. Hicieron el caminode vuelta sumidos en sus propios pensamientos, pero al desembarcar ella leagradeció la excursión. La vio alejarse pedaleando en su bicicleta morada,con la mochila al hombro y la coleta medio deshecha, su figura haciéndosecada vez más pequeña hasta desaparecer en el horizonte. Entonces se dirigióhacia la caseta del viejo Barry y se sentó con su antiguo jefe para tomar unrefresco mientras hablaban de los últimos modelos de lanchas. Sin embargo,no conseguía quitarse de la cabeza el rostro serio de Rebecca, la nada sutilforma en la que se había cerrado por completo. No era asunto suyo, no deberíaserlo, y, sin embargo, deseaba borrar toda preocupación de su pensamiento.

Volvieron a sus rutinas en la librería, pero ella marcó las distancias y él nose atrevió a romperlas. Un par de semanas después regresaron sus padres yEthan decidió que era el momento de realizar una escapada a Wrightsville.

Una cobardía, por supuesto, pero necesitaba un respiro. El abuelo Fred lorecibió con entusiasmo y pasaron dos semanas a bordo del Octopus,recorriendo las Sea Islands. Creyó que el viaje le ayudaría a reencontrar sucalma habitual, a acabar con toda la confusión y a dejar atrás sentimientos queno quería tener, pero se equivocó y, tumbado en cubierta, bajo la inmensidaddel cielo estrellado, no dejaba de pensar en Rebecca y en Claire. Pensaba concariño en Claire, mientras analizaba las razones por las que seguía saliendocon ella. Sus propias respuestas le produjeron un enorme desasosiego, porquehacía mucho tiempo que sabía qué emociones lo ataban a su novia delinstituto: afecto, comodidad y una mal entendida lealtad. No parecían losmejores pilares para una relación. ¿Dónde quedaban el amor, la pasión, lailusión? ¿Era todo eso lo que le hacía sentir Rebecca? ¿O tal vez se tratabasolo de la novedad, de lo misterioso, de lo diferente? Cuando al final caíarendido, tras darle vueltas y vueltas a sus confusas emociones, seguía soñandode forma obsesiva con unos ojos tormentosos, un insidioso tirante de encajenegro y una boca del color del algodón de azúcar.

Cuando regresó a Oak Hill, con la piel bronceada y el pelo más largo, sumadre le aseguró que solo le faltaba el parche para parecer un auténtico pirata.

Con sus padres al cargo de la librería y la ayuda de Scott y Rebecca, supresencia en The Blue Owl ya no resultaba tan necesaria, así que hizo algúnturno suelto, evitando coincidir con Rebecca, y dedicó el resto del tiempo asalir a correr, jugar al Final Fantasy con Tommy y reunirse con Val y Nicole,que estaban de vuelta de su aventurero viaje por carretera.

Faltaban pocos días para regresar a la universidad y, en realidad, estabadeseando alejarse de Oak Hill, alejarse de Rebecca, y volver a sus rutinasacadémicas, a sus amigos de Virginia Tech y a sus partidas nocturnas. Con unpoco de suerte, podría irse sin ver de nuevo a Rebecca, pensó mientras corríapor el camino de Stone Bridge. Ya casi nadie utilizaba aquel camino, tanpopular en otros tiempos, que llevaba al viejo puente de piedra. Solo se

acercaba por allí algún paseante solitario o alguna pareja atraída por elromántico paraje que rodeaba al puente, pero, en realidad, había caído endesuso tras la construcción de un puente más grande y moderno en una zonamás accesible del río, en la que el ayuntamiento había instalado mesas depícnic y una zona recreativa para niños. Sin embargo, el viejo puente, con sustres arcos irregulares de piedra y su calzada arqueada, poseía un encantosingular.

Al girar la curva, Ethan se topó con la inconfundible bicicleta morada a unlado del camino. Aquel no era un lugar demasiado transitado, así que observócon cautela y se le cortó la respiración ante la inesperada imagen: RebeccaMiller estaba subida sobre el pretil del puente en ropa interior. Sintió elpaladar repentinamente seco, pero no porque la visión de la joven en ropainterior le hubiera despertado deseo alguno, sino porque sintió un miedo atrozoprimiéndole la boca del estómago.

Rebecca, de espaldas a él, caminaba sobre la ancha barandilla, con losbrazos extendidos, la espalda recta y los hombros y las caderas alineados,mientras daba pasos cortos y lentos con la punta del pie estirada, como siestuviera dando pequeños pasos de ballet. Llevaba un conjunto de ropainterior de encaje negro y, tal vez en otra situación, Ethan se habría quedadoanonadado ante la vista de aquel delgado cuerpo, casi sin curvas, que sinembargo le resultaba irresistible. Pero en aquel momento solo estabapendiente de evitar que un resbalón fatal lanzara a Rebecca puente abajo.Temió emitir algún tipo de sonido inesperado que la asustara y la hiciera caer.

—Rebecca —susurró al final, acercándose lentamente, con todo el sigilodel que era capaz. Ella irguió un poco más la cabeza y se giró despacio,moviendo todo el cuerpo de manera equilibrada.

—Hola, Ethan —lo saludó sin mover un solo músculo y luego siguiócaminando por el pretil del puente, avanzando hacia él.

—Supongo que sabes que es un poco temerario lo que estás haciendo —

dijo con tono serio, conteniendo las ganas de agarrarla por la cintura y bajarladel peligroso borde.

Ella se rio con suavidad y se paró. Se dio la vuelta hasta quedar de cara alrío. Se escuchaba el murmullo del agua y el de la brisa colándose entre lashojas de los árboles.

—Aquí hay una poza. Los hermanos Muñoz nos la enseñaron el añopasado a Liliana y a mí. Creo recordar que este era el punto exacto.

—¡No pensarás tirarte al agua! —exclamó Ethan, cada vez más asustado,olvidando toda prudencia. La garganta se le hizo un nudo y el corazón empezóa palpitarle a toda velocidad—. ¿Estás loca? ¡Podrías matarte!

Ella se rio de nuevo.

—No voy a matarme, Ethan. Solo voy a saltar.

Antes de que el chico pudiera abalanzarse sobre ella, se colocó enposición de salto y se lanzó al vacío de cabeza, con los brazos extendidos y elcuerpo formando un arco perfecto. Ethan emitió un grito ahogado y se abalanzósobre la barandilla a tiempo para ver su cuerpo zambulléndose en el agua. Searrancó la ropa y las zapatillas con una furia inusitada, sin quitar la vista delpunto en el que había caído Rebecca, esperando verla aparecer en cualquiermomento. No salía del agua y, sin pensar, se arrojó detrás de ella. La caída fuetan veloz que apenas tuvo tiempo a darse cuenta del vértigo que atenazaba suestómago y la adrenalina corriéndole por las venas. Cuando por fin sintió elcontacto del agua, recuperó el control de su cuerpo y solo pudo agradecer parasus adentros que siguiera con vida. Al menos Rebecca había acertado con ellugar en el que se encontraba la poza. Sacó la cabeza al exterior, aspiró unalarga bocanada de aire y la buscó a su alrededor. Estaba a punto dezambullirse de nuevo, cuando la vio sentada en la orilla, con su largo pelomojado y una sonrisa autosuficiente. Se abrazaba las rodillas y el solarrancaba destellos azulados a su pelo teñido de negro. Con un suspiro de

alivio, nadó hacia ella.

—¡Estás completamente loca! Irresponsable, insensata, suicida… —Ethansiguió mascullando insultos por lo bajo, mientras salía del río y se dejaba caera su lado.

—Ha sido alucinante, ¿verdad?

Ethan permaneció un rato callado, se tumbó, colocando los brazos bajo lacabeza, y miró el cielo, de un azul tan claro que tuvo la virtud de calmarlo.

—Sí —afirmó antes de empezar a reír. Rebecca se tumbó a su lado y lascarcajadas de ambos resonaron durante un buen rato, ahuyentando el miedo ylos nervios.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Ethan cuando se tranquilizaron.Sintió que ella se tensaba a su lado y pensó que no contestaría.

—Mi madre está en la ciudad —dijo al fin—. Tiene la capacidad deponernos a todos muy nerviosos, en especial a mí. A ratos se olvida de queexisto y quisiera que me mirara, pero cuando por fin repara en mi presencia,me critica tanto que se vuelve insoportable. Absorbe toda la energía de lacasa… Es… No sé explicarlo mejor. Cuando está en casa y me vuelve loca,necesito soltar tensión de alguna forma.

—¿Quieres decir que, como tu madre te agobia, te tiras por un puente?Parece un poco radical, ¿no?

—Sí, supongo que sí —suspiró Rebecca.

Ethan se giró hasta quedar tumbado de lado. También ella movió la cabezaen su dirección y se miraron a los ojos.

—Ha sido una estupidez.

—Lo sé.

—No vuelvas a hacerlo, por favor —musitó Ethan, cada vez más atrapado

en su mirada azul grisácea.

Rebecca negó lentamente con la cabeza y se quedaron en silenciotumbados sobre la hierba húmeda, pendientes tan solo de las pupilas del otro,del susurro de la brisa entre los árboles y del murmullo del agua.

—¿Quieres besarme? —preguntó Rebecca, finalmente.

—Sí. —Casi no reconoció su propia voz, que sonó más ronca de lohabitual.

—¿Vas a hacerlo?

—No.

—Bien.

Continuaron callados. Ethan era cada vez más consciente de que ambosestaban tumbados sobre la hierba, vestidos tan solo con la ropa interior, peroempleó toda su fuerza de voluntad en no bajar la mirada de su rostro.Empezaba a sentir un curioso hormigueo en los dedos, atraídos por la pielpálida y perfecta de la chica que tenía al lado.

—¿Te pasa a menudo? Lo de querer besar a chicas que no son tu novia,quiero decir.

—Solo contigo —reconoció Ethan. No pudo resistirse y alargó la manopara acariciar su mejilla. Fue un contacto tan ligero y rápido, que ambosfingieron que no había tenido lugar—. Hoy no llevas maquillaje…

—Iba a clase de baile, pero se ha cancelado. Nunca me maquillo parabailar —añadió, antes de romper el contacto visual—. Será mejor que nosvayamos.

Rebecca se puso en pie con cierta tristeza y emprendió el ascenso. Suspies, anchos, cuadrados y de arco elevado, se movían con seguridad entre laspiedras que salpicaban el camino de vuelta al puente. Recogieron sus ropas y

se vistieron en silencio.

—Voy a romper con Claire —anunció de forma inesperada cuando la viosubirse a su bicicleta. Ella se volvió y sus ojos parecían más grises.

—No lo hagas por mí —afirmó, antes de alejarse pedaleando de regreso ala ciudad.

Capítulo 13

La Fundación Allegra Sage, dedicada a promover la preservación delpatrimonio histórico del condado y el turismo activo en la región, les concedióuna generosa subvención que cubriría parte de las obras de rehabilitación deOak Farm. Apenas dos días después, el ayuntamiento firmó el permiso deobras y Rebecca pudo llamar al contratista que les había recomendadoMatthew. Nathan Reynolds (noventa toscos kilos de puro músculo, brazoscubiertos de tatuajes, manos grandes y callosas y acerados ojos grises) y suequipo invadieron la antigua granja y una semana después parecía que unbombardero había pasado por Oak Farm. Rebecca y Liliana contemplarondesoladas las montañas de restos demolidos que se extendían por el jardín.Habían arrancado el revestimiento de madera de la fachada, retirado el tejadoe incluso la barandilla de la terraza del segundo piso. En el interior apenasquedaban en pie la escalera, la chimenea principal y un par de muros de carga.

—Hay humedades en el sótano, aunque no parece demasiado grave. Soloha afectado a una de las paredes —anunció Reynolds, mientras daba una largacalada a un puro e ignoraba la expresión asqueada de las chicas ante la visióndel humo saliendo por su boca— y hemos llamado a los de antiplagas. Nopodremos continuar hasta que ellos hagan su tarea. Habrá que añadirlo alpresupuesto.

—¿De qué es la plaga? —preguntó Lil.

—Mejor pregúnteme de qué no es la plaga, porque esta casa las tiene detodos los tipos, señorita —explicó con sorna el contratista, mientras recorríacon mirada depredadora a Liliana. La morena alzó la barbilla y apoyó las

manos en las caderas hasta que el áspero empresario retiró la mirada. Rebeccario para sus adentros. A veces Lil podía resultar muy intimidante y ni siquieralos tipos duros como Nathan Reynolds eran capaces de resistir su fortaleza—.Ahí dentro conviven mapaches, abejas y todo tipo de criaturas que no creo quequieran como inquilinos —añadió Reynolds en un tono más cauto.

Matthew regresó a Oak Hill para comprobar la marcha de las obras.Mientras recorrían el jardín lleno de escombros, asentía satisfecho.

—Va a ser espectacular, ya verás. Nathan y su equipo trabajan rápido ybien. Es un perfeccionista nato y será muy honesto con el presupuesto. Es elmejor del condado… Vaya, ten cuidado —exclamó agarrando a Rebecca porel codo cuando tropezó con una piedra. No la soltó de inmediato, sino que lamiró con cierta intensidad que la incomodó—. ¿Cenas conmigo esta noche?

Rebecca se mordió el labio, dubitativa. Lil había insistido varias veces enque le gustaba al arquitecto y ella no quería darle falsas esperanzas,especialmente desde que su reciente tregua con Ethan había despertado en ellaviejos sentimientos que creía haber superado tiempo atrás.

— Llevo semanas soñando con la comida de Liliana y quiero que mecuentes todo sobre las cartas de los Adkins —añadió el arquitecto con susonrisa más encantadora.

Al final aceptó con cierta reticencia, pero se esmeró para que su aspecto,aquella noche, no diera pie a equívocos. Nada de vestidos coquetos niestudiados recogidos, sino unos vaqueros ajustados y una camiseta estampadaoversize de escote bajo y redondeado. Matthew, vestido con chaqueta ycamisa, parpadeó al ver su estilo cómodo y universitario, que resaltaba ladiferencia de edad entre ambos, pero aseguró que estaba preciosa cuando larecogió en el portal y lo repitió mientras la camarera los acompañaba alreservado. Tras hojear la carta, Matthew pidió fettuccini con salsa pesto yella se decantó por la ensalada de salmón ahumado y queso de cabra contomate, brotes de lechuga roja y verde, tatsoi y rúcula, a sabiendas de que se

saltaría su disciplinada dieta en el postre con una porción de tarta dezanahoria. Hablaron un rato sobre las obras en Oak Farm, lo que relajó aRebecca. Sin duda, Lil estaba equivocada y Matthew y ella solo eran dospersonas que se caían bien y compartían fascinación por una historia antigua.

—Tengo sentimientos encontrados con los Adkins —reconoció Rebecca,tras dar un sorbo a su copa de agua—. Me encanta su historia personal, perono puedo evitar sentirme incómoda con el tema de la esclavitud.

—Bueno, en aquella época era habitual. No podemos juzgar la historiadesde nuestra perspectiva moderna…

Estaban tan embebidos en la conversación que ninguno se dio cuenta de lasombra que se cernía sobre ellos.

—Había muchas voces en la época que ya hablaban contra la esclavitud,así que no debe ser una perspectiva tan moderna. —La voz profunda de Ethanse deslizó con suavidad bajo su piel, provocando que un delicioso escalofríorecorriera la espalda de Rebecca. Alzó el rostro y se encontró con una oscuramirada que no supo descifrar, tal vez por aquel ojo apagado, casi inerte, quevaciaba su expresión—. No quería interrumpir, pero no he podido evitarescucharos —se disculpó mirándola fijamente hasta que ella sintió un ligerorubor cubrir sus mejillas. Por fin, se volvió hacia el arquitecto con la manoextendida—. Ethan Bradley —se presentó y un Matthew sorprendido farfullósu nombre, mientras estrechaba la mano.

—En realidad, el propio mayor Adkins debía de estar de acuerdo con laperspectiva abolicionista, porque acabó liberando a todos sus esclavos. —Rebecca retomó el tema, tratando de serenarse.

—¿Y tú crees que moralmente eso lo disculpa de que hiciera su fortunaposeyendo a otros seres humanos? —inquirió Ethan mientras tomaba asientode forma despreocupada en el banco de madera que ocupaba Rebecca. Lajoven le hizo un sitio de manera inconsciente—. Aunque acabara haciendo lo

correcto, lo cierto es que creó un imperio a partir de un sistema inmoral queprivaba de libertad a otras personas. No debió de un hombre cruel, eso hayque reconocerlo, porque después de liberar a sus esclavos, la mayoría sequedó trabajando en su plantación…

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Rebecca con curiosidad. La sonrisaladeada de Ethan surgió de nuevo y solo entonces fue consciente de que sehabía sentado junto a ella y que estaban demasiado cerca. Sentía la presión dela pierna de Ethan junto a la suya, la calidez que emanaba de su cuerpo y esefamiliar olor a bosque que nunca había llegado a olvidar.

—Tenía curiosidad y he cogido en la biblioteca el libro de Marcus Adkins.Me hablaste con tanto entusiasmo de la historia que quise saber más —explicóantes de volverse a la camarera y pedirle una ración de alitas de pollopicantes y una cerveza.

Ambos se enfrascaron en la conversación como si Matthew Gresham noestuviera presente. En realidad, Rebecca prácticamente había olvidado lapresencia del arquitecto, que hizo uno o dos desafortunados intentos deintervenir en la conversación antes de concentrarse en su comida con gesto defastidio. No tenía nada que hacer, claro, no con un Ethan Bradley relajado, conuna conversación fluida y exhibiendo todo el antiguo carisma de su juventud.No se dieron cuenta de que se habían encerrado en su propia burbuja, quehabían empezado a picotear el uno del plato del otro, mientras hablaban. Lacharla se detuvo con brusquedad cuando Rebecca alargó el brazo paraservirse más agua y el amplio escote de su camiseta resbaló, dejando expuestouno de sus hombros. Ethan enmudeció de golpe y Rebecca supo, casi sinmirarlo, que su hombro desnudo había acaparado toda su atención. Él siemprehabía sentido debilidad por aquella parte de su cuerpo y a ella le vinieron degolpe a la memoria todas las veces que lo descubrió mirando embobado sushombros descubiertos antes incluso de que cruzaran una sola palabra. Tambiénrecordó los besos ardientes que prodigaba a aquella zona durante el tiempo

que estuvieron juntos, como un conquistador que se estuviera apoderando deuna nueva tierra, y que hacían que ella se sintiera fascinante, a pesar de serconsciente de que sus hombros no eran nada del otro mundo. Demasiadodelgados, demasiado huesudos, demasiado pálidos, como el resto de sucuerpo, pero a Ethan parecían volverlo loco y eso era todo lo que importaba,exactamente como en aquel momento, en el que su mirada, durante unossegundos, se volvió hambrienta, e incluso creyó detectar un brillo voraz en suojo apagado. ¿Sería posible que, después de tres años, ella siguieraatrayéndole de la misma forma? Sintió que su estómago se encogía de anhelo,pero Ethan Bradley poseía un nuevo autocontrol y el deseo desapareció deinmediato de su rostro, llevándose también la camaradería que habíancompartido hasta el momento. Retiró la mirada de Rebecca y se giró haciaMatthew que, concentrado en su comida con el ceño fruncido, no se habíapercatado del cambio producido entre la pareja.

—Creo que os debo una disculpa —carraspeó Ethan, recogiendo su plato ysu cerveza—. Me he entusiasmado tanto con la conversación que no me hedado cuenta de que estaba interrumpiendo vuestra cita. Perdonadme. —Y sealejó de ellos con toda la rapidez que le permitía su cojera, desapareciendo deforma tan inesperada como había llegado. Dejó cierta sensación de vacío en lamesa, pero Rebecca acababa de darse cuenta de lo grosera que había sido conMatthew y se volvió hacia él con una sonrisa forzada que pretendía seramistosa y con la que trató de ocultar la confusión que sentía. Lospensamientos revoloteaban dentro su cabeza a doscientos por hora, incapaz decontrolarlos. Solo Ethan tenía aquel poder sobre ella y lo había tenido desdeaquella vez en The Blue Owl, el primer verano que trabajaron juntos, cuandole habló de lo que sentía a bordo del barco de su abuelo.

Ethan había regresado de la universidad algo diferente: un poco más adultoy más atractivo de lo que recordaba. Los Bradley se marcharon de vacaciones,Kendra seguía de baja maternal y ellos dos se quedaron a cargo de la librería.La sorprendió lo rápido que bajó las defensas con él, pese a su desafortunado

primer encuentro. Sin embargo, al poco tiempo él parecía tener su trabajo enalta estima y ella se sorprendió por lo cómoda que se encontraba con elantiguo capitán del equipo de hockey. Había poca gente con la que Rebecca sesintiera a gusto, pocas personas con las que se permitiera ser ella misma, perocon Ethan pronto se encontró manteniendo largas conversaciones sobre libros,cine y música, sobre la universidad, el instituto, las clases de baile… Nuncanada demasiado personal, pero poco a poco empezó a levantar las barreras, lodejó asomarse a su interior y ella tuvo ganas de conocerlo un poco mejor. Nose dio cuenta de lo mucho que le gustaba el chico que estaba empezando adescubrir hasta aquella tarde en la que Ethan Bradley le habló del mar y de loque sentía al navegar. Habló con tanta pasión y tanto entusiasmo que casipodía verlo en la cubierta de un barco, con el viento azotándole el rostro, elpelo revuelto y sus grandes manos dirigiendo el timón, libre, fuerte, poderoso.Fue entonces cuando se encontró casi sin aliento, mirando hipnotizada sus ojosbrillantes y oscuros, la masculina línea de su mandíbula y su boca carnosa. Seolvidó de todas sus defensas, se olvidó de que ella había decidido ignorar alos chicos desde su experiencia con Connor, se olvidó de que aquel chicotenía novia y no era para ella. Se olvidó de todo ello por un momento, perorecuperó la cordura a tiempo para tratar de renegar de la innegable atracciónque había empezado a sentir por Ethan y se pasó los siguientes días luchandocontra sí misma, contra los sentimientos que estaban despertando en ella y esedeseo absurdo que le provocaba en cada encuentro. Aun así, tuvo momentos dedebilidad en los que se olvidaba de que aquel chico no era para ella,momentos como la no-cita en el lago Murray, en el que se quedó impresionadaal verlo manejar el velero y disfrutó de un día relajado y feliz a bordo delpequeño barco, y muy especialmente aquel día en Stone Bridge, cuando Ethanse lanzó al río por ella. Jamás olvidaría el momento exacto en el que sucorazón se saltó un latido al verlo salir del agua y nadar hacia la orilla. No fuesu pelo mojado, ni sus ojos brillantes, ni siquiera su espectacular torsodesnudo lo que detuvo su corazón, sino la certeza de que aquel chico había

sido capaz de lanzarse al vacío por ella sin pensarlo dos veces y que porculpa de su estúpido juego podía haber salido herido. Solo después, cuando sucorazón había recuperado el ritmo normal y se tumbaron el uno junto al otro,mojados y medio desnudos, las mariposas de su estómago se volvieron locas yempezaron a batir las alas enloquecidas. Se asustó de tal modo que quiso salirhuyendo. No estaba preparada para aquellos nuevos sentimientos. Tal vez nolo estuvo nunca, reconoció mientras hojeaba la carta de postres con desgana yobligaba a su mente a dejar los recuerdos y regresar a The Black Sheep.

Durante el resto de la cena se esforzó por ahuyentar a Ethan de su cabeza yconcentrarse en Matthew, pero el arquitecto parecía pensativo. No se enfadó yaceptó las disculpas de Rebecca con elegancia, aunque ya no desplegó suentusiasmo habitual. La acompañó a casa y al llegar al portal, mientrasRebecca buscaba las llaves en el bolso, Matthew se inclinó sobre ella parabesarla. Un beso ligero en la comisura de la boca y otro más intenso cubriendopor completo sus labios. Matthew besaba bien, resultaba agradable sentir surostro afeitado y su abrazo acogedor, pero no era suficiente, así que se separóde él con suavidad. Lo sintió de veras. Era un buen hombre, inteligente yespontáneo, pero no era para ella, así que lo rechazó con mucha ternura y élahogó un suspiro.

—No, si ya lo sabía. Desde que ese tipo se sentó en la mesa, supe que notenía nada que hacer contigo, pero no quería rendirme sin intentarlo. —Rebecca quiso decir que su rechazo no tenía que ver con Ethan, pero no pudomentirle, así que se limitó a guardar silencio—. Creo que será mejor queolvidemos esta noche, ¿te parece? Mañana volveremos a ser arquitecto yclienta y no volveré a pedirte una cita, aunque si cambias de idea, siemprepuedes pedírmela tú.

Matthew guiñó un ojo con picardía, lo que arrancó una carcajada aRebecca y despejó el mal ambiente entre ellos. Cuando salió del ascensor,escuchó el ladrido de Huck y se preguntó si Ethan estaría ya en casa. Otra

mujer más valiente habría llamado al timbre para hablar con él sobre lo quehabía sucedido aquella noche, pero Rebecca estaba demasiado cansada y noquería romper la frágil tregua que se había establecido entre ambos.

El ballet le permitía poner en orden sus emociones, pero apenas habíaempezado a realizar su rutina de barra cuando Bella Carrington entró en lasala con paso decidido.

—Te necesito en el aula tres —anunció sin saludarla siquiera y salió comoun vendaval, envuelta en un remolino de telas y dejando una estela de intensoperfume.

Curiosa, Rebecca recogió sus cosas y se dirigió al aula, donde encontró unpanorama desolador. Una adolescente enfurruñada y una profesora enfadada,entre las que se podía cortar la tensión con un cuchillo. La directora de laacademia esperaba en la puerta, con gesto serio.

—Audrey tiene las pruebas para el Conservatorio de Boston y está algonerviosa con la preparación de la coreografía y la entrevista. He pensado que,puesto que tú pasaste ambas pruebas, tal vez podrías echarle una mano.

Rebecca estudió atentamente a la joven, algo más baja que ella y con lacara salpicada de pecas. Llevaba el pelo rojizo recogido en una coleta y unmaillot azul marino.

—No estoy nerviosa —aclaró exaltada—. La coreografía de Lana es unasco y no muestra lo mejor de mi forma de bailar. No pienso presentarme así alas pruebas, sería una pérdida de tiempo.

—Lana es una profesora excelente que ha preparado a muchas chicas —defendió Bella a la profesora—, pero estás nerviosa y es normal que tengasdudas. Rebecca ha estado en tu misma situación y ha venido para ayudarte aentender el proceso.

La adolescente la recorrió con la mirada de arriba abajo.

—¿Tú has estudiado en el Conservatorio de Boston?

—No, en Seattle, en la UDub[5]. —Audrey soltó un bufido que sonóbastante irreverente, pero Rebecca no se acobardó—. Me admitieron en elConservatorio de Boston y también en Juilliard, pero preferí la Universidad deWashington.

—¿Por qué? —espetó, pero al ver las cejas enarcadas de Rebecca cambióel tono y se expresó con más educación—. ¿Por qué acabaste en Seattle? Si yoentrara en una de las grandes, no me lo pensaría dos veces…

Rebecca no sabía cuál era la situación de la chica ni qué respuesta sería laadecuada, así que optó por ser honesta.

—Quería irme lo más lejos posible de aquí y tampoco estaba demasiadosegura de querer dedicarme al ballet.

—Pero debes ser buena si te admitieron en todos esos centros… ¿Noquieres ser bailarina profesional?

—No me gustan los escenarios —respondió Rebecca encogiéndose dehombros y con ganas de terminar el interrogatorio. A fin de cuentas, elencuentro no iba sobre ella, sino sobre Audrey—. ¿Por qué no me muestrasesa coreografía que tanto te disgusta?

Audrey hizo un mohín enfurruñado, pero asintió. Puso la música, se dirigióal centro de la sala y empezó a bailar delante de tres pares de ojos. Teníabuena técnica y una excelente expresión corporal, pero algo fallaba. El baileno fluía con naturalidad, como si la joven no se creyera el papel que estabainterpretando y, tal vez, tenía que reconocer Rebecca, había algunos fallos enaquella elaborada coreografía, excesivamente técnica y que dejaba pocoespacio a lo emocional. En realidad, aquel había sido un enfrentamientoconstante de Rebecca con algunos de sus profesores en la universidad, porqueella entendía la danza como un arte sensible que estaba por encima de latécnica. Para Rebecca, la técnica debía estar al servicio de las emociones,

nunca a la inversa, y por ese motivo chocaba con sus maestros más puristas.Bella Carrington la entendía bien y tal vez por eso nunca bailó tan a gustocomo en su academia, pero la profesora de Audrey parecía preferir «coreos»llenas de virguerías. Una persona prudente daría un par de consejosinterpretativos a la adolescente y tranquilizaría sus dudas, pero a Rebeccanunca le importó demasiado la opinión de los desconocidos y no creía que lehiciera ningún favor a la joven con buenas palabras.

—Creo que tienes razón y es necesario simplificar la coreo. No funcionapara ti ni te deja desarrollarte por completo.

El bufido de la profesora se mezcló con el grito triunfante de Audrey, peroRebecca no hizo caso a ninguna y miró a Bella Carrington, que le dedicó unasonrisa de aprobación.

—¡Esto es increíble! Llevo diez años dando clase y preparando alumnos yjamás me había sucedido algo así. Es intolerable, Bella —se sulfuró Lana—.Yo no puedo trabajar con una niña tan caprichosa y no sé por qué has traído aesta chica para que denigre mi trabajo. Me siento insultada…

La directora se llevó a la mujer fuera del aula con palabrastranquilizadoras, dejando solas a Rebecca y a la aspirante a bailarina.

—¿Cómo bailarías tú la pieza? —preguntó Audrey tras un rato en el quelas dos permanecieron calladas, estudiándose mutuamente. Rebecca alzó lavista al techo, tratando de poner en orden sus ideas y, finalmente, pidió a lachica que pusiera la música otra vez. Sentada en el suelo, escuchó la piezacompleta y después se dirigió al centro de la sala. Con un leve movimiento debarbilla indicó a Audrey que volviera a poner la música, dejó que la melodíase metiera bajo su piel y se deslizó por la sala. Por primera vez desde quehabía vuelto a practicar no se sintió rígida. La música fluía por su cuerpo y losmovimientos salían con naturalidad, sin titubeos.

—¡Así quiero bailar yo! —exclamó Audrey entusiasmada cuando terminó

—. Oye, eres buenísima. ¿Se puede saber qué haces aquí? Deberías estar en elAmerican Ballet o en el Royal o en algún otro de los grandes…

—Ya te he dicho que no me gustan los escenarios.

—No lo entiendo. ¿Tienes pánico escénico o algo así?

Rebecca negó con la cabeza, mientras recogía su mochila. Al salir delaula, se encontró con Bella, que parecía aguardar a que terminara su charlacon la adolescente.

—Rebecca, ¿te importa esperarme en mi despacho mientras hablo conAudrey?

El despacho de Bella Carrington apenas había cambiado desde la época enque Rebecca estudiaba en la academia. Muebles de inspiración barroca,láminas de arte contemporáneo, fotografías de una Bella más joven sobre elescenario y multitud de libros, papeles y adornos de porcelana por todaspartes. Rebecca esperó durante diez largos minutos que se le hicieron eternosy, cuando la directora entró en la habitación, quiso disculparse, pero Bellarechazó sus palabras con un gesto autoritario.

—No te disculpes. Has hecho lo que tenías que hacer y exactamente lo queyo esperaba que hicieras. Lana es una excelente profesora, pero no conectacon Audrey. Tenía que haberme dado cuenta antes, pero aún estamos a tiempode arreglarlo. Las audiciones son a principios de noviembre. ¿Estaríasdispuesta a ayudar a Audrey en su preparación?

Rebecca la miró anonadada. Lo último que esperaba era aquellapropuesta.

—Verás, Bella, es que es un poco complicado… Estoy montando unnegocio con una amiga y he empezado un curso en la universidad. La mitad delas clases son online, pero tengo que ir un par de días a Charlotte para algunasclases. Y, además, ¿cómo voy yo a ayudar a una adolescente? He estado un añosin bailar y no creo…

—Excusas… —La directora cortó su dubitativo discurso con tono amable—. Eres la persona idónea para ayudar a Audrey. Estoy segura de que puedessacar unas horas a la semana para trabajar con ella. Siempre fuiste muydisciplinada, así que si te decides a hacerlo, conseguirás organizarte. ¿Por quéno te lo piensas y me das una respuesta en uno o dos días? Hablaremosentonces del sueldo y de las condiciones.

Rebecca regresó a casa algo aturdida. En el móvil tenía una llamadaperdida de Grant, un email de Matthew con un par de cambios que habíaintroducido en los planos para adaptarse a los requisitos del inspector y unmensaje de Nathan avisándola de que los de antiplagas habían pasado por OakFarm y que en un par de días reanudarían los trabajos en el edificio. Lil, paravariar, tenía turno de cena en The Black Sheep y la casa estaba vacía. Se diouna ducha, llamó a su hermano para ponerlo al día del estado de las obras yabrió la nevera. Liliana había dejado dos tuppers con sendas notas en las quese leía: «Tu cena» y «Para Ethan». De pronto, sintió unas ganas terribles dever a Ethan y de contarle lo que había sucedido en la academia, así que sinpensarlo dos veces agarró los envases y se dirigió al apartamento de enfrente.

En cuanto tocó el timbre, sonó el alegre ladrido de Huck y Rebecca nopudo reprimir una sonrisa, que se acentuó al ver la cara de sorpresa de Ethan.Llevaba puestas las gafas de pasta negra que utilizaba para leer y conducir,aunque en realidad solo estaba graduada la lente del ojo apagado.

—Lil te ha dejado preparada la cena y he pensado que podríamos comerjuntos. —Ethan no respondió. Se quitó las gafas con lentitud y se quedócallado, mirándola con los ojos entrecerrados. Rebecca notó que el corazónempezaba a palpitarle con fuerza. No se había afeitado y su incipiente barba ledaba un cierto aire canalla.

—¿No has quedado hoy con tu novio? —preguntó al fin con tono neutro,aunque Rebecca sospechó que el tema no le resultaba tan indiferente. En casocontrario, no habría preguntado por el asunto. Aquello no significaba nada, por

supuesto. Pese a los tres años que habían pasado desde que se vieron porúltima vez, a Rebecca no le haría demasiada gracia verlo con otra chica.

—Matthew no es mi novio, ni siquiera me interesa en ese sentido. ¿Puedopasar? Me vine a vivir con Liliana porque odiaba estar sola en casa, pero alfinal apenas coincido con ella. Se pasa las mañanas en un curso deContabilidad y trabaja casi todas las noches en la taberna. —Tomó aire y dejóde divagar—. Se supone que tú y yo habíamos hecho una tregua. Cenaconmigo, cuéntame qué tal lo han pasado tus padres en sus vacaciones y tehablaré de lo que me ha sucedido hoy en la academia. No me vendría malalgún consejo…

Con un largo suspiro, Ethan se hizo a un lado y la dejó entrar. Huck seabalanzó sobre ella antes de que tuviera tiempo de dejar los tuppers y solo suexcelente equilibrio evitó que se fueran al suelo. Ethan calentó la cenamientras Rebecca achuchaba al perro.

—¿Te apetece ayudar a esa chica? —preguntó Ethan cuando terminó decontar su historia.

—Sí, creo que sí. Al principio pensé que no sería capaz, pero en realidadcreo que se me daría bien. He tomado clases de «coreo» en la universidad y séqué esperan los examinadores, pero tengo tanto trabajo… Lil está muy liada yprácticamente me ha dejado a cargo de Oak Farm. Lo entiendo, porque hainvertido todos sus ahorros y necesita dinero para pagar el alquiler, así que nodejará el trabajo hasta que terminen las obras. Y tiene que hacer el curso deContabilidad, porque ya sabes que yo me llevo fatal con los números, así queella tendrá que encargarse de esa parte… ¿Estoy parloteando?

Ethan asintió en silencio, al tiempo que le apartaba un mechón de pelo quele había caído sobre la mejilla. Sintió sus dedos cálidos y ágiles rozando supiel y, por un momento, creyó que la besaría, pero Ethan la miró con extrañezay se alejó de ella.

—Creo que en realidad lo tienes bastante claro… —afirmó mientrasdejaba caer la mano sobre la cabeza de Huck.

Tenía razón, por supuesto, y al día siguiente Rebecca llamó a BellaCarrington para comunicarle su decisión.

Capítulo 14

Una vez tomada la decisión de romper con Claire, Ethan esperó ansiososu vuelta de Montana. Su novia regresó de las vacaciones un par de días antesde que Ethan volviera a la universidad y él había preparado un elaboradodiscurso con el que esperaba terminar su relación con la mayor ternuraposible. Sin embargo, cuando llegó al número 5 de Hawick Lane, en vez deproponer a su novia un paseo por el embarcadero, tal como tenía previsto,aceptó a quedarse a cenar con los Higgins. Patrick tenía buen aspecto, a lasdos mujeres también parecía haberles sentado bien la estancia en el rancho ylos padres de Claire se mostraron tan contentos de verlo que no fue capaz derechazar la invitación.

Tras el postre, Patrick quiso saber los planes de Ethan para el curso queestaba a punto de comenzar, pero Maisy, más intuitiva que su marido, lointerrumpió.

—Creo que los chicos querrán pasar un tiempo solos, Pat. Han estadoseparados todo el verano y solo tienen un par de días para estar juntos.

Ethan siguió a Claire hasta el jardín y arrastraron las tumbonas del porchea la parte trasera de la casa. Se acomodaron para hablar de la salud del padrede ella, del viaje de los Bradley, de Montana y de Wrightsville. Después,permanecieron en silencio el uno junto al otro, observando las estrellas.

—Ya no estoy enamorado de ti, Claire —soltó de golpe Ethan, olvidandosu elaborado discurso.

—¡Gracias a Dios! —exclamó su novia con tal alivio que Ethan se

incorporó asombrado. Ella soltó una risita nerviosa antes de proceder aexplicarse—. Yo tampoco estoy enamorada ya de ti y hace mucho tiempo quelo sé, pero no me atrevía a dar el paso. Te has portado tan bien conmigo y conmi familia… Me parecía desleal dejarte cuando me has apoyado tanto con lode mi padre…

Ethan se tumbó de nuevo. Las estrellas parecían más brillantes y cercanasque hacía unos minutos.

—Te he querido mucho, Claire —confesó Ethan, sin mirar a su exnovia—.Muchísimo. Tú hacías que el mundo pareciera en orden, pero…

—Parecíamos un viejo matrimonio casi desde el principio de nuestrarelación. Quieres más y yo también. Espero de corazón que encuentres alguienque vuelva tu mundo del revés. Creo que tú y yo necesitamos a una personaque nos vuelva un poco locos y nos sacuda de nuestras rutinas.

La imagen de Rebecca se coló en su mente al escuchar a Claire y, cuandose subió en el coche, su primer impulso fue dirigirse hacia la mansión Miller,pero su lado más sensato le hizo ver lo descabellado de su idea. Acababa dedejar a su novia. No podía salir corriendo detrás de Rebecca. Necesitabatiempo y le parecía una falta de respeto (hacia Claire, hacia Rebecca, hacia símismo) ir en busca de otra chica cuando acababa de romper con la única noviaque había tenido. De todas formas, ni siquiera estaba seguro de que Rebeccatuviera un mínimo interés en él. Se llevaban bien, desde luego, y el día enStone Bridge le pareció que a ella le habría gustado que la besara. O tal vezno, porque no había nada seguro con aquella rara chica que saltaba desde lospuentes y recitaba poetisas atormentadas. Así que regresó a casa, preparó lasmaletas y se marchó a la universidad un día antes de lo previsto para evitar latentación de salir en busca de la joven oscura que se estaba metiendo bajo supiel.

Se acomodó con rapidez a sus rutinas universitarias. Las clases y losamigos llenaban su tiempo, pero cuando estaba a solas lo invadía el recuerdo

de aquel verano con Rebecca, en especial la tarde en Stone Bridge o lamañana que salieron a navegar. Estaba sorprendido de la multitud de detallesque recordaba de ella y que lo asaltaban de golpe en los momentos másinesperados, mientras hacía ejercicios de cálculo o preparaba un trabajo sobretermodinámica o incluso en mitad de una clase de Mecánica de fluidos. Casisin darse cuenta se colaba en sus pensamientos su fugaz sonrisa, la imagen delviento jugueteando con su coleta a bordo del pequeño velero, retazos de lasdocenas de conversaciones mantenidas entre las estanterías de The Blue Owl,la frialdad de su piel cuando acarició su mejilla en Stone Bridge… Habíatenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no besarla cuandoestaban tumbados sobre la hierba y recordaba con nitidez la explosión deemociones que vivió aquel día: miedo, alivio, ira, euforia, deseo… Siemprehabía sido capaz de mantener sus emociones bajo control, pero aquella chicadesesperante era la única capaz de llevarlo al límite.

Regresó a Oak Hill un mes después con motivo del cumpleaños de supadre. Su madre había organizado una fiesta sorpresa en el club, pero a Stevele habían dicho que iban a cenar los tres solos. No solían frecuentar elrestaurante del club, demasiado caro para la economía doméstica de losBradley, salvo en algunas celebraciones especiales, como el vigésimoaniversario de boda de sus padres o la graduación de Ethan. Pero SteveBradley cumplía cuarenta y cinco años y su esposa consideró que habíallegado el momento de organizar una gran celebración con todos sus amigos,así que alquiló una sala privada en el club, contrató a un grupo de música ymandó las invitaciones sin que su marido sospechara nada.

Los tres, vestidos de punta en blanco, se dirigieron al club. Ethan, pocoacostumbrado a la corbata y la chaqueta, se sentía extraño, como si el cuello leoprimiera, aunque en el fondo sabía que no tenía nada que ver con la ropa. Sumadre le había enviado la lista de invitados unos días antes y allí, casi al final,estaba el nombre de Rebecca, junto a los otros trabajadores de la librería.También asistirían Claire y sus padres, que no habían acogido de buen talante

la ruptura de la pareja, los Markey y muchos otros amigos de sus padres.

Steve Bradley ahogó una exclamación de sorpresa cuando el maître, envez de conducirles al interior del restaurante, les dirigió a una sala privada.Con una sonrisa nerviosa, miraba a su mujer y a su hijo, intentando averiguarqué habían planeado. Ethan se rio por lo bajo cuando entraron en la sala y supadre descubrió a todos sus amigos reunidos. El librero no pudo evitaremocionarse. Se quitó las gafas para limpiarse con disimulo los ojos, besó asu mujer, que no podía parar de reír, y abrazó a su hijo antes de empezar asaludar efusivo a los invitados.

Su madre había tirado la casa por la ventana. En el escenario un grupotocaba canciones antiguas y en un lateral se desplegaba la zona del bufé, queincluía pastel de cangrejo, chuletas de cordero con salsa de frambuesa,bruschetta de carne con queso azul, hamburguesitas de pollo con arándanossecos y pepinillos y bocaditos de queso de cabra con cebolla confitada. Unavez servidos, los invitados podían sentarse en las pequeñas mesas querodeaban la pista de baile para disfrutar de la comida y de la buenaconversación.

Los Higgins acapararon la atención de Ethan durante un buen rato. Claireestaba muy guapa, con un vestido rosa y el pelo recogido en un moño que lahacía parecer mayor y más seria. Lo abrazó con cariño y le susurró al oído queno se quedarían mucho tiempo, porque su padre estaba cansado. Despuésempezó a hablar de la universidad y él trató de prestar atención a las palabrasde su exnovia, pero una figura oscura ya había absorbido su interés. Seencontraba en un rincón de la sala, cerca del bufé, junto a Scott, Kendra y sumarido. Llevaba un vaporoso vestido negro con mangas cortas de encaje,bastante recatado, y un maquillaje de ojos ahumados, que resaltaba la claridadde sus ojos. A Ethan se le cortó la respiración cuando sus miradas se cruzaron.Resultó bastante evidente para toda la sala, y especialmente para los Higgins,dónde se encontraba el auténtico interés de Ethan Bradley. Por primera vez era

un hombre libre y podía fijarse en Rebecca sin sentimiento de culpa. Resultabaliberador reconocer por fin la atracción que sentía por ella, sin importar quelos demás se dieran cuenta que aquella chica le robaba el aliento.

Claire dejó de hablar al comprobar que había perdido la atención deEthan.

—Así que ya has encontrado a la chica que va a desordenar tu mundo —murmuró con gesto incrédulo, tal vez incluso algo herida en su ego, pero Ethanmasculló una despedida y se dirigió con paso seguro hacia Rebecca, sindetenerse a saludar a nadie, incapaz de permanecer lejos de ella un solosegundo más.

—Baila conmigo, por favor —pidió cuando llegó a su altura. Ella tambiénestaba como hipnotizada, pero se mordió el labio, nerviosa.

—No hay nadie bailando, Ethan…

Era cierto. El grupo tocaba, pero la pista aún se encontraba vacía. Losinvitados estaban demasiado ocupados saludándose y felicitando alhomenajeado, algunos ya habían empezado a servirse comida del elegante buféy varios eficientes camareros se paseaban por la sala con bandejas cargadasde bebidas.

—No sabía que fueras de las que siguen la corriente… —La retó con unasonrisa, mientras tomaba su mano y la arrastraba hacia la pista. Le gustó sentirsu mano fría, casi helada, que iba templándose al contacto con su piel. Nosabía de dónde había salido aquel nuevo Ethan, ese hombre seguro de símismo, alejado del adolescente confuso de los últimos años, aquel que seobligaba a continuar con su novia para garantizarse un futuro estable, pero queseguía con mirada anhelante a una chica extraña y solitaria que no respetabalas normas. La banda tocaba Someone to Watch Over Me y una cantanteafroamericana, dotada con una exquisita voz aterciopelada, entonaba aquellaantigua canción que Ethan había escuchado a menudo en el viejo tocadiscos

del abuelo Fred. Siguiendo el ritmo de la música, la estrechó entre sus brazosy, de inmediato, lo invadió un suave olor a vainilla, tan dulce que se le hizo laboca agua. Y allí, en medio de la pista de baile del club de Oak Hill, con suspadres, su exnovia y buena parte de sus vecinos presentes, Ethan Bradleysintió el vértigo del primer amor. La sensación era muy similar a la queexperimentaba cuando se encontraba a bordo del Octopus. Se sintió libre,fuerte y poderoso, con la sangre circulando a toda velocidad en sus venas,dispuesto a la aventura. Estuvo a punto de soltar una feliz carcajada sinimportarle lo ridículo de su actitud, pero entonces se dio cuenta de queRebecca parecía asustada. Ella se aferraba a sus hombros como si fuera unchaleco salvavidas. Casi podía sentir sus cortas uñas pintadas de negroclavándose en su chaqueta y el rostro de la chica reflejaba verdadero terror,como si acabara de descubrir algo espantoso.

—¿Qué te pasa? —susurró Ethan, aflojando su agarre, al tiempo que semaldecía para sus adentros por ser incapaz de controlar la intensidad de susgestos—. ¿Te he asustado?

La vio tragar saliva y mover la cabeza de izquierda a derecha.

—Necesito aire fresco —murmuró ella, soltándose de su abrazo. La siguiócomo un autómata hacia la puerta que daba al jardín y escuchó su suspiro dealivio cuando se adentró en la noche y el aire fresco se deslizó por su piel.

—Rebecca, lo siento. Yo no suelo ser tan impulsivo, de verdad. Me hedejado llevar y tal vez debería haberlo hecho todo de otra forma… No queríaasustarte. Me gustas mucho, muchísimo…

—Claire… —musitó ella, recordándole su noviazgo.

¿Era eso? A Ethan le inundó una increíble sensación de alivio.

—Claire y yo rompimos antes de que volviera a la universidad. Noestábamos enamorados y no tenía sentido seguir juntos… Ya te dije que iba aromper con ella. Hace mucho tiempo que me fijé en ti, aunque he estado

negándolo, pero ya no quiero esconderme más —añadió acercándose a ella.Le pareció que su piel estaba más pálida de lo habitual, pero quizás solo erapor el contraste con la oscuridad de la noche. Con suavidad tomó su manohelada y la apretó con delicadeza, tratando de reconfortarla—. Quiero decirtecuánto…

—No sigas, Ethan, por favor —lo interrumpió mientras se soltaba. Su vozsonaba extrañamente fría, extrañamente calmada. Parecía haber recuperadotodo el control sobre sí misma y pudo sentir cómo se distanciaba de él sinnecesidad de dar un solo paso—. Yo no siento lo mismo que tú y creo quedeberíamos dejar la conversación aquí. Lo siento —titubeó un momento, antesde regresar a la sala. Caminaba demasiado rápido, como si huyera de él, peroEthan apenas notó su marcha. Toda la euforia se había evaporado de golpe yfue sustituida por una sensación helada, una emoción desconocida para él.Nunca había sentido la desesperanza, la pérdida de una intensa ilusión que sehabía desvanecido de golpe, y fue como romperse en pedazos.

No supo cuánto tiempo permaneció en el jardín con los puños apretados ylas lágrimas atascadas en la garganta. Tal vez minutos, quizás fue una hora. Lavoz afectuosa de su madre lo sacó del letargo en el que se había sumido.

—Ethan, cariño… No sabía que tú… que Rebecca… que vosotros…

—No hay ningún nosotros, mamá. —Ethan quería que su madre se fuera ylo dejara solo, pero Yvonne Bradley no parecía dispuesta a permitir que suúnico hijo se sumiera en la autocompasión.

—Ten paciencia, Ethan. Esa chica tiene el corazón roto. Necesita tiempo.

Aquello sonó como una alarma dentro de su cabeza. ¿Qué sabía su madrede Rebecca?

—¿Quién le ha roto el corazón? —En realidad, no quería saberlo, porqueodiaría al tipo que no hubiera sabido apreciar lo especial que era RebeccaMiller.

—Sus padres… —respondió con voz suave, acariciando el pelo de suhijo, como si la respuesta fuera algo obvio—. Vuelve a la fiesta, cariño. Es eldía de tu padre.

Ethan trató de recomponerse para regresar a la sala. Rebecca se había ido,supuso que acompañada de Scott, porque tampoco vio al chico entre losinvitados. También Claire y sus padres habían abandonado la fiesta. Intentósobreponerse, dejar fuera su corazón roto por el rechazo y la humillación deque todos los asistentes a la fiesta hubieran intuido lo que acababa de suceder.Por suerte, el leal Tommy apareció con dos copas que había conseguido consubterfugios, puesto que ninguno de los dos tenía la edad legal para beber, yambos, en silencio, se concentraron en sus copas durante un buen rato. Lafiesta se prolongó hasta bien entrada la noche. Ethan y Tommy acabaronescabulléndose, bastante más borrachos de lo que deberían, para bañarse enropa interior en la piscina de los Markey y despejar la cabeza, sin importarlesel frío ni la posibilidad de pillar una pulmonía. Ninguno pronunció el nombrede Rebecca Miller y al día siguiente Ethan condujo de vuelta a la universidad.

Las primeras semanas no resultaron fáciles. Trató de concentrarse en losestudios y se dejó arrastrar de fiesta en fiesta por Murray Holbrook, su nuevoy juerguista compañero de habitación, dando de lado a sus antiguos amigos. Enlas fiestas podía emborracharse, reírse por tonterías que antes no le hacíangracia y dejarse perseguir por las chicas. Años atrás se había sentidoincómodo por la atención que despertaba entre el género femenino, pero conunas cuantas copas encima no le importaba que ellas lo asediaran. La primeravez que se encontró en la habitación de una desconocida que trataba dequitarle la camiseta, recuperó la cordura a tiempo y salió trastabillándose dela residencia, pero dos semanas después se dejó arrastrar por una rubia deúltimo año. No estaba demasiado excitado, en parte por el alcohol y en parteporque no le gustaba mucho lo que estaba haciendo, pero se dejó llevar y,cuando todo terminó, apenas fue capaz de reconocerse a sí mismo.

Regresó a su residencia, se dio una larga ducha, tratando de borrar lashuellas de aquella desconocida con la que había compartido cama, y decidióque había llegado el momento de parar. El alcohol y el sexo casual no iban aayudarle a superar su primer desengaño amoroso; así que durante lassiguientes semanas se sumergió en los libros, salió a correr todas las mañanas,regresó con sus antiguos amigos, que lo recibieron con los brazos abiertos, yse inscribió en un torneo de baloncesto con dos compañeros de clase. Lasrutinas académicas, el ejercicio, el estudio y la compañía de buenos amigos loayudaron a recuperar la calma y a deshacerse poco a poco del desengaño.

Cuando volvió a casa por Acción de Gracias parecía el antiguo Ethan, talvez algo más serio y distante, pero tranquilo y centrado. Sus padres nomencionaron a Rebecca y él no preguntó por ella, a pesar de que sabía quecontinuaba trabajando en la librería tres tardes a la semana. Visitó a losHiggins y le alegró saber que el tratamiento estaba dando buenos resultados.Claire parecía contenta y él prometió que la llamaría de vez en cuando para noperder el contacto, aunque, en realidad, ya habían empezado a distanciarse.

Creyó que las navidades pasarían con la misma tranquilidad, pero Val yNicole se empeñaron en ir a patinar sobre hielo a la pista que todos los añosinstalaba el ayuntamiento en Weston Park, así que toda la antigua pandilladesempolvó los patines y se reunió en el parque. En un quiosco de músicacercano, una banda animaba el ambiente interpretando versionesinstrumentales de música navideña y un puesto vendía chocolate caliente,galletas y dulces.

Apenas había terminado de anudar sus patines, cuando vio que Valerie yTommy intercambiaban una mirada de preocupación. Con disimulo, paseó lamirada por la pista y no tardó en descubrir la oscura figura de Rebecca quearrastraba a su amigo David sobre el hielo. «Harry Potter», el mote con el queera conocido el chico a causa de sus gafas redondas, se dejaba llevar con mástorpeza que acierto. Rebecca estaba preciosa, con el pelo recogido en dos

trenzas, un abrigo gris oscuro y el resto de su indumentaria en color negro. Eraimposible no fijarse en ella, porque destacaba entre el blanco de la nieve yEthan notó, impotente, que su corazón empezaba a latir a toda velocidad.

—En realidad no me apetece mucho patinar —aseguró Valerie—. ¿Qué talsi nos acercamos al mercadillo de Navidad?

Nicole asintió con demasiado entusiasmo y a Ethan no le cupo duda algunade que Tommy había estado cotilleando con el resto del grupo sobre losucedido en la fiesta de su padre.

—Nos quedamos —afirmó Ethan, aparentando mayor seguridad de la quesentía. No quería irse. Quería verla deslizarse sobre el hielo y escucharlabromear con sus amigos, a distancia, por muy doloroso que resultara. Siaquello era todo lo que podía tener de Rebecca, debería bastarle.

Se mantuvo en un rincón alejado de la pista, moviéndose lo imprescindiblepara no chocar con el resto de patinadores, pero sin perderla de vista. Con unapaciencia infinita, trataba de enseñar a su amigo a patinar, ayudándole amantener el equilibrio, pero al final David se rindió y fue a sentarse en unbanco con Scott y Liliana, dejando que Rebecca y Alison disfrutaran delejercicio mientras ellos tres engullían galletas de jengibre.

Ya sin David como alumno poco dispuesto, Rebecca se reveló como unapatinadora increíble, veloz, ágil, elegante. Ethan no pudo evitar una sonrisanostálgica. Era casi como verla bailar: las ondulaciones de su cuerpo, losgiros, la forma de levantar los brazos… La bailarina que llevaba dentro estabaacompasándose de modo casi inconsciente a la música que interpretaba labanda del quiosco. Parecía no darse cuenta de que poco a poco lospatinadores abrieron un círculo para contemplar sus piruetas, que parecíanpropias de una patinadora profesional. Un doble axel perfecto arrancóentusiastas aplausos entre los inesperados espectadores y devolvió a Rebeccaa la realidad. La joven parpadeó varias veces, tratando de ocultar suturbación, tropezó al tratar de salir del círculo que se había formado a su

alrededor y la casualidad, o el destino tal vez, la hizo caer en brazos de Ethan,que alargó instintivamente las manos para agarrarla por la cintura.

—Lo siento —balbuceó ella, aferrada a sus hombros, mientras recuperabael equilibrio. Ethan sintió la boca seca, recordando la última vez que la tuvoen sus brazos. Tenía que soltarla y alejarse de ella, pero Rebecca parecíaanclada a su cuerpo—. Has vuelto…

—Vacaciones —explicó, encogiéndose ligeramente de hombros, mientrasrecorría con avidez las delicadas facciones de la chica que le había robado elsueño. Estaban tan cerca que si inclinaba un poco la cabeza podría besarla. Noiba a hacerlo, claro, así que, recuperando el sentido común, se soltó de suagarre—. Patinas tan bien como bailas. Ha sido precioso verte.

Y entonces ella sonrió, esa bonita sonrisa que rara vez dejaba ver y queparecía iluminar el mundo. Una sonrisa que era solo para él, pero quedesapareció tan rápido como había llegado.

—Siento lo que pasó la última vez —aseguró Rebecca. Ethan quiso cortarsus disculpas por la bochornosa escena que habían representado meses atrás,pero Rebecca sacudió la cabeza—. Me asusté, ¿vale? No debí ser tan bruscacontigo, pero no podía… no quería… No es que no me gustes, porque eres unchico increíble, pero no estaba lista para… Todo parecía demasiado intenso yyo solo… Necesitaba pensar y tú me mirabas de esa forma, igual que me mirasahora… No me mires así, no me gusta, aunque parezca lo contrario… Yosolo…

Parecía ansiosa por explicarse, pero se estaba haciendo un lío con laspalabras, demasiado nerviosa para ordenar una frase coherente. Algo aleteódentro de Ethan, una nueva esperanza que nacía de las imprecisas palabras deaquella chica oscura y confusa, y se olvidó del dolor que lo había acompañadolos últimos meses, del desengaño y la desesperanza que había sentido tras lafiesta de cumpleaños de su padre. Acarició su mejilla con suavidad y, pese alos guantes, percibió la frialdad de su piel y el ligero estremecimiento que

recorrió su cuerpo.

—¿Qué quieres de mí? —musitó ella, casi en un gemido.

Tenía el rostro alzado hacia él, con una expresión asustada y anhelante almismo tiempo. Horas después Ethan pensaría que hubiera preferido mayorprivacidad para su primer beso, pero en aquel momento no le importó estar enmedio de la pista de hielo, rodeados de gente: sus amigos, los de ella, buenaparte de sus vecinos, la banda… En realidad, parecía que estaban ellos dossolos, como si el resto del mundo hubiera desaparecido por arte de magia.Inclinó la cabeza para besarla. Un beso delicado, casi un aleteo, pero tandulce que podría haber fundido el hielo de la pista. Los labios de Rebeccaestaban fríos, suaves e inmóviles, pero no se alejó de él. Ethan se separó unpoco, observándola a través de los párpados entornados, esperando a que elladecidiera qué camino seguir. Por un momento, creyó que volvería arechazarlo, hasta que sintió sus delgados brazos le rodeaban el cuello y loatraían de nuevo en un beso perfecto, largo e intenso.

—Esto no cambia nada —murmuró ella con voz ronca, cuando sesepararon, pero Ethan sabía que aquel beso lo cambiaría todo.

La vio reunirse con sus amigos y le pareció que Williams le lanzaba unamirada de advertencia. Rebecca ni siquiera volvió a mirar en su dirección trasquitarse los patines y desaparecer por el sendero, pero a Ethan no le importó.Tampoco le importaron los comentarios jocosos de Tommy ni la miradacompasiva de Valerie ni la sonrisa cómplice de Nicole.

Rebecca Miller podía pelear contra él todo lo que quisiera, pero Ethan porfin sabía que no le era indiferente y estaba dispuesto a derribar todas susbarreras.

Capítulo 15

Durante la primera semana, Rebecca quiso estrangular (figuradamente) asu alumna una media docena de veces. Audrey se mostró exigente,inconformista e impaciente. Todo parecía disgustarla: consideraba insuficienteel número de horas que trabajaría con Rebecca, juzgaba una pérdida de tiempolas tutorías para preparar la entrevista y, sobre todo, quería cambiar lacoreografía. Rebecca pretendía trabajar a partir de la composición propuestapor Lana, pero la adolescente quería empezar desde cero: escoger una nuevapieza y diseñar un baile completo.

—¡Falta mes y medio para la prueba! —exclamó exasperada Rebecca ensu primera sesión, cuando la adolescente, con los brazos cruzados, se negó aseguir trabajando—. Solo pretendo tomar como base la coreografía de Lana,pero introduciremos todos los cambios necesarios para adaptarla a tu forma debailar…

—¡No! No me gusta nada. Quiero algo nuevo, algo en lo que yoparticipe…

Al final, Rebecca claudicó. Dejó que Audrey bailara libremente durante laprimera clase para anotar sus puntos fuertes y comprobar su nivel. Satisfecha,reconoció que su primera impresión había sido correcta y la testaruda jovenparecía una bailarina prometedora. Tenía muchas posibilidades de conseguirla plaza, pero no debía dormirse en los laureles. Escogieron una nueva pieza yRebecca empezó a diseñar la coreo, atendiendo algunas de las demandas de sualumna y rechazando otras.

Al mismo tiempo, se hizo cargo de los numerosos requerimientos de

Nathan sobre las obras, asistió al curso de Planificación de eventos, practicósus propias rutinas de ballet y asistió a un par de sesiones de yoga, que lepermitieron descargar tensiones y no volverse irremediablemente loca. Elviernes Liliana, que libraba turno en la cervecería, recompensó sus esfuerzoscon una noche de fiesta y las dos amigas salieron a conocer un club nuevo quehabía abierto en la ciudad. Bebieron sofisticados cócteles, rechazaron a unoscuantos chicos y bailaron hasta altas horas de la noche, recordándose a símismas que, pese a todas sus nuevas obligaciones, seguían siendo jóvenes,libres, invencibles. Ambas necesitaban una noche despreocupada y divertida,que las sacudiera de sus rutinas.

—¿Vuelves a estar colada por Ethan? —preguntó Lil, mientrasrecuperaban fuerzas en la barra, pero Rebecca ignoró su pregunta dando unlargo trago a su bebida, de un sospechoso color rosa chicle y un sabor dulzónque habría encantado a Alison—. Sé que vuelves a estar colada por él, nofinjas. A lo mejor no has dejado de estarlo nunca… ¿Tengo razón? Suelo serbastante intuitiva para estas cosas…

—Creo que necesito una bebida más fuerte —suspiró Rebecca, mientrasvaciaba su copa. En realidad, ya estaba un poco achispada, pero no losuficiente como para hacer confidencias a su mejor amiga sobre el turbio yconfuso asunto de Ethan. Liliana le devolvió una sonrisa misteriosa y ellapidió otra copa, a sabiendas de que al día siguiente se levantaría con unabuena resaca si seguía a aquel ritmo. Por suerte, era sábado y no tenía quemadrugar… O eso pensaba, porque la despertó un timbrazo largo a una horademasiado temprana y se escondió bajo las sábanas, negándose a saber nadadel mundo. Lil debía de encontrarse en la misma situación, porque volvieron allamar al timbre y golpearon con fuerza la puerta, pero no salió a abrir. Envista de que su amiga no parecía tener intención de emerger al mundo de losvivos, Rebecca se arrastró por el pasillo para abrir la puerta. Ethan esperabaen el descansillo con cara de pocos amigos.

—Tienes una pinta horrible —aseguró a modo de saludo y Rebecca estuvotentada a arrojarle algo a la cabeza, pero el hocico mimoso de Huck,restregándose contra su pierna, evitó cualquier intento de homicidio por suparte—. Necesito que te quedes con Huck un par de horas. Se ha roto unacañería en mi apartamento y no puedo tenerlo por ahí mientras la arreglo,porque no me deja hacer nada… Ah, y mi madre te ha invitado a cenar. Terecogeré a las seis.

Aturdida, Rebecca parpadeó varias veces. Sentía miles de agujas clavadasen su sien y estaba convencida de que la resaca había afectado a su oído.

—¿Tu madre…? ¿Tu madre me ha invitado a cenar? ¿Por qué?

Ethan resopló impaciente.

—¿Y yo qué sé? Me limito a cumplir órdenes. Oye, tengo medio bañoinundado y tú parece que te has escapado de una película de terror, así queserá mejor que dejemos la charla para luego —señaló, al tiempo que se girabapara volver al apartamento de enfrente. Rebecca le sacó la lengua a susespaldas, le hizo al perro un par de carantoñas desvaídas y decidió quenecesitaría una aspirina para afrontar el día.

Rebecca pasó toda la mañana con Huck. Fueron a pasear al parque, ahacer la compra al supermercado y comieron bagels en un puesto callejero.Liliana ya se había marchado a The Black Sheep cuando regresó, después dehaber dejado al perro en casa de su dueño, al que encontró de mejor humortras haber arreglado la cañería averiada. Le dio las gracias con una sonrisaencantadora, que le recordó al antiguo Ethan, el inalcanzable capitán delequipo de hockey por el que suspiraban la mitad de sus compañeras de clase apesar de que todas sabían que tenía novia.

Mientras rebuscaba en su armario, tuvo que reconocer que estaba nerviosa.Cuando se incorporó a trabajar en la librería, Yvonne y Steve Bradley larecibieron con los brazos abiertos. Con Steve conectó rápidamente. El librero

era un hombre tranquilo, culto e instruido. Tenía aspecto de profesoruniversitario, con el pelo castaño salpicado de canas, barba corta, gafasmetálicas, camisas y chalecos de punto; y con él mantenía interesantesconversaciones sobre libros, música, historia y arte. Muy pronto establecieronuna relación maestro-alumna y la Rebecca adolescente volcó en él lafascinación que nunca le había producido su padre.

Por su parte, Yvonne tenía el mismo tono de cabello y ojos que Ethan,oscuros y profundos. Más alta que su marido y de aspecto atlético, era unamujer muy atractiva, práctica, segura de sí misma y afectuosa. Percibió conclaridad la falta de cariño con la que se había criado Rebecca y desplegó susmaternales alas hacia ella. La abrazaba con frecuencia y Rebecca, pocoacostumbrada al contacto físico con otras personas, al principio se tensabaante las muestras de afecto. Elena Peña había sido la única persona que lahabía abrazado y besado durante su infancia. Desde luego, no sus distantespadres ni la gruñona tía Edith. A veces Scott la cogía de la mano cuandocaminaban y Alison, de naturaleza cariñosa, le proporcionaba pequeñasmuestras de afecto, aunque procuraba respetar la necesidad de distancia deRebecca. Pero con Yvonne, que le recordaba un poco a Elena, Rebeccaaprendió a relajarse poco a poco y a dejarse querer.

Su relación con los Bradley se estrechó con el paso del tiempo y, pese alos vaivenes de su historia con Ethan, jamás se posicionaron en su contra.Incluso después del accidente, Yvonne mostró hacia ella una delicada ternura ynunca pareció incómoda cuando la llamaba para preguntar por la recuperaciónde Ethan. Sin embargo, Rebecca sentía que de algún modo había fallado a losBradley. No había sabido querer a su hijo como se merecía, sino que habíapuesto las suficientes piedras en el camino para evitar que su relaciónavanzara y había tratado de alejarlo por todos los medios posibles.

Terminó de pintarse los labios justo cuando Ethan llamó a la puerta. Trascambiarse tres veces de modelo, se había decantado por unos capri negros y

un blusón blanco, pero Ethan no hizo el más mínimo comentario sobre suaspecto. En cambio, a ella se le secó el paladar cuando lo vio vestido conpantalones y camisa negra. Se había afeitado y tenía un aspecto oscuro ymisterioso que le gustaba mucho.

—Iremos en mi coche —afirmó Ethan mientras Rebecca recogía el bolso yHuck la miraba con adoración.

Durante el camino, Ethan preguntó por las clases con Audrey y Rebeccadejó escapar toda la bilis que guardaba dentro contra su rebelde alumna, loque arrancó una sonrisa a su acompañante.

—Parece tan exasperante como lo eras tú hace unos años…

Los Bradley le prodigaron un recibimiento tan cálido que a Rebecca se lesaltaron las lágrimas en el apretado abrazo de Yvonne, e incluso el propioSteve parecía algo emocionado. Rebecca era incapaz de entender por qué laquerían tanto, cuando tenían todo el derecho del mundo a mostrarse distantescon la chica que tanto había herido a su hijo, pero, por alguna razón que noalcanzaba a entender, los Bradley parecían considerarla un miembro más de lafamilia.

—Tenemos que darte las gracias por echar una mano a Ethan en la libreríaeste verano —dijo Yvonne mientras la arrastraba a la cocina, seguidas deHuck, que esperaba anhelante su cuenco de comida.

—Solo fueron unos días… —musitó Rebecca algo avergonzada.

—No, nada de quitarte mérito. No tenías por qué hacerlo, pero te quedastesola al frente de la tienda, cuidaste de Huck y luego echaste una mano a Ethanhasta que volvió Susie. Fue muy generoso por tu parte. —Yvonne no pareciósatisfecha hasta que Rebecca aceptó su efusivo agradecimiento con lasmejillas arreboladas. Solo entonces la señora Bradley accedió a cambiar detema—. Ethan nos ha dicho que has comprado la vieja granja y que vas amontar un negocio con tu amiga Liliana.

La cena transcurrió de forma animada. A los Bradley les encantó elproyecto de rehabilitación de Oak Farm y le hicieron numerosas preguntassobre el negocio, pero se mostraron prudentes con respecto al ballet y norealizaron comentarios incómodos sobre el abandono de su carrera comobailarina antes de que llegara a arrancar. A Steve le interesó particularmentela historia de los Adkins y habló largamente sobre la vida en las plantacionesdel sur hasta que su mujer, con una sonrisa cariñosa, desvió la charla de nuevohacia el proyecto de Rebecca y Liliana.

—También está dando clase a una adolescente en la academia de baile —intervino Ethan, que había permanecido en silencio la mayor parte de laconversación, y Rebecca se sorprendió al notar un deje de orgullo en su voz,por lo que volvió a sonrojarse como si fuera una tímida colegiala.

—No doy clase —aclaró—. Solo la estoy ayudando a prepararse para laspruebas del conservatorio. Pero ya está bien de hablar sobre mí. ¿Qué tal esaruta por Canadá?

El resto de la cena consistió en un pormenorizado relato del viajerealizado por el matrimonio Bradley. Rebecca escuchó fascinada lasdescripciones del librero y las divertidas anécdotas de su esposa mientras sedeleitaba con la tarta de melocotón casera.

—¿Y no habéis pasado unos días en Wrightsville? —preguntó mientrasrechazaba con pena una segunda porción. No podía permitirse tanto dulce siquería seguir siendo capaz de realizar un grand jeté tan perfecto como el quehabía conseguido hacer aquella semana.

Un silencio espeso cubrió la mesa. Ethan carraspeó, pero fue Yvonne quientomó la palabra:

—Mi padre murió el año pasado —explicó con voz temblorosa—. Uninfarto.

Acongojada, Rebecca se llevó la mano al corazón y sintió que empezaban

a escocerle los ojos.

—Lo siento mucho —musitó, volviéndose hacia Ethan—. No lo sabía…Yo… —instintivamente buscó la mano de su exnovio y la apretó con fuerza.Sabía lo importante que había sido para él Fred Cotler. Ethan tenía unarelación muy especial con su abuelo y su muerte debió de ser un duro golpe.Deseó haber estado a su lado para prestarle apoyo cuando todo sucedió, peroera el precio a pagar por sus miedos e indecisiones. Recordó a Fred Cotler,sus cabellos grises, su poblado bigote, sus manos grandes y rudas, habituadasal trabajo duro, pero sobre todo recordó el orgullo con el que miraba a sunieto, la cálida bienvenida que la dio a bordo del Octopus aquel veranomágico, su risa ronca y los antiguos discos de jazz que ponía por las noches yque ella escuchaba acurrucada junto al sólido cuerpo de Ethan, mientrasmiraban las estrellas—. Lo siento —repitió. Estaba a punto de echarse allorar, así que se levantó con cierta brusquedad de la mesa y salió al porche.Necesitaba aire fresco.

La farola iluminaba el buzón rojo de aire antiguo, el único de ese color enuna calle llena de prácticos y modernos buzones negros. Dejó brotar laslágrimas y se permitió llorar por Fred Cotler, por la pérdida de los Bradley ypor el dolor que debía de haber sentido Ethan. Más calmada, se secó laslágrimas. Escuchó el sonido de la puerta al abrirse, los pasos acercándose aella y el cálido brazo de Yvonne rodeando sus hombros.

—¿Mejor? —Rebecca asintió en silencio, sintiéndose reconfortada—.Estás muy cambiada…

—Supongo que al final he crecido —apuntó.

—O que, simplemente, ahora eres más valiente y te enfrentas a las cosasen vez de huir de ellas.

Rebecca ladeó la cabeza para mirar a Yvonne. Sí, tal vez era más valiente.Había sido capaz de volver a Oak Hill, enfrentarse a su padre, reconstruir la

relación con su hermano, ayudar a su mejor amiga, emprender la búsqueda desu propio camino, volver a bailar y cerrar viejas heridas con Ethan. De pronto,se sintió orgullosa de sí misma y también algo desconcertada, porque noestaba acostumbrada a tenerse en tan alta estima.

De regreso a casa, Ethan y ella guardaron un silencio cómodo, que solointerrumpió cuando llegaron a la puerta de sus respectivos apartamentos.

—¿Tienes un rato mañana? —preguntó con cautela—. Me gustaría que meacompañaras a un sitio. Podemos llevar a Huck también.

Ethan asintió y al día siguiente pasó a recogerla a primera hora. Rebeccacondujo hasta Oak Farm.

—Quería que vieras lo que estamos haciendo aquí. También pensé que tegustaría echar un vistazo al escenario de los Adkins, ya que pareces bastanteinteresado en su historia…

Ethan estaba muy callado, tanto que inquietó a Rebecca. Dejaron que Huckcorreteara libre por el jardín, mientras ellos paseaban entre los escombros. Elequipo de Nathan ya había retirado buena parte del derribo, pero aúnquedaban muchos restos apilados de cualquier forma.

—¿Estás segura de la empresa que habéis contratado? Esto parece zona deguerra —habló por fin Ethan con tono escéptico.

No tenía muy buena pinta, era cierto, pero Rebecca se echó a reír ydefendió el trabajo que estaban realizando los obreros.

—Están aún en la primera fase de las obras y la demolición es muyllamativa, pero va a ser increíble. Tendrías que ver el proyecto de Matthew.Es muy respetuoso con la estructura histórica, pero al mismo tiempo nos va adar todo lo que necesitamos. ¿Habías estado aquí antes?

—Sí, claro. Me colé un par de veces cuando era crío, como todos.

—Ven, vamos dentro —lo invitó Rebecca, tomándole de la mano con

antigua familiaridad. La piel de Ethan era cálida, segura, reconfortante, igualque años atrás.

Con cuidado, recorrieron el interior, mientras Rebecca le explicaba cómoquedaría cada estancia y qué trabajos había que realizar en el interior deledificio. Él escuchaba con atención y hacía todo tipo de preguntas sobreestructuras, sacando a la luz el arquitecto que llevaba dentro. Cuando salieronal exterior, el sol arrancaba destellos a las hojas polvorientas de los robles ysolo se escuchaba el jadeo de Huck y el canto de algún ave. Se sentaron en losescalones del porche y observaron al perro olfatear unos arbustos converdadero interés.

—Creo que va a quedar muy bien y tú pareces muy implicada en elproyecto… ¿Eso significa que vas a quedarte en Oak Hill?

—Eso parece. —Se encogió de hombros y miró de reojo a Ethan. Lepareció que las comisuras de sus labios se curvaban ligeramente, en un amagode sonrisa, y se dio cuenta de que el nuevo Ethan sonreía poco. Una verdaderalástima, porque tenía una de las sonrisas más bonitas del mundo, con aquelloslabios carnosos, tan besables y perfectos. Casi sin darse cuenta, alargó lamano y rozó con suavidad su boca, apenas un leve contacto, como un aleteo,pero él dio un respingo y se echó hacia atrás.

—¿Q-Qué haces?

Rebecca negó con la cabeza. Allí, bajo el sol del mediodía, en losescalones de una vieja granja a medio demoler, tuvo que reconocer quedeseaba a Ethan Bradley con la misma intensidad que años atrás y que elnuevo y oscuro Ethan le gustaba tanto como el chico leal, intrépido y alegre desu pasado. Se acercó muy despacio a él, dándole tiempo para rechazarla, peroEthan no se movió. Parecía asustado y su cuerpo entero se tensó cuando ellaposó sus labios sobre los de él. Fue un contacto muy breve, dulce, como uncosquilleo, pero pareció que, por un instante, el planeta se había desplazadode su eje.

—No deberías hacer eso —susurró Ethan con voz ronca, mirándola conintensidad.

Aspiró con deleite su inconfundible olor a bosque.

—Puedo parar si quieres…

Él negó con la cabeza y Rebecca volvió a besarlo, esta vez con un besolargo y profundo, que la hizo olvidarse del mundo y concentrarse solo en laboca de Ethan, sus labios, su lengua, sus dientes, y en una nueva avalancha deemociones que explotaron en su interior de forma inesperada. Las manos deEthan aferraron su cintura como si fuera un salvavidas y devolvió el besodesesperado, casi aplastándola entre los nuevos músculos de sus brazos.

Cuando se separaron, Ethan tenía los ojos brillantes, casi emocionados, yparecía haber perdido todo autocontrol. Rebecca le acarició con suavidad elcuello. A ella también le estaba costando recuperar el aliento.

—¿Sabes cuánto hace que no beso a una mujer? —murmuró con voztemblorosa. Rebecca negó con la cabeza, esperando una respuesta que no llegónunca, porque Ethan cerró con fuerza los ojos, soltó su cintura y se alejó unpoco de ella. Al cabo de un minuto, la habitual máscara impenetrable habíacubierto su rostro y había cierta dureza en su tono—. No sé a qué ha venidoeste beso, pero no puede volver a repetirse.

Se puso en pie y se sacudió los pantalones. Huck se acercó jadeando, dioun par de saltos a su alrededor, y empezó a perseguir a una esquiva mariposahasta que Ethan lo llamó. Su cojera parecía más evidente mientras caminabahacia el coche, seguido por su fiel irlandés, que correteaba sorteandoescombros.

Rebecca aún estaba aturdida por el beso cuando entró en el vehículo. Laescena le había recordado a su primer beso con Ethan, tan espectacular comoel que acababan de darse, pero entonces fue ella la que levantó las barreras.Aquel beso tierno y enloquecedor sobre la pista de hielo lo cambió todo, pero

se negó a reconocerlo. Durante meses había pensado en él, en la intensidadcon que la miró en la fiesta de su padre, la forma en que la abrazó en la pistade baile y su voz apasionada en el jardín. Hasta aquel momento había creídoque Ethan le gustaba, pero mientras bailaban descubrió, aterrada, la magnitudde sus propios sentimientos. Huyó de él, por supuesto, pero no sirvió de nada.Durante los siguientes meses se escondió en el ballet, evadió las incómodaspreguntas de Scott y trató de convencerse de lo poco que le importaba EthanBradley hasta que cayó en sus brazos en la pista de hielo, casi como si eldestino, harto de su cobardía, la hubiera empujado hacia él. Se sintió temblar yodió la reacción que le provocaba la cercanía de su cuerpo y su miradaardiente, pero fue incapaz de escapar. Quería que la besara, quería besarlo y,aunque su sentido común gritaba que debía marcharse, se quedó para recibirun beso dulce y perfecto, que le hizo perder la cabeza y, cuando se quiso darcuenta, sus brazos rodeaban el cuello de Ethan y lo estaba besando como si lefuera la vida en ello.

Después de aquel beso, procuró mantenerse lejos de Ethan e intentóconvencerse de que no había sido para tanto. Incluso acorraló a Scott en sudormitorio unos días después para que la besara. Hacía tanto tiempo que unchico no la besaba que creía haber magnificado el encuentro en la pista dehielo y necesitaba asegurarse de que no había significado nada. Por supuesto,Scott se negó al principio, pero después se dejó besar de mala gana.

—Así no, que no soy tu hermana —protestó Rebecca después de un insulsoprimer beso—. ¿Cómo voy a comparar con ese beso ridículo?

Scott gruñó antes de rodearla con sus brazos y besarla a conciencia. Nada.Ni una chispa. Resultaba agradable, incluso satisfactorio. Scott no besaba mal,sobre todo teniendo en cuenta que no tenía demasiada experiencia. Habíasalido un tiempo con una chica del colegio católico, pero al final lo habíandejado sin que nadie supiera muy bien por qué, pero estaba claro que suexnovia le había enseñado a besar en condiciones. Rebecca se esforzó en

prolongar el beso, creyendo que así lograría borrar las sensaciones que lehabía provocado Ethan, pero lo único que consiguió fue que Scott seentusiasmara y acabara tumbándola sobre la cama. Cuando se dio cuenta deque estaban yendo demasiado lejos, Rebecca le pidió que pararan. Scottmasculló algo mientras se ponía en pie. Su amigo tenía el pelo revuelto, loslabios enrojecidos y las manos ligeramente temblorosas; no parecía contento.

—¿Ya ha terminado tu ridículo experimento? No sé por qué me he dejadoconvencer para seguirte el juego. Te gusta ese chico y solo intentas utilizarmepara esconderte —sentenció antes de salir precipitadamente de la habitación.

Durante varios días, Scott pareció rehuirla y, para recuperar la confianzaperdida, Rebecca tuvo que suplicar y prometer que no volvería a pedirlenunca algo así, aunque no cumpliría su promesa. La avergonzaba haberutilizado a su amigo y no le contó a nadie, ni siquiera a Liliana, lo que habíapasado entre ellos.

De todo aquel experimento solo sacó en conclusión que Ethan resultabademasiado peligroso con su intensa mirada y sus besos explosivos, así quedecidió que debía mantenerse alejada de él.

No sirvió de nada, por supuesto, porque Ethan inició una sutil campaña deataque que ni la chica más disciplinada habría podido resistir.

Capítulo 16

Por supuesto, Rebecca no se lo puso fácil. Después de aquel increíbleprimer beso, pareció que rehuía de Ethan. Se marchó a Charlotte para celebrarla Navidad con su padre y su madrastra y, cuando regresó a Oak Hill, logróescabullirse de todos los intentos de acercamiento que llevó a cabo el chico,desde esperarla a la salida de la librería a mandarle algunos mensajes almóvil para hablar o quedar con ella.

—Te dije que ese beso no significaba nada —aseguró rotunda antes demarcharse a Los Ángeles para pasar el fin de año con su madre. Estaba de malhumor, aunque Ethan no creía que todo el enfado tuviera que ver con él. Habíaempezado a conocerla y pasar tiempo con sus padres siempre alteraba aRebecca, así que regresó a la universidad decidido a ser paciente y darletiempo para que se acostumbrara a lo que ambos sentían.

La llamó un par de semanas después, creyendo que ella ni siquiera cogeríala llamada, pero descolgó y, aunque sostuvo una actitud recelosa al principio,se relajó a medida que avanzaba la conversación. Ethan mantuvo un tonoamigable, evitando toda mención a aquel increíble primer beso y cualquiertipo de flirteo. Habló sobre el torneo de baloncesto, su preocupación por losexámenes y se interesó por los días que había pasado con sus padres. Todomuy correcto, como si fueran dos viejos amigos que se estuvieran poniendo aldía. La llamaba con regularidad y pronto Rebecca empezó a escribirlemensajes para contarle pequeñas cosas, preguntarle por los exámenes ointeresarse por su leve catarro.

El trimestre se pasó en un lento cortejo, casi inadvertido, durante el cual él

se fue ganando poco a poco la confianza de Rebecca. Había planeado suconquista como una elaborada partida de ajedrez, a sabiendas de quecualquier paso en falso le haría perder el juego, pero Rebecca le importabademasiado como para no emplear todas las armas de las que disponía, que noeran demasiadas, teniendo en cuenta que se encontraba a más de doscientoscincuenta kilómetros y no podía descuidar sus clases. El segundo semestreestaba siendo especialmente duro y necesitaba trabajar con ahínco.

Regresó a principios de marzo para el cumpleaños de la joven. Se saltólas clases del jueves para llegar antes de que ella saliera de clase y la esperóa la puerta del instituto, apoyado en su Pontiac azul, ignorando las miradas decuriosidad de los estudiantes que habían reconocido al antiguo capitán delequipo de hockey. Rebecca salió rodeada de sus inseparables amigos y,cuando lo descubrió, se quedó paralizada durante unos segundos queparecieron eternos. En realidad, Ethan ignoraba cómo lo recibiría. Tal vez,durante su absurdo cortejo, había acabado para siempre en la zona de amigos,pero entonces Rebecca se mordió el labio, nerviosa, y se acercó a él concautela. Sus ojos brillaban bajo la espesa capa de maquillaje.

—He venido a darte tu regalo de cumpleaños —susurró él con esa vozronca que le salía cada vez que la tenía cerca. Ella sonrió, con aquella sonrisaque parecía guardar solo para él, le rodeó el cuello con los brazos y lo besósin importarle que todos sus compañeros estuvieran presentes.

—Supongo que contamos contigo para la cena de cumpleaños de Rebecca,¿verdad? —comentó Liliana, interrumpiendo el apasionado beso de la pareja,que parecía incapaz de separar sus labios.

Se escabulleron durante una hora, que pasaron en un escondido rincón deWeston Park, dándose largos besos. Ethan creyó que iba a enloquecer envueltopor el aroma a vainilla de Rebecca, su boca dúctil y hambrienta y sus cariciasapremiantes. A ratos ella parecía olvidar que se encontraban en un lugarpúblico y Ethan tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no

acabar haciendo nada más inapropiado que unos cuantos besos. Al final, sesepararon reticentes y procuraron calmarse antes de reunirse con el resto delgrupo en casa de Rebecca, donde Elena Peña, la madre de Liliana, habíapreparado un auténtico banquete para que la homenajeada pudiera saltarse suestricta dieta de bailarina.

Comieron hasta hartarse y Ethan lo pasó muy bien, aunque no participódemasiado en la conversación general de los cinco amigos. Durante toda lanoche, ambos se dirigieron miradas cómplices y sonrisas secretas. Rebeccatenía la boca, la barbilla y el cuello enrojecidos por los besos y aquellastenues marcas, recuerdo de las caricias que habían compartido, lo hacíansentir infantilmente feliz, casi tanto como la deslumbrante sonrisa que exhibióRebecca cuando abrió su regalo: las Cartas a casa, de Sylvia Plath, quereunía la correspondencia que la poetisa envió a su madre desde su épocauniversitaria hasta el final de su vida. El abrazo y el emocionado beso querecibió Ethan fue uno de los mejores de su vida y regresó a la universidadrebosante de energía.

Empezó entonces una época alocada, en la que todo giraba en torno aellos. Ethan trataba de concentrarse en la universidad entre semana,conformándose con el intercambio de mensajes y las llamadas casi diarias, yla mayoría de los sábados conducía hasta Oak Hill para estar con Rebecca.Iban al cine, a cenar, a navegar en el lago…, pero invariablemente acababanen la casa de la piscina de los Miller, donde tenían largas sesiones de besos ycaricias cada vez más atrevidas y con menos ropa, aunque ninguno de los dosllegaba a lanzarse para dar el último paso.

—No soy virgen, aunque tengo muy poca experiencia —confesó Rebeccacon voz queda una tarde lluviosa que se habían quedado en la casa de lapiscina para ver una película y habían acabado medio desnudos en eldormitorio principal.

—Yo tampoco tengo demasiada experiencia —reconoció Ethan,

acariciando su clavícula con movimientos delicados. Sabía que elinsatisfactorio sexo con Claire y aquel estúpido revolcón en el campus noconstituían una gran práctica sexual; era consciente de que carecía de ladestreza de otros chicos de su edad, pero no le importaba demasiado. ConRebecca todo era diferente, el sexo era diferente. Le bastaba con tomarla de lamano para que su piel pareciera a punto de arder, lo volvían loco sus besos ysus caricias y con ella todo se tornaba instintivamente adecuado.

Terminaron de desnudarse sin prisa y él sonrió al quitarle la ropa interiorde encaje negro. Se había pasado dos años soñando con el tirante de susujetador, con desnudar su hombro huesudo y perfecto para besarlo conveneración y resultó que la realidad era un millón de veces mejor que susueño. Rebecca tenía la piel suave y fría y el cuerpo delgado, pero firme, conmúsculos tonificados, formados durante catorce años ininterrumpidos declases de ballet, y él se tomó tiempo para recorrerla entera con los labios ylas manos antes de tumbarse sobre ella. No tuvo que preguntar en ningúnmomento si todo iba bien, puesto que sus gemidos y caricias resultabanbastante elocuentes, y Ethan perdió del todo la cabeza cuando ella le susurróal oído lo que quería que hiciera. Se deslizó dentro de ella con un movimientofluido, como si hubiera nacido solo para acoplarse con aquella chica que erasu mitad perfecta y entonces sí, por fin, el sexo se convirtió en la colisión deuniversos que había esperado. Después permanecieron un buen rato abrazados,con los ojos cerrados y una sonrisa satisfecha, hasta que el sueño cayó sobreambos. Cuando Ethan se despertó, una mano traviesa se deslizaba por sucostado, produciéndole un agradable cosquilleo.

—¿Sabes una cosa? —susurró Rebecca con voz melosa—. Las bailarinassomos muy, muy flexibles. Tal vez te gustaría comprobarlo por ti mismo…

Él se volvió hacia ella riendo, le mordió el cuello y pasaron el fin desemana haciendo el amor, concentrados en sus cuerpos y en sus emociones, eignorando el mundo exterior.

Yvonne Bradley los obligó a salir de la burbuja en la que se habíaninstalado unas semanas después con una invitación a cenar de la que Rebeccano pudo escabullirse. Desde que el año anterior había empezado a trabajar enla librería, los Bradley acogieron a Rebecca con los brazos abiertos. A Ethanno le extrañaba. Rebecca era lo suficientemente inteligente e instruida comopara mantener una conversación con su padre e Yvonne sentía debilidad porlos niños perdidos y, sin duda, en Oak Hill no había chicos más dignos delástima que los hermanos Miller, víctimas de unos padres egoístas y algoatemorizantes. Pese a los recelos iniciales de Rebecca, la cena resultó muyagradable. Hablaron sobre libros, ballet y música. Ethan descubrió,sorprendido, que su madre había sido una entusiasta de la danza clásica y quede joven había asistido con frecuencia a representaciones de ballet. Porsupuesto, Rebecca los invitó a su próxima actuación, que tendría lugar en unpequeño teatro de Charlotte, durante un festival de artes escénicas en el queparticipaban distintas escuelas y academias del condado.

Ethan agradeció que sus padres se mostraran discretos y ningunomencionara su incipiente relación. Se comportaban como cualquier otra parejaestable, pero había descubierto que Rebecca no funcionaba bien con la presióny rehuía de las etiquetas, así que puso freno a su lado más impetuoso, aquelque quería gritar a los cuatro vientos que eran novios, y se armó de pacienciapara darle a su chica el espacio que necesitaba.

Sin embargo, no tardaría en descubrir que tal vez deberían de haber tenidoalguna conversación al respecto. Un par de semanas más tarde acompañó a suspadres a la actuación de Rebecca en Charlotte y volvió a verla sobre unescenario once años después de aquella exhibición escolar en el Teatro MaryCarsons. Bailó junto a uno de sus compañeros y Ethan pensó que hastaentonces solo la había visto bailar en solitario. Le sorprendió la química y laintimidad que fluía entre Rebecca y Charlie, especialmente porque ella lehabía comentado en varias ocasiones lo mal que se caían mutuamente. Sinembargo, cuando bailaban eran capaces de dejar aparte sus desavenencias y se

compenetraban a la perfección. El novio de Charlie, un tal Keval, se sentójunto a Liliana y expresó su misma sorpresa. Sobre el escenario, Rebecca yCharlie parecían una pareja de felices amantes, descubriéndose mutuamentecon ternura e inocencia. El éxito fue apabullante y la pareja tuvo que repetirparte de un pas de deux antes de que el telón cayera definitivamente.

Ethan aplaudió orgulloso a su chica. Gracias a ella había comprendido loduro que ejercitaba una bailarina, un intenso trabajo que muchos deportistas deélite no podrían sobrellevar. El ballet no era para espíritus débiles. Pararealizar esos movimientos gráciles y elegantes, sin aparente esfuerzo, Rebeccallevaba a cabo un riguroso entrenamiento que afectaba a todo el cuerpo y muyespecialmente a piernas y pies, convivía con el dolor, sacrificaba su pasiónpor la buena comida y ponía a prueba los límites de su cuerpo una y otra vezen una búsqueda constante de la perfección. Ethan admiraba su disciplina en elaula de baile y solo unos pocos privilegiados como él sabían cuánto trabajo ycuánta entrega había detrás de aquella actuación.

Ya en la calle, Yvonne, Liliana y Alison charlaron con entusiasmo sobre lainterpretación de Rebecca, mientras los chicos aguardaban en silencio a que lajoven se cambiara de ropa y se reuniera con ellos. Cuando por fin salió por lapuerta de artistas, sus amigos la recibieron con gritos de júbilo, pero ella searrojó en brazos de Ethan para robarle un beso que lo dejó sin aliento.Rebecca se ruborizó ante los silbidos de sus amigos y la mirada comprensivadel matrimonio Bradley.

—Has estado increíble —murmuró Ethan.

—Odio subir a un escenario —le respondió ella en voz baja, hundiendo lacara en su cuello—, pero he imaginado todo el rato que tú eras mi pareja debaile.

El tigre dormido que habitaba dentro de Ethan ronroneó satisfecho, perotoda su alegría se evaporó unos segundos después, cuando Bella Carrington seacercó a saludar a su bailarina principal.

—Ha sido maravilloso veros bailar así, especialmente después de todaslas discusiones, ¿verdad? Voy a sentir mucho perder a mi mejor alumna… Sigopensando que tienes mejores opciones que Seattle. Desde luego deberíasreplantearte lo de Juilliard y te han admitido en el Conservatorio de Boston yen la Universidad de Carolina del Norte, que tiene un programa muy bueno,pero si estás tan decidida…

Una mujer morena interrumpió el discurso de la maestra de Rebecca, quese vio arrastrada al interior del edificio. Ethan miraba incrédulo a su chica.

—¿Qué es eso de Seattle? —preguntó con voz dura. Rebecca puso los ojosen blanco, gesto que lo enfureció, antes de explicar que había estudiado loscentros que la habían admitido y al final se había inscrito en la Universidad deWashington. Ethan no podía creer que hubiera tomado una decisión tanimportante sin contar con él, pero guardó su enfado durante la cena a la que losinvitó su padre en un restaurante de la ciudad. El filete le supo a serrín yapenas participó en la conversación general.

—Mantén la calma —le aconsejó su madre, mientras subía al coche pararegresar a Oak Hill.

En cuanto sus padres y el Chevrolet amarillo de Scott desaparecieron calleabajo, dio rienda suelta a su enojo.

—¿Seattle? ¿Cuándo has decidido algo así? No me has comentado nada.Me dijiste que te habías presentado a varias pruebas, pero no imaginé queescogerías un centro en la otra punta del país sin ni siquiera hablarlo conmigo.

—No entiendo por qué crees que tendrías que opinar sobre el lugar dondevoy a estudiar la carrera —espetó Rebecca, revelando un enfado tan profundocomo el suyo—. Es mi decisión y quiero irme muy lejos de aquí. Sé que tengootras opciones, pero no las quiero.

—¿Y yo? ¿Qué hay de nosotros? No me voy a interponer en tu carrera,pero las parejas suelen hablar estas cosas.

—¿Pareja? —inquirió con desdén, como si escupiera la palabra—. Yo nosoy Claire, Ethan. No soy la perfecta novia que está dispuesta a seguirte dondevayas y a planear un futuro color de rosa. Tú y yo lo pasamos muy bien juntos,me gustas mucho y es evidente que conectamos en la cama, pero somos muydiferentes y yo me voy a ir a Seattle, así que es mejor que disfrutemos de loque tenemos mientras dure y no le demos más vueltas.

Anonadado, Ethan contempló a la chica de la que estaba perdidamenteenamorado. En aquel momento se mostraba fría y controlada y no se parecía ennada a la dulce Rebecca que había estrechado entre sus brazos durante elúltimo mes y medio.

—Yo no quiero ese tipo de relación, quiero más, mucho más.

—No hay más, Ethan. Lo tomas o lo dejas.

Se quedó pensativo, contemplando los ojos tormentosos y la piel pálida deaquella preciosa chica, y supo que no podía aceptar sus cínicas condiciones.

—Lo dejo —afirmó con voz rota, sin poder creerse que hubieran llegado aaquel punto. Rebecca tensó la mandíbula y apretó los labios en una fina línea,pero enseguida irguió los hombros y alzó la barbilla orgullosa.

—Creo que pasaré la noche en casa de mi padre. Será mejor que túregreses a Oak Hill solo.

Sin darle oportunidad a añadir algo o a acompañarla al piso de Conrad yAlexa, Rebecca paró un taxi y desapareció sin volver la vista atrás. Ethan aúnpermaneció unos minutos en la acera, mirando sin ver la calle por la que habíagirado el taxi. Cuando se sentó al volante le temblaban las manos y no supocómo regresó a Oak Hill. Fue un auténtico milagro que no se matara en lacarretera, porque no recordaba cómo realizó el trayecto de más de una horahasta su ciudad natal.

El enfado mantuvo alejado al dolor durante la primera semana. En el fondocreía que Rebecca se daría cuenta de su error y llamaría. Le resultaba

inconcebible que ella pudiera negar de forma tajante los sentimientos que losunían, rebajando todo lo que habían vivido juntos a una aventura ligera. Él nopodía estar tan equivocado y haber leído tan mal todas las señales. Aunque talvez, se dijo, nunca había sido capaz de entender a Rebecca. El enfado diopaso a la incredulidad y de ahí a la tristeza a medida que pasaban las semanasy descubría que la había perdido.

—No sabía que eras de los que se rinden fácilmente —le recordó Valerieen una de sus cada vez más esporádicas llamadas.

Necesitó aun otra semana para vencer su orgullo y llamarla, pero laRebecca que respondió era una versión distante de la chica que conocía yrechazó cualquier intento de acercamiento.

—¡Se acabó! —exclamó Ethan furioso cuando colgó el teléfono,sobresaltando a su compañero de cuarto, pero el siguiente sábado condujohasta Oak Hill. Estaba de mal humor y ni siquiera se molestó en ocultar a suspadres su estado de ánimo.

—¿Has venido por el baile de graduación de Rebecca? —preguntó consuavidad su madre, interrumpiendo el hosco silencio de Ethan.

—No he venido por nada relacionado con Rebecca. Quería pasar el fin desemana en casa y punto.

—¿Os habéis peleado? Ya imaginaba que algo había pasado, porqueRebecca lleva unas semanas muy triste, pero la he visto bastante animada conel baile y pensé que lo habíais arreglado e ibas a ser su acompañante.

Se quedó en casa viendo viejas películas del Oeste hasta que a las seis dela tarde empezó a removerse inquieto. A las siete miró impaciente el reloj,preguntándose si Rebecca estaría llegando al baile y con quién. A las ocho secomió los restos de un pastel de pollo que encontró en la cocina y a las nuevey cuarto, furioso consigo mismo, se metió en la ducha, sacó su único traje delarmario y con el pelo aún húmedo se dirigió hacia el instituto. Recordó su

propio baile de graduación, al que asistió con Claire y en el que todo fue talcomo dictan las convenciones. La recogió en su casa y colocó el ramillete ensu muñeca, mientras su emocionada madre sacaba una docena de fotos de lapareja. Claire estaba preciosa, vestida de blanco, con el pelo recogido deforma impecable y los pendientes que su abuela le había regalado porNavidad, y él se sintió afortunado por acompañarla en aquella noche tanespecial. Tommy y otros dos chicos del equipo habían alquilado una limusinapara que fueran todos juntos al baile. En el gimnasio admiraron la decoración,se hicieron las fotos de rigor, bailaron, bebieron ponche de frutas y se esforzópara que Claire se divirtiera y se olvidara durante unas horas de laenfermedad de su padre. Fue una buena noche, recordó mientras subía de dosen dos las escaleras que llevaban al gimnasio, tratando de ahogar laincertidumbre que estaba empezando a invadirle.

No entendió demasiado bien la decoración, con tantas telas blancas portodas partes, pero el ambiente parecía animado. Un grupo tocaba sobre elfalso escenario y la mayoría de los asistentes bailaban y coreaban lascanciones. No tardó demasiado en encontrar a Rebecca. Protegido entre lassombras de un rincón, observó a su chica, vestida, por supuesto, de negro conun espectacular vestido con escote en forma de corazón, que dejaba susdeliciosos hombros al descubierto, y una romántica y voluminosa falda. Elpelo se había convertido en una masa de ondas oscuras, recogidos en unlateral, y llevaba un maquillaje algo más discreto de lo habitual. Estabaincreíble y le pareció que la sangre empezaba a circular por sus venas a todavelocidad. Rebecca no tardó demasiado en descubrirlo y todo sucedió comoen un sueño. Ella se acercó vacilante hasta llegar junto a él, pero se mantuvo acierta distancia, como si temiera acercarse demasiado.

—¿A qué has venido? —preguntó algo nerviosa.

—A bailar contigo —contestó y notó que su voz sonaba más segura de loque realmente se sentía. Esperó a que ella volviera a rechazarlo, pero en su

lugar vio formarse dos gruesos lagrimones en sus ojos. Aterrado, la enlazó porla cintura y la arrastró hacia la pista de baile. Sonaba una lenta y ella seabrazó a su cintura como si no quisiera soltarlo nunca. Rebecca enterró elrostro en su cuerpo, justo al lado del corazón, y empezaron a moverseabrazados siguiendo el ritmo de la música, aunque a ratos ella emitía levesconvulsiones como si estuviera llorando.

—No me importa que te vayas a Seattle. Por mí, es como si decidierasestudiar en Moscú, pero no vuelvas a decir que esto es solo sexo. No me lomerezco.

—No —reconoció ella contra su chaqueta.

Bailaron durante un buen rato, al menos hasta que ella se calmó, y despuésse reunieron con sus amigos. Rebecca le susurró que David y Alison habíanroto, pero que estaban encantados de ser solo amigos, y él los vio comportarsecomo siempre, aunque sin besos ni cogerse de la mano. En realidad, Alison yDavid siempre le habían parecido más amigos que novios, un poco como lehabía sucedido a él con Claire, aunque ellos parecían más compenetrados, talvez porque habían sido amigos inseparables desde la infancia y habían creadoun lazo irreductible que él no poseía con su exnovia pese a todo lo que sehabían querido. Ethan llamaba a Claire de vez en cuando, sobre todo paratener noticias sobre la salud de su padre, pero ya no había complicidad algunaentre ellos y a lo largo de aquel curso se habían ido desligando, cada unosumergido en su propia vida.

Permanecieron en la pista de baile una media hora. Charló un buen ratocon David, que también iba a estudiar en Virginia Tech y tenía un sinfín depreguntas sobre la universidad, pero cuando Alison arrastró a su exnovio ymejor amigo a la pista, Rebecca cogió a Ethan de la mano y se escabulleronpor una puerta lateral con un inmenso cartel que indicaba: «Prohibido elpaso». Aprovechando un despiste de los vigilantes del baile, se colaron en lospasillos del instituto y entraron en un laboratorio de la segunda planta. Allí se

besaron con ansia, como si quisieran recuperar todos los besos que se habíanperdido durante las semanas que habían estado separados, y acabaronhaciendo el amor casi sin quitarse la ropa, en un polvo frenético en el queRebecca llevó la iniciativa todo el tiempo. Sin despedirse de nadie, salierondel edificio y se dirigieron hacia la mansión Miller en el Pontiac de Ethan.Pasaron el resto de la noche en el dormitorio de Rebecca y durmieronaferrados el uno al otro, como si temieran que en cualquier momento fueran aevaporarse.

Capítulo 17

Tras el arrollador beso en Oak Farm, Rebecca permitió que Ethan serecluyera durante una semana. Era evidente que la estaba evitando, así que sededicó a practicar con Audrey, que poco a poco iba haciéndose con el númeropara la audición, a atender las obras y a concentrarse en el curso dePlanificación de eventos. Las clases eran amenas y, con excepción de la partede elaboración de presupuestos, se le daba bastante bien. Su tutora, CallieGibbons, se mostraba satisfecha con sus avances y consideraba que tenía unacualidad innata para diseñar programas, aunque tal vez necesitaría algo más defirmeza en las negociaciones, porque debería tratar con clientes y proveedoresy debía aprender a mantener su posición. Le gustaba el trabajo para el que seestaba preparando, aunque era lo suficientemente honesta consigo misma comopara reconocer que aquella no era su verdadera vocación. Sin embargo, puestoque no estaba dispuesta a subirse a un escenario, sería una buena forma deganarse la vida.

La mayoría de las clases se desarrollaban online, por lo que resultabafácil compaginarlas con el resto de sus actividades, pero un par de tardes a lasemana tenía que acudir a Charlotte. Aprovechaba algunos de esos días paracenar con su hermano y, a veces, incluso se quedaba a dormir en suespectacular ático.

—Me encanta este sitio —reconoció Rebecca mientras abrían los envasesde comida china que acababa de entregarles el repartidor.

—Tú podrías haber tenido uno igual en este mismo edificio —le recordóGrant con tono irónico—, pero no quisiste pagar el precio que te exigían a

cambio.

Rebecca se sumió en el silencio. No quería reconocer que apenas habíavuelto a pensar en su padre tras la desagradable discusión que mantuvieron aldía siguiente de su vuelta a Oak Hill, pero estaba tan acostumbrada a vivir sinsus padres que a veces la costaba recordar su existencia. Aquella verdad lepareció tan terrible que tuvo que dejar de comer.

—¿Qué tal está papá? —preguntó al fin, cuando dejó de sentirse malconsigo misma y aceptó que uno no podía obligarse a querer a nadie, nisiquiera a los padres, especialmente a aquellos que jamás habían demostradoafecto por sus hijos.

—Como siempre. —Su hermano se encogió de hombros y sus ojos azulgrisáceo perdieron brillo—. Autoritario, exigente, distante…

—No sé cómo soportas trabajar para él.

—Eso mismo me pregunto cada noche…

—Mamá me llamó —confesó Rebecca—. No le pareció buena idea lo deOak Farm. No cree que pueda con ello.

—Eh, hermanita, lo harás bien. Lo estás haciendo bien.

Los dos hermanos cruzaron una mirada comprensiva y después se echarona reír.

—Tenemos unos padres desastrosos —aseguró Rebecca cuando secalmaron las carcajadas.

—Bueno, al menos ahora nos tenemos el uno al otro. —Grant esbozó unasonrisa débil, que no lograba ocultar su sentimiento de culpabilidad—. Sientomucho haberte mantenido alejada. Soy tu hermano mayor. Debí haber cuidadomejor de ti.

Rebecca dejó el envase de tallarines con gambas sobre la mesa baja de

cristal y abrazó a su hermano.

—Eso ya no importa —susurró. Grant se aferró a ella con fuerza, como sirealmente necesitara aquel abrazo y las palabras de su hermana para empezara cerrar un doloroso pasado.

Durante años se habían evitado el uno al otro, incluso cuando compartíancasa. Su relación empezó a cambiar el primer día que Rebecca visitó a Ethanen el hospital, después del accidente. Yvonne la había llamado para contarlelo sucedido y ella no había sido capaz de reaccionar. El miedo la dejóparalizada y actuó como un robot, sin derramar una sola lágrima: sacó elbillete de avión, escribió un mensaje a Liliana para contarle lo sucedido, volóa Charlotte y se dirigió al hospital completamente agarrotada, sin creerse queel chico al que tanto había amado (al que todavía amaba) hubiera estado apunto de perder la vida en un accidente sin sentido.

Aun recordaba el horror de verlo postrado en la cama, inconsciente, contodos aquellos tubos, cables y vendas. No podía creer que aquel cuerpo inertefuera Ethan. Las vendas cubrían buena parte de su rostro, pero acarició untrozo descubierto, sintiendo bajo la yema de sus dedos su piel cálida yfamiliar. Solo la dejaron verlo unos minutos. En el pasillo abrazó a unaYvonne llorosa y asustada. Steve Bradley tenía los hombros hundidos y elaspecto de un hombre acabado. Fue incapaz de quedarse con ellos. Salió deledificio con un dolor sordo en el pecho, sin saber muy bien hacia dónde dirigirsus pasos. Algo aturdida, se quedó en la calle mirando al infinito, tratando derecomponerse. Solo tiempo después supo que Liliana había avisado a suhermano, pero en aquel momento creyó que encontrarlo en la puerta delhospital era una simple coincidencia. Grant la miró apenado antes de darle unbreve y torpe abrazo.

—¿Quieres hablar? —Rebecca negó con la cabeza, aún demasiadoaturdida, y Grant la besó en el pelo con una ternura desconocida—. Vale, creoque sé lo que necesitas.

Eran las once de la mañana. La llevó al Thirsty South y pidió dos bourboncon hielo. Rebecca apenas sintió el calor del alcohol quemando su garganta y,cuando vació el vaso, pidió una segunda ronda. Varias copas después, Grant lallevó a un hotel, la dejó dormir durante doce horas y al día siguiente laacompañó al hospital para ver a Ethan.

Nunca olvidaría el apoyo que supuso Grant en aquellos días, pero, durantelos dos años siguientes, apenas hablaron un puñado de veces por teléfono ycoincidieron en las pocas celebraciones familiares a las que asistió Rebecca,cada vez más encerrada en su vida en Seattle. Por ese motivo, a Rebecca lesorprendió tanto cuando Grant apareció en Seattle el día de su graduación. Enrealidad, no esperaba a nadie. Su madre estaba en Francia y la secretaria de supadre había llamado para explicar que el señor Miller tenía una importantereunión y no podría asistir al evento. Trató de que el nuevo rechazo de suspadres no le doliera, pero resultó imposible. No quería pasar sola el día de sugraduación y, por un momento, pensó en quedarse en su habitación, pero alfinal decidió que sus padres no podían quitarle también aquel día. Habíatrabajado mucho en la universidad, había hecho buenos amigos, se habíaconocido a sí misma un poco mejor… Quería celebrar todos sus logros, se lomerecía, así que se preparó con esmero para la celebración. Los golpes en lapuerta de su dormitorio la tomaron desprevenida y, cuando abrió, chilló dealegría al encontrarse con Liliana.

—¡Lil! Pero ¿qué haces tú aquí? —gritó abrazándola con fuerza.

—Tres de mis mejores amigos han decidido graduarse en la misma semanacada uno en un estado distinto, así que lancé una moneda al aire y te ha tocadoa ti disfrutar de mi compañía.

Pero las sorpresas no habían terminado y, cuando salieron de laresidencia, se encontraron a Grant bajando de un taxi con el móvil en la mano.Las dos chicas se quedaron paralizadas por la impresión. Rebecca jamásimaginó que su hermano aparecería en su graduación, pero allí estaba,

reservado y amable, muy diferente del adolescente engreído de sus recuerdos.De hecho, parecía algo inseguro, lo que resultaba encantador para variar. Lil yGrant aparcaron sus diferencias por una noche, asistieron a la graduación deRebecca y después Grant las invitó a cenar en un lujoso restaurante. Aquel fueel principio de su reconciliación, que se consolidó con el apoyo de suhermano cuando decidió quedarse en Seattle para vender discos.

—Te quiero mucho, Grant —aseguró Rebecca con voz trémula antes deabandonar el ático y le pareció que los ojos de su hermano se habíanhumedecido.

El sábado siguiente decidió que ya le había dado suficiente tiempo a Ethany que había llegado el momento de poner las cosas claras, así que a últimahora de la tarde se encaminó hacia Willow Avenue. En la puerta de The BlueOwl se cruzó con un cliente que salía apresurado.

—¿No habéis cerrado aún? —preguntó con su mejor sonrisa. Ethan la miróde reojo, sacó las llaves de su bolsillo y se dirigió a la puerta.

—Mi padre ya se ha ido y yo me he quedado atendiendo a un últimocliente. ¿Qué haces aquí?

Rebecca se acercó a él y observó sin disimulo sus anchas espaldasmientras echaba el cierre. Estaba nerviosa, pero decidida a hacer frente a lasituación.

—Quería hablar contigo sobre el beso del otro día —soltó de repente.Ethan juró por lo bajo y aquello la hizo sonreír.

—Creo que acordamos dejarlo pasar… —señaló él, dando la últimavuelta a la llave.

—No quiero dejarlo pasar. ¿Cuánto tiempo hacía que no besabas a unamujer? —preguntó curiosa. El comentario había estado martilleando sucerebro toda la semana.

—Déjalo estar, Rebecca —suspiró Ethan, aún de espaldas—. Creo que megustabas más cuando huías de las cosas y no tratabas de enfrentarlas.

—No es cierto. Lo odiabas. Vamos, Ethan, no seas ahora tú el cobarde.¿Cuánto hace?

El hombre de rostro sombrío que se volvió hacia ella debería de haberlaasustado, pero solo despertó en su interior una intensa ternura.

—¿Tú has visto mi cara? ¿Crees que hay muchas mujeres en el mundosuspirando por mis besos, que quieran que las toque o que simplemente meacerque a ellas? ¡Mírame, Rebecca!

Ella lo miró sin comprender. Tenía un ojo velado y una larga cicatriz,bastante marcada, que recorría toda su mejilla desde el rabillo del ojo hastacasi la comisura del labio, pero no encontraba nada malo en su rostro. Leparecía un hombre increíblemente atractivo y deseable. La expresión deRebecca debió de ser en exceso reveladora, porque Ethan bufó incrédulo.

—Ya te miro, Ethan, y lo que veo me gusta, no lo puedo remediar.

Se acercó a él con cautela, como si se dirigiera hacia un animal herido alque no quisiera asustar, y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, acarició lacicatriz en toda su longitud. Deslizó dos dedos sobre la piel seca y rugosa,sintiendo cada relieve bajo las yemas. Ethan siseó y tragó saliva con esfuerzo,pero ella ignoró el evidente movimiento de su garganta.

—De todas las mujeres del mundo, tenía que gustarle a la única que me hahecho tanto daño que casi me destruye…

Rebecca no le hizo caso, lo obligó a bajar la cabeza y repitió el recorridode sus dedos con los labios, acariciando con lentitud la cicatriz hasta llegar asu boca. Rozó los labios masculinos con los suyos, deslizó las manos por sunuca y se ofreció para que él tomara la última decisión.

—Eres como una enfermedad de la que no puedo librarme —gruñó

enfadado, mientras la estrechaba entre sus brazos. Lejos de sentirse ofendida,Rebecca sonrió contra su boca. Tardaría un tiempo en conseguir su perdóncompleto, pero lo intentaría con todas sus fuerzas.

Después ya no pensó en nada.

Ethan la besaba con una ternura inusitada, despertando cientos depequeños volcanes en sus venas. Acarició sus hombros, sus brazos, su espalday sintió que los labios de él se deslizaban por su garganta.

—Vámonos a tu casa. No quiero que hoy sea aquí —susurró Rebeccacuando notó que su espalda chocaba contra el mostrador. Quería que él tuvieratiempo para pensar, para elegir libremente acostarse con ella y no porque lohubiera acorralado en la librería. El trayecto hasta los apartamentosCreekridge permitiría a Ethan ordenar sus pensamientos y aceptar o rechazarlo que iba a pasar entre ellos.

En el ascensor mantuvieron las distancias, cada uno apoyado en una pared,mirándose con intensidad. Por un momento, Rebecca pensó que él se echaríaatrás, pero Ethan no dijo nada. Entraron en el apartamento y Huck los recibiófeliz y lleno de energía.

—Necesita dar un paseo —señaló Ethan.

Rebecca cogió la correa del perro y, sin pronunciar una palabra, volvierona la calle. Dieron un paseo por Weston Park, dejando que Huck correteara deun lado a otro, y después regresaron al apartamento. Ninguno había habladodemasiado, pero ambos eran conscientes de la intensa energía que fluía entreambos. Ethan preparó el cuenco de Huck y lo llevó al estudio.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó desde el pasillo, pero Rebecca ya sehabía dirigido al dormitorio, se había descalzado y, cuando Ethan entró en lahabitación, se estaba desabrochando los vaqueros. Él cerró con suavidad lapuerta y se volvió hacia ella, aunque se mantuvo a cierta distancia.

Se desnudaron en silencio. Ella se quitó los pantalones, mostrando sus

piernas delgadas y fuertes, y él la camiseta, desvelando los nuevos músculosque le había regalado la rehabilitación. Consciente de lo que iba a provocar,Rebecca se desabrochó muy despacio los botones de su camisa y la dejó caera un ritmo lento, sin retirar la vista de las pupilas cada vez más oscurecidas deEthan, que no podía apartar la mirada de sus hombros. Incluso su ojo apagadoparecía brillar.

—No solo tengo cicatrices en la cara —advirtió él mientras empezaba adesabrocharse el cinturón. Rebecca asintió y, aunque Ethan titubeó un poco,acabó dejando caer los pantalones, revelando las cicatrices que la cirugíahabía dejado en su pierna izquierda y que, en opinión de Rebecca, no restabanni un ápice de belleza a su cuerpo.

La ropa interior de ambos siguió el mismo camino. Desnudos, seestudiaron el uno al otro, reconociendo lugares familiares en sus cuerpos ydescubriendo otros nuevos. La respiración de Ethan había empezado aagitarse, pero no parecía capaz de moverse, así que Rebecca se acercó muydespacio y dejó resbalar los dedos por sus brazos.

—Me gustas tanto… —susurró.

—Tú tampoco estás mal —contestó Ethan con una sonrisa nerviosa, comosi fuera un adolescente enfrentándose a su primera experiencia.

Rebecca tomó su mano para conducirlo a la cama y ambos se tumbaron sindejar de mirarse a los ojos.

—Eres la chica más bonita que he visto jamás —aseguró él repentinamenteserio y se inclinó sobre ella para besarla.

Estuvieron mucho tiempo besándose, acariciándose, a un ritmoembriagador y enloquecedoramente lento, hasta que no pudieron soportarlomás y ella lo guio dentro de su cuerpo.

—Esto va a terminar muy rápido —la avisó Ethan entre jadeos y ella serio por lo bajo, absurdamente feliz.

Ethan se durmió casi de inmediato, sumergiéndose en un sueño plácido,con una mano sobre el vientre de ella y la nariz hundida en su cabello, peroRebecca se quedó despierta durante mucho tiempo, escuchando su respiraciónacompasada y sintiendo la solidez y el calor del cuerpo de Ethan en sucostado. Amaba a aquel hombre igual que había amado al chico que fue, peroya no quedaba en ella ni rastro del miedo ni las dudas que la habíanacompañado durante años. Por fin era capaz de aceptar sus sentimientos, devivir con alegría aquel intenso amor, de abrir las puertas a un futuro común.Solo esperaba no haber llegado a Ethan demasiado tarde y, sobre todo, que élfuera capaz de perdonar todo el daño que le había hecho su absurda forma dehuir cada vez que las cosas se ponían difíciles o intensas. No tenía derecho aaquella nueva oportunidad, pero aun así estaba dispuesta a luchar por ella.

He salido a dar un paseo con Huck, indicaba la nota que encontró sobrela almohada cuando se despertó en la cómoda y vacía cama de Ethan. No supomuy bien cómo interpretar el escueto texto, así que decidió que no habíamensajes ocultos en la nota y se metió en la ducha. Podría haber cruzado a supiso, pero entonces Ethan creería que había huido de su lado una vez más.

Sentía el cuerpo blando y relajado, casi lánguido, y tambiénextremadamente sensible. Era capaz de percibir el recorrido exacto querealizaba cada gota de agua que resbalaba por su cuerpo, de sentirse envueltapor el aroma cítrico del champú de Ethan, de estremecerse con el roce de suspropias manos al extenderse el jabón. Aquella noche con Ethan parecía haberdespertado de golpe todos sus sentidos, pensó mientras se arrebujaba en laagradable calidez de una toalla grande y blanca que olía a recién lavada.Después se puso una camiseta de Ethan que encontró tras registrar los cajonesde su cómoda y se dirigió a la cocina, dispuesta a asaltar la nevera. No hizofalta, porque Ethan y Huck regresaron en aquel momento. Ethan traía dos cafésy una caja de donuts de la cafetería de enfrente. Se sonrieron con timidez ydesayunaron en silencio. Tenían muchas cosas que decirse, pero tal vez

podrían hablarlo más adelante.

—Me he dado una ducha —comentó Rebecca cuando iba por su segundadonut, tratando de ignorar el sentimiento de culpabilidad por saltarse suhabitual desayuno saludable.

—También has saqueado mi armario —apuntó él, señalando la camisetacon la barbilla y deslizando después la vista hacia las piernas femeninas, querecorrió con una mirada poco sutil. Ella se rio y supo que la segunda ronda notardaría en llegar.

Pasaron la mayor parte del domingo en la cama redescubriendo suscuerpos tras los años de separación. El cuerpo de Ethan había cambiado y nosolo por las evidentes cicatrices, que Rebecca besó una a una con dolorosalentitud, sino por todos aquellos marcados músculos que no tenía ni siquieracuando era el capitán del equipo de hockey. El Ethan actual tenía unasespaldas más anchas y unos brazos más fuertes y él confesó que el ejerciciofue lo único que mantuvo a raya su cabeza durante mucho tiempo. Rebeccaescuchó apenada el relato de su tiempo en rehabilitación. Había conocido elproceso a través de Yvonne, pero no había llegado a comprender los nivelesde dolor, frustración y rabia a los que tuvo que enfrentarse Ethan.

—No sé por qué te cuento todo esto, nunca lo hablo con nadie —dijo depronto, repentinamente serio—. Es casi irónico que pueda hablarlo contigocuando en aquella época… —se calló durante un largo rato y Rebecca apretósu mano para animarlo a desahogarse. Sabía lo que iba a venir y estabapreparada—. Hubo una época en la que de verdad llegué a odiarte por haberteido otra vez…

—Tú me lo pediste… —musitó ella, a sabiendas que no era más que unapobre excusa, pero Ethan se limitó a asentir con brusquedad y a besarla conalgo de rabia, dando por zanjada la cuestión. En ese momento Huck sedespertó de una larga siesta y reclamó su paseo vespertino. Solo entoncesRebecca regresó a su apartamento, donde encontró a Liliana con el ceño

fruncido.

—¿Se puede saber para qué tienes un móvil? ¡Estaba preocupada! Te hellamado una docena de veces, pero lo tienes apagado. Cuando te quedas adormir en casa de tu hermano, siempre me avisas, pero no sueles ir a Charlottelos fines de semana. He tenido que llamar a Grant y él tampoco tenía ni ideade dónde estabas…

Rebecca se sintió culpable por no haberse dado cuenta de que Liliana sepreocuparía y se apresuró a disculparse. No quería contarle que había estadocon Ethan, pero ante la insistencia de su amiga, acabó confesando que habíadormido en el apartamento de enfrente.

—¡Lo sabía! —exclamó Lil con una sonrisa de autosuficiencia y luego laobligó a sentarse en el sofá para contárselo todo, pero Rebecca se mostróevasiva. Confiaba en Liliana más que en cualquier otra persona, pero surelación con Ethan le resultaba demasiado íntima y preciada como paracompartirla con nadie más. En vez de eso, se dirigió a su habitación paracambiarse, puso a cargar el móvil, envió un mensaje tranquilizador a suhermano y volvió al salón con una gruesa carpeta.

—Tenemos que aprobar el diseño definitivo de las nuevas ventanas,porque Nathan quiere encargarlas esta semana y he contactado con ladiseñadora de interiores que nos recomendó Matthew. Vendrá el martes a verla granja y quiere conocernos a las dos…

Pasaron el resto de la tarde enfrascadas en las reformas de Oak Farm y novolvieron a hablar sobre Ethan. Después de cenar, Rebecca pensó enescabullirse al apartamento de enfrente, pero al final decidió que no debíapresionarlo demasiado. Su última conversación le había demostrado lodañado que estaba Ethan y necesitaría tiempo para recuperar la confianza enella. Si es que alguna vez lo lograba…

Capítulo 18

Tras el baile de graduación, Ethan regresó a la universidad parapresentarse a los exámenes finales y, después, le propuso a Rebecca que loacompañara a Wrightsville, pero ella rechazó la invitación.

—Creo que pasaré una semana en Richmond con la tía Edith.

—Estás huyendo otra vez. No soportas a tu tía Edith —recordó Ethan,procurando no perder la calma.

—No estoy huyendo. El verano pasado no fui a visitarla y pareció bastantetriste. Sé que es una bruja gruñona y amargada, pero soy la única de la familiaque la visita y creo que a su manera me tiene cariño. Puede que yo a ellatambién… —reconoció no sin cierto fastidio—. No me moriré por pasar unosdías con ella y prometo que me quedaré el resto del verano contigo.

Así que Rebecca se marchó a Virginia y él pasó diez días con su abuelonavegando en el Octopus, soñando con su novia y confesando al abuelo Fredque se había enamorado de la chica más rara y enloquecedora que habíaconocido nunca. La descripción hizo reír entre dientes al abuelo.

—Si consigues que no se te escape, tráela alguna vez. Me gustaríaconocerla.

Ethan y Rebecca pasaron el resto del verano en Oak Hill y se hicieroncargo de la librería mientras sus padres y Kendra disfrutaban de unasmerecidas vacaciones. No podían quitarse las manos de encima yaprovechaban cualquier rato sin clientes para escabullirse entre los estantesmás escondidos y devorarse con besos codiciosos y hambrientos. En cierta

ocasión los besos frenéticos se les fueron de las manos y acabaron haciendo elamor durante el descanso para el almuerzo sobre el suelo de la segunda planta.Aparte de incómodo, ambos reconocieron avergonzados que, aunque habíanechado el cierre, estaban trabajando y no podían seguir comportándose deforma tan irresponsable. Ethan apenas se reconocía a sí mismo. ¿Dónde estabael chico tranquilo, capaz de controlar sus hormonas, que estuvo saliendo conClaire? Desde que dejó entrar a Rebecca a su mundo, parecía habersevolatilizado por completo, pero no podía decir que lo echara de menos.

Rebecca asistía por las mañanas a un curso de verano en la academia dedanza y Ethan salía a correr en sus ratos libres, aunque también aprovechabanpara navegar en el lago, ir a nadar con Liliana y al cine con Tommy. El restode sus amigos habían desaparecido en trabajos de verano y viajes, dejándolossolos en Oak Hill. Grant invadió la mansión Miller durante un par de semanascon una docena de amigos de la universidad. Harta de las fiestas continuas, delas chicas sin ropa y de los comentarios obscenos de los amigos de suhermano, Rebecca se instaló en la casa de la piscina y Ethan pasaba allí lamayor parte de las noches. La primera vez que se cruzó con Grant, su antiguocompañero estaba demasiado borracho para fijarse en él, pero en su segundoencuentro le detuvo con gesto altanero.

—¿Qué estás haciendo con mi hermana pequeña? —preguntó y, por unmomento, sonó como el hermano protector de los recuerdos de infancia deRebecca.

—¿Ahora te interesa tu hermana? Si te preocuparas por ella, no la habríasexpuesto a todo esto desde que era una cría. —Abrió los brazos, abarcandocon su gesto a los chicos con resaca tirados en las tumbonas, las chicas conminúsculos bikinis vaciando botellas de champán francés, la músicaatronadora llenando el aire, la pareja que prácticamente se lo estaba montandosobre la hierba, a la vista de todos, el porro que se fumaba un tipo sentado enel bordillo de la piscina… Grant miró a su alrededor y, durante un segundo,

tuvo la decencia de parecer avergonzado.

Ethan se alejó de su antiguo compañero de clase sin darle ningunaexplicación sobre su relación con Rebecca. No le debía nada. Rebecca poco apoco había ido confiando en él y le había hablado de su infancia y de suadolescencia, del abandono de sus padres, del alejamiento de su hermano, dela soledad y la invisibilidad que la rodeó durante años hasta que decidiócambiar su forma de vestir y de actuar… Siempre había estado a la sombra delresto de los Miller y tal vez ahí se encontraba la respuesta a su necesidad detrasladarse a una universidad a más de cuatro mil kilómetros, en una ciudad enla que podría dejar de ser la hija de Conrad y Terri Miller, la hermana deGrant Miller, la adolescente rara que vestía de negro, la niña rica del otro ladode la colina. Un lugar donde ser simplemente Rebecca, una estudiante más,donde poder encontrarse a sí misma, sin disfraces.

El plácido verano se quebró unas semanas antes de volver a launiversidad. La repentina muerte de Edith Stevenson dejó a Rebecca aturdida,que recibió la noticia incrédula. Había pasado con su tía abuela el principiodel verano y no había detectado en ella ningún indicio de enfermedad, pero unrepentino ataque cardíaco la había sorprendido mientras dormía y ya no volvióa despertar. Acompañada por su madre y su hermano, viajó a Richmond paraasistir al entierro de aquella vieja gruñona de la que tanto había despotricado,pero por la que sentía un genuino afecto. Ethan quiso ir con ella a Virginia,pero Rebecca le pidió que se quedara en Oak Hill y él consideró que no eramomento para protestas. Optó por respetar su espacio, pero se arrepintiócuando los Miller regresaron un par de días después. Su novia se encontrabaaún en un estado de incredulidad, afectada por el entierro, la despedida y elconocimiento de que su tía le había dejado en herencia un sustancioso legadodel que no quiso saber nada, ya que su inclusión en el testamento habíadespertado las suspicacias de su madre y del resto de sus familiares. El restode la fortuna de Edith Stevenson, incluida su opulenta casa de Richmond,había sido donada a la sociedad histórica del condado.

Terri se instaló en la mansión y su influencia pronto se dejó sentir enRebecca, que se encerró en sí misma y se recluyó en la academia para bailarsin descanso. Ethan notaba que su novia se le escurría entre los dedos y nosabía cómo impedirlo. Su mirada era cada vez más vacía y sus sonrisas mástensas. El golpe de gracia se lo dio Elena Peña, que renunció a su empleo paramudarse a Haywood. Al parecer llevaba dos años saliendo con un tal JasonReighard, divorciado, padre de dos hijos y propietario de un pequeño hotel enlas inmediaciones del lago Murray, en la parte del lago que correspondía altérmino municipal de la localidad vecina. Elena había esperado hasta que suhija se graduara en el instituto para aceptar su propuesta de matrimonio ytrasladarse a Haywood, donde trabajaría en el hotel de su futuro marido. Porsupuesto, Lil tendría un lugar en la nueva vida de su madre, puesto que Jasonhabía dispuesto una habitación para ella en caso de que quisiera trasladarse.Rebecca recibió anonadada la marcha de la única presencia adulta constantede su vida y Ethan, desesperado, trató de arrancarla de la torre en la que seestaba encerrando. Ya no lo llamaba, contestaba tarde a sus mensajes, semostraba distante las pocas veces que estaban juntos y pasaba la mayor partedel día en la academia.

—No hagas esto, no me eches —suplicó Ethan una tarde que la esperódurante dos horas en la puerta de la Academia Carrington.

—No sé de qué estás hablando. —Rebecca, encogiéndose de hombros ymanteniendo los ojos bajos, fingió ignorancia—. No estoy haciendo nada.

Ethan la sostuvo suavemente de la barbilla para obligarla a alzar su rostro.Los bonitos ojos estaban llenos de tristeza y él solo anhelaba borrar todo eldolor que se leía en su mirada.

—Te quiero, Rebecca. No me dejes fuera —murmuró antes de besarla,bebiéndose los sollozos que empezaban a sacudir el esbelto cuerpo de suchica.

Creyó que su breve declaración de amor sería suficiente, pero la tarde

siguiente recibió un escueto mensaje que decía: No puedo seguir con esto, quelo dejó perplejo y furioso. Durante dos días intentó contactar con ella, peroRebecca tenía el móvil apagado y nadie abría la puerta en la mansión Miller.Al final, tuvo que acercarse a Joe’s e interrogar a Liliana para descubrir queRebecca se había marchado a la universidad una semana antes de lo previsto.Odió la mirada compasiva de Lil.

—Está asustada y creo que todo lo de estos días la ha sobrepasado, Ethan.Necesita un poco de tiempo y se dará cuenta de su error.

No estaba hecho para las relaciones turbulentas. ¿Cuántas veces tendríaque perseguir a aquella chica esquiva? Rebecca tenía serios problemas deconfianza en sí misma y en los demás y él no era ningún maldito psicólogo.Las relaciones no tendrían que ser tan complicadas, a él le gustaban las cosassencillas, no esas idas y venidas, esos desplantes de adolescente, esa montañarusa emocional en la que se veía sumido desde que la conoció… Y, sinembargo, en contra de todo lo que pensaba, pidió a Liliana la dirección de laresidencia de Rebecca, se gastó buena parte de sus ahorros en un billete de iday vuelta a Seattle y se presentó en la otra punta del país con una mochila, unenfado monumental y muchas ganas de estrangular (figuradamente) a su chica.

La expresión atónita de Rebecca cuando abrió la puerta de su habitación lehabría hecho reír si no hubiera estado tan irritado. Sin pedir permiso, entró enel dormitorio, bastante parecido a su propio cuarto en Blacksburg: dos camas,dos mesas de estudio, dos armarios y dos estanterías. La otra cama estabavacía y Rebecca aún tenía una maleta y un par de cajas sin deshacer en su ladode la habitación. Estaba pálida y ojerosa y se retorcía la manos, nerviosa, loque le produjo cierta malévola satisfacción.

—¿Tú crees que yo me merezco que me dejes con un mensaje y que huyasde mí de esa forma tan cobarde e infantil?

Rebecca agachó la cabeza, avergonzada, al tiempo que la movía deizquierda a derecha.

—¿Crees que voy a perseguirte una y otra vez? ¿Crees que estoy tanenamorado de ti que puedes pisotearme cuanto quieras y que yo siemprevolveré a ti? Durante todo este tiempo pensé que te importaba algo, pero estáclaro que me equivocaba.

Un sollozo le hizo interrumpir el airado discurso que estaba pronunciando.Durante todo el viaje lo habían asediado cientos de preguntas que queríahacerle. No pensaba volver con ella, pero quería respuestas, quería que ellareconociera que lo había tratado de forma injusta, pero al oírla llorar supo queera mentira. Había volado a Seattle para convencerla de que volviera con él,para suplicar que no lo dejara. Había volado hasta Seattle para oír de suslabios que no estaba enamorada de él, para verla aunque fuera una última vez.Bah, en realidad no estaba seguro de por qué había volado a Seattle. Tal vezporque tenía veinte años y aquella chica sacaba su lado más impetuoso y nosabía manejarlo; pero cuando la escuchó llorar todo el enfado se disipó, abriólos brazos y la envolvió con ellos, aspirando su familiar aroma a vainilla.

—Me arrepentí en cuanto el avión estuvo en el aire —reconoció Rebeccaentre hipidos—. No sé por qué me marché. Dijiste que me querías y measusté…

—Creí que era bastante obvio que estaba enamorado de ti. No pretendíaasustarte —susurró al tiempo que enterraba la mano en su pelo para acariciarsu nuca.

—No fuiste tú. Me asusté de lo que yo siento. Estoy tan enamorada de ti, loque siento es tan fuerte que entré en pánico. ¿No lo entiendes? Toda la genteque pasa por mi vida se marcha y no hacía más que pensar en que tú también teirás y no creo que pueda con ello…

Ethan suspiró, feliz de escucharla decir que lo amaba, aunque aún irritadopor su huida y su desconfianza.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Esto ha sido todo para nosotros? Yo no puedo

luchar contra tus miedos y no quiero tener que perseguirte por medio país cadavez que te asustes para convencerte de que debemos seguir juntos.

—No quiero que lo dejemos —aseguró Rebecca, cogiéndolo de las manoscon tanta fuerza que le hizo daño. Ethan supo que estaba perdido cuando sintiósu tenso agarre y se hundió en su mirada suplicante.

Tuvieron una reconciliación dulce. Ethan cambió su billete de vuelta ypasaron la semana en Seattle. Dedicaron las mañanas a explorar el campus alque cada vez iban llegando más estudiantes, pero también subieron a la SpaceNeedle para disfrutar de las increíbles vistas del mirador, recorrieron elmercado de Pike Place, pasearon por el centro de la ciudad y, por supuesto,visitaron el puerto, donde Ethan enumeró detalles curiosos de los diseños delos barcos amarrados. Por las noches se encerraban en la habitación deRebecca para aislarse del mundo, como si solo quedaran ellos dos sobre la fazde la Tierra.

Cuando Ethan regresó a Oak Hill (y de ahí en coche a Blacksburg), sellevó el recuerdo de aquellas noches mágicas, llenas de ternura, de pasión, derisas, de confidencias sentimentales. Se llevó el recuerdo de las delicadasyemas de Rebecca grabadas a fuego en su piel, de sus besos largos y voraces,de la elegante línea de su espalda, de sus firmes y delgadas piernas rodeandosus caderas, de sus pies arqueados y flexibles, deformados por el uso de laszapatillas de baile y siempre con heridas pese a los continuos cuidados que lesproporcionaba. Se llevó el recuerdo de sus tiernas confesiones de amor, de surisa contagiosa cuando le hacía cosquillas bajo las sábanas, de su voz gravecuando le leyó la Canción de amor de la joven loca[6], de sus lágrimassaladas al separarse en el aeropuerto y de sus promesas de no volver a huir deél.

Trataron de cumplir sus promesas, aunque no resultó fácil. Durante dosaños mantuvieron una relación inestable, llena de altibajos, que la distancia noayudaba a manejar. Se veían en vacaciones y fines de semana sueltos, en los

que ella viajaba a Virginia y, en menor medida, él volaba a Seattle. Ethan,cuya capacidad económica era menor que la de su novia y no disponía defondos infinitos para billetes de avión, tuvo que buscarse un trabajo de mediajornada cerca del campus como dependiente en una tienda de deportes. Lasclases eran más duras cada año y muchos de sus compañeros habían cambiadode carrera, incapaces de seguir el ritmo, pero Ethan trabajaba con constancia ymantuvo un perfil alto, a pesar de las elevadas exigencias académicas.

La universidad le sentó bien a Rebecca. O tal vez fue alejarse de Oak Hill.Los disfraces fueron desapareciendo de forma paulatina. El primer año deuniversidad recuperó su color natural de pelo, un espléndido castaño claro queella consideraba anodino y él calificaba de glorioso, porque armonizaba mejorcon sus delicadas facciones que la dureza del tinte oscuro. Tambiéndesaparecieron los piercings de la nariz y las orejas, su estilo de vestirempezó a asemejarse al de cualquier universitaria estándar y dejó de abusardel maquillaje. Era, por fin, Rebecca Miller, pero no la anodina Rebecca de suinfancia, ni la chica oscura de su adolescencia, sino una criatura nueva, queestaba empezando a conocerse a sí misma, sin necesidad de ocultarse trasropas extravagantes, dejando emerger la naturaleza que ocultaba bajo capas demiedo y confusión. A Ethan le gustaba la nueva Rebecca que estaba surgiendotanto como su versión anterior, tal vez porque también él estaba cambiandocasi sin darse cuenta.

Durante sus primeras vacaciones navideñas, Ethan se atrevió a enseñarlesus cuadernos de barcos y contempló embelesado la tierna sonrisa de ellamientras recorría los dibujos infantiles, los diseños adolescentes y lasfotografías que había ido coleccionando durante años. Con el dedo índiceseñalaba las imágenes para que él le explicara por qué le había llamado laatención y él solo quería comérsela a besos por mostrar interés.

Rebecca cenó con su padre y Alexa en Nochebuena, como todos los años,pero la mañana de Navidad la encontró en el porche con una sonrisa radiante y

un gorro de Santa Claus. Teniendo en cuenta que aún no se había deshecho deltodo de su armario oscuro, presentaba un extraño y divertido aspecto con elgorro rojo y la camiseta negra con una gran calavera. A Ethan le entró la risaal verla y la arrastró al salón para darle su regalo: dos entradas para latradicional representación navideña de El Cascanueces del Ballet deCharlotte. Muerta de la risa, Rebecca sacó un sobre de su bolsillo con elregalo de Ethan: dos entradas para ver a los Hornets. Asistieron juntos a losdos eventos, pero después Rebecca se marchó a Los Ángeles y, a su regreso,volvió a mostrarse distante y discutieron varias veces. Tres días escuchandolas críticas de su madre no la beneficiaban en absoluto.

—Estás estropeando el final de nuestras vacaciones y sabes que no vamosa poder vernos hasta las vacaciones de primavera —declaró cuando ya noaguantó más su humor sombrío.

Ella hizo un esfuerzo por mejorar su ánimo y, cuando la acompañó alaeropuerto, les resultó casi imposible romper el último abrazo. Al final ladejó marchar y lo último que vio de ella fue su elegante y recta espaldaatravesando la puerta de embarque. Tendría que subsistir con ese recuerdodurante meses, pero a mediados de febrero una Rebecca radiante se presentóen Blacksburg de improviso para pasar con su novio un fin de semana de sexofrenético, durante el que prácticamente no salieron de la cama. Ethan tuvo queofrecer dos botellas de vodka a su compañero de cuarto para quedesapareciera durante un par de noches, sin importarle dónde acabaríadurmiendo Murray.

—El año que viene pediré una habitación individual, de verdad —prometió entre besos voraces, mientras arrancaba la ropa a su novia, queparecía tan excitada como él. Se hundió dentro de ella con tanta rapidez queella volvió a reírse.

—Parece que estás muy necesitado —susurró antes de morderle el cuello.Ethan masculló algo incoherente antes de redoblar las febriles embestidas.

Nunca había sentido una pasión tan desenfrenada, la necesidad absoluta deentregarse a otro cuerpo y, aunque normalmente prefería el sexo lento,explorar con delicadeza el cuerpo de Rebecca, disfrutar de cada sensación,cada beso, cada roce, cada caricia, en aquel momento, después de llevar mes ymedio sin ver a su novia, estaba descontrolado y la entusiasta respuesta deRebecca le indicaba que no era el único en encontrarse en aquelladesesperada situación.

Planearon un viaje a San Francisco durante las vacaciones de primavera,pero tuvieron que cancelarlo porque a Rebecca le salió en el último momentoun recital en algún lugar perdido de Minnesota. Una bailarina senior se habíalesionado y un profesor eligió a Rebecca para sustituirla, a pesar de ser unaestudiante de primer curso. Así que Ethan cambió el billete y fue a ver suactuación en una ciudad remota del Medio Oeste.

No había tenido demasiado tiempo para los ensayos, pero Rebecca parecíatranquila cuando salió al escenario con el resto de sus compañeras. Elegante ymagnífica, destacó entre las otras bailarinas por la delicadeza y naturalidadque imprimía en cada movimiento. Su técnica había mejorado durante el curso,pero lo verdaderamente impresionante era su forma de transmitir emociones.Cuando salió a saludar, el patio de butacas se vino abajo y Ethan la aplaudióorgulloso y entusiasmado. Puede que Rebecca afirmara odiar el escenario,pero sin duda sabía brillar sobre él.

Aquella noche la llevó a cenar a un pequeño y popular café. Eran jóvenes,estaban enamorados y estaban a punto de realizar su primer viaje juntos. Elcambio de planes les había obligado a reinventar su viaje y habían proyectadouna pequeña ruta por los lagos que iniciarían al día siguiente, pero todoempezó a ir mal cuando Ethan, aun anonadado por la brillante actuación deRebecca, la felicitó con demasiada insistencia.

—Has estado increíble ahí arriba.

—¿Tú crees?

—Impresionante, de verdad.

Ella se encogió de hombros, como si no lo importara demasiado su éxito.

—¿Es que no te importa?

—No mucho, la verdad.

—Entonces, ¿qué haces estudiando ballet? No lo entiendo…

Rebecca permaneció en silencio. Ignoró la pregunta de Ethan y seconcentró en su comida.

—Pero, a ver, tú quieres ser bailarina, ¿verdad? —insistió de nuevo antela falta de respuesta, tratando de romper su actitud evasiva.

—Tal vez.

—¿Qué quieres decir «tal vez»? De todas las opciones posibles, haselegido estudiar ballet. Eso tiene que significar algo… —inquirió exasperado.Puede que Rebecca ya no vistiera ropas oscuras la mayor parte del tiempo nise maquillara los ojos con trazos gruesos, pero a veces seguía pareciendo lachica enigmática que recitaba versos extraños y saltaba al río desde el puente.Él amaba a esa chica, pero también quería entenderla. Creía conocerla lamayor parte del tiempo, pero, de repente, descubría una parte de Rebecca queno lograba alcanzar.

—¿De verdad tenemos que tener esta conversación ahora?

—Pues sí. Me parece bastante importante hablar sobre el futuro.

—Estoy en primer curso. No es necesario plantearse todo esto ahora…

—Solo quiero entenderlo. Eres increíble sobre el escenario, está claro queamas el ballet, llevas años esforzándote y sacrificándote por el baile, perosigues diciendo que no quieres ser bailarina profesional. Entonces ¿qué hacesen Seattle? ¿Por qué no estás en la facultad de Derecho o en la de Literatura?

Ethan aún no había aprendido, tal vez no lo aprendería nunca, que Rebecca

no reaccionaba bien a la presión, y el enfado dio paso a la frialdad.

—No lo sé, Ethan. No tengo una respuesta a nada de lo que me preguntas—contestó con tono distante, antes de volver a encerrarse en sí misma.

Ethan sintió que todos los avances logrados en los últimos meses seevaporaban y, aunque ella fingió al día siguiente que no habían discutido, losacompañó durante todo el viaje un sutil distanciamiento que ninguno logróvencer y, ya en el aeropuerto, cuando estaban a punto de dirigirse cada uno asu terminal de embarque, Ethan la abrazó con fuerza, sabiendo que no queríadespedirse con esas malas vibraciones. Y, sin darse cuenta, una vez más fue élquien rompió la distancia que se había abierto entre ambos.

—Lo siento —musitó contra su cabello, envuelto en su aroma a vainilla—.No sé muy bien qué pasó en aquella cena, pero no era mi intención hacertesentir incómoda. Es solo que a veces…

—A veces te dejo fuera, lo sé —lo interrumpió ella. Tenía los ojos llenosde lágrimas—. No es mi intención tampoco. Es que no sé hacerlo mejor.

Alargaron las disculpas durante varios minutos, salpicando lasexplicaciones con besos impacientes, casi desesperados, descubriendodemasiado tarde que habían fastidiado los pocos días que tenían juntos ydebían separarse cuando por fin lograban entenderse.

Durante el verano, disfrutaron de unas semanas mágicas a bordo delOctopus. Contemplando a Rebecca aprender a navegar junto a su abuelo, supoque siempre llevaría consigo la imagen de ella en la cubierta del barco, con lasonrisa feliz y los ojos brillantes. Pasaron dos semanas surcando el mar,deteniéndose en pequeñas islas, contemplando las estrellas por la nochemientras escuchaban viejos discos de jazz y amándose en silencio en elpequeño camarote que compartían, sofocando las risas y los gemidos para queel abuelo Fred no los escuchara. Después, Rebecca se marchó a Nueva York ahacer un curso de verano y Ethan se trasladó a Florida, ya que había sido

admitido en el programa de prácticas de un astillero, así que de nuevo seencontraron en puntos opuestos del mapa.

Durante el siguiente curso, Ethan empezó a darse cuenta de que cadaseparación resultaba un poco más difícil que la anterior, como si fuerandejando en cada aeropuerto trocitos de sí mismos, pero tenía la sensación deque él aguantaba peor la distancia. Rebecca estaba contenta en Seattle.Llevaba una vida disciplinada, marcada por las clases y los ensayos, y cadavez se mostraba más reticente a volver a Oak Hill. Sin embargo, se presentóen la ciudad, sin avisar, tras la muerte de Patrick Higgins para acompañarlo alentierro, y se mantuvo en un discreto segundo plano cuando Ethan se acercó aClaire y a su madre para darles el pésame. Aquella noche ella se mostró conél más tierna que nunca y Ethan se sintió agradecido de poder encontrarconsuelo en su cálido abrazo, pero de nuevo otro aeropuerto, miles dekilómetros de separación y el humor cambiante de su novia le harían pasarunos meses difíciles, que solo el exigente trabajo académico conseguíamantener a raya.

Capítulo 19

—¿Me acompañarás a la audición de Boston? —preguntó Audrey enun descanso—. Mi madre no podrá dejar a mis hermanos pequeños y no quieroir sola.

La adolescente hizo un puchero y trató de disimular sus nervios bebiendoun trago de su botellín de agua. Rebecca, que llevaba un par de días irritada,se suavizó al instante. A fin de cuentas, su joven alumna no tenía la culpa deque el imbécil de su vecino llevara toda la semana rehuyéndola.

—Claro que iré contigo. Yo sacaré los billetes. ¿Seguro que no prefieresque te acompañe una amiga?

Audrey negó con la cabeza, balanceando su coleta rojiza.

—Me gustaría ir contigo. Me das mucha seguridad. —Rebecca enarcó unaceja incrédula. Si algo le sobraba a Audrey era seguridad en sí misma, perorecordó a tiempo que incluso las chicas más duras tenían puntos vulnerables,así que guardó silencio—. ¿Quién te acompañó a ti a las pruebas?

—A Boston y a Seattle fui sola. Bella me acompañó a Juilliard y mi amigoScott a la Universidad de Carolina del Norte.

—No entiendo por qué hiciste tantas pruebas. Si eras tan buena como diceBella, te habría bastado con Juilliard.

—Entonces no sabía muy bien qué quería, así que quise tener opciones —explicó, encogiéndose de hombros.

Al salir del ensayo, Rebecca, harta de que Ethan la ignorara, se dirigió

hacia The Blue Owl, pero allí solo encontró a Kendra, que la saludó efusiva ysacó el móvil para mostrar una docena de fotos de su hijo. Las interrumpió unallamada de Nathan, que la obligó a desviarse de su ruta y pasar por Oak Farm.Allí comprobó satisfecha que habían desaparecido los escombros, losfontaneros estaban cambiando la red de tuberías, varios obreros trabajaban enel tejado y un par de hombres desbrozaban el jardín. Encontró a Reynolds enel sótano, terminando de aislar las paredes.

—Hay que reforzar un par de vigas que no están en buen estado y queríaque dieras el visto bueno, porque subirá el coste de la obra.

Rebecca echó un vistazo a las vigas y, por supuesto, dio el aprobado alcambio. Tendrían que rebajar el presupuesto de la decoradora, aunqueafortunadamente Martha Holt había asegurado que estaba acostumbrada atrabajar con cuentas ajustadas y parecía capaz de hacer maravillas con unpuñado de dólares.

De vuelta al apartamento, vio el coche de Ethan aparcado y supo queestaba en casa, así que subió decidida a enfrentarlo. Llamó al timbre y lapuerta se abrió en apenas unos segundos, casi como si la estuviera esperando.Ethan no pareció sorprendido de verla e incluso tuvo el descaro de recorrerlacon la mirada al tiempo que esbozaba media sonrisa.

—Kendra me ha dicho que pasaste por la librería y no parecías demasiadocontenta.

Por supuesto, a Kendra le había faltado tiempo para avisar a Ethan, perono creyó que su malhumor hubiera sido tan evidente. Ethan se echó a un ladopara dejarla entrar y ella percibió su familiar olor al pasar junto a él.

—Llevas días evitándome. Al principio no me importó, entendí quenecesitabas tiempo para asumir que nos habíamos acostado, pero ya estabaempezando a parecer ridículo.

—Me parece increíble que seas tú la que me acuse de distanciarme —

aseguró con tono burlón.

—¿Es eso lo que está pasando? ¿Un castigo por el pasado?

Ethan se puso serio y suspiró de forma ostensible.

—No, Rebecca, no soy tan vengativo. Es solo que no sé muy bien cómomanejar todo esto. Llevaba tres años sin verte y en unos pocos meses te hasvuelto a colar en mi vida. Empiezas a invadirlo todo otra vez y no sé si mesiento bien con ello. Luché demasiado por ti en el pasado y, la verdad, no sé sime queda ya nada que darte.

No había nadie mejor para entender los miedos y las dudas de Ethan. Ellaya había estado en ese lado y no podía olvidar que parte de los recelos deEthan provenían de su propia forma de actuar durante el tiempo que duró surelación y, por supuesto, de cómo terminó.

—Vale, entiendo todas tus dudas. De hecho, me parece lo más normal delmundo que no te fíes de mí o incluso que ya no te atraiga como antes. ¿Es eso?¿Ya no sientes nada por mí?

—Joder, Rebecca, qué directa eres —bramó Ethan, tan asombrado queincluso se le escapó el taco—. Claro que siento algo por ti. En realidad, sientoun montón de cosas, unas mejores que otras, todo hay que decirlo, pero…

Parecía desconcertado, como si no supiera qué hacer por primera vez ensu vida y Rebecca sintió mezclarse en su interior la ternura y la culpa. ¿Porqué iba Ethan a confiar en ella? No le había dado muchos motivos en elpasado, pero estaba dispuesta a demostrarle que esta vez no le fallaría.

—No voy a ir a ninguna parte, así que podemos intentar descubrirlo alritmo que necesites —ofreció conciliadora—. Ni siquiera tenemos por quéacostarnos…

—¡No! —La rapidez de su respuesta la hizo reír y él también soltó unacarcajada al darse cuenta de su efusividad.

—Está bien. Entonces el sexo entra en la ecuación, ¿verdad?

Pero ya tenía a Ethan rodeando la cintura con su brazo y acercándola a él.

—Sí, definitivamente el sexo entra en la ecuación —afirmó antes debesarla.

El sexo pausado de noches atrás había caído en el olvido. Ethan la besabacomo si le fuera la vida en ello y la llevó al dormitorio con una rapidezinusitada para un hombre que arrastraba una pierna.

Casi sin darse cuenta, Rebecca y Ethan volvieron a la burbuja de suprimera época juntos, cuando solo existían ellos dos y les costaba recordarque ahí fuera, en el exterior, los esperaba toda una vida. Todo desaparecíabajo la intensa mirada de Ethan, bajo aquellos besos con los que parecía queiban a devorarse el uno al otro, bajo el tacto de sus manos grandes y cálidas.Cada mañana tenían que obligarse a abandonar la cama para dedicarse a susobligaciones: la librería, Huck, las obras, Audrey, el curso…

—Esto no puede ser sano —aseguró Liliana en uno de los escasosmomentos que coincidió con Rebecca en el apartamento, pero la joven selimitó a guiñar un ojo y robarle un par de tomates verdes fritos que Lil habíatraído de la cervecería para llevárselos al piso de enfrente.

Sin embargo, transcurridas un par de semanas, Rebecca tuvo quereconocer que tenían que avanzar. Nunca salían de los límites del apartamentode Ethan y evitaban los temas delicados. Compartían la cama y la mesa, veíanpelículas cómodamente acurrucados el uno junto al otro en el sofá, hablabansobre Oak Farm, la librería, las clases de Audrey… Jamás hablaban sobre larelación que mantenían o sobre el pasado y Rebecca se había guardado lostiernos sentimientos que albergaba hacia Ethan, porque intuía que él aún noestaba preparado para oír esa confesión. Así que se reían, se besaban,hablaban sobre temas superficiales, hacían el amor y compartían los guisos deLiliana, pero ninguno se atrevía a rozar siquiera los asuntos pendientes.

—¿Por qué no alquilamos un velero al viejo Barry? Me apetece hacer algodiferente —propuso por fin Rebecca un domingo por la mañana, pero semordió el labio al ver que la impenetrable máscara de Ethan, ya casi olvidada,había vuelto a cubrir su rostro—. ¿Ethan? ¿Qué pasa?

—Hace tiempo que no navego —reconoció algo tenso.

—¿Desde el accidente? —preguntó con cautela. No quería presionarlo,pero tampoco podían seguir ignorando los problemas.

—No, después de rehabilitación salí a navegar varias veces, pero cuandomurió mi abuelo… no pude… En fin, que hace un año que no me subo a unbarco. Me recuerda demasiado a él.

Rebecca asintió, pensativa.

—¿Sabes? Yo también he estado un año sin bailar. Desde que terminé lacarrera, no volví a ponerme las zapatillas de ballet, pero cuando volví a OakHill sentí la necesidad de bailar de nuevo. No de subirme a un escenario, yasabes que eso no me interesa, sino simplemente bailar… El ballet forma partede mí y negarlo era como rechazarme a mí misma.

No dijeron nada más. Se concentraron en el desayuno, pero, mientrasrecogían las tazas, Ethan carraspeó.

—Yo también echo de menos navegar. Tal vez… —dudó— tal vezpodríamos intentarlo hoy.

Rebecca no le dio tiempo a echarse atrás. Lo empujó hacia la ducha ypreparó unos sándwiches. Después, dejaron a Huck en casa de los Bradley yse dirigieron al embarcadero, donde el viejo Barry Newman recibió a suantiguo ayudante con un gruñido y dispuso para ellos la embarcación favoritade Ethan, aquel pequeño velero en el que navegaron juntos por primera vez.Rebecca reconoció el hambre en la mirada de Ethan cuando recorrió las líneasdel barco y, con la excusa de recoger algo del coche, lo dejó a solas unosminutos para respetar su reencuentro. Cuando regresó, Ethan ya estaba a

bordo, haciendo la revisión rutinaria del barco.

Navegaron casi en silencio durante más de una hora. Ethan parecía absortoen sus propias sensaciones y a Rebecca le bastaba con mirarlo y obedecer sussucintas indicaciones.

—Mi abuelo me dejó el Octopus —dijo al fin—, pero no he vuelto aWrightsville desde su muerte.

—¿Qué haces aquí, Ethan? En Oak Hill, quiero decir, trabajando en lalibrería de tus padres. Tú sabes que no tendrías que estar aquí —apuntóRebecca, esperando que esta vez Ethan no se cerrara.

—No lo sé… Me quedé en el camino y esto era lo más fácil —contestó,encogiéndose de hombros—. Con el accidente no llegué a terminar la carreray, cuando por fin me recuperé, no tenía ánimos para continuar estudiando, asíque me quedé aquí, ayudando a mis padres. Ellos se volcaron en mí cuandosucedió todo, estuvieron a mi lado en el hospital, en casa, en rehabilitación…Fue muy duro para ellos y yo tampoco estuve bien durante mucho tiempo.Echar una mano en la librería al principio fue una forma de incorporarme almundo real y después… No sé, el tiempo pasó y me he quedado atascado…

No era la primera vez que hablaban con sinceridad de aquella época, perotuvo la impresión de que Ethan ya había tenido bastante por un día, así que seacercó, rodeó sus anchos hombros con los brazos y lo besó en el cuello.

—Lo siento mucho. Siento lo que te pasó y todo lo que ha venido después.Debí haber estado a tu lado. Creo que nunca me perdonaré…

—Te eché del hospital —reconoció Ethan— e ignoré tus llamadas y tusmensajes.

—Da igual. Debí quedarme. Sé que habíamos roto, pero te quería y debíahaber estado contigo. Llevo tres años culpándome por haber sido tan cobarde,por no atreverme a desafiarte, pero entonces creí que hacía lo mejor. Te habíahecho tanto daño que no creí que tenerme cerca fuera bueno para ti…

—Está bien, Rebecca. Creo que ya hemos superado eso. Tenías veinteaños y lo hiciste como pudiste. Creo que tú y yo arrastramos demasiada culpa:por lo que hicimos, por lo que no hicimos… ¿Te crees que yo no he lamentadohaber entrado en aquel coche? ¿Cómo habría cambiado todo si no hubieraestado en aquella carretera? Tenemos que dejarlo ir en algún momento…

No volvieron a hablar sobre el tema durante el resto del día y disfrutaronde la excursión, pero cuando regresaron a los apartamentos Creekridge, Ethanla detuvo antes de que Rebecca se despidiera y entrara en su piso y la guio alinterior de su casa.

—Gracias —musitó al tiempo que la desembarazaba de la mochila.

—Tienes que recoger a Huck —murmuró Rebecca, sorprendida por laternura con que la miraba, pero Ethan negó con la cabeza y la besó condulzura, la tomó de la mano y la llevó al dormitorio.

Hicieron el amor con una intensidad desconocida para ellos hastaentonces. Muy despacio, pero con una profundidad nueva que no habíancompartido durante los dos años que estuvieron juntos.

—Abre los ojos —le pedía Ethan cada vez que cerraba los párpados,abstraída en su propio placer, obligándola a ser consciente de su presencia entodo momento. Su ojo apagado parecía lleno de vida, como si hubiera retiradoel velo, y llegó al orgasmo perdida en la oscura y brillante mirada de Ethan,sintiéndose conectada a aquel hombre de forma irremediable cuando lo vioalcanzar su propio éxtasis.

—Te quiero —confesó Rebecca en un susurro con los ojos llenos delágrimas mientras él aún estaba dentro de su cuerpo. Ethan le acarició el peloy la sien y secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas, resbalando hasta laalmohada.

—Yo también te quiero —reconoció.

Se durmió abrazada a aquel cuerpo sólido y cálido, pero cuando despertóno estaba a su lado, sino sentado en una butaca, con aspecto cansado,mirándola a través de los párpados entrecerrados.

—Pareces cansado… —musitó con voz soñolienta y relajada.

—No he dormido demasiado —admitió él con un gesto tan serio que ladespabiló de inmediato—. Te quiero mucho —continuó hablando con tonograve—. Creo que me sentí atraído por ti el día que entraste en la cafetería delinstituto, me enamoré de verdad aquel primer verano que trabajamos juntos enla librería y ahora me he vuelto a enamorar de la mujer en la que te hasconvertido.

Rebecca supo de inmediato que aquello era una despedida y se incorporódespacio, sin quitar la vista de aquel rostro moreno y viril, como si tratara deleer sus pensamientos.

—¿Esto es una despedida?

Ethan asintió muy despacio.

—Lo pensé ayer en el barco después de que habláramos y no he parado dedarle vueltas toda la noche mientras tú dormías. En realidad, es algo que yame había planteado antes, pero no había tenido el valor para hacerlo. Tengoque irme. Estoy atrapado en Oak Hill, en la librería, en una vida que no heelegido y no sé si quiero… Tengo que encontrarme a mí mismo, dejar atrás elpasado y tomar las riendas de mi vida.

Rebecca podía entender aquella decisión, porque era la misma que ellatomó cuando decidió regresar a Oak Hill. Le pareció casi irónico que tuvieranque realizar caminos opuestos para llegar a la misma meta.

—¿Eso significa dejarme atrás a mí también?

Ethan se pasó la mano por el rostro, agobiado.

—No lo sé, Rebecca. No sé qué hacer contigo. Anoche te dije que te

quería y es cierto, no te he engañado, pero la verdad es que ahora mismo nopuedo concentrarme en ti, aunque te quiera, y también debo reconocer que measusta bastante volver contigo y que todo se repita otra vez. Sé que hascambiado mucho, pero no puedo evitarlo… No quiero decirte adiós, perotampoco puedo hacerte ninguna promesa.

Ella asintió despacio y jugó con los pliegues de la sábana que cubría sucuerpo.

—¿Irás a Wrightsville?

—Sí, creo que será un buen punto de partida.

—¿Durante cuánto tiempo?

—No lo sé. Tal vez sean un par de semanas, seis meses, tres años… Notengo ni idea. No voy a pedirte que me esperes. No sería justo para ti.

No, no sería justo para ninguno de los dos. Por un momento pensó enacompañarlo, pero era un viaje que debía realizar solo y ella tenía una nuevavida en Oak Hill y una serie de compromisos (con Lil, con Audrey, con Bella,con Grant, consigo misma) que no podía ni quería ignorar.

—Ven aquí —le pidió, palmeando la cama. Ethan obedeció y se sentójunto a ella. Parecía triste, pero también decidido. Rebecca acarició sucabello oscuro y suave, deslizó las yemas de los dedos por la cicatriz ydespués recorrió su mandíbula y sus labios, como si estuviera ejercitando unamemoria táctil del rostro que amaba—. Ve a Wrightsville o a donde sea que telleven tus pasos, búscate a ti mismo, decide qué hacer con tu vida y tarda todoel tiempo que necesites. Yo estaré aquí y, aunque no me lo pidas, te estaréesperando. No me voy a mover de aquí. Te he querido desde que teníadiecisiete años y ni siquiera los tres años que hemos pasado separados me hanhecho olvidarte, así que supongo que puedo esperar otros tres años; seguiréqueriéndote igual.

—No puedes prometer eso.

—Lo estoy haciendo.

—¿Y si no vuelvo? ¿O si regreso y decido que no te quiero en mi vida?

Rebecca se encogió de hombros.

—Es un riesgo que tengo que correr.

Ethan se abalanzó sobre ella y le dio un beso duro, avasallador,presionando con fuerza su boca contra la de ella.

—Dejarte ahora mismo es una de las cosas más difíciles que he hechojamás —aseguró, estrechándola entre sus brazos.

Ethan aun tardó tres días en marcharse. Vació el apartamento, se despidióde sus padres y, cuando tuvo cargado el coche, Liliana y ella bajaron adespedirlo. Rebecca se abrazó a Huck, mientras Lil le deseaba buen viaje aEthan y le entregaba unos envases con comida. Luego se apartó con discreciónpara que la pareja pudiera despedirse con cierta intimidad, pero ya se habíandicho todo lo que tenían que decirse, así que se limitaron a abrazarse. Con elrostro enterrado en el hombro de Ethan, Rebecca no pudo evitar los sollozos, ysintió que los brazos masculinos la asían con más fuerza.

—Estoy tentado a meterte en el coche y llevarte conmigo, pero no debohacerlo —susurró Ethan en su oído. Ella se calmó lo suficiente como parasepararse de él y entregarle una carpeta.

—Las cartas de John y Violet. He pensado que te gustaría leerlas —explicó con una débil sonrisa.

Ethan le dio un último beso, cargado de ternura. Luego metió a Huck en elcoche y se situó tras el volante. La miró por última vez, con esos cautivadoresojos negros, y arrancó el coche. Rebecca vio desaparecer el vehículo calleabajo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, y sintió el brazo deLiliana rodeando sus hombros.

—Arriba tengo una botella de Campari que lleva nuestros nombresescritos.

—No creo que emborracharme me ayude demasiado ahora. —Rebeccasacudió la cabeza, pero Liliana la miró enarcando las cejas y ambas acabaronsonriendo, aunque la de Rebecca resultó una sonrisa triste—. Aunque supongoque es mejor plan que encerrarme a llorar en mi habitación.

—Acabarás llorando igual, pero yo lo soportaré mejor —añadió Lil,empujándola hacia el ascensor.

Capítulo 20

Durante dos años la felicidad estuvo en Rebecca, en sus largasconversaciones nocturnas por teléfono, en los apasionados reencuentros quelos sepultaban bajo las sábanas durante horas, en el brillo alegre de sus ojosen los momentos de placidez, cuando se permitía bajar las defensas. Peroambos estaban llenos de contradicciones y el proceso de crecer, de conocersea sí mismos, de recuperarse el uno al otro en cada reencuentro tras largasseparaciones les acabó pasando factura. Así que, aunque ambos se habíanhecho promesas firmes, no podían evitar sus auténticas naturalezas. Rebecca aveces se deshacía en sus brazos y en otros momentos huía de él, desconfiandode sus propios sentimientos. Ethan tenía la sensación de estar siempre alerta,siempre en el borde del puente, tratando de agarrar a la chica que amaba ydispuesto a lanzarse al vacío tras ella. La mayoría de las peleas nacían de lanecesidad de él de hacer planes a largo plazo y la exigencia de ella demantener los pies en el presente, sin pensar en el futuro. Sus discusiones erantan apasionadas como sus reencuentros, pero los desgarraban poco a poco ylos cuatro mil kilómetros que los separaban dificultaban las reconciliaciones.Sin embargo, el final de su relación los cogió a los dos por sorpresa yasistieron a él incrédulos, casi como si fueran espectadores de su propio dolory no los protagonistas.

Se habían visto por última vez poco después de Navidad, cuando Ethanvoló a Seattle para verla actuar en una exhibición de dúos. Rebecca y uncompañero presentaron un bellísimo pas de deux del primer acto de Lahistoria de Manon, apenas cinco minutos, pero no necesitaron más paraensombrecer al resto de los bailarines. Viéndola actuar, Ethan aún no daba

crédito a sus reticencias para subirse a un escenario. Rebecca dio vida a unaManon coqueta, juvenil y deliciosa en un baile que comenzaba juguetón y,arrastrado por el deseo, acababa convirtiéndose en una danza cada vez mástórrida y apasionada. Ethan Bradley jamás habría creído que el ballet pudieraresultar sexy hasta que vio a su novia convertida en una provocativa yenamorada cortesana francesa y él se enamoró un poco más de ella, comosucedía cada vez que la veía bailar.

Aquella noche hicieron el amor muy despacio y él se sintió tan cerca deella que creyó que podrían fundirse en uno solo. Tal vez por eso los siguientesmeses de separación fueron tan difíciles, tanto que no conseguía centrarse ensu proyecto final de carrera y una obsesiva idea empezó a dar forma en sucabeza. Necesitaba recuperar la calma y solo conseguiría hacerlo junto aRebecca, así que reunió los pocos ahorros que le quedaban y voló a Seattlecon intención de poner las cartas sobre la mesa.

Fue un triste y lluvioso sábado, de esos que abundaban en la ciudad, pero aEthan y a Rebecca no les importaban el cielo nublado, la oscuridad desde lascuatro de la tarde ni el frío intenso. Ella lo había recibido con una sonrisaradiante, esa preciosa sonrisa que parecía guardar solo para él, y desdeentonces no habían salido al exterior más que para comprar algo de cena.Ethan estaba impaciente por sacar el asunto que quería tratar con su chica,motivo real de aquel viaje, pero no encontraba el momento adecuado. Tal vezse atrevería a hablarlo cuando terminara la película que estaban viendo en elportátil.

—Me han pedido que haga una prueba para la escuela del American Ballet—anunció de pronto Rebecca—. Parece ser que uno de los profesores estabade visita y me vio en una actuación. La profesora Lawson insiste en que es unaoportunidad increíble y que no puedo dejarla pasar…

—¿Y vas a hacerla?

—No lo sé… Lo estoy pensando.

—Ya… Corrígeme si me equivoco, pero esa escuela está en Nueva York,¿verdad? —Rebecca asintió—. ¿No rechazaste Juilliard, que también está enNueva York?

—De eso hace casi dos años. Las cosas han cambiado…

—Claro… —Ethan apagó la película y se giró hacia su novia—. Ya sabesque estoy en mi último año y después pensaba hacer un posgrado. He estadoviendo uno muy interesante aquí en Seattle. Tiene un buen programa, peroreconozco que lo que más me gusta es que tú estás aquí.

—¿Quieres venirte a Seattle?

—Solo si vas a estudiar aquí el próximo curso. Si te vas a ir a NuevaYork, tendría que replanteármelo.

—No puedes depender de lo que yo haga para proyectar tu carrera —protestó Rebecca.

—Claro que puedo. Eres mi novia, llevamos casi dos años juntos y megustaría vivir en la misma ciudad. De hecho, lo que realmente me gustaría esque viviéramos juntos.

Rebecca soltó un respingo y se puso en pie con rapidez.

—¿Vivir juntos? ¿Tú y yo? Ese es un paso muy serio, Ethan… No… no sési estoy preparada para esto.

—No sería de inmediato. Todavía faltan muchos meses…

La miró pasearse nerviosa por la habitación, retorciéndose las manos ycon expresión angustiada. A lo largo de su relación, Rebecca había pisado elfreno demasiado a menudo, evitando mirar al futuro y levantando barrerascuando la asustaba la intensidad de sus sentimientos. Ethan era consciente deello y no tendría que haber planteado la cuestión de golpe. Su plan inicialconsistía en hablarle de su traslado a Seattle y poco a poco irla convenciendopara vivir juntos, pero al final todo se había precipitado.

Los titubeos iniciales se convirtieron en una discusión épica que se les fuede las manos.

—Tengo la sensación de que siempre soy yo el que tira de esta relación yque tú solo te dejas llevar o te da por complicarlo todo —afirmó Ethan ante laexpresión perpleja de su novia en un momento de la pelea.

—¿Que yo lo complico? ¡Tú eres el que quiere que nos vayamos a vivirjuntos siendo demasiado jóvenes! Acabo de cumplir veinte años, Ethan.¡Veinte! No puede extrañarte que no sea capaz de asumir ese tipo decompromiso…

—Ni de ese tipo ni de ninguno, porque siempre estás alejándote de mí…

—A lo mejor es que tú dependes demasiado de mí. ¡No puedes elegir elposgrado en función de lo que yo haga! Y no quiero que condiciones mispropias elecciones. ¿Y si te inscribes en Seattle y yo luego quiero ir a NuevaYork? ¿Tendría que quedarme aquí por ti o irme sintiéndome culpable?

—¡No te pido que renuncies a nada! Solo que escojas una opción para queyo pueda estar en la misma ciudad que mi novia o al menos en la misma franjahoraria, porque no tiene sentido que cada uno estemos en una punta del país.

—Ha funcionado muy bien hasta ahora.

—Tal vez para ti, Rebecca, pero yo necesito más, así que tienes queempezar a tomar decisiones. Sé que te cuesta, pero lo necesito.

—Ah, claro, tú lo necesitas y yo tengo que solucionarlo. ¡Muy maduro,Ethan!

—No me hables de madurez, cariño, cuando te comportas como una niñaque no sabe lo que quiere. Quieres estudiar ballet, pero no quieres subirte a unescenario; dices que estás enamorada de mí, pero sales corriendo cuando lascosas se ponen algo intensas; quieres mantenerte lejos de tu familia, pero no teimporta usar las tarjetas de papá…

Se había pasado de la raya. Lo supo en cuanto los labios de Rebecca seconvirtieron en una fina línea.

—No quería decir…

—¿Quieres que tome decisiones? Muy bien. Quiero que salgas de aquíahora mismo y que nos demos un tiempo para pensar en lo que queremos.

Un espeso silencio cubrió la habitación en cuanto Rebecca terminó dehablar. Incluso ella parecía sorprendida de sus propias palabras.

—¿Estás rompiendo conmigo? —consiguió decir Ethan, incrédulo.

—Está claro que buscamos cosas distintas.

—No lo hagas, por favor.

—Tú hablas ya de vivir juntos y yo no estoy en esa página. Me parece queni siquiera estoy en el mismo libro.

—Déjate de metáforas… ¿Estás rompiendo conmigo? ¿En serio? —Rebecca pareció dudar, pero al final asintió—. ¡Es el colmo! Esta vez novendré a buscarte, ¿sabes?

Cuando regresó a Blacksburg, aún no entendía cómo habían pasado de veruna película a romper su relación, pero no estaba dispuesto a arrastrarse másante aquella chica demasiado cobarde para comprometerse de verdad. Depronto, Ethan comprendió que Rebecca se encontraba muy cómoda con surelación a medias, porque en realidad seguía siendo la misma adolescenteconfusa y asustada que había perseguido con la mirada por los pasillos delinstituto. Los cuatro mil kilómetros entre ambos se adaptaban muy bien a sunecesidad de mantener las distancias, pero él ya no podía conformarse coneso. La quería demasiado y, en el fondo, sabía que Rebecca también lo amaba.Decidió dejarle tiempo para reflexionar, convencido de que ella acabaríadándose cuenta de su error, pero pasaron las semanas y no tuvo noticias.Incrédulo, furioso y herido, empezó a darse cuenta de que tal vez la había

perdido para siempre, de que ella lo había dejado atrás. A veces algo le decíaque, si volaba a Seattle, lograrían arreglar aquel desaguisado, pero no podíanseguir así toda la vida. Así que permaneció en Blacksburg, enfadado y triste,soñando con Rebecca cada noche y odiándola un poco cada mañana. Esta vezni los estudios ni el deporte le sirvieron de refugio, su proyecto de fin decarrera no avanzaba y sus notas empezaron a bajar.

Las vacaciones de primavera llegaron sin que se diera cuenta. Paraentonces había empezado a reconocer su parte de culpa en la ruptura. No debíahaber presionado a Rebecca. Ella no estaba preparada y él había tratado deforzarla a tomar una decisión demasiado importante. Reconocer sus errores ensolitario no arreglaba nada, así que tal vez aquellas vacaciones tendría quehablar con ella, pensó mientras cargaba su Pontiac.

La mirada algo preocupada de su madre cuando bajó del coche le dio laprimera pista y tuvo que mirarse atentamente al espejo para reconocer queestaba bastante desmejorado. Había perdido peso, unas marcadas ojerascircundaban sus ojos y había algo en su rictus, una cierta amargura, que antesno existía. Era incapaz de reconocerse a sí mismo en la imagen que ledevolvía el espejo y fue entonces cuando decidió que había llegado elmomento de hablar con Rebecca y zanjar el asunto de una vez. Solo veía dosopciones: volver con ella o dejarla marchar y no estaba seguro de cuál de lasdos prefería. Sin embargo, no iba a tener posibilidad de elegir, porque al díasiguiente de su llegada a Oak Hill se encontró con Liliana y le contó queRebecca había viajado a Los Ángeles para pasar las vacaciones con su madre.No podría verla y tampoco volar a L.A. y, desde luego, no era cuestión deresolver el asunto por teléfono, mucho menos cuando Rebecca estaba con sumadre. Sabía cómo afectaba la presencia de sus padres al humor de la joven.No, desde luego no era el mejor momento para hablar con ella. Así queholgazaneó en casa, se dejó cuidar por su madre, que cocinó todos sus platosfavoritos, y se zambulló en un ciclo completo de películas de James Bond.Estaba tan harto de su propia compañía que casi aulló de alegría cuando

Tommy llamó para invitarlo a una fiesta en una discoteca de Charlotte.

Fueron a la ciudad en el Pontiac de Ethan con un amigo de Tommy que seautoproclamó conductor designado, de forma que Ethan y Tommy podríanbeber. Llegaron al club cuando la fiesta ya llevaba un buen rato. El sitio eraimpresionante. Las paredes estaban cubiertas por inmensas pantallas y en elenorme escenario un conocido DJ dirigía un espectáculo con bailarinesprofesionales que arrancaba entusiastas vítores a un público enardecido.Tommy le presentó a un montón de gente, pero Ethan no registró un solonombre. Aquella noche le apetecía distraerse y olvidarse de los últimosmeses. La primera copa lo relajó un poco, la segunda le sentó aún mejor, conla tercera le hacían gracia todos los chistes malos de Tommy y a partir de lacuarta perdió la cuenta de las copas y se sumergió en una agradable neblinaque embotaba su cerebro. En algún punto, la noche se volvió un recuerdoborroso de música demasiado alta, luces de colores, chicos que reían conestruendo, chicas semidesnudas que bailaban a su alrededor (pero ningunatenía los ojos del color de un cielo de tormenta ni la piel fría y pálida, ningunatenía los hombros perfectos, los labios de un sorprendente tono rosado y laespalda recta y elegante). En algún momento, demasiado borracho, se dejócaer en un sofá de piel negro para decirle incoherencias a una chica (o dos, nosabía bien); dijo algo sobre chicas con miedo al compromiso y chicos que nosaben manejarse con las relaciones a distancia. A la chica (o chicas) no ledebió resultar interesante la charla, porque la última copa se la bebió a solas,sentado en el mismo sofá, mirando la multitud de cuerpos que se movían en lapista. En medio de la neblina vio acercarse a Tommy y lo escuchó decir queera hora de irse mientras lo ayudaba a ponerse en pie. Fue entonces cuando seencontró realmente mal. Todo a su alrededor daba vueltas, sentía el estómagorevuelto y ninguno de sus miembros parecía ser capaz de sostenerlo. EntreTommy y su colega lo sacaron de la discoteca y agradeció el golpe de airefresco en la cara, pero su alivio fue solo momentáneo, porque su estómago dioun salto y vomitó en la acera, mientras los otros dos chicos lo sujetaban. Aun

vomitó otra vez antes de entrar en el coche medio inconsciente. Lo metieron enel asiento de atrás para que durmiera la mona durante el trayecto de vuelta aOak Hill y dejaron abierta una de las ventanillas para airear el olor a vómito.Nadie se acordó de ponerle el cinturón y él, tirado de cualquier forma en elasiento de atrás, ya había caído en una inquieta duermevela cuando el cochearrancó.

No se enteró de nada. Después le contarían que un conductor condemasiadas horas de viaje los embistió en un cruce. El impacto los sacó de lacarretera, pero él ya estaba inconsciente cuando llegaron las ambulancias; talvez nunca llegó a despertar de su sueño ebrio y por eso no recordaba nada delgolpe. Los dos conductores salieron prácticamente ilesos, con algunasmagulladuras y una fractura de muñeca en el caso del colega de Tommy.Markey necesitó un collarín durante un tiempo y lució aparatosos moratones enel torso y la espalda, pero Ethan se llevó la peor parte. De haber llevadocinturón, él también habría salido del impacto sin apenas consecuencias, perola falta de sujeción le regaló un esguince cervical, una fractura del peroné, untraumatismo leve y una lesión ocular, además de la herida en el rostroproducida por la rotura de un cristal. Cuando despertó, ya había pasado porquirófano y llevaba cuatro días inconsciente, sin que los médicos pudieranpredecir cuándo despertaría.

Un insistente y constante pitido atravesó las capas de niebla que envolvíansu mente. Estaba completamente desorientado y al abrir los ojos (el ojo) laintensidad de la luz le obligó a volver a cerrarlos (a cerrarlo). Movió un pocolos dedos. Sentía una molesta presión en la mano y el brazo le pesabademasiado.

—¿Ethan? —Una voz desconocida repitió su nombre varias veces. Alguiense movía a su alrededor y aquello lo obligó a abrir de nuevo los ojos (el ojo)—. Bienvenido, chico. Nos has dado a todos un buen susto.

Jamás había visto a aquella mujer de mediana edad, pero tenía una mirada

amable y un aspecto maternal. Quiso hablar, pero la garganta le ardía y no fuecapaz de pronunciar una sola palabra.

—Llamaremos al doctor, ¿de acuerdo?

—¿Dón-dónde estoy? —logró preguntar haciendo un verdadero esfuerzo,aunque la voz que escuchó no parecía la suya, sino una voz agrietada quehablaba con demasiada lentitud, como si las palabras estuvieran atascadas ensu garganta.

Nadie respondió, pero a los pocos segundos había alguien más a sualrededor y una luz intensa le cegó el ojo derecho. Cuando la luz desapareció,tuvo que parpadear varias veces para recuperar la visión nítida. Un hombrecon una bata blanca lo examinaba con atención y le preguntaba algo, pero lecostaba entenderle. Su cerebro estaba ocupado procesando todo lo que lorodeaba y por fin entendió que se encontraba en un hospital.

—¿Q-Qué ha pasado? ¿Qué hago aquí? —Su voz volvió a sonar extraña,aunque tal vez algo menos rota. El médico dijo algo sobre un accidente ymencionó el nombre de un hospital de Charlotte, pero Ethan estaba demasiadoaturdido. Lo último que recordaba era vomitar a la salida de la discoteca.

—¿Tommy está bien?

El médico ignoró la pregunta mientras terminaba de examinarlo. Le hizoalgunas preguntas y después dio instrucciones a la enfermera antes deabandonar la habitación.

—Muy bien, Ethan. Ahora vamos a dejar entrar a tus padres unos minutos,pero se irán pronto, porque tienes que descansar. Ya habrá tiempo para queestés con ellos.

—¿Tommy está bien? —preguntó de nuevo, pero la enfermera ya se habíamarchado. No supo cuánto tiempo pasó hasta que la puerta volvió a abrirse. Sumadre avanzó con rapidez hasta la cama y se inclinó sobre él. Tenía los ojosllenos de lágrimas, pero sonreía. Detrás de ella, su padre, que parecía haber

envejecido una década, lo miraba con ansiedad. Ambos le hablaron consuavidad, siguiendo indicaciones de la enfermera.

—¿Tommy está bien? —inquirió de nuevo, ignorando las palabras de suspadres.

—Tommy está bien y el otro chico también. Han venido todos los días parapreguntar por ti y querrán verte en cuanto lo permita el médico.

Le invadió una sensación de alivio y, ya acallada su principalpreocupación, empezó a ser consciente de su propio estado. Lo más llamativoera que tenía buena parte de la cara vendada y notaba la pierna izquierdainmovilizada.

—¿Cómo estoy? ¿Qué han dicho los médicos?

Sus padres intercambiaron una mirada de preocupación, antes de volversehacia él.

—A lo mejor deberíamos esperar a que venga el doctor y él mismo te locuente. Dijo que volvería en un par de minutos…

Ethan iba a protestar, pero se vio interrumpido por la repentina entrada delmédico que lo había atendido antes. Se presentó como el doctor Ragland ydespués empezó a hablar sobre su estado. Aturdido, escuchó palabras comofractura, corte profundo, lesión ocular, operación… Y antes de que tuvieratiempo de procesar toda la información, el médico se despidió hasta el díasiguiente y la enfermera les concedió a sus padres un par de minutos antes deirse.

—¿Qué ha dicho del ojo? —preguntó, aún perplejo.

—No te preocupes por eso ahora, cariño —indicó su madre, acariciándolocon suavidad, como si temiera hacerle daño, pero no fuera capaz de resistirsea tocarlo—. Lo importante es que has despertado. Ya iremos viendo todo lodemás.

Durmió muchas horas, despertándose a ratos cuando las enfermerasentraban en la habitación para controlar sus constantes vitales, cambiarle elsuero y vigilar la medicación. Al día siguiente volvió a pasar el doctorRagland, acompañado por un par de especialistas, y entre todos extendieron unpoco más sus explicaciones. El traumatólogo se mostró positivo en susprevisiones, aunque hizo hincapié en lo largo del proceso, pero el oftalmólogose manifestó más prudente. Por la tarde, permitieron una nueva visita de suspadres.

—Rebecca quiere verte —dijo su madre antes de irse—, pero le han dichoque hasta mañana no podrá pasar.

Su cerebro trabajaba muy lento aquellos días y le costó asimilar lo quedecía su madre.

—¿Rebecca está aquí?

Sintió una extraña opresión en el pecho que no tenía nada que ver con lasheridas.

—La llamé cuando te ingresaron y vino de inmediato. Está muypreocupada.

¿Preocupada? Ella lo había dejado, no se había vuelto a poner en contactocon él, se había ocultado en Los Ángeles para no tener que verlo (no veía otrarazón para que visitara a su madre durante las vacaciones de primavera) y, derepente, tenía un accidente y se presentaba en la ciudad para estar a su lado.Una rabia sorda le persiguió toda la noche.

La dejaron visitarlo al día siguiente y, aunque quiso negarse a verla, lamaternal enfermera Karen lo regañó con tono cariñoso.

—¡No digas tonterías! ¿Cómo no vas a ver a tu novia? Esa pobre chicalleva una semana prácticamente viviendo en la sala de espera.

—No es mi novia —masculló por lo bajo, pero Karen lo ignoró o tal vez

ni siquiera lo oyó, porque salió de la habitación y sostuvo la puerta para queentrara Rebecca.

Estaba más pálida que de costumbre, con visibles señales de cansancio enel rostro, la ropa arrugada y el pelo castaño claro recogido en un moñodescuidado del que se escapaban varios mechones. Una sonrisa tensa cruzabasu rostro y parecía no saber qué hacer con las manos.

—Hola —murmuró cuando estuvo junto a su cama, pero Ethan, que lahabía observado de reojo, fijó la vista en la pared y la ignoró. Ella carraspeóantes de volver a intentarlo—. Hola, Ethan.

Su nombre sonó como un suspiro y algo aleteó en el corazón de Ethan,pero se obligó a no sentirlo. No quería verla, no quería que estuviera allí, nola quería junto a él por las razones equivocadas. Había tenido dos largosmeses para buscarlo y no lo había hecho.

Unos delicados y fríos dedos se deslizaron sobre su muñeca y él la apartócon brusquedad, más enfadado consigo mismo que con ella, porque su levetacto había disparado los latidos de su corazón. Agradeció que aquella mismamañana hubieran retirado el monitor cardíaco que registraba su pulso, porquede otra forma habría sido muy evidente la manera en que Rebecca lo afectaba.

—¿Cómo te encuentras?

Había en su pregunta un tono tímido que jamás había escuchado en ella,por lo que no pudo evitar mirarla. Fue un error, por supuesto, porque leyó lacompasión en su mirada y supo que se quedaría junto a él, pero no quería supena. Había querido su amor, pero Rebecca podía guardarse su lástima, volvera Seattle y quedarse para siempre en la otra punta del mapa.

—Quiero que te vayas. —Incluso a él mismo le sorprendió la severidad desu tono.

Rebecca lo miró anonadada, más pálida que nunca.

—No… no lo dices en serio, Ethan.

—Lo digo completamente en serio. Quiero que salgas de aquí y novuelvas.

—Ethan, por favor, sé que las cosas entre nosotros no están bien…

—¿No están bien? —Soltó una risita sarcástica, que terminó en una tosseca—. Me dejaste hace dos meses. Dos putos meses. Y apareces aquíahora… ¿Para qué? ¿Para sentarte a mi lado y velar mi maltrecho cuerpo?Pues gracias, pero no te quiero aquí. Vuelve a Seattle y déjame en paz.

Siguió el movimiento de su garganta cuando tragó saliva y le pareció quele temblaban ligeramente las manos.

—No voy a irme, Ethan. Yo… cometí un error, lo sé. Lo siento. Estoy aquíporque te quiero y quiero estar a tu…

—¡No! —La interrumpió. No quería oír sus disculpas, ya no—. No quierooírlo. ¿Has visto cómo estoy? Tengo un tiempo largo de recuperación pordelante y necesito canalizar en ello todas mis energías. Y no podré hacerlo contu drama personal al lado. No te quiero aquí. Estaré más pendiente de cuándosaldrás huyendo y me dejarás tirado que de mi propia recuperación y ahoranecesito centrarme en mí mismo. Así que, si realmente me quieres, hazme casoy vete.

Al final de su discurso estaba tan cansado que casi no le salía la voz. Soloquería cerrar los ojos (el ojo) y dormir, pero se obligó a permanecerdespierto, atento a la reacción de Rebecca. La joven lo miró con los ojoshúmedos. Parpadeó varias veces y movió la cabeza de un lado a otro de formacasi imperceptible, como si estuviera tomando una decisión. Ethan tuvo unaúltima visión de las delicadas facciones de su rostro cuando se inclinó sobreél y depositó un beso suave en la comisura de sus labios. Lo envolvió porúltima vez su aroma a vainilla, y después ella simplemente se fue. Salió de lahabitación sin mirar atrás y lo último que vio fue su espalda recta y elegante y

el moño recogido de cualquier manera que amenazaba con deshacerse de unmomento a otro.

Tardó doscientos cincuenta días en recuperarse. Doscientos cincuentalargos días con sus doscientas cincuenta largas noches. Casi nueve meses desu vida dedicados a salir adelante, sabiendo que nunca volvería a ser elmismo. Pasó ocho semanas inmovilizado, mientras el hueso del peronésoldaba, y después inició un largo proceso de rehabilitación, que incluyóejercicios de fisioterapia, hidroterapia, ultrasonidos y otros complejostratamientos. Doscientos cincuenta días de dolor, de frustración, de esfuerzo,de creer en sí mismo, de pensar que no lo conseguiría nunca, de repetir una yotra vez los mismos ejercicios, de probar los límites de su propio cuerpo pararecuperar el máximo de movilidad posible, aunque al final la cojera fueineludible. El ojo izquierdo llevó su propio proceso y, tras una complejaintervención, supo que había perdido para siempre el sesenta por ciento de suagudeza visual.

Fueron doscientos cincuenta días y cada uno de ellos pensó en Rebecca.Al principio llegaron llamadas y mensajes que él ignoró deliberadamente yque se fueron espaciando en el tiempo hasta desaparecer. Fue entonces cuandoempezó a soñar que Rebecca volvía por él, pero poco a poco fue evidente queRebecca había salido de su vida. A veces se arrepentía de haberla echado delhospital y otras veces agradecía que no se hubiera quedado junto a él, quetuviera la posibilidad de encontrar un hombre completo al que amar sinreservas. Pero en sus días más egoístas la odiaba por haberle hecho caso yabandonarlo en el peor momento de su vida, en vez de luchar por él.Recordaba todas las veces que fue a buscarla cada vez que ella flaqueaba ysupo que, en una situación inversa, él se habría quedado a su lado, sinimportar que ella hubiera tratado de echarlo. En cambio, Rebecca había vueltoa tomar el camino fácil, había vuelto a huir de él, dejándolo solo, hundiéndoloen la oscuridad, y al final aquel sentimiento prevaleció sobre los demás,envenenando poco a poco todos los buenos recuerdos que guardaba de ella.

Cuando fue capaz de empezar a hacer una vida normal, guardó a Rebeccaen un amargo rincón de su memoria y allí permaneció hasta la tarde en que laencontró junto al mostrador de The Blue Owl, hablando con Susie Collins, yse odió a sí mismo porque, pese a todo el dolor que le había provocado esachica, su corazón volvió a saltarse un latido cuando miró aquellos preciososojos del color de un cielo de tormenta.

Capítulo 21

La primera fotografía llegó tres semanas después de la marcha de Ethan.Habían sido tres largas y tristes semanas, en las que Rebecca había procuradoconcentrarse en un millón de actividades que la impidieran arrepentirse porhaber dejado marchar de nuevo al amor de su vida. Por suerte, esta vez notenía que lidiar con la culpa y Liliana supuso un gran apoyo en los momentosbajos, pero eso no evitaba que un dolor sordo la acompañara a todas partes.

Las obras de Oak Farm, las reuniones con la decoradora y las clases lamantenían bastante ocupada durante el día y solo por las noches, recluida en laoscuridad de su cuarto, se permitía pensar en Ethan, en recordar el tactoáspero de su barbilla sin afeitar, sus ojos entrecerrados cuando trataba deentenderla y el cuidado reverencial con el que manejaba los libros. Loimaginaba a bordo del Octopus, guiando el timón y con el viento desordenandosu pelo. Tal vez no estaba navegando, pero Rebecca no podía imaginar unescenario mejor para él.

A primeros de noviembre, acompañó a Audrey a Boston para hacer laspruebas de danza. La adolescente estaba tan nerviosa que no paró de hablardurante el viaje, pero en cuanto llegaron a la ciudad se sumió en un aterradormutismo, del que solo consiguió arrancar algunos monosílabos. Se alojaron enun hotel de Fenway, a corta distancia de la sede del conservatorio, y cenaronen un restaurante italiano que Alison frecuentaba en su época de estudiante dela Northeastern y que le había recomendado en su última conversación porteléfono. Al día siguiente acompañó a Audrey al conservatorio y se despidióde ella en la puerta con un gran abrazo.

—Tranquila, los vas a deslumbrar —aseguró. Vio a la adolescente tragarsaliva. Parecía aterrada e insegura, así que Rebecca procuró sonar firme yesbozar una alegre sonrisa—. Estás en el Conservatorio de Boston, un sitioalucinante. Ya es increíble que te hayan seleccionado para las pruebas, así quedisfrútalo.

La vio alejarse con el corazón encogido. Había llegado a coger cariño aaquella adolescente contestona, temperamental y voluntariosa. La chica tendríaun largo día por delante, ya que las pruebas incluían la asistencia a dos clasestécnicas, una de ballet y otra de danza moderna, la presentación de un solo yuna entrevista personal. La había preparado concienzudamente para todas laspruebas, pero Rebecca había llegado al final del camino y desde aquel puntoAudrey debía volar sola.

Rebecca había estado en Boston varias veces de niña y visitó en un par deocasiones a Ali cuando estudiaba en la Northeastern, así que conocía bastantebien la ciudad. Desayunó en un coqueto café de Back Bay, paseó por laselegantes y románticas calles de Beacon Hill y se adentró en el parqueCommon, donde disfrutó de los intensos colores del otoño bostoniano.Después se dirigió hacia los muelles y recorrió parte del extenso paseomarítimo sin dejar de pensar en Ethan. Comió un sándwich en North End y nopudo resistirse a las deliciosas pastelerías del barrio. Un capuchino y undelicado pastel de chocolate la ayudaron a sacudirse la melancolía que habíaprovocado el recuerdo de Ethan y, cuando regresó al hotel, estaba tan cansadaque se quedó dormida. Se despertó con el regreso de una Audrey más relajadaque la adolescente que había dejado a las puertas del conservatorio.

—Estoy contenta —aseguró la chica con una sonrisa confiada—. No sé siconseguiré la plaza, pero lo he hecho bien.

—Entonces vamos a celebrarlo —contestó Rebecca—. Tengo una sorpresapara ti.

Cenaron en un restaurante japonés y, luego, Rebecca llevó a una

asombrada Audrey al Opera House para ver una actuación del ballet de laciudad.

—Creo que no olvidaré nunca este día —suspiró Audrey feliz cuandosalieron del teatro, todavía con los gráciles movimientos de los bailarines enla retina. La joven dio unos pasos de baile en la acera mientras tarareaba unfragmento de El Cascanueces, provocando miradas curiosas en un par detranseúntes y la risa de Rebecca, una risa algo triste, porque la representaciónle había traído el recuerdo de otro Cascanueces que vio en Charlotte con Ethanen sus primeras navidades juntos, antes de que ella volara a Los Ángeles,regresara con el humor sombrío y lo estropeara todo una vez más.

De regreso a casa, recibió la grata sorpresa de que Oak Farm por fin teníaventanas nuevas y los electricistas estaban terminando la actualización delcableado en la planta baja. Su primera intención fue llamar a Ethan paracontárselo, pero recordó a tiempo que estaba dándole espacio, así que en sulugar marcó el número de Grant. Su hermano parecía algo cansado, pero semostró contento de que las cosas en la granja avanzasen.

Estuvo tentada a acercarse a casa de los Bradley o a la librería para pedirnoticias de Ethan, pero desistió de hacerlo. No quería convertir de nuevo aYvonne en su espía. No era un papel agradable para una madre, por muchocariño que tuviera a Rebecca, y ya lo había hecho en el pasado, después deque Ethan la echara del hospital. Rebecca recordó cómo regresó a Seattledestrozada. Ethan podía haber muerto, estaba terriblemente herido, y ella teníaque mantenerse lejos de él. Él había expresado con claridad su deseo y ellasabía que era justo que no quisiera tenerla a su alrededor. No tenía derecho aestar junto a él, pero eso no evitó los meses de angustia, que solo conseguíamantener a raya con el ballet y las llamadas a Yvonne para enterarse delestado de salud de Ethan. Un año después, con Ethan ya recuperado de suslesiones, la propia Yvonne sugirió que había llegado el momento de queRebecca soltara el amarre.

—Estás atascada, cariño. Ethan está empezando a encauzar su vida y túdebes hacer lo mismo. Vuelve por él o déjalo ir, pero no te quedes en medio.

No creyó que volver por él fuera ya una opción. Ethan no quería sabernada de la chica que había roto con él, la novia que no había sabido quererlodurante los dos años que duró su relación, que no había sabido comprometersedel todo. No había estado a la altura y ya no había marcha atrás. Se dejócomer por el miedo y la incertidumbre y después se mantuvo lejos durante elpeor momento de su vida, creyendo que era lo mejor para él, aunque ya noestaba tan segura de eso. Una mujer más fuerte se habría quedado a su ladopese a todo. Claire Higgins se habría quedado junto a él, pero Rebecca tomóla salida fácil. Reconocer la verdad solo sirvió para sumirla en una especie deletargo emocional del que meses después la sacó Scott. Otro mayúsculo errorque añadir a la lista, pero estaba harta de cometer errores, así que dejaría queEthan hiciera su propio camino y no pondría a Yvonne en una situación difícil.

No hizo falta, de todas formas. A mediados de noviembre, mientras elegíalos azulejos para los aseos de la planta baja, le llegó un mensaje de Ethan.Solo contenía una foto, una imagen del mar, un mar calmado y azul en un díadespejado. Ni una sola palabra acompañaba la fotografía, pero para Rebeccafue suficiente. Empezó a llorar ante la mirada atónita de Liliana, NathanReynolds y el dependiente de la empresa cerámica, y tuvo que salirprecipitadamente de la tienda. Cuando consiguió calmarse, su primer impulsofue escribirle para saber cómo se encontraba, pero se detuvo a tiempo. Tal vezEthan había enviado una imagen porque aún no estaba listo para usar palabras.Así que volvió dentro, tranquilizó a Liliana, escogió un elegante azulejo encolor arena y regresó a casa. Tras aparcar, dio un largo paseo por Weston Parkpara aclarar la cabeza. Le encantaba la explosión de colores otoñales, aunquepronto los árboles estarían desnudos y grises. Pero todavía los tonos rojizos,anaranjados, amarillos y marrones se combinaban en perfecta armonía. Sinpensarlo, hizo una foto con su móvil y se la envió a Ethan con una sonrisa enlos labios.

—¿Qué harás en Acción de Gracias? —preguntó Liliana unos díasdespués.

Rebecca se encogió de hombros. Solía pasar Acción de Gracias en casa desu padre. Todos los años Alexa organizaba una insufrible y elegante cena, a laque asistía su insoportable familia. Rebecca y Grant se sentaban a la mesa conun ojo puesto en el reloj, deseando que la cena acabase cuanto antes parapoder retirarse a sus habitaciones. Sin embargo, aquel año no había recibidoninguna llamada, así que supuso que estaba excluida de la celebraciónfamiliar.

—No lo sé. Supongo que podría volar a Los Ángeles y pasarlo con mimadre…

—¿Cenas con nosotros? A mamá y a Jason les encantaría que vinieras…

Lil no tuvo que insistir demasiado, porque nada le apetecía menos quevolar a L.A. para recibir la oleada de críticas de su madre. En cambio, ElenaPeña recibió con los brazos abiertos a Rebecca, a la que hacía años que noveía.

—¿Ya no estás enfadada conmigo? —preguntó la antigua cocinera de losMiller mientras recorrían juntas el pequeño hotel y la casa. Había sido unaadolescente muy egoísta, reconoció avergonzada, pero Elena se rio y le dio unsonoro beso—. Tu hermano y tú sois como dos hijos para mí. Lo sabes,¿verdad?

Rebecca se sonrojó al recordar su enfado cuando la madre de Liliana dejóla mansión para casarse y trabajar con su marido. Elena Peña había sido laúnica presencia adulta constante de su infancia y no llevó demasiado bien sumarcha, pese a que ella misma estaba a punto de trasladarse a Seattle. Mesesdespués, aun enfurruñada, se negó incluso a ir a la boda, pero Lil fue muyclara al respecto: o asistía a la boda de su madre o no volvería a dirigirle lapalabra. También Ethan y ella habían discutido sobre el tema la semana

anterior y, al final, una enfadada Rebecca, acompañada por un Grant que fingíaaburrimiento, acudieron a la sencilla ceremonia que se celebró en elayuntamiento. Elena vestía un conjunto de falda y chaqueta en color cremacomprado en el Premium Outlets de Charlotte y el traje de Jason habíaconocido tiempos mejores, pero la pareja se miraba con ternura, no podíanparar de sonreír y acabaron contagiando su alegría incluso a los reticenteshermanos Miller.

—Fui una tonta —reconoció, mientras admiraba una de las habitacionescon vistas al lago—. Lo siento mucho. Me avergüenzo de mi comportamiento.Tenía que haberme alegrado por ti, pero solo pensaba en mí misma.

Una hora después, la casa estaba llena. La hermana de Jason y su familiaestaban de visita, así que había bastante jaleo con tres niños pequeñoscorreteando por la casa. Los hijos de Jason, algo mayores que sus primos,jugaban a los videojuegos en el salón. El pavo ya estaba en el horno,esparciendo su delicioso olor por toda la casa y las Peña ultimaban algunosplatos en la cocina sin cesar de hablar. Rebecca sintió algo cálidorevoloteando en la sangre. Aquello era un hogar ruidoso, cálido y feliz. Sealegraba mucho por Elena y Liliana y agradecía que una vez más le hubieranpermitido compartir un trocito de sus vidas. Sintió una punzada deremordimiento al pensar en su hermano, sentado ante la fría mesa de ConradMiller, y recordó a Ethan, perdido en algún lugar remoto, lejos de los suyos enAcción de Gracias por primera vez en la vida. Los Bradley habían ido a pasarunos días con los padres de Steve, con los que habitualmente celebraban lafiesta.

Hizo una foto de la alegre mesa cuando sacaron la comida. El pavo con unperfecto tono dorado en el centro, rodeado de fuentes de crema de espinacas,puré de patatas, judías verdes con champiñones y beicon, paté casero, salsa dearándanos y, por supuesto, tarta de calabaza. Envió la imagen a Ethan y doshoras más tarde recibió un primer plano de Huck en la cubierta del Octopus.

El intercambio de fotografías empezó a convertirse en algo habitual yRebecca sentía un extraño aleteo cada vez que abría un mensaje de Ethan. Noeran fotos demasiado explícitas, así que no pudo averiguar dónde seencontraba por las imágenes, pero le encantaba que compartiera con ella unaparte del camino, que pensara en ella para mandarle aquellas instantáneas: unafuente, unos niños jugando en una plaza, un café antiguo, un plato de róbaloasado de aspecto delicioso, un hombre y su hijo pescando, una pareja deancianos caminando de la mano, una gaviota sobrevolando un viejo faro, unpuerto de pescadores, un puesto de libros de segunda mano… Y el mar, sobretodo el mar, con puestas de sol alucinantes, mares embravecidos de color griso calmadas aguas azules.

Rebecca respondía a esas fotografías con otras instantáneas a modo dediario visual. Imágenes de los avances en Oak Farm, de la nueva y deliciosahamburguesa de Liliana para The Black Sheep, de los montones de hojascaídas en Weston Park, de una barca solitaria cruzando el lago… Le mandófotos de sus dos semanas de prácticas en una empresa de organización deeventos en Charlotte, durante las que se convirtió en la sombra de LeslieMorgan, una implacable y eficiente organizadora de bodas con un carácterendemoniado y una agenda imposible de seguir, que Morgan cumplía conrigurosa exactitud.

Tres días antes de Nochebuena, ya con su flamante diploma deOrganizadora de eventos en el bolsillo, Bella Carrington le propuso hacersecargo de una clase de alumnas de trece años. Solo tenía que dar un par dehoras semanales de clase y el programa que le pasó su antigua profesoraresultaba bastante asequible. Trabajar con Audrey le había gustado mucho, asíque aceptó casi sin pensar y envió a Ethan una imagen del aula con las niñasde espaldas haciendo ejercicios de barra, y el día de Navidad le mandó unafoto de Grant frente al Pacífico, en una pequeña cala de Malibú, durante elúnico momento de respiro que tuvieron los hermanos en los tres días que duróla visita a casa de su madre.

A su regreso de Los Ángeles, se reunió con Alison y David, que habíanvuelto a casa con motivo de las fiestas. David vino acompañado de su noviaSarah, una preciosa y simpática pelirroja que parecía hecha a medida delmenor de los Hamilton y con la que llevaba saliendo cerca de tres años. Lachica era fan de Star Wars y Juego de Tronos, lucía camisetas de la casaHufflepuff y siempre llevaba una novela de ciencia ficción en el bolso.

—¿Nos enseñáis lo que estáis haciendo en Oak Farm? —preguntó Daviduna tarde que Ali se había ido de compras a Charlotte con su madre.

Lil y Rebecca los llevaron a la vieja granja. Recorrieron todo el edificio,que ya mostraba un aspecto bastante presentable, aunque la parte de lasoficinas iba algo atrasada. Se quitaban la palabra la una a la otra mientrasexplicaban a la pareja los cambios que habían introducido y todo lo quequedaba por hacer. Terminaron la visita recorriendo el jardín.

—Va a quedar precioso —aseguró Sarah, sonriente—. Me encanta elentorno y cómo habéis respetado la esencia del edificio. Es muy romántico…

—Así que te encanta, ¿eh? —preguntó David con tono burlón—. ¿Por quéno se lo enseñas?

Las dos socias miraron estupefactas a la pareja y, atónitas, vieron comoSarah se quitaba el guante izquierdo y, con una risita, descubrió un anillo decompromiso.

—¡Os casáis! —exclamó Rebecca.

—Se lo pedí la mañana de Navidad —explicó David con una sonrisa felizen la cara. Las chicas felicitaron calurosamente a la pareja, pero luego Lilianase quedó mirando el anillo algo asombrada.

—Es el anillo de compromiso más raro que he visto jamás —señaló.

En efecto, el anillo de oro blanco poseía un intrincado diseño querecordaba a una flor y encerraba en su interior un diamante. No era, en

absoluto, un convencional anillo de compromiso.

—Está inspirado en Nenya —explicó orgulloso David, pero, ante lamirada desconcertada de sus amigas, trató de explicarse—. El «Anillo delAgua» de Galadriel… La reina de los elfos… —aclaró al ver que sus amigasseguían sin entenderle—. De El Señor de los Anillos… —añadió en últimainstancia.

—Por Dios, qué frikis sois —exclamó Liliana cuando por fin comprendióa qué se refería, pero la pareja, lejos de sentirse ofendida, se rio, mientrasintercambiaban una mirada cómplice.

—Bueno, no queremos tardar mucho en celebrar la boda, así que, ¿paracuándo tenéis previsto tener todo esto en funcionamiento?

—¿Queréis casaros aquí? —casi chilló Rebecca, lo que provocó nuevasrisas.

Rebecca y Liliana estaban emocionadas ante la idea de que uno de susmejores amigos fuera su primer cliente, e inaugurar Oak Farm con la boda deDavid les parecía la mejor forma de empezar su negocio. Los noviosescogieron una fecha a principios de primavera, cruzando los dedos para quelas lluvias respetaran el día y permitieran celebrar una boda al aire libre, talcomo deseaba la novia.

—¿Solo tres meses? ¿Queréis que organicemos una boda en tres meses? —preguntó aterrada Rebecca, dándose cuenta de pronto que iba a organizar unaboda por primera vez en su vida, que tendría que hacerlo en un tiempo récordy que ni siquiera el edificio estaba aún acabado—. ¿Tú sabes que la genteempieza a preparar su boda con un año de antelación como mínimo?

—Bah —contestó David, desdeñoso—. Eso es para otro tipo de gente.Nosotros queremos una boda sencilla, aunque tenemos un presupuestogeneroso. Serán pocos invitados y no seremos muy exigentes con el menú nicon los detalles.

—¿Seguro? Luego no me dirás que quieres una boda a lo Star Wars o unatarta con la forma de Hogwarts…

—¿Puedes hacer una tarta con forma de Hogwarts? —preguntó David, derepente interesado, pero la expresión de Liliana lo hizo retroceder—. Vale,vale, una tarta normal.

—De chocolate blanco —puntualizó Sarah con los ojos brillantes.

Acordaron que tratarían todos los detalles por email y por teléfono, ya quelos novios estaban a punto de mudarse a California, donde a David leesperaba un nuevo e importante trabajo en Silicon Valley, y no tendríandemasiado tiempo para viajar con el objetivo de organizar la boda. Antes deque finalizaran las vacaciones de la pareja, Rebecca los llevó a una imprentade Charlotte para que eligieran y encargaran las invitaciones y, desde aquelmomento, la joven tuvo la sensación de vivir a contrarreloj.

Con su primer cliente en la agenda, los trabajos en Oak Farm tenían unafecha límite indiscutible, así que desde principios de enero las chicas sevolcaron por completo en el final de las obras y la decoración. A finales demes, Nathan Reynolds les entregó las llaves de un Oak Farm irreconocible yMatthew vino de Asheville para examinar satisfecho el resultado final.Acompañado de las chicas, recorrió todo el edificio, desde la bodega y losalmacenes del sótano hasta la diáfana buhardilla. La cocina, amplia ymoderna, pero que conservaba parte de la rusticidad de la época, era la únicaparte del edificio equipada al completo. El resto de las salas estaban vacías,pero la suave luz invernal se desparramaba sobre los suelos de madera y lasmagníficas chimeneas a través de los ventanales, creando un ambientenostálgico.

—Es increíble —susurró Matthew, como si temiera despertar a losfantasmas de la antigua plantación—. Llevo meses soñando con este momentoy ahora que se ha hecho real…

—Tienes que estar muy orgulloso —comentó Rebecca, mientras lostacones de Liliana se alejaban en dirección a la habitación contigua—. Esto nohabría sido posible sin ti.

Matthew asintió y luego la miró de reojo.

—No salgo con nadie ahora mismo, ¿sabes? Quería informarte de eso porsi las cosas han cambiado por aquí y quieres pedirme una cita, pero no teatreves.

Rebecca sonrió. Sentía una inmensa ternura por aquel hombre espontáneo einteligente que parecía sentir un sincero afecto por ella. La vida sería fáciljunto a Matthew Gresham, pero ella siempre fue una chica complicada y yahabía comprometido su corazón.

—Nada ha cambiado por aquí.

—Liliana dice que tu amigo se ha marchado de la ciudad… —insistió elarquitecto.

—Pero eso no cambia nada —aseguró Rebecca con voz firme. Matthewasintió y se dirigió hacia el porche.

—Invitadme cuando tengáis esto amueblado. Me gustaría mucho ver elresultado final —dijo antes de despedirse, pero Rebecca tuvo la sensación deque no volvería a verlo en una larga temporada.

En febrero supieron que Audrey había sido admitida en el Conservatoriode Boston y ambas lo celebraron con dos porciones de tarta de manzana en elCafé de Lucy, y a lo largo del mes empezó a llegar el mobiliario encargadopor Martha Holt durante los meses anteriores. Rebecca y la decoradora habíanacordado amueblar Oak Farm con un estilo campestre elegante y refinado, querecordara a la Provenza francesa. Todo muy europeo: muebles ligeros demadera en color blanco roto y tonos pastel, unos lacados y otros decapados;piezas de hierro con aire romántico, pequeñas antigüedades de cristal ycerámica para decorar las salas, mantelerías de lino, delicadas copas de

cristal tallado, vajillas de porcelana con exquisitos motivos vegetales…Martha llevaba varios meses encargando muebles que parecían auténticamentefranceses. Viajó por medio país en una infatigable búsqueda de objetos,muchos de ellos de importación europea, rebuscando en mercadillos y feriasde antigüedades, y también encontró para el jardín sillas, mesas y bancos deestilo modernista, farolillos de hierro forjado y maceteros de metal. Rebecca yLiliana tenían la sensación de que la eficiente y elegante Martha las llevaría ala ruina antes de arrancar el negocio, pero al final se atuvo al presupuesto y elresultado superó todas sus expectativas.

La planificación de la boda de David y Sarah era lo que realmenteconsumía la mayor parte de su tiempo y de sus energías. Se ocupópersonalmente de todos los detalles con excepción del diseño del menú y lacontratación de los ayudantes de cocina, que recayó en manos de Liliana.Programó y presupuestó el evento, lo que le supuso todo un triunfo dada sualergia a los números, y, una vez que tuvo el visto bueno de los novios, selanzó a una loca carrera a contrarreloj para ocuparse de todos los detalles: ladecoración, el fotógrafo, la música, las flores, la contratación de operarios ycamareros…

Su único respiro eran las clases de ballet. Disfrutaba del tiempo quepasaba con las alumnas, repitiendo ejercicios, enseñando nuevos movimientos,corrigiendo posiciones… Se había encariñado con rapidez de las jóvenesbailarinas y, aunque las clases le quitaban su escaso tiempo libre, quededicaba a repasar cada sesión, no le importaba. En realidad, agradecía laintensa actividad que llenaba su vida, porque aquello le evitaba pensardemasiado en Ethan y, cuando se dejaba caer en la cama, estaba tan agotadaque se dormía en pocos segundos, evitando así malos pensamientos.

A principios de marzo Ethan envió una foto con los primeros bocetos deldiseño de un barco.

Y después se hizo el silencio.

Capítulo 22

Todo daba vueltas. Aún no había abierto los ojos y, a pesar de estartumbada, sentía que iba a desplomarse. Rebecca reconoció todos los síntomasde una buena resaca: mareo, dolor de cabeza, náuseas, músculos doloridos…Con un gruñido, se dio la vuelta, lo que intensificó aún más el efectohelicóptero de su cabeza y el malestar de su estómago. Pero lo sorprendentefue que su brazo tropezó con otro cuerpo. Su mirada somnolienta se encontrócon unos ojos oscuros que la miraban divertidos.

—¿Qué haces en mi cama? —preguntó irritada al notar la boca pastosa, lavoz algo ronca y evidentes lagunas en su memoria.

—Querrás decir mi cama, porque anoche estabas tan borracha que tedesplomaste sobre ella y no hubo manera de sacarte de aquí.

—Shhhh… No hables tan alto —gimió Rebecca, mientras se llevaba lamano a la frente y cerraba los ojos—. ¿Se puede saber por qué bebimos tantoanoche? No recuerdo nada…

—Bueno, estabas nerviosa por lo de hoy, también algo triste y yo tenía unabotella de tequila con naranja y canela que pareció gustarte mucho.

Rebecca hizo un gesto desagradable al notar el sabor del tequila aúnatrapado en el fondo de su garganta. Nunca más volvería a beber alcohol o,por lo menos, no tanto. Se había hecho esa misma promesa en otras ocasionesy estaba claro que no había aprendido la lección, porque ahí estaba, a susveinticuatro años recién cumplidos, luciendo una deslumbrante resaca.

—Cariño, sabes que tienes que levantarte ya, ¿verdad? Es un día

importante y no podemos pasarnos el día en la cama.

Liliana se incorporó, retiró la sábana y salió de la cama. Rebecca miró elrostro risueño y fresco y odió un poco a su amiga.

—¿Se puede saber por qué tienes tú tan buen aspecto? —gruñó, mientrashacía el esfuerzo de sentarse en la cama. Seguramente vomitaría en un par deminutos, pero de momento su estómago le estaba dando una tregua—. Supongoque no me dejarías beber sola…

—Claro que no, pero yo aguanto el alcohol mucho mejor que tú y senecesita algo más de dos cervezas y media botella de tequila para tumbarme—explicó Liliana encogiéndose de hombros antes de salir de la habitación.Rebecca, a sus espaldas, le sacó la lengua con un mohín enfurruñado. Leparecía de lo más injusto que ella tuviera aquella infame resaca y Lil sedespertara como si la noche anterior hubiera tomado una relajante infusión. Suamiga regresó casi de inmediato con un vaso de agua y una aspirina, queentregó a Rebecca con una sonrisa burlona—. Vamos, Bella Durmiente, tómateesto, date una ducha y yo prepararé mientras tanto un desayuno decente.

Rebecca sintió de nuevo náuseas al imaginar la posibilidad de comer algo.

—No voy a tomar nada —protestó.

—Claro que sí. Te vas a sentar a la mesa de la cocina y vas a comer todolo que te ponga delante. Hoy es un día muy importante y no vas a estar con elestómago vacío.

Las palabras «día importante» resonaron por toda la habitación, como unrecordatorio de algo que había olvidado. Rebecca frunció el ceño hasta que larealidad se abrió paso en su abotargado cerebro.

—¡Dios mío, hoy es la inauguración! —exclamó aterrada. Miró fijamente aLiliana, que seguía frente a ella, ofreciéndole el vaso de agua y la aspirina conuna paciencia infinita—. Es imposible… No podemos hacerlo. Tenemos quecancelarlo.

Su amiga arqueó las cejas.

—Estupendo. Llama tú a David y dile que cancele su boda. Es uno denuestros mejores amigos, así que lo entenderá perfectamente.

Rebecca soltó un bufido, le quitó el vaso de agua y se tomó la pastilla.Después empujó a su amiga para que la dejara salir de la cama y, con pasosinestables, se dirigió hacia el cuarto de baño. El espejo le devolvió unaimagen poco amable de sí misma: ojos enrojecidos, extrema palidez,profundas ojeras, pelo alborotado… No tendría que haber bebido la nocheantes de la inauguración. ¿En qué estaba pensando? Era un día muy importante.No solo la culminación de muchos meses de trabajo, sino que ademásimplicaba a uno de sus mejores amigos. Todo tenía que salir bien. Liliana yella habían invertido mucho dinero, ilusiones y esfuerzo en Oak Farm y Davidhabía confiado en ellas para celebrar allí su boda. Quería que todo estuvieraperfecto, pero no podía evitar cierto desasosiego. ¿Y si habíanmalinterpretado las indicaciones de los novios? ¿Y si a David y a Sarah lesdecepcionaban la decoración, el menú, la música? Se estaba dejando llevarpor pensamientos negativos, así que se metió en la ducha y dejó que el agua sellevara el ataque de pánico que estaba sufriendo.

Cuando entró en la cocina, con el pelo limpio y vestida con unos cómodosvaqueros y una amplia camiseta gris de manga corta, se sentía más calmada.Liliana esperó a que tomara asiento para servir unos deliciosos y doradoshuevos revueltos y sobre la mesa había dispuesto zumo de naranja, plátanotroceado, beicon y tostadas.

—¿Es una broma? No puedo comer todo esto —protestó Rebecca,mientras sentía el pinchazo de mil puntiagudas agujas en su cabeza. Odió elalcohol un poco más.

—¡Come! Y nada de café hasta que te encuentres mejor —ordenó suamiga, mientras se sentaba frente a ella con una humeante taza de aquella

deliciosa bebida. Rebecca reprimió un suspiro. Liliana tenía razón y, aunquele apeteciera mucho, una taza de café solo empeoraría la sensación demalestar. Se tomó el zumo de naranja sin protestar, a pesar de que le recordabademasiado al sabor del tequila que había bebido la noche anterior, y comenzócon los huevos revueltos, que, tal como había supuesto Lil, le sentaron demaravilla.

—Te veo muy tranquila —dijo Rebecca al fin, haciendo un mohín.

—Pues no lo estoy —se rio su amiga, sacudiendo su brillante cabelleranegra—. Yo también estoy nerviosa, Rebecca. Llevo mucho tiempo soñandocon este momento, con este negocio, en el que no solo he invertido todos misahorros, sino que encima te he metido en él. Has hecho una inversión enorme,tenemos un préstamo que afrontar y te has metido en una aventura empresarialen la que jamás habías pensado, para cumplir un sueño que no es el tuyo. Sisale mal, no creo que sea capaz de volver a mirarte a la cara.

—Eh, me he metido en esto porque he querido, Lil. —Rebecca cogió lamano de su amiga por encima de la mesa y la apretó con cariño—.Y va a salirbien. Vamos a trabajar como descosidas, pero vamos a salir adelante. Es unbuen proyecto, Oak Farm ha quedado increíble y tu cocina es maravillosa. Vaa salir bien.

Liliana tomó aire y asintió.

—Sí, va a salir bien. Por nosotras y también por David. Quiero que tengaun bonito día.

Terminaron de desayunar, cada una sumida en sus pensamientos. La intensamirada de Ethan se coló en la mente de Rebecca, pero la desechó deinmediato. No era día para pensar en su vida sentimental. Ya se habíalamentado bastante aquella dura semana que había culminado en unaapoteósica borrachera. Aun así, no pudo dejar de echar un vistazo al móvil.Nada de Ethan. Exactamente igual que todos los días de las últimas tres

semanas. Al principio no dio importancia a la ausencia de mensajes, porquellegaban siempre de forma irregular (a veces una sola instantánea a la semanay, de pronto, varios días seguidos de imágenes). La segunda semana creyó quele había pasado algo, así que, aterrada, se acercó a The Blue Owl, dondeSteve le aseguró que había hablado con su hijo la tarde anterior y estaba bien,así que solo se le ocurría una cosa: Ethan había decidido sacarla de su vidadefinitivamente.

—Hoy no pienses en él. Va a ser un gran día y lo vamos a disfrutar. Nadade pensamientos tristes.

Rebecca sonrió. Adoraba a aquella chica. Liliana guardó su taza en ellavavajillas y se dirigió hacia el cuarto de baño, anunciando que iba a darseuna ducha, mientras Rebecca cogía las llaves del coche. Quería llegar pronto aOak Farm. Tenía mucho trabajo por delante.

Unas horas después, Rebecca, ya arreglada con un elegante y discretovestido gris de corte minimalista, observaba satisfecha a su alrededor. Hacíaun precioso día de primavera, sin amenazas de lluvia, y había conseguidocontrolar todos los desastres de última hora. Lo peor había sido el montaje dela delicada pérgola decorada con flores blancas bajo la que los novios seharían promesas de amor eterno, pero habían conseguido resolver la crisis. Elpastor ya estaba allí, paseándose de un lado a otro, a la espera de queempezaran a llegar los invitados.

Los camareros terminaban de montar las mesas y Liliana parecía tenercontrolada la cocina. Por suerte, había resultado ser una boda pequeña,sesenta y cuatro invitados, lo que había facilitado las tareas. Los Hamiltonllegaron los primeros. David lucía una sonrisa radiante y lo miraba todo conaprobación.

—Es increíble lo que habéis hecho aquí —aseguró Eleanor Hamilton, conun exquisito vestido color verde agua. El padre del novio asintió con energía.Parecía algo nervioso, tal vez emocionado.

—No parece el mismo sitio —afirmó Tyler, el hermano de David.

Hacía años que no veía a Tyler Hamilton, que había sido el mejor amigode Grant desde niños y que durante su infancia pasó mucho tiempo en lamansión Miller. De niños habían llegado a jugar juntos, al menos hasta queGrant y él se hicieron demasiado mayores para perder el tiempo con lashermanas pequeñas. Lo recordaba como un adolescente guapísimo, que, aligual que Grant, volvía locas a todas las chicas del instituto, y encantador, elúnico de los amigos de su hermano que siguió saludándola cuando ella empezóa vestirse de oscuro. Un buen chico, aunque tenía aquella cosa con Alison,siempre evitándola, como si fuera incapaz de estar en la misma habitación quela chica de su hermano.

—Rebecca —llamó una voz familiar que desvió sus pensamientos. Muydespacio se giró y ahí estaba Scott. Scott Williams, su mejor amigo y uno delos cabos sueltos de su pasado. Scott, el amigo leal, el que la cogía de la manoen los malos momentos, el que le ofreció durante años el refugio de suhabitación de invitados para huir de las salvajes fiestas que organizaba suhermano. Un buen chico que no dudó en acudir a su rescate después del peoraño de su vida, cuando Yvonne Bradley instó a Rebecca a tomar las riendas desu vida. Durante un año, el mundo de Rebecca había girado en torno a Ethan yel ballet y, de repente, tenía que dejar marchar a Ethan, dejarle ir de verdad,cometer el último acto de traición y olvidarlo.

La aparición de Scott en Seattle un par de meses después fue su salvación.Su amigo, en un acto de valentía, había dejado unos estudios de Medicina porlos que no lograba sentir auténtica vocación y había decidido buscar su propiocamino. Seattle le pareció tan buen punto de partida como cualquier otraciudad. Al menos eso afirmó, aunque Rebecca estaba segura de que su bajoestado de ánimo lo había llevado a su lado. Scott alquiló un pequeño estudioen el centro de Seattle y subsistió con trabajos temporales.

Durante cinco meses Rebecca prácticamente vivió con Scott en aquel

pequeño estudio. Sus zapatillas de baile, sus libros y apuntes, su portátil ybuena parte de su armario se fueron instalando, poco a poco, en el pequeñoestudio casi sin que se dieran cuenta. Scott cocinaba para ella cada noche, ellallevaba su ropa a la lavandería y ambos dormían en la misma cama la mayoríade las noches. A veces se despertaba con el torso de Scott pegado a su espalday notaba la presión en su cadera de su evidente excitación. Él solíadisculparse avergonzado, pero sabía que era una reacción física normal encualquier chico y no le daba mayor importancia. Con Scott asistía al cine, alteatro y a exposiciones de fotografía, paseaban por el campus, salían a bailar ymuchos días iba a recogerla a la facultad. Sus compañeros creían que Scott erasu nuevo novio, y aunque ella se esforzó en desmentirlo, nadie le creía.

Pasó el tiempo y la herida de Ethan parecía haber sanado. Rebecca aúnpensaba en él, pero había recuperado la alegría y la confianza en sí misma. Sinembargo, todo se fue al traste el día que se dio cuenta de que estaba viviendocon Scott. Fue una tarde al abrir el armario del estudio y encontrar la ropa deambos guardada en el mismo espacio. Le pareció que había algo mal enaquello, algo terriblemente equivocado, porque supo que aquella tendría quehaber sido la ropa de Ethan. Si ella no hubiera reaccionado como lo hizo aquelsábado lluvioso, Ethan se habría graduado, se habría trasladado a Seattle yhabrían compartido un pequeño apartamento. Nunca habría sufrido aquelterrible accidente de tráfico y ellos habrían sido felices. No entendía por quéle había asustado tanto la posibilidad de vivir con él. Si compartir piso conScott estaba siendo una experiencia positiva, con Scott que solo era su amigo,vivir con Ethan habría sido la felicidad absoluta.

Scott la encontró hecha un mar de lágrimas, sentada en el suelo, frente alarmario abierto. La abrazó durante un largo rato, pero después ella se calmó yquiso salir del apartamento, así que se fueron a un bar. Mala idea. Muchascopas después volvieron a casa y, cuando se metieron en la cama, Rebecca sevolvió hacia Scott y lo besó. Aquello estaba mal, pero no le importó.

—Ya hemos pasado por esto —suspiró su amigo, tratando de mantener lasdistancias, pero ella volvió a besarlo y a acariciarle el cuello y notó como lasreticencias de él empezaban a tambalearse—. No es una buena idea —aseguróScott con voz temblorosa cuando notó una mano atrevida acariciarle el musloy el cuerpo de ella pegarse al suyo.

—Te necesito —suplicó Rebecca con voz ronca y aquello acabó con todala resistencia. Scott se volvió hacia ella y la besó y la acarició y la amó conabsoluta veneración, pronunciando palabras tiernas, entrando muy despaciodentro de ella, mirándola con una intensidad abrumadora. Fue dulce, fuetierno, fue encantador… Fue un terrible error. Cuando terminaron miró losojos amables de Scott y deseó que fuera Ethan. Se odió a sí misma por haberutilizado a su amigo, por haber compartido su cuerpo con otro hombre que nofuera Ethan, por ser incapaz de seguir adelante. Redobló su llanto con sollozosconvulsos que era incapaz de detener.

—Está bien, cariño, no pasa nada. Rebecca, mi amor, no llores —murmuróél mientras salpicaba de besos sus párpados, sus mejillas húmedas, subarbilla, sus labios—. Todo está bien, todo va a estar bien.

Al final ella se durmió abrazada a su amigo y con las pestañas empapadas.Cuando despertó, sus cuerpos estaban aún entrelazados y Scott la miraba conuna sonrisa triste. Le acarició el puente de la nariz y le dio un beso suave enlos labios.

—Supongo que no es el mejor momento para declararme, ¿verdad?

Su voz era tan dulce, tan triste, que a Rebecca se le volvieron a saltar laslágrimas.

—Lo siento mucho, Scott —aseguró mientras acariciaba la barbilla de suamigo—. No sabes cuánto lo siento.

—No te preocupes. Siempre he sabido que no tenía nada que hacer. Enrealidad, me bastaba con ser amigos, pero anoche no pude resistirme. No

estuvo bien por mi parte. Siento que me he aprovechado de ti.

Ella movió frenética la cabeza.

—No, no. Soy yo la que te ha utilizado. Prometí no volver a hacerlo y nohe cumplido.

Trataron de retroceder en el tiempo, pero fue imposible borrar lo quehabía pasado. Rebecca regresó a su residencia, y un par de semanas despuésScott se embarcó en un viaje iniciático que lo llevó de estado en estado yluego más allá de las fronteras estadounidenses. Había pasado el último año ymedio en Sudamérica y en sus esporádicas llamadas la trataba con el mismoafecto del pasado, sin asomo de rencor.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron que, cuandolo tuvo enfrente, casi no lo reconoció. El hombre que estaba frente a ellaapenas guardaba parecido con el chico de sus recuerdos. Ya no era pálido yblando. Su piel lucía un tono tostado, casi áspero, de quien ha pasadodemasiado tiempo al sol. Además, había perdido más de quince kilos y bajo lachaqueta se adivinaban nuevos músculos, pero al mirar su rostro descubrió losojos amables y la pequeña sonrisa de Scott y supo que había recuperado a suamigo. Se abalanzó sobre él y la recorrió una reconfortante sensación dealivio al sumergirse en su abrazo.

—Así que has vuelto a casa y has hecho algo grande. ¿También hasrecuperado al chico?

—Estoy en ello —sonrió Rebecca, antes de arrastrarlo por todo Oak Farmpara enseñarle cada detalle de la vieja granja.

Fue una boda torpe y deliciosa. La novia recorrió con su madre el caminohasta el altar con una sonrisa radiante, al novio le tembló la voz al pronunciarsus votos y ella se equivocó un par de veces al decir los suyos casi entresusurros. La música entró a destiempo en varias ocasiones, a Sarah se le cayóel anillo que iba a poner en el dedo de David y Tyler tuvo que levantar de sus

asientos a la primera fila de invitados para recuperarlo. Después de laceremonia, los invitados se dirigieron a las mesas para degustar el almuerzode boda, que se desarrolló sin contratiempos. Rebecca, pendiente de cadadetalle, apenas disfrutó de la fiesta, aunque consiguió saludar a Alison, queestaba preciosa con su vestido color lavanda de dama de honor. TylerHamilton, en su papel de padrino, pronunció un discurso divertido y emotivo,que arrancó las lágrimas a más de una invitada, y, tras los postres (unamaravillosa tarta de fresa con cobertura de chocolate blanco), los noviosabrieron el baile con un vals torpe, en el que David pisó constantemente lospies de Sarah. No pareció que a su mujer le molestara demasiado, porque concada pisotón se reía y lo abrazaba un poco más. Era muy bonito verlos juntos.

En el porche se encontró con Liliana, que ya había salido de las cocinas.Había sustituido la chaquetilla por un elegante vestido estampado y su abiertasonrisa mostraba su clara satisfacción con los resultados.

—Lo logramos —afirmó antes de abrazarla y ambas rompieron a reír conestruendosas carcajadas que no parecían capaces de detener.

Scott se reunió con ellas y las felicitó, caluroso, al igual que otros muchosinvitados. Eleanor Hamilton las abrazó efusiva, el profesor Collins alabó elrespeto que habían mostrado por los elementos históricos del edificio en surehabilitación y hasta la señora Steanway, la estirada abuela de David, seacercó para hacerles un cumplido.

Las primeras notas de Complicated, de Avril Lavigne, empezaron a sonary Scott las arrastró a la pista para bailar aquel himno de su adolescencia.David y Alison ya estaban en la pista y los tres los rodearon entre gritos yrisas. Aquel baile dio paso a recuerdos atropellados de divertidas anécdotasdel instituto, pero después las dos socias volvieron a sus ocupaciones. Lilianaregresó a la cocina para preparar el cóctel frío que se serviría al caer la tardey Rebecca se ocupó de vigilar la colocación de la decoración nocturna. Sarahpalmoteó entusiasmada cuando vio los farolillos de papel y encendieron la

multitud de velas. El jardín tenía así un aspecto mágico, como de cuento dehadas. Los camareros sacaron las bandejas de cóctel y, una vez que todoestuvo recogido, Rebecca se dejó caer en una mesa para observar con ternuraa los novios, que bailaban muy acaramelados, susurrándose palabras de amoral oído. En una mesa cercana, Ali, sentada junto a su madre, tambiénobservaba a los recién casados con una sonrisa.

—Son tan empalagosos que parecen vivir en una nube de azúcar —comentó Liliana, dejándose caer en la silla vacía que tenía a su lado yponiendo dos platos llenos de restos del cóctel sobre la mesa. Rebecca se rioy empezó a picotear los platos con hambre voraz—. ¿Por dónde anda Scott?

—Creo que ha desaparecido con una amiga de Sarah —dijo Rebecca conuna sonrisa mientras engullía un pequeño rollito con un delicioso aunqueindescifrable relleno. Había supuesto toda una sorpresa (una buena sorpresa)ver a Scott coquetear con una chica y escabullirse con ella.

—Vaya con Scott, pues sí que le ha sentado bien Sudamérica…

Un camarero les dejó un par de copas de champán en la mesa y, aunqueRebecca había jurado aquella misma mañana no volver a beber, pensó quetenía que brindar por el éxito de su primer evento. Las dos socias comieron ybebieron en silencio, viendo como algunos invitados empezaban a retirarse.Uno de los tíos de David parecía decidido a acabar con todas las existenciasde vodka de Oak Farm y también la novia parecía algo entonada. Alison se fuecon su madre y Tyler, que había llevado a su abuela al hotel, pareciódecepcionado de no encontrarla a su vuelta.

—Ha sido in-increíble… Absolutamente maravilloso —aseguró una Sarahbastante ebria, dejándose caer en una silla—. Vosotras dos, chicas, soismaravillosas, absolutamente maravillosas, y yo ahora soy una mujer casada.¿Parezco una mujer casada?

—Lo que pareces es una novia que se va a quedar sin noche de bodas —

aseguró Liliana entre risas. Luego se volvió hacia Rebecca—. Es una pena queviva en California, porque sería un buen fichaje para nuestras sesionesetílicas.

Rebecca hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Anoche fue la última sesión. Ahora somos dos serias empresarias ydebemos empezar a comportarnos.

Lil y ella intercambiaron una sonrisa cómplice, pero Sarah volvió ainterrumpirlas, haciendo gestos grandilocuentes y arrastrando un poco lasvocales.

—Ayer me enteré de algo que no debería saber —explicó con tonomisterioso—. He querido contárselo a Alison, pero David no me ha dejado…Creo que debería saberlo, pero mi marido dice que no es asunto mío… ¿Esoes champán? —preguntó a un camarero que pasaba con una última bandeja.Alargó la mano para coger una copa, justo en el momento en que llegó surecién estrenado marido.

—¿Ya estás cotilleando? —preguntó con tono burlón, mientras se sentaba.

—No cotilleo —aseguró. Dio un pequeño sorbo a la copa—. Solo quieroayudar… Dos personas que están enamoradas no deberían estar separadas porabsurdos malentendidos o por miedo… La vida es muy corta y no podemosdejar que las cosas importantes se nos escapen entre los dedos… Y eso es loque está haciendo tu hermano…

—Vale, creo que has bebido bastante —suspiró su marido.

Rebecca ni siquiera hizo el esfuerzo de intentar entender de qué hablabaSarah, pero Liliana mantenía una sonrisa misteriosa, como si conociera unsecreto.

—No es verdad. Solo tengo un argumento. Por ejemplo, vosotras… Siestuvierais enamoradas, ¿qué preferiríais? ¿Arriesgaros a intentarlo o dejar

escapar al que puede que sea el amor de vuestra vida?

Lil se rio, mirando a Rebecca.

—Pues parece que la novia tiene bastante puntería…

—Es verdad que las relaciones pueden salir mal —continuó Sarah,ignorando las palabras de Lil—, pero si ni siquiera lo intentas tampoco sabrásnunca lo cerca que estuviste de ser feliz. Eso es muy triste…

Sarah siguió divagando sobre el amor y las relaciones, pero Rebecca ya nola escuchaba. Echó un nuevo vistazo al móvil. Hacía unas horas había enviadoa Ethan una foto de los novios y otra de la decoración del jardín, pero, porsupuesto, no había recibido respuesta alguna. Tal vez ya habían llegado al finaldel camino. A lo mejor Ethan había decidido seguir adelante y ya no habríamás oportunidades. Quizás no debió dejarle marchar, aunque él se lo pidió.También le pidió años atrás que lo dejara y ella creyó hacer lo correcto, peroen el fondo siempre supo que debió quedarse junto a él, y no solo porquehabía sufrido un accidente, sino porque lo amaba. Tal vez, quizás, a lomejor… Siempre la duda, la incertidumbre, la confusión. ¿Qué caminoescoger? Notó que empezaban a escocerle los ojos y no pudo evitar que se lesaltaran las lágrimas, ante la mirada atónita de sus amigos. Lloró por todos losmiedos que habían dominado su vida, por la cobardía con la que había vivido,por los disfraces bajo los que se había ocultado, por un pasado que ya no teníaarreglo y, cuando minutos después dejó de llorar, se sintió más limpia, nueva,renacida. Estaba en Oak Hill, estaba tomando las riendas de su vida y amaba aEthan. Tal vez ya era hora de que actuara al respecto.

Capítulo 23

Durmió apenas cinco horas, pero al despertar seguía con la misma idea,así que nada más levantarse cogió el móvil y llamó a la única persona quepodría darle una respuesta.

—Solo quiero saber dónde está —dijo en cuanto Yvonne Bradley descolgóel teléfono. Escuchó al otro lado de la línea la risa ronca de Yvonne, tanparecida a la de su hijo que se le puso la piel de gallina.

—Ya era hora, cariño. Lleva tres semanas en Wrightsville. Se estáhaciendo cargo de la venta de la casa de mi padre, aunque creo que vive en elbarco.

—Voy a ir a buscarlo —anunció con cierta timidez. Yvonne volvió a reír.

—Me lo imaginaba… Ten cuidado en la carretera y dale un fuerte abrazo ami chico.

Colgó el teléfono y se metió en la ducha. Se puso unos vaqueros y unaamplia camiseta con un dibujo de la Torre Eiffel y se dirigió a la cocina paraprepararse un desayuno contundente. Estaba hambrienta y le daban igual lascalorías. Puso a hacer café y empezó a preparar unas salchichas con huevosfritos mientras picoteaba los restos de un bizcocho con chocolate.

—¿Qué haces tú en mi cocina? —gruñó una Liliana recién levantada concara de malhumor.

—El desayuno. Tengo hambre.

—Vale, quita de ahí y ya lo hago yo.

—Ni hablar. Hoy no te vas a acercar a los fogones. Te vas a sentar y vas acomer todo lo que yo prepare.

Liliana enarcó las cejas escéptica, pero tomó asiento y observó a su amiga.

—Pareces distinta hoy. ¿Qué pasa?

Rebecca añadió unas lonchas de beicon a la plancha.

—Me voy a Wrightsville. Ethan está allí y voy a ir a buscarlo.

Lil entrecerró los ojos y estudió atentamente a su mejor amiga.

—¿Y cuándo has decidido eso?

—Anoche, mientras Sarah divagaba sobre el amor y las relaciones…

—¿En serio?

—Sí —contestó al tiempo que servía dos grandes platos y sendas tazas decafé.

Comieron sin hablar durante un buen rato, hasta que Liliana decidióromper el silencio.

—¿Y cuándo vas a volver?

Rebecca se quedó pensativa.

—Ni idea. Supongo que dependerá de cómo vayan las cosas con Ethan.

—Ya… Oye, no es que me oponga a que vayas en su busca y te declares olo que sea que vayas a hacer, pero… ¿Recuerdas que el próximo viernestenemos la inauguración oficial de Oak Farm? Hemos invitado a un montón degente importante de la ciudad y también a buena parte de la prensa delcondado y…

—Lo sé, lo sé. No te preocupes. Estaré aquí. Está todo organizado. Bueno,faltan un par de detalles, pero conseguiré resolverlo como sea. Tú preocúpatedel menú y de que todo esté muy rico.

—No es que no me fíe de ti, cielo, pero tienes tendencia a salir corriendocuando las cosas se ponen serias y, bueno, estamos metidas en esto y…

—Lil, no voy a dejarte tirada, ¿vale? Lo solucionaré de una forma u otra,pero ahora necesito hablar con Ethan.

Liliana asintió, aunque no parecía muy convencida, pero Rebecca no teníatiempo para ocuparse en ese momento de los recelos de su mejor amiga.Durante nueve meses se había volcado en Oak Farm y creía haber demostradoque se podía confiar en ella.

Guardó en una mochila un par de mudas de ropa, un neceser y un libro derelatos de Alice Munro, se despidió de Liliana y metió las cosas en el coche.Acababa de sentarse al volante cuando sonó su móvil y vio parpadear elnombre de su hermano. Había hablado con él la noche anterior para contarlecómo había ido el primer evento en Oak Farm y Grant, tercer socio en lasombra, había parecido satisfecho con sus explicaciones. Estuvo tentada a nocoger la llamada, pero al final contestó.

—Mamá está en Oak Hill y quiere vernos —explicó su hermano.

Rebecca resopló, enfadada.

—Ahora no puedo ir, Grant.

—Quiere vender la casa.

Rebecca enmudeció. A menudo había pensado que su madre deberíadeshacerse de la mansión Miller. Ya nadie la utilizaba, así que no tenía sentidomantener aquel frío mausoleo. Pensó que tal vez debería sentir algo de tristezapor ver desaparecer el hogar de su infancia, pero lo cierto era que le dabaigual. Nunca lo consideró un hogar.

—Me parece perfecto. En realidad, creo que debió de haberlo hecho hacemucho tiempo.

—Quiere invitarnos a almorzar en el club. ¿Vendrás?

Terri Miller siempre había funcionado así. Desaparecía durante meses ydespués aterrizaba en Oak Hill y esperaba que todos bailaran a su alrededor.En otra época, Rebecca habría acudido a regañadientes, pero no lo haría estavez.

—No iré. Me voy a Wrightsville a buscar a Ethan y no sé cuándo volveré.Antes del viernes, supongo… Si mamá sigue por aquí para entonces, meencantará almorzar con ella e incluso la llevaré a conocer Oak Farm. Puedesdecírselo de mi parte.

—No le va a hacer mucha gracia… Espera, ¿has dicho Ethan? ¿Estamoshablando de Ethan Bradley? ¿Me he perdido algo?

Rebecca se rio antes de despedirse de su hermano y arrancar el coche.

Se tardaba cuatro horas en llegar a Wrightsville desde Oak Hill, aunquetuvo un retraso de doce minutos a causa de un accidente en la I-77 S. Durantebuena parte del viaje, escuchó una emisora local de jazz que le recordóinevitablemente a Fred Cotler y su adorada colección de discos. Procuró nopensar demasiado en cómo reaccionaría Ethan cuando la viera. Estaba másnerviosa de lo que quería reconocer y tuvo que parar en Fairview paracalmarse y tomar un refresco. A medida que se acercaba a la costa y cambiabael paisaje, estuvo tentada a dar la vuelta y regresar a Oak Hill. «No seascobarde», se repitió una y otra vez, y cuando pasó Wilmington supo que ya nohabía marcha atrás.

Un cartel le dio la bienvenida a Wrightsville y las calles le parecieronfamiliares, aunque solo había estado una vez en el pueblo, durante aquelverano mágico que acompañó a Ethan y a su abuelo. Reconoció algunoslugares y comercios, pero tuvo que dejarse guiar por el GPS del móvil parallegar al puerto. Al bajar del coche, la invadió el olor a mar y se sintióoptimista. Preguntó a un vigilante, que le indicó en qué amarre se encontrabael Octopus y se dirigió hacia allí con la mochila al hombro.

El barco de Fred Cotler presentaba buen aspecto. Ethan debía haberlopintado recientemente y se veía bien cuidado. Echó un vistazo a la cubierta delbarco, pero no parecía que hubiera nadie allí y dudó antes de llamarlo. Nohizo falta. Un alegre ladrido captó su atención y vio a Huck atravesar elpantalán a la carrera. Se agachó para recibir a su querido amigo, estrechandoal perro entre sus brazos. Había echado de menos a aquel juguetón setterirlandés rojo y, por su entusiasta recibimiento, parecía que el perro no la habíaolvidado durante aquellos cinco meses. Sabía que Ethan caminaba hacia ella,pero necesitaba un minuto, así que ocultó el rostro en el suave pelaje de Huckpara recuperar la calma. Solo cuando percibió que se detenía a pocos pasosde ellos, se atrevió a levantar la vista.

Si no hubiera estado ya enamorada de Ethan Bradley, habría tenido unflechazo en aquel instante. Ethan tenía mejor aspecto que nunca, con la pielbronceada, el pelo algo más largo y la barba descuidada. Llevaba unosvaqueros desgastados y una vieja camiseta con el logo de una marca decerveza, pero Rebecca pensó que no podía ser más atractivo. La miraba contal intensidad que Rebecca olvidó todas sus dudas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con mucha suavidad.

Se puso en pie despacio, sin dejar de observarlo.

—He venido a buscarte —explicó con voz trémula.

Un barco cercano empezó a maniobrar para salir del puerto y seescuchaban las instrucciones que un hombre gritaba a sus acompañantes, peroRebecca no prestó atención a aquella molesta voz. Estaba pendiente de Ethan yde su reacción, de esa sonrisa ladeada que estaba empezando a dibujar suboca.

—Has tardado mucho. Estaba dispuesto a darte solo una semana más antesde volver a Oak Hill.

Rebecca quiso sonreír, pero en lugar de eso empezó a llorar. No entendía

qué le pasaba últimamente, pero no podía controlar sus lagrimales.

—Vamos, cariño, no llores ahora. —Ethan se acercó para abrazarla. Secósus mejillas y la besó en el pelo—. Si todavía no me has dicho qué esperas demí… Vamos a bordo, ¿quieres? Estaremos más tranquilos.

Subieron al barco y Rebecca, más calmada, dejó la mochila en el suelo.

—He estado enseñando la casa de mi abuelo a un posible comprador —explicó Ethan—. Mi madre me pidió que me ocupara de la venta mientrasestuviera por aquí. ¿Tienes hambre? Iba a hacerme un sándwich.

Rebecca asintió y Ethan la indicó que esperara con Huck en cubierta. Lovio desaparecer en el interior y se dirigió hacia estribor para contemplar lasvistas. Al cabo de un rato Ethan regresó con dos sándwiches y un par decervezas frías y fue a reunirse con él.

—Tu madre me dijo que estabas viviendo en el barco —dijo Rebeccadespués de que hubiera dado cuenta a la mitad del sándwich.

—Así es. Huck y yo no necesitamos demasiado espacio, así que nosapañamos bien.

—¿Todos estos meses has vivido en el barco?

Ethan negó con la cabeza y dio un largo trago a su cerveza.

—Al principio, cuando me vine a Wrightsville, me instalé en la casa de miabuelo. Le había prometido a mi madre ocuparme de la casa, porque estaba talcomo él la dejó. No habíamos vuelto por aquí desde el entierro. En realidad,me vino bien tener algo que hacer los primeros días, porque no estabademasiado seguro de cómo emplear el tiempo. Es fácil decir que vas abuscarte a ti mismo, pero hay que saber por dónde empezar…

Rebecca entendió bien las palabras de Ethan. Ella había sentido algosimilar al instalarse en Oak Hill. Llegar fue fácil, pero hasta que Grant no lepropuso aquella loca idea de asociarse con Liliana, no sabía muy bien hacia

dónde dirigir sus pasos.

—Así que te quedaste aquí…

—Sí, unas semanas. Los primeros días limpié la casa de mi abuelo yrevisé sus pertenencias. Tiré unas cosas, doné otras y guardé en cajas las queconsideré que mi madre querría tener. ¿Sabes que tardé seis días en acercarmeal puerto? Me daba reparo enfrentarme al Octopus. Pensé que sería demasiadodoloroso.

—¿Lo fue?

—No, en realidad no. Fue como reencontrarse con un viejo amigo…Espera, tengo algo de fruta, iré a por ella —interrumpió su discurso al darsecuenta de que ambos habían terminado el almuerzo. Rebecca lo vio moversecon agilidad felina a través del barco, sin que su cojera le sirviera deimpedimento alguno. Huck dormitaba tumbado al sol y a la luz del mediodía supelaje lucía con un color más intenso.

Ethan regresó con dos nuevas cervezas y algo de fruta y queso. Rebeccaabrió la segunda cerveza y bebió un trago corto.

—¿Qué hiciste cuando volviste a ver el Octopus? ¿Te embarcaste deinmediato? —preguntó con curiosidad. Se había pasado meses preguntándosequé estaría haciendo Ethan, dónde se encontraría, si se sentiría solo o estabaconociendo gente interesante, si estaba consiguiendo las respuestas quenecesitaba o encontrando nuevas incógnitas en el camino.

—No, qué va. El barco estaba hecho un desastre. Llevaba más de un añoabandonado y estaba bastante deteriorado. Me sentí muy culpable por nohaberme ocupado antes de él… A mi abuelo se le habría partido el corazón silo hubiera visto en ese estado. El trabajo físico me vino bien. Tener las manosocupadas también te permite tener la mente ocupada. Supongo que era unabuena forma de posponer decisiones y de no pensar en lo que había dejadoatrás… —Ethan abrió su segunda cerveza y bebió un trago largo. Rebecca

observó fascinada el movimiento de la nuez de su garganta—. Era una buenaforma de no pensar en ti y de no sentirme tan estúpido por haberte dejado justocuando habías vuelto a mí —susurró con la mirada fija en el botellín decerveza.

—No fuiste estúpido. Fuiste muy valiente. Podrías haberte quedado en OakHill, trabajando en la librería de tus padres y saliendo conmigo, pero creo quenecesitabas encontrar tu propio camino… ¿Lo has encontrado?

—Más o menos… ¿Quieres oír el resto de la historia?

Rebecca asintió.

—Me embarqué casi un mes después de llegar a Wrightsville sin una rutaconcreta. Paré aquí y allá en pequeñas islas desiertas y en puertos deportivosde ciudades de la costa, aunque evité las grandes ciudades. Te envié laprimera foto tres días después de embarcar. Estaba mirando el mar, ese marinfinito y maravilloso que tanto había añorado durante los últimos años, ypensé que tú disfrutarías de unas vistas así. Me acordé del verano que salimosa navegar con mi abuelo. Te adaptaste bien a las rutinas del barco, disfrutastedel viaje y no te quejaste ni una sola vez de lo incómodo que es vivir en unbarco. Mi abuelo se quedó encandilado y yo creo que jamás he sido tan felizcomo aquellas dos semanas contigo a bordo del Octopus…

Rebecca sonrió nostálgica, recordando aquella época junto a Ethan.

—Me encantaron esas vacaciones. También es uno de mis recuerdos másfelices —aseguró, tomando su mano y dándole un suave apretón—. ¿Por esome mandaste la foto? ¿Porque te acordaste de mí?

—Sí, supongo que sí. Y después tú me mandaste la foto de Weston Parkcon toda esa explosión de colores otoñales y me pareció una buena forma deestar en contacto contigo.

—Pero dejaste de mandar fotos hace tres semanas… ¿Por qué?

—No corras tanto, que no he llegado ahí. ¿Quieres saber dónde pasé lasnavidades?

—¿Dónde?

—Florida. ¿Te acuerdas de aquel verano que estuve haciendo prácticas enel astillero?

—Sí, claro.

—Todavía me mantengo en contacto con el dueño del astillero. RoyLawrence es un buen tipo y, cuando supo que estaba en Florida, me invitó apasar las navidades con su familia. Tiene cinco hijos y media docena denietos. Creí que me sentiría como un intruso, pero la verdad es que meacogieron como uno más. En realidad, creo que quería emparejarme con unade sus hijas, la única soltera…

—¿En serio? —preguntó Rebecca algo molesta. Ethan se rio entre dientes.

—No te preocupes. Megan tiene diez años más que yo y no estaba enabsoluto interesada en mí… Y yo me apresuré a contar que tenía una chicapreciosa esperando en Oak Hill —añadió malicioso.

Rebecca le sacó la lengua.

—Sigue con tu historia… ¿Dónde fuiste luego?

—A Puerto Rico. Estuve allí unas tres semanas. Aquello es… no sé cómodescribirlo… supongo que es diferente a todo lo que había conocido hastaahora. —Se quedó en silencio, como si no supiera cómo continuar el relato,pero se recuperó con rapidez—. Me encantó. Conocí a gente muy interesante yaprendí muchísimo sobre mí mismo el tiempo que estuve allí. No séexplicarlo, pero fue toda una experiencia. Viajar solo puede ser bastantepesado. No me había dado cuenta de lo dura que puede llegar a ser la soledad,pero allí encontré gente muy cálida y creo que hice buenos amigos que tal vezno vuelva a ver nunca, pero que de alguna forma me marcaron.

—Te ayudaron a encontrar el camino…

—Desde luego… Había un chico, no tendría más de trece años, quesiempre venía al puerto a ver mi barco. Se quedaba allí horas, tan solomirándolo. A veces jugaba con Huck, pero la mayor parte del tiempo sesentaba y miraba al Octopus. Un día lo invité a subir y le dejé que curiosearaun poco. Al día siguiente me trajo un pudín de coco que había hecho su madrey que nos comimos los dos de una sentada mientras me contaba que de mayorél iba a tener un barco como el mío y a recorrer el mundo con él. Empecé apreguntarle cómo quería que fuera su barco y antes de darme cuenta estabadibujando en una hoja un diseño siguiendo sus indicaciones, aunqueadaptándolas a las necesidades técnicas de una embarcación real. —Ethanguardó silencio durante unos segundos, con la mirada perdida, pero despuésvolvió a centrarse en Rebecca—. No había vuelto a coger un lápiz desde elaccidente. Era la primera vez en años que diseñaba un barco y supongo que…no sé explicarlo…

—¿Despertó algo en ti?

—Pues sí, supongo que sí. Unos días después decidí volver a casa. Metomé la vuelta con tranquilidad, parando en distintos sitios y haciendo planescon calma.

Tras el largo relato de Ethan, ambos guardaron silencio. Huck se habíadespertado y, mimoso, frotaba la cabeza contra una pierna de Rebecca,tratando de llamar su atención.

—¿Qué planes son esos? —se atrevió a preguntar Rebecca al cabo de unrato, pero Ethan negó con la cabeza.

—Ni hablar. Es tu turno. Dilo.

—No seas mandón —protestó, aunque en realidad solo trataba de ganartiempo—. Está bien… Te quiero.

Ethan entornó los párpados y esperó con los brazos cruzados, dando a

entender que consideraba del todo insuficiente su declaración. Rebeccarefunfuñó por lo bajo antes de reanudar sus explicaciones.

—Estoy enamorada de ti y quiero estar contigo. Donde sea: en Oak Hill,en este barco o donde te lleve tu viaje de autodescubrimiento. Tendría quearreglar unas cuantas cosas en Oak Hill primero, pero ya encontraré la manerade solucionarlo.

—¿Eso es todo? —preguntó impertérrito—. No es una gran declaración deamor. Esperaba algo más poético de tu parte…

—Venga ya, Ethan —exclamó exasperada—. Te estoy diciendo que quieroestar contigo, que quiero un futuro contigo y que no quiero esperar otros tresaños. Te dije que esperaría y lo dije en serio, pero creo que tú y yo ya hemosestado distanciados demasiado tiempo y no quiero esperar más. Sé que mivida ahora es muy complicada, pero encontraré la manera de encajarlo todo yestar contigo.

Ethan asintió levemente.

—Vale —respondió lacónico al tiempo que se sentaba a su lado y rodeabasu cintura con el brazo. Clavó en ella los ojos y su mirada, incluso la del ojoapagado, parecía más cálida. Con una de sus grandes y ásperas manos,acarició la mejilla de Rebecca y después dibujó con dedos delicados susfacciones (el arco de las cejas, el puente de la nariz, el contorno de los labios,la línea de la barbilla). Ella le permitió explorar su rostro y, después, repitiósus gestos en la cara de él—. ¿Puedo besarte ya? Porque me estoy muriendo deganas desde que llegaste…

Rebecca asintió y él la besó despacio, saboreándola con deleite. Inmersaen sus besos, perdió la noción del tiempo y, cuando se separaron, ambos teníanuna sonrisa boba en el rostro.

—No me has contado tus planes…

Ethan la besó de nuevo.

—Mis planes son estar contigo y volver a Blacksburg. Quiero terminar lacarrera. Solo me queda un semestre. Ya he hablado con la universidad ypodría incorporarme en otoño. Tendría que cursar algunas asignaturas ypresentar el proyecto de fin de carrera. Podría vivir en Blacksburg entresemana y pasar los fines de semana en Oak Hill. ¿Se adapta eso a lo quequieres hacer?

—Sí, se adapta. Quiero seguir trabajando con Liliana y me encanta darclases en la academia. Tengo unas alumnas fantásticas… No me has dicho porqué dejaste de enviar fotos —dijo de repente, cuando cayó en la cuenta deaquel detalle.

Ethan se rio por lo bajo.

—No quise ponértelo tan fácil. Tú te acostumbras rápido a las relaciones adistancia y… bueno, tal vez necesitaba que por una vez tú vinieras a buscarmea mí.

—Manipulador… —sonrió Rebecca—. ¿Entonces regresamos a Oak Hill?Tengo que organizar la inauguración del viernes…

—¿Quieres volver hoy? —preguntó mientras depositaba un beso suave ensu hombro izquierdo.

—No, hoy no. Hoy quiero navegar contigo.

Ethan rio con una carcajada feliz y auténtica. Rebecca pensó que era elmejor sonido del mundo.

Epílogo

Ethan Bradley recorrió con paso rápido el camino de entrada de OakFarm. Hacía ya tres años que Rebecca y Liliana habían puesto en marcha elnegocio y la antigua granja de los Adkins se había convertido en un lugar muypopular entre los vecinos y las empresas de la zona para la celebración de suseventos. Las cuentas no llegaban a cuadrar del todo, pero se las habíanapañado bastante bien para sacar la empresa adelante. Rebecca habíacontratado a una ayudante y a una segunda organizadora de eventos que lapermitían descargarse de buena parte del trabajo y dedicar más horas a laacademia de baile. Las clases de ballet se habían perfilando al fin como suverdadera vocación. Rebecca Miller no estaba destinada a los escenarios,pero disfrutaba enseñando a sus jóvenes alumnas. Su compromiso con Lilianale impedía lanzarse del todo a la enseñanza, pero a menudo hablaba sobre laposibilidad de dedicarse a las clases en exclusividad. Ethan respetaba susentido de la lealtad, su capacidad para comprometerse que tanto le habíacostado conseguir, pero sabía que se acercaba el momento de que Rebeccadiera un paso adelante y se atreviera a coger lo que quería. Tal vez él estaba apunto de darle el último empujón, aunque no sabía si ella estaba preparada, yesa idea lo ponía nervioso.

La vida había sido algo ajetreada en los últimos años. Durante año ymedio Ethan vivió a caballo entre Blacksburg y Oak Hill, mientras terminabala carrera y después cursaba un posgrado. De lunes a viernes en Virginia y losfines de semana en Oak Hill. Resultó más fácil que cuando Rebecca vivía enSeattle, pero él estaba deseando instalarse definitivamente en el apartamentoque compartía con su novia desde aquel lejano día en que regresaron de

Wrightsville. Sin embargo, no había lugar en Oak Hill para un arquitectonaval, así que había aceptado un empleo en un estudio de diseño de barcos ados horas de la ciudad. Todos los días perdía cuatro horas en ir y venir de unaciudad a otra. Al principio no les había importado, pero a Ethan cada día se lehacía más difícil el largo trayecto diario.

Todo aquello podría cambiar tras la llamada que había recibido aquellamañana. Por ese motivo, se encontraba en Oak Farm: quería hablar conRebecca cuanto antes.

En la entrada coincidió con Abby Costello, la organizadora de eventos quehabía contratado Rebecca. Abby, que estaba enseñando las instalaciones a unapareja, le indicó que Rebecca se encontraba en su despacho, así que subió lasescaleras y se dirigió a paso rápido hacia la zona de las oficinas. Estuvo apunto de tropezar con la joven ayudante de Rebecca, que siempre parecíaasustada en su presencia. No sabía si era por la cicatriz y la cojera o si lachica era de naturaleza asustadiza, pero no le preocupaba demasiado. Hacíatiempo que había asumido que su aspecto físico causaba inquietud en algunaspersonas y procuraba que no lo afectase.

Rebecca no lo oyó entrar. Estudiaba unos papeles con gesto concentrado yEthan se concedió unos segundos para admirar las delicadas facciones de surostro, su esbelto cuello y la elegante posición de su cuerpo. En el trabajovestía siempre de manera formal y, aunque él adoraba a la otra Rebecca, laRebecca de los vaqueros rasgados y los jerséis oversize, la Rebecca másinformal y rebelde, también encontraba atractiva esta versión más sobria de símisma. Había tantas Rebeccas (siempre las había habido) que iba a necesitartoda una vida para conocerlas y amarlas a todas.

Llamó su atención con un carraspeo y ella alzó sus bonitos ojos, que en losespacios interiores parecían un poco más grises. Sorprendida de verlo en sudespacho a una hora inusual, soltó los papeles y salió a su encuentro con unasonrisa.

—¿Quieres hacer novillos conmigo? —preguntó mientras se dejabaenvolver por su olor a vainilla antes de besarla.

Rebecca lo miró fijamente y su corazón empezó a latir a doscientos porhora. Creía que con el paso del tiempo la intensidad de sus sentimientos sehabría aplacado, pero Rebecca seguía poniendo el mundo del revés con susola presencia.

—He quedado a comer con mi padre, pero puedo cancelarlo.

Un mes después de su regreso de Wrightsville, Alexa Miller había llamadoa su hijastra para invitarla a la fiesta de cumpleaños de su padre. Ethan laacompañó y, por primera vez, estrechó la mano del padre de su novia. Dealguna torpe manera, padre e hija reanudaron su relación distante.

—¿A dónde vamos? —preguntó Rebecca cuando entraron en el coche deEthan.

Con una sonrisa misteriosa, condujo hasta Stone Bridge y, cuando salierondel vehículo, Rebecca se rio.

—No voy a tirarme al agua.

—Tuve bastante con una única vez —aseguró Ethan, recordando connitidez aquel lejano día, una década atrás.

—¿Qué hacemos aquí, Ethan? ¡Vas a pedirme que nos casemos! —predijocon los ojos abiertos del susto. Ethan se echó a reír.

—Muy alentador, pero no. Hoy no —puntualizó con una sonrisa maliciosaque le valió un pequeño empujón de su novia. Después se puso serio y lehabló de la llamada que había recibido horas antes. Su antiguo jefe de Florida,Roy Lawrence, iba a abrir un nuevo astillero en New Bern, una ciudad costeradel condado de Craven, y quería contar con Ethan en el departamento dediseño. Era todo lo que había deseado Ethan: un buen equipo de trabajo, unbuen sueldo y la posibilidad de vivir junto al mar, pero solo aceptaría si

Rebecca estaba convencida del cambio. En caso contrario, se quedarían enOak Hill.

—Es una noticia increíble —chilló su novia mientras lo abrazaba—.¿Cuándo empiezas?

—Todavía no he aceptado. —Miró el gesto interrogante de Rebecca ysupo que tendría que explicarse mejor—. Tienes aquí un negocio, una vidahecha que te gusta, y no voy a irme sin ti. No te voy a engañar, me encanta lapropuesta de Roy, pero soy feliz aquí contigo, no lo necesito.

—A no ser que yo me vaya contigo…

—No tengo derecho…

—Sí —aseguró Rebecca con rotundidad—. No necesito pensarlo.Vámonos. Quiero esto para ti y yo… Me encanta Oak Farm y lo que hemoshecho allí, pero nunca fue mi sueño, sino el de Liliana. Creo que podréarreglarlo de alguna forma. Puedo venderle mi parte, convertirme solo en unasocia económica… No lo sé, ya encontraré la solución, pero hace muchotiempo que me he dado cuenta de que lo que de verdad me gusta es serprofesora de ballet y quiero dedicarme por entero a ello. Me encantaríaempezar contigo en un sitio nuevo. En realidad, iría contigo al fin del mundo.

Ethan miró a su preciosa novia, deslumbrado por su sonrisa radiante yconfiada, sin miedo a recorrer el nuevo camino que se abría ante ellos. Sesintió agradecido, enamorado y feliz, dispuesto a la aventura y a todo lo que lavida quisiera regalarle.

FIN

Nota de la autora

Rebecca y Ethan me han acompañado durante meses hasta casi formarparte de mi entorno. Han sido dos personajes adorables, aunque bastantedíscolos, cuyas confusiones e inseguridades nos han traído a los tres decabeza. Me produce cierta tristeza despedirme de ellos, aunque tengo laintuición de que volveré a tropezarme con la pareja más adelante. Serán solobreves encuentros, pero me emociona saber que volverán a pasearse por micabeza.

Sin embargo, esta nota no es para ellos, sino para otros personajes que hanformado su propio relato dentro de la novela. Con los Adkins hemos podidoviajar al pasado para acercarnos, aunque sea brevemente, a una épocacompleja. Su historia familiar está inspirada en otra saga auténtica, que vivióen Carolina del Norte. Los Davidson fueron una destacada familia delcondado de Mecklenburg, propietarios de la plantación de Rural Hill,actualmente convertida en un centro histórico. El mayor John Davidson y suesposa Violet sirvieron de base para la historia de los Adkins, aunque me temoque el mayor no liberó nunca a sus esclavos y no tengo constancia de que enninguna parte se guarden cartas de amor intercambiadas por la pareja a lolargo de su extenso matrimonio, así como otros detalles que son solo productode mi imaginación.

Al igual que Marcus Graham Adkins, uno de los descendientes de losDavidson recopiló la historia familiar. Chalmer Gaston Davidson fue profesoren el Davidson College y escribió algunas biografías de sus antepasados,aunque también otros historiadores se han interesado por la historia de la

familia y me han proporcionado interesante información sobre la época. Sinembargo, no he querido extenderme demasiado en esa parte ya que, a fin decuentas, John y Violet son tan solo unos invitados en la historia de Ethan yRebecca.

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Regreso a Oak Hillte recomendamos comenzar a leer

Para siempre contigode María Ferrer Payeras

Prólogo

Por la megafonía de Son Sant Joan no cesaba de repetirse el mismomensaje una y otra vez: «Por su propio interés, rogamos mantengan suspertenencias controladas en todo momento», pero Amanda había dejado deprestarle atención y se concentraba en revolver su café con la mirada perdida.Llevaba más de una hora sentada en una de las numerosas cafeterías quepoblaban el aeropuerto; a ratos mordisqueaba una ensaimada con desgana,mientras que en su mente se repetían una tras otra las escenas de lo que habíasucedido ese verano.

«Tonta, tonta, tonta, tonta… nunca tendrías que haber dejado que estollegara tan lejos», suspiró.

No se arrepentía de nada de lo que había hecho durante los dos últimosmeses, no renegaba ni de uno solo de los momentos vividos. Aunque hubiesedejado el corazón por el camino y supiese que le costaría volver a ser la deantes, si es que lo conseguía algún día, había disfrutado de todos y cada uno delos minutos que había pasado en Mallorca.

Ese verano había vivido un sueño, una fantasía; si bien era cierto que, aldespertar, se había llevado un buen batacazo. ¡Qué ilusa había sido! ¿Quépensaba?, ¿que su historia sería diferente?, ¿que sería tan especial que unchico como él lo dejaría todo por ella? «No, eso les pasa a las chicas comoCarol, no a las Amanda de este mundo», se lamentó.

Aun así, cada momento le había resultado delicioso. Había sido breve,pero dulce, emocionante, embriagador, excitante… Se llevaba un hermosorecuerdo con el que fantasear durante las largas jornadas de clases en elcolegio del Sagrado Corazón del Rosario Perpetuo; aunque si las monjasllegaran a intuir a qué dedicaba sus pensamientos, se dijo con una tristesonrisa dibujada en el rostro, el trabajo no le duraría demasiado.

Sentía en lo más hondo de su corazón que la Amanda que volvía a casa

nada tenía que ver con la despreocupada chica que había salido haciaMallorca, con su mejor amiga hacía poco; parecía que esos dos meseshubieran durado una vida entera.

No obstante, no podía dejar de recordar las palabras que habíapronunciado Carol el mismo día que se habían embarcado en esa aventura.«Ya verás como este va a ser el verano de nuestras vidas». Y, ¡vaya si lo habíasido!

Segunda entrega de la serie «Oak Hill», iniciada conLa chica de su hermano.

Regresar a casa puede ser la única forma de queRebecca Miller tome las riendas de su vida, ate los

cabos sueltos del pasado y tenga un inesperadoreencuentro con un antiguo amor.

Rebecca ha terminado sus estudios de ballet, pero nuncase sintió cómoda sobre los escenarios. Ha llegado elmomento de decidir qué hacer con su vida y, confusa, regresaa Oak Hill, la pequeña ciudad en la que nació y que pisó porúltima vez tres años atrás. Allí se reencontrará con suhermano, con el que mantiene una relación distante; con sumejor amiga, que sueña con reconvertir una vieja granja

abandonada en un nuevo negocio, y con su antiguo amor de adolescencia, alque hirió profundamente.Ethan Bradley está atrapado en Oak Hill. Hace años que renunció a todos sussueños y ha aceptado una vida sencilla. Vive en un céntrico apartamento con superro Huck, trabaja en la librería de sus padres y no se relaciona condemasiada gente desde el accidente que dejó evidentes señales en su cuerpo yen su carácter. Pero su tranquila existencia va a dar un vuelco con la llegadade Rebecca, la chica que volvió su mundo del revés antes de romperle elcorazón.Ethan y Rebecca tendrán que enfrentarse a los fantasmas de su pasado, conocer

a las nuevas personas en que se han convertido y afrontar un futuro incierto. Lavida les está ofreciendo una segunda oportunidad, pero Ethan no parecedemasiado dispuesto a aprovecharla y Rebecca tiene que encontrar dentro desí misma el valor necesario para poner su mundo en orden y aceptar sussentimientos.

Marian Viladrich (Madrid, 1978). Estudió Periodismo y tiene un Másteren Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid. Inició sucarrera profesional en Radio Nacional de España, conduciendo programas demúsica clásica. Después ha trabajado en prensa escrita e internet y edita unblog sobre maternidad y literatura infantil. Su primera novela, La chica de suhermano, quedó finalista en el VIII Premio de Novela Romántica Vergara-RNR. Lectora voraz de distintos géneros, le apasionan las novelas románticas,la música rock y la fotografía.

Edición en formato digital: mayo de 2019

© 2019, Marian Viladrich © 2019, Penguin Random House GrupoEditorial, S. A. U.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

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http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-17606-69-5

Composición digital: leerendigital.com

www.megustaleer.com

NOTAS

Capítulo 2

[1] UNCC: siglas de University of North Carolina at Charlotte(Universidad de Carolina del Norte en Charlotte).

Capítulo 5

[2] Referido a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos(1775-1783), conflicto bélico que enfrentó a las colonias americanas contraGran Bretaña.

Capítulo 8

[3] Poetisa estadounidense (Boston, 1932-Londres, 1963), que cultivóla poesía confesional.

[4] Verso de «Tulipanes», poema incluido en el último libro de SylviaPlath, Ariel, publicado póstumamente.

Capítulo 13

[5] Denominación con la que se conoce popularmente a la Universidadde Washington.

Capítulo 18

[6] Poema de Sylvia Plath.

Índice

Regreso a Oak Hill

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Nota de la autora

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