Reconstruccion

24
 RECONSTRUCCIÓN (18 años en el Opus Dei) Autora: Aquilina Índice Prólogo...... pág. 2 1. Presagios...... pág. 3 2. Numeraria...... pág. 7 3. Madurez y libertad interior...... pág. 9 4. Crisis de vocación...... pág. 11 5. Renacimiento...... pág. 17 6. Volver a empezar: primer intento...... pág. 19 7. Reconstrucción...... pág. 23

description

Aquillina

Transcript of Reconstruccion

  • RECONSTRUCCIN(18 aos en el Opus Dei)

    Autora: Aquilina

    ndice

    Prlogo...... pg. 2

    1. Presagios...... pg. 3

    2. Numeraria...... pg. 7

    3. Madurez y libertad interior...... pg. 9

    4. Crisis de vocacin...... pg. 11

    5. Renacimiento...... pg. 17

    6. Volver a empezar: primer intento...... pg. 19

    7. Reconstruccin...... pg. 23

  • PRLOGO

    El ncleo original de este testimonio lo escrib en los primeros das de septiembre hace ahoracuatro aos. Desde entonces lo he ledo, reledo y retocado varias veces. Lo he trabajadomucho. Me ha ayudado a digerir las experiencias que narro, y por consiguiente, a reparar almenos parcialmente el dao que me han causado.

    No he querido citar ningn nombre de las personas del Opus Dei que he conocido, aunquetodas podran reconocerse a s mismas en el caso, muy poco probable, que lean estas pgi-nas.

    El texto original de mi testimonio naci por una necesidad de desahogo y de reconstruccin deun pasado casi olvidado a nivel consciente, pero que continuaba agitndome por dentro.

    En esta ltima revisin, he quitado aquellas partes que se referan demasiado ntimamente a lavida de otras personas que se han visto envueltas en mi biografa sin que lo hayan elegido.Tambin he intentado profundizar en los razonamientos para explicar los hechos que relato.

    La primera redaccin de esta biografa naci despus de diez aos de haber dejado la Obra.Nunca haba ledo libros ni artculos de prensa crticos hacia la institucin. La crtica y la lecturaque hago de hechos y acontecimientos maduraron en mi interior por ellas mismas, debido alcambio del tipo de vida, a la experiencia en primera persona de resolver autnomamente losproblemas de la vida diaria, a la psicoterapia y a las muchas lecturas que, por fin, ya no meestaban prohibidas por la censura interna.

    En los ltimos tiempos, en cambio, he tenido la oportunidad de leer muchos libros y testimoniosde personas que se encontraban en situaciones semejantes a la ma, y me asombraba encon-trar tantas cosas en comn, no simplemente respecto a las experiencias concretas vividas enel interior de la Obra, sino tambin por las reflexiones que cada cual haca en los aos poste-riores, cuando haba tomado distancia de los hechos y haba adquirido autonoma de pensa-miento y de juicio.

    En este testimonio autobiogrfico he intentado poner de relieve sobre todo el "antes" y el "des-pus" del Opus Dei: aquellas circunstancias de educacin y familiares que han hecho posibleque, con mayor o menor consentimiento por mi parte, la Obra entrara en mi vida, y las circuns-tancias que despus han hecho posible que, con el paso del tiempo, mi vida se emancipara delas secuelas ideolgicas por la formacin recibida, permitindome as recobrar mi autnticapersonalidad.

    Y no escribo esto para juzgar o para repartir culpas a m o a los dems, sino para asumir mseficazmente la responsabilidad de mi cambio y, quizs, evitar que otros pasen por las mismasexperiencias.

    AquilinaOctubre de 2003

  • 1. PRESAGIOS

    Nac en 1955 y crec en una familia de clase media. Mi padre era funcionario y mi madre ense-aba en la escuela primaria. Yo era la mayor de tres hermanos. Cuando tena 19 aos naci elcuarto hermano, pero como yo ya me encontraba fuera de mi familia, no he convivido con lsino en los ltimos aos.

    Poseo un carcter alegre y extrovertido, que ahora lo veo reflejado en mi hija y que por lo quedice mi madre, se me parece mucho (tiene 6 aos).

    El recuerdo que guardo de mi infancia no es muy sereno ni tranquilo. Mi padre, aunque fue unhombre bsicamente bueno y recto que crea hacer siempre lo mejor por sus hijos, me crioprimida por su posesividad y por sus altibajos de humor. Siempre se le vea temeroso a per-der el cario de sus hijos o a que alguien le robara el lugar principal que quera tener en nues-tro corazn. Nunca nos permiti frecuentar a menudo a los compaeros de colegio. Cuandoera pequea, esto era menos frecuente que ahora, pero s era corriente entre nios quedar devez en cuando para jugar o para hacer juntos los deberes. Se enfadaba si me miraba a menu-do en el espejo; estaba celoso de las hermanas de mi madre que nos cuidaron una temporadaen la que los abuelos se encontraban enfermos y l tena que asistirlos.

    Ya desde pequea era yo tan aficionada a la lectura que, antes de haber acabado la escuelasecundaria (11-13 aos) haba ledo sin que nadie me lo dijera "Los hermanos Karamazov" y"Los novios prometidos", adems de docenas de otros libros, ms o menos ms aptos para miedad. Mi padre estaba tan preocupado por mi voracidad intelectual que me prohibi leer sin supermiso intentando as ponerle lmites.

    Doy solo unas pinceladas de mis recuerdos infantiles, pero pueden ayudar a comprender cmome encontraba yo en los aos de primaria y secundaria. Recuerdo la sensacin de una granenerga interior, que no saba bien cmo encauzar, de una ilusin grande pero sin un objetivoconcreto.

    Debido al control tan de cerca que mi padre ejerca sobre mis lecturas, yo intentaba buscarlibros que saba que l no poda desaprobar, y fue as como empec a leer muchas novelassobre los primeros cristianos. Como un pequeo don Quijote viva en mi propio mundo; yo erala herona perseguida y mi padre, con los obstculos que me tenda para no tener una expe-riencia directa del mundo exterior, era un emperador romano.

    Hacia los doce, trece aos, hubiera sido lo normal que hubiera empezado a conocer o a tratarchicos, pero mi padre era demasiado intransigente sobre este asunto y los colegios, en losaos 60, no eran mixtos. Cualquier pulsin sexual, aunque fuera la ms inocente y platnica,bajo el influjo de los criterios de mi padre, me pareca algo impropio y poco correcto. Y esasituacin chocaba con mi manera de ser: cariosa, extrovertida, llena de ilusin y de confianzahacia los dems.

    A causa de este contraste entre mi manera de ser y las dificultades que provenan de mi entor-no familiar, creo que en aquellos aos tuvo lugar en mi interior una fuerte sublimacin: se acen-tu cierta natural atraccin hacia la dimensin religiosa de la vida, atraccin caracterizada porun fuerte componente esttico. Me atraa la penumbra de las iglesias, la faz y el hbito austerode las monjas... todo lo que tuviera que ver con el sacrificio y la abnegacin.

    Acab por volcar en el ideal de seguir de cerca a Cristo todas aquellas energas que si se

  • hubieran encauzado por s mismas, se habran orientado hacia un objetivo ms propio. No creoque todo lo que relato quite sinceridad a mis sentimientos, pero explica bastante bien la defor-macin que ha existido en muchas de mis elecciones y comportamientos.

    Los aos 70 eran aos de fuego para los jvenes. La contestacin y la rebelda empezaba asurgir en la Universidad, donde haba nacido en el famoso mayo francs del 68. Cuando empe-c el bachillerato superior por primera vez entraba en un ambiente mixto de chicas y chicos.Tena un profesor de letras muy fascinante, extraparlamentario de izquierdas y fuertementeanticlerical que encontr en m a la nica en toda la clase que tena el valor (y la satisfaccinsecreta, porque continuaba metida en mis juegos mentales de "los primeros cristianos") dereplicarle y contradecirle. Si consegua ponerle en algn aprieto, era un xito; si no lo conse-gua, me senta una herona perseguida y tambin me senta complacida.

    Chicos y chicas estrenaban sus primeros amores, pero yo quedaba excluida de ellos por laseveridad de mi padre, que me segua prohibiendo quedar con los compaeros fuera de clase.Todo era postergado siempre "a cuando fuera mayor", y an hoy, a mi edad, en lugar de seguiresa especie de costumbre de esconder mi edad verdadera o disimularla, necesito gritarla casicon orgullo, como para exigir el derecho de ser considerada adulta. Al deformar mi aspectoafectivo y sentimental, empec a hacer hincapi en mis dotes intelectuales para as ganar laaprobacin de los dems, de la que me encontraba hambrienta.

    Uno de los temores de mi padre, creo yo, era "perder el control" de sus hijos. Con el paso deltiempo he comprendido que estaba satisfecho y orgulloso de m y de mis hermanos, pero queno quera hacerlo ver demasiado por miedo a que, hacindolo, perdiera la capacidad de exigir-nos todava ms. Este miedo a perder el control y su desbordante personalidad, hicieron de muna persona insegura. Aunque consiguiera resultados ms que discretos en el colegio y pudie-ra con facilidad hacer nuevas relaciones con mis compaeros, siempre tena miedo de no estara la altura de las circunstancias, a no ser bastante valiente, o bastante mayor, o bastante edu-cada o culta. Tena para cada una de esas circunstancias, la inteligencia suficiente para cons-truir mis defensas y, hacia el exterior, creo haber conseguido dar la sensacin de ser una chicasegura de s misma y, a su manera, bastante anticonformista.

    Desgraciadamente, cuando a una chica de doce, trece o catorce aos, su padre contina exi-giendo que obedezca a ciegas sus criterios morales, sociales y de comportamiento, sin intentarfomentar su capacidad de escuchar su propia rectitud interior (cultivada por una educacin pru-dente y esmerada en los aos de la primera infancia); cuando un padre incluso con la mejorintencin de preservar a su hija de experiencias negativas o dolorosas, quiere siempre tener laltima palabra sobre cada decisin sin aceptar el riesgo de algn pequeo error en la hija parapermitirle tambin aprender de la experiencia, muy probablemente -junto a un creciente senti-miento de rebelin- se instala en el nimo de la joven la conviccin inconsciente de que las ver-dades con respecto a ella misma, a la vida, a su futuro, deben proceder del exterior. Cree queno puede, y tampoco debe, buscarlos dentro de ella misma ni de su conciencia porque sta noest suficientemente formada. Siente el temor de que sus propias ideas sean una fuente deengao, ya que el pecado original -a ello se haca frecuente alusin en una determinada pasto-ral en aquellos aos antes de que las enseanzas del Concilio fueran divulgadas- puede con-vertirnos en vctimas fciles de espejismos y engaos, y que la certeza de la objetividad y lahonestidad slo puede venir a travs del consejo prudente de terceras personas.

    Eso me pas a m. Mis referencias morales provenan prcticamente todas del exterior. Sinsaberlo, incluso pensando durante mucho tiempo que era lo justo y lo sacrosanto, he pasado lamayor parte de mi vida basndome completamente en una moral dependiente. El fantasma de

  • la aprobacin o la desaprobacin de mi padre siempre estuvo presente de manera inconscien-te, y luego he comprendido con claridad meridiana que ya cuando tena trece aos, mi "yo" exi-gente fue atrofiado, por lo que mi sentido de responsabilidad se encontraba tan desmesurado,que no me permiti casi nunca estar en paz conmigo misma.

    Me senta, tambin, terriblemente anulada en comparacin con mis compaeras que disponande ms dinero para vestirse, que tenan permiso para usar medias de nailon, para maquillarseun poco o ponerse un jersey algo ajustado, que saban lo que estaba de moda y vestan deacuerdo con ella. Recuerdo que para m fue un verdadero misterio entender cmo se saba loque se llevaba, o saber dnde encontrar los jersis al estilo americano que con un kilt o conunos vaqueros, hacan furor en aquellos aos entre mis compaeras: yo no llegu nunca atener ninguno.

    Sociolgicamente fui una autntica marginada, pero a pesar de eso mi personalidad tuvo algoque atrajo a los dems y que me buscaban a menudo para desahogarse cuando tenan algnproblema. Esto me deprima un poco, me habra gustado mucho ms ser objeto de otro tipo deinters, pero no lo admit claramente porque incluso constituy siempre una alternativa a unposible aislamiento total.

    Esta situacin interior puede ser bastante normal en una adolescente, pero sera lo mismo denormal superarla y adquirir confianza porque, en la medida que se tienen experiencias, seaprende tanto de los aciertos como de lo errores y tarde o temprano, por uno mismo, se consi-gue salir adelante. Pero las cosas que estaban a punto de sucederme me mantendran encla-vada largo tiempo en esta situacin de inseguridad e inmadurez emotiva que estoy tratando dedescribir. La nica facultad que se me haba desarrollado de manera hipertrfica fue la raciona-lidad y, en cierto sentido, el intelecto. Ambos me proporcionaron una capacidad casi aritmticade alinear silogismos pero sin capacidad de averiguar si la validez de las premisas y conclusio-nes se ajustaban a la realidad.

    Durante el primer ao de bachillerato, adems del profesor marxista, me dio clase tambin otroprofesor -para m extremadamente intrigante - que con su consideracin y respeto hacia misdeducciones y preguntas, me conquist rpida y completamente. Fue el profesor de religin yaparte del hecho de que fuera laico, -cosa que en aquellos tiempos no era muy frecuente-, setrataba de una persona con un particular atractivo: discretamente elegante, lder, licenciado enEconoma y Comercio adems de en Teologa... en fin una figura que no lograba encuadrar,que me atrajo y que, sobre todo, pareci darse cuenta de mis aptitudes, y se comport conmi-go con extrema correccin. Se convirti en mi baluarte psicolgico en las luchas dialcticascontra el profesor marxista.

    Tambin me atrajo porque yo iba a la bsqueda de un gua y de una orientacin. Desde hacatiempo, mis confesiones con el sacerdote eran banales e infantiles. Senta necesidad de hablarde otros pensamientos, de los deseos de herosmo y dedicacin a los dems que se agitabandentro de m pero tema confesarlos por miedo al ridculo o de que me siguieran considerandodemasiado pequea. Deseaba encontrar un director espiritual como tenan algunas de miscompaeras, pero no saba dnde buscarlo y pens que aquel profesor me podra aconsejar.En todo caso estaba decidida a no confesarme ms hasta que no hubiera encontrado a unconfesor estable.

    Aquel verano tuve una historia, hermosa y delicada, con un chico dos aos mayor que yo.Estudiaba en un seminario y se encontraba en plena crisis vocacional. Estaba meditando dejarel seminario y con l, sus proyectos de vida sacerdotal por la intolerancia que encontraba en

  • ese mundo. Estuve maravillosamente bien junto a l, hablamos de nuestros problemas, huboentre nosotros una gran compenetracin y una gran ternura, pero fue un sentimiento tan subli-me que no lleg nunca a traducirse en palabras ni en declaraciones explcitas: cada uno cono-ca el sentimiento del otro, era algo tan real que no haba necesidad de hablarlo, y en nuestroromanticismo juvenil, quizs, aquel silencio aada valor a nuestro cario. Yo no quise influirleen sus decisiones bajo ningn aspecto. En todo caso se trat de una cosa tan evidente que sedieron cuenta todos. Mi padre, naturalmente, empez su guerra, y cuando comenzaron las cla-ses nos escribamos de manera semiclandestina.

  • 2. NUMERARIA

    Al principio del segundo ao de bachillerato encontr al profesor de religin del ao anteriorque me dijo que quizs podra encontrar un buen director espiritual si fuera a una residenciauniversitaria de la que me dio la direccin. Venciendo la resistencia paterna, consegu permisopara salir y as fui por primera vez a un centro del Opus Dei. La casa era bonita, estaba ele-gantemente decorada, llena de chicas jvenes y cordiales que tocaron la guitarra, y que me tra-taron enseguida como a una vieja amiga.

    Este comportamiento tuvo un impacto enorme sobre m, que hasta entonces me haba sentidoextraa en cualquier entorno, y me produjo una enorme ansiedad por encontrar una evasin alentorno familiar y una sed infinita de dar y recibir amistad y cario. Empec a ir a aquel centrocon toda la frecuencia que me permita la intransigencia de mi padre. Tambin l qued impac-tado por la educacin de las personas que conoci all, dnde lo llev de visita para predispo-nerle a que me dejara continuar yendo sin que pusiera muchas trabas. Sigui ponindomealgunas dificultades, pero menos que antes (quizs se dio cuenta de que no poda seguir esti-rando de la cuerda hasta el infinito) y en todo caso yo segu utilizando el recuerdo de los "pri-meros cristianos perseguidos", que nunca hasta a entonces haba puesto en prctica en uncontexto real.

    En este momento tengo que decir que todas las cosas negativas de que hablar, las asumo enprimera persona durante todos los aos que he pertenecido al Opus Dei, con el nico atenuan-te de que las he hecho con la honestidad y la rectitud que pueden llegar de un alma y de unaconciencia deformadas por la inmadurez afectiva y la inseguridad.

    En la obra me dieron nuevos elementos para seguir jugando a los "primeros cristianos perse-guidos", no slo en la intimidad de mi fantasa sino tambin en las situaciones reales que fuidescubriendo. A los quince aos y medio, como en las novelas de santa Ins, santa Cecilia,santa Eulalia y santa Teresa del Nio Jess, ped la admisin como numeraria en el Opus Dei.Es decir como asociada sujeta al voto de castidad total, adems de tener que vivir heroicamen-te todas las virtudes tradicionales cristianas (y no slo la pobreza y la obediencia aunque, comonos repitieron hasta el infinito, "nosotros no somos religiosos") y vivir, en cuanto fuera posible,bajo el mismo techo con otras numerarias, que se convertiran en mi nica y verdadera familia.

    Los ideales que me fueron propuestos en la Obra eran sublimes: santificarse dentro de lasociedad siendo como la levadura, a travs de la preparacin intelectual y doctrinal, haciendodel apostolado de amistad y de confianza un servicio abnegado y sin lmites. El extremado rigordel tipo de vida, la obediencia total a los deseos de los directores, la entrega completa de laintimidad, la ausencia total de bienes personales, la mortificacin y la penitencia severa, sacia-ban mi sed de herosmo romntico y compensaban la ausencia, en mi vida, de aventuras mshumanas e indudable y psicolgicamente, ms normales.

    Sin ninguna explicacin ("para evitar tentaciones", me dijeron) le hice saber al chico que habaconocido el verano anterior que no quera verlo ms. Resist a todos sus intentos de que lediera un porqu, segura de estar defendiendo mi amor exclusivo a Cristo.

    Por fin "perteneca" a alguien y a algo, y esta toma de conciencia me dio fuerzas y energasque nunca haba tenido antes; todas las dificultades desaparecieron. A los diecisis aos yonce meses me traslad a Miln para hacer el Centro de Estudios. All estuve durante los dosaos de formacin y luego fui a vivir al otro lado de la pennsula. En Palermo complet todoslos estudios universitarios, mientras colaboraba a la vez con algunos trabajos apostlicos que

  • la Obra llevaba adelante y atenda el trabajo de Administracin, es decir las faenas de la casa,sobre todo en las de varones donde viven los miembros de la obra y, a veces, tambin perso-nas externas. En los 80 volv de nuevo a Miln, obedeciendo las indicaciones de las directoras.

  • 3. MADUREZ Y LIBERTAD INTERIOR

    En aquellos aos aprend a meditar y a rezar, y un da bello e inolvidable, de aquellas inciertastentativas, algo naci dentro de m completamente nuevo, aunque, probablemente, no comple-tamente sobrenatural: estaba en la ribera de un lago, rodeada por un paisaje sereno y tranqui-lo; me transport a dos mil aos antes y casi vea al Maestro rodeado de sus amigos, habln-doles de su doctrina y llevando adelante la obra de la redencin. A raz de esa "experiencia"hice trabajar mi fantasa sobre el evangelio para mostrar en sugestivas historias a los odosjvenes que me escuchaban, la doctrina cristiana. Al hacer extremadamente asequibles y fasci-nantes las duras exigencias morales que quera transmitir a los que me escuchaban, esperabaque pudieran seguir a Cristo mediante la entrega total en el Opus Dei. Creo que lograba sermuy convincente porque crea firmemente en lo que deca, ms que en las exigencias desme-suradas e injustificables, que otros quiz ms preparados que yo, ponan alegremente sobrelos hombros de los dems. Mi esfuerzo de racionalizacin result irresistible para muchos.

    La fuerte propensin al racionalismo cristiano, cimentado por la apologtica y sobre la dialcti-ca teolgica que existen en el Opus Dei, acentu mi tendencia a valorar mi dimensin intelec-tual en perjuicio de una afectividad cada vez ms oprimida e inmadura, que durante muchotiempo me cre grandes problemas. El apostolado de amistad y confianza se convirti para muna verdadera especialidad, puesto que, libre ya de las trabas paternales y justificada por unamayor gloria de Dios, poda y deba tratar y cultivar las ms amistades posibles, naturalmentesolo femeninas, para acercar a travs de mi amistad, el mayor nmero de personas a Dios.

    En suma, el Opus Dei result ser perfecto para hacer trabajar mi imaginacin y tuve xito: medieron encargos cada vez ms importantes y llegu muy joven a tener responsabilidades degobierno a nivel nacional. En los 80, con veinticinco aos recin cumplidos, terminada la licen-ciatura con mencin de honor en Filosofa, me dieron el encargo de responsable nacional delas actividades apostlicas de la Obra con las chicas jvenes.

    Por mi padre haba sido educada en la obediencia -a l y a la moral catlica que me habainculcado-, como a una de las mayores virtudes cristianas, y sobre todo a ver en la desobe-diencia la raz de cada desorden y de la imposibilidad de construir algo bueno en la sociedad.De la obediencia a l pas a obedecer en nombre de un bien mayor, lo que supuso que seguaobedeciendo a otra entidad superior, pero obedeciendo y segu creyendo que obedecer era lomejor para aplacar mi 'yo' exigente. Sobre esos criterio se ha basado durante aos mi moral. ElOpus Dei acentu esta deformacin, y en la formacin que recib, como todas las otras perso-nas de la institucin, se enfatiz desmedidamente la importancia doctrinal y asctica de la obe-diencia, la sumisin total y sin crtica al magisterio eclesistico (interpretado por el Padre y lasindicaciones que ste haca a los directores y que se basaban principalmente en una doctrinatridentina), la importancia de identificarse con el "buen espritu" entendido como una jerarquade valores, un conjunto de normas y de reacciones a las situaciones que acaban por ejercitarsede una manera instintiva.

    En el Opus Dei se habla mucho de la libertad de la que gozan los miembros de la asociacin.Yo debo reconocer que no he recibido nunca una indicacin explcita respeto al partido polticoa quien votar y la carrera universitaria que estudi tuvo la aprobacin de las directoras. Por loque concierne el trabajo profesional, no lo ejerc nunca exteriormente durante los aos que fuinumeraria. Y como directora espiritual, evit siempre dar indicaciones concretas sobre el traba-jo de las dems. Pero esto no significa que haya sido realmente libre en otros aspectos ni enotros mbitos, porque los medios que se usan en la obra para controlar las decisiones y loscomportamientos de los socios y los simpatizante es otro: el llamado "buen espritu".

  • El "buen espritu" es una especie de ley no escrita que se graba en lo ms ntimo de cada unopor la formacin impartida incesantemente en la obra. Es transmitida lentamente, de mil peque-as maneras y detalles que se estratifican dentro de la persona llegando a formar una especiede segunda naturaleza y de una segunda conciencia. Se cultiva con mtodos que son muy dif-ciles de definir: innumerables detalles que tienden a cambiar la forma de ser y de actuar paraser coherentes con el "buen espritu" e igualmente innumerables, minsculas (o no tan mins-culas) frustraciones y castigos para cuando no vives esa coherencia con el "buen espritu". Deeste modo no hay necesidad de ponerlo por escrito para transmitirlo, y en efecto, los mil crite-rios y comportamientos de "buen espritu", en su mayor parte, no estn escritos en los docu-mentos oficiales de la obra pero su existencia se mantiene en una especie de tradicin oral:son ejemplos que se citan en las lecciones de formacin, que practican adecuadamente laspersonas ms integradas en el sistema y que se ponen de ejemplo a las otras. Hay todo unanecdotario de recuerdos, de comportamientos del fundador o de los ms antiguos de la obraque se utilizan, dando por implcito, que aquellos comportamientos, aquellas orientacionesmentales, aquellos criterios y aquellos juicios son de "buen espritu": los que satisfacen alPadre, los que hacen que la obra sea fecunda en sus apostolados, los que llevan a la santidada la persona que los practica...

    Reglas de este tipo, probablemente, se pueden encontrar en muchas otras organizaciones dela Iglesia. Lo que las convierte en criticables es la exagerada intolerancia, ms silenciosa eimplcita pero drstica, que lleva en el Opus Dei a la inexorable marginacin de cualquiera quese aleje de los criterios del "buen espritu" y esto se hace, paradjicamente, en una organiza-cin que tiene en la libertad y en el pluralismo, su estandarte.

    De este modo, en la obra, se es prisionero y guardin de la misma prisin. Las personas, si tie-nen "buen espritu", ejercen sobre ellos mismos una vigilancia estrecha, son censores despia-dados de sus faltas y se convierten en sus propios delatores delante del tribunal de la direccinespiritual con el director laico.

    Los directores son, normalmente, las personas que mejor encarnan los criterios del "buen esp-ritu", operndose as una especie de seleccin anti natural que hace crecer y prosperar la tipo-loga del numerario que vive y exalta el "buen espritu": una persona que no se hace nuncapreguntas con respecto a la obra; que calla cada duda como si se tratara de una tentacin; querechaza como una infidelidad las individualidades de cada persona... porque lo ms importantees la fidelidad al espritu de la obra.

    Estos comportamientos tambin estn muy lejos de la virtud de la sinceridad. Cada virtud -cris-tiana o humana- para serlo realmente, tiene que estar sustentada en la libertad, no slo en lalibertad de los condicionamientos externos sino tambin y sobre todo en la misma libertad inte-rior. En el Opus Dei, si se tiene "buen espritu", esto no sucede as. No se puede prescindir decontar al director o a la directora, en la charla semanal de direccin espiritual, el ms mnimopensamiento que pueda suponer un atentado contra la fe o la pureza o la vocacin o una crti-ca o una intolerancia hacia lo que hacen o dicen los directores o el Prelado.

    No es posible ninguna mediacin de sentido comn en todo ello; los criterios predeterminadosestn demasiado claros. Cuando a veces he intentado administrar de manera ms autnomami conciencia, no logr nunca superar un gran remordimiento que naca a continuacin, y alfinal tena que volver, de manera compulsiva a la que se llama "la madre buena", a la obra,para encontrar as una especie de momentnea serenidad y paz interior.

  • 4. CRISIS DE VOCACIN

    Cundo antes he sealado al trabajo de alistamiento de nuevas vocaciones para el Opus Dei,he tocado un tema que ahora, despus de muchos aos, me parece percibir como la cosa msinmoral de todo aquel sistema: el proselitismo incansable que persigue -por la tctica de hacercreer que la voluntad de Dios se manifiesta a travs de la voluntad de los que pertenecen a laorganizacin-, implicar y captar al mayor nmero posible de personas, olvidndose y pasandopor alto las circunstancias personales, las necesidades familiares o las aptitudes o el carcter.Slo experiencias sexuales anteriores o una forma de ser demasiada insulsa y ningn atractivopersonal puede librar de caer en las redes, a la persona objeto de nuestras persecuciones pro-selitistas (hablo respecto a las mujeres porque en el Opus Dei existe una rgida separacinentre la parte femenina y masculina de la asociacin). Yo crea en lo que haca, y por lo tanto lohaca con pasin, sin ahorrar horas de sueo, ni viajes, ofreciendo las penitencias ms pinto-rescas y todo lo que la imaginacin y el entusiasmo me sugeran para lograr vocaciones.

    Pero, incluso hacindolo con entusiasmo, no tena siempre paz dentro de m: se alternaronmomentos de depresin, -que entonces no fui capaz de reconocer como tales-, y crisis terriblesde escrpulos, que si hubiera estado ms segura de m misma, hubiera sido capaz de interpre-tarlas como seales que mi cuerpo y mi psique me enviaban una alarma, y me habran puestosobre el aviso acerca del hecho de que las cosas no iban tan bien como yo pretenda.

    Cuando miro atrs en mis recuerdos, creo recordar la primera vez que experiment la sensa-cin de la angustia de la depresin, ese malestar del alma y del cuerpo que creca dentro dem hasta devastarme y que se volvi, por muchos aos, el compaero de mi existencia. Fuealrededor de un ao y medio despus de pedir la admisin en la obra.

    Todava no haba empezado a hacer vida de familia en un centro. En mi primer curso anual, elverano anterior, experiment la convivencia durante unos 20 das sin que transcurrieran inci-dentes a destacar. En Semana Santa, me encontr de nuevo entre gente de la obra en la con-vivencia de Pascua, una ocasin en la que miembros de la obra y simpatizante de todo elmundo se renen en Roma por un acontecimiento que, para el exterior, aparece como un megacongreso universitario, pero que en realidad tiene como objetivo principal provocar la crisisvocacional en las personas ms dispuestas o influenciables. En aquellos das todos los aspec-tos de la vida del Opus Dei se vivan, si fuera posible, con tintes an ms cargados de lo usual:los encuentros con el Fundador, con todo lo que esas tertulias llevaron consigo de adhesinincondicional a cada palabra que pronunci, de demostracin exagerada de cario, de alegra,de la preparacin de cada intervencin (preguntas que se le hacan al Fundador) para evitartodo lo improcedente o negativo; la preocupacin y el empeo para que nuestras amigas sedecidieran a pedir la admisin en la obra o se convirtieran al catolicismo. Adems cada una denosotras tena que hacer un esfuerzo an mayor para vivir, adems del plan de vida habitual,un apostolado ms cerrado y constante con las amigas de las que era responsable sin olvidarlas prcticas de mortificacin y penitencia habituales en medio de las condiciones nada fcilesde un tour turstico.

    Adems de los encuentros con el Fundador, aquellos das se establecieron visitas guiadas alas casas centrales de la organizacin -villa Sachetti y Villa de la Rose - tertulias con las direc-toras centrales que se basaron exclusivamente sobre el Padre y sobre el apostolado en los dis-tintos pases del mundo, visitas a baslicas y a las catacumbas romanas, los oficios de laSemana Santa celebrados de modo solemne y en las formas litrgicas ms ortodoxas y, portanto, ms prolongadas. Psicolgicamente, nos encontrbamos en un ambiente de gran tensininterior por las posibles vocaciones: la preparacin de la pregunta, quizs decisiva para el s

  • definitivo, que una amiga deba dirigirle al Padre en la prxima tertulia con l, el coloquio pro-longado y a menudo nocturno -ya que durante el da haba demasiados encargos y actividadesque dificultaban la conversacin privada- con la chica con crisis de vocacin, la espera a serinvitadas a participar en los oficios de Villa Sachetti -una de las seales ms grandes de distin-cin para las numerarias-...

    Probablemente fue por la presin a que fui sometida por todos estos factores que, a pesar delplacer que me supona encontrarme lejos e independiente de mis padres, de no tener que pedircontinuamente permiso para salir o para verme con alguien, el poder rezar y hacer apostoladoa mi gusto, en algn momento me encontr extraviada: con la sensacin de una gran soledad,presa de un malestar interior que no entenda y que se manifest fsicamente hacindome sen-tir amargada, confusa, como decepcionada por algo indefinido, atascada y ralentizada en mismovimientos, infeliz sin un porqu concreto.

    Gracias a la educacin familiar recibida, que vea en la fuerza de voluntad la panacea paratodos los males, reaccion a aquellas sensaciones y me las quit de encima con relativa facili-dad volviendo a meterme de lleno en lo que estaba convencida de que era mi sueo realizado:ser del Opus Dei, saberme hija de Dios y haber sido llamada a entregar toda mi vida para sal-var almas.

    Desde aquel da, aquel extrao estado de nimo volvi de vez en cuando, espordicamente, aasomarse dentro de m. En un primer momento pens que dependa de los altibajos fisiolgi-cos de la vida de cada uno. En los aos del Centro de Estudios lo atribu a la fatiga por compa-ginar al mismo tiempo el bachillerato con el esfuerzo de la formacin intensa de aquel curso yen general a las condiciones exigentes y muy duras de la obra. Me pareci que el encontrar lacausa sera suficiente para justificar ese malestar tan desagradable, sin sospechar nunca quepudiera ser la seal de que haba algo que no iba bien a un nivel ms profundo y ms grave. Alfinal, me acostumbr a pensar que era normal encontrarme combatiendo peridicamente unamolestia que se present con el transcurrir de los aos de una forma cada vez ms pesada,ms dura y frecuente.

    Toda la formacin que recib en el curso de los aos y que fue reforzada diaria, semanal, men-sual y anualmente por los ms variados medios de formacin, me ense que la santidadpeda lucha y esfuerzo, que la naturaleza humana quera rebelarse, y por tanto interpret misdificultades interiores, mis bajones y mis cambios de humor, al peso que adverta cada maanacuando me despertaba y tomaba conciencia de m. A la luz de los tratados de asctica, empe-c a pensar que me encontraba en la noche oscura descrita por santa Teresa de vila y porsan Juan de la Cruz.

    Viva con deseo y rechazo al mismo tiempo la charla semanal de direccin espiritual: por unaparte senta un deseo urgente y de dilogo ntimo realmente espontneo y sin reservas con unser humano. Con las amigas que trataba con fines apostlicos y proselitistas no habra sido de"buen espritu" tener confidencias personales si no en la medida en que mis posibles gestos deconfianza tuvieran el fin de atraerlas. Estaba censurado y considerado como de psimo malespritu, contar dificultades, dudas, insatisfacciones, temores o nostalgias a alguien que nofuera la directora impuesta. Estaba censurado tambin que hablramos de esto en nuestrocentro: que hablramos entre nosotras mismas, -con otra numeraria que no fuera mi directoraespiritual-. Cada pensamiento de este tipo haba que catalogarlo como tentacin y por tantodescartarlo lo ms pronto posible, informar de l en la prxima direccin espiritual, pero tam-bin all sin buscar entender ni que me entendieran, slo las palabras necesarias para pedirperdn y pasar a otra cosa.

  • Con las otras asociadas las censuras an eran ms tajantes: los argumentos y las confianzaspersonales eran tab fuera de la charla de la direccin espiritual porque, entre nosotras yamiembros de la Obra, no tenamos la excusa de decir que estbamos haciendo apostolado.

    Los consejos que reciba en las charlas de direccin espiritual me decepcionaban intensamentey me dejaban con una insatisfaccin cada vez ms profunda. Adems, obedecer tambin supo-ne en la Obra hacer la charla con quien te digan, no con quien t elijas, as que tena que sin-cerarme con personas que en algunas ocasiones me resultaban antipticas y repelentes. Esoera tambin un esfuerzo aadido porque ese sentimiento tan natural y tan elemental de queuna persona te inspire ms confianza que otra, no est admitido en la obra.

    Nadie adverta mi problema ni saba encauzar mis sentimientos o sensaciones. Mi rigidez men-tal y mi esmero, como ya he contado, me obligaban a hablar en estas charlas abrindomecompletamente, sin permitirme la mnima reserva mental o el mnimo atisbo de discrecin. Porotro lado, quin me escuch no se tom con demasiada seriedad mis dificultades interiores yexteriores y hasta tuve la sensacin que minimizaba o vea como un fastidio mis interpretacio-nes msticas antes las dificultades que senta.

    De este modo sigui creciendo mi ignorancia y mi incapacidad para poner remedio a mi males-tar interior: senta que la parte ms ntima de m se estaba desmoronando ruinosamente, perono tuve ni las palabras ni las categoras mentales para hablar de ello ni para conseguir laayuda de que necesitaba. A pesar de eso, confindome en lo que siempre me ensearon, yque yo haba enseado a las dems, segu creyendo con confianza en el valor de la sinceri-dad, de la humildad y en el amor de la obra hacia m: "Habla, y se solucionar cada dificultadinterior"... "Abrid completamente vuestras almas al buen Pastor, si queris perseverar"..."Elbuen Pastor (el Padre, las directoras en su nombre) toma sobre sus hombros a la oveja queest perdida"... "En la obra existe toda la farmacopea necesaria"...

    Yo hablaba, siempre con mayor dificultad y cada vez ms a contrapelo y desorientada y nolograba recibir las respuestas adecuadas, ni orientaciones precisas ni diagnsticos para sabercmo actuar. La vida en la obra, que quise durante aos, empez a disgustarme. Mi "buenespritu" todava se negaba a sumar dos ms dos, a conectar las causas con los efectos, aremontar la saturacin a la que haba llegado por aquel estilo de vida tan poco autntico, tancontra natura, tan inhumano y por lo tanto, tan poco sobrenatural.

    Inicialmente pens que Dios me enviaba esa insatisfaccin porque quera de m una entregams profunda. En algunos momentos incluso pens en pedir ser numeraria auxiliar: ocultacintotal, olvido, abnegacin en una vida de humildad y sumisin radicales. Pero no haba odonunca que se hubiera permitido una cosa parecida y el sexto sentido que ya haba adquiridocon respecto de los criterios de la obra me sugiri abandonar la idea porque no era una posibi-lidad real.

    Ya me daba cuenta de que senta repulsa por las excesivas manifestaciones de filiacin alPadre; me chocaban las demostraciones explcitas de cario y sumisin que a las dems lesparecan totalmente normales. Me cansaban ver con mucha frecuencia las proyecciones de lostertulias multitudinarias de varios pases con el Fundador o con el Prelado de la poca. Mesenta incapaz de participar en la organizacin de los encuentros que don lvaro tuvo en Italiacon muchos grupos de personas de la obra y con nuestras amigas. Los preparativos minucio-sos y llenos de detalles de cario y respeto superlativo, la preparacin selectiva de las pregun-tas que las chicas tenan que dirigir al Prelado, la alegra exagerada y con alguna punto de his-

  • teria que estos encuentros despertaban en la mayor parte de las otras asociadas despert enm una creciente reaccin de intolerancia, de rechazo y de crtica.

    Empec a sentir alergia por las palabras estereotipadas y frases hechas que en la obra seusan continuamente, a propsito o sin l, para indicar cada manifestacin de "buen espritu".Comenc a intuir que, como miembro de la obra, era vctima de una manipulacin semntica.Por un lado se dice "nosotros no pedimos permiso" pero consultamos todo con las directoras;"aqu no se dan rdenes: todo se pide con un por favor" y al mismo tiempo la obediencia debeser ciega y rpida y rindiendo el juicio propio; "no tenemos que dar cuenta de nuestros despla-zamientos" pero antes de salir del centro vamos al despacho de la directora para decirle dndevamos, con quin y a qu y dnde nos pueden localizar"; "no disponemos de dinero" pero sehace caja; Y as podra poner miles de ejemplos. Siendo -en teora- libres de vestirnos comoquisiramos, cada adquisicin de vestuario era supervisada por una segunda numeraria queacompaa siempre a la que tiene que comprarse algo para dar el visto bueno; "se vive el"dulce precepto" -se alude as al cuarto mandamiento- rezando por nuestras familias de sangre,pero sin poderte implicar nunca en sus necesidades ni en sus situaciones. La cosa ms inocen-te del mundo, como felicitar por telfono a un pariente o tomar una aspirina para que se tepase el dolor de cabeza, si no se le pidi autorizacin a la directora y fue aprobado por ella, seconverta en un acto de soberbia y en una pequea falta de "buen espritu".

    De esta manera, tambin en vocaciones consolidadas y probadas, se fomentaban comporta-mientos que en otras instituciones de la Iglesia se ponan en ridculo al ensearnos que, porejemplo, las novicias eran excesivamente escrupulosas. En lugar de dar doctrina y luego dejarvolar a las personas con alas de libertad y de amor, hacindoles adquirir autonoma sin entro-meterse en sus elecciones ms insignificantes, las directoras estaban empujadas continuamen-te a difundir indicaciones concretas sobre detalles nimios. As la numeraria ejemplar acabasiendo una campeona en ir contracorriente en el entorno externo a la obra, pero no se atreve-ra nunca a ir contracorriente dentro de ella, tampoco sobre los aspectos que a lo mejor en unprincipio, la "descolocan" o sobre otros muchos muy discutibles y que al final se acaban acep-tando.

    A pesar de la calidad humana y sobre todo intelectual de mucha gente de la obra, al repetirseel mecanismo de la utilizacin semntica (el doble lenguaje) hace que se pierda el contacto conla verdadera naturaleza de las mismas acciones, impidiendo sobre todo la capacidad de com-prender lo que se est realmente haciendo. Y luego, con la repeticin y el automatismo se llegaa perder la nocin de responsabilidad y se la hace una cosa concreta llamndola con el nom-bre exactamente opuesto. Anlogamente, se acaba viviendo un infantilismo humano y sobrena-tural, que lleva a simplificar la realidad, adoptndose adems una actitud de arrogancia, desuperioridad y de ausencia de dudas.

    Empezaron a despertarse dentro de m las primeras rebeliones contra las indicaciones conti-nuas y minuciosas que concernan a cada comportamiento y a cada juicio que tenamos quetener como miembros de la obra. Fueron los primeros aos despus de la muerte delFundador, y, creo que, el Prelado de la poca, don lvaro del Portillo, tena miedo que la obraperdiera el "buen espritu" originario. As, basndose en una elemental ley de balstica, disparms alto y empez a mandar indicaciones todava ms estrechas y severas de las ya muy rgi-das, que regulaban la obra hasta a entonces.

    Mi malestar y mi insatisfaccin siguieron creciendo. Hablaba, pero no me entendan y hasta elfinal no fui relevada de mis encargos y de mis responsabilidades. Mi emotividad siempre mefue difcil de gestionar desde los aos de la infancia: aunque normalmente era una persona

  • jovial y positiva, cuando me asaltaban las ganas de llorar no poda retenerme ni disimularlo,fuera cual fuera el contexto donde me encontrara; y me venan cada vez ms a menudo lanecesidad de llorar, de manera cada vez ms incontenible e irrefrenable, incluso cuando meencontraba en pblico. Este comportamiento me empeor drsticamente, y ya no pude con l.Me asalt un creciente sentido de repulsa hacia mi trabajo de todos los das. El espritu crtico,un campo de lucha interior siempre a enterrar para un miembro de la obra y por la enorme can-tidad de pretextos que pudieron suscitarlo, casi se volvi constante.

    La tristeza acab convirtindose en la compaera principal de mis das, y ya no logr aceptar yni tolerar todas las reglas que hasta a entonces haban marcado mi vida y no logr participarde manera activa y voluntariosa, como siempre hice, en los momentos de formacin y ejerci-cios espirituales.

    Al principio del verano de 1985 esta situacin estall y no se pudo ignorar ms: me trataron,durante el curso de formacin anual, con mayor respeto, me permitieron -dado que tambin lashoras de sueo estn reguladas rgidamente- dormir ms, fui exonerada de algunas de las acti-vidades de formacin importantes, pero siguieron atormentndome con otras tonteras, entrelas que recuerdo con particular sufrimiento una correccin fraterna que me hicieron porque "nocantaba con las dems en las excursiones y en las tertulias"... Este reproche se me qued gra-bado por la enorme rebelin que me provoc, pero slo despus de muchos aos he compren-dido que no me revel solamente contra una mortificacin gratuita que pudieron hacerme, sinoque fue el principio de una rebelin total. Cmo iba a cantar si toda mi vida afectiva estabaparalizada por el esfuerzo de controlarla durante aos, si mis sentimientos y convicciones noeran mos sino que me haban sido impuestos desde el exterior, sin que yo ni las personas quese comprometieron delante de Dios sobre la responsabilidad de mi alma ni siquiera nos habarozado la duda de que no fueran autnticos?. Sin que yo lo supiera, dentro de m fueron madu-rando los anticuerpos que ahora comenzaban, con gran esfuerzo, a rechazar todo aquel siste-ma de vida que no fue nunca mo y que ahora estaba descubriendo la verdad, despus detanto sufrimiento.

    A la vuelta de esas vacaciones de verano, a pesar de que tambin haba tomado algn frma-co antidepresivo prescrito por una numeraria neuropsiquiatra, no me encontr mejor. Fui exo-nerada hasta diciembre de la mayor parte de mis obligaciones, salvo aquellas en las que mipresencia era necesaria para hacer jurdicamente vlidos los actos de gobierno. HaciaNavidad, viendo que no sala adelante y que ya supimos claramente que se trataba de unadepresin, me dijeron que haban decidido mandarme a Espaa, a Pamplona, donde el OpusDei tiene la universidad de Navarra y la clnica universitaria. Fui acompaada en aquel viaje,que tampoco era capaz de hacerlo sola, de una numeraria de mi centro. Cuando sta, despusde un par de das, tuvo que partir, le dije que no quera quedarme all dnde me senta aisladaen un entorno de personas desconocidas, pero me trat con una dureza y con una impacienciaque todava recuerdo con angustia.

    En Pamplona no fui hospitalizada en la clnica: viva en un pequeo centro que exista a prop-sito para alojar a las numerarias que venan de todo el mundo por problemas de salud. Por lamaana iba a echar una mano en las tareas domsticas a una residencia universitaria algolejana, y por la tarde, dos o tres veces la semana, iba a hacer terapia psiquitrica en la clnicauniversitaria. Me hicieron una montaa de anlisis, y empec a tomar psicofrmacos que pro-bablemente aumentaron mis molestias, pero de los que indudablemente no habra podido pres-cindir de ellos, dada la importancia que alcanzaron mis sntomas depresivos. Una persona exu-berante y llena de recursos como yo, que haba viajado infinitas veces al extranjero acompa-ando a grupos de chicas de slo doce, trece aos, ingenindomelas entre documentos, len-

  • guas extranjeras, horarios y retrasos y la indisciplina del grupo correspondiente a aquellas eda-des, estaba reducida a ser prisionera de tantas formas de ansiedad que subir ahora a un auto-bs o a un tren sola, se convirti en una empresa atormentadora.

  • 5. RENACIMIENTO

    Estaban ponindose intolerables las devociones comunes, la lectura de las publicaciones inter-nas que ya perciba como de insoportable autobombo, la visin reiterada de vdeos de las tertu-lias con el fundador de la obra, muerto aos antes, o con su sucesor, realizados con tal culto ala personalidad que, hoy, no logro comprender cmo se puede aceptar y admitir.

    La santidad de la obra me fue inculcada de tal modo que nunca pude ponerla en tela de juicio,pero cada da se haca ms evidente que no haba sido yo quien la haba elegido, ya noaguantaba ms aquella existencia. Siempre me dijeron, y as siempre lo prediqu a los dems,que la vocacin no se pierde nunca: claramente no se expresaron as, pero dejaron entenderque se adhiere al alma con la misma persistencia y naturaleza que el carcter sacramental.Empec a pensar que quizs pudiera haber alguna excepcin, puesto que, ahora, me resultabatan evidente que si hubiera continuado dentro, me habra vuelto loca del todo y habra muertoen un estado miserable. Incluso en mi gran confusin mental, entenda que Dios no poda que-rer una cosa as.

    Empez as un tira y afloja que dur dos aos y medio. Por una parte, en la Obra me dijeronque si me hubiera ido, habra puesto en grave peligro la salvacin de mi alma (entre los librosde lectura espiritual habituales en la obra y que me dieron a leer en aquellas circunstanciasestaba "Glorias de Maria" de san Alfonso de Ligorio, un "caramelo" redactado en el ms puroestilo terrorista para quienes se plantean la perseverancia en la vocacin). El Consejero en per-sona me dijo que, si no hubiera perseverado, no me habra podido quedar en Miln, dndetodos me conocan y dnde mi infidelidad habra supuesto un escndalo para muchas almas.

    Yo por mi parte, siendo todava totalmente incapaz de poner en tela de juicio al Opus Dei, quecontinuaba juzgando como algo santo puesto que fue aprobado por la Iglesia, empec a vis-lumbrar que, en alguna parte, los argumentos hacan agua. Mi licenciatura en filosofa y la fami-liaridad con el empleo de los silogismos que adquir gracias a la formacin interior de filosofa,como base a los estudios de teologa, me llevaron a razonar del siguiente modo: si los estatu-tos de la obra, que estn aprobados por la Iglesia, s prevn una forma para pedir la dispensade los votos solemnes, no puede haber implcitamente nada perverso en utilizarla, puesto quela Iglesia, asistida por el Espritu Santo, no podra aprobar nunca y permitir algo malo. Mi crisisy el nacimiento de una conciencia cada vez ms independiente, me estaban llevando fuera dela obra, aunque con razonamientos y estereotipos mentales todava tpicamente clericales, queno llegaron a poner en tela de juicio el sistema en su totalidad.

    Todava ms: aunque generalmente era un argumento que trataba de evitar, saba de algunaspersonas que se haban ido anteriormente rompiendo "a lo grande" con el Opus Dei y con laiglesia, exponiendo pblicamente sus razones y causando gran escndalo (escndalo slo, -ahora lo veo-, para la gente de la Obra, porque cada cese se viva como una grave ruptura ycada crtica a la Obra, como una calumnia). Casi siempre se daba a entender que la base deestas "fugas" era un enamoramiento, sobreentendiendo as que quin se marchaba no lo hacabasndose en razonamientos y convicciones, sino slo porque no haba logrado vencer unatentacin carnal. Tambin en esto continu durante bastante tiempo imitando sus prejuicios yrazonando con sus cabezas. Yo me fui no porque me hubiera enamorado de alguien: esto losupieron bien y ni siquiera habran podido intentar dudarlo. Tambin afirm con conviccin quesiempre hablara bien del Opus Dei, porque me fui convencida (entonces todava lo crea since-ramente) que la Obra era santa y que me haba dado todas las cosas vlidas que posea, peroque me iba porque, cualesquiera que fueran sus argumentos, todo mi ser se rebelaba ya a lavida que haba llevado hasta entonces, a lo largo de casi dieciocho aos, y que ya no aguanta-

  • ba ms.

    Despus de tres meses de estancia en Pamplona me comunicaron que haba sido relevada demi cargo de gobierno en la obra. Volv a Italia y fui enviada a un centro donde vivan personasjvenes, rgidas como slo las personas jvenes saben serlo, y a las que tena miedo de darmal ejemplo, convencida como estaba de que mi malestar, mi irritacin, mi intolerancia, mi apa-ta, ya ingobernables pero de las que era consciente, les escandalizara. Y me senta humilladaporque me vieran en aquel estado despus de haber sido una referencia para muchas de esaspersonas en el pasado reciente. Ped varias veces ser trasladada a otra ciudad y a un centrode numerarias mayores, teniendo en cuenta las graves dificultades por las que atravesaba,pero me volvieron a pedir tajantemente y con dureza que obedeciera. Dos directoras me hicie-ron una admonicin a causa de mi insistencia en el traslado. Con ambas haba convivido y tuvecon ellas, -y por lo que me concerna a m segua teniendo-, una relacin cordial y confidencial,lo cual volvi todava ms disonante y desproporcionada aquella intervencin hecha con totalautoridad y frialdad.

    Pero sobre todo, lo que me afligi en este episodio fue tomar conciencia de que yo no estabapretendiendo nada excepcional, ni arrogarme derechos, sino que sencillamente slo pretendahacer presente y solicitar, -con la sencillez y la confianza que me inculcaron hacia "la madrebuena, la obra" y con la urgencia y la afliccin que nacieron de la infelicidad y malestar con laque me sobrecargaron-, la ayuda que me era lcita esperar de las personas que tenan la posi-bilidad de drmela; un auxilio para mi enfermedad que haba sido provocada, segn habanreconocido las directoras, por un agotamiento excesivo debido a mi entrega a la Obra.

    Despus de quince meses de luchas ped y consegu la dispensa de la llamada "vida de fami-lia", paso previo a la solicitud y a la obtencin de la dispensa de los votos contrados con laobra. En los ltimos tiempos decidieron agradarme y volv a vivir en un centro de personasmayores, pero ya, en aquel punto, algo se haba roto por dentro definitivamente y ya no eraposible, para m, volver atrs.

  • 6. VOLVER A EMPEZAR: PRIMER INTENTO

    Volv a Roma, a casa de mi familia de sangre que me acogi con cario, pero no muy prepara-da para respaldarme en el estado de devastacin en que me encontraba. Entr nuevamente enlo ms profundo de la depresin que se haba desatado haca ya dos aos. Dependa de lospsicofrmacos y de la terapia que inici con un psiquiatra numerario, la nica persona con laque mi escrupulosa conciencia me permita hablar de mis problemas.

    Me fui de la Obra sin trabajo y con treinta y tres aos, sin ninguna experiencia profesional en elmundo exterior, en una ciudad que me resultaba completamente extraa para m despus dediecisiete aos de lejana. Y sobre todo me fui de la obra completamente vaciada, como pudeexperimentar pronto. Ningn trabajo, ninguna experiencia cotidiana haba logrado devolverme -al menos en el breve y medio perodo- aquel sentido de plenitud que haba sentido antes,cuando estaba a punto de salvar al el mundo y salvar a las almas, cuando tena continuamenteun hilo directo con Dios y la conviccin de conocer detalladamente su voluntad.

    La solicitud de dispensa de los votos solemnes que haba hecho de manera perpetua me fuecomunicada el da de viernes santo de 1988. En realidad, durante aos todava, no me desen-ganch de la fuerza de gravedad de aquella mentalidad y aquella aproximacin de entender almundo, si se puede llamar acercamiento o entender.

    Mi experiencia difiere radicalmente de la de otras personas que han tenido la lucidez y el nimode ver y criticar desde dentro los aspectos negativos del Opus Dei, aunque creo que muchasotras personas, silenciosas y discretas -como la obra nos quera-, tengan a sus hombros unahistoria parecida a la ma.

    A m me fueron necesarios ms dos aos, desde cuando tom dentro de m la decisin deirme, para conseguir la dispensa formal de la incorporacin definitiva a la obra. Pero han sidonecesarios despus ms de diez, para salir de los condicionamientos mentales que la forma-cin de la obra me provoc interiormente.

    Me fui con la conviccin que la obra no poda ser ms que santa y justa, puesto que cont conla aprobacin de la Iglesia. La educacin recibida en mi infancia ha pesado mucho sobre estaimposicin mental: espritu de obediencia; desconfianza hacia el propio criterio y hacia lamisma capacidad crtica; desconfianza hacia la capacidad racional; incapacidad para descifrarlos mensajes de alarma que llegan del propio cuerpo y de la misma psique; huda de los cono-cimientos que procedan de los mecanismos psicolgicos, temidos como amenazas contra lavisin sobrenatural y cristiana de la existencia. Todas estas cosas las he respirado en el entor-no familiar de mi infancia y se han visto severamente reforzadas por la formacin recibida en laobra. El resultado de todo eso ha sido que, antes de dudar de la Iglesia o de una de sus institu-ciones, en aquella situacin era normal que dudara slo de m misma. El mal no poda proce-der ms que de m y ese fue un gran error. Me fui pensando que me iba por no estar a la altu-ra.

    Si tuve que luchar para perseverar en mi solicitud de dispensa, nunca habra sido capaz dehacerlo sino hubiera tenido aquel profundo malestar y aquella amenaza de desintegracin inte-rior que me urgi y me dio fuerzas. No cre estar librando una batalla sacrosanta, slo estabatratando de ponerme a salvo.

    En todo he sido una persona fcil para la obra: incluso en mi falta de perseverancia, no he pro-vocado escndalos, no he criticado el sistema en su conjunto, no he acusado a nadie. Slo

  • quise que me dejaran en paz, no oir hablar de Opus Dei, ni de las normas del plan de vida, nidel Padre, ni del Fundador, ni de la confidencia, ni de la correccin fraterna.

    En realidad, cuando me fui de la obra, estaba bien lejos de ser una moribunda, al menos espiri-tualmente, como me pareci en aquel entonces. Mi energa vital, mi apego a la vida, a la salud,a la realidad, sin que yo lejanamente lo sospechara, iniciaron su reconquista. En aquel perodo,a causa de la fuerte depresin, a menudo me imaginaba que acabara mis das en un geritri-co. En realidad -no pude imaginarlo tampoco entonces- estaba iniciando un camino de madu-rez y crecimiento, de trabajo sobre m misma que me llevara -algo ms de diez aos en untiempo largo pero razonable- a recobrar mi madurez, mi equilibrio, la capacidad de construir mivida, de responsabilizarme de mis elecciones, de disfrutar de mis pequeos y diarios logros.

    Pero este escrito no es slo de mi vida en la obra, sino tambin de los aos que la han prece-dido y de los que la han seguido. Los precedentes son importantes para entender cmo esposible que me haya ocurrido todo eso. Lo que pas despus es importantes para entendercmo se puede salir, incluso en casos como el mo, en que no se ha mantenido la lucidez parajuzgar correctamente la realidad que se est viviendo.

    Unos meses despus de mi vuelta a Roma, encontr un trabajo, insatisfactorio y frustrante,pero que me dio autonoma econmica, como secretaria en un estudio mdico. Mis dos herma-nos casados, con hijos pequeos y con los tpicos problemas de las parejas jvenes, no mepodan ayudar a crearme una red de amistades y conocimientos. El hermano ms joven, quetena en aquella poca 13 o 14 aos, toler mal la nueva presencia en la familia de aquellahermana que nunca haba aparecido antes, y todas mis tentativas por hacerme su amiga, nau-fragaron frente a su hostilidad juvenil. Logr slo conocer a personas ms extraas e inesta-bles que yo.

    Por mi parte, adems de la tentativa de incluir entre mis conocidos a "elementos" masculinos,continu con un estilo de vida no muy diferente de aqul que haba tenido hasta a entonces.No logr superar un pudor enfermizo que me haca imposible ponerme pantalones, acortar unafalda o vestirme de manera ms femenina y atractiva. Dej de usar el cilicio y las disciplinas ypor fin dorma sobre un colchn, pero me fue impensable abandonar la misa diaria y permitirmela lectura de libros no ortodoxos, segn mis anteriores esquemas mentales. Sin embargo, aun-que muy lentamente, algo empez a moverse. Empec a experimentar el placer de adquiriralguna prenda para mi vestuario sin que nadie la supervisara, a hacer algn regalo, -a menudoexagerado- para compensar todos los que no hice nunca a ninguno de mis seres queridos, amis hermanos y a mis padres. Me acuerdo la primera vez que volv a poner los pies en un cine,a donde no haba vuelto desde que me llevaban de nia o alguna salida a cenar con los prime-ros hombres, algo extraos, que logr conocer.

    Todo este estado de cosas me pesaba y no lograba digerirlo, a pesar de la terapia que, congrandes sacrificios econmicos, segu permitindome. Mi pasado pes tanto sobre mi presenteque estaba convencida de que, si nunca hubiera llegado a casarme, habra estado solamentecon una persona que hubiera pasado por experiencias parecidas a las mas, con la que hubierapodido compartir aquellas experiencias sin traicionar, con esas confidencias, aquel Opus Dei alque me senta atada por razones de una lealtad que me invadi silenciosamente, casi comouna complicidad. Aunque empec a percibir algunas de las cosas que experimentaba comoequivocadas, todava ms equivocado me habra parecido, entonces, lavar fuera de casa aque-llos trapos sucios.

    El trabajo, con un jefe de carcter intratable, siempre me pes de ms, pero no os dejarlo por-

  • que era muy importante mi independencia econmica. Pero en el verano de 1989, despus decasi ao y medio que trabajar all, me fue brindada la oportunidad de partir para Armenia conun programa de cooperacin de ayuda a los devastados.

    Desde que sal de la Obra, prcticamente no volv ms a un centro del Opus Dei, salvo a lacasa central de Roma, dnde mi presencia pasaba ms inadvertida por el continuo flujo deperegrinos que van a rezar a la tumba del Fundador. Fui unas pocas veces, al principio, paraconfesarme, pero saba que con mi salida, las reglas del juego no permitan que yo fuera libre-mente por alguna sede de la Obra, ni yo tuve particular inters en andar por sus alrededores.Con los ex miembros se rompen todas las relaciones, al menos con aquellos ms conocidos,pero al mismo tiempo se hace alguna excepcin cuando, como en mi caso, se trata de perso-nas que no se ponen en plan conflictivo: entonces se acepta que se les proponga colaborar enproyectos de tipo pblico, en los que no se solicita la pertenencia a la obra y que ms bien sonutilizados para demostrar que el Opus Dei involucra a todo tipo de personas en sus apostola-dos.

    Necesitaban personas para un programa de cooperacin, y yo me sent muy contenta de parti-cipar en algo que se pareca lejanamente a las actividades a las que tanto me dediqu en losaos pasados. En Armenia estuve seis meses y all conoc al numerario que al final se convirtien mi marido. Todava perteneca a la obra, pero estaba sumido en una gran crisis, y empez acortejarme enseguida. Yo no habra podido no dejarme implicar en aquel cortejo, necesitabademasiado querer a alguien y ser querida y eso me hizo superar todas las dificultades que tuvedesde el principio, puesto que l, habiendo vivido incluso en el Opus Dei momentos muy difci-les, no haba iniciado todava su proceso de separacin de la obra. Estaba tan lleno de su pro-blema que era incapaz de invertir ms esfuerzo en construir nuestra vida en comn.

    He meditado mucho, naturalmente, sobre la ruptura de nuestro matrimonio, y s que las res-ponsabilidades fueron de los dos por igual. Las mas estuvieron en casarme sin estar dispuestaa aceptarle a l tal como era. Tena la conviccin de que lograra cambiarlo, que conseguiraque se adaptara a la vida y de que echara el ancla en la realidad. Y pens que yo tena deci-sin, fuerza y energa suficiente por ambos. Slo despus aprend que esto es un error y que,antes que yo, lo intentaron otras mujeres. Pero cuando lo comprend, el dao ya estaba hecho.

    Todo fue, desde el primer momento, una gran equivocacin. A pesar de muchos sufrimientos,segu cometiendo errores. Mis inseguridades me llevaron a buscar fuera de m las solucionesen lugar de buscarlas dentro. Tena primero que haber aprendido a sostenerme sobre mis pro-pias piernas, a ser autnoma, a darme a m misma serenidad, seguridad, aprobacin y cario:a ser de verdad una persona adulta, en una palabra.

    A los 35 aos llegu completamente desprevenida al matrimonio. Para m fue una necesidad,no una libre eleccin. Una necesidad para salir de la soledad, para dar y recibir amor, paratener un hijo, que es una necesidad a menudo improrrogable para una mujer de esa edad, qui-zs an ms en mi caso que slo vea a mi alrededor escombros de la vida pasada.

    No he sido deshonesta, pero no era todava capaz, en mi inexperiencia de vida, de no hacerreferencia o comparaciones a lugares comunes de los que todava no haba salido. La proximi-dad y el cario de una persona necesitada de mi ayuda, como yo de la suya, me llevaron ainfravalorar las dificultades que incluso vi ya desde el primer momento. Sucesivamente tambintuve la oportunidad de hablar de mis dudas con un sacerdote consultor de la Sagrada Rota,que me dijo que seguramente hubiera sido posible una nulidad de nuestro vnculo matrimonial,debida al hecho que cuando lo contrajimos todava estbamos ambos en una situacin de una

  • fuerte inmadurez psicolgica y desestabilizacin, debida al radical cambio de la orientacin denuestras vidas.

    No quiero pararme, por respeto a mi marido y a su intimidad, sobre los hechos concretos, enalgunos momentos realmente dramticos, que nos llevaron a la separacin. Ambos habramostenido que cambiar muchas cosas de nosotros mismos para lograr formar una autntica pareja.Yo estaba dispuesta a hacer este trabajo sobre m misma; l no tena madurada esta decisinpor lo que a l le concerna, y en todo caso los tiempos de evolucin de cada uno de nosotrosse han revelado extremadamente diferentes. Durante el tiempo en que intent por todos losmedios que l cambiara, nuestro matrimonio continu entre miles de conflictos. Hubo un puntoen el que comprend que me era imposible cambiar a mi marido si l no decida cambiarse a smismo, y entonces nos separamos.

    En este momento, mi historia se sita, segn me parece, al principio de mi salida de la rbitade la mentalidad clerical, y en cierto sentido es una deuda que tengo con mi marido. Si hubieraencontrado a un compaero normal y pasablemente centrado, que no hubiera tenido nada quever con el Opus Dei, probablemente habra continuado razonando con mis antiguas categorasmentales y comportndome segn determinados modelos aprendidos en la Obra, aunque yahubiera salido de ella. Slo una persona tan aturdida y confusa como mi marido pudo provocarel corto circuito que me hizo cortar con aquel universo interior. La desesperacin, la desestabili-zacin que l tena y lo anclado que estaba en la mentalidad y en los valores aprendidos en laObra, hizo que se parapetara detrs de aquella respetabilidad y de aquellos prejuicios pseudo-morales y fundamentalmente misginos en los que habamos sido formados. As fue comoestall y me di cuenta dnde estaba el problema. Y as pude empezar a cortar todos los lazosinteriores que continuaban atndome a aquel mundo del que yo haba renegado, pero del quetodava no haba conseguido salir ni psicolgica ni moralmente.

    Tras ocho aos ms, tampoco haba borrado completamente mi pasado y me encontr denuevo de pie entre las ruinas polvorientas de mi vida. Casi a punto de cumplir 40 aos, tenaque volver a empezar una vez ms.

  • 7. RECONSTRUCCIN

    Volv con la conciencia de necesitar ayuda todava, pero tomando esta vez la decisin demanera completamente autnoma, a hacer psicoterapia. La persona a la que me dirig no per-teneca esta vez al entorno de la obra, ms bien estaba en las antpodas.

    Ha supuesto un trabajo largo, lleno de momentos bellos pero tambin de otros dolorosos y dif-ciles. La tentacin de escapar ha sido, en algunos momentos, muy fuerte. Me ha sido de granayuda, en todos aquellos aos, el propsito que me fue madurado dentro y que escrib para noperderlo de vista y por mantenerme fiel: "quiero aprender a encontrar el centro dentro de mmisma. Quiero -incluso sabiendo que puedo necesitar a los otros- lograr que nadie sea indis-pensable, no quiero sentir ese impulso invencible, casi forzoso, e irrazonable, de encontrar dosorejas fiables capaces y listas para escuchar lo que me angustia, o me deprime para luegosufrir ms por no sentirme adecuadamente consolada. Quizs todava he aprendido pocascosas de la vida pero lo poco que s, lo quiero tener bien seguro. Ante todo, que cada uno denosotros es un santuario, que nadie si no Dios -tampoco el mismo interesado a veces - puedesaber qu cosas hay realmente en la cabeza y en el corazn de otro, y que por tanto nadiepuede saber qu es lo que est bien o mal para m, salvo yo. Puede ayudarme a descubrirlo,pero no puede descubrirlo o entenderlo en mi lugar, ni mucho menos, imponrmelo."

    El trabajo hecho con la psicoterapia ha sido fundamental. Cada uno de nosotros lleva dentrosus puntos dbiles, ms o menos acentuados. La diferencia consiste en aprender a adminis-trarlos, porque eliminarlos completamente no se puede. He aprendido, poco a poco, a distinguirlas cosas factibles de las irrealizables, a empearme en lo nuevo sin sentirme frustrada por elpasado; he aprendido a no manipular a los otros, tratndolos de tal modo que espere la grati-tud o la consideracin como recompensa. Hablando de ello, aprendiendo palabras para contar-lo, he afrontado muchos momentos feos de mi pasado que consiguieron arruinarme el presen-te, porque no los entend ni los desmont hasta hacerlos inofensivos. La leccin quizs msimportante, ha sido la de que ser adulto significa hacerse responsable de las propias necesida-des, no delegndolo en otros sino sintindonos responsable en primera persona. Ser adulto esaprender a ser padres de nosotros mismos: exigirnos, consolarnos, gratificarnos, mimarnos.Aprender a quererse y a sernos simpticos. Poco a poco empec a sentirme mucho mejor yhasta a rejuvenecer como mujer; mi fsico, que hasta a entonces conserv las caractersticascasi de adolescente, empez a tomar formas ms definidas de mujer, y yo, dentro de l, estabay me senta ms cmoda.

    Cambi de trabajo y mis colegas, que no haban conocido antes a la persona rgida y poconatural que era, empezaron a cortejarme y a demostrar inters por m. No fue una estpidacoquetera la ma. Fue el despertar a una espontaneidad nunca experimentada por una perso-na que se par en la niez sin llegar nunca a ser adolescente, que fue dada de la tutela ago-biadora de los padres a la de una institucin opresiva sin haber tenido el tiempo de vivir lasexperiencias propias, algo tontas, pero fundamentales, de todos los adolescentes.

    Con la separacin de mi marido, me puse de parte de los que siempre haba considerado queestaban equivocados. Pero llegu despus a este paso tras largas y serias reflexiones y todoslos razonamientos que hice me llevaron a concluir que esta solucin represent, al menos enmi caso, el menor de los males. Esta situacin, paradjicamente, me ha llevado rpidamente aentrar en otra relacin con Dios. En esto tambin me he sentido ayudada por la experiencia dela maternidad. Supe por experiencia directa lo que significa tener un hijo, y cmo se puedenconvertirse en absurdas, frente a esta experiencia, las categoras mezquinas en que encerra-mos el amor de Dios hacia nosotros. La jovencita escrupulosa y obsesiva sali del foso y des-

  • cubri que el amor de Dios es otra cosa.

    De aquella experiencia, mi mentalidad cambi radicalmente. Haber aprendido a quererme meha vuelto ms serena y tolerante con los dems. Poco a poco he entendido que la regla evan-glica "quiere al prjimo como a ti mismo" no quiera decir que la medida mnima del amor quetenemos que llevar a los dems tiene que ser lo mximo del amor que tenemos por nosotrosmismos, sino que si no aprendemos primero a querernos a nosotros mismos, el amor que pre-tendemos tener por los otros no ser ms que fuente de nuestras neurosis y frustraciones. Heaprendido a hablar menos y con ms calma, y a buscar dentro de m el centro de mi equilibrioy de mi serenidad. Me han quedado algunas secuelas -cada vez ms espordicas- de la depre-sin, que me atacan en los momentos ms inesperados a pesar de mi vida fundamentalmenteserena. Yo me siento curada de la depresin real, pero cuando aparece esa extraa molestia,trato de aceptarla como una cicatriz de mi vida pasada. En realidad la depresin me ha dadolecciones importantes de compasin, de tolerancia, de no juzgar a quin parece ms dbil, desaber escuchar, sin querer por fuerza dar soluciones.

    Tengo a una hija sana y feliz, que estoy intentando ayudar a crecer sin atajos y que sea capazde ir al centro de las cuestiones. La relacin con mi marido, pasados pronto los primerosmomentos borrascosos despus de la separacin, est encontrando serenidad alrededor delobjetivo comn de hacer que la separacin no influya en la felicidad de nuestra hija. l trabajaal extranjero, y cuando va a Italia sabemos darle a nuestra hija la posibilidad de no tener queelegir entre ninguno de los dos. Y, en fin, hemos encontrado un modus vivendi bastante acepta-ble. Ciertamente, a menudo me siento muy sola. Despus de mi separacin, me fui a vivir denuevo con mi madre porque coincidi con la muerte de mi padre. Tengo el soporte y el cariode mi familia, y veo a mi hija crecer en un ambiente casi normal, pero aoro junto a m una pre-sencia masculina con la que compartir preocupaciones y alegras. Pero por ahora est bien as.

    S que mi historia es atpica. Conozco a personas que, incluso dentro de la obra, han conser-vado su lucidez de juicio y que han ido dndose cuenta de la injusticia de las cosas que suce-dan all dentro. Yo he tardado mucho tiempo en recobrar mi juicio. He dejado hacer y he cola-borado activamente en mi lavado del cerebro; perd, quizs por mi culpa, la capacidad de juz-gar de manera autnoma segn mi conciencia. He hecho y he dejado que me hicieran cosasque ahora me asustan. Mi cuerpo y mi psique reaccionaron antes que mi inteligencia y que larectitud de mi conciencia. Me juzgan y me juzgo una persona inteligente, sin embargo buenaparte de mi vida ha sido una gran estupidez.

    Ahora, cuando pienso en mi historia, me veo como una nave espacial que viaja lentamente alprincipio para vencer la fuerza de gravedad, pero que luego, alcanzado un punto crtico, empie-za a acelerar y a viajar cada vez ms velozmente. Cuando luchaba, por dentro y por fuera dem para recobrar mi libertad, personas acreditadas del Opus Dei me dijeron que me pesaraamargamente la decisin que estaba tomando, que no encontrara jams la paz conmigomisma ni con Dios, que no tendra jams tranquilidad. Despus de ms de diez aos que haceque me fui, sin ninguna obligacin ya de ser coherente con ideas preconcebidas, hago cuentas.Con una gran satisfaccin y una serenidad que se parecen de cerca a la felicidad, puedo cons-tatar que mi vida no ha sido nunca tan equilibrada ni ha estado tan en contacto con la realidadcomo lo est hoy.

    AquilinaRoma, 3 de septiembre de 1999