REBECCA GUILLAMOT TORRES...Aquellos extraños animales de dos patas, capturaban a golpes a sus...

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1 Inspirada en hechos reales REBECCA GUILLAMOT TORRES

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Inspirada en hechos reales

REBECCA GUILLAMOT TORRES

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Geisha y sus padres vivían en una colonia de pingüinos situada cerca de la Antártida. Un

lugar tan inhóspito, que ni un cazador podría encontrarlo y las temperaturas eran tan bajas

que incluso los pensamientos podían congelarse, pero en el que todos los pingüinos se

sentían seguros y felices.

Aquel año, en cambio, estaba siendo muy duro para los

animales de la Antártida. Debido al calentamiento global, el

hielo se estaba derritiendo y cada día era más difícil encontrar

alimento para los polluelos. Por lo que sus padres se veían

obligados a pasar largas temporadas fuera de casa en busca

de comida para los pequeños. Mientras, Geisha y el resto de

sus compañeros esperaban en la guardería.

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Un día llegó la tragedia a la colonia cuando un enorme iceberg que se había desprendido de

un glaciar a cientos de kilómetros de allí, se quedó encallado en el estrecho, impidiendo el

paso de los padres hasta sus polluelos. Kilómetros de hielo los separaban.

Los polluelos esperaron durante muchos días a que regresaran los adultos. Solos y sin nada

que comer, pronto las fuerzas empezaron a flaquear y los petreles gigantes

aprovechándose de su debilidad se abalanzaron sobre ellos para tratar de comérselos.

Geisha fue astuta y enseguida

corrió a esconderse entre las

rocas, pero algunos de sus

compañeros no tuvieron tanta

suerte y acabaron siendo víctimas

de las voraces aves.

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Una mañana, Geisha lloraba desconsolada. Entonces, una vieja gaviota que pasaba por allí,

al verla llorando, se apiadó de ella.

- ¿Qué tienes, pequeña, por qué estás tan triste? -le preguntó el ave.

Ella le explicó lo sucedido con sus padres y con todos los pingüinos adultos de la

colonia.

- ¡Pero eso es terrible! -exclamó el ave horrorizada. -

¿Sabes...? Dicen que hay un lugar donde viven cientos de

animales, el aire es puro, la comida abunda, el agua clara

como el cristal e incluso los humanos cuidan de ellos. La

llaman "La Isla de los Loros".

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- ¿La Isla de los Loros? ¿Usted ha estado alguna vez allí? -se sorprendió Geisha-

- Noooo, pero hace muchos años, en uno de mis viajes, hablé con un viejo Loro que

decía haber descubierto una isla próxima a la costa

africana, muy cerca del Ecuador.

Me explicó que había sido capturado años antes de

llegar a la isla. Obligado a vivir en una jaula, riendo las

gracias de una niña malcriada. Cuando finalmente, la

pequeña se aburrió de él, acabó abandonándolo en un

vertedero. Allí, encerrado en su diminuta jaula, fue donde

lo encontraron antes de llevarlo a la isla.

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Decía que aquel lugar era el paraíso de los animales. Pero él quería volver con su

familia. Por lo que un día, partió para ir en su búsqueda. Cuando finalmente dio con ellos,

los convenció para que lo acompañaran de regreso a la Isla, pero por mucho que la

buscaron, nunca lograron dar con ella. Nadie había oído hablar jamás sobre la Isla de los

Loros, así que finalmente, acabaron tomándolo por loco.

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Geisha estaba entusiasmada con la historia del señor gaviota y, enseguida, buscó a sus

compañeros para contarles, a todos, lo que había descubierto.

- Pero Geisha, ¿Te has vuelto loca? ¿Un lugar donde no hay depredadores y que

además hay toda la comida del mundo? ¡Ese lugar no existe! -le recriminaron sus

compañeros.

- Además, Geisha si el loro no la encontró ¿cómo íbamos a

hacerlo nosotros? – dijo Kioto, uno de sus mejores

amigos.

- Tal vez tengáis razón, pero si nos quedamos aquí,

moriremos de todos modos. -insistió ella.

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Aunque Geisha probablemente estaba en lo cierto, su plan era demasiado arriesgado y sus

compañeros no quisieron volver hablar más del tema.

Pero Geisha seguía pensando que la isla existía, así que armándose de

valor, se arrancó las pocas plumas de polluelo que

le quedaban y decidió salir en su búsqueda.

- Espera, Geisha, yo iré contigo -dijo

finalmente Kioto, al verla

marchar.

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Kioto y Geisha caminaron muchos soles y muchas lunas, antes de llegar al mar. Aquella era

la primera vez que veían el océano, por lo que, por un momento, tuvieron miedo de

sumergirse en sus misteriosas aguas.

Sin embargo, una vez dentro, se sintieron felices de haber

tomado aquella decisión. Había peces por todas partes, kril

y calamares, así que pudieron darse un gran banquete

antes de proseguir su viaje.

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Días después de su partida Geisha y Kioto seguían completamente perdidos. Debían llegar

al Atlántico, había dicho el señor Gaviota, pero ninguno de los dos sabía dónde encontrarlo.

Por lo que una mañana, cansados ya de caminar sin rumbo, decidieron preguntar a un

pequeño grupo de palomas, que descansaba sobre unas rocas.

- ¿El Atlántico decís? pero eso está muy lejos. ¿Por qué queréis ir allí? -se extrañaron,

las palomas.

- ¡Estamos buscando la isla de los Loros! –Respondió, Kioto.

- ¿La isla de los Loros? Nunca, hemos oído hablar de ese lugar.

- Es un lugar donde viven cientos de animales; el aire es puro, el agua es clara como el

cristal, la comida abunda y los humanos cuidan de nosotros -aclaró Geisha.

- ¿Un lugar donde el aire es puro, la comida abunda y los humanos cuidan de

nosotros?

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Las palomas se quedaron pasmadas, mirándose unas a otras, antes de explotar en risas.

- ¡Ja, ja, ja, ja! Sí, claro, claro que la conocemos ¿y saben una cosa? En ese lugar

cuando llueve no cae agua, caen peces.

- ¡Ja, ja, ja! ¡Sí, sí, además las ballenas pueden volar!

- ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué graciosos son estos pingüinos! –se burlaban las palomas.

JA JA JA JA

JA JA JA JA

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Los pequeños se ofendieron mucho al escuchar las burlas de aquellos pajarracos que entre

risas volvieron a alzar el vuelo y a alejarse de allí.

- Aves estúpidas, al final se han ido sin decirnos dónde encontrar el Atlántico -dijo,

Kioto.

- ¡Bah! No les hagáis caso a esas palomas. Siempre están de broma.-dijo una vieja foca

Weddell que tomaba el sol a pocos

metros de allí- pero… ¿sabéis una cosa?

Esta vez tienen razón. Esos humanos no

son agua clara. No podéis fiaros de

ellos-.

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- Usted los ha visto alguna vez?

- Sí, claro, a miles. De hecho, yo antes vivía mucho más al norte. Allí el clima es mucho

más cálido ¿sabéis?, pero hace algunos años empezaron a llegar esos humanos. Barcos y

barcos de turistas. Cargados siempre de sus cámaras. Atracaban en nuestras playas y

entraban a nuestras casas, a curiosear y a pisotearlo todo. Después de un buen rato se

iban, pero para entonces ya habían dejado allí toda su basura.

- ¿Basura? ¿Qué es basura?

- La basura, niña, son aquellas cosas que los humanos ya no quieren: restos de comida,

envoltorios, ropa.

- ¿Y..., y los dejan allí? –.

- Sí, y allí se quedarán por muuuucho tiempo- respondió mientras se alejaba para

sumergirse en el agua.

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A pesar del consejo de la señora Weddell, los pingüinos prosiguieron su aventura con la

misma ilusión.

Por su seguridad, Geisha y Kioto habían acordado no distanciarse demasiado de la costa

pero una noche, embelesados por la belleza de la luna, se alejaron más de lo normal. En

aquella oscuridad no pudieron ver que bajo ellos emergía una enorme bestia.

- ¿¡Qué está pasando!?-preguntó, Geisha, asustada al ver cómo el suelo se elevaba

bajo sus patas.

- ¡No lo sé Geisha, pero nada, nada! - respondió Kioto aterrorizado. Los pequeños no

sabían lo que estaba sucediendo.

- ¡Socorro, socorro! – Chillaban mientras el suelo no dejaba de ascender.

- ¿Pero qué es todo este alboroto? – sonó una voz grave retumbar desde las

profundidades.

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Geisha y Kioto no podían salir de su asombro, cuando aquel enorme animal les explicó que

era una ballena azul: el animal más grande que habita el planeta tierra. Aunque por suerte

para ellos, completamente inofensivo también.

- ¿La isla de los Loros? No, lo siento, no recuerdo haber oído hablar jamás de ese lugar.

Pero… si queréis, yo podría mostraros dónde está el Atlántico. Tal vez allí, alguien pueda

ayudaros –.

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Geisha y Kioto cruzaron el Antártico a lomos de la gran ballena azul, que se había ofrecido a

acompañarlos parte del camino.

- Mira, Geisha, el cielo cambia de color -dijo Kioto, señalando, con la aleta, un extraño

dibujo resplandeciente que brillaba en el firmamento.

-Es la Aurora Austral. -Aclaró la ballena.- Es uno de los espectáculos naturales más

bellos del mundo.

- Oh. -Respondieron ellos, hipnotizados por su hermoso esplendor.

Días después, nuestros intrépidos viajeros habían llegado al archipiélago de Tierra del

Fuego, donde tuvieron que separase de su nueva amiga para proseguir su viaje.

- ¡Adiós, ballena, gracias por todo! -Se despidieron.

- ¡Adiós, jovencitos, y mucha suerte en vuestra aventura! Espero que encontréis lo que

estáis buscando -dijo mientras se alejaba de allí.

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Los pingüinos reprendieron su camino al Atlántico, de nuevo solos. A medida que se

acercaban al él, la corriente era cada vez más fuerte. Grandes remolinos de agua se

formaban en las profundidades y violentas olas gigantescas se alzaban ante ellos sobre la

superficie, rayos y truenos se apoderaron del cielo y una lluvia huracanada, azotaba

continuamente el océano. Geisha y Kioto estaban aterrados. Pero lo único que podían

hacer era tratar de mantenerse unidos.

Después de unos minutos interminables, llegó la calma. Estaban en el Atlántico.

- ¡Mira Geisha! –exclamó, Kioto, señalando un pequeño islote que se distinguía en la

distancia. Ambos se entusiasmaron con la idea de haber llegado, al fin, a la isla de los Loros,

y empezaron a nadar tan rápido como sus aletas se lo permitieron.

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Una vez en la isla, los jóvenes no podían creer la suerte que habían tenido. Aquel lugar era

extraordinario. El clima era ideal. Todos parecían felices y sin preocupaciones, por eso,

Geisha y Kioto estaban seguros de haber llegado a su destino.

- ¿La isla de los Loros? Nooooo…, esta es isla Sándwich -les corrigió, la señora Elefanta.

Aunque en principio se sintieron algo decepcionados con la respuesta de la señora Elefanta,

isla Sándwich les pareció un lugar

maravilloso. Todo el mundo era muy amable

y rápidamente hicieron muchos amigos, por

lo que finalmente, decidieron quedarse a allí

vivir.

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Los primeros días en la colonia fueron muy felices jugando y divirtiéndose con los demás

jóvenes de la isla. Pero, una mañana, y sólo dos semanas después de su llegada, vieron

arribar una nave. Todos en la colonia se pusieron nerviosos y empezaron a huir

aterrorizados.

- ¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? –preguntaron los pequeños.

- ¡Los humanos, vienen los humanos! -les advirtieron.

Ellos jamás habían visto humanos y no entendían lo que eso significaba. Pero pronto

entendieron a qué venía tanto alboroto. Aquellos extraños animales de dos patas,

capturaban a golpes a sus compañeros, los metían en sacos y los subían al barco.

- ¡Corre, corre, Geisha! -gritó Kioto cuando vio venir hacia ellos a uno de aquellos

hombres.

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Los pequeños se tiraron al mar y buscaron un lugar seguro donde refugiarse.

- Pero, ¿Adónde los llevan? -preguntó Geisha a un viejo barbijo que se escondía junto a

ellos.

- Nadie lo sabe, pequeña, nadie lo sabe... lo que sí te puedo decir, es que de dónde van,

nunca nadie ha regresado…. -respondió el anciano.

Después de un buen rato, los humanos se fueron.

Geisha y Kioto estaban conmocionados por lo sucedido. ¿Cómo podían hacer semejante

cosa, los humanos?

Por lo que días después, decidieron volver a hacerse a la mar.

- ¡Adiós jovencitos, buen viaje!

- ¡Adiós, amigos! No os olvidaremos nunca –se despidieron los pequeños-.

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Geisha y Kioto nadaron muchos días, atravesando el inmenso Atlántico sin ver tierra

firme ni cruzarse con nadie, cuando una extraña sombra, llamó su atención.

- ¿Crees que puede ser la isla? - preguntó Geisha.

Kioto se encogió de hombros. Aquello no parecía ser tierra. Pensó. Así que decidieron

subir a investigar. Los pingüinos contemplaron horrorizados aquella catástrofe. Una

cantidad de residuos incalculable se extendía a lo largo de miles de kilómetros, formando

una enorme isla flotante.

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- Socorro, socorro…- se escuchó a lo lejos.

- ¡Shh! ¿Oyes eso? –dijo Geisha.

- Socorro, socorro...- se escuchó de nuevo.

Los pequeños se acercaron con cautela intentando no

hacerse daño hasta que finalmente encontraron el origen

de aquellos lamentos. Una vieja tortuga de mar se había quedado

atrapada entre las anillas de un extraño material.

- Gracias chicos, me habéis salvado la vida, -dijo la tortuga un vez estuvo liberada-. Estaba nadando tranquilamente, cuando quise salir a respirar y entonces me quedé atrapada.

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- Señor Tortuga, ¿Qué es todo esto? -preguntó Geisha. - Basura... - ¿Basura? ¿Todo esto es basura?- Aquello era mucho peor de lo que les había contado

la señora Weddell. - Sí, en su mayoría plástico. Es algo terrible y prácticamente indestructible: una trampa

mortal para el reino animal. Si esto sigue así, en pocos años el plástico acabará por cubrir todo el océano -.

- ¡Pero eso es terrible! –exclamaron los pequeños.

- Sí, lo es pero ¿qué podemos hacer nosotros?

Decepcionados por los nuevos descubrimientos, Geisha y Kioto se despidieron de la

tortuga, no sin antes preguntarle por el paradero de la isla. Sin embargo, y aunque aquella

tortuga aseguraba tener más de ciento dos años, no supo decirles nada sobre la Isla, pero

les indicó encantada dónde encontrar la costa africana.

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- ¡Tierra, tierra! – exclamó Kioto una mañana, días después de despedirse de la

tortuga. Al fin estaban en África.

Geisha y Kioto rápidamente nadaron hacia la costa buscando

alguna señal que les indicara dónde estaba la isla. Estaban a

pocos metros de su destino, cuando algo en el fondo del mar

desvió su atención.

- ¡Mira Geisha un barco hundido!– exclamó Kioto

sorprendido por el hallazgo y entusiasmado por los nuevos

descubrimientos se sumergió en el agua para investigar.

- ¡No, Kioto, no vayas, puede ser peligroso!- intentó

disuadirle, su amiga.

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El joven no hizo caso de sus advertencias y se adentró en la nave. Allí sola, a Geisha el

océano le pareció mucho más inmenso y terrorífico que nunca.

- ¡Cuidado, Geisha en tu espalda! –se oyó de pronto gritar.

Un gran tiburón blanco se acercaba peligrosamente a ella por su retaguardia. Estaba a

punto de alcanzarla, cuando un extraño pez plateado apareció de la nada y golpeó en el

hocico tan fuerte al tiburón, que este se marchó dolorido.

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- Habéis tenido suerte. No siempre voy a estar para ayudaros. – dijo sonriente aquel

extraño pez - Me llamo Delfi, ¿vosotros cómo os llamáis?

El extraño pez, que no era pez, sino delfín, les explicó que venía huyendo de los, mares del

este, donde había perdido a muchos amigos, en manos de los humanos. Les dijo que cada

día quedaban menos delfines e incluso que algunas especies habían desaparecido. Después

de varias semanas de viaje, sus caminos tuvieron que separase.

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Geisha y Kioto nadaron hacia el norte, tal y como había dicho el delfín, hasta que una masa negra y viscosa le impidió seguir.

- Puaj… ¿Qué es esto? -preguntó Kioto asqueado.

- No lo sé, pero... ¡apesta! – Dijo Geisha aproximándose al lodo.

- ¡Cuidado, Geisha! -Le advirtió

Kioto, señalando a un agotado pelícano

que intentaba, deshacerse de aquella

masa viscosa que lo tenía atrapado.

- ¡Puaj...Petróleo! –Aclaró el ave,

después de que los pingüinos le

ayudaran a limpiarse-. El peor enemigo

del planeta. Es capaz de destruir

cualquier rastro de vida a su alrededor.

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- Señor Pelícano, ¿Usted cree que esto también es cosa de los humanos? – se

interesaron los pequeños.

- ¡Por supuesto! ¿De quién, iba a ser si no?

- Pero... señor, ¿por qué hacen estas cosas los humanos?

- Hay pequeña, sólo ellos lo saben, sólo ellos...

El ave, muy agradecida por la ayuda, les indicó dónde podían encontrar el Ecuador y

después, se alejó volando de allí, feliz de poder

volver con su familia.

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Al día siguiente los pequeños no podían creer la suerte que habían tenido cuando aquel

enorme banco de sardinas se cruzó en su camino. Esa era una de sus comidas favoritos.

Estaban tan felices, dándose aquel gran festín, que no podían imaginar que aquello

acabaría siendo una trampa mortal. Para cuando

pudieron darse cuenta, ya era demasiado tarde. Habían

caído en las redes de un pequero japonés.

Los pingüinos aletearon enérgicamente pero la

corriente no les dejaba avanzar. Geisha intentó agarrar

la aleta de su amigo, cuando una poderosa fuerza, lo

arrancó violentamente de su lado arrastrándolo hasta

las profundidades del océano. Geisha rápidamente se

sumergió tras él.

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- Kioto, Kioto ¿dónde estás?....- lo llamaba.

Cuando lo encontró, minutos más tarde, a Kioto apenas le quedaba aire. La pequeña

trató de liberarlo pero su pata se había quedado atrapada y sus esfuerzos fueron en

vano.

- ¡Déjalo Geisha… sálvate tú!– sonó finalmente la voz de Kioto.

- ¡No, Kioto no pienso abandonarte! -.

- Geisha, si morimos los dos, nuestro esfuerzo no habrá servido de nada. Al menos tú

puedes conseguirlo. Sálvate y encuentra la isla. Explícales a todos los que está

sucediendo. Sólo así nuestro viaje habrá valido la pena -.

- Pero Kioto...

- ¡Vete Geisha, vete! –le ordenó su amigo.

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Ella lo miró contrariada, no quería marcharse y abandonarle allí, pero ya no le quedaba aire

y si no tomaba una decisión no tardaría mucho en morir. Geisha abrazó el cuerpo de Kioto

con todas sus fuerzas y salió disparada hacia la superficie, no sin antes jurarle a que volvería

a buscarlo.

Una vez fuera, la pequeña recuperó el aliento y tras descansar unos segundos volvió a

sumergirse en busca de su amigo.

- ¿Kioto, Kioto, dónde estás? -Gritaba desesperada.

Pero la estela de espuma que iba dejando el barco era tan

espesa que no conseguía ver nada y el sonido de las

máquinas tan ensordecedor que los gritos de la pequeña

quedaban acallados por el ruido de sus motores.

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De pronto el agua empezó a burbujear y rápidamente la red empezó a ascender, dejando

atrapada a Geisha entre otros miles de peces, pulpos, corales o calamares que compartían

su misma suerte.

Los pescadores no daban crédito a sus ojos cuando vieron caer de las redes, los cuerpos dos

pingüinos. Geisha, estaba desorientada, rodeada de peces que aleteaban enérgicamente en

busca del mar. A pocos metros de ella estaba Kioto.

-Kioto… – lo llamó - ¿Me oyes Kioto? - pero él no respondía. La pequeña intentó

incorporarse pero sentía tanto dolor que no podía moverse.

- Kioto, Kioto ¿Por qué no contestas? -insistió la pequeña.

Nada se pudo hacer por la vida de Kioto, que ya estaba

muerto cuando uno de aquellos marineros se

aproximó a él para examinar su cuerpo.

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Los días siguientes a su captura, Geisha no

conseguía superar la pérdida de su amigo.

Estaba triste y asustada, y cualquier esperanza

de encontrar la isla había desaparecido.

Tras su recuperación, su suerte no mejoró

demasiado y rápidamente acabó convirtiéndose

en la mascota del navío. Cada tarde los marineros se dedicaban a

reírse de ella, poniéndole cubos en la cabeza. Otras la vestían de

mujer y le pintaban el pico con pintalabios.

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Aquello le parecía divertido, en comparación a lo que ocurría cuando llegaba la noche.

Entonces, la encerraban en una oscura cámara donde la temperatura era aún más baja que

en la Antártida. Colgando del techo, en las estanterías o en cajas, había cientos de animales

muertos, que la miraban fijamente. Aquel lugar era espeluznante por eso Geisha estaba

segura de que había llegado su final.

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Sin lugar a dudas, la mañana se había convertido en su hora favorita del día. Los marineros

estaban tan ocupados en sus tareas, que la pequeña podía vagar a sus anchas. Entonces

aprovechaba para contemplar el paisaje.

- ¿Terrible verdad? –Le preguntó de pronto una cigüeña que pasaba por allí.

- ¿Por qué es todo marrón?

- La tierra se muere -respondió el ave.

- ¡¿Se muere?! -.

- Sí, jovencita, se muere y si esos humanos

no hacen algo para remediarlo al final será

demasiado tarde.

- Entonces, ¿usted cree que esto también

es cosa de los humanos?

- ¡Oh, claro! ¿De quién iba a ser si no?

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¿Quién si no, ha talado los árboles? ¿Sabes? yo nunca lo vi, pero cuenta la leyenda, que

había una época en que allá donde mirases solo había arboles y ríos recorriendo estas

tierras. Todo era verde, el aire era puro y la vida nacía por todas partes. Entonces

llegaron esos humanos y empezaron a arrasarlo todo para poder cultivar. Después

cuando las tierras ya no les servían, las abandonaban por lo que finalmente, todo acabó

convirtiéndose en esto que ves –respondió apenada.

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El ave le explicó que él y toda su familia regresaban a Europa cada primavera, huyendo de

las altas temperaturas de África en aquella época del año.

- He oído decir qué vais a Las Palmas -afirmó la cigüeña. La pequeña se encogió de

hombros-. ¡Eso es bastante lejos!¿Sabes? Es una de

las siete islas Canarias, pasado el Ecuador –aclaró-.

- ¿Ecuador? Geisha se sorprendió al escuchar

aquella palabra. ¿Sería una de aquellas islas el lugar

que andaba buscando?

- ¿La isla de los loros? No, lo siento, no la

conozco -le respondió el pájaro.

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Geisha y el señor cigüeña se hicieron enseguida buenos amigos. Ella le explicó de su viaje,

de sus padres y de Kioto, y él conmovido por su historia, fue a visitarla cada mañana.

Finalmente, después de algunas semanas, sus caminos tuvieron que separarse.

- Adiós, pequeña, espero que tengas suerte en tu búsqueda, no pierdas nunca la

esperanza.

- Adiós, señor cigüeña, gracias por todo. Buen viaje -se despidió ella.

- El Teide, el Teide -anunció, una mañana, uno de

los marineros al ver asomar la punta del gran

volcán.

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Cuando el barco atracó en el puerto de las Palmas, todos los marineros empezaron a

festejar: bebiendo, cantando y divirtiéndose con su nueva mascota. Pero apenas, unos

minutos después de su llegada, unos hombres uniformados irrumpieron en el barco. Geisha

no entendía lo que estaba pasando, pero de pronto, uno de ellos clavó sus ojos en ella y

empezó a avanzar. La pequeña se estremeció, quería huir y esconderse, pero los marineros

le cerraban el paso. No tenía escapatoria.

-Hola pequeña, no tengas miedo. Mis compañeros y yo hemos venido a rescatarte -

dijo acariciándola con dulzura.

Después la metieron en una jaula y se la llevaron de allí.

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Para cuando llegaron tras varias horas de viaje, Geisha estaba tan mareada que apenas

podía mantenerse en pie.

- ¡Bienvenida al Loro Parque! -dijo un joven

sonriente.

- ¿El Loro Parque? – pensó Geisha.

Aquel nombre le parecía tan familiar…, pero estaba tan

cansada que rápidamente cayó en un profundo

sueño.

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A la mañana siguiente unos jóvenes la despertaron. Le traían algunos peces para

desayunar. Geisha dudó unos segundos. Recordaba todas las cosas horribles que había

aprendido de los humanos durante su viaje y

creía que no se podía confiar en ellos. Sin

embargo, aquellos hombres se veían tan

amables y simpáticos, que finalmente acabó

aceptando los peces que le ofrecían.

Geisha observó entonces un extraño símbolo

sobre sus batas: dónde un loro y un delfín

parecían sonreírle. La pequeña intentó

descifrar lo que decían las letras. Pero Geisha

no sabía leer.

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Días después de su llegada, dos hombres entraron a buscarla. Geisha se asustó mucho.

Pensaba que venían a buscarla para devolverla al barco.

- Venga Geisha, no tengas miedo. Aquí hay muchos amigos a los que les gustaría

conocerte – dijo uno de aquellos hombres.

- ¿Amigos…? –se extrañó la pequeña, que tímidamente asomó la cabeza por la puerta.

Geisha no daba crédito a lo que veían sus ojos. Había hielo, rocas, nieve y cientos, cientos

de pingüinos por todas partes. Pero ¿dónde estaba? ¿Había vuelto a la Antártida?

-¡Venga! no seas vergonzosa, todos quieren saludarte.

Geisha empezó a avanzar tímidamente por el hielo y rápidamente todos en la colonia se

acercaron a conocerla.

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Desde el primer día, la vida en aquel lugar le pareció maravillosa. Vivían allí, varias

colonias de pingüinos. Todos vivían felices y sin preocupaciones. El aire era el más puro que

jamás hubiera respirado, y el agua más limpia y cristalina en la que jamás hubiera nadado.

No había peces en la costa pero tampoco petreles o depredadores. Aunque si algo no

faltaba allí era comida que echarse a la boca pues aquellos humanos venían varías veces al

día cargados con kilos y kilos de pescado. Aquel lugar era el paraíso de los pingüinos y

aunque no se podía salir de allí, tampoco ella hubiera querido marcharse. Por primera vez

en mucho tiempo volvía ser feliz, a tener una familia y a no preocuparse por nada.

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Desde el principio hizo muchos amigos, todos querían escuchar las fantásticas historias de

Geisha y sus aventuras por el mundo.

- ¡Cuéntala otra vez, Geisha, cuéntala otra vez!–insistían los más pequeños que nunca

habían salido de allí y no podían creer que existieran lugares tan terroríficos o

extraordinarios como los que Geisha describía.

- Pues veréis, la isla de los Loros es un lugar dónde viven cientos de loros pero también

muchos otros animales. El aire es puro, el agua clara como el cristal, hay comida por

todas partes y además los humanos cuidan de ellos–les explicó Geisha.

- ¡Guauuu! –corearon ellos.

- Pero Geisha, si hay tantos animales ¿cómo

es que no se comen los unos a los otros? –

Preguntó uno de los pequeños pingüino.

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- ¡Katandra! -Se oyó gritar a un viejo Saltarrocas

desde lo alto de la colina - ¡Katandra! -insistía.

- ¿Ka-tan-dra? –se extrañó Geisha.

- ¡No, Geisha! ¡No hables con él! ¡Ese viejo está loco! -

le advirtieron los demás.

- ¡Katandra! ¡Katandra! - continuaba gritando mientras

descendía de la ladera.

- ¿Pero qué es Katandra? –insistió Geisha, más curiosa que asustada.

- Katandra Treetops está en la isla de los Loros -.

- Pero… ¿Usted la conoce?

- Claro jovencita… ¿Dónde crees que estas?-.

- Déjalo, Geisha, ya te avisamos. Ese tipo está loco. -insistieron sus amigos.

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- Nooo! ¡No lo estoy! –replicó el anciano mientras extraía un pedazo de papel.

- ¡Oh!–corearon todos.

- ¡Es el mapa de una isla! Es todo verde, hay árboles y estanques, y muchos animales.

¿De dónde lo ha sacado? – preguntó la pequeña.

- Lo encontré hace ya mucho tiempo -respondió el anciano-. Pero mira, mira, déjame

que te muestre. ¿Ves este punto de aquí? Esto es Planet Penguin, dónde estamos

nosotros. -dijo señalando con la aleta un pequeño pingüino dibujado en el mapa.

- Oh, - volvieron a corear.

- Aquí, más abajo está el acuario, arriba las focas, las orcas y los delfines y aquí justo

aquí donde está el pájaro se encuentra Katandra: donde viven las aves en libertad, y muy

probablemente, el loro del que tú siempre hablas. Y tooodo esto amigos míos, forma: "El

Loro Parque" o como a ti te gusta llamarlo "la isla de Los Loros".

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- Pero… entonces... ¿de verdad, cree que esto es la Isla? -

- ¡Claro! ¿Es que acaso no lo ves? Los loros están por tooooodas partes. Sólo tienes

que fijarte.

Geisha hizo caso al anciano y miró a su alrededor. Al principio no veía nada pero siguió

observando. Hasta que finalmente lo vio. Aquel extraño símbolo del Loro y el delfín estaba

por toooodas partes: en las batas de los

cuidadores, en los uniformes, en las ventanas

e incluso en aquel mapa.

- Bienvenida al Loro Parque – le habían

dicho a su llegada a aquel lugar. Y aquel

nombre le había parecido tan familiar…

Geisha miró al anciano todavía incrédula.

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- ¿Lo ves ahora…? – insistió éste.

Todavía no estaba segura pero empezaba a darse cuenta de que el anciano podía tener

razón, así que volvió a echar otro vistazo a su alrededor. En la playa muchos de sus

compañeros jugaban felices, ajenos a cualquier peligro. El aire era puro, no había petróleo

ni plásticos ensuciando aquellos mares. Aquel lugar era el paraíso para cualquier pingüino.

Entonces lo entendió. Lo había tenido delante suyo todo ese tiempo y no se había dado

cuenta. Pobre Loro, pensó, por eso nunca encontró isla. La isla existía pero se llamaba el

“Loro Parque”.

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Este libro está dedicado a Kioto y a todos los animales que como nuestros

protagonistas tienen que enfrentarse diariamente a consecuencia de la

irresponsabilidad humana. El cambio climático, las matanzas

controladas, la contaminación, los vertidos tóxicos y la mala gestión de

nuestros residuos son mucho de los problemas que están acabando con

nuestros ecosistemas. No permitas que la historia de Kioto se repita.

¡Ayuda a Geisha a cambiar las cosas! www.geishaylaisladelosloros.com

Título: Geisha y la Isla de los Loros

Autor: Rebecca Guillamot