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33 C u e s t i o n e s d e a n t a g o n i s m o
D i r e c t o r  
 
Traducción de
del Código Penal, podrán ser castigados con penas
de multa y privación de libertad quienes
reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien,
en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica
fijada en cualquier tipo de soporte.
© Raúl Hilberg, 2002 (edición revisada publicada por Yale University Press)
© Ediciones Akal, S. A., 2005
para lengua española
Sector Foresta, I
28760 Tres Cantos
Humanes (Madrid)
Raúl Hilberg
Prefacio a la edición en castellano ............................................................... 9
Prefacio a la tercera edición......................................................................... 15
Prefacio a la edición revisada....................................................................... 17
I. Precedentes........................................................................................... 23
II. Antecedentes......................................................................................... 47
IV La definición por decreto....................................................................... 77
Los trabajos forzados y las regulaciones salariales ................................... 158
Los impuestos especiales sobre la renta................................................... 16 1
Las medidas de inanición........................................................................... 163
Polonia...................................................................................................... 201
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VII. Las operaciones móviles de exterminio............................................... 293
Preparativos.......................................................................................... 294
Las operaciones de exterminio y sus repercusiones............................ 346
El exterminio de los prisioneros de guerra............................................. 366
La fase intermedia................................................................................. 373
El proceso de desarraigo.................................................................... 455
Primer problema especial: Mischlinge y judíos de matrimonios mixtos .. 456
Segundo problema especial: los judíos de Theresienstadt................   470
Tercer problema especial: los judíos sometidos a retrasos ................   480
Cuarto problema especial: los judíos recluidos.................................   490
Apresamiento y transporte ................................................................ 496
Serb ia.............................................................................................. 758
Los orígenes de los campos de exterminio............................................... 953
Organización, personal y mantenimiento................................................. 990
Los experimentos médicos....................................................................... 1035
La supresión.......................................................................................... 1076
La liquidación de los centros de exterminio y el fin del proceso de 
destrucción .............................................................................................. 1079
Apéndice B Estadísticas de judíos fallecidos ............................................... 1347
Apéndice C Nota sobre las fuentes............................................................. 1369
Bibliografía escogida.................................................................................... 1379
Prefacio a la edición en castellano
Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, empecé a preguntarme por qué la muerte de millones de judíos europeos en lugares de ametrallamiento y cámaras de gas llamaba tan poco la atención en Estados Unidos. Ni siquiera la comunidad judía estadounidense, que debido a la catástrofe se había convertido automáticamente en la
mayor del mundo, manifestó mucho ultraje o desesperación. A cualquiera con el más mínimo conocimiento de lo que había pasado debe de habérsele ocurrido que la escala y la intensidad de la operación, aplicada por una burocracia alemana m etódica y eficaz, carecían de precedentes. Los judíos residentes fuera del continente europeo debían tener claro que su pérdida sería permanente, nunca tendría remedio, nunca se borra-
ría. La reacción fue, sin embargo, contenida. Es cierto que en Washington la Guerra Fría que se impuso rápidamente ensombreció
los descubrimientos de los campos de concentración hechos durante la liberación en 1945 y después de la misma. Las urgencias del nuevo conflicto entre el Este y el Oeste enmu-
decieron buena parte de lo que podría haberse dicho sobre el régimen nazi. Habían sur- gido nuevas necesidades, se habían trazado nuevos mapas, y forjado nuevas alianzas. Esta- ba claro, además, que la nueva Alemania debía desempeñar una función importante en esta transformación. Los judíos, a su vez, se enfrentaron a una crisis inmediata propia
cuando el naciente Estado de Israel se vio amenazado. En esa atmósfera, la respuesta de la comunidad judía estadounidense en particular fue de dos tipos: alárma por Israel y abo targamiento respecto a la sombra de los judíos muertos en Europa.
Éste era el escenario cuando, a los veintidós años, decidí investigar y registrar la des-
trucción de los judíos europeos. Retrospectivamente, me doy cuenta de que probable- mente no hubiera tomado esta decisión si hubiera sido algo más joven o algo más viejo. Había vivido durante un año bajo el régimen de Hitler en Viena, a los doce años, cuando
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apenas era suficientemente maduro como para observar el impacto de la presencia nazi sobre nuestra familia y nuestros amigos. Seis años después, estuve como soldado esta-
dounidense en suelo alemán, destinado en una unidad que capturó Múnich, y conser- vaba en la memoria buena parte de lo que había visto allí. Aun así, no sabía qué iba a hacer. Sólo después de volver a la vida civil, estudiando ciencias políticas, me di cuen- ta de las masas de documentos alemanes que habían sido transportados a Estados Uni- dos y, después, de que estos materiales me permitirían recoger información detallada y
elementos que me ayudaran a comprender. Específicamente, aprendería algo sobre la estructura administrativa y las funciones de los organismos alemanes implicados en las
medidas contra los judíos. Si hubiera sido más viejo y más experimentado, quizá hubie- se rehuido un proyecto que de hecho había subestimado enormemente. Pero en ese momento me sumergí en el trabajo creyendo que necesitaría cinco años para comple- tar la tarea. Cuando alcancé ese límite inicial, estaba muy lejos de mi objetivo, pero había recopilado una enorme cantidad de materiales y me sentí impulsado a seguir.
Desde el comienzo, mis principales fuentes fueron los documentos alemanes. En Nuremberg, los ayudantes de los fiscales habían seleccionado la correspondencia que incriminaba a los altos funcionarios acusados de crímenes de guerra. Esta pila, que con- tenía copias de muchos miles de órdenes, cartas e informes, fue mi primer material de lectura. Después, en Washington, también busqué documentación y periódicos en la Biblioteca del Congreso, y en Nueva York encontré otra fuente de documentación
indispensable, el YIVO Institute. Pero el espectáculo más impresionante lo hallé en el Federal Records Center de Alexandria, Virginia, donde las carpetas alemanas captura- das se almacenaban en cajas que ocupaban decenas de miles de metros de estantería.
De pie en este cavernoso edificio, me di cuenta de que no podría leer todos estos papeles en toda mi vida. En Alexandria desarrollé el hábito de hurgar al azar en una colección. Descubrí que no todo se halla donde uno lo busca, pero que donde uno no ha buscado todavía se puede encontrar casi de todo. Esa es una de las razones que, una y otra vez, me movieron a extender mis exploraciones por todas partes.
Me di cuenta de que tenía que consultar también fuentes judías. La documentación
interna de los consejos judíos resultó ser escasa. La mayoría se había perdido durante la guerra. Así, por ejemplo, los archivos de la comunidad judía de Colonia quedaron com-
pletamente destruidos en un bombardeo aéreo, y los del consejo judío de Varsovia fue- ron consumidos por las llamas durante la revuelta del gueto. Abundaban, por el con-
trario, los relatos de los supervivientes. Contenían información valiosa sobre las reacciones de las víctimas, pero no iluminaban la evolución de los acontecimientos. Me parecía evidente que los judíos no veían claramente más allá de las vallas de los guetos.
Sólo los perpetradores tenían una visión general. Me di cuenta de que, sólo por esta razón, una historia global debía basarse, en primer lugar, en los registros contemporá- neos de aquellos que habían iniciado o puesto en práctica las medidas antijudías. Aun-
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que estos hombres no habían empezado con un plan básico, tenían una dirección, y sus actos encajaban en una secuencia reconocible. Esa lógica dictaba qué pasos tenían que
dar antes de poder seguir con cualquier otro. Tan pronto como comprendí esta cadena de toma de decisiones, en una fase inicial de mi investigación, redacté un esbozo deta- llado de 20 páginas que me permitió organizar mis notas en el orden en el que las iba a usar. Inevitablemente, de esa forma adoptaría una perspectiva alemana y vería el avance de los sucesos a través de los ojos alemanes.
Con los años, continué mi tarea en archivos más distantes, más recientemente en los abiertos detrás del antiguo Telón de Acero, y aproveché los crecientes fondos de microfilmes del United States Holocaust Memorial Museum de Washington. A medi- da que iba recogiendo este material diverso, también estaba en mejor situación para enmendar los errores que había cometido, llenar vacíos en el relato que había escrito,
y profundizar en las conclusiones establecidas. Pero he mantenido mi armazón original, capítulo a capítulo, hasta hoy.
La primera edición de La destrucción de los judíos europeos la publicó tras varios retrasos una pequeña editorial en 1961, casi trece años después de haber empezado mi trabajo. Aunque el libro fue reseñado en la prensa, el contenido no era fácil de digerir. Yo no había hecho concesiones en mi descripción, de la que no había eliminado la complejidad del proceso a medida que era aplicado por los perpetradores, ni la desprevención de las víctimas enfrentadas a la matanza. Ante todo, los lectores estadounidenses no estaban aún preparados para el tema; debían transcurrir muchos más años antes de que se con-
virtiera en un tema de enseñanza y comentario generalizados. La primera traducción completa del libro, ampliada con nuevas investigaciones, la
publicó una pequeña editorial alemana en 1983. No debería sorprender que los alema- nes, que habían roto con su propio pasado, no hubieran contemplado antes este capí- tulo de la Segunda Guerra Mundial; pero tampoco es accidental que desde mediados
de la década de 1980 los alemanes no se mostraran sólo dispuestos a leer este material, sino que también desarrollaran un sustancial cuerpo propio de historiadores del Holo- causto. La sociedad alemana tiene algo en común con la judía. En ambas el tema es una historia familiar. Al tiempo que los judíos estadounidenses se interesaban gradualmen- te por el destino de sus parientes perdidos en Europa, también los hijos y los nietos de
los perpetradores tenían que enfrentarse al ineludible hecho de que durante el régimen nazi sus padres y abuelos habían contribuido al proceso de destrucción. La hazaña no había sido sólo producto de las acciones de las SS o de la policía. Estuvo modelada tam- bién por un enjambre de oscuros participantes del ejército, el funcionariado civil, la industria y los ferrocarriles, que habían contribuido con su experiencia indispensable al resultado final. Yo había estudiado precisamente esta implicación.
Siguieron otras traducciones, entre ellas al francés y al italiano. Inicialmente, tam- bién Francia tenía un pasado poco agradable que superar, y allí la dificultad radicaba en
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la circunstancia de que, durante años, los ex miembros de la Resistencia vivían al lado
de los antiguos colaboracionistas. Con historias tan distintas, los dos grupos tenían que fundirse en un futuro común. Italia era el país que había pasado de ser el principal alia- do europeo de Alemania a convertirse en un territorio ocupado bajo dominio alemán, un doloroso antecedente que exigía curación. En Italia había comparativamente pocos  judíos, pero residían allí desde la Antigüedad, y en los días de la independencia italiana que se prolongó hasta 1943, el régimen fascista nunca igualó la eficacia alemana en su
persecución. Los italianos rechazaron las solicitudes alemanas de deportación, no sólo desde la propia Italia, sino también desde las regiones ocupadas por Italia en Francia, Yugoslavia y Grecia. Durante la fase más peligrosa, bajo la ocupación alemana, miles de  judíos italianos fueron deportados, pero muchos más consiguieron ocultarse. Estos ejemplos se recuerdan ahora plenamente.
España se mantuvo oficialmente neutral durante la Segunda Guerra Mundial. Su costosa guerra civil había acabado sólo cinco meses antes de que los alemanes comen' zaran la invasión de Polonia; pero dado que el régimen franquista había obtenido su vic- toria con considerable ayuda alemana e italiana, aportó tropas para que lucharan con-
tra el Ejército Rojo en el frente oriental. Después de 1945, el país tardó treinta años en convertirse en parte plenamente integral de la vida europea. Tanto las potencias occi- dentales como el bloque soviético consideraban a España como un resto ideológico de las fuerzas derechistas que en Alemania y sus aliados habían desatado agresión tras agresión. En cierto sentido, el tiempo se había paralizado.
En 1939, sólo había en España unos cuantos miles de habitantes judíos. Estos, expulsados en 1942, nunca habían vuelto. Pero durante la guerra, el gobierno español
no pasó por alto a la comunidad judía ni fue inconsciente de su desaparición. Cientos de miles de judíos seguían hablando castellano. La mayoría había adquirido el idioma siendo emigrantes en América Latina durante los siglos XIX y XX, pero en los Balcanes y en Turquía quedaba otro grupo de judíos, los sefardíes, que habían salido de España en el siglo XV Y habían conservado su castellano, con algunos cambios de consonantes y vocales, con virtiéndolo en ladino. Estas personas constituían la mayor comunidad de habla castellana en Europa fuera de la propia España. En 1924, un decreto del gobier-
no español permitió a los sefardíes de Salónica y Alejandría solicitar la nacionalidad española. No hubo muchos que aprovecharan esa oportunidad, y en ningún momento
previo el gobierno español que pudieran emigrar a España más que un puñado de ellos, pero cuando las deportaciones y los gaseamientos alcanzaron su punto culminante, entre 1942 y 1944, los diplomáticos españoles manifestaron sus preocupaciones mora- les en un tono llamativamente similar al empleado por losfuncionarios italianos que intentaban salvar a los judíos.
La muerte de Franco señaló el fin del aislamiento al que aún se veía sometida Espa- ña. A medida que se instituían las reformas democráticas y surgía una apertura de la
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investigación, era lógico que toda la historia de la guerra fuera objeto de un estudio más preciso. En medio de esa probabilidad era inevitable encontrarse con la catástrofe de
los judíos. La actual edición aparece en lengua castellana al final de los esfuerzos de toda mi
vida. Es el último texto que puedo presentar con el producto de la investigación que realicé hasta finales de 2003. En la medida en que en España y en América Latina no hay tantos estudios sobre el tema como en otros países, la mayoría de los contenidos de esta traducción quizá resulten nuevos para los lectores. Sin embargo, a pesar de la aper-
tura de los archivos de Europa occidental y oriental y la consiguiente multiplicación de fuentes disponibles, ninguna obra sobre el Holocausto, la mía incluida, es en absoluto completa, y ninguna puede garantizar que esté líbre de errores. Sólo puedo decir que, desde el comienzo, he intentado escribir el estudio más amplio y fiable que pueda com-
poner un autor solo. Ése ha sido mi principal objetivo.
Raúl Hilberg Burlington, Vermont
Prefacio a la tercera edición
Hoy, la bibliografía dedicada a este tema alcanzaría para llenar una biblioteca. El Holocausto lo estudian con avidez en América y en otros continentes hombres y mujeres altamente competentes, que plantean nuevas preguntas y consultan las nue-
vas fuentes disponibles. ¿Por qué, entonces, tendría yo que seguir con mi propia obra, comenzada hace más de cincuenta años, después de que la primera edición aparecie- ra en 1961 y la segunda en 1985? Después de todo, uno debe parar en un punto, aun- que sólo sea por agotamiento. Era consciente, sin embargo, de que no había llegado al final, y sabía que ningún tema era para mí más importante que éste. Me sentía impul-
sado a examinar cualquier documento, todo aquello que pudiera proporcionarme una clave sobre algo sobre lo que me había interrogado o quería conocer, así que cuando se abrieron los archivos de Europa Oriental, poco después de 1985, mi impulso de seguir
se intensificó. A menudo, un documento de una carpeta no aporta más que un pequeño detalle, y
esto ha ocurrido también en mi búsqueda continuada. El valor de dicho descubrimien- to podría ser considerable, no obstante, porque podría cambiar una perspectiva, alterar de maneras sutiles el significado que yo había atribuido a un acontecimiento, o podría demostrar la relación entre dos hechos aparentemente independientes entre sí. Otros materiales revelan importantes episodios, como también he experimentado. En esa
situación, podía ampliar el alcance de mis conocimientos y escribir una historia más completa. A medida que avanzaba, he ido añadiendo buena parte de lo descubierto en ambas categorías a las traducciones del libro a otros idiomas, y finalmente la edición
estadounidense de 1985 se convirtió en la más antigua impresa. En un campo de investigación empírico, ninguna obra de cualquier autor y ninguna
edición de dicha obra puede ser definitiva, aunque alguna editorial pueda desear afir-
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marlo. Un libro de historia es una empresa que se ha detenido en algún momento, y lo que contiene está siempre incompleto. Mi más viejo amigo, Eric Marder, consideraba,
sin embargo, que la edición de 1985 no debía seguir siendo mi última palabra en inglés, e hizo posible esta edición por parte de Yale University Press. Nada de lo que yo diga puede expresar mi gratitud por lo que ha hecho.
Éste es el momento en el que pienso también en mi familia. Mi esposa Gwendolyn,
siempre a mi lado, me ayuda desinteresadamente corrigiendo las pruebas de imprenta del texto recientemente impreso. Mis hijos David y Deborah se han mudado hace unos años, pero siguen siendo una inspiración para mí, sin importar lo lejos que estén o lo escasamente que los vea.
Burlington, Vermont
Prefacio a la edición revisada
La obra que culmina en los contenidos de estos volúmenes comenzó en 1948. Desde entonces han transcurrido treinta y seis años, pero el proyecto ha seguido conmigo, desde la primera juventud a la mediana edad, a veces interrumpido, pero nunca abandonado, debido a una pregunta que me planteé. Desde el comienzo he querido saber cómo destru yeron a los judíos de Europa. Quería explorar el mecanismo de destrucción en su tota-
lidad, y a medida que ahondaba en el problema, veía que estaba estudiando un proce- so administrativo llevado a cabo por burócratas en una red de organismos esparcidos por todo un continente. Conocer los componentes de este aparato, con todas las face- tas de sus actividades, se convirtió en la principal tarea de mi vida.
El «cómo» de los acontecimientos es una forma de aprender a conocer a los perpe- tradores, a las víctimas, a los espectadores. En esta obra se describirá la participación de todos ellos. Se mostrará a los cargos públicos alemanes pasando memorandos de mesa en mesa, debatiendo sobre definiciones y clasificaciones, y redactando leyes públi-
cas o instrucciones secretas en su incansable impulso contra los judíos. La comunidad  judía, atrapada entre la maleza de estas medidas, se contemplará en función de lo que
hizo y lo que no hizo como respuesta al asalto alemán. El mundo exterior forma parte de esta historia, en virtud de su postura de espectador.
Aun así, el acto de destrucción fue alemán, y este retrato enfoca principalmente a los que concibieron, los que iniciaron y los que pusieron en práctica la empresa. Ellos 
construyeron el marco en el que los colaboradores del Eje y los países ocupados contri- buyeron a la operación, y ellos crearon las condiciones con las que se encontraron los  judíos en un gueto cerrado, en la ruleta de una redada, o a la entrada de una cám ara de gas. Para investigar la estructura del fenómeno es necesario plantear primero la cues- tión sobre los alemanes.
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He buscado respuestas en gran número de documentos. Estos materiales no son me- ramente un registro de los acontecimientos, sino creaciones de la propia maquinaria administrativa. Lo que nosotros denominamos fuente documental fue en otro tiempo
una orden, una carta o un informe. Su fecha, firma y envío la invistieron de consecuencias inmediatas. La hoja de papel en manos de los participantes fue una forma de acción. Hoy, la mayoría de las colecciones supervivientes son alemanas, pero hay también algunos restos de los consejos judíos y de otros organismos no alemanes. He buscado en todos ellos, no sólo por los hechos que contienen, sino para recaptar el espíritu en el que se escribieron.
El mío no es un estudio breve. El libro es largo y complejo porque describe una empre- sa enorme e intrincada. Es detallado porque trata de casi todos los aspectos importantes en el campo de la destrucción, dentro y fuera de Alemania, desde 1933 a 1945. No está resu-
mido, para que pueda registrar, plenamente, unas medidas que se aplicaron plenamente. La primera edición de esta obra apareció en Chicago hace veintitrés años. Ocupa-
ba 800 páginas a doble columna, y se reimprimió varias veces. Yo sabía, incluso mien- tras la versión original se encontraba aún en prensa, que inevitablemente me daría
cuenta de que había cometido errores, de que había vacíos en el relato, y de que las afirmaciones analíticas o las conclusiones me parecerían algún día incompletas o impre- cisas. También sabía que para alcanzar mayor precisión, equilibrio y claridad, tendría que usar más documentos.
Mi primer sondeo se había concentrado principalmente en las pruebas reunidas para los procesos de Nuremberg y en los depósitos de documentos alemanes capturados y trasla- dados en ese momento a Estados Unidos. Ahora, mi investigación se ampliaría para cubrir
diversos materiales que salían a la luz en los archivos de varios países. Por prolongada que fuera esta labor, proporcionaría información sobre organizaciones y acontecimientos que hasta entonces habían permanecido velados o completamente ocultos. Entre los documen- tos que encontré había telegramas de los ferrocarriles alemanes estableciendo horarios para los trenes de la muerte, protocolos de los funcionarios de la comunidad judía en Berlín duran-
te la guerra sobre sus reuniones periódicas con oficiales de la Gestapo, y archivos reciente- mente desclasificados de la Oficina Estadounidense de Servicios Estratégicos sobre el campo
de exterminio de Auschwitz. Cada serie de comunicaciones estaba escrita en un lenguaje interno, cada una encerraba un mundo separado, y cada una suponía un eslabón perdido.
La atmósfera de trabajo ha cambiado considerablemente. En las décadas de los cua- renta y cincuenta yo copiaba los documentos a mano, y mecanografiaba el manuscrito sobre una mesa portátil, en una máquina manual. En aquellos tiempos, el mundo aca-
démico no se acordaba del tema, y las editoriales no lo recibían bien. De hecho, recibí más a menudo consejos de que abandonara el tema que de que lo continuara. Mucho después, en los mal iluminados archivos judiciales de Düsseldorf o Viena, seguía co-
piando testimonios en un cuaderno, pero el aislamiento había desaparecido. El tema, que había dejado de ser inmencionable, ha atraído al público.
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Por fortuna, cuando empecé con pocos recursos, recibí ayudas decisivas. Recuerdo
a Hans Rosenberg, cuyas clases sobre la burocracia soldaron mis ideas cuando era estu- diante universitario; Franz Neumann, ya fallecido, cuya guía me fue esencial en las pri-
meras fases de mi investigación, siendo alumno de doctorado en la Universidad de Columbia; William T. R. Fox, de la misma universidad, que intervino con actos de extraordinaria amabilidad cuando me sentía perdido; Filip Friedman, ya fallecido, que,
creyendo en mi obra, me animó; y mi difunto padre, Michael Hilberg, cuyo sentido del estilo y la estructura literaria pasó a ser el mío. Mi viejo amigo Eric Marder escuchó mis lecturas de buena parte de los borradores manuscritos. Con su mente extraordinaria- mente penetrante, me ayudó a superar una dificultad tras otra. El difunto Frank Pet
schek se interesó por el proyecto cuando aún no estaba terminado. Lo leyó línea a línea y, con un gesto singular, hizo posible su primera publicación.
Un investigador depende completamente de archiveros y bibliotecarios. Algunos de
los que me ayudaron no saben cómo me llamo, otros posiblemente no me recuerden. No es muy posible mencionar a todos aquellos cuyos conocimientos especializados me resultaron vitales y, por consiguiente, mencionaré sólo a Dina Abramowicz, del YIVO Institute, a Bronia Klibanski, de Yad Vashem, a Robert Wolfe, de National Archives, y
a Sybil Milton, del Leo Baeck Institute. Serge Klarsfeld, de la Beate Klarsfeld Founda- tion y Liliana Picciotto Fargion del Centro di Documentazione H ebraica Contemporá- nea me enviaron sus valiosas publicaciones y me comentaron sus datos. O tros muchos historiadores y especialistas de otras disciplinas me facilitaron la búsqueda de fuentes en la Biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia, en la Biblio- teca del Congreso estadounidense, en los archivos judiciales alemanes, en los archivos
ferroviarios conservados en Fráncfort y Nuremberg, en el Instituí für Zeitgeschichte de Múnich, en los Archivos Federales Alemanes de Coblenza, la Zentrale Stelle der Lan desjustizverwaltungen de Ludwigsburg, en el Centro Documental Estadounidense de Berlín, en el Centre de Documentation Juive Contemporaine de París, en los archivos del Comité Judío Estadounidense, y en la Oficina de Investigaciones Especiales, ads- crita al Departamento de Justicia estadounidense.
Vivo en Vermont desde 1956, y durante estas décad as he trabajado en la Universi- dad de Vermont, que me ha dado el tipo de respaldo que sólo una institución que pro-
porciona un empleo fijo, permisos sabáticos, y ocasionalmente pequeñas cantidades de dinero para la investigación, puede aportar a lo largo del tiempo. En la universidad tam- bién he tenido compañeros que me han apoyado. El primero fue el ya fallecido L. Jay Gould, que siempre tuvo paciencia conmigo; y más recientemente, Stanislaw Staron, con quien he trabajado en el diario escrito por Adam Czerniaków, presidente del gueto de Varsovia; y Samuel Bogorad, con quien dicté un curso sobre el Holocausto.
A H. R. TrevorRoper, que escribió varios artículos sobre el libro cuando se publicó por primera vez, le debo la mayor parte del reconocimiento recibido por éste. Hermán
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Wouk, novelista, y Claude Lanzmann, cineasta, que han retratado el destino judío en empresas artísticas de gran alcance, me reforzaron en mi propia búsqueda en muchas ocasiones.
Mi agente literario, Theron Raines, hombre de letras que sabe del tema, ha hecho incesantes esfuerzos en mi nombre. Max Holmes, director de Holmes & Meier, asumió la tarea de publicar la segunda edición con un profundo conocimiento de lo que yo intentaba hacer.
Para mi familia tengo una mención especial. Mis hijos David y Deborah me han dado el propósito y la paz. Mi esposa Gwendolyn me ha ayudado con su amorosa pre-
sencia y su fe en mí.
Burlington, Vermont
Prefacio a la primera edición
Primeramente, habría que hablar del alcance de este libro. Para que nadie se con funda con la palabra «judíos» incluida en el título, permítaseme señalar que éste no es un libro sobre los judíos. Es un libro sobre aquellos que destruyeron a los judíos. No se
leerá mucho acerca de las víctimas. El objetivo enfoca a los perpetradores. Los siguientes capítulos describirán la enorme organización de la máquina destruc-
tiva alemana y los hombres que desempeñaron importantes funciones en dicha m áqui- na. Revelarán la correspondencia, los memorandos, las actas de conferencias que pasa-
ron de mesa en mesa a medida que la burocracia alemana tomaba sus pesadas y drásticas decisiones de destruir, completa y totalmente, a los judíos de Europa. Trata-
rán de los obstáculos administrativos y psicológicos que bloquearon periódicamente la acción, y mostrarán cómo se superaron estos impedimentos.
Por otra parte, no se hará hincapié sobre las consecuencias que las medidas alemanas tuvieron sobre la comunidad judía de Europa y de otras partes. No nos detendremos en los
sufrimientos de los judíos, ni exploraremos las características sociales de la vida en el gueto o la existencia en los campos. En la medida en que examinemos las instituciones judías, lo haremos principalmente a través de los ojos de los alemanes: como herramientas utilizadas en el proceso de destrucción. En resumen, este estudio no abarca la evolución interna de la organización y de la estructura social judías. Eso es historia judía. Hace referencia a la
tempestad que provocó el naufragio. Eso forma parte de la historia occidental. La historia de Occidente que a veces ha estado modelada por los judíos. Ha sido cambiada también en la misma medida o incluso más por aquellos que han actuado contra los judíos, por- que cuando yo le hago algo a otro, también me hago algo a mí mismo.
No se ha explorado aún la total importancia de las medidas alemanas; la destrucción de los judíos europeos no ha sido asimilada todavía como acontecimiento histórico.
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Esto no significa que en general se niegue la desaparición de millones de personas, y tampoco implica que se dude seriamente de que enormes masas de estas personas fue-
ron ametralladas en zanjas y gaseadas en campos. Pero reconocer un hecho no signifi- ca aceptarlo en el sentido académico. Los actos inauditos de tal magnitud sólo son aceptados académicamente cuando se estudian como pruebas que examinan las con- cepciones existentes sobre la fuerza, las relaciones entre culturas y la sociedad en su conjunto. Hace sólo una generación, los incidentes descritos en este libro habrían sido considerados improbables, no factibles, o incluso inconcebibles. Ahora han ocurrido. La destrucción de los judíos fue un proceso de extremos. Por eso es tan importante
como fenómeno de grupo. Por eso puede servir de examen para las teorías sociales y políticas. Pero para practicar tales exámenes, no basta con saber que los judíos han sido destruidos; es necesario también comprender cómo se realizó esta empresa. Esa es la historia que se cuenta en este libro.
Burlington, Vermont Octubre de 1960
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Precedentes
La destrucción alemana de los judíos europeos constituyó un tour de force\  el hundi- miento de los judíos bajo el asalto alemán supuso una manifestación de fracaso. Ambos fenómenos fueron el producto ñnal de una época anterior.
Las políticas y medidas antijudías no comenzaron en 1933. Durante muchos siglos, en
muchos países, los judíos habían sido víctimas de una acción destructiva. ¿Qué objetivo tenían estas actividades? ¿Cuáles eran los fines de aquellos que persistían en cometer actos antijudíos? A lo largo de la historia occidental, se han aplicado contra los hebreos de la diáspora tres políticas consecutivas.
La primera política antijudía comenzó en el siglo IV d.C. en Roma1. A comienzos de dicho siglo, durante el reinado de Constantino, la Iglesia cristiana adquirió poder en Roma, y el cristianismo se convirtió en religión estatal. A partir de ese periodo, el Estado aplicó la política esclesiástica. D urante los siguientes 12 siglos, la Iglesia católica prescribió las medidas que se debían tomar respecto a los judíos. Al contrario que los romanos pre-
cristianos, que afirmaban no tener monopolio sobre la religión y la fe, la Iglesia cristiana insistía en la aceptación de la doctrina cristiana.
Para comprender la política cristiana hacia el judaismo, es esencial darse cuenta de que la Iglesia no buscaba la conversión tanto para acrecentar su poder (siempre ha habido un número reducido de judíos), como por la convicción de que el deber de los verdaderos
creyentes era salvar a los no creyentes de la condena al fuego eterno. El celo en la tarea de
1 La Roma precristiana no tenía una política antijudía. Roma había aplastado al Estado inde pendiente de Judea, pero los judíos de Roma disfrutaban de igualdad ante la ley. Podían firmar escri- turas, celebrar matrimonios válidos con romanos, ejercer los derechos de tutclaje, y ocupar cargos públicos. Otto STOBBE, Die juden in Deutschland wáhrend des Mittelalters, Leipzig, 1902, p. 2.
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conversión indicaba la profundidad de la fe. La religión cristiana no era una de las múlti- ples religiones, sino la verdadera, la única. Quienes no pertenecían a su rebaño eran igno-
rantes o estaban equivocados. Los judíos no podían aceptar el cristianismo. En las primeras fases de la fe cristiana, muchos judíos consideraban a los cristianos como
miembros de una secta judía. Después de todo, los primeros cristianos todavía observaban la ley hebrea. Simplemente habían añadido unas cuantas prácticas no esenciales, tales como
el bautismo, a su vida religiosa. Pero su punto de vista cambió abruptamente cuando Cris- to fue elevado a la categoría de deidad. Los judíos sólo tienen un Dios. El no es Cristo, y
Cristo no es El. Desde entonces, el cristianismo y el judaismo son irreconciliables. La acep- tación del cristianismo ha significado desde entonces el abandono del judaismo.
En la Antigüedad y en la Edad Media, los judíos no abandonaron fácilmente su religión. Con paciencia y persistencia, la Iglesia intentó convertir a los obstinados hebreos, y duran- te mil doscientos años se libró sin interrupción el debate teológico. Los judíos no se dejaron
convencer. Gradualmente, la Iglesia empezó a respaldar sus palabras con la fuerza. El papado no permitió que se ejerciese presión sobre los judíos individuales; Roma prohibió las con- versiones forzosas2. Sin embargo, en general, el clero sí hizo uso de la presión. Poco a poco,
pero con un efecto cada vez más amplio, la Iglesia adoptó medidas «defensivas» contra sus pasivas víctimas. Se «protegía» a los cristianos de las consecuencias «perniciosas» que podía tener la relación con los judíos mediante rígidas leyes contra los matrimonios mixtos, prohibiciones de debatir sobre temas religiosos, leyes contra la domiciliación en moradas
comunes. La Iglesia «protegía» a sus cristianos de las «perniciosas» enseñanzas judías quemando el Talmud y prohibiendo a los judíos ejercer cargos públicos3.
Estas medidas se constituyeron en precedentes de actividades destructivas. El poco éxito que la Iglesia tenía en el logro de su objetivo lo revela el trato dado a los escasos
 judíos que sucumbían a la religión cristiana. El clero no estaba seguro de su éxito, de ahí la práctica extendida, en la Edad Media, de identificar a los prosélitos como anti- guos judíos4; de ahí la inquisición de los nuevos cristianos sospechosos de herejía5; de ahí la emisión en España de certificados de limpieza de sangre para demostrar que los
antepasados eran puramente cristianos, y la especificación de «cristianos a medias», «un cuarto de cristianos nuevos» y «un octavo de cristianos nuevos», etcétera6.
2 Esta prohibición tenía un punto débil: una vez convertido, aunque fuese a la fuerza, a un judío se le prohibía volver a su fe. Guido K i s c h , The Jews in Medieval Germany, Chicago, 1949, pp. 201202.
3 De hecho, los no judíos que querían convertirse al judaismo tropezaban con formidables obs- táculos. Véase Louis FlNKEISTElN, «The Jewish Religión: Its Beliefs and Practices», en Louis Finkels tein (ed.), The Jews: Their History, Culture, and Religión, vol. 2, Nueva York, 1949, p. 1376.
4 Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., p. 315. 5 Ibid.
6  Cecil ROTH, «Marranos and Racial AntiSemitism A Study in Parallels», Jewish Social Studies 2 (1940), pp. 239248. Se acusaba a los médicos cristianos nuevos de matar a los pacientes, un tribunal
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La no conversión tuvo consecuencias a largo alcance. La Iglesia, habiendo fracasa-
do en su objetivo de conversión, comenzó a contemplar a los judíos como un grupo de personas especiales, diferentes a los cristianos, sordos al cristianismo y peligrosos para
la fe cristiana. En 1542, Martín Lutero, fundador del protestantismo, escribió las siguientes líneas:
Y, si hubiese una chispa de sentido común y entendimiento en ellos, tendrían verda-
deramente que pensar de esta forma: oh, Dios mío, hay algo que no tiene sentido y no
va bien en nosotros; nuestra desgracia es demasiado grande, demasiado larga, demasiado
dura; Dios nos ha olvidado, etc. Yo no soy judío, pero no me gusta meditar seriamente
sobre la brutal cólera de Dios contra este pueblo, porque me aterroriza la idea que atra-
viesa mi cuerpo y mi alma: ¿qué va a pasar con la cólera eterna en el infierno contra los
falsos cristianos y los descreídos?7
En resumen, si él  fuese judío, habría aceptado el cristianismo hacía tiempo. Un pueblo no puede sufrir durante 1.500 años y seguir considerándose el pueblo ele-
gido. Pero este pueblo estaba ciego. Había sido golpeado por la cólera de Dios. El los había golpeado «con frenesí, ceguera y un corazón enfurecido, con el fuego eterno, o lo
que dicen los profetas: la cólera de Dios se proyectará como un fuego que nadie podrá sofocar»8.
El manuscrito luterano se publicó en una época de creciente odio a los judíos. Se había invertido demasiado en 12 siglos de política de conversión, y se había obtenido muy poco. Desde el siglo XIII al XVI, los judíos de Inglaterra, Francia, Alemania, España, Bohemia e
Italia recibieron ultimatos que sólo les daban una opción: convertirse o ser expulsados.
La expulsión es la segunda política antijudía de la historia. En su origen, esta políti- ca se presentó como la única alternativa; una alternativa, además, que se dejaba a elec- ción de los judíos. Pero mucho después de la separación entre Iglesia y Estado, mucho después de que el Estado dejase de aplicar la política eclesiástica, la expulsión y la
exclusión siguieron siendo el objetivo de la actividad antijudía.
de Toledo dictó en 1449 una sentencia al efecto de que los cristianos nuevos no eran elegibles para cargos públicos, y en 1604 se les prohibió el acceso a la Universidad de Coimbra (ibid..). Los descen- dientes de judíos o moros tampoco podían servir en la «Milicia de Cristo», el ejército de Torquema da, encargado de torturar y quemar a los «herejes». Franz H e l b i n g , Die Torcur - Geschichte der Folter  im Kriminalverfahren aller Vólker und Zeiten, Berlín, 1902, p. 118.
' Martín LUTERO, Von denjueden undjren Luegen, Wittenberg, 1543, p. Aiii. Los números de las páginas de la edición original del libro de Lutero se sitúan en la parte inferior de cada dos o cuatro pá- ginas como sigue: A, Aii, Aiii, B, Bii, Biii, hasta Z, Zii, Ziii, comenzando de nuevo con a, aii, aiii.
8 Ibid., p. diii. La referencia al frenesí es una inversión. El frenesí es uno de los castigos por aban- donar al único Dios.
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Los antisemitas del siglo XIX, que se apartaron de los objetivos religiosos, abrazaron la emigración de los judíos. Los antisemitas odiaban a los judíos con un sentimiento de
rectitud y razón, como si hubiesen adquirido el antagonismo de la Iglesia igual que es- peculadores que compran los derechos de una empresa en quiebra. Con este odio, los enemigos posteclesiásticos de los hebreos también asumieron la idea de que era impo- sible cambiar a los judíos, que no se les podía convertir, que no era posible asimilarlos,
que eran un producto acabado, de características inflexibles, de nociones establecidas y creencias fijas.
La política de expulsión y exclusión fue adoptada por los nazis y se mantuvo como objetivo de toda la actividad antijudía hasta 1941. Ese año marca un punto de inflexión en la historia antijudía. En 1941, los nazis se hallaban inmersos en una guerra total. Varios millones de judíos fueron encarcelados en guetos. La emigración se hizo imposible. Un proyecto de última hora de embarcar a los judíos hacia la isla africana de Madagascar
había fracasado. Era necesario «resolver el problema judío» de alguna otra forma. En este momento crucial, en las mentes nazis emergió la idea de establecer una «solución terri- torial». La «solución territorial» o «la solución final de la cuestión judía en Europa», como se conoció, preveía la muerte de los judíos europeos. Había que matarlos. Esta fue la ter- cera política antijudía de la historia.
En resumen. Desde el siglo IV d.C. ha habido tres políticas antijudías: la conversión, la expulsión y la aniquilación. La segunda apareció como alternativa a la primera, y la tercera surgió como alternativa a la segunda.
La destrucción de los judíos europeos entre 1933 y 1945 nos parece ahora un caso sin precedentes en la historia. De hecho, en sus dimensiones y configuración total, nada por el estilo había sucedido antes. Como resultado de una empresa organizada, cinco
millones de personas fueron asesinadas en el breve espacio de unos años. La operación estaba terminada antes de que nadie pudiese calibrar su enormidad, y mucho menos sus consecuencias futuras.
Pero, si analizamos esta explosión singularmente masiva, descubrimos que la mayor parte de los sucedido en esos doce años ya había ocurrido antes. El proceso de destrucción nazi no surgió de la nada; fue la culminación de una tendencia cíclica9. Es posible obser- var la tendencia en los tres objetivos sucesivos de los administradores antijudíos. Los misio-
neros cristianos habían dicho en realidad: no tenéis derecho a vivir entre nosotros siendo  judíos. Los gobernantes laicos que los siguieron habían proclamado: no tenéis derecho a vivir entre nosotros. Los nazis alemanes decretaron finalmente: no tenéis derecho a vivir.
9 Una tendencia regular no se rompe (por ejemplo, un aumento de la población); una tendencia cíclica se observa en algunos de los fenómenos recurrentes. Podemos hablar, por ejemplo, de un con-  junto de guerras que se hacen progresivamente más destructivas, depresiones que disminuyen de gra- vedad, etcétera.
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Estos objetivos progresivamente más drásticos trajeron consigo un lento y constan te crecimiento de las medidas y las ideas antijudías. El proceso comenzó con el intento
de atraer a los judíos al cristianismo. La evolución siguió para obligar a las víctimas a exiliarse. Terminó cuando se llevó a los judíos a la muerte. Los nazis alemanes, por con- siguiente, no descartaron el pasado; se basaron en él. No comenzaron una evolución; la completaron. En los profundos intersticios de la historia antijudía encontraremos muchas de las herramientas administrativas y psicológicas con las que los nazis pusieron
en práctica el proceso de destrucción. En los huecos del pasado descubriremos también las raíces de la respuesta característica judía a un ataque externo.
La significación de los precedentes históricos se comprenderá más fácilmente en la esfera administrativa. La destrucción de los judíos fue un proceso administrativo, y su ani-
quilación requería la aplicación de medidas administrativas sistemáticas en pasos sucesi- vos. No hay muchas formas en las que la sociedad moderna pueda, fácilmente, matar a una gran cantidad de personas que viven en su propio seno. Este es un problema de efi- ciencia de gran dimensión, y que plantea incontables dificultades e innumerables obs- táculos. Pero, al revisar la documentación sobre la destrucción de los judíos, recibimos casi
inmediatamente la impresión de que la administración alemana sabía lo que hacía. Con un inquebrantable sentido de la orientación y una extraña capacidad para encontrar el camino, la burocracia alemana encontró la senda más corta para llegar al objetivo final.
En teoría, la propia naturaleza de la tarea determina la forma en que ésta se lleva a cabo. Cuando hay voluntad, hay también un modo, y con que haya la mínima volun-
tad necesaria, ese camino se encontrará. Pero ¿y si no hay tiempo para experimentar? ¿Y si la tarea debe resolverse de manera rápida y eficaz? Una rata en un laberinto que tiene un único camino hacia la meta aprende a escoger ese camino después de muchos intentos. También los burócratas se ven, a veces, atrapados en un laberinto, pero no pue- den permitirse ensayar. Quizá no haya tiempo para dudas y paradas. É sta es la razón por la que los resultados anteriores son tan importantes; ésta es la razón por la que la expe- riencia pasada es tan esencial. Se dice que la necesidad aguza el ingenio, pero si se han creado ya precedentes, si ya se ha establecido una guía, el ingenio deja de ser necesa- rio. La burocracia alemana podía recurrir a tales precedentes y seguir dicha guía, porque los burócratas alemanes podían echar mano de unas enormes reservas de experiencia
administrativa, unas reservas que la Iglesia y el Estado habían acumulado en 15 siglos de actividad destructiva.
En el transcurso de su intento de convertirlos, la Iglesia católica había tomado muchas medidas contra los judíos. Estas medidas estaban diseñadas para «proteger» a la comunidad cristiana de las enseñanzas hebreas y, no incidentalmente, para debilitar la «obstinación»
 judía. Es indicativo que tan pronto como el cristianismo se convirtió en religión estatal de Roma, en el siglo IV d.C., se pusiera fin a la igualdad de ciudadanía de los judíos. «La Iglesia y el Estado cristiano, decisiones conciliares y leyes imperiales, trabajaron mano a mano a par-
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tir de entonces para perseguir a los judíos»10. Aunque la mayoría de estas leyes no se aplica- ron en la totalidad de la Europa católica desde el momento de su concepción, si se convir- tieron en precedentes para la era nazi. El cuadro 1.1 compara las medidas antijudías básicas de la Iglesia católica y los modernos homólogos puestos en práctica por el régimen nazi11.
Ningún resumen del derecho canónico puede ser tan revelador como una descrip- ción del gueto de Roma, mantenido por el Estado papal hasta la ocupación de la ciu- dad por el ejército realista italiano en 1870. Un periodista alemán que visitó el gueto
en los días en que se procedía a su cierre publicó dicha descripción en Neue Freie Presse11.  El gueto constaba de unas cuantas calles húmedas, oscuras y sucias en las que se había hacinado (eingepfercht) a 4.700 seres humanos.
Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos
DERECHO CANONICO MEDIDA NAZI
Prohibición de matrimonios mixtos y relaciones se- xuales entre cristianos y judíos, Sínodo de Elvira, año 306
Prohibición de que cristianos y judíos coman juntos, Sínodo de Elvira, año 306
No se permite a los judíos ocupar cargos públicos, Sínodo de Clermont, año 535
No se permite a los judíos emplear sirvientes ni po- seer esclavos cristianos, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
No se permite a los judíos mostrarse en público du- rante la Semana Santa, Tercer Sínodo de Orleáns, año 538
Quema del Talmud y otros libros, 12.° Sínodo de Toledo, año 681
Se prohíbe a los cristianos acudir a médicos judíos, Sínodo Trullano, año 692
Se prohíbe a los cristianos convivir con los judíos en casa de estos, Sínodo de Narbona, año 1050
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
Se prohíbe a los judíos la entrada en los vagones co- medor (ministro de Transportes al ministro del Inte- rior, 30 de diciembre de 1939, Documento NG3995)
Ley para el Reestablecimiento del Funcionariado Civil Profesional, 7 de abril de 1933 (RGB11, 175)
Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, 15 de septiembre de 1935 (RGB11, 1146)
Decreto que autoriza a las autoridades locales a prohibir que los judíos salgan a la calle ciertos días (es decir, en las festividades nazis), 3 de diciembre de 1938 (RGB1 1, 1676)
Quema de libros en la Alemania nazi
Decreto de 25 de julio de 1938 (RGB11, 969)
Directiva de Goring en la que se establece la concen- tración de judíos en casas, 28 de diciembre de 1938 (Bormann a Rosenberg, 17 de enero de 1939, PS69)
10 Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland wahrend des M ittelalters, cit., p. 2. 11 La lista de medidas eclesiásticas está tomada en su totalidad de Johann E. SCHERER, Die Rechts- 
verhaltnisse der Juden in den deutsch-osterreichischen Landem, Leipzig, 1901, pp. 3949. En el cuadro 1.1 sólo se cita la primera fecha de cada medida.
12 Cari Eduard B a u e r n s c h m i d , Neue Freie Presse  (17 de mayo de 1870). Reimpreso en Aíiganeine Zeitung des Judenthums, Leipzig, 19 de julio de 1870, pp. 580582.
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Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos (cont.)
DERECHO CANÓ NICO
Se obliga a los judíos a pagar impuestos para sostener a la Iglesia en la misma medida que los cristianos, Sínodo de Gerona, año 1078
Prohibición de trabajar en domingo, Sínodo de Szabolcs, año 1092
Se prohíbe a los judíos demandar o testificar con- tra los cristianos en los tribunales, Tercer Concilio de Letrán, año 1179, Canon 26
Se prohíbe a los judíos desheredar a descendientes que hubiesen adoptado el cristianismo, Tercer Con- cilio de Letrán, año 1179, Canon 26
Marcado de las ropas judías con una insignia, Cuar- to Concilio de Letrán, año 1215, Canon 68 (Copia- do de la legislación del califa Ornar II [634644], que había decretado que los cristianos llevasen cin- turones azules y los judíos amarillos)
Se prohíbe la construcción de nuevas sinagogas, Concilio de Oxford, año 1222
Se prohíbe a los cristianos asistir a ceremonias ju- días, Sínodo de Viena, año 1267
Se prohíbe a los judíos discutir con simples cristia- nos sobre los principios de la religión católica, Sí- nodo de Viena, año 1267
Establecimiento de guetos obligatorios, Sínodo de Breslau, año 1267
Se prohíbe que los cristianos vendan o alquilen bie- nes inmuebles a los judíos, Sínodo de Ofen, año 1279
La adopción de la religión judía por un cristiano o la vuelta de un judío bautizado a la religión judía se define como herejía, Sínodo de Maguncia, año 1310
Prohibida la venta o transmisión de artículos ecle- siásticos a los judíos, Sínodo de Lavour, año 1368
Se prohíbe a los judíos actuar como agentes en la firma de contratos, especialmente contratos de matrimonio, entre cristianos, Concilio de Basilea, año 1434, Sessio XIX 
MEDIDA NAZI
La «Sozialausgleichsabgabe» establece que los judíos deben pagar un impuesto sobre la renta especial en lugar de las donaciones destinadas a los fines del Par- tido impuestas a los nazis, 24 de diciembre de 1940 (RGB11, 1666)
Propuesta por parte de la Cancillería del Partido de que se prohíba a los judíos entablar demandas civi- les, 9 de septiembre de 1942 (Bormann al Ministerio de Justicia, 9 de septiembre de 1942, NG151)
Decreto capacitando al Ministerio de Justicia para que anule los testamentos que ofendan el «sano jui- cio del pueblo», 31 de julio de 1938 (RGB11, 937)
Decreto de 1 de septiembre de 1941 (RGB11, 547)
Destrucción de las sinagogas en todo el Reich, 10 de noviembre de 1938 (Heydrich a Goring, 11 de noviembre de 1938, PS3058)
Prohibidas las relaciones de amistad con judíos, 24 de octubre de 1941 (Directiva de la Gestapo, L15)
Orden de Heydrich, 21 de septiembre de 1939 (PS3363)
Decreto que establece la venta obligatoria de los bie- nes inmuebles de los judíos, 3 de diciembre de 1938 (RGB1 I, 1709)
La adopción de la religión judía por un cristiano lo pone en peligro de ser tratado como judío. (Decisión del Oberlandesgericht Kónigsberg, Cuarto Zivilse nat, 26 de junio de 1942) (Die Juden/rage [Vertrauli che Beilage], 1 de noviembre de 1942, pp. 8283)
Decreto de 6 de julio de 1938 estableciendo la li- quidación de las agencias inmobiliarias, las agen- cias de corretaje y las agencias matrimoniales judías que atiendan a no judíos (RGB1 1, 823)
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Cuadro 1.1. Medidas canónicas y nazis contra los judíos (cont.)
DERECHO CANÓ NICO MEDIDA NAZI
Se prohíbe a los judíos obtener títulos académicos, Ley contra el Congestionamiento de las Escuelas y Concilio de Basilea, año 1434, Sessio xix Universidades Alemanas, 25 de abril de 1933
(RGBl I, 225)
Para arrendar una casa o un establecimiento comercial fuera de los límites del gueto, los judíos necesitaban el permiso del cardenal vicario. La adquisición de bienes inmuebles fuera del gueto estaba prohibida. El comercio de productos industriales o libros estaba prohibido. La educación superior estaba prohibida. Las profesiones de abogado, boticario, notario, pintor y arquitecto estaban prohibidas. Un judío podía ser médico, siempre que li- mitase su práctica a los pacientes judíos. Ningún judío podía ocupar un cargo oficial. Se exigía a los judíos que pagasen los mismos impuestos que el resto y, además, los siguientes: (1) un estipendio anual para el mantenimiento de los funcionarios católicos que super- visaban la Administración Financiera del gueto y la organización de la comunidad judía; (2) una cantidad anual de 5.250 liras a la Casa Pía para su trabajo misionero entre los ju- díos; (3) una cantidad anual de 5.250 liras al claustro de los conversos, con el mismo propósito. A cambio, el Estado papal gastaba una cantidad anual de 1.500 liras en obras sociales. Pero no se dedicaba dinero estatal a la educación ni al cuidado de los enfermos.
El régimen papal del gueto de Roma nos da una idea del efecto acumulativo del derecho canónico. Este  fue su resultado total. Además, la política de la Iglesia no sólo dio lugar a normativas eclesiásticas; durante más de mil años, la voluntad de la Iglesia también fue impuesta por el Estado. Las decisiones de los sínodos y los consejos se con- virtieron en guías básicas para la acción estatal. Todo Estado medieval copiaba el de- recho canónico y lo elaboraba. Así surgió un «derecho medieval internacional sobre los hebreos», que siguió evolucionando hasta el siglo XVIII. Los refinamientos y las elabo- raciones gubernamentales del régimen clerical se pueden comprobar brevemente en el cuadro 1.2, que muestra también las versiones nazis.
Éstos son algunos de los precedentes transmitidos a la maquinaria burocrática nazi. Indudablemente, no todas estas lecciones del pasado se recordaban en 1933; habían sido oscurecidas en buena parte por el transcurso del tiempo. Esto es especialmente cierto respecto a los principios negativos, tales como el evitar las revueltas y los pogro- mos. En 1406 estalló un incendio en el barrio judío de Viena. La multitud, que no
venía al rescate, pretendía por el contrario asaltar a los judíos y saquear sus casas. Al final los cristianos se empobrecieron, porque las casas de empeños, que se convirtie- ron en humo durante la conflagración, contenían sus posesiones13. Esta experiencia
13 Otto STOWASSER, «Zur Geschichte der Wiener Geserah», Vierteljahrschrift für Sozial und Wirt schaftsgeschichte  16 (1922), p. 117.
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estaba completamente olvidada cuando, en noviembre de 1938, las multitudes nazis penetraron de nuevo en las tiendas judías. Las que más perdieron fueron las empresas aseguradoras alemanas, que tuvieron que pagar a los propietarios alemanes de los edi-
ficios dañados por la rotura de escaparates. Fue necesario aprender de nuevo una lec- ción histórica.
Si bien hubo que hacer de nuevo antiguos descubrimientos, debe resaltarse que otros muchos ni siquiera se habían sondeado antiguamente. Los precedentes adminis- trativos de la Iglesia y el Estado eran en sí incompletos. La senda destructiva marcada
en siglos pasados era una senda interrumpida. Las políticas de conversión y expulsión de los judíos podían llevar a cabo las operaciones destructivas sólo hasta cierto punto. Estas políticas no sólo eran objetivos; eran también límites ante los cuales la burocracia tenía que detenerse y que no podía traspasar. Sólo la eliminación de estas restricciones podía
producir el desarrollo de las operaciones destructivas en su pleno potencial. Esta es la
razón por la que los administradores nazis se convirtieron en improvisadores e innovado- res, y, por eso, la burocracia alemana bajo Hitler hizo infinitamente más daño en doce años de lo que la Iglesia católica fue capaz en 12 siglos.
Cuadro 1.2. Medidas p re nazis y nazis contra los judíos
EVOLUCIÓN ESTATAL PRENAZI MEDIDA NAZI
Impuesto de protección per cápita (der goldene Op-  ferpfennig) impuesta a los judíos por el rey Ludovi co el Bávaro, 13281337 (Otto Stobbe, Die Juden  in Deutschland wáhrend des Mittelalters, cit., p. 31)
La propiedad de los judíos asesinados en una ciudad alemana se consideraba propiedad pública, «porque los judíos con sus posesiones pertenecen a la cámara del Reich», disposición incluida en el código del siglo XIV Regulas juris «Ad decus»  (Guido Kisch, The Jews  in Medieval Germany, cit., pp. 360361, 560561)
Confiscación de los créditos de acreedores judíos contra deudores cristianos al final del siglo XIV en Nuremberg (Otto Stobbe, Die Juden in Deutschland  wahrend des Mittelalters, cit., p. 58)
«Multas»: por ejemplo, la multa de Regensburg por «matar a un niño cristiano», año 1421 (ibid.,  pp. 7779)
Pago del muro que rodeaba el gueto de Roma me- diante exacciones a las víctimas, 1555 (Cecil ROTH,
The History nf the Jews of Italy,  Filadelfia, 1946, p. 297)
Decimotercera Ordenanza de la Ley de Ciudada- nía del Reich en la que se establece que se confis- carán las propiedades de los judíos tras la muerte de éstos, 1 de julio de 1943 (RGB11, 372)
Undécima Ordenanza de la Ley de Ciudadanía del Reich, 25 de noviembre de 1941 (RGB1 1, 722)
Decreto del «Pago de Desagravios» por parte de los  judíos, 12 de noviembre de 1938 (RGB11, 1579)
Pago del muro que rodeaba el gueto de Varsovia mediante exacciones a las víctimas, 1941 (Ghetto Kommissar Auerswald a Czerniaków, presidente del Consejo Judío, 22 de octubre de 1941, JM 1112)
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Cuadro 1.2. Medidas prenazis y nazis contra los judíos (cont.)
EVOLUCIÓN PRENAZI ESTATAL
Marcado de los documentos y papeles personales para establecer que el poseedor o portador era judío (Zosa S z a j k o w s k i , «Jewish Participation in the Sale of National Property during the French Revolu tion», Jewish Social Studies  [1952], p. 291 n.)
Hacia 1800, el poeta judío Ludwig Borne tuvo que permitir que en su pasaporte figurase «Jud von Fránc fort» (Heinrich GRAETZ, Volkstümliche Geschichce  der Juderi, BerlínViena, 1923, vol. 3, pp. 373374)
Marcado de las casas, horas de compras especiales y restricción de movimientos, siglo XVII, Fráncfort (ibid., pp. 387388)
Nombres judíos obligatorios en la práctica buro- crática del siglo xix (Leo M. Fr i e d m a n , «American Jewish Ñames», Historia Judaica [octubre de 1944], p. 154)
______________ MEDIDA NAZI______________
Decreto que establece el uso de tarjetas de identi- ficación, 23 de julio de 1938 (RGB11, 922)
Decreto que establece el sellado de los pasaportes, 5 de octubre de 1938 (RGB11, 1342)
Marcado de las viviendas judías (Jüdisches Nach-  richtenblatt, Berlín, 17 de abril de 1942) Decreto que establece las restricciones de movi- mientos, 1 de septiembre de 1941 (RGB1 I, 547)
Decreto de 5 de enero de 1937 (RGB11, 9) Decreto de 17 de agosto de 1938 (RGB11, 1044)
Los precedentes administrativos, sin embargo, no son los únicos determinantes históri- cos que nos conciernen. En una sociedad occidental, la actividad destructiva no es sólo un
fenómeno tecnocrático. Los problemas derivados del proceso de destrucción no son sola- mente administrativos, sino también psicológicos. A un cristiano se le ordena que escoja a Dios y rechace al diablo. Cuanto más destructiva sea su tarea, por lo tanto, más potentes son los obstáculos morales que encuentra. Es necesario eliminar estos obstáculos morales; hace falta resolver de alguna forma el conflicto interno. Uno de los principales medios con los que el perpetrador intenta limpiar su conciencia es cubriendo a su víctima con un
manto de maldad, retratándola como un objeto que debe ser destruido. En los anales de la historia encontramos muchos retratos de este tipo. De un modo
invariable, flotan efusivamente como nubes a lo largo de los siglos, y de un continente a otro. Sea cual sea su origen o su destino, la función de estos estereotipos es siempre la misma. Se utilizan como justificaciones para el pensamiento destructivo; se emplean
como excusas para la acción destructiva. Los nazis necesitaban ese estereotipo. Precisaban dicha imagen del judío. Por lo
tanto, no carece de importancia el hecho de que cuando Hitler llegó al poder la ima- gen estuviese todavía ahí. El modelo ya estaba fijado. Cuando Hitler hablaba de los  judíos, podía hablar a los alemanes en un lenguaje familiar. Cuando injuriaba a su víc- tima, resucitaba una concepción medieval. Cuando gritaba sus feroces ataques contra los judíos, despertaba a sus alemanes como de una especie de sopor ante una ofensiva durante mucho tiempo olvidada. /Cuál es, exactamente, la antigüedad de estas acusa-
ciones? ¿Por qué tienen un tono de tanta autoridad?
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La imagen del judío que se encuentra en la propaganda y en la correspondencia nazi se
forjó varios siglos antes. Martín Lutero ya había trazado los primeros esbozos de dicho retra to, y los nazis, en su época, poco tenían que añadir al mismo. He aquí unos cuantos extrac- tos del libro Sobre los judíos y sus mentiras, de Lutero. Permítaseme resaltar, sin embargo, que las ideas de Lutero las compartían otros en su siglo, y que su modo de expresión correspon- día al estilo de la época. Su obra sólo se cita aquí porque fue una figura sobresaliente en la
evolución del pensamiento alemán, y lo escrito por ese hombre no se puede olvidar en el descubrimiento de una conceptualización tan crucial como ésta. El tratado de Lutero sobre los judíos estaba dirigido directamente a sus lectores, y, en ese relato torrencial, las frases descendían sobre ellos como una verdadera avalancha. He aquí un pasaje:
Con esto podréis ver fácilmente cómo interpretan y obedecen el quinto mandamien-
to de la ley de Dios, a saber, que son sabuesos sedientos y asesinos de toda la cristiandad,
con plena intención, desde hace ya más de 14 siglos, y de hecho a menudo fueron quem a-
dos hasta la muerte bajo acusación de haber envenenado el agua y los pozos, robado y
descuartizado niños, para enfriar en secreto su furia con sangre cristiana14.
Y otro:
Ahora vemos qué mentira tan obvia, burda y enorme supone su queja de que noso-
tros los mantenem os cautivos. H ace más de 1.400 años que Jerusalén fue destruida, y en
este momento hace casi 300 años desde que los cristianos son perseguidos por los judíos
de todo el mundo (como ya se ha señalado antes), de forma que bien podríamos quejar-
nos nosotros de que ellos nos habían capturado y matado, lo cual es la verdad desnuda.
Adem ás, hasta ahora desconocem os qué mal los ha traído a nuestro país; nosotros no fui-
mos a buscarlos a Jerusalén15.
Incluso entonces nadie los retenía allí, continuaba Lutero. Podían ir donde quisie- ran. Porque eran una pesada carga, «como una plaga, pestilencia, pura desgracia en
nuestro país». Habían sido expulsados de Francia, «un nido especialmente adecuado», y el «amado emperador Carlos» los expulso de España, «el mejor nido de todos». Y este año han sido expulsados de toda la corona bohemia, incluida Praga, «también un nido adecuado». Igualmente de Ratisbona, Magdeburgo y otras ciudades16.
¿Se llama a esto cautividad, a que uno no sea bien recibido en ningún territorio o
casa? Sí, nos mantienen a nosotros los cristianos cautivos en nuestro país. Nos dejan tra-
14 Martín Lutero, Von den Jueden und Jren Luegen, cit., p. diii. 15 Ibid.
16 Ibid., pp. diii, e.
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bajar con el sudor de nuestra frente, ganar dinero y propiedad para ellos, mientras que
ellos se sientan delante del horno, perezosos, chismorrean, asan peras, comen, beben,
viven tranquilamente y bien a costa de nuestra riqueza. Nos han capturado a nosotros y
a nuestros bienes con su maldita usura, se burlan de nosotros y nos escupen, porque tra-
bajamos y les permitimos ser perezosos hidalgos que nos poseen a nosotros y a nuestro
reino; son, por lo tanto, nuestros señores, nosotros somos sus siervos con nuestra propia
riqueza, nuestro sudor y nuestro trabajo. Después ellos maldicen a nuestro Señor, para
recompensarnos y damos las gracias. ¿No debería el diablo reír y danzar, si puede dispo-
ner de tal paraíso entre nosotros los cristianos, que puede devorar a través de los judíos,
sus santones, aquello que es nuestro, tapándonos la boca y la nariz como recompensa,
burlándose y maldiciendo a Dios y al hombre por añadidura.
No podían haber tenido en Jerusalén, en los tiempos de David y Salomón, con sus pro
piedades unos días tan buenos como los que disfrutan ahora con las nuestras, que roban
y hurtan diariamente. Pero aun as í se quejan de que los mantenem os cautivos. Sí, los teñe
mos y mantenemos en cautividad, de la misma forma que yo he capturado mi cálculo, la
pesadez de mi sangre, y todas las demás enfermedades17.
¿Qué han hecho los cristianos, pregunta Lutero, para merecer tal destino? «Nos- otros no llamamos prostitutas a sus mujeres, y tampoco las maldecimos, no robamos y desmembramos a sus hijos, no envenenamos su agua. No tenemos sed de su sangre.»
Era tal y como Moisés lo había dicho. Dios los había golpeado con la locura, la cegue-
ra y un corazón enfurecido18. Esta es la imagen que Lutero traza de los judíos. En primer lugar, quieren gobernar
el mundo19. En segundo lugar, son archicriminales, asesinos de Cristo y de toda la cris- tiandad20. Finalmente, se refiere a ellos como una «plaga, pestilencia y pura desgra
17 Ibid., p. e.
18 Ibid., p. eii. 19 El emperador Federico II, al excluir a los judíos de los cargos públicos, declaró en 1237: «Fie-
les a los deberes de un príncipe católico, excluimos a los judíos de los cargos públicos para que no abusen del poder oficial para oprimir a los cristianos», Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, 
cit., p. 149. 20 El que sigue es un pasaje de un libro de derecho alemán del siglo XV, el código municipal de
Salzwedel, par. 83.2: «En caso de que un judío asaltase a un cristiano o lo matase, el judío no puede hacer réplica alguna, debe sufrir en silencio lo que la ley designe, porque no tiene nada que recla- marle a la cristiandad y es el perseguidor de Dios y asesino de la cristiandad», Guido Kisch, The Jews  in Medieval Germany, cit, p. 268. Kisch señala que anteriores libros de leyes alemanes no contenían
discriminaciones de ese tipo. La leyenda de los pozos envenenados (siglo XIV) y la de los asesinatos rituales (siglo Xlll) fueron con-
denadas por los papas. Johann E. Scherer, Die rechtsverhaltnisse der Juden, cit., pp. 3638. Por otra parte,
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cía»21. Este retrato que Lutero hace del gobierno judío mundial, la delincuencia judía y
la plaga judía ha sido a menudo repudiado. Pero, a pesar de la negación y la denuncia, las acusaciones han sobrevivido. En cuatrocientos años, la imagen no ha cambiado.
En 1895, el Reichstag estaba discutiendo una medida, propuesta por la facción anti- semita, para excluir a los judíos extranjeros. El orador Ahlwardt pertenecía a esa fac- ción. He aquí algunos extractos de su discurso22:
Está claro que hay entre nosotros muchos judíos de quienes no se puede decir nada
malo. Si uno califica de malos a todos los hebreos, lo hace con el conocimiento de que
las cualidades raciales de esta gente son tales que a largo plazo no pueden armonizar con las
cualidades raciales de las gentes alemanas, y que todo judío que en este m omento no haya
hecho nada malo puede, no obstante, bajo las condiciones adecuadas, hacerlo, porque
sus cualidades raciales lo conducen a ello.
Señores, en India había cierta secta, los thug, que elevaba el asesinato a un acto de polí-
tica. En esta secta había, sin duda, unos cuantos que no habían cometido nunca personal-
mente un crimen, pero en mi opinión los ingleses hicieron lo correcto cuando extermina-
ron [ausrotteten]  a toda la secta, sin plantearse la cuestión de si un miembro en particular
de la misma había cometido ya un asesinato o no, porque en el momento adecuado cada
miembro de la secta lo haría.
Ahlwardt señaló que los antisemitas no luchaban contra los judíos por su religión,
sino por su raza. Y continuó:
Los judíos han conseguido lo que ningún otro enemigo ha alcanzado: expulsar a los
pobladores de Fráncfort hacia las afueras. Y así es siempre que se congregan judíos en
grandes cantidades. Señores, los judíos son, de hecho, bestias de presa [...].
el código castellano del siglo XIII Las Siete Partidas, partida séptima, título XXIV («De los judíos»), ley II,
hace referencia al delito capital de crucificar a niños cristianos o figuras de cera en Viernes Santo. Anto- nio G. S o l a l i n d e   (ed.), Antoiogíd de Alfonso X el Sabio, Buenos Aires, 1946, p. 181. En cuanto a la con- sideración jurídica de la usura, véase Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany, cit., pp. 191197.
21 El Cuarto Concilio de Letrán hizo un llamamiento expreso a los poderes seculares para que «exterminasen (exterminare)  a todos los herejes. Guido Kisch, The Jews in Medieval Germany,  cit., p. 203. Esta disposición fue la base para una oleada de quemas en la hoguera durante las inquisiciones.
La historia de la décima plaga, la muerte del primogénito, ha dado lugar a la leyenda del asesi- nato ritual, según la cual los judíos mataban niños cristianos durante la Pascua judía para utilizar su sangre en el pan ácimo (matzo). Véase también la disposición de la partida séptima, en la que la déci- ma plaga se combina con los Evangelios para producir la crucifixión de niños.
22 Reichstag, Stenographische Berichte, 53, sesión de 6 de marzo de 1895, pp. 1296 ss. El mérito de descubrir este discurso e incluirlo en su libro corresponde a Paul M a s s i n g , Rehearsal for Destrucción,  Nueva York, 1949.
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El señor Rickert [otro diputado que se había opuesto a la exclusión de los judíos]
empezó diciendo que ya teníamos demasiadas leyes, y que esa era la razón por la que no
deberíamos ocuparnos de un nuevo código antijudío. Ese es realmente el argumento m ás
interesante que se haya presentado jamás contra el antisemitismo. ¿Deberíamos dejar a los
 judíos a su albedrío sólo porque tenemos dem asiadas leyes? Bien, pienso que si elim ináse-
mos a los judíos [die juden abschaffen], podríamos eliminar la mitad de las leyes incluidas
ahora en nuestros códigos.
Después, el diputado Rickert dijo que es realmente una vergüenza n o sé si dijo exac -
tamente eso, porque no pude tomar notas, pero el significado era que es una vergüenza
que una nación de 50 millones de personas tema a unos cuantos judíos. [Rickert había
citado estadísticas para probar que el número de judíos del país no era excesivo.] Sí,
caballeros, el diputado Rickert tendría razón si se tratase de luchar con armas honradas
contra un enemigo honrado; entonces obviamente los alemanes no temerían a un puña-
do de gente. Pero los judíos, que operan como parásitos, son un problema diferente. El
señor Rickert, que no es tan alto como yo, teme a un solo germen de cólera; y, señores,
los judíos son gérmenes de cólera.
(Risas)
Caballeros, es la capacidad infecciosa y el poder de explotación de los judíos lo que
está involucrado.
Ahlwardt pidió a continuación a los diputados que barriesen a «estas bestias de presa [Rotten Sie diese Raubtiere aus]», y continuó:
Si ahora se señala y ése es indudablemente el argumento de los dos oradores que nos
han preced ido que el judío también es hum ano, debo rechazarlo totalmente. El judío no
es alemán. Si dicen ustedes que el judío ha nacido en A lemania, ha sido criado por enfer-
meras alemanas, ha obedecido las leyes alemanas, ha tenido que convertirse en soldado
y qué tipo de soldado, mejor no hablemos de eso
(Risas en el ala derecha)
ha cumplido sus deberes, h a tenido que pagar impuestos, también, pues bien, nada de eso
es decisivo para la nacionalidad, sino sólo la raza de la que ha nacido [aus der er heraus- 
geboren istj.  Permítanme utilizar una analogía banal, que ya he presentado en discursos
anteriores: un caballo que nace en un establo no es una vaca. (Carcajadas atronadoras.) 
Un judío que nace en Alemania sigue sin ser alemán; sigue siendo judío.
Ahlwardt puntualizó a continuación que no era cosa de risa, sino un asunto mor talmente serio.
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Es necesario ver la cuestión desde este ángulo. Ni siquiera pensamos en llegar tan
lejos, por ejemplo, como los antisemitas austríacos del Reichsrath, y pedir que se esta-
blezca un fondo para recompensar a todo aquel que dispare a un judío [dass wir ein 
Schussgeld für die Juden beantragen wollten], o  que debiésemos decidir que quien mate a
un judío herede su propiedad. (Risas, inquietud.) N o pretendemos esas cosas aquí; no que-
remos llegar tan lejos. Pero lo que sí queremos es una tranquila y sensata separación entre
los judíos y los alemanes. Y para conseguirla, es ante todo necesario que cerremos esa
escotilla, de forma que no pueda entrar ninguno m ás.
Es notable que dos hombres separados entre sí por trescientos cincuenta años puedan seguir hablando el mismo lenguaje. La imagen que Ahlwardt presenta de los judíos es en
sus rasgos básicos una réplica del retrato luterano. El judío sigue siendo (1) un enemigo que ha conseguido lo que ningún enemigo externo ha alcanzado: expulsar a los pobla- dores de Fráncfort hacia las afueras; (2) un criminal, un bruto, una bestia de presa, que
comete tantos delitos que su eliminación permitiría al Reichstag reducir el código penal a la mitad, y (3) una plaga o, más precisamente, un germen de cólera. Bajo el régimen nazi, estas concepciones del judío se expusieron y repitieron en un flujo casi intermina- ble de discursos, carteles, cartas y memorandos. El propio Hitler prefería considerar al  judío un enemigo, una amenaza, un contrario taimado y peligroso. He aquí lo que dijo
en un discurso pronunciado en 1940, cuando analizaba su «lucha por el poder».
Fue una batalla contra un poder satánico, que había tom ado posesión de todo nues -
tro pueblo, que había acumulado en sus manos todos los puestos claves de la vida cien-
tífica, intelectual y económica, y que desde la ubicación privilegiada que le proporcio-
naban éstos vigilaba a toda la nación. Fue una batalla contra un poder que, al mismo
tiempo, tenía la influencia de combatir con la ley a cualquier hombre que intentase
entablar batalla contra ella, y contra cualquier hombre que estuviese dispuesto a ofre