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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 89 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com EJEMPLAR GRATUITO Quino 1932 — 2020 Caricatura de Ricardo & Rey

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POLÍTICAMENTE INCORRECTO F EDICIÓN 89 F VALOR: CIVIL | @UNPASQUIN | www.unpasquin.com

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EL PERIÓDICO DE LA O

DIRECTOR: VLADIMIR FLÓREZ —VLADD0—

Dibujan: Fontanarrosa, Alfin, Bacteria, Betto, Jarape, Jose, Mheo, Nadim, Elena Ospina y X-Tian. || Caricaturas de Vladdo, cortesía de Semana y DW en Español. || Colaboración especial de Ricardo & ReyEscriben: Samuel Azout, Juliana Bustamante, Olgahelena Fernández, Juliana González, Gonzalo Guillén, Santiago Londoño Uribe, Juan Manuel López Caballero, Rodrigo Pombo Cajiao, Ricardo Sánchez Ángel y Catalina Trujillo Urrego.

Edición 88 — AGOSTO DE 2020

Asesor Gráfico: Gustavo del Castillo

Diseño de portada: Vladdo

Producción: VladdoStudio

Impresión: La Imprenta S. A. S.

www.unpasquin.com

Mail: [email protected]

Twitter: @unpasquin

DERECHOS RESERVADOS © 2020 VLADDOSTUDIO

E D I T O R I A L

‘Quinoterapia’

M aestro, genio o mostro son palabras con las que se podría definir a Joaquín Salvador Lavado, nombre de pila de Quino, el crea-dor de Mafalda, que falleció a los 88 años.

En la larga trayectoria de Quino, que se prolongó por más de seis décadas, su trabajo se extendió mucho más allá de las desventuras de aquella familia porteña. Sin embargo, fue Mafalda –con su pequeña figura y sus ami-gos– la que se robó el show, pese a que sólo se publicó entre 1964 y 1973. A lo largo de los años, el fenómeno Mafalda ha sido incontenible y todos en algún momento de la vida nos hemos sentido identificados con alguno de sus personajes.

De hecho, para muchos lectores era un rito sagrado buscar en la edición dominical de El Tiempo la caricatura de Quino, para deleitarse con sus agudas ocurrencias y la precisión casi quirúrgica de sus dibujos, elaborados con una línea exquisita e inconfundible.

Sin importar que se tratara de una pareja de ena-morados, un policía de tránsito, el visitante de un museo o una familia en vacaciones, este maestro se distinguió siempre por imprimirle a cada uno de sus personajes una sensibilidad que los volvía universales. Sus viñetas, por muy cruda o cruel que fuera la temática, estaban siempre impregnadas con un aire de ternura que las hacían únicas.

Poco dado a hablar y demasiado tímido para dar re-portajes, Quino también era muy escueto en los palabras que incluía en sus dibujos. Pese a su perfil tan discreto su talento lo hizo merecedor de numerosos reconocimientos internacionales, como el Premio Príncipe de Asturias, la Orden Oficial de la Legión de Honor en Francia y el Premio Quevedos, de la Universidad de Alcalá de Henares.

Cuando no existían internet ni las redes sociales y la televisión por cable era algo exótico, este mendocino ya era en un personaje universal, al que muchos youtubers o influencers envidiarían.

Con su partida perdemos a un crítico sobrio e implaca-ble, a un humanista eminente y a un artista entrañable. Por fortuna, la vigencia de sus trazos nos garantiza que tendremos nuestra dosis de ‘quinoterapia’ para rato.

A T R A Z O

L I M P I OLa objetividad es un mito; la libertad, un derecho;la transparencia, un compromiso yla independencia, una obligación.

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Opinión de Ricardo Sánchez Ángel*

Un elemento cualitativo en la protesta fue la militancia ciudadana en las redes sociales. Centenares de videos documentaron los abusos y generaron un lenguaje de repudio.

U n video recorrió el país, gracias a las redes sociales y la televisión. Conmovió la dig-nidad nacional: unos policías torturando al abogado Javier Ordóñez, quien fue lle-vado al Comando de Atención Inmediata

(CAI) de Villaluz, Engativá, donde fue asesinado a golpes. La ira se desató en los barrios populares los días 9 y

10 de septiembre. Esta respuesta legítima, que continuó durante tres días más, fue protagonizada por jóvenes que señalaron este asesinato como parte de las olas de crímenes del genocidio en marcha. Comenzó como una movilización pacífica airada, que fue reprimida, cau-sando 14 muertos, 581 heridos y 4 desaparecidos.

Lo que se dio fue un levanta-miento espontáneo en su direc-ción, pero fuertemente articula-do y unificado en la consciencia para la movilización. Las raíces de esta ira popular están en el conjunto de medidas contra las libertades, la militarización del país, el desempleo y el hambre. La ruptura del tejido social de Bogotá es producto de la rece-sión, de una política económica para los ricos, de una clase me-dia en deterioro, de un asistencialismo indignante, que no resuelve el hambre y de un sistema de salud pública en crisis. Con un desempleo del 25 % y, para los jóvenes, del 34,6 %. Una ciudad al garete, y con el espejismo del endeudamiento externo, que distrae la urgencia de im-puestos a las grandes fortunas de banqueros y financie-ros. Esta realidad es la matriz de la rebelión de los jóve-nes y pobladores de la Gran Bogotá, y allí está la clave del Gran Motín. Los gobiernos nacional y distrital lo saben: no cesarán las protestas en tanto no existan re-formas sociales.

Los levantamientos tuvieron como epicentros a Usaquén, Chapinero, Santa Fe, Usme, Tunjuelito, Bosa, Kennedy, Fontibón, Engativá, Suba, Barrios Unidos, Teusaquillo, Antonio Nariño, Puente Aranda, La Candelaria, Rafael Uribe Uribe, Ciudad Bolívar. En Teusaquillo, en el Park Way, un paseo comunitario y lugar de esparcimiento, lo convirtió la Policía en un campo de batalla. En otras ciudades hubo movimien-tos ruidosos de solidaridad popular: Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga.

Esta geografía del Gran Motín muestra en el alcan-ce de la protesta la politización. Lo que se demostró es que el encierro de la pandemia para las libertades pú-

blicas llegó a su fin. Las gentes están reaccionando fren-te al terrorismo de Estado en los campos y ahora en la Gran Bogotá. Especialmente, en los barrios populares militarizados.

Un elemento cualitativo en la protesta fue la mili-tancia ciudadana en las redes sociales. Centenares de videos documentaron los abusos y generaron un len-guaje de repudio. Se confirmó que las redes sociales son un campo de lucha para defender la vida y la dignidad de los comunes. Los que hicieron la experiencia del Gran Motín, ya la tenían y la han enriquecido. Los que no la habían vivido, tuvieron su bautizo de fuego. La

memoria, como consciencia de esa experiencia, no se olvidará y hay que cultivarla, porque la re-beldía es el antídoto ciudadano al autoritarismo. Entonces, nada de borrar las huellas; lo que hay que abandonar es la noria de la rutina, que automatiza.

El régimen político colom-biano es un presidencialismo bonapartista, como lo demues-tra la militarización de campos y ciudades populares, así como el cortejo de medidas autoritarias que acompañan el genocidio que

estremece al país. La Policía, como parte de las Fuerzas Militares, es defendida a capa y espada por el Gobierno, del que el Ejército es su sostén fundamental. El esque-ma de poder de este presidencialismo bonapartista es acudir a un Estado fuerte, represivo, frente a un gobier-no débil e ilegítimo.

Discurren distintas contradicciones en los domina-dores que reciben su influencia de los modelos autorita-rios como los de Estados Unidos y Brasil. Tales contra-dicciones se relacionan con las luchas de los de abajo. En Estados Unidos, la rebelión antirracista estimula la coalición contra la reelección de Trump.

***Propuesta. La alcaldesa Claudia López debe aceptar que le dieron un golpe durante 72 horas, evidenciado en la desobediencia de la Policía y con la complicidad de su propio secretario de Seguridad, que defiende la acción de los uniformados, como lo hizo en el progra-ma Conclusiones de la CNN. Si Carlos Holmes debe irse del Ministerio, Hugo Acero debe hacerlo del Gobierno Distrital. ¡La reforma debe comenzar por la disolución del ESMAD!

*Profesor emérito, Universidad Nacional. Profesor titular, Universidad Libre.

El gran motín

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C omo todos los padres y madres del país con hijos en edad escolar, en los últi-mos siete meses mi esposa y yo vivimos muy de cerca el proceso educativo y de aprendizaje de nuestra hija pequeña. Ya

en alguna columna anterior había comentado cómo la experiencia de la virtualidad no es una situación indi-vidual en cabeza del estudiante, sino un affair familiar que pasa por diferentes actividades colectivas como la consecución de materiales, la impresión de tareas y documentos, el acompañamiento/presión/orden di-recta al alumno para que atienda sus responsabilidades y la programación y negociación familiar alrededor de reuniones virtuales de los demás miembros (con el ob-jetivo de no saturar la red, producir caídas de conexión y generar gritos y recriminaciones desde diferentes habitaciones). Todos estamos en “clases”.

Hace algunas semanas nuestra hija, angustia-da, empezó a distanciarse de sus clases y tareas. Entendimos, después de verla trabajar varios días y de sendas conversaciones que terminaban con ella llorando desconsoladamente, que lo que sentía era una expresión de la intolerancia al fracaso. Llevaba semanas acumulando rabia, desespero y desilusiones a partir de la interacción con el programa de matemá-ticas. El programa, que está diseñado para adecuarse a los resultados de los estudiantes y que mide en una escala sus avances, llegaba a un punto en el que le ponía problemas de mayor grado de dificultad (por encima de su nivel) y, al constatar que contestaba mal

las preguntas, la devolvía en la medición. Nuestra hija empezó entonces a salirse del programa y fue generan-do aversión al proceso.

Para ser algo tan humano, tan frecuente y tan per-sonal e intransferible, resulta inexplicable lo poco que nos preparamos para entender y valorar el error. El error como fuente de verdad, como principio de mejora, supe-ración y avance y como parte de un proceso sostenido que llamamos vivir. Podríamos ampliar la famosa sentencia de Benjamín Franklin, “solo hay tres cosas seguras en la vida: la muerte, los impuestos y los errores”.

El error, y en mayor medida el fracaso, son con-ceptos cargados de negatividad y rodeados de una es-pecie de tabú. Cuando la gente habla de estos conceptos frente a actuaciones propias, baja la voz y la mirada. En nuestra sociedad el éxito, puro, simple e inmediato, es el gran objetivo y principal motivador. Es un éxito sin contexto y sin proceso. Para parafrasear a Cervantes es una posada sin camino. ¡Horrible!

La educación inicial, que tiene tanto que ver con las emociones, tendría que darles un espacio central al error y al fracaso. Así, sin miedo y de frente. Empezar por eliminar su carga vergonzante. Seguir con una reflexión sobre la relación íntima y necesaria del error y el éxito. Desde los primeros años los seres humanos tenemos que entender que el éxito es una estación más en un viaje plagado de errores y de fracasos, conectados entre sí, dinámicos, perennes. Esta cátedra, además, tendría un componente sumamente importante: la ética del fracaso. Aprender a perder. Ser capaz de entender

que un fracaso, resultante de acciones res-petuosas de las normas y de los principios de la ética, no es moralmente reprochable y no define a quien lo ejecuta; distinto a las acciones contrarias a la ética, no importando sus resultados. La lección entonces entraría a desnudar, señalar y condenar al “éxito” logrado por medios inmorales. Ese sí que es vergonzante.

Pienso otra vez en mi hija y en su angus-tia. Los padres siempre queremos evitar el sufrimiento, pero no debe ser escamoteando la aceptación del error. Nuestro reto es re-significar el error y el fracaso para que se conviertan en compañeros de la vida y en pasos necesarios e inevitables en el camino de los logros y en la construcción de un ser ético. Si por el camino, las nuevas genera-ciones redefinen el éxito, será una buena estación para todos.

*Abogado; magister en Derecho Internacional.

Opinión de Santiago Londoño Uribe*

Un fracaso, resultante de acciones respetuosas de las normas y de los principios de la ética, no es moralmente reprochable y no define a quien lo ejecuta.

Cátedra del fracaso

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Matrushkas y lucha contra la otra pandemia

Opinión de Juliana González*, desde Berlín.

Pese al viento en contra, las mujeres no descansan en sus reivindicaciones. Algunos son  reclamos locales y otros  más universales.

L a muñeca rusa dentro de la muñeca rusa que a su vez encierra otra muñeca rusa… y así hasta terminar en la más diminuta de todas. O si la contamos de adentro hacia afuera, hasta llegar a la más grande de todas. 

Ahora vivimos la pandemia dentro de la pandemia, dentro de otra pandemia. La de Covid–19 nos ha puesto al desnudo nuestras fallas sistémicas: la angustia de es-tar mal gobernados, sistemas de salud precarios, la falta de mecanismos de protección social que evite la caída al precipicio de los más vulnerables. Y por supuesto la pandemia letal, silenciosa y tolerada:  la violencia con-tra las mujeres. Una que lleva años truncando vidas. Costosa desde lo moral pero también desde lo económi-co. Una que nos negamos a cuantificar para evitar que nos sacuda los cimientos. 

La violencia contra las mujeres es exponencial du-rante estos tiempos de encierros y miedos. Es un viejo espantoso que señala dónde sentarse y cómo sonreír para agradar, que te explica tus propias ideas y tus ocu-rrencias solo por el puro reflejo paternal de que uno lo entienda mejor. Si usted es hombre y lee estas líneas puede llegar a pensar que es una exageración, que mire no más a Jacinda en Nueva Zelanda o a Angela en Alemania, o a la eterna Reina Isabel en Reino Unido. Pero entonces yo tendré que decirle que una golondrina no hace verano. Y que los puñados de mujeres sobresa-lientes siguen palideciendo ante los abusos contra las de mi género. 

Pero también habré de destacar que las lu-chas femeninas son incansables. Pese al viento en contra, las mujeres no descansan en sus rei-vindicaciones. Algunos son    reclamos locales y otros  más universales. Pero en todos hay un elemento transversal: el beneficio común. 

Miremos lo que buscan las de los “Pañuelos Verdes”: la autonomía femenina sobre su pro-pio cuerpo. El derecho a decidir la materni-dad. ¿A quiénes beneficia? A todos. En prime-ra línea a esas mujeres que llevan a cuestas un embarazo no deseado, en virtud de una relación se-xual con con-secuencias, pero de la que los hombres por su misma naturaleza no

tienen que asumir la responsabilidad física, mental, tam-poco el estigma y con alguna patraña jurídica ni siquiera la pensión alimenticia. Beneficia a los menores para que vengan a este mundo porque son deseados. Nadie pide nacer, pero todos tenemos el derecho a nacer porque nos quisieron traer. En lo jurídico, en lo económico, en lo social se trata de una reivindicación amplia y con im-pacto para todos.

Ahora pasemos a otro movimiento fascinan-te. Se trata de algo que ocurre en una nación más o menos hasta hace poco desconocida para muchos: Bielorrusia. Conocida por ser la última dictadura activa de Europa. Desde hace 26 años gobierna allí Alexander Lukaschenko, un patriarca que ha ganado todas las elec-ciones, pero envuelto en sospechas de fraude electoral. En las más recientes se enfrentó contra un trío de muje-res, encabezado por Svetlana Tijanóvskaya. Pero nueva-mente ganó él, supuestamente con el 80% a favor. Pero esta vez la gente está harta de su mala gestión de la  pan-demia y del declive económico. En algún momento de la vida, las sociedades se hartan de sus caudillos, incluso de los más amados y eternos. Para hacer la historia corta, el país lleva dos meses en las calles. Hasta los emplea-dos estatales se han unido a las huelgas. El triunvirato de mujeres que dio la pelea y busca una transición de poder fue desintegrado, con dos de ellas en el exilio y la otra en la cárcel. Pero ni el coronavirus ni la represión

policial frenan a las mujeres que todos los sábados se toman    las calles de Minsk para pedir la renuncia de un abusador. Lo hacen para desenmascarar a quien acusan de sexista. Lo hacen por sus hijos, por sus nietos, por el derecho a vivir en una sociedad que no les arre-

bate los derechos democráticos a todos y para evitar que

ellas queden reducidas a ciudadanas de segunda. Mujeres viejas, mujeres jóvenes. Mujeres vesti-das de blanco. Mujeres que luchan juntas, pese

a los arrestos y a las gol-pizas.

*Analista Política; Máster en Políticas Públicas y Economía para el Desarrollo.

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A diferencia de las fake news o noticias falsas que dice Trump que producen los medios en contra de él, las presentaciones que recibimos en Colombia por los canales supuestamente ‘de opinión’ generan falsa

imagen al gusto del gobierno.Llamó la atención el reciente informe del DANE,

presentado con gran despliegue en El Tiempo, en el cual se afirma que el Covid–19 fue la segunda causa de muertes en el país. Ya en el contenido se explica que por no existir aún una clasificación para diferenciar dicha enfermedad, ésta forma parte y se califica entre las infecciones pulmo-nares; resulta que el Coronavirus es presentado entonces como culpable de más muertes que todos los homicidios, cuando es apenas una de las varias afectaciones cubiertas bajo esa categoría (neumonía, pulmonía, influenza, etc.),

y que desde siempre, es decir desde antes de la pandemia, ha sido dicha categoría la segunda causa de mortandad en Colombia. Impresiona hasta dónde se manipula así la información.

Tomando los casos relevantes del momento –la pan-demia y la situación económica derivada– vale la pena considerar algunos otros ejemplos.

El número creciente de infecciones y de muertes por causa del coronavirus se fue mostrando como si significara que cada día que aumentaban fuera un agravamiento del mal, que cuando disminuía era un éxito de la gestión del gobierno, y como si lo que llaman el ‘rebrote’ representara un nuevo peligro.

La realidad es que todas estas etapas corresponden al desarrollo natural de toda epidemia: es obvio que al principio aparecerán cada vez más contagios (e igual

causarán más muertes); a medida que se cubre más población, menos queda por enfermarse (como la calvicie, mientras más pelo cae, menos queda por caer); y al reducirse el aislamiento se incre-mentan los contactos y con ello los contagios.

Algo parecido se dió respecto a la inter-vención gubernamental cuando se proclama que se evitaron x número de muertes. Desde la apa-rición del virus se supo que lo anterior sería su evolución normal; que era poco probable el descubrimiento de un tratamiento curativo (es la característica de las enfermedades virales); y que pasarían muchos meses, incluso años, an-tes de lograr una vacu-na; por eso las medidas tomadas fueron explí-citamente con el único propósito de retrasar su expansión mientras se aumentaba la capacidad de las unidades de cui-dado intensivo. No hay

Fake news a la colombiana

Opinión de Juan Manuel López Caballero*

Pareciera que el propósito no fuera informar sobre la realidad sino presentar un panorama que coincida con lo que las autoridades ofrecen como información.

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duda de la bondad de tal política como prevención, pero las únicas muertes que se habrían evitado serían las que dependerían de esas nuevas unidades; la realidad es que casi nunca fue necesario acudir a ese suplemento (excepto casos como el de Amazonas o Villavicencio), luego los millares de fallecimientos evitados según el gobierno son falsos.

En general lo bien o mal manejado de la pandemia no lo reflejan las presentaciones televisivas del presidente Duque y sus ‘invitados’ sino los resultados obtenidos: en el mundo van un millón de muertes sobre 7.8 mil millones de habitantes, o sea una proporción de 1 por 7.8 mil mientras en Colombia vamos en 26 mil sobre 45 millones de habitantes o sea 1 por menos de cada 2 mil, ¡cuatro veces el promedio mundial! En cuanto a la población, Colombia se encuentra en el puesto 29 por cantidad de habitantes, pero es el 5 en cuanto a la cantidad de muertos.

En fin, pareciera que el propósito no fuera informar sobre la realidad sino presen-tar un panorama que coinci-da con lo que las autoridades ofrecen como información.

Otro tanto sucede con los manejos económicos. Con gran despliegue se presentaron en El Tiempo los resultados del Banco de Bogotá del primer semestre, lo que podríamos llamar ‘el semestre de la pandemia’. Se reivindican como éxitos ad-ministrativos y empresaria-les un crecimiento del orden del 12% de los activos, de las colocaciones y en general de todos los indicadores, incluidas las utilidades. Lo que no se transmite como in-formación es que este ‘logro’ se debe a que se disminuyó el encaje –es decir lo que arriesga la entidad como capital propio–; se manejaron mucha mayores sumas –las facilitadas y entregadas por el Estado sin contraprestación ninguna–; sin correr prácticamente ningún riesgo en los nuevos prestamos –el Fondo de Garantías cubre el 90%-; manteniendo las mismas tasas de intermediación –las más altas de países similares–; en fin, porque el gobierno puso las condicio-nes para que se convierta en oportunidad de lucro para la banca privada lo que debería ser responsabilidad del Estado en un una situación de crisis como la presente.

En todos los países se distribuyeron diferentes sub-sidios para gastos de solidaridad con los sectores sociales más afectados con medidas que representaron desfases presupuestales y aumento de los déficits fiscales del orden del 10% al 15%. Afirmó nuestro ministro de Hacienda que

aquí la solvencia fiscal permitía manejar la crisis acudiendo únicamente a trasladar los recursos del Fondo Nacional de Pensiones de las Entidades Territoriales –FONPET– (decisión por lo demás de dudosa legalidad). Así los colom-bianos más pobres y más vulnerables recibieron apoyos que no se vacilaría de calificar de mezquinos ($160.000 o US$50, mientras Estados Unidos repartía a cada ciuda-dano US$1.000). Hoy nos informan que tomaremos un préstamo de 5.300 millones de dólares para apoyar a las empresas y poder reactivar la economía. No se dice nada respecto a por qué no se tomaron antes, destinándolos a disminuir tanto el descalabro de la economía como la hecatombe social.

En resumen las fake news a la colombiana son las que genera el gobierno a través de la divulgación en

los medios; las que pretenden negar u ocultar que las movilizaciones sociales tienen un trasfondo de gran inconformismo.

Lo que se cuestiona al gobierno no es por lo que hizo (que pudo ser en su mayoría apropiado) sino por lo que no hizo y encubrió con la maquinaria de propaganda. Ejemplo: el ministerio de Salud diciendo que lo importante no son los tests sino lavarse las manos; o en términos de economía ver el artículo de Eduardo Lora en Dinero, de septiembre 18.

Nos presentan un falso dilema de ‘izquierda o de-recha’ cuando el que vivimos es el de ‘información útil o manipulación de la informacion’.

*Economista e investigador.

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H ace 4 años la nación colombiana se di-vidió irremediablemente por cuenta de un grupo terrorista de colosal peligro. No teníamos necesidad de dividirnos, pero lo logramos. La mejor política de

Paz era la de apegarse al Estado de Derecho, respetar las reglas de juego democráticamente establecidas y hacer frente común ante el crimen, la violencia y el terrorismo. En ese sentido habíamos avanzado mucho como sociedad.

La comunidad política había superado la nefasta afir-mación según la cual “el que escruta elige”. Colombia ya había superado esa oscura etapa de nuestra historia donde se ponían en tela de juicio los resultados electorales para poder sembrar la semilla de la ilegitimidad. Lo cierto es que entre nosotros se tenía por cierto que la democracia era el único sistema en el que los ciudadanos teníamos la última palabra en torno a las más transcendentales decisiones políticas y su veredicto, se acataba.

Tanto el “celebro” de la negociación, Dr. Sergio Jaramillo, como el propio líder, Dr. Humberto de la Calle resumieron en tres argumentos las razones por las cuales se tenía que someter a votación el plebiscito refrendatario: (i) “una legitimación democrática nece-saria” para que el Acuerdo se pudiera considerar como política de Estado, que no de gobierno; (ii) para que su implementación funcionara; (iii) para que se diera un claro mandato popular, tan vinculante como obligatorio

para los futuros gobernantes.Bajo ese discurso, el Congreso reformó la

Constitución de 1991 en tres aspectos: (i) que los Acuerdos se considerarían un tratado internacional especial, con-cediéndoles a los terroristas una especie de personería ju-rídica internacional; (ii) que se sustituiría la Carta Política a través del Bloque de Constitucionalidad y (iii) que la decisión del pueblo sería vinculante y los servidores públicos la acatarían.

Pero no solamente modificaron la Constitución, resolvieron que era igualmente lícito reformar las reglas electorales permitiendo que más de 1.250.000 servidores públicos tomaran partido por uno de los bandos y redu-jeron el umbral electoral del 51% al 13%. Por supuesto que para alcanzarlo se permitió una inversión superior a los 900 mil millones de pesos de recursos públicos en favor de la campaña gubernamental.

A pesar de todo eso y mucho más, el NO ganó. Ese fue el dictamen de la Registraduría Nacional y así lo aceptó públicamente, en principio, el Presidente de la República.

Dada la inmutabilidad del mandato popular fue menester que la Corte Constitucional decidiera que el pueblo no ostentaba el poder soberano y que en conse-cuencia sus decisiones se podían contradecir a través de fallos de las altas Cortes y, como no, por el Congreso de la República. Esa decisión judicial no fue (no podía serlo) unánime, pero sí mayoritaria.

Y así, sin más en la mano que una espuria senten-cia que se alejaba del tenor literal de la Constitución Política, se cometió el más grande Golpe de Estado en

nuestra historia republicana. No hubo metrallas, ni desfiles, ni amedrentamiento colectivo. Bastaron

unas cuantas hojas de papel para decir que los resultados electorales se podían violentar

porque los intereses ulteriores del país así lo ameritaban.

Total, acá estamos: con acuerdos, pero sin Paz; con una comunidad divi-dida irremediablemente, sin propósito común, ni norte compartido y sin la más mínima posibilidad de poder vencer tan vastos y profundos problemas sociales.

El 2 de octubre de 2016 y los días venideros pasarán a la historia como “el

robo del siglo”, por cuanto se alcanzó sin balas, sin sangre, si muertos, sino median-

te la sentencia más violenta que jamás ha-yamos padecido.

*Abogado, analista político. @rpombocajiao

Opinión de Rodrigo Pombo Cajiao*

Bastaron unas cuantas hojas de papel para decir que los resultados electorales se podían violentar porque los intereses ulteriores del país así lo ameritaban.

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Sofisticado golpe de estado

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E l mes pasado se cumplieron 30 años desde que el 28 de septiembre fuera declarado el Día de Acción Global por un Aborto Legal y Seguro. Es un día en el que los colectivos feministas exigen a los gobiernos el derecho

a acceder al aborto de manera libre y segura, en aras de prevenir la muerte de tantas mujeres alrededor del mundo por cuenta de su práctica ilegal.

En Colombia el aborto se considera delito según el artículo 122 del Código Penal. En una sentencia de 2006, la Corte Constitucional reconoció como causales excul-pantes de ese delito, aquellos casos en los que la mujer quede embarazada por violencia sexual o incesto, la salud física o mental de la mujer esté en riesgo o se presente una malformación que haga inviable la vida extrauterina del feto. A pesar de que, en principio, esa decisión de la Corte se consideró de avanzada, hoy en día es insuficiente y resulta problemática.

Por ello, y gracias a saber que existen al menos dos demandas que buscan acabar con las causales ex-culpantes, varias organizaciones lideradas por el Movimiento Causa Justa decidieron contrarrestar esta amenaza presentando una demanda de inconstitucionalidad total contra esa norma del Código Penal. Mediante un acto simbólico frente a la Corte Constitucional, en medio de medidas de distanciamiento social, estos colectivos acompañados de activistas independientes y de otras organizaciones, pañuelos verdes en mano, unieron sus fuerzas, sus voces y su energía para reclamar ese derecho.

La argumentación más fuerte de la demanda puede estar en la discriminación que representa para el derecho a la salud de las mujeres la existencia de las causales de exculpación; esto, más aún cuando está demostrado con cifras contundentes que la inmensa mayoría de las mujeres que deben recurrir al aborto inseguro y que además son penalizadas por ello, son las mujeres del campo, las más marginadas y las más pobres. El aborto es un derecho que han reclamado las mujeres de todos los niveles pero que se ha convertido, por medidas como las que la demanda busca terminar, en un privilegio de clase adicional que, lejos de prevenir su ocurrencia, está produciendo afectaciones graves a la salud e incluso la muerte de muchas mujeres vulnerables y su criminalización. Permitir el aborto en unos casos sí y en otros no, profundiza las brechas de desigualdad y resulta discriminatorio dentro un grupo de por sí marginado, es decir, las mujeres.

El esfuerzo que en su momento hizo la Corte por

librar a las mujeres de ser criminalizadas ante las causales más evidentes de aborto, dejó de lado – o al menos apla-zó- la necesaria reflexión sobre la inconstitucionalidad intrínseca de toda esa norma que lo que niega es el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y su maternidad, en todos los casos. El derecho a decidir se tiene o no se tiene, no se tiene a medias, ni se tiene a veces. El llamado al Estado en un tema tan sensible como éste es a no utili-zar la fácil herramienta del derecho penal para abordar una problemática social que más se toca con temas de educación, salud pública y goce efectivo de derechos.

Un país en el que los valores religiosos prevalecen sobre el deber del Estado de educar a sus ciudadanos está lejos de superar las desigualdades y exclusiones estruc-

turales. Es fundamental plantear una propuesta pública seria sobre educación sexual desde el ámbito escolar, bajo la óptica de la responsabilidad. Colombia es un Estado Social de Derecho, laico, en el que la dignidad humana atraviesa toda la gestión del Estado y sus instituciones legales; por ello, el derecho de las mujeres a tener infor-mación objetiva sobre sus cuerpos y a conocer sobre sus derechos, incluyendo el derecho a decidir, es una deuda pendiente que nuestro orden legal tiene con ellas.

Falta ver si el momento de presentar esta acción, te-niendo en cuenta el clima de restricción de derechos en el que está inmerso el país y la composición de la actual Corte, puede permitir despenalizar del todo el aborto o si, por el contrario, terminará llevándonos a retroceder penalizándolo en todos los casos. Esperemos contar con magistrados como la juez Ruth Bader Ginsburg en Estados Unidos, recien-temente fallecida, que deja un gran legado en materia de derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en ese país, conquistados a través de la administración de justicia.

*Abogada, magister en Derecho Internacional y en Relaciones Internacionales y Derechos Humanos. || @julibustamanter

Opinión de Juliana Bustamante*

Falta ver si el momento de presentar esta acción puede permitir despenalizar del todo el aborto o si, por el contrario, terminará llevándonos a retroceder penalizándolo en todos los casos.

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La causa justa del aborto

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DESPEDIDA

¡Hasta siempre, Maestro! Tributo a Joaquín Salvador Lavado, Quino, el excepcional dibujante y crítico social argentino, fallecido el 30 de septiembre en Mendoza, su ciudad natal. Sus geniales trazos y sus agudas reflexiones nos seguirán inspirando. Adiós a un genio.

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En Colombia asistimos, sin falta, cada día, a la tragedia de la muerte violenta. No cesa la horrible noche aunque se cante la desabrida frase del himno nacional una y otra vez.

Desde el 9 de septiembre, tras el asesinato de Javier Ordóñez y las manifestaciones de rechazo al uso excesivo de la fuerza por parte de miembros de la Policía, varias personas perdieron la vida y cientos resultaron heridas. Tres noches que no pueden ser olvidadas, así algunos intenten si-lenciar a la ciudadanía con advertencias sobre el re-gistro y la publicación de videos que demuestren la actuación por fuera de la ley de los cuerpos armados del Estado.

El Gobierno ha hecho gala de discursos prefabri-cados que enaltecen a las instituciones por encima de las vidas humanas; sin acciones contundentes que fortalezcan la confianza ciudadana como destitucio-nes o apertura de investigaciones efectivas y con con-denas. Las mal llamadas «manzanas podridas», que aseguran son unas pocas, en realidad son tantas que llenan varios contenedores y siguen contaminando.

Sin pruebas evidentes, el Gobierno ha señalado que los manifestantes forman parte de organizacio-nes subversivas como el ELN y las disidencias de las FARC, pero ante las contundentes pruebas del abuso policial, el presidente habla de «voces que estigmatizan» a la institución. Sin embargo, Andrés Felipe Rodríguez, Julieth Ramírez Meza, Jaider Alexánder Fonseca, Fredy Alexánder Mahecha,

Germán Fuentes, Julián Mauricio González, Angie Paola Baquero, Cristian Camilo Hernández, Cristian Andrés Hurtado y Larwan Estiben Mendoza fueron asesinados, siendo o no parte de las manifestaciones, en hechos asociados a policías disparando contra la población civil.

También ha intentado el presidente aquietar los ánimos asegurando que los hechos «tienen que ser investigados con celeridad», pero hay que recordar-le al primer mandatario que aquí la Justicia no es tan diligente. Juan David Guardo (27/2/2011), Diego Felipe Becerra (19/8/2011), Danny Alejandro Oliveiro (26/9/2013), Paula Alejandra Torres (5/12/2015), Dylan Mauricio Cruz (23/11/2019) y Anderson Arboleda (19/5/2020), por mencionar solo unos cuantos nom-bres, fueron asesinados en circunstancias que invo-lucran a oficiales de las fuerzas del Estado. Sus casos siguen sin resolverse.

Por eso hay que nombrarlos. A ellos y a todos, porque no pueden desparecer del titular, el tuit, la conversación, el cartel en la marcha. Hay que ha-blar de ellos con nombres y apellidos, con fechas, porque no se pueden borrar de la memoria con la facilidad con que los policías borraron el grafiti con el rostro de Julieth Ramírez; porque no podemos de-jar que sus vidas valgan menos que un CAI, o como dijo Eduardo Galeano en su poema Los nadies: «Que cuestan menos que la bala que los mata».

Porque hay quienes lloran los muros rayados y los vidrios rotos, al tiempo que hablan de las vícti-mas con la indiferencia y el desdén de frases como: «algo haría», «esas no son las formas» o «nadie lo mandó a manifestarse». En promedio, un CAI cues-ta $400 millones. Un CAI, dos CAI, tres CAI... $1.200 millones. 45 CAI afectados… $18.000 millones. Y ni con todo eso volvería a respirar una sola de las per-sonas asesinadas. En términos de qué medimos las tragedias: ¿en ladrillos o en vidas?

Es lamentable que en este país, una y otra vez, ten-gamos que volver a las palabras de Gonzalo Arango en Elegía a Desquite: «¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?». Sea quien sea, alias Desquite, un manifestante, un cam-pesino, un estudiante, un mensajero, un obrero o al-guien que pasaba por ahí y tuvo la desdicha de cruzarse en el camino de una bala. Nadie debe morir asesinado. Y nadie debería ser asesinado por el Estado. Por eso a «los nadies» los seguiremos nombrando.

*Editora. Comunicadora social–periodista, especialista en Mercadeo, magíster en Estética.

Opinión de Catalina Trujillo-Urrego*

Hay que hablar de ellos con nombres y apellidos, con fechas, porque no se pueden borrar de la memoria con la facilidad con que los policías borraron el grafiti con el rostro de Julieth Ramírez.

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Nombremos a «los nadies»

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H ay muchas cosas que no sabemos sobre Covid19. Por ejemplo, no sabemos cómo ni cuándo fue transmitido de anima-les a humanos, no sabemos si existe inmunidad permanente, o si personas

se pueden infectar más de una vez, no sabemos si el riesgo varía según el tipo de sangre, no sabemos por qué algu-nas personas no se contagian aun estando expuestas al virus, no sabemos por qué diferentes personas reaccionan de manera distinta al mismo tratamiento, no sabemos si la cepa actual del virus es más contagiosa que la inicial, no sabemos cuándo tendremos la vacuna, ni su nivel de efectividad o seguridad. En realidad, no hemos aprendido lo suficiente.

Por más críticas que se le hagan al mundo cien-tífico, hay cosas que sí sabemos. Sabemos que el Covid19 le encanta la gente. Sabemos también que al Covid–19 le gusta más el clima frío que el clima cáli-do, y que le gusta más baja altitud que alta. Sabemos que la droga Remdesivir, aunque no mejora la pro-babilidad de supervivencia, acorta el curso de la en-fermedad. Sabemos que a jóvenes y niños poco les afecta; sabemos que las personas con condiciones preexistentes, las personas mayores de 65 años y los hombres corren mayor riesgo. Sabemos que puede causar problemas neurológicos como psicosis o de-lirio. También sabemos que hay 160 proyectos de vacunas en el mundo.

Hay dos realidades muy importantes para recal-car. La primera es que tendremos que coexistir con el virus mucho tiempo y veremos olas de rebrotes en muchos lugares. Los epidemiólogos más optimistas estiman que no tendremos inmunidad colectiva an-tes 18-24 meses. La segunda es que en lugares cerra-dos es más probable infectarse que en los exteriores. El Covid–19 se contagia a través de pequeñas gotas

respiratorias que se liberan en el aire al hablar, toser, o estornudar. En espacios interiores con poca ven-tilación es más fácil inhalar estas gotas. En los exte-riores generalmente hay mayores espacios y el aire fresco se está moviendo constantemente dispersan-do las gotas, por lo cual hay menos probabilidad de inhalarlas e infectarse.

Felizmente, diferentes organizaciones han empe-zado a entender esta realidad y están aprendiendo a trabajar en espacios abiertos. ‘AeioTu Al Aire Libre’ es un proyecto de AeioTU/Fundación Carulla, empresa social dedicada a la educación de la primera infancia.

AeioTu está implementando ‘AeioTu al Aire Libre’ en sus centros privados buscando acercar a la familia a experiencias pedagógicas en espacios públicos. Esta estrategia se crea como un proceso anticipatorio al re-greso de los niños a los centros en modelo de alternan-cia. Entre los objetivos está acompañar a las familias en el regreso progresivo al centro, entablar diálogos em-páticos sobre la importancia de unirnos para priorizar el desarrollo de los niños, estrechar lazos de confianza y fortalecer la cohesión comunitaria.

Restaurantes, bares, escuelas, gimnasios, mu-chos negocios y oficios se están potenciando al aire libre, ayudando a recuperar la vida y la economía en medio de la pandemia. Las ventajas las tienen aque-llas ciudades diseñadas con amplios espacios pú-bicos. En América Latina se destacan las brasileras Curitiba, Porto Alegre y Sao Paulo con 51, 13 y 11 me-tros cuadrados por habitante, respectivamente. Hay ciudades con bajos indicadores en espacios públicos como Barranquilla, Cochabamba, y Guadalajara con 1,0, 1,6 y 2,5 metros cuadrados per cápita. Buenos Aires tiene 2,7, Cali 3,0, Santiago 3,7, Bogotá 4,1 y Bucaramanga 4,2.

Tenemos que encontrar maneras de activar la vida económica y educar a nuestros niños sin aumentar los contagios y fallecimientos. Esto requiere creatividad, disciplina y capacidad de adaptación. Estudios han de-mostrado que las actividades al aire libre y el contacto con la naturaleza tienen efectos antiestrés, eliminan la fatiga, combaten la depresión y la ansiedad, ayudan a la concentración, mejoran el rendimiento académico, y reducen considerablemente el riesgo de contagio.

El hombre lleva mucho tiempo vaciando concreto y contaminando desesperadamente.

Sin embargo, el Covid–19 nos enseña que en los momentos más difíciles de la humanidad la naturaleza y el aire libre son nuestros más grandes aliados.

*Director de la Fundación Fútbol con corazón. @samuelazout

Opinión de Samuel Azout*

Restaurantes, bares, escuelas, gimnasios, muchos negocios y oficios se están potenciando al aire libre, ayudando a recuperar la vida y la economía en medio de la pandemia.

Covid–19: al aire libre

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¿No está de acuerdo con la megaminería?—No sabía que era de izquierda.—¿Es vegetariana?—No sabía que era comunista.—¿No le parece que Uribe es el mejor político

de la historia ?—No sabía que era guerrillera.

A eso se han reducido mis diálogos, a tener que oír preguntas pendejas y a tener que dar explicaciones ob-vias. Y eso por citar sólo tres de las más frecuentes.

Pero vamos por partes.Defender a los animales y no querer matarlos ni

para comérmelos, no me hace comunista. Es una decisión que se toma con la razón y el corazón, pues entiendo que son seres vivos que sienten y sufren, y mucho más, cuando los someten a cadenas industria-lizadas “de alimentos”. Me desgarra el corazón ver camiones con vacas camino al matadero, gallinas a las que no dejan dormir nunca, pollos a los que en-gordan en semanas en vez de meses y toda esa cruel-dad que acompaña la industria carníca. Eso no es ser comunista, eso es tener corazón.

No soy mamerta por estar en contra del fracking. Querer cuidar el agua del planeta, es sentido común, no ideología. ¿Los que defienden el fracking saben cómo funciona eso? Tienen idea del daño a largo plazo? Saben cuánta agua usa y los terremotos que produce?

Repudiar la corrupción, exigirles a los funcionarios públicos que se dejen de robar la plata y querer salud y

educación para todos no me hace querrillera... Me hace humana.

Y ahora la pregunta que más tengo que oír: ¿no es uribista?

—No me imaginé que usted fuera de izquierda.Soy de derecha (obviamente de derecha moderada)

porque creo en los pilares fundamentales de esta ideo-logía:

4 la propiedad privada4 el libre mercado4 la menor intromisión del estado. Todo lo del go-

bierno –de este y de todos los gobiernos desde que nací– o no sirve, o se rompe, o se cae, o se lo roban, o queda a medio hacer... En cambio la empresa privada genera empleo y riqueza.

4 la libre competencia (que evita los monopolios causantes del deterioro del servicio y el incremento de los precios)

De modo que soy de derecha, pero no uribista. Pues el uribismo no tiene nada que ver con estos principios.

El uribismo lo que intenta es:4 Acabar con la separación de poderes al imponer

un régimen de amigos que se controlan entre sí , y des-truir —moral o físicamente— a cualquiera que se atre-va a criticarlos. Ya tienen la Fiscalía, la Contraloría y la Defensoría. También quieren una nueva Constitución que se amolde a sus intereses. Eso, mis amigos, se llama dictadura disfrazada de democracia.

4 Arreglárselas para permitir que los capos del nar-

Derechista, pero no uribista

Opinión de Olgahelena Fernández*

En Colombia decidieron que ser uribista es ser de derecha y nada más falso que eso. Ser uribista es ser populista de derecha con tendencia a la dictadura.

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cotráfico se mezclen con la sociedad con mucha natura-lidad, al punto que hablan de tú a tú con el jefe del Estado y le imponen su agenda... Eso, mis amigos, se llama nar-codemocracia.

4 No respetar ni acatar los fallos de la justicia. Eso, mis amigos, se llama dictadura.

4 No investigan ni juzgan los excesos de la fuerza pública. ¿Creo que ya no hace falta que les diga cómo se llama eso, ¿verdad?

4 Silenciar a la prensa que no aplaude al gobierno a rabiar y en contraste contratar “periodistas” a quienes les pagan por vender campañas y estrategias del gobier-no como si fueran noticias. Eso es lo que pasa en las dic-taduras, no en las democracias.

Soy conservadora, pero de los conservadores de an-tes. Me parece que el capitalismo con responsabilidad social es, hasta ahora, el sistema que mejor ha funciona-do en el mundo; pero eso no tiene nada que ver con una dictadura de derecha. Creo que cualquier conservador de los de Álvaro Gómez, estará de acuerdo conmigo en que estos nuevos conservadores son en realidad todo menos eso. ¿Creen ustedes que Álvaro Gómez habría permitido en sus filas narcotraficantes o habría dejado que un asesino como ‘Popeye’ lo alabara? ¿Que el pri-mo de Pablo Escobar y muchos de sus amigos hicieran parte de su bancada? ¿Creen que habría permitido que 4 exguerrilleros del EPL, 5 del M—19 y uno del ELN hi-cieran parte de su partido ? ¿Creen que habría permitido que el gobierno tratara de salvar una empresa extranjera ya quebrada en vez de usar ese dinero para salvar miles de empresas medianas y pequeñas, como por ejemplo Satena, la verdadera aerolínea de Colombia?

Los gobiernos de izquierda son los que dan subsi-dios y ayudas económicas. ¿Por qué Uribe en sus 8 años y Duque en estos dos, no desmontaron ‘Familias en ac-ción’? Porque se mueven por intereses populistas –los que dan votos–; no por principios.

De tal forma que ser uribistas no es ser de derecha, ser uribista es apoyar una forma de vida que yo en-cuentro totalmente reprochable... lo mismo pasa con los “trumpistas...” Apoyar a ese señor está muy lejos de ser un verdadero republicano.

En Colombia decidieron que ser uribista es ser de de-recha y nada más falso que eso. Ser uribista es ser popu-lista de derecha con tendencia a la dictadura.

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Nota: me encantaría que algún Uribista leyera esto, pues quisiera compartirles mi forma de pensar. Pero sé, que por el solo hecho de que en algunas ocasiones he osado criticar a su líder , ya nunca me van a leer. En realidad no es grave que me ignoren a mí, pero sí es dramático que no intenten tratar de entender las razo-nes por las cuales no lo veneramos .

*Periodista.

TRES EN UNOPor Gonzalo Guillén*

DE“Hay que cambiar el sistema. El sistema no puede seguir, como han aceptado los partidos políticos, que todo es con dinero. Eran partidos de opinión y ahora son partidos de compromiso. Ahora no hay adhesión a unas ideas, a unos programas. Ahora lo que hay es el compromiso, la complicidad”.

ÁLVARO“Lo que se busca en toda solución política es ver a quiénes hacemos cómplices para que nos ayuden. Entonces, el país está gobernado por un sistema que lo que le interesa son las complicidades. Entonces, sobornan a los congresistas, sobornan a los funcionarios de todo orden. Hay complicidad con el sector privado. Porque lo que interesa no es convencer a la gente –como era lo que se hacía en los tiempos de los partidos de opinión–, sino contratar a la gente”.

GÓMEZ“Es a base de complicidad: ¿por qué nombraron a esa persona allá?, porque es cómplice. No nombran a una persona que sea independiente porque no es cómplice, no sirve”.

*Periodista

Ilustración de Vladdo

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T odos los  colombianos intui-mos la magnitud del pro-blema de las drogas aunque carecemos  casi completa-mente de estadísticas al res-

pecto. Somos demasiado pobres para gas-tar dinero en averiguarlo y no sabemos exactamente para qué nos serviría, como no fuera para configurar la tesis de que es-tamos librando una batalla perdida de an-temano. Nuestra falta de recursos no nos permite, por ejemplo, saber cuántos co-lombianos somos, porque no  ha habido dinero suficiente para terminar el último censo, que por lo demás parece que se inició con vicios insubsanables a posterio-ri. Nuestras Cuentas Nacionales, base in-dispensable para el manejo de la economía, se llevan con año y medio de retraso. Las estadísticas de criminalidad son apenas tentativas  y  tampoco resultan muy con-fiables las que atañen a nuestros niveles de  escolaridad. De manera que cuando alguien afirma, en este caso parece que el Ministerio de Educación, que de cada diez alumnos de enseñanza secundaria, cuatro usan regularmente marihuana, el alcohol o las drogas farmacéuticas, puede estar di-ciendo la verdad, el doble de la verdad o lamitad de la verdad.

Aunque el pueblo colombiano no “pa-rece” ser especialmente adicto a la droga, estaríamos  muy lejos de considerarnos una excepción dentro de este flagelo, que aquí como en otras partes se registra más dramáticamente entre cierta juventud de

mayores recursos y más visiblemente en-tre la delincuencia. Si Colombia se destaca en el mundo no debe ser ciertamente por el elevado consumo interno de estupefa-cientes sino porque se ha convertido en un centro de producción y comercialización de la droga.

Ello se debe a condiciones peculiares, como la inmensidad de sus costas y fron-teras, a lo abrupto del suelo y su fertilidad, a la habilidad manual y comercial de sus habitantes y sobre todo, al bajo costo de esta mano de obra inteligente que tiene, en términos de dólares, un ingreso despropor-cionadamente bajo. Nos cayó en suerte que todas  estas condiciones,  más la ubica-ción geográfica, nos convirtieran en una es-tupenda base de operaciones para las acti-vidades ilícitas de la droga.

Si fuésemos  realistas, la  actitud  de los colombianos debería ser la de levantar las manos en señal de impotencia y decir-le a la opinión mundial que somos incapa-ces de luchar contra la droga. El simpático embajador  de los  Estados  Unidos  dice que en su país han calculado que se ex-porta de Colombia hacia los Estados Unidos entre una tonelada y una tonelada y media de cocaína cada mes. Es cifra aterradora, no tanto por la infraestructura que se necesi-ta para producirla, que no parece ser mu-cha,  sino  por la  magnitud  del mercado que consigue.

Según la misma fuente informativa, durante  todo el año de  1975, las  autori-dades colombianas no lograron decomi-

sar  sino  1.206 kilogramos de  cocaína,  lo cual quiere decir que once doceavas partes de ese letal producto cumplieron toda su operación –importaciones de materia prima, cultivos,  refinanciación,  empaques,  con-trabando y transporte– a pesar de los es-fuerzos  combinados  de nuestra policía, nuestros guardas aduaneros, nuestros jue-ces y de un cuerpo especial destinado a la lucha contra los narcóticos. Es decir, que estamos fracasando rotundamente.

Nos hallamos de acuerdo con el em-bajador de los Estados Unidos en que hay que ir  a  la  raíz  misma  de tan grave  pro-blema.  Sólo  que  esa  raíz no la  encontra-mos aquí, en nuestra tierra, en la ineficiencia de nuestra policía o de nuestra administra-ción de justicia, sino que está localizada en la diferencia de capacidad de pago que exis-te entre los consumidores norteamerica-nos y la del pobre Estado Colombiano. Se nos dice que hay en Norteamérica 400 mil adic-tos a la heroína, un millón de usuarios de an-fetaminas y casi 300 mil ciudadanos adictos a los barbitúricos. Pues bien, esa porción de los habitantes de los Estados Unidos es mu-cho más rica que nuestro gobierno. Quienes la integran están en capacidad de sobor-nar, de comprar favores oficiales, de uti-lizar medios de comunicación y de trans-porte, mientras que las finanzas públicas de Colombia se hallan comprometidas en el sostenimiento  elemental de  nuestras instituciones. Cierto que los Estados Unidos gastan anualmente 17 mil millones de dóla-res en esta lucha y que nos han hecho una

DOCUMENTO

¡Cómo nos cuesta, señorembajador, cómo nos cuesta! En vísperas de la conmemoración de los 25 años del asesinato de Álvaro Gómez, recuperamos este texto de 1976, donde el líder conservador cuestionaba la guerra contra las drogas. El tiempo le ha dado la razón, pero muchos de sus seguidores se niegan a aceptarlo e insisten en la mano dura como única solución a este problema.

Por Álvaro Gómez / Editorial de El Siglo, 23 de octubre de 1976

En esa lucha sin esperanza estamos sacrificando lo que nos queda de autoridad y de justicia. La corrupción sube todos los días por la escala administrativa.

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“donación” de seis millones de dólares para que  cooperemos  con  ella.  Pero  esto  no basta para  establecer, ni remotamente, un equilibrio entre la potencia económi-ca del delito internacional que nos ha esco-gido como base de operaciones y nuestra ca-pacidad defensiva. Hoy la maffia que abaste-ce los mercados ricos de los Estados Unidos tiene  un dominio  incontrastable entre nosotros, porque mata jueces, amedrenta a los investigadores y persigue a los perio-distas que se le enfrentan. La prohibición de las drogas no es sino una fachada jurídica que nada tiene que ver con la realidad y que para lo único que sirve es para disimularla.

Si procediéramos con un criterio egoís-ta, tendríamos que aceptar que mientras más cocaína salga del país, tanto mejor para no-sotros, porque resultaría más costosa para nuestros desventurados consumidores. Aplicaríamos  cruelmente el dicho aquel de que “salga el alacrán de casa, píquele a quien le picare”.

Porque si los “gastos sociales” de este vicio en los Estados Unidos son altos “en tér-minos de vidas arruinadas por la pérdida de productividad de los adictos y los pro-gramas de tratamiento y rehabilitación”, en Colombia tenemos que añadir otro, incon-mensurable, más grave, difícil de recuperar: la pérdida de la moral administrativa. En esa lucha sin esperanza estamos sacrificando lo que nos queda de autoridad y de justicia. La corrupción sube todos los días por la esca-la administrativa. No hay que olvidar que la Corte Suprema de Justicia está pasando por uno de los peores momentos de su histo-ria, precisamente por haber tolerado que se estableciera un trato directo entre sus miem-bros y los inferiores jerárquicos que tenían en su despacho la investigación de delitos de estupefacientes. Se nos dice que vamos a recibir unos aviones modernos y unos helicópteros.  ¿Pero  qué podemos hacer los colombianos con un helicóptero frente a la desmoralización de la Corte?

Es importante que no se desnaturalice el fenómeno de las drogas y que no se haga recaer la responsabilidad sobre quienes no la tienen. Tomando en cuenta la magnitud de los intereses que están en juego, pode-mos afirmar que Colombia no es el suje-to activo de ese tráfico; no es ni siquiera un cómplice de él, sino su víctima. Su mayor víctima, porque es a la que más le cuesta.  Ól

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No estan difícil, ¿cierto?

CAMPAÑA CÍVICA Y VITAL DE UN PASQUÍN