Puente sin horizonte

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Cuando Tatiana viajó a Nueva Zelanda en busca de un animal presuntamente extinto, no podía imaginar lo que iba a descubrir en su particular aventura.

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PUENTE SIN HORIZONTE by JAIME GUERRERO is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

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Agradecimientos:

A Ana, por el moa, desde Nueva Zelanda;

A Tatiana, por el enano, desde el sarcasmo;

A Gabriel, por un nuevo mundo, desde el multiverso.

A los tres, por su amistad.

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“A través del invierno invocamos la primavera,

toda la primavera llamamos al verano

y cuando ya resuenan los setos rebosantes

declaramos que lo mejor es el invierno.

Y después nada hay bueno

porque la primavera no ha venido.

No sabemos que aquello que perturba nuestra sangre

es sólo la nostalgia de la tumba.”

William Butler Yeats

“Miles de años atrás, un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos.”

Ayn Rand

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PUENTE SIN HORIZONTE

De Jaime Guerrero

Ilustración de cubierta: Gabriel German y Jaime Guerrero

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Despertó desorientada y confusa, a más de diez mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Antes de percatarse que se hallaba en el interior de un avión, en una rápida y panorámica ojeada a su alrededor, la visión de su compañero de vuelo incrementó su nivel de desconcierto: un hombre de apenas 1´40 m. de estatura, notablemente encorvado, de leporinos labios, penetrantes e inquisitivos ojos saltones, enormes orejas puntiagudas y ensortijada cabellera rojiza que le conferían un peculiar aspecto de duende, la escrutaba sin el menor disimulo. "Tranquila, Tatiana"-pensó-"despierta: te has quedado dormida, todo va bien, en unas horas aterrizarás en Auckland, donde conocerás al profesor más fascinante que hayas podido conocer en tus 25 años de vida".

Fue ayer mismo, 23 de abril de 2.013, durante una apasionante conferencia online sobre el moa gigante, pronunciada por el doctor en etología y zoología Gabriel Machado, cuando decidió emprender su particular aventura: viajar desde Madrid hasta la ciudad neozelandesa, tras haber previamente contactado con el doctor para tal fin, y contemplar con sus propios ojos a algunos fascinantes especímenes de estas singulares aves paleognatas.

Pese a estar oficialmente extintas debido a la indiscriminada caza practicada por los maoríes, y a una atroz deforestación en el siglo XV, el investigador aseguraba con inquebrantable persistencia que aún existían algunas familias de moas, en las todavía tan inexploradas selvas de Nueva Zelanda. Su insólita afirmación le exponía a ser blanco de todo tipo de burlas y de un descrédito generalizado por parte de diversas organizaciones de biólogos, medios de comunicación e internautas. La incredulidad general se acrecentaba dado su firme rechazo a aportar pruebas gráficas o documentales sobre lo que aseveraba, aduciendo el temor que decía albergar hacia las bruscas irrupciones habituales del hombre ante especies amenazadísimas de extinción, cual toros entrando en una cacharrería, sin contemplaciones. Este argumento, que muchos de sus detractores consideraban un mero subterfugio propio de charlatanes, era interpretado por Tatiana como un claro reflejo de la sensibilidad, honestidad, sinceridad y nobleza de intenciones que caracterizaban al hombre que había logrado despertar en ella una fascinación por la fauna y la aventura que no lograron avivar, ni remotamente, ninguno de sus maestros durante los cinco años que estudió en la facultad de biología. En los dos años siguientes, su periplo laboral no fue más allá del, a su parecer, soporífero, eventual e ingrato trabajo de telemarketing, del cual ya hacía nueve meses que habían

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prescindido de sus servicios. Lograba mantenerse a duras penas en un pequeño piso de alquiler, recibiendo unos 500 euros de paro, y con las clases particulares que ofrecía de inglés, química y física, a estudiantes de bachillerato.

Se había separado recientemente de su pareja, un hombre “de letras”, como él acostumbraba a autodefinirse, en especial cada vez que ella quería hacerle partícipe de algunos, en su opinión, curiosísimos datos que recopilaba sin cesar sobre filogenia, paleontología y genética molecular. Temas hacia los que él mostraba el más absoluto desdén, o la más solemne indiferencia, en el mejor de los casos, máxime teniendo en cuenta lo obcecado que estaba últimamente en empaparse de filosofía existencialista y de las obras del célebre escritor rumano, Émile Cioran…

Consecuente con sus pasiones y su comportamiento distante, evasivo e indirecto, un día desapareció de la vida de Tatiana, explicándole los motivos en una extensa carta que llevaba por título “Sobre el inconveniente de haberte conocido”.

¿Qué pudo ver en él? Se preguntaba a veces. Alto, apuesto y bien parecido, sin duda…pero es que ella no concedía especial relevancia al aspecto físico…y la personalidad del joven no destacaba por ser especialmente arrolladora o exuberante, por no hablar de que no parecían coincidir apenas en gustos ni aficiones. Ella, de ciencias, amante del rock español y de las redes sociales, animalista y vegetariana. Él, de letras, amante de la música clásica, de festejos taurinos y declaradamente omnívoro. Quizás no fuera amor, sino una insaciable sed de conocerle, de atravesar su férrea coraza y sondear su interior, llegar hasta el poeta que parecía asomar de vez en cuando, lo que le mantenía unida a él. Tampoco podía aseverar haberse enamorado, ni tan siquiera de forma platónica, del doctor Machado, por quien más bien parecía sentir un gran respeto y admiración, compartir su visión utópica y ecologista del mundo, y sí… quizás, cierta atracción física…realmente, esos grandes ojos melancólicos, el curtido rostro y esa cuidadísima barba ejercían un especial magnetismo para ella…ante el cual no atisbaba deseo alguno de ofrecer la más mínima resistencia.

Su extraño compañero de viaje le interrumpió de sus cavilaciones:

-Aterrizamos en media hora, señorita. ¿Está preparada para cazar gamusinos con el embaucador ése, el docto manchado?-le preguntó, en tono sarcástico.

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Visiblemente sorprendida e indignada, perdiendo su habitual calma y autocontrol, no dudó en espetarle:

-Pero, ¿cómo se atreve…cómo puede ser tan entrometido, maleducado y… desagradable? ¿Quién se cree que es, además, para poner en duda la credibilidad del doctor Machado?

-Si usted lo supiera, se arrojaría del avión en pleno vuelo, so aprendiza de Dora la exploradora…el manchado creíble…anda, anda…siga con sus mundos de Yupi y deje de estorbar de una vez. -respondió despectivamente el enano, sin molestarse tan siquiera en mirarle.

Tatiana no salía de su asombro, no inquietándole tanto el cómo pudo el desconocido ser conocedor del motivo de su viaje, como su actitud tan impertinente e insolente. No obstante, optó por ignorar los desaires recibidos, e imbuirse en la lectura del libro que tenía entre manos, “A New Dictionary of Birds”, sobre el testimonio de Alice McKenzie, quien aseguraba haber visto un ejemplar de moa en 1.880. Reconfortándose en su lectura, esperaba olvidarse de a su parecer tan grotesco y grosero personaje.

Gabriel Machado aguardaba en el aeropuerto de Auckland, junto a su chófer, a Tatiana Moreno, la madrileña seguidora de su blog, AnimalScience, por quien sentía una singular atracción. No iba el doctor falto de admiradores y seguidores, pese a lamentarse continuamente del escaso valor que se le concede a la biología, a “la Ciencia de la Vida, ni más ni menos”-como solía decir-“eclipsada, infravalorada y devaluada cada vez más. No importa que cada día desaparezcan más de 150 especies animales, al vulgo solo le importa dónde habrá desaparecido por unos días la folclórica o el famosillo de turno con su amante, y si sus rivales o antagónicos religiosos o políticos tergiversan, inventan y desinforman más que ellos. No ven más allá de sus mediocres dogmas y enfermizos hábitos, ni se toman un segundo en pensar que respiran y viven, y que no son los únicos que lo hacen, dado que son parte integrante de esa maravillosa fauna terrestre privilegiada con el don de la vida, que fluye a su alrededor en una riquísima variedad y complejidad de formas.”

A sus recién cumplidos 45 años, este profesor universitario de ciencias de la biología en la universidad neozelandesa de Waikato, adquirió cierta popularidad en las redes sociales mediante su canal de divulgación en youtube AnimalScience, y su blog, ídem del lienzo.

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Extremadamente hábil para combinar muy simbiótica y eficazmente sus vastos conocimientos con su apasionada, histriónica y locuaz manera de divulgar los más enrevesados misterios de los animales más exóticos del planeta, había logrado granjearse la simpatía y admiración de sus cada vez más numerosos y cautivados seguidores, entre los que se hallaba Tatiana Moreno.

-Señorita Moreno, hemos llegado.-Le susurró una amable voz al oído-recoja sus cosas y acompáñeme.

Tatiana, quien volvió a quedarse dormida a mitad de su lectura, asintió con la cabeza, y en una rápida ojeada en derredor suyo advirtió que ya no quedaba nadie más en el avión. Su extraño y molesto compañero también debió apearse, afortunadamente, pensó. Libro, portátil, chaqueta, bolso, y a pisar tierras neozelandesas. Descendió por la escalinata del avión, buscando con la mirada al profesor Machado, pero no había nadie…no, absolutamente nadie. Incluso el joven que le despertó, parecía haberse volatilizado, desaparecido de la faz de la Tierra. Un enorme descampado a su alrededor, sin pista de aterrizaje, ni torre de control, ni nada que se asemejara a un aeropuerto. Ni rastro de civilización, ni cableado, ni instalaciones de ningún tipo, ni…ruido. Silencio absoluto. Algo no cuadraba, o ¿es que seguía soñando?

Como si no se hallara ya suficientemente estupefacta, al mirar atrás buscando al piloto para preguntarle por tales anomalías, observó que ya no quedaba ni rastro del avión, ni de su comandante en vuelo…ni calles de rodaje donde efectuar el despegue…sin tiempo para parar a repostar, sin relevo de piloto… ¿una maniobra de toma y despegue totalmente silenciosa, y sin guías de control de tráfico aéreo por la zona? Ya no entendía absolutamente nada.

Buscó el móvil en el bolso, infructuosamente…percatándose además de que éste se hallaba completamente vacío. En esos momentos hubiera deseado disponer, en tal grado de incertidumbre, de la presencia de su impertinente compañero de viaje, pensando que ello significaría gozar al menos de una mínima oportunidad para recibir alguna explicación, de quien fuera. Más que sentarse se dejó caer sobre una roca, anonadada, contemplando, entre confusa y aterrorizada, el vasto, frondoso y solitario paisaje que se extendía generosa y silenciosamente alrededor suyo, destacándose en tan desoladora panorámica paisajística el legendario Monte Edén, milenario volcán erigiéndose impertérrito sobre sus imponentes 196 metros de altura.

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Indiferentes y desafiantes ante el asfixiante Sol, una bandada de majestuosas águilas surcaba chillonamente el pálido azul del cielo, rompiendo la habitual uniformidad del mismo.

-Doctor Machado, la madrileña no ha subido a ese avión. Han bajado todos los pasajeros hace más de diez minutos.-le dijo visiblemente intranquilo y con expresión agobiada, su chófer, mientras apagaba su doceavo cigarrillo desde su llegada al aeródromo.

-De veras que no lo entiendo, Mike. Parecía realmente entusiasmada.

-Son unas 35 horas de vuelo y unos 1.200 euros, el viajecito. No creo que pueda permitírselo, o igual no le han dado los tres días libres que pediría en la carnicería.

-Es bióloga. No trabaja en ninguna carnicería.

-Claro, y yo soy doctorado en filología hispánica y no soy chófer… desconfíe de lo que le diga esa plaga de internautas fracasados de la vida, ocultos tras un avatar con rostro ajeno y currículo totalmente ficticio…esa chica le ha fallado, doctor, no perdamos más el tiempo.

-Nunca el tiempo es perdido… ¿y sabe, Mike? El Monte Edén se ve muy bien desde aquí.

-Pffff…por mí como si revienta de una vez. Voy a comprar tabaco, para matar el tiempo…

-Vaya, Mike. Aunque el tabaco no le ayudará a matar el tiempo, sino a matarse a sí mismo…

-Claro, claro…lo que usted diga, doctor. Hasta ahora.

Siguiendo con la mirada los nerviosos andares de su desgarbado y espigado empleado, el doctor se preguntaba, por enésima vez, por el cambio tan brusco de personalidad y de estilo de vida de Mike Escribano, su chófer desde hacía ya seis años. Había nacido en “El Pez de Maui” (como llamaban los maoríes a la isla norte de Nueva Zelanda) en otoño de 1976, de madre neozelandesa, quien regentaba uno de los restaurantes más exclusivos de Wellington, y de padre español, ex profesor de latín en un instituto de Albacete, quien, fascinado por el canotaje polinesio, el waka ama, decidió emigrar de España e iniciar una nueva vida fabricando y vendiendo canoas en las antípodas del globo terrestre.

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Mike adquirió su pasión por la literatura española gracias a la extensa biblioteca de su padre, formada por casi 16.000 libros, y ansiaba viajar a España para estudiar filología hispánica, con el sueño de ser un futuro escritor, albergando la esperanza de, algún día, poder emular a sus admirados autores del Siglo de Oro español, como Quevedo, Góngora y Lope de Vega, de quienes era un ávido lector e incondicional admirador.

Cuando regresó a Nueva Zelanda, doctorado a los 30 años, estaba irreconocible para todos sus familiares, amigos y demás conocidos en la isla. Nada quedaba ya de aquel entusiasmo e idealismo juvenil en su rostro prematuramente envejecido. Su disposición, antaño cálida y gentil, fue suplantada por una actitud desdeñosa y descreída, a veces antipática y sarcástica en extremo, con un nivel de ostracismo a menudo rayando en el autismo, una marcada aerofobia y un desinterés total por todo aquello que cultural, geográfica o ideológicamente no se circunscribiera a su país natal, y sin mostrar mayor interés, aparentemente, que por la mecánica, la conducción de turismos y la práctica de artes marciales neozelandesas como el Body Combat y el Mau Rakau.

Pero la incógnita que más le inquietaba en ese momento, en esa despejada mañana de abril, era la ausencia de Tatiana.

El profesor Machado no tenía la menor intención de abandonar el aeropuerto. Todavía albergaba la fútil esperanza de que ella apareciera de improviso, dándole alguna explicación de su tardanza y sobre alguna insólita manera de pasar desapercibida ante su atenta y sufrida mirada, encandilándole con el aire apasionado, fresco y juvenil que parecía destilar en cada uno de sus mensajes privados, de sus chats, o hasta de su propio avatar: una foto de su rostro, luciendo una media melena azabache peinada a lo Cleopatra, vivísimos ojos verdes radiantes de curiosidad y vitalidad, asaz apéndice nasal a guisa de bauprés, elevados pómulos y un terso rostro estrechándose abruptamente hacia la afilada mandíbula. Contrastando ante la fuerza de sus rasgos, rasgaba ligeramente las sonrosadas mejillas una timidísima sonrisa. Haciendo gala de su proverbial paciencia, estaba empeñado en aguardarla, con el temple con el que Penélope aguardó a su Ulises, si fuera necesario. Recreaba en su memoria las dilatadas charlas online que mantenía con ella, hasta intempestivas horas de la madrugada, hablando de antropología, mitología, de mamíferos superiores, de civilizaciones

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perdidas, y de moas…de esos moas que tanto ansiaba mostrarle, única y exclusivamente a ella.

El atardecer llegaba acompañado de un ensordecedor viento, abriéndose paso bruscamente sobre “la tierra de la gran nube blanca” (nombre dado por los maoríes a Nueva Zelanda), meciendo la sedente y esbelta figura de Tatiana, insensible ante el abrupto cambio de temporal, profundamente absorta como estaba en sus pensamientos.

En tal grado de ensimismamiento, no oyó los pasos tras de sí. Un seco alarido tribal atronó a sus espaldas, al cual sí reaccionó, alarmada, poniéndose en pie de un salto. En un instante se vio rodeada por decenas de maoríes, cargados de lanzas y no de buenas intenciones, a juzgar por su tosco lenguaje corporal y fieras miradas, lo cual no contribuyó sino a inquietarle aún más, si cabe. Procuró recuperar la calma, e intentó en vano hacerse entender por ellos, en un correcto inglés, acompañándolo con una acompasada gesticulación. Pero tal intento de apaciguamiento y entendimiento se le antojó de lo más absurdo e inane…al notar que el rangatari (líder de la tribu maorí) no sólo no parecía reaccionar a ninguna de sus palabras, ni mantener contacto ocular alguno con ella…sino que seguía con la mirada la gesticulación, obviamente incapaz de descifrar el presunto código de sus gestos…de improviso, una voz que ya le resultaba conocida, retumbó tras de sí: “A ver, plaga de iwis, ¿dónde vais con vuestras lanzas de juguete, que tan inútil servicio os brindaron durante la guerra de los Mosquetes? Esta chica viene conmigo. Ha hecho novillos y se ha perdido, la pobre. Soy su guardaespaldas y relaciones públicas, ¡así que marchaos por donde habéis venido, maldita gentuza del averno, si no queréis que me cargue a mosquetazos a vuestro estúpido rangatira!” A Tatiana le pareció que estaba saliendo del fuego para caer en las llamas…el insolente con aspecto de duende la interrumpió de nuevo, intimidando, pese a su diminuto aspecto, a las decenas de maoríes que se habían agolpado ante ella, quienes huyeron despavoridos, como alma que lleva el diablo. Una vez ya solos, él le preguntó:

-A ver, joven aprendiz de mimo: ¿usted no sabe que cuando el sabio señala la Luna, el tonto mira al dedo?

Tras el reencuentro con el menudo, pero incomprensiblemente amedrentador personaje, no pudo evitar el impulso de increparle:

-¿Guardaespaldas? Si no me llega ni allá donde la espalda pierde su

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bello nombre… ¿relaciones públicas? ¿Pero quién diablos es usted, de dónde sale y donde se ha metido?

-Su gratitud me emociona, señorita Moreno…en realidad soy físico y químico, pero no le vas a hablar a este atajo de salvajes de ecuaciones de Broglie ni de orbitales atómicos…venga conmigo, estará más segura. No ha venido aquí a mirar las piedras ni las flores silvestres con ese repelente aire compungido, y esas pretensiones de sensiblera adepta a Stanislavski, que no llega ni a emo tontalaba.

-¿Físico? Pues no va muy bien servido del mismo, la verdad. ¿No querrá decir tísico? ¿A dónde pretende llevarme? ¿Dónde está la gente, mi móvil, dónde el aeropuerto, dónde el doctor…?

-Está algo trastocada y confusa. Es normal. Yo también lo estaría de ser usted, pero, afortunadamente, no soy usted. Recupere la calma. Y venga conmigo, por favor. A no ser que prefiera largarse con esos salvajes a bailar el hapa haka.-aconsejó el enano.

Cualquier camino podría ser una salida a ese sinsentido en el que se hallaba, pensó…cabía la posibilidad de que aún fuera a peor, dada la nula confianza que le suscitaba el enano, pero optó, finalmente, por seguirle. Una cita de Lao-Tsé le vino a la mente: “Un viaje de mil millas empieza con un primer paso”. Llevaran donde llevaran esas mil millas, no sería peor que permanecer allí, inmersa en un mar de dudas y sin asidero lógico al que agarrarse.

Dejaron atrás Manukau, al sur de Auckland, donde había aterrizado el aeroplano hacía escasas horas, y volatilizado, presumiblemente, momentos después, y se dirigieron hacia el norte, cruzando la singular zona volcánica. La espléndida vista le animaba a seguir caminando, recreándose ante la majestuosidad del paisaje: unos 50 volcanes, alzándose unos sobre lagos, emergiendo otros sobre estanques, y asomándose unos terceros sobre pronunciadas depresiones del terreno. El manto otoñal revestía de vívidas tonalidades rojizas la característica flora autóctona y la exuberante vegetación, llamándole especialmente la atención el conjunto de imponentes y recios árboles de más de 15 metros de altura, los conocidos como Sur de Rata, exhibiendo sus flores de vivo color escarlata. Una bandada de cormoranes surcaba el horizonte, rasgando suavemente el solemne silencio que parecía haberse apoderado de esa isla apartada del mundo.

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“Llegamos, Tatiana”-le indicó el enano, visiblemente fatigado por la caminata. Las “mil millas de Lao-Tsé” le habían parecido un suspiro…alzó la vista, hacia donde le indicaba su acompañante: sobre una altiplanicie se elevaba una gran casa de madera, de unos 20 metros de alto, por 60 de ancho y unos 30 de profundidad. Pese a la curiosa veleta en forma de águila con alas desplegadas, parecía acogedora, y nada le podía apetecer más en ese momento, a la universitaria madrileña, que descansar en algún sitio que encajara en alguna medida con su ya añorado modelo de civilización.

-Pase, Tatiana. No se preocupe por el águila de Haast, sólo caza moas. ¿Bonito, verdad?-le dijo, ya más recuperado del recorrido.

El interior no le pareció tan acogedor. Tras una falsa puerta continuaba una estructura metálica de acero en forma de cúpula geodésica, en cuyo interior parecía haberse insertado torpemente un cubículo de vidrio, por cuyos laterales desfilaban varias hileras de operarios que parecían ocuparse de controlar y manejar diversos monitores, ordenadores y unos extraños contenedores con aspecto de peceras. El centro, despejado, si bien el conjunto de la sala ofrecía un aspecto curiosamente sobrecargado y desasosegante. Tenue iluminación y una puerta roja, cóncava y esférica al fondo, con ventana central a modo de ojo de buey. Nada de letreros, ni indicadores en idioma alguno.

-Ésta es la sala de operaciones, Tatiana. Desde aquí puede despegar a más variados destinos de los que pueda proporcionarle el mayor aeródromo del mundo. De éste mundo, por lo menos. Y sin necesidad de pagar billete.

-¿Me…me va a decir de una vez quién es usted, qué hago aquí, y qué funcionalidades tienen estas instalaciones?

-Cómo no. Puede llamarme Haast. Trabajo para el doctor Machado. Aunque él no lo sabe. Mejor así: si lo supiera me despediría. O peor aún: me aniquilaría sin contemplaciones.

-El doctor Machado sería incapaz de matar a una simple mosca.

-Su queridísimo doctor sería capaz de eliminar a media humanidad con tal de preservar la vida de la mosca más simple. Y si la mosca estuviera en vías de extinción, exterminaría también a la otra mitad de la humanidad. ¡Menudo es él! Es más animal que los animales.

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-¿Y usted qué es? ¿Qué diablos es usted?-le preguntó Tatiana, mirándole como si del insecto más vil y despreciable sobre la faz de la Tierra se tratara.

-El servil Boy Scout que usted necesitaba para cazar moas. ¿Ha probado la pechuga de moa? Se lo aseguro, es realmente exquisita.

-Soy vegetariana. ¿Qué hay en el interior de esas peceras?

-Ni peces, ni verduras. Son visores de nuestro sincrociclotrón subterráneo, un acelerador de partículas, muy práctico y económico. Le explicaré el funcionamiento del colisionador, así como el efecto óptico del visor, algo más adelante. Prosigamos. Usted ha sido rescatada, y trasladada a un universo paralelo. Habrá oído hablar de multiversos, ¿verdad?

-¿Rescatada, o secuestrada?

-Rescatada. No tenemos necesidad de secuestrar a nadie.

-Claro, rescatada. Como España por los alemanes. Habrá que dar las gracias, y todo. ¿Universos paralelos? No pretenderá que me lo crea, ¿no?

-¿Cómo explica, si no, que el aeródromo desapareciera ante sus narices, nada más bajar del avión, sin pista de aterrizaje, ante los volcanes de Auckland? No son de cartón, no hay montaje alguno, ni está Harryhausen detrás ni se halla ante realidad simulada alguna. Un universo alternativo se desdobló ante sus ojos. Asúmalo.

-¿Cómo pretende que lo asuma? Es inaudito…imposible…

-Entiendo que le cueste integrar la nueva realidad que se despliega ante sus ojos. Sé que no es fácil. Yo estuve media vida trabajando en ello, y los primeros quince años tenía la impresión de que iba en busca de un fantasma inasible…hasta que me di de bruces con él. Y ya no había vuelta atrás.

Al hombre le costó asimilar que la realidad es discreta, que una recta no es más que una sucesión de puntos, y que no somos más que una suma de millones de células, a su vez una suma de millones de átomos, con sus millones de esféricos electrones, neutrones, positrones, leptones, mesones, quarks, gluones…le costó un mundo también aceptar que no vivíamos en una Tierra plana, sino esférica, curva y

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cerrada sobre sí misma. Que no es el centro del Universo, sino un pequeño punto azul pálido entre millones de planetas esféricos, pertenecientes a millones de sistemas estelares, ubicados en millones de galaxias, contenidas a su vez en un universo curvo y cerrado sobre sí mismo, actualmente en expansión, inflacionario…y también le costará asimilar que este universo no es más que una minúscula burbuja como a su vez lo son otros millones de universos burbujeantes en el esférico recipiente de champán, junto a otros millones de copas de champán, que forman parte del floreciente y fecundísimo festín de la vida.

Millones de universos autocontenidos, con sus propias leyes e idiosincracia, sucumben, y otros incontables millones se crean, impertérritos e indiferentes al escepticismo u observación humana. Seguirán estando ahí, de igual modo que seguirá existiendo la Luna por más que le de la espalda, o aunque esconda la cabeza como el avestruz para evitar ver.

De todos modos, si necesitas ver para creer, simplemente, mira.

Sí, mira. Mira a tu alrededor.

Crees que esto es Auckland, 2.013?

-Entiendo. Según usted, cada día se producen millones de Big Bangs y otros tantos Big Crunchs.

-Su concepto de día terrestre no tiene cabida en el horizonte de sucesos cósmico…por otra parte, en otros universos, siendo, por ejemplo, Haast, la densidad del universo dividido por su densidad crítica, menor a 1, y Tatiana, la energía asociada con el espacio vacío 0, no habría materia suficiente para frenar la expansión del Big Bang, con lo cual el universo se expandiría hasta llegar a su cero absoluto…el frío sería la causa de su muerte, no el Big Crunch, sino el Big Chill. Piénselo positivamente, de una manera u otra siempre estaríamos condenados a separarnos…

-Claro…y usted es un médico forense especializado en defunciones de universos, ¿verdad?

-Digamos que, simplemente, sé que la gente se muere, y que los universos también. Y cuando nace un bebé, no me pregunto, escéptico y escandalizado: “¿cómo pueden nacer más niños, si ya tenemos uno?” De igual modo, tampoco me escandalizo cuando descubrimos el nacimiento de un nuevo universo.

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-Ni me molestaré en rebatir ese argumento, mi sentido común no puede tomarse en serio sus explicaciones.

-Permítame añadir, docta cazadora de extintos gamusinos, que el sentido común al que tan atada está no tiene tampoco cabida en el horizonte de sucesos cósmico…pues lo que se ha dado en llamar sentido común está demasiado condicionado a sus experiencias caseras, con un pequeño margen de maniobra y posibilidades…permítame ilustrarle con un ejemplo bastante gráfico: para el hombre de las cavernas, la máxima velocidad conocida es la de un guepardo corriendo a 115 kms/h., la luz más brillante la del Sol, el arma más mortífera la lanza, el agujero más grande concebible el de su propio estómago cuando está hambriento, y la distancia más larga el primer lugar donde se dan las condiciones atmosféricas, de recolección y de caza necesarias…¿le parecería de sentido común que le dijeran que hay transbordadores espaciales que viajan a 28 mil kilómetros por hora, quásares cientos de miles más refulgentes que el Sol, arsenal nuclear que podría arrasar con el planeta entero, agujeros negros más voluminosos que la montaña más grande jamás vista por su poblado, y distancias a más años-luz que número de frutas silvestres comerán a lo largo de su vida, o que piedras en el camino se encontrarán durante el más largo de sus viajes?

-Inconcebible…me gustaría que esto no fuera más que un mal sueño…y despertar…

-Ya está despierta. No sueñe que cambiará su destino cerrando los ojos. Está en un universo paralelo. Lo cual no entraña gran dificultad ni un enorme despliegue de medios técnicos, la verdad. Es mucho más sencillo y natural de lo que usted puede concebir, por ahora. Lo realmente sorprendente, es que usted sea consciente de estar en este universo, sintiendo que pertenece íntegra y exclusivamente a otro. Por otra parte, lo que es inconcebible es que algo pueda ser un mal sueño, si salgo yo en él.

-Usted es la pesadilla hecha carne…pero, ¿cómo puede darse esa situación? Se supondría que, de ser cierta su majadería, al pasar de un universo a otro, cual si bebieras agua del río Lete, olvidarías tu existencia en el anterior, imbuyéndote e identificándote en tu totalidad con el nuevo universo…

-Hemos alterado algo…nada de microchips o implantes cerebrales, ni programas, gadgets o troyanos en tu software cerebral…algo mucho

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más, digamos…honesto: hemos adelantado la hora de tu desdoblamiento. De no haberlo hecho, habrías sido víctima de un fatal accidente, y te hubieras desdoblado de forma natural y automática a éste, sin el menor atisbo de conciencia sobre tu existencia anterior.

-¿Por qué ese adelanto, forzado? ¿Una especie de rapto? ¿Tú eres Hades y yo soy una especie de Perséfone?

-Simplemente, porque queríamos que trabajaras con nosotros. Que te unieras a nuestro equipo.

-Santo cielo… deberíais haberme dejado morir, hubiera sido preferible…

-Tendrá tiempo de valorar esa alternativa más objetivamente, una vez comprenda y acepte su situación, sin que la extraña antipatía que siente por mí le nuble el juicio y su inteligencia. Veamos el informe que me ha dejado sobre el monitor seis uno de mis hombres…Tatiana Moreno Siles, nacida el 30 de diciembre de 1.987, en Madrid. Cociente intelectual estimado 123, según la WAIS IV, licenciada en biología por la U.A.M., 1,68 m. de estatura, 60 kilos de peso, soltera, afiliada a varias organizaciones en defensa de los animales. Pues menudo informe, debe haberse devanado los sesos…bueno, quizás es un apunte de su hijo de seis años, y espero que así sea, porque como me entere que lo haya hecho él mismo, lo desintegro. Y bien, ¿qué opina de la información que me he molestado en proporcionarle?

-Me parece que tiene usted una gran imaginación, y un irritante sentido del humor. Es lo más amable que puedo decir de usted.

-Hermosas cualidades de las que ha usted misma ha mostrado adolecer con creces, por lo que observo…

-Entiendo que usted las valore tanto. Como bien decía Francis Bacon, la imaginación se le dio al hombre para compensarlo por lo que no es; el sentido del humor para consolarlo por lo que es. ¿Para cuándo piensa ilustrarme con las ecuaciones de Lorentz , las supercuerdas y la teoría M? Y, lo que es más importante, ¿decirme de una vez qué demonios pinto yo en todo esto?

-Dios, qué paciencia…pues el que no pinta nada es ese Bacon. El que pintaba era su tocayo dublinés, el que falleció en su Madrid, Tatiana. Me encantaba…en fin, al grano, sígame, anda. Todo recto al Extremis. Sí, hacia allí, hacia la puerta del fondo.-le indicó, señalando la esférica

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puerta roja.

Y le siguió. Avanzó junto a él, aterrorizándose progresivamente a cada paso que daba. Todo su ser le indicaba que no podía fiarse en absoluto de ese individuo. Pensó en preguntarle, una vez más…esta vez no para aclarar sus innumerables dudas, sino para intentar averiguar qué trampa le querría tender…no había tiempo, a su parecer, para sopesar si el miedo le atenazaba la razón, o no.

-¿Qué hay tras esa puerta? ¿La salida, u otro compartimento?

-No es conveniente que salga todavía, necesita saber unas cuantas cosas, antes. Decelere el paso, no se apresure.

Corrió hacia la puerta. “Es una salida, teme que llegue antes, está abierta”…se apresuró a deducir. Haast la cogió del brazo, procurando retenerla. Ella se desembarazó de él, con rápidos reflejos y un caudal de fuerza inusitada, propinándole un certero codazo en el apéndice nasal. La ganchuda nariz del enano sangraba a borbotones, y resbaló, con tan mala fortuna, que se rajó la cara contra el afilado borde de uno de los visores con aspecto de pecera, desgarrándosele desde el pómulo derecho hasta la mejilla izquierda. Tatiana no quería provocarle ese daño, pero consideró que era prioritario pensar en ella misma, en escapar de allí. Llegó hasta la puerta, tiró de ella y se abrió de inmediato…

Mas ésta no daba a bosque alguno. No había más que lo que asemejaban ser tres oscuros túneles, que parecían arrastrar de ella al unísono. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se resistía inútilmente a caer al vacío, el cual ejercía sobre ella una fuerza gravitatoria que le resultaba imposible vencer…al fondo del túnel de la izquierda, divisaba la imagen de un avión estrellado, el mismo que ella había tomado, viéndose a sí misma entre las víctimas del siniestro aéreo. Como una lámina superpuesta, perfectamente nítida, un hombre llorándole a su lado…alguien que esperaba su llegada; en el túnel central, se observaba a sí misma paseando con Haast, a través de campos volcánicos; y en el de la derecha, el que con mayor fuerza tiraba de ella, cual si la engullera, tras una vívida y cegadora luz, unas desconocidas formaciones geométricas, que no atinaba a interpretar ni a reconocer, mientras su ego parecía difuminarse, escaparse, gradualmente…sentía que no era más que un cuerpo condenado a limitarse entre unas coordenadas espacio-temporales, ayudada de un constructo egoico que

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iba desvaneciéndose, inexorablemente…hacia la nada.

Mike volvió, abrió la portezuela derecha del coche, invitando a entrar, con gesto apesadumbrado e impaciente, al doctor Machado, quien le devolvió una expresión de resignación. Ya había esperado demasiado, era irracional seguir pensando que Tatiana había tomado ese vuelo, aunque sus emociones le impelieran a seguir aguardándole, indefinidamente. Intentó apartarla de una vez de su mente, y una forma de distraerla de ella, pensó, podría ser procurando entablar una conversación con su chófer.

-Mike, hay algo que no consigo entender de usted. Lleva seis años a mi servicio, jamás me ha fallado, ni discutido nada, ni perdido los papeles en ningún momento…pero, ¿qué diantres le pasa con este aeropuerto? Cada vez que me ha traído hasta aquí, le observo alterado, nervioso, y hasta un pelín insolente…quizás es coincidencia, o me estoy metiendo donde no me llaman, discúlpeme si es así…-le preguntó, pasando de la curiosidad hacia un cierto rubor, cavilando si no habrá sido impertinente su pregunta.

Cabizbajo, pensativo y mesándose nerviosamente el poderoso mentón, Mike tardó unos segundos en responder.

-No, doctor. No me importuna su pregunta en absoluto. Si tiene razón, la verdad…bueno, se lo contaré, aunque seguramente acabará riéndose de mí…

-No, Mike. Cuénteme, con toda tranquilidad.

-Uff…verá…una vez, hace ya no sé cuántos años, sufrí una pesadilla, en la cual contemplaba los estragos de un accidente de aviación a través en un telediario, y lloraba desconsoladamente… me sentía tan terriblemente mal en el sueño…tanto que, cuando desperté, me comprometí a hacer lo posible para evitar experimentar de nuevo esa sensación. Llámeme supersticioso, o cobarde, o lo que quiera…no creo en sueños premonitorios, ni en nada parecido, pero…es que no quiero ni pensarlo. Es que veo un aeropuerto y me pongo enfermo. ¡Qué horrenda agonía! Hubiera preferido en esos momentos no haber nacido…en serio…en fin, paranoias, supongo. Mire, ya sabe algo de mí que nadie más conoce… puede sentirse un privilegiado, doctor. Le importa que vuelva a poner El arte de la fuga, del maestro Bach?

-En absoluto, Mike. Gracias por confesarme su onírico trauma. Quien

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esté libre de uno u otro…-respondió el doctor, esbozando una consoladora y paternalista sonrisa.

Mike le devolvió una abierta sonrisa, sumamente relajado. Arrancó el coche, tras apretar el botón de reproducción del cedé, comenzando a sonar la que era una de sus obras musicales predilectas.

-Bach…enorme y sublime Bach. ¿Sabe, doctor? Bach es lo único que me da la impresión de que el Universo no es un fracaso. Sin Bach, yo sería un nihilista absoluto. ¿Sabe de quién son las citas? Del mismísimo Émile Cioran, con el que no puedo estar más de acuerdo. -Sonrió, y subió el volumen, presto a dejarse embriagar por la postrera obra maestra del compositor alemán.

Gabriel, con gesto afectado, lanzó una última mirada al cielo, desde su metro treinta y siete de estatura, añorando un esperadísimo encuentro que la providencia, una vez más, le denegó. A medida que el vehículo aceleraba, Machado visionaba por el retrovisor, con sumo pesar, cómo se iba distanciando el aeródromo, de su campo visual…y un poco después, hacía lo mismo el Monte Edén. El viento mecía su ensortijada cabellera descubriendo bajo ellas unas grandes orejas puntiagudas y una poderosa cicatriz que le cruzaba la cara en forma de media luna, marca que, muy a su pesar, reflexionó, no podía perderse de vista, por más que pretendiera, a la velocidad que fuera, alejarse de sí mismo…pensando que quizás no habría, en mundo alguno, arte de más difícil ejecución, que el de la fuga.

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