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1 H I S T O R I A S D E LAS SALINAS Memoria coral de los Salesianos en Medina del Campo Herminio Otero (Coord.)

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    H I S T O R I A S D E

    LAS SALINAS

    Memoria coral de los Salesianos en Medina del Campo

    Herminio Otero (Coord.)

  • Publicaciones del grupo Astudillo66 1. Confi(n)ados [25 de abril de 2020. Tercera edición] 2. Cuando yo era niño [24 de mayo de 2020. Segunda edición: 8.6.20] 3. Cuántas veces en la vida [12 de octubre de 2020. 2ª edición: 15.10.20] 4. Historias de Las Salinas [Primera edición: Navidad 2020] 5. Trasunto del cielo [De próxima preparación] 6. La primera vez [En proyecto] 7. Las canciones de nuestra vida [En proyecto]

    PARTICIPANTES JUAN ARCE VIDAL ANTONIO ARTO ARTO SDB SALVADOR ÁLVAREZ LEDESMA JESÚS ÁLVAREZ PRADA JOSÉ ANTONIO ASTORGA PLAZA SILVINO BARRIO ANDRÉS CÉSAR AUGUSTO AYUSO PICADO HELIODORO BERMEJO RODRÍGUEZ CASIMIRO BODELÓN SÁNCHEZ, EMILIANO CABEZÓN MERINO FAUSTO CASAS GARCÍA RAFAEL CASTRO VEGA SDB MANUEL ÁNGEL CELADA OLMEDO JULIO DÍEZ ANDRÉS SDB CELSO DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ JOAQUÍN EGOZCUE ALONSO SDB FÉLIX ESTEBAN ESCOLAR MARTÍNEZ SENÉN FERNÁNDEZ LÓPEZ RICARDO FERNÁNDEZ FUENTES VICTORINO GARCÍA ÁLVAREZ FRANCISCO GARCÍA FRAILE SDB JAVIER FERNÁNDEZ PEREIRA SATURNINO FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ CARLOS GARCÍA GEIJO ILDEFONSO GARCÍA NEBREDA SDB EUGENIO GONZÁLEZ DOMÍNGUEZ SDB ANTONIO GONZÁLEZ ROBLES SDB ESTEBAN GRIJALBO OBESO FEDERICO IBÁÑEZ PÉREZ SDB

    CARLOS MARÍA LABARTA TAPIA LUIS ALFONSO LABARTA TAPIA CARLOS LÓPEZ GUTIÉRREZ RICARDO LORENZO CANTALAPIEDRA SDB ISIDRO LOZANO LOZANO SDB LUIS LOZANO MERINO SDB JOSÉ LUIS LUENA PÉREZ SDB JOSÉ LUIS MORAL DE LA PARTE FERNANDO NIETO RODRÍGUEZ SDB LUIS ONRUBIA MIGUEL SDB HERMINIO OTERO MARTÍNEZ ÁNGEL PELLITERO SANTOS SDB BENITO PÉREZ HENARES JOSÉ RODRÍGUEZ GÓMEZ JOSÉ RAMÓN RODRÍGUEZ LAGO ALFREDO ROSCALES OLEA LUIS SÁNCHEZ ARINERO ÁNGEL SEGOVIA LARGO ATANASIO SERRANO GARCÍA SDB VIRGILIO RUBIO LÓPEZ JESÚS SÁEZ CRUZ SDB JOSÉ ANTONIO SAMANIEGO BURGOS SAMUEL SEGURA VALERO SDB ÁNGEL TÉLLEZ SÁNCHEZ SDB ÁNGEL TOVAR MARTÍN SDB JOSÉ ANTONIO UÑA SEIJAS CONSTANTINO DE LA VARGA FDEZ SDB CARLOS VEIRA PENOUCOS JESÚS ZAN LÓPEZ

    Publicación en PDF. Edición no venal. Primera edición: Navidad 2020 [31 de diciembre de 2020] Segunda edición: 24 de enero de 2021, fiesta de san Francisco de Sales © de los autores Corrección: Julio Revilla Coordinación y edición: Herminio Otero. Grupo Astudillo66 Comunicación de cambios y envío de añadidos: 609 267 686

    y [email protected]

    mailto:[email protected]

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    Presentación Todo sol casi sin sombras

    Más de medio millar de personas tuvimos la suerte de vivir de dos a tres años –por lo general tres– en el balneario de Las Salinas (Medina del Campo, Valladolid), desde 1959 hasta 1978. Eran años gozosos de la década prodigiosa (los sesenta, ) y de la década del cambio (los setenta) y nosotros éramos muy jóvenes con (casi) todo a nuestra disposición. Más de medio centenar de quienes fuimos habitantes de Las Salinas en esos años –un once por ciento, una proporción más que estimable– traemos aquí algunas de nuestros recuerdos y vivencias de aquella experiencia. Una experiencia que va unida a la evolución de la Iglesia y de la sociedad durante los casi 20 años que duró la presencia de los salesianos en las Salinas. Hemos agrupado las colaboraciones por años de estancia, que a su vez creemos que se pueden dividir en cuatro periodos bien diferenciados: 1959-1960: Puesta en marcha de Las Salinas. Inicia la obra don Macario Arconada con un grupo de aspirantes de 11-12 años. Tenía 34 años cuando llega a Las Salinas. Solo permanece un año. 1960-1966: Tiempos gloriosos. Se inicia el filosofado con don Cipriano San Millán. Tenía 46 años y llevaba 16 de sacerdote. La versión oficial resume: “Durante su sexenio [en Medina] se escribieron páginas hermosas de la historia de nuestra Inspectoría. En los años 1960-1966 él supo proteger y mimar a aquellos aprendices de salesianos que eran cerca de 80 estudiantes de Filosofía. Enamorado de la Congregación, nos ayudaba a dar rumbo a nuestra existencia, a no vivir en una eterna encrucijada, invitaba al grupo y a cada uno a abrir el corazón al mundo de lo bello, a enfrentar la vida con firmeza, a vivir en armonía con todos”. (J. L. Guzón, Semblanzas II, León 2004). Fue el primer filosofado de la Inspectoría. Hizo el noviciado en Villa Moglia (Italia) y profesó el 8 de septiembre de 1932, a los 18 años. Estudió la Filosofía en Foglizzo en los años 1932-1934. Su experiencia formativa, entroncada con los primeros salesianos tuvo mucho que ver sin duda con su gestión del Filosofado. 1966-1969: Tiempo de transición. Llega don Paco García, muy joven todavía –tenía 32 años y llevaba 6 de sacerdote–, y permanece tres años como director del Filosofado en un tiempo en que, a raíz del concilio Vaticano II, del Capítulo General especial y el mismo cambio de la sociedad, todo comenzó a cambiar más deprisa y más profundamente de lo previsto… Él mismo nos da su valoración en estas páginas, en las que habla de sus objetivos, de sus luchas y de su cansancio final. La biblioteca fue mejorando, pero de muy buena fuente sé que el mismo don Paco García era consciente de que el nivel de estudios podría mejorar, incluyendo en esa mejora a los profesores. Y no solo él. He aquí un hecho desconocido pero cierto. Don Ángel de Andrés dijo un día a don Tomás Díez: –Me tienes que dar dinero, que voy a Murcia. –¿Y eso? –Ya lo sabe el director. Voy a un cursillo de didáctica de Filosofía. –Pero, chico, el que más dinero gasta eres tú… y luego no lo luces… Don Ángel de Andrés, que era bueno, se echó a reír…

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    Ya habían pasado los primeros ocho años del filosofado y muchos eran conscientes de que el nivel no era el adecuado. 1969-1976: Cambio de generación y estilo: En los siete años siguientes el director es don Luis Lozano, que llegaba con 42 años y 15 de sacerdote. Aparece una nueva generación de salesianos, que además son menos, y desde 1972 a 1978 se incorporan también los filósofos de la Inspectoría de Madrid. Con todo, son muchos menos que en los primeros tiempos... y distintos. El incendio del desván en enero de 1976 es el principio del fin de Las Salinas, aunque esa no sea la causa fundamental. 1976-1977: Despedida y cierre de Las Salinas. Don Joaquín Egozcue, que había estado un año de estudiante, tres del trienio como profesor, y que llegó de nuevo como profesor en 1973, es nombrado director en 1976. Dos cursos más tarde, el Filosofado deja de estar en Las Salinas y se traslada a Valladolid. En algunos de los numerosos cursos que he impartido a profesores y educadores les pedía que recordaran algunos hechos significativos de su época escolar, ya fueran sus primeros años en la escuela o los años de Secundaria y Bachillerato. Cuando todos habían intervenido, les hacía ver cómo más del 95% recordaban excursiones, recreos, juegos, encuentros ocasionales, aventuras con amigos, anécdotas de todo tipo, o sea, por lo general, todo lo que sucedía fuera del aula, que es donde late la vida. Por eso propuse recuperar nuestras historias de Las Salinas y eso es también lo que aquí aparece. Pero, de nuevo, lo mismo que en la obras anteriores que hemos publicado, en el conjunto de esta memoria coral aparece también un poliedro luminoso y sugerente de un periodo –según muchos de nosotros– “positivo y maravilloso”, en el que, como me escribía recientemente don Luis Lozano, fue “todo sol casi sin sombras” y cuyas claves los estudiosos podrán descubrir. Estas historias, que sin duda han marcado la historia personal de quienes tuvimos la suerte de pasar unos años entre los plácidos muros –y pinos– de Las Salinas, son también parte de su historia. Los actuales dueños del Palacio de Las Salinas están dispuestos a organizar un encuentro entre quienes aquí hemos participado, que intentaremos llevar a cabo cuando nos veamos libres del coronavirus de este año 2020. Muchas gracias a todos por vuestra colaboración y vuestras aportaciones.

    Herminio Otero Navidad de 2020

    Los actuales dueños del Palacio de Las Salinas, Gerardo y Beatriz, con el coordinador de esta obra el 16 de febrero de 2020 en el comedor del balneario.

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    El gran hotel y hospederías de Las Salinas El nombre de Las Salinas, a cinco kilómetros de Medina del Campo (Valladolid), viene del hecho de que, en épocas de grandes lluvias, se embalsaba allí el agua y, cuando con el transcurso de los días se iba evaporando, aparecía un sedimento blanquecino que no eran otra cosa que depósitos de sal. Algunas personas acudían a aplicarse estas sales por el cuerpo y así se fue extendiéndose la noticia de que con aquellas sales se curaban las enfermedades de la piel y otras dolencias de los huesos y las articulaciones. En 1891 se construyó un pequeño hotelito con una casa de baños acondicionada con pilas de mármol para bañar a los enfermos. En 1893 las aguas fueron declaradas de utilidad pública para cada uno de los cuatro manantiales y, después, llegó la declaración de aguas mineromedicinales. El balneario presumía de tener las terceras mejores aguas madre de Europa, que mejoraban, y hasta curan, dolencias en la piel y en los huesos.

    El gran Hotel de Las Salinas, levantado por la Sociedad de Aguas y Balneario de Medina del Campo, fue construido por los mismos arquitectos del Palacio de la Magdalena en Santander y se inauguró en 1912. Siempre fue alabado por su armoniosa composición, sus sorprendentes dimensiones y el entorno natural que lo envuelve.

    Arriba, vista general del balneario (1914) y, abajo, vista desde la entrada (1915).

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    En 1918 se levantó una capilla acorde con el nuevo edificio, dedicada a la Virgen del Carmen. Con motivo del cambio de milenio, en 2001 se transformó, por encargo de Naciones Unidas, en Capilla del Milenio. El artista Cristóbal Gabarrón transformó su interior: planteó un recorrido por la historia de la humanidad de los últimos dos mil años a través de pinturas murales.

    Alrededor del balneario, uno de los más concurridos de su época, la sociedad propietaria mantuvo el hotel antiguo y creó una hospedería y la denominada Villa Alegre.

    Hotel San Rafael y Villa Julia frente a la entrada al balneario. 1918-1919.

    Interior de la Capilla (hacia 1920), que después se convirtió en teatro y ahora ha sido recuperada como Capilla del Milenio.

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    A la vez, pronto aparecieron en los alrededores otras hosterías de diversa categoría destinados a acoger a los numerosos bañistas.

    El inicial servicio permanente de coches de caballos, que unía la estación del ferrocarril con los establecimientos del balneario, fue sustituido posteriormente, en 1920, por dos vehículos a motor. [Ver en la imagen uno de ellos, restaurado]. Al final del primer tercio del siglo XX el balneario decayó y se fue convirtiendo, sucesivamente, en cuartel, hospital de campaña (“Hospital de moros”), sede de la Sección Femenina, hospicio del Auxilio Social y seminario salesiano, primero de aspirantes (1959-1961) y después filosofado (1960-1978). En la actualidad está de nuevo acondicionado como balneario con el título de Palacio de Las Salinas.

    Herminio Otero

    Reciente exposición del vehículo –restaurado por ASVAFER– que hacía el servicio de viajeros entre el balneario, el centro de Medina del Campo y la estación de ferrocarril desde 1920. (Foto: Julio Revilla)

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    El balneario Las Salinas de Medina del Campo y los Salesianos

    El conjunto de los terrenos y edificaciones llamados Hogar Castilla y Balneario de Las Salinas de Medina del Campo (según Catastro: 7 hectáreas, 46 áreas y 25 centiáreas de terreno y edificaciones; finca 111 en jurisdicción de Medina del Campo y fincas 25 y 29, “el Campillo”, en jurisdicción de Velascálvaro) fue comprado por la Congregación Salesiana de San Francisco de Sales, representada por el Rvdo. D. Emilio Corrales Garrido, a la Delegación Nacional de Auxilio Social, representada por el Delegado Nacional de dicho organismo público, Ilmo. Sr. D. Antonio María de Oriol y Urquijo, el 14 de mayo de 1959. El importe que pagó la Congregación Salesiana por los terrenos y las edificaciones, en estado de abandono en la citada fecha, fue de 4.800.000 pesetas. (Notario de Madrid D. Eduardo Romero Fernández, protocolo 1.022). El mismo conjunto de los terrenos y edificaciones posteriores, en buen estado de conservación y con muchas mejoras llevadas a cabo por los PP. Salesianos en el edificio y finca, que estuvieron dedicados a centro de Educación y Enseñanzas para los miembros de la citada Congregación durante 20 años, fue vendido por D. Filiberto Rodríguez Martín, como apoderado y en representación de la Congregación Salesiana, Inspectoría de Santiago el Mayor, a ENTERPRISE, S. A., representada por su apoderado general D. Luis Gregorio Esteban Palomero. Este, el 19 de julio de 1988, entregó a D. Filiberto, como importe de lo comprado, un efecto numerado, por valor de 65.000.000 de pesetas, con vencimiento el 20 de noviembre de 1988. A partir de esta fecha y levantada la Escritura Notarial correspondiente (Timbre del Estado, clase 8ª, 1 B 1623276), quedaron como dueños de la finca y sus inmuebles ENTERPRISE S. A. y su legal representante D. Luis Gregorio Esteban Palomero, apoderado general de la misma. Hospital de la Guardia Mora y Auxilio Social [Ver los orígenes del Balneario en las dos páginas anteriores.] En 1936 (con motivo de la Guerra Civil) la finca y todo el balneario se convirtió en Hospital de la Guardia Mora del General Franco. Acabada la contienda y en fechas cuyos datos no conozco, el inmueble pasó a pertenecer y a usar la Organización Nacional de Auxilio Social, fundada por Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo Ortega. La organización de Auxilio Social convirtió las dependencias del Hospital Balneario en el denominado Hogar Isabel de Castilla. Aquí, hacia los años 1940-1943, vivieron acogidos por Auxilio Social muchos niños huérfanos de la contienda; desconozco cuánto duró este internado social; puede conocerse acudiendo al Archivo Nacional o en el Provincial de Valladolid, en la sección de Hogares de Auxilio Social. Dos años con aspirantes y 18 con estudiantes de Filosofía En 1959, 19 de agosto, se erigió canónicamente la comunidad salesiana de Las Salinas, llegando los primeros salesianos el día 4 de septiembre, bajo la dirección del Rvdo. D. Macario Arconada. Iniciaron el curso 1959-1960 un grupo de unos 40

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    niños, jóvenes aspirantes a futuros salesianos, y ya en el curso 1960-1961, bajo la dirección del Rvdo. D. Cipriano San Millán, llegó otro grupo de jóvenes aspirantes de 1º, que se unieron a los profesos de primero y segundo año de Filosofía; estos cursaban estudios de formación que les capacitarían luego para la enseñanza. Estos cursos –desde el tercer año formados ya solo por estudiantes de Filosofía–se prolongaron, en diferentes promociones de salesianos hasta finalizar el año académico 1977-1978. A partir de esta fecha, aún se mantuvo un retén de tres salesianos, a la espera de encontrar comprador para las instalaciones y la finca. Durante varios veranos, los salesianos cedieron el centro para descanso y solaz de colectivos de discapacitados o de niños y niñas de instituciones benéficas, fundamentalmente de Madrid. Cierre canónico de la comunidad En junio de 1987 el provincial D. Alfonso Milán pidió permiso a Roma para la venta de toda la finca e inmueble y el 24 de junio de 1987 se cerró canónicamente la casa, que un año después compraron D. Luis Gregorio Esteban Palomero y el torero zamorano Andrés Vázquez, “el Nono”. Estos, más tarde (¿1996?), venderían la propiedad a los actuales dueños. Incendio del desván y venta del edificio Durante los años que los salesianos estuvieron en Las Salinas, ocurrió un episodio de graves consecuencias de tipo económico: el incendio de los desvanes del edificio. Sucedió el 9 de enero de 1976 y lo encontramos narrado en La Voz de Medina del día 17 enero, ocho días después del suceso. Los desperfectos y pérdidas materiales se aproximaron a la elevada cantidad de 17.000.000 de pesetas. Subsanados estos desperfectos de elevado coste, el percance, unido a los profundos cambios sociorreligiosos del postconcilio Vaticano II, aceleró la salida, primero de los estudiantes salesianos, al acabar el curso 1977-1978, seguida de una prolongada situación de espera en vacío, hasta el definitivo abandono y venta de la propiedad en julio de 1988. En las obras de remodelación y adecuación del edificio para sus nuevas funciones, tras la venta de los salesianos, también se produjo la trágica muerte de una trabajadora, al caerse desde el tejado del edificio central, y de una niña que cayó de una escalera en obras. El arquitecto que llevó a cabo la reforma de adecuación actual fue D. Juan José Escudero Fernández-Larrea. Dos familias cercanas Siempre tendrán un lugar privilegiado en el recuerdo de los salesianos dos familias, entre otras, que formaron parte importante por su cercanía y colaboración con la comunidad salesiana: la del Sr. Maxi (Maximiliano Méndez Rodríguez), hoy aún están su hija Herminia y su hijo Desiderio, y la del Sr. Mateo Fernández, con sus hijos Maruja, Ángel, Hortensia y Laura (están delante de Mateo en la foto de la página siguiente), y finalmente, el pequeño, Fernando. Todos ellos crecieron rodeados de jóvenes salesianos, quienes, a su vez, les proporcionaron apoyo y formación.

    Casimiro Bodelón Sánchez

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    UNA FOTO HISTÓRICA

    En la foto (1960) se encuentran tres salesianos (Antonio Álvarez Villalón detrás de Félix Bartolomé –con su reconocida gabardina– y, a la derecha, don Isauro García) en medio de las familias que tuvieron mucha relación con los salesianos. A la izquierda está, con su nieta, Marcela, que es la mujer de Cirilo (al lado del señor Félix), guardés de la casa cuna de las monjas de Madrid y el que nos arreglaba el calzado; detrás de ella está su hijo y al lado la hija con su marido (el primero de todos). En el centro, el señor Maxi, guardés del Balneario desde la Guerra, que tuvo a Herminia y Desiderio (delante de él). A la derecha, detrás de don Isauro, está Eusebio –guardián de la finca lateral a la nuestra, donde veraneaban los niños que atendían las Hijas de la Caridad– y su hija (delante de él). Su mujer, Verónica, está a la derecha del todo, con su hijo Javier en brazos. En el centro, con la botella, Mateo Fernández, que cultivaba las tierras alrededor de las Salinas y tuvo cinco hijos: Maruja, Ángel, Hortensia, Laura y, finalmente, el pequeño, Fernando.

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    1959-1960 Puesta en marcha

    Director: Don Macario Arconada

    Momento de descanso en un acto académico en el colegio de Orense, quizás en 1957 o 1958. De izquierda a derecha: Tomás Díez (administrador de Las Salinas de 1966 a 1969), Emilio Mata, Arsenio Fernández, Macario Arconada [primer director de Las Salinas (1959-1960)], Ramón Viso, Emilio Alonso, Juan Saco y, durmiendo, Emilio Montero, canónigo de la Catedral que vivió un tiempo con los Salesianos.

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    Primeros moradores en Las Salinas Grupo de aspirantes (1959-1960)

    Este grupo de 1959, corresponde a los primeros moradores salesianos de Las Salinas; los nombres de los superiores, de izquierda a derecha son: Carlos Casado, coadjutor, Deodato Robles, id, Constancio Manero, id, don Miguel Delgado, sac., don Macario Arconada, director, don Gregorio Aranda, administrador, Sr. Félix Bartolomé, coad., Julián Amor, id., Sr. Maxi y Cayetano Álvarez, coad. El grupo de jóvenes alumnos eran aspirantes a futuros salesianos, que al año siguiente se fueron a continuar sus estudios a Allariz (Orense). Entre ellos están quienes colaboran en esta obra:

    • Ángel Téllez (fila superior, delante de la columna central). • Fausto Casas (a la derecha de Ángel Téllez, ante la ventana que se ve al

    fondo).

    • Luis Alfonso Labarta (primero a la izquierda tras la fila de los superiores). • Benito Pérez (tercero a la izquierda dos filas tras los superiores). • Silvino Barrio (fila superior, segundo a la izquierda). • Julián Gordo (el primero por la derecha de la tercera fila tras los superiores,

    salesiano; murió en Argentina en 2019.

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    DE FUENTE EL SOL A LAS SALINAS Ángel Téllez Sánchez SDB 1959-1960

    Doctor en Teología (Salamanca). Fue rector de Calvo Sotelo, director y párroco de Valladolid y es párroco de San Juan Bosco en Paseo Extremadura de Madrid.

    Fuente el Sol es un pueblo del sur de la provincia de Valladolid lindante con la provincia de Ávila. Por él pasó santa Teresa con la intención de hacer su segunda fundación, pero no se entendió con la Señora de Fuente el Sol (Doña María Juárez de Herrera). Sin embargo, a través de ella, fundó en Medina del Campo. Don Bosco tuvo más suerte y sacó sin dificultad, a través de don Rosendo González, un aspirante para poblar el recién comprado Palacio de las Salinas, sito a cinco kilómetros de la Villa de Medina en una finca de cinco hectáreas, rodeada toda ella de una tapia de ladrillo. La verdad es que, dadas las condiciones, fue barato en su compra por los Salesianos.

    El edificio, llamado Gran Hotel, construido en 1911 por el mismo arquitecto que el Palacio de la Magdalena, fue pensado para Balneario real y así ejerció varios años. Los avatares de nuestra contienda nacional del 1936 al 1939, hicieron que se convirtiera en cuartel y hospital de campaña franquista. Siendo niño en el pueblo contaba la gente cómo se escapaban hasta mi pueblo –a unos a 10 kilómetros– los llamados

    “moros”. Pasados estos años, estuvo siendo sede la Sección Femenina-Auxilio Social. A esta Institución se lo compraron los salesianos para Seminario, primero de Bachillerato (dos años) y luego de estudiantado de Filosofía, desde 1960 hasta 1977. El Palacio inicial se convierte primero en un Colegio “menor” y un año después en Colegio “mayor”. En el fondo de la tierra seguían presentes las aguas que, a finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve, había dado origen al complejo termal “Las Salinas”. Están situadas a 4 km de la Villa de Medina del Campo, muy célebre en tiempos pasados por sus mercados. Allí se firmó la primera letra de cambio, como consta en el monolito de la Plaza Mayor.

    Carlos Martínez Voces con Ángel Téllez ante la fachada de Las Salinas, cincuenta años después de su primera estancia en el balneario.

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    Salida del pueblo Eran las tres de la tarde de un caluroso 9 de septiembre de 1959. Todo hacía presagiar que al final de la tarde se formaría una tormenta. Eusebio y Guadalupe, mis padres, prepararon todo, colchón incluido, y salimos del pueblo a esa hora en el remolque de dos ruedas, del tío Ismael, tirado por la burra del tío Domitilo. No era la primera vez que mi padre hacía este viaje en carruaje a Las Salinas. Había sido bien calculada la duración del viaje. Hacia las cuatro y algo habíamos recorrido los 10 kilómetros que separaban Las Salinas de mi pueblo. Llegamos ante el Palacio, llamado Gran Hotel, con un sol espléndido. Todo ese terreno era bien conocido de mi padre, albañil-constructor de casas. Años atrás habían derribado otro Palacio, cercano al actual y los materiales se revendían a buen precio y eran de excelente calidad, sobre todo las maderas del norte. Todas las puertas de mi casa eran de ese derribo. La llegada A la entrada de la finca, en cuyo centro está el Palacio, había una puerta. Un corto camino te llevaba a la entrada principal. Ya había por allí siete aspirantes: Fernando Gómez y seis más de Santander. Aparece el primer salesiano, don Gregorio Aranda, bueno y amable, alegre y sencillo. Enseguida congenió con mis padres. Su familia tenía raíces en un pueblo cercano. Se llevaron una impresión optima de él. –Parece que hemos dejado a nuestro hijo en buenas manos –pudo decir mi padre. Mis padres, por temor a la tormenta que se avecinaba, se dieron prisa en meter el colchón, la maleta y poco más y hacerme la cama en el local que hoy es cafetería. Dimos una vuelta por la casa y, previsores, querían a toda costa evitar la tormenta y, si la había, que no se calaran. Habían llevado sacos vacíos de cemento, por si las nubes descargaban… que lo hicieron, más tarde, y bien. Nos despedimos hasta pronto. En realidad, tres días después, el día del Pilar, pensaba ir a verme, para ver, entre otras cosas, qué tal comíamos. Y esa fue la pregunta que me hizo. Los compañeros de Santander (Piñuela, Labarta, Sobrón, Quevedo, Landazábal y Brugos) y Fernando, como si me conocieran de siempre me agarraron y a correr por toda la casa, hablando por teléfono a través de las tuberías de los radiadores, subiendo y bajando escaleras…, asomándonos por las ventanas. Luego, por la finca. Tan solo había dos salesianos en ese momento.

    Fuente el Sol, a diez kilómetros de Las Salinas, de donde salió Ángel Téllez.

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    La gran mojada Eran las siete en punto de la tarde. Diluviaba. A la puerta principal llega un autobús. Pasaba a diario por mi pueblo. Era conocido el conductor. Esta vez, cargado de aspirantes y salesianos. Destacaba bajando del coche y con paraguas en mano el director, don Macario Arconada. Tras él, los otros salesianos entremezclados con los aspirantes. Hasta 50. Los salesianos, creo que eran siete: Sr. Félix (Caramba), señor Manero, Julián Amor, Deodato Robles y Carlos Casado, y don Jesús Ursicino con sotana. Los otros eran todos coadjutores.

    Lo primero, un saludo en el vestíbulo de entrada. Solemne por la lámpara y el techo alto. Los nuevos compañeros se van acomodando en el dormitorio. Al finalizar, ya cayendo el día, visitamos los locales que vamos a usar. Se dan los primeros horarios, normas de comportamiento…, etc. Se nota, sobre todo por la estatura y también por la

    cara, que hay edades diferentes, desde los 11 años a los 14 ya cumplidos. La cena será el primer acto comunitario y, para la mayoría, tiene su novedad. La vida diaria El día 10 de octubre trascurre todo él con preparativos para iniciar el curso primero de bachillerato. Hay paseo por el entorno cercano. Bastante pinar en los alrededores. Ya el día tercero aparece el clérigo don Miguel Delgado y el coadjutor don Cayetano Álvarez. Coincide que, llegados estos dos últimos salesianos, cambian a don Jesús a Llaranes-Avilés, donde había un pequeño colegio salesiano. Don Cayetano hace su presentación oficial al mediodía en el comedor. Es el asistente. Don Miguel lo había hecho por la mañana. Tuvimos paseo por la tarde y nos contó que venía de Cambados. Le habían cambiado de casa al empezar su trienio. Añoraba Cambados. Era palentino y ya conocía Castilla. El saludo de Cayetano es más típico: bendice la mesa en la comida y se dedica a pasar a saludar a cada uno haciendo sonar tras la oreja un llavero que llevaba, esbozando una gran sonrisa que calaba… Vestía sencillo, pero elegante. Los quince primeros días íbamos de mañanita y al caer la tarde a rezar a la capilla, que aún existe en el exterior del gran edificio en un lateral del bosque. Actualmente está convertida en museo por Gabarrón.

    Ángel Téllez señala en 2010 el lugar donde dormía en 1959 en lo que fue salón de baile del balneario, dormitorio, capilla y ahora es bar del balneario.

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    Continuando con el ritmo del primer día, se iban clarificando las cosas. Los días siguientes se precisan aún más los horarios, las normas de comportamiento. Se reparten los libros. Se juega y goza en los recreos. Se van aprendiendo las oraciones básicas, algunas en latín. Se pasea ampliamente por los pinares… Trascurridas unas tres semanas, se prepara una capilla en el interior de la casa. Se situaba al final del largo pasillo que nacía a la salida del dormitorio y desembocaba en la puerta de salida al patio. Más tarde, en ese local, se ubicarían unos amplios servicios. Aunque cada día tenía su novedad, había una cierta monotonía diaria. La mayor novedad llegaba con el fin de semana, que comenzaba el sábado tarde con la “limpieza-ducha” y luego el domingo, en el que, además de las dos misas, solía haber competiciones deportivas, sobre todo de baloncesto. Algunos aspectos destacables Tras una primera mirada general, voy a relatar algunos detalles que se me grabaron más en la memoria, sin por eso agotar los recuerdos que, sobre todo, brotan cuando en conversaciones de amigos te pones relajadamente a recordar. 1. De bañeras, camiones y melones Durante el primer mes nos visitaron algunos camiones desde Madrid. Venían para llevarse las bañeras que había esparcidas por los exteriores. Me suena el número 50. A pesar de los años que llevaba sin funcionar como balneario, estaban en muy buen estado. La mayoría eran de mármol, aunque había algunas que no. Otras veces venían camiones-cisterna. Venían desde Madrid a buscar aguas, buenas para los huesos y para la piel. No en vano se llamaban Las Salinas. Hubo algún camión, este no venía de Madrid, cargado de melones. Se distribuían en la buhardilla. Allí duraron meses en buen estado. Era el postre diario en la comida. Duraron desde mediados de octubre hasta finales de enero. A la par que los melones, llegó también algún camión cargado de leña. Los inviernos eran fríos y había que calentar, al menos, los locales que se usaban del Gran Palacio. Así, el comedor, la capilla, el estudio y dormitorio. El comedor, como era muy amplio, la mitad se usaba como patio para los días de lluvia o mucho frio. 2. Recreos de la merienda En los recreos de la merienda, que duraban tres cuartos de hora, no había juegos. Con el pan y chocolate en la mano y comido cuanto antes mejor, nos encaminamos a limpiar el bosque que tenía una capa densa de hojas podridas que había hecho un manto denso. Esta labor dura varios meses. 3. Teatros de los domingos Como había tanto coadjutor, el arte abundaba. Además de verdad. Sainetes y teatros cada domingo. Poco a poco iban metiendo a algún aspirante. Realmente, si nosotros éramos la huerta, ellos eran la alegría. Qué bien: La alegría de la huerta (ya con zarzuela). Ya sonaba eso de la zarzuela. El teatro estaba subiendo la escalera central a la derecha, donde en Filosofía estaba la biblioteca.

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    4. Ausencia del futbol ¡Quién lo iba a decir, pero así fue! No jugábamos al fútbol. El razonamiento del señor director era que no se podía gastar dinero en arreglar zapatos. Entonces, mejor no dar golpes con ellos al balón. Se jugaba a la bandera, a baloncesto, a correr… Y a otros juegos.

    5. Paseos Los alrededores estaban poblados de bastante pinar, la ciudad estaba a 5 kilómetros, había praderas cercanas propicias para campos de juego… Todo esto hacía que los paseos de jueves y domingos fuesen muy apetecidos. Además, algunos días se podía alquilar una bicicleta bastante maja que habían llevado de la Fontana-León, donde se acababa de vender una casa y finca que habíamos tenido –para comprar Medina– y que años más tarde se volvería a comprar. Sólo con pagar una módica cuota podías dar un paseo hasta que te perdiera de vista el asistente. Había que calcularlo. Como teníamos dinerillos, que nos guardaba el administrador, todo era posible. 6. Navidades Las primeras navidades fuera de la familia fueron en Medina. Y continuó en el resto del aspirantado. Para mí eran días entrañables. Veladas, teatros, cantos, villancicos, juegos, paseos, tiempo para leer… y, aunque frugales, buenas comidas. Todo hacía que el recuerdo de la familia, al menos en mí, se aminorara. 7. Por San Juan Bosco, viaje a Arévalo Por primera vez la mayoría celebrábamos la primera fiesta de Don Bosco. Y fue original, porque ese día, elegantes y con algo de frío, nos encaminamos a coger el tren a Medina para ir a Arévalo. Se inauguraba el teatro. Fue una buena experiencia. Se representó la obra de teatro titulada La diosa Blanca y estaba allí la banda de San Fernando de Madrid. Tuvimos contacto con muchísimos compañeros de cursos superiores de la vecina inspectoría de San Juan Bosco, con sede central en Madrid. Por allí andaba Félix Rueda, entre otros. Nosotros, en Las Salinas de Medina,

    Jóvenes ciclistas junto a la entrada al balneario (hacia 1920). A la derecha, Ángel Téllez cuarenta años más tarde en el mismo lugar.

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    pertenecíamos a la Inspectoría de Santiago el Mayor, con sede central en Zamora hasta su cambio a León ya a finales de la década de los sesenta o inicios de los setenta. 8. Gesto significativo Un gesto se me grabó para toda mi vida. Uno de tantos días, ya mediado el curso, vi y vimos todos cómo un profesor lloraba sentado en la silla detrás de la mesa. Era por el mal comportamiento de un alumno. En lugar de castigar al compañero puso en juego su amabilidad y bondad creativas. Era así de sencillo y también alegre. Con unas breves palabras quiso ilustrar el gesto. Nos impactó a todos. Sirvió mucho más que una riña. 9. Ejercicios espirituales Tuvimos los primeros ejercicios espirituales. Realmente supuso una nueva experiencia. Nos los predicó don Ignacio Díez. Fueron impactantes. Nos metió en el infierno, como se solía hacer entonces al plantear el tema del pecado. Creo que luego nos sacó. Años después, en la profesión perpetua en Villagarcía de Arosa, volvió a predicarlos él, pero ya fueron diferentes. ¡Menos mal! 10. Llega el señor Inspector De ordinario nos visitaba don Rosendo González, ecónomo y reclutador de vocaciones. También se le llamaba “el cazador”. Era de todos muy conocido, sobre todo por el examen que nos hizo de ingreso. A mí me tocó en un aula perteneciente a la Iglesia penitencial de Las Angustias de Valladolid. Don Rosendo era amigo de don Remigio Arconada, que estaba al cargo de esa Iglesia. Nos hablaban del señor Inspector, pero éste no acababa de aparecer. Parece ser que tenía una enfermedad de tipo ciática que le duró mucho y le impedía viajar. Por fin llegó y conocimos al gran don Emilio Corrales, natural de Talavera de la Reina. Fue el hombre de referencia como inspector para muchos años. Exactamente hasta septiembre de 1966. 11. Exámenes finales con jurado bajo los pinos Había exámenes trimestrales, semestrales y finales. Estos últimos fueron muy bucólicos. Bajo los enormes pinos que había en la revuelta del camino, ya hacia la puerta principal, colocaron unas mesas para el tribunal. Solo para algunas asignaturas. Al menos eran dos profesores: el clérigo y el nuevo sacerdote llegado de Carabanchel, don Salva [Salvador Fernández]. Recuerdo que en Geografía me preguntaron los partidos judiciales de Barcelona. Desde entonces me ha sonado especial el de Igualada. 12. Clases de verano con don Salvador en el Comedor A finales de junio llegó Salvador Fernández recién ordenado de cura. Era agradabilísimo en su trato. Teníamos clases de verano y eran en una parte del comedor, convertido en estudio. Antes estaba en el primer piso y habían comenzado las obras de derribo y acomodación para el año siguiente. En la clase de don Salva, entre otras cosas, nos enseñaba a leer de forma que fueran los ojos por delante de lo que pronunciabas. Su testimonio era magnífico.

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    13. Vacaciones en casa y familiares Mi padre precisaba ayudante para unas obras familiares. Uno de esos días que fue a verme se lo comentó en conversación con don Salvador Fernández. Este le dijo: –Sí, sí, ya verá cómo es posible. Yo voy con usted a decírselo al director. Y este no puso pega ninguna. Eso hizo que me fuera quince días antes. La verdad es que, siendo sincero, con la familia se estaba bien, pero el trabajo de albañil nunca me gustó. Breve valoración y punto final • Pasó el primer año. Fue un año muy feliz. Crecí y maduré en mi personalidad,

    también en la dimensión religiosa. Yo seguía firme en mi propósito de querer ser salesiano. Me sentía inclinado y llamado a ese tipo de vida. Y a eso fui a Las Salinas. Y a eso marché, un mes después, a Allariz (Ourense).

    • Cuando marché el 1 de agosto estaban iniciadas las obras de adaptación para que al curso siguiente fuera aspirantado y estudiantado de Filosofía. Se había iniciado la obra de tirar tabiques y algunos techos. El recuerdo que tengo es que en algunos momentos había que picar duro. Era un trabajo inmenso en el que se habían involucrado algunos salesianos, ayudados en lo posible por los aspirantes.

    Al año siguiente, en las cortas vacaciones de verano, a la vuelta de Allariz (Ourense), fui a Las Salinas en plan de visita, sobre todo a Cayetano Álvarez. Las encontré muy cambiadas, sobre todo en el interior. Hice el viaje en bicicleta desde mi pueblo. Antes de entrar en el recinto me encontré una escena un tanto “típica”. Limpiaban la zanja de desagüe los estudiantes de filosofía, bastante enfangados y con la sotana o guardapolvos regazado. Estaban a la altura de la huerta del vecino Mateo. Entre otros menesteres yo iba a saludar a Casimiro Bodelón y llevarle los saludos de su hermano Bernardo, clérigo que fue y profesor de francés en segundo de bachiller en Allariz. También me encontré por allí con Manuel Herrero (albañil), aspirante que fue posteriormente en Cambados. Entre los “trabajadores de saneamiento” estaba nuestro Pacheco y todo su curso. Allí estaban las futuras glorias de la Inspectoría: inspectores, poetas y literatos, historiadores, grandes psicólogos… y directores múltiples y variopintos. Ya construían inspectoría desde el fango, que sería “signo pasajero” pero, bien mirado, un signo de encarnación… y crecimiento por lo que llevaba de solidaridad. Pero no dejaba de ser llamativa la escena. Este paseo, desde mi pueblo a Las Salinas, lo repetí en los años siguientes en tiempo de vacaciones. Hubo una excepción: a finales de quinto curso no hay vacaciones en casa de la familia. ¿Por el posible relajamiento? Vete a ver. No hubo vacaciones y fuimos a Astudillo para iniciar el Noviciado. Al acabar el año de noviciado volví a Las Salinas a estudiar los años de Filosofía. Una experiencia nueva y diferente. Ni mejor ni peor. Distinta. [Ver en la página 123]

    Madrid, noviembre de 2020

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    UN LUGAR ENCANTADOR Fausto Casas García 1959-1960

    Hizo Magisterio (Bilbao). Trabajó en Recursos Humanos en Iberdrola, primero en la rama de Administración y más tarde como técnico de formación

    de Prevención de riesgos laborales La llegada de los Salesianos a Medina del Campo en 1959 fue un punto y aparte para un precioso palacio de principios del siglo XX, llamado Las Salinas, que en ese año quedó convertido en un seminario de formación religiosa para aspirantes a futuros miembros de la Congregación. Este magnífico centro religioso se enmarca en mi vida como un lugar especial de formación, ya que allí comenzaron a hacerse realidad mis sueños de niño un 9 de octubre de 1959, fecha de ingreso, para hacer primer curso de aspirantado y al que, cinco años más tarde, regresé de nuevo para hacer Filosofía después de pasar previamente por Allariz, Cambados y Astudillo. ¡Qué recuerdos más entrañables tengo de aquella época! Allí encontré gente maravillosa, que seguro hoy en día, después de tantos años, recuerdan con gratitud y admiración el buen hacer de unos profesores estupendos, dedicados con total entrega a su labor de enseñanza religiosa y cultural. En los años de mi estancia en Las Salinas, un lugar por cierto encantador, sucedieron muchas cosas y anécdotas inolvidables, que aquí quiero contar y que a bote pronto, recuerdo en estos momentos.

    La vida en Las Salinas era muy organizada, disciplinada y divertida a la vez, ya que para aquellos preadolescentes de los 60, venidos la mayoría de zonas rurales, todo

    Fiesta en el patio de Las Salinas (1960). Fausto, con abrigo, tocaba un tambor junto a don Gregorio Aranda (de espaldas).

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    era novedoso, atractivo y con expectativas de un futuro apasionante en la obra de Don Bosco. Quiero en primer lugar tener un recuerdo especial de admiración para don Macario Arconada, director, para don Gregorio Aranda y para don Miguel Delgado, que hicieron que 1959 fuera un año extraordinario en los estudios de primero de Bachiller, donde la asignatura de Latín era la protagonista más relevante de todas. ¡Qué comienzos aquellos con la famosa declinación del Rosa, rosae…! Pero no se quedaban atrás otras asignaturas, que, como las Matemáticas, la Literatura, la Historia, etc., hacían que algunos compañeros, los más destacados de la clase, ya apuntaran buenas maneras de futuros grandes maestros en estas materias. También quiero decir que Las Salinas era un lugar privilegiado, pues en su recinto existían aguas medicinales con propiedades curativas, que nos servían de alivio y solución terapéutica para los que, como yo, padecíamos de sabañones, lavándonos las zonas afectadas con cierta frecuencia. No en vano hoy día es un magnífico Balneario de fama nacional, al que hace unos años tuve la oportunidad de visitar y disfrutar de sus instalaciones y de la bondad de sus aguas termales. En otro orden de cosas, recuerdo los grandes paseos que nos dábamos los jueves y domingos por las cercanías del colegio, Campillo, Rubí, Medina, etc. y sobre todo por las grandes zonas de los pinares del entorno. Recuerdo con satisfacción nuestros inicios en el mundo del teatro, la música, el futbol, baloncesto, por cierto en un campo bastante rudimentario al principio, que más tarde adecentamos con un gran esfuerzo, pero con ilusión, para este menester, donde algunos compañeros muy aficionados a este deporte, como mi buen amigo Ángel Téllez, hacían sus pinitos de buenos baloncestistas.

    Y no me quiero extender más en este primer curso de aspirantado, ya que cinco años más tarde volví a Las Salinas para comenzar los tres cursos reglamentarios de Filosofía. [Ver la página 118]

    Bilbao, 6 de diciembre de 2020

    Fausto Casas en primero de Bachillerato (1959) y de visita en 2010 en Las Salinas

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    FRÍO…, CREO RECORDAR

    Luis Alfonso Labarta Tapia 1959-1960 Administrativo. Trabajó en Seguros Generali.

    En 1969, con trece años, me incorporé al aspirantado salesiano… en Las Salinas, en Medina del Campo, para hacer el primer curso. Nosotros inauguramos aquel palacio... pero tuvimos que trabajar muy duro para acondicionarlo. Quizás aquel trabajo que realizamos nos vino muy bien para superar los fríos pero secos inviernos de Castilla. Llegamos unos cincuenta chavales con ojos como platos frente al espectáculo que se nos ofrecía solo para nosotros. Unos seis éramos de Santander... agarrados como una piña, pues lo único que conocíamos era el colegio salesiano del Alta en Santander; llegamos acompañados de don Mariano Fernández, hermano mayor de todos nosotros con el que habíamos creado un vínculo muy afectuoso ya en dicho colegio. De Santander estábamos yo (con perdón por nombrarme el primero, pero así no me olvido de mí), estaba Juan José Brugos, Landazábal, Francisco Quevedo, Marcelino Sobrón, Ramón Piñuela... y otros que la memoria no acierta a recordar Aquel día pisamos por primera vez aquella enorme finca desangelada y fría. Un enorme palacio, que a mí me recordaba el estilo del Palacio de la Magdalena en Santander. Enormes salones vacíos; campos interminables y pozos cuyo olor fétido a azufre nos llamaba tanto la atención, acostumbrados a nuestra casita familiar de apenas 60 metros cuadrados... Amaneció el primer día y nos topamos con la primera realidad en nuestras nuevas vidas, alejados de nuestros padres, pero ansiosos de iniciar nuestra especial aventura. La primera experiencia fue el frío intenso de Castilla; frío pero seco, de modo que con dos carreras se sufría amablemente. Lo malo era sentarse en aquella inmensa aula de estudio, con muchos radiadores alrededor pero que no funcionaban en absoluto. Abrigos y bufandas bien colocados eran nuestra estufas... y el calor animal que despedíamos en el grupo, una ventaja más. La cocina y el comedor estaban en la planta baja en la zona oeste. Enfrente, en zona sur, una pequeña capilla, al estilo de las antiguas catedrales sin bancos. El aula de estudios, en la primera planta. Y el dormitorio, creo recordar se encontraba en planta baja, en la zona este (donde más tarde se instaló la iglesia).

    Los hermanos Labarta (Carlos María y Luis Alfonso) el 5 de septiembre de 1960, un día antes de ir a Allariz.

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    Una gran escalinata desde el vestíbulo principal, comunicaba todas las plantas. Aunque... desde la cocina, al otro lado del pasillo, existía una estrecha escalera con barandilla destartalada y muy oscura que daba acceso a todos los pisos superiores, incluyendo el enorme desván diáfano y vacío y con vigas de madera por el suelo. Frente al palacete, en la calle, en la zona sur, recuerdo un enorme arbolado que ya en otoño nos tocaba barrer con escobas de brezo cada mañana, con una cantidad de hojarasca que era interminable...

    En la zona norte, apartado del edificio, existían unos pequeños apartados o almacenes donde se hacía destilación, en un pequeño alambique, de orujos (o algo así). Recuerdo mucho los pinares que teníamos alrededor de la finca y a los que íbamos a pasear. Sitios donde correteábamos felices y que nos aislaban todavía más del resto de los mortales y de sus poblaciones. El frío, aquel año, es lo que más recuerdos me reporta. Padecí de sabañones (que yo no conocía), pero que me abrasaron las manos y los pies. Recuerdo aquel pobre coadjutor (se llamaba

    Julián Amor) que se volvía loco tratando de curar mis manos, cuyos nudillos dejaban ya vislumbrar hasta el hueso... pero encontró una solución (no sé si fue milagro o que se acabó el frío) que acabó con mi sufrimiento: la mantequilla. ¡Santo remedio! Nuestro director era don Macario Arconada. Un hombre empeñado en que nuestra alimentación fuera excelente, pues la edad así lo exigía. De los demás superiores, la memoria me hace fallar. Quizá sus caras y algunos hechos, pero sus nombres… quedan vola-tizados en el tiempo y la distancia. [Ver su estancia posterior en la página 120].

    Santander, 9 de diciembre de 2020

    Grupo de Santander en Cambados en 1963: Marcelino Sobrón, Carlos Lama, Juan José Brugos, don Francisco Chomón, Luis Alfonso Labarta y su hermano Carlos María Labarta. En negrita los que fueron primeros moradores de Medina.

    ¡Sabañones!

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    UN AUTÉNTICO JARDÍN Benito Pérez Henares 1959-1960

    Profesor de EGB y Diplomado Social. Trabajó en la fábrica de armas de Palencia. Yo soy uno de aquellos alumnos adolescentes que inauguró el colegio de Las Salinas en octubre de1959. Era el director don Macario, y le acompañaban don Gre-gorio Aranda, don Miguel Delgado y los coadjutores, señores Manero, Cayetano, Félix y Deodato Robles. Todos bellísimas personas, con muy buen humor y muy cercanos, que nos atendieron estupendamente desde el primer momento de nuestra llegada, haciéndonos olvidar un poco nuestros hogares. El lugar era amplio y estaba rodeado de inmensos pinares, por lo que abundaban los piñones y los níscalos, que es la única clase de setas que desde entonces, más o menos, conozco. El comienzo fue laborioso. Tuvimos que adecentar el recinto porque estaba lleno de arbustos, un auténtico bosque. Así que una cuadrilla, con don Macario al frente, provistos de buenos picos, fuimos dejando aquello como un auténtico jardín. Esta tarea duró bastante tiempo y, aunque era laboriosa, lo pasábamos muy bien. También ayudamos a construir la piscina [la balsa primitiva] para que el señor Félix regara la huerta… y para bañarnos. En diversos trabajos participaban también los vecinos de las casas cercanas y asistían con sus familias a misa los días festivos. Esta buena relación se seguía manteniendo seis años después cuando, en plena juventud, volvía yo de nuevo a estos lares. [Ver página 145] Palencia, 14 de diciembre de 2020

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    PIÑONES, PATOS Y CONEJOS José Rodríguez Gómez 1960-1961

    Trabajó en sucursal de Pola de Siero de la Caja de Ahorros de Asturias Esta es la primera vez que me animo a colaborar en este proyecto tan bonito con el que he disfrutado leyendo las colaboraciones de las dos ediciones anteriores y es obligado por ello dar las gracias a todos los que en su redacción habéis participado. Las he leído todas y me habéis ayudado a revivir, con cariño, aquellos años. Herminio y Senén me han animado a escribir en esta ocasión y, aún a sabiendas de mi mala memoria, voy a intentar presentarme y compartir alguna anécdota de mis dos estancias en Medina, durante los cursos 1960-1961 (aquí) y 1967-1969 (ver páginas 216-220). En el año 1959 un empresario muy conocido e importante de Asturias construyó un pequeño colegio en Tudela Veguín, cerca de Oviedo, en Asturias, donde tenía y sigue teniendo una fábrica importante de cementos. Los alumnos serían niños del pueblo, la mayoría hijos de trabajadores de la cementera y de una mina de montaña, cercana a dicha industria, donde había unos 200 mineros. Mi padre trabajaba en el interior de dicha mina. Mi familia había recalado en este pueblo 8 años antes, después de un traslado desde mi Sevilla natal. Eran tiempos de emigración desde tierras del sur para buscar, en teoría, mejores condiciones de vida.

    Transcurría el mes de junio y con él un final de curso en el que había obtenido muy buenos resultados, con la ayuda inestimable de mi padre que desde mi más tierna infancia había tratado siempre de inculcarme el valor del estudio. En una tarde de domingo, estando correteando por las escombreras cercanas a la

    mina y a mi casa, vimos a un grupito de compañeros del colegio acompañado por un salesiano. Mi padre, que estaba cerca me llamó y me preguntó si me gustaría ir a estudiar con los “curas”. Me imagino que algo sorprendido le diría que sí e inmediatamente nos acercamos a hablar con el sacerdote que acompañaba a los chicos. Es posible que fuera don Virgilio, el primer director que tuvo el colegio, o bien otro salesiano Aunque no volví a vivir en aquel lugar, un poco alejado del pueblo y no fácil de llegar ahora, es raro el año en que no voy a dar una vuelta y siempre, siempre… me recuerda el lugar exacto en el que empezó lo que sería mi trayectoria salesiana y mis inicios para acudir al colegio de Medina del Campo.

    Iglesia de Tudela Veguín, común a los dos colegios que había pegados: el de niños (salesianos) y el de niñas (salesianas).

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    Los preparativos e incluso algún utensilio de la lista para llevar al colegio me los consiguió don Virgilio. Un regalo fue una pelota de goma, que en Medina la usamos para jugar todos los niños en los recreos y que era la única que teníamos hasta que se rompió. [El disgusto para mí entonces fue grande, pero seguro que los filósofos que había (entre ellos Pacheco y Filiberto que yo recuerde) tuvieron que desprenderse de algún balón “roto” para sustituirla]. El viaje desde mi casa hasta Medina de un niño de 11 años, con su maleta de cartón y su colchón empezó por subir por primera vez, si no me falla la memoria, en un coche. Era tal vez el único coche del pueblo y lo conducía el chófer del ingeniero de la fábrica, y en él nos trasladarían a mis padres y a mí a una estación cercana para coger el tren que viajaba por la noche de Gijón a Madrid. Yo era el primer aspirante de Asturias, al menos en mi tiempo. Recuerdos del viaje, pocos. Para ser justos, sí: lágrimas y sollozos de mi madre y lágrimas mías en ese momento y cuando atravesé el túnel de la Perruca, de 3.000 metros de longitud, que separa Asturias de León, y cuyo paso me parecía trasladarme a otro mundo muy lejano. Años más tarde acostumbraba siempre a canturrear el Asturias, patria querida y a sentir la misma emoción de despedida. No me preguntéis cómo llegué al colegio pero me imagino que don Virgilio me prepararía la intendencia, ya que la llegada a Medina era hacia las 5 de la mañana; no recuerdo tampoco con exactitud si llegué solo o en León me incorporé a algún compañero como a partir de ese año ocurriría cuando íbamos a Allariz o Cambados. Además de la colaboración inmensa que tuve del colegio de Tudela Veguín, tuve a mi llegada la suerte de tener un “mentor” que me ayudó y me daba cierta seguridad en mi lejano destino. Mi estancia en el colegio del pueblo me había aportado disciplina, buenas costumbres y asistencia a actos religiosos, con los consiguientes conocimientos de cantos y rezos. Esta pequeña experiencia fue el motivo de que en la misa dominical mi tocayo José Rodríguez Pacheco me “fichara” para cantar de solista en alguna canción, y posteriormente creo recordar que hice muy pequeños papeles en alguna obra de teatro.

    Quedan restos de las lagunas que había alrededor del balneario. En 1960 había más.

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    Como posteriormente estuve dos años en Las Salinas (1967 a 1969), durante mi segunda estancia, a veces mezclo los recuerdos de los paseos y lugares cercanos, pero lo que sí tengo en la memoria de esa primera experiencia del año 1960 eran las lagunas que había alrededor del colegio, llenas de patos, y que posteriormente quedaron reducidas al mínimo. Me quedó grabada una anécdota que ahora me hace sonreír: una tarde de paseo en que estábamos tratando de cazar patos, no sé si para “cocinarlos” o para jugar, un señor nos dio un buen susto disparando al aire con una escopeta para amedrentarnos. A raíz de aquel incidente no creo que nos atreviéramos a meternos otra vez en el agua.

    La captura de conejos y también comer piñones eran otros de nuestros entretenimientos en los paseos. Vigilar todos los flancos de salida, y meter humo por algún agujero, era arma suficiente para conseguir una buena cacería en las muchas madrigueras que conocíamos. Una vez finalizado el curso, después de 11 meses largos, llegó el momento de volver a casa y lo que hoy nos supone 3 horas en coche, en aquellos años no eran menos de 6 o más en tren, y eso que la vía de León a Oviedo no ha cambiado y aún hay que atravesar todavía el túnel de la Perruca. Cuando lo he hecho de mayor me vienen a la memoria aquellos sollozos contenidos de hace 60 años aunque ahora comprendo que aquel sacrificio, tanto de mis padres como mío, resultó gratificante para mi vida posterior.

    El Berrón (Asturias), 18 de noviembre 2020

    Pinos piñoneros alrededor de Las Salinas

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    “PINOS, PINOS, PINOS…” Ángel Segovia Largo 1960-1961

    Maestro y licenciado en Ciencias de la Educación. Fue maestro en varios colegios de La Coruña y asesor técnico de la Consellería de Educación en Inspección

    educativa de la Xunta de Galicia. Cuando en septiembre de 1960 llegué a Las Salinas de Medina del Campo, el recinto aún aparecía con las características propias de los establecimientos balnearios y a la vez productor salinero –de los pocos existente tierra adentro–, pues había cuatro manantiales de aguas termales diferentes y una multitud de parcelas de escasa profundidad, donde se depositaban las sales por evaporización. El lugar era impresionante, aunque ya se encontraba en estado decadente.

    Antiguas salinas a principios del siglo XX, cuyos restos todavía eran evidentes en 1960.

    Éramos el segundo y, creo que último, grupo de aspirantes de Medina, quedando posteriormente ocupado únicamente por los estudiantes de Filosofía. Considero que tuvimos el gran privilegio de pasar los cinco años de aspirantado salesiano en tres paisajes maravillosos: el páramo castellano de Medina del Campo, el valle gallego de Allariz y la ría maravillosa de Cambados. Trataré de hacer un repaso de algunos acontecimientos plenamente vividos en Las Salinas. Disfruté mucho de los paseos por los extensos pinares con sus sabrosos piñones, por las numerosas lagunas con abundantes patos salvajes. En cierta ocasión cazamos unos hermosos y grandes patos en la gran laguna cercana a nuestra finca… que resultaron ser del señor Zaera, propietario de aquellas tierras y de las temidas reses bravas que siempre mirábamos de reojo cuando paseábamos por los pinares.

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    La última vez que conversé con Cayetano Álvarez recordamos los buenos tiempos de Medina, especialmente las inolvidables actuaciones teatrales de las tardes dominicales y las entretenidas sobremesas, donde demostraban sus cualidades artísticas nuestros superiores directos (Antonio Cañedo, Luis Sánchez Arinero, Cayetano Álvarez y Constancio Manero), y los numerosos y entusiastas filósofos con los que compartíamos el Palacio de Las Salinas. Especialmente memorable fue un poema

    recitado en las sobremesas por Cayetano cuyo único texto era: “Pinos, pinos, pinos…” con las más variadas entonaciones durante cinco minutos. A veces íbamos de paseo al imponente y entonces bastante descuidado Castillo de la Mota, donde nos pasábamos largas tardes correteando por las almenas, los patios y, con especial emoción, por sus misteriosas cámaras y prolongadas galerías subterráneas. En invierno pasamos mucho frío, pero en primavera disfrutamos de agradables paseos, amenizados por una típica adaptación de la canción de Los niños de Pireo, cuyo estribillo aún recuerdo (e invito a cantarlo con la música del estribillo original):

    Las Salinas son escuelas que tienen, que tienen Liceo y Academia. (bis) Al caer la tarde, los chicos del Liceo se marchan de paseo, se van a pasear. Y la Academia, cargada de cadenas, meditando sus penas, se quedan a estudiar.

    Cinco años más tarde volví al mismo Palacio Balneario de las Salinas o, como decíamos entonces, a la casa salesiana de Medina. [Ver las páginas 196-197]

    Santiago de Compostela, 4 de diciembre de 2020

    "Pinos, pinos, pinos..."

    Ángel Segovia . Foto hecha en Zamora con el abrigo que había de llevar a primero a Las Salinas.

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    Segundo y último grupo de aspirantes en Las Salinas (1960-1961)

    Grupo de aspirantes en Medina, curso 1960-1961. En la fila de los superiores: Sr. Maxi, Cayetano Álvarez, Constancio Manero, Luis Sánchez Arinero, Gregorio Aranda, Cipriano San Millán (fue su primer año como director en Las Salinas), Ángel de Andrés, José Manuel Prellezo, Antonio Cañedo, Félix Bartolomé y Fernando Nieto. Entre los aspirantes están:

    • José Rodríguez, el segundo por la izquierda de la segunda fila tras los superiores.

    • Ángel Segovia, el primero por la derecha de la tercera fila tras los superiores. • Juan López Sevillano, ya fallecido, el primero por la izquierda de la misma

    tercera fila.

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    1960-1966 Tiempos gloriosos

    Director: Don Cipriano San Millán

    Curso 1960-1961 con los aspirantes

    Curso 1960-1961 con los filósofos

    Curso 1961-1962 con los filósofos (octubre 1961)

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    Primeros moradores “filósofos” de Las Salinas Curso 1960-1961, 1º y 2º de Filosofía

    6ª fila (arriba): José M. Valero, Higinio Martínez, Ricardo Orduña Díez, Adolfo Sueiro, David de Prado, José González Pérez, Ángel Gª Martínez. 5ª fila: José Luis Leiva, Justino del Barrio, Eduardo Souto Martínez, Felipe Aparicio, Ricardo Fdez, Severiano Feijoo, Lorenzo Pedrero, Pedro Valcarce Pintor, Antonio Orge Vázquez, José Rguez. Pacheco, José Álvarez Fdez. 4ª fila: Eugenio Marbán Martínez, Gerardo Calvo Martín, Gerardo Romero Rguez., Ramón Sendino Ortega, Jerónimo Andrés de la Red, José Martín V., Florentino López, Regino Hdez., J. Agustín Vaquero, Avelino Santidrián, Antonio Cañedo. 3ª fila: Arturo Gª Valero, José Luis Barrio Jorge, José Mª Moro Benito, Filiberto Rguez., Alfredo Glez., Víctor Rguez., Manuel Rguez., Ignacio López Aguiar, Rafael Castro, Pedro Gutiérrez Luis, Aurelio Verdial, Pepe Alvarez, Adolfo Requejo, Mario Santos, Felipe Mayordomo. 2ª fila: Casimiro Bodelón, Julio Gómez Santos, Hipólito Alonso Serrano, Artemio Fdez., José Benito Porto, Casimiro Rguez. Castro, Máximo Ríos Ruiz, Augusto Machín Sastre, Laureano Cerezo de Castro, Federico Castellanos Martínez, Pablo Bartolomé Santos, Jerónimo Báscones, Miguel Á. Fuertes F., Félix Balboa de Paz. 1ª fila (superiores): Sr. Maxi, Cayetano Alvarez, Sr. Constancio Manero, don Pedro Rguez., don Gregorio Aranda, don Cipriano San Millán, D. Ángel de Andrés, D. José Manuel Prellezo, Sr. Félix Bartolomé, D. Luis Sánchez Arinero, Fernando Nieto.

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    UN ATRACO EN LAS SALINAS Fernando Nieto Rodríguez SDB 1960-1964

    Cocinero en Las Salinas los cuatro primeros años del Filosofado. Durante 20 años estuvo cuidando a distintos salesianos en diversas casas y en León.

    Llegué a Las Salinas en 1960 y allí estuve de cocinero durante cuatro años. Sustituí a Carlos Casado, que había estado el primer año con los aspirantes. Yo tenía que preparar la comida para 110 filósofos más los superiores… Y a veces no era fácil, pues la cocina no tiraba bien. Estaba en bastante malas condiciones, pues tenía una chimenea que tiraba muy mal. Tan mal que un día tuve que poner en la finca unas piedras, sacar la perola, ponerla sobre ellas, meter unos troncos, encenderlos y preparar allí la comida para los 120 superiores y filósofos al estilo de una campaña militar… El primer año, la capilla donde hacíamos la oración estaba separada del colegio, en medio del bosque, como a unos 100 metros. Los filósofos tenían que salir todas las mañanas a las 8 de la mañana, a oscuras en invierno y con 4 o 6 bajo cero, saltando charcos pero eran jóvenes valientes de 17 a 19 años. Iban envueltos en sus capas y eran capaces de llevarlo todo de muy buenas maneras, e incluso con alegría y un poco de jarana. En la finca había puesto don Gregorio Aranda, que era el administrador, unos 20 o 30 gallos para irlos matando… y no los echaba de comer. Los pobres animales andaban todo el día escarbando por la finca, buscando gusanos y algo con lo que alimentarse. Un día me dice don Gregorio: –Hay que empezar a matar esos gallos. Yo le dije: –Don Gregorio, esos gallos no tienen más que plumas… Hay que echaros algo de comer. Y me respondió: –Pues que estudien álgebra. Y allí siguieron… Estos gallos, por la noche subían a los árboles y a eso de las 5 de la madrugada ahí los tenemos dando un gran concierto. Entonces, como no dejaban dormir, algún filósofo preparó un buen tirachinas, abría las ventanas y a disparar a

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    los gallos… Pero no cayó ninguno porque era de noche y no apuntaban desde tan lejos. Era suficiente para espantarlos, hacer que se callaran y volver a dormir. Y quiero recordar también lo del cerdo Serafín. Habría que verlo para creerlo. La matanza del mayor cerdo de la granja, llamado Serafín fue una mañana de fiesta, sin clases para los filósofos. Llegada la hora, le sacamos atado a la finca y con mucho trabajo le pusimos sobre el banco para sacrificarlo. Era tan enorme que estábamos 8 personas sujetándolo. Todos decíamos: –No se mueve, no hace nada… Pero de repente dio una fuerte sacudida con las patas traseras y nos desplazó a todos por el suelo y echó a correr por la finca entre los árboles. Entre todos, con muchísima dificultad, le redujimos y logramos ponerle otra vez encima del banco, y esta vez el señor Manero terminó con la vida del famoso Serafín, que pesó en canal 300 kg; un jamón pesó 32 kg y un lomo 11 kg. Nunca he visto un ejemplar mayor.

    Uno de los primeros años de mi estancia en Medina se habían reunido allí los directores de los colegios. El ecónomo inspectorial ya les había dado dinero a los directores de las casas de formación. Cuando se entera-ron Cayetano y el señor Manero, planearon un atraco y contaron con la ayuda de Miguel, que era el chófer del inspector, y con la mía.

    Era en el primer trimestre del curso y teníamos que llevarlos a la estación después de cenar para los trenes nocturnos. Ya era de noche y no se veía nada. Este era el plan: en la única carretera comarcal de Las Salidas a Medina y amparados por oscuridad de la noche y sin tráfico alguno, pusimos unas buenas piedras en la estrecha carretera y allí esperamos los tres atracadores a que llegase la furgoneta que llevaba a la estación a varios directores. Conducía Cayetano, que estaba compinchado. A su lado, adelante, iban dos salesianos, los directores de Cambados, don Justi Septién, y de Allariz, don Tomás Díez. En la parte trasera de la furgoneta, sin ventanas, iban dos o tres más. La furgoneta ya iba despacio y el señor Manero, detrás de las piedras y en medio de la carretera, les echó el alto. Paró Cayetano y, por ese lado suyo, Miguel, con un antifaz y apuntando con una supuesta pistola, que era un viejo cerrojo de una puerta, apunta a Cayetano diciendo con voz disimulada: –Rápido, me entreguen todo el dinero que llevan los curas. Cayetano les decía que así era la vida, que parecía que iban en serio y que pensaran qué podían hacer…

    Atraco en el camino a Medina, entre los pinos.

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    –Ay, pobres de nosotros, nos quedamos sin el pan de nuestros hijos –decía don Justi. Y asustado continuó:–Mira delante de la furgoneta… Hay otro con un fusil. Era el señor Manero con un grueso palo que lo agitaba amenazador. El otro director, don Tomás, valiente leonés de la montaña dijo: –Salgo despacio por esta puerta y le ataco. Pero al intentar salir, vio agazapado a otro atracador, que era yo, y cerró la puerta dando un gran golpazo y diciendo: –¡Aquí hay otro agazapado por este lado! Entonces Miguel, en tono amenazador, les dijo: –Que me dan el dinero… Me dan el dinero o disparo –Que no llevamos dinero, que no tenemos nada –respondió don Justi: –Los curas dicen que no, pero siempre tienen dinero. Y nos hemos enterado de que ustedes llevan para los colegios –decía Miguel. –Que no llevamos dinero –dijo don Tomás–. Lo hemos dejado en el colegio. Vamos por él y se lo traemos. –Claro –dice Miguel–, van al colegio para llamar a la policía… No me calienten, no me calienten… El dinero… ¡El dinero o disparo! En ese punto, Miguel, que ya estaba para explotar, estalló en una carcajada y dijo: –Bueno, por esta vez les dejamos marchar… ¡Adelante! Quitamos rápidamente las piedras de la carretera y todo se aclaró. Y Cayetano arrancó, pero todavía uno de los directores dijo: –Para, para, que bajo y todavía los mato… Porque el susto fue grande. Y cómo no, los directores fueron calmándose con la ayuda de Cayetano, que los llevó a la estación de Medina del Campo. De él había sido la idea. El director, don Cipriano San Millán, nos hacía leer lo más que pudiésemos libros de la ascética. A mí, por ejemplo, a pesar de todo el jaleo que tenía en la cocina pues estaba yo solo para 110 filósofos más los superiores, me hizo leer las obras completas de Santa Teresa de Jesús. Me hizo buscar el tiempo para ello. Las buenas noches estaban muy cuidadas, las charlas que daba estaban muy preparadas… El ambiente en la casa era muy familiar. Las prácticas de piedad estaban también muy cuidadas, los cantos muy bien llevados porque estaba don Isauro, y estaba don Antonio Cardeñoso… Y entonces todo iba muy bien. Había, por ejemplo, un gran coro de filósofos que cantaba a cuatro voces las canciones de Semana Santa, en latín, que eran preciosas. O sea, que había un gran ambiente en el Filosofado. Vigo, 11 de diciembre de 2020

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    POST FESTUM, PESTUM (Y tras la historia, la anécdota)

    Casimiro Bodelón Sánchez 1960-1962 Psicólogo clínico. Trabajó durante 30 años en la Diputación de León: fue director

    de la Ciudad Residencial Infantil San Cayetano de León hasta su cierre y, en Astorga, director de COSAMAI, cinco residencias de y para discapacitados.

    Los seres humanos somos “historia”, que no naturaleza y, además, toda nuestra vida está alfombrada de anécdotas, pequeñas historias o circunstancias, que diría Ortega. Pues, en la historia del balneario medinense de Las Salinas, yo, como ser humano que soy, viví allí intensamente muchas historias. Una, que se puede contar, podría empezar así: Transcurría el curso de 1960-61; mi segundo año de estudios filosóficos. Mi pie izquierdo…, sí, el izquierdo, que soy zurdo contrariado y por ello disléxico agudo, lo que me ha costado muchos disgustos, algún que otro bofetón… y, digámoslo, también muchas alegrías profesionales, al poder tranquilizar de verdad a muchos padres e hijos, tras el susto provocado por el diagnóstico de algún profesor poco informado. Volviendo al hilo, tras el “anacoluto”, decía que mi pie izquierdo acusó un importante dolor, al crecer en toda la base plantar una serie de verrugas con mal pronóstico. El juicio clínico del experto indicó el hospital clínico de Valladolid para un tratamiento urgente de radioterapia. En aquellos tiempos no teníamos la Seguridad Social ni los avances de los que hoy disfrutamos. ¡Los religiosos ingresaron en el régimen de autónomos en mayo de 1982! Yo creo que el bueno de don Rosendo González y don Emilio Corrales tenían un pacto con el demonio o con el buen Dios (hoy lo llaman SS, Adeslas, Asisa o Seguros X), de forma que acudían en estas circunstancias especiales a la bondad caritativa de los “influencers”/amigos con

    Foto de los primeros tiempos: Sr. Maxi, Sr. Mateo Fernández (en camisa) y el observador salesiano, Sr. Constancio Manero (de pie a la derecha). El niño, Ángel, hijo de Mateo, se encontró en Las Salinas con Casimiro en 2018 (A la derecha).

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    mano en las instituciones. En el Hospital Clínico de Valladolid estaba de capellán el reverendo don Remigio Arconada Vergara, un hombre bueno, enamorado de los salesianos y de su obra educativa en favor de los niños pobres. Él, en sus años de asesor de la Obra de Auxilio Social (no olvidemos que el 12 de febrero de 1931 casó a Mercedes Sanz Bachiller y a Onésimo Redondo), trajo del internado de Mojados (Valladolid) a muchos y buenos aspirantes… Alguno dirá: “Pues pocos han quedado”; y yo respondo: “¿Entonces todos los que nos hemos ido somos malas personas? ¡Ni mucho menos”! Retomo el hilo de este “filandón”: Los superiores, ante el diagnóstico y el tratamiento que yo necesitaba, decidieron con buen criterio llevarme al Clínico, donde la mano benefactora de don Remigio obtuvo todos los permisos y actuaciones que la situación requería. De esta forma, en el primer viaje me acompañó a Valladolid don Antonio Álvarez Villalón, nuestro catequista y profesor (además de buen deportista). Don Gregorio Aranda nos llevó en la furgoneta hasta la estación de Medina y nos sacó directamente billetes de ida y vuelta. Una vez ya en Valladolid, andando a paso lento, llegamos a casa de don Remigio (en el propio hospital). Él nos presentó al médico que me atendería. Como el tratamiento requería una serie de intervenciones, durante un mes por lo menos de sesiones semanales de radioterapia tras la cirugía con cauterización eléctrica, quedamos que yo viajaría solo para el resto del tratamiento, teniendo como referencia y base la vivienda de don Remigio. Don Antonio Álvarez, muy amable (lo era de verdad), me enseñó el camino y el recorrido desde la estación hasta el hospital, así como la vuelta a la estación de Renfe para regresar a Medina. Aquí me recogería en la furgoneta don Gregorio o Cayetano, mi compañero de noviciado.

    Exterior de la estación de Medina del Campo.

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    El día de la cirugía y de la cauterización de las cinco incisiones en la planta de mi pie izquierdo, el vendaje era un tanto llamativo y voluminoso, en todo el pie y hasta la pantorrilla, sin posibilidad de calzado alguno. ¡Menudo problema, pensaba yo! El enfermero que me hizo la cura postoperatoria me acompañó hasta la vivienda de don Remigio, pensando (con buen juicio) que me quedaría allí, pero… (¡ay los peros que no son peras!), llegada la hora de coger el tren, sin ni una peseta en mi bolsillo, me despedí de don Remigio hasta la próxima semana, que tendría sesión de radioterapia y, cojeando, me dirigí lentamente hasta la estación del ferrocarril. Al estar aún anestesiado, no me costó llegar y montar en el tren con mi billete de vuelta en mano. Sentado en mi departamento de 3ª, los demás pasajeros miraban al curita de 17 años ensotanado y asomando por debajo del negro hábito un pie descalzo y forrados de blancas gasas, algo manchadas de sangre. En Medina ya me esperaba Cayetano que rápidamente me devolvió a Las Salinas, donde, para mi sorpresa, había llegado don Emilio Corrales de visita y estaba dando una charla a toda la comunidad en el aula situada en el primer piso, encima de la capilla. Yo, al ir pasando el efecto de la anestesia y de los analgésicos (escasos en la época), me sentía mareado y me subí al dormitorio a acostarme. Al entrar en calor el cuerpo, noté que el dolor aumentaba y saqué la pierna, dándome cuenta de que tenía una hemorragia seria, con todo el vendaje empapado en sangre. Un tanto asustado, bajé por la escalera hasta el aula, dejando un goteo abundante de sangre fresca que fluía de mi pie recién operado. El personal escuchaba atentamente y con gran respeto la charla del señor Inspector, don Emilio Corrales; pero al verme entrar sangrando, todos se alteraron y don Emilio preguntó qué ocurría. ¡Menuda escena! Salieron a atenderme en enfermería y al final de la conferencia don Cipriano y el Inspector subieron a verme a la cama.

    Tras la información, don Emilio, muy serio, se dirigió a mí con visible enfado y preguntándome por qué no había vuelto en taxi al tren, en lugar de andando con el pie recién operado… Yo, aturdido y asustado, les expliqué a los dos sencillamente que a mí me daban el billete de ida y vuelta en mano, pero no disponía de dinero para taxi. La mirada de don Emilio se volvió hacia don Cipriano y le dijo de manera firme y seca que eso era un disparate y que

    El señor Maxi, Andrés Sanz, Ángel de Andrés, Emilio Corrales (provincial), párroco no identificado, Cipriano San Millán y Francisco Martínez “Garabucho” en Las Salinas.

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    no debería repetirse… ¡Don Emilio era mucho don Emilio!, para unos y para otros, y sus aparentes modales de suavidad gutural al hablar, ocultaban la dureza y frialdad militar, reflejada en la doble erre de ambos apellidos: Corrales y Garrido. Don Cipriano M.ª San Millán se llevó un sonoro reproche de su superior, el provincial, pero, una vez que volvió a quedar al mando de la dirección del filosofado, desahogó con el subordinado, es decir, conmigo, su amor propio herido. La curación de mis dolencias en la planta del pie izquierdo iba muy lenta, pero la orden del médico era de sentido común: nada de deporte, nada de paseos hasta la plena cicatrización, para evitar infecciones. Pero no había dinero ni para comprar una muleta que supliera el apoyo del joven bípedo ensotanado. Pasados unos días del episodio, recuerdo dónde y cuándo, yo asistía a un partido de balón bolea en el patio, pero sentadito a la sombra de un pino, aún hoy testigo de la tropelía: pausadamente se me acercó don Cipriano y, con su voz de gato esmirriado, pero seco, al modo como le había recriminado don Emilio, me dijo muy serio: –En el patio de los colegios de Don Bosco no se permite a ningún salesiano estar sentado. Así pues, como no puedes jugar, coge dos calderos y ponte a regar los chopos, que lo necesitan. Me quedó muy claro que en el cuartel, en ausencia del oficial mayor, manda hasta el cabo furriel. ¡Dicho sea sin acritud! De mi estancia hospitalaria en el clínico recuerdo vivamente dos cosas: la acogida amable, cariñosa e incondicional de don Remigio Arconada y la escena verdaderamente dantesca de la entrada en los boxes (en grupos de cinco en cinco) de radioterapia, donde me acompañaban hombres o mujeres, muchos gravemente deteriorados y materialmente “comidos” por el cáncer: caras amarillentas, ausencia de nariz o parte de la mandíbula. Así empezó mi peregrinaje hospitalario y el aprendizaje en vivo y en directo de la vulnerabilidad humana. Hablando de que “no había dinero ni para comprar una muleta” me vino a la mente que la carencia de recursos era clara y lo demuestra otra anécdota importante. Con la llegada del filosofado a las Salinas, el balneario contaba con más de 100 personas y los pozos sépticos de aguas residuales estaban saturados y reventados por las raíces de los árboles y la falta de mantenimiento. Renovar la red de tan importante desagüe (más de un kilómetro) hecho de zanja con bovedilla de ladrillo costaba una fortuna, pero era indispensable para la sanidad y la asepsia exigida. En pleno mes de agosto de 1962, todos los filósofos con picos, palas, azadas, carretillas, paletas y cal (el cemento estaba intervenido), con Julio Gómez, nuestro compañero oriundo de Rubí de Bracamonte, hijo de albañil, al frente de toda la tropa, en 15 días llevamos a cabo una obra inmensa y de un coste inasumible por la escasez económica.

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    ¿Y la herramienta? Don Cipriano escribió una carta a Don Patricio Echeverría, dueño de la marca “Bellota” (Legazpi), quien generosamente nos envió por Renfe todo el material necesario e indispensable para la puesta en marcha del nuevo centro de estudios. El señor Mateo Fernández y el señor Maxi nos orientaron para llevar hasta el fin el canal de las aguas residuales, y la beneficencia y bondad de don Patricio Echeverría proporcionó gratuitamente toda la herramienta de su “Bellota” (¡un fortunón!). ¿Existe en el archivo salesiano la carta que mandó don Patricio a don Cipriano comunicando la donación? Nos la leyó don Cipri y sería una joya poderla recuperar, como agradecimiento al hombre, ya fallecido en 1972, creador de

    un imperio con sus herramientas de minería y agricultura: “Bellota”.

    Sobre mi estancia en Las Salinas, es mucho y abundante lo positivo que recuerdo, y, si no todo fueron rosas, aprendí a defenderme de los pinchazos, de ahí mi gratitud para cuantos me enseñaron, me ayudaron, me acompañaron. ¡Gracias, compañeros!

    León, 7 de noviembre de 2020

    Casimiro en 2018 en la escalera de Las Salinas, con el pie izquierdo en el aire, y ante la fachada del balneario.

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    MÁS VERSOS QUE SILOGISMOS Ricardo Fernández Fuentes 1960-1962 Licenciado en Historia (Universidad de Sevilla) y profesor de Latín en el

    Instituto Velázquez de Sevilla, del que fue Jefe de Estudios y Vicedirector.

    Siempre he considerado la representación gráfica de la vida como una línea de puntos, una sucesión de instantes, de momentos. Todo “momento” tiene sus vivencias y sus anécdotas que invitan al recuerdo (“memento”). Estas son las que hoy comparto con vosotros, mis hermanos. A mi llegada desde Astudillo a este rincón de Las Salinas, me sorprendió la contemplación de un palacio rodeado de bosque y la extensión de pinares que llegaban hasta el horizonte. En el poniente, detrás del palacio, una charca en la que las ranas daban su concierto vespertino. Creo que mis primeros versos (ripios, tal vez) fueron:

    “En la tarde, la charca hace gárgaras y el sol, como un congrio, se pone escamado”

    VIVENCIAS Yo, que era más inclinado al verso que al silogismo, expresaba mis vivencias rumiando y rimando mi sentir en los tiempos y lugares que me relajaban.

    Recuerdo la capilla; su sencilla construcción y su cristalera, que al atardecer la llenaba de luz cálida y me invitaba a la oración. Quisiera hundirme

    en lo profundo del silencio de aquel trozo de tarde que pasa tras los muros de la iglesia, dando vida a la existencia de sus cosas. Chisporrotea la lámpara, queriendo agonizar tras la última torcida que siempre se renueva. Habla el misticismo de su austera construcción. Habla aquella escena iluminada por un rayo de sol fundido en verde por el ventanal y el reflejo del follaje. La capilla en los primeros años del filosofado.

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    Quisiera hundirme en lo profundo del silencio de aquel trozo de tarde que pasa tras los muros de la iglesia e introducir mi conciencia en la conversación silenciosa de las cosas que, presentes a Dios, son oración. Las Salinas, 1960

    En unos ejercicios espirituales, desde la ventana del aula de estudios, durante la hora de meditación me llamó la atención un pino muy inclinado que asomaba en el camino. De este momento nació el primer soneto que he escrito.

    Y mi estado, Señor, como ese pino que asoma, verde el busto, a mi ventana; inclinado hoy y ayer y así mañana; –luz, polvo– busca el cielo y el camino. Entre Dios y mis cosas voy, me inclino a un amor y a otro amor con ansia vana y sorprendo mi vida en la ventana calcando en el cristal la faz del pino. Dudando estoy, Señor, de mi optimismo, que ignoro si ese pino izarse intenta o en ansias de yacer su savia pierde. Y el árbol me responde por sí mismo, blandiendo al sol su copa corpulenta: ¡Consuélate pensando que estoy verde! Las Salinas 1961

    Disfrutaba del silencio del paisaje y del suave lenguaje del bosque. Todo era música silenciosa. En esos momento dialogaba conmigo mismo. Como más tarde diría mi paisano Celso Emilio Ferreiro:

    “Estou comigo mesmo. O corazón é quen manda, i eu obedezo.”

    ¿Hierve el bosque? No, se mece. Tú lo ves y te parece que marca ritmo de tres por cuatro; danza vals lento. Mide el verso al son del viento; pon cadencia y melodía. Que semeje que al declamarlo entreteje en tres tiempos su armonía.

    ¿Sigue el viento? No; ya es brisa vespertina. La hoja irisa. Lleva un dos por cuatro y trina, ritmo cambiante allegretto; erguido está el tronco y quieto. Escucha su hervir y estima que está el arte en el verso que reparte

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    en dos tiempos ritmo y rima. ¿Te inspira? La noche sola, cóncava, clara. Una ola de tranquilidad que para el correr de lo que vive. ¡Todo sin latido!

    Escribe. Existe un latir más hondo; pues la calma la mide el ritmo del alma. ¡Siempre hay música de fondo!

    Las Salinas, 1961

    Mi carácter y el bienestar de estos dos cursos en Las Salinas se reflejaban en estas vivencias sencillas y en los poemas cuyo último verso, siempre es una afirmación de optimismo. ANÉCDOTAS Las anécdotas son para mí la sal de la convivencia y por eso siempre llevarán su toque del humor, gallego lo califican mis amigos, pero gallego soy y ejerzo. Nuestra memoria es selectiva y retiene con frecuencia los momentos felices de la vida. Los dos cursos de mi estancia en Las Salinas están llenos de anécdotas, que no pueden ser más que agradables, como agradable es mi recuerdo de esos años. Como muchas son del dominio público, escogeré aquellas más personales para no resultar repetitivo. Vamos allá: Pintar la casa La mayor parte de vosotros al entrar en el palacio de Las Salinas lo habréis encon-trado primorosamente pin-tado. Es el trabajo de una cuadrilla que contempláis en la “foto testimonio” de la escalera exterior. Y digo testimonio porque no vamos vestidos de Domingo de Ramos. Al llegar los cursos 1º y 2º, pudimos contemplar el friso del comedor; un conjunto de figuras fantasmagóricas en gamas de negros y grises que nunca he podido averiguar qué representaban. Nuestra misión fue pintar todo aquel salón de blanco. Y ya que estábamos vestidos de faena decidimos pintar toda la casa. Tomates y ranas y setas Me consta que algún compañero narrará los trabajos de saneamiento del conducto de aguas fecales. Lo que no sé es si contarán la comida que seguía a nuestro esfuerzo; el enorme primer plato de riquísimos tomates que los sirvientes nos repartían, con opción a repetir. Y siguiendo con las cosas de comer… A un pequeño grupo de gallegos de La Limia, en donde las ancas de rana es un bocado muy apreciado, nos llamó la atención la cantidad de ranas que vivían en aquellas aguas. Un día hicimos una cacería y nos presentamos en la cocina de Fernando con las ancas limpias. Las rebozamos, las freímos y pasamos por todas las mesas ofreciendo las “sabrosas

    Ricardo, el primero por la izquierda. [Ver la foto completa y los nombres en la página 62]

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    ancas de rana de las aguas fecales”. Nuestra propaganda hizo su efecto y nadie se atrevió a probarlas, con lo que los cazadores pudimos darnos nuestro banquete. En otra ocasión, paseando por los pinares, descubrimos un rincón poblado de setas; eran nuestros “cogumelos”. Hicimos una abundante recolección y nos presentamos en la cocina para prepararlos. Por supuesto no nos dejaron, sin antes consultar con la esposa del señor Maxi que entendía de setas de la zona. La respuesta fue taxativa: “Muy venenosas”. Pero, para entonces, ya las setas habían sido preparadas sobre la plancha de la cocina y nos habían servido de merienda. Inquietudes literarias De los paseos por los pinares guardo muy buenos recuerdos. Aurelio Verdial, Lorenzo Pedrero y yo nos dedicábamos durante ese tiempo a compartir nuestros ejercicios y hallazgos literarios. Don José Manuel Prellezo, que nos daba clase de Literatura y conocía nuestras inquietudes, nos dejó el libro La formación del estilo, de Alonso Schökel, que nos ayudó mucho en el conocimiento de las técnicas literarias. Recuerdo que en una ocasión nos hicimos con el soneto El Ciprés de Silos, de Gerardo Diego, y fue para nosotros un banquete; lo destripamos, lo analizamos, lo comentamos y al final del paseo lo habíamos memorizado. ¿Nuestras fuentes? Los retazos de poemas que venían en el libro de texto; recortes de periódico que colgaban en el WC como papel higiénico. En una ocasión me mandaron un libro de Martín Descalzo de la nueva corriente de poesía y don Cipriano no me lo requisó porque le dije que era un vía crucis en verso. Aurelio era un Virgilio por su facilidad de versificación, “quidquid tentabam dicere versus erat”. Lorenzo era un Horacio, poeta reflexivo. Y yo, pues un Marcial, con riqueza de metros, un poco satírico pero jamás hiriente. Como Marcial, cargaba con la mayoría de los encargos para sobremesas y veladas. Sobremesas Para las sobremesas se hizo popular el dicho “brindis, presentación, rondalla es cosa que nunca falla”. En los brindis me venía la resaca antes que el vino, pues en mi cabeza empezaba a dar vueltas los versos en todo momento, sobre todo durante las clases de filosofía y de griego. La filosofía la repasaba más tarde con mi amigo José Antonio León (animae dimidium meae) que poseía el arte de resumir. Los ejercicios de griego los ¿hacía? con Aurelio Verdial. El brindis eran siempre “de ocasión” y piezas extensas dialogadas que detallaban los motivos de la fiesta.

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    Para las veladas componía pequeñas representaciones teatrales, una mezcla de sainete y astracanada, que retrataban las peripecias del momento. “Don Jacinto Benavente” y tantas más. Otras eran escenas navideñas o pastoriles. “D. Pio o el vergonzoso en Parnaso” (“No es drama ni comedia, es solo un riaseustedhoraymedia”). En colaboración con Lorenzo Pedrero y Augusto Machín, quisimos que fuera una zarzuela, pero terminó siendo una comedia musical. Fue la de mayor éxito. Parte de una pieza cantada ha quedado en mi memoria. En un examen, el padre de familia numerosa se dirigía al tribunal: (El estribillo estuvo durante mucho tiempo en boca de todos)

    Exámene