problemas de la historia de la ciencia
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PROBLEMAS DE LA HISTORIA
DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
EN MÉXICO
Tanto la historia de la ciencia como la filosofía de la ciencia son, necesariamente, el
resultado de investigaciones interdisciplinarias. En algunos casos, es el historiador o el
filósofo quien indaga en el dominio de la ciencia y, más recientemente, en el de la
tecnología. En otras ocasiones, es el científico o el tecnólogo quien se habilita de
historiador o de filósofo para inquirir en su propio campo. En ambos casos, el examen
de la ciencia y de la tecnología que así se realiza consiste en la aplicación del método
científico a la propia actividad científica o tecnológica, analizándola y criticándola con
rigor. Los enfoques con que se hace dicho análisis se han ido multiplicando, surgiendo
entonces, después de la historia y la filosofía, el estudio de la metodología, de la
sociología, de la política, de la psicología y de la economía de la ciencia, a las cuales se
han agregado los estudios análogos correspondientes ala tecnología. Esos exámenes se
iniciaron como ramas del campo básico de la disciplina respectiva, es decir, la historia
de la ciencia como rama de la historia, la filosofía de la ciencia como rama de la
filosofía, etcétera. En tales condiciones, los investigadores siguieron perteneciendo,
profesional y orgánicamente, al campo de la disciplina original. Pero, últimamente, la
historia de la ciencia y la filosofía de la ciencia han adquirido un desarrollo suficiente
para hacerse disciplinas autónomas, en la medida en que utilizan métodos específicos,
muestran una consecuencia estricta entre sus partes y ponen de relieve características
propias que son nuevas y peculiares. Al mismo tiempo, la historia de la ciencia ha
empezado a ejercer influencia sobre la historia, a la vez que la filosofía de la ciencia
también influye sobre la filosofía. Más todavía, la historia y la filosofía de la ciencia y
de la tecnología se encuentran interrelacionadas de manera cada vez más estrecha, y su
evolución está interviniendo notablemente en la maduración de la metodología, la
sociología, la política, la psicología y la economía de la ciencia y de la tecnología. De
esa manera, las disciplinas que analizan científicamente a la ciencia y la tecnología,
después de haber surgido separadamente, una a una, han llegado a conjugarse en un todo
que es mayor que la suma y, también, diferente de sus partes.
Los problemas que se plantean en torno a la enseñanza y la investigación de la.
historia y la filosofía de la ciencia y la tecnología son numerosos y complejos. Desde
luego, aun cuando el cultivo de la historia y la filosofía de la ciencia empezó desde la
antigüedad clásica, sin embargo, ha sido hasta la época moderna cuando comenzaron a
hacerse estudios sistemáticos sobre la filosofía de la ciencia. Y, no fue sino hasta el
último tercio del siglo XVIII que se hicieron las primeras historias, propiamente dichas,
de algunas disciplinas científicas particulares. Dichos estudios se multiplicaron durante
el siglo pasado y en el actual han alcanzado un volumen considerable. Al mismo tiempo,
ha habido un despliegue tanto hacia la historia y la filosofía de las diversas ramas
específicas, como con respecto a la ciencia en general y a su desarrollo en países
determinados, sobre épocas delimitadas y con respecto a culturas particulares. Por otra
parte, en nuestro siglo es cuando se han iniciado las investigaciones acerca de la historia
y la filosofía de la tecnología. Por supuesto, es en los países avanzados en donde el
estudio histórico y filosófico de la ciencia y la tecnología ha tenido un desenvolvimiento
más intenso y cuantitativamente mayor. Además, en varios de esos países se han
formado sociedades especializadas y creado institutos universitarios, o dependientes de
las Academias de Ciencias, o bien, autónomos, dedicados a hacer investigaciones
históricas y filosóficas sobre la ciencia y la tecnología. Igualmente, en esos países se
publican revistas especiales para dar a conocer los trabajos resultantes de las inves-
tigaciones emprendidas. También se efectúan, de manera regular, congresos
internacionales, aunque por separado, esto es, por una parte sobre filosofía de la ciencia
y, por otra, acerca de la historia de la ciencia. En fin, paralelamente a la organización de
las investigaciones y su fomento, se ha ido abriendo paso en los centros de educación
superior, primero, y en los de educación media, después, la enseñanza sistemática de la
historia y de la filosofía de la ciencia. Dicha enseñanza se propone la formación de
especialistas y, también, la preparación de maestros en esas disciplinas, lo mismo que la
apertura de nuevos enfoques en la cultura general de los estudiantes de otras disciplinas.
Sin embargo, la situación que prevalece en México y en las otras naciones de habla
hispana es bastante diferente, como tendremos oportunidad de examinarlo más adelante.
Para tener una idea concreta y precisa de la manera como se ha desarrollado la
enseñanza y la investigación en la historia y la filosofía de la ciencia en un grupo de
países, en su mayor parte avanzados, vamos a utilizar como muestra representativa a los
países que integran la Comunidad Británica, tomando como fuente el estudio realizado
por el profesor W. Mays. Dicho estudio fue publicado en 1960 y en él se recogen,
además de las respuestas obtenidas por el propio profesor Mays, los resultados y las
conclusiones a que se llegó en una encuesta anterior, realizada por el profesor S. E.
Toulmin y un grupo de colaboradores, que culminó con una conferencia celebrada en
Leeds, en noviembre de 1858.1 A pesar de los veinte años transcurridos desde entonces,
el panorama resultante de esas encuestas es sumamente ilustrativo y, en sus rasgos
fundamentales, sigue siendo vigente. Por eso, vamos a relatarlo con detalle. Por otra
parte, es casi ocioso decir que en México y en los otros países de habla castellana
todavía nos encontramos con mucho retraso, con respecto a la situación de los países de
la Comunidad Británica en ese entonces.
La encuesta abarcó los principales centros de investigación y estudios superiores de
Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda, Australia, Canadá, Hong Kong, la India, Nueva
Zelandia, Paquistán, la Unión Sudafricana, las Indias Occidentales, Rhodesia y Nigeria.
1 Los datos aportados por el profesor Mays fueron dados a conocer en castellano, en una traducción de su artículo hecha
por el autor de este trabajo y editada con el título de La historia y la filosofía de la ciencia en las Universidades de la
Comunidad Británica, UNAM Suplementos del Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos, México, 1968, Tercera
Serie, Núm. 31.
En la mayoría de dichos centros se reconoce la importancia de la historia y la filosofía
de la ciencia, pero existen pocos cargos de investigadores establecidos para ocuparse
específicamente de esos dominios. Por lo tanto, la mayoría de los cursos son, en cierto
modo, secundarios y un tanto improvisados. Por lo general, los cursos son impartidos
por miembros de los departamentos de ciencias, de filosofía o de ciencias de la
educación, que algunas veces trabajan individualmente y otras en equipo.
Corrientemente, los científicos tienen mayor conciencia que los filósofos acerca de la
necesidad de conocer la historia y la filosofía de la ciencia; y, a su vez, los filósofos
tienen mayor conciencia que los historiadores. Por lo demás, es frecuente que los
intereses de los departamentos de ciencias se inclinen hacia la historia más que hacia la
filosofía. La importancia que se concede en los curricula universitarios a la historia y la
filosofía de la ciencia varía. En el caso de los alumnos de ciencias, dichos cursos son
considerados como un medio para integrar el conocimiento científico con las
humanidades y que, también, ayudan a evitar la especialización unilateral. En cuanto a
los alumnos de humanidades, se considera que tales cursos les permiten adquirir un
panorama científico general, a la vez que les sirven para comprender la influencia
ejercida por la ciencia sobre la filosofía y la cultura. También se considera que la histo-
ria de la ciencia debe formar parte de los cursos avanzados para graduados en ciencias
de la educación, en filosofía y en historia. En el caso de los estudiantes de filosofía, el
aprendizaje de la historia resulta particularmente importante, debido a las estrechas
relaciones que siempre han existido entre el desarrollo histórico de la ciencia y el de la
filosofía.
Entre las principales necesidades que se destacan figura, desde luego, la de crear
mayor número de cargos docentes y de investigación para especialistas en el dominio de
la historia y la filosofía de la ciencia. Se requieren profesores universitarios dedicados a
la investigación, a la docencia en el nivel profesional y a la enseñanza en el nivel de los
cursos avanzados para graduados. Es conveniente incluir la historia y la filosofía de la
ciencia como partes integrantes de la educación general que reciben quienes aspiran a
ingresar a las universidades, o sea, en el nivel de bachillerato, lo mismo que en los
curricula del nivel profesional. También se hace indispensable establecer cursos
especializados en los departamentos de ciencias de la educación, para satisfacer la
demanda de profesores de historia y de filosofía de la ciencia que aumenta con rapidez.
Indudablemente, la introducción de la historia y la filosofía de la ciencia en los planes de
estudios universitarios servirá para hacer avanzar el conocimiento, ampliar la educación
general y adiestrar a los profesores. También se considera que la historia y la filosofía de
la ciencia son de los mejores medios para introducir los estudios científicos entre los
alumnos de humanidades, ya que resultan mucho más eficaces que la enseñanza de una
ciencia en particular. En fin, se considera igualmente que los profesores de historia de la
ciencia o de filosofía de la ciencia necesitan tener conocimientos de ambas materias y de
que los cursos de historia de la ciencia deben incluir el tratamiento de la filosofía de
la ciencia o deben ser complementados con la enseñanza de esta última asignatura.
Con respecto a la cuestión de saber cuál es la mejor manera de cultivar la
investigación sobre la historia y la filosofía de la ciencia, prevalece la opinión de que
debe ser organizada y fomentada en un instituto, centro o departamento autónomo. En
ese sentido, las mejores y más antiguas experiencias son las que corresponden al Depar-
tamento de Historia y Filosofía de la Ciencia del University College de Londres, que fue
fundado hace unos 50 años; a las del Departamento de Filosofía, Lógica y Método
Científico de la London School of Economics and Political Science, en el cual se cultiva
la filosofía de la ciencia en los niveles de la enseñanza profesional y de la investigación,
a la vez que se estudian los problemas filosóficos concernientes a la historia de la
ciencia; a las cátedras de Historia de la Ciencia y de Filosofía de la Ciencia, existentes
en las Universidades de Oxford y Cambridge, en Inglaterra, lo mismo que en la
Universidad de Aberdeen, en Escocia; y al Departamento de Historia y de Filosofía de la
Ciencia, en la Universidad de Melbourne, en Australia. Todas las instituciones
participantes en las encuestas hicieron hincapié en que, tanto la organización y el
sostenimiento de un centro especial para la investigación y la preparación de la docencia
en historia y filosofía de la ciencia como la autonomía de dicho centro, son
fundamentales para la promoción y el desenvolvimiento venturoso de tales actividades.
En efecto, en una universidad o institución de investigación y estudios superiores, para
que un campo cuente con oportunidades y facilidades para su desarrollo interno, es
indispensable que constituya un centro independiente y tenga representación en el
organismo de gobierno académico de la propia institución. En todo caso, una de las
razones por las cuales el cultivo de la historia y la filosofía de la ciencia no ha tenido,
hasta ahora, un desarrollo equiparable a su valor intrínseco y educativo, es precisamente
la de que dicho cultivo se debe, en general, al empeño incidental de una o dos personas
interesadas que, por lo demás, muchas veces no cuentan con el apoyo firme de los
institutos a los cuales pertenecen. Además, cuando la historia y la filosofía de la ciencia,
aunque sean reconocidas como disciplinas por su propio derecho, quedan incorporadas a
institutos que se ocupan de campos generales, inclusive a la historia o a la filosofía,
resulta que aquellas vienen a ser consideradas como especies de "patitos feos" del centro
que las acoge en su seno. Una explicación pertinente acerca de por qué la historia
y la filosofía de la ciencia no han logrado conseguir esa independencia que requieren
vitalmente consiste en que han quedado unidas con disciplinas diferentes y, hasta cierto
punto, ajenas. Y, entonces, los investigadores del instituto en cuestión llegan a tener la
sensación de que el desarrollo de la historia y la filosofía de la ciencia se hace a
expensas del campo de estudio principal cultivado en ese instituto. Es urgente, pues, la
organización de un centro de historia y filosofía de la ciencia que sea autónomo,
superando así la grave desventaja de ser una sección o área del instituto de historia, del
de filosofía o de algún otro instituto de ciencias. Y, con la misma urgencia, se necesita
que se designe como director de ese centro a un investigador, para que éste represente
los intereses de los profesores e investigadores de ese campo en el seno del consejo
universitario.
De las experiencias obtenidas en las universidades de la Comunidad Británica, se
desprenden varias consideraciones importantes: un curso de historia y filosofía de la
ciencia cumple con dos funciones distintas, ya que permite su aprendizaje de manera
sistemática y, al mismo tiempo, ofrece la oportunidad de que se establezcan contactos
entre las diferentes facultades universitarias, salvándose así el abismo que separa
artificialmente a las humanidades y las ciencias. Para conseguir lo anterior es
indispensable que los cursos preliminares e intermedios sean planeados especialmente,
de acuerdo con los antecedentes académicos de los alumnos. Es necesario que el cuerpo
de profesores e investigadores esté formado por personas con distintos antecedentes
académicos y conocimientos de diferentes ciencias particulares. En todo caso, sería
erróneo considerar que una misma persona se pueda ocupar de todas las ramas de la
historia y la filosofía de la ciencia. También es de importancia primordial la enseñanza
conjunta de la historia y la filosofía de la ciencia, en lugar de que dichas disciplinas se
enseñen por separado.
El interés hacia la historia y la filosofía de la ciencia depende, en cierta medida, del
número de alumnos y profesores de la universidad, de su antigüedad y de la preferencia
que se atribuya a su campo, entre los problemas culturales. En lo que toca a su desarrollo
futuro, se destaca la necesidad de establecer nuevos cargos docentes y de investigación.
Inclusive las instituciones de más reciente creación pueden encontrar la manera de
fundar cátedras de historia y filosofía de la ciencia; lo cual depende en gran parte, de
manera obvia, de la disponibilidad de profesores preparados en esas disciplinas que
tengan las instituciones más antiguas. Empero, en aquellas universidades en que tal
cosa resulte impracticable, tal vez sea posible transformar algunas de las cátedras
existentes, para que en ellas se traten dichas materias. Por otro lado, se puede pensar
también en la posibilidad de instituir un curso en el nivel de maestría. Otro de los niveles
a los cuales se puede extender la enseñanza de la historia y la filosofía de la ciencia es el
de las escuelas de enseñanza media. De esa manera, se prepararían generaciones de
jóvenes universitarios con conocimientos académicos en este dominio, que estarán en
condiciones de continuar sus estudios sobre dicho campo en el nivel profesional y
superior. Los departamentos pedagógicos también necesitan impartir los conocimientos
adecuados a los futuros maestros que se encargarán de enseñar después la historia y la
filosofía de la ciencia en las escuelas medias y en otros niveles. En el caso de los
alumnos de humanidades, es necesario intensificar la enseñanza de la filosofía y la
historia de las ciencias sociales. En general, los estudiantes de humanidades tienen
mucho menos dificultades para comprender los fundamentos filosóficos de las ciencias
sociales que los de las ciencias naturales. Por consiguiente, pueden obtener así cierta
comprensión de la metodología científica, sin necesidad de tener conocimientos
especializados de física o biología, por ejemplo. Y no obstante que el surgimiento
impetuoso de las ciencias sociales es relativamente reciente, lo cierto es que los
problemas filosóficos planteados por ellas son sumamente importantes. En fin, a veces
se habla de la conveniencia de que la historia y la filosofía de la ciencia fueran
especializaciones en el nivel profesional, debido a que se requiere cierta madurez de
pensamiento y conocimientos académicos de otras materias antes de que se puedan
estudiar con provecho. Esa consideración es aplicable, hasta cierto punto, a la filosofía
de la ciencia, pero no parece ser indispensable para la historia de la ciencia.
En resumen, tenemos que en cuatro universidades inglesas se encuentran firmemente
establecidas la historia y la filosofía de la ciencia. A ellas se agrega una universidad
escocesa y otra australiana. En otras instituciones de enseñanza superior se han
establecido cursos de filosofía e historia de la ciencia, lo mismo que cursos en los que se
enseñan separadamente dichas materias. En algunas de ellas se han establecido
igualmente cursos libres de las mismas disciplinas. En otras universidades, la historia de
la ciencia es enseñada por profesores de los departamentos científicos, de filosofía o de
ciencias de la educación. Hay universidades que ofrecen cursos y seminarios para
estudiantes de ciencias de la educación, tanto para graduados como para investigadores.
En lo que respecta a los grados, diplomas y certificados de estudios, se tienen
establecidos los que siguen: en la Universidad de Cambridge existe el certificado de
estudios en Historia y Filosofía de la Ciencia, tanto como especialización que como
requisito para obtener el grado de Bachiller en Artes; y, por otra parte, también se tiene
el grado de Maestro en Artes especializado en teoría y métodos de la ciencia. En la
Universidad de Oxford existe un diploma en Historia y Filosofía de la Ciencia. También
se pueden adquirir grados académicos en esa especialidad: de Doctor en Filosofía en la
Universidad de Cambridge; de Doctor en Filosofía en la de Oxford; de Maestro en
Ciencias y de Doctor en Filosofía en la de Londres, y de Maestro en Ciencias en la de
Leicester. Y en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres se otorgan los
grados de Maestro en Ciencias y de Doctor en Filosofía, con la especialidad de Lógica y
Método Científico. En lo que respecta a la investigación en historia y filosofía de la
ciencia, ésta se realiza en las universidades de Cambridge, de Leicester, de Oxford y de
Sheffield, lo mismo que en el University College y en la Escuela de Economía y
Ciencias Políticas de Londres, en Inglaterra; en las universidades de Melbourne, de
Nueva Gales del Sur y de Queensland, en Australia; en las universidades de Ontario
Occidental y de Windsor, en Canadá, y en la universidad de Ciudad del Cabo, en la
Unión Sudafricana.
Pasemos ahora a los problemas que se plantean para el cultivo de la historia y la
filosofía de la ciencia en México. Desde luego, el estudio del desarrollo histórico de la
ciencia en México no tiene, obviamente, la importancia de permitir seguir el curso de
muchos grandes descubrimientos o de aportaciones decisivas que hayan sido incor-
poradas al conocimiento científico de la humanidad. En realidad, desde la época en que
los antiguos mexicanos quedaron sometidos al coloniaje español, nuestras
contribuciones a la ciencia han sido escasas y en muchos casos no fueron conocidas
oportunamente en los otros países por la falta de un contacto efectivo. Peor todavía, ha
llegado a suceder que ni siquiera exista noticia de lo que se hace en alguna parte de la
república en otros lugares de la misma, como lo hemos podido constatar en más de un
caso concreto. Sin embargo, el estudio del desenvolvimiento científico de México tiene
el enorme interés de servir para poner de relieve la historia mexicana de una de las
actividades de mayor importancia en nuestro tiempo, a la vez que permite esclarecer
varios hechos destacados de la historia social de México. De otro lado, el hecho
mismo de presentar un panorama de nuestra historia científica en su conjunto, además de
que viene a llenar una laguna en la investigación de nuestro pasado, será útil para dar a
conocer el arraigo y el vigor que tienen las tradiciones científicas en nuestro pueblo y
para establecer con mayor firmeza las bases del impulso que es necesario impartir ahora
a la investigación científica en México, con vistas a elevar nuestro desarrollo cultural y
poder satisfacer mejor las numerosas necesidades que plantea nuestro desenvolvimiento
económico y social.
En semejante estudio se pueden determinar cuáles fueron los conocimientos
científicos elaborados o manejados por los mexicanos en las distintas épocas, analizando
las condiciones históricas que los hicieron surgir, las influencias recibidas o ejercidas en
diversas ocasiones y por diferentes conductos, y la manera como dichos conocimientos
se convirtieron en agentes activos para reobrar sobre la vida social de México. Sin duda,
uno de los aspectos más importantes de cada periodo histórico lo forman los trabajos
científicos que entonces se emprenden, porque se encuentran ligados inseparablemente a
todas las condiciones determinantes de la vida económica, social, política y cultural,
dentro de los cuales se conforma y expresa la actividad de los hombres de ciencia. Por
ello, es necesario indagar las condiciones sociales en que se producen las
investigaciones científicas y las concepciones filosóficas en que se apoyan o pretenden
apoyarse; y lo mismo tiene que hacerse con las consecuencias resultantes de dichas
investigaciones, tanto en sus aplicaciones directas como en sus influencias sobre el
desarrollo cultural y social. Así, el examen del desenvolvimiento histórico de todos esos
elementos y la comprensión de sus condiciones actuales constituyen un material valioso
del cual se pueden extraer orientaciones acerca de las maneras de actuar eficazmente en
el presente y en el porvenir. Por otra parte, esta indagación histórica no puede consistir
en la mera acumulación de datos recopilados de las distintas fuentes, sino que es
imprescindible interpretarlos y ordenarlos, para determinar sus enlaces y sus
consecuencias, hasta llegar a explicarlos objetivamente en la plena expresión de las
condiciones históricas en que se produjeron. En suma, tomando en cuenta lo antes dicho,
hay que proponerse destacar la participación que la actividad científica ha tenido en la
transformación social de México y en el surgimiento de sus problemas económicos,
políticos y culturales, para mostrar finalmente la manera en que la ciencia puede
coadyuvar a resolver dichos problemas que, en último término, solamente pueden ser
atendidos y superados con la aplicación inteligente y eficaz de los resultados de la
investigación científica.
Tal como lo mostramos con detalle en nuestra obra La ciencia en la historia de
México, los pueblos del México Antiguo tuvieron un desenvolvimiento cultural bastante
notable antes de la llegada de los españoles y, particularmente, en el campo del
conocimiento científico conquistaron un nivel destacado. Entre sus hazañas científicas
más conspicuas tenemos el sistema vigesimal de numeración y su notación simbólica,
que fue utilizada en la astronomía y en el comercio; la invención y el uso del cero, ocho
siglos antes de que volviera a ser concebido independientemente por los hindúes en el
siglo VI de nuestra era; el calendario ceremonial de 260 días, denominado tonal-
pohualli por los nahoas y tzolkín por los mayas; el calendario solar de 365 días, llamado
xihuitl en nahoa y haan en maya, cuya precisión se conseguía con correcciones
semejantes a las actuales y que, por ende, tenía una aproximación mayor que la del
calendario juliano, que fue el utilizado por los europeos hasta el año de 1582; las obser-
vaciones y los cálculos astronómicos realizados con una precisión extraordinaria; la
escritura jeroglífica empleada para registrar los acontecimientos y transmitir el saber; la
fabricación de papel, tapa o amatl, a base de las fibras de la corteza de varios amates y,
en algunos casos, de las fibras de maguey; la preparación del hule y su empleo en la
elaboración de varios objetos especializados; el portentoso conocimiento que llegaron a
adquirir acerca de los vegetales y la multitud de usos que les encontraron para obtener
alimentos, medicinas, fibras, telas, vestidos, bebidas refrescantes y embriagantes,
venenos, instrumentos de trabajo, materiales de construcción, sustancias para sus
artesanías, colorantes, combustibles, papel, teas y aceites para el alumbrado, sustancias
alucinantes, pegamentos, cuerdas, perfumes, trampas para cazar y pescar, detergentes,
madera para esculpir, hule, muebles, sustancias aromáticas, artículos para sus juegos y
materiales para otros muchos usos; la medicina y sus remedios de gran eficacia, que era
enteramente equiparable a la europea de su tiempo y que se propagó inmediatamente,
recibiendo así la farmacopea una contribución de una magnitud, tamaña riqueza y tal
significación que difícilmente se pueden comparar con alguna otra aportación anterior o
posterior. En realidad los antiguos mexicanos, obligados por la naturaleza en que vivían,
se vieron constreñidos a buscar casi exclusivamente en el reino vegetal los medios de
satisfacer sus necesidades y, en consecuencia, lograron adquirir un conocimiento
sumamente amplio y profundo de la vegetación que los rodeaba. El trabajo de los
metales —oro, plata, cobre, estaño, plomo y mercurio— y de sus aleaciones —bronce,
oro y cobre, plata y cobre, oro y plata, y plomo y cobre— era especialmente notable por
su refinamiento. Algo semejante se puede decir de sus construcciones civiles y
religiosas, de su escultura, de sus obras hidráulicas y de comunicación, de sus cartas de
intinerarios, de las técnicas de sus artesanías —alfarería, tejeduría, plumaria, lapidaria,
pintura, tallado en madera y estucado— y de los procedimientos químicos que utilizaban
para obtener sal, sacarosa, bebidas fermentadas y pigmentos. Solo que este desarrollo
fue interrumpido de manera violenta y definitiva por los conquistadores españoles.
Posteriormente ha habido en nuestro país tres épocas durante las cuales han existido
las condiciones necesarias para que se intensificara notablemente la actividad científica:
la primera de ellas comprendió las tres últimas décadas del siglo XVIII y la primera del
XIX la segunda abarcó desde el último tercio del siglo XIX hasta los primeros años del
XX, y la tercera —en la cual nos encontramos ahora— se inició hace unos cincuenta
años. El primer periodo correspondió a los acontecimientos económicos y sociales que
precedieron y acompañaron a la toma del poder por la burguesía en Francia y el comien-
zo de la Revolución Industrial en Inglaterra y Holanda. Como consecuencia de dichos
acontecimientos, en España se implantó la libertad de comercio, se redujeron los
tributos, se confiscaron muchas propiedades eclesiásticas, se obligó a la Iglesia a
contribuir a los gastos de la hacienda pública y se realizaron algunas reformas liberales
en el régimen político de sus colonias americanas. Por otro lado, también fue entonces
cuando se inició en México la secularización de la enseñanza y se introdujeron la ciencia
y la filoso fía modernas. El resultado fue que se produjo un auge inusitado en la
investigación científica, a la vez que cobró mayor vigor el movimiento político en favor
de la independencia, el cual finalmente acabó por superar todas las otras actividades.
Una vez consumada la independencia, los graves conflictos sociales y políticos que se
suscitaron —debido principalmente al hecho de que se mantuvo incólume el régimen
económico, al mismo tiempo que comenzaron las agresiones y despojos por parte de las
potencias imperialistas— provocaron una sucesión continua de luchas armadas, en las
cuales tuvieron que concentrarse todos los esfuerzos. Y, a resultas de todo esto, la
actividad científica declinó notablemente, frustrándose asilas posibilidades que se habían
creado.
La segunda época empezó con el triunfo de la revolución popular, nacional y liberal
que puso en vigor las Leyes de Reforma, mediante las cuales se suprimieron los fueros
eclesiásticos y militares, se estableció la administración civil de la justicia, se
desamortizaron las propiedades del clero, se separó la Iglesia del Estado, se abolieron
los conventos y las órdenes religiosas y se instituyó la libertad de cultos. De esa manera,
se transformaron los cimientos económicos de nuestro país y se consiguió un gran
avance en los otros dominios de la vida social. Al mismo tiempo, se declaró obligatoria
y gratuita la enseñanza primaria, se ensanchó considerablemente la enseñanza media y
se mejoró de un modo conspicuo la educación superior. Por otra parte, se fundaron
varios institutos de investigación científica y se formaron muchas sociedades científicas
que promovieron la ejecución de una gran cantidad de trabajos científicos. Así se
crearon condiciones favorables para el desarrollo de la ciencia que permitieron
realmente la obtención de muchísimos datos utilizables como materia prima para
investigaciones ulteriores. Sin embargo, antes de que se pudiera llegar a la etapa de la
elaboración científica propiamente dicha, el gobierno porfirista destruyó las bases
liberales del movimiento de la Reforma, se convirtió en instrumento dócil de los
latifundistas mexicanos y extranjeros, permitió que la Iglesia recuperara buena parte de
sus propiedades y privilegios, facilitó el dominio extranjero sobre el comercio, las minas
y las industrias incipientes y reprimió con crueldad las manifestaciones de protesta de
los campesinos y otros trabajadores sometidos a una explotación inicua. En
consecuencia, el movimiento científico que se había iniciado con buenos auspicios fue
tergiversado por completo y se detuvo cuando apenas empezaba a dar algunos frutos.
La época actual de florecimiento de la investigación científica se ha producido como
resultado de la Revolución Mexicana y de la situación que prevalece en el mundo.
Desde su principio, el movimiento contemporáneo se caracterizó por la preocupación de
lograr que los hombres de ciencia mexicanos participen activamente en la elaboración
del conocimiento científico, superando así la aspiración porfiriana de estar simplemente
al tanto del desarrollo de la ciencia en los países más adelantados. De acuerdo con los
propósitos revolucionarios de impulsar decididamente el desenvolvimiento de nuestro
país para mejorar el nivel de vida de todos los mexicanos, se ha extendido en forma muy
considerable la enseñanza elemental, se han multiplicado y ampliado las instituciones de
educación superior sostenidas por el Estado —que imparten sus conocimientos de un
modo gratuito o casi gratuito— y se han creado muchos centros de investigación cien-
tífica. Al propio tiempo, se ha elevado la preparación de los investigadores, se han
aumentado decorosamente sus emolumentos, han crecido los recursos económicos de los
institutos y se ha mejorado mucho su dotación de instrumentos, bibliotecas y otros
apoyos necesarios para sus labores. De esa manera se han constituido condiciones
bastante propicias para la actividad científica y, como consecuencia, los trabajos de
investigación que se realizan actualmente en México tienen la seriedad y el rigor
requeridos, producen resultados que aportan contribuciones interesantes para quienes
trabajan en la misma disciplina en los otros países del mundo y, por ende, reciben la
atención de los medios científicos respectivos. Por lo tanto, la investigación científica en
México se encuentra ahora en una situación llena de posibilidades y promesas, que
superan con mucho a las existentes en las dos épocas antes mencionadas. Por eso
mismo, se plantea con urgencia la necesidad imperiosa de hacer avanzar la investigación
cada vez con más eficacia y a un ritmo mayor. Para ello es indispensable que se
fortalezcan y amplíen las condiciones favorables, de tal modo que no sólo sean las
necesarias sino también las suficientes para asegurar ese progreso. Y como fundamento
imprescindible para que esas condiciones fructifiquen, se requiere que el desarrollo de
nuestro país en el dominio económico, político y social se acelere mucho más y redunde
en beneficio directo de los trabajadores, para que tenga el apoyo decidido del pueblo. De
otra manera, como lo demuestran nuestras experiencias históricas en el pasado, se
volverían a frustrar las inmensas posibilidades que ahora existen para el
desenvolvimiento de las ciencias y la transformación de México.
Volvamos ahora a los problemas que se suscitan en la investigación de la historia de
la ciencia. Empecemos por traer a cuenta la más ambiciosa expresión de la importancia
que tiene esa disciplina, tal como aparece en la formulación hecha por George Sarton, en
The Study of the History of Science,2 mediante la enunciación de una definición, un
teorema, un corolario y un escolio. Tal expresión es la siguiente:
Definición. La ciencia es el conocimiento positivo sistematizado o que ha sido
considerado como tal en diferentes épocas y en distintos lugares.
Teorema. La adquisición y la sistematización del conocimiento científico son las únicas,
entre todas las actividades humanas, que son verdaderamente acumulativas y
progresivas.
Corolario. La historia de la ciencia es la única historia que puede ilustrar el progreso de
la humanidad. En efecto, el progreso no tiene un significado definido e
incuestionable en otros campos que no sea el de la ciencia.
Escolio. Entonces, para explicar el progreso de la humanidad, debemos enfocar nuestra
atención al desarrollo de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas. Por lo demás
tampoco podemos entender la ciencia actual, aunque seamos capaces de utilizarla,
sin lograr penetrar venturosamente en su génesis y en su evolución.
2 Nueva York, Dover, 1936, p. 5.
Después de ese paréntesis de optimismo, vayamos a los problemas concretos. En
todo caso, el considerar que la historia de la ciencia y de la tecnología consiste en la
simple aplicación automática del método de la historia a los hechos bien conocidos de la
ciencia y de la tecnología constituye una apariencia engañosa y, en rigor, enteramente
errónea. Empezando porque los "hechos bien conocidos de la ciencia y de la tecnología"
no se encuentran precisamente a nuestra disposición y esperando que nos ocupemos de
ellos, sino que es necesario buscarlos en una indagación laboriosa, ponerlos al
descubierto y, finalmente, determinarlos en su contexto. Luego, resulta que el cono-
cimiento científico no es algo inerte o estático sino algo fluido, vivo y en movimiento
que es indispensable aprender a discernir prudentemente, para poderlo juzgar entonces
con perspectiva histórica. En fin, en esa indagación y con tal discernimiento resulta que
el método de la historia de la ciencia no es enteramente igual al método de la historia
general, ni tampoco al de cualquiera otra historia particular o específica. Además, para
estudiar de manera conveniente la historia de la ciencia y de la tecnología, se requieren
tanto conocimientos históricos como científicos y tecnológicos a una profundidad
suficiente como para poder manejar con acierto los datos encontrados.
El conocimiento histórico se amplía lentamente, sus dificultades crecen a medida que
se obtienen nuevos materiales y, por otra parte, avanza precariamente, ya que hay una
recurrencia constante a la enmienda de los errores cometidos. Además, no obstante que
tiende a la completividad, lo cierto es que su curso es asintótico y nunca alcanza su
meta. En cambio, en el conocimiento científico, los conceptos fundamentales son
diferentes de una época a otra, los métodos son distintos, su alcance es mucho
mayor y su contenido es sumamente variado. Sin embargo, el científico que incursiona
en la historia de la ciencia a veces llega a proceder con candorosa ignorancia. Se
encuentra adiestrado en sus propios métodos y técnicas, pero no entiende que los
procedimientos para establecer la validez, o al menos la probabilidad máxima, de los
acontecimientos pasados tiene sus propias reglas complicadas y, también, sus métodos
peculiares. El historiador de la ciencia es un recolector de hechos e ideas científicas, de
la misma manera en que el entomólogo recolecta insectos. Pero, en ambos casos, la
colección representa solamente el primer paso en el camino del conocimiento. También,
ambos investigadores usan métodos similares para asegurarse de que cada espécimen de
la colección se encuentra determinado de la manera más inequívoca y completa que sea
posible. Y cuando los hechos están debidamente establecidos necesita de métodos
análogos para extraer sus conclusiones y construir progresivamente un sistema de
conocimiento. La precisión es tan fundamental en el campo de la historia como en los
otros dominios científicos, y su significado es análogo.
El historiador de la ciencia debe considerar el desarrollo de la ciencia y de la
tecnología desde sus comienzos hasta nuestros días. También debe estar preparado para
extender sus indagaciones tan profundamente en el pasado como lo permita el
descubrimiento de nuevos testimonios y, a la vez, mantener sus conocimientos científi-
cos tan actualizados como sea posible. Aun cuando no puede conocer homogéneamente
el desarrollo de cada ciencia en cada época, sí debe tener adquirido un buen panorama
de la historia entera de la ciencia, tal como el científico lo tiene de toda su disciplina,
aunque solamente conozca en detalle el dominio de su especialidad. Una buena
manera de adquirir una preparación adecuada en el campo de la historia de la ciencia es
la de dedicarse a su estudio a través de varios cortes históricos transversales. Por
ejemplo, uno de ellos se puede referir al desarrollo de una disciplina concreta, como la
astronomía o la biología. El segundo corte puede consistir en el estudio del desarrollo
científico en una época determinada, como el siglo XVI en México. Y el tercer corte
puede estribar en el desenvolvimiento de la ciencia en un solo país o en varios países
comunicados por la misma cultura o por la misma lengua, como los países de habla
hispana. Un historiador de la ciencia que adquiera suficiente familiaridad en esos tres
cortes, o en otros análogos, tendría un cimiento sólido para seguir adelante, aun cuando
su maestría real sobre la materia dependerá, en último término, de su
experiencia, de su diligencia, de su sabiduría y de su inteligencia.
La búsqueda de nuevos materiales históricos es muy compleja. Solamente una parte,
que no siempre es la más importante, puede ser enseñada. Sin embargo, esa parte
enseñable es común a todos los historiadores y se puede aprender en textos y seminarios,
complementados con una buena práctica. Otro aspecto muy importante es el de aprender
a discernir cómo ha sido el desarrollo de la ciencia desde el punto de vista de su lógica
interna. Ya que representa un gran interés el poner al descubierto cuáles han sido las
secuencias lógicas, y en otros casos cuáles han sido las soluciones lógicas de
continuidad, que se encuentran en los argumentos y en las actividades que han llevado a
la humanidad de un descubrimiento a otro, de un problema al siguiente y de cada nivel
científico a otro superior, y eso de manera interminable. De ese modo es como la
historia de la ciencia adquiere también un valor heurístico, o sea, que ayuda a los
científicos a hacer conjeturas, para llegar después a realizar los descubrimientos
correspondientes y lograr así nuevos avances en el conocimiento.
En el caso particular de América Latina, la historia de la ciencia no registra grandes
descubrimientos ni tampoco aportaciones importantes, salvo en la época prehispánica, y
eso más bien entre los mayas, los incas y los nahoas. En otras culturas antiguas y en
otras épocas, las contribuciones pertinentes a la ciencia y a la tecnología tienen que
buscarse con lupa y, a veces, con microscopio, por la escasez de testimonios y las
dificultades que presenta su estudio riguroso. A lo anterior se agrega que son muy pocas
las investigaciones que se han hecho hasta ahora a ese respecto. Para tener una idea más
concreta, pasaremos revista a las publicaciones concernientes a la historia general de la
ciencia y la tecnología que se han hecho; sin que la falta de mención de las obras
relativas a la historia de una u otra disciplina en particular implique que desconozcamos
su importancia. Con respecto a nuestro país, dichas obras son las siguientes:
Porfirio Parra, "La ciencia en México", en: México, su evolución social, J. Ballescá,
México, 1900-1902, Primer Tomo, Segundo Volumen, pp. 417-466.
Eli de Gortari, La ciencia en la historia de México, Fondo de Cultura Económica,
México 1963; nueva edición, Editorial Grijalbo, México, 1980.
José Bravo Ugarte, La ciencia en México, Editorial Jus, México, 1967.
Ramón Sánchez Flores, Historia de la tecnología y la invención en México, Fomento
Cultural Banamex, México, 1980.
En lo que se refiere a los otros países de América Latina, la relación de las obras de
que tenemos noticia incluye, para Venezuela:
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, La ciencia, base de nuestro
progreso, Ediciones IVIC, Caracas, 1965.
Marcel Roche, Descubriendo a Prometeo, Monte Avila, Caracas, 1975.
Sobre Argentina:
José Babini, La evolución del pensamiento científico en la Argentina, Editorial La
Fragua, Buenos Aires, 1954; resumido y puesto al día con el título de La ciencia
en la Argentina, EUDEBA, Buenos Aires, 1963.
Acerca de Colombia:
A. Bateman, Apuntes para la historia de la ciencia en Colombia, COLCIENCIAS, Bogotá,
1971.
Fernando Chaparro y Francisco R. Sagasti, Ciencia y tecnología en Colombia, Instituto
Colombiano de Cultura, Bogotá, 1978.
Sobre Brasil:
N. Stepan, The Beginnings of Brazilian Science, Science History Publications, Nueva
York, 1976.
En fin, acerca de la historia de la ciencia en América Latina en conjunto solamente
hemos tenido noticia del proyecto en que ha trabajado Marcel Roche, pero que no ha
sido consumado.
Por lo que se refiere a los cursos de historia de la ciencia y de filosofía de la ciencia
impartidos en México, tenemos el siguiente panorama. En los planes de estudios de la
Facultad de Ciencias de la UNAM figuran, desde su creación en 1939, la historia de la
biología, la de la física y la de las matemáticas. Pero, durante varios lustros, los cursos se
impartieron de manera intermitente, ocasional y reducida. Solamente en los últimos años
es que han adquirido cierta regularidad. En el año de 1964 se implantó por primera vez
un curso de Filosofía de la Ciencia, en la misma Facultad de Ciencias, que perduró hasta
1966; y que, en la última década se ha reanudado con distinta denominación. En la
Facultad de Medicina existe la cátedra obligatoria de Historia y Filosofía de la Medicina
desde hace unas tres décadas. En la Facultad de Filosofía y Letras se estableció como
optativa la cátedra de Filosofía de la Ciencia, desde 1948; y después, en 1959, adquirió
el carácter de obligatoria para la Licenciatura en Filosofía. En 1949 se estableció un
curso de Historia de la Ciencia en México, en la Facultad de Filosofía y Letras, que se
sostuvo hasta 1951; y lo mismo ocurrió en la Escuela Normal Superior.
Subsecuentemente, se han creado cursos de Historia de la Geografía, de Historia de la
Pedagogía y de Historia del Pensamiento Científico, en la Facultad de Filosofía y letras.
En las otras escuelas y facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México no
existen cursos de historia de la ciencia, ni tampoco de filosofía de la ciencia. En el
Instituto Politécnico Nacional, solamente en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas,
existe el Seminario de Historia de las Doctrinas Biológicas para la licenciatura y el
Seminario de Filosofía de la Ciencia para el doctorado.
En cuanto a las organizaciones que han promovido el estudio, la discusión y la
difusión en el dominio de la historia y la filosofía de la ciencia, podemos mencionar a
las que siguen. La Sociedad Mexicana de Historia de la Medicina, que se reúne
mensualmente y publica irregularmente los trabajos discutidos en sus reuniones. El
Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos, que inició sus actividades en 1955 y
las mantuvo hasta 1972, consiguió la participación de más de 200 investigadores
científicos en sus reuniones mensuales para discutir los problemas de la ciencia, la
historia y la filosofía contemporáneas y editó 33 libros, 33 Cuadernos y 54 Suplementos,
con obras sobre ciencia, filosofía de la ciencia e historia de la ciencia, escritas en parte
por miembros del Seminario . Por otra parte, en septiembre de 1963 se celebró el Primer
Coloquio Mexicano de Historia de la Ciencia, gracias a la actividad diligente del
doctor Enrique Beltrán, el maestro Arturo Arnaiz y Freg y sus eficaces colaboradores, en
el cual se presentaron y discutieron 59 trabajos que aportaron datos e interpretaciones
importantes. Como consecuencia de ese Coloquio se fundó la Sociedad Mexicana de
Historia de la Ciencia y la Tecnología, la cual ha desarrollado una gran actividad a lo
largo de varios años y, actualmente, se prepara para reanudarla con nuevos ánimos.
Dicha Sociedad ha publicado los dos volúmenes de las Memorias del Primer Coloquio
Mexicano de Historia de la Ciencia y, por lo menos, otros cuatro volúmenes de sus
Anales. Finalmente, tenemos el Proyecto de historia general de la medicina en México,
organizado y coordinado por el doctor Fernando Martínez Cortés y patrocinado por la
Academia Nacional de Medicina, que está a punto de culminar sus labores con la
redacción de esa obra monumental, en la cual colabora un grupo numeroso de médicos
cirujanos, odontólogos, antropólogos, biólogos, historiadores y filósofos.
Como se puede advertir con facilidad, el cultivo de la historia de la ciencia en
México, y en los otros países de habla hispana, se ha debido, casi exclusivamente, a
esfuerzos individuales, realizados esporádicamente y sin vinculación orgánica, ni
siquiera personal, entre unos y otros. Por otra parte, la mayoría de los investigadores que
se ocupan de la historia de la ciencia lo hacen ocasionalmente, sus aportaciones
consisten, casi siempre, en artículos y solamente en raras ocasiones llegan a constituir
libros. Tampoco hay investigadores que se dediquen de manera exclusiva, o
principalmente, a la historia de la ciencia; ya que lo hacen, comúnmente, además de sus
actividades fundamentales y un poco, por así decirlo, en sus ratos perdidos. Por otra
parte, la inmensa mayoría de los investigadores científicos mexicanos y de habla hispana
ignoran tranquilamente la historia de la ciencia y, por consiguiente, la desprecian o, al
menos, no le tienen estimación alguna. Entonces, el problema más grave y cuya solución
resulta más imperiosa es el de organizar los estudios y las investigaciones en un núcleo
institucional, en el futuro inmediato. Semejante núcleo lo puede constituir un centro
universitario de investigaciones históricas sobre la ciencia y la tecnología, con
autonomía académica y que cuente con los recursos humanos y económicos suficientes
para el desempeño de sus actividades. Las funciones de este centro consistirían en hacer
investigaciones, en preparar investigadores y profesores, en publicar libros, en editar una
revista especializada, en formar una biblioteca adecuada, en difundir los conocimientos
por todos los medios disponibles y en realizar una campaña permanente de motivación
y convencimiento entre todas las escuelas y facultades universitarias para la creación de
cátedras sobre la historia de la ciencia y de la tecnología en todos los niveles de estudio.
A dicho centro se podrían incorporar los investigadores interesados en esas disciplinas,
ya sea de manera permanente, durante un cierto tiempo o para realizar algún estudio
determinado; en unos casos con dedicación completa y en otros dedicando parte de su
tiempo. Hace ya unos 30 años que presentamos una iniciativa semejante, en el Congreso
Científico Mexicano, celebrado en 1951 para conmemorar el Cuarto Centenario de la
Universidad de México.3 Después hemos reiterado la proposición, cada vez que hemos
tenido la oportunidad de hablar en una tribuna adecuada o cuando hemos considerado
que existe una coyuntura favorable. Esperamos que en esta ocasión no solamente
seamos escuchados, sino que pronto se llegue a establecer el centro de investigaciones
que proponemos sobre la historia de la ciencia y de la tecnología.
3 "Proposición para la creación del Instituto de Filosofía e Historia de la Ciencia", Memoria del Congreso Científico
Mexicano, UNAM, México 1953, vol. XV, pp. 453-455. (Véase las págs. 99-101 del presente libro.)