Pregón 2009.Mª Carmen Alcudia

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d del Ca armen 2009 Alcud dia

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Semana Santa 2009

Transcript of Pregón 2009.Mª Carmen Alcudia

Mª d

del Ca

armen 2009

Alcuddia

Llegaste a mí discretamente para ofrecerme tu

amistad. Poco a poco fuiste calando en mi interior de niña,

de adolescente, de mujer. Te has servido de personas, lugares o momentos,

para conquistarme. Con la ignorancia de una niña, la locura de una

adolescente y la sensatez de una mujer, me he ido enamorando de Ti, de esa forma tuya tan peculiar de amar.

Buenas noches

Reverendos Párrocos Sr. Alcalde y corporación municipal Hermanos Mayores, Presidentes y Juntas de Gobierno de las hermandades y cofradías de Semana Santa. Cofrades Señoras y Señores.

Sean mis primeras palabras de agradecimiento a las personas que han depositado su confianza en mí, encargándome la difícil tarea de narrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Gracias a Mari por sus palabras. Una vez más la

fuerza del Espíritu nos ha unido, en esta ocasión en una noble tarea.

A mi padre, que de su mano y desde mi más tierna

infancia, me guió por el camino de la penitencia, acompañando, al igual que lo hacía el pueblo fiel, a Ntro. Padre Jesús Nazareno.

A Miguel, Álvaro y Maria, que junto con el Señor,

son el motor que mueve mi día a día. A mi hermandad, representada en la persona de su

presidente, quien me contagió la ilusión y el sentimiento cofrade.

A vosotros costaleros y costaleras, que el sudor y el

cansancio de vuestras estaciones de penitencia, os acerque más a ese Jesús que sufre y que sobre vuestras cabezas triunfa.

A los que nos extasiáis con vuestra música. Dejad

que fluya desde lo más hondo del corazón, para que vuestras cornetas pregonen, lo que gritos condenaron.

A todos ustedes, que mis humildes palabras las lleve

volando desde mi corazón y desde mi alma y las pose en el alma de vuestros recuerdos y vuestros corazones.

La noche en que me comunicaron que había sido

elegida para tan noble menester, mi paz interior desapareció para dar paso a un desasosiego incontrolable. Noche de incredulidad, de nervios, de dudas, de miedo. Me sentí orgullosa a la vez que intimidada, contenta a la vez que angustiada, pero sobre todo no merecedora de tan digna petición.

¿Qué contar que no esté contado? ¿Qué decir que no esté dicho?

Mil razones acudían a mi mente para decir que no. Escribir, escoger, colocar, ordenar mi humilde vocabulario para hablar de Ti. Yo Señor hablar de Ti, cuando lo que tengo que hacer es escucharte. Tú me hablas desde del madero, de amor, de perdón, de paz, de comprensión, de ayuda, de humildad. Tú eres el Señor del silencio, mi Maestro y yo, una simple aprendiz que muchos días ha querido rendirse ante la evidencia, de que no sería capaz de hilvanar las palabras precisas, para pregonar la historia más grande que jamás pudo ser soñada.

Días en los que se entablaba una lucha entre la razón y el corazón.

Días de reflexión, en los que la razón me muestra las pisadas de un hombre, que al mismo tiempo es Dios.

De un hombre que había iniciado desde muy pequeño su peregrinación vital. En Él se habían cumplido todas las profecías y los anuncios. Él era como lo sigue siendo hoy, una Promesa.

Una promesa hecha desde el comienzo de los tiempos

y ningún pensamiento, ni revolución política, ni filosófica, ha conseguido jamás los logros de paz, de solidaridad, de consuelo, de esperanza, de libertad y de justicia que logró y sigue logrando el mensaje de Jesús Nazareno.

Un hombre que sin necesitarlo, recibe las aguas

bautismales del Jordán, que sana cuerpos y espíritus sin más requisitos que el estar abiertos a la fe, la esperanza y el amor.

Que instruye a sus discípulos, en una única enseñanza: el amor al prójimo.

Que como hombre llega triunfante a Jerusalén, sabiendo que va a padecer prisión, tortura, humillación, para llegar como el Hijo de Dios al más sublime de los finales.

Un hombre que por su humanidad, su sabiduría, su generosidad, asustó a reyes, escribas y sacerdotes.

Un hombre valiente donde los halla, que a pesar de sus dudas, de sus miedos, defiende a capa y espada, todo aquello que el Padre ha dispuesto para Él.

Un hombre al que siguen porque sus palabras saben a verdad, a consuelo, a esperanza, a amor.

Que no tiene reparos en acercarse a prostitutas, vagabundos o leprosos.

Que no conoce distinción de raza, ni de condición social.

Que no tiene prejuicios, porque para Él, todos son

iguales. Un hombre que a pesar del dolor, del sufrimiento, de

la humillación recibida, implora perdón para los que están ajusticiándolo.

Un hombre, como jamás habrá otro sobre la faz de la tierra, que entrega su vida por cada uno de nosotros y no pide nada a cambio.

Que nos da libertad para seguir las sendas del camino. Su camino.

Recorriendo en silencio este camino, los recuerdos van acudiendo.

Es como si un halo de viento los empujara y los dejara meciéndose en mi pensamiento, para que razón y corazón, sean uno solo. Las palabras de mi madre cuando dije que quería ser nazareno: “Si quieres adelante, pero piénsalo bien; esto no es cosa de andar jugando, si das el paso ha de ser para siempre. Mi primera salida. Sentí una mezcla de orgullo, de emoción, de felicidad; eso que uno siente cuando consigue un sueño que creía inalcanzable.

Seguir el eco de los tambores, impregnarme del aroma a incienso, a cera, sin necesidad de buscarlo por las esquinas. El cosquilleo que sentí la primera vez que te vi tan cerquita, y que todavía noto cada año. Sentí mi pequeñez, frente a tu grandeza.

Aquellas madrugadas, en las que medio dormida,

acudía para encañar o cortar las flores, que manos primorosas pondrían a tus pies.

Mis sueños de adolescente, fueron dando paso a sentimientos y emociones calladas, descubiertas en el fondo de mi alma y que hoy brotan así en esta mujer: “Que detalle Señor has tenido conmigo. Te acercaste a mi puerta Pronunciaste mi nombre Yo temblando te dije Aquí estoy Señor”

Y aquí estoy Señor, a tus pies, entre los muros de este

templo que ha sido la cuna de mi fe. Aquí he recibido el sacramento del bautismo, de la eucaristía y del matrimonio. Aquí me he ido formando como cristiana, para en mi labor como catequista, poder revelar a los jóvenes ese tesoro de fe que he ido cultivando con Tu ayuda, la de mi párroco y mis catequistas. Aquí estoy Señor, llena de alegría, porque sé que estás conmigo, que te tengo cerca, como se tiene a un buen amigo. Aquí estoy Señor, para expresar lo que siento, cuando el pensamiento me arrastra a recorrer los amargos momentos de tu vida.

Aquí estoy Señor, para pedirte que hoy mi voz sea el grito de tu Existencia.

Aquí estoy Señor, para rogarte que me mantengas

despierta, vigilante, porque quiero orar contigo. Aquí estoy Señor, para suplicarte que mi debilidad no permita que sea yo quien te ate las manos. Aquí estoy Señor, porque quiero ser tu cirineo, quiero aliviar el peso de tu cruz.

Aquí estoy Señor, sumida en la turbación porque no quiero crucificarte.

Aquí estoy Señor, velando tu muerte, mientras el dolor, la amargura y la soledad, desgarran mi alma. Aquí estoy, para gritar a Hinojosa que Cristo vive.

Vive cuando sale de la Catedral a lomos de su borriquilla con la mano alzada, acogiéndonos.

Vive a la caída de la tarde, postrado ante la piedra,

orando en el monte de los olivos, aceptando la voluntad del Padre.

Vive derramando humildad a pesar de estar cautivo.

Vive camino del calvario, portando nuestra cruz, sin

más ayuda que la del cirineo. Vive a la puerta de San Isidro entregándose con

valentía cuando lo buscan. Vive crucificado en el silencio del Sagrario o en la

espesura de la noche, deslumbrando con infinita misericordia a las puertas del convento.

Vive dormido, pasando ante la cruz vacía, ante la

amargura de su Madre, que ha sufrido el mayor de los dolores, que la ha dejado con la más grande de las soledades.

Vive en ti, en mí, en la sonrisa de esos niños que con mirada extasiada lo esperan, nerviosos pero anhelantes, subido a lomos de su borriquilla, cubierto de gloria, de palmas, de olivo. Es el amigo del que siempre le han hablado, que llega a su pueblo, para estar con ellos, para pasear con ellos su Triunfo. “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

A su paso la música se desparrama por el suelo formando alfombras de notas, caminitos de esperanza.

Esperanza, para la gente sencilla que le sigue con

fidelidad, que escucha su palabra, que admiran su bondad, que le dan su lugar aclamándolo como su Rey. “Bendito el enviado del reino de nuestro padre David” “Hosanna en las alturas”. El júbilo, los gritos y la alegría de este día no pueden acabar en tragedia. Necesito Señor, al igual que la gente sencilla, aclamarte, vitorearte, y gritar Tu triunfo.

Mas de pronto mi grito queda silenciado.

La belleza del jardín que se presenta ante mis ojos, el

aire de recogimiento, de entrega profunda que muestras con tus manos en oración, con tu mirada fija en la cáliz que te ofrece el ángel, me hace enmudecer. Percibo la batalla que estas librando, la tristeza profunda, el miedo ante la decisión tomada, la súplica, el silencio de Getsemaní.

Tu silencio ante la iniquidad de los tuyos, que somos nosotros, ante los porqués de los hombres, que es mi por qué. En tu súplica me veo reflejada. “Padre aparta de mí este cáliz”.

El cáliz de mi pecado, de mi dolor, de mi impotencia, de mi rebeldía, de mi negación. Señor de la Oración en el Huerto, dame fortaleza, para aceptarlo, para como Tú poder gritar: “Hágase tu voluntad y no la mía” Para que mi oración sea perseverante. Para no caer en la tentación. Para que esté vigilante ante el enemigo. Para no descuidarme, porque si me descuido TE PIERDO.

Es Señor en ese descuido, en el que a veces la razón

Te niega y el corazón Te busca, que apareces ante mí con una belleza deslumbrante. Te vas acercando. Vienes con tu túnica blanca, tus sandalias de pescador. El corazón se acelera. Voy a tu encuentro. ¿Por qué están atadas tus manos?

En tu rostro sereno, paciente, no encuentro respuesta. Tu mirada sincera me cautiva, me atrae con una

fuerza inusitada. Me muestra, la traición, la injusticia del mundo, la soledad del abandonado, la angustia del que en silencio sufre su enfermedad, la desesperación del que lo ha perdido todo, el desprecio de los que no Te reconocen.

Con un beso Señor te traicionaron y nosotros aún queremos seguir besándote. Señor de la Humildad y Paciencia, dame valor: Para impedir las injusticias. Humildad para acoger al abandonado. Serenidad para consolar al afligido. Generosidad para ayudar al necesitado. Sabiduría para defender Tu existencia.

Una existencia que quiero reconocer en la mirada de los hombres, pero que solo es una ilusión, porque como un relámpago vuelves a mí. Tu hermosura, Tu serenidad, Tu belleza, han desaparecido.

Tu rostro refleja el cansancio, la pena, el sufrimiento, el dolor.

Eres humillado, maltratado, burlado, azotado. Las espinas coronan tu cabeza cabizbaja, la sangre rueda por tus mejillas cual gotas de sudor, tu hombro dolorido soporta el peso de la Cruz. “Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro y al sol abrirse paso por tu frente.

Que el viento de la noche, no apague el fuego vivo, que nos dejó tu paso en la mañana”.

Padre Jesús Nazareno, dame templanza:

Para ser como el cirineo. Para que cuando abrace tu cruz, tu mirada conmueva mi rudo corazón. Para que cuando alces tu mano para bendecir, mi cubre rostro sea tu corona de espinas, mis lágrimas limpien las gotas de sangre que caen por tu frente, mi caminar penitente soporte el peso de la cruz, la tuya y la mía. Un golpe seco, ronco me sobresalta. Ya no es el nazareno sudoroso y abatido en su caminar. Es Cristo crucificado. El silencio enmudece La noche se vuelve tensa. El dolor se palpa en las rostros. El corazón se encoge. La voz se entrecorta y una lágrima quiere escapar. El miedo, la tristeza, la súplica, la humillación y el maltrato, han dado paso a la agonía, al sufrimiento. Caen las últimas gotas de sangre derramadas por nosotros.

Cristo de la Misericordia, dame tolerancia: Para admitir en los demás su manera de ser, de obrar, de pensar. Para aceptar la cruz de cada día.

Para que con mi incomprensión y mi actitud no crucifique a mis hermanos, causándoles dolor, angustia o desesperanza.

Quédate con nosotros la tarde está cayendo, quédate mi Cristo de la Caridad.

Déjame sentir la piel todavía tibia de tu cuerpo. Arrancar tus clavos, besar tus heridas, apaciguar tu dolor.

Déjame seguir a tu lado, mientras trato de averiguar el misterio de ese largo camino hacia el cielo.

Quédate con nosotros Señor, quédate. “El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús

gritó”: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”

Y el cielo se cubre de tinieblas. Cristo ha muerto.

Se ha matado la vida. Se ha acallado la palabra. Se ha apagado la luz.

Me inclino ante tu lecho de muerte. Tu cuerpo, tus brazos, tus piernas sin vida, me paralizan. Tu rostro me sobrecoge. ¡Cuanta paz¡ ¡Cuanta ternura¡ ¡Cuánto amor¡ Tanto que nos dejas a tu madre.

Madre que a pesar de su Dolor, de su Amargura, de su Soledad, recibe como hijos a los mismos que te hemos crucificado.

Madre que nos abre sus manos, nos ofrece su perdón, nos da su amor, nos llena el corazón de esperanza. Madre, las palabras no me alcanzan para decir con emoción callada:

El luto viste de negro a la más Dolorosa de las semillas, dulce azucena, que sobre trono de plata, va recogiendo nuestras oraciones y piropos más encendidos, siguiendo los pasos de su Hijo, poco a poco, latido a latido, dolor a dolor.

Dolor vestido de negro. Dolor que estremece el alma.

Alma bañada en llanto. Llanto que derrama bendición. Bendición que a golpe de bambalina, levanta en silencio tu paso hacia el cielo, para no perturbar tu llanto.

Llanto amargo ante un blanco sudario que ondea al

viento como una paloma vuela al cielo y cubre torpemente la desnudez del madero, con un corazón agrietado que arde en la noche.

Noche del mayor silencio. Sola en tu soledad, más sola que el dolor y la amargura dormida en tu regazo, con el llanto caído como la cera de los cirios, hecho diamante, aguamarina y rocío. Rocío de la mañana que sólo evaporará la Soledad del mundo que camina a tu paso.

Permíteme Señora pedirte que seas un referente en mi

vida. Que como Tú, tenga la firme certeza de que Dios ha

resucitado; y con Él resurge la vida, la palabra, la luz. Luz que es un torrente desbordado de un brillo

especial, que esboza sonrisas en los rostros y tapiza de miel las gargantas.

La luz de Cristo Resucitado.

Quiero Señor resucitar contigo para que mi voz no

quede silenciada ante el desprecio, la humillación, el dolor de los que inocentes mueren en el seno de la madre, en guerras sin sentido o a manos de maltratadores.

Quiero no estar sorda a tu voz, seguirte en la luz intensa, en la penumbra, en la pena que no habrá si estas.

Quiero que sepas de mis penas, de mis alegrías, de mis obligaciones, de mis necesidades, de mis aspiraciones...

Que seas mi esperanza, mi fortaleza, mi confesor, mi amigo, mi maestro ... mi primer y último recurso.

Dentro de unos días todo esto que he pronunciado va a suceder.

Pasados estos días, volveremos a repetir la historia, porque

¿Quién de nosotros no te entrega? ¿Quién de nosotros no te niega?

¿Quién de nosotros no te busca? Señor déjame seguir tu huella de luz y amor. Con la ayuda de Dios He dicho.

Hinojosa del Duque, a 28 de Marzo de 2009

Parroquia de San Isidro Labrador

Llegaste a mí discretamente para ofrecerme tu

amistad. Poco a poco fuiste calando en mi interior de niña,

de adolescente, de mujer. Te has servido de personas, lugares o momentos,

para conquistarme. Con la ignorancia de una niña, la locura de una

adolescente y la sensatez de una mujer, me he ido enamorando de Ti, de esa forma tuya tan peculiar de amar.

Buenas noches

Reverendos Párrocos Sr. Alcalde y corporación municipal Hermanos Mayores, Presidentes y Juntas de Gobierno de las hermandades y cofradías de Semana Santa. Cofrades Señoras y Señores.

Sean mis primeras palabras de agradecimiento a las personas que han depositado su confianza en mí, encargándome la difícil tarea de narrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Gracias a Mari por sus palabras. Una vez más la

fuerza del Espíritu nos ha unido, en esta ocasión en una noble tarea.

A mi padre, que de su mano y desde mi más tierna

infancia, me guió por el camino de la penitencia, acompañando, al igual que lo hacía el pueblo fiel, a Ntro. Padre Jesús Nazareno.

A Miguel, Álvaro y Maria, que junto con el Señor,

son el motor que mueve mi día a día. A mi hermandad, representada en la persona de su

presidente, quien me contagió la ilusión y el sentimiento cofrade.

A vosotros costaleros y costaleras, que el sudor y el

cansancio de vuestras estaciones de penitencia, os acerque más a ese Jesús que sufre y que sobre vuestras cabezas triunfa.

A los que nos extasiáis con vuestra música. Dejad

que fluya desde lo más hondo del corazón, para que vuestras cornetas pregonen, lo que gritos condenaron.

A todos ustedes, que mis humildes palabras las lleve

volando desde mi corazón y desde mi alma y las pose en el alma de vuestros recuerdos y vuestros corazones.

La noche en que me comunicaron que había sido

elegida para tan noble menester, mi paz interior desapareció para dar paso a un desasosiego incontrolable. Noche de incredulidad, de nervios, de dudas, de miedo. Me sentí orgullosa a la vez que intimidada, contenta a la vez que angustiada, pero sobre todo no merecedora de tan digna petición.

¿Qué contar que no esté contado? ¿Qué decir que no esté dicho?

Mil razones acudían a mi mente para decir que no. Escribir, escoger, colocar, ordenar mi humilde vocabulario para hablar de Ti. Yo Señor hablar de Ti, cuando lo que tengo que hacer es escucharte. Tú me hablas desde del madero, de amor, de perdón, de paz, de comprensión, de ayuda, de humildad. Tú eres el Señor del silencio, mi Maestro y yo, una simple aprendiz que muchos días ha querido rendirse ante la evidencia, de que no sería capaz de hilvanar las palabras precisas, para pregonar la historia más grande que jamás pudo ser soñada.

Días en los que se entablaba una lucha entre la razón y el corazón.

Días de reflexión, en los que la razón me muestra las pisadas de un hombre, que al mismo tiempo es Dios.

De un hombre que había iniciado desde muy pequeño su peregrinación vital. En Él se habían cumplido todas las profecías y los anuncios. Él era como lo sigue siendo hoy, una Promesa.

Una promesa hecha desde el comienzo de los tiempos

y ningún pensamiento, ni revolución política, ni filosófica, ha conseguido jamás los logros de paz, de solidaridad, de consuelo, de esperanza, de libertad y de justicia que logró y sigue logrando el mensaje de Jesús Nazareno.

Un hombre que sin necesitarlo, recibe las aguas

bautismales del Jordán, que sana cuerpos y espíritus sin más requisitos que el estar abiertos a la fe, la esperanza y el amor.

Que instruye a sus discípulos, en una única enseñanza: el amor al prójimo.

Que como hombre llega triunfante a Jerusalén, sabiendo que va a padecer prisión, tortura, humillación, para llegar como el Hijo de Dios al más sublime de los finales.

Un hombre que por su humanidad, su sabiduría, su generosidad, asustó a reyes, escribas y sacerdotes.

Un hombre valiente donde los halla, que a pesar de sus dudas, de sus miedos, defiende a capa y espada, todo aquello que el Padre ha dispuesto para Él.

Un hombre al que siguen porque sus palabras saben a verdad, a consuelo, a esperanza, a amor.

Que no tiene reparos en acercarse a prostitutas, vagabundos o leprosos.

Que no conoce distinción de raza, ni de condición social.

Que no tiene prejuicios, porque para Él, todos son

iguales. Un hombre que a pesar del dolor, del sufrimiento, de

la humillación recibida, implora perdón para los que están ajusticiándolo.

Un hombre, como jamás habrá otro sobre la faz de la tierra, que entrega su vida por cada uno de nosotros y no pide nada a cambio.

Que nos da libertad para seguir las sendas del camino. Su camino.

Recorriendo en silencio este camino, los recuerdos van acudiendo.

Es como si un halo de viento los empujara y los dejara meciéndose en mi pensamiento, para que razón y corazón, sean uno solo. Las palabras de mi madre cuando dije que quería ser nazareno: “Si quieres adelante, pero piénsalo bien; esto no es cosa de andar jugando, si das el paso ha de ser para siempre. Mi primera salida. Sentí una mezcla de orgullo, de emoción, de felicidad; eso que uno siente cuando consigue un sueño que creía inalcanzable.

Seguir el eco de los tambores, impregnarme del aroma a incienso, a cera, sin necesidad de buscarlo por las esquinas. El cosquilleo que sentí la primera vez que te vi tan cerquita, y que todavía noto cada año. Sentí mi pequeñez, frente a tu grandeza.

Aquellas madrugadas, en las que medio dormida,

acudía para encañar o cortar las flores, que manos primorosas pondrían a tus pies.

Mis sueños de adolescente, fueron dando paso a sentimientos y emociones calladas, descubiertas en el fondo de mi alma y que hoy brotan así en esta mujer: “Que detalle Señor has tenido conmigo. Te acercaste a mi puerta Pronunciaste mi nombre Yo temblando te dije Aquí estoy Señor”

Y aquí estoy Señor, a tus pies, entre los muros de este

templo que ha sido la cuna de mi fe. Aquí he recibido el sacramento del bautismo, de la eucaristía y del matrimonio. Aquí me he ido formando como cristiana, para en mi labor como catequista, poder revelar a los jóvenes ese tesoro de fe que he ido cultivando con Tu ayuda, la de mi párroco y mis catequistas. Aquí estoy Señor, llena de alegría, porque sé que estás conmigo, que te tengo cerca, como se tiene a un buen amigo. Aquí estoy Señor, para expresar lo que siento, cuando el pensamiento me arrastra a recorrer los amargos momentos de tu vida.

Aquí estoy Señor, para pedirte que hoy mi voz sea el grito de tu Existencia.

Aquí estoy Señor, para rogarte que me mantengas

despierta, vigilante, porque quiero orar contigo. Aquí estoy Señor, para suplicarte que mi debilidad no permita que sea yo quien te ate las manos. Aquí estoy Señor, porque quiero ser tu cirineo, quiero aliviar el peso de tu cruz.

Aquí estoy Señor, sumida en la turbación porque no quiero crucificarte.

Aquí estoy Señor, velando tu muerte, mientras el dolor, la amargura y la soledad, desgarran mi alma. Aquí estoy, para gritar a Hinojosa que Cristo vive.

Vive cuando sale de la Catedral a lomos de su borriquilla con la mano alzada, acogiéndonos.

Vive a la caída de la tarde, postrado ante la piedra,

orando en el monte de los olivos, aceptando la voluntad del Padre.

Vive derramando humildad a pesar de estar cautivo.

Vive camino del calvario, portando nuestra cruz, sin

más ayuda que la del cirineo. Vive a la puerta de San Isidro entregándose con

valentía cuando lo buscan. Vive crucificado en el silencio del Sagrario o en la

espesura de la noche, deslumbrando con infinita misericordia a las puertas del convento.

Vive dormido, pasando ante la cruz vacía, ante la

amargura de su Madre, que ha sufrido el mayor de los dolores, que la ha dejado con la más grande de las soledades.

Vive en ti, en mí, en la sonrisa de esos niños que con mirada extasiada lo esperan, nerviosos pero anhelantes, subido a lomos de su borriquilla, cubierto de gloria, de palmas, de olivo. Es el amigo del que siempre le han hablado, que llega a su pueblo, para estar con ellos, para pasear con ellos su Triunfo. “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

A su paso la música se desparrama por el suelo formando alfombras de notas, caminitos de esperanza.

Esperanza, para la gente sencilla que le sigue con

fidelidad, que escucha su palabra, que admiran su bondad, que le dan su lugar aclamándolo como su Rey. “Bendito el enviado del reino de nuestro padre David” “Hosanna en las alturas”. El júbilo, los gritos y la alegría de este día no pueden acabar en tragedia. Necesito Señor, al igual que la gente sencilla, aclamarte, vitorearte, y gritar Tu triunfo.

Mas de pronto mi grito queda silenciado.

La belleza del jardín que se presenta ante mis ojos, el

aire de recogimiento, de entrega profunda que muestras con tus manos en oración, con tu mirada fija en la cáliz que te ofrece el ángel, me hace enmudecer. Percibo la batalla que estas librando, la tristeza profunda, el miedo ante la decisión tomada, la súplica, el silencio de Getsemaní.

Tu silencio ante la iniquidad de los tuyos, que somos nosotros, ante los porqués de los hombres, que es mi por qué. En tu súplica me veo reflejada. “Padre aparta de mí este cáliz”.

El cáliz de mi pecado, de mi dolor, de mi impotencia, de mi rebeldía, de mi negación. Señor de la Oración en el Huerto, dame fortaleza, para aceptarlo, para como Tú poder gritar: “Hágase tu voluntad y no la mía” Para que mi oración sea perseverante. Para no caer en la tentación. Para que esté vigilante ante el enemigo. Para no descuidarme, porque si me descuido TE PIERDO.

Es Señor en ese descuido, en el que a veces la razón

Te niega y el corazón Te busca, que apareces ante mí con una belleza deslumbrante. Te vas acercando. Vienes con tu túnica blanca, tus sandalias de pescador. El corazón se acelera. Voy a tu encuentro. ¿Por qué están atadas tus manos?

En tu rostro sereno, paciente, no encuentro respuesta. Tu mirada sincera me cautiva, me atrae con una

fuerza inusitada. Me muestra, la traición, la injusticia del mundo, la soledad del abandonado, la angustia del que en silencio sufre su enfermedad, la desesperación del que lo ha perdido todo, el desprecio de los que no Te reconocen.

Con un beso Señor te traicionaron y nosotros aún queremos seguir besándote. Señor de la Humildad y Paciencia, dame valor: Para impedir las injusticias. Humildad para acoger al abandonado. Serenidad para consolar al afligido. Generosidad para ayudar al necesitado. Sabiduría para defender Tu existencia.

Una existencia que quiero reconocer en la mirada de los hombres, pero que solo es una ilusión, porque como un relámpago vuelves a mí. Tu hermosura, Tu serenidad, Tu belleza, han desaparecido.

Tu rostro refleja el cansancio, la pena, el sufrimiento, el dolor.

Eres humillado, maltratado, burlado, azotado. Las espinas coronan tu cabeza cabizbaja, la sangre rueda por tus mejillas cual gotas de sudor, tu hombro dolorido soporta el peso de la Cruz. “Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro y al sol abrirse paso por tu frente.

Que el viento de la noche, no apague el fuego vivo, que nos dejó tu paso en la mañana”.

Padre Jesús Nazareno, dame templanza:

Para ser como el cirineo. Para que cuando abrace tu cruz, tu mirada conmueva mi rudo corazón. Para que cuando alces tu mano para bendecir, mi cubre rostro sea tu corona de espinas, mis lágrimas limpien las gotas de sangre que caen por tu frente, mi caminar penitente soporte el peso de la cruz, la tuya y la mía. Un golpe seco, ronco me sobresalta. Ya no es el nazareno sudoroso y abatido en su caminar. Es Cristo crucificado. El silencio enmudece La noche se vuelve tensa. El dolor se palpa en las rostros. El corazón se encoge. La voz se entrecorta y una lágrima quiere escapar. El miedo, la tristeza, la súplica, la humillación y el maltrato, han dado paso a la agonía, al sufrimiento. Caen las últimas gotas de sangre derramadas por nosotros.

Cristo de la Misericordia, dame tolerancia: Para admitir en los demás su manera de ser, de obrar, de pensar. Para aceptar la cruz de cada día.

Para que con mi incomprensión y mi actitud no crucifique a mis hermanos, causándoles dolor, angustia o desesperanza.

Quédate con nosotros la tarde está cayendo, quédate mi Cristo de la Caridad.

Déjame sentir la piel todavía tibia de tu cuerpo. Arrancar tus clavos, besar tus heridas, apaciguar tu dolor.

Déjame seguir a tu lado, mientras trato de averiguar el misterio de ese largo camino hacia el cielo.

Quédate con nosotros Señor, quédate. “El velo del santuario se rasgó por medio y Jesús

gritó”: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”

Y el cielo se cubre de tinieblas. Cristo ha muerto.

Se ha matado la vida. Se ha acallado la palabra. Se ha apagado la luz.

Me inclino ante tu lecho de muerte. Tu cuerpo, tus brazos, tus piernas sin vida, me paralizan. Tu rostro me sobrecoge. ¡Cuanta paz¡ ¡Cuanta ternura¡ ¡Cuánto amor¡ Tanto que nos dejas a tu madre.

Madre que a pesar de su Dolor, de su Amargura, de su Soledad, recibe como hijos a los mismos que te hemos crucificado.

Madre que nos abre sus manos, nos ofrece su perdón, nos da su amor, nos llena el corazón de esperanza. Madre, las palabras no me alcanzan para decir con emoción callada:

El luto viste de negro a la más Dolorosa de las semillas, dulce azucena, que sobre trono de plata, va recogiendo nuestras oraciones y piropos más encendidos, siguiendo los pasos de su Hijo, poco a poco, latido a latido, dolor a dolor.

Dolor vestido de negro. Dolor que estremece el alma.

Alma bañada en llanto. Llanto que derrama bendición. Bendición que a golpe de bambalina, levanta en silencio tu paso hacia el cielo, para no perturbar tu llanto.

Llanto amargo ante un blanco sudario que ondea al

viento como una paloma vuela al cielo y cubre torpemente la desnudez del madero, con un corazón agrietado que arde en la noche.

Noche del mayor silencio. Sola en tu soledad, más sola que el dolor y la amargura dormida en tu regazo, con el llanto caído como la cera de los cirios, hecho diamante, aguamarina y rocío. Rocío de la mañana que sólo evaporará la Soledad del mundo que camina a tu paso.

Permíteme Señora pedirte que seas un referente en mi

vida. Que como Tú, tenga la firme certeza de que Dios ha

resucitado; y con Él resurge la vida, la palabra, la luz. Luz que es un torrente desbordado de un brillo

especial, que esboza sonrisas en los rostros y tapiza de miel las gargantas.

La luz de Cristo Resucitado.

Quiero Señor resucitar contigo para que mi voz no

quede silenciada ante el desprecio, la humillación, el dolor de los que inocentes mueren en el seno de la madre, en guerras sin sentido o a manos de maltratadores.

Quiero no estar sorda a tu voz, seguirte en la luz intensa, en la penumbra, en la pena que no habrá si estas.

Quiero que sepas de mis penas, de mis alegrías, de mis obligaciones, de mis necesidades, de mis aspiraciones...

Que seas mi esperanza, mi fortaleza, mi confesor, mi amigo, mi maestro ... mi primer y último recurso.

Dentro de unos días todo esto que he pronunciado va a suceder.

Pasados estos días, volveremos a repetir la historia, porque

¿Quién de nosotros no te entrega? ¿Quién de nosotros no te niega?

¿Quién de nosotros no te busca? Señor déjame seguir tu huella de luz y amor. Con la ayuda de Dios He dicho.

Hinojosa del Duque, a 28 de Marzo de 2009 Parroquia de San Isidro Labrador