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AVISO La traducción de este libro es un proyecto del Foro Purple Rose. No es ni

pretende ser o sustituir al original y no tiene ninguna relación con la

editorial oficial. Ningún colaborador —Traductor, Corrector, Recopilador—

ha recibido retribución material por su trabajo. Ningún miembro de este

foro es remunerado por estas producciones y se prohíbe estrictamente a

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Purple Rose anima a los lectores que quieran disfrutar de esta traducción

a adquirir el libro original y confía, basándose en experiencias anteriores,

en que no se restarán ventas al autor, sino que aumentará el disfrute de

los lectores que hayan comprado el libro.

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salen en español y quiere incentivar a los lectores a leer libros que las

editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a dichos lectores a adquirir

los libros una vez que las editoriales los han publicado. En ningún

momento se intenta entorpecer el trabajo de la editorial, sino que el trabajo

se realiza de fans a fans, pura y exclusivamente por amor a la lectura.

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CRÉDITOS Moderadoras:

Eli 25 y Alexiacullen

Traducción:

Eli25

Alexiacullen

Dham-Love

Angie_kjn

QueenDelC

Lucac

Whiteshadow

Izzy

Kyria

AleG

AntoD

Kirara7

LittleGirl00

Bluesea

Lucach

Rockwood

Eva Masen-Pattinson

ValentinaW33

Vafitv

Corrección:

Marce Doyle*

PaulaMayfair

QueenDelC

ruth m.

andreasydney

Chole Ann

Caliope Cullen

Iska

Recopilación y Revisión:

Marce Doyle*

Diseño:

PaulaMayfair

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ÍNDICE

Aviso

Créditos

Índice

Sinopsis

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

La Mañana Siguiente

Cinco Días Después

Fear (Gone #5)

Sobre el Autor

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SINOPSIS Han pasado ocho meses desde que todos los adultos desaparecieron.

DESAPARECIDOS.

Ellos han sobrevivido al hambre. Han sobrevivido a las mentiras. Pero las

apuestas siguen subiendo, y el horror distópico sigue aumentando. Sin

embargo, a pesar de la inestabilidad latente que dejó tantas batallas,

luchas de poder y divisiones enfadadas, hay cuna calma momentánea en

la Playa Perdido.

Pero los enemigos de FAYZ no solo se desvanecen, en tranquilidad, las

cosas muertas se están agitando, mutando y encontrando sus caminos a

la libertad. La Oscuridad ha encontrado su camino en la mente de su

némesis en el pasado, y lo está controlando a través de la bruma del delirio

y la confusión.

Una enfermedad altamente contagiosa y fatal se propaga a un ritmo

alarmante. Insectos siniestros y depredadores aterrorizan Playa Perdido. Y

Sam, Astrid, Diana y Caine están afectados por una creciente duda que se

les escapa, o incluso sobrevive, la vida en el FAYZ. Con tanto caos

rodeándoles, ¿qué desesperadas elecciones tomarán cuando se trata de

salvarse a sí mismos y a esos a quienes aman?

Plaga, cuarto libro de la serie Bestseller Gone de Michael Grant, encantará

a los fans distópicos de todas las edades.

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PRÓLOGO Traducido por Angie_kjn

Corregido por Marce Doyle*

e puso de pie en equilibrio sobre el borde de una lámina de

vidrio. Descalzo. Perfectamente balanceado. Un pie en frente del

otro. Los brazos a su lado. Ese era el juego ahora.

La lámina de vidrio iba hacia abajo y abajo y abajo para

siempre. Al igual que una brillante, cortina translúcida.

El borde superior del vidrio era delgado, tan delgado que podría llegar a

cortarlo si él resbalara o callera o si diera un paso apresurado. Ese borde

superior era una delgada cinta de arco iris que reflejaba brillantes rojos y

verdes y amarillos.

En un lado del vidrio, oscuridad. En el otro, bruscos, colores

perturbadores.

Podía ver cosas allá abajo en el lado derecho, por debajo de su mano

derecha, más allá del alcance de sus dedos. Allí abajo estaban su madre y

su padre y su hermana. Abajo había bordes dentados y ruidos fuertes que

lo hacían querer poner sus manos sobre sus oídos. Cuando el miraba a

esas cosas, a esa gente, las tambaleantes, casas insustanciales, los

muebles de bordes afilados, las manos con garras y narices ganchudas y

ojos observadores, observadores¸ observadores y bocas gritando. Quería

cerrar los ojos.

Pero no funcionó. Incluso cuando cerró sus ojos, los veía. Y los escuchaba.

Pero no entendía sus salvajes, colores pulsantes. A veces sus palabras no

eran palabras en absoluto, sino brillantes lanzas de colores disparando por

sus bocas.

Madre, Padre, Hermana, Profesor, Otro. Últimamente solo hermana y

otros. Diciendo cosas. Algunas palabras entendió. Pete. Petey. Pequeño

Pete. Conocía esas palabras. Y a veces había palabras suaves, suaves

como gatitos o almohadas y ellos flotaban de su hermana y él sentía paz

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por un rato hasta el siguiente tintineo ruido chillón, el siguiente asalto de

color.

A su izquierda, abajo, abajo, debajo de la lámina infinita de vidrio, un

mundo muy diferente. Tranquilo, las cosas fantasmales flotaban

silenciosamente, tonos de gris. No había bordes duros, no había sonidos

fuertes. No había colores horribles que lo hicieran empezar a gritar. Era

oscuro y muy, muy tranquilo.

Abajo había una esfera suave y brillante, como un sol verde tenue. Se

acercaba a él a veces. Un zarcillo. Una niebla. Le tocaría mientras estaba

equilibrado, un pie delante del otro, las manos a su lado.

Paz. Tranquilidad. Nada. Se le susurrarían esos pensamientos.

A veces jugaría. Un juego.

A Pete le gustaban los juegos. Solo el lado izquierdo jugaría sus juegos a

su manera; juegos tienen de ser a su manera, de la misma manera,

siempre e inmutable. Pero el último juego que Pete había jugado con la

Oscuridad se había vuelto duro y demasiado brillante. Había apuñalado de

repente a Pete con flechas en su cerebro. Se había roto el juego.

La lámina de vidrio se había roto. Pero ahora estaba completa de nuevo, y

él se balanceaba en la cima, y como si lo sintiera, dijo el verde y suave sol,

con su voz susurrante, ven aquí y juega.

En el otro lado, el agitado, discordante, lado duro, su hermana, su cara

era una máscara estirada bajo el pelo amarillo, una boca de color rosa y

blanco brillante y fuerte, empujaba hacia él con las manos como martillos.

—Gira. Tengo que meter esta lámina debajo de ti. Esta empapada.

Pete entendió algunas de las palabras. Sintió la dureza de estas.

Pero Pete sintió algo más. Una rareza. Una extrañeza. Algo incorrecto, una

profunda, una nota musical palpitante, un arco dibujado en cuerdas que

sacó su concentración lejos de la izquierda y la derecha, lejos incluso de la

lámina de vidrio sobre la que se equilibraba.

Venía del lugar que él nunca miraba: dentro de él.

Ahora, Pete miro abajo a sí mismo, como si estuviera flotando fuera de él.

Miro su cuerpo, desconcertado por él. Sí, esa era la nueva voz, la nota

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insistente, la voz más demandante y convincente, incluso más que el

suave murmullo de la oscuridad o de las palabras exigentes de su

hermana. Su cuerpo demandaba su atención, distrayéndolo del juego de

balancearse en la lámina de vidrio.

—Estás sudando —dijo su hermana—. Estás ardiendo. Tomaré tu

temperatura.

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CAPÍTULO 1 Traducido por Eli25

Corregido por Marce Doyle*

72 Horas, 7 Minutos

am estaba borracho.

Era una nueva experiencia para él. Tenía quince años, y una o

dos veces tomó un sorbo del vino de su madre. Se había bebido

media cerveza cuando tenía trece años. Sólo para ver. No le

había gustado mucho, era amarga.

No había tomado ni un solo golpe al salir de un porro antes del FAYZ.

Prácticamente había escupido un pulmón y luego había pasado una hora

sintiéndose adormilado y extraño y finalmente soñoliento.

Nunca había sido lo suyo. Nunca había sido parte de la multitud fiestera.

Pero ésta noche había salido a comprobar la caja del monstruo que era

tanto de Brittney como de Drake, y había oído las amenazas viles y

obscenas de Drake y los rugidos y homicida rabia. Y luego, peor aún, él

había oído las súplicas de muerte de Brittney.

—Sam, sé que estás escuchando —había dicho ella a través de la puerta

atrancada—. Sé que estás ahí fuera, oí tu voz. No puedo acabar con esto,

Sam. Sam, no termina. Por favor, te estoy suplicando, déjame salir, déjame

ir al Paraíso.

Sam había estado para ver a Astrid temprano por la tarde. Eso no había

ido muy bien. Astrid lo había intentado, y él lo había intentado, pero había

demasiadas cosas mal entre ellos. Demasiada historia ahora.

Él la había besado. Durante un momento ella le había devuelto el beso. Y

luego él se había apartado. Sus manos fueron a dónde quería que fueran.

Y ella le empujó lejos.

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—Sabes que voy a decir que no, Sam —dijo ella.

—Sí, he captado algo de ese mensaje —dijo él, enfadada y frustrado pero

intentando mantener alguna semblanza de frío.

—Si comenzamos, ¿cuánto crees que llevará antes que todos los sepan?

—Ese no es el por qué no quieres dormir conmigo —dijo Sam—. No quieres

hacerlo porque crees que eso significará rendirse al control. Y tú eres todo

control, Astrid.

Era la verdad. Sam lo creía, de alguna manera.

Pero si él estaba siendo honesto en lugar de solo estar enfadado, habría

tenido que admitir que Astrid tenía sus propios problemas. Ella estaba

llena de culpa, y no necesitaba nada más para sentirse culpable.

El pequeño Pete estaba en coma. Astrid se culpaba, aunque era estúpido

hacerlo y ella estaba muy lejos de ser estúpida.

Pero Pequeño Pete era su hermano. Su responsabilidad.

Su carga.

Después de ese rechazo, Sam se había quedado de pie torpemente

mientras Astrid jugaba con la cuchara con la alcachofa y la sopa de

pescado en los labios débiles de Pequeño Pete. Pequeño Pete podía tragar.

Podía caminar si ella le guiaba. Podía usar la trinchera en el patio pero

Astrid tenía que limpiarle.

Esa era la vida de Astrid ahora. Ella era una enfermera para un chico

autista con todo el poder en el mundo encerrado dentro de él. Más allá del

autismo ahora: Pequeño Pete no estaba. No había manera de que supiera

dónde estaba en su extraña y rara mente.

Astrid no había abrazado a Sam cuando él dijo que se iba. No lo había

tocado.

Y eso había hecho Sam esa tarde. Astrid y Pequeño Pete. Y la criatura no

muerta gemela que Orc y Howard mantenían vigilada.

Si Drake de alguna manera escapaba, probablemente solo habían dos

personas que pudieran detenerle: Sam, y Orc. Sam necesitó que Orc

actuara como el carcelero de Drake. Así que él había ignorado las botellas

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al lado del sofá de Orc y “confiscó” el único plano a la vista en la encimera

de la cocina.

—Tiraré esto —le había dicho Sam a Howard—. Sabes que es ilegal.

Howard se encogió de hombros y rió un poco. Como si lo hubiera sabido.

Como si hubiera visto algún brillo de verde y necesidad en el ojo de Sam.

Pero Sam en sí mismo no lo había sabido. Él había intentado romper la

botella o tirarla en la calle.

En su lugar la había llevado con él. A través de las oscuras calles. Pasando

las casas quemadas y sus fantasmas.

Pasando el cementerio.

Bajando a la playa. Había cortado el sello, listo para verterlo en la tierra.

En su lugar había tomado un sorbo.

Ardía como el fuego.

Tomó otro sorbo. Esta vez ardía menos.

Se dirigió a la playa. Sabía en su corazón a dónde iba ahora. Sabía que sus

pies estaban llevándole al acantilado.

Ahora, muchos sorbos después, estaba de pie meciéndose en la cima del

acantilado. El efecto de la bebida alcohólica era indiscutible. Sabía que

estaba borracho. Miró al pequeño arco de playa en la base del acantilado.

La ligera explosión pintaba luminiscentes curvas en la oscura tierra.

Justo aquí, justo dónde estaba de pie, Mary había guiado a los

preescolares a un salto suicida. Todo lo que mantuvo a esos niños vivos

fue el esfuerzo heroico de Dekka.

Ahora Mary no estaba.

—Aquí estás Mary —dijo Sam. Volcando la botella y bebiendo profundo.

Él le había fallado. Desde el principio ella había tomado el cargo de los

pequeños y pasaba el día cuidándoles. Ella había llevado toda esa carga

casi sola. Sam había visto los efectos de su anorexia y bulimia. Pero no se

había dado cuenta de lo que la estaba ocurriendo, o no había querido

hacerlo.

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Él había oído chismorreos nerviosos de que Mary estaba tomando

cualquier medicación que podía encontrar, algo que ella pensaba aligeraría

su depresión.

Él no había querido saber sobre eso, tampoco.

Mucho de lo que había visto, lo que estaba tramando Nerezza, debería

haberse preguntado, debería haberse empujado.

Debería haberse.

Debería haberse.

Debería haberse...

Otro profundo trago de ardiente líquido. El ardor le hizo reír. Rió en la

playa dónde Orsay, el falso profeta, había muerto.

—Adiós, Mary —masculló él, levantando su botella en una parodia de

brindis—. Al menos has escapado de aquí.

Durante un fragmento de segundo en el día que Mary se esfumó, la

barrera había sido clara. Habían visto el mundo exterior: la plataforma de

observación, la furgoneta satélite de TV, la construcción en progreso en

lugares de comida rápida y hoteles baratos.

Había parecido muy, muy real.

¿Pero lo había sido? Astrid dijo que no: solo otra ilusión. Pero Astrid no era

exactamente adicta a la verdad.

Sam se meció en el borde del acantilado. Dolido por Astrid, la bebida

alcohólica no había aligerado eso. Dolido por el sonido de su voz, la calidez

de su respiración en su cuello, sus labios. Ella era todo lo que había

evitado volverse loco. Pero ahora ella era la fuente de la locura, porque su

cuerpo estaba demando lo que ella no daría. Ahora estar con ella era solo

dolor y falsedad y necesidad.

La barrera estaba allí, justo a unos pocos pasos de distancia. Opaca.

Dolorosa al tacto. El gris débilmente brillante de la cúpula que envolvía

veinte millas del sur de la costa de California en un gigante terrario. O

zoológico. O universo.

O prisión.

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Sam intentó enfocarse en eso, pero sus ojos no estaban funcionando muy

bien.

Con el exagerado cuidado de un borracho, dejó su botella.

Se enderezó. Miró las palmas de sus manos. Luego estiró los brazos, las

palmas enfrentando la barrera.

—Realmente te odio —dijo él a la barrera.

Dos golpes de abrasadora luz verde se dispararon de sus palmas. Un

torrente de luz enfocada.

—¡Aaaaaaaahhhhhhh! —gritó Sam cuando apuntó y disparó.

Gritó una alta maldición. Y otra vez, cuando disparó otra vez y siguió

disparando.

La luz golpeó la barrera y no hizo nada. Nada ardió. Nada humeó o se

chamuscó.

—¡Arde! —aulló Sam—. ¡Arde!

Él lanzó los golpes hacia arriba, trazando la curva de la barrera.

Enfurecido y aullando y brillando.

Para no tener efecto.

Sam se sentó de repente. El brillante fuego se apagó. Se dejó caer

torpemente a por la botella.

—Lo tengo —dijo una voz.

Sam se retorció hacia los lados, buscando la fuente. No podía encontrarla.

Era ella, él estaba bastante seguro de eso, una voz femenina.

Ella caminó alrededor a dónde él pudiera verla. Taylor.

Taylor era una bonita chica asiática que nunca había hecho un secreto su

atracción hacia Sam. También era una rara, una tres barras con el poder

de la tele transportación. Podía ir instantáneamente a cualquier lugar que

hubiera visto o estado antes. Ella lo llamaba “rebotador.”

Llevaba una camiseta y pantalones cortos. Deportivas. Sin atar, sin

calcetines. Nadie vestía bien, ya no. La gente llevaba lo que fuera que

estuviera medio limpio.

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Y nadie viajaba desarmado. Taylor tenía un cuchillo largo en una bonita

funda de cuero.

No era maravillosa como Astrid. Pero ni fría ni remota, y no le miraba con

ojos acusadores y defensivos, tampoco. Mirar a Taylor no llenaba su

cerebro de rebosantes recuerdos de amor y rabia.

Ella no era la chica que había sido el centro de su vida durante todos esos

meses. Ni la chica que le había dejado frustrado, humillado, sintiéndose

como un idiota. Sintiéndose más solo que nunca.

—Hey, Taylor. Rebote, rebote Taylor. ¿Un sorbo?

—Vi la luz —dijo Taylor.

—Sí. Soy todo luz —masculló Sam.

Ella levantó la botella tentativamente, no estando segura que debería

hacer con ella.

—No. —Él lo despidió—. Creo que has tenido suficiente. ¿Verdad? —Habló

con extremo cuidado, intentando no mascullar. Fallando.

—Ven siéntate conmigo, Taylor, Taylor, rebote Taylor.

Ella dudó.

—Vamos. No morderé. Es bueno hablar con alguien... normal.

Taylor le recompensó con una breve sonrisa.

—No sé cuán normal soy.

—Más normal que algo. Acabo de checar a Brittney —dijo Sam—. ¿Tienes

un monstruo dentro de ti, Taylor? ¿Tienes que estar encerrada en un

sótano porque dentro de ti hay un psicópata con un brazo que azota? ¿No?

¿Ves? Eres muy normal, Taylor.

Él miró la barrera, la intocable e impávida barrera.

—¿Suplicas ser quemada hasta las cenizas para poder ser libre e ir con

Jesús, Taylor? No. Ves, eso es lo que Brittney hace. No, eres bastante

normal, rebote Taylor.

Taylor se sentó a su lado. No demasiado cerca. Amigos cercanos,

conversación cercana.

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Sam no dijo nada. Dos urgencias diferentes estaban luchando en su

cabeza.

Su cuerpo estaba diciendo ir por eso. Y su mente... bueno, estaba confusa

y no exactamente controlada.

Él levantó una mano y tocó la mano de Taylor. Ella no apartó su mano.

Él movió su mano subiendo por su brazo. Ella se tensó un poco y miró

alrededor, asegurándose que no los estaban mirando. O, quizás, esperando

que así fuera.

Su mano alcanzó su cuello. Él se inclinó hacia ella y la empujó hacia él.

La besó.

Ella le devolvió el beso.

Él la besó más fuerte. Y ella deslizó su mano debajo de su camisa, los

dedos golpeando en su carne desnuda.

Luego él se apartó, rápido.

—Lo siento, yo... —dudó, su cerebro holgazán discutía contra un cuerpo

que de repente estaba en llamas.

Sam se puso de pies repentinamente y se alejó caminando.

Taylor rió alegremente a su espalda.

—Ven a verme cuando te canses de soñar despierto por la princesa de

hielo, Sam.

Él caminó en una repentina y tensa brisa. Y en cualquier otro momento,

en cualquiera otra condición, podría haber notado que el viento nunca

soplaba en el FAYZ.

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CAPÍTULO 2 Traducido por Alexiacullen

Corregido por Marce Doyle*

72 horas, 4 minutos

ra increíble lo que la comida decente podía hacer para las miradas

hambrientas de una chica. Diana se miraba a sí misma en el espejo

grande.

Llevaba puesto bragas y sujetador limpios. Delgada, muy delgada.

Sus piernas eran protuberantes, con las rodillas y los pies viéndose

extrañamente grandes. Podía contar cada costilla. Su vientre estaba

cóncavo. Su menstruación se había parado y sus pechos eran más

pequeños de lo que habían sido cuando tenía doce años. Sus clavículas

parecían como perchas de ropa. Su rostro era casi irreconocible. Se veía

como una adicta a la heroína.

Pero su pelo estaba empezando a verse mejor, más oscuro. El color

oxidado y la fragilidad que venía de la hambruna, estaban desapareciendo.

Sus ojos ya no estaban muertos, sombras vacías se hundían dentro de su

cráneo. Ahora sus ojos brillaban en una suave luz artificial. Se veía viva.

Sus encías no estaban sangrando tanto. Eran rosas, no rojas, no tan

hinchadas. Quizás sus dientes no se caerían después de todo.

Inanición. La había conducido a comer carne humana. Ella era un caníbal.

La inanición la había privado de su humanidad.

—No precisamente —dijo Diana a su reflejo—. No precisamente.

Cuando había visto que Caine destruiría el helicóptero con Sanjit y sus

hermanos y hermanas, ella había sacrificado su propia vida. Se había

caído desde el acantilado para forzar a Caine a tomar la decisión: salvar a

Diana o matar a los niños. Seguramente ese acto de auto-sacrificio

compensó el hecho de que ella había mordido y masticado y tragado un

trozo cocido del pecho de Panda.

E

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Seguramente, ¿estaba redimida? ¿Al menos un poco? ¿Por favor? Por

favor, si había un Dios mirando, por favor que vea que me he redimido.

Pero no era suficiente. Nunca sería suficiente. Tenía que hacer más.

Durante el tiempo que vivía tendría que hacer más. Empezando con Caine.

Él había mostrado solo un destello de humanidad, salvándola y dejando a

sus víctimas deseadas ir libres. No fue mucho. Pero fue algo. Y si ella podía

encontrar la forma de cambiarle…

Un sonido. Muy leve. Solo un roce de pisada en la alfombra.

—Sé que estás aquí, Bug —dijo Diana con calma, sin mirar atrás. Sin darle

un pequeño deslizamiento de satisfacción—. ¿Qué crees que Caine te haría

si le digo que estabas espiándome en ropa interior?

Ninguna respuesta de Bug.

—¿No eres jovencito para ser un pervertido?

—Caine no me matará —dijo una voz incorpórea—. Me necesita.

Diana cruzó hacia la cama de tamaño familiar del rey de California. Se

deslizó dentro del vestido que había elegido de entre los muchos del

armario. Pertenecían a la mujer de la que había sido esta habitación. Una

actriz famosa con un gusto muy caro que solo tenía una talla más grande

que Diana. Y sus zapatos la cabían casi perfectamente. Setenta pares de

zapatos de diseño. Diana deslizó sus pies dentro de un par de zapatillas

con renglones de forro polar.

—Todo lo que tengo que hacer para deshacerme de ti, Bug, es contarle a

Caine que tus poderes están aumentando. Le diré que te estás

convirtiendo en cuatro barras. ¿Cómo crees que reaccionará por tener una

barra de cuatro compartiendo esta isla con él?

Bug se desvaneció lentamente de la visión. Era un crío mocoso y

maleducado. Acababa de cumplir los diez años.

Durante un momento, Diana sintió algo como compasión por él: Bug fue

un daño, hecho un desastre y un poco deformado. Como todos ellos,

estaba asustado, y solo e incluso quizás perseguido por algunas de las

cosas que había hecho. O no. Pero nunca mostraría alguna evidencia de

consciencia.

—Si quieres ver a chicas desnudas, Bug, ¿por qué no te acercas

sigilosamente a Penny?

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—Ella no es guapa —dijo Bug—. Sus piernas son todo… —retorció los

dedos para demostrarlo—. Y huele mal.

Penny estaba comiendo mejor, como Diana. Pero estaba empeorando. Se

había caído desde unos cien pasos sobre el agua y las piedras. Caine la

había levitado de vuelta al arrecife. Pero sus piernas se habían roto en

docenas de sitios. Diana había hecho lo que podía para fijar las roturas,

hizo tablillas de cinta adhesiva y tablillas, pero Penny estaba en constante

agonía. Nunca caminaría de nuevo. Sus piernas nunca se curarían.

Vivía ahora en uno de los baños, por lo que podía arrastrarse al váter

cuando lo necesitara. Diana le llevaba su comida dos veces al día. Libros.

Una televisión con un reproductor de DVD. Aún había electricidad en la

casa de San Francisco de Sales Island. El generador suministraba una

corriente débil y vacilante. Cuando Sanjit había vivido ahí, había estado

preocupado de que la gasolina para el generador se estuviera agotando.

Pero Caine podía hacer cosas que Sanjit no podía. Como levitar barriles de

gasolina desde el yate naufragado oxidándose en la parte inferior del

arrecife. La vida ahí era mucho mejor para Diana, Caine y Bug. Pero la

vida nunca sería buena para Penny.

Su poder de la habilidad para hacer ver a otros visiones terroríficas de

monstruos e insectos carnívoros y la muerte, no era para ella ninguna

ayuda ahora.

—Te asusta, ¿no, Bug? —preguntó Diana. Se rió—. Lo intentaste, ¿no? ¿Te

colaste en la suya y te pilló?

Ella vio la respuesta en el rostro de Bug. La sombra de un recuerdo

terrorífico.

—Mejor no hagas a Penny enloquecer —dijo ella. Se puso los pantalones.

Luego le dio a Bug unas palmaditas en sus mejillas pecosas.

—Mejor no me hagas enloquecer tampoco a mí, Bug. No puedo hacerte ver

monstruos. Pero si te pillo espiándome otra vez, le contaré a Caine que es

o tú o yo. Y sabes a quién elegirá.

Diana abandonó la habitación.

Había decidido ser una persona mejor. Y lo sería. A menos que Bug

consiguiera molestarla.

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Las tres Jennifers. Así es como se llamaban a sí mismas. Jennifer B era

pelirroja, Jennifer H era rubia, y Jennifer L tenía su pelo de color negro

con rastas. Ni siquiera se habían conocido las unas a las otras antes de

FAYZ.

Jennifer B había sido una niña autodidacta. Jennifer H estudió en casa.

Jennifer L fue la única que asistió a la escuela normal.

Tenían doce, doce y trece años respectivamente. Y en los últimos dos

meses habían compartido una casa en una calle sin salida alejada del

centro de la ciudad. Fue una elección buena: el fuego grande había venido

de un lugar cualquiera del desarrollo. Aunque ahora parecía como una

mala elección. El supuesto hospital estaban a unas manzanas y tres de

ellas podían haber utilizado un Tylenol o algo, porque todas tenían el

mismo dolor de cabeza, el mismo dolor muscular y la misma tos.

Había empezado hace veinticuatro horas, y solo se habían imaginado que

era la gripe volviendo de nuevo. Había habido una mini epidemia de gripe

que había dejado a montones de niños sintiéndose mal. Pero no había sido

muy peligrosa, excepto que mantuvo a varios chicos inmovilizados que

podían haber estado trabajando.

Jennifer B, Jennifer Boyles, había estado dormida no más de una hora

cuando fue despertada por un ruido chillón y de percusión muy cerca, no

del exterior, sino desde la habitación al lado de la de ellas.

Se sentó en la cama y luchó con el sentimiento de mareo de la cabeza. Se

palpó la frente. Si, aún estaba caliente. Definitivamente caliente.

Cualquier ruido que fuera, lo olvidó, se dijo a sí misma. Demasiado

enferma para levantarse. Si algo estaba irrumpiendo en la casa para

matarla, mucho mejor: se sentía descompuesta.

¡Kkkrrraaafff!

Esta vez, las paredes parecieron agitarse. Jennifer B se puso de pie y salió

de su cama antes de que pudiera pensar en eso. Tosió, se detuvo, luego se

giró rápidamente hacia la puerta, sus ojos no estaban muy enfocados, su

cabeza bombeaba.

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En el pasillo se encontró con Jennifer L. Jennifer L estaba tosiendo,

también, y ambas llevaban pantalón de chándal y camisetas, ambas

abatidas.

—Es en la habitación de Jennifer —dijo Jennifer L. Tenía su arma, una

tubería de plomo con un agarre atado con una cinta aislante negra.

Jennifer B estaba molesta consigo misma por haber olvidado su propia

arma. No saltabas fuera de la cama por la noche en el FAYZ sin ir armada.

Se tambaleó de vuelta a la cama y pescó el machete. Estaba dentro de una

funda de tela entre su colchón y el somier, con el mango sobresaliendo. No

era del todo afilada, pero se veía como una locura peligrosa, y así lo era.

Una cuchilla de medio metro de largo con un mango de madera agrietada.

—¿Jennifer? —llamó Jennifer B en la habitación de Jennifer H.

¡Kkkrrraaafff!

La puerta repiqueteó en sus dedos. Jennifer B abrió la puerta y se quedó

de pie con su machete preparado. Jennifer L estaba justo a su derecha,

con la tubería agarrada en una mano nerviosa.

Jennifer H siempre había tenido miedo de la oscuridad, por lo que tenía un

pequeño sol Sammy en una esquina de la habitación asomando por debajo

de lo que una vez había sido un dispositivo de iluminación. La luz era

verde e inquietante, más espeluznante que clarificadora. Mostraba a

Jennifer H.

Llevaba un camisón estampado de flores. Estaba de pie en su cama. Se

agarró su garganta con una mano y sostenía su estómago con la otra. Se

veía como si hubiera visto la muerte.

—Jen, ¿estás bien? —preguntó Jennifer L.

Los ojos de Jennifer H sobresalían. Miró a sus dos compañeras de

habitación. Su estómago convulsionó. Su pecho jadeaba. Se apretó su

propia garganta como si estuviera intentando ahogarse a sí misma. Su

pelo largo y rubio estaba húmedo, con el sudor apelmazado pegado en su

cara y cuello. La tos fue sorprendentemente alta.

¡Kkkrrraaafff!

Jennifer B sintió la explosión en el aire. Y algo húmedo le abofeteó en la

cara. Extendió su mano libre y despellejó una pizca de algo húmedo de su

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mejilla. Lo miró, incapaz de encontrarle sentido. Parecía como un pedazo

de carne cruda. Se sentía como una piel de pollo.

¡Kkkrrraaafff!

El poder de la tos arrojó a Jennifer de espaldas contra la pared.

—¡Oh, Dios! —se quejó—. ¡Oh…..!

¡Kkkrrraaafff!

Y en ese momento, Jennifer B lo vio. Partes de algo húmedo y crudo

habían volado desde la boca de Jennifer H. Estaba expectorando partes de

su interior.

¡KKKRRRAAAAFFF!

El cuerpo entero de Jennifer H convulsionó, se retorció hacia atrás en una

loca C. Se estrelló contra el cristal de una ventana. Se hizo añicos.

¡KKKRRRAAAAFFF!

El siguiente espasmo arrojó a Jennifer H dentro de la pared

precipitadamente. Hubo un crujido reputante. Las otras dos la miraron

con temor. No se movía.

—¿Jen? —la llamó Jennifer B tímidamente.

—¿Jen? ¿Jen? ¿Estás bien? —preguntó Jennifer L.

Se movieron con lentitud más cerca, ahora sujetando sus manos, con las

armas preparadas.

Jennifer H no respondía. Su cuello estaba girado en un ángulo cómico.

Sus ojos estaban abiertos y mirando fijamente. Viendo nada. El líquido

negro en la luz espeluznante, recorría desde su boca hacia sus orejas.

Las dos Jennifer se retiraron. Jennifer B se hundió sobre sus rodillas. Su

fuerza desapareció. Dejó caer el machete de su mano.

—Yo… —dijo ella, pero no hubo una segunda palabra. Intentó ponerse de

pie pero no podía.

—Tenemos que conseguir ayuda —dijo Jennifer L. Pero se había hundido

también sobre sus rodillas. Jennifer L intentó ponerse de pie pero se sentó

de nuevo. Jennifer B gateó hacia su habitación. Quería ayudar a Jennifer

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L, lo quería. Pero ni si quiera podía ayudarse ella misma. Jennifer B se

esforzó por empujarse hacia arriba y hacia su cama. Necesitaba ayuda,

pensó. Hospital. Lana.

Alguna parte aún en funcionamiento de su mente delirante, entendía que

lo mejor que podía esperar para lograr de momento era alcanzar el

santuario de su cama. Pero al final ni siquiera eso fue suficiente. Se tendió

en el frío suelo de madera mirando hacia arriba hacia su cama, hacia el

ventilador inmóvil del techo. Con sus últimas fuerzas tiró del lío de

sábanas sucias y la manta hacia abajo a la parte de arriba de ella. Tosió en

la colcha que fue una vez suave, que había cogido de la habitación de su

madre hacía mucho tiempo.

* * *

La cosa en el hombro de Hunter no dolía. Pero le distraía. Y no podía ser

distraído cuando estaba cazando al Viejo León.

El león de la montaña nunca molestaría a Hunter. El león de la montaña

no quería comerse a Hunter. O quizás quería, pero nunca lo había

intentado.

Pero Hunter tenía que matar al león de la montaña porque el Viejo León

había robado demasiadas muertes al propio Hunter. El Viejo León reptó

alrededor detrás de Hunter después de que hubiera cogido un ciervo.

Hunter estaba fuera persiguiendo a otras presas, y el Viejo León se había

escabullido alrededor y sacó a rastras los ciervos del cazador.

El Viejo León estaba haciendo justo lo que él tenía que hacer. No era

personal. Hunter no odiaba al Viejo León. Pero de la misma manera, no

podía tener al león de la montaña corriendo con la comida de los niños.

Hunter cazaba para los chicos. Eso era lo que hacía. Eso era quién era. Él

era Hunter el cazador1. Para los chicos.

El Viejo León no estaba en el bosque ahora, sobre la colina, sobre donde

las tierras húmedas comenzaban y las rocas crecieron grandes. El Viejo

León se estaba dirigiendo a casa para la noche. Había comido bien. Ahora

1 Hace un juego de palabras, ya que Hunter en inglés significa “cazador”.

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se estaba dirigiendo de vuelta a su guarida. Pasaría el día tendido en las

rocas asadas por el sol y tostando sus huesos.

Hunter caminaba con cuidado, balanceando el peso, andando ligero,

rápido pero sin apresurarse. Era peligroso correr alrededor con nada más

que la luz de la luna para mostrar el camino. Había aprendido mucho

acerca de la caza. El poder mortal de sus manos no llegaba muy lejos.

Tenía que conseguir acercarse para hacerlo funcionar. Eso significa que

tenía que concentrarse de verdad, lo que era difícil desde que su cerebro se

había herido.

No podía concentrarse lo suficiente para leer o recordar un montón de

palabras. Y las palabras todavía salían de su boca echadas a perder. Pero

no podía concentrarse en eso: andar ligero y tranquilo, zigzagueando a

través de las piedras rojas manteniendo mientras sus ojos se despellejan

por las débiles pistas de los gatos como estrellas plateadas guían en los

pequeños depósitos de arena.

Y tenía que tener cuidado por el Viejo León cambiando su opinión y

decidiendo que le gustaría un chico sabroso después de todo.

El Viejo León no solo robaba comida, la mataba también. Hunter le había

visto una vez, su cola agitándose, su mentón bigotudo estremeciéndose,

temblándose con anticipación cuando el Viejo León veía un perro callejero.

El Viejo León había explotado fuera de la cubierta y cruzó treinta metros

en aproximadamente un segundo. Como una bala saliendo de un arma.

Sus patas grandes habían capturado al perro, incluso antes de que el

perro pudiera siquiera flaquear. Las garras curvas y largas, la piel, la

sangre, un gemido desesperado del perro y luego casi sin prisa, tomándose

su tiempo, el Viejo León se había entregado a un mordisco mortal en la

parte de atrás del cuello del perro.

El Viejo León ya era un cazador de vuelta cuando Hunter solo era un chico

normal sentándose en clase, levantando su mano para responder

preguntas y leyendo y entendiendo y siendo inteligente. El Viejo León sabía

todo sobre cazar. Pero no sabía que Hunter estaba llegando detrás de él.

Hunter olió al gato. Estaba cerca. Olió la carne muerta. La sangre seca.

Hunter estaba debajo de un peñasco alto. Se congeló, dándose cuenta de

repente que el Viejo León estaba justo sobre él. Quería correr, pero sabía

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que si daba la vuelta, el gato le pasaría. Estaba más seguro cerca de la

piedra. El Viejo León no podía caer.

Hunter presionó su espalda contra la piedra. Detuvo su propia respiración

y en su lugar escuchó la del gato. Pero el Viejo León no estaba engañado.

El Viejo León probablemente podía escuchar el corazón bombeando en el

pecho de Hunter.

La cosa en el hombro de Hunter se retorció. Estaba aumentando.

Moviéndose. Hunter echó un vistazo y pudo ver el movimiento bajo el

tejido de su camiseta. Casi parecía estar intentando masticar un agujero a

través de la camiseta de Hunter.

Hunter no tenía palabra para la cosa. Había crecido el último día. Había

comenzado como un golpe, una inflamación. Pero entonces la piel se había

separado y crujiendo revelaron partes de la boca de un insecto. Como una

araña. O un chinche. Como los chinches que se arrastraban sobre Hunter

cuando dormía. Pero esa cosa sobres su hombro no era un chinche

normal. Era demasiado grande para eso. Y había crecido justo donde la

serpiente voladora, la larva, había dejado caer su baba sobre él.

Hunter se esforzó en pensar en la palabra para la cosa. Era una palabra

que utilizaría para conocerlo. Como los gusanos de un animal muerto.

¿Cuál era la palabra?

Se inclinó hacia adelante, con las manos en su cabeza, tan enfadado

consigo mismo por no ser capaz de encontrar la palabra. Había perdido la

concentración durante unos segundos pero fue suficiente para el Viejo

León. El gato cayó como el líquido del mercurio.

Hunter fue bloqueado en el suelo. Su cabeza golpeó contra la roca. Aunque

el Viejo León había perdido su control y él tuvo que revolverse en el espacio

estrecho. El gato se giró, enseñó sus dientes amarillos y saltó con sus

garras extendidas. Hunter le esquivó, pero no lo suficientemente rápido.

Una pata grande le golpeó en el pecho y le derribó con su espalda contra la

roca, dejándole sin aliento.

El Viejo León estaba sobre él, clavado sobre sus hombros, con su cara

gruñendo justo a centímetros del vulnerable cuello de Hunter.

Luego, de repente, el león de la montaña siseó y saltó hacia atrás, como si

hubiera aterrizado sobre una estufa caliente. El león se sacudió su pata y

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echó gotas de sangre. Una uña del pie había sido mordida gravemente.

Estaba colgando de un hilo.

La cosa sobre el hombro de Hunter había mordido al Viejo León.

Hunter no vaciló. Levantó sus manos y apuntó. No había luz. El calor que

venía de las manos de Hunter era invisible. Pero instantáneamente la

temperatura en la cabeza del Viejo León se dobló, se triplicó, y el Viejo

León, su cerebro, se cocinó dentro de su cráneo y cayó muerto.

Hunter se sacó la camiseta de su hombro. Las partes de la boca del insecto

rechinaron los dientes, masticando un trozo sangriento del león.

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CAPÍTULO 3 Traducido SOS por Eli25

Corregido por PaulaMayfair

72 Horas, 3 Minutos

strid había alimentado a Pequeño Pete.

Leyó un poco, junto a la ventana, el libro sujeto en un incómodo

ángulo para intentar tomar ventaja de la débil luz de la luna.

Iba lento.

No era el libro que ella hubiera leído en los viejos días. No habría estado

enganchada a muerte leyendo algún estúpido romance adolescente. Por

entonces, habría leído un clásico, o algún trabajo de gran mérito literario.

O historia.

Ahora, ella necesitaba escapar. Ahora necesitaba no estar en este mundo,

este terrible mundo del FAYZ. Los libros eran el único escape.

Después de solo unos pocos minutos, Astrid dejó el libro a un lado. Sus

manos estaban temblando. Intentar escapar en el libro: fallido. Intentar

olvidar su miedo: fallido. Estaba todo justo allí, aún, justo allí delante de

cualquier otro pensamiento.

Fuera, una brisa causó que las ramas de los árboles arañaran el lado de la

casa. Una esquina de la mente de Astrid lo notó, y se sorprendió, pero lo

dejó a un lado por asuntos más apremiantes.

Se preguntaba dónde estaba Sam. Qué estaba haciendo. Si la estaba

anhelando como ella le anhelaba a él.

Sí, sí, lo quería. Quería estar en sus brazos. Quería besarlo. Y quizás más.

Quizás mucho más.

Todo eso, todas las cosas que él quería ella las quería también.

A

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Estúpido idiota, ¿no comprendía eso? ¿Era tan despistado que no sabía

que quería todo también?

Pero ella no era Sam. Astrid no actuaba por impulsos. Astrid pensaba las

cosas. Astrid la Genio, siempre tan irritantemente bajo control. Esa era la

palabra que le había lanzado: control.

¿Cómo no podía Sam darse cuenta de que si cruzaban esa línea sería un

pecado más? Un abandono más de su fe. Una rendición más de debilidad.

Había mucho más que eso. Era como si pequeños trozos del alma de Astrid

fueran desconchándose, cayendo. Algunos trozos no tan pequeños.

Su auto control se había desmoronado tan rápidamente que era casi

cómico. Después de todas las tentaciones y provocaciones, la tranquila,

civilizada y racional chica se había evaporado como una gota de agua en

un sartén caliente, chisporroteando, chisporroteando, desaparecida

completamente. Y lo que había emergido entonces había sido pura

violencia.

Había intentado matar a Nerezza. Gritando, fuera de control. El recuerdo

la hacía enfermar. Y eso no era todo. Había querido que Sam quemara a

Drake hasta las cenizas, incluso si eso significaba asesinar a Brittney

también.

Astrid no podía ser esa persona. Tenía que volver a juntarse. Tenía que

tomarse un tiempo parar reconstruirse. Tenía miedo de romperse. Como

una escultura de cristal, astilla tras astilla y todo se rompería en miles de

trozos.

Y aún, una fría y calculadora parte de ella sabía que no podía apartarse

demasiado de Sam. Porque era sólo cuestión de tiempo antes de que todos

los demás averiguaran que había una manera para salir del FAYZ.

La puerta de salida estaba justo delante de ellos. Tumbado solo a unos

pocos pies de Astrid.

Un simple acto de asesinato...

Los otros había visto lo que Astrid había visto en ese acantilado, cuando la

mente de Pequeño Pete se había puesto en blanco, sobrecogida por la

pérdida de su estúpido juguete.

Un simple acto de asesinato...

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Se sentó al lado de su hermano inmóvil. Ella tenía que cepillar sus dientes.

Tenía que cambiar su pijama. Tenía que...

Su frente estaba empapada.

Astrid puso su mano en su cabeza. Él había estado con fiebre toda la

noche, pero esto era peor. Apretó el botón del termómetro junto a la cama,

esperando a que se pusiera a cero, y lo metió debajo de la lengua de

Pequeño Pete.

Sintió una fría brisa en la habitación. Sus ojos fueron instantáneamente a

la ventana. Estaba abierta de par en par. No había pregunta, la ventana

había estado cerrada. Ella había estado sentada al lado. Había estado

cerrada. Y ahora estaba abierta.

Y por primera vez desde el comienzo del FAYZ, una fría brisa sopló en la

habitación y flotó sobre la frente empapada de la persona más poderosa en

este pequeño universo.

* * *

Drake sintió la Oscuridad tocando su mente. Se estremeció con placer.

Aún estaba afuera, Drake estaba seguro de eso. Aún le llamaba, a Drake,

el fiel, el que nunca se volvería contra la Oscuridad.

Drake golpeó su mano látigo solo para oír el sónico chasquido de ella. Y

dejó que Orc también lo oyera.

—¡Hey, Orc! ¡Ven aquí para que pueda azotar ese pequeño parche de piel

tuyo! —demandó Drake.

Drake Merwin podía ver un poco de la luz del delgado y tenue sol de

Sammy. Odiaba esa luz que sabía de dónde venía y lo que representaba: el

poder de Sam, esa peligrosa luz suya.

Drake recordó el dolor de esa luz. Él había estado sobre su espalda,

indefenso. Y Sam, su cara una máscara de rabia, glorificada en su

momento de venganza, había quemado las piernas de Drake y estaba

trabajando su camino metódicamente hacia el torso de Drake.

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Entonces esa estúpida pequeña cerda de Brittney había emergido.

Drake no sabía lo que ocurrió a continuación, no podía oír ni ver cuando

Brittney estaba al control. Todo lo que sabía era que Sam no le había

vaporizado. Y aquí estaba él, atrapado. Encerrado en este sótano

escuchando el pesado pisar de Orc.

Drake no sabía lo que había ocurrido para que tomara este camino, para

provocarle compartir un cuerpo con Brittney. Mucho de la reciente vida

era un misterio. Recordó a Caine girándose hacia él. Recordó la masiva

barra de uranio volando directamente hacia él.

Y lo siguiente que supo, es que estaba en una pesadilla que seguía y

seguía y seguía por siempre. Había una chica en la pesadilla, la pequeña

cerdita, la estúpida pequeña idiota de boca de metal, Brittney.

¿Ellos no la habían matado? ¿Hacía mucho? Recordó una forma arrugada

y ensangrentada en el suelo pulido.

Brittney había muerto. Drake había muerto. Y luego, ninguno de ellos

estaba muerto, y ambos de alguna manera estaban conectados en un

mundo de pesadilla dónde el polvo llenaba sus bocas y sus oídos y los

mantenía unidos.

Excavando como gusanos. Esa era la pesadilla de la realidad. Drake y la

cerdita excavaban en una pesadilla, excavaban polvo, empujándolo a un

lado, comprimiéndolo para conseguir media pulgada de espacio libre.

Oscuro, ese sueño. Completamente oscuro. Sin el sol de Sammy. Sin luz.

Se recordaba pensando en la pesadilla, pensando, No hay aire.

Enterrado vivo, allí no podía haber aire. Sin luz y sin aire, sin agua, sin

comida, por siempre y para siempre.

Había tomado mucho tiempo antes de que su mente se hubiese aclarado lo

suficiente para que se diera cuenta de la maravillosa verdad: estaba

muerto... pero vivo.

Indestructible. Enterrado en la húmeda tierra y aún de alguna manera

vivo.

Y entonces, se había ganado la dura libertad de alguna manera. La

pesadilla ya no era por estar enterrado en la tierra, sino por caminar en la

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tierra. Estaría en un lugar, y luego muy de repente, en otro. Le llevó un

rato darse cuenta de lo que había ocurrido. La cerdita era parte de él.

Estaban unidos, conectados. Juntos en una criatura con dos mentes y dos

cuerpos.

Algunas veces Drake y algunas veces Cerda Brittney.

Algunas veces él mismo, y otras veces esa pequeña idiota con sus visiones

lunáticas de la muerte de su hermano.

Luego la pelea con Sam, el ardor, y aún había sobrevivido.

Indestructible.

—¡Eres un monstruo, Orc! Lo sabes, ¿verdad? —gritó Drake burlándose—.

La gente te mira y vomitan. Les haces enfermar a todos.

Atrapado. Por ahora. En este frío, húmero y sombrío sótano. Nada aquí

abajo excepto una mesa de trabajo de madera. Ellos habían limpiado el

lugar, Sam, Edilio y el resto. Apenas una uña dejaron detrás en el suelo de

hormigón.

Una espaciosa tumba que él había compartido con la Cerda Brittney antes.

Aquí había aire. Pero Drake ya no necesitaba aire.

Ellos traían comida, y Drake se la comía pero no la necesitaba.

Indestructible.

Lo que no podía ser asesinado no podía se encerrado para siempre. Solo

era cuestión de tiempo. Orc era un estúpido borracho. Howard era un

payaso. Drake ya habría excavado su camino fuera, había aflojado una

sección de bloques de ceniza de la pared, trabajando el cemento con un

trozo de cristal roto.

Pero tenía que ser cuidadoso para no dejar ninguna pista para que

Brittney la encontrara cuando emergiera. Eso significaba trabajar

lentamente. Poniendo el trozo de cristal de vuelta en la basura dónde ella

esperaría verlo.

Mientras tanto trabajaba y esperaba, aullaba amenazas a Orc. Había dos

caminos para salir de esta trampa: trabajando en la pared, y trabajando en

la mente de Orc.

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—¡Hey! —gritó Drake—. ¡Orc! Si te quito el último trozo de piel, ¿qué crees

que ocurrirá? Podrías también deshacerte de eso y ser todo grava. ¿Por

qué pretender que eres aún humano?

Orc golpeó el suelo, el cual era el techo de Drake. Pero no bajó para dar

batalla.

Aún no. Pero eventualmente lo haría. Orc se rompería. Entonces Drake

tendría su oportunidad. A través de la pared o a través de Orc: de una

manera o de otra, Drake escaparía. Iría entonces a la Oscuridad. El

gaiaphage sabría cómo matar a la Cerda Brittney y dejar a Drake vivir

libre.

—¡Voy a matarte! —gritó Drake.

Golpeó las paredes, golpeó el techo, gritando y pateando y golpeando en un

frenesí lunático.

Hasta que al final, cansado, su mano golpeando ensangrentada, cayó

sobre sus rodillas y se convirtió en Brittney.

—Cerda Brittney—articuló Drake cuando su cruel boca se derritió y

retorció y se convirtió en la boca con aparato de dientes de su más íntimo

enemigo.

* * *

Lana, también, sintió la oscura mente distante del gaiaphage

alcanzándola.

Se despertó, los ojos abiertos de repente. Patrick estaba en la cama al lado,

jadeando, preocupado, moviendo su cola inseguro. Él podía decirlo, de

alguna manera.

—Está bien, chico, vuelve a dormir —dijo Lana.

Patrick gimió, pero luego volvió a su cama, girando alrededor un par de

veces antes de sentirse cómodo.

El gaiaphage no podía ya engañarla haciéndole creer que tenía algún poder

sobre ella. Esos días se había terminado. Pero aún podía tocarla con un

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zarcillo de conciencia. Aún podía recordar su presencia, y su conexión con

ella.

Así debía sentirse ser una víctima de algún horrible crimen y saber que la

persona que lo hizo aún estaba viva, aún buscaban una forma de hacerlo

otra vez.

El gaiaphage codiciaba el poder de Lana. Usando su poder podía hacer

cosas milagrosas. Como reemplazar un brazo amputado con un látigo

parecido a una serpiente.

Pero ella ya no era tan débil.

—Ansioso, ¿verdad? —preguntó al frío aire de la noche—. ¿Bajo el suelo

mordisqueando tu tentempié de uranio?

La Oscuridad no respondió. Pero Lana sintió que sus instintos tenía razón,

la criatura estaba ansiosa.

Pero no asustada.

Lana frunció el ceño, pensando en la distinción. Ansiosa pero no asustada.

¿Anticipando? ¿Esperando por algo?

Ella estaba dividida entre levantarse y fumarse un cigarrillo, era adicta,

aceptaba eso ahora, o tumbarse allí con sus ojos cerrados y dormirse.

Dormir, incluso si podía, ahora su sueño estaría invadido por las

pesadillas.

Así que se sentó, titubeando y encontrando un paquete de Lucky Strike y

su encendedor. El encendedor chisporroteó, el cigarrillo brilló, y el olor del

humo llenó sus fosas nasales.

—¿Qué estás tramando? —preguntó ella—. ¿Qué quieres?

Pero por supuesto no hubo respuesta. Y ella podía sentir a la Oscuridad

alejando su atención.

Lana se levantó y paseó hacia su balcón. La luna estaba alta. O era muy

tarde o muy temprano.

La barrera estaba muy cerca, sentía como si casi pudiera tocarla.

¿Era cierto que el mundo estaba justo al otro lado de esa barrera?

¿Realmente estaba tan cerca que ella habría sido capaz de oler las patatas

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fritas francesas en el Carl’s Jr. que construyeron para mirar boquiabiertos

a quienes venían para ver la cúpula?

¿O era solo otra mentira en este pequeño universo de decepciones?

¿Y si se caía? ¿Ahora mismo, solo explotase: ninguna barrera más? ¿O y si

se rajara, como un huevo gigante?

Su madre y padre...

Cerró sus ojos y se mordió el labio. El dolor del recuerdo se había acercado

sigilosamente a ella, golpeándola cuando no estaba lista.

Lágrimas llenaron sus ojos. Las limpió impacientemente.

De repente, justo en el acantilado sobre la playa, notó una explosión de

llameante luz verde blanquecina. Sam estaba de pie contorneado por su

propio espectáculo de luz. Le oyó gritar, rugir de frustración.

Estaban intentando quemar su camino fuera de FAYZ.

Siguió durante un rato y luego paró. La oscuridad volvió. Sam era invisible

para ella ahora.

Lana se alejó.

Así que no era la única que fantaseaba con romper el cascarón y emerger

como un pollito recién nacido.

Extraño, pensó Lana cuando apagó su cigarrillo, nunca he pensado antes

en esto como un huevo.

Una ráfaga de brisa golpeó el humo frente a ella.

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CAPÍTULO 4 Traducido por Dham-Love

Corregido por QueenDelC

63 horas, 41 minutos

am despertó en el último lugar que habría esperado: su

habitación.

No había estado en su antigua casa en años.

La había odiado cuando vivía allí con su madre. Connie Temple.

La enfermera Temple.

A penas la recordaba. Ella era de otro planeta.

Se sentó en la cama y le llegó un olor nauseabundo. Había vomitado en la

cama.

—Genial —dijo con la lengua pesada.

Su cabeza explotó en supernovas de dolor.

Se limpió la boca en la sábana. Ésta era una casa que nadie había

allanado o vandalizado o se había mudado allí. Todavía era suya, suponía.

Aún podría haber medicinas en el baño.

Se quedó allí, estupefacto. Se reclinó sobre el lavabo y vomitó de nuevo. No

salió mucho.

En el gabinete de medicinas no había nada, sino una pequeña botella de

ibuprofeno genérico.

—Oh —gimió Sam—. ¿Por qué beben las personas?

Luego lo recordó. Taylor.

—Oh, no. Oh, no.

S

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No, no, no había ido por Taylor, ¿verdad? No la había besado, ¿cierto? El

recuerdo estaba tan borroso que seguramente pudo haber sido un sueño.

Pero algunas partes eran tan inmediatas y reales. Especialmente el

recuerdo de los dedos de ella en su pecho.

—Oh, no —gimió.

Se tragó dos ibuprofenos en seco. No bajaron fácilmente.

Sosteniendo su cabeza, fue hacia la cocina. Se sentó en la pequeña mesa.

Había tenido sus comidas aquí con su mamá. No muchos días, porque ella

estaba en Coates, trabajando.

Y estando pendiente de su otro hijo.

Caine.

Caine Soren, no Temple. Lo había dado en adopción. Habían nacido con

sólo unos minutos de diferencia, gemelos de nacimiento, él y Caine. Y su

madre había dado a Caine y se quedó con Sam.

Sin ninguna explicación. Nunca le había dicho a ninguno de ellos. La

verdad había salido a la luz hasta después de la venida de los FAYZ.

Y no había una explicación real para lo que había pasado con su padre.

Estuvo fuera de la escena incluso antes que Sam y Caine nacieran.

¿Había simplemente sido demasiado para su madre? ¿Había decidido que

podía arreglárselas con un niño sin padre, pero no con dos? ¿De tín,

marín, de do pingüé, cúcara, mácara, títere fue?

Ahora él tenía una familia nueva. Astrid y el pequeño Pete. Sólo que ahora

tampoco los tenía. Y ahora tenía que preguntarse qué había hecho para

merecer esto, la desaparición de su padre, las mentiras de su madre, el

rechazo de Astrid.

—Sí —masculló—. Hora para la autocompasión. Pobre yo. Pobre Sam.

Quería sonar irónico, pero salió con amargura.

Caine probablemente también tenía un buen caso de resentimiento. Él

había sido rechazado por sus dos padres al nacer: dos por dos.

Y aun así, Caine todavía tenía a Diana, ¿no es cierto?

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¿Cómo era eso justo? Caine era un mentiroso, un manipulador, un

asesino. Y Caine probablemente estaba descansando en sábanas de satín

con Diana comiendo comida real y viendo algún DVD. Sábanas limpias,

barras de dulces y una hermosa y dispuesta chica.

Caine, quien nunca había hecho ni una sola cosa buena o decente, estaba

viviendo con lujos.

Sam, quien había tratado y tratado, y hecho todo lo que había podido,

estaba sentado en su casa con un intenso dolor de cabeza, oliendo vómito

con un par de ibuprofenos quemando un agujero en su estómago.

Solo.

* * *

Hunter traía sus muertos a la estación de gasolina cuando tuviera

algunos. Hoy, brillante y temprano, con el sol sólo calentando las colinas

detrás de él, había caminado desde su campamento en la montaña

cargando cuatro pájaros, un tejón, dos mapaches, y una bolsa de ardillas.

Olvidó cuantas ardillas eran. Pero la bolsa se sentía pesada.

Era mucho que cargar. Si lo sumabas todo, probablemente sería tan

pesado como cargar un niño. No tan pesado como un ciervo, aunque esos

tenía que cortarlos y cargarlos en pedazos.

No hubo ciervo hoy. Y aún no había sacrificado al Viejo León. Ese era un

gran trabajo. Quería mantener su piel en una sola pieza, así que tenía que

tomarse su tiempo.

Vestiría la piel del león una vez que la hubiera secado. Sería cálida y le

recordaría al Viejo León.

Hunter cargaba la bolsa de ardillas sobre uno de sus hombros. Amarró a

los otros animales juntos y puso la cuerda sobre su otro hombro. Aunque

tenía que ser cuidadoso con eso, por la cosa en su hombro.

El chico llamado Roscoe venía. Estaba empujando una carretilla. No

parecía muy contento. Cada día que Hunter venía, era o Roscoe o esa niña

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llamada Marcie. Ella era agradable. Pero Hunter sabía que estaba

asustada de él. Probablemente porque él no podía hablar bien.

—Hola Hunter —dijo Roscoe—. Amigo, ¿estás bien?

—Sí.

—Estás todo arañado. Quiero decir, caramba, eso tiene que doler.

Hunter siguió la dirección de la mirada de Roscoe. Su camisa estaba

cortada, exponiendo su estómago. Dos marcas de garras, profundas,

sangrientas, sólo empezaban a tener costra, estaban marcadas a través de

su estómago.

Tocó la herida con cuidado. Pero no dolía. De hecho, no podía sentirla para

nada.

—Eres un tipo rudo, Hunter —dijo Roscoe—. De todas maneras, parece

que hoy tuviste un buen botín.

—Así es, Roscoe —dijo Hunter. Hablaba tan cuidadosamente como podía.

Pero todavía las palabras no sonaban como las había hecho antes. Sonaba

como si su lengua estuviera cubierta de pegamento.

Cuidadosamente, Hunter levantó la cuerda de su hombro. Era cuidadoso

de no rasguñar la cosa en su hombro. Puso los animales en la carretilla.

Luego volcó la bolsa de ardillas en la cima. Todas se veían iguales. Grises y

con la cola esponjada. Cada una cocinada un poco por dentro. Lo

suficiente. Algunas veces cocinaba sus cabezas y otras su cuerpo. No era

fácil apuntar la cosa invisible que irradiaba de sus manos.

Olvidó como la llamaban. Astrid tenía algún nombre para eso. Pero era

una palabra larga.

—¿Estás bien, Hunter? —preguntó Roscoe de nuevo.

—Sí. Tengo comida. Y mi bolsa de dormir está seca después que la limpié

con vapor.

—Tienes agua fresca con la que lavarte, ¿eh? —preguntó Roscoe—. Estoy

celoso. Siente ésta camiseta. —Invitó a Hunter a sentir el rígido algodón

lavado en agua salada.

—Se siente bien —dijo Hunter cautelosamente.

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Roscoe hizo un ruido grosero.

—Sí, claro. Agua salada. Siente tu camisa. —Y Roscoe se estiró para tocar

la camisa de Hunter. Tocó el hombro de la camisa de Hunter.

El hombro equivocado.

—¡Aaahh! —gritó Roscoe con sorpresa y dolor—. ¿Qué demonios…?

—¡No fue mi intención! —gritó Hunter.

—¡Algo me mordió! —Sostuvo su dedo para que Hunter examinara. Había

marcas de dientes. Sangre.

Roscoe lo miraba fuertemente. Y a su hombro.

—¿Qué tienes en el hombro, amigo? ¿Qué es? ¿Qué hay debajo de eso?

¿Es alguna clase de animal?

Hunter pasó saliva. Nadie había visto su hombro. No sabía lo que podía

pasar si alguien lo hacía.

—Sí, Roscoe, es un animal —dijo Hunter, aprovechando agradecido la

explicación.

—¡Bueno, pues me mordió!

—Lo lamento —dijo Hunter.

Roscoe agarró las manijas de la carretilla y las levantó.

—No vuelvo a hacer este trabajo. Marcie puede hacerlo todos los días. No

voy a seguir con esto.

—De acuerdo —dijo Hunter—. Adiós.

* * *

Jennifer B se estableció en algún momento cerca del amanecer.

Si se quedaba en su casa estaba segura que moriría. Había dormido por

un período desconocido —¿horas? ¿días?— en el piso, con sus mantas

esparcidas a su alrededor.

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Los escalofríos vinieron en olas. Estaría demasiado caliente y patearía sus

mantas. Luego la fiebre comenzaría a subir de nuevo y se sentiría fría, fría

hasta sus huesos.

Jennifer H estaba muerta. Jennifer L no contestó cundo Jennifer B le

gimoteó para que se le uniera.

—Jen… voy al…hospital.

No hubo respuesta.

—¿Estás viva?

Jennifer L tosió, no estaba muerta, y tosía normalmente, no los locos

espasmos que habían matado a Jennifer H. Pero no respondió.

Así que Jennifer Boyles salió por su propia cuenta. Se deslizó en su trasero

por las escaleras, las mantas envueltas a su alrededor. Temblando, con los

dientes castañeando.

Se las arregló para pararse lo suficiente para alcanzar la puerta principal y

abrirla. Pero se sentó de nuevo de manera inesperada en el porche. Cayó

duro sobre su trasero. Se sentó allí temblando hasta que los escalofríos

pasaron.

Se calló al bajar las escaleras del porche. La caída raspó gravemente su

rodilla izquierda. Esto destruyó lo que quedaba de su voluntad para

ponerse de pie. Pero no lo que quedaba de su voluntad de vivir.

Jennifer empezó a arrastrarse. Manos y rodillas. Por la acera. Obstruida

por sus mantas. Retrasada por la tos. Pausando cuando los escalofríos la

agitaban tan fuerte que sólo podía gemir y rodarse de costado.

—Sigue avanzando —murmuró—. Tienes que seguir.

Le tomó dos horas arrastrarse hasta Brace Road.

Se quedó allí, boca abajo. Con la tos destrozando su pecho. Pero aún no

era la tos sobrehumana que había matado a Jennifer H.

Aún no.

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CAPÍTULO 5 Traducido por QueenDelC y lucac

Corregido por PaulaMayfair

62 horas, 18 minutos

eslie-Ann, intenta limpiar mejor mi bacinica, ¿está

bien? —le dijo Albert a la chica de limpieza—. Sé que

no es un trabajo divertido, pero me gusta tenerla

limpia.

Leslie-Ann asintió y mantuvo su cabeza gacha. Albert sabía que le tenía un

poco de miedo. Pero al menos no parecía odiarlo.

—No hay mucha agua —murmuró Leslie-Ann.

—Usa arena —dijo Albert con paciencia. Ya se lo había dicho antes—. Usa

arena para limpiarla.

Ella asintió y salió de la habitación.

No a todos les gustaba Albert. No todos estaban contentos de que él se

hubiera convertido en la persona más importante a su alrededor. Muchas

personas tenían celos de que Albert tuviera una chica que limpiara su casa

y la bacinica de porcelana donde hacía sus necesidades por la noche

cuando no quería salir a la única letrina en Playa Perdido. Y que pudiera

permitirse el enviar su ropa a ser lavada con agua fresca en el

irónicamente llamado Lago Evian.

Y definitivamente había personas a las que no les gustaba trabajar para

Albert, teniendo que hacer lo que él mandara o se morirían de hambre.

Albert ahora viajaba con un guardaespaldas. El nombre del

guardaespaldas era Jamal. Jamal cargaba un rifle automático sobre su

hombro. Tenía un enorme cuchillo de cazador en su cinturón. Y un garrote

que era la pata de una silla de roble con espinas atravesada que lo hacía

una clase de maza.

—L

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Al contrario de todos los demás, Albert no llevaba un arma. Jamal era un

arma suficiente.

—Vamos, Jamal.

Albert dirigió el camino hacia la playa. Jamal se mantenía un par de pasos

detrás, como de costumbre, la cabeza moviéndose hacia la izquierda y

derecha, con una mirada amenazadora, listo para el peligro.

Albert bordeó la plaza… aquí siempre había niños y siempre había alguien

pidiendo algo de Albert: un trabajo, un trabajo diferente, crédito, algo.

No funcionaba. Dos pequeños, Harley y Janice, se movieron frente a él

mientras caminaba con rapidez.

—¿Señor Albert? ¿Señor Albert? —dijo Harley.

—Sólo Albert está bien —dijo Albert secamente.

—Yo y Janice tenemos sed.

—Lo siento, pero no llevo nada de agua conmigo. —Se las arregló para

dirigirles una sonrisa forzada y siguió. Pero ahora Janice estaba llorando y

Harley estaba suplicando.

—Solíamos vivir con Mary, y ella nos daba agua. Pero ahora tenemos que

vivir con Summer y BeeBee, y dicen que tenemos que llevar dinero.

—Entonces supongo que tendrán que ganar algo de dinero —dijo Albert.

Trató de suavizarlo, trató de no sonar duro, pero tenía demasiado en la

cabeza y terminó sonando como un malvado. Ahora Harley también

comenzó a llorar.

—Si tienen sed, dejen de llorar —espetó Albert—. ¿De qué creen que están

hechas las lágrimas?

Llegando a la playa, Albert paseó la mirada por el lugar de la obra. Lucía

como un depósito de chatarra. Un tanque ovalado de quinientos galones

estaba tirado, abandonado en la arena. Un agujero chamuscado a un lado.

Un segundo tanque ligeramente más pequeño debería estar sobre sus

patas de acero en la orilla del agua. En lugar de eso, estaba volcado. Un

tubo de cobre salía de la tapa. Este tubo estaba enroscado con fuerza

sobre un tubo más pequeño que se doblaba hacia atrás y bajaba. Un tercer

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tubo aún más pequeño estaba sostenido con fuerza en su lugar y

alcanzaba hasta la arena mojada.

En teoría al menos, este crudo aparato hecho a mano era fijo. El principio

era lo suficientemente sencillo: hervir agua salada, dejar que el vapor se

eleve hacia el tubo, luego enfriar el vapor. Lo que destilara del final sería

agua potable.

Fácil en teoría. Casi imposible de hacer en la práctica. Especialmente

ahora que algún tonto lo había derribado.

El corazón de Albert dio un vuelco. Pronto, Harley y Janice no serían los

únicos suplicando por agua. Ya quedaban menos de unos cientos de

galones de gasolina en la estación. Sin gasolina: no hay cargamentos de

agua. Sin cargamentos de agua: no hay agua.

Incluso peor, el pequeño Lago Evian en las montañas se estaba secando.

No había llovido desde el inicio de FAYZ. Los niños sabían que había un

plan para reacomodar a todos en el Lago Evian cuando se acabara la

gasolina; de lo que no se daban cuenta era que las cosas estaban un poco

peor que eso.

El primer tanque, el quemado, había sido un primer esfuerzo por crear

uno fijo. Albert había tratado de que Sam hirviera el agua usando sus

poderes. Desafortunadamente, Sam no podía disminuir sus poderes lo

suficiente como para calentarlo sin destruirlo.

Este nuevo esfuerzo requeriría una fogata debajo del tanque. Lo que

significaría grupos de chicos para cortar leña de las casas sin usar. Lo que

haría que todo el asunto fuera más trabajo de lo que valía.

El grupo estaba holgazaneando. Lanzando piedritas al agua, tratando de

hacer que brincaran.

Alber se dirigió hacia ellos, sus mocasines llenándose de arena.

—Oigan —espetó—. ¿Qué pasó aquí?

Los cuatro chicos, ninguno con más de once años, parecían culpables.

—Estaba así cuando llegamos. Creo que el viento lo tumbó.

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—No había viendo en el FAYZ, ustedes… —Se detuvo de decirles “idiotas”.

Albert tenía cierta reputación por controlarse. Era lo más cercano que ellos

tenían a un adulto.

—Los contraté para que hicieran un pozo, no para que estuvieran

jugueteando —dijo Albert.

—Es difícil —dijo uno—. Se llena una y otra vez.

—Sé que es difícil. No se volverá más sencillo. Y si quieren comer,

trabajarán.

—Sólo nos tomábamos un descanso.

—El descanso terminó. Tomen esas palas.

Albert se dio la vuelta y se alejó con Jamal a su lado.

—Esos chicos lo están molestando, jefe —reportó Jamal.

—¿Están cavando?

Jamal miró hacia atrás y reportó que lo estaban haciendo.

—Mientras hagan su trabajo pueden molestarme todo lo que quieran —dijo

Albert.

Fue entonces cuando vino Roscoe a reportar su recorrido con Hunter. Y

para contarle a Albert una loca historia sobre el hombro de Hunter

mordiéndolo.

—Mira —dijo Roscoe, y sostuvo su mano para que Albert la inspeccionara.

Alber suspiró.

—Ahórrate las historias, Roscoe —dijo.

—Está como, como, verde, o algo así —dijo Roscoe.

—No soy la Sanadora o Dahra —dijo Albert.

Pero mientras se alejaba, algo llegó a preocupar los pensamientos de

Albert: la herida sí se veía un poco verde.

Era el problema de alguien más. Ya tenía suficientes.

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Entonces vio a alguien tirado en la arena, simplemente ahí como si

estuviera muerto. Alejado en la playa.

Buscó el mapa en su bolsillo.

¿Era hora? Miró atrás hacia el artefacto. El inútil artefacto.

Su interior se revolvió un poco ante lo que estaba a punto de hacer.

Asustarse no sería nada bueno. Todos estaban al borde, extrañados,

asustados desde el dramático suicidio de Mary y el intento de asesinato en

masas.

Las personas no podrían aguantar otro desastre. Pero venía uno en

camino. Y cuando golpeara, si había pánico, Sam sería necesario aquí en

el pueblo.

Pero no había nadie más en quien Albert confiara para la misión que tenía

en mente. Sam tendría que ir. Y Albert tendría que esperar que ningún

nuevo desastre llegara mientras no estuviera.

* * *

Sam sintió una sombra.

Abrió un ojo. Alguien estaba parado sobre él, el rostro ennegrecido por el

sol detrás de él.

—¿Eres tú, Albert? —preguntó Sam.

—Soy yo.

—Reconozco los zapatos. No me siento bien —dijo Sam.

—¿Te importaría sentarte? Tengo algo importante de que decirte.

—Si es importante, ve a hablar con Edilio. Él está a cargo.

Albert esperó, negándose a hablar. Finalmente, con un suspiro que se

convirtió en un gruñido, Sam se dio la vuelta y se sentó.

—Esto es sólo entre nosotros, Sam —dijo Albert.

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—Sí, siempre funciona de maravilla cuando guardo secretos del consejo —

dijo Sam con sarcasmo. Se sacudió el cabello con vigorosidad para sacar

algo de arena de él.

—Ya no estás en el consejo —dijo Albert con sensatez—. Y esto es sobre un

trabajo. Quiero contratarte.

Sam puso los ojos en blanco.

—Ya todos trabajan para ti, Albert. ¿Cuál es el problema? ¿Te molesta que

yo no?

—¿Te gustaba más cuando nadie estaba trabajando y todos se estaban

muriendo de hambre?

Sam lo miró fijamente. Luego hizo un irónico saludo con dos dedos.

—Lo siento. Estoy de mal humor. Una mala noche seguida de una mala

mañana. ¿Qué pasa, Albert?

—Hay un enorme problema con el suministro de agua.

Sam asintió.

—Lo sé. En cuanto se termine la gasolina vamos a tener que reubicar a

todo el pueblo en Evian.

Albert se acomodó los pantalones, luego se sentó con cuidado sobre la

arena.

—No. Primero, el nivel del agua en el Lago Evian está disminuyendo con

más rapidez que nunca. No hay lluvia aquí. Y es un lago pequeño. Puedes

ver lo que ha disminuido, como, tres metros de profundidad.

Albert sacó un mapa doblado de su bolsillo y lo abrió. Sam se acercó para

ver.

—Éste mapa no es muy bueno. Es demasiado grande para ver los detalles.

¿Pero ves esto? —Señaló—. El Lago Tramonto. Es como cien veces más

grande que el lago Evian.

—¿Está dentro del FAYZ?

—Dibujé éste círculo con un compás. Creo que al menos parte del Lago

Tramonto está dentro de la barrera.

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Sam asintió pensativamente.

—Hombre, está como a, qué, ¿dieciséis kilómetros de aquí?

—Más bien veinticinco.

—Incluso si está allí e incluso si el agua es bebible, ¿cómo vamos a traerlo

a Playa Perdido? Digo, mira. —Sam dibujó líneas con su dedo—. Ir o venir

atraviesa territorio de coyotes. Y eso gastaría más gasolina, ese viaje. Me

refiero a, mucha más.

—No creo que mi artefacto de agua salada vaya a funcionar —admitió

Albert. Miró de mala gana playa abajo hacia donde estaba el grupo de

trabajo—. Incluso si funciona, puede que no produzca la suficiente.

Sam le quitó el mapa y lo estudió con cuidado.

—Sabes, es extraño. Creo que olvidé que había cosas como los mapas de

papel. Siempre solía usar Google maps. Maps punto Google punto com.

¿Recuerdas esos días? ¿Qué es esto?

Albert miró la orilla del mapa.

—Ah, eso es una base de la fuerza aérea. Pero mira, todo está

prácticamente del otro lado. La pista, los edificios y todo. ¿Por qué?

¿Esperabas encontrar un jet de pelea?

Sam sonrió.

—Eso podría ser útil si viniera con todo y piloto. Una cosa es aterrizar un

helicóptero para Sanjit. Otra cosa muy diferente es volar un jet Mach

dentro de un tazón de treinta y dos kilómetros de ancho. No. No sé qué

estaba esperando. Quizás un arma de rayos que pudiera abrir hoyos a

través de la barrera.

—Sabes —dijo Albert, tratando de sonar casual, pero sonando más como si

estuviera dando un discurso bien ensayado—, leí en un libro donde en los

viejos tiempos, y me refiero a los viejos, viejos tiempos, que un hombre de

negocios contrataría exploradores para investigar nuevos territorios. Ya

sabes, para encontrar oro o petróleo o especias. Claro que estos

exploradores tendrían que ser fuertes y capaces de lidiar con toda clase de

problemas.

Sam no tenía problemas para comprender la intención de Albert.

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—Quieres contratarme para explorar el lago.

—Sí.

Sam miró a su alrededor, a la arena.

—Cómo puedes ver, estoy muy ocupado.

Albrert no dijo nada. Solo esperó y observó a Sam como una lagartija

viendo una mosca.

—No deseas que el consejo sepa de esto. ¿Por qué?

Albert se encogió de hombros.

—Si cualquiera del consejo se entera, todo el pueblo lo sabría en diez

segundos. ¿Quieres pánico? De todos modos, no se trata de ellos. Soy yo

haciéndolo. Tú y yo. Y un par de chicos para que te respalden.

—¿Por qué no envías a Brianna? Ella llegaría rápido.

—No confió en ella. No para algo como esto. Quiero decir, Sam, podríamos

estar en apuros con el agua muy pronto. Quiero decir, pronto. Tengo un

camión yendo más tarde, después de eso, tal vez media docena más de

carreras.

Sam se quedó en silencio. Señaló formas poco abstractas en la arena,

pensando.

—Lo haré —dijo Sam—. Pero no soy feliz guardándole secretos a Edilio

Albert apretó los labios en una línea. Como si estuviera pensando. Pero

Sam veía que tenía una respuesta preparada.

—Mira, los secretos no duran mucho tiempo en este lugar. Por ejemplo,

Taylor ha estado contando una historia interesante por toda la ciudad.

Sam gruñó. Tenía que ser Taylor, se reprochó. ¿Qué iba a decir Astrid? No

es que fuera en realidad su asunto. Nunca habían dicho que no podía ver

a alguien más, estar con alguien más. De hecho una vez, en un arranque

de ira, Astrid le había dicho que hiciera precisamente eso. Sólo que ella no

había dicho “estar con”. Ella había usado una frase que había estado algo

sorprendido de escuchar viniendo de Astrid.

—Sam, Edilio es un buen tipo —dijo Albert, interrumpiendo los

pensamientos sombríos de Sam—. Pero como he dicho, se lo dirá a al

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resto. Una vez que el Consejo lo sepa, todo el mundo sabe. Si todo el

mundo se entera, como están de desesperadas las cosas, ¿qué crees que

pasará?

Sam sonrió sin humor.

—Aproximadamente para la mitad del pueblo será grandioso. La otra

mitad va a enloquecer.

—Y gente terminara siendo asesinada —dijo Albert. Ladeo la cabeza,

haciendo todo lo posible para parecer que la idea sólo se le ocurrió—. ¿Y

quién va a acabar pateando traseros? ¿Quién va a terminar jugando a ser

papá y después siendo resentido, culpado y por último echado?

—Has adquirido nuevas destrezas —dijo Sam amargamente—. Solías ser

simplemente alguien que trabajaba más duro que nadie y tenías

ambiciones. Has aprendido a manipular a la gente.

La boca de Albert se contrajo y sus ojos brillaron con enojo.

—No eres el único que anda con grandes responsabilidades sobre sus

hombros, Sam. Interpretas al gran papi malo que no deja que nadie se

divierta, y yo interpreto al hombre de negocios codicioso que sólo busca su

ganancia. Pero no seas estúpido, tal vez soy codicioso, pero sin mí nadie

come. O bebe. Necesitamos el agua. ¿Conoces a alguien más en esta

ciudad que vaya a hacer que esto suceda?

Sam se rió en voz baja.

—Sí, has llegado a ser bueno en usar a la gente, Albert. Quiero decir que

me ofreces la oportunidad de salir y salvar el trasero de todo el mundo,

¿verdad? Ser importante y necesario de nuevo. Has resuelto todo.

—Necesitamos el agua Sam —dijo Albert simplemente—. Si encuentras

agua hasta en este lago Tramonto y vuelves y le deces a la gente que tienen

que moverse hasta allí, lo harán. Les dices que va a ir bien y ellos te

creerán.

—Porque soy tan ampliamente querido y admirado —dijo Sam

sarcásticamente.

—No es un concurso de popularidad, Sam. A la gente le interesas cuando

te necesitan, y luego diez minutos más tarde están cansados de ti. En muy

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poco tiempo van a darse cuenta de que estamos muy cerca todos de morir

de sed. Y ahí estarás tú con la solución.

—Y me van a amar. Durante diez minutos, hasta que hayan tenido

suficiente para beber.

—Exactamente —dijo Albert. Poniéndose de pie—. Tenemos un trato. —

Extendió su mano para dársela a Sam.

Sam se puso de pie.

—¿Y el lago? Quiero decir, ¿si está allí?

—Si está ahí, es mi lago —dijo Albert fríamente—. Venderé el agua y

controlare el acceso. Quizás no acabemos en el mismo aprieto de nuevo.

Sam le dio la mano y se echó a reír a carcajadas.

—Estás menos lleno de mierda como cualquiera alrededor, Albert. Si está

ahí, lo encontraré. Me iré esta noche.

Tomó el mapa.

—¿Quieres a alguien contigo?

—Dekka. —Sam pensó un momento más—. Y Jack.

—¿Quieres al Jack el computador? ¿Por qué?

—Es buena idea tener a alguien alrededor que es más inteligente que tú.

—Supongo —dijo Albert—. Necesitas a alguien para comunicarte, también.

Toma a Taylor.

—No, Taylor no. Tomare a Brianna.

Albert negó con la cabeza.

—La besaste, supéralo. Necesitamos a alguien en este pueblo que pueda

luchar si es necesario. Me refiero en el plano feo, sin faltar el respeto a

Edilio. Taylor es inútil en una batalla de cualquier tipo, mientras que

Brianna puede vencer a casi cualquier persona.

Sam asintió con la cabeza. Era lógico. Si quería a Dekka con él, tendría

que dejar atrás a Brianna. ¿Pero Taylor?

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De repente, el viaje, que había empezado a anticipar sólo un poco parecía

mucho menos divertido.

* * *

A Lana no le gustaba ir a la ciudad. En la ciudad la gente le preguntaba

por cosas. Pero necesitaba un galón de agua para regresar hasta Clifftop

de todos modos, así que pensó que bien podría pasar por el denominado

hospital y despejar la acumulación habitual de niños con los brazos rotos,

las manos quemadas y un rumoreado corte en la muñeca.

No estaba segura de por qué ella debía estar curando a cualquiera lo

bastante estúpido como para tratar de cortarse la muñeca. Después de

todo, la FAYZ te mataría muy rápido, ¿por qué tener prisa? Y si quieres un

viaje rápido fuera de la FAYZ siempre estaba la manera de Mary, el

acantilado.

Dahra Baidoo estaba leyendo su libro de medicina y diciéndole a un chico

con dolor de muelas que se callara.

—Sólo está suelta, saldrá cuando quiera salir —decía irritada.

Levantó la mirada con una sonrisa cansada cuando notó a Lana.

—Hey, Lana.

—Hey, DB —dijo Lana—. ¿Cómo está la escuela de medicina?

Era una vieja broma entre ellas. Habían trabajado juntas estrechamente

en tiempos de crisis. La gripe que había dado la vuelta un par de semanas,

las diversas batallas, los incendios, las peleas, las intoxicaciones y los

accidentes.

Dahra sostenía la mano de los niños lesionados y les daba Tylenol

mientras esperaban que Lana llegara.

El fuego había sido lo peor. Las dos habían estado aquí juntas por días,

apenas habían visto el sol.

Malos, malos días.

Dahra rió y golpeó el libro.

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—Estoy lista para realizar trasplantes de corazón.

—¿Qué tenemos? —preguntó Lana—. Escuché que tuviste un suicidio sin

compromiso.

—No hay suicidios. Costillas rotas. Y una quemadura. No está mal, y

probablemente debería dejar que sufra ya que la obtuvo por intentar

encender una bolsa de caca y tirarla.

Lana oyó una tos seca procedente de una niña de aspecto muy enfermo.

—¿Qué es esto?

Dahra le dirigió una mirada significativa.

—Creo que nuestra gripe está de vuelta. O nunca se fue. —Sacó a Lana

hacia el lado, donde los pacientes no podían escuchar—. Creo que esto

puede ser peor, sin embargo. Esta chica está alucinando. Su nombre es

Jennifer. Llegó arrastrándose aquí esta mañana. Sigue hablando de alguna

otra chica llamada Jennifer tosió tan fuerte que había piezas de sus

pulmones escupidas. Y entonces supuestamente tosió tan fuerte que se

rompió su propio cuello.

—La fiebre ocasiona alucinaciones a veces —dijo Lana.

—Sí. Aun así, ojalá tuviera a alguien para ir a revisar su casa. Ver si hay

algo que hacer.

—¿Dónde está Elwood?

Dahra suspiró.

—Eso se acabó.

A Lana nunca le había gustado mucho Elwood, y ella era del tipo de quería

saber lo que había pasado. Dahra y Elwood habían estado saliendo

durante mucho tiempo. Pero Dahra no se veía como si le interesara

contarlo todo.

Lana curó las costillas rotas y luego echó un vistazo a la chica con los

dedos quemados.

—No vuelvas a hacer tonterías como estas —le espetó Lana a la chica—.

No quiero estar perdiendo el tiempo con estupideces. La próxima vez voy a

dejar que sufras.

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Pero ella curó la quemadura, hizo un rápido toque y fue con la chica tos.

—¿Puedo llenar una jarra antes de que me vaya? —preguntó Lana.

Dahra se estremeció. Tenía un viejo enfriador de agua en una esquina con

una jarra de cristal transparente de cinco galones en la parte superior.

Pero no había ningún sitio alrededor para llenar los cinco galones.

—¿Qué hay de la mitad de un galón? —dijo Dahra

—Trato —dijo Lana—. Albert tiene que estar mejor abastecido. Yo,

también, ya que estamos en ello. Se supone que debe enviar a uno de los

suyos con un galón al día. Ya han pasado dos días. No es inteligente para

un hipocondríaco como Albert sacarme quicio.

Luego, con un guiño a Dahra, Lana se fue de nuevo, de vuelta hacia su

nido de águila solitaria.

Tomó un atajo que la llevaba a la colina Clifftop. Era un sendero desnudo

entre los arbustos, un lugar donde un coyote hambriento podría estar. Sin

embargo, Patrick le avisaría mucho antes de que fuera hacia un coyote. Y

en cualquier caso, Lana llevaba una pistola automática que no tenía

reparo en utilizar.

De repente, Patrick gruñó y Lana tuvo la automática fuera y apuntando

con ambas manos en una fracción de segundo.

—Salga donde pueda verle —dijo.

No había ningún coyote. En su lugar estaba Hunter. Al acecho. Luciendo

apenado por estar ahí. Él había sido desterrado de la ciudad, aunque se le

permitía ir a verla en cualquier momento. Sin embargo prefirió quedarse

sin verla.

A Lana le gustaba Hunter. En primer lugar, porque a menudo obtenía

algún sabroso bocado, un conejo o un par de ranas gordas. Y traía viseras

para la comida de Patrick. En segundo lugar, porque a pesar de que tenía

el cerebro dañado por lo menos tenía el buen sentido de no perder el

tiempo. Si él la estaba buscando había un motivo.

—¿Que hay, Hunter? —preguntó. Metió la pistola atrás en el cinturón—.

Vaya. Ya veo, feos rasguños ahí.

—No —dijo—. Es algo más.

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Retiró el cuello de su camiseta.

Lana no respiró durante algunos segundos.

—Sí —dijo—. Eso es algo más.

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CAPÍTULO 6 Traducido por Whiteshadow

Corregido por QueenDelC

61 horas, 26 minutos

adie sabía cómo tratar con Hunter. Se suponía que no venía

a la ciudad. Así que el consejo tenía que ir con él.

Se encontraron en la carretera.

Nunca nadie había limpiado los coches estrellados y

abandonados en la carretera. Todos estaban justo donde habían quedado

desde la llegada de FAYZ.

El enorme camión de FedEx todavía estaba volcado. Los chicos habían

irrumpido desde hacía mucho tiempo en la parte posterior y saqueado los

paquetes. Las envolturas, papeles rasgados, embalajes plásticos con forma

de cacahuates, rizos de cinta y paquetes desparramados habían sido

desplazados, en su mayoría, a una sección de la barrera a un lado de la

carretera.

Curioso, advirtió Lana: hoy parecía casi limpia. Como si alguien hubiera

venido con un soplador de hojas y volado toda la basura de la carretera.

El consejo de la ciudad eran ahora Dekka, Howard, Albert, Ellen y Edilio.

Sam tenía derecho a asistir, pero por lo general no lo hacía. Astrid había

dejado claro que no quería volver a saber nada sobre formar parte de él

nunca más, pero Lana había enviado a Brianna a decirle que estuviera allí.

Quería los ojos de Astrid en esto.

Así que Astrid estaba allí. Más o menos. Lana la había visto en un montón

de diferentes situaciones y estados de ánimo, pero ésta era una nueva

Astrid: retraída, preocupada. Como si estuviera por completo en otra parte.

Se estaba mordiendo los labios, retorciendo los dedos juntos, después

componiéndose y limpiando sus manos en los pantalones vaqueros.

N

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Lana estaba segura de que vio a Astrid lucir algo culpable cuando se dio

cuenta de la basura soplada contra la barrera. Pero tal vez sólo estaba

sensible debido a la historia que circulaba acerca de Sam y Taylor.

Edilio estaba a cargo. Lo cual estaba bien para Lana. Casi todos habían

mostrado alguna debilidad, algún poco de locura. Incluida ella misma,

reconoció con ironía.

Edilio parecía la última persona cuerda y decente que quedaba en el FAYZ.

El chico indocumentado de Honduras era la única persona de confianza a

su alrededor. Y aun así, si la barrera caía, Edilio y su familia —si seguían

con vida— podrían ser expulsados del país.

Aunque claro, pensó Lana, si la barrera alguna vez caía, la mitad de los

chicos serían enviados al reformatorio y el resto se enviaría a las

instituciones mentales o de rehabilitación. Así que tal vez ser expulsado no

fuera tan malo.

Hunter lucía como si se fuera a reunir con el presidente. Se puso erguido y

trató de suavizar su cabello en un esfuerzo inútil. Lana ocultó una sonrisa

mientras él tomaba una garrapata de su brazo y la lanzaba lejos.

—Hola, Hunter —dijo Edilio—. Primero, amigo, gracias por todo el trabajo

que haces, ¿cierto? Estás ayudando a mantener a todos alimentados y

sanos, así que gracias.

Hunter buscó algo que decir, con los ojos recorriendo de izquierda a

derecha, y finalmente hacia abajo.

—Soy el cazador.

—Bueno, eres un buen cazador —dijo Edilio—. Lana dice que tienes un

pequeño problema médico.

Hunter asintió.

—Bocas.

—Sí. Bueno, ¿te importaría dejarnos mirar? No queremos avergonzarte ni

nada de eso.

—Solo quítate la camisa —dijo Albert de manera un poco brusca.

Consideraba a Hunter como un empleado. Pero Albert consideraba a casi

todos sus empleados.

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—Puede quitársela o no, depende de él. —dijo Dekka en su grave gruñido.

Hunter estaba confundido por la ida y vuelta de la conversación. Así que

Lana dijo:

—¿Te importaría quitarte la camisa, Hunter, para que podamos ver?

Quizás también quitarte los pantalones.

Hunter sacó la camisa por su cabeza. Dejó caer sus pantalones hasta los

tobillos.

Hubo un jadeo colectivo.

Lana se situó junto a Hunter. Señaló las piezas bucales sobresaliendo del

hombro de Hunter. Se veía exactamente como la cabeza de una hormiga

enorme, o quizás la cabeza de una avispa, pero con enormes y rechinantes

dientes.

—Ésta fue la primera. Traté de curarla. Notaran que no funcionó.

Ella señaló una boca plateada más pequeña, casi metálica, en su

pantorrilla.

—Haznos un favor y levanta los brazos, Hunter.

Él lo hizo. Albert miró hacia otro lado.

Había una tercera boca rechinando sus dientes en la exila de Hunter.

Lana miró a Astrid viendo a Hunter. Sus ojos azul hielo parpadearon.

—¿Tienes una pregunta, Astrid? —preguntó Lana.

Astrid frunció los labios como si no la tuviera, pero la curiosidad pudo más

que ella.

—Hunter, ¿te ha mordido alguna cosa?

—Sí. Las pulgas me muerden. Y las garrapatas.

—¿Qué tal una avispa? —dijo Astrid.

—No —dijo Hunter.

—¿Por qué una avispa? —le preguntó Edilio a Astrid.

Astrid se encogió de hombros.

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—Sólo estoy tratando de conseguir información. —Estaba mintiendo, pensó

Lana. Ese terroríficamente inteligente cerebro suyo ya estaba sobre algo.

Algo que no quería decir delante de Hunter.

—¿Sucedió alguna otra cosa extraña? —preguntó Edilio.

—Sólo el novicio —dijo Hunter.

—¿El qué? —preguntó Edilio.

—No son buenos para la caza. Cogí uno y lo cociné pero se arrugó todo y

no había carne en él.

—¿Qué es un novicio? —exigió saber Albert.

Hunter frunció el ceño, buscando una manera de describirlo.

—Vuela. Es como una serpiente que vuela.

Howard dijo:

—Oh, bueno, me preocupaba no tener suficientes rarezas con las cuales

lidiar. Serpientes voladoras. Es Excelente.

—Rocían —dijo Hunter tratando de ayudar. Entonces sus ojos se abrieron

por completo—. Me roció una vez. Justo aquí. —Señaló su hombro. Hacia

la boca del insecto que crujía lentamente.

—¿Alguien tiene algo afilado? —pidió Astrid.

Tres cuchillos brillaron.

—Pensaba en una especie de alfiler —dijo Astrid. Pero tomó el cuchillo de

Howard—. No te preocupes Hunter —dijo. Empujó suavemente con la

punta del cuchillo justo al lado de la boca más grande—. ¿Sentiste eso?

Hunter negó con la cabeza.

Astrid pinchó otra vez, más lejos del primer lugar. Y de nuevo en la parte

superior del brazo de Hunter.

—Supongo que no siento muchas cosas. —Hunter parecía desconcertado.

—Algo lo ha anestesiado —dijo Astrid. Un espasmo, un indicio de náuseas,

rápidamente suprimido torció los labios.

—No duele —dijo Hunter.

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—Puedes vestirte —dijo Edilio amablemente—. Gracias por mostrarnos.

Hunter obedientemente se colocó de nuevo la ropa.

—De vuelta al trabajo, ¿eh, Hunter? —dijo Edilio con una horrible sonrisa

forzada.

Hunter asintió.

—Sí. Tengo que conseguirle un poco de carne a Albert o se enoja.

—No lo hago —protestó Albert débilmente.

Hunter comenzó a alejarse. Albert le preguntó desde la distancia: —

¿Dónde viste a esas serpientes voladoras tuyas?

Hunter, dispuesto a responder a la pregunta de Albert, sonrió porque

sabía la respuesta.

—Están por todas partes en el lado de la mañana.

—¿El qué?

—Así es como lo llamo. Al otro lado de las colinas. Hay una cueva. Por el

camino.

—El camino hacia el Lago Evian... ¿el lago de donde obtenemos el agua? —

preguntó Albert en voz baja.

Hunter asintió.

—Sí. Por el camino de tierra que va a allí.

—Gracias —dijo Edilio, despidiendo a Hunter, quien parecía aliviado y se

alejó rápidamente sin mirar atrás. Edilio se volvió a Astrid—: De acuerdo,

Astrid. ¿En qué piensas?

—Creo que la razón por la cual Lana no pudo curarlo es porque no es una

enfermedad.

—Es seguro que luce como una enfermedad —dijo Howard—. Como una

enfermedad que no quiero tener.

—Es un parásito —dijo Astrid.

—Sí.

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—Pero están saliendo a través de su piel —dijo Edilio.

Astrid asintió.

—Debería tener un dolor insoportable. Probablemente secretan algo que

amortigua el dolor.

—¿Qué le va a suceder? —preguntó Dekka.

—Hay un tipo de avispa —dijo Astrid—. Por eso le pregunté por las

avispas. Pone sus huevos en el interior de una oruga. Los huevos

eclosionan. Las larvas se comen las orugas desde adentro hacia afuera.

Lana se sintió mal. Hacía tiempo que había aprendido a protegerse a sí

misma adoptando una cierta indiferencia hacia el dolor y las heridas que

curaba. Pero esto era horrible, más allá de lo que jamás había visto. Y

había sido incapaz de ayudar.

—Todo el mundo mantenga esto en secreto hasta que sepamos lo que es —

dijo Edilio—. Nadie habla con Taylor, la chica no puede mantenerse

callada por... —Se interrumpió, notando la mirada pétrea de Astrid—.

Reunión del Consejo esta noche —terminó sin convicción.

Lana llamó a Patrick, quien estaba husmeando en la maleza al lado de la

carretera, y se dirigió hacia su casa.

Astrid se encontró con ella.

—Lana.

—¿Sí? —Lana nunca había sido la mayor fan de Astrid. Admiraba la

inteligencia y aspecto de Astrid. Pero eran personas muy diferentes.

—Es pequeño Pete. Él...

—Él, ¿qué? —demandó Lana con impaciencia.

—Tiene fiebre. Creo que tiene gripe o algo.

Lana se encogió de hombros.

—Sí, una de las Jennifers también lo tiene. No creo que sea gran cosa.

Llévalo a ver Dahra, voy me pasaré por allí más tarde.

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Lana esperaba que Astrid asintiera y se marchara. Pero Astrid miró el

camino para asegurarse que nadie se acercara a ellas. Esto llamó la

atención de Lana.

—Necesito que vengas a mi casa —dijo Astrid con firmeza.

—Mira, entiendo que eres más importante que, ya sabes, la gente normal

—bufó Lana—. Pero me haré cargo de él más tarde. ¿De acuerdo? Adiós.

Astrid la agarró del hombro. Lana se volvió, ahora enojada. No le gustaba

que la tocaran, y mucho menos que la agarren.

—No se trata de mí —dijo Astrid—. Lana... Tengo que preguntarte. El

gaiaphage...

El rostro de Lana se ensombreció.

—¿Puede ver lo que tú ves?

Lana sintió un escalofrío.

—¿Que está pasando, Astrid?

—Quizás nada. Pero ven conmigo. Ven a ver Petey. Ayúdame, y voy a

deberte una.

Lana se rió burlonamente. Era La Sanadora: todo el mundo le debía una.

Pero igualmente siguió a Astrid.

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CAPÍTULO 7 Traducido por Izzy

Corregido por ruth m.

60 horas, 30 minutos

aine había encontrado un telescopio en la casa. Lo llevó hasta

el acantilado en el extremo este de la isla.

Era por la tarde. La luz era bastante buena, baja, rayos

oblicuos iluminaban la costa. La luz del sol se reflejaba en las

ventanas y pantallas contra el viento de los coches en la Playa Perdido. Los

brillantes techos de tejas rojas y altas palmeras lo hacían parecer tan

normal. Como si en realidad fuera otra playa de la ciudad de California.

La planta de energía nuclear estaba más cerca. También parecía normal.

El agujero en la torre de contención se encontraba al otro lado, no se veía

desde aquí. El agujero que él había hecho.

Se sorprendió por el sonido detrás de él, pero no lo demostró. Mucho.

—¿Qué estás mirando, Napoleón? —preguntó Diana—. ¿Napoleón?

—Ya sabes, porque él fue desterrado a una isla después de que casi se

hiciera cargo del mundo —dijo Diana—. Aunque era pequeño. Tú eres

mucho más alto.

Caine no estaba seguro de si le importaba el ligero cambio de Diana hacia

él. Era mejor que la forma en que había sido últimamente, toda deprimida

y renunciando a la vida. Odiándose a sí misma.

No le importaba si ella lo odiaba. Nunca iban a ser una linda pareja

romántica como Sam y Astrid. Presentable, justo, todo eso. La pareja

perfecta. Él y Diana eran la pareja imperfecta.

—¿Cómo funcionó para Napoleón? —le preguntó.

Se percató de su ligero titubeo mientras buscaba una respuesta fácil.

C

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—Él vivió feliz para siempre en su isla —dijo Diana—. Tuvo una hermosa

novia, que era mucho mejor de lo que merecía.

—Deja de preocuparte —dijo con dureza—. No estoy pensando en salir de

la isla. ¿Cómo podría, aunque quisiera hacerlo?

—Se podría encontrar una manera —dijo Diana fríamente.

—Sí. Pero aquí estoy, de todos modos —dijo Caine. Apuntó al telescopio de

vuelta a la ciudad. Podía ver los cascos ennegrecidos de las casas

quemadas justo al oeste del centro.

—No lo hagas —dijo Diana.

Caine no le preguntó a qué se refería. Él lo sabía.

—Sólo déjalo ir —dijo Diana. Le puso la mano en el hombro. Le acarició el

costado del cuello, la mejilla.

Bajó el telescopio y lo arrojó sobre la hierba de mar demasiado crecida. Se

volvió, la tomó en sus brazos y la besó.

Había pasado mucho tiempo desde que había hecho eso.

Se sentía diferente en sus brazos. Más delgada. Más pequeña. Más frágil.

Pero su cuerpo respondió a ella como siempre lo había hecho.

Ella no se apartó.

Su propia respuesta lo sorprendió. Había sido un largo tiempo para eso,

también. Demasiado tiempo transcurrido desde que había sentido deseo.

Niños hambrientos codiciaron comida, no después de las niñas.

Y ahora que estaba sucediendo, era abrumador. Como un rugido en sus

oídos. Un martilleo en su pecho. Él se moría por cada parte de ello.

En el último segundo, el segundo en que habría perdido lo último de su

autocontrol, Diana suavemente pero con firmeza, lo empujó.

—Aquí no —dijo ella.

—¿Dónde? —jadeó. Odiaba la necesidad que se escuchaba en su voz.

Odiaba necesitar tanto a alguien o algo. La necesidad era una debilidad.

Ella separó sus manos de su cuerpo. Dio un paso hacia atrás. Llevaba un

vestido actual. Un vestido que mostraba sus piernas y sus hombros, era

como si fuera un visitante de otro planeta.

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Él parpadeó, pensando que tal vez todo era un sueño. Estaba limpia y

llevaba un vestido de verano amarillo. Sus dientes se habían cepillado. Su

cabello estaba peinado, todavía era un desastre por haberlo cortado todo y

dejarlo crecer sin miramientos, pero era sólo una sombra de su oscura y

decadente sensualidad.

Ella se inclinó tímidamente y cogió el telescopio. Se lo entregó.

—Es tu elección, Caine. Puedes tenerme. O puedes tratar de dominar el

mundo. No ambos. Porque no voy a ser parte de eso. No puedo. Por lo

tanto, depende de ti.

Su mandíbula se cayó. Literalmente.

—Tú... bruja —dijo.

Diana se echó a reír.

—Sabes que tengo el poder... —amenazó él.

—Por supuesto. Estaría indefensa. Pero eso no es lo que deseas.

Caine lanzó una roca, no muy lejos. Impresionantemente grande. Levantó

una mano con la palma hacia fuera y, con un chasqueo, la roca atravesó el

aire.

—¡A veces te odio! —gritó, y con un movimiento de su muñeca envió a la

piedra volando por el precipicio, para caer en el agua que estaba debajo.

—¿A veces? —Diana alzó una ceja escéptica— Yo te odio casi todo el

tiempo.

Se miraron el uno al otro con una mirada que era de odio, pero también

algo más, algo mucho más indefenso que el odio.

—Somos personas dañadas —dijo Diana, de pronto triste y seria—. Unas

horribles, destruidas, malas personas. Pero quiero cambiar. Quiero que los

dos cambiemos.

—¿Cambiar? ¿Para qué? —preguntó Caine, desconcertado.

—Para las personas que ya no tienen sueños de ser Napoleón.

Ella tenía su habitual sonrisa burlona mientras lo miraba lentamente de

arriba abajo. Tan lento, que realmente se sentía avergonzado y tuvo que

superar un modesto impulso de cubrirse.

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—No decidas en este momento —dijo—. No estás en condiciones de pensar

con claridad.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa. Caine lanzó piedras más grandes

al mar. No sirvió de nada.

***

Sam estaba en la esquina de la calle viendo cómo Lana y Astrid entraban

en la casa que había compartido con Astrid. Lana llevaba una jarra de

agua. Patrick se detuvo y miró en dirección a Sam, pero las chicas no lo

notaron y Patrick perdió rápidamente el interés.

Había venido a decirle a Astrid que iba a salir de la ciudad. Astrid le

guardaría el secreto. Y quería que al menos una persona que no fuera

Albert supiera dónde estaba y lo que estaba haciendo.

De todos modos, eso fue lo que se dijo. Porque admitir que todavía, incluso

ahora, incluso después de todo lo que había sucedido, y todo lo que no

sucedió, no podía alejarse de Astrid... Sería una enorme admisión de

debilidad.

No, no podía decirle que se iba. Ella tenía que saber que estaba... Donde

fuera que estuviera. Le dio una patada a una lata de refresco y lo envió a

la calle llena de basura.

¿Por qué Lana iba a ver a Astrid? El Pequeño Pete no debía de sentirse

bien. Pero, ¿cómo podía alguien decir lo que estaba sintiendo el Pequeño

Pete?

Sam frunció el ceño. No quería tener alguna escena con Astrid frente a

Lana. El cielo se estaba oscureciendo. Se iría pronto. Dekka, Taylor, y Jack

se le unirían a través de la carretera. Cada uno debía mantener la cosa en

secreto.

En realidad, por supuesto, Jack le diría a Brianna. Taylor iba a

mantenerlo en secreto sólo porque no sabía lo que estaba pasando, y por el

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tiempo en que lo hiciera estaría fuera de la ciudad. Dekka no le diría a

nadie. ¿Y Sam? Se lo diría a Astrid.

Sam llamó a la puerta de Astrid.

No hubo respuesta.

Sintiéndose extraño y mal, abrió la puerta a lo que había sido hasta hace

muy poco su propia casa y entró.

Astrid y Lana estaban arriba, podía oír el murmullo de las voces. Subió los

escalones de dos en dos y gritó:

—Astrid, soy yo.

Estaban en la habitación del Pequeño Pete. Astrid y Lana se hallaban de

pie a unos metros de distancia, de espaldas a Sam.

Una mujer, una mujer adulta estaba sentada en la cama con la cabeza del

Pequeño Pete en el regazo.

—¿Mamá? —dijo Astrid.

La mujer era de casi cuarenta años. Tenía el pelo rubio y la piel blanca

casi translúcida de Astrid, algo envejecida por el sol. Sus ojos eran

marrones. Ella sonrió con tristeza y acunó la cabeza del pequeño Pete. Le

acarició el cabello.

—¿Mamá? —dijo Astrid de nuevo, y esta vez su voz se quebró.

La mujer no dijo nada. No miró hacia Astrid. Ella mantuvo toda su

atención en el Pequeño Pete.

—Ella no es real —dijo Astrid, y dio un paso atrás.

Lana miró a Astrid. Entonces se percató de Sam, que estaba de pie allí.

Los ojos de Lana se estrecharon.

—Sabías de esto, ¿no es así? —le acusó.

—Ella no es real —dijo Astrid de nuevo—. Esa no es mi madre. Es... es una

ilusión. Él está enfermo. Estaba fuera así... así que la hice aparecer. Para

consolarlo.

—Él la hizo aparecer —Lana prácticamente escupió las palabras—. La hizo

aparecer. Debido a que cualquiera puede hacerlo, cualquiera de nosotros

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sólo puede hacer una madre de tres dimensiones para abrazarnos cuando

nos sentimos mal.

—Basta, Petey —dijo Astrid.

La mujer, “la ilusión de una mujer”, no reaccionó, pero siguió acariciando

la cabeza del Pequeño Pete.

—Cúralo, Lana. Cúrarlo y se detendrá —Astrid estaba rogando—. Tiene

fiebre. Está tosiendo.

Como si lo quisiera demostrar, el Pequeño Pete tosió varias veces.

Era extraño. Él no cubrió su boca o cambió su expresión. Solo tosió.

—Pruébalo, Lana —urgió Sam—. Por favor.

Lana se volvió hacia él.

—Es un poder interesante para un autista, ¿no es así? —demandó—.

Especialmente cuando piensas acerca de todas las historias acerca de

cómo la cúpula se fue aclarando durante unos pocos segundos cuando el

Pequeño Pete lo oscureció.

—Hay una gran cantidad de mutantes —dijo Sam tan blandamente como

pudo.

—¿No estuvo él en la planta central cuando llegó el FAYZ? —preguntó

Lana.

Astrid y Sam se miraron. Ninguno habló.

—Él estuvo en la planta —dijo Lana—. La planta es el centro de la FAYZ.

El mismo centro.

—Por favor, tratad de curarlo —instó Astrid.

—Tiene fiebre y tos, gran cosa —dijo Lana—. ¿Por qué es tan urgente que

sea sanado?

Una vez más, Sam no tenía respuesta.

Lana se acercó. La mano de la mujer todavía estaba en la frente de Pete.

Pero ella no reaccionó cuando Lana puso su propia mano sobre el pecho

del Pequeño Pete.

—Así que es tu madre —dijo con más calma.

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—No —dijo Astrid.

—Extraño ver a un adulto, ¿no crees?

—Es una ilusión —dijo Astrid débilmente—. El Pequeño Pete tiene el

poder... para hacer que sus visiones parezcan reales.

—Sí —dijo Lana secamente—. Eso es todo lo que es. El parpadeo, cuando

todo el mundo vio el exterior, era sólo una ilusión. Y tu mamá, aquí, eso es

una ilusión.

La mujer desapareció de repente. La cabeza del Pequeño Pete cayó hacia

atrás contra la almohada.

—Le estás ayudando —dijo Sam—. Se está poniendo mejor.

—¿Sabes qué es interesante? —dijo Lana en una burla a la charla casual—

. El sol, la luna y las estrellas aquí son ilusiones, también. Tantas

ilusiones. Tantas coincidencias. Tantos secretos.

Sam no miró a Astrid. Deseó no haber venido. Más, deseó que Astrid no

hubiera traído a Lana aquí, aunque lo entendía.

Después de un tiempo, Lana se alejó del Pequeño Pete.

—No sé si eso lo ayudó o no.

—Gracias —dijo Astrid.

—Lo siento, ya sabes —dijo Lana suavemente.

—¿La curación?

Lana negó con la cabeza.

—No. Eso. Puedo sentirlo. Le toca. Lo observa. Puedo sentirlo. Llega a él.

Su frente estaba arrugada y parecía casi estar haciendo una mueca de

dolor.

—Como si me alcanzara.

Sin mirar a ninguno de ellos, Lana salió corriendo de la habitación.

Se quedaron en silencio, sin saber qué decir.

Voy a estar fuera durante un par de días —dijo Sam finalmente—. La

situación del agua... Voy a buscar otro lago.

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Una lágrima se derramó por la mejilla de Astrid.

—Eso debe haber sido difícil —dijo Sam—. Aun sabiendo que no era real.

Astrid utilizó un dedo para apartar las lágrimas.

—Lana es inteligente. Resolvió el rompecabezas —suspiró—. Si las cosas

se ponen mal vendrán a por él. Los niños vendrán a por Petey.

—Antes de irme voy a pedirle a Breeze que mantenga un ojo en ti —dijo

Sam.

Astrid miró con tristeza a su hermano. Él tosió dos veces y luego se quedó

tranquilo.

—La cosa es que no sé lo que pasará. ¿Y si se enferma? ¿Y si muere? No

sé. No lo sé.

Pete

La oscuridad lo miraba, tocándolo con sus tenues zarcillos, atento a que

hablara. No quiso hablar. La oscuridad no podía ayudarle. La oscuridad

sólo quería jugar, y era tan celoso cuando Pete jugaba con alguien más.

—Ven a mí —dijo una y otra vez.

Las piernas de Pete estaban débiles. Trató de ponerse de pie pero sus

piernas y heridos pies, como la hoja de vidrio estaban cortando en él.

Se había sentido mejor cuando su madre estaba allí. Era tranquila, a él le

gustaba. No había tratado de tocarlo, excepto para que descansara allí

contra su pecho y sintiera la suave subida y caída de su respiración.

Pero entonces la respiración había empezado a hacer mella en él, por lo

que se distrajo. Si no se detenía...

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Pero luego se detuvo cuando él la hizo desaparecer. Podía recordar la parte

buena, antes de que el sonido de su respiración llegara a ser demasiado, y

no tendría que escucharlo más.

Una hermana estaba hablando y luego otra. La otra lo tocó con la mano. Él

la miró y todo se resolvió. Un débil zarcillo verde se estiró hasta tocarla.

Ella parecía estar en ambos lados del vidrio a la vez.

Sintió su toque y le hizo tensarse. Él lo soportó, pero por dentro se sentía

cada vez peor.

Caliente. Como si el fuego estuviera dentro de él.

No quería saber nada más de su cuerpo.

La otra a su izquierda, le tomó la mano y se fue. Pero podía sentir el eco de

ella en su interior. Había tocado la oscuridad, aunque se negó a sus

peticiones para venir a jugar. Se preguntó... pero ahora su cuerpo estaba

atrayendo su atención de nuevo. Caliente y frío, hambre y sed.

Le molestaba.

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CAPÍTULO 8

Traducido por Kyria

Corregido por ruth m.

54 horas, 21 minutos

ÁTALO! MÁTAME.

Estaba apagado, pero aún podías oírlo, apagaron el aire

acondicionado porque no era como si estuviera

acondicionando nada ya, pero la desesperada protesta aún

se oía procedente del sótano.

Howard estaba fuera en una especie de estúpida reunión. Algún asunto

importante. Howard siempre tenía asuntos importantes.

Charles Merriman, a quien todo el mundo llamaba Orc, rebuscaba entre

los desperdicios al lado del sofá.

―Tiene que haber algo en una de estas botellas. No querría tener que ir al

armario de la trastienda y coger otra botella.

―Es la única manera. ¡Sam! ¡Sam! Dile a Sam qué hacer.

Orc no estaba bebido, no lo suficiente para ignorar el sonido de la voz de

esa estúpida chica. Para eso se tendría que estar muy borracho, por ahora

estaba lo suficientemente borracho como para no quererse levantar del

sofá.

Sus duros dedos sujetando la botella. Pavo Salvaje2. Sólo una pulgada de

líquido marrón en el culo de la botella. Retorció el corcho y el cuello de la

botella se hizo añicos en su puño. Eso pasaba muy a menudo. Orc pasaba

un mal rato calibrando su fuerza cuando estaba un poco bebido.

Sopló los trozos de vidrio. Levantó la botella con cuidado de mantener los

puntos afilados lejos de su boca todavía humana.

2 Pavo Salvaje: tipo de bebida alcohólica.

¡M

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La única parte de su cuerpo que se podía cortar: su boca.

Bueno, la boca y sus ojos.

Drenó el ardiente líquido en su boca y tragó: ―oh, sí, sí, pero no el

suficiente.

Se alzó. Era pesado, lo que se espera de un chico hecho de grava húmeda.

Como una criatura andante de cemento líquido. No podía subirse a una

báscula, aunque Howard había intentado pesarlo una vez.

La había aplastado.

Fue pisando fuerte hacia el armario donde tenía su alijo. Con el sumo

cuidado de una persona que tenía poco control sobre su cuerpo, Orc abrió

la puerta del armario.

Unas cuantas botellas de Booze blanco, otras tantas de Booze marrón. Un

par de botellas de Cabka, el licor que hacía Howard destilando coles y

manzanas podridas. Era asqueroso. Orc prefería el Booze marrón.

Enganchó una botella y después de unos segundos de torpeza se rindió y

retorció el cuello de la botella.

―¿Eres tú ahí arriba, Orc? Te he oído pisotear.

Drake. La chica Brittney se había ido y había sido reemplazada por Drake.

―¿Aún estás vivo, estúpido, alcohólico, montón de piedras? ―tanteó

Drake―. ¿Aún sigues a las órdenes de Sam? ¿Haciendo lo que te dice, Orc?

Orc pisoteó el suelo, enfadado.

―Cállate o iré ahí abajo y te aplastaré como a un insecto ―rugió Orc.

Drake se rió.

―Seguro que lo harás, Orc. Tú no tienes huevos. ¡Espera, ésa ha sido

graciosa! El monstruo de piedra que no tiene huevos.

Orc pisoteó otra vez. La casa entera tembló cuando lo hizo.

Drake le llamó varios nombres, pero ahora Orc tenía como un cuarto de

botella dentro de él. La calidez repartida a través de su cuerpo.

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Gritó algo igualmente grosero a Drake. Entonces se tambaleó de vuelta al

sofá y se hundió pesadamente en él.

No se preocupaba mucho por Drake. Drake era una arrastrada.

Era la chica que le hacía querer llorar a Orc.

Ella era un monstruo. Como Orc. Rogando por la muerte. Rogando porque

alguien la dejara ir a su Jesús.

Mátame, mátame, mátame, rogaba ella, todo el día y la noche.

Orc tomó un gran trago.

Lágrimas se colaron por sus ojos humanos y cayeron por las rocosas

grietas de su cara.

Alguien estaba llamando a la puerta. Normalmente, respondía Howard.

Pero Orc oyó la voz de Jamal gritando.

―¡Eh, Orc! ¡Abre la puerta, hombre!

Jamal era una de las pocas personas aparte de Howard que venía a ver a

Orc. Por supuesto, era solo para poder conseguir un trago. Pero aun así,

cualquier compañía era mejor que seguir escuchando a Drake o Brittney.

―¿Quieres un trago, Jamal?

―Ya lo sabes ―dijo Jamal ―Albert me ha estado haciendo polvo todo el día.

―Sí ―dijo Orc. A él no le importaba. Cogió la botella y se la pasó a Jamal,

quien tomó un gran trago.

Orc descansó en los colchones, el suelo crujiendo debajo de él. Jamal cogió

una silla y siguió con la botella.

―¿Quién está ahí arriba? ―La voz de Drake flotó en el aire―. ¿Es Jamal o

Turk? Demasiado pesado para ser Howard.

―Soy Jamal ―gritó Jamal.

―No hables con él ―dijo Orc, pero sin mucha convicción.

―Eh, Jamal, ¿qué hay sobre dejarme salir de aquí? ―Preguntó Drake, casi

divertido.

Orc le gritó algo obsceno.

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―Sólo si matas a Albert primero ―rió Jamal y luego tomó otro trago.

―¿Cómo puedes trabajar para Albert si le odias? ―Preguntó Orc.

Jamal se encogió de hombros.

―Soy fuerte, él necesita a alguien fuerte.

―Sí ―dijo Orc ―pero me trata como basura.

―¿Sí?

―Deberías ver cómo vive, hombre. ¿Piensas que vive como el resto de

nosotros? Pilla esto: si fuera por él ni siquiera saldría para tomar un

respiro. Lo tiene todo, hasta un tarro en el que mea.

―Yo tengo un tarro en el que meo.

―Sí, pero él tiene a una sirvienta que lo coge y lo tira por él.

La cabeza de Orc estaba zumbando, no estaba realmente prestando

atención, pero Jamal se estaba encendiendo, enumerando las quejas de

Albert, empezando por el hecho de que Albert tenía carne todos los días y

niños para repelarla después de él.

―¿Mira, hombre, a él le gusta así, cierto? ―dijo Jamal, ocultando mal sus

palabras―. En el mundo real, Albert era un don nadie. Aquí es alguien

importante y yo soy… como, sabes…

―Su sirviente ―añadió Orc.

Los ojos de Jamal llamearon enfadados.

―Sí, sí. Igual que tú eres el sirviente de Sam.

―Yo no soy el sirviente de nadie.

―Tú estás haciendo de niñera de Drake día y noche, hombre. ¿Qué es lo

que piensas que eres? Estás haciendo lo que Sam, el jefe, te dijo.

Orc no tenía una respuesta preparada. Deseó que Howard estuviera en

casa porque Howard era más inteligente hablando.

Jamal lo presionó.

―Tíos como tú y yo, Turk y Drake, ¿cierto? Antes estábamos al mando.

Porque nosotros éramos los fuertes y no teníamos miedo de nadie, ¿cierto?

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Orc se encogió de hombros. Tenía se sentía incómodo.

―¿Dónde está Howard? ―murmuró.

Jamal hizo un sonido brusco.

―Howard no es el único atrapado siendo un carcelero. Tú también, Orc.

Eres el guardia de la prisión de Sam. Te mantiene ocupado y atrapado

aquí todo el tiempo. Es como dijo Turk.

―¿Qué dijo Turk?

―Dijo que Sam te consiguió a ti y encerró a Drake al mismo tiempo.

―No es así.

Jamal rió burlonamente.

―Hombre, todo lo que tienes que hacer es ver quién es el perro que está en

la cima y quién está en la base. Mira, ahí es donde Zil se equivocaba; no es

sobre mutantes y normales, bichos raros o no, es sobre quién está en la

cima y quién en la base. Tú y yo, Orc, estamos en la base, somos perros de

la base. Deberíamos de ser perros de la cima.

Justo en ese momento, la voz de Brittney se alzó desde el sótano.

―¿Está ahí Sam? ¡Consigue a Sam! ¡Tenéis que llamar a Sam!

Orc se levantó de la cama y gritó.

―Eh, cállate. Ya tengo que escuchar a Drake día y noche.

Se balanceó, tratando de agarrarse a algo y no pudo. Resbaló y cayó sobre

su trasero. Jamal explotó en una risa burlona. Esta vez, Orco se puso en

pie de un brinco.

―¡Para de reírte!

―¡Orc, llama a Sam!

―Eso fue gracioso, hombre ―Jamal dijo a través de su risa rebuznante.

―Orc, Drake está intentando…

Orc juró fuerte. Pisoteó el suelo.

―¡Cállate, cállate!

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Y de repente, con un desgarrador sonido de rotura, el suelo de debajo de

Orc se vino abajo.

Cayó a través de la madera y el yeso. Aterrizó con dureza tumbado sobre

su espalda, sin aliento. Astillas y polvo sobre él.

Pestañeó, demasiado aturdido para darse cuenta de lo que había pasado.

Su primer pensamiento fue que Howard se enfadaría. Su segundo

pensamiento fue que Sam estaría mucho más que enfadado.

Brittney estaba levantada sobre él, mirándole.

Flácido sobre su espalda. Borracho y tonto. Un monstruo. Y desde arriba

venía la risa de asno de Jamal.

Él llegó a tocarse la piel, todavía estirada, sobre una parte de su cara.

Estaba sangrando. No era grave, no mucho, pero sangraba.

Con una rabia ciega, Orc se puso en pie. Le dio un puñetazo a Brittney con

todas sus fuerzas. La chica se estampó contra la pared.

Su cabeza golpeó contra los bloques de hormigón, el golpe habría matado a

cualquier chica real y viva. Pero Brittney no podía morir.

Lo que era el colmo. Algo en el cerebro de Orc estalló. Saltó intentando

sujetar el suelo de arriba e impulsarse a través del agujero, pero resbaló y

cayó de nuevo. Jamal estaba señalando y riendo, y Orc corrió por el suelo,

la puerta barricada, que mantenía a la cosa Drake/Brittney, estaba

bloqueada. Su cuerpo se estrelló contra la puerta. Se mantuvo, pero

apenas. Se encabritó y pateó y pateó. Astillas volaron.

―¡No! ¡No! ―gritó Brittney―. ¡Él escapará!

Orc dio un paso atrás, reventó sus brazos de grava y corrió directo a la

puerta.

No se abrió de un golpe, simplemente se apartó. El marco se destrozó y se

astilló. La puerta se dividió en dos. Y Orc la atravesó.

―¿Te quieres reír de mí? ―Rugió impulsado hacia arriba por las escaleras y

emergiendo en la cocina.

Jamal todavía estaba levantado cerca del agujero, riéndose.

―¿Te quieres reír? ―Rugió.

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Jamal se dio la vuelta, dándose cuenta, demasiado tarde, del peligro que

se le venía encima. Orc medía como seis pies, tan alto como él. Sus

piernas eran como troncos y sus brazos como cables de puente.

Jamal buscó a tientas su arma, pero Orc no tenía nada de eso. Él cogió a

Jamal del cuello, lo levantó del suelo, y lo tiró a través del agujero.

Jamal se golpeó duramente. El arma se escurrió, dando contra el suelo.

Orc estaba jadeando, sudando, su corazón latiendo contra su pecho.

Ahora la realidad estaba empezando a penetrar a través del alcohol y vio lo

que había hecho.

Howard. Debería… O Sam… Alguien, debería de llamar a alguien,

conseguir que viniera alguien…

Estaba todo acabado para Charles Merriman. Se había redimido, le habían

dado algo importante que hacer. Pero ahora todo se había ido. Y ya sólo

era Orc otra vez.

Quería llorar. No podía afrontarlo. No podía enfrentarse a Howard,

decepcionado y compasivo.

Y a la fría furia de Sam.

Desde el sótano oscuro, un largo y rojizo tentáculo salió intentando

alcanzar el arma.

Orc se dio la vuelta y corrió.

* * *

Sanjit Brattle-Chance no había disfrutado su primera semana en Playa

Perdido. Virtue Brattle-Chace la había disfrutado todavía menos.

―Es como un asilo de lunáticos gigante ―dijo Virtue.

―Sí. Es algo de eso ―dijo Sanjit. Habían pasado la tarde inspeccionando el

helicóptero. Edilio les había asignado el trabajo de reportar cualquier cosa

que estuviera completamente rota o mayormente destrozada.

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Hasta ahora, estaba totalmente roto. Ambos esquíes, el esquí sobre el que

se aterriza estaba arrugado. Parte del pabellón roto, destrozado y el resto,

estrellado y agrietado.

La noche había caído y era el final de la inspección. Virtue había querido ir

directamente a casa. Sanjit estaba parado.

―Vamos a salir y hablamos, Choo ―dijo Sanjit―. Quiero decir, mira,

estamos todos estresados, ¿verdad? Pero ahora lo de Bowie se está

arreglando.

Virtue hizo un sonido rudo.

―Si crees eso llama a Healer.

―Lo creo completamente ―dijo Sanjit.

Una chica llamada Lana había venido y cogido de la mano a Bowie. Ella

casi no había hablado, había respondido a preguntas corteses con

monosílabos o gruñidos. O silencios incómodos.

Pero Sanjit estaba fascinado. No había pensado en otra cosa. Después de

todo, ¿cómo no se podía sentir atraído por una chica que podía curar con

el tacto y aun así andar con una pistola automática en el cinturón?

Su tipo de chica.

Se había enterado de que ella vivía allí arriba, en Clifftop. De hecho, Edilio

tenía cuidado y advirtió repetidas veces a Sanjit de no irritarla mientras

estaban revisando el helicóptero.

―Exactamente hemos hecho lo que dijo, “por Dios Santo, no te pongas en

el camino de Lana”.

A lo que Sanjit había dicho:

―¿Es peligrosa?

Edilio le había mirado de manera extraña.

―Bueno, ella me disparó una vez, pero estaba bajo la influencia de la

Oscuridad. Ella intentó matarlos a todos con un camión de gas. Después,

me curó. No sé si eso la hace peligrosa. Pero si fuera yo, definitivamente no

la haría enfadar.

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Entonces, Sanjit and Virtue se sentaron en la hierba y miraron el sol

ponerse y las estrellas aparecer. Y Sanjit, secretamente, miraba el hotel.

―¿Has oído hablar sobre los coyotes parlantes? ―demandó Virtue. Como si

fuera una cosa de la que Sanjit tuviera la culpa.

―Sí, da miedo ¿eh?

―¿Y la cosa a la que ellos llaman la Oscuridad? ―Virtue sacudió su cabeza

tristemente. Él siempre siendo melancólico. La nube del amanecer de

Sanjit, el pesimismo del optimismo de Sanjit. Ellos eran hermanos

adoptados, del Congo y Tailandia respectivamente. De un campo de

refugiados, y de las duras calles de Bangkok.

―Sí, me pregunto qué será eso.

―El gaiaphage. Ésa es la otra palabra que usan. Gaia, como mundo.

Phage, como calentador o algo que come algo. Tengo que decir que algo

que se llame así mismo “calentador del mundo” no es algo bueno.

―¿No? ―Sanjit puso cara inocente deliberadamente, provocando a su

hermano.

―Bien ―Virtue hizo un mohín―. ¿Pero has visto las fosas que han puesto

en la plaza? Hay como dos docenas de tumbas ahí.

Sanjit se torció y miró de vuelta al helicóptero. Los había salvado. Era una

pena dejarlo tirado.

―Necesitaría una gran llave inglesa. Una escalera. Un martillo. Y luego, ya

sabes, alguien que supiera qué hacer con todo eso.

―Vale. Tú realmente no quieres hablar.

Ellos habían hecho aterrizar el helicóptero bueno, estrellado de todas

formas, detrás del hotel Clifftop. En unos desaliñados árboles y abetos

pasando el área de aparcamiento.

La barrera estaba al alcance de la mano. Incluso si el helicóptero no

hubiera podido volar y Sanjit no hubiera podido imaginar dónde estaba el

punto, habría sido una gran suerte no volar directamente hacia la barrera.

La barrera era un truco. El nivel más bajo era opaco, pero la mayor parte

del tiempo aparentaba translucidez.

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Más arriba estaba el cielo. Pero cuando estabas en lo alto no era como si

se pudiera ver más allá de la barrera. Si lo intentabas, la barrera se volvía

opaca de nuevo.

Un truco, un truco. Como el truco de manos de un mago callejero, pensó

Sanjit.

Se dio cuenta de que Virtue estaba hablando otra vez.

―…una vez que Bowie esté completamente mejor. A lo mejor Caine no es

del todo irracional. Quiero decir, estaba muerto de hambre antes, y eso

hace que cualquiera sea irracional.

―Choo ―dijo Sanjit―. Caine destila pura esencia de maldad. ¿De qué estás

hablando?

―De acuerdo. Aunque sea malvado, podemos hacer una especie de trato.

―¿No creerás eso? ―preguntó Sanjit.

Virtue se dejó caer desinflado.

–Sí.

―No vamos a volver a la isla, hermano mío. Nos han echado de allí. Ahora

ésta es nuestra casa.

Virtue asintió. Él parecía un niño al que le habían dado la noticia de que le

iban a disparar al amanecer.

―Anímate, Choo ―dijo Sanjit―. Hay un montón de cosas buenas en este

sitio.

―Has oído hablar del zombie, ¿verdad? Al que tienen encerrado en el

sótano. La mitad del tiempo es una buena chica cristiana. Y el resto es

una psicópata con un tentáculo por brazo.

Sanjit puso una cara pensativa.

―Lo creo. He oído mucho sobre eso. Pero la verdad, Choo, no es como un

sótano-vivienda de Dr. Jekyll y Mr. Hyde zombie, eso es tan inusual.

A pesar de su carácter, Virtue estaba a punto de sonreír.

―Bien, sé de ésa manera, Wisdom.

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―No uses mi nombre de esclavo.

Era una antigua broma entre ellos. Sanjit había nacido como Sanjit, un

niño hindú en las calles de la Bangkok Budista. Cuando los actores

Jennifer Brattle y Todd Chance lo habían adoptado, le habían dado un

nombre al que aspirar: Wisdom.

Nunca le había venido bien. Wisdom significa… bueno, sabiduría.

―No estás viendo el lado bueno, Choo ―dijo Sanjit. Él, de hecho, sólo había

visto el lado positivo.

―¿El lado bueno? No hay lado bueno. ¿Qué lado bueno?

―Las chicas, Choo ―respondió Sanjit con una gran sonrisa―. Lo

entenderás en unos años.

Lana había dado la vuelta por la parte trasera del hotel y estaba tirando

una pelota de tenis a su perro. Se exponían contra el débil resplandor del

horizonte occidental, e iluminados por la luz de la luna saliendo detrás de

las colinas.

―Me voy a negar a pasar la pubertad ―gruñó Virtue―. Te hace ser

estúpido.

Sanjit casi ni le oyó. Estaba caminando hacia Lana.

―Hola.

―¿Qué estás haciendo aquí? ―le espetó Lana―. Nadie viene a Cliffton sin

que yo lo diga.

―Te perdiste un bonito atardecer.

―Es una ilusión ―dijo Lana―. No es el verdadero sol. Nada es real. La

luna, las estrellas, nada de eso.

―Creo que aun así es todavía hermoso.

―Es falso.

―Pero hermoso.

Lana lo fulminó con la mirada. Y Sanjit tenía que admitirlo: la chica sabía

fulminar. La pistola en su pretina le añadía, definitivamente, un look de

chica dura. Pero más que eso era la expresión dolida pero desafiante.

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―O sea, que preguntarte si quieres dar un paseo conmigo a la luz de la

luna, ¿no funcionaría?

―¿Qué? ―lo fulminó de nuevo―. Vete. Para de ser tan idiota. Ni siquiera te

conozco.

―Estás curando a mi hermano pequeño, Bowie.

―Sí, eso no nos hace amigos, chico.

―Entonces, ¿no luz de luna?

―¿Eres retrasado?

―¿Amanecer? Me puedo levantar temprano.

―Vete.

―¿Atardecer mañana?

―¿Cuál es tu problema, chico? ¿Sabes quién soy? Nadie se mete conmigo.

―¿Sabes mi nombre?

―¿Qué parte de vete de aquí, no entiendes? Podría dispararte y nadie se

enteraría.

―Es Sanjit. Es un nombre Hindú.

―Una palabra a Orc y él jugará a baloncesto con tu cabeza.

―Significa “invencible”.

―Eso es genial ―dijo Lana.

―Invencible. No puedo ser vencido.

―Eso no es ni siquiera una palabra ―dijo Lana. Después apretó los

dientes, obviamente disgustada por haber mordido el anzuelo.

―Adelante, trata de vencerme ―dijo Sanjit.

Justo en ese momento, Patrick llegó corriendo. Dejó la bola a los pies de

Sanjit, exhibiendo su delirante sonrisa de perro y esperando.

―No juegues con mi perro ―le advirtió Lana.

Sanjit le arrebató la pelota y la tiró. Patrick arrancó a correr detrás de ella.

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―No me asustas ―dijo Sanjit. Levantó la mano, cortando a Lana antes de

que pudiera responder―. No estoy diciendo que no debería estar asustado.

He oído un montón de historias sobre ti. Sobre lo que pasó. Fuiste contra

esa cosa, gaiaphage, tú sola. Lo que significa que eres la segunda chica

más valiente que he conocido. O sea, que probablemente debería estar

asustado. Pero no lo estoy.

Vio su lucha por resistirse a preguntar. Perdió.

―¿La segunda más valiente?

―Te contaré la historia cuando vayamos a pasear ―dijo Sanjit. Él sacudió

el pulgar hacia el helicóptero―. Debería volver a la ciudad. Edilio quiere

que le reporte.

Se volvió y se marchó caminando.

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CAPÍTULO 9 Traducido por Angie_kjn

Corregido por andreasydney

54 horas, 9 minutos

am encontró a su pequeño equipo donde se suponía que debían

estar.

Dekka estaba casi sonriendo. Casi sonriendo era frívolo para

Dekka.

Taylor estaba mirando sus uñas de las manos, elaboradamente aburrida.

Sam se preguntó si debía decir algo acerca del beso. Algo como, “realmente

lo siento por haberte manoseado”.

Sí, eso sería de mucha ayuda.

Mejor fingir que eso nunca pasó. Desafortunadamente Taylor no era

conocida por dejar las cosas sin resolver.

Además, ella irritaba a Dekka. Dekka era amiga y aliada de Sam. Las tres

personas con las cuales Sam sabía que siempre podría contar eran Edilio,

Brianna y Dekka. Extraño, porque no era como si ellos pasaran tiempo

juntos. Sam pasaba su tiempo solo o con Astrid. Apenas había visto a

Edilio últimamente. No tenía nada en común con Brianna, ella era muy

joven, muy loca, muy… muy Brianna para ser alguien con la cual Sam

pasaría tiempo.

Quinn había sido su mejor amigo antes. Pero Quinn tenía un gran trabajo.

Un trabajo que amaba. Los amigos de Quinn eran todo su equipo de pesca.

Eran tan unidos como una familia cercana, los pescadores.

El cuarto miembro de la expedición era Jack. Anteriormente computadora

Jack, ya no habían computadores funcionales alrededor. Jack estaba

desperdiciando sus días leyendo comics y haciendo pucheros.

S

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La fuerza súper humana de Jack podría ser útil, pero Jack nunca había

sido de mucho uso. Aunque, Sam notó pensativamente, Jack se había

destacado durante el gran incendio. Tal vez estaba madurando un poquito.

Tal vez sacar su cabeza de un computador era algo bueno.

—¿Chicos están listos para esto? —preguntó Sam.

—¿Tengo que ir? —se quejó Jack.

Sam se encogió de hombros.

—Albert te está pagando, ¿verdad? Es mejor que jugar al hombre fuerte

para él todo el día, ¿cierto?

Los ojos de Jack brillaron. Albert había empezado a usar la fuerza de Jack

para trasportar cargas al mercado, para mover muebles y Jack se molestó

por esto. En la mente de Jack él todavía era el genio de la tecnología, él

supergeek, no él hombre fuerte fenómeno.

—¿Por qué tenemos que hacer esto en la mitad de la noche? —preguntó

Taylor.

—Porque no queremos que el pueblo entero sepa por qué estamos yendo y

a dónde estamos yendo.

—¿Cómo puedo decirle a alguien si ni siquiera yo sé? —Taylor mordió su

labio inferior.

—Agua. Vamos a buscar agua —dijo Sam.

Casi podía escuchar las tuercas girando en la cabeza de Taylor. Luego:

—Oh Dios mío, ¿se nos está acabando el agua? —Mordió su labio, tomo

unas cuantas respiraciones dramáticas y espero—. ¿Te refieres a que todos

vamos a morir?

—Ese sería un buen ejemplo de porque mantenemos el secreto —dijo Sam

secamente.

—Solo necesito ir.

—¡Uh-uh! —Dijo Sam—. No, tú no, Taylor, no revotarás a ninguna parte o

le hablarás a alguien sin mi aprobación. ¿Estamos claros?

—Sabes, Sam, eres agradable. Y muy, muy ardiente —dijo Taylor—. Pero

no eres muy divertido.

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—Salgamos de aquí mientras podamos —dijo Dekka—. Por cierto, traje un

arma.

—¿Estaremos en peligro? —chilló Taylor.

—El arma es en caso de que te metas en mis nervios, Taylor —advirtió

Dekka.

—Oh, muy divertido —dijo Taylor.

Sam sonrió. Por primera vez en un tiempo de verdad estaba enfocado en

algo. Una misión. Y al menos un escape temporal de Playa Perdido.

—Dekka tiene la razón. Salgamos de aquí antes de que algo suceda y deba

enfrentarlo —dijo Sam.

Justo en ese momento escucharon un sonido como de algo grande

rompiéndose. Estaba a cierta distancia. Un ruido como de ramas

rompiéndose. Probablemente algún idiota borracho.

Sam escogió ignorarlo. Es la preocupación de Edilio, no la suya.

Se dirigió hacia las colinas oscuras sobre el pueblo.

Después de un rato Dekka cogió el brazo de Sam y lo detuvo. Dejo que

Jack y Taylor se movieran al frente.

—¿Edilio o Astrid te dijeron?

—No he hablado con Edilio. Me mantuve limpio. Va a estar medianamente

molesto conmigo cuando se dé cuenta de que salí del pueblo y que ni

siquiera le dije.

Dekka esperó.

—De acuerdo —dijo Sam con un suspiro—. ¿Decirme que?

—Hunter. Tiene alguna clase de… bueno, son como estos insectos dentro

de él. Astrid dice que son parásitos.

—¿Astrid dice? —Sam soltó—. Así que supongo que la viste antes de salir.

¿Y no te dijo?

—Tenemos otras cosas sucediendo.

—¿Oh?

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—No —dijo Sam—. No como eso. Desafortunadamente. Cuéntame de

Hunter.

Dekka le dijo.

La cara de Sam se volvió más oscura cuando escuchó. Tanto para salir de

la ciudad antes de que todo fuera mal. Todo se había escrito mal.

Sonaba como si Hunter ya no fuera a cazar. Lo cual significaba que la

ciudad estaría corriendo por comida tan bien como por agua.

Probablemente podrían sobrevivir sin las habilidades de Hunter, pero

seguro que aumentaría el sentido del pánico.

Esta misión acababa de ser más importante, no menos.

—¿Él dijo que los vegetarianos estarán al lado por la mañana? ¿Fuera de

la carretera del lago? ¿Eso es lo que dijo?

Dekka asintió.

Sam llamó a los otros dos quienes estaban discutiendo por algo estúpido.

—¡Taylor! ¡Jack! Giren justo ahí. Vamos a dar la vuelta para ver a Hunter.

* * *

Hunter se despertó de repente. Un ruido.

Era un ruido diferente de cualquier que hubiera escuchado antes. ¡Cerca!

Muy cerca.

Como si estuviera sobre él. Como si estuviera...

Solo en un oído.

Giró su cabeza. Era completamente de noche. Negro como el azabache en

los bosques lejos de la luz de las estrellas.

No podía ver nada.

Pero con sus manos podía sentir. La cosa sobre su hombro.

Su oído... ¡no estaba!

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Un terrible miedo retorció un grito de horror desde Hunter.

No podía sentirlo, su oído, o su hombro, no podía sentirlo con nada

excepto sus dedos y sintió, alcanzó debajo de su camisa, sintió la carne de

su palpitante vientre y jadeó.

Como algo dentro de él.

No, no, no, no era justo. ¡No era justo!

Él era Hunter. El cazador. Estaba haciendo lo mejor que podía.

Lloró. Las lágrimas caían por sus mejillas.

¿Quién traería comida para todos los niños?

No era justo.

El sonido de masticación, triturando comenzó otra vez. Justo en un oído.

Hunter solo tenía un arma: el poder que causaba calor en sus manos. Lo

había usado muchas, muchas veces para tomar la vida de la presa.

Había sentido a los niños con ese poder. Y en un momento de miedo y

rabia accidentalmente había tomado la vida de su amigo, Harry.

Quizás podía matar a la cosa que se estaba comiendo su oído.

Pero era demasiado tarde para evitar eso.

¿Podía matarse a sí mismo?

Vio la cabeza del Viejo León, los ojos cerrados, colgando dónde él le había

colgado para despellejarle. Si el Viejo León podía morir, también podía

Hunter.

Quizás se encontrarían otra vez, en el cielo.

Hunter presionó ambas palmas en su cabeza.

* * *

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¡Drake estaba libre! Ante él la puerta se destrozó. Sobre él un techo caído.

Su celda había sido desgarrada por su propio carcelero.

Ahora Drake estaba preocupado. En cualquier minuto la Cerda de Brittney

podría emerger. Ella podría pedir ayuda, correr hacia Sam, algo, cualquier

cosa.

Drake tenía la pistola de Jamal. Recorrió su mano látigo sobre ella,

adorando la sensación, adorando el peso en su mano. Con esta pistola y

su látigo él era imparable.

Excepto que no era solo él, era Brittney, también.

Su mente corrió fervientemente. ¿Qué podía hacer?

Jamal gruñó. Comenzó a levantarse pero apoyado en un brazo que le

traicionó con un enfermizo crujido.

Jamal se estremeció de dolor. Su brazo izquierdo colgaba, el hombro

dislocado. Había sangre corriendo libremente de su nariz. La sangre se

filtraba fuera de sus oídos. Oh sí, pensó Drake, el chico había tomado una

dura caída.

Drake se sentó a horcajadas sobre Jamal. Abrazó su brazo látigo alrededor

de la garganta de Jamal, cortando sus gritos de dolor. Presionó el cañón de

la pistola contra la frente de Jamal.

—Tienes tres segundos para tomar una decisión —dijo Drake, su voz

sedosa—. ¿Estás conmigo o contra mí?

No le llevó tres segundos a Jamal.

—¡Te ayudaré, te ayudaré! —espetó él tan pronto como Drake relajó la

presión en su garganta.

—¿Sí? Bueno, escucha bien, capullo, porque no doy segundas

oportunidades. Moléstame, desobedéceme, incluso duda, y no te mataré.

La ceja de Jamal se alzó con confusión.

—No, mira, muerte, ese es el final del dolor —dijo Drake—. No, no matar.

Pero te azotaré.

Con repentina ferocidad alegre Drake se retiró y golpeó con su mano látigo.

Cortó a través de los pantalones de Jamal y cortó una línea en su muslo.

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Jamal gritó.

Drake golpeó otra vez, dos veces más mientras Jamal se retorcía e

intentaba cubrirse con su brazo bueno.

—Quiero que sepas como se sentirá —dijo Drake—. Duele, ¿verdad?

Jamal estaba llorando ahora, llorando y muy aterrado para responder.

—¡Sí! ¡Sí! —sollozó Jamal.

—No importa lo que hagas, Jamal, no importa cuán inteligente o cuan

duro creas que eres, si me traicionas, si incluso parece como si pudieras

traicionarme, te azotaré. Y lo haré hasta el final. Durante horas. Y te

dejaré dónde la Curandera no pueda encontrarte. ¿Crees que haré eso,

Jamal?

Jamal asintió frenéticamente.

—¡Sí! ¡Lo creo!

—No puedo ser asesinado, Jamal —dijo Drake.

—¡Lo sé!

Drake le entregó la pistola. Observó de cerca para ver si Jamal realmente

lo comprendía. Pudo ver el momento en el que Jamal pensó, “puedo

dispararle y huir”.

Pero también vio las ruedas girando en la cabeza de Jamal cuando el chico

trabajó a través de la conclusión inevitable.

Vio que la resistencia de Jamal se evaporó.

—Chico inteligente —dijo Drake—. Ahora, aquí está lo que haremos.

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CAPÍTULO 10 Traducido por Eli25

Corregido por andreasydney

52 Horas, 37 Minutos

or qué tenemos que escabullirnos fuera de la

ciudad en la noche? —se quejó Jack—. Estoy

tropezando con todo.

Jack, Sam, Dekka y Taylor estaban cruzando la

autopista, pasaron la gasolinera y subieron la colina. La luz de la luna

tocaba el alto y seco pasto con plata. Pero no revelaba las rocas más

pequeñas que se hincaban a través del seco suelo y se clavaban en los pies

o tropezaban para aterrizar sobre tus manos y rodillas y parecer como un

idiota.

Jack no estaba interesado en ir a alguna larga y peligrosa caminata.

Especialmente de noche. O a la luz del día, para el caso. Lo que él quería

hacer era tumbarse en su cama. Solo tumbarse en su cama y leer.

Tenía un montón de libros. Estaban haciendo lo único cosa para hacer.

Sin Internet. Sin ordenadores. Ni siquiera electricidad.

Por supuesto eso era culpa suya. Culpa suya por ser engañado por Caine y

especialmente por esa bruja, Diana.

Tuvo un momento difícil diciendo no a las chicas. Especialmente a

Brianna, quién parecía ser capaz de conseguir que hiciera cualquier cosa

que quisiera.

Brianna vivía con él. Estaban de alguna manera juntos, adivinaba él.

Aunque actualmente no hacían nada. Como salir o algo. Eso no ocurría.

Jack había pensado en serio en preguntar a Brianna si saldría con él. Ella

era linda. A él le gustaba. Adivinaba que ella le gustaba él. Se habían

preocupado el uno por el otro cuando la gripe estuvo alrededor.

—¿P

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Pero... lo que le ocurrió a Jack que Sam no tenía respuesta.

—¿Por qué nos estamos escabullendo por la noche? —repitió él.

—Ya lo expliqué —dijo bruscamente Sam—. Si no escuchas...

Taylor saltó para decir:

—Porque si no Astrid encontraría una manera de detenerle. —Ella imitó la

voz de Astrid, inyectando acero y un tenso tono condescendiente—. Sam,

soy la más inteligente, la más caliente, chica en el mundo. Así que haz lo

que te diga. Buen chico. Abajo, chico. ¡Abajo!

Sam permaneció en silencio, caminando firmemente justo a pocos pies por

delante.

Taylor continuó:

—Oh, Sam, si solo pudieras ser tan inteligente además de tan totalmente

mojigato como yo. Si solo pudieras darte cuenta que nunca serás lo

bastante bueno para tenerme, a la maravillosa Astrid la Genio Rubia.

—¿Sam, puedo dispararle ahora? —preguntó Dekka—. ¿O es demasiado

pronto?

—Espera a que estemos en la cresta de la montaña —dijo Sam—.

Amortiguará el sonido.

—Lo siento, Dekka —dijo Taylor—. Sé que no te gusta hablar sobre cosas

de chicos-chicas.

—Taylor —advirtió Sam.

—¿Sí, Sam?

—Podrías querer pensar sobre cuán duro sería caminar si alguien

estuviera apagando la gravedad bajo tus pies de ahora en adelante.

—¿Me pregunto quién haría eso? —dijo Dekka.

De repente Taylor cayó de lleno sobre su cara.

—¡Me has metido el pie! —dijo Taylor, más sorprendida que enfadada.

—¿Yo? —Dekka extendió sus manos en un gesto completamente poco

convincente de inocencia—. Hey, he estado todo el camino aquí.

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—Como estaba diciendo, puedes ver dónde podría hacerse un largo camino

ya muy largo —dijo Sam.

—No son tan divertidos —gruñó Taylor. Ella saltó instantáneamente justo

detrás de él. Agarró su trasero, él gritó y ella saltó lejos inocentemente.

—Para responder a tu pregunta, Jack —dijo Sam—, nos estamos

escabullendo por la noche para que nadie sepa que nos hemos ido. Lo

averiguarán bastante pronto, pero Edilio tendrá que tener más de sus

chicos en las calles si no estoy ahí jugando al gran y malvado lobo. Más

estrés para todos.

—Oh —dijo Jack.

—El gran y malvado lobo —dijo Taylor. Rió—. Así que, ¿cuándo juegas a

esas fantasías en tu cabeza Astrid es la Pequeña Caperucita Roja o uno de

los Tres Cerditos?

—Dekka —dijo Sam.

—¡Hah! ¡Demasiado lento! —dijo Taylor. De repente estaba a veinte pies de

distancia y detrás de Dekka.

Habían alcanzado la cresta. Los árboles comenzaban en el valle más allá y

se extendían hasta la siguiente colina. El pequeño valle tendía a capturar

brisas húmedas fuera del océano cuando había brisa. Y un pequeño

arroyo, ahora casi seco desde que estaba interrumpido desde las altas y

cubiertas de nieve cimas más allá de la barrera, corría a lo largo del suelo

del valle.

—Intenten no hacer demasiado ruido, ¿uh, chicos? Hunter podría estar

fuera cazando. No queremos pisotear y asustar a su presa.

—Así que no caigas más sobre tu cara, Jack —se burló Taylor.

Un sonido, un gemido, subió desde los árboles colina abajo.

—¿Qué fue eso? —preguntó Jack.

Llegó otra vez. Un llanto de completa desesperación.

Jack esperó a que Sam saliera corriendo. En su lugar dio una profunda

respiración y en voz baja dijo:

—No creo que necesiten ver esto.

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—¿Ver qué? —preguntó Taylor.

Sam bajó la colina. No les pidió que vinieran con él. Pero no les ordenó no

hacerlo. Así que le siguieron.

Una vez en la espesa negrura bajo los árboles Sam usó sus poderes para

encender una mano en un tipo de leve y brillante luz verde. Eso hacía más

fácil ver los árboles, pero todo se volvió en una escena de pesadilla.

—¿Hunter? —llamó Sam.

—¡No vengas aquí! —la voz de Hunter, destruida con la tristeza, estaba

más cerca de lo que Jack esperaba.

Ellos siguieron el sonido de su voz. Más cerca, y ahora podían oírle llorar.

No era un niño grande llorando, era como un bebé mayor. Grande,

agitados sollozos.

Otra vez Sam dijo:

—Chicos, quédense atrás. No tienen que ver esto.

Pero otra vez ellos le ignoraron. No fue Jack al principio sino Dekka, quien

fue porque era más valiente y quería ayudar, incluso aunque adivinaba lo

que encontraría; Taylor porque ella era curiosa y quería ver; Jack porque

no quería ser dejado atrás solo en la total oscuridad.

Hunter estaba sentado. Estaba en medio de un claro: brasas brillantes de

un fuego muerto, una pequeña tienda, una plataforma improvisada de

palos y vides dónde Hunter tenía una cacerola y una tetera y un plato. Un

león amontonado colgaba de una cuerda suelto sobre una rama alta.

El cuerpo entero de Hunter se retorcía y sufría.

El lado de su cabeza había desaparecido parcialmente. Una criatura, como

algunos monstruos unidos de insectos y angulas, sobresalía del hombro de

Hunter y cuando se quedaron allí de pie arraigó el horror al tomar eso un

vicioso mordisco de la carne de Hunter.

Taylor de repente no estaba.

La cara de Dekka estaba gris, sus ojos mojados.

—Intenté... —dijo Hunter. Levantó sus manos, imitando presionarlas

contra su cabeza—. No funcionó.

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—Yo puedo hacerlo —dijo Sam suavemente.

—Tengo miedo —dijo Hunter.

—Lo sé.

—Esto es por matar a Harry. Dios tiene que castigarme. Intenté ser bueno

pero soy malo.

—No, Hunter —dijo Sam gentilmente—. Pagaste tus deudas. Alimentaste a

los niños. Eres un buen chico.

—Soy un buen cazador.

—El mejor.

—No sé qué está ocurriendo. ¿Qué está ocurriendo, Sam?

—Es solo el FAYZ, Hunter —dijo Sam.

—¿Pueden los ángeles encontrarme para que pueda ir al cielo?

Sam no respondió. Fue Dekka quien habló.

—¿Aún recuerdos algunas plegarias, Hunter?

La criatura como insecto casi había emergido completamente del hombro

de Hunter. Las piernas se estaban haciendo visibles. Tenía alas contra su

cuerpo. Parecía como una hormiga gigante, o avispa, pero plateada y

cobriza y cubierta con una sábana de baba.

Estaba emergiendo como un pollo rompiendo un huevo. Naciendo. Y

cuando la criatura naciera, se alimentaría del cuerpo paralizado de

Hunter.

Movimientos erráticos debajo de la camisa de Hunter atestiguaban más de

las larvas emergentes.

—¿Recuerdas ahora que me tumbé para dormir? —preguntó Dekka.

—Ahora me tumbo para dormir —dijo Hunter—. Rezo al Señor para

proteger mi alma.

Sam levantó sus manos, las palmas hacia fuera.

—Si debo morir.

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Dos rayos gemelos de luz golpearon el pecho y la cara de Hunter. Su

camisa en llamas. La carne derretida. Estaba muerto antes de que pudiera

sentirlo.

Sam jugó con la luz arriba y abajo por el cuerpo de Hunter. El olor era

enfermizo. Jack quería apartar la mirada, pero ¿cómo podía?

De repente la oscuridad cuando Sam apagó la luz.

Sam descendió sus manos a sus costados.

Se quedaron de pie allí en la oscuridad. Jack respiraba a través de su

boca, intentando no oler la carne quemada.

Entonces oyeron un sonido. Muchos sonidos.

Sam levantó sus manos y una pálida luz brilló.

Hunter se había ido por completo.

Las cosas que habían estado dentro de él aún estaban allí.

* * *

Su llamada a su puerta fue suave. Diana casi no la oyó.

Ella tomó una sacudida respiración. Él había venido. Se figuraba que lo

haría.

—¿Quién es? —preguntó Diana.

—Sam —dijo Caine.

Diana abrió la puerta. Él estaba apoyado contra el marco. Su lenguaje

corporal y su expresión no eran esas de alguien que era feliz.

—Divertido —dijo Diana.

Caine empujó para pasar a la habitación.

—Cierra la puerta y echa la llave —ordenó Caine—. Bug, si estás aquí

dentro y te atrapo, te mataré. Tienes hasta que cuente diez para irte.

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Caine y Diana esperaron y observaron la puerta. No se abrió.

—No creo que esté aquí —dijo Diana—. Normalmente puedo olerle.

Se quedaron de pie torpemente separados. Como extraños. Diana notó que

Caine había limpiado y peinado su pelo. Normalmente estaban tan bien

juntos como las circunstancias lo permitieran. Pero esto era un esfuerzo

especial.

Diana había decidido contra cualquier equipo especial. No era por la

lencería o lo que fuera. Estaba vestida en pantalones y una blusa.

Descalza. Había evitado el maquillaje.

—Quieres que sea Sam —dijo Caine—. No soy Sam. Soy yo.

—No quiero que seas Sam —dijo Diana.

—No quieres que sea yo —dijo Caine.

Diana le consideró. Apuesto, sin preguntas. Cruel. Inteligente.

—Hay más de uno, Caine —dijo Diana.

Él parpadeó.

—¿Qué quieres decir?

—No eres Drake.

Caine descartó la sugerencia y su cara registró disgusto.

—Drake es un asqueroso enfermo. Solo hago lo que tengo que hacer. No

me regodeo. Él es un psicópata. Yo soy... —Él buscó para la palabra

correcta—... ambicioso.

Diana rió. No una risa burlona, una risa genuina de asombro.

—¿Qué? Soy ambicioso —dijo Caine.

—Esa es la palabra —dijo Diana—. Hambre de poder. Dominante. Un

abusón.

—No soy bueno tomando órdenes—dijo Caine.

Diana sonrió.

—No. No lo eres.

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Ambos cayeron en silencio. Diana le miró. Él miraba el suelo.

—Pero tomaste órdenes. De la Oscuridad, Caine.

Caine se sonrojó furiosamente. Se alejó. Caminó rápidamente de vuelta a

la puerta. Pero paró antes de tocar el manillar.

—Las luces están apagadas en Playa Perdido porque tomaste órdenes

―dijo Diana.

—¿Quién fue el que enterró a esa cosa en mi hueco? —demandó Caine, su

voz rabiosa.

—Tú.

—Sí —dijo Caine—. Y salvé a Sam en el proceso.

—Sí. Y después de eso nos convertimos en caníbales.

Caminó de vuelta hacia Diana, levantando una mano para tocarla, pero

esta vez ella se alejó. Se quedó de pies hacia la ventana. La falsa luna

estaba poniéndose. Esta daba un toque a las distantes colinas con plata.

—Fue demasiado —dijo Diana, casi para sí misma—. Todo lo demás que

puedo aceptar de alguna manera. La violencia. Las batallas. Lo que le

hicimos a Andrew y lo que le hiciste a Chunk. Y todos los demás. Quiero

decir, todo eso ha dejado un moratón en mí, ¿sabes?

Caine no respondió.

—Dentro. En mi corazón. En mi alma. —Ella rió para sí misma—. El alma

de Diana Ladris. Cierto.

—Fue un punto bajo —admitió Caine.

—¿Tú crees? —Dijo bruscamente Diana, mirándole sobre su hombro con

un rastro de su habitual burla—. ¿Comer carne humana, eso es un punto

bajo?

—No teníamos que hacerlo.

—Oh, cállate—dijo Diana. Se alejó de la ventana. Había lágrimas en sus

ojos y no quería que él las viera. Lo último que quería era parecer débil.

Pero él lo vio ahora. La sorpresa en su cara casi la hizo reír otra vez.

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—Toda mi vida he sido una chica dura—dijo Diana—. Era genial con eso.

La gente decía, Diana es una guarra. Diana es una puta. Diana es

insoportable. Podía tratar con todo eso porque adivino que era

básicamente cierto. Ahora si me vieran dirían, ¿Diana es caníbal? ¿Cómo

puedo vivir con eso? —Ella estaba gritando de repente.

—¿Quiénes son esas personas por las que estás preocupadas? ¿Bug?

¿Penny?

—¿Y si se fueron? ¡Gente! ¡Gente! —dudó ella—. Y Dios. —Descendió su

voz a un susurro—. Cualquiera de mis hijos. Algún día.

—¿Hijos? —Caine parecía confuso y la consternación finalmente forzó una

risa de Diana.

—Sí. Algún día. Podría ocurrir. Eso es justo, el día podría llegar cuando

tenga un bebé. Quizás incluso más de uno.

Caine dijo:

—Um... —Hizo un vago gesto con sus manos. Hizo varios intentos para

decir algo. Nada tenía éxito.

—¿Me amas? —preguntó Diana.

Los ojos de Caine se abrieron de par en par. Ella actualmente podía verle

moviéndose nerviosamente. Como un animal asustado. Como un conejo

que había oído a un zorro.

—Es una pregunta de sí o no —dijo ácidamente Diana—. Pero aceptaré un

asentimiento o una sacudida de la cabeza o un gruñido incoherente.

—Yo... no sé a qué te refieres con eso —dijo Caine débilmente.

—Cuando salté por el acantilado, me salvaste incluso aunque eso

significaba dejar que Sanjit y los otros escaparan.

—No me diste muchas elecciones —dijo Caine malhumorado—. Tomaste

una elección. Quería destruirles.

—Bien.

—¿Por qué tomaste esa elección?

Caine tragó y pareció encontrar sus palmas sudorosas desde que las frotó

sobre sus costados.

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Diana caminó hacia la puerta. La quitó la llave y la mantuvo abierta.

—Vete —dijo ella—. Vuelve cuando averigües la respuesta.

—Pero...

—Sí, no ocurrirá. No esta noche.

Caine escapó al pasillo.

Diana se desvistió y gateó debajo de las sábanas. Luego golpeó las

almohadas con sus puños hasta que las plumas volaron.

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CAPÍTULO 11

Traducido por Alexiacullen

Corregido por Chole Ann

50 horas, 21 minutos

dilio, levanta!

Edilio parpadeó. Se frotó los ojos. Vio a Brianna

de pie ahí al lado de su cama.

—¿Qué? —murmuró él.

—Albert me dijo que te persuadiera —comentó Brianna.

Brianna siempre parecía decidida, combativa y dura. Sentada alrededor,

veía todas esas cosas. Pero ahora estaba armada para la batalla. Tenía

una pequeña mochila de corredor convertida en una especie de funda.

Había cortado un agujero en la parte inferior para que el cañón de una

escopeta de cañón recortado pudiera aferrarse. La culata estaba sobre su

hombro, allí donde ella podía alcanzarla. Tenía un cuchillo largo, un

cuchillo de caza, con una vaina colgando de una cinta de camuflaje. La

vaina estaba atada a su pierna para que no se agitara cuando corriera.

Una docena de cartuchos de plástico rojo de escopeta se montaba de forma

ajustada en las ranuras de la correa.

Una orden de comparecencia en el medio de la noche era malo. Una orden

de comparecencia en medio de la noche de una Brianna muy armada era

peor. Mucho peor.

—¿Qué paso?.

—Drake —dijo Brianna. Luego sonrió, porque esta era ella.

Edilio se levantó. —De acuerdo. ¿Persuadiste a Sam?

—No pude encontrar a Sam —dijo Brianna.

—¡E

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Edilio sintió un deseo irresistible de volver a dormirse. ¿Drake anda

suelto? ¿Y Sam no?

—¿Dónde está Albert?

—Él dijo que se encontraría contigo en el ayuntamiento —expresó

Brianna—. Dijo que reuniría a los otros. Al consejo —sentenció esa última

palabra con una mueca.

Edilio la punzó con un dedo.

—No vayas detrás de Drake por tu cuenta.

—¿Sí? ¿A quién más tienes? —preguntó Brianna.

Edilio no tenía una respuesta buena a eso.

—Consigue a Dekka y a Astrid. Que no te importe si tienes que arrastrarla

por el pelo, lleva a Astrid al ayuntamiento.

Brianna estaba demasiado feliz ante esa propuesta. Se giró, se desenfocó y

desapareció.

Edilio se vistió rápidamente, cogió sus armas y corrió unas cuantas

manzanas al ayuntamiento, deseando que pudiera llegar tan lejos sin

toparse con Drake. Lucharía si tuviera que hacerlo, pero era difícil ganar

una pelea contra alguien que no podía ser matado.

* * *

Fue el primero en llegar al ayuntamiento. Albert fue el siguiente, vestido

con un inmaculado traje informal como siempre. Howard entró con el

aspecto de su armadura conmocionado.

—No puedo encontrarle. No puedo encontrarle —lloraba Howard—. Creo

que cayó por el suelo, quiero decir, sabes cómo de grande es la Orc.

Entonces Drake se fugó y… lo más probable es que la Orc se lo bebiera.

—Lo más probable —espetó Edilio—. ¿Cómo estás de seguro de él de esa

forma, Howard?

—No me pidió para dirigirnos a alguna prisión de zombis —replicó Howard.

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—¿Dónde estabas cuando eso bajó? —incriminó Edilio.

—Yo estaba… Tenía que ver a un tío.

La entrega de las botellas de licores, Edilio lo sabía. ¿Cuándo se quedarían

sin suministro de alcohol? Todo lo demás se había agotado.

—¿Alguno de ustedes ha visto a Sam? Brianna no pudo encontrarle.

Albert suspiró.

—Está fuera del pueblo.

Edilio sintió que la sangre drenaba su rostro.

—¿Él está qué?

Astrid llegó, fríamente furiosa.

—No estoy más en el consejo. No tienes razón

—Escupe, Astrid —dijo Edilio.

Astrid, Albert y Howard miraron a todos. Edilio estaba tan sorprendido

como cualquiera de ellos. Se consideraba educado, nunca había hablado a

Astrid de esa manera.

La verdad era que estaba asustado. ¿Sam estaba fuera del pueblo? ¿Con

Drake andando suelto?

—¿Qué te hace pensar que Sam está fuera del pueblo? —preguntó Edilio a

Albert.

—Yo le envié —dijo Albert—. A él y a Dekka. Taylor y Jack también. Están

buscando agua.

—¿Ellos están qué?

—Buscando agua.

Edilio disparó una mirada a Astrid. Ella bajó la mirada. Así que ella

también lo sabía.

Edilio tragó saliva fuerte. Le resultaba difícil respirar. Y a la vez le estaba

resultando difícil no gritar a Albert y a Astrid, a ambos. Ellos eran tan

inteligentes, tan superiores. Abandonándolo ahora en esto.

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—Orc debe de haber desaparecido detrás de Drake. Oh, hombre, no sé si él

pudo morder a Drake, no como él es ahora —observó Howard

Edilio esperaba que Howard tuviera razón en que Orc estaba persiguiendo

a Drake. Lo esperaba poderosamente porque la alternativa era que no

había uno sino dos monstruos corriendo por el pueblo. Sobre todo cuando

Orc estaba borracho como ahora. Pero a veces, le funcionaba un borracho

enfadado y luego las cosas se ponían locas.

Edilio miró fijo a la muerta. Uno o ambos podían irrumpir ahí en cualquier

segundo. Su arma estaba a su lado. Por todo el bien que haría.

—Brianna está buscando a Drake —dijo Edilio pensando en voz alta.

—¿La enviaste fuera contra Drake? —exigió Albert.

—¿La enviaste? ¿Quién envía a Brianna fuera a meterse en una pelea?

—Ella va por su cuenta. De todos modos, no es como que nos hubieras

dejado con alguno más.

Albert tuvo la decencia de no decir nada a eso.

—Saben que me pusieron a cargo. No pedí estarlo, no quería estar. Sam

estaba a cargo, y todos ustedes nunca le dieron pena —dijo Edilio—.

Ustedes dos, especialmente.

Señaló hacia Albert y Astrid.

—Así que, bien, Astrid revela el mando. Y luego Astrid descubre que no es

tan divertido estar al cargo. Así es como, vamos, cojamos al estúpido

inmigrante ilegal para hacer el trabajo.

—Nadie nunca… —protestó Astrid.

—Y yo, como un pardillo, estoy pensando, “de acuerdo, eso debe querer

decir que la gente confía en mí”. Me pidieron que estuviera en el cargo, ser

el alcalde. Me di cuenta de que no estoy tomando decisiones; Albert está

tomando las decisiones. Albert está decidiendo lo que necesitamos para

encontrar agua y enviar a nuestros dos mejores luchadores fuera al

campo. ¿Y ahora se supone que tengo que arreglarlo todo? Es como si

fueras a luchar una guerra pero no envías a mi ejército a una búsqueda

inútil.

—La situación del agua es peor de lo que crees —dijo Albert.

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—¡Escúchate, hombre! —reventó Edilio—. ¿Por qué no conozco en qué

situación está el agua? Porque tú corres con todo eso y no me lo cuentas.

No me cuentas qué está pasando y envías a Sam fuera a un bonito paseo.

Lo sabes, Albert, lo quieres tanto, quieres ser el hombre grande, el Donald

Trump de Playa Perdido, ¿por qué no vas a hacer frente a Drake? ¿Por qué

estás viniendo a mí?

Estaba empezando a fantasear con utilizar su pistola en Albert cuando

Taylor apareció de repente en la habitación. Todo el mundo saltó unos seis

centímetros.

—Por Dios, ¿detendrías esto? —gritó Howard—. Me va a dar un ataque al

corazón.

—La muerte de Hunter —dijo Taylor sin preámbulos— fue esa… esas

cosas. Vinieron escurriéndose por encima de él y estuvieron comiéndoselo,

oh, Dios, quiero decir, fue como… Quiero decir que él estaba llorando y

Dekka rezando con él y él intentó freír su propio cerebro igual que hizo con

Harry solo que supongo que no funcionó, supongo que él no podía hacerlo,

así que Sam… —ella tragó saliva—. ¿Nadie tiene algo de agua?

—¿Qué hay de Sam? —exigió Astrid.

—Él lo hizo por él. Sam. Quiero decir, él… Hunter era, ya sabes… así que

Sam… —ella explicó algo con gestos levantando sus manos, como Sam,

como él haría cuando usaba su poder.

Astrid cerró sus ojos y se enfadó con sí misma.

—Descanse en paz —dijo Edilio y se molestó también.

—¿Sam quemó al chico? —preguntó Howard. Entonces, amargamente

sarcástico dijo—: Sí, recen todos a Jesús. Porque verdaderamente Jesús

está prestando aquí mucha ayuda. Sonar como Sam era lo único que tenía

que haber hecho.

—Mira, necesito un vaso de agua o algo —imploró Taylor. Se sentó en el

suelo, apoyó su espalda contra la pared y comenzó a llorar.

Edilio abrió un cajón del escritorio grande. Tenía una botella de agua, pero

solo quedaban unos centímetros en ella. De mala gana se la entregó a

Astrid, quien se la pasó a Taylor.

Taylor vació el agua.

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—Eso no es todo. Sam me envió para darte un mensaje, Edilio. Él dijo,

“Edilio no puede matar a los bichos”.

—¿La cosa esa que hizo desaparecer a Hunter? —preguntó Howard.

Taylor cerró sus ojos. Las lágrimas se escurrieron y rodaron por sus

mejillas.

—Sí. La cosa que esa. Sam les disparó, ya sabes, con esa luz. Pero eran

como reflectantes o lo que sea. De cualquier modo, no los mató.

—Sam pudo quemarlo a través de una pared de ladrillos —dijo Howard—.

¿Qué tipo de cosa es que no puede matarlo?

Entonces respondió a su propia pregunta.

—Algo muy repugnante.

—Taylor, recupérate y dile a Sam que vuelva al pueblo —dijo Albert.

—¡No voy a volver ahí! —lloró Taylor.

—Guau —dijo Edilio, levantando ambas manos—. Hey, tú no decides esto,

Albert. Tú no das órdenes. Yo soy el alcalde, y hay cuatro miembros del

consejo aquí. Tú, yo, Ellen y Howard.

Albert parecía como que podía discutir pero Astrid intervino.

—Taylor, ¿qué dijo Sam que iba a hacer después?

—Dijo algo sobre ir a eliminar la cueva donde viven los novatos. Donde

Hunter les dijo que están. Ese es el motivo por el que no regreso. No vistes

esas cosas escurriéndose por Hunter, comiéndolo vivo.

De repente Albert se sacudió, como si alguien le hubiera clavado un alfiler.

—Lo olvidé. Estaba ocupado… estaba… —sus ojos estaban temerosos—.

Roscoe. Roscoe fue mordido por una de esas cosas. Me dijo que no

pensaba que… —miró a Astrid—. Cuando Hunter estaba asestando sus

asesinatos, Roscoe comentó que algo debajo de la camiseta de Hunter le

mordió. Solo lo olvidé…

De fuera vino el sonido de un grito, un rugido angustioso. Luego el sonido

de un cristal aplastándose.

—Orc —dijo Howard.

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—Mira si puedes encontrarlo, habla con él —dijo Edilio. Pero Howard ya

estaba fuera a su lado.

Nadie habló durante unos cuantos minutos. Escucharon otro estruendo,

esta vez más como metálico. Edilio utilizó el silencio para pensar. Orc

borracho y alborotado. Si estaba de vuelta a ser de nuevo un peligro,

entonces eso eran muy malas noticias. Lo más probable era que fuera solo

temporal y Howard le pondría bajo control. La cosa Roscoe era malo. Muy

malo. Edilio sabía que debería hacerlo. Y no le gustaba. En cuanto a

Drake, bueno, ese era un problema de verdad, ese y el agua. Edilio tenía

algo de ayuda, algunos soldados, bastante buenos y otros bastantes

inútiles. Él tenía a Brianna. ¿Podría enfrentarse Brianna a Drake?

—¿Qué hará Drake? —preguntó Edilio.

—No es solo Drake —dijo Astrid—. Recuerda él es Brittney también. Eso se

lo hace más difícil. Si elabora algún plan, ella puede deshacerlo cuando se

haga cargo. Si él intenta sorprender a alguien, tiene que preocuparse de

que ella emergerá y meterá la pata.

—Sí —dijo radiante Albert—. Sí, eso está bien. No es Drake, es Drake

rajando a Brittney.

—Si consiguiéramos una oportunidad para Brittney, podríamos atarle y

encerrarla —dijo Edilio—. Sí, si Brianna la encuentra podemos seguirle,

vigilar, y nos permite saber cuándo sale Brittney.

—Ese es el plan —dijo Albert, obviamente aliviado—. Así que dejemos que

Sam siga adelante.

Edilio asintió.

—Por ahora. Pero Taylor, aún podemos necesitarlo.

Taylor ya no estaba en la habitación.

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CAPÍTULO 12

Traducido SOS por Eli25

Corregido por Chole Ann

48 Horas, 54 Minutos

an, tan dulce estar fuera de ese sótano. Respirar aire fresco.

Drake se quedó cerca de las sombras de cosas quemadas así

que el aire fresco olía a cenizas, a carbón y plástico derretido.

Pero era mejor que el moho y el polvo en el sótano.

Drake tenía una lista en su cabeza. Sam. Caine. Dekka. Brianna. Ellos

morirían primero. Tan rápidamente como podía matarles.

Ese había sido su gran error con Sam en la planta de energía. Se había

tomado su tiempo para disfrutar en darle una paliza. Incluso ahora el

recuerdo enviaba un estremecimiento de puro placer a través del cuerpo

de Drake.

Pero se había tomado demasiado tiempo en matar a Sam y entonces

Brianna se había mostrado.

No esta vez. Esta vez él comenzaría por matar a Sam. Luego, si podía

encontrarle, a Caine. Esa era la cosa con los locos poderosos, tenías que

matarles rápido. Tenías que golpear con velocidad y sorpresa.

Sam, Caine, Dekka, Brianna, Orc y Taylor, también. Y entonces, con ellos

fuera, él podría tomarse su dulce tiempo con Astrid. E incluso mucho más

con Diana.

Drake rió en alto.

Jamal dijo:

—¿Qué es tan divertido?

—Soy Santa Claus, Jamal. Haciendo una lista, comprobándola dos veces.

T

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Jamal se quedó a pocos pies detrás de él. Cargando su gran rifle

automático en su brazo bueno. El otro brazo estaba en un improvisado

cabestrillo. Asustado por su mente, sin duda, aun sintiendo el ardor del

látigo de Drake. Oh, sí, sentiría eso durante bastante tiempo.

—¿Dónde se queda Sam? —le preguntó Drake a Jamal.

—Albert le envió fuera para buscar en los bosques o algo así. Allí fuera. —

Jamal gesticuló vagamente—. Se supone que no debo saberlo, pero lo oí.

Drake se giró hacia Jamal.

—¿Qué? ¿Sam no está aquí? —Él había perdido mucho, estando atrapado

como un animal.

—Volverá en un par de días, creo.

Drake maldijo.

—¿Dónde está Caine, entonces?

—Está en alguna isla, dónde esos ricos tipos vivían en los viejos días.

Peor y peor. No. No... Mejor y mejor.

Drake sonrió. Ninguno de los grandes poderes estaba alrededor para

detenerle. Cambio de planes.

—¿Dekka?

Jamal se encogió de hombros.

—No lo sé, hombre, no sigo ese aterrador dique alrededor de la ciudad.

—Ahora, ahora —reprendió Drake en tono burlón—. No debemos humillar

a la gente por lo que son. —él tomó la cara de Jamal en sus manos y

apretó—. Iré a matarla pero no por lo que es ¿cierto? Iré a matarla porque

tiene que ser asesinada. ¿Estás bien con eso, Jamal?

Jamal estaba tan tenso y rígido como un tablón. Hizo un gruñido

afirmativo.

—¿Vienes con el asesino? —Drake presionó, colocando su cara justo en la

de Jamal—. Quiero oírte decirlo.

Observó como una cortina caía detrás de los ojos de Jamal.

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—Sí. Sí, Drake.

—Entonces vayamos a matar a algunas personas —dijo Drake

animadamente y liberó la cara de Jamal.

Drake caminó medio bloque y paró.

—Ahora no —él gimió. Maldijo extravagantemente, pero ya estaba

cambiando. Aparatos de metal se formó en sus dientes. Su esbelto cuerpo

creció más fofo.

—Brittney está llegando— gruñó Drake—. No volveré, Jamal. No lo olvides.

* * *

Sam, Dekka y Jack habían parado para una comida a media milla del

campamento de Hunter. Algo de pescado cocido que no olía demasiado

fresco, junto a alcachofas y algunas palomas estúpidas.

Ellos habían pensado solo en dormir, pero nadie quería hacerlo. El horror

estaba demasiado fresco. Dormir solo significaría pesadillas y Sam no

quería ver a Hunter otra vez.

En la oscuridad solo podían hacer un lento progreso, pero todos querían

alguna distancia y terminar la expedición. Los altos espíritus se habían

ido, el miedo y el odio les rastreaba en la oscuridad.

Jack estaba bien perdido detrás cuando Sam y Dekka habían comenzado a

hablar, matando el tiempo cuando caminaban lenta y precavidamente, a

través de la maleza a la altura de la cintura. Hablar y hablar sobre algo

excepto de los tristes gritos de Hunter.

Eso había comenzado con Sam admitiendo que sí había hecho un juego

para Taylor, pero nada que él hubiera hecho estando muy, muy borracho.

Desde ahí había pasado a una relación con Astrid, de la cual no quería

hablar. Algunos pensaban que Astrid estaba envenenada con el dolor y la

soledad. Lo que él le había hecho a Hunter, lo que había visto que le

pasaba, le llenó con un poderoso anhelo de estar con Astrid. Habían

pasado por mucho ya. ¿Cuántas veces la había sujetado y la tranquilizaba

diciéndole que todo estaría bien? ¿Cuántas veces ella le había besado y

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puesto sus brazos a su alrededor cuando sabía que él estaba descendiendo

a la depresión?

Desde el principio, desde el primer día, habían sido la fuerza del otro.

No es que nunca hubieran luchado. Ambos eran fuertes de voluntad y

habían luchado muchas veces sobre cosas grandes y pequeñas, pero las

peleas siempre habían pasado de alguna manera, habían trabajado a

través y siempre los resolvían.

Pero ahora estaba esta fría distancia entre ellos. Algo dentro de Astrid se

había roto después de la muerte de Mary. Ese día había matado alguna

parte de Astrid y ahora era como si a ella no le importara nada pelear.

Sam dijo algo de eso a Dekka, hablando de su pura soledad y necesidad,

pero se le hizo incómodo, como si estuviera traicionando a Astrid incluso

hablando de ella, y la verdad era que, la mayoría del problema entre él y

Astrid no era por alguna noticia bomba, era solo por el sexo. Y Sam

realmente no podía hablar sobre eso sin sonar más como un idiota de lo

que podía ser.

Así que él desvió la conversación a Dekka. Lo cual guió a hablar sobre

Brianna. Sam se encontró rápidamente atrapado en una conversación que

era tan incómoda como hablar sobre Astrid.

—Sé bien lo que quieres decir, Sam —estaba diciendo Dekka—. Lo peor

que ocurre es que Brianna dice, “de ninguna manera, no soy gay”. —Él

miró de vuelta a Jack para asegurarse que él estaba lejos para oírlo.

Dekka suspiró.

—No lo comprendes, Sam. Crees que todo lo que hay es eso, solo ser

honesto. Pero mira, ahora mismo está pequeño, diminuto gusto, como

flores de esperanza, ¿bien? No es mucho, pero es lo que aguanto. Yo solo...

no puedo tenerla mirándome y riendo o hacer una cara y ser grosero.

Porque entonces no tengo nada.

Era la charla más larga que Sam había oído lanzar a Dekka.

—Sí —dijo él—. Lo comprendo. —Deseaba fervientemente no haber abierto

nunca la boca.

Hubo un ruido en los arbustos a un lado.

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—¿Eres tú, Jack? —Sam llamó en voz alta.

—Estoy aquí —dijo Jack, desde la dirección completamente opuesta—. Yo

estoy... estoy haciendo pis.

Sam se detuvo. Hizo un gesto a Dekka, indicando que debería escudar sus

ojos. Entonces él lanzó un bola de fuego al aire, un Sammy sol. Los

arbustos inmediatamente se convirtieron en espacios fantasmales de tinte

verde.

Justo fuera el rastro de un coyote se encogió en la luz pero no huyó.

Gruñó, desnudando sus dientes y se agachó para saltar.

Dekka fue más rápida que Sam. El coyote se encontró flotando a pocos

pies del suelo, incapaz de patear, incapaz de saltar.

Era una visión extraña, el sarnoso sucio coyote amarillo se retorcía y

aullaba en medio del aire. Pero al final se quedó flácido.

—¿Por qué nos estás atacando? —preguntó Sam—. ¿La Manada Líder sabe

que estás intentando matar humanos?

—Yo Manada Líder —dijo el coyote en una estrangulada voz extraña.

Sam se acercó. Los humanos no eran las únicas criaturas en haber

evolucionado en el universo sin leyes de FAYZ. Uno de los primeros habían

sido los coyotes quienes servían a gaia. Algunos habían mutado para

desarrollar las lenguas más cortas y aplanar los bozales que les permitían

una charla mal pronunciada.

—Mira —dijo Jack. Se estaba acercando, señalando—. Él también los

tiene.

Sam caminó precavidamente alrededor de Manada Líder para ver el otro

lado. Ahí estaba la mandíbula del insecto sobresaliendo del pelaje

apelmazado. Dos, quizás tres de ellos.

—Vengo para que Hunter me mate —dijo Manada Líder.

Sam sabía que este no era Manada Líder original. Lana había matado a

Manada Líder pero si este era el segundo coyote para mantener el título o

algún otro coyote, no lo sabía. Este ligeramente tenía mejores poderes para

hablar que el primero.

—Hunter está muerto —dijo Sam.

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—Tú matar.

—Sí.

—Mátame, Manos Brillantes.

Sam no tenía simpatía por el coyote. Ellos habían participado en la

masacre de la plaza de la ciudad. Había cuerpos enterrados en el

cementerio que habían sido desesperadamente desgarrados por los dientes

de los coyotes que eran irreconocibles.

—¿Las serpientes voladoras causan esto? —preguntó Sam, señalando al

horrible parásito.

—Sí.

—¿Dónde están?

Manada Líder hizo un profundo gruñido puramente coyote en su garganta.

—Sin palabras.

—Entonces muéstralo —dijo Sam—. Llévanos a ellos.

—¿Entonces me quemarás?

—Entonces te quemaré.

* * *

Al principio Brittney estaba confusa. Se preguntaba si estaba soñando.

Soñando con el aire fresco, frío y un cielo elevado.

Pero no, ella no estaba en el sótano.

¡Drake había escapado!

Tenía que hacer algo. Tenía que advertir a alguien. Incluso si eso

significaba volver al sótano. Si Drake estaba suelto en el mundo, haría el

mal.

Pero encerrado otra vez... Seguramente podía tomarse solo un momento

para estar libre. Solo un momento...

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Se dio cuenta que no estaba sola.

—¿Quién eres?

—Jamal. Yo... trabajo para Albert. Como un guardaespaldas.

El chico estaba de pie firme, rígido, la mano agarrando la culata de su rifle

demasiado tenso. Su otra mano había sido herida.

—¿Por qué estás aquí, Jamal? ¿Estás aquí para atrapar a Drake? —ella

notó que tenía unos pocos metros de cuerda enrollada y que colgaban del

cinturón de Jamal—. No creo que puedas atarle. Es muy peligroso.

—Lo sé —dijo Jamal. Estaba liberando la cuerda.

Brittney de repente comprendió por qué Jamal estaba allí. Entonces ella

corrió.

Jamal lo hizo detrás de ella.

—No corras o te dispararé —gritó entonces.

Él era más rápido que ella. Todos eran más rápido que Brittney. Pero

Jamal estaba manejando torpemente la cuerda con una mano y tenía la

culata de la pistola sobre su hombro. Todo lo que ella tenía que hacer era

correr. Y entonces irrumpió en la plaza. Sin saber lo que estaba buscando,

no conscientemente. Pero se encontró subiendo deprisa los escalones de

piedra hacia la iglesia arruinada.

Jamal la atrapó en los escalones, la agarró del pelo y la tiró hacia atrás.

Sus piernas perdieron el equilibrio y cayó fuerte sobre su espalda,

golpeando el afilado borde de granito. Pero Brittney ya no sentía dolor real,

hacía mucho tiempo que ella había ido más allá del dolor.

Jamal intentó sentarse a horcajadas sobre ella, mas tropezó con la cuerda

y ella se alejó de él.

—¡Para! —gritó Jamal.

Brittney giró un par de escalones, se puso de pies, se plantó recta encima

de Jamal y le pateó a un lado corriendo para pasarlo.

El techo de la iglesia se había caído hacía mucho mientras que un camino

había sido limpiado en el interior. La cruz había sido sostenida de pie,

apoyada un poco pero aún allí, plateada a la luz de la luna.

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Corrió hacia la cruz, tropezando con los restos, y golpeando el banco de la

iglesia. Jamal estaba sobre ella en un destello, maldiciendo, titubeando,

intentando agarrarla, golpeando sus puños, intentando poner la cuerda a

su alrededor.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Brittney.

Jamal la golpeó en un el lado de la cabeza. Ella parpadeó y volvió a

golpear. Pateó, se sacudió y golpeó tanto como podía desde su posición

casi debajo banco de la iglesia. Jamal la pateó de vuelta viciosamente.

Pero él aún podía sentir dolor. Retrocedió de repente, los ojos abiertos de

par en par y el sudor goteando mientras nivelaba el rifle hacia ella.

—No quiero disparare —suplicó Jamal.

—No puedes matarme —dijo Brittney y se puso pesadamente de pie.

—Lo sé. Drake me dijo que dirías eso. Pero puedo golpearte la cara y luego

no será mejor que ahora. Eso es lo que dijo, que te disparase justo en la

cara y te atara.

—Deseo que pudieras matarme —dijo Brittney. Entonces, en voz alta,

intentó gritar al cielo y gritó—: Jesús, estoy en tu casa. ¡Estoy en la casa

del Señor suplicando morir!

—Solo déjame atarte —suplicó Jamal—. Él me azotará si no lo hago. Había

lágrimas descendiendo por su cara y Brittney sintió pena por él. Ambos

estaban unidos a Drake, incapaces de alejarse de él.

Jamal apuntó la pistola hacia su cara.

—No lo hagas —suplicó Brittney—. Tenemos que luchar contra Drake,

tenemos que conseguir ayuda. Él tiene que quemar a Drake hasta las

cenizas y esparcirlas en el océano.

—Por favor, no me hagas hacer esto —suplicó Jamal.

Brittney gritó:

—¡Ayuda! Alguien.

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* * *

Orc había corrido hasta que estuvo cansado. Eso no llevó mucho. Estaba

borracho y deshidratado, más débil de lo que debería haber estado, se

cansaba más fácilmente. Pero la desesperación le conducía

tambaleándose, llorando y gritando de rabia a través de la noche.

—Nunca quise ser ningún guardián —gritó a las casas cerradas y

oscuras—. ¿Oyeron eso todos? ¡No pedí ser el guardián de ninguna prisión!

Se quedó de pies balanceándose una y otra vez, las grandes manos

cerradas en puños de piedra.

—Nadie quiere hablarme, ¿huh?

Él golpeó un brazo en el capó de un coche. La ventana del lado del

conductor que hacía mucho había sido destruida en la puerta, podía ser

abierta y el coche ser registrado. El maletero estaba abierto también, y el

retroceso del golpe de Orc le hizo rebotar.

—Necesito otra botella —murmuró él. Entonces más alto, gritando a las

ventanas oscuras y las puertas cerradas—. Quiero una botella. Que

alguien me dé una botella para que no haga daño a nadie.

Sin respuesta. Las calles estaban en silencio.

Él comenzó a llorar otra vez y a limpiar furiosamente las lágrimas.

Comenzó a correr una vez más, corrió durante un bloque y paró, ruidoso y

amenazante para derrumbarse.

Entonces pudo ver al chico. Un niño. Quizás ocho, quizás nueve o diez,

difícil de decir. El chico estaba caminando doblado, sujetando su

estómago. Cada pocos pasos paraba, tosía y luego gemía de dolor por

toser.

—¡Hey-ey! —gritó Orc—. ¡Tú! Ve a conseguirme una botella. —La palabra

“botella” salió como un balbuceo.

El chico enfermo parpadeó y pareció solo entonces notar al monstruo en la

calle delante de él. Corrió hacia una señal de STOP para evitar caerse.

—Hey. Tú, chico. ¡Te estoy hablando!

El chico comenzó a responder, luego comenzó a toser. Tosió, gimió y se

sentó.

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Orc corrió hacia él.

—¿Me estás, um, ig... ignorando?

El chico sacudió su cabeza débilmente. Él hizo un gesto hacia su garganta,

intentando hablar, no podía.

—No quiero... —comenzó Orc, pero perdió el hilo de su charla—. Solo ve a

conseguirme una botella.

El chico tosió en la cara de Orc y él lo golpeó con el dorso de su mano.

El chico golpeó el poste de la señal tan fuerte que sonó. Luego cayó sobre

su espalda en la acera.

Orc miró estúpidamente, esperando que comenzara a llorar. Pero no se

movía. No estaba tosiendo.

Orc sintió el agua helada fluir por sus venas.

—Yo no... —comenzó Orc a decir.

Él miró alrededor, sintiendo de repente arrollado por la culpa. Nadie le

había visto.

Intentó inclinarse y pinchó al chico con su dedo, pero la sangre corría de

su cabeza y casi se desmayó.

—Lo que sea —dijo Orc de repente, y se dirigió otra vez a la noche.

Pero más tranquilo ahora.

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CAPÍTULO 13 Traducido por Alexiacullen

Corregido por Marce Doyle*

48 horas, 29 minutos

rianna tomó una respiración profunda del aire frío de la

noche. ¿Era una brisa? Excelente, una brisa para el Breeze3.

—Aquí, Drakey, Drakey —dijo ella.

Ella estaba en el medio de la calle. Tan pronto como Drake

hubiera encontrado una pistola, ella estaría a salvo. Drake era rápido con

la sartén por el mango, pero no más que Breeze. Nadie era más rápido que

Breeze.

—Oh, Drake —cantó en voz alta—. Oh, Drake. Vamos, sal de donde quiera

que estés.

Corrió hacia abajo a Pacific Boulevard, giró hacia Brace y salió de nuevo

disparada hacia Golding. Escuchó a Orc bramando borracho en la

distancia. Sería fácil localizarle. Pero Orc no era el problema. Ninguna

señal de Drake. Se detuvo en la esquina. Ella solo podía pasar zumbando

de forma aleatoria en los alrededores o podía metódicamente calle a calle.

De forma metódica no era la forma de Brianna. Mejor mofarse de él,

tomarle el pelo mostrándose él mismo.

—Aquí, Drake —y Drake— y…

Pasó zumbando por la casa de Astrid. Sin señal de él ahí. Pasó zumbando

por el parque de bomberos. Por el colegio. De clifftop y abajo en la playa,

lanzando un puntapié a la cola de arena detrás de ella cuando corría. ¿A

dónde podría haber ido él? ¿Que podría hacer él? Luego cayó en la cuenta:

Brittney. ¿Qué iba a hacer Drake con Brittney? Hasta donde Brianna

sabía, Drake no tenía el poder de detener a Brittney de su estado

3 Breeze: hace un juego de palabras, ya que breeze significa “brisa”.

B

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emergente. ¿A dónde iría Brittney si fuera libre? Brianna giró su mirada a

la iglesia en ruinas. Y justo entonces, escuchó el sonido de voces de

dentro. Zumbó escaleras arriba y entró en la iglesia cuando…

¡BLAM!

La explosión, una punzada de amarillo, la cegó. Se detuvo tan pronto como

pudo, pero no lo suficientemente rápido. Se chocó contra un bando y voló

precipitadamente por el aire, incapaz de ver. Cualquier otro se habría

destrozado primero la cara contra el altar de mármol. Pero Brianna no era

cualquiera. Mientras estaba volando se plegó, se giró y aterrizó de pie en el

altar. Como un gato. La ola de dolor por el impacto con el banco de la

iglesia la hizo jadear. Pero luchó contra el impulso de gritar. Entonces lo

vio. Y luego gritó.

La explosión del rifle había herido a Brittney en la cara y el cuello. El lado

izquierdo entero de su cara había desaparecido. Su cuello estaba

desgarrado. Debería estar escupiendo sangre. Sin embargo, la carne

destrozada estaba roja y cruda como una hamburguesa cruda, sin arterias

rociando. Y Brittney estaba todavía de pie.

Jamal hizo un sonido como de un animal torturado, un aullido de miedo.

Apuntó con el arma al pecho de Brittney pero en medio segundo que le

tomó encontrar el gatillo con su dedo, Brianna estaba sobre él. Golpeó el

cañón y lo tiró lejos cuando ¡BLAM! Ella agarró a Jamal por el cuello, tiró

de él hacia adelante tan rápido que su cabeza se quebró hacia atrás. Le

golpeó seis veces en menos de un segundo y Jamal se desplomó, con la

sangre brotando de su nariz y su labio.

—¡No me dañes! No es mi culpa —se lamentaba Jamal mientras caía y se

hacía un ovillo protegiendo tanto la pistola como su cara.

Brianna no quería mirar a Brittney, en realidad, de verdad no quería.

—¿Estás bien? —preguntó sobre su hombro. No hubo respuesta de

Brittney. Nada sorprendente, ya que su boca estaba toda manchada

alrededor de su nuca. Brianna se armó de valor y echó una mirada a

Brittney, pero el mango por la sartén ya estaba alcanzando, alejando el

rifle de Jamal.

Brianna empujó su cuchillo libre y saltó hacia Drake. Hundió el cuchillo

en el pecho de Drake. Era una hoja enorme, un cuchillo de caza, tan

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grande como un cuchillo de cocinero y mucho más grueso. La hoja estaba

hasta el final, hasta la empuñadura.

Drake sonrió.

—Esto debe de ser divertido.

Brianna esperaba que él intentara girar el arma hacia ella, pero en su

lugar lo arrojó a un lado. Entonces, con su verdadera mano, sacó el

cuchillo de su pecho, lentamente, como si estuviera saboreando cada

centímetro del acero. Brianna miró fijamente, hipnotizada, y casi perdida

por el repentino giro del brazo de tentáculo de Drake cuando se deslizó

detrás de ella.

Casi perdida.

No del todo.

Brianna se cayó y el látigo pasó por su cabeza. Drake arrojó a Brianna su

propio cuchillo. No, no estaba ni si quiera cerca. El cuchillo se clavó en el

respaldo de un banco de la iglesia. Brianna sacó su escopeta recortada de

su mochila de correr la niveló, apuntó y disparó. La explosión alcanzó a

Drake en la boca. Volvió a su sonrisa ladeada en un agujero enorme, como

un socavón. Drake alcanzó con su tentáculo a sentir el agujero. Metió el

final de su mano dominante dentro de su propia boca destrozada. La

punta de color rojo rosado salió fuera por la nuca y saludó a Brianna.

Drake hizo un sonido ronco que debería haber sido una risa si hubiera

tenido lengua, dientes y labios. Brianna cayó unos cuantos metros atrás.

La cara de Drake pareció fundirse y volver a formarse. Ella podía ver los

dientes individuales, perlas blancas en la luz de las estrellas, moviéndose

como insectos, escurriéndose por la carne desmenuzada para encontrar

lugares en las encías recién remodeladas. Brianna sintió lástima por el

alambre colgando de su cinturón. Era una cuerda de violonchelo MI que

había encontrado. Había envuelto las puntas alrededor de unas piezas

pequeñas de madera para formar un garrote de cuatro pies de largo.

—Esto es lo que ibas a hacerme ante la planta poderosa, ¿recuerdas,

Drake? —Brianna se estremeció cuando la lengua de Drake creció en su

interior dentro del aún abierto agujero de su boca.

—Oh, lo siento, ya no puedes parlotear, ¿o puedes? —se burló Brianna—.

Bueno, la cosa es, si yo tropezándome con un alambre a doscientas millas

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por hora, o el alambre tropezándose a doscientas millas por hora, funciona

de la misma manera.

Agarró el garrote y estuvo detrás de Drake antes de que él pudiera

parpadear. El alambre fue alrededor del cuello de Drake cuando ella aún

estaba corriendo. El alambre mordió y golpeó con efecto y ella sintió una

poderosa sacudida en sus manos que arrancó un asa de su agarre cuando

el alambre rebanó el hueso del cuello.

La cabeza de Drake calló. Golpeó la piedra dura del suelo y rodó a su lado,

se sacudió unas cuantas veces y se quedó inmóvil.

Aunque Brianna pensó, no era suficiente. Se giró, echó a correr hacia

atrás, tiró del extremo suelto del alambre alrededor de la cintura de Drake,

cogió el asa y lo agarró con todas sus fuerzas mientras daba marcha atrás

a una rápida velocidad.

El alambre cortó el torso aún en pie de Drake justo por debajo de sus

costillas. Se detuvo en la columna vertebral. Brianna dio un tirón, pero el

alambre no podía cortar la columna vertebral. Tiró y tiró y la carne del

cuerpo de Drake se retorció en un costado, por lo que ella podía ver el

interior, los órganos, la carne roja en rodajas como el bistec, el intestino

delgado y todo eso clínico, como un dibujo, como alguna horrible

presentación. Y de repente, con un frenético tirón, las piernas golpearon el

mármol resbaladizo, tuvo éxito, y con un sonido chirriante y espeluznante,

la columna vertebral se separó, y Drake calló en dos piezas al suelo.

Brianna estaba a punto de gritar. Jamal tenía la mano sobre su cara, pero

con los ojos mirando fijos con temor. Gritando y gritando como si nunca

pudiera parar. Brianna también quería gritar. Pero no por temor. En un

triunfo absoluto y salvaje. Quería bailar y embadurnarse con la sangre de

su enemigo golpeado. Quería brincar encima de los trozos del cuerpo y

patearlos con desprecio. Brianna echó hacia atrás su cabeza y aulló hacia

las vigas rotas y más allá del cielo.

— ¡Yaaaaah! ¡Yaaaaah! ¡El Breeze!

Jamal dejó de gritar. Estaba farfullando, haciendo como sonidos de

palabras, como un vagabundo loco. Se estaba arrastrando alejándose por

el suelo.

Brianna sonrió.

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—¿Qué pasa, chico duro? ¿Averiguaste que elegiste el lado equivocado?

El tentáculo estaba alrededor de sus piernas antes de que supiera qué

había pasado. Bajó la mirada y miró fijamente, incapaz de creer lo que

estaba viendo. La aguja del látigo de Drake estaba enrollada alrededor de

sus tobillos, apretando fuerte, aplastando los huesos. Brianna intentó

patear pero ni siquiera podía moverse. La cabeza de Drake estaba a cuatro

pasos de la parte superior de su torso, pero ahora la boca cruel estaba

girada y sonriendo.

Los fríos ojos estaban mirando. ¡Vivos!

La parte superior de su torso utilizaba su mano buena para empujarse así

mismo hacia la cabeza mientras el tentáculo sujetaba su cintura con una

fuerza de una serpiente pitón. La parte inferior de su torso, el estómago,

las caderas, sus piernas, estaban pataleando y agitándose, intentando

moverse hacia la parte superior del torso.

Drake estaba uniéndose de nuevo. Brianna cayó sobre su trasero. Se estiró

de forma reflexiva hacia su cuchillo, pero estaba demasiado lejos. Su

escopeta de cañón recortado. Tenía que desenfundarla de nuevo. Su mano

la encontró, y la liberó de un tirón. Apuntó hacia el tentáculo que la

sujetaba con fuerza, apuntó justo hacia la parte más allá de sus pies y

apretó el gatillo. ¡BLAM!

La expresión vino del arma de Jamal. Él la había encontrado. Ella vio

espirales de humo de la boca del cañón. Brianna titubeó con su escopeta,

pero sus dedos no funcionarían bien y sus oídos estaban sonando y de

alguna manera había sangre por todo su pecho. La cabeza de Drake hizo

una risa silenciosa.

Brianna se quedó impotente, mirando cuando las piernas, el tercio inferior

de la criatura, comenzaron a cambiar. Las piernas de Drake no. Las

extremidades regordetas de una chica. La cabeza de Drake chilló sin

sonido. El tentáculo ya se estaba deslizando lejos.

Jamal caminando como si estuviera en un sueño, con su rifle humeando

sujeto a su lado. Brianna podía ver a los labios de Drake formar las

palabras “mátala, mátala”.

Pero sin pulmones ningún sonido salió.

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Las partes del cuerpo se juntaron. Los brazos de una chica hicieron algo

torpemente y encontraron lo que ahora era la cabeza de Brittney, y la

arrastró hacia la posición elevada sobre sus hombros. Las piernas

patearon y arañaron hasta que el tercio interior se fundió de nuevo.

Brianna lo miraba todo, incapaz de moverse, incapaz de pensar

claramente. La última cosa que ella vio fue a Jamal utilizando el alambre

de Brianna para rodear las manos de Brittney apretadas detrás de ella. Él

arrancó una manga de su propia camiseta e hizo una mordaza con ella y la

metió en la boca de Brittney. Entonces dio un paso atrás hacia Brianna.

Ella apenas podía escuchar las palabras de él a través del sonido de

repiqueteo y apenas podía entender lo que escuchaba.

—Pude matarte —dijo Jamal. Él señaló el rifle automático debajo de ella,

con el cañón a centímetros de su cara.

—Lo más probable es que Drake aparezca arriba. Pero si no, recuerda que

pude matarte —él se echó el arma al hombro—, pero no lo hice.

Fue solo unos cuantos minutos antes de que Edilio, acompañado por

Ellen, ambos armados con rifles automáticos hechos por ellos mismos,

entraran corriendo. Jamal y Brittney habían desaparecido. Edilio se

arrodilló al lado de Brianna. Ella vio la preocupación la compasión en sus

ojos oscuros y a su delirio realmente le gustaba él por eso.

—¡Ellen, trae a Lana! ¡Ahora! —ordenó Edilio.

A Brianna le dijo:

—¿Se ha ido?

A Brianna le costó llegar a su voz para hacer lo que ella quería. Pero se las

arregló después de unos cuantos intentos para decir:

—Tengo que… conseguir a Sam. Yo… yo no pude vencer a Drake.

Edilio parecía desalentado.

—Sí, es una buena idea —dijo mientras examinaba las heridas

ensangrentadas en el hombro de ella—. Desafortunadamente, Taylor se

fue. Y nadie sabe exactamente cómo encontrar a Sam.

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—Jamal… —susurró Brianna. Pero antes de que pudiera completar el

pensamiento, el suelo de mármol pareció abrirse y arrastrarla girando

hacia la oscuridad.

* * *

Lance irrumpió por la puerta.

—¡Drake está fuera! —chilló.

El chico número uno, con anterioridad Turk Zil, o al menos él pensaba

eso, y el jefe de lo que quedaba de la Tripulación Humana dijo:

—Sí, lo que sea.

La Tripulación Humana había sido un grupo formado para defender los

derechos de los normales contra los monstruos. Al menos esa era la línea

de la Tripulación Humana. Ahora la mayoría de la gente veía la Tripulación

Humana como un gripo de odio hacia arriba. Lance agarró el hombro de

Turk y prácticamente lo tiró al sofá maloliente donde le tendieron.

—Turk, escucha, hombre, escúchame; ¿no ves lo que eso significa?

Turk no veía lo que eso significaba, o al menos no lo que Lance pensaba

que debía ver. A Turk sobre todo le desagradaba Lance. Eran amigos, de

algún tipo, pero solo porque ambos habían estado con Zil y en la cresta de

la ola. Y ahora estaban reducidos a hacer el peor trabajo que Albert podía

encontrarles: cavando trincheras para que entren los niños, y luego

cubriéndolas cuando estuvieran llenas. Excavadores de pozo negro. La

Tripulación de Mierda, les llamaban los niños. Y tenían que besar el

trasero a Albert porque de lo contrario no comían.

Habrían sido afortunados su hubieran sido exiliados. Turk había hablado

con el alcalde para enviarles a vivir fuera en la naturaleza. Él había

rogado, esa era la verdad. Les habría convencido de que eso era lo mejor

para encontrar un lugar para él y los otros de la Tripulación Humana. No

habría echado la culpa a nadie del fuego excepto a ellos mismos.

Seguía diciendo:

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—Chicos, no es nuestra culpa, ni mía ni de Lance. Todos nos vimos

forzados por Zil y Hank. Hank era el hombre escalofriante, saben eso.

Saben que él era un desgraciado y que nos habría disparado o arruinado.

Turk se había quejado como un bebé. Y lloró. Y al final, convencidos de

que ese Edilio petulante e ilegal, y especialmente Albert, que no crearían

más problemas nunca más con las lecciones aprendidas, y sus vidas ahora

dieron un giro.

La Tripulación Humana se convirtió en la Tripulación de Mierda. Y

también nombres más severos. Peleles. Turk odiaba a Albert con una

pasión ardiente e imperecedera. Albert tenía todo y arrojaba las peores

migajas a Turk y a Lance y a la antigua Tripulación Humana.

Lance no se alejó. Su hermosa cara estaba iluminada por la excitación.

—Tío, ¿no lo entiendes? Si alcanzamos ahora a Albert, todo el mundo

culpará a Drake.

Eso consiguió la atención de Turk.

—Intentábamos sujetar el fuego de Caine y nadie nos creyó.

—Eso es diferente. Mira, ¿te gusta vivir así? —miró incontroladamente

alrededor de la habitación acuchillando al final su mano hacia la olla de

estofado humeante que utilizaban como un baño interior.

—¿Comer la peor comida, hacer el peor trabajo y estar en este basurero?

—Sí, me encanta eso —dijo Turk con un sarcasmo salvaje—. Me encanta

ser el perdedor más grande en este pueblo.

—Entonces, escúchame. —Lance colocó sus manos en los hombros de

Turk. Turk les restó importancia.

—Porque estoy diciéndote, Drake no puede ser asesinado o detenido. Así

que todo el mundo está asustado. Quizás si encontramos una manera de

conectar con Drake, ¿de acuerdo? O quizás solo esperar hasta que todo el

mundo se esté volviendo loco por él y nosotros hagamos nuestro

movimiento.

Turk no desestimó la mano. Quizás Lance tenía razón. Todo el mundo

sabía que Alberto tenía toneladas de oro y Bertos y todo tipo de comida,

incluso latas de cosas de antes, comida buena.

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—No lo sé, hombre —dijo Turk—. Se supone que la Tripulación Humana

está para algo. Quiero decir, somos los defensores de los humanos contra

los monstruos, ¿no? Estamos en pie para la gente normal. No solo

robamos cosas. No somos una pandilla.

Lance se rió con burla.

—Hombre, a veces eres un despistado. Ni si quiera ves lo que está

sucediendo. —Se encaramó sobre el brazo del sofá para que pudiera bajar

la mirada hacia el Turk.

—No es solo sobre los monstruos. Quiero decir, eres el quico que piensa en

ideas y todo eso, pero te estás perdiendo. Ni siquiera te has dado cuenta de

que todo el consejo es negro o mexicano. Mira, esto es lo que está

sucediendo: todas esas minorías se conectaron con los monstruos.

Las ruedas en la mente del Turk comentaron a girar lentamente. Pero

estaban ganando velocidad.

—Jamal está aliado con nosotros, y es negro.

—¿Y? Utilizamos a Jamal. Él nos engancha a Albert. Haz lo que tengas que

hacer. Todo lo que estoy diciendo es que tú y yo somos gente normal. O

somos o negros o maricones o mexicanos. Y nosotros somos quienes

estamos cavando aseos. ¿Por qué?

Turk conocía la respuesta: porque habían fallado en su intento de tomar el

relevo. Pero él nunca había pensado sobre este nuevo ángulo.

—Astrid es una persona normal blanca —argumentó Turk a medias—. Así

que está Sam.

—Sam es un monstruo, y creo que él debe ser incluso judío —dijo Lance.

Sus ojos estaban brillando. Él estaba mostrando sus dientes, sonriendo

cuando habló. No fue una buena vista para él.

—Drake es blanco. Así es Orc, ya sabes, por debajo de todos. Sin embargo

son como una especie de monstruos. Solo…. solo que no de verdad. Porque

no les gustaba, se convirtieron en monstruos, tuvieron accidentes o lo que

sea que les hacía lo que son ahora.

—Exactamente —dijo Lance.

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Sí, pensó Turk. Eso podía ser bueno. Eso podía ser muy bueno. Eliminar a

Albert causaría más problemas que quemar un montón de casas. Albert

era el único que estaba realmente a cargo. Tenía el dinero y la comida. Eso

le hacía más importante que Sam.

Lisa vino luego con coles que había cogido de los campos y una rata gorda

que había comprado. La boca Turk se hizo agua: la cera era tarde.

—Vamos a comer —dijo—. Luego pensamos sobre lo que viene después.

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CAPÍTULO 14 Traducido por QueenDelC

Corregido por Marce Doyle*

37 horas, 48 minutos

dilio esperó hasta que salió el sol para ir por Roscoe.

Todo estaba muy tranquilo. Roscoe no era la clase de chico que

diera muchos problemas.

—Sólo tenemos que ponerte en algún lugar seguro —explicó

Edilio.

—Para que no contagie a nadie más —dijo Roscoe.

—Sí. Mientras buscamos cómo curarte.

—Quiero decirle adiós a Sinder —dijo Roscoe en voz baja. Levantó la

cabeza indicando que ella estaba en la casa.

—Claro, hombre. Pero escucha. No dejes que te toque, ¿está bien? Sólo por

si acaso.

Roscoe luchó un poco entonces, no contra Edilio sino consigo mismo.

Luchó para detener un temblor en su labio. Luchó para evitar que las

lágrimas llenaran sus ojos.

* * *

Edilio lo llevó a la cabecera. Había una oficina sin usar con un camastro.

Edilio se había asegurado de que hubiera libros para que Roscoe leyera y

una vasija cubierta para que hiciera sus necesidades. Una jarra de agua

estaba en el estante junto a la ventana. También una col y un conejo

asado.

E

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El conejo era un manjar.

Roscoe le agradeció a Edilio por ser tan amable.

Edilio cerró la puerta. Luego giró la llave en la perilla.

* * *

Los pescadores de Quinn tuvieron un buen día. Los botes estaban

razonablemente llenos de pescado, pulpo, calamar y las cosas extrañas

que llamaban murciélagos azules. Esos con los que alimentaban a los

“gusanos en los campos” para comprar un paso seguro para los que

recolectaban los vegetales.

El precio del trabajo de la mañana fue un tiburón de un metro y medio. De

hecho, el bote de Quinn estaba rebosante por esa cosa. Estaba sentado en

la cola mientras navegaba, lo que era incómodo y le daría un dolor de

espalda después. Pero nadie en el bote se estaba quejando. Un tiburón era

una ganancia al dos por uno: no sólo era buena comida, era un

competidor para la limitada reserva de pescados.

—Esto es lo que vamos a hacer —estaba diciendo Cigar mientras jalaba su

remo—. Debemos vender los dientes en el mercado. Quiero decir, ¿vieron

todos esos dientes? Los chicos le pagarían a ‘Berto por algo así como un

collar de dientes.

—O podrían pegarlos a un palo y hacer un arma improvisada —sugirió

Elise.

—¿Cuánto creen que pese? —preguntó Ben.

—Ah, no mucho —dijo Quinn.

Todos rieron. Les había tomado ocho chicos sólo poner el pescado sobre

un lado del bote de Quinn, y luego prácticamente habían inundado el bote.

—Pesa más que Cigar —dijo Ben.

Cigar levantó el borde de su desgastada playera y reveló un fuerte y casi

cóncavo estómago.

—Últimamente todo pesa más que yo. Cuando todo esto termine y

salgamos, voy a escribir un libro para dietas. La dieta FAYZ. Primero,

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comes toda la comida chatarra que puedas. Luego te matas de hambre.

Luego comes alcachofas. Luego te matas de hambre un poco más. Luego te

comes el hámster de alguien más. Luego empiezas una dieta de puro

pescado.

—Olvidaste la parte en la que tienes que freír hormigas —dijo Elise.

—¿Hormigas? Yo comí escarabajos —fanfarroneó Ben.

Siguieron así otro rato, navegando el pesado bote y fanfarroneando sobre

las cosas desagradables que habían comido.

Quinn notó algo que no había visto en mucho tiempo.

—Esperen —dijo.

—Aw, ¿el Capitán Ahab está cansado de remar?

—Tienes buenos ojos, Elise, mira hacia allá. —Quinn señaló hacia la

barrera que se encontraba a un kilómetro sobre el agua.

—¿Qué? Sigue ahí.

—No la barrera, el agua. Mira el agua.

Los cuatro cubrieron sus ojos de los rayos del sol y miraron fijamente.

—Ah —dijo Quinn finalmente—, ¿luce o no como si hubiera una brisa

soplando por allá? El mar está un poco picado.

—Sí —coincidió Cigar—. Extraño, ¿eh?

Quinn asintió pensativamente. Era algo nuevo. Algo muy extraño. Se lo

diría a Albert cuando regresaran al pueblo.

—Bien, ya fue suficiente. Regresemos a los remos. —Los otros botes se les

estaban acercando. Quinn podía ver a cada uno de ellos detenerse y mirar

fijamente hacia la clara evidencia de viento.

—¿Qué significa? —preguntó Ben.

Quinn se encogió de hombros.

—Eso va más allá de lo que me pagan, solía decir mi padre. Dejaré que

Albert y Astrid lo averigüen. Yo sólo soy un tonto pescador —dijo.

—Oh, mira —jugueteó Astrid—. Veo un remo que nadie está jalando.

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Quinn se rió. Se sintió derecho, plantó sus pies y tomó el remo libre. Su

espalda, como la de todos los que se dedicaban a la pesca, era gruesa y de

puro músculo.

Él era feliz. Esta vida lo hacía feliz. El sol, el agua salada, el olor a pescado.

El arduo trabajo. Todo eso lo hacía feliz.

Era simple. Era importante.

Quinn pensó en la brisa soplando sobre el agua. No había nada siniestro

sobre una buena brisa. Y aun así, tenía la sensación de significaba

problemas.

* * *

Dahra Baidoo tenía siete nuevos casos de gripe. Eso los hacía trece en

total. El tan recurrido hospital sonaba con la percusión de una tos.

Nadia había muerto en la noche.

Pero tampoco nadie había mejorado. El toque de Lana no curaba esta

enfermedad. Lo que quería decir que Dahra ya no era parte del negocio de

mantener a los chicos cómodos hasta que llegó Lana y mejoró todo: ahora

estaba en el negocio de tratar de entender esta enfermedad.

Tomó temperaturas. Mantuvo registros más o menos cuidadosos

mostrando la progresión de la enfermedad. Trató de no pensar en la

historia de Jennifer. Jennifer no estaba negando su cuento: había visto a

la otra Jennifer toser hasta morir.

Dahra también trató de no pensar en lo que significaría si la enfermedad

desarrollaba una inmunidad a Lana.

Un chico llamado Pookie era su peor caso justo ahora. Miró fijamente el

termómetro en su mano, sin creer del todo que estuviera a 41 grados.

Nunca había visto un número así de alto.

Pookie temblaba como si se estuviera congelando. Ya no era capaz de

responder preguntas con sensatez. Había comenzado a hablar con alguien

que no estaba exactamente ahí, diciendo cómo no quería ir a la escuela

porque no había terminado su reporte.

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Y su tos se estaba haciendo más fuerte y más violenta.

La gripe se había reído del Tylenol que le dio a Pookie. No había hecho

nada por su fiebre. Aunque desarrollaba o no alguna clase de tos mortal,

moriría por la fiebre si subía un poco más. Tenía que bajarla.

El libro sugería un baño en hielo. Las probabilidades de eso eran nulas. No

había agua, mucho menos hielo. Si Albert no arreglaba las entregas de

agua pronto, los chicos comenzarían a caer por la sed sin siquiera esperar

a morir por la fiebre o la tos.

Dahra tomó una decisión. Ellen estaba allí ayudando, junto con uno de los

nuevos chicos de la isla, Virtue. Deseaba tener tiempo para hablar con

Virtue: los padres de Dahra eran de África. Al igual que Virtue.

—Tenemos que enfriarlo —dijo Dahra—. ¿Virtue? Cuida el fuerte,

¿quieres? Vamos a ir a la playa.

* * *

Ellen y Dahra maniobraron para acomodar a Pookie en una carretilla. Los

tres hicieron la ardua procesión bajando por la Avenida San Pablo y hacia

la playa.

Cruzar la arena era la parte difícil. Pero finalmente llegaron a la orilla de la

playa y bajaron al chico enfermo. El agua se juntó a su alrededor.

Quizás no era un baño con hielo, pero se acercaba. Se imaginó que la fría

agua salada sacaría un poco del calor dentro del cuerpo de Pookie.

—Ya —dijo Ellen—. Con suerte podrá regresar caminando.

Dahra se tiró sobre la arena a un lado de Ellen. Ellen dijo:

—Escuchaste sobre Drake, ¿verdad?

—¿Que escapó? Sí. No te preocupes, Sam lo encontrará.

Ellen negó con la cabeza.

—Sam no está en el pueblo. Albert lo mandó a traer agua. O algo así.

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—¿Sam no está? —Dahra miró nerviosa por encima de su hombro. No

había razón para que Drake fuera tras ella. Pero Drake no necesitaba una

razón—. Todo irá bien. Dekka y Brianna y…

Pookie tosió, se dobló, se ahogó con agua salada, y luego tosió tan fuerte

que hizo una marca clara en el agua.

—Vaya —dijo Ellen.

Pookie se sentó derecho. Su cabeza se movía de adelante para atrás como

si fuera una marioneta con un cable cortado.

Tosió y la fuerza de la tos lo lanzó hacia atrás contra el agua con un

chapoteo.

Dahra corrió a levantarlo, pero él ya lo había hecho. Se puso de pie,

tambaleándose. Tosió, y fue como una explosión. Voló hacia atrás. Como si

hubiera sido golpeado por un auto.

—Oh, por Dios —gritó Dahra.

Pookie se dio la vuelta, sobre sus manos y rodillas, y tosió tan fuerte de

nuevo que voló arena. Algo rosa y crudo estaba rociado sobre el cráter de

arena.

—No, no, no —gimió Dahra y se alejó.

Pookie tosió de nuevo y la fuerza lo levantó sobre los dedos de sus pies,

doblándolo hacia atrás en forma de “c”. Salía sangre de su boca y corría

bajo sus orejas.

Miró con una mirada perdida y confundida a Dahra. Y cayó muerto,

bocabajo sobre la playa.

Nadie habló.

Dahra apenas respiró.

Por un par de largos segundos, Dahra se quedó paralizada.

Parpadeó.

—Ellen, rápido, al agua. Mójate toda. ¡Talla bien con tus manos! —Dahra

siguió su propio consejo. Se adentró y sumergió en el agua.

Cuando salió a la superficie, gritó:

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—Ahora, mantente lejos del cuerpo de Pookie. Quédate en el sol un rato.

Hasta que te seques. Se supone que el sol mata el virus de la gripe sobre

tu piel.

—Oh, por Dios —dijo Ellen, con el rostro pálido—. Tosió hasta las

entrañas.

—¡Sólo haz lo que de digo! Bocarriba hacia el sol, ¡me tengo que ir!

Corrió por la playa, con el estómago revuelto y el pánico comiéndola.

Alcanzó a ver a Quinn y a la flota de pescadores aparcando junto al muelle

en el puerto. Corrió tan rápido como pudo, moviendo las manos sobre su

cabeza para llamar la atención.

Quinn y algunos más la vieron, pero no entendieron lo que estaba

gritando. Dahra estaba sudando a chorros para cuando alcanzó el muelle.

—¡No! ¡No! ¡No se acerquen! —le gritó a Quinn.

—¿Qué dem…?

—Pookie acaba de morir —jadeó Dahra—. Gripe. Quizás. Pero, oh, Dios.

Sólo no se acerquen más. De hecho, no salgan de los botes.

—Yo ya tuve la gripe —dijo Cigar.

—También Pookie —dijo Dahra—. Escúchenme, es contagiosa y es mortal.

Quinn hizo señales a su gente para que permanecieran en los botes.

—¿Qué se supone que hagamos, Dahra? No podemos quedarnos a flote

para siempre.

Dahra suspiró.

—Déjame pensar.

—Tengo que ir a revisar mí… —dijo uno de los pescadores.

—¡Cállate, estoy pensando! —gritó Dahra. Había adquirido una buena

cantidad de conocimiento médico desde que estúpidamente se había

puesto como voluntaria para dirigir el tan recurrido hospital. Pero eso no

la hacía una doctora.

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Aunque recordó haber leído sobre la gripe. Nada se esparcía tan rápido.

Nada se mutaba y adaptaba tan rápido. Lavarse las manos la removía, el

alcohol la mataba, los rayos del sol la mataba un poco, de cualquier

manera. Pero una vez que estaba en tu nariz y pulmones, se podía alocar y

matarte. Especialmente algún nuevo tipo.

—Quédense en sus botes —dijo Dahra—. Aún necesitaremos la comida.

Lancen sus peces sobre el muelle. Haré que Albert mande a alguien a

recogerlos. Luego aléjense, recorran la costa un par de kilómetros, y

acampen.

—¿Acampar? —repitió Quinn.

—¡Sí!

—Lo dices enserio.

—No, así son mis bromas, Quinn —espetó Dahra—. Pookie acaba de toser

un pulmón y morir. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Quiero decir que

realmente tosió sus pulmones fuera de su boca. Ja, ja, ja, qué gracioso.

Quinn dio un paso hacia atrás.

Dahra esperó a que aceptara. Ella no tenía el derecho de dar órdenes.

Excepto que ella sabía lo que estaba sucediendo y nadie más lo sabía.

—Bien —dijo Quinn—. Hay un punto cerca de la playa. Dile a Albert que

mande a alguien de inmediato por los pescados. Tenemos un buen montón

aquí. Conseguimos un tiburón.

—Sí, como sea. —Los pensamientos de Dahra ya estaban planeando su

siguiente movimiento. El virus era el enemigo: ella era el comandante en

esta batalla. Pero sólo dos pensamientos estaban realmente claros en su

mente: Uno, Jennifer B había estado diciendo la verdad. Y dos, ¿cómo

podía esperar Dahra evitar contagiarse?

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CAPÍTULO 15 Traducido por Whiteshadow

Corregido SOS por Caliope Cullen

37 horas, 15 minutos

erca —dijo el líder de la manada.

—¿Dónde? —preguntó Sam cansinamente.

Había sido una larga noche, seguida de una

larga mañana de pies cansados y espinillas

magulladas. Estaban sobre las colinas, bajando por la larga cuesta hacia

la carretera y el lago Evian. Hubiera sido más fácil llegar por la carretera,

este era sin duda el camino más largo, pero Sam había necesitado ver a

Hunter primero.

Para matarlo.

Y ahora, si podía, quería encontrar el nido de greenies y acabar con ellos.

Una vez más vio las oscuras miradas preocupadas de los jueces que temía

algún día sopesaran todas sus acciones. Oyó sus preguntas. ¿Qué derecho

tenía para tomar la vida de Hunter, Sr. Temple? Sí, entendemos que no

deseaba ser comido vivo, pero aun así, Sr. Temple, ¿no entiende que toda

vida es sagrada?

La carretera estaba debajo de ellos, fuera de la vista por un gran

afloramiento rocoso. Había bajado por ese camino un par de veces,

durante los primeros días cuando el agua aun corría. Las suficientes veces

para imaginar el lugar en su cabeza.

—La roca se rompió toda ahí abajo, rocas y grietas —dijo Sam—. Es como

una cueva poco profunda, sólo que no va muy lejos, no lo creo.

—Las serpientes que vuelan están ahí —confirmó el Líder—. Ahora

mátame, Manos brillantes.

—C

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—¿Cómo sé que no estás mintiendo?

—Porque eres un animal espeluznante y asesino que obedece a la

oscuridad —dijo Sam. Estaba demasiado cansado y con sueño para ser

diplomático.

—La Oscuridad está muerta —dijo Jack.

—No —dijo el líder de la manada.

—No —Sam asintió con una mirada significativa a Jack. Esta era la

primera confirmación del exterior de que el gaiaphage aún vivía. Si se le

puede llamar vivir.

Una nueva boca de insecto surgió del flanco del Líder. El perro la miró,

resopló, y lo mordió.

Un líquido negro brotó de la cabeza del insecto.

—¿Es esto lo que él hace? —preguntó Sam— ¿Estas cosas son criaturas de

la oscuridad?

—Líder de la manada no sabe —asintió Sam con la cabeza.

—¿Cómo lo matamos? A la Oscuridad, quiero decir, ¿cómo matamos al

gaiaphage?

—Líder de la manada no sabe.

Sam suspiró.

—Sí, bueno, ya somos dos —podía ver a las criaturas retorciéndose dentro

de la piel del líder de la manada. Como si fuera una bolsa llena de

gusanos.

—¿Listo?

—Yo soy líder de la manada —dijo el coyote. Él inclinó la cabeza hacia

atrás y aulló al cielo.

Sam apuntó las dos palmas de las manos hacia la bestia cuando su piel se

abrió.

La luz asesina, quemando y quemando. Líder de la manada había muerto

al instante. Su piel apestaba mientras ardía. Su carne crujía como tocino.

Las criaturas, insectos, o lo que fueran, se arrastraron fuera de las llamas

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y la chispeante grasa. Sin inmutarse. Ilesos. Brillantemente iluminados y

sin embargo aparentemente invulnerables.

Sam había utilizado su poder para quemar a través de roca, hormigón y

acero sólido. Era imposible que no pudiese matar a esas cosas. Era como

si tuvieran algún poder mágico para hacer caso omiso a su luz mortal.

Como si ellos hubieran desarrollado una inmunidad a él.

—Jack —dijo Sam—. Consigue una roca. Una grande.

Jack se congeló hasta que Dekka lo golpeó en la parte posterior de la

cabeza. Luego saltó a una roca del tamaño de un coche. Estaba medio

enterrada en el suelo. Jack gruñó por el esfuerzo, pero la roca se liberó de

la tierra con un poco de anulación de su gravedad, cortesía de Dekka.

Jack levantó la roca sobre su cabeza. La estrelló con todas sus fuerzas en

dos de los insectos que se retorcían para escapar. La piedra golpeó tan

fuerte que sacudió la tierra, literalmente, haciendo rebotar a Sam.

—Ahora, retírala —ordenó.

Jack lo hizo. La roca rodó fácilmente con el empujón de Jack. Debajo de

ella había dos bichos muy machacados. Sus caparazones eran

debidamente reflectivos, como espejos ahumados. Tenían cortas alas

aplastadas, colgando apretadas contra sus cuerpos. Sus malvadas

mandíbulas curvas no se habían roto. Sus piezas bucales todavía brillaban

como pequeños cuchillos.

—Al igual que las cucarachas —dijo Sam—. Difíciles de matar. Lo que no

significa imposible.

—Sí. Cucarachas. Un par más allá —dijo Dekka y señaló. Cuando lo hizo

quito la gravedad y los dos bichos se elevaron en el aire. Ellos movían

impotentes sus patas.

—Tu turno, Jack —dijo Sam.

Dekka dejó fluir la gravedad, la roca se levantó y cayó, y anotó dos

insectos más, muertos. Otros, sin embargo, fueron deslizándose colina

abajo.

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Sam, Dekka y Jack se lanzaron tras ellos, motivados por el descubrimiento

de que las desagradables criaturas de hecho podían ser asesinadas. Media

docena de los monstruos corrieron sobre rocas y a través de la hierba.

Jack cogió una piedra pequeña y la arrojó con una sola mano. Golpeó a

uno de los bichos y perdió los otros.

—Dekka.

—Sí —dijo, y levantó las manos. La suciedad, la arena y la grava flotaron

en el aire por delante. Otro de los insectos flotaba con ellas. Jack cogió

una roca pero en el mundo nada viene gratis, era un afloramiento

demasiado grande incluso para la fuerza de Jack.

Buscó y encontró una piedra del tamaño de su cabeza. La tiró con fuerza

errándole al bicho flotante.

—Los otros están alejándose —gritó Sam.

Los tres se congelaron y escucharon. Un sonido como un arroyo de

montaña corriendo sobre las piedras. No, un batir de alas.

—Greenies.

Las serpientes voladoras llegaron en una nube, saliendo apresuradamente

de su guarida como un enjambre de murciélagos que salen de una cueva

en el ocaso.

Igual que pequeños dragones, la mayoría de unos pocos centímetros,

algunos hasta un pie de largo. Tenían alas de cuero y azotaban su cola

hacia atrás y adelante para mantener una capacidad aerodinámica muy

inestable.

Sam gritó una maldición y disparó. Demasiado tarde para cogerles por

sorpresa. Un error que podría resultar fatal. Brillantes rayos de luz

atravesaron la nube de atacantes. Greenies ardieron y cayeron en llamas.

No era suficiente. No lo bastante, y los greenies no estaban retrocediendo.

Dekka canceló la gravedad debajo del borde del ataque del enjambre, pero

sólo tuvo el efecto de desorientar a algunas de las serpientes, que

respondieron volando boca abajo o en círculos salvajes.

Comenzaron a rociar un líquido negro, verdoso.

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Sam recordó a Hunter contándole acerca de ser golpeado por alguna

secreción de un greenie.

—No dejes que te rocíe —gritó Sam—. Corre.

Correr cuesta arriba sería demasiado lento en la ladera empinada.

Corrieron en ángulo recto con el enjambre, corrieron sin cuartel, a la

velocidad del pánico, tropezando y saltando de nuevo, ajenos a los

moretones y raspaduras.

El enjambre tardó en reaccionar, pero lo hizo y fue tras de ellos.

Sam salió a la carretera, se tambaleó, se contuvo y se dio la vuelta. El

enjambre todavía estaba saliendo de su guarida en la roca encima. Apuntó

a toda prisa y disparó.

Inmediatamente se incendiaron arbustos en la ladera. Se calentaron y

agrietaron rocas. Él aplicó su luz sobre la propia cueva, iluminándola,

resplandeciendo en una brillante y ardiente boca verde.

El enjambre estaba perdido, sin saberlo. Se giró en el aire, dejando caer

gotas de color verde, negro como una maligna lluvia, pero no sobre Sam y

los otros, todavía no.

Confiando en que había quemado la cueva, Sam extendió su luz hacia

arriba en el mismo enjambre. Un error. Atacar su guarida confundió a los

greenies, pero un ataque directo contra el enjambre les dio un objetivo.

Sam dirigió la luz nuevamente a la pared de roca, con la esperanza de

distraerlos. Demasiado tarde, el enjambre se aproximó.

—¡Corre! ¡Corre!

Dekka corrió hacia atrás, cancelando la gravedad detrás de ella. Una nube

de grava y tierra se elevó en medio del enjambre. Esto los hizo reducir la

velocidad. Dekka se volvió y corrió con celeridad tras Sam y Jack.

El enjambre parecía estar perdiendo interés en seguirlos. Pero algunos de

los greenies más persistentes seguían tras ellos mientras corrían. Dekka

cayó. Sam podía ver que estaba sin aliento. Corrió hacia ella, pero los

greenies eran más rápidos que él. Dekka se dio la vuelta y miró hacia

arriba cuando uno de los insectos disparó su líquido.

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La sustancia oscura golpeó su hombro desnudo. Una segunda ronda

alcanzó sus vaqueros. Otras gotas caían a su alrededor. Sam disparó. Los

greenies cercanos se incendiaron. Dekka se levantó de un salto.

—¡Me dio, me dio!

—Quítate los pantalones —ordenó Sam.

Ella obedeció. Jack cogió la prenda inspeccionado cuidadosamente la tela.

—No la atravesó.

—Mi hombro —Dekka gimió—. Oh, Dios mío, me dio. Me dio. Oh, Dios.

—Extiende tu brazo, Dekka —ordenó Sam—. Esto va a doler.

—Hazlo —Dekka estaba de acuerdo—. ¡Hazlo, hazlo!

Sam formó un estrecho haz de luz. Con cuidado, con mucho cuidado se

trasladó más y más cerca de la mancha oscura en el hombro de Dekka.

Dekka apretó los dientes.

El haz de luz la quemó y ella gritó de dolor, pero luego gritó:

—¡No te detengas, no te detengas! —Pero Sam se detuvo. Agarró

rápidamente agarró a Dekka que estaba a punto de desmayarse.

—Déjame ver el brazo —dijo.

Había una zona quemada en la piel de Dekka. Tal vez la mitad de una

pulgada de profundidad. El doble de ancho. La carne se había cauterizado,

así que no había sangre.

—Lo tengo —señaló Sam. Dekka, dijo con los dientes apretados—. Lo

tengo. No llegó ningún otro lugar. Lo queme por completo.

Ella agarró el cuello de la camisa de él.

—No permitas que esto ocurra, Sam.

—No lo haré, Dekka.

—Escúchame, no dejaras que suceda. ¿Entiendes? Si ves que sucede, te

encargaras de mí. Al igual que con Hunter.

—Dekka...

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—Júralo, Sam. Júrame por Dios o por tu propia alma o por lo que creas,

júramelo, Sam. —Él apretó suavemente sus dedos sueltos.

—No lo permitiré, Dekka. Te lo juro.

* * *

—Quédense en el interior a menos que sea absolutamente necesario —

gritó Edilio por el megáfono, usando las preciosas baterías a las que Albert

no quería renunciar. En realidad, no le importaba lo que Albert quería o no

quería.

Caminó por San Pablo, gritando a través del megáfono.

—Tenemos la gripe dando vueltas y es peligrosa. ¡Permanezcan adentro a

menos que sea absolutamente necesario! El trabajo se cancela hoy. El mall

está cerrado.

Gripe. Sí. Una gripe que te hace toser encima de tus entrañas. Era irreal,

pensó Edilio mientras caminaba hasta la mitad de la calle y repetía la

advertencia por el altavoz.

Epidemia. El llamado hospital estaba completo. A lo largo de la mañana,

niños con fiebre y tos se habían arrastrado a sí mismos al hospital. La

enfermedad se propagaba como el fuego y Lana era inútil.

No había forma de saber a cuántos mataría.

Tal vez todos los que la tuvieran.

Tal vez todo el mundo, y punto.

—Cuarentena —había dicho Dahra, golpeando su puño contra la palma—.

Tienen que cerrar todo.

—Los niños casi no tienen comida ni agua en sus hogares —había

protestado Edilio.

—¿Crees que no lo sé? —había llorado Dahra en una matizada voz

agudizada por el pánico—. Si no detenemos esta epidemia, nadie volverá a

tener sed, estarán muertos. Como Pookie. Igual que la chica Jennifer.

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Niños asomaban sus cabezas por las ventanas o salían a las calles

oscuras. Que era un poco lo contrario de lo que se pedía.

—Yo ya tuve la gripe —gritaban los niños.

—Sí, bueno, nadie es inmune —gritaba Edilio de nuevo.

—¿Cómo se supone que voy a comer?

—Supongo que te quedarás con hambre por un día. Danos tiempo para

resolver las cosas.

—¿Es esta la cosa con los bichos que salen de tu cuerpo?

¿Cómo era posible que la noticia corriera tan rápido? Todo el mundo sabía

que Roscoe estaba encerrado. No había teléfonos, ni textos, ni correo

electrónico, ni nada, y aun así los niños se enteraban de las cosas casi al

instante.

—No, no, esto es sólo gripe —dijo Edilio, estirando la verdad casi hasta el

punto de ruptura—. Tos y fiebre. Un niño ya ha muerto, así que solo

hagan lo que estoy pidiendo, ¿de acuerdo?

De hecho, tres niños habían muerto. Pookie, una chica llamada Melissa y

Jennifer H. Tres, no uno. Y tal vez más que eso, no había manera de saber

lo que estaba sucediendo en todas las casas de este pueblo fantasma. No

tenía sentido sembrar más pánico del necesario.

Una muerte debería ser suficiente para llamar su atención. Tres muertos,

además de los bichos que algunos niños apodaron gusanos y otros

llamaban gusa-cucarachas. Eso era suficiente para crear pánico.

Edilio no tenía ni idea de si una cuarentena funcionaría. Ponía a sus

muchachos para tratar de hacerla cumplir: los sheriffs, al menos, todavía

estarían en la calle. Pero, ¿qué se suponía que debían hacer si los niños

decidían ignorarlo? ¿Dispárales para salvarlos? No podía decirle a la gente

que se lave las manos: no había agua para lavarse en las casas. No podía

decirles que utilicen desinfectante para las manos: no había suficiente

para todos y lo que tenían era sólo para el hospital.

Nada podían hacer sino pedir a los niños quedarse en casa.

Probablemente demasiado tarde.

Tres muertos. Hasta ahora.

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Edilio pensó en Roscoe encerrado en su prisión. ¿Los insectos lo estarían

comiendo por dentro ya?

Pensó en Brianna. El toque sanador de Lana la había curado, pero

“Breeze” estaba conmocionada. Asustada.

Pensó en los monstruosos que eran Drake y Brittney. Pensó en Orc. Nadie

lo había visto. Muchos lo habían oído, y había unos cuantos coches

destrozados dando testimonio de su presencia.

Pensó en Howard, paseando por las calles en busca de Orc, negándose a

parar, incluso cuando Edilio le ordenó ir a un refugio y permanecer en el

interior.

Y pensó en las dos personas que habían ocupado su puesto antes que él:

Sam y Astrid. Ambos llegaron a la desesperación al tratar de mantener

este grupo de niños junto, de cara a un desastre tras otro. Ambos ahora

estaban felices de que Edilio lo manejara.

—No es de extrañar —murmuró—. Permanezcan en el interior a menos

que sea absolutamente necesario —gritó, y no por primera ni última vez,

deseó aún ser el fiel compañero de Sam.

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CAPÍTULO 16 Traducido por Angie_kjn

Corregido SOS por Caliope Cullen

33 horas, 40 minutos

l resplandeciente sol, directamente sobre su cabeza, despertó a

Orc. Le tomó un tiempo descifrar dónde estaba. Había

escritorios. De la clase de escritorios que tenían en la escuela.

Estaba en el suelo de linóleo de azulejos fríos, y los escritorios

estaban tirados y apilados alrededor suyo. Como si alguien los hubiera

tirado por todo los alrededores en un ataque de rabia.

Alguien lo había hecho. Había un tablero. Algo estaba escrito en él, pero

los ojos de Orc no podían enfocarlo lo suficientemente bien para leerlo.

Lo más confuso era el hoyo en el techo y parte de la pared que permitía

que la luz del sol entrara directamente en su cara, en sus ojos

parpadeantes. La pared había sido parcialmente destruida y sin soporte,

una parte del techo había colapsado.

Sintió algo en su mano derecha. Un pedazo de panel de yeso. Él lo había

hecho. Había atacado los escritorios, las ventanas y las paredes. Los

recuerdos eran destellos de color desaturado y salvaje, movimientos

desiguales. Vio, como si estuviera fuera de sí mismo, un monstruo con

cuerpo de roca, borracho, asaltando y arrasando y finalmente golpeando

las paredes con grandes puños de piedra.

Orc gruñó. Su cabeza palpitaba como si alguien la estuviera golpeando con

un mazo. Estaba sediento. Su estómago se sentía como si hubiera sido

llenado con carbones.

Otros recuerdos estaban regresando. Drake. Había dejado a ese psicópata

escaparse.

E

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Howard habría… bueno, actualmente, Howard no diría mucho. Howard

sabía que no debía atacar jamás a Orc. ¿Pero qué pasaba con Sam? ¿Y

Astrid?

Miedo súbito. Astrid. Drake iría tras ella. Drake odiaba a Astrid.

Debería hacer algo. Ir y… y encontrar a Drake. O cuidar a Astrid. O algo.

Astrid siempre había sido buena con él. Siempre lo había tratado bien,

como si él no fuera un monstruo. Incluso en la escuela. De repente, Orc

reconoció la habitación. Era la habitación que usaban para la detención

después de la escuela. Astrid algunas veces venia para ser su tutora.

Era verdad, que siempre le había gustado más en detención que en casa.

Orc apretó sus ojos cerrados. Necesitaba una botella. Demasiadas cosas

viniendo a su cabeza. Demasiadas imágenes y sentimientos. Notó un olor

horrible y supo de antemano que lo había causado. Cuando se desmayó

sus músculos flojearon. Se había orinado encima, y peor, estaba sobre un

charco de orina y heces.

Con un sollozo se giró sobre sus manos y rodillas. Los pantalones de

chándal de hombre gordo que usaba estaban manchados y apestando.

Ahora tendría que caminar a la playa para limpiarse. Tendría que caminar

así, como este depravado, asqueroso, borracho, apestoso monstruo.

Lo que era. Lo que siempre había sido.

Y entonces, otro recuerdo más. Un pequeño niño enfermo. Una señal de

detenerse.

Dios, no. Dios… no.

Orc tropezó por la habitación, enfermo y escurriendo y odiándose mucho

más de lo que alguna otra persona lo había hecho. Drake volvió

consciente, y estaba del mismo modo confundido de dónde estaba y por

qué. Sus manos estaban atadas detrás de la espalda, y el cable cortaba

incómodamente en la pulpa carnosa de su mano.

—Desátame —le espetó a Jamal, que dormitaba con la espalda contra una

palmera, con el rifle abrazado a su pecho como un animal de peluche.

Jamal se veía como unos seis años mayor cuando estaba dormido.

Drake notó una cuerda atada desde su tobillo hasta el tobillo de él. Lo jalo

y Jamal se despertó.

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—Desátame —repitió Drake.

Jamal se arrastró y jugueteó con el nudo hasta que Drake estuvo libre

—¿Dónde estamos? —preguntó Drake.

—Por la autopista. Ya sabes, hasta más allá de Ralph.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

—Tengo que sacar a Brittney de la ciudad —dijo Jamal—. Apenas te saqué

de la iglesia antes de que Edilio apareciera.

Drake recordaba la pelea con Brianna. Me trajo una sonrisa salvaje.

—¿Terminaste con esa delgaducha bruja pequeña? —le disparé.

Jamal se encogió de hombros—. ¿Terminaste con ella?

—No, hombre, no lo creo.

Drake lo miró duro.

—Te dije que la terminaras.

—¿Lo hiciste? —Jamal pasó la lengua por los labios—. Te vi diciendo algo,

pero estabas, tú sabes, cambiándolo todo. Fue difícil de entender.

Drake sabía que él estaba mintiendo. Jamal lo había desobedecido. ¿Pero

él realmente quería que Jamal le disparara a una persona desamparada en

el rostro?

No, él necesitaba que Jamal fuera débil. Solo un poco. Todavía…

Drake chasqueó su látigo y atrapó a Jamal por la espalda. Jamal chilló y

echó marcha atrás de inmediato.

—No me desobedezcas —dijo Drake. Luego sonrió en lo que supuso era

una forma amigable—. No es un corte muy profundo. Sólo un pequeño

recuerdo para ti.

—Quema como fuego.

—Sí, bueno, arriba hombre, Jamal. Y consígueme algo de agua. Estoy

sediento.

—No tengo nada de agua.

—Bueno consíguela.

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—¿Dónde?

Drake saltó y miro alrededor. Estaban cerca de donde el camino venia de

Coates y se encontraba con la autopista. Trató de pensar si quedaba algo

en la vieja escuela. Tenía que haber algo de agua por ahí.

O podía volverse al pueblo. Por supuesto ellos estarían preparados para él

ahora. Y para cuando llegara ahí sería el cerdo de Brittney de nuevo.

Drake sintió surgir una frustración. Si fuera solo él, iría derecho hacia el

pueblo y tomaría a todo el mundo que se metiera en su camino.

Probablemente no podría derrotar a Orc, pero podría usar ese estúpido,

gordo borracho. ¿Y Brianna? La haría caer.

Con Sam y Caine lejos, no había nadie que pudiera derrotarlo en una pela.

Pero si Brianna estaba custodiada por algunos de los chicos de Edilio con

rifles, bueno, ellos podrían ser capaces de derrotar a Jamal, y si lo

derrotaban, podrían agarrarlo cuando el Cerdo Brittney saliera. Encerrarlo

de nuevo. Y esta vez cuando Sam volviera, Sam terminaría el trabajo.

Había sido supernaturalmente fantástico recuperarse después de haber

sido cortado en tres pedazos. Pero no estaba seguro de que eso pasara si

Sam lo incineraba, si lo quemaba hasta las cenizas.

Lanzó las cenizas en el océano. Esa imagen volvió a Drake muy nervioso.

Tenía que encontrar una manera de deshacerse del Cerdo Brittney. De otra

manera dependería de Jamal. ¿Pero cómo podría hacer eso? Estaba sin

esperanza. Por un momento Drake sintió desesperación. Estaría atrapado

así por siempre.

Pero entonces, una débil esperanza. Tal vez había alguien que podría

ayudar. Sintió el toque es su mente. Nunca lo había olvidado.

—Levántate. Nos vamos —dijo Drake.

—¿A dónde? —preguntó Jamal.

—Iremos a ver… —Estuvo a punto de decir, “un amigo” Pero amigo no era

el término correcto. No era un amigo. Era mucho más.

—Mi maestro —dijo Drake, consciente del mundo. Pero cuando Jamal se

rió, Drake lo repitió, más confiadamente. Se sentía bien.

—Iremos a ver a mi maestro.

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* * *

Sanjit encontró flores con bastante facilidad. Muchas habían sido

recogidas para comer, pero todavía había jardines desatendidos detrás de

casas abandonadas donde era posible recoger una rosa pequeña o una

caléndula o lo que fuera. Realmente no sabía qué flores eran. Algunas

probablemente fueran malas hierbas.

Cuando tenía media docena se detuvo para revisar a Bowie, quien estaba

siendo vigilado por Virtue. Bowie estaba mejor hoy. Tal vez una mejoría

permanente, tal vez no. Sanjit nunca contó sus pollos antes de que

nacieran.

Virtue lo miró, y a sus flores. Miraba como si Sanjit hubiera perdido su

cabeza.

—¿Qué son esas?

—¿Estas? —Sanjit miró con fingida sorpresa al ramo—. Pienso que estas

podrían ser flores.

—Sé que son flores —dijo Virtue—. ¿Por qué estas cargando flores?

—Se las daré a alguien.

—¿A esa chica?

—Sí, Choo. Son para esa chica.

—Deberías permanecer alejado de ella. Es una chica bastante horripilante.

—Ardiente, sin embargo ¿No lo crees?

Virtue lo miró.

—¿No sabes que hay una cuarentena? ¿Dónde has estado? Se supone que

nadie debe salir.

—¿Una qué?

—Una cuarentena. La gripe está alrededor. Se suponen que todos deben

quedarse dentro.

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—He tenido la gripe antes, gran cosa —dijo Sanjit despectivamente.

—Mira, si ponen una cuarentena tienen buenas razones. No conoces a

esas personas, creo que muchos de ellos están locos. No sabes lo que

podrían hacer si te pillan fuera.

—Volveré —dijo Sanjit con un garboso guiño—. A menos que realmente

tenga suerte.

—O ella te dispare con esa gran pistola suya.

—Eso también es una posibilidad —dijo Sanjit animadamente.

Dio unos golpecitos a Bowie en la cabeza y comprobó a los otros. Luego se

dirigió fuera a la luz del sol.

Las calles de Playa Perdido nunca habían estado exactamente ocupadas.

No era Nueva York o Bangkok. Pero estaba particularmente tranquilo

ahora. Ni un alma a la vista.

Quizás Virtue estaba diciendo la verdad sobre una cuarentena después de

todo. Pero, hey, ¿qué mejor que estar con esa Lana, la Curandera?

Alcanzó Clifftop sin ver a nadie.

Empujó a través de las puertas del vestíbulo. Sabía que Lana tenía la

mejor habitación en el piso más alto, una habitación con un balcón que

miraba al acantilado, a la playa y fuera al océano.

Se enfrentó con un confuso pasillo lleno de puertas, algunas cerradas,

muchas mostrando señales de haber sido pateadas abiertas o maltratadas

para que los niños pudieran atacar los minibares.

Encontró lo que pensaba era la puerta correcta. Enderezó sus ropas y sus

flores y llamó. Desde dentro Patrick estalló en un alto ladrido.

Vio que la mirilla se oscurecía cuando alguien miró. Sonrió y saludó.

Una suave maldición desde dentro. Luego:

—Está bien, Patrick, solo es algún idiota.

La puerta se abrió. Lana tenía un cigarrillo colgando de la esquina de su

boca. Tenía su pistola en su mano.

—¿Qué? —espetó ella a Sanjit.

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—Flores —dijo Sanjit, y se las entregó.

Lana miró las flores.

—¿Estás bromeando?

—Tendría que haber comprado dulces, pero no pude encontrar ninguno.

—¿Eres retrasado? Hay una cuarentena. Supuestamente nadie debe salir.

Él había esperado una pequeña sonrisa. No detectó ninguna. En su lugar

olió el alcohol en su aliento. Aunque ella no parecía borracha, sus palabras

no estaban mal articuladas, y sus ojos completamente intensos estaban

enfocados bastante efectivos en su incredulidad.

—¿Podría entrar? —preguntó Sanjit.

—¿Entrar? —hizo eco Lana—. ¿Aquí?

—Sí. ¿Podría entrar?

Lana parpadeó.

—Bien —dijo ella, y sus cejas se alzaron cuando se sorprendió de que la

palabra saliera de su boca. Retrocedió y Sanjit pasó.

La habitación había sido una vez una estéril y anónima habitación de

hotel. Aún lo era. Lana no había colgado ningún cuadro, reunido ninguna

preciosa posesión. Sin peluches de animales en la cama. La habitación

estaba sucia, por supuesto, pero también lo estaba cada habitación en

Playa Perdido.

Olió las colillas de los cigarrillos, el whisky, y el perro. Una enorme

escopeta apoyada contra la pared. Patrick parecía casi tan agitado como

su dueña. Ni Lana ni Patrick estaban acostumbrados a recibir invitados.

Había un pequeño sol Sammy en el armario para que cuando la puerta

del armario estuviera abierta iluminara, y cuando estuviera cerrada

iluminara menos.

Sanjit cruzó hacia la puerta de cristal.

—Gran vista.

—¿Qué quieres?

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—Quiero llegar a conocerte —dijo Sanjit.

—¿Por qué?

—Eres interesante.

—Sí —dijo Lana—. Pero de ninguna manera vas a gustarme.

Sanjit se sentó en la silla del escritorio. Dejó las flores en el armario cerca

de la TV. Notó el arañazo de una espina. Estaba sangrando un poco, no

gran cosa.

—No —indicó Lana—. No voy a curar tu herida.

—Bien— dijo Sanjit.

—¿Bien? ¿Por qué bien?

—Porque cuando sujetes mi mano, no quiero que sea trabajoso para ti.

—¿Sujetarnos la mano? —Lana soltó una risa—. ¿Eso es lo que quieres?

¿Sujetar mi mano?

—Bueno, trabajaríamos en eso. Si nos gustamos mutuamente.

—No lo hacemos.

Sanjit sonrió.

—Pareces excesivamente segura de eso.

—Me conozco, y te conozco —dijo Lana—. Bien, mira, lo comprendo. Eres

una de esas personas que cree que tiene que ayudar a las personas

jodidas. O quizás te atrae la gente peligrosa y desequilibrada. Pero

escucha, yo no soy Edward y tú no eres Bella.

—No comprendo lo que quieres decir —dijo Sanjit.

—No conseguirás ningún tipo de contacto de mí, ¿vale? Eres un chico

normal, yo estoy loca, realmente no es la base para el amor verdadero.

—Oh. Crees que soy normal.

—Tu madre y tu padre eran estrellas del cine.

—Mi madre era una adolescente prostituta que murió de neumonía

después de un episodio de hepatitis. Mi padre era uno de los miles de

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tipos. Si sabes lo que estoy diciendo. —Sanjit hizo una falsa sonrisa

animada—. Siguió hasta que acepté que la mitad de lo que comí era

robado, y la otra mitad venía de alguna caridad—. Él dejó que esto lo

hundiera durante un momento—. Oh, ¿y ves esto? —abrió su boca y

señaló un hueco dónde dos muelas deberían haber estado—. Fui golpeada

realmente mal por un proxeneta que quería venderme a un tipo viejo de

Alemania.

Lana lo miró. Sanjit encontró su mirada y se negó a apartarla. Finalmente,

ella dijo:

—Bien. Quieres hablar. Hablaré, luego sigue adelante y vete —Lana

encendió un nuevo cigarrillo, dando una calada, y lo miró a través del

humo—. Fui allí para matarlo. A gaia. Conduje un tanque de propano

hasta allí, lo dejé derramarse en el hueco de la mina, y todo lo que tuve

que hacer fue encender la mecha. Los coyotes vinieron detrás de mí. Les

disparé. Aún podía haber desencadenado la explosión, pero no lo hice.

¿Esa es la historia que querías?

—¿Esa es la historia que querías contar?

—Estaba dentro de mi cabeza. No pude matarlo. En su lugar me hizo

gatear hacia él. Sobre manos y rodillas. Como un gusano. Dándome a él.

Convirtiéndome en parte de él.

Sanjit asintió porque sentía de debía.

—Me hizo disparar a Edilio. Bang. —Hizo una pantomima.

—Sobrevivió.

—Sam y Caine patearon a Gaia bastante fuerte. Fui liberada.

—Y salvaste a Edilio. Pero no quieres hablar de ello, ¿verdad?

—Ya sabes, no es algo maravilloso cuando salvas a alguien que acabas de

disparar.

—Tú no le disparaste, ese monstruo lo hizo. Ese que eras tú.

Los ojos de Lana eran tan penetrantes que él casi no podía encontrar su

mirada. Pero se mantuvo firme. Ella estaba buscando que se debilitara. O

quizás esperaba disgusto.

—Fuiste allí por ti misma para matarlo —dijo Sanjit.

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—Y fallé.

—Pero lo intentaste. Si fueras un chico, diría que tuviste un gran par de

cojones.

Lana rió, atrapada, riendo otra vez. Luego siguió riendo, parando,

intentando no reír otra vez, y fallando.

—No sé por qué estoy riendo —dijo ella, casi disculpándose y

definitivamente perpleja.

Sanjit sonrió.

—No sé por qué estoy riendo —dijo Lana otra vez.

—Probablemente estás un poco estresada —dijo Sanjit secamente.

—¿Tú crees?

Lana rió otra vez y Sanjit se dio cuenta que realmente estaba disfrutando

de su risa. No era absurda o histérica. Era, como todo en esta extraña

chica, sabia, sarcástica. Profunda. Fascinante.

—Oh, chico —dijo ella, aleccionando—. ¿Es por eso que estás aquí? ¿La

risa es la mejor medicina? ¿Es eso? ¿Soy tu acto de caridad o qué? ¿Curar

a la Curandera con el poder de la risa?

La fuerza completa de su cinismo estaba exponiéndose de vuelta.

—No creo que quiera curarte—dijo Sanjit.

—¿Por qué no? —dijo ella bruscamente— Quiero decir, no mientas, ¿vale?

Estoy tan loca como puede estarlo una chica. Soy un monumento a

cagarla. ¿Por qué no quieres curarme? ¡Soy un monstruoso caos!

Sanjit se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Crees que si estoy echada a perder, será fácil meterte en mis pantalones,

¿verdad? ¿Soy un objetivo fácil?

—Lana —dijo Sanjit—, llevas una pistola y parece que la usarás. Tienes un

perro. Intentaste matar a un monstruo por ti misma. Confía en mí cuando

digo, nadie. Nadie. Nadie te mira y piensa, “será fácil”.

—Lana suspiró cansadamente, pero Sanjit no creyó en el suspiro y el

cansancio. No. Ella no estaba cansada de él.

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Dijo.

—Te vi. Oí tu voz. Conecté. No fue muy complicado. Solo tuve una

sensación...

—¿Una sensación?

Sanjit se encogió de hombros.

—Sí. Una sensación. Como todo en mi vida, desde los callejones en

Bangkok, a los veleros y la isla privada, a venir aquí como una persona

loca intentando hacer volar un helicóptero, como todo eso, desde el

nacimiento a ahora, desde el punto A al Z, todo era un gran engaño

cósmico para conocerte.

—Lo que sea —dijo ella despectivamente.

Él esperó.

—El otro día dijiste que era la segunda chica más valiente que has

conocido. ¿Quién fue la primera?

La sonrisa de Sanjit desapareció. En el espacio de un latido él estaba allí

de vuelta, en ese callejón sucio oliendo el pescado podrido, el curry y la

orina.

—¿El proxeneta que me partió los dientes? Iba a terminar conmigo —dijo

Sanjit—. ¿Sabes? Por enviar el mensaje que no se lo podía rechazar. Tenía

un cuchillo. Y hombre, yo ya estaba medio muerto. Ni siquiera podía

moverme. Y esta chica estaba allí. Ni idea de dónde salió. Nunca la había

visto antes. Ella, uh...

De repente, para su propio asombro, no pudo hablar. Lana esperó hasta

que él encontró su voz otra vez.

—Ella fue al chico y solo dijo, “no le hagas más daño”.

—¿Y te dejó ir? ¿Solo así?

—No precisamente. Ella era una chica bonita, quizás once o doce años. Así

que, ya sabes, un joven chico de buen ver vale algún dinero para un

proxeneta. Pero una chica bastante joven, bueno, ella valía más la pena.

—¿La tomó?

Sanjit asintió.

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—Estuve enfermo durante una semana, creo. Aunque iba a morir. Gateé

lejos del montón de basura... de alguna manera, cuando fui capaz de

moverme otra vez la busqué. Pero no la encontré.

Los dos estaban sentados mirándose mutuamente. Pareció durar bastante

tiempo.

—Tengo que ir a la ciudad —dijo Lana finalmente—. Al parecer no puedo

curar la gripe. Tanto para ser la Curandera. Pero al menos puedo tratar

con los huesos rotos habituales y las quemaduras y cosas así.

—Por supuesto —dijo Sanjit y se puso de pie—. Te dejaré ir.

—No dije que pudieras venir conmigo —gruñó prácticamente Lana.

Sanjit suprimió la sonrisa que quería desesperadamente romper a través

de su cara.

—Cuando estés lista.

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CAPÍTULO 17 Traducido SOS por Eli25

Corregido SOS por Iska

33 horas, 14 minutos.

ekka, despierta.

Sus ojos se abrieron. Ella parpadeó hacia Sam. Era

de día completamente. Ni siquiera temprano por la

mañana. Ella había dormido mucho tiempo.

Una afilada toma de respiración. Saltó y comenzó a golpear su cuerpo,

probando, empujando, intentando sentir algo que no debería estar allí.

La chuleta en su hombro ardía como el fuego.

Su estómago gruñó. Sus pies dolían. Sus espinillas arañadas dolían, así

como su espalda por dormir sobre una roca.

—Estoy toda dolorida —dijo Dekka.

Sam parecía preocupado.

—Quiero decir, eso es bueno. Hunter no podía sentir nada, ¿verdad?

Sam asintió.

—Sí. Sí, eso es bueno. Así que ¿adivino que quemar un agujero en ti fue

algo bueno?

—No estoy lo bastante dispuesta a encontrar eso divertido, Sam. ¿Dónde

está Jack?

Sam señaló hacia la cima de una colina. Estaban en un lugar muy seco y

vacío. La colina no era mucho más de doscientos pies de alta y era más un

montón de tierra que una montaña.

Jack estaba en la cima, haciendo sombra a sus ojos y mirando al noreste.

—D

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—¿Qué ves? —le gritó Sam.

—Hay un lugar por ese camino que parece como si estuviera ardiendo

completamente.

Sam asintió.

—Sí. La casucha del ermitaño. ¿Qué más?

—Montones de colinas con apariencia resistente, todas rocosas y eso —

gritó Jack. Comenzó a bajar pero la arena estaba suelta, así que se deslizó

y se escurrió y cayó. Luego se puso de pie otra vez y saltó.

Saltó treinta pies y aterrizó muy cerca de Sam.

—Tío —dijo Sam.

—Huh —dijo Jack—. Nunca me había dado cuenta de que podía hacer eso.

—Podrían haber otras maneras en las que puedas usar esa fuerza —dijo

Sam.

—Desearía poder usarla para encontrar algo de agua.

—Dekka, ¿qué piensas? ¿Subimos esas montañas o vamos a través de la

zona quemada?

—Odio subir.

—El pozo de mina no está muy lejos de la casucha —señaló Sam.

—Sí. Recuerdo dónde está —dijo Dekka—. Solo no vayamos allí.

No estaba lejos de la casucha. O, más exactamente, de los pocos palos

quemados que marcaban la casucha del Ermitaño Jim. Sam sacó el mapa

otra vez. Midió con sus dedos.

—Parece que está como a seis o siete millas del lago. Adivino que todos

conseguiremos una bebida cuando lleguemos allí.

Las colinas de Santa Katrina estaban a su izquierda ahora. Eran piedras

desnudas y arena, y algunas de las formaciones rocosas parecían como si

hubieran sido empujadas fuera de la tierra, como si la arena aún se

estuviera deslizando fuera de ellas. A la derecha estaba la montaña más

alta y la grieta en esa montaña, la cual escondía al fantasma de la ciudad

y el pozo de mina.

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Ninguno de ellos hablaba de ese lugar.

Fue una hora de caminata sedienta a través de tierras estériles antes de

que alcanzaran una alta valla de cadenas. La arena era la misma al otro

lado de la valla. Tan lejos como podían ver, no había nada que necesitara

ser vallado.

Había una señal polvorienta y de metal oxidado.

—“Aviso, área restringida” —leyó Jack en alto.

—Sí —dijo Sam—. Somos sujetos para buscar.

—¿Cuán genial sería si alguien llegara y nos arrestara? —dijo Dekka

tristemente.

—Jack, tira abajo la valla.

—¿De verdad?

—La barrera está en el camino —señaló Sam—. Deberíamos golpear la

barrera y seguir hacia el lago. Y como Dekka dice: “si hay alguien aquí

para arrestarnos, sería genial. Tendrían que alimentarnos y darnos algo de

beber”.

Sam no estaba bastante seguro de lo que esperaba encontrar en la base de

la Guardia Aérea Nacional de Evanston. No estaba bastante seguro de lo

que había estado esperando. Quizás unos barracones llenos de soldados.

Eso habría sido excelente. Pero, fallando eso, quizás un tanque gigante de

agua. Eso habría sido bonito, también.

Lo que encontraron en su lugar fue una serie de búnkers subterráneos.

Eran idénticos en el exterior: derramando rampas de hormigón que

guiaban a puertas de acero. Jack pateó la primera para abrirla.

Sam proporcionó iluminación. Dentro había una habitación larga y baja.

Completamente vacía.

—Probablemente guardaban bombas aquí o algo.

—No hay nada aquí ahora —dijo Jack.

Abrieron cuatro más de los búnkers antes de admitir que no había nada

para encontrar.

Deambulando a través del campo del búnker llegaron a un camión con las

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llaves en la ignición. La batería estaba muerta, pero había una botella de

litro de agua Arrowhead medio llena.

Los tres descansaron en la sombra del camión y compartieron el agua.

—Bueno, eso fue decepcionante —admitió Sam.

—¿Querías encontrar bombas? —preguntó Dekka.

—Un suministro gigante de esas comidas que comen los soldados, ¿cómo

se llaman?

—CLC —dijo Jack—. Comidas listas para comer.

—Sí. Algunas de esas. Como, quizás, un millón de esas.

—O al menos que el camión pudiera haber funcionado para poder

conducir y no caminar —gruñó Dekka.

Comenzaron a caminar otra vez. El medio litro de agua ya parecía como un

recuerdo distante. Comenzaron a notar la oscuridad de la barrera

acercándose por delante. Esta se levantaba verticalmente desde la tierra y

los arbustos.

—Bien, vamos a la izquierda. Vayamos a encontrar ese lago y volvamos a

la ciudad —dijo Sam.

Mantuvieron la barrera a su derecha. El terreno se estaba poniendo más

difícil con profundas zanjas como lechos de río secos, grietas, en la

suavidad del desierto.

Por delante, brillando como un espejismo, había un edificio bajo que le

recordó a Sam el tipo de edificios escolares “temporales” a los que algunas

veces recurrían. Había unas pocas ventanas, y estas mostraban los

listones de madera horizontales de antiguas persianas. Las unidades de

aire acondicionado sobresalían en las paredes de varios lugares.

En un área de aparcamiento había más tierra coloreada con camiones de

camuflaje. Un par de coches civiles. Todos cercanos al lejano cuadrado

entre las líneas blancas.

Una alta antena apuñalaba el cielo. Y, más allá del edificio, un caos

derrumbado de enormes bloques de óxido y ocre y polvorientos.

—Hey, ¡eso es un tren! —dijo Jack.

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Sam comprobó el mapa. Solo ahora notó la línea cruzada que salía

indicando una vía de tren. No había sabido qué era eso antes.

Sam deseó haber pensado en traer los prismáticos. Había algo en ese

edificio. Estaba demasiado aislado. Aunque, se recordó Sam, podrían

haber un montón de edificios justo más allá de la pared de FAYZ. Así que

quizás este edificio era justo el borde de un gran complejo.

Pero no se sentía de esa manera. Se sentía como si este lugar estuviera

deliberadamente lejos de algo más. Dudó en si se notaría desde una foto

de satélite. Todo, excepto los pocos coches, estaba pintado del mismo color

ocre como el vacío de alrededor.

—Vayamos a comprobar el edificio primero.

La puerta estaba sin cerrar. Sam la abrió precavidamente. El polvo y la

suciedad se habían filtrado en el pulido suelo de linóleo. Una sala

principal, dos pasillos que se alejaban y dos oficinas privadas detrás de las

divisiones de cristal. Había media docena de escritorios pintados de gris en

la sala principal y sillas de oficina con ruedas de estilo antiguo, algunas

con cojines desiguales. Los ordenadores en los escritorios estaban en

blanco. Las luces apagadas. El aire acondicionado obviamente apagado,

también. La sala era sofocante.

Sam miró las fotos enmarcadas en un escritorio: la familia de alguien, dos

niños, una esposa y o una madre o una abuela. Señaló una pelota anti-

estrés en otro escritorio. Había carpetas de apariencia oficial y estanterías

de antiguos discos de ordenador.

Todo estaba polvoriento. Las flores en un diminuto jarrón eran solo palos.

Los papeles se habían derramado desde los escritorios hasta el suelo.

Era inquietante. Pero habían visto de todo completamente inquietante:

coches abandonados, casas vacías, negocios vacíos.

Una cosa que no habían visto en mucho tiempo: un bote de Nutella estaba

abierto en un escritorio, la tapa en ninguna parte para ser vista, y una

cuchara al lado.

Los tres saltaron como uno.

—¡Se dejaron algo! —gritó Jack con un tipo de puro disfrute que debería

haber señalado el descubrimiento de algo mucho más importante.

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Sam y Dekka sonrieron. Era un bote grande, y al menos estaba medio

lleno.

Jack levantó la cuchara. La Nutella goteó lánguidamente.

Jack cerró sus ojos y metió la cuchara en su boca. Sin una palabra le

entregó la cuchara a Dekka.

Era como un ritual religioso, como la comunión. Los tres tomaron

cucharadas, uno después del otro, en silencio, con asombro por la

maravilla del intenso sabor, de la dulzura después de tanto pescado y

repollo.

—Ha pasado como, ¿cuánto tiempo? —preguntó Dekka—. Es dulce.

—Dulce y cremoso y achocolatado —dijo Jack de forma soñadora.

—¿Por qué aún está cremoso? —preguntó Sam.

Jack tomó la cuchara. Se congeló.

—¿Por qué aún está cremoso? —se hizo eco él.

—Este bote ha tenido que estar abierto desde hace meses, antes de que el

FAYZ cayera —dijo Sam—. Ahora estaría todo seco. Todo crujiente y duro.

—Aún me lo comeré —dijo Dekka atrevidamente.

—Esto no fue abierto hace meses. Esto no ha estado abierto durante más

de unos pocos días —dijo Sam. Dejó el bote—. Hay alguien aquí.

Jack había comenzado a leer algunos de los papeles desparramados

descuidadamente.

—Esto era una estación de búsqueda.

Dekka estaba tensa, mirando alrededor por intrusos, enemigos.

—¿Búsqueda de qué? ¿Armas? ¿Extraterrestres?

—Proyecto Cassandra —leyó Jack—. Ese es el encabezado de muchos de

los informes y cosas. Desearía poder conseguir entrar en esos

ordenadores.

—Hay alguien aquí —dijo Sam, pegado al hecho más importante—. Alguien

que puede desenroscar una jarra de Nutella y comérsela con una cuchara.

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Lo cual no lo hace un coyote. Aquí hay una persona.

—¿Alguien de Playa Perdido? —preguntó Dekka—. Quizás alguien que dejó

la ciudad y encontró este lugar y nunca volvió. No es como si notásemos a

todos los que se han ido.

—O alguien de Coates. —Sam hizo un movimiento con su mano, indicando

en silencio que iría por el pasillo a la izquierda y Jack y Dekka deberían

estar listos para respaldarle.

No era un pasillo largo, solo cuatro puertas a cada lado. Luz lechosa

llegaba a través de la ventana de un cristal armado en la puerta al final del

pasillo.

Sam abrió las puertas, una por una. Las dos primeras abrieron a oficinas

privadas vacías. La siguiente abrió a una sala sucia con una mesa de

metal y sillas, enfrentándose. Una pantalla estaba en la pared. Un

portapapeles en el suelo.

Sam lo recogió.

—Proyecto Cassandra —leyó en voz alta—. Sujeto 1-01. Número de

examen GV-788.

Situó el portapapeles en la mesa y fue a la siguiente habitación.

Abrió esta sala e instantáneamente supo que había alguien dentro. Incluso

antes de ver a nadie.

Esta sala tenía una ventana de cristal normal y el brillo del sol se vertía

dentro. Había una cama, un escritorio, una gran TV blanca en una pared,

los mandos de un juego polvorientos debajo de la pantalla.

Los libros estaban apilados altos a un lado de la mesa.

Y un libro estaba en las manos de un chico sentado en una silla reclinable

con sus pies encima del escritorio. Quizás tenía doce años. Su pelo negro

colgaba por su espalda casi hasta su cintura. Probablemente sería alto

cuando se pusiera de pie. Delgado. Vestido con pantalones, deportivas y

una camiseta negra y blanca de Hollywood Undead.

—Hola —dijo Sam. Él frunció el ceño.

El chico apenas reaccionó.

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—¿No te conozco? —presionó Sam.

El chico le miró con ojos cerrados como rendijas. Sonrió un poco. Parecía

querer volver a su libro.

—Tío —dijo Sam—. ¿No eres Toto?

Las cejas del chico se levantaron. Sus labios temblaron. Dijo:

—¿Es él real?

Estaba hablando a la cabeza de Spiderman de poliestireno tamaño real,

completa con capucha azul y roja, que descansaba en una estantería.

—Soy real —dijo Sam. Luego gritó—. ¡Dekka! ¡Jack!

—¿Por qué está gritando? —preguntó Toto a Spidey—. Podría ser un

Decepticon.

—No soy un Decepticon —dijo Sam, sintiéndose un poco ridículo.

—Eso es verdad —dijo Toto a Spidey—. No es un Decepticon. Pero quizás

trabaja para los dementores, para Sauron, para el demonio.

—¿De qué estás hablando, Toto? —preguntó Sam.

Jack y Dekka llegaron corriendo.

—¿Quién? —dijo Dekka.

—Él sabe de lo que estoy hablando —le dijo Toto a Spiderman—. Adivina,

está probando. “¿De qué estás hablando, Toto?”, dice. Cierto. Lo sabe.

Conoce al demonio.

—No trabajo para nadie —dijo Sam.

—Mentira, mentira, pantalones en llamas. Alguien te envió.

—Albert, pero...

—Ellos siempre intentan mentir, pero nunca funciona, ¿verdad? —dijo

Toto.

Sam se giró hacia Dekka.

—Creo que nuestro chico aquí ha estado solo durante mucho tiempo.

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—Se refiere a que estoy loco. —Toto se dirigió directamente a Dekka, no a

Spiderman, aunque volvió a mirar a la cabeza de Spidey y pareció indeciso

entre Dekka y el lanza-telarañas—. El que dice la verdad, el que dice la

verdad, Toto.

—¿Eres el sujeto de prueba 1-01? —preguntó Jack.

Toto no pareció oírlo. Pero ahora las lágrimas estaban manando de sus

ojos.

—Uno cero uno. Sí. Uno cero dos, lo que le ocurrió, ¿quieres oírlo?

—Sí —respondió Sam.

—¿Deberíamos decírselo, Spidey? —Toto desnudó sus dientes y gruñó—.

Ella solía vivir a través de la pared. Darla. Tenía ocho años. Todas sus

cosas eran de Hello Kitty. Podía caminar a través de las paredes. No quería

quedarse, quería irse a casa, así que intentó caminar justo directo a través

de la pared al exterior y los guardias la aturdieron cuando pasó a través, y

¿sabes lo que ocurrió?

—Cuéntanoslo.

—Él no quiere saberlo, no realmente, ¿verdad? —preguntó Toto a Spidey—.

Él ha visto cosas muy malas, ¿verdad? Pero se lo diré de todas formas, lo

cual es que la Taser la congeló a medio camino a través de la pared. Ella

murió. Tuvieron que romper un agujero en la pared para sacarla de allí.

—El gato de Albert —dijo Jack.

Sam asintió. Todos habían oído la historia del gato teletransportado que

calculó erróneamente y se solidificó con un libro dentro.

—No están sorprendidos —dijo Toto. Ladeó su cabeza y la sacudió una y

otra vez, enormemente divertido por alguna broma secreta—. Lo saben,

¿verdad? —preguntó a Spidey.

—Sí, lo saben —dijo Sam. Levantó su mano, la palma hacia fuera, y

disparó un brillante rayo verde a la cabeza de Spiderman. La tela de la

capucha se prendió en llamas y el poliestireno del interior se derritió.

La cara pálida de Toto se puso más pálida. Tragó fuerte y miró

directamente a Sam por primera vez.

—Lo siento, hombre —dijo Sam—. Pero, honestamente, todos tenemos la

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locura de poder quedarnos. Y no tenemos todo el día.

—Sí, está diciendo la verdad, tiene prisa.

—Aún le está hablando a Spiderman —señaló Dekka—. Está chalado.

—Sí, bueno, todos estamos un poco chalados, Dekka —dijo Sam.

—No, él no está chalado, el chico Sam —dijo Toto y sacudió su cabeza una

y otra vez. Luego, astutamente, añadió—: De alguna manera, él no cree

estarlo.

—Estamos buscando un gran lago. Lago Tramonto. ¿Sabes cómo llegar

allí?

—No sabemos cómo llegar a ninguna parte —dijo Toto. De repente parecía

como si pudiera llorar—. ¿Dónde está Spidey?

—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó Sam impacientemente.

Fue Jack quien respondió.

—Un poco más de un año. La fecha de inicio para el sujeto 1-01 fue varios

meses antes del FAYZ.

Sam pensó en ello durante unos pocos segundos, preguntándose qué

hacer. No podía solo abandonar al chico y alejarse. ¿Podía? Especialmente

después de haber quemado impacientemente a Spidey.

Por otra parte, lo último que necesitaba era a otra persona para mantener

el ritmo. Y no parecía como si este chico fuera a alguna parte. Sam

siempre podía recogerle después. Y, en cualquier caso, si encontraban el

lago entonces toda la ciudad probablemente se estaría trasladando y

pasarían por este camino otra vez.

—Escucha, Toto, voy a pretender que no estás completamente loco. Voy a

dejarte. Así podrás venir con nosotros y comenzar a actuar al menos uno

poco normal o quedarte aquí. Tú eliges.

Toto siguió mirando al marrón y negro magma que había sido la cabeza de

poliestireno. Pero entre medias miraba a Sam y a Dekka e incluso a Jack.

—¿Qué tienes para comer? —preguntó Toto.

—Pescado seco. Repollo. Alcachofas.

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Para la sorpresa de Sam, Toto literalmente se lamió los labios.

—Tienes algunas otras cosas también, pero no quieres compartirlas. Está

bien. Solo tengo Nutella. Desde entonces.

—Debes tener un montón de Nutella —dijo Dekka, incapaz de ocultar su

esperanza codiciosa.

—Sí.

—Muéstranoslo —dijo Sam—. Muéstranos lo que tienes. Entonces iremos

a encontrar ese lago.

Sam guió el camino a fuera. Jack y Dekka cayeron a su lado.

—Ellos lo saben, ¿verdad? —preguntó a Jack.

Jack aún tenía un puñado de papeles sacados de uno de los escritorios.

—Sí —dijo Jack, aún fascinado, leyendo a través de las hojas impresas de

datos cuando caminaba—. No creo que sepan qué o sepan lo que estaban

causándole. Pero lo sabían.

—¿Qué sabíamos? —preguntó Dekka.

—Quien fuera el que estuviera recorriendo este lugar —dijo Sam,

enfadado—. Sabía que algo estaba pasando con los niños de Playa Perdido.

Jack le alcanzó, agarró su hombro y le entregó un trozo de papel.

—Una lista de nombres.

Los ojos de Sam fueron directamente a su propio nombre, tercero en una

lista de cinco nombres.

—Toto, Darla, yo, Caine y Taylor. —Empujó el papel furiosamente de

vuelta a Jack—. No todos los fenómenos pero sí algunos de nosotros, de

todas formas.

No sabía qué decir o pensar. Eso le hizo enfadar, pero ni siquiera sabía por

qué debería. Por supuesto ellos querrían aprender sobre los niños que de

repente habían desarrollado poderes sobrenaturales.

Y, por supuesto, querían mantenerlo en secreto.

Pero eso todavía le hizo enfadarse y le molestaba.

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—Esto significa que lo saben. La gente del exterior, han sido capaces de

adivinar algo de lo que ocurrió.

—Los datos reales están en esos ordenadores —dijo Jack—. Esta

impresión es solo un pequeño expediente. Si la energía estuviera de

vuelta...

Sam miró la barrera cerca de su mano. Y se preguntó, no por primera vez,

qué tipo de bienvenida conseguirían si esa barrera cayera.

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CAPÍTULO 18 Traducido SOS por AleG y AntoD

Corregido SOS por Iska

32 horas, 36 minutos

oto los llevó desde el edificio hasta el tren.

Era más lejos de lo que Sam había pensado. Era un truco de

perspectiva en el desierto vacío el que había ocasionado que el tren

se viera justo al lado del edificio. De hecho, estaban a diez minutos

a pie.

Había unos motores diésel de Union Pacific, dos amarillos y uno negro.

Ambos seguían en posición vertical sobre la pista.

Detrás de los motores había un furgón de color rojizo, también sobre la

pista.

Detrás de eso todo era un desorden. Había siete vagones descarrilados de

las plataformas. De cada uno se habían caído dos contenedores, grandes

cajas rectangulares de acero, sobre la tierra y los árboles atrofiados.

Al final del otro extremo, la barrera había cortado un furgón por la mitad.

La barrera se había roto en el lugar, partiendo el furgón de color naranja

oscuro en dos, y el cambio repentino había tenido que destruir los otros

coches.

Pero Sam, Dekka y Jack no estaban muy interesados en tal especulación.

Docenas de cajas enrolladas en plástico habían sido arrojadas por las

pistas y el suelo desde el furgón partido.

Cada una de las cajas estaban amontonadas de Nutella.

—Eso son como cientos y cientos de frascos —dijo Sam.

—Miles —contestó Jack—. Miles. Somos… somos ricos.

T

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Si cada frasco tuviera un diamante gigante, Sam seguiría prefiriendo la

Nutella.

—Este es el más grande descubrimiento en la historia del FAYZ —dijo

Dekka, hablando como si estuviera presenciado un milagro.

—¿Qué es una fase? ¿Qué quieres decir con una fase?4 —preguntó Toto.

—FAYZ. Zona de Juventud de las Consecuencias del Callejón5 —murmuró

Sam distraídamente—. Se supone que es gracioso. Amigo, ¿qué hay en el

resto de los contenedores?

Toto parecía incómodo. Se retorció tanto que parecía que estuviera

bailando.

—No lo sé.

—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿Estás mintiendo? —demandó

Dekka bruscamente.

—No miento —dijo Toto, sus ojos brillando—. Soy Toto, el que dice la

verdad, sujeto 1-01, no Toto el mentiroso.

—Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Nunca miraste en cualquiera de estos

contenedores? Hay catorce contenedores más aquel furgón. ¿Cómo es que

no lo sabes? —Dekka estaba haciendo un escándalo.

Toto hizo su retorcido baile otra vez.

—No pude abrirlos. Están bloqueados. Y son de acero. Los golpeé con

sillas, pero no se abrieron.

Sam, Dekka y Jack miraron al chico extraño.

Luego miraron los contenedores.

Y luego se miraron el uno al otro.

—Bien —dijo Sam—. Creo que nosotros los podemos abrir.

Aproximadamente ocho segundos después, Sam había quemado la

cerradura del contenedor más cercano. Jack abrió la puerta.

4Juego de palabras por el parecido a la hora de pronunciar en inglés FAYZ y fase. En

español pierden esta cualidad. 5Traducción de FAYZ al español (Fallout Alley Youth Zone).

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El contenido del contenedor estaba envuelto en plástico, pero aun así eran

inconfundibles.

—¿Inodoros? —dijo Dekka.

Muchas de las partes de porcelana estaban agrietadas por la caída, los

fragmentos permaneciendo en su lugar por el apretado envoltorio.

Un segundo contenedor reveló más inodoros.

El tercer contenedor tenía miles de medianas cajas de cartón. Las cajas

contenían gorras de beisbol. Gorras de los Dodgers6.

—Talla única —dijo Dekka, disgustada—. Pero soy fan de los Angels7.

—Nos va tomar un tiempo revisarlo todo —dijo Sam—, pero creo que

probablemente vale la pena.

El cuarto tenía muebles de mimbre para el jardín.

—O no —refutó Sam, disgustado.

El quinto contenedor contenía macetas de mimbres y frascos rotos de color

terracota, así como figuras de yeso para el jardín: querubines, gnomos y la

Virgen María.

El sexto contenía pintura para casas y pintura para adornar.

El séptimo era mejor, una carga mixta: cartones de fideos con sabor a

camarones, pollo con sabor a ramen, filtros y máquinas de café y cajas de

té de todos los sabores.

—Ojalá hubiera tenido algunos de estos fideos —Toto dijo con nostalgia—.

Hubiera sido bueno tener fideos.

—Los fideos están bien —Sam estuvo de acuerdo.

—Yo no diría que no a algunos fideos —dijo Jack.

—¡Cierto, una declaración verdadera! Él no diría que no a los fideos —

balbuceó Toto.

El octavo contenedor estaba vacío. Nada.

6Dodgers: equipo de béisbol americano. 7Angels: equipo de béisbol americano.

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El noveno tenía dos piezas grandes de una maquina industrial.

—Megamaquinarias —dijo Jack, inventándose la palabra—. Ya sabes.

Como tornos industriales o lo que sea.

—Sí, grandioso —dijo Dekka—. Todo lo que necesitamos son doscientos

veinte voltios y podemos colocar una tienda de máquinas.

Sam estaba empezando a sentirse ansioso. Los fideos y la Nutella estaban

bien. Maravillosos, de hecho. Milagrosos. Pero él había estado esperando

por más comida, más agua, más medicinas, algo. Absurdamente era como

la mañana de Navidad cuando él era pequeño: esperando por algo a lo que

ni siquiera le podía poner un nombre. Un juego revolucionario. Algo…

increíble.

Cuando Jack abrió el décimo contenedor se quedó ahí, mirándolo

fijamente.

Sam dijo:

—Bien, ¿qué es?

No hubo respuesta.

Sam se inclinó sobre el hombro de Jack para mirar. Fila tras fila de

pesadas cajas. Cada caja estaba simbolizada con el logo de Apple.

—¿Ordenadores? —preguntó Sam—. ¿O iPods? —Tampoco serían de

ninguna utilidad.

Finalmente, Jack se movió. Corrió hacia la fila más cercana. Luego dudó.

Cuidadosamente se limpió las manos en sus pantalones. Luego arrancó la

envoltura de plástico y gentilmente, cuidadosamente, abrió la primera

caja.

Con dedos temblorosos sacó la primera caja blanca. En la caja había una

foto de un ordenador portátil.

—Eso sería genial si tuviéramos internet —dijo Sam—. O electricidad.

—Ellos las envían totalmente cargadas —espetó Jack, enojado por la

interrupción de Sam. Como cuando Sam había empezado a hablar en la

iglesia—. Han estado aquí durante tanto tiempo... pero quizás todavía

tengan batería.

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—Está bien —dijo Sam—. Así podrás jugar a algunos juegos. Pasemos al

siguiente.

—¡No! —gritó Jack, su voz en algún lado entre la angustia y la euforia—.

No. Tengo que… Tengo que ver.

Se pasó cinco minutos abriendo cuidadosamente la caja, sacando las

piezas de la espuma de poliestireno como si fueran delicadas obras de arte.

Era como presenciar algún extraño y profundo ritual religioso. Sam logró

moverse. Él nunca había visto a Jack tan emocional.

Pacientemente recogió el pequeño trozo de cinta que sujetaba la delgada

espuma del portátil.

Y, finalmente, sostuvo el plateado portátil en sus temblorosas manos como

si estuviera sosteniendo a un bebé.

Lo giró. Por ahora, el suspenso estaba llegando incluso a Sam.

Jack cerró los ojos, tomó aire, se volvió al portátil y presionó la luz que

indicaba la batería. Dos pequeñas luces verdes brillaron.

—¡Dos! —exclamó Jack—. ¡Dos! Tenía miedo de que fuera solo una —

suspiró—. Dos. Son quizás una hora y media. Tal vez dos horas, incluso.

—Amigo. ¿Estás llorando?

Jack se secó los ojos.

—No. ¡Jesús!

—Está mintiendo, está llorando —Toto gritó inútilmente.

—¿Necesitas algo de tiempo? —preguntó Sam. Dudaba que algún poder en

la tierra pudiera convencer a Jack de continuar.

Jack asintió.

—Está bien. Dekka y yo miraremos en el siguiente.

El onceavo contenedor contenía más muebles para el jardín.

El doceavo contenedor estaba lleno de arriba a abajo de la cosa más

maravillosa que Sam y Dekka habían visto en sus vidas. Esta vez eran

ellos los que estaban petrificados, asombrados, vencidos por la emoción.

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No había duda con ese logo.

—¿Puedes adicionarle Pepsi a una taza de fideos? —preguntó Dekka.

Ellos saltaron hacia las latas envueltas en plástico y arrancaron algunas.

¡Psst!

¡Psst!

¡Psst!

El sonido que no había sido escuchado en FAYS por meses se escuchaba

de nuevo. Las latas fueron abiertas y Sam, Dekka y Toto bebieron

profundamente.

—Oh —dijo Dekka.

—Demasiado bueno —dijo Toto.

—Es… Es como si la vida estuviera bien de nuevo. Como si el universo

finalmente se decidiera a sonreírnos —dijo Sam con una enorme sonrisa.

Eructo.

—Oh, sí —dijo Dekka— El eructo de la gaseosa.

Los tres estaban sonriendo.

—¡Jack! —gritó Sam.

—¡Estoy ocupado! —gritó Jack de vuelta.

—Ven aquí. ¡Ahora!

Jack vino corriendo como si estuviera esperando problemas. Un sonriente

Sam sostenía una lata para él.

—¿Eso es…?

—Sí —Sam le aseguró.

Psst!

Eructo.

Jack comenzó a llorar, sollozando y bebiendo, eructando y riendo.

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—¿Nos vas a volver locos, Jack? —preguntó Dekka.

—Es solo que… —él no podía encontrar las palabras.

Sam colocó su brazo sobre los hombros de Jack.

—Sí, amigo. Es demasiado, ¿no es así? Quiero decir, demasiado como era

el mundo antes.

—Como ratas —Jack dijo a través de sus lágrimas.

—Todos comemos ratas —dijo Dekka—. Y también nos alegramos de

conseguir unas bien jugosas.

—Es cierto —murmuró Toto con cierta preocupación— Ellos comen ratas.

No habían mencionado las ratas antes, Spidey.

El sol era el de bien pasado el mediodía. Sam dijo:

—Tenemos que revisar los últimos contenedores. Vamos a movernos. Solo

porque estemos viviendo un buen momento no quiere decir que la gente en

casa lo esté viviendo también.

—No necesitamos encontrar agua, ¡tenemos Pepsi! —dijo Jack.

—Lo cual es genial —dijo Sam—. Podría durar algunos días. Si pudiéramos

conseguir llevarlas a la ciudad.

Eso hizo aterrizar a Jack. Asintió enérgicamente y dijo:

—Tienes razón. Lo siento. Solo estaba… no sé. Por unos minutos fue como

si todo esto hubiera terminado.

Solo para hacer algo diferente fueron al furgón. Al instante en el que se

deshicieron de la puerta fueron atacados por un olor muy dulce.

El furgón estaba lleno de naranjas. Pero eso solo era obvio por las alegres

marcas en los pisos. Las naranjas hacía tiempo que se habían podrido por

el calor. Un líquido pegajoso cubría el suelo del coche. De algunas de las

cajas brotaban crecimientos fantásticos de moho peludo.

—Es un poco tarde para esto —dijo Sam con pesar.

—Las naranjas hubieran sido buenas —dijo Toto.

El último era un contenedor con una carga mixta: destornilladores, sierras

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y diversas herramientas de la marca Stanley y un equipo de ejercicios de

varias clases.

Pero por ahora a nadie le importaba, porque el siguiente contenedor era el

que pesaba sobre sus mentes.

El treceavo contenedor había sido cargado con misiles portátiles.

* * *

La alarma del hospital había sonado incluso peor después del incendio.

Porque luego los niños habían gritado. Habían estado gritando el nombre

de Lana.

No había gritos esta vez, notó Lana. Tos. Áspera y profunda tos. Como si

los niños hubieran intentado toser sus pulmones hacia afuera.

Dahra estaba de pie sobre una de las cunas, sosteniendo un paño húmedo

sobre la cabeza de un niño. Ella no se había dado cuenta de que Lana

caminaba con Sanjit.

Lana hizo un rápido conteo. ¿Veinte? ¿Veintiuno? Algunos de ellos estaban

en cunas, algunos en colchones cubiertos con amontonadas mantas de

una docena de casas, una docena de camas. Algunos acostados con muy

poca ropa sobre el frío suelo.

Y la mayoría estaban tosiendo, tosiendo y tosiendo.

Dahra levantó la mirada al oír sus voces.

—Lana. Gracias a Dios. ¿Quieres intentarlo de nuevo?

Lana extendió sus manos, indefensa.

—Voy a hacer lo que sea. Pero la magia ya no está funcionando.

Dahra se secó el sudor de la frente. Se veía como si no hubiera dormido.

Quizás nunca.

—Mira, se llaman infecciones secundarias. Alguien se infecta de un virus y

luego alguien más también. Muchas veces eso es lo que mata a la gente.

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—Tú eres la jefa —dijo Lana. Ella lo decía en serio, y se refería a Dahra.

—Ella —señaló Dahra—. Empieza con ella. 41 grados de temperatura Eso

es a lo que estaba Pookie antes…

Lana fue hacia la chica. Se veía familiar. Lana pensó que su nombre

podría ser Judith, pero era difícil reconocer a alguien cuando su rostro

estaba rojo por la tos, empapado de sudor, el cabello aplastado y con la

mirada asustada, nublada y derrotada.

Lana apoyó su mano en la cabeza de la chica y casi se apartó de un salto.

Estaba caliente al tacto. Como tocar un plato acabado de sacar del

lavavajillas.

Lana no tenía un ritual en particular para la sanación. Ella simplemente

tocaba a la persona y trataba de concentrarse.

—¿Quién eres? —le espetó Dahra a Sanjit.

—El novio de Lana —dijo Sanjit.

—No, no lo es —dijo Lana.

—No deberías estar aquí —le dijo Dahra a Sanjit—. Tenemos tres

conocidos muertos. Ve a limpiarte al océano y vete a casa.

—Gracias, pero me quedaré. Quiero ayudar.

Dahra lo miró con los ojos entrecerrados, tratando de descubrir si él

estaba loco.

—¿Realmente quieres ayudar? Porque necesito a alguien que vacíe el cubo.

Si realmente quieres ayudar…

—Sí, quiero. ¿Qué cubo?

Dahra señaló a un cubo de plástico de basura con una tapa resistente. A

su alrededor habían un montón de apestosos contenedores Tupperware

que Dahra utilizaba como orinales.

Sanjit recogió los orinales y los equilibró en la cima del cubo de orina y

heces. El olor llenó la habitación.

—Hay una fosa en la plaza. Luego, si estás motivado, podrías lavarlo todo

con las olas.

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—Ya regreso —dijo Sanjit.

Cuando él se fue, Dahra dijo:

—Me gusta tu novio. No hay muchos chicos que se ofrezcan a transportar

diez galones de diarrea y vómito.

Lana se rió.

—No es mi novio.

—Sí, bueno. Puede ser el mío si él quisiera. Es guapo. Y lleva la mierda.

Lana sintió a la chica bajo su mano agitarse y temblar.

Dahra estaba moviéndose automáticamente de cama en cama, de cuna en

cuna y de pila en pila de mantas en el suelo. Suspiró mientras anotaba

otra temperatura. Estaba haciendo los registros. Probablemente no tan

bien como lo haría un doctor, pero mejor de lo que la típica chica de

catorce años con veintiún temblorosos pacientes se esperaría que hiciera.

—¿Por qué no puedo hacer esto? —se preguntó Lana en voz alta—. La

primera ronda de gripe funcionó, en su mayoría.

—Inmunidad, ¿verdad? —dijo Dahra—. El virus entra en ti y tu cuerpo se

defiende. El virus aprende y regresa listo para una nueva batalla. Así que

en lugar de reprogramarse para vencer a los anticuerpos es reprogramado

para vencerte a ti.

—No soy un anticuerpo —dijo Lana.

—Sí, y este no es el viejo mundo, ¿no es así? Esto es un circo donde nada

funciona como debería.

Su circo, pensó Lana. Un solo encuentro y ella podría haberlo quemado,

matado. Quizás. ¿Cuántas muertes llegaron porque Lana había fallado?

Un chico al que Lana conocía, un muchacho de primer grado llamado

Dorian, de repente se levantó y comenzó a correr hacia la puerta. Fue una

carrera ejecutada de forma inestable.

Dahra maldijo e hizo un ademán de ir hacia él.

El chico estuvo fuera en un instante.

Un momento después, Sanjit reapareció con Dorian bajo un brazo y con el

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cubo y los contenedores del baño ahora casi limpios debajo del otro.

—Vamos, pequeño —dijo él—. Regresa a la cama.

Pero Dorian no estaba entendiéndolo. Comenzó a gritar y a agitarse.

El Pandemonio hizo erupción. Dos niños comenzaron a llorar fuerte, un

tercero cayó de la cama al suelo y un cuarto estaba gritando:

—Quiero a mi mami, quiero a mi mami.

Entonces, una tos se escuchó tan fuerte que atrajo cada mirada. El

pequeño Dorian. Él estaba de pie y se veía sorprendido por lo que acababa

de salir de su boca.

Él retrocedió y tosió de nuevo.

—No —jadeó Dahra.

Lana saltó al lado del niño y presionó su mano contra un costado de su

cabeza.

Él tosió con tanta fuerza que lo derribó, boca arriba.

Sanjit se sentó a horcajadas sobre él, manteniéndolo quieto, mientras

Lana ponía una de sus manos sobre su agitado pecho y la otra en un lado

de su garganta.

Dorian tosió, un espasmo tan fuerte que Sanjit cayó de espaldas y la

cabeza de Dorian golpeó el suelo con un horrible chasquido. Lana mantuvo

su agarre en él.

—Está tan caliente que apenas puedo mantener mi… —dijo Lana mientras

Dorian convulsionaba, acurrucado en forma de “C”, y estalló en una tos

que esparció gotas de sangre sobre el rostro de Sanjit.

Lana no vaciló, no retrocedió, pero Dorian volvió a toser, y ahora la sangre

salía de sus orejas y latía en sus labios.

Lana se levantó de repente y retrocedió.

—No te detengas —le rogó Dahra.

—No puedo curar la muerte —susurró Lana.

Justo entonces dos niños aparecieron en el umbral de la puerta trayendo a

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otro niño. Lana pudo ver claramente a través de la habitación que la niña

que luchaban por llevar ya estaba muerta.

Dahra también lo vio.

—Bajadla —les dijo—. Simplemente dejadla en el suelo y salid de aquí.

Lavaros en las olas y luego iros a casa.

—¿Ella estará bien? Vive con nosotros.

—Haremos todo lo que podamos —dijo Dahra. Y cuando ellos se retiraron

rápidamente, vencidos, Dahra agregó en voz baja—: Lo cual es ni una

maldita cosa.

Lana cerró sus ojos y pudo sentir la oscuridad buscándola, alcanzándola,

un débil tentáculo llegando a tocar su mente.

Así que es así como nos destruyes, pensó Lana. Así es cómo nos matas. A la

antigua: la peste.

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CAPÍTULO 19 Traducido por Eli25

Corregido SOS por Lissarizz

28 Horas, 11 Minutos

rc tomó un pequeño desvío en su camino a la playa para

evitar su vieja casa buscando una botella a su vez. Encontró

dos.

Con una botella en cada mano se dirigió hacia el agua.

Estaba bebiendo de ambas botellas, un trago de la izquierda, un trago de

la derecha, y muy pronto encontró el peso de las heces en sus pantalones

casi divertido.

—Orc, hombre, ¿dónde has estado?

Howard. Justo allí delante de él.

—Vete —dijo Orc. Sin enfadarse, ahora estaba demasiado feliz para estar

enfadado.

—Orc, hombre, ¿qué está pasando contigo? Te he estado buscando por

todas partes.

Orc miró sombríamente a Howard. Bebió profundamente, ladeando la

botella hacia atrás tanto que casi perdió el equilibrio.

—Bien, es suficiente —dijo Howard. Avanzó y alcanzó la botella y consiguió

poner sus dedos alrededor de esta.

El dorso de la mano de Orc le envió volando. De repente tuvo la salvaje

urgencia de patear a Howard. Howard le estaba mirando como si ya le

hubiera pateado y no solo le hubiera dado un bofetón. Una mirada de

traición. De dolor.

O

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Orc cerró sus ojos y giró lejos su cabeza. No decepcionado por eso. Él tenía

la mierda en sus pantalones, su cabeza dolía, los malos recuerdos estaban

burbujeando dentro de su cerebro, y no necesitaba esto.

—Tío, vamos, hombre, esto no es justo. Me he preocupado por ti. —

Howard se puso de pies e hizo una muestra de estar bien. Su voz era

suave, como si estuviera hablando con un bebé. O a algún animal estúpido

o algo.

—Tengo lo que necesito —dijo Orc. Sujetaba las dos botellas como trofeos.

Howard estaba de pie cauteloso, listo para saltar otra vez. Había sangre

corriendo por su nariz.

—Sé que te sientes mal por lo de Drake. Lo sé, porque tú y yo somos

mejores amigos, ¿verdad? Así que sé cómo te sientes. Pero ha terminado.

De alguna manera, era una cuestión de tiempo, tarde o temprano iba a

ocurrir.

A Orc le gustaba la línea de su razonamiento. Pero se sentía como si

quizás hubiera una humillación escondida allí, también.

—Porque nadie puede confiar en mí, ¿verdad?

—No, hombre, no es eso —dijo Howard—. Es solo que, ninguna celda iba a

mantener a Drake para siempre. Todo esto es culpa de Sam, ha pasado lo

que él debería haber hecho.

—Creo que le hice daño a algún niño pequeño —dijo Orc.

Justo así. Salió. Sin planearlo. Más como si se hubiera escapado. Como

Drake: iba a salir tarde o temprano.

La comparación hizo reír a Orc. Rió alto y largo y tomó otro trago y se

sentía casi animado hasta que sus ojos empañados se situaron en la cara

de Howard una vez más. Howard estaba serio. Preocupado.

—Orc, hombre, ¿qué quieres decir? ¿Qué quieres decir con que hiciste

daño a un niño?

—Solo quiero lavarme —dijo Orc.

—Este niño al que hiciste daño. ¿Dónde ocurrió?

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—No lo sé —gruñó Orc. Miró alrededor como si pudiera estar en el lugar

correcto. No, no lo estaba. Estaba... señaló a una señal de STOP en el

bloque más lejano.

Había un montón de trapos debajo de la señal.

Orc sintió un frío helado llenando su cuerpo. Howard aún estaba

hablando, pero su voz solo era un zumbido distante.

Orc se quedó de pies mirando, incapaz de hablar, incapaz de moverse,

incapaz de apartar la mirada, incapaz de respirar. Miró al pequeño montón

de trapos que era tan claramente, tan terriblemente claro, un niño.

Recuerdo. Orc estaba de vuelta en su viejo cuerpo, el de antes, el que

estaba hecho de carne y no de roca. Estaba levantando su bate de

baseball, intentando enseñar una lección a Bette. Solo un golpe. Solo un

golpecito para mostrarla que él estaba a cargo.

Él nunca había querido matarla, tampoco.

—Me desharé de él —estaba diciendo Howard a lo lejos—. Lo esconderé. O

algo.

Eso. Como si un montón de trapos no fueran un niño pequeño.

Orc se alejó caminando, indiferente hacia las súplicas de Howard.

* * *

Era un área pequeña, terrosa, no lo bastante para una cueva, realmente

no lo bastante grande para ser una playa. Era solo un espacio de tierra

entre rocas revueltas a un lado y palmeras de apariencia desaliñada y

césped en el otro.

Cinco botes de pescadores estaban en la playa, empujado en la tierra. Era

como una de esas imágenes de postal de pueblos de pescadores de los

pintorescos europeos, pensó Quinn. No es que los botes fueran muy

bonitos, realmente, actualmente estaban más desaliñados, y Dios sabía a

que olían.

Aun así, eran perfectos.

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Quinn y sus pescadores habían dejado un razonablemente placentero

campamento. Nunca llovía así como el hecho de que no tenían tiendas de

campaña u otra cobertura por la que preocuparse.

—Acamparemos en la vieja escuela. —Había anunciado Quinn como si

fuera todo una pequeña diversión.

Todos juntos hacían diecinueve y pronto descubrieron que la playa estaba

viva con pulgas, diminutos cangrejos de tierra, y variados animales que

hacían dormir realmente incómodo.

Iba a ser una larga noche.

Entonces algunos tuvieron la brillante idea de quemar un camino de

césped con la teoría que limpiar el área sería relativamente liberada de

bichos y cangrejos.

Este curso hizo un camino naturalmente para una hoguera de madera

flotante. Olía mucho y era difícil seguir quemando, pero mejoró el humor

de todos y pronto estaban cocinando una temprana cena de pescado,

incluyendo algunos excelentes filetes de tiburón.

La charla de la cena era sobre lo que estaba ocurriendo en la ciudad.

Quinn esperaba que alguien pensara en actualizarles. No solo olvidarse de

ellos. Hizo un punto al asegurar a su grupo que Sam y Edilio se estarían

encargando de sus hermanos y amigos.

—Esto solo es para que no enfermemos y podamos seguir trabajando —

explicó Quinn.

—Oh, bueno, trabajo —dijo Cigar, y alguien rió.

Ninguno de los pescadores parecía enfermo. Nadie se había quejado.

Quizás el hecho de que eran un pequeño grupo auto contenido que

mayoritariamente pasaban el tiempo juntos y en el océano les había

mantenido a salvo. Quizás estarían bien.

Quinn observó al sol zambullirse en el horizonte. Se alejó caminando solo

hacia una roca y la tierra que se extendía a unas pocas docenas de pies de

la costa. Extraño cuanto había llegado a amar su trabajo y estar fuera del

agua. Siempre había adorado surfear, y ahora eso desapareció, pero el

agua aún estaba allí. Demasiado tranquilo, demasiado pacífico, demasiado

como un lago, pero aún era un residuo del actual océano, y adoraba estar

cerca y estar sobre y dentro de él.

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Si la barrera no hubiera caído, ¿qué habría hecho? Esperar hasta que

fuera lo bastante mayor y se trasladaría a Alaska o a Maine y se

convertiría en un pescador profesional? Rió. Esa no era una carrera que se

le hubiera ocurrido en los viejos días.

Pero ahora no solo no podía pretender preocuparse por la universidad o

ser un abogado o un hombre de negocios o lo que fuera que fuera que su

familia pensaría que debía ser.

Había cruzado la línea. Lo sabía y le ponía un poco triste. Ninguno de ellos

sería un niño normal otra vez. Especialmente esos quienes habían

encontrado caminos para ser felices en la FAYZ.

Una luz. En la dirección de las islas. Nunca había sido notada en los días

anteriores cuando Playa Perdido estaba iluminada.

Quinn había oído la historia sobre que Caine y Diana ocuparon una de las

islas. Era extraño pensar que la luz podría venir del dormitorio de Caine. Y

que Caine podría estar mirando a la oscura noche.

La vida nunca sería totalmente pacífica tanto como ese tipo estuviera vivo.

Quinn giró su mirada al sur. Los soles Sammy en las casas de las

personas no eran lo bastante brillantes para iluminar la ciudad. Pero el

brillo rojo de la puesta del sol pintaba una línea desnuda en la cima del

Acantilado, acogedor contra el arco cercano de la barrera.

Lana. A Quinn la había gustado. Había pensado que le gustaba a ella. Pero

algo había cambiado en Lana. Ella era, en algún sentido, una persona

demasiado grande y poderosa para Quinn.

Como Sam, quien una vez había sido el amigo más cercano de Quinn.

Ambos eran parte de alguna clase diferente de persona.

Sam, un héroe. Un líder.

¿Lana? Era grande y trágica. Como alguien fuera de un juego o un libro.

Y Quinn era un pescador.

A diferencia de ellos, era feliz. Volvió la mirada a su grupo, sus pescadores.

Estaban limpiando sus redes, tendiendo sus rollos, cortando césped para

hacer camas, quejándose, bromeando, contando historias que todos ya

habían oído, riendo.

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Quinn echaba de menos a sus padres. Echaba de menos a Sam y a Lana.

Pero ásta era su familia ahora.

* * *

Roscoe había caído dormido de puro cansancio. Se despertaba para

encontrar un persistente picor en su estómago. Lo arañaba a través de su

camiseta.

Fue de nuevo a dormir. Pero los sueños evitaban que durmiera

profundamente. Eso y el picor.

Despertó otra vez y sintió el punto del picor. Había un bulto allí. Como una

hinchazón. Y cuando lo sujetó y presionó sus dedos contra el punto pudo

sentir que algo se movía debajo de su piel.

La pequeña sala de repente estaba muy fría. Roscoe temblaba.

Fue a la ventana esperando una luz. Había una luna pero la luz era débil.

Roscoe se quitó la camisa sobre la cabeza. Miró el punto en su estómago.

Se estaba moviendo. La carne en sí. Podía sentirlo debajo de sus dedos.

Como si algo empujara contra él. Pero no podía sentirlo desde dentro, no

podía sentirlo en su estómago. Y se dio cuenta que su cuerpo entero

estaba entumecido. Podía sentirlo con sus dedos pero no la piel de su

estómago.

¡La piel se rompió!

—¡Ahhhhh!

Estaba tocando cuando se rajó, y se estremeció de terror y algo empujó su

camino a través de un ensangrentado agujero.

—¡Oh, Dios, Oh, Dios, oh, no, no, no, no!

Roscoe gritó y saltó a la puerta. Su mano arañó el pomo cuando balbuceó

y lloró y la puerta estuvo cerrada, cerrada, oh, Dios, no, le habían

encerrado dentro.

Golpeó la puerta, pero estaba en medio de la noche. ¿Quién le oiría en el

ayuntamiento vacío?

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—¡Hey! ¡Hey! ¿Hay alguien? Ayúdenme. Ayúdenme. ¡Por favor, por favor,

que alguien me ayude!

Golpeó y la cosa en su vientre se atascó un poco. Estaba asustado de

mirar. Pero lo hizo y gritó otra vez porque era una boca ahora, la boca de

un insecto que rechinaba llena de parte no como una boca normal.

Enganchada, retorcidas mandíbulas chasqueaban. Estaba dentro de él,

masticando su camino para salir.

Eclosionando de él.

—¡Ayúdenme, ayúdenme, no me dejen aquí así!

Pero, ¿quién le oiría? ¿Sinder? No. Nadie. Se acabó. Todo se terminó. Y

estaba solo y sin amigos. Nadie ni siquiera para oírle cuando gritaba y

suplicaba.

La ventana. Agarró la almohada de su cama y la empujó contra el cristal y

luego golpeó fuerte. El panel se rompió. Se quitó sus zapatos y reventó los

picos del cristal hasta que la mayoría cayó tintineando a la calle de más

abajo.

Entonces gritó por ayuda. Gritó en el aire de la noche de Playa Perdido.

Sin respuesta.

—¡Ayúdenme! ¡Por favor, por favor, oh, Dios, por favor ayúdenme! ¡No

pueden dejarme encerrado!

Pero aun así, sin respuesta.

El miedo se apoderó de él, un miedo profundo que le hizo enloquecer.

No. No. No, no, no, no, no, esto no puede estar ocurriendo. No había hecho

nada para herir a nadie, no había hecho nada horrible. ¿Por qué? ¿Por qué

le estaba ocurriendo esto a él?

Roscoe cayó de rodillas y suplicó a Dios. Dios, por favor, no, no, no, no hice

nada malo. No soy valiente y fuerte, pero no fui malo, tampoco. No así, por

favor, Dios, no, no, no, no así.

Roscoe sintió un picor en medio de su espalda.

Se sentó y lloró.

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CAPÍTULO 20

Traducido por Alexiacullen

Corregido SOS por Lissarizz

25 horas, 37 minutos

iana alimentó a Penny un poco más tarde. Pero Penny no se

quejó. Estaba pasando en algún sueño que la hizo sonreírse,

sonriendo ante sus propias ilusiones.

El baño apestaba a desechos humanos. Penny estaba

sentada en las baldosas del suelo, con las piernas cruzadas delante de ella

y sentada en una colchoneta de plástico de ejercicio.

—Oye, ¿quieres darte una ducha? —preguntó Diana.

Penny no respondió, solo se rió con nerviosismo ante algo que Diana no

podía ver.

Diana se inclinó y golpeteó su hombro. Tuvo que hacerlo varias veces

antes de que los ojos distantes de Penny se centraran en Diana.

Penny se rió.

—¡Oh! Es tu verdadero yo, ¿verdad?

—Tan real como puedo —respondió Diana.

—¿Vienes a alimentar a los animales zoológicos?

—Aquí está tu comida. Pero pensé que deberías querer tomar una ducha o

un baño. Podía ayudarte.

—¿Es porque huelo como una alcantarilla? ¿Es eso?

—Sí —dijo Diana sin rodeos.

D

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Sin esperar una respuesta, fue hacia la bañera, una cosa enorme ovalada,

toda de mármol rosa. Cuánto tiempo duraría el agua, Diana no lo sabía.

Pero por ahora había agua y estaba incluso caliente. Había un surtido de

perlas de baño Bulgari, sales y champús. Metió de golpe un par de cubos

del baño en el agua. Penny no llevaba puesta mucha ropa, solo un sucio

chaleco con la punta amarilla y un par de pantalones cortos rosas

manchados. Tenía dos pares de calcetines sobre sus tobillos rotos.

—¿Cómo es el dolor? —preguntó Diana.

—Doloroso. Se siente un poco como alguien rompiendo mis piernas,

tobillos y pies. Te mostraré lo que se siente.

De repente, una manada de perros rabiosos y despiadados estaba ahí en la

habitación. Sus ojos eran rojos, sus respiraciones echaban chispas,

escupieron a Diana, listos para lanzarse y arrancarla a pedazos.

Luego, desaparecieron.

—Como eso —dijo Penny, tomando un placer mezquino por la forma en la

que Diana había saltado hacia atrás, golpeando salvajemente la ilusión.

Diana se calmó. Enojarse sería darle a Penny algo más que una sensación

de poder.

—Lo siento —dijo Diana a falta de algo más que decir—. Come algo

mientras se llena la bañera.

—No tienes que quedarte ahí. Puedo arrastrarme yo misma dentro de la

bañera. —Cogió algunos de los espaguetis y salsa de carne con la mano y

los metió en su boca.

—Podrías ahogarte.

—Sí, eso sería terrible, ¿no?

Diana no respondió. No había nada excepto dolor en el futuro de Penny.

No había forma de unir sus piernas, no sin Lana, y nada para tratar el

dolor además de Tyenol y Motrin. Es como intentar apagar el fuego de un

bosque con una pistola de chorrito.

—Es bueno que tengas tu poder —dijo Diana.

—Sí. Es genial. Verdaderamente genial. Es como tener mi propia especie

de cine apestoso. ¿Quieres saber lo que estaba viendo cuando entraste?

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Diana estaba muy segura de que no quería saberlo.

—Estaba creando monstruos con dientes afilados. Como vampiros,

supongo, pero más como lobos, como murciélagos rabiosos, como

cualquier cosa miedosa que ves en las fotos viviendo debajo en el fondo del

océano. ¿Y sabes qué estaban haciendo?

—Déjame ayudarte a quitarte los pantalones cortos.

Diana se arrodilló y bajó metódicamente los pantalones de Penny por sus

muslos. Cuidadosamente, tan suavemente como podía. Pero aun así,

Penny hizo un grito alto y tembloroso de dolor.

—Estaban rasgándote Diana —Penny se quedó sin aliento con los dientes

apretados—. Estaban todos encima de ti, Diana, haciendo todas las cosas

horribles que se me podían ocurrir.

—Levanta los brazos.

Diana sacó la camiseta, nada demasiado suave, sobre la cabeza de Penny.

—Mirar tu grito en mi cabeza ayuda a mantenerme alejada de gritar —dijo

Penny.

—Cualquier cosa funciona —dijo Diana.

Ella puso su brazo debajo del de Penny, lo dobló hacia abajo y la levantó.

La chica no estaba fuerte. La comida no había curado la delgadez de

modelo de pasarela de Penny.

—Oh, oh, ohhhhhh —sollozó Penny cuando Diana la levantó.

Diana colocó a Penny en el borde de la bañera y alcanzó torpemente a

apagar el agua.

—Caine podría hacer esto más fácil —dijo Penny— .Pero no lo hará,

¿verdad? Él no quiere venir aquí y ver su obra. No el poderoso Caine.

Diana maniobró para soportar la mayor parte del peso de Penny y bajar

primero su trasero dentro del agua caliente. Sus piernas torcidas

limpiapipas8 se arrastraron, luego siguieron a su propietario en la bañera.

Penny gritó.

—Lo siento ——dijo Diana.

8 Limpiapipas: alambres como de 30 cm cubiertos de hilos de diferentes colores.

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—¡Oh, Dios, duele, duele, duele!

Diana dio un paso hacia atrás. Penny estaba sudando, algo más pálida

que antes. Pero dejó de gritar. Se recostó sobre la bañera, la parte de

arriba de su pecho en el agua y las burbujas.

—Hay un pulverizador. Lavaré tu cabello —Diana abrió la boquilla, probó

la temperatura del agua, y tocó sobre el lacio cabello de Penny.

Trabajó con el champú hasta que hizo espuma.

—Justo como en la peluquería —dijo Penny.

—Sí. Probablemente donde terminaré trabajando algún día —dijo Diana.

—Que va, tú no, eres demasiado inteligente —dijo Penny. Tenía sus ojos

cerrados. Diana enjuagó el champú del rostro y cuello de Penny—. Guapa

e inteligente y tienes ahora a Caine entero para ti, ¿no?

Diana suspiró.

—Soy una perdedora, Penny. Como tú.

Caine entró bruscamente. Se veía perplejo.

—Escuché gritar.

—Oh, siento eso —gruñó Penny—, espero no haberte despertado, o algo

así.

—¿Estás bien? —preguntó Caine a Diana.

—Está perfecta —dijo Penny—. Pelo perfecto, dientes perfectos, piel

perfecta. Además tiene piernas que funcionan, lo cual es verdaderamente

genial.

—Me voy de aquí —dijo Caine.

—No —dijo Diana—. Ayúdame a levantarla sobre su espalda.

—Sí, Caine, ¿no quieres verme desnuda? Todavía soy algo sexy. Si no te

importan mis piernas. Solo no las mires. Porque son de una clase que te

hacen enfermar.

Para sorpresa de Diana, Caine dijo:

—cuando estés preparada.

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Diana abrió el desagüe.

—¿Por qué no sólo me mataste? —exigió Penny—. Sabes que lo harás

antes o después, Caine. Sabes que no puedes cuidarme para siempre.

Quieres hacerlo, ¿no?

Diana intentó leer la respuesta en los ojos de Caine. Nada. Había veces en

la que estaba segura de que veía ahí una decencia humana. Y otras veces

cuando sus ojos oscuros eran tan despiadados como los de un tiburón.

—De acuerdo, álzala —dijo Diana.

Caine se acercó y la levantó con sus manos. Penny salió del agua como

alguna horrible parodia de un delfín emergiendo. Salió y el agua caía y las

burbujas se deslizaban por ella. Diana cogió la boca de la manguera y

roció a Penny mientras flotaba a unos cuantos pies del aire. Incluso el

contacto del agua en sus piernas hacía a Penny doblarse de dolor y

rechinar sus dientes. Diana extendió una toalla limpia sobre la colchoneta

y Caine sentó a Penny lentamente. Suavemente.

—Podía llenar tu cabeza con pesadillas vivientes —le dijo Penny a Caine—.

Podía hacerte gritar como grito yo.

—Pero entonces te mataría, Penny —dijo Caine fríamente—. Y no creo que

estés preparada para morir.

* * *

Albert miraba el libro de contabilidad como si pudiera responder sus

preocupaciones. Pero esa era la fuente de sus preocupaciones. Las

columnas donde normalmente registraba la cantidad de productos que

entraban de los campos, el número de palomas o gaviotas capturadas por

Brianna, el número de ratas vendidas a él, la cantidad de pájaros,

mapaches, zarigüeyas, ardillas o ciervos traídos por Hunter, estaban todas

vacías para éste día.

Albert recordó así mismo conseguir que alguien bajara hasta el muelle

para abrir el cerrojo. Él debería haberlo hecho antes, pero había sido un

día frenético. Quizás podía enviar a Jamal. Hablando de eso, ¿dónde

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estaba Jamal? Se suponía que tenía que estar de vuelta en la puesta del

sol y era bien tarde de eso.

Se hizo una nota mental: darle a Dahra algo bonito como una recompensa

por su rápido pensamiento. Si Quinn y su gente habían sido reducidos por

esta gripe, la situación sería incluso más desesperada.

Albert tenía una página para el agua. El agua embotellada se encontraba

en casas o coches: nada en días. El agua se transportaba en camiones:

nada en un día. Al igual que un abrir y cerrar de ojos, Playa Perdido había

pasado de ser autosuficiente a un nivel muy, muy básico de desastre.

Albert echó un vistazo alrededor de la habitación. Su cautela natural se

había convertido últimamente en algo más cercano a la paranoia. La casa

estaba vacía, incluso la criada no estaba. Pero lo que estaba a punto de

hacer hubiera sido problemático si observaba: abrió su escritorio y sacó

una botella de agua. Hizo un crujido cuando rompió el sello de la botella

del agua de Arrowhead. Bebió profundo, luego con cuidado selló la botella

y la escondió de nuevo. Cerró el libro de contabilidad. Nada que añadir en

las columnas de entrada.

Entonces un ruido inconfundible: cristales rompiéndose.

Albert se congeló. El sonido era de muy cerca. ¿La cocina? Vaciló solo

durante un momento, corriendo entre sus opciones. Luego, alcanzó el bajo

de la mesa, buscó a tientas y encontró la pistola pegada en la parte

inferior. Una puerta se abrió. Escuchó el sonido de eso, sintió el aire

cambiar de presión y empujó la silla hacia atrás e intentó rasgar la cinta

adhesiva libre para que pudiera sostener la pistola de forma adecuada

como había sido enseñado por Edilio, pero fue demasiado lento, demasiado

tarde, estaban con él en la habitación. Turk, Lance, Watcher y Raúl. Todos

armados.

Fue Watcher, un chico tranquilo de unos once años quien había sido

sorprendido robando, quien golpeó su rodilla con una barra de hierro.

—¡Aaahh! —no había sido tan fuerte una oscilación pero el dolor se

disparó por su pierna y durante un segundo no pudo pensar en anda más.

Nunca había sentido un dolor como ese. Su tobillo y su pie estaban

hormigueando cuando hubo pisado una línea eléctrica caída.

—¡Cógele!

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—¡Sí!

—¡Golpéale de nuevo!

—¡No! —chilló Albert, pero el siguiente golpe vino de Turk, quien estrelló la

culata de su rifle en el rostro de Albert. Su nariz manaba sangre. Este

estaba más entumecido que dolorido. Sus pensamientos estaban

dispersos, arrancando fragmentos.

—¿Que…? —dijo. Su pistola, desaparecida. ¿Dónde? Apretó su mano,

atontada durante unos cuantos segundos, sin ser capaz de averiguar que

Tuck le agarraba desde su nuca y le empujó con la cara abajo sobre el

libro de contabilidad. Una parte distante de la mente de Albert se preocupó

de que su sangre pudiera filtrarse por las páginas y hacerlas difíciles de

leer. Gimió cuando alguien le dio un puñetazo en la espalda y en el

costado y apretó salvajemente su rostro contra el libro de contabilidad.

Turk tiró de él hacia atrás y le empujó contra la pared. Las piernas de

Albert se alejaron y cayó sobre su trasero.

Los cuatro se cernían sobre él. Albert sabía que estaba llorando al igual

que sangrando. Y sabía que tanto sus lágrimas como su sangre les

pondrían los pelos de punta.

—¿Qué quieren? —dijo, arrastrando sus palabras, dándose cuenta de que

un diente roto estaba pegado a su lengua.

—¿Qué queremos? —se burló Turk—. Todo, Albert. Queremos todo.

* * *

Después de limpiar a Penny, Diana sintió la necesidad de una ducha para

ella. Se enjabonó y acondicionó el cabello. Se afeitó sus piernas y axilas.

Tan normal. Tan como estar en casa. Excepto que ahí los novios

espeluznantes de su madre no se colaban para echarle un vistazo y fingir

que habían entrado en busca de una aspirina o cualquier cosa.

Ella cerró la ducha con una gran renuencia. Podía estar allí bajo el chorro

por siempre. Pero en el fondo de su mente sabía que ellos tenían toda la

comida desperdiciada hasta que se morían de hambre.

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Había aprendido una profunda lección sobre residuos. Envolvió una de

las toallas de baño suaves a su alrededor y se cepilló los dientes. Fue hacia

su cama y encontró a Caine esperándola ahí. Está de pie torpemente,

mordiéndose la uña del pulgar.

—¿Napoleón? —le preguntó ella.

—No —dijo, y bajó la mirada al suelo.

—Uh, uh.

—Ayudé a Penny.

—Sí, lo hiciste. Y solo la amenazaste con matarla una vez.

Un destello de una sonrisa.

—Incluso Sam la habría amenazado.

Diana fue hacia él. Intentaron no tocarlo. Pero estaban solo a unos

centímetros. Lo suficientemente cerca para que Diana sintiera la

respiración de él en su rostro.

—¿Por qué me salvaste? —preguntó Diana.

Caine tomó una bocanada de aire profunda, como si estuviera

preparándose para bucear en la piscina.

—Porque yo… —se detuvo, parpadeó, viéndose sorprendido ante las

palabras que salieron de su boca—. Porque ¿Qué haría yo sin ti? ¿Cómo

viviría sin ti? Porque.

—¿Por qué?

—Porque eres el único ser humano que necesito.

Diana lo miró con escepticismo. ¿Estaba cambiado? ¿Al menos un poco?

¿O era solo una manipulación?

Nunca lo podría saber. Pero en ese momento ella también sabía que de

esta forma era todo lo que conseguiría de él. Y sabía que eso era suficiente.

Porque ella no iba a darle la espalda.

Ella agarró su cabeza con ambas manos y le atrajo hacia ella. Le besó con

fuerza. Fue un beso hambriento, de necesidad, salvaje. Sin tiempo para

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respirar, sin tiempo para ser amable, sin tiempo para más preguntas

tontas o dudas.

Diana dio un paso hacia atrás, desenrolló su toalla y la dejó caer. Caine

hizo un sonido como de un animal estrangulado. Ella le empujó con

fuerza. Él aterrizó sobre su espalda en la cama. Él comenzó a titubear con

su camiseta, intentando sacarla.

—No, yo haré eso —dijo Diana—. Lo haré todo.

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Peter Algo no estaba bien. No podía guardar el equilibrio por encima de una

lámina de vidrio. Se había caído. Todavía estaba cayendo. Había un

zumbido en sus oídos. Un fuego ardía dentro de su cuerpo y ese cuerpo

era casi todo lo que él veía ahora. La hermana era un eco débil. La

Oscuridad estaba demasiado lejos. Él estaba dentro de sí mismo,

quemando, retorciéndose, cayendo siempre y siempre. Intentó hacer

aparecer a su madre, pero ella vacilaba y se escabullía. La brisa fresca no

podía alcanzar su interior, cortaba en trozos su piel pero no podía apagar

el fuego. Sentía su cuerpo vacío. Malo. Malo incluso para verlo él mismo,

malo para tener su cuerpo siendo tan grande en una parte de su mente,

empujando todo lo demás a un lado. Dolor, Una explosión, una de

muchas, surgiendo de él y disparando lanzas candentes dentro una y otra

vez.

Su hermana estaba molesta, su perturbación, muy brillante, sus ojos

demasiado azules nadaban alrededor como peces en un acuario. El

tentáculo pálido se extendió, investigó, pero no pudo encontrarle, porque

no estaba ya en la parte superior de todo, encaramado y equilibrado,

estaba cayendo, girando hacia abajo hacia la sed y el ardor y el dolor.

Tenía que detener esto. ¿Pero cómo?

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CAPÍTULO 21 Traducido por Angie_kjn y Kirara7

Corregido SOS por Koko Markova

24 horas, 10 minutos

l Pequeño Pete humedeció sus labios. Estaban secos y

agrietados.

Astrid estaba sedienta, también. Se había ido unas cuantas

veces, desafiando la cuarentena, para buscar agua.

Su plan ahora era esperar al atardecer, cuando el rocío se asentaba en las

hojas de los árboles, en el revestimiento de la casa.

Tenía una escobilla de goma, un cubo y unos trapos bastantes limpios.

Tenía que conseguir agua. Tenía que conseguirle a Pete algo de beber.

Nadie al que pedirle ayuda. Sam no estaba. Había buscado a Edilio, pero no

lo había encontrado. ¿Quién le conseguiría algo? ¿Quién podría ayudarle?

El pequeño Pete tosió roncamente y se lamió los labios mientras flotaba en

el aire, girando lentamente, como un pollo en un asador, flotando en la

brisa que soplaba fuerte a través de la ventana.

* * *

Después, Diana estaba sola en su cama. Había pateado a Caine y él se

sintió aliviado por irse.

A Diana no le abría importado que se quedara. Pero sentía que necesitaba

salir y pensar, se preguntó en que se había metido, y lamentó que ello

implicara que había limpiado su acto y aceptado sus términos.

E

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Todo era fantasía, por supuesto, la idea que él podría cambiar. Tal vez

algún día. Tal vez cuando fuera mayor. Tal vez cuanto tuviera una carrera,

una casa, una esposa y todas las otras cosas que causan que los chicos

salvajes se conviertan en hombres.

No era que los hombres siempre se portaran mejor que los chicos.

Diana permaneció en su lado de la cama, justo como si Caine todavía

estuviera ahí. Ése se había convertido en su lado de la cama. Le pertenecía

a él.

Por supuesto si eso fuera cierto ella iba a tener que encontrar unos

condones. Por sólo dos veces, el riesgo de embarazo no era alto,

especialmente dado el hecho de que su cuerpo estaba medio destruido.

Pero aun así. La última cosa que alguien quisiera era un bebé.

¿Qué oportunidad tendría cualquier niño con Caine como padre y Diana

como madre? Diana se rio suavemente. Y después no pudo recordar el

exacto momento cuando su risa se convirtió en grandes lágrimas.

* * *

Edilio se paró completamente derecho en el pasillo afuera de la habitación

de Roscoe.

Apenas podía respirar.

¿Qué podría decir? ¿Qué le podías decir a un chico que iba a morir? La

terrible verdad era que no podría hacer nada por Roscoe. Estaba bien que

Roscoe le pidiera a Dios porque sólo Dios podría salvarlo. Edilio no podría.

Y lo que Edilio tenía que hacer a continuación destruiría la última

esperanza de Roscoe.

Edilio miró la madera contrachapada. Tres hojas de media, cada una de

cuatro por cuatro pies. Un martillo y clavos. Dos por cuatro.

Tenía que hacerse. Tenía que ser. No podían dejar escapar las cosas dentro

de Roscoe.

Edilio arrastró la primera hoja a través del pasillo oscuro y la puso contra

la puerta.

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—Oigo a alguien afuera —gritó Roscoe.

—Soy yo, Roscoe. Es Edilio —dijo él.

—Edilio, por favor, ¿puedes ayudarme?

Edilio abrió la caja de clavos, agarró el martillo, alineó el clavo para que

pudiera atravesar el contrachapado dentro de la moldura de la puerta.

—Roscoe, no hay nada que pueda hacer, hermano. Tengo que… vas a

escuchar algunos martillazos.

—¿Qué?

Edilio golpeó el martillo en el clavo. Tenía que ser cuidadoso; estaba

oscuro, y trabajar por sentirse solo era una mala manera de clavar clavos.

Esto iba a tomar un largo tiempo.

—Roscoe, tengo que hacer esto, hombre —dijo Edilio.

—¿Vas a encerrarme aquí y dejar que muera?

Edilio dudó.

—Sí.

—De ninguna manera. De ninguna manera. No.

—Y tengo que hacerle lo mismo a la ventana, hombre.

—Edilio, no. No, hombre. No quieres hacer esto.

—No, no quiero hacer esto —dijo Edilio.

Roscoe permaneció en silencio mientras Edilio clavaba lo restante del

contrachapado en su lugar. Edilio apoyó el dos por cuatro contra el

contrachapado y lo clavó en su lugar. La otra punta la clavó contra el piso

con clavos grandísimos que tardó muchísimo en martillar.

Afuera en el aire libre, Edilio se estabilizó para lo que venía después.

Recostó la escalera contra el edificio y con algo de dificultad luchó con una

hoja de contrachapado en la escalera. Iba a caerse y a matarse, pensó, y

eso sería justicia, ¿verdad?

Roscoe estaba ahí en la ventana. Su rostro estaba fantasmal en la pálida

luz de la luna.

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—¿No hay algo…? —rogó Roscoe.

—Sam ni siquiera puede matar las cosas —dijo Edilio—. Lo ha intentado,

pero no puede. No puedo dejar que hieran a más gente.

—Sí —dijo Roscoe. Asintió, su mandíbula tan rígida que sus dientes

crujían.

—Lo siento, hombre —dijo Edilio. Golpeó la madera en su lugar contra la

ventana, apoyándola precariamente en el estrecho alféizar.

—Dile a todo el mundo que nunca quise eso, que lo siento —dijo Roscoe,

con la voz amortiguada ahora.

—Nunca quisiste eso para nadie, hombre. Fuiste un buen tipo —Edilio

parpadeó, dándose cuenta demasiado tarde de que estaba hablando en

pasado. Rápidamente impulsó el primer clavo. Golpeó su pulgar con el

martillo. El dolor era aturdidor.

Le dio la bienvenida.

* * *

Orc despertó con dolor de cabeza y escalofríos.

Estaba de cara al suelo. En la arena. El oleaje golpeaba en sus piernas,

cubriendo sus pies, lavando sus pantorrillas.

Su cabeza era una gigante bola de dolor.

Había arena en su boca. Había arena en las grietas entre las piedras que

formaban su piel. Podía ver las botellas justo a algunas pulgadas de su

cabeza, vacías. Ni siquiera con una pequeña gota.

Todavía estaba borracho, no había dormido lo suficiente como para

recuperar la sobriedad. Pero ya no estaba noqueado, ni con el cerebro

muerto de lo borracho.

Estaba desnudo. Eso lo sorprendió un poco. Pero tenía recuerdos vagos de

arrancarse sus manchadas e inmundas ropas y haberse lanzado al agua

como un animal salvaje. Bramando.

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De todas maneras no había alguien que lo viera. Nadie alrededor. Nadie

iba a estar alrededor cuando Orc se volviera loco.

Asustados de mí, pensó Orc. Sorpesa, sorpresa. Orc el monstruo, todo

cubierto en su propia mierda, tambaleándose y dando tumbos a través del

agua que le llegaba a la cintura tratando de limpiarse, gente asustada.

Decidió ir a buscar otra botella, rápido, antes de que todo volviera a su

cabeza pero era demasiado tarde porque estaba volviendo todo ahora.

Se arrodilló. Podría ser un inmundo y repugnante borracho, pero todavía

era fuerte.

Tendría que caminar desnudo a través de las calles oscuras. ¿Qué

importaba? Él no era un chico, era un monstruo. Un Orc desnudo era sólo

una curiosidad para que la gente riera. Otra cosa más para que la gente lo

encontrara repugnante.

Trató de ponerse de pie, pero de alguna manera terminó rodando sobre su

espalda. Vomitó. Goteó en el lado de su rostro, encima del último parche

de piel humana.

Había estrellas en el cielo. Del tipo que nadaban alrededor y a veces se

dividían y se desaparecían.

Aquí estaba: Charles Merriman.

Se odiaba a sí mismo. Se odiaba demasiado. Tenía lo que se merecía:

arena fría, agua más fría y dolor.

¿Por qué no podía simplemente morir? Se merecía morir. Necesitaba morir. Si

había alguna clase de Dios allá arriba mirándolo, entonces Dios quería

vomitar.

Por supuesto, a Dios probablemente le gustaba hacer este tipo de cosas.

Charles Merriman era probablemente, como, su persona favorita a la que

golpear. Sí, lo era, como, voy a darle a este niño un padre violento y

borracho y un trapo de madre tonta. Y voy a hacer difícil para él incluso

leer, y entonces justo cuando empiece a obtener algo de respeto, lo

convertiré en un monstruo.

Nadie nunca había tratado a Charles Merriman como si fuera un niño.

Como si no fuera totalmente un desperdicio. Excepto Howard, y eso era

sólo para que así Howard pudiera usarlo.

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La única otra persona que había sido amable con él era Astrid. No como si

a ella le cayera bien, pero no pensaba que era una escoria. Como si él no

fuera solamente nada.

Él había salvado su vida una vez. Pero incluso antes de eso ella había sido

amable con él. Una persona. Siempre.

Con un supremo esfuerzo, Orc se puso de pie.

* * *

Al final Sam decidió acampar por la noche en el tren. Tenían cajas para

quemar y un tranquilizante fuego refulgía en el cielo nocturno.

Hicieron un campamento de muebles de jardín. Comieron Nutella y

bebieron Pepsi, lejos del cansancio de la dulzura.

Miraron a las llamas y arriba a las chispas.

—Si traemos a chicos aquí, van a averiguar lo de los misiles —dijo Dekka.

—Sí —Sam estuvo de acuerdo. Hizo un gesto para que bajaran la voz y dio

una significativa mirada a Toto, que dormitaba a ratos en una tumbona de

mimbre.

—No podemos llevar todo esto a la ciudad. Ellos tienen que venir aquí.

—Sip —dijo Sam.

—Lo que necesitamos ahora es un montón de... ¿cómo se llaman?

—M3-MAAWS —dijo Jack—. Multi-función, Anti-arma, Anti-sistema

personal de armas —Estaba leyendo las instrucciones en el manual con la

luz del fuego.

Sam rodó sus ojos.

—Sí, ésta sería como la última cosa que me gustaría ver en las manos de

niños.

—¿Podemos ocultarlo? —sugirió Dekka.

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—No le diré a nadie —dijo Jack distraídamente—. De cualquier forma no

quiero niños viniendo aquí y robando mis computadoras.

—Tenemos a un nuevo miembro en nuestra pequeña banda —dijo Sam—.

Toto, el que dice la verdad. No creo que sea muy bueno guardando

secretos.

Se levantó y echó otro trozo de madera a la fogata. Era muy probable que el

fuego mantuviera alejados a los coyotes. Bostezo y se sentó en la mecedora

poniendo sus adoloridos pies en la mesita.

—¿Sabes qué? —dijo Sam—. Sigo olvidándolo: no soy el que está a cargo —

Se rio satisfecho—. Se lo diré a Albert. Edilio se encargará de Toto.

¿Entonces? No es mi problema.

—Sí, eso funcionará por completo Sam —dijo Dekka.

Sam se dio cuenta que ella se tocaba su estómago, sintiéndolo, frunciendo

el ceño.

—¿Algo que importe? —le preguntó.

Dekka sacudió la cabeza.

—Creo que necesito dormir.

Sam asintió. En algún momento por la noche se dio cuenta que el fuego se

había extinguido hasta las brasas. Vio a Dekka en la distancia, fuera del

círculo de luz de fuego. Ella le daba la espalda, su camisa levantada para

exponer su estómago, el cual tocó y palpó.

Sam volvió a dormirse y se despertó por completo lo que parecían ser unos

segundos después, aunque el fuego se había apagado por completo y

Dekka estaba en su propia silla, roncando.

Algo, algo allá en la oscuridad.

¿Coyotes? No quería luchas con coyotes. Si él o alguno de los otros era

gravemente herido, no había una manera fácil de volver a Lana. Levantó la

mano para lanzar un Sammy al aire. Alcanzó una altura de tres metros,

lanzando una luz sobre el campamento. Jack y Toto durmiendo. Dekka ya

no lo estaba.

—¿Qué sucede? —siseó Dekka.

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—No lo sé —Señalo la dirección de la cual creyó escuchar el sonido, luego

en un tono de voz lo suficientemente alto para ser escuchado, pero bajo

para no despertar a sus compañeros—. Si alguien está afuera, soy Manos

Brillantes y te quemaré si nos molestas.

No hubo respuesta.

Un crujido débil pero definido. Tal vez un chasquido, tal vez no. Luego

silencio.

—Demasiado para dormir —dijo Sam.

—Yo vigilaré —dijo Dekka.

—Dekka, ¿hay algo que debas decirme?

La escuchó suspirar.

—Sólo siendo paranoica Sam, ya sabes, asegurándome. Mi estómago

estaba rugiendo y pensé… ya sabes.

—Dekka la última vez que comiste un poco de dulce fue hace meses. No es

una sorpresa que tu estómago se sienta raro.

—Sí, lo sé. ¿El tuyo también?

—Claro, un poco —mintió.

Jack despertó con un bufido y un golpe cuando estrelló su brazo en la

mesa.

—¿Qué? —gritó. Se sentó, se frotó el rostro, encontró sus gafas—. ¿Por qué

están despiertos? Aún es de noche.

—Es verdad, es de noche —Toto dijo.

—Bueno, si estamos todos despiertos bien podríamos levantarnos. Entre

más temprano mejor —Sam dijo con un suspiro—. Busquemos ese lago.

* * *

Sanjit era delgado. Pero era fuerte. Así que cuando Lana colapsó fue capaz

de atraparla y sostenerla.

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Dahra vio cuando sucedía.

—Ella necesita dormir —le dijo a Sanjit—. Sácala de aquí.

—¿Qué hay de ti? —Sanjit preguntó.

—Me he vuelto muy buena en tomar siestas recuperadoras —Dahra dijo—.

Además, Virtue es casi tan útil como tú por aquí.

—¿Casi? —Virtue murmuró.

Él había llegado al tan llamado hospital con la palabra de que Bowie

estaba mejor, había metido al resto de sus hermanos y hermanas con muy

poca agua y comida. Y ahora ayudaba a Dahra.

Dahra puso una mano en su hombro y dijo:

—Tú eres un salvavidas, mi pequeño hermano africano.

Eso trajo una de las raras sonrisas de Virtue. Los padres de Dahra

vinieron de Ghana y los de Virtue, del Congo, así que ellos no eran del

mismo vecindario, pero les daba algo en común, Sanjit se dio cuenta. Eso

y que ambos eran personas increíblemente decentes.

—No puedo cargar a Lana hasta Clifftop —Sanjit dijo—. Pero puedo

encontrar un lugar para que descanse.

Lana despertó lo suficiente para decir:

—Urrhh. ¿Qué? —Y luego sus ojos rodaron detrás de su cabeza, y Sanjit la

levanto en sus brazos. Virtue trajo unas sábanas y las puso sobre su

hombro.

Él la llevó fuera del sótano, a través del pasillo atestado de heridos,

miserables niños, hacia la plaza.

Cinco cuerpos sin enterrar estaban ahí, sábanas diferentes los cubrían, las

esquinas remetidas bajo ellos, los rostros cubiertos por felpa, seda o lana

tartán.

Ellos le dieron a la plaga un nombre, un nombre cauteloso SDC9: Tos

Supernatural de la Muerte.

9 SDC: Supernatural Death Cought, en el original.

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Pero en algún momento durante el día, se dieron cuenta que algunos

chicos se ponían mejor. La gripe era terrible. Pero no era una sentencia de

muerte para todo el que la tuviera.

Ellos habían sido incapaces de tener un archivo completo, pero de acuerdo

a las apresuradas notas de Dahra, y su agotada memoria,

aproximadamente uno de cada diez avanzaba hacia el SDC.

Sanjit luchaba un poco cargando a Lana. Pero él no se permitía recostarla

cerca de los muertos, o del sonido de una tos.

Ella simplemente no había dormido bien. Estaba sin amor y esperanza.

Vivía con culpa por haber fallado en ser una Súper mujer, por haber

fallado en matar el mal en el pozo, por haber fallado al ver lo que le

sucedía a Mary.

La llevó a la playa y la recostó en una de las sábanas, las cuales extendió

en la suave y seca arena. Ella estaba recostada sobre el arma en su

cinturón, así que él la sacó y la puso sobre su estómago, luego la cubrió

con la otra sábana.

Su fiel perro los había seguido todo el camino y ahora Patrick se recostaba

a su lado. Miró a Sanjit cuestionándolo.

Ella casi estaría segura aquí sola, nadie quería lastimar a una Sanadora. Y

Patrick ladraría si alguien se acercaba.

Pero Sanjit no podía dejarla aquí completamente sola. Así que se sentó en

una especie de postura de Yoga, suspiró y decidió esperar por el amanecer.

* * *

Albert no resistió. Tal vez, pensó, un niño más valiente lo habría hecho.

Pero él no era ese chico. Cuando Turk demando saber dónde estaba el

escondite secreto de Albert. Se lo dijo.

Así de simple.

Iba a morir, sabía eso. Ellos se darían cuenta pronto que no había una

forma segura de liberarlo.

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Ellos lo sabrían. Él lo sabía. ¿Cómo no podían saberlo?

Pero podría negociar, tal vez. Tal vez ahora que ellos tenían sus cosas, su

escondite de comida y agua embotellada.

No se veía demasiado. No lo era, aunque era una incalculable riqueza en el

FAYZ. Ellos habían llenado dos pequeñas cajas con sus cosas y también

sus bolsillos.

—Tienes lo que querías —Albert dijo, tratando desesperadamente pero

fallando en mantener oculto el temblor en su voz—. Simplemente váyanse,

no le diré a nadie.

—Hombre, tenías escondidas tres latas de Beef-a-Roni10 —dijo Raul.

Estaba sorprendido—. ¡Tienes tres latas!

—Tómenlo todo —Albert rogo—. Tómenlo todo.

Turk miró a Lance. Incluso en su desesperado estado, Albert sabía que no

estaban muy seguros aún. La esperanza se alzó como una pequeña flama.

Tal vez, tal vez ellos no lo harían.

—Miren, quieren comida y agua, ¿verdad? —declaró Albert.

—¿Tienes más? —Lance demando enfadado.

—No-no-no aquí.

—No-no-no —Lance lo imitó.

—N-n-n-n-n-n-no aquí —Watcher dijo y se burló.

—¿Así que dónde está el resto? —Turk preguntó y lo pateó suavemente.

Sin embargo era suficiente para enviar un dolor impresionante en la

pierna de Albert, su rodilla rota. La rodilla ya se estaba inflamando al

doble de su tamaño. Era la peor de las agonías en su cuerpo.

—No tengo más aquí —Albert dijo—. Pero escuchen, puedo hacer más,

¿verdad? Compro más, controlo lo que se hace, lo que se escoge y todo.

—Sí —dijo Turk con una mueca de seriedad—. Eres un hombre grande

Albert, lástima que te orinaras.

Eso creó otra ronda de burlas.

10 Beef-a-Roni: marca de productos enlatados de pasta con carne.

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—¿Crees que somos estúpidos? —demandó Lance—. ¿Crees que somos

unos estúpidos chicos blancos que no saben que puedes chasquear tus

dedos y tener a Sam o Brianna o unos de esos fenómenos detrás de

nosotros?

—No haría eso —dijo Albert. Su mandíbula temblando tanto que casi no

podía hablar—, porque si hiciera eso, ustedes, ustedes, ustedes le dirían a

la gente que lloré.

—Y mojaste tus pantalones —Watcher parecía el que probablemente lo

dejaría ir, pero Albert sabía que las decisiones las tomaban Turk y Lance.

No había compasión en sus rostros, Lance brillaba con odio, Turk era

menos emocional.

—¿Sabes qué vamos hacer? —dijo Turk riendo en su línea final—.

Tenemos que meterlo en una de las trincheras que cavamos para él.

—No, no, no hagan eso —rogó Albert. Estar lleno de excremento era

infinitamente mejor que estar muerto—. No hagan eso, se los ruego.

Lance se puso de cuclillas, y puso su hermoso y cincelado rostro al nivel

del de Albert

—Tú crees que lo tienes todo, ¿no es así? Sí, sería divertido verte lleno de

mierda como lo hiciste con nosotros. Pero tú simplemente te saldrías y la

próxima que alguno de nosotros se volviera, estaría la luz de Sam Temple y

¡bam!, estamos muertos.

—Yo no… eso no… —Albert dijo—. Por favor, por favor no me maten.

Turk lucía ofendido.

—¿Dijimos que te mataríamos? —Se volvió a Lance—. ¿De dónde sacó esa

idea?

Lance le siguió la corriente

—No tengo idea.

—Tal vez por esto —Turk puso el rifle al nivel del rostro de Albert.

Algo explotó.

Albert no escuchó ningún sonido.

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Estaba de lado.

Sangre cubriendo su ojo derecho, cegándolo. ¿O tal vez su ojo no estaba

allí? No lo sabía.

Intentó respirar y escuchó el gorgoteo en sus pulmones. Escuchó cómo su

corazón se detenía…

Turk parecía a la vez alarmado y extasiado. El rostro de Lance se tornó

sombrío. Los dos niños más jóvenes se alejaron, tropezándose el uno con

el otro y corrieron.

Lance golpeó el hombro de Turk como una felicitación dura.

El ojo bueno de Albert se oscureció.

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CAPÍTULO 22 Traducido por LittleGirl00

Corregido SOS por Koko Markova

12 horas, 48 minutos

so es un lago —dijo Sam—. Eso es

definitivamente un lago.

—No puedo creer que ni siquiera sabíamos que

estaba aquí —dijo Dekka.

El sol todavía no estaba, pero una luz gris nacarado mostró una larga

pendiente hacia un amplio cuerpo de agua.

Más grande que cualquier cosa que Sam había visto fuera del océano.

Hierba seca crecía en mechones, increíblemente espesa. Pinos raquíticos

se mostraban aquí y allá, pero la propia orilla se formaba por una línea de

grandes rocas rotas desordenadas por estrechas playas de arena a medias.

En los límites de su visión estaba un pequeño puerto deportivo con unas

dos docenas de barcos en el muelle.

La barrera cortada justo al otro lado del lago, pero la parte en el interior

era más agua de la que los niños de Playa Perdido podrían necesitar o

desear.

—¿Crees que es potable? —Dekka preguntó.

—Vamos a ver —dijo Sam. Corrió cuesta abajo hacia la orilla, con cuidado

de no tropezar, pero ansioso de ver y probar. Sería demasiado cruel llegar

aquí y encontrar que era agua salada. Eso sería un truco más sucio, una

decepción más. Por no mencionar el hecho de que podría condenarlos a

todos.

—E

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Llegó a la orilla del lago con los otros cerca. La roca pálida era cambiante e

inestable, por lo que sentía su camino con cautela.

Se quitó los zapatos y luego, impulsivamente se metió en un arco plano en

el agua.

Era poco profunda cerca de la costa y raspó su pecho en las rocas

sumergidas, pero con dos brazadas estaba fuera en el agua sobre su

cabeza.

Sam tragó de un bocado. Pisando el agua se volvió para ver a Jack, Dekka

y Toto de pie con incertidumbre en las rocas.

—Señoras y señores —dijo Sam, con la cara dividida por una enorme

sonrisa—, tenemos agua dulce.

En algo menos de cinco segundos, tres de ellos salpicaron después de él.

—¡Es agua! —gritó Jack.

—¡Es tan totalmente agua! —Dekka estaba de acuerdo.

—¡Ella está diciendo la verdad, Spidey! —dijo Toto.

Sam dio un salto de alegría. El lago era frío pero no escalofriante. La parte

surfista de su cerebro calcula que había sido lo suficientemente acogedor y

calentito con un traje de neopreno de 3/2.

Bebió un poco de agua y nadó hacia sus amigos.

—Agua dulce —dijo Dekka—. Fría agua dulce. Brrr.

Sam escudriñó la orilla.

—Esto no es un gran lugar para establecer una nueva ciudad, de verdad.

Necesitaríamos algo más plano. Y entonces tendríamos que tener cuidado

de no tener aguas residuales de todo el mundo que desemboquen en el

agua potable. Supongo que… —se detuvo. Albert y Edilio podrían averiguar

los detalles. Había hecho lo que tenía que hacer.

—Vi los barcos —comentó Jack—. Me pregunto si hay peces.

Toto dijo:

—Pescado, sí, pescado.

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—¿Sabes una cosa? —Sam le preguntó.

—Mi padre solía llevarme a pescar —Entonces, como sorprendido por sus

propias palabras, buscó la cabeza de Spidey que no estaba allí—. No es ese

lago, ¿verdad? No, eso era el lago Isabella.

—Está bien —dijo Dekka pacientemente—. ¿Había peces en ese lago?

—Trucha —dijo Toto—. Robalo. También mojarra. Pescado.

—Si nos encontramos con cañas de pescar y otras cosas en los barcos,

significa que hay peces —señaló Jack.

—Sólo es como, a media milla. Podríamos nadar —dijo Sam.

—Podrías nadar media milla —dijo Dekka—. Yo, voy a caminar.

Salieron, Sam con gran renuencia. Fue estimulante, este nuevo e

inexplorado cuerpo de agua.

¿Quién sabía lo que se podría encontrar en o alrededor del lago?

Pero comprendió que Dekka y los otros no podrían estar muy encantados

con nadar en el agua helada.

La orilla era una serie de curvas, como el borde de un tapete de encaje

hecho con playas de arenas superficiales y promontorios rocosos. Pronto

llegaron a un camino y se estaban riendo y charlando alegremente.

Sam sabía lógicamente que sin gas —y mucho de eso— nunca tendrían

suficiente agua para…

Se detuvo en seco.

—Puertos — dijo. Sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la

temperatura—. Puertos. ¿Sabes lo que tienen?

—¿Barcos? —sugirió Jack, como si tuviera miedo de que fuera la respuesta

equivocada.

—Barcos —Sam sonrió—. Veleros, tal vez. ¿Pero sabes qué más? Barcos a

motor. Motos acuáticas.

—¿Quieres una moto acuática?

—¿Qué hace andar las motos acuáticas, amigo mío?

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—Quiero decir el agua —dijo Dekka.

—¡Gas! —gritó Jack.

Sam le dio una palmada en el hombro.

—¡Sí! Un puerto no es un puerto, si no tiene combustible.

Sonrió y empezó a correr hacia el puerto deportivo. Una persistente voz en

su cabeza le advirtió que no a la esperanza, a no esperar una buena

respuesta. Es la FAYZ, dijo la voz.

Sigue siendo la FAYZ.

¿Pero después de tanto dolor, tantas decepciones, y tantos horrores,

seguramente se debieron a una buena noticia?

Sin duda.

* * *

Lana abrió los ojos.

Patrick le lamió la cara. Lo que era probablemente la razón por la que

abrió los ojos.

Algo pesado yacía sobre su pecho. A la cabeza, el pelo largo y oscuro.

Ella lo apartó y gimió.

—Estoy despierta —le dijo.

Sanjit se sentó, miró y se limpió baba de la comisura de la boca.

Lana estaba en la playa. El sol estaba alto, pero aún no se habían

despejado las montañas. ¿Cómo había llegado allí?, no lo sabía.

Instintivamente, buscó su arma. No estaba en su cintura. Se había hecho

una maraña en la manta.

—¿Cómo he llegado hasta aquí?

—Yo te traje aquí.

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Lana lo asimiló.

—¿Por qué? —preguntó ella con recelo.

—Te desmayaste.

Lana se pasó las manos por el cabello enredado. Se limpió la boca e hizo

una mueca, saboreando el interior de su boca.

—¿Tienes el agua?

—Por desgracia, no —dijo Sanjit.

Ella suspiró y lo miró con ojos cansados.

—¿Qué pasa contigo? Ni siquiera tienes una manta —dijo Lana.

—No iba a dormir.

—Dime que no estabas mirándome dormir, porque entonces tendría que

vomitar.

Sanjit sonrió.

—Lo hice. Te vi dormir. Y te escuché dormir, también.

—¿Qué quieres decir eso?

—Bueno, tú te tiraste un pedo una vez. Pero sobre todo hablas en sueños.

Gimes en tus sueños.

—¿Qué te dije?

Sanjit fingió tratar de recordar.

—Bueno, la mayoría era, urrgh, mmmm, uhh, uhh, no intente… urggh. Y

el pedo era muy, um, gentil. Como: ¡Poot-Poot! Casi musical.

Lana miró fijamente.

Se estremeció.

—¿Tienes frío? —preguntó ella.

—Sólo un poco de frío. Ya sabes, desde justo despertando —Se estremeció

de nuevo y envolvió sus brazos alrededor de sus piernas dobladas.

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Levantó su sábana, sacudiéndola hacia arriba, arena volando, y se la pasó.

Él la puso sobre sus hombros.

—¿Cuántos muertos más? —preguntó ella.

—Eran cinco en total cuando nos fuimos.

Lana bajó la cabeza por un momento y Sanjit permaneció en silencio.

Luego se puso de pie. Ella caminó hasta el borde del agua. Se quitó la

ropa, dejando sólo su lencería.

Luego, apretando los dientes, corrió hacia el agua, y tan pronto como el

agua le llegaba hasta las rodillas, se zambulló de cabeza.

Hacía mucho frío. Pero estaba limpio. Se lavó la sangre y la mugre.

Se enjuagó la boca con agua salada.

Entonces, temblando, volvió a salir del agua y corrió hacia Sanjit.

—Estás mirando — dijo.

—Sí. Estoy mirando. Soy un adolescente. Chicas hermosas en ropa interior

húmeda tienen una tendencia a provocar miradas de los adolescentes.

Ella se agachó, recogió la manta, sacudió la arena fuera de ella, y la

envolvió a su alrededor. Sanjit se puso de pie.

Ella le dio un beso en la boca.

Un beso de verdad.

Él le tomó la cabeza mojada con ambas manos y le devolvió el beso.

—Eso no fue tan malo como pensé que sería —dijo Lana.

Por una vez, observó con satisfacción, Sanjit no parecía tener una réplica

elocuente. De hecho, parecía un poco enfermo, y en gran medida como si

fuera a besarla de nuevo.

—De vuelta al hospital —dijo.

* * *

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Brittney aumentó la conciencia en un camino de tierra estrecho. Siete pies

de alto de tierra y muros de piedra cercándola, mucho más altos que ella.

Y en lo alto de los muros, coyotes lanzaban miradas lascivas hacia abajo,

la boca abierta, la lengua colgando hacia fuera.

Jamal estaba detrás de ella, comprobando el alambre que sostenía sus

brazos sujetos juntos en la muñeca y el codo.

Sus tobillos también estaban atados, pero con una cuerda floja para que

pudiera dar pasos cortos, pero no correr.

—¿Dónde estamos? —le preguntó Brittney.

Jamal se encogió de hombros con su único hombro sano.

—En algún lugar al que Drake quiere que vayamos —Él bostezó, miró

nerviosamente a los coyotes, y volvió a bostezar.

—Deberías descansar un poco —dijo Brittney—. Estás adolorido y

cansado.

—¿Aquí? —Se rio con amargura—. ¿Esto se siente como el lugar para una

siesta?

No, Brittney reconoció en silencio. Había algo oscuro en este lugar, a pesar

de que el sol estaba alto en el cielo. Algo en el aire. Algo en la mirada en los

ojos de los coyotes. Una oscuridad que se coló dentro de su corazón sin

latir.

—Quiero volver —dijo Brittney.

—¿Sí? Yo también —dijo Jamal—. Pero si lo hago, el viejo Drake me

arrancará la piel.

La empujó hacia adelante. Ella tropezó cuando la cuerda se rompió en sus

tobillos y casi cayó. Pero se contuvo y arrastró los pies, sin saber qué otra

cosa podía o debía hacer.

¿Qué debo hacer, Señor, para ganarme la muerte verdadera, y mi lugar en

el cielo?

—Esto es un mal lugar, Jamal —dijo Brittney—. Puedo sentirlo.

—Sí —dijo—. Drake es un chico malo, y va a lugares malos. Pero mejor con

él que contra él, me imagino.

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Ellos emergieron del corte a través de la vista de un agujero medio en

ruinas en la ladera de una enorme roca. Había suficiente luz de color rosa

pálido para ver que la entrada a la mina estaba bloqueada por toneladas

de roca caída. Las enormes vigas que enmarcaban el agujero se astillaron

y se veían como si fueran a romperse.

Sea cual sea el mal que Brittney sentía, venía de allí, de ese agujero, de ese

montón de rocas.

—¿Dónde estamos?

—El pozo de la mina —dijo Jamal—. ¿No has oído hablar de eso? ¿De allí?

Eso es lo que le dio a Drake su látigo.

—¿En dónde? —dijo Brittney—. Todo se derrumbó. Está sellada.

—Eso es probablemente bueno, ¿eh? Porque si eso se siente tan mal desde

aquí, no quiero saber lo que se siente cerca —Se mordió el labio y en voz

baja dijo—. Como una gran garra sosteniendo tu corazón. Como

carámbanos en tu cerebro.

—Jamal, si te escapas…

Negó con la cabeza.

—Drake vendría detrás de mí. Mira, no puedes morir, ¿verdad? Y él no

puede morir, ¿verdad? Lo que significa, que si lo traiciono, tarde o

temprano me atrapará.

—Tal vez el fuego —Brittney dijo en voz baja—. Tal vez el fuego santo de

Dios puede destruirnos a los dos.

—Sí, bueno, resulta que no tengo nada de eso.

—Sólo Sam puede terminar esto.

Jamal levantó las manos en un gesto que decía “¿quién, yo?”.

—Estoy bien con eso. Si gran Sam quiere sacar a Drake, no voy a decir

nada para detenerlo. Pero escucha: todo lo que estamos tratando de hacer

es frenar Drake, chica. Él y Sam, van a encontrarse con el tiempo,

¿verdad? Así que tal vez deberías estar tratando de acelerarlo, ¿ves lo que

estoy diciendo?

Brittney miró a Jamal. ¿Era un truco? ¿Es este el diablo que me tienta?

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—¿Qué pidió el demonio de Drake que hicieras?

Jamal asintió con la cabeza en la cueva.

—Sólo dijo que estar aquí. Tiene en la cabeza que puede hablar con esa

cosa ahí. O por lo menos escuchar lo que dice.

Brittney podía creerlo. ¿Cómo no creer en cosas que parecían

sobrenaturales? Su hermano a veces le hablaba como a un ángel. Y Dios

estaba con ella siempre. ¿No era él?

Y ella misma, este remanente horrible de la niña que una vez fue, ella

misma era algo fuera de la naturaleza.

¿Era Sam el siervo del Señor? ¿La herramienta que Dios había elegido para

liberar a Brittney?

Ella había rogado a Sam a menudo por la liberación. Pero los caminos de

Dios no eran cognoscibles para ella. Su tiempo no era su tiempo. Hágase

su voluntad.

—¿Qué quiere Drake de mí? —Brittney le preguntó.

—Ya sabes, no siempre estar tratando de escapar, por eso tengo que atar

tus piernas y eso nos ralentiza y todo.

—¿Va tras Sam? ¿Es ése su plan, ir tras Sam?

Ella pensó que se notaba apenas la menor falsedad en los ojos de Jamal

cuando dijo:

—Eso es exactamente su plan. Directo a Sam, tan pronto como se registre

con… ya sabes.

—Puedes dormir, Jamal —dijo Brittney—. Duerme hasta que Drake

regrese. No voy a huir.

—¿Cómo voy a confiar en ti?

—Porque te lo juro. Sobre la sangre del Cordero, lo juro.

* * *

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Jamal despertó al dolor de Drake pateándolo.

—¿Qué?

Drake estaba realmente sonriendo. No fue un buen aspecto para él.

—Estabas dormido —dijo—. Y yo sigo aquí.

Jamal dio un salto y rápidamente desató a Drake.

—Sí, hice justo lo que dijiste Drake. Como dijiste. Le dije que iría después

de Sam, lo primero. Entonces Sam los quemaría a los dos y…

Tragó saliva, de repente se dio cuenta de que esto podría estar llevando las

cosas demasiado lejos.

Pero Drake se encontraba en un estado de ánimo muy caritativo. Le dio

unas palmaditas a Jamal en la mejilla, ligeramente con la punta de su

látigo.

—Lo hiciste bien. Y voy a llegar a Sam Temple. Más pronto o más tarde.

Drake miró el pozo de la mina. Lo que sentía hacia la oscuridad era algo

muy parecido al amor. Miedo, sí, pero la Oscuridad se merecía su miedo.

Su miedo y su devoción.

Si tenía que tirar de las rocas de allí, una por una, y si tomaba semanas,

iba a llegar a la Oscuridad y liberarlo.

—Mi viejo cuerpo está ahí abajo —dijo Drake, dándose cuenta de eso, por

primera vez—. Mi viejo cuerpo está allí con ella.

Drake sintió una repentina punzada de nostalgia. Quería presionar su

cuerpo contra las rocas en la boca de la mina. Eso le acercaría. Tal vez la

oscuridad podría llegar a él, tocar su mente, decirle qué hacer a

continuación.

Pero no podía hacer eso delante de Jamal.

—Comienza acarreando rocas —dijo Drake—. Tienes que amontonarlas,

como, de nuevo allí —Señaló un espacio relativamente plano—. No sé

hasta dónde llega la caída de rocas. Nos puede llevar un tiempo. Pon a

Brittney Pig a trabajar cuando vuelva.

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Durante dos horas o más, las levantaron y llevaron. Hubiera ayudado si

tuvieran una carretilla. Hubiera ayudado si el brazo de Jamal no estuviera

roto. Tuvieron que levantar cada trozo de piedra, cada madera destrozada.

Algunos eran lo suficientemente grandes que tuvieron que cada uno un

extremo. Algunos eran tan grandes que ni siquiera podían moverlas y

tuvieron que ir a su alrededor.

Al cabo de dos horas no habían movido más de un pie y medio en el pozo.

Brittney había reaparecido una vez durante ese tiempo y había comprado

la idea de ayudar a la excavación.

Pero Drake no podía engañarse a sí mismo, no estaban llegando a ninguna

parte. Podría llevar meses. Años. Por siempre.

Los coyotes iban y venían, observando, sin duda pensando en comerse a

Jamal. Así que cuando Drake oyó el sonido del movimiento viniendo de

alrededor de la curva en el camino, supuso que eran coyotes.

Sólo que no era el habitual sigiloso pad-pad-pad de coyotes. Éste fue un

sonido con unos pocos clics y arremetidas repentinos.

Drake se secó la frente y se volvió con cautela hacia el sonido. Se veía

como algo de una película de ciencia ficción. Al igual que un extranjero o

un robot o algo así, porque era demasiado grande para ser sólo un insecto.

Era de plata y bronce, débilmente brillante. Tenía la cabeza de un insecto

con prominentes, crujientes piezas bucales, que a Drake hizo pensar en un

chef de Benihana destellando cuchillos ceremonialmente. Sus mandíbulas

perversamente curvadas en un cuerno negro o hueso sobresalían de los

lados de la boca.

Olía como el curry y el amoníaco. Amargo pero con un dejo de dulzura

cuajada.

Más vinieron ahora, corriendo al lado de la primera. Tenían ojos y antenas.

Los ojos eran llamativos: iris azul real que casi podría pasar por humanos.

Pero sin nada de la conciencia humana, nada de la vulnerabilidad humana

y la emoción. Como trozos de hielo.

Corrieron en una carrera en seis piernas, deteniéndose, empezando, a

continuación, deslizándose hacia adelante de nuevo a una velocidad

alarmante. Sus alas de plata empañada plegadas contra caparazones de

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bronce, como escarabajos o cucarachas. Las alas a veces se dilataban

levemente mientras corrían.

Insectos. Puede ser. Pero cada uno por lo menos cinco pies de largo y tres

pies de altura, con las antenas agregaban otro pie.

Drake miró a los ojos azules sin alma del primer insecto.

Él estaba listo con su látigo y Jamal estaba listo con su rifle, pero a Drake

no le gustaban mucho sus posibilidades si estaban buscando una pelea.

Había una docena de las criaturas, empujándose una alrededor de la otra,

como las hormigas que brotan de un montículo o avispas atando furiosas

de una colmena perturbada.

Drake sintió una punzada de miedo: ¿podría sobrevivir a ser comido?

¿Picado en trozos por la rechinante boca y tragado?

Un coyote, manteniendo una distancia prudente, trotó hasta la cima de la

subida y habló en esa voz estrangulada que su especie había logrado.

—Ver la Oscuridad —dijo el coyote.

—¿Ellos? —preguntó Drake. ¿Los coyotes y estas monstruosidades podían

comunicarse?—. ¿Ellos quieren ver la Oscuridad? Bien —dijo Drake. Él

señaló con el pulgar por encima del hombro hacia la mina—. Vayan por

ella.

—Ellos hambre —dijo el coyote.

Drake no tuvo que preguntar qué se suponía que debía hacer al respecto.

Porque ahora la misma asquerosa, insinuante voz que hablaba por el

coyote le llegó directamente, tocó su voluntad, su mente sumisa, y la

inundó con una alegría profunda y horrible.

Drake cerró los ojos y se meció lentamente hacia adelante y hacia atrás,

sintiendo el roce de su maestro.

Pronto Drake estaría con la Oscuridad. La Oscuridad le daba todo lo que

necesitaba. Y Jamal había cumplido su propósito.

—Entonces digo, a comer algo —dijo Drake—. Lo siento, Jamal.

—¿Qué? —Jamal esperó a que Drake riera, como si fuera una broma. Pero

Drake sonrió, le guiñó un ojo y le dijo:

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—Amigo, tarde o temprano te iba a matar de todos modos.

—¡No, no! —Jamal se quedó sin aliento. Retrocedió. Dio media vuelta y

echó a correr.

El insecto más cercano, sus ojos azules helados enfocados con una terrible

intensidad, lanzó algo que podría haber sido una lengua. Era negra, y tan

gruesa como una cuerda con una punta de púas como un conjunto de

anzuelos. La lengua cogió la pierna de Jamal y cayó de bruces.

—¡Drake! Drake! —Jamal gritó—. ¡Por favor!

Drake se echó a reír. Él saludó con la mano mientras la lengua cuerda tiró

a Jamal hacia su perdición.

Jamal disparó. Blam-Blam-Blam. A corta distancia, a continuación, más

de cerca, y luego a pulgadas de la cara horrible de los insectos. La lengua

lo liberó y chasqueó. Entonces las mandíbulas como cimitarras cortaron a

Jamal por la mitad y no hubo más disparos, sólo un grito desesperado de

consternación.

Los enormes insectos aumentaron, y en unos segundos no quedó nada de

Jamal.

Entonces, sin una pausa, los monstruos de ojos azules se pusieron a

trabajar desplazando las rocas a una velocidad deslumbrante, empujando

con sus mandíbulas, levantándose sobre sus cuatro patas traseras y

sosteniéndolas con sus dos delanteras.

Drake sintió a Brittney regresar. Pero eso estaba bien, porque ahora su

Señor y Maestro, la Oscuridad, el único Dios verdadero de Drake estaba con

él, llenando su corazón y alma.

Y no sería frustrado.

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CAPÍTULO 23 Traducido SOS por Eli25

Corregido por Marce Doyle*

9 Horas, 14 Minutos

strid estaba en el patio trasero usando la zanja, cuando ocurrió.

Se había sentado en la cama de Pequeño Pete durante dos días,

esperando, temiendo. Pero incluso deshidratada, ella aún tuvo

que irse eventualmente. Había esperado que fuera seguro. Había

esperado ver que la gente de Albert estuviera entregando agua y comida, y

que la epidemia hubiera pasado.

Pero las calles estaban abandonadas. No oía sonidos distantes de los

motores de las furgonetas, ni siquiera el chirrido de los neumáticos de los

carros tirados a mano. Así que hizo lo que tenía que hacer en la zanja en el

patio y continuó rezando como casi hacía constantemente.

Silbido-rotura.

Todo el piso superior de la casa se derrumbó.

No había fuego. Ningún fuego.

El techo de azulejo de la planta superior, los costados, las paredes, la

madera y el muro; todo se derrumbó casi tranquilamente. Un gran trozo de

tejado giró sobre su cabeza, soltando azulejos rojos cuando giró y cayó con

un golpe masivo contra la pared de la casa de al lado.

Ella vio una ventana, el cristal aún de alguna manera en su sitio girando

derecho como un cohete. Ella lo siguió con sus ojos, esperando a que

cayera girando sobre ella. Se rompió en las ramas de un árbol, y

finalmente, el cristal de desmenuzó.

La cama de su propio dormitorio estaba en un tejado dos casas más abajo.

Las sábanas y la ropa revoloteaban en el suelo como confeti. Era casi

A

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alegre, como si alguien hubiera dejado cohetes para el 4 de Julio y ahora

ella dijera “oh” y “aaahh” cuando las chispas caían.

Pero ningún fuego. Ninguna explosión fuerte. Un segundo había sido una

casa de dos pisos y ahora era una casa de un piso.

Uno de los calcetines altos de Astrid de su tocador aterrizó en el césped

cayendo en el borde de la zanja.

Astrid recordó que podía moverse. Corrió a la casa gritando:

—¡Petey! ¡Petey!

La puerta trasera estaba parcialmente bloqueada por un pequeño trozo

lateral. Ella lo tiró a un lado y corrió a través de la cocina subiendo los

restos desparramados de las escaleras.

Toda rareza la golpeó entonces. El pasamanos de las escaleras se

interrumpió cuando alcanzó el nivel del piso superior. Los escalones

terminaban en una astilla medio levantada.

Astrid caminó a lo que era una plataforma, ya no en el segundo piso de

una casa. Todo había desaparecido. Todo. Era como si un gigante hubiera

llegado con un cuchillo y simplemente cortara la parte superior, cortando

a través de las paredes y las tuberías y los conductos eléctricos.

Todo lo que quedaba era la cama de Pequeño Pete. Y Pequeño Pete en ella.

Él tosió dos veces y se lamió sus labios. Sus ojos miraban en blanco el

cielo abierto. Astrid siguió la dirección de su mirada. Y allí, en el cielo azul

de la mañana, había una nube de algodón gris. Directamente sobre la

casa.

* * *

Brianna estaba furiosa. Estaba furiosa por un mucho justo las mejores

veces, pero aún estaba haciendo un largo y lento incendio sobre la pelea

con Drake y el hecho que Jack había dejado la ciudad sin siquiera

decírselo, así que lo tuvo que oír de Taylor.

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No le gustaba mucho Taylor. Una vez había sugerido que Taylor debería

adoptar un nombre frío, como Brianna hizo con “la Brisa,” “el Telepuerto,”

quizás. Taylor se había reído de ella.

Brianna se suponía que no debía estar en la calle. La cuarentena aún

estaba en efecto. Pero estaba sedienta, hambrienta, humillada y furiosa, y

estaba buscando problemas.

O al menos un sorbo de agua.

Estaba dando todo esto, esperando algo pocos minutos más, y entonces

fue a correr hacia el Lago Evian para una bebida. Taylor dijo que el camino

era peligroso, que las vegetarianas estaban allí. Pero Brianna no temía a

las serpientes voladoras. Ni siquiera las serpientes voladoras que meaban

huevos verdes de bichos, o lo que fuera de lo que iba todo eso. Ella era

demasiado rápida para alguna estúpida serpiente, volando o

arrastrándose.

Alguien había clavado un contrachapado en una ventana del

ayuntamiento.

—¿De qué se trata esto? —preguntó ella en alto.

Se encogió de hombros y llegó lista para acercarse, cuando oyó un sonido

como de masticación. Como mucha masticación haciéndose rápidamente

más alto. Y viniendo de la ventana.

Las astillas salían a través de la parte inferior del contrachapado. Estaban

empujadas por algo plateado que se movía con respetable velocidad.

Brianna levantó la mirada durante unos pocos segundos, y entonces, muy

de repente, los insectos de apariencia metálica, cada uno del tamaño de un

perro pequeño, comenzaron a forzar su camino a través del

contrachapado.

Él primera en emerger extendió las alas como un escarabajo y flotó al

suelo.

Brianna tuvo mucho tiempo para observar la crujiente boca y sus antenas,

y estar completamente asustada por los ojos del color de los rubíes.

Ella podía adivinar qué eran. Eran las cosas con las que Taylor había

llegado completamente loco. Las cosas que se suponían que vinieron de los

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intestinos de Hunter. Solo que ahora estaban justo aquí y cayendo de la

pared desde el segundo piso del ayuntamiento.

Al instante que el primer bicho aterrizó, se lanzó hacia Brianna. Ella dio

un paso lateral, como un torero con un toro.

—Eres rápido, te daré eso —dijo Brianna—. Pero no eres la Brisa.

Como el primero, el enjambre corrió hacia ella. Las mandíbulas como

guadañas cortaron, y las chirriantes bocas cortantes y los ojos rojos

abrasando.

Esto era demasiado. Ella solo podía alejarse, por supuesto, pero estaba

disfrutando del juego.

Hasta que Edilio llegó en una carrera, tensando su rifle automático y

gritando a pleno pulmón.

—Oh, bien —dijo Brianna—. Hora de terminar esto, creo.

Ella desenfundó su gran cuchillo y cortó las antenas del bicho más

cercano. Entonces, solo para mostrarlo, solo porque era un movimiento

genial, ella dio una voltereta y aterrizó casi a horcajadas en otro bicho. Le

apuñaló, apuntando en el espacio entre sus alas de apariencia dura. Su

cuchilla golpeó el ala en su lugar y no penetró.

El bicho se retorció, rápido, muy rápido. No lo suficiente. Brianna le

apuñaló justo en los ojos rojos intenso, y la cuchilla se hundió

profundamente en uno.

El bicho dejó de moverse.

—Es por eso que no debes molestar a la Brisa—dijo Brianna.

Edilio casi había llegado, y Brianna estaba bastante segura de que él

arruinaría su diversión. Así que esperó la carga de otro bicho, cayendo

bajo, barriendo su cuchillo y cortando a través de las dos patas delanteras.

Este chocó de cara en un horrible movimiento.

¡Blam! ¡Blam!

Edilio disparó a su bicho dos veces más. Luego, viendo dudar a Brianna,

gritó:

—¡Intenta machacarlos!

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—¿Con qué?

Edilio miró alrededor indefensamente.

—No lo sé.

—¡Están escapando!

Los bichos, media docena de ellos, estaban ignorando a Brianna y a Edilio

ahora y corrían por la calle, lejos de la ciudad.

—Son demasiado rápidos para ti —dijo Brianna.

Edilio parecía como si fuera a tener una apoplejía. Miró a la ventana de

arriba. Los bichos corrían alejándose, y Brianna podía haber jurado que su

siguiente movimiento sería lanzar sus manos y decir, “¡olvídalo, me voy de

aquí!”.

Pero él apretó sus dientes, tomó una profunda respiración y visiblemente

se tensó por una decisión que sabía que podría ser equivocada. Podría

incluso ser fatalmente errónea.

—Brisa—dijo él gravemente—. Escúchame antes de irte. Quiero que les

sigas, que veas a dónde van. Pero esto nos deja sin nadie para defender.

Orc está fuera en una borrachera, Sam, Dekka y Jack están fuera de la

ciudad, los niños están cayendo enfermos por todas partes, y Drake aún

podría estar acechando... —él pegó su dedo en ella—. No tomes riesgos, no

seas ni imprudente ni estúpida, vuelve tan pronto como puedas, tan

pronto como veas a dónde van.

Brianna ejecutó un saludo de burla, ya que no le importaba ser llamada

estúpida tanto como él admitiera su valentía y anduviera a zancadas unas

fáciles sesenta millas en una hora para alcanzar el enjambre.

—No temas, Edilio—llamó ella sobre su hombro—. La Brisa terminará con

esos bichos.

* * *

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Orc estaba seco. Miró siniestramente a la botella en su mano. ¿No debería

estar muerto por ahora? ¿Cuántos tragos llevaría antes de que se muriera

ya?

Su mente fatigada para trabajar en las soluciones del problema.

Probablemente aún un par de botellas en la casa, si los niños no las

habían saqueado. Si no, tenía otra opción, pero era una larga caminata, y

realmente no estaba de humor para una larga caminata. Una larga

caminata haría recuperar la sobriedad.

Estaba de camino a la casa y a ahogar su cerebro en un trago otra vez,

cuando sin pensar, caminó pasando la señal de ALTO.

Ningún cuerpo estaba arrugado allí.

Durante un momento, pensó que podría haber estado en el lugar

equivocado. O que quizás estaba equivocado con el cuerpo. Pero entonces,

vagamente recordó corriendo hacia Howard y Howard prometiendo que

arreglaría las cosas.

Así que ahora el cuerpo del chico pequeño estaría pudriéndose en una

casa sin usar. Probablemente no sería el único cuerpo alrededor.

Probablemente.

Orc tomó una bebida. Estaba temblando en mente y cuerpo. Estaba

acostumbrado a la bebida, pero incluso para sus estándares había

castigado a su cuerpo en el último día. Su estómago ardía. Su cabeza

martilleaba. Ahora tenía que luchar una urgencia de correr y correr y

correr hasta...

¿Hasta qué?

Ellos lo averiguarían, tarde o temprano. Que él había golpeado a ese niño

pequeño, ese niño pequeño que nunca hizo daño a Orc, y probablemente a

nadie más. Solo algún niño enfermo.

Alguien habría visto lo ocurrido, o uno de los más inteligentes como Astrid

o Albert o Edilio lo averiguarían. Y él ni siquiera tendría la oportunidad de

explicarse. Ellos le harían irse, irse a vivir fuera de la ciudad, como

hicieron con Hunter.

Pero él no era Hunter. No podía vivir fuera de allí. Fuera dónde estaban los

coyotes.

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Orc recordó a los coyotes. Recordó la manera que habían hundido sus

bocas en sus intestinos vivos y desgarrado y destrozado sus entrañas.

Eso fue cuando había comenzado. Así fue cuando la carne desgarrada se

había convertido en grava y roca, en piedras, la piel del monstruo había

crecido por todo su cuerpo.

No. No podía hacerle vivir allí fuera.

Aunque, Astrid tenía reglas; ella las había puesto, y eso es lo que ellos

harían, echarle, irse. Orc se iría y moriría, enloquecería.

Sí, bueno, Charles Merriman estaba dentro de este monstruo. Él no era

Orc. Él era Charles Merriman.

Tenía que hablar con Astrid. Ella siempre era buena con él. La única que

era buena con él. Eran sus estúpidas normas, así que ella sería capaz de

averiguar algo. Era inteligente, después de todo. Y bonita.

Con ese vago pensamiento chapoteando alrededor de su cerebro, Orc

caminó hacia la casa de Astrid.

A dos bloques de distancia notó algo muy extraño. Tan extraño que pensó

que podría estar imaginándoselo. Porque no estaba bien, eso seguro.

Había una nube. Arriba en el cielo. Cuando él miró arriba, el sol comenzó

a deslizarse por detrás.

Nube. Una nube oscura y gris.

Él siguió en movimiento. Siguió bebiendo. Siguió mirando a esa loca nube

en el cielo.

Caminó hacia la calle de Astrid. A medio bloque de distancia, vio los restos

esparcidos sobre los árboles, y los patios y las cortinas sobre las vallas.

Entonces la casa. Eso le detuvo muerto en su camino.

La parte superior de la casa no estaba.

Y allí estaba de pie Astrid, justo en la parte superior, justo en la apertura,

porque las paredes no estaban, y también estaba su hermano, solo que él

estaba como si flotara en el aire sobre una cama.

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Orc miró a Astrid, pero ella no le notó. Estaba mirando al cielo, arriba a la

nube. Sus manos estaban a sus costados. En una mano sujetaba una

pistola de apariencia enorme.

Un brillante destello iluminó todo.

Un árbol ni a diez pies de distancia se partió.

¡CRRRRR-ACK!

¡BUUUUUM!

Relámpago. Trueno.

Las astillas y las hojas del árbol cayeron en una ducha, todo alrededor de

Orc.

Y de repente, la nube pareció caer del cielo, solo que no era la nube en sí,

era lluvia. Riachuelos grises de agua, vertiéndose.

Era como caminar a una ducha de agua fría. La lluvia caía sobre la cara

marmórea y levantada. Se encharcó en sus ojos, llovía en riachuelos a

través de su cuerpo losetado.

Astrid gritó, las palabras irrelevantes. Orc oyó la desesperación, el miedo.

Estaba empapada, de pie allí con su pistola grande, gritando a su

hermano, sollozando.

Orc abrió su boca y el agua fluyó dentro. Limpia, fresca, tan fría como el

agua helada.

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CAPÍTULO 24 Traducido por bluesea

Corregido por Marce Doyle*

9 horas, 6 minutos.

ritney vio el enorme insecto de ojos azules. Vio la cueva. Y no

entendió nada de eso. Luego vio el arma de Jamal. Jirones de

su ropa. La sangre que las impregnaba.

No había nada más que su ropa, sus zapatos y su arma.

Los insectos la pasaron volando enloquecidos, cargando rocas ocho, nueve,

diez veces su tamaño. Como hormigas ocupadas. Pero hormigas del

tamaño de lobos o ponis de Shetland.

Los coyotes observaban. Estaban ansiosos, nerviosos, asustados de los

insectos masivos.

Ella deseó poder preguntarle a Jamal que sucedía. Pero Jamal ya no

respondería más preguntas.

Se preguntó si podía escabullirás. ¿Pero qué diferencia haría? Los insectos

habían apilado una pequeña montaña de rocas. Rocas cada vez más

grandes estaban siendo acarreadas.

Se paró enfrente de uno de los insectos. Cargaba una roca que fácilmente

podría aplastarla. No sería nada para estos insectos atacarla, desgarrarla

como ellos aparentemente habían hecho con el pobre y asustado Jamal.

Pero el insecto solo la rodeó.

¿Por qué? ¿Por qué se comerían a Jamal y no a ella? ¿Porque solo comían

carne viva? ¿O porque sabían que ella era Drake y Drake era ella y ellos no

podían lastimar a Drake?

¿Qué los detenía?

B

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¿Quién los detenía?

Pero Britney ya sabía la respuesta. Sabía que algo, alguien, alguna mente

estaba tocando la de ella. Era como si ella siempre lo supo. Como si esa

fría consciencia siempre hubiera estado ahí, en el fondo, observándola

mientras ella apartaba los ojos y miraba al cielo.

Cuando ella estaba todavía en su tumba, arañando la tierra, lo había

sentido. Cuando miraba profundamente dentro de los ojos de su hermano

Tanner, ella a veces podía ver destellos de eso en las capas debajo de su

disfraz como ángel.

Ella lo había sabido, pero no quería reconocer que Drake era su criatura,

la criatura de este mal, así como ella era la criatura de Dios.

Miró al pozo de la mina, se paró allí mientras los insectos apartaban las

rocas. Como si fuera una roca en medio del agua que corre.

Ellos estaban liberando al malvado. No podía hacer nada para detenerlos.

No haría nada para detener a Drake de ir con eso. El mal ganaría esta

batalla.

La mente oscura tocó los bordes de sus confusos pensamientos. En vagos

susurros, sin palabras hacia promesas.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó.

Darte lo que quieras.

—Quiero morir —dijo Britney—. Para ir al cielo.

Cuando cerró sus ojos sintió, más que ver, algo parecido a una sonrisa

brillante desde una piscina profunda llena de oscuridad.

Le había suplicado a Dios liberarla. Quizás esta era Su forma. Quizás no

era Sam quién la liberaría, sino el mal dentro de la montaña.

Britney caminó hacia el pozo de la mina, levantó una pequeña roca y la

apartó.

* * *

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—¿Puedes darle algún sentido a eso? —Sam le preguntó a Jack.

Ellos estaban en la oficina de la marina. Dos docenas de botes estaban

plácidamente en el agua. Varias docenas más estaban fuera del agua en

un gran cobertizo de botes. Había papeles sobre un escritorio, libros en

estantes grises de metal, dos sillas de oficinas rotas. Los calendarios fuera

de fecha eran recordatorios de que nadie había estado ahí en un largo

tiempo.

Las computadoras estaban inservibles, por supuesto, sin electricidad. Pero

Jack había insistido en llevar tres de las medio exhaustas laptops del tren.

Y una búsqueda se volvió un viaje rápido.

—Tiene alguna clase de software de propietario. Tuve que abrirlo en Vista

Previa, y es difícil darle sentido.

Toto estaba hurgando las alacenas, sin encontrar mucho. Dekka estaba

sentada en una de las sillas con sus pies en alto, mirando

melancólicamente al lago. Repetidamente, a hurtadillas, pasaría sus

manos por su estómago, hombros, muslos, verificando por cualquier signo

de infestación.

De vez en cuando se levantaría la camisa para chequear la herida

cauterizada por el fuego de Sam.

—¡Ja! —dijo Jack—. Creo que lo tengo. Un camión les entregó gas marino

una semana antes de la FAYZ. Unos mil galones en números redondos.

Eso debió llevarlos por encima de doce mil galones en total. Y también

tienen diésel. No puedo encontrar esos...

Se fue, perdido en los números otra vez.

Esto, pensó Sam, fue porqué traje a Jack.

Sam se sentía increíblemente contento. De repente había tenido un flujo

de buenas noticias. Habían encontrado comida. Habían encontrado soda.

Ellos sin duda encontrarían unas bolsas viejas de papas una vez que

registrarán los botes, la clase de cosas que las personas tomaban para un

día en el lago.

Lo mejor de todo, el lago era inmenso y lleno con agua fresca. Más agua

fresca de la que alguna vez usarían en miles de años. También habían

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encontrado una tabla sujeta papeles con garabatos indicando que el lago

había sido abastecido recientemente con trucha y róbalo.

Era como tropezarse con el Jardín del Edén. Podían mover a toda la

población aquí arriba, usar los botes como casas, pescar en el lago. Beber

el agua. Usar el gas para llevar los cultivos de los campos hasta aquí

arriba.

No era perfecto. Sin contar que la FAYZ era el cielo.

Si tan solo Astrid estuviera aquí.

Trató de empujar ese pensamiento a un lado. Estaba molesto con Astrid.

Estaba harto de Astrid. Y aun así, todo en lo que podía pensar era en su

cara cuando le dio una jarra con Nutella y una lata de Pepsi.

—¿Por qué ellos no hicieron algo? —Dekka preguntó en voz alta.

—¿Quiénes? —preguntó Sam.

—Las personas que estudiaban a chico loco aquí —señaló con su cabeza a

Toto.

—¿Qué iban a hacer? —preguntó Sam encogiendo los hombros.

—¿Qué tal advertir a la gente sobre lo que sucedía? —dijo Dekka—. Como,

“oigan, personas de Playa Perdido, algo muy raro está sucediendo”.

—Ellos eran científicos —murmuró Jack. Ya no estaba descifrando

documentos aburridos, sino buscando el disco duro de la laptop,

deleitándose en el gran placer de abrir aplicaciones.

—Así que eran científicos —Dekka contestó bruscamente—. ¿Y qué?

—Que ellos estaban estudiando, ¿verdad? —dijo Jack—. Tenían que

entenderlo primero. No pueden correr alrededor como “oye, mira, hay un

Huevo de Pascua genial si presionas”.

—Significa que las personas afuera saben lo que está pasando —dijo

Dekka.

—¿Qué crees que pasará cuando la barrera se venga abajo? —se preguntó

Sam en voz alta—. Me refiero, ¿a todos nosotros?

—Lo más probable que todos nuestros poderes se vayan —dijo Jack.

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—Lo más probable —concordó Sam.

—Pero no es seguro —dijo Jack.

—No.

—Ellos ni siquiera te dejan llevar una navaja suiza en la escuela, ¿qué

harán contigo Sam? Eres como un chico que lleva dos rayos láseres —dijo

Dekka.

—Como dijo Jack, lo más probable es que nuestros poderes se irán. Eso

será un alivio.

—No es verdad —dijo Toto—. Él dice que será un alivio, pero eso no es

verdad, eso no es lo que cree.

Sam miró a Toto.

—De acuerdo. Probablemente lo extrañaré.

—Verdad —dijo Toto. Luego, comunicándose con su cabeza imaginaria de

Spiderman, añadió—. Es la verdad.

—Mira lo que le hicieron a Toto y al sujeto número dos —dijo Dekka.

—Encerrarnos —dijo Toto—. Sin familia. Nos robaron y encerraron.

—Eso no sucederá —dijo Sam—. Todos en el mundo probablemente saben

de nosotros. Seremos muy bien conocidos.

—Él lo cree —dijo Toto.

—Pero no está seguro —dijo Dekka secamente—. Sam, tu nunca has sido

un raro en el mundo real. ¿Yo? Para muchas personas yo era una rara

antes de llegar aquí. Si mis padres me enviarían a Coates solo por ser una

lesbiana, imagina qué felices serían de ver que también puedo cancelar la

gravedad.

Ella rió para quitarle tensión. Pero Sam no se le unió.

—Todavía quiero que la barrera caiga —dijo Sam.

—No es la verdad —dijo Toto.

—Sí, sí lo es —protestó Sam—. ¿Piensas que quiero vivir así?

Toto comenzó a responder, pero Dekka lo interrumpió.

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—Sam, quizás no has tenido tiempo para pensar en esto, pero yo sí.

Créeme, muchos chicos también, y no solo raros con poderes. Quiero

decir, ¿piensas que Albert quiere que todo termine para así volver a su

escuela y ser un pequeño nerd?

—Astrid quiere que termine —dijo Sam.

Dekka asintió.

—No hay dudas. Y Jack aquí quiere que termine para volver a su

computadora, y todo porque la mitad del tiempo él ni siquiera recuerda

que tiene súper fuerza. Edilio también quiere que termine, creo, al menos

que empiece a pensar sobre ser deportado a Honduras. Pero,

¿honestamente crees que Brianna quiere dejar de ser la Brisa?

—Brianna lo odiaría —admitió Sam.

—Hay chicos que rezan todas las noches para que todo esto termine. Hay

otros chicos que rezan todas las noches que la barrera se quede justo

dónde está. Y ahora que les mostraremos toda esta encantadora agua

fresca, este agradable lugar aquí arriba...

—Tú crees eso —confirmó Toto.

—Gracias —dijo Dekka sarcásticamente.

Sam miró al lago con un sentimiento diferente ahora. Si tenían agua, si

tenían comida, si la paz se pudiera mantener entre él y Caine, y

especialmente si podían hacer que el poder fluyera de alguna forma,

¿Cuántos chicos dejarían de esperar un final para la FAYZ?

—Necesitas pensar todo eso, Sam —dijo Dekka—. Tú eres el líder, después

de todo.

—Ya no más —dijo él.

Dekka se rió. Se levantó y estiró.

—Sam tu todavía eres el líder. Tú siempre serás el líder. No es algo que

puedas elegir, es algo que eres.

Tomó su brazo y lo guío fuera del edificio, afuera del muelle.

Su ánimo era diferente ahora. Sam estaba impresionando por lo repentino

del cambio. Ella había estado poniendo un acto. Pero ahora sus ojos

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estaban sombríos y su boca se vino abajo en los bordes. Se paró cerca de

él, tomó su mano y la colocó sobre su camisa en la parte superior de su

abdomen.

—¿Sientes eso? ¿La protuberancia?

Él asintió.

—Mi mamá tuvo un quiste benigno una vez, así que quizás eso es todo lo

que es —dijo seriamente Dekka.

—Piensas que es...

—Quizás solo lo noté porque estoy buscando uno, pero quizás es uno de

ellos —dijo Dekka.

—No te apresures.

—No lo hago —dijo Dekka—. Pero si eso es lo que es, si es una de esas

cosas, voy a pedirte que te encargues de mí.

—Ya hemos pasado por esto —dijo Sam, alejando su mano.

—Si te digo que es el momento, lo haces, ¿de acuerdo, Sam?

No podía responder.

—No me asusta morir —dijo Dekka.

Sam estaba contento de que Toto no estuviera ahí para escuchar.

—Tienes que prometerme algo —dijo Dekka.

—¿Qué?

—Jamás le digas a Brianna lo que sabes de cómo me siento. Solo le traerá

dolor. La amo y no quiero herirla.

—Dekka...

—No —dijo rápidamente—. No discutas, ¿de acuerdo? Quizás estoy

equivocada y esto no es nada. Así que no lo discutamos.

—Si —dijo. Estuvieron parados incómodamente por un tiempo, luego Sam

dijo—. No quiero sonar raro, pero sabes que te amo, ¿verdad?

—También te amo, Sam.

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Sam se movió como si fuera abrazarla, pero se detuvo.

Ella sonrió.

—Sí, no somos del tipo abrazadores, ¿cierto?

—Vayamos a ver qué podemos encontrar en los botes —dijo Sam.

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CAPÍTULO 25 Traducido SOS por AntoD

Corregido SOS por Iska

9 horas, 5 minutos.

na cosa estaba clarísima para Astrid, mientras estaba de pie

bajo la torrencial lluvia: el secreto que había guardado

durante tanto tiempo ya no era más un secreto.

Ella miró hacia la calle y vio a Orc allí. Él estaba mirándola,

su mandíbula de carne y piedra colgando.

Y, viniendo por la calle detrás de él, había otros cuatro chicos. Reconoció a

Lance y Turk. A los otros dos apenas los conocía.

Los cuatro estaban armados. Orc no necesitaba un arma.

Ella escudriñó en todas direcciones, frenética, buscando alguna fuente de

apoyo. Quizás Sam había regresado. Tal vez Brianna. Quizás Edilio y

alguno de sus soldados.

Pero no, las calles estaban abandonadas excepto por una chica de

apariencia enfermiza, encorvada y cansada, moviéndose por el camino

habitual hacia la plaza, deteniéndose a toser y tambaleándose.

Orc había defendido a Astrid una vez antes, rescatándola de Zil y de su

pandilla humana de matones. Ahora, cuatro de esos matones estaban

apuntándola bajo la asombrosa nube de lluvia. Luego echaron a correr,

con todo el entusiasmo de la energía maliciosa.

La nube estaba creciendo y la lluvia propagándose.

Orc estaba de pie bajo ella, un montón de grava viviente bajo el diluvio.

Los otros desaceleraron el paso y caminaron con cautela hacia la lluvia y,

como Orc, inclinaron sus cabezas hacia atrás y bebieron de la fresca y

maravillosa agua.

U

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Ella tenía una pistola. ¿La usaría?

—Es el retrasado —gritó Turk. Su rostro estalló en una sonrisa. Estaba de

pie bajo un árbol decorado con un cartel de venta de garaje de ropa y

juguetes rotos—. ¡Es su tonto hermano, el Petardo!

Turk rodeó a Orc y saltó la valla hacia el patio de Astrid. Sus amigos lo

siguieron, cautelosos, mirando de forma penetrante a Astrid y luego a Orc.

Orc no hizo nada.

Entonces, en una repentina carrera, Turk subió las escaleras y se puso de

pie sobre la plataforma. Los otros se reunieron detrás de él.

Turk se rió en voz alta, jubiloso.

—¡Es el retrasado! Es el que está haciendo que llueva.

—¡Orc! —lloró Astrid.

—Ese niño debe tener unos locos poderes —dijo Lance.

—Márchense —dijo Astrid.

Estaba consciente del hecho de que su empapado camisón se ceñía

demasiado a su cuerpo. La pistola en su mano pesaba una tonelada.

—Agarren al niño —dijo Lance—. Si lo tenemos, controlaremos la lluvia,

¿verdad?

Había sangre en la camiseta de Turk. Mucha sangre.

—¿Qué han hecho? —demandó Astrid.

Turk bajó la mirada hacia la sangre. Parecía sorprendido por ello.

—Oh, ¿eso? —rió salvajemente—. Eso no es nada. Solo significa que

nosotros controlamos este lugar ahora, Astrid. No está Sam alrededor,

¿eh? ¿Dónde está el señor manos de luz?

—¡Orc! —lloró Astrid. No quería revelar la profundidad de su miedo, pero

sabía lo que Turk haría. Y no quería usar la pistola. No ahora, ni siquiera

por Petey.

—¿Qué otros trucos puede hacer el retrasado? —preguntó Lance—. Flotar

en el aire, hacer que llueva, ¿qué más?

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—Mutante retrasado. Fenómeno retardado —dijo uno de los otros niños, y

se rió tímidamente como si no estuviera muy seguro de que fuera

divertido.

—Él no sabe lo que está haciendo —dijo Astrid. Ella estaba helada ahora y

comenzando a temblar—. Él solo estaba sediento. Tiene la enfermedad, la

gripe, y simplemente tenía sed.

En la calle, otros niños estaban saliendo de sus casas, llevando tazones y

baldes. Avanzaban con miradas de incertidumbre, dirigiéndose hacia la

cortina de lluvia que se acercaba a ellos.

—El retrasado debe ser alguna clase seria de raro para hacer esto —dijo

Lance—. ¿Volar desde el techo de una casa? ¿Llamar a una nube de

lluvia? Eso son como, por lo menos, tres poderes. Quizás cuatro.

—Si lo molestas, podría detenerse. —La amenaza fue una inspiración

repentina y funcionó. Los ojos de Lance se entrecerraron aún más y Turk

de repente estaba muy quieto. El agua potable era importante, incluso

para los sub-genios como Turk y Lance.

Entonces Turk negó con la cabeza y dijo:

—Buen intento, Astrid. Pero si el fenómeno retrasado hace que llueva cada

vez que tiene sed, todo lo que tenemos que hacer es mantenerlo sediento y

poseeremos al hacedor de lluvia.

—Me pregunto, ¿qué hace cuando tiene hambre? —preguntó el Vigilante.

La lluvia golpeaba sobre la alfombra. Ya estaba formando charcos

alrededor de sus pies. Charcos superficiales en la sucia alfombra.

Turk tomó su decisión.

—Creo que simplemente vamos a llevarnos al viejo Petardo con nosotros.

—Le hizo señas a los dos niños más jóvenes—. Agárrenlo.

La pistola surgió de repente, casi como si el arma en sí hubiera tomado la

decisión. Astrid apuntó a Turk.

A pesar de la lluvia, su boca estaba seca como un pergamino. Su garganta

no emitiría ningún sonido. Su dedo estaba en el gatillo, acariciando las

ranuras, sintiéndolo. Su pulgar estaba en el seguro.

Ella lo quitó.

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Todo lo que veía ahora era el rostro de Turk y la mira en forma de “V” de la

pistola.

—No vas a apretar ese gatillo, Astrid —dijo Turk.

Un sonido de pasos. De pies corriendo.

Edilio apareció. Tenía un rifle automático apuntando a Turk.

—Se acabó, Turk —dijo Edilio.

Astrid dejó caer la pistola a su lado. Soltó un enorme y tembloroso suspiro

de alivio.

—¿Vas a dejar que Astrid se quede simplemente con este fenómeno? —le

demandó Turk a Edilio.

—Soltad todas vuestras armas. ¡Ahora mismo! —gritó Edilio.

Los dos niños más jóvenes miraron a Turk por orientación.

Lance fue el que se movió. Levantó su propia pistola y apuntó al pequeño

Pete.

—Si alguien dispara a cualquiera, el retrasado obtiene uno en su cabeza.

—Hombre, no quieres hacer esto —le advirtió Edilio.

—¿Sí? Bueno, escucha, Edilio: Albert está muerto.

Los ojos de Edilio se abrieron mucho.

—Mira, la situación ha cambiado rápidamente —dijo Lance en parodia de

la voz de un locutor—. Así que ahora, damas y caballeros, lo que tenemos

aquí es un enfrentamiento mexicano. Tú reprimes a uno, Edilio, y las

posibilidades son que aún puedo llegar al niño. Bang.

—Debes entender lo que es un enfrentamiento mexicano —se burló Turk.

Levantó su propia pistola y apuntó a Astrid—. ¿Ves? Ahora es incluso más

complicado. Lance tiene razón: Albert está, emm, no sintiéndose bien.

Nunca más. Así que nadie está pagándote, espalda mojada. Necesitas irte.

Corre antes de que los policías de inmigración lleguen —se rió.

Un pensamiento terrible se formó en el cerebro de Astrid: si el Pequeño

Pete era asesinado, todo podría terminar.

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Un simple acto de asesinato.

¿Qué tipo de vida tenía él? ¿Valía la vida del pequeño Pete todo esto?

¿Valía la pena la muerte de Edilio? ¿Valía la pena las muchas muertes que

seguramente sucederían? ¿Valía la pena todos ellos muriendo en este

violento, infectado y olvidado de la mano de Dios FAYZ?

—Adelante —dijo Astrid rotundamente. Dejó caer la pistola en la mojada

alfombra, la cual salpicó—. Adelante. Dispárenle. Maten al Pequeño Pete.

* * *

Diana y Caine habían hecho el amor varias veces más. En la cama de ella.

En la cama de él. En la gran habitación con su pared de sus padres

estrellas de cine, sonriendo en fotos sacadas con Leo DiCaprio, Natalie

Portman, esa actriz que estuvo en Mamma Mía!, Steven Spielberg, Heath

Ledger y un montón de personas que probablemente eran famosas pero

que parecían más del tipo de negocios.

Diana estaba en la cocina con una bata y pantuflas, cocinando algo de

comida para Penny. Sopa de almejas de Nueva Inglaterra. Una quesadilla.

Un tipo de harina diferente, supuso ella, pero Penny no iba a quejarse.

Ellos estaban muy, muy lejos de quejarse por la comida.

Diana no había tenido la intención de que fuera así con Caine. De alguna

forma, ella se había imaginado el momento, pero no la interminable serie

de secuelas. Pero el apetito de Caine no se había saciado. Él había

regresado a su cama durante la noche. Y luego esta mañana, incluso antes

de que saliera el sol.

Algo le estaba sucediendo a ella. Le empezaba a gustar Caine. ¿Amor? Ni

siquiera sabía con certeza lo que eso significaba. Quizás lo amaba. Eso

sería extraño. Él no era exactamente amable. Y, una vez que conocías al

verdadero Caine, no era ni siquiera querible.

Diana siempre había encontrado a Caine fascinante. Y siempre lo había

encontrado atractivo. Ardiente, hubiera dicho ella cuando era más joven.

Ardiente en un sentido frío, si es que eso tenía sentido.

Pero esto era diferente. Ella no estaba usándolo ahora. Esa era su usual

actitud hacía él. Por lo menos, era lo que siempre se había dicho a sí

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misma: él era útil. Una chica como Diana, que disfrutaba al tomar riesgos,

al clavar un cuchillo de ingenio y crueldad a las otras chicas en la escuela,

al burlarse de los jadeantes y hormonales chicos y mirando de reojo a los

viejos. Una chica como ella podía utilizar a un fuerte hombre protector.

Y Caine era definitivamente un fuerte protector. Se necesitaría a un chico

suicida para atravesarlo. Incluso antes de que Caine comenzara a

desarrollar sus poderes, era el tipo de chico del que los otros chicos se

mantenían alejados. Él no fue siempre el más grande o el de apariencia

más ruda, pero siempre fue el más determinado. El más despiadado.

Sabías que si lo arruinabas con Caine, sufrirías por ello.

Ella supuso que, si tenía que ser seria, había desarrollado genuinas

emociones hacia él hacía mucho tiempo. De algún tipo. No amor. Ni

siquiera simpatía. Pero algo. Algo que las personas normales podrían

haber pensado que era enfermizo, de cierta forma. Emociones. Pero no lo

que ella sentía ahora, fuera lo que fuera.

Diana vertió la quesadilla y la sopa en un tazón. Lo puso todo en una

bandeja y subió las escaleras. Golpeó, abrió la puerta y dejó la bandeja

frente a una durmiente Penny. Era como alimentar a un perro.

Ella encontró a Caine fuera sobre lo que había sido una vez césped bien

cuidado, el cual cubría todo el suelo desde la casa hasta el acantilado.

Ahora se veía salvaje con las hierbas, algunas tan altas que llegaban hasta

su cabeza. Él estaba mirando hacia el distante pueblo a través de su

telescopio.

La escuchó acercarse. Sin mirar atrás, él dijo:

—Algo está sucediendo en el pueblo.

—No me importa.

—Una nube. Como una nube de lluvia. De hecho, creo que está lloviendo.

Es solo una pequeña nube. Muy baja. Sin embargo, no es una ilusión en la

barrera.

—Probablemente estás viendo un reflejo. O una ilusión.

Caine le ofreció el telescopio. Ella quería rehusarse, pero tenía curiosidad.

Miró. El pueblo estaba más cerca. No lo suficiente como para ver personas,

pero sí lo suficiente como para ver que en realidad había una nube, solo

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una, flotando demasiado bajo, quedándose en un solo lugar. Las manchas

grises debajo de ella podrían ser por la lluvia.

—¿Y qué? —preguntó ella—. Entonces, algún fenómeno ha desarrollado el

poder de hacer una nube.

—¿No te preguntas quién? Ese es un poder bastante importante.

Diana suspiró teatralmente.

—¿Qué te importa?

—No me gusta la idea de que hayan otros cuatro más. Ya somos uno de

más, siendo dos de nosotros.

—Eso no significa que sean un cuatro más —dijo Diana—. Brianna, Dekka

y Taylor son solo tres.

—Ellos tienen mejores poderes que eso.

—Por lo menos un tres bar, supongo. —Él agarró el telescopio de nuevo—.

¿No crees que si ellos pueden encontrar una forma vendrán tras nosotros?

Si Sanjit lo hizo allí con vida, entonces Sam sabe lo que tenemos aquí. ¿No

crees que vendrá tras ello?

—No —dijo ella honestamente—. No creo que él vaya a buscar una pelea

contigo. No es tan inseguro como tú.

Caine soltó una carcajada.

—Sí, ese es mi problema, inseguridad.

—No importa, de todas formas. No hay forma de que regresemos aun si

queremos hacerlo.

—Siempre hay una forma, Diana. Siempre hay alguna manera.

—No —dijo ella—. No encuentro ninguna manera.

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CAPÍTULO 26 Traducido por QueenDelC

Corregido SOS por Iska

9 horas

uieres que le disparemos a tu hermano? —Turk

no podía creerlo.

—Ni siquiera lo pienses —dijo Edilio. Tenía un

fuerte agarre en su rifle, con el dedo sobre el

gatillo. Las miradas estaban centradas en el rostro ansioso de Turk. Pero

sus ojos estaban nublados y estaba aguantando la necesidad de toser—.

Ella no lo dice enserio.

—Demasiados chicos muertos —dijo Astrid con cansancio—. Ya no puede

haber más chicos muertos. Es hora de terminarlo.

Edilio sintió cómo se llenaba de pánico. ¿Qué se suponía que haría ahora?

¿Acaso Astrid se estaba volviendo loca, igual que Mary Terrafino?

—Sé cuántos chicos han muerto —dijo Edilio—. Enterré a la mayoría.

—Todo es por el pequeño Pete —dijo Astrid.

—No. No sabes eso. —Edilio le dirigió una mirada furiosa.

Ella parpadeó. Negó ligeramente con la cabeza. Su largo cabello,

empapado, colgaba como serpientes doradas.

—No eres el que lo está cuidando, Edilio. No eres el responsable de él.

Edilio tosió, ahogó una tos, tosió de nuevo. Trató de aclarar su mente y

calmarse. Tenía que mantenerse enfocado.

—¿De qué están hablando ustedes dos? —demandó Turk. Estaba

claramente confundido.

—¿Q

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Edilio sintió retumbar la casa. Pisadas fuertes. Orc. Tenía que ser Orc. ¿De

qué lado se pondría Orc? Esa era la cuestión.

El enorme chico emergió en la plataforma. Hizo un extraño ruido mientras

se movía, como si alguien estuviera arrastrando los pies sobre grava

mojada.

Pasó a Edilio. Su cabeza colgaba sobre su pecho, y por un momento Edilio

tuvo la increíble idea de que quizás Orc se hubiera quedado dormido.

No, solo está apaleado, se dio cuenta Edilio.

—Bajen sus armas.

—No, no, no. ¿De qué están hablando ustedes dos? Esa es la primera

pregunta —demandó Turk, sintiendo una ventaja que no podía entender

del todo. Su arma aún estaba apuntando a Astrid.

—Cállate, Turk, y baja tu arma. Si mataste a Albert, te irás al exilio.

—¿Qué pasa si le disparo al Petardo? —demandó Lance.

—Conoces la ley. Matas a alguien, te sometemos a juicio. Y si eres

culpable, dejas el pueblo y nunca regresas.

—No era eso lo que preguntaba y lo sabes, Edilio —gruñó Lance—. Dime,

Astrid. Dínoslo a todos. ¿Qué pasa si le disparo al Petardo?

Pánico. Estaba comiendo la mente de Edilio. ¿Qué se suponía que tenía

que hacer? Tenía que controlar la situación. Tenía que ponerse a cargo.

¿Pero qué debía hacer?

Edilio dirigió el cañón de su rifle hacia Turk. Su cabeza estaba nadando.

Su cuello y rostro estaban calientes.

Cambió el objetivo al cual apuntaba, moviendo el arma solo un centímetro

para poner a Lance en la mira.

El primero que se decidiera ganaría.

—Si… —dijo Astrid.

¡BLAM!

El rifle golpeó contra el hombro de Edilio. Un lado del guapo rostro de

Lance hizo erupción en una fuente de sangre.

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—¡Lance! —gritó Turk.

Lance levantó su propia arma, ya no apuntando al pequeño Pete sino a

Edilio.

¡BLAM!

La puntería de Lance estaba errada. Disparó nada cerca de Edilio. En su

lugar, la bala se estrelló contra la pierna de Orc y rebotó.

Turk, cuyo rostro era una máscara de furia, apuntó hacia Edilio. Pero

Edilio ya había cambiado su objetivo y su mirada estaba de nuevo en

Turk.

—¡No! —advirtió Edilio.

Turk titubeó. Pero Edilio no vio el titubeo, vio el arma de Turk y solo su

arma, el oscuro y redondo agujero en el cañón y, sin pensarlo, apretó el

gatillo.

Otro fuerte estruendo.

Otro golpe contra su hombro.

Turk estaba sobre su espalda. Su arma estaba lejos de su alcance. A pesar

de eso, luchaba por alcanzarla.

—¡Dije que no! —gritó Edilio de nuevo.

Turk se llevó una mano hacia el estómago y con la otra trató de alcanzar el

arma. El dedo de Edilio estaba tambaleante sobre el gatillo. Podía sentir

algo terrible dentro de él, una oleada de algo horrible apenas controlada

mientras apuntaba hacia la cabeza de Turk.

Orc aplastó el arma de Turk bajo su pie.

Edilio respiró. Jadeó entre respiros. Tosió.

Bajó su arma.

Lance gritó. Era un sonido lleno de miedo, conmoción y dolor. La bala

había golpeado su mejilla y salido por su oreja. Carne roja colgaba suelta.

Turk gimió más bajo. Su garganta convulsionaba como un pez sobre tierra

firme tratando de respirar. Su mano aún se estiraba hacia su ahora

inservible arma.

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Ningún chico estaba muerto.

Edilio formó el pensamiento que lo avergonzaría después: debería

matarlos. Debería hacerlo ahora. Simplemente acercarse y ¡bang! Si no lo

hacía, podrían sobrevivir con los cuidados de Lana. Y, si vivían,

regresarían a por venganza.

Orc y Astrid lo miraban.

Parecía terriblemente injusto que incluso ahora lo estuvieran mirando,

buscando alguna clase de respuesta.

—Traeré a Lana —dijo Edilio.

Se dio la vuelta y corrió, y cayó sobre los escalones. Jadeando entre

sollozos, cegado por la lluvia y las lágrimas, corrió hacia Clifftop.

* * *

Se necesitó a Sam y Jack trabajando juntos para encender uno de los

botes de motor. Casi todos tenían las baterías muertas, pero uno de los

botes tenía la suficiente energía como para encender el motor.

Rugió a la vida con un gruñido grave y mojado.

—Sabes, este bote tiene la energía suficiente como para arrastrar a un par

de esquiadores —observó Sam.

Dekka le sonrió con cariño.

—¿Quieres esquiar sobre el agua?

—No justo ahora. Solo digo que…

—Eso es una mentira. Quiere irse ahora —dijo Toto.

—Sí, bueno, no siempre hago lo que quiero —se quejó Sam—. Necesitamos

explorar el resto del lago. Después podemos regresar al pueblo y ser

bienvenidos como héroes.

Había esperado que esa última parte fuera auto-despreciativa, pero una

parte de él en realidad esperaba entrar andando al pueblo para anunciar

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que habían encontrado toda el agua que pudieran necesitar, además de

una buena cantidad de bocadillos dulces.

Luego iría a ver a Astrid.

¿Y qué sucedería después?

Después no pasaría nada. Seguirían justo donde habían estado.

—Apártate —le gritó Sam a Jack. Luego, con las sogas a bordo, dirigió el

bote hacia el oeste y salió del puerto.

La sensación de la brisa sobre su rostro y un motor rugiendo bajo sus pies

era intoxicante.

Después se quedarían sin combustible, y después toda la Pepsi habría sido

bebida y todos los fideos habrían sido comidos. Pero aún no era “después”.

Podrían construir una vida nueva aquí en el lago. Dejar atrás toda la

apestosa agua residual, basura y recuerdos de Playa Perdido. Dejar atrás

la maltrecha iglesia y las casas quemadas. Dejar atrás ese terrible

cementerio.

Esta vez lo harían bien. Se organizarían antes de que siquiera comenzaran

a mover a alguien hacia aquí. Formar pequeñas familias que podrían vivir

sobre los botes o usar la caseta para botes o la oficina del puerto. Frunció

el ceño, tratando de contar en su cabeza cuántos de los botes tenían

alguna clase de superestructura. Quizás media docena de veleros y una

docena de botes de motor. Y luego estaban las cuatro o cinco casas

flotantes.

Eso no era suficiente, obviamente, pero podrían acomodar tiendas y quizás

construir pequeños refugios. No es como si alguna vez hiciera frío en FAYZ

o que alguien necesitase aislamiento. Solo un techo para mantener

apartada la luz del sol de ellos.

Echó un vistazo a la costa, esperando ver un campamento. Lógicamente,

tendría que haber uno. Siempre había campamentos en el lago. Parecía

razonable.

Claro que podían estar en el otro lado de la barrera…

No importaba, todo estaba bien. Tenían el combustible suficiente como

para conducir los diversos Winnebagos y autocaravanas y tráileres desde

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aquí hasta Playa Perdido: había al menos una docena estacionados en los

caminos de entrada, aunque muchos habían ardido en la gran quemazón.

Él tendría un bote. Lo suficientemente grande para él, Astrid y el Pequeño

Pete. Quizás debería pedirle a Dekka que viviera con ellos también.

Asumiendo que pudiera tomar primero una de las casas flotantes. ¿Y por

qué no lo haría?

Una de esas con catorce metros cuadrados probablemente le daría espacio

a seis personas. Él y Astrid… Se le ocurrió que en su cabeza los tenía

compartiendo el camarote principal. Lo que no era seguro que sucediera.

¿Cierto?

Quizás. Quizás si salieran de Playa Perdido, entonces… un nuevo

pensamiento se le ocurrió. Lo puso a un lado. Pero regresó.

¿Y si se casaban?

Entonces serían como una familia. Él y Astrid y el Pequeño Pete.

No había manera de saber cuánto duraría el FAYZ. Quizás para siempre.

Tal vez nunca saldrían. En ese caso, ¿qué iban a hacer todos? Tenía

quince años, Astrid tenía quince, ambos habían sobrevivido a todo. Eran

jóvenes en el mundo exterior, pero adultos en el FAYZ.

—Sí, pero ¿quién nos podría casar? —preguntó en voz alta, sin quererlo.

Miró nerviosamente sobre su hombro para ver si alguien lo había

escuchado. Claro que no, con el motor rugiendo y el sonido de la proa

golpeando contra las olas.

Dekka estaba sentada en uno de los asientos acolchonados en la popa,

mirando melancólicamente hacia la playa. Jack estaba sobre uno de los

ordenadores portátiles, con los dedos volando sobre las teclas, sonriendo.

Toto estaba hablando con alguien que no estaba allí.

—Un bote de tontos —dijo Sam para sí, y se rió.

Agua y combustible, fideos, Pepsi y Nutella, un loco que decía la verdad y,

a pesar del miedo de Dekka, había esperanza.

Quinn. Él sería un buen justiciero de la paz. Eso era todo lo que se

necesitaba para realizar un casamiento, ¿cierto? Así es como su madre se

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había casado con su padrastro. Si pudieran elegir a alguien como alcalde,

¿por qué no elegir a alguien justo por la paz?

—Cásate conmigo y vivamos en una casa flotante —dijo.

—Me gustas, Sam, pero no de ese modo —dijo Dekka.

Sam saltó y giró el volante hacia un lado. Se sujetó con firmeza y trató de

ignorar el sonrojo que se extendía desde su cuello hasta sus mejillas. Ella

estaba de pie a su lado.

—¿Cómo está el hombro? —preguntó Sam.

—Ves, por eso es bueno que Taylor ya no esté con nosotros —dijo Dekka—.

Si te hubiera escuchado, la noticia se habría esparcido más rápido que la

velocidad de la luz.

Sam suspiró.

—Estaba teniendo un momento de optimismo.

Dekka le dio palmaditas en la espalda.

—Deberías, Sam. El FAYZ te debe alguna buena noticia.

* * *

Orc estaba de pie mirando.

El chico, el Petardo, aún estaba flotando ahí en la lluvia, como si no fuera

nada.

Astrid lucía como un zombi o algo así.

Los dos chicos a los que dispararon estaban gritando y convulsionándose.

Poniendo de los nervios a Orc. A él no le importaban. No eran mejores que

él. Dejadlos gritar, pero no ahora, con su cabeza golpeando como un

tambor, con el eco de los disparos aún resonando en su cráneo.

Edilio había dicho que saldrían del pueblo. Eso era lo que también daba

vueltas en su cerebro. Los asesinos tenían que salir del pueblo.

Las leyes de Astrid. Ella las había inventado.

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—Es cierto, ¿verdad? —le preguntó sin preámbulos.

—¿Qué?

—Cualquiera que mate a alguien tiene que irse lejos para siempre.

—¿Los vas a matar? —Ella se refería a los dos chicos. Le tomó un

momento darse cuenta de ello.

—¿Y si… y si no tenías la intención de matar a un chico?

—Tengo que alejarlo de aquí —dijo Astrid. Pero Orc no pensó que se lo

estuviera diciendo a él.

—Quiero decir, si ni siquiera tenías la intención. ¿Como si fuera solo un

accidente?

—No sé qué es lo que preguntas —dijo Astrid.

Orc no tenía palabras. Se sentía tan cansado. Le dolía tanto.

—¿Puedes levantarlo? ¿Puedes llevarlo contigo? —Astrid le estaba pidiendo

algo, así que quizás no le importaba lo que había hecho.

—¿Al Petardo?

—Al Pequeño Pete. ¿Puedes llevarlo, Charles?

—¿A dónde?

—Lejos —dijo Astrid—. Esa es la ley. Los asesinos se tienen que ir. Eso es

lo que es, lo sabes. Es el peor de nosotros. Cada muerte en el FAYZ…

todos esos chicos…

Orc se concentró en una idea que escapó de su lento cerebro. Perdió la

concentración cuando Lance comenzó a aullar más fuerte que antes.

—Cállate o te callo —gritó. Luchó por regresar a ese pensamiento. Pequeño

Pete. Matando—. Sí, pero él no sabe lo que está haciendo, ¿cierto? Las

personas que no saben lo que hacen, no es su culpa.

—Por favor, Charles. Levántalo. Edilio regresará pronto con Lana. Tenemos

que irnos para entonces.

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Orc pasó sobre Turk. El chico ahora estaba temblando sin control, sus

piernas completamente rectas, los pies doblados, sacudiéndose mientras

se sostenía el estómago.

Lance aún estaba gritando. No había parado, pero ahora estaba mezclando

maldiciones, gritándole a todos, espetando cada palabra de odio en la que

podía pensar.

Orc miró al Pequeño Pete. Astrid decía que él había matado a personas.

Orc no veía cómo eso era posible. Ni siquiera se podía mover mucho,

parecía.

El Pequeño Pete tosió tres veces muy rápido. No se cubrió la boca ni nada.

Era como si ni siquiera se hubiera dado cuenta de que había tosido. Orc

levantó al Pequeño Pete por los aires. No pesaba mucho. Orc era fuerte.

Astrid lo miró todo como si estuviera a kilómetros de distancia. Era como

si estuviera mirando a través de un telescopio.

—¿A dónde? —le preguntó Orc.

Astrid se arrodilló y levantó el arma que había dejado caer.

—Lejos —dijo.

Orc se encogió de hombros, se dirigió a las escaleras y caminó hacia el

norte hacia las colinas, lejos del sonido de los gritos.

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CAPÍTULO 27 Traducido por Whiteshadow

Corregido por QueenDelC

6 horas, 11 minutos

rake apareció.

Tenía en la mano una piedra. Lo que significaba que Brittney

había estado sosteniendo la misma piedra.

Debió de haber sido pesada para Brittney, pero su tentáculo

se envolvía alrededor de ella y la sostenía sin mucho esfuerzo.

A su alrededor, los bichos lucían cada vez menos como insectos. Ni

siquiera como insectos realmente grandes. El menor de ellos era tan

grande como un dálmata. Los mayores eran tan grandes como ponis. Le

recordaban más a Humvees o tanques.

Parecían más frágiles de este tamaño, como si el mismo peso del

exoesqueleto bruñido hubiera sido estirado para hacer una criatura

mucho más grande. Sólo la mitad de ellos aún llevaban los desechos. El

resto, los de mayor tamaño, se habían hecho a un lado y ahora los

esperaban con una impresión de impaciencia. Como los aviones que

esperan para poder despegar.

A eso es a lo que le recordaban: aviones de combate. Tenían un peligroso

aire a depredadores. Como si todo lo que tuvieran que hacer fuera hacer

correr la voz y ellos despegarían, repartiendo muerte y destrucción.

¿Quién iba a darles la orden? ¿Él?

Los coyotes habían desaparecido. ¿Habían decidido abandonar? ¿O

finalmente los bichos se los habían comido? Drake notó una mancha de

sangre en una losa de piedra y creía saber la respuesta.

D

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¿La oscuridad había hecho que los coyotes se sacrificaran para alimentar a

sus nuevos sirvientes?

Drake lanzó su piedra al montón. Luego se volvió hacia el pozo de la mina.

Regresó a la acogedora sombra de ese agujero en la tierra. Su paso era

ligero. Su corazón latía con fuerza, pero de alegría, no de miedo.

Sintió la mente de la Oscuridad tocando la suya. Sintió su poderosa

voluntad. Lo quería a él. Y ahora estaba seguro de lo que la Oscuridad le

pediría, y de las armas que le daría.

El pozo de la mina estaba despejado, pero seguía siendo un lugar

peligroso. Las vigas que la sostenían no habían sido reemplazadas y ahora

el techo de piedra era irregular, colgando precariamente en algunos

lugares, mientras que en otros había desaparecido creando oscuras

cúpulas de catedral a causa del colapso.

—Voy en camino —susurró Drake. Pero, ¿por qué susurrar?—. ¡Voy en

camino! —gritó.

Dejó el último indicio de luz atrás. La oscuridad era total ahora. Sintió su

camino a adelante, paso a paso, la mano y el brazo en forma de látigo

extendidos. Se raspó contra las rocas que sobresalían, estrelló los dedos de

sus pies docenas de veces. El aire olía a rancio. Hacía más calor del que

debería haber en el pozo, más caluroso que en el exterior. Estaba sudando

en la oscura cueva, jadeando por el escaso oxígeno.

—¡Voy en camino! —volvió a gritar, pero su voz ahora era metálica y plana

y no recorrió ninguna distancia. Tropezó y cayó de rodillas. Cuando se

puso de pie, se golpeó la cabeza.

Había estado descendiendo por un largo, largo tiempo. ¿Hasta dónde había

llegado? No podía decirlo. Oyó el crujido de los bichos que venían detrás de

él. En los lugares estrechos tenían que apretujarse para poder pasar, como

cucarachas enormes, estrujándose a sí mismas para deslizarse debajo de

salientes de escasa altura, retorciéndose en sus lados para atravesar pilas

de roca sólida.

Lo seguían. Su ejército. Sí. Estaba seguro de ello. Ellos serían suyos para

comandar y usar.

¡Su ejército!

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Ya no podía respirar el aire. Pero esta no era su primera vez sin oxígeno.

Aún podía ver en intensos destellos el largo y lento camino a través del

fango de su tumba.

No, Drake no necesitaba aire. El aire era para los vivos, y Drake era algo

mucho mejor que un ser vivo.

Imposible de matar.

Inmortal.

El soldado inmortal del gaiaphage. Su cabeza le daba vueltas por la alegría

de eso.

De repente, el piso se terminó y él cayó de bruces hacia delante. Cayó

durante varios largos segundos. Se estrelló contra una inquebrantable

roca, rebotó, dio la vuelta, y se rió con una risa silenciosa.

Toco un poco los alrededores con las manos y supo que estaba en un

estrecho saliente en un lado de una caída vertical profunda.

Se levantó, puso sus dedos en el borde y miró hacia abajo. Mucho más

abajo, una tenue luz verde brillaba, la única luz en este pozo de oscuridad.

Podría estar a treinta metros, podría estar a una milla, podría estar a un

centenar de kilómetros. No había forma de saberlo.

Cayó y cayó, como Alicia en el agujero del conejo. Parecía no tener fin. No

segundos, sino minutos. Una eternidad.

¡WHUMPF!

Golpeó con tal fuerza que debería haberse roto las pantorrillas y los

huesos del muslo, explotado sus rodillas, pulverizado su columna

vertebral y abierto la cabeza como un huevo.

En cambio, después de yacer en posición fetal por un momento, desenredó

sus miembros retorcidos y se puso de nuevo sobre sus pies.

Todas las paredes a su alrededor brillaban. Con los ojos totalmente

ajustados a la negrura podía ver bastante bien ahora con nada más que el

tóxico resplandor radiactivo.

¿Estaba allí? ¿Estaba al final del viaje?

Ven.

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Aún más lejos, por una rampa inclinada. Se dio cuenta de que se trataba

de un tipo diferente de túnel, ya no era uno hecho por los mineros sino

una cueva natural, profunda en las entrañas de la tierra sofocante.

Entró en una caverna que subía a cientos de metros por encima de él.

Estalactitas teñidas de verde colgaban encontrándose con estalagmitas

rechonchas. Como entrar en la mandíbula de un tiburón gigante.

A través de la caverna y siempre hacia abajo, siguiendo el débil rastro

verde. Las criaturas mantenían el ritmo detrás de él. Habían caído después

de él, una a una, frenando el descenso con sus alas, cayendo en espiral

hacia abajo como las aspas de helicópteros.

¡Un ejército! ¡Su ejército!

¿Hasta dónde había caído? No podía saberlo. ¿Qué tan profundo estaba el

ahora? Millas.

Cada vez más cerca.

Y entonces, incluso mientras sentía que su viaje llegaba a su fin, su

desesperado objetivo acercándose, Drake sintió la familiar perturbación y

la rápida aparición de una torpe incomodidad que acompañaba la

transformación.

—No —gimió—. ¡No, ahora no!

Pero no tenía poder para detener la transformación.

* * *

No fue Drake, sino Brittney quien finalmente llegó al lugar donde yacía el

gaiaphage. Era como arena verde viva. Miles de millones de partículas,

cada una casi invisible para el ojo, pero juntas formaban un solo ser vivo,

una colmena.

La caverna era enorme, increíblemente enorme. Como si alguien hubiera

hundido un estadio deportivo en la tierra. La verde masa incandescente

del gaiaphage cubría las estalactitas y estalagmitas, paredes de granito, y

los rascacielos de roca arenisca.

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Pero bajo los pies Brittney el suelo estaba extrañamente nivelado y liso. El

gaiaphage había dejado un espacio cubierto para que ella viera y

entendiera.

Se arrodilló y apretó la mano contra un parche claro translúcido, de color

gris perla debajo de ella. El dolor punzante que una persona viva habría

sentido sólo fue un interesante cosquilleo para Brittney.

Sabía lo que era y en dónde estaba. Esta era la parte inferior de la pared

del FAYZ, la parte inferior de la burbuja gigante. Estaba a diez kilómetros

de profundidad, en lo más profundo del universo cerrado de la FAYZ.

Se puso de pie y miró hacia la izquierda y derecha, en todas direcciones,

girando lentamente para ver. Se dio cuenta de que todo estaba apoyado en

la barrera. Las paredes de piedra, las estalagmitas que sobresalían, todas

ellas se posaron en la propia barrera.

Y en todas partes, excepto este parche, el gaiaphage cubría la barrera.

Tocó la barrera y no sintió dolor.

Entonces, cuando Brittney miró hacia abajo, vio el color de la barrera

cambiar. El eterno gris fue cruzado por dedos de color verde oscuro, el

color de las hojas a finales de verano.

Lo entendió: el gaiaphage podía tocar y alterar la propia barrera.

Sabía que era consciente. Lo sabía porque ahora sentía el toque de temor

de su horrible mente. No podía caber la menor duda.

Brittney cayó de rodillas.

Entrelazó sus dedos y cerró con fuerza sus ojos. Pero no pudo bloquear el

resplandor verde. No podía dejar de ver. No podía mantener su mente a

salvo del terrible toque.

Sintió cada uno de sus pensamientos abiertos, como archivos en una

computadora, cada uno abierto, observados, entendidos.

Ella no era nada. Ahora lo veía. No era nada.

Nada.

Trató de llamar a su Dios, pero sus oraciones no se formaban en su

cerebro, no salían murmuradas por sus entumecidos y temblorosos labios.

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Lo veía todo con claridad, en su totalidad. Una raza de criaturas que

adoraban la vida. Un virus diseñado para extender la vida dondequiera

que llegase. El planeta primero infectado, y luego destruido

deliberadamente de modo que las semillas de la vida se extendieran por

todo el universo en mil millones de meteoros.

La interminable negrura infinita del espacio, de miles de años durante los

cuales una de esas rocas siguió un camino que nunca podría llegar a su

fin.

Fue capturada en el pozo gravitatorio de una estrella pequeña.

Y luego de un pequeño planeta.

El devastador impacto.

Una muerte. Un hombre sin memoria.

Y la absorción del virus alienígena de algo nuevo e increíble: el ADN

humano.

Una forma de vida nueva. La consecuencia no deseada de un plan noble.

Ningún Dios en Su Cielo había creado al gaiaphage. Y aquí, ahora, en el

pozo sin aire, ningún Dios podía salvarla.

Fue entonces, en su desesperación, que Brittney oró, y no como siempre lo

había hecho, si no que a un nuevo Señor. Un salvador que esperaban a

nacer, a ser liberado.

Brittney inclinó la cabeza y oró al gaiaphage.

Tanner se le apareció a Brittney mientras rezaba

Su hermano muerto era un ángel. No con las alas y todo eso, pero sabía

que era un ángel. Y ahora se le aparecía y le habló con una voz suave y

tranquilizadora.

—No tengas miedo —dijo Tanner.

—Déjame morir —susurró Brittney.

—¿A quién le rezas? —preguntó Tanner.

—A ti —dijo. Porque no tenía ninguna duda de que Tanner estaba

hablando por el gaiaphage.

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—Yo no puedo darte muerte —dijo Tanner—. Tú eres dos en uno. Tu

inmortalidad es la suya. Y él me es necesario.

—Pero, ¿quién me hizo así? ¿Por qué? ¿Por qué?

Tanner se echó a reír.

—¿Por qué? Es una pregunta para los niños.

—Yo soy una niña —dijo Brittney.

Hubo magma incandescente goteando suavemente de la cruel boca de

Tanner. Se inclinó y le tocó el rostro con dedos de hielo.

—Debo nacer —dijo Tanner—. Y luego, al final de mi comienzo, morirás.

—No lo entiendo. —Con los ojos lastimeros alzó la vista hacia el ángel

convertido en demonio—. ¿Qué necesitas que haga?

—Némesis debe ser mío —dijo Tanner—. Némesis me tiene que servir a mí

y solamente a mí. Todos los que lo defiendan y lo protejan deben ser

destruidos. Él tiene que vivir para servirme.

—Yo... no lo entiendo. —Ella se arrodilló con la cabeza baja, incapaz de

mirar a Tanner, sabiendo ahora que él nunca había sido un ángel, que

nunca había sido siervo de Dios, que no era real en absoluto, sólo la voz

del maligno.

—Némesis —dijo Tanner, silbando la palabra—. Somos dos en uno, como

tú y la mano de látigo. Dos en uno, esperando a nacer. Sólo cuando esté

solo, completamente solo, me servirá. Y luego voy a reventar de este

capullo.

—No conozco a nadie llamado Némesis —susurró Brittney.

Podía sentir conciencia desvaneciéndose. Sus dedos ya se estaban

derritiendo juntos para formar el látigo.

En los momentos antes de perder la vista y el sonido, mientras caía en

espiral hacia la oscuridad y Drake emergió, la torturada mente de Brittney

vio la imagen de Némesis.

Sabía su nombre.

Peter Michael Ellison. A quien todos llamaban el Pequeño Pete.

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* * *

Flotaba por encima del suelo en los brazos de un monstruo. Su mejilla

estaba contra una saliente de piedra. La lluvia ya no caía. Colores salvajes

como verde, amarillo, marrón y rojo, los bordes dentados de los colores lo

raspaban, hiriendo sus oídos.

La hermana caminaba detrás de él. Su rostro era tan pedregoso como el

del monstruo. Labios muy rojos, ojos demasiado azules, el sonido de su

respiración demasiado alto.

En cada paso la piel de gravilla del monstruo se frotaba contra la carne de

Pete, como papel de lija, como mil hojas de sierra dibujados lentamente

sobre suaves costras.

Quería gritar, pero si gritaba, los colores fuertes se harían más fuertes.

Ya no estaba en lo alto de la hoja de vidrio. Había caído, caído, abajo en el

mundo de ruido y luz resplandeciente. La Oscuridad ahora no era más que

un eco lejano. Ahora era ahora, completamente aquí y ahora y como

agujas bajo su piel, como cuchillos en sus oídos. Sus ojos dolían y latían.

Tosió y fue como un cañón disparando desde su pecho, a través de la

garganta, la boca, quemándolo como lava ardiente.

¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué en los brazos de un monstruo? ¿Qué le

estaba pasando? Después de un largo y silencioso escape había sido

recapturado por el mundo demasiado grande de actividad furiosa e

imágenes inconexas.

Su cuerpo, su cuerpo, eso era todo lo que podía ver o sentir, el dolor , la

molestia y el temblor que le hizo sentir como si partes de él pudiesen

aflojarse y caer, su cuerpo, lo obligó a alejar su atención del acantilado de

vidrio virgen . Forzándolo a sentir cada estremecimiento, el retroceso en

cada tos, sentir, realmente sentir, la enfermedad que estaba abrumando

sus defensas.

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CAPÍTULO 28 Traducido SOS por Eli25

Corregido por QueenDelC

5 horas, 1 minuto

rake no vio a Tanner.

El gaiaphage no necesitaba ninguna ilusión angelical para

alcanzar la mente febril de Drake. Drake sabía todo lo que

necesitaba saber. Los bichos, las criaturas le servirían. Él tenía

su ejército.

Y en su cabeza tenía una lista de nombres. Los raros primero. Los

normales a continuación. Todos ellos.

Todos excepto uno, le dijo el gaia. Mata hasta que no haya nadie para

matar. Pero no hagas daño a Nemesis.

Drake estaba lleno con una pura alegría que nunca había conocido. Sentía

una energía salvaje. Toda su vida había esperado para este momento. Era

como si cada cosa que hubiera hecho —las palizas que había sufrido, las

más numerosas palizas que había repartido, el placer que había

encontrado en quemar ranas y meter a un cachorro en el microondas y

dibujar todas esas adorables imágenes sin fin de armas, lanzas, cuchillos,

aparatos de tortura, todo eso, todos los odios, toda la lujuria quemada,

toda la locura y la rabia, se hubieran juntado para formar este perfecto,

último momento de alegría cristalina.

Pensó que podría morir del placer que sentía, tanta emoción, una

inundación, una tormenta, ¡un choque de planetas! ¡Muerte! Era la

muerte, desatada finalmente.

Chasqueó su látigo, tiró su cabeza hacia atrás y aulló hasta que su

garganta estuvo en carne viva.

D

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Entonces corrió, saltó, jugueteó a través de la marea de bichos girando,

corriendo y subiendo, indiferente a las rocas afiladas que laceraban su

carne no muerta.

¡Mátalos a todos!

Se enfureció cuando alcanzó las alturas que no podía subir pero entonces

las criaturas corrieron para levantarle y apresurarle arriba y arriba a una

velocidad mareadora a través de las cavernas sin fin.

¡Un ejército!

¡Su ejército!

Vomitaron desde la el hueco de la mina y Drake saltó a un montón de

rocas. Un simple coyote esperaba allí.

—¿Dónde está él, Manada Líder? —demandó Drake.

—No Manada Líder. Manada murió.

—No me importa cómo te llames, ¿dónde está él?

—¿Quién? —preguntó el coyote.

Drake sonrió.

—El de las manos asesinas, estúpido perro. ¿Quién crees? ¡Sam!

—Manos Brillantes está lejos. Por el gran agua. —Sonrió y se giró en un

círculo y luego, con su hocico, señaló el oeste.

—Excelente —ronroneó Drake.

Justo entonces una avalancha de bichos, una nueva columna de las

criaturas, llegaron sobre la cresta de la montaña y se vertieron en la masa

del ejército de Drake. Diferente. Esos tenían los ojos ensangrentados.

No estaban solos.

Brianna estaba de pie, con los brazos en las caderas, mirándole.

—¡Tú! —dijo Drake.

—Yo —dijo Brianna.

A las criaturas él dijo:

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—¡Ojos rojos, servirme! A la ciudad. ¡Matad a todos excepto a Némesis!

—¿Ahora hablas a esos bichos? —dijo Brianna—. Tengo que decírtelo: no

creo que ellos hablen el idioma psicópata.

—¡Ojos azules, conmigo! —dijo Drake—. Dos columnas, dos ejércitos;

azules conmigo, rojos de vuelta a la ciudad y a matar. ¡Matar!

—¿Qué crees exactamente que estás haciendo? —demandó Brianna.

—¿Yo? —Drake rió con ganas—. Voy a una épica juerga asesina.

—Tendrás que pasar por encima de mí —dijo Brianna.

—No lo haría de cualquier otra manera —dijo Drake.

* * *

Salieron de la lluvia. Astrid y Orc y el Pequeño Pete. La nube no los siguió.

Ninguna nube nueva apareció. La nube permaneció allí, ya no se expandía,

pero aún vertía lluvia sobre la calle y la casa arruinada.

El Pequeño Pete tosió directamente contra el lado de la cara de Orc.

Estaba empeorando, la tos, lentamente pero establemente empeorando.

Quizás eso le mataría.

Adelante. Dispárale. Mata al Pequeño Pete.

Astrid se dijo que no había querido decir eso. Solo era una táctica.

Después de todo, si alguien estaba usando una amenaza tenías que

menospreciar la importancia de la amenaza, pretender que no importaba.

El rostro de Lance explotó. Algo de él la había golpeado.

Turk gemía de dolor, retorciéndose en la alfombra mojada.

Esto tenía que parar. Tenía que terminar. ¿Una muerte para salvar a

docenas, quizás a miles de niños?

Un simple acto de asesinato...

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Astrid se vio asfixiando a Nerezza. Sintió otra vez la manera en la que sus

dedos se hundieron en el suave cuello, las huellas encontrando los

espacios entre los tendones y la arteria.

Astrid nunca antes en su vida se había sentido tan nublada por la roja

rabia. Había odiado antes de odiar a Drake. Antes había tenido miedo

muchas, muchas veces. Pero nunca se habría creído capaz de esa rabia

asesina.

La verdadera revelación era la alegría que había sentido en ese momento.

La pura, viciosa, simple alegría de sentir la sangre palpitando para pasar

por las arterias bloqueadas por las propias manos de Astrid. Sentir los

espasmos en la tráquea de Nerezza.

Astrid soltó un sollozo. Esto tenía que terminar.

—¿Estás bien? —preguntó Orc.

¿Sería ella misma otra vez? ¿O Astrid tenía que morir, la vieja Astrid, para

ser reemplazada por esta nueva criatura, ésta enfadada, temida bruja?

No por primera vez se dio cuenta que ésta había sido la vida de Sam desde

el comienzo del FAYZ. ¿Cuánta rabia y miedo había superado? ¿Cuánta

culpa amarga por sus fallos? ¿Cuánta culpa se comió su alma como ahora

la comía a ella?

Deseó que él estuviera aquí ahora. Quizás sería capaz de preguntarle cómo

vivía con eso.

No, se dijo, no es a Sam lo que necesitas. Un sacerdote. Necesitas confesar,

hacer penitencia y ser perdonada. Pero cómo podía ser perdonada cuando

incluso ahora estaba observando a Orc mientras él arduamente subía la

colina, viendo la cabeza colgada de Pete, y preguntándose una y otra vez si

lo había dicho enserio.

Adelante. Dispárale.

Dios escucha plegarias, incluso esas de quienes no se arrepienten, se dijo.

Quería rezar. Pero cuando lo intentaba no podía ver el rostro de un Cristo

paciente como lo hacía en el pasado. Podía ver recuerdos de crucifijos,

pinturas, estatuas. Pero el Dios en el que ella había creído ya no estaba

allí.

¿Estaba perdiendo su fe?

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¿La había perdido ya?

Un simple acto de asesinato...

* * *

Leslie-Ann sabía de la cuarentena. Pero también sabía que no podía

quedarse ahí de pie, sedienta y hambrienta mucho más y sus dos

hermanos no podía quedarse así tampoco.

Lo único bueno sobre ser la criada de Albert era que Albert se aseguraba

que ella tuviera suficiente para comer. Albert siempre tenía comida y agua.

No la dejaría morir de hambre.

Así que Leslie-Ann hizo su camino desde la casa que compartía con sus

hermanos a la casa mucho más sofisticada de Albert.

Notó algo extraño hacia el oeste: una nube. Leslie-Ann frunció el ceño,

preguntándose por qué parecía tan extraño.

Pero no tuvo tiempo para preguntarse: el FAYZ estaba lleno de cosas raras.

Si hubieras visto a Sam disparar luz de sus manos, y ella lo había visto,

dejarías de estar sorprendido por cosas raras.

La puerta delantera de Albert estaba abierta. Eso parecía más extraño que

la nube. Albert nunca dejaba su puerta sin cerrar. Nunca. Mucho menos

abierta.

Leslie-Ann se acercó precavidamente. Sentía la empuñadura del cuchillo

que llevaba. Tenía nueve años, y no era exactamente grande o asustadiza.

Pero una vez tuvo que sacar el cuchillo a un niño que quería robar su

melón y él había huido.

—¿Albert? —llamó ella.

Empujó la puerta abierta completamente. Sacó su cuchillo y lo levantó

delante suyo.

—¿Albert?

Pensó que escuchó algo viniendo del salón. Sus pies se deslizaron en el

azulejo español. Miró hacia abajo: una mancha roja.

Sangre. Era sangre.

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Se giró y volvió corriendo hacia la puerta. Corrió fuera, ondeando el

cuchillo a su alrededor.

Miró alrededor, deseando que Edilio o alguien viniera. Pero estaría en

problemas por estar fuera durante la cuarentena. Sus hermanos aún

estarían sedientos y hambrientos, así como ella.

Leslie-Ann se tensó y se dirigió de vuelta al interior, el cuchillo primero.

Caminó sobre la mancha de sangre.

Su pie pateó una lata. Giró ruidosamente. ¿Una lata en el suelo de Albert?

¿Quién haría ese tipo de caos? Tendría que limpiar eso o Albert la

despediría.

Se inclinó y tomó la lata con su mano libre. Olía a comida. Se le hizo agua

la boca. Sujetó el cuchillo torpemente mientras recorría su dedo por dentro

buscando algo que pudiera haber sido dejado. Consiguió, quizás, una

cucharada grande de salsa de tomate y la lamió golosamente de su dedo.

Sabía cómo el paraíso.

Llevó la lata consigo al entrar en el salón. Y allí la completa extensión del

caos se hizo claro: latas y envoltorios por todas partes. Y salsa de tomate

sobre toda la alfombra blanca.

Solo que aquí no era salsa de tomate y Leslie-Ann lo sabía.

Entonces vio a Albert. Estaba sentado con su espalda contra la pared, la

cual estaba salpicada con sangre.

Sus ojos estaban cerrados. No se movía.

—¿Albert?

Luchó contra el deseo de correr y correr y seguir corriendo. Solo que, aún

estaba sedienta y hambrienta. Y allí había una botella de agua con unos

pocos preciosos sorbos. Se la bebió. No era suficiente, pero algo.

Fue a la cocina y con dedos temblorosos sacó las bolsas de plástico de la

basura. Entonces, rápido, rápido, antes de que alguien la detuviera, reunió

todas las latas y botellas y las metió dentro de la bolsa. No era mucho,

pero sus hermanos podrían encontrar un par de onzas de comida.

Miró a Albert, sintiendo lástima por él y un poco de culpa y...

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Sus ojos. Estaban abiertos.

—¿Albert?

Se acercó. ¿Sus ojos la estaban siguiendo?

—¿Estás vivo?

Él no respondió. Pero lentamente, lentamente sus ojos se cerraron. Y luego

se abrieron otra vez.

Leslie-Ann corrió fuera de la habitación y fuera de la casa. Pero no soltó la

bolsa.

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CAPÍTULO 29 Traducido por Eli25

Corregido por ruth m.

4 Horas, 8 Minutos

rianna sacó el cuchillo curvo de su funda.

—Cortarte en tres trozos no funcionó—le dijo a Drake—. Así

que esta vez te trocearé como una cebolla.

Ella se movió en un borrón y Drake tuvo un corte abierto en la

muñeca. No la atravesó completamente, pero ella terminaría con el

siguiente.

—¡Tráiganla! —gritó Drake.

Ella giró en medio del aire, pateó la espalda de un bicho, y llevó el enorme

cuchillo hacia abajo otra vez, cortando la mano látigo de Drake y dejándolo

como una pitón enrojecida, retorciéndose pero ya no unido a Drake.

¡Ella atacó! ¡Otra vez! ¡Otra vez! En el parpadeo de un ojo. Pero las

criaturas estaban reaccionando ahora, una masa de ellas.

Corriendo hacia ella. Despacio, demasiado lento, pero ella aún tenía que

esquivarlas, y eso le costó un precioso segundo.

Y Drake aún estaba vivo. O alguna cosa viva.

Ella tejió pasando las partes bucales que crujían y las guadañas

mandíbulas y enterró el cuchillo en el cráneo de Drake. La cuchilla se

hundió en el hueso, atascándose.

Ella tiró de él, pero la parte superior del cuerpo de Drake fue con él. La

cuchilla no saldría libre.

¡Speeeewt!

B

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Algo golpeó su pantorrilla. Se retorció para mirar y vio una larga toga

negra con púas extendiéndose de la boca del bicho más cercano. Ella

sacudió su pierna pero eso no salió.

—¡Grosero!

Otro bicho intentó lo mismo y ella dio una voltereta fuera del camino. Esa

primera lengua aún estaba unida a ella y podía sentir los ganchos

enterrados en su piel.

Necesitaba un cuchillo curvo. Pero ahora estaba fuera de rango cuando

Drake se arrastró lejos con su brazo.

Brianna situó una piedra con un ligero borde. Lo golpeó en la lengua con

toda la fuerza que su velocidad le permitió. La lengua sangró pero no se

rompió. El bicho de ojos azules se fijó en ella con lo que ahora parecía

triunfo.

—Oh, no lo hagas.

Ella golpeó la lengua rápido, veinte veces en un segundo con su roca, y la

tiró lejos, tan rápido como la mano látigo de Drake.

¡Shwoop!

Pero ahora los bichos la estaban rodeando, rompiéndola con sus

asquerosas lenguas de rana y esas lenguas eran rápidas, rápidas incluso

para los estándares de Brianna.

Los bichos jugaban con ella. Habían escondido esta arma en su arsenal y

ella había sido una engreída.

¡Speeeewt!

Brianna pateó y se retorció, pero dos de ellos estaban sobre ella. Usó la

roca en la lengua, que se cerró en su estómago, y lo pateó suelto pero fue

instantáneamente reemplazado por tres más.

¡Speeeewt! ¡ Speeeewt!

¡La tenían! Estaba sujeta en una red, gritando, maldiciendo, cortando.

Drake se estaba volviendo a juntar, pero su mano látigo aún se estaba

retorciendo por sí misma como una serpiente en el caliente pavimento.

Ella estaba inmovilizada por media docena de las lenguas y ahora el resto

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de los bichos se estaban acercando para masticarla, las mandíbulas se

deslizaban en el aire como cimitarras.

Brianna sintió de repente una ola de miedo. ¿Era posible que pudiera

perder esta pelea?

—No la maten —dijo Drake—. ¡Sujétenla! ¡Ella es mía!

Él estaba de pie y buscando a través de la salvaje aglomeración su mano

látigo.

De repente, el coyote estaba en la pelea. Saltó hacia ella, las mandíbulas

abiertas, los dientes destellando amarillos.

—¿De verdad? —gritó ella.

Empujó hacia atrás contra el glotón hocico con toda su fuerza. El

movimiento estiró, tensa, una de las lenguas atadas. La poderosa

mandíbula del coyote, el brazo de Brianna perdido, se sujetó fuerte en la

lengua, la cual se rompió como un cable de alta tensión cortado.

Estaba sujeta, pero aún tenía su velocidad.

Agarró el cuello del coyote y lo balanceó alrededor para agarrar una

segunda lengua.

Ahora solo había cuatro lenguas sujetándola. No tenía la fuerza para

sujetar al coyote. La criatura, quizás temía que los bichos contraatacaran,

soltándose gritando como si hubieran sido pateados.

Cuatro líneas sujetaban a la Brisa, todas más o menos en su lado

izquierdo, así que las pateó, empujando directa hacia los insectos. Las

lenguas se aflojaron. Brianna dio una voltereta. Fue una maniobra

incompleta, pobremente ejecutada, y aterrizó fuerte sobre su espalda, pero

las cuatro lenguas se habían retorcido alrededor y ahora, como una, la

liberaron.

Incluso cuando liberaron otras para golpear. Ella podía verlas volando

hacia ella como sorprendentes cobras.

Pateó a un bicho en la cara, pateó fuerte contra una mandíbula

fulminante, luego, bum, bum, bum, tres fuertes patadas y salió de allí.

Tomó su respiración en un alto a cien pies de distancia. Su cuerpo estaba

ampollado donde las lenguas habían tocado. Pero estaba viva.

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Observó, jadeó, se sacudió, cuando el tentáculo de Drake se unió sin

costura en su hombro.

—Vamos, Brisa —se burló Drake—. Ven a cogerme. ¡Aquí estoy!

Brianna nunca había sido alguien que ignorase una burla. Nunca había

huido de una pelea. Pero había escapado por pulgadas. Por milímetros.

—Es el fin, Brisa —cacareó Drake—. Voy a matarlos a todos. ¡A cada uno

de ustedes! —Bailó en un círculo, girando en un salvaje regocijo—. ¡Corre,

Brisa! ¡Cooooorre! ¡Porque cuando te alcance, te haré sufrir!

Brianna corrió.

* * *

Leslie-Ann alimentó a sus hermanos con los arañazos de las latas y les

dejó beber el agua.

Vale, se dijo a sí misma: Hiciste todo lo que podías.

Excepto que no había hecho todo lo que podía. Aún no.

Nunca le había gustado mucho Albert. Él era un idiota con ella. Nunca

había dicho nada bonito como:

—Buen trabajo, Leslie-Ann.

Pero no se merecía morir así. Quizás aún estaba vivo.

—Solo soy una niña—dijo ella en voz alta a nadie.

Pero sabía lo que sentía, y lo que sentía era que no había hecho bien.

Salió a las calles, sin saber exactamente a quién debería localizar, o a

quién debería decírselo, pero sabía que tenía que decírselo a alguien.

Desde donde estaba de pie podía ver una gran y extraña nube más

claramente. Parecía como si estuviera lloviendo. Y solo entonces dos niños

pasaron. Estaban caminando en una bici para dos, compartiendo la carga

de una pesada bañera de plástico. Ésta estaba chapoteando agua sobre los

lados y estaban mojando todo.

Uno de ellos la notó y sonrió.

—¡Está lloviendo!

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—Se supone que nadie debe salir —dijo ella.

El niño bufó.

—Nadie dice a nadie qué hacer ahora mismo, y hay agua. Si yo fuera tú,

conseguiría algo rápido.

Leslie-Ann corrió de vuelta adentro y localizó un cubo en el garaje.

Entonces caminó tan rápido como pudo hacia la nube de lluvia. Si todos

estaban allí, quizás pudiera encontrar a alguien para contarle lo de Albert.

Cuando se acercó notó algo que era, a su manera, tan raro como la nube,

lo cual ahora casi estaba sobre su cabeza: había agua corriendo por la

alcantarilla. Agua de verdad. Solo corriendo a la alcantarilla.

Rompió a correr y vio a una multitud bailando, jugueteando con los niños

delante suyo. Cubos situados debajo del chaparrón. Los niños estaban de

pie con sus bocas abiertas, o intentando ducharse, o solo empujando y

jugando y salpicando.

Un sonido muy inusual para el FAYZ: la alta risa de los niños.

Leslie-Ann dejó su propio cubo y observó, maravillada, cómo una cuarta

de pulgada de agua cubría la parte inferior.

Cuando apartó la mirada, vio a un niño mayor. Le había visto alrededor.

Pero normalmente estaba con Orc y ella tenía demasiado miedo a Orc

incluso para acercarse.

Empujó de la manga mojada de Howard. Él parecía no compartir la alegría

general. Su cara era seria y triste.

—¿Qué? —preguntó él con cansancio.

—Sé algo.

—Bien, hurra por ti.

—Es sobre Albert.

Howard suspiró.

—Lo he oído. Está muerto. Orc se fue y Albert está muerto y esos idiotas

están festejando como si fuera Mardi Gras o algo.

—Creo que podría no estar muerto —dijo Leslie-Ann.

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Howard sacudió su cabeza, enfadado por ser distraído. Se alejó. Pero

entonces paró, se giró, y caminó de vuelta hacia ella.

—Te conozco —dijo él—. Limpias la casa de Albert.

—Sí. Soy Leslie-Ann.

—¿Qué me estabas diciendo sobre Albert?

—Vi sus ojos abrirse. Y me miró.

Albert estaba muerto.

Sam no estaba, y sin decir cuándo volvería.

Astrid se había ido con el pequeño Pete y Orc.

Dekka estaba lejos con Sam y Jack.

Y ahora Edilio, insensible en la escala del desastre, se sentaba exhausto en

los escalones del supuesto hospital. No necesitaba el termómetro de Dahra

para decirle lo que ya sabía: estaba caliente, sonrojado, débil.

Tosió. Y miró sin expresión a Brianna, quien zumbó y vibró a una salvaje

parada ante él.

—¡Bichos! —gritó ella—. Les pasé dirigiéndose a este camino. Drake y un

montón más de bichos aún están en el hueco de la mina. Les vi

dirigiéndose al oeste pero creo que es un simulacro; probablemente viene

hacia aquí, también.

—¿Cómo les detendremos? —preguntó Edilio y tosió en su mano.

—Necesitamos a Sam —dijo Brianna.

—Nosotros. —Él tosió otra vez y luchó un mareo que le hizo

desesperadamente querer tumbarse—. No sé dónde está.

—Lo encontraré —prometió Brianna.

—Eres todo lo que tengo —dijo Edilio—. Eres la única rara con algún poder

serio. No creo que la Sirena sea de mucha ayuda contra... ―tosió— … esas

criaturas.

—Aunque podría funcionar conn Drake —dijo Brianna, y rió como si

estuviera ajena a lo que estaba pasando a su alrededor.

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De hecho, Edilio tosió otra vez, ella parpadeó, frunció el ceño, y dijo:

—¿Todos esos niños están enfermos?

—Cuando la Sirena suena, afecta a todos; ella solo es un botón de pausa.

—Edilio tosió más fuerte. Su pecho dolía. Estaba enfermo. Enfermo en su

cuerpo y en su corazón.

Había visto demasiadas cosas terribles y hecho tantas cosas horribles

desde el comienzo de FAYZ. Pero nada tan horriblemente a sangre fría

como levantar la vista en la cabeza de Lance y apretar el gatillo.

Fue el movimiento correcto. Probablemente. Era el movimiento vencedor,

lo parecía, desde que Astrid y el pequeño Pete habían sobrevivido.

Era el movimiento despiadado. El movimiento menos malvado de los dos.

Era lo que Sam hubiera hecho en su lugar.

Pero eso estaba envenenando el corazón de Edilio.

—No puedo salvarnos —dijo Edilio—. Tú tampoco puedes, Brianna. Y

Sam... no sé si él puede, tampoco. Así que quizás éste sea el final.

Quizás esto lo es y nosotros perdemos.

Brianna se golpeó en el pecho.

—¡Yo no pierdo!

—No puedes golpearlos sola, Brisa. —Una tos cayó, la peor aún. Pasaron

varios minutos antes de que él continuara—. Yo he terminado. No sé si

esto me matará o no pero ni siquiera puedo ponerme de pie.

—Hey, no podemos solo rendirnos —dijo Brianna—. Esas cosas son del

tamaño de un pony ahora, algunos de ellos. ¡Y están creciendo! No puedes

rendirte, Edilio. Eres el que está al cargo.

Él apuntó sus ojos hacia ella, pero estaban aguados. Ella estaba enfadada,

la cara desenfocada.

—Tráeme un trozo de papel y un bolígrafo —dijo Edilio.

Ella estuvo de vuelta en menos de un minuto.

Sus dedos estaban temblando cuando un golpe de escalofríos dobló su

cuerpo. Tuvo un momento difícil al fijar la libreta y sujetar el bolígrafo.

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Pero con un esfuerzo supremo escribió algo, dobló el papel, y se lo entregó

a Brianna.

—Quinn —dijo él.

Ella leyó el mensaje y se sonrojó furiosamente. Le tiró el papel. Éste le

golpeó en la cara.

—¿Eres idiota? ¡No voy a hacer eso!

—Estoy a cargo —susurró él. Se inclinó con dedos temblorosos y recuperó

la nota—. No llamada. Es la única manera. Hazlo, Brisa, hazlo.

—No, no. De ninguna manera.

Edilio agarró su brazo y lo apretó con la última de sus fuerzas.

—Por una vez en tu vida, piensa. ¿Puedes detenerles? ¿Puedes detener a

esos bichos de alcanzar la ciudad y matar a todos aquí? ¿Sí o no?

—Puedo intentarlo.

—¿Sí o no?

Ella reprimió un repentino sollozo. Sacudió su cabeza.

—No.

—Bien, entonces —chirrió Edilio—. ¿Quieres ser responsable de las vidas

de todos quienes morirán solo para que puedas actuar toda fuerte?

Ella no tenía respuesta. Miró alrededor como si viera la enfermedad y la

muerte, la iglesia destrozada, y el triste patio por primera vez.

—No —dijo ella.

—Entonces ve, Brisa. Ve.

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CAPÍTULO 30 Traducido por bluesea

Corregido por ruth m.

3 horas, 50 minutos

am había llevado el bote todo el recorrido hacia el lago y todo el

recorrido de regreso. Habían encontrado dos pequeños sitios para

acampar, pero no los exploraron minuciosamente. Quizás una

docena de grandes tráileres, unas pocas tiendas rasgadas en

varios estados de colapso. Sin duda un poco de comida de campamento,

soda, cerveza, café, todas las cosas que las personas llevaban para

acampar.

Y gas, en algunos de esos tanques. Encantadora, encantadora gasolina.

Ya se imaginaba los pasos que tendrían que tomar. Llevarían a los tráileres

al área de la marina y formarían un gran círculo o tal vez dos círculos

concéntricos. Tendrían que excavar unos buenos tanques sépticos bien

lejos del lago, así no se filtraría nada en el agua potable.

Necesitarían racionar el gas muy cuidadosamente, ahorrándolo para mover

productos del campo y peces del océano. Aún necesitarían el suministro

constante de los bates azules de Quinn para pacificar a los zekes. Además,

debían ser cautelosos de no pescar demasiado en el lago.

No más errores estúpidos. Esta vez tendrían que hacerlo bien.

Ese era un trabajo para Albert, tuvo que conceder Sam. Sin duda Albert se

volvería aún más suntuoso, pero era el único con las habilidades

organizativas para el trabajo.

Sí, funcionaría. Lo construirían y organizarían, y esta vez lo harían bien.

Por su parte, tenía que encontrar una manera de destruir a los greenies

voladores. Pero seguramente con la fuerza de Jack y los poderes de Dekka,

S

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y quizás los de Brianna, quien probablemente podía atravesar una nube de

greenies sin ser tocada, podrían sellar esa cueva y aplastar o quemar lo

que fuera que sobreviviera.

Se dirigían de regreso a la marina ahora, tomándose su tiempo. Se estaba

haciendo tarde y Sam trataba de decidir si deberían intentar encender uno

de los vehículos aparcados en la marina y conducir de vuelta esta noche, o

planear con más cuidado e ir por la mañana.

La última vez que alguien necesitó fueron trescientos y tantos chicos

volverse locos buscando dulces. La mitad terminarían perdidos en el

desierto o en las colinas y terminarían siendo comida para coyotes.

Las noticias necesitaban ser manejadas de la manera correcta. Edilio y el

resto del consejo tendrían que planificar un poco.

A Dekka le dijo.

—Pienso que quizás deberíamos cargar tanta agua como podamos llevar en

un SUV y conducir de regreso esta noche.

—Creo que te habrás dado cuenta que no hay ningún camino que nos lleve

directamente de regreso.

—De acuerdo al mapa, el camino que sigue al lago rodea su alrededor, y da

con la barrera ¿Cierto? Pero debe haber un camino que pase a través de

Stefano Rey y dé con la autopista, ¿cierto?

Dekka se encogió de hombros. Su mente estaba en otro sitio.

No podía culparla. Pero se había convencido a sí mismo que ella se estaba

preocupando por nada.

Se dio el gusto de un momento de fantasía. Ellos serían héroes, llegando a

la ciudad con agua, incluso si no era mucha. Eso sería una vista muy bien

recibida, un SUV lleno de botellas de agua. Quizás unos pocos frascos de

Nutella, también, si confundían al Este con el Sur.

Luego, una reunión con el consejo. Ellos podrían empezar a transportar el

agua de inmediato. Eso mantendría a todos calmados hasta que se

planificara algo.

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—Iremos... —Sus palabras murieron cuando su mirada se dirigió a la

marina—. Dekka. Jack. Miren.

Miraron.

Criaturas, como gigantescas cucarachas plateadas, cucarachas del tamaño

de minivans, agrupadas en la orilla. Quizás una docena.

Tenía que ser una ilusión. Un truco. Era imposible. Como una pesadilla

sacada de alguna película vieja de ciencia ficción.

Sam alcanzó los binoculares que había encontrado en un cajón cerrado a

bordo. Los levantó y enfocó.

—Son insectos de Hunter —dijo. No pudo contener el temor y admiración

en su voz—. Pero son enormes.

Siguió observando con los binoculares y de repente vio una figura humana

parada encima de una de las criaturas. No podía ver su cara lo

suficientemente bien para identificarlos. Pero no se podían negar los

grandes y airosos tentáculos a su alrededor.

Drake. Ya no estaba encerrado en su prisión en el sótano.

El Jardín del Edén de Sam tenía su propia serpiente.

* * *

El primer impulso de Howard había sido ir al tan llamado hospital y

encontrar a Lana. ¿Pero qué ganancia había en eso para Howard?

Orc estaba fuera en algún lugar, enloquecido, borracho, encarado,

condenado. Había vuelto cuando se quedó sin alcohol, pero por momentos,

Orc estaba ido, y el escape de Drake era como una especie de ojo morado

para Howard.

En la parte trasera de su mente calculadora, Howard se preguntó si Orc

solo estaba determinado de tirar a Mary y así mismo fuera. No estaba para

nada cerca del fatal décimo quinto cumpleaños, pero Orc podría buscar

uno de estos días una pelea que lo matara.

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O quizás podría beber hasta morir. ¿Y luego qué? ¿Qué tenía Howard si no

tenía a Orc?

En un profundo nivel había una tristeza genuina de que Orc lo

abandonara. Eran amigos después de todo. Amigos11. Han pasado por todo

juntos. Orc no era solamente su principal baza, era su único amigo.

Se preocupaba por Orc. Realmente lo hacía. Obviamente, Orc no se

preocupaba mucho por él.

Howard se tomó su tiempo en tomar su decisión. Se tomó su tiempo y una

ducha completamente vestido también. Pero finalmente tomó su decisión y

paseó tranquilamente lejos de la nube, empapado pero moderadamente

limpio, desapercibido por unos niños jugando.

No estaba lejos el lugar de Albert. Encontró la puerta abierta, y

rápidamente localizó a Albert. Los ojos del joven magnate estaban

cerrados. Definitivamente se veía muerto. Muy, definitivamente, muerto.

Avanzó cautelosamente, aunque Albert podría levantarse repentinamente y

empezara a gritarle por entrar sin permiso. Colocó los dedos en el cuello de

Albert. No sintió pulso.

Pero sí estaba tibio. El cuerpo debería estar más frío.

Se sentó en cuclillas enfrente de Albert y con su dedo levantó un párpado.

El oscuro iris se contrajo.

—¡YAAAA! —dijo Howard, cayendo hacia atrás—. ¿Estás vivo, hombre?

No hubo respuesta. Nada.

Howard estaba frustrado, había esperado que si Albert seguía vivo podría

negociar un acuerdo. Después de todo, si Howard salvaba la vida de

Albert, luego habría una razón de que le debiera a Howard un poco de

algo.

Howard dudó. No podía hacer nada y tarde o temprano Albert sería un

muerto frío como la piedra al cien por cien. O podía intentar encontrar a

Lana. Y quizás habría alguna recompensa. Albert era muy cerrado con su

dinero, pero seguro que si Howard salvaba su real vida...

11 Amigos: en el original aparece en español.

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—De acuerdo, no sé si puedes escuchar esto o no, Donald Trump, pero si

salvo tu trasero, me la debes. —Frunció el ceño y decidió que sería mejor

añadir—. Y por cierto, es Howard el que te habla. Así que se la debes a

Howard.

Howard llegó al tan llamado hospital para ver una muy perturbadora vista:

Edilio, temblando y hablando entre dientes, en los escalones de piedra,

ignorado. Solo era una de las docenas de chicos enfermos con varios

grados de enfermedades. Tos, tos seca, y temblores.

La última cosa que quería hacer Howard era acercarse.

—¡Oye! —gritó Howard hacia los escalones superiores.

Nadie respondió. Abrió los ojos, se volvió, se dio la vuelta, haciendo un

pequeño baile de indecisión. Sin saber cuál podría ser su recompensa, era

difícil para Howard tomar la decisión de arriesgar su vida. Después de

todo, Un hombre necesitaba saber qué se le estaba pagando.

¡Kkkrrraaalff!

Un chico en los escalones superiores repentinamente tosió con una fuerza

que Howard no había visto, ni oído o imaginado. La tos llevó al niño hacia

atrás. Aterrizó duro, la cabeza golpeando el granito con un sonido como el

de un melón arrojado al piso.

El niño se giró, se arrodilló, luego tosió un surtido de sangre sobre una

chica que estaba cerca.

—De ninguna manera —dijo Howard—. De ninguna manera.

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CAPÍTULO 31 Traducido por Lucach

Corregido SOS por Marce Doyle*

3 horas, 49 minutos

am acercó el barco a unas treinta yardas de la costa.

—Supongo que te gustaría que me hubiera quemado todo, ¿eh?

—Drake le gritó.

—Lo hago —gruñó Dekka.

—Es verdad —dijo Toto—. Ella lo desea.

Sam tuvo que dominar la cólera furiosa que le quemaba por dentro, ¿Cómo

había escapado Drake? ¿Había encontrado la forma de sobornar a

Howard?

—No estaría parado allí burlándose a menos que pensara que podría

vencernos —dijo Sam en voz baja.

—Esos bichos, no podrían haberlos matado cuando eran más pequeños. —

Miró a Toto—. Todo lo que tienes que decir es la verdad. ¿Cierto? ¿No

tienes algún otro poder?

Toto dio su respuesta al cabeza perdida de Spidey.

—Sin armas.

—¿Pueden nadar esas cosas? —Jack preguntó.

—Si pudieran, ya estarían detrás de nosotros —dijo Sam.

—¿Crees que Drake puede controlar esas cosas, hacer que hagan lo que él

quiere? —Jack preguntó.

—Supongo que lo averiguaremos tarde o temprano —dijo Sam.

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Todos guardaron silencio, mirándolo expectante.

Para el momento en que se sentían bastante seguros, Sam razonó.

—De lo contrario Drake habría venido detrás de ellos. Si regresaran a

tierra, eso significaría una pelea. Y Drake permanecía bastante engreído,

fanfarrón, paseándose y burlándose desde de la costa.

Podía dirigir el barco de vuelta al lago. Podía tomar tierra y esquivar al

ejército de insectos de Drake. Podrían llegar a un lugar donde podían

pelear sin destruir el puerto.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Sam.

—Hey, Sam —gritó Drake—. Pensé que te gustaría saber que esto no es

todo mi ejército. —Sam no lo dudó.

—Tu chica, Brianna, trató de detenernos. —Drake hizo un gesto con

cuchillo de caza en el aire—. Tomé esto de ella. Yo le azoté, Sam. —Él giró

la mano del látigo. El chasquido era como un disparo de pistola—. Rompí

sus piernas para que no pudiera correr. Entonces…

Dekka estaba a mitad de camino por la borda, lista para nadar hasta la

orilla. Jack la agarró y la abrazó.

—¡Déjame ir! —Dekka gritó.

—Sujétala Sam —ordeno Jack—. No seas tonta, Dekka. Quiere que

vayamos corriendo hacia él.

—Puedo derrotarle —dijo Jack—. Dekka y yo juntos, podemos matarlo.

Sam registró el hecho de que Jack estaba haciendo una amenaza física

real. No recordaba haber oído nunca algo así de Jack. Pero Dekka era la

mayor preocupación de Sam.

—Voy a matarlo —Dekka lo dijo con una voz tan profunda de su garganta,

que sonaba como un animal.

—Lo voy a matar. Lo voy a matar. —Entonces ella gritó—. Voy a matarte,

Drake. Voy a matarte.

Drake sonrió.

—Creo a ella le gustó. Estaba gritando, pero le gustaba.

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—Está mintiendo —dijo Toto.

—¿Quién? —Sam colapsó.

—Él —señaló hacia Drake—. No ha matado a la chica o la ha dañado.

Dekka se relajó, y Sam y Jack la soltaron.

—En verdad adivino, Toto —Sam susurro—. Puede decir cuando la gente

miente.

—Decidí que me caes bien —le dijo Dekka a Toto—. Es posible que seas

utilidad.

Toto frunció el ceño.

—Es cierto, usted acaba de decidir que le gusto.

—Continúe escuchando, Toto —dijo Sam. Pensó por un minuto, y entonces

gritó—: Brianna puede estar muerta, pero aún tenemos músculo de sobra

para lidiar contigo.

Drake echó hacia atrás su cabeza y rió.

—Sí, el resto de mi ejército está acabando con los últimos niños en Playa

Perdido. Fue una hermosa masacre, Sam, deberías haber estado allí.

Sam hizo una seña a Dekka para que no respondiera. Cuanto más hablara

Drake, mejor.

—Pero todavía tengo a Astrid viva, Sam —Drake gritó—. La tengo en un

lugar seguro. Quiero tomarme mi tiempo con ella.

Sam esperó, conteniendo el aliento.

—Esas son mentiras —dijo Toto.

—¿Todo eso?

—Todo eso.

Sam respiró.

—Bien, Drake —Sam gritó a través del agua—. Siento oír hablar de eso.

Supongo que no queda nada sino que vengas y me atrapes.

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Su tono era tan casual, que dejó a Drake con la boca muy abierta. Le tomó

un momento al psicópata reaccionar.

—¿Cuál es el problema, Sammy? ¿Asustado? ¿Gallina?

—No, en realidad estábamos pensando que podríamos pescar —gritó

Sam—. He oído las truchas del lago son deliciosas. ¿Quieres unirte a

nosotros? Puedes nadar con la sartén por el mango, ¿no puedes?

Drake lo contempló. Miraba al cuchillo en la mano, como si de alguna

manera lo hubiera traicionado. Entonces, con los ojos entrecerrados, miró

a Toto.

—Vamos, Drake. No seas un bebé. Ven con nosotros.

Todo el tiempo, Sam había estado dejando al barco aproximarse a la costa,

cada vez más cerca, sin llegar a tierra. Estaba a diez metros de Drake. Él

no tuvo que levantar la voz para hacerse oír.

Sin volverse hacia ella, y hablando en voz baja, dijo:

—Dekka, ¿puede alcanzarlo desde aquí?

—Apenas —dijo—. Entre más agudo sea el ángulo, menor será lo que

puedo hacer. Pero sí.

—A la una —dijo Sam—. Tres… dos…

Dekka levantó las manos y Drake se elevó sutilmente del suelo. Lo sintió

de inmediato, sabía lo que estaba pasando, y pateó contra el aire como

una marioneta.

Sam levantó las manos. Disparó el doble haz de luz verde. Golpearon una

de las criaturas, dos metros a la izquierda, pero Sam les balanceó a la

derecha y atraparon la pierna de Drake.

La pierna se volvió brillante y humeaba.

Drake azotó con el látigo y alcanzó una de las criaturas. Haló de él fuera

del alcance de Dekka y cayó entre los seres, bloqueando los rayos de Sam.

—¿Morirá? —preguntó Toto.

—Tristemente, no —respondió Dekka.

Desde la costa oyeron a Drake dar bramidos de indignación, entonces:

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—¡Captúrenlos! ¡Vayan!

Las criaturas respondieron al instante. Corrieron a la orilla del agua. Era

casi imposible para Sam verlos como seres vivos, se parecían más a los

robots. Los insectos simplemente no eran tan grandes. No podían ser tan

grandes.

Como un enjambre, se lanzaron al agua y siguieron avanzando recto.

—Flotan —dijo Jack—. Eso es malo.

—Sí, pero no pueden nadar muy bien —Sam señaló. Puso el motor en

reversa y bailoteamos lentamente a una distancia segura. Las criaturas

habían dejado de correr por el agua. Aquellos que podrían hundirse

regresaron ignominiosamente de nuevo a tierra firme. Dos de las criaturas

que flotaban como balsas sin amarras, como remolques atrapados en una

inundación, girando lentamente, impotentes.

Entonces, una de las criaturas en la costa abrió sus alas. Bajo el

caparazón duro, eran como alas de una libélula.

—Ellos en realidad no puede volar, ¿verdad? —Dekka preguntó.

La criatura despegó. Era torpe y lenta, pero voló.

Voló hacia el barco.

* * *

—Hay que regresar al campamento una vez dejemos la carga —Quinn

ordenó a la tripulación—. Los alcanzaré más tarde. Y si no lo hago... bien,

sigan la rutina.

Sintió ojos preocupados siguiéndolo mientras caminaba por el muelle.

Había una lancha que todavía tenía unos cuantos litros de combustible. Se

habían escogido para uso de emergencia solamente. Supuso que esto era

emergencia suficientemente.

—¿Vienes? —Quinn le preguntó a Brianna.

Ella negó con la cabeza.

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—No puedo vencer a estas cosas, pero al menos puedo luchar contra él.

—¿Y si no viene? —preguntó Quinn.

— Él vendrá. Será su gran momento.

—¿Será capaz de detener a estas criaturas?

—¿Cómo voy a saberlo? —Brianna demandó—. No fue mi idea. Yo no fui

quien dijo que deberíamos traerlo de vuelta. Tal vez él y Drake vuelvan a

ser mejores amigos. ¿Cómo voy a saberlo?

—Bueno, supongo que Edilio cree que Caine puede salvarnos.

Ninguno de los dos habló durante un tiempo, tanto el pensamiento de

Edilio, preguntándonos si iba a sobrevivir. Desde el principio, Edilio había

sido uno de los buenos. Probablemente el mejor de ellos.

Él y María, dos abnegados, leales y decentes. Un muerto después de

traicionar todo y a todos. El otro tal vez muriendo ahora, ignorado y solo.

—Una pregunta más para ti, Brianna. Es serio. Así que no me des la

respuesta automática de chica dura, ¿de acuerdo? Porque quiero la

verdad.

—¿Sí?

—¿Puedes vencer Caine? Si empieza como le es habitual, empujando a la

gente que le rodea, hacerles daño... ¿puedes soportarlo?

Él vio el comienzo de una sonrisa arrogante. Pero luego desapareció en el

acto, suspiró y dijo:

—No sé, Quinn.

Todavía vaciló. No quería ir. Y sabía por qué.

—A todo el mundo parezco gustarle ahora, por los peces. Hay algo que

hago bien, y es necesario, y la gente me respeta. —Suspiró y tiro de la

cuerda de amarre de la lancha. —Ahora voy a ser el hombre que trajo de

vuelta Caine.

Brianna asintió.

—Apesta para ti, apesta más para mí.

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Impulsivamente, Quinn la abrazó. Como un hermano. Ella no regresó el

gesto, pero tampoco le apartó lejos.

—Aguanta, Breeze.

—Tú también, pescador.

Quinn bajó al bote. Brianna se perdió de vista antes de que pudiera

encender el motor. Él salió de la marina, resoplando lentamente hasta que

estaba lejos. Luego empujó el acelerador a toda velocidad y apuntó la proa

hacia la isla distante.

* * *

Astrid miró a su alrededor, preguntándose dónde estaban y hacia dónde se

dirigían. Orc parecía tener un lugar en la mente. Pero también parecía

confundido. Estaban en una zona de bosques enmarañados y toscos,

repentinos valles ahogados, en maleza.

—¿Nos llevas a Coates? —preguntó Astrid.

—Sí —Orc respondió.

—¿Por qué allí?

—Querías escapar, ¿verdad?

—Quiero que mi hermano este un lugar seguro —dijo Astrid, consciente de

la hipocresía.

—Es seguro allí —dijo Orc.

—¿Cómo lo sabes?

—Es un secreto —Orc gruñó—. Quiero decir, no hay nadie allí. Ninguno de

los niños de todos modos. Caine o todos esos tipos.

—¿Qué pasa si Drake va ahí? —Orc se encogió de hombros, lo que provocó

la cabeza del pequeño Pete cayeta de su hombro y la espalda.

—Si Drake está ahí, yo me encargo de él.

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Astrid se acercó rápidamente para alcanzar a Orc. Le puso la mano en el

hombro. Bajó la velocidad y se hizo a un lado para que pudiera caminar a

su altura.

—¿Estás buscando a Drake? —preguntó Astrid—. Porque no creo que sea

una buena idea.

—No me preocupa Drake —dijo Orc con enojo—. Tuve suficiente de él. Pero

tengo que estar lejos de la ciudad. ¿A dónde más voy a ir?

Astrid estaba segura de que era parte de la verdad. Pero no toda ella.

—Gracias por ayudarnos —dijo—. Pero tú no tienes que alejarte de la

ciudad. Drake no ha escapado por tu culpa.

—No dije que lo fuera.

—Entonces, ¿por qué?

Orc no dijo nada, sólo siguió caminando pesadamente, pies de piedra

pisoteando la maleza como un insignificante Godzilla. Entonces:

—El chico —dijo.

—¿Qué chico?

—Este chico, este niñito, estaba enfermo o lo que sea, y yo estaba…

supongo que estaba borracho.

—¿Qué ocurrió con el chico?

—Se puso en mi camino —dijo Orc.

Era difícil leer la expresión del Orc. Pero oyó la angustia en su voz.

—¡Oh! —dijo Astrid.

—Tengo que salir de la ciudad. Al igual que Hunter. Esa es la ley. Deberías

saberlo, ya que tú inventaste esa ley.

—Yo no he inventado lo de no matarás —dijo Astrid a la defensiva. La

mojigatería de su propia voz la ponía enferma—. La misma Biblia lo dice,

“no matarás”. También dice, “el que aborrece a su hermano es un asesino”.

¿No dijo que odiaba a su hermano? ¿Acaso no había contemplado el

asesinato? ¿No se había atrevido a proponer a Turk y Lance que lo

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hicieran por ella? Si Orc tenía que ir al exilio, entonces, ¿no debería ella

también?

¿Desear a su hermano muerto y vivir con ese pecado mortal? Y sin

embargo, ¿trazar la línea para dormir con Sam? ¿Qué absurdo era eso? El

asesinato, claro, pero ¿la fornicación? No puede ser.

Astrid nunca se había sentido tan miserable. Redujo la velocidad y se

retrasó para que Orc no viera las lágrimas en sus ojos. Oh, Dios, ¿cómo se

había convertido en esta persona? ¿Cómo había fracasado por completo?

Hipócrita. Asesina en su corazón. Un, bruja manipuladora fría. Eso es lo

que era. Astrid, ¿la genio? Astrid, el fraude. Y ahora ella se esforzaba por

aquel oscuro bosque para encontrar un refugio al frío con un asesino

borracho y su hermano. Aquel que murió de cólera y estupidez, y el otro

que mató, ¿de qué? ¿Ignorancia? ¿Indiferencia? Desde del simple hecho de

mucho poder que alguien pudiera manejar, y mucho menos, ¿un niño

autista? Ella se echó a reír, pero no era un sonido feliz.

—¿Qué es lo divertido? —Orc demandó suspicazmente.

—Yo —dijo Astrid.

Vieron el oscuro techo a dos aguas de Coates a través de los árboles y

luego el destrozado camino que conducía a la puerta principal. Era un

lugar sombrío, un lugar encantado. Pálida piedra encalada que mostraba

indicios de violencia. Un enorme agujero en la fachada era como una

herida de bala fatal. La puerta había sido arrancada a pedazos,

destrozada.

Orc pisó con paso firme, subió las escaleras y gritó:

—¿Hay alguien aquí?

Su voz resonó en la entrada arqueada. Hay camas de arriba.

—Tengo que tomar las escaleras traseras.

Él encabezó la marcha, obviamente familiarizado con el diseño. Astrid se

preguntó cómo había llegado a conocer el lugar muy bien. Orc no era un

niño de Coates. Encontraron una habitación de la residencia que no había

sido quemada o cortada en tiras o utilizada como un inodoro

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Orco lanzó al pequeño Pete con negligencia en un colchón desnudo. Astrid

buscó y encontró una manta andrajosa, que extendió sobre él.

Ella palpó su frente. Aún febril, pero tal vez no peor que antes. No tenía

termómetro. Estaba tosiendo a trancas y barrancas. No, peor, no mejor.

—¿Qué sigue Petey? —ella le preguntó.

Si Lance hubiera apretado el gatillo, ¿la bala habría matado a Pequeño

Pete? ¿Habría tenido el poder para detenerlo? Sin duda. Pero, ¿habría

sabido lo que estaba pasando?

—¿Cuánto sabes, Petey? ¿Cuánto crees que entiendes?

Él necesitaría ropa de cama limpia después de haberse orinado. Y ella

misma necesitaba ropa, todavía iba en un camisón. Y a pesar de que no

habrían dejado comida en este lugar, sin duda podría haber unas cuantas

gotas de agua.

Astrid llamó a Orc, pero él no escuchó. Oyó sus pesados pasos retumbar

en el silencio sobrecogedor.

Lo mejor sería dejarlo en paz. En otra sala encontró ropa que era casi de

su tamaño. Lo suficientemente cerca. No estaba limpia, pero al menos no

había sido usada recientemente. Coates había sido abandonado hacía un

tiempo. Se preguntó si pertenecía a Diana.

Ella fue en busca de agua. Y lo que encontró fue a Orc. Estaba en el

comedor. Sus piernas masivas estaban apoyadas en una mesa de madera

pesada. Había juntado dos sillas para soportar su peso y extensión. En su

mano sostenía una botella de vidrio transparente llena de líquido claro.

La habitación olía a carbón y algo dulzón. La fuente era obvia: en la

esquina, junto a una ventana, había un artilugio que sólo podía ser un

alambique. La tubería de cobre probablemente salvada de un laboratorio

de química enrollada desde una tina de acero que se apoyaba en una

plancha de caballete sobre los restos fríos de un fuego.

—Aquí es donde Howard hace el whisky —dijo Astrid—. Así es como sabes

del lugar.

Orc tomó un trago profundo. Parte del licor chapoteado en la boca.

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—Nadie viene aquí desde Caine, y se los quitó a todos. Así es como vino

Howard a establecerse aquí.

—¿Para qué se utiliza?

Orc se encogió de hombros.

—No importa mucho el tiempo que sea, hay cualquier tipo de vegetal. Hay

un parche de maíz; que sólo unas pocas personas conocen. Alcachofas,

también. Coles. No importa.

Astrid se sentó en una silla a cierta distancia de él.

—Cambiaste tus ropas —dijo él.

—Tenía frío.

Él asintió y bebió. Sus ojos estaban sobre ella, mirándola con detalle.

Estaba muy contenta de no estar usando el camisón. Se preguntó si Orc

era lo bastante mayor para preocuparse por eso. Ella pensó que no. Pero

era una posibilidad aterradora.

—¿Deberías tomar eso tan rápido?

—Tengo que ser rápido —dijo Orc—. De lo contrario me desmayo y no

puedo conseguir lo suficiente para hacer el truco.

—¿Qué truco? —preguntó.

Orc sonrió tristemente.

—No te preocupes por eso, Astrid.

Ella no quería preocuparse por ello. Tenía suficiente de sus propias

preocupaciones. Así que ella no dijo nada mientras tragaba y tragaba,

hasta que se vio obligado a tomar un respiro.

—Orc —dijo en voz baja—. ¿Estás tratando de matarte?

—Como dije, no te preocupes por eso.

—No puede hacer eso —dijo ella—. Esta… está mal.

Se dio cuenta de dos botellas más en el suelo, justo donde él podía llegar a

ellas sin moverse.

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—Es un pecado mortal —dijo ella, sintiéndose como una tonta estúpida.

La misma palabra, pecado, se sentía como un pecado viniendo de ella.

Hipócrita, se reprendió a sí misma en silencio. Fraude.

—Si haces esto, no tendrás oportunidad de arrepentirse —dijo Astrid—.

Morirás con un pecado mortal en tu conciencia.

—Lo conseguiré pronto.

—Pero qué sientes por eso. Has pensado en ello. Y qué sientes por él.

Orc sollozó de repente, un sonido fuerte. Echó la cabeza hacia atrás y vio

que el último sorbo escapaba de la botella a la boca.

—Si has pedido perdón, y si te sientes verdaderamente arrepentido, Dios te

ha perdonado por ese niño.

Las botellas no estaban tapadas, simplemente sellada con un trozo de

Saran Wrap y una goma elástica. Orc tiró del plástico de una segunda

botella.

—No hay Dios en el FAYZ, ¿no lo sabes? —dijo.

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CAPÍTULO 32 Traducido SOS por Eli25

Corregido por andreasydney

3 Horas, 48 Minutos

am disparó. Los rayos de luz golpearon a los bichos de lleno.

Los rayos de luz rebotaban y se fragmentaban, vaporizando el

agua.

—¡Dekka! —gritó Sam.

Ella mató seriamente debajo del bicho acechante así que se disparó de

repente hacia arriba seguido por un silbido de agua alzada.

Pero eso no fue bueno. Más de las criaturas estaban abriendo sus alas

como cucarachas y volando torpemente hacia el bote. Sam maldijo, lanzó

el motor en un rugido y giró el volante. El bote zumbó hacia el medio del

lago.

Los bichos intentaron perseguirlos, pero eran insectos, no águilas, y su

vuelo era errático y pobremente controlado.

—Quizás puedo machacarlos —dijo Jack sobre el rugido de los motores.

—Él cree que quizás puede —comentó Toto.

—Pero ellos me tienen miedo.

—Eso es cierto, también —dijo Toto.

—Sí, podrías adivinar eso —gritó Sam cuando esquivaron a otra torpe

criatura.

Podían seguir esquivando a los bichos, quizás para siempre, pero cuando

Sam golpeó el medidor de combustible este mostró solo un octavo del

tanque.

S

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Había un surtidor manual en el tanque del muelle del combustible. Pero

no era como si Drake les dejara detenerse y repostar.

—Necesitamos combustible —dijo Sam.

Dirigió el bote lejos del puerto deportivo, manteniéndose cerca de la orilla,

esperando que el espeluznante ejército de Drake les siguiera. Eran más

rápidos en tierra que en el aire así que los alocados abejorros zumbaban

de vuelta a la orilla.

Miró hacia atrás y vio a Drake urgiendo a las criaturas. Eran rápidos,

escabulléndose en sus piernas de insecto. Pero no tan rápidos como el

bote. A toda velocidad podían alejarse.

—¿Estamos huyendo? —preguntó Toto.

—Sí —dijo bruscamente Sam.

—Eso no es cierto.

—¿Hay alguna manera de que te calles? —demandó Sam—. Somos más

rápidos que ellos. Así que vamos hacerles salir, volver sobre sus pasos, y

forzarles la retirada en el puerto deportivo.

—¿Entonces qué? —preguntó Dekka.

—Repostaremos y conduciremos alrededor aquí para siempre—dijo Sam.

—¿Un gran plan? —dijo Dekka.

—Tarde o temprano Drake dejará pasar a Brittney. Entonces podríamos

dispararles.

No llevó mucho tiempo que a toda velocidad alcanzaran el final del lago.

Las enormes cucarachas pululaban a lo largo de la orilla, apurándose

impacientes para alcanzar. Ninguno estaba volando ahora.

—¿Dónde está Drake? —preguntó Jack.

Sam escaneó el ejército de insectos. Sin señal de Drake. Sam apagó el

motor, reservando combustible para la loca carrera de vuelta al puerto

deportivo. En la repentina tranquilidad él oyó un motor diferente.

Un bote brillante con dos enormes lanchas fuera de la borda fueron

lanzadas en una nube de salpicaduras y sonido hacia ellos. No había duda

sobre quién estaba conduciendo el bote.

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Los bichos en la orilla. Drake en el agua.

—Si él tiene una pistola, estamos en problemas —dijo Dekka.

—Él no necesita una pistola —dijo Sam gravemente—. Puede embestirnos.

Él es inmortal, nosotros no.

—¿Qué hacemos? —preguntó Jack. Entonces, más aterrado—. ¿Qué

hacemos?

Dekka puso una tranquila mano en su hombro.

—Tómatelo con calma.

Sam calculó la costa, comprobó el suministro de combustible, miró a sus

dos amigos, y finalmente valoró a Toto.

—¿Tío, crees que puedes bombear gasolina?

Toto apartó la mirada y pasó la pregunta a lo largo de la cabeza imaginaria

de Spidey.

—¿Puedo bombear gasolina? —Entonces, aparentemente oyendo una

respuesta, él dijo—: Sí.

Sam encendió el motor. Giró el volante, esperó, esperó, hasta que la ola de

Drake se hizo más grande.

—Jack, agarra el ancla y estate preparado.

—¿Qué?

—¿Has visto esa película dónde Heath Ledger era un caballero?

—No es su mejor película —dijo Dekka.

—Cierto —estuvo de acuerdo Toto.

—Aguarda —advirtió Sam. Puso el motor en marcha, empujando el

acelerador todo el camino, y voló hacia Drake.

* * *

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Lana no corrió, estaba demasiado cansada para eso, y de todas formas

Howard probablemente estaba equivocado. Turk y Lance seguramente

creían que ellos habían matado a Albert. Cuando él estuvo tumbado allí,

chillando de dolor debajo del tacto curativo de Lana, Lance siguió

balbuceando algo sobre perdón, rezando para ser salvado, diciendo que lo

lamentaba por Albert.

—¡Fue Turk, no yo! —dijo él, su mejilla destrozada ondeaba ensangrentada

con cada palabra cuando la lluvia torrencial barría la sangre hacia la

alfombra debajo de su cabeza.

Lana mayoritariamente había curado a Turk y a Lance. No morirían, al

menos. Ella no había visto mucho el punto: Ellos eran parásitos y alguien

solo les mataría una y otra vez, tarde o temprano. Pero supuso que no era

su decisión hacerlo. Ella solo era una jugadora en la locura.

Lana se había perdido la oportunidad para ser una heroína por destruir el

Gaia. Y había fallado en detener el virus que ahora reclamaba nueve

cuerpos. En su lugar ella había salvado a un par de asquerosos. Yuju por

ella.

Ella y Howard encontraron a Albert justo como él había dicho: sentado con

su espalda contra la pared.

Lana notó montones de sangre. Un pequeño, pegajoso mar de esta

alrededor de Albert.

—Él no murió —observó Lana—. La gente muerta no sangra tanto. ¿Y ves

como la pared está manchada? Él se sentó. —Ella se arrodilló y situó sus

dedos en su cuello—. Luego solo se sentó aquí y sangró hasta morir.

Sin preguntas en su mente. Él tenía un agujero de bala en su cara. Y una

gran herida de salida al otro lado. Parecía como si algún animal salvaje se

hubiera llevado un gran trozo de su cráneo.

—Yo no levanto a los muertos—dijo Lana.

—No, espera —insistió Howard. Él se arrodilló a su lado y levantó un

párpado. Era oscuro, no había mucha luz para que un iris reaccionara. Así

que Howard sacó un encendedor y golpeó la llama.

Las cejas de Lana se alzaron.

—Hazlo otra vez.

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Howard levantó el otro párpado. Ese iris, también, respondió.

—Huh —dijo Lana.

Ella presionó ambas manos contra la cabeza de Albert. Después de unos

pocos minutos manteniendo esa pose ella inclinó su cabeza hacia delante

para ver la horrible herida de salida. Alrededor de los dentados y rotos

bordes, la carne estaba creciendo.

—El hermano no está muerto —dijo Howard.

—Tan cerca como puedas estar —dijo Lana—. Pero no, no está muerto. Y

este tipo de cosas, al menos, puedo curarlas.

—Los chicos me deberán una—dijo Howard.

—Eres un estorbo, Howard, como mi padre diría —dijo Lana—.

Definitivamente eres un estorbo.

—¿Le dirás a Albert que te traje, verdad? ¿Le dirás que fui yo, verdad?

—¿Por qué? ¿Te vas?

Howard se puso de pies.

—Voy a encontrar a Orc. Acabo de averiguar dónde ha ido.

Lana se puso en una posición más cómoda. Patrick fue a buscar comida

alrededor de la casa.

—Si encuentras algo, será mejor que lo compartas—llamó Lana detrás de

su perro.

* * *

Los dos botes corrían el uno hacia el otro.

Seis segundos para impactar.

La mente de Sam estaba corriendo. Drake sabría que él estaría fingiendo.

Drake no tenía miedo del impacto, sabía que Sam estaba fingiendo y

esperaría a que Sam de repente virase a un lado.

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Cuatro segundos para impactar.

—¡Jack! —gritó Sam—. ¡Levanta el lazo!

—¿Qué?

—¡Hazlo! —gritó Sam.

Jack saltó derecho desde la popa al lazo. Estaba sujetando el ancla como

una lanza. Como si realmente fuera un caballero. Con suerte Drake lo

habría notado.

Un segundo.

—¡Ahora, lánzalo! —gritó Sam.

Jack lo tiró con toda su fuerza desesperada y sobrenatural.

Sam no había esperado que el ancla empalara a Drake y no lo hizo. Pero

incluso un asesino inmortal tenía instintos, y Drake instintivamente se tiró

al suelo para dejar que el ancla volara indefenso sobre su cabeza.

Sam ya había girado el volante.

Pasaron volando el bote de Drake, salpicándolo con su ola y tomando una

salpicadura de vuelta que les mojó.

Dekka sonrió a Toto.

—Ves, esto es lo que le hace a Sam, Sam.

Le llevó a un furioso Drake diez segundos girar su bote e ir detrás de Sam.

Los bichos incluso eran más lentos para alcanzar. Ahora estaban

corriendo a lo largo de la costa, pero ni Drake ni los bichos llegarían al

puerto deportivo antes que Sam.

—Bien —gritó Sam sobre el zumbido de los motores—. Toto, cuando

lleguemos allí bombea como un loco, ¿está bien? Te mostraré cómo. Pero

Drake estará sobre nosotros rápido y podría intentar embestirnos otra vez,

¿así que Jack? Tú y Dekka estén preparados.

—¿Listos para qué?

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—¡Aguarda! —gritó Sam. Apuntó al bote hacia el muelle, lo lanzó marcha

atrás, el agua hirvió, el motor rugió, y el bote rozó con dureza a una

parada para el surtido de gasolina.

Sam agarró a Toto y le empujó físicamente hacia el muelle.

—¡Dekka! Átanos. —Él fijó la mano al bombeador, empujando la boquilla

en el tanque de combustible y físicamente situando las manos de Toto en

el bombeador—. Arriba y abajo, arriba y abajo, y no pares hasta que te lo

diga.

Sam corrió al final del muelle. Drake estaba gritando hacia ellos. Sam miró

a la izquierda, buscando lo que necesitaba. Un velero de tiro corto. Eso

serviría.

—¡Dekka! ¡Flota ese bote!

Dekka levantó las manos y el bote se alzó desde el agua, goteando todo

sobre ellos, ladeando un lado durante un momento en el que Sam tuvo

miedo de que girase y destrozara el mástil sobre sus cabezas.

—Bien, Jack. Perdiste el ancla. ¡Intenta esto!

Jack tuvo que rodear el campo de Dekka, y durante un segundo él perdió

su pie y casi se cayó al agua. Sam agarró su mano y tiró de él hacia arriba.

Jack retrocedió veinte pies, tomó una profunda respiración, y corrió

directo hacia el bote que ahora se cernía sobre el final del muelle.

Sam tuvo el placer de ver la repentina comprensión amaneciendo en los

ojos de Drake.

Jack corrió, saltó, y golpeó la popa del velero.

El bote voló, girando locamente a través del aire. No lejos, justo a veinte o

treinta pies antes de que explotara en llama cuando Sam apuntó y

disparó.

El bote cayó, golpeó el agua, y el bote de Drake lo golpeó a toda velocidad.

Ambos botes se destruyeron, astillas de madera ardiendo volaban, trozos

de metal arremetían y grandes trozos de motor hacían espirales y

aterrizaban como metralla a su alrededor.

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Toto gritó de dolor. Su cadera había sido golpeada y estaba sangrando y

gritando y no bombeaba ya.

—¡Jack! ¡Bombea! Dekka, consigue a Toto.

Sam fue de vuelta al bote y comenzó a arrancarlo y a tirar fuera los restos

en llamas.

—Está muerto, está muerto —murmuraba Sam bajo su respiración.

Un repentino sonido, y Sam sintió un ardiente dolor. Una marca de látigo

apareció en su brazo.

Drake estaba sujeto al muelle con su verdadero brazo, la mano látigo

estaba hundida para golpear otra vez.

Sam se prendió. Perdido. Compró dos segundos cuando Drake se hundió

debajo de la trastornada agua.

Él disparó una mirada hacia la orilla. Las corredoras criaturas se

arrojaban a través del aparcamiento, pululando sobre y alrededor de los

coches, estarían sobre ellos en segundos. Ahora o nunca.

—¡Suficiente! ¡Vuelvan al bote!

Nadie necesitó que se lo dijeran dos veces. Toto y Jack fueron los primeros.

Dekka tropezó cuando corría, golpeó su vientre, y durante un momento

Sam pensó que algo la había golpeado.

Drake estaba arriba y su mano látigo encontró a Jack. Jack aulló y agarró

el tentáculo pero lo perdió.

Sam revolucionó el motor. Pero había olvidado la cuerda. El bote rugió,

disparado hacia delante, y golpeó el taco del muelle. La resistencia fue

suficiente para tirar el bote alrededor.

Este destrozó otro bote aparcado y envió a todos a una caída.

En el momento que Sam se aclaró la cabeza, Drake tenía su mano en la

borda y su mano látigo estaba sacudiéndose desesperadamente en el bote,

golpeando a Jack otra vez y a Toto.

Sam lanzó el bote marcha atrás, empujando el acelerador, girando el

volante, y golpeando a Drake entre el bote y el muelle.

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Entonces cambió la marcha y rugió, dejando a Drake maldiciendo en el

agua cuando los bichos corrieron hacia el muelle, sus mandíbulas

cortando en el aire.

Sam condujo hacia el medio del lago y apagó el motor. El marcador de

combustible mostraba sobre el cuarto del tanque. Lo suficiente por ahora.

Pero el coste fue Toto gritando de dolor.

—Es grave —informó Dekka—. Pero vivirá.

Ella levantó la camisa de Toto para mostrarle a Sam el feo corte.

—Jack, mira si hay un kit de primeros auxilios abordo.

Sam se hundió, muy cansado ahora.

—¿Estás bien? —le preguntó a Dekka.

Ella no respondió.

Él la miró más de cerca.

—¿Dekka?

Ella parecía enferma. Se mordió el labio.

—Lamento aumentar tus problemas, jefe —dijo ella. Entonces se levantó

su propia camisa y Sam vio las diminutas bocas empujando a través de su

carne.

La luz murió y la noche cayó cuando el bote se balanceó en las gentiles

olas.

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CAPÍTULO 33

Traducido por Alexiacullen

Corregido por Chole Ann

3 horas, 47 minutos

iana rodó fuera de la cama, tirando accidentalmente de las

sábanas de Caine cuando lo hizo.

—¡Hey! —protestó él.

—No es nada que no haya visto. Varias veces.

Caine sonrió y entrelazó sus dedos detrás de su cabeza.

—Podría acostumbrarme a esta vida. Creo que tendré otra lata de

melocotones.

Diana se dio una ducha rápida y salió, chorreando agua, para encontrarle

esperándola sujetando una toalla para ella.

—En serio, no —dijo ella—. Ya lo hemos hecho.

—Bueno, hasta que consigamos algo de comer —respondió él.

Se secó y se peinó el pelo mientras él miraba. La falta de intimidad era un

poco irritante, pero se dijo que era un pequeño precio a pagar por la paz.

En cualquier universo esto sería una habitación agradable, en una casa

agradable y una isla bonita. Pero en FAYZ cada parte de ello era exquisito,

un milagro de belleza y confort. Ella recordó Coates demasiado bien.

Especialmente los últimos meses allí cuando la comida se acabó y el

miedo y la depresión medio se establecieron en ella.

Este era un lugar bonito. Y Caine era un chico guapo, joven, supuso ella

que al menos en el exterior. Si la comodidad, el lujo y la misma Diana

podrían mantenerle pacífico, quizás la vida continuaría de esa forma:

apacible. Incluso cuidando de Penny y tratando con Bug eran pequeños

D

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problemas a comparar con lo que ella había sobrevivido. Panda, ella se

estremeció ante el recuerdo y enfermó.

—¿Qué sucede? —preguntó Caine.

—Nada —ella forzó una sonrisa—. Supongo que estoy hambrienta —

entonces, mirando su expresión, añadió el estado—. De comida.

Se pusieron la ropa interior y se envolvieron en sus suaves y caros

albornoces que llevaban sus famosas iniciales bordadas. Ella se deslizó

sobre sus zapatillas de seda y juntos se dirigieron a la cocina.

Bug estaba ahí, viéndose incluso más perturbado de lo normal. Estaba

respirando fuerte. Diana le miró, preguntándose si les había estado

espiando.

—Está viniendo una barca —dijo Bug.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Diana.

—Una lancha motora. De verdad está cerca —Caine estaba fuera de la

puerta en un momento y Diana tuvo que correr para alcanzarle. El cielo

estaba casi oscuro, el sol poniéndose magníficamente enviando lenguas de

oro y rojo a través del agua debajo de ellos. Y ahí, sorprendentemente

cerca, estaba la lancha motora. Ella vio a una persona a bordo, un chico,

pero no podía distinguir su rostro en las sombras.

Ella miró inquisitivamente a Caine. En su cara vio la expresión que

esperaba ver, la que temía. Sus ojos estaban iluminados, con la boca en

una mueca salvaje. Su cuerpo entero parecía inclinarse hacia adelante,

anticipándose, listo. Excitado.

—Sea quien sea, solo dile que se marche —dijo Diana.

—Al menos, averigüemos quién es —dijo Caine.

—Caine, sólo deshazte de él.

La barca asustaba a Diana. Se abrazó como si estuviera refugiándose del

frío.

En ese momento el chico de la barca levantó la mirada.

—Es Quinn —dijo Caine—. ¿Qué está haciendo ahí? Esperaba que fuera

Zil o uno de sus fracasados.

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—¿Esperabas? —Diana frunció el entrecejo—. ¿Qué quieres decir con que

esperabas?

Caine se encogió de hombros.

—Antes o después uno de ellos iba a venir a por mí.

—Pero… ¿por qué tu….?

Él se rió. Una risa petulante y cruel. —Solo hay dos de cuatro barras en la

FAYZ, Diana. Antes o después alguien estaría lo suficientemente harto de

Sam siendo un señorito por encima de ellos y vendrían a buscarme. Diana

sintió algo torciéndose en su interior.

—¡Oye Quinn! ¡Hasta aquí! —chilló Caine. Luego, a parte—: Bug,

desaparece. Estate preparado. Podría ser algún truco.

Bug se perdió de vista.

Quinn apagó el motor. Se puso de pie, moviéndose fácilmente con el

balanceo de la barca.

—Caine, ¿dónde puedo atracar la barca?

—No lo necesitas —dijo Caine. Ahora estaba sonriendo enormemente—.

Siéntate y espera.

Caine dio un paso muy al borde del precipicio. Levantó sus manos

haciendo que la barca comenzara a subir del agua.

Goteando y rastreando un fleco de algas, subió de repente y vino a

posarse en el césped malogrado. Caine se soltó y se inclinó hacia un lado.

Quinn saltó para evitar estar desparramado sobre la barca.

—Bueno, Quinn, ¿qué traes de Fantasy Island? —preguntó Caine.

—Hola, Diana —dijo Quinn.

Diana no respondió. Ella lo sabía, al igual que lo sabía Caine. De algún

modo, a pesar de todo, Quinn estaba ahí para devolver a Caine.

—Edilio me envió —dijo Quinn.

Caine sonrió de manera incrédula.

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—¿Edilio? El último chico en la tierra que esperaba para que me enviara

mensajes.

—Edilio es ahora el alcalde.

Diana sintió un calambre.

—¿Está Sam muerto?

Quinn comenzó a responder pero Caine le interrumpió.

—No, no, déjame adivinar. Voy a decir… Sam se cansó de hacer el trabajo

sucio de todos, tomando todos los riesgos, y luego captando toda la culpa

cuando las cosas no iban perfectamente.

—Quinn. Vamos dentro y comamos algo.

—Estoy aquí para…

Caine ondeó la mano y dijo:

—No, no, tienes que venir. No quiero estar aquí fuera en albornoz.

Después de todo, esto es un gran momento para la historia de FAYZ.

—¿Un gran momento? —dijo Diana.

—Mi regreso triunfal, Diana. Ese es el porqué está aquí Quinn, para

rogarme que vuelva.

—Bueno, está perdiendo el tiempo —dijo Diana, pero ni siquiera ella se lo

creía. Siguió a Caine.

—¿Te gustarían algunas galletitas integrales y queso? —sugirió Caine

rápidamente. Apenas podía contenerse.

Estaba sonriendo enormemente, arrogante, fanfarrón. A pesar de que

Diana sintió una pequeña esperanza que había nutrido morir dentro de

ella. Trajeron a Quinn algunas galletitas integrales y queso. No se resistió,

pero las comió rápidamente con un placer que no podía ocultar.

—Sabes que aquí tenemos una vida muy bonita —dijo Caine

extensamente—. Llena de comida, de agua e incluso agua caliente para

las duchas si puedes creerlo. De hecho, estábamos justo tendidos en la

cama hablando de ello.

—Sí. Es bonito —dijo Quinn con una mirada avergonzada a Diana.

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Caine le vio comer, a pesar de ello.

—Diana, creo que sería mejor que le hagas una lectura a Quinn. Solo por

si acaso ha desarrollado algo.

Ella no ha hecho una lectura en mucho tiempo. Era su poder una

habilidad para leer a cualquier persona que fuera un raro o normal. Y

luego saber cuánto poder tenía la persona. Diana fue quien inventó el

sistema de barras medio burlonas. Una barra, dos barras como un

teléfono móvil.

Diana se puso de pie cerca de Quien y tendió una mano sobre su hombro.

Ella se concentró, formando un cuadro en su cabeza.

—Nada —dijo Diana.

—Yo podría haber dicho eso —dijo Quinn, con su voz ahogada por la

galleta.

Diana dejó caer su mano a su cadera.

—Eres normal, Quinn. Ahora… —ella se detuvo a media frase. Había

estado a punto de decirle a Quinn de volver a casa, salir, abandonar la

isla justo ahora, en este instante. Pero ahora… sintió algo. Registró algo,

alguna energía. Algo raro.

Pero aún estaba cerca, casi invisible, pero sin tocarla, sin hacer contacto

físico. Tampoco estaba Caine tocándola. El poder de leer a los raros solo

funcionaba en contacto directo. ¿Estaba sintiendo su propio poder? No. No,

esto era algo diferente. Era débil pero persistente. Se dio la vuelta y colocó

su mano sobre su estómago.

—Así que Quinn, dime, ¿cuál es la gran crisis? —preguntó Caine.

Diana casi se desmayó. Ahí estaba, más claro que antes. Una lectura. Dos

barras. Definitivamente clara e inconfundible.

—Hay una enfermedad —estaba diciendo Quinn—. Como una gripe o algo

así, pero los chicos están tosiendo sacando sus pulmones, muriendo.

No, pensó Diana. Por favor, no.

—Y hay esas criaturas, como, bueno, la gente las están llamando

cucarachas. Y Drake…

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—¿El viejo Drake está vivo? —Caine se puso de pie de repente.

—En cierto modo —dijo Quinn sombríamente.

—Tengo que… —dijo Diana vagamente—. Tengo que ir al baño.

Huyó de la habitación y se mantuvo unida hasta que alcanzó su

habitación. Allí se arrojó sobre la cama y tendió sus dos manos sobre su

vientre. Leyó su propio poder, como siempre, dos barras. Pero aun así ahí

estaba, definitivamente ahí. Un segundo poder.

No era posible. No sucedería esto rápidamente. Intento llamar de nuevo a

sus lecturas medio recuerdos de hace millones de años. Palabras como…

blastocisto12 ... y… embrión…. Nadaban en su cerebro.

Habían pasado solo veinticuatro horas desde la primera oportunidad de

fertilización. Ella sabía por la experiencia pasada que un test de embarazo

en casa ni si quiera funcionaría hasta después de diez días. Absurdo.

Estaba entrando en pánico, estaba sin lecturas, no había ninguna forma

es imposible, no tan rápido.

Imposible, dijo alguna cruel voz dentro de su cabeza, tan imposible como

una cúpula impenetrable. Tan imposible como que todo el mundo sobre la

edad de catorce años desapareciendo. Tan imposible como que los coyotes

pudieran hablar. Tan imposible como que un novio pudiera burlarse de

las leyes de la física por levantar una barca del mar con nada más que un

pensamiento.

* * *

La fiebre del Pequeño Pete, estaba alcanzando los máximos de nuevo.

Astrid había encontrado un termómetro en la anterior oficina de la

enfermera de Coates. El templo de la enfermera, la madre de Sam; se dio

cuenta con un dolor. El templo de la enfermera. Ese había sido su lugar de

trabajo. Por supuesto, como todo en Coates había sido destrozado, el

botiquín de medicina, las puertas de cristales hechas pedazos, las

sábanas de la cama manchadas y los libros de referencias revueltos

alrededor sin un motivo aparente.

12 Blastocito: producto de la concepción que comienza el cuarto día de la fertilización.

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Alguien había hecho un pequeño fuego con los registros médicos. Las

cenizas estaban esparcidas cerca de la ventana. Un pájaro había

construido un nido en lo alto de una estantería y luego lo abandonó.

Había plumas inmaduras flotando alrededor del suelo, mezcladas con las

cenizas. Así fue como encontró el termómetro, notando las plumas. No

había manera de que fuera esterilizado, por supuesto, pero nada había

sido limpiado en FAYZ durante mucho tiempo. El Pequeño Pete tenía 39,5

grados centígrados de temperatura. Y su tos estaba empeorando.

—¿Qué vas a hacer, Pete? ¿Vas a dejarte morir?

¿Sabía ni si quiera que pudiera estar muriéndose? El Pequeño Pete no

sabía nada sobre virus. ¿Cómo haría frente a un enemigo que ni si quiera

sabía que existía? No entendía los gérmenes, pero sabía que él estaba

caliente. Una brisa había comenzado a soplar. ¿Hasta cuándo estaría ido?

Astrid escuchó a Orc vociferando una canción debajo de las escaleras. No

podía verle más. Si quería beber hasta morir, ¿Por qué detenerle? ¿Por el

bien de su alma inmortal? Un Orc bebido era un Orc peligroso. Le había

visto mirándola con un intenso y extraño brillo en sus ojos. Ella se dio

cuenta de que estaba llorando. Le dejaría matarse. ¿No querría morir si

fuera Orc? ¿No quería ella misma morir?

Todo era una broma macabra. FAYZ: llenos de sonido e ira y sin significar

nada más que la muerte y la desesperación. ¿Por qué aferrarse a esta

vida? Intentó imaginarse estando en un mundo real. Intentó llamar a las

imágenes de sus padres y a su vieja casa. Por su puesto esa casa estaba

quemada en el suelo. Y sus padres incluso la reconocían difícilmente por

no hablar de su hijo.

No, eso no era cierto. Los reconocerían a ella y a él, pensarían que aun

eran los niños que habían amado. Solo gradualmente llegarían a entender

lo que eran los monstruos adultos tan feos en su interior como lo era Orc

por fuera. Quizás si FAYZ finalizara, Orc podría ser restaurado a su forma

normal ¿Pero cómo restauraría la suya? ¿Cómo la chica que amaba las

matemáticas y la ciencia, que podía leer durante toda la noche, la chica de

sueños dulces, románticos y grandes planes para salvar al mundo, cómo

era esa chica que nunca iba a volver a existir?

—Termina con todos nosotros muertos, ¿no? —preguntó al Pequeño

Pete—. Termina cuando gana el mal y todos nos rendimos.

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Lo triste era, que ya estaban perdidos, todos ellos.

Ella podía ver su propia respiración. La habitación estaba enfriándose

más a cada minuto. Metió de nuevo el termómetro en la boca del Pequeño

Pete, expulsándolo de nuevo al toser.

—Sí, de acuerdo —dijo Astrid—. Pete, creo… creo que si puedes detener

esto… Todo esto…, esto tiene que terminar. Hay niños que están

muriendo con esa tos. Y todo esto es por este lugar que has hecho, la

FAYZ. Cambiaste las reglas y eso tiene consecuencias.

El Pequeño Pete no respondió.

Ella no había esperado que lo hiciera. Había una almohada, la presionó

sobre el rostro de él. Probablemente ni siquiera lo sabría. No tendría

miedo. No sufriría. Cruzaría sin dolor de la vida a la muerte y vendría a

bajar la barrera y se precipitaría la policía, las ambulancias, la comida y la

medicina. Y nadie más moriría. Mamá. Papá. Estoy viva. Yo lo conseguí.

Pero Peter no. Lo siento tanto, pero…

Astrid se echó hacia atrás. Estaba temblando. Podría hacerlo a menos que

el mismo Pete la detuviera. Ella podría. Y nunca sería atrapada. Nadie

podría reprochárselo.

—No —susurró con voz temblorosa e insegura. Luego más fuerte —No.

Eso debería haberla hecho sentir bien. Quizás en el pasado lo hiciera,

quizás se hubiera felicitado a sí misma por la elección de moral alta y

poderosa. Pero sabía muy en su interior que su elección condenaría a

muchos a la muerte. Sin policías y ambulancias corriendo deprisa por la

barrera abierta. Solo más de la plaga, más de los monstruos, más

sufrimiento y muerte.

Astrid juntó sus manos, queriendo así orar por orientación. Pero las

palabras no vinieron. Desde lo más recóndito de su memoria

extraordinaria desenterró un muy viejo texto. Un fragmento de una

conferencia a la que había asistido. De uno de los antiguos griegos,

¿Aristóteles? No, Epicuro.

¿Dios estaba dispuesto a impedir el mal pero no era capaz? Entonces no

es omnipotente. ¿Era capaz pero no estaba dispuesto? Entonces es

malévolo. ¿Es capaz y está dispuesto? Entonces, ¿de dónde viene el móvil?

¿No es capaz y no está dispuesto? Entonces, ¿por qué lo llaman Dios?

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No había ni un solo Dios en FAYZ. Dios era un niño enfermo, perturbado,

un chico inconsciente en un catre asqueroso de una escuela abandonada.

—No puedo quedarme, Pete —dijo Astrid—. Si me quedo aquí… lo siento,

Pete. Estoy terminada.

Astrid se estremeció, se frotó las manos para calentarlas, la brisa se había

vuelto francamente fría, y salió de la habitación.

Bajó por el pasillo.

Bajó las escaleras.

Salió por la puerta principal.

—Hecho —dijo Astrid, de pie durante un momento en lo alto de los

escalones de piedra—. Hecho.

Salió caminando hacia la noche que entraba.

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CAPÍTULO 34

Traducido SOS por Rockwood, Alexiacullen y SOS Kirara7

Corregido por Chole Ann

2 horas, 51 minutos

an a ir? —preguntó Diana.

—Por supuesto —dijo Caine—. Iremos, incluso

vamos a llevar a Penny. Nos vendrá muy bien.

Tal vez Lana pueda arreglar sus piernas y

entonces será muy útil para controlar a las personas.

Caine comenzó a silbar alegremente mientras metía la ropa en un bolso de

Dolce & Gabbana.

—Deberías guardar algo de ropa —dijo Caine—. Podría pasar un tiempo

antes de que volvamos aquí.

—No voy a ir —dijo Diana.

Caine se detuvo. Le sonrió. Entonces sus ojos se apagaron y se sintió

empujada por una mano invisible, arrojándola hacia el armario.

—Dije que empaques —dijo Caine.

—No.

—No me obligues a hacer algo que ambos lamentaremos —advirtió. Luego,

en un tono más razonable—. Pensé que me querías. ¿Sobre qué va esto?

—Eres una persona despreciable, Caine.

Caine se rió.

—Y ahora estás sorprendida. Claro.

—Yo deseaba que...

—¿V

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—¿Qué? —espetó—. ¿Deseabas qué, Diana? ¿Deseabas mantenerme feliz?

¿Esperabas domesticarme?

—Pensé que tal vez finalmente madurarías un poco —dijo Diana.

Caine hizo un negligente gesto para que se acercara. Diana fue impulsada

hacia él. Tropezó, pero no cayó. La abrazó inmóvil con poderes que no

podía resistir y la besó.

—Tengo lo que quería de ti, Diana y es genial, lo digo en serio. Conseguí

que renunciaras a ello voluntariamente. Podría haberte forzado cuando

quisiese, pero no lo hice, ¿verdad?

Ella no respondió.

—Pero si piensas —continuó—, que tienes algún tipo de control sobre mí,

bueno, piénsalo otra vez. Mira, yo soy Caine, soy cuatro tiras, yo soy el

maneja las cosas y estoy feliz de que seas parte de eso. Puedes hacerme

bromas y burlarte de mí, no soy sensible. Me gusta tener una persona que

pueda hacerme frente y decirme lo que piensa. Un buen líder lo necesita

—se inclinó tan cerca que podía sentir su aliento en la oreja mientras le

susurraba—. Sólo recuerda, soy Caine. Y aquellos que me combaten lo

lamentan. Ahora haz las maletas. Asegúrate de llevar esa pequeña cosa de

encaje negro, me gusta cómo te queda. Bug, ve a decirle a Penny que nos

vamos.

Bug se desvaneció de la vista. Había visto y oído todo. Desde detrás de la

espalda de Caine le mostró a Diana el dedo del medio.

* * *

—Vamos a encontrar la forma, Dekka —dijo Sam.

Ella permaneció inmóvil en el fondo de la embarcación. Sam se sentó a su

lado. Toto había sido desterrado. Sam no quería a alguien señalando cada

mentira blanca.

—No tengo miedo —dijo Dekka—. Quiero decir, miren, no sé si alguno de

nosotros alguna vez saldrá con vida de FAYZ.

Sam no sabía qué decir, así que se limitó a asentir.

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—Es decir, piensen en todos los niños —dijo Dekka—. Los gemelos. Duck,

pobre y viejo Duck, Harry, EZ Hunter —Después de una pausa—. Mary.

—Hay un montón más —dijo Sam.

—Sí. Deberíamos recordar todos sus nombres, ¿no es así?

—Intento hacerlo. Así, si esto alguna vez se acaba, y escapamos, pueda

hablar con todos los padres y decirles, “esto es lo que sucedió. Esta es la

forma en que sus hijos murieron”.

—Sé que te preocupas por eso —Dekka puso una mano en la suya. Le

tomó la mano y la sostuvo entre las suyas.

—Un poco, sí. Yo veo, como, un juicio o algo parecido. Viejos y ancianas

todos mirándome con dureza y pidiendo justificaciones... ya sabes, ¿qué

hizo para salvar a EZ, Sr. Temple? —negó con la cabeza—. En mi

imaginación siempre me llaman Sr. Temple.

—¿Qué ha hecho, Sr. Temple, para salvar a Dekka Talent? —preguntó

ella.

—¿Ese es tu apellido? No pensé que lo tuvieses. Pensé que eras como

Imán o Madonna o Beyoncé. Sólo necesitabas un nombre.

—Sí, yo y Beyoncé —dijo Dekka con una sonrisa irónica.

Se sentaron juntos en silencio durante un rato.

—Sam, no sé qué tan bien ven esas cosas en la oscuridad.

Él asintió con la cabeza.

—Me he estado preguntando. Tengo un plan. Es bastante loco.

—No sería nada divertido si no fuese una locura.

—Sabes nadar, ¿no?

—No, porque la gente negra no sabe nadar —dijo Dekka, sonando como la

antigua Dekka—. Por supuesto que puedo nadar.

Él llamó a Jack y Toto, pidiéndoles que se uniesen a él.

—¿Pueden nadar?

Ambos asintieron con aprensión.

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—Pero es de noche —dijo Jack.

—El agua no se vuelve más profunda por la noche —dijo Sam.

— ¿Quién sabe lo que hay en el agua? —Jack argumentó.

—Truchas y mojarras —dijo Sam—. Ellos no comen gente.

—Sí, y las serpientes no vuelan y los coyotes no hablan —Jack replicó.

—Buen punto —dijo Sam—. Pero creo que es mejor correr el riesgo. Esto

es lo que estoy pensando: todos van tranquilamente entrando en el agua.

Enciendo el bote, levo el ancla y salto. Si funciona, Drake y sus amigos

oirán el barco y lo perseguirán. Nadamos a tierra y corremos como locos.

—Ellos nos seguirán —objetó Jack.

—Lo intentaran —admitió Sam—. Pero son insectos, no sabuesos. Dudo

que puedan ver rastros en la noche.

—No está seguro —dijo Toto.

—No, no lo está —admitió Sam.

—Es cierto —dijo Toto. Luego, a su amigo imaginario—. Él es confuso.

—¿Hacia dónde corremos? —preguntó Dekka.

—Drake supondrá que nos dirigimos directamente a la ciudad. No

queremos luchar contra él a la intemperie. Así, que hacia el tren. —Le dio

un codazo a Jack—. Quieres otra portátil, ¿verdad?

Jack se retorció.

—Bueno, al menos alguna batería más.

—Está bien, entonces. Al agua. Naden hacia el muelle. Si no me

persiguen, volveré antes de que puedan llegar y pensaremos en otro plan.

—¿Podríamos pensar en ese otro plan antes que en este? —preguntó Jack.

* * *

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Caine se puso en la proa del barco de Quinn cuando se abrió paso a

través de un hachazo muy ligero hacia Playa Perdido.

Quinn le había advertido que se sentara, pero Caine no estaba

preocupado por caerse en el agua: él no se caería. Utilizaría su poder para

soportar la mayor parte de su peso de forma que sus pies apenas tocarían

la cubierta. No iba a llegar encorvado. Iba a Playa Perdido como George

Washington cruzando Delaware, con la cabeza levantada. Estaba flotando.

Casi volando. Psíquicamente sí, pero mentalmente también. Estaba lleno

de una sensación cálida de perfecto bienestar. Ellos le necesitaban.

Habían enviado a buscarle. Le habían encontrado porque no podían

sobrevivir sin él. Él, no Sam. Él.

Penny estaba desplomada en mantas en la parte posterior del barco.

Diana se quedó mirando al vacío. Bug se mantuvo comenzando a silbar y

luego deteniéndose, solo para empezar todo de nuevo.

Quinn estaba al timón, mirando la espalda de Caine. Él podía sentir sus

ojos aburridos en él. La duda y la preocupación de Quinn estaban escritas

por todo su rostro. Diana había estado completamente en silencio. Caine

se imaginó que se le estaba ocurriendo que él estaba aún a cargo, que ella

todavía dependía de él. Eso que ella necesitaba tanto como los chicos le

necesitaban en Playa Perdido. Bueno, ella lo superaría. Diana era una

superviviente, conseguiría superar su decepción. Y juntos serían la

primera pareja de Playa Perdido, como el rey y la reina. El pensamiento le

hizo sonreír.

—Es una lástima que no tengamos una cámara —dijo Caine—. Me

encantaría capturar el momento de regreso.

—Tengo frío —gimió Penny.

—Solo es que no estás haciendo el ejercicio suficiente —dijo Caine, luego

se rió de su propia broma cruel.

La amargura de Penny no iba a arruinarle esto. No su amargura o el

resentimiento de Diana o la culpabilidad de Quinn. Este era el momento

de Caine.

Quinn maniobró el barco de forma experta a lo largo del muelle. Lo ató y

luego se quedó de pie esperando para ayudarles. Caine rechazó la mano

de Quinn. Peor le miró fuerte. Ojo a ojo hasta que Quinn tuvo que apartar

la mirada.

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—¿Qué es lo que quieres, Quinn? —preguntó Caine.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué te haría feliz? ¿Qué quieres por encima de todo lo demás?

Quinn parpadeó. Caine pensó que él incluso podría estar ruborizado.

Quinn dijo:

—¿Yo y mis grupos? Solo queremos pescar.

Caine puso su mano sobre el hombro de Quinn, le miró a los ojos con una

pretensión de franqueza y honestidad que Caine aún podía manejar

cuando la ocasión lo requería.

—Entonces Quinn, aquí está mi primer decreto: eres libre para pescar.

Sigue haciendo lo que estés haciendo y nada más será pedido por ti.

Quinn comenzó a decir algo pero se detuvo, confuso. Caine extendió sus

brazos a sus costados, con las palmas hacia abajo, y levitó del barco y

sobre el muelle. La grandiosidad de eso hizo a Caine reír con voz alta, una

risa ante su propia arrogancia.

Detrás de él, Diana y Blug treparon con poca energía al muelle. Caine

levantó a Penny y la sentó, indefensa, sobre los tablones de madera.

—Las cosas serán diferentes esta vez —dijo Caine—. Hubo demasiada

contención, demasiada violencia la última vez. Intenté ser un líder

pacífico. Pero las cosas salieron mal.

—Me pregunto por qué —murmuró Diana.

—Esa gente —dijo Caine con grandilocuencia, moviendo su brazo hacia la

ciudad—. Necesita más que un líder. Necesitan… un rey.

Le había venido a Caine un momento de lucidez. Solo un minuto antes el

pensamiento nunca se había introducido en su mente. Pero con Diana

burlándose de él por ser Napoleón, había encontrado un guión sobre

Napoleón en la biblioteca de la mansión y lo hojeó.

Napoleón se había hecho cargo después de que los franceses hubieran

crecidos desilusionados con una república brutal pero ineficiente.

Ellos habían aceptado el ascenso de Napoleón por su poder absoluto

porque simplemente estaban cansados, quemados. Ellos querían y

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necesitaban a alguien con una corona sobre su cabeza. En realidad, solo

era natural. Había sido así la mayor parte de la historia de la humanidad.

Napoleón se había llamado a sí mismo emperador. Como Michael Jackson

se había llamado el Rey del Pop y Howard Stern se había llamado el Rey

de todos los medios de comunicación. Lo raro fue, eso es como que

consigues ser rey, llamándote a ti mismo eso. Y consiguiendo que otros lo

acepten.

Rey.

Caine vio abrirse la boca de Quinn.

Por el rabillo del ojo, vio una sonrisa incrédula del rostro de Diana. Agitó

su cabeza lentamente, con remordimiento, como si al fin entendiera algo

que la había desconcertado.

—A partir de ahora, Quinn, te referirás a mí como tu rey. Y tú y tu gente

os quedaréis solo.

Caine sintió todos los ojos sobre él. Penny salvajemente lista para imponer

su voluntad, por mucho que le odiara en su corazón. Bug sonríe con

superioridad, siempre un buen instrumento. Y Diana sorprendida y

asombrada por su propio asombro.

—Bien —dijo Quinn sin convicción.

—¿Bien? —se hizo eco Caine, alzando una ceja de forma expectante.

Sonrió para mostrar que no estaba enfadado. Aún no, de todas formas.

—¿Sólo… bien? —provocó Caine.

—Bien… —Quinn echó un vistazo alrededor, desesperado, sin saber la

respuesta. Luego cayó en cuenta. Caine casi podía ver las ruedas girando

sobre su cabeza. —¿Bien… su Alteza?

Caine bajó la mirada modestamente para ocultar su triunfal sonrisa que

arruinaría el momento.

—Ahora vamos, Quinn. Volvamos al trabajo.

Y Quinn se fue.

Caine se encontró con la mirada incrédula de Diana y se rió en voz alta.

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—¿Por qué tan triste? ¿No quieren crecer todas las niñas para ser una

reina?

—Princesa —dijo Diana.

—Bueno, vas a conseguir un ascenso —dijo Caine—. Bug encuentra a

Taylor.

Taylor era el chisme más grande en Playa Perdido. Necesitaba información

y la necesitaba rápido. Era media noche y no sabía quién estaba ahí y

dónde o qué estaban haciendo. Todo lo que Quinn había dicho era que

Sam estaba fuera de la ciudad, Albert había sido asesinado y Edilio estaba

enfermo y podía morir.

Albert estando muerto era una pena. Albert era un organizador nato y

Caine estaba seguro que podía haberle utilizado. Por otro lado, un Edilio

muerto sería una excelente noticia. Edilio había sido la mano derecha de

Sam desde el principio.

Él ni siquiera sabía cuándo estos insectos supuestamente gigantes o lo

que fueran alcanzarían la Playa Perdido. Podría ser en cualquier

momento.

Él necesitaría derrotar la invasión, eso era claramente la cosa más

importante. Pero obviamente los chicos estaban exagerando. ¿Insectos

gigantes? Probablemente eran de seis centímetros, aunque la idea de estos

incubándose dentro de tu cuerpo, es suficiente para enfermarlo.

Caine estaba de pie en el dique a lo largo de la playa. Parado en el dique,

pensó, la línea entre el pasado y el futuro. No solo el suyo, sino el de

todos.

La ciudad estaba en silencio y a oscuras. Aquí y allá el pálido y misterioso

resplandor de los Soles de Sammy podía verse a través de una ventana. La

luna estaba detrás de la extraña nube que estaba demasiado baja en la

parte occidental del pueblo.

Sobre el dique, con tantas posibilidades. Él pensó que podría explotar de

una vertiginosa alegría, había regresado. Había regresado como su

salvador.

Quinn sin saberlo le había mostrado la forma, él quería exactamente lo

que muchas personas querían, estar solo. No tener miedo, no tener que

luchar, no tener que preguntar cosas difíciles, ni tomar decisiones duras.

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Solo queríamos pescar.

Caine se volvió ligeramente para mirar pensativamente a Diana. Él le

había dado esperanza y se la había arrebatado, ahora ella estaba quieta,

casi como si estuviera en un trance, contando sus pérdidas, dándose

cuenta de la realidad de su derrota.

Resignación, aceptación.

Ella podía ver que ahora él estaba a cargo. Cuando todos vieran eso,

cuando todos simplemente aceptaran que ahora así era la vida, que esta

era la única vida posible, entonces él tendría el control por completo. Él

podía sentir el miedo en Playa Perdido.

Ellos estaban sin líder, estaban enfermos, débiles, hambrientos, solos.

Ellos se acobardaron debido a un virus microscópico de la gripe y debido a

uno muy diferente y más grande. Cuando terminara, cuando hubiera

ganado el diría, “yo los he salvado, yo solo tengo el poder para salvarlos.

Sam falló pero yo tuve éxito. Ahora asiéntense, hagan su trabajo y no les

presten atención a sus mayores. Shhh, vayan a dormir, el rey tomara las

decisiones difíciles”.

Bug estaba devuelta sorprendentemente rápido con Taylor.

—¿Dónde la encontraste?— Caine preguntó.

Bug se encogió de hombros.

—Donde ella vive. Lo recuerdo por los viejos tiempos cuando solía colarme

a la ciudad.

—Él quiere decir esos viejos tiempos cuando solía colarse y ver cómo te

desvestías —Diana le dijo a Taylor.

—Es un niño pequeño —dijo Taylor encogiéndose de hombros. Ella miró a

Caine de arriba abajo con una mirada escéptica y evaluativa. Él sabía que

ella no le temía, no con sus poderes, ella no podía ser intimidada. Así que

él tendría que alcanzarla de otra manera.

—Siéntate conmigo —dijo Caine, saltando de la pared—. ¿Cómo has

estado, Taylor?

—La vida es una gran fiesta —dijo ella.

Él se río apreciativamente de su broma.

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—¿Las cosas deben estar realmente mal, para que Edilio me mande a

llamar, huh?

—Las cosas siempre están mal —dijo ella—, estamos en un nuevo nivel de

mal. Vi esos insectos

Caine demostró sinceridad.

—Tengo que luchar con estas criaturas, pero no se mucho de estas. Taylor

le dijo lo que sabía y Caine sintió algo de su confianza desvanecerse

mientras ella le contaba con todo detalle y con gran convicción.

—Bueno, esto debería ser divertido —dijo Diana secamente— Estoy tan

feliz de que hayamos regresado. Caine apretó sus dientes pero la ignoró.

—¿Con quién puedo contar para que me ayude? —él le preguntó a Taylor.

Taylor se rió.

—No conmigo, chico, ya me he acercado más de lo que he podido.

—¿Qué hay de Brianna? —Caine preguntó.

Taylor hizo una mueca.

—¿Te refieres a la Brisa? Ella se aparece y comienza a gritarle a Edilio

sobre como los insectos se acercan a nosotros y que son tan grandes como

una SUV y desde entonces no sé dónde está. Probablemente buscando a

Jack o a Dekka —dijo ella con una mirada maliciosa.

Caine asintió, y mantuvo su cabeza baja para no traicionar su alegría.

Brianna era un problema, su velocidad era casi tan efectiva como el poder

de Taylor cuando tenía que evadir a Caine. Y ella era completamente leal a

Sam.

—¿Qué hay de Sam y Astrid?

—Oh, no, no hay ningún Sam y Astrid, ya no más —Taylor se acercó y

comenzó a decirle todo lo que sabía. En diez minutos Caine tenía una

imagen de todo, muchos más detalles de los que Quinn a regañadientes le

había revelado.

Sam estaba en definitiva en una atolondrada búsqueda de agua, Dekka y

Jack también. Astrid se había ido con el pequeño Pete. Y Quinn

definitivamente no había sabido la impactante pero no desagradable

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noticia, Albert no estaba muerto, sino recuperándose bajo el cuidado de

Lana.

—También lo están los dos tipos que intentaron matarlo —comentó

Taylor—. Eso será un problema

—¿Qué tipos?

—La tripulación de humanos perdedores, Turk y Lance. Tal vez Orc

también. Nadie sabe lo que sucedió con el excepto que esta de juerga.

Mejor y mejor, no había nadie en la ciudad que pudiera luchar contra

Caine. Era increíble, milagroso.

Era el destino.

Los reyes eran supuestamente elegidos por Dios, bueno, si había un Dios

en la FAYZ, parece que él había hecho su elección.

Pero no duraría mucho, él tenía que actuar rápidamente.

—Taylor te necesito para algo muy importante —Caine dijo.

—No trabajo para ti —Taylor dijo enfurruñada.

Caine asintió.

—Eso es verdad, Taylor, tienes poderes increíbles y eres una chica

inteligente pero nadie parece respetarte por ello. No quería sonar mandón

Ella se encogió de hombros, apaciguada.

—No hay problema

—Solo pienso, que eres una chica muy valiosa y útil, creo que tendrías

que tener un lugar a mi lado. Te respeto

—Solo intentas que te ayude —afirmó Taylor.

Caine sonrió ampliamente.

—Verdad, verdad, pero puedo pagarte mucho mejor que Sam y Albert. Por

ejemplo, ¿sabes de la isla, verdad? ¿Y puedes aparecer en cualquier lugar

que hayas visto, verdad? ¿Cualquier lugar que conozcas?

Ella asintió con precaución, pero Caine podía ver que estaba intrigada.

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—Si solicito que te lleven a la isla, tú serás capaz de ir y venir en cualquier

momento. Tan fácil

Ella asintió lentamente.

—¿Qué dirías de un baño de burbujas?

—Diría, “hola, hace mucho no nos vemos jabón”, eso es lo que diría.

—Toda clase de comidas, mantequilla de maní, sopa de pollo, galletas,

toda clase de películas en el sistema. Crispetas para que acompañen la

película.

—Intentas sobornarme.

—Prometo pagarte.

Ella no necesitaba decirlo, él podía verlo en sus ojos.

—Necesito saber dónde están estas criaturas, estos insectos. Cuán rápido

se están moviendo, por cual camino vienen.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo —dijo Caine

Y de repente Taylor se había ido.

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CAPÍTULO 35 Traducido SOS por Eva Masen-Pattinson, Alexiacullen, QueenDelC y ValentinaW33

Corregido por Iska

1 hora, 55 minutos

am observó a sus amigos hasta que desaparecieron de vista.

Toto no era un buen nadador, así que le dieron un sillón inflable

para flotar y Jack lo arrastró con una mano.

Jack tampoco era buen nadador, pero no tenías que ser elegante

cuando eras diez veces más fuerte de lo normal.

Sam encendió el motor. Rugió mientras pisaba fuertemente el acelerador.

Drake debía de ser sordo para no oírlo. Luego lo puso en marcha y fue

desgarrando el agua paralelamente a la orilla. La luz de la luna era débil,

pero era suficiente para revelar la avalancha repentina de movimiento de

criaturas en la costa. Era lo que buscaban.

Rápidamente, Sam soltó el timón. Se zambulló por estribor, saltando sin

tocar los tornillos que quedaban detrás de él, agitando el agua y creando

espuma.

Miró nuevamente para ver que los insectos estaban en movimiento. Eran

un enjambre plateado alejándose. No vio a Drake.

Sam nadó detrás de los demás. Se había mantenido en el bote un poco

más de lo que había planeado y ahora estaba a medio kilómetro del

muelle. Tenía mucho por nadar. Pero el agua era el elemento natural de

Sam. Había surfeado desde que era un niño, y hacerlo en el agua plácida

del lago no era nada comparado con surfear.

El agua fría se sentía bien. Limpia. Cambió de estilo libre a nadar de

espaldas por un tiempo, pero aumentaba de velocidad lo más que podía

mientras miraba fijamente el cielo nocturno. Si estuviera de vuelta en el

mundo, estaría esperando unirse al equipo de natación de la escuela. Su

S

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braceo de estilo mariposa era débil, pero su estilo libre era tan bueno como

el de cualquier persona y su braceo de espaldas era mucho mejor.

¿Cómo sería estar preocupado por mejorar su braceo en estilo mariposa o

crol en lugar de preocuparse de que su amigo estaba siendo comido vivo

desde adentro? ¿Qué iba a hacer después? Dekka y Jack confiaban en él.

Esperaban que siempre tuviera un plan. Pero más allá de alejarse de

Drake y de su ejército de bichos, no tenía un plan.

Drake iría luego a Playa Perdido. Enviaría a esas criaturas enfurecidas al

pueblo para matar a todos. Luego se llevaría a Astrid y…

No te pongas emocional, se dijo a sí mismo. Solo averigua cómo ganar.

Escuchó unas brazadas torpes más adelante. Se volteó suavemente y

aumentó su velocidad.

—Shhh —siseó tan pronto como llegó a ellos—. Hacen más ruido que un

grupo de críos en una piscina para niños.

Los cuatro se acercaron más al muelle. Sam indicó a Jack, a Dekka y a

Toto que se escurrieran silenciosamente bajo del agua. Toto perdió el

agarre del sillón y este flotó lejos. Jack se golpeó la cabeza contra el fondo

del muelle y maldijo bajo su aliento.

Sam tocó el muelle y se elevó, empapado.

—Hola, Sam.

Brittney estaba parada a unos seis metros de distancia.

Pudo ver a tres de las criaturas en el estacionamiento de la marina.

Estaban esperando, como un buen entrenado grupo de perros de ataque.

Habían sido más listos. Los superaban en número.

—Hola, Brittney —dijo Sam, parado, goteando.

—Te he pedido varias veces que me liberes, Sam —dijo ella. Su voz era fría

y lejana. No molesta, ni con miedo. Tal vez un poco triste.

—Lo sé, Brittney. Pero no soy un asesino a sangre fría —dijo Sam.

Brittney asintió con la cabeza.

—No, tú eres una buena persona —dijo ella sin sarcasmo.

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—Trato de serlo. Como tú, Brittney. Sé que eres una buena persona.

Echó un vistazo hacia las criaturas. No se habían movido, pero estaban

alerta. Podían estar encima de él en diez segundos.

—Te odia —dijo Brittney.

—¿Drake? —Sam se rió—. Él nos odia a todos. Odio es todo lo que tiene.

—Drake no. Él. Dios.

Sam parpadeó. ¿Qué se suponía que debía responder a eso?

—Pensé que Dios nos amaba a todos.

—Solía pensar eso también —dijo Brittney—. Pero luego lo conocí.

—¿Lo conociste? —Había perdido la conexión con la realidad que le

quedaba. No podía culparla. Lo que había vivido Brittney dejaría loco a

cualquiera.

—No está en el cielo, sabes —dijo Brittney en un tono de conversación

normal—. No está arriba en cualquier lado del Cielo.

—No sabía eso.

—Está en la tierra, Sam. Vive en un oscuro, oscuro lugar.

El corazón de Sam perdió un latido. Se sintió frio.

—¿Conociste a Dios en un lugar oscuro?

Ella enseñó sus torcidos y dañados frenos en una sorprendente y eufórica

sonrisa.

—Me explicó su gran plan.

—¿En serio?

—Su tiempo está cerca. Todo esto… —sacudió su brazo ampliamente—. Es

como, como… como un huevo, Sam. Tiene que nacer de este huevo.

—¿Es una gallina?

—No te burles, Sam —le reprendió Brittney—. Espera a nacer. Pero

necesita que Némesis lo acompañé, Sam, y tú… tú no dejarás que eso

pase.

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—¿Némesis? ¿Qué es un némesis?

Brittney tenía una mirada astuta mientras lo decía.

—Oh, Sam. Tú sabes lo que significa Némesis. Tiene el poder de completar

el plan de Dios. —Enlazó sus dedos, casi anonadada por el acto, como si

fuera sagrado.

—Deben ser unidos, la Oscuridad y Némesis. Juntos tendrán todo el poder

y luego, Sam, todo se acabará, ya sabes. Luego la cáscara del huevo se

romperá y Él habrá nacido.

—Eso suena… —resistió la urgencia de decir “loco”—. Suena interesante,

pero no creo que gaiaphage sea Dios. Creo que es malvado.

—Claro que es malvado —dijo Brittney con entusiasmo—. ¡Por supuesto!

Malo, bueno, no hay diferencia, ¿no lo ves? Son la misma cosa. Como yo y

Drake. Yin y Yang, Sam. Dos en uno. Una dualidad, una… —titubeó un

poco, como una niña tratando de explicar algo que no entiende

completamente. Frunció el ceño.

—Te mintió, Brittney. El gaiaphage no es Dios. Se mete en la mente de las

personas y les hace hacer cosas terribles.

—Me advirtió que dirías eso —dijo Brittney—. Mi Amo y Némesis deben ser

unidos. Y todos ustedes deben morir. Son como una enfermedad. Como un

virus. Una plaga que debe ser exterminada para que Él pueda unirse con

Némesis y nacer.

Sam estaba cansado de la charla. Nunca se había preocupado mucho por

la religión de una manera o de otra, y una fantástica religión inventada por

una chica muerta para justificar las mentiras del virus alienígena

gaiaphage era incluso menos interesante que las escusas religiosas de

Astrid para no tener sexo. Estaba impaciente por averiguar lo que Brittney

quería hacer. Si iba a haber una pelea, entonces que hubiera una pelea.

—¿Y entonces qué, Brittney? ¿El gaiaphage te explica eso?

—Entonces todo el mundo será rehecho. Ese es Su propósito, ya sabes.

—No, no lo sabía. Creo que me perdí esa parte. Me había quedado en la

parte en la que Él tiene que matar a todo el mundo.

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—Él fue forjado por una raza de dioses en los confines del espacio para

rehacer el mundo, para crearlo de nuevo.

—Sí, bueno, eso suena solo como una pizca minúscula de locura, Brittney.

Ella sonrió.

—Todo esto es una locura, Sam. Todo esto. Lo hará todo de nuevo. Una vez

que Él haya nacido de nuevo.

Sam se sintió cansado. Deseó que Astrid estuviera allí. Quizás ella podría

averiguar más. Quizás ella podría hablar con Brittney sobre su delirio

lunático. Pero él no era Astrid.

—Te diré qué —dijo Sam—. Si tu amigo en el pozo de mina me quiere,

puede provocarme. Porque lo ha intentado. Y yo sigo aquí.

—No por mucho tiempo —dijo Brittney—. ¿Crees que esas criaturas se han

encontrado ellas mismas? El Señor las ha moldeado, las creó para ser

indestructibles, para que no las pudieras detener, Sam.

—Siento que esto te haya sucedido, Brittney —dijo Sam—. Has sido

víctima de más abusos de los que cualquier persona lo ha sido. Pero aun

así yo voy a detenerte. —Levantó sus manos, con las palmas hacia fuera—.

Lo siento.

Los rayos dobles de fuego verde golpearon a Brittney en el pecho.

Quemaron un agujero en ella. Los insectos brincaron y corrieron para

cubrir los pocos metros entre ellos y el muelle.

—¡Jack, Dekka! —gritó Sam.

Jack dio un golpe hacia arriba a través de los tablones de la cubierta pero

había escogido un mal emplazamiento. Estalló en cólera entre Brittney y

Sam, bloqueando el fuego de Sam.

Brittney gritó:

—¡Mátenlos!

Jack se tropezó, lo cual le hizo salirse de la línea de fuego. Sam apuntó y

disparó a Brittney otra vez, pero ahora ella estaba huyendo. Su espalda se

derritió; su columna vertebral se expuso entonces a través del quemado y,

aun así, corría.

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Sam balanceó sus rayos hacia el bicho más cercano que estaba atacando.

Los rayos de luz golpearon a la enorme criatura y rebotaron a lo lejos para

deslizarse con esmero por el mástil de un barco de vela, partiéndolo por la

mitad. El palo era una antorcha.

Jack levantó a Dekka del agua y ella golpeó a la criatura incluso antes de

que pudiera ponerse de pie. La gravedad debajo de la criatura más cercana

cesó. El virus se transmitía por el aire, y su impulso lo llevó un poco más

allá de la cabeza agachada de Sam. Se disparó a través del campo de

Dekka y aterrizó en medio del agua, con su parte posterior sobre el muelle.

—¡Empújalo!

Jack se estrelló contra la parte posterior del insecto y se hundió en el

agua. Jack se giró y corrió hacia la segunda cucaracha gigante. Rasgó un

tablón del muelle y lo embistió con una fuerza sobrehumana contra sus

piezas bucales rechinando.

El tablón se astilló. La criatura no perdió ni un paso. Jack cayó sobre su

espalda y el monstruo estuvo sobre él en un instante.

—¡Jack! —lloró Dekka.

Jack, tirado sobre su espalda, lo pateó con tanta fuerza que la madera de

debajo de él se rompió. La tercera criatura trepó sobre la primera. Sus

mandíbulas rozaron a Dekka fallando en su intento de cortarla por la

mitad, pero le dio un golpe que la lanzó unos seis metros lejos del agua.

Sam vio en una fracción de segundo con claridad lo que tenía que hacer.

No le gustó.

El insecto se abalanzó sobre Sam. Las cuchillas de su boca pegaban con

efecto cortado. Sam planeó su salto, gritó una maldición desesperada y se

lanzó directamente dentro de la boca abierta del insecto.

—¡Los días de incertidumbre han acabado!

* * *

Caine se puso de pie en la parte superior de las escaleras del

ayuntamiento. Debajo de él los laicos enfermos tosían y tenían escalofríos.

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Edilio, indefenso, tan débil como un gatito recién nacido, temblando tan

fuerte que se veía como si estuviera teniendo un ataque.

Más allá de los enfermos, había docenas de niños, muchos húmedos por

haber llegado a través de la lluvia por el oeste. Muchos aún estaban

limpiándose el sueño de sus ojos. Algunos de los más jóvenes llevaban sus

mantitas.

Diana estaba de pie, aparte, en blanco, abatida. A Penny le habían dado

una silla. Lana se apoyó contra un árbol en la plaza, con su mano

descansando sobre su pistola, con Sanjit nervioso a su lado.

Caine lo veía todo. Cada rostro volteado iluminado por la luz de la luna.

Vio el miedo y la anticipación. Se deleitó en ello. Se vanaglorió de ello.

—En primer lugar, digo esto —dijo Caine—. Taylor, quien se ha unido a

mí, me informa de que las criaturas casi están aquí. Están aproximándose

por la carretera y llegarán a la ciudad en unos minutos. Cuando lo hagan,

cazarán, matarán y comerán… a toda persona que viva.

—¡Podemos luchar! —chilló alguien—. ¡Vencimos a los coyotes! ¡Y te

ganamos a ti también, Caine!

—¿Cómo lucharéis sin Sam? —exigió Caine—. ¿Está aquí? ¡No! Sam no

puede detener a esas criaturas. ¡Lo intentó y falló y ahora ha huido!

Esperó a que alguien hablara en defensa de Sam, pero ni una palabra.

Cobardes, ateos enclenques, pensó Caine. Casi lo sentía por Sam.

¿Cuántas veces se había puesto Sam en peligro por estos ingratos?

—Él se salvó —siguió Caine—. Al menos por un momento, se alejó

corriendo con Astrid y Dekka. Salvó a sus amigos, pero abandonó al pobre

y enfermo Edilio allí. Y a todos ustedes.

Un silencio sepulcral.

—Ese es el por qué Quinn… Quinn, quien trabaja noche y día para

alimentaros a todos, vino a buscarme para pedirme ayuda.

—¿Qué vas a hacer? —gritó alguien.

—¿Que qué voy a hacer? —preguntó Caine, deleitándose en el momento—.

No voy a salir corriendo, eso es lo primero. —Clavó un dedo en el aire y

gritó—: Cuando el último peligro llegó, Sam corrió. Y yo volví. Estaba a

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salvo y calentito y bien alimentado en mi isla. Tenía a mi hermosa reina,

Diana. Tenía a mis amigos, Penny y Bug. Era una vida muy buena. —Se

movió hacia Diana y le dio un beso pequeño. Ella le dejó, nada más—. Una

muy buena vida. Pero cuando escuché lo que estaba pasando aquí, los

terribles peligros que amenazaban con destruiros, no podía permanecer

sentado comiendo comida deliciosa y mirando películas envuelto en

sábanas limpias.

Vio cómo tomaban efecto esas palabras. ¿Comida? ¿Películas? ¿Algo

limpio? Eran conceptos mágicos para estos chicos en desesperación, con

hambre y, más recientemente, sedientos.

Y la sutil implicación de que había dormido con Diana también funcionó,

de alguna manera, haciendo que los mayores se pusieran celosos, al igual

que algunas chicas.

Caine sonrió para sí. Estaba funcionando. Los tenía. El rebaño.

—Los salvaré —dijo suavemente, con los ojos estrechados—. Pero no solo

de esta terrible situación. No. ¿Acaso no es tiempo de tener una vida

mejor? ¿No hemos sufrido lo suficiente?

Un murmullo de acuerdo.

—Han sufrido de hambre, de sed, de violencia. Bueno… —esperó, esperó a

que llegara el momento. Estaba alargando el momento de manera

deliberada, sabiendo que estaban imaginándose a la horda de insectos

avanzando sobre el pueblo. Al final dijo—: Bueno, se acabó el estar

sufriendo.

—¿Qué hay de Drake? —gritó alguien.

—Él es tu amigo —acusó otra voz.

—No —espetó Caine—. Yo fui quien lo destruyó. O lo habría hecho hasta

que Sam y sus seguidores permitieron su regreso.

Hizo una pausa, mirando la reacción, escuchando los murmullos de

acuerdo. Le dirigió a Diana una mirada secreta. Nada funcionaba mejor

que una enorme mentira.

—Escuchadme. Necesitan un verdadero líder. Pero esto que sucede cuando

los obligan a elegir a alguien, como si fuera un concurso de popularidad,

como si estuvieran eligiendo a una reina de belleza o algo así, tiene que

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parar. Edilio es un buen chico, pero solo es un chico, solo es el perro fiel

de Sam. Sin ofender. —Levantó una mano indicando que acababa de elegir

cuidadosamente sus palabras. Pero los chicos ya estaban asintiendo. Sí,

Edilio solo era el perro de Sam. Valiente, sí, y decente, sí, pero no los había

salvado.

—¿Y Sam? —dijo Caine, levantando su voz—. Sam una vez fue un líder

valiente, pero está quemado y todos lo saben. Su corazón nunca estuvo

puesto en ello. Ahora al menos ha huido. Sam no es lo que la FAYZ

necesita. No es un rey.

Se volvió hacia otro lado mientras todos sostenían la palabra. Podía

escuchar una voz preguntando:

—¿Dijo “rey”?

Y escuchó la distintiva risa sardónica de Lana.

Caine levantó bien sus manos.

—Necesitamos un verdadero líder, no alguien que tiene que responderle al

consejo del pueblo. Vamos, amigos, Howard es un miembro del consejo.

Eso se ganó una risa.

—Entonces el fiel perro de Sam, Edilio, le reporta a un idiota como Howard

—dejó que su sonrisa desapareciera. Era hora de terminarlo—. Necesitan

un líder que de verdad lidere. Un líder que salve sus vidas hoy y los dé

unas mejores de ahora en adelante.

Caine vio a Turk y a Lance esperando, con sonrisas maliciosas.

Caine había mandado a Taylor por ellos. Les había dicho que podía usar a

un par de chicos rudos como ellos. Les había prometido un viaje a la isla.

—Turk. Lance. Suban aquí —dijo Caine.

Ellos subieron las escaleras para ponerse de pie junto a Caine, pálidos e

incapaces de estar quietos pero seguros de que iban a obtener nuevas e

importantes posiciones.

—Estos dos admitieron que le habían disparado a Albert mientras le

robaban.

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Eso comenzó un murmullo de enojo entre la multitud y algunos de los

chicos más enfermos miraron débilmente. Probablemente Albert no era

popular, pero era necesario.

Lance y Turk intercambiaron una mirada dudosa.

—Estarán aliviados al saber que Lana pudo salvar a Albert —dijo Caine—.

¿Pero qué se supone que tenemos que hacer con dos aspirantes a asesinos

como estos?

Turk se veía aún más pálido. Esto no iba del modo en que ellos esperaban.

Lance estaba demasiado nervioso, preparándose para salir corriendo.

Apenas en movimiento y con una leve sonrisa, Caine levantó la mano y

Lance se encontró siendo empujado débilmente contra una barrera

invisible.

—¿Deberíamos convocar una junta del consejo? ¿Llevar un juicio?

¿Desperdiciar el tiempo de todos mientras minuto a minuto las amenazas

están cada vez más cerca? Nosotros sabemos lo que hay que hacer.

¡Justicia! Rápida y segura, y sin retrasos sin sentido.

—¡Hey! —Lance chilló—. Eso no es lo que tú dijiste.

—Él dice muchas cosas —Diana murmuró.

Con un amplio y espectacular movimiento de su mano, Caine envió a

Lance a toda velocidad a través del aire. Lance voló como si hubiera sido

lanzado desde una catapulta dentro del cielo nocturno con todos los ojos

siguiéndolo. Un delgado grito flotó hacia abajo.

Había algo cómico sobre lo que estaba pasando, y Caine no podía seguir

evitando sonreír.

El grito cambió de tono cuando Lance se tropezó y golpeó el suelo del final

de la plaza.

—¡Justicia! —chilló Caine—. No después, ahora mismo. ¡Justicia y

protección y mejor vida para todos!

Turk perdió el control de sí mismo.

—No, no, no, Caine, no, no.

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—Pero no hay justicia sin misericordia —dijo Caine—. Lance ya pagó el

precio. Ahora Turk lo hará también, sirviéndome. ¿No es así, Turk? —Miró

hacia Turk y en una voz muy baja dijo—: Arrodíllate.

Turk cayó de rodillas sin menor premura.

—Es un signo de respeto —dijo Caine—. No para mí. No es sobre mí. Es

sobre ustedes, todos ustedes. Ustedes son los que necesitan un

gobernante, ¿no es así? Después de tanto sufrimiento, ¿no necesitan una

persona que se haga cargo? Bueno —dijo Caine—, eso es lo que estoy

haciendo, y cuando se arrodillan, solo están mostrando respeto. Como

Turk lo hace ahora mismo.

En la multitud al menos media docena de niños se arrodillaron. Otros

pocos más hicieron reverencias incómodas con la cabeza, inseguros de sí

mismos.

La mayoría no hizo nada.

Suficiente, Caine pensó. Por ahora.

—Las criaturas ya vienen —dijo Caine en voz baja—. En toda la FAYZ,

¿quién puede derrotar a esas criaturas?

Él esperó, como si de verdad esperara una respuesta.

—¿Quién puede vencerlas? —repitió—. Yo. Solo yo. —Sacudió la cabeza

como si estuviese admirando algo impresionante—. Es como si el mismo

Dios me hubiese elegido a mí. Y si gano, si salvo sus vidas, la voluntad de

Dios será muy clara.

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CAPÍTULO 36 Traducido por bluesea y Lucach

Corregido por Iska

1 hora, 45 minutos

am saltó hacia la boca abierta de la criatura. La cabeza y los

hombros lograron entrar. La garganta del insecto tuvo un

espasmo, como si fuera una goma mojada obstruyendo el paso

del aire a sus pulmones.

Sus ojos estaban fuertemente cerrados, pero no podía cerrar sus fosas

nasales y casi vomitó ante el hedor parecido a la carne descompuesta,

algas marinas y amoníaco.

Intentó sujetarse, tratando de aferrarse a algo. Tenía que recoger sus

piernas antes de que las piezas bucales del insecto se deslizaran. Tenía

que hacerlo ahora, ahora, ¡rápido! Algo afilado rozó sus espinillas, pero el

insecto solo estaba reaccionando al ahogo. Todavía no estaba tratando de

rebanarlo. Tiró de sus piernas hacia dentro, todo el camino dentro de la

húmeda, pegajosa y palpitante garganta. No fue lo suficientemente rápido.

Las piezas bucales cortaron su tobillo derecho. No notó el dolor, demasiado

sofocante, aplastante, piel quemada, oscuridad, sin aire.

Extendió sus manos y disparó.

No podía ver la luz; sus ojos estaban cerrados. Pero podía sentir el

estremecimiento que atravesó el cuerpo del insecto.

Disparó y movió sus manos contra las paredes viscosas, disparando y

disparando, sintiendo cómo se quemaba su piel por los químicos de

amoníaco que estaban en el interior de la criatura, aunque era mucho peor

el calor de su propia luz asesina.

Tenía que parar o se terminaría cocinando a sí mismo.

S

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Podía sentir cómo el insecto se movía como si estuviera en un carro con

ruedas cuadradas, dando violentas sacudidas. El insecto corría lleno de

pánico mientras su interior sangraba y se quemaba.

Pero no estaba bien, no lo suficiente, y en segundos moriría por falta de

oxígeno.

Ignora el dolor, ¡dispara!

Entrelazó sus dedos ciegamente, convirtiendo ambos rayos de luz en uno

solo. Empujó las vísceras de la criatura y grabó lo que se sentía como un

círculo. Luego, silenciosamente, gritando por el calor, por la privación de

sus pulmones y por los violentos espasmos de su propio cuerpo, pateó y

pateó, se hizo un ovillo y pateó con todas sus fuerzas el sitio donde lo

había quemado.

¡Aire!

Respiró y vomitó al mismo tiempo. Abrió un ojo. Jack estaba inclinado

sobre él.

—¡Gahhhh! —dijo Jack, disgustado ante la visión de Sam envuelto en un

flujo de vísceras de insecto.

Jack sujetó su mano, lo levantó y lo sacó con tal fuerza que Sam voló por

los aires. Sam se zambulló gratamente en el agua.

Salió a la superficie, respiró profundamente y se volvió a sumergir. Lavó el

hedor de su cuerpo y alivió las quemaduras. Pero se le había roto la piel.

La criatura lo había cortado. Su tobillo dolía, pero era mucho peor el temor

de estar destinado al mismo destino que Hunter.

Cuando volvió a emerger, podía ver que el insecto que se había echado al

agua estaba luchando, no muy lejos, por volver a la costa. El que estaba

muerto, el que Sam había matado desde el interior, yacía totalmente

inmóvil. Casi parecía como si tuviera una expresión de sorpresa en su

cara. O lo que sería su cara. Sus espeluznantes ojos azules estaban

vidriosos.

Un insecto muerto, uno tratando de llegar a la costa y el tercero todavía

era peligroso.

—¡Jack! —gritó Sam—. ¡El mástil! ¡En ese bote!

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Jack frunció el ceño, confundido, pero luego asintió. Saltó sobre un barco

de vela, agarró el mástil de aluminio, plantó los pies y, con un esfuerzo

digno de Hércules y un sonido de una sierra de cadenas en cámara lenta,

arrancó el mástil.

Dekka levantó sus manos y el insecto impotente se elevó por los aires. No

resistiría más de unos segundos, pero eso era todo lo que Jack necesitaba.

—¡De acuerdo, Dekka, arrójalo! —gritó Jack.

Dekka arrojó a la criatura.

Jack levantó el mástil unos 9 metros sobre su cabeza y se lo incrustó en la

boca.

La primera incrustada falló pero le sacó uno de los ojos azules.

Jack fue hasta el extremo del muelle y corrió hacia la criatura.

—¡Yaaahhhh!

Atravesó con el mástil la boca de la criatura y empujó, enloquecida y

frenéticamente, pies rompiendo las placas de la cubierta, hasta que la

punta del mástil de repente salió por un costado de la criatura con una

explosión de jugos viscosos y vísceras.

Sam comenzó a subir al muelle pero sus manos tenían ampollas. Jack

tenía que levantarlo por sus axilas.

—¿Dónde está Brittney? —demandó Sam.

Dekka sacudió la cabeza.

—Ella salió corriendo —dijo Toto—. Pero parecía estar cambiando. Un

brazo era... —No parecía encontrar las palabras para describirlo.

—Como una serpiente. Un látigo de mano —suministró Dekka.

—Sí —dijo Toto—. Estoy listo para volver a casa ahora.

—Apenas puedo caminar —dijo Sam. Tenía que apretar los dientes para

evitar gritar del dolor. No tenía piel en su tobillo. Estaba sangrando por

todo el muelle.

Sam se quitó su camisa mojada y la envolvió torpemente alrededor de su

pie, haciendo un vendaje mediocre.

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—Salgamos de aquí mientras podamos. Drake volverá con el resto de su

ejército y luego seremos comida de insectos.

Sam comenzó a cojear pero Jack lo sujetó y lo levantó sobre su hombro.

Era absurdo: Sam era una cabeza más alto y un poco más fornido que

Jack, pero era tan fácil para Jack como cargar a un bebé.

—Eres lo máximo, Jack —dijo Sam.

Dekka le dio una palmada en la espalda a Jack.

—Claro que sí.

Jack sonrió, aunque trató de que no lo vieran. Luego su cara se puso

verde. Colocó a Sam en el suelo y vomitó en un arbusto.

—Lo siento —dijo—. Creo que me enfermó.

—Nervios, amigo —dijo Sam—. Estuve ahí. Salgamos de aquí. Por donde

llegamos. Drake esperará que tomemos la ruta más directa de vuelta a la

ciudad, y si nos atrapa en campo abierto estamos acabados.

—¿Qué pasará cuando llegue a la ciudad con esas criaturas? —preguntó

Dekka.

—Edilio tiene a Orc. Espero. Más Brianna. Taylor. Él tiene a sus soldados,

aunque dudo que las armas funcionen al menos que apunten a la boca. —

Sam sacudió la cabeza.

Su imaginación fue hacia Astrid. Muchas imágenes horribles de lo que

podría pasarle se amontonaron en su cabeza. ¿Podrían llegar a la ciudad lo

suficientemente rápido para ayudar en la pelea? Quizás con Jack, Dekka y

él junto a los otros podrían detener a Drake. Quizás.

¿Acaso Edilio adivinaba lo que se dirigía en su dirección? ¿Se estaba

preparando? ¿Había encontrado la forma? Sam no. Una y otra vez había

tratado de encontrar una forma de ganar. Trató de imaginar el escenario

que derrotaría a este enemigo. Una y otra vez comprendía que solo había

dos personas con el poder de detener a las criaturas. Una: Caine. Y Caine

estaba lejos en la isla. La otra: Pequeño Pete. Él estaba lejos en una isla

diferente dentro de su propia mente dañada.

Caine y Pequeño Pete.

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—Escuchen, chicos —dijo Sam—. No veo una jugada ganadora aquí. No de

mí, de todos modos. Va a estar de vuelta con Edilio y la gente en la ciudad.

Ni siquiera sé si saben lo que les viene, así que tenemos que advertirles.

—¿Cómo? —preguntó Dekka.

—Jack.

Jack se había inclinado hacia adelante. Se irguió bruscamente.

—Jack puede moverse más rápido sin nosotros. Con su fuerza viene una

cierta cantidad de velocidad, y él no se cansa tan rápido como lo haríamos

nosotros. Las colinas no le cansan, por lo que puede ir directamente por

ellas, en línea recta.

—Sí —admitió Dekka—. Eso tiene sentido. Y no me malinterpretéis por

Jack convirtiéndose en un héroe y todo pero, ¿es eso suficiente? He hecho

los cálculos, igual que tú. ¿Orc, Jack y Brianna?

—Hay dos personas que podrían hacerlo —dijo Sam—. Caine. Él podría ser

capaz de hacerlo.

Dekka gruñó.

—¿Caine?

—O él o Pequeño Pete —dijo Sam.

—¿Pequeño Pete? —Jack se quedó perplejo.

Sam suspiró.

—Pequeño Pete no es solo el hermano autista de Astrid —explicó

brevemente mientras Toto añadió el coro de “Sam cree que eso es cierto”.

—¿Cómo conseguimos que Pequeño Pete haga algo? —preguntó Dekka.

—La última vez que Pequeño Pete se sintió en peligro mortal hizo el FAYZ

—dijo Sam—. Él tiene que estar en peligro mortal de nuevo.

Jack y Dekka intercambiaron una mirada cautelosa, cada uno

preguntándose lo que el otro conocía o sospechaba sobre Pequeño Pete.

—¿Pequeño Pete? —Jack preguntó—. ¿Ese niño tiene ese tipo de poder?

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—Sí —dijo Sam simplemente—. Comparados con Pete, yo, Caine, todos

nosotros, somos como… como pistolas de aire comprimido en comparación

con un cañón. Nosotros ni siquiera sabemos cuáles son los límites de sus

poderes —dijo Sam—. Lo que sí sabemos es que no podemos

comunicarnos con él muy bien. Ni siquiera podemos adivinar lo que está

pensando.

—Pequeño Pete —Dekka murmuró y sacudió la cabeza—. Sabía que era

importante, lo capté hace mucho tiempo, pero ¿él puede hacer eso? ¿Tener

ese tipo de poder? —Ella reflexionó un momento, asintió con la cabeza y

dijo—: Ya veo por qué lo mantuviste en secreto. Es como tener un arma

nuclear en manos de, bueno, un niño autista.

Sam se puso de pie e hizo una mueca mientras descansaba su peso sobre

el talón herido. Puso su mano sobre el hombro de Jack.

—Dile a Edilio que capture a Caine, si lo pueden hacer a tiempo. Si no,

Jack, ve a buscar a Pequeño Pete.

—¿Y qué hago con Pequeño Pete? —preguntó Jack, obviamente

horrorizado ante la idea completa y todavía manteniendo rondando en su

cabeza el hecho de que el niño era el ser más poderoso en el universo.

Sam sabía la respuesta. Él sabía el que podría ser el único movimiento

ganador. Le había dicho a Brittney que no era un asesino a sangre fría. No

lo era. Y esto ni siquiera era su trabajo más, ¿verdad?

Y aun así… Y, sin embargo, pudo ver una posible solución.

—Recógelo, Jack. Llévalo al sitio más cercano de estos insectos que puedas

encontrar.

—¿Sí? —Jack preguntó con voz temblorosa.

—Lánzalo a los insectos —dijo Sam.

* * *

El látigo de Drake estaba enroscado alrededor de la mandíbula de la mayor

de las criaturas, ahora corriendo hacia el sur, lejos del lago. Tuvo que

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inclinarse casi fijo hacia adelante para quedarse donde estaba, sus piernas

abiertas detrás de él.

¿Dónde estaba el Templo de Sam? Deberían haberlo capturado ya si

hubiera pasado por allí.

Tráeme a Némesis.

La voz en la cabeza de Drake era más fuerte, más insistente de lo que

había sido nunca.

Con la mano libre se golpeó el costado de su cabeza, tratando de mandarla

lejos, tratando de silenciar a la insistente demanda.

Tráemelo.

En el ojo de su mente vio Coates, su antigua escuela, su antiguo hogar. El

edificio principal, sombrío, gótico, el valle lúgubre alrededor de él, la

puerta de hierro. La imagen era de su propia memoria, pero era la

oscuridad exigiendo que mirara, ver y entender.

Némesis estaba allí. ¡Allí!

¡Tráelo!

Pero Drake tenía otras necesidades. Su señor podría necesitar a este

Némesis, fuera lo que fuese, pero él, Drake, tenía una igualmente poderosa

necesidad: acabar con el Templo de Sam.

El Templo de Sam le había costado el brazo. Había destruido su vida

anterior, lo dejó atrapado en esta asquerosa unión con Brittney Pig.

Sam, que le había mantenido enjaulado como un animal.

Y ahora Sam se había escapado de la muerte derrotando de nuevo a

Drake. Y él no se encontraba a la vista, ¡se había ido!

—¡Sam! —Drake aulló de frustración—. ¡Sam!

El insecto se movió rápidamente y el viento se llevó el grito de Drake, pero

él aullaba en la noche otra vez.

—¡Sam! ¡Voy a matarte!

No hubo respuesta. Y ni rastro de Sam o de los otros. Seguramente se

habrían apresurado a regresar a Playa Perdido y, sin embargo, no estaban

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a la vista, y con cada segundo que pasaba Drake podría estar alejándose

más de ellos.

Tráeme a Némesis.

No. Némesis podía esperar. Drake servía a la oscuridad, pero no era el

chico de los recados. Él tenía sus propias necesidades.

Si no podía capturar a Sam aquí al aire libre, entonces lo vencería en Playa

Perdido. Le estaría esperando para cuando Sam llegase allí. Esperando con

el látigo enrollado alrededor de Astrid. Su mente se llenó de imágenes,

hermosas fotos de Sam indefenso bajo su látigo. Y, sin embargo, él no

mataría a Sam; no, no hasta que Sam lo hubiera visto reducir a Astrid en

un monstruo horrible sin piel. La visión era tan clara en su cabeza, tan

maravillosa, que lo llenó de luz, alegría y un placer que ni siquiera podía

describir.

¡Némesis!

—Voy a ir por su Némesis —murmuró Drake—. Pero primero…

El ejército de Drake corrió a toda velocidad lejos del lago, correteando por

la larga cuesta que conducía desde el lago hasta las tierras secas de más

allá.

Sintió una oleada de furia dirigida a él. Una oleada de furia que lo sacudió

hasta la médula. El tentáculo oscuro estaba envuelto alrededor de su

cerebro, llenando sus pensamientos, exigiendo, amenazando.

¡Némesis!

—¡No! —gritó Drake.

La reacción no se hizo esperar. El enjambre se detuvo en seco.

—Son mi ejército. ¡Mi ejército! —gritó Drake. Sus propios odios eran

demasiado fuertes como para ser negados. Y hasta podría haber desafiado

al gaiaphage. Pero a medida que Drake estaba agonizando, el odio lidiando

con el miedo, perdió la capacidad de tomar la decisión.

La decisión de si había que perseguir a Némesis o aterrorizar Playa Perdido

tendría que tomarla Brittney.

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CAPÍTULO 37 Traducido por Kirara7 y Alexiacullen

Corregido SOS por Marce Doyle*

1 hora, 39 minutos

am cojeó más rápido de lo que había esperado. Él se recostó en

Toto y también se benefició de Dekka caminando detrás de él y

aliviando la gravedad.

Él se sintió decaído. Mucho más decaído porque en realidad

había tenido algo de esperanza, él realmente se había permitido

creer que las cosas serían mejores ya que había encontrado el algo y el

tren.

Pero esto era la FAYZ, y solo porque tenían unas buenas noticias, no

significaba que vendría alguna cosa buena. En el espacio de una hora él

había de completa esperanza y una completa desesperanza.

Una y otra vez en su mente, vio varios escenarios. Edilio tendría a sus

hijos, además de a Brianna, Taylor, y esperaba que a Orc. Si Jack llegaba

a la ciudad a tiempo lucharía también. Jack sería un refuerzo.

Pero no era suficiente. Incluso si él y Dekka estaban bien, tal vez no sería

deficiente. Así que en vez de salvar la ciudad y mostrarles la salvación en

forma de agua, fideos y Nutella, Sam sabía que llegaría a una ciudad

devastada.

Algunos sobrevivirían, definitivamente algunos.

Tal vez el Pequeño Pete salvaría a Astrid. Él tenía el poder, ¿pero él lo

sabía? ¿Algo de esto llegaba a su mente?

—¿Crees que lo hará? —Dekka dijo—. Me refiero a Jack.

—No —Sam dijo.

—No —Dekka estuvo de acuerdo.

S

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—Cierto —Toto dijo. Aunque si estaba de acuerdo con ellos o solo

certificando que ellos creían lo que estaban diciendo, Sam no sabía.

—Él no es así —Sam dijo—. Él no es cruel. De cualquier forma, ¿cuál sería

la probabilidad de que llegara a tiempo a la ciudad y encontrara al

Pequeño Pete? Y luego quién sabe si eso haría que Pete despertara.

—Tú lo harías Sam.

—Sí, yo lo haría —dijo Sam.

—Él lo haría —Toto estuvo de acuerdo.

—Es tu don, Sam —Dekka dijo—. Ha sido correcto desde el inicio.

—¿Cruel?

—Supongo que eso no está tan bien —Dekka dijo cansada—. Pero alguien

tiene que hacerlo, cada uno contribuye con lo que tenemos.

Sam hizo una mueca cuando una piedra toco su talón.

—Probablemente no funcionaría lo de Pete.

—El tren —dijo Dekka—. Los misiles.

—Pensé sobre esto —Sam dijo—. ¿Pero cómo llevarlos hasta allá? ¿Cómo

desciframos como usarlos?

Sam dejó de cojear.

Dekka también se detuvo después de unos pasos. Toto siguió caminando

sin darse cuenta.

—¿Dekka?

—¿Sí?

—¿Cómo funciona tu poder? Quiero decir, ¿tú cancelas la gravedad,

verdad? Así que las cosas flotan.

—Sí, ¿y?

—He visto cómo levitas tú. Digo, cancelas la gravedad debajo de ti y flotas,

¿verdad? Bueno, ¿qué tan alto puedes subir?

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—No lo sé —ella admitió—. Si yo lo estoy proyectando, ya sabes si quiero

que le pase a algo más, solo alcanzo los cincuenta centímetros más o

menos. Tal vez un poco más.

—Bien, pero esa eres tu golpeándola desde cierto ángulo, ¿verdad? Quiero

decir, tú más o menos estás disparando, porque la gravedad va de arriba

abajo.

Dekka lo miró de manera extraña, ella extendió sus manos a los lados.

Inmediatamente, ella empezó a levitar junto a un montón de polvo y rocas,

un pila de estas.

Sam observó mientras ella se alejaba con cuidado de mantenerse alejado

de los desechos.

En la oscuridad, el rápidamente la perdió de vista.

—¡Dekka! —el movió su cabeza hacia atrás, tratando de buscarla en el

fondo negro de terciopelo y puntos luminosos.

—¿Dónde está Dekka? —Toto preguntó.

—Aquí arriba.

—Eso es verdad —Toto dijo.

—Sí, mira por dónde vas, a menos que quieras flotar también.

Pasó un largo tiempo hasta que finalmente Dekka apareció en medio de un

montón de grava. Ella descendió fácilmente. Recuperando su postura y

dijo:

—Bueno, tal vez más de cincuenta metros, eso es seguro. No sé qué tan

alto llegue, pero fue bastante. Tal vez tienes razón, tal vez funciona mejor

cuando cancelas la gravedad de arriba abajo. Pero solo puedo volar en

línea recta. Así que si estás pensando en que puedo ir a la ciudad volando,

eso no pasará.

—Estoy pensando —Sam dijo— que la FAYZ es una gran burbuja como…

¿que son esas cosas con agua por dentro que tú los sacudes y se mueve la

nieve?

—Una esfera de nieve —Toto ayudó.

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—Como una esfera de nieve. Y si tienes una burbuja dentro de esa esfera

de nieve, ¿qué pasa? Se eleva a la cima, ¿no es así?

—La cima de la burbuja probablemente está arriba de la planta de energía

—Dekka dijo—. Quiero decir, si la FAYZ es completamente redonda.

—De acuerdo, dime si esto tiene sentido —Sam frunció el ceño, tratando

de organizar todo mientras pensaba—. El tren está cerca de la pared norte

de la FAYZ. Así que si tú estuvieras parada allí y cancelaras la gravedad…

irías raspado a la largo de la pared de manera dolorosa hasta llegar a la

cima, como una burbuja llegando a la cima de una esfera de nieve. Hay

carros en la planta de energía, unos que han sido usados recientemente.

En el último mes, Edilio los llevo allí. Así que las baterías deberían

funcionar, muchos tienen el gas drenado, pero nosotros no necesitaremos

mucho. —Él estaba pensando en voz alta, ni siquiera prestándole atención

a los comentarios.

—Él de verdad cree en esto, Spidey —dijo Toto.

—No puedo vencer a los insectos —Sam dijo—. Mi poder no funciona en

ellos, no lo suficiente, al menos, pero pueden ser aplastados, y creo que

pueden ser explotados.

—¿Hablas de esos misiles en el tren? —preguntó Dekka

—Hablo exactamente de eso —Sam dijo—. Tú levantas el contenedor de

misiles, los vuelas hasta la cima del domo y los bajas cerca de la planta de

poder. Encontramos un vehículo con un galón de gas y nos vamos a Playa

Perdido. —Él se encoje de hombros—. Y luego vemos si a estos insectos les

gusta la M3—MAAWS sistema de armas, multiusuario de anti—armadura

personal.

* * *

Caine caminó unas cuantas cuadras del centro a la carretera. Como un

pistolero de alguna película de vaqueros.

Los niños lo seguían, pero a una distancia segura. Una docena de ellos

dentro de una ventada rota de una compañía de seguros, unos cuantos

sentado en un estacionamiento de autos.

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Bien, déjenlos ver mientras salvo sus traseros, Caine pensó.

Pero ahora, solo, de pie en el medio de la carretera a horcajadas sobre la

vieja línea divisoria, estaba más lejos de estar seguro. ¿Cuántas de las

criaturas vendrían? ¿Cómo de grandes serían? ¿Cómo de poderosas?

¿Estaban ya vigilándole, fuera en la oscuridad? ¿Y qué hay sobre Drake?

¿Habría alguna posibilidad para que ganara a Drake? Drake aún podía ser

un número muy útil de dos chicos. A menos que estuviera decidido a ser el

número uno. ¿Lucharían esas bacterias asesinas además de Drake? De

repente, la isla parecía muy muy atractiva.

Podría alejarse justo ahora. Diana y él, solo ellos dos, solos en la isla.

Quedando a los lugareños con Penny y Bug. Sólo él y Diana. Comida, lujo,

sexo. ¿No era eso infinitamente mejor que esta batalla?

Una vieja sospecha ensombreció sus pensamientos: ¿se la estaban

jugando? La Oscuridad le había utilizado antes. ¿Fue esa la voluntad del

gaiaphage llegando otra vez a su mente? No lo sentía. No había sentido a

La Oscuridad para nada todo el tiempo de la isla. Incluso antes que, desde

el punto donde Caine había desafiado a la Oscuridad, el gaiaphage le

había dejado solo.

No. Esa era su propia decisión. ¿Pero por qué? ¿Por qué renunciar a la

isla? ¿Para qué? ¿Para ser desgarrados por monstruos nacidos de cuerpos

humanos? ¿Incluso si sobrevivía, a qué se enfrentaría? Alcachofas y

pescado, resentimiento, probablemente una pelea con Sam y el retiro

deprimente de Diana.

—¡El Rey Caine! ¡Sí!

Se giró rápidamente, enfadado, asumiendo que era una burla. Un chico de

la compañía de seguros levantó un puño y gritó:

—¡Guau!

Caine asintió en su dirección. Ovejas. Mientras tuvieran un pastor para

ahuyentar a los lobos, serían felices. Débil, indiferente, estúpido: no era

difícil no tener un desprecio completo por ellos. Claro, que si fracasaba, se

volverían contra él en un santiamén.

Por otra parte, si fallaba, estarían ocupados corriendo por sus vidas. Un

destello repentino de plata bajó por la carretera. Caine curioseó en la

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oscuridad. Sin luz, por supuesto, ni siquiera un sol Sammy aquí arriba por

la carretera principal. Solo un poco de luz de luna y un poco de luz de

estrellas y un montón de oscuridad.

Pero sí, algo. Algo moviéndose. Y un sonido. Un sonido de clic-clac muy

rápido en concreto. Vio destellos de piezas bucales, como machetes

lunares. No podía decir cuántas de las criaturas robustas había. Solo que

había al menos media docena, cada uno del tamaño de un autobús urbano

y ahora lo suficientemente cerca que podía ver los ojos rojos mirando de

forma maligna. Señaló hacia los espectadores vagueando por el coche

aparcado.

—¡Fuera de ese coche!

Los dos chicos se encogieron de hombros como si no pudieran ver porqué

deberían obedecer. Entonces, con un chasquido relajante de los resortes y

el crujido del metal, el coche justo al lado de ellos se deslizó por encima de

la tierra.

Caine elevó el coche arriba y más arriba. Era difícil ver el color con esta luz

pero parecía como si pudiera ser azul. Un SUV pequeño y azul. Tuvieron

una idea. Se echaron rápido para atrás.

—Esperemos que esto funcione —respiró Caine. Apartó la mano y lanzó el

coche por el aire. Zumbó sobre su cabeza. Cayó por el aire a través de las

criaturas más cercanas. Se quedó corto, se estrelló contra el pavimento

con un crujido metálico y cristales rotos, luego cayó sobre las mandíbulas

del insecto.

Caine no tuvo tiempo para ver qué efecto tuvo porque un segundo insecto

se precipitó sin pausa hacia arriba y sobre el SUV. Una de las patas

puntiagudas del insecto perforó el techo corredizo.

—Tengo montones de coches —dijo Caine.

Levantó la camioneta en la que habían estado los chicos sentados y la

arrojó en un tiro rápido y con un balanceo lateral. El coche giró una vez en

el aire y golpeó al insecto líder que casi llegó al nivel del suelo.

—¡Sí, chúpate esa! —chilló Caine. No era exactamente una cosa para decir,

pero primero la batalla, la propaganda más tarde.

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Caine no podía ver la cara de la criatura, pero podía ver que sus patas

estaban pateando al azar sin ningún tipo de ritmo.

—Uno tachado. —Esto iba a ser más fácil de lo que esperaba. Pero justo

cuando estaba felicitándose, una pared sólida de criaturas se empujaron

hacia arriba y sobre los dos primeros. Y lo peor, había media docena de

criaturas corriendo hasta la carretera de detrás de él. ¡Habían dado la

vuelta en círculos!

Habían elegido el lugar erróneo para esta pelea. De repente, había una

claridad deslumbrante. La última cosa que podía hacer es luchar en

campo abierto donde llegarían a él desde todas las direcciones como esta.

El corazón de Caine dio un vuelco, su mandíbula se apretó hasta que sus

dientes se agrietaron. Había asumido que los cuentos sobre las criaturas

eran exagerados. No. No. No exageraron.

Caine se quebró y corrió. Corrió en ángulo recto hacia las dos fuerzas que

se aproximaban. Saltó una zanja, aterrizó con fuerza, salió en desbandada

y corrió completamente a través de la vía de servicio y pasó volando a la

multitud conmocionada y confundida en la compañía de seguros gritando:

—¡Corran, idiotas!

Dos de las criaturas se estaban precipitando para cortarles el paso. Él

arrebató una furgoneta de reparto cuando pasó y lo arrojó rápidamente,

tan rápidamente que voló bajo y casi le golpeó en la cabeza cuando pasó

volando.

La multitud en la compañía de seguros entró en pánico. Salieron en masa

por la estrecha puerta, interfiriendo los unos con los otros, maldiciendo y

gritando. Un chico resbaló y se incorporó, pero el retraso fue letal. Un

insecto le pinchó con una pierna y le arrastró, crujiendo y cortando con

sus piezas bucales.

—¡Oh, no, no, no! —gritó el chico.

De repente, el sonido murió, reemplazado por un ruido como el de una

trituradora de basura masticando huesos de pollo. Caine corrió por San

Pablo con los chicos arrojándose detrás de él, y la multitud se vio obligada

a encauzarse por un espacio más estrecho.

Las cosas habían ido de mal a desesperadas mucho más rápido de lo que

Caine hubiera imaginado. Un segundo chico fue capturado por lo que

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parecía como una lengua negra de rana echando fuego por la boca del

insecto. Él gritó cuando el insecto lo enroscó.

Caine se detuvo en medio de la calle, sacudiéndose todo. No podía correr

más rápido que ellos, y esto era tan bueno como en cualquier lugar. Al

menos, en mitad de la manzana no podía ser atacado por los lados.

La multitud de la compañía de seguros se dividió, los niños corriendo en

todas las direcciones, todos ellos gritando, algunos golpeándose sin poder

contenerse contra las puertas cerradas y llorando para que los dejaran

entrar. Otros saliendo en desbandada en las cercas de los patios traseros.

Caine levantó un coche aparcado y lo lanzó, luego otro y otro, tres coches

en una rápida sucesión. Fue como un cacharro en una autopista,

chocando, destrozándose, con los cristales pulverizándose, los espejos

laterales estallando, las llantas rodando por las aceras. Su contraataque

furioso debería haber detenido o incluso matado a algunos insectos, pero

no podía estar seguro en la oscuridad, aunque la multitud nunca vaciló. Y

aún más encima rodaron como una ola.

Temblando, se quedó de pie en el suelo y alzó sus manos temblorosas. Si

no podía romperles quizás podría solo contenerles. El insecto más cercano

se estrelló contra un muro invisible de poder telequinético. Sus patas se

accionaron de forma loca, arrancando con el formón13 el asfalto, pateando

coches pero sin poder avanzar.

—¡Sí, intenta eso! —chilló Caine.

Una segunda, una tercera y una cuarta criatura, todas se empujaron

contra la barrera, todas de forma incansable lanzándose y empujando de

forma determinada. Y durante todo el tiempo, Caine se quedó solo en

medio de la calle. ¿Pero durante cuánto tiempo?, se preguntó. Los insectos

no parecían estar cansándose. De hecho, estaban escarbando los unos

sobre los otros en una maraña de patas locas y caparazones plateados y

mandíbulas con forma de guadaña y siempre con sus bocas rechinando y

brillando sus ojos de color rojo rubí.

Él vaciló, mirando esos ojos, y de repente, la pared de insectos aumentó

repentinamente un pie más cerca. Redobló su atención. Pero estaba

sintiendo algo que nunca antes había sentido cuando usaba su poder: un

13 Formón: es una herramienta manual de corte libre utilizada en carpintería.

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impulso de retroceso, como si estuviera conteniéndoles con sus músculos

además de su habilidad de telequinesia.

Sin pensarlo, se había puesto de pie con una postura fuerte, y pudo sentir

el peso de sus pantorrillas y muslos incluso más a sus brazos. No solo

estaba proyectando el poder como siempre hacía, estaba empujándolo de

vuelta, al límite de sus poderes, siendo presionado por cientos de golpes de

docenas y docenas de patas punzantes.

Estaban a solo veinte pies de distancia. Amontonándose alto contra una

barrera invisible. Con una conmoción terrible, se dio cuenta de que

estaban trepando unos sobre los otros con un esfuerzo deliberado para

superar la parte superior de la pared invisible de energía. Luego, un

choque mucho peor: algunas de las criaturas habían llegado alrededor de

Golding Street y estaban corriendo a su espalda. Cambió su postura, una

mano sobre la masa de insectos, otra para el ataque de embestida. Pero no

lo haría. No podía detenerlos.

—Debería haberme quedado en la isla —se dijo a sí mismo. Había jugado y

había perdido. Las dos paredes invisibles se estaban cerrando. Estaba

conteniendo toneladas de empujes, buscando a los monstruos y no podía

hacerlo, no podía. Simplemente no tenía el poder. Y una vez que lo rompió,

estarían sobre él antes de que pudiera parpadear.

—¡Ey! ¡Mamonazos!

Miró hacia el sonido. De pie, con los brazos en jarras, en lo alto de la

azotea de un edificio de apartamentos de dos pisos, estaba Brianna.

—¿Vas a regodearte? —se las arregló a decir.

—¿Ves la puerta de esa casa?

—¿Qué?

—Ahí es a dónde vamos.

—¡No hay tiempo!

—¡No hay tiempo! —se burló Brianna—. Por favor. Solo tienes que ir

cojeando.

—¿Ir cojeando?

—Sí, cojeando. Y oh, por cierto, va a doler.

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Él nunca vio el movimiento de ella, pero sintió el impacto de la defensa

mientras le golpeó a una velocidad de vértigo.

Caine salió volando. Su camiseta se rasgó por la espalda. Disparó de forma

alocada y cayó fuerte sobre el césped. El ejército de insectos chocó como

dos olas detrás de él. Al igual que el Mar Rojo cerrándose detrás de Moisés.

Caine intentó ponerse de pie, pero ellos ya tenían sus manos en su espalda

empujándole, impulsándole hacia adelante a una velocidad de locos.

Golpeó el marco de la puerta en su camino. Los insectos pulularon hacia

la puerta, pero ya se había cerrado de golpe con cierre y bloqueada con

una silla.

Brianna estaba de pie en medio de la habitación, examinando sus uñas

con una calma melodramática.

—Toda la cosa de la súper velocidad viene útil a veces —dijo ella.

—Creo que me has roto la espalda —dijo Caine. Sintió un agudo dolor en

sus costillas. Pero era un dolor de quemadura mucho mejor que la

alternativa.

La puerta explotó hacia adentro y una maraña de patas de insectos

apareció.

—Puedo detenerlos, pero no puedo matarlos a todos —dijo Caine.

—Sí. Son difíciles de matar. ¿Tienes un plan?

Caine se mordió salvajemente su pulgar, con angustia la cutícula. Estaban

rodeados. Muchas paredes estaban siendo maltratadas. Las ventanas

estaban todas rotas. No podían entrar por la puerta, pero no tardarían en

hacerla lo suficientemente amplia.

Estaban de pie, Caine y Brianna, en la cocina, en el centro de la casa, tan

lejos como fuera posible de las ventanas, investigando, cortando el aire,

con su cordel de lenguas azotándose con locura.

La casa entera era como un tambor golpeado por docenas de baquetas.

—¿Sabes? Estoy un poco decepcionada —dijo Brianna—. ¿En situaciones

como esta? Sam tendría un plan.

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CAPÍTULO 38 Traducido por QueenDelC

Corregido SOS por Marce Doyle*

59 minutos

am había hecho un plan.

Tres, de hecho. Uno involucraba la leve esperanza de que Jack

llegara a Pequeño Pete e hiciera algo horrible.

El segundo era algo completamente descabellado. Volar un

enorme contenedor de misiles por el aire, dejándolos caer justo en el lugar

correcto, encontrar un vehículo con combustible y una batería que

funcionara, luego encontrar la forma de disparar los misiles a tiempo para

salvar al pueblo.

Era descabellado.

El tercer plan involucraba a Dekka. Ni siquiera le iba a contárselo. Porque

no sólo era descabellado, era monstruoso.

Ninguno de sus planes albergaba la esperanza de funcionar. Sam lo sabía.

El pie de Sam estaba más allá del dolor. Era agonía. Dekka hacía todo lo

que podía por él al aminorar la gravedad de alguna manera, pero aún tenía

que moverse hacia adelante, y tenía que moverse lo más rápido posible.

—¿Cómo vas, Dekka? —jadeó mientras trotaba cojeando.

—Deja de preguntar, Sam —dijo.

—Tienes que… —comenzó.

—¿Qué? ¿Qué tengo que hacer, Sam? Me están comiendo desde adentro,

¿qué quieres que diga?

—Está diciendo la verdad.

S

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—¡Calla tu estúpida boca, bicho raro! —espetó Dekka a Toto.

Estaban cerca, Sam podía sentirlo. Tenían que estarlo. Tenían que llegar al

tren antes de que los bichos finalmente salieran de Dekka y la comieran

viva.

Necesitaba que ella viviera un poco más. Para el amargo, amargo final, la

necesitaba, y ella estaba pasando sus últimos minutos corriendo y

tratando de ayudarlo y él era un inútil, no podía hacer nada más que

esperar que ella siguiera con vida, que sufriera un poco más, conquistara

su miedo, todo por un maldito estúpido plan sin sentido.

—¡Ahí! —dijo Toto—. Veo el tren.

La luz era tenue, gris, acuosa e inadecuada. Pero sí, Sam podía ver el tren.

Chirrió sus dientes y corrió, ahora a toda velocidad, cada paso se sentía

como un cuchillo enterrándose en su pie con el dolor radiando todo el

camino subiendo por su pierna.

—Ni siquiera puedo ver qué contenedor era, Spidey.

Sam ahuecó sus manos y creció una bola de luz de un verde enfermizo. Se

hinchó hasta que pudo ver el rostro de sus dos acompañantes. Para su

horror, la luz mostró que un bicho había comido a través de la blusa de

Dekka. Ella estaba temblando.

—Dekka —dijo—. No tienes que… Puedo…

Ella tomó su brazo con un doloroso y fuerte agarre.

—Estoy contigo, Sam. Supongo que no conseguiré salir tan fácil.

—Éste es el contenedor con las armas —llamó Toto. Luego, como un

segundo pensamiento, agregó—: Eso es verdad.

—Sam —dijo Dekka—. Si muero…

—Entonces caemos —dijo Sam—. Tú y yo, Dekka. Si me tengo que ir, será

un honor estar contigo.

Sam cerró con fuerza el contenedor y los tres subieron a la parte de arriba.

El contenedor no estaba perfectamente plano, estaba arrugado por la

fuerza. Pero el armazón con barras de acero no tenían más de quince

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centímetros de altura. Se acostaron sobre sus espaldas, mirando hacia

arriba.

—Aquí vamos —dijo Dekka. Extendió sus manos contra el contenedor, las

palmas bocabajo.

El contenedor se levantó.

Sam se acostó mirando hacia el cielo, que no era un cielo real. Las

estrellas estaban palideciendo. La luna había salido.

¿Qué tan rápido se estaban levantando? La barrera estaba algo cerca, sólo

a unos pocos kilómetros lejos del tren. Por primera vez en su vida, deseó

haber puesto más atención en la clase de geometría. Había, sin duda, una

fórmula para saber cuánto tiempo pasaría antes de que rozaran la barrera.

Si Astrid estuviera aquí, sería capaz de…

¡Screeeeech!

El borde del contenedor estaba rozando y el contenedor entero se ladeó

con fuerza.

—¡Sosténganse! —grió Sam.

Sostuvo las barras aún más fuerte. Pero se dio cuenta, con una agradable

sorpresa, de que no tenía peso contra el contenedor. Se estaba sosteniendo

para evitar salir volando.

¡Chunk! ¡Chunk! ¡Screeee!

El contenedor golpeó un par de veces, se ladeó aún más, y aún se elevaba.

¡Se elevaba!

De repente los nudillos de Sam, su pecho y rostro estaban contra la

barrera. Era como sostener un cable de alta tensión. Un dolor que

eliminaba cualquier otro pensamiento. No era su primera vez tocando la

barrera, pero era la primera vez que había tenido su rostro presionado

contra ella.

—¡Dekka! —gritó Sam.

—¡Hago lo mejor que puedo! —gritó.

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El contenedor se equilibró un poco y Sam pudo al menos relajar su agarre

sobre las barras de acero, lo que le permitía presionar sus manos a su lado

y evitar ser aplastados.

La barrera se alejó de su rostro, bendito alivio, pero el chirriante sonido del

acero siendo jalado sobre la barrera continuó.

Screeee.

Aun elevándose. Más rápido. El aire pasando como ráfaga mientras subía

la velocidad.

¿Cuán alto? Se detendrían o caerían o, si de alguna manera Dekka lograra

mantenerlo, se elevarían y seguirían la curva del domo. Cuando llegaran a

la parte superior del arco, sus rostros estarían presionados contra la

barrera de nuevo. Sam no estaba ansioso para llegar a eso.

Sam se dio la vuelta sobre su estómago y se arrastró hacia el borde del

contenedor. No había mucho que ver abajo. No había luces. No había

manera de saber exactamente dónde estaban. Deseaba tener el mapa de

Albert, quizás podría encontrar algún sentido en los patrones de las

colinas débilmente iluminadas por las estrellas.

Mirando hacia arriba, no podía ver la barrera a esta altura; no era suave y

nacarada translucidez a la que estaba acostumbrado. Era más como si

estuviera presionado contra un vidrio, viendo las estrellas más allá. Medio

había esperado encontrar que las estrellas eran pintadas, pero claro que

era una locura. La barrera mantenía la ilusión incluso aquí. Se sintió

volar, mirando hacia la nada en el espacio.

—¿Cómo vas, Dekka?

—No puedo creer que está funcionando. Pero Sam…

—¿Qué?

—Estoy entumida, no puedo sentirlo, no duele, pero puedo escucharlos,

Sam. Puedo escuchar cómo mastican sus bocas, Sam.

¿Qué podía decir ante eso?

—Aguanta, Dekka.

—Es como si estuviéramos flotando a través de las estrellas —dijo Dekka—

. Estoy pretendiendo que flotamos hacia el cielo.

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—Espero que no lo estemos —dijo Sam.

El chirriante sonido había cambiado de tono conforme aumentó la

velocidad. Y ahora había una firme brisa, presionándolo hacia abajo

mientras el contenedor, desconectado de la gravedad, volaba y chirriaba.

—Desearía que no me hubieran encontrado —dijo Toto—. Estaba más feliz

solo.

—Sí. Lo siento por eso —dijo Sam.

Sam trató de adivinar cuán rápido iban a juzgar por el viento. Trató de

visualizar estar en un auto con la ventana abajo. ¿Qué tan fuerte iba ese

viento cuando el auto iba a cincuenta o setenta o cien kilómetros por

hora?

¿Estaba así de fuerte ahora?

—Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios, no, no, la veo, ¡la veo! —gritó Dekka y el

contenedor se tambaleó con fuerza y se hundió como si fuera un ascensor

cayendo.

Se estabilizó con rapidez y se elevó de nuevo chirriando contra el domo.

Con una voz poco natural, Dekka dijo:

—Lo siento. Miré. Está comiendo mi… —no pudo terminar—. No creo que

tenga mucho tiempo, Sam.

—Senda de planeo —susurró Sam. Si se estaban moviendo tan rápido

como esperaba, ¿no seguirían ese impulso hacia adelante incluso si Dekka

los dejaba caer?

Sí. Y golpearían contra el suelo a una velocidad mortal y eso sería todo.

Se sentía como si la velocidad ahora estuviera bajando y cuando Sam

levantó su mano, consiguió una estremecedora sacudida. Estaban

acercándose a la parte superior del domo y se estaba aplanando. Pronto

estarían en contacto completo con la superficie y, ¿cuánto podrían

aguantarlo?

No por mucho.

Como la pendiente disminuía, su velocidad se reduciría y estarían cada vez

más apretados contra la barrera.

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—Es suficiente, Dekka, — dijo Sam. –Empezad a bajarnos. Pero no

lentamente.

—¿Qué?

—Mueve tu campo de gravedad, así es más fuerte en la parte trasera y más

débil en la delantera.

—Eso es lo que he estado haciendo, así que nos inclinaremos a lo lejos de

la barrera.

—Sí. Sólo haz más. Debilita todo, pero más en la parte delantera, ¿de

acuerdo? Debe ser como deslizarse por una pendiente, ¿verdad?

Para su asombro, Dekka se rió en voz alta.

—Si tengo que morir, este es el camino a seguir. No me habría perdido por

nada esta locura.

De pronto, el chirrido constante se detuvo.

El contenedor se sacudió tan violentamente que Toto se soltó y se vino

revolcándose cuesta abajo hacia Sam. Cayó lentamente, estábamos en

gravedad reducida, y Sam le agarró.

—La gente que volvió a la instalación les hubiera gustado conocer a Dekka

—dijo Toto, con su cara a centímetros de la de Sam.

—Estoy seguro de que lo harían.

Otra sacudida salvaje y de repente el contenedor se estaba deslizando,

cayendo lejos hacia adelante. Era como un trineo corriendo por la nieve

bien lleno en una larga pendiente.

—No puedo ver el suelo —dijo Dekka—. No quiero moverme. Tienes que

decirme qué tan cerca estamos.

Sam curioseó en la siguiente oscuridad, intentando captar cualquier cosa

para que pudiera decirle dónde estaban, a dónde se estaban dirigiendo.

Pero eran colinas y matorrales, y nunca había visto nada de eso a esas

millas de distancia en el aire.

Se movían rápido, deslizándose por una pendiente invisible, dejando que la

gravedad tirara hacia adelante tanto como hacia abajo.

—¡Mío! —gritó Dekka.

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Al igual que un ascensor con el cable cortado, la parte inferior se soltó. El

recipiente se volvió hacia los lados. Sam, Toto y Dekka se desparramaron

fuera de él.

Sam giraba con el aire brillando en el cielo y la tierra y el mar y el cielo de

nuevo, cayendo y girando, y estaba seguro de una cosa: estaban

demasiado alto, y la caída los mataría.

* * *

Las criaturas golpearon la casa como toros estrellándose contra una

pared. Las ventanas y puertas ya habían sido golpeadas y ahora las

paredes mismas se estaban astillando. El estruendo fue impactante. La

pared de la sala de estar se dividió, mostrando rotos de dos por cuatro y

un conducto trenzado.

Caine y Brianna se acojonaron en la cocina. Sólo tenía paredes en dos

lados, con un lado abierto al rincón de desayunar y un mostrador que

separa la sala de estar.

Caine miró a su alrededor frenéticamente por algo para arrojar. Algunos

muebles, algunos equipos de cocina, pero nada lo suficientemente grande

como para causar algún daño a las bestias motivadas y armadas capaces

de golpear a través de las paredes.

—Esto no está bien —dijo Caine.

—¿Eso crees? —gritó Brianna.

—Son animales. No deben tener esta concentración. ¡Son inteligentes!

—No me importa si hablan latín y pueden hacer trigonometría —gritó

Brianna—. ¿Cómo los matamos?

—Deberían haberse frustrado e ir en busca de algo más para comer —dijo

Caine.

—Tal vez estamos extraordinariamente sabrosos.

—No hay inteligencia detrás de esto. Un plan.

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—Sí, el plan es matarnos a dos de nosotros, y no quedará nadie para

detenerlos —dijo Brianna.

—Exactamente —afirmó Caine—. Los insectos no piensan de esa manera.

—¡Shhh! —Brianna levantó una mano. Caine también lo oyó, el sonido de

los disparos. Por lo menos tres o cuatro armas ardiendo a lo lejos.

—Los chicos de Edilio —murmuró Caine. Estaba furioso y aliviado al

mismo tiempo. No quería a Edilio o sus policías compartiendo la gloria de

salvar la ciudad. Por otra parte, hasta ahora no había ninguna gloria.

—¡En el piso de arriba! —dijo Caine. Corrió por las escaleras, pero eso

significaba pasar cerca de la puerta principal. Uno de los monstruos tenía

su mandíbula hasta el fondo, y se estaba balanceando izquierda y

derecha, ensanchando la puerta destrozada.

Caine saltó libre de la hoz, y Brianna, que ya estaba por delante de él y

subiendo las escaleras, retrocedió para agarrar su mano y tiró de él hacia

arriba.

—Ten cuidado que tienen... —Brianna empezó a decir. Algo punzante y

doloroso abofeteó a Caine en mitad de la espalda. Llegó por encima de su

hombro y cogió una cuerda mojada pegajosa— ...lenguas —terminó

Brianna.

Ella sacó un cuchillo, cortó la lengua y empujó a Caine.

Caine rasgó la ventana del dormitorio. La casa estaba rodeada por

completo. Al menos una docena de los gigantes araban el césped con sus

patas puntiagudas y conducían sus mandíbulas una y otra vez, como

arietes, contra la casa.

En la calle, a una manzana de distancia, Ellen y otros dos niños

dispararon contra las espaldas de las criaturas. Los insectos no les

hicieron caso.

—Sí, definitivamente están centrados en nosotros —dijo Brianna.

—Ni siquiera puedo llegar a un coche de allí —dijo Caine—. No tengo nada

con lo que golpearlos.

Y entonces se le ocurrió, él tenía algo para lanzar.

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Caine levantó las manos. Los siguientes insectos le vieron y se levantaron

sobre sus cuatro patas traseras para venir golpeando contra la ventana

donde él se encontraba.

Caine se centró en la criatura más cercana. Y de repente, seis patas de

insectos de punta afilada se movían de forma motorizada en el aire.

Levantó a la criatura tan alto como pudo, y luego la dejó caer. El insecto

aterrizó con fuerza, pero se sacudió e inmediatamente estaba de vuelta al

ataque sin nada más que una pata rota.

—¡Dales la vuelta! —gritó Brianna.

Caine alcanzó al mismo insecto agresivo, lo levantó, y esta vez le dio un

giro a la criatura antes de derribarlo.

Aterrizó sobre su espalda. Las seis patas pateaban locamente en el aire.

Exactamente igual que un escarabajo vuelto sobre su espalda.

—La lavadora —dijo Caine—. ¿Está arriba?

—Justo en el pasillo —dijo Brianna.

Caine corrió, tambaleándose en una pared cuando los insectos de fuera de

la casa golpearon con una fuerza concertada. Encontró la lavadora y lo

retiró de la pared, rompiendo el cable de alimentación y las mangueras en

el proceso, y la levitó que por el pasillo hasta el dormitorio.

Lo tiró por la ventana. Aterrizó sin causar daño en la espalda de un

insecto. El que había volteado hacia arriba se había enderezado por sí

mismo, por lo Caine lanzó a un insecto diferente.

Entonces, mientras la criatura estaba pateando locamente tratando de

enderezarse, Caine levantó la lavadora en lo alto del aire y la estrelló hacia

abajo sobre el abdomen expuesto de la criatura. Se golpeó como un

yunque animado. ¡Whumpf!

Una sustancia pringosa brotó de los lados del insecto. Las piernas

pateando se detuvieron.

—Oh, sí, eso funciona —dijo Caine.

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Pasó un segundo insecto más, levantó la Maytag14 maltratada y la estrelló

hacia abajo. Esta vez el insecto no roció sus entrañas por lo que

inmediatamente le golpeó de nuevo.

Un gran choque y un sonido de desgarro y torsión, rasgando la madera.

Toda la casa se sacudió. Se estremeció. Y para el horror de Caine la pared

de enfrente a él comenzó a caer.

Toda la casa se derrumbaba.

Brianna se desenfocó y desapareció. Caine intentó correr, pero el suelo

estaba inclinado locamente mientras caía bajo sus pies. El techo se vino

abajo y Caine aterrizó sobre su espalda mientras la casa se derrumbó

encima de él en un tornado salvaje de la destrucción.

Algo le aplastó el estómago. El yeso se apretaba en su rostro. Sus manos

se clavaron. Él jadeó en busca de aire y sopló el polvo. No podía ver nada

en su campo inmediato de visión, sino yeso y parte de un cartel

enmarcado Weezer15.

Pero podía sentir sus piernas y brazos. No había nada roto. Nada

perforado. Él tenía el poder para levantar los escombros fuera de sí mismo.

Pero si lo hacía, entonces las criaturas estarían sobre él en un instante.

Mientras que si se quedaba bajo los escombros, podría estar seguro.

Las criaturas finalmente se rindieron y fueron en busca de las víctimas

más fáciles. Luego, cuando ya se hubieron ido, podría salir y tomarlos por

sorpresa.

Caine dio un tembloroso aliento polvoriento.

Hacerse el muerto significaba dejar que algunos niños murieran para que

él pudiera vivir. Caine decidió que probablemente estaba bien con eso.

14 Maytag: marca de lavadoras. 15 Weezer: grupo de música.

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CAPÍTULO 39 Traducido SOS por Vafitv

Corregido SOS por Iska

38 minutos

dilio seguía el camino hacia la ciudad sintiéndose tan débil como

un gatito. Apenas había oído el gran discurso de Caine. No podría

importarle menos. No había nada que pudiera hacer, no con el

delirio haciendo girar su cabeza.

Tosió fuerte, demasiado fuerte. Su cuerpo se sacudía cada vez que tosía,

así que le temía a la próxima tos. Su estómago se apretó en nudos. Cada

músculo de su cuerpo le dolía.

Era vagamente consciente de que estaba diciendo algo entre toses.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Sálvame!16

Sálvame, madre.

—Santa María, sálvame17 —rogó, y tosió tan fuerte que se golpeó con

violencia la cabeza contra los escalones. La muerte estaba cerca, lo sintió.

La muerte le alcanzó, cruzando su mente desordenada y a la deriva, y

sintió su mano fría agarrándole el corazón.

Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en

la hora de nuestra muerte18.

Y luego, en la oscuridad arremolinada, la vio. Una figura vestida con un

vestido blanco y azul fluyendo. Ella tenía los ojos tristes y oscuros, y un

resplandor dorado apareció en su cabeza.

16 En español en el original. 17

En español en el original. 18

En español en el original.

E

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Ella levantó una mano, como si lo bendijese. Oyó su voz. Se sorprendió de

que hablara en inglés. Él siempre había pensado que la madre de Dios

hablaba en español.

—Corre, Edilio —dijo.

Él empezó a repetir la oración. Santa María, madre de Dios19…

Pero ella lo agarró por el brazo extendido y dijo:

—Sé que estás enfermo, pero corre. ¡CORRE! ¡No puedo salvarte!

Por alguna razón, la Virgen María tenía la voz de Brianna.

Edilio se puso de pie. El movimiento repentino envió dolor a su cabeza. Por

un momento ni siquiera podía ver, pero avanzó hacia adelante con

dificultad con los pies de plomo. Él cayó y rodó y volvió a ponerse de pie,

ciego, con asombro. Corrió y corrió y tosió hasta que se dobló en el suelo.

Se sentó allí por un tiempo, esperando encontrar la fuerza para seguir las

órdenes de Brianna. Correr.

Miró hacia arriba y vio que estaba al otro lado de la plaza. Vio a los

desesperados enfermos y a los pacíficos muertos en las escaleras.

Y vio a los demonios, monstruos enormes, cucarachas blindadas con

imposibles ojos rojos de diablo.

Ellos irrumpieron sus pasos.

* * *

Brianna vio a Lana salir del llamado hospital con Sanjit. Los insectos se

movían en manada.

Edilio había corrido, por suerte. Ahora aquí estaba Lana. Brianna maldijo

y gritó:

—¡Lana, corre, corre! ¡Por la parte de atrás del edificio!

Lana sacó su pistola.

19

En español en el original.

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—De ninguna manera —dijo. Ella puso en la mira al primer bicho que vio y

disparó tres veces.

De uno de los ojos rubí babeaba pus de color blanco y rojo, pero el bicho

nunca dejó de comerse a una chica que, Brianna solo podía rezar, ya

estuviera muerta.

—No seas idiota. Te necesitamos viva. ¡Escápate! —Ella agarró a Sanjit por

el cuello—. Sácala de aquí. ¡La necesitamos con vida!

Brianna había visto la forma más eficaz para matar bichos, pero ella no

era Caine. No tenía sus poderes.

Pero tenía su propia forma.

Brianna alzó su barbilla. Caine había sido aplastado al colapsar la casa.

Era su momento. El cuchillo brilló en sus manos. No iba a ganar esta

pelea, pero no escaparía tampoco.

Dekka había visto a las bestias dentro de ella.

Muerte, oh Dios, déjame morir.

Era demasiado difícil de soportar. Muerte, ella tenía que morir; para

acabar con ella, para matarlos y para matarla, para no ver lo que estaban

haciendo con ella.

El contenedor había resbalado de ella. En pánico, con puro terror, había

perdido el control. Trató de recuperarlo ahora, pero estaba cayendo, el

viento azotando, girando como un trompo. Ni siquiera sabía decir qué era

arriba y qué era abajo.

Ella extendió sus manos y se concentró. ¿Pero concentrarse en qué?

¿Dónde estaba el suelo? Estrellas y montañas pálidas y el mar negro. Todo

giraba salvajemente. El contendor brilló una y otra vez, como si fuera un

marcador de hora en un reloj en funcionamiento rápido. Y dos formas

serpenteantes, moviendo los brazos como las aspas de un molino de

viento.

Tenía que salvar a Sam. Eso, por lo menos.

Su respiración se convirtió en tragos. De sus ojos brotaban lágrimas,

confusas e inútiles. ¿Cuándo iba a dejar de girar?

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Dekka encogió sus brazos y entrelazó sus piernas. Menos resistencia al

viento. Ella tenía una idea ahora: se estaba cayendo de cabeza. Todavía

estaba dando vueltas pero más lentamente, y estaba definitivamente

cayendo de cabeza como una flecha que cae a la tierra. De pronto,

demasiado claramente, pudo ver una línea de olas justo debajo.

Tenía que conseguir estar por debajo de Sam. Sam y Toto estaban por

debajo de ella aun girando locamente. Pero Dekka, con menos resistencia

al viento, caía un poco más rápido.

De repente, el suelo se le acercaba claramente, lo suficientemente rápido

como para aplastarla como una gelatina.

Estaba por debajo de Sam. ¡Ahora!

Extendió sus dedos, se centró y canceló la gravedad de abajo.

Y siguió cayendo. Había cancelado la gravedad, pero no había cancelado el

impulso. En segundos podría tocar el agua o el suelo. Cualquiera de ellos

podría aplastarlos como gelatina.

* * *

Caine se quitó los escombros de encima suyo.

Los insectos se habían ido. Vio la cola de uno que salía corriendo.

Si iba detrás de ellos, probablemente haría que lo matasen. ¿Pero estar

aquí y hacer qué? ¿Estaba seguro? Habría estado a salvo en la isla. No

había vuelto a estar a salvo.

Habían dos resultados posibles: los insectos los habían matado a todos y

entonces ¿quién gobernaría sobre Caine? O los insectos fueron derrotados

por otra persona. Y, entonces, ¿cómo podría alguna vez tener el control? El

poder iría a quien ganara esta pelea.

Caine todavía vaciló. Una gran cama caliente. Una hermosa chica con

quien compartirla. Alimentos. Agua. Todo lo que necesitaba estaba solo a

pocos kilómetros de distancia en la isla. La respuesta lógica, racional, era

evidente, razón por la cual el mundo seguía en mal estado. Caine dijo en

voz baja:

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—La gente no es racional.

Tomó un par de respiraciones profundas, estabilizándose, y se dispuso a

morir por el poder.

* * *

Orc no lo había conseguido. No había logrado matarse. Otra vez. Él lloró

un poco cuando se dio cuenta de que iba a vivir. Estaba haciendo su mejor

esfuerzo, pero vomitar y desmayarse fueron el camino de la muerte por la

bebida.

Se puso en pie. Necesitaba orinar, pero ya estaba meando mientras se

levantaba, así que no había necesidad.

Algo se movió. Giró su cabeza pesadamente para mirar. Un monstruo. En

un fragmento roto de un espejo apenas aferrándose a la pared.

Orc apenas miraba su reflejo. Seis pies, tal vez más, de grava gris húmeda.

Echó hacia atrás su cabeza, sus amplios brazos, y aulló.

—¿Por qué? ¿Por qué?

Se echó a llorar y golpeó sus puños contra su rostro. Luego, con los dedos

de piedra, arrancó la última carne viva que quedaba en su rostro. La

sangre corrió, roja.

Y ahora le aullaba a su propio reflejo.

—¿Por qué?

Se lanzó lejos. Corrió brincando, dando saltos salvajes hacia las escaleras.

Astrid.

No tenía ni idea de lo que iba a hacer cuando la encontrara. Ella era la

única que lo había ayudado. Ella era la única que lo había visto como

Charles Merriman y no solo como Orc. Ella debía sentir su dolor. Ella

debía sentir.

Alguien tenía que sentir el dolor.

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Llegó a la cima de la escalera. Llamó a la puerta de la habitación de

Pequeño Pete. Se quedó mirando fijamente, confundido. El viento azotaba

la habitación. Pequeño Pete se cernía en el aire a varios metros por encima

de la cuna. Él brillaba.

Astrid no estaba allí.

—¡Astrid! —Orc gritó.

Desde el exterior, claro y distinto por la ventana abierta, una respuesta.

—¿Eres tú, Orc?

Orc saltó hacia la ventana. Había sido abierta y en cualquier caso los

cristales estaban rotos.

La visión de Orc tomó un momento para estabilizarse lo suficiente como

para distinguir lo que veía. Y luego no podía creerlo. Más abajo, bajo el

débil resplandor de la mañana, estaba Drake.

Detrás de él, y alrededor el toda la escuela, habían cosas que parecían

gigantescas cucarachas. Todo tenía que ser una alucinación.

—Drake —Orc dijo, parpadeando con fuerza para probar la realidad de

esta aparición.

—Pensé que sonabas como tú, Orc —Drake sonrió—. ¿Y tienes a Astrid allí

contigo? Excelente. No podría ser mejor.

—¿Eres real? —Orc preguntó.

Drake se echó a reír.

—Oh, soy real, Orc.

—Vete —es todo lo que a Orc se le ocurrió decir.

—No, no creo que lo haga —dijo Drake. Corrió ligeramente hacia la puerta

de abajo y desapareció de la vista.

Orc estaba completamente desconcertado.

¿Drake? ¿Aquí? En un segundo, Drake apareció en la puerta de la

habitación. Sus fríos ojos miraban más allá de Orc y se centraron en e

Pequeño Pete.

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—Bien, bien —dijo Drake—. Némesis.

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CAPÍTULO 40 Traducido por Alexiacullen y SOS por Eli25

Corregido SOS por Iska

25 minutos

am sintió algo húmedo. Estaba en todas partes, una nube

levantándose desde abajo. Estaba como cayendo a través de un

tornado de barro. El agua salada y la tierra, liberadas por la

ingravidez, volaban hacia arriba.

—¡Extiende tus brazos y piernas! —gritó Sam.

Fricción. El doloroso bofetón del agua, la tierra molida, como volando

dentro de un tornado.

Sam sintió como si su piel estuviera siendo desollada. Cerró sus ojos, giró

su cabeza para evitar que su nariz y boca se llenaran con tierra mojada y

se golpeó fuerte contra una superficie tan sólida e inflexible como el

hormigón.

El aire explotó de sus pulmones. Era como ser pateado por una mula.

Su espalda se arqueó bastante, los tendones extendidos, su cabeza echada

hacia atrás. Cada pulgada de él escocía, y el agua se cerró sobre su

cabeza.

Instintivamente pateó su camino hacia la superficie. La tierra desapareció

y pudo forzar un ojo abierto. Ya no estaba a más de una docena de yardas

de la orilla, y en el agua ni siquiera estaba a cinco pies de profundidad.

Entonces todo el agua y la tierra que habían flotado por encima suyo les

encontraron cayendo en forma de lluvia.

Él miró frenéticamente alrededor por Dekka y Toto. Salpicó su camino

hacia la playa a través de un aguacero cegador que duró un minuto

completo.

S

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Toto ya estaba en la playa, tumbado sobre su espalda y gimiendo de dolor.

Sam se arrodilló a su lado.

—¿Estás herido?

—Mis piernas —dijo Toto, y comenzó a llorar—. Quiero volver a casa.

—Escúchame, Toto, tus piernas están rotas, pero podemos arreglarlas.

Toto le miró, perplejo. Limpió la tierra de su cara y dijo:

—Estás diciendo la verdad.

—Traeré a Lana. Tan pronto como pueda. Tú solo estate quieto.

Él se puso de pie y gritó:

—¡Dekka! ¡Dekka!

Ella no le devolvió la llamada, pero la vio nadando hacia la orilla. Él corrió

y la ayudó a llegar a la tierra seca.

—Lo lamento mucho, Sam —jadeó ella.

—Estoy bien. Así como Toto. Tiene las piernas rotas, es todo. —Él miró de

izquierda a derecha y situó los contenedores destrozados en un peñasco

bajo. Los cráteres rectangulares y sus mortales contenedores se habían

derramado.

—No sé dónde estamos —dijo Sam—. Creo que estamos al sur de la planta

de energía. —Él miró alrededor, frenético. Su plan siempre había sido

imprudente e inútil, pero había esperado, de alguna manera, acercarse a

la planta de energía. Allí podría haber un coche aún en condiciones

usables. ¿Pero aquí? Ni siquiera estaba seguro de dónde era aquí.

Y el contenedor estaba destrozado. Muchos de los misiles lo estarían,

también.

—¡Sam! —Una voz le estaba llamando desde donde estaba el mar. Un bote.

Vio a cuatro personas dentro, y los remos salpicando y empujando fuerte

hacia ellos.

—¡Quinn!

El bote aceleró y varó. Quinn saltó afuera.

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—¿De dónde vienes?

—No me creerías si te lo contara —dijo Sam—. Quinn, cuéntamelo rápido.

¿Qué está ocurriendo en la ciudad?

Quinn pareció abrumado por la pregunta.

Sam le agarró.

—Lo que sea, dímelo. Dekka podría no tener otra media hora. ¡Rápido!

—Edilio está enfermo. Muchas personas están enfermas. Es malo. Los

niños caen por todas partes. Edilio me envió a llevar de vuelta a Caine

para luchar contra los bichos.

Sam suspiró aliviado.

—Gracias a Dios que lo hizo, Quinn. Probablemente yo no pueda golpear a

los bichos, pero quizás él sí puede.

—Pero... —comenzó Quinn, pero Sam le interrumpió.

El plan Dos podría ser morir. Pero Sam tenía un último truco en su

manga, un último esfuerzo salvaje no para salvar a la ciudad, sino quizás

para salvar a su amiga.

—Dekka está infectada. Están eclosionando fuera de ella. Prometí...

hacerlo más fácil para ella. ¿Comprendes?

Quinn asintió solemnemente.

—Pero tengo una idea. ¿Cuán rápido puedes llevarnos a la ciudad?

—Quince minutos —dijo Quinn.

Remaron como si remaran por sus vidas. Y de alguna forma lo hacían,

supo Sam. Si los bichos emergían de Dekka mientras estaban en este

pequeño bote, ninguno de ellos sobreviviría.

Toto gimió, tumbado en el fondo del bote a dos pulgadas del agua con olor

a pescado. Dekka estaba tumbada contra Sam en la popa. Sus brazos

estaban a su alrededor. Le susurraba en el oído que no se rindiera.

Él podía sentirlos a través de sus ropas. Era cuidadoso al evitar las bocas

emergentes, pero no podía evitar sentir el horror surgiendo de los cuerpos

de los insectos moviéndose dentro del cuerpo de Dekka.

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—Sam, me lo prometiste—gimió Dekka.

—Lo haré, Dekka. Prometo que lo haré. Pero aún no, aún no. —Para

Quinn, dijo—: Tan pronto como alcancemos el muelle, ve por Lana.

—Lana no puede ayudar —gruñó Quinn. Nunca aflojó su paso—. No puede

matarles.

—Ella no tiene que hacerlo—dijo Sam.

* * *

—Yo me encargaré del chico, Orc —dijo Drake—. ¿Dónde está Astrid?

Orc miró a Drake. Demasiadas emociones en su cansado, borracho y

confuso cerebro.

Drake era la causa de todos sus problemas. Si él no hubiera escapado...

¿Pero no había arrasado con todo antes de llegar aquí para desquitarse

con Astrid? Y hasta ahora el sadismo de Drake, la engreída sonrisa, hacían

que saltaran algo parecido a chispas dentro de él.

—¿Qué quieres del chico? —articuló mal Orc.

—¿Demasiado borracho? —se burló Drake—. Un amigo mío quiere al

bastardo. Así que, ¿dónde está la hermana?

—Déjala en paz.

Drake rió.

—Chico roca, no voy a dejar a nadie en paz. Tengo un ejército fuera. Haré

lo que quiera con Astrid la Genio.

—Ella no te ha hecho daño.

—No juegues a hacerte el héroe, Orc, no funciona para ti. Eres un

asqueroso, borracho degenerado. ¿Te has olido? ¿Qué crees que eres, su

caballero de armadura blanca? ¿Crees que ella te dará un grande y

húmedo beso en tu cara de grava? —Él miró fijamente a Orc como si viera

dentro de él—. No, Orc. La única manera de que consigas a Astrid es de la

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misma manera que yo la conseguiré. Y eso es lo que estás pensando,

¿verdad?

—Cállate.

Drake rió con satisfacción.

—Oh, triste y enfermo desastre. Puedo verlo en tus ojos inyectados en

sangre. Bueno, te diré qué, podrás tener lo que quede después de mí.

Orc se balanceó fuerte con sorprendente velocidad. El puño de roca pilló a

Drake un poco alto, golpeando el costado de su cabeza pero solo un poco

desviado.

Aun así, un golpe desviado de Orc era como el de un martillo.

Drake tropezó a un lado, golpeando la pared, pero se mantuvo de pie.

Orc fue detrás de Drake, balanceándose otra vez, y esta vez falló

completamente. Su puño perforó un agujero en la pared donde había

estado la cabeza de Drake.

Drake estaba detrás de él, bailando lejos.

—Tú, grande y estúpido idiota, no puedo ser asesinado. ¿No lo sabías?

Venga, Orc. Trae tu torpe y apestosa pila de mierda.

Drake le azotó entonces. A Orc no le dolió mucho, pero lo sintió.

Orc se abalanzó sobre él, pero Drake era rápido y ágil. Se alejó danzando,

recortó de nuevo hacia Orc y esta vez envolvió sus tentáculos alrededor del

cuello de Orc. No era fácil asfixiar a Orc, pero no era imposible. Drake

estaba detrás de él, empujando tan fuerte como podía, apretando con su

látigo de mano como una pitón, centímetro a centímetro, intentando

exprimir la piel de piedras. Orc clavó sus dedos en el látigo de mano y tiró

de él, intentando liberarse. Pero no estaba funcionando porque, de alguna

forma, el agarre de Orc se estaba debilitando. Intentaba respirar pero no

podía.

De repente, el látigo de mano se liberó.

El látigo de mano se estaba retirando, encogiéndose. Orc se retorció para

encararse a Drake mientras franjas metálicas brillantes se cruzaban por

sus dientes. El cero por ciento de grasa del cuerpo de Drake se convirtió en

unos muslos y cara regordetes.

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—¿Qué? —preguntó Orc, parpadeando fuerte. Luego lo entendió. Nunca

antes había visto a Brittney emerger, pero sabía que sucedía. Escuchó

cómo sucedía cuando una sola voz dio paso a la otra.

—Hola, Orc —dijo Brittney.

—Brittney.

Ella miró a su alrededor, confundida. Luego sus ojos se posaron en

Pequeño Pete.

—Así que él es Némesis.

—Él es Pequeño Pete —dijo Orc.

—Tenemos que llevárnoslo —dijo Brittney—. Es la única manera. El Señor

lo quiere.

—No —dijo una voz.

—¡Astrid! —dijo Orc—. Estaba… buscándote.

Astrid apenas le miró.

—Huí. Pero he vuelto.

—Astrid, Dios ha dicho que Él necesita a Pequeño Pete —dijo Brittney con

satisfacción—. Es la única forma.

—Sé que piensas que hablas con Dios…

—No, Astrid, Él me habla. Le vi. Le toqué. Es un Dios oscuro, un Dios de

lugares profundos.

—Si Él es un Dios, ¿por qué necesitaría a Pequeño Pete? Pensaba que Dios

no necesitaba nada.

Brittney le dio una mirada astuta.

—Jesús necesitó a Juan Bautista para anunciar Su llegada. Necesitó a

Judas para traicionarle, y a Pilatos y al fariseo para crucificarle para, de

esa forma, poder redimirnos. Y el Padre necesitó al Hijo para pagar el

precio del pecado.

Astrid se sintió cansada. Hubo un tiempo en su vida en que hubiera

acogido cualquier oportunidad para una discusión teológica. No era como

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si Sam se hubiera sentado a su alrededor, debatiendo. Él era

completamente indiferente a la religión.

Pero este no era el momento. La criatura triste que era Brittney era solo

una herramienta de una criatura malévola que ella había confundido con

Dios. En cualquier caso, ¿por qué estaba Astrid defendiendo a Pequeño

Pete? Ya había estado dispuesta a verle morir si eso significaba terminar

con el sufrimiento.

—Dios no me habla del sacrificio humano —dijo Astrid.

—¿No lo hace? —sonrió con superioridad Brittney—. ¿Qué soy, Astrid?

¿Qué somos cualquiera de nosotros? ¿Y qué era Jesús? Un sacrificio para

apaciguar a un Dios vengativo, Astrid.

Astrid no dijo nada. Ella sabía todas las respuestas correctas, pero la

voluntad había desaparecido. ¿Creía ella misma en Dios ahora? ¿Por qué

discutir sobre un fantasma? Eran dos tontas discutiendo sobre mentiras.

Pero Astrid aún tenía su orgullo y no podía permanecer en silencio y

permitir que Brittney tuviera la última palabra.

—Brittney, ¿de verdad quieres matar al chiquillo? No importa lo que tu

llamado Dios te diga, ¿no está mal? Cuando tus creencias te dicen que

asesines, ¿no hay una voz interior que te dice que está mal?

Brittney frunció el entrecejo.

—La voluntad de Dios…

—Incluso si lo es, Brittney, incluso si ese monstruo mutante en una cueva

es de verdad Dios e incluso si tú le entiendes perfectamente y vas a hacer

Su voluntad y Él quiere que mates, que le entregues al chiquillo para que

pueda matarle, ¿no está mal? ¿No es solo un plan erróneo?

—Dios decide bien y mal.

—No —dijo Astrid. Y ahora, a pesar de todo, a pesar de su propio

agotamiento, a pesar de su miedo, a pesar de su auto-odio y desprecio, se

dio cuenta de que iba a decir algo que nunca antes hubiera aceptado—.

Brittney, estaba mal asesinar incluso antes de que Moisés interpretara los

mandamientos. El bien y el mal no vienen de Dios, está en nuestro

interior. Y lo sabemos. E incluso si Dios aparece justo delante nuestro y

nos dice a la cara que matemos, aún sigue siendo malo.

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A fin de cuentas, era así de simple, se dio cuenta Astrid. Así de simple.

Ella no necesitaba la voz de Dios para decirle que no matara a Pequeño

Pete. Solo su propia voz.

—De todos modos, Brittney —dijo Astrid—, si quieres llevarte a Petey,

tendrás que pasar por encima mío.

Ella sonrió en lo que pareció ser la primera vez en mucho tiempo. Brittney

también sonrió, pero tristemente.

—No lo haré, Astrid. Pero Drake lo hará. Sabes que lo hará. Los insectos

están todos alrededor de este edificio, esperando. Y cuando Drake venga,

se llevará a Pequeño Pete y te matará.

Las dos chicas casi habían olvidado al balanceante y adormilado Orc. Él se

movió ahora a una velocidad sorprendente. Agarró a Brittney por el cuello

y la cintura y la arrojó por la ventana.

—No me gusta ella —dijo.

Astrid corrió a la ventana y vio a Brittney tendida en el suelo. Los insectos

volvieron sus ojos azules hacia arriba. Indiferentes ante Brittney, quien ya

se estaba levantando, sin daños, se dispararon hacia la puerta en ruinas

de Coates Academy.

—Ya era hora —rió Orc—. Vamos a terminar con esto.

—Orc, no les dejes matarte —dijo Astrid, poniendo su mano sobre el brazo

de él.

—Siempre fuiste amable conmigo, Astrid. Lo siento… —Luego se encogió

de hombros—. Ahora no importa. Será mejor que escapes si puedes. Lo

más probable es que esto no lleve mucho tiempo.

Él corrió por el pasillo. Astrid le vio por última vez mientras se reía de los

insectos debajo de él. Saltó al tren de aterrizaje y se dejó caer sobre el

enjambre.

—¿Quieres a Orc? —bramó—. ¡Ven y atrápame!

* * *

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El chico, cuyo nombre era Buster, intentó escapar, trató de ponerse de pie

y correr, pero era demasiado lento y también estaba demasiado enfermo.

Tosió y se tropezó y cayó sobre sus rodillas. La lengua del insecto atacó su

cuello y tiró de él sin pensárselo dentro de sus piezas bucales.

Una chica llamada Zoey tosió, se dobló ante el dolor y un segundo después

fue capturada y comida.

Era una masacre.

Brianna voló como una loca. Su cuchillo brilló, su escopeta recortada

vociferó, pero los insectos estaban subiendo las escaleras y empujando al

interior, oliendo la carne fresca en el hospital. Uno de los insectos había

crecido tanto que se había vuelto atorado y había bloqueado la puerta,

pero al menos una de las criaturas ya había entrado en el interior y

Brianna pudo escuchar los gritos ahogados de miedo desde abajo.

Corrió a toda velocidad bordeando una lengua brillando, saltó por encima

de las mandíbulas de forma de guadaña y apuñaló a un insecto en ambos

ojos rojos. Luego aferró su escopeta dentro de la boca rechinante y apretó

el gatillo. La enorme criatura se estremeció pero no murió.

Brianna apenas saltó a un lado a tiempo de evitar ser capturada. Y luego,

por el rabillo de su ojo, vio a una enorme criatura subir, girar en el aire y

aterrizar sobre su espalda.

—¡Caine! —chilló.

Ella se abrió paso a través del enjambre, saltó fácilmente sobre las piernas

agitándose violentamente del insecto volcado y apuñaló con su cuchillo

sus tripas. Luego, dentro de la herida más grande metió la escopeta y

apretó el gatillo.

¡BLAM!

Tripas de insecto y trozos de caparazón volaron de vuelta y la cubrieron.

Pero ahora las piernas se estaban sacudiendo frenéticamente, más

despacio, más despacio…

Caine había volcado a otro insecto y le golpeaba con un coche, levantando

y golpeando, levantando y abofeteando, hasta que la criatura fue un lío

gigante de piernas de palo y mejunje. Las criaturas se estaban apartando

del festín de los enfermos. Ahora solo quedaban siete insectos, sin contar

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al que estaba abajo en el llamado hospital o el que estaba pegado a la

puerta.

Siete.

—¡Les daré la vuelta! —chilló Caine.

Brianna cogió un trozo de tripa de insecto, lo retiró de su mejilla y asintió.

Rápidamente recargó su escopeta y pasó zumbando la montaña de la

última criatura volcada.

Ella estaba aprendiendo a medida que avanzaba. Las criaturas tenían

puntos débiles. Uno de ellos estaba en la parte inferior de lo que sería su

barbilla. Clavó su cuchillo, lo giró para hacer una abertura, empujó la

escopeta dentro de la herida abierta y apretó el gatillo.

La cabeza del insecto voló en pedazos.

—¡Oh, sí! ¡Por fin! —lloriqueó Brianna.

Pero Caine había sido un poco lento y ahora tres de las criaturas estaban

persiguiéndole. Las tres se habían aferrado a él con sus lenguas y él

estaba gritando a pleno pulmón por ayuda. Brianna bajó corriendo las

escaleras, manchadas ahora con sangre humana y de insectos. Cortó la

primera lengua y los otros dos insectos se tambalearon hacia atrás de

forma defensiva.

—¡Dales la vuelta!

—Estoy intentándolo —dijo Caine con sus dientes apretados. Giró a uno

más pero el insecto estaba aprendiendo rápido. Un segundo insecto cargó

al primero, se deslizó debajo de él y lanzó a su hermano de espaldas sobre

sus patas.

—¡Oh, no! No hagamos eso —dijo Brianna.

Caine había retrocedido otra vez cuando las criaturas cargaron. Si cogían a

Caine, la batalla estaría acabada. Brianna echó a correr, agarró el brazo de

Caine y tiró de él para estar seguros temporalmente detrás de un árbol.

¡Cuh-runch!

Una mandíbula de insecto cortó directamente el árbol. Caine se levantó y

dio la vuelta a la criatura, pero ahora el enjambre se estaba reuniendo.

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—Nos van a seguir —le chilló Caine a Brianna.

—Me di cuenta.

—La gasolinera —jadeó Caine. Ya estaba corriendo a toda máquina, con

los brazos bombeando. Brianna le atrapó fácilmente.

Los insectos salieron disparados detrás de ellos, llenando a rebosar la

calle.

—¿Lo entiendes? —jadeó Caine.

—No dejaron mucha gasolina allí —dijo Brianna.

—¡Vamos! —chilló Caine, y Brianna se alejó zumbando. Alcanzó la

gasolinera. Había un candado pesado en el surtidor y, para su asombro,

una de las personas de Albert sentada ahí, custodiándolo.

—¡Desbloquéalo! —chilló ella.

—No puedo a menos que Albert… —comenzó a decir el chico hasta que

Brianna puso su cuchillo contra su garganta y dijo:

—En realidad no hay tiempo para charlas.

Desbloqueó el surtidor. Brianna agarró el mango –la bomba de mano era la

única forma– y trabajó lo más rápido que pudo. Desafortunadamente, no

era el tipo de cosa que funcionaba mejor a súper velocidad. Agarró al

guarda y le gritó:

—¡Bombea! Bombea a menos que quieras morir.

—¡No tengo un depósito donde meterlo!

—En el suelo —dijo Brianna—. En el suelo. Por todas partes. ¡Bombéalo!

La gasolina brotó a borbotones irregulares de la bomba y salpicó el

hormigón.

Brianna regresó zumbando para encontrar a Caine trabajando duro y a

duras penas pudiendo seguir adelante mientras llegaba a la carretera. En

el exterior, los insectos deberían ser capaces de utilizar toda su velocidad y

atraparle mucho antes de que él alcanzara la estación.

—¡Sigue corriendo! —gritó ella.

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Ella corrió directamente hacia el frente de las criaturas. Una la agarró con

su lengua. Ella se la agarró estando ya en los aires y, sujetándola tan

fuerte como pudo, se zambulló bajo las patas de la criatura.

El insecto se tambaleó y llegó a detenerse, confundido. Brianna soltó la

lengua, corrió rápidamente y de forma alocada por debajo de la criatura y

salió por en medio de sus patas traseras.

Le había conseguido a Caine tal vez tres segundos. No más. Ella apuntó

hacia los ojos rubí demoníaco del siguiente insecto, disparó a quemarropa

y salió volando de nuevo hacia la gasolinera. Salió pitando pasando al

guarda en pánico, que estaba aún ocupado vertiendo una gasolina

preciosa por el suelo.

Dentro de lo que una vez había sido el pequeño supermercado de la

gasolinera, Brianna buscó frenéticamente entre la basura y los desechos

antes de levantarse, triunfante, con un encendedor Bic.

Fuera vio a Caine, aún a penas en cabeza de sus perseguidores.

—¡Fuera de aquí, chico! —le gritó al guarda—. ¡Correeeee!

El olor a gasolina era insoportable. Se derramaba en pequeños riachuelos

oscuros a través del aparcamiento, llenando las juntas de hormigón,

formando piscinas de poca profundidad. Caine pasó corriendo a toda

velocidad, con sus pies chapoteando por la gasolina. Brianna sonrió.

La ola destacable de criaturas golpeó la gasolinera con sus piernas afiladas

como agujas apuñalando sobre pequeños ríos de gasolina sin plomo.

El humo llenó el aire.

Brianna sabía algo sobre la velocidad. Sabía que la cosa esa de Hollywood

donde la gente corría más rápido que la explosión era una tontería. Ni

siquiera Breeze podría salir corriendo más rápido que una bola de fuego.

Pero ahí estaba, de pie en medio de un fuego, y luego pasando a través a la

velocidad del sonido.

No habría una explosión, no inmediatamente. Debería funcionar.

Especialmente con un poco de cobertura.

Se escondió detrás de un surtidor y dejó que la primera criatura sorteara

el nivel. Ella se dio la vuelta, encendió el mechero y esquivó a un insecto

que le venía de cara mientras este corría.

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¡Whooooosh!

No fue una explosión de dinamita pero definitivamente fue una bola de

fuego.

Una ola de calor chamuscó su pelo y sus cejas, una explosiva ola a presión

que reventó los oídos de Brianna. Pero la corpulencia del insecto la había

protegido de lo peor. La criatura líder alcanzó a Caine, pero él se había

lanzado por los aires y la bola de fuego, la criatura y Brianna, todos,

pasaron como una moto por debajo de él.

Cuando cayó, volteó al insecto.

Tres de las criaturas fueron capturadas por la bola de fuego. El fuego

encrespó sus antenas y agrietó sus frágiles conchas. Dos de las criaturas

estaban lo suficientemente alejadas como para esquivar el fuego, pero el

fuego y el humo les habían desconcertado. El fuego se deslizó hacia abajo

por la manguera del surtidor para encontrarse con el pesado vapor de gas

en el enorme tanque subterráneo.

¡KA-BOOOM!

Los surtidores, el hormigón, el refugio, el pequeño supermercado y las

criaturas explotaron en una bola de fuego que hizo que la primera

explosión tuviera el aspecto de un petardo mojado. Partes de insectos,

metal retorcido y pedazos de hormigón llovieron. Solo el insecto líder aún

estaba vivo. Yacía sobre su espalda, pateando en el aire. Brianna hundió

su cuchillo en la mandíbula del insecto, insertó su escopeta y dijo:

—Cuando llegues al infierno, di al gaiaphage que Breeze le manda saludos.

—Propinó un par de series de cuchilladas dentro de la criatura, y su

cabeza salió volando como pedazos de sandía.

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CAPÍTULO 41 Traducido por Kyria y AntoD

Corregido por NereaDark

9 minutos

rc aplastó su botella contra la cabeza de un bicho de ojos

azules. Eso no le hizo nada. No había pensado que lo haría. La

criatura abrió sus mandíbulas, y con un gran movimiento,

golpeó a Orc en el pecho. Orc salió volando boca abajo sobre la

grava.

Estaba sin aliento. No muerto.

Se levantó lentamente. ¿Por qué tener prisa?

—Si me quieres, ven a atraparme —dijo Orc.

Tres de los monstruos se movieron directos a él. Orc dio un puñetazo

salvaje, pero solo golpeó el aire, yéndose boca abajo otra vez. Esta vez tres

lenguas como sogas le atacaron y no pudo permanecer más tiempo

levantado.

Astrid gritó.

—Lo que sea —dijo, mientras partes de bocas se acercaban

intermitentemente hacia él.

* * *

Jack había corrido a lo largo de toda la noche. Su objetivo era Playa

Perdido. Pero su misión, aunque clara, no le había sentado muy bien.

O

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¿Cómo le había podido decir Sam que echara a Pequeño Pete a las

criaturas? Era una locura, ¿verdad? ¿Locura? De todas formas tenía que

estar mal, ¿verdad?

Él corrió la colina arriba y abajo. No era alguien que no se cansara, pero

era muy fuerte y mostraba esa fuera ahora por primera vez. Jack se sintió

como si hubiera estado viviendo detrás de una cortina, no viendo

realmente qué pasaba a su alrededor.

Eso empezó a cambiar cuando encontró los ordenadores en el tren.

Tocando teclas reales otra vez, viendo el monitor brillar… aunque no

tuviera tiempo de hacer mucho, eso era como magia, como un toque

mágico.

Y luego, un sentimiento muy diferente cuando había luchado. Había usado

su enorme fuerza y había salvado la vida de Sam, Dekka y Toto. ¡Él! A toda

esa gente: computadora Jack.

Era el héroe.

No se parecía a un héroe todavía, no era alto y no tenía más músculos que

antes; no se había convertido en una especie de luchador musculado.

Todavía era torpe y el Jack con pintas de pringado. Pero la fuerza ya no le

parecía completamente irrelevante.

Podía ser computadora Jack. Pero podía ser algo más también.

Y aun así, ¿qué Sam quería que él matara a Pequeño Pete? ¿Cómo podía

eso estar bien?

El corrió hacia la ciudad o lo que él pensaba que era la ciudad. Desde la

cima de la colina estaba viendo los reflejos en el agua y pensó que la

ciudad tenía que estar cerca en algún lado.

Pero al final, se dio cuenta de que estaba desesperanzadoramente perdido.

Estaba en el bosque profundo ahora, y pensó que tal vez eran las colinas

donde Hunter vivía, pero fácilmente podría ser Stefano Rey.

Cuando oyó un llanto. Una voz humana. Una chica, pensó, gritando.

Jack se congeló. Estaba respirando rápido. Se esforzó por escuchar. Pero

no hubo un segundo llanto. No el que escuchó, de todas formas.

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¿Que se suponía que debía hacer? Sam le había dicho qué hacer. Tenía

que avisar a Edilio. Y él tenía que… casi no podía formar el pensamiento

en su cabeza de lo que se suponía que tenía que hacer.

Pero no podía ignorar el grito.

—Ve y encuéntralo —Jack se susurró a sí mismo—. Sea quien sea, quizás

necesita ayuda. Y a lo mejor sabe dónde estamos.

No lo dijo, pero pensó: y a lo mejor no tengo que ir a la ciudad después de

todo.

Jack corrió hacia el sonido, a través del profundo barranco obstruido con

arbustos y arriba hacia el otro lado. Se encontró en un estrecho camino

entre los altos árboles.

—¡Coates! —dijo.

No oyó otro grito, pero escuchó sonidos, como una pelea de puñetazos.

De pronto, el rol de héroe parecía menos y menos atractivo.

Se movió hacia adelante trotando. A través de la puerta de hierro de la

escuela. Y ahí, una escena de una película de miedo. Un monstruo de

carne y piedra enterrado por un enjambre imposible de insectos enormes.

Mirando la escena desde una ventana, Astrid.

Y entonces, su brazo tentáculo, justo buscando toda su extensión, Drake.

Sí, Jack decidió, lo de ser un héroe tiene algunas desventajas realmente

malas.

Drake emergió en un mundo en el que difícilmente podría ser más

maravilloso.

Orc estaba cayendo debajo de una multitud de insectos.

Astrid estaba mirando con terror.

Y por alguna razón que Drake no podía profundizar, computadora Jack

estaba ahí parado, boquiabierto.

Drake sonrió a Astrid.

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—No vayas a ningún lado, hermosura. Estaré arriba en un minuto para

jugar. Sólo tengo que decir hola a mi viejo amigo Jack.

—¡Jack! —Chilló Astrid—. Ayuda a Orc.

Dos de las criaturas volvieron sus misteriosos ojos azules hacia Jack.

—¿Qué deberíamos hacer contigo, computadora Jack? —preguntó Drake.

—No estoy buscando problemas —dijo Jack.

Drake hizo un sonido “tsk-tsk” y sacudió la cabeza.

—Puedo pensar que los problemas están a tu alrededor. Problemas,

siempre problemas —Entonces tuvo una idea. Miro con atención a Jack—.

¿Dónde está Sam? ¿Te envió aquí afuera por tu cuenta? ¿Cómo un chico

grande?

Todo ese rato Drake se estaba acercando, esperando, esperando a que

pudiera alcanzar a Jack con su brazo-látigo. Jack retrocedió un poco.

Orc bramo de dolor. Las criaturas del ejército de Drake le estaban

golpeando una tras otra como coches en un Derby de demolición,

esforzándose en destrozar al chico-monstruo.

—Tú eras muy valiente y temerario en el lago, Jack —tanteó Drake. Otros

dos pies y lo tendría a su alcance.

—Yo sólo… —Luego Jack jadeó por algo que había visto detrás de la

espalda de Drake.

Drake se dio la vuelta y en esa milésima de segundo Jack había saltado.

Drake latigueó alrededor, rápido como una serpiente, pero todo lo que

consiguió fue ponerse en contacto con un poder asombroso.

Cuando se levantó, se dio cuenta que había volado a unos buenos veinte

pies por el aire.

Se puso en pie y se sobo la mejilla. Jack era bastante bueno. Wow. Eso

podría haberme matado. Sabes, si pudiera morir.

Jack trato de esquivarlo, corriendo por la puerta, sin ninguna duda

corriendo para salvar a la damisela en peligro.

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Drake rió balanceando su brazo-látigo. Atrapó la pierna de Jack, la debería

haber desquebrajado pero no contaba con la fuerza de Jack. En vez de

desquebrajar a Jack, fue Drake quien voló de cara al suelo.

Se liberó, rodando, y se levantó en un rápido y fluido movimiento, pero fue

humillante.

El látigo de Drake golpeó, dándole a Jack en la espalda y extrayendo un

quejido de dolor. Pero Jack no se paró, entró de lleno en la maraña de

bichos. Cogió la pierna más cercana y tiró de ella.

La pierna salió del cuerpo. Eso no paró a la criatura y ni siquiera pareció

afectarle, pero le dio a Jack un arma.

—Mejor que salves rápido a Orc, allí, Jack —se burló Drake—. Se ve como

que está acabado.

La rugiente voz de Orc estaba ronca y desvaneciéndose. El choque de

caparazón contra caparazón era más fuerte y frenético.

Ellos matarían pronto a Orc. Y el ejército de Drake podría lidiar con Jack.

Todo lo que él tenía que hacer ahora era mantener a Jack distraído.

Jack rompió la pierna en dos piezas: una gruesa y corta, y la otra

puntiaguda.

Drake chasqueó su látigo y sacó sangre de la camiseta de Jack.

—Vamos, Jack, sabes que no puedes ganar —dijo Drake—. No puedes

matarme. No puedes detener a mi ejército. Tu única salida es unirte a mí.

—No —dijo Jack.

—Mi lado es el único lado ahora, Jack. Hay otro ejército de bichos

comiendo todo en su camino a través de Playa Perdido ahora mismo. ¿Por

quién crees que estás luchando siquiera? Lo que sea que el ojo-rojo no

haya terminado, lo haremos nosotros cuando lleguemos allí.

—No sabes lo que está sucediendo en Playa Perdido —dijo Jack.

—La Oscuridad me lo dice —mintió Drake—. Me dio el poder sobre ellos.

Estamos liquidando a todos, Jack. Para el final del día, todos estarán

muertos. Únete a mí y puede que él te deje vivir.

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Él chasqueó su látigo con gran velocidad y atrapó a Jack desprevenido. Su

látigo se curvó alrededor de la garganta de Jack. Jack tiró del látigo, pero

todo lo que hizo fue arrastrar a Drake directamente hacia Jack. Cara a

cara, Drake se reía y enroscaba cada vez más fuerte alrededor de la

garganta de Jack, apretó y apretó, viendo el rostro pálido de Jack

enrojecerse.

Jack lo golpeó en el pecho tan fuerte que su puño fue por todo el camino.

Pero el agarre de Drake nunca se aflojó, los ojos de Jack se hincharon y la

voz de Orc ya no se escuchaba por encima del sonido rechinante de las

piezas bucales.

* * *

—Sam, Sam, lo juraste, ¡no los dejarías!

El bote tocó el muelle y Quinn envió a la carrera a sus remeros, todos

gritando el nombre de Lana.

—Tengo un plan, Dekka —dijo Sam.

Su cuerpo ya no era como nada humano. Debajo de su ropa palpitaba. Las

criaturas estaban desgarrándola por lugares, las piezas bucales

apareciendo, las mandíbulas buscando. Uno estalló saliendo hacia afuera.

Se congeló por un segundo, mirando a Sam con ojos color jade.

Él lo agarró, atrapó y dejó caer. Pero Quinn fue más rápido. Él lanzó una

red de pesca sobre la criatura, dio un paso hacia los bordes y lo mantuvo

inmovilizado en el fondo del bote

—¡Ahora! —Rogó Dekka—. ¡Ahora, Sam! ¡Ahora! Oh, Dios, ¡ahora!

Un segundo bicho podía claramente verse moviéndose debajo de la piel de

su muslo, nada más que una fina membrana de carne cubriéndola.

—Tengo un plan, Dekka, tengo un plan, aguanta, aguanta —suplicó Sam.

—¡Noooo! —Fue un lastimoso grito de desesperación.

Sam lanzó una desesperanzada mirada a la orilla. Nada. No Lana. Todo el

grupo había desaparecido.

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Quinn había agarrado un remo y lo estaba golpeando contra el bicho

atrapado como un martinete, una y otra vez, golpeándolo, y sin embargo la

criatura vivía.

De repente, una ráfaga de viento y Brianna estaba de pie al final del

muelle, vibrando, cubierta de sangre.

—Era hora de que aparecieras… —Ella se quedó en silencio mientras se

daba cuenta de lo que le estaba sucediendo a Dekka—. ¿Qué…?

—Breeze, Lana. ¡Ahora! ¡AHORA! —Lloró Sam, pero el segundo “ahora” fue

dicho al aire.

—Tengo que… tengo que verla de nuevo —dijo Dekka.

—No me abandones, Dekka. No me abandones.

Pero los ojos de Dekka estaban girando violentamente, su cuerpo entero

estaba con espasmos.

—Quinn. Lo que voy a hacer… Solo mantenla abajo. Mantenla abajo sin

importar qué.

Quinn golpeó al bicho una vez más y si no estaba muerto, al menos no iba

a ir a ninguna parte. Él se dejó caer sobre sus rodillas y sostuvo los

hombros de Dekka.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Quinn.

—Cirugía —dijo Sam débilmente.

Mantuvo en alto su mano derecha. La luz verde, enfocándose como un

láser, cortaba a través de la ropa y la piel de Dekka.

* * *

Brianna encontró a Lana con Sanjit retirándose hacia el borde este del

pueblo.

—¡Lana!

—¡Estás viva! —dijo Lana—. ¿Los niños?

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—Muchos muertos —jadeó Brianna—. Muchos más heridos, pero los

bichos ya no están.

—Ya voy —dijo Lana y comenzó a trotar hacia la plaza.

—Sí. Camino equivocado y demasiado lento —dijo Brianna—. Dame tu

mano. Puedes curarte luego.

Brianna se fue, arrastrando a Lana, quien instantáneamente tropezó. Ella

arrastró a la Sanadora el resto del camino por la calle, y luego por la playa.

Arrastrándola, Brianna no podía hacer nada con velocidad completa, pero

podía moverse más rápido que cualquier corredor humano.

Las piernas de la Curandera estaban en carne viva para el momento en

que Brianna le dio un tirón para ponerla de pie al final del muelle.

—¡La tengo! —anunció Brianna. Luego—: ¿Qué están haciendo?

El rostro de Sam era una máscara de horror. Él había cortado a Dekka,

abriéndola desde el cuello hasta la pelvis. Los órganos de Dekka —un lío

de matadero— trepados por una docena de bichos, todos arremolinándose

alrededor de ella.

Quinn le quitó los bichos y los arrojó desde el bote al agua. Él estaba

cubierto de sangre hasta el codo.

—Lana, mantenla con vida —dijo Sam.

Lana saltó al bote, que se sacudió locamente hacia adelante y atrás. Dekka

estaba más allá de poder hablar, más allá incluso de poder llorar. Lana

apoyó sus manos en el contorsionado rostro de Dekka.

Brianna la siguió al bote, aterrizó suavemente y apartó a Quinn y Sam a

un lado.

—Ya lo tengo —dijo ella.

Uno a uno, apartó a las emergentes criaturas, algunos de los cuales se

apresuraron a atacar a Sam, otras corrieron como asustadas cucarachas

alrededor del fondo del bote, girándose de espaldas, las explotaron,

despejándolas a través del fondo del bote con disparos de escopeta.

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Quinn arrojó una cuerda sobre el cabo del muelle y tiró del bote que se

hundía. Sam y Quinn levantaron y pusieron a Dekka en el muelle donde

yació abierta como una naranja exprimida.

Lana sostuvo la cabeza de Dekka en su regazo.

Sam, Quinn, y un chico de apariencia algo extraña que Brianna pensó se

veía vagamente familiar se quedaron mirando, un círculo de horrorosa

fascinación.

El bote se hundió. Los cuerpos de los malditos insectos flotaban.

La boca de Dekka estaba moviéndose, pero no salía ningún sonido. Sus

ojos estaban como canicas, girando, mirando sin ver.

—Ella está tratando de decir algo —dijo Quinn.

—Ella debería callarse y dejarme mantenerla con vida —espetó Lana. La

Curandera le lanzó una maligna mirada a Brianna—. Me debes un par de

zapatos.

De nuevo Dekka trató de hablar.

—Eres tú, Breeze —dijo Sam—. Te quiere a ti.

Brianna frunció el cejo, no estando segura de sí Sam tenía razón. Pero ella

se arrodilló junto a Dekka y puso su oído cerca.

Brianna escuchó, cerró sus ojos por un momento, y luego se levantó sin

decir nada.

—¿Qué dijo? —preguntó Quinn.

—Sólo gracias —dijo Brianna—. Ella sólo dijo gracias.

Ella se giró y se fue, pero no tan rápido para perderse al extraño chico

nuevo decir:

—Eso no es verdad.

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CAPÍTULO 42 Traducido por bluesea y Alexiacullen

Corregido por NereaDark

3 minutos

strid observaba, impotente.

Ya no podía ver a Orc. Bien podría estar muerto allá abajo.

Jack parecía incapaz de liberarse del agarre asfixiante de

Drake. Y Drake lo sabía. Miró hacia Astrid y le guiñó el ojo.

Había tomado la decisión de no lastimar a Pequeño Pete, de dejarlo vivir

incluso si eso significaba la muerte de otros.

La decisión correcta y moral.

Pero en un minuto o menos, Jack se asfixiaría. Y Drake la atraparía. No

tenía ilusiones de lo que ese psicópata haría.

Drake y su ejército mataría y seguiría matando. Pero, ¿qué los detendría?

¿Quién los detendría?

Respiraba con dificultad. Todo su cuerpo zumbaba con una extraña

energía. ¿Era miedo? ¿Así es como se siente el pánico?

La cara de Jack se estaba volviendo negra. Sus forcejeos eran cada vez

más débiles. Sus dedos arañaban impotentes. Sus ojos sobresalían como

si fueran a salirse de su cabeza.

Drake le iba a matar. Pero no rápidamente. Y seguiría matando a muchos,

muchos más, durante el tiempo que existiese la FAYZ.

Suficiente. Tenía que terminar. Todo tenía que terminar.

Astrid avanzó hacia Pequeño Pete. Lo levantó en sus brazos. Se movió

hacia la ventana y se detuvo allí, dudando, con su lánguido y sudoroso

cuerpo en sus brazos.

A

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Drake la vio. El color se fue de su cara.

Sus tentáculos aflojaron su agarre en la garganta de Jack.

* * *

—¡No! —gritó Drake. Desenroscó su brazo de pitón y comenzó a correr

hacia ella, gritando—: ¡No! ¡No!

—Lo siento —susurró Astrid—. Lo siento mucho, Pete.

Drake estaba en la puerta de la habitación.

—¡No! —gritó otra vez, mientras ella tiraba a su hermano hacia el mar de

insectos.

—¡Atrápenlo! —gritó Drake.

Empujó a Astrid de la ventana mientras que Pequeño Pete caía.

—¡No lo lasti...! —gritó Drake. Pero sus palabras fueron interrumpidas por

un débil pero certero golpe de Astrid.

Pequeño Pete casi golpeó el piso. Se detuvo a centímetros del impacto.

Sus ojos se abrieron ampliamente. Miró a una docena de ojos azules.

—¡No lo lastimen! —gritó Drake—. ¡La Oscuridad lo necesita!

Pero ya era demasiado tarde. Los insectos se arrojaron hacia Pequeño Pete.

Sus lenguas chasquearon. Sus partes bucales rechinaron.

No hubo explosión.

No hubo un haz de luz.

Los insectos simplemente desaparecieron.

Estaban allí. Luego no.

Pequeño Pete cayó al piso. Tosió una vez, con gran violencia. Y luego, él

también, solo desapareció.

Astrid y Drake estaban lado a lado, ambos mirando hacia abajo con

horror.

Astrid cerró sus ojos. ¿Se terminó? ¿Finalmente se terminó?

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—Te mataré —dijo Drake, pero su voz se desvanecía.

Astrid abrió los ojos y vio cómo su cara cambiaba, los bordes como tiburón

derritiéndose, a un suave y redondo contorno.

Jack subió golpeteando las escaleras.

Acostado en su espalda sin una pierna, Orc gruñó de dolor.

—¿Dónde está? —preguntó Brittney—. ¿Dónde está Némesis?

Astrid a penas la escuchó.

Lo había hecho. Lo había matado. Había sacrificado a Pequeño Pete.

—Salgamos de aquí antes de que Drake vuelva —dijo Jack. Agarró el brazo

de Astrid. Pero ella no iría con él. Todavía no.

—Tú lo mataste —dijo Brittney. Habló más en sorpresa que acusación.

Astrid dejó escapar un suspiro estremecedor. Las lágrimas corrían por su

cara. No tenía palabras. Brittney se estaba volviendo furiosa.

—Te conseguirá para esto, Astrid. Su rabia te encontrará. Antes o después.

—¿Drake o el gaiaphage? —preguntó Jack.

Brittney mostró su ortodoncia con una sonrisa salvaje.

—Somos el brazo de la Oscuridad. Nos enviará a cogerte. A ambos.

—Vamos, Astrid —dijo Jack, sin apartar sus ojos de Brittney.

Astrid sintió la fuerza de su apretón en su brazo. Ella cedió.

Ella estaba casi cegada por sus lágrimas, su mente en una confusión de

emociones: odio propio, asco, enfado. Y lo peor de todo, alivio. Se había

ido. Pequeño Pete estaba muerto. Y ahora por fin terminaría. La pared de

la FAYZ desaparecería. La locura terminaría. Alivio. Y el entendimiento

repugnante de que estaba feliz por lo que había hecho. Jack la guió

escaleras abajo. Él levantó una herida terrible, aplastada del esfuerzo de

Orc. Orc estaba gimiendo de dolor y llorando porque le dejaran morir.

—Nadie se está muriendo —dijo Jack con dureza—. Hemos tenido

suficiente de eso.

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Astrid caminó obedientemente detrás de Jack mientras él llevaba a Orc

colina abajo hacia el pueblo. Y se preguntaba mientras caminaba, cómo

podía ser que la FAYZ estuviera acabada y sin embargo Jack era aún tan

fuerte.

Dahra Baidoo emergió desde el llamado hospital por primera vez en lo que

sentía como días.

Virtue le sostuvo, a pesar de que estaba temblando tanto que apenas podía

caminar por sí mismo. Ambos estaban cubiertos de sangre. El hospital era

un matadero. El único insecto que había entrado sólo había masacrado a

niños demasiados enfermos para permanecer de pie, mucho correr. Virtue

se decía a sí mismo que la mayoría de esos chicos estaban demasiado

enfermos de todas formas para sobrevivir. Había estado metido a presión

en una esquina detrás de una cuna, acobardado y rezando y rogando por

ser liberado. Había tirado cosas al insecto, pero las cuñas y las botellas no

eran nada para el monstruo. Y luego, en un instante, la criatura había

desaparecido.

Sus mandíbulas sangrientas habían estado raspando la pared, intentando

desalojar a Virtue. Centímetros y milésimas de segundos de una muerte

espantosa. Y luego… nada. Desaparecido.

Virtue no había oído nada excepto el sonido de su propio sollozo. Y luego el

sonido de otros llorando. Y un aullido insistente y loco de desesperación.

Dahra estaba gritando cuando él la atrajo suavemente desde debajo de un

cuerpo.

—Se ha ido —Había dicho.

Ella no podía dejar de temblar. No podía dejar de gritar. Y de repente

Virtue estaba de vuelta en el campo de refugiados del Congo, recordando

cosas que había presenciado cuando aún era demasiado joven para

entenderlas. Una furia terrible hervía en su interior. Una ira incontrolable

contra todo el mundo y todas las cosas que hacían del mundo un infierno

de miedo y dolor y pérdida. Quería romper cosas. Quería bramar como un

animal salvaje. Pero Dahra había dejado de gritar y ahora sólo le miraba,

necesitando a alguien, alguien que finalmente se ocupara de ella.

Virtue cogió su mano y puso su brazo alrededor de su hombro.

—Vamos a conseguir sacarte de aquí —dijo amablemente.

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Había niños llorando de dolor. Pero Virtue sabía que Dahra ya no podía

responder más. Así que la sacó al aire frío y fresco. Los cuerpos de todos

los insectos habían desaparecido. Los cuerpos de esos que habían matado

no estaban. Virtue no sabía dónde llevar a Dahra. Después de todo, ella

era una de los chicos que recogían a los otros chicos. Él no conocía a nadie

que la ayudara. Quizás nadie podía ayudarla.

Llevó a Darhra a la iglesia en ruinas. Estaba tranquilo en el interior, a

pesar de eso, también, había sido la escena de una batalla. Había

despejado un lugar para ella en un banco. Él la sentó, se sentó a su lado,

tan cansado y cerró sus ojos y rezó.

—Dios en el cielo, baja la mirada y ten piedad de esta chica. Ha hecho

suficiente —él suspiró y añadió un dudoso—: Amén.

Virtue no se quedó mucho tiempo. Aún había chicos que necesitaban

ayuda. Corrió con su hermano dirigiéndose hacia el hospital.

Sanjit le abrazó con fuerza y dijo:

—Han desaparecido, Choo. Todos han desaparecido.

Virtue asintió y palmeó la espalda de Santji tranquilizándole. Santji le

retuvo y le miró a la cara.

—¿Estás bien, hermano?

—He tenido días mejores —dijo Virtue.

—Entonces supongo que la isla se está viendo algo mejor, ¿no? —preguntó

Santji—. Tenías razón, esto era un gran asilo al aire libre.

Virtue asintió de forma solemne y volvió la mirada hacia la iglesia.

—Sí, pero hay un par de santos mezclados con los locos.

* * *

Caine caminó con rigidez de vuelta a la ciudad. Estaba quemado, raspado,

perforado, magullado y podría, pensó, haberse roto un par de costillas.

Pero él había ganado.

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El único inconveniente, aparte de los diversos dolores que le hicieron

doblarse de dolor con cada paso, fue que no lo había hecho solo. Brianna

se había anotado una asistencia. No podía soportarla, pero hombre, era

buena en una pelea. Y alguna fuerza invisible e inescrutable había

causado a los insectos que dos de ellos sólo hubieran matado para

desaparecer. Incluso sus desgajadas piernas, sus fluidos y vísceras habían

desaparecidos. Como si hubieran sido borrados por completo de la

existencia. Brianna había pasado zumbando para dejarle cojeando solo.

Sin duda se estaba jactando y reclamando todo el crédito.

Pero no funcionaría. No, todo el mundo le había visto caminando hacia la

amenaza. Y ahora la amenaza había desaparecido, justo como él había

prometido. Él se había entregado. Se había ganado el lugar que le

correspondía. Justo mientras cruzaba la carretera hacia la ciudad, el

primer chico llegó corriendo hacia él, agradecido, atolondrado, queriendo

felicitarle con la palma de la mano.

—¡Lo hiciste, hombre! ¡Lo hiciste!

Negó sus cinco en alto y permaneció muy quieto, mirándoles, y solo

esperó. Parecían inquietos, un poco preocupados. Y luego se les pasó por

la cabeza.

El primero de ellos inclinó su cabeza. Fue un gesto brusco y torpe pero que

estuvo bien para Caine: aprenderían.

El segunda chico, luego un tercero y un cuarto, corrieron a unirse,

inclinando sus cabezas hacia Caine. Él asintió solemne con

reconocimiento y siguió caminando, sin sentir más casi tanto dolor.

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LA MAÑANA SIGUIENTE

Traducido SOS por Eli25

Corregido por Marce Doyle*

am no podía enfrentarse a la ciudad y a los niños allí. Si iba a la

ciudad ahora, podría haber una pelea con Caine. No podía

enfrentar una pelea. Después. Ahora no. Aún no.

Había visto la repentina y completa desaparición de los bichos.

Un minuto las criaturas que salido del interior de Dekka habían estado

flotando en el agua y al siguiente segundo se habían ido.

Pensé que sabía qué había ocurrido. Solo un poder era lo bastante grande

para hacerles parar para salir.

Contra toda rareza, Jack debía haber tenido éxito tirando a Pequeño Pete a

los bichos. Solo Petey podía haberlo hecho. El desesperado y lunático plan

de Sam había funcionado, actualmente había funcionado.

Pero una vez que Astrid supiera que él era el que había ordenado que Jack

lo hiciera, ella nunca le hablaría otra vez.

La ciudad estaba salvada. Pero Sam estaba perdido.

¿Tú ordenaste la muerte de un chico autista de cinco años, Sr. Temple?

El tribunal acusatorio estaba de vuelta.

Eso es correcto, les dijo en su imaginación. Eso es lo que hice.

Él caminó hasta que se encontró en el acantilado. La última vez que había

estado allí... Bueno, meter mano a Taylor parecía un pecado bastante

pequeño, ahora.

Eso es correcto. Y porque hice que los bichos fueran destruidos. Y las vidas

fueron salvadas.

S

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Tú no tienes que tomar esas decisiones, Sr. Temple. Dios decide vivir o

morir.

—¿Sí? —dijo Sam en voz alta a nadie—. Lo hice. Y funcionó.

—Sam.

Él giró sobre sus talones. Astrid estaba allí de pies. Jack estaba unos cien

pasos por detrás y no mostraba ningún deseo de acercarse más.

—Astrid.

Sus ojos estaban rojos e hinchados. Ella estaba mirando más allá de él,

mirando la barrera con una expresión que él no podía leer.

—Aún está ahí—dijo ella.

Él miró a la impermeable pared.

—Sí.

—Pero... pero Pete está muerto—dijo ella—. Debería haber parado. No

debería estar ahí. Debería haberse ido por completo.

—Lamento de lo Pequeño Pete.

—Aún está ahí.

—Creo... —comenzó él.

—¡Para nada! ¡Le maté por nada! —gritó Astrid—. ¡Oh, Dios, no! ¡Lo hice

por nada!

—¿Tú? Tú no... —Pero entonces vio la mirada en los ojos de Jack. Jack

asintió, luego miró al suelo.

Instintivamente él se movió hacia Astrid, para poner sus brazos alrededor

de ella. Pero algo le detuvo. Él sabía que ella no lo daría la bienvenida.

Le golpeó con la fuerza de una revelación que ella no podía estar con él

mientras se sintiera débil o fuera de control. Astrid necesitaba ser fuerte.

Necesitaba ser... Astrid.

¿Y ahora mismo? No lo era. Él nunca la había visto tan perdida. La

tomaría felizmente en sus brazos. Pero ella no lo haría. No así.

—Astrid...

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—Por nada —susurró ella.

Él retrocedió.

—Astrid, escucha, le había dicho a Jack que lo hiciera. Era la única

manera. Si tú no lo hubieras hecho...

Pero ella no estaba escuchando. Una mirada de puro odio, una mirada que

él nunca había pensado que ella fuera capaz, transformó su cara. ¿Era por

él? ¿Por la barrera?

¿Por ella?

—Me fui, sabes. Dejé la ciudad con Orc. Y luego dejé a Petey. Solo salí por

la puerta hacia Coates. Le abandoné. A Él y a Orc. Ambos me necesitaban.

Pero me alejé porque pensé, “si te quedas, estarás tentada”. Un simple acto

de asesinato. ¿Sabes cómo una frase atascada en tu cabeza y gira y gira?

Él no respondió. Ella no quería que respondiera. Pero sí, lo sabía.

—Sabía que si mataba a Petey, todo terminaría—dijo ella—. Y luego,

¿sabes qué? Salí de allí a la oscuridad, justo alrededor de un gran círculo.

Y me saqué de él. Ves, todo tiene sentido en mi mente. Porque soy muy,

muy inteligente.

Ella rió amargamente por eso.

—¿Quién es más inteligente que yo? Astrid, la Genio. Trabajé en todo e

hice todos los argumentos correctos. Y recé. Y llegué a una buena decisión

moral. ¿Y entonces? Cuando estaba allí, y Drake... y pensé en Drake...

cuando pensé... —Ella no podía seguir.

—Astrid, todos hemos tenido que hacerlo.

—No —dijo ella—. No. No.

—Mira, ven conmigo—dijo él. Él levantó una mano hacia ella, pero pudo

sentir una fría e impenetrable pared a su alrededor. Ella estaba en alguna

parte más ahora. Ella era alguien más. Sus manos cayeron de vuelta a sus

costados.

—Cómo debes reírte de mí con toda mi arrogancia y mi superioridad—dijo

Astrid tranquilamente—. ¿Me pregunto cómo puedes dejarme en pie? ¿No

quieres decir, “te lo dije, Sam”? ¿Cómo no puedes hacerlo? Si yo fuera tú,

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diría, “¿ves, estúpida santurrona idiota? Bienvenida al mundo de Sam.

Esto es lo que hago, esas son las decisiones que tomo”.

Sí. Una parte de él quería decir eso. Una parte de él quería decir esas

palabras. Bienvenida a mi mundo. ¿No es tan fácil ser Sam, verdad?

Intentó no dejar que la emoción se mostrara en su cara, pero debía haberlo

hecho porque Astrid asintió ligeramente como si él hubiera hablado.

Él dijo todo lo que podía pensar en decir.

—Te quiero, Astrid. Sin importar qué, te quiero.

Pero si ella le oyó, no dio señal. Astrid se giró y se alejó.

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CINCO DÍAS DESPUÉS Traducido SOS por Eli25

Corregido por Marce Doyle*

abía pasado un largo tiempo desde que tantos niños llenaron la

plaza. No habían venido todos, pero sí la mayoría. Mirando

abajo desde los escalones del ayuntamiento, Sam vio caras que

eran miedosas, otras que eran felices, y por supuesto, como con

cualquier grupo de niños, algunos solo estaban jugando.

Era algo bueno, se dijo a sí mismo, esta habilidad para encontrar algún

trozo pequeño de alegría para soportarlo.

El cementerio había crecido terriblemente, pero la gripe se había

consumido al fin. No había habido nuevos casos durante cuarenta y ocho

horas. Nadie estaba celebrándolo, nadie estaba relajado, pero la mortal

gripe parecía haber corrido su curso al fin.

Él robó una mirada a su hermano. Caine parecía seguro, seguramente

más seguro que Sam. Caine llevaba la mirada de un buen rey que se ha

nombrado a sí mismo, pensó Sam con tristeza. Él estaba perfectamente

vestido en pantalones grises y una chaqueta azul marino sobre una

camisa con cuello azul pálido. ¿Cómo lo había arreglado?

El resto de su “tribunal” no estaba en ninguna parte cerca de verse

también, pero sin embargo se veían mejor que Sam o su grupo.

Diana, Penny, Turk y Taylor todos estaban de pie detrás de Caine.

Sam estaba con Dekka, ya no la Dekka de apariencia sin miedo e

intimidante que él siempre había conocido. Ella era débil en cuerpo, aun

recuperándose, y más débil en espíritu.

Brianna no estaba allí de pie tanto como en un lugar vibrante, incapaz de

mantenerse completamente tranquila. Ella parecía distraída y enfadada y

definitivamente se estaba negando haber contacto visual con Dekka.

H

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Jack era la sorpresa para Sam, que él se molestara en vestirse

cuidadosamente y recordar aparecer. Jack estaba creciendo, había crecido,

como una persona.

Edilio estaba sentado en una silla en el césped. Se veía como si estuviera

acercándose a la puerta de la muerte, pero la tos se había ido, su fiebre

había bajado y él estaba determinado.

La más notable ausencia era Astrid. Ella debería haber estado allí. Él

escaneó la multitud por alguna señal de ella. Pero nadie la había visto. Los

cotilleos decían que se había trasladado a un pequeño apartamento en el

borde de la ciudad. Otros decían que la habían visto caminando por la

carretera hacia Rey Stefano.

Sam había esperado que ella apareciera hoy para la Gran Ruptura, como

Howard había apodado esta extraña ceremonia. Pero ella no estaba en

ninguna parte para ser vista. Y los amigos de Sam ahora cuidadosamente

evitaban mencionar su nombre.

Toto estaba de pie torpemente, auto consciente, nervioso, entre los dos

campos separados.

—Creo que todos están aquí —anunció Caine.

—Él no cree eso —dijo Toto.

Caine sonrió indulgentemente.

—Creo que todos los que están aquí probablemente son los que vendrán—

corrigió Caine.

—Cierto —dijo Toto.

—Sí —dijo Sam. Su boca estaba seca. Estaba nervioso. No debería

importarle. Eso no debería importar. No era como si él hubiera querido ser

un líder, un solitario popular.

Caine levantó su mano, señalando que era el momento para que todos se

callaran.

—Todos ustedes saben por qué estamos aquí —dijo Caine en su fina y

fuerte voz—. Sam y yo queremos la paz.

—No es cierto —dijo Toto.

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Los ojos de Caine destellaron enfadados, pero se forzó a sonreír.

—Toto, para esos que no lo saben, eres un bicho raro con el poder de decir

la verdad de la mentira.

—Cierto —dijo Toto.

—Así que, bien, déjame comenzar de nuevo —dijo Caine—. Sam y yo no

nos gustamos mutuamente. A mi gente no le gusta su gente, y su gente se

siente de la misma manera sobre nosotros. —Él paró y miró a Toto.

Toto asintió y dijo:

—Él cree eso.

—Sí, lo hago —dijo secamente Caine—. Tenemos visiones diferentes del

futuro. Sam aquí quiere trasladar a todos a ese lago suyo. Yo quiero

quedarme aquí en Playa Perdido.

La multitud estaba muy tranquila. Sam estaba irritado y aliviado de que

Caine estuviera haciendo toda la charla.

—Sam y yo también tenemos ideas diferentes sobre el liderazgo. Sam cree

que es una carga. ¿Yo? Creo que es una oportunidad.

—Él... él cree eso —dijo Toto. Pero estaba frunciendo el ceño, quizás

sintiendo algo sobre Caine que o era cierto o falso.

—Hoy, cada uno de ustedes tomará una decisión—dijo Caine—. Ir con

Sam, o quedarse aquí. No intentaré detener a nadie, y no se lo echaré en

cara a nadie. —Él situó su mano sobre su corazón—. Para esos que elijan

quedarse, seré muy claro, yo estaré al cargo. No como un alcalde, sino

como un rey. Mi palabra será la ley. Mis decisiones serán finales.

Eso causó algunos murmullos, muchos de ellos infelices.

—Pero también haré todo lo que pueda para dejaros a cada uno en paz.

Quinn, si él elige quedarse, aún podrá pescar. Albert, si él elige quedarse,

correrá con sus negocios. Monstruos y normales serán tratados

igualmente.

Él pareció añadir algo más pero se lo guardó después de una mirada de

reojo a Toto.

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El silencio se alargó y Sam supo que era el momento para que hablara. En

el pasado siempre había tenido a Astrid a su lado para cosas así. Él no era

muy hablador. Y en cualquier caso, no tenía mucho que decir.

—Todos los que se vengan conmigo tienen un voto en cómo harán las

cosas. Creo que estaré más o menos a cargo, pero probablemente elijamos

alguna otra persona, crear un consejo como... bueno, con suerte, mejor

que el que tuvimos antes. Y, um... —Él estaba intentando reírse a su

propia patética actuación—. Miren, gente, si quieren a alguien, algún...

rey, es una pena, que les diga qué hacer, quédense aquí. Si quieren tomar

sus propias decisiones, bueno, vengan conmigo.

Él no había dicho lo suficiente para causar que Toto hiciera comentarios.

—Saben de qué lado estoy, gente —gritó Brianna—. Sam ha estado

llevando la carga desde el día uno.

—Fue Caine quién nos salvó—gritó una voz—. ¿Dónde estaba Sam?

La multitud pareció indecisa. Caine estaba radiantemente seguro, pero

Sam notó que su mandíbula se apretaba, su sonrisa estaba forzada y

estaba preocupado.

—¿Qué estaba haciendo Albert? —demandó un chico llamado Jim—.

¿Dónde estaba Albert?

Albert caminó desde una posición inadvertida a un lado. Subió los

escalones, moviéndose cuidadosamente aún, no completamente bien

incluso ahora.

Él cuidadosamente eligió una posición equidistante entre Caine y Sam.

—¿Qué deberíamos hacer, Albert? —preguntó una voz lastimeramente.

Albert no miró a la multitud excepto para una rápida mirada, como si él se

estuviera asegurando que estaba señalando a la dirección correcta. Habló

en un monótono tranquilo y razonable. Los niños se acercaron para oír.

—Soy un hombre de negocios.

—Cierto —Toto.

—Mi trabajo es organizar a los niños para trabajar, tomar las cosas que

ellos cosechan o capturan y redistribuirlas a través de un mercado.

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—Y conseguir lo mejor para ti mismo —gritó alguien en una risa general.

—Sí —reconoció Albert—. Me recompensó por el trabajo que hago.

Esta directa admisión dejó a la multitud desconcertada.

—Caine ha prometido que si me quedo aquí, él no interferirá. Pero no

confío en Caine.

—No, no lo hace —estuvo de acuerdo Toto.

—Confío en Sam. Pero...

Y ahora él podía oír un alfiler caer.

—Pero... Sam es un líder débil. —Mantuvo sus ojos bajados—. Sam es el

mejor luchador. Nos ha defendido muchas veces. Y es el mejor

averiguando cómo sobrevivir. Pero Sam... —Albert ahora se giró hacia él—

... eres demasiado humilde, demasiado dispuesto a echarte a un lado.

Cuando Astrid y el consejo te marginaron, lo aceptaste. Yo era parte de

eso. Pero nos dejaste echarte a un lado y el consejo se volvió inútil.

Sam estaba de pie inmóvil, la cara de piedra.

—Enfréntalo, realmente no eres la razón de que muchas cosas sean

mejores aquí, yo lo soy —dijo Albert—. Tú eres de una manera, más

valiente que yo, Sam. Y si hay una batalla, tú diriges. Pero no puedes

organizar o planear seguir y no poner tu pie y hacer que las cosas ocurran.

Sam asintió ligeramente. Era difícil de oír. Pero lo más difícil era ver la

manera que la multitud estaba asintiendo, estaba de acuerdo. Era la

verdad. El hecho de que él hubiera dejado correr las cosas del consejo,

echarse a un lado, y luego sentarse sintiendo pena de sí mismo. Se había

saltado la oportunidad de salir a una aventura y no había estado aquí para

salvar a la ciudad cuando lo necesitaban.

—Así que —concluyó Albert—, seguiré con mis cosas aquí, en Playa

Perdido. Pero habrá libre comercio de cosas entre Playa Perdido y el lago. Y

a Lana se la tiene que permitir moverse libremente.

Caine se enfureció por eso. No le gustaba que Albert dejara condiciones.

Albert no estaba intimidado.

—Yo alimento a estos niños —dijo él a Caine—. Lo hago a mi manera.

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Caine dudó, luego hizo una tensa pequeña inclinación de cabeza.

—Quiero que lo digas —dijo Albert con un asentimiento hacia Toto.

Sam vio pánico en los ojos de Caine. Si él mentía ahora el calador se

levantaría para él. Toto lo diría en alto, Albert soportaría a Sam y los niños

seguirían el liderazgo de Albert.

Sam se preguntaba si Caine solo estaba comenzando a darse cuenta de lo

que Sam había sabido desde algún tiempo: si alguien era rey, no eran ni

Sam ni Caine, era Albert.

Le llevó una largo tiempo a Caine responder. Su sonrisa cayó como su la

comprensión amaneciera en él. Solo podía decir la verdad. Lo cual

significaba creerlo.

Aceptarlo.

En una voz desanimada muy diferente a su noble pavoneo anterior, Caine

dijo:

—Sí. Albert decide cualquier cosa sobre el dinero o el trabajo o el comercio

entre Playa Perdido y el lago. Y la Curandera irá a dónde la Curandera

quiera ir.

Sam tuvo que resistir la urgencia de reírse en voz alta. Después de todo lo

que había ocurrido entre él y Caine, después de toda pose de Caine hoy,

no era grande, encantador, apuesto, y muy poderoso Caine, ni Sam

tampoco, quienes recorrían el FAYZ. Era un niño negro reservado, delgado

cuyo único poder era la habilidad de trabajar duro y seguir enfocado.

El gran momento de Caine, su gran regreso triunfal, había sido manchado.

—Bien —dijo Sam—. Me voy a casa de Ralpha. Todo los que quieran venir

conmigo, diríjanse allí. Esperaré dos horas. Traigan botellas de agua y

cualquier comida que tengan. Es una larga caminata al lago.

Él bajó los escalones, se alejó sin mirar atrás y caminó hacia la carretera.

Él tenía el fuerte sentimiento que estaba caminando solo.

En la carretera paró. Brianna estaba allí, por supuesto. Dekka, también, y

Jack. Jack llevaba a Edilio como un bebé, un bebé muy grande. Además

había cuarenta o cincuenta otros que habían recogido y dejaron sus casas

para seguirle.

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Quinn avanzó y Sam le empujó a un lado. Su viejo amigo parecía torturado

y triste.

—¿Qué pasa, amigo? —preguntó Sam.

Quinn no podía hablar. Estaba mudo con la emoción.

—Amigo...

—Quieres quedarte en la ciudad.

—Mis equipos... mis barcos y todo...

Sam puso una mano en su hombro.

—Quinn, me alegro que encontraras algo tan importante para hacer. Algo

que realmente te guste.

—Sí, pero...

Sam le empujó en un breve abrazo.

—Tú y yo, aún somos amigos, hombre. Pero tienes responsabilidades.

Quinn asintió miserablemente.

Sam escaneó la multitud otra vez, buscando a Astrid. No estaba allí.

No estaba lejos del aparcamiento de Ralpha. Sam se hundió contra un

coche aparcado. Algunos de los niños llegaron para ofrecer afirmaciones de

apoyo o ánimo. Pero muchos vinieron para decir cosas como, “¿realmente

tienes Nutella?, o, ¿puedo vivir en un barco? Eso sería muy genial”.

Ellos venían por la Nutella y los fideos, no por él.

Se sentía indiferente. Como si todo lo que estuviera pasando estaba

ocurriendo por alguien más. Se dibujó en el lago, en una casa flotante.

Dekka estaría allí, y Brianna y Jack. Tendría amigos. No estaría solo.

Pero no podía detenerse de buscarla.

Ella ya no tenía a Pequeño Pete por el que preocuparse. Podían estar

juntos sin todo eso. Pero por supuesto conocía a Astrid, y sabía que ahora

mismo, estuviera dónde estuviera ella, la estaba carcomiendo la culpa.

—Ella no vendrá, ¿verdad? —le dijo Sam a Dekka.

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Pero Dekka no respondió. Ella estaba en alguna parte más en su cabeza.

Sam vio su mirada y apartó la vista cuando Brianna dejó una ligera mano

en el hombro de Jack.

Dahra se quedaba en el hospital, pero unos pocos niños más vinieron.

Grupos de tres o cuatro a la vez. La Sirena y los niños con los que vivía

vinieron. John Terrafino vino. Ellen. Él esperó. Esperaría las dos horas

completas. No por ella, se dijo a sí mismo, solo para mantener su palabra.

Entonces Orc, con Howard.

Sam gruñó interiormente.

—Estás de broma —dijo Brianna.

—El trato era que los niños tomen una elección —dijo Sam—. Creo que

Howard solo se dio cuenta cuan peligrosa puede ser la vida para un

criminal viviendo en un lugar dónde el “rey” decide vivir o morir.

Para alivio de Sam, Howard no llegó para hablar con él. Orc y él se

sentaron en la parte de atrás de una furgoneta. Otros niños les dieron un

amplio agarre.

—Es la hora —dijo Jack.

—¿Brisa? Cuenta a los niños —dijo Sam.

Brianna estuvo de vuelta en veinte segundos.

—Ochenta y dos, jefe.

—Cerca de un tercero —observó Jack—. Un tercero de lo que se va.

—Espera. Eso hace ochenta y ocho —dijo Brianna—. Y un perro.

Lana, viéndose con una expresión profundamente irritada bastante normal

para él y Sanjit, parecía feliz con una expresión bastante habitual para él y

los hermanos de Sanjit que estaban trotando para alcanzarlos.

—No sé si vamos a quedarnos allí o no —dijo Lana sin preámbulos—.

Quiero comprobarlo. Y mi habitación huele a mierda.

Justo antes de que la hora pasara, Sam oyó un movimiento. Los niños

estaban haciendo una línea para alguien, murmurando. Su corazón saltó.

—Hey, Sam.

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12

Él tragó el bulto en su garganta.

—¿Diana?

—No me esperabas, ¿eh? —ella hizo una cara irónica—. ¿Dónde está la

rubita? No la he visto en el gran espectáculo de animadores.

—¿Vas a venir con nosotros? —demandó Brianna, obviamente no feliz por

eso.

—¿Caine está bien con esto? —preguntó Sam a Diana—. Es tu elección,

pero necesito saber si él va a venir detrás de nosotros para llevarte de

vuelta.

—Caine tiene lo que quiere —dijo Diana.

—Quizás debería llamar a Toto —dijo Sam. El narrador de la verdad estaba

teniendo una conversación con Spidey—. ¿Podría preguntarle si vienes

para espiar para Caine, y ver qué tiene que decir Toto?

Diana suspiró.

—Sam, tengo problemas más grandes que Caine. Y también tú, creo.

Porque FAYZ va hacer algo que nunca ha hecho antes: crecer por uno.

—¿Qué significa eso?

—Vas a ser tío.

Sam miró en blanco. Brianna dijo una palabra muy ruda. E incluso Dekka

levantó la mirada.

—¿Vas a tener un bebé? —preguntó Dekka.

—Eso espero —dijo Diana sombríamente—. Espero que eso sea todo.

Pete Él caminó por el borde de una hoja de cristal a un millón de millas de

altura.

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A un lado, lejos, muy lejos debajo de él, los nerviosos ruidos y los colores

que abrasaban los ojos estaban atenuados. Vio el pelo amarillo de su

hermana y los perforantes ojos azules, pero ahora él estaba muy lejos para

que ellos le hicieran daño.

Vio los ecos de los horripilantes monstruos de ojos brillantes que había

creado para comerle. Eran fantasmas hundiéndose perezosamente hacia el

brillo verdoso lejano de más abajo.

Ellos le habían alcanzado con lenguas punzantes y bocas cortantes. Así

que él les había hecho desaparecer.

El dolor en su cuerpo se había ido. Estaba frío y ligero y alucinantemente

flexible. Dio una voltereta a lo largo del borde del cristal y rió.

Su cuerpo, lleno de calor y dolor y toses como volcanes, se había ido,

también. Justo como los bichos.

Sin cuerpo, sin dolor.

Pequeño Pete sonrió a la Oscuridad. No intentaba tocarle ahora. Se

encogía alejándose.

Tenía miedo.

Tenía miedo de él.

Pequeño Pete se sentía como si un gigantesco peso se hubiera aligerado de

sus hombros. Todo ello, los colores demasiado brillantes y los ojos

demasiado penetrantes y los neblinosos rizos que alcanzaban su mente,

todo estaba muy lejos.

Ahora, Pequeño Pete flotaba arriba y se alejaba de la hoja de cristal. Él ya

no necesitaba balancearse precariamente allí. Podía a ir a cualquier parte.

Era libre de su hermana y libre de la Oscuridad. Era libre al fin del cuerpo

arruinado por la enfermedad. Y era libre, también, del cerebro torturado,

retorcido y atrofiado que había hecho el mundo tan doloroso para él.

Por primera vez, Pequeño Pete vio el mundo sin arrastrarse o necesitando

huir. Era como si hubiera estado observando el mundo a través de un velo,

a través de un cristal lechoso, y ahora lo viera todo claramente por primera

vez en su breve existencia.

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Toda su vida había necesitado esconderse. Y ahora jadeaba por la emoción

de ver y oír y sentir.

Su cuerpo enfermo no estaba. Su cerebro distorsionado y aterrador no

estaba.

Pero Pete Ellison nunca había estado más vivo.

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FEAR (GONE #5)

Ha pasado un año desde que desaparecieron los

adultos. Desaparecidos.

A pesar de la hambruna y de las mentiras, incluso

a pesar de la plaga, los chicos de Playa Perdido

están determinados a sobrevivir. Sim embargo,

acechando en el nuevo mundo que han construido,

está tal vez la más temible encarnación hasta

ahora del enemigo conocido como la Oscuridad:

miedo.

Dentro del FAYZ, la vida da un vuelco mientras la

Oscuridad se apodera del lugar, literalmente,

tornando el domo del FAYZ completamente negro. En

la oscuridad, surgen los peores miedos, y las más crueles de las

intenciones se llevan a cabo. Pero incluso en los momentos más oscuros

los habitantes del FAYZ el deseo de sobrevivir, sin importar el costo.

Fear, el quinto libro en la serie de distópica de Michael Grant encantará a

los lectores… e incluso aterrados.

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SOBRE EL AUTOR Pasó gran parte de su vida en movimiento. Criado en

una familia militar, asistió a diez escuelas en cinco

estados, así como en tres escuelas en Francia. A

pesar de todo, aún de adulto sigue en movimiento, y

de hecho se convirtió en escritor en parte porque era

uno de los pocos trabajos que no le ataban. Su mayor

sueño es pasar un año viajando alrededor del mundo

y visitar todos los continentes. Sí, incluso la

Antártida. Vive en el Sur de California con su esposa y

sus dos hijos.

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