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¿Por qué callan los corderos? La democracia, la psicología y las técnicas se unen para manipular nuestra opinión e
indignación.
Esta ponencia se ocupa de las técnicas al uso para invisibilizar en términos morales y
cognitivos, las graves vulneraciones de la normativa moral por parte de las élites que nos
dominan. Prof. Dr. Rainer Mausfeld
“Moralmente invisible” pasa a ser la vulneración/violación de las normas morales,
cuando se mantengan visibles/se expongan los hechos, pero incrustados en un contexto
que impide que la ciudadanía llegue a sentir ni malestar ni indignación. Valgan de
ejemplo las secuelas sociales y humanitarias debidas a la violencia estructural del
orden económico neoliberal, tal y como la acusamos en el llamado “Tercer mundo”,
pero que también va en aumento en los países industrializados de occidente.
“Cognitivamente invisibles” son aquellas violaciones de la normativa moral,
cuando se visibilizan los hechos, pero se los incrusta en un contexto que impide sacar
las oportunas conclusiones de ellos. En particular, se evita en estos casos establecer
relaciones con sucesos parecidos o comparables, que las élites dominantes optan por
valorar de modo totalmente distinto. Valgan de ejemplo las matanzas programadas /
asesinatos selectivos (“targeted killing”) de personas que en un estado se consideren un
riesgo o peligro para la seguridad. Semejantes asesinatos vulneran claramente el
derecho internacional y no serían aceptados del mismo modo si los perpetraran
estados que consideramos “nuestros adversarios”.
La visibilidad o no de unos hechos, en gran medida nos la facilitan los medios de
comunicación quienes, al margen de los hechos en sí, también nos facilitan el deseado
contexto interpretativo, y con éste, la “oportuna visión política del mundo”. Así que el
tema afecta el día a día de nuestra vida social, la de todos nosotros. Las cuestiones que
nos planteamos suelen ser de carácter fundamental y elemental. Para tratar con ellas,
no necesitamos ningún conocimiento especializado, si bien es cierto que las élites
dominantes se esfuerzan en otorgar el debate temático a un reducido grupo de
“expertos idóneos”. Para los temas que nos afecten en tanto que citoyens, esto es,
ciudadanos que desde la Ilustración participamos en la configuración y el diseño de
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nuestra comunidad, contamos por naturaleza con una capacidad intelectual, la lumen
naturale de la Ilustración. El núcleo importante de esos planteamientos también somos
capaces de tratarlo sin formación especializada alguna. Y de esto trata la presente
ponencia.
Nuestra mente tiene la capacidad natural de cuestionar la terminología con que en
los ámbitos social y político se suelen categorizar, ordenar y valorar los fenómenos y
los hechos. Resaltemos como ejemplo todo ese (neo)lenguaje neoliberal que se emplea
para encubrir y disimular lo que en
el fondo realmente se opina y que
fácilmente podría llenar un nuevo
diccionario al estilo del newspeak
orwelliano. Encontramos términos
tales como reformas estructurales,
voluntad reformadora, reducción
de la burocracia, de(s)regularización, pacto de estabilidad, austeridad, fondo
salvavidas/paraguas europeo, libre mercado, Estado delgado, liberación, armonización,
democracia conforme al mercado, sin alternativas (TINA), capital humano, trabajo en
régimen de cesión/subcontrata, costes laborales no salariales, envidia social, proveedor
de servicios y prestaciones, etc., etc. Semejantes términos y conceptos nos facilitan otros
enfoques ideológicos cuyo posible carácter totalitario somos llamados a descubrir y
señalar. Para evitar que sucumbamos a estos enfoques ideológicos de manera
inconsciente e involuntaria, debemos identificar y señalar lo que hay de tácito en las
premisas, los prejuicios/aprioris y los componentes ideológicos de las nociones a la
hora de hablar sobre los fenómenos sociales y políticos. Tampoco para esta labor
necesitamos ser expertos en ninguna materia. Todos venimos dotados de la capacidad
natural de nuestras mentes que, en todo caso, sería cuestión de ejercitar y refinar.
Intentemos pues identificar algunas de esas tácitas premisas ideológicas que la
terminología puede encubrir y con las que en las sociedades democráticas, las élites
dominantes pretenden estabilizar su poder.
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Empecemos con este cuadro –"Fragmentación"– que documenta la percepción de un
fenómeno que se pretende invisibilizar:
Fragmentación
En este cuadro vemos algo que puede que percibamos como fragmentos de objetos
sin reconocer el contexto, la relación significativa real entre ellos. La respuesta básica
que nos facilita la psicología de la percepción al respecto es que nuestra percepción no
es capaz de aplicar sus categorías significativas, mientras no reconozca/identifique la
causa/el origen de tal fragmentación. Siempre suponiendo unos fragmentos idénticos
que no se alteren – tan pronto como se visibilice la causa de su fragmentación,
podremos completar sin problema lo que falte reconociendo la relación significativa
del conjunto. Aquí descubrimos una regularidad general de nuestra psique que
también recobra importancia en el tema que nos está ocupando. Cualquier relación
significativa entre varios hechos permite ser invisibilizada con cierta facilidad si se
representan de forma fragmentada. En tal caso, al leer un periódico, no solemos
percibir nada más que un cúmulo de fragmentos informativos aislados. Pero tan
pronto como se pueda reconocer el por qué, la causa de su fragmentación, ya nos
resulta fácil reconocer también el contexto significativo.
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Causa de la fragmentación
La paradoja democrática.
En este contexto, debemos averiguar POR QUÉ y CÓMO ciertos estados de cosas
pueden invisibilizarse fragmentándolos. Lo cual conduce directamente a la siguiente
pregunta de QUIÉN puede tener interés en hacerlo y PARA QUIÉN. Para poder
entender esta pregunta, hemos de abordar algo que recibe el nombre de ‘la paradoja
democrática’, a saber, el problema que remite a la relación entre las élites y el pueblo. La
investigación sistemática de este problema se remonta hasta la Antigüedad. En el
discurso político, el pueblo es a menudo comparado con un rebaño que tiende a
manifestar afectos irracionales y que, por tanto, hay que controlar. La dirección política
de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el
sentido de la actuación política que se persigue. En tiempos más recientes, este tema se
ha vuelto popular por Richard Nixon, quien en su momento había interpretado el
silencio de la ‘silent mayority’ como consentimiento a la Guerra de Vietnam.
El historiador griego Tucídides (454-399 a.C.) era el primero en abordar estas
cuestiones de un modo sistemático. Tucídides también era el primero en ver el estrecho
vínculo entre nuestras representaciones sobre las formas de gobernar y lo que
podamos suponer acerca de la naturaleza del hombre. Cada tipo y forma de gobernar,
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de modo implícito o explícito, depende también de la idea o imagen que podamos
tener de la naturaleza de la mente humana. Tucídides pensaba que la masa propende a
una serie de afectos y pasiones, a costa de la razón: “las opiniones de la masa son
inconstantes y veleidosas; de sus fallos suelen responsabilizar a otros…” Sobre los líderes
políticos sostiene que los guía ante todo “su voluntad de poder para satisfacer su despotismo
y ambición“. Tucídides sabía que cada buena forma de organización social debía tener
en cuenta las debilidades de la naturaleza humana; cosa que, según su entender, era
inviable en una democracia. Guiado por el gobierno de Pericles, consideraba como
ideal una forma que “por su nombre fuera una democracia, pero, de hecho, fuera
gobernado por su primer ciudadano”.
El entendimiento de Aristóteles (384–322 a.C.) era parecido. Su ideal era la
“timocracia”, esto es, el poder en manos de los que poseen bienes y reputación.
Pretendía que los elementos democráticos y oligárquicos se ponderasen de tal manera
que existiera un equilibrio entre la masa de los pobres y las élites ricas. En la
democracia Aristóteles veía una forma caduca de la timocracia, por implicar la
posibilidad de que “los pobres, que conformaban la mayoría, llegasen a repartirse entre ellos el
patrimonio de los ricos”, lo cual para él era ilícito.
La misma reflexión de base también la encontramos en los orígenes de la
Constitución norteamericana: cada forma de gobernar debía garantizar la protección de
la minoría opulenta contra la mayoría de los pobres (“to protect the minority of the
opulent against the majority”) reclamaba James Madison (1751-1836), uno de los Padres
Fundadores de la Carta Magna norteamericana. Según él, la resolución de esa tensión
entre el pueblo y sus élites consistía en “la democracia representativa”, que de hecho es
una forma de oligarquía, que permitía salvaguardar los intereses particulares de la
minoría rica.
Sirvan estos pocos ejemplos para ilustrar que el ideario occidental en su conjunto
viene impregnado por un profundo escepticismo acerca de la democracia, y que no
pocas veces alcanza la hostilidad.
En el discurso y la retórica política de la Edad Moderna, la noción de la democracia,
sin embargo, está adquiriendo más y más importancia. Democracia no sólo es una
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entre varias formas de gobernar, sino, después de todo, la única forma que permite
legitimar el poder político. Las élites dominantes ven en ella una “ilusión necesaria” y
procuran establecer detrás de la retórica en torno a ella, las estructuras oligárquicas
necesarias para asegurarse sus propios intereses. Del mismo modo, ven en los avances
democráticos seriamente logrados excesos democráticos (excess of democracy), cuyas
estructuras tratan de erosionar de maneras no visibles para el pueblo; un proceso que
en la actualidad se está acelerando a un ritmo alarmante. Valgan de ejemplo estos
tópicos: el procedimiento legislativo de la UE; el Banco Mundial; el FMI; TTIP y la
“Troika”.
El establecimiento de estructuras oligárquicas bajo el manto protector de la
democracia, se ha logrado hasta el punto que las democracias occidentales ya tienen de
hecho carácter oligárquico, un parecer que no sólo es compartido por los críticos de
este proceso antidemocrático, sino por esas mismas élites dominantes. Ejemplo EEUU:
en un informe de 1975 titulado “The Crisis of Democracy” –la crisis de la democracia– se
alude a que sus autores diagnostican un “exceso de democracia” (“excess of
democracy”). Samuel Huntington constata que en su tiempo, cuando al Presidente
Truman se le permitía gobernar al país mediante un puñado de banqueros de Wall
Street (“to govern the country with the cooperation of a relatively small number of Wall Street
lawyers and bankers”), manejar o dirigir la democracia resultaba relativamente sencillo.
Desde entonces, ese “exceso de democracia” se ha venido corrigiendo notablemente, de
modo que el Washington Times en 2014 constataba: “America dejó de ser una democracia,
no obstante la república democrática que los Padres Fundadores pudieran haber previsto”
(“America is no longer a democracy – never mind the democratic republic envisioned by
Founding Fathers”). El ex presidente Jimmy Carter, entrevistado el 28 de julio de 2015,
calificaba a los EEUU de ‘oligarquía’ afectada de un ilimitado soborno político
(“unlimited political bribery”). De modo que el carácter oligárquico de los EEUU a las
élites les resulta ser un hecho más que evidente. Y quien no valore semejantes
manifestaciones en su justa medida, puede que acabe por reconocer lo obvio una vez
que quede documentado en base a una metodología científica. Los politólogos Martin
Gilens y Benjamin Page investigaron en 2014 para los Estados Unidos el peso de voto
que la voluntad de la gran masa del pueblo alcanza en las decisiones políticas. Sus
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análisis documentan que ese peso de voto es prácticamente nulo y que el 70 % de la
población no ejerce ninguna influencia en las decisiones políticas.
Y este panorama no resulta distinto en Europa. De querer obtener una impresión
realista de la situación europea, puede resultar muy esclarecedor acudir a los medios
de información de las élites, como puede ser el Wallstreet Journal. Semejantes medios
suelen tener una visión bastante nítida de las circunstancias reales, que tan importante
resulta para las élites financieras y sus negocios. Puesto que estos medios informativos
se dirigen a las élites, pueden ahorrarse la cruda retórica y propaganda política, que
los medios de masas tienen preparadas para el gran público. El Wallstreet Journal del 28
de febrero de 2013 constata fríamente que el programa neoliberal –en contra de lo
votado en numerosos países– ya no puede ser revisado por medios democráticos.
También en Europa se está tornando ilusorio el creer que los votantes, mediante sus
votos, puedan influenciar seriamente en los resultados de los comicios y/o las
decisiones políticas relevantes para el sistema.
Concretamente en el ámbito económico ello no debe sorprendernos, toda vez que el
neoliberalismo y la democracia resultan de hecho incompatibles. Milton Friedman
(1912-2006), uno de los Padres Fundadores del neoliberalismo, lo manifestó así en 1990
en Newsletter of the Mont Pelérin Society: “una sociedad democrática, una vez establecida,
destruye la libre economía” (“a democratic society once established, destroys a free economy”) –
lo cual, desde la óptica de las élites, ha de evitarse en todo momento. Resulta pues que
la democracia sólo se “admite” en tanto y cuanto sus decisiones democráticas no
lleguen a afectar al ámbito económico, mientras no llegue a ser una democracia. Visto
así, el neoliberalismo es el mayor enemigo de la democracia. Desde la óptica de las
grandes empresas multinacionales, la democracia viene a ser en primer lugar un riesgo
empresarial. Si la población no está dispuesta a admitir que la organización de una
sociedad ha de obedecer a determinadas restricciones económicas y que los salarios y
las prestaciones sociales resultan extremadamente perniciosas a la hora de acumular
capital, las élites dominantes deben imponer de manera autoritaria las “medidas de
adaptación estructural” que estimen necesarias.
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Una sociedad de organización realmente democrática resulta a todas luces
incompatible con las formas sociales que las élites dominantes suelen preferir. Al
considerarla una ‘ilusión necesaria’ en el juego político, esa ‘democracia’ debería
adoptar antes la forma de una “democracia de espectadores” (“spectator democracy”)
que la de una participativa. En una democracia de espectadores, cabe mantener la
ilusión democrática, y garantizar a la vez la estabilidad del estatus de las élites
políticas.
Concretamente sobre estos problemas versa el ya referido informe titulado The
Crisis of Democracy, que se había redactado en 1975 por encargo de la llamada
“Comisión trilateral” –la trilateralidad alude al hecho de que los miembros de esa elitista
comisión consultora procedían de los tres grandes bloques económicos Norteamérica,
Europa y Japón–. Esa Comisión trilateral mantiene estrechas relaciones con otras redes
de la élite, en particular, con la conferencia Bilderberg y el “Puente Atlántico”, entre
cuyos miembros encontramos a Joseph Ackermann, Gerhard Schröder, Edelgard
Buhlmann o el publicista Theo Sommer.
En el referido informe se constata que la crisis democrática provocada por un
“exceso de democracia” tan sólo cabe manejar y resolverla (en beneficio de las élites)
cuando algunos individuos y grupos muestren cierto grado de apatía y no implicación
(“the effective operation of a democratic political sistem usually requieres some measure of
apathy and noninvolvement on the part of some individuals and groups”). Huelga decir que
estos individuos y grupos cuya indiferencia se considera esencial para “manejar la
democracia de manera efectiva” no pertenecen a las élites dominantes, sino al pueblo
llano. La democracia de espectadores que éstas persiguen tan sólo se puede alcanzar si
la ciudadanía queda ampliamente despolitizada, afectada de letargo político y apatía
moral.
Esta meta no se alcanza sin técnicas apropiadas, métodos capaces, por ejemplo, de
inducir la apatía (preocupación por el sustento, generación del miedo, consumismo,
etc.); técnicas en la manipulación de las opiniones y la indignación.
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Democracia y propaganda
Al comparar las ventajas e inconvenientes de las diversas formas de gobierno –
como defiende el politólogo norteamericano Harold Lasswell (1902-1978), coincidiendo
con la muy extendida opinión entre las élites– hay que dar preferencia a la democracia,
siempre y cuando se lograra al mismo tiempo asegurarse la aprobación ciudadana del
sistema político y las decisiones que la clase especializada adopta en él. Lo cual es
factible mediante las técnicas de propaganda adecuadas. Para este autor, la
propaganda es consustancial, y por tanto, elemento obligatorio de toda democracia
‘operativa’. Las técnicas aptas para manipular las opiniones, a diferencia de las
prácticas de control dictatorial, según él, tienen además la ventaja de resultar más
“económicas que la violencia, el soborno o cualquier otro modo de control” (“cheaper
than violence, bribery or other possible control techniques”). Visto así, manejada y dirigida
por un “Management de las opiniones”, la democracia llegaría a ser la forma óptima de
gobernar.
Lo mismo expresaba Edward Bernays (1891-1995) con una franqueza que,
evidentemente, hoy día ya no es la habitual. Bernays era el difusor de mayor influencia
de propaganda cuyas bases y técnicas había reunido en su libro Propaganda publicado
en 1928. Según él, son propaganda todos los intentos sistemáticos que pretendan
socavar la capacidad natural, el discernimiento de las personas, mediante la generación
de pareceres, opiniones y convicciones por las que la gente puede ser abusada en
beneficio de las élites dominantes (“incapacitación”, “instrumentalización”).
Escribe Bernays: “El manipular consciente e inteligentemente las conductas y opiniones de
las masas, forma parte elemental de las sociedades democráticas. Los procesos sociales son
dirigidos por organizaciones que trabajan de modo invisible, y que conforman un gobierno
invisible, que es el poder real dominante en nuestro país”. En ello no debemos olvidar que la
situación que Bernays describe no era la meta, sino la ya existente realidad en aquel
entonces, una situación que hoy en día se nos presenta aún considerablemente más
grave. La propaganda de hoy resulta ser parte integrante del sistema de
adoctrinamiento de todas las sociedades occidentales. Y el “gobierno invisible, que es
el poder real dominante en nuestro país”, consiste en entramados casi invisibles de
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redes entre las diversas élites. Éstas son las que “dirigen los procesos sociales”.
Manejan las decisiones políticas que nos hacen llegar mediante “periodistas
infiltrados” (“embedded”) en los medios de comunicación, y que nos venden las
respectivas medidas como restricciones obligatorias y necesarias para el bienestar de la
ciudadanía.
¿Cómo se llega a este estado en que las élites pretenden alcanzar, ese “gobierno
invisible” de un pueblo suministrándole la dosis necesaria de apatía? En ello juegan un
papel decisivo los medios de comunicación, cuya función nos aclara Paul Lazarsfeld,
uno de los más eminentes investigadores de la comunicación y fundador de la
investigación social empírica moderna: “Es cuestión de hundir a los ciudadanos en una
avalancha de informaciones, de modo que tengan la ilusión de estar informados”, que les hace
tener la conciencia tranquila, porque creyéndose informados sobre todo lo esencial,
podrán acostarse tranquilos.
En este sentido, Lazarsfeld cuenta a los medios entre “los narcóticos sociales más
respetables y eficientes” (“most respectable and efficient of social narcotics”). A los
ciudadanos se les proporciona la ilusión de estar informados: En el desayuno leyendo
el Süddeutsche Zeitung, por la tarde algo en SpiegelOnline, por la noche viendo las
noticias del día en el Tagesschau, quedarán tan impresionados del grado de su supuesta
información que, piensa Lazarsfeld, ya ni son capaces de reconocer su enfermedad /
dolencia (“to keep the addict from recognizing his own malady”).
Ante todo son las capas consideradas cultas las más propensas a caer en esa ilusión
de creerse informados. Estas capas, por motivos evidentes, son siempre las más
adoctrinadas por la ideología de turno, trátese del nacionalsocialismo o de la ideología
que predomina ahora. Dada su silente tolerancia, son un elemento estabilizador
importante para la ideología dominante en cada momento.
Abundan los ejemplos de cómo la referida narcotización puede obtenerse por la vía
afectiva.
Al margen de la referida sedación en el ámbito político, encontramos técnicas de
control afectivo y de generación de miedo. En la retórica que pretende legitimar las
intervenciones militares, encontramos con frecuencia una estrategia doble: las capas
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sociales más cultas pueden ganarse fácilmente bajo el ‘banner’ de las “intervenciones
humanitarias”, y a las menos cultas se las gana instrumentalizando o provocando sus
miedos ante cualquier fuerza supuestamente malévola y violenta. Un ejemplo de una
ya histórica notoriedad y de enormes consecuencias: Colin Powell, el ministro de
exteriores de EEUU, cuando el día 5 de febrero de 2003, ante el Consejo de Seguridad
de la ONU muestra un tubito lleno de polvo, que había de servirle de “prueba
definitiva” para la existencia de armas de destrucción masiva al alcance de Sadam
Husein. Esta ‘prueba’ iba dirigida ante todo al pueblo norteamericano y pretendía
encender sus miedos de tal manera que prestaran su consentimiento para la invasión
del Irak que ya estaba proyectada desde hacía tiempo. Esta manipulación afectiva
resultaba ser enormemente efectiva, y surtía otro efecto ‘colateral’ que era la muerte de
más de 100.000 civiles iraquíes. El ejemplo reciente de más calado de cómo se puede
hacer política hegemónica instrumentalizando el miedo, lo tenemos en la información
de los medios sobre Rusia y Ucrania.
El Secretario de Estado de EE.UU. Colin Powell, en la ONU 5-2-2003, durante su famoso show del "tubito" que
presentó como "evidencia" de las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Husseim. Posteriormente se
demostró que aquello era una falsedad y un montaje del que tenían conocimiento George Bush y Tony Blair. Foto de
Elise Amendola / AP Photo.
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Para dirigir a los ciudadanos, por lo general se debe dar preferencia a aquellas
técnicas que tengan un alcance más largo. Aquí habría que dar prioridad a la
dirección de la opinión pública ante su manipulación meramente afectiva. Las
opiniones suelen ser más estables que los afectos, por lo que juegan un papel especial
las técnicas de manipulación de las primeras. Abordaré aquí solamente unos cuantos
aspectos sencillos. Para poder manipular las opiniones, no se requieren conocimientos
especiales en psicología; es el pan de cada día de los medios:
1. Declara los hechos como si fueran opiniones. En la actitud que trata los hechos como
meras opiniones, reside, según Hannah Arendt, uno de los más terribles aspectos de
toda ideología totalitaria.
2. Fragmenta la representación de los hechos relacionados en su fondo, de tal manera que
se pierda su relación significativa o contexto.
3. Descontextualiza los hechos, esto es, sepáralos de su contexto natural, de modo que
aparezcan casos singulares aislados.
4. Recontextualiza los hechos, incrustándolos en otro contexto de representaciones
positivas de tal manera que pierdan su contextualidad original y, con ella, cualquier
indignación moral posible.
Mediante estas técnicas relativamente sencillas, la psicología ha podido identificar
un gran número de mecanismos más sutiles y sorprendentes en la formación de
nuestras decisiones y opiniones, que pueden ser (ab)usadas para dirigir y manipularlas
de modo muy eficaz. Tanto más, si tenemos en cuenta que nuestros procesos centrales
de decisión y opinión, discurren inconscientes por lo que no son accesibles al control
intencionado. Dos ejemplos:
• i) Una serie de estudios experimentales ha mostrado que una afirmación,
enunciada por los directores del experimento -conforme se repita- aumenta el
grado de veracidad que las personas del test le atribuyen, incluso cuando se les
hace observar expresamente que se trata de una afirmación falsa. Estos procesos
se producen de modo automático e inconsciente. Quiere decir que no nos
podemos defender ante ellos. Incluso si el sujeto del experimento es
previamente informado sobre ese fenómeno, el efecto es el mismo: cuantas más
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veces escucha una opinión, tanto más crece la estimada, la supuesta veracidad.
Abundan los respectivos ejemplos en la prensa diaria, trátese de los “griegos
reacios a las reforma’ o, en el contexto de Crimea, de la noción de ‘anexión’. La
mera repetición hace que crezca el grado de la veracidad que estimamos.
• ii) Cuanto menos conocimiento tengamos en una materia o ámbito, tanto más
propensos seremos a ubicar la verdad en medio. Nos inclinamos a considerar
pues a todas las opiniones como equivalentes, obviando los “extremos” al
margen del espectro observado, y eso incluso en el supuesto de que la opinión
“correcta” se encuentre allí mismo.
Vemos pues que la formación de la opinión publica permite ser dirigida muy
eficazmente predeterminando esos “márgenes” de lo que aún se considera “razonable”.
Quien sea capaz de marcar estos márgenes en el espectro visible de opiniones, y con
ello los límites de lo “razonablemente aceptable”, ya ha recorrido un gran trecho en el
manejo de la opinión pública. En la ‘democracia’ neoliberal, concebida conforme al
mercado, será lógicamente muy importante determinar el límite izquierdo de lo
admisible, de lo razonablemente aceptable. En las tesis que defiende, por ejemplo,
Jürgen Habermas puede que las élites dominantes vean esto último defendible y que
en el marco de “nuestra democracia liberal” estén dispuestas a aceptar. Cualquier
posicionamiento más radical y capaz de enfocar el centro del poder ya quedaría
descartado como fuera de lo públicamente ‘aceptable’, y por tanto, por ‘irresponsable’.
Quedaría, pues, fuera del alcance de cualquier debate “sensato”.
¿Cómo se pueden invisibilizar, a nivel cognitivo y moral, los
hechos capaces de surtir efectos políticamente desfavorables?
Una vez que nuestra capacidad de detectar estas manipulaciones esté más refinada,
nos podremos ocupar de una paradoja interesante que en la Historia encontramos ya
muy documentada, y que podríamos llamar la paradoja que se plantea entre la
autovaloración y la conducta de la persona. También a nivel de estados y naciones, se
observa que existe una discrepancia entre su autoevaluación y su conducta. Los
estados son capaces de cometer, asistidos por la mayoría de sus ciudadanos, los
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crímenes más atroces, como son la tortura, asesinatos en masa y los genocidios,
estando sin embargo convencidos de que sus actos no son condenables en términos
morales. Este fenómeno nos conduce a la necesidad de profundizar en la naturaleza
humana. En un principio, disponemos de una sensibilidad moral natural, de un juicio y
discernimiento natural para poder valorar aquello que consideramos indebido y mal,
al menos en los actos de los demás. Para que se produzca la referida paradoja, nuestra
capacidad moral de juzgar debe quedar adecuadamente socavada o bloqueada, lo cual
resulta muy fácil cuando las atrocidades cometidas por “nuestra” sociedad queden
“invisibilizadas en términos morales”.
Si bien puede parecer difícil invisibilizar, hacer desaparecer unos hechos evidentes,
que salten a la vista, la magia nos ilustra que no resulta tan difícil, cuando la(s)
atención(es) se manejan o manipulan de modo adecuado.
La pintura de El Bosco (1450-1516), titulada El prestidigitador, nos ilustra exquisitamente
de qué estamos hablando:
El Bosco: "El prestidigitador" (óleo sobre tabla, aprox. 1502). Museo Municipal de Saint-Germain-en-
Laye (Francia).
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En torno a una mesa se reúnen varias personas, al parecer todas bien situadas, que
sucumben a las tentaciones que un buen trilero, en beneficio propio, es capaz de
provocar con medios relativamente banales. Unos de los presentes son mirones y
papamoscas, otros observan aparentemente desinteresados. Llama la atención una
persona vestida de hábito religioso que, a juzgar por sus anteojos, sabe leer, es un
intelectual. Comprende la situación y rápidamente la aprovecha en su propio beneficio,
robando el monedero de la persona que tiene por delante y cuya atención está absorta
por las artes del trilero. A estos tipos en la Edad Media se los llamaba ‘Beutelschneider’
o ‘rateros’. Más adelante volveré sobre esta pintura en otro contexto menos esperado.
Como nos ilustra la pintura de El Bosco, poco se requiere para desviar la atención
de la gente de tal manera que dejen de notar y percibir lo evidente. Lo mismo puede
producirse en el ámbito político con una eficacia que nos debe asombrar e inquietar. Y
lo quiero documentar mediante unos hechos directamente relacionados con la referida
paradoja autovaloración y conducta, que vulneran gravemente las normas morales
vigentes en nuestra comunidad política. Para ello quiero, sin embargo, invertir la
perspectiva política habitual: en vez de preguntar por qué presuntos o reales motivos
los gobiernos pueden haber cometido estos crímenes, quiero enfocar a la ciudadanía, a
nosotros mismos, y preguntar porqué no reaccionamos ante estos crímenes con una
indignación moral más adecuada.
Puesto que los hechos tan sólo sirven de base en estas cuestiones, puedo ceñirme a
unos cuantos ejemplos. Los he seleccionado porque cumplen los siguientes tres
criterios:
• i) Se refieren a actos cuyos responsables somos “nosotros”, la comunidad
política que integramos.
• ii) Se refieren a indudables vulneraciones de la normativa moral; a unos actos
que, si los cometieran nuestros “adversarios”, no tardaríamos en condenarlos
con toda nuestra indignación moral.
• iii) Resultan indiscutibles y están bien documentados, recogidos por los medios
(si bien de modo fragmentado y adecuadamente recontextualizado).
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Invisibilizar los “hechos pequeños”.
Resulta fácil hacer que unos hechos desaparezcan de nuestra percepción moral en
aquellos casos que tengan poca “visibilidad moral”, ya sea por su volumen, su escaso
peso político o por lo abstracto de su contenido. De semejantes “hechos insignificantes”
los medios pueden informar sin riesgo alguno, haciéndolos ver sin que resulten
visibles en su alcance moral (moralmente invisibles).
Esta invisibilización es relativamente fácil cuando las normas morales son
gravemente vulneradas por estructuras abstractas. A diferencia de la violencia
concreta, la violencia estructural se sustrae, por así decirlo, de nuestro sensorio moral.
Recordemos, por ejemplo, las consecuencias que puedan resultar de las operaciones de
las oligarquías financieras globales que ya se escapan de todo medio democrático de
control. Para percibir las causas de índole abstracta nuestra mente no se encuentra bien
equipada, no solemos reconocerlas ni cuando sus consecuencias son inconmensurables.
Jean Ziegler, el que fuera Relator Especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación,
observó en 2012 en el periódico alemán JungeWelt: “El fascismo alemán necesitó seis
años de guerra para matar a 56 millones de personas; el orden económico neoliberal no
tarda ni un año”. Hasta cuando seamos capaces de nombrar la causa, tratándose de
unas estructuras abstractas nos resulta difícil reaccionar con indignación moral ante el
acto criminal. Valga de ejemplo el Banco Mundial (BM), cuya tarea consiste en ofrecer
instrumentos financieros para proyectos de medio y largo plazo en el desarrollo de la
economía real. Las organizaciones humanitarias llevan años condenando las prácticas
del BM por vulnerar los Derechos Humanos, una temática que muy de vez en cuando
encontramos reflejada en los medios.
El Süddeutsche Zeitung escribía en fecha de 16 de abril de 2015: “En los proyectos de
infraestructura financiados por el BM en África, una parte de los llamados ‘barrios
pobres’ es derribada sin aviso previo. Sus habitantes son mudados/trasladados a la
fuerza o se quedan sin techo”. En la misma fecha, leemos en el ZEIT bajo el título “El
Banco Mundial vulnera los Derechos humanos en todo el mundo”: Se estima que sólo en la
última década eran 3,4 millones las personas que debieron abandonar sus tierras o una
parte de su base existencial a causa de los 900 proyectos financiados por el BM”. Sobre
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estos hechos de graves consecuencias para la población se puede informar sin riesgo al
público. Puesto que el contexto necesario para su entendimiento se suele mantener
oculto, semejantes crímenes no despertarán el interés ni la preocupación pública.
La cosa cambia ante unos hechos concretos, como puede ser la tortura, en cuyo caso
hay un/os autor/es. Si la causa del crimen no es abstracta sino atribuible a un/os autor/es
concreto/s, nuestra capacidad natural de indignación, nuestra sensibilidad se activa.
Pero también en este supuesto cabe invisibilizarlo mediante la fragmentación y la
adecuada descontextualización.
Ejemplo. Uzbekistán, que se cuenta entre las peores dictaduras del mundo. Su
régimen está vulnerando de modo sistemático y horrendo los Derechos Humanos
(DDHH), realizando genocidios, tortura o explotación infantil. Pero dado que
Alemania mantiene allí una base de fuerzas aéreas persiguiendo, por tanto, intereses
estratégicos, el consentir o tolerar las referidas prácticas forma parte de la razón del
Estado alemán.
Otros ejemplos de esta práctica de invisibilizar unos sucesos en términos morales se
encuentran con facilidad.
Invisibilizar los hechos “grandes”.
Ahora, ¿cómo se pueden invisibilizar
supuestos que por su magnitud ya ni cabe
esconder ni encubrir. Este supuesto
requiere un considerable esfuerzo en las
artes políticas y las mágicas, a la vez.
Sabemos que David Copperfield pudo
hacer desaparecer delante de su público la Estatua de la Libertad, que en el arte de la
magia requiere un considerable y sofisticado aparato técnico. La manipulación de la
opinión también requiere en cierto sentido una amplia preparación -la disponibilidad
de los medios-, pero las necesarias técnicas psicológicas no resultan tan sofisticadas.
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Valga este como único ejemplo: el número de civiles que cayeron víctimas en las
“intervenciones” que los EEUU llevaron a cabo desde la II GM. Puesto que los EEUU
se consideran los “aliados más estrechos de Alemania” y que el Ministerio de AAEE
alemán ve que “esta relación transatlántica reposa sobre los valores compartidos” entre
ambos Estados, los sucesos en este ámbito tienen carácter político y serán de
responsabilidad “compartida”.
El cómputo de víctimas civiles sólo en las guerra de Vietnam/Corea alcanza una
cifra de 10 a 15 millones; más otros 9 a 14 millones por actos bélicos de los EEUU y sus
cómplices (por ejemplo en Afganistán, Angola, el Congo, Timor Oriental, Guatemala,
Indonesia, Pakistán, Sudán). Según datos oficiales o estimaciones de las organizaciones
humanitarias, los EEUU desde la II GM deben responder de la muerte de entre 20 a 30
millones de personas a causa de sus ataques y agresiones a otros países.
Dichos crímenes vienen acompañados por un coro de políticos occidentales,
periodistas e intelectuales solícitos, que no paran de autocomplacer y felicitarse
considerando que estos actos reflejan los benévolos esfuerzos de la “mayor fuerza
mundial en la defensa de la paz y libertad, la democracia y prosperidad” (“world’s
greatest force for peace and freedom, for democracy and security and prosperity”), como dijera
el ex presidente Clinton el 28 de abril de 1996.
Sólo en los últimos años murieron unos 4 millones de musulmanes por “nuestras”
manos, esto es, por manos de la “comunidad de valores occidentales” con el fin de
erradicar el terrorismo en el mundo. Este afán forma parte de una larga tradición
histórica en nuestra “comunidad occidental”, que abarca desde el colonialismo
europeo y su misión civilizadora, la guerra de Vietnam, que cobró las vidas de entre uno
a dos millones de civiles para librarlos del comunismo, ese “equivocado modo de
vida”, hasta las llamadas “intervenciones humanitarias” y “misiones civilizadoras” en
defensa de la democracia y los DDHH en el presente. A la hora de reflejarlos en los
medios estos crímenes deben quedar muy fragmentados y radicalmente
recontextualizados de tal modo que el público apenas los pueda percibir. Y aunque
todos estos procedimientos se encuentran ampliamente documentados, en la
consciencia pública apenas dejan rastro.
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“¿A cuántos hay que matar para ganarse el apelativo de asesino en masa y criminal de
guerra?”, se preguntaba Harold Pinter en su discurso de aceptación del Premio Nobel
en 2005. Y nos recuerda “ese inmenso tapiz tejido de mentiras de las que nos alimentamos" y
"para mantener el poder es esencial que la gente permanezca ignorante, que vivan ignorando la
verdad, incluso la verdad de sus propias vidas” [1]. Forma parte de esta red de mentiras que
todos estos crímenes no pasan el umbral consciente de la gente… simplemente no
tuvieron lugar, no ocurrieron.
“Esto nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. No ocurrió ni siquiera mientras estaba
ocurriendo. No pasaba nada. No interesaba” [1]. Nos debemos preguntar, angustiados,
¿cómo se alcanza semejante grado de apatía moral? En palabras de Pinter: “¿qué le ha
pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez? ¿Qué quieren decir estas
palabras?” Una vez más, la respuesta nos lleva a la magia, ya que el alcanzar tal grado
de apatía moral se debe a “un acto de hipnosis muy logrado, brillante, incluso ingenioso”. [1]
Víctimas de la matanza de My Lai, Guerra de Vietnam.
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Y el medio más importante para tal hipnosis colectiva es el lenguaje. Quien domine
el lenguaje, esto es, los términos, conceptos, nociones y categorías, con las que
reflexionamos y hablamos sobre los fenómenos sociopolíticos, tendrá fácil dominarnos:
“Mediante el lenguaje se mantiene a raya el pensamiento”.
Vemos pues que hasta los “grandes” hechos o sucesos se pueden invisibilizar
empleando simples técnicas psicológicas, que apenas resultan reconocibles como tales
por encontrarse ya profundamente arraigadas en el normal funcionamiento de los
medios. Quiere decir que este tipo de manipulación ya no tiene que venir
implementada por ningún órgano central; antes bien viene a reflejar el viejo refrán
“dame pan y llámame tonto”. De tenerlo presente a la hora de “instruir” al pueblo,
estas técnicas casi salen por si solas.
La necesidad de manipular nuestra indignación.
Para las élites dominantes pueden producirse situaciones que resulten
especialmente peligrosas para el sistema, por implicar el riesgo de una reacción en
cadena. Semejantes situaciones suelen desencadenarse por sucesos que apelan tan
fuertemente a la sensibilidad moral de la gente que ésta responde con toda su
indignación. Necesitan, por tanto, ser mitigadas de modo inmediato y eficaz.
Aquí las técnicas aptas para la manipulación a largo plazo no suelen ser suficientes, y
se requieren otras para controlar y manipular toda indignación súbita y vehemente. Un
ejemplo para esta indignación aguda era la publicación de imágenes de torturas
practicadas por los EEUU en la cárcel de Abu Ghraib.
Semejantes reacciones por parte del propio pueblo ante las prácticas de tortura y
control masivo, capaces de poner en peligro la estabilidad social, las élites pretenden
mitigarlas en seguida redirigiéndolas a otras metas ficticias. Pero también pueden
resultar peligrosas para la propia estabilidad nacional –normalmente con respecto a los
propios intereses hegemónicos - las reacciones de pueblos “amigos”, por lo que
también han de controlarse sin falta, ante todo cuando se manifiestan de manera
colectivamente organizada. En este supuesto hablamos de contrainsurgencia
(counterinsurgency). De tratarse, en cambio, de reacciones indignadas entre los
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ciudadanos de estados no pro occidentales, en los que “nosotros” pretendemos
alcanzar un cambio sistémico, las insurgencias no serán combatidas, sino incitadas y
dirigidas contra los objetivos propios. En tales casos hablamos de “revoluciones de
colores” que es cuestión de dirigir debidamente para “fomentar la democracia y los
DDHH”.
La contrainsurgencia ("counterinsurgency”).
Se trata de operaciones militares por debajo del umbral bélico (“low intensity
warfare”), que hoy son un ámbito más importante de intervención y más extendido que
la guerra clásica.
Comprenden todos los métodos que según la definición oficial, han que
considerarse como terrorismo: actos violentos ilegales para despertar el miedo con el
fin de obtener resultados políticos o ideológicos. Esta forma de terrorismo se denomina,
sin embargo, “antiterrorismo” (“counterterrorism”), quiere decir que los términos
“terrorismo” y “antiterrorismo” dependen únicamente de si los actos violentos los
cometemos “nosotros” o los cometen “ellos”, nuestros enemigos. Vemos pues que estos
términos ya quedan profundamente ideologizados, al igual que el de la
contrainsurgencia, en cuyo caso resulta importante desvelar sus premisas tácitas: el
calificativo “insurgentes” se aplica siempre desde la óptica del orden dominante; y así
se llama a aquellos que pretenden amenazar la estabilidad del orden que “nosotros”
deseamos; “libertadores” se llaman en cambio aquellos otros que amenazan la
estabilidad del orden sistémico no deseado por “nosotros”.
Los métodos ofrecen un amplio espectro al que además aporta su refinamiento el
ámbito universitario. Van desde el control de la opinión pública (“information
operations”) pasando por “population-control measures” hasta tácticas de shock y
pavor (“shock and awe”).
Las variantes cruentas de la contrainsurgencia las manejan unidades especiales,
como la CIA o las numerosas unidades del Mando Conjunto de Operaciones Especiales
(“Joint Special Operations Command”). El 7 de junio de 2015 el New York Times publicó
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un amplio informe titulado “Historia secreta de matanzas silentes y líneas borrosas”
(“A Secret History of Quiet Killings and Blurred Lines”) sobre aquellas unidades dedicadas
a la contrainsurgencia que se conocen por el nombre de “máquina caza hombres
global” (“global manhunting machine”). Lo poco que ya ha salido a la luz nos muestra
un largo balance de “matanzas” (“killing fests”) de civiles. Jeremy Scahill [2] sostiene
que estas unidades manejan un presupuesto anual de 8.000 millones de US$.
El informe del NYT, si bien pudo provocar unas breves reacciones de indignación,
reafirmó a los ciudadanos en su convicción de que “en nuestra democracia” todo acaba
saliendo a la luz, por lo que no había motivo para preocuparse seriamente. Este
informe se incrusta además en el habitual contexto de los “lamentables sucesos
aislados o singulares”, y su fragmentación a lo largo de la Historia encubre la ya larga
tradición de estas unidades y sus operaciones.
Las variantes cruentas de contrainsurgencia quedaron aprobadas desde la Guerra
de Vietnam y los “Tiger Force”. Pero aun así, su continuidad queda prácticamente
invisible para la consciencia pública.
Instigar o incitar la sublevación.
Una estrategia totalmente distinta se persigue cuando las sublevaciones van
dirigidas contra un gobierno desaprobado por la “comunidad de valores occidentales”.
En tal caso se considera que los movimientos hacia el cambio sistémico deseado
reflejan la voluntad de libertad del pueblo, por lo que han de ser fomentados por todos
los medios a modo de “promoción democrática” (“democracy promotion”).
Obrar un cambio sistémico sin que intervenga ninguna fuerza militar y que parezca
salir del centro del pueblo, se llama “revolución de colores”. Comparada con los
múltiples golpes de Estado y militares de la CIA durante décadas, tiene una serie de
ventajas. Estos cambios sistémicos encubiertos suelen salir más económicos y son mejor
recibidos y aceptados entre el público occidental y la comunidad internacional que
cualquier golpe. Cualquier régimen que –aparentemente- llegue al poder de este modo
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no violento y –en supuesta realización de la voluntad popular-, ya podrá pasar por
democráticamente legitimado.
Para apuntalar los cambios sistémicos encubiertos existen unas redes económicas
privadas muy potentes que reúnen organizaciones “caritativas”, dedicadas al fomento
de la “democracia y los DDHH” en aquellos países que se muestren reacios o
insuficientemente abiertos a los valores occidentales. Una de las más influyentes es la
National Endowment for Democracy (NED), y las ONGs privadas que ésta fomenta tales
como Freedom House y el Open Society Institute de George Soros. Es de agradecer esa
aclaración que nos facilita Allan Weinstein, ex presidente de la NED, en 1991 sobre los
golpes organizados por la CIA: “mucho de lo que estamos haciendo hoy día ya lo venía
haciendo la CIA hace 25 años de modo encubierto” (“A lot of what we do today was done
covertly 25 years ago by the CIA”). Y en efecto, la NED puede remitir a una larga lista de
regímenes, autoritarios y establecidos sin violencia, pero amigos de los EEUU, sobre
todo en América Latina. En la actualidad el peso de su “democracy promotion” se centra
en Europa oriental.
Todos estos intereses hegemónicos vienen fomentados y acompañados a nivel
mundial por una serie de empresas de propaganda altamente especializadas que se
consideran Agencias de Relaciones Públicas (RRPP). Todas las intervenciones de EEUU
durante los últimos decenios venían preparadas y acompañadas por la propaganda
elaborada por estas empresas. No obstante su enorme influencia en los medios de
comunicación, operan invisibles para los ojos del público, como lo hace Hill & Knowlton
Strategies, empresa que alcanzó cierta fama por la “mentira sobre las incubadoras en
Kuwait” difundida en 1990 [3]; o Burson-Marsteller o Rendon Group. Han demostrado
con notable éxito su capacidad de “venderle” al público en todo el mundo no sólo la
guerra, sino la “realidad políticamente deseable”.
Este contexto político continuado durante mucha décadas permanece casi invisible
para el gran público, toda vez que los medios de comunicación lo vienen fragmentando
en singularidades, donde cada intervención militar es además presentada e
interpretada a modo de fomento de la democracia y los DDHH; y como si los rebeldes
en Europa oriental o los países islámicos procedieran única y exclusivamente del
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pueblo, que de este modo trata de hacerse notar en busca del cambio sistémico que
“nosotros” perseguimos.
Potentes organizaciones privadas que bajo apariencia filantrópica y la supuesta defensa de la
"democracia y los DDHH", sirven a oscuros intereses. Allan Weinstein, ex presidente de la NED, llegó a
reconocer: “mucho de lo que estamos haciendo hoy día, ya lo venía haciendo la CIA hace 25 años de modo
encubierto”. Pie de foto es añadido de nuestro blog.
El arte del engaño.
No solamente la opinión pública sino también su potencial indignación resultan ser
un bien demasiado valioso como para dejarlo en manos del pueblo o abandonarlo al
azar. Puesto que disponemos por naturaleza de una sensibilidad moral, el control de
nuestra posible indignación presupone que entre nosotros primero se vaya creando
cierto grado de apatía. Luego se ha de disponer de las técnicas capaces de invisibilizar
los hechos amorales que puedan hacer peligrar esta apatía (graves violaciones
sistémicas de los DDHH, etc., capaces de activar nuestra sensibilidad moral natural).
Hacer política real equivale a ver en la democracia, los DDHH o las normas
morales no más que nociones huecas que permiten manipular con eficacia la
percepción pública. Lo cual requiere unas técnicas apropiadas capaces de encubrir la
discrepancia entre la retórica política y la realidad, y de este modo garantizar el orden
político establecido. Semejante engaño será tanto más eficiente, cuanto mejor se ajuste
al funcionamiento de nuestra mente.
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En las última décadas, a la vista de las experiencias históricas, la psicología ha ido
descubriendo nuevas nociones sobre cómo funciona nuestra mente. Muchas de ellas
permiten ser instrumentalizadas en técnicas de propaganda y engaño.
A la vista de nuestras experiencias históricas, poco puede sorprendernos que se
encuentren suficientes psicólogos dispuestos a ponerse al servicio de esa empresa,
desde luego a cambio del aprecio por parte de ciertos círculos de ‘relevancia social’. Un
ejemplo: la Amercian Psychological Asociation (APA) [4], la mayor organización de
psicólogos del mundo, junto con la CIA, había organizado en 2003 unos talleres acerca
de la “ciencia de la decepción”, con el propósito de debatir y elaborar para su práctica
y aplicación los descubrimientos psicológicos más recientes y que mejor permitían
engañar a la población con "fines de seguridad nacional”.
Otros servicios secretos tienen interés en conocer estos descubrimientos que
permiten desarrollar técnicas más sofisticadas en materia de engaño y manipulación.
Cuando Snowden publicó sus documentos, llegó a conocerse un manual del servicio
secreto británico Government Comunications Headcuarters (GCHQ), que precisamente
versa sobre las actuales posibilidades de engañar a la población y de invisibilizar
hechos/sucesos sobre la base de los principios de funcionamiento de nuestra mente. Su
título: El Arte de la Decepción ("The Art of Deception”). En su portada reencontramos nada
menos que la ya referida pintura de El Bosco.
En ese manual se especifican los áreas funcionales de nuestra mente y sus
propiedades específicas que permiten ser usadas con fines fraudulentos.
¿Nos podemos proteger contra la sistemática manipulación de
nuestras convicciones, inclinaciones y opiniones?
En el desarrollo de técnicas sofisticadas de manipulación se buscan aquellos
aspectos en el diseño y las funcionalidades de nuestra mente en las que cabe ver
“puntos de debilidad psíquica” que pueden ser manipulados. El aspecto más
importante consiste en el hecho de que, principalmente, a esas funciones mentales no
tenemos acceso consciente alguno. Y de llegar a ser manipuladas, sucumbimos cuasi
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automáticamente, sin tan siquiera darnos cuenta de que estamos sucumbiendo a las
técnicas. Y hasta cuando sabemos cómo funcionan y que áreas mentales están afectadas,
estamos indefensos ante sus efectos. Los procesos que activan en nuestro interior son
inconscientes y no obedecen a nuestra voluntad. Una vez activados, resulta imposible
sustraerse de ellos.
En este sentido, se comportan de un modo parecido a los que rigen nuestra
percepción. También en ella somos incapaces de corregir mediante nuestra voluntad lo
que llamamos ilusiones perceptivas. Valga de ejemplo la ilusión cinética o de
movimiento a la que sucumbimos estando en un tren parado y mirando por la ventana,
observando otro tren arrancando en la vía de al lado. Semejantes efectos son
inconscientes y automáticos y tampoco desaparecen cuando los conocemos. Así
cuando queremos sustraernos de sus efectos, debemos evitar las situaciones que los
desencadenan o estimulan.
Otro tanto cabe decir de los procesos mentales que se usan con fines de
manipulación. Una vez estimulados, se desarrollan inconscientemente y resultan
incontrolables a nivel cognitivo. Y tan sólo los podemos esquivar evitando en lo posible
la situación que los provoca o estimula. Sólo si reconocemos que nos encontramos en
el contexto manipulativo y si evitamos activamente los medios que lo transportan,
tendremos la oportunidad de conservar un mínimo de autonomía.
Pero si optamos por exponernos voluntariamente a este contexto, convencidos
además de que grosso modo estaremos en condiciones de discernir entre las noticias
que nos ofrecen los medios públicos y privados entre la verdad y el engaño, acabamos
cumpliendo todos los requisitos necesarios para el éxito de las técnicas manipulativas al
uso. Existen múltiples fórmulas para manipular e instrumentalizar la mente humana en
beneficio de las demandas y carencias del poder ajeno. Pero también es cierto que
disponemos por naturaleza de un rico repertorio de instrumentos mentales para
reconocer los referidos contextos manipulativos y evitarlos activamente. Contamos pues
con un sistema inmunitario natural contra la manipulación. Sólo tenemos que usarlo.
Rainer Mausfeld
Trad. al español de Tucholskyfan Gabi
para blog del viejo topo
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Notas de traducción [1] Las diversas citas de Harold Pinter son tomadas de http://estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com.es/2010/01/harold-pinter-arte-verdad-y-politica.html [2] Sobre Jeremy Scahill véase https://es.wikipedia.org/wiki/Jeremy_Scahill [3] Acerca de la “mentira de las incubadoras” véase https://www.youtube.com/watch?v=R1MjPCF8idU [4] Cfr. entrevista a Knuth Müller. Traducida y publicada en el blog del viejo topo: "El diseño de la 'opinión pública'. El psicoanálisis a modo de arma en manos de los servicios secretos y militares." Ficha documental Fuente en alemán. A) Texto escrito. Se trata de la transcripción, ligeramente adaptada, de la ponencia del profesor Mausfeld en la Universidad Christian Albrecht de Kiel, Alemania, el día 22 de junio de 2015. La fuente original en alemán de esta transcripción publicada en pdf es free21.org, en la URL: http://www.free21.org/wp-content/uploads/2015/08/03-Transcript-Mausfeld-Laemmer-2.pdf B) Documento-base audiovisual: la conferencia en alemán está en Youtube: Rainer Mausfeld: „Warum schweigen die Lämmer?“ - Techniken des Meinungs- und Empörungsmanagements Traducción al español para blogdelviejotopo: Tucholskyfan Gabi. Fuente de esta traducción: blogdelviejotopo.blogspot.com.es, 9-8-2015. Uso de esta traducción: licencia CC BY-SA. Reproducir esta ficha documental, conservando los enlaces (hipervínculos) que figuran (tanto a este blog como a las fuentes en alemán).
Sobre el autor Rainer Mausfeld:
Nacido en 1949, cursó estudios de Psicología, Matemáticas y Filosofía. Investigador en el ámbito de la ciencia cognitiva, donde investiga la naturaleza de las categorías significativas connaturales de la mente humana, sobre las que descansan todos los procesos psíquicos. En la actualidad, catedrático de Psicología General en la Universidad alemana de Kiel.