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    Argumentos acerca del giro a la izquierda en Amrica Latina Una poltica post-liberal?1

    Benjamin Arditi

    Facultad de Ciencias Polticas y Sociales, [email protected]

    Resumen

    Este artculo propone un marco conceptual para caracterizar a la izquierda y el giro a laizquierda en la poltica latinoamericana. Sugiero que el entusiasmo generado por sureciente xito electoral no significa que las elecciones sean el nico criterio para explicar elresurgimiento de la izquierda. Otros indicadores que discuto aqu son su capacidad quetiene la izquierda para configurar la agenda poltica, el hecho de que es ella quien estredefiniendo el centro poltico e ideolgico y, por ltimo, su incipiente desafo al esquema

    liberal de la poltica a medida en que los actores experimentan con modos de participacinque podemos denominar como post-liberales.

    Qu hace que un giro a la izquierda sea de izquierda?

    Quiero comenzar constatando lo obvio: ha habido un giro a la izquierda en la polticalatinoamericana aunque slo sea porque el paisaje actual est poblado por gente como HugoChvez, Evo Morales, Cristina Kirchner, Tabar Vzquez, Lula da Silva, Daniel Ortega, RafaelCorrea y Fernando Lugo en lugar de Alberto Fujimori, Carlos Menem, Carlos Andrs Prez oGonzalo Snchez Lozada. Tambin es un lugar comn afirmar que el vocablo izquierda se havuelto ambiguo. Es cada vez ms difcil entender lo que denota el trmino desde que el grueso de

    los partidos socialistas y las organizaciones de centro-izquierda comenz a dejar de lado susresistencias a la economa de mercado y a desechar paulatinamente el lenguaje de la lucha declases, la liberacin nacional, el internacionalismo, la soberana westfaliana estricta y dems. Lairona es que ambas proposiciones son verdaderas, pero no pueden serlo simultneamente sinforzar una contradiccin performativa. Efectivamente, cmo podemos hablar de un giro a laizquierda si no sabemos muy bien qu queremos decir cuando nos referimos a la izquierda?

    Una manera de sortear esta dificultad es diciendo que se trata de algo que le preocupa ms a losacadmicos que a los partidos y movimientos de izquierda. Estos ltimos desarrollan susactividades sin preocuparse mayormente por precisar el significado de la etiqueta de izquierda,especialmente porque la distincin izquierda-derecha ya no parece jugar un papel relevante en la

    1Artculo publicado inicialmente en Latin American Research Review (LARR), Vol. 43, No. 3, pp. 59-81. Latraduccin al espaol es ligeramente diferente a la versin publicada en ingls debido a aclaraciones ocasionales parareforzar argumentos o al uso de fuentes adicionales. El trabajo form parte del proyecto Left Turns? ProgressiveParties, Insurgent Movements and Policy Alternatives in Latin America coordinado por Jon Beasley-Murray,Maxwell Cameron y Eric Hershberg de la Simon Fraser University y la University of British Columbia(http://weblogs.elearning.ubc.ca/leftturns/). Agradezco a Tanya Korovkin y a los dems participantes por suobservaciones. Tambin deseo agradecer a Francisco Panizza y a los tres dictaminadores annimos deLARR por susdetallados comentarios as como a Rafael Muiz por haber hecho la primera versin de la traduccin.

    mailto:[email protected]://weblogs.elearning.ubc.ca/leftturns/http://weblogs.elearning.ubc.ca/leftturns/mailto:[email protected]
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    configuracin de las identidades polticas de los ciudadanos. Tal vez esto sea as, pero el merohecho de que los guerreros polticos inviertan tiempo y esfuerzo para justificar sus credencialesprogresistas y denunciar a la derecha sugiere que no son del todo insensibles a este problema.Adems, puede que el trmino izquierda (o derecha) haya perdido mucho de su valor poltico

    entre los votantes, pero el hecho de que sigamos usndolo es significativo en s mismo. Estoevoca algo que Worsley deca acerca del populismo: el hecho que haya sido usada realmente lapalabra podra indicar que tras el humo verbal hay alguna fogata (Worsley1970: 267).

    Otra opcin consiste en establecer el significado del trmino a partir de su fuerza evocativa. Dehecho est es una prctica habitual entre muchos acadmicos, periodistas y polticos cuandohablan del giro a la izquierda. Tildan de izquierdista a una serie de posturas, polticas pblicas,gestos, patrones discursivos y amistades recurrentes en un grupo o en el quehacer de sus lderesvisibles porque alguna vez fueron clasificadas como tales. Evocar esta suerte de jurisprudenciapoltica facilita las cosas pero no resuelve el problema debido a que los referentes utilizadospueden ser equvocos. Por ejemplo, el antiimperialismo y la defensa inquebrantable de lasoberana y del principio de no intervencin que dominaron el imaginario de la izquierda hacealgunas dcadas se han vuelto discutibles. Solamos asociar el antiimperialismo con la resistenciaal intervencionismo estadounidense, ya sea como una defensa principista de las revolucionescubana o nicaragense o como una reivindicacin del derecho a la autodeterminacin deguatemaltecos y chilenos tras la eleccin de Jacobo Arbenz y Salvador Allende. Porantiimperialismo tambin se significaba una oposicin al capitalismo debido a la caracterizacinleninista del imperialismo como fase superior del capitalismo. Pero como alega Claudio Lomnitz,los cambios en la posicin de Amrica Latina en la economa internacional han llevado hoy aconcebir el antiimperialismo menos como anticapitalismo que como una poltica dereconfiguracin de bloques regionales (Lomnitz 2006). La idea de soberana en su sentidowestfaliano estricto tambin languidece. En parte ello se debe a que los procesos globalesimpiden que el Estado-nacin sea el nico y a menudo ni siquiera el principal lugar donde setoman las decisiones que afectan al pas. Esto se debe adems a que la autodeterminacin chocacon otra idea reguladora que se incorpor al discurso de la izquierda latinoamericana despus dela difcil dcada de 1970. Se trata del reconocimiento de que escudarse detrs del principio de nointervencin puede ser poco ms que una estratagema para justificar los peores excesosgubernamentales en materia de derechos humanos o de otro tipo.

    Una tercera posibilidad es apelar a tipologas; stas pueden ser tiles para clasificar los giros a laizquierda al proveernos de una imagen de pensamiento para reducir la complejidad y organizar elcampo de la experiencia. Un ejemplo de una tipologa afortunada es la distincin que proponeBeck (1998: 27-31) entre globalismo, globalidad y globalizacin. Los describe como la ideologaneoliberal que reduce la globalizacin a mercados libres y flujos financieros, la experiencia de

    vivir en un mundo donde el decline de los espacios cerrados ha estado ocurriendo desde hacetiempo y los procesos de interpenetracin de los estados nacionales como resultado de lapresencia de actores trasnacionales y la condicin supranacional de la poltica contempornea,respectivamente. Esto nos permite entender por qu uno puede aprobar la dimensin poltica de laglobalizacin y al mismo tiempo oponerse al globalismo. La distincin que propone Castaedaentre izquierda buena y mala ilustra una tipologa ms contenciosa. Define a la izquierda comoesa corriente de pensamiento, poltica y policy que coloca el mejoramiento social por encima de

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    la ortodoxia macroeconmica, la distribucin igualitaria de la riqueza por sobre su creacin, lasoberana poltica por sobre la cooperacin internacional, la democracia (al menos cuando est enla oposicin, aunque no necesariamente una vez que llegan al poder) por sobre la efectividadgubernamental (Castaeda 2006: 32). El binarismo de esta definicin prefigura a aqul que

    opera en su tipologa. Castaeda contrasta a la izquierda buena, moderna, democrtica,transparente, sensible y favorable al mercado virtualmente un clon de la que gobierna en Chile con la izquierda populista, autoritaria, corrupta, estatista y fiscalmente irresponsable de gentecomo Chvez, Morales, Andrs Manuel Lpez Obrador, Ollanta Humala, Nstor Kirchner yahora presumiblemente tambin su esposa, Cristina Fernndez de Kirchner. La intencin polticade esta distincin normativa entre izquierda buena y mala es brindar un criterio para guiar lapoltica exterior de los Estados Unidos y de gobiernos afines a ese pas hacia las coaliciones decentro-izquierda en la regin: eviten embarcarse en batallas que no valen la pena pelear, ofrezcanincentivos para aquellos que se acerquen a la izquierda buena y contengan a quienes se nieguen aabandonar la mala senda.

    Para algunos puede ser til modificar y mejorar la distincin de Castaeda, sea redefiniendoquin o qu cuenta como izquierda buena y mala o introduciendo una gama de grises entre una yotra para as extender el nmero de izquierdas a tres, cuatro o ms. No me parece que esto seaparticularmente til conceptualmente dado que deja intacto el motivo de la distincin, a saber, elclasificar a los gobiernos de izquierda de acuerdo con su compromiso con la democracia electoraly una cierta sincrona con las imgenes de racionalidad y modernidad derivadas del consenso deWashington. Esto circunscribe a la izquierda dentro de una perspectiva liberal, lo cual no es nadadespreciable excepto por el hecho de que hace superfluo el uso del calificativo de izquierda.

    Un marco conceptual mnimo para especificar a la izquierda poltica

    Como se puede apreciar, tenemos que especificar mnimamente qu se entiende por izquierda

    si hemos de discutir los giros a la izquierda. Para ello propongo dos conjuntos de criterios. Elprimero de ellos consiste en criterios de razn terica que nos brindan una red conceptual mnimapara enmarcar el trmino. Diremos que la izquierda busca cambiar el status quo, impulsa laigualdad y la solidaridad y que el significado de stos debe ser verificado a travs de undesacuerdo. Esto ltimo es particularmente importante pues permite desligar el trmino izquierdadel contenido de tal o cual proyecto y/o representacin del cambio, la igualdad y la solidaridadpues hace que el contenido de todos ellos sea un efecto contingente de polmicas entre actorespolticos. El segundo conjunto de criterios se centra en la praxis de las agrupaciones de izquierday constituye un suplemento de razn prctica. Se refiere a que la identidad de estas agrupacionesse va modificando de acuerdo con los aciertos y fracasos de sus proyectos, los distintosadversarios con los que deben enfrentarse y las representaciones que se hacen de s mismas.

    Ahora hay que elaborar qu se entiende por todo esto.

    Criterios de razn terica

    Comienzo con la red conceptual. Primero, lo que interesa para efectos de esta indagatoria es laizquierda poltica. Ella comprende a una serie de actores colectivos partidos u otros que semanifiestan en la esfera pblica a travs del discurso y la accin mancomunada con el propsito

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    jurisprudencia cultural y afectiva de la izquierda pero carecen de existencia poltica relevantefuera de los esfuerzos por singularizarlas en casos mediante un desacuerdo o polmica. Eldesacuerdo busca establecer si y hasta qu punto estos operadores efectivamente hacen unadiferencia o si slo son seuelos que usan las maquinarias polticas para apaciguar a sus

    seguidores.Quienes conocen el trabajo de Jacques Rancire notarn que estoy utilizando desacuerdo en elsentido que l le da a este trmino. Para Rancire un desacuerdo describe una situacin de hablaen la que uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el otro: no es elconflicto entre quien dice blanco y quien dice negro sino uno en el que ambos dicen blancopero entienden de un modo diferente la blancura (Rancire 1996: 8; tambin Rancire 2004). Espor eso que el desacuerdo supone una polmica acerca de qu uno est hablando, unreconocimiento de que la verdad del asunto de cualquier asunto no puede ser establecida almargen de la argumentacin y una aceptacin de que lo nico que tenemos a nuestra disposicinpara hacerlo es una serie de casos en los cuales ponemos a prueba la universalidad de principios ovalores (para una discusin ms detallada ver Arditi 2007b: 111-118). Diremos adems que undesacuerdo ocurre dentro de las coordenadas de un horizonte de posibilidades dado, de fuerzasantagnicas y proyectos y polticas alternativos. Es por ello que el desacuerdo o la polmicacrean un escenario de verificacin continua que le imprime un carcter contingente tanto al lugarde enunciacin denominado izquierda como a quienes ocupan ese lugar y, por lo mismo,ponen en evidencia que no existe una izquierda unitaria y que una poltica de izquierda es en granmedida dependiente del contexto.

    Criterios de razn prctica

    Ahora podemos ocuparnos de lo que describ antes como un suplemento de razn prctica. Laizquierda latinoamericana sea como concepto, identidad o conjunto de prcticas inventariadas

    bajo ese nombre ha sido moldeada por tres factores interconectados. Uno es la experienciahistrica resultante de los aciertos y errores o de los xitos y (principalmente) derrotas del ltimomedio siglo. Otro es la relacin estratgica con un afuera cambiante que establece el contextopara la accin y la figura del enemigo. A pasado de ser la oligarqua minera, ganadera yterrateniente a las fuerzas del imperialismo y los regmenes militares hasta llegar a lacompetencia poltica en escenarios liberal-democrticos. El tercero se refiere a lasrepresentaciones de lo que es la izquierda tal y como se plasman en manifiestos, panfletos, yescritos tericos que intentan darle sentido a los otros dos factores y responder a las preguntasclsicas de quines somos y por qu luchamos.

    Estos tres factores se entrelazan en el itinerario que ha llevado a la izquierda de la poltica

    insurreccional a la electoral y de los frentes populares a las coaliciones amplias. Si la dcada de1960 fue la poca de gloria en la que el entusiasmo generado por la Revolucin Cubana y laexperiencia guerrillera del Che Guevara en Bolivia auguraba un futuro socialista, la de 1970 ybuena parte de la de 1980 fueron las dcadas perdidas para la izquierda. Luego de un xito inicialen Chile con la eleccin de Salvador Allende en 1970 la seguidilla de golpes de Estado y lasubsecuente militarizacin de las respuestas del Estado a las protestas populares marcaron unperodo de derrota poltica, persecucin, exilio y desmovilizacin.

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    El efecto inesperado de esta derrota es que llev a un nmero apreciable de grupos polticos areconsiderar sus reservas acerca de la democracia electoral y a ampliar sus destinatarios ms allde las clases populares. Este cambio cognitivo en la izquierda fue acompaado por esfuerzos paradeshacerse de los gobiernos militares y construir o reconstruir regmenes democrticos. El nuevo

    enemigo ya no era tanto las clases dominantes o el imperialismo sino los gobernantes autoritarios,y el acuerdo tcito era que las relaciones de propiedad no seran tocadas en una transicin. Estoexplica por qu en esos aos la agenda socialista de los grupos de izquierda fue minimizada orelegada a un futuro lejano. Eventualmente la ola del cambio arrastr a la regin hacia lademocracia multipartidista. En parte esto es el fruto de los esfuerzos de coaliciones contrarias alautoritarismo, pero tambin se debe a que ya para mediados de la dcada de 1980 los regmenesrepresivos enfrentaban un creciente aislamiento y oprobio: el anticomunismo estaba virtualmenteen bancarrota como moneda ideolgica para justificar la brutalidad de un gobierno o para obtenerapoyo de Estados Unidos y la aquiescencia de la comunidad internacional. La ola de transicionesse extiende desde la eleccin de Jaime Rolds en Ecuador en 1979 hasta la derrota del PartidoRevolucionario Institucional en Mxico en el 2000.

    Sin embargo, la revolucin conservadora desatada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en ladcada de 1980 rebas a la izquierda por el flanco econmico con ideas y polticas queeventualmente se convertiran en el referente obligado de gobiernos y agencias multilaterales.Esto volvi a generar cambios. Ya para cuando el consenso de Washington se haba convertidoen la hoja de ruta informal para las reformas econmicas y expresiones como desregulacin,liberalizacin y privatizacin de los mercados pasaban a ser las palabras de orden de los aos1980 y 1990 el grueso de la izquierda parlamentaria haba aceptando la necesitad de ajustar laspolticas sociales a las exigencias de la estabilidad monetaria y la disciplina fiscal. La confianzaen el Estado como guardin de la soberana a travs de su administracin de recursos naturales,industrias y servicios fue socavada en la carrera por cortejar a la inversin extranjera directa yexpandir el comercio internacional. El neoliberalismo funcion como expresin taquigrfica delcorpus de ideas detrs de estos cambios. Quiz la nica excepcin significativo en esteimaginario de mercados y elecciones fue el surgimiento del EZLN en Chiapas, Mxico, en 1994,el mismo da que el Tratado de Libre Comercio de Amrica del Norte o TLCAN entr en vigor.Los zapatistas promovieron cuatro temas que ahora son parte de la agenda poltica de laizquierda: la dignidad y empoderamiento de los indgenas, la crtica de las polticas neoliberales,la discusin de alternativas a la democracia electoral y el llamado volver a enarbolar las banderasdel internacionalismo y la solidaridad a escala planetaria.

    Las cosas tampoco salieron como las esperaban los propulsores de polticas neoliberales. Paramediados de la dcada de 1990 las certezas de la hoja de ruta trazada por el consenso deWashington estaban siendo reevaluadas a la luz de las promesas incumplidas de empoderamiento

    y bienestar material. Los gobiernos de la regin se enfrentaron con una mezcla desestabilizadorade crecimiento modesto con fuerte desigualdad y de poltica electoral con protestas socialesrecurrentes. Las agencias multilaterales que sistemticamente desdearon o minimizaron lasseales de que las cosas podran estar yendo por mal camino comenzaron a aliviar la presin queejercan sobre los gobiernos para que reduzcan el endeudamiento pblico a cualquier costo.Todos proponan reintroducir la dimensin social en la matriz econmica para evitar explosionesde descontento. En pases como Ecuador, Guatemala, Mxico y Per las remesas enviadas por los

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    en el mundo con l a la cabeza, lo cual es consistente con su herencia antiimperialista,pero no tiene reparos en negociar acuerdos comerciales con l si stos son ventajosos parasus pases.

    La democracia electoral multipartidista el eje de la concepcin liberal de la polticaes un elemento constitutivo del imaginario de izquierdas, pero tambin lo es laexperimentacin con formatos post-liberales de la participacin poltica.

    El giro a la izquierda con y sin el rasero electoral

    Ya tenemos una idea de lo que entendemos porizquierda. El siguiente paso es examinar qu es loque nos permite hablar de un giro a la izquierda en la poltica latinoamericana. Para ello veremosuna serie de indicadores usados para medir el xito (o no) de la izquierda: el desplazamiento delos mapas cognitivos, las victorias electorales, la dimensin performativa de la poltica y la

    codificacin de un nuevo centro poltico. Veamos estos indicadores con algo ms de detalle.

    Alternativas al mercado? Las polticas llegan despus de un cambio cognitivo

    Si medimos el xito de la izquierda en trminos de su capacidad para generar alternativas a lagobernanza liberal y las polticas econmicas centradas en el mercado los resultados sonambiguos salvo en Venezuela y, en menor medida, en Bolivia. Se trata de dos pases que tienen lafortuna de contar con vastas reservas de petrleo y gas en una poca en que los hidrocarburosalcanzaron un precio rcord gracias a factores como la guerra en Irak y la demanda china derecursos energticos para sustentar su extraordinario crecimiento econmico en los aos previos ala crisis financiera de 2008. Francisco Panizza menciona esta relativa ausencia de polticas

    pblicas capaces de desmarcarse del mercado en una lcida interpretacin del resurgimiento departidos de centro-izquierda en Amrica Latina. Sostiene que es difcil afirmar que la izquierdahaya logrado desarrollar alternativas al status quo ms all de su oposicin a la ortodoxianeoliberal, pero tambin seala algo que retomar ms adelante, a saber, que ella estcontribuyendo a moldear la agenda emergente luego del consenso de Washington (Panizza 2005:718, 727-728, 730). Otros comentaristas comparten su postura. Claudio Lomnitz, por ejemplo,alega que la nueva izquierda no es revolucionaria y anticapitalista sino ms bien una defensorade la regulacin. Ella seguir apelando al desarrollismo si no hay esfuerzos concertados porpromover modelos alternativos (Lomnitz 2006).

    La dificultad para generar polticas alternativas es real pero no tiene por qu ser vista como sealde alarma puesto que las alternativas suelen llegar despus de que un nuevo paradigma oimaginario colectivo se asienta en la esfera pblica. La cosmovisin neoliberal impulsada porThatcher y Reagan se nutra de ideas-fuerza que no pasaban de ser consignas. Las conocemosbien: hay que desconfiar de polticos que elevan el gasto pblico a costas del endeudamiento odel aumento de los impuestos, el Estado es un agente econmico ineficiente, la competencia en elmercado mejora la calidad y reduce el precio de los servicios, las polticas de ajuste son duraspero inevitables, la derrama econmica del crecimiento eventualmente propiciar mayor

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    prosperidad para todos, y as por el estilo. La gente suele olvidar que sus polticas pblicas fuerondesarrolladas sobre la marcha despus de que ambos polticos llegaran al gobierno. Tambin sesuele pasar por alto que ellas no siempre fueron consistentes o siquiera exitosas. Las muchasvctimas de las polticas de ajuste de las dcadas de 1980 y 1990 siguen esperando la realizacin

    del tan pregonado efecto de goteo hacia abajo y los economistas han sealado que, a pesar de suinsistencia en las virtudes de mantener el gasto pblico bajo control, durante la administracin deReagan Estados Unidos registr el mayor dficit pblico de su historia antes de que ese dudosocetro le fuera arrebatado por George Bush, otro adalid del neoliberalismo.

    Los giros con o sin xitos electorales

    Alternativamente, si medimos el xito en trminos de su capacidad para ganar elecciones, a laizquierda le fue muy bien en pases como Chile, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay,Venezuela y Nicaragua a pesar de las diferencias entre sus respectivas fuerzas polticas, polticaspblicas y estilos de gobierno. Algunos incluiran a Argentina bajo los gobiernos de Kirchner yCristina Fernndez de Kirchner en esta lista. Tambin le fue bien en Mxico y Per, donde se ha

    posicionado como un actor poltico de peso a menudo indispensable para obtener mayoralegislativa polticas pblicas a pesar de no haber logrado llegar al gobierno. Gobernar es unindicador fundamental del xito de la izquierda dado que abre un nuevo horizonte deposibilidades y provee importantes recursos a los titulares de las oficinas de gobierno. Es por elloque la izquierda deber abocarse a la tarea de ganar comicios.

    Pero, qu hay de aquellos lugares donde a la izquierda no le ha ido muy bien en trminos deformar gobierno o de lograr tener presencia significativa en las legislaturas? Deberamosexcluirlos del debate acerca del giro a la izquierda? El sentido comn dicta que la respuesta aestas preguntas debera ser que s dado que las victorias electorales funcionan como el criteriopredominante para juzgar estos giros. Coincido con esto, pero no del todo, pues el sentido comn

    que no es ms que el lugar comn convertido en juicio sensato y contundente a menudopuede estar en lo cierto pero tambin puede ser una limitante para imaginar alternativas a lo dado.Debemos tratar de pensar fuera de los marcos establecidos y dejar de lado por un momento elcriterio electoral mientras examinamos otros indicadores conceptuales y empricos. Esto nospermitir incluir experiencias que habitualmente no califican como indicadores de giros a laizquierda y nos brindar una imagen ms compleja de dichos giros.

    Antes de abordar esto quiero dejar en claro que no pretendo minimizar la importancia de laselecciones sino ms bien llamar la atencin al hecho de que ellas no son el nico mediodemocrtico para impulsar cambios. Hay siempre ha habido otras maneras de hacerlo, desdemanifestaciones hasta plantones y bloqueos a las vialidades, y de la desobediencia civil al

    derecho de rebelin teorizado por el muy liberal John Locke. Adems, la capacidad para afectarel proceso de toma de decisiones e implementar acuerdos vinculantes no depende slo de losresultados electorales. Gobernar empodera a quienquiera que ocupe posiciones en los mbitosejecutivos de un pas, pero tambin es, o puede ser, una experiencia que demuestra los lmites deesos mbitos. Primero porque los gobiernos, a diferencia de las fuerzas de oposicin, a menudodeben tomar decisiones impopulares o que no colman las expectativas de la ciudadana. Esto losexpone a un desgaste continuo. Y segundo, porque la conocida tesis de Michel Foucault nos

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    muestra cmo el devenir Estado, devenir libre, nomadismo y xodo ocurran a medida en que lagente empezaba a desarrollar espacios, relaciones e identidades alternativas impulsando grupospolticos, sindicatos y federaciones estudiantiles independientes as como organizaciones nogubernamentales (ONGs). Algo anlogo ocurra con la experimentacin de lenguajes plsticos,

    canales de comunicacin, literatura, teatro y msica fuera de los cnones del rgimen. Eranexpresiones que se sustraan del mundo oficial y sobrevivan a pesar del hostigamiento de lasautoridades, ubicndose a medio camino entre el status quo y algo diferente por venir. Tanto elgobierno como quienes participaban en estas experiencias vean a las mismas como resistencias oal menos como desafos al orden existente. Ambos tenan razn, pues lo eran. Ellas comenzabana cambiar el orden de las cosas al contrarrestar la percepcin desmovilizadora de que todaoposicin al rgimen era ftil y al demostrarle a las autoridades que no podan imponer susdecisiones a voluntad.

    La gente que se sumaba a estas experiencias no era ajena al miedo pero tampoco se dejabaparalizar por l. En cierto modo practicaban su libertad a pesar del Estado porque ya estabanactuando como ciudadanos incluso si la ciudadana era una ficcin legal all donde el gobiernoestaba ocupado por los Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Humberto Castelo Branco, JorgeVidela o cualquiera de sus muchos epgonos civiles y militares. La ciudadana era una prctica deliberacin antes que la invocacin de un estatus legal reconocido por el Estado. El objetivo, claro,era que la ciudadana dejara de ser un riesgoso ejercicio de desafo y se convirtiera en un derechoestatutario. Se puede ver de inmediato que la libertad o la felicidad no eran percibidas como unarecompensa que esperaban en un futuro post-dictadura: ya se comenzaba a experimentarlas en eltiempo presente a medida en que se luchaba por ellas. Esta dimensin performativa es menosheroica pero se halla igualmente presente en las democracias liberales. En palabras de JeanGrugel (2005: 1073), el impacto del activismo social o poltico radica en la capacidad que tienepara introducir argumentos en la esfera pblica, ensamblar coaliciones por los cambios, brindarrecursos a otros grupos y generar conexiones dentro y fuera de la sociedad civil.

    En suma, sea en escenarios represivos o en rdenes institucionales ms abiertos, la izquierdapuede ser exitosa en sus intentos por modificar polticas pblicas, normas legales o partidaspresupuestales, y por lo mismo, puede comenzar a gobernar en el sentido foucaultiano deestructurar el posible campo de accin de otros (Foucault 1988: 207-209) sin ganar unaeleccin porque la capacidad constituyente propia de la dimensin performativa de la polticapuede hacerse presente en todo el tiempo y en cualquier lugar.

    La narrativa de izquierda como eje del nuevo centro poltico

    Panizza nos ofrece una pista adicional para reforzar el argumento acerca de la cara performativa

    de la accin colectiva. Vimos que este si bien este autor no est convencido de que la izquierdahaya logrado desmarcarse del mercado mediante polticas pblicas tambin que seala que lasideas de la izquierda ya son parte integral de la agenda emergente luego del ocaso del consensode Washington. Esto indica que en cierta medida la izquierda ha demostrado que es capaz degenerar alternativas al neoliberalismo. Quiero llevar este argumento un paso ms all y proponerque su capacidad para moldear la agenda pblica refleja un cambio importante. Esta vez no setrata del ya mencionado trnsito de la revolucin a la democracia electoral sino del paso de una

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    postura defensiva a una proactiva que busca configurar la ideologa invisible que le da un aura deracionalidad al centro poltico. Vctor Armony lo plantea muy bien. Sostiene que el descontentocon el status quo y el deseo de un cambio social se enmarcan en una narrativa que se presenta a smisma como una alternativa a la narrativa de reformas orientadas hacia el mercado [y que]

    hoy en da esa narrativa es la que define el centro ideolgico en Amrica Latina (Armony 2007,en itlicas en el original). Lo que est en juego en lo que propone este autor no es el desarrollo deuna poltica centrista sino el surgimiento de un nuevo centro de referencia para la polticalatinoamericana y el papel protagnico que juega la izquierda en este proceso. Para Armony laizquierda es el nuevo centro.

    Tomemos esta observacin como punto de partida para ver cmo los giros a la izquierda van msall de lo que sugiere el referente puramente electoral. En las dcadas de 1980 y 1990 la derechamarc la pauta de lo que contaba como centro poltico o, ms precisamente, abog por algunas desus coordenadas, a saber, las reformas del mercado y del sector pblico. Subrayo esto porque amenudo nos olvidamos de que los dems componentes los derechos humanos, el pluralismoideolgico y la democracia multipartidista pasaron a formar parte del centro a pesar de laderecha y no gracias a ella. Fueron fruto de los esfuerzos de la izquierda y de todos aquellos quebuscaron desmontar a los gobiernos autoritarios en una poca en que la derecha apoyabaentusiastamente a la ideologa anticomunista que sirvi inicialmente como coartada para reprimira las fuerzas progresistas y luego para implementar una agenda neoliberal. El referndum chilenode 1988 es un ejemplo de ello. Al votar por el s, la derecha abiertamente optaba por refrendarotros ocho aos de Pinochet en el gobierno, con lo cual demostraba su inclinacin por unproyecto autoritario con liberalizacin econmica antes que por los derechos humanos, lademocracia o la igualdad. Si el centro de referencia de los aos post-dictadura es visto como unacreacin de la derecha se debe a que ella logr posicionar a la poltica bajo el manto de lasreformas econmicas y subsecuentemente capitaliz la percepcin (errnea) de que disputar lacentralidad del mercado equivala a cuestionar a la democracia electoral.

    El estndar actual de lo que cuenta como centro poltico es ms claramente una creacin de laizquierda. Por un lado incluye una dimensin cognitiva y cultural. En el grueso de los pases de laregin el escenario poltico y econmico tradicionalmente dominado por varones blancos omestizos con educacin superior se ha ido poblando con mujeres, indgenas y jvenes que nosiempre provienen del mundo letrado. La izquierda ha impulsado sus causas mucho antes de quela derecha descubriera la diferencia de gnero y la diversidad tnica. Tambin estn referentestales como el castigo a polticos corruptos, la politizacin de la exclusin cultural y tnica y laexperimentacin con nuevos canales de participacin que profundizan el formato liberal de lapoltica o que van ms all de l. Por otro lado el nuevo centro incluye coordenadas tales como elfortalecimiento del Estado para regular mercados y poner freno a los excesos de la privatizacin

    de empresas y servicios (particularmente en el caso de agua, energa y comunicaciones), elincremento del gasto social con fines redistributivos, la reevaluacin crtica y de ser necesario elrechazo de las directrices de polticas pblicas del FMI que lesionan el inters nacional.

    El informe Latinobarmetro de 2007 registra esta transformacin del centro poltico,particularmente en lo que respecta a la relacin entre Estado y mercado. A pesar de las marcadasdiferencias entre los dieciocho pases estudiados, en todos ellos los temas de desigualdad y

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    discriminacin han pasado a ocupar un lugar central en la agenda electoral. La poblacinencuestada expresa su desencanto con el mercado y cree que slo el Estado puede dar solucionesduraderas a sus problemas. Es por ello que el informe afirma que El nico consenso que selevanta en la regin es el consenso sobre el Consenso de Washington, en el sentido que no sirvi

    para solucionar los problemas y que hay que buscar otras alternativas (Latinobarmetro 2007:8-9; vase tambin el anlisis de esto en Zovatto 2007). El informe 2008 confirma esta tendenciaal apuntar que quienes ayer defendan la libre competencia hoy ejecutan la mayor de lasintervenciones del estado en la historia econmica contempornea y que en el caso especfico deAmrica Latina esto es an ms marcado (Latinobarmetro 2008: 6). El pensamiento nico de lanarrativa neoliberal en materia econmica con su nfasis desmedido en la poltica monetaria, elmercado y la eliminacin del dficit pblico est siendo impugnado por una crecientereivindicacin del Estado como instancia capaz de regular los mercados y por la aceptacingradual de que una poltica fiscal expansiva, incluso si esta genera dficit, es un mecanismo decorto plazo para impulsar el crecimiento y reducir las desigualdades. Al mismo tiempo ha habidouna demanda por ms democracia y no por el retorno del autoritarismo, aunque los piqueteros, las

    asambleas barriales y otras experiencias nos muestran que la democracia no siempre es entendidaen su formato electoral. Esto no slo se debe a cuestiones simblicas como la participacin sinotambin a su lado material de justicia social. Como seala Latinobarmetro, hay ampliaevidencia de que el significado de la democracia en Amrica Latina tiene un componenteeconmico que no tuvieron otras democracias en otras partes del mundo cuando surgieron(Latinobarmetro 2008: 7).

    La conclusin que podemos extraer de todo esto es que en un escenario caracterizado por losnuevos referentes culturales y el repliegue de la ortodoxia del mercado la derecha se ve ahoraobligada a acercarse a la narrativa de la izquierda para expandir su base social y electoral. Estare-significacin del centro poltico nos permite interpretar el giro a la izquierda en AmricaLatina como la produccin de un nuevo sentido comn poltico e ideolgico y no slo comoconsecuencia de victorias electorales. Tal como el proyecto neoliberal de Thatcher y Reaganlogr desencadenar un cambio cognitivo antes de que fuera capaz de enunciar polticas pblicasconcretas, la izquierda est logrando transformar las coordenadas de lo que es polticamenterazonable y deseable. Ahora debe usar su imaginacin para capitalizar ese xito desarrollandopolticas e instituciones visionarias para enfrentar los desafos y anhelos de los pueblos de laregin. Los llamados giros a la izquierda en la regin pueden fracasar en su intento por mejorar ladistribucin de la riqueza y los privilegios en beneficio de los pobres y excluidos, pero incluso siello ocurre, ya habrn logrado cuando menos dos cosas. Primero, haber vuelto a colocar ladiscusin de la igualdad, la redistribucin y la inclusin en la agenda poltica. Esto abre unaoportunidad para impulsar una capacidad de invencin poltica capaz de darle sustento a lo que laComisin Econmica para Amrica Latina sola llamar crecimiento econmico con equidad. Y

    segundo, si tenemos razn en asociar estos giros con la fuerza generativa de la performatividadpoltica dentro y fuera del gobierno y con la re-significacin del centro poltico en vez de hacerlesdepender exclusivamente de las vicisitudes de procesos electorales y de la suerte de candidatosexitosos podemos comenzar a imaginar la permanencia de sus efectos despus que los Chvez,Morales, Correa, Kirchner y otros hayan abandonado la escena poltica.

    El post-liberalismo por venir como poltica de la izquierda?

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    Queda un ltimo tema por tratar, el de la dimensin post-liberal de la poltica de izquierda.Podemos agrupar el grueso de la literatura reciente sobre la izquierda de acuerdo a si se centra enla poltica convencional (mainstream) o en la alternativa. Puede que esta sea una simplificacindiscutible, pero es un recurso til para reducir la complejidad e introducir el argumento. Quienes

    ponen el nfasis en la poltica convencional examinan la gobernanza y el quehacer de partidos ymovimientos dado que les interesa la izquierda que opera en cuerpos ejecutivos y legislativosnacionales y locales. Por su parte, quienes se interesan por las vas alternativas al status quotienden a discutir iniciativas polticas no electorales y a concebir a la izquierda como una fuerzade oposicin, resistencia y cambio. Tambin difieren respecto a sus fuentes: nombres comoGuillermo ODonnell, Philippe Schmitter, Juan Linz, Alan Knight, Scott Mainwaring, AdamPrzeworski y Manuel Antonio Garretn aparecen ms a menudo en el primer grupo mientras quelos de Antonio Gramsci, Antonio Negri, Paolo Virno, Gilles Deleuze, Ernesto Laclau, JohnHolloway y de autores provenientes de los estudios subalternos son ms frecuentes en el segundo.Temas y fuentes utilizadas en los estudios del mainstream y de la poltica alternativa rara vez semezclan en la literatura, lo cual es una lstima porque hay mucho espacio para la hibridacin. El

    marco post-liberal de la poltica contempla posibilidades hbridas y de otro tipo.Post-liberalismo: La historia poltica no tiene un cierre final

    A qu nos referimos cuando hablamos de post-liberalismo? La ola actual de la poltica deizquierda todava se inspira en el imaginario socialista, ya sea en sus orientaciones culturales, lapreocupacin por dar respuesta a demandas distributivas o la reivindicacin general de ladignidad quienes han sido excluidos por ser pobres, indgenas o mujeres. Pero a diferencia de suspredecesores leninistas, esta izquierda tiende a exigir la igualdad sin necesariamente abolir elcapitalismo, el comercio internacional o la ciudadana liberal. Esto no quiere decir que seconforme con cambios cosmticos para disimular la miseria y la frustracin creadas por laimposicin de polticas neoliberales en lugares donde no hay un campo de juego parejo para

    quienes entran a competir en el mercado laboral. Significa ms bien que no podemos tildar a laizquierda simplemente de antiliberal puesto que su relacin con esa tradicin tiene muchos msmatices que en el pasado. Recordemos que no siempre rechaza al mercado como cuestin deprincipios y que las elecciones pueden haber perdido parte de su atractivo entre jvenes yexcluidos pero siguen siendo un componente significativo de su quehacer poltico. La herencialiberal en materias de derechos civiles y participacin electoral debe ser defendida, pero no de laizquierda sino de sus enemigos autoritarios y elitistas. Digo esto a pesar de que ella tambinreconoce que la competencia partidista no est en su mejor momento y requiere reformas y quealgunos de hecho cuestionan la representacin poltica en nombre de las singularidades de lamultitud.

    Todo esto hace que la izquierda latinoamericana sea hoy ms post-liberal que antiliberal. Elprefijo no anuncia el fin de la poltica liberal y su reemplazo por otra cosa pero es evidente quetambin contempla algo que no puede ser plenamente contenido dentro de la forma liberal. Sicombinamos estas dos observaciones tenemos los elementos necesarios para especificar qu seentiende por post-liberalismo. En primer lugar, que hay fenmenos y demandas que ocurren enlos bordes del liberalismo y su estatuto en relacin con ste es difcil de precisar. La polticasupranacional, los usos y costumbres, los municipios autnomos, el presupuesto participativo y

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    los reclamos por cambios radicales en los patrones de participacin y redistribucin son algunosejemplos. Y en segundo lugar, indica que la democracia no se agota en su encarnacin liberal. Larelacin entre elecciones y democracia se ha ido aflojando a medida en que los lugares yformatos del intercambio poltico democrtico rebasan el marco de la representacin territorial.

    C. B. Macpherson fue uno de los primeros en percibir el carcter histrico y por endecontingente de la figura que conocemos como democracia liberal. Nos recuerda que estademocracia adjetivada surgi con la extensin del sufragio en Estados liberales que no tenannada de democrticos y que esto vino de la mano con una simultanea liberalizacin de lademocracia dado que estaba montada en la sociedad del mercado, las opciones individuales(choice) y el gobierno representativo. Surgi luego de muchas dcadas de agitacin yorganizacin por parte de aquellos a los que les haba sido negada una voz en los asuntospblicos (Macpherson 1965: 6-11). Es por ello que la democracia liberal no es la expresin deuna afinidad natural entre sus dos componentes sino el resultado contingente de luchas y de labuena o mala fortuna de distintos proyectos polticos. Podemos verla como un gran logro pero nocomo la encarnacin de la democracia. Si lo fuera, la capacidad de inventiva poltica de la

    izquierda quedara reducida a un interminable proceso de retoque y mejoramiento del marcoliberal heredado. La tesis acerca del post-liberalismo parte del argumento de Macpherson y lolleva un paso ms all de donde ste lo dej; nos propone una imagen de pensamiento de lapoltica y la democracia por venir de la izquierda que incluye pero a la vez rebasa el marcoelectoral.

    Describir el post-liberalismo como una poltica por venir no quiere decir que sea un ideal a laespera de ser concretado o una poltica futura que todava no est presente pero eventualmente loestar. No se trata de esperar a Godot. Como en el caso de la utopa escenificada de iek que uspara ilustrar la dimensin perfomativa de la poltica, el por venir del post-liberalismo se refierea algo que ya est sucediendo: es una invitacin a participar en un futuro que ha comenzado aocurrir. Usando de manera libre la nocin de dispositivo de Foucault (dispositif), que paraDeleuze consta de dos elementos, el archivo y el diagnstico, diremos que en el dispositivollamado giro a la izquierda el liberalismo es lo que somos pero tambin lo que gradualmenteestamos dejando de ser mientras que el post-liberalismo es un sntoma de lo que estamos enproceso de convertirnos, un indicador de nuestro devenir-otro (Arditi 2005, 2007a). En lo quesigue describo brevemente algunos aspectos de este post-liberalismo.

    Poltica electoral y supranacional y el empoderamiento a travs de la ciudadana social

    En el pensamiento liberal el locus clsico de la ciudadana democrtica se caracteriza por tresrasgos bsicos: el reconocimiento de las personas como iguales en la esfera pblica, la naturalezavoluntaria de la participacin y la demanda poltica de empoderamiento ciudadano entendida

    como un derecho a participar en la seleccin de las autoridades pblicas dentro de las fronterasterritoriales del Estado-nacin. El post-liberalismo desafa esto de distintas maneras.

    Una de ellas tiene que ver con la naturaleza de la participacin electoral. Muchos la critican, perootros buscan la manera de transformar sus coordenadas. Schmitter, por ejemplo propone una seriede reformas que sirven como pinceladas de lo que sera una democracia post-liberal. Entre ellas,ofrecer un pequeo pago por votar, algo que va en contra del carcter voluntario de la

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    participacin. No debemos confundir una recompensa por votar con la compra de votos. Lo quese pretende con ella es aumentar la tasa de participacin electoral y a la vez introducir un mnimode igualdad asunto central para la izquierda al compensar a los ms pobres por los gastospersonales en los que incurren para poder participar en comicios (Schmitter 2005: 257). El autor

    tambin propone una representacin recproca en el caso de pases con altos niveles deintercambio comercial y flujos migratorios: cada uno elegira dos o tres representantes con plenosderechos en la cmara alta del otro para promover proyectos de legislacin e introducir asuntosde inters para su pas de origen en la agenda poltica del otro (p. 258). Schmitter tambin sugiereun mecanismo ingenioso para asignar financiamiento pblico a los partidos polticos. Aparte deseguir el criterio habitual para estos menesteres un monto dependiente de la votacin y elnmero de cargos de representacin popular obtenidos en los comicios anteriores losciudadanos tendran un pagar que ellos mismos asignaran al partido de su preferencia. Si noestn satisfechos con las opciones disponibles, sus pagars se destinaran a un fondo comn parafinanciar la creacin de nuevos partidos (p. 259). Estas tres propuestas son factibles sinincrementar necesariamente el monto del financiamiento pblico actualmente destinado a los

    partidos.Otro desafo al liberalismo es la expansin y legitimacin de la poltica fuera del espacio fsicodel Estado nacin impulsada por actores que se ubican por debajo del nivel gubernamental. Laliteratura sobre esto es abundante. Gente como Richard Falk, Robert Keohane, Stephen Krasner yR. B. J. Walker hablan de las dificultades para mantener la soberana westfaliana mientras queotros como Ulrich Beck, David Held y Andrew Linklater han impulsado la tesis de la democraciay la ciudadana cosmopolitas como marco terico para pensar la poltica supranacional. Demomento este cosmopolitanismo es menos un conjunto de instituciones realmente existentesque la descripcin de prcticas informales que sirven de antecedentes para un proyecto dereforma poltica. No hay una instancia reconocida para validad los derechos ciudadanos fuera delEstado, por lo cual la variante cosmopolita de la ciudadana se encuentra en un limbo legal ypoltico parecido al del derecho a tener derechos al margen de la membresa a un Estado quepropuso Hannah Arendt hace ms de medio siglo. Pero ya hay un ejercicio ad hoc de la polticasupranacional por parte de actores no gubernamentales que no esperan a que los gobiernos o lasagencias internacionales les autoricen o concedan derechos para actuar fuera del territorio de susrespectivos estados-nacin. Sus iniciativas tienen una dimensin performativa anloga a la de lasresistencias a los regmenes autoritarios del Cono Sur: ellas ya han comenzado a transformar laidea de ciudadana al embarcarse en intercambios polticos transfronterizos. Hay abundantesejemplos de esto las redes de defensa internacional en Amrica Latina estudiadas por MargaretKeck y Kathryn Sikkink (2000), iniciativas de comercio justo que buscan introducir un mnimode igualdad en el comercio norte-sur, el activismo de aquellos que han sido motivados por el ForoSocial Mundial de Porto Alegre y las protestas contra la Organizacin Mundial de Comercio

    como las ocurridas en Seattle y Cancn. El cosmopolitanismo de estas iniciativas es congruentecon el internacionalismo de la izquierda y reverbera en el lema de la solidaridad transfronterizaheredado de la Revolucin Francesa.

    Un tercer aspecto del post-liberalismo tiene que ver con acciones, demandas y propuestas deempoderamiento social. Los ejemplos que vienen a la mente aqu son experiencias como laGuerra del Agua en Cochabamba en el ao 2000, el movimiento de fbricas recuperadas en

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    maquinarias electorales de los partidos y su imagen de ser los verdaderos conocedores delfuncionamiento del Estado y la cosa poltica. Todo lo contrario: los actores extra-partidistas hanpasado a ser parte un componente habitual de la poltica gracias a la terca presencia demovimientos e iniciativas urbanas, campesinas, indgenas y de otro tipo, lo cual demuestra que lo

    que la literatura acerca de las transiciones llama resurreccin de la sociedad civil es mucho msque un simple interregno entre un rgimen autoritario y uno democrtico. Como sealaLatinobarmetro (2008: 75, 77), hoy Amrica Latina est movilizada como nunca antes. Lamovilizacin, sin embargo, es no convencional, y no sigue los canales regulares de participacinestablecidos en la sociedad La participacin no se da en los partidos, ni en reclamosinstitucionales, ni en formacin de asociaciones, que han sido los tipos tradicionales departicipacin de otras sociedades en otros momentos del tiempo (Latinobarmetro 2008: 75, 77).No es que haya desaparecido la participacin en procesos electorales sino que las movilizacionesse estn dando, afirma el informe, de manera creciente por fuera de este tipo de canal. Estoconstituye un recordatorio ms de que la pretensin de equiparar a la poltica electoral con lapoltica en cuanto tal es simplemente errnea incluso si uno desconfa como efectivamente

    creo que debemos desconfiar de las narrativas embellecidas de activistas que piensan que lapoltica que se hace por fuera del mainstream es inherentemente ms cercana al espritudemocrtico.

    Quiero decir algo ms acerca de una poltica extra-electoral que incluye pero tambin rebasa losmomentos de transicin. Carlo Donolo (1982) se refiere a ella como poltica homeoptica aquella en la que lo social es curado por lo social y la contrasta con la poltica alpatahabitual en la que las demandas hechas por la sociedad son procesadas por una instanciaformalmente externa a ella el sistema poltico y tratadas mediante legislacin o polticaspblicas. La poltica homeoptica tiene un parecido de familia con el xodo y la poltica de lamultitud. Tambin hay diferencias: quienes abogan por la multitud creen en la necesidad dedesarrollar opciones estratgicas por fuera del Estado porque ste y la representacin soncontrarios a la singularidad de la multitud o pueblo o multitud, dice Virno (2003: 23). En unlibro cuyo ttulo es claramente contrario al espritu del leninismo Cambiar el mundo sin tomarel poder(2002) Holloway retrata muy bien el descontento de una parte de la izquierda con elEstado y la poltica convencional. Su referente es el zapatismo y su tesis la crtica del poder-sobreque caracteriza a la representacin y su reemplazo por el poder-para del autonomismo. JonBeasley-Murray aborda ese descontento desde la perspectiva de la multitud. Ve el Caracazo de1989 en Venezuela como la primera insurgencia post-neoliberal y como el verdadero gestoinaugural de los giros a la izquierda en Amrica Latina. Para l fue una forma de accin polticaviolenta, desorganizada y radical que marca un exceso que an no ha podido ser expurgado dela escena poltico latinoamericana [el Caracazo] fue una demostracin de la bancarrota delPunto fijismo y del fracaso del consenso social demcrata de posguerra en Venezuela, uno basado

    en la confluencia ente un contrato liberal y la subalternizacin radical (Beasley-Murray 2007).Insurgencias como estas, agrega, son manifestaciones del poder constituyente o poder pararefundar que pone en descrdito a la representacin.

    Holloway y Beasley tienen razn en reivindicar vas no electorales para transformar lo dado. Lasestrategias del poder para y el xodo de la multitud apuntan a modos de actuar consistentes conla dimensin performativa de la poltica. Ambos coinciden en que es posible cambiar un estado

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    de cosas sin tomar el poder del Estado y sin pasar por instancias propias de la representacinpoltica. Esto es importante para contrarrestar el sentimiento de impotencia entre quienes tienenuna pasin e inters por la cosa pblica pero desconfan de las jerarquas, la corrupcin y lapulsin homogeneizadora sean reales o percibidas de los partidos y otras organizaciones. La

    condicin formal de ciudadanos de esta gente se desvanece debido a la ausencia de canales departicipacin efectiva y los expone a la condicin de ser poco menos que parias en sus propiassociedades. Para ellos las vas no electorales y no estatales se vuelven atractivas y a vecesterminan siendo las nicas vas de que disponen para intentar cambiar el status quo.

    Simpatizo con este tipo de interpretacin pero tambin tengo algunas reservas. Hay quepreguntarse hasta qu punto es posible generalizar la experiencia zapatista que Holloway tomacomo paradigma poltico y hasta dnde es factible implementar polticas de redistribucin si serechaza a los partidos polticos y al Estado (o lo que llama poder sobre). Tambin hay que versi Beasley-Murray no exagera un poco la novedad y el impacto del Caracazo y otras insurgenciascomo el levantamiento zapatista, la crisis argentina y las protestas en torno al gas en Bolivia. Larelacin compleja que stas mantienen con el pasado abre interrogantes acerca de cun novedosason. El propio autor parece reconocerlo cuando dice que estas insurgencias se han basado en yaprendiendo de los movimientos que les precedieron (Beasley-Murray 2007). Sea por losvnculos con el pasado o por su contaminacin con otros modos de accin colectiva, la multitudes siempre un hbrido como tambin lo es, claro est, cualquier otra forma poltica, incluyendo elliberalismo. Un indicio del carcter hbrido de estas insurgencias es el giro dado por muchasasambleas barriales y grupos de piqueteros que irrumpieron en la escena poltica argentina apartir de 1997-1998 y fueron algunos de los protagonistas de los sucesos de diciembre de 2001.Para algunos observadores sus acciones coincidan con lo que sera una poltica de la multitud:cuando coreaban la consigna Que se vayan todos estaban afirmando una estrategia de xodo dela representacin. Pero ya vimos que el grueso de los piqueteros y participantes en las fbricasrecuperadas termin formulando demandas al Estado y en las elecciones generales de 2003fueron a las urnas para apoyar a Nstor Kirchner y en 2007 votaron por Cristina Fernndez deKirchner. El hecho de que la crtica de la representacin cohabitara con acciones electorales ypartidistas confirma el carcter hbrido de la prctica poltica de estas insurgencias.

    Adems est la cuestin del Estado. Es cierto que en Amrica Latina el Estado suele ser msgrande de lo que necesita ser y mucho ms dbil de lo que la izquierda querra que fuera. Losrecursos de que dispone son usualmente modestos y tiene una capacidad limitada para ejecutarsus decisiones, ms an en un mundo de interdependencia compleja donde hay tantas variablesque escapan la voluntad y del alcance de las polticas formuladas por actores domsticos. Estoimpone restricciones importantes a lo que la izquierda o cualquier otra fuerza poltica puedelograr simplemente tomando el poder del Estado. Pero ste cuenta a pesar de todo, y cuenta

    mucho. No me refiero a sus funciones policiales y migratorias sino a su papel como instancia deregulacin y de redistribucin de la riqueza. La necesidad de contar con una instancia coactivaparece insalvable, aunque slo sea porque el pago de impuestos progresivos no es voluntario ylos acuerdos vinculantes no siempre funcionan en base a la buena fe. El estado tiene ventajascomparativas en relacin con otras instancias societales en asuntos tales como la recaudacin deimpuestos, la contratacin de crditos o la emisin y validacin de medios de pago. Sin l esmenos factible que uno pueda experimentar con iniciativas como el Impuesto Tobin, diseado

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    para castigar la especulacin financiera, generar fuentes de ingreso alternativas para proyectos dedesarrollo y proteger a los mercados financieros domsticos de los efectos desestabilizadores dela fuga de capitales. Tampoco sera fcil frenar la carrera por firmar acuerdos comercialesbilaterales y buscar acuerdos regionales para negociar mejores acuerdos. Y ni qu decir de las

    perspectivas de separar los derechos de propiedad de los acuerdos comerciales y rechazar losAgrement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights (ms conocidos comoTRIPS) cuando estos incluyen clusulas que obligan a pagar derechos de propiedad pormedicamentos que son cruciales para la salud pblica. El Estado est mejor equipado que otrasinstancias para manejar ese tipo de asuntos.

    iek destaca esta importancia del Estado en una serie de observaciones mordaces acerca deintelectuales que se muestran renuentes a tomar el poder del Estado y proponen una estrategiade repliegue hacia lo social para crear espacios que se sustraen del control estatal. Dice: Qu ledeberamos decir a alguien como Chvez? No, no tome el poder del Estado, confrmese conreplegarse, deje al Estado y a la situacin actual tal como est? (iek 2007). Todo lo contrario.Dice que debemos usar el Estado para promover una agenda progresista e impulsar nuevasformas de hacer poltica. Y tiene razn, aunque su descalificacin de las alternativas no estataleses miope e injusta pues se sustenta en un maniquesmo de lo uno o lo otro. Como he insistido a lolargo del artculo, las pulsiones que se agitan en el mundo extra-estatal tambin brindan vas paratransformar lo dado.

    El asunto est claro. Una poltica post-liberal de izquierda no puede aceptar que la contaminacinentre multitud y representacin sea algo particularmente problemtico. Si lo hiciera estaratirando por la borda el supuesto de la hibridacin de las formas polticas. Hay que recordarle aquienes abogan por la poltica de la multitud que la de hoy difiere de su antecesora en el sigloXVII en por lo menos un aspecto: ya no es una experiencia de resistencia al proyectocentralizador de los nacientes estados nacionales sino que surge en el marco de aparatos estatales

    ya existentes. Dicho de otro modo, a diferencia de la multitud teorizada por Spinoza, la actual yanace con las huellas del Estado y por consiguiente una estrategia que pretendiera establecer unjuego de suma cero entre multitud y Estado sera simplista y equivocada. Beasley-Murrayreconoce esto indirectamente cuando describe las insurgencias sociales como precedente directode los giros a la izquierda en Amrica Latina. El Caracazo, dice, es el punto de partida de unnuevo tipo de insurgencias directamente relacionadas con el vehculo electoral que vinodespus, pero invariablemente autnomas y no reducibles a dicho vehculo (Beasley-Murray2007). Interpreto esto no simplemente como una constatacin de la discontinuidad existente entreuna fuerza originaria y las consecuencias de sus acciones sino ms bien como una manera deexplicar la manifestacin y la permanencia de la causa en sus efectos. Si estas insurgenciaspueden resguardar su autonoma mientras se relacionan de distintas maneras con la

    representacin y, adems, como hemos visto, si esa relacin ha incidido al menos parcialmentesobre los giros a la izquierda, entonces no podemos afirmar que la novedad y especificidad de lapoltica insurgente requiere de una supuesta exterioridad con el Estado, los partidos y laselecciones. La evidencia reciente nos muestra que se contaminan entre s a pesar de seguircaminos diferentes. Los antecedentes tericos tambin lo demuestran. Hay un gran entusiasmopor la idea de rizomas entre los defensores de la multitud, pero a menudo se olvidan de algo queDeleuze y Guattari decan acerca de la relacin entre formas arborescentes y rizomticas: hay

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    rizomas con regiones arborescentes y sistemas arborescentes que engendran rizomas en su seno.Mutatis mutandis, diremos que la pretendida pureza de la multitud o de la representacin es unmal mito pues ellas se contaminan mutuamente y engendran una variedad de formas hbridas.

    Creo que veremos muchas ms de estos hbridos a medida en que la izquierda vaya adoptandoabiertamente una poltica post-liberal. La experimentacin es continua y tiene un ladopotencialmente riesgoso relacionado con la violencia. El propio Beasley-Murray lo identificacuando habla de la naturaleza violenta, desorganizada y radical del Caracazo. A muchos en laizquierda les incomoda la violencia poltica y prefieren distanciarse de ella especialmentecuando no la pueden controlar a pesar de que reconocen que es un efecto colateral de la accintransformadora. Los medios de comunicacin y los comentaristas conservadores se aferran a loscasos ocasionales de violencia y los citan como prueba de que la protesta radical tiene un carcterdestructivo. Los ejemplos habituales son los mtines en que los que los Crculos Bolivarianosmovilizan a los habitantes de los barrios de Caracas en contra de sus adversarios, el corte decarreteras por parte de piqueteros en Argentina, el secuestro de autoridades locales por la gentede Atenco en Mxico y as por el estilo. Para los crticos conservadores la violencia parece seralgo completamente ajeno al liberalismo, contraria al imperio de la ley y a la naturalezaprocedimental del funcionamiento de un Estado liberal.

    Esto no es del todo cierto. Ella es constitutiva de todo orden, incluso el jurdico. Jacques Derrida(1997: 15 y ss.) lo plantea muy bien al decir que si la ley debe ser aplicada (enforced, aplicadamediante el uso de la fuerza) es evidente que la fuerza es constitutiva del derecho y no un simpleaccidente que le puede o no ocurrir. Algunos objetarn diciendo que la violencia legtima ejercidapor el Estado es aceptable pero que la violencia subversiva no lo es. Si bien este argumento tienesus mritos, hay sociedades muy liberales que celebran con orgullo los actos de violencia quecontribuyeron a convertirlas en lo que son. Por ejemplo, llamar al a la Fiesta del Te de Boston(Boston Tea Party) una fiesta es una desfachatez o un intento de dignificar las acciones violentas

    del grupo de colonos disfrazados de indgenas que en 1773 se congreg en la baha de Boston conel propsito de destruir propiedad privada por motivos polticos. Si los crticos de la violenciafueran consistentes deberan llamar el asalto y destruccin de un restaurante McDonalds enFrancia por parte de Jos Bov y la Confdration Paysannes la Fiesta de las Hamburguesas deMillau en vez de esgrimirla como prueba de que los crticos de la globalizacin carecen depropuestas y que lo nico que saben hacer es apelar a la destruccin gratuita de la propiedad.Reconozcamos entonces que la violencia por s misma no es algo encomiable pero tambin quela fuerza y la violencia son parte de la poltica y que por lo mismo no debe sorprendernos quehagan una aparicin espordica en los giros a la izquierda.

    Referencias

    Arditi, Benjamin (2005), El devenir-otro de la poltica: Un archipilago post-liberal, en B.Arditi (ed.), Democracia postliberal? El espacio poltico de las asociaciones, Barcelona:Anthropos, pp. 219-248.

    Arditi, Benjamin (2007a), Ciudadana de geometra variable y empoderamiento social: Unapropuesta, en Fernando Caldern (ed.), Ciudadana y desarrollo humano, Buenos Aires: Siglo

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