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Polvo de estrellas Norma Muñoz Ledo

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Polvo de estrellasNorma Muñoz Ledo

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A Mundo,por toda la música.

A Damián,el verdadero Bruno Ayala,

por tu espíritu.

A mis tres amigas agua,Alicia, Anita y Rebeca,

por su cariño.

A Carlos y a mi hermana, Eva,por el cielo de Tepoztlán.

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Paola sentía que se estaba derritiendo con esa indumenta-ria. El calor del mes de junio calentaba el satín verde oscuro de su toga, y su cabeza sudaba bajo el birrete. Ya quería que le dieran su diploma para irse a la comida de graduación. Además, por ser el último día de clases de primaria, había invitado a dormir a sus dos mejores amigas. Algunas de sus compañeras hacían pucheros, pero Paola no tenía ganas de llorar. Mientras la directora hablaba y hablaba, ella miró ha-cia el patio de la secundaria, del que la separaba una reja roja. El patio y el edifi cio que se veían del otro lado eran muy parecidos a los de la primaria. Bueno, quizás más grandes y amplios, pero ella veía el mismo patio de cemento, las mis-mas jardineras de arrayanes y geranios, los mismos salones con puertas y ventanas de aluminio. De pronto, sus com-pañeros se pusieron de pie y aventaron sus birretes al aire. Paola apenas pudo aventarlo a tiempo para que volara junto con los demás e intentó seguirlo con la mirada mientras se fundía en la nube verde de birretes. Luego le costó mucho trabajo encontrarlo y acabó abajo del pódium. Su mamá no pudo evitar el comentario de que ésa era una costumbre de

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lo más gringa, pero a Paola le gustó mucho, sintió que los últimos seis años de su vida volaban hacia el cielo. Luego vinieron los abrazos, las felicitaciones y más lagrimeo de al-gunas mamás. Paola recordó las palabras de su papá mien-tras se probaba la toga en su casa: “¡Cuánto alboroto nomás por terminar la primaria! ¡Todo el mundo tiene que hacerla! Que armen el relajo cuando acaben la universidad, eso sí”.

La comida fue una buena ocasión para recordar muchas anécdotas de la primaria. Hubo un grupo de música en vivo y al fi nal, como sorpresa, les llevaron mariachis. Entonces sí, Paola lloró. No supo muy bien por qué, en realidad no estaba triste, seguiría en la misma escuela y con los mis-mos amigos, no pensaba que las vacaciones de verano fue-ran a transformarla en otra persona, ella seguiría siendo la misma Paola Cedillo de siempre. Sólo que cuando el maria-chi cantó “Las Golondrinas” sintió muy en el fondo que sí se estaba despidiendo de algo.

Esa noche, rendidas y contentas, Paola, Andrea y Mari-pepa descansaban en los colchones de hule espuma que la mamá de Paola había puesto en el suelo de su cuarto. Paola y Maripepa habían sido amigas desde primero de primaria; a Andrea la habían conocido cuando entró a tercero, y desde entonces las tres habían sido, como ellas decían, “la carne, la uña y la mugre”.

A pesar del cansancio, ninguna tenía ganas de dormir.—¿Cómo será la secun? —preguntó Paola con un suspiro.—Dicen mis hermanos que es mucho trabajo y muchas

tareas —comentó Andrea.

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—Claro, tienes como diez maestros y cada uno te deja tarea.

—¿Nos tocará La Jamona de titular? —quiso saber Paola.—No le hagas —Maripepa puso cara de horror—. ¿La

vieron hoy en el pódium? Siempre está enojada.—No creo que nos toque, dice mi hermano Luis que ya

no va a ser titular —añadió Andrea.—¿En serio? ¿Ahora qué va a ser?—¡Quién sabe!—¿Nos tocará miss Romi? ¡Es muy buena onda!—Ojalá nos toque.El cansancio se hacía cada vez más pesado, los bostezos

aumentaban.—¿Creen que tengamos compañeros nuevos? —pre-

guntó de pronto Maripepa.—Yo creo que sí... ¿Por qué preguntas, Mari? —quiso sa-

ber Paola.—No sé... —contestó Maripepa con un tono miste-

rioso—. Quiero conocer niños nuevos.—¡A quién le importan los niños! Se van a ir cuatro de

las del equipo de futbol, necesitamos niñas nuevas —ex-clamó Andrea.

—¿Quieres conocer niños? —insistió Paola, sin hacer caso al comentario futbolero de Andrea.

—Pues... sí. Hay un niño que va a entrar a segundo y me gusta mucho, se llama Ángel.

Paola y Andrea se quedaron calladas. No sabían que a su amiga le gustaba un niño.

—¿Lo conoces? —preguntó Andrea extrañada.

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—Sí. Bueno, no. Nunca he platicado con él, sólo lo he visto y sé cómo se llama. ¡Está guapísimo!

Paola, que ya estaba acostada, se sentó.—Mari, ¿de verdad te gusta un niño? ¡Pero habíamos

hecho un pacto!—Es cierto —recordó Andrea—: nada de novios hasta

la prepa.—¡Aayyy! —exclamó Maripepa riéndose—. Sólo dije

que me gusta, no que yo sea su novia, ¿o sí?—Así empiezan, eh —recriminó Andrea—. Mira a mi

hermano Pepe; primero, que le gustaba Carla y que le gus-taba Carla, y ahora es su novia y él anda como menso.

—Sí, pero Pepe ya va en tercero de prepa —señaló Paola.—Bueno, ¿qué tiene de malo que me guste un niño?

—preguntó Maripepa un tanto ofendida.Paola y Andrea se quedaron otra vez calladas. La verdad

no tenía nada de malo.—Yo sólo digo que así se empieza —exclamó Andrea—,

y lo he visto con mis hermanos: los novios son puros pro-blemas. Yo no voy a tener novio en muuuucho tiempo. Creo que hasta que vaya a la universidad.

—Ay, pero es que... hay niños tan guapos, como Ángel —repuso Maripepa rematando con un suspiro.

—Maripepa ya cayó —dijo Paola mientras se acomo-daba en la almohada.

—Sí. Maripepa ya cayó —agregó Andrea—. Pero yo no, ¿y tú, Pao?

—¡Yo tampoco!

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—¡Eso dicen! Les apuesto a que antes de que acabemos primero ustedes dos van a tener novio —sentenció Mari-pepa.

—¡Para nada! ¡Ya verás! —replicó Andrea muy fi rme.—Oye, Andrea, ¿a quiénes van a meter al equipo de fut-

bol? —preguntó Paola cambiando el tema.—¡Quién sabe! Yo creo que a ustedes dos.—Yo no puedo; después del verano voy a tener entre-

namientos de tenis tres veces a la semana —explicó Ma-ripepa—. Además, no me gusta el futbol... hace cuerpo de hombre.

—¡Eso no es cierto! —exclamó Andrea.—Sí es cierto. Fíjate en las jugadoras profesionales.—¡No! —replicó Andrea dándole un almohadazo a Ma-

ripepa.—¡Sí! —gritó Maripepa devolviendo el almohadazo a

Andrea.—¡Shhh! ¡No empiecen ustedes dos, van a despertar a

Loló! —intervino Paola—. Mejor díganme qué vamos a ha-cer en el verano.

—Yo no voy a estar aquí —contestó Maripepa—. La se-mana que viene me voy a San Antonio con mis tíos que viven allá. Parece que voy a tomar unas clases de tenis.

—¡Guau! ¡Qué padre! —exclamó Andrea—. ¡No nos ha-bías dicho!

—Era una sorpresa. Mis papás acaban de decirme ayer.—Yo me voy con mis primos al rancho de mis abuelos,

en Veracruz. Y también creo que me voy a quedar allá todo el verano.

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—Eso también está padre —comentó Paola.—No te creas, en estos meses hay muchos moscos. Pero

está cerca del Bosque de Niebla y dicen que es padrísimo. Nos van a llevar a los rápidos del Filobobos y a rapelear en la sierra.

—¡Guau! ¡Yo quisiera hacer eso! —exclamó Paola con entusiasmo.

—¡Vente conmigo! ¡Le digo a mi mamá que te invitemos!—No creo que me dejen —dijo Paola desilusionada—. Y

lo peor es que mi mamá va a hacer dos materias de su maes-tría en verano, ya la quiere terminar. O sea que me esperan unas vacaciones de aburrirme como almeja.

Esta vez, Andrea y Maripepa se quedaron calladas.—¡Pero el tiempo pasa rápido! —dijo Paola dándose áni-

mos en medio de un largo bostezo. —¡Ya vamos a dormirnos! —sugirió Andrea.—¡Buenas noches! —dijo Maripepa.—¡Buenas noches! —contestaron las otras dos.Al día siguiente, cuando se despidió de Andrea, que

se fue después que Maripepa, Paola se sintió triste y sola. Frente a ella estaban ocho semanas sin amigas y sin nada interesante que hacer. Se fue a acostar y, mientras estaba ahí mirando al techo, se acordó de algo. Fue a un cajón y sacó un libro de pasta dura color azul cielo, nuevecito. Tenía una pequeña cerradura con una llave pegada. Paola le dio vuelta a la llave y lo abrió en la primera página, donde tenía una dedicatoria:

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Octubre 15, 2005

Paola,

Quizás un día de éstos sientas que nadie te entiende y que-

rrás estar sola. Por eso te regalo este diario, para que es-

cribas en él todo lo que pienses, todo lo que sientas. Las

palabras son mágicas, ¿sabes?, ellas acompañan, sanan, ale-

gran y habrá momentos en que serán tus mejores amigas.

Te quiero muchísimo, ya lo sabes. Miriam

PD Nunca olvides que eres polvo de estrellas.

Su tía Miriam le había dado ese regalo en octubre del año anterior. Por ser su cumpleaños, Paola había invitado a comer a sus amigas y a Miriam, quien, además de ser la her-mana menor de su mamá, era su madrina y la había querido mucho siempre. Tres años atrás se había casado con un bió-logo marino que tenía una granja camaronera en Campeche y desde entonces vivía allá, pero venía de visita en febrero, en Navidad y el día del cumpleaños de Paola. Ese día, su tía llegó temprano y la buscó en su cuarto para darle su regalo.

—¿Por qué dices que soy polvo de estrellas? —preguntó Paola cuando terminó de leer la dedicatoria.

—Bueno... eso decía un científi co que se llamaba Carl Sagan y... —Miriam se recargó en la cama, mirando hacia la ventana con gesto refl exivo— últimamente lo he pensado mucho.

—¿Qué?, ¿que somos polvo?—Pues sí… es increíble pensarlo… el universo debe de

estar lleno de cosas que no conocemos y aun así no hay un

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rincón del cosmos donde no encuentres los cuatro elementos de la vida: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno… chon, si usas la inicial de cada elemento… polvo de estrellas.

Paola soltó una risa.—¡Chones! ¡Es un cosmos de chones! Miriam se enderezó y la miró con ternura, tomando las

manos de su sobrina entre las suyas.—Ese cosmos de chones, querida Pao, es todo lo que te

rodea. Es la partícula más pequeña al igual que la galaxia más grande. Y aunque el universo parece un montón de ma-teria aventada al azar, lo cierto es que cada átomo es parte de un entramado infi nito. Es como una tenue red en la que todo está conectado por una energía sutil.

Paola miró a su tía con los ojos muy abiertos, un poco intimidada por la repentina seriedad de sus palabras.

—No es tan sencillo comprenderlo —continuó Miriam suspirando—. Pero cuando lo logras, entiendes muchas de las cosas que te pasan. Quizás nunca nos damos cuenta de los millones de formas en las que todo está conectado, pero así es. ¿Sabes?, últimamente he estado estudiando astrología.

—¿Eso… no es puro cuento?—¡No!, ¡para nada!—Eso dicen mis papás.—Mira Pao, te voy a decir algo: Si tú pudieras ver el uni-

verso desde afuera, verías que eres una partícula diminuta, una microparte del cosmos…

—Sería un polvo.—¡Exacto! Pero una parte del cosmos, al fi n y al cabo,

llena de esa energía sutil de la que te estaba hablando. Y

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como vivimos en la Tierra, los planetas del sistema solar y el Sol son los cuerpos celestes más cercanos y su energía in-fl uye inevitablemente en nosotros —explicó Miriam.

—¿Cómo?—Cada planeta tiene una fuerza diferente y al pasar por

tu signo del Zodiaco, cuando naciste y luego cada día de tu vida, te afecta de muchas maneras.

—¿Eso es cierto? —preguntó Paola alzando las cejas. Miriam asintió. En eso, alguien tocó a la puerta del cuarto de Paola y entró. Era su mamá.

—Mira, ma, Miriam me regaló un diario —exclamó Pao-la sonriente.

Su mamá lo tomó y lo vio con cuidado, aunque en reali-dad no había nada interesante que verle.

—¡Mmm! Tú también tenías uno, Miriam… pero esta-bas más grande, como de dieciséis —recordó la mamá.

—Ese diario era muy especial —dijo Miriam, pícara, guiñándole un ojo a Paola—. Por eso te regalo uno.

En ese momento se oyó el timbre de la puerta.—¡Son Andrea y Maripepa! —dijo Paola emocionada al

salir corriendo de su cuarto.Ese día, ya no volvió a platicar con Miriam y, de hecho,

desde esa vez no había vuelto a verla ni había sabido nada de ella. Paola acarició la tapa del libro azul y lo guardó otra vez en un cajón. Después, se acercó a la jaula de Loló, su ninfa, abrió la puerta y la sacó. Se la habían regalado cuando tenía unas semanas de nacida y no le tenía ningún miedo a su dueña. Paola la acarició.

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—¿Qué haremos en vacaciones, Loló? Quiero empezar a escribir mi diario, pero ¿qué pongo? ¿“Hola, diario, hoy estuve muy aburrida”? Voy a esperar a que me pase algo di-vertido y, entonces, empiezo a escribirlo.

Agosto 12, sábado, 10:04 p.m.

Hola, diario:

Tengo mil cosas que contarte. Este fi n de semana salvó las

vacaciones más aburridas de mi vida y conocí a alguien es-

pecial. Pero antes déjame que ponga a Loló en su jaula.

¡Ya!, ahora sí puedo contarte. Todo pasó hoy en la

boda de mi prima Vanesa. Como soy su única prima por el

lado de su papá, fui madrina de ramo. El vestido estaba ho-

rrendo, me veía gorda como una boya. Tía Susa vino en nues-

tro coche y en cuanto me vio me dijo que tenía que ponerme

a dieta. Si supiera que en el último mes hice tres dietas con

tal de verme bien con ese vestido. Hice la de pura zanaho-

ria, ésa me la recomendó Andrea. También la de cinco días

de puras toronjas, ésa la leí en una revista. Y también hice

la que me recomendó Maripepa: dos semanas de puro jito-

mate. Pero las galletas de cacahuate que mi mamá le hace

a Paco son muy buenas y siempre acabo comiendo más de

la cuenta. La tía Susa me cae muy bien (MENOS cuando me

dice que me ponga a dieta). Me da mucha risa cuando saca

su espejito para revisar su maquilla je y dice: “Siempre hay

que verse presentable, porque una nunca sabe cuándo va a

aparecer el soltero, viudo o divorciado más indicado”.

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Todo el camino mamá y la tía parecían pericos, no

paraban de hablar, pero mi papá y Paco estaban demasiado

callados. Mi papá porque dice que las bodas le dan pacho-

rra y peor cuando Lindo es el director de orquesta (así le

decimos a mi tío Roberto, el hermano de mi mamá, o sea

el papá de Vane). Paco porque venía pegado a su Game Boy,

aunque no le duró mucho el gusto: cuando llegamos al lugar

de la boda, mi mamá le dijo que apagara el “aparatejo ese” y

a partir de ese momento Paco puso la cara de huarache que

siempre pone cuando está enojado.

Mi mamá y mi tía iban diciendo que seguramente

sería una boda megacursi porque la tía Edith (la mamá de

Vane) no puede ser de otra manera. A mí, la verdad, la boda

me gustó mucho. Fue en una hacienda antigua que está por

Cuernavaca. Como no había capilla, adaptaron una carpa

enorme, adornadísima con fl ores (según la tía Edith, habían

comprado 50 000). Mientras llegaba la gente, me fi jé en que

atrás del altar había unas ca jas blancas de madera con unos

hoyitos. Mi mamá y yo nos preguntábamos qué sería eso.

Luego la tía Edith (ella sí que está gorda de verdad) vino a

saludarnos. En cuanto vi cómo estaban vestidas ella y Gipsy

supe que mi mamá y tía Susa iban a hablar del tema dos

semanas seguidas: la tía Edith llevaba un vestido de lente-

juelas azul claro y un sombrero del mismo color, ¡ah! tam-

bién llevaba guantes haciendo juego, y Gipsy llevaba un tra je

hecho con la misma tela y unos moños azules en las orejas.

A lo mejor no te he dicho quién es Gipsy, bueno, pues es el

perro de la tía Edith, y en su casa lo quieren como si fuera un

tercer hijo, hermano de Vanesa y de mi otra prima, Camila.

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Al pobre perro, que es un french poodle, nunca lo he visto

desvestido, siempre anda con ropa canina de acuerdo con

la temporada. Y cuando hay fi esta lo ponen guapo, con al-

guna tela brillante. Ese día iba igualito que su mamá, bueno,

que la tía Edith.

Cuando ya era la hora, llegó mi prima con Lindo, pero…

¿cómo crees que llegó? ¡En una carreta que jalaba un caballo

blanco! Mi prima se veía preciosa. Mamá y tía Susa dijeron

que su vestido era la cosa más cursi que habían visto en su

vida. Estaba todititito bordado con perlas y tenía una falda

muy amplia. Lo bueno es que Vane está muy fl aca. Su velo

medía siete metros (según dijo la tía Edith) y su ramo llegaba

hasta el suelo. Ella se veía feliz y parecía una princesa.

Ahora sí, con la novia ahí, nos formamos para entrar.

Primero las madrinas de dos en dos, después el papá del

novio, luego el novio (que, por cierto, se llama José Miguel)

y su mamá, y al fi nal Vanesa con Lindo. La tía Edith no se

formaba en la procesión, nada más nos miraba, cargando a

Gipsy todo el tiempo. Entonces, el padre le hizo una seña y

ella puso al perro delante de mí y de Camila, que éramos las

primeras. En cuanto empezó a sonar la marcha nupcial, la tía

dijo: “Gipsy, adelante”, y el perro comenzó a caminar mientras

ella se acomodaba rápido junto al papá de José Miguel. ¡El

perro entró antes que todos! Se notaba que lo entrenaron

durante meses para que hiciera el numerito. O sea que en

esta boda no hubo pa je, pero hubo perro.

Pero lo más divertido fue lo que hizo mi mamá. Creo

que después de la boda de Vane no nos van a volver a invitar

a ninguna otra fi esta. Ahí tienes que cuando terminó lo de

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las arras, los anillos y todo eso, el padre dijo que debíamos

aplaudir para celebrar el matrimonio de Vanesa y José Mi-

guel. Mientras aplaudíamos, dos monaguillos se acercaron a

las ca jas blancas con hoyitos que estaban atrás del altar y

abrieron las puertas. Las ca jas eran mariposeros, o algo así,

el caso es que salieron no sé cuántos miles de maripositas

blancas que volaron por toda la carpa y entre los invitados

hacia el jardín. El asunto es que mi mamá les tiene fobia,

¡fobia de verdad! a las mariposas y, cuando sintió que le re-

voloteaban en la cara, empezó a gritar como loca y a dar

manotazos. Mi papá también manoteaba para espantar a las

mariposas y le tiró el sombrero a la mamá de la tía Edith,

que estaba muy cerca. Entonces la tía Susa dijo: “¡Corre al

jardín, Gloria! ¡Corre!”. Y mi mamá, muy obediente, se lanzó

corriendo al pasillo, tiró un fl orero encima del papá de la tía

Edith, que quedó empapado, y salió disparada al jardín ta-

pándose la cabeza con las manos y con mi papá atrás, que

seguía espantando a las mariposas. ¡Estuvo muy chistoso!

Todos los invitados se reían como locos, menos el abuelito

de Vane, que estaba furioso, y el padrecito, que tenía la cara

muy roja.

Luego vinieron la comida y la bailada, que son la peor

parte de las bodas. Los grandes platican entre ellos, los

chicos nos aburrimos como moscas. Mi mamá tenía a Paco

sentenciado: no podía sacar el Game Boy, y como tampoco

teníamos nada de qué hablar él y yo, estábamos callados

como dos ostras. A la hora del baile, la pista se llenó de hielo

seco y Vane y José Miguel bailaron el tema de La Bella

y la Bestia. Yo nunca le había visto a José Miguel la cara

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de Bestia. Cuando todos salieron a bailar a la pista, mamá

dijo que sería buena idea que Paco y yo bailáramos. Los dos

dijimos que queríamos ir al baño. Para que a mi mamá se le

olvidara esa malísima idea, ya no regresé a la mesa; me fui

a esconder atrás de unas macetas de palmeritas que había

cerca de los baños y ahí me quedé muy divertida viendo

cómo bailaban los demás. Tía Rosa y su marido bailan igual

todas las canciones, no importa si son movidas o calmadi-

tas. Vane y la Bestia bailan bien. A Camila se le caía todo

el tiempo un tirante del vestido. A una de las amigas le mo-

lestaban los tacones. En eso estaba cuando me di cuenta

de que había alguien más escondido atrás de las macetas.

Yo lo vi antes que él a mí. Era un niño alto y guapísimo, con

unos ojos grises muy bonitos. Cuando vio que yo lo estaba

mirando, me sonrió y me dio muchísima pena. Luego se me

acercó y me dijo que le chocaba bailar con sus primas en las

bodas.

Platicamos mucho rato. Él es hijo de unos amigos de

los papás de la Bestia, es muy buena onda y de verdad que

es muy guapo… ¿Ya te lo dije, verdad? Pero es que creo

que nunca había visto a un niño tan guapo... Bueno, el caso

es que cumplió 13 en marzo y también va a entrar a primero

de secundaria y… ¿QUÉ CREES? ¡Va a entrar a mi misma

escuela! Claro que a lo mejor no nos toca en el mismo salón…

La verdad, tengo que decirte por qué me da tanta emo-

ción… Esto es secreto, nadie más lo sabe, pero en el horós-

copo de Tusquince salió que algo así me iba a pasar. Fíjate,

aquí lo recorté para pegártelo:

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Se llama Ricardo y estoy segura de que es “alguien muy es-

pecial”. ¡Ya falta una semana para entrar a la secun! ¡Qué

nervios! Bueno, ya me voy a dormir porque hoy ha sido un día

muy largo y estoy muy cansada. Adiós.

Paola guardó el pegamento con el que había embadur-nado el horóscopo de la revista Tusquince en su diario; luego cerró el libro con cuidado. Era bueno que tuviera esa pe-queña cerradura que mantenía sus secretos a salvo de ojos curiosos.

El primer viernes de vacaciones, el correo había llevado un ejemplar de la revista con una carta, informando que ésa era una suscripción anual de regalo para Paola Cedillo. Su mamá le explicó que a veces las revistas hacen eso: te man-dan una suscripción de regalo y luego, si la revista te gusta, la sigues pagando tú. Paola empezó a leer por curiosidad el horóscopo y había notado que la mayoría de las cosas que

Agosto 11-18

Habrá cambios muy importantes en tu vida, échale muchas ganas. Puede que ha-gas un viaje corto. Los planetas te favore-cen en juegos de azar. Pon mucha atención el fi n de semana, en una fi esta conocerás a alguien muy especial.

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predecía sí le pasaban, lo cual le sorprendía mucho. ¿Cómo le hacía la persona que escribía los horóscopos para saber el futuro? Le encantaría preguntarle a Miriam para que le ex-plicara. Entonces tocaron a la puerta de su cuarto.

—¿Paola? ¿Todavía estás despierta? —preguntó su ma-má al entrar. Paola metió el diario bajo su almohada justo a tiempo.

—Sí...—¡Ya es tardísimo! —comentó su mamá.—Tú también estás despierta.—Es que tengo un poco de asco. A lo mejor comí algo

que me hizo daño. ¿Te divertiste en la boda?—Sí. Estuvo chistosa.—¡Chistosa! Lo de las mariposas no estuvo nada chis-

toso —dijo su mamá tapándose la cara, como si quisiera ta-par la pena que le daba acordarse de eso—. Lindo ya sabía que siempre les he tenido fobia. Dice que se le olvidó.

—El papá de la tía Edith estaba furioso.—¡Y con razón, pobre hombre! Un mesero tuvo que pres-

tarle una camisa y un saco. Y luego algunos invitados que no lo conocían le pedían que les llevara refrescos. Yo me quería morir.

—¿Por qué no vino tía Miriam? —preguntó de repente Paola.

—Mmm… —suspiró su mamá—. Me avisó que no po-día venir; es la temporada en que los camarones tienen a sus crías y tiene que ayudar mucho a su esposo.

—¿Y tú estuviste contenta? —preguntó Paola mientras se metía en la cama.

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Su mamá la miró y sonrió.—Con todo y que fue bastante cursi, estuve contenta

—dijo su mamá sentándose en la cama.—¿La tuya no fue igual?—No, para nada. Fue muy bonita, pero más simple. Y no

hubo mariposa alguna.Paola se acurrucó en su cama, su mamá le dio un beso y

la tapó como había hecho cada noche desde que ella se acor-daba. Cuando se quedó a oscuras, recordó todo lo que había pasado ese día. Las bodas, y sobre todo las novias, siempre le habían gustado. Era la primera vez en su vida que era ma-drina, era la primera vez que había desfi lado por la alfombra roja con la marcha nupcial y era la primera vez que había co-nocido a un niño especial. Sus compañeros de siempre eran sus amigos y nunca había pensado que alguno de ellos fuera especial. Pero Ricardo era diferente; el recuerdo de su cara y de la conversación que habían tenido estaban fi jos en su mente. Si cerraba los ojos, ahí lo veía.

Después pensó en Miriam. Esperaba que viniese a la boda. Aunque no conocía los detalles, Paola sabía que aquel 15 de octubre algo raro había pasado entre su mamá y su tía. Recordaba que fue a buscar algo al cuarto de su mamá y la puerta estaba cerrada. Cuando quiso abrirla, oyó una discusión del otro lado.

—No puede ser, Miriam —decía su mamá—. No puedes tomar así tus decisiones.

—Relájate, Gloria —sugería la tía—. Me ha funcionado muy bien.

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—Tú eres una persona inteligente, Miriam, ¿cómo pue-des pensar que esto es cierto?

—Gloria, hay mucha gente inteligente que lo hace, y ade-más no te afecta.

—¡Me afecta cuando hablas de eso con mi hija! —gritó su mamá.

—Sé que no me vas a entender.—¡Claro que no te entiendo! ¡Te prohíbo que hables de

esas tonterías con ella! Te quiere tanto que es capaz de creer en tus necedades y, a su edad, sería muy tonto.

Hubo un silencio largo. Paola acercó el oído a la puerta para ver si escuchaba algo más.

—¿Ya no quieres que venga a visitarte? —dijo Miriam con voz muy seria.

—Si vas a hacer estas cosas, mejor no vengas —contestó la mamá, todavía más seria.

Paola oyó movimiento del otro lado de la puerta y corrió a su cuarto a esconderse. Unos cinco minutos después, fue a la sala, donde estaban los demás. Su mamá estaba callada y Miriam se despedía de los invitados. Al despedirse de ella, le dio un abrazo muy fuerte y vio que sus ojos estaban lle-nos de lágrimas. Paola no entendía qué había pasado. Varias veces le preguntó a su mamá por su tía, pero sus respues-tas evasivas indicaban que no quería hablar del tema. Había visto a su mamá discutir con Miriam muchas veces, pero nunca habían estado tan enojadas. Intuía que su tía había dicho algo que ella no podía saber y por eso su mamá no quería que volviera. Pero Paola la extrañaba.

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Agosto 20, domingo, 8:10 p.m.

Hola, diario:

Ayer vi a mis amigas. Hacía semanas que no las veía. Andrea

se fue con sus primos a Veracruz todo el verano y Ma-

ripepa se fue a Estados Unidos. Andrea está igualita, pero

Maripepa se ve diferente. Está fl aquísima, bueno, ella siem-

pre ha sido muy fl aca, pero ahora está, no sé… más alta. Ade-

más, se cortó el pelo, le quitaron los brackets y se ve rara,

aunque los dientes le quedaron muy parejitos. Lo que pasa

es que ya me había acostumbrado a verla con brackets. Ella

me tra jo tres dietas de unas revistas que leyó en vacaciones:

una es la dieta de la leche, o sea que una semana seguida

sólo tomas leche; otra es la del melón y el jitomate (tres días

de melón, cuatro de jitomate y así tres semanas). La otra

es la de la luna, que empieza cuando la luna está creciente

y termina cuando está llena, y sólo comes fruta. Voy a ha-

cer las tres seguidas. También voy a hacer cien abdominales

diarias. Me choca Paco, siempre me dice que soy una cerdita

y me dice Paola Cerdillo.

Maripepa y Andrea están muy nerviosas por la secun,

igual que yo. Ya les conté de Ricardo y están puestísimas

para conocerlo mañana. ¡Ya me muero de ganas de llegar a

la escuela! Imagínate si Ricardo me toca en mi salón. ¡Qué

emoción! Además, creo que sí pasarán cosas buenas; fíjate

lo que dice mi horóscopo:

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Ya van tres veces que mi mamá me llama para que vaya a

cenar, mejor voy. Creo que ahorita mismo voy a empezar la

dieta de la leche. Adiós.

Paola le puso llave a su diario y lo guardó abajo de sus suéteres. Después metió un dedo en la jaula de su ninfa, y Loló se acercó para restregar en él su cachete anaranjado. Luego, Paola se fue a cenar. Su mamá estaba sentada a la mesa de la cocina tomando un vaso de agua turbia. Paco es-taba sentado a su lado, preparándose un sándwich de jamón con muchísima mayonesa.

—¿Qué es eso, ma? —preguntó Paola con cara de fuchi.—Agua mineral con limón y sal. Me quita muy bien el

asco.—¿Todavía tienes asco?—Un poco, sí. Creo que otra vez comí algo que me cayó

mal. Hoy no tuve nada de hambre. ¿Y tú que quieres cenar?

Agosto 18-25

Tendrás una semana con muchas sorpre-sas agradables.

Lograrás lo que te propongas si le echas ganas. Te llevas súper bien con el niño que más te gusta. Cuida tu estómago, a media semana podría darte problemas.

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—Leche. Sólo leche.—La cerdita sólo toma leche.—¡Pacoooo! —lo regañó su mamá—. ¡No le digas así a

tu hermana!En ese momento, su papá entró en la cocina.—Gloria, ¿te sientes otra vez mal? —preguntó al ver la

cara de su esposa.—Ay, sí. Me muero del asco —contestó la mamá.—Será bueno que vayas a ver al doctor.—Voy a ir. Seguro tengo bichos.—No lo dejes.—No. ¿Qué quieres cenar?—Unas quesadillas. Ahorita te ayudo —dijo el papá

mientras se lavaba las manos.Cuando se sentaron todos, a Paola se le ocurrió mirar a su

hermano; mala idea, Paco no desaprovechaba una sola opor-tunidad para molestarla. Había estado comiendo su sánd-wich por toda la orilla, dibujando con sus mordidas la forma de un círculo. Apenas encontró los ojos de su hermana, le enseñó el círculo y la señaló con el dedo índice. Paola sintió un calor de olla exprés que subía por su estómago hacia sus cachetes. La mesa de la cocina era chica, sabía que las rodi-llas de su hermano estarían al alcance de su pie si lo esti-raba con fuerza, así que decidió darle una santa patada por debajo de la mesa.

—¡Aaaaauch! —se quejó su mamá sobándose la pierna y mirándola con cara de reproche—. ¿Qué te pasa, Paola?

—Es que Paco me está molestando —dijo Paola con voz chillona.

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—Ah, pues pégame a mí, torpe —se burló su hermano.—¡Paco! —gritó su papá—. ¿Por qué te encanta moles-

tar a Paola?—¡Auch! —su mamá la miraba enojada.Paola no pudo más. Sentía una gran burbuja en la gar-

ganta que no dejaba pasar el aire y tenía los ojos llenos de lágrimas. No podía evitarlo. Tenía coraje con su mamá por enojarse con ella y con Paco por ser tan bruto. Se levantó de la mesa sin terminar su vaso de leche y se fue a encerrar a su cuarto.

Se tendió en la cama y le dio rienda suelta al llanto. Úl-timamente sentía que ningún chillido valía la pena si no sa-lían ríos de lágrimas. Cualquier sinsabor, por pequeño que fuera, la hacía llorar sin control. Le chocaba, le repateaba que su hermano le recordara que era gordita. Cuando por fi n dejó de llorar, se miró en el espejo con cierto desprecio: lo que veía no le gustaba. Toda la vida, desde que era bebé, fue un poco gordita. La gente siempre le decía que tenía una cara muy bonita, pero ella no sentía bonita esa cara redon-da. Sentía que todo en ella era rechoncho y eso le disgustaba mucho. Quería ser fl aca, fl aca como Maripepa que era un espárrago. Y quería tener el pelo lacio, lacio como el de An-drea; ese pelo chino suyo la hacía verse más voluminosa. En todo eso estaba pensando cuando su mamá tocó a su puer-ta, que estaba cerrada con llave.

—Pao, soy yo.Paola no quería hablar con nadie. Su mamá volvió a to-

car la puerta.—Pao, ábreme.

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Paola abrió la puerta de mala gana y se quedó ahí de pie, con la boca torcida y los ojos hinchados de llorar. Su mamá la abrazó.

—No terminaste de cenar —le dijo.—Ya no tengo hambre —contestó Paola.—Pao, cuando yo tenía tu edad...—Estabas igual de gordita. Ya me lo dijiste mil cien veces.La mamá de Paola suspiró. Quería decir algo, pero cam-

bió de idea.—Aquí cerca hay un lugar donde dan clases de capoeira,

¿quieres ir a ver? Susa dice que es muy buen ejercicio.Paola miró a su mamá. En el último año había intentado

clases de jazz, de gimnasia y de spinning, pero la verdad, ninguna había sido tan divertida como para seguir yendo. Paola asintió en silencio. Podía probar la capoeira, a lo mejor era más entretenida.

—¿Quieres que te haga una trenza? —le preguntó su mamá.

A Paola le gustaba mucho que su mamá la peinara. Ese momento era como un bálsamo después de los raspones que causaban los enojos. Además, en su pelo chino siempre se hacían muchos nudos y la mejor manera de no amanecer con los rizos enredados era dormir con una trenza. Las dos se sentaron en la cama y su mamá la peinó. Luego Paola le dio un abrazo y se acostó, pero no se durmió luego luego. Ca-da vez que cerraba los ojos pensaba en la secun, en sus ami-gas, en La Jamona y en Ricardo. Sentía el estómago duro como una pelota de voleibol. Pasó un rato muy largo antes de que pudiera conciliar un sueño intranquilo.

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