POLLO CON OREJAS

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Cuento infantil sobre un pollo con orejas

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por

Álvaro Madrena Herrera

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Erase una vez en una bonita granja ecológica…

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El mal tiempo llevaba días sin dar tregua en las montañas. Los animales llevan días

pasando frío y las goteras mojan a algunos como a una gallina, futura mamá primeriza

que se esfuerza por poner su primer huevo. Junto a ella, sus amigas y compañeras

no dejan de apoyarla.

Por fin, el huevo aparece y tras el gran esfuerzo, todas dejan descansar

a la mamá al lado de su huevo, mientras el padre vigila a lo lejos.

Pocos días después el huevo estaba listo para abrirse gracias a los

cuidados de su mamá. De nuevo, todo el gallinero estaba cerca,

expectante e impaciente por conocer al nuevo miembro de la comunidad.

Ninguno estaba preparado para lo que iba a ocurrir. De repente, el huevecito

crujió y desde dentro…¿una oreja?. Todos huyeron asustados y solo el padre

se acercó corriendo. Juntos, papá y mamá vieron nacer a su “Pollo con Orejas”.

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Al principio el recién nacido estaba muy débil y sin plumas. El frío que hacía le obligaba

a estar junto a su mamá para seguir calentito.

Su papá, como gallo del corral, explicó a las demás gallinas de dónde venían las

orejitas de su último hijo. Lo sabía muy bien por que poco antes papá y mamá

hablaban de quien era la culpa de que su hijo tuviese orejas.

Como el papá le dijo a la mamá:

- Esto viene de tu familia, en la mía nunca hubo nada parecido.

Cuando al pollito le empezaron a salir plumas, pudo salir a pasear con la madre. Era

observado por todos, le miraban incluso los conejos de la jaula de al lado.

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Con el tiempo, el pollito con orejas empezó a salir solo, sin la compañía de su madre.

Aún no tenía amigos, pero los encontraría de la manera más inesperada. Al girar la

esquina de la caseta de madera vio por primera vez al dueño de la granja en la que

vivía. Este se impresionó al ver las orejitas de la criatura y quiso coger al pollito, que

huyó a toda velocidad.

Por poco consiguió escapar al entrar entre unas ramas secas, lejos del alcance de

aquel ser gigante y desconocido para el pollito. Allí, también escondidos por la misma

razón, estaban sus hermanos de padre y futuros amigos. El granjero cesó en su

empeño y dejó tranquilo a los pequeños, yéndose con una cesta de huevos recién

cogidos bajo el brazo.

Ya reunidos y a salvo, sus hermanos se presentaron uno a uno, hasta que le tocó el

turno a Pincho:

- Yo me llamo Pincho, por esta plumita que no se peinarme. Bueno, y tú que eres,

¿un conejo?.

Largo y Chico se rieron, pero Pepito y Pepita (gemelos, de un huevo de dos yemas)

defendieron a Orejitas, quedando la broma de Pincho rápidamente olvidada. Tras

presentarse, Orejitas preguntó:

- ¿Y quién era ese gigante que me perseguía?

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Hasta el momento, su madre le había explicado a Orejitas poco sobre el lugar donde

vivían. Por eso sus hermanos le explicaron realmente lo que era el lugar, y que el

dueño de todo, por encima incluso de su papá común era “El Come-Hermanos”.

Era un ser malvado que se comía a sus hermanos antes incluso de nacer, sin poder

hacer nada para evitarlo.

Los siguientes días son de terror para los pollitos tras el susto del Come-Hermanos,

pero aun les esperaba lo peor. Como era normal los domingos soleados, conejos y

gallinas se acercaban a la verja que los separaba y charlaban, comían y reían juntos.

Fue entonces cuando los pollitos oyeron a escondidas una conversación que no

debían entre varios conejos y gallinas. Dicha conversación trataba acerca de algún

tipo de “recogida y traslado”.

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Ese domingo no era especialmente feliz para algunos conejos, ya que hacía poco

que el Come-Hermanos se había llevado a la mayoría de sus crías. Por tanto, poco

tiempo faltaba para que ocurriese lo mismo con las crías de las gallinas.

Cerca, un conejo de mala reputación conocido como Bigotes Largos y su compinche

Bola de Grasa vieron a los pollitos oir a los mayores. Entonces se acercaron con

la simple idea de reírse de los pollitos y asustarlos aún más, dándole solo malos

consejos para pasarlo bien sin importar lo mal que los pasaran los pollitos.

Les dijeron que si no querían ser “recogidos y trasladados” por el Come-Hermanos

y dejar de ver a sus padres, debían escaparse y volver pasado el tiempo. Tenían

que huir por un agujerito en la verja junto a un cubo y unos tablones ocultados por

los mayores. Ellos no podían escapar por que no cabían y tampoco querían que

escaparan sus hijos que si podrían hacerlo. Solo lo conseguirían de noche, a la luz

de la Luna, mientras sus mamás dormían.

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Esa misma noche todos los pollitos se alejaron del calor de sus dormidas mamás y

se encontraron en la zona que les indicó Bigotes Largos, junto al cubo. El primero en

cruzar la verja fue Pincho en señal de valentía. No hizo lo mismo Orejitas, que esperó

y ayudo a todos sus hermanos con el pico, sujetando los peligrosos alambres sueltos

del agujero de la verja. El último en intentarlo fue Chico, que temblando por el miedo

a lo desconocido dijo:

- Tengo miedo, no me atrevo a pasar al otro lado.

Pincho gritó desde fuera:

- ¿Prefieres que te pille el Come-Hermanos?

Chico cruzó rápidamente y juntos emprendieron el camino a ninguna parte concreta,

solo querían alejarse de allí.

Poco después, al amanecer, las gallinas correteaban como locas buscando a sus

crías, mientras los malvados conejos se reían al otro lado de la verja. Esto no pasó

desapercibido para Ojo Manchado y Orejas Cruzadas, un papá y una mamá cuyos

hijos habían sido “recogidos y trasladados” hacía poco. Ambos fueron a pedirle

explicaciones del por qué se reían, temiéndose lo peor. Sus sospechas fueron

confirmadas cuando Bigotes Largos les contó lo ocurrido con las crías tras ver las

ganas e insistencia con las que Ojo Manchado reclamaba respuestas.

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Como padres que eran rápidamente acordaron que mientras él iría a por los pollitos,

ella avisaría a sus madres de todo lo ocurrido y que la búsqueda había comenzado.

Ojo Manchado pudo saltar la verja entre pequeñas escaladas y grandes brincos

apoyándose en elementos de la propia jaula. Pero el gran esfuerzo le agotó y no

pudo aterrizar bien, dañándose la patita en la caída. Aún así siguió adelante para unir

a los pollitos con su familia.

Mientras tanto los pollitos, con lo pequeños que eran, habían recorrido poca distancia

y estaban cansados. Hacía ya rato que descansaban en unos arbustos de frutos rojos

no muy lejos de las jaulas. Dichos frutos eran muy llamativos y como empezaban a

tener hambre, Pincho decidió probarlos antes que nadie para demostrar otra vez su

valentía. Orejitas intentó detenerlo:

- Espera, no sabemos si se pueden comer.

Pero Pincho lo ignoró y probó el fruto.

Cerca, Ojo Manchado buscaba a los pollitos, con la patita doliéndole en cada brinco.

Los pollitos, viendo que a Pincho no le ocurría nada tras llenar su estómago, deciden

seguir sus pasos. Justo cuando todos iban a probar los frutos Pincho comenzó a

sufrir retortijones en su estomago. Esto quitó las ganas de comer a los demás y

demostró que la prudencia de Orejitas era acertada.

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Orejitas y sus hermanos seguían con hambre y Pincho comenzó a recuperarse,

cuando de repente fueron sorprendidos por un animal enorme que apareció entre los

arbustos. Éste, extrañado preguntó:

- ¡Oh!, vaya, hola…vosotros… ¿qué sois?

De pronto Largo comenzó a contarle todo a gran velocidad:

- Somos unos pollitos que se han escapado de casa para que no nos secuestre un

gigante y estamos cansados y tenemos hambre y …¿qué eres tú?

El animal respondió:

- ¡Vaya!, ¿dónde están mis modales?. Yo soy un zorro y ¿sabes qué?, también tengo

hambre.

Y se comió a Largo de un bocado.

Los pollitos se escondieron del zorro entre los arbustos, gritando asustados. Estos

gritos alertaron a Ojo Manchado y lo dirigieron en la dirección correcta.

Cuando llegó allí se dio cuenta de la situación y de un salto mordió al zorro en el

lomo. Los pollitos reconocieron a Ojo Manchado y fueron a ayudarle, picando al zorro

por todo el cuerpo. Pero esto no gustó nada al conejo, que gritó durante la disputa:

- ¡No! ¡huid!. No me ayudéis, volved a casa corriendo, yo intentaré que no os alcance.

Y volvió a morder al zorro en una pata trasera mientras los pollitos huían y Orejitas

se aseguraba que ningún hermano suyo quedaba atrás.

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La vuelta a casa iba a toda velocidad, mucho más rápido que la huida nocturna.

Veían cada vez más cerca a sus madres y hacía ya tiempo que habían perdido de

vista al zorro en su lucha con Ojo Manchado.

Cansados, hambrientos, aterrorizados y tristes por Ojo Manchado y Largo, los pollitos

explicaron lo ocurrido en el bosque a sus madres nada más cruzar de nuevo la verja.

Cerca, Orejas Cruzadas escuchaba a los pollitos y quedó muy triste, ya que entendió

que tampoco vería más a Ojo Manchado, igual que le ocurrió con sus hijos.

A pesar de todo sacó fuerzas para explicarle a Orejitas y sus hermanos las razones

por las que Ojo Manchado fue a buscarlos al bosque:

- Aparte de los peligros que habéis vivido por ahí fuera solos, tenéis que estar junto

a vuestros padres y disfrutar con ellos todo lo posible. Llegará el momento en que os

separarán como hicieron con nuestros hijos, y no los veréis más. Esa es la razón por

la que Ojo Manchado fue a buscaros.

Pero en ese momento, a lo lejos, vieron algo inesperado; Ojo Manchado volvía con

ellos de entre los árboles con algunas magulladuras y cojeando. Con más esfuerzo

incluso que la primera vez, el conejo herido consiguió volver a entrar en la conejera

para reencontrarse con Orejas Cruzadas. Tanto los conejos como las gallinas y sus

crías atesoraron cada momento que compartían y vivieron felices pensando solo en

el presente.

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