Politicas de Crecimiento Economicas

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Jean-Paul Fitoussi es profesor del Institutode estudios políticos de París y directordel departamento de estudiosdel Observatorio francés de coyunturaseconómicas (OFCE) 69 Quai d'Orsay75007 París. Es secretario general dela Asociación internacional de cienciaseconómicas. Su última obra publicadaes The Slump in Europe: ReconstructingOpen Economy Theory (1988).Agradecemos su contribución a la preparaciónde este número de la RICS.Jacques le Cacheux es director adjuntodel Departamento de estudios delO F C E y profesor del Instituto de estudiospolíticos de París.

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Revista trimestral publicada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura con la colaboración de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco, del Centre Unesco de Catalunya y Hogar del Libro, S .A. Vol. X L I , num. 2, 1989 Condiciones de abono en contraportada interior.

Redactor jefe: AM Kazahcigil Maquetista: Jacques Carrasco Ilustraciones: Florence Bonjean Realización: Helena Cots

Corresponsales Bangkok: Yogesh Atal Beijing: Li Xuekun Belgrado: Balsa Spadijer Berlín: Oscar Vogel Budapest: György Enyedi Buenos Aires: Norberto Rodríguez

Bustamante Canberra: Geoffroy Caldwell Caracas: Gonzalo Abad-Ortiz Colonia: Alphons Silbermann Dakar: T . Ngakoutou Delhi: André Béteille Estados Unidos de América: Gene M .

Lyons Florencia: Francesco Margiotta Broglio Harare: Chen Chimutengwende H o n g Kong: Peter Chen Londres: Alan Marsh México: Pablo González Casanova M o s c ú : Marien Gapotchka Nigeria: Akinsola A k i w o w o Ottawa: Paul L a m y Singapur: S. H . Alatas Tokyo: Hiroshi Ohta Túnez: A . Bouhdiba Viena: Christiane Villain-Gandossi

Temas de los próximos números Dimensiones sociales del cambio ambiental. Estado, políticas y conocimiento.

Ilustraciones: Portada: La mecánica, según el arquitecto francés Jean-Jacques Lequeu (1757-1825) Bibliothèque Nacionale, París.

A la derecha: Paul Klee (1879-1940), Gebauter Blitz, 1927(ADAGP).

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REVISTA INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES

Junio 1989

Políticas de crecimiento económico

Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

Patrick Minford

Axel Leijonhufvud

Oleg T . Bogomolov

Luo Yuanzheng

Victor L. Urquidi

Michael I. Obadan y Bright U . Ekuehare

Faiçal Yachir

Crecimiento y políticas macroeconómicas en los países de la O C D E 131

Problemas y posibilidades de crecimiento

económico en los países industrializados 155

Los costes de información y la división del trabajo 173

Las economías socialistas en la encrucijada 187

Reforma estructural y desarrollo económico: la experiencia de la República Popular China 201 Limitaciones al crecimiento en los países en vía de desarrollo: la experiencia actual de América latina 215

Evaluación de los fundamentos teóricos del programa de ajuste estructural propugnado por el Fondo Monetario Internacional y por el Banco Mundial en Nigeria 225

Crisis y políticas de ajuste en los países árabes 239

Stefan Breuer

Tribuna Libre

M á s allá de Foucault: la teoría de la sociedad disciplinaria 251

Gene M . Lyons

R . S . Khare

Debate abierto

La reforma de las Naciones Unidas 265

El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 291

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Servicios profesionales y documentales

Calendario de reuniones internacionales 303

Libros recibidos 307

Publicaciones recientes de la U N E S C O 309

Los números aparecidos 311

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE

Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

«Estoy convencido de que nuestro destino está en nuestras manos y que podemos superarla (la crisis) tan sólo con proponérnoslo, o mejor aún, si los que tienen el poder en el m u n d o de­ciden hacerlo.» J . M . Keynes (Harris Lectures, 1931, R F E . I, n ú m . 1, p. 128)

Introducción

La teoría del crecimiento, tan floreciente hasta finales del decenio de 1960, aun­que eclipsada desde enton­ces por las preocupaciones de la reglamentación co-yuntural, había llegado a algunas conclusiones senci­llas y enérgicas, cuyas lec­ciones, según parece, han olvidado los políticos y sus consejeros.

E n primer lugar, el cre­cimiento óptimo es el que lleva a un m á x i m o en el consumo -y no sola­mente el consumo presente, sino m á s bien el consumo como tendencia general. Además , la tasa de crecimiento óptimo de una economía viene determinada en primer lugar por el ritmo de expansión de sus recursos humanos, es de­cir, la tasa de crecimiento de la población eco­nómicamente activa, a la que hay que añadir la productividad laboral. Siendo así, es difícil percibir que un período prolongado de austeri­dad y alto desempleo, como el que se ha sufrido en Europa desde el principio de la década, pue­

da ser el inicio de una prosperidad futura. Desde el principio de los años 1980, el cre­

cimiento mundial, comparado con las tres dé­cadas anteriores, ha sido por término medio m u y lento. La preponderancia de los países de la O C D E en la actividad económica mundial justifica plenamente que se considere la parte de responsabilidad de estos países respecto a esta situación. Las políticas macroeconómicas de los países industrializados, concebidas para

hacer frente a las fluctua­ciones de la actual situa­ción económica, ejercen una gran influencia en las tendencias del crecimiento mundial, y por ello se hace preciso analizar sus princi­pales características y sus bases teóricas.

Los recientes cambios sucesivos de actitud de los gobiernos y sus evidentes efectos en la actividad eco­nómica, son una prueba su­ficiente, si es que fuera pre­ciso probarlo, de que las

autoridades de los países mayores, disponen de un importante margen de maniobra económica y que sigue habiendo una relación entre el m a ­nejo de los instrumentos de regulación macroe­conómica y el crecimiento, a pesar de lo que se pueda deducir de ciertos desarrollos teóricos. La evolución de estos últimos meses confirma la opinión de que la acción de estos gobiernos ha sido decisiva en los desarrollos económicos observados. Particularmente, desde el comien­zo de este decenio ha sido notoria la divergen­cia entre Estados Unidos de Norteamérica -ca

Jean-Paul Fitoussi es profesor del Insti­tuto de estudios políticos de París y di­rector del departamento de estudios del Observatorio francés de coyunturas económicas ( O F C E ) 69 Quai d'Orsay 75007 París. Es secretario general de la Asociación internacional de ciencias económicas. Su última obra publicada es The Slump in Europe: Reconstruc­ting Open Economy Theory (1988). Agradecemos su contribución a la pre­paración de este número de la R I C S . Jacques le Cacheux es director adjunto del Departamento de estudios del O F C E y profesor del Instituto de estu­dios políticos de París.

RICS120/Jun. 1989

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racterizados, como anteriormente, por una ac­tividad cíclica fuertemente enraizada y por un intervencionismo pragmático de las autorida­des- y los países europeos, en los que la m a y o ­ría de las veces los gobiernos han permanecido encerrados en una ortodoxia dogmática y no cooperativa y donde, pese a una sensible mejo­ra del entorno internacional, desde hace años, el desempleo sigue siendo elevado en exceso.

Si se compara con la del pasado reciente, la situación de los países de la O C D E puede, a grandes ragos, parecer inmutable con la excep­ción de algunas variantes poco importantes. Ahora bien, ¿cuál es la realidad? La opinión pú­blica es olvidadiza y los gobernantes, en su m a ­yoría, también lo son y lo mismo sucede con muchos analistas. Parece conveniente, por lo tanto, contemplar la reciente evolución econó­mica -resultados, políticas y doctrinas- bajo una perspectiva histórica para tratar de desen­trañar algunas de las características que perdu­ran pese a las transformaciones del ambiente y de las percepciones y a pesar, también, de cier­tas rupturas con el pasado.

Del análisis de los últimos veinticinco años, se desprenden dos importantes impresiones: la del continuismo en los aspectos esenciales tan­to en Japón como en Estados Unidos y la de un cambio, hasta cierto punto radical, en Europa a caballo entre la década de 1970 y la de 1980. Sin lugar a dudas, los impactos exteriores del decenio anterior han producido una baja sensi­ble en el ritmo de crecimiento de Japón, provo­cando brotes inflacionistas controlados rápida­mente, aunque el perfil de la actividad econó­mica y de las políticas aplicadas desde entonces se diferencian m u y poco de las empleadas ante­riormente. Del m i s m o m o d o , pese a la crecien­te apertura de su economía y a la novedad del establecimiento de unos tipos de cambio flexi­bles, Estados Unidos se caracteriza por sus fluctuaciones cíclicas -tanto de la actividad co­m o de la utilización pragmática de los instru­mentos de política económica-, una caracterís­tica que le es propia desde hace m á s de veinti­cinco años. Sólo Europa parece haberse distanciado de la dependencia respecto de los diferentes objetivos -simplificando, infla­ción o desempleo- habitual en las décadas anteriores.

N o sólo parece que el control de la inflación se ha convertido en prioritario, sino que tam­bién los actos, los hechos y los discursos son

coincidentes y confirman la idea de que el e m ­pleo ya no puede ser objeto de una política m a ­croeconómica. D e este m o d o la deflación se atribuye a la acción gubernamental, mientras que la continua agravación del desempleo se percibe, en cambio, c o m o un obstáculo o una realidad que la política económica es incapaz de combatir. Todo transcurre c o m o si no hu­biese relación alguna entre uno y otro desequi­librio. Surge, no obstante, un interrogante: ¿se ha cambiado de una forma más o menos cons­ciente, en Europa, un deterioro permanente de las perspectivas de crecimiento y de empleo por una mejora (transitoria) del índice de infla­ción y del comercio exterior? Nuestro propósi­to es intentar, mediante un enfoque histórico, desarrollar y argumentar estas impresiones.

Crecimiento, inflación y desempleo desde 1960

Hasta 1972: los años «gloriosos». Actualmente, en todos los países, se habla

de los años sesenta c o m o si hubiera sido un pe­ríodo generalmente próspero. Con justa razón, puesto que, pese a las leves oscilaciones de la actividad y a la aparición, en los últimos años, de ciertas tensiones, el decenio de los sesenta se caracterizó en todas partes por unos resultados notables que ya no pudieron atribuirse, de nin­guna manera, a la reconstrucción de la posgue­rra ni a las guerras coloniales, menos importan­tes en Estados Unidos. En todos los países se registraron entonces elevadas tasas de creci­miento cuyo promedio anual fue superior al 4 %, y una tasa de desempleo m u y baja, incluso en Estados Unidos donde se redujo a menos del 4 % a partir de 1965 y donde tradicionalmente había sido superior al resto de los países (grá­fico 1)

Sin embargo, se observan diferencias tanto en los ritmos de crecimiento c o m o en el volu­m e n de empleos generados por este crecimien­to. Dos países -Japón, desde luego, pero tam­bién Francia- gozaron de una tasa de creci­miento superior a la de los demás países (ver cuadro 1 ). Por otro lado el aumento del empleo en el sector civil fue espectacular en Japón y en Estados Unidos, relativamente sostenido en Francia, pero leve o nulo en los tres otros países importantes de Europa (véase cuadro 2). Estos tres países son los que, por término medio, re-

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Crecimiento y politicas macroeconómicas de los países de la OCDE 133

GRÁFICOS 1 Tasa de desempleo

% Promedio anual

I Reino Unido

5 -

60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

— \

/ Países Bajos

60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

Fuente: OCDE

5 -

Estados Unidos

Europa '

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60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

* L a C E E sin España, Grecia y Portugal.

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134 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

GRÁFICOS 2 Empleo civil en millares

30000

25000

20000

Reino Unido

Francia

Italia

15 000 l i i i i i i I i i i I I I I I I I I I i I I I i i—I 60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

5 200

4 200

3 200

2 200

Países Bajos

Dinamarca

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60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 8(1 82 84 86

110000

100000

90000

80000

70000

60000

50000 -

Fuente: OCDE 40000 60 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 135

GRÁFICOS 3 Tasa de inflación

20

15

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62 64 66 70 72 74 76 78 80 82 84 86

25

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10

Fuente: O S C E

Dinamarca

E E . U U .

5 I I I i I I i i ' i I I I I I I i I I 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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136 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

GRÁFICOS 4 Tasa de crecimiento del PIB

_ 51 ' 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1

' 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

— 5 I I 1 I 1 I 1 I I I I I I I I I I I I I 1—1 ' • ' 62 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 137

GRÁFICOS 5 looooo Balanza corriente en millones de dólares de EE.UU.

80000

60000

40000

20000

20000 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

50000

50000 1-

1000001-

150000 64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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138 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

15 000

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10000

15 000

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64 66 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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64 66 68 70 72 74 76 78 80 82 84 86

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Crecimiento y politicas macroeconómicas de los países de la OCDE 139

CUADRO l

E E . U U . Japón RFA Francia Reino Unido Italia C E (12) OCDE

. Tasas de crecimiento anuales

1961 1967*

4,5 10,5 4,8 5,7 3,2 5,7 4,8 5,1

* Promedio anual. Fuente: O C D E .

1968 1973*

3,5 9,5 5,1 5,6 3,4 4,9 4,9 4,6

1974 1979*

2,6 3,7 2,5 3,1 1,5 2,6 2,5 2,6

1980 1974 1989*

2 -0,9 4,2 -1 ,2 0,9 -0,3 1,2 3,2 0,7 -1 1 4,1 0,9 2 1,9 0,6

1975

-0,8 2,6

-1,6 0,2

-0,7 -3,6 -1 -0,3

1876

4,7 4,8 5,4 5,2 3,8 5,9 4,9 4,7

1977

5,5 5,3 3 3,1 1 1,9 2,4 3,5

1978

4,7 5,1 2,9 3,8 3,6 2,7 3,1 4,1

1979

2,6 5,2 4,2 3,3 2,2 4,9 3,2 3

1980

-0 ,4 4,4 1,4 1,1

-2,3 3,9 1,2 1,2

1981

3,4 3,9 0,2 0,5

-1 ,4 0,2

-0,1 1,6

1982

-3 2,8

-0,6 1,8 1,5

-0,5 0,6

-0,6

1983

2,9 3,1 1,2 0,7 3,4

-0,4 1,2 2,6

1984

6,4 5,1 3 1,5 3 2,8 2,5 4,7

1985

2,7 4,7 2,5 1,4 3,5 2,3 2,4 3

1986

2,5 2,5 2,4 2 2,7 2,7 2,4 2,5

1987

2,9 4,2 1,7 1,9 4,5 3,1 2,7 3,1

gistraron una inflación superior a los demás (cuadro 3), lo que se traduce en Europa en ten­siones y desajustes en la balanza exterior de pa­gos que obligaron ya a finales del decenio de los sesenta a la necesidad de realizar importantes ajustes de las paridades: en 1969 el franco fran­cés fue devaluado en un 11,1 % y el marco se revaluó en un 9,3 %.

1974-1979: éxitos desiguales

N o hay ningún acontecimiento preciso, ni fe­cha determinada que marquen el final de la prosperidad general del decenio de los sesenta. Lo que sí es cierto es que los indicios de la ten­sión se acumulan a partir de finales de dicho decenio. Ahora bien, la verdadera ruptura co­rresponde a una sucesión de hechos que se pro­ducen, aproximadamente, en el curso de los dos primeros años de la década de los setenta: ante todo, en 1971, la suspensión de la conver­tibilidad del dólar y m á s tarde la fluctuación generalizada de las monedas. A continuación, en 1972, tiene lugar el recalentamiento de to­das las economías de la O C D E , el cual genera fuertes tensiones inflacionistas aunque de ca­rácter difuso. Y por último el impacto petrole­ro de 1973-1974 es el toque de alarma que anunciará lo que en términos generales se ha denominado «la crisis».

Aunque este impacto afectó a todos los paí­ses en forma semejante, sus efectos no fueron idénticos en todos ellos. La inflación que se re­gistró a continuación no fue simultánea y las cotas máximas de inflación alcanzadas lo fue­ron a escala diferente (gráfico 3): m u y acentua­

das una tasa anual de más del 20 % en el Reino Unido, Japón e Italia; algo menos importante -entre el 10 % y el 15 %- en Francia y Estados Unidos, apenas significativa -aproximada­mente del 6 %- en la República Federal de Ale­mania. Del m i s m o m o d o , la desaceleración que se produce en los años siguientes, sigue modali­dades m u y distintas: brutal en Japón, sensible en la República Federal de Alemania, Estados Unidos y Reino Unido donde se notará poco, y poco acentuada y relativamente lenta en Fran­cia e Italia.

Simultáneamente, el desempleo aumenta por doquier aunque con perfiles diferentes se­gún los países (gráfico 1 ). En efecto, en 1974-1975 la disminución del empleo sólo es real­mente apreciable en República Federal de Ale­mania y en Estados Unidos, los dos países en los que el desempleo crece m á s rápidamente, para estabilizarse luego e incluso disminuir. E n el resto de los países esos años señalan el co­mienzo de una progresión casi ininterrumpida de la tasa de desempleo, a pesar de un mante­nimiento relativamente estable del empleo (gráfico 2).

La práctica generalizada de los tipos de cambio flotantes -en la que la «serpiente m o ­netaria europea» constituye únicamente una excepción m u y parcial- permite que estas di­vergencias nominales y reales, desde luego con­siderables, coexistan sin producir tensiones in­debidas que afecten a la balanza exterior de pa­gos. Desde 1977-1978, parece perfilarse una nueva convergencia: virtualmente, en todas partes, vuelven a niveles m á s moderados; el crecimiento se reanuda con un cierto vigor, y las tasas de desempleo disminuyen por lo gene-

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ral de forma sensible, salvo en Italia y sobre todo en Francia donde el desempleo crece ine­xorablemente.

A partir de 1980: dos mundos . La evolución económica en este último pe­

ríodo es tan reciente que únicamente nos referi­remos a ella brevemente. El segundo impacto petrolero tuvo sobre la inflación consecuencias comparables al primero, aunque las curvas fue­ron menos pronunciadas. Sin embargo, se pro­dujo a continuación un período prolongado de deflación: el descenso de la inflación fue rápido en los países anglosajones, cuyas divisas se apreciaron: en otros lugares fue m á s lento, aun­que en la misma escala. A partir de esta fase se produjo una ruptura real entre Europa y el res­to de los países de la O C D E .

En efecto, desde 1983, la tasa de crecimien­to de Estados Unidos vuelve a ser francamente positiva. La inversión productiva aumenta es­pectacularmente, y la productividad laboral que había progresado m u y moderadamente en el período anterior, se recupera considerablemente, observando durante un año o dos, tasas de creci­miento comparables a las de Europa. Al mismo tiempo el empleo total se desarrolla a tal ritmo1

que permite la rápida absorción del des­empleo, a pesar del fuerte crecimiento de la po­blación activa. También en Japón la recupera­ción fue sensible y el crecimiento, pese a ser inferior al de los decenios anteriores, fue sufi­ciente para estabilizar el desempleo a un nivel moderado. Sin embargo, la recuperación fue por lo general, m u y débil en Europa. El pobre crecimiento de las inversiones productivas era un rasgo preocupante y, aunque la productivi­dad laboral crecía a un ritmo elevado, la tasa de desempleo iniciará un ligero proceso de dismi­nución, tan sólo después de la crisis bursátil de octubre de 1987; la actividad, estimulada prác­ticamente en todas partes por las políticas m a ­croeconómicas notablemente m á s expansionis­tas, recupera, por lo general, un ritmo m á s sos­tenido.

El manejo de los instrumentos de la política económica

El juicio que se puede emitir, a posteriori sobre cómo los principales instrumentos de regula­ción macroeconómica -es decir, las políticas presupuestarias y monetarias y también, desde

hace unos quince años, las políticas cambia­rias, y en determinados países las políticas de rentas-, fueron manejados, en la práctica se ha­ce particularmente difícil por el hecho de que los datos disponibles son ex post y reflejan úni­camente la interacción entre las políticas y la actividad económica2. Al quedar excluida del marco limitado del presente estudio cualquier reseña pormenorizada de la evolución de la po­lítica económica en todos los países durante el período objeto del presente estudio, nos limita­remos a subrayar los aspectos m á s característi­cos, a nuestro parecer, referentes a cada uno de los cuatro tipos principales de instrumentos.

Las políticas presupuestarías y fiscales

El presupuesto, que durante m u c h o tiempo ha­bía sido desde el punto de vista neokeynesiano el instrumento privilegiado, cuando no único, del intervencionismo macroeconómico, ha ser­vido para diferentes propósitos según los países y las épocas. El hecho m á s destacado y también más conocido es el del aumento prácticamente constante de la parte que corresponde (en in­gresos y en gastos) al PIB de todos los países de la O C D E a lo largo del período considerado. La observación de esta medida usual de los gastos en el PIB revela, sin embargo, algunas diferen­cias entre los distintos países. La tendencia al aumento de esta parte ha sido sensiblemente mayor en los países europeos -y, singularmen­te, en los países pequeños- que en Estados Uni­dos, ya que en este país fue relativamente m o ­desta, y en Japón, donde no se notaría hasta el primer impacto petrolero. E n la mayoría de los casos esta tendencia puede atribuirse en parte al aumento de los gastos de transferencias, lo que acentúa el carácter estabilizador y automá­tico del presupuesto al reforzar su comporta­miento espontáneamente contracíclico que puede observarse en todas partes, al menos has­ta finales del decenio de 1970.

El caso singular de Estados Unidos puede explicarse en gran medida por su preferencia -excepto cuando se produjo el primer impacto petrolero- por estimular la economía mediante la reducción de las contribuciones obligatorias. Los dos principales ejemplos de puesta en mar­cha de esa política (los «tax cuts» Kennedy-Johnson que comenzaron a aplicarse en 1964 y

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Crecimiento y politicas macroeconómicas de los países de la OCDE 141

La máquina de calcular, cartel de Paul Colin, 1925. A D A G P .

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142 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

los de Reagan de 1982) son además sorpren­dentemente análogos, tanto en su inspiración (en la que se mezclan los aspectos keynesianos de la recuperación de la demanda doméstica y de la industria con la preocupación por estimu­lar el crecimiento de la oferta) como en su m a g ­nitud (véanse: Heller, ed. 1968; Le Cacheux, 1985). Sin embargo, la principal diferencia es­triba en la aparición de un déficit federal consi­derable y persistente c o m o consecuencia de las reducciones fiscales del decenio de los ochenta, y que resulta de la imposibilidad práctica de las autoridades estadounidenses de frenar sensi­blemente el aumento de los gastos y, particular­mente, los imputables al servicio de la deuda, cuando los tipos reales de interés son m u y ele­vados. Además , la indicación completa de los haremos, la reforma fiscal de 1986 que dismi­nuye la tasa marginal de imposición, y la dismi­nución de la inflación han suprimido el «esta­bilizador económico» que constituía anterior­mente el aumento espontáneo de los ingresos públicos, debido a la fuerte progresión de los tipos de interés y a la no revisión de los hare­m o s en períodos de inflación sostenida3. El cre­cimiento económico y la inflación ya no garan­tizan el aumento de los ingresos públicos por encima del P N B . En esas condiciones, la apari­ción de un déficit puede parecer accidental, manifestación de una «apuesta perdida», de inspiración liberal (Blanchard, 1987). Ahora bien, una vez instalado, ese déficit pasa a ser estructural y no desaparecerá sin que se impon­gan medidas voluntaristas, es decir, sin cam­bios de política presupuestaria. Ahora bien, los esfuerzos destinados a limitar ese déficit han sido de m u y poca envergadura. La voluntad de evitar una recesión y un aumento del desem­pleo es, ahora más que nunca, la clave para in­terpretar la actitud estadounidense.

E n Europa, lo que ha guiado aparentemente las políticas presupuestarias y fiscales desde co­mienzos del decenio de 1980, ha sido sobre to­do el afán de reducir la deuda pública. Esta ha ido acumulándose rápidamente entre los dos impactos petroleros en todos esos países, salvo en Francia, país en el que tan sólo aumentaría sustancialmente a partir de 1981. Lo que agra­va ese endeudamiento es la rápida deflación que tanto ha pesado en la carga real y anticipa­da del servicio de la deuda, engendrando un proceso considerado acumulativo. Esta es una de las principales razones de que hasta la fecha

las reducciones fiscales hayan sido tan bajas en los países europeos, y se haya insistido en la limitación del déficit público mediante una re­ducción de los gastos, lo que en todas partes, salvo en Italia, ha dado lugar a un proceso de disminución de la parte que les corresponde en el PIB.

El ejemplo de la República Federal de Ale­mania que, por diversas razones, sirve de m o ­delo para Europa es ilustrativo en este aspecto. Puede que se haya olvidado que en los prime­ros años del decenio de 1980 la percepción co­lectiva de la economía alemana era m u y distin­ta de la actual. Por entonces se consideraba que Alemania había iniciado su declive. Su moneda era débil, en la medida en que en lugar de la valorización que había registrado en el decenio de 1970 se observaba una tendencia a la depre­ciación respecto del dólar. El término «euroes-clerosis», acuñado por un economista alemán (Herbert Giersch), se aplicaba de forma privile­giada a la economía alemana. En sus informes de 1981-1982, el Consejo de Expertos Econó­micos de la R F A llegó a la conclusión de que una política de reglamentación de la demanda no permitiría en absoluto resolver el problema del empleo y de que debía aplicarse m á s bien una política de moderación de los sueldos y de consolidación del presupuesto del Estado m e ­diante la reducción del gasto público para per­mitir el debido crecimiento de las inversiones privadas. Entonces se pensaba que la deuda pú­blica era excesiva. El programa del Canciller Kohi se basó en esa visión de la economía de la oferta. Se consideraba que la reducción del pe­so del Estado en la economía era in objetivo primordial (sobre todos estos puntos, véase Hellwig y N e u m a n , 1987). El resultado consis­tiría en una «evicción invertida» (crowding in) que permitiría acrecentar la capacidad de pro­ducción de la economía. Esa «evicción inverti­da» se vería facilitada por las anticipaciones ra­cionales de los empresarios privados. E n efec­to, en la medida en que la política es plausible, estos últimos anticiparán una distensión de los tipos de interés y una baja de los futuros im­puestos, elementos favorables para la recupera­ción de la actividad económica. Esta concep­ción de los efectos expansionistas de una políti­ca presupuestaria restrictiva se encuentra tanto en los discursos políticos c o m o en los trabajos de los economistas alemanes. N o todos opinan lo m i s m o . Pese a que algunos economistas es-

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la O C D E 143

tan dipuestos a admitir que, a largo plazo, esta política podría ser neutral respecto de la activi­dad económica, pocos son los que niegan su efecto recesionista a corto plazo. El excedente primario (sin contar el coste de los intereses) del presupuesto alemán, considerado c o m o porcentaje del P N B , es actualmente superior a la diferencia entre el tipo de interés real y el

C U A D R O 2. Variaciones acumuladas desde 1980 de los déficit (-) y de los excedentes presupuestarios estructurales anuales"' c o m o porcentaje del PIB

País

Francia

RFA Italia

Reino Unido

S u m a ponderadab'

Estados Unidos

1981

-1

0,1 -3,5

2,9 -0,2

0,9

1982

-1,4

1,5 -3,5

4,4 0,5

-0,4

1983

-1,5

2,6

-1,3

3,1 1

-1,1

1984

-0,7

2,6 -1,6

2,6 1,

-1,4

1985

-0,1

3,2 -2,8

3

1,1 -2,2

1986

-0,5

2,9

-1,9

2,5 1

-2,2

1987

0 2,9

-2,5

2

1,1 -1,6

Fuente: O C D E , perspectivas económicas. a) El déficit presupuestario estructural es la medida de lo que seria el déficit público si la tasa de crecimien­to económico igualara su nivel potencial. En el cuadro puede verse la variación de ese déficit respecto del año 1980. U n valor positivo indica un cambio de la política presupuestaria en sentido restrictivo. b) Ponderada por la media de los PIB y evaluada en dólares al tipo de cambio de 1980.

tipo de crecimiento previsto, lo que aritmética­mente significa que la razón entre la deuda y la renta debería disminuir espontáneamente (Marcus Miller, 1987). Incluso si se supusiera que la estabilización de esta relación en un pe­ríodo de actividad reducida es un objetivo con­veniente de la política económica, la política presupuestaria de la República Federal de Ale­mania es por lo tanto, restrictiva, tanto m á s cuanto que, c o m o señala Marcus Miller, la deu­da pública neta de la R F A es m u y inferior a la media del Grupo de los Siete (21,7 % del PIB comparado con el promedio del 30,7 % para los siete países).

Considerada globalmente, la orientación de las finanzas públicas en la mayoría de los países europeos ha sido sumamente restrictiva en los últimos años (véase el cuadro 2; véase también: Anyadike-Danes, Fitoussi y Le Cacheux, 1983; Fitoussi y Le Cacheux, 1985), cuando en Esta­dos Unidos sucedía lo contrario. El examen de los acontecimientos ratifica la impresión de que a ambos lados del Atlántico, los poderes públicos han tenido dos actitudes radicalmente distintas. H a y que añadir, además, que si bien en Estados Unidos la persistencia del déficit y la dificultad de absorberlo se deben en parte al debilitamiento de los mecanismos de estabili­zación automática vinculados al sistema fiscal, la persistencia hasta 1987 de déficit en las ba­lanzas de pagos corrientes en Europa refleja,

C U A D R O 3. Tipos de variación de los saldos en caja reales M 2 (Anual: 1970-1987)

Años

1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987

E E . U U .

1

-3 -5,5 -0,6 3,2 9,3 3,6 5,5 6,1 2,6

2

-0,5 -1,1 -0,2 2,8 8,7 4 5,8 6,2 3,5

Japó

1

8,2 1,5 4 6,5 5,5 5,5 6,4 8,1

10,3

>n

2

8,9 5,4

15,7 7,3 6,6 6,5 7 6,9

10,5

Francia

1

2,9 -2,6 -1,6

0,4 2,9 0,9 3,3 0,4

2

3,4 -1,5 -0,1 -1 0,4 3,1 0,9 0,2 0,3

RFA

1

4,7 -0,1 0,1 1,2 3,3 1,5 2,7 6,4 6,9

L

2

5,9 0,5 2,4 2,1 3,4 2 2,7 2,8 5

Reino Unido

1

-0,8 -2,8 5,4 3,1 5,9 4,2 8,9

14,7 16,4

2

-1,9 -4,7 5,8 4 5,5 5,1 8,9

14,5 16,2

Italia

1 2

6,2 5,1 -6 ,8 -6 ,3 - 8 -7 ,6 - 4 -5 ,5 -1,9 1,6

1,5 1,5 1,9 5,1 3,1 0,1 4,8 3,7

Fuente: F M I , World Economie Outlook, abril de 1987, cálculo de los autores. Columna 1 : M 2 deflacionado mediante el índice de precios al consumidor. Columna 2: M 2 deflacionado mediante el índice de los precios implícitos del P N B .

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144 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

parcialmente, la intervención de los estabiliza­dores automáticos: aumento reducido de los impuestos y crecimiento sensible de los gastos de transferencias debido a la disminución de la actividad económica. En efecto, en la mayoría de los países europeos el presupuesto registra un excedente estructural.

Las políticas monetarias: ascenso y caída del monetarismo

Hasta pasado el primer impacto petrolero la política monetaria no tenía, por lo general, la preeminencia que adquirió poco a poco en lo sucesivo bajo la influencia de las tesis moneta-ristas, lo que no quiere decir que no existiera. Durante el decenio de 1960 las m á s de las veces fue manejada de manera activa - o incluso aco­modaticia-, es decir, conjugada con la política presupuestaria tanto en el sentido de relanza­miento c o m o de restricción. Las políticas de ti­po monetarista fundadas en una norma de evo­lución de los agregados monetarios surgieron después de 1974 y no antes (véanse: M c C l a m , 1978, y Fitoussi, 1982). Aunque resulte delica­do emitir un juicio y haya que reconocer que existen diferencias sensibles entre los países, en la mayoría de los casos esas políticas serían ver­daderamente restrictivas a partir del segundo impacto petrolero.

Es particularmente difícil apreciar la orientación de las políticas monetarias. Limi­tarse a comprobar que las normas de creci­miento de los agregados nominales se respetan o no, no es de gran ayuda, ya que la evolución nominal de la economía puede hacer o desha­cer lo que dichos agregados parecen demostrar. Sin embargo, se dispone de por lo menos dos indicadores indirectos sobre el carácter m á s o menos restrictivo de la política monetaria: los saldos de caja reales (véase el cuadro 3) y, pese a las incertidumbres de la medición, el tipo de interés real.

A juzgar por las evoluciones ex post de los saldos en caja reales, cuando se produjo el pri­mer impacto petrolero la política monetaria era sumamente restrictiva en todas partes, sal­vo en Francia y en la República Federal de Ale­mania. Pero, salvo en el Reino Unido, esa con­tracción en el suministro de dinero fue m u y breve. Al contrario, cuando se produjo el se­gundo impacto petrolero, la restricción fue por

lo general m u c h o m á s prolongada. Esta impre­sión se corrobora cuando se examinan los tipos de interés reales que cambiaron de signo: de negativos o bajos en la mayoría de los países durante el decenio de 1970 pasaron a ser fran­camente positivos en todas partes ya a comien­zos del decenio de 1980 (véase también: Fi-tousssi, Le Cacheux, Lecointe y Vasseur, 1986). Durante los tres últimos años han disminuido m u y poco, sobre todo en los países europeos y particularmente en Francia, mientras que en Estados Unidos, Japón y, en menor medida, en el Reino Unido, desde finales de 1982 se adop­tó una actitud m u c h o m á s flexible respecto de los agregados monetarios. C o m o se ha visto re­cientemente, el alivio de la tensión en los mer­cados cambiários provoca escaladas de los ti­pos de interés cuyas consecuencias financieras pueden ser de gran envergadura.

Un nuevo instrumento: la política de cambio

La adopción de un nuevo sistema de flotación libre generalizada dotó a los gobiernos de otro instrumento de reglamentación macroeconó­mica en una economía abierta que permite combinaciones m á s complejas, pese a no po­der ser utilizado independientemente de las demás políticas. Según parece, por lo general en la década de 1970 ese nuevo instrumento se utilizó mal, pese a prácticas intervencionistas bastante sistemáticas, en particular por parte de los países europeos. A m e n u d o se aplicó de manera contradictoria con las orientaciones de las políticas internas, c o m o lo demuestran las vacilaciones del franco francés entre la Ser­piente y la fluctuación aislada.

N o obstante, después de 1979, la manipu­lación consciente del tipo de cambio de cara a la estabilización interna o para ajustar la ba­lanza de pagos externa se transformó en la re­gla predominante de todos los países, aunque siguiendo modalidades m u y distintas. En rea­lidad parecería incluso que ante las incerti­dumbres que caracterizan cada vez m á s las medidas habituales de la política monetaria -en particular, los agregados- poco a poco el tipo de cambio ha acabado por transformarse hasta convertirse en el principal objetivo inter­mediario de esa política. Aunque oficialmente

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Crecimiento y politicas macroeconómicas de los países de la OCDE 145

las intervenciones hayan apuntado exclusiva­mente a objetivos nominales de cambio, la evolución de los tipos de cambio reales permi­te apreciar mejor las orientaciones escogidas. E n Estados Unidos, la rápida apreciación real del dólar registrada a partir de 1979 facilitó considerablemente la deflación (véase Sachs, 1985); por lo demás, el que haya proseguido hasta 1985 posibilitó una financiación interna­cional del crecimiento estadounidense. Desde entonces las autoridades han alentado la baja del dólar con la esperanza de propiciar el res­tablecimiento de los balances externos, grave­mente deteriorados. Las fluctuaciones de la li­bra esterlina pueden compararse en cierta medida a las de la moneda estadounidense. C o m o contrapunto de la apreciación del dólar, el marco y el yen se devaluaron sensiblemente en términos reales sin que las autoridades de esos países se opusieran a la baja, por conside­rar que favorecía la recuperación de las expor­taciones provocada, desde 1983, por el creci­miento.

Estas amplias fluctuaciones de los tipos de cambio de las monedas fuertes estuvieron aso­ciadas a importantes desequilibrios de las ba­lanzas corrientes, que no han logrado contra­rrestarse pese a que la tendencia haya cambiado radicalmente desde entonces. Sobre todo a partir de 1984-1985 se produjo conse­cuentemente una acumulación de la deuda ex­terior de Estados Unidos que crece rápida­mente, aunque expresada en un dólar que tiende a depreciarse, lo que le confiere un ca­rácter m u y singular (véase Le Cacheux y Vas-seur, 1985b).

Por su parte, los países miembros del S M E (Sistema Monetario Europeo) distintos de la República Federal de Alemania aplicaron m á s o menos deliberadamente políticas destinadas a que sus monedas se apreciaran, en términos reales, respecto del marco (véanse : Le Ca­cheux y Vasseur, 1985a; Le Cacheux y Lecoin-te, 1987). Esta elección correspondía en parte a las intenciones que llevaron a la creación del S M E , ideado principalmente para fomentar la convergencia de las actividades económicas en Europa y, m u y particularmente, de las tasas de inflación. E n ese sentido, puede considerarse que las políticas de cambio elegidas en ese m o ­mento, aún vigentes pese a los ajustes periódi­cos de las paridades, son todo un éxito. Obli­gan, no obstante, a los gobiernos de esos países

a aplicar políticas macroeconómicas restricti­vas para alinearse junto a la República Federal de Alemania (véase: Fitoussi, Le Cacheux y Lecointe, 1987). Sus efectos parecen ser mani­fiestamente nefastos en los saldos externos de los principales países implicados.

C o m o ya se ha dicho, la orientación restric­tiva de las políticas macroeconómicas es pro­pia de Europa y, m u y particularmente, de los países del S M E . En el decenio de 1980, los re­sultados de esos países en lo que respecta al crecimiento del PIB, a las inversiones e inclu­so a la reducción de la inflación fueron, por lo general, inferiores a los obtenidos por los de­más países industrializados. D e igual m o d o , el crecimiento y las inversiones fueron sensible­mente peores que los resultados obtenidos an­tes del primer impacto petrolero. Aunque hu­biera podido pensarse que la creación de una zona de cambios fijos, esto es, el S M E , sería más favorable a los intercambios intercomuni­tarios que a los intercambios con los países in­dustrializados cuya moneda fluctuaba libre­mente, el cuadro siguiente demuestra que sucedió exactamente lo contrario.

C U A D R O 4 . Tasa media de crecimiento anual del comercio (exportaciones + importaciones a precios constantes).

1973- 1979-1978 1985

Comercio dentro del S M E 4,9 2,8 Comercio S M E -países otros que los del S M E * 6,6 5,6 Comercio S M E -países otros que los del S M E (excluido Estados Unidos) 7,4 5,7

Fuente: Paul de Grauwe, 1987. * Los países distintos del S M E son los países industriali­zados que no forman parte del Sistema Monetario Euro­peo, a saber: Austria, Canadá, Japón, Noruega, Suécia, Suiza, Estados Unidos, Reino Unido.

E n consecuencia, a una mayor estabilidad de los tipos de cambio dentro del S M E , se co­rrespondió una disminución de la integración económica europea, tal c o m o puede medirse

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146 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

v ; - * f * *

H u m o r e s contrastados Arriba: U n trabajador en la isla artificial de K o b é , Japón. Patrick Zachmann/Magnum. Derecha: Pescadores en el puerto de Dublin, Irlanda, c. Bresson/Magnum.

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 147

•s S

con la intensidad de los intercambios entre países. Ello no significa una relación de causa a efecto sino que probablemente la creación de un sistema de cambios fijos durante un perío­do de recesión pueda constituir un freno su­plementario al crecimiento cuando las políti­cas económicas no son cooperativas, sino coordinadas. Evidentemente la mera aplica­ción de políticas monetarias destinadas a lu­char contra la inflación no puede por sí sola favorecer los intercambios comerciales ni pro­mover el crecimiento o las inversiones. Máxi­m e cuando, países cuyas monedas tienden a depreciarse se unen a otros cuya tendencia a la valorización de la moneda es estructural y for­m a n una zona de cambios fijos, donde el tipo de interés real del último país se convierte en patrón, en tanto que representa el mínimo por debajo del cual no pueden descender los de­más tipos de interés reales. Los otros países es­tán pues obligados a mantener una diferencia del interés nominal y real positiva con la R F A . Esta necesidad basta por sí sola para demos­trar que en lugar de facilitar la financiación de los déficit intereuropeos debidos en parte a la

asignación óptima de los recursos del ahorro, imputables particularmente a las diferencias de crecimiento demográfico, el S M E aumenta sus dificultades y hace recaer el peso del rea­juste sobre los índices de crecimiento econó­mico.

El retorno a las políticas de ingresos

Aunque a menudo los analistas las hayan ta­chado de ineficaces y peligrosas, actualmente las políticas de ingresos que se habían experi­mentado sin grandes resultados a lo largo de los años de 1970 en Estados Unidos (1971) y Reino Unido (1976) forman parte del arsenal de regulación macroeconómica en numerosos países europeos, lo que por otra parte siempre ha sido el caso en Japón. Y a se trate de direc­trices gubernamentales c o m o en Francia al fi­nal del decenio de 1970 y de nuevo desde hace varios años, o de decisiones más concertadas, el mejor ejemplo de lo cual es la política ale-

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mana, aparentemente este instrumento ha de­sempeñado una función esencial en el proceso de deflación al que se asiste en el decenio de 1980 en Europa. Después de la sensible baja de los beneficios que había marcado el final del decenio anterior y del segundo impacto pe­trolero, este instrumento permitió corregir así la distribución de la renta nacional a favor de las empresas (véase: Departamento de Estu­dios del O F C E , 1986).

Las relaciones entre instrumentos y objetivos: breve reseña de los debates

N o cabe duda de que lo que podría denomi­narse «crisis de la política económica» en E u ­ropa tiene múltiples orígenes. U n o de ellos son los relativos fracasos de las medidas adoptadas en el decenio de 1970. Otro es la creciente in­fluencia de las doctrinas liberales que incitan al Estado a abstenerse, en la mayor medida po­sible, de intervenir en el funcionamiento de la economía a cualquier nivel. Se diría que los debates teóricos que siguen vigentes desde el decenio de 1950 en torno a temas que podría­mos reagrupar bajo la rúbrica genérica de «efi­ciencia» de las políticas macroeconómicas han acabado por influir en los gobiernos europeos al parecer más proclives a las certezas doctri­narias que los de Estados Unidos o Japón.

La crítica que desde más tiempo se ha he­cho a las políticas de reglamentación insistía en los efectos tardíos de los instrumentos, su lentitud y la incertidumbre que los rodea. Friedman fue el primero en propugnar este ar­gumento, utilizado entonces a favor de las te­sis monetaristas que abogaban por un control monetario cuantitativo y estable. Aunque el problema sea esencialmente empírico, al pro­ducirse la conmoción del decenio de 1970, la experiencia demostró que esta idea había ejer­cido un claro impacto. U n a segunda crítica se refiere a la lentitud de reacción de las autori­dades, y que tiene su origen en el retraso de la información. Y no es que carezca de pertinen­cia, ya que a menudo las medidas se han toma­do a contratiempo. N o obstante, en uno y otro caso la conclusión que se impone no es reco­mendar una abstención completa de toda for­m a de regulación, sino una mayor continui­dad, una suerte de planificación indicativa de

las políticas macroeconómicas (véase: Sho-field, 1982) que se pretende aplicar.

El tercer ámbito en que se cuestiona el in­tervencionismo de tipo keynesiano se refiere al horizonte temporal del arbitraje entre infla­ción y desempleo en una economía cerrada, cuestión ésta que ha originado la elaboración de modelos de anticipación racional aplicados a la macroeconomia. Esta crítica tuvo el méri­to de insistir en los problemas de información y de credibilidad de las políticas macroeconó­micas, y descansa esencialmente en una pro­puesta de orden empírico. Aunque en su m a ­yoría los economistas reconozcan actualmente que este arbritraje existe efectivamente a corto plazo, las opiniones son m u y encontradas en cuanto a la duración de ese «corto plazo». La experiencia reciente a pesar de no informar en absoluto sobre el tema, desmiente por lo m e ­nos categóricamente la visión de una tasa «na­tural» de desempleo, propia del método de las anticipaciones racionales. La tasa efectiva de desempleo sólo debería separarse transitoria­mente de la tasa natural en función de los erro­res posibles en las expectaciones generadas por la aproximación discrecional a la política eco­nómica. Ahora bien, ¿qué es lo que se observa? A menos que se considere transitorio un perío­do de diez años, la evolución del desempleo en Europa no parece regirse por ninguna tenden­cia de ese tipo. Inviniendo los términos del ra­zonamiento, a lo que tan dados son los teóri­cos superficiales, se afirma entonces que lo que ha aumentado es la tasa «natural» de de­sempleo o, dicho en otras palabras, que esta última es la que se adaptaría a la tasa efectiva. Esta acrobacia intelectual no supone ninguna ayuda, ya que suprime todo el interés de la no­ción de tasa «natural» y deja sin respuesta la interrogación sobre el determinante del nivel de empleo efectivo.

Si un economista se despertara hoy día al cabo de veinte años de sueño quedaría sorpren­dido por los debates sobre la eficacia de la polí­tica económica, por lo mucho que las hipótesis en que se basan las propuestas de ineficacia de la política económica (las cuales se ha visto que tienen gran resonancia en la conducción efecti­va de las políticas económicas en Europa) son contrarias tanto a la observación más inmedia­ta c o m o a la más elaborada. Cincuenta años después de la publicación de la «Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero», las ob-

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 149

servaciones de Keynes son m á s actuales que nunca:

«Si la teoría clásica es aplicable sólo al caso de la ocupación plena, es evidentemente erróneo hacer lo propio con los proble­m a s de la desocupación involuntaria si es que ésta existe (y, ¿quién puede negar­lo?). Los teóricos clásicos se asemejan a los geómetras euclidianos quienes encon­trándose en un m u n d o no euclidiano y, constatando que en la realidad las líneas aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican por no con­servarse rectas - c o m o único remedio a las desafortunadas intersecciones que se producen. N o obstante, en verdad, no hay m á s remedio que rechazar el axioma de las paralelas de Euclides y elaborar una geometría no euclidiana».

J . M . K e y n e s , 1936, «Teoría general de la ocupación,

el interés y el dinero», pág. 16.

E n el m i s m o «postulado de Euclides» (el equilibrio de los mercados, incluido el del tra­bajo) hay que buscar el fundamento de los «teoremas de ineficiência» tanto de las políti­cas monetarias c o m o de las finanzas públicas. E n otras palabras, la política del empleo es inútil cuando lo vigente siempre y en cual­quier parte es el pleno empleo. E n una situa­ción de ese tipo no hay opción posible entre inflación y desempleo. Lo único que hay que hacer es vencer la inflación. Por irreales que sean estas ideas, los debates en torno a ellas tu­vieron el gran mérito de que resultaran a con­trario los numerosos ejemplos de la eficacia de la política económica, poniendo en guardia, al m i s m o tiempo, contra las reacciones del sector privado que pudieran debilitar sus efectos.

En realidad, las experiencias recientes no han desmentido las grandes regularidades e m ­píricas en las que se basaron las políticas de inspiración keynesiana, sino todo lo contrario. Sin embargo, el distanciamiento permite en­tender mejor las razones de cierta confusión. La teoría macroeconómica en la que se inspira la política económica asigna un lugar privile­giado al comportamiento de la demanda. A h o ­ra bien, la novedad de los decenios 1970 y 1980 reside precisamente en que se produjo una sucesión de choques de gran amplitud ocasionados por la oferta. La estrategia correc­

ta para la investigación hubiera consistido en desarrollar aún m á s los elementos correspon­dientes a la oferta en los modelos económicos. En cambio, lo que se hizo fue desplegar esfuer­zos heroicos para revitalizar el modelo neoclá­sico y analizar las fluctuaciones c o m o si fuesen el resultado de variaciones no anticipadas de la demanda. Invocando ese argumento se pro­clamó la urgencia de destruir los elementos co­rrespondientes a la demanda en los modelos existentes. En los casos m á s sencillos -aunque sean los que ejercen una mayor influencia-esos teóricos proclamaron la ineficacia de la política de reglamentación de la demanda y, al m i s m o tiempo, el fin de la era keynesiana. En su opinión el desempleo era esencialmente vo­luntario y se debía, por lo demás, a las excesi­vas reglamentaciones que anquilosaban el mercado del trabajo. La solución estaba en la flexibilidad -y, en consecuencia, en la desregu­lación.

Sería falso pensar que los debates teóricos no tuvieron m á s que un mínimo impacto en la aplicación de la política económica. N o puede ser pura casualidad que los gobiernos de lo que se ha dado en llamar «la revolución conserva­dora» reafirmen la preponderancia del merca­do, la necesidad de un retroceso de la función del Estado, la imposibilidad de aplicar una po­lítica macroeconómica del empleo, la urgencia de la desregulación, cuando los trabajos de los teóricos habían llegado a las mismas conclu­siones muchos años antes. Para quienes no po­dían compartir este esquema lo único que po­día explicar las opciones en política económica eran las limitaciones, entendidas c o m o la imposibilidad de aplicar otra políti­ca.

Las limitaciones

«Aunque hayan sido las preferencias (de los gobiernos) lo que ha cambiado, es pro­bable que justifiquen sus acciones (o su falta de acción) diciendo que ello se de­be a limitaciones técnicas insalvables - " N o hay alternativas".»

(Alan Budd, 1987)

Para explicar los profundos cambios de ac­titud y la modificación del orden de priorida-

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150 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

des de los gobiernos europeos, y también para disculparlos, se suelen mencionar las «limita­ciones» que pesan sobre las economías y, en consecuencia, sobre las opciones de los res­ponsables de la toma de decisiones. La exis­tencia de tales limitaciones es innegable y no es posible argumentar en torno de los objeti­vos de las políticas económicas c o m o si fuera posible recurrir a cualquier combinación. Sin embargo, la amalgama que se hace a m e n u d o entre los diferentes tipos de limitaciones fo­menta la confusión. N o está de m á s puntuali­zar la naturaleza de las que influyen realmente en las opciones de política económica desde distintos niveles y en áreas diferentes. E n rea­lidad, y aunque haya limitaciones cuyo carác­ter es verdaderamente absoluto, en su mayoría son manejables y muchas de estas últimas pro­ceden de las propias opciones políticas.

A largo plazo, las únicas limitaciones cuyo carácter es prácticamente absoluto son las que se refieren a los recursos naturales y a los re­cursos humanos. Y , en cuanto a las primeras, cabe señalar que son modificables a medio y largo plazo, como ha podido comprobarse en el caso de la energía desde que se produjo el primer impacto petrolero. A largo plazo, los recursos humanos son manipulables desde un punto de vista cualitativo gracias a las políti­cas de enseñanza y de formación e, incluso, desde un punto de vista cuantitativo, c o m o ponen de manifiesto las políticas de gestión de la oferta de trabajo (reducción o prolongación de la duración de la vida activa y del tiempo de trabajo). Además , la plena utilización de esos recursos ha dejado de ser, c o m o se ha vis­to, un «objetivo» o una limitación -según la óptica que se escoja- de las políticas macroe­conómicas en Europa.

Por su parte, la noción de arbitraje entre inflación y desempleo reposa en la idea de que existe en economía una relación inversa entre esas dos magnitudes. Si bien los trabajos teóri­cos y empíricos de los últimos quince años han llevado a poner en tela de juicio la existencia de esa relación a largo plazo, también confir­maron que a corto y a medio plazo esa «rela­ción de Phillips» era una realidad y constituía, por lo tanto, una limitación para las opciones de política macroeconómica. Sin embargo, en cierta medida esta limitación también puede controlarse. C o m o subrayan numerosas inter­pretaciones «antikeynesianas» de las evolucio­

nes de los años 1970, es posible que unas polí­ticas inflacionistas tiendan a degradar la limitación, lo que también puede producirse de manera inversa cuando se desarrolla un des­empleo elevado y persistente («histéresis», véase Blanchard y S u m m e r s , 1978). En ambos casos, sin embargo, a m e n u d o unas políticas con objetivos más estructurales pueden c o m ­batir ese deterioro.

Numerosos analistas atribuyen los riesgos inflacionistas inherentes a la recuperación del mercado a dos categorías de factores (o «limi­taciones»): la inflación salarial y la falta de ca­pital. Actualmente la primera no parece ser una amenaza real en Europa, dada la gran de­presión de los mercados laborales y la notable eficacia a este respecto de las políticas de in­gresos. La insuficiencia de capacidades de pro­ducción rentables que parece deducirse de la observación de las tasas de utilización eleva­das en la mayoría de las economías (véase, por ejemplo, Modigliani y otros, 1986), sólo puede considerarse c o m o una limitación a corto pla­zo. E n efecto, el capital puede crearse y no ca­be duda de que una recuperación que favore­ciera las inversiones produciría ese resultado. Es cierto que la insuficiencia de capitales pue­de ser grande en un m o m e n t o dado y que en este caso el pleno empleo sólo podría restable­cerse si durante algún tiempo el crecimiento de la ratio capital-producto fuera netamente superior a su tendencia a largo plazo. Es obvio que este ajuste no puede ser instantáneo. Pero no hay nada que justifique su aplazamiento. En la medida en que esa insuficiencia obedez­ca en parte a políticas restrictivas aplicadas anteriormente, no podría servir de pretexto para que las mismas se sigan aplicando. L o que pasaría es que sería m á s urgente tomar unas medidas energéticas a favor de la inver­sión. El hecho de comprobar que el índice de utilización de las capacidades de producción es hoy relativamente elevada en Europa no de­be llevar a la parálisis, ya que, de otra manera, la recesión producirá inexorablemente una mayor recesión ya que conduce a un ajuste a la baja de las existencias de capital que, a su vez, impide la recuperación económica. C o m o observa Solow (1987), el encadenamiento de estos factores es algo absolutamente singular:

«Se parece a la historia de ese joven que, tras haber asesinado a su padre y madre, pi-

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Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 151

de la indulgencia del tribunal aduciendo que se ha quedado huérfano».

Subsisten las limitaciones que podríamos calificar de «financieras»: por una parte, los ti­pos de interés elevados y, por otra, la limita­ción de cambio o «limitación exterior». Esas limitaciones tienen su origen de manera m á s clara que las anteriores en la opción por una política macroeconómica que lleva a combina­ciones instrumentales; se trata, pues, de limi­taciones controlables. Evidentemente, el alto nivel de los tipos de interés en todo el m u n d o constituye un importantísimo obstáculo al cre­cimiento (véase, por ejemplo: Fitoussi, Le C a -cheux, Lecointe y Vasseur, 1986; Fitoussi y Phelps, 1987). Influye también en la política presupuestaria al conferir a la deuda pública un carácter instrínsecamente acumulativo, agravando «la limitación exterior» y convir­tiendo en explosivo al m i s m o tiempo cual­quier endeudamiento externo (véase: Le C a -cheux y Vasseur, 1985b). El nivel de los tipos de interés mundiales tiene su origen en gran medida en las opciones de política económica de Estados Unidos y, por lo tanto, se impone a Europa c o m o una verdadera limitación. Pe­ro, a su vez, el nivel de los tipos de interés de­pende en cada país de sus propias opciones en materia de política monetaria y de cambio. L o m i s m o ocurre forzosamente en lo que respecta a la «limitación exterior». Cabe concebir otras opciones en las prioridades que sean distintas en Europa y otra gestión distinta del S M E ca­paz de disminuir esos dos tipos de limitacio­nes financieras (véase, por ejemplo, Aglietta y Mendelek, 1987). D e cualquier manera, el ri­gor de esas limitaciones financieras depende en gran parte de la orientación desinflacionista de las políticas.

La política aplicada en Estados Unidos entre 1981 y 1984 suponía unos elevados tipos de interés reales y una apreciación del dólar. Al devaluarse las monedas en Europa, el arbi­traje entre inflación y desempleo se revolvió contra el empleo; ya que a las tensiones infla­cionistas internas vinieron a sumarse la infla­ción importada y las estrategias de fomento del margen de beneficios de las empresas. Es difícil negar que la depreciación de las m o n e ­das europeas fue m á s algo impuesto que desea­do: fue el resultado de las opciones políticas estadounidenses. Sin embargo, hay autores

que afirman que si Europa hubiera adoptado una política presupuestaria análoga a la de Es­tados Unidos, no sólo su tasa de crecimiento hubiera sido m á s alta sino que, además, los dé­ficit presupuestarios y exteriores de Estados Unidos hubieran sido inferiores (Blanchard, 1987). Pero, ¿qué hubiese pasado entonces con los tipos de interés? H e m o s expuesto en otro trabajo (Fitoussi y Phelps) las razones por las cuales cabe considerar que la política estadou­nidense impuso limitaciones a Europa al obli­garla entre 1982 y 1984 a pulsar de forma m á s restrictiva los instrumentos de la política eco­nómica. Sin embargo, también opinamos que durante ese período las políticas económicas europeas fueron m á s restrictivas de lo que ha­cía falta.

Desde 1985, el entorno de las economías europeas ha cambiado profundamente. Las monedas europeas se revalúan. Se ha produci­do una inversión del diferencial de interés real entre Europa y Estados Unidos. Además , la balanza corriente de los principales países eu­ropeos es excedentária. Puede pensarse en consecuencia que la limitación exterior se ha invertido y que existen en Europa unos márge­nes de maniobra no utilizados para la expan­sión. Por otra parte, la apreciación de las m o ­nedas europeas modifica radicalmente, por razones opuestas a las antes mencionadas, los términos del arbitraje entre inflación y desem­pleo, en un sentido favorable al empleo. Ni la limitación exterior ni la procedente de los ti­pos de interés justifican que los países eu­ropeos apliquen desde hace tres años unas po­líticas restrictivas, es decir, que no hayan adaptado conjuntamente sus políticas a los cambios del entorno económico: baja del dó­lar, baja del precio del petróleo y deflación.

N o obstante, en cada uno de los países eu­ropeos, considerado aisladamente, los obs­táculos financieros siguen imponiéndose aún hoy y con tanto m á s vigor cuanto que la libera-lización y la integración mundial de los merca­dos financieros se han acrecentado estos últi­m o s años. Aunque quizás este proceso favorezca una mejor distribución de los recur­sos derivados de los ahorros de cada país y de todo el m u n d o , presenta el inconveniente de unos mercados m á s inestables al hallarse so­metidos a los movimientos especulativos (Hicks, 1988). E n el decenio de 1970 se descu­brió que los movimientos de capitales impe-

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152 Jean-Paul Fitoussi y Jacques Le Cacheux

dian que los cambios flexibles dotaran de ver­dadera autonomía a las políticas macro­económicas al aislar las economías nacionales. Es probable que la evolución reciente de los mercados financieros, tan estimulada por las autoridades, tenga también por efecto una li­mitación suplementaria de las opciones. C o n todo, sería erróneo deducir que condenan a la impotencia; a lo único que obligan es a una mayor credibilidad al anuncio de las políticas económicas y a una mayor cooperación inter­nacional.

¿Qué hacer?

Nos encontramos ante dos casos en gran medi­da antagónicos. Por una parte, Estados Uni­dos, cuyas reacciones parecen indicar una ver­dadera alergia de su sistema político al desempleo, lo cual les induce a un control emi­nentemente pragmático de todos los instru­mentos disponibles, aunque den la impresión de una economía incesantemente al borde del abismo. Por otra parte, los países europeos, cuyas políticas parecen paralizadas c o m o si la «decadencia» o, aún peor, el estancamiento, fuese inexorable.

N o cabe duda de que hoy las autoridades estadounidenses deberán hacer algo para ab­sorber los considerables desequilibrios finan­cieros de su país. Evidentemente, la opción, cualquiera que sea, tendrá consecuencias im­portantes para el resto del m u n d o y, m u y par­ticularmente, para Europa. ¿Qué harán? Las opciones abiertas son bastante numerosas, tanto en lo referente al ritmo de absorción de los desequilibrios c o m o a las posibles combi­naciones de las políticas monetaria y presu­puestaria. Sea cual fuere la opción escogida, se corre el riesgo de que los efectos exteriores sean negativos. D e adoptarse brutalmente medidas fiscales rigurosas, lo que desea la m a ­yoría de los gobiernos europeos, éstas provo­carían inevitablemente una recesión estado­unidense, y por tanto de carácter mundial.

¿Cuál será entonces la actitud de los gobier­nos europeos? Y a no se puede afirmar que su adhesión a las políticas restrictivas sea tan sólo

resultado de los obstáculos procedentes del otro lado del Atlántico, mientras que su pro­pio entorno se ha modificado radicalmente. Si estos gobiernos se niegan a adoptar políticas más expansionistas, deliberadamente o no, si­tuarán Europa en la vía que lleva a la recesión mundial. Ese rechazo puede explicarse por las dificultades singulares con que tropiezan las economías de tipo medio y m u y abiertas al ex­terior. La única solución es una cooperación entre las políticas dentro del espacio europeo. En efecto, tomadas aisladamente, las econo­mías europeas son demasiado abiertas c o m o para no verse condenadas a aplicar las políti­cas de la oferta y procurar mejorar su competi-tividad a expensas de sus interlocutores (véase Drèze y otros, 1987). A falta de cooperación europea, el «síndrome de la competencia» ex­plica el repliegue de los gobiernos hacia objeti­vos «fáciles» de alcanzar, como la deflación, en menoscabo de otros m á s ambiciosos y m u ­cho m á s halagüeños. Además , la teoría de la «némesis» (véanse: Keynes, 1931-1986; Shon-field, 1982), cuyo postulado reside en que, des­pués de toda fase de prosperidad, es inevitable y conveniente un período prolongado de aus­teridad, goza hoy de m á s adeptos entre los pensadores y líderes europeos. Ahora bien, a partir de Keynes, sabemos que por desgracia nada garantiza que el crecimiento pueda recu­perarse un día u otro y de manera autónoma.

Pero conformarse con un nivel de desem­pleo tan elevado y que actualmente hace re­caer en las generaciones presentes una carga tan pesada y, además, tan mal repartida, resul­ta injustificable, aunque sea en aras del interés hipotético de las futuras generaciones para las que ese período de austeridad sería promesa de un porvenir mejor. Ningún criterio de equi­dad intergeneracional puede apoyar tal op­ción. Lo único que se lograría con seguir apli­cando actualmente en Europa políticas de austeridad, sería agravar los riesgos de rece­sión mundial impuestos por Estados Unidos al tener que reducir sus desequilibrios finan­cieros y la insoportable deuda del Tercer Mundo.

Traducido del francés

Page 27: Politicas de Crecimiento Economicas

Crecimiento y políticas macroeconómicas de los países de la OCDE 153

Notas

1. Contrariamente a una idea muy extendida en Europa, no se han creado empleos exclusivamente en actividades de servicios poco productivas y mal remuneradas. Es cierto que en Estados Unidos la duración media del trabajo -alrededor de 35 horas a la semana- es sensiblemente inferior a la de otras partes y que ciertos empleos poco calificados registraron un sensible aumento. Pero, en los últimos años, en la mayoría de los servicios la productividad se

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2. Véase en particular: de Boissieu y Gubian, 1984, para los

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3. C o m o consecuencia de los «tax-cuts» de Kennedy, el crecimiento de la renta había provocado un rápido aumento de los ingresos. Después de las distintas medidas de rehabilitación adoptadas por el Presidente Carter, la inflación había contribuido en gran medida al aumento de los ingresos públicos.

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados

Patrick Minford

La teoría neoclásica tradicional nos enseña que el potencial productivo de un país depende de sus disponibilidades de m a n o de obra, capital y recursos naturales, y de la inventiva y la capaci­dad tecnológica que despliegue.

Algunos autores, c o m o Solow (1957), han utilizado la noción de «contabilidad del creci­miento» para desglosar en éste la aportación correspondiente a cada uno de los factores cita­dos. A una atribución equivalente de las venta­jas comparativas se recurre en la teoría del comercio internacional, según ha he­cho Leamer, por ejemplo, en fecha todavía reciente (1984).

El problema que pre­sentan esos métodos es el de no situar la causalidad en forma convincente. En un m u n d o de intercambios y movilidad de capitales, el capital, los recursos natura­les, y los conocimientos técnicos son comercializa-bles y responden por tanto a fuerzas más profundas que generan el creci­miento. Es así c o m o R o m e r en su modelo de contabilidad del crecimiento ( 1987) atribuyó al capital coeficientes inverosímilmente altos ar­guyendo precisamente a esa capacidad de res­puesta del capital (en su caso, a un fondo co­lectivo creciente de conocimientos explota­bles para la inversión).

Prácticamente, la única «dote» auténtica de un país es su m a n o de obra, junto con el poten­cial de capacidades en ella implícito. Ni la in­migración ni la emigración son alternativas

principales para un país (aunque hay excepcio­nes para pequeñas naciones que pertenecen a una estructura federativa más amplia, c o m o Ir­landa o Bélgica respecto de la C E E ) . La nación próspera resiste a la inmigración porque sus ciudadanos no desean compartir ni los frutos del medio ambiente ni la infraestructura. Ese factor limita asimismo las posibilidades de emigración desde los países menos prósperos.

Se podría agregar que la tierra es otra «do­te», pero en los tiempos modernos, gracias a la ele­vada eficiencia de la agri­cultura y a la poca tierra que necesita la industria, la tierra ha dejado de consti­tuir con frecuencia una li­mitación. Sigue m á s bien una curva de oferta bastan­te elástica a medida que se retira de su utilización a m ­biental, de recreación o de agricultura marginal.

Si el capital, los recur­sos naturales distintos de la tierra y los conocimientos

son disponibles a los precios internacionales en curso, lo que rige entonces la vida de un país es la productividad de su población (determinada por las oportunidades de aprovecharla e m ­pleándola de m o d o óptimo, en combinación con los demás insumos comercializados que re­sultan necesarios) en interacción con su dispo­nibilidad para trabajar a diferentes niveles sa­lariales. Es posible imaginar cada categoría de calificaciones de m a n o de obra con su propia curva de oferta, condicionada por el apoyo so­cial cuando está sin trabajo, por los costos de

Patrick Minford es profesor de la cáte­dra Edward Gönner de economía apli­cada. Departamento de Economía, Universidad de Liverpool, P . O . Box 147, Liverpool L69 3 B X , U . K . H a sido consejero de la Primera Ministra, Mrs. Thatcher, es autor de libros sobre políti­ca de cambios, desempleo y mercado inmobiliario. Sus trabajos más recien­tes versan sobre modelos y pronósticos basados en la hipótesis del uso eficiente de la información por parte de los mer­cados.

RICS 120/Jun. 1989

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156 Patrick Minford

Población activa total, L *

Empleo

SS = oferta de mano de obra.

D D = demanda de mano de obra (producto marginal medio en base al salario real que las empresas pueden ofrecer, teniendo en cuenta el tipo de cambio real; la posición de D D viene determinada por la coyuntura internacio­nal, en una doble hipótesis de equilibrio de la balanza corriente y de maximización del beneficio que permi­tan los límites de la función de producción).

F I G U R A 1. Oferta y demanda de mano de obra en el equilibrio general de una economía abierta.

formación, etc. El empleo de cada categoría se lleva hasta el punto de intersección de esta cur­va de oferta con la curva de demanda generada por la productividad marginal de ese tipo de m a n o de obra. El gráfico 1 ilustra algunas posi­bilidades.

Consideremos ahora el producto potencial de este país. Si agregamos todas estas catego­rías de m a n o de obra y denominamos al e m ­pleo total L , a la fuerza de trabajo L * , y a la población P, podemos escribir c o m o sigue el producto potencial per capita:

Y * / P = Y * / L x L / L * x L * / P

es decir, productividad normal multiplicada por uno, menos tasa de desempleo multiplica­da por tasa de participación de la fuerza de tra­bajo.

Obtenemos así tres elementos que explica­remos en términos de nuestra teoría neoclásica modificada. La tasa de participación de la fuer­za de trabajo puede explicarse principalmente por la economía de la familia (Becker, 1964); pueden, por supuesto, existir distorsiones in­troducidas por la regulación fiscal y guberna­

mental, pero quizá las variables m á s importan­tes sean las tendencias «sociales» o, dicho de otro m o d o , la lenta evolución de la ventaja comparativa dentro de la familia en respuesta a la tecnología cambiante (por ejemplo: creciente participación de la mujer a medida que la tec­nología utilizada en el hogar va liberando a la familia de las tareas penosas).

Viene luego la tasa de desempleo de la fuer­za de trabajo. En este campo hay m u c h o traba­jo que podemos utilizar referente a la oferta de m a n o de obra y a los efectos de la intervención gubernamental. Es ésta, en la figura 1, la teoría de la pendiente y la localización de la curva de oferta en relación con L * .

Por último, tenemos que explicar la produc­tividad o la curva de demanda del gráfico 1. D e ­trás de esa curva de demanda están toda la eco­nomía y sus distorsiones y los precios relativos internacionalmente determinados del capital, de la materia prima y de otros bienes y servi­cios comercializados; la curva sintetiza las oportunidades óptimas de empleo disponibles para la fuerza de trabajo del país, dados todos los demás precios y limitaciones. N o s situamos

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados 157

Jacques Tati, en la película Jour de Fête, 1947. Roben Doisneau/Rapho.

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158 Patrick Minford

aquí en la política «del lado de la oferta», cuyo propósito es minimizar las distorsiones inevi­tables creadas por la necesidad de ingresos para desempeñar las funciones gubernamentales. El cambio tecnológico, los cambios de las condi­ciones internacionales, y los cambios de las ca­lificaciones de la m a n o de obra serán los princi­pales elementos restantes del cuadro.

El crecimiento se deriva entonces de las oportunidades de beneficio de las empresas al emplear la m a n o de obra del país al nivel sala­rial que ésta acepte. El capital y las demás en­tradas necesarias fluyen hacia el país en la can­tidad necesaria para materializar dichas opor­tunidades.

Resultará claro para quienes están familia­rizados con la teoría «pura» del crecimiento que cuanto antecede tiene poco que ver con esa teoría, que se refiere a la tasa constante de cre­cimiento y a su enfoque económico desde su­puestos estilizados sobre las tasas de ahorro, las relaciones óptimas entre capital y producto, etc. Claramente, el volumen de capital de una economía abierta no se ve restringido por la ta­sa de ahorro doméstico, y de ahí que las vías implícitas en dicha teoría no nos interesen. El crecimiento constante per capita en esa teoría es equivalente a la tasa (inexplicada) del pro­greso tecnológico; sin embargo, lo que aquí nos interesa es el crecimiento «de transición» debi­do a la mejor utilización de los recursos; los diferenciales de crecimiento entre países se re­lacionan con ese factor, puesto que el progreso tecnológico es a largo plazo un fenómeno m u n ­dialmente compartido (en situación constante, el crecimiento de todos los países respondería a esa tasa común de progreso, cualquiera que és­ta sea, pero tal afirmación no es m u y esclarece­dora).

La teoría del crecimiento en el sentido en que aquí se usa es, a un tiempo, tema bastante nuevo y m u y viejo. En macroeconomia, tiene una relación de familia con las nuevas teorías del ciclo económico real (por ejemplo, Pres-cott, 1986) que tratan de explicar no sólo los movimientos a largo plazo, sino también las fluctuaciones a corto plazo del producto y el empleo con referencia a las repercusiones rea­les de ciertos factores, especialmente de orden tecnológico. También tiene afinidad con las teorías de la elección pública, c o m o la de Olson (1982), que tratan de explicar las intervencio­nes gubernamentales en función de la estructu­

ra del poder político en el país. Es, sin embargo, distinta de esas teorías. N o se refiere al ciclo económico sino al plazo más largo en que la economía se halla en su m á x i m o potencial. Tampoco tiene que ver con las razones políti­cas más profundas que motivan las interven­ciones gubernamentales o su supresión. Trata de los mecanismos mediante los cuales las in­tervenciones del gobierno y otras fuerzas afec­tan al crecimiento, y podría denominarse, de darle alguna denominación, «teoría relativa a la oferta».

Esta teoría es nueva en la medida en que el material empírico correspondiente a estos m e ­canismos es bastante reciente y está difundido en una extensa área, que va desde el transporte al medio ambiente, pasando prácticamente por cualquier otro sector que se quiera mencionar, hasta los incentivos fiscales y la oferta de m a n o de obra. Es vieja en cuanto que la teoría de las distorsiones económicas y la defensa de la libe­ración como promotora del crecimiento tiene un luengo abolengo teórico que remonta hasta A d a m Smith, pasando por Irving Fisher, Mar ­shall y Pigou.

Lo que trato de hacer en este artículo es exa­minar la parte relativa a la oferta y al creci­miento con la que estoy familiarizado. El cua­dro 1 presenta un sumario de los datos de base que voy a tratar. Comienzo con una nueva for­mulación de la teoría del desempleo y la expe­riencia del Reino Unido, Europa y Estados Unidos de América en relación con el equili­brio de la tasa «natural» de desempleo ( 1L/L*). Examino luego la experiencia del Reino Uni­do en los dos últimos decenios en cuanto a la productividad (y/L). La administración de M r s . Thatcher cambió sustancialmente el pa­pel del Gobierno desde su acceso al poder en 1979, y es m u y interesante analizar c ó m o influ­yó ese cambio en la eficiencia de la economía. En esta parte, también voy a establecer algunos contrastes y parangones con la experiencia de otros países, tal y como yo la entiendo. En la última sección, expongo algunas conclusiones de política general.

La tasa natural de desempleo

En la primera parte de este trabajo establecí un marco para explicar el desempleo mediante la interacción de los subsidios de desempleo y

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados 159

1973 1979 1987 Ultimas cifras disponibles

E E . U U . 4,8 5,8 6,1 5,7 Japón 1,3 2,1 2,8 2,6 Alemania Federal 0,8 3,2 6,5 6,5 Francia 2,6 5,9 10,8 10,6 Italia 6,2 7,6 12,1 n.a. Reino Unido 3,0 5,0 10,3 9,1

Crecimiento real del PIB (o P N B )

1960-1973 1974-1979 1980-1987 1987

EE.UU. 3,8 2,6 2,3 2,9 Japón 10,8 3,7 3,8 4,1 Alemania Federal 5,3 2,4 1,5 1,7 Francia 5,7 3,1 1,7 2,1 Italia 5,8 2,7 2,2 2,7 Reino Unido 3,2 1,4 1,9 4,5

Productividad (en la manufactura)

1960-1973 1974-1979 1980-1987

EE.UU. 3,7 2,6 3,8 Japón 10,0 4,8 2,6 Alemania Federal 5,6 3,9 3,3 Francia 6,3 4,3 2,9 Italia 7,5 2,8 2,8 Reino Unido 4,2 1,1 4,2

Tasas de desempleo: tasas normalizadas de la O C D E

Productividad: producto por hora-hombre en la manufactura

Productividad: 1980-1986, excepto para el Reino Unido

Fuentes: F M I , O C D E , C E E , NIESR (Reino Unido).

C U A D R O 1. Indicadores económicos mundiales

Desempleo

otros aspectos del estado de bienestar, c o m o el atrincheramiento sindical, las leyes de protec­ción laboral y las altas tasas tributarias que se requieren para sostener el bienestar. Podría considerarse esa posición c o m o una teoría de la enfermedad europea del mercado de trabajo. El argumento, expuesto con mayor detalle por Minford (1988), consiste en considerar que es­tas intervenciones estatales fomentan el alza de los salarios brutos reales que tienen que pagar los patronos en relación con la productividad. E n otras palabras, las intervenciones modifican

la curva de oferta o la curva de d e m a n d a del gráfico 1, aumentando la divergencia entre el empleo (L) y el empleo potencial (L*), que co­rresponde m á s o menos al desempleo medido.

Efectivamente hay ahora un número cada vez mayor de economistas a cuyo entender el equilibrio de la tasa «natural» de desempleo ha aumentado en Europa durante el último dece­nio. Figuran entre ellos Minford (1983), D e G r a u w e , Fratianni y Nabli (1985), Sachs y Wyplosz (1985), Layard y Nickell (1985), D a -vis y Minford (1986), Blanchard y S u m m e r s

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160 Patrick Minford

( 1987), y Bean, Layard y Nickell ( 1987). El con­traste con Estados Unidos, donde la tasa natu­ral parece haberse mantenido sin grandes cam­bios entre 5 y 6 %, y Japón, donde el desempleo es insignificante, resulta sorprendente y pide ser explicado por una teoría c o m ú n . La teoría que ha surgido a ese propósito se ha centrado en explicaciones del comportamiento de los costos de los sueldos reales, en la perspectiva de la oferta. En este trabajo propongo integrar las aportaciones de esos estudios de la «tasa natu­ral» en un marco común. Señalaré las similitu­des de enfoque, dejando a un lado la forma en que han surgido las diferencias de énfasis a m e ­dida que los investigadores han entrado en el tema y diferenciado sus resultados.

Esos trabajos tienen sus antecedentes ini­ciales en tres grandes corrientes de investiga­ción. Hay, en primer lugar, la versión acelera-cionista, basada en el aumento de las expecta­ciones, de la curva de Phillips debida a Friedman (1968) y a Phelps (1970), cuyo resul­tado fue la definición del N A I R U (Non-accele-rating inflation rate of unemployment), tasa de desempleo de inflación no acelerada. Esa con­cepción es la tasa natural de desempleo presen­tada de otro m o d o , tal como la elaboraron los micromercados (walrasianos o de otro tipo) con todas sus distorsiones. En segundo lugar, y no hay que olvidarlo simplemente por su débil apuntalamiento teórico en el momento , se si­túan los trabajos sobre el «impulso de los cos­tos», uno de cuyos primeros ejemplos encon­tramos en Hiñes (1964). En esa perspectiva se pone de manifiesto el poder de los sindicatos para hacer aumentar los costos salariales. U n a tercera dirección principal es el trabajo sobre el subsidio de desempleo y su papel en la prolon­gación de la búsqueda de trabajo. Esta tenden­cia, que fue un componente del «punto de vista de la Tesorería» del Reino Unido en el decenio de 1930, influyó en Keynes para la postulación de la rigidez de los salarios c o m o una de las premisas fundamentales de su «teoría general». En el periodo de postguerra Grubel y sus alum­nos exploraron m á s rigurosamente su pertinen­cia en una serie de países: por ejemplo Maki y Spindler (1975) en el Reino Unido. Sin embar­go, fue el trabajo fundamental de Benjamin y Köchin (1979) sobre el desempleo en el Reino Unido en el período de entreguerras lo que pro­bablemente tuvo m á s influencia en el enfoque de los subsidios c o m o mecanismo explicativo

principal, porque ellos mostraron -en forma que fue después ampliamente utilizada- que en el episodio macroeconómico m á s importante de todos los causados por la demanda, la Gran Depresión, el desempleo se debió en gran parte a los subsidios, al menos en una de las principa­les economías.

En correlación con el alto desempleo esta­rán el bajo producto y, por supuesto, el bajo empleo. Por lo tanto, nos encontramos aquí con una teoría combinada de lento crecimiento y alto desempleo, como resultado de factores relativos a la oferta. Se trata de la teoría de la «tasa natural». En mi opinión, esta teoría ayu­da a explicar gran parte de los síntomas descri­tos anteriormente como la enfermedad euro­pea.

Los estudios relacionados con la tasa natu­ral requieren sobre todo una razón al menos para una curva de oferta de trabajos apenas as­cendente o incluso rayana en la horizontal. Es­to se debe al hecho de que si la inclinación fue­ra aguda o llegase incluso a la vertical, indican­do así una elasticidad cero de la oferta de trabajo, los sueldos reales serían perfectamente flexibles y el empleo o el desempleo quedarían m u y aproximadamente fijados, cualesquiera que fueran los intentos de distorsión del merca­do de trabajo. Entre ese tipo de distorsiones del empleo invariable se cuentan las «cuñas» tribu­tarias, las alzas salariales obtenidas por los sin­dicatos, las restricciones reguladoras y los cos­tos sociales financiados por los empleadores. Parece, en efecto, como si Milton Friedman hubiera tenido en mente ese marco -suficiente­mente familiar en la teoría del comercio inter­nacional- cuando rechazó la idea de que los sindicatos influían en el aumento del desem­pleo en Gran Bretaña.

U n derecho a subsidio de desempleo de por­centaje fijo y m á s o menos permanente durante el tiempo de desempleo es un factor ideal para generar un incremento de la elasticidad a largo plazo de la oferta de m a n o de obra. E n efecto, mientras decrezca el salario real medio, con re­lación a ese subsidio, los interesados se retira­rán de la oferta de m a n o de obra -de forma indefinida, mientras los salarios no vuelvan a aumentar- y preferirán dedicarse a un descan­so más gratificante (o a actividades en la «eco­nomía sumergida»). Adviértase que un sistema de subsidio que ofrece un porcentaje fijo res­pecto de las ganancias anteriores durante un

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados 161

tiempo limitado no hará aumentar la elastici­dad de la oferta de m a n o de obra, sino que sola­mente desplazará la curva de oferta hacia la iz­quierda a medida que los desempleados buscan durante m á s largo tiempo (pero en última ins­tancia aceptan empleos con salarios m á s bajos cuando se acaban los subsidios). Sin embargo, un sistema de subsidios que ofrece un porcen­taje fijo indefinidamente aumentará la elastici­dad de la oferta, porque a medida que los sala­rios disminuyen parte de los interesados se reti­rará del trabajo (o no volverá a él) atraída por el subsidio establecido en función de su sueldo anterior, sabiendo que cualquier sueldo futuro será m á s bajo, al igual que cualquier subsidio futuro.

U n a vez que el sistema de subsidios ha dado elasticidad a la curva de oferta, se presentan otras distorsiones; en principio, cualquier dis­torsión puede afectar ahora al empleo y al de­sempleo. El análisis del desempleo, en un siste­m a de subsidios de esa naturaleza, puede obli­gar literalmente a observar las permanentes sacudidas de la economía. D e ahí que el ciuda­dano ordinario y la prensa, cuando hablan sin cesar de las «razones» particulares del desem­pleo (nuevas tecnologías, competencia extran­jera, etc.), tengan perfecta justificación para hacerlo a un solo nivel. Sin embargo, el econo­mista puede insistir en dos puntos.

E n efecto, puede señalar, en primer término que la causa básica -entendida ésta c o m o la (sola relevante) condición necesaria, cuando no suficiente- del desempleo reside en el sistema de subsidio; es éste (como la arena en la ostra) lo que produce la elasticidad positiva funda­mental de la oferta.

En segundo lugar, esa atribución cuantitati­va del aumento del desempleo (dado dicho sis­tema de subsidio) a la variación de las «causas» exógenas pertinentes es una tarea compleja que requiere m á s que sentido c o m ú n y observación casual. Vale la pena elaborar este punto puesto que algunos autores han tratado de invalidar ese criterio con argumentos simplistas funda­dos en el movimiento (o falta de movimiento) de los subsidios reales o de las tasas de reempla­zo. D e hecho, la variación de los subsidios pue­de ser una «causa» (variable) bastante pequeña cuantitativamente sin que disminuya de ningu­na manera su función causal esencial.

El análisis de la tasa natural y Europa: ¿hay una enfermedad europea del mercado de trabajo?

En muchos países europeos el desempleo ha au­mentado y se ha mantenido a un elevado nivel en el decenio de 1980. Tal ha sido el caso, por ejemplo de Bélgica, Holanda, Reino Unido, Francia, República Federal de Alemania e Ita­lia. ¿Puede aplicarse este modelo común a esos países?

Aunque todavía no se dispone de estudios convincentes para todos estos países, hay un acervo sustancial de trabajo respecto al Reino Unido, la República Federal de Alemania y Bélgica.

Para el Reino Unido , Layard y Nickell (1985) y yo m i s m o (1983) identificamos efec­tos significativos en los costos salariales reales del poder sindical y de los gravámenes a los e m ­pleadores. Se ha discutido si la variación de los porcentajes de subsidio y de impuesto sobre la renta ha influido significativamente en los sala­rios reales. El debate empírico gira en torno a la procedencia de incluir la productividad efecti­va en la ecuación salarial; su inclusión tiende a hacer estas variables insignificantes en los da­tos anuales (aunque no necesariamente en los trimestrales); de otro m o d o , esos datos son es­tadísticamente significativos. La inclusión de un término de esa índole en una función de oferta de m a n o de obra resulta, sin embargo, claramente erróneo; aunque la productividad podría afectar el alza salarial propuesta por los sindicatos, en la obra de Layard y Nickell el alza misma se incluye directamente c o m o argu­mento, de m o d o que sus determinados son re­dundantes. E n mi trabajo, la tasa de sindicali-zación se usa c o m o sustituto del alza salarial con la que se halla de hecho m u y correlaciona­do. D e todas formas, Layard y Nickell, sin de­jar de cuestionar este efecto, conceden que el régimen de subsidios tiene que ser en gran par­te la causa del aumento de divergencia entre el desempleo y las vacantes, que ellos usan c o m o sucedáneos de factores que generan «mayores incentivos a la búsqueda». El cuadro 2 revela las similitudes en este trabajo, y compara las estimaciones de la tasa natural de 1979 hechas por Layard y Nickell con las mías propias (1983).

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162 Patrick Minford

C U A D R O 2. Comparación de Layard y Nickell y Minford: Estimaciones de la tasa natural de desempleo (L) para el Reino Unido (aumento porcentual durante el período)

Layard y Nickell (L = hombres)

Modelo 1 Modelo 2 (1955-1983)

Minford (todos los L) (1955-1979)

Impuestos/beneficios (modelo 1 ) Cambios desempleo/vacantes (modelo 2) Datos de los sindicatos Otros (esp. discrepancias)

3,7

3,8 1,1

9,0

4,8 2,7 1,7

9,2

4,5

3,3

7,9

Fuentes: Layard and Nickell (1985), Minford (1983).

El Reino Unido financió amplios aumentos de subsidios entre 1950 y 1970, lo que hizo que el peso de los impuestos sobre la renta del tra­bajador medio y el impuesto a los empleadores del seguro nacional se triplicaran entre 1955 y 1980. Mientras tanto la afiliación sindical au­mentó apenas de 40 % a 56 % del empleo. D e acuerdo con las estimaciones del cuadro 2, es­tos factores hicieron aumentar la tasa natural de desempleo entre 8 y 9 % de la fuerza laboral dentro de una generación (1955-1979).

Davis y yo (1986) efectuamos un considera­ble trabajo cuantitativo sobre la República Fe­deral de Alemania, analizando datos facilita­dos por expertos nacionales sobre las tenden­cias de los costos financiados por los empleadores y de las prestaciones públicas su­plementarias. Ese trabajo estima la tasa natural en Alemania Federal en 1,2 millones en 1980, o sea, 5 % en comparación con algo más de 1 % veinte años antes. En este período, las contri­buciones de los empleadores al seguro nacional y los costos no salariales pasaron de 40 % a 80 % de los sueldos brutos. Estos y otros facto­res, entre los cuales se incluyen el poder cre­ciente del sindicalismo -o por lo menos la sin-dicalización- y los crecientes subsidios de des­empleo (más que duplicados en términos reales desde 1960), fueron los principales causantes del aumento de la tasa natural. Parece que el sistema de prestaciones sociales fue material­mente modificado por el Partido Socialista de Alemania en la segunda mitad del pasado dece­nio; los subsidios sociales y de vivienda {Sozial­

hilfe y Wohngeld, incluidos en nuestro índice de prestaciones de desempleo) fueron aumen­tados y se generalizaron en todo el país (ante­riormente el subsidio clave de desempleo era una proporción de los ingresos que disminuía con el tiempo), y se gravó a los empleadores con crecientes deberes «sociales» respecto de sus trabajadores. Puede verse una exposición detallada de estos cambios en Soltwedel y Trapp (1987).

En Bélgica, D e Grauwe, Fratianni y Nabli (1985) comprobaron que la «cuña tributaria» (es decir, la suma de la tasa impositiva sobre los sueldos que grava al empleador y al empleado) afecta significativamente el empleo. Minford y sus colaboradores (1983) estiman que las fun­ciones del empleo y del salario son, en muchos sentidos, similares que las del Reino Unido. La tasa natural de Bélgica se estima en 340.000, es decir 8 %, aproximadamente, y se aproxima a la tasa efectiva para 1980. Las tasas tributarias (de empleador y empleado, c o m o en D e Grau­we y colaboradores), el poder sindical y los sub­sidios son factores, todos ellos, significativos.

En fecha reciente, Bean, Layard y Nickell (1987) hicieron un intento de tratamiento ge­neral de todos los países europeos utilizando la tasa de desempleo/vacantes ( D / V ) c o m o varia­ble sustitutiva de los subsidios en la ecuación salarial. Los resultados son alentadores para la teoría en líneas generales; sin embargo, el trata­miento uniforme de todos los países deja inevi­tablemente de lado las peculiaridades institu­cionales de la intervención estatal en cada uno

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de ellos y, en consecuencia, los resultados no son enteramente convincentes país por país. El uso que hacen estos autores de la tasa D / V pa­rece ser una medida indirecta insatisfactoria de los factores involucrados. Por ejemplo, en el ca­so de la República Federal de Alemania atribu­yen por entero el aumento de la tasa natural de 3,5 % a la relación D / V . Italia - u n país en que dichos autores observan poco aumento de la ta­sa natural- es un campo minado institucional; no sólo el Estado subvenciona a los empleado­res que no despiden trabajadores, y los mantie­nen (ociosos) en los libros, sino que existe ade­más una amplia economía sumergida (un 15 % del PIB, según una reciente estimación oficial) en la que muchos «desempleados» siguen tra­bajando a tiempo completo.

Se han pedido pruebas procedentes de a m ­plias muestras intersectoriales de que los des­empleados reaccionan a la falta de incentivos monetarios para aceptar empleos. Las pruebas aportadas hasta ahora proceden todas ellas de series temporales y, ciertamente, hay m u y esca­so margen de libertad para realizar comproba­ciones. Sin embargo, es impresionante que, en tan considerable medida, ese tipo de pruebas señale una dirección similar.

En un trabajo m u y reciente, mi colega Paul Ashton y yo (1988) investigamos las reacciones de oferta de m a n o de obra masculina en la en­cuesta general practicada en grupos familiares en el Reino Unido en 1980, una muestra de más de 7.000 personas. Los resultados clave se refieren a la elasticidad de las horas trabajadas a lo largo del año en relación con el pago margi­nal neto para diferentes grupos de la muestra, en la que sólo se incluyó a varones. Para los mejor remunerados, esta elasticidad es 0,5. Pa­ra los desempleados en el momento de la mues­tra es 0,8. Estos dos grupos presentaban tasas marginales altísimas de retenciones por im­puestos o por prestaciones. Para los que habían estado continuamente empleados durante todo el año precedente, la elasticidad es 0,5. En con­secuencia, las reacciones son bastante acusadas por parte de los grupos más penalizados por el régimen tributario y de prestaciones, y más apagadas en el promedio de los encuestados.

Otros resultados confirman los riesgos que para quienes se encuentran atrapados por la pobreza y el desempleo presenta el hecho de dejar un trabajo fijo y estable. La probabilidad de estar desempleado en algún momento del

año, además de depender de la edad y de la situación familiar, hace que la trampa de la po­breza sea peor. Los trabajadores se clasifican en función de la divergencia entre su ingreso neto por trabajo a tiempo completo y su dere­cho a percibir prestaciones complementarias; las posibilidades de haber experimentado el de­sempleo son para el tercio m á s bajo entre 6 y 16 % mayores que las del tercio superior.

La introducción de toda una serie de facto­res posibles de demanda y de factores relativos a los grupos industriales o a los grupos de ocu­paciones no hace variar las reacciones estima­das a los incentivos. En lo que se refiere a los desempleados, confirma que la pérdida de in­centivos se tiene en cuenta; incluso aunque 1980 fue un año de recesión, los factores de de­manda no alteran su importancia.

Dejando de lado los estudios profundos de estos países, podemos utilizar el panorama que en ellos se da de la enfermedad del mercado de trabajo europeo para tratar de explicar por qué algunos países han evitado el contagio. Cierta­mente, tenemos que estudiar sus regímenes de intervención estatal en el mercado de trabajo. Se esperaría que fueran relativamente inmunes los países en que el Estado no establece un u m ­bral mínimo de salarios.

Dos casos interesantes son Suiza y Suécia. Aunque ambos tienen un sistema generoso de subsidios de desempleo, el control que lo acom­paña es estricto y la duración de la prestación limitada. E n Suiza, los desempleados tienen que presentarse dos veces por semana a la ofici­na de subsidio y llevar pruebas de solicitudes de trabajo; si no convencen a los funcionarios cantonales de que están intentando seriamente encontrar trabajo, pierden las prestaciones que, de todas formas, se suspenden al cabo de ocho meses. E n Suécia, el fondo de subsidio es parcialmente alimentado por los sindicatos, que ayudan a llevar el control; al cabo de doce meses, los desempleados quedan automática­mente incorporados a un régimen «de trabajo comunitario» financiado por el Estado -siste­m a análogo al aplicado en Estados Unidos de América-, donde los beneficiarios de subsidios sociales han de trabajar o seguir cursos de capa­citación para poder recibir dichos subsidios. Importa señalar que el régimen sueco no es completamente satisfactorio, pues como las ta­sas pagadas son previsiblemente superiores a las tasas de reabsorción en el mercado de las

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164 Patrick Minford

Arriba: M u y dignos miembros de la City, en Londres. (Rush/F. Guenet. Derecha: Ellos también están en huelga. El personal de la Bolsa de Londres en una marcha de protes­ta. Keystone.

competencias de los tabajadores beneficiarios, este régimen ha aumentado el gasto público y creado un nutrido grupo de empleados estata­les a largo plazo, una forma de desempleo encu­bierto de larga duración (Burton 1987).

Fuera de Europa, otros países donde el sub­sidio de desempleo está estrictamente limitado en cuantía y duración son Japón y Estados Uni ­dos de América. E n ambos , se espera que tanto la familia c o m o los individuos, aporten apoyo a largo plazo sea tanto familiar c o m o indivi­dual. La excepción es la notoria «Ayuda para las familias con Niños a Cargo» que ha causado graves distorsiones del mercado de trabajo pa­ra los trabajadores m u y poco productivos y so­bre todo para los negros (Murray 1986, Sean y Bernstam 1986). El «empleo vitalicio» de las grandes empresas japonesas se aplica a m e n o s de 40 % de los empleados japoneses, y no cons­tituye tanto una forma de seguro social c o m o una manera de contratar y retener un núcleo de empleados clave. El mercado laboral secunda­

rio da márgenes flexibles para las operaciones de subcontratación. Por otra parte, el empleo vitalicio conlleva evidentemente la obligación de aceptar un pago que varía en función de las utilidades, o sea de aceptar reducciones en caso necesario.

Cuando se compara la pauta de los salarios reales y el empleo en Europa y Estados Unidos, con su régimen de subsidios limitados y sus sin­dicatos débiles, se tiene un cuadro m u c h o m á s claro. Los salarios reales apenas aumentaron en Estados Unidos entre 1976 y 1985, mientras que en Europa aumentaron en m á s de 2 0 % ; paralelamente, el empleo total en el m i s m o pe­ríodo fue m á s o menos estático en Europa, pero acusó un aumento de cerca de 20 % en Estados Unidos.

La eficiencia

La explicación previa se refiere fundamental-

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166 Patrick Minford

mente al desempleo. Explicar completamente el bajo nivel de producción en todo caso en el Reino Unido, requiere complementar el cua­dro con una teoría de la eficiencia y el cambio tecnológico.

La teoría de la tasa natural esbozada en lo que antecede no dice nada sobre la eficiencia y ni siquiera sobre la productividad de la m a ­no de obra. A medida que se desemplean tra­bajadores y se va ajustando la masa de capital, con la eficiencia y la concentración industrial constantes, la productividad irá aumentando, si los rendimientos de escala son decrecientes, o disminuyendo, si los rendimientos son cre­cientes, y aumentará también en la medida en que se substituya m a n o de obra por capital.

Sin embargo, en el supuesto de la libre competencia en los mercados de bienes y de la ausencia de protección contra la competencia extranjera, la industria probablemente explo­tará internacionalmente las economías de es­cala disponibles; por consiguiente, los rendi­mientos constantes a esa escala óptima parecen ser el mejor supuesto. La concentración indus­trial internacional no es probable que cambie, lo cual impone que la escala y la concentración no producirían ningún cambio de productivi­dad aunque aumente progresivamente el de­sempleo. Se da lugar así a un aumento de pro­ductividad a medida que el capital reemplaza la m a n o de obra, lo cual es una apariencia m u y engañosa de mejora de la eficiencia. En Gran Bretaña, Muellbauer (1986) estimó que cerca de 0,75 % anual del aumento de la productivi­dad de 1980 a 1985 se debió a esa causa.

Por consiguiente, tenemos la presunción de que el alto desempleo irá acompañado de un crecimiento m á s lento y de una mayor produc­tividad a medida que las máquinas vayan reemplazando a las personas. Pero hay m á s , como nuestra notable experiencia en Gran Bretaña ha mostrado. U n a vez más , Muell­bauer estima para la manufactura una acelera­ción de la eficiencia de los factores, o produc­tividad intrínseca tras despejar la substitución de factores y la utilización anormal, de alrede­dor de 1 % anual en 1973-1979 a 3 % anual en 1980-1985. Desde 1985 las cifras indican un crecimiento todavía más rápido; de 1985 a 1987 la productividad aumentó a un ritmo anual de 5 %. En todo el período, a partir de 1979, el crecimiento medio anual ha sido de 4,3 % de forma que la productividad intrínse­

ca puede haber aumentado 3,5 al año. Para la totalidad de la economía, el aumento de la productividad ha llegado 2,5 % desde 1979, en comparación con un anémico 1 %• de 1973 a 1979. Puede ser esta una subestimación, debi­do a la forma en que se mide el producto de los servicios (en gran parte con base en el volu­m e n del empleo).

Esta historia de la mejora de la eficiencia es peculiarmente británica; el aumento de la productividad en el resto de los países de la O C D E ha sido más lento que en el decenio de 1960, y no hay signos de aceleración en el pre­sente decenio. N o sabría decir si podría haber­la habido de ser diferentes las políticas, pero mi suposición, inspirada en comentarios de las Universidades de Kiel, Erasmus y Lovaina, es la de que en el mercado de trabajo, c o m o en los mercados en general, hay distorsiones sig­nificativas cuya supresión haría aumentar sen­siblemente la eficiencia. Por el m o m e n t o , no puedo asegurar que el componente de eficien­cia de la «enfermedad» sea verdaderamente europeo o específico del pasado británico re­ciente.

Veamos, por consiguiente, qué aspectos de esa enfermedad se manifestaron en Gran Bre­taña. Sugeriría el uso de la teoría clásica de las distorsiones, complementada por la teoría de la elección pública para explicar su existencia; ello equivale a decir que el gobierno es induci­do por intereses especiales a darles protección con respecto a procesos de mercados competi­tivos. C o m o resultado, los costos y los precios aumentan y el rendimiento de los recursos es menor que el que cabría esperar.

En Gran Bretaña hay dos grupos principa­les de intereses que han causado grave perjui­cio: los sindicatos y los empleados del sector público. Los sindicatos -además de su influen­cia en los sueldos reales, que se estudian en la teoría del desempleo- han bajado la producti­vidad mediante prácticas restrictivas. Los di­rectivos y los empleados del sector público han entrado en colisión contra el contribuyente evadiendo controles de los precios y las utili­dades mediante costos hinchados. Richard Pryke (1981) ha documentado la aterradora evolución experimentada a ese respecto por las empresas nacionalizadas en el pasado dece­nio. Por ejemplo, de 1968 a 1978 la producti­vidad disminuyó realmente en cinco indus­trias principales -acero, carbón, autobuses,

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados 167

vehículos y correos- y apenas aumentó en la industria ferroviaria. La mayor parte de las de­más industrias -gas, telecomunicaciones, lí­neas aéreas, electricidad y fletes- estuvieron por debajo de los niveles óptimos internacio­nales.

La regulación del transporte y de las profe­siones también ha sido un factor distorsionan­te significativo. La asignación estatal planifi­cada de recursos médicos y educativos ha generado distorsiones en el consumo, ejempli­ficadas por las listas de espera de los hospitales y la mala formación del ciudadano británico ordinario no calificado. Por último, un factor más de distorsión proviene de los impuestos necesarios para pagar las cuentas del sector público; gran parte de esta carga es generada por la ineficiência del mercado de trabajo, pe­ro una parte (por ejemplo, los elevados im­puestos sobre la energía) proviene de graves distorsiones específicas en los mercados de bienes, y también del efecto generalmente dis-torsionador de la imposición fiscal.

El rompecabezas de este mosaico está cons­tituido por los objetivos y el comportamiento negociador de los sindicatos. El modelo de «negociación eficiente» no es aplicable aquí, en razón de la estructura de la mayoría de los sindicatos británicos, tal como dice Minford (1988). Los sindicatos negocian con muchas industrias y de esta forma minimizan proba­blemente los costos transaccionales al fijar únicamente los sueldos. Además, no parecen congruentes con este modelo los antecedentes británicos de vastos movimientos de empleo y de alzas constantes de salarios logradas por los sindicatos, pues el modelo prediria un empleo estable y una variación de la relación utilida­des/sueldos en función de la rentabilidad de la industria (puesto que las negociaciones efi­cientes mantienen el empleo en el nivel ópti­m o Paretiano que maximiza la utilidad conjun­ta de la firma y el sindicato, con variaciones de sueldos que logran la repartición apropiada de los beneficios totales).

Los sindicatos británicos han sido maneja­dos por oligarquías apoyadas por activistas sindicales. C o m o los miembros del sindicato ejercen poco control, las votaciones han sido frecuentemente manipuladas por los activis­tas. U n objetivo del grupo dominante parece haber sido intercambiar sueldos por empleo dentro del modelo de monopolio familiar, fi­

jando tipos de sueldo para lograrlo. Pero el otro objetivo era mantener el control de los miembros para luchar por objetivos m á s a m ­plios. La libertad de contratación entre los miembros y los empresarios respecto a los sueldos y a los niveles de empleo, con los co­rrespondientes pagos de primas dentro de la estructura salarial, podrían amenazar el con­trol por parte del sindicato, ya que los empre­sarios podrían apelar a los intereses de los miembros directamente. Mediante prácticas restrictivas, la jerarquía sindical impedía di­cha contratación, excepto con autorización.

N o entenderán fácilmente ese proceso quienes están acostumbrados al sindicalismo puramente económico c o m o el de Estados Unidos. El sindicalismo británico ha tenido objetivos políticos. Las prácticas restrictivas que reducen el volumen de las rentas que han de compartir el sindicato y las empresas se pueden explicar mejor en función de dichos objetivos no económicos. En forma m u y simi­lar, el Partido Comunista de la U R S S ha sacri­ficado la eficiencia para mantener el control del partido en las fábricas.

En el resto de este artículo examinaré bre­vemente los datos (sobre todo británicos) que conozco acerca de este segundo aspecto de las distorsiones generales relativos a la oferta. Consideraré en esa misma parte los resultados obtenidos hasta la fecha gracias al saneamien­to del mercado libre por parte de Mrs . That­cher. Apuntaré, finalmente, las lecciones de posible interés para la Europa continental.

Las pruebas relativas a la eficiencia

Los datos obtenidos en la encuesta sobre gru­pos familiares antes mencionada se relacionan naturalmente con otro aspecto general de la oferta el de las tasas m á s elevadas de imposi­ción fiscal. C o m o en Estados Unidos de A m é ­rica, la parte de ingresos que pagaron los gru­pos mejor retribuidos aumentó cuando la tasa más alta se redujo de 83 % a 60 % en 1979 el aumento fue de 2 4 % en 1978-1979 a 26,1 % en 1984-1985 para el 5 % del grupo m á s retri­buido y de 11,2 % a 11,8 % para el 1 % de ese m i s m o grupo. La interpretación evidente fue cuestionada por quienes argüían que los ingre­sos de esas personas podrían haber aumentado

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por una variedad de razones distintas de sus propios esfuerzos intensificados por incenti­vos m á s altos. Sin embargo, los datos deriva­dos de la encuesta confirman claramente la existencia de una respuesta sustancial en horas entre los 30 % mejor remunerados de la mues­tra: la respuesta se habría podido explicar fá­cilmente por el aumento observado del impues­to sobre la renta. Incidentalmente también indica esa prueba que el último recorte de las tasas m á s altas a 40 % se compensará a sí mis­m o con los solos efectos horarios.

U n o de los principales factores que han contribuido al mejoramiento de la productivi­dad ha sido la nueva legislación sindical. Las inmunidades sindicales respecto de perjuicios civiles por inducir al incumplimiento de con­trato se limitaron a la acción huelguística pri­maria cuando ésta sea aprobada por votación secreta en dos leyes de 1982 y 1984. Estas nue­vas leyes han sido esenciales para la modifica­ción de las relaciones laborales en Gran Breta­ña: ahora podemos disponer de muchos ejemplos de su utilización, y entre los más sig­nificativos cabría citar el de la industria perio­dística, el de los muelles durante la huelga del carbón y, últimamente, la huelga de los mari­nos con motivo de conflicto del transborda­dor. Las huelgas han terminado muchas veces por orden de los tribunales que han concedido indemnizaciones por perjuicios a los emplea­dores contra los sindicatos.

La privatización y la desreglamentación también han contribuido a acelerar la produc­tividad. Muchas de las empresas estatales no privatizadas han respondido a la amenaza efectiva o potencial con aumentos similares de productividad; figuran entre esas empresas British Airways, British Steel y British Rail. Por lo que se refiere a la desreglamentación, los autobuses y el mercado de valores destacan como ejemplos de mejora de la competitivi-dad. La contratación externa se ha utilizado ampliamente en servicios de corporaciones locales y en funciones subordinadas del Ser­vicio Nacional de Salud: los ahorros repre­sentativos, para calidad equivalente, son del orden de 25 %.

La competencia se ha introducido con va­cilaciones, cuando se ha hecho, en los m o n o ­polios privatizados: m u y escasamente en Bri­tish Gas, y m u y débilmente en British Telecom en la forma de un competidor, Mer­

cury, de pequeña escala, limitado esencial­mente al aprovisionamiento comercial. Los economistas han criticado ese proceso, pero la razón de éste ha sido política. N o se trataba tanto de la necesidad de maximizar el ingreso, c o m o pensaron algunos, pues el ingreso resultó copioso, sino m á s bien de obtener, sobre todo la cooperación del personal directivo en el lan­zamiento de un nuevo producto político espe­culativo, pues la privatización era una opera­ción delicada en muchos respectos y podría haber sido fácilmente saboteada por los direc­tivos. Ahora que el producto está asegurado, los intereses del personal directivo pasarán a un segundo plano, y la competencia se mani­festará cada vez más , inclusive en esos m o n o ­polios previamente privatizados. Por ejemplo, en 1990 se va a revisar el monopolio de British Telecom, y todo indica que hay mucha nueva competencia; la industria de la energía va a ser privatizada, según parece, en forma competiti­va. El carbón también va a perder su acceso privilegiado a esta industria. Por último, han resultado claras las ventajas de dar a los direc­tivos libertad comercial; es posible hacerlo sin privatización, pero la privatización es un re­sultado automático al que se ha de llegar irre­versiblemente con dicha libertad.

Sin embargo, el cambio fundamental ha si­do el de la legislación sindical. Las prácticas de trabajo han experimentado una acusada mejo­ra en todos los aspectos, lo que seguramente se debe, sobre todo, al fenómeno nuevo de la in­capacidad de los sindicatos para oponer resis­tencia. Sus miembros han tratado de ganar con los cambios y se han negado a votar en fa­vor de la acción sindical contra ellos; dicha ac­ción, por lo tanto, habría quedado fuera de la ley. Mrs. Thatcher ha podido señalarlo c o m o mérito por su parte en la defensa de los pro­pios derechos de los miembros de los sindica­tos frente a los patrones; estos miembros la premiaron con el voto mayoritario de 1987.

Desglosar el incremento de la productivi­dad en los factores que a él contribuyen no es algo que podamos hacer con nuestros conoci­mientos actuales. Resulta claro, sin embargo, que el cambio radical operado desde 1979 se debió al cambio de las políticas relativas a la oferta: una certeza a la que ya había llegado Walters en 1985. En este sentido, el programa de reforma general relativo a la oferta ya ha tenido éxito en cierta medida.

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Problemas y posibilidades de crecimiento económico en los países industrializados 169

Las políticas relativas al desempleo han tenido, en cambio, una formulación lenta. Mathews y yo (1987) calculamos recientemen­te que hacia 1980 el desempleo de equilibrio (hacia el que estaba tendiendo naturalmente el desempleo) ya era de 3,1 millones, o sea bas­tante superior a la cifra de 1979 examinada anteriormente. Nuestro análisis sugiere, por lo tanto, que el fuerte aumento del desempleo en­tre 1979 y 1983 (cerca de dos millones) puede explicarse plenamente por la eliminación del personal excedentário, en cuanto el desempleo real «alcanzó» esta tasa de equilibrio. E n otras palabras, si el gobierno de Mrs. Thatcher no hubiera hecho nada y no se hubiera producido ningún otro choque, el desempleo habría expe­rimentado, de todos modos , el mi smo aumen­to. Sin embargo, resultaba difícil dar con una estrategia políticamente viable para este pro­blema en razón de la extrema sensibilidad de los problemas sociales.

La situación ha cambiado ahora a causa del éxito del programa de relanzamiento iniciado por Lord Young. En ejecución de este progra­m a , se llamó a todos los desempleados que lle­vasen más de un año sin trabajo a entrevistas para su colocación en programas gubernamen­tales o en otros puestos; la negativa de princi­pio a aceptar dichos puestos podía suponer la pérdida del subsidio. N o es una coincidencia que el desempleo haya comenzado a descender constantemente en agosto de 1986, un mes después de haberse implantado en todo el país el relanzamiento. El relanzamiento ha sido un factor «disolvente», pues los interesados han preferido retirarse de los registros de desem­pleo a presentarse a una entrevista (y quizá ser descubiertos como trabajadores de la econo­mía sumergida), y ha generado una tasa más satisfactoria de colocación de las personas en desempleo prolongado (hasta 5 % de los entre­vistados fueron situados en puestos de trabajo o en centros de capacitación). Aunque esa m e ­jora es, en parte, estadística, sigue siendo váli­da cuando el índice de desempleo es tan im­portante para definir el problema.

El relanzamiento está consolidándose, so­bre todo mediante la intensificación de la obli­gatoriedad. Los menores de 18 años tienen ahora que optar entre un curso de capacitación o la pérdida de los subsidios. En su momento este principio se extenderá, sin duda, a traba­jadores de más edad, c o m o sucede en los siste­

mas de subsidios de E E . U U . , Suécia o Suiza. Mientras tanto, parece probable que el Minis­tro de Hacienda intente hacer reformas tribu­tarias personales bastante radicales que lle­guen a liberar a un número elevado de personas de la trampa de la pobreza.

La estrategia se está completando ahora en lo que respecta a los salarios acordados en la nueva ley sindical que va a pasar al Parlamen­to. Esta ley atenúa, hasta su práctica desapari­ción, las inmunidades restantes, puesto que se va a quitar a los sindicatos el poder de sancio­nar a los miembros que no respeten los pique­tes. Hasta ahora ha sido decepcionante el efec­to de las nuevas leyes en los aumentos salariales negociados por los sindicatos: según demuestran las nuevas encuestas sobre ingre­sos, los niveles salariales aumentaron conti­nuamente hasta 1980, y desde entonces queda­ron nuevamente estabilizados. La ley citada puede reducir esos niveles, puesto que debilita el poder de organizar las tradicionales huelgas salariales, no tocado hasta ahora.

Otros elementos del problema de los incen­tivos van a ser tratados en las nuevas leyes sobre las «ciudades interiores» que el Parlamento está discutiendo actualmente. La liberalización de los alquileres hará bajar el costo de la vivienda de los trabajadores migrantes en el sureste, y esto facilitará la movilidad de los trabajadores no calificados del norte al sur. Las reformas de los impuestos empujarán a las empresas de re­giones saturadas a zonas de alto desempleo, tanto a causa de los impuestos por las empre­sas unificadas (el mismo gravamen a la propie­dad por libra esterlina evaluada en todas las áreas de Inglaterra) c o m o porque la capacita­ción limitará la carga tributaria doméstica lo­cal de los directivos y los trabajadores califica­dos que vengan a instalarse en esos «puntos negros».

Se han examinado en esta sección los datos disponibles sobre el papel de los factores rela­cionados con la oferta y sobre los resultados de las políticas aplicadas en el Reino Unido por Mrs. Thatcher para mejorar el aspecto de la oferta, en términos de eficiencia y de empleo. El programa no pretende ser completo; el Par­lamento está estudiando actualmente leyes de gran alcance y se están preparando m á s refor­mas (por ejemplo la del Servicio Nacional de Salud), además de privatizaciones importan­tes, c o m o las de la electricidad y el acero re-

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cien anunciadas. Teniendo en cuenta que sólo a plazo m u y largo se pueden esperar resultados completos, los obtenidos hasta ahora no son desalentadores.

Las implicaciones en el plano de las políticas

El tratamiento previamente descrito de la en­fermedad europea es la liberalización. Es inne­gable que está funcionando, por lo menos has­ta cierto punto, en Inglaterra. ¡No faltarán, sin embargo, los que consideran que el remedio es peor que el mal! La cuestión que ahora deseo tratar es la de saber si se puede concebir un remedio corporativista que preserve el enfo­que de consenso que tanto fascina en Europa, erradicando al m i s m o tiempo sus principales deficiencias, aquí analizadas.

El corporativismo involucra la cooperación entre los grandes sindicatos que tienen in­fluencia en todos los trabajadores o en su gran mayoría, los representantes de las empresas, sobre todo de las grandes empresas que domi­nan los principales mercados de bienes, y el gobierno. El linaje filosófico del corporativis­m o puede según creo rastrearse hasta llegar a Hegel y, antes de él, a Rousseau, con su opi­nión de que el bien común va m á s allá de los deseos del individuo. «El hombre nace libre; sin embargo, en todas partes se halla entre ca­denas». Tal es la razón de que el Estado deba liberar al hombre para permitirle disfrutar de sus verdaderos intereses.

Es difícil para un anglosajón educado en la tradición de Locke, Hobbes y H u m e tomar es­ta filosofía seriamente. Se advierte así la divi­sión político-filosófica del corporativismo y se ponen de manifiesto incidentalmente las ver­daderas dificultades profundas con que se en­frenta toda la empresa de la C E E . N o es fortui­to que el concepto de mercado europeo, con su fuerte impulso desregulador, esté siendo acogi­do con el mínimo de entusiamo en República Federal de Alemania y con el m á x i m o en los Países Bajos y el Reino Unido.

Dejando de lado la filosofía, el economista tropieza con un serio problema cuando trata de reconciliar la eficiencia de la asignación, que depende de que el consumidor individual haga equivaler la utilidad marginal al costo marginal de la firma individual, con la toma

de decisiones corporativa. Pero no es esto to­do. La nueva economía industrial indica tam­bién que el corporativismo va a obstruir la in­novación y el crecimiento. Esta economía responde esencialmente a la vieja idea austría­ca -Schumpeter, por ejemplo- de que las utili­dades se acumulan al monopolio temporal producido por la innovación, con grandes o pequeñas empresas que se oponen libremente a ese monopolio. El gobierno no necesita inter­venir para garantizar la competencia; cierta­mente, sólo la ayuda o la reglamentación gu­bernamentales pueden sostener el poder monopolístico m á s allá de la fase temporal. El corporativismo tiende precisamente a producir dicha intervención gubernamental en favor de las empresas interesadas, que suelen ser gran­des y tener influencia en el proceso político.

También respecto del mercado de trabajo y de la economía laboral reciente, tropieza el corporativismo con dificultades. Los desem­pleados son sólo una minoría en la composi­ción de los sindicatos (e inclusive en la fuerza de trabajo en su conjunto, si los sindicatos se sitúan en una amplia perspectiva por ser gran­des y dominantes). Por lo tanto, los sindicatos tienen poco interés en recortar los niveles sala­riales de sus miembros a fin de aumentar las oportunidades de los desempleados. La expe­riencia de Bélgica y de la República Federal de Alemania, estados corporativistas, sugiere que puede ser difícil para los asociados sociales lle­gar a más amplios acuerdos sobre sueldos, sub­sidios e impuestos que permitan reducir el de­sempleo por otras vías. En contraste, el caso sueco muestra que los subsidios generosos de desempleo combinados con la obligación de que las personas que llevan largo tiempo des­empleadas acepten trabajo o formación estata­les mantienen bajo el desempleo; sin embargo, los costos son altos en gasto público e impues­tos, lo que puede acarrear problemas relativos, por lo general, a la oferta.

Todo ello indica que el corporativismo puede llegar a contener el desempleo, pero que los costos en eficiencia y dinamismo pueden ser grandes. E n verdad, la enfermedad europea es en gran parte producto del corporativismo. Los sindicatos han sido investidos de poderes c o m o premio a su coparticipación social; los subsidios sociales han sido considerados c o m o corolario de la responsabilidad social asumida por los trabajadores. El peso de los grávame-

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nes fiscales ha sido aceptado por las empresas sobre todo en forma de contribución al seguro nacional; las empresas han asumido así sus responsabilidades sociales seriamente a c a m ­bio del apoyo gubernamental contra la c o m ­petencia irresponsable. Se ha aceptado indi­vidualmente el pago de elevados impuestos personales a cambio de que el gobierno garan­tice altos índices de empleo estable. Sólo los gobiernos dispuestos a imponer todos los gra­vámenes fiscales necesarios han podido honrar ese compromiso; Suécia es el principal ejem­plo. Pero inclusive esta política puede ahora descomponerse ante las reformas tributarias que están barriendo el m u n d o occidental.

El fracaso del corporativismo es paralelo en su forma diluida al fracaso de la planifica­ción en el bloque comunista, que ha forzado a los Gobiernos de China y la Un ión Soviética a descentralizar y a introducir el mecanismo de los precios. Se trata de un fracaso de la eficien­cia y el dinamismo económicos. Inclusive los gobiernos laboristas están abandonando o m o ­

dificando seriamente el modelo corporativista, c o m o en Australia y Nueva Zelanda. Las en­cuestas occidentales parecen mostrar que los empresarios políticos dispuestos a afrontar los intereses creados que sustentan el corporati­vismo pueden cosechar frutos políticos dura­deros.

E n conclusión, el corporativismo parece un experimento fallido de gestión económica ba­sada en el abandono de los incentivos. Los da­tos de que ahora se dispone en relación con los incentivos y los mecanismos de la oferta hacen ver ese abandono c o m o una peligrosa decisión que ignora la sabiduría de A d a m Smith y de los primeros defensores de la oferta c o m o Gladstone. Parece patente que el remedio de la enfermedad europea depende del abandono del corporativismo. El corolario respecto del crecimiento parece también claro. T o d o con­firma que la liberalización ofrece la clave para el desarrollo del potencial de crecimiento de un país.

Traducido del inglés

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Nota

* Hago constar mi agradecimiento al E S R C Consortium for Modelling and Forecasting the Economy del Reino Unido por su prolongado apoyo financiero a las investigaciones de que doy cuenta en el presente trabajo. Agradezco asimismo a los editores George von Furstenberg y Springer la autorización para utilizar material de mi colaboración en A Supply-side agenda for Germany: Sparks from the US, Great Britain, and European Integration, Gerhard Fels and George von Furstenberg, eds., capítulo 3, Springer, 1988.

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Los costos de información y la división del trabajo*

Axel Leijonhufvud

Introducción

El desarrollo económico, opuesto al «mero» crecimiento económico, es el proceso de un sis­tema que evoluciona hacia esquemas cada vez m á s complejos de actividades coordinadas. E n términos de A d a m Smith, provoca una «divi­sión creciente del trabajo».

Lo que impulsa la evolución económica ha­cia una división mayor del trabajo son las eco­nomías de escala. Si logra­m o s practicar formas m á s complejas de cooperación, esas economías de escala nos harán más ricos. E m p e ­ro, para mantener estructu­ras económicas cada vez m á s complejas es necesario que mantengamos la esta­bilidad política y moneta­ria así c o m o el libre comer­cio -por lo menos relativa­mente libre- en amplias zonas geográficas.

«La División del Traba­jo depende de la extensión del mercado». Los nuevos productos crean nuevos mercados, y una variedad casi infinita de nuevos procesos de reducción de costos a m ­plían los mercados para determinados produc­tos. Para el entero sistema de mercados interre­lacionados, la disminución de los costos de trans­porte y la extensión geográfica de los mercados constituyeron a lo largo de la historia la principal fuerza técnica que contribuyó a aumentar la divi­sión del trabajo.

Es razonable creer que los costos del trata­miento, la transmisión y el almacenamiento de

Axel Leijonhufvud es profesor de eco­nomía en el Departamento de Econo­mía de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA), 8857 Moorcroft Ave., Canoga Park, C A 91304, Estados Unidos de América.

la información han asumido la función en el desarrollo económico que los costos de trans­porte desempeñaron durante tanto tiempo.

El desarrollo económico y la complejidad cada vez mayor de los sistemas económicos1

E n términos corrientes, la complejidad es una noción vaga. Todos hemos oído quejas acerca

de «lo complicada que es la vida moderna», en compa­ración con un pasado su­puestamente « m á s sim­ple». N o está claro siempre que esta clase de afirma­ción tenga algún funda­mento; si tratamos de ex­plicarla, veremos que hay tantas probabilidades de que sea falsa, c o m o verda­dera.

C o m o hoy día la divi­sión del trabajo se ha inten­sificado, es probable que los particulares posean téc­

nicas productivas menos variadas, por lo que en este sentido, su vida no es m á s complicada, sino m á s sencilla. A la mayoría de las personas les resultaría terriblemente difícil hacer lo que hacía el granjero de las regiones montañosas de Escocia mencionado por A d a m Smith que era «el carnicero, panadero y destilador de su fami­lia». Claude Lévi-Strauss descubrió que los in­dividuos de cierta tribu tenían que reconocer 4.000 variedades de plantas en la selva y, ade­m á s , saber para qué servía cada una de ellas. M i propia «mente salvaje» almacena unos co-

RICS120/Jun. 1989

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nocimientos de botánica algo menos vastos. «La ventaja intelectual de la civilización», ob­serva Thomas Sowell, «no es forzosamente el hecho de que cada hombre civilizado tenga más conocimientos, sino que necesita muchos menos»1.

Creo que este tipo de ambigüedad ocurre porque las estructuras complejas requieren blo­ques simples para su construcción. Así como podemos construir casi todo con cubos de ju­guete, es posible construir complejos sistemas económicos «modernos» utilizando individuos sencillos, incapaces casi todos ellos de hacer de carnicero, panadero o destilador, o incluso de reparar su propio automóvil.

En todo caso, la noción de «complejidad» tiene que consolidarse. Insistir en una fórmula para cuantificar la complejidad es m u y ambi­cioso, pero una falsa escala de medición pue­de resultar peor que inútil. Sin embargo, es ne­cesario que el concepto sea suficientemente concreto para que resulte posible hablar signifi­cativamente de mayor o menor complejidad, aunque un ordenamiento parcial de ese tipo es lo mejor que podemos esperar. Con esta finalidad, será preferible comenzar con un ejemplo concreto.

En su interesante libro, Gente de la Edad Media, la distinguida historiadora de la econo­mía Eileen Power describe la vida de un siervo de la Abadía de Saint Germain-des-Près, lla­m a d o Bodo3 . Es de suponer que Bodo fue un «hombre representativo» del siglo x, que po­dríamos comparar por diversos conceptos con algún «hombre representativo» de Europa o América del Norte en el siglo xx. Es obvio que Bodo tenía una esperanza de vida más breve. Varias circunstancias, entre ellas el duro traba­jo físico al que estaba sometido, hacían su vida difícil. Su alimentación era inadecuada en rela­ción con los criterios modernos. N o era un hombre libre. Era pobre.

¿Por qué era pobre? Las respuestas pueden seguir diversas direcciones según la teoría eco­nómica que utilicemos. U n a teoría del desarro­llo económico basaría la respuesta en los descu­brimientos posteriores: los fertilizantes quími­cos, el motor de combustión interna y tractor aún no habían sido inventados. Otra teoría apuntaría a la relación capital-trabajo: Bodo dedicaba un capital demasiado pequeño a la producción.

La respuesta que a mí m e interesa subrayar

es que Bodo era pobre porque pocas personas cooperaban con él en la obtención de sus pro­ductos o de su renta real, es decir, la produc­ción para su consumo. Nuestra explicación re­sultará más fácil si nos centramos en el consu­m o . Supongamos que p o d e m o s hacer un cálculo preciso del valor añadido de la cesta de la compra de la familia Bodo. Bastante más del 50 % de la misma se debía seguramente a los esfuerzos directos de Bodo y de los miembros de su familia. Casi todo el resto era imputable a los demás miembros de su aldea. Sólo una por­ción ínfima podría asociarse a una transacción de intercambio.

Veremos más claro este extremo si conside­ramos el aspecto espacial. Es m u y posible que Bodo pasara toda su vida en un perímetro de unos pocos kilómetros alrededor de St. Ger­main-des-Près. Quizás no conoció ningún otro lugar. Asimismo, casi todas las contribuciones de valor añadido a su cesta de la compra proce­derían de personas que vivían en la misma zo­na. Si utilizó tal vez un poco de sal de la costa atlántica, de ahí no pasó su participación en el comercio interregional.

Hay un aspecto temporal similar en el que consideraremos lo que podríamos llamar la «si­tuación en el tiempo», más que en el espacio, de las personas que contribuyeron al consumo del individuo representativo. Bodo utilizó pro­bablemente algunas herramientas heredadas. Labraba la tierra que había sido desbrozada por sus antepasados. Por modesta que fuera su casa, en ella habían vivido varias generaciones. Además , en la sociedad pobre la producción implica un uso menor de bienes de capital du­raderos. Es menos «desviada», c o m o diría Böhm-Bawerk.

Nuestro rico hombre representativo del si­glo xx está inserto, por su parte, en una red de colaboradores individuales mucho más amplia que la del pobre Bodo. Además, su red es m u ­cho más vasta desde el punto de vista espacial. La distancia media que lo separa de los que contribuyen a su consumo o utilizan su contri­bución productiva es mayor. Por lo demás, su red es también más profunda temporalmente: el número de individuos que en x períodos del pasado contribuyeron a su consumo presente es mayor que en el caso de Bodo.

Los debates sobre el concepto de «desvia­ción» de Böhm-Bawerk nos han enseñado que no es posible hallar un índice perfecto para tal

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Los costos de información y la división del trabajo* 175

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La cosecha en la Edad Media . La ausencia de división del trabajo en el espacio y en el tiempo era una de las causas de la extrema pobreza de los siervos. Rheinisches Landesmuseum, Bonn, RFA.

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176 Alex Leijonhußrud

concepto. Lo propio puede decirse de la medi­ción de la complejidad temporal de la produc­ción y, por ende, de la complejidad del sistema en general. En cualquier caso, siempre es posi­ble establecer índices utilizables, aunque disten de ser perfectos.

Si consideramos la división del trabajo co­m o la hemos descrito antes, observaremos que es posible obtener algunas medidas razonable­mente correctas de la «complejidad» de una economía a partir de la bibliografía sobre la concentración industrial. Por ejemplo, en vez de considerar la proporción del producto de la industria imputable a x empresas principales, observaremos la proporción del consumo de una familia representativa, representada por los n contribuyentes individuales m á s impor­tantes al valor añadido. Otra posibilidad es calcular un coeficiente Gini sobre una base si­milar. En principio, estas mediciones podrán utilizarse para justificar algunas afirmaciones (pero no todas) sobre el aumento o la disminu­ción de la complejidad de la división del traba­jo entre varios puntos en el tiempo.

N o hace falta que perdamos nuestro tiempo en considerar cuál es la mejor medida posible. Ello no ha de preocuparnos, ya que resulta evi­dente que ninguna de las medidas de concen­tración elegidas puede ser operacional a un cos­to razonable en el empleo indicado. Ocurre simplemente que la noción de «complejidad» no es vaga de por sí, o por lo menos no en forma definitiva. Si los puntos de comparación distan entre sí un millar de años, por lo menos, difícil­mente podrá decirse que los resultados son a m ­biguos.

Hay , desde luego, otros varios candidatos al título de «factor estratégico» del desarrollo eco­nómico y no voy a dar aquí una lista de todos ellos. Después de la primera crisis del petróleo, muchos escritores afirmaron que el desarrollo económico occidental se caracterizaba ante to­do por el creciente uso de energía inanimada por habitante. La anticuada planificación del Bloque Oriental solía utilizar c o m o factor es­tratégico la industria pesada, en particular la siderúrgica. A su vez, el modelo de industria pesada tal vez no sea más que un caso especial del concepto de desarrollo económico basado en la «revolución industrial», cuyo factor pri­mordial es el crecimiento de las industrias m a ­nufactureras4. Este concepto se impone a nues­tra reflexión, por ejemplo, cuando nos alarma­

m o s porque la tendencia del empleo en el sector de manufacturación comienza a c o m ­portarse c o m o quisiéramos que se comportase en la agricultura.

Todos estos conceptos que pretenden expli­car el desarrollo económico tienen algo a su fa­vor - u n contexto al que se ajustan- y de poco servirá tratar de refutarlos con un argumento general. Sin embargo, por muchos motivos yo creo que es mejor concebir el desarrollo econó­mico como la creación de estructuras cada vez más complejas de la división del trabajo. D e este m o d o el nivel de vida del hombre corriente dependerá de nuestra habilidad de mantener las condiciones -«la extensión del mercado»-que hacen factibles esas estructuras complejas de cooperación.

La división del trabajo y el rendimiento creciente a escala

En los análisis económicos corrientes solemos trabajar con modelos que de ninguna manera ofrecen el esquema de desarrollo económico que acabo de exponer. Por ejemplo, los m o d e ­los neoclásicos de desarrollo, o los modelos de comercio internacional basados en Heckscher-Ohlin, no muestran esta asociación entre el ni­vel de vida y la complejidad del sistema. La teoría económica tradicional quiere que los ri­cos exijan m á s diversidad en el consumo y, en este contexto, las economías de escala en la producción son un lugar c o m ú n , pero el análi­sis económico convencional suele presuponer funciones homotéticas de utilidad y funciones de rendimiento constante en la producción a escala. En las economías que responden a ese modelo, la división del trabajo en el sistema considerado globalmente puede repetirse en un sistema 1 l-n veces mayor. Según Martin Weitz-m a n ( 1982), llevando alegremente la teoría a su límite ad absurdum, podríamos imaginar una economía en la que cada trabajador produce su pequeña parte de cada elemento del P N B en su propia casa. La «extensión del mercado» de Smith se halla totalmente fuera de lugar en un modelo semejante.

Lo mismo ocurre con la teoría convencional sobre el comercio internacional. La ventaja comparativa basada en los recursos espacial­mente inmóviles exigen que la autarquía sea reemplazada por el comercio, pero la composi-

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ción del comercio entre dos países sería exacta­mente la misma si ambos tuvieran una dimen­sión de \ln veces su dimensión real5.

Si los economistas se aferran tanto a los m o ­delos de rendimiento constante ello es debido no solamente a que las alternativas son m á s di­fíciles de manejar -lo cual, después de todo, tan sólo aumentaría las oportunidades de empleo de los economistas matemáticos- sino tam­bién, sobre todo, a que no disponemos de una teoría generalmente aceptada de asignación de precios con un rendimiento creciente, ni de un modelo convincente de la manera en que fun­ciona la competencia entre las empresas con rendimientos crecientes, ni de una teoría mi-croeconómica de la distribución de los ingresos en los sistemas de este tipo6. Y o no voy a sumi­nistrar ninguna de estas piezas teóricas ausen­tes, pero a m i manera procederé c o m o si fuera no obstante posible discernir algunos de los perfiles principales de una teoría para una eco­nomía de este tipo.

El punto de partida es el famoso ejemplo de la fabricación de alfileres de A d a m Smith. T o ­dos conocen los supuestos básicos de este caso (Smith, 1776; Leijonhufvud, 1986). Suponga­m o s que tenemos un número determinado (por ejemplo, 10) de artesanos que fabrican alfile­res. Cada uno de ellos efectúa el proceso c o m ­pleto de fabricación de un alfiler utilizando su­cesivamente una serie de instrumentos. Smith sostenía que era factible reorganizar el trabajo de m o d o que aumentase considerablemente su productividad. Para lograrlo había que definir el proceso de producción c o m o una secuencia ordenada de ( 10) tareas y hacer que cada arte­sano se especialice en una de ellas.

Esta reorganización del trabajo permite que una m a n o de obra determinada produzca en mayor cantidad. Cada tarea se llevará a cabo con mayor destreza y a una velocidad m u y su­perior a la del proceso anterior. Ello es debido en parte a la simple especialización en tareas rutinarias, y en parte a la asignación de deter­minadas tareas a los trabajadores a fin de apro­vechar las ventajas comparativas de una m a n o de obra no homogénea (no se pierde tiempo pa­sando de una tarea a otra, etc.). Además , la or­ganización de las tareas según los principios de división del trabajo economiza capital h u m a n o y tal vez también herramientas. Los artesanos creadores pueden substituirse por obreros de fábricas m u c h o menos capacitados.

El ejemplo de la división del trabajo presen­tado por Smith demuestra que esta organiza­ción es m á s compleja en el sentido indicado más arriba: un número mayor de personas coo­peran en la producción de una unidad de pro­ducción determinada. Por consiguiente, voy a tratar este fenómeno c o m o un caso paradigmá­tico.

La división del trabajo y la empresa: economías de escala

La organización del trabajo de Smith da lugar, por lo general, a un rendimiento mayor a esca­la. La estructura de ese sistema cambia a medi­da que se desarrolla: «La división del trabajo depende de la extensión del mercado».

La descripción de la tecnología superior de la fabricación de alfileres no nos dice si la divi­sión mayor del trabajo tiene lugar dentro de una misma empresa o, tal vez, entre varias. El bien intermedio que se obtiene cuando se c o m ­pleta la tarea n ú m . i) podría ser de por sí un producto con un mercado propio. Puesto que a esta altura de nuestro estudio, los límites de las empresas son indeterminados, no podemos de­cir si las economías de escala logradas gracias a la mayor división del trabajo han de calificarse c o m o internas o externas. Dicho esto, conven­dría proceder como si nos ocupáramos de una sola empresa que explota una sola fábrica.

La estructura (costo mínimo) de la fábrica varia en su dimensión a medida que crece el mercado. Las fuentes de las economías de esca­la suelen ser interactivas, de m o d o que la reali­zación de economías en una dimensión abre nuevas oportunidades en otras dimensiones7.

1. Subdivisión del trabajo: a medida que se amplía la producción, la empresa buscará la manera de subdividir el proceso de producción en un mayor número de tareas diferenciadas, realizando así nuevas economías smithianas.

2. Economías de cadenas paralelas: con un bajo nivel de producción, algunas reservas de factores capaces de ofrecer una corriente conti­nua de sevicios de inversión permanecerán inactivas la mayor parte del tiempo. Si, por ejemplo, un operario en una cadena de montaje permanece inactivo la mitad del tiempo, la pro­ducción podrá duplicarse sin duplicar el e m ­pleo, es decir, construyendo una cadena parale-

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la y haciendo que ese operario trabaje en a m ­bas.

3. Mecanización: la etapa siguiente de la evolución, generalmente breve, que nos lleva del arte manual del artesano a la cadena de ta­reas rutinarias de la fábrica es la mecanización. D e la subdivisión constante del trabajo resul­tan operaciones tan «mecánicas» que una m á ­quina puede hacerlas mejor y m á s deprisa que un obrero. Sin embargo, para evitar que esas máquinas permanezcan inactivas mucho tiem­po, es necesario que haya una «extensión del mercado» equivalente; así pues, la mecaniza­ción suele dar lugar a una aceleración en la es­cala m á s económica.

La explotación de las economías que se ofrecen a medida que crece el mercado produce una mayor diferenciación funcional del equipo de capital y de la m a n o de obra. Pero las reper­cusiones para el capital y para la m a n o de obra no son simétricas, c o m o tampoco lo son las funciones de ambos factores en la dirección de una empresa: el capital alquila la m a n o de obra, pero no viceversa. Ello sugiere la posibilidad de describir teóricamente la empresa manufactu­rera capitalista sobre la base del tipo de tecno­logía antes descrito. Cuando la división de tra­bajo está m u y articulada dentro de la empresa, esa tecnología da lugar a un esquema de organi­zación laboral cuyo mejor ejemplo lo ofrece la cadena de montaje de Henry Ford. (Seria prefe­rible pues situar a nuestra empresa teórica a co­mienzos de siglo.)

La tecnología interviene en el problema del m o d o siguiente:

- Los insumos tienden a ser complementa­rios entre sí (por ejemplo, la cadena de montaje se detiene si falta un obrero o si una máquina sufre un desperfecto).

- La máquina típica es m u y especializada, y está «dedicada» a tareas particulares para ela­borar un producto particular. Puede no tener otros usos pero, por otra parte, no puede reem­plazarse rápidamente ni con facilidad: su mer­cado es exiguo.

- El típico obrero de una fábrica realiza una tarea especializada, pero no calificada. Existen muchas tareas alternativas que podría realizar rápidamente y con facilidad pero, por otra par­te, no es difícil de substituir: su mercado es abundante.

- Gracias al rendimiento de las economías

de escala la empresa obtiene una renta típica­mente monopolista, pero c o m o los insumos son complementarios, se trata de una renta conjunta8. Se trata naturalmente, de una ima­gen algo caricaturesca (espero que no m e lo ten­gan m u y en cuenta). Pero, a partir de estos su­puestos, puedo sostener que la naturaleza de la empresa manufacturera es la siguiente9: la ren­ta conjunta crea un problema de distribución que deberá resolverse si se quiere que los facto­res aprovechen el rendimiento de las econo­mías de escala. Las complementariedades entre los insumos significan que las productividades marginales no están definidas ni ofrecen orien­taciones para que se efectúe una distribución «justa». La división de la renta conjunta se convierte en un problema de negociación que sólo en parte viene determinado por las oportu­nidades alternativas de los insumos cooperan­tes en los mercados exteriores.

Supongamos que las máquinas pertenecen a distintos «capitalistas». Cada uno de ellos pue­de bloquear una coalición de todos los demás que trate de imponer una distribución particu­lar del ingreso. En el caso de una complementa-riedad extrema, el bloqueo se realiza retirando una máquina, lo que reducirá a cero la produc­ción total. Se trata pues de un juego desprovis­to de contenido, lo que significa simplemente que la institución social no es estable. Los capi­talistas no van a congelar su riqueza en forma de equipos altamente especializados a menos que se encuentre una forma institucional digna de confianza.

Si se quiere estabilizar el mecanismo de cooperación necesario para el aprovechamien­to de las economías de escala nadie ha de estar en una posición que le permita amenazar con retirar un insumo complementario de otros. (Por supuesto, en último término lo mejor que se consigue es que la dirección se entienda bila­teralmente con los sindicatos). La empresa se crea pues para controlar todas las máquinas complementarias que tienen mercados exterio­res exiguos.

Así pues, en el sector manufacturero la solu­ción normal del problema de organización ha sido la «unión de los capitalistas» en un cartel denominado «empresa» que alquila la m a n o de obra. La fuerza laboral se sentirá m u y incenti­vada para sindicalizarse en este marco particu­lar. En estas condiciones, «la m a n o de obra que

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alquila el capital» no es una alternativa factible de «el capital que alquila la m a n o de obra». Pa­ra que las empresas autogestionadas puedan al­quilar equipos de capital, es necesario que los insumos de capital no sean m u y complementa­rios en la línea de producción de que se trate, o bien que el mercado de esos equipos sea sufi­cientemente competitivo para garantizar un comportamiento fiable.

En los trabajos publicados sobre la integra­ción vertical, el límite entre la empresa y el mercado se analiza de manera m u y similar. El alto grado de «especificidad de los activos» (Williamson, 1975, 1985) amenaza a los con­tratos entre empresas con un oportunismo postcontractual o lo que en inglés se denomina un «hold-up» (Klein, Crawford y Alchian, 1978), es decir, la posibilidad de que un partici­pante en el proceso de producción someta a los restantes a su voluntad, c o m o los rehenes de un atraco a m a n o armada («hold-up»); por lo tan­to, es preferible la integración vertical dentro de una misma empresa.

Las computadoras, los robots y la división del trabajo

¿De qué manera el trabajo efectuado en las fá­bricas con la asistencia de computadoras va a afectar a las empresas industriales del tipo que acabamos de describir? Las respuestas a esta pregunta han de ser forzosamente especulati­vas, pero por lo menos es posible indicar algu­nos de los aspectos que habrán de estudiarse.

El empleo en las fábricas y el empleo en el sector servicios

En recientes discusiones se ha puesto de m o d a expresar inquietud por la «desindustrializa­ción» y el crecimiento del sector servicios. ¿Es esta inquietud la respuesta adecuada a la reducción del empleo en ciertos sectores fa­briles?

A d a m Smith y Karl Marx creían que la di­vision y la subdivisión del trabajo iban a con­vertir fatalmente el trabajo industrial en una serie de tareas cada vez m á s sencillas y caren­tes de significado. A m b o s temían que ello die­ra lugar a un proletariado de bajo nivel m e n ­

tal. (Recordemos la escena de Charlie Chaplin en la cadena de montaje, en la película «Tiem­pos Modernos».) Pero la mecanización cre­ciente que para Smith y Marx era también un resultado de la división del trabajo, introdujo una tendencia compensadora. Los obreros son sustituidos por máquinas precisamente en las tareas m á s repetitivas y mecánicas, al tiempo que ha aparecido una serie de nuevos empleos que exigen raciocinio y conocimientos técni­cos, c o m o el manejo, mantenimiento, repara­ción y reajuste de las máquinas. E n nuestro siglo esta tendencia compensadora ha descar­tado desde luego, hace ya mucho tiempo, la tendencia original que tanto preocupaba a Smith y Marx.

El trabajo en las fábricas con la asistencia de computadoras debería completar esta evo­lución y hacer que las máquinas se ocupen prácticamente de todas las tareas rutinarias de la producción. Los que manejan las máquinas irán siendo sustituidos paulatinamente por unos pocos supervisores de la producción que trabajarán frente a las pantallas de las compu­tadoras en una cabina de control. Por otra par­te, el personal de mantenimiento llevará a ca­bo tareas más especializadas debido a la naturaleza de las nuevas maquinarias.

La informatización de las industrias tradi­cionales creará una serie de puestos de trabajo en relación con la reparación, reprogramación y conversión de los robots industriales. Sin embargo, no parece estar m u y justificado que estas tareas sean realizadas por los empleados de las propias fábricas. Muchas tareas de este tipo podrán ser contratadas a empresas exter­nas, incluso de tamaño reducido, c o m o un ta­ller de fontanería o de reparaciones eléctricas, empresas cuya prosperidad y supervivencia dependen de la capacidad de un único propie­tario.

Si estas conjeturas se cumplen, los «viejos» empleos desaparecerán de las industrias m a ­nufactureras tradicionales, mientras que m u ­chos de los «nuevos» empleos aparecerán al margen de dichas industrias. Si la «desindus­trialización y el crecimiento del sector servi­cios» es de este tipo, el proceso será favorable. (En cambio, habría razones de inquietarse si la desindustrialización fuera consecuencia de la competencia extranjera, y el crecimiento del sector servicios del aumento del sector públi­co.) «Desindustrialización» es una palabra con

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connotaciones inquietantes porque nuestra cultura nos impulsa a asociar la «industrializa­ción» con el desarrollo económico. Esta aso­ciación empieza a ser probablemente una idea errónea. ¿No podría suceder que nuestras vie­jas industrias manufactureras siguieran la vía de la agricultura occidental: m u y pocos e m ­pleos y engorrosos excedentes de producción?

¿El final de las economias basadas en la producción en serie? Las economías de escala del «sistema tradicio­nal de fabricación» se caracterizaban por la es­tandarización del producto, es decir, eran eco­nomías basadas en la fabricación de objetos idénticos en grandes cantidades. C o n la infor-matización, la fabricación seriada perderá im­portancia. Los automóviles producidos por una cadena de montaje japonesa, por ejemplo, ya no son idénticos. Las computadoras contro­lan el color y las diversas opciones requeridas para cada auto, y lo hacen a un costo m u y re­ducido.

Por consiguiente, llegará un momento en que los consumidores ya no habrán de resig­narse, como hacían hasta ahora, a la idea que tiene el fabricante del «gusto medio». Esto se­rá desde luego ventajoso, sobre todo para las personas individualistas o de gustos más re­buscados.

Pero no quisiera que se m e entendiese mal. El hecho de que las series más pequeñas resul­ten económicas no significa que las economías de gran escala vayan a disminuir. L o que signi­fica más bien es que las economías de la pro­ducción en cadena de montaje serán posibles aunque se fabriquen productos diferenciados. Actualmente, lo que observamos en Prato o en Taipeh -y tal vez también en Canoga Park, California, donde yo vivo- es que hay un gru­po relativamente reducido de industriales inci­pientes que están aprovechando con el máxi­m o dinamismo las nuevas posibilidades de producir series pequeñas de manera económi­ca empleando métodos industriales y no arte-sanales. Sin embargo, en las ramas comerciales donde las economías de la cadena de montaje siguen siendo importantes, podría ocurrir a la larga que los grandes productores invadan los estrechos «nichos ecológicos» donde la ausen­cia de economías potenciales de producción en serie ha protegido hasta ahora a los pequeños productores.

La empresa italiana de prendas de vestir Benetton es obviamente un ejemplo de lo que acabamos de exponer. Esta empresa tiñe las prendas después de confeccionadas y obtiene así economías de escala en la producción de prendas uniformemente blancas; además, está en condiciones de ofrecer una diversidad de colores en surtidos pequeños sin sufrir el enca­recimiento de los establecimientos de modelos exclusivos.

Otro posible ejemplo es el de las casas uni-familiares. Desde hace mucho tiempo se sabe que la calidad de las casas prefabricadas, en sus diversos tamaños, puede controlarse m u ­cho mejor que la de las casas contruidas in si­tu. E n Suécia, las casas prefabricadas cuentan con un mercado bastante vasto; en E E . U U . no, quizá porque en el mercado norteamerica­no las preferencias están más diversificadas. Si resulta factible producir los elementos de las casas prefabricadas sin uniformizar el resulta­do final -haciendo que las computadoras esta­blezcan de qué manera han de conectarse las cañerías y cuál es la longitud necesaria de los conductos, etc.- puede ocurrir que los peque­ños contratistas se vean expulsados del merca­do por las grandes empresas.

La reducción en el encarecimiento de las series pequeñas, que es una consecuencia nor­mal de la revolución informática, no creará una tendencia general hacia la descentraliza­ción y las unidades más pequeñas. Pero hay otras varias tendencias nuevas que deben considerarse, algunas de las cuales podrían ser más prometedoras para las pequeñas e m ­presas.

¿Autómatas que lo hacen todo?

Supongamos que alguien invente una máquina absolutamente polivalente, un autómata que, con el soporte lógico adecuado y con acceso­rios opcionales, pueda hacer «cualquier cosa» (es decir, todo lo que una máquina puede ha­cer). Ciertamente se trata de un caso impro­bable, pero esta hipotética suposición nos permite examinar en términos generales las consecuencias del capital que puede transferir­se de un uso a otro (por ejemplo, el capital «re-desplegable» según la terminología de Klein y Leffler[1981]).

Smith, Babbage, Marx y Mili consideraban

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Tomar la medida del tiempo. Keystone.

que la división del trabajo en la fabricación de alfileres era eficaz porque el obrero tendía a desconcentrarse y perder su destreza si tenía que cambiar de tareas constantemente. Ahora se supone que la computadora no pierde su concentración, pero los autómatas sí pierden aparentemente su «destreza» si se les exige ta­reas m u y variadas. U n obrero puede usar suce­sivamente un taladro y un destornillador sin perder m u c h o tiempo. Pero para conseguir el aprovechamiento óptimo de los autómatas, no m e parece que haya que pedírseles eso precisa­mente. Algunos principios de la planificación de la producción derivados de la organización del trabajo h u m a n o podrán resultar, pues, más pertinentes para los autómatas que para los se­res humanos. En particular, la secuencia preci­sa de tareas se convierte en un requisito más rígido. (Supongamos, por ejemplo, que una plancha de metal deba cortarse de cierta m a ­nera, tener un número determinado de perfo­raciones, ser calentada y plegada, y a continua­

ción esmaltada o revestida con algún otro producto. C o n los autómatas, hay que asegu­rarse de que todas las perforaciones se efec­túan en la misma fase y no en dos fases dife­rentes; con los trabajadores de la cadena de montaje, esto no tiene mucha importancia.)

El término «cadena de montaje» no ha de entenderse en este caso literalmente sino en sentido figurado, para tener presente que la producción es una secuencia ordenada de ta­reas. Ahora bien, la teoría de la «vieja» empre­sa fabril que hemos expuesto antes sostenía, en efecto, que esas secuencias de tareas estaban integradas verticalmente cuando, de no ser así, los propietarios del capital incorporado en un eslabón de la cadena de producción serían «re­henes» de los situados en uno o varios de los otros eslabones. Las condiciones que crean una posible situación de «hold-up» son las si­guientes: i) un alto grado de complementarie-dad entre los insumos de capital en las diver­sas etapas; ii) la especialización de los

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insumos, como las máquinas «univalentes», que no pueden adaptarse a otros usos a bajo costo, iii) los mercados exiguos para el capital especializado que hacen que la substitución de una pieza de la maquinaria o el empleo alter­nativo de la misma sean costosos y lleven m u ­cho tiempo10.

Podemos suponer que el autómata poliva­lente eliminará las condiciones ii) y iii) ya que podrán reprogramarse y adaptarse para un empleo alternativo a un costo relativamente bajo. Además , el mercado de las máquinas po­livalentes debería ser bastante importante aunque, desde luego, puede haber problemas de «averías polivalentes».

Las consecuencias serían de dos tipos. En primer lugar, los argumentos en favor de las amplias empresas fabriles verticalmente inte­gradas pierden gran parte de su peso. H e aquí pues el razonamiento en favor de las empresas pequeñas que no tuvimos en cuenta al consi­derar las economías de la producción en serie. En segundo lugar, el autómata polivalente po­dría tener m u y bien un mercado de alquiler. Este tipo de capital convertible podría enton­ces favorecer el desarrollo de empresas «no ca­pitalistas» en el sentido de que alquilarían y no poseerían la mayor parte de su capital no h u m a n o .

¿Un retorno al sistema de intermediarios?

Por supuesto, este sistema nunca desapareció del todo. Los intermediarios, han estado siem­pre presentes en los centros del comercio textil de todo el m u n d o . Pero como forma de organi­zación de la industria, con la revolución indus­trial su importancia disminuyó después en re­lación al sistema fabril. Este sistema permitía la organización de la producción según la teo­ría de la división del trabajo de Smith; sus des­ventajas evolutivas se debieron probablemen­te a la cantidad de capital inmovilizado en existencias y a los costos de mantenimiento de éstas, incluidas las pérdidas debidas a los ro­bos. D e ser así, éstos son los tipos de gastos que han reducido radicalmente el control in­formatizado de las existencias y otros procedi­mientos semejantes.

C o m o acabamos de señalar, el capital m a ­leable, en la forma de nuestro hipotético autó­mata polivalente, reduciría o eliminaría las di­

ficultades de vincular las diversas etapas de la producción por contratos m á s que con un ce­loso sistema de propiedad. N o obstante, si en un proceso de producción intervienen varias empresas, siempre será necesario un agente de coordinación.

E n sentido literal, el «intermediario» es un agente de coordinación que posee la materia prima o el producto intermedio que elabora­rán sus subcontratistas. N o cabe duda de que este sistema subsistirá en una u otra parte del m u n d o mientras existan diferencias importan­tes en el costo de capital entre el intermediario y sus subcontratistas. Pero, por lo general, no es de prever un retorno a este sistema en esta forma particular. En el contexto de una orga­nización industrial donde, c o m o acabamos de señalar, el agente de coordinación podría m u y bien prescindir de la propiedad del equipo de capital, tampoco hay muchas razones que jus­tifiquen que ese agente posea también las mer­caderías elaboradas.

Sin embargo, es probable que la subcontra-tación de la mayoría de las etapas - o todas-de la producción por un agente de coordina­ción situado en una posición central adquiera cada vez más importancia. La empresa coordi­nadora incluso puede mantenerse al margen de la fabricación para especializarse en el co­mercio y en la comercialización de las merca­derías terminadas.

La división del trabajo en la macroeconomia

Trasladaremos ahora nuestro examen de la empresa a un sistema m á s amplio. Imagine­m o s un sistema de insumo-producto no lineal que represente un sector fabril donde cada e m ­presa produce con un redimiento creciente a escala. Supondremos que cada empresa utiliza también por lo menos un producto intermedio que representa una proporción elevada del va­lor añadido al producto de la empresa y que, por supuesto, es producido a su vez con un rendimiento creciente por otra u otras e m ­presas.

¿Nuevas fuentes de ventajas comparativas? U n subsistema de empresas interrelacionadas de este tipo arrojará un rendimiento cada vez

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mayor. Esto significa, c o m o antes, que parte de los ingresos totales del sistema tendrá el ca­rácter de una renta conjunta y que la distribu­ción de esta renta, también c o m o antes, crea un problema. En un sistema hipotético donde no se plantee el problema del «hold-up» ha­bría que poder recurrir a acuerdos contractua­les, regulados por la competencia, para llegar a una solución. Sin embargo, por lo general la especificidad de los activos no se eliminará del todo y las dificultades de contratación, y los costos de las transacciones, podrían llegar a ser m u y grandes.

En un interesante documento aparecido re­cientemente, Julia Bamford discute los aspec­tos sociológicos del crecimiento económico de la «Terza Italia» («Tercera Italia»). Entre otras cosas, su documento ofrece algunas interesan­tes explicaciones de ese problema. En efecto, las comunidades estables y relativamente m u y unidas parecen gozar de una ventaja compa­rativa a la hora de determinar patrones de cooperación entre numerosas empresas que, reunidas, obtienen rentas conjuntas. Esas co­munidades pueden hacer que los valores cultu­rales compartidos ejerzan una influencia en las partes contratantes para que, por lo menos, se reduzca la diversidad de las indeterminaciones monopolísticas bilaterales, y pueden también vigilar la conducta de los empresarios en lo re­lativo a la regularidad de las negociaciones y la seriedad de su actuación poscontractual. En cambio, las sociedades m u y móviles y hetero­géneas adolecerán de una relativa desventaja en este contexto.

Costos y beneficios de la integración Por último, he aquí algunas preguntas difíciles de responder: ¿cuáles son los costos y los bene­ficios de «pertenecen) a una estructura seme­jante? ¿Cuáles son las alternativas? ¿ C ó m o cambiarán los costos y los beneficios de resul­tas de las nuevas tecnologías?

La parte positiva, naturalmente, es que el nivel medio de vida será más elevado cuanto m á s integrada esté la economía local en la di­visión mundial del trabajo. Esto es cierto, por lo menos, en un contexto de equilibrio a largo plazo". Pero nos han dicho que los plazos lar­gos pueden ser fatales y, en efecto, comprome­ternos en esa integración sería m u y peligroso. Puede ocurrir que no se reúnan las condicio­

nes políticas necesarias para un grado m u y al­to de división internacional del trabajo, y ello provocar un desorden financiero internacional o el proteccionismo. Además , la economía lo­cal queda m á s supeditada a las condiciones del ciclo económico internacional que no pueden controlarse con políticas nacionales de estabi­lización.

El problema es que las estructuras produc­tivas c o m o las que hemos descrito m á s arriba no son capaces de reducir proporcionalmente las actividades. Aunque hay otras explicacio­nes más frecuentemente aducidas del proble­m a , creo que la mejor ilustración del m i s m o la da la Ley de O k u n , según la cual el producto varía con una amplitud aproximadamente tres veces mayor a la del empleo a lo largo de un ciclo.

Para hallar una imagen m á s concreta, pen­semos en una «empresa representativa» que explote dos cadenas de montaje paralelas con algunas máquinas y sus operarios que trabajan en ambas cadenas. En un m o m e n t o de rece­sión la empresa cierra una cadena, pero no puede despedir a la mitad de los obreros. Para hacer frente a los mayores costos unitarios de­bidos a la reducción de la producción, la e m ­presa fijará un precio relativamente más eleva­do para sus productos. Pero las empresas que son sus clientes se hallan en la misma posi­ción. Por consiguiente, todos pierden en la re­cesión y la mayoría no puede evitar sufrir pér­didas al reducir aún más la producción en el margen. A d e m á s , el obrero despedido no pue­de persuadir a la empresa a que vuelva a poner en movimiento la cadena de montaje inactiva disminuyendo su precio real de oferta, ni la empresa puede provocar una expansión en to­da la estructura de insumo-producto reducien­do el precio de oferta de su producto.

En la medida en que las demandas finales del producto neto de tal sistema provienen del extranjero, las políticas monetarias nacionales poco pueden hacer para estimular una recupe­ración real de la recesión. Es fácil recurrir a una política inflacionaria, pero difícil lograr la expansión de la estructura insumo-producto. A medida que la división del trabajo se hace cada vez m á s compleja y se difunde a través del espacio con creciente independencia de las fronteras nacionales, los errores cometidos en la coordinación de las políticas macroeconó­micas resultan m á s costosos.

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Por ende, las recesiones de los sistemas de este tipo son más difíciles de resolver que los habituales macromodelos con funciones de producción de rendimiento constante. Las grandes fluctuaciones de los tipos de cambio reales también parecen provocar serios proble­mas en los sistemas de producción de este tipo.

Reducir un sistema con economías de esca­la incorporadas y adaptado a un vector de tipos de cambio para desarrollarlo nuevamente en otra dirección puede ser un proceso terrible­mente difícil y m u y diferente del ajuste paulati­no en función de las posibilidades de la produc­ción que sugieren modelos basados en los ele­

mentos indivisibles, no convexos y comple­mentarios de la producción.

La economía convencional no puede diri­girse con el tipo de teoría de la producción dis­cutido en este artículo. El hecho de que en el pasado no se la haya tenido en cuenta significa a la vez que la intuición no está preparada para llevar el análisis hasta donde haga falta y que hay pocas teorías formales a que recurrir cuan­do la intuición se agote. Por razones m u y prác­ticas -la integración del Mercado C o m ú n Eu­ropeo en 1992- necesitamos más trabajos teó­ricos sobre este tema.

Traducido del inglés

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Y O U N G , Allyn, «Increasing Returns and Economic Progress», Economic Journal, diciembre de 1928.

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Los costos de información y la división del trabajo* 185

Notas

* U n a primera versión de este documento se presentó en la tercera Conferencia Anual P R O T E R sobre la Sociedad Postindustrial, celebrada en Spoleto del 10 al 12 de julio de 1986, y se publicó con el título «Costi deirinformazione e divisione del lavoro», en L'Induslria, VIII: 1, enero-marzo de 1987.

1. La imagen general del desarrollo económico que hemos expuesto en este artículo se basa en las ideas clásicas de Allyn Young (1928). Después de un largo período de oscuridad, las ideas de Young han sido objeto de un prometedor desarrollo formal en R o m e r (1986-1987). El presente artículo, sin embargo, trata de mantenerse al margen de debates viejos y confusos sobre los límites entre las economías de escala externas e internas.

2. Sowell (1980), pág. 7.

3. Power (1963). Basil Y a m e y m e informa de que Eileen Power era tan aficionada a utilizar a Bodo en sus clases que sus colegas de la Escuela de Economía de Londres decían que estaba predicando la «bodolatría» a sus alumnos.

4. Obsérvese que las tres ideas mencionadas se adaptan perfectamente a los modelos de

rendimiento constante de la producción. Por consiguiente, tienden a pasar por alto el tema de la división del trabajo con rendimientos cada vez mayores, que se desarrolla en este artículo.

5. Sin embargo, son sobre todo los teóricos del comercio internacional quienes se han ocupado recientemente de este tema y lo han desarrollado en cierta medida. El hecho de que el comercio internacional consiste sobre todo en intercambios de productos similares entre regiones con dotaciones similares de factores es aparentemente la razón motivadora de ese esfuerzo. Véase el excelente estudio de Helpman

(1984) y el libro de Helpman y Krugman(1985).

6. En cuanto a la posibilidad de combinar los rendimientos cada vez mayores con una competencia perfecta, posibilidad que varias generaciones de teóricos han negado o han puesto en duda, véanse Chipman (1965, sec. 2.8; 1970), Helpman (1984) y R o m e r (1986, 1987).

7. Véase Leijonhufvud (1986), págs. 213-216.

8. En casos excepcionales, la competencia de los productores de sucedáneos m u y parecidos podría hacer que los beneficios fueran no positivos. Pero, por supuesto, el problema de la renta conjunta seguiría en pie.

9. Véase mi trabajo ( 1986), págs. 217-219.

10. Nuevamente, el término «máquina» se utiliza aquí en sentido figurado. Lo propio ocurre cada vez que se producen gastos para disolver una organización particular de inputs hallando empleos alternativos para ellos.

11. Tradicionalmente se mencionan los rendimientos cada vez mayores c o m o argumento en favor del proteccionismo (el argumento de la «industria incipiente»). La idea subyacente a las opiniones antes mencionadas es que las pérdidas causadas por la disminución general de la división del trabajo provocada por el proteccionismo, contrarrestarán con creces las ganancias de algún sector más o menos «incipiente». Pero esto no se ha demostrado. Helpman y Krugman terminan su libro con la siguiente evaluación del estado de nuestros conocimientos sobre el tema (pág. 265): «Nuestro análisis... sugiere una presunción general de que el comercio sigue siendo beneficioso en un m u n d o caracterizado por las economías de escala y por una competencia imperfecta. En realidad, lo que se presume son las ganancias extraordinarias y un carácter adicional a los beneficios normales del comercio.»

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Las economías socialistas en la encrucijada

Oleg T. Bogomolov

El potencial económico y sus puntos débiles

Durante decenios, los países socialistas han fi­gurado entre los m á s dinámicos sectores en de­sarrollo de la economía mundial. En el curso de la última postguerra, han reforzado considera­blemente su potencial económico, científico y tecnológico y ejecutado importantes progra­m a s sociales.

Facilitan estos países amplias garantías sociales a sus ciudadanos (el derecho al trabajo, a la educación, a la atención médica gratui­ta, al recreo, descanso...), pese a lo cual no han careci­do de problemas y conflic­tos e, incluso, en algunos casos, han atravesado cri­sis. Los mecanismos socia­les y económicos y, sobre todo, la gestión han resulta­do insuficientemente flexi­bles y receptivos a las nece­sidades de la evolución científica, tecnológica y social moderna, situa­ción que ha suscitado la necesidad de una pro­funda perestroika de la vida social, rasgo éste característico del presente decenio de los ochenta.

Las economías de la mayoría de los países socialistas son el principal objetivo de modifi­caciones y reestructuraciones en profundidad, reformas radicales que tienen por finalidad m e ­jorar su eficacia e intensificar el desarrollo eco­nómico: se pretende utilizar los incentivos eco­nómicos y estimular el interés por aumentar la

Oleg T. Bogomolov es director del Ins­tituto de Economía del Sistema socia­lista mundial, en la Academia de Ciencias de la U R S S , Novo Chere-mushkinshaya 46, Moscú 117-418, U R S S . Es miembro del Comité Ejecu­tivo de la Asociación Económica Inter­nacional, y autor de numerosos libros y artículos sobre la economía política del socialismo, la división internacional del trabajo y la integración económica socialista.

productividad de la m a n o de obra, acelerar el progreso tecnológico, mejorar así considerable­mente el bienestar general, enriquecer las vidas de los ciudadanos y fomentar las actividades creadoras y la inventiva populares.

La situación impone objetivamente la pe­restroika, pero ésta se entiende y aplica en los distintos países en grado diverso, conforme a las condiciones específicas, a la experiencia acumulada, a multitud de factores subjetivos y

a la carga que en cada uno supongan los problemas heredados del pasado.

¿ C ó m o funcionan las economías de los países so­cialistas en esta encrucija­da y qué papel desempeñan en la división internacional del trabajo?

La situación del bloque socialista en la economía mundial está determinada, ante todo, por su produc­ción, su potencial científi­co y tecnológico y el dina­m i s m o de su crecimiento

económico. Entre 1971 y 1985, el producto in­terior bruto aumentó en el conjunto de los paí­ses socialistas a un ritmo medio anual de 5,3 %, frente a 4,6 % en los países miembros del C o n ­sejo de Asistencia Económica Mutua ( C A E M ) , 2,9 % en los Estados capitalistas desarrollados y 4,7 % en los países en desarrollo.

N o se puede afirmar que estos datos estadís­ticos sean absolutamente fidedignos, pero los confirma en alguna medida el aumento de la producción de los bienes de mayor importan­cia económica, pues el porcentaje de la produc-

RICS120/Jun. 1989

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188 Oleg T. Bogomolov

ción mundial de energía eléctrica correspon­diente a los países socialistas ha pasado en los últimos quince años del 23 al 26 %; el de la ex­tracción de petróleo, de 18 a 28 % y el de gas de 22 a 41 %; el de la producción de acero, de 30 a 38 %; el de abonos minerales, de 33 a 43 %; el de máquinas herramienta para corte de meta­les, de 39 a 53 %; el de tractores, de 47 a 58 %, etc. Ahora bien, el porcentaje de los países so­cialistas en la producción mundial de los bienes más rentables y productos con mayores conoci­mientos científicos incorporados ha sido consi­derablemente inferior al alcanzado por sus in­dustrias básicas.

Desde luego, los indicadores cuantitativos por sí solos, por m u y reveladores que sean, no representan un criterio suficiente de la competiti-vidad del socialismo, la cual está determinada por la productividad de la m a n o de obra, el do­minio a escala nacional de los adelantos científi­cos y tecnológicos más recientes y el grado de participación en la división mundial del trabajo. En los últimos quince años, tanto la eficacia eco­nómica nacional y los ritmos de consumo de combustible, energía eléctrica y materiales por unidad producida como la participación de los países socialistas en el comercio mundial no sólo no han mejorado, sino que incluso han disminui­do atendiendo a los indicadores mundiales m e ­dios. Por ejemplo, en los países europeos del C A E M , la proporción de la renta nacional desti­nada a energía eléctrica y metales es aproximada­mente de 1,5 a 2 veces m á s elevada que la de los países de la C E E , mientras que la productividad laboral es inferior en un 60 %.

En el m u n d o socialista tiene lugar un proce­so de nivelación del desarrollo económico de los distintos países, pero a un ritmo m á s bien lento, por lo que siguen existiendo diferencias considerables. Así, la proporción entre los in­gresos per capita de los países socialistas m á s desarrollados (República Democrática Alema­na, Checoslovaquia) y los menos adelantados (Cuba, Vietnam) es aproximadamente de 5 a 1. En los últimos años, se ha observado una dife­renciación evidente, no sólo entre esos grupos de países, sino también entre los países euro­peos del C A E M .

Destacan los resultados obtenidos por la R D A , país que ha alcanzado, entre 1981 y 1987, incrementos estables de la renta nacional que se sitúan aproximadamente en 4 %. En Hungría, la R D A , Checoslovaquia y Bulgaria,

la agricultura ha dado pruebas de una elevada productividad. Mientras que anteriormente Checoslovaquia debía importar muchos de sus alimentos, en la actualidad es en lo fundamen­tal autosuficiente, y la R D A y Polonia también han disminuido considerablemente las impor­taciones de alimentos. En cambio, la agricultu­ra de la U R S S y de otros países del C A E M aún no satisface las crecientes demandas de la po­blación.

Por lo que se refiere a la riqueza material de la población y a la saturación del mercado in­terno con alimentos y bienes de consumo, la R D A y Checoslovaquia no son inferiores a la mayoría de los países de Europa Occidental y, en la distribución de fondos públicos a la po­blación y la prestación de otras garantías socia­les obtienen, incluso, resultados mejores.

A finales del decenio de 1970, el ritmo de crecimiento económico de la mayoría de los países socialistas europeos disminuyó conside­rablemente, tanto por influencia de cambios objetivos en las condiciones de la producción como por el retraso experimentado en la adap­tación de la política económica y de los méto­dos de gestión a los mismos.

El reforzamiento de la disciplina y la supre­sión de determinados estrangulamientos de la economía hizo aparentemente posible contener la tendencia a la disminución de los ritmos de crecimiento e incluso elevarlos ligeramente en 1985-1986, fecha a partir de la cual volvieron a disminuir, como se ve en el cuadro 1.

C U A D R O 1. Ritmos de crecimiento de la renta nacional de los países del C A E M y de Yugoslavia (en %)

Promedio en

País

Bulgaria Hungría Vietnam RDA Cuba Mongolia Polonia Rumania U R S S Checoslovaquia Países del C A E M , total Yugoslavia

1981-1985

3,7 1,3 6,4 4,5 8,5 6,5

-0,8 4,4 3,6 1,7 3,3 0,5

1986

5,3 0,6 4,2 4,3

-1,9 5,6 5,2 7,3 4,1 2,4 4,2 3,6

1987

5,1 3,2 2,1 4

-3,5 3,5 2,0 4,8 2,3 2,0 2,5

-0,5

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Joven polaca manifestándose a favor de la perestroïka y del glasnost, durante la visita de Mikhail Gorbatchev a Varsóvia, en el m e s de julio de 1988. Sipa-Press.

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La inversión de la tendencia ascendente de la renta nacional de la mayoría de estos países y la acumulación simultánea de sus deudas exter­nas revelan la existencia de graves dificultades económicas.

En los últimos años, ha crecido rápidamen­te la importancia de China, tanto en la econo­mía mundial c o m o en su sector socialista. Chi­na destaca entre las grandes potencias por los elevados ritmos de su crecimiento económico. En 1981-1987, los ritmos anuales medios de crecimiento de la renta nacional se situaron, aproximadamente, en 9 %, los de la producción industrial, en 12 %; los de la producción agríco­la, en 9 %. Las relaciones económicas externas del país evolucionaron a ritmo similar. Este crecimiento dinámico se debe a una profunda transformación positiva de la vida social y a la reforma económica iniciada en la agricultura, que se va extendiendo progresivamente a los demás sectores de la economía.

Evidentemente, el proceso de perestroïka de China no está exento de reveses: en concreto, han aparecido tendencias inflacionistas malsa­nas, se ha agravado la desigualdad, la industria no dispone de suficiente combustible y mate­rias primas y se ha acumulado un importante déficit de la balanza de pagos, todo lo cual se refleja en una reducción drástica de los ritmos de crecimiento de la renta nacional y de la pro­ducción industrial, que ha obligado a los diri­gentes del país a ajustar la política económica y a limitar los ritmos de la inversión y el creci­miento para evitar que la economía se «reca­liente».

En realidad, el nivel de desarrollo económi­co sigue siendo m u y bajo, pero China, con sus mil millones de habitantes y sus vastos recursos naturales, tiene un gran potencial de crecimien­to. Las severas lecciones del pasado han sido m u y instructivas para los dirigentes de este gran país y la experiencia adquirida disminuye el peligro de que se cometan en el futuro graves errores de cálculo y refuerza las perspectivas de duplicar la renta nacional a finales de siglo. La economía china se abrirá más; el país se con­vertirá en un gran exportador e importador mundial de una amplia g a m a de bienes.

China está superando la inercia y la rigidez de la gestión, y suprimiendo los frenos que du­rante largo tiempo han bloqueado a la sociedad con mayor decisión y rapidez que la Unión So­viética y los países socialistas europeos. Al mis­

m o tiempo, su experiencia convence a otros Es­tados socialistas de las posibilidades que ofrece la perestroika, incitándoles a efectuar profun­das reformas sociales y estructurales.

Lo expuesto muestra que ya se ha iniciado la búsqueda de un nuevo modelo de socialismo acorde con la época moderna -con lo que ésta entraña de innovaciones revolucionarias en la tecnología, la cultura y la información- y con la necesidad de democratizar la vida social y los contactos internacionales y de implantar un pensamiento político nuevo. Los modelos esta­linistas y neoestalinistas han demostrado su es­terilidad en las nuevas circunstancias.

El nuevo modelo no goza aún de apoyo uná­nime. La experiencia actual de diversos países no está exenta de ambigüedades y es objeto de valoraciones contrapuestas; sin embargo, por grande que sea la inercia de los estereotipos, las tradiciones o los prejuicios dogmáticos, la si­tuación propicia la aplicación de innovaciones atrevidas y revolucionarias.

En las condiciones actuales, se ha revelado con claridad la diversidad cada vez mayor de enfoques propios de cada país para resolver los problemas urgentes, al tiempo que ha crecido la influencia recíproca de las pautas nacionales de transformación social. A u n q u e cada país re­calca a m e n u d o el carácter específico de sus reformas y advierte que no conviene imitarlas mecánicamente, se pueden extraer algunas conclusiones de orden general.

El nuevo modelo de economía socialista

En la esfera económica, ya se han esbozado con alguna claridad las líneas maestras del cambio. Se da especial importancia al paso de un régi­m e n de gestión predominantemente ordenan­cista y administrativo, que busca la moviliza­ción por mandato, a métodos fundamental­mente económicos, que despierten el interés de las empresas, los colectivos laborales y los tra­bajadores considerados individualmente. L a coacción no económica es cada vez m á s una excepción, no la norma, de la gestión económi­ca, gracias a lo cual se liberan fuerzas creadoras de la sociedad, y los intereses individuales y co­lectivos constituyen la fuerza motriz del pro­greso económico. La economía se va liberando de las trabas que, por exceso de reglamenta-

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Las economías socialistas en la encrucijada 191

ción, la constreñían anteriormente, al tiempo que gana en flexibilidad y en capacidad de adaptarse con m á s rapidez a los cambios tecno­lógicos y de ingeniería y a la demanda de los mercados interno y mundial.

Se está descentralizando la adopción de de­cisiones y los órganos superiores delegan im­portantes derechos y deberes, gracias a esta for­m a nueva de abordar la gestión, basada en una amplia diversificación de la producción de bie­nes, en las relaciones de mercado y en la auto­nomía económica que permite a las empresas funcionar conforme a los principios de la auto-financiación y la autoamortización. Asimismo, se está modificando el régimen previo de con­trol, en el que se planificaba la vida económica desde el centro mediante instrucciones obliga­torias que había que seguir a toda costa, aun en detrimento de los productores y consumidores. Cada vez resulta m á s evidente que -gracias al empleo de los instrumentos que constituyen los bienes esenciales, el dinero, las normas y regla­mentos fijados por la planificación del Estado no sólo no pierde eficacia sino que incluso la gana. La sustitución de la planificación directi­va estatal por la planificación indicativa, que no es una tarea sino un objetivo al que deben tender las empresas, se ha justificado, en térmi­nos generales, en Hungría y China. Esa planifi­cación contribuye a la mejora de los paráme­tros cualitativos del desarrollo económico y a su intensificación, al liberar la iniciativa y la capacidad empresarial y fomentar la responsa­bilidad en lo que se refiere a la rentabilidad.

Aunque la mayoría de los países socialistas se encaminan hacia una mayor libertad de la actividad económica, aún no se ha definido plenamente el grado de democratización y cen­tralismo que se aplicará. Todavía existen gran­des diferencias debidas al carácter específico de la situación económica y política de los dis­tintos países y a la resistencia de las fuerzas conservadoras, pero hay una presión constante para reforzar los cimientos democráticos de la economía socialista.

La experiencia de Hungría, la R D A , C h e ­coslovaquia y China en lo que se refiere a la gestión de la agricultura, la industria ligera, la industria alimentaria y los servicios demuestra las ventajas indiscutibles de los métodos eco­nómicos respecto de los métodos de carácter administrativo. N o es casual que en algunos países haya sido en la agricultura donde se han

iniciado las reformas económicas y se han co­menzado a aplicar los mecanismos de mercado para reglamentar la vida económica. Los resul­tados obtenidos en este sector han mejorado con relativa rapidez los niveles de vida y han preparado el terreno para la introducción de métodos de gestión similares en otros sectores.

Los cambios importantes en lo que se refie­re a la propiedad son otro rasgo del nuevo m o ­delo de socialismo. La propiedad está siendo liberada de deformaciones burocráticas y adap­tada al nivel real de socialización de las fuerzas productivas. La experiencia de muchos países socialistas demuestra la conveniencia de conju­gar diversas modalidades de propiedad pública de los instrumentos y medios de producción con la propiedad individual, familiar y de gru­pos reducidos, de m o d o que, al tiempo que se mantiene el papel dirigente de la propiedad pú­blica, se permitan formas mixtas: estatal-coo-perativas, estatal-individuales, estatal-capita-listas (con capitales extranjeros), etc.

Este pluralismo responde a las necesidades de relaciones de producción coherentes con el carácter de las fuerzas productivas. Mientras éstas no sean -y no deben necesariamente ser­lo- de gran escala y estén m u y concentradas, su incorporación a la propiedad estatal o nacional es de carácter meramente formal. E n la prácti­ca, en lugar de una socialización, se producen superestructuras administrativas y burocráti­cas supérfluas que disminuyen la eficiencia de la producción. Se rompen las relaciones direc­tas y naturales entre la propiedad y la apropia­ción de sus productos para el uso, que es lo que constituye la esencia de esas relaciones de pro­piedad. Si la propiedad de los medios de pro­ducción no aparece asociada en ningún m o ­mento a la apropiación de los productos, ni a aumentos del consumo y los ingresos, carece de sentido: la propiedad estatal se considera «pro­piedad de nadie», actitud considerablemente difundida, y si nadie se ocupa de economizar la riqueza nacional, florecen el despilfarro y el de­rroche.

La pereslroika de las relaciones de propie­dad tiene por objeto acabar con la alienación del productor frente a los medios de produc­ción, situar el bienestar de los trabajadores, tanto colectiva c o m o individualmente, en rela­ciones claras con el Estado y el valor de la pro­piedad pública. D e hecho, al dejar la financia­ción, la amortización y la administración en

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manos de las propias empresas se separan las funciones de la propiedad y del control de los medios de producción. Por así decirlo, se arrienda la propiedad estatal a los colectivos de las empresas, en quienes descansa la responsa­bilidad directa de su empleo y mantenimiento eficientes. La propiedad, mientras está a dispo­sición de un colectivo que disfruta de una a m ­plia independencia económica, además del control estatal, adquiere su propietario particu­lar, un colectivo laboral.

U n a forma cooperativa de actividad da lu­gar asimismo a una actitud de propietarios res­ponsables. Las cooperativas basadas en la fu­sión voluntaria de los medios de producción y el trabajo, la plena democracia y la indepen­dencia en materia de administración, aunadas a relaciones de mercado en toda la economía del país, tienen grandes posibilidades. La expe­riencia de muchos Estados socialistas confirma la eficacia de cooperativas de esa índole, no só­lo en la agricultura, sino también en la indus­tria, el comercio, el transporte o los servicios. Esto explica el renacimiento y el aumento de la propiedad cooperativa en su forma real, no dis­torsionada por una nacionalización parcial. Su­cede con frecuencia que los empleados adquie­ren las empresas estatales y las transforman en cooperativas.

La práctica de algunos países demuestra que el arriendo de las instalaciones estatales o de equipos de menor entidad a cooperativas, familias o individuos permite mejorar conside­rablemente las prestaciones comerciales y de servicios a los hogares, y responder plenamente a las necesidades de la población. Evidente­mente, esas actividades deben estar sometidas a controles estatales, económicos y de otra ín­dole para evitar los abusos y la obtención de ingresos ilegales.

Los porcentajes de las distintas modalida­des de propiedad dependen del grado en que cada una de ellas contribuya a promover la ac­tividad laboral y a ofrecer las más amplias posi­bilidades de acelerar el crecimiento de la pro­ducción y aumentar su eficacia. Ningún postu­lado abstracto, teórico, puede regir la selección de las modalidades de propiedad, que habrán de depender únicamente de la respuesta dada en la práctica a los intereses individuales y pú­blicos, nacionales y locales, industriales y esta­tales. Los errores del pasado advierten que se debe evitar una nacionalización formal, que

ocasiona inevitablemente retrasos y da lugar a la burocracia: formación de numerosas super­estructuras directivas que se ocupan de todo y no son responsables realmente de nada.

D e la experiencia práctica y la evolución del pensamiento teórico de algunos países socialis­tas se deduce que la perestroïka económica está aunada a la rehabilitación de las relaciones en­tre los bienes y el dinero, de la ley del valor y de un mercado reglamentado por el plan. La pro­ducción planificada socialista es considerada cada vez m á s c o m o la producción adecuada de bienes. Cada vez se opone menos el plan al mercado, al que se considera parte integrante de una economía planificada, lo que entraña, no unas relaciones falseadas con respecto a los bienes, en las que el dinero es únicamente una medida contable, sino un verdadero dinero co­mercial y plenamente adaptado que se utiliza realmente c o m o medio para la compra. La ex­periencia demuestra que la ley del valor debe regir, no sólo teóricamente sino también en la práctica, los intercambios y los precios. La pla­nificación estatal no puede funcionar sin una contabilidad objetiva de los coeficientes de va­lor de la economía nacional, dado que es en el curso del proceso de producción cuando des­empeñan la función m á s importante.

Es evidente que, en el nuevo modelo, la ac­tividad económica deberá estar orientada a la producción de bienes de consumo, centrándose en el mercado, que marcará el ritmo en muchos aspectos. El mercado regulado por el plan ocu­pará el lugar que le corresponde, para fortalecer las instituciones y mecanismos que le son inhe­rentes. E n algunos países, se impone la crea­ción de un sector nacional de distribución de mercancías, en el que se atienda a la demanda real mediante los bienes y servicios suministra­dos y florezca el comercio al por mayor de los medios de producción.

La función principal del mercado consiste en determinar el verdadero valor de consumo y, por lo tanto, el valor monetario de los bienes y servicios, para objetivar el régimen de pre­cios. A falta de ello, resulta inevitable el volun­tarismo e incluso, en algunos casos, es inevita­ble la ruda arbitrariedad de las oficinas de pre­cios y los ministerios. Para desempeñar adecuadamente sus funciones, la escala del mercado debe ser suficientemente amplia, sus participantes m u y diversos y el comprador de­be ocupar la posición predominante. Es impo-

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sible aislar totalmente el mercado socialista del mercado mundial; del mismo m o d o , es imposi­ble funcionar sin un mercado y una infraestruc­tura de transportes desarrollados.

Es perfectamente natural que las normas que regulan el mercado socialista sean estable­cidas por el Estado, el cual formula además sus demandas conforme al plan estatal, controla los precios dentro de determinados límites, re­gula la oferta y el crédito monetarios, el tipo de cambio, etc. Tiene a su disposición un número suficiente de instrumentos para influir en el mercado, pero no deben éstos empobrecer la esencia de las relaciones de mercado. Las leyes del mercado exigen la confrontación entre la demanda y la oferta, la libertad de los interlo­cutores comerciales para adoptar decisiones y la competencia entre éstos. T o d o productor que ocupe una posición de monopolio en el mercado deformará las relaciones entre los bie­nes y el dinero -aun en el socialismo- y debili­tará el influjo del mercado en la reducción de los costos de la producción y en sus mejoras cualitativas.

El modelo reformado de la economía socia­lista se orienta a la reducción de los costos de producción y distribución y al aumento de la productividad de la m a n o de obra. Tal es el ob­jetivo fundamentalmente del paso de un desa­rrollo extensivo a un desarrollo intensivo. D e ­safortunadamente, hasta ahora el Estado se ha interesado sobre todo en satisfacer las necesi­dades de bienes concretos. Si en una situación de regulación planificada el objetivo esencial consiste en satisfacer las necesidades, sin tomar en consideración los costos que entraña su ob­tención, es inevitable no satisfacer una parte de la demanda planificada debido a las limitacio­nes de las horas de trabajo agregadas. Si se da la primacía a la producción, sean cuales fueren las aportaciones de trabajo que aquélla necesita, se está abonando el terreno para el derroche, el aumento de los precios y la acumulación de bienes excedentários, lo cual origina además carencias crónicas de los productos m á s impor­tantes en la economía socialista extensiva. La observancia rigurosa del ahorro de tiempo en la economía nacional, es decir, su subordinación a la necesidad de maximizar la renta nacional, es una condición decisiva de la aceleración del desarrollo económico. Los países socialistas tienden a descuidar los elementos que constitu­yen el input, lo que encarece la producción. Pa­

ra llevar a cabo las reformas, todas las células sociales están obligadas a acrecer su eficiencia y su rentabilidad.

Otro rasgo fundamental de la actual peres­troïka es la menor importancia atribuida a la nivelación (igualitarismo) de las remuneracio­nes, a la asignación de fondos de materias pri­m a s deficitarias a las empresas, y a la redistri­bución de sus ingresos y pérdidas. Las relacio­nes de distribución se hallan m á s claramente exentas de deformaciones debidas a interferen­cias administrativas; en efecto, se desarrollan, cada vez en mayor medida, conforme a sus pro­pias leyes.

En la mayoría de los países socialistas, es­tán aumentando los diferenciales de ingresos conforme a la calidad, cantidad e importancia de las funciones desempeñadas respecto de la economía nacional. Actualmente, se tiende a suprimir los topes de la remuneración de los trabajos que se caracterizan por su intensidad, habilidad y honradez. Al mi smo tiempo, la re­muneración de los trabajadores se pone en re­lación estrecha con la rentabilidad de la e m ­presa en la que trabajen y la utilización eficiente de los medios de producción asigna­dos (arrendados) a ésta: tierras, instalaciones, maquinaria, etc.

Enjugar las pérdidas de las empresas mal gestionadas a expensas de la sociedad es con­tradecir la distribución conforme al trabajo y violar la justicia social. Por este motivo, se es­tán revisando los mecanismos de imposición, presupuestación, concesión de créditos y su­ministro de materias primas subvencionadas, al igual que las normas aplicadas a las inver­siones e incentivos de las empresas, con objeto de suprimir el voluntarismo y de fomentar la aplicación de criterios económicos objetivos. Los beneficios que se obtengan deberán ser en­cauzados sobre todo donde obtengan óptimos resultados generales, tanto económicos c o m o sociales. Actualmente, los Estados socialistas cierran con mayor frecuencia empresas defici­tarias y la m a n o de obra que queda libre, des­pués de una formación adecuada, es dirigida hacia otros trabajos, con miras a una distribu­ción m á s eficaz.

Evidentemente, resulta difícil en la vida real establecer una relación invariable entre los salarios y los niveles de productividad al­canzados, pero la práctica económica busca con insistencia mecanismos de mercado auto-

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rreguladores que estimulen realmente el inte­rés de los trabajadores y de las empresas por mejorar su productividad y la calidad del tra­bajo. Se pretende, en último término, modifi­car cualitativamente la distribución de los in­gresos conforme a las aportaciones de trabajo, sin renunciar al socialismo.

Hasta ahora no se han alcanzado esos cam­bios, que representan fundamentalmente una tendencia, pero las posibilidades de progresar en esa dirección son m u y elevadas al no existir otra alternativa.

La política estructural y los ritmos d e crecimiento

En todos los países socialistas, la estrategia económica otorga la máx ima prioridad a la mejora tecnológica, a la modernización del equipamiento y a la adopción de tecnologías prometedoras que faciliten el considerable cre­cimiento de una producción eficiente. Es pre­ciso, a esos efectos, invertir sumas importantes en la renovación de los activos básicos de la producción, especialmente en los sectores de fabricación de maquinaria y de electrónica. Es asimismo importante definir adecuadamente las prioridades de asignación de inversiones, dado que todo cálculo erróneo de la política estructural habrá de pesar gravemente sobre la economía nacional.

Habida cuenta de que, en las fases inicia­les, los fondos disponibles para inversiones de capital en los países del C A E M seguirán sien­do limitados, a causa de la lenta -y, lo que es m á s importante, extensiva- pauta precedente de desarrollo, así c o m o el gravamen que repre­senta el endeudamiento externo, es necesario recurrir a otros factores de crecimiento que no precisen grandes inversiones ni m á s m a n o de obra. Por ejemplo, se pueden aumentar los rendimientos de las inversiones de capital m o ­dernizando las instalaciones productivas exis­tentes, sin construir otras nuevas, economizan­do así recursos y energía y no intensificando la extracción de materias primas y combustible, aunque resulte difícil arreglárselas sin ello.

Los países del C A E M tienen grandes posi­bilidades de aumentar la eficiencia de su pro­ducción economizando materias primas, ener­gía y fuerza de trabajo. H a y también un gran margen para elevar la productividad de la m a ­

no de obra si se refuerza la disciplina, se mejo­ra la organización, se eleva la moral y se aumen­tan los incentivos materiales. Las reformas económicas tienen por objeto liberar esas re­servas al paso que se reorganiza la gestión. Ahora bien, los resultados serán menguados si no van acompañados de una política estructu­ral adecuada, que se apoye en una cuidadosa estrategia del crecimiento y distribución de las inversiones de capital.

E n la política estructural a que nos referi­m o s , es prioritario eliminar los estrangula-mientos de la economía, corrigiendo el atraso de diversas industrias, c o m o la de fabricación de maquinaria, la electrónica, los transportes, la construcción, las comunicaciones y tam­bién, en algunos países, la agricultura, las in­dustrias ligeras y de alimentación y los servi­cios.

A este atraso se deben en buena medida los déficit crónicos de numerosos bienes y servi­cios que dificultan la transición a relaciones de mercado y obligan a mantener una redistribu­ción administrativa de las pérdidas.

Las dificultades con que tropieza la oferta son uno de los motivos principales de la escasa eficiencia de la producción. En casi todos los países socialistas aparece con mayor o menor agudeza la inadecuación entre los recursos monetarios y los bienes.

Se pensaba que la economía planificada disponía de un antídoto contra la inflación. En principio, así es, pero en la práctica de muchos países socialistas se han producido tendencias inflacionistas -con caracteres agudos en algu­nos de ellos, c o m o Polonia y Yugoslavia- que también han afectado a la Unión Soviética. Durante el período de acumulación de fenó­menos de estancamiento en la economía sovié­tica, que ha durado decenios, esa verdadera enfermedad que es la inflación avanzó poco a poco; hay ahora que ponerle remedio median­te la perestroika y la introducción de reformas radicales. En la economía soviética, en la que no existe un verdadero mercado, los precios se fijan y controlan desde arriba, por lo que el proceso de inflación no se manifestaba confor­m e a los términos clásicos, sino, en primer lu­gar, en una gran escasez de bienes y en la acu­mulación de una creciente demanda excedentária (dinero conservado en los bancos y en manos privadas en espera de que apare­ciesen bienes que no se producían en cantidad

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Las economías socialistas en la encrucijada 195

suficiente). Se manifestaban, asimismo, en el hecho de que las empresas no siempre pudie­sen adquirir los suministros necesarios con su dinero ni con el dinero que obtenían a présta­m o .

Efectivamente, esta ansia prolongada de bienes no podía persistir sin que subiesen los precios, los cuales no sólo se elevaban en los mercados de las explotaciones agrarias colecti­vas sino también, «conforme a un calendario planificado», en el comercio estatal al por m e ­nor de máquinas, equipos, materias primas y repuestos. El poder adquisitivo del rublo dis­minuía en consonancia, siendo su devaluación, en realidad, todavía más drástica que la subida de los precios, pues la imposibilidad de cam­biar libremente y a voluntad rublos por bienes según el funcionamiento normal de las relacio­nes entre los bienes y el dinero disminuye aún más el valor de éste.

Evidentemente, buena parte de estos efec­tos se compensaban con ajustes de los salarios, de las pensiones y de otros subsidios y presta­ciones sociales; con el aumento del suministro

de viviendas gratuitas de propiedad estatal y de servicios comunitarios preferenciales, etc. Sin embargo, la inflación originaba problemas que afectaban a los intereses de determinados grupos, en especial los que tienen ingresos fi­jos. Cuando escasean los bienes, aumenta la especulación, con lo que se da un impulso su­plementario a la «economía oculta» y se agra­va la diferenciación social y la irracionalidad de la estructura del consumo popular.

Los aspectos negativos de la inflación son, desde luego, conocidos, pero las circunstancias han impedido a los países del C A E M comba­tirlos con la debida rapidez. U n o de los pro­blemas radica en el atraso de la agricultura, las industrias ligeras y de la alimentación y los servicios, que surgió primero en la U R S S y que hoy en día no cabe justificar: la produc­ción insuficiente de todo lo que el dinero gana­do debía permitir comprar. Este importantísi­m o error de cálculo no se puede corregir de la noche a la mañana, pero se están desplegando esfuerzos considerables en esa dirección. Los países del C A E M se han comprometido a acá-

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196 Oleg T. Bogomolov

bar con las tendencias inflacionistas, no sólo corrigiendo determinados coeficientes m a ­croeconómicos, sino además obligando a las empresas a funcionar según los principios de la autofinanciación y la autoamortización al privarlas de subvenciones. Cada vez se aplica en mayor medida una correspondencia estric­ta y general entre el consumo y la aportación de trabajo, se recurre a controles m á s afinados de muchos gastos no productivos -incluidos los atribuibles a una gestión aquejada de ele­fantiasis- y se combaten el despilfarro y las pérdidas injustificadas. Algunos países del C A E M se ven obligados a limitar el crecimien­to de la renta y de las inversiones reales y a modificar las prioridades de sus políticas de inversión para lograr el necesario equilibrio económico.

Los ritmos de crecimiento económico de los países del C A E M - c o m o se desprende de sus planes quinquenales y de los resultados efectivamente alcanzados en 1986-1987- no sólo no aumentarán, sino que es probable que disminuyan en comparación con el quinque­nio anterior. Los requisitos indispensables pa­ra dinamizar el desarrollo económico sólo se pueden acumular gradualmente.

Las perspectivas de aceleración de las tasas de crecimiento económico de los países del C A E M dependen, claro está, de las cuestiones fundamentales que su estrategia debe plantear y resolver a largo plazo. Si consideramos esos ritmos c o m o incrementos relativos del produc­to interior bruto, esto es, como el aumento real de los recursos a disposición de la sociedad pa­ra su acumulación y consumo, su s u m a será, evidentemente, el criterio fundamental del progreso económico. Sólo una producción im­pulsada dinámicamente responderá a las aspi­raciones vitales de la población y a las leyes económicas del socialismo. Claro que lo im­portante no son estas tasas por las tasas mis­m a s , ni las tasas de crecimiento sea cual fuere el precio que haya que pagar por alcanzarlas. Nadie desea repetir los ejemplos históricos de los «saltos hacia delante» de las tasas de creci­miento conseguidos a costa de una disminu­ción de la calidad de los productos, la no reno­vación en tiempo oportuno de los activos básicos de la economía nacional y la falta de progreso en sectores c o m o la minería, la agri­cultura, la industria ligera, los transportes, y otros.

D e lo que se trata es de acelerar las tasas de crecimiento intensificando y restaurando la violada proporcionalidad de la economía, y es­timulando los demás factores de crecimiento, sin olvidar los sociales y morales. Y esta orien­tación estratégica sigue teniendo pleno signifi­cado. A d e m á s , la eficacia de los logros econó­micos de los países socialistas en los dos o tres quinquenios próximos se valorará desde esta perspectiva.

En la estrategia económica a largo plazo de los países socialistas, la mejora de los niveles de vida y el aumento correspondiente de la producción de alimentos, bienes de consumo y servicios, no sólo constituye el objetivo más importante, sino que es además condición in­dispensable para lograr un desarrollo dinámi­co y equilibrado. La población activa es el principal recurso productivo de la sociedad so­cialista y hay que mejorar su cultura y su capa­cidad profesional, la atención médica que reci­be y el entorno de sus hogares, satisfaciendo m á s plenamente sus demandas materiales y es­pirituales en alza, para mejorar de m o d o per­manente la calidad del trabajo y, por lo tanto, su productividad, concepción que hoy en día goza de mayor aceptación que en el pasado.

Naturalmente, el consumo personal sólo podrá aumentar en la medida en que se fo­menten en términos parejos la eficiencia del trabajo y el saneamiento de la economía na­cional; por otra parte, el crecimiento del con­s u m o gracias a una organización adecuada del trabajo ha constituido siempre un estímulo efectivo de la productividad y la disciplina a escala nacional. Así pues, la orientación hacia una mejor aplicación de este estímulo en la po­lítica económica actual -y sobre todo en la in­mediatamente previsible-, está plenamente justificada.

E n la Unión Soviética y en otros países so­cialistas, un crecimiento m á s dinámico y una mayor eficiencia económica se conjugan no sólo con la reestructuración de la gestión eco­nómica (perestroïka), sino también con trans­formaciones del sistema de relaciones sociales. Todos los ciudadanos deben ser m á s conscien­tes de que son los propietarios, los copropieta­rios, de la riqueza pública y de la elevada res­ponsabilidad que les incumbe en el estado de los asuntos públicos. Para conseguirlo, es nece­sario concebir una gestión colectiva de la pro­piedad pública y de la vida social, fomentar la

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Las economías socialistas en la encrucijada 197

democracia socialista. Resulta difícil valorar cualitativamente en qué medida acrecerán el dinamismo de las economías socialistas la aplicación de reformas políticas y la introduc­ción de un mecanismo nuevo, m á s flexible y democrático, de gestión social. M á s difícil aún es prever las consecuencias económicas de la modificación de las actitudes respecto al tra­bajo que habrá de producirse cuando se apli­quen sistemáticamente la democracia socialis­ta y la justicia social. Sólo cabe decir que las reformas políticas -especialmente en las pri­meras fases- desempeñarán un papel que no irá a la zaga del de las nuevas tecnologías y máquinas.

La apertura al m u n d o exterior

Los países socialistas deben aplicar una peres­troïka radical respecto de la mundialización e internacionalización de diversos aspectos de la vida social. La interdependencia cobra parti­cular relieve en las políticas concebidas para dar solución al problema mundial de la super­vivencia de la humanidad, para evitar su au-toaniquilación nuclear. E n el plano económi­co, la división internacional del trabajo y los intercambios comerciales son indispensables para el crecimiento. E n el cultural, se está pro­duciendo un enriquecimiento intensivo de los conocimientos y los valores intelectuales. T o ­do ello origina una extensiva comunicación in­ternacional sin precedentes entre los pueblos, gracias a la rápida difusión de innovaciones tecnológicas e informaciones de todo tipo. En muchos aspectos, el m u n d o está m á s consoli­dado e integrado que en el pasado y se ha ace­lerado la evolución socioeconómica. Es evi­dente que toda mejora del sistema socialista radica en ese proceso mundial de internacio­nalización y que la participación en él habrá de acelerar decisivamente los ritmos de creci­miento económico.

Ahora bien, los países socialistas aún no in­tervienen suficientemente en ese proceso, y no sólo a causa de las políticas de los principales Estados capitalistas. Sus propios problemas económicos hacen que se demoren en reaccio­nar ante la nueva situación internacional; la participación de los países socialistas en el co­mercio mundial está lejos de corresponder a sus posibilidades productivas, científicas y tec­

nológicas. Los ritmos de expansión de los in­tercambios comerciales con el extranjero -in­cluidos los intercambios mutuos - son inferiores a los de los países desarrollados in­dustriales de Occidente. La intensidad de co­municación en estos países, sus intercambios culturales y científicos, tampoco alcanzan las cotas mundiales.

Por tales motivos, uno de los rasgos de la renovación y la mejora de la sociedad socialis­ta es su mayor apertura a la comunicación in­ternacional. Los países m á s adelantados en es­te sentido son Yugoslavia, Hungría y China, que tratan de conseguir que sus economías sean competitivas en el mercado mundial y de utilizar plenamente las ventajas de la división internacional del trabajo. La Unión Soviética y otros países socialistas están adoptando m e ­didas activas para intensificar considerable­mente sus contactos económicos con el exte­rior. Tanto la teoría c o m o el análisis de la prác­tica demuestran que las diferencias entre los sistemas sociales no justifican el aislacionismo. Quien se aparta de los intercambios y contactos internacionales acaba por quedarse atrás. A u n ­que los países miembros del C A E M aportan un porcentaje considerable de la producción in­dustrial y agrícola del m u n d o , su capacidad pa­ra ocupar posiciones de primer plano en m u ­chas áreas, por lo que se refiere a los niveles tecnológicos y a los costos de producción, es limitada; de ahí que la división internacional del trabajo y la consiguiente cooperación ten­gan una importancia vital.

Si los países socialistas alcanzasen un peso político, económico y militar suficiente, su participación en la colaboración internacional y en los contactos humanos contrapesaría cualquier posible temor a propósito de una de­pendencia no deseada con respecto a Occiden­te. Así pues, esa participación se convierte en un factor indispensable de su progreso y del re-forzamiento de la confianza entre países con distintos regímenes sociales, condición previa indispensable de la coexistencia pacífica.

Se están configurando condiciones espe­cialmente favorables para una plena interac­ción de los países que comparten una misma manera de abordar los problemas económicos y políticos, en primer lugar de los miembros del Consejo de Asistencia Económica Mutua, cuyas economías ya han alcanzado cierto gra­do de interacción y complemento (el valor de

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198 Oleg T. Bogomolov

los bienes y servicios intercambiados en el mercado de los países del C A E M asciende, aproximadamente, a una quinta parte del pro­ducto interno bruto de sus países miembros), de m o d o que el desarrollo de cada miembro depende del progreso de la cooperación orien­tada a la integración. Bulgaria, Hungría, la R D A y Checoslovaquia suministran al merca­do del C A E M de 30 a 40 % de la maquinaria y los equipos que fabrican. Ni la intensidad de las relaciones económicas externas ni la efi­ciencia de las respectivas economías tienen el m i s m o nivel en todos los miembros del C A E M . Ahora bien, el aumento del crecimien­to económico en muchos de ellos está determi­nado actualmente por un impulso que provie­ne de sus intercambios comerciales externos, de la producción internacional y de la colabo­ración científica y tecnológica.

En las circunstancias actuales, es evidente que la orientación hacia una integración inter­nacional intensiva se conjuga con una partici­pación amplia en las actividades económicas externas de quienes conciben, producen y con­sumen los productos que los países de la C A E M lanzan al mercado, es decir, sus empre­sas y asociaciones. La idea de establecer víncu­los directos, o empresas mixtas, fue formulada a comienzos del decenio de 1980 y encontró apoyo. Pero hasta que no se celebró la reunión en la cumbre de los dirigentes de los países de C A E M , a finales de 1986, no se pusieron en marcha los mecanismos económicos y jurídi­cos de carácter práctico necesarios para esta­blecer esos vínculos. En su aplicación, así co­m o en la creación de empresas mixtas, radican las mayores posibilidades de especialización y colaboración internacionales para resolver en c o m ú n los problemas científicos y tecnológi­cos de mayor importancia.

A fin de dar un nuevo impulso a la integra­ción socialista y fomentar al m i s m o tiempo la colaboración en otros aspectos, la Unión So­viética ha empezado a aplicar la perestroika a la gestión de la actividad económica externa, que debe convertirse en parte integrante de la reforma radical de todos los mecanismos eco­nómicos. Es preciso colmar la brecha existente entre la industria y el comercio exterior, des­pertar el interés por la contención de los costos de las empresas para aumentar unas exporta­ciones eficientes y mejorar los rendimientos de las importaciones.

La Unión Soviética y varios países m á s del C A E M están adoptando medidas para conse­guir que la organización y la gestión de su acti­vidad económica exterior estén m á s conjunta­das, mediante la superación sistemática de los obstáculos burocráticos que se oponen a una estrecha interacción.

La introducción de la perestroika en los países socialistas y en sus relaciones mutuas repercutirá, evidentemente, en la economía mundial, aunque en un grado todavía difícil de evaluar. En todo caso, cabe esperar que au­mente la participación de esos países en el co­mercio mundial, juntamente con su creciente influencia en la resolución de numerosos pro­blemas económicos mundiales.

El auge económico de los países socialistas puede contribuir -especialmente en esta pers­pectiva- a estimular la economía mundial, pe­ro no debemos sobrestimar las posibilidades que con ello se ofrecen. Las relaciones entre el Este y el Oeste constituyen un reducido por­centaje del comercio mundial, lo que significa que sus consecuencias en los procesos econó­micos mundiales no son importantes. Al mis­m o tiempo, son bastante perceptibles la cone­xión entre estas relaciones y la situación de la economía y el comercio exterior de Occidente, que se distingue por su inestabilidad.

Los países socialistas propugnan la reanu­dación de las relaciones económicas mundia­les, mediante la estricta observancia de los principios de igualdad, interés mutuo, respeto de los intereses ajenos y rechazo de la discri­minación y el empleo del comercio c o m o ins­trumento de presión política.

Las circunstancias imponen encontrar vías conjuntas para regular la vida económica de la comunidad mundial y suscitar condiciones que favorezcan los intercambios comerciales; imponen asimismo la urgente reestructuración de la producción y el comercio mundiales, el empleo racional de las materias primas y el combustible y la protección del medio a m ­biente. Sería útil proceder a una reforma efec­tiva del sistema monetario internacional y aplicar medidas que también refuercen la con­fianza general en el ámbito económico.

La cooperación comercial con los Estados socialistas, su activa participación en el debate de problemas fundamentales del comercio y las finanzas internacionales, pueden contri­buir a que se alcance cierto grado de estabili-

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Las economías socialistas en la encrucijada 199

dad y a reforzar el sistema de relaciones eco­nómicas externas de los países occidentales, en particular de los europeos.

Habida cuenta del peligro de que se pro­duzcan desequilibrios en la economía m u n ­dial, los miembros del C A E M han propuesto medidas concretas para controlar los arma­mentos y reducir los arsenales militares, lo que no sólo disminuirá la amenaza de guerra, sino que además liberará a la humanidad de la gra­vosa carga de los gastos militares y permitirá que se preste una asistencia efectiva a los paí­ses en desarrollo para que éstos superen su atraso y aporten importantes recursos adicio­nales a los intercambios internacionales. Los países socialistas instan a que se tomen medi­das que garanticen la seguridad económica de cada país mediante el control en c o m ú n de las tendencias peligrosas del desarrollo económi­co internacional, la supresión de las restriccio­nes discriminatorias, la resistencia a la presión y al chantaje económicos y la estricta adhesión a los principios de la igualdad y el beneficio c o m ú n . La encrucijada en que se hallan los paí­ses del C A E M , tanto por lo que se refiere a sus asuntos internos c o m o a las relaciones econó­micas externas, estimula la reflexión sobre el

futuro. ¿Será posible superar las múltiples ten­dencias negativas y rehacer la imagen del so­cialismo?

Los cambios que actualmente se están ope­rando en las políticas y mecanismos de organi­zación de la sociedad indican ya, aunque se hallan en su fase inicial y no han sido generali­zados, que se está realizando un esfuerzo por mejorar. Es posible que este proceso dure de diez a quince años y que vaya acompañado de una aguda lucha interna de pareceres y de coli­siones entre los nuevos criterios y los caducos. E n cuanto a las relaciones entre los distintos regímenes sociales, cabe esperar que se resuel­van numerosas contradicciones y que produz­can una mayor compatiblidad de intereses y planteamientos económicos. Las relaciones entre el Este y el Oeste difícilmente podrán constituir una excepción a la interdependencia e intervinculación cada vez mayores del desa­rrollo económico de todos los países. La evolu­ción objetiva de los acontecimientos obliga a los países socialistas a aceptar y responder al desafío de la competencia en el mercado m u n ­dial.

Traducido del inglés

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Reforma estructural y desarrollo económico en China

Luo Yuanzheng

H a transcurrido m á s de una década desde que se inició en China la reforma estructural de la economía. Desde entonces, el desarrollo econó­mico ha hecho inmensos progresos, habiéndose transformado profundamente la economía so­cial, mientras la evolución de las zonas rurales y las prácticas agrícolas llamaban particular­mente la atención mundial. Sin embargo, las reformas que se realizan actualmente en China constituyen una tarea colosal y sin precedentes e, inevitablemente, los éxi­tos y las esperanzas que ge­neran irán acompañados por dificultades y friccio­nes. Sus problemas y con­tradicciones podrán resol­verse sobre todo gracias a la sabiduría y la creativi­dad del propio pueblo chino.

La reforma estructural y el desarrollo económico, al influirse mutuamente , han estado siempre estre­chamente vinculados y condicionan en gran medi­da el proceso de industrialización y de moder­nización de China. Anteriormente existía una tendencia a considerarlos por separado. Cuan­do se discutía una reforma, era frecuente no pensar en el contexto económico en que se ins­cribiría y en los problemas de desarrollo que podrían resolverse con ella. El interés se centra­ba más bien en el desarrollo y éste es el motivo de que las fuerzas productivas quedaran parali­zadas durante tanto tiempo c o m o consecuen­cia de una estructura económica rígida. Al cabo de 40 años de experiencia, tenemos la profunda

Luo Yuanzheng es profesor de econo­mía en la Academia china de ciencias sociales y miembro del Instituto de ciencias económicas de Hong Miao, Chao Yang M e n Wai , Beijing, China. Forma parte también del Comité Eje­cutivo de la Asociación Internacional de Ciencias Económicas.

convicción de que la reforma es la única espe­ranza de lograr un desarrollo sostenido, racio­nal y acelerado.

La reforma estructural de la economía es la única vía correcta hacia el desarrollo económico

Los 40 años de edificación de la economía so­cialista en China y, en especial, los diez años

de reformas, apertura al m u n d o exterior y desarro­llo económico muestran que la transformación pro­funda de la antigua estruc­tura económica y el esta­blecimiento de una econo­mía de mercado socialista que sea activa y vigorosa constituyen la única opción correcta. La inestabilidad del desarrollo económico en la historia china corro­bora esta aserción.

Si se examinan las cur­vas del desarrollo económi­

co chino, se observará una característica pre­eminente: el índice de crecimiento global de la economía nacional es elevado aunque inesta­ble, y existen acentuados altibajos (véanse las figuras 1 y 2). D e acuerdo con las estadísticas, durante los 33 años transcurridos entre 1952 y 1985, la tasa de crecimiento de la renta nacio­nal por habitante alcanzó el 4,7 %, a pesar de que se sumaron 400 millones de personas a la población ya m u y numerosa. D e acuerdo con los datos proporcionados por el Banco M u n ­dial, durante el mismo período, el índice de

RICS 120/Jun. 1989

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202 Luo Yuanzheng

i ! (cenlenares de miles de yuans)

Valor bruto de la producción

/

Año

F I G U R A 1

crecimiento de la renta nacional por habitante ascendió el 1,2 % en los países de bajos ingresos del m u n d o , mientras que en los países de ingre­sos medios era del 3,8 % y en los países desarro­llados del 3,6 %. En los países de economía pla­nificada representó el 4,2 %. Es evidente que el índice de crecimiento económico de China ha sido m u y alto, aunque los valores más altos fue­ran siempre seguidos por una notable inestabi­lidad, y los importantes altibajos causaban gra­ves pérdidas en el nivel de la macroeconomia. Las fluctuaciones cíclicas producidas a lo largo de más de 30 años pusieron de manifiesto las siguientes características:

1. U n a variación m u y importante. Según los análisis1, la mayor oscilación entre el máxi­

m o y el mínimo fue del 66,2 %, la menor del 8,5 % y la caída media del 23,1 %. El coeficien­te de fluctuación2 es del 11,75 %, es decir, 4,3 veces superior al de Estados Unidos de Améri­ca, cuatro veces al de la Unión Soviética, 2,8 veces al de Japón y 2,4 veces al de la República Federal de Alemania. Estas oscilaciones son la causa de los graves deterioros sufridos por la economía nacional. Así, la variación alcanzada en el período de 1958-1962 era similar a la ob­servada en Estados Unidos de América durante la crisis de 1929 a 1933.

2. La duración de los ciclos es irregular. El ciclo económico más largo es de 7 a 8 años y el más breve de 2 a 3 años, mientras que el ciclo medio es de 4 a 5 años. Es m u y difícil describir,

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Reforma estructural y desarrollo económico en China 203

Tasa de inversión

Tasa de crecimiento de la renta nacional

Tasa de crecimiento del valor bruto de la producción

Año

F I G U R A 2.

simular y predecir tales irregularidades con una función cíclica clásica u otros modelos mate­máticos. Esto demuestra que algunos factores inusitados de carácter no económico ejercen una gran influencia en los ciclos económicos.

3. La magnitud de las fluctuaciones cíclicas se atenúa. A lo largo de los nueve años de la reforma en China, la fluctuación de los ciclos económicos se ha limitado considerablemente y el índice de crecimiento ha ido en aumento notable cada año, con la excepción de la ligera disminución de 1981. C o n ello se refleja la im­portancia de la reforma estructural para el des­arrollo sostenido de la economía. Entre las razones que explican las fluctuaciones, la m á s importante reside en el sistema de gestión y

adopción de decisiones en materia de econo­mía. Es cierto que resulta poco convincente atribuir la existencia de los ciclos económicos solamente a algunos factores accidentales y ex­ternos. La causa inmediata de la fluctuación re­side presumiblemente en la fluctuación cíclica de la inversión. Según el análisis del período 1953-1985, el coeficiente de la correlación del índice de crecimiento de la inversión y el valor de la producción total asciende al 0,88. La con­clusión es que «la fluctuación de la inversión determina la fluctuación económica»3. N o se puede negar que las oscilaciones de la inversión influyan m u c h o en la fluctuación económica, aunque consideramos que es esta última la que condiciona las primeras y no lo contrario4. E n realidad, unas y otras son el resultado de la in-

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204 Luo Yuanzheng

teracción de los efectos multiplicadores y acele­radores. Poco importa si la aceleración estimu­la la inversión en gran escala o viceversa, ya que todo ello es el resultado de opciones políti­cas y de decisiones erróneas. N o obstante, si profundizamos en nuestro análisis, comproba­remos que los factores inherentes a la política y a las decisiones son una mera función del siste­m a . La aplicación eficaz de cualquier política o decisión que refleje la voluntad de los decisores exige un sistema de gestión y de adopción de decisiones altamente centralizado y rígido, además de considerables recursos financieros y materiales. Este sistema rígido y sumamente centralizado presenta asimismo otro inconve­niente: la dificultad de interpretar correcta­mente los datos relativos a la fluctuación de la economía nacional, lo que en China, dada la extensión y variedad de su territorio, la insufi­ciencia de sus medios de transportes y la lenti­tud con que se accede a la información, es un obstáculo para la adopción de decisiones opor­tunas y correctas. E n consecuencia, la regula­ción y el control por el Estado de la expansión o recesión económicas se asemejan a grifos de agua caliente y de agua fría con mezcladores de baja calidad: ocurre a m e n u d o que el agua salga demasiado caliente o excesivamente fría.

La realidad demuestra la apremiante necesidad de efectuar reformas

U n a vez iniciadas la reforma y la apertura al m u n d o exterior, el campo de visión chino se amplió para abarcar al m u n d o entero. Las c o m ­paraciones nos han permitido tomar una m a ­yor conciencia de la gravedad de los desafíos que nos acechan.

Desde la fundación de la República Popu­lar, el pueblo chino ha vivido durante unos cua­renta años una ardua lucha para establecer un sistema económico industrial y nacional relati­vamente completo. La solución del difícil pro­blema que planteaba alimentar y vestir a todos requirió, no obstante, m u c h o tiempo. La Revo­lución Cultural, que duró un decenio, ocasionó pérdidas inconmensurables. La economía pa­deció importantes altibajos, un crecimiento ne­gativo e incluso recesiones. La dualidad de la estructura económica es evidente. La situación económica actual es la siguiente: « D e los mil

millones de personas, hay 900 millones que vi­ven en zonas rurales y que trabajan con herra­mientas manuales; hay algunas industrias m o ­dernas junto a las m á s numerosas cuyo atraso es de varios decenios o de m á s de un siglo con respecto a las normas modernas; hay también algunas zonas económicamente desarrolladas junto a vastas zonas subdesarrolladas y pobres, y un puñado de tecnologías científicas compa­rables a las del resto del m u n d o que coexisten con otras de bajo nivel, con analfabetos y semi-analfabetos que representan cerca de la cuarta parte de la población total5». E n la actualidad sigue ampliándose el foso que separa a China de los países desarrollados e incluso de algunos países en desarrollo. D e los 128 países estudia­dos por el Banco Mundial, China ha figurado siempre entre los veintitantos últimos países en lo que repecta al P N B por habitante, equivalen­te a los de Somalia y Tanzania6. En 1955, el P N B de China equivalía al 4,7 % del total m u n ­dial, pero en 1980 descendería al 2,5%. E n 1960, la diferencia absoluta entre el P N B de Es­tados Unidos de América y de China fue de 460 mil millones de dólares, aumentando a 3.680 mil millones de dólares en 1985. En 1960, el P N B de China podía compararse al de Japón, pero en 1985 sólo representaba la quinta parte de este último. A comienzos de los años cin­cuenta, el nivel de desarrollo de China era se­mejante al de los «cuatro dragones asiáticos7», mientras que en la actualidad esos países han superado ampliamente a China en lo que se re­fiere al ingreso por habitante, la composición de las exportaciones y la financiación y nivel de la educación y la salud pública. Entre las n u m e ­rosas razones que explican la presente situa­ción, algunas son de índole económica. A d e ­más de factores tales c o m o los principios «iz­quierdistas» y los fallos de las políticas y de las decisiones adoptadas, un motivo esencial es el carácter rígido y altamente centralizado de la estructura económica que no corresponde al ni­vel de desarrollo ni a la demanda de las fuerzas productivas.

El eje de la reforma estructural y del desarrollo económico: dificultades con que se tropieza

El problema esencial de la reforma estructural y del desarrollo económico es hoy c ó m o supe-

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Reforma estructural y desarrollo económico en China 205

Publicidad mural de un frigorífico. Suzhou, Jiangsu, China. Charies/Rapho.

rar ese punto muerto debido a la dualidad de la estructura económica y de los mecanismos eco­nómicos, además de profundizar en la refor­m a y acelerar el proceso de industrialización, al m i s m o tiempo que se mantiene un desarro­llo sostenido y constante de la economía na­cional.

La coexistencia de una estructura dual y de unos mecanismos económicos duales es objeto de una reforma en profundidad. La interacción y las fricciones de estos dos tipos de estructura y de mecanismos opuestos, y sus respectivas li­mitaciones, han originado una serie de contra­dicciones y conflictos. Por una parte, hay m e ­canismos de regulación y control del antiguo sistema que han perdido vigencia o incluso han desaparecido: la gestión altamente centralizada de la economía productiva, principalmente mediante medidas administrativas. Por otra parte, el nuevo sistema, es decir, la gestión de una economía de mercado planificada, aún no se ha instaurado y perfeccionado completa­mente, por lo que se producen algunos fallos en el control general y se carece sobre todo de

coordinación interna. Actualmente, la reforma se halla frente a un dilema: las actividades eco­nómicas ya no pueden controlarse mediante di­rectrices administrativas ni guiarse o reglamen­tarse efectivamente por medios económicos. Es difícil evitar la inestabilidad y la falta de coor­dinación de la economía sin resolver los anta­gonismos entre el nuevo y el viejo sistema.

La escasez de capitales es el problema fun­damental del desarrollo económico. China se encuentra ahora en una transición hacia una sociedad industrializada. La etapa actual de de­sarrollo y el entorno objetivo brindan distintas oportunidades y opciones de desarrollo econó­mico, pero también plantean dificultades y re­tos. El problema m á s grave es la escasez de di­nero con que se enfrentan todos los países en desarrollo para su industrialización. Este pro­blema es, sin embargo, aún m á s agudo en Chi­na, ya que este país tiene una población de 1.000 millones de habitantes y de ellos 800 mi­llones son agricultores. El dinero es necesario para mejorar el nivel de vida, m á s allá de la mera alimentación y vestimenta de la pobla-

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206 Luo Yuanzheng

ción, transformar la estructura industrial pri­mitiva en otra más compleja y avanzada y tam­bién transferir la m a n o de obra rural a sectores no agrícolas. El meollo del problema reside en el rendimiento excesivamente bajo de las acti­vidades económicas. Si se compara 1986 con 1957, las recaudaciones impositivas sobre las ganancias obtenidas por un capital de 100 yuans perteneciente al conjunto de la pobla­ción (sistema de propiedad pública) con siste­mas de contabilidad independientes disminu­yeron en el 41 %, mientras que el índice de ren­tabilidad por 100 yuans de activo fijo se redujo en el 57 %. Este fenómeno agudiza aún m á s las contradicciones entre la demanda y la oferta de capitales. Si este problema no se resuelve, los desequilibrios entre la escasez de capitales, la demanda global, la oferta general y la estructu­ra económica y entre la acumulación y el con­sumo en la economía seguirán siendo graves durante mucho tiempo, con lo que no podrán salvarse los obstáculos que se oponen a la in­dustrialización.

La base agrícola, vulnerable y frágil, plantea considerables dificultades a la reforma y al des­arrollo.

La experiencia nos dice que, para estabili­zar su economía, China debe ante todo mante­ner un aumento constante de la productividad agrícola y, especialmente, la de los cereales. ¿Cuál es la situación actual en este ámbito? El gran éxito de la reforma rural reside en haber logrado alimentar y vestir a la población en po­cos años (y su población representa el 20 % de la población mundial) con el 7 % de las tierras cultivadas del m u n d o . E n 1984 la producción total de cereales alcanzó 407.310.000 tonela­das, lo que equivale a 394 kilogramos por habi­tante. N o obstante, y c o m o resultado del subde-sarrollo de la producción agrícola y de su vulne­rabilidad a catástrofes naturales, la producción de cereales fue variable durante tres años, mientras que la producción media bajó en 1987 a 391.010.000 toneladas, es decir, 373 ki­logramos por habitante. E n consecuencia, el su­ministro de aves, huevos y hortalizas fue insufi­ciente y los precios de los productos alimenti­cios aumentaron, con lo que en numerosas ciudades fue preciso racionar nuevamente las aves y los huevos. Si la producción agrícola y en especial la de los cereales no aumenta constan­temente, se convertirá a la larga en una traba para la reforma y el desarrollo urbanos. Las ra­

zones han de buscarse en los dos aspectos de la reforma y el desarrollo.

E n la última década, la productividad agrí­cola aumentó notablemente debido, por una parte, a que las políticas adoptadas devolvie­ron la iniciativa a los agricultores y, por otra, a que las obras de conservación de las aguas, en construcción durante muchos años, desempe­ñaron también un papel importante. Sin e m ­bargo, después del éxito de la primera etapa de la reforma rural, no se tomaron las medidas oportunas para intensificar el movimiento, perfeccionar aún m á s el sistema de responsabi­lidad de los hogares, producir economías de es­cala y fomentar la cooperación entre los distin­tos sectores económicos, de m o d o que la diná­mica del impulso inicial no perduró. Cuando la reforma rural comenzó a producir efectos, de­bería haberse acrecentado la inversión en la agricultura para generar fuerzas de reserva. Sin embargo, en la práctica, se redujo año tras año. Según las estadísticas, los 29 años anteriores a la reforma la proporción media de la agricultu­ra en inversiones de capital fue del 11,9 % dis­minuyendo hasta el 6 % durante el período del Sexto Plan Quinquenal y al 3,3% en 1986. Aunque la inversión se mantuviera estable en algunos sectores agrícolas especiales, es indu­dable que disminuyó en el conjunto de la agri­cultura. D e conformidad con la Ley de M e r -ritt8, por cada aumento del 1 % del ingreso por habitante, habría que reinvertir el 0,25 % del valor total de la producción agrícola para que la agricultura pueda progresar racionalmente. Sin embargo, en 1986, el valor comercial total de los productos y subproductos de la agricultura china creció en m á s de 100 %, mientras el capi­tal invertido en la agricultura bajaba en el 27 %. E n segundo lugar, con la reducción gra­dual, en los últimos años, de la superficie culti­vada por habitante, la escasez de inversiones impidió mantener adecuadamente las instala­ciones de regadío y la conservación de las aguas. Durante el período del Sexto Plan Quin­quenal la superficie irrigada útil del país dismi­nuyó en más de 10 millones de mus; la superfi­cie trabajada con medios mecánicos bajaba en 68 millones de mus y los precios del equipa­miento agrícola crecía sustancialmente, con lo que se limitó el crecimiento constante de la producción agrícola y se llegó a la fluctuación de la producción cerealera durante tres años. Es evidente ahora que para desarrollar la agri-

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cultura no basta con apoyarse solamente en las aportaciones de la política y la ciencia, sino que es también imprescindible aumentar la inver­sión.

Otra manifestación de la insuficiencia y fra­gilidad de la base agrícola es la contradicción entre una producción limitada y una demanda importante. Así, la escasez de cereales y de aves, huevos y hortalizas no son sino el reflejo de la contradicción entre la producción rezaga­da y en pequeña escala y la demanda social que crece rápidamente. Según los estudios realiza­dos, menos de la décima parte de las tierras cul­tivadas por los agricultores en la actualidad se administra racionalmente. Sin una gestión ra­cional es imposible generalizar la aplicación de la ciencia y tecnologías modernas, transformar la agricultura tradicional e incluso instaurar una división social apropiada del trabajo y la cooperación. La administración racional de la agricultura se ha convertido en un elemento imprescindible para llevar a cabo la transferen­cia de m a n o de obra y la concentración de tie­rras con miras a su aprovechamiento óptimo. Se prevé que, a finales de siglo, el total de la m a n o de obra rural ascenderá a 450 millones de personas, en tanto que la agricultura sólo es­tará en condiciones de emplear a 220 millones y el resto se transferirá gradualmente a los sec­tores no agrícolas. N o obstante, son numerosos los factores que dificultarán este trasvase, e m ­pezando por la limitación de los recursos finan­cieros y materiales. Se calcula que serán necesa­rios 700.000 millones de yuans para reconver­tir a 230 millones de agricultores, lo que originará con el tiempo un enfrentamiento por el capital necesario para el desarrollo entre las ciudades y las zonas rurales. La numerosa y ba­rata m a n o de obra debería ser un activo valioso en el proceso de industrialización, aunque lo probable es que se convierta en un inconve­niente si escasean los fondos.

En segundo lugar, el desarrollo urbano tam­bién se verá afectado por la insuficiencia de ca­pitales y la debilidad y fragilidad de la base agrícola. El suministro de energía, transportes, materias primas y bienes de consumo a grandes ciudades ha ocasionado constantes problemas de utilización del agua y de los suelos, de vi­viendas, de protección del medio ambiente, etc. En consecuencia, es imposible que las gran­des ciudades absorban la m a n o de obra rural excedentária. ¿Cuáles son las alternativas? A la

luz de la experiencia de otros países, en ciuda­des de dimensiones medias con una población de 200.000 a 500.000 habitantes, los costos son proporcionalmente inferiores a los de las ciu­dades grandes o pequeñas. Por consiguiente, conviene concentrarse en ciudades de dimen­siones medias. La transferencia de m a n o de obra rural se ha restringido en los últimos años, mientras el crecimiento rápido y m u y difundi­do de las empresas municipales ha abierto im­portantes mercados que atraen al exceso de tra­bajadores. E n 1985, estas empresas eran 12.220.000, con 69.800.000 empleados, o sea, el 19 % del total de la m a n o de obra rural. Esto significa que la quinta parte aproximadamente de los trabajadores rurales han acabado siendo empleados no agrícolas. En 1987 la producción global de las empresas municipales superó por primera vez la de la agricultura. Se calcula que hacia 1990 habrá 100 millones de trabajadores rurales, es decir, el 25 % del total que estarán empleados en dichas empresas. Este fenómeno marca un giro histórico de la economía agríco­la, además de ilustrar el hecho de que puede que sean las empresas municipales las que m e ­jor solucionen, absorbiéndolo, el excedente de m a n o de obra.

Para estabilizar la agricultura, hay que pro­fundizar en las reformas y aumentar las inver­siones. Estas pueden ser las pautas que mejor convengan a las reformas necesarias:

1. Reforma del sistema de tenencia de la tierra para fomentar su aprovechamiento ópti­m o y obtener economías de escala;

2. Clasificación de la correlación, aparato administrativo y órganos de gestión de las zo­nas rurales, fortalecimiento de la autodetermi­nación de los agricultores, propiedad sobre el activo de las empresas y reformas del ordena­miento de las zonas rurales con el fin de fomen­tar la diversificación de las unidades económi­cas;

3. Abandono del sistema de coexistencia de precios fijos y precios negociados y estudio de un sistema de distribución regido por las leyes del mercado.

El eje de la reforma económica urbana resi­de en la empresa.

En 1984, tras el notable éxito de la reforma económica rural, la transformación de las e m ­presas de las zonas urbanas se convirtió gra-

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dualmente en el eje de la acción. Al ampliarse su autonomía, reajustarse los impuestos sobre las ganancias y transformarse los métodos de gestión, se fueron rompiendo una a una las ca­denas tradicionales. H o y en día, la reforma se centra en el sistema de propiedad y en los pro­pios mecanismos económicos internos.

Experimentos de la reforma de las empresas: el sistema contractual

C o n objeto de fomentar la reforma de las e m ­presas, en los últimos años el gobierno adoptó una serie de medidas destinadas a reducir los impuestos que gravan a las empresas, estimu­lando sus ganancias y acrecentando su autono­mía. Los resultados obtenidos no son siempre m u y evidentes. D a d o el punto muerto a que se había llegado entre el antiguo sistema y el nue­vo, y aunque la modernización de los métodos administrativos y la descentralización del po­der estimularon a las empresas para que hicie­ran beneficios y despertaron el espíritu de com­petencia y la influencia de la economía de mer­cado, el comportamiento empresarial sigue caracterizándose por una «doble dependen­cia», al persistir los antiguos modelos e intere­ses de gestión. Las empresas pueden, por ejem­plo, optar por precios fijados en la etapa de pla­nificación, pero al m i s m o tiempo desean «aprovechar» las ventajas de los precios nego­ciados mediante el acceso al mercado. Las es­tructuras y los mecanismos operacionales tra­dicionales siguen ocupando un lugar predomi­nante, por lo que continúa habiendo interferencias administrativas y las empresas siguen sin dominar cabalmente sus presupues­tos. La competencia y la gestión cotidiana tro­piezan todavía con numerosas dificultades por el carácter incompleto y la falta de coordina­ción de las reformas en todos los ámbitos; las imperfecciones y los defectos del sistema de precios y la reforma del impuesto sobre las ga­nancias han creado una asimetría entre el es­fuerzo y el riesgo, dando lugar a «preocupacio­nes y alegrías desproporcionadas». Las refor­m a s se enfrentan también con dilemas. El sistema de responsabilidad contractual ha da­do unos resultados m u y rápidos, aunque son muchos los problemas potenciales que ace­chan. E n 1987, fueron casi el 80 % las empresas que aplicaron el sistema contractual, con lo que

recuperaron la iniciativa, aumentándose si­multáneamente el valor de la producción in­dustrial, las ganancias y las recaudaciones fis­cales. Ese mismo año, la industria nacional cre­ció el 14,6% y los ingresos el 3 ,8%. Son numerosas las razones que explican ese rápido desarrollo del sistema contractual. Por una par­te, para salvaguardar el principio de la propie­dad pública, este sistema define los derechos, las obligaciones y los márgenes de beneficio mediante contrato, destacando la noción fun­damental de separación entre el aparato admi­nistrativo de los órganos de gestión y haciendo hincapié en la mayor libertad de acción de las empresas, eludiendo ingeniosamente el tema sensible de la propiedad real. Al no romper con el sistema tradicional de propiedad ni pertur­bar los intereses establecidos, la resistencia que suscita esta reforma es mínima, siendo relati­vamente fácil ponerla en práctica. Su impor­tancia reside en actuar de motor para que el pueblo aprecie la propiedad pública c o m o algo de su pertenencia. Por otra parte, a la larga, el sistema contractual no es necesariamente la so­lución ideal, ya que no aborda el tema clave de la propiedad. Las empresas no han alcanzado todavía el verdadero estatus de corporaciones y resulta difícil racionalizar su conducta. Las res­tricciones financieras, al ser tan exiguas, se plasman en restricciones presupuestarias. En segundo lugar, cuando alguna empresa registra pérdidas o cuando quiebra, es el Estado quien asume las consecuencias. E n realidad, las e m ­presas son sólo responsables de sus beneficios, pero no de sus pérdidas. En tercer lugar, la pro­piedad de los bienes adquiridos por las empre­sas no está claramente definida y tanto la dura­ción de los contratos c o m o sus cláusulas son limitadas, con lo que las empresas tienden fá­cilmente a contemplar su actuación a corto pla­zo.

D a d o el estado de subdesarrollo de los mer­cados, y al no poder ser controlados realmente por las empresas, estas últimas siguen bajo la doble dependencia del Estado y del mercado. E n esas circunstancias, fomentar excesivamen­te los beneficios lleva a un continuo mercadeo entre las empresas y el Estado, con lo que se falsea la competencia y se crea un desequilibrio entre beneficios y riesgos. Frente a los dilemas que plantea la reforma se pensó en que su solu­ción estaría en la transformación del sistema de propiedad.

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Arrozales de la provincia de Guangxi, China, T . Boulley.

Reforma del sistema de propiedad: la última etapa para superar la contradicción entre propiedad pública y economía de mercado

El pensamiento teórico ha contemplado en China tres medidas decisivas en los últimos años en cuanto al sistema de propiedad. Pri­mero se reafirmó explícitamente que el régi­m e n de propiedad dependía del nivel de desa­rrollo y de la estructura de las fuerzas productivas, abandonándose así la antigua idea de la conveniencia de un amplio sector públi­co. E n segundo lugar, quedó claro que pueden coexistir y compenetrarse dos sistemas de pro­piedad, descartándose el principio según el cual sería preferible no mezclarlos. En tercer lugar, se reconoció la posibilidad incuestiona­ble de separar propiedad y gestión, renuncián­dose al principio de que ambas deban ir siem­pre de consuno. Los importantes avances de la

técnica van siempre a la par con los resultados prácticos. En estos últimos años, y pese a que siguiera prevaleciendo el régimen de propie­dad pública, China adoptó nuevas formas de propiedad, sustituyendo un sistema uniforme por otro heterogéneo y en el que co­existen distintos regímenes de propiedad. D e acuerdo con las estadísticas9, en términos de valor global de la producción industrial, en la década de los años 1980 la proporción de in­dustrias sujetas al régimen de la propiedad pú­blica bajó del 80 % al 57,5 % en el primer pe­ríodo; la de las industrias del sector colectivo subió del 20 % al 40,2 %, y las empresas del sector privado y otros centros económicos al­canzaron el 2,3 % habiendo partido casi de cero. Las operaciones comerciales efectuadas bajo el régimen de la propiedad pública dis­minuyeron del 90 % al 38,7 %, en tanto que en el sector colectivo pasaban del 7,4 % al 35,8 % y en el sector privado y otros sectores del 7,3 % al 25,5 %. En la actualidad el número de

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empleados contratados en las industrias y el comercio del sector privado asciende a 17 mi­llones, lo que representa una multiplicación por cien.

C o n objeto de profundizar en la reforma del sistema de propiedad, cabe mencionar las tendencias siguientes de cara al futuro:

1. Continuar reajustando la estructura de la propiedad para convertir algunas empresas estatales en firmas colectivas o privadas o en empresas ajenas al sistema de propiedad pú­blica, disminuyendo así la importancia del sector público. A este respecto, hay que aban­donar la vieja idea de que la propiedad colec­tiva y privada son antagonistas en lo que res­pecta a la producción social masiva. La experiencia de los países socialistas, al igual que la de las naciones capitalistas, demuestra que, combinando la propiedad colectiva con la pri­vada, no se excluye la socialización.

2. A u n en el supuesto de que no se modifi­que la estructura de la propiedad, lo esencial es delegar en las empresas públicas, grandes o medianas, la propiedad, los derechos de utili­zación y la gestión de sus haberes, acentuando su sentido de la responsabilidad en la gestión y guiándolas para que puedan competir co­mercialmente y asuman tanto los beneficios c o m o las pérdidas, además de establecer gra­dualmente un mecanismo de gestión capaz de hacer frente a las motivaciones internas y a los apremios que procedan del exterior.

3. Las empresas estatales deberían limitar­se a un ámbito determinado que abarque acti­vidades estrechamente vinculadas a la econo­mía nacional y a la subsistencia de la población, que salvaguarde los intereses del pueblo, no persiga fines de lucro ni pueda monopolizarse con facilidad. Pero el hecho de separar la pro­piedad de la gestión puede también aplicarse aquí, por lo que, según sean las circunstancias, la propiedad pública adoptará otras modalida­des propicias al desarrollo de las fuerzas pro­ductivas.

4. Hay que procurar hacer reformas que tiendan a influir en todos los sectores de forma coordinada, con el fin de crear las condiciones que favorezcan la transformación del sistema de propiedad. Y eso supone que las leyes del mercado funcionen libremente en lo que res­pecta a los bienes de consumo, m a n o de obra,

capitales, bienes raíces, tecnología, informa­ción y acceso a la propiedad; reformar los sis­temas de planificación, las finanzas, la banca, las inversiones y los salarios; consolidar y m e ­jorar la gestión macroeconómica y eliminar los factores de confusión e inestabilidad de la vida económica, con miras a lograr unas reformas en profundidad.

Para acentuar la reforma y dar vigor a las empresas, es preciso negociar adecuadamente la correlación reajuste y control de la macro­economia y estímulo de la microeconomia.

La planificación y el mercado

Tras varios años de reforma, China descartó la antigua idea de que una economía socialista es incompatible con una economía de mercado planificada y respondiendo a las leyes del mer­cado, adoptando el principio según el cual la economía planificada es algo primordial y la regulación del mercado algo secundario. D e ese m o d o surgió la teoría de que, a partir del sistema de propiedad pública, se puede instau­rar ura economía de mercado planificada en la que se armonicen la planificación y las leyes del mercado, creándose las bases teóricas y los modelos necesarios a la reforma estructural de la economía. Desde este punto de vista la transformación del sistema de planificación constituye un eslabón esencial y ha dado un paso decisivo.

Se reduce el alcance de las directrices de la planificación y se fortalece el papel regulador del mercado. Así, la gama de productos indus­triales sujetos a la planificación del Estado se redujo de 120 en 1984 a 60 en 1987; el total de materiales asignados por el Estado dismi­nuyó de 259 a 26; las mercancías y los produc­tos menores no abarcados por la planificación son ahora regulados por el mercado.

Se amplía el poder de decisión de las auto­ridades locales y de las empresas mediante la reforma del sistema de inversión. En 1987, so­lamente el 32 % de la inversión destinada a la formación de capital provino del Estado, en tanto que el 68 % restante procedía de otras fuentes. Estas últimas son de distinta índole. N o obstante, debido al bajo nivel de la produc­tividad, al subdesarrollo de los mercados, a la escasez de información y a la insuficiencia de

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Reforma estructural y desarrollo económico en China 211

suministros, el establecimiento de una econo­mía de mercado planificada y la sustitución del control directo por el control indirecto de­berá seguir un camino largo y tortuoso, por las siguientes razones.

Aunque el Estado haya reducido el alcance de la planificación, las interferencias de la ad­ministración y el control directo que ejerce persisten obstinadamente y las autoridades lo­cales siguen intentando ampliar los ámbitos de la planificación. El nuevo sistema financiero de «gestión en todos los niveles» dio lugar a conflictos y fricciones y, en algunas regiones, hubo «bloqueos» y «barreras» de tipo econó­mico, dificultades que sólo podrán resolverse mediante profundas reformas. La situación no ha cambiado en lo que respecta a la expansión de la inversión en activo fijo y al poder ad­quisitivo del consumidor, lo que es causa de agudas tensiones en la vida económica e im­pide que las reformas produzcan resultados rápidos.

La paralización derivada de la coexistencia del antiguo y del nuevo sistema y las numero­sas contradicciones y fricciones vienen a su­marse a las dificultades de la reforma y a la adopción de decisiones. Si estos problemas no se tratan adecuadamente, y si no se aplican los mecanismos de regulación y control necesarios a la planificación macroeconómica, no desapa­recerá la inestabilidad económica y, en conse­cuencia, la reforma no podrá avanzar. Tras va­rios años de reforma, el sistema de mercado sólo ha alcanzado en China una forma experi­mental.

El mercado de bienes de consumo ha pro­gresado. Según las estadísticas, en 1987 había más de 2.200 centros comerciales en todo el país, 60.000 mercados de productos agrícolas en zonas urbanas y rurales, 10.990.000 redes de distribución administradas por la sociedad y 9.080.000 redes privadas.

El mercado de bienes de producción está comenzando a tomar forma. En la actualidad, más de 100 ciudades disponen de mercados en los que se pueden comprar los productos del acero, el cemento, la madera, el carbón y la maquinaria y los productos eléctricos, y en los que el Estado procede a la venta de más de 50 % de los bienes de producción importantes. Se han creado mercados de capitales, tecnolo­gía, m a n o de obra, bienes raíces e informa­ción. La reforma de los precios fortaleció la re­

gulación del mercado y modificó radicalmente los precios que eran anormalmente bajos con respecto al valor real de los bienes. En su conjunto, empero, el sistema de mercado en China es todavía incipiente debido a que las empresas estatales, a causa de su doble de­pendencia respecto del gobierno, no se han convertido todavía en su elemento motor.

Además , y dado que las interferencias ad­ministrativas tradicionales siguen desempe­ñando un papel predominante en los sectores del capital, de la m a n o de obra, de los materia­les y del comercio, todavía persisten insufi­ciencias en las estructuras y los mecanismos del mercado que vinculan distintos bienes y elementos de producción. Se sigue recurrien­do, en gran medida, al control directo del Esta­do. La coexistencia del viejo sistema con el nuevo obliga al gobierno a aplicar medidas del pasado para tratar los problemas que surgen en las operaciones comerciales o al introducir mecanismos de mercado. Los obstáculos de to­da índole con que tropieza la reforma de los precios impiden un progreso rápido, sin que se hayan establecido todavía mecanismos básicos de transmisión del mercado. La reforma es por ello limitada, dadas las carencias del sistema comercial, agravada por la inflación resultante de una demanda superior a la oferta, una ex­pansión demasiado rápida y el exceso de in­versión y consumo.

La inflación y ia reforma de los precios

La inflación es un problema m u y delicado y complejo que hace peligrar la reforma y el des­arrollo de China. En los últimos años, el «es­pectro de la inflación» ha aparecido en la vida económica, convirtiéndose en un tema can­dente de discusión. Se presenta después de la reforma de los precios, ya que éstos no refleja­ban el valor de las mercancías, ni la relación entre la demanda y la oferta. Los precios fija­dos por el Estado y regulados por el mercado representan el 50 % de la cifra de negocios to­tal de los productos básicos sociales; los pro­ductos agrícolas y los bienes de consumo in­dustriales, cuyos precios fija el Estado, han disminuido, respectivamente, en el 30 % y el 40 %. N o obstante, la reforma de los precios ha ocasionado también una serie de proble-

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mas. D e acuerdo con las estadísticas, desde 1985, el índice de los precios al por menor au­mentó en el 23,6 %, mientras que en las gran­des ciudades y en las de tamaño medio el in­cremento era incluso superior. E n 1987, el poder adquisitivo del 21 % de la población disminuyó c o m o consecuencia del alza de los precios. Sin embargo, la economía de China se distorsionará seriamente en el caso de suspen­der las reformas. Por el m o m e n t o , la reforma de los precios sólo puede proceder a reajustes graduales y limitados hasta que se produzcan efectos en gran escala. La práctica demuestra que es preciso modificar el sistema de fijación y control de los precios, y que es imposible reorganizarlo completamente en uno o dos años mientras se procura crear condiciones de libre competencia. La reforma de los precios debe basarse en la realidad y tomar en cuenta la capacidad de respuesta de la sociedad y la capacidad de absorción de las empresas; de otro m o d o , la reforma perderá su apoyo social, ya que la prisa no es nunca buena consejera.

La reforma c o m o transformación social originará necesariamente conflictos y la redis­tribución de los intereses entre las distintas ca­pas y grupos sociales. Los apasionados debates sobre la «justicia social y la eficacia» constitu­yen una manifestación preeminente de este problema. Actualmente este tema trasciende el ámbito económico y atañe a un campo social m á s amplio y complejo.

Justicia social y eficacia

El tema de la justicia social y de la eficacia es harto delicado, ya que el problema esencial que se plantea es de c ó m o mantener un equili­brio razonable entre la actividad de los distin­tos grupos de intereses sociales y la asignación eficaz de los recursos. Durante m u c h o tiempo prevaleció el igualitarismo c o m o principio de justicia en el socialismo, según el cual el inte­rés del conjunto del país relegaba completa­mente los intereses de las empresas y de los in­dividuos: era la fuerza espiritual de los conceptos morales, m á s que los intereses m a ­teriales, lo que guiaba la economía. C o m o con­secuencia de ello, se paralizaron el entusiasmo y la creatividad populares; cada cual «comía en la misma gran olla» y el conjunto de la eco­nomía funcionaba sin eficacia. Así fue c o m o

se produjeron y alcanzaron su punto culmina-te el «Gran salto hacia delante» y la «Revolu­ción cultural», causa de daños inconmensura­bles al desarrollo socioeconómico. Equiparar el igualitarismo con la justicia socialista cons­tituye en realidad una mala interpretación del marxismo. Esta noción es contraria al princi­pio de la economía de mercado y a la distribu­ción de los recursos en función del trabajo, ra­zón por la cual está condenada a desaparecer. Marx señaló una vez que cuanto luchan las personas por obtener está relacionado con sus intereses. Desde la tercera sesión plenária del undécimo Comité Central del P C C , China adoptó una política destinada a permitir que algunas personas se enriquecieran antes que otras. La asignación uniforme de los recursos fue sustituida paulatinamente por un sistema en el que la distribución según el trabajo co­existe con las otras formas de distribución. Es­ta política estimuló sustancialmente el desa­rrollo de la economía rural y de los sectores privados de la industria y el comercio. Su in­fluencia se amplía a los círculos m á s amplios de la ciencia, la tecnología, el comercio, la in­dustria, etc. Las operaciones socioeconómicas son cada vez m á s eficaces al tiempo que se au­menta el nivel de ingresos de la población ur­bana y rural. Al mismo tiempo crece el foso que separa a ricos de pobres. Por una parte hay hogares cuyos ingresos llegan a los 10.000 yuans, y existen incluso millonarios y multimi­llonarios, aunque por otra, el 15 % m á s pobre no logra vivir de sus ingresos. Se acentúa, ade­m á s , la diferencia entre las zonas ricas y las pobres. Las regiones desarrolladas del litoral contrastan agudamente con la pobreza de las comarcas fronterizas. Estos fenómenos genera­ron una gran preocupación y suscitaron un amplio debate. Pensamos que la base del con­cepto socialista de justicia debería residir en la igualdad de oportunidades, ya que ésta es la fuente de la eficacia. Incita a los individuos y a las empresas a mejorar constantemente sus resultados. Pero si la igualdad de oportunida­des se sustituye por la igualdad de resultados (con ingresos idénticos o apenas diferentes), es evidente que algunos se apropiarán los resulta­dos (del trabajo o de la gestión) de otros. Afor­tunadamente, el reconocimiento de la igual­dad de oportunidades en el plano nacional está cobrando cada vez m á s fuerza. Según las investigaciones10, el pueblo no solamente está

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Reforma estructural y desarrollo económico en China 213

sr Familia de campesinos, en Mongolia exterior, China, imapress.

insatisfecho con la subida de los precios, sino que también lo está con los que abusan de su posición para enriquecerse, con los nombra­mientos por favoritismo, con la falta de liber­tad para elegir las propias carreras y con la dis­paridad de los ingresos, etc., temas todos ellos relacionados con la desigualdad de oportuni­dades.

Hay que admitir que, en la etapa actual, existen grandes diferencias entre las zonas y las personas. Debido a la coexistencia del sis­tema antiguo con el nuevo, las estructuras del mercado siguen siendo incompletas, los pre­cios están distorsionados y son numerosas las carencias que persisten en los controles m a ­croeconómicos, lo que ocasiona disparidades inaceptables de ingresos. Por consiguiente, el

gobierno debe adoptar medidas económicas, jurídicas y administrativas que fortalezcan los mecanismos de control a nivel macroeconómi­co, evitando así la bipolarización de la econo­mía.

El mercado es el mecanismo externo m á s importante para lograr la igualdad de oportu­nidades, una competencia equitativa y una mayor eficacia. Merece especial mención el hecho de que la tendencia a comparar la situa­ción propia con la del vecino, equivalente ac­tual del igualitarismo y de la costumbre de co­mer «todos en la m i s m a gran olla», sigue perturbando la vida económica, y convirtién­dose en un mal social y psicológico persistente. La consecuencia es una serie de efectos «de imitación», como, por ejemplo, el deseo de in-

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vertir o de consumir más de lo que los medios propios permiten, disfrutar comiendo y be­biendo a expensas del país, viajar al extranje­ro, etc. Se comprueba así que sigue siendo

m u y difícil erradicar el igualitarismo e impo­ner una auténtica ética de la competencia.

Traducido del inglés

Notas

1. Lu Jian «Analyses of the Characteristics, Causes and Occurrence Mechanism of the Economics Cycles in our Country», Economic Research, n u m . 4, 1987.

2. Zhang Pan «Seeking for Ideal Models for the Sustained and Steady Development» World Economic Herald, 26 de octubre de 1987. El coeficiente de fluctuación designa la diferencia media entre el índice de crecimiento más elevado y el índice de crecimiento más bajo de un mismo ciclo.

3. Lu Jian, op. cit.

4. Según este análisis, la variación del 1 % del ingreso nacional producirá una

fluctuación del 2 al 2,5 % en la inversión de capital fijo. Sun Jian y Li Zhenzong, «The Trend and Practical Significance of the Irregular Cyclical Fluctuation of the Investment in Fixed Assets», Reference Material for Economic Research, n u m . 69, 1985.

5. Zhao Ziyang «Advance Along the Road of Socialism with Chinese Characteristics», 1987.

6. Véase World Herald, la primera plana, 15 de febrero de 1987.

7. República de Corea, Hong Kong, Singapur y Taiwan.

8. Esta ley fue formulada por J. A . Merritt, de la Universidad de

Oxford, a partir del análisis que hizo de las relaciones entre la agricultura y el desarrollo económico en 88 países.

9. Comisión Estatal para la Reestructuración de la Economía, «La reforma estructural de la economía en China durante el período del Sexto Congreso Popular Nacional», Reform and Development, Ediciones de la Planificación de China, 1985.

10. Instituto de Reestructuración Económica en China, División de Investigaciones Sociales, «The Social Environment for the Reform: Changes and Choises», Economic Research, n u m . 12, 1987.

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Limitaciones al crecimiento en los países en vía de desarrollo: la experiencia actual de América Latina

Víctor L . Urquidi

Desde el punto de vista de los países en vía de desarrollo, en su esfuerzo por reanudar el creci­miento y renovar el desarrollo m i s m o , resulta difícil imaginar una economía mundial más in­cierta y paradójica que aquella a la que se han estado enfrentando en los últimos años. Para intentar comprender la perspectiva general que encaran los países en vía de desarrollo es preci­so remontarse por lo menos unos quince años, al m o m e n t o del primer llamado sacudimiento petrolero. N o obstante, de­sempeñaron también un papel en la inestabilidad re­sultante algunos aconteci­mientos anteriores a 1973, entre ellos el abandono del sistema básico de liquida­ción de las cuentas moneta­rias internacionales que surgió desde 1944 en la Conferencia de Bretton W o o d s , a favor de un m e ­canismo de tipos de cam­bio flotantes sujeto a movi­mientos inciertos de capi­tal y a intervenciones aún menos predecibles de las autoridades moneta­rias centrales.

El propósito de este trabajo es, por una par­te, explorar algunos de los problemas que afec­taron a los países en vía de desarrollo durante los años setenta, que en cierta medida conduje­ron al rígido trance en que se han hallado desde principios de los años ochenta con el impacto del servicio de la deuda externa; y en segundo lugar, examinar la perspectiva del crecimiento y el desarrollo económicos después de seis a sie­te años de virtual estancamiento. Se hará refe-

Víctor L. Urquidi es profesor de econo­mía en el Colegio de México, Camino al Ajusco, # 20, C . P . 01000, México D . F . , México. Anteriormente fue presi­dente de la International Economie As­sociation (1980-1983) y miembro del Club de R o m a . Es autor de libros y ar­tículos, incluyendo uno en esta misma revista (num. 97, 1983), sobre desarro­llo económico, cuestiones fiscales y m o ­netarias y sobre las relaciones entre E E U U y México.

rencia en especial al caso de las economías lati­noamericanas1, aun cuando buena parte de la experiencia de esta región pueda ser útil tam­bién para la consideración de los acontecimien­tos y las perspectivas de otras regiones en vía de desarrollo, con la posible excepción de deter­minados países m u y dinámicos del Pacífico que, según opinión de muchos, pueden consti­tuir casos especiales.

E n el m u n d o industrializado, no se ha pre­sentado en los últimos años una situación de recesión económica, sino que se ha registrado una tasa de cre­cimiento bastante firme, si bien moderada; mientras que en el m u n d o en vía de desarrollo, salvo algunos países localizados en su mayoría en el sudeste de Asia y en la Cuenca del Pa­cífico, no se ha experimen­tado casi ningún creci­miento y de hecho el pro­ducto por habitante ha descendido en forma seve­

ra. E n este grupo de países, por añadidura, se han erosionado en forma grave las bases del crecimiento: han caído las tasas de inversión real, tanto pública c o m o privada, lo que ha re­dundado en escasa ampliación de la capacidad productiva y en mejoramiento insignificante de la infraestructura. En la medida en que el crecimiento depende también de una constante innovación tecnológica y del progreso cuantita­tivo y la elevación cualitativa de la educación, estos dos componentes importantes del proce­so de crecimiento han quedado sujetos a limi-

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taciones bastantes fuertes, cuando no se han re­ducido en realidad a su mínima expresión.

El crecimiento de los países en vía de desa­rrollo requiere hoy día hacer frente a un desafío sin precedente: ¿podrá reanudarse de manera efectiva? O mejor dicho aún, ¿podrá el desarro­llo reemprenderse en el sentido que había ad­quirido desde hace varios decenios? Todavía m á s desafiante sería preguntar: ¿debiera el des­arrollo adoptar nuevas formas, y si así fuere, cuáles y cómo? En época pasada, el desarrollo dio lugar -no siempre con éxito- a cambios en la estructura de la producción global aunados a aumentos de la productividad y a mayores ta­sas efectivas de empleo en los sectores forma­les; supuso también, y con frecuencia lo logró, la difusión de los frutos del desarrollo a los es­tratos amplios de la población caracterizados por menores ingresos y menor acceso a toda clase de beneficios sociales (los que en los paí­ses desarrollados designan c o m o los «pobres»)

Es ésta aún la problemática del futuro para los países en vía de desarrollo, c o m o lo fue en épocas precedentes. M a s en este nuevo m u n d o de interdependencia m á s intensa y compleja, no es ya probable que los objetivos puedan lo­grarse, c o m o se pensaba hace un decenio o más , mediante lo que dio en llamarse desarrollo con autovalimiento, o en la esfera internacional au-tovalimiento colectivo o cooperación Sur-Sur. N o parece que sea probable obtener un cambio sustancial en la condición de los países en desa­rrollo sin contar con cooperación internacional sostenida y significativa de carácter general, que incluya acceso a los grandes excedentes del m u n d o desarrollado y posibilidades m á s abier­tas de comercio en los mercados que controlan los países desarrollados. Durante los últimos seis años, casi no ha habido incrementos de cooperación internacional en forma de asisten­cia para el desarrollo. Las fuerzas del mercado, tal c o m o se les ha permitido evolucionar, han conducido a una transferencia de recursos del m u n d o en desarrollo a los países acaudalados, en lo principal para el pago de intereses sobre la deuda externa; esto es, se ha generado una transferencia real en forma de excedentes de exportación con los cuales hacer frente al pago de intereses (véase m á s adelante).

La inestabilidad general que ha prevalecido se ha reflejado en fuertes cambios en los precios relativos en lapsos m u y cortos. En el plano in­ternacional, se trata de los precios de productos

básicos, así c o m o de los tipos de cambio y las tasas de interés. E n el ámbito interno de los paí­ses en vía de desarrollo, la inestabilidad se ha manifestado en deformaciones de la estructura de precios a medida que la inflación en muchos de los principales países ha transitado de la di­mensión de dos dígitos a la de tres, y en casos extremos a hiperinflación descontrolada. Las distorsiones de esta clase, expresadas en c a m ­bios abruptos de los precios relativos, tienden a dar señales erróneas a los sectores productivos y al comercio exterior, y contribuyen aún m á s a las dificultades que supone el tratar de restable­cer alguna medida de estabilidad para favore­cer el crecimiento. Se han hecho intentos de re­solver los casos de elevada inflación mediante medidas bastante ortodoxas, en su mayor parte bajo la orientación impartida por el Fondo M o ­netario Internacional o mediante acuerdos y medidas que se aproximan a las políticas que este organismo recomienda para restablecer la estabilidad. Estas políticas se han intentado con relativamente poco apoyo del exterior, el que debiera haber sido condición necesaria desde el principio pero que con frecuencia no podía otorgarse debido a la situación de endeu­damiento. En unos cuantos casos en América latina (notablemente en Argentina, Brasil, Boli­via y México) se han adoptado programas de­nominados «heterodoxos» para lograr una es­tabilización inmediata. Estas fórmulas no siempre han tenido éxito, por falta de suficien­te respaldo desde el exterior, o quizá principal­mente porque uno de los pilares de tales estabi­lizaciones, la reducción del déficit del sector público, ha sido débil o no ha perdurado, o no se ha hecho valer con eficacia; esto es, la de­m a n d a no se ha comprimido en la medida ne­cesaria para interrumpir la inercia inflaciona­ria. (El caso de México parece haber tenido éxito hasta ahora, a costa de una recesión profunda; en muchos aspectos, se ha ido demasiado le­jos.) Debe tenerse en cuenta, por lo demás, que tales programas requieren de un mecanismo de negociación que permita llegar a un consenso inicial suficiente entre las partes involucradas y asegurar el seguimiento requerido.

Durante los últimos seis años no se ha pre­senciado una vuelta a la normalidad después de las inestabilidades de los años setenta, sino que la inestabilidad se ha acentuado al grado de ha­cer m á s difícil aún la definición de lo que es o debiera ser un período «normal» de crecimien-

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Escena correspondiente a una anterior crisis económica en América latina: en Brasil los granos de café no vendido son utilizados como combustible para las locomotoras. Keystone.

to. Es también paradójico que el comercio mundial ha continuado aumentando a una tasa de 3 a 5 % anual. Desde luego que las cifras globales necesitan desmenuzarse, ya que el in­cremento del comercio internacional se ha cir­cunscrito en su mayor parte a aquel que se lleva a cabo entre las economías desarrolladas, en tanto que las economías en vía de desarrollo han tenido que hacer frente en general a condi­ciones inseguras en cuanto a la relación de pre­cios del intercambio -tanto a precios débiles de sus exportaciones básicas c o m o a precios m a ­yores de sus importaciones de bienes de capital y de productos intermedios- y en lo que respec­ta a acceso a los mercados. Debe recordarse también que para los países en vía de desarrollo se ha elevado asimismo el costo de los servi­cios: ingeniería de obras, fletes y seguros, servi­cios bancários, etc. E n materia de exportacio­

nes, sobre todo de productos manufacturados, es preciso siempre tener en cuenta las excepcio­nes, tales c o m o los casos de las economías de reciente industrialización de la Cuenca del Pa­cífico. Queda por explicarse adecuadamente por qué no ha ocurrido algo similar en otras áreas, en especial en América latina y África, o bien si están presentes en estas regiones condi­ciones básicas institucionales y culturales que no hacen posible la plena aplicación de las polí­ticas ampliamente publicitadas de las naciones del sudeste de Asia.

La experiencia latinoamericana parece ser de suma importancia, porque en época pasada, a partir de 1950, la región demostró poseer una capacidad extraordinaria de crecimiento, en tanto lo indique el aumento general del produc­to interno bruto. Y no fue simplemente creci­miento, sino desarrollo, manifestado éste en un

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incremento más rápido de la producción del sector industrial y de los servicios modernos, con absorción de fuerza de trabajo en sectores de empleo de mayor productividad. Entre 1950 y 1970, el PIB latinoamericano, en su conjunto, se incrementó a una tasa anual media superior al 5 %, o sea superó a la de la población, que fue en promedio del 3 %.

Cierto es que el crecimiento fue desigual, que grandes áreas de América latina dedicadas a la producción primaria permanecieron en si­tuación de atraso, que amplios sectores de la población no participaron gran cosa o en abso­luto en la elevación del nivel medio material de vida, que no se eliminó ni redujo sustancial-mente el subempleo o que incluso éste aumentó en algunas zonas, que el ascenso de la producti­vidad fue disparejo, que hubo períodos de alta inflación en distitnos países en diferentes opor­tunidades, y que durante esa larga etapa el ajus­te a las perturbaciones externas no siempre se llevó a cabo con resultados positivos. Los dos de­cenios se caracterizaron por la continua lucha por equilibrar las cuentas externas, por mane­jar las fluctuaciones de los tipos de cambio y por tratar de cumplir con las políticas del F M I en estas materias. Casi todos los países adopta­ron políticas de sustitución de importaciones c o m o instrumento de promoción industrial. Estas políticas se justificaron, a raíz de la gran crisis económica mundial de los años treinta y de las escaseces surgidas durante la Segunda Guerra Mundial, por la necesidad de crear e m ­pleo en los sectores modernos, de empezar a integrar una estructura industrial y de asegurar suministros nacionales de insumos esenciales. Sin embargo, a fin de cuentas resultaron ser po­líticas bastante costosas y carentes de eficien­cia. N o es fácil hacer generalizaciones para juz­gar la sustitución de importaciones realizada con elevado proteccionismo, ya que sin ella no habría llegado a existir mucha de la industria latinoamericana actual. N o obstante, en etapa posterior llegó a ser evidente que el proteccio­nismo a ultranza se convirtió en el principal obstáculo a la competitividad interna e inter­nacional. Junto con la tendencia a la sobreva-luación de las monedas, dicha política indus­trial frenó la exportación de manufacturas (con algunas salvedades) que podrían haberse efec­tuado para aprovechar los crecientes mercados mundiales. En América latina no se pensó, en un principio, que estos mercados llegarían a ser

m u y dinámicos. Fue un error de cálculo de los encargados de formular las políticas económi­cas; casi no se dieron cuenta de que en el futuro la exportación de manufacturas sería la clave del fortalecimiento de las balanzas de pagos en vez de tener que descansar de manera perenne en la de productos básicos.

Antes de los años sesenta la cooperación económica y financiera internacional con América latina casi careció de significación. A principios de ese decenio, se convirtió en parte de un programa multilateral que m u c h a falta hacía: la Alianza para el Progreso. Confor­m e a ésta, se acordó y se supuso que la región latinoamericana adoptaría determinadas orientaciones de política económica, las que in­cluían por cierto la planificación del desarrollo y la atención a objetivos sociales, entre éstos el logro de metas en materia de educación, salud, vivienda y bienestar rural. A cambio, se efec­tuarían transferencias de capital en forma de préstamos e inversiones por parte de Estados Unidos, de los organismos multilaterales c o m o el Banco Mundial y el recientemente fundado Banco Interamericano de Desarrollo, e, implí­citamente, por parte de fuentes europeas de re­cursos, tanto oficiales c o m o privadas. N o se proyectaba que el financiamiento neto del exte­rior pasara de constituir un modesto porcenta­je del producto interno bruto. La experiencia de los años sesenta fue en su conjunto bastante favorable, no obstante que muchos de los obje­tivos no se cumplieron cabalmente, entre ellos el del financiamiento externo. N o sólo conti­nuó América latina industrializándose sino que además progresó la producción agropecuaria. Se afirmó la voluntad del desarrollo, la creen­cia de que el crecimiento y el desarrollo delibe­rados traerían beneficios. Se pasó el umbral de 1970 con grandes expectativas respecto al por­venir.

A u n cuando los resultados económicos a lo largo de los años setenta siguieron siendo posi­tivos, empezaron a surgir indicios preocupan­tes. En primer lugar, se presentó una inestabili­dad generalizada de las monedas, conectada con las altas tasas de inflación. E n segundo tér­mino, varios países importantes acusaron es­tancamiento de sus economías. Tercero, el im­pacto de los sacudimientos petroleros fue dis­parejo: condujo a auges casi instantáneos en los países exportadores de petróleo y a graves dete­rioros de la tasa de crecimiento en las econo-

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mías importadoras de ese producto, que eran la mayoría. La expansión de los ingresos por pe­tróleo atrajo petrodólares reciclados desde otras partes del m u n d o ; en su conjunto, todos estos fondos ampliaron enormemente el poten­cial de la inversión pública y la privada. E n los países latinoamericanos deficitarios en petró­leo, los petrodólares reciclados ayudaron a pa­gar las importaciones de ese hidrocarburo y contribuyeron asimismo a elevar las tasas de inversión. Se plantearon grandes proyectos in­dustriales, energéticos y agrícolas en todas par­tes. Crecieron los sectores públicos y floreció el consumo privado. La inflación generada por expansión de la demanda generó mayores dese­quilibrios de las balanzas de pagos, y requirió, para cubrir los saldos, de nuevos préstamos del exterior, en su mayor parte obtenidos de los bancos comerciales y otras instituciones finan­cieras de los países industrializados.

Entre 1970 y 1980 el ingreso neto de capita­les a América latina se multiplicó por siete, pa­ra alcanzar a ser el 3,5 % del PIB. Tan sólo en 1981 se incrementó otro 27%, para llegar al 4,5 % del PIB. Deducidos de los pagos por inte­reses y dividendos, la transferencia neta de re­cursos externos a América latina fue todavía de alrededor del 1,4% del PIB en 1980-1981. El incremento del PIB sólo era sostenible a base de que siguiera entrando capital del exterior en cantidades importantes. Sencillamente no ocu­rrió. Para entonces habían surgido la inflación de costos y la inercial, los precios de los alimen­tos habían subido en el mercado mundial, las tasas reales de interés sobre préstamos a corto y a medio plazo de los bancos comerciales se ha­bían elevado a un nivel de 15 %. Prevalecieron el desorden financiero y la administración ine­ficiente de las economías. Se perdió el control de la inflación. Se volvió a caer en la sobreva-luación de las monedas. El PIB dejó de crecer y la relación de precios del intercambio empezó a descender. Mientras tanto, la deuda externa se multiplicó por diez, pasó de 23 mil a 223 mil millones de dólares y los pagos por intereses se elevaron a m á s del 20 % del total de exportacio­nes de bienes y servicios. En 1981 se incremen­tó de nuevo el endeudamiento externo neto a 318 mil millones de dólares. El decenio coinci­dió con una reducción importante de la tasa de crecimiento económico en los países desarro­llados, el surgimiento de grandes desequilibrios entre algunas de las principales economías, la

implantación de severas políticas antiinflacio­narias en casi todos los países de la O C D E , y una ola de proteccionismo.

La situación en 1980-1981 se volvió bastan­te precaria para los países en vía de desarrollo, y si bien los orígenes de la crisis de la deuda externa se habían dado antes al ocurrir excesi­va expansión económica y excesivo endeuda­miento, y efectuarse una asignación inadecua­da de recursos e incurrirse en grandes derroches y en corrupción, se presentaron súbitamente, a principios de 1982, problemas de flujo de fon­dos, agravados por fuga de capitales. Al suspen­derse pocos meses después la concesión de nue­vos préstamos por la banca comercial, se plan­teó lisa y llanamente una situación de virtual moratoria el mes de septiembre del m i s m o año. En este m o m e n t o se puso en eviencia que el crecimiento y el desarrollo de América latina -así c o m o de muchos países de África y Asia-quedaban limitados abruptamente por un coe­ficiente de servicio de la deuda de un orden de magnitud del 39 % de las exportaciones de bie­nes y servicios, por concepto de pago de intere­ses solamente.

E n sus comienzos el problema se consideró c o m o de naturaleza puramente financiera, que debía resolverse mediante una combinación de reestructuraciones y recalendarizaciones de la deuda y políticas internas de ajuste, con apoyo en sumas modestas de nuevos préstamos. Las políticas a corto plazo tendrían que imponerse a las estrategias de desarrollo a medio y largo plazo. El objetivo principal vino a ser la reduc­ción de la tasa de inflación, con disminución del déficit del sector público y mecanismos de restricción salarial. La generación de exceden­tes de exportación habría de ser el medio de compensar la terminación del influjo neto de recursos del exterior. D e hecho, se produjo un gran vuelco: la entrada neta de recursos finan­cieros se convirtió en una salida neta de hasta el 4 al 5 % del PIB entre 1982 y 1986, con ape­nas ligero descenso en 1987. La deuda externa latinoamericana continuó aumentando, 344 mil millones de dólares a fines de 1982, 373 mil millones en 1985 y, por último, alrededor de 420 mil millones a mediados de 1988.

La adopción de políticas de ajuste, relacio­nadas con los apoyos del F M I y en algunos ca­sos con montos moderados de nuevos présta­m o s del exterior, ha dado por resultado, por lo menos en América latina, una situación de es-

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tancamiento económico. Desde 1980, se esti­m a que el incremento del PIB global ha sido de un 12 %, en tanto que la población ha crecido un 19 %: de manera que el producto por habi­tante ha descendido casi 6 % durante un perío­do de ocho años. Semejante descenso, acompa­ñado de elevada inflación, una rebaja sustan­cial de los salarios reales y mayores volúmenes de desempleo en el sector formal (si bien com­pensados parcialmente por empleo en el sector informal), significa que el peso del ajuste ha caído sobre los grupos de ingreso m á s bajo y, recientemente, aun sobre los estratos m á s bajos de las clases medias. Esto representa, en gene­ral, un estancamiento del mercado interno y una pérdida de incentivos para la inversión. En muchos de los países latinoamericanos, la in­versión real ha disminuido y ha dado lugar, en virtud de la considerable concentración de la liquidez, a especulación financiera. La baja de la inversión del sector público y, en general, del gasto público, ha originado también la suspen­sión o reducción de proyectos valiosos de desa­rrollo y de programas sociales. Los planes de privatización del sector público, donde se ha­yan implementado, no siempre han dado lugar (con algunas excepciones) a contracciones de los déficit del sector público o a mayores inver­siones. Por supuesto que la situación varía de país a país.

Los intentos de crear excedentes de expor­tación han tenido bastante éxito, pero se han basado más en limitaciones a las importaciones -indicio de recesión- que en una expansión be­neficiosa de las exportaciones mismas. La ex­portación total -resultante de mayores volúme­nes aun cuando a precios unitarios declinan­tes- llegaron a su m á x i m o en 1981 por unos 96 mil millones de dólares. Desde esa fecha, la re­lación de precios del intercambio ha declinado en m á s del 16 %. El quantum de la exportación se incrementó 30 % hasta 1984 y de allí en ade­lante se estabilizó. Esto permitió que el valor de las exportaciones totales se elevara a 98 mil millones de dólares en 1984, aunque después descendió, al bajar los precios de los productos básicos, 88 mil millones de dólares en 1987. Para 1988 se espera que el total vuelva a ascen­der a 100 mil millones de dólares. Sin embargo, esta cifra significa que la exportación por habi­tante ha descendido 16 % en ocho años. Debe recordarse que si bien las exportaciones de pro­ductos manufacturados, definidos éstos con al­

guna laxitud, han ascendido hasta constituir el 25 % de la exportación total, la mayor parte de los países de la región latinoamericana depen­den de una lista breve de productos básicos que afrontan precios mundiales fluctuantes y con frecuencia descendientes.

Los países latinoamericanos de alto endeu­damiento han procurado, por lo regular, con ocasionales fallas, mantener al día el servicio de sus deudas externas. En términos rigurosa­mente financieros, el problema general de la deuda continúa sin solución, no obstante las di­versas opciones a las que se puede recurrir en las negociaciones con los bancos y con los paí­ses acreedores, tales c o m o las conversiones de deuda en inversión, la emisión de bonos nue­vos en sustitución de vieja deuda descontada en el mercado, y otros mecanismos. A los paí­ses endeudados se les ha instado a «crecer» pa­ra salir de su problema de endeudamiento. Pe­ro el peso del servicio de la deuda, mientras continúe imponiéndose, hace casi imposible el crecimiento, aun en los casos en que el merca­do internacional para las manufacturas haya compensado en cierta medida el estrechamien­to del mercado interno. La transferencia al res­to del m u n d o del 5 al 6 % del PIB para el servi­cio de la deuda equivale a remitir al exterior un 40 % del ahorro interno, y de hecho, puesto que supone además un problema de transferencia interna, contribuye a mantener elevados los dé­ficit fiscales que a su vez representan una de las principales causas prevalecientes de la alta in­flación.

Parece no existir, en consecuencia, solución mientras el servicio de la deuda externa conti­núe siendo tan elevado. El que se exhorte a los países deudores a reestructurar sus economías internas, a eliminar reglamentaciones, a priva-tizar entidades del sector público y a eliminar barreras a la importación y restricciones a la inversión extranjera directa, no parece llevar, ni de lejos, a la consideración de la naturaleza verdadera del problema, al menos en el futuro inmediato. Si fuere el caso de que la economía mundial, concretamente el PIB de los principa­les países industriales, estuviera a punto de ini­ciar una expansión semejante a la de los años cincuenta y sesenta, la perspectiva se vería m u ­cho m á s favorable para los países en vía de de­sarrollo. A u n así habría cuestiones difíciles que resolver en materia de proteccionismo, viola­ciones al espíritu del G A T T (Acuerdo General

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La industria moderna: una fábrica aeronáutica en Argentina.s. Salgado Jr./Magnum.

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sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), blo­ques comerciales, inestabilidad de los merca­dos de productos básicos, y graves rezagos en cuanto a innovación tecnológica, para que las exportaciones de manufacturas de los países en vía de desarrollo, sobre todo de la región lati­noamericana, se volvieran plenamente compe­titivas. Sería útil que se formularan nuevos m e ­canismos de inversión extranjera directa en co­producciones participativas, en especial si incorporaran nuevas tecnologías y sistemas de comercialización internacional, y si permitie­ran reducir el endeudamiento externo. Pudiera ser también un factor positivo la reanudación de la reducción multilateral de barreras al co­mercio mediante el G A T T . Y por último, la re­novación de corrientes netas de financiamiento por los organismos multilaterales c o m o medio de orientar fondos hacia los cambios estructu­rales que sean necesarios, sería de gran valor.

N o obstante, c o m o siempre, el mejoramien­to o aun un alivio radical por el lado de las cuentas externas puede no ser lo bastante útil para eliminar las limitaciones internas profun­das que afectan el crecimiento y el desarrollo. En cierto sentido, esto significa volver a la base de la que se ha partido, es decir, al punto de donde se formularon las diversas perspectivas de desarrollo en los años cincuenta: c ó m o m e ­jorar la tenencia de la tierra y elevar la produc­tividad agropecuaria; c ó m o fomentar una sóli­da industrialización; c ó m o elevar la calidad de los sistemas educativos, de adiestramiento y de salud; c ó m o implantar políticas adecuadas y prácticas de ciencia y tecnología; c ó m o diseñar políticas que lleven a una urbanización ordena­da; c ó m o asignar recursos para un buen desa­rrollo de la infraestructura; c ó m o impedir una expansión ineficiente del sector público, y así sucesivamente.

H o y , después de casi 40 años de resultados poco claros y de experiencias variadas, el pro­blema demográfico puede considerarse de m a ­yor magnitud que antes. A pesar de las políticas de población que en muchos países han permi­tido acelerar el descenso de la fecundidad, la inercia poblacional continúa siendo fuerte, pues significa que el crecimiento y el desarrollo tendrán que absorber mayores proporciones de los incrementos esperados de la fuerza de tra­

bajo si se han de evitar importantes magnitu­des de desempleo y subempleo de aquí a fines de siglo y aun m á s allá, y si se han de adoptar marcos de referencia para una mejor regula­ción de la migración internacional.

Habrá que prestar también m á s atención y destinar mayores recursos a nuevos problemas tales c o m o los del impacto ambiental del desa­rrollo y el conjunto de políticas que entraña el nuevo concepto de «desarrollo sostenible».

D e hecho, el crecimiento y el desarrollo, co­m o objetivos a escala global, constituyen una serie de tareas m u c h o m á s difíciles que antes, tanto para los países desarrollados c o m o para los países en vía de desarrollo. Es un desafío descomunal para los científicos sociales, así co­m o para los individuos que formulan las políti­cas a seguir y los que las aplican. La economía mundial se basa en mecanismos de mercado, pero tienden a ser distintos a los del pasado. Existe hoy m u c h a m á s manipulación por parte de las grandes unidades y los grandes conglo­merados industriales, comerciales y financie­ros. Las políticas comerciales de los principales países que intervienen en el intercambio m u n ­dial introducen macrocambios que con fre­cuencia son contradictorios con los llamados movimientos en pro del mercado libre. El con­trol discrecional de los mercados por los gran­des agentes y por ciertos gobiernos tiende a contrarrestar la noción aún sostenida por m u ­chos teóricos de que con variaciones «margina­les», que suponen pequeños cambios de magni­tud en los precios relativos, se pueden inducir resultados cuasi-óptimos. Los que ejercen y practican el comercio obligan a aceptar solu­ciones sub-óptimas en segundo, tercer y n gra­dos, si bien las envuelven con frecuencia en una ideología de libre mercado y libre albedrío. El grado de inestabilidad parece ser m u c h o m a ­yor que antes, y la capacidad para hacerle fren­te o para contrarrestarla parece ser menor. Pa­rece existir necesidad de nuevos enfoques teó­ricos para intervenir en nuevas formas de interdependencia que debieran involucrar a los distintos sistemas sociales para su participa­ción en una nueva etapa de desarrollo mundial que pueda generar mejores niveles de bienestar para los habitantes de los países en desarrollo.

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Nota

1. Las cifras mencionadas en este trabajo se han obtenido de las publicaciones de la Comisión Económica para América latina y el Caribe de las Naciones ( C E P A L C ) . Por región latinoamericana se entiende un conjunto de 34 países, si bien algunos totales omiten a veces a algunas de las naciones isleñas del Caribe.

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Evaluación de los fundamentos teóricos del programa de ajuste estructural propugnado por el FMI y el Banco Mundial en Nigeria

Michael I. Obadan y Bright U . Ekuerhare

Introducción

La crisis económica que ha anegado al m u n d o capitalista en los últimos años ha tenido conse­cuencias especialmente devastadoras en las economías de los países en desarrollo, los cua­les -entre ellos Nigeria- han tenido que afron­tar graves desequilibrios internos y externos. En el frente exterior, ha recaído sobre la econo­mía de Nigeria el peso de una deuda externa gravosísima y creciente (23.445.000.000 de dólares en octubre de 1987) y de los déficit de la balanza de pagos. Las restricciones por motivo de balanza de pagos han afectado m u y negativamente a la produc­ción agropecuaria y, sobre todo, a la industrial, al no poderse importar el equipo industrial y agrícola, las materias primas industria­les, los recambios, etc., in­dispensables. En cuanto al panorama interno, los nu­merosos problemas que han surgido o se han agravado comprenden: una crisis fiscal; la tasa creciente de desempleo; la reducida utilización de la capacidad de las industrias manufacture­ras; las graves carencias de materias primas y de repuestos para las industrias; los elevados ritmos de inflación, que aumentan rápidamen­te; el reducido poder de compra y el rápido de­clive del nivel de vida de la población.

Ante estas dificultades, Nigeria ha instaura­do un programa de ajuste en consonancia con el conjunto de medidas de ajuste estructural

propuestas por el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial. El programa de ajuste del F M I para los países africanos ha incluido siempre las medidas siguientes: disminución de las necesidades de préstamos del sector pú­blico mediante la reducción o supresión de los subsidios al consumo y de otros muchos gastos de carácter social; elevación de los tipos de in­terés a fin de atraer capitales y de aumentar el ahorro interno; flexibilización del tipo de cam­

bio o devaluación radical de la moneda del país m a n ­teniendo tipos de cambio fijos; disminución de la oferta monetaria. Estas medidas se completan a plazo corto o medio con un intento de modificar la es­tructura ineficaz de las eco­nomías de esos países, fa­voreciendo los cultivos orientados a la exportación en vez de la producción de alimentos para el mercado local o la actividad fabril; la actividad económica del

sector privado en lugar de la producción públi­ca, paraestatal o cooperativa; la asignación de los recursos por las fuerzas del mercado (por ejemplo, «liberalizando» los controles de los precios o de las importaciones), en lugar de que lo hagan directamente las autoridades1. Las medidas que contempla el programa de Nigeria coinciden con las que acabamos de enumerar y su objeto es desalentar a los agentes de la acu­mulación primitiva y fomentar la actividad de los agentes de la acumulación capitalista. Ade­m á s , la naciente estructura de un capitalismo

Michael I. Obadan y Bright U . Ekuerha­re son lectores en el Departamento de Economía y Estadística, de la Universi­dad de Benin, P . M . B. 1154, Benin City, Nigeria, y son autores de varios estudios sobre la economía de Nigeria.

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226 Michael I. Obadan y Bright V. Ekuerhare

dependiente sólo deja al Estado una función subsidiaria en un entorno económico renova­do, en el que tanto la propiedad estatal c o m o el control público de las empresas industriales y agrarias son mucho menores2.

En el presente artículo se describen a gran­des rasgos los fundamentos teóricos de los pro­gramas de ajuste y se evalúan criticamente los instrumentos de aplicación de una política po­pular. Se examina después un modelo alternati­vo y en la sección final se exponen diversas conclusiones.

El contenido teórico de los programas de ajuste

Los programas de ajuste propugnados por el Banco Mundial y el F M I consisten en conjun­tos complejos de medidas encaminadas funda­mentalmente a sanear la balanza de pagos a plazo medio, y de ser posible a corto plazo. El Fondo propugna además la adopción de políti­cas que permitan alcanzar otros objetivos eco­nómicos, en la medida en que éstos contribu­yan a la viabilidad de la balanza de pagos. Al insistir en los objetivos externos, y especial­mente en el saneamiento de la balanza de pa­gos, el Fondo se atiene a su mandato, conforme al cual la utilización de sus recursos por un miembro está condicionada por la capacidad de éste para reintegrar en los plazos previstos las sumas que se le hayan adelantado3. E n los últimos años, se ha dado más flexibilidad a ese mandato a fin de que los programas de ajuste de los países en desarrollo fuertemente endeu­dados permitan a éstos hacer frente a las obli­gaciones que en materia de deuda externa han contraído con los países occidentales acreedo­res. D e ahí que los Clubes de París y Londres impongan como condición previa para rees­tructurar las deudas de los países menos ade­lantados que los programas de ajuste de éstos cuenten con la aprobación del F M I y del Banco Mundial. A m b a s instituciones intervienen, en estrecha colaboración, en la concepción y eje­cución de los programas de ajuste que se apli­can en muchos países en desarrollo, entre ellos Nigeria4.

A juicio del F M I , la causa fundamental del desequilibrio externo de un país reside en una expansión monetaria excesiva. A d e m á s , una orientación errónea de las políticas de tipo de

cambio o de intereses también puede dar lugar a desequilibrios externos (Tanzi y Blejer, 1984). Según el Fondo, es la expansión moneta­ria la que origina los cambios de los precios re­lativos, con lo que se fomentan las importacio­nes, se desalientan las exportaciones y se indu­cen movimientos desfavorables de capital. El Fondo sostiene además que, aunque la expan­sión monetaria pueda deberse a factores cuyo origen radique en el sector privado de la econo­mía, los considerables déficit fiscales del sector público han sido en los últimos años la causa primordial de la excesiva expansión monetaria de muchos países en desarrollo.

El criterio con que el F M I y el Banco M u n ­dial abordan la cuestión de la estabilización y el ajuste económicos es esencialmente ecléctico. Los programas que ambas intituciones idean, conciben y proponen a los países en desarrollo no se basan en una teoría única; su base teórica es fundamentalmente neoclásica, predominan­do la variante monetarista. Además , la m a y o ­ría de los supuestos teóricos de los programas corresponden al marco de 'la m a n o invisible' clásica o de los mecanismos del mercado. Así sucede con las recetas de política general que insisten en la liberalización de las actividades económicas, la libertad de comercio o los regí­menes comerciales liberalizados, la supresión de los controles de la asignación de los recur­sos, etc. Por ejemplo, el Mercado de Divisas de Nivel Intermedio ( S F E M ) , actualmente Merca­do de Divisas ( F E M ) , de Nigeria, que constitu­ye el elemento cardinal del Programa de Ajuste Estructural, se basa en los mecanismos del mer­cado.

Según el argumento esencial de quienes pro­pugnan un régimen de mercado libre, si se c u m ­plen ciertos supuestos, el equilibrio del merca­do corresponderá a un óptimo de Pareto. Así pues, se presume que el mercado «libre» utili­zará eficientemente su capacidad de asignar los recursos físicos y financieros para las finalida­des a las que mejor convengan. Evidentemente, se espera que así suceda en el marco de una fijación de precios competitiva, entre otras condiciones5. E n la sección siguiente volvere­m o s a ocuparnos de los mecanismos del mer­cado.

U n o de los principales componentes teóri­cos de los programas de ajuste del F M I y del Banco Mundial es el enfoque monetarista de la balanza de pagos, según el cual los desequili-

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Evaluación de los fundamentos teóricos del programa de ajuste estructural 227

Antorchas de gas natural en Obagui, Nigeria. Abbas/Magnum.

brios de los pagos se explican exclusivamente en función de desequilibrios monetarios inter­nos. Las aportaciones de J.J. Polak y sus cola­boradores en el F M I durante el decenio de 1950 fueron el origen reconocido del enfoque monetarista6, perfeccionado durante el decenio de los 1960 y a comienzos del decenio de 1970, especialmente por Mundell (1968), Robichek (1967, 1971) y Johnson (1972)7.

Según la tesis central del enfoque moneta­rista, la balanza de pagos es un fenómeno m o ­netario, en vez de depender fundamentalmente de las condiciones existentes en el mercado pa­ra los productos comercializables, o de los ni­veles acumulados de ahorros y gastos. El dinero desempeña una función cardinal tanto en las perturbaciones c o m o en el ajuste. En último término, todas las perturbaciones tendrían un origen monetario, y sólo una corrección m o n e ­taria podría modificarlas. Por consiguiente, se considera que los déficit o los excedentes de la balanza de pagos reflejan un desequilibrio de capital disponible entre la demanda y la oferta

de dinero en el mercado. Se produce un déficit de la balanza de pagos cuando la masa moneta­ria es mayor que la demanda de saldos moneta­rios. En lo fundamental, todo aumento del cré­dito interno (oferta monetaria) se filtra al exte­rior, dando lugar a un déficit de la balanza de pagos y a la pérdida de reservas. Se produce, en cambio, un excedente de la balanza de pagos si la demanda de saldos monetarios supera a la masa monetaria o si se reduce la oferta de dinero.

El modelo monetarista consta de tres ele­mentos. El primero es la demanda de dinero considerado c o m o capital disponible. Se basa en la. premisa de que se trata de una función estable y dependiente de un número relativa­mente reducido de factores económicos. Así pues, se pueden evaluar con facilidad las conse­cuencias de los cambios económicos en la de­m a n d a de dinero, pues pueden actuar por con­ducto de uno o varios de esos pocos factores. Formalizando el análisis, consideremos la de­manda de dinero en esta fórmula simple:

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228 Michael I. Obadan y Bright U. Ekuerhare

M d - F ( P , Y , i ) (1) en que M d = valor de los saldos monetarios no­minales requeridos;

P = nivel de precios; Y = ingresos reales; i = tipo de interés. Fp, F y > 0 ; F , < 0

La teoría de los saldos de efectivo de la Es­cuela de Cambridge proporciona una versión m á s restrictiva de ( 1 ):

M d = kPY (2)

en que k = la proporción deseada entre los equi­librios monetarios nominales y los ingresos no­minales. Al dividir los dos términos de (2) por P se obtiene la d e m a n d a de existencias de sal­dos reales de efectivo c o m o función estable y linealmente homogénea de los ingresos reales:

M * - k Y (3)

lo que representa la demanda monetaria inter­na.

Si expresamos (1) conforme al cambio en un solo período de la demanda monetaria no­minal c o m o función de los cambios de las va­riables explicativas, obtenemos:

A M d = f ( A P , A Y , A i ) (4)

El segundo elemento constitutivo del m o d e ­lo es la función de la oferta monetaria. La ofer­ta de dinero (M s ) es producto del multiplicador monetario (m) y de la base monetaria (B), o di­nero dinámico (H), es decir:

M s = m . B (5)

La base monetaria está compuesta por dos elementos: un elemento interno (D), consisten­te en la creación de crédito interno, y un ele­mento internacional (R) -el valor en la m o n e d a nacional de las reservas internacionales del or­ganismo emisor de moneda . El elemento inter­nacional puede aumentar o disminuir por en­trada o salida (respectivamente) de reservas de o al país, cuando la balanza de pagos es exce­dentária o deficitaria. También puede modifi­carse a consecuencia de las variaciones del tipo de cambio. Así pues, cabe formular c o m o sigue la identidad de la base monetaria:

B = D + R (6)

y la ecuación de la oferta monetaria en los tér­minos siguientes:

M s = m ( D + R) = m D + m R (7)

que, expresada conforme al cambio en un solo período (7) se convierte en:

A M s = m A D + m A R (8) El último elemento del modelo es una con­

dición que define el equilibrio del mercado m o ­netario como la situación en que la demanda de dinero es igual a la oferta de dinero o en que todo cambio de la demanda de dinero es igual al cambio de la oferta efectiva de dinero:

M d = M s (9) o

A M d = A M s (10) Si se da por supuesto un multiplicador m o ­

netario constante (m), los cambios de la de­m a n d a de dinero ( M d ) y del componente inter­no de la base monetaria (D) son los elementos activos que pueden desequilibrar el mercado monetario. Por otra parte, sori los cambios de R los que restablecen o mantienen el equilibrio del mercado monetario con tipos de cambio fi­jos. A R constituye los déficit o excedentes de la balanza de pagos.

Se pueden combinar las ecuaciones (4), (8) y (10) para obtener una expresión del cambio de las reservas internacionales netas, en la que la balanza de pagos queda dada por la diferencia entre el cambio de la masa monetaria (igual al cambio de la demanda nominal de dinero res­pecto de la situación de equilibrio) y el cambio del crédito interno:

m A R = A M d - m A D = f (AP, A Y , Ai) - m A D

Si el multiplicador monetario (m) es la unidad, la ecuación será:

A R = A M d - A D = f (AP,AY, A i ) - A D (11)

Y = A + X - M (12) Y + M = A + X (13)

El sentido fundamental de la ecuación (11) es que el cambio de las reservas internacionales ne­tas será positivo (la balanza de pagos será exce­dentária) en la medida en que el cambio de la

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masa o demanda monetaria global supere al cambio del crédito interno. Se produce un déficit de la balanza de pagos si el cambio de los créditos internos supera al de la masa o demanda moneta­ria global.

Habida cuenta de este análisis, y en la m a ­yoría de las circunstancias, a toda discrepancia entre la oferta y la demanda monetarias corres­ponde un desequilibrio entre los gastos y los ingresos (desequilibrio del mercado de bienes y servicios). U n aumento del crédito interno oca­sionará una divergencia entre la demanda y la oferta de dinero, lo que dará lugar a una dismi­nución de las reservas internacionales neta, pues el público no deseará conservar el dinero adicional creado. Si no se produjese esa diver­gencia, no habría efecto acumulativo sobre la balanza de pagos. Así pues, los programas de ajuste estructural se basan en el supuesto de que una relación satisfactoria entre gastos e in­gresos exige la expansión del crédito interno en un equilibrio adecuado con la evolución pros­pectiva de la masa monetaria deseada en la eco­nomía.

D e ahí que el enfoque monetarista implique que el control del crédito constituye una políti­ca de balanza de pagos no sólo necesaria sino suficiente y que la única finalidad de políticas de otra índole sea acelerar el ajuste8. Así pues, la política aplicada se centra en el ritmo de la expansión monetaria y crediticia interna y el F M I fija límites de créditos en sus programas de ajuste.

Otro aspecto de la base teórica de los pro­gramas de ajuste es el principio de absorción, que en realidad está vinculado al enfoque m o ­netarista y que consiste en analizar la política macroeconómica de una economía abierta fun­dándose en las relaciones entre los gastos de los residentes en bienes y servicios tanto naciona­les c o m o extranjeros y la renta nacional o la actividad de la economía nacional. Se reconoce generalmente que el balance neto del comercio exterior de un país es igual a la diferencia entre el total de bienes y servicios producidos en di­cho país y el total de bienes y servicios sustraí­dos internamente al mercado (esto es, la absor­ción).

Supongamos que

Y = el valor de la producción o renta nacional

A = C + I + G representa la absorción - la suma del consumo privado (C), las in­versiones internas (I) y los gastos pú­blicos (G)

B C A = X - M representa el balance de las cuentas corrientes

(X = exportación de bienes y ser­vicios;

M = importación de bienes y ser­vicios)

C o n lo cual, se pueden obtener las siguientes re­laciones:

Y = C + I + G + X - M o Y = A + X - M (12)

Y + M = A + X (13) y B C A = X - M = Y - A (14)

Según la ecuación ( 13), la entrada global de bienes y servicios a una economía -ya proceda de la producción (Y) o de las importaciones ( M ) -es igual a la utilización total de bienes y servi­cios (A + X ) . Según la ecuación ( 14), todo exce­so de los ingresos respecto de la absorción es igual a un excedente de explotación en la cuen­ta externa o, a la inversa, todo exceso de la ab­sorción con respecto a los ingresos nacionales entraña un déficit equivalente en la cuenta co­rriente de la balanza de pagos. Según esto, se puede reducir un déficit de explotación dismi­nuyendo la absorción (con respecto a los ingre­sos) o aumentando los ingresos (con respecto a la absorción), o combinando ambas operacio­nes. La política seguida en los programas de ajuste estructural da por supuesto que es más fácil disminuir la absorción que aumentar la producción. D e ahí que las primeras políticas que se apliquen sean por lo general las que ata­ñen a la absorción, que consisten en reducir los gastos del sector público y aumentar los im­puestos para disminuir el consumo y la inver­sión privados. Alternativamente, se pueden aplicar políticas de ordenación de la demanda influyendo en el total monetario que subyace tanto a la demanda interna c o m o a la balanza de pagos, modificando, por ejemplo, el volu­m e n de los créditos concedidos al sector priva­do. Las políticas de ordenación de la demanda influyen directamente en la absorción y por lo tanto en el balance nacional.

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Se ve, por último, que existe una relación entre el ritmo de aumento de los créditos inter­nos y los incrementos de la oferta monetaria, de un lado, y los niveles de demanda y gastos acumulados, de otro. Recordemos la ecuación (14), conforme a la cual, la diferencia entre los ingresos y la absorción (Y - A ) es igual a la ba­lanza por cuenta corriente (X - M ) :

B C A = Y - A (15)

La cuenta corriente tiene que corresponder a modificaciones de los activos netos de divisas del sistema bancário (AR) (incluidas las reser­vas internacionales) y del endeudamiento ex­terno neto de los residentes del sector no banca-rio (AFID). Por tanto:

BCA = A R - A F I D (16)

Como ya hemos visto, conforme al enfoque monetarista, todo cambio de los activos exter­nos netos del sistema bancário es igual también a la diferencia entre el cambio de la oferta m o ­netaria y el cambio de la creación de crédito interno (ecuación 11 ). Así pues, si combinamos las ecuaciones ( 11 ) y ( 16), obtenemos:

BCA + AFID = M S - A D (17)

Si expresamos ( 17) conforme a la diferencia en­tre los ingresos nominales y la absorción inter­na, obtenemos la fórmula:

Y - A + AFID = A M S - A D (18)

Esto es, que la absorción superará a la suma de los recursos ¡nternos (renta) y los ahorros exter­nos (cambios del endeudamiento externo neto) cuando el cambio del crédito interno supere al de la masa monetaria. Si suponemos que la de­manda de dinero está en función de un número reducido de variables que son independientes de A D , extraeremos la conclusión de que la im­posición de un tope a la creación de crédito in­terno determinará una modificación de las re­servas internacionales, es decir, de la balanza de pagos.

Por todo lo dicho, es evidente que un im­portante instrumento político de las medidas que forman un plan de ajuste estructural es la imposición de límites a la expansión del crédi­to interno para controlar la demanda global, a

fin de mejorar a breve plazo la balanza de pa­gos. Habida cuenta de la necesidad de alcanzar otros objetivos internos, las medidas de ajuste comprenden además medidas políticas de apo­yo, en particular de encauzamiento de los gas­tos (por ejemplo, una política de tipos de cam­bio), de ordenación de la deuda externa y de aumento de la oferta. El crecimiento de la pro­ducción no constituye un objetivo fundamen­tal de política económica de los programas de ajuste, y por lo tanto se aplican políticas de au­mento de la oferta en la medida en que den lugar a una mejora de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Tienen por objeto esas medi­das aumentar directamente el incentivo o la ca­pacidad del sector productivo interno para su­ministrar bienes y servicios reales a un nivel dado del agregado nominal de la demanda in­terna. Se considera que la política de tipos de cambio es un instrumento político fundamen­tal para encauzar los gastos de la producción externa a la interna -e inducir la correspon­diente reasignación de recursos. Se afirma que, si en una economía se dan desequilibrios per­sistentes, es característico que los precios los costos internos diverjan considerablemente de los del extranjero; la asignación de recursos es­tá distorsionada; se perjudica la competitivi-dad y lo mismo sucede con el crecimiento de la economía y sus logros en materia de balanza de pagos. En tales circunstancias, se afirma asi­mismo, los ajustes del tipo de cambio, adecua­damente concebidos y apoyados por las políti­cas macroeconómicas apropiadas, contribui­rán directamente a equilibrar las cuentas externas al contener la absorción interna e, in­directamente, al mejorar la asignación de re­cursos entre los sectores interno y externo9. Por último, a juicio de quienes han concebido el ajuste que cuenta con el apoyo del Fondo, para conseguir que los incentivos económicos y las orientaciones de fijación de precios den resul­tados, se debe perseguir la liberación de los cambios y de los regímenes comerciales, por tratarse de un elemento conveniente a la estra­tegia de ajuste.

El programa de Ajuste Estructural (PAE) de Nigeria reúne la mayoría, por no decir todos, de los elementos de los ajustes normalmente propiciados por el F M I y el Banco Mundial. Las características principales de las medidas aplicadas en Nigeria comprenden el reforza­miento de la política actual de ordenación de la

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demanda; medidas de actuación sobre la ofer­ta; la adopción de un tipo de cambio realista determinado por el mercado mediante la su­basta de divisas; la racionalización y reestruc­turación de los aranceles; la liberalización del comercio y de los pagos; una mayor dependen­cia de las fuerzas de mercado y el reforzamien­to del sector privado; la adopción de las políti­cas adecuadas de fijación de precios, en parti­cular de los productos petrolíferos y de las empresas públicas; la racionalización de los gastos públicos; y políticas de gestión de la deu­da externa10. Conforme a la tradición del F M I , se ha aplicado esta política sin tener en cuenta que el país ha padecido crisis de recesión desde 1981 y que cualquier ajuste económico sin tra­bas tiene consecuencias devastadoras en la pre­caria situación de los pobres.

E x a m e n crítico de las políticas de ajuste

Por su considerable dependencia de los meca­nismos del mercado y del sector privado resul­ta evidente que el P A E de Nigeria tiene por finalidad desmantelar el modelo de acumula­ción de capitalismo de Estado, reforzando y favoreciendo, en cambio, a la fracción de la burguesía nacional que impulsa la acumula­ción capitalista en colaboración con el impe­rialismo. Pero sucede, simplemente, que en muchos países en desarrollo, entre los que fi­gura Nigeria, no se dan las condiciones necesa­rias para un funcionamiento eficaz del merca­do «libre». Consisten esas condiciones en una competencia sin distorsión alguna; en la dispo­nibilidad de informaciones exactas sobre las variables actuales y previsibles, relativas a los precios o a otros factores; en las preferencias conocidas e independientes de los consumido­res; en la posibilidad de fraccionamiento del capital y la ausencia de rendimientos a escala, etc. Por consiguiente, las autoridades se ven obligadas a intervenir en las actividades eco­nómicas, pues, de no hacerlo, «el mercado ori­gina una asignación desacertada de los recur­sos, actuales o futuros, o al menos una asignación que, a largo plazo, puede no ser la m á s conveniente para la sociedad»". Además , aun dando por supuesto que en un régimen de mercado «libre» existan las condiciones nece­sarias para que se produza un óptimo de Pare-

to, puede que no sea éste el ideal para un país en desarrollo o incluso para uno desarrollado, ya que los mecanismos de mercado pueden propiciar la eficiencia, pero no la equidad. Puede que la distribución de los ingresos en un óptimo de Pareto no sea la ideal y que resulte incluso intolerable. Por último, los mecanis­m o s de fijación de precios aplicados a una asig­nación estática de recursos socavan el creci­miento económico y el progreso de los países en desarrollo. Hasta el presente, la experiencia de Nigeria en cuanto al funcionamiento de las fuerzas del mercado en el S F E M ha puesto de manifiesto graves imperfecciones que han obli­gado al Banco Central a intervenir en el merca­do reiteradamente12.

Las políticas fiscal, monetaria y de tipo de cambio esenciales de las medidas de ajuste son deflacionarias, c o m o se refleja en la disminu­ción de los gastos públicos, en el aumento de los impuestos y en las limitaciones a la crea­ción de crédito mediante la imposición de to­pes -medidas todas ellas tendentes a dismi­nuir la absorción. La combinación de políticas fiscales, monetarias y de tipo de cambio del programa de ajuste es incompatible con la re­cuperación económica a partir de una situa­ción de recesión. Si se tuviese en cuenta que Nigeria se enfrenta con una recesión debida a los choques externos y a una crisis de acumu­lación en el seno de la burguesía nacional, la recuperación a partir de una fase descendente cíclica, que se caracteriza por hallarse la pro­ducción del país m u y por debajo de su capaci­dad, impondría aumentar los gastos públicos a causa de la necesidad de proporcionar más puestos de trabajo y mayores prestaciones so­ciales que hasta ahora. Pero las políticas apli­cadas hasta ahora han tendido a atenuar la re­cuperación, en tanto que el ajuste -debido en lo fundamental a la drástica depreciación de la naira, a la supresión de las subvenciones y a la reducción de los gastos oficiales- ha sido in­mediato y considerable. El peso del ajuste ha recaído de m o d o desproporcionado en los tra­bajadores y en los sectores m á s pobres de la sociedad. Hasta el presupuesto para 1988, el P A E encarnó una política de contracción en vez de los programas y políticas de expansión que exigiría una recuperación. Esta orienta­ción se debe a una concepción errónea de la índole de la crisis económica por parte del F M I y del Banco Mundial y a no haberse dis-

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tinguido, en el piano del análisis, entre los dé­ficit y desequilibrios «cíclicos» y los «estructu­rales». Resulta entonces evidente que la deflación de una economía en fase de recesión, conjugada con la desreglamentación y la libe-ralización, no podrá sacar a la economía de su situación deprimida. En el contexto de la teo­ría del ciclo económico, se impone elaborar un conjunto de medidas que eleven y sostengan el crecimiento económico, en lugar de disminuir­lo o de reducir el bienestar económico de los ciudadanos11.

U n instrumento importante del P A E actual es la flexibilidad del tipo de cambio, que ha dado lugar a una devaluación drástica de la naira y ha aumentado notablemente los costos de producción y la inflación. La devaluación, incluso c o m o último recurso, se basa en consi­derable medida en presunciones que no se dan en muchos países del Tercer M u n d o . D e ahí que, aun devaluando radical y permanente­mente sus monedas, esos países empeoren sus problemas. C o m o observó hace poco el Insti­tue of African Alternatives, «en los países pe­queños y débiles, los tipos flexibles de cambio debilitarán las monedas nacionales sin que por ello se atraigan capitales extranjeros ni mejore la balanza comercial»14. Además , Singh (1986) ha observado que «las investigaciones econó­micas m á s recientes sobre la devaluación se muestran m u y escépticas a propósito de su va­lor c o m o instrumento para corregir un dese­quilibrio esencial de la economía». Antes bien, las devaluaciones efectuadas por consejo del F M I , c o m o en muchas economías latinoameri­canas y en Nigeria, han exacerbado las desi­gualdades de ingresos y la inflación, además de disparar una reacción en cadena de ajustes de precios, demandas salariales e inestabilidad financiera. M á s aún, la devaluación puede en­trañar una recesión económica15.

Habida cuenta de la estructura de la pro­ducción de Nigeria, de sus exportaciones e im­portaciones, parece excesivamente optimista la confianza hasta ahora depositada en la ca­pacidad de la devaluación para estimular el crecimiento de las exportaciones no constitui­das por productos petrolíferos y la entrada de capitales, así c o m o de detener la salida de ca­pitales y reducir las importaciones. D e hecho, no influye de m o d o significativo en esos flu­jos, por motivos evidentes: la devaluación no afecta a las exportaciones de crudos, a las que

se debe m á s del 95 % de los ingresos por ex­portaciones del país. Tiene m á s eficacia res­pecto del estímulo a las exportaciones de pro­ductos manufacturados, cuyos precios son m u y flexibles, que a las de los bienes agrícolas. Actualmente, Nigeria no exporta productos manufacturados. A d e m á s , la manipulación del tipo de cambio no basta por sí sola para propi­ciar la entrada de capitales externos ni para desalentar la salida de capitales del país. Por último, las repercusiones deflacionistas de es­tas políticas en las industrias dependientes y de sustitución de importaciones han sido m u y considerables16.

También son cuestionables los demás ele­mentos de los planes de ajuste, pues tienen por finalidad intensificar la orientación externa de las economías frente a su orientación hacia el mercado interior.

Así, por ejemplo, los países industrializados propugnan, por conducto del Banco Mundial y del F M I , la liberación comercial, en tanto que en sus propios mercados intensifican el protec­cionismo.

En cualquier caso, la eliminación de las res­tricciones a la importación empeoran la balan­za comercial en lugar de mejorarla, ya que se importan más bienes de los países industriali­zados, verdadera razón oculta de que se propi­cien los distintos planes de ajuste.

Aunque la desreglamentación de los tipos de interés quizá no aliente la constitución de ahorro, puede, en cambio, desalentar las inver­siones y anular el desarrollo de las pequeñas empresas industriales y agrícolas.

Señalaremos, por último, que las medidas económicas propugnadas por el Banco M u n ­dial y el F M I fomentan abiertamente la imposi­ción de un modelo de desarrollo capitalista des­reglamentado y dependiente en los países m e ­nos adelantados. Si se aplican esas medidas, los países desarrollados podrán perpetuar la pre­sente e injusta división internacional del traba­jo, vender sus productos manufacturados, ob­tener materias primas y exportar sus exceden­tes de capital. Al tiempo que mantienen bajo control su comercio externo y sostienen planes de bienestar social y diversas medidas de sub­vención, predican la desreglamentación, la su­presión de los controles, el comercio libre y la eliminación de los subsidios a los países pobres.

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U n obrero vestido tradicionalmente fichando en la fábrica Peugeot de Kaduna, Nigeria. Abbas/ Magnum.

Un modelo diferente de P A E

Reiteramos que los modelos teóricos del P A E que hemos expuesto y evaluado se fundan en las premisas fundamentales del análisis econó­mico neoclásico y están aquejados de las limi­taciones fundamentales que habitualmente acompañan a éste. Así, por ejemplo, esos m o ­delos son antihistóricos, dan por supuesta la neutralidad del Estado en la formulación y eje­cución de la política económica y descartan to­do análisis de la estructura y relaciones de cla­ses, de m o d o que carecen de un análisis de la dinámica de las relaciones de poder en una economía c o m o la de Nigeria. Ahora bien, só­lo si consideramos que la economía actual de Nigeria ha sido conformada predominante­mente por la historia, las fuerzas y luchas de clases y la dinámica de las luchas de poder competitivas para controlar el aparato de Esta­do, podremos comenzar a examinar con algún sentido el contexto en que se ha elaborado el

P A E y en qué medida puede resolver la actual crisis de desarrollo económico.

Parece, pues, claro que el modelo teórico alternativo debe ser el marxista. El modelo marxista contiene formulaciones intelectua­les familiares c o m o «dependencia», «inter­cambio desigual», «imperialismo y desarro­llo desigual», «acumulación a escala mundial» y «la necesidad de una desvinculación selecti­va». Procede, m á s concretamente, de la propo­sición conforme a la cual el «capital» es un proceso de auto valorización. Se considera, pues, que el capital es una forma de extraer «trabajo» de una « m a n o de obra» y que el tra­bajo extraído constituye el fundamento del proceso de acumulación capitalista. E n ese contexto, se considera que el capital es una forma de relación social, en la que la m a n o de obra asalariada, en su calidad de mercancía, se opone a los capitalistas en su calidad de pro­pietarios de los «fondos» y, por lo tanto, de los medios de producción. El modelo marxis­ta pone de manifiesto, por lo tanto, el proce-

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234 Michael I. Obadan y Bright U. Ekuerhare

so de acumulación, considerándolo funda­mental para la pauta capitalista de desarrollo económico.

Se puede esbozar un modelo marxista no­tablemente simplificado del proceso de acu­mulación capitalista aplicando la teoría del va­lor del trabajo, según la cual la producción de mercancías se mide conforme a su valor, es de­cir, el tiempo de trabajo necesario, tanto direc­ta c o m o indirectamente, para producirlas. D a ­da una provisión pre-existente de medios de producción que pueden utilizar los trabajado­res, es posible representar por la ecuación si­guiente el flujo de valor creado por unidad de tiempos:

C +V+S

donde C representa el tiempo de trabajo mate­rializado en la provisión de materiales utiliza­dos en el proceso de producción y la deprecia­ción del equipo en el curso de una unidad de tiempo determinada. El valor producido du­rante el tiempo dado se representa por V + S, que se mide por la suma de horas-hombre tra­bajadas a lo largo de ese mismo período. Este valor se divide entre V -que representa el va­lor de los salarios abonados a los trabajado­res- y S -que representa el valor del excedente que se apropian los capitalistas.

En este modelo es esencial el ritmo o coefi­ciente de explotación que constituye el motor potencial del proceso de acumulación capita­lista. Cabe expresar el coeficiente de explota­ción en términos de proporción entre el flujo de excedentes y los salarios (SIN). Se halla de­terminado por la «suerte de la guerra de cla­ses» que se manifiesta en el poder monopolista de los capitalistas y en la fuerza sindical de los trabajadores, con la mediación del aparato es­tatal. U n aumento del coeficiente de explota­ción podría proceder de un aumento del poder monopolista de los capitales y de un debilita­miento de la resistencia sindical. A la inversa, una disminución del coeficiente de explota­ción podría deberse a un mayor vigor sindical conjugado con una competencia m á s intensa para evitar que los capitalistas trasladen ente­ramente a los precios los costos m á s elevados de los salarios (Amit Bhaduri y Joan Robin­son, 1980).

Ahora bien, el coeficiente de explotación no determina por sí solo el ritmo de creci­

miento de la acumulación capitalista en la eco­nomía, sino el excedente posible de ésta. El ex­cedente en potencia sólo puede hacerse realidad convirtiéndolo en beneficio mediante decisiones de inversión real de los capitalistas. Así pues, la conversión en beneficio de los ex­cedentes en potencia, se realiza únicamente mediante la acumulación capitalista. Los capi­talistas tienen por finalidad, al extraer un ex­cedente, acumular los medios de producción y aumentar el empleo y la producción a fin de obtener más excedentes en una cadena interre­lacionada de un proceso cada vez m á s acelera­do de extracción de excedentes y acumulación capitalista. Es esta cadena interrelacionada de procesos de explotación y acumulación la que permitió a la burguesía de Europa Occidental y América del Norte crear «durante su domi­nio de apenas cien años, fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las gene­raciones anteriores» (Marx y Engels, 1968, pág. 40). D e hecho, Karl Marx dio fe del ansia insaciable de acumulación de los capitales en las siguientes frases, gráficas y memorables:

«¡Acumular, acumular! ...La acumulación por la mera acumulación, la producción por la mera producción: con esta fórmula, la economía clásica (capitalista) expresaba la misión histórica de la burguesía y no se engañó ni un solo momento en cuanto a los dolores que supondría el parto de la rique­za [...] Si para la economía clásica (capita­lista) el proletariado es sólo una máquina de producir plusvalía, por otra parte, el ca­pitalista es sólo a sus ojos una máquina de transformar esa plusvalía en m á s capital.» (Karl Marx, 1974, pág. 558).

Podemos señalar ahora brevemente las ex­plicaciones del modelo marxista para apreciar el contexto en que se ha elaborado el P A E y calcular sus resultados probables. El P A E ha sido ideado, c o m o ya hemos dicho, para hacer frente a la actual crisis económica nigeriana, cada vez más aguda. En la perspectiva del m o ­delo marxista, podemos formular la hipótesis de que la crisis económica ha sido una mani­festación del problema de la transformación de excedentes en beneficios mediante la acu­mulación capitalista. Este problema se debía fundamentalmente a la índole del proceso de acumulación predominante en la economía de Nigeria desde la guerra civil hasta 1982, fecha

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Evaluación de los fundamentos teóricos del programa de ajuste estructural 235

en que se reconoció oficialmente la existencia de una crisis económica en curso de agrava­ción. Se ha demostrado tanto analítica como empíricamente (Ekuerhare, 1984, 1986) que, hasta 1982, la economía de Nigeria estuvo as­fixiada por el excedente en potencia, apropia­do por la burguesía nacional en colaboración con la burguesía extranjera. En lugar de trans­formar en acumulación capitalista un porcen­taje importante del excedente en potencia, la burguesía nacional, juntamente con sus alia­dos extranjeros, hizo gala de un consumismo suntuario sin precedentes y expatrió los exce­dentes. Esa no transformación del excedente en «más capital» se expresó en forma de acu­mulación primitiva en la economía. Ernest Mandel ha generalizado para el Tercer M u n ­do la expresión de la acumulación primitiva conforme a esta modalidad. «La acumulación primitiva de capital y la acumulación de capi­tal mediante la producción de plusvalía no son [...] fases meramente sucesivas de la historia económica sino, además, procesos económicos contradictorios». Afirma ese autor que, para el Tercer M u n d o , la acumulación primitiva «si­gue siendo tanto cuantitativa c o m o cualitati­vamente más decisiva [...] que la creación de plusvalía en el propio proceso de producción» (Mandel, 1975, pág. 46).

Parece evidente, por lo tanto, que la moti­vación del P A E , tal c o m o cabe discernirla por sus características anteriormente resumidas, radica en restar importancia a la acumulación primitiva y en fomentar la acumulación capi­talista en el proceso de desarrollo. Cabe presu­mir, por consiguiente, que el P A E ha sido con­cebido por los agentes de la acumulación capitalista, una fracción de la burguesía nacio­nal. Tuvo ésta que concebirlo así al resultar los agentes de la acumulación primitiva cada vez más incapaces de «disfrazar la explotación de libre cambio, de m o d o que ésta [aparecía] co­m o coerción desnuda» (Ake, 1982), lo cual empezó a minar paulatinamente la hegemonía y la legitimidad del dominio de toda la burgue­sía nacional. Así, pues, el P A E ha sido ideado fundamentalmente para limitar las actividades de los agentes de la acumulación primitiva, fo­mentar las de los agentes de la acumulación capitalista y, por encima de todo, intensificar la explotación de la m a n o de obra para refor­zar el proceso de acumulación capitalista en la economía. El objetivo último del P A E es crear

una economía nigeriana de salarios extrema­damente bajos que pueda llegar a ser parte im­portante del proceso acelerado de mundializa-ción de la acumulación capitalista bajo la égida de las empresas transnacionales y otras fuerzas imperialistas.

Podemos, por lo tanto, formular la hipóte­sis de que el resultado general probable del P A E en un marco político adecuado y confor­m e a la perspectiva del modelo marxista será, en la economía nigeriana, el desarrollo acelera­do de las fuerzas de producción, bajo las fuer­zas rectoras del imperialismo. Ekuerhare (1988) ha afirmado, en este contexto que el en­torno general del liberalismo económico insti­tuido por el P A E dará lugar probablemente a un proceso autogenerador y autosostenido de crecimiento económico en Nigeria, tal c o m o sucedió en el proceso clásico de crecimiento económico capitalista en el centro. Por consi­guiente, el imperialismo, a su juicio, transfor­mará probablemente a Nigeria en una impor­tante potencia subimperial, base regional de exportaciones de productos manufacturados y productos agrícolas del África al Sur del Saha­ra conforme a las pautas seguidas en la marcha hacia el crecimiento económico capitalista por Brasil y Sudáfrica. El proceso previsto de cre­cimiento capitalista acelerado, en el entorno de liberalismo económico suscitado por el P A E , podría entrañar, en la economía de Nige­ria, un dinamismo tecnológico considerable y la explotación y utilización intensivas de la m a n o de obra.

Probablemente, se conjugará con este pro­ceso un empeoramiento de la pauta actual, enormemente desequilibrada y desigual, de crecimiento, lo que acrecerá el dominio de los monopolios extranjeros y dará lugar al corres­pondiente aumento de la marginalización de los protagonistas nacionales de la acumulación capitalista. La emergencia de nuevas formas de una estructura dependiente de crecimiento aparecerán asociadas, por lo tanto, a tenden­cias monopolistas cada vez m á s fuertes. Se puede sostener, según ha hecho Claude Ake, que esta aparición acelerada y prematura de un capitalismo monopolista podría privar a la economía de los efectos estimulantes de la acumulación en competencia por parte de ca­pitalistas extranjeros y nacionales, necesaria para el desarrollo de las fuerzas productivas (Ake, 1981, págs. 49-50). Sin embargo, lo m á s

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236 Michael I. Obadan y Bright U. Ekuerhare

probable es que, a través del proceso shumpe-teriano de destrucción creadora, la monopoli­zación creciente de los procesos de producción en la época del imperialismo sin trabas de a luz innovaciones tecnológicas en la economía. Dicho dinamismo tecnológico iría acompaña­do, claro está, de una mayor marginalización de los agentes nacionales de acumulación capi­talista, del aumento de la pauperización de las clases trabajadoras y de los campesinos y de la pérdida creciente de la autonomía económica y política y de la autoconfianza del país. Estos efectos de marginalización podrían intensifi­car las luchas en el seno de las clases y entre éstas, al aumentar las contradicciones fronta­les en la sociedad civil. La intensificación de esos enfrentamientos podría generar profun­dos impulsos sociales y políticos de nacionalis­m o económico, que a su vez podrían conducir, ora a una imposición cada vez mayor de disci­plina autoritaria al movimiento laboral por parte del Estado (como contemplamos en la actualidad con el desmantelamiento del Nige­rian Labour Congress), ora a la superación de la estructura capitalista dependiente de creci­miento mediante el surgimiento, tras la ade­cuada rectificación de la estructura clasista del Estado, de una transformación socialista del proceso de desarrollo. Unicamente si se da esa transformación socialista, el proceso de desa­rrollo autosostenido e igualitario que prevé el P A E por conducto del «aislamiento selectivo» o de la «desvinculación selectiva» empezaría a realizarse. Así pues, podemos concluir dicien­do que el P A E es un m o m e n t o decisivo de la historia de la economía de Nigeria.

Conclusiones

H e m o s señalado que los fundamentos teóricos del P A E apoyado por el F M I y el Banco M u n ­dial son esencialmente monetaristas y se si­túan en el marco neoclásico. E n el contexto nigeriano, el P A E , tiene por objeto desmante­lar el modelo capitalista estatal de acumula­ción y reforzar y robustecer a la fracción de la burguesía nacional que lleva a cabo la acumu­lación capitalista en colaboración con el impe­rialismo. Adecuadamente concebido y ejecuta­do mediante una política de estímulo del crecimiento, el P A E , bajo las fuerzas motrices del imperialismo y del entorno general de libe­ralismo económico suscitado, probablemente

dará lugar a un proceso autogenerador y auto-sostenido de crecimiento económico en Nige­ria, tal c o m o ocurrió en todos los procesos clá­sicos de crecimiento económico. Pero el marco político del P A E de Nigeria es deflacio-nario y no suscita crecimiento alguno, c o m o muestran las restrictivas políticas monetaria, fiscal y cambiaria. A u n suponiendo que el P A E fuese capaz de convertir a Nigeria en una potencia subimperial en un entorno económi­co de dinamismo tecnológico, el resultado pro­bable de ese proceso sería un empeoramiento de la pauta actual de crecimiento, enorme­mente desequilibrada y no igualitaria, un m a ­yor predominio del capital monopolista ex­tranjero, la marginalización acentuada de la acumulación capitalista nacional y el aumento de la pauperización de la clase obrera y de los campesinos, todo lo cual iría aunado a una erosión creciente de la autonomía económica y política, y de la confianza del país en sí mis­m o . Los efectos de marginalización de este proceso podrían intensificar los enfrentamien­tos entre las clases y en el seno de éstas, c o m o consecuencia del aumento de las contradiccio­nes frontales en la sociedad civil.

La justificación y los resultados probables del P A E conforme al modelo teórico neoclási­co indican que no se alcanzará el objetivo de­clarado del desarrollo autosostenido basado en el «aislamiento selectivo», «la desvinculación selectiva», el control de la demanda y el fo­mento de la productividad de la economía ni­geriana, en buena medida porque siguen intac­tas las actuales estructuras tecnológicas y de producción, y la estructura y relaciones de po­der. Para lograr un desarrollo autosostenido, Nigeria y otros países menos adelantados de­ben elaborar sus propios programas de ajuste, teniendo debidamente en cuenta las condicio­nes, relaciones de clase y relaciones dinámicas de poder propias, tal c o m o las define el m o d e ­lo marxista. Unicamente mediante una trans­formación socialista del proceso de desarrollo será posible atender las necesidades populares fundamentales de alimentos, agua, salud, vi­vienda, seguridad, educación y transportes. La mayoría de los países en desarrollo no podrán hacerlo si adoptan el modelo capitalista c o m ­petitivo, con la inestabilidad inherente que lo caracteriza.

Traducido del inglés

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Notas

1. Véase Ajit Singh (1986), pág. 425.

2. Véase Ekuerhare, B . U . (1987), págs. 7-8.

3. I M F (septiembre, 1987), pág. 4.

4. Para los pormenores de sus actividades en común, véase F M I , Finance and Development, (junio, 1987), pág. 8.

5. Para los pormenores, véase Obadan, M.I . (1987a), págs. 36-37.

6. Las aportaciones de los funcionarios del F M I figuran en: F M I (1977).

7. Véase Obadan, M . I . , Balance of Payments Concepts and Policies. (En prensa) y F M I (1987) para los pormenores.

8. Killick Tony (1984), pág. 10.

9. Finance and Development, (junio, 1987), pág. 5.

10. Véase Nigeria, Structural Adjustment Programme, julio 1986-junio 1988.

11. Todaro (1977), pág. 364.

12. Para más detalles, véase Obadan, M.I . (1987a) y Obadan, M . I . (1987c).

13. Véase Ndekwu, S.C. (1986).

14. IFAA (1987), pág. 17.

15. Para los pormenores de los mecanismos del aspecto recesionista de la devaluación, véase Oyejide et al. (1985), pág. 17.

16. Para más detalles sobre la ineficacia de la devaluación de la naira, véase Obadan, M . I . (1987a) (1988b).

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Crisis y políticas de ajuste en los países árabes

Fayçal Yachir

M á s allá de sus particularidades nacionales, durante los últimos dos o tres decenios los paí­ses árabes han evolucionado dentro de un m o ­delo de capitalismo de Estado, es decir, un m o ­delo en el que el Estado se ha hecho cargo del desarrollo del capitalismo en estrecha relación con la economía occidental. Este capitalismo de Estado, cuyas grandes líneas quedaron defi­nidas por la experiencia kemalista de Turquía, representa una combinación particular de esta­tismo y capitalismo, de au­tonomía nacional y depen­dencia exterior. Según el país y en función de la na­turaleza de las alianzas de clase internas, este capita­lismo de Estado ha sido m á s o menos dirigista y au­tónomo y ha estado más o menos sometido al capital privado y a la división in­ternacional del trabajo. Im­portantes diferencias sepa­ran los países m á s estatis-tas y «cerrados» c o m o el Egipto de Nasser y la Arge­lia de Boumedienne de los países más capitalis­tas y «abiertos» c o m o Marruecos o Arabia Sau­dita. Dichas diferencias se observan en las rela­ciones entre Estado y fuerzas sociales, en la naturaleza del desarrollo industrial, en el tipo de estructura agraria y en el m o d o de distribu­ción de la renta. Pero al mismo tiempo desta­can convergencias m u y notorias. E n ningún país han podido transformarse las estructuras agrarias y los sistemas de producción agrícola para lograr un aumento duradero del rendi­miento de la tierra, de m o d o que la producción

Fayçal Yachir es profesor en el Centro de Investigación sobre economía apli­cada de la Universidad de Argel, 20, rue Chahid Khalef Moustapha, Ben Aknoun, Alger. Argelia. Sus investiga­ciones versan sobre la economía inter­nacional, así como sobre aspectos del desarrollo en los países árabes y en África. H a publicado varios libros, el último de los cuales es La méditerranée dans le monde (1988, con Samir Amin).

está m u y por debajo de las necesidades alimen­tarias de una población en rápido crecimiento. En ningún país la industrialización ha logrado incorporar a la mayoría de la fuerza de trabajo en formas modernas de producción y, por con­siguiente, el desempleo y el subempleo consti­tuyen graves problemas sociales, excepto en los países productores de petróleo subpoblados. Por último, tanto para su consumo c o m o para sus inversiones, todos los países árabes han

dependido en gran medida de los ingresos de transfe­rencia provenientes de los países industrializados del Este y del Oeste en forma de rentas petroleras, ingre­sos de la emigración, del tu­rismo o diversos tipos de ayuda, aunque al m i s m o tiempo hayan sufrido las consecuencias de los meca­nismos de intercambio desigual, inherentes al sis­tema de precios mundiales. Encubriendo desequili­brios crecientes en cuanto a

alimentación, tecnología y finanzas, esa depen­dencia respecto de los ingresos de transferencia mantuvo latente una crisis que se manifestó así que se produjo en Occidente la recesión que llevó a una caída m á s o menos brutal de los ingresos de transferencia. Cabe señalar que pa­ra los países del Cercano Oriente directamente enfrentados a Israel la importancia de los gas­tos militares contribuye a acentuar las dificul­tades económicas y, en particular, el endeuda­miento externo.

La crisis es por sí misma un elemento más

RICS120/Jun. 1989

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240 Fayçal Yachir

de convergencia entre los diversos países ára­bes, al igual que lo son las políticas aplicadas c o m o reacción a la crisis. La agravación del dé­ficit exterior, la inflación, el endeudamiento y el desempleo dentro de un contexto de creci­miento más lento ya forman parte del paisaje económico de la mayoría de los países árabes, a pesar de que la crisis sólo afectó a los países productores de petróleo hacia mediados de los años ochenta con la caída de los precios en el mercado internacional y la devaluación del dó­lar, mientras que otros países habían sufrido las consecuencias m u c h o antes.

Los indicios de la crisis que los países ára­bes atraviesan desde hace algunos años son im­presionantes. Túnez, Marruecos, Egipto y Ar­gelia tienen una balanza comercial m u y defici­taria, un endeudamiento externo m u y elevado, una inflación importante, aunque no llegue a los extremos latinoamericanos, y una situación explosiva desde el punto de vista del desem­pleo y el subempleo, sobre todo si se tiene en cuenta a las mujeres excluidas en su inmensa mayoría del mercado de trabajo, por no hablar de la profunda dependencia tecnológica respec­to de Occidente y del grave déficit alimentario. Sudán se encuentra en una situación todavía m á s catastrófica, con una deuda externa que en 1986 superaba los 12.000 millones de dólares, cuyo servicio equivale a la totalidad de la ayu­da extranjera recibida, una inflación anual del 40 % y una industria que sólo funciona en la quinta parte de su capacidad. Iraq, exangüe tras su larga guerra contra Irán, tiene una deu­da externa de 50.000 millones de dólares que administra mediante continuos reescalona-mientos y acuerdos de trueque. Siria tiene un crecimiento negativo, penurias crónicas y una importante subutilización de la capacidad de producción industrial, todo esto agravado por la reducción de los ingresos del petróleo, de la ayuda árabe y de las transferencias de los emi­grados. Cosa extraordinaria, únicamente el Lí­bano tiene una deuda externa reducida y una balanza comercial poco deficitaria, sostenida por la expansión de las exportaciones del sector «informal». La guerra civil y las agresiones is-raelíes han producido una fuerte devaluación de la moneda, lo que ha alimentado la inflación y ha causado un descenso del nivel de vida, pe­ro los activos del país en el extranjero, sumados todos los fondos, se calculan en 40.000 millo­nes de dólares. Incluso en los países producto­

res de petróleo del Golfo, poco poblados, la cri­sis desencadenada a partir de 1986 por la caída del precio del oro negro y la devaluación del dólar pusieron al orden del día la política de ajuste. Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos viven una crisis financiera y bancaria y un défi­cit presupuestario. Libia tiene desde 1986 una balanza comercial deficitaria y una deuda ex­terna de 9.000 millones de dólares.

Tanto si son aplicadas por iniciativa de los Estados c o m o por orden del Fondo Monetario Internacional, las políticas de ajuste estructural tienen c o m o objetivo general reducir el estatis­m o a favor del capitalismo y disminuir la im­portancia del mercado nacional en favor de la especialización internacional.

Tradicionalmente la política de ajuste remi­te a las medidas aplicadas por los países capita­listas avanzados para corregir las dificultades coyunturales de la balanza de pagos. Los países deficitarios (salvo Estados Unidos, cuya m o n e ­da sirve de instrumento de cuentas, transac­ción y reserva a escala internacional) se ajustan manipulando el tipo de cambio, la tasa de inte­rés del dinero, la tributación o el presupuesto, en el contexto de una libre circulación interna­cional de bienes y capitales. La política de ajus­te era sólo una variante de las políticas clásicas de estabilización, aunque el F M I podía interve­nir, c o m o lo había hecho en Gran Bretaña en la década de los setenta.

La política de ajuste coyuntural aplica «fór­mulas» inmutables cuya eficacia se ha compro­bado en los países de capitalismo avanzado y cuyo principio es la disminución del consumo y la inversión para reducir la inflación y el défi­cit comercial. El alza del tipo de interés no fo­menta los empréstitos de los empresarios o de los particulares, pero favorece el ahorro de los ciudadanos y atrae la inversión de capitales ex­tranjeros. La reducción del déficit presupuesta­rio implica la disminución de los gastos socia­les del Estado, el cual estabiliza el empleo en los establecimientos públicos y eleva tanto el costo de los servicios colectivos para las familias co­m o la recaudación pública, aumentando los impuestos o el tipo de interés de los préstamos del Estado, con lo que se reduce el consumo en la m i s m a proporción. Por último, la devalua­ción desfavorece las importaciones demasiado costosas en m o n e d a nacional y, por el contra­rio, favorece las exportaciones, menos costosas en moneda extranjera, al menos hasta que el

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Crisis y políticas de ajuste en los países árabes 241

Esta foto presenta los tres elementos básicos de la Argelia contemporánea: un crecimiento demográfi­co m u y importante; el papel de la religión, y los considerables esfuerzos que se han realizado a favor de la industria pesada. Abbas/Magnum.

alza de los precios internos, consecuencia de lo anterior, no compense los efectos de la deva­luación.

Cuando debido a la agravación del déficit exterior y del endeudamiento de los años seten­ta, los países árabes no productores de petróleo se vieron obligados a solicitar préstamos al F M I , se les impuso la aplicación de esas medi­das. E n efecto, cuando un Estado firma un acuerdo de crédito «stand-by», el Fondo M o n e ­tario Internacional le obliga a aplicar un pro­grama de ajuste bajo su vigilancia y a permitir­le el control del fisco, c o m o condición para otorgarle un giro en divisas. Esa famosa «con-dicionalidad» es tanto m á s obligatoria cuanto que con frecuencia se requiere el visto bueno del F M I para obtener créditos de los grandes bancos occidentales. Por otra parte, la inter­vención del F M I en el Tercer M u n d o ha sido práctica corriente en los años ochenta, a excep­ción de algunos países productores de petróleo y de Taiwan, y se ha extendido incluso a países

de socialismo planificado por el Estado, c o m o Vietnam.

Suponiendo que el F M I (así c o m o los Esta­dos acreedores y los bancos) se hubieran «limi­tado» a exigir de los países del Tercer M u n d o la aplicación de una política clásica de ajuste co-yuntural, ésta habría tomado necesariamente el carácter de una política de estructuras. En efec­to, el c a m p o de acción del Estado no se limita en este caso a la prestación de servicios colecti­vos, a la gestión de infraestructuras y a la reali­zación de actividades no rentables, sino que el Estado es además propietario de un vasto sec­tor productivo de la agricultura, la industria y los servicios, y cumple al m i s m o tiempo funcio­nes m u c h o m á s importantes en la gestión de la economía. Lograr el equilibrio presupuestario reduciendo los gastos del Estado no puede ser en este caso una simple medida coyuntural ya que dicha reducción implica ciertas consecuen­cias respecto al funcionamiento y la organiza­ción de la economía.

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242 Fayçal Yachir

E n muchos países el mercado financiero lo­cal y el crédito a particulares son tan limitados que el alza del tipo de interés no repercute ni en la inversión ni en el consumo. L a autofinancia-ción es con frecuencia la regla en el sector pri­vado, mientras que la inversión pública se fi­nancia mediante empréstitos estatales o fuen­tes externas. E n cuanto a la devaluación, en la mayoría de los casos es inoperante debido a ri­gidez de las exportaciones y al carácter incom­presible de gran parte de las importaciones.

Sin embargo, la evolución de la doctrina del F M I , la influencia de las políticas monetaristas aplicadas en Gran Bretaña y Estados Unidos a comienzos de los años ochenta y el nuevo im­pulso de la ideología del liberalismo económico hicieron que m u y pronto se diera a la condicio-nalidad el contenido de un ajuste estructural y no sólo coyuntura!. El ajuste estructural consis­te básicamente en regular por medio del merca­do la asignación de recursos y la distribución de los ingresos, en la m á s pura tradición de la ideología económica neoclásica, pero sus obje­tivos declarados son la concentración de los in­gresos con miras a favorecer teóricamente el ahorro y la baja del consumo, a fin de incre­mentar las exportaciones. Implica el desmante-lamiento y la privatización del sector público, la promoción del capital privado nacional y la apertura a la inversión extranjera, la fijación de precios reales, suprimiendo los subsidios otor­gados a los productos de primera necesidad y a los bienes de equipo, así c o m o el libre cambio mediante la eliminación de los controles del co­mercio exterior. A juicio de los directivos del F M I , el conjunto de esas medidas, a las que se agregan las de tipo coyuntural relativas a la po­lítica monetaria, fiscal, presupuestaria, comer­cial y de cambio, deben restablecer el equilibrio interno y externo en todos los casos. E n efecto, según el F M I , la crisis de los pagos externos re­sulta esencialmente de la irracionalidad de po­líticas estatales que mantienen una asignación ineficaz de los recursos.

Es verdad que a primera vista el programa de ajuste estructural se presenta c o m o la receta para un desarrollo del capitalismo y c o m o la forma de ordenar en el Tercer M u n d o espacios de libre circulación de mercancías y capitales. Sin embargo, del mismo m o d o que el programa de ajuste coyuntural choca contra la rigidez de estructuras diversas, la política de ajuste estructu­ral confunde estructuras y políticas.

Ni el papel económico preeminente del Es­tado, ni la protección exterior son, en efecto, opciones reversibles, c o m o tampoco lo son la falta de competencia, la manipulación de los precios de los bienes y de los salarios o el déficit de las empresas públicas. Todos estos fenóme­nos que desde el punto de vista de una lógica económica abstracta representan aberraciones son, en realidad, perfectamente funcionales desde el punto de vista del desarrollo del capi­talismo en el Tercer M u n d o . Es el funciona­miento objetivo del capitalismo en el Tercer M u n d o lo que produce tales fenómenos, y no la obcecación de las clases dirigentes. Al tratar de desestatizar, el F M I se comporta exactamente c o m o si quisiera romper todos los resortes, ocultos pero indispensables, de la difusión del capitalismo en los países con estructuras socia­les heterogéneas y con un bajo nivel de desarro­llo de las fuerzas productivas.

Por otra parte algunos puntos del programa de ajuste estructural podrían contar perfecta­mente con la adhesión de los críticos de iz­quierda en la medida en que implican la aboli­ción del poder y de los privilegios de burocra­cias estatales ineficientes, parasitarias y corrompidas, o bien de capitalistas locales cu­yos negocios prosperan al abrigo de proteccio­nes diversas. Algunas propuestas del F M I co­m o la supresión de los subsidios a los productos de consumo, que llevan al despilfarro; las ayu­das destinadas a la compra de equipos de e m ­presas privadas; el saneamiento del sector pú­blico que emplea demasiado personal; la reduc­ción del déficit presupuestario generador de inflación; e incluso la devaluación (que supri­m e el lucro producido por la especulación con­tra la m o n e d a y las rentas de cambio, así c o m o los subsidios disfrazados a la importación) o el libre cambio que suprime las rentas de protec­ción y de monopolio; todo ello encontraría par­cialmente su lugar dentro de una política pro­gresista de fin de crisis, c o m o lo ilustra la expe­riencia reciente de países c o m o México, Brasil, Argentina, Perú y Argelia que procuran corre­gir el desequilibrio externo e interno sin recu­rrir al F M I . E n todo esto hay una curiosa ten­dencia ideológica que por una especie de inte-grismo liberal lleva al F M I a proponer «soluciones» que a todas luces se oponen a los intereses del capitalismo mundial.

El hecho de que el F M I tomara tardíamente conciencia del costo social de las políticas de

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ajuste y de los riesgos de desestabilización polí­tica que implica, demuestra que ya no se des­cuida totalmente el papel que desempeñan la mayor parte de los Estados del Tercer M u n d o en tanto que garantes de la inserción de sus so­ciedades en el capitalismo mundial. Del m i s m o m o d o que ya no existe mercado walrassiano, tampoco hay Estado weberiano, cuya razón de ser se limitaría a imponer a la sociedad una ra­cionalidad burocrática formal. El Estado es, más bien, la expresión y la confluencia de las fuerzas sociales y políticas, y en algunos países árabes la burguesía financiera internacional, que se supone representa al F M I , es uno de sus componentes principales.

Tal vez puedan destacarse además dos para­dojas inherentes a la política de ajuste estructu­ral. L a primera es que la privatización del sector público se presenta c o m o el medio de restaurar la competencia, único factor sus­ceptible de racionalizar la asignación de re­cursos y la distribución de ingresos, mientras que en la práctica esa privatización puede limi­tarse a la transferencia del monopolio público al monopolio privado. El debate sobre este pro­blema no es específico de los países árabes o del Tercer M u n d o , ya que existe con respecto a la privatización de las empresas estatales, decidi­da en los países de capitalismo avanzado de acuerdo con políticas de inspiración moneta-rista. Así, es bien sabido que los círculos políti­cos de Estados Unidos procuraban impedir la concentración económica cuando se efectuaba una privatización, mientras que en Francia no hubo esa preocupación en el m o m e n t o de retor­nar a los intereses privados las grandes firmas nacionalizadas por el gobierno socialista en 1981. U n a vez m á s la simple ideología lleva a asimilar permanentemente competencia y pri­vatización, siendo que ésta puede ser compati­ble con el oligopolio o el monopolio (y lo es en la mayoría de los casos, sobre todo en el Tercer M u n d o ) y aquélla puede concebirse dentro de un sistema estatal descentralizado. Sin embar­go, es evidente que en las condiciones del capi­talismo moderno la propiedad del capital y el m o d o de gestión son dos cosas diferentes.

La segunda paradoja es que la compresión del consumo popular -la variable clave de las políticas de ajuste- debe estar acompañada del autoritarismo político. E n otras palabras, si la restauración del mercado libre significa en el plano económico menos Estado, en el político

implica más Estado. Lejos de conducir a la au-toinstitución de la sociedad a través del inter­cambio, según los cánones del liberalismo clási­co, supone una creciente presión institucional sobre los trabajadores-consumidores.

D e hecho, la política de ajuste estructural empezó a aplicarse en algunos países árabes ya a comienzos de los años setenta e independien­temente del F M I . En ese m o m e n t o se manifes­taron en Túnez, Marruecos y Egipto las limi­taciones del modelo capitalista de Estado que determinaron una nueva orientación de las po­líticas gubernamentales. E n Túnez y Marrue­cos el Estado procuró sustituir el crecimiento logrado gracias a la reducción de las importa­ciones por una expansión fundada en las expor­taciones industriales, al m i s m o tiempo que se favorecía la inversión extranjera a fin de dismi­nuir el déficit comercial e incrementar el e m ­pleo. E n 1972 se adoptó en Túnez una ley cuyo objetivo era atraer capitales extranjeros y fo­mentar la exportación de los productos m a n u ­facturados, otorgando prerrogativas fiscales y exenciones en materia de importación, legisla­ción laboral y control de cambio. A consecuen­cia de lo cual en los años setenta se produjo un importante aumento de las exportaciones in­dustriales, esencialmente productos semidura-bles de consumo que exigen una fuerte intensi­dad de trabajo (textiles, confección, montaje de aparatos eléctricos). E n su mayoría extranjeras, las empresas creadas en el marco de las disposi­ciones de esa ley representaron en el curso de los años 1970 aproximadamente el 6 % de la inversión industrial efectuada en el país y la quinta parte de los puestos de trabajo ofrecidos por la industria. Sin embargo, los ingresos obte­nidos por la exportación de esos productos sólo cubrieron una modesta proporción del déficit de la balanza comercial. Además , la industria de exportación funciona c o m o un verdadero enclave de la economía tunesina y sus efectos de arrastre son prácticamente nulos.

También en Marruecos la política guberna­mental procuró favorecer a partir de mediados de los años setenta las exportaciones industria­les, dando prioridad a las industrias de trans­formación del fosfato, las industrias de consu­m o que exigen un trabajo intenso y la subcon-tratación internacional. Durante los años ochenta, el 80 % de las exportaciones industria­les provenían de tres sectores: el agropecuario, el textil y el químico. N o obstante, esas expor-

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taciones tan sólo representan cerca de la déci­m a parte de la producción industrial global y sólo constituyen una proporción bastante redu­cida de las exportaciones totales. También en este caso la integración local de la industria de exportación está m u y poco desarrollada.

La política de ajuste aplicada en Marruecos y Túnez no logró reducir el desequilibrio exte­rior y ambos países se vieron obligados a recu­rrir al F M I que favoreció, desde luego, la pro-fundización de esa política. A partir de los años ochenta las políticas de ajuste se hicieron m á s coherentes, por cuanto su efecto en la estructu­ra de producción del país se convirtió en parte integrante de la reforma de la organización y del funcionamiento de la economía. A las m e ­didas coyunturales recomendadas por el F M I c o m o la devaluación, la reducción del gasto pú­blico, la reforma fiscal y la congelación de sala­rios, se añadieron la fijación de precios reales, suprimiendo los subsidios a los productos de consumo, los bienes intermediarios y los equi­pos; la liberalización del comercio exterior m e ­diante la supresión de las oficinas públicas de comercialización y la reducción de los contro­les y derechos aduaneros; la liberalización del cambio; el recurso a capitales extranjeros; y, por último, el desmantelamiento y la privatiza­ción del sector público y el estímulo al capital privado nacional. El objetivo declarado de esas medidas es, por una parte, disminuir el consu­m o popular y los costos salariales con miras a lograr excedentes exportables y favorecer la competitividad exterior y, por otra, «racionali­zar» la organización y el funcionamiento de la economía restaurando el «laisser-faire» y el «li­bre comercio».

En realidad, en la década de los ochenta en Túnez y en Marruecos disminuyó considera­blemente el poder adquisitivo de la mayoría de la población sin que por ello se lograra incre­mentar de manera significativa las exportacio­nes industriales ni atraer inversiones extranje­ras. El índice de cobertura de las importaciones por parte de las exportaciones si bien ha mejo­rado ligeramente, sigue siendo insuficiente (cerca del 60 %), y las devaluaciones sucesivas del dinar tunecino y el dirham marroquí sólo tuvieron efectos m u y limitados en el desarrollo de las exportaciones industriales. En 1986 la deuda externa de Túnez ascendía a m á s de 7.000 millones de dólares y su servicio absorbía cerca del 40 % de los ingresos obtenidos por las

exportaciones. El índice de crecimiento ha dis­minuido considerablemente junto con la inver­sión, y el desempleo oficial afecta al 15 % de la población activa. La inflación es oficialmente del orden del 10 % anual mientras que los sala­rios están congelados desde hace varios años. Ese año la deuda exterior de Marruecos supera­ba los 14.000 millones de dólares y representa­ba una carga cada vez m á s pesada, a la vez que disminuía la inversión y aumentaba el desem­pleo. Entre 1981 y 1986 el índice de crecimien­to anual medio del P N B ni siquiera equivalía al índice de crecimiento demográfico y durante ese mismo período se cifra en decenas de miles el número de despidos en la industria de trans­formación, cuyo personal ascendía a 200.000 personas, debido a reducciones en el sector pú­blico y a quiebras en el sector privado. Durante ese mismo período el mercado de trabajo sólo pudo absorber una reducida proporción de la nueva m a n o de obra y desde entonces el desem­pleo afecta a la quinta parte de la población activa. En ambos países las empresas se enfren­tan con problemas de salidas de mercado, de financiamiento y de aprovisionamiento, en un contexto marcado por una creciente competen­cia de las importaciones que ha llevado, por ejemplo, al cierre de las fábricas de montaje de automóviles.

En Egipto se aplicó desde 1974 la política de infitah (apertura), a fin de superar las limita­ciones del modelo de desarrollo estatista, que eran m u y reales dada la incapacidad de la in­dustrialización y de la reforma agraria de impe­dir el aumento excesivo del desempleo urbano y la agravación del desequilibrio exterior. Des­de un principio se presentó dicha política c o m o una tentativa para incrementar la eficacia del sistema económico, restaurando el capitalismo en el interior y el libre cambio en el exterior. Contrariamente a lo que había sucedido en Marruecos y Túnez, países en los que la mayor apertura de la economía al capital privado y a la economía internacional representó una sim­ple reorientación de las políticas económicas anteriores, el infitah significó una verdadera ruptura en un Egipto sometido desde hacía dos decenios a un modelo de desarrollo m u y estati­zado y considerablemente autónomo.

Se suprimieron tanto la reglamentación de las transacciones de bienes raíces, c o m o el tope impuesto por la reforma agraria a las propieda­des rurales. Se descentralizó el sector público

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gracias a la autonomización de sus empresas, que se transformaron inmediatamente en so­ciedades anónimas cuyas acciones podían ce­derse a particulares. Se amplió considerable­mente el campo de intervención del capital ex­tranjero y se acordó un régimen especial a los inversionistas extranjeros, en particular en lo que atañe a la legislación laboral y cambio. Se suprimieron tanto el monopolio de Estado so­bre el comercio exterior y la banca, como el control de cambios. Dejando completamente de lado el sistema implantado por Nasser, la política de infitah se proponía suprimir los obs­táculos a la concentración de bienes raíces, pri­vatizar una parte del sector público y atraer ca­pitales extranjeros. Paralelamente, al fijar los precios y distribuir los ingresos se procuró de m o d o sistemático sustituir los procedimientos administrativos por mecanismos de mercado, es decir, suprimir las subvenciones a los artícu­los de primera necesidad y fijar precios reales a los productos de las empresas públicas. Sin e m ­bargo, esa política no logró reducir de manera significativa el déficit exterior de Egipto, T ú ­nez o Marruecos ni tampoco evitar que se recu­rriera al F M I .

A comienzos de los años ochenta sólo exis­ten unos pocos centenares de empresas crea­das en el marco de las nuevas disposiciones y su capital es m u y modesto. El sector privado no pudo o no quiso apropiarse de las empresas estatales. La mayor parte de la inversión pri­vada nacional se dedicó a actividades no in­dustriales con mejores posibilidades de lucro y menos riesgos. E n cuanto al capital privado que se invirtió en la industria, se limitó a las ramas tradicionales de la alimentación, la transformación de plásticos y los materiales de construcción. T a m p o c o el capital extranjero se apresuró a sustituir al Estado o crear nuevas empresas, aunque las enormes ventajas ofreci­das atrajeron a algunos inversionistas. Ni el capital nacional ni el extranjero trataron de ocupar la cumbre de la economía egipcia a fin de orientar su desarrollo. La proporción del capital privado en la inversión total pasó de 9 % a 15 % y, por consiguiente, siguió prevale­ciendo la inversión pública. En cuanto a la fi­jación de precios reales para los productos ali­mentarios, m u y pronto se vio limitada debido a la resistencia de las capas populares urbanas. El Estado ya no aumenta los precios sino en forma velada e incluso el F M I terminó acep­

tando que se mantuvieran los subsidios a los productos de primera necesidad a fin de pre­servar la estabilidad social y política.

Por el contrario, con la política de infitah proliferaron las actividades improductivas y especulativas y se produjo la desindustrializa­ción del país, por cuanto disminuyó considera­blemente la inversión industrial y la industria pública se vio enfrentada a problemas cróni­cos de aprovisionamiento y a la competencia extranjera. El desempleo alcanzó extremos sin precedentes. La intervención del F M I a finales de los años setenta acentuó en forma evidente la política de apertura en sus aspectos más ne­gativos. El endeudamiento externo se agravó debido al drástico descenso de los ingresos provenientes tanto de las transferencias de los emigrados (de 4.000 a 2.000 millones de dóla­res entre 1984 y 1986) c o m o del petróleo. E n 1986 la deuda asciende a m á s de 36.000 millo­nes de dólares (de los cuales 5.000 millones por concepto de deuda militar a Estados Uni­dos). La inflación es oficialmente del 20 % y la balanza comercial sufre un enorme déficit, lo que obliga al gobierno a recurrir una vez m á s al F M I .

H o y en día está bien demostrada la impo­tencia de la política de infitah para transfor­mar el sistema económico egipcio de m o d o que se desarrollara un capitalismo industrial exportador. M á s que una reorientación del crecimiento en el marco de una mayor inser­ción en la división internacional del trabajo, esa política engendró una economía especula­tiva fundada en la reconversión de las rentas vinculadas al petróleo, a la ayuda extranjera, a la explotación del Canal de Suez y a las trans­ferencias de los emigrados del Golfo. Contra­riamente a lo que sucedió en Turquía o Brasil por ejemplo, la política de ajuste de Egipto no logró racionalizar el sistema económico y so­cial desde el punto de vista de los intereses del capitalismo extranjero. Cabe preguntarse, sin embargo, si la expansión inesperada de la pro­ducción de petróleo y de las transferencias de los emigrados a partir de finales de los años se­tenta no suprimió definitivamente la necesi­dad de liberar excedentes industriales para la exportación y no alejó de la industria la inver­sión privada, abriendo vastas perspectivas de lucro especulativo. Por otra parte, las transfe­rencias de los emigrados atenuaron las tensio­nes sociales creadas por las políticas del infi-

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tah, mitigando los efectos producidos por la baja del salario real y la extensión del desem­pleo en el nivel del consumo popular. En todo caso, es incontestable que si bien el infitah no engendró una especializaron industrial, favo­reció decididamente la reintegración de Egipto en el sistema económico y político occidental. En Argelia, la crisis provocada por la caída de los precios del petróleo y del dólar durante los últimos dos años ha mostrado la vulnerabili­dad extrema de la economía y agudizado las presiones externas. E n 1986 la balanza comer­cial es deficitaria por primera vez en diez años y los ingresos de las exportaciones disminuyen en el 50 %, lo que provoca la diminución in­mediata del consumo, la inversión y el creci­miento. Durante los años 1987 y 1988 la ex­pansión pudo a duras penas, compensar el crecimiento demográfico, aunque la disminu­ción de la inversión productiva es anterior a la crisis del sector externo, la inflación se agrava y el número de desempleados que era de cerca de 700.000 desde mediados de los años setenta supera rápidamente el millón.

Desde entonces se viene aplicando una po­lítica de ajuste que a corto plazo consiste en reducir las importaciones, sobre todo de los bienes de consumo, así c o m o el gasto público y los subsidios a los productos de primera ne­cesidad y en promover las exportaciones de productos distintos de los hidrocarburos. Al no pedir el reescalonamiento de una deuda ex­terna de cerca de 20.000 millones de dólares se produjo un fuerte descenso en las inversiones y el servicio de la deuda representó la mitad de los ingresos de las exportaciones. La baja en la capacidad de creación de empleo -consecuen­cia de lo anterior- se vio agravada por la vo­luntad de racionalizar el sector público. Por primera vez desde la independencia, en 1986 se licenció a decenas de millares de trabajado­res de cara a la reorganización de las empresas estatales, a los que se agregaron los obreros despedidos a raíz de las restricciones de im­portación impuestas al sector privado. Las e m ­presas industriales públicas, que ya habían si­do objeto de medidas de descentralización antes de la crisis, fueron transformadas en so­ciedades anónimas, administradas por hol­dings estatales y sujetas a las restricciones de la balanza de pagos. Las tierras agrícolas pro­piedad del Estado se distribuyeron entre los trabajadores de las granjas estatales, organiza­

dos en pequeñas cooperativas. Se facilitaron las modalidades de asociación entre el sector público y las firmas extranjeras y se abrió el sector del turismo a la inversión extranjera. N o se plantea por el m o m e n t o abandonar el monopolio del Estado sobre el comercio exte­rior, la banca y el crédito, los hidrocarburos y la industria pesada, ni recurrir masivamente al capital extranjero. Se fomenta una mayor in­versión del capital privado nacional, sobre to­do en actividades de subcontratación por cuenta de las empresas públicas y en la sustitu­ción a las importaciones de productos priorita­rios. Por analogía con lo que sucede en algunos países de Europa del Este, la política de ajuste tiene c o m o objetivo en este caso sustituir los procedimientos administrativos por mecanis­m o s de mercado en el marco de la propiedad pública, y no privatizar el sector estatal. Pero si bien se ha frenado la expansión del capital local y extranjero, al menos por el m o m e n t o , la mercantilización de la sociedad se desarro­lla rápidamente debido a la privatización par­cial del sistema de salud y de los transportes, la liberación de las transacciones financieras e inmobiliarias, la autorización otorgada a los particulares de abrir cuentas en divisas y utili­zarlas para las necesidades de consumo y de equipo. Sería prematuro evaluar en este m o m e n t o las repercusiones de la nueva políti­ca económica tanto en las estructuras de pro­ducción c o m o en la organización y el funcio­namiento de la economía. Sin embargo, los esfuerzos realizados para incrementar las ex­portaciones industriales no parecen haber te­nido éxito por ahora, aunque los salarios ha­yan disminuido en términos reales. El sector industrial público sigue enfrentado a serios problemas de ineficacia y despilfarro, y si bien el consumo popular tiende a disminuir, la de­m a n d a de la clase media sigue siendo m u y fuerte y la producción nacional m u y deficita­ria en relación con la demanda que puede atenderse. Debido a la falta de competitividad y al volumen de la demanda interna las pocas empresas estatales que tratan de exportar lo hacen prácticamente a precios de dumping y tomando una parte m á s o menos grande de las cantidades destinadas al mercado local.

C o m o en Egipto, el capital privado se ha invertido sobre todo en servicios urbanos m á s que en actividades productivas. Al m i s m o tiempo el desarrollo del mercado sobre la base

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U n trabajador egipcio cerca de las grandes pirámides. sturken/Sipa Press.

de las rentas económicas concedidas por el Es­tado (vivienda, bienes de consumo duraderos, por ejemplo) y en el contexto de una penuria estructural, fomenta comportamientos especu­lativos que generan fortunas ilegítimas, consu­m o ostentoso y corrupción. Por último, la des­centralización y la autonomización de las empresas públicas se abren camino difícilmen­te dentro de un sistema en el que la centraliza­ción económica está íntimamente vinculada a la centralización política. Las reformas adop­tadas a raíz de los disturbios del m e s de octu­bre de 1988 que tienen c o m o objetivo poner fin al monopolio del partido único sobre la vi­da económica y política, pueden dar una nue­va posibilidad de éxito para la descentraliza­ción del sector público. Al m i s m o tiempo esas reformas parecen favorecer nuevas configura­ciones de poder que por primera vez en un país árabe ponen en tela de juicio la política de ajuste estructural. Sin embargo, siguen sin res­puesta dos cuestiones fundamentales referen­tes a la naturaleza de la política alternativa po­sible a medio plazo y al sistema económico

que va a resultar de la aplicación de las refor­mas .

La reciente experiencia de las políticas de ajuste en el m u n d o árabe y en el Tercer M u n ­do en general, muestra de forma irrefutable que es imposible liberar un excedente comer­cial suficiente para garantizar el servicio de la deuda y restaurar de m o d o duradero los equi­librios externos e internos. El monto de la deu­da externa ha alcanzado en la mayoría de los países cuantías sin precedentes en relación con las variables económicas reales. C o n frecuen­cia representa varias veces el valor de las ex­portaciones y una proporción en muchos casos asombrosa del P N B . El tipo de interés, deflac-tado por el índice de precios de Estados Uni­dos, pasó al 7 % en promedio durante los años ochenta, mientras que sólo había sido del 2 % en los tres decenios anteriores. E n la mayoría de los casos la reducción del déficit comercial para atender el servicio de la deuda se ha lo­grado disminuyendo las importaciones, y no aumentando las exportaciones, y las presiones que se desprenden de esta situación para el

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consumo popular alcanzan rápidamente lími­tes infranqueables, incluso en los países mejor dispuestos frente a las instituciones financie­ras internacionales.

La agravación del desempleo, la disminu­ción del salario real, la degradación de las con­diciones de vida de la mayor parte de la pobla­ción y las crecientes desigualdades de los ingresos que se producen en todas partes debi­do a la aplicación de las políticas de ajuste es­tructural son aceptadas por los gobiernos ára­bes y por el F M I c o m o si se tratara del precio provisional necesario para sanear la economía nacional. D a d o que uno de los objetivos de la política de ajuste es reducir el consumo popu­lar y favorecer una mayor concentración de los ingresos en favor de las clases privilegiadas, no puede negarse que el F M I y los gobiernos ára­bes han tenido pleno éxito desde este punto de vista. Sin embargo, puesto que se preveía que el deterioro del nivel de vida reduciría el défi­cit exterior, el endeudamiento y la inflación, es preciso admitir que han fracasado en todos es­tos aspectos. Ni las medidas de orden coyuntu-ral, ni la reforma de las estructuras de produc­ción y de la organización de la economía han permitido hasta el m o m e n t o restaurar el equi­librio externo e interno de la economía. La ex­clusión de amplios sectores de la población del circuito económico oficial, la agravación de las condiciones de vida y las crecientes desigual­dades se ven acompañadas por la persistencia e incluso la acentuación del déficit comercial, la inflación y el endeudamiento externo.

La política de ajuste, con el F M I o sin él, tampoco ha hecho avanzar la economía árabe en el sentido de consolidar un capitalismo na­cional, eficaz y dinámico, basado en la espe-cialización industrial para la exportación, a fin de superar las deficiencias inherentes al m o d e ­lo de desarrollo de la fase anterior. La reforma de las estructuras de producción no se ha tra­ducido en una redistribución importante de la actividad productiva entre los diferentes sec­tores o dentro de cada uno de ellos. E n la agri­cultura, la explotación familiar destinada al mercado ha experimentado un cierto dinamis­m o , unido a la intensificación de los cultivos «de lujo» para las capas urbanas favorecidas (hortalizas, fruta, carne), pero su poder de arrastre sobre otras áreas de la agricultura es imperceptible. El capitalismo agrario propia­mente dicho no se desarrolla en ningún país,

mientras la proporción del campesinado pobre y minifundista cuya producción es de m u y ba­jo rendimiento, sigue siendo m u y elevada. Los intentos de fomentar las exportaciones indus­triales tropiezan con la rigidez de las ventajas comparativas tradicionales de las actividades agrícolas, y mineras y las industrias de trabajo intenso, así c o m o con las relaciones proteccio­nistas de la C E E .

E n la mayoría de los países árabes el déficit del sector público demuestra la interferencia del mercado político en la gestión y no única­mente la incompetencia de los administrado­res o una eventual apatía de los trabajadores, c o m o se afirma a m e n u d o . En efecto, las empresas estatales están implicadas en los pro­cedimientos y circuitos de distribución de ven­tajas y prebendas dentro de los grupos dirigen­tes. Esto no significa solamente que con frecuencia se nombra a sus directores en fun­ción de criterios de fidelidad política y no de competencia técnica, ya que en ese caso se en­contraría la explicación del déficit en la in­competencia de los administradores. La inser­ción en el mercado político significa que las empresas públicas sirven para distribuir privi­legios en función de las relaciones de clientela dentro de la élite que ocupa el poder, tanto a sus administradores en ventajas materiales, in­fluencia y poder, c o m o a sus clientes y depen­dientes, en términos de empleo, vivienda e in­gresos abonados eventualmente a personas que se contentan con «vivin> del presupuesto de la empresa. Así las empresas «públicas» se constituyen en verdaderos feudos que funcio­nan en provecho de feudalidades privadas. N o obstante, su carácter formalmente público au­toriza al m i s m o tiempo la intervención intem­pestiva y frecuente de los responsables políti­cos nacionales o locales cuyas exigencias abarcan una amplia g a m a de servicios, desde una beca, un curso de formación o un empleo para un protegido cualquiera, hasta la presta­ción de servicios urgentes a otras empresas o instituciones del Estado. Este tipo de sujeción se ve intensificado con m u c h a frecuencia por la descentralización del sector público.

El doble carácter -estructural y político-del déficit de las empresas estatales impone lí­mites m u y serios a su privatización. Desde luego ni el capital privado nacional ni los in­versionistas extranjeros están interesados en adquirir empresas cuyo déficit se debe a la

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ubicación, a la penuria de factores de produc­ción o a la complejidad de la tecnología. Su menor capacidad de inversión y su escasa ex­periencia industrial hacen del capital privado nacional un candidato aún menos fiable que el capital extranjero, sobre todo en las ramas in­dustriales m á s mecanizadas que exigen fondos considerables y largos períodos de inmoviliza­ción del capital. Hasta ahora en ningún país del m u n d o árabe los intereses privados locales se han precipitado a tomar el control de e m ­presas ofrecidas a la privatización en las industrias de bienes de equipo o bienes inter­mediarios. Aunque dispongan de recursos téc­nicos y financieros m u y superiores, las grandes firmas transnacionales tampoco están intere­sadas en la privatización cuando el déficit de la empresa pública se debe a factores que de ningún m o d o podrían controlar. Sin embargo, en algunos casos, la racionalización del proce­so de trabajo con miras a imponer una mayor disciplina a los trabajadores, el recurso a cono­cimientos y calificaciones extranjeras, el pago de salarios m á s elevados al personal calificado y el pleno dominio de la tecnología, adquirida por lo demás a menor costo, permitirían a la firma transnacional salir adelante en condicio­nes en las que la empresa estatal fracasaba, sea cual fuere la rama industrial. El capital extran­jero tiende, sin embargo, a investirse en activi­dades m á s rentables a escala internacional, lo que significa que para una rama industrial de­terminada se escogerá el país en el que la ren­tabilidad de la inversión sea m á s elevada. Así pues se favorecerán las actividades que repre­senten una ventaja relativa inmediata y no las que dependan de una política de industrializa­ción y aprendizaje tecnológico que el Estado ha pretendido aplicar a través de sus empre­sas.

El carácter político del déficit del sector público limita asimismo la privatización y la hace depender a la vez de la reestructuración de la relación de fuerzas entre las distintas fracciones de la burocracia estatal y de las rela­ciones entre ésta y los círculos de empresarios y hombres de negocios. La proximidad del aparato estatal condiciona con frecuencia la capacidad de los empresarios locales de crear o ampliar sus empresas y garantizarles buenas condiciones de funcionamiento (sobre todo por lo que atañe a las divisas necesarias para la importación de materias primas, productos

semiterminados y equipos) y esta limitación es desde luego m á s fuerte para las empresas pú­blicas de gran dimensión y de tecnología c o m ­pleja. La necesidad de que los eventuales c o m ­pradores de las empresas públicas tengan relaciones especiales dentro del aparato estatal reduce el espacio social de la privatización y tiende a intensificar el grado de concentración ya elevado del sector privado.

Cuando se pretende que la firma privada puede aumentar la producción de bienes y ser­vicios, es decir disminuir los costos y mejorar la calidad, se olvida curiosamente precisar en qué condiciones de mercado sería posible ese resultado. Es bien sabido que en teoría econó­mica la noción de la eficacia de la firma es in­separable de la competencia atomística. Ahora bien, quienes abogan por la privatización del sector público invocando las supuestas venta­jas del liberalismo olvidan que en los merca­dos del Tercer M u n d o están generalizadas las estructuras de monopolio u oligopolio en la in­dustria y los servicios privados.

Esas estructuras no competitivas se origi­nan en situaciones diversas. E n algunos casos el umbral técnico de la tecnología importada es m u y elevado en relación con la dimensión del mercado nacional de m o d o que éste sólo pue­de permitir un pequeño número de producto­res. En otros, sobre todo en los países de capi­talismo de Estado dirigista, la política estatal de control de la inversión engendra paradóji­camente situaciones de oligopolio en la indus­tria privada, independientemente de las limi­taciones tecnológicas. Tal es el caso cuando para canalizar el capital privado hacia los sec­tores m á s desamparados, el Estado bloquea las nuevas inversiones en los sectores que consi­dera saturados, erigiendo con ello barreras administrativas previas que engendran un oli­gopólio y favorecen los comportamientos malthusianos de alza de los precios y baja de la producción, del empleo y de la calidad. E n otros casos, la escasez de recursos en divisas, la insuficiencia de infraestructuras o simple­mente la escasez de espacio urbano crean ba­rreras financieras infranqueables a la mayoría de los candidatos empresarios, incluso cuando la solvencia es m u y elevada y presenta buenas perspectivas de lucro. Tanto si las posiciones de monopolio u oligopólio proceden de estruc­turas económicas, de una escasez de recursos o falta de espacio, o bien de las políticas esta-

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250 Fayçal Yachir

tales, el resultado es en todos los casos que la privatización de las empresas públicas puede fortalecer o ampliar los mercados no competi­tivos en lugar de producir una mayor eficien­cia.

Por lo demás, lo que es válido para la in­dustria lo es también para los servicios y el tu­rismo. E n algunos países donde se ha querido ampliar la inversión privada en estos últimos sectores con la esperanza de que las empresas privadas iban a sustituir el descuido por la efi­ciencia, la indolencia por el dinamismo y la mediocridad por la calidad, se comprobó m u y pronto que dichas empresas reproducían con un mimetismo desconcertante los comporta­mientos m á s negativos de las empresas públi­cas y que su originalidad m á s evidente consis­tía en los precios m u y superiores. Desde luego, la explicación de ese fenómeno es sencillamen­te que se había sustituido el monopolio públi­co por un oligopólio privado.

E n esas condiciones, la restauración del «mercado» sólo tiene una relación mínima con la voluntad proclamada por los gobiernos y el F M I de promover la racionalidad y la efi­cacia económicas y, por otra parte, la restaura­ción de la «iniciativa privada» produce inevi­tablemente la especulación y el despilfarro. El balance de las políticas de ajuste estructural en los países árabes destaca con cada vez mayor claridad la necesidad de políticas alternativas cuyo argumento principal debe ser un triple rechazo: a la insumisión a precios reales (los cuales a m e n u d o sólo corresponden a la «reali­dad» de los precios de los países desarrollados, con sus subvenciones y jugosos lucros de oligo­pólio), el rechazo del libre cambio y de la su­bordinación a los intereses privados locales y extranjeros. Esas políticas alternativas debe­rían tener c o m o objetivo prioritario invertir las tendencias actuales a la desigualdad cre­ciente de los ingresos y el consumo y a la ex­clusión de una capa cada vez m á s numerosa de la población de los circuitos económicos ofi­ciales. Reducir el consumo excesivo de las ca­pas privilegiadas; favorecer el consumo colec­tivo por oposición al consumo individual, sobre todo en lo que se refiere a transporte, vi­vienda, salud y educación; movilizar el trabajo en la agricultura, la industria y los servicios

reorganizándolos e incorporando las tecnolo­gías m á s apropiadas; reorientar y fortalecer el aparato productivo en función de las necesida­des de equipos del país y del consumo popular, todo esto constituye los ejes principales de esa política a corto y medio plazo. U n simple re­torno al modelo de desarrollo capitalista de Estado de los años sesenta y setenta es eviden­temente imposible en vista de la evolución de las condiciones económicas y sociales internas y de la coyuntura internacional, y tampoco se­ría conveniente, por cuanto ese modelo ha agotado sus posibilidades históricas excepto tal vez en algunos países relativamente m á s atrasa­dos en lo referente a estructuras sociales y eco­nómicas. En último término, si las políticas económicas en algo han evolucionado en todas partes hacia la apertura al capitalismo y la di­visión internacional del trabajo, se debe a las limitaciones y contradicciones de ese modelo. Para evitar caer una vez m á s en caminos trilla­dos, las políticas alternativas indispensables deberán apoyarse necesariamente en la agri­cultura, las industrias de equipamiento y la formación, a fin de superar la dependencia ali­mentaria y tecnológica, incorporar la mayor parte de la fuerza de trabajo disponible en for­mas modernas de producción y hacer depen­der la actividad económica del país de sus pro­pios recursos y de la productividad social, y no de los ingresos «privados». Esas políticas alter­nativas no podrán concebirse ni aplicarse mientras las clases m á s interesadas en su apli­cación no puedan influir de m o d o decisivo en los gobiernos o lograr que se tomen en cuenta sus preocupaciones dentro del sistema políti­co. Si se puede sacar una lección del fracaso de los «socialismos árabes», es sin duda alguna la necesidad de una asociación y participación directas de las clases populares en la organiza­ción del desarrollo económico y social. Si di­cho imperativo ha podido presentarse c o m o corolario de la política de infitah tanto en Egipto c o m o en Túnez, en adelante la d e m o ­cracia política se impone c o m o una de las con­diciones esenciales para romper con las políti­cas de ajuste estructural y democratizar la economía y la sociedad en el m u n d o árabe.

Traducido del francés

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allá de Foucault: la teoría de la sociedad disciplinaria

Stefan Breuer

E n los veinte años anteriores a su fallecimiento, acaecido en 1984, Michel Foucault elaboró una teoría de la sociedad disciplinaria que se ha convertido en uno de los modelos más debati­dos (y m á s violentamente impugnados) de la teoría social contemporánea. El volumen de la literatura secundaria a ese respecto ha alcanza­do proporciones tales que sería imposible leerla en su totalidad.

En efecto, Foucault es desde M a x Weber uno de los pocos teóricos de las ciencias sociales que ha necesitado realmente un bibliógrafo propio (Clark, 1983).

Sin duda, buena parte de esa literatura es simple introducción o paráfrasis, destinada a ser olvidada con la m i s m a rapidez con que se publicó. N o obstan­te, Foucault tuvo mejor acogida entre los teóricos, que habían sometido su modelo a una crítica m u y radical (en parte), lo que era inevitable por tratarse de una teoría que en­cierra uno de los ataques m á s violentos a la cul­tura occidental desde Marx y Nietzsche.

Este artículo tiene c o m o objetivo resumir los argumentos más importantes de la crítica de Foucault y determinar lo que sigue siendo viable en su teoría de la sociedad disciplinaria. Para empezar, un breve esbozo del modelo de Foucault.

Stefan Breuer es profesor en la Escuela Superior de ciencias económicas y polí­ticas, Von Melle Park, 9, D-2000 H a m ­burg 13, República Federal de Alema-

La teoría de la sociedad disciplinaria

Los acontecimientos decisivos para la transi­ción del «poder soberano» feudal y absolutista a la sociedad disciplinaria moderna tuvieron lugar en los siglos xvn y x v m , la «época clási­ca» según los historiadores franceses. N o obs­tante, con la monarquía siguió dominando du­rante ese período «un poder centrado esencial­

mente en el tributo y la muerte» (HS 117 ss.)1, for­m a ésta de poder que, por lo que se refiere al derecho constitucional se manifes­taba en la soberanía y la co­rrespondiente competencia legislativa y, en cuanto al derecho penal, aparecía en los rituales y ceremonias de martirio del «poder de di­suasión». Durante el mis­m o período, empero, se es­taba produciendo una reor­ganización radical de toda la sociedad con motivo de

la cual también el poder iba a sufrir una trans­formación fundamental. Valiéndose del ejem­plo de la delincuencia campesina, Foucault muestra que la época clásica fue teatro de nue­vas formas de actos ilegales, ya no dirigidos an­te todo contra los derechos de la nobleza o el rey, sino contra la propiedad, transformación por la cual la plebe reaccionó a las nuevas for­m a s de acumulación de capital, las nuevas rela­ciones de producción y las nuevas estructuras de adquisición de bienes (SP 89 ss.). C o n el cre­cimiento del aparato capitalista de producción

RICS 120/Jun. 1989

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252 Stefan Breuer

y el notable incremento demográfico del siglo xviii, se ampliaron y multiplicaron los conflic­tos, haciendo perder cada vez m á s eficacia al poder clásico de soberanía y disuasión, basado en la representación del espectáculo de castigos ejemplares (SP 219 ss.).

Precisamente en esta fase de reorganización (durante la cual la sociedad, por así decirlo, re­basó el estrecho marco en el que la habían con­finado las instituciones monárquicas es el pe­ríodo en el que aparecieron nuevos procedimien­tos y mecanismos de poder: procedimientos «que funcionan no por el derecho sino por la técnica, no por la ley sino por la normalización, no por el castigo sino por el control, y que se emplean en niveles y formas que desbordan al Estado y sus mecanismos2» (HS 118, los subra­yados son míos). ¿Qué procedimientos eran esos?

Sigamos de momento con el ejemplo de la justicia penal: incluso durante el antiguo régi­men, las exigencias formuladas durante la Ilus­tración por los reformadores del código penal para que se humanizara el derecho penal y se restringiera el poder de castigar comenzaron a suscitar una respuesta que se tradujo en una serie de reformas gracias a las cuales se pudo sustituir la antigua «economía de gasto y exce­so» por una «economía de continuidad y per­manencia» (SP 90)3. Mientras que el poder so­berano y absolutista (con sus inconsecuencias e irregularidades, su discontinuidad y las escapa­torias a su red de control) dejaba un vasto cam­po a las transgresiones de los súbditos, los re­formadores del derecho penal procuraron (me­diante penas menos severas, una codificación más meticulosa y una racionalización del ejer­cicio de la fuerza) sentar las bases de un nuevo consenso social, aceptado m á s generalmente, sobre el poder de castigar, a fin de crear una defensa m á s eficaz contra un adversario «que es ahora m á s sutil pero está también m á s gene­ralizado en el cuerpo social» (SP 92)4. Al atacar las arbitrariedades del poder monárquico, la Ilustración sentó al m i s m o tiempo los funda­mentos de un nuevo sistema, m á s perfecto, de control social. Juez y fiscal, defensor y acusado, quedarían todos confinados en una estructura discursiva cuyo sentido no consistiría ya en la espeluznante restauración de la soberanía, sino en la reactivación del código penal (SP 112).

Este proceso de «discursividad», que Fou­cault no define con exactitud, supone lo si­

guiente: por una parte, se trata de una codifica­ción y racionalización que sin duda alguna brindan a los ciudadanos un nuevo grado de seguridad: el poder está sujeto a normas, se re­conoce al individuo c o m o persona jurídica y el castigo se transforma en un medio de restable­cer la condición de la persona jurídica. Pero por otra parte esas mismas medidas permiten un refinamiento extremo y un perfecciona­miento del proceso de disciplina y sometimien­to. En correspondencia con la codificación hay una mayor individualización del castigo y una objetivación de los delitos y del delincuente. La persona jurídica se convierte en el centro de un m o d o de percepción clasificador y objetivador, que integra al individuo en un contexto c o m ­plejo de características justiciables y hechos probatorios. El individuo es examinado, juzga­do y registrado, de m o d o que se pueda docu­mentar cada una de sus características m e ­diante una serie de códigos y sus correlaciones. A través de múltiples prácticas de vigilancia y control, clasificación y coordinación, aparece lo que Foucault denomina la otra cara, la cara «oscura» de la persona jurídica: el «individuo disciplinario», creado gracias a esas nuevas téc­nicas de poder (SP 315).

Sin embargo, ese proceso de discursividad y subyugación no se limita a la justicia penal. Foucault lo descubre en la nueva actitud de la sociedad hacia el demente, que es aislado e in­ternado; la locura se transforma en una forma de enfermedad mental con la que la sociedad sólo comunicará por un medio abstracto: la psi­quiatría. Foucault descubre el m i s m o proceso en la explosiva multiplicación del discurso so­bre la sexualidad, que tuvo c o m o consecuencia la creación de un gigantesco catálogo de place­res y perversiones. Sitúa el proceso en el «ojo clínico» y en el control científico de las enfer­medades e infecciones, en el control adminis­trativo ejercido sobre medicamentos, naci­mientos y muertes, adaptaciones y ausencias; por último, en el control militar de los deserto­res, el control fiscal de los bienes y la planifica­ción económica de los procesos de producción. En todos los campos de la vida social, la época clásica es el escenario de una concentración sin precedentes de discursos y mecanismos de identificación, todos los cuales participan de un mismo y único objetivo: la producción de un individuo transparente y, en consecuencia, controlable. En palabras de Foucault: «la Ilus-

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Michel Foucault (1926-1984). M . Franck/Magnum.

tración, que descubrió las libertades, inventó también las disciplinas» (SP 224)5.

Foucault pone de relieve, sin embargo, que sería un grave error concebir esa nueva forma de poder disciplinario con excesiva estrechez. En primer lugar, no puede reducirse meramen­te a la aplicación de un determinado tipo de discurso, ya que tiene además raíces no discur­sivas, por ejemplo, los mecanismos creados en conventos y guarniciones militares, fábricas y hospitales, colegios e internados. E n segundo lugar, no puede conceptualizarse c o m o efecto irradiado desde un «foco», a saber, una autori­dad social central o una clase dominante, ya que penetra todo el cuerpo social y se sedimen­ta en un gran número de estructuras y grupos. Y , en tercer lugar, no puede entenderse única­mente c o m o relación de represión, c o m o ense­guida indican la lógica del legalismo burgués y la teoría marxista. Foucault admite que el po­der disciplinario presupone la dominación: di­secciona a los individuos, los clasifica y los ajusta a una jerarquía estructurada mediante sistemas precisos de m a n d o . Sin embargo, el

poder disciplinario no se agota en estas funcio­nes, sino que más bien produce individuos que responden a las exigencias del orden que ha creado. «Es preciso dejar de describir siempre los efectos del poder en términos negativos: "excluye", "reprime", "rechaza", "censura", "abstrae", "encubre", "oculta". E n realidad, el poder produce; produce algo real; produce campos de objetos y rituales de verdad. El indi­viduo y el conocimiento que se puede obtener de él dependen de esa producción» (SP 196)6.

Esta función productiva del poder aparece concentrada al m á x i m o en la forma moderna de la prisión, tal c o m o ha venido configurándo­se desde 1830 por influencia de la obra de Ben-tham Panopticon (1787). C o m o institución cuya misión nunca se había limitado a organizar la privación de libertad, sino que desde un princi­pio tenía c o m o objetivo «realizar transforma­ciones en los individuos» (SP 251)7 la prisión encarna, por así decirlo, la forma elemental de la sociedad disciplinaria, de la misma manera que, según Marx, los bienes de consumo fun­cionan como la forma elemental de la sociedad

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254 Stefan Breuer

burguesa. La cárcel es al mi smo tiempo cuartel y escuela, taller y hospital. Suprime caracterís­ticas indeseables desde el punto de vista social y moldea las deseables. Su producto son indivi­duos que están «mecanizados según las normas generales de una sociedad industrial» (SP 245)8. C o m o aparato disciplinario consumado, capta todos los aspectos de la persona: su aspecto físi­co, sus creencias morales, sus hábitos de traba­jo y su comportamiento cotidiano. Y todas esas manifestaciones no sólo son controladas y re­guladas, sino «reformadas» en su totalidad has­ta que correspondan a las normas vigentes. El «sistema carcelario», que ya hacia 1840 estaba plenamente elaborado, contiene en germen to­dos los mecanismos de normalización y disci­plina que en el curso de los años se han unido inextricablemente a la «sociedad disciplina­ria».

Por último, la formación de esta sociedad se dedica a un movimiento de expansión y ampli­ficación: del «sistema carcelario» a lo que Fou­cault denomina el «archipiélago carcelario» o «el gran continuo carcelario» (SP 304)8a. Pro­longado mediante numerosos puntos de apoyo -orfanatos, asilos para «chicas descarriadas», establecimientos para aprendices, y las corres­pondientes organizaciones, por ejemplo, socie­dades de beneficencia, asociaciones dedicadas al perfeccionamiento moral, viviendas y alber­gues para obreros-, el «esquema panóptico», se extiende a toda la sociedad y cubre cada campo social con una gran «red carcelaria», cuya fun­ción primaria es la «normalización». Limitada antaño a desempeñar una función en los proce­sos de expulsión o expiación, confinamiento o retiro, la disciplina pasa ahora del margen de la sociedad a su centro vital con sus funciones m á s importantes. Arraiga en el ámbito de la producción, en la transmisión de conocimien­tos teóricos y prácticos, en el aparato militar y administrativo. Conforme la disciplina se ge­neraliza de esta manera y, sobre todo, va to­m a n d o forma científica, se puede permitir una cierta regresión de su aspecto represivo (SP 313). Sintetizando el mensaje de «Disciplina y castigo» en una sola frase, las puertas de las cár­celes pueden abrirse, porque la sociedad misma se ha convertido en una inmensa prisión.

Foucault y sus críticos

Antes de referirse a las objeciones que este m o ­

delo ha suscitado, conviene aludir brevemente a sus relaciones con otras tendencias de la so­ciología moderna con una orientación similar. Varios aspectos de la obra de Foucault recuer­dan vivamente a M a x Weber, que consideraba la «disciplina» c o m o un elemento clave de la sociedad moderna: disciplina burocrática, dis­ciplina de partido, la disciplina necesaria en los grandes ejércitos modernos, la disciplina in­dustrial y, no menos importante, la disciplina religiosa necesaria para una «vida metódica» (Breuer, 1986). El análisis de Foucault tiene además una cierta afinidad con el de M a r x (por ejemplo, en lo referente a las fábricas), con Elias, con la teoría de Oestreich de una «disci­plina social» y con el marxismo crítico cuya te­mática central (de Lukács a Adorno) ha sido siempre la relación entre sistema mercantil, ra­cionalización y disciplina.

Sin embargo, Foucault no se reconoce ex­presamente en ninguno de esos predecesores, en parte por simple ignorancia, c o m o él m i s m o admitió en su autocrítica respecto a la teoría crítica (Raulet, 1983). En buena medida ese si­lencio es la prueba de un intento consciente de distanciarse de una tradición discursiva que considera demasiado obsesionada con la «his­toria global», con la necesidad imperiosa de de­ducir de una estructura única y central una ex­plicación general aplicable a toda una época o sociedad. La convicción de que podría deter­minarse incluso un sistema de relaciones ho­mogéneas dentro de una sociedad, una red cau­sal que permita referir todos sus diversos ele­mentos a un centro oculto, es para Foucault mera ideología, una ilusión que refleja el «nar­cisismo trascendental» del pensamiento occi­dental: la creencia en el poder y la función crea­dora de un sujeto soberano y en la garantía de que «podrá serle devuelto a su control cuanto se le haya sustraído» (AS 22)9. La fijación anti­tética de Foucault sobre este subjetivismo es tan fuerte que en ningún lugar considera la po­sibilidad de una «historia global» no subjetivis-ta, centrada en la teoría de la síntesis social, hacia la cual hay pasos cruciales en las obras de los teóricos antes mencionados.

Foucault procura colmar el vacío así creado con el concepto de poder. El poder entendido en el sentido nietzscheano c o m o «una voluntad de poder» vital y ontológica se convierte para él en la clave universal capaz de explicar todos los fenómenos sociales e intelectuales. El poder

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constituye la base de las relaciones entre los se­xos, así c o m o entre las generaciones, las rela­ciones internas de una institución dada, así co­m o con todas las demás instituciones, las rela­ciones entre individuos, así c o m o entre grupos y clases. C o m o anteriormente se ha visto, el in­dividuo es un producto del poder, «una forma de individuación de la disciplina» ( S u W 3). Es­to se aplica al moderno discurso de las ciencias sociales que se centra en el individuo, así c o m o el discurso cientifico en su integridad. Foucault proclama que es preciso renunciar a una tradi­ción de pensamiento según la cual el conoci­miento sólo puede existir en espacios en los que se han suspendido las relaciones de poder. « M á s bien es preciso admitir que el poder pro­duce el saber (y no sólo favoreciéndolo porque está a su servicio o aplicándolo porque es útil); que poder y saber se suponen directamente uno a otro; que no hay relación de poder sin que se constituya de manera correlativa un campo de saber, ni tampoco saber que no suponga y cons­tituya al m i s m o tiempo relaciones de poder» (SP 32)10. Del m i s m o m o d o que en la filosofía idealista (y en sus últimas secuelas románticas) el m u n d o entero resulta ser en último término espíritu o voluntad, así en la conceptualización de Foucault el Ser se revela c o m o la manifesta­ción de un principio único capaz de aparecer en varios estados agregados: en forma pura y m ó ­vil c o m o «perpetua batalla» (SP 31)", c o m o una corriente de fuerzas y reacciones; y en una forma cerrada y rígida si el poder se ha congela­do en «dominación». Todo esto hace pensar en la metafísica de Heraclito, si bien sería una ver­sión en la que el logos no tiene ya un efecto armonizador, sino que se ha convertido en un elemento de lucha.

Al fundar su concepto de la sociedad disci­plinaria en una metafísica del poder, Foucault lo hizo vulnerable al ataque. Los críticos han dirigido sobre todo su ofensiva contra el reduc-cionismo que impregna el concepto de Fou­cault. Se objeta en primer lugar que la teoría del poder disuelve la lógica independiente y crea­dora de las normas jurídicas y morales para convertirlas en una evolución ciega y acciden­tal de las relaciones de poder, ignorando así «avances innegables en términos de liberalidad y seguridad jurídica» (Habermas, 1985, pág. 340), buenas pruebas de lo cual pueden encon­trarse en el derecho penal y su procedimiento correspondiente. E n segundo lugar, la teoría re­

duce de forma conductista complejos procesos de socialización e individuación a una «serie de condicionamientos interminables», degra­dando la individualidad a «un m u n d o interno producido por estímulos externos y lleno de contenidos intelectuales manipulables de m o ­do arbitrario» (Honneth, 1985, pág. 210). Se pierden, en consecuencia, «los adelantos en tér­minos de libertad y posibilidades de expre­sión» que habían sido logrados por el «estable­cimiento y la internalización de la naturaleza subjetiva» (Habermas, 1985, pág. 342). U n a tercera objeción va contra el m o d o en que la teoría del poder resuelve el problema de la vali­dez. Según Honneth, Foucault no estudia la cuestión relativa a c ó m o los discursos produci­dos únicamente con miras a optimizar el poder social podrían tener éxito en contextos total­mente diferentes, por ejemplo, el control técni­co de los procesos naturales. Y Habermas muestra en forma convincente que el rechazo total de la reivindicación de validez universal desemboca en una «autonegación relativista» de la teoría misma del poder (Honneth 1985, pág. 195, Habermas, 1985, pág. 327). En resu­m e n , los críticos arguyen que la teoría del po­der de Foucault es incapaz de reconocer ade­cuadamente el carácter independiente de los mecanismos normativos o cognoscitivos y, en consecuencia, no sirve para captar la compleji­dad de las modernas sociedades.

Son éstas objeciones de peso. Para empezar con los mecanismos cognoscitivos, es preciso admitir con Foucault que durante la época m o ­derna toda una serie de discursos comenzó a existir bajo una enseña política y, por lo mis­m o , se adecuó perfectamente a una interpreta­ción teórica del poder. Existen, de hecho, una «anatomía política» y una «tecnología políti­ca», al igual que en un principio la economía se consideró c o m o «economía política», ponien­do así claramente de manifiesto la imbricación de las estructuras económicas con las de domi­nación. Todos estos discursos apuntan a la in­tensificación de una racionalización política desencadenada por la aparición de un sistema europeo de Estados o un sistema político m u n ­dial a partir del siglo xvi. Especialmente en va­rios países del continente europeo esa situación produjo una «militarización», «fiscalización» y «burocratización» considerables, de las que surgió el «Estado policial bien ordenado» de los siglos xvii y xviii con su política de «disci-

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plina social» (Tilly, 1975; Raeff, 1975). En la medida en que Foucault describe esta raciona­lización política propiciada por la competencia entre Estados absolutistas, así c o m o la exten­sión de esa racionalización a las formas más variadas de vida y pensamiento, sus ideas son perfectamente aceptables.

Sin embargo, si hay una característica inne­gable del desarrollo occidental desde el siglo xix, es que la sociedad y la ciencia se definen cada vez menos por relaciones abiertas y direc­tamente políticas. Por el contrario se manifies­tan en forma de unas relaciones abstractas y anónimas que sólo pueden designarse con el concepto de «poder» al precio de una contra­dicción en los términos mismos. La inclusión indiscriminada de la sociedad del antiguo régi­m e n , estructurada políticamente, y de la socie­dad moderna capitalista en un m i s m o y único concepto de poder, que el propio Foucault defi­ne c o m o «la continuación de la guerra por otros medios», como una «forma de dominación marcial» y como «guerra generalizada» ( D M 71, pág. 40), encubre el hecho fundamental de que la sociedad moderna no puede seguir deri­vándose ante todo de las premisas de la teoría de la acción. Al estudiar la «sociedad moder­na», se aborda (como ya había estimado Marx) un sistema integrado por «relaciones objetivas de dependencia en contraste con relaciones per­sonales», un sistema en el que los individuos están «dominados por abstracciones, mientras que anteriormente dependían el uno del otro» (Marx, 1974, págs. 81 ss.).

Esta observación es válida para el nexo fun­cional de la sociedad capitalista, que según un análisis familiar a M a r x se vuelve tan anónima que a lo largo de la evolución hacia el capitalis­m o moderno, incluso el capitalista desaparece del proceso de producción c o m o persona su­pérflua. Esta observación se aplica aún más a la ciencia y a la tecnología, que desde hace mucho tiempo no pueden en m o d o alguno remitirse a un tipo específico de voluntad (ni «voluntad de poden> ni «voluntad de verdad»). Ni la ciencia ni la tecnología obedecen a ninguno de los cri­terios que aduce Foucault c o m o característicos del poder. N o son ni relaciónales ni intenciona­les, ni están ligadas a intereses particulares ni intrísencamente militaristas (aunque puedan ser todo ello). Sus criterios son ante todo vali­dez universal y necesidad absoluta, conformi­dad racional con las leyes y autonomía en el

sentido de control de sus propios prerrequisi-tos. La ciencia y la tecnología no son funciones del poder, antes bien, resitúan la estructura de las relaciones cambiantes de poder con un sis­tema que procede de m o d o autorreferencial y autogenerativo (Luhmann), es decir, utilizando únicamente elementos que se forman dentro del propio sistema. Esta concepción no impide interpretar la autogeneración (autopoiesis) de la ciencia y la tecnología como algo producido socialmente y condicionado por la estructura social dominante; impide, sin embargo, seguir las ideas de Foucault y reducir esa autogenera­ción a un simple juego de poder (para m á s deta­lles véanse Sohn-Rethel, 1970, y Oetzel, 1978).

La teoría del poder resulta igualmente ina­decuada por lo que se refiere a los mecanismos normativos. Evidentemente, c o m o cabría espe­rar de cualquier investigación tan centrada en el sistema penal, el concepto de «norma» es omnipresente en la obra de Foucault. Sin e m ­bargo, c o m o Canguilhem (en cuyas primeras obras se basa explícitamente), Foucault entien­de este concepto exclusivamente en el sentido de normas industriales, como medidas directi­vas que sirven para imponer una orden sobre algo «dado», preexistente. En cuanto a esa or­den, la cualidad múltiple y dispar de lo que es «dado» no es simplemente extraña, sino en rea­lidad de una indeterminación hostil. Entendi­do de esa manera, el «poder de la norma» se expresa sobre todo en la disciplina en las distin­tas técnicas de «estandarización» y «normali­zación» que someten a los individuos a un sis­tema de esquemas fijos y obligatorios de com­portamiento, con lo que garantizan la estabilidad y homogeneidad de la estructura de dominación. Según Foucault, «la normaliza­ción disciplinaria conlleva la creación de un modelo óptimo; y el funcionamiento de la dis­ciplina consiste en ajustar a la gente a ese m o ­delo» ( S u W 8).

Es evidente que este concepto abarca diver­sas prácticas a las que se ha prestado poquísima atención en la historia tradicional tanto intelec­tual c o m o jurídica. M á s adelante se comentará la importancia que debería atribuirse a dichas prácticas en una teoría no reduccionista de ra­cionalización. Al m i s m o tiempo, no es menos evidente que el procedimiento de disciplina comprende únicamente un solo aspecto de todo este proceso moderno de formación que Fou­cault designa con términos c o m o formación,

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U n a escena de la película de René Claire nous la liberté (1931): obreros transformados en robots, D . R .

entrenamiento y control directo. Y a en su con­ferencia sobre pedagogía (publicada en 1803), Kant señalaba que la disciplina constituye, por decirlo así, sólo una base negativa del proceso de formación y educación, mediante el cual la humanidad se acerca al lelos de una «sociedad civil mundial». U n a base porque es la discipli­na la que transforma la animalidad en humani­dad e impide que el hombre se aparte de su condición h u m a n a arrastrado por sus impulsos animales. Sin embargo, no es m á s que una base negativa porque la disciplina sólo puede servir para prevenir «errores» y es incapaz de presen­tar metas positivas propias. A d e m á s de la for­mación puramente física, Kant reconoce una formación práctica que considera c o m o un conjunto de estrategias complejas que van m á s allá del comportamiento externo y dominan ca­da vez más el comportamiento interno. Entre esas estrategias figuran las siguientes: la forma­ción, que transmite los conocimientos y las ca­pacidades necesarias; la civilización, que pre­para formas de encauzar los afectos y controlar los impulsos, indispensables para las relaciones

sociales; y la moralización, que busca la subor­dinación de los distintos motivos y metas sub­jetivas a los principios sociales, es decir, uni­versalistas. « N o sólo ha de prepararse al ser hu­m a n o para toda clase de objetivos, sino que además habrá de recibir una orientación m e n ­tal que le permita escoger únicamente buenos objetivos, es decir, los que necesariamente cuentan con la aprobación de todos y al m i s m o tiempo pueden convertirse en los objetivos de cualquier ser h u m a n o » (Kant, 1968, pág. 707).

N o cito este pasaje para condenar el concep­to de Foucault desde la cátedra de la pedagogía idealista. Desde que Adorno formulara su críti­ca de la ética kantiana, no cabe duda de que el objetivo de esa pedagogía era la socialización con miras a una sociedad abstracta (Adorno, 1973, págs. 211 ss.). Sin embargo, comparado con la totalidad del concepto de disciplina, lle­vada a cabo por Foucault, el enfoque kantiano tiene la ventaja de diferenciar m á s claramente los diversos niveles del proceso moderno de formación. En un nivel están las prácticas de las instituciones totalitarias, c o m o los conven-

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tos o las prisiones, que tratan de suprimir o eli­minar toda realización independiente de los su­jetos. E n otro, las técnicas de culturización practicadas dentro de la familia, la escuela, etc. cuyo objetivo es exactamente el contrario: fo­mentar esas realizaciones independientes. En otro nivel está la sublimación de los requisitos de la interacción, que se clasifican bajo el eufe­m i s m o de «civilización» y son necesarios para la vida en la corte o en una «sociedad refina­da». Y , por último, a otro nivel pertenece esa estrategia singular de moralización que es inse­parable de la burguesía occidental y cuyo mo­dus operandi consiste en la implantación de las compulsiones del superyo. Sólo esta última es­trategia completa el proceso de «socialización de los no socializados», pues es la única que puede penetrar en esos oscursos recovecos inaccesibles no sólo a la disciplina sino a la cul­turización y la civilización, en la medida en que las tres no son sino m o d o s externos de condi­cionamiento. Por consiguiente, Kant consideró la moralización c o m o la meta suprema de la educación y, al m i s m o tiempo, c o m o la m á s di­fícil de alcanzar. «Se nos cultiva en gran medi­da mediante las artes y las ciencias. Se nos civi­liza, e incluso hasta un grado excesivo, para to­da clase de propósitos de las conveniencias y el decoro social. Sin embargo, ahora falta m u c h o hoy por hoy para que podamos considerarnos moralizados. En efecto, la idea de moralidad sigue perteneciendo a la cultura, si bien el uso de esta idea, que se aplica únicamente a lo que aparece c o m o «decoroso» (sittenähnlich) (en el honor y el decoro externo), sólo caracteriza el nivel de civilización. N o obstante, mientras los Estados consuman todas sus energías en planes expansionistas vanos y violentos, bloqueando constantemente los débiles esfuerzos de sus ciudadanos para crear internamente esa orien­tación mental, más aún, mientras sigan privan­do de su base misma a los esfuerzos de los ciu­dadanos en ese sentido, no cabe esperar ningún progreso en este sentido, ya que éste exige un largo proceso interno de la c o m u ­nidad, orientado hacia el desarrollo de sus ciudadanos» (Kant, 1968a, pág. 44).

Si se lo compara con el contexto reduccio­nista de estandarización-normalización, pro­puesto por Foucault, una de las principales ventajas de este modelo con sus distintos nive­les es su capacidad de intregar toda una serie de investigaciones que Foucault ignora cuidado­

samente pese a guardar una relación directa con el tema. Los procesos de disciplina no sólo desempeñan una función central en los estu­dios clásicos que Weber y Oestreich dedicaron a las burocracias y al ejército, sino que han sido descubiertos además por la sociología indus­trial (O'Neil, 1986). La obra de Norbert Elias se ocupa en primer lugar de los fenómenos del proceso de civilización, y en los últimos años un gran número de investigaciones afines han seguido su innovador estudio sobre el cambio de comportamiento de las clases dirigentes de Occidente (Elias, 1976; Gleichmann, 1979; 1984; Schröter, 1985). El proceso de moraliza­ción ha logrado el reconocimiento científico, sobre todo en relación con el debate de la ética protestante, si bien ésta no agota su sentido. Por ejemplo, varios autores han explicado un problema importante de la historia moderna de la delincuencia, a saber, la notable disminución del número de delitos durante el período c o m ­prendido entre 1840 y 1930, por la peculiar in­tensificación de la conciencia moral, manifies­ta en fenómenos tan dispares c o m o las misio­nes urbanas que nacieron del movimiento evangélico de renovación, las reformas sociales y educativas inspiradas en principios filantró­picos, y la generalización del movimiento de abstinencia de alcohol (Weisbrod, 1986; Wil­son, 1984; Davies, 1984). Sólo un procedi­miento empírico podrá definir si esa hipótesis es correcta o no; ciertamente está en contradic­ción con la tesis de la anomia propuesta por Durkheim basándose en las cifras de suicidio, que apuntaban en el sentido opuesto. N o obs­tante, el simple hecho de que se pueda plantear y sostener con argumentos plausibles, hace ver que no hay que establecer unas categorías de­masiado restrictivas reduciendo la moraliza­ción a priori a una simple variante de la «disci­plina».

La conclusión que se desprende de esta pri­mera evaluación crítica no es particularmente favorable. La teoría del poder, destinada a sus­tentar al concepto de sociedad disciplinaria, re­sulta incapaz de cumplir su cometido. Es re­duccionista y simplista, aduce falsas pruebas y reduce prematuramente el movimiento de re­flexión. Se propone c o m o una genealogía obje­tiva, pero es en realidad un subjetivismo radi­cal que remite todo a la voluntad y la acción. Promete una historia nueva, no totalizadora, y, sin embargo, participa en el proceso de totali-

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zación, de un m o d o mucho menos adecuado que los representantes del enfoque «global», por cuanto todas las diferencias se diluyen en la niebla general de la noción de «poder». Lisa y llanamente, el proyecto de una teoría de la so­ciedad disciplinaria no podrá llevarse a cabo sobre esta base.

Propuestas para una nueva formulación de la teoría de la sociedad disciplinaria

U n a vez descartada la teoría del poder como fundamento, se plantea a todas luces el proble­m a de si es preciso abandonar también el con­cepto mismo de sociedad disciplinaria. Ese ha sido al menos el tenor de las críticas suscitadas por Foucault. Aunque Habermas parece fasci­nado por el análisis que hace Foucault de la labor capilar de la disciplina en los subsiste­m a s de la sociedad moderna, heredados y or­ganizados disciplinariamente, está demasiado convencido de la «primacía del m u n d o vivien­te» (Lebenswelt) para aprobar el diagnóstico del «continuo carcelario». Considera esa ca­racterización insostenible ya que oscurece la «ambigüedad» del proceso de modernización y la imbricación de los aspectos patológico y emancipatorio (Habermas, 1985, pág. 341). El punto de vista de Honneth es similar: el « m o ­delo compulsivo de orden social» propuesto por Foucault (cuyos resultados muestran una sorprendente afinidad con la visión de Adorno del «mundo administrado») es en definitiva inútil porque en él «las orientaciones normati­vas y culturales de los sujetos socializados» no tendrían participación alguna en la integración social (Honneth, 1985, pág. 22).

Sin embargo, es precisamente este aspecto el que hace que el modelo de sociedad discipli­naria resulte tan pertinente. Las investigacio­nes de Foucault, a pesar de sus debilidades teóricas, captan con suma habilidad la reali­dad contemporánea, como demuestra clara­mente el hecho de que, por ejemplo, Haber-mas , en su diagnóstico del presente, se acerca al concepto de sociedad disciplinaria mucho más de lo que parecería autorizarle su aleja­miento programático. Al igual que Foucault, Habermas descubre también una «expansión y condensación del complejo monetario-buro­crático» que conduce a la neutralización de la

acción comunicativa; no menos que el teórico del complejo del poder-conocimiento, Haber-m a s registra también el «crecimiento hiper­trófico de los subsistemas dirigidos por los medios de comunicación y la consiguiente in­vasión de los mecanismos directivos adminis­trativos y monetarios en el m u n d o real» (Ha-bermas, 1981, II, págs. 516, 460, 489). Por cierto que Habermas no llega hasta considerar al propio individuo c o m o una mera correla­ción de las técnicas de poder, pero admite que el orden social moderno está regido en gran medida por prácticas no normativas. «En la medida en que los subsistemas "economía" y "Estado" se diferencien (a través de los medios del dinero y del poder) fuera de un sistema de instituciones situado en el horizonte del m u n ­do real (Lebenswelt), surgen zonas de acción formalmente organizadas que ya no están inte­gradas por el mecanismo del consenso, zonas que se liberan de los contextos del m u n d o real y se condensan en un tipo de sociabilidad libre de normas» (Ibid., pág. 455). Aunque sólo fue­ra por razones descriptivas, es evidente que el concepto de sociedad disciplinaria no es del todo inútil.

En realidad, el concepto debe rechazarse y conservarse al mi smo tiempo. Rechazarse, por cuanto se aplica a una totalidad y se presenta c o m o una declaración sobre toda la sociedad moderna, como ocurre en las expresiones so­bre la «textura carcelaria de la sociedad» (SP 304)12 o el «archipiélago carcelario» que se abre camino hacia «las profundidades del cuerpo social» (SP 301)'3. La sociedad no es una prisión y la razón no es tortura. Sin e m ­bargo, el concepto merece conservarse en la medida en que registra el hecho de que la dis­ciplina se ha vuelto inequívocamente domi­nante entre los mecanismos de formación tal c o m o fueran distinguidos por Kant. Por consi­guiente, examinados de cerca, muchos de los procesos de condicionamiento que Elias des­cribe bajo el rótulo de «civilización» (por ejemplo, los que se refieren al comportamien­to sexual o a los hábitos higiénicos) resultan ser variantes de la disciplina, mientras que las manifestaciones típicas de la «civilización» (por ejemplo, el refinamiento de la conversa­ción, la mayor capacidad de discriminar o el sometimiento a la etiqueta) no han sobrevivi­do a sus carreras sociales: la aristocracia corte­sana y la burguesía todavía semiaristocrática

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de los siglos xviii y xix (Luhmann, 1980, págs. 72 y ss., 1985, pág. 456). La tesis central de Elias -que las formas cortesanas de interac­ción fueron adoptadas por la sociedad indus­trial sin ninguna ruptura importante de la con­tinuidad y llegaron a ser un elemento constitutivo de las idiosincracias nacionales-nunca se estableció de manera convincente, ni tampoco resulta coherente al no basarse ya su estructura como lo establecía la sociedad cor­tesana en las interacciones de una moralidad del ocio y del exceso, sino m á s bien en una «economía de tiempo» (Marx), que rebaja la curva de la civilización gastronómica al nivel de la hamburguesa y la curva de la actividad erótica a una sexualidad expeditiva. D a d o el auge a todas luces incontenible de una cultura de la expresividad, la pseudo-autenticidad y la intimidad tiránica, las teorías que interpretan ese desarrollo (a diferencia de la de Elias) co­m o una «des-civilización secular» (Sennett, 1979) resultan cada vez más plausibles.

U n a transformación funcional y estructu­ral similar se está produciendo en la esfera de la moralización. N o es que los códigos morales hayan perdido su autoridad o que ya no influ­yan en las interacciones y decisiones. Todo lo contrario. La objeción moral, por ejemplo (por no citar más que una de las múltiples manifes­taciones de lo moral), se apoya hoy en tal can­tidad de temas y en un campo tan vasto, que su capacidad de regeneración está asegurada en un futuro previsible. Siempre hay una nue­va dictadura hacia la cual puede dirigirse de pronto la atención; siempre una nueva injusti­cia para alimentar el fuego de las afrentas. Al m i s m o tiempo, estas manifestaciones deben distinguirse estrictamente de la moralización tal c o m o la concebían Kant y la pedagogía bur­guesa. La moralización burguesa protestante se proponía dar forma a lo informe y domesti­car el estado natural que, pese a haber sido su­perado jurídicamente gracias a la aceptación del contrato social y a la creación del Estado, seguía viviendo en las profundidades del alma. Riesman ha descrito con exactitud el modelo educativo de este tipo de moralización con un carácter «dirigido hacia dentro», obediente a las señales de una brújula espiritual interiori­zada precozmente, y que vinculaba la autono­mía individual a una orientación social regida por principios.

La dinámica de la sociedad capitalista tar­

día va socavando progresivamente las bases que sostienen este tipo de carácter, que incluso en la época de Freud parece haber sido m u y poco frecuente (Freud, 19, pág. 50). Acuñando el diagnóstico de «sociedad sin padre», la teo­ría crítica de hace 50 años centró su atención en los bruscos cambios de la socialización pro­vocados por la dinámica de la sociedad capita­lista avanzada. Estos cambios eran fruto a la vez del debilitamiento de la capacidad de los padres para ejercer sus funciones de orienta­ción y de una intervención cada vez mayor de las autoridades extrafamiliares. La psicología social m á s reciente de orientación psicoanalíti-ca ha respaldado esas hipótesis con la teoría del narcisismo, según la cual la sociedad m o ­derna premia una estructura de carácter que se distingue por la debilidad del yo y por la de­sarticulación de las funciones de restricción, control y orientación del super-yo. Ahora bien, esta característica moderna se encuentra al m i s m o tiempo sometida a un yo arcaico y agrandado que, a causa de su deseo de omni­potencia y de la incapacidad de lograr una identificación estable, busca constantes com­pensaciones: figuras ideales externas c o m o las que produce ante todo la industria cultural; confirmación y expresión del yo, para lo cual el complejo psico-industrial y las continuas objeciones basadas en la moral ofrecen opor­tunidades múltiples. N o se trata ya de la con­formación de lo informe, sino exactamente de lo contrario: la expresión de lo que no tiene forma es hoy el eje en torno al cual gira la m o ­ralización y, por supuesto, en este caso «lo que no tiene forma» es en sí m i s m o un producto social. Parece improbable que pueda seguir funcionando c o m o «reguladora de la evolu­ción social» una moralidad reformulada de m o d o tan radical y que de un fin en sí misma ha pasado a ser un simple medio (como afirma Habermas cuando alude de manera general á las estructuras normativas) (Habermas, 1976, pág. 35), sin que ello influya, no obstante, en las repercusiones políticas y sociales que po­drían observarse en algún caso concreto. Con respecto a la sociedad en su conjunto, parece­ría m u c h o m á s realista la sugerencia de Luh­m a n n de que «el predominio de diferenciación funcional, cuando y en la medida en que se es­tablece c o m o principio formal de la sociedad, hace que la moralidad sea dependiente en su evolución y la despoja de su antigua condición

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Planos arquitectónicos inspirados en el panóptico de Jeremy Bentham (1748-1832). Bentham preconi­zaba una técnica disciplinaria a través de la vigilancia ejercida desde una torre con vistas a todas las dependencias del edificio, tanto podía tratarse de una cárcel, de una escuela, de un hospital o de una fábrica. (D.R.)

privilegiada desde el punto de vista de la ideo­logía y de las motivaciones» ( L u h m a n n , 1978, pág. 90). El fin de la moralidad (o de las ideo­logías en general) no ha llegado aún, pero, lo que sin duda llega a su fin es esa forma de m o ­ralización con la que soñó la Ilustración en su día.

C o n igual libertad se difundió el otro in­vento de la Ilustración, la «cara oscura» de la moralización y la civilización: la disciplina. Desde el siglo x v m , a las instituciones totalita­rias clásicas (conventos y cuarteles) se han su­m a d o otras muchas : instituciones protectoras, c o m o asilos para ciegos, ancianos, huérfanos y menesterosos; instituciones de aislamiento, c o m o los hospitales y las clínicas psiquiátricas; instituciones de separación y encierro, tales c o m o las prisiones y los penales y los c a m p o s de trabajo y de concentración. L a prolifera­ción y difusión de todas estas instituciones disciplinarias no transforma a la sociedad en un continuo carcelario: c o m o observa Goff-m a n con acierto, las instituciones totalitarias no pueden equipararse a la estructura del tra­bajo asalariado ni a la familia, ni tampoco (ca­bría añadir) a la estructura pluralista de los sis­temas políticos occidentales (Goffman, 1972, págs. 32 y ss.). Es innegable, sin embargo, que los mecanismos disciplinarios desempeñan una función constitutiva incluso en las institu­ciones abiertas que se caracterizan por la afi­

liación voluntaria de sus participantes. T o d o el aparato estatal, con su ejército de funciona­rios y empleados, está organizado disciplina­riamente e incluso dotado de sus propias leyes disciplinarias. Las empresas comerciales pri­vadas están organizadas disciplinariamente, c o m o atestigua una simple ojeada a los locales de una fábrica o a una gran oficina comercial, por no hablar de los sistemas de información microelectrónica en rápida expansión, que so­meten el acceso, el rendimiento y las comuni ­caciones dentro de una organización comercial a un control constante y que, sustituyendo el ojo del a m o por la omnisciencia coercitiva de la computadora, introducen una nueva etapa de la evolución: la automatización de la disci­plina (Ortmann, 1984). Los mecanismos buro­cráticos, así c o m o los procesos de adopción de decisiones jerárquicamente estructurados, pre­dominan hasta en las democracias políticas. Incluso los movimientos que se oponen a esos mecanismos y a su disciplina coercitiva no pueden evitar imponer una disciplina a sus miembros , privándose así de buena parte de su capital carismático. N o cabe duda de que en una sociedad que permite que la m a y o r par­te de sus funciones estén desempeñadas por organizaciones, la disciplina reconocida por la mayoría obediente a unas reglas impuestas, se convierte en una condición sine qua non.

El hecho de que pueda llegarse a este resul-

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tado nada tiene que ver con las relaciones de poder o los «juegos estratégicos» (en términos de Foucault). Es m á s bien la consecuencia de procesos sistémicos que impiden cualquier in­terpretación interaccionista. La sociedad m o ­derna es el resultado de una desintegración singular en la historia del m u n d o , a lo largo de la cual el m o d o de diferenciación funcional (que en las culturas pre-modernas se encontra­ba en un marco político o religioso distinto) cobró autonomía y avanzó hacia la evolución de síntesis nuevas y de alto riesgo. Las socieda­des autárquicas, locales, de la Edad Media fue­ron reemplazadas por un sistema interdepen-diente y complejo, que dotó al metabolismo social de una naturaleza dependiente de una mediación establecida por la circulación de las mercaderías; los vínculos directos, familiares, políticos-autoritarios y basados en la religión fueron reemplazados por una síntesis indirecta en la cual el individuo experimenta su valor social solamente gracias a la mediación del mercado. Marx presentó las consecuencias de esta transformación estructural de una manera que sigue siendo convincente, demostrando c ó m o la difusión de la diferenciación funcio­nal y la estructuración social del mercado ha permitido establecer la ley del valor c o m o principio de integración del sistema; c ó m o es­ta ley del valor produce la homogeneización de los trabajos individuales por medio de la medida de su valor de intercamio (es decir, re­lacionando el trabajo abstracto expresado en cantidades temporales); c ó m o a causa de la creciente expansión del trabajo asalariado y de la progresiva estructuración social de la pro­ducción, esta homogeneización se traslada ca­da vez más al propio proceso de producción en la medida en que las funciones del trabajo ac­tivo y pasivo (el de las maquinarias), están coordinadas o son proporcionadas según m e ­diciones temporales uniformes; y de qué m a ­nera el tiempo abstracto, de una norma plan­teada en forma meramente ideal pasa a convertirse así en el principio dominante de la organización de la economía. C o m o dijo Marx: «En último término, toda la economía se transforma en economía de tiempo» (Marx, 1974, pág. 89).

Es aquí donde hay que buscar las hipótesis estructurales de la «universalización de la dis­ciplina» que Foucault describe. Por cierto que la historia de la disciplina no comienza con la

sociedad burguesa, de la misma manera que el capital tampoco empieza con el capitalismo. Sin embargo, la extensión de la disciplina, su introducción en las principales funciones de la sociedad y la transformación de ésta en una «sociedad disciplinaria» se producen c o m o consecuencia de una totalización del trabajo abstracto y de la consiguiente elevación del tiempo abstracto-lineal a un «tiempo-sistema» (Deutschmann, 1983). Los imperativos econó­mico-temporales estructuran el desarrollo de la tecnología moderna y obligan a las fuerzas vivas del trabajo a adaptarse a sus m o d o s fun­cionales. Los mecanismos encaminados a aho­rrar tiempo se sedimentan en la construcción de las modernas organizaciones en gran escala, y también en este caso el comportamiento está sometido a los dictados del tiempo-disciplina. Según L u h m a n n , aun ciertas normas estructu­rales tan autónomas aparentemente c o m o los principios de comunicación vertical, la divi­sión de funciones y la adopción de decisiones según criterios universalistas, pueden interpre­tarse c o m o una reducción de los largos proce­sos de comunicación interna y externa (Luh­m a n n , 1983, pág. 150). Incluso en el llamado reino del «tiempo libre», se descubren fácil­mente las formas que dan cabida a esta tempo-ralización ubicua y establecen estilos de capta­ción y comportamiento adecuados a la m i s m a (el cine, la autocultura, etc.). Foucault observó que el «tiempo disciplinario» se difunde en la práctica pedagógica y ocasiona cambios funda­mentales (por ejemplo, separando el período de formación del período de la carrera), pero inmediatamente le obliga a integrarse en su teoría del poder: «El poder está articulado di­rectamente en el tiempo, asegura su control y garantiza su utilización» (SP 160)'4. E n reali­dad, lo verdadero es exactamente lo contrario. El tiempo no se convierte en una función del poder, sino que m á s bien (convertido en «tiempo-sistema») produce cadenas asimétri­cas de acción de m a n d o , creando así relacio­nes de poder que determinan el comporta­miento de los individuos.

Esto indica la dirección que debería seguir una nueva formulación del concepto de socie­dad disciplinaria. El concepto debe liberarse del contexto teórico y activo en que Foucault lo había situado y encontrar nuevo fundamen­to dentro de una teoría sistemática; deberá perder todo contenido metafórico que cree

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analogías entre el sistema social y el desarrollo de las instituciones totalitarias; y debe cons­truirse de tal m a n e r a que n o resulten inciertos los límites específicos de la disciplina. L a afir­m a c i ó n de K a n t es correcta incluso para la so­ciedad disciplinaria: la disciplina es m e r a m e n ­te una dominación externa, sólo una forma para la cual el contenido sigue siendo trascen­dente.

L a que Lukács llamó la ley esencial de la e c o n o m í a capitalista - q u e la racionalización del m u n d o tiene sus límites en el carácter for­m a l de su propia racionalidad- a u n q u e no sea válida para el proceso de racionalización en sí, sirve para toda la esfera del compor tamiento y la interacción. Q u e d a n límites que n o pueden traspasarse ni siquiera con técnicas de condi­cionamiento m u y refinadas.

D e todas maneras , las esperanzas utópicas no pueden aplicarse a estos límites. E n primer lugar, porque este sustrato concreto está tan fragmentado y marginalizado que ya no tiene nexos con la totalidad. E n segundo lugar, la so­ciedad que se h a expandido en u n sistema mundia l está separada de m a n e r a tan definiti­va e irreversible de ese nivel de interacción

que ya no puede abstraerse sustancialmente del m i s m o . Y , en tercer lugar, el desarrollo tec­nológico avanza inexorablemente hacia una reestructuración de las esferas funcionales m á s importantes en formas n o interactivas, lo que tiene por consecuencia que las fuerzas vivas del trabajo se tornen tendencialmente supér­fluas.

Pero d o n d e d o m i n a la automatización, también la disciplina pierde su lugar. S o n dé­biles aún los signos de que la propia disciplina puede correr la m i s m a suerte que la civiliza­ción y la moralización y de que pronto e m p e ­zará a perder su auge, pero son lo bastante in­tensos c o m o para advertirnos de que no se debe convertir en u n concepto ontológico la idea de sociedad disciplinaria, que podría ser sustituida en breve por una configuración de la sociedad según la cual ésta se convirtiera únicamente en el apéndice de u n sistema de aparatos.

Sin embargo , actualmente no se dispone si­quiera del esbozo del m a r c o conceptual necesa­rio para estudiar esa posibilidad.

Traducido del inglés

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3. 'économie de la dépense et de l'excès'; 'économie de la continuité et de la permanence'.

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7. «opérer des transformations sur les individus».

8. «des individus mécanisés selon les normes générales d'une société industrielle».

8a. 'l'archipel carcéral'; 'le grand continuum carcéral'.

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le pouvoir produit du savoir (et pas simplement en le favorisant parce qu'il le sert ou en l'appliquant parce qu'il est utile); que pouvoir et savoir s'impliquent directement l'un l'autre; qu'il n'y a pas de relation de pouvoir sans constitution corrélative d'un c h a m p de savoir, ni de savoir qui ne suppose et ne constitue en m ê m e temps des relations de pouvoir».

11. «la bataille perpétuelle».

12. «le tissu carcéral de la société».

13. «la généralité carcérale, en jouant dans toute l'épaisseur du corps social».

14. «Le pouvoir s'articule directement sur le temps; il en assure le contrôle et en garantit l'usage».

Citas en el texto original francés

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La reforma de las Naciones Unidas

Gene M . Lyons

Mientras que desde 1945 el mundo ha conocido profundos cambios políticos, demográficos y tecnológicos, la Organización de las Naciones Unidas y las agencias especializadas que consti­tuyen el sistema de las Naciones Unidas, no han sabido adaptarse a estos cambios. Este inmobi-lismo político y organizacional ha contribuido, junto con otros factores, a la crisis del multilate-ralismo. Gene Lyons que es a la vez un teórico y un práctico de las organizaciones internaciona­les, analiza en el siguiente artículo los esfuerzos enca­minados a reformar el fun­cionamiento político y bu­rocrático de la O N U . En el pasado se dedicó íntegra­mente un número de la RICS al estudio de las orga­nizaciones internacionales, que se tituló «Approches de l'étude des organisations internationales» (Vol. XXIX, núm. 1, 1977), y ar­tículos como el de Rosalyn Higgins, «Grotius et l'Or­ganisation des Nations Unies», núm. 103, 1985, págs. 133-142, y el de Philippe G. Le Pestre, « U n e problématique pour les organisations internationales», núm. 107, págs. 137-150.

AK.

Introducción

En septiembre de 1986 se celebró el cuadragési­m o primer período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas con el extenso

G e n e M . Lyons es profesor de ciencia política en el Dartmouth College y di­rector ejecutivo del Academic Council of United Nations System ( A C U N S ) , 207 Baker Library, Box 6025, Dart­mouth College, Hanover, N e w H a m p ­shire 03755, E E . U U . Corresponsal de es­ta Revista en E E . U U . , ha sido director del Departamento de Ciencias Sociales de la U N E S C O ( 1970-72), y trabajó para la Agencia de las Naciones Unidas para la Reconstrucción de Corea (1952-56). H a publicado numerosos libros y artícu­los sobre relaciones internacionales, y so­bre las políticas en ciencias sociales, algu­no de los cuales en esta Revista.

orden del día acostumbrado, que abarcaba des­de el conflicto de Oriente Medio y el apartheid de Sudáfrica hasta las estrategias del desarrollo económico y los principios jurídicos que ha­brán de regir la teledetección desde el espacio exterior. Pero la mayor atención se centró fun­damentalmente en una cuestión m á s a ras de suelo titulada «Examen de la eficacia del fun­cionamiento administrativo y financiero de las Naciones Unidas», que desde hacía m u c h o se

cernía sobre la Organiza­ción y cuya inclusión en el orden del día se debía a la amenaza de Estados Uni­dos de disminuir su contri­bución a las Naciones Uni­das si éstas no atendían el requerimiento del Congre­so de dicho país de que se modificase la fórmula de «un Estado-un voto», de manera que los principales contribuyentes tuviesen mayor peso en las votacio­nes. A lo largo del tiempo, otros miembros se habían

atrasado en el pago de las contribuciones asig­nadas y algunos tenían pendientes los pagos co­rrespondientes a aquellos programas que no apoyaban, pero la medida de Estados Unidos tenía una importancia especial, tanto porque ese país, al que se había asignado el 25 % del presupuesto ordinario, es el mayor contribu­yente de las Naciones Unidas, c o m o porque cualquier modificación del método de votación choca con el principio de igualdad de la sobera­nía de todos los Estados Miembros.

Durante los meses del otoño, el debate se

R I C S 120/Jun. 1989

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266 Gene M. Lyons

centró en el informe de un grupo de 18 expertos creado un año antes para que formulase reco­mendaciones con miras a «aumentar más. . . la eficacia de la Organización»1. La Asamblea apoyó sin vacilaciones y por unanimidad un conjunto de recomendaciones del Grupo de los 18, en las que se propugnaba que se redujese drásticamente el número de altos funcionarios de las Naciones Unidas y se simplificasen los procedimientos seguidos para resolver las cues­tiones de administración ordinaria de la Orga­nización, que con el paso del tiempo se conver­tían en m u y engorrosos. N o se obtuvieron re­sultados tan satisfactorios en lo que se refiere a hallar la fórmula que diera satisfacción a la de­manda estadounidense de correlacionar las vo­taciones en las Naciones Unidas con las aporta­ciones al presupuesto. El propio Grupo de ex­pertos se había mostrado dividido al respecto y había acabado por proponer tres fórmulas que, después de ser debatidas, serían finalmente descartadas. Se había devuelto el balón al terre­no de juego principal.

El compromiso elaborado consistió en esti­pular que se debería alcanzar un consenso en las votaciones que se celebrasen al comienzo del proceso de elaboración del presupuesto, en el momento en que el Comité del Programa y de la Coordinación (CPC) examina el progra­m a previsto para el siguiente ejercicio financie­ro. Los programas propuestos pasan del C P C -que examina su contenido- a la Comisión Consultiva en Asuntos Administrativos y de Presupuesto ( C C A A P ) , para ser examinados desde el punto de vista financiero y administra­tivo. En el curso de la propia Asamblea, la Quinta Comisión examina a su vez el programa y presupuesto, antes de ser presentados para su aprobación a la Asamblea General. La obliga­toriedad de obtener un consenso en las votacio­nes del C P C proporcionaba a Estados Unidos (que, en su calidad de gran potencia, disponen siempre de un escaño entre los 21 miembros del C P C ) un derecho de veto virtual sobre los programas propuestos sin necesidad de estu­diar la revisión del principio de un Estado-un voto que figura en la Carta. El problema consis­tía asimismo en conceder el derecho de veto a cualquier otro miembro del C P C . El Embaja­dor de Iraq resaltó los peligros que presentaba el consenso en el caso de aplicarse con excesiva amplitud:

po tienen que votar afirmativamente en to­das las ocasiones, el consenso significará al­go peor que atribuir un valor ponderado a los votos: conferir el veto de que disponen los cinco miembros permanentes del Conse­jo de Seguridad a otros miembros, volvien­do así a la situación que conoció la Sociedad de Naciones, en la que cada miembro del Consejo... disponía de la facultad de veto2. La fórmula acabó por imponerse. Fueran

cuales fuesen las opiniones de los miembros, comprendidas las de la delegación estadouni­dense, acerca de los peligros que podía entrañar el consenso, debían responder al requerimiento de hallar una solución para que el Congreso de Estados Unidos aprobase la contribución asig­nada a dicho país. Al mismo tiempo, el consen­so se había convertido en una práctica habitual de las Naciones Unidas, una forma práctica de evitar las divisiones entre Norte y Sur a propó­sito de multitud de cuestiones. D e hecho, el principal representante de Estados Unidos re­cordó a la Asamblea que, tanto el C P C c o m o la C C A A P , «han adoptado tradicionalmente sus decisiones por consenso»3. La única diferencia era que, a partir de entonces, se explicitara la obligatoriedad del consenso en una situación que algunos miembros consideraban coactiva.

Ahora bien, las cuestiones presupuestarias no eran más que la punta del iceberg. «Las N a ­ciones Unidas se hallan en una encrucijada crí­tica», afirmó el delegado estadounidense, quien siguió diciendo: «Se enfrentan a una cri­sis que requiere una reforma y cuyas causas profundas son de carácter político y burocráti­co»4. Este diagnóstico era compartido por otros representantes, aunque discrepasen profun­damente sobre el origen de la crisis o sobre la manera de reformar la Organización. E n su informe a la Asamblea General, el Secretario General hizo sonar también la alarma: «Lamentablemente», escribía, «en 1986 las Naciones Unidas se han encontrado sometidas a una grave crisis que pone a prueba su solven­cia y su viabilidad». El problema inmediato era la renuencia de Estados Miembros (y, en este caso, sobre todo de Estados Unidos) de abonar las contribuciones que se les habían asignado. Pero, yendo más a fondo en la cuestión, se reco­nocía la necesidad de reforzar y revitalizar «la actual estructura de las instituciones multilate­rales...», y seguía exponiendo lo siguiente:

Si cada miembro de la Asamblea o cada gru- Diversos factores han contribuido a compli-

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La reforma de las Naciones Unidas 267

Las fuerzas de paz de las Naciones Unidas recibieron el Premio Nobel de la Paz de 1988. La foto muestra la retirada de los israelíes de una posición en el Sinaí y el establecimiento de los «cascos azules»", el año 1974. M . Bar Am/Magnum.

car las dificultades por las que pasan actual­mente muchas organizaciones multilatera­les. N o hemos terminado de adaptarnos a la nueva e inestable distribución de fuerzas que reina en el m u n d o c o m o consecuencia de la segunda guerra mundial, el proceso re­volucionario de la descolonización, varia­dos cambios demográficos y tecnológicos, modalidades desiguales de desarrollo m u n ­dial y, naturalmente, la aparición de las ar­m a s nucleares5.

El Secretario General tiene razón: el siste­m a internacional no se ha ajustado aún plena­mente a los considerables impulsos de cambio generados desde 1945. También puede tener razón cuando afirma que «las Naciones Unidas deben ser, y así es, un punto central para [...] los ajustes necesarios» impuestos por esas trans­formaciones6. Ello no obstante, la función ac­tual de las Naciones Unidas difiere considera­

blemente de lo que se pretendió en 1945, cuan­do el sistema de las Naciones Unidas era el único marco general dentro del cual los Estados podían desplegar una diplomacia multilateral acorde con sus intereses. Ahora ya no es así. El propio sistema de las Naciones Unidas se ha descentralizado considerablemente y la Orga­nización es sólo una pieza de un conjunto más amplio de organizaciones internacionales que tienen por objetivo la paz, la seguridad y la es­tabilidad económica y social.

El movimiento de reforma de las Naciones Unidas, además de procurar «mejorar su fun­cionamiento administrativo y financiero», ten­drá que responder al interrogante de qué fun­ción corresponde a las Naciones Unidas en el m u n d o actual, problema que ya se puso de manifiesto en el informe del Grupo de los 18, en el que se instaba a que se realizase «un es­tudio cuidadoso y a fondo de la estructura in-

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tergubernamental en las esferas económica y social»7. Es m u y significativo que las palabras «estructura intergubernamental» amplíen el ámbito del estudio, no sólo m á s allá de los órga­nos esenciales de las Naciones Unidas, a las or­ganizaciones especializadas del sistema de las Naciones Unidas, sino también a todo el régi­m e n de relaciones económicas internacionales. Por consiguiente, no se trata tan sólo de c ó m o mejorar la eficiencia de las Naciones Unidas, por importante que ello sea, sino de determinar una función eficaz para las Naciones Unidas en un régimen internacional en el que los gobier­nos organizan hoy en día sus relaciones políti­cas y económicas a través de toda una serie de acuerdos multilaterales descentralizados.

El problema, además, es doble, lo que au­menta considerablemente su dificultad. Por un lado, se trata de determinar la función esencial de las Naciones Unidas en un m u n d o que ha cambiado considerablemente desde la época en que se redactó la Carta. Pero, al m i s m o tiempo, esa función tiene que ser apoyada por la mayo­ría de los Estados Miembros. A lo largo de los años, la Carta ha resultado un documento flexi­ble, que permite a las Naciones Unidas hacer frente a problemas nuevos. Cuando la rivali­dad entre las grandes potencias desvirtuó las disposiciones originales en materia de seguri­dad colectiva, las Naciones Unidas asumieron un importante papel de mantenimiento de la paz, que gozó de amplio apoyo. Cuando los re­gímenes coloniales empezaron a desmoronar­se, las Naciones Unidas dotaron de considera­ble estabilidad al proceso de descolonización, gracias al apoyo político que la vasta mayoría de sus miembros dieron a la independencia y a la plataforma que la propia Organización ofre­cía a los nuevos Estados para defender sus inte­reses en lo que se refiere a las relaciones inter­nacionales.

La fragilidad de las Naciones Unidas en los últimos años se ha debido en gran medida a las profundas divisiones entre Norte y Sur, países desarrollados y países en desarrollo. Anterior­mente, las disensiones entre el Este y el Oeste habían impedido que se aplicase en su plenitud el sistema de seguridad de la Carta. Pero Esta­dos Unidos y sus aliados no sólo conservaban la mayoría de los órganos principales, sino que además disponían de los medios necesarios pa­ra respaldar las operaciones de mantenimiento de la paz y de transición de las Naciones Uni­

das a una política de la diplomacia preventiva, y tenían interés en emplearlos. Hasta hace m u y poco, los intereses de la Unión Soviética ha­bían sido puramente defensivos en las Nacio­nes Unidas y especialmente marginales en lo tocante a las cuestiones económicas y sociales. Cuando los países en desarrollo lograron la m a ­yoría en las Naciones Unidas, la Organización pudo seguir funcionando con eficacia siempre que los países del Norte tuvieran interés en se­guir soportando la mayor parte de los costos financieros, fueran cuales fueren sus desacuer­dos con los países del Sur. A mediados del dece­nio de 1970, al deteriorarse las relaciones entre Norte y Sur, se puso en peligro la existencia de las Naciones Unidas. El Embajador estadouni­dense ante las Naciones Unidas se expresó con rudeza, aunque con plena exactitud, al decir: «En pocas palabras, hay una falta de entendi­miento y una falta de confianza entre los distin­tos grupos de Estados Miembros en lo que se refiere a las motivaciones de los otros grupos. A m i juicio, las Naciones Unidas no pueden se­guir funcionando de este m o d o . . . 8 .

La observación es exacta si atribuimos la falta de entendimiento y de confianza a las de­mandas del Sur, a la desgana del Norte o a las tendencias unilaterales de la política exterior estadounidense. E n un informe, el Secretario General indicó que esta división podría redu­cirse gracias a la «aparición de un grupo cada vez mayor de gobiernos básicamente pragmáti­cos, plenamente conscientes de las característi­cas económicas, sociales y tecnológicas de nuestra época...»9. Puede que también en este caso tuviera razón. D e ser así, podría surgir un nuevo consenso político favorable a las refor­m a s y que dé lugar a unas Naciones Unidas efi­caces. Pero, ¿en qué deben consistir esas refor­mas? El presente artículo intenta formular al­gunas orientaciones para reformar el sistema de las Naciones Unidas. Analizaremos ante to­do las sugerencias de quienes han estudiado la crisis actual y han de recomendar soluciones.

Los intentos de iniciar un proceso de reformas

El mandato del Grupo de los 18 era deliberada­mente restringido. Se le pidió que recomendase unas medidas inmediatas para hacer frente a la rápida crisis financiera que representaba la

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amenaza estadounidense de privar a las Nacio­nes Unidas de una parte considerable de su contribución. El Grupo se constituyó al térmi­no del cuadragésimo período de sesiones de la Asamblea General y trabajó durante los prime­ros meses de 1986 para formular una serie de recomendaciones. El Secretario General había empezado ya a reducir gastos, congelando los nombramientos y adoptanto medidas de ur­gencia con objeto de suprimir actividades de carácter administrativo. U n a de las principales finalidades del informe del Grupo consistía, pues, en respaldar las medidas que el Secretario General había iniciado, pero concretando otras supresiones de puestos en los niveles superiores de la Secretaría, actualmente «recargada de puestos de categoría superior», «demasiado compleja» y « m u y fragmentaria», por lo que recomendó una disminución drástica del nú­mero de reuniones y conferencias y del costo de los servicios y de nuevas instalaciones10.

Además de por su propio mandato, el Gru­po de los 18 estaba limitado por otros factores. Se le había dejado escaso tiempo y se enredó con la controvertida cuestión de los procedi­mientos de votación, sobre la que eran m u y profundas las diferencias. El Grupo fue elegido de m o d o que representase amplios grupos de miembros de las Naciones Unidas y muchos de sus 18 componentes lo eran también de delega­ciones nacionales, por lo que difícilmente po­dían desempeñar el papel de «expertos» neu­trales. Su aportación principal fue, por lo tanto, de carácter político: demostrar la voluntad de aplicar cuanto antes unas reducciones drásti­cas, además de su determinación real de iniciar un proceso de reformas. Su informe dejó sin resolver pues, en gran parte cuestiones impor­tantes, limitándose a recomendar un estudio de mayor alcance acerca de «la estructura intergu­bernamental en las esferas económica y social» y de instar al Secretario General a que ejerciese «más autoridad en cuestiones de personal», so­bre todo con el fin de que «la selección del per­sonal se haga en estricta conformidad con los principios de la Carta».

Además de la constitución del Grupo de los 18, la crisis financiera de las Naciones Unidas originó otros dos intentos de iniciación de un proceso de reformas. El primero consistió en una iniciativa de carácter personal de Sadrud-din Aga Khan y Maurice Strong, que ya habían ocupado altos cargos en las Naciones Unidas;

el príncipe Sadruddin había sido Alto Comisio­nado de las Naciones Unidas para los Refugia­dos y M r . Strong había ocupado el puesto de Director General del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y, en fechas más recientes, de Coordinador de las Naciones Unidas para las Operaciones de Socorro en África. A m b o s encargaron un estudio m o n o ­gráfico de los problemas financieros de las N a ­ciones Unidas a George Davidson, ex Subse­cretario General de Administración, y convo­caron una reunión consultiva para analizar sus conclusiones. N o sólo habían participado en ese análisis varios miembros del Grupo de los 18, sino que además dispusieron del estudio de M r . Davidson antes de la redacción definitiva de su propio informe, gracias a lo cual se utilizó c o m o material complementario para las delibe­raciones del Grupo de los 18, además de como conjunto de propuestas separadas con entidad propia a las que después se daría la mayor difu­sión para contribuir a un proceso de reformas de mayor alcance.

A propósito de la necesidad inmediata de proponer disminuciones presupuestarias, D a ­vidson, al igual que el Grupo de los 18, hizo hincapié en el exceso de altos funcionarios, en el número desmesurado y repetitivo de reunio­nes y en la necesidad de conjugar las funciones y servicios del personal". Pero, en términos más generales, propuso que no se examinase el presupuesto ordinario, al que cada miembro de las Naciones Unidas aporta la contribución que les corresponde conforme a las obligacio­nes que estipula la Carta, sin examinar también los presupuestos de los programas operaciona-les estrechamente relacionados con aquél, que los gobiernos sufragan de forma voluntaria: el Programa de las Naciones Unidas para el Desa­rrollo ( P N U D ) , el Fondo de las Naciones Uni­das para Actividades en Materia de Población ( F N U A P ) y el Programa de las Naciones Uni­das sobre el Medio Ambiente ( P N U M A ) . Para el año 1986, estos programas, denominados ex-trapresupuestarios, dispusieron de un presu­puesto de 1.250 millones de dólares, frente al presupuesto ordinario que ascendió a cerca de 700 millones de dólares.

A juicio de Davidson, la Secretaría de las Naciones Unidas seguía realizando, con cargo al presupuesto ordinario, diversas funciones que cabía imputar razonablemente a los pro­gramas extrapresupuestarios o, en algunos ca-

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sos, a organizaciones especializadas que ya dis­ponen de un presupuesto propio. Existía, en efecto, una base m á s amplia a la que imputar los gastos corrientes y, de no poderse suprimir algunas funciones, se podían transferir sus cos­tos a programas en curso de ejecución con los que están relacionados. D e adoptarse esta pers­pectiva m á s amplia, se haría algo m á s que des­viar las cargas por consideraciones meramente presupuestarias; se reflejarían las modificacio­nes que han tenido lugar en las Naciones Uni­das a lo largo del tiempo, el aumento de las acti­vidades del programa, la descentralización de las operaciones y la oposición general de los go­biernos a que se utilicen las asignaciones que les corresponde abonar para financiar progra­mas operacionales. Davidson reconocía que «los gobiernos prefieren orientar sus contribu­ciones hacia [...] los programas que consideran merecedores de su apoyo»12.

Evidentemente, se podría llevar demasiado lejos el principio de las contribuciones volunta­rias, con lo que se privaría a las Naciones Uni­das de una base segura de respaldo financiero por el carácter de obligación que tienen para cada miembro de la Organización. Pero, adop­tar una perspectiva m á s amplia de la Organiza­ción y su presupuesto suponía una base más ge­neral para hacer frente a las carencias inmedia­tas, con la perspectiva de unos cambios de mayor alcance sobre el funcionamento de las Naciones Unidas. Desde 1945, el ámbito de las actividades de la Organización se había a m ­pliado considerablemente, lo justificaba sin du­da alguna el aumento del programa y el presu­puesto de las Naciones Unidas. H o y en día, los Estados mantienen unas relaciones m u c h o más complejas y los problemas con que se enfrentan son mayores y sólo pueden abordarse mediante la colaboración. Pero esta expansión ha llevado con frecuencia a las Naciones Unidas a realizar tareas que Davidson denominó «actividades marginales» y «tareas en aumento [añadiduras] [...], sin pararse a considerar si pueden constituir una actividad internacional significativa»13. Puede que Davidson tuviera una parte de ra­zón, aunque hay que reconocer que por lo gene­ral la finalidad de estas nuevas tareas ha tenido un elevado componente político, de forma que su eficacia no constituye forzosamente un cri­terio para evaluar su utilidad. H a sido frecuen­temente la mayoría formada por países del Ter­cer M u n d o la que las ha propuesto, con objeto

de modificar las perspectivas internacionales o de satisfacer las necesidades políticas de deter­minados gobiernos, reforzando así la frágil uni­dad de dicho grupo de Estados, caracterizados por su amplitud y diversidad.

El estudio de Davidson abordó también con m á s audacia la cuestión de las contribuciones señalando que la opción no se reducía a elegir entre el principio de un Estado-un voto y el vo­to ponderado, sino que había otras alternati­vas, la más importante de las cuales consistía en reducir del 25 % al 15 % o el 10 % el porcen­taje m á x i m o del presupuesto que corresponde abonar a un miembro. La reducción al 15 % só­lo afectaría la contribución de Estados Unidos; la reducción al 10 % afectaría también las con­tribuciones de U R S S y Japón, países que abo­nan cantidades algo superiores a dicho porcen­taje. Ahora bien, el hecho de tener que compen­sar la diferencia de ingresos que con ello se produciría no debería requerir unos aumentos gravosos en el caso de ser repartida entre varios Estados de dimensiones medias y siempre que el actual impulso favorable a la reforma limita­ra el crecimiento del presupuesto de las Nacio­nes Unidas.

Sadruddin Aga Khan y Maurice Strong ha­bían propuesto casi un año antes que la contri­bución de un país no pudiese superar el 10 %14, y la consecuencia inmediata de esa medida se­ría liberar a las Naciones Unidas de la excesiva dependencia en que se hallaban con respecto a la contribución de un solo miembro. Pero el príncipe Sadruddin y M r . Strong afirmaban que, al asumir responsabilidades financieras superiores, los Estados de dimensiones medias podrían desempeñar asimismo un papel mayor en las Naciones Unidas. «Las Naciones Uni ­das», explicaron, «constituyen con frecuencia el principal escenario de sus iniciativas diplo­máticas». Así, pues, estarían predispuestos -predisposición que reforzaría la mayor im­portancia de su aportación financiera- a racio­nalizar la estructura de la Organización y a res­paldar activamente unas modificaciones a lar­go plazo capaces de aumentar su eficacia.

La iniciativa de encargar el estudio a M r . D a ­vidson tenía por objeto complementar el trabajo del Grupo de los 18 con una labor de carácter privado que pudiera examinar opciones que quizá no pudiese contemplar un órgano emi­nentemente político. La United Nations Asso­ciation de Estados Unidos ( U N A ) realizó otro

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La reforma de las Naciones Unidas 271

análisis del funcionamiento de las Naciones Unidas, de carácter privado y a m á s largo plazo y global, estudio de dos años de duración que se proponía analizar «la gestión y la toma de deci­siones en las Naciones Unidas», con objeto, no sólo de formular directrices, sino también de constituir el proceso de renovación del c o m ­promiso estadounidense con la Organización. El estudio estuvo dirigido por un grupo de 23 personalidades -nueve de ellas de Estados Uni­dos, cinco de otros países industrializados y nueve del Tercer M u n d o - , reflejando en sus re­comendaciones la experiencia de los miembros del grupo, ya que todos ellos habían desempe­ñado durante largo tiempo cargos políticos y misiones internacionales, c o m o también el pa­recer de dos funcionarios asesores, M r . Peter Fromuth, director del estudio, y M . Maurice Bertrand, que actuó en calidad de consultor.

Los estudios de mayor alcance: Los informes Fromuth y Bertrand

En su calidad de director del estudio, Peter Fromuth elaboró un informe previo titulado Las Naciones Unidas cumplen 40 años: sus pro­blemas y posibilidades, en el que delimitó el problema para someterlo a la consideración del grupo15. Fromuth no se ocupó de soluciones es­pecíficas e inmediatas - c o m o fue el caso del Grupo de los 18 y del estudio de Davidson-, pero su diagnóstico coincidió con el de aqué­llos. La situación actual, afirmó, «se caracteriza por el desánimo, la falta de dirección y la proxi­midad a la parálisis». H a y una especie de «cri­sis de identidad». Su objetivo principal, ade­más , era formular criterios para recomendacio­nes m á s concretas que el grupo de estudios pudiese aprobar posteriormente:

«Lo que las Naciones Unidas necesitan es un sentido de su finalidad que:

1. no sea excluyeme y propicie la colabora­ción de sus miembros

2. exista en un nivel de especificidad que resulte significativo, y

3. pueda plasmarse en programas que e m ­prendan tareas no sólo de importancia sino también alcanzables... [es preciso que haya] una función menos compleja para las Naciones Unidas: a. determinar ámbitos de consenso en­tre sus miembros: b. transformar ese consenso

en resultados específicos prácticos y convenien­tes; y c. tratar de ampliar los límites del consenso facilitando foros para el intercambio de opinio­nes y vehículos para disminuir aún más las dife­rencias»16.

Fromuth subrayó en su análisis la necesidad de un acuerdo político entre los Estados M i e m ­bros para que las Naciones Unidas actúen con eficacia. Desde luego, el problema está funda­mentalmente en manos de los Estados M i e m ­bros y depende de c ó m o perciban su interés en cooperar mutuamente. Pero Fromuth señala también diversas inhibiciones institucionales a la obtención del consenso: el solapamiento de los mandatos de diversas agencias y comisiones de las Naciones Unidas, en particular en el te­rreno de los asuntos económicos y sociales; la repetición de las mismas cuestiones en distin­tas comisiones y que con frecuencia la Secreta­ría no logra contribuir a que se halle una base para el consenso. A resultas de todo ello, las cuestiones se debaten una y otra vez, las posi­ciones de los delegados se crispan y los docu­mentos de trabajo apenas hacen otra cosa que resumir repetidamente el parecer de los Esta­dos Miembros. La reforma, afirmó Fromuth, puede contribuir a que se obtenga el consenso al reducir y aguzar el papel de las principales comisiones y proporcionar una dirección m á s activa por parte del Secretario General y de los altos funcionarios.

Tanto en el Grupo de los 18 c o m o en el estu­dio de Davidson se subrayaba también el papel del Secretario General, fundamental para cual­quier propuesta de reforma. Así, por ejemplo, el Grupo de los 18 instó al Secretario General a que «ejerciese más autoridad», en particular en lo que se refiere a dotar de personal adecuado a la Organización, conforme a los elevados nive­les de competencia que determina la Carta17. Las recomendaciones del informe de Davidson exigen c o m o requisito indispensable para su aplicación el que los funcionarios superiores, dirigidos por el Secretario General, actúen con decisión. Fromuth convino en ello, pero recor­dó que «tradicionalmente, los miembros per­manentes del Consejo de Seguridad se han mostrado reticentes a que el Secretario General de las Naciones Unidas tome iniciativas...»18. Toda candidatura al puesto de Secretario G e ­neral no sólo debe contar con el acuerdo de to­dos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sino que además debe satisfacer a la

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mayoría del Tercer M u n d o para que se acepte sin reservas al titular del cargo.

Debido a ello, cualquier Secretario General está considerablemente limitado por el grava­m e n político que supone el proceso de selec­ción. Además , desde el comienzo de la Organi­zación, las grandes potencias han exigido estar representadas a nivel de Subsecretario General o Secretario General Adjunto y, m á s reciente­mente, otros grupos de Estados han impulsado a ciudadanos suyos a los puestos de altos fun­cionarios, con lo que en los niveles más eleva­dos de la Organización existe una densa capa de nombramientos esencialmente políticos.

Coincidiendo en gran medida con David-son, Fromuth expuso que hay distintas mane­ras de abordar las disparidades que han acaba­do por producirse entre las contribuciones fi­nancieras y las mayorías de las votaciones. U n a solución, indica, consistiría en modificar la Carta a fin de prever la posibilidad de un voto ponderado y otro mecanismo para ajustar el proceso de revisión del presupuesto de forma que asegurase a los principales contribuyentes un importante control formalmente reconoci­do. Pero también expuso otras dos opciones que se asemejaban al planteamiento de David-son: una consiste en disminuir las disparidades reduciendo la contribución m á x i m a asignada a, por ejemplo, el 10%; y otra en «reducir la importancia del presupuesto ordinario y a m ­pliar el número de actividades que se financian mediante fondos extrapresupuestarios [...] vo­luntarios [...]»". Pero si se aborda la cuestión del m o d o en que lo hizo Davidson, estas dos opciones no son mutuamente excluyentes. A m ­bas pueden presentar considerables ventajas si se reduce la contribución asignada máxima y se desvían muchas actividades de las Naciones Unidas a los programas, c o m o el P N U D , a los que los gobiernos hacen contribuciones volun­tarias.

U n o de los principales consultores del pro­yecto de la U N A fue Maurice Bertrand, quien también formó parte del Grupo de los 18 y, hasta su jubilación, había sido durante muchos años funcionario de la Unidad C o m ú n de Ins­pección C o m ú n de las Naciones Unidas. La Unidad se creó en 1968 para dotar a las Nacio­nes Unidas de un grupo de personal de audito­ría independiente que evaluase la eficacia de los programas en curso de ejecución. Bertrand había intervenido en la evaluación de diversos

programas concretos y aprovechó su jubilación para llevar a cabo una evaluación general de todo el sistema de las Naciones Unidas. Su in­forme, aparecido a finales de 1985 y que exa­minó el Grupo de los 18, sirvió además de base para su aportación al proyecto de la U N A 2 0 .

Al comienzo de su informe, Bertrand expu­so sus «reflexiones» en la perspectiva m á s a m ­plia posible. La reforma de las Naciones Uni­das no es simplemente cuestión de concebir mejoras de los métodos administrativos para resolver los problemas que plantean la comple­jidad estructural y el fraccionamiento de los es­fuerzos, sino de crear lo que el autor denomina «una organización mundial de tercera genera­ción», tras las experiencias de la Sociedad de Naciones y, posteriormente, los cuarenta años de vida de las Naciones Unidas. Al igual que Fromuth, Bertrand señaló que se había llegado a un importante punto de transición. H o y en día, las Naciones Unidas se desenvuelven en un m u n d o en el que existen otras muchas orga­nizaciones que desempeñan funciones que en un principio se habían previsto para las Nacio­nes Unidas. Asimismo, convino en que sólo ca­be pensar en términos de gestión eficaz en los casos en que hay un consenso importante sobre el papel que deben desempeñar las Naciones Unidas. Así, pues, el objetivo de la reforma de­bería consistir tanto en facilitar el consenso po­lítico como en mejorar la capacidad adminis­trativa.

Al igual que los restantes informes, el de Bertrand se concentró en las cuestiones econó­micas y sociales que han constituido el terreno de mayor expansión de las actividades de las Naciones Unidas y consumen el porcentaje más importante de su presupuesto. Recordó que a lo largo de los años se habían producido diversos intentos de reformar el sistema, con resultados variados. El denominado informe Jackson, de 1969, atribuía, por ejemplo, al P N U D una función más importante en las acti­vidades de desarrollo, dejando a su cargo las operaciones sobre el terreno. Los gobiernos te­nían que elaborar programas de desarrollo pre­vistos para un quinquenio o un decenio antes de solicitar las subvenciones del P N U D , y los representantes del P N U D estaban facultados para coordinar las actividades de las organiza­ciones especializadas sobre el terreno21. En 1977 se creó el puesto de Director General de Desarrollo y Cooperación Económica Interna-

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cional, dependiente directamente del Secreta­rio General, con la misión de intensificar el control centralizado y la integración en el siste­m a de las Naciones Unidas22. En este caso se obtuvo aún menos: la creación de nuevas ofici­nas centrales, aunque el Director General dis­pone de escasos recursos para poder afirmar su autoridad. Por su parte, el P N U D cuenta con un presupuesto anual, financiado mediante contribuciones voluntarias, con el que sufraga actividades de asistencia técnica y proyectos de preinversión. Dispone, pues, de los medios ne­cesarios para llamar la atención de los gobier­nos necesitados de asistencia y coordinar las actividades de las organizaciones especializa­das que proponen ampliar su función en mate­ria de desarrollo desempeñando las de organis­m o s de ejecución de proyectos financiados por el PNUD.

En un nivel, las recomendaciones de Ber­trand subrayaban la importancia de «los orga­nismos o empresas regionales de desarrollo», que concentran los medios del sistema de las Naciones Unidas sobre el terreno en los países y regiones en que se llevan a cabo actividades de asistencia al desarrollo23. Su posición al res­pecto era coherente con el intento formulado en el informe Jackson y, a decir verdad, con la recomendación del Grupo de los 18 de que «de­bería reafirmarse la función de coordinación central del... P N U D » 2 4 . Pero Bertrand recalca­ba que la reforma y la eficacia de los órganos centrales dependían en último término de un mayor consenso, especialmente entre los países desarrollados y los países en desarrollo, sobre la función exacta que deben desempeñar las N a ­ciones Unidas en cuestiones económicas y so­ciales. Y , al igual que Fromuth, se señalaba que, aunque el consenso sólo pueda alcanzarse cuando los principales Estados se convencen de que tienen intereses comunes, la reforma es­tructural puede fomentar la búsqueda de un acuerdo político. Por ello, sus principales reco­mendaciones apuntaban a una reestructura­ción fundamental del Consejo Económico y So­cial en lo que se denomina nuevo «Consejo de Seguridad Económica».

La creación del Consejo Económico y So­cial fue una de las innovaciones de la Carta de las Naciones Unidas. Atribuyó una prioridad a las cuestiones económicas y sociales de que ha­bía carecido el pacto que creó la Sociedad de Naciones, aunque basándose en parte en la ex­

periencia de aquélla (tal c o m o se analizó en el informe de 1939 de la Comisión Bruce), al pre­ver un foro independiente de negociaciones de los órganos de carácter más político de las N a ­ciones Unidas. Ahora bien, desde sus mismos principios, el Consejo Económico y Social re­sultó ser un odre vacío. Los principales progra­mas económicos y sociales se elaboraron en los organismos especializados que tenían una exis­tencia autónoma, pese a la obligación de some­ter informes anuales al Consejo Económico y Social. Concretamente, el F M I y el Banco Mundial funcionaron con total independencia y, en el decenio de 1960, se convirtieron en or­ganismos esenciales de las relaciones económi­cas internacionales. Al m i s m o tiempo, el Con­sejo Económico y Social, instituido en un prin­cipio c o m o grupo formado por 18 miembros con la misión de facilitar las negociaciones, se amplió en dos ocasiones de manera que repre­sentase un número cada vez mayor de m i e m ­bros de las Naciones Unidas. Pese a que el Con­sejo Económico y Social llegó a contar con 54 miembros, los países en desarrollo siguieron optando por plantear las cuestiones económi­cas en la Asamblea General y en sus comisio­nes, donde disponían de abrumadora mayoría.

Así, pues, desde sus comienzos mismos, el Consejo Económico y Social no pudo desempe­ñar nunca el papel de coordinador, el «cerebro central», a que se le instaba en todo momento . Los organismos especializados siguieron su propio camino, salvo cuando sus actividades podían ser aprovechadas por conducto del P N U D y del Banco Mundial, de los que depen­dían en gran medida para financiar su partici­pación en proyectos de desarrollo. Además , las cuestiones que se debatían en las reuniones anuales del Consejo Económico y Social vol­vían a plantearse en las comisiones de la A s a m ­blea y en las sesiones plenárias de ésta. T a m ­bién surgían en la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas, de perio­dicidad trienal, establecida en 1964 por la m a ­yoría del Tercer M u n d o , c o m o foro alternativo al Consejo Económico y Social y fuente de in­formación y análisis económicos distinta de los proporcionados por el F M I y el Banco M u n ­dial. Por todo ello, Bertrand concluía del m o d o siguiente: «El foro actual, exageradamente ideológico, no permite entablar sino en conta­das ocasiones unas verdaderas negociacio­nes...»25.

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La solución que proponía Bertrand consis­tía en lo que denominó «un Consejo-Comi­sión», conforme a la experiencia de la C o m u ­nidad Económica Europea. U n Consejo de dimensiones reducidas, que representase a los miembros de la.í economías y poblaciones de mayor importancia, junto al cual debería exis­tir una Comisión de expertos altamente califi­cados que el Consejo seleccionaría por unos plazos fijos y que dirigirían los principales ser­vicios, además de actuar en calidad de órgano colegiado encargado de someter las cuestiones que habrían de ser debatidas en el seno del Consejo. Dicho plan, afirmaba Bertrand, redu­ciría el Consejo a dimensiones manejables y li­mitaría al mínimo las presiones políticas en lo tocante a los nombramientos de funcionarios al elevar las expectativas de competencia y profe­sionalismo. Las actividades de las Naciones Unidas se centrarían, ya no en las cuestiones que se tratan en cualquier otra instancia del sis­tema de las organizaciones internacionales, sino en los nuevos problemas que requieren colaboración y en los nuevos aspectos en que convergen los intereses de los Estados M i e m ­bros^.

La sugerencia de Bertrand de instituir un consejo de características distintas al existente fue la recomendación m á s elaborada de los di­versos informes a favor de una modificación estructural. En muchos aspectos se anticipaba a la petición de un estudio amplio de «la estruc­tura intergubernamental en las esferas econó­micas y social», formulada a raíz del debate que la Asamblea General realizó a propósito del informe del Grupo de los 18. Al mismo tiempo, muchas de las funciones asignadas a un Consejo de Seguridad Económica correspon­dían a las áreas generales de actividad de las Naciones Unidas esbozadas por Fromuth en su informe, aunque sin desarrollarlas enteramen­te: «las Naciones Unidas, en calidad de agente humanitario», «organización mundial de su­pervisión», «catalizador del desarrollo» y «foro económico mundial»27. En realidad, todos los informes coinciden en la necesidad apremiante de hallar una alternativa a la estructura actual del Consejo Económico y Social, y el concepto formulado por Bertrand de un Consejo-Comi­sión es una alternativa de esas características.

La «visión de un sucesor»

El grupo internacional de expertos reunido por la United Nations Association desarrolló su la­bor en aplicación del denominado «proyecto de gestión y de formulación de decisiones de las Naciones Unidas», aunque era evidente que, desde las palabras iniciales de su informe, sus finalidades no sólo serían administrativas, sino también políticas. «Los historiadores del futu­ro», empezaba diciendo el informe, «quizá lle­guen a considerar el decenio de 1980 una época paradójica, en la que la política internacional estuvo dominada por dos hechos contradicto­rios: un nacionalismo cada vez mayor y una disminución del poder de los países»28. El títu­lo del informe fue La visión de un sucesor: las Naciones Unidas del mañana y su afirmación principal que «el [malestar] de las Naciones Unidas se debe a dos [...] problemas fundamen­tales: la ambigüedad de su función en el m u n d o y el no haber logrado modificar dicha función conforme cambiaba el mundo» 2 9 . Destacan en­tre esos cambios la estructura del poder en el m u n d o , el número de países independientes, la índole de los conflictos en los que «resulta difí­cil diferenciar las guerras internas de las gue­rras internacionales», la «mundialización de la actividad económica», la «aparición de peli­gros ambientales» y de situaciones sociales y políticas de ruptura en muchas zonas del m u n ­do, que ilustra la «presencia semipermanente de un número tan ingente de personas apátri­das»10.

Al contemplar el papel de las Naciones Uni­das en la política internacional c o m o una «vi­sión de sucesor», el informe del grupo de traba­jo de la U N A constituía en muchos aspectos una respuesta a la «crisis de identidad» en que había hecho hincapié Fromuth. Sin embargo, el informe dejaba también claro que las Naciones Unidas se habían ajustado a multitud de cam­bios en el curso de los cuatro primeros decenios de su existencia y, ni su estructura, ni su capaci­dad de atender a las nuevas necesidades, ha­bían permanecido inertes. Así, por ejemplo, las actividades de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas constituían una innovación debida a una interpretación amplia de la Carta para hacer frente primero a la crisis de Oriente Medio en 1956 y a las subsiguientes rupturas de las relaciones araboisraelíes; a la situación del Congo en el decenio de 1960 y a las divisiones

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de Chipre en el de 1970. En términos m á s gene­rales, las Naciones Unidas habían facilitado asimismo un marco para abordar las complejas cuestiones de la descolonización y acoger en un sistema organizado de relaciones diplomáticas a los Estados que habían alcanzado reciente­mente la independencia. También servía de fo­ro a la serie de períodos de sesiones especiales que habían comenzado a movilizar las activi­dades internacionales para determinar y abor­dar algunos problemas generales tales c o m o el crecimiento demográfico y la degradación del medio ambiente. Pese a ello, la Organización se encontraba actualmente, a juicio de los redac­tores del informe, en una situación de estanca­miento, precisamente en el m o m e n t o en que la multitud de problemas con que se enfrenta el m u n d o necesita un mecanismo internacional eficaz mediante el cual puedan cooperar los go­biernos.

El problema no radica únicamente en que no haya acuerdo sobre una «visión de sucesor», sino también en las «visiones» contradictorias de lo que deberían hacer las Naciones Unidas. El propio informe se refiere a una «visión occi­dental» anterior que contemplaba a las Nacio­nes Unidas como «un medio de reforzar y a m ­pliar el status quo de la postguerra...», y otra «visión del Tercer M u n d o » , posterior, que con­templaba a las Naciones Unidas c o m o «un ins­trumento para acelerar el ritmo de un cambio sistemático...»31. A m b a s posiciones persisten, en el sentido más amplio de constituir una dife­rencia esencial entre los Estados Miembros so­bre la rapidez con que deben producirse los cambios y la función que deben desempeñar las Naciones Unidas en esa transformación. El grupo de la U N A , al abogar por una «visión de sucesor», tropieza con el problema que Robert Cox había subrayado varios años antes:

[...] no sería realista buscar una nueva «vi­sión» de los organismos internacionales que sirviese de cimiento a un nuevo consenso. U n a visión de esas características era posi­ble en el entorno en que se redactó la Carta de las Naciones Unidas debido a que se po­día basar ideológicamente en una estructu­ra de poder de dominio estable. Al no existir hoy semejante estructura, las visiones úni­camente pueden ser partidistas [...] Actual­mente las visiones sobre el futuro orden mundial32 son contradictorias.

En cierto sentido, Cox puede dar a entender que en 1945 había un consenso mayor del real­mente existente. Había desde luego m á s de una «visión» del m u n d o : se contraponían las visio­nes estadounidense y soviética; la propia con­cepción de Estados de dimensiones medias co­m o Australia, Canadá y los países nórdicos, que intentaron limitar el predominio de las grandes potencias en la Conferencia de San Francisco, y las aspiraciones de otros países co­m o India y Filipinas que abogaban por la auto­determinación de todos los pueblos. Pero fue­ron las circunstancias de 1945, y en particular el dominio esencial de Estados Unidos sobre la política internacional, lo que hizo posible que se consolidase el respaldo político necesario pa­ra crear las Naciones Unidas. Hoy , de lo que se trata es de saber si existe entre los Estados Miembros una unidad o finalidad suficientes para apoyar recomendaciones concretas o un centro político a partir del cual se pueda movi­lizar el apoyo necesario para alcanzar el objeti­vo general de reforzar las Naciones Unidas.

La «visión de sucesor» que propugnó el gru­po de estudios de la U N A tendría varias carac­terísticas: la función de las Naciones Unidas debería: « 1 ) conseguir el apoyo de una mayoría equilibrada de sus miembros; 2) utilizar los ras­gos que singularizan a las Naciones Unidas, 3) reflejar las condiciones actuales y previsibles del m u n d o . . . y 4) facilitar un conjunto claro de orientaciones y de finalidades para guiar el de­seo de cambio institucional que tan amplia­mente se manifiesta hoy en el seno de la c o m u ­nidad internacional»31. Al reflexionar sobre la experiencia de las Naciones Unidas, el grupo, partiendo de los conceptos formulados por Fromuth en su informe anterior, llegó a la con­clusión de que se habían logrado resultados fructuosos cuando se había producido una con­vergencia de intereses entre los países implica­dos esencialmente en una cuestión, y siempre que esa convergencia pudiese ser transforma­da, primero, en un planteamiento compartido del problema y, después, en acciones manco­munadas llevadas a cabo por las Nacines Uni­das34. La tarea fundamental -y, en muchos as­pectos, el núcleo de las recomendaciones del grupo- consistía en reforzar la capacidad de las Naciones Unidas de llevar a cabo el siguiente y triple proceso:

supervisión mundial: con objeto de determi-

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nar las cuestiones a propósito de las cuales existe una convergencia de intereses; obten­ción de un consenso: para tener una visión c o m ú n de esos intereses; y utilización del consenso: con el fin de plasmar, por lo gene­ral en modalidades de acción m a n c o m u n a ­das, las opiniones compartidas, y las c o m u ­nidades de intereses en resultados útiles pa­ra los países interesados35.

El grupo aplicó seguidamente estos princi­pios a las cuestiones candentes de la paz y la seguridad internacional y a los asuntos econó­micos y sociales. A propósito de muchos aspec­tos, el grupo vio la posibilidad de un «renaci­miento» de la función de las Naciones Unidas en materia de seguridad internacional, en bue­na medida por los cambios que habían experi­mentado las políticas de Estados Unidos y de Unión Soviética. Las grandes potencias tienen cada vez más necesidad de intervenir por con­ducto de organizaciones multilaterales para mediar en conflictos regionales en los que no pueden actuar decisivamente, pero que amena­zan sus intereses por la inestabilidad que gene­ran. Parece, pues, que se esté produciendo una convergencia cada vez mayor de sus intereses, lo que constituye una importante posibilidad de reforzar la función de las Naciones Unidas. Pero éstas -y, en particular, el Consejo de Segu­ridad- deben utilizarse «para aquello para lo que son relativamente útiles: las negociaciones en los pasillos; la obtención de un consenso; fa­cilitar soluciones que no dañen el prestigio de los países cuando las partes están dispuestas a poner fin a sus hostilidades; formular, por últi­m o , alternativas a las partes para que éstas las estudien, y no en aquello para lo que son menos aptas, esto es, conferir legitimidad, aprobar re­soluciones por los pelos y hacer cumplir sus propios juicios»36.

El informe del grupo de estudios hizo hinca­pié en los conflictos regionales y en la necesi­dad de que las Naciones Unidas actúen en es­trecho contacto con los grupos regionales, cuando no con organizaciones no oficiales, es­pecialmente interesados en resolver los conflic­tos existentes en sus zonas y que, en muchos casos, tienen una influencia considerable en las partes en conflicto. El grupo examinó asimis­m o en términos generales la función de las N a ­ciones Unidas en lo tocante a dirigir nueva­mente el control de armamentos y atender al desarme de los armamentos convencionales y

fijar los procedimientos para estudiar la adhe­sión a los acuerdos de control de armamentos y contratar equipos multilaterales que verifiquen si se cumplen los tratados sobre control de ar­mamentos. Al igual que los otros informes, el del grupo de la U N A subrayó la necesidad de reforzar la oficina del Secretario General en to­das las vertientes de su funcionamiento y parti­cularmente en la función especial que debe des­empeñar el Secretario General en lo tocante a la seguridad internacional.

El Secretario General es quien deberá diri­gir la «supervisón mundial» para detectar las amenazas a la paz, suscitar las posibilidades y el entorno adecuados a las negociaciones y lograr que las Naciones Unidas no se identifi­quen «con una parte del problema» en medida tal que se conviertan en «parte del problema, en lugar de ser parte en su solución»37. N o se trata de funciones que puedan desempeñar el Consejo de Seguridad o determinados Estados Miembros, aunque pueden ser llevados a los procesos de negociación por el Secretario G e ­neral y deberán apoyar entonces sus esfuerzos para que haya alguna posibilidad de éxito. El modelo propugnado por el grupo de estudios consistía en que el Secretario General actuase c o m o «suscitador de iniciativas», en lugar de «vigilante», y el mecanismo que recomenda­ban para que formase iniciativas consistía en ser nombrado por un período no superior a sie­te años, pudiendo pensarse que era para que el titular del puesto tuviere la mayor independen­cia posible y también con objeto de impulsar a los gobiernos a elegir a una persona dotada de una voluntad firme y de imaginación38.

Las recomendaciones del grupo de la U N A , al igual que las que figuraban en el anterior in­forme Bertrand, eran mucho m á s amplias en el terreno de las cuestiones económicas y sociales. A este respecto, aunque sea m u y importante que el Secretario General disponga de m á s au­toridad, no basta con ello, ya que los problemas son múltiples. En efecto, los programas econó­micos y sociales se han desarrollado m u c h o m á s allá de lo que se había previsto al redactar­se la Carta; el ámbito de los problemas es gigan­tesco, ya que muchos se centran en los proble­m a s del desarrollo y particularmente en las zo­nas m e n o s adelantadas del m u n d o , pero también abarcan una serie de cuestiones m u n ­diales c o m o el medio ambiente y los problemas crónicos de la miseria de millones de refugia-

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dos; por último, implican también conexiones complejas entre los órganos centrales de las N a ­ciones Unidas y los organismos especializados, además de los programas y las actividades de organizaciones internacionales ajenas al siste­m a de las Naciones Unidas, con esa red tan di­ferenciada de acuerdos multilaterales que sir­ven de cauce a la actuación de los gobiernos. E n muchos aspectos, este tejido de redes intergu­bernamentales altamente descentralizadas es un signo de lo que se ha denominado la «inter­dependencia».

A este respecto, el grupo de la U N A trató también de fomentar la capacidad de las N a ­ciones Unidas en detectar los intereses conver­gentes, transformándolos en consenso político según la índole de los problemas y la forma de resolverlos. Es obvio que el sistema actual es de difícil manejo y se presta a la confrontación, por lo que el informe del grupo de estudios pro­puso, c o m o ya se hizo en otros informes, una reestructuración drástica, aunque sin rebasar en lo fundamental lo estipulado por la Carta. El grupo recomendó, primero, aumentar el n ú m e ­ro de los miembros del Consejo Económico y Social, órgano esencial de las Naciones Unidas según la Carta, de m o d o que abarcara todos los miembros, suprimiéndose la Segunda y Terce­ra Comisión de la Asamblea General (en las que ya figuran todos los miembros de las N a ­ciones Unidas). Gracias a ello, se dispondría de un único foro general y no de tres para un deba­te político de gran amplitud sobre cuestiones económicas y sociales previamente al debate de la Asamblea General. El aumento del número de miembros del Consejo Económico y Social requeriría modificar la Carta aunque ha habido ya modificaciones similares para elevar el nú­mero de los miembros del Consejo como suce­dió en los años 1960 cuando aumentó el n ú m e ­ro de Estados Miembros de las Naciones Uni­das. Ahora bien, centrar la atención en un foro principal de debates no ayuda a reducir lo que, en la mejor de las situaciones, ha llegado a ser un orden del día prolijo y complicado. Así pues, el grupo recomendó también ordenar los debates en el seno del Consejo Económico y Social a través de un Comité de Informes y O r ­denes del Día, de dimensiones más reducidas, encargado de filtrar todos los informes y pro­puestas y de orientar la labor del Consejo fijan­do las prioridades y el calendario de los deba­tes.

U n Consejo Económico y Social ampliado significaría modificar, en algunos aspectos, la concepción de un Consejo reducido y orienta­do profesionalmente que tenían los fundadores de las Naciones Unidas. Pero, de hecho, el Consejo ha cambiado en la práctica, habiendo aumentado hasta 54 miembros y pasando a ser no el foro principal de los debates de política económica y social, sino tan sólo uno de los di­versos foros existentes, y no forzosamente el de mayor importancia. La ampliación del Consejo Económico y Social y la supresión de las Segun­da y Tercera Comisión de la Asamblea General presentan la ventaja de convertir de nuevo al Consejo en el órgano fundamental de las N a ­ciones Unidas, conforme se dispone en la Car­ta. Pero, por sí sola, esta medida no basta para lograr el consenso y concentrar las actividades, reforma en la que el grupo de estudios insiste a lo largo de su informe. Para ello, el grupo for­muló otras tres recomendaciones: creación de una Junta Ministerial compuesta por unos 25 gobiernos y dependiente del Consejo Económi­co y Social; una Comisión Asesora de cinco personas que ayudase al Secretario General a coordinar los programas de todo el sistema de las Naciones Unidas y, por último, una sola Junta de Ayuda al Desarrollo, a cuyo fin habría que refundir los diversos consejos rectores en­cargados de supervisar los programas operacio-nales que se llevan a cabo a través de los órga­nos centrales de las Naciones Unidas (en lugar de los organismos especializados), como el Pro­grama de las Naciones Unidas para el Desarro­llo, el Fondo de las Naciones Unidas para Acti­vidades en Materia de Población, el Unicef y el Programa Mundial de Alimentos39.

En su conjunto, las diversas recomendacio­nes tratan de poner remedio a lo sucedido con el Consejo Económico y Social a lo largo del tiempo, dado que este órgano no es actualmen­te «ni carne ni pescado», c o m o dice el informe; resulta «demasiado amplio para poder celebrar en él consultas de alto nivel y [...] adoptar de m o d o flexible decisiones» y, en cambio, «no es lo bastante amplio para funcionar con credibi­lidad como órgano plenário»40. Así, pues, el Consejo Económico y Social se convertiría en un órgano plenário gracias a su ampliación, y la Junta Ministerial en lo que se suponía que de­bía ser el Consejo Económico y Social, esto es, un órgano de dimensiones más reducidas, cu­yas misiones consistirían (conforme a lo dicho

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por el grupo de estudios) en la «supervisión mundial» y la «obtención de un consenso». Es­te mecanismo intergubernamental estaría res­paldado, además, por un Secretario General que dispondría de una Comisión Asesora que facilitaría el «cerebro central» del sistema de organismos especializados de las Naciones Unidas y cuya institución se había sugerido en el informe Jackson hace ya casi 20 años, y un solo órgano rector de los programas de las N a ­ciones Unidas que se ocupan de los problemas de desarrollo y que han ido aumentando uno tras otro.

Las bases para la reforma

Todos los informes se hacen eco de cuatro cambios fundamentales que hay que tener en cuenta al reflexionar sobre las reformas que convendría efectuar en las Naciones Unidas: primero, la evolución de un sistema complejo y m u y descentralizado de organizaciones in­ternacionales en las que las Naciones Unidas ocupan un lugar fundamental, aunque no siempre central; en segundo lugar, la índole variable de los conflictos internacionales y el acento que hay que poner en la mediación y los buenos oficios de las Naciones Unidas más bien que en la obligatoriedad de sus posibles decisiones; tercero, la extensión de las activi­dades de las Naciones Unidas a una amplia ga­m a de cuestiones económicas y sociales y, en cuarto lugar, una modificación importante del número de los miembros de las Naciones Uni­das, organización que hoy abarca a todos los países del m u n d o , es decir, Estados que difie­ren considerablemente por su cultura, expe­riencia histórica y desarrollo económico y tec­nológico. Los informes insisten también en que la Organización debe centrarse en las acti­vidades en las que los Estados Miembros al­cancen un consenso mayor al alcanzado en los últimos años. M u y bien. En ninguno de los in­formes se indica, no obstante, cuáles puedan ser esos puntos de acuerdo ni tampoco en có­m o determinarlos. Esta es, en muchos aspec­tos, su principal laguna.

U n a manera de tratar de saber qué es lo que los gobiernos quieren que las Naciones Unidas hagan, o sean, es entender la evolu­ción, no sólo de las propias Naciones Unidas, sino de las organizaciones internacionales con­

sideradas en su conjunto a partir de la Segun­da Guerra Mundial. Casi desde un principio, por ejemplo, las Naciones Unidas han sido in­capaces de desempeñar un papel importante en materia de paz y seguridad, terreno en el que, irónicamente, se había previsto que su función fuese preponderante y para el que fue­ron ante todo creadas. En lugar de ser tratadas en las Naciones Unidas, las cuestiones relati­vas a la paz y la seguridad se han diluido con­fusamente en tres series de redes complejas, una de las cuales -aunque sólo u n a - es la cons­tituida precisamente por las Naciones Unidas. La primera red, y la más importante, se basa en las relaciones bilaterales entre las dos gran­des potencias, y ésta es la forma de trasladar la cuestión a otros gobiernos mediante alianzas multilaterales. Esta red se rige por lo que ca­bría denominar un «régimen nuclean>. E n el marco de unas relaciones que son más bien de antagonismo, la conducta de las grandes po­tencias se guía por normas y procedimientos que responden a su interés c o m ú n de prevenir el estallido de conflictos nucleares. Estas reglas son, hablando en términos generales, dos: mantener un equilibrio de poder entre las alianzas de la O T A N y del Pacto de Varsóvia, y evitar la proliferación de las armas nuclea­res, no sólo entre sus aliados, sino también fuera del escenario europeo en el que una y otra se enfrentan41. Estas reglas conforman en buena medida las políticas de disuasión segui­das por Estados Unidos y Unión Soviética, la celebración de conversaciones sobre el control de los armamentos entre ambos países y las re­laciones políticas que mantienen con sus res­pectivos aliados.

El segundo conjunto de redes, más diverso, es el constituido por los acuerdos regionales de defensa a que se refiere el artículo 52 de la Carta. La O T A N es con m u c h o la organiza­ción de defensa regional más avanzada, pero integrada fundamentalmente en el régimen nuclear dominado por las grandes potencias, c o m o sucede con el Pacto de Varsóvia. La O r ­ganización de los Estados Americanos ( O E A ) y la Organización para la Unidad Africana ( O U A ) son relativamente ineficaces, la prime­ra por la presencia abrumadora de Estados Unidos que la convierte más en un instrumen­to de la política estadounidense que en verda­dera alianza, y la segunda porque los m i e m ­bros africanos carecen de la unidad necesaria

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para oponerse incluso a la agresión más fla­grante. La Liga de los Estados Arabes carece también de la unidad necesaria para desempe­ñar un papel eficaz en la seguridad colectiva regional, mientras que en Asia, a pesar de la amplitud de los movimientos y a la expansión de ese continente, no se ha creado ninguna or­ganización regional de defensa, con la que hu­biese sido posible alcanzar acuerdos que pusie­ran un término a la rivalidad entre India y Pa­kistán, a la prolongada lucha entre Vietnam y sus vecinos y a la abrumadora presencia de China. En algunas regiones se ha llegado a acuerdos subregionales de carácter más espo­rádico para procurar mediar en conflictos con­cretos. Esos esfuerzos, c o m o los del grupo de Contadora, en América Central, y de los deno­minados «Estados de primera línea», en Afri­ca Meridional, pueden tener mayor eficacia, dado que en ellos participan menos gobiernos y, por su propia autolimitación, tienen más in­terés en resolver los conflictos y, en caso nece­sario, mejor disposición para contribuir a su solución.

La tercera red en materia de paz y seguri­dad es la constituida por las propias Naciones Unidas. Las disposiciones de la Carta en mate­ria de seguridad colectiva se malograron desde sus inicios mismos y las operaciones de mante­nimiento de la paz sólo han tenido éxito cuan­do tenían por objeto acelerar el proceso de descolonización que gozaba de un amplio apo­yo. Las fuerzas de mantenimiento de la paz que aún quedan, en Chipre y Líbano, intervie­nen en conflictos políticos persistentes y en­carnizados y su presencia sigue siendo necesa­ria porque en otro caso se desencadenarían actos de violencia aún mayores de los que tie­nen lugar actualmente. En el futuro, las activi­dades de mantenimiento de la paz, por ejem­plo, durante la transición a la independencia en Namibia una vez liberada, sólo serán posi­bles si existe un amplío acuerdo al respecto en­tre los gobiernos. C o m o subrayó el grupo de estudios de la U N A , las perspectivas más pro­metedoras de las Naciones Unidas consisten en despejar el camino para la solución pacífica de los litigios en los que las partes enfrentadas traten de hallar una salida. Ahora bien, hay un órgano de las Naciones Unidas que goza de la objetividad y el respeto que son necesarios pa­ra cualquier actividad de mantenimiento de la paz, y es la Oficina del Secretario General. El

Consejo de Seguridad sólo podrá tener éxito si las grandes potencias coinciden en sus plantea­mientos, mientras que la Asamblea General es demasiado amplia e inmanejable y se halla di­vidida con excesiva frecuencia. Este es otro motivo m á s que aboga a favor de una mayor actividad del Secretario General, c o m o reco­mendaron los informes del Grupo de los 18 y del Grupo de estudios de la U N A , constitu­yendo el elemento fundamental de cualquier reforma de las Naciones Unidas.

A lo largo de los años se ha producido una especie de división del trabajo entre estas tres redes y hay que confirmar esa tendencia en lu­gar de analizarla. Sería, no obstante, erróneo minimizar el papel de las Naciones Unidas en cuestiones de paz y seguridad, clasificándolo esencialmente en una categoría residual estre­cha, pues por lo general no sólo son ineficaces los instrumentos regionales de resolución pací­fica de los litigios, sino que también es funda­da la atención que se presta en el informe del grupo de la U N A al papel de las Naciones Uni­das en lo tocante al control de los armamentos y al desarme. El objetivo de las grandes poten­cias de acabar con la proliferación de las ar­mas nucleares, por ejemplo, precisa del foro de negociaciones de las Naciones Unidas y de los servicios de supervisión del Organismo Inter­nacional de Energía Atómica (OIEA). La con­cepción de normas y de sistemas de inspección para desmilitarizar el espacio exterior también necesita una organización universal, al igual que las iniciativas que se remontan a los C o n ­venios de La Haya y a la Sociedad de Naciones y que tienen por objeto prohibir la fabricación y el empleo de las armas químicas y biológicas. La Carta de las Naciones Unidas presta m u y poca atención al control de los armamentos y al desarme, dejando en manos de las grandes potencias el mantenimiento de la paz y la se­guridad colectiva. Pero esas disposiciones de la Carta hace tiempo que han perdido su vi­gencia c o m o resultado de la rivalidad entre las dos superpotências y de la evolución de los ar­mamentos. H o y en día se plantea con suma ur­gencia la necesidad del control de los arma­mentos y el desarme, no sólo para librar al m u n d o de unas armas capaces de destruccio­nes masivas, sino también para controlar el comercio tan extendido de los armamentos tradicionales.

El segundo aspecto de la reforma de las N a -

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ciones Unidas, además de las cuestiones relati­vas a la paz y la seguridad, se aclara útilmente mediante la noción elaborada por Oran Young, de unas organizaciones «autónomas»42. Esta for­mulación de Young es un paso importante para elucidar los vínculos entre las organizaciones y los sistemas, definiendo a estos últimos c o m o «los principios, normas, reglas y procedimien­tos de adopción de decisiones en torno a los cuales convergen las expectativas de los agentes en un determinado tema controvertido»43. El concepto de «sistemas» ha facilitado el m o ­do de analizar a las organizaciones internacio­nales sin quedarse atrapado por el dilema «realismo» e «idealismo», c o m o ocurrió du­rante muchos años. «Pueden aparecer y desa­parecer determinadas organizaciones interna­cionales», dijo en un texto anterior Inis Claude, pero «la organización internacional», como característica de las relaciones interna­cionales, «no podrá desaparecer»44. En este sentido se considera que las organizaciones in­ternacionales no constituyen unas respuestas idealistas a la anarquía internacional, sino que forman parte del « m u n d o real» de la política internacional. Por la misma razón es cada vez más evidente (sobre todo en lo que se refiere a las relaciones económicas internacionales y a las cuestiones ambientales) que los Estados pueden acabar sabiendo que la colaboración en virtud de uno de esos «sistemas» podrá sa­tisfacer sus intereses en, c o m o mínimo, igual medida que la competencia y la confrontación. D e lo que ahora se trata es de vincular las or­ganizaciones a los sistemas.

El vínculo m á s evidente es el que se esta­blece a través de la función que desempeña la organización c o m o foro para negociar normas y, posteriormente, aplicar y supervisar los sis­temas. Young señala, no obstante, que los sis­temas también pueden funcioanr sin organiza­ciones siempre que los Estados se atengan realmente a unas normas convenidas de ante­m a n o y que son, de una u otra manera, auto­rreguladoras. U n ejemplo puede ser el sistema vigente en el territorio de la Antártida, donde las actividades se rigen por un tratado interna­cional que no tiene necesidad de grandes apa­ratos administrativos. En el m i s m o sentido, hay organizaciones que funcionan indepen­dientemente de los sistemas, es decir, que es posible crear organizaciones internacionales que no pretendan contribuir al funcionamien­

to de una serie determinada de reglas y proce­dimientos, sino que tengan por objeto prestar unos servicios que facilitarán la práctica de la diplomacia y ayudarán a los gobiernos a resol­ver problemas que, de otro m o d o , no podrían solucionar por sí solos. Las organizaciones «autónomas» pueden brindar asimismo un fo­ro para que los gobiernos negocien sistemas que al evolucionar, se conviertan en sistemas administrativos autónomos.

El concepto de organizaciones «autóno­mas» resulta sumamente útil para aprehender una función esencial de las Naciones Unidas en un m u n d o cada vez más interdependiente. Las Naciones Unidas brindan, por un lado, el foro que necesita la diplomacia tradicional en un m u n d o formado por Estados cada vez m á s numerosos y divergentes y en el que los gobier­nos no sólo abordan las cuestiones que figuran en el orden del día oficial, sino también otras muchas, aprovechando las reuniones multila­terales y no sólo las bilaterales numerosas que exigen m u c h o más tiempo. Las Naciones Uni­das brindan asimismo unas posibilidades que son necesarias para crear las coaliciones políti­cas e integrar a los nuevos miembros en el m e ­canismo de los asuntos internacionales. Las coaliciones pueden constituir un elemento de mayor confrontación, pero del m i s m o m o d o pueden contribuir a organizar la política inter­nacional c o m o lo hacen, poco m á s o menos , los partidos políticos en materia de política in­terior. Es difícil además imaginar c ó m o los Es­tados que han accedido a la independencia después de la Segunda Guerra Mundial hubie­ran podido intervenir con eficacia en las rela­ciones internacionales con la soltura con que lo hacen hoy, de no haber tenido las posibili­dades que les brinda el sistema de las Nacio­nes Unidas al proporcionar además una in­fraestructura que permite el desarrollo de un sistema mundial de información y de comuni­cación y la codificación del derecho interna­cional tan esencial a su vez para imponer un mínimo de orden en un sistema descentraliza­do de política en el que no existe ningún go­bierno central.

En su sentido más amplio, el sistema de las Naciones Unidas constituye también un im­portante vehículo para ampliar las perspecti­vas de negociación internacional y hacer que los gobiernos puedan afrontar problemas cu­yas implicaciones trasnacionales no siempre

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son consecuencia de unos procesos políticos cuya orientación es m á s limitada, es decir, al­go así c o m o la función de «supervisión m u n ­dial» de que habla el informe de la U N A . La cuestión del medio ambiente mundial es un ejemplo entre otros de c ó m o una organización «autónoma» puede cumplir esa finalidad: a lo largo del decenio de 1960 fue cada vez mayor la preocupación por el medio ambiente en to­dos los países industrializados, y el notable crecimiento de industrialización consecutivo a la recuperación que siguió a la Segunda G u e ­rra Mundial, con la aplicación de los nuevos progresos científicos y tecnológicos a la pro­ducción industrial, acabó por amenazar la ca­lidad del aire y del agua y por alterar el ritmo de muchos procesos naturales. Las consecuen­cias transnacionales de los cambios en el m e ­dio ambiente empezaron a reflejarse también en algunos programas internacionales, c o m o en el caso de la Unesco, por lo que la A s a m ­blea General decidió, dando efecto a una ini­ciativa del Gobierno de Suécia, convocar una conferencia mundial sobre el medio ambiente h u m a n o que se celebró en Estocolmo en 1972. La Conferencia de Estocolmo dio a luz, no so­lamente un nuevo Programa sobre el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, sino que elaboró también toda una serie de proyectos regionales y de normas ambientales que servi­rían de orientación y de meta a los programas nacionales en materia de medio ambiente.

La Conferencia de Estocolmo fue la prime­ra de una serie de conferencias mundiales y períodos extraordinarios de sesiones de la Asamblea General en ampliar el ámbito de los temas objeto de debate internacional y en al­gunos casos pusieron de manifiesto problemas importantes o se ocuparon de objetivos políti­cos de alcance m á s limitado cuando los países interesados eran capaces de obtener una m a ­yoría. El hecho de que las Naciones Unidas funcionen c o m o una organización autónoma carente de un programa concreto de activida­des presenta por desgracia un aspecto nega­tivo: buena parte de las actividades que se superponen y a menudo se contradicen - m e n ­cionadas tanto por Davidson c o m o por Ber­trand en sus informes- tienen su origen en esas conferencias gigantescas que casi siempre se clausuran con una declaración de principios y un programa de acción que se propone plas­mar en la práctica sus objetivos.

Quienes propugnan la realización de confe­rencias c o m o la relativa al crecimiento d e m o ­gráfico o la consagrada a la aplicación de la ciencia y la tecnología al desarrollo, desean, como es natural, suscitar presiones políticas a favor de una mayor actividad. En cierto senti­do, constituyen un indicio de la flexibilidad y vitalidad del sistema de las Naciones Unidas. Pero las conferencias también son la señal del fracaso de la estructura existente, sobre todo en cuanto al funcionamiento del Consejo Eco­nómico y Social y de la Asamblea General, co­m o vehículo capaz de trasladar los nuevos pro­blemas a los debates internacionales o de abordar cualquier cambio en los problemas ya planteados. D e esa forma, lo que hacen es con­tribuir a que cada vez haya más reuniones, más servicios administrativos y más comités, lo que no sólo representa una carga de trabajo mayor para las propias Naciones Unidas, sino que supera con frecuencia la capacidad de cualquier gobierno -salvo los que cuentan con más recursos- para seguir su evolución y parti­cipar en sus deliberaciones45.

El descontrol de los debates internaciona­les atañe sobre todo a un tercer aspecto de las actividades de las Naciones Unidas, los asun­tos económicos y sociales, donde la sobrecarga de trabajo ha sido mayor, ya que constituye el centro de interés de las recomendaciones del Grupo de los 18 y los informes de Davidson, Bertrand y el grupo de estudios de la U N A . Ahora bien, ese descontrol de los debates in­ternacionales es incluso menos lamentable que el conflicto por adueñarse de dicho control, si­tuación que se ha dado especialmente en lo que se refiere a las cuestiones económicas a partir del decenio de 1960, a medida que Nor­te y Sur se han opuesto cada vez más sobre las cuestiones que deberían figurar en los debates previstos, las prioridades que habría que to­mar e incluso los órganos del sistema de las or­ganizaciones internacionales que deberían abordar esos temas. Los países del Norte han considerado prioritarias las necesidades del crecimiento económico y la aplicación de polí­ticas económicas liberales, manteniendo la función primordial de las organizaciones crea­das en Bretton W o o d s y que esos países con­trolan gracias al sistema de votación propor­cional, instando, por último, a los países del Sur a que basen íntegramente los programas de desarrollo sobre los cánones del sistema co-

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mercial que predomina en el m u n d o . El Sur, a partir de la creación de la U N C T A D (Confe­rencia de las Naciones Unidas para el Comer­cio y el Desarrollo), en 1964, y gracias a su abrumadora mayoría en las Naciones Unidas, preparó una estrategia distinta de cooperación y desarrollo económicos. C o n el título de N u e ­vo Orden Económico Internacional, propugnó un aumento considerable de la asistencia para el desarrollo a través de las organizaciones multilaterales, un sistema de preferencias co­merciales en virtud del cual los países del Sur pudieran fomentar la venta de los artículos manufacturados en los mercados del Norte y la concesión de subvenciones internacionales para sostener los precios de los bienes esencia­les que constituyen las exportaciones principa­les de muchos países en desarrollo.

En resumidas cuentas, lo que sucedió es que los países del Sur procuraron utilizar los órganos de las Naciones Unidas para influir en los sistemas monetario y comercial internacio­nales que los países altamente industrializa­dos controlan a través del F M I , el Banco M u n ­dial y el G A T T . Consiguieron que se votara el nuevo orden económico internacional en la U N C T A D y la Asamblea General, rebasando ampliamente el número de votos de Estados Unidos y sus aliados. Al m i s m o tiempo, los países en desarrollo se han sentido permanen­temente frustrados, puesto que las votaciones sólo sirven en las Naciones Unidas para hacer aprobar recomendaciones que no son vincu­lantes. Se han sentido también insatisfechos con la respuesta que las propuestas del nuevo orden económico internacional ha tenido fue­ra de las Naciones Unidas. Entre 1975 y 1985 los préstamos multilaterales a los países en de­sarrollo crecieron en más del 100 %, aplicán­dose preferencias comerciales -aumentadas con programas c o m o los de la Comunidad Económica Europea en virtud de los Acuerdos de L o m é y otros entre productores y consumi­dores para estabilizar los precios- a un n ú m e ­ro hoy considerable de mercancías. Pero la asistencia para el desarrollo proporcionada por los países de la O C D E no ha alcanzado aún el 0,7 % del PIB que se votó en la Estrate­gia para el Desarrollo Internacional, y las eco­nomías de los países en desarrollo han sufrido gravemente con la recesión que azotó al Norte a comienzos del decenio de 1980. Pese a ganar las votaciones no han conseguido que los Esta­

dos industrializados que participan en las «ne­gociaciones mundiales» auspiciadas por las Naciones Unidas revisen los sistemas por los que se rigen las relaciones económicas. Esta si­tuación se resumió como sigue en un análisis anterior al cuadragésimo período de sesiones de la Asamblea General de 1985:

Resentidos por tener que depender de un sistema en el que los mercados externos, los términos del comercio y los tipos de in­terés influyen considerablemente en sus destinos económicos, sin que puedan con­trolarlos, los gobiernos del Sur [...] están obligados a redoblar sus esfuerzos para m e ­jorar su capacidad de negociación, tanto individual c o m o colectiva. Los gobiernos del Norte resistirán a sus embates46.

La confrontación Norte-Sur sobre las cues­tiones económicas no ha hecho sino agravarse a lo largo del tiempo con la denominada «poli­tización» consistente en lo fundamental en su­mar una declaración tras otra en temas con­vertidos y en cuya solución no tienen ningún poder. La mayoría de las declaraciones de ese tipo se refieren a temas controvertidos c o m o el origen del nacionalismo palestino, el apart­heid de Sudáfrica y la urgencia del desarme nuclear. Se trata de cuestiones que tienen su sitio en los debates que se celebran en las N a ­ciones Unidas y que ya son objeto de viva con­troversia al ser debatidos en su m o m e n t o . E n términos generales, existe una posición general del Tercer M u n d o sobre estas cuestiones que se opone estos últimos años a la «occidental» y, particularmente, a la de Estados Unidos. Pero también ocurre con frecuencia que estas cuestiones se mezclen con las de carácter eco­nómico por la necesidad del Tercer M u n d o de mantener la unidad de numerosísimos países cuyos intereses son cada vez m á s divergentes. Para alcanzar la unidad a propósito de cuestio­nes generales c o m o el Nuevo Orden Económi­co Internacional, con frecuencia ha sido ne­cesario llegar a un acuerdo previo para incluir una referencia a intereses concretos de diversos miembros, c o m o el nacionalismo palestino en el caso de los Estados árabes y el apartheid en el caso de los Estados afri­canos del sur del Sahara. Pero la politización ha irritado en particular a Estados Unidos, que se han sentido atacados por las résolu-

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ciones m á s politizadas. Esta irritación se ha difundido entre la opinión pública estadouni­dense y el Congreso ya ha contribuido a que se tomara la decisión de suprimir una parte con­siderable de la contribución norteamericana y de modificar los procedimientos seguidos por las Naciones Unidas para votar las cuestiones de carácter presupuestario47.

La controversia sobre los sistemas econó­micos y la politización se produce en lo que Fromuth denomina «Las Naciones Unidas en tanto que foro económico mundial». Ahora bien, en la práctica, la «acción», por así decir­lo, ha acabado por concentrarse sobre todo en las organizaciones de carácter financiero, a medida que los temas del desarrollo se asocian cada vez más a los problemas del crecimiento económico y de la estabilidad de los mercados mundiales. En realidad se ha empujado a los países en desarrollo hacia la economía m u n ­dial predominante, ya que cada vez es m á s ne­ta la orientación de las políticas económicas a la exportación y que países en desarrollo m á s importantes se apoyaban en fuentes privadas de inversiones de capitales. En cambio, los problemas que se han concentrado en las N a ­ciones Unidas son los que no pueden dejarse a las fuerzas del mercado y exigen el esfuerzo conjugado de toda la comunidad. Así, en el plano operacional, han surgido en las Nacio­nes Unidas múltiples programas económicos y sociales con una identidad propia y con un apoyo m u y amplio, siendo éste el caso del P N U D , del Fondo de las Naciones Unidas pa­ra la Infancia (Unicef), de las actividades de asistencia técnica, las de auxilio en casos de urgencia y del Alto Comisionado de las Nacio­nes Unidas para los Refugiados. D e manera general se trata de actividades consagradas a los países menos adelantados y cuyos objeti­vos son humanitarios y responden a las necesi­dades fundamentales de los países más pobres y desfavorecidos del m u n d o .

Existe en realidad una división de funcio­nes en lo tocante a los asuntos económicos y sociales que se ha visto oscurecida por la con­troversia surgida en torno al Nuevo Orden Económico Internacional y por la práctica de la politización. Ahora bien, ya sea deliberada­mente o no, es algo que se reconoce en dos de las recomendaciones del Grupo de los 18. En la primera se reafirma la función coordinada central del P N U D en cuanto a las operaciones

sobre el terreno. En la segunda se afirma la ne­cesidad de refundir y racionalizar los numero­sos departamentos y programas que se han ido creando de manera pragmática a lo largo de los años y que han llegado a formar una espe­cie de «red de seguridad» social. La búsqueda de la «identidad» que, según afirma con razón Fromuth, es esencial para dotar de una nueva finalidad a las Naciones Unidas, puede consis­tir en aceptar una responsabilidad esencial en lo tocante a los pueblos m á s necesitados de asistencia internacional.

Las orientaciones generales de la reforma de las Naciones Unidas, en lo que se refiere a los asuntos económicos y sociales y también en otras cuestiones, se deprenden de las carac­terísticas propias de la Organización y del lu­gar que ocupa en el amplísimo conglomerado de organizaciones internacionales creadas des­de 1945. Su carácter es universal, lo que lleva consigo ventajas e inconvenientes. Las Nacio­nes Unidas son el único foro mundial que no tiene limitaciones, ni de funciones, ni de te­mas, ni de participación. Brinda la panorámi­ca más global de lo que sucede en el m u n d o y de c ó m o se hallan interrelacionados sus distin­tos componentes. En términos políticos es co­m o un satélite en órbita en el espacio exterior, cuyo centro está en la tierra y cuya función esencial consistirá en fotografiarla. Las Nacio­nes Unidas son, pues, el foro esencial en el que hay que celebrar los debates de carácter inter­nacional, en lo que radica su virtud. Los in­convenientes se deben a la falta de una visión central de c ó m o debería ser el m u n d o . «Exis­ten», y repetimos la advertencia de Robert Cox, «visiones contradictorias sobre el futuro orden mundial...».

Los debates internacionales, al igual que las propias Naciones Unidas, se hallan, pues, frag­mentados y sobrecargados. Hay que racionali­zarlos, formular un conjunto de procedimien­tos ordenados y ejercer una gestión firme a par­tir de un Secretario General activo y que goce de amplio apoyo, puntos todos ellos que se pro­pugnan en las recomendaciones del Grupo de los 18 y en los informes de Davidson, Fromuth, Bertrand y el grupo de la U N A . Pero, en su cali­dad de foro mundial, las Naciones Unidas se­guirán teniendo un ámbito de acción amplio, evolucionando a su propio aire y creciendo al estar abiertas a todos y siempre que haya «vi­siones contradictorias».

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El lugar para la seria reincorporación, está en las actividades operacionales donde el pa­pel de las N U puede ser m á s claramente valo­rado, ahora que tenemos un mejor conoci­miento de la misión y de la variedad de organizaciones existentes. En las cuestiones de paz y seguridad, la reincorporación ha toma­do, de nuevo, plaza. El problema real es que la misión de las N U puede quedar reducida has­ta el punto de una respuesta a la realidad. El papel del Secretario General, especialmente, necesita un fuerte apoyo para facilitar la solu­ción pacífica de disputas consecuencia de la debilitación de acuerdos regionales, a causa de animosidades locales. Al m i s m o tiempo, una misión más amplia para las N U en materias de control de armamentos y desarme debe ser de­sarrollado mediante la progresiva incorpora­ción en la estrategia de las super potencias del control de armamentos. Finalmente, en asun­tos económicos y sociales, la reincorporación está emergiendo en los programas de las N U que cada vez m á s fijan su atención en los paí­ses menos desarrollados y en la formación de una «red de seguridad» que permita a la co­munidad internacional responder a las necesi­dades humanas en momentos de desastres y catástrofes.

C ó m o alcanzar el consenso sobre las reformas

El grupo de estudios de la U N A hace hincapié, como Fromuth y Bertrand, en la necesidad de alcanzar un consenso sobre las reformas de las Naciones Unidas para que éstas sean perdura­bles y tengan un significado. Además , se afir­m a que, conforme a lo dicho por Fromuth, «puede ser necesario realizar reformas estruc­turales» que tengan por objeto mejorar el pro­cedimiento del consenso en las Naciones Uni­das y la manera de «plasmarlo en resultados fructuosos»48. Lo que se dice es de sentido co­m ú n , aunque con ello no se elude el dilema si­guiente: no cabe duda de que determinados cambios estructurales fomentarán la obten­ción del consenso, pero, ¿cómo alcanzar pre­viamente un consenso para decidir qué cam­bios estructurales realizar en primer lugar? La reforma de las Naciones Unidas, c o m o sub­raya con razón Bertrand en su informe, no tiene un carácter técnico ni de gestión, sino

fundamentalmente político. La relación es profunda entre estructura y fondo. Las contro­versias sobre los sistemas económicos interna­cionales y el predominio de un conjunto de or­ganizaciones internacionales sobre otro, por ejemplo, presuponen algo m á s que unas políti­cas económicas y un ajuste entre las organiza­ciones. Se trata también de debates sobre el poder político49.

Así, pues, alcanzar un consenso para apo­yar las propuestas iniciales de reforma de las Naciones Unidas no es tarea sencilla. Las pri­meras reacciones ante las recomendaciones del Grupo de los 18 son esperanzadoras y la obser­vación del Secretario General de que existe una actitud pragmática cada vez m á s difundi­da entre los Estados Miembros puede servir para asentar la nueva base de los acuerdos po­líticos para el futuro. La Unión Soviética ha abonado las sumas que debía a las Naciones Unidas y, al parecer, trata de desempeñar un papel más positivo, sobre todo en lo que se re­fiere a la solución de los conflictos regionales. Pero hay también indicios de peligro: el debate sobre los procedimientos de votación puso de manifiesto un notable resentimiento ante las presiones ejercidas por Estados Unidos. Al mismo tiempo, el Grupo de los 18 dejó sin re­solver los aspectos más importantes de la re­forma, limitándose a recomendar «un estudio más detallado» de los programas económicos y sociales e instando al Secretario General a ejercer una mayor autoridad, sin sugerir nin­guna modificación del procedimiento seguido para su elección. La propuesta del grupo de es­tudios de la U N A de limitar el mandato del Secretario General a siete años es constructi­va, aunque hace depender la decisión del tipo de dirección que se necesita y desea de un a m ­plio acuerdo, en primer lugar, entre los m i e m ­bros permanentes del Consejo de Seguridad que representan al candidato y, en segundo lu­gar, de la mayoría de los miembros que tienen que confirmar su nombramiento.

A pesar de ello, también los que adoptan generalmente una actitud realista reconocen que la política internacional no consiste única­mente en un juego sencillo en el que los Esta­dos cooperen al mismo tiempo que compitan para defender sus propios intereses. N o hay motivo alguno para dar por supuesto que sea imposible alcanzar un consenso favorable a la reforma de las Naciones Unidas, pero no cabe

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duda de que será m u y difícil. La idea de siste­m a s internacionales parte de la propuesta de que los Estados pueden poner en práctica la cooperación y adaptarse a la larga a ciertas normas y procedimientos, por lo que no nece­sitan atenerse continuamente a los dictados de una potencia hegemónica para seguir una pau­ta de conducta. Las Naciones Unidas son una organización «autónoma» y que no depende estrechamente de sistemas concretos. Los Es­tados Miembros han participado, sin embargo, en las actividades de las Naciones Unidas des­de hace bastantes años, algunos de ellos desde hace m á s de cuatro decenios, y en su mayoría siguen interesados, aunque por motivos distin­tos, en su buen funcionamiento.

¿Es el interés por las Naciones Unidas sufi­ciente fundamento c o m o para alcanzar el con­senso necesario a su reforma? Robert Axelrod considera que la cooperación puede evolucio­nar gracias a la realización de actividades en c o m ú n durante las cuales se realiza un proceso de aprendizaje. D e suma importancia al res­pecto es lo que denomina «ampliar la sombra del futuro», esto es, lograr que los participan­tes tengan mayor conciencia de las consecuen­cias futuras, de ámbito m á s amplio, de sus ac­tos. «Hay dos maneras esenciales de lograrlo», dice, «haciendo que las acciones en c o m ú n sean más duraderas o bien que sean más fre­cuentes»50. La cooperación no sólo se fomenta «ampliando la sombra del futuro» sino tam­bién «modificando los resultados, haciendo que la gente se preocupe por el bienestar de los demás y mostrando el valor de la reciprocidad» 51. N o está suficientemente claro si las conclusiones de Axelrod se pueden aplicar a la reforma de las Naciones Unidas, por más atractivas que sean. Otro tanto sucede con la formulación de Robert Keohane sobre la reci­procidad c o m o «estrategia eficaz para mante­ner la cooperación». Basándose en la obra de Axelrod, Keohane distingue entre «reciproci­dad específica» y «reciprocidad difusa»; esta última no entraña un intercambio específico de ventajas, sino un equilibrio general de obli­gaciones recíprocas a lo largo del tiempo. La reciprocidad específica, advierte, corresponde mejor a la política internacional, dado que la obligatoriedad del cumplimiento de las nor­m a s es débil. La reciprocidad es asimismo más difícil en las relaciones multilaterales que en las bilaterales debido a la tentación de quienes

no intervienen decisivamente en el proceso, de intervenir en el mismo 5 2 .

Para que tenga éxito, todo consenso sobre la reforma de las Naciones Unidas deberá aglutinar a los países clave del Norte y del Sur que pueden servir de guía a los demás. La U R S S ha manifestado un interés renovado por las Naciones Unidas, pero tiene que demostrar todavía su credibilidad, y, en cualquier caso, sus recursos son limitados, mientras que tanto sus intereses c o m o su capacidad están sobre todo en función de la seguridad internacional. Es el Norte el que dispone de los necesarios re­cursos financieros para el sistema de las N a ­ciones Unidas, mientras que el Sur posee el necesario número de votos, y tan necesario es lo uno c o m o lo otro para que el sistema fun­cione en sus múltiples aspectos. Tanto el Nor­te c o m o el Sur tienen también interés en que las Naciones Unidas contribuyan al m u n d o del futuro.

El Norte necesita un m u n d o reglamentado, con mayor certeza y estabilidad, para proteger su riqueza y poderío. El Sur necesita un m u n d o abierto en el que pueda intervenir con mayor efi­cacia en la política mundial. Pero los intereses difieren y sólo se conjugarán para que pueda llegarse a un nuevo consenso si ambas partes tienen algo que ofrecerse recíprocamente sobre cuestiones que los han dividido de manera tan radical. Tendrán que hallar el m o d o de comple­mentarse.

Estados Unidos ocupa una posición crucial en todo este proceso y consiguió llevar la crisis de las Naciones Unidas a su punto álgido aprovechando que la Organización depende fi­nancieramente de su contribución, aunque no puede por sí sola reformar las Naciones Uni­das, sino que tendrá que participar en el acuer­do de respaldo a la reforma e, incluso, ponerse al frente del consenso. Para ello habrá que tener presente la diferencia que establece Charles Kindleberger entre «hegemón» y «di­rigente»: «las diferencias entre hegemonía y dirección», ha escrito, «[...] responden a algo m á s profundo que la semántica... [el dirigente] es una persona responsable o que responde a la necesidad y a la que pueden formularse de­mandas o que responde a las demandas de los otros, estando obligado a "resolver" por su ca­pacitación ética y por las circunstancias de la posición que ocupa...»53.

H o y se debate acaloradamente la cuestión

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de si la hegemonía estadounidense sigue o no vigente. M u c h o menos controvertida es la ne­cesidad de que Estados Unidos participe efi­

cazmente en la coalición política que tiene por objeto reformar las Naciones Unidas.

Traducido del inglés

Notas

1. Asamblea General, Documentos oficiales, cuadragésimo primer período de sesiones, suplemento n ú m . 49 (A/41/49), Nueva York, 1986 (A partir de ahora, informe del Grupo de los 18).

2. A / 4 1 / P V . 3 8 , 16 de octubre de 1986, pág. 56.

3. Ibid, pág. 41.

4. Ibid, pág. 37.

5. Informe del Secretario General sobre la labor de la Organización, Naciones Unidas, 1986, pág. 1.

6. Ibid.

7. Informe del Grupo de los 18, pág. 7.

8. A / 4 1 / P V . 38, pág. 41.

9. Informe del Secretario General, op. cit., pág. 1.

10. Informe del Grupo de los 18, pág. 10.

11. George Davidson, United Nations Financial Emergency: Crisis and Opportunity, Nueva York, Agosto, 1986 (mimeografiado).

12. Ibid, pág. 8.

13. Ibid,pàê- 27.

14. Sadruddin Aga Khan y Maurice F. Strong, «Proposals to Reform the U N » , New York Times, página editorial, 8 de octubre de 1985.

15. Peter Fromuth, The UN at 40: The Problems and The Opportunities, U N A - U S A , Nueva York, Juniode 1986.

16. Ibid, págs. 7-8.

17. Informe del Grupo de los 18, passim.

18. Fromuth, op. cit., pág. 19.

19. Ibid, págs. 53-55.

20. Maurice Bertrand, Contribución a una reflexión sobre la reforma de las Naciones Unidas, Dependencia C o m ú n de Inspección, Naciones Unidas, Ginebra, JIU/REP/85/9.

21. Véase A Study of the Capacity of the United Nations Development System, Naciones Unidas, Ginebra, 1969, D P / 5 .

22. Véase el informe del Grupo de expertos para el estudio de la estructura del sistema de las N . V . , Nouvelle structure des Nations Unies pour la coopération économique internationale. Naciones Unidas, Nueva York, 1975, E /AC62 /9 .

23. Bertrand, op. cit., pág. 60.

24. Informe del Grupo de los 18. pág. 9.

25. Bertrand, op. cit., pág. 66.

26. ¡bid, véanse las págs. 68 ss.

27. Fromuth, op. cit., págs. 39-43.

28. A Successor Vision: The United Nations of Tomorrow, Final Panel Report, United Nations Management and Decision-Making Project, United Nations Association of the U S A , Sep. 1987, pág. I (A partir de ahora, informe UNA-USA).

29. Ibid, pág. 4.

30. Ibid, págs. 6-10.

31. Ibid, pág. 5.

32. Robert W . Cox, «Problems of Global Management», en Toby Trister Gati (ed.). The U.S., the UN and the Management of Global Change, Nueva York, N Y U Press. 1983, págs. 238-262.

33. Informe UNA-USA. pág. 11.

34. Ibid, pág. 33.

35. Ibid, pág. 71.

36. Ibid, pág. 79.

37. Ibid, pág. 78.

38. Ibid, págs. 101-102.

39. Ibid. págs. 80-94.

40. ¡bid, pág. 82.

41. Véase Michael Mandelbaum «International stability and nuclear order: the first nuclear regime», en David C . Gompert et al, Nuclear Weapons and World Politics, Nueva York, M c G r a w Hill, 1977, pág. 15-80.

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La reforma de las Naciones Unidas 287

42. Oran Young, «Patterns of international development: Institutions and organizations». Ponencia redactada para la reunión de 1986 de la American Political Science Association (mimeografiado.)

43. Stephan Krasner, «Structural causes and regime consequences: Regimes as intervening variables», International Organization, vol. 36, n u m . 2, 1982, pág. 185.

44. Inis Claude, Swords into Plowshares, Nueva York, R a m d o m House, 1956 (4a Edición, 1971, reimpresa 1984).

45. Bertrand, op.cit.. págs. 4-14.

46. Issues before the 40th General Assembly of the United Nations, Nueva York, U N A - U S A . 1985, pág. 69.

47. Para un análisis anterior del término «politización», véase Gene M . Lyons et ai, «The politicization issue in the U N Specialized Agencies», en David A . Kay, ed.. The Changing United Nations, Actas de la Academy of Political Science, vol. 32, n u m . 4, Nueva York, 1977, págs. 81-92.

48. Fromuth. op.cit., pág. 45.

49. Stephan D . Krasner. Structural Con/licl, Berkeley,

University of California Press, 1985.

50. Robert Axelrod, The Evolution of Cooperation, Nueva York, Basic Books, 1984, pág. 129.

51. Ibid, págs. 140-14I.

52. Robert O . Keohane. «Reciprocity in internacional relations». International Organization, vol. 40, n u m . 1, 1986, págs. 23-24.

53. Charles Kindleberger, «Hierarchy versus inertial cooperation». International Organization, vol. 40. n u m . 4 . pág. 844.

Apéndice

El Consejo Universitario para el Sistema de las Naciones Unidas (ACUNS)

El Consejo Universitario para el Sistema de las Naciones Unidas fue creado en la conferen­cia fundacional celebrada en Dartmouth Col­lege, Hanover, N . H . Estados Unidos de A m é ­rica, los días 26 a 28 de junio de 1987, con la finalidad de fomentar y apoyar la enseñanza y las investigaciones que profundicen y amplíen nuestra comprensión de la cooperación inter­nacional. El Consejo presta especial atención a los programas y organizaciones del sistema de las Naciones Unidas y a otras organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales que fomentan la capacidad de la comunidad internacional de hacer frente a los problemas que afectan al futuro de todo el mundo .

El A C U N S aceptó la oferta del Dickey En­dowment for International Understanding de instituir una secretaría central en el Dart­mouth College y prestar apoyo financiero a las actividades del Consejo. La labor del Consejo ha sido posible asimismo gracias a una sub­vención para planificación de la Fundación Ford, correspondiente al período del lo. de enero al 30 de diciembre de 1988. La subven­ción de la Fundación Ford, juntamente con la ayuda prestada por Darmouth y las cuotas de sus miembros, han permitido al Consejo crear

un conjunto de grupos de planificación y abrir una oficina de enlace en el Instituto Ralph Bunche para las Naciones Unidas, situado en el Graduate Center de la Ciudad Universitaria (City University) de Nueva York. Las activi­dades de planificación responden a los tres centros de interés que se determinaron en la conferencia fundacional: enseñanza, investiga­ción y servicio de documentación e informa­ción.

El A C U N S organizará conferencias anua­les, que tendrán tres finalidades: proveer la di­rección de los asuntos del Consejo; debatir los informes de los grupos de estudios y reforzar los nexos entre los universitarios y los funcio­narios de las Naciones Unidas.

La primera conferencia anual tuvo lugar en Nueva York, los días 23 a 25 de junio de 1988. La Conferencia aprobó los estatutos del A C U N S y constituyó una posibilidad inhabi­tual para los miembros del A C U N S de estable­cer contactos directos con el personal de la Se­cretaría de las Naciones Unidas, miembros de las delegaciones y representantes de organiza­ciones no gubernamentales.

El Secretario General, D o n Javier Pérez de Cuéllar, en un discurso que pronunció, hizo

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288 Gene M. Lyons

hincapié en las relaciones entre los estudios de alto nivel y la práctica, uno de los principios rectores del programa del A C U N S .

La conferencia aprobó la composición del nuevo Comité Ejecutivo que llevará a cabo el programa del Consejo. Preside el Comité Leon Gordenker, y Rodolfo Stavenhagen y John Trent son sus vicepresidentes, siendo los res­tantes miembros Herschelle Challenor, John Fobes, Ernst Haas, Margaret Karns, Benjamin Rivlin, Modesto Seara-Vázquez y James P. Se-well. Gene M . Lyon ocupa el cargo de Direc­tor Ejecutivo del A C U N S . El Comité Ejecuti­vo estableció un programa de trabajo y creó un comité permanente de enseñanza, para recopi­lar inventarios de los materiales existentes y que redactará una propuesta a largo plazo para elaborar módulos didácticos. Analizó asimis­m o las recomendaciones para una estrategia de la investigación elaborados por Rodolfo Stavenhagen y James P. Sewell. Se convino en que era necesario contar con m á s datos, parti­cularmente acerca de las tendencias de las in­vestigaciones realizadas fuera de América del Norte. El Comité Ejecutivo acordó también iniciar una colección de publicaciones del ACUNS.

En el otoño de 1989 se celebrará una confe­rencia internacional de investigación sobre el futuro del sistema de las Naciones Unidas, pa­trocinada conjuntamente por el A C U N S , la International Studies Association, la Interna­tional Political Science Association y la Inter­national Peace Research Association. Dicha conferencia tiene dos objetivos fundamenta­les: en primer lugar, analizar las recomenda­ciones de reforma conforme a la panorámica de las relaciones internacionales que se des­prende de las investigaciones universitarias más recientes y, en segundo lugar, evaluar una serie de estudios por países encargados para la conferencia, examinando el m o d o en que los gobiernos integran la asistencia de las Nacio­nes Unidas, y de las organizaciones multilate­rales en general, en sus procesos de formula­ción de políticas.

Si se desea m á s información sobre el A C U N S , y en particular sobre las condiciones en que tanto instituciones c o m o personas a tí­tulo individual pueden adherirse a él, pueden solicitarse a:

Prof. Gene M . Lyons Executive Director

A C U N S / U n i t e d Nations Institute Dickey Endowment 207, Baker Library/Box 6025 Dartmouth College Hanover, N . H . 03755 E E . U U

Estatutos del Consejo Universitario para el Sistema de las Naciones Unidas

(Aprobados en la primera conferencia anual, celebrada en Nueva York, el 23 de junio de 1988)

/. Denominación y finalidad A . El Consejo Universitario para el Sistema de las Naciones Unidas es una asociación inter­nacional de instituciones de educación e inves­tigación y de universitarios, profesores, profe­sionales y otras personas a título individual que trabajan en las organizaciones internacio­nales y se dedican a su estudio y tienen interés profesional en fomentar y apoyar la enseñanza y la investigación que profundicen y ensan­chen nuestro entendimiento de la cooperación internacional. El Consejo presta especial aten­ción a los programas y organizaciones del sis­tema de las Naciones Unidas y a otras organi­zaciones intergubernamentales y no gubernamentales que fomentan la capacidad de la comunidad internacional de hacer frente a los problemas del futuro del m u n d o .

B . El Consejo actúa habitualmente c o m o asociación educativa y de investigación y ob­serva las reglas de conducta adecuadas para ser eximido de toda imposición fiscal confor­m e a las leyes vigentes en los países en que rea­liza proyectos.

//. Miembros Hay dos categorías de miembros:

A . Los miembros institucionales: institucio­nes educativas de investigación cuyas funcio­nes esenciales coinciden con los objetivos del Consejo.

B . Los miembros a título personal: universi­tarios, profesores, profesionales y otras perso­nas que trabajan en organizaciones internacio­nales o las estudian y que comparten los objetivos del Consejo.

Page 160: Politicas de Crecimiento Economicas

La reforma de las Naciones Unidas 289

777. Órganos de gobierno A . Se invitará a todos los miembros a que in­tervengan y voten en la reunión anual; los miembros institucionales tendrán derecho a enviar a dos representantes con derecho de vo­to. La reunión anual tendrá la última palabra acerca del programa y actividades de la asocia­ción.

B . La administración del Consejo corres­ponderá a un comité ejecutivo formado por el Presidente del Consejo, un Presidente electo, dos Vicepresidentes y siete miembros. Los miembros del Comité reflejarán el carácter in­ternacional del Consejo.

C . Al Director Ejecutivo corresponderá en­cargarse de la ejecución permanente del pro­grama del Consejo, bajo la dirección del C o ­mité Ejecutivo; será miembro sin derecho de voto del Comité y actuará como Secretario del Consejo.

D . U n funcionario responsable de la insti­tución huésped, será el tesorero del Consejo.

IV. Reunión de los miembros del Consejo A . Las resoluciones de la reunión anual y de las reuniones extraordinarias de los miembros del Consejo constituirán la expresión de la vo­luntad de los miembros y determinarán la po­lítica que habrán de ejecutar el Comité Ejecu­tivo y la Oficina de la Sede.

B . Los miembros del Consejo celebrarán una reunión anual. El Comité Ejecutivo, a ini­ciativa propia o a petición del 20 % de los miembros del Consejo, convocará las reunio­nes extraordinarias de los miembros del Con­sejo. El Comité Ejecutivo determinará la fe­cha, hora y lugar de las reuniones de los miembros, datos que comunicará a los miem­bros. Toda medida que se adopte en una reu­nión de los miembros deberá obtener la apro­bación de la mayoría de los miembros presentes con derecho a voto, salvo en el caso de las m o ­dificaciones de los Estatutos, las cuales debe­rán realizarse conforme a lo dispuesto en el Artículo VIII.

V. Candidaturas y elecciones A . El Comité Ejecutivo deberá tener una com­posición internacional. Los miembros de su

Mesa y sus miembros serán elegidos por el Consejo en la reunión anual entre las candida­turas que presente el comité y aprobadas por el Consejo por recomendación del Comité Eje­cutivo o a petición de diez miembros del Con­sejo con derecho de voto. Las elecciones se de­cidirán por mayoría de los miembros presentes que tengan derecho de voto.

B . El Presidente del Comité Ejecutivo será elegido por un período de dos años y los dos Vicepresidentes y demás miembros por un pe­ríodo de tres años. El Presidente electo ocupa­rá ese cargo durante un año antes de asumir la responsabilidad de Presidente por un período de dos años*.

C . El Comité Ejecutivo nombrará al Direc­tor Ejecutivo por un período de cinco años o por un período más breve si así lo determinare el Comité Ejecutivo.

VI. Los comités del Consejo La ejecución del programa del Consejo, con­forme a las decisiones adoptadas por la reu­nión anual, corresponderá al Comité Ejecutivo y a cualquier otro comité y grupo de trabajo que el Comité Ejecutivo considere necesarios o adecuados para desempeñar sus funciones.

A . El Comité Ejecutivo tendrá las siguien­tes responsabilidades:

1. Convocará la reunión anual y preparará el programa y presupuesto para su examen por parte de los miembros;

2. Allegará los fondos necesarios para los proyectos aprobados por el Consejo y adopta­rá todas las medidas necesarias para que se puedan ejecutar adecuadamente;

3. Mantendrá a los miembros del Consejo plenamente informados de las actividades del programa;

4. Determinará las cuotas que habrán de abonarse para formar parte del Consejo;

* Las elecciones iniciales de los Vicepresidentes y miembros del Comité Ejecutivo se organizarán de m o d o que se elija a un Vicepresidente y a tres miembros por dos años y al otro Vicepresidente y a los otro cuatro miembros por tres años; asimismo, el Presidente electo será elegido un año después de las elecciones iniciales.

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290 Gene M. Lyons

5. Supervisará el funcionamiento de la Ofi­cina de la Sede y la ejecución del programa y presupuesto del Consejo;

6. Efectuará los trámites necesarios ante las autoridades adecuadas de la institución hués­ped para la administración de la Oficina de la Sede; y

7. Designará los comités y grupos de trabajo que se requieran para ejecutar el programa del Consejo.

B . Los restantes comités y grupos de traba­jo creados por el Comité Ejecutivo estarán for­mados por miembros del Consejo con derecho de voto en la reunión anual. Se encargarán de las misiones que les confíe el Consejo Ejecuti­vo en aplicación del programa del Consejo.

VIL La oficina de la sede A . La Oficina de la Sede se establecerá m e ­diante votación del Comité Ejecutivo en una de las instituciones miembro del Consejo que se preste a facilitar los locales necesarios y asu­m a las disposiciones que se precisen conforme al acuerdo establecido entre el Comité Ejecuti­vo y las autoridades correspondientes de la institución huésped.

B . Conforme a acuerdos escritos con la ins­titución huésped, el Consejo funcionará en ca­lidad de proyecto especial y, por lo que se re­fiere a los aspectos jurídicos y financieros, será considerado parte de la institución huésped.

C . El Director Ejecutivo será un empleado y miembro del cuerpo docente o del personal investigador de la institución huésped. Al Di­rector Ejecutivo corresponderá la tarea de en­cargarse del funcionamiento de la Oficina de la Sede conforme al presupuesto aprobado por el Consejo en la reunión anual o en una reu­

nión extraordinaria, previo acuerdo por escri­to con la institución huésped y habida cuenta de la disponibilidad de fondos para los progra­mas del Consejo.

VIII. Enmiendas El Consejo Ejecutivo o 25 miembros del C o n ­sejo podrán proponer enmiendas a estos Esta­tutos. Las propuestas de enmienda se presen­tarán en la siguiente reunión anual o extraordinaria de los miembros y se conside­rarán adoptadas si son aprobadas por las dos terceras partes de los miembros presentes y votantes. A recomendación del Comité Ejecu­tivo, las enmiendas podrán ser sometidas a vo­tación por correo de todos los miembros, una vez debatidas en la reunión anual, y serán adoptadas si las aprueban las dos terceras par­tes de los miembros.

IX. Procedimientos Las reuniones de los miembros y del Comité Ejecutivo se desarrollarán de acuerdo con la práctica habitual de los órganos parlamenta­rios. El Comité Ejecutivo procurará que se de­signe a un parlamentario que ejercerá sus fun­ciones en el curso de las reuniones de los miembros.

X. Disolución del Consejo En caso de disolución del Consejo, los bienes y obligaciones del Consejo serán objeto de acuerdos específicos convenidos con las fuen­tes de financiación teniendo en cuenta las dis­posiciones generales previstas por la legisla­ción de la institución huésped.

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos

R.S . Khare

En el siguiente artículo, R.S. Khare analiza la catástrofe industrial de Bhopal, la cual, cuatro años después, sigue provocando la muerte de 800 personas al año, como un fracaso de la mo­dernidad y de la racionalidad instrumental que rigen las sociedades contemporáneas.

Este hecho tiene implicaciones humanas, culturales y ambientales, algunos aspectos de las cuales ya han sido tratados en anteriores nú­meros de la R ICS: «Maîtriser l'environnement de l'homme», vol. XXII, núm. 4, 1970; La tecnolo­gía y los valores culturales, vol. XXXIII, núm. 3, 1981; El hombre en los ecosiste­mas, núm. 93, 1982; «Envi­ronmental Awareness», núm. 109, 1986; y Moder­nidad e identidad: un sim­posio, núm. 118, 1988.

El próximo número de la Revista Internacional de Ciencias Sociales (núm. 121, setiembre 1989), esta­rá dedicado a las dimensio­nes sociales de los cambios en un entorno planetario, y estudiará las inter­acciones entre la especie humana y la tierra, con consecuencias tales como el «efecto de sierra», el «agujero de la capa de ozono», las «lluvias ácidas», la contaminación de los océanos, la destrucción de los bosques tropicales, la deserti-zación o la vulnerabilidad creciente de las po­blaciones que viven en las zonas más pobres del planeta.

A.K.

Por distintas razones, el accidente industrial de Bhopal sigue siendo una extraordinaria mara­ña de factores relacionados con la cultura jurí­dica, científica e histórica. Durante lo que qui­zás haya sido la peor catástrofe industrial del m u n d o , ocurrida en la noche del 2 al 3 de di­ciembre de 1984, una emanación de «gas vene­noso» (isocianato de metilo, según ciertos in­formes y fosgeno, según otros) procedente de una fábrica de pesticidas de Union Carbide se

expandió por una zona densamente poblada de Bhopal, ciudad de 700.000 habitantes del Estado de Madhya Prasdeh, en la In­dia y de acuerdo con la m a ­yoría de las estimaciones, provocó la muerte de más de 2.250 personas y trastor­nos crónicos en otras 200.000. Las repercusiones internacionales del acci­dente salieron a la luz casi a la mañana siguiente al en­contrarse en el centro mis­m o de la controversia una

importante empresa multinacional estadouni­dense. Desde entonces, en India la imagen de esta catástrofe se ha estructurado en torno a una dicotomía entre lo autóctono (esto es, la Unión de la India, el Estado de M a d h y a Pra­desh y la población de Bhopal) y lo foráneo (es decir, los intereses comerciales estadouniden­ses y, en términos más generales, la ciencia y la tecnología occidentales).

En cambio, en Estados Unidos, aunque las reacciones del m u n d o del derecho, las empre­sas privadas, la bolsa y los medios nacionales e

R . S. Khare es profesor de antropolo­gía en la University of Virginia, Char­lottesville, Virginia 22906, E E . U U . y presidente de la International Union of Anthropological and Ethnological Sciences de la comisión de antropolo­gía y alimentación (IUAES). Es autor de numerosas publicaciones sobre la sociedad, la cultura y el cambio social en India. Recientemente ha publicado Culture and Democracy in Modern In­dia.

R I C S 120/Jun. 1989

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292 RS. Khare

internacionales dedicados a la ciencia y la tec­nología industriales fueron diversas, en el fon­do también giraban en torno a una clara dicoto­mía: «nosotros» contra o frente a «ellos». La superioridad y el predominio de la legislación, la tecnología (y la cultura científica) y la ad­ministración de empresas de Estados Unidos se plantearon de m o d o sutil pero in­equívoco c ó m o las cuestiones principales, an­tes de que en los medios de comunicación y en los tribunales estadounidenses e indios pudie­ran determinarse la culpa, la responsabilidad en materia de prevención de los riesgos y las indemnizaciones pecuniarias. Encubierto por estrategias consistentes en echar la culpa a otro (por ejemplo, aducir que un empleado indio había saboteado las instalaciones de Union Carbide) y en limitar la indemnización (por ejemplo, la correspondiente a una víctima in­dia no puede calcularse con arreglo a la misma escala que se aplicaría a una víctima estadouni­dense), el principal mensaje que se transmitía era el siguiente: India carece de una cultura científica evolucionada y no puede manejar la transferencia de tecnologías complejas. En otras palabras, si se produjo el accidente de Bhopal fue por el bajo nivel de cultura científi­ca de India, agravado por errores sociopolíti­cos. Si se extrapola este argumento, resulta que la modernidad de India aún se considera es­puria o de segundo orden y su ciencia y su tec­nología son menos genuínas que las de Estados Unidos1.

Habida cuenta de la intensidad y el alcance de los debates sobre el accidente de Bhopal des­de el comienzo, es preciso situar adecuadamen­te la catástrofe, tanto desde el punto de vista de los hechos como del de la interpretación. U n aspecto interesante de este caso, no obstante, es que las interpretaciones partidistas (jurídicas, políticas o tecnológicas) aparecieron incluso antes de que pudieran reunirse y estudiarse los elementos fácticos y, desde entonces, lo que más ha predominado han sido las interpreta­ciones. Hasta cierto punto, puede obtenerse una perspectiva un poco mejor examinando re­trospectivamente una recopilación de informes publicados, en la que los principales grupos an­tagónicos e interesados se definen en función de sus responsabilidades globales. Gracias a dos extensos volúmenes que sobre el accidente de Bhopal publicó el Instituto de Estudios Jurí­dicos de la Facultad de Derecho de la Universi­

dad de Wisconsin (Madison), actualmente con­tamos, por lo menos en una primera fase, con un panorama multifacético. Aparte de las pro­pias víctimas, no tardó en producirse el conflic­to esencial entre las siguientes partes princi­pales:

Gobierno del Estado de M a d h y a Pradesh con­tra Union Carbide India Ltda. (UCIL), con­tra Union Carbide ( U C , E E . U U . ) , y contra Gobierno de la India (Central).

Gobierno de India (Unión de la India) contra, Union Carbide (UCIL y U C ) , y contra G o ­bierno de E E . U U . (implícitamente).

Inmediatamente se sumaron a la batalla los periodistas indios y estadounidenses y los edi­toriales de la prensa diaria, aparte de las decla­raciones sobre el accidente de Bhopal hechas por físicos, abogados, tecnólogos, grupos de presión especializados en cuestiones científicas y expertos nacionales e internacionales del m o ­mento. A m é n de los artículos, editoriales y aná­lisis exhaustivos publicados en la prensa, los medios científicos, comerciales, jurídicos e in­dustriales estadounidenses prepararon docu­mentos técnicos. Por m u y espontáneas y vocin­gleras que hayan sido las reacciones de India, se contuvieron u obstaculizaron en gran medida «por razones judiciales» (con la excepción de la prensa de India por las informaciones que pu^. do obtener)2. Las instituciones científicas de ese país no escatimaron esfuerzos para neutra­lizar los riesgos que subsistían en la fábrica de Union Carbide e investigar la naturaleza de la fuga de gas y sus consecuencias para la salud de la población local. Pero sus conclusiones se in­corporaron al expediente jurídico del Estado y se prestaron a pocos debates abiertos.

D e esta manera, el accidente de Bhopal pro­vocó rápidamente un conflicto entre varias partes que se caracterizó por un claro intento de controlar las conclusiones científicas delica­das. Si bien no se tardó en incorporar la visión de las víctimas de la catástrofe al proceso judi­cial incoado por el Estado contra Union Carbi­de (de India y de Estados Unidos) ante los tri­bunales estadounidenses e indios, la empresa multinacional modificó su posición sobre la responsabilidad y la indemnización aduciendo razones legales. Estos cambios, abiertamente partidistas y de los que a menudo dio cuenta la prensa internacional, deformaron e incluso ocultaron las cuestiones primordiales que puso

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 293

en juego la catástrofe, en particular la gestión de las tecnologías peligrosas, la tendencia de las empresas industriales multinacionales a cons­truir instalaciones de producción baratas y una actitud negligente, casi insensible, de las autori­dades locales frente a la seguridad industrial. Por encima de todas estas cuestiones se plan­teaba, por supuesto, la necesidad jurídica, m é ­dica, política y moral de indemnizar rápida y adecuadamente a las víctimas.

Pero la compensación efectiva que hubiera correspondido a cada una de las partes -el G o ­bierno de India y Union Carbide- se redujo a una s u m a insignificante por las escapatorias que se encontraron en las normas y la cultura jurídica, tecnológica y burocrática india y es­tadounidense. Esperar otra cosa hubiera sido hacerse vanas ilusiones; lo esencial, en conse­cuencia, es que las reacciones nacionales e in­ternacionales ante las grandes catástrofes in­dustriales siguen fundamentalmente un patrón establecido e institucionalizado (económico, tecnológico, histórico, jurídico y político). Por esta razón, para analizar y explicar correcta­mente el accidente industrial de Bhopal es abso­lutamente imprescindible interpretar con deteni­miento los factores que han entrado en juego.

Aunque sea persuasivo, un argumento de esa índole no puede reflejar el contexto social total o completo si no se toman en cuenta las propias reacciones socioculturales de la pobla­ción ante una catástrofe industrial. La impor­tancia de ese examen es capital y la polémica a que dé lugar debe cotejarse con la realidad de las limitaciones institucionales. C o m o ya he afirmado en otra parte, la reacción popular al accidente de Bhopal fue enérgica y racional3. N o sólo disipó la imagen habitual de pasividad y fatalismo que se da de los indios sino que, además, puso en cuestión, más bien de manera irónica, la racionalidad y eficiencia de las reac­ciones de los funcionarios públicos, los de Union Carbide y de los abogados estadouni­denses que acudieron en el acto en busca de clientes, con el fin de procurarles una indemni­zación «justa y rápida».

Cuando se observa la reacción local ante la catástrofe industrial lo que salta a la vista es que la población utilizó al m á x i m o sus recursos socioeconómicos inmediatamente después; sus esfuerzos por alejarse de la «nube» fueron todo lo racionales y eficientes que podían ser en esas circunstancias traumáticas. Estudiantes,

vecinos y organizaciones de voluntarios traba­jaron incesantemente para prestar ayuda. E n cambio, según los informes, las instituciones administrativas, científicas y de seguridad so­cial fallaron cuando m á s se las necesitaba: en las horas siguientes a la catástrofe. Union Car­bide no se portó mejor. Ni se preocupó verda­deramente por la tragedia y el sufrimiento de los seres humanos, ni sus expertos, indios y es­tadounidenses, dieron muestras de ninguna «competencia de alta tecnología» para conte­ner y controlar los efectos a largo plazo de la intoxicación por gas. E n cambio, sí dedicaron m u c h o tiempo a encubrir sus propios errores y formas de proceder desatinadas en la adminis­tración de la fábrica. Por si los daños causados no bastaran, vino luego el manido argumento de que la tragedia de Bhopal se debía a la au­sencia de una cultura industrial en India. En realidad lo que ponía de manifiesto era el fraca­so de la cultura industrial en el extranjero, es­pecialmente cuando se trataba de reaccionar ante una catástrofe masiva que se había produ­cido fuera de las fronteras estadounidenses.

Al tratar de sacar «lecciones» del accidente de Bhopal, hay que considerar conjuntamente las dos pautas de reacción. El debate y el análi­sis deben alternar entre ambas para determinar c ó m o lograr que las instituciones se hagan m á s sensibles a las necesidades de la gente y asuman sus responsabilidades en circunstancias tan ex­cepcionales. Aunque nunca debe perderse de vista este objetivo m á s amplio, el mensaje que se desprende de los acontecimientos posterio­res al accidente de Bhopal no es m u y alentador. En realidad, el aprendizaje social a partir de la «peor catástrofe industrial» ha sido insignifi­cante. Suponiendo que se haya transformado en algo, el accidente ha pasado a ser el tema de una maraña malsana e interminable de oscuros procedimientos judiciales en Estados Unidos y en India, que ha relegado a último plano todos sus demás aspectos esenciales. Desde el princi­pio hubo un intercambio de acusaciones y con­traacusaciones de culpa, oportunas desde el punto de vista judicial, para lograr que el acci­dente se inscribiese en el contexto del desfase tecnológico e histórico existente entre India y Estados Unidos de América. Por ejemplo, a po­cas semanas del accidente se culpó al capitalis­m o , a la codicia colectiva, al error h u m a n o , a la ley Murphy , a transferencia de tecnología, a Union Carbide en sus múltiples implantacio-

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294 RS. Khare

Expresiones de la ira de la población de Bhopal. Balder/Sygma.

nes, tanto en India c o m o en otras partes, al G o ­bierno del Estado de Madhya Pradesh e incluso al sabotaje4.

Factores de neutralización

Teniendo en cuenta la torpeza para ocuparse del accidente de Bhopal y reaccionar ante el mismo desde un comienzo, hoy se pueden ana­lizar ciertos factores básicos que probablemen­te hayan impedido actuar debidamente ante la catástrofe.

Concretamente, cabe citar tres factores m u y importantes en este contexto: el choque entre dos culturas jurídicas; la politización de la res­ponsabilidad y la indemnización, y una moder­nidad fallida. Los tres expresan algunas tensio­nes no resueltas entre la ciencia, el derecho y la cultura occidentales, en un plano general, y en­tre la ciencia, India y su modernidad político-jurídica en el plano nacional. Si optamos por una perspectiva suficientemente amplia, vere­

m o s que la reacción chapucera ante la catástro­fe de Bhopal se produjo porque, en cierto senti­do, India se parece demasiado y, en otros, difie­re mucho de Estados Unidos. D e cualquier manera, tanto desde el punto de vista de sus instituciones jurídicas, su burocracia, su tecno­logía y su sistema público de seguridad social India y Estados Unidos no lograron aprehen­der las dimensiones y repercusiones reales de la catástrofe de Bhopal. El fracaso de Estados Unidos es por lo menos tan grave c o m o el de India, si no más .

Permítasenos considerar esos tres factores, uno por uno, habida cuenta de ciertos elemen­tos escogidos.

El conflicto entre culturas jurídicas

Las relaciones entre el derecho nacional e inter­nacional y la industria y la sociedad se plantea­ron como eje central de la catástrofe de Bhopal ya desde el primer día. Inmediatamente apare-

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 295

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296 R.S. Khare

cieron en Bhopal abogados estadounidenses, encabezados por M r . Marvin Belli, de 77 años de edad, que presentó rápidamente contra Union Carbide una demanda por daños y per­juicios por un importe de 15.000 millones de dólares «en nombre de las víctimas». El Times de Londres se refirió a «... la justicia, con botas de cocodrilo y corbata de lunares» y añadía que había «algo grotesco en esta bufonada judicial estadounidense»5. También se citó una decla­ración de M r . Belli en la que éste afirmaba: «Quiero que su proceso tenga lugar en Estados Unidos para que los indios obtengan de Esta­dos Unidos una indemnización por daños y perjuicios por el mal funcionamiento de un procedimiento estadounidense»6.

Las iniciativas judiciales y políticas del G o ­bierno de India, tanto por el Estado de M a d h y a Pradesh c o m o por el Gobierno Central, fueron igualmente rápidas. El 5 de diciembre de 1984, especialistas en el medio ambiente, médicos y científicos nacionales entraron en escena junto con un equipo de la Oficina Central de Investi­gación. El Primer Ministro había acudido a Bhopal el día anterior y recibía informes que los expertos le enviaban desde el lugar del acci­dente. Pese a ello, el acontecimiento seguía es­tando sumido en una gran confusión judicial que hubiera durado aún m á s si los abogados estadounidenses no hubieran entrado en liza para firmar miles de demandas contra Union Carbide, prometiendo indemnizaciones astro­nómicas. C o m o observa Hazarika en su libro Bhopal: The Lessons of a Tragedy, los abogados estadounidenses hicieron dos cosas al mismo tiempo: «Aunque reprobaba el alboroto que or­ganizaban y el descaro de que hacían gala los abogados estadounidenses, el Gobierno de In­dia pensó que tenía la clave de una plataforma eficaz para demandar a Union Carbide»7.

Pero el verdadero conflicto entre las dos culturas jurídicas no se había concretado aún: lo hizo cuando el Gobierno de India decidió iniciar y defender el caso Bhopal en los tribuna­les estadounidenses haciendo hincapié en la in­suficiencia y las carencias del sistema jurídico indio. Para sustentar ese argumento se citaron estudios recientes de juristas estadounidenses especializados en India, c o m o Marc Galanter8. Sin embargo, c o m o se sabe actualmente, la es­trategia salió al revés, especialmente cuando Union Carbide contrató el eminente jurista in­dio N . A . Palkhivala para que adujese lo contra­

rio, esto es, que los tribunales de India eran más que competentes para fallar sobre el caso Bhopal. El Juez Keenan decidió, en consecuen­cia, que éste no debía remitirse a un tribunal estadounidense: «Sería un acto imperialista. En 1986 la Unión de la India es una potencia mundial, y sus tribunales tienen la competen­cia, ya demostrada, para hacer justicia de m a ­nera equitativa»9.

El verdadero conflicto entre ambas culturas jurídicas radica en la insospechada similitud de actitudes respecto de los tribunales. Al igual que los estadounidenses, los indios suelen plei­tear a menudo . Entablan procesos con los que ponen en juego su sentido del honor, su presti­gio y sus recursos socioeconómicos. Quienes invocaban la insuficiencia del sistema jurídico indio no tuvieron bastante en cuenta el arraigo de esta actitud cultural y no tardaron en perder terreno, c o m o era previsible. La defensa de la India actuó en el asunto de Bhopal exactamen­te c o m o solía actuar, según demuestran infor­mes recientes10. Inició su ofensiva judicial te­niendo presentes dos metas primordiales: en primer lugar, lograr una iniciativa y una in­fluencia políticas y, en segundo lugar, reclamar una indemnización económica para la Unión de India, con arreglo a la escala estadounidense o, lo que es lo mismo , la máxima. Hazarika se­ñala: «Después de enero de 1985, el Gobierno de la India avanzó rápidamente gracias a la ayuda de un decreto presidencial, en primer lu­gar, y, luego, de una decisión del Parlamento en virtud de la cual éste se transformó en el único representante legal de las víctimas de la emana­ción de gas "con arreglo al principio de parens patriae"»11. Desde el primer m o m e n t o la de­m a n d a de India indicaba que el país estaba dis­puesto a entablar una larga batalla judicial en la que se prestaría particular atención a la respon­sabilidad, a fines de la indemnización, de una empresa transnacional implantada en un país del Tercer M u n d o . En cambio, según parece, Union Carbide se equivocó m á s de una vez so­bre la actitud y las intenciones de India en el terreno legal, debido a lo cual fracasó en reite­radas ocasiones al intentar resolver el problema al margen de los tribunales.

El conflicto entre los sistemas jurídicos si­gue intensificándose en torno a las víctimas de Bhopal, sobre todo porque ambos tienden sis­temáticamente a enredarse en procedimientos judiciales largos y tortuosos y porque tienen

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 297

concepciones m u y diferentes de la función que cumple una empresa transnacional estadouni­dense. Quizá la ironía estribe no sólo en que las víctimas se vean relegadas al último plano, sino también en que no haya una clara victoria jurí­dica ni moral para ninguna de las dos partes en pugna y no se saque ninguna gran lección de la principal catástrofe industrial del m u n d o .

Transferencia de tecnología desvirtuada e irresponsabilidad

Si para algo útil sirvió la atención que todo el m u n d o prestó a la catástrofe de Bhopal fue pa­ra preocuparse, aunque no haya sido más que esporádicamente, por la relación crítica exis­tente entre la tecnología, la economía y los va­lores humanos . Las emanaciones que provoca­ron la catástrofe de Bhopal procedían de una fábrica de Union Carbide en la que se produ­cían plaguicidas de carbamato a partir de dis­tintos productos químicos intermedios, uno de los cuales era el isocianato de metilo. Era una fábrica que simbolizaba las proezas tecnológi­cas de vanguardia de una empresa gigantesca, cuyas normas de diseño y seguridad se habían fijado para ser uniformemente respetadas «en cualquier lugar del planeta en el que Union Carbide funcione», según palabras pronuncia­das por el Presidente de Union Carbide, W a r ­ren Anderson, el 14 de diciembre de 1984, an­te un subcomité del Congreso Estadouniden­se12. Irónicamente, las fábricas de Union Car­bide de Bhopal y de Institute (West Virginia Occidental) tienen un historial de fallos del sistema de seguridad y, después de la catástro­fe, ha surgido una gran controversia sobre los dispositivos de seguridad y los problemas de concepción en la fábrica de Bhopal.

A raíz de esta catástrofe se han planteado esencialmente cuatro preguntas que, aunque guardan relación entre sí, son netamente dis­tintas. La primera se refiere a la naturaleza de la transferencia de tecnología, su «envasado» y su control global, especialmente en un lugar c o m o Bhopal. ¿Hay, en tales casos, una autén­tica «transferencia» de tecnología o se trata m á s bien de optimizar la rentabilidad de la fa­bricación de un producto en un país en desa­rrollo, es decir, un país donde la m a n o de obra es barata? En segundo lugar, ¿la construcción de la fábrica y los controles cotidianos de fun­

cionamiento se ajustan a un código estricto y uniforme de normas internacionales o existe un desfase real y cada vez mayor entre lo que se pretende (o prescribe) en teoría y lo que se hace en la práctica? En tercer lugar, ¿estas e m ­presas «altamente tecnificadas» tratan de con­trolar y de desalentar una auténtica transferen­cia de tecnología impidiendo una formación completa del personal local e ideando normas menos estrictas e incluso inferiores para la construcción, el funcionamiento y el control de la calidad de los productos en esas implan­taciones? En cuarto lugar, cabe preguntarse si se desatienden o se pasan por alto los aspectos m á s peligrosos de la construcción, el funciona­miento de las fábricas y la gestión de los pro­ductos para lograr la m á x i m a rentabilidad, lo que también lleva a una falsa noción de lo que es una seguridad ambiental y profesional ade­cuada.

Aunque la catástrofe de Bhopal guarda re­lación con todas estas preguntas y algunas de ellas se debatieron inmediatamente después de que ocurriera tanto en la prensa, c o m o en los medios técnicos y en comités políticos, las «lecciones» de largo alcance que se sacaron si­guen siendo en el mejor de los casos nebulosas, e insignificantes en el peor. Al leer esas publi­caciones, ya se trate de informes periodísticos, de informes oficiales de una de las partes invo­lucradas o de documentos técnicos, nos encon­tramos con una gran diversidad de argumen­tos cuya finalidad es restar importancia a las cuestiones relacionadas con la evidente res­ponsabilidad en materia de transferencia de tecnología, la política internacional y el bien­estar del ser humano 1 3 . El accidente de Bhopal ilustra ampliamente la forma en que éstas cuestiones se ramifican en los terrenos políti­co, comercial, jurídico y tecnológico.

Esas ramificaciones afectan tanto a los paí­ses desarrollados c o m o al m u n d o en desarro­llo, aunque sus finalidades y aplicaciones pue­den cambiar según las circunstancias. A primera vista todo informe sobre Bhopal con­tiene pronunciamientos de largo alcance sobre la responsabilidad. Por ejemplo, tanto los do­cumentos de Hazarika c o m o Everest muestran c ó m o las principales partes interesadas -esto es, Union Carbide y el Gobierno de India, en diferentes niveles- recurrieron a la contradic­ción, el camuflaje, la astucia, la tergiversación, el subterfugio y el oportunismo político para

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298 RS. Khare

que la culpa recayera en el otro y se justificara su responsabilidad moral y legal. Saltan a la vista las contradicciones y las diferencias en la concepción tecnológica, la maquinaria y los controles entre la fábrica de Bhopal y la de la Union Carbide en Institute (West Virgi­nia). Mientras que M r . Anderson, Presidente de Union Carbide, afirmaba que el equipo, la construcción y todo lo demás eran idénticos, C S . Tyson, directivo del equipo de inspec­ción de seguridad de Union Carbide llegó a la conclusión de que las instalaciones de Bhopal no se ajustaban a las normas estado­unidenses14. N o obstante, poco después del ac­cidente, la Union Carbide comenzó a poner distancias entre la filial india (UCIL) y la casa madre estadounidense. Si este «alejamiento» permitió que Union Carbide se negara a acep­tar un grado razonable de responsabilidad por la catástrofe de Bhopal, la distancia aumentó más todavía cuando Union Carbide planteó la posibilidad de que hubiera habido un sabotaje en la fábrica de Bhopal15. El argumento defen­sivo se había transformado en subterfugio, la tergiversación convenía y aparentemente cua­draba tanto desde el punto de vista práctico como jurídico, dado el aumento del terrorismo en India.

En el otro extremo se encontraban el G o ­bierno y la burocracia de India, sacando baza de la catástrofe. El oportunismo político se hi­zo patente desde el principio, incluso mucho antes del accidente, cuando se concedieron gratuitamente títulos de propiedad a habitan­tes de viviendas pobres para que se instalaran cerca de la fábrica, fundamentalmente porque eran un «semillero de votantes» para los polí­ticos de la localidad y del Estado. Otras m a ­niobras igualmente evidentes fueron los alter­cados y el letargo burocráticos y la atribución de la culpa, bajo los efectos del pánico, a las autoridades de la localidad y del Estado, cuyo corolario fueron ciertas medidas grotescas, co­m o la detención de M r . Anderson, Presidente de Union Carbide, en diciembre de 1984 en Bhopal y la incapacidad para registrar y, aún más, para tramitar todas las denuncias, que as­cendían a 80.000, a finales de 198716.

En resumen, lo que se observa es que la na­turaleza del discurso siguió asemejándose no­tablemente por ambas partes en sus defectos y estuvo estrictamente controlada por las princi­pales instituciones politicoeconómicas y las

presiones que ejercieron sobre una y otra par­te. Para los objetivos de este artículo, baste de­cir que, en el caso de Union Carbide, fueron la rentabilidad y el lucro, y en el de India, la tec­nología y sus codiciados productos, los facto­res que rigieron las transacciones antes del ac­cidente y que, pese a él, siguen funcionando en buena medida.

Así, pues, entre otras lecciones, hay una clarísima. Los discursos y diálogos entre los países desarrollados y los países en desarrollo están tan imbricados en las instituciones que incluso un accidente «costoso» c o m o el de Bhopal no cambia gran cosa, al menos desde el punto de vista moral y humano . Everest acusa claramente a Union Carbide en térmi­nos económicos:

¿Por qué estas fábricas -y la de Bhopal en particular- estaban tan mal construidas y carecían de una tecnología adecuada? Por­que el criterio primordial por el que se rige la empresa Union Carbide al construirlas no es la seguridad ni la prevención de las catástrofes sino la reducción de los costos y la rentabilidad. Las medidas de seguridad pueden representar entre el 15 % y el 30 % de los gastos totales de construcción de una nueva fábrica de productos químicos, esto es, entre tres y seis millones de dólares para una fábrica que cueste 20 millones, c o m o lade Bhopal17.

Estos imperativos fundamentales ilustran, a su vez, lo que antes se ha denominado «fa­llos» en los discursos que una empresa multi­nacional y un gobierno nacional soberano han generado sobre la catástrofe de Bhopal. Las maniobras judiciales no son m á s que el símbo­lo de las metas politicoeconómicas y las reali­dades tecnológicas más profundas por ambas partes. La transferencia de tecnología desvir­tuada también lleva la impronta de los mis­m o s imperativos esenciales. C o m o corroboran ampliamente Everest y Hazarika, la transfe­rencia de tecnología de Estados Unidos a In­dia rara vez ha estado exenta del control del proveedor sobre lo que transfiere y sobre lo que produce la tecnología. C o m o señaló un ob­servador indio en el New York Times:

«Estamos descubriendo que a menudo la tecnología se transfiere sólo a los locales de la filial y no a la sociedad en su conjun­to»18.

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 299

Aunque siga siendo necesario preparar es­tudios monográficos sistemáticos y exhausti­vos sobre la transferencia de tecnología y los valores tecnológicos, atinados por lo menos desde el punto de vista antropológico, pueden formularse ya ciertas observaciones prelimina­res. En primer lugar, cuando el proveedor de tecnología trata de controlar y de contener la transferencia dentro de la sociedad destinatá­ria, fomenta también un bajo nivel de respon­sabilidad local y una distancia en cuanto a la cultura tecnológica. E n otras palabras, como el caso Bhopal demuestra, el descuido en materia de seguridad tecnológica aumenta en relación a los controles del proveedor y éste debe estar preparado para hacerse cargo de ellas o contar m u y poco con su homólogo local. La fábrica de Bhopal no se limitó a seguir esa pauta, sino que al parecer se mantuvo por debajo de las normas de Union Carbide. Everest sintetizó claramente la situación en los siguientes térmi­nos:

«En resumidas cuentas, ni desde el punto de vista de la situación general de India ni de la situación particular de Bhopal puede afirmarse que el principal problema haya sido la existencia de una tecnología "dema­siado" compleja o avanzada que no se pu­diera manejar. En realidad, c o m o se ha vis­to, una de las principales razones de la matanza de Bhopal no fue el exceso de tec­nología, sino todo lo contrario, la concep­ción básica de la fábrica; los intentos de Union Carbide y de sus defensores por echar la culpa al "retraso de la India" son una mentira flagrante y una tentativa evi­dente de encubrir la responsabilidad de la empresa»19.

Las cuestiones de fondo de la catástrofe de Bhopal siguen aún pendientes hoy en día, no obstante las maniobras judiciales del Gobier­no de India y de Union Carbide. Esta contra­dicción interna se hace patente en la tendencia del proveedor a seguir controlando la tecnolo­gía y a crear una dependencia del cliente, por un lado, y a limitar su propia responsabilidad en cuanto a la seguridad.

Pero la actitud del Gobierno de India tam­bién ha sido desigual en la ayuda realmente prestada a las víctimas. Si bien al principio aceptó, aunque de mala gana y por razones po­líticas, cierta responsabilidad moral, se ha cen­

trado desde entonces en las escaramuzas judi­ciales contra Union Carbide en los tribunales. Debido a las complicaciones del procedi­miento, la prueba principal del caso no se ha presentado aún. Entre tanto, Union Carbide tampoco propone conceder ninguna «respon­sabilidad legal», sobre todo porque, a su jui­cio, «la tragedia obedeció a un acto delibera­do de sabotaje cometido por un empleado de Union Carbide India»20.

Además , el presidente de la empresa ha aducido su desamparo: «El Gobierno de India nos ha literalmente aplastado, y años después ningún tribunal ha oído un testimonio». Por otra parte, los tribunales indios -tanto los de competencia nacional c o m o los del Estado-hicieron presión para que una Union Carbi­de renuente y en busca de coartadas diera a las víctimas una «indemnización provisio­nal», fijando la responsabilidad de la empresa transnacional «levantando el velo corporati­vo... por razones de pura equidad»21.

En resumen, transcurridos tres años y m e ­dio desde el accidente, no se ha obtenido nada sustancial de la ayuda prometida reiterada­mente a las víctimas de Bhopal. Desde el pun­to de vista antropológico (al menos, m e gusta­ría creerlo) es una severa condena del hombre moderno y de sus valores, particularmente co­m o se ha puesto de manifiesto en reiteradas ocasiones en los últimos decenios del siglo xx.

El fracaso de la modernidad: comentarios generales

En los orígenes del accidente industrial de Bhopal y en otros similares, un aspecto que se repite generalmente es el fracaso de la moder­nidad y sus valores22. La política partidista y la economía del hombre moderno dificultan en todo el m u n d o una gestión humana de la ciencia y la tecnología. Pese a sus profesiones de racionalismo e igualdad y a la promesa de una justicia consagrada por la ley, el hombre moderno está demasiado atado a la política que quiere dominar y controlar y a la econo­mía, supeditada a un lucro fácil en detrimento del bienestar humano y ecológico. Las simi­litudes y diferencias de las reacciones obser­vadas en las distintas regiones ante las catás­trofes tecnológicas forman parte de esta es­tructura de valores más amplia. Recuérdense

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300 R.S. Khare

por ejemplo, junto con el de Bhopal, acciden­tes tecnológicos c o m o la contaminación del Rin, el desastre de Chernobyl en la U R S S , de Seveso en Italia y de Minamata, en Japón23. Es lógico, y actualmente inevitable, que los temas de la tecnología, la ecología, la economía y la supervivencia del ser h u m a n o se examinen dentro del contexto más amplio de la moder­nidad y de su crítica.

Aunque éste no sea el lugar m á s indicado para estudiar los nexos entre las críticas inter­nas (esto es, occidentales) y externas (o sea, no occidentales) de la modernidad, permítasenos observar que la modernidad, triunfo de la ra­zón, también se caracteriza por «fracasos de la razón», sobre todo porque no sabe cómo re­conciliar y albergar la razón pura junto con el carácter práctico ni c ó m o tratar «la presencia de lo irracional... la economía del deseo, la

voluntad de poder... en el meollo de lo racio­nal»24.

En este contexto, el hombre moderno tiene aún que aprender a lograr que el poder tecno­lógico coexista con la responsabilidad moral y con la supervivencia a largo plazo del ser hu­m a n o y del medio ambiente, en la vida real y en las diferentes regiones del m u n d o . Hasta que la modernidad no trate de hacerlo sincera­mente, subsistirán sus zozobras y su desorien­tación, y su degradación será inexorable25. En cuanto a la catástrofe de Bhopal, la moderni­dad es la que m á s pierde cuando una empresa multinacional «moderna» y un gobierno de un país «moderno» se empeñan en imponer su voluntad de poder y de dominación en los tri­bunales, a expensas de las víctimas, que no tie­nen prácticamente dónde recurrir.

Traducido del inglés

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El rompecabezas de Bhopal: un fracaso de la tecnología, la legislación y los valores modernos 301

Notas

1. Los comentarios que anteceden proceden de los informes sobre el accidente de Bhopal, publicados en su mayoría por periódicos y revistas de noticias, que el Instituto de Estudios Jurídicos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin recopiló, por orden cronológico, en dos volúmenes (designados a continuación con la sigla WLS, volúmenes I y II). Algunas veces, esa documentación es bastante explícita en cuanto a los conflictos occidental-

no occidental e indio-estadounidense en materia de derecho, ciencia y valores sociales. Así, por ejemplo, la fábrica de Union Carbide fue «construida» y «explotada» por indios y no por estadounidenses, lo que supone una utilización errónea de la «alta tecnología» por los que, supuestamente, carecen de cultura al respecto. En consecuencia, la culpa recae forzosamente en «los que la han utilizado mal» y no en los «proveedores» de la tecnología. La fundamentación de esta «ausencia de cultura industrial» de la India apareció en el New York Times poco después del accidente (9 de diciembre de 1984) y se tachó a la catástrofe de consecuencia de una «transferencia ciega de tecnología», implícitamente expresada en la ausencia de «evolución social» en un país en desarrollo c o m o India.

2. La razón no hay que buscarla m u y lejos: el Gobierno de India y sus instituciones científicas se han apropiado del acopio y del control de los «elementos fácticos» del accidente, especialmente porque debían formar parte de las pruebas judiciales que el Gobierno, único representante de las víctimas de Bhopal, tenía que presentar en los tribunales para recibir una indemnización justa y adecuada de Union Carbide. N o obstante, pese a este imperativo, los medios de comunicación indios consignaron una amplia gama de

informaciones, e incluso las reacciones de altos funcionarios indios y del público. Véase el equilibrado informe de Sanjoy Hazarika: Bhopal: The Lessons of a Tragedy. Nueva Delhi: Penguin Books, India. 1987.

3. Véase R . S . Khare, «The Bhopal Industrial Accident: Anthropological and Civic Issues», Anthropology Today, vol. 3, n u m . 4, 1987.

4. La hipótesis, formulada por la Oficina Federal de Investigaciones de los Estados Unidos, fue inmediatamente adoptada por Union Carbide. Véase Hazarika, Op. cit.

5. The Times, 11 de diciembre de 1984.

6. WSL, vol. I, Op. cit., pág. 72.

7. Hazarika Op. cit., pág. 108.

8. Véanse, por ejemplo, sus textos «Legal Torpor: W h y so little has happened in India after the Bhopal tragedy», Texas International Law Journal, 1985; y « W h e n Legal Worlds Collide...» Issues in Compensatory Justice: The Bhopal Industrial Accident. Universidad de Virginia, Charlottesville, 1987.

9. Citado por Hazarika, Op. cit., págs. 127-128.

10. Consúltense, por ejemplo, los estudios ya citados de Everest, Larry, Behind the Poison Cloud: Union Carbides, Bhopal Massacre, Chicago Banner Press, 1986 y Hazarika.

11. Hazarika Op. cit., pág. 109.

12. Véase Everest Op. cit., pág. 18.

13. Además del texto de Hazarika y Everest, consúltense: un informe de una de las partes involucradas «Bhopal Incident Report», 20 de marzo de 1985; un informe técnico y científico

preparado en India: «The Bhopal Disaster - Current Status (the First Nine Days) and progamme of research», diciembre de 1984, Indian Council of Medical Research, Nueva Delhi.

14. New York Times, 12 de diciembre de 1984; también citado por Everest Op. cit., págs. 164-165.

15. Hazarika, Op. cit., pág. 138.

16. Se encontrará una comparación de éstos y otros problemas mencionados, Hazarika, Op. cit., págs. 141-146.

17. Everest, Op. cit., pág. 36.

18. New York Times, artículo reproducido por Bill Bourne y Udi Eichler «Lessons for the Future», 1987.

19. Everest, Op. cit., pág. 43.

20. Robert D . Kennedy, Presidente de Union Carbide, citado en Times of India, 29 de abril de 1988.

21. Times of India, 7 de abril de 1988.

22. Se encontrará una breve reseña sobre otras grandes catástrofes industriales en Hazarika, Op. cit.

23. La exposición de Hazarika no hace sino abrir el apetito. Para evaluar las características específicas de la catástrofe de Bhopal se precisa un estudio comparado sistemático.

24. Se encontrará una relación de las criticas de la modernidad y su reputación en el libro de Jürgen Habermas, The Philosophical Discourse of Modernity, Polity Press, 1987.

25. En Voices: Modernity and Its Discontents, H o b o Press (1988) se presentan diversas críticas y evaluaciones de la modernidad.

Page 173: Politicas de Crecimiento Economicas

Servicios profesionales y documentales 03

b=Ü

Calendario de reuniones internacionales La redacción de la Revista n o puede ofrecer ninguna información complementaria sobre estas reuniones

1989

4-9 junio

11-14 junio

12-16 junio

19-21 junio

26-30 junio

27 junio-1 julio

18-21 julio

24-28 julio

29-31 julio

Montréal (Canadá)

Oslo (Noruega)

Roma (Italia)

Helsinki (Finlandia)

Montréal (Canadá)

Amsterdam (Holanda)

Marrakech (Marruecos)

Marrakech (Marruecos)

San José (Costa Rica)

Centro de Investigaciones para el Desarrollo Internacional; Organiza­ción Mundia l de la Salud: Quinta Conferencia internacional sobre el S I D A Secretaría de la Conferencia, Kenness Canada Inc., P . O . Box 120, Station B , Montréal, HB3 3J5 (Canadá)

Fundación Europea para la Administración: conferencia anual E F M D , 40 me de Washington, B-1050 Bruselas (Bélgica)

Instituto Internacional de Sociología: 29 Congreso Internacional (Tema: El estatuto de la sociología en tanto que ciencia y política de formación social) Paolo Ammassari, Pres. IIS Congress Committee, Facoltà de Scienze Stalistiche, 5 Piazza Aldo Moro, Università di Roma, 00185 Roma

Asociación Internacional de las Altas Jurisdicciones Administrativas: 3er Congreso ( T e m a : El desarrollo del proceso ante la jurisdicción ad­ministrativa) Sr. M . Pinault, Secr. gral. AIHJA, c/o Conseil d'Etat, Place du Palais Royal, 75001 Paris

Séptimo Congreso mundial de educación comparada: Desarrollo, co­municación y lengua. Comité Organizador del Séptimo Congreso mundial de educación com­parada, Facultad de ciencias de la educación, Universidad de Montréal, CP. 6128, sucursal A , Montréal, Québec, H 3 C 3J7 (Canadá)

International Association for Cross-Cultural Psycology: Segunda C o n ­ferencia regional J.D. Drenlch and Nico Bleichbrodt, Depart, de Psicologia, Free Univer­sity, de Boelenlaan, 1081 HVAmsterdam (Holanda)

Asociación Internacional de Escuelas e Institutos de Administración: Conferencia anual ( T e m a : Política del desarrollo. Implicaciones para la administración pública) AIEIA, 1 rue Defacqz, ble 11, 1050 Bruselas (Bélgica)

Instituto Internacional de Ciencias Administrativas: 21 Congreso Inter­nacional ( T e m a : U n a administración m á s próxima a los ciudadanos) USA, 1 rue Defacqz, ble 11, 1050 Bruselas, (Bélgica)

Asociación de Estudios Caribeños, en cooperación con la Universidad de Costa Rica: U n d é c i m a Conferencia anual Association of Caribbean Studies, P.O. box 22202, Lexington, K Y 40522 (Estados Unidos de América)

Page 174: Politicas de Crecimiento Economicas

304 Servicios profesionales y documentados

7-10 agosto Viña del Mar (Chile)

21-25 agosto Helsinki (Finlandia)

21-25 agosto Auckland (Nueva Zelanda)

28 agosto-1 set. Atenas (Grecia)

Asociación Científica del Pacífico: Sexto Intercongreso (Tema: El Pací­fico, puente o barrera?) Prof. F. Orrego, Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile, Apartado postal 14182 Suc. 21, Santiago (Chile)

Conferencia Internacional de Sociología de las Religiones: Vigésima conferencia (Tema: El estado, el derecho y la religión) C1SR, Secretaría general, 10, ruedes Terreaux, 1003 Lausanne (Suiza)

Mental Health Foundation of N e w Zeland: Congreso Mundial WFMH, Dr. Max Abbot, P.O. box 37-438, Parnell, Auckland (Nueva Zelan­da)

Asociación Internacional de Ciencias Económicas: Noveno congreso mundial IEA, 23 rue Campagne Première 75014 Paris (Francia)

18-20 setiembre Anveres (Bélgica)

26-28 setiembre Oxford (Reino Unido)

Universidad de Anveres; Departamento de ciencias políticas y sociales: C o ­loquio internacional (Tema: Género y clase - desarrollos internacionales) Prof Woodward, Departamento de Ciencias políticas y sociales, Univer­sidad de Anveres, Universiteitsplein 1, B-2610 Wilrijk (Bélgica)

International Journal of Educational Development: 1989 Conferencia (Tema: Desarrollo a través de la educación. Conocimientos sacados de experiencias) Mr. W.I.. Ozanne, Secretaría de la Conferencia. 74 Billesley Lane, Bir­mingham BI3 9QU (Reino Unido)

2-7 octubre

11-13 octubre

12-14 octubre

16-20 Octubre

Tokyo (Japón)

Sanio Domingo (México)

Omaha (EE. UU.)

Lovain-la-Neuve (Bélgica)

18-21 octubre Calgary (Canadá)

Federación Internacional de las Organizaciones de ciencias sociales: Novena Conferencia general IFFSO, Holmens Kanal 7, DK-1060 Copenague (Dinamarca)

Comisión de Estudios de Historia de la iglesia en América latina: C o n ­ferencia sobre el sentido histórico del 500 aniversario. C E H I L A , apartado 11-671, Colonia Hipódromo, 96100 México (México)

University of Nebraska: Decimocuarta conferencia anual de estudios eu­ropeos. Coordinador de la conferencia, College of Continuing Studies, P K C C , University of Nebraska, O m a h a , Nebraska 68182 ( E E . U U . )

Instituto de Demografía de la Universidad Católica de Lovaina; Socie­dad de demografía histórica: Coloquio (Tema: revolución y población - Aspectos demográficos de las grandes revoluciones políticas) Cátedra Quetelet 1989, Instituto de demografia de la UCL. 1 place Mon­tesquieu, B-1438 Louvain-la-Neuve (Belgique)

Sociedad Canadiense de Estudios Éticos: Décima conferencia bienal. 1989 CESA conf. Committee, Canadian Ethic Studies, The University of Calgary, Calgary, Alberta T2N IN4 (Canada)

Diciembre Beer-Sheva (Israel)

Ben-Gurion University of the Negev; U C L A : Segundo coloquio internacio­nal sobre el papel de las universidades en las regiones en vías de desarrollo. Profesor S. Aroni, GSAUP, UCLA, Los Angeles, Cal. 90024 (EE.UU.)

1990

Marrakech Consejo Internacional de Acción Social: X X V conferencia internacio-(Marruecos) nal

CÍAS Koestlergasse 1/29, A-1060 Viena (Austria)

9-13 julio Madrid Asociación Internacional de Sociología: XII congreso mundial (Tema: Sociología para un m u n d o - unidad y diversidad) AIS, Pinar 25, 28006 Madrid (España)

Page 175: Politicas de Crecimiento Economicas

Servicios profesionales y documentados 305

1991

27 mayo-3 junio Hawai' Asociación Científica del Pacífico: XVII congreso (Tema: Hacia el siglo (Estados Unidos del Pacífico: Los desafíos del cambio). PSA, Bishop Museum, P.O. Box de América) 17801, Honolulu, Hawai 96817, (EE. UU)

Page 176: Politicas de Crecimiento Economicas

Libros recibidos

Generalidades, documentación

Centre national de la recherche scientifique. Sociologie française et francophone: Annuaire 1988. Paris, Editions du C N R S , 1988, 313 pp. 70 FF.

Galtung, Johan. Methodology and Development: Essays in Methodo­logy, V.3. Copenhagen, Christian Ejlers, 1988. 259 pp., fig. $30

Le Net, Michel. La communication sociale. Paris, La Documentation française, 1988. 152 pp. fig. ilustr. cuadros. (Notas y estudios docu­mentales, 4866). 50 FF .

N e w Zealand. Ministry of Foreign Affairs. United Nations Handbook, 1988. Wellington, Ministry of Fo­reign Affairs, 1988. 176 pp. cua­dros, índice.

Organisation de coopération et de développement économiques. Rap­port 1988: Efforts et politiques pour­suivis par les membres du Comité d'aide au développement, por Jo­seph C . Wheeler. Paris, O C D E , die. 1988. 276 pp., graf., cuadros (también en inglés), 170 FF .

United Nations Economie and So­cial Commission for Asia and the Pacific. Drug Abuse Data Collec­tion, Analysis and Presentation - A Standard Format: Report of a Workshop. Bangkok, E S C A P , 1988. 34 pp.

United Nations Office at the Vienna Centre for Social Development and Humanitarian Affairs. Handbook of Organizations Active in the Field of Aging. N e w York, United Nations, 1988. 133 pp.

Psicología

Ludisme - L. U.D. Genève, Faculté de psychologie et sciences de l'édu­

cation; Unicef, 1988 (Palinodie gnomique).

Religión

Guicherd, Catherine. L'Eglise catho­lique et ¡a politique de défense au début des années 1980: Etude com­parative des documents pastoraus des évèques français, allemands et américains sur la guerre et la paix. Paris, Presses universitaires de France /pour/ l'Institut universitai­re des hautes études internationa­les, 1988. 335 pp., bibl. 160 FF.

Ciencias Sociales

European Coordination Centre for Research and Documentation in the Social Sciences. International Trai­ning Seminar on Information Needs, Problems and Possibilities in Comparative Social Science Re­search, Vlth, Vienna: Proceedings, ed. por L . Kiuzadjan, K . Thesen Saelen, G . Soloviev. Vienna, Eu-rop. Coord. Centre for Research and Documentation in the Social Sciences, 1988. 113 pp., fig., cua­dros.

Social Science Research Council. Annual Report 1987-1988. N e w York, Social Science Research Council, 1988. 262 pp., cuadros.

Sociología

Centre de coordination des recher­ches et de ia documentation en sciences sociales pour l'Afrique Sub­saharienne. Problèmes fonciers et politiques agricoles en Afrique Cen­trale: Actes de la rencontre interna­tionale des sociologues et anthropo­logues de l'Afrique Centrale, Kinshasa, 27-29 jam.1988, reed, bajo la dirección de Lapika Di-m o m f u . Kinshasa, C E R D A S , 1988. 223 pp., cuadros.

Choquet, Marie; Ledoux, Sylvie;

Menke , Hede. La santé des adoles­cents: Approche longitudinale des consommations de drogues et des troubles somatiques et psychosoma­tiques. Paris, La Documentation française; Institut national de la santé et de la recherche médicale, 1988. 141 pp., cuadros, bibliogr. (Analyses et prospective). 130 FF.

Seabrook, Jeremy. The Leisure So­ciety. Oxford, Basil Blackwell, 1988. 195 pp. Rústica £7.95; Tela, £25.

Wieringa, Saskia (ed.). Women's Struggles and Strategies. Alder-shot; Brookfield U S A ; Hong Kong; Sydney, Gower Publishing Group, 1988. 159 pp., índice, £25.

Demografía, población

Kõck, Christian; Kytir, Josef; M ü n z , Rainer. Risiko «Saüglings-tod»: Plädoyer für eine gesundheits­politische Reform. Wien, Franz Deuticke /für/ Institut für D e m o ­graphie; Oesterreichische Akade­mie der Wissenschaften, 1988. 184 pp. mapas, cuadros.

United Nations. Department of In­ternational Economic and Social Af­fairs. Adolescent Reproductive Be­haviour: Evidence from Developed Countries, v.l. N e w York, United Nations, 1988. 178 pp., fig., cua­dros (Population Studies, 109).

Ciencias políticas

Bulcha, Mekuria. Flight and Inte­gration: Causes of Mass Exodus from Ethiopia and Problems of inte­gration in Sudan. Uppsala, Scandi­navian Institute of African Studies, 1988. 256 pp., cuadros.

Galtung, Johan. Transarmament and the Cold War: Peace Research and the Peace Movement: Essays in Peace Research, v.6. Copenhagen, Chris­tian Ejlers, 1988. 432 pp. $40.

Page 177: Politicas de Crecimiento Economicas

308 Libros recibidos

Kagabo, José H a m i m . L'Islam et les Swahili du Rwanda. Paris, Editions de l'Ecole des hautes études en sciences sociales, 1988. 273 pp., bi-bliogr. (Recherches d'histoire et de sciencies sociales). 180 FF .

International Peace Research Asso­ciation. General Conference, 11 th -A Just Peace through Transforma­tion- Cultural, Economic and Poli­tical Foundations for Change: Pro­ceedings, ed. por Chadwick Alger y Michael Stohl. Boulder; London, Westview Press, 1988. 589 pp., cuadros (Westview Special Studies in Peace, Conflict, and Conflict R e ­solution).

Ciencias Económicas

Abecia Baldivieso, Valentin. Mita­yos de Potosí: En una economía su­mergida. Barcelona, Técnicos Edi­toriales Asociados, S.A., 1988 208 pp., mapa , cuadros, índice.

Dargay, Joyce. Factor Demand in Swedish Manufacturing: Econome­tric Analyses. Stockholm, Almqvist & Wiksell International /for/ The Industrial Institute for Economic and Social Research, 1988. 139 pp., fig., cuadros, bibliogr.

Fourastié, Jacqueline; Godelier (et al.) Economia. Rio de Janeiro, Edi­tora da Fundação Getulio Vargas, 1988. 280 pp., fig., cuadros, índi­ce.

Giarini, Orio; Roulet, Jean-Rémy (bajo la dir. de). L'Europe face à la nouvelle économie de service. Paris, Presses universitaires de France /por/ l'Institut universitaire d'étu­des européenes, 1988. 240 pp., cua­dros, bibliogr., indice, 140 FF .

Institut universitaire d'études du dé­

veloppement; Institut de recherche sur l'environnement construit. L'au­togestion, disait-on! Paris, Presses universitaires de France, 1988. 181 pp., ilustr. bibliogr. (Cahiers de 1 T . U . E . D . , Genève).

Naylor, John; Senior, Barbara. Un­compress/bke Unemployment: Cau­ses, Consequences and Alternatives. Aldershot; Brookfield, U S A ; Hong Kong; Singapore, Sydney, Avebury, 1988. 202 pp., bibliogr., indice.

Société française de psychologie. Développement des hommes et des structures du travail: Quels outils, quels moyens? Paris, Entreprise m o ­derne d'édition, 1988. 229 pp.

United Nations Economie and So­cial Commission for Asia and the Pacific. Jakarta Plan of Action on Human Resources Development in the ESCAP Region. Bangkok, E S -C A P , 1988.44 pp.

- Seminar on the Role of Women in Social and Economic Develop­ment with Special Reference to Ru­ral Development, Tashkent, 17-27 Sept. 1987: Report. Bangkok, ES­CAP, 1988. 43 pp.

Vercruijsse, Emile. The Political Economy of Peasant Farming in Ghana. The Hague, Institue of So­cial Studies, 1988. 137 pp., cua­dros, bibliogr. (Occasional paper, 106).

Derecho

Amnesty International. Etats-Unis: Peine de mort et discrimination en 1987. Paris, Association pour les Editions francphones d'Amnesty In­ternational, 1988. 83 pp., cuadros, 25 FF.

Association nationale des assistants de service social. Congrès, 42ème, Paris, 1987: Droits de l'homme et service social dans l'espace européen de 1992. Paris, les Editions ESF, 1988. 119 pp.

United States of America. Organi­zation of American States. Report on the Situation of Human Rights in Haiti. Washington, D C , General Secretariat, Organisation of Ameri­can States, 1988. 210 pp.

Previsión y acción social

Aptekar, Lewis. Street Children of Cali. Durham; London, Duke Uni­versity Press, 1988. 235 pp. gloss, ilustr., bibliogr. índice, £30.80.

Organisation mondiale de la santé. Bureau régional de l'Europe. La ma­ternité en Europe: Rapport sur une étude. Copenhague, Organisation mondiale de la santé, 1988. 167 pp., cuadros, bibliogr. (La santé pu­blique en Europe, 26).

— La réadaptation après un in­farctus du myocarde: L'expérience européene, bajo la dir. de Veikko Kallio y Elisabeth Cay. Copenha­gue, Organisation mondiale de la santé, 1987. 161 pp., cuadros (La santé publique en Europe, 24).

- Le renforcement des ministères de la santé pour les soins de santé pri­maires: Rapport d'un Comité d'ex­perts de l'OMS. Genève, O M S , 1988. 128 pp., cuadros, bibliogr. 12 FS .

World Health Organization; Regio­nal Office for Europe. Mental Health Services in Southern Coun­tries of the European Region. C o ­penhague. World Health Organisa­tion, 1988. 46pp. ( E U R O Reports and Studies, 107). 6 FS.

Page 178: Politicas de Crecimiento Economicas

Publicaciones recientes de la Unesco (incluidas las auspiciadas por la Unesco*)

América Latina: Diagnósticos y Modelos Industriales Alternativos. Caracas, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales; París, Unesco, 1988. 145 pp., graf., tabl.

Anuario estadístico de la Unesco 1988. París, Unesco, 1988. 1.064 pp., 350 F F .

Bibliographie internationale des sciences sociales: Anthropologie / International Bibliography of the Social Sciences: Anthropology, vol. 30, 1984. London; N e w York, Ta­vistock Publications /for/ The In­ternat. Committee for Social Scien­ces Inform, and Doc . 677 pp. (Difusión: Offilib, Paris). 900 FF.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Science économi­que / International Bibliography of the Social Sciences: Economies, vol. 34, 1985. London; N e w York, Ta­vistock Publications /for/ The In­ternat. Committee for Social Scien­ce Inform, and Doc . 1987. 618 pp. (Difusión: Offilib, Paris) 900 FF.

Bibliographie internationale des sciences sociales: Science politique / International Bibliography of the Social Sciences: Political Science, vol. 34, 1985. London; N e w York, Routledge /for/ The Internat. C o m ­mittee for Social Science Inform, and D o c , 1988. 596 pp. (Difusión: Offilib, Paris) 900 F F .

Bibliographie internationale des sciences sociales: Sociologie / Inter­national Bibliography of the Social Sciences: Sociology, vol. 35, 1985. London; N e w York, Routledge /for/ The Internat. Committee for Social Science Inform, and D o c , 1988. 410 pp. (Difusión: Offilib. Paris). 900 FF.

Concertación politico-social y demo­

cratización, c o m p . Mario R . dos Santos. Buenos Aires, Consejo Lati­noamericano de Ciencias Sociales; Paris, Unesco, 1988. 387 pp., cua­dros.

La CTDP en los países de América Latina y El Caribe. Caracas, Uni­dad Regional de Ciencias Humanas y Sociales para América Latina y el Caribe de la Unesco, 1988. 153 pp. (Serie estudios y documentos U R S H S L A C , 5).

Carencia alimentaria: Una perspec­tiva antropológica. París, Unesco; Barcelona, Serbal, 1988. 312 pp., graf., mapas, cuadr. 120 FF.

Directory of Social Science Informa­tion Courses, 1st ed. / Répertoire des cours d'information dans les sciences sociales / Repertorio de cur­sos de información en ciencias so­ciales. Paris, Unesco; Oxford, Berg Publishers Ltd., 1988. 167 pp. (World social Science Information Directories Series). 100 FF.

Duda, certeza, crisis: La evolución de las ciencias sociales de América Latina, por Heinz R . Sonntag. Pa­ris, Unesco; Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 1988. 172 pp. bibl.

Educación y drogas: Prevención. Pa­rís, Unesco, 1987. 76 pp., ilustr., cuadr. 42 FF.

Estudios en el extranjero: 1989-1990. París, Unesco, 1988. 82 FF.

Familia y desarrollo en América Latina y el Caribe. Caracas, Uni­dad Regional de Ciencias H u m a n a s y Sociales para América Latina y el Caribe de la Unesco, 1988. 202 pp. (Serie estudios y documentos URSHSLAC, 6).

Index translationum: Repertorio in­ternacional de traducciones. París, Unesco, 1987. 1100 pp. 320 FF.

Integración: Nuevos desafios y alter­nativas, por Germánico Salgado. Caracas, Unidad Regional de Cien­cias H u m a n a s y Sociales para A m é ­rica Latina y el Caribe de la Unes­co, 1987, 239 pp.

La mujer en la planificación y el de­sarrollo. Caracas, Unidad Regional de Ciencias H u m a n a s y Sociales pa­ra América Latina y el Caribe de la Unesco, 1988. 194 pp.

Las noticias extranjeras en los me­dios de comunicación: La informa­ción internacional en 29 países. Pa­rís, Unesco, 1988. 152 pp., cuadr. (Estudios y Documentos de C o m u ­nicación Social, 93). 22 FF.

Latinoamérica: Lo político y lo so­cial en la crisis, c o m p . F. Calderón Gutierrez y Mario R . dos Santos. Buenos Aires, Consejo Latinoame­ricano de Ciencias Sociales; París, Unesco, 1988. 637 pp., cuadr.

Raices de América: El mundo Ay-mara, comp. Xavier Albo. París, Unesco: Madrid, Alianza Editorial, 1988. 607 pp., ilustr., mapas, cuadr. 180 FF.

Resumen estadístico de la Unesco 1988. París, Unesco, 1988. 335 pp., cuadr. 40 FF.

Selective Inventory of Information Services, 1985, 2nd ed. / Inventaire sélectif des services d'information / Inventario de servicios de informa­ción. París, Unesco, 1985. 247 pp. (World Social Science Information Services, III / Services mondiaux d'information en sciences sociales, III / Servicios mundiales de información sobre ciencias sociales, III). 60 FF.

Cómo obtener estas publicaciones: a) Las publicaciones de la Unesco que lleven precio pueden obtenerse en la Oficina de Prensa de la Unesco, Servicio Comercial ( P U B / C ) , 7, place de Fontenoy, 75700 París, o en los distri­buidores nacionales; b) las co-publicaciones de la Unesco pueden obtenerse en las principales librerías o en la Oficina de Prensa citada.

Page 179: Politicas de Crecimiento Economicas

310 Publicaciones recientes de la Unesco

Unesco Yearbook on Peace and Conflict Studies, 1986. Pan's, Unes­co; N e w York, Greenwood Press, 1988. 312 pp., bibl., indice, 260 FF.

Un nuevo proceso de referencia al servicio de los científicos sociales, por Fred Riggs. París, Unesco, 1988. 68 p. (Informes y documen­tos de ciencias sociales, 57). 20 FF.

World Directory of Human Rights Teaching and Research Institutions, 1st ed. / Repertoire mondial des ins­titutions de recherche et de forma­tion sur les droits de l'homme / Re­pertorio mundial de instituciones de investigación y deformación en ma­teria de derechos humanos. París, Unesco; Oxford, Berg Publishers

Ltd., 1988. 216 pp. (World Social Science Information Directories). 125 FF .

World Directory of Peace Research and Training Institutions, 6th ed. / Répertoire mondial des institutions de recherche et de formation sur la paix / Repertorio mundial de insti­tuciones de investigación y de for­mación sobre la paz. París, Unesco; Oxford, Berg Publishers Ltd., 1988. 271 pp. (World Social Science In­formation Directories Series). 150 FF.

World Directory of Social Science Institutions, 1985, 4th ed. rev. /Ré­pertoire mondial des institutions de sciences sociales / Repertorio mun­dial de instituciones de ciencias so­

ciales. París, Unesco, 1985. 920 pp. (World Social Science Information Services, II / Services mondiaux d'information en sciences sociales, II / Servicios mundiales de infor­mación sobre ciencias sociales, II), 100 FF.

World List of Social Science Perio­dicals, 1986, 7th ed. / Liste mondia­le des périodiques spécialisés dans les sciences sociales / Lista mundial de revistas especializadas en cien­cias sociales. París, Unesco, 1986. 818 pp. indice (World Social Scien­ce Information Services, I / Servi­ces mondiaux d'information en sciences sociales, I / Servicios m u n ­diales de información sobre cien­cias sociales, I). 100 FF.

Page 180: Politicas de Crecimiento Economicas

Números aparecidos

Desde 1949 hasta 1958, esta Revista se publicó con el título de International Social Science Bullelin/Butllctm international des sciences sociales. Desde 1978 hasta 1984, la RICS se ha publicado regularmente en español y. en 1987, ha reiniciado su edición española con el número 114. Todos los números de la Revista están publicados en francés y en inglés. Los ejemplares anteriores pueden comprarse en la Unesco. División de publicaciones periódicas, 7, Place de Fontenoy. 75700 París (Francia). Los microfilms y microfichas pueden adquirirse a través de la University Microfilms Inc.. 300 N Zeeb Road. Ann Arbor. Ml 48106 (USA), y las reimpresiones en Kraus Reprint Corporation. 16 East 46th Street, Nueva York, N Y 10017 (USA). Las microfi­chas también están disponibles en la Unesco, División de publicaciones periódicas.

Vol. XI, 1959

N u m . 1 Social aspects of mental health* N u m . 2 Teaching of the social sciences in the

U S S R * N u m . 3 The study and practice of planning* N u m . 4 Nomads and nomadism in the arid zone*

Vol. XII, 1960

N u m . 1 Citizen participation in political life* N u m . 2 The social sciences and peaceful co-opera­

tion* N u m . 3 Technical change and political decision* N u m . 4 Sociological aspects of leisure*

Vol. XIII, 1961

N u m . 1 Post-war democratization in Japan* N u m . 2 Recent research on racial relations* N u m . 3 The Yugoslav c o m m u n e * N u m . 4 The parliamentary profession*

Vol. XIV. 1962

N u m . 1 Images of w o m e n in society* N u m . 2 Communication and information* N u m . 3 Changes in the family* N u m . 4 Economics of education*

Vol. XV, 1963

N u m . 1 Opinion surveys in developing countries* N u m . 2 Compromise and conflict resolution* N u m . 3 Old age* N u m . 4 Sociology of development in Latin Ameri-

N ú m . 2 Population studies* N u m . 3 Peace research* N u m . 4 History and social science*

Vol. XVIII. 1966

N u m . 1 H u m a n rights in perspective* N u m . 2 Modern methods in criminology* N u m . 3 Science and technology as developmenl fac­

tors* N u m . 4 Social science in physical planning*

Vol. XIX, 1967

N u m . 1 Linguistics and communication* N u m . 2 The social science press* Num. 3 Social functions of education* N u m . 4 Sociology of literary creativity*

Vol. XX, 1968

N u m . 1 Theory, training and practice in manage­ment*

N u m . 2 Multi-disciplinary problem-focused re­search*

N u m . 3 Motivational patterns for modernization* N u m . 4 The arts in society*

Vol. XXI. 1969

N u m . 1 Innovation in public administration N u m . 2 Approaches to rural problems* N u m . 3 Social science in the Third World* N u m . 4 Futurology*

Vol. XXII. 1970

Vol. XVI, 1964

N u m . 1 Data in comparative research* N u m . 2 Leadership and economic growth* N u m . 3 Social aspects of African resource develop­

ment* N u m . 4 Problerhs of surveying the social science and

humanities*

Vol. XVII. 1965

N u m . 1 Max Weber today/Biological aspects of ra­ce*

N u m . 1 Sociology of science* N u m . 2 Towards a policy for social research* Num. 3 Trends in legal learning* N u m . 4 Controlling the human environment*

Vol. XXIII. 1971

N u m . 1 Understanding aggrcsion N u m . 2 Computers and documentation in the social

sciences* N u m . 3 Regional variations in nation-building* N u m . 4 Dimensions of the racial situation*

Page 181: Politicas de Crecimiento Economicas

312 Números aparecidos

Vol. XXIV, 1972

N ú m . 1 Development studies* N u m . 2 Youth: a social force?* N u m . 3 The protection of privacy* N u m . 4 Ethics and institutionalization in social

science*

Vol. XXV. 1973

N u m . 1/2 Autobiographical portraits* N u m . 3 The social assessment of technology* N u m . 4 Psychology and psychiatry at the cross­

roads*

Vol. XXVI, 1974

N u m . 1 Challenged paradigms in international rela­tions*

N u m . 2 Contributions to population policy* N u m . 3 Communicating and diffusing social scien­

ce* N u m . 4 The sciences of life and of society*

Vol. XXVII, 1975

N u m . 1 Socio-economic indicators: theories and ap­plications*

N u m . 2 The uses of geography N u m . 3 Quantified analyses of social phenomena N u m . 4 Professionalism in flux

Vol. XXVIII, ¡976

N u m . 1 Science in policy and policy for science* N u m . 2 The infernal cycle of armament* N u m . 3 Economics of information and information

for economists* N u m . 4 Towards a new international economic and

social order*

Vol. XXIX, 1977

N u m . 1 Approaches to the study of international or­ganizations

N u m . 2 Social dimensions of religion N u m . 3 The health of nations N u m . 4 Facets of interdisciplinarity

Vol. XXX, 1978

N u m . 1 La territorialidad: parámetro político N u m . 2 Percepciones de la interdependencia m u n ­

dial N ú m . 3 Viviendas humanas: de la tradición al m o ­

dernismo N u m . 4 La violencia

Vol. XXXI, 1979

N u m . I La pedagogía de las ciencias sociales: algu­nas experiencias.

N ú m . 2 Articulaciones entre zonas urbanas y rura­les

N ú m . 3 Modos de socialización del niño N ú m . 4 En busca de una organización racional

Vol. XXXII, 1980

N ú m . 1 Anatomía del turismo N ú m . 2 Dilemas de la comunicación: ¿tecnología

contra comunidades? N u m . 3 El trabajo N ú m . 4 Acerca del Estado

Vol. XXXIII. 1981

N ú m . 1 La información socioeconómica: sistemas, usos y necesidades

N ú m . 2 En las fronteras de la sociología N ú m . 3 La tecnología y los valores culturales N ú m . 4 La historiografía moderna

Vol. XXXIV, 1982

N ú m . 91 Imágenes de la sociedad mundial N ú m . 92 El deporte N u m . 93 El hombre en los ecosistemas N ú m . 94 Los componentes de la música

Vol. XXXV, 1983

N ú m . 95 El peso de la militarización N u m . 96 Dimensiones políticas de la psicología N ú m . 97 La economía mundial: teoría y realidad N ú m . 98 La mujer y las esferas de poder

Vol. XXXVI. 1984

N ú m . 99 La interacción por medio del lenguaje N ú m . 100 La democracia en el trabajo N ú m . 101 Las migraciones N ú m . 102 Epistemología de las ciencias sociales

Vol. XXXVII, 1985

N ú m . 103 International comparisons N ú m . 104 Social sciences of education N ú m . 105 Food systems N ú m . 106 Youth

Vol. XXXVIII, 1986

N ú m . 107 Time and society N ú m . 108 The study of public policy N ú m . 109 Environmental awareness N ú m . 110 Collective violence and security

Vol. XXXIX. 1987

N u m . 111 Ethnic phenomena N u m . 112 Regional science N u m . 113 Economic analysis and interdisciplina­

rity N u m . 114 Los procesos de transición

Vol. XL. 1988

N ú m . 115 Las ciencias cognoscitivas N ú m . 116 Tendencias de la antropología N ú m . 117 Las relaciones locales-mundiales N ú m . 118 Modernidad e identidad: un simposio

Vol. XLI. 1989

•Números agotados N ú m . 119 El impacto mundial de la Revolución francesa

Page 182: Politicas de Crecimiento Economicas

estudios sociales N° 59/trimestre 1/1989

PRESENTACIÓN

ARTÍCULOS

Pág. 5

M A S DEMOCRACIA EN A M E ­RICA LATINA. DEMOCRATI­ZACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA EN U N A PERSPECTIVA C O M P A R A D A . Dieter Nohlen Pág. 9

EL PROYECTO DE LEY ELEC­TORAL CHILENA DE AGOSTO DE 1988. ANALISIS DE AL­GUNOS DE SUS FUNDAMEN­TOS Y ALCANCES. Mario Fernández B Pág. 45

ANALISIS DEL ROL DE DIRI­GENTE SINDICAL EN H O M ­BRES Y MUJERES: ANTECE­

DENTES TEÓRICOS Y EMPÍRI­C O S . Eduardo Acuña Aguirre Pág. 63

EL H O M B R E : VISION DE SI MISMO EN LA FAMILIA. Paz Covarrubias O . , Mónica M u ­ñoz M . , Carmen Reyes V . . . . Pág. 95

INGENIERÍA INDUSTRIAL: ¿UNA CARRERA PARA GE­RENTES? José Alvarez Pág. 133

PODER, CONOCIMIENTO Y SISTEMAS EDUCACIONALES: INTRODUCCIÓN A LAS C A ­TEGORIAS DE BERNSTEIN. Cristian Cox Pág. 147

ALAN W A T T S : EL JUEGO DEL BLACK AND WHITE. Juan Rivano Pág. 165

Los artículos publicados en esta revista expresan los puntos de vista de sus autores y no necesariamente representan la posición de la Corporación.

corporación de promoción universitaria

Page 183: Politicas de Crecimiento Economicas

Revista de la C E P A L

Santiago de Chile Abril Número 37

S U M A R I O

Conductas de los bancos acreedores de América latina

Michael Mortimore Disyuntivas frente a la deuda externa

Robert Devlin Perspectivas latinoamericanas en los mercados financieros

Alfred Watkins Críticas y sugerencias en torno a la doble condicionalidad

Patricio Meiler Opciones para la integración regional

Eduardo Gana y Augusto Bermúdez U n a nueva estrategia para la integración

Carlos Massad Vieja lógica del nuevo orden económico internacional

Vivianne Ventura Participación y concertación en las políticas sociales

Carlos Franco Heterogeneidad de la pobreza. El caso de Montevideo

Rubén Kaztman Aspectos conceptuales de la privatización

Raymond Vernon Orientaciones para los colaboradores de la Revista de la C E P A L Publicaciones recientes de la C E P A L La Revista de la C E P A L es una publicación cuatrimestral en español que aparece los meses de abril, agosto y diciembre; se publica también en inglés, aproximadamente tres meses después de la versión en español. Los precios de los ejemplares individuales y de la suscripción son los si­guientes:

Precio del ejemplar Precio de la suscripción U S $ U S $ 16.00 (español)

18.00 (inglés)

Los interesados pueden solicitar su suscripción en la Unidad de Distri­bución de Documentos de la C E P A L , Casilla 179-D, Santiago de Chile, mediante cheque en dólares (personal o bancário). Asimismo, pueden adquirirse ejemplares individuales en la Sección Ventas del Servicio de Publicaciones de Naciones Unidas en Nueva York.

Page 184: Politicas de Crecimiento Economicas

REVISTA VALENCIANA D'ESTUDIS AUTONOMICS

Sumario del número 11-12 (mayo-diciembre 1988)

1. E S T R U C T U R A SOCIAL, I N F R A E S T R U C T U R A S , E Q U I P A M I E N T O Y ESPACIO

El medio físico y su influjo en el desarrollo económico valenciano, por Vicenç M . Rosselló i Verger.

La estructura social: aspectos sociales del desarrollo, por Damia Molla. Recursos naturales y medio ambiente, por Juan Piqueras Haba. la realidad socio-económica en el espacio, por Juan A. Tomás Carpi. El sistema de transportes en la Comunidad Valenciana. Presente y futuro, por Antoni Serrano

Rodríguez. Los puertos marítimos de la Comunidad Valenciana, por Ana M . Fuertes Eugenio. Los equipamientos sociales, por Joaquin Martínez Gómez . El espacio económico-político de lo valenciano: una nueva interpretación, por Emèrit Bono

Martínez.

2. LA E S T R U C T U R A P R O D U C T I V A V A L E N C I A N A

Caracterización de la agricultura valenciana, por José Honrubia López. Caractéristiques de la Industrialització Valenciana, per Vicent Soler i Marco. La dinámica de la estructura productiva, por Ángel Orti Lahoz. La industria textil y de la confección, por Miguel R. Pardo Pardo. La industria de la madera y el mueble, por Isidro Antuñano Maruri. La industria de los transformados metálicos, por Esteban L. Mérida Biosca y Fernando

J. Vilaplana Daroqui. la industria del vidrio y la cerámica, por Vicente Orts Ríos. La siderurgia valenciana en el horizonte, por José Manuel Riera.

3. SERVICIOS, S E C T O R E X T E R I O R , S E C T O R PÚBLICO Y A G E N T E S SOCIALES

El turismo, por Javier Escriba Pérez. El Comercio Interior, por Agustín Rovira Lara. El sector crediticio en ¡a Comunidad Valenciana: estructura, características y evolución,

por Eugenio Pellicer Pérez. Las inversiones extranjeras en la Comunidad Valenciana, por José Luis Orduña Lara. Las exportaciones en la economía valenciana, por Aurelio Martínez Estévez. La Economía Valenciana ante la C.E.E., por Leandro García Menéndez. Los agentes sociales. Empresarios y trabajadores, por Ramiro Reig. Las cooperativas valencianas en el umbral de los 90, por José Luis Monzón Campos. La Cultura tecnológica, por Justo Nieto Nieto. La hacienda valenciana local y autonómica ante los años 90, por Leopoldo Pons Albentosa

y Juan José López Hernando. Los mercados turísticos de la Comunidad Valenciana (II), por Eduardo Favos Sola.

Presidencia de la GENERALITÄT VALENCIANA Plaza Manises, 9 / 46003 - VALENCIA / Telfs. 332 02 06-331 87 06

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Artículos de Puerto Rico

Fernando Picó, Las Mujeres trabajores del tabaco en Utuado, Puerto Rico, según el censo de 1910. Pedro J. Saadé, El Pro­blema del Militarismo en Puerto Rico. Jaime Camuñas , La Danza Puertorriqueña, Punto de Partida Sociológico. Esquipulás II: Objetivos de la Cooperación e Integración en Cen-troamérica.

Temas Internacionales Agustín Cueva, El Mar­xismo Latinoamericano: Historia y Problemas Actuales. Manuel Maldonado Denis, La obra de Gor­don Lewis en el Caribe.

: Aline Frambes-Buxeda)

Lydia Vélez, Una estra­tegia radical feminista. Rita Giacalone, La polí­tica exterior de Vene­zuela hacia el Caribe. Antonio Martorell, Arte Colonial en Puerto Rico: Ayer y Hoy. Sylvia Arochó Velázquez, En Búsqueda de una Socio-historia de la música puertorriqueña. James Ounkerley, Cen­tral American Impasse. René Antonio Mayorga: El Enfoque Linguistico de Laclau

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La Revista C U A D E R N O S DEL C E N D E S es el órgano institucional del C E N T R O D E ESTU­DIOS DEL D E S A R R O L L O de la UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA. Está abierta a todas las corrientes del pensamiento sobre problemas del desarrollo en Venezuela, otras sociedades latinoamericanas y países del Ter­cer Mundo en general. En cada número se publican resultados de las investigaciones del C E N D E S , además de otros artículos, ensa­yos, reseñas bibliográficas e informaciones referidas a sus áreas de investigación.

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EL TRIMESTRE E C O N Ó M I C O COMITE D t C T A M N A D O R : Carlos Bazdresch P., Nisso Bucay. José Casar, Rodolfo de la Torre, Pascual O'Dogherty, Aaron Torneil, Georgina Kessel. C O N S E J O EDITORIAL: Edmar L. Bacha. Enrique Cárdenas, José Blanco, Gerardo Bueno, Héctor L. Diéguez, Arturo Fernández, Ricardo Fírench-Davis Enrique Fbrescano, Roberto Frenkel, Ricardo Hausmann, Abert O . Hirschman, David Ibarra, Francisco Lopes, Guillermo Maldonado, José A. O c a m p o , Luis Ángel Rojo Duque, Gert Rosenthal, Fernando Rosenzweig + (Presidente), Franscisco Sagasti, Jaime José Serra, Jesús Silva Herzog Flores, Osvaldo Sunkel, Carlos Tello, Ernesto Zedillo.

Director: Carlos Bazdresch P. Director Interino: Nisso Bucay Secretario de Redacción: Guillermo Escalante

Vol. LVI (2) México, Abril-Junio de 1989 Núm. 222

ARTÍCULOS:

George Feiwell

SUMARIO

El legado intelectual de Joan Robinson

M a . de los Ángeles Moreno Uriegas El desarrollo equitativo y el sector social de la economía

Patricio Millán Políticas energéticas en Europa, 1973-1985

Ricardo Ffrench-Davis Ajuste y agricultura en la América Latina: Un examen de algunos temas

Rolf R. Mantel y Ana M a . Martirena-Mantel

Apertura y distribución. U n a propuesta concreta de apertura comercial

Reinaldo Gonçalves y Juan A . de Castro

Kurt Unger y Luz Consuelo Saldaña

NOTAS Y COMENTARIOS:

Miguel Sandoval Lara y Francisco Arroyo García

El proteccionismo de los países industria­lizados y las exportaciones de la América Latina

Las economías de escala y de alcance en las exportaciones m e x i c a n a s m á s di­námicas

Raúl Preblsch y la política económica m e ­xicana, 1940-1970

Arturo Borja T . Inversión extranjera directa y desarrollo: Enfoques teóricos y debate contemporáneo

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS: Rubén Tansini: Magnus Blomström y Björn Hettne, Development Theory in Transition. The Dependency Debate & Beyond: Third World Responses, Londres, Zed Book Ltd., 1987. D O C U M E N T O : Declaración sobre la ronda Uruguay

Fondo de Cultura Económica - Av. de la Universidad 975 Apartado Postal 44975, México

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Muestra de artículos:

-José Rigau: Las expediciones

botánicas a Puerto Rico (1796, y 1823)

-Puerto Rico y la Paz en

Centroamérica

-Luisa Hernández: La mujer

envejeciente en su ambiente

ocupacional.

-Clemente Soto Vélez: Los obreros

madrugadores

-María Cristina Rodríguez: Dos

largometrajes puertorriqueños en 1986.

-Ana Lydia Vega: Madera y Pajilla.

-Jean Ziegler: La Razón del Estado.

-Mike Davis: Reagan en Pos del

Milenio.

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Toda la correspondencia relativa a la presente debe dirigirse al Redactor jefe de la Revue internationale des sciences sociales Unesco, 7 place de Fontenoy, 75700 Paris.

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Edición china: Guoji shehui kexue zazhi Gulouxidajie Jia 158, Beijing (China)

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