Pío Gil - El Cabito

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Pío Gil El Cabito

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Historia de Venezuela, Pedro Maria Morantes

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Po GilElCabito

PROLOGOEl ltimo cesarismo de Venezuela, con sus asesinatos sombros y sus apoteosis de carnaval, ofreci un extrao contraste de tragedia bufa. La parte trgica estuvo a cargo de un loco sanguinario, que cay en medio de la reprobacin universal. La parte bufa fue desempeada por palaciegos, contra los cuales no se ha ejercido ninguna sancin. El concepto de que un solo hombre aherroja a todo un pueblo, es un concepto errado. Ningn tirano triunfa por s solo. Tiene esbirros ciegos, servidores complacientes, mentores hbiles, con los cuales se impone. Han escrito contra Castro, en todos los tonos, muchas plumas aceradas: por qu esas plumas nada dicen contra los cortesanos que separaron al Caudillo de los elementos honrados de la Revolucin de Mayo, y que fueron aconsejadores e instrumentos de su dictadura? No solo debe castigarse la cabeza del pulpo que nos devor: punibles son tambin los tentculos, sin los cuales el pulpo no habra hecho todo el mal que hizo. La equivocada creencia del dspota nico, de solo un responsable del despotismo, ha hecho incompletas las reivindicaciones populares que castigan a veces a los dspotas y dejan impunes a los cmplices. Los venezolanos nos desgaitamos clamando contra la autocracia, y llegamos a veces a tumbar las estatuas y romper los retratos de los tranos ausentes; pero no descargamos nuestra condenacin inexorable sobre los cortesanos viles, que han creado el foco infeccioso en que se incuban todos nuestros cesarismos: la adulacin.La falta de castigo de los criminales aumenta la criminalidad y la falta de castigo de los aduladores aumenta el servilismo. Por eso la adulacin entre nosotros est tomando alarmantes proporciones de calamidad pblica. Ninguna altura se corona con el mrito, sino con el incondicionalismo aplaudidor; no se sube con el vuelo, sino con el arrastramiento; los caracoles babosos vencen a las guilas aladas. Cay en Restaurador, pero el telgrafo sigue transmitiendo las felicitaciones ridculas, los peridicos siguen publicando las alabanzas bochornosas, los concejos municipales siguen elaborando los mismos acuerdos sumisos de la Restauracin. A pesar del movimiento dignificador de Diciembre, los cortesanos arrodillados colocan en el turbulo la resina embriagadora, buscando marear al general Gmez, como marearon al general Castro. Derribado el dspota, el general Gmez apenas ha realizado la mitad de una gran obra; la otra mita, la ms importante, la har obligando a todos los postergados de Venezuela a que se pongan de pie, y arrancndoles el incensario de las manos. Juvenal, Vctor Hugo, Motalvo, Vargas Vila, han rayado con sus plumas el rostro de los dspotas. A veces, la Revuelta, los ejecuta. Sobre los alicos no ha cado nunca ni el castigo de la pluma ni el del banquillo. Esa deficiencia de la justicia revolucionaria, en lo que se refiere a Venezuela, trata de subsanarla este libro y otros que le seguirn. Hay que tener el valor de exhibir la vileza de los aduladores, aunque se produzca la nusea!Po Gil.Diciembre, 1.909.

EL CABITO ILe repito que es intil anunciarla deca por centsima vez el portero de la Gobernacin, ya de mal humor. Don Tello est actualmente ocupado en asuntos importantes y no recibe a nadie. -Y yo le repito que si l sabe que yo lo solicito, me manda pasar inmediatamente. -Qu va!...-Bueno! Insisti la mujer - haga la prueba y presntele mi tarjeta. El empleado porteril, fastidiado de aquella insistencia que duraba haca ya diez minutos, volvi despticamente la espalda. En Venezuela, el despotismo se ha infiltrado de tal modo en el espritu nacional, que hasta lo ms insignificantes porteros adoptan cada vez que pueden entonaciones cesreas: las porteras tambin han tenido sus Ilustres Americanos. Pero en virtud de una reaccin muy natural, las entonaciones cesreas que usan los funcionarios pblicos, desde el ltimo corchete hasta el genio de turno que ocupa la Presidencia de la Repblica, se embotan en la aguantadora resistencia de la ciudadana, que no se desanima con las negativas, ni se corre con los ceos, ni se amedrenta con los gritos. Por esto la mujer, alargando siempre su tarjeta para que fuera llevada al Gobernador, trat de colarse en los salones del Despacho, cuando el portero entreabri la cancela en la medida estrictamente necesaria para pasar l solo y de flanco. Estas puertas casi nunca se abren de par en par: nuestros grandes empleados en sus oficinas, sobre todo si manejan fondos pblicos, parecen enfermos que toman todo gnero de precauciones, para que no entre el aire colado de ninguna fiscalizacin; dirase que le viento libre de la calle los enferma, y viven encerrados con porteros inexorables en las entornadas puertas, que cuando se abren, es para que pase de lado una sola persona, como lo acababa de hacer el cancerbero de la Gobernacin, y como empez a hacerlo tambin la mujer que consigui meter medio cuerpo entre las dos hojas entreabiertas. Esto hizo subir la entonacin del portero a la declamacin parlamentaria:-Ah caramba con la seora! No le he dicho que no se puede entrar?Pero la seora, a riesgo de dejar maltrechos el galante tratamiento y el gran sombrero colmado de flores artificiales, ya medio cado de su cabeza, con su medio cuerpo prensado entre las hojas, no responda, ni retroceda, sino que continuaba en su propsito de colarse, con una tenacidad silenciosa, sin importrsele un ardite de la exasperacin del otro, con el cual entabl una villana lucha de violentos forcejos. Puso trmino a esa lucha alguien que vena de adentro, de los salones del Despacho, hacia la puerta de salida; el portero, muy obsequioso, abri las dos hojas de par en par, para que cupiera todo lo que iba a pasar por all. Lo que iba a pasar por la puerta era un viejecito muy acicalado, muy altivo, con esa altivez que casi no cabe por las calles, la altivez hinchada que comunica a algunos pobres hombres la importancia de la funcin oficial. Llevaba los entrecanos bigotes cuidadosamente retorcidos hacia arriba, no se saba a punto fijo si belicosos o seductores; en las sienes, sobre las orejas, los cabellos entrecanos tambin, hacan un copetico o pompn muy vistoso en los cuales bien podran enredarse todava algunas miradas femeninas. La dama, que estaba ya dentro del recinto, se dirigi a l:-Don Alcides: me interesa tratar un asunto muy importante con don Tello, y el portero no quiere anunciarme. El viejecito, con un rgido movimiento de maniqu, se volvi con pompn, bigotes y todo, y le dijo al portero con una voz profundamente solemne, de una solemnidad casi trgica:-Djela entrar!Y emprendi majestuosamente el descenso de la escalera. Don Alcides era un seor muy conocido, y ms que conocido, temido. Tena su olimpo en las oficinas de Recaudacin, donde aterrorizaba a los contribuyentes durante el da; por las tardes, el jpiter fiscal se haca jpiter ecuestre, y se constitua en figura decorativa de la va pblica, jineteando en gordsima mula cubierta con gualdrapas bordadas de hilo de oro, con bocado, charnelas y baticola de plata ella, y l con gordas espuelas del mismo metal, cuyas rodajas amenazaban permanentemente el vientre de la bestia, a causa de la posicin del pie, que se estiraba mucha hacia abajo, buscando tocar levemente con solo la punta el estribo muy largo, a usanza llanera. No abandonaba por ningn motivo sus ademanes imponentes: a ello estaba obligado, no slo por el puesto que desempeaba, sino tambin por la voz que posea, sonora, grave, hecha para el mando; una de esas voces de las cuales se enamoran sus propietarios, hasta el punto de sumirse en un perpetuo xtasis de auto-audicin. Dirase que son ellos los narcisos de la declamacin. Esas voces altisonantes, imponiendo el continente majestuoso, y el continente majestuoso a su vez, refluyendo sobre las voces altisonantes, forman no pocas veces nuestras grandezas militares y nuestros genios, trapalones y comediantes, repletos de actitudes y desprovistos de aptitudes.Se divisaban todava la cabeza y los pompones de don Alcides, que se iba hundiendo escaleras abajo, rimbombada todava por los aires su voz ordenando: Djela entrar, cuando ya la dama, despus de atravesar, precedida del portero, algunos salones extensos y desiertos, traspona una puerta entornada, penetraba en una pequea pieza e iba a sentarse en un rincn que aqul le seal. Realmente, en aquellos mismos momentos, del Tello Mendoza, Gobernador del Distrito Federal, trabajaba. En uno de esos gabinetes retirados que tienen los palacios de gobierno, donde los altos y laboriossimos empleados oficiales, como los actores en sus camerinos, reasumen su carcter personal, sin despojarse del todo de su carcter escnico, don Tello, en compaa de dos individuos jvenes, se encontraba frente a una gran mesa, en cuyo centro fraternizaban un tintero y un litro de brandy, rodeado ste de una parvada de pequeas copas de cristal rojo. Don Tello, en su casa, era don Tello; en su estrado de la Gobernacin, era el Gobernador; pero en aquella pieza apartada, silenciosa y penumbrosa, don Tello y el Gobernador se compenetraban, se confundan, resultando una dual personalidad poltico-burstil, que all reflexionaba lo mismo en los negocios particulares que en los negocios del Distrito. Buenos contratos, ideados y madurados en aquella pieza por don Tello, reciban despus en el estrado oficinesco la aprobacin del Gobernador. Algunas empresas de carcter privado se aseguraban con algunas medidas de carcter gubernamental; y el celo oficial del Gobernador por conservar el bien inestimable de la paz, reciba considerables refuerzos en la conveniencia del ciudadano que negociaba con los caudales pblicos. El antagonismo entre los intereses de la patria, ante los cuales nuestros hombres pblicos viven sacrificndose, y los intereses personales, que nuestros hombres pblicos viven sacrificando en aras de la patria, encontraban en aquel recinto reservado soluciones armonizadoras, que dejaban tranquila la escrupulosa conciencia del poderoso mandatario. All don Tello se convenca de que poda negociar con las rentas de la Gobernacin, y el Gobernador pensaba que bien poda hacer algo en beneficio de don Tello. Las inspiraciones del patriotismo y las codicias del egosmo se equilibraran en su ingenioso sistema de partida doble y se balanceaban al fin con una probidad perfectamente patritica. Los millones del Gobernador del Distrito Federal, eran la moderatta retribucin del progreso asombroso del Distrito Federal: el Gobernador enriquecido quedaba solvente con el Distrito transformado, del mismo modo que a los inmensos desfalcos que Guzmn Blanco, Regenerador, Crespo, Legalizador y Castro, Restaurador, imparten con profunda gratitud su aprobacin los Congresos, en nombre de la patria regenerada, legalizada y restaurada. Qu diantre! Ninguno est obligado a trabajar en balde, y los que ejercen el difcil oficio del patriotismo, deben cobrar sus honorarios, sin permitir, si es posible, el derecho de retasa. Tan distante de la casa de habitacin como del Despacho de Gobierno, aquel saloncito, pues, era una charca intermedia, donde un anfibio, compuesto de partes iguales de Tello Mendoza y Gobernador del Distrito, a veces maquinaba, a veces se adormilaba, a veces hacia literatura. Al antro penumbroso solo llegaban gentes equivocadas, pensionistas de burdel, que concurran a delatar el dato sorprendido en las confidencias del lecho o de la orga; panegiristas hambrientos que iban a hacerse pagar las notas dadas en esas desafinadas orquestas de murguistas que cantaron las glorias de Castro; mercaderes de perfil judo, que a trueque de mdico tanto por ciento, iban a vender el secreto de alguna nueva explotacin del pueblo, de alguna nueva sangra, de algn nuevo monopolio, de esos que por ser muy grandes para las tragaderas de los prefectos, y al mismo tiempo muy insignificantes para las mandbulas del Presidente o de doa Zoila, le correspondan en el escalafn del reparto al Gobernador; y finalmente, personajes siniestros que por hbito caminan en puntillas, que se acercan y se alejan como espectros, sin hacer ruido, y cuya voz nadie conoce, porque solo hablan a cuchicheos en las orejas de la polica secreta, en las oficinas de delacin y espionaje.Cuando entr la dama, don Tello, oa con religioso silencio la lectura que de unas cuartillas escritas a mquina, hacia uno de los mozos, con una voz muy enftica, que revelaba que el lector estaba contagiado en aquel momento de la moral epidemia que reinaba en aquella poca: la admiracin sin lmites. El otro mozo comprobaba cuidadosamente la lectura declamada con las pruebas impresas en largas tiras de papel que tena ante los ojos; y los mudos signos de aprobacin que haca con la cabeza y con las cejas, indicaban que la admiracin era en l tan aguda como en el que lea en alta voz. Este a veces suspenda su tarea, mientras su compaero efectuaba alguna correccin marginal; luego volva al principio del perodo para poder saborearlo ntegro, de un solo tirn. Estos frecuentes saltos atrs, prolongaban el arrobamiento cuasi sibartico del Gobernador y sus dos ayudantes tipogrficos, pero demoraba el despacho de los asuntos ntimos de la Gobernacin, como lo revelaban cinco o seis individuos, mudos como fantasmas, que haban ido sentndose al lado de la dama, en los escaos situados en el rincn obscuro. El lector de las cuartillas originales haba llegado, casi ronco ya, a un pasaje culminante: era el final. Su voz, a causa de la fatiga, simulaba una sorda entonacin emocionada y pattica; sus manos se agitaban con furia en el aire, y sus cejas, a fuerza de enarcarse, se haban huido hacia el medio de la frente, donde tomaron el aspecto de dos agudsimos acentos circunflejos. Aquel mozo era la imagen de la estupefaccin.El de las pruebas de imprenta, comprendiendo que no poda dar a su facies aquella expresin de asombro, se puso en pie, arroj las tiras sobre la mesa, con ese gesto de anonadamiento mudo que tienen los hombres cuando se ven empequeecidos ante las grandes obras humanas o los grandes espectculos de la naturaleza: el tipgrafo pareca que estaba en presencia de las pirmides de Egipto o de las cataratas del Nigara; dio en silencio un paseo por el recinto gesticulando una profunda conviccin; despus, silencioso siempre, recogi y orden las tiras dispersas sobre la mesa, hasta que al fin pudo exclamar golpeando el rollo de papeles:-En este nuevo volumen, cramelo, don Tello, usted se ha excedido a s mismo: hay pensamientos admirables.Desenvolvi otra vez el rollo de papeles para recitar como muestra el que primero encontrara: -A proporcin que el pensamiento se ilustra, la voluntad prospera, y el carcter mejora. No hay ms all: el Cabito en sus brillantes improvisaciones no dice cosas ms bellas.El Gobernador, satisfecho y convencido, llen tres copitas.Su nobilsima sed de gloria, que se quedaba atrs de su sed de oro, se aumentaba con cada descubrimiento que sus cortesanos hacan en l de nuevas aptitudes intelectuales. Gran financista en el Ministerio de Hacienda, gran patriota en la Gobernacin; orador primero, cuando sus gobernados le dijeron que no slo hablaba, sino que tambin escriba. Haba obtenido fciles triunfos oratorios en las inauguraciones de algunas obras pblicas, pero no estaba satisfecho. Tena otras ambiciones. Los aplausos frenticos de sus empleados, enfermos de entusiasmo, que era tanto ms agudo cuanto mayor era su sueldo; esos aplausos que casi le apagaban la voz cuando en la inauguracin de cada obra pblica del Distrito, deca esta hermosa frase final: En nombre, pues, del glorioso Restaurador de la Patria, hago desde hoy formal entrega al pueblo soberano de esta nueva obra, esos aplausos ya no le satisfacan; una secreta voz de emulacin orgullosa le deca que esos aplausos se tributaban tambin a las pedestres peroraciones del Invicto. Adems, los triunfos del orador son aturdidores, pero efmeros; son el palmoteo que se disipa en el aire sin dejar nada tras de s; los triunfos del escritor, si menos ruidosos, son ms duraderos: son el libro empastado con amor, con pasta artstica y fuerte, atrayente y durable; el libro que perdura en el anaquel, que se nombra en las antologas, que se menciona en la historia de la literatura del siglo respectivo. Y escribi un libro, Intimidades, que casi no fue conocido, porque el Invicto, sin aducir, como de costumbre, ninguna razn, le prohibi terminantemente que lo diera a circulacin. En la ciudad de las anomalas, donde hay viaductos que se pasan por debajo y tneles que se atraviesan por encima, don Tello deba de agregar una rareza ms: un libro impreso destinado a permanecer indito. Pero Intimidades circul subrepticiamente, y las subrepticias felicitaciones que el autor recibi, le convencieron de que el libro era bueno y que la prohibicin de su jefe no era ms que envidia, envidia a su talento literario, de que careca el Restaurador; entonces concibi la idea de escribir otro libro, ese cuyas pruebas acababan de ser corregidas, y en el cual se haba excedido a s mismo, segn dijo el tipgrafo. La emocin que oprima el gaznate del tipgrafo declamador se haba calmado merced al descanso y a una segunda libacin de brandy; las cejas haban vuelto a su lugar, perdiendo su apariencia de acentos circunflejos; el anonadamiento del otro ante la abrumadora obra maestra tambin haba desaparecido; aquellas almas haban vuelto a su estado normal sin ningn esfuerzo, con la misma baja facilidad con que, momentos antes, haban entrado en el entusiasmo delirante. Don Tello se puso en pie, brillante el ojo de inveterada propensin al guio, que menguaba un tanto su dignidad de Gobernador y le comunica a veces al rostro una callejera picarda de limpiabotas; los carnosos carrillos, en una permanente expresin de sonrisa, recogidos hacia arriba, rebosando salud y satisfaccin de s mismo; la chiva y la perilla sacudidas, revelando la agitacin huracanada del labio inferior, epileptizado con un movimiento mudo, precursor de grandes frases, semejante al sacudimiento de alas, que agarradas todava a las rocas, dan las guilas, ensayando los grandes vuelos; los omoplatos echados hacia atrs primero y hacia arriba despus, doble movimiento a cuya merced la cabeza apareca tirada hacia adelante y embutida entre los hombros, hermosa postura tribunicia que adoptaba cuando iba a discurrir; don Tello, lo repetimos, puesto as en pie, pase sobre el pequeo auditorio de panegiristas, delatores y tipgrafos, una mirada inofensiva que l crey olmpica, y declam dirigindose a los empleados de la imprenta:-Que me lo impriman eso en el papel ms fino que haya en Caracas! Haba hablado el literato.Gir despus la cabeza en un cuarto de circunferencia, y grit a los cinco o seis personajes que estaban en el escao del rincn:-Esperen ustedes en el patio! Haba hablado el Gobernador.Despus se volvi a la dama, y le dijo endulzando el acento:-Acrcate Josefa! Haba hablado el proxeneta. Los tipgrafos, delatores y panegiristas, haciendo ademanes de asombro por ese ciceroniano arranque de elocuencia con que el Gobernador los haba echado fuera, salieron, en tanto que la nombrada Josefa se sentaba en una silla que a su lado le mostr don Tello.-Me traes buenas noticias? le pregunt. Dentro de un mes ser el baile de Montlvez, y yo todava no s si podr presentar al Cabito algo que le satisfaga. Me haba descuidado! Los otros ya las tienen conseguidas, y s que todas ellas son bellsimas.La mujer hizo un movimiento de hombros, que expresando descaro o desdn usaba con mucha frecuencia.-La muchacha que he conseguido dijo eclipsar todas las bellezas que puedan llevar los otros.Don Tello mene la cabeza con aire desalentado e incrdulo:-Lo dudo; has de saber que traern lo mejor de Venezuela y del extranjero; tienen no slo guayanesas, apureas, arageas, sino europeas, porto-riqueas y cubanas; hay una andaluza!-No importa contest Josefa sonriendo con entera tranquilidad. Mejor que sta, solo que bajara un ngel del cielo.-Y ya est entendida?-No; es una joven honrada, que no se seducir con dinero solamente, sino con mucha maa, ayudada con mucho dinero, y eso, quin sabe! Por lo poco que he podido averiguar de ella, comprendo que es una muchacha difcil de conseguir. Ya quisiera ver yo si con ella sacan campaa Mercedes o Juana Lugo!Don Tello sonrea, pensando que las dificultades de la empresa las aumentaba Josefa, como siempre, con el propsito de encarecer sus oficios y aumentar la prebenda. -Las maas las tienes t; y el dinero, todo el dinero que se necesite, te lo dar yo; pero crees que conseguiremos la muchacha? Porque si no lo crees hay que buscar otra; te lo repito: slo nos queda un mes para esa conquista. -Si lo creo, porque a las maas y al dinero, si no bastan, sumaremos un recurso ms eficaz an: la influencia del poder. Por lo pronto, lo que interesa es que asista al baile llevada por usted, para que triunfe sobre las otras, porque juro que triunfar. Despus veremos cmo la convencemos de que debe corresponder al amor del Cabito, porque juro tambin que el Cabito se enamorar de ella; pero lo repito, la aventura es peliaguda. En el rostro del heroico Gobernador asom una sombra de inquietud.-Peliaguda por el carcter de la joven sigui Josefa- ya lo tengo dicho: por lo dems, no hay ningn peligro: nos entenderemos slo con un viejo.El heroico Gobernador torn a serenarse y exhal un ah! de satisfaccin, como si se le quitase un peso de encima.-Y como hay que empezar los trabajos, porque dentro de un mes se dar el baileAl decir esto la mujer se puso de pie y estir la mano, cuyo dedo cordial encorvndose sobre s mismo rascaba la palma, con ese movimiento vulgarsimo con que ciertas clases de personas piden dinero.Por toda respuesta don Tello sac de una gaveta de la mesa un grueso paquete de billetes de banco que puso sobre aquella mano pedigea, y agreg despus:-Gira contra la Tesorera Municipal por todo lo que necesites; yo dar las correspondientes rdenes para que carguen religiosamente esos egresos al captulo Imprevistos.Hablando as se haban acercado a la puerta entornada de la salida, a donde el portero acababa de llegar tambin trayendo una tarjeta que entreg al Gobernador y que ste se guard sin leer.-No te olvides de volver a darme cuenta del curso de los sucesos; esta ltima vez tardaste mucho en venir. Y pensar que a causa de mis muchas atenciones, casi me iba olvidando ya del baile, de ti y del asunto que te he encomendado!-Yo he venido, pero el portero no me deja entrar, ni me anuncia siquiera! contest Josefa lanzando una mirada de acusacin al modesto empleado.Pero el Gobernador lo disculp:-Si molestan tanto! T no sabes lo pesado que es ser Gobernador! Aqu don Tello hizo un movimiento de resignacin y continu:-nicamente porque el Cabito no quiere que le renuncie el puesto, es por lo que estoy desempendolo, crelo, Josefa.Se detuvo nuevamente: despus ensay un noble gesto de desprendimiento, y agreg:-Y tambin porque hay que hacer algn sacrificio por la patria.Se dirigi luego al portero:-Siempre que la seora me solicite, hgala pasar sin demora.La mirada de acusacin de Josefa se troc en mirada de triunfo, que envolvi de pies a cabeza al portero, el cual, en seal de que deseaba transarse y echar, como hacen los polticos cados, un velo al pasado, se inclin primero ceremoniosamente ante la mujer, y despus corri a levantar la pesada cortina de la puerta. Josefa sali, subi a su coche y se hizo conducir a la Agencia de casas de alquiler de Luis F. Mller. Pregunt por el alquiler mensual de una casa situada en la parte alta de la ciudad.-Entre qu esquinas? pregunt el agente. -Las esquinas no tienen nombre, porque las calles por esos lados no estn trazadas todava; aquello es un callejn; la casa tiene nmero 10; es el nico dato que puedo darle. El agente permaneca perplejo. Josefa vino en su ayuda.-Tiene usted el plano de la ciudad? Tal vez podra determinar aproximadamente con l la situacin de la casa. -Y est a nuestro cargo?-S, tiene pegado un papel que dice que se alquila por ustedes.El agente trajo el plano; Josefa mostr el callejn, y despus de pensar un momento, el agente dijo:-Ah! si, ya s cul es la casa: treinta pesos con fiador.Josefa hizo un mohn:-Con fiador?-Si.-No quiero exigir ese servicio a nadie; prefiero pagar adelantadas las mensualidades. -Oh! no podemos; eso es contrario a las instrucciones terminantes de los dueos de las casas. -Por trimestres anticipados! dijo Josefa. El agente segua meneando negativamente la cabeza.-Por semestres anticipados entonces!Los movimientos negativos del agente tuvieron una breve interrupcin, pero se reanudaron despus. -Pues pagar una anualidad o dos, las que usted quiera, con tal que me releve del fiador replic Josefa ya impaciente, golpeando el pavimento con el regatn de su sombrilla, y mostrando al agente el grueso fajo de billetes, al mismo tiempo que se haca este clculo: En tres o cuatro meses realizo mi plan, y subarriendo por el tiempo que sobre.El movimiento de rotacin de la cabeza del agente haba cesado. -Est bien dijo. Nos contentaremos con que el pago de los alquileres los haga por anualidades anticipadas. Voy a traer la llave. En favor de quin extendemos el recibo? Porque supongo que usted pagar ahora mismo. El nombre de usted?Josefa tuvo un momento de vacilacin, mir fijamente a su interlocutor, y le pregunt sonriendo:-Cmo! No me conoce usted?-No tengo ese honor. -De veras? Qu raro! Si a m me conoce todo Caracas! -Pero yo no contest con calma teutnica el agente. -Clementina Blanco, servidora. El agente hizo una corts inclinacin de cabeza, se sent al escritorio, extendi el recibo en toda forma, y lo entreg junto con la llave a la inquilina; sta pago y se despidi. En la mueblera de Martnez Egaa compr un pequeo mobiliario para una mujer sola, encargando se lo llevaran esa misma tarde a la casa recin alquilada, cuya situacin determin, valindose tambin de un plano.-A casa! Orden despus al cochero Zamuro a-Ya s dnde es le interrumpi el auriga: -anoche llev uno all. Momentos despus el coche se detena ante la casa designada, una casa de buen aspecto, con dos ventanas, hermoso zagun y tupido jardn, cuyo follaje verde se alcanzaba a divisar a travs de los calados del entreportn. Sobre la puerta de la calle colgaba un farol de vidrios rojos, en cuyas cuatro caras se lea este aviso, escrito con letras negras: Se alquilan camas.Al abrir la mujer el segundo portn, avis la llegada con su tintineo una campanilla que penda de un arco de fleje, fijo a la hoja. Dos o tres rostros femeninos se asomaron curiosos por las entornadas puertas y rejas interiores, desapareciendo con medrosidad de colegialas cuando vieron quin llegaba. -Florinda grit Josefa, -dnde est la negra Petra? Llmamela. -Petra! Petraa! grit una voz en el interior. Que te llama la seora Josefa. Esta se dej caer en el sof del corredor; para echarse fresco con el abanico, desprendi el tupido velo, se quit el sobrero florido que tir a su lado, descubriendo su hermosa cabeza, inteligente y vivaz, blanca de canas que ofrecan un raro contraste con las pestaas y las cejas negrsimas. Tambin formaba un contraste no menos raro la expresin ingenua y candorosa de los ojos, unos ojos de nia, con fisonoma tornadiza y astuta, por la cual se vean pasar las picardas y las desvergenzas, como por el pavimento sucio de un calabozo se ven pasar las sombras de las ratas. A aquella mujer no se le poda asignar edad, a causa de los afeites; en la cara pintada apareca el anacronismo cmico de la arruga que se esconde bajo los polvos de la lividez senil o enfermiza que se disfraza con el color de la salud o de la juventud. Qu edad tendra? Veinticuatro aos decan las pestaas y las cejas negras, los ojos infantiles, las mejillas sonrosadas. Cincuenta aos contestaban a su vez las canas de la cabeza y la doble barba escurrida y flcida. La boca simiesca, que se ensanchaba o se recoga como un disco, con un circular movimiento de beso permanente, no daba ningn indicio tampoco de su edad. En aquella boca el largusimo hbito del sculo haba estampado sus huellas indebles; el beso mercenario aleteaba entre una red de surcos, como se conserva por mucho tiempo el calor de la lava bajo las fras rugosidades de la costra. A quin deba creerse? Al sculo que pugnaba por salirse de su crcel de arrugas, o a las arrugas que aprisionaban al sculo rebelde? Veinticuatro aos! Cincuenta aos!Se tendi en el sof para descansar; su rostro apareci inundado de una laxitud cansada, la misma laxitud que haca desfallecer su cuerpo y su voluntad. Porque en la lucha por la vida no son los msculos de los miembros los nicos que trabajan: tambin trabajan los msculos del rostro; la cara se fatiga tanto como se fatigan los brazos, las piernas y las manos. Por calles y plazas van los rostros humanos puestos en guardia, como enemigos que se aprestan al ataque o a la defensa! No slo con los bceps se golpea, no slo con las manos se estrangula, no slo con los puos se saca sangre: los rostros humanos tambin hacen todas esas cosas: golpean con las miradas, hieren con las sonrisas, matan con el gesto. La lengua a veces se entierra en las carnes como un pual; en el ceo de dos frentes que se encuentran, muchas veces ya envuelto un reto a muerto; hay miradas llenas de odio que se cruzan como si fueran dos espadas; una sonrisa desdeosa asesta de paso un puntapi; una mueca ambigua, que se va tras una persona que pasa, es un venablo cobarde que mata por la espalda su reputacin. Y en esta lucha sin tregua no trabaja sino el rostro, que se va deformando poco a poco, de acuerdo con el gesto fisonmico ms frecuentemente repetido, a impulso de determinado esfuerzo intelectual o pasional. Entones sobre las facciones aparece la fisonoma, que pone en los rostros el rasgo comn que liga con cierto aire de familia a todos los que tienen las mismas pasiones y ejercen la misma profesin; sobre los inertes msculos faciales aparece el ceo de los colricos, la frialdad lvida de los envidiosos, la imbcil fatuidad de los adulados, la baja humildad de los aduladores, la uncin de los clrigos, la hipocritona amabilidad de los comerciantes, la falsa bajeza de los cortesanos. Ese rasgo comn de la clase denunciar a la monja en un cuadro de bailarinas, con tanta seguridad como una bailarina en un coro de monjas; al mercader, aun cuando se disfrace con arreos militares, como Matos; a los proxenetas, aun cuando lleven portafolios ministeriales, como los favoritos de Castro.Cmo denuncia a los hombres la fisonoma! Cmo permite ella devolverlos a la clase a la que pertenecen cuando la suerte caprichosa los saca de ella y los lleva a otro medio! Con cunta seguridad despoja ella a algunos triunfadores de su frac de caballeros y les restituye su librea de lacayos! Slo en la soledad, en el sueo o en la caja mortuoria, cuando el hombre, tranquilo no tiene de quin defenderse ni a quin agredir, la mascarilla de combate cae; una impasibilidad profundamente triste, esa que se ve en el rostro de los muertos, de los dormidos o de los ascetas solitarios, sustituye al ceo amenazador o la risa despiadada, como bandera melanclica que demuestra la existencia de una sola realidad con el mundo: el infinito e inconsolable dolor humano. Como ejemplo de lo que acabamos de decir, ah estaba Josefa medio dormida, tan distinta de la Josefa despierta que hemos visto, que casi no se conoca. De su cara se haba borrado la fisonoma de la rufiana; la expresin de descaro e ingenuidad accesorias al oficio, se haban desledo entre sombras de abatimiento y de fastidio; las cejas y las pestaas negras y las mejillas sonrosadas no atestiguaban ya nada favorable acerca de la edad de aquella mujer, a cuyo rostro marchito se asomaba un alma hastiada, tal vez lacerada, que si no tena cincuenta aos, por lo menos los haba vivido ya. Fue breve aquel momento de desasimiento somnoliente: como guerrero tras corto descanso viste nuevamente la cota, recoge el escudo y cie la espada, as la expresin triste y tediosa de aquel rostro desapareci desleda entre los rasgos adquiridos: las cejas recobraron el ceo imperioso, los ojos el mirar candoroso, la frente la comba inteligente, los labios la sonrisa besadora: los rasgos de la fisonoma despertaban y se ponan nuevamente en pie. Josefa mir a su rededor; su atencin revoloteaba de objeto en objeto, y cuando iba pensando lo iba diciendo: -Las colillas de los cigarros andan rodando, la saliva mancha el suelo, porque hay brutos que se imaginan que las escupideras son soperas; las sillas estn regadas por el patio, ahumados los tubos de las lmparas, como si en esta casa no hubiera agua, ni escobas, ni gente. Cmo estarn los cuartos! No voy a verlos para que no se me reviente la vejiga de la hiel. Seguro que estas flojas no han hecho otra cosa que dormir toda la maana.-S, cmo no! rezong una voz dentro. Josefa haba empezado a hablar en voz baja, pero su voz haba ido elevndose en un crescendo colrico; hacia el fin del monlogo ya no hablaba sino que gritaba; el refunfuo de adentro acab de sulfurarla; se puso en pie nerviosamente, y arrostrando el derrame bilis se entr por la espaciosa galera, que estaba en un completo desorden. Tres camas que haba en la pieza, separadas por tabiques plegadizos, parecan nidos inmundos; los colchones manchados y remendados, quedaban en descubierto por el desarreglo de las sbanas y cobertores de dormir por la noche, que en este gnero de casas son sucios, y completamente distintos de las decorativas ropas, limpsimas y hasta lujosas, que visten las camas en el da, o cuando se dan en alquiler a los clientes. En una atmsfera enrarecida que ya haba sido respirada muchas veces, se mezclaban el humo de los cigarrillos, la transpiracin nocturna de los cuerpos, las emanaciones de las aguas sucias del tocador y de los vasos de noche, los efluvios grasosos y rancios de ungentos y pomadas, y el olor a mugre de las ropas y las medias regadas por el suelo.Enaguas, faldas y tnicas de todos colores, colgaban de los clavos de la pared, uno de los cuales, el ms alto, frente a un bidet colocado en un ngulo de la habitacin, sostena el recipiente de hierro esmaltado de una irrigadora, alrededor del cual daba tres vueltas el tubo de cautchou, quedando erecta la punta de la cnula, como la cabeza de un reptil destructor de vidas, en acecho. Las mesitas de noche en la cabecera de cada cama, veanse colmadas de cigarrillos sueltos, ligas, cintas ajadas, horquillas torcidas o abiertas, peinetas con slo una docena de dientes, destapadas cajitas de ungentos verdes o grises. Sobre el aguamanil monumental, que ms bien pareca seiboard de comedor, vease una gran jarra, una gran ponchera, que por lo grande bien poda servir para semicupios, jaboneras inundadas de agua en las cuales los jabones de olor se deshacan sin ms provecho que el de dar sus perfumes penetrantes; peines cuyos dientes estaban atascados de mugre, se ladeaban sobre cepillos ralos, que tenan ahora ms cabellos que cerdas trajeron de la fbrica. Rota la fila ordenada del da, amintonbanse en este aguamanil una porcin de tarros llenos de polvos de coral para los dientes, polvos negros para las cejas, blancos para los cuellos y las espaldas, rojos para los labios, rosados para las mejillas; borlas de todos tamaos posbanse como aves en sus nidos, en moteras de todas formas; estaban all, en fin, en loco desorden, todos los utensilios, todos los recursos que la cosmtica pone en manos del amor mercenario, para disimular, en complicidad con las pantallas de color de rosa que tamizan la luz de los quinqus, el pao de las hepatitis alcohlicas, las livideces del trasnocho orgistico, las placas de la sfilis, los hoyos de las viruelas, los costurones de la escrfula. Josefa furiosa abri puertas y ventanas para que entraran aire y luz.-Avsenme las seoritas gritaba- si les debo buscar sirvientas para que les compongan las camas y las ayuden a vestirse y peinarse.Luego se detuvo en la mitad de la pieza, y se encar con todas ellas:-Ustedes me van a desacreditar la casa y me van a correr la clientela. Quin va a venir aqu a respirar estas hediondeces, ni a mirar estas porqueras!Un terceto de risas contenidas contest a la filpica furiosa de Josefa; y cuando esta, como un cicln, pas a la otra pieza, tres cabezas desgreadas y descaradas se estiraron por encima de los bastidores, hacindole muecas picarescas.En el otro cuarto slo haba una muchacha. Florinda, apenas nbil, con expresin de sencillez completamente campesina, que peda las alpargatas para los pies y el sombrero de cogollo para aquella cara, todava atrigueada por el sol y la intemperie de los campos. El candor y la sana robustez de aquella muchacha ofrecan un contraste extrao en aquel antro de enfermedades y de vicio; pareca un botn de rosa trado esa misma maana de Galipn, para ser colocado entre flores podridas, que haban servido ya de adorno en muchas orgas. En esta habitacin todo estaba ya arreglado; cuando Josefa entr, la muchacha se levant y se qued mirndola, con una mirada de interrogacin. Pero Josefa, con el berrinche que traa, y atenta slo a la requisa policial de la pieza, no repar por lo pronto en la muda pregunta de Florinda.-Seora Josefa, dgame, lo encontr? Satisfecha del arreglo del cuarto, Josefa dispens su atencin a Florinda y le contest:-No; vete convenciendo de que lo que es ese tipo, ya no vuelve. Olvdalo. Eres joven y bonita: otros te amarn.-Pero si l me dijo que nunca me olvidara!-Si te dira esas cosas tan bonitas, pero ahora te est dando a entender todo lo contrario. Olvdalo. El patiqun aquel te mando saludos; me encontr con l en la calle; se est muriendo por ti; pero con tu despego y tu aire antiptico, vas a ahuyentar a ste, como a los otros. Hay que complacer a los hombres, no slo con nuestras caricias, sabes?, sino tambin con nuestras alegras: para eso pagan. Mira, mijita: tienes que aprender a rer, a rer siempre, cuando llores, rete tambin, para que se crea que tus lgrimas son de risa. Ese es el secreto de una de las flojas que estn all, en el otro cuarto; aun cuando es ms bien fea que bonita, la solicitan porque est siempre alegre; para correr un trueno no tiene semejante; hace rer a todo el mundo con sus cosas, haz t lo mismo; las penas hay que esconderlas, porque son ofensivas a la vista, como la ropa sucia; debes ahogar tus penas en lo ms recndito de tu corazn, disipar de tu frente el ceo triste, para que aparezca la sonrisa alegre en los labios, la sonrisa que nos trae amigos y sobre todo, estoJosefa, con su adems acanallado, se rasc la palma de la mano con la ua del dedo cordial. Hablaba sin amargura, con cierta entonacin montona, como si repitiera por centsima vez una aprendida y fastidiosa homila del oficio, guard silencio un momento; despus agreg, encogindose de hombros:-Y si no puedes hacer eso, resulvete a morirte de hambre, o a trabajar como una negra. -Yo me volver a mi campo.-A que te mate tu pap a palos! exclam asombrada Josefa. -Servir en una casa de familia. -En que casa? Si yo no te la busco, t no la encontrars, y lo que es yo, no te la busco; ya te lo he dicho. Crees t, que eso es mejor que estar aqu conmigo? Aqu eres libre, y en otras partes vas a ser esclava. Y luego, que pronto te vuelvas a enamorar, porque este maldito corazn no escarmienta; la seora de la casa resulta muy regaona, y uno de los jvenes se compadece de ti, y as empieza la repeticin del drama.-Yo no volver a querer a nadie. -Bueno, haz lo que t quieras dijo con acento de fastidio Josefa a m no me gusta violentar a nadie; nicamente te recuerdo que hace un mes que te dej tu amado, y no has ganado nada, porque no has querido aceptar a nadie. -Es que yo no quiero a ninguno de esos. El asombro de Josefa lleg a su colmo:-Acaso lo hacer porque quieres a alguno? Lo haces porque necesitas comer y necesitas vestirte. De qu piensas vivir entonces? Voy a decirte una cosa: yo ya no puedoLa aldeana por toda respuesta se puso a llorar, con los fuertes resoplidos que son de suponerse en aquella alma simple que no saba disfrazar sus impresiones, en aquel trax robusto, en aquellos pulmones poderosos y sanos: unos resoplidos que le llenaban la garganta de mil ruidos chillones y silbantes, unos sollozos hechos para llenar la selva y acallar los torrentes, en plena campia. Y era que el dolor ntimo de Florinda, estaba de acuerdo con sus rganos de expresin, el dolor era grande, como eras ruidosos sus gemidos. La realidad de la vida, brutalmente, la sacudida por los brazos, y la obligaba a ponerse en pie y a andar, en momentos en que se senta desfallecer; la obligaba a luchar para vivir, cuando deseaba morirse. Josefa que al principio sinti impulsos de rerse de aquellos clamores netamente aldeanos, se compadeci despus, a causa de la sinceridad de ellos; y pens que ella haba llorado, si no de igual manera, porque como hija de la ciudad, haba aprendido desde pequea a llorar con decencia, s por igual motivo. Record que ella haba tenido que combatir, hasta vencerlas, las repugnancias de su pudor sublevado, de su dignidad herida de mujer cuando empez a ofrecer sus caricias a hombres que le eran desconocidos, y a veces, repulsivos; cuando prodig sus besos sin amor, cuando rio sin alegra, cuando fingi los primeros estremecimientos voluptuosos, sin voluptuosidad. Reflexion que igual a su historia, que ya iba a terminar, sera la historia de esa muchacha que ah se estaba sacudiendo de dolor, chillando y moquendose sin arte ninguno, con una rusticidad selvtica, que desmejoraba su rostro, tan bello y tan dulce; seducida y abandonada primero como Florinda, por un desalmado, explotada despus por una abadesa, que le dio asilo, pudo economizar algn dinero porque era bella, y acept la vida tal como se le vena encima; se hizo propietaria de una casa de lenocinio, en la cual, a su turno, de explotada, se convirti en explotadora de otras seducidas y abandonadas. Y he ah que haba podido vivir, no obstante que al principio crey que iba a morir. Al llegar a este punto de sus reflexiones, torn a mirar a Florinda, que se sonaba estrepitosamente; y viendo aquel dolor, volvi a encogerse de hombros; esos torrentes de lgrimas tambin los verti ella, y all estaba ella con cuatro casitas propias que le daban una regular renta, un establecimiento con numerosa clientela y relaciones muy valiosas en la alta sociedad y en la poltica. Murmur un bah! Indefinible, un bah! Lleno de esa burla compasiva con que los expertos de la vida se mofan de los ineptos de la vida; puso la mano sobre la cabeza de Florinda, y le dijo con conviccin: -No llores; eso se te pasar, ya lo vers; yo te lo aseguro. Arrglate para que salgas ahora mismo conmigo. Petra, la cocinera, calculando que ya no la necesitaran, se present al fin, arrastrando unos zapatos viejos vueltos chancletas. Josefa se la llev al comedor y le dijo: -Voy a pasar una temporada en La Pastora; tengo un negocio por all, me llevo a Florinda; te recomiendo mucho todo. Volver o no volver pronto; no s. Maana vendr Florinda a llevarte para que sepas donde queda la casa; que no sepan nada de esto las otras.Petra ya se volva a la cocina, cuando la llam nuevamente Josefa.-Oye y no te olvides; all me llamo Clementina Blanco. Despus, acompaada de la llorosa Florinda, pensando que ya los muebles iran en camino, se meti precipitadamente en el coche que esperaba en la puerta, y que ech a rodar hacia La Pastora.

IIEra un callejn sin salida, angosto, extendido en una pendiente de tres cuadras ms o menos, que terminaba bruscamente en un barranco profundo, de esos que abren sus fauces en la parte alta de Caracas, hacia el pie del vila, con apariencias de grietas inmensas, producidas por movimientos ssmicos. A cada lado alinebase una hilera de casitas y de solares sin edificar, en algunos de los cuales las viejas tapias de tierra pisada o de adobes haban desaparecido lamidas por las lluvias, y dejaban anchos portillos, tapados ahora con empalizadas de tunas verticales y muy juntas, que cerraban la entrada a los animales domsticos que pululaban por la va, pero no a las miradas del transente curioso, que quisiera fisgar el interior de los solares.El empedrado estaba destruido en largos trechos; los adoquines, regados a los largo del arroyo, parecan ya listos para formar alguna barricada; y los hoyos que en la calle dejaban las piedras sueltas, estaban llenos de una agua lechosa e infecta, con natas de grasa y jabn, que sala del interior de las casas y corralones. Despus de llenar los hoyos, el arroyo fangoso segua su curso, callejn abajo, por la orilla de las irregulares aceras de lajas oscilantes e inseguras, que se movan bajo los pies de los transentes y les salpicaban los vestidos. Esa maana, una gran familia de cochinillos que acababa de salir de un corraln, precedida de la autora de sus das, tom tranquilamente posesin de la calle. La tribu porcina hocique e interrumpi el sueo de una tribu perruna, compuesta de unos falderillos esquelticos que tomaban panza arriba la matinal caricia del sol, y que se alejaron gruendo en busca de otro sitio donde echarse.Una piedra, certeramente lanzada en defensa de los derechos de los perros, hizo gritar a la madre de los puercos, que huy dando chillidos y resoplidos, seguida de su numerosa prole. Entonces otra piedra, no menos certera que la anterior, en desagravio de aquel atentado, hizo blanco en uno de los falderillos, el cual pobl los aires de dolientes gemidos.Entre los cochinillos y los perrillos haba enemistad invencible, y esta enemistad haba producido escisin entre algunos habitantes menudos del callejn. A los chillidos de la puerca salieron corriendo a la calle algunos nios que la defendan; a los aullidos del falderillo otros nios salieron en su defensa. Los dos bandos, con sus legitas un poco enredadas, defendieron sus respectivos intereses. Y porque las madres intervinieron no hubo sangre, es decir, no hubo avance de piedras; ensayo infantil de las futuras guerras a que tan dados son los nios de los barrios. Cuntas de nuestras revoluciones sangrientas, hechas en nombre de avanzados principios, habrn tenido origen en la enemistad de dos chiquillos de barrio, que despus han sido dos caudillos benemritos!Los nios, desgreados, plidos y completamente desnudos la mayor parte, olvidaron pronto sus rencillas y fraternizaron, dominados al parecer por una nueva preocupacin; todos se sentaron en los zaguanes, bostezando de vez en cuando, y mirando con gran atencin hacia abajo, como en espera de algo.El callejn estaba muy poblado, no obstante que slo haba habitadas diez o doce casas nada ms. Era que en cada una de stas haba una reunin de familias, cada una de las cuales se embuta en una pieza, que era a la vez cocina, comedor, dormitorio y sala de recibo. Sobre el portn de las otras casas se ley por algn tiempo el letrero: Se alquila, el letrero fatdico y desconsolador que se vea a cada paso en las calles de Caracas, y que revelaba que en la capital, como en el resto de la Repblica, nuestra poblacin se mora o emigraba bajo el triple flagelo de las pestes, de la miseria y las persecuciones polticas. Ms de tres mil casas vacas en la Sultana del vila, transformada en la mendiga del vila, y los anuncios de remates de fincas agrcolas, que llenaban las columnas de la prensa peridica de las provincias, eran la mejor prueba del inmenso malestar econmico del pas, malestar que negaban los que la beneficiaban, como niegan los parsitos moscovitas, los dolores y las miserias del esquilmado pueblo ruso.El letrero Se alquila haba sido reemplazado para la fecha de esta historia por este otro: Se vende. Era que el malestar se haca ms tirante a medida que la Restauracin se haca ms gloriosa. Los grandes hombres siempre han sido costosos, y los pueblos que quieren darse el lujo de tenerlos, deben pagarlos. Cunto le cost Csar a Roma y Napolen a Francia? No era posible que Castro, superior a aquellos, segn ciertos sastres literarios que vivan midiendo la talla del Invicto, le costase menos a Venezuela. A las voces de uno de los chicos que grit, batiendo las manos: All viene, all viene, los otros se levantaron del quicio de los portones para mirar hacia el fin del callejn por donde suba lentamente, muy lentamente una seora, en la cual reconoceremos a Josefa, cambiada a Clementina Blanco en su nueva casa, segn las instrucciones que le dio a la sirvienta.Pareca que vena muy cansada y que aumentaba su desaliento lo empinado y largo de la cuesta que se extenda ante su vista; pero como a la vez que caminaba con lentitud, examinaba con miradas escrutadoras dos personajes nuevos que en ese momento se vean en el callejn, se comprenda que, o no era el cansancio sino la curiosidad lo que haca lento el andar de Clementina, o que ella se aprovechaba de la fatiga de sus piernas para observar mejor. Uno de los personajes era un joven que iba all mismo, delante de ellas, totalmente trajeado de blanco, desde los zapatos de lona hasta el sombrero de jipijapa, indumentaria que se acostumbra en el clima clido de La Guaira. Sobre ste posaba Clementina las miradas de simple curiosidad que en los barrios, como en los pueblos se atraen los forasteros. La atencin ms sostenida, y casi diramos rencorosa, de Clementina recaa en el otros personaje, un joven elegante, smart, sin duda perfumado y empolvado, cuyo traje necesariamente tendra la marca de Muscani, y que parado delante de una ventana, conversaba con alguien que estaba dentro. Como hemos dicho, a ste lo miraba Clementina con hostiles miradas de inquietud.-Quin ser este pjaro? Tendr novio la chica? se preguntaba entre dientes.El joven vestido de blanco tambin caminaba despacio como Clementina, y lo mismo que ella, miraba hacia la ventana ante la cual conversaba el joven smart. Toda la chusma de nios corri al encuentro de Clementina. Al que primero lleg, un pequeo Adn de diez aos, de inocencia y desnudez completamente paradisiacas, tuvo tiempo de preguntarle Clementina en voz baja, antes de que llegaran los otros nios:-Quin es aquel joven que est hablando en la ventana de don Anselmo?-Yo no s. -Y ese otro que va delante de m?-Ese es el nieto de doa Manuela, que viene del Puerto todos los meses.-Aj! doa Manuela, -exclam Clementina, acordndose de una seora que siempre le haba cerrado las puertas de su casa- la vieja que nunca me ha podido pasar. La turba de chiquillos haba llegado y rodeaba a Clementina.-Y t por qu no te pones los pantalones? pregunt al desnudo e infantil Adn.-Porque los guardo para ir a los mandados. -Pntelos: yo voy a darte otra muda de ropa. -As podr tener siempre una muda limpia, para los mandados dijo el chico con un tono lleno de previsin.-Jess! Toita, qu horror! Y los trajes que te di por qu no los usas? -Los empearon en el Monte de Piedad contest la interpelada, una Eva morena y regordeta, que a veces haca con la mano una pantalla que pona por delante, en la actitud pdica de la Venus de Mdicis. Al mismo tiempo que Clementina hablaba regaando al de ac, preguntando al de all por algn hermanito enfermo, metindole a ste entre los calzoncitos las faldas de la camisa, o alisndose con la mano a aqul los encrespados y desordenados cabellos, con un cario muy femenino, y que no era fingido, distribua entre los nios puados de galletas y dulces de que traa buena provisin en una cesta, en la cual haba adems un paquete cuidadosamente envuelto en papel de seda.-A ver, le llevo eso, -dijo quitndole el paquete uno de los chicos, no se sabe si por atencin, o por facilitarle a Clementina la operacin del reparto.La distribucin volvi a producir escisin, algaraba, pellizcos y rias, entre los chiquillos.Nada vala que Clementina, para tranquilizarlos, les dijera que para todos alcanzaba. Siempre haba quejosos. Suceda all en pequeo, los que sucede en mayores proporciones cuando un partido triunfante trata de hacer el bien pblico, empezando por el bien particular de sus miembros ms distinguidos; siempre hay descontento, que ms tarde harn una nueva revolucin en defensa del salvador principio de la igualdaden el reparto.A la algaraba que en la calle se escapaba del grupo formado por Clementina y su cortejo de chiquillos, se apiaron a las ventanas muchas mujeres; todas ellas contestaron cordialmente el saludo que de paso les hizo Clementina con una amabilidad no desprovista de cierta cmica dignidad.Los chicos, futuros ciudadanos de la Repblica, fueron abandonando a Clementina a medida que la cesta de galletas se iba quedando vaca, y los estmagos iban sintindose hartos. Lleg acompaada solamente del chiquillo corts que le tom el paquetico, a la casa nmero 10; golpe con el aldabn; al postigo se asom la cara simptica y tristona de Florinda, y a poco se oy el ruido de la llave que daba vueltas en la cerradura del portn. En esos mismos momentos el joven vestido de blanco abrazaba a una anciana que sali a recibirlo de una casa situada un poco ms arriba y se despeda el que estaba parado frente a la ventana. Haca ya algunas semanas que la falsificada Clementina Blanco se haba instalado en su nuevo domicilio. Conocedora de la vida de los barrios, donde hay cien ojos invisibles que miran a travs de las celosas, cien orejas pegadas a las paredes y a las puertas que escuchan, cien curiosidades que averiguan, y cien lenguas infatigables que murmuran, resisti impasible y amable el examen inquisidor de los unos, se atrajo con dulzura la esquivez arisca de los otros, y se relacion con todos, dndose a conocer como un miembro de la distinguida familia Blanco, de Valencia; vena a Caracas a pasar una temporada, y haba escogido La Pastora, por considerarla ms sana; viva una vida independiente merced a una pequea renta que disfrutaba. Y como saba que el mejor modo de acabar con la ajena curiosidad es dar fcil acceso a las miradas curiosas, y que la generosidad embota las armas ms agudas y aceradas, todas las puertas y ventanas de su casa, lo mismo que todos los armarios y alacenas de su despensa, permanecan de par en par abiertos, accesibles a la curiosidad y a la necesidad de todo el vecindario. Solo cuando Clementina iba a hacer algunas compras o practicar algunas diligencias, la criada, Florinda, cerraba el portn, detalle ste que ya conoca la chiquillera del callejn, y le anunciaba que la seora andaba por el mercado, y regresara trayndoles confites, galletas o frutas. El vecindario se cans de espiar a la recin llegada. En la vida de sta, de doa Clementina, como la llamaban, no encontraron nada de particular; solo en un punto creyeron notar cierta contradiccin entre sus palabras y la realidad, contradiccin que por otra parte bien poda atribuirse a modestia; y era que su renta no deba ser muy pequea, como lo aseguraba ella, porque viva con una comodidad rayana en lujo. Con frecuencia llegaba en coche; haca muchas obras buenas, cubra muchas desnudeces, acallaba muchos estmagos vacos. Tambin daba excelentes consejos a las muchachas; en esos mismos das, nada menos, logr disuadir de su locura a una inexperta paloma que estaba dispuesta a salirse de su nido con un gaviln. Y haba impedido, gracias al pago de dos mensualidades cadas y otra anticipada, que el casero echara a la calle a veinte inquilinos, acomodados en una casita, que cuando ms tendra espacio para diez personas. Ya lo hemos dicho; en los barrios la gente pobre, para poder pagar alquiler, hace estas aglomeraciones heterogneas, en que viven como colmenas enemigas, familias de educacin y condicin completamente distintas. All, el buen vivir se codea con el mal vivir, la cultura con la vulgaridad, el trabajo con el ocio; obreras que no necesitan su pieza sino para dormir, porque de da trabajan fuera, se tropiezan en los zaguanes al anochecer, con mujeres que no necesitan de su habitacin sino en el da, porque de noche se van a la calle; en la maana, tornan a encontrarse estas mujeres en los zaguanes, pero en viaje opuesto; las muchachas honradas salen a su trabajo; las muchachas viciosas regresan a dormir. Clementina, pues, adquiri en el callejn fama de buena, en toda la extensin del vocablo; buena por la generosidad de su corazn, y buena por la moralidad de sus costumbres. Gracias a su diplomtica filantropa, se capt las simpatas del vecindario, y se consider al abrigo de averiguaciones retrospectivas sobre su vida, que habran estorbado la realizacin de los planes que la llevaron al callejn.Bien saba Clementina que a esas averiguaciones no se entrega la curiosidad sola, sino la curiosidad espoleada por la malquerencia. El pasado de los dems no lo hurgan las personas que quieren bien, sino las personas que odian. Clementina estaba tranquila por este respecto; se hallaba entre gentes desvalidas, que le reciban todo, desde la cordialidad hasta la liberalidad con reconocimiento; gentes humildes, que saben agradecer sencillamente, que olvidan tal vez, pero que no muerden, como los felinos bravos, la mano que los acaricia. Es en otras orgullosas clases sociales donde se encuentran las malas ndoles, para las cuales la gratitud es carga insoportable; hacer a esas personas un bien, es hacerles una ofensa; para ellas el beneficio no tiene lineamientos de amor; sino lineamientos de vejamen; la caridad no les lleva consolaciones, sino humillaciones. Tener que pedir o tener que aceptar un favor, es para ellas una mortificacin inmensa que las obliga a odiar al que les hace favor. Para ciertos famlicos, para ciertos sitibundos, para ciertos harapientos, nada hay tan odioso como la mano que les dio de comer, que les dio de beber o les dio de vestir. Para ciertos cados, nada es tan aborrecible como la mano que se tendi misericordiosa para levantarlos. Por una extraa inversin de las ideas, aquella mano recordar siempre a esos hambrientos, a esos sedientos, a esos mugrientos, a esos arrodillados que tuvieron hambre, que tuvieron sed, que vistieron andrajos y se arrastraron por el lodo; recuerdos odiosos todos esos recuerdos! Hacer un bien a esas gentes es crearse un enemigo eterno; acercarse a consolarlas es tan peligroso, como aproximarse a desenredar a la mapanare que ha quedado presa entre las zarzas del camino. El conocimiento que en el curso de la vida ha hecho de tales seres, me ha explicado esta frase amarga, y a primera vista incompresible, de un amigo mo, a quien el cacique de mi parroquia persegua implacablemente: No me explico esta hostilidad del heroico y denodado general Pealosa; jams le he hecho ningn bien!As pues Clementina con los beneficios que haca no se haba echado encima ninguna mala voluntad, sino que se haba atrado todas las simpatas de los habitantes del callejn, y estaba segura de que nadie averiguara su pasado.Iba a penetrar a su casa cuando una voz muy fresca y argentina grit desde la ventana de enfrente:-Clementina, buenos das!-Buenos das Teresa! Estabas ah? He debido suponerlo.-De veras! Y por qu? replic la voz, a la cual una alegra ntima le comunicaba un timbre muy armonioso.-Porque la calle est hoy muy concurrida.-La encuentro tan desierta como de costumbre.-Ahora s, pero hace un momento no.Y Clementina aadi en tono de reproche carioso:-Mira, Teresa, no te hagas la musia. Por qu no me lo habas dicho?En la ventana se escuch un gorjeo de risas; pero la nombrada Teresa deba ser muy discreta, o muy reservada porque respondi:-Pero qu quiere usted que yo le diga?-Te felicito! insisti Clementina es un buen mozo.-Ah Clementina! contest la voz en medio de sus risas, que esta vez tenan cierta expresin de orgullo amoroso. La voz agreg despus:-Clementina, un favor: antes de bajar abuelito para la oficina, deseamos l y yo consultar con usted un asunto. Vamos all, o viene usted?-Yo voy.-Muchas gracias! La esperamos, pues.Como se ve, Clementina o Josefa haba logrado introducirse en casa de don Anselmo y su nieta, e inspiraba a ellos tanta confianza, que era consultada en ocasiones.Cmo no, si era tan buena! Segn se deca en el callejn.

IIIA los arrabales, orillas de la ciudad, llegan restos de los naufragios sociales, como a las costas, orillas del mar, llegan los restos de los siniestros martimos. Los despojos de locas ambiciones, de seculares orgullos, de xitos pasajeros, son arrumados uno tras otro a las afueras de las urbes por la marejada, nunca calmada, de la lucha por la vida.All se ve vuelto andrajos el antiguo traje de seda, remendada la bota de charol, apabullado el sombrero de copa, manchado el guante de cabritilla; estirados e inofensivos los picos alamares militares.All aparecen convertidas en prostitutas barateras las destronadas emperatrices de la orga, en cigarreras insignificantes las que fueron aristocrticas seoritas. Un brillante riela en una mano curtida; una hebilla de oro ajusta sobre el talle un corpio de andrajosEn los barrios sucumbe sin lucha y sin gloria, sin saber cmo, en algn mal rato de desfallecimiento moral o fsico, el desfallecimiento de la desesperacin o del hambre, en brazos de algn carretero vil o de algn quincallero despreciable, la coqueta elegante y flirteadora que despreci buenos partidos y jug sin quemarse con el amor de los elegantes desocupados de los salones distinguidos. A las orillas de la ciudad llegan los vencidos, los fracasados, los cados poderosos, que dan a la miseria un matiz desteido de distincin extica y falsificada. De entre las sbanas remendadas y mugrientas de los jergones surge una figurilla imperiosa, acostumbrada a mandar y a ser obedecida. Sobre el pavimento terroso de los ladrillos, se extiende un pedazo de rica alfombra que se sabe cmo ha podido llegar hasta all y salvarse de empeos y de ventas. Del fondo del tugurio salen cultivadas voces de calandria, cantando en francs o en italiano, las difciles romanzas de los grandes compositores. Una lavandera que se inclina sobre la batea llena de espuma, sorprende con sus ademanes seoriles y lenguaje culto, que descubre la gran dama. Cmodas desvencijadas por las continuas mudanzas, dejan escapar al abrirse, exquisitos perfumes medio desvanecidos, como rfagas lejanas de mejores tiempos; y en hueca claraboya, convertida en hornacina piadosa, se destaca entre velas de cebo el cristo de marfil, enclavado en cruz de plata, con la cabeza agobiada por enormes potencias ureas, ltimo resto del jactancioso oratorio familiar, ante el cual reza ahora la viejecita de tez lmpida y cabeza plateada, con quien se extingue en la miseria abolengo patricio.Cuando la necesidad obliga a retrovender las grandes casas centrales, o no se tiene con qu pagar el crecido alquiler de ellas, entonces los derrotados aristcratas y ricos se van a los arrabales, donde ya les han hecho campo, arredilndose en viviendas estrechas, los rebaos plebeyos y pobres; los emigrados de las avenidas principales, llenan los suburbios; los palacios inexorables cierras sus puertas y las casucas misericordiosas abren las suyas.Y viven inmediatos, separados por la tapia del corral y a veces por un simple tabique, familias distanciadas das antes por las arbitrarias desigualdades del nacimiento y la riqueza, porque la miseria es niveladora como la muerte.A esas orillas dolorosas llegan no solo los derrotados del comercio y de la industria, los vencidos del trabajo honrado, sino tambin los fracasados de la poltica, los nufragos de las revoluciones y de las evoluciones, los vejados y los vejadores, los insolentes y los serviles, los adulados y los aduladores, en las vergonzosas luchas de las antesalas. El ex Ministro de Estado se codea con el antiguo portero, y el altisonante Comandante de Armas, cado de su puesto, se toma con el polica de punto una caita en la pulpera de la esquina. Meses despus del triunfo de la Revolucin Legalista, merced a la cual cay otra vez sobre las espaldas de la Repblica el sable de Crespo, pero dejando, eso s, salvado el principio de la alternabilidad en el Poder, el sacrosanto principio en cuya virtud Pez sabore las dulzuras de la reeleccin y de la dictadura, y los hermanos Monagas, animados de un loable sentimiento fraternal, establecieron en beneficio propio una especie de dinasta colateral, y Guzmn despotiz quince aos, y Crespo diez, y Castro se haba asegurado once, fuera del continuismo subsiguiente proclamado por el padre Arocha, un ejrcito de albailes haba invadido y transformado una casita abandonada, en la bella casita de donde sali la voz armoniosa que llam a Clementina. Despus vinieron los artistas de la brocha gorda que pintaron al leo puertas y corredores; siguieron los tapiceros que forraron las paredes y esterillaron los pisos; llegaron despus los carros con el mobiliario que una aya o camarera muy rubicunda fue distribuyendo y acomodando en los respectivos cuartos. Entre los muebles y las habitaciones se not desde un principio una discordancia manifiesta; las habitaciones parecan afrentadas por el orgullo de los muebles, y los muebles humillados por lo reducido de las habitaciones. El paraqu y la galera confesaron su pequeez para albergar las grandes camas talladas, las mullidas otomanas, los orgullosos armarios; y armarios y otomanas y camas, por su parte, se sentan asfixiados en los estrechos recitos. La pobreza del papel de tapicera resaltaba al lado de los dorados marcos de los cuadros. El cielo raso de la sala recibi en pleno rostro el vejamen de un rasguo que le hizo al entrar el orgulloso copete de un largusimo espejo. Los umbralados desfallecan al peso de las monumentales cornizas. Los pesados pliegues de las cortinas, arrastrndose por el pavimento, apostrofaban desde el suelo lo menguado de aquellas puertas, las cuales a su vez protestaban contra aquellos ropajes que las obstruan y que no haban sido cortadas a su medida. A cada paso sobrevena alguna contradiccin; a la duea le fue imposible colgar una araa de cristal porque las cadenillas resultaron demasiado largas para aquel techo demasiado bajo; el magnfico piano de cola, como buen ingls, invadi y se apropi casi toda la sala; el piano no quedaba bien en la sala, por la sencilla razn de que esas salas no se han hecho para tener pianos de cola; en fin, entre todas las cosas recin llegadas y la casita se notaba repulsin y desarmona. Pocos das despus, una tarde se detuvo un coche a la puerta, en la cual la aya recibi a un anciano de porte distinguido y simptico, que ayud a bajar a una nia como de ocho aos. El coche parti y ellos se quedaron, era los habitadores de la casita. sta se pobl de rumores y se ilumin de alegra.El silencio que antes reinaba en ella, fue interrumpido por las risas argentinas de la nia, y las cascadas risas del anciano. Aquellas voces tan distantes una de otra y sin embargo tan unidas por el cario, no ofrecan ningn ingrato contraste. La faz plida y la faz sonrosada se vean a veces en la ventana muy juntas y muy calladas, como una noche de luna y una sonrosada aurora que dialogaban en silencio. La paz que reinaba entre aquellas almas, que estaban tan unidas sin embargo de estar tan distantes, el amor en que se fundan aquella vida que acababa y aquella vida que empezaba; la conjuncin de aquella alba y aquel ocaso; el amor que enlazaba aquellos corazones, lleno el uno, se comprenda, de los desengaos de la vida, y repleto el otro de las inexperiencias de la vida, fue inundando la casita de una calma apacible y armonizadora, que hizo desaparecer poco a poco la enemistad de las cosas. Todo se adapt a todo. El damasco de los sofs y de las butacas, olvidado de las alfombras, hizo migas con la humilde esterilla de esparto: los alambres del piano inteligentemente heridos, dejaban escapar suavemente sus vibraciones, para no afrentar lo bajo del cielo raso, el cual agradecido, en vez de aplastar las suaves notas, les comunicaba una resonancia muy apagada y muy triste; la salita, reconciliada con el piano, se convirti en caja armnica; el piano reconciliado con la salita la pobl de notas.Y luego el transcurso de tiempo ira poniendo a todo su sello nivelador de vetustez, que rebajara los orgullosos a la misma condicin de los humildes; el pulimento de los muebles se empaara, rados quedaran los almohadones de peluche, el dorado de los espejos desaparecera, en las maderas hara su nido la carcoma, y nebulosas negras y opacas iran extendindose por la luna de los espejos de grueso cristal. La nia era nieta del anciano.El anciano, triste como todos los viejos, se llamaba don Anselmo.La nieta, alegre como todas las nias, se llamaba Teresa.La tristeza de don Anselmo pona a ratos pensativa la alegra de Teresa; y el buen humor de Teresa llevaba cierta luz a la tristeza de don Anselmo. Entonces en el alma de ellos se haca el crepsculo, esa media tinta espiritual en que hay tanto de luz como de sombra, tanta de dicha como de dolor, en que no se sabe si se est alegre o se est triste y en que con igual facilidad asoman las lgrimas a los ojos o las sonrisas a los labios. Teresa, muy inteligente y muy buena, comprenda a pesar de sus pocos aos, que su abuelo sufra mucho, y que era preciso alegrarle un poco la vida; su alegra, pues, era reflexiva y no constitua el fondo de su carcter.El abuelo se suma a veces en largas cavilaciones, de las cuales la causa no era l, sino su nieta; los seres que ya no tienen porvenir por delante se preocupan del porvenir de los seres amados; la experiencia de los viejos se conturba con las ilusiones de los nios; las barcas desmanteladas que entran en el puerto, compadecen a las barcas empavesadas que salen a la mar. -Aprende a cantar y a tocar el piano le deca siempre a su nieta; -conozco muchas nias pobres que viven honradamente de dar lecciones. Teresa no comprenda el alcance por venir de aquellas palabras; pero entenda su significacin inmediata; al par que su garganta se educaba en el solfeo, las manos de ella, que no abarcaban una octava del teclado, hacan en el teclado de maravillas. Era ya una pequea artista, una artista de la ejecucin y de la expresin; sus dedos giles e inteligentes no se limitaban a ejecutar con precisin mecnica la msica de los grandes maestros, que al lado del piano se vea en hermoso anaquel; la interpretaba; el alma de ella adivinaba el alma del autor.Cuando, despus de haber vendido uno tras otro, muchos muebles no indispensables, quedaron solo los necesarios, y por falta de recursos, hubo que despedir tambin a la aya rubia y hoja, que era a la vez notable profesora de canto y piano, ya la discpula ejecutaba los ejercicios de Chopin y los estudios de Beethoven tan bien como la maestra. Yo no tengo ya nada que ensear a la seorita, exclamaba con calor el aya, cuya musical alma alemana vibraba con la msica de Teresa. La duea parti. Teresa, que mariposeaba para hacer travesuras, sigui mariposeando para hacer oficio; antes jugaba y ahora trabajaba; el movimiento intil se convirti en movimiento til; eso fue todo. Aquella chiquilla, que sin saber cmo y por qu, amaneci un da convertida en ama de casa, y que solo saba jugar a las muecas, tocar el piano y cantar, sigui con sus risas cristalinas y sus cantos a media voz, cumpliendo con sus grandes responsabilidades domsticas; el taconeo inquieto y menudo que antes no sala de las habitaciones interiores, reson menudo e inquieto en el jardincito, en el patio, en el corral, en la cocina, dando rdenes a la nica sirvienta que haba y presidiendo como una Cenicientilla adorable, las importantes operaciones del lavado, del fregado y del barrido. Ms tarde hubo que despedir tambin a la sirvienta. A don Anselmo no lo quedaron entre sus papeles amarillentos sino pagars con firmas no muy garantizadas, de gruesos paquetes en su archivo, ms con la idea de saber cunto han perdido, que con la esperanza de obtener algn da el pago de ellos. Otros haban sido cobrados ya, por su valor ntegro algunos, por la mitad y por la cuarta parte los ms. Con estos pagos, obtenidos despus de muchos aplazamientos y disgustos, se haba vivido hasta entonces; quedaban solo los otros pagars, los intiles e incobrables, con la firma de todos esos badulaques inevitables, que no se sabe de dnde salen, y caen en las buenas fortunas, como las moscas en los platos de sopa, no obstante las precauciones que se toman contra ellos. Don Anselmo emprendi el asedio de todos esos deudores, confiado no en la honorabilidad de tales maulas, sino en que la suerte tal vez le hara echar seas en aquellas gestiones, ms inseguras que una parada de tapete. El resultado fue que nadie le pag; unos le decan que no tenan con qu, y otros ms cnicos le opusieron desde luego la prescripcin; todos lo insultaron; fue entonces cuando hubo que prescindir de la cocinera tambin.Teresa, alegre, siempre como un alba de Navidad, hizo con sus propias manos, lo que antes hacan las criadas. A cada una de estas limitaciones en el servicio, a que acompaaban otras muchas privaciones de otro gnero, aumentaba la taciturnidad triste de don Anselmo; y Teresa, para contrarrestar esa preocupacin del anciano, aumentaba el derroche de su buen humor en la misma medida.La historia de don Anselmo Rubio era una historia vulgar; estaba muy pobre despus de haber sido muy rico, cosa que llama tan poco la atencin como estar muy rico despus de haber sido muy pobre, en un pas de asalto, donde se hacen y deshacen los fabulosos capitales como las nubes en el cielo y las olas en el mar. Una turba burocrtica reemplaza a otra turba burocrtica en el espacio que va de una Regeneracin a una Restauracin. Pocos aos separan a Bruzual Serra, bohemio que se hizo millonario y muri miserable, de Manuel Modesto Gallegos, que est miserable, despus que vio correr por sus manos un ro de oro. Mermados est los millones que test el Ilustre Americano; mermados los millones que dej el Hroe del Deber, y poco boyante se encuentra la sucesin de Andueza Palacio. Andrade todava no se da cuenta de cmo se desvanecieron en sus manos las talegas que en ellas tuvo del tesoro pblico.A los que se aduean del poder en Venezuela, no se les puede recordar, porque no hay tiempo, que hay poca distancia del Capitolio a la Roca Tarpeya; esas dos alturas, la altura del xito y la altura del castigo, a fuerza de estar juntas se han compenetrado en una sola, sobre la cual se yerguen las grotescas figuras de nuestros caudillos, que en medio de la apoteosis que les hacen sus dolosos cortesanos, dejan ver en la faz inquietudes, como de presos en capilla. La cumbre del poder y la cumbre del delito, el solio y la horca, se han compenetrado en una sola, para hacer pedestal a nuestros hroes justiciables, en cuyos rostros se alternan la ferocidad y el miedo, con la movilidad risible y medrosa de un gorila enfurecido. Cada camarilla triunfante asalta el poder con mayores apetitos de lucro y de mando que la predecesora; el despotismo estpido de Crespo, hace recordar con cario el despotismo oropelesco de Guzmn Blanco; el gobierno vacilante de Andrade, justifica el despotismo de Crespo; la tirana sanguinaria de Castro, exhibe como una poca arcdica la administracin anodina de Andrade; la Regeneracin parece un paraso, contemplada desde la Restauracin. No marchamos hacia arriba, sino que descendemos; el hundimiento de hoy, ser visto como una cumbre desde el hundimiento ms profundo de maana. Advertidos por una amarga experiencia, los venezolanos miramos el porvenir con desconfianza pesimista, convencidos casi de que lo queda atrs, con ser tan malo, es mejor que lo que viene. El porvenir, hacia el cual se tienden con cario las miradas de hombres y de pueblos, buscando en l la ilusin y la esperanza, que reaniman las fatigas del presente, en Venezuela no ofrece sino sombras al pensador solitario y patriota que vive separado por su propio dignidad, de las camarillas que marchan hacia ruidosas recepciones cesreas, y hacia las fracturas de las cajas pblicas. La anttesis constituye la decoracin de nuestra comedia social y de nuestro sainete poltico; la opulencia y la miseria, el palacio y la barraca, el ministerio y el calabozo, las aclamaciones ruidosas y las proscripciones implacables, los vtores y los mueras al Hroe del Deber, los vtores y mueras a Andrade, cuyo fugaz gobierno no les dio tiempo a los industriales de la adulacin de darle el ttulo correspondiente, sucdanse unos a otros como la algaraba de una borrachera de pretorianos insumisos o de lacayos en huelga. A cada trasmutacin poltica sigue un cataclismo social y econmico; de las prisiones salen unos presos que ponen grillos a los antiguos carceleros; fortunas que se desmoronan, fortunas que se improvisan, basuras que estaban en el fondo y que suben arriba, cortesanos que se hunden, cortesanos que flotan, cortesanos que surgen, familias que se pierden, mujerzuelas que se aristocratizan, ruinas sbitas, millones improvisados; la emigracin de stos, que van a asegurar en el extranjero la digestin del interrumpido festn; el retorno de aquellos, que vienen a buscar en las arcas nacionales cmo satisfacer las abstinencias y las deudas del exilio; y todo esto sucedindose con una rapidez febril, que no es el tranquilo cambio orgnico, la renovacin fisiolgica de las sociedades sanas, sino la rpida descomposicin cadavrica de las nacionalidades que se disuelven.No solo las fortunas se barajan y se amasan en esta vida de torbellino. Los apellidos y las honras tienen la misma suerte que las fortunas. Por malos caminos andan, no por maldad sino por necesidad, las hijas de muchos poderosos favoritos de ahora treinta o cuarenta aos; y tal vez sern flores de burdel maana, los tiernos botones de algunos poderosos favoritos de estos tiempos. Cuntos ilustres apellidos se arrastran por el lodo, y seguirn arrastrndose, a consecuencia de la inseguridad y de la transmutacin violenta de esta vida de barajuste! Ningn pas del mundo, como no sean las satrapas asiticas, ofrece, como Venezuela, esa fugaz instabilidad en todo, ese cambio frecuente de amos y de camarillas, esa alternacin rpida en el saqueo y en la explotacin. Dirase que los venezolanos, teniendo la ntima conviccin de la inseguridad de la libertad, de la propiedad y de la persona, asaltan, el Tesoro pblico para dilapidarlo alegre y prontamente junto a la vida, antes de ser robados, encarcelados o muertos por alguna revolucin triunfante, antes de terminacin del desorden nacional por medio de una crisis que se sospecha y se teme, y que no se sabe si ser la anexin, la conquista o la regresin a la selva primitiva, crisis hacia la cual marchamos con el pabelln amarillo a la cabeza, en medio de un grotesco grupo de caudillos fanfarrones, de periodistas corrompidos, de acadmicos ignaros y de oradores rimbombantes, como cantimploras vacas. A ninguno de estos les importa que la muerte lo sorprenda pobre; su pobreza servir para hacer una de las farsas ms cmicas de Venezuela.Nadie dir que el general X despus que desempe altos puestos y les sac mucho jugo, muri miserable porque era mujeriego, porque era jugador y porque era borracho. Los numerosos agentes de la falsificacin afirmarn que el general X muri pobre porque era un hombre honrado, y acabarn por pedir una pensin para la familia del difunto. Y la pensin se decreta en favor de los hijos, como justiciera compensacin de que su padre goz de buenos sueldos y se cogi todo lo que pudo!Las alternativas de la fortuna de don Anselmo no haban sido de esta especie; su riqueza pasada no se debi al bandolerismo burocrtico corriente, ni su ruina actual era producida por viciosas prodigalidades. Se haba enriquecido trabajando como bueno, y gast una gran parte de su capital construyendo casas para obreros en todo el permetro de una plaza de Caracas, las cuales le producan una gran renta. Un personaje muy importante de la poltica le quit las casas; don Anselmo no encontr ningn tribunal que quisiera or su querella; fue empobrecindose; una hija viuda muri y le dej una nieta, Teresa, con la cual, completamente pobre ya, busc un postrer refugio econmico en el callejn donde viva desde haca muchos aos.Fue Teresa la que llam a Clementina.

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Llevados por los decretos desconocidos que aproximan las vidas y mezclan los destinos, antes que don Anselmo y su nieta, es decir, antes de la Revolucin legalista, haba llegado al callejn otra familia compuesta de un caballero ya de edad madura, su esposa, y un nio hurfano, nieto de ellos. Eran no solo unos vencidos sino tambin unos perseguidos. No haban arribado a la orilla con don Anselmo, con aires de pesada grandeza, si no con el aspecto de la miseria ms profunda y el cansancio de las largas jornadas. Tenan en epidermis y esclerticas el pigmento paldico, y en ademanes y palabras la vivacidad intelectual, la independencia altiva, el acento cantando, la reserva maosa, pero no desleal, de los habitantes de los llanos.El caballero se llamaba don Jos Bustos y haba regentado por muchos aos un colegio en una poblacin de segundo orden en los llanos de Gurico. Ilustr en la medida de sus conocimientos a dos o tres generaciones, y ejerca tranquilamente el caritativo ministerio de desasnar almas, sin pensar que pudiera crecer hasta hacerse hombre, y llegar a ser general pundonoroso y denodado, un desmirriado muchacho a quien l tuvo que reprobar en unos exmenes por estpido, y expulsar luego de su colegio por malo. El padre del muchacho estaba empeado en que don Jos lo hiciera bachiller, para despus mandarlo a la Universidad Central a que lo hicieran Dotol, pues para eso haba hecho todas las campaas de la guerra larga. Si a l le haban dado unas charreteras en tiempo de guerra, nada ms natural que a su hijo, en tiempo de paz, le diera un diploma.Pero el muchacho result paquidermo, con ms inclinaciones a la animalidad que a la intelectualidad. El ms despreocupado y fraudulento fabricante de doctores, el Rector ms venal de la Universidad ms corrompida, no habra tenido valor para concederle el ansiado ttulo a aquel individuo; la dignidad consular que Calgula discerni a su caballo, podra explicarse ms fcilmente que la dignidad doctoral en aquella frente deprimida.En virtud de una lgica afinidad, Celestino, que as era el nombre del muchacho, no tuvo en el colegio ms habilidad que mugir como los toros, rebuznar como los burros, relinchar como los potros, gruir como los cerdos. Nunca se le oy silbar, ni cantar, ni tararear siquiera una de esas tonadas llaneras, de solo tres o cuatro notas, montonas y tristes, como el panorama desolado y siempre igual, de las llanuras. Jams el muchacho ese recit una de esas coplas pamperas, chispeantes e hirientes como un bote de lanza, ni un corrido de tradicin o de pasin, de esos que en las veladas de las queseras o de los rodeos inician a aquellas mentalidades infantiles y simples en vagos ensueos de epopeya y de amor:Anoche a la media nochela media noche sera,la luna que despuntabay yo que me despeda

Nada de eso aprendi a recitar Celestino, que en cambio se saba los chascarrillos soeces de la canalla y los equvocos de intensa malicia, atribuidos al espaol Quevedo o al criollo Arvelo; no aprendi a bailar, pero saba tirar puntapis a la altura de la cara de sus adversarios; no lleg a adquirir el arte de hacerse el nudo de la corbata, pero era habilsimo en aguzar y afilar una cuchilla, que constantemente llevaba sostenida en la pretina de los pantalones.Tena la cara asimtrica, con medio lado notablemente hundido, como si el seno materno, durante la gestacin, los genios de la vida, irritados contra aquel feto, hubieran estampado en l la marca de un puntapi; las orejas, como las de los seres destinados a vivir en las madrigueras, eran desproporcionadamente pequeas y separadas del crneo, como para recoger los imperceptibles ruidos de las acechanzas. Su fisonoma en calma, trasudaba los malos pensamientos; cuando el equilibrio de aquel rostro se rompa, era porque se estaban ejecutando las malas acciones. Despus de un momento de reflexin l se iba, y a poco se escuchaba por los lados donde haba desaparecido, la nota de algn sufrimiento. Entre sus cejas viva la amenaza; en su boca el gesto sardnico de la risotada. La nube sombra o la alegra siniestra, el ceo o la carcajada, son los dos extremos en que oscilan ciertos rostros, que corresponden a los dos extremos en que oscilan ciertas almas; la premeditacin del mal y la realizacin del mal. Por l estaba chucuto el perro del colegio, el gato cojo, y las aves de corral arrastraban por el suelo sus alar desarticuladas; desde que l entr al instituto no volvieron a piar las golondrinas en los aleros, ni los pichones en el palomar, porque los nidos fueron arrasados, ni las mariposas revolotearon por el corral al entrar el invierno, porque haban sido destripadas las crislidas, ni las flores alegraban con la profusin de antes el jardn, porque las manos de Celestino, con rencor bestial y salvaje, deshojaba los botones.Todo lo que era bello, todo lo que era inofensivo, mereca su odio. Era fuerte como un torete, receloso como un tigre, estpido como un bquiro, terco como un mulo. Entre la turba estudiantil nadie le galleaba a l y l les galleaba a todos; haba vencido a camaradas de ms edad y de ms talla que l; se impuso. Aquel mozo perverso conoci en los dems el miedo, y como siempre ha sucedido, el miedo ajeno y la perversidad propia, generaron en l la nocin vaga del dominio desptico. No lloraba nunca ni suplicaba; de un encierro lo sacaron a los dos das, casi exnime, resuelto a morirse de hambre, antes que darle satisfaccin a un compaero a quien haba abofeteado; era valiente y tambin traidor; cuando no poda atacar por la espalda agreda de frente. Tena todas las cualidades de la vida ancestral y le faltaban las de la vida civilizada; estaba hecho para la selva y no para la ciudad; era un regresivo producto troglodtico. Aquel hombre, organizado para luchar con las fieras, naci por equivocacin en un medio donde luchara con los hombres; hecho para jefe de horda, sera jefe de Partido en un pas semi-brbaro, donde triunfa y obtiene prerrogativa una cualidad brbara: la valenta feroz.La guapeza es virtud en los bosques, vestigio que va desapareciendo del salvajismo primitivo. En los medios cultos la guapeza no vale nada; nuestros guapetones en Pars, Londres o Nueva York iran a presidio, o seran contemplados como los hroes de Mozambique, que llevan a esas ciudades durante las exposiciones universales, para advertir al pblico.Los caciques militares que entre nosotros asaltan el tesoro pblico, en las calles de Pars, llevados de sus propensiones, asaltaran el bolsillo del transente; lo que entre nosotros es herosmo all sera apachismo; all sera castigado lo que entre nosotros es alabado. La guapeza es cualidad inferior e intil en los pases donde predominan la inteligencia y el derecho, y cualidad relevante en los pases donde predominan la brutalidad y el hecho. El valiente es producto de medios brbaros as como el sabio es producto de medios cultos. El hroe y el sabio representan el punto de partida y el punto de mira de la peregrinacin humana; las dos energas que llenan con sus luchas todo el campo de la historia donde, hace siglos vienen combatiendo el hecho y el derecho, la fuerza y la justicia, el despotismo y la libertad.El valiente jams sobrepujar el coraje ni la resistencia de un gallo de ria; este animal representa el lmite del valiente; el sabio puede acercarse a los dioses; la divinidad es el lmite del sabio.A medida que la civilizacin avanza se va encontrando inmerecida la gloria que se ofrece a los hroes e injustamente mezquina la admiracin que se tributa a los apstoles y a los sabios. Alejandro y Tamerln, sacrificadores de hombres, van pareciendo menos grandes que Jenner y Pasteur, salvadores de hombres, y menos an que Moiss y Confucio, apacentadores de hombres. Los que inmolaban pueblos a su ambicin, sern ms dignos de alabanza que Yersin, que le hace a la humanidad el sacrificio de su vida? Empieza a maldecirse a los hroes y a bendecirse a los sabios!Da llegar en que los conquistadores y los dspotas sern considerados como insignes bandidos, cuya gloria se debe al sentimiento que impulsa a la Humanidad a arrodillarse ante los grandes delincuentes a los cuales no puede ahorcar. No se trata aqu de los altos caracteres que han puesto su energa al servicio de un alto sentimiento de libertad y de justicia; la guapeza de estos est ennoblecida con el altruismo de sus propsitos; la dosis de animalidad y de msculo que hay en todo valor, est en ellos excusada con la dosis de corazn y desinters que hay en todo ideal; sino de los que utilizaron su talento y su voluntad en beneficio de su propio engrandecimiento; no van ests lneas en baldn de los Libertadores; sino de los Usurpadores.Los Hroes cesreos son odiosos! La criminalidad que se observa en los tiempos de paz tiene el mismo origen que el herosmo que se observa en los tiempos de guerra; marchar contra el enemigo revela el mismo valor animal que marchar hacia el patbulo. Muchos caudillos denodados, en pocas normales seran simples presidiarios; muchos presidiarios, trasladados a los campos de batalla, seran hroes. El bandido y el hroe estn hechos de la misma pasta; los presidiarios que se han escapado de las penitenciaras europeas, en Sur Amrica se transforman en generales; los matasietes criollos que va a Europa o a sus colonias, ingresan all en los presidios. Espritu Santo Morales, hroe venezolano, en Trinidad, por haber querido introducir el desorden en la isla, fue a la yola. Barret de Nazars, escapado de Cayena, en Venezuela, fue al Capitolio. El da espantoso en que la accin comn de las naciones civilizadas establezca un protector en el Continente Enfermo, todo el caudillaje heroico de Centro y Sur Amrica, arrastrar cadenas. Van a faltar prisiones para alojar ese atajo de picaros que actualmente viven en las casas del Gobierno y en los Ministerios. Cuando el amor y la justicia reinen en los Estados Unidos del mundo, hermoso ideal humano, el hroe habr desaparecido. En esa etapa de la civilizacin habr terminado el reinado del hecho, como anttesis del derecho, y habr desaparecido el hroe, personificacin brutal del atentado y de la fuerza.Venezuela, pas de caudillos y de generales pundonorosos y denodados, se ha quedado, a causa de ellos, rezagada en el camino del progreso. Esta Nacin desde el ao de 1848 ha cado en poder de una camarilla que ha cometido toda clase de atropellos, y se le pasan los aos en hacer aclamaciones, apoteosis, y unificaciones, en favor de todos los que triunfan. Carniceras y rapias llenan los campos de inmensos alaridos; entradas triunfales de pequeos Grandes Hombres, llenan sus ciudades de himnos interminables; ms que el mar, lo que separa a Venezuela del mundo civilizado son sus ca