Páginas 48-51 ALEJANDRO GOIC LA U. DE CHILE INTERVENIDA...la u. de chile intervenida. la historia...

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LA U. DE CHILE INTERVENIDA LA HISTORIA DE LOS ARCHIVOS DESCLASIFICADOS DE LA UNIVERSIDAD / LOS LIBROS QUE ARDIERON EN MEDICINA / EL DÍA QUE LA CHILE LE DOBLÓ LA MANO A PINOCHET VICERRECTORÍA DE EXTENSIÓN Y COMUNICACIONES / UNIVERSIDAD DE CHILE / Nº11 - 2015 ESPECIAL ANIVERSARIO

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  • LA U. DE CHILE INTERVENIDALA HISTORIA DE LOS ARCHIVOS DESCLASIFICADOS DE LA UNIVERSIDAD /

    LOS LIBROS QUE ARDIERON EN MEDICINA / EL DÍA QUE LA CHILE LE DOBLÓ LA MANO A PINOCHET

    VICERRECTORÍA DE EXTENSIÓN Y COMUNICACIONES / UNIVERSIDAD DE CHILE / Nº11 - 2015

    ESPECIAL ANIVERSARIO

    EL TREN DE LA SALUDUn viaje por la medicina social

    de la Unidad PopularPáginas 48-51

    ALEJANDRO GOIC:“Se debe crear un sistema público de salud con cobertura universal”

    Páginas 38-43

  • ¡Felicitaciones a la Revista El Para-caídas! Es una gran iniciativa que rescata el impacto que tiene nuestra Universidad en generación de co-nocimiento, además de destacar la importancia que tiene la actividad académica en la sociedad chilena. Esta ventana muestra la diversidad cultural e intelectual de nuestra Universidad a todo nivel.Claudio HetzInstituto de Neurociencia Biomé-dica, Facultad de Medicina

    Reciban mi más sinceras felicita-ciones por este primer año de El Paracaídas. No cabe duda de que es una publicación muy necesaria en un país donde se hace sentir la falta de voces independientes y de mi-radas críticas desde los medios de comunicación. La revista también se ha constituido como un espacio relevante para difundir mejor las perspectivas que, desde la Univer-sidad de Chile, buscan contribuir a los debates y soluciones a nuestros

    principales problemas nacionales. ¡Un brindis por su aniversario!Alicia SalomoneDirectora del Departamento de Postgrado y Postítulo. Vicerrectoría de Asuntos Académicos

    Historia de una resistencia

    2-8

    Los libros que ardieron en medicina

    9-12

    Desafíos para Chile y su Universidad

    13

    El día que la Chile le dobló la mano

    a Pinochet

    27-32

    Entrevista:Carlos Ruiz Schneider

    14-16

    Memoria en muñequitos

    17-20

    Entrevista:Claudia Zapata

    21-26

    Por una red estatal de universidades

    33-37

    REVISTA EL PARACAÍDAS / N°11 / SEPTIEMBRE 2015 VICERRECTORÍA DE EXTENSIÓN Y COMUNICACIONES UNIVERSIDAD DE CHILE

    RECTOR: ENNIO VIVALDI / DIRECTORA: FARIDE ZERAN / EDITORA: ANA RODRÍGUEZ / EQUIPO: MARIELA RAVANAL, DIRECTORA DE

    COMUNICACIONES. XIMENA PÓO, DIRECTORA DE EXTENSIÓN. SIMÓN BORIC, JEFE DE PRENSA. JENNIFER ABATE, FRANCISCA

    SIEBERT, FELIPE RAMÍREZ, FRANCISCA PALMA, CRISTIAN CABALIN, NATALIA SÁNCHEZ, JAVIER SALAS, SOFÍA BRINCK /

    FOTOGRAFÍA: FELIPE POGA Y ALEJANDRA FUENZALIDA /

    DISEÑO-ILUSTRACIÓN: XIMENA GONZÁLEZ M., COLABORACIÓN MARÍA JIMÉNEZ / ILUSTRACIÓN: LEO RÍOS

    CONTRAPORTADA: JUAN CARLOS GÓMEZ

    CONSEJO EDITORIAL

    ROBERTO ACEITUNO, ROBERTO NEIRA, MARÍA EUGENIA HORVITZ, CRISTIÁN BELLEI,

    JUAN PABLO MAÑALICH, JONÁS CHNAIDERMAN, SERGIO CAMPOS U.

    WWW.ELPARACAIDAS.CL / CONTACTO: [email protected] / EL PARACAÍDAS SE IMPRIME EN: FYRMA GRÁFICA

    Entrevista:Alejandro Goic

    38-43

    Desafíos para una nueva salud en Chile

    46-47

    Infografía: El estado de la salud en Chile

    44-45

    El Tren de la Salud

    48-51

    El Paracaídas de aniversario

    52El Paracaídas debe su nombre al aterrizaje realizado en 1981 por el entonces rector designado General Alejandro Medina Lois sobre el Campus Antumapu de la Universidad de Chile, en el marco de la semana mechona de ese año. El lanzamiento en paracaídas de Medina Lois sucedió semanas después de que esta casa de estudios fuera despojada de sus sedes regionales y del Instituto Pedagógico.

    mailto:[email protected]://www.elparacaidas.cl/

  • 1Nº 11 / Septiembre 2015 / El Paracaídas

    Editorial

    Que la Universidad de Chile sea la institución tutora de las dos nuevas universidades del Estado creadas en las regiones de O’Higgins y Aysén, y que ambos rectores –entre ellos una mujer- sean académicos de nuestra Universidad constituyen hitos históricos para nuestra casa de estudios, así como un aliciente en la demanda de articulación y fortalecimiento de una red de universidades del Estado.

    Este hecho, que sin duda fue precedido por el liderazgo asumido por el rector de la U de Chile a la cabeza del CUECH, y en un momento clave del debate sobre la importancia que juegan las universidades del Estado en el desarrollo democrático del país, representa un gesto de confianza y reconocimiento a las capacidades de la Casa de Bello, así como a las de cada uno de sus estamentos que han remontado con éxito los escenarios más adversos.

    Porque la intervención militar luego del golpe de Estado, en 1973 y luego en 1981, la eliminación de sus sedes regionales, además del despojo de su Instituto Pedagógico, cercenó una parte fundamental de su ethos de universidad nacional y for-madora de nuevos educadores, dejando huellas que abordamos en este número, a propósito de la conmemoración de un nuevo 11 de septiembre.

    Por ello la relevancia de la decisión presidencial de apoyar la capacidad y excelencia de la U. de Chile y de su comunidad para acompañar la creación de nuevos proyectos universitarios estatales, que con sus propias especificidades y respeto a su autonomía y compromiso de desarrollo regional, se constituyen en poderosos aliados de esta red estatal de universidades cuyo fortalecimiento resulta una demanda país.

    Este desafío nos llena de expectativas, abordadas en estas páginas que cumplen un año. Porque fue en septiembre pasado cuando apareció el primer número de El Paracaídas exhibiendo en su portada las huellas de ese despojo a su sedes y al Instituto Pedagógico, y recordando el momento en que su rector-delegado, un oficial de la Fuerza Aérea de Chile, se lanzò en paracaídas sobre un campus de nuestra Universidad.

    Con once números en los campus y en la calle -exceptuando febrero por receso universitario- y una cobertura de poco más de cinco mil ejemplares que van a la comunidad académica y a sectores del mundo de la educación superior, líderes de opinión y medios de comunicación, este proyecto se va consolidando pese a las suspicacias de quienes ven bajo el agua agendas “militan-tes” o “izquierdistas”, en una suerte de macartismo extemporáneo que no se condice con la necesaria vocación de debate, plu-ralismo y espíritu crítico propios de la Universidad de Chile, y que desde el primer número asumimos como línea editorial.

    Estas páginas de aniversario contienen historias de memoria y de futuro, y cada una de ellas está dedicada a los miembros que componen nuestra amplia, diversa y rica comunidad.

    NUEVOS DESAFÍOS PARA LA U DE CHILEPor Faride Zeran

  • Durante la dictadura perdió su Instituto Pedagógico, sus sedes regionales y la mayor parte de su financiamiento. La intervención militar golpeó fuerte a la Universidad e instaló en ella a hordas de delatores dispuestos a desmembrarla desde adentro. Sin embargo, archivos que hoy ven la luz cuentan la historia de cientos de académicos, funcionarios y estudiantes que resistieron y lucharon, a costa de su propia comodidad y seguridad, por mantener su espíritu democrático y pluralista.Por Jennifer Abate y Ana RodríguezFotos: Felipe PoGa / Gentileza Archivo Central Andrés Bello

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    LOS ARCHIVOS SECRETOS DE LA U INTERVENIDA

    HISTORIA DE UNA RESISTENCIA

  • Corría 1976. Un grupo de hombres terminaba de comer en una oficina del Laboratorio de Foto-grafía y Microfilm de la Universidad de Chile. La ocasión era especial: se jubilaba el funcionario Luis Araya Gómez y sus compañeros lo habían despedido con un almuerzo. Para inmortalizar el momento, alguien decidió tomar una fotografía. En ella aparecen once hom-bres y todos miran o tratan de mirar a la cámara, excepto uno, que aparece a la derecha y que sin preocuparse de la señal del fotógrafo, se lleva una taza a los labios mirando hacia otro lugar.

    Esta figura que desentona y que parece escindida de la escena corresponde, según el reconocido fotógrafo y ex jefe del La-boratorio, Domingo Ulloa, a un “guatón de la P.P.” o policía política, un “sapo” designado por los militares al mando de la Universidad para dar cuenta a sus superiores de cualquier actitud sospechosa o subversiva, es decir, contraria a la dicta-dura que asolaba Chile desde 1973.

    Su trabajo, como el de todos quienes fueron enviados a infil-trar distintas unidades de la Universidad de Chile, era man-tener aguzado el oído cuando sonaba el teléfono y durante

    El Laboratorio Fotográfico de la U. de Chile. De izq. a der.: Luis Araya Gómez, Domingo Ulloa (de pie), Manuel Azamora Castro, Ricardo Valenzuela Meza, Ricardo Alegría, Lisandro Carmona, José Moreno, Ricardo Chandía, Jorge Jiménez, Manuel Alvarado, Luis Gac Carmona.

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  • las horas de almuerzo para saber de qué hablaban los funcionarios y revisar hasta el último documento que pudiera resultar sospechoso. Por supuesto, también amedrentar. Recuerda Domingo Ulloa que no era extraño que ese “sapo” se sentara a la mesa que compartía con los funcionarios dejando a un costado del plato su arma de servicio, como un recordatorio de que la Universidad de Chile había cambiado y otros eran sus dueños.

    Recuerda Domingo Ulloa que este “guatón de la P.P” -“eran casi todos gordos y este también era gordo”- en particular se llamaba Luis Gac Carmona y que llegó a la Universidad buscando material fotográfico de una exposición sobre el movimiento social chileno que el Laboratorio, en alianza con el Instituto Pedagógico y la Biblioteca Nacional, había montado en la Univer-sidad de Concepción antes del golpe.

    Sin embargo, y a pesar de que logró despedir o hacer que renunciara la mayor parte de los funcionarios del Laboratorio, Luis Gac jamás encontró lo que buscaba. No por falta de tesón. Según Ulloa “era el primero en llegar y el último en irse, porque revisaba hasta los papeleros

    para ver qué trabajos se hacían y qué cosas podían ser ofensivas al régimen”. La razón estuvo simple-mente en la astucia y riesgos que asumió Ulloa. “Este caballero (…) venía a revisar los cárdex donde teníamos la colección de negativos y empezó siste-máticamente a revisar cosa por cosa en los cárdex, de arriba a abajo. Yo sabía dónde estaba la exposi-ción, entonces, cuando él estaba próximo a llegar ahí, yo lo cambié y lo puse arriba, donde ya había revisado, y no encontró nada”.

    El 11 de septiembre de 1973 implicó para Chile un descalabro que desmantelaría no sólo el sistema político y económico, sino que, sobre todo, cambiaría para siempre los modos de la convivencia social. Para la Universidad de Chile no sería distinto. El Decreto N°50, publicado en el Diario Oficial el 2 de octubre de ese año, autorizaba el nombramiento de rectores delegados, militares de alto rango que podían hacer y deshacer a su antojo dentro de los planteles chilenos. La misión era simple: tratar de reducir al mínimo la Universidad y limpiar de ella todo rastro de lo que pudiera llegar a considerarse de izquierda. La demo-cracia y el disenso eran cosa del pasado.

    Fue así como durante la dictadura la Universidad de Chile perdió su Instituto Pedagógico, sus sedes regionales y la mayor parte del financiamiento que solía recibir de parte del Estado. Se trató de un esfuerzo prolongado y sistemático por destruir la Universidad y lo que hasta ese momento representaba.

    Azun Candina, historiadora y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades, junto a Alejandra Araya, directora del Archivo Central Andrés Bello, lideran el proceso de digi-talización de archivos jurídicos que dan cuenta de la intervención militar en la Universidad

    4 El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

    Ese espíritu que mantuvo a Silva y a otros dentro

    de la institución, estaba, para fines de los ’80,

    “fuerte, atento, vigente, y yo diría que fue eso lo

    que logró salvar a la Universidad”.

  • de Chile. Según Candina “la Univer-sidad, con todo el daño, con todos los embates que sufrió, logró sobrevivir. Y hasta el día de hoy conserva algo que si tú lo miras en este contexto, es real-mente sorprendente que aún exista, que es la vocación pública. Las perso-nas que trabajamos acá seguimos vien-do a la Universidad como una a la que le importa este país”.

    Domingo Ulloa es sólo uno entre mu-chos a quienes hay que agradecer la per-sistencia de ese espíritu. Él, junto a otros funcionarios, académicos y estudiantes que resistieron los embates de la dicta-dura, de los delatores, de las malas con-diciones laborales, junto a todos los que pudieron haberse ido en busca de mejo-res horizontes, pero se quedaron, cuen-tan una historia poco conocida. Ellos son hasta hoy la memoria de una universidad asolada económica y políticamente, pero cuyos integrantes más comprometidos resistieron en pie de guerra para tratar de salvar hasta donde les fuera posible el objetivo con el que había sido creada hacía más de 100 años.

    EL RIGOR DE LOS CUARTELES

    La Universidad de Chile, dice María Angélica Figueroa, abogada y acadé-mica de la Facultad de Derecho, resis-tió a través de las personas. “No había gran concierto, no había relaciones en-tre las facultades. Pero la resistencia se daba tácitamente en la forma de seguir haciendo las cosas, (de) tratar de decir lo que más se pudiera. Dirigir las tesis de los alumnos que eran de oposición. Yo dirigí la tesis de la presidenta de los Detenidos Desaparecidos, que no se podía recibir, porque le tiraban la tesis de un lado para el otro. Nos bajaban los sueldos y seguíamos acá”.

    Ese mismo tesón fue el que impulsó a Figueroa, desde la Dirección Jurí-dica que se renovó una vez recobrada la democracia, a reconstruir la historia de una universidad despedazada y con heridas por sanar. Sin aceptar peros, se dio a la tarea de sistematizar todos los registros jurídicos que daban cuenta de sumarios administrativos conducidos por razones políticas, exoneraciones,

    delaciones y pérdida del que había sido un enorme patrimonio económico de la Universidad de Chile. La misión: revelar lo que había ocurrido en la Universidad y tratar, hasta donde fuera posible, de reparar los daños.

    Según Figueroa, era lo mínimo que podía hacer por quienes habían pe-leado de otras formas antes que ella. Recuerda con especial cariño a Jorge Millas, escritor, poeta y filósofo que luchó abiertamente contra la dictadura desde la Facultad de Derecho. En 1975 incluso corrió el riesgo de publicar en El Mercurio su crítica “La universidad vigilada”, la que implicó su partida a la Universidad Austral, desde donde en 1981 también tuvo que salir por mo-tivos políticos, quedando condenado a una precaria existencia enseñando par-ticularmente a algunos estudiantes.

    -A Jorge Millas la dictadura lo mató. Hay muchas personas que no figuran como personas que la dictadura mató o torturó, pero que son realmente tam-bién víctimas- dice Figueroa.

    Los jardines del Instituto Pedagógico.

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  • A comienzos de los ‘90 la Universidad inició un proceso de reparación a esas víctimas. Iván Silva, jefe de gabinete de la Vicerrectoría de Asuntos Académi-cos, recuerda que parte de su trabajo fue pesquisar a los estudiantes que habían sido exonerados para intentar reincor-porarlos a sus planes de estudios.

    Al mismo tiempo, y como gesto de memoria, estuvo a cargo de un levan-tamiento de información sobre estu-diantes que habían sido asesinados o que figuraban en las nóminas de dete-nidos desaparecidos. Para ellos “se hizo una ceremonia en la Casa Central de la Universidad, con discurso del Rector Jaime Lavados, (…) un título simbólico para la familia de los estudiantes dete-nidos desaparecidos, cosa que también ayudó a recomponer estas fracturas so-ciales que la Universidad tuvo adentro”.

    Algo que nunca se ha logrado compo-ner, dice Silva, es un listado oficial de los muertos y desaparecidos de la Uni-

    versidad de Chile. “Es como de nunca acabar. Por lo menos en mi facultad nunca fue una nómina exhaustiva por-que siempre alguien decía, ‘oye, pero acuérdate de Fulanito’. Entonces se empezaba a investigar y ahí se encon-traban con que efectivamente faltaba

    alguien por poner en la lista”, comenta.Iván Silva recuerda el tiempo de la in-tervención, cuando era estudiante del Pedagógico, como una época “atroz”: se cerró el acceso al campus, que se llenó de militares, y cuando pudieron retomar las clases, dejaban entrar a los alumnos con nombre y apellido. Los planes de estu-dio se habían modificado, lo que retrasó varios años su titulación. Luego, como funcionario de la Universidad, recuerda que los rectores designados “trajeron el rigor de los cuarteles a la administración de la Universidad”. Eso incluía tener estafetas, personal para atenderlos, per-sonal de inteligencia metido adentro. Incluía además mucha autocensura.

    -Antes de emitir una opinión tenías que fijarte muy bien con quién lo hacías. Tú no hablabas, por ejemplo, en un ascen-sor, o en reuniones no emitías todas las opiniones, porque no sabías realmente quién estaba en esa reunión. La auto-censura es nociva para uno y costó mu-cho deshacerse de ella- dice Silva.

    Todo se endureció aún más con la lle-gada del rector Alejandro Medina Lois.

    -También un general en retiro, un pa-racaidista comando, y también una persona muy dura. Fueron los años no

    gratos en la Universidad desde el punto de vista del trabajo día a día. Yo tuve muchas dudas de seguir o no- admite.

    De hecho, dice, cuando en 1980 partió a Estados Unidos a cursar un posgrado y mucha gente le preguntó por qué seguía trabajando en la Uni-versidad. El asunto adquirió un sen-tido para él durante una charla con el Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien les dijo: “ustedes, con la cultura que tienen, es mejor que estén dentro de la Univer-sidad, si no sería entregar el campo abierto para que esto sea manejado por suboficiales del Ejército”.

    Ese espíritu que mantuvo a Silva y a otros dentro de la institución, estaba, para fines de los ’80, “fuerte, atento, vigente, y yo diría que fue eso lo que logró salvar a la Universidad”.

    LA PUNTA DEL ICEBERG

    Cuando Alejandra Araya, directora del Archivo Central Andrés Bello, cursó su pregrado en los años noventa en la Facultad de Filosofía y Humanidades, todavía había vestigios de la interven-ción militar.

    -Estaba súper reciente. Estaban las huellas de los profesores exonerados, de los que estaban recién retornando y que era difícil legalmente que volvie-ran; estaba el temor de los “sapos” infil-trados, muy fuerte- recuerda.

    Y aunque el tiempo ha pasado, toda-vía, dice Araya, vemos sólo la punta del iceberg.

    “Hay sumarios que te hacen sospechar que fueron herramientas para despedir gente, para presionar para que presentaran su renuncia”, asegura Azun Candina.

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  • Para María Angélica Figueroa, los documentos de la di-rección jurídica tienen poco valor como evidencia de lo que pasó al interior de la Universidad. Dentro de la Facul-tad de Derecho, explica por citar un ejemplo, una persona fue sumariada por intrigante.

    -Le achacaron cualquier cantidad de cosas. Era una mujer jo-ven, pero muy desagradable. Muy inteligente, pero conflictiva. Esa expresión, una personalidad conflictiva, se usó para sim-plemente eliminar. Esa fue una acción política en la que se sabía a quiénes se iba a echar. Fue la excusa formal- asegura.

    El valor de los archivos jurídicos de la época, dice Azun Candina, es que permiten ver ese proceso por dentro. Las investigaciones sumarias abarcan los más diversos temas. Algunos abordan directamente la represión y el control a la actividad política de la Universidad. Pero hay otra cantidad de material que es más sutil. En esos papeles están registra-dos conflictos entre funcionarios, académicos.

    -Hay sumarios que te hacen sospechar que fueron herra-mientas para despedir gente, para presionar para que presen-taran su renuncia- asegura.

    Dice Candina que en ellos está el tono de una época. Ahí pueden indagarse, dice, las estrategias de resistencia y tam-bién las de adaptación y negociación.

    -Yo no tengo tan claro cuáles fueron los niveles de relaciones que se establecieron para la sobrevivencia de la Universidad, porque seguramente hubo mucho pacto. Esta Universidad pudo haber desaparecido, estuvo todo para que la eliminaran y no pasó. Esa no desaparición es lo que todavía queda por escudriñar, por pre-guntar, por resolver- asegura Alejandra Araya.

    La intervención de la Universidad, dice Azun Candina, no fue un hecho puntual, sino un proyecto de transformación de la institución durante toda la dictadura. “Y yo creo que eso deja marcas, deja huellas”, explica. Este registro docu-mental, asegura Araya, evidencia “todas esas conversaciones que parecen muy domésticas, muy triviales, pero que al final te dan cuenta de un estado de situación, de una interven-ción de esa vida cotidiana que es bien profunda”.

    Araya espera que la puesta a disposición de estos archivos –actualmente en proceso de digitalización- para la comunidad es una forma en que la Universidad se hace cargo “de todo lo que implicó la intervención de la Universidad en dictadura, eso es lo que representa ese material”.

    “La resistencia se daba tácitamente en la forma de seguir haciendo las

    cosas, (de) tratar de decir lo que más se pudiera. Dirigir las tesis de

    los alumnos que eran de oposición”, dice María Angélica Figueroa.

    Retrato de Augusto Pinochet que aún se conserva en las bodegas de Casa Central.

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  • El 20 de septiembre de 1973 se desarrolló un desconocido episodio de represión. A pocos días del golpe de Estado y cuando la intervención de las universidades

    recién comenzaba, los militares obligaron a los funcionarios y académicos de la Facultad de Medicina a quemar decenas de libros. Autores marxistas, textos

    sobre glóbulos rojos y folletos de primeros auxilios fueron algunas de las víctimas del fuego ante la impotencia de sus antiguos dueños.

    Por Felipe Ramírez S. / Fotos: Felipe PoGa

    LOS LIBROS QUE ARDIERON EN MEDICINA

    LOS LIBROS QUE ARDIERON EN MEDICINA

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  • La doctora María De la Fuente, pediatra, escritora y ac-triz, recuerda que la primera vez que escuchó la palabra barbarie fue cuando su padre la mencionó refiriéndose a la quema de libros realizada por los nazis en Alemania el 10 de mayo de 1933. Cuarenta años después, la académica de la Universidad de Chile protagonizó una escena muy similar junto a militares chilenos en un patio de la Facultad de Medicina.

    La imagen de un grupo de soldados quemando libros en las cercanías de la Remodelación San Borja durante un allana-miento el 23 de septiembre de 1973, se ha transformado en un ícono de los esfuerzos de la dictadura por destruir cualquier elemento que estuviera relacionado con las ideas marxistas.

    Pero ese episodio no fue el único en el que los militares, con el poder asegurado en las manos de la nueva Junta Militar, buscaron “extirpar el cáncer marxista” a través de una manio-bra similar a la de los estudiantes y profesores universitarios nazis de los años 30.

    Sólo tres días antes, el 20 de septiembre y cuando recién ter-minaban las fiestas patrias más tristes de la historia, como las calificó De la Fuente en una carta a sus amigos escrita en febrero del año siguiente, los académicos y funcionarios de la Facultad de Medicina recibieron una circular. En ella se les sugería llevar toda la literatura o publicaciones declaradas enemigas del régimen actual al patio central del Zócalo, fren-te a la Sala 150, para ser quemados desde las 10 de la mañana.

    La escena que siguió marcó a De la Fuente hasta el día de hoy. “Ahí estaba un militar con un fusil mientras la gente llegaba y ponía los libros en el fuego” recuerda. “Vi llegar a profesores universitarios, alumnos y funcionarios con sus li-bros, folletos, apuntes de todo tipo, y lanzarlos a la pira, que pronto fue una hoguera” denunciaba en su carta cinco meses después, recordando cómo obras del líder comunista chino Mao Tse-Tung, del historiador Hernán Ramírez Necochea y de la socióloga Marta Harnecker se transformaban en ceni-zas en el medio de la Universidad de Chile.

    Un episodio en particular logra aún transmitir la angustia que sentía la doctora en ese momento. El entonces direc-tor de la Escuela de Salud Pública (ESP), Dr. Hugo Behm Rosas, se resistía a quemar un libro escrito por Harnecker, aduciendo que lo tenía subrayado y que aún no lo termi-naba de leer.

    -El Dr. Behm estaba arrodillado al lado de los libros y seguía diciendo “cómo voy a quemarlo”, y el militar que estaba ahí lo miró y le hizo sólo una señal con la cabeza, un pequeño movimiento diciendo “tírelo no más”. Salió de ahí cabizbajo de espaldas a la pira, con los ojos brillantes de ira e impotencia- recuerda María De la Fuente. El otrora director de la ESP se-ría tomado detenido algunos días después, expulsado de Chile y exiliado en Costa Rica, país que lo acogió hasta su muerte a los 98 años.

    Los autores marxistas no fueron las únicas víctimas de este pogromo cultural. Folletos de primeros auxilios fueron cata-logados como obras subversivas, al igual que libros relativos a la experiencia de jardines infantiles en los entonces países socialistas, y a ejemplares de la Serie Roja, que trataba sobre los glóbulos rojos, y que un doctor hematólogo guardaba en su oficina.

    Sin embargo, incluso en momentos como ese, con Santiago bajo control militar y el humo ascendiendo desde los patios de la Facultad, los ánimos de resistencia se expresaron en pe-queños pero significativos gestos.

    –Una colega tuvo la valentía de sacar entre el humo dos ejemplares de su tesis, “El proceso de democratización del Servicio Nacional de Salud en Chile”. Recuerdo también al profesor Hernán Romero, uno de los fundadores de la ESP, que entonces estaba jubilado pero mantenía una oficina fren-te a la mía. Estaba indignado y decía “no puedo tolerar esto, es un atropello. Si quiere guardar algún libro pásemelos”. Cinco años después los fui a buscar a su casa donde quedaron escondidos- recuerda De la Fuente.

    Los autores marxistas no fueron las únicas víctimas de este pogromo cultural. Folletos de primeros auxilios fueron catalogados como obras subversivas al igual que libros relativos a la experiencia de jardines infantiles en los entonces países socialistas, y a ejemplares de la Serie Roja, que trataba sobre los glóbulos rojos, y que un hematólogo guardaba en su oficina.

    10 El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

  • EL RINCÓN CULTURAL

    María de la Fuente recuerda con cari-ño los años de la Unidad Popular en la Universidad de Chile.

    –Fueron años de mucha actividad y cariño, la Universidad estaba abierta a muchas iniciativas, se participaba en los trabajos voluntarios y desde 1968 hubo muchos cambios internos al alero de la reforma universitaria- destaca la académica, hoy jubilada.

    Militante del Partido Comunista en esos años, compara su época de estu-diante con lo que pudo alcanzar a vi-vir como académica antes del golpe de Estado, desde una época en donde los profesores eran grandes autoridades con séquitos de estudiantes seguidores, a un ambiente que califica como de-mocrático y abierto. “Era una especie de paraíso donde había mucha comu-nicación con los estudiantes, y todos, alumnos, docentes y empleados podía-mos votar por los cargos”, asegura.

    Sin embargo, también recuerda con claridad cómo los conflictos dentro de la misma Unidad Popular socavaron las posibilidades de hacer los cambios que buscaban. Las diferencias entre los partidarios del gobierno, las luchas de poder y los debates sobre la vía armada o pacífica se sumaron a los rumores, la inseguridad, y las presiones de Estados Unidos y la oposición para forzar a la izquierda a claudicar.

    -Aquí en el barrio alto la gente real-mente se creía las campañas del terror que se hicieron. Decían que iban a ba-jar las poblaciones una noche con luces a saquear las casas y después del 11 de septiembre se felicitaban por haberse salvado de una muerte que imaginaban segura- recuerda.

    Tras el regreso al trabajo el miedo campeaba en el país para quienes ha-bían apoyado durante esos mil días al gobierno de la Unidad Popular. En

    la Facultad de Medicina decenas de personas fueron despedidas inclu-yendo familias completas que fueron obligados a trabajar por cuenta pro-pia o a buscar trabajo en cualquier parte para poder salir adelante junto a sus familias. Edmundo, esposo de la Dra. De la Fuente, fue detenido y es-tuvo veinte días recluido en el Esta-dio Nacional, donde fue testigo de las torturas y los abusos a los que eran sometidos los opositores a la dicta-dura militar.

    “Vi llegar a profesores universitarios, alumnos y funcionarios con sus libros, folletos, apuntes de todo tipo,

    y lanzarlos a la pira, que pronto fue una hoguera”.

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  • Mas eso no impidió que De la Fuente continuara con su mi-litancia, a pesar de la difícil situación. En diciembre de ese año y viviendo a una cuadra del dictador Augusto Pinochet –quien ocupaba la residencia de los comandantes en Jefe del Ejército- organizó una reunión de su célula de médicos co-munistas. Vestidas de traje largo las mujeres y de traje y cor-batín los hombres, los miembros del PC se allegaron a su casa en el barrio alto de Santiago para analizar la contingencia.

    Transcurridos los 17 años de la dictadura y tras el retorno a la democracia la Universidad de Chile ya no era la misma; nume-rosas eran las cicatrices que recorrían a la Casa de Bello. Sin sus sedes regionales ni el Pedagógico, con cientos de funcionarios, académicos y estudiantes exonerados o desaparecidos, el relato de la quema de libros en Medicina era una historia que se con-taba entre iniciados. No hubo acto de reparación.

    Recién el año 2000 los estudiantes le darían vida a un proyec-to que, de una u otra manera, ayudaría a sanar esa herida. En ese momento los jóvenes pidieron un espacio para la lectura y la cultura y le llamaron “Rincón Cultural”, que logró reunir 600 libros de diversas temáticas.

    Según recuerda el profesor José Navarro, hoy director del es-pacio, el 2008 decidió donar parte de su biblioteca personal aprovechando este lugar, e hizo un proyecto que presentó a

    las autoridades para transformar este lugar en el nuevo “Rin-cón Cultural Gabriela Mistral”, que hoy cuenta con 5 mil libros, donados por diversos académicos y estudiantes.

    “Es un espacio en donde el 95 por ciento de los préstamos se realiza a los estudiantes, un 4 a los funcionarios y sólo un 1 a los académicos, ya que ellos tienen su biblioteca personal” asegura Navarro, quien destacó que cuentan con el apoyo de la Biblioteca Central de la Facultad para la mantención de todo el material.

    Entre las donaciones importantes resalta la biblioteca perso-nal del doctor Carlos Lorca, ex dirigente del Partido Socia-lista y uno de los dos parlamentarios detenidos desapareci-dos durante la dictadura. Entre las obras incluidas estaba un ejemplar del libro “Arte de pájaros” de Pablo Neruda del año 1966, de los que sólo se editaron 214 ejemplares. “En esta biblioteca no existen restricciones para la lectura y se puede donar cualquier libro del tema que uno quiera. Es una gran experiencia y siempre he tratado de aportar con mis libros” afirma la Dra. De la Fuente. La vida que tiene el Rincón Gabriela Mistral, con actividades con estudiantes seminarios y talleres, es para esta antigua estudiante y aca-démica de la Universidad una justa y cotidiana reparación por la quema de libros.

    El Rincón Cultural Gabriela Mistral es un espacio que busca incrementar la colección de textos de literatura en la biblioteca de Medicina, en base a la donación de libros. Actualmente cuenta con más de 5 mil ejemplares disponibles en el catálogo Bello.

    12 El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

  • Verdad y memoria:

    DESAFÍOS PARA CHILE Y SU UNIVERSIDAD

    A la dictadura no le bastó con intervenirla militarmente, sino que

    también atacó la esencia de la Universidad, que es

    su diversidad, la libertad de cátedra y el espíritu crítico.

    Durante estos meses hemos asistido al debate sobre la ver-dad de las violaciones de De-rechos Humanos ocurridas en dictadura, sobre la necesidad de medi-das eficaces para romper pactos de si-lencio y sobre el secreto impuesto a los archivos que dan cuenta de la práctica sistemática de tortura. También se han abierto los archivos de la represión du-rante los años de la intervención mili-tar en nuestra Universidad.

    En esta larga transición hemos avan-zado en el conocimiento de la verdad, pero no es suficiente. Para construir una convivencia sana es necesario que haya un reconocimiento de las respon-sabilidades de estos hechos. Ello im-plica tomar medidas para que la justi-cia pueda conocer quiénes participaron en los organismos represores y la forma en que estos se organizaron, así como terminar con cualquier forma de encu-brimiento de sus crímenes. Esta es in-formación mínima para que el “Nunca Más” sea considerado serio.

    Este compromiso con la verdad debe rectificar la medida tomada en el mar-co de la Comisión de Prisión Política y

    Tortura, de establecer el secreto de sus archivos por 50 años. Esta medida, que ha sido presentada como una forma de protección de las víctimas, es muy discutible. Ella dificulta la acción de la justicia e impide conocer la magnitud de la represión, cruzar datos, recons-truir historias personales y colectivas. El criterio correcto debiera ser la aper-tura de los archivos y en el caso de ser requeridos por la justicia, garantizar el acceso sin reserva. Obviamente, pue-den establecerse restricciones en pos de evitar revictimizar a quienes testimo-niaron, pero el actual secreto absoluto

    * Coordinador Cátedra de Derechos Humanos de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y Académico del Centro de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho.

    Por Claudio Nash*

    no permite conocer la verdad y tam-poco es respetuoso con la memoria de las víctimas.

    La apertura de los archivos sobre la represión en la Universidad de Chile es un paso importante para construir nuestra verdad institucional. A la dic-tadura no le bastó con intervenirla militarmente, sino que también atacó la esencia de la Universidad, que es su diversidad, la libertad de cátedra y el espíritu crítico. De todo ello quedó registro. La represión al interior de la Universidad tuvo pretensiones de lega-lidad y de eso dan cuenta sus archivos.

    La apertura de estos archivos nos per-mitirá reconstruir nuestra historia, saber qué y cómo sucedió, conocer relatos de dolor y persecución. Podremos conocer héroes anónimos en momentos de do-lor. Y también la actuación de los que persiguieron, delataron y aterrorizaron.

    Estos archivos deben permanecer abier-tos a la comunidad. Hay que impulsar investigaciones que crucen información y reconstruyan historias, grandes y pe-queñas. Esta verdad puede ser dolorosa, pero es nuestra historia.

    13Nº 11 / Septiembre 2015 / El Paracaídas

  • Carlos Ruiz Schneider, vicepresidente del Senado Universitario:

    “Es importante que haya un proyecto que exprese la convicción de la mayoría de nosotros”Llegó al cargo en agosto entusiasmado por ser partícipe de una entidad con participación triestamental. “Me llama la atención ver la seriedad con que toman esta institución los senadores estudiantiles, funcionarios”, asegura, convencido de que los procesos políticos internos de la Universidad van a la par de la construcción democrática nacional.

    Por Ximena Póo / Foto: Alejandra Fuenzalida

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  • Carlos Ruiz Schneider pasa la mayor parte de sus días entre la Casa Central de la Universidad de Chile y el Cam-pus Juan Gómez Millas. Desde que asumió la vicepresidencia del Senado Universitario, en agosto de este año, su agenda se resiste, pese a las arduas jornadas, a dejar de lado una reflexión permanente sobre la Universidad, las reformas, el sentido profundo de lo público vinculado a las tramas estatales; a dejar de pensar en un país que aún está al debe con una democracia participativa y con la construcción de una república que se haga cargo de una tradi-ción rota por el golpe de Estado de 1973.

    La agenda de Ruiz Schneider está marcada por la convicción de que es necesario, para el caso de la Universidad de Chile, pensar en nuevas matrices que permitan hacer converger diversas miradas pero bajo un horizonte de sentido que sea capaz de observar procesos democrati-zadores que al mismo tiempo promue-van una institucionalización fortale-cida. Para él, la opción es clara: “Una comunidad puede coexistir de una ma-nera muy autoritaria, en que se gestio-ne tecnocráticamente o bien puede ser una comunidad participativa en que se acuerden decisiones en la labor común de ir construyendo universidad”.

    Es así como, citando al Rector Ennio Vivaldi, se hace urgente reflexionar sobre “qué es la universidad más allá de un archipiélago de saberes”. Por-que, sostiene, “junto con instituciones

    o facultades que tienen más peso en la Universidad de Chile, también se da el hecho de que hay epistemes dominan-tes. Como Universidad tenemos que ser capaces de tener una visión políti-ca de las epistemes que nos dominan, en este caso, una muy marcada por las ciencias y la tecnología. Entonces eso deja muy poco espacio para otros tipos de indagación, como la filosofía y las

    artes. Eso tenemos que cambiarlo y ser capaces de reflexionar qué nos está pasando con esta universidad cientí-fico-técnica, cuestionar eso y mostrar sus límites”.

    Imposible no pensar, dice, en los cam-bios de matrices de desarrollo que la Universidad de Chile ha experimenta-do: “Pasamos de rectores humanistas, como Juan Gómez Millas o Eugenio González, a rectores de otro tipo y eso enmarca lo que parece posible y lo que no. Por eso estamos al debe de una re-flexión más profunda e interna sobre nuestros saberes y sobre la interdisci-plinariedad. Y eso debe proyectarse a la sociedad”.

    PENSAR LA REPÚBLICA DESDE LA TENSIÓN

    Carlos Ruiz Schneider es licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile y completó su Habilitación para la direc-ción de Investigaciones en la Universi-dad de París 8 en 1996. Actualmente es profesor titular de la Universidad de Chile y dirige el Departamento de Fi-

    losofía, en la Facultad de Filosofía y Humanidades. Es, además, aca-démico de la Facultad de Derecho y ha sido director de Programa del Colegio Internacional de Filosofía (Francia) y profesor visitante en la Universidad de York, en Toronto, Canadá, en la Universidad Na-cional de San Juan, en Argentina y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.

    En 1993 obtuvo el Premio Mu-nicipal de Literatura de Santiago por su obra El pensamiento conservador en Chile (Santiago, Editorial Univer-sitaria, 1993), escrito en colaboración con el profesor Renato Cristi. El 2014 obtuvo el premio Juvenal Hernández por su libro Construcción de Iden-tidad, creación de sentido (Santiago, Editorial Universitaria, 2014) escrito en colaboración con el profesor Mar-cos García de la Huerta. En los últi-mos años ha publicado también libros como De la República al mercado. Ideas educacionales y política en Chile (Santiago, LOM, 2010), Andrés Bello. Filosofía pública y política de la letra, libro editado con el profesor Carlos Ossandón (Santiago, Fondo de Cul-

    “Como Universidad tenemos que ser capaces de tener una visión política

    de las epistemes que nos dominan, en este caso, una muy marcada por las

    ciencias y la tecnología”

    15Nº 11 / Septiembre 2015 / El Paracaídas

  • tura Económica, 2013) y República, liberalismo y democracia, editado con el profesor Marcos García de la Huerta (Santiago, LOM, 2011).

    Así es como su obra se articula desde la filosofía política y desde ahí observa que Chile requiere de “una tarea muy compleja, pero es en la que tenemos que emplearnos y que es la de cons-truir un Estado democrático que debe incorporar eso que no estaba hasta el ‘73 y que es el aspecto más participa-tivo. Tenemos que construir institucio-nes más participativas y eso tiene que hacerse a partir de una cierta institu-cionalidad. No podemos hacerlo sola-mente desde las presiones más inme-diatas de los movimientos”. Y por eso considera “nos debemos una Constitu-ción, un proyecto de verdad” a través de un proceso participativo amplio como una Asamblea Constituyente.

    Existiría, por ejemplo y para el caso de la reforma a la educación, “una tensión en la Nueva Mayoría entre un cierto proyecto de recoger estas demandas y por otra parte esta lógica de la nueva gestión pública que sigue presente en la ley de carrera docen-te, en toda visión hacia el futuro que en el fondo confunde lo público con lo privado, por ejemplo. Yo diría que este gobierno está tensionado por un

    ala más tecnocrática y que está muy comprometida por un ideal de gestión y, por otra parte, muestra una cierta sensibilidad para escuchar a los mo-vimientos sociales. No obstante, no se ve que haya tenido mucho éxito en buscar algún punto de convergencia o consenso. Hay medidas que respon-den a una u otra lógica”. Y en ese con-texto plantea que “el Congreso actual está muy minado por todas estas de-nuncias que introdcen al máximo esta confusión entre lo privado y lo púbico financiado por los privados”.

    Para él “es necesario volver a instalar al Estado en el eje central de las refor-mas; un Estado responsable que debe vincularse con el ethos público y repu-blicano de la educación superior, que aún queda” y, por tanto, con la ética que hay detrás de la forma de concebir una estructura social basada en dere-chos garantizados.

    CAMBIOS HISTÓRICOS EN LA U

    Carlos Ruiz es hoy vicepresidente del Senado Universitario porque desde un principio le pareció atractivo “ver cómo funcionaba una institución con repre-sentación académica, estudiantil y de funcionarios; una institución más de-mocrático-participativa. Y en realidad tengo una muy buena impresión de cómo se ha instituido esta relación en-tre estamentos diferentes. Me llama la atención ver la seriedad con que toman esta institución los senadores estudian-tiles, funcionarios”.

    El desafío es llegar a un referendum que permita aprobar una Reforma de Estatutos que no ha estado exenta de tensiones provenientes de quienes no confían en este proceso, que por un lado refuerza la institucionalidad y, por otro, fomenta la participación triesta-mental. “Algunos piensan que el Sena-do no debiera tener estas atribuciones”, reconoce, y por lo mismo son rigurosos a la hora de ser protagonistas del pro-ceso para sacarlo adelante, para lo que piden más apoyo para poder instalar una comisión técnico-consultiva que permita además emprender tareas para acabar con desigualdades estructurales, a través de cambios en el reglamento de remuneraciones, entre otros.

    “Se trata de proyectos que enfrentan vi-siones muy diferentes de la Universidad y tienen que ver por qué se está cuestio-nando el Senado. Es un momento bien importante para la Universidad y para su Senado Universitario, un espacio donde al final es importante que haya un pro-yecto que exprese la convicción de la ma-yoría de nosotros”, enfatiza Ruiz.

    El senador es optimista frente al actual momento histórico, donde como Uni-versidad de Chile es necesario “mante-ner estos rasgos de institución cultural, buscando un vínculo entre la investiga-ción y creación del más alto nivel y la sociedad. Así podríamos hacer coinci-dir esa universidad Humboldtiana con una universidad que se vincula con lo público y con la sociedad de manera que no seamos torres de marfil aisladas de la sociedad”.

    “Algunos piensan que el Senado no debiera tener estas atribuciones”, reconoce Ruiz.

    16

  • La historia de los Soporopos

    Medían apenas unos diez centímetros. Graciosos, tiernos, suaves, blandos, pobres y sobre todo misteriosos fueron los muñecos que las presas políticas de

    la dictadura confeccionaron, al inicio, con trozos de su propia ropa. En su interior ocultaron barretines con información que reveló nombres, agentes y centros de

    tortura. Una hija, una ex prisionera, estudiantes universitarias y una recopiladora se acercan a estos desconocidos objetos de la memoria.

    Por Natalia Sánchez M. / Fotos: Alejandra Fuenzalida / Archivo familiar Marcela Andrades

    MEMORIA EN MUÑEQUITOS

    DSu nombre es un juego de palabras que proviene de “sopa de porotos”, la comida más habitual de las detenidas de Tres Álamos, el principal recinto de prisión donde se confeccionaron estos muñecos durante los primeros años de la dictadura militar. Entre 1974 y 1975 varios soporopos fueron a parar al Comité de Cooperación para la Paz en Chile (Comité Pro Paz), y a la Vicaría de la Solidaridad después, donde eran destruidos para extraer de su interior los barretines de tela, que no fueran perceptibles al tacto. Estos pequeños pergaminos contenían nombres de detenidos desaparecidos, mapas, oficiales a cargo, tácticas, casas de tortura, entre otros datos. En consecuencia, quedaron muy pocos.

    17

  • En la experiencia de María Alicia Salinas en prisión, estas

    actividades manuales tenían que ver con “darle un sentido, un

    significado a estar presos, con formas de organización”.

    Según se reseña en la vitrina que se exhibe a un costado de la Sala Represión y Tortura del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, gracias a esta información fue posible reconstituir y registrar muchos de los acontecimientos de Tres y Cuatro Álamos. Estos olvidados muñecos de particular aspecto son parte de la colección de Artesanía Carcelaria del museo, donde comparten protagonismo entre dibujos, arpilleras y figuras talladas.

    Las detenidas un grupo de mujeres profesionales, que se dice, iniciaron esta estrategia de traspaso de información, sin saberlo fueron las creadoras de uno de los objetos más emblemáticos del afecto, la solidaridad y la resistencia entre las compañeras de celda y sus familias. Eva Alfaro fue una de esas mujeres. Con el tiempo, hombres y mujeres de otros recintos de prisión también confeccionaron soporopos.

    TESOROS DOMINICALES

    Eva Alfaro Holbrook egresó como odontóloga de la Universidad de Chile en 1966. Se tituló con honores y con una panza gigante embarazada de su hijo Miguel. De padre y madre inmigrantes ingleses, Eva nació entre indígenas en Nueva Imperial el 22 de abril de 1926. “Ella contaba que las indias se asustaron al ver un bebé tan clarito y sin pelo”, afirma Marcela Andrades, su otra hija. Este aspecto de mujer grandota de mejillas rosadas es un rasgo que otras mujeres reconocen en Marcela. “Yo estuve presa con tu mamá”, le han dicho en más de una ocasión. Eva fue detenida en su casa 1974. No tenía militancia.

    Trabajaba en el Hospital Sótero del Río y luego del golpe de Estado comenzó a recibir a vecinos para atenderlos en su casa en Puente Alto a cambio de algún aporte. La situación era complicada. Ángel Andrades Rivas, su marido, era militante del Partido Socialista y se encontraba oculto. Eva Alfaro fue acusada por sus propios vecinos por supuestas reuniones clandestinas. Marcela tenía 10 años.

    “Eran mis juguetes, mis tesoros, yo los esperaba con ansias. No medían más de diez cms. Con ellos jugaba a ser profesora y ellos mis alumnos”, recuerda con una sonrisa de nostalgia. Marcela cree haber recibido cerca de 50 soporopos que le regalaba su madre en las visitas dominicales a Tres Álamos. Hoy Marcela Andrades confecciona réplicas de estos muñecos, fieles a la forma y estilo de los suyos, en reinvindicación y recuerdo de su madre.

    Cada día dedica un momento de su tiempo libre, fuera de su trabajo en la Junta Nacional de Jardines Infantiles, JUNJI, para “cortar un pantalón, coser un gorrito o pintar una cara”; nunca para de hacerlos. Su objetivo no es el comercio, pues confiesa que ni siquiera sabría qué precio ponerle a un trabajo como ese. La mayoría los ha hecho por encargo para familiares y agrupaciones de ex prisioneros políticos y detenidos desaparecidos en Chile y en el extranjero, incluso una vez le encargaron 150 desde el Programa PRAIS.

    18 El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

  • 119 SOPOROPOS

    En la sala 105 de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile un grupo de estudiantes de distintas carreras y generaciones están reunidos en un semicírculo. Afuera se escuchan voces que hablan de los hitos de la movilización estudiantil, la actualidad nacional, el plan docente. Están en paro hace semanas. Dentro de la sala, hilos, lanas, trozos de tela, moldes, tijeras, alfileres y agujas transportan la escena hacia cualquier taller de manualidades. Su objetivo: hacer 119 soporopos para exponerlos en el acto de conmemoración de los 40 años de la Operación Colombo, el 12 de agosto, en la Casa Central.

    María Alicia Salinas guía atenta el proceso, marcando los moldes en la tela, supervisando las puntadas y cortes, explicando el largo de la lana para el pelo de los soporopos hombres y los soporopos mujeres.

    Pese a que ella, como muchas de las mujeres del MIR, se dedicó más a la confección de blusas y otras prendas bordadas en su paso por Tres Álamos en 1975, también hizo soporopos y por eso fue invitada, a sus 66 años, por la Coordinadora de Estudiantes de Filosofía y Humanidades a contar su experiencia y realizar un taller de varias sesiones.

    La mayoría de los estudiantes que está ahí no sabía coser. Llegaron intrigados por el evento de Facebook titulado Conversatorio con Alicia Salinas. Detenida política en Tres Alamos: Su experiencia y el porqué de los soporopos. No conocían la historia de estos muñecos. “No es coser por coser, no es coser cualquier cosa, es un ejercicio de memoria histórica”, comenta Stephanie Alvear, de tercer año de Historia. “Es bonito hacer algo todos juntos, algo con significado, conocer su historia”, agrega Belén Inzunza de primero de Filosofía.

    Cuando Alicia fue detenida tenía apenas un par de años más que ellas.

    María Alicia Salinas fue parte del grupo de ex prisioneros políticos que estuvo en huelga de hambre en abril y mayo de este año por pensiones más dignas. Para ella es “raro” que estudiantes de historia, de filosofía y literatura estén cosiendo soporopos, sin embargo, cobra sentido al explicar por qué lo hacen. “Depende del vínculo que se establezca, del nivel de importancia que tenga para uno”, reflexiona la ex mirista. En su experiencia en prisión, estas actividades manuales tenían que ver con “darle un sentido, un significado a estar presos, con formas de organización”.

    “Pero no creo que lo vayan a logran, los 119, no van a alcanzar”, agrega. Y tiene razón. El 12 de agosto se exhibieron 19 soporopos en el Patio Andrés Bello de la Casa Central de la Universidad de Chile. Los estudiantes habían regresado a clases.

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  • LIBRES EN PRISIÓN

    La casa de Ruth Voskovic parece un pequeño museo, una colección de objetos preciosos de distintos lugares de Latinoamérica. Pantallas tejidas de mimbre, vasijas de cerámica, e incluso una serie de peinetas de madera tallada decoran su baño. Menuda, vestida de gruesa lana, la antropóloga y diseñadora textil habla con emoción del proyecto de investigación “Libres en Prisión: las artesanías de la dictadura”, que trabajó junto a Silvia Ríos y Magdalena Cáceres, próximo a ser publicado.

    En su obra clasifican objetos confeccionados por prisioneros y prisioneras de la Colección del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos –más de 4 mil objetos- entre Emblemáticos y Relevantes, según su importancia para los mismos detenidos, su entorno y la sociedad. Para ella los soporopos son un objeto emblemático porque con el tiempo se convirtieron en un símbolo de la vida en la prisión, desde una perspectiva emocional de poder “llenar el tiempo en un trabajo individual pero comunitario, para otros y para ellas mismas, siendo capaces de aprender y crear en un contexto de opresión”.

    Para Ruth Voskovic todos estos objetos representan una memoria de la prisión política en dictadura que no ha sido valorada, “que tiene que ver con la vida y no con la muerte”.

    Como antropóloga, reconoce que este tipo de artículos manuales han existido siempre en la historia de la humanidad, se han encontrado muñecos artesanales en tumbas milenarias. Para ella, las condiciones de los centros de detención volvían a conectar a los detenidos con su esencia más primitiva. “Saber de artesanías de prisión política nos da libertad, nos permite entender que aún en las peores circunstancias somos capaces de emanciparnos como seres humanos y ser libres, libres en prisión”.

    Para Ruth Voscovic los soporopos son un objeto emblemático

    porque con el tiempo se convirtieron en un símbolo de la

    vida en la prisión, desde una perspectiva emocional de poder

    “llenar el tiempo en un trabajo individual pero comunitario,

    para otros y para ellas mismas, siendo capaces de aprender y

    crear en un contexto de opresión”.

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  • Claudia Zapata, historiadora, ganadora del Premio Casa de las Américas 2015:

    Doctora en Historia, directora del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile y recientemente galardonada por la institución cultural cubana, Zapata analiza en esta entrevista el movimiento mapuche, los desafíos que debemos enfrentar para reformular el Estado chileno y el rol de los intelectuales versus los técnicos.Por Ana Rodríguez S. / Fotos: Felipe PoGa

    “El clasismo en Chile tiene un componente racial”

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  • El interés de Claudia Zapata por los movimientos indígenas de América Latina tiene mucho de coyuntura, de su vivencia.En 1992, para el aniversario del V Centenario del Descubrimiento de América, Zapata estudiaba en el liceo municipal María Luisa Bombal de Ce-rro Navia. Con sus compañeras forma-ron un grupo muy activo: organizaron foros, diarios murales y discutieron con los profesores. Cuando entró a la Uni-versidad de Chile, el ’94, había estalla-do la rebelión de Chiapas, en México.

    Fue su tema de investigación cuando estudiaba Historia en la Facultad de Filosofía y Humanidades, cuando cur-só el Magister en Estudios Latinoame-ricanos y cuando se doctoró en Histo-ria. Este año, Zapata recibió el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas* por su traba-jo “Intelectuales indígenas en Ecuador, Bolivia y Chile. Diferencia, colonialis-mo y anticolonialismo”.

    - A lo mejor no debiera decirlo, pero no sé si me considero tan experta en dinámica de movimiento indígena. Siempre lo he usado como una clave para leer el continente. No lo puedo entender de otra manera- explica.

    Zapata asegura que el colonialismo hoy tiene que ver con una relación po-lítica más que con un periodo históri-co determinado.

    -En el movimiento mapuche hay una discusión de su relación con el Estado nacional, que ellos identifican como un vínculo colonial- asegura.

    Ese vínculo, explica la historiadora, se relaciona más globalmente con los mo-vimientos indígenas latinoamericanos desde fines de los ’60, con los movimien-tos de liberación nacional en África y con una línea de pensamiento político que se da entre indígenas y no indígenas, que empiezan a evaluar críticamente el pro-yecto de los estados nacionales.

    -Coincido bastante con que la relación con los pueblos indígenas en Chile tiene un sesgo colonial, en el sentido de que hay un pueblo que se autodenomina chileno que tiene un vínculo con otros pueblos indígenas que es de jerarquía política. Hay territorios que fueron ocu-pados. Hay una inferiorización cultural. Y hay un reconocimiento hoy día muy limitado. Hay una problemática que es colonial en la dimensión política del término, porque nosotros tendemos a llamar colonial un periodo que terminó con la independencia de Chile.

    ¿En qué se manifiesta ese vínculo en-tre el pueblo chileno y el pueblo mapu-che? Esa relación de inferior/superior, ese desequilibrio.-Hay un vínculo que aparece muy fuer-te y que puede ligar dos dimensiones, porque una dimensión, la que está más explorada, es la relación entre pueblo in-dígena y Estado chileno. Pero otra cosa es la sociedad chilena. Donde se vincu-lan esas dos dimensiones es el proble-ma del racismo. El racismo como un entramado complejo que igual opera a nivel de las relaciones sociales, aunque a nivel de discurso político uno lo puede encontrar muy escasamente, no forma parte del repertorio de lo políticamente correcto. Pero se nota cuando hay una inferiorización a partir de rasgos cultu-rales, psicológicos y físicos que se asu-men como inferiores.

    Es un “nuevo” tema en Chile. Antes nos pensábamos sólo clasistas. Hoy sabe-mos que también somos muy racistas.-Estoy totalmente de acuerdo, yo creo que parte del definirnos de una ma-nera chilena tiene que ver con que la autocrítica ha identificado un clasismo inobjetable. Pero el tema del racismo no era tan evidente para nosotros, pri-mero, porque se tiende a identificar solo con la población negra. Cosa que claramente no es así. Eso se ha visto

    “En el movimiento mapuche hay una discusión de su relación con el Estado nacional, que ellos identifican como un vínculo colonial”

    * Otorgado anualmente desde 1960

    22 El Paracaídas / Nº 11 / Septiembre 2015

  • también con los pueblos indígenas. El clasismo en Chile tiene un componen-te racial, que también falta estudiarlo más profundamente, ver si es que exis-te una pigmentocracia.

    ¿Qué es la pigmentocracia?- Se tiende a identificar que en los sec-tores populares la gente es más oscura. Y el rubio o la rubia de la población pasa a ser una excepcionalidad. Es un tema de observación. Queda bastante por ex-plorar, esa dimensión racial del clasismo en Chile. Lo otro que se está abriendo y visibilizando tiene que ver con la mi-gración de población afro descendiente de las últimas dos décadas, que es muy visible. Entonces, ¿cuándo aparece la di-mensión racial? ¿Cuándo aparece el co-lor como un elemento que para la gente parece que es importante a la hora de relacionarse y que vincula con un mon-tón de estereotipos? Son cuestiones que moldean las relaciones sociales. En Chile son mayoritarias la colonia española, por ejemplo, de la migración recien-te. Mucho más nume-rosos los españoles o los argentinos. Y sin embargo no son visibles para una población.

    Incluso son más valorados.-Y más valorados. Pero además se in-sertan de manera menos problemáti-ca. Se tiende a identificar con pobreza y con delincuencia, cuando es una mi-gración muy heterogénea. No es abor-dable desde la categoría únicamente de pobreza. Efectivamente es difícil deslindar cuando se está discriminan-do a alguien por pobre, por campesi-no, por indígena. Bueno, las tres cosas están vinculadas. Un ejemplo en que queda muy en evidencia el fenómeno de discriminación racial es cuando un campesino pobre se siente superior al campesino pobre indígena. Por una serie de otras vinculaciones: porque asume que es un pueblo inferior, por-que hay una composición física que es inferior, porque se le relaciona con rasgos psicológicos que meten a toda la gente al mismo saco. Esos son tí-picos dichos colonialistas y racistas.

    Cuando se dice: todos los negros son así, todos los indios son así…

    En Chile se tiende, al parecer, a la ho-mogenización antes que la valoriza-ción de las diferencias.-Por el momento neoliberal que se vive en Chile, solemos entender las diná-micas indígenas como muy separadas de las nacionales. Es el momento en que se empieza a hablar a tono con un discurso mundial, post caída del socia-lismo real. A verlo como un momento en que se reconocen las diferencias, que se valora a nivel de discurso pú-blico, al menos. Por eso viene el boom del turismo étnico, muy asociado con ir a ver paisajes y sus gentes. Ahora, una cosa es ver la heterogeneidad cultural en esos términos y otra cosa es asumir la conflictividad que hay ahí. Que hay vínculos que no están separados, sino que son tremendamente desiguales. Y

    eso es lo que tenemos muy claramente en el sur de Chile. Está ahí, hay un conflicto de tierras que ha tenido violencia política por parte del Estado principalmente y por parte de una resis-tencia que está buscan-do su salida, en el caso mapuche. Entonces, esta

    “Hay gente que se abruma porque dice: los mapuches no se ponen nunca de acuerdo. Como

    si los chilenos estuviéramos de acuerdo en todo. Es un pueblo y como todos tienen una

    heterogeneidad de posiciones”.

    23Nº 11 / Septiembre 2015 / El Paracaídas

  • olla a presión ha tenido sus escapadas fuertes: tenemos muer-tos. Tenemos procesados por la Ley Antiterrorista. Es la ma-yor expresión de cómo se ve esa vinculación desigual y cómo la está abordando el Estado.

    PAÍS INTERESANTE

    Luego de los movimientos sociales y los anuncios de la pre-sidenta Bachelet de un cambio constitucional, pareciera que es un momento en que se debería empezar a pensar cómo se redefine el Estado chileno. ¿Está el movimiento indígena preparado para esto?-Tenemos una tradición de construcción del Estado que es muy unilateral. Eso han sido dos siglos de construcción republicana.

    Obviamente hay que sacar la Constitución dictatorial, que es una cosa impostergable, indecente a estas alturas. Uno se pre-gunta por la preparación de los distintos sectores sociales. Si hay madurez. Yo diría: entre hacerlo y no hacerlo, hay que hacerlo. Viendo distintos sectores de la sociedad chilena, el mapuche se me aparece como un sector relevante, con una trayectoria de dis-cusión del marco nacional. Uno puede hacer el mapa de la mo-vilización en Chile en contexto neoliberal y tiene atisbos en los ‘90. Pero fundamentalmente una oposición al modelo neoliberal y a esta construcción de Estado nacional desde el 2011. Pero en el movimiento mapuche hay una discusión de la definición nacional desde fines de los años ‘80. Es una discusión que siem-pre nos ha incluido a nosotros, no sólo una cosa de “problema indígena”. Hay gente que se abruma porque dice: los mapuches

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  • no se ponen nunca de acuerdo. Como si los chilenos estuviéra-mos de acuerdo en todo. Es un pueblo y como todos tienen una heterogeneidad de posiciones. Pero una cosa que es transversal al menos a su sociedad política, es la discusión de la definición del Estado nacional de Chile. Esa discusión está hace mucho tiempo, también en coincidencia con una discusión continental, donde esta idea de Estado nacional, homogéneo, o central, uni-tario, yo diría que, al menos en el papel, es bastante del pasado.

    Además, en Chile estamos en un momento de crisis de con-fianza en los políticos e instituciones. Y con un gobierno que en un momento tomó el pañuelo de los movimientos socia-les y ahora parece recular… -Sí, es un momento muy complicado. Yo no suelo ver las crisis en términos apocalípticos, me gustan los momentos de deses-tabilización porque permiten precisamente redefinir y redis-cutir todo. Estamos en esa coyuntura que me hace pensar que Chile es un país que está bastante interesante ahora, mucho más que diez años atrás. Hay gente que se abruma con el des-orden. A mí me gusta la inconformidad, la capacidad de dis-cutir. Cuando la gente se pone inconforme y discute es porque piensa que existe historia, que las cosas se pueden cambiar. Y yo como historiadora no puedo pensar en una historia solo de la estabilidad, de la mantención de marcos muy antiguos.

    Pero da la impresión que venía ahora una época de cambios. De reforma educacional, por poner un ejemplo. - Todavía no se abre esta otra coyuntura. No se abre la otra for-ma de participación. Estamos en un momento de discusión y de desestabilización. Y yo veo que es una clase política que no lo-gra pasar a otro formato. Tienen un formato de la política de los acuerdos, de las comisiones de expertos, de honorables, pero no logran pensar las cosas de otra manera. Y llega un punto en que la inconformidad y los movimientos sociales son fuertes. No saben cómo hacer una política distinta, otros no quieren hacer una polí-tica distinta. Entonces esta cosa de haber tomado ciertas banderas de reivindicaciones sociales y después dejarlas, yo creo que tiene que ver con la incapacidad, con incredulidad y también placebo que se dio abiertamente al electorado. Todas esas alternativas pue-des estar ahí. Desde la intención hasta el no saber qué hacer.

    Además de verse envuelta en casos de corrupción, pareciera que la clase política chilena perdió una tradición de ser gente pensante, intelectuales con profundidad de análisis.

    -Todo este momento es interesante vincularlo precisamente con una historia y con este marco Estado nacional que muchos queremos redefinir. Mucho del relato autocomplaciente de esta identidad chilena tiene que ver con decir: somos un país serio, un país ordenado, un país estable, un país sobrio. No tenemos nada que ver con los caribeños, con los centroamericanos. El apelativo de “bananero” tiene que ver con una distancia que es geográfica, que es cultural, con una intención de generar una continuidad con metrópolis mundiales, sea con Estados Unidos, sea con Europa, y ¿qué tenemos ahora? Una clase política que proba-blemente existió siempre. Tenemos los tráficos de influencia. Tenemos un Estado nacional y un marco político que se diseñó en función de intereses privados. O sea, qué más ordinario que eso, donde no existe una esfera empresarial distinta, más autóno-

    ma, que respete los asuntos públicos. Tenemos casos anteriores: mira la imagen de Pinochet, lleno de medallas y batallas que nunca ganó. Tenemos ahora noticias de que se enriquecieron no sólo apropiándose de los recursos del Estado, sino también con tráfico de drogas. No me gusta el concepto de bananero porque encierra estereotipo, pero parece que nunca fuimos los ingleses de América. Me parece que discutir todos esos fundamentos de un supuesto relato nacional nos hace bien.

    ¿Y cuál crees tú que es el rol de los intelectuales tanto indíge-nas como chilenos en este panorama? -Yo siempre creo que hay un rol, por eso me gusta el concepto de intelectual porque me deriva a pensar en este rol y en su función pública y política. Lo vi cuando hice la investigación. No es un contexto mundial muy propicio para plantearlo en esos términos, aunque igual en la práctica creo que surge la necesidad. Hablar de intelectuales hoy en día tiene una con-notación como sesentera. Pero dentro de una sociedad hay funciones. Y me parece que los intelectuales están llamados a cumplir una función en el mundo contemporáneo. Es una función de larga data y entre sus funciones está discutir, animar

    “Viendo distintos sectores de la sociedad chilena, el mapuche se me aparece como un sector relevante, con una trayectoria de discusión del marco nacional”.

    25Nº 11 / Septiembre 2015 / El Paracaídas

    http://centroamericanos.el/http://am�rica.me/

  • el debate, desestabilizar. Creo que este modelo que estamos discutiendo siem-pre tuvo sus intelectuales. Ellos nunca cejaron en tener intelectuales orgánicos que diseñaran esto, que lo sustentaran a nivel de discurso. Que lo legitimaran, y que además diseñaran, siempre hubo intelectuales ahí. Parece que los que abandonaron el tema fueron los del otro lado. Frente a la figura del experto, que es el tipo de intelectual que ha domi-nado la escena hasta ahora, yo opongo la figura del intelectual. Que además es una tecnocracia tremendamente ideoló-gica. Y parte de esa ideología es decir, esto es técnico y no es político. Enton-ces yo frente a eso opongo la figura del intelectual, que tiene que ver con discu-tir con un bagaje, desde una posición, desde una lectura de tu biografía y en la sociedad en la que vives, ese conjunto de relaciones. Encuentro que es una cues-

    tión absolutamente necesaria. En algún minuto se decía que no eran necesarias las movilizaciones sociales, porque todo estaba contenido en este Estado, en la transición democrática. Se decía que no era necesaria la movilización y la crítica social. Hoy día se ve que sí. Y también son necesarios los intelectuales críticos.

    ¿En ese sentido, cómo ves el rol de la Universidad de Chile en la generación de intelectuales y de pensamiento críti-co, dentro de este contexto de reforma?- Me parece que la Universidad de Chi-le está llamada a cumplir un rol público. La legislación de la dictadura y toda su acción de la dictadura tendió a dismi-nuir eso. Por algo fuimos tan atacados. Y la mayoría de las universidades públi-cas vivieron ese acoso, era por algo. No te atacaron gratuitamente. Y eso pasa por una fase de represión directa. Es

    una universidad que tiene exonerados, que tiene exiliados, que tiene desapa-recidos, que tiene ejecutados; tenemos esa historia ahí, que ahora la tenemos que sistematizar. Una segunda etapa fue hacer una legislación para la construc-ción de un panorama de universidades, de un mercado de la educación superior, donde tratamos de ser equiparados a cualquier oferta. Y en eso se sigue in-sistiendo, lamentablemente. Pese a todo eso, yo creo que la Universidad de Chile está llamada a ejercer ese ideario, que al menos nunca lo perdimos y que hay que irlo perfeccionado, que hay que irlo am-pliando acorde a los tiempos. Tenemos un montón de personas que construyen diagnóstico, que tienen capacidad de propuestas, que pueden incidir en este escenario, donde son absolutamente ne-cesarios. Están llamados a cumplir un rol, de todas maneras.

    “Yo no suelo ver las crisis en términos apocalípticos, me gustan los momentos de desestabilización porque

    permiten precisamente redefinir y rediscutir todo”.

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  • EL DÍA QUE LA CHILE LE DOBLÓ

    LA MANO A PINOCHETLa llegada de José Luis Federici fue uno de los episodios más complejos que la Universidad

    superó en dictadura, que no sólo unió a la comunidad universitaria en oposición del nuevo rector, sino que también reimpulsó la movilización nacional; todo esto, ad portas del plebiscito de 1988.

    Por Francisca Palma A. / Ilustración: Revista Fechorías de la FECh y Revista Realidad Universitaria, año I, N°4, diciembre de 1987 / Fotos: Gentileza Archivo FECh

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  • S eptiembre de 1987. Las banderas tricolores ya se asomaban en la capital. Un día antes de las fiestas patrias, los integrantes de la Asociación de Académicos de la Universidad de Chile fueron a celebrar en una parrillada de la calle San Diego, y no precisamente por el 18: ese mismo día habían sido exonerados 35 profesores, particularmente aquellos que lideraban las intensas movilizaciones que se incrementaron desde el 24 de agosto, día en el que José Luis Federici, el primer rector delegado civil, llegaba sin bota ni jineta a la Casa Central.

    Fue a partir de esas últimas exoneraciones, ese último gesto represivo, que “la Universi-dad entera se dio cuenta de que esto era el golpe de gracia para la Chile y eso, en vez de generar una situación de temor en el resto de la gente, provocó una reacción absoluta-mente inversa. La sensación que tuvimos era que este iba a ser el detonante final y si le ganábamos a Federici, le ganábamos a Pinochet”, recuerda la profesora Teresa Boj. Con este episodio, académicos que no habían participado se plegaron al movimiento llamado “el paro de Federici”, que comenzó sólo cinco días después de que el rector llegara a la U.

    Nadie sabía quién llegaría a la rectoría tras la salida de Roberto Soto Mackenney, hasta que se publicó por la prensa: Federici, decano subrogante la Facultad de Ciencias Eco-nómicas y Administrativas, había recibido un nuevo llamado de Pinochet, esta vez para

    desembarcar desde Diagonal Paraguay 257 a Alameda 1058. “Los estudiantes de Economía nos indicaron que era un señor que no tenía una trayectoria

    académica, que había tenido un paso por Ferrocarriles, donde le ha-bía tocado implantar una política de racionalización de recursos muy drástica, por lo que la interpretación era que venía a hacer

    exactamente lo mismo. Eso fue lo que nos alertó”, recuerda Germán Quintana, presidente de la FECh en 1987.

    Y esa alerta produjo un movimiento universitario: estudiantes, académicos y funcio-narios con sus demandas, más los decanos presionando por la normalidad académica, ges-taron una unión frente a una figura que “a pesar de ser un civil, fue mucho más duro que el rector que se iba. Por eso se dio un espacio donde todo el mundo encontró que era el minu-to de dar un paso más decidido por defender la Universidad de Chile”, comenta Quintana.

    Tras las consecuencias del paro nacional de septiembre de 1986, episodio en que Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas fueron quemados, “el país estaba plano, no había movilización social”, recuerda Patricio Basso, entonces presidente de la Asociación de Académicos.

    -El año ‘87 nadie creía mucho en las organizaciones democráticas, no en el sentido de lo que decían, sino de si eran capaces de articular un movimiento social y de recuperación democrática. Lo de Federici nos ayudó; gracias a toda la acción social en su contra se reactivó no solamente el movimiento estudiantil, sino que el social, lo que nos hizo llegar en mejor pie al plebiscito- asegura Quintana.

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  • A QUEMARROPA

    Las manifestaciones organizadas durante el periodo fueron duramente reprimidas. Jorge Baeza, funcionario de Casa Central, cuenta que en una de esas jornadas el profesor Basso fue alcanzado por el chorro del guanaco. Una imagen que Federici contempló riéndose desde una de las ventanas semicirculares ubicadas en las esca-leras principales.

    Lo inesperado vino el 24 de septiembre, cuando la comunidad universitaria estaba en una de las movilizaciones más grandes del “paro de Federici”. Los estudiantes partieron marchando desde el campus Andrés Bello cerca de las seis de la tarde. Los académicos se reunieron en Beauchef para salir en una caravana de autos por la Alameda. Fue un carnaval con challa y pitos que duró poco.

    Al poco andar los académicos fueron detenidos por carabineros frente a la Biblio-teca Nacional. Alguien llegó corriendo a avisarle a Basso que habían baleado a una estudiante frente al Teatro Municipal: minutos antes, la pianista y estudiante de la Facultad de Artes María Paz Santibáñez, de 19 años, había recibido en la cabeza un disparo de un policía de tránsito.

    Sorprendidos, los manifestantes se acercaron a “Pachi”. Otros fueron tras el carabi-nero que había disparado y que se resguardó el interior del Teatro. Quienes soporta-

    Los estudiantes estaban pensando en dar un golpe más firme: tomarse la Casa Central. “Era el paso final porque ya veíamos que esta cosa no se resolvía. Habíamos probado todo tipo de movilizaciones, y ya todo el mundo sentía que así como había ocurrido el ‘86, luego de ese paro nacional, nada era suficiente para doblegar al poder de Pinochet”, recuerda Quintana.

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  • ron los gases lacrimógenos y permanecieron con Santibáñez recuerdan que tiritaba mientras se le amorataba el costado derecho de la cabeza, donde recibió el impacto. Uno de ellos le sacó de la boca el chicle que estaba masticando antes de que la subieran al taxi que la llevó al Instituto de Neuro-cirugía, donde trabajaba el doctor Jaime Lavados, vicepresi-dente de la Asociación de Académicos. Algunos estudiantes irrumpieron en el Teatro Municipal. Otros partieron a Casa Central; enardecidos, lograron entrar.

    “De alguna manera nos sentimos responsables de haber he-cho esa manifestación que terminó en eso. En ese momento estábamos convencidos de que la habían matado, afortuna-damente no fue así”, recuerda el profesor Íñigo Díaz, secre-tario de la Asociación, quien junto a los demás académicos estuvieron hasta pasada la medianoche del día 25, cuando terminó la operación.

    El material audiovisual que evidenció la secuencia en que el policía disparó a Santibáñez tranquilizó la relación entre académicos y decanos. El video, recuerda Quintana, “muestra que nadie estaba agrediendo a ese policía, que disparó porque disparó. Ahí se dan cuenta de que nuestro movimiento se correspondía con lo que ellos estaban pidiendo. Eso solidificó mucho más la confianza para abordar las semanas restantes de Federici y lograr que fuera destituido”, narra Quintana.

    El problema pasó de ser un tema institucional a uno de inte-rés nacional. La recién electa Miss Universo, Cecilia Bolocco, recomendó a los jóvenes de la patria “preocuparse de estudiar, porque para eso se va a la universidad”.

    ARRIVEDERCI, FEDERICI

    El tema ya se había complicado para Pinochet, no sólo por el baleo a la estudiante: el paro continuaba sin que hubiese terminado el primer semestre en el principal plantel del país. Sesiones especiales de la Junta de Gobierno y la reunión del vocero de los decanos, el director del INTA Fernando Mönc-keberg, con el general Humberto Gordon y José Toribio Me-dina, dejaron a Federici en el limbo.

    24 días después del balazo, el 18 de octubre, Pachi volvía a to-car el piano. Hasta la calle Volcán Llaima de Las Condes llegó un grupo de estudiantes con un lienzo que decía “Arrivederci, Federici”, y al poco rato se retiraron. Federici sólo se asomó a ver si su auto estaba bien y entró a su casa como si nada pasara.

    Pero estaba pasando de todo. El 21 de octubre, Federici entró a La Moneda para rendir cuentas a Pinochet. Ahí relató un sesgado informe al dictador y a sus ministros del Interior y de Educación, quien suspendió un viaje a Europa al enterarse de la crisis. Federici salió confiado y declaró que seguiría “to-mando las medidas que ayuden a la normalización de la U”, entre ellas aplicar el Plan de Desarrollo Universitario, que implicaba, según Íñigo Díaz, “la reducción de personal, venta de bienes, cierre de carreras y algunas otras menudencias más. Traté de obtener el documento pero no lo obtuve. No tengo por qué dudar que existiera el plan, pero debe haber sido una cosa de enunciados generales”.

    Federici continuó ahogando a los académicos, planteando que no pagaría los sueldos a aquellos movilizados –que para esa

    Las manifestaciones organizadas durante el periodo fueron duramente reprimidas. Jorge Baeza, funcionario de Casa Central, cuenta que en una de esas jornadas el profesor Basso

    fue alcanzado por el chorro del guanaco. Una imagen que Federici contempló riéndose desde una de las ventanas semicirculares ubicadas en las escaleras principales.

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  • fecha eran, casi todas las facultades, excepto Ciencias Eco-nómicas y Administrativas–. Los periodistas, recuerda Díaz, alertaron a los académicos de que “algo raro estaba pasando”.

    El 23 de octubre, un grupo desconocido instaló un artefacto ex-plosivo en la casa de Federici, que fue oportunamente desactiva-do por la CNI y Carabineros a las 8:07 de la mañana, un minuto y 25 segundos antes de que ese día se escribiera otra historia.

    Una carta entregada a Pinochet y firmada por la Junta Direc-tiva de la Universidad -integrada por nueve personas, entre ellos tres designados por el mismo dictador- alarmaba que la permanencia de Federici era insostenible. La designación de Jorge Hübner como decano de Derecho detonó una firme reacción de los estudiantes, que subieron al segundo piso, sa-caron los muebles del decano y rayaron con consignas.

    Al día siguiente, al mediodía, sorpresivamente Pinochet llegó a la Facultad de Derecho. Acompañado de su edecán naval, recorrió los pasillos de la unidad, que ese día amaneció cerra-da y con custodia policial. A pesar de que a esas alturas los rumores hacían eco en toda la Universidad, Pinochet tenía la última palabra.

    Pero los estudiantes estaban pensando en dar un golpe más firme: tomarse la Casa Central. “Era el paso final porque ya veíamos que esta cosa no se resolvía. Habíamos probado todo tipo de movilizaciones, y ya todo el mundo sentía que así como había ocurrido el ‘86, luego de ese paro nacional, nada era suficiente para doblegar al poder de Pinochet”, re-cuerda Quintana.

    Esa misma tarde se reunieron en Beauchef 850, con lienzos, candados, cadenas y el ánimo bravo a pesar de las consecuencias que, sabían, podía tener este nuevo paso. A las ocho de la noche, cuando le quedaban pocas horas a Federici y los jóvenes ya esta-ban acantonados, sonó el teléfono del centro de estudiantes de Ingeniería. Era Patricio Basso avisando que los rumores ya eran muy fuertes, que la caída era inminente. “Como no hay pruebas, mañana nos tomamos la Casa Central”, respondió al otro lado de la línea el presidente de la FECh. “A las seis y media de la mañana vamos a estar todos encadenados ahí”.

    Alertado, Basso se reunió con Mönckeberg, -que a esas alturas ya cargaba un sumario ordenado por Federici- quien le ratificó que sabía de boca de alguien de la Junta Directiva que Pinochet ya había tomado la decisión, por lo que los decanos estaban dis-puestos a bajar la movilización. “Mantendremos la toma hasta que no tengamos algo concreto”, respondió Quintana.

    Mönckeberg se preocupó: sabía las consecuencias que podría tener la osada acción de los estudiantes. Llegó junto a Basso a Beauchef “convencido de que nos íbamos a la toma, cosa que ya habíamos decidido no hacer”. Mönckeberg recorrió el lugar, algo que logró mantener en pie la negociación: los decanos seguirían movilizados.

    “Entendí perfectamente la decisión de don Augusto”, diría Federici en una entrevista a El Mercurio del 2008, sobre la noticia que le fue comunicada las 11:50 del 29 de octubre de 1987 por el ministro de Educación, José Antonio Guzmán. Pronto esta información comenzaría a correr por los medios de comunicación y por la U. “Ya no hay solución para el con-

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  • flicto”, diría Pinochet al salir de la celebración del aniversario 14 de CEMA Chile.

    A las 12:00, Federici abandonó definitivamente la Casa Cen-tral. Salió en auto por las puertas traseras y se fue a sus oficinas privadas en calle Valentín Letelier, muy cerca del ministerio de Educación. Minutos antes había hecho entrega de su cargo al prorrector Marino Pizarro, saltándose la ceremonia de entrega programada para esa tarde. Algunos funcionarios les gritaban irónicamente a los periodistas “estamos muy tristes”. Los estu-diantes comenzaban a llegar al frontis del edificio amarillo. “Lo botamos, lo botamos”, “Federici ya se fue, que se vaya Pinochet”, gritaban y se encaramaban en la estatua de Andrés Bello. Los carabineros llegaron a disolver.

    En otro punto de la capital, la Orquesta Sinfónica, dirigida por Francisco Retting, ensayaba una sinfonía de Malher con el coro de niños del Santiago College. Cuando supieron la noticia, Retting movió la batuta y comenzó a sonar el himno de la Universidad.

    Los decanos, que también pusieron sus cargos a disposición, a excepción del de Economía, celebraron con un cognac Quinta Normal elaborado por la Facultad de Ciencias Agrarias y Pe-cuarias. El brindis se repitió en las diferentes facultades. En Pio Nono, los estudiantes de derecho bailaron cumbias e hicieron trencitos que cortaron la calle por minutos.

    “Cuando supimos la noticia, conversamos con Mönckeberg y nos fuimos al INTA. Fue muy emocionante, en la entrada estaba todo el mundo parado esperando”, rememora Díaz. “Fue una alegría que salimos a gritar como trastornados. El pensamiento

    general de casi todos fue que si logramos este triunfo, derrotar la dictadura estaba ad portas”, agrega Boj. “Fue la primera y única vez que se le dobló la mano a Pinochet”, comenta Basso.

    “Fue la victoria de un movimiento de la Universidad de Chile en su defensa, que lograba por primera vez en todos los años de dictadura doblarle la mano a Pinochet”, explica el ex presidente de la FECh.

    Cinco horas después del inicio de las celebraciones asumió el nuevo rector de la Universidad de Chile: el filósofo Juan de Dios Vial, hasta entonces decano de la Facultad de Filosofía de la PUC, quien recibió el cargo en una ceremonia cerrada en que se leyó la carta de renuncia de Federici, fechada el 26 de octubre. Luego el ministro de la cartera firmó el decreto. Ter-minada la ceremonia, el rector Vial hizo entrar a los periodistas a su despacho para, escuetamente, pedir la normalización y que la Chile volviera a las clases.

    “Fue una alegría que nos duró muy poco”, recuerda Íñigo Díaz sobre el primer acercamiento al nuevo rector. “Fuimos a decirle que íbamos a bajar el paro, pero que esperábamos que no hu-biera represalia de ninguna especie”, narra Patricio Basso, quien recibió como respuesta un condicionamiento: “depende como se porten”. Vial tenía en su gaveta las tomas de razón de los despidos de los exonerados. “Basta que yo les dé curso y están despedidos”, recuerda Basso, quien se salió de madres ante la nueva autoridad. Para los estudiantes, como recuerda Quintana, la cosa terminó mejor al mantenerse en paro: amarraron gran parte de los puntos de cierre del conflicto, por el que finalmente, luego de 72 días, la Universidad de Chile volvió a las aulas.

    “Ya no hay solución para el conflicto”, diría Pinochet al salir de la celebración del aniversario 14 de CEMA Chile.

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  • Dos nuevos planteles para O’Higgins y Aysén

    POR UNA RED ESTATAL DE UNIVERSIDADES

    La decisión presidencial de encomendar a la Universidad de Chile la tutoría de las nuevas universidades estatales abre nuevas expectativas sobre el futuro de la educación superior en

    el país. Una red fuerte de instituciones del Estado, capaces de interactuar con las comunidades locales, es lo que desde este plantel se espera pueda concretarse desde 2017.

    Por Jennifer Abate C.

    El 3 de agosto se concretó una de las promesas de la Pre-sidenta Michelle Bachelet de cara al fortalecimiento de la educación superior pública. Ese día la máxima autoridad y la ministra de Educación, Adriana Delpiano, promulgaron la ley que crea las nuevas universidades estatales en las regiones del Libertador General Bernardo O’Higgins y de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo.

    Casi un mes después vendría el primer anuncio oficial sobre el espíritu que marcará a estos dos nuevos planteles: será la Universidad de Chile la institución tutora que acompañará su creación. En concreto, según la ley, esto implica una mi-sión de “apoyo y acompañamiento a toda la comunidad aca-démica, que se traducirá en acciones específicas realizadas