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John Cheever Reunión año 3 número 14 junio - agosto 2010 10000 ejemplares Pablo Genovés La serena violencia de las catástrofes Pág. 9 Paréntesis El periódico literario Poemas de Dylan Thomas y Ángel Guinda pág. 3 Confesiones de un párrafo, de Noemí Sánchez pág. 5 Stevie Ray Vaughan pág. 6 Taller de Escritura pág. 7 Microtextos pág. 8 El placer de la nada pág. 10 Una historia verdadera pág.11 Jorge Herralde Entrevista con el editor de Anagrama Contraportada Mejora tu verano Pág. 6 Los cuentos de Rodolfo Walsh Victoria Civera Hasta el 29 de agosto pág. 4

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John CheeverReunión

año 3número 14junio - agosto 201010000 ejemplares

PabloGenovés

La serenaviolencia de las

catástrofes

Pág. 9

ParéntesisEl periódico literario

Poemas de Dylan Thomasy Ángel Guinda

pág. 3Confesiones de un párrafo,de Noemí Sánchez

pág. 5Stevie Ray Vaughan

pág. 6Taller de Escritura

pág. 7Microtextos

pág. 8El placer de la nada

pág. 10Una historia verdadera

pág.11

Jorge

HerraldeEntrevista con el

editor de Anagrama

Contraportada

Mejoratu verano

Pág. 6

Los cuentos de

RodolfoWalsh

Victoria Civera

Hasta el 29 de agosto

pág. 4

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2 Paréntesis junio-agosto 2010

Periódico ParéntesisC/Sánchez Pastor, 1, 1ºdcha.

29015 MálagaTlf. 952 60 82 44

[email protected]

DirectorRafael Caumel

ConsejeroAntonio Almansa

CoordinadoraLola Lorente

DelegadoJorge Rosa

Redacción

Poesía de Siempre y de Hoy:Montserrat López,

y otrosProsa de Siempre:

Rafael Caumel,Antonio Almansa,

y otrosProsa de Hoy:

Pablo Betancourt,y otros

Viajes y Literatura:Pedro Rojano,Rafael Caumel,

y otrosMúsica y Literatura:

Damián Marrapodi,Jorge Rosa,

y otrosEscritura y Psicoanálisis:

Emilio Mármol, y otrosTaller de Escritura:

Rafael CaumelCrítica literaria:

Antonio Almansa, y otrosLos lectores escriben:

Eugenia Carrión,Montserrat López,Damián Marrapodi,

y otrosCine:

Sergio de los Santos, y otrosConvocatorias de concursos:

Pablo Betancourt, y otrosCartas de los lectores:

Lola LorenteEntrevista:

Lola Lorente, y otros

Diseño y Maquetación:Rafael Caumel

Aux. maquetación:Mauricio Ciruelos

Aux. imágenesPedro Rojano,

Damián Marrapodi

El último invento andaluz que enorgu-llece a las altas instancias autonómi-cas es un helado para perros. Lo pre-sentan sin pudor como un ejemplo aseguir en el campo de la investigacióny desarrollo, y a la universidad dondeese sueño ha sido materializado, y porextensión a todos los andaluces,como uno de los faros de la vanguar-dia tecnológica mundial.

La bondad de la noticia es com-prensible. Suponemos que será muyamplio el mercado que un producto deestas características puede abrir enuna sociedad inclinada a ser máshumana con los animales que con laspersonas. Aprendimos hace tiempo ano fiarnos de los demás.

En demasiadas ocasiones, lospolíticos son uno de los colectivosmás eficaces a la hora de minar laconfianza en el ser humano. Uno delos vídeos que más influencia ejercióen la opinión pública para convencer-la de la necesidad de la PrimeraGuerra del Golfo fue el de un cormo-rán alquitranado hasta las pestañas.Las televisiones de todo el mundo lodifundieron, y tuvo un efecto fulminan-te sobre la imagen del dictadorSaddam Hussein, mucho más que lanoticia de la matanza de Duyail o el

criminal ataque químico que ordenócontra el pueblo kurdo de Halabja.Más tarde, se descubrió que lo delcormorán había sido un montaje delgobierno estadounidense, pero el tra-bajo ya estaba hecho.

Nos oponemos a la violencia con-tra los animales, por supuesto, peronos inquieta más la violencia contralas personas y, entre sus versiones, lasibilina y continua agresión de un sis-tema socioeconómico que nos arras-tra al aislamiento y la desconfianza.

Sin pretender con ello reducir la

facturación de las tiendas de masco-tas, en Paréntesis queremos manifes-tar que tenemos la obligación de recu-perar la fe en el Hombre. Lo más emo-cionante para una persona es siempreotra persona, sea por contacto directoo mediante su obra.

Este periódico tiene la vocación deacercar lo humano a quien abra suspáginas. Crear este lugar de encuen-tro es nuestra forma de luchar contrala desconfianza. Esperamos quenuestros lectores disfruten las refres-cantes propuestas de este número.

Editorial

Cartas de los lectores

15 de mayo: fiesta nacional Una birria de periódico

En la Noche en Blanco el centro deMálaga estaba rebosante de personasque peregrinaban de una muestra aotra con el programa de eventos en lamano. Las colas para entrar en algu-nos museos fueron importantes. Elcolapso de la calle Granada invitaba apensar que el trono del Cautivo podíaaparecer en cualquier momento poruna esquina. Extrañaba no ver lasfachadas empapeladas con cartelesde rebujito.

Si la propuesta consistía en darle ala cultura carácter de fiesta nacional,me parece buena idea (los bares hicie-ron una caja más propia de semanasanta), pero hay muestras, conferen-cias, recitales, conciertos durante elresto de año, de acceso gratuito, conpoquísima asistencia de público. ¿Porqué no los aprovechamos?

Lucía MoraMálaga

Me gusta mucho vuestro periódicoy pienso que cada vez lo estáishaciendo mejor. Buena muestra deque esto es así son los comentariosque escucho en mi entorno, tanto losde apoyo como algunos de repulsa. Encuanto a los primeros, agradecencomo yo la utilidad de una publicaciónque ofrece textos amenos y sugeren-tes, con muchas recomendaciones delibros fuera de toda sospecha comer-cial. Estamos encantados con lo quenos parece una apuesta única en elpanorama de las publicaciones cultu-rales.

Con respecto a los comentarios derepulsa, en dos ocasiones me he sen-tido obligado a defender vuestro traba-jo ante personas que lo calificaban de“periódico de taller” con la intención dedesprestigiarlo. Me sorprenden lasansias de demoler una buena iniciativasólo por envidia. A quien se posicionaasí, le pregunto qué está publicando él

o ella que le permita hablar de esaforma. Para poder comparar, ¿entien-den? La respuesta a esta preguntaconsiste en apartar la vista, porque noestán haciendo nada. Tengo la sensa-ción de que se reacciona de estamanera mezquina porque en nuestrapequeña y provinciana ciudad cual-quier trabajo bien hecho se percibecomo una amenaza, en lugar de verlocomo lo que es: una oportunidad deaumento del tejido cultural que propi-cie más focos de creación e intercam-bio.

El hecho de cosechar tantas adhe-siones, y algunos rechazos muy sos-pechosos, me parece muy significativode la importancia que está adquiriendovuestro periódico.

Enhorabuena.

Ángel PenaMálaga

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Poesía de Hoy

Cajas

Lo diría una indígena y tendría razón. “Ustedes tienen la vida organizada en cajas. Nacen y les dejan en una cajita, su casa es una caja, y las habitaciones son cajas más pequeñas. Suben a la casa en una caja, bajan a la calle en una caja. Viajan en una caja. Duermen y hacen el amor sobre una caja. A través de una caja ven el mundo. Cambian de casa: lo meten todo en cajas. Y cuando mueren les introducen también en una caja. Los Bancos y las Cajas tienen caja, los establecimientos tienen y hacen caja.” Todo está hecho para que encajemos. Nos encajan la vida. Algunos no encajamos, y nos desencajamos

Ángel Guinda (Zaragoza, 26/8/1948)

Claro interior (2000-2007)(Olifante Ediciones de Poesía, 15 €)

Poesía de Siempre

Amor en el asilo

Ha venido una extrañaa compartir mi espacio en la casa, no bien de la cabeza

una chica con la cabeza a pájaros

corriendo el pestillo de noche con su brazo de pluma derecha en la laberíntica cama

engaña a la casa a prueba de cielo con nubes entrantes.

Empero engaña recorriendo el cuarto de pesadilla amplio como los muertos

o cabalga imaginados océanos de recintos varoniles.

Ha llegado poseída admitiendo la luz engañosa bailando sobre la pared,

poseída por los cielos.

Duerme en el estrecho cauce pero recorre el polvo y maldice a voluntad

sobre las mesas del manicomio desgastadas por mis lágrimas caminantes.

Y llevado por la luz en brazos de ella muy a mi gusto puedo sin error

sufrir la primera visión que puso fuego a las estrellas.

Tasio Peña

Dylan Thomas (1914-1953)

A los veinte años conmovió el ambiente literario de Londres con unlibro que proponía una poesía mágica, oscura pero también natu-ral e instintiva. Mito de una generación, fue uno de los grandes mal-ditos.

Si desea publicar un poema, cuento o microrrelato, envíelo junto a su nom-bre, apellidos y teléfono a [email protected]éntesis incluirá los mejores en los siguientes números del periódico.

Paréntesis 3junio-agosto 2010

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Reunión, de John Cheever

La última vez que vi a mi padre fue enGrand Central Station. Yo venía deestar con mi abuela en losAdirondacks, y me dirigía a una casi-ta de campo que mi madre habíaalquilado en The Cape; escribí a mipadre diciéndole que pasaría hora ymedia en Nueva York debido al cam-bio de trenes, y preguntándole sipodíamos comer juntos. Su secretariame contestó que se reuniría conmigoen el quiosco de información a medio-día, y cuando aún estaban dando lasdoce le vi venir a través de la multitud.Era un extraño para mí –mi madre sehabía divorciado tres años antes y yono le había visto desde entonces–,pero tan pronto como le tuve delantesentí que era mi padre, mi carne y misangre, mi futuro y mi fatalidad.Comprendí que cuando fuera mayorme parecería a él; que tendría quehacer mis planes contando con suslimitaciones. Era un hombre corpulen-to, bien parecido, y me sentí feliz devolver a verle. Me dio una fuerte pal-mada en la espalda y me estrechó lamano.

–Hola, Charlie –dijo–. Hola,muchacho. Me gustaría que viniesesa mi club, pero está por las callesSesenta, y si tienes que coger un trenenseguida, será mejor que comamosalgo por aquí cerca.

Me rodeó con el brazo y aspiré suaroma con la fruición con que mimadre huele una rosa. Era una agra-dable mezcla de whisky, loción paradespués del afeitado, betún, traje delana y el característico olor de unvarón de edad madura. Deseé quealguien nos viera juntos. Me hubiesegustado que nos hicieran una fotogra-fía. Quería tener algún testimonio deque habíamos estado juntos.

Salimos de la estación y nos dirigi-mos hacia un restaurante por unacalle secundaria. Todavía era pronto yel local estaba vacío. El barman dis-cutía con un botones, y había uncamarero muy viejo con una chaque-ta roja junto a la puerta de la cocina.Nos sentamos, y mi padre le llamócon voz potente:

–Kellner! –gritó–. Garçon! Came-riere! ¡Oiga usted!

Todo aquel alboroto parecía fuerade lugar en el restaurante vacío.

–¿Será posible que no nos atien-da nadie aquí? –gritó–. Tenemosprisa.

Luego dio unas palmadas. Estoúltimo atrajo la atención del camare-ro, que se dirigió hacia nuestra mesaarrastrando los pies.

–¿Esas palmadas eran para lla-marme a mí? –preguntó.

–Cálmese, cálmese, sommelier–dijo mi padre–. Si no es pedirledemasiado, si no es algo que está porencima y más allá de la llamada deldeber, nos gustaría tomar dos gib-sons con ginebra Beefeater.

–No me gusta que nadie me llamedando palmadas –dijo el camarero.

–Tendría que haber traído el silba-to –dijo mi padre–. Tengo un silbatoque sólo oyen los camareros viejos.Ahora saque el bloc y el lápiz y procu-re enterarse bien: dos gibsons conginebra Beefeater. Repita conmigo:dos gibsons con ginebra Beefeater.

–Creo que será mejor que sevayan a otro sitio –dijo el camarerosin perder la compostura.

–Esa es una de las más brillantessugerencias que he oído nunca –dijo

mi padre–. Vámonos de aquí, Charlie.Seguí a mi padre y entramos en

otro restaurante. Esta vez no armótanto alboroto. Nos trajeron las bebi-das, y empezó a someterme a un ver-dadero interrogatorio sobre la tempo-rada de béisbol. Al cabo de un ratogolpeó el borde de la copa vacía conel cuchillo y empezó a gritar otra vez:

–Garçon! Camériére! Kellner!¡Oiga usted! ¿Le molestaría muchotraernos otros dos de lo mismo?

–¿Cuántos años tiene el mucha-cho? –preguntó el camarero.

–Eso –dijo mi padre– no es enabsoluto de su incumbencia.

–Lo siento, señor –dijo el camare-

ro–, pero no le serviré más bebidasalcohólicas al muchacho.

–De acuerdo, yo también tengoalgo que comunicarle –dijo mi padre–.Algo verdaderamente interesante.Sucede que éste no es el único res-taurante de Nueva York. Acaban deabrir otro en la esquina. Vámonos,Charlie.

Pagó la cuenta, y nos trasladamosde aquel a otro restaurante. Loscamareros vestían americanas de

color rosa, semejantes a chaquetasde caza, y las paredes estaban ador-nadas con arneses de caballos. Nossentamos y mi padre empezó a gritarde nuevo:

–¡Que venga el encargado de lajauría! ¿Qué tal los zorros este año?Quisiéramos una última copa antesde empezar a cabalgar. Para ser másexactos, dos Bibson Geefeaters.

–¿Dos Bibson Geefeaters? –pre-guntó el camarero, sonriendo.

–Sabe demasiado bien lo quequiero –dijo mi padre muy enojado–.Quiero dos Beefeater gibsons, y losquiero deprisa. Las cosas han cam-biado en la vieja y alegre Inglaterra.

Por lo menos eso es lo que dice miamigo el duque. Veamos qué tal es laproducción inglesa en lo que a cócte-les se refiere.

–Esto no es Inglaterra –dijo elcamarero.

–No discuta conmigo –dijo mipadre–. Limítese a hacer lo que se ledice.

–Creí que quizá le gustara saberdónde se encuentra –dijo el camare-ro.

–Si hay algo que no soporto –dijomi padre–, es un criado impertinente.Vámonos, Charlie.

El cuarto establecimiento en elque entramos era italiano.

–Buon giorno –dijo mi padre–. Perfavore, possiamo avere due cocktailamericani, forti, forti. Molto gin, pocovermut.

–No entiendo el italiano –dijo elcamarero.

–No me venga con esas –dijo mipadre–. Entiende usted el italiano ysabe perfectamente bien que loentiende. Vogliamo due cocktail ame-ricani. Subito.

El camarero se alejó y habló con elencargado, que se acercó a nuestramesa y dijo:

–Lo siento, señor, pero esta mesaestá reservada.

–De acuerdo –dijo mi padre–.Denos otra.

–Todas las mesas están reserva-das –dijo el encargado.

–Ya entiendo –dijo mi padre–. Nodesean tenernos por clientes, ¿no eseso? Pues váyanse al infierno. Vadaall'inferno. Será mejor que nos mar-chemos, Charlie.

–Tengo que coger el tren –dije.–Lo siento mucho, hijito –dijo mi

padre–. Lo siento muchísimo. –Merodeó con el brazo estrechándomecontra sí–. Te acompaño a la esta-ción. Si hubiéramos tenido tiempo deir a mi club...

–No tiene importancia, papá –dijeyo.

–Te voy a comprar un periódico–dijo–. Te voy a comprar un periódicopara que leas en el tren.

Se acercó a un quiosco y dijo:–Mi buen amigo, ¿sería usted tan

amable como para obsequiarme conuno de sus absurdos e insustancialesperiódicos de la tarde? –El vendedorse volvió de espaldas y se puso acontemplar fijamente la portada deuna revista–. ¿Es acaso pedir dema-siado, señor mío? –dijo mi padre–,¿es quizá demasiado difícil vendermeuno de sus desagradables especíme-nes de periodismo sensacionalista?

–Me tengo que ir, papá –dije–. Estarde.

–Espera un momento, hijito –repli-có–. Sólo un momento. Estoy espe-rando a que este sujeto me dé unacontestación.

–Hasta la vista, papá –dije; bajélas escaleras, tomé el tren, y aquellafue la última vez que vi a mi padre.

4 Paréntesis junio-agosto 2010

Prosa de siempre

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Confesiones de un párrafo, de Noemí Gómez Garrido

Paréntesis 5junio-agosto 2010

Prosa de hoy

—¡Eh, amigo!, ponme otra.—No debería tomar más, señor.—Y tú no deberías dar consejos

que no te piden o no harás negocio,chaval.

—Discúlpeme, señor. ¿Qué lesirvo?

—Algo diferente. No sé...—¿Metáforas?—Demasiado añejo. ¿Tienes

onomatopeyas de los cincuenta? —Marvel Superhéroes; la mejor

cosecha.Perfecto, con hielo y limón. ¡Y no

me mires así! Sé lo que estás pen-sando: que soy un pobre párrafo queno tiene donde caerse muerto, undiablo emborrachándose de acepcio-nes baratas en un diccionario cutrede bolsillo.

—Yo no opino, señor.—Ya, mejor; no necesito sentirme

más culpable de lo que ya me siento.—Vamos, hombre, deje de llorar;

todo tiene solución en esta vida.—No, lo mío no tiene solución

posible; soy un párrafo acabado.¿Sabes...? Yo he sido uno de losmejores párrafos románticos delmundo literario. Y ahora... Todo sefue por los márgenes. He trabajado alas órdenes de los mejores guionis-tas; he sido párrafo predilecto detelenovelas y comedias románticas.Y ¡cómo me aclamaba el público! Meadoraban.

Pero hoy en día el romanticismoestá pasado de moda: nadie ve lastelenovelas, Corín Tellado vendemenos que nunca y el único trabajoque encontré fue en una sección deeconomía. ¡Yo de economista!Imagínate, no sé nada de números...¡Y mucho menos ser pragmático yconciso!

Hoy mismo he dimitido. Handicho que soy demasiado barrocopara el puesto. ¿Barroco yo? ¡Quétontería! Lo que pasa realmente esque no quieren que pienses por timismo; ése es el problema, quierenpeleles a los que poder manejar a suantojo. ¡Oye! Otra de lo mismo... Así,¿qué esperanza voy a tener ya deser un párrafo feliz? En este mundo,se cobra por extensión y me hanreducido tanto que mira en qué esta-do han quedado mis frases. Yo noquería ser un renglón cualquiera...

—No llore más, señor; ande, aní-mese; seguro que sale adelante.

—Ya me lo decía mi madre, sí,ella lo sabía; cuando era chico y ape-nas contaba con dos líneas, medecía:

«—Eres igual que tu padre, y esote llevará por mal camino. Mira cómoacabó él. No era el mejor en su tra-bajo, pero al menos sobrevivía dig-namente. Pero se estropeó; le diopor el amor, por la ternura y esasidioteces, y así terminó convirtiéndo-se en un escaso y miserable verso.Eso, hijo mío, es lo peor que puedepasarle a un párrafo honrado y de

buena familia. Hazme caso, olvidalos sueños de grandeza o acabarásen dos frases y sufriendo mucho.

»—Pero, mami —replicaba yoingenuamente—, yo de mayor quieroser como papá.

»—¡Pamplinas! Hay que adaptar-se a los nuevos tiempos; déjate decaprichos y ve a tu página, que tengoconjugaciones que hacer.

»—¡Jooo! —protestaba—. Estoycansado.

»—¡Vamos! Y ordena bien tusletras antes de la cena. Hoy tenemosfrases célebres al ajillo. ¡Y aún no hepuesto las comillas a cocer!... Esperoque no se queden duras.

»—Y de postre ¿qué me hashecho, mami?

»—Pastel de sinónimos, así quedate prisa.»

Las conversaciones con mamásiempre acababan en la cocina.Guisaba estupendamente, peronunca acepté sus consejos; era dife-rente a mí.

Ella era párrafo periodístico en undiario deportivo. Un buen trabajo.Hasta que le dio el reuma y empeza-ron a torcérsele los palos de las bes,las des, las haches y así con todaslas letras largas. Luego decía quepor los huecos de las ces y de laseses le entraba frío, y que los puntosde las íes y de las jotas se le caíanen otoño.

Así que fue doblándose, hacién-dose chiquitita, hasta que sólo utili-zaba la “o”; que, claro, no tenía pordónde doblarse ni entraba frío o secaía estacionalmente.

Al final, los porteros de fútbol

paraban, o no, los “oooooo” y losárbitros eran unos “ooo oo o ooooo“.El día que murió, estaba plácidamen-te dormida en la cálida redondez dela “o”.

—Señor, perdone que le inte-rrumpa en un punto tan interesantede su historia, pero vamos a cerrar.

—Venga, amigo, sírveme la últi-ma... Bien cargadita de exclamacio-nes. Y brinda conmigo, por favor.

—De acuerdo, por usted. Porquele vaya mejor de ahora en adelante.

—¡Uyyy! No creo. Al final acabarécomo mi padre y como tantos amigosdesaparecidos. Sí, muchacho, irécon ellos a ese lugar del que jamásse regresa.

—¿Qué sitio es ése?—La papelera, amigo, la cochina

papelera.

Ilustración: Cristina Lama Ruiz ([email protected])

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Cuentos completos, de Rodolfo Walsh (Ed. Veintisiete Letras, 648 págs., 21’50 €)

En un mayo voluble, refugiados de lalluvia bajo la marquesina del cineCapitol, hace ya muchos años, unafortuna inolvidable me llegó de lagenerosidad de Javier Sorogoyen.Sacó del bolsillo interior de su gabar-dina unas hojas fotocopiadas y dosrecortes de periódico. Me preguntó siconocía a Rodolfo Walsh y le contes-

té que no. Me alargó aquellos folios,de aspecto muy usado, que contení-an tres cuentos y unos recortes deperiódico. Sugirió –me ordenó, paraser preciso– que los leyera. Loscomencé nada más subirme en el 7,un autobús que iba desde el centrohasta mi barrio. No fui consciente deque el autobús se moviera; me diotiempo a leer dos veces el tituladoEsa mujer, un cuento inquietante quedesde entonces me acompaña insis-tentemente por la vida.

Roberto Walsh es la paradigmáti-ca solución de una tensión que toda-vía para la mayoría de conservadorese idealistas (en el peor sentido de lostérminos) no está resuelta: la estable-cida entre el intelectual y la política,entre la literatura y el compromisosocial. Walsh mostró que puede con-jugarse la excelencia literaria con laresponsabilidad que dignifica y pro-vee de transcendencia aquí, en nues-tro mundo, despreciando engañosasesperanzas que aspiran a otros para-ísos.

Walsh no se resguardó, comootros intelectuales hicieron y practi-can, tras los débiles testimonios quepermiten retiradas a tiempo. El 24 demarzo de 1977 se lo jugó todo; publi-có su influyente Carta abierta de unescritor a la Junta Militar. Unas horasmás tarde fue apresado, torturado,asesinado: su nombre figura hoy enlas listas de desaparecidos1. En pala-bras del propio Walsh: “Nuestras cla-ses dominantes han procurado siem-pre que los trabajadores no tenganhistoria, no tengan doctrina, no ten-gan héroes ni mártires. Cada luchadebe empezar de nuevo, separada delas luchas anteriores: la experienciacolectiva se pierde, las lecciones seolvidan. La historia aparece asícomo propiedad privada, cuyosdueños son los dueños de todas lasotras cosas”.

Disfruté de una íntima alegríacuando hace poco me enteré de quela editorial Veintisiete Letras habíaeditado los cuentos completos, hastaahora dispersos, de Walsh. En la edi-

ción comentada hay piezas extraordi-narias que resultarán admirables paralos lectores: desde El soñador a Losojos del traidor, desde Cuento paratahúres a La mujer prohibida.

Una tarde del verano de 1998,tomando café helado en el Central, lecomenté a mi insustituible amiga–magnífica escritora y traductora–Marga López Bonilla, mi admiraciónpor Rodolfo Walsh. Y también lehablé de su cuento Esa mujer, unrelato que mi ignorancia creía casisecreto para los demás. Mi amigasonrió indulgentemente al desvelar-me que tal cuento era consideradopor muchos, lectores y críticos, comoel mejor escrito en Argentina duranteel siglo XX.

1Un imperdonable azar de las fechas, dosmeses antes, nos masacró en España con laMatanza de Atocha, donde fueron asesinadoscinco compañeros abogados y malheridosotros tantos por grupos de verdugos afines alfranquismo.

6 Paréntesis junio-agosto 2010

Crítica

Antonio Almansa

The sky is crying

–Siempre quise hacer un trío –ledije.

Salté de la cama hacia la silla ycogí la guitarra. La luz comenzaba aentrar en diagonal por la ventana, sinpermiso. Ella estaba tapada de cintu-ra para abajo. Era prostituta, hermosay ciega. Sus pechos, blancos ypequeños, oscilaban con blandura,como un eco, cada vez que se aco-modaba. Se llamaba Lenny.

–Ven aquí –me dijo.Sus suaves párpados eran lo

opuesto a los de mi ex mujer, pesa-dos como grilletes, depositarios deuna frustración más grande que suscaderas. Con Lenny había retomadomi carrera de músico, me sentíacapaz de recuperar el tiempo perdido.

Puse The house is rockin en eltocadiscos, volví a la cama y la besé.Posé la mano sobre su muslo delga-do, la deslicé suave hasta llegar alcuello y le pedí que se diera la vuelta.Era como un libro; podías llevarla a lacama y enamorarte.

–Hoy no amanecerá –suspirómientras se giraba.

La música impedía que el ruidogris de afuera nos molestase. Le aca-ricié el pelo. Aunque sabíamos queacabaría en cualquier momento, en elcuarto todo era eternidad.

En Texas había petróleo, homofo-bia y niños practicando tiro al blancocon una 38. Había mujeres hermosasy un músico increíble que solía tocaren el Hills Country Club de Austin;una vieja casona de madera con cow-boys, borrachos, putas y, en un esce-

nario al fondo, el sombrero queescondía el rostro del guitarrista. Allí,Stevie Ray Vaughan acariciaba lascuerdas de Number One, suStratocaster descascarillada como elbar. Pensé que no habría vida des-pués de Jimi Hendrix, que la revolu-ción había muerto con él, pero cuan-do oí a Vaughan supe que aún que-daba una trinchera.

Leave my girl alone tomó la habi-tación de modo irreversible, podíarespirarse. Para entonces, jugabaotra vez entre las piernas de Lenny.

Sentí los espasmos de las cuerdas,las manos recorriendo el mástil depalo de rosa. El vientre húmedo semezclaba con las yemas de misdedos y los acordes. Ella respirabaprofundo mientras Vaughan hacía elamor con su Fender.

Aquel iba a ser nuestro últimoencuentro.

–En Nueva York hay trabajo paramí –repitió.

–¿Por qué lo haces? –No preguntes.–Quédate conmigo.

–No te enamores de una puta, ymucho menos de día.

La eternidad se acababa, peropermanecieron los hechos. StevieRay Vaughan nos dejó un excelentedisco, que sonaba en aquella habita-ción donde dos personas volvían avolar sin importarles que el helicópte-ro fuese a estrellarse.

Disco recomendado: In step, StevieRay Vaughan & Double-Trouble, 1989

Música

Damián Marrapodi

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Todo el peso del mundo

La niña llevaba mucho rato con lapelota, sus compañeros se la recla-maban, pero ella corría y evitaba losasaltos con la bola abrazada contra elpecho. Vino a buscar refugio en mí.Yo se la quité y la lancé para quealgún amigo la cogiese. Ella se tiró alsuelo y rompió a llorar con un descon-suelo digno del 11-S. La reacción delos amigos fue inmediata: le entrega-ron la pelota.

Aprendemos desde muy pronto adramatizar las situaciones para con-seguir la atención de los demás uobtener otro tipo de provecho, pero elvictimismo es una de las arguciasmás mezquinas que, de forma cons-ciente o inconsciente, podemosemplear para manipular nuestroentorno. Los malos escritores lo utili-zan como método facilón de afectar alectores sensibleros, y el aprendizpuede considerarlo una baza en sudeseo de impresionar a su pareja,amigos y compañeros de taller. Así,en lugar de escribir sencillamente quea su personaje “se le escapó unalágrima”, se sentirán tentados deconstruir una frase emotiva como lasiguiente: “Una triste y solitaria lágri-ma rodó por su mejilla macilentahasta alcanzar el mentón desdedonde se arrojó al vacío”.

Todo el patetismo del mundo pare-ce insuficiente cuando el joven escri-

tor decide acumular frases recarga-das para expresar el enorme sufri-miento que es capaz de albergar.Otra cuestión sería si es posible quehaya sufrido tanto habiendo nacidoen Occidente rodeado de comodida-des; facilidad que, al fin y al cabo,puede ofuscarse mediante la autofla-gelación, física o psicológica.

A quien, a falta de gotelé, hayaelegido empapelar un testero con lijagruesa donde rascarse como un osoy así proveerse de arañazos profun-dos en la espalda para sentarse aescribir, le sugiero que antes deespolvorearse de sal para acometerel siguiente párrafo de su sufridotexto, repare en las obras de escrito-

res como Primo Levi o Imre Kertész,entre otros, con objeto de entenderque quien sufrió de verdad, escribiósobre ello de forma sencilla y exentade dramatismo. Ya hay suficiente tra-gedia en lo trágico como para quevengamos a reventar la credibilidadde la historia con excesos patéticos.

La sobrecarga resulta pesada pordefinición. Es comprensible que tantavirgen dolorosa y tanto mártir noshayan nublado el buen gusto y la con-tención deseable al escribir, peroVoltaire nos puede rescatar: “Todo loque se escribe es bueno, salvo aque-llo que aburre”.

Una de las principales mediocrida-des a la que podemos exponernos esla falta de amenidad, y espero quenadie pretenda confundir este términocon lo banal (tal como hacen muchascadenas de televisión). Tratar de serameno es una causa elevada. Seesté o no conforme con esta idea,sugiero leer (o releer) los consejos deescritura que ofrece Italo Calvino ensus Seis propuestas para el próximomilenio. En concreto, el capítulo dedi-cado a la levedad. Me parecen unasrecomendaciones imprescindibles nosólo para quien escribe. Por ejemplo,servirían también para reducir la can-tidad de plastas que hay sueltos ymejorarían mucho los aburridos dis-cursos de los políticos actuales.

Taller de Escritura

Rafael Caumel

Pirámides, torres, arcas de pasado

Salgo a la calle y, a pesar de la premura que veo ami alrededor –y en la que me sumerjo–, pienso quequizá los pasos de cada uno de los que se agitancon prisa son, de algún modo, fonemas, sílabasque, poco a poco, reunidas al final del recorrido,escriben una breve historia. Una historia o un epi-sodio de una historia, circunstancial e incluso aza-rosa; todo dependerá de sus consecuencias y decómo se trame en nuestras vidas.

¿Quién no ha pensado alguna vez que el transi-tar de la vida tiene sus momentos de lectura, susmomentos de dictado y sus momentos de escrituraen un texto que, al final, es el libro que somos?Cada cual es un libro que se lee y se escribe. Unlibro que quiere ser completado, corregido o borra-

do; y a veces, quiere ser concluido. Poco podemosdecir de lo que nos depara el futuro y, en ocasio-nes, nos es difícil siquiera habitar en el presente.No obstante, sabemos que para vivir esas dimen-siones temporales en las que parcelamos nuestrasvivencias, es necesario que conste un texto quehable y atestigüe el pasado, que dé la oportunidadpara que presente y futuro tomen calidad de exis-tencia. Ese pasado es lo que llamamos nuestra his-toria o nuestro “mundo interior”, y está habitado porrecuerdos, afectos, deseos, modelos, objetos deamor y odio, fantasías y fantasmas, temores, valo-res, ideales, consignas…

De este modo se me figuran los viandantes a losque me he referido, como cuerpos que contienen

un mundo interior encriptado, igual que la informa-ción en las torres de los ordenadores o las leyen-das en las antiguas pirámides. Un tesoro escondi-do; a veces encerrado a cal y canto, a veces gene-roso, accesible y compartido.

Estaremos más sanos cuanto más expongamosal exterior, cuanto más hagamos conocer y recono-cernos en el texto que nos van y nos vamos dictan-do en nuestro devenir personal y social. Es unabuena oportunidad poder construirnos y sanarnosen la abundancia; y la abundancia también puedeser abrir de par en par, para nosotros y para losotros, esa puerta privilegiada que nos ofrece laescritura, a cuya práctica no deberíamos renunciar.

Escritura y Psicoanálisis

Emilio Mármol

Paréntesis 7junio-agosto 2010

Ilustración: www.emmanuellafont.com

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8 Paréntesis junio-agosto 2010

Microtextos

REVOLUCIÓN

Estaba cansado de no salir de casa, de vivir con miedo, yme sorprendió el deseo de ver mundo, así que fui a unaplaza concurrida para relacionarme con otras personas.

—¡Oiga, bilgueit! ¿Quién le ató esa bandera al cuello?—¿Está usted bien, pollo? ¿No tiene calor con tanta

ropa?—¡Tú, bacalao! ¿Sabes que te clavaron un anzuelo en

la barbilla?—¿A qué tanta queja? ¡No trabajes más, mastodonte,

que eres tonto!—Pero bueno, popeye, ¿quién te pintó los brazos

como el culo?Hablé con un montón de gente, me insultaron y empu-

jaron, recibí guantazos, capones y patadas. Una palizadigna de meses de convalecencia. Cuando regresé a casay me tumbé dolorido en el sofá, sentí la satisfacción de nohaber renunciado a mi vida.

Daniel CastilloMálaga

EL ESCRITOR

Se sienta frente a un papel en blanco. Alarga el brazoy coge la pluma. Acercándosela a los ojos, despacio,libera el capuchón. Mira la superficie desnuda del folio,se acomoda en el asiento, apoya la pluma sobre elpapel y comienza a escribir. Tacha, deja algo a mediaso se detiene con los ojos entrecerrados. A medida queavanza, su respiración se acelera, escribe más rápido,jadea, con la pluma rasga frenéticamente el papel ver-tiendo en símbolos las ideas que desbordan su cabe-za. Pone el punto y final.

Se recuesta en el respaldo del asiento con los ojoscerrados. La respiración se suaviza. La pluma cae dela mano y rueda unos centímetros. El escritor levantala vista y allí está su mujer, que lo mira fijamente conlos labios contraídos y temblorosos, los ojos húmedos.Él aparta la mirada mientras ella sale de la habitación.

Francisco VidesMálaga

PARA ESTAR MÁS MONA

Y empeñada en distanciarme del chimpancé, me debatoentre dos opciones:

1) Acudir a un centro dermoestético para una depila-ción láser.

2) Leer. La primera es más cara, pero tiene la ventaja de

aumentar mi atractivo de forma inmediata. Si añado unosocho mil, dispondré además de unas tetas y caderas queasustarían a la mismísima Edurne Pasabán.

La segunda opción requiere mucho esfuerzo y susposibilidades sólo afloran después de un rato de charla.Rato que no te van a conceder porque tus tetazas noentraron al garito tres segundos antes que tú.

Debo ser práctica: cada vez se habla más y se dicemenos.

Por tanto, estoy dispuesta a recibir los tratamientosque, en contadas intervenciones, me alejarán del animalal que odio parecerme. Así, sólo un par de semanas des-pués, podré desnudarme ante el espejo del dormitoriopara admirar los resultados, ensayar la manera de movermi nuevo cuerpo y buscar la postura rotunda que ponga ababear a quien se me antoje y le obligue a entregarme loque yo desee, tal como hace la hembra del chimpancé.

Pablo BetancourtMadrid

CRIMEN ECOLÓGICO

Le gustaba masturbarse bajo la ducha.Tardaba mucho en correrse.

Pablo PáramoAlmería

LIBERACIÓN SEXUAL

Al entrar en el dormitorio, Alberto se sorprendió de que Claudia no estuviesetapada hasta las cejas. Se deslizó entre las sábanas y el roce con los pies lehizo sentir un escalofrío. La abrazó por detrás. Tocó sus curvas, los muslos.Sumergió las manos por debajo del camisón y ascendió lentamente recorrien-do su piel, más tersa que nunca.

Ninguna queja. Ningún “Alberto, para quieto, que tengo sueño”, ni “meduele la cabeza” o “lo siento, pero estoy con el mes”. Tiró de ella para ponerlaboca arriba y trepó por su cuerpo hasta adentrarse. Claudia por fin volvía amirarlo y sus labios entreabiertos le hicieron perderse demasiado pronto.

Alberto tomó su mano aterida y trató de entrelazar los dedos. Algo habíacambiado en la actitud de su esposa; estaba menos fría que de costumbre.

Inmaculada BarreñaMálaga

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Grandes remojones y otras bellas desgracias

Paréntesis 9junio-agosto 2010

Arte

Rafael Caumel

Es larga la lista de catástrofes conque, tanto las religiones mayoritariascomo las supersticiones de baja esto-fa, intentan manipular a la humanidaddesde tiempos inmemoriales. Paraello recurren a toda clase de imáge-nes atroces: abismos, llamaradas,trompetas, inundaciones, impactosplanetarios, hambrunas, plagas, inva-siones. Por otra parte, la destrucciónes también una táctica empleada porestados y grandes inversores que, ensu deseo de reconstruir países, valo-ran los riesgos y beneficios de decla-rar una guerra, cuando no utilizan laamenaza como forma de control.

Los desastres nos atraen

Aunque desde una visión huma-nista del mundo rechacemos estasprácticas, no podemos dejar de seña-lar el poder de atracción que tienenlos desastres. Lo saben, por ejemplo,en los despachos de Hollywood,donde no dudan en pagar los costo-sos efectos especiales que suminis-tren al público su dosis de catástrofe,sea con el impacto de un meteorito,recreando historietas mayas o profe-cías del libro “perdido” de algún esta-fador con nombre ostentoso, median-te detalladas secuencias de inviernosnucleares, mostrando el canibalismode una civilización extinta o con elhombre sucumbiendo bajo el poderemergente de las máquinas.

En el caso del arte, hay dos dife-rencias significativas en la forma deabordar esta temática: 1) conllevauna propuesta estética, y 2) parte delintento de estudiar y recrear la condi-ción humana. Desde el punto de vistade los vencedores (como en la bata-lla de Qadesh, que representa a ungigantesco Ramsés II atropellando

con su carro a decenas de enemi-gos), desde el de los masacrados -(como en la denuncia del Guernica),o en los centenares de versiones delJuicio Final, los artistas han indagadoen el poder y la impotencia, en la fas-cinación y el miedo que ejerce ladestrucción.

En la actualidad, cuando la ver-sión católica del fin del mundo estáaparentemente superada en los paí-ses occidentales, contamos con elrelevo de la amenaza ecológica. Elproblema del agua aparece a diario

en prensa. El miedo a la subida delnivel del mar está globalizado. Secelebran cumbres internacionalesinfructuosas. Y la culpa es nuestra.No podemos dejar de ser pecadores.

La amenaza ecológica:el nuevo miedo globalizado

¿Cómo no iba a abordar el arteeste temor moderno?

Pablo Genovés lo hace de formaadmirable en su serie de trabajos titu-lada Precipitados. Olas de dimensio-nes cantábricas embisten contra elaltar de una catedral, el mar irrumpepor los pórticos de viejas bibliotecas,el desierto toma la platea de un tea-tro de la ópera. Nada escapa al poderdestructor del agua, por exceso oescasez, en estado sólido, líquido ogaseoso.

Hay una serena belleza en la vio-lencia de su propuesta. A esta sensa-ción contribuye el material de baseutilizado: postales antiguas que elartista persigue por mercadillos yanticuarios. El posterior trabajo deampliación, fusión y retoque digital escomparable al del mejor orfebre. Losresultados sorprenden por su integra-ción y realismo. En todas las obrasdestaca la sensación de nostalgia yla ausencia de personas, sólo repre-sentadas en estatuas o cuadros deldecorado. Frente a ellas, el especta-dor se percibe a sí mismo como unsuperviviente de excepción.

El pavor de las estanterías reple-tas de libros ahogados, la irrupciónfantástica de una nube en mitad deuna sala de museo, el controvertidosentimiento de satisfacción ante unsalón barroco fregado por el oleaje;Precipitados es una colección sor-prendente de obras de arte que nosobligan a reaccionar y desear que,dentro de un siglo, nuestros nietospuedan mirarlas igual que hoy con-templamos un infierno de El Bosco,como un miedo superado.

Pablo Genovés (Madrid, 1959)

Trabajó como fotógrafo publicitario,pero su atracción por la pintura (elpadre fue pintor) y el acceso a lasnuevas técnicas digitales enLondres le abrieron el camino de la(re)construcción fotográfica.Realiza su trabajo artístico entreMadrid y Berlín.

Precipitados

Conjunto de obras gráficas creadascon procesos digitales a partir depostales antiguas. En ellas, el aguaen todos sus estados (también suausencia) configura una nuevaestampa.

Exposición: Galería JM (Málaga)hasta el 24 de julio

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Cuando te acercas a la gran duna deErfoud la carretera se cubre de polvo.Poco después las lenguas de tierraextienden un velo bajo los neumáti-cos y finalmente el asfalto desapare-ce del camino. Quedas a merced dela pista que va y viene, se oculta bajolas dunas y aparece unos metros másallá marcada por hitos de piedra. Eltodoterreno circula sinuoso por unasenda insociable que ha de guiarte alcorazón del desierto. Rodar por laarena es más parecido a navegar. Elvolante es un timón. Sin darte cuentael camino te atrapa, y no puedesparar, porque si lo haces te quedasclavado. Metes segunda, pisas afondo (nada de embrague) y surcaslas innumerables dunas como si deun erosionado cartón de huevos setratara, subiendo y bajando sin des-canso. Cuidado con el cambio derasante, no se ve nada al otro lado dela cresta. No pises el freno.

Al llegar al campamento ya es denoche, descubres un firmamento deun azul denso y estrellado. Es fácildistinguir la Vía Láctea, otro senderointransitable, recto y brillante comouna esperanza ciega. Paul Bowles lodescribió en su libro “El cielo protec-tor”:

—…el cielo aquí es muy extraño.A veces, cuando lo miro, tengo la sen-sación de que es algo sólido, allá arri-ba, que nos protege de lo que haydetrás.

—¿Pero qué hay detrás? —pre-guntó Kit con un hilo de voz.

—Nada, supongo. Solamenteoscuridad. La noche absoluta.

Un fatigado bienestar produce elsilencio cuando todos descansanbajo los techos ásperos de las jaimas.Es un silencio apacible y templado,

parece que hasta el tiempo estáausente. Te tumbas sobre la arenasedosa y con la vista puesta en elvacío sientes que el viento africano seha colado en tu cerebro y ha barridolas ideas, los pensamientos, los amo-res y desamores, el origen y cualquierprevisión de futuro. No hay nada, ysientes placer.

Para Paul Bowles, “el desiertonunca es tan bello como en la penum-bra del alba o del crepúsculo. El sen-tido de la distancia se pierde: unaondulación muy cercana de la arenapuede ser una cadena montañosaalejada, cada pequeño detalle puedecobrar la importancia de una variante

capital del tema repetido del paisaje.La llegada del día promete un cam-bio, pero cuando ha alcanzado la ple-nitud, el observador sospecha que esuna vez más el mismo, el mismo díaque ha estado viviendo durantemucho tiempo, una y otra vez, ese díacegador que el tiempo no ha empaña-do.”

Con aroma a hierbabuena el ama-necer se instala en el campamentocuando el sol, rojizo como la tierra,despunta y abraza las crestas condilatadas manos. Todo es familiar, seha borrado el paisaje y empiezas decero a dibujar los vértices. Desde

abajo la gran duna no parece difícil,pero la imagen del vacío regresa unay otra vez cuando te atreves a iniciarel empinado ascenso con los piesdescalzos. En la cima, la fatiga no esprecio para que los ojos recorran todaesa distancia hasta el horizonte.Después te dejas caer de espaldaspara deslizarte por la arena hasta laplanicie. Pronto se despegará el soldel suelo y perseguirá tu vehículomientras pisas a fondo el acelerador ydejas atrás el terreno abultado y seco.Al partir, ya sabes que volverás a bus-car esa arena que, desde los bolsi-llos, se derramará el resto del año porel asfalto.

El placer de la nada

10 Paréntesis junio-agosto 2010

Viajes

Pedro Rojano

1000€ por 100 palabras

Si me diesen diez euros por cadapalabra que he escrito, estaría redac-tando estas líneas con la Mont Blancmodelo Alexander von Humboldt en lamano derecha y un daiquiri en laizquierda, desde mi yate fondeado enuna bahía de las islas Caimán.

Pues, aunque parezca mentira,eso es lo que pagan en el concursode microrrelatos de Paréntesis, queva ya por su quinto año. La apuestapor la cultura de esta asociación esejemplar: organización del certamen,envíos postales, cartelería y publici-

dad, administración de obras recibi-das, composición del jurado, selec-ción de textos. Una importante canti-dad de trabajo y dinero para publicarel micro ganador y los finalistas en unperiódico de difusión gratuita. Sinsubvenciones. Si no fuese por mi vín-

culo con ellos, este certamen seríauna de mis citas ineludibles del año.Concurso del mesV Concurso de microrrelatos ParéntesisDotación: 1000€Fecha límite: 30/9/2010Más información:[email protected]

Concurso

Pablo Betancourt

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Una historia verdadera (Estados Unidos, 1999, director: David Lynch)

El viejo Alvin Straight (RichardFarnsworth) está cada vez más enfer-mo; necesita dos bastones para cami-nar. Vive con su hija Rose (SissySpacek), amable y tierna, pero con suentendimiento deteriorado —algo«lenta», comentan indulgentementeen el pueblo— desde su divorcio y lapérdida de la tutela de sus hijos. Paralos dos, la vida transcurre apacible einsípida en su modesta casa ajardina-da de Iowa.

Suena el teléfono. Les informanque el hermano de Alvin ha sufrido uninfarto. Alvin se mantiene aparente-mente paralizado, mirando la lluvia através del cristal de la ventana, comosi la noticia hubiera sido algo queantes o después llegaría. Rose obser-va a su padre; no presiente que vayaa tomar ninguna decisión. Pero algoestalla en el interior de Alvin: decidevisitar a su hermano. A ambos lesqueda poco tiempo y hace años queno se hablan. Les separan 500 kiló-metros. No puede conducir, aun asíemprende un íntimo y obstinado viajea lomos de una pequeña máquinacortacésped que apenas alcanza lavelocidad de un hombre a pie; optapor hacer un peregrinaje hacia lareconciliación con su hermano y,quizá, también consigo mismo.

La historia de Alvin Straight es unasolitaria película de carretera (roadmovie), una paciente odisea personal

en la que el enfermo y testarudo pro-tagonista quiere dejar atrás agriosrencores. Debe hacerlo a su manera,que resulta absurda en su comuni-dad. Emprende un proceso vital deaceptación de sí mismo, de sus senti-mientos y de la realidad. Montado enla cortacésped, el viento apenas aca-ricia sus mejillas y su sombrero decowboy sólo escapa de su cabezacuando es adelantado por algúncamión. A medida que las líneas de la

carretera quedan lentamente atrás,Alvin observa su vida con perspectivay va deshaciéndose del lastre másamargo: una pelea con su hermano,enquistada en el tiempo; desencuen-tro protagonizado por el alcohol, lavanidad y macerado en el rencor.

Aunque se trate de un hombre quese expresa con los silencios, encuen-tra en el peculiar trayecto a persona-jes que alecciona con su experiencia,sin moralinas ni intelectualismos.Desde una seductora humildad, ilumi-nará con sencillas sugerencias aotros (una joven embarazada, unoshermanos gemelos, un cura o un anti-guo y arrepentido francotirador delejército).

La necesidad delviaje iniciático

Durante el viaje por la interminablecarretera, con Alvin y su cortacéspedladeados en el arcén lo más posiblepara no entorpecer a otros conducto-res, un atípico David Lynch (nadatiene que ver esta película con elresto de su cine) nos regala preciososplanos de la recogida del grano en losextensos y ocres campos de trigo.Parece querer transmitirnos que si

bien se puede quebrar una espiga enun solo instante –apenas un certerogolpe de hoz–, para que vuelva a cre-cer es imprescindible un paciente pro-ceso de siembra y cuidados que sonimposibles de acelerar. Lynch realiza,en hermosos planos aéreos, un traba-jo extraordinario al ofrecernos inolvi-dables atardeceres tostados envuel-tos en la bella música deBadalamenti.

Una historia verdadera muestra,con una sencillez asombrosa, lanecesidad vital del viaje iniciático quetoda persona, tarde o temprano, debeintentar realizar para descifrarse:entender mejor la vida y a sí mismo.Y no es obstáculo, como en el casode Alvin, que tal decisión se produzcaen una edad avanzada. “Lo únicobueno de ser viejo es saber diferen-ciar la paja del grano, y que laspequeñeces se las lleve el viento”,nos dice el protagonista.

El final de la película —pleno deemociones contenidas— es sublime;puede paladearse con el mismo inte-rés e inquietud conmovedora quecualquier otra obra de arte. El espec-tador asistirá a los títulos de créditoconvencido de que puede ser mejorpersona, con el deseo de compartircon sus allegados la serena bellezade una noche estrellada.

Cine

Sergio de los Santos

Paréntesis 11junio-agosto 2010

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Periódico cultural gratuitodisponible también en internet

ISSN: 1989-1121Depósito Legal MA-577-2008

Jorge Herralde (Editor de Anagrama)

Hace 40 años, cuando usted inaugu-ró la editorial Anagrama, la censuraera feroz. ¿Cómo la esquivó? ¿Quéle fue imposible publicar?

La censura fue durísima, casiinfranqueable hasta 1966. La cerra-zón era insostenible para el propiorégimen, y entonces se creó la llama-da Ley Fraga, para dar una imagende apertura, que permitió algunasfisuras que unos cuantos editores deizquierda intentamos ensanchar.

Se siguieron prohibiendo muchostítulos en la llamada “consulta volun-taria”, que consistía en presentar elmanuscrito o bien el libro en traduc-ción y esperar el veredicto favorabledel Ministerio de Cultura antes de edi-tar un título. Pero podía optarse porpublicar el libro y esperar el dictamendel Tribunal de Orden Público, quefue mi opción después de un año dedemasiados libros no permitidos porla consulta voluntaria. Dicho tribunalpodía secuestrar el libro, lo que pro-vocaba una publicidad mediática queen principio no deseaban, aunque eraun “derecho” que ejercían. Así, con-seguí publicar títulos impensables,que sin duda no hubieran pasadodicha consulta. Y de hecho, no pocoslibros que habían presentado otraseditoriales no habían conseguido elpermiso. Como contrapartida mesecuestraron una docena de títulos,me procesaron, etc. Lógicas accionespunitivas ante una política editorialabiertamente incómoda para el régi-men. Pero fue un periodo muy esti-mulante y satisfactorio, si uno lopuede contar 1.

¿Qué censuras encubiertas, si esque las hay, permanecen hoy?

La censura del Mercado, con unaenorme mayúscula, favorable al best-seller de rápida rotación, a la novela“histórica”, a la literatura femeninasentimental, a los vampiros y deriva-dos, a las novelas miméticas demayor o menor o nula valía, etcétera.

La absorción de unas editorialespor otras, ¿no anula la diversidad?

En efecto. Y ello tiene unos resul-tados nefastos para la salud cultural

del país. El editor vocacional debepersistir en su proyecto cada vez conmayor rigor y dedicación, sin bajar ellistón. Es su forma de resistencia, delucha frente a la banalización, de notraicionar su vocación.

Desde que se inició Anagrama,¿en qué han cambiado los gustos dellector?

Sólo hay que comparar las listasde bestsellers. Así, en los años 80 sesituó en el primer lugar durante sema-nas Bella del Señor, una novela tanextensa y exigente (y extraordinaria)de un autor como Albert Cohen. Ytambién, en el ámbito del ensayo,Usos amorosos de la postguerraespañola de Carmen Martín Gaite,que significó una triunfante segundaetapa en la carrera de esta escritora.

¿Qué piensa del libro electrónico?¿Cómo prepara Anagrama su ofertapara iniciarse en ese mercado queparece inevitable?

Las opiniones contundentes meparece que parten de informacióninsuficiente. Imagino que, al menosen el ámbito de la buena literaturacoexistirá en el futuro (ahora apenasempieza el preámbulo) el libro elec-trónico con el libro en papel. La plata-forma Libranda, de los tres grandesgrupos editoriales, invitó a Anagrama,

Salamandra y Tusquets, entre otrossellos independientes, a participar enla misma. Hemos seleccionado 50títulos que están disponibles desdejunio de este año.

Suponemos que hay un instante,cuando lee un original, en el que seda cuenta de que la obra es buena, ypor tanto publicable, ¿cuál es y cómolo siente?

Es muy fácil de experimentar ymás complicado (y algo inútil) intentarteorizarlo. Nabokov decía algo asícomo que reconocía un gran librocuando un estremecimiento le reco-rría la columna vertebral: nada mássubjetivo y auténtico. Para un editorno es difícil adivinar qué títulos con-vienen a su proyecto, a su catálogo.

¿Qué diferencia resaltaría en losmodos e intenciones entre los críticosliterarios españoles y los del resto deEuropa?

Estamos en una época en la queel papel del crítico como prescriptor,como mandarín ejerce una influenciamenor, tanto en España como en elresto de los países. Su influencia seha visto adueñada por otras variantesde los medios de comunicación,entrevistas, reportajes, incluso prensarosa. Y los suplementos literariostienden a desaparecer (sólo dos sub-

sisten en Estados Unidos) o a la ano-rexia.

En nuestro Taller de Escritura, lee-mos y aconsejamos muchos de loslibros de cuentos que usted edita.¿Es el cuento un género que perso-nalmente le gusta? ¿Cree que su for-mato corto tiene un buen futuro?

El género cuentístico me gustamucho como lector y casi demasiadocomo editor (como creo que sedemuestra en el catálogo). En gene-ral, si nos atenemos tan sólo a locomercial, tiene un mediocre pasadoy un mediocre presente. Ojalá el futu-ro cambie de signo. Por mi experien-cia personal los libros de cuentos quemejor funcionan son aquellos que enrealidad son los que reúnen “viñetasautobiográficas”, así Bukowski (consu Chinaski) o Pedro Juan Gutiérrez(con su Pedro Juan): el lector no tieneque hacer el esfuerzo de “entrar” y“salir” en cada cuento (cuando empie-za a estar a gusto).

En cualquier caso el futuro literarioes bueno. Bien para aquellos que seejercitan, hacen musculatura parasaltar a la novela. Bien para los puros,para los que hacen frente a la hostili-dad del mercado, y persisten enescribir mayoritaria o exclusivamentecuentos, como Cristina FernándezCubas, Eloy Tizón, Berta Marsé,Quim Monzó o Sergi Pàmies.

¿Es su editorial inaccesible paralos escritores que comienzan y sue-ñan con publicar?

En absoluto, el catálogo así lodemuestra. De todas formas ahora esmás difícil ya que, a lo largo de todosestos años hay muchos “autores de lacasa” escribiendo y ocupando (feliz-mente) buena parte de nuestro espa-cio editorial. Pero, por poner ejemplosmás o menos recientes, hemos publi-cado obras de autores inéditos comoKiko Amat, el chileno AlejandroZambra o ahora mismo el mexicanoJuan Pablo Villalobos.

1 Por razones de espacio, no reproducimos lalista de libros secuestrados y desaconsejadosque el señor Herralde nos facilitó. Quien lodesee, puede consultarla en nuestra web.

12 Paréntesis junio-agosto 2010

Entrevista

Lola Lorente

© Lisbeth Salas