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    Personas mayores viviendo solas

    La autonoma como valor en alzaPremio IMSERSO Infanta Cristina 2004

    Juan Lpez Doblas

    Coleccin EstudiosSer ie Personas Mayores

    EST

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    Personas mayores viviendo solas

    La autonoma como valor en alza

    Prem io IM SERSO Infanta Cristina2004

    Juan Lpez DoblasProfesor de Sociologa en la Universidad de Granada

    Coleccin Estudios

    Ser ie Personas Mayor esEST

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    DISEODELACOLECCIN YMAQUETACIN:

    Onoff Im agen y Com unicacin

    Primera edicin, 2005Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO)

    EDITA:M inisterio de Trabajo y Asuntos Sociales

    Secretara de Estado de Servicios Sociales, Fam ilias y DiscapacidadInstituto de M ayores y Servicios Sociales (IM SERSO)

    Avda. de la Ilustracin, s/n. - 28029 M adrid

    Tel. 91 363 89 35 - Fax 91 363 88 80E-m ail: jvazquez@ m tas.es

    http://w w w.seg-social.es/im serso

    NIPO: 216-05-063-8ISBN: 84-8446-086-XD.L.: M -50.010-2005IMPRIME: ARTEGRAF, S. A.

    Sebastin Gm ez, 5, 1.28026 M adrid

    COLECCIN ESTUDIOSSerie Personas MayoresN. 11001

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    A mi abuela Juana y a mi hi j o Jorge.

    A mi fami li a de cuat r o gener aciones.

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    AGRADECIMIENTOS

    Agradezco m ucho al IM SERSO que haya tenido a bien otorgar un prem io tan prestigioso com o el

    Infanta Cristina a este trabajo de investigacin. Constituye un gran honor para m que la m ejor de m isobras haya sido m erecedora de tan alto reconocim iento. En su presentacin m e gustara decir, breve-

    m ente, que tuvo su origen no en el contexto profesional, com o suele ser corriente, sino en el fam iliar:

    sentla necesidad de estudiar a las personas m ayores que habitan solas a raz de las circunstancias

    que trajo la vida a un ser m uy querido, hace ya varios aos. Quisiera m anifestar tam bin que ha sido

    escrita sin la urgencia que tiende a afectar a lo que se realiza por encargo o subvencin; por una vez

    no m e he sentido asfixiado por los plazos, puesto que a nada deba responder m s que al placer de

    investigar; ha sido una elaboracin a fuego lento, aunque no libre de interm itencias. Confieso porlti-

    m o que sigue siendo a m is ojos una obra inacabada, porque que en cada lectura encuentro nuevas

    claves interpretativas; perdnem e el lector si descubre alguna ausente.

    En todo caso, de aquella antigua idea han ido floreciendo los resultados contenidos en esta publicacin,

    una publicacin que no pone fin a m i inters por las personas m ayores (vivan com o vivan, sean com o

    sean) sino que lo refuerza. Desde m i condicin de socilogo siento el profundo deseo de seguir avan-

    zando en el conocim iento de su realidad y transm itirlo a la sociedad, con elnim o de desterrar de una

    vez por todas esa visin negativa estereotipada que persiste sobre la generacin de edad superior. Las

    personas m ayores no son nicam ente receptoras, sino tam bin donantes de solidaridad, dentro y fuera

    de la fam ilia. Desde luego no son seres pasivos y dependientes, com o a m enudo se escucha: si algo

    puede acreditar m i experiencia investigadora es el elevado grado de actividad vital (concepto que va

    m ucho m s allde la m eram ente laboral) que define en trm inos generales a los m ayores y que, en elcaso particular de quienes residen solos, se traduce en una voluntad cada da m s firm e de autonom a,

    de controlar por sm ism os las riendas de su destino y no delegarlas en terceras personas.

    Prefiero, sin em bargo, no adelantar conclusiones y, con sum o gusto, pasar al captulo de agradeci-

    m ientos. La salida de este libro m e ofrece una excelente oportunidad para reconocer tanta ayuda com o

    he recibido por parte de las personas que paso a citar. Por haber revitalizado m i vocacin universita-

    ria, quiero agradecer el apoyo perm anente recibido de m i colega en el Departam ento de Sociologa de

    Granada, M ariano Snchez M artnez, ejem plo de am istad, honradez y brillante dedicacin que m e ape-

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    tece seguir. La orientacin de m i carrera profesional hasta este m agnfico 2005 tiene otro gran res-

    ponsable, el profesor Julio Iglesias de Ussel, quien ya m e instruycuando fui alum no, pero del que

    nunca he dejado de aprender: le agradezco m uy sinceram ente la confianza que siem pre ha deposita-

    do en m i capacidad investigadora, ascom o la m otivacin para m ejorar que ha sabido infundirm e.

    En sim ilares trm inos he de expresar m i enorm e gratitud a Claudine Attias-Donfut por haberm e abier-

    to las puertas de la CNAV (Caisse Nationale dAssurance Vieillesse) y de la FNG (Fondation Nationalede Grontologie) y enriquecer m i conocim iento sobre las personas m ayores y, en general, m i form acin

    com o investigador. Gracias a Alain Rozenkier por sus m ltiples atenciones conm igo y a los dem s

    colegas del equipo que tan am ablem ente m e han acogido. Quisiera reconocer, por ltim o, a quienes

    m e han dado buenos consejos para la publicacin de este libro, los profesores M ara Teresa Bazo, Pedro

    Snchez Vera, Benjam n Garca Sanz, M ara Pa Barenys y Lourdes Prez Ortiz. M uchas gracias a todos.

    Com o es natural, tam bin deseo acordarm e en este m om ento de plena felicidad de m i fam ilia. M e gus-

    tara com enzar por m i abuela Juana, octogenaria y habitante de uno de esos hogares unipersonales

    que se abordan en la obra: ella m e ha ido aportando valiosas pistas interpretativas del objeto de estu-

    dio en m i aspiracin de com prenderlo. M is padres,generacin pivot, m e han transm itido su apoyo infi-nito, ascom o m i herm ano JosDavid. En casa, dos nuevos baluartes han contribuido decisivam ente:

    m i m ujer Pilar, fuente de com prensin y solidaridad, y m i hijo Jorge, a quien adoro.

    Juan Lpez Doblas

    Pars, otoo de 2005

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    PREFACIO

    Cuando un tem a entra en la dinm ica de la notoriedad y hasta de la m oda intelectual suele ocurrir

    que se origine una cierta inflacin inform ativa. Es m ucha la atencin que se suscita y de ahtoda suer-te de iniciativas; conferencias, escritos e inform aciones de prensa abordan los tem as insertos en esas

    espirales inform ativas. Pero, com o con la inflacin econm ica, la abundancia no siem pre consigue

    m antener el valor y m uchas veces se produce un deterioro del nivel de anlisis de la cuestin. Se trata

    de un escenario m uchas veces presente en la vida intelectual, donde m uchos problem as se ven, a veces

    sbitam ente, invadidos por avalanchas de aportaciones de m uy diferente rigor.

    Pues bien, tiene el lector en sus m anos una obra m uy destacable por m uy relevantes aspectos y que

    se encuentra en las antpodas del escenario anteriorm ente descrito. Son m uchos los rasgos de calidad

    que avalan el estudio del profesor Lpez Doblas. El prim ero que debe destacarse es que aparece en una

    coleccin del IM SERSO. Se trata de una institucin con una trayectoria excepcional en m ateria de

    investigacintam bin en servicios, pero no es ahora el lugar de exam inarlosobre los m ayores. Pocos

    organism os pblicos han desem peado en Europa un papel tan positivo para incentivar lneas de

    investigacin y, gracias al m ejor conocim iento, transform ar sus aportaciones en polticas pblicas. Son

    m uy escasos los precedentes de organism os que se hayan preocupado tanto en conocer con toda pul-

    critud y respetando siem pre la libertad de investigacinlas singularidades de su cam po de actua-

    cin. Su catlogo de publicaciones es el archivo siem pre rigurosode las innovaciones en el conoci-

    m iento cientfico sobre los m ayores en la sociedad espaola.

    La tradicin de calidad de las publicaciones del IM SERSO acoge el libro de Lpez Doblas, quien, con suobra, al propio tiem po, consolida esa acreditada lnea de rigor de su catlogo. Y lo hace, adem s, tra-

    tando uno de los fenm enos que se encuentran en plena expansin en las sociedades de bienestar. Se

    puede hacer frente a toda suerte de necesidades m ateriales; es m era cuestin de recursos econm i-

    cos. Pero las sensaciones y sentim ientos subjetivos son m uy difciles de abordar desde las institucio-

    nes, porque el dinero o las inversionespor m ucho que se destineno son suficientes. Pues bien,

    aspectos m ateriales e inm ateriales se com plem entan dentro de una realidad social tan com plejay

    no slo entre los m ayorescom o la que com ponen los individuos que residen en hogares uniperso-

    nales.

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    El m rito de la obra es haberse enfrentado a una cuestin tan capital en las sociedades m odernas. Y

    que adem s, com o m uy bien exam ina, se estincrem entando significativam ente. El rigor con que la

    obra estudia las distintas variables de la cuestin es m uy de agradecer porque perm ite captar, en toda

    su globalidad, la polidrica com posicin del fenm eno. Los escenarios de la vida cotidiana que se cap-

    tan en elladesde los fam iliares a las relaciones socialesconform an la dinm ica de desenvolvim ien-

    to de una creciente proporcin de nuestros conciudadanos. El conocim iento objetivo que aporta el

    profesor Lpez Doblas serpor ello un instrum ento im prescindible para m uchos profesionales que tra-bajan de un m odo m s o m enos directo con personas m ayores solas.

    Su acierto se asienta en una m uy m adura utilizacin de las tcnicas cualitativas de investigacin

    social, de las que con inteligencia y perspicacia entresaca la sustancia de un fenm eno en auge en

    nuestra sociedad. Y tal vez sea esto lo que m s destaque en su obra: la ausencia de im provisacin. Se

    trata de una obra de m adurez sobre los m ayores, peroy debe destacarserealizada en plena juven-

    tud. Cuando se ha entregado tanta ilusin, trabajo y esfuerzo durante esa juventud, los frutos no po-

    dan ser otros que los que nos transm ite Juan Lpez Doblas.

    La obra se asienta en una m uy intensa trayectoria investigadora, que se constata en la presente obra.Profesor de la Facultad de Ciencias Polticas y Sociologa de Granada, donde realizbrillantem ente su

    Licenciatura, ha buscado los m ejores foros siem pre para am pliar su form acin inicial. Sus repetidas

    estancias de investigacin en el extranjero, entre otros sitios en Francia, le perm itieron ensanchar sus

    horizontes, aprender la m ejor investigacin y ser integrado en las m s reputadas redes internaciona-

    les de investigacin en la especialidad. Su perm anente huida de los aldeanism os acadm icos han dado

    frutos excelentes. Sus num erosas publicaciones, tericas y em pricas, evidencian el rigor de su espe-

    cializacin, la solvencia y agudeza sociolgica que ha hecho gala tanto en sus trabajos com o en sus

    enseanzas. La obtencin de la Habilitacin Universitaria com o profesor titular de Sociologa, en com -

    petitivas oposiciones, es una excelente prueba del reconocim iento que recibe su brillante trayectoria.

    Para sus com paeros y num erosos discpulosque hem os tenido oportunidad de aprender del

    profesor Lpez Doblas, sabem os que la presente obra no es el fin de una trayectoria, sino un punto

    excelentem ente logradoen el cam ino. Por su juventud y ejem plar vida universitaria nos seguir

    aportando escritos con el testim onio de su dedicacin acadm ica y de su afn para com prender los

    entresijos de la sociedad m oderna. La seriedad y calidad con que ha em prendido esta senda de publi-

    caciones con Personas mayores viviendo solasconstituye la m ejor esperanza para una vida de entre-

    ga a la investigacin que com o com paero y am igo agradezco.

    Julio Iglesias de UsselCatedrtico de Sociologa

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    PRESENTACIN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

    INTRODUCCIN. Justificacin del estudio. Presentacin de contenidos. . . . . . . . . . 13

    Captulo I. Anlisis cuantitativos y metodologa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

    I.1. Inform acin sociodem ogrfica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

    I.1.1. El envejecimiento de la poblacin espaola. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

    I.1.1.1. Dim ensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

    I.1.1.2. Causas im pulsoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

    I.1.2. Estadsticas sobre las personas mayores solas en Espaa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

    I.1.2.1. El alcance de la vida en solitario entre las personas m ayores de 65 aos . . . . 27I.1.2.2. Tasas dispares de soledad residencial por gnero, edad y territorios . . . . . . . 29

    I.1.3. Principales rasgos sociodemogrf icos de la poblacin mayor de 65 aos que vive

    sola en Espaa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

    I.1.3.1. Distribucin por gnero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

    I.1.3.2. Reparto por edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

    I.1.3.3. Disparidades por estado civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

    I.1.3.4. Ubicacin por localidades de residencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

    I.1.3.5. Desigualdades por nivel educativo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44I.2. Resea m etodolgica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

    Captulo II. Perfiles fundamentales de mayores en la constitucin del hogarunipersonal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

    II.1. Antecedentes de la vida en solitario para quienes conservaron la soltera o sufrieron

    la viudedad prem atura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

    II.1.1. El cuidado de los ancianos padres por imperativo familiar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

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    II.1.2. Las personas mayores que permanecen solteras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

    II.1.2.1.Razones vitales para haber aplazado indefinidam ente la em ancipacin . . . . 56

    II.1.2.2. El trnsito hacia la vida en solitario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

    II.1.2.3.Prim er gran perfil dentro de la poblacin m ayor solitaria: las personas

    solteras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

    II.1.3. Las personas mayores que sufrieron una viudedad prematura. . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

    II.1.3.1. Experiencias de m onoparentalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

    II.1.3.2.Situaciones de reagrupam iento fam iliar antes de la soledad residencial . . . 61

    II.1.3.3. Un segundo gran perfil: la viudedad prem atura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

    II.2. La viudedad en las edades avanzadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64

    II.2.1. El tercer gran perfil: las personas mayores que enviudan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64

    II.2.2. Reacciones inmediatas y manifestaciones de duelo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64

    II.2.2.1. La bsqueda urgente de una soluci

    n residencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    65II.2.2.2. El significado personal y social del luto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

    II.2.2.3. El retraim iento en elm bito dom stico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

    II.2.3. Otros elementos asociados a la viudez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

    II.2.3.1. Las circunstancias de la m uerte del cnyuge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

    II.2.3.2. Las secuelas de la actividad cuidadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

    Captulo III. Motivos y circunstancias para vivir en solitario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

    III.1. Lo que dicen en las encuestas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

    III.2. M otivos relativos a la voluntad personal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85

    III.2.1. El apego a la vivienda propia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86

    III.2.2. La cercana de los hijos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88

    III.2.3. La permanencia en el contexto social de siempre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

    III.2.4. El l ibre diseo de la actividad diaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91

    III.2.5. La serenidad que garantiza el hogar propio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

    III.2.6. La autosuficiencia econmica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

    III.3. M otivos de obligacin circunstancial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98III.3.1. La falta de descendientes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

    III.3.2. La escasez de espacio en las viviendas de los familiares. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .100

    III.3.3. El vaco que esperara en un hogar ajeno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .101

    III.3.4. La muy enraizada idea del estorbo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .102

    III.3.5. La intencin preferente de no deteriorar las relaciones familiares. . . . . . . . . . . . . . .105

    III.4. La conjuncin de m otivos y circunstancias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109

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    Captulo IV. Valoracin de otras formas de convivencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113

    IV.1. Las Residencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .114

    IV.1.1. Valoracin general de las Residencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .114

    IV.1.1.1. Las condiciones m ateriales de vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .114

    IV.1.1.2. Las condiciones am bientales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .117

    IV.1.1.3. La influencia positiva del caso del fam iliar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .119

    IV.1.2. Pareceres e intenciones sobre la institucionalizacin como posible recurso de

    futuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .120

    IV.1.2.1. La previsin de institucionalizarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .121

    IV.1.2.2. La postura de la resignacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .124

    IV.1.2.3. La negativa rotunda a ingresar en una Residencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .126

    IV.2. La rotacin peridica con los fam iliares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .128

    IV.3. La bsqueda de pareja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .131

    IV.3.1. Una alternativa muy escasamente elegida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .131IV.3.2. Seis argumentos, a cul ms firme, para el rechazo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133

    IV.3.2.1. La excusa de la edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133

    IV.3.2.2. El estigm a social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135

    IV.3.2.3. La dedicacin de la vida a un nico cnyuge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .136

    IV.3.2.4. El inters perentorio de la com paa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .138

    IV.3.2.5. El intercam bio desigual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .141

    IV.3.2.6. La autonom a econm ica conquistada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .144

    Captulo V. Los problemas materiales de la vida en solitario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .149V.1. La escasez de ingresos, hndicap principalm ente de la m ujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151

    V.1.1. La sempiterna desigualdad econmica entre los gneros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151

    V.1.2. La incidencia de la precariedad social. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .153

    V.1.3. La gratitud manifiesta con la posicin econmica personal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .155

    V.1.4. El afn de ser autosuficientes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .158

    V.1.5. La cultura de la austeridad en el gasto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .161

    V.1.6. El caso particular que representan las mujeres solteras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .164

    V.2. Las dificultades del hom bre en el plano dom stico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .166V.2.1. La falta de preparacin para realizar las tareas del hogar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .166

    V.2.2. La interpretacin que merece a los gneros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167

    V.2.3. Importancia de la trayectoria vital y necesidades de resocializacin. . . . . . . . . . . . .169

    V.3. La salud com o m otivo de preocupacin com n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .172

    V.3.1. Opiniones sobre la salud recogidas en las encuestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .172

    V.3.2. La salud, un bien supremo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .175

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    V.3.3. El aguante y tratamiento en solitario de las pequeas dolencias. . . . . . . . . . . . . . . . .17

    V.3.4. El sentimiento de indefensin frente a un problema de salud fulminante. . . . . . . . . .18

    V.3.5. La muerte en soledad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    V.3.6. Un temor aadido: la inseguridad ciudadana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    Captulo VI. El sentimiento de soledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    VI.1. Consideraciones previas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    VI.1.1. Dimensiones de la soledad como problema. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    VI.1.2. El acecho del sentimiento de soledad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18

    VI.1.3. La negacin de la soledad interna como problema en primera persona. . . . . . . . . .19

    VI.1.4. La soledad que recogen las encuestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19

    VI.2. Causas y factores relacionados con el sentim iento de soledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19

    VI.2.1. Problemas personales asociados a la viudedad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19

    VI.2.1.1. La prdida del am paro y de la intim idad conyugal . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19VI.2.1.2. El recuerdo obsesivo de los seres queridos que ya han fallecido . . . . . . .19

    VI.2.1.3. La desilusin por la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20

    VI.2.2. La situacin familiar adversa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20

    VI.2.2.1. La dispersin de los hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20

    VI.2.2.2. La falta de descendientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20

    VI.2.3. Salud y soledad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.2.3.1. Los problem as de salud com o desencadenantes del sentim iento de so-

    ledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21VI.2.3.2. La depresin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.3. M om entos de la jornada m s propensos a los baches de soledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.3.1. El regreso vespert ino al hogar solitario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.3.2. La aversin por la noche. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.3.3. Los trastornos del sueo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21

    VI.4. Recursos contra el sentim iento de soledad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22

    VI.4.1. La batalla interior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22

    VI.4.1.1. La entereza com o cualidad prim ordial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22VI.4.1.2. Los beneficios anm icos de las creencias religiosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22

    VI.4.1.3. Los rezos y las splicas com o prcticas habituales . . . . . . . . . . . . . . . . . . .22

    VI.4.1.4. La religin com o am paro principalm ente de la m ujer . . . . . . . . . . . . . . . . .22

    VI.4.2. Acciones para la relacin familiar y social y distracciones fuera del domicilio. . . .23

    VI.4.2.1. Las salidas a la calle buscando el encuentro casual o la distraccin . . . .23

    VI.4.2.2. La realizacin de visitas tanto program adas com o im provisadas . . . . . . .23

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    VI.4.3. Los entretenimientos dentro del hogar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .236

    VI.4.3.1. La valoracin contradictoria de la televisin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .236

    VI.4.3.2. Las aportaciones de la radio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .240

    VI.4.3.3. Otros entretenim ientos dom sticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .242

    VI.4.4. Importancia de los recursos en trminos cuantitativos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .245

    Captulo VII. Las relaciones sociales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .247

    VII.1. Las relaciones vecinales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .248

    VII.1.1. Las funciones del vecindario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .248

    VII.1.1.1. La vigilancia y el auxilio en caso de urgencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .248

    VII.1.1.2. La prestacin de ayuda m aterial y em ocional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .250

    VII.1.1.3. Valoracin del com portam iento vecinal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .251

    VII.1.2. El carcter dispar de las relaciones vecinales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253

    VII.1.2.1. La influencia del hbitat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253VII.1.2.2. La segregacin por gnero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .256

    VII.1.2.3. El deterioro percibido de la vecindad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .258

    VII.2. Am istades y actividades sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .259

    VII.2.1. Las consecuencias sociales del enviudamiento en la vejez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .260

    VII.2.1.1. El em pobrecim iento de la actividad social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .260

    VII.2.1.2. El giro en las am istades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .261

    VII.2.2. Principales determinantes de las amistades y de la actividad social. . . . . . . . . . . .265

    VII.2.2.1. La querencia hacia el grupo de iguales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .265

    VII.2.2.2. Otros condicionantes de la actividad social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .268

    VII.2.2.3. Lugares y prcticas de encuentro social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .271

    VII.2.3. Los resultados de las encuestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .276

    Captulo VIII. La familia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .281

    VIII.1. Lazos y form as de solidaridad fam iliar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .282

    VIII.1.1. Frecuencia, int ensidad y valoracin relacional en un marco de independencia

    residencial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .282VIII.1.2. La ayuda recibida de la familia en el plano material. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .288

    VIII.1.2.1. La cobertura de necesidades cotidianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .288

    VIII.1.2.2. Actuaciones frente a necesidades extraordinarias . . . . . . . . . . . . . . . . .290

    VIII.1.3. El apoyo de la familia en la esfera emocional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .294

    VIII.1.3.1. La vinculacin afectiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .294

    VIII.1.3.2. La predisposicin fam iliar para el am paro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .296

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    VIII.1.4. La ayuda que se presta a la familia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .299

    VIII.1.4.1. El cuidado de los nietos y otras dedicaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .299

    VIII.1.4.2. Beneficios y abusos en el ejercicio de la solidaridad . . . . . . . . . . . . . . .301

    VIII.2. Esperanzas y tem ores de quienes no tienen hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .304

    VIII.2.1. La carencia del recurso filial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .304

    VIII.2.2. El apego a los lazos consanguneos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .305VIII.2.3. Los trminos de la solidaridad familiar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .307

    VIII.2.3.1. El intercam bio de favores, en la m edida de las necesidades . . . . . . . .307

    VIII.2.3.2.Expectativas de ayuda para el da de m aana: la sim bologa del pa-

    trim onio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .310

    VIII.3. Im genes de la fam ilia com o institucin social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314

    VIII.3.1. La concepcin tradicional de la familia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314

    VIII.3.1.1. La funcin protectora de la vejez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314

    VIII.3.1.2. La asignacin a m ujeres del rol de cuidadoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .315

    VIII.3.2. Sentimientos y pareceres ante un futuro marcado por la incert idumbre social. .319

    VIII.3.2.1. La confianza en los seres queridos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .319

    VIII.3.2.2. La adopcin de actitudes prudentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .320

    VIII.3.2.3. La resignacin en ltim a instancia al dictam en fam iliar . . . . . . . . . . .321

    VIII.3.3. Ms allde la familia propia: de pesimismos y malestares. . . . . . . . . . . . . . . . . . .322

    VIII.3.3.1. Una realidad distorsionada por los prejuicios y los estereotipos . . . .322

    VIII.3.3.2. La som bra de las Residencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327

    VIII.3.3.3. La defensa del grupo fam iliar propio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .329

    Captulo IX. Los servicios sociales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .333

    IX.1. La Ayuda a Dom icilio y la Teleasistencia com o servicios pblicos m s significativos . . . .334

    IX.2. El servicio pblico de Ayuda a Dom icilio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .338

    IX.2.1. Motivos para su solicitud. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .339

    IX.2.2. Valoracin que merece a los mayores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .341

    IX.3. El servicio pblico de Teleasistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .342

    IX.3.1. Conocimiento del servicio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .342

    IX.3.2. Utilidades y beneficios reconocidos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .345

    IX.3.2.1. La inevitable asociacin con la salud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .345

    IX.3.2.2. La Teleasistencia com o recurso de com paa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .346

    IX.3.2.3. Valoracin del servicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .348

    Conclusiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .349

    ndices de Tablas y de Grficos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .355

    Bibliografa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .359

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    PRESENTACIN

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    PRESENTACIN

    Trabajo, relaciones sociales, fam ilia son cim ientos fundam entales donde se asienta el desarrollo de la

    persona. Los acontecim ientos que inciden en estas esferas provocan desgarros en el equilibrio perso-

    nal y en el grupo social, tanto desde aspectos em ocionales com o instrum entales.

    La soledad, bien sea un hecho objetivo y/o una m era percepcin, introduce en la persona que la sufre

    sentim ientos negativos que conllevan una dism inucin de su propia autoestim a, penetrando en fac-

    tores psicosom ticos que derivan en dolencias y enferm edades.

    La soledad, uno de los tem ores encajados en el subconsciente colectivo de la sociedad, se m agnifica

    en torno a los grupos de edad m s altos de la poblacin. Un proceso natural com o es el envejecim iento

    tiene un alcance m ayor sobre estos tres pilares cuando llega la edad legal de jubilacin, se enviuda, y

    se pierde la red de relaciones sociales inform ales por el propio efecto lgico de la edad. Los duelos por

    las prdidas se configuran com o un continuo perm anente en la vida de las personas m ayores. Estasprdidas sitan a la persona m ayor ante un aum ento de la soledad no deseada voluntariam ente, aa-

    diendo dificultades en el afrontam iento de la vida diaria.

    Ahora bien, el vivir solo no siem pre va acom paado del sentim iento de soledad, y la opcin de residir

    solo es una decisin en claro aum ento entre el colectivo de las personas m ayores espaolas. El censo

    de poblacin del ao 2001 cifra en 1.358.937 las personas m ayores de 65 aos que viven solas, nm e-

    ro que sobrepasa a otros grupos de edad m s jvenes que se deciden por esta alternativa. De ellas, el

    77% son m ujeres, agrupando el 50% de estos hogares los m ayores com prendidos entre 70 y 79 aos.

    Esta preferencia de vivir solo por parte de las personas m ayores no es sino el reflejo del deseo que

    m anifiestan de continuar viviendo en su casa, incluso cuando su estado de salud dism inuya y pueda

    verse afectado por situaciones de dependencia que requieran el apoyo de otra persona.

    La confluencia de estos procesos lleva a reflexionar sobre las consecuencias que puede tener en el bien-

    estar integral de las personas m ayores.

    A esta pregunta trata de responder el estudio que se presenta, realizado por el profesor Lpez Doblas,

    y que ha m erecido la concesin del Prem io IM SERSO de 2004 en la m odalidad de Estudios Sociales e

    Investigaciones.

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    El profesor Lpez Doblas aborda, desde una perspectiva m etodolgica cualitativa, la situacin de las

    personas m ayores que viven solas, abarcando tanto los aspectos causales y circunstanciales que les

    han llevado a vivir solos com o las m otivaciones que les conducen a perm anecer en esa situacin, for-

    zosas, voluntarias o am bientales; las estrategias de perm anencia de integracin social, tanto dentro de

    su grupo fam iliar com o de am istad; la organizacin y el establecim iento de una logstica que les per-

    m ita perm anecer en la soledad residencial elegida, sus deseos, sus tem ores y sus em ociones; todo ello

    analizado desde la visin de los protagonistas que aporta las bases para conocer m ejor la realidad delas personas m ayores, del influjo que ejercen las transform aciones actuales de la sociedad en su m odo

    de vida y, en concreto, las nuevas form as de convivencia fam iliar de vivienda no com partida que

    refuerzan los vnculos fam iliares contrariam ente al esterotipo enraizado en la opinin pblica.

    Sirva este estudio para avanzar en un conocim iento m s profundo de las personas m ayores que con-

    duzca al establecim iento por parte de los poderes pblicos de los instrum entos necesarios para m ejo-

    rar la calidad de vida de las personas m ayores de acuerdo a su derecho de optar por la form a de resi-

    dencia deseada.

    Direccin General del IMSERSO

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    INTRODUCCIN

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    INTRODUCCIN

    JUSTIFICACIN DEL ESTUDIO

    No hay duda de que en este inicio del siglo XXI el envejecim iento de la poblacin estconstituyendo

    uno de los fenm enos determ inantes de la dinm ica social en Espaa. Ashabrde ser tam bin en el

    futuro, y no slo en el concebido a corto plazo, dado que las causas im pulsoras del proceso (bsica-

    m ente la escasa fecundidad y la fabulosa esperanza de vida) alcanzan una plenitud de accin en nues-

    tro tiem po, garantizando su continuidad. En clave dem ogrfica se dira que, siendo ya bastante viejos

    los espaoles, hoy lo som os m s que ayer pero a buen seguro que m enos que m aana. En paralelo a

    esta expansin viene in crescendoel inters de todas las ciencias sociales por el estudio del fenm e-

    no, cada una desde su prism a, aunque sin reinar en ninguna el consenso interpretativo, puesto que es

    evidente la variedad (incluso la disparidad) de teoras y dictm enes sobre lo bueno y lo m alo que repre-

    senta la sobreabundancia de personas mayores(o la pobreza de nios, segn se m ire).

    Tras la revisin bibliogrfica sobre el envejecim iento de las poblaciones que hem os efectuado de tex-

    tos publicados tanto en Espaa com o en el extranjero un hecho nos llam a la atencin: por lo general,

    cuanto m s hom ogneo es considerado el grupo de habitantes con m s de 65 aos de edad, m s nega-

    tivo tiende a ser el planteam iento que adoptan las investigaciones sociales y m s pesim istas suelen ser

    asim ism o los resultados finales que obtienen, dando incluso la im presin de que lo uno condujera a

    m enudo a lo otro. En este sentido, el peor de los presupuestos seguram ente es el que tiene por objeto

    el anlisis de la vejez com o un ente globalizado, sin considerar siquiera el m s m nim o rasgo diferen-

    ciador entre unos individuos y otros. Bien es verdad que, al m enos en lo que toca a la Sociologa, lasvoces que sostienen la necesidad de establecer distinciones entre tipos de actores vienen m ultiplicn-

    dose en losltim os aos, conform e se cuenta con un m ejor conocim iento de las personas m ayores y

    una visin m s exacta y m enos estereotipada de su realidad.

    En este firm e em peo el deslinde por edades ha m erecido la atencin de num erosos colegas, distin-

    guindose la situacin de los recin jubilados de la de quienes se encuentran en la llam ada verdade-

    ra vejez, o sea, de los octogenarios en adelante. Viene siendo adem s cada vez m s frecuente que las

    experiencias de envejecim iento m asculinas se deslinden de las fem eninas, otorgndosele a staslti-

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    m as una identidad propia ignorada quizen los enfoques tericos que predom inaron en el pasado,

    cuyo m odelo o referencia sola ser casi siem pre el hom bre. Otra im portante diferenciacin se ha rea-

    lizado con el hbitat donde se enm arcan las personas m ayores, ponindose de relieve condiciones de

    vida m uy diversas entre las residentes en entornos rurales o urbanos. La posicin que ocupan en la

    estructura social, determ inada fundam entalm ente por la profesin desem peada, los ingresos y el

    nivel educativo, tam bin se estteniendo en consideracin cada da m s com o fuente de heteroge-

    neidad.

    Que la existencia de los m ayores es m uy dispar dependiendo de cul sea su form a de convivencia es

    otra prem isa por todos reconocida. Com o no poda ser de otro m odo, se trata de una variable que ha

    generado alldonde ha sido controlada diferencias altam ente significativas entre unas situaciones y

    otras. Gracias al alargam iento que ha disfrutado la esperanza de vida en las edades avanzadas, la

    m ayor parte de las personas m ayores viven en la actualidad con su pareja (en Espaa, m s de la m itad).

    Entre quienes no lo hacen, se encuentran institucionalizadas un porcentaje bastante escaso puesto

    que lo corriente es que convivan con parientes (bien en el dom icilio propio o en el destos) o bien que

    encabecen un hogar unipersonal. No es preciso insistir en que el bienestar m aterial, em ocional y rela-

    cional de nuestros m ayores dependen en gran m edida de su situacin residencial, que estsujeta a su

    vez a otra circunstancia vital tan decisiva com o es el estado civil.

    Llegado este punto es hora de justificar la investigacin que hem os realizado, que se ha aplicado a un

    segm ento de poblacin m uy concreto: el que form an aquellas personas m ayores que se hallan vivien-

    do solas. Es un colectivo del que obviam ente se saben cosas en Espaa, pero a m odo de pinceladas:

    las inform aciones de que se disponen provienen en efecto de estudios que, teniendo por objeto algu-

    na tem tica de inters particular (la salud, la econom a, la fam ilia, la viudedad, la soledad, etc.) han

    dado no obstante con diferencias im portantes segn el tipo de convivencia. Pero faltaba un trabajo

    diseado expresam ente para conocer la realidad de las personas m ayores solas en nuestro pas en toda

    su am plitud. Ese es el hueco que pretende llenar el que hem os llevado a cabo, que ofrece un anlisis

    integral de sus condiciones de vida, sus problem as, sus redes de apoyo, sus m otivaciones, sus senti-

    m ientos, sus estrategias relacionales y sus actividades diarias en general. Todo ello desde la ptica de

    los protagonistas, quienes hablando de su cotidianidad han expuesto las claves discursivas de cuya

    interpretacin son fruto las ideas y contenidos que pasam os a presentar.

    PRESENTACIN DE CONTENIDOS

    Poco a poco vam os disponiendo de datos sobre el Censo de Poblacin de 2001, cada vez m s detalla-dos. En febrero de 2004 aparecieron desagregados en funcin del tipo de hogar en el que residen los

    espaoles. Las facilidades que ofrece el Instituto Nacional de Estadstica (en adelante INE) en su pgi-

    na de Internet perm iten al investigador elegir el grupo de poblacin objeto de su inters y obrara la

    cartaen la peticin de cuantos anlisis descriptivos considere oportunos. En nuestro caso, segn aca-

    bam os de afirm ar, la atencin se centra en las personas m ayores de 65 aos habitantes de hogares

    unipersonales, es decir, las que viven solas. Fruto de esta labor cuantitativa que hem os llevado a cabo,

    necesaria a todas luces com o punto de partida, son los resultados que se m uestran en la parte inicial

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    INTRODUCCIN

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    del Captulo I. Preceden al apartado donde hablam os de la m etodologa seguida en la presente inves-

    tigacin porque el dom inio de los parm etros dem ogrficos, de hecho, apoya el m uestreo cualitativo

    estructural que sostiene al resto de la m ism a.

    Precisam ente la inform acin dem ogrfica pone de relieve dos aspectos cruciales en el enfoque teri-

    co del estudio: que en la sociedad actual la form a solitaria de residir estexpandindose entre las per-

    sonas m ayores y que el colectivo de quienes la llevan a prctica es m uy heterogneo a nivel interno.Al hilo de este ltim o argum ento hem os concretado la m etodologa y las tcnicas em pleadas en la

    obtencin de conocim ientos: tras el anlisis de los datos secundarios de naturaleza cuantitativa que

    exige la introduccin dem ogrfica, en efecto, el grueso de la investigacin sobre la vejez solitaria sigue

    la m etodologa cualitativa y se basa en una serie de grupos de discusin que han sido diseados res-

    petando en lo posible la diversidad de perfiles que la conform an; para contrastar los asuntos debati-

    dos en los grupos, volvem os a utilizar datos secundarios, aportados esta vez por fuentes com o el

    Centro de Investigaciones sobre la Realidad Social (CIRES), el Instituto de M igraciones y Servicios

    Sociales (IM SERSO), el Centro de Investigaciones Sociolgicas (CIS) o el propio INE.

    El Captulo II, resultado ya de la fase cualitativa de la investigacin, describe en sus caractersticas

    esenciales los tres perfiles m s representativos de personas m ayores solas existentes en Espaa aten-

    diendo al contexto vital desde el que accedieron a constituir el hogar solitario. Distinguim os en este

    sentido las situaciones de soltera, de viudez precoz o prem atura y de viudez en edad avanzada. Y ello

    porque, aunque la soledad residencial constituye para todas ellas un denom inador com n, la m anera

    de concebirla y de afrontarla tiende a ser dispar en funcin de los tipos sociales de que se trate. El

    estado civil, el gnero y el hbitat son, en nuestro planteam iento terico, las variables decisivas cau-

    santes de la diversidad.

    Una tem tica crucial en el estudio que hem os llevado a cabo, com o son las razones que conducen alas personas m ayores a vivir en solitario, serabordada en el tercero de los captulos. Tras las explica-

    ciones que aportan es fcil darse cuenta que su decisin tiende a justificarse teniendo siem pre com o

    clara referencia una supuesta alternativa a su soledad residencial com o sera la m udanza con fam ilia-

    res, generalm ente con hijos. A raz de esta com paracin (un ejercicio que resulta casi perm anente en

    los discursos), nuestra propuesta interpretativa es que existe una pluralidad de m otivos y circunstan-

    cias que incentivan o tal vez fuerzan a estos m ayores a vivir independientes de sus parientes, plurali-

    dad que acta incluso dentro de una m ism a persona. Desarrollarem os la hiptesis a partir de los m ati-

    ces que fueron apuntando los actores cuando reflexionaron sobre este asunto.

    Siguiendo tam bin los razonam ientos que efectan las personas m ayores para vivir en solitario, elCaptulo IV expone sus opiniones respecto a otras form as de convivencia distintas com o la institucio-

    nalizacin, la rotacin peridica entre dom icilios de fam iliares o la bsqueda de pareja. Las tres son

    tratadas com o posibles alternativas a su situacin actual y com o recurso de futuro. Todas han sido

    rechazadas de un m odo u otro de cara al presente puesto que estos m ayores anteponen siem pre su

    deseo de perm anecer en el hogar propio y en el contexto social donde estn integrados, aun a costa

    de carecer de com paa; ansan adem s que el m om ento en que deban abandonarlos se retrase lo

    m xim o, com o si la vida propia apenas im portara a partir de ese fatdico da.

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    La sucesin de cuestiones tratadas nos lleva a hablar en el Captulo V de los principales problem as que

    afectan a las personas m ayores solas. Com enzando por los de ndole m aterial, destacarem os la esca-

    sez de ingresos com o un hndicap que condiciona la vida sobre todo de las m ujeres, dada la poca

    insercin laboral que el sexo fem enino gozen la Espaa del pasado. De otra parte, poseyendo en

    general una posicin econm ica m s desahogada, los hom bres suelen acusar serias lim itaciones en el

    plano dom stico debido a su falta de preparacin en las tareas del hogar, lo cual com plica su existen-

    cia autnom a. Varones y m ujeres m anifiestan, en tercer lugar, una preocupacin com n por la saludy, m s en concreto, tem en ser vctim as de un accidente y una enferm edad de cierta gravedad sin tener

    a nadie al lado que pudiera socorrerles de inm ediato: en algunos casos cuesta alejar del pensam iento

    la idea de una m uerte en la soledad de la noche.

    Otro problem a latente en gran parte de estos m ayores es la soledad interna, a cuyo estudio reservam os

    el Captulo VI. Que vivan solos no im plica autom ticam ente que la sufran, pero sin duda contribuye a

    veces a ello. En el estudio de la soledad, segn queda recogida sta en los discursos, no es fcil separar

    lo que es el estado del sentim iento puesto que suele em plearse una nica palabra para designar am bos

    conceptos. En nuestro afn por conocersteltim o, la soledad subjetiva, utilizam os un m arco de an-

    lisis estructurado en tres cam pos: las razones fundam entales que desencadenan el problem a, los

    m om entos de m s riesgo potencial para que aparezca y las soluciones com unes que las personas m ayo-

    res solas ponen en m archa para com batirlo en un sentido tanto preventivo com o paliativo.

    El siguiente Captulo versa sobre las relaciones sociales que se desarrollan fuera delm bito fam iliar.

    Entre las m ism as nos ocupam os prim ero de las vecinales dada la enorm e trascendencia que poseen

    para m uchos m ayores solos: los vecinos de m xim a confianza pueden desem pear im portantes fun-

    ciones com o el auxilio en situaciones de urgencia o el sum inistro de apoyo m aterial y em ocional cuan-

    do se hace necesario, soliendo constituir encim a un referente clave en su actividad social. Ahora bien,

    varios factores condicionan a la postre el alcance que llega a tener esta fuente de recursos: desta-

    carem os el hbitat y el gnero com o sus principales determ inantes. En la segunda parte del Captulo

    analizarem os las am istades que rodean a estos m ayores, am istades que estn sujetas a filtros relacio-

    nales com o la falta de cnyuge que los define y su estilo de vida en solitario. Abundarem os en la que-

    rencia social hacia elgrupo de igualesy los espacios de encuentro social que suelen frecuentar.

    El Captulo VIII se dedica expresam ente a la vinculacin fam iliar de las personas m ayores solas. Las

    relaciones que m antienen con los hijos, en un estado de independencia residencial, sern tratadas en

    prim era instancia, atendiendo a su frecuencia y su valoracin. Luego conocerem os la solidaridad fam i-

    liar intergeneracional y las form as en que se ejerce. Dada la singularidad de su situacin, no dudam os

    a la hora de dedicar un apartado especial a la realidad fam iliar de quienes carecen de descendientes,

    una realidad que se m ueve entre la esperanza, la incertidum bre y la resignacin. La ltim a de nuestra

    reflexiones toca un com plicado asunto: el juicio que em iten las personas m ayores hacia la fam ilia

    entendida com o institucin social; sacarem os a la luz la visin estereotipada que suele tenerse de la

    m ism a en lo que respecta a su dedicacin a los ancianos, un grito de queja que contrasta abiertam ente

    con los continuos elogios que cada cual vierte al referirse al grupo fam iliar propio.

    El Captulo IX serelltim o y tam bin el m s breve de cuantos contiene el presente trabajo. Su inclu-

    sin obedece al inters por m ostrar cm o entienden y juzgan las personas m ayores dos servicios socia-

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    INTRODUCCIN

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    les pblicos concretos tan im portantes por su espritu de apoyo a la soledad residencial en la vejez

    (aunque no tanto por su grado de difusin), com o son la Ayuda a Dom icilio y la Teleasistencia. Nos

    basarem os fundam entalm ente en lo que cuentan quienes tienen la fortuna de beneficiarse de alguno

    de ellos, o de am bos. Con objeto de asegurarnos su presencia en nuestro estudio, hem os de indicar

    que diseam os a propsito uno de los grupos de discusin (elnico m ixto por gnero y estado civil)

    con usuarios de dichos servicios.

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    ANLISIS CUANTITATIVOSY METODOLOGA

    Captulo I

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    Este Captulo inicial engloba dos cuestiones fundam entales:

    a)En su prim era parte se efectan diferentes anlisis cuantitativos a fin de ofrecer un conocim iento

    actualizado acerca de tres asuntos: el proceso de envejecim iento que se encuentra experim entan-

    do la poblacin espaola, el alcance que posee la form a de vida en solitario entre las personas

    m ayores de 65 aos, y la diversidad interna que define a dicho colectivo.

    b)En su segunda parte se expone al arm azn m etodolgico que sostiene a nuestra investigacin. Desalida se utilizan a m odo com plem entario las tcnicas del anlisis de datos secundarios (prove-

    nientes de fuentes de inform acin dem ogrfica) y del grupo de discusin1. El uso com binado de

    las m ism as se va repitiendo luego a lo largo del trabajo cuando, teniendo com o base la estructu-

    ra de los discursos, se echa m ano de los resultados de encuestas ya publicadas para clarificar el

    conocim iento de los tem as que se abordan.

    I.1. INFORMACIN SOCIODEMOGRFICA

    I.1.1. El envejecimiento de la poblacin espaola

    I.1.1.1. Dimensiones

    El Censo de Poblacin de 2001 otorgaba a Espaa casi 41 m illones de habitantes. De ellos, cerca de siete

    m illones posean 65 o m s aos de edad, esto es, un porcentaje superior al 17% . Ya sea en cifras abso-

    lutas o relativas, hablam os de m agnitudes m xim as histricas puesto que nunca com o hoy nuestro pas

    haba contado con tantaspersonas mayores. De sobra es conocido que la poblacin espaola se encuen-

    tra experim entando de lleno un proceso de envejecim iento, proceso que em pez a m anifestarse en

    fechas tardas pero que ha acelerado su ritm o enorm em ente durante las ltim as dcadas transcurridas.

    La Tabla 1 inform a de esta evolucin, m erecindose destacar los hechos que relatam os acto seguido:

    Prim ero, la debilidad estructural de las edades avanzadas reflejada en la pirm ide de la poblacin de

    1900. En aquel entonces, el nm ero de efectivos m ayores de 65 aos no alcanzaba el m illn, repre-

    sentando poco m s del 5% de cuantos habitantes existan en el pas. El envejecim iento dem ogrfico

    progresara con lentitud en la prim era m itad del siglo XX ya que, aunque en el censo de 1950 la can-

    tidad de personas m ayores sobrepasaba los dos m illones, tan slo significaba el 7,23% del conjunto

    de la poblacin. Incluso en el de 1970, cuando los m ayores sum aban casi tres m illones trescientos m il,

    an no llegaban a suponer la dcim a parte de los habitantes del pas. Sera a partir de ese m om ento

    cuando el fenm eno adquirira un auge definitivo, registrando durante los aos noventa un avance

    espectacular: de las 5.370.252 personas m ayores de 1991 se ha pasado en 2001 a las 6.958.516; en

    trm inos relativos, su peso dentro de la estructura de la poblacin espaola ha crecido entre am bas

    fechas del 13,82% al 17,04% . Con todo, ha de considerarse que Suecia, por ejem plo, ya contaba con

    un 17,8% de ciudadanos de 65 o m s aos de edad en 1990 (De Jong Gierveld y Beeking, 1993).

    1 Com oquiera que el diseo m uestral em pleado en la aplicacin de esta ltim a tcnica ha respetado el reparto de la poblacin m ayorsolitaria segn variables com o el estado civil, el gnero y el hbitat, hem os preferido situar la resea m etodolgica del estudio ensegundo trm ino del Captulo tras hablar, segn se ha dicho en su parte inicial, de los indicadores sociodem ogrficos.

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    ANLISIS

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    ETODOLOGA

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    TABLA 1.1

    Evolucin en cif ras absolutas y relat ivas

    de la poblacin espaola mayor de 65 aos desde 1900

    HABITANTES EN MAYORES DE MAYORES DECENSO TOTAL (en miles) 65 AOS (en miles) 65 AOS (en %)1900 18.618,1 967,8 5,20

    1910 19.995,7 1.105,6 5,53

    1920 21.389,9 1.216,6 5,69

    1930 23.677,8 1.440,7 6,09

    1940 25.878,0 1.690,4 6,53

    1950 27.976,8 2.022,5 7,23

    1960 30.528,5 2.505,3 8,21

    1970 34.040,7 3.290,6 9,67

    1981 37.683,3 4.236,7 11,24

    1991 38.872,3 5.370,3 13,82

    2001 40.847,4 6.958,5 17,04

    Fuente: INE y elaboracin propia.

    Com parando la situacin actual con la de com ienzos del siglo XX hay datos que enfatizan el avance acu-

    m ulado por el grupo de habitantes m ayores de 65 aos. Hoy en da m s de la sexta parte de los espa-

    oles se incluyen en el m ism o, cuando en 1900 slo lo hacan uno de cada veinte, aproxim adam ente. Al

    cabo de este tiem po, nuestro pas ha visto m ultiplicarse el tam ao de su poblacin por un 2,20% ; el

    colectivo de personas m ayores, sin em bargo, lo ha hecho por un 7,20% : es decir, un ritm o de crecim ien-to que ha triplicado con creces al observado en el plano general. Esta progresin, cabe reiterar, respon-

    de sobre todo a lo ocurrido en las tres ltim as dcadas, que es cuando el proceso de envejecim iento

    dem ogrfico se ha intensificado de veras en Espaa. El Grfico 1.1 tam bin lo m uestra bien a las claras.

    En los prim eros aos del siglo XXI es de esperar que la tendencia que recalcam os, sin abandonarse,

    frene algo la celeridad con que viene producindose recientem ente. Habrde ser asporque en el pre-

    sente estn cum pliendo los 65 aos las generaciones m enguadas de efectivos nacidas en tiem pos de

    la Guerra Civil2. De hecho, dicha ralentizacin ya se nota a travs de la evolucin del Sistem a de pen-

    siones de la Seguridad Social: la tasa de crecim iento del nm ero de pensiones ha sido relativam ente

    m enor en 2002 de lo que lo fue en 2001, ascom o la de 2001 tam poco alcanza la de 2000 (LpezDoblas, 2004). Se tratarsin duda de un efecto transitorio, con pronta fecha de caducidad a nada que

    avance esta dcada. M s a largo plazo, un extraordinario apogeo del envejecim iento dem ogrfico

    esperara nuestro pas a partir de 2020, cuando vayan copando la cim a de la pirm ide de la pobla-

    cin las generaciones delbaby boomnacidas entre finales de los aos cincuenta y principios de los

    2 Algo parecido ocurrien Francia, donde la proporcin de personas m ayores incluso descendidesde el 14,3% de 1975 hastael 13,8% de 1982, debido a la subnatalidad que tuvo lugar durante la Prim era Guerra M undial (Gaym u, 1985).

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    setenta. Todo ello, por supuesto, dando por descontado que no se asista a una profunda recuperacin

    de la fecundidad, que seguram ente no ocurrir.

    Regresando al presente, no sera descartable incluso que las personas m ayores, aun no retrocediendo

    en cifras absolutas, perdieran no obstante alguna relevancia estructural dentro de la poblacin espa-

    ola, dada adem s la m asiva llegada de inm igrantes que se registra. Hay que tener en cuenta que un

    porcentaje m uy elevado de ellos son jvenes, pues vienen en busca de trabajo. Por eso, su recepcin

    suele traducirse en un rejuvenecim iento dem ogrfico ascom o la em igracin es factor de envejeci-

    m iento (Pressat, 1985; George, 1985, Cabry P

    rez D

    az, 1995). Esta din

    m ica nos invita a pensar que

    los m ovim ientos m igratorios, que en el pasado slo influyeron decisivam ente en los cam bios estruc-

    turales dados en el plano local (Vinuesa y Abelln, 1993), estn en condiciones de determ inar de aqu

    en adelante la distribucin por edades de la poblacin espaola, alterando incluso los propios par-

    m etros de su crecim iento natural. Y hay quien considera en este sentido a la inm igracin com o un

    remedio para el envejecimiento(Izquierdo y M artnez, 2001, p. 238).

    I.1.1.2. Causas impulsoras

    Sin afn de extendernos en dem as

    a en el an

    lisis del envejecim iento dem ogr

    fico del pa

    s, s

    que con-

    viene al m enos dar un repaso a sus causas principales. Al m argen de la variable m igratoria, cuya ver-

    dadera influencia esttodava por conocer, hem os de abundar en el crecim iento natural. En relacin

    al m ism o, dos son los m otores que han transform ado la distribucin por edades de la poblacin espa-

    ola, im pulsando el proceso cuyo estudio nos ocupa:

    a)La dism inucin de las tasas de m ortalidad, en prim era instancia la infantil y luego la referida a

    todas las edades, en virtud del alargam iento de la esperanza de vida que ha ido posibilitando.

    Gracias a ello se ha m ultiplicado la cantidad de personas m ayores en trm inos absolutos.

    GRFICO 1.1

    Evolucin del porcentaje de personas mayores de 65 aos

    en la poblacin espaola desde 1900

    Fuente: INE y elaboracin propia.

    0

    12

    1820

    1920

    246810

    1614

    1900 1910 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2001

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    b)La reduccin de las tasas de natalidad, y m uy especialm ente delndice sinttico de fecundidad, que

    ha ido traducindose en una ganancia del peso relativo de las edades avanzadas dentro de la

    poblacin en detrim ento de las jvenes.

    Pues bien, hasta los albores del siglo XX m ortalidad y natalidad conservaban en Espaa unos valores

    altsim os en com paracin con otros pases europeos. Hasta entonces, escribe Nadal (1988, p. 166),la

    pervivencia del ant iguo rgimen social y econmico es un obstculo insalvable para el triunfo del nuevorgimen demogrfico. No en vano, el siglo XIX transcurrientre un sinfn de crisis epidm icas y de

    subsistencia que increm entaban peridicam ente el volum en de defunciones (Rodrguez Osuna, 1985),

    aunque acom paa la razn a Prez M oreda (1980) al sostener que la extrem a gravedad de aquella

    situacin no obedeca tanto a la incidencia de tales crisis com o a los desm esurados niveles de una

    m ortalidad ordinaria que no se consegua rebajar. Tanta desgracia era com pensada con una fecundi-

    dad m uy elevada, pues en el contexto pretransicional en el que todava se hallaba Espaa sta sola

    ejercer a m odo demarcapasosregulador del crecim iento de la poblacin (W rigley, 1985).

    Con estas prem isas, la Espaa de finales del siglo XIX y principios del XX se m antena, utilizando el crite-

    rio de Livi Bacci (2002, p. 137), en el grupo de sociedades ineficientes desde el punto de vista dem ogrfi-co ya que para obtener un nivel bajo de crecimiento necesitaban abundante combustible (los nacimientos)

    y dispersaban una enorme cantidad de la energa producida (los muertos). Es asque en 1900 la tasa de

    m ortalidad rondaba el 29 por m il y la de natalidad el 35 por m il, dando lugar a un crecim iento natural que

    se colocaba entre los m s bajos de Europa (Arango, 1987). Este crecim iento resultaba incluso inferior al

    registrado en nuestro propio pas en la prim era m itad decim onnica (Lacom ba, 1972; Puyol, 1988).

    Escriba Aris (1971, p. 398) refirindose a Francia, pas vanguardista del cam bio de rgim en dem ogrfico

    desde su Revolucin, que las variaciones de la mortalidad y de la natalidad marcan los instantes de una

    misma evolucin. Su disminucin coincide con el paso de un sentido irracional del cuerpo humano a una

    consciencia racional y objetiva de la naturaleza. Este favorable trnsito, desgraciadam ente, habra dedem orarse en Espaa durante bastante tiem po. La venida del nuevo sistem a dem ogrfico costara aqu

    com o en pocas otras naciones occidentales porque, adem s de la m entalidad, la econom a, m uy dbilm ente

    m odernizada, tam poco lo perm ita. Y es que a principios del siglo XX el 65% de la poblacin espaola se

    ocupaba an en el sector prim ario (Prez M oreda, 1988), un sector que en 1901 supuso el 46,4% del PIB

    nacional (Snchez M arroyo, 1998). Incluso a la altura de la Prim era Guerra M undial, afirm a Carr (1995,

    p. 38),Espaa era un pas rural, un pas de terratenientes, de agricultores y de trabajadores del campo.

    No ha de causarnos extraeza que la reduccin en firm e de la m ortalidad apenas fuera posible hasta

    entonces, cuando otros pases m s desarrollados acreditaban ya dcadas logrndolo (Beaujeu-Garnier,

    1972). Pero no hem os de obstinarnos aquen el retraso que caracterizla llegada de nuestra transicindemogrfica, sino que lo que m s nos interesa resaltar es el alivio que vendra a significar para unas gene-

    raciones que cada vez fueron perdiendo a m enos efectivos al poco de nacer. Quizhaya de destacarse el

    recorte de la m ortalidad infantil com o el m ayor de los triunfos que conllevla aparicin del nuevo orden

    poblacional (Gm ez Redondo, 1992). Tam bin constituyun gran xito el descenso de la m ortalidad fem e-

    nina relacionada con la procreacin (Toharia, 1989). En general, la m uerte retrocedera en el pas gracias

    al cm ulo de m ejoras producidas en la nutricin y en la higiene personal y social (De M iguel y Dez Nicols,

    1985), apoyadas en ltim o trm ino por el desarrollo de la M edicina (Gil y Cabr, 1997).

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    En el siglo XX asistim os igualm ente al paso de la natalidad de las elevadas tasas pretritas a las esca-

    ssim as actuales, trnsito que tam bin se hizo esperar en Espaa m s que en casi todo el m undo occi-

    dental. En Francia, pas pionero segn se ha dicho en la puesta en m archa del nuevo rgim en dem o-

    grfico, la tasa bruta fue pasando del 39 por m il en 1771-1775 al 32 por m il en 1801-1805 y al 25 por

    m il en 1871-1875 (Sauvy, 1972), cuando aqula m edia anual referida al perodo 1858-1900 se coloc

    por encim a del 36 por m il (Rom ero, 1973). El aum ento del coste de la crianza de los hijos originado

    con la difusin de la sociedad industrial y urbana alentla contencin de la fecundidad en las nacio-nes desarrolladas durante el siglo XIX (Harris y Ross, 1991), aunque no de m om ento en la nuestra dado

    el alto grado de ruralidad que continuaba distinguindonos (Bielza, 1989). El caso es que la reduccin

    de la natalidad espaola no adquiriconsistencia hasta 1910 (Delgado, 2001).

    En m archa am bos procesos, la estructura de edades de la poblacin espaola, que haba perm anecido

    desde siem pre m uy esttica respetando la tpica form a piram idal de am plsim a base y estrecha cim a,

    acabara experim entando una sustancial transform acin (Grfico 1.2). Los cam bios seran lentos en las

    dcadas iniciales del siglo XX, pero de avance posterior cada vez m s decidido. Com o origen de ellos

    hay que situar la cada de la m ortalidad, que en un prim er m om ento beneficim s que a nadie a nios

    y jvenes y que actupor tanto com o un factor de rejuvenecim iento dem ogrfico: de ahque losm enores de 15 aos representasen alrededor de un tercio de los habitantes del pas hasta el censo de

    1940, pese a la reduccin de la natalidad que estaba teniendo lugar. Slo en los ltim os decenios la

    escasa m ortalidad viene erigindose com o una de las claves del envejecim iento de la poblacin espa-

    ola, al posibilitar que una cifra creciente de habitantes sobrevivan hasta edades m uy avanzadas.

    GRFICO 1.2

    Distribucin de la poblacin espaola por grandes grupos de edad desde 1900

    Fuente: Elaboracin propia, a partir de datos del INE.

    1900

    1910

    1920

    1930

    1940

    1950

    1960

    1970

    19801981

    1991

    20010% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70% 80% 90% 100%

    M enos de 15 aos De 15 a 64 aos 65 o m s aos

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    Pero han sido las m odificaciones relativas a la reproduccin las de un efecto m s rotundo. Tanto el

    censo de 1960 com o el de 1970 reflejan bien el fenm eno delbaby boomque estaba teniendo lugar

    por entonces en nuestro pas, rejuveneciendo su estructura de edades por la base de la pirm ide de

    poblacin. M s destacable todava es el desplom e que sufre la natalidad en el tram o final del siglo

    pasado, verdadero artfice del intenso proceso de envejecim iento que hem os conocido desde enton-

    ces. El censo de 2001 m anifiesta algo inslito en la historia dem ogrfica espaola, com o es que el

    grupo de edad form ado por los m ayores de 65 aos sea m s num eroso que el constituido por losm enores de 15 aos (el 17,04% frente al 14,52% , respectivam ente). Hechos asson los que llevan a

    Beltrn (2002, p. 101) a afirm ar que la sociedad espaola es ya otra, en el sent ido de haber cruzado

    definitiva e irreversiblemente el umbral de la convergencia con Europa, al menos en el plano demogr-

    fico, el ms bsico de su estructura. Porque, recalca Puyol, (2001, p. 22),viejos cada vez ms viejos y,

    menos, cada vez menos jvenes, son las caractersticas esenciales de la estructura poblacional de todos

    los Estadosde la Unin Europea.

    Concretando m ejor el porquenvejece la poblacin espaola hay que subrayar, de una parte, la excelente

    trayectoria que ha dibujado la esperanza al nacer desde principios del siglo XX (Grfico 1.3). Bien es verdad

    que parta de nivelesnfim os: en 1900 era de 33,85 aos para el hom bre y de 35,70 para la m ujer, cuandola vecina Francia acreditaba, respectivam ente, 43,3 y 47 aos (M esl, 1995). Haba tanto que ganar que los

    progresos fueron inm ensos, vindose interrum pidos por dos circunstancias tan desagradables com o fue-

    ron la epidem ia de gripe de 1918 y la Guerra Civil. Felizm ente am bos trances se superaron, de m anera que

    hacia 1970 la esperanza de vida de los espaoles se acercaba ya a los 70 aos y la de las espaolas alcan-

    zaba los 75, valores acordes al fin con los de las sociedades m s desarrolladas. Desde entonces su ritm o de

    crecim iento viene siendo m enor, pues ya no se basa tanto en las ganancias provenientes de la cada de la

    m ortalidad infantil com o en las aportadas por las edades avanzadas (Gm ez Redondo, 1995). A pesar de

    esta ralentizacin, las expectativas de vida de los varones van cam ino de los 76 aos y las de las m ujeres

    GRFICO 1.3

    Evolucin de la esperanza de vida al nacer en Espaa desde 1900, por gnero

    0

    20

    1920

    10

    1900 1910 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 1999

    3040

    50

    70

    60

    80

    90

    Varones M ujeres

    Fuente: INE.

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    han alcanzado los 833, m agnitudes rcords que aseguran la continuidad del envejecim iento en su dim en-

    sin absoluta toda vez que continuarin crescendola cifra de personas que llegan a la ancianidad.

    El otro determ inante del fenm eno es la fecundidad, principal factor que interviene alterando la estruc-

    tura de edades de las poblaciones (Henry, 1983; W eeks, 1993). Aunque existen indicios de que la fecun-

    didad espaola descendialgo hacia finales del siglo XVIII (Livi Bacci, 1978), no sera hasta entrado el XX

    cuando acom etera su transicin: elndice sinttico, que en 1900 no se alejaba m ucho de los cinco hijospor m ujer, se vera reducido casi a la m itad hacia 1950. M s tarde, tras elbaby boomy unos aos de leves

    recortes, sucedera desde 1977 una cada tan drstica com o ningn otro pas occidental ha experim en-

    tado jam s: de los 2,78 hijos por m ujer de 1975 se pasen apenas tres lustros a los 1,35, esto es, nue-

    vam ente la m itad. Los aos noventa em pujaran an m s a la baja a la fecundidad espaola, que se m an-

    tuvo durante varios de ellos siendo inferior a los 1,20 hijos. Lo m s reciente apunta a un cierto repunte,

    aunque sin dem asiada consistencia por el m om ento: en torno a 1,26 hijos por m ujer en 2002. Sobre su

    posible recuperacin se han escuchado voces optim istas (Cabr, 1997; Prez Ortiz, 1997) y pesim istas

    (Zam ora, 1997). Ocurra lo que ocurra, el declive de la fecundidad y su posterior estabilizacin en niveles

    escassim os (Grfico 1.4) han intensificado el envejecim iento de nuestra poblacin.

    Tras este repaso a las causas del envejecim iento de la poblacin espaola, y una vez presentadas tam bin

    sus dim ensiones, hem os de abandonar los trm inos dem ogrficos para dirigirnos al estudio de los actores

    protagonistas del fenm eno: las personas m ayores. Llegados a este punto querem os enfatizar la diversi-

    dad que existe entre ellas, com o lleva tiem po proclam ndose (Parant, 1981; M addox, 1987; Nelson y

    Dannefer, 1992), para sugerir que el anlisis de la vejezse afronte de un m odo segm entado (Snchez Vera,

    1993). Lejos de ofrecer im genes uniform es, que no hacen sino dar pie a estereotipos negativos sobre los

    3 Si distinguim os por hbitats, los clculos efectuados indican que la esperanza de vida es casi un ao m s elevada en el m ediorural que en el urbano, diferencial que es m ayor entre los hom bres, superando el ao y m edio, que entre la m ujeres, donde rondael m edio ao (Cam arero et al., 1999).

    GRFICO 1.4

    Evolucin de la fecundidad espaola desde 1900

    0

    1

    1920

    0,5

    1900 1910 1930 1940 1950 1955 1960 1965 1970 1975

    1,5

    2

    2,5

    3,5

    3

    4

    4,5

    1980 1985 1990 1995 2000 2002

    5

    Fuente: Hasta 1940, Algado (1997). De 1950 a 1995, Delgado y Castro (1998). Valores de 2000 y 2002, INE.

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    m ayores (Lehr, 1980), lo conveniente sera profundizar en el conocim iento de la variedad de perfiles que

    hay (Garca Sanz, 1995; Prez Ortiz, 1995). Respondiendo a dicha necesidad, la presente investigacin

    reconoce la heterogeneidad que existe segn la form a de convivencia y se centra en el estudio de aque-

    llas personas m ayores que viven solas en nuestro pas. Com enzarem os con anlisis cuantitativos sobre

    ellas, con datos del Censo de Poblacin de 2001. Estos resultados guiarn el diseo m etodolgico cualita-

    tivo basado en la tcnica del grupo de discusin en el que se apoya el resto del trabajo.

    I.1.2. Estadsticas sobre las personas mayores solas en Espaa

    I.1.2.1. El alcance de la vida en soli tario entre las personas mayores de 65 aos

    Segn hem os com entado, dicho censo registraba en Espaa cerca de siete m illones de personas m ayores

    de 65 aos. Pues bien, un dato clave para nuestra investigacin es que la quinta parte de ellas, aproxim a-

    dam ente, tienen com o denom inador com n a la soledad residencial; la cifra concreta de quienes viven

    solas se eleva a 1.358.937. Hablam os de cuantas, tanto la absoluta com o la relativa, que superan con

    m ucho a las obtenidas en el Censo de Poblacin de 1991, cuando el nm ero de m ayores solitarios era de868.273 (o sea, casi m edio m illn m enos), representando el 16,17% de las personas de 65 o m s aos de

    edad existentes entonces en el pas (un 3,36% inferior). La progresin cuantitativa del fenm eno es evi-

    dente (Tabla 1.2), consolidando una tendencia cuyo origen se rem onta varias dcadas atrs (Solsona y

    Trevio, 1990; Flaquer y Soler, 1990; Crceles, 1994; Valero, 1995; Dez Nicols, 1997; Requena, 1999).

    TABLA 1.2

    Alcance de la soledad residencial en la poblacin espaola

    de 65 o ms aos. Censos de 1991 y 2001

    NMERO TOTAL MAYORES QUE VIVEN SOLOSDE MAYORES (N) (%)

    Censo de 1991 5.370.252 868.273 16,17

    Censo de 2001 6.958.516 1.358.937 19,53

    Fuente: Elaboracin propia, con datos de los Censos de Poblacin de 1991 y 2001 (INE).

    Lugar habren el presente estudio de abundar en los m otivos y circunstancias que conducen a nues-

    tros m ayores a esta form a de vida. Querem os no obstante adelantar que los datos m ostrados confir-

    m an que tras perder a la pareja la perm anencia en el hogar propio, en vez de aceptar posibles desti-

    nos com o la m udanza con hijos o la institucionalizacin, es una opcin cada vez m s preferida por las

    personas m ayores en Espaa gracias a que han ido elim inndose tantas connotaciones negativas

    com o en otro tiem po solan asociarse a la vejez solitaria, en trm inos sobre todo de pobreza y desam -

    paro fam iliar. Nos hallam os ante una realidad en claro crecim iento, y ello incluso descontando que la

    m ejora de la esperanza de vida de nuestros m ayores estretrasando la llegada de la viudez y, con ello,

    restndole potencialm ente efectivos a la soledad residencial.

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    Claro que la expansin de dicho estilo de vida en las edades avanzadas es un hecho generalizado en

    todo el m undo occidental. En lasltim as dcadas, en efecto, tal es lo que viene observndose en infi-

    nidad de pases, y baste citar com o ejem plos los casos de Italia (Valli et al., 1996; Palom ba y

    Quattrociocchi, 1996), Francia (Chaleix, 2001; Debbasch y Pontier, 2001), Suiza (Haug, 1990), Estados

    Unidos (W ilbers y Lehr, 1990) o Canad(Roy, 1998). Tam poco podem os ignorar que Espaa posee una

    tasa de soledad residencial com parativam ente baja en relacin a ellos. Si m iram os lo que ocurre en el

    contorno, la proporcin de personas m ayores que la llevan a prctica es la m s escasa de toda la UninEuropea (antes de su reciente am pliacin). Tanto es asque dicha proporcin tan slo llega ser la m itad

    de la registrada com o prom edio de los Quince(Grfico 1.5) En general, la vida en solitario es m ucho

    m s frecuente en el norte del Continente que en el sur (W hitten, 1998; Kaufm ann, 1999)4.

    4 Hem os de dejar constancia no obstante de la sospecha de Caradec (1996) de que las cifras registradas de personas m ayores

    solas estn siendo sobrevaloradas en la Unin Europea ya que hay parejas no casadas que no residen todo el tiem po juntos aun-que sde una m anera interm itente, y sin em bargo son registradas com o habitantes de dos hogares unipersonales. Aun tenin-dose en cuenta esta advertencia, su incidencia en las cifras que conocem os de la poblacin solitaria espaola ha de ser m ins-cula, quizdespreciable, dado que la cohabitacin posee un eco m uy reducido en nuestro pas, m xim e entre personas m ayo-res. M s atencin nos m erece la cautela valorativa del fenm eno a la que invita M oreno (1999), quien habla de dificultades eincluso de ciertas contradicciones en los criterios que em plea cada pas para definir las diferentes estructuras de sus hogares.

    GRFICO 1.5

    Porcentaje de personas mayores que viven solas en los pases de la UE'15, 1995

    1619

    23

    27

    27

    29

    32

    32

    32

    33

    35

    39

    40

    43

    46

    EspaaPortugal

    Grecia

    Italia

    Luxem burgo

    Irlanda

    UE 15

    Blgica

    Austria

    Francia

    Reino Unido

    Alem ania

    Finlandia

    Suecia

    Dinam arca

    Fuente: EUROSTAT, en W hitten y Kailis (1999).

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    I.1.2.2. Tasas dispares de soledad residencial por gnero, edad y territorios

    Acabam os de afirm ar que, de cada cinco personas m ayores de 65 aos existentes en Espaa, una vive

    sola. En el gnero fem enino, sin em bargo, la proporcin es todava m s alta dado que sobrepasa la

    cuarta parte de los casos (el 25,91% ), m ientras que en el m asculino no alcanza el 11% . En esta dispa-

    ridad influye fundam entalm ente el estado civil de los m ayores, cuyo reparto resulta m uy desigual

    segn se trate de hom bres o de m ujeres: sabido es que la viudedad es cosa sobre todo de staslti-m as, pues adem s de contar con una longevidad superior suelen poseer una m enor edad que sus cn-

    yuges y, con ello, un riesgo inferior de fallecer antes. Pero tam poco podem os olvidar que, tras la pr-

    dida de la pareja, la falta de preparacin de m uchos varones en m ateria dom stica desalienta la volun-

    tad que pudieran tener de continuar solos en sus casas, prefiriendo m ejor recibir las atenciones que

    asegura la m udanza con los hijos o el ingreso en una institucin, ascom o volver a casarse.

    Con independencia del sexo, a consecuencia de la propia dinm ica dem ogrfica la soledad residencial

    tiende a engrosar sus efectivos conform e crece la edad y aum enta la cantidad de situaciones de viu-

    dedad. Es por esta razn que viven solas el 12,28% de las personas de 65-69 aos censadas en el pas,

    el 17,30% de las que poseen 70-74 aos, el 23,26% de las que cuentan de 75-79 aos y un porcenta-je superior al 28% de las de 80 o m s aos.

    Desagregando la variable edad por aos cum plidos logram os afinar el anlisis: la frecuencia relativa de la vida

    en solitario es creciente a partir de los 65 aos y hasta bien entrada la edad octogenaria, para tender a redu-

    cirse luego, aunque no tanto com o quizse presupone. Los datos contenidos en el Grfico 1.6 aslo sostie-

    nen. Hasta los 70 aos el porcentaje de personas solas, girando al alza, es inferior al 15% . Dicha cifra no deja

    de increm entarse, representando m s del 20% de quienes poseen 75 aos, m s del 25% de quienes tienen

    GRFICO 1.6

    Porcentaje de personas que viven solas, por aos cumplidos

    0

    10

    15

    20

    25

    30

    35

    40

    65 66 67 68 697071727374757677787980818283 98

    100

    +8485868788899091929394959697 99

    5

    Fuente: Censo de Poblacin de 2001 (INE) y elaboracin propia.

  • 7/25/2019 Personas Mayores Viviendo Solas

    36/386

    PERSONAS

    M

    AYORES

    VIVIEN

    DO

    SOLAS

    /Laau

    tonom

    acomo

    va

    lorena

    lza

    30

    79 y casi el 30% de quienes cuentan con 84. Lejos de que la proporcin de solitarios decaiga luego sbita-

    m ente, su valor perm anece en sim ilares cotas hasta la edad de los 88 aos y no retrocede hasta ser inferior

    al 25% hasta los 93; sorprende en este sentido, y quizseaste un hecho m uy poco conocido, que entre la

    poblacin centenaria el porcentaje de individuos residiendo en solitario se m antenga alrededor del 20% .

    Cruzando los datos por gnero y grupos de edad cabe destacar, com o categora m s frecuente de la

    soledad residencial en Espaa, la que configuran las m ujeres de 80-84 aos: el 34,46% de ellas llevana prc