personaje Febrero 2013

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ConcepciónGutiérrezviudadeAbaunza, madre de Mildred: Este gobierno fascinada me tiene Doña Concepción Gutiérrez viuda de Abaunza. El martes 5 de febrero de 1976 ha sido el día más espantoso que ha vivido doña Concepción Gutiérrez viuda de Abaunza. En su casa, por medio de una emisora radial se enteró que un día antes había sido asesinada su hija Mildred, durante unenfrentamientoconagentesdela seguridadyunapatrulladeguardias somocistas en una plazoleta de la ColoniaCentroamérica.Esetrágico díafueronapresadoselcomandante Tomás Borge y dos militantes sandinistas más. Fue lo peor que pudo pasarme en mi vida, ocurrió hace 37 años y todavía no lo soporto”, dice esta señora que hace 80 años sus padres Ramón Gutiérrez y Rosalía Bermúdez la tuvieron -al igual que a sus tres her- manos- en Bluefields. Ella de Managua y él de Condega se habían trasladado a esta ciudad del Atlántico, donde se conocieron. “Era la época de las bana- neras y mi papá trabajaba en una com- pañía haciendo el control de calidad para exportar los bananos”, refiere. Cuando tenía 11 años y había termi- nado su quinto grado de primaria, su mamá –que se había separado de su papá seis años antes- se llevó a ella y a sus hermanos a Bonanza. En este pueblo minero terminó la primaria y como su maestra vio que era muy inteligente le dio clases de primero y segundo año de secundaria, porque “en ese tiempo sólo los millonarios se bachilleraban”. En Bonanza pasó su última etapa de la niñez, su adolescencia y juventud. Aquí también conoció al padre de sus cuatro hijos, con quien se casó cuando ella tenía 17 años. El chontaleño Manuel Salvador Abaunza era químico y llegó a trabajar al laboratorio de una empresa minera norteamericana. Mildred fue su primera hija, luego le siguieron dos varones y por último otra niña. Mientras ejercía su labor de ama de casa, recibió un curso de auxiliar de enfermería, otro curso por correspondencia de pas- telería y daba clases de primero a cuarto grado de primaria, aunque “a mi esposo no le gustaba que trabajara afuera”. Así fue pasando el tiempo hasta que sus dos hijos mayores concluyeron la educación prima- ria. Entonces se trasladaron a Managua. De Bonanza a Managua Poco antes habían enviado a Mildred interna al colegio María Auxiliadora de Jinotepe y pensaban mandar a su otro hijo a estudiar en el Ramírez Goyena. “No queríamos que se quedaran sólo con sexto grado”, señala. Pero con el salario que ganaba su esposo en la mina no les ajustaba para que los dos conti- nuaran con el bachillerato. A don Manuel no le quedó más reme- dio que buscar trabajo en Managua y, como era químico, muy pronto encon- tró en el Servicio Geológico Nacional donde le pagaban mejor salario. Ya con empleo trasladó a su familia de Bo- nanza para instalarla por Las Delicias del Volga en una casa alquilada. Doña Concepción trajo a su hija de Jinotepe y la puso a estudiar en el Maestro Gabriel donde se bachilleró a los 18 años. Desde hacía años ya vivían en casa pro- pia que posteriormente fue destruida por el terremoto de 1972, año en que Mildred estaba por terminar su carrera de Servicio Social en la Unan. Mientras tanto, para ayudar en los gastos, doña Concepción se dedicaba a coser y hor- near pastelería. “Hice de todo, trabajé muchos años cosiendo y haciendo que- ques”, afirma. A esas alturas jamás se le cruzó por la mente que su hija linda, juguetona, bromista, que le gustaba cantar y bailar, Juan José Membreño 2

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Concepción Gutiérrez viuda de Abaunza, madre de Mildred:

Este gobierno

fascinadame tiene

Doña Concepción Gutiérrez viuda de Abaunza.

El martes 5 de febrero de 1976 ha

sido el día más espantoso que ha

vivido doña Concepción Gutiérrez

viuda de Abaunza. En su casa, por

medio de una emisora radial se

enteró que un día antes había sido

asesinada su hija Mildred, durante

un enfrentamiento con agentes de la

seguridad y una patrulla de guardias

somocistas en una plazoleta de la

Colonia Centroamérica. Ese trágico

día fueron apresados el comandante

Tomás Borge y dos militantes

sandinistas más.

“Fue lo peor que pudo pasarme en mi vida, ocurrió hace 37 años y todavía no lo soporto”, dice esta

señora que hace 80 años sus padres Ramón Gutiérrez y Rosalía Bermúdez la tuvieron -al igual que a sus tres her-manos- en Bluefields. Ella de Managua y él de Condega se habían trasladado a esta ciudad del Atlántico, donde se conocieron. “Era la época de las bana-neras y mi papá trabajaba en una com-pañía haciendo el control de calidad para exportar los bananos”, refiere.

Cuando tenía 11 años y había termi-nado su quinto grado de primaria, su mamá –que se había separado de su papá seis años antes- se llevó a ella y a sus hermanos a Bonanza. En este pueblo minero terminó la primaria y como su maestra vio que era muy inteligente le dio clases de primero y segundo año de secundaria, porque

“en ese tiempo sólo los millonarios se bachilleraban”. En Bonanza pasó su última etapa de la niñez, su adolescencia y juventud. Aquí también conoció al padre de sus cuatro hijos, con quien se casó cuando ella tenía 17 años. El chontaleño Manuel Salvador Abaunza era químico y llegó a trabajar al laboratorio de una empresa minera norteamericana. Mildred fue su primera hija, luego le siguieron dos varones y por último otra niña.

Mientras ejercía su labor de ama de casa, recibió un curso de auxiliar de enfermería, otro curso por correspondencia de pas-telería y daba clases de primero a cuarto grado de primaria, aunque “a mi esposo no le gustaba que trabajara afuera”. Así fue pasando el tiempo hasta que sus dos hijos mayores concluyeron la educación prima-ria. Entonces se trasladaron a Managua.

De Bonanza a Managua

Poco antes habían enviado a Mildred interna al colegio María Auxiliadora de Jinotepe y pensaban mandar a su otro hijo a estudiar en el Ramírez Goyena. “No queríamos que se quedaran sólo con sexto grado”, señala. Pero con el salario que ganaba su esposo en la mina no les ajustaba para que los dos conti-nuaran con el bachillerato.

A don Manuel no le quedó más reme-dio que buscar trabajo en Managua y,

como era químico, muy pronto encon-tró en el Servicio Geológico Nacional donde le pagaban mejor salario. Ya con empleo trasladó a su familia de Bo-nanza para instalarla por Las Delicias del Volga en una casa alquilada. Doña Concepción trajo a su hija de Jinotepe y la puso a estudiar en el Maestro Gabriel donde se bachilleró a los 18 años.

Desde hacía años ya vivían en casa pro-pia que posteriormente fue destruida

por el terremoto de 1972, año en que Mildred estaba por terminar su carrera de Servicio Social en la Unan. Mientras tanto, para ayudar en los gastos, doña Concepción se dedicaba a coser y hor-near pastelería. “Hice de todo, trabajé muchos años cosiendo y haciendo que-ques”, afirma.

A esas alturas jamás se le cruzó por la mente que su hija linda, juguetona, bromista, que le gustaba cantar y bailar,

Juan

José

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Reitera que jamás supo que su hija militaba en el Frente Sandinista “hasta que la mataron”. Sabía sí que a su hija le indig-naban las injusticias, como una que le contó que había hecho su jefe cuando estaba trabajando en el Instituto Agrario Nicaragüense, aten-diendo a algunas cooperativas. Resulta que una familia de una cooperativa que ella atendía le dijo que él le había quita-do la parcela para apropiársela.

“Se fue donde el esbirro ese para recla-marle y el tipo la amenazó con que iba a poner a seguirla porque ella era una comunista y un peligro que estuviera allí”, refiere. La amenaza fue en serio, pues un amigo, compañero de trabajo, le previno que el jefe la estaba mal in-formando. Entonces Mildred renunció y tres días después empezó a trabajar en la Cruz Roja Nicaragüense.

Tenía cuatro días de estar en la Cruz Roja cuando la mañana del lunes 4 de febrero de 1976 se despidió de su mamá rumbo a su trabajo. Dejó y encontró al mediodía a doña Concepción cosiendo unos uniformes. “Vino a almorzar y a

llevarse una graba-dora y algunos li-

bros”, indica. Cuando se marchaba le comu-

nicó que después del trabajo se iría a la casa de

una amiga a sacar en limpio un trabajo de encuestas que habían

hecho. “Si me agarra la noche me voy a quedar a dormir allá”, le informó.

Por la tarde la llamó por teléfono para pedirle que hiciera un queque porque era el cumpleaños del jardinero de la Cruz Roja. Pero como doña Concepción tenía mucho trabajo le dijo que llegaría a la casa entre las nueve y media y diez de la noche para hacerlo ella con su guía. “La esperé hasta las dos de la mañana del 5 de febrero, estaba muy preocupada porque nunca había faltado”, agrega. Ya se iba a acostar cuando escuchó un carro que se estaba parqueando y creyó escuchar los pasos de Mildred. “Me asomé por una rendija de la puerta y la vi, estaba metiendo la llave de su cuarto y me acosté tranquila a dormir”. Muy de mañana del 5, al preguntar si ella ya estaba levantada, su otra hija Sandra le contestó que no había llegado a dormir. “Me agarró una cosa tan fea”, comenta.

Inquieta la encontró más tarde su hijo mayor que era inspector del aho-ra Instituto Rigoberto López Pérez, pero la tranquilizó un poco cuando le informó que había habido un terremoto en Guatemala. El se marchó y poco después regresó con su papá. “A mi esposo lo miré páli-do, desgajado”. Sin embargo, lo único que le dijeron es que hubo un enfrentamiento entre la guardia y el Frente Sandinista, que Mildred estaba allí y la habían apresado.

En ese instante recordó las torturas que muchos años antes había sufrido Doris Tijerino en manos de la guardia. “Andá buscame a mi hija, le grité a mi hijo Roberto”. Como no decían nada, encendió un radio en el preciso momento que emitía un pipiripí y luego escuchó la voz de un locu-tor informando sobre el enfrentamiento y mencionando el nombre completo de su hija como uno de los muertos.

“Fue horroroso, si hubiera sabido que andaba en eso me lo habría esperado, pero no sabía nada”, insiste. Su sufrimien-to se prolongó más porque costó que la seguridad somo-cista le entregara el cuerpo de su hija. Al fin se la entrega-

ron, permitieron que le hicieran una misa, pero la presionaron para que la

enterrara de inmediato, porque “en la universidad estaban preparando el fu-

neral”. Pero la guardia no pudo evitar que centenares de personas acompañaran el se-

pelio de Mildred hasta el Cementerio Oriental.

Cuando se dio la guerra de liberación, doña Concepción y su familia estaban primero en Bello Horizonte y luego en Nandaime. Aquí se encontraba haciendo pasteles, pudi-nes, picos y queques, cuando triunfó la Revolución. Cua-tro años más tarde regresó a su casa en Managua, a donde ahora le llegan a dejar provisión de alimentos y ayuda económica cada mes.

A 37 años de la desaparición física de Mildred, sabe que el sacrificio de su hija no fue en vano. Le gusta que a su hija la recuerden y la mantengan viva en la memoria colectiva. “Me tiene fascinada cómo el gobierno se está preocupan-do por el pueblo, se ve es que no es bla, bla, sino que está haciendo; cuándo alguien había dado tierras, plan techo y más cosas”, destaca.

Fatal noticia por la radio

Mildred no soportaba las injusticias

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anduviera en actividades muy serias y peligrosas. Sólo una vez le llamó la atención un hecho que se dio cuando por causa del terremoto se fueron a vivir un tiempo cerca de la colonia Christian Pérez. “Un día lle-gó a la casa como azorada y me dijo con voz baja que le guardara unos papeles donde no los encontrara su papá ni sus hermanos”, relata.

Eso fue lo único raro que vio, a fin de cuenta nunca la había visto si-quiera que iba a las manifestaciones universitarias o que le hiciera algún comentario en contra del régimen somocista. Ella sólo la miraba tener largas pláticas con Ruth Campos. “Eran grandes amigas, yo creo que fue ella la que la metió al Frente Sandinista”, presume.

No obstante, parece que muy en el fondo de su ser doña Concepción tenía algún presentimiento, por-que esa vez que la vio inquieta le preguntó que si andaba metida en algo. Mientras se peinaba su larga cabellera lisa, Mildred le respondió que en nada. “Mirá amor, una cosa te voy a suplicar: no te me vayás a la montaña porque si te vas me matás”, recuerda que le dijo.