Periódicos y sueños

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Periódicos y sueños

Maximino de Diego Pérez

[email protected]

Madrid, 2015

A Montse, a Irene

PERSONAJES

Luis

Juan

Clara

Hombre o mujer que tiene miedo

ESCENAS

1. Príncipes

2. No la llaméis paz

3. Nina Simone

4. Lauro Olmo

5. Clara

6. Clara y la economía

7. Ojalá el mismo sueño

8. Dignidades

9. Tal vez

10. El último sueño

Maxi de Diego

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(1) Príncipes

Hay que nombrar la verdad.

Ernesto Sábato

(Luis lee el periódico alumbrado únicamente por una linterna. Juan duerme.

Escasa luz en el escenario. No debe verse el lugar en el que están. Tienen entre

30 y 40 años.)

LUIS: Juan.

(Silencio.)

LUIS: (Más alto.) Juan.

(Silencio.)

LUIS: (Gritando.) ¡Juan!

JUAN: (Sobresaltado.) ¿Qué pasa, qué pasa? Yo no he hecho nada, se lo juro.

Yo no quería. Fue él.

LUIS: ¡Calla! Mira lo que viene en este periódico atrasado.

JUAN: Déjame en paz con tus malditos periódicos. ¿Qué hora es?

LUIS: Las siete.

JUAN: ¿Las siete? Que me olvides. Hasta mañana.

LUIS: Es solo un momento. Tengo que compartir esto con alguien.

JUAN: ¿Qué tal con tu madre?

LUIS: Escucha esta noticia. Protesta contra Israel. Unas cinco mil personas –

seguro que fueron más- denunciaron ayer en la madrileña Puerta del Sol la

represión israelí y se solidarizaron con el pueblo palestino. ¿Has oído?

(Subiendo la voz.) Juan, ¿has oído?

JUAN: (De mala gana.) Sí, ¿y qué?

LUIS: Pues que el otro día tuve un sueño relacionado con esta noticia.

JUAN: ¿Ya estás otra vez con tus sueños? Déjame en paz.

Maxi de Diego

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LUIS: Por favor, Juan, déjame compartirlo contigo, no tengo a nadie en el

mundo.

JUAN: Joder, que tengo sueño. Mañana me lo cuentas.

LUIS: Tiene que ser ahora. Mañana no me acordaré. Es importante para mí.

JUAN: Pues lo apuntas.

LUIS: Aquí no tenemos con qué apuntar.

JUAN: Te lo aprendes de memoria.

LUIS: No tengo memoria. Es un sueño muy bonito. El otro día soñé que nuestro

príncipe...

JUAN: (Cortándole.) Otra vez con el príncipe. Que no, por ahí no paso. No te

escucho.

LUIS: Sí lo harás. Soñé que nuestro príncipe, unido a todos los príncipes,

princesas, reyes, reinas y aristócratas de la Tierra, junto a riquísimos

empresarios, habían puesto a disposición de los palestinos, sus casas

presidenciales, sus lujosísimos e inmensos palacios. Concretamente, el nuestro,

nuestro príncipe, tan guapo y educado él, había mandado acelerar las obras de

su “casita” de 3.150 metros cuadrados construidos. Y lo había hecho para

cederles a los palestinos, expulsados de sus tierras, tres mil metros cuadrados.

Juan, fíjate, nada menos que tres mil metros cuadrados. Él solo se quedaría con

ciento cincuenta. ¿Qué te parece? (Silencio.) Juan, ¿qué te parece?

JUAN: Estás loco.

LUIS: No, yo no. Solo es un sueño de príncipes y reyes y ricos empresarios.

Sigo. Los palestinos habían dejado sus tierras después de ser acosados y

asesinados por el ejército israelí. Un ejército moderno, eficaz, operativo.

Dejaban sus tierras pero iban a vivir bien. Con piscinas, terrazas, vestuarios,

sótanos, entresuelos, primeras plantas, buhardillas, vestidores, offices,

garajes... ¿Juan, te imaginas vivir así? Mejor, seguro que mejor que en un

campo de refugiados. ¿Te imaginas, Juan?

JUAN: Vete a la mierda.

Maxi de Diego

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LUIS: No me trates así, Juan. Solo fue un sueño. Un inofensivo sueño. ¿A quién

iban a matar los israelíes ahora? Tampoco los palestinos tendrían que matar

muriendo. Ya sé, me dirás que se habrían salido con la suya. Tendrían más

territorios. Sí, es cierto, pero estarían solos. Solos, completamente solos.

(Pausa.) Ese fue mi sueño. Ya puedes seguir durmiendo.

JUAN: ¿Ahora? Me has desvelado, gilipollas. Estoy harto de oírte hablar de la

casa del príncipe. Estás obsesionado. Estoy harto de esa maldita casa.

LUIS: No digas eso. Aquello fue un error.

JUAN: Claro que fue un error. El mío por confiar en un tarado mental.

LUIS: Pero lo de hoy solo ha sido un sueño. Un sueño bonito.

JUAN: Y lo del otro día, ¿qué fue? Otro de tus sueños de grandeza utópica.

LUIS: Que no Juan, que fue un error. ¿Quién se iba a imaginar que esa “casita”

que intentamos ocupar, iba a ser la residencia de soltero de su alteza real?

(Se ilumina la escena lentamente, como si el sol fuera entrando por una

ventana pequeña. El público descubrirá que los dos personajes están en una

celda.)

JUAN: Recuérdame que cuando salgamos no te haga caso en nada.

LUIS: Vale, te lo recordaré. ¿Me dejas que te lea otra noticia?

JUAN: No.

LUIS: ¿Y que te cuente otro sueño?

JUAN: No.

LUIS: El príncipe...

JUAN: (Cortándole.) Luis.

LUIS: ¿Qué?

JUAN: No qui-e-ro sa-ber na-da más de e-se se-ñor. (Con violencia.) ¿Has

comprendido?

LUIS: Sí. (Se echa a dormir.) Hasta mañana. A ver qué sueño hoy. Luego te lo

cuento.

JUAN: (Suspirando resignado.) Vale, Luis. (Se echa a dormir.)

Maxi de Diego

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(Silencio prolongado.)

LUIS: Juan, ¿duermes?

JUAN: (Resignado.) No, ¿qué quieres?

LUIS: Sabes lo que quiero.

JUAN: (Condescendiente.) Venga, léeme otra noticia, la última. Pero que no

tenga nada que ver con el príncipe.

LUIS: Vale, te lo prometo.

(Saca una hoja de periódico arrugada de debajo de la almohada.)

LUIS: Detenida en Ceuta una mujer de 97 años por ocultar en su casa a 16

marroquíes.

JUAN: ¿Pero eso es una noticia o un sueño?

LUIS: No, una noticia, de verdad, mira, la recorté el otro día.

JUAN: Pues parece uno de tus sueños.

LUIS: No, el sueño es diferente.

JUAN: Ah, que también has soñado.

LUIS: Sí, al día siguiente de leerla.

JUAN: Ya.

LUIS: ¿Puedo contarte el sueño?

JUAN: Me lo vas a contar de todas las maneras.

LUIS: Pues yo soñé que un millón de ancianos de cada país del mundo abría las

puertas de su casa a un inmigrante. Y si vivían dos ancianos juntos, a dos

inmigrantes. Estos les ayudaban en casa y les hacían compañía, les enseñaban

sus bailes y les contaban sus historias. Los ancianos, animados y felices, les

contaban las suyas. Los hospitales se vaciaron un poco, las residencias

empezaron a tener plazas libres. Las agencias de viaje hicieron su agosto.

JUAN: ¿Las agencias de viaje? ¿Por qué?

LUIS: Porque los inmigrantes enseñaban sus tierras a los ancianos, empeñados

en conocerlas. (Pausa.)

JUAN: ¿Y qué más?

Maxi de Diego

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LUIS: Nada más.

JUAN: ¿Nada más?

LUIS: No.

JUAN: Para una vez que me apetece que tu sueño continúe...

LUIS: Pues no. No recuerdo más. Debí despertarme pronto.

JUAN: Yo sé por qué sueñas cosas que has leído en el periódico.

LUIS: ¿Sí?

JUAN: Sí.

LUIS: Cuéntamelo.

JUAN: Si no estás de acuerdo...

LUIS: Venga, dímelo. Yo no lo sé.

JUAN: Pues porque no te gusta lo que lees.

LUIS: No sé. (Pausa.) ¿Entonces por qué me gusta leer el periódico?

JUAN: Quizás para ver si tus sueños se hacen realidad.

LUIS: Oye, Juan, no está nada mal tu teoría.

JUAN: Yo también pienso, aunque tú te creas que no. (Pausa.) ¿Y has

encontrado alguno de tus sueños?

LUIS: No.

JUAN: Qué pena.

LUIS: Sí.

(Silencio.)

JUAN: Luis.

LUIS: ¿Qué?

JUAN: ¿Sabes por qué no aparecen tus sueños en los diarios?

LUIS: ¿Por qué?

JUAN: Porque los periódicos no dicen toda la verdad.

LUIS: Cuánto sabes, Juan.

JUAN: Hasta mañana, Luis. Me alegro de haberte conocido.

LUIS: Yo también, Juan. Hasta mañana.

Maxi de Diego

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(2) No la llaméis paz

Serán las madres todas rehusando

ceder sus vientres al trabajo inútil

de concebir tan sólo hacia la fosa.

Ángela Figuera Aymerich, en el poema Rebelión

(Están sentados en un banco público de una calle o plaza cualquiera.

Recibiendo los rayos solares, como si fuera lunes. Pobremente vestidos)

LUIS: No hay quien lea el periódico.

JUAN: (Como siempre le hablará con una cierta indiferencia, sabedor de que le

va a repetir las mismas historias) ¿No? ¿Por qué?

LUIS: Está sembrado de guerra.

JUAN: ¿Sembrado?

LUIS: Sí, sembrado.

JUAN: No te entiendo.

LUIS: Siembran guerra y ya sabes lo que recogerán.

JUAN: ¿Cadáveres?

LUIS: Cadáveres.

(Silencio.)

JUAN: ¿Hoy no has conseguido ningún periódico atrasado?

LUIS: (Triste.) No lo he buscado.

JUAN: ¿Por qué? ¿Estás enfermo?

LUIS: Porque he tenido un sueño.

JUAN: Ya.

LUIS: ¿Por qué dices ya?

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JUAN: Siempre que me hablas de noticias, me hablas de tus sueños. ¿Ya no te

acuerdas?

LUIS: Soy así.

JUAN: Ya.

(Silencio.)

¿Me lo vas a contar?

LUIS: ¿Quieres?

JUAN: Me lo vas a contar de todas formas.

LUIS: No. Esta vez si tú no quieres no te lo cuento. Es demasiado fuerte. Creo

que me va a doler contarlo.

JUAN: ¿No es un sueño de esperanza como siempre?

LUIS: No.

JUAN: Estás enfermo. No te conozco, Luis.

LUIS: Fue una pesadilla. Yo estaba sentado en un banco, no aquí, en otra plaza

que no creo haber visto nunca. Había mucha gente que pasaba, deprisa, y se

paraban ante mí y me decían una frase, todos la misma, y al decirla, de su boca

salía sangre. Hablaban y se iban. En su cara se veía el dolor, la desesperanza.

JUAN: ¿Qué te decían?

LUIS: (Dudando. Intentado recordar.) No sé, no se entendía bien. (Pausa. Con

sorpresa al recordarlo.) Espera, Juan, ahora creo recordarlo, o tal vez sea que

yo siento lo mismo y me brota.

JUAN: (Impaciente.) Dímela ya.

(Luis saca un pañuelo y se lo pasa por la boca, tiene sangre.)

LUIS: Decían: ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

(Juan le coge el pañuelo que Luis tiene en la mano y con mucha ternura le

limpia la sangre.)

JUAN: Luis, prefería tus sueños de esperanza.

LUIS: Volverán, no te preocupes. Cuando dejen de llamarla paz.

JUAN: ¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

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(3) Nina Simone

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

(Versos finales de LA AURORA de POETA EN NUEVA YORK, Federico García

Lorca)

(Están sentados en un banco público de una calle o plaza cualquiera.

Recibiendo los rayos solares, como si fuera lunes, otra vez. Luis, muy

concentrado, con los ojos cerrados. Juan contemplando a la gente que pasa.)

JUAN: ¿Qué haces? (Silencio.) Luis, ¿qué haces?, ¿estás dormido?

LUIS: Calla, calla. La tengo en mi cabeza.

JUAN: ¿Qué…?

LUIS: ¡Calla!

(Silencio.)

JUAN: Oye, si quieres me voy a otro banco.

LUIS: (Enfadado.) Ya se ha ido. Joder, cómo eres. Tenía su música en la

cabeza.

JUAN: ¿Su música? Luis, cada día estás más pirado.

LUIS: La música de Nina Simone.

JUAN: Ah, sí, esa que ha muerto.

LUIS: ¿Y tú cómo lo sabes?

JUAN: Tenías el periódico abierto por esa página cuando te dormiste.

LUIS: ¿Y ahora lees mis periódicos?

JUAN: Sólo el titular. A lo mejor se me está empezando a contagiar tu manía.

LUIS: ¿Qué manía?

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JUAN: ¿Cuál va a ser? ¿Tienes otra que la de leer periódicos que te encuentras

por la calle?

LUIS: Creo que no.

JUAN: ¿Y tú has oído alguna vez a la Nina Simone esa?

LUIS: No.

JUAN: Entonces cómo vas a tener su música en la cabeza. Eso es imposible.

Estás tonto.

LUIS: Soñé con ella ayer.

JUAN: Claro, tus sueños.

LUIS: Sí, mis sueños. Leí en el periódico una frase que había dicho una vez.

Que de no haber tenido un piano que la salvase, hubiera sido una asesina

dispuesta a devolver golpe por golpe. Lo decía por los derechos de los

ciudadanos negros en Estados Unidos.

JUAN: ¿Y qué?

LUIS: Pues que soñé con ella. Con Nina Simone y con su música.

JUAN: ¿Y qué pasaba en el sueño?

LUIS: Vaya, vaya, veo que poco a poco te van interesando mis sueños.

JUAN: Será porque yo no sueño nunca.

LUIS: No sé cómo puedes vivir sin soñar.

JUAN: Pues viviendo. Venga, cuenta.

LUIS: Ayer soñé que todos, bueno no sé si todos, no me dio tiempo a tanto,

pero que muchos de los problemas del mundo se resolvían con música de

piano. Oye, Juan, ¿tú sabes cuánto cuesta un piano?

JUAN: No sé, supongo que mucho. Desde luego tú no te lo puedes comprar.

Pero déjate de tonterías y dime qué pasaba en tu sueño. ¿Cómo es posible que

se resuelvan los problemas del mundo con música?

LUIS: Sí, con música de piano. Era maravilloso. En mi sueño, un terrorista

tocaba el piano en lugar de dar un tiro en la nuca. Otro no se inmolaba, tocaba

el piano a un soldado que dejaba tirada su ametralladora. Un skin tocaba

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música de Jazz a un inmigrante. El gobierno de Estado Unidos reconvertía sus

fábricas de armamento en fábricas de pianos artesanales y creaba muchos más

empleos. Y repartía pianos en las escuelas de todo el mundo a quien quisiera

aprender. Una ola de notas musicales sonaba por cada rincón.

JUAN: ¿Ya está?

LUIS: Sí.

JUAN: Cada vez son más cortos.

LUIS: No. Son siempre más o menos igual.

JUAN: Pues a mí se me ha hecho corto.

LUIS: ¿Qué pasa, que ahora vas a criticar mis sueños?

JUAN: No los critico, sólo digo que son cortos.

LUIS: Pues sueña tú.

JUAN: Ya te he dicho que no puedo.

LUIS: (Cambiando de tono. Más suave.) Eso sí que lo siento. De verdad, Juan.

Soñar es lo mejor de mi vida.

JUAN: Claro, sobre todo esos sueños de esperanza.

LUIS: Bueno, recuerda que el otro día tuve una pesadilla.

JUAN: Cuando lo de la guerra. (Pausa.) Pero dime algo, no me queda claro

cómo puede ser que escuches la música de Nina, si no aparecía ella en tu

sueño.

LUIS: Pues ahora que lo dices. Tienes razón. Juan, te aseguro que yo tenía su

música en la cabeza.

JUAN: Pero cómo sabes que era su música si nunca la has oído. Antes lo has

dicho.

LUIS: El caso es que tienes razón. Pero yo sabía que esa música venía de ella.

JUAN: ¡Qué misterio, Luis!

LUIS: Déjame pensar. Tiene que haber una explicación. Todo en este mundo

tiene explicación.

JUAN: ¿Todo?

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LUIS: Eso creo.

(Silencio. Luis piensa. Juan le contempla pensar.)

JUAN: A lo mejor, como era un sueño pasaban cosas raras.

LUIS: Sí, seguro. (Impaciente.) ¿Pero qué era? No lo recuerdo. Me estoy

haciendo mayor, antes me acordaba de todo.

JUAN: ¿Me dejas que te ayude?

LUIS: ¿Ayudarme? ¿Cómo?

JUAN: Déjame imaginar qué es lo que pasó.

LUIS: Bueno. Ya que no sueñas…

JUAN: En tu sueño, Nina Simone se acercó a ti. Te preguntó si la conocías. Tú

dijiste que no. Y te invitó a su casa, para que esa noche no durmieras en la

calle. Y en su casa, te preparó una cena especial. Pato a la naranja con vino

caro. Creo que blanco. Tú ya eras feliz. Pero ella tocó el piano y cantó. Cantó y

cantó. Y por eso ahora tienes sus canciones y su música.

LUIS: (Excitado.) Eso es. Eso es Juan. Eso es lo que soñé. (Le besa en la

frente.) Gracias, Juan. Te quiero. (Le vuelve a besar.) Espera, calla. (Silencio.

Luis nuevamente concentrado.) Ya vuelve. (Si es posible, el actor tarareará

cualquier música o canción de Nina Simone. Tanto si lo hiciera como si no, el

actor mostrará cara de felicidad.)

Maxi de Diego

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(4) Lauro Olmo

¿Qué puede el hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni

presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya

extraña.

(Ocnos. Luis Cernuda)

(Dos víctimas de la soledad y la apatía. Un banco de una calle cualquiera.)

LUIS: ¿Cuánto tiempo hace que nos sentamos en este banco?

JUAN: ¿En este banco? No sé, mucho.

LUIS: Casi diez años.

JUAN: ¿Diez años ya?

LUIS: Sí. ¿Te acuerdas cómo nos conocimos?

JUAN: No. ¿A qué viene ahora esto?

LUIS: Yo qué sé. Me ha dado por pensar. (Se levanta.) Estoy inquieto. Vaticino

algo.

JUAN: ¿Ahora además de soñar, vaticinas?

LUIS: Eso creo.

(Silencio.)

LUIS: ¿Te acuerdas cómo nos conocimos? Di, ¿te acuerdas?

JUAN: ¿Estábamos borrachos?

LUIS: No, joder. ¿Cómo puedes haberlo olvidado?

JUAN: ¿Y a mí qué me importa cómo nos conocimos?

LUIS: Pues te lo voy a recordar, salvaje.

JUAN: Salvaje lo será...

LUIS: (Cortándole. Se sienta.) Calla. Tú te protegías la cabeza del sol con un

periódico. Dormías. Yo me senté y como tengo esta obsesión con las noticias,

ya sabes...

Maxi de Diego

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JUAN: Sí, claro que sé, tus periódicos y tus sueños.

LUIS: Pues te quité el periódico de la cabeza para leerlo mejor. Y lo leí.

(Transición rápida a decaimiento profundo.)

JUAN: Tío, ¿qué te pasa? No te pongas así, que sí me acuerdo. Me acordaba

desde el principio. ¿Cómo voy a olvidarlo? Fue la primera vez que me contaste

tus sueños. Si quieres te lo cuento otra vez.

LUIS: (Reaccionando lentamente.) ¿De verdad te acuerdas? Significaría mucho

para mí, de verdad.

JUAN: Es que eres de un sensible... Yo me desperté, ya sabes lo que jode el sol

en agosto, te agarré del cuello para atizarte un par y vi cómo se te caían dos

lágrimas, una de cada ojo. Me paralicé. No soporto ver llorar a alguien. Me

recuerda mi niñez. Yo era un llorón de la hostia. Te pregunté que por qué

llorabas. Y me leíste que había muerto no sé qué autor de teatro. Perdona,

pero no me acuerdo quién era.

LUIS: Lauro Olmo.

JUAN: Sí, ese. Yo te pregunté si era familia tuya. Y tú que no, que no le

conocías de nada. Sólo que una vez, cuando estudiabas, un profe, un tío loco,

te llevó a ver una obra suya. (Pausa. Intenta recordar.) Nada, soy un caso...

LUIS: La camisa.

JUAN: Eso, y me dejaste así, sin decirme nada más. Te juro que me cabreé un

montón. Con lo feliz que estaba yo durmiendo al sol de agosto con mi periódico

en la cabeza... Ya me dio apuro volver a ponérmelo. Leí no sé cuántas veces la

noticia. Pero no me decía nada. Lo siento, ya sabes como soy. Menos mal que

al día siguiente volviste al banco. A este banco. Y entonces me contaste tu

sueño.

LUIS: (Le abraza.) Gracias, tío. Gracias por acordarte de eso.

JUAN: (Se separa.) No te pongas zalamero, ahora te aguantas y te repito el

sueño. ¿Es qué te crees que uno no retiene? Te crees que porque yo no lea

periódicos y no sueñe no tengo mi corazoncito... Pues sí. (Pausa. Se levanta.

Maxi de Diego

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Camina como organizando sus recuerdos.) Un enorme cementerio, miles,

millones de tumbas, de nichos. Un tremendo rayo ilumina la tarde anticipada

por las nubes. Las tumbas se abren, de ellas surgen miles, millones de hombres

y mujeres. Sólo llevan puesta una camisa, una camisa vieja, zurcida,

remendada. De pronto, todos se despojan de ella y entre todos las unen, las

anudan con sus manos esqueléticas, descompuestas, tristes..., y así, no sin

esfuerzo, hacen de la nada una enorme pancarta, humilde, muy humilde. Y con

barro de su tierra que ya habían alimentado, comienzan a escribir con ahínco

incomprensible en seres con tan poca vida. En poco tiempo, si algún testigo

despierto lo hubiera podido ver, hubiera leído con nitidez: PODREMOS CALLAR,

PERO NO NOS RESIGNAMOS, NI MUERTOS. Y después, como más tranquilos,

como habiendo realizado bien un trabajo que se debe, volvieron a su tumba,

fría, sí, pero digna. Así fue tu sueño, ¿lo recuerdas?

LUIS: Gracias, Juan. De verdad, gracias. Y qué bien lo has contado. Yo no

hubiera podido...

(Se sientan los dos relajados. Silencio prolongado.)

JUAN: ¿Qué vaticinas?

LUIS: El teatro volverá a ser importante para lo seres humanos.

JUAN: Pero tío, ¿tú qué sabes del teatro?

LUIS: Nada. Sólo lo de aquella obra que vi.

JUAN: ¿Entonces?

LUIS: No sé. Pero lo vaticino.

JUAN: ¿Sabes qué te digo? Que yo espero sentado. (Coge un periódico

arrugado. Lo estira con mimo. Se tumba en el banco apoyando la cabeza en su

compañero, se coloca el periódico abierto sobre su cabeza y se echa a dormir.

Mientras, Luis le quita una hoja y se pone a leer.)

Maxi de Diego

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(5) Clara

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse

Gabriel Celaya, en La poesía es un arma cargada de futuro

(Una joven sentada en el banco entre los dos. Vestimenta indeterminada. Ni

vieja ni nueva, sí abundante. Mira al infinito con cara de satisfacción, casi de

gozo. Está a gusto ahí sentada, sin hacer nada, tibiamente templada por los

rayos de un cálido sol de un invierno que se va.)

JUAN: ¿Quién es?

LUIS: ¿Quién es quién?

JUAN: Pues ésta.

LUIS: Una amiga.

JUAN: ¿Una amiga?

LUIS: Sí, ¿qué pasa, no puedo tener amigas?

JUAN: Sí, claro.

(Silencio.)

JUAN: ¿Va a estar aquí mucho rato?

LUIS: ¿Te molesta?

JUAN: No.

LUIS: ¿Entonces?

JUAN: No, nada.

(Silencio. La joven se levanta y saca un periódico viejo de su bolsillo de atrás

del pantalón. Lo despliega y empieza a leerlo después de mirar de mala manera

a Juan.)

JUAN: ¿Esta también lee el periódico?

LUIS: Sí, también tiene esa virtud.

Maxi de Diego

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JUAN: ¿Virtud?

LUIS: Eso pienso yo.

JUAN: Pero ¿por qué virtud?

LUIS: ¿Tú sabes que ha muerto Vázquez?

JUAN: ¿Qué Vázquez?

LUIS: Un escritor. Un novelista, poeta, ensayista y periodista crítico.

JUAN: ¿Crítico?

LUIS: Sí, crítico.

JUAN: ¿Con qué? ¿Crítico con qué?

LUIS: Con el mundo.

JUAN: (Con ironía.) Y también soñaba.

LUIS: Pues sí, también soñaba. Al menos eso decía el periódico. Soñaba más

que tú.

JUAN: Sabes que yo no sueño.

LUIS: Así te va. Te presento a una chica y ni siquiera la tratas con delicadeza.

JUAN: No me la has presentado.

LUIS: ¿No?

JUAN: No.

LUIS: Clara, perdona.

(La joven deja ver su cara, escondida tras el periódico.)

CLARA: ¿Qué?

LUIS: Te presento a Juan. Juan, Clara.

(Momento de titubeo. Juan no sabe qué hacer, besarla, darle la mano. Ella,

más decidida, le da la mano. Juan la toma y se la besa con un gesto estilizado y

perfecto. Largo silencio. Los tres miran al infinito.)

JUAN: ¿Tú también sueñas?

CLARA: Claro.

JUAN: Me refiero a si sueñas después de leer el periódico.

CLARA: Claro. ¿Tú no?

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JUAN: No. Ni siquiera leo periódicos. ¿Para qué? Yo me tapo con ellos cuando

hace frío.

CLARA: Entonces no sabes nada.

JUAN: Y para qué quiero saber. Yo lo que quiero es estar. Comer, dormir, estar.

CLARA: Pero no sabes nada.

JUAN: Bueno vale, no sé nada. ¿Y qué?

CLARA: Que no comprendes la vida.

JUAN: Creo que te estás pasando. Luis, dile algo, dile que sí comprendo. Tú me

conoces. Soy capaz de imaginar los sueños que olvidas. Díselo.

LUIS: Sí, Clara, Juan es muy inteligente. Tal vez no necesite leer periódicos.

CLARA: Pero si no lee un periódico, aunque sea atrasado, de hace un año, un

mes, una semana, no puede soñar. Y soñar es lo más maravilloso del universo.

Soñar con la felicidad del mundo entero. Soñar con la desintegración de las

bombas. Soñar con la Luna detrás de una ventana. Soñar con un muerto de

sida resucitado que te acaricia las mejillas y llora y con sus lágrimas inunda los

lagos secos, los grandes lagos secos en los que antes había peces que

alimentaban a los niños de las sabanas. Soñar con un oso de peluche gigante

en los brazos de cada criatura, con las gotas de lluvia que bañan tus cabellos

después de cada comida. Soñar con la fiebre de los poderosos que les devuelve

al vientre de la madre para volver a mamar de su seno curativo. Con el abrazo

de los abandonados, con la sombra para los olvidados, con la magnolia para los

tristes. (Pausa.) Juan, toma, toma este periódico, léelo y procura soñar, y si no

lo consigues, deja, al menos que Luis te cuente sus sueños o búscame.

(Clara se levanta, da un beso a cada uno y se va. Su caminar inunda el

escenario de ligereza y armonía.)

JUAN: ¿Está loca o es el ser más maravilloso que he visto en mi vida?

LUIS: Era periodista.

JUAN: ¿Era?

LUIS: Lo dejó.

Maxi de Diego

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JUAN: ¿Por qué?

LUIS: No ha querido contármelo. Pero sé que ocurrió algo. Se puso muy triste

cuando le pregunté. Lloró desconsoladamente durante una hora. Hasta que se

secó y me contó un sueño.

(Juan se levanta y camina por el escenario cabizbajo. Sin duda piensa en lo que

Luis le ha contado, probablemente piensa en Clara. Luis no le pierde ojo.)

LUIS: ¿Qué opinas de la soledad?

JUAN: (Que ha pensado la respuesta durante algunos segundos.) ¿A qué

soledad te refieres?

LUIS: ¿A qué soledad va a ser? ¿Es que hay más de una?

JUAN: No sabes con quién estás hablando, ¿verdad?

(Luis va a hablar, pero Juan le interrumpe.)

JUAN: No, no lo sabes. Soy doctor honoris causa en este tema. (A partir de este

momento hablará a Luis con aire de superioridad, como dictándole una clase

magistral.) No sabes con quién estás hablando. No lo sabes. Tú lees muchos

periódicos, como Clara, soñáis, tenéis esperanza, casi siempre. A veces lloras

porque las noticias hacen llorar y no puedes soñar; y de tu boca brota sangre

que te limpias con un pañuelo. Yo no hago nada de eso. Ya lo sabes. Pero yo

sé mucho de la soledad. Podría decirse que hasta que te conocí siempre estuve

solo.

LUIS: No.

JUAN: Sí, Luis. Casi siempre solo. Hay dos tipos de soledad. La obligada y la

deseada. La peor, lógicamente, es la primera. Triste, muy triste. Cuando uno

desea estar con alguien y no puede. A pesar de que ese alguien pueda ser

cualquier persona, cualquier alma. Y no encontrar a nadie que te haga ni

siquiera una compañía silenciosa, amarga, triste. ¡Qué dolor! ¡Qué dolor más

grande! Tú no lo sabes. (Luis va a hablar, pero Juan no le deja.) Por favor,

déjame terminar. Tú no sabes de esto. Sabes de tus periódicos, de tus sueños.

Yo de la soledad. Déjame hablar. Hablando de la soledad me siento menos

Maxi de Diego

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solo, aunque ahora estoy contigo. Y aquí podríamos hablar de un tercer tipo.

De la soledad acompañada. Pero antes déjame hablar de la segunda, la

deseada. ¿Tú crees que se puede ser feliz solo? (Luis va a hablar, pero,

nuevamente, Juan se lo impide con un gesto.) Sí, estar solo puede ser muy

placentero. A mí me gusta. Es cuando sueño como tú con otra vida. Aunque yo

no pienso en cambiar el mundo, sueño con mi vida de otra manera. Y

generalmente pienso cómo sería mi vida más feliz. Y tengo en esa ilusión lo que

tiene todo el mundo: una casa, salud, una compañera, cinco hijos.

LUIS: Espera, ya te he escuchado bastante. ¿Cinco hijos? ¿Quieres tener cinco

hijos?

JUAN: Cinco hijos, o cuatro, o seis, muchos hijos para no estar solo nunca, para

tener siempre que querer, para estar queriendo constantemente, a todas horas,

todos los días. Para tener cinco motivos más para cuidar de ella. Para que ella

sea capaz de transmitirles su alegría.

LUIS: Nunca había pensado en eso.

JUAN: Yo sí.

LUIS: Ya lo veo. Aún eres joven.

JUAN: Pero estoy solo.

LUIS: Pero puedes…

JUAN: (Cortándole.) No me vengas con tus sueños. Siempre estaré solo. Como

tú.

LUIS: Yo he conocido a Clara.

JUAN: Clara es guapa.

LUIS: Sí.

JUAN: Pero tendrás que dejar la calle.

LUIS: Sí.

JUAN: Y a mí.

LUIS: Sí.

JUAN: Ves. Siempre estaré solo.

Maxi de Diego

Periódicos y sueños

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LUIS: El otro día tuve un sueño.

JUAN: ¿Sobre qué noticia?

LUIS: No había noticia. Bueno, sí soñé que leía una noticia.

JUAN: Creo que sé de qué se trata.

LUIS: ¿Cómo vas a saberlo?

JUAN: La otra noche mientras dormías hablabas en voz alta. Decías algo así:

“hemos encontrado un tesoro”. “Es nuestro, es nuestro”.

LUIS: Eso es. La noticia trataba de un tesoro. ¿Te la cuento?

JUAN: Venga.

LUIS: Decía que dos indigentes encontraban un tesoro en un contenedor de

basura. Parece ser que alguien había dejado varias bolsas de basura llenas de

periódicos atrasados. Supongo que yo me volví loco al ver tanto periódico.

Tenía lectura para varios meses. Clara y yo seríamos felices durante días y días.

Uno de los indigentes, así nos llamaba la noticia, encontró entre los periódicos

una caja con un tesoro. Un caja pequeñita, una caja dorada, con dibujos

geométricos de colores. Pero la caja estaba cerrada con un candadito de metal.

Busqué la llave entre los periódicos. Pero no estaba. Tú y yo intentamos romper

el pequeño candado, pero no pudimos. Era imposible abrir el candado. Aunque

no lo decía la noticia, yo sé que tú te enfadabas. Decías que para una vez que

encontrábamos algo de valor, no podíamos disfrutarlo. Yo te pregunté que

cómo sabías que dentro había algo de valor. Te callaste. Yo me puse a hablar a

la caja, le dije palabras bonitas y la caja empezó a abrirse. Dentro había un

anillo de brillantes. Tú diste saltos de alegría hasta que yo te dije que no era

nuestro. Sí ya sé que soy tonto, bueno, me dijiste algo más gordo. Ya lo sé, te

contesté. Ya lo sé. Alguien lo ha perdido. Lo ha tirado por error junto con los

periódicos. Tú intentabas detenerme. Tuve que darte un patadita en tus partes

para que me dejaras llegar hasta aquella comisaría. Allí lo devolví. Y salió en los

periódicos.

Maxi de Diego

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JUAN: O sea que encuentras un tesoro y lo devuelves. Realmente eres

gilipollas. No sé lo que te diría en el sueño, pero eres gilipollas. La próxima vez

no me cuentes este tipo de sueños. Sería capaz de odiarte. Además, después

de lo que hemos hablado de la soledad, después de conocer a Clara, no sé para

qué me cuentas ese estúpido sueño. No lo sé, de verdad Luis, no sé a qué

viene.

LUIS: Yo tampoco, pero tenía que decirte algo. Ahora ya no te veo tan triste.

Te veo enfadado, pero no triste.

JUAN: Ay Luis, Luis, estás como una cabra.

LUIS: Pero te quiero.

JUAN: Y yo a ti.

(Se funden en un abrazo. Oscuro.)

Maxi de Diego

Periódicos y sueños

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(6) Clara y la economía

(…) mientras hombres y mujeres nuevos

van naciendo erguidos

luminosos

como volcanes…

Gioconda Belli, en su poema Amo a los hombres y les canto

(Luz de sueño. Clara está soñando. La vemos caminar con dificultad para

mantener el equilibrio. Podríamos pensar que está borracha. Pero Clara nunca

ha bebido. Un punto de luz en algún lugar del escenario, Clara lo sigue con la

mirada y con sus pasos. El punto, más luminoso al principio, irá perdiendo

intensidad, al mismo tiempo que se mueve de un lugar a otro del escenario,

despacio, pero de forma continuada. Clara, cada vez más desorientada y

mareada, irá perdiendo firmeza en su caminar hasta que se desmaye. Al

hacerlo, después de unos instantes de absoluto silencio, cambio de luz a luz de

calle. En el escenario, como casi siempre un banco. En él, sentados, Juan y

Luis, este último leyendo un periódico. Juan mira al infinito. Con el cambio y el

desmayo, los dos se levantan con rapidez.)

JUAN Y LUIS: ¿Clara, qué te pasa?

LUIS: Clara, despierta. ¡Clara!

JUAN: Deberíamos llamar a alguien.

LUIS: Tráeme un poco de agua.

(Juan obedece y le acerca una botella de agua que está junto al banco, al lado

de otros bultos con las pertenencias de los dos. Luis le echa un poco de agua

en la cabeza. Clara, al sentirla, empieza a recobrar el conocimiento.)

CLARA: ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? Luis, ¿eres tú?

Maxi de Diego

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LUIS: Sí, Clara, te has desmayado.

CLARA: ¿Cómo ha sido?

LUIS: No lo sé, yo no lo he visto, estaba leyendo el periódico.

JUAN: Yo sí lo he visto. Estabas tan tranquila durmiendo, apoyada en mi

hombro, de pronto te has levantado, has dado tres pasos y te has desmayado.

Te has dado un buen golpe, seguro que te duele algo.

CLARA: No, no me duele nada. Soy muy dura.

LUIS: Ven, siéntate en el banco. (Lo hacen los tres.)

CLARA: No es la primera vez que me pasa, últimamente me desmayo con

frecuencia. Y siempre cuando sueño después de leer noticias de economía.

Antes no las leía, pero como ahora están de actualidad todos los días, aparecen

en todos los periódicos. Bueno, en realidad no sueño, quiero soñar y no puedo.

Siempre ocurre lo mismo: todo está muy oscuro y solo se ve un punto de luz

diminuto que se mueve de un lugar a otro, intento seguirlo y me mareo, me

mareo mucho hasta que me desmayo.

JUAN: No me extraña que te pase eso con las noticias de economía, a mí

también me da vueltas la cabeza con esas palabras tan raras: prima de riesgo,

hipotecas basura, inflación…

LUIS: Pero si tú no lees el periódico.

JUAN: Pero todo el mundo habla de lo mismo. El otro día entré en un bar y la

gente, en lugar de hablar de sus cosas, escuchaba el telediario y comentaba

algo de la prima esa y de la rentabilidad de no sé qué bono a diez años.

Aunque no quieras, se te quedan esas palabras.

LUIS: Clara, vas a tener que dejar de leer todas esas noticias.

CLARA: Ya lo he intentado, no creas, pero no puedo. Es superior a mis fuerzas,

abro el periódico… y…

JUAN: Pues no abras el periódico.

Maxi de Diego

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CLARA: (Indignada.) ¿Qué dices? No lo digas ni en broma. (Más calmada,

después de una breve pausa.) Los periódicos son…, son… mi vida. Gracias a

ellos sueño, y en mis sueños la vida es bella.

JUAN: Ya, como Luis. Perdona, no quería ofenderte.

CLARA: No, perdona tú. Sé que no lo decías con mala intención. No sé lo que

voy a hacer…

LUIS: ¿Cuántas veces te has desmayado?

CLARA: No muchas, tres o cuatro. Aunque, ahora que recuerdo, una vez,

después de leer una noticia de economía, soñé algo bello. ¿Cómo fue? (Silencio.

Está intentando recordar. Lo va haciendo con lentitud como trayendo las

palabras de algún lugar recóndito.) Sí, ya recuerdo, no era una noticia, era una

carta al director… una mujer, creo que se llamaba Nuria Carreras Jordi, sí,

Cómo me avergüenzo, se titulaba. Hablaba de que había visto unas fotografías

tomadas en Grecia en las que se veía a un grupo de personas mal vestidas,

eran inmigrantes que, en fila, eran conducidas por la policía armada de fusiles

para ser expulsados. Se avergonzaba de que en España alguien del gobierno

había dicho que España debía dejar de ser el paraíso de la inmigración ilegal. Y

luego explicaba su sentimiento al preguntarse si era un paraíso vivir como viven

muchos inmigrantes, en la pobreza y al darse cuenta de que, al mismo tiempo,

unos ricos, muy ricos, que habían expoliado la vieja Europa seguían

enriqueciéndose sin control.

(Silencio. Juan y Luis la observan con atención, admirados por la pasión y

claridad con la que ha hablado Clara.)

CLARA: Y soñé. Un bello sueño, a ver qué os parece. ¿Puedo contároslo?

JUAN: Estamos deseando, ¿verdad, Luis?

LUIS: Deseando.

CLARA: En el sueño no era ni de día ni de noche, ni hacía frío ni calor, ni llovía

ni hacía Sol. Todo era un ambiente extraño, diferente, como en muchos

sueños, pero de forma más acusada. Tampoco podría decir si yo me

Maxi de Diego

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encontraba en una ciudad, en un pueblo, en el campo, entre árboles, cerca del

mar, en lo alto de una montaña cubierta de nieve. No lo sé. Pero yo estaba allí,

de eso no cabe la menor duda. Y estaba sola, totalmente sola, al principio,

durante bastante tiempo no vi a nadie. Todo era quietud y silencio. Hasta que

apareció un pájaro, pequeño, creo que un jilguero, es uno de los pocos que

reconozco. Se puso a cantar y, como si fuera un reclamo, empezaron a llegar

personas, hombres y mujeres de una edad media, alrededor de 40 años, todos

con la cabeza agachada, no se miraban, sí, parecían avergonzados, tristes o

meditabundos o todo ello a la vez, posiblemente su cuerpo y su gesto denotara

todas esos sentimientos: tristeza, vergüenza y pesadumbre. Llevaban una

azada al hombro y un saco, que después supe que contenía semillas. Se

pusieron a labrar la tierra, una tierra muy rica, de un color marrón oscuro y que

olía a humedad y a estiércol. Sin duda era una tierra bien abonada. Una vez

labrada, esparcieron semillas y las cubrieron con mucho cuidado. Entonces

volvió a cantar el jilguero y empezó a llover. Una lluvia fina, lenta. Todas las

personas que habían plantado seguían con el mismo gesto, con los mismos

sentimientos. Cesó la lluvia y el jilguero volvió a emitir su canto alegre. Vi que

inmediatamente comenzaron a salir plantas de la tierra, legumbres, verduras de

diverso tipo. Todo se convirtió en una huerta rica y aromática. También

surgieron árboles, frutales de muchas variedades, que enseguida ofrecieron sus

frutos. Pero nadie levantó la cabeza, ni siquiera cuando el jilguero cantó

nuevamente y empezó a llegar gente con cestos a recoger los productos que la

tierra les ofrecía. Miles de personas, puede que cientos de miles o algún millón.

Muchísimas personas, la mayoría jóvenes, adolescentes, pero también algún

que otro anciano o anciana. Parecían proceder de lugares muy diferentes, de

continentes remotos, de tierras con costumbres distintas, se podía notar por su

color de piel, por los colores de sus ropas, por los colores de sus ojos, de sus

manos. Pero tenían algo en común, su sonrisa tenue, tranquila, firme, radiante,

también llena de color. Entonces volvió a cantar el jilguero y las personas que

Maxi de Diego

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hasta ese momento solo habían mirado hacia la tierra, las avergonzadas,

empezaron a levantar sus rostros. Una de esas personas se acercó a mí y me

abrazó y así, mientras me abrazaba con dulzura, mientras me hacía sentir su

cuerpo y su espíritu, desperté. Lo hice feliz, notaba, que tenía la sonrisa

dibujada en el rostro. Y así estuve durante horas sonriendo a todo el que veía

pasar junto al banco en el que me había dormido.

(Cuando Clara deja de hablar se produce un silencio. Los tres se miran y nadie

sabe qué decir.)

JUAN: ¡Qué sueño tan bonito!

LUIS: Sí, sí que es bonito.

JUAN: Gracias, Clara.

CLARA: No me des las gracias, Juan. Yo no he hecho nada.

JUAN: Sí que has hecho. El sueño es tuyo. Se produce en ti así, de esa manera,

porque tú sientes así, porque sufres así, porque te ilusionas así, porque tienes

la esperanza que yo nunca he tenido. Y me alegra escucharte y me emociona

y… (Juan se levanta y se separa para que no se le vea llorar.)

Maxi de Diego

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(7) Ojalá el mismo sueño

Clara y yo éramos ya víctimas con la sentencia en suspenso. Luego, con unos

zarpazos, la fealdad del mundo nos apartó.

Amin Maalouf, de su novela Las escalas de Levante

(Clara y Luis están leyendo el periódico. Se trata del mismo ejemplar,

posiblemente atrasado, se han repartido las hojas.)

CLARA: Hoy viene triste el periódico.

LUIS: Muy triste.

CLARA: Deberían poner alguna buena noticia.

LUIS: Seguro que tiene que haberlas.

CLARA: Seguro.

LUIS: Tal vez tendrían que hablar de los perseguidores.

CLARA: Sí, casi nunca dejan un hueco a los perseguidores.

LUIS: De la paz.

CLARA: De los derechos humanos.

LUIS: De la justicia.

CLARA: De la igualdad.

LUIS: De la salud del planeta.

CLARA: Del amor.

LUIS: Del amor.

CLARA: ¿Sabes qué me gustaría?

LUIS: ¿Qué?

CLARA: Soñar y que en mi sueño salieras tú.

LUIS: No lo había pensado, pero sería maravilloso soñar contigo. Aunque no

saliera el mundo. Solos tú y yo.

Maxi de Diego

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CLARA: ¿Y Juan?

LUIS: Quiero mucho a Juan, pero me gustaría que no estuviera.

CLARA: Sí, mejor solos tú y yo.

LUIS: ¿Y si intentamos soñar el sueño los dos a la vez?

CLARA: ¿Será posible?

LUIS: No perdemos nada por intentarlo.

(Clara y Luis se tumban en el suelo, sin duda están acostumbrados a dormir así.

Cambio de luz, proyección de titulares de noticia de signo negativo. Transición

a luz de sueño.)

CLARA: Eres estúpido.

LUIS: Clara, por favor, no me digas eso.

CLARA: Estoy harta de ti.

LUIS: Por favor…

CLARA: ¿Qué te creías, que lo iba a aguantar todo?

LUIS: Nunca pensé…

CLARA: Pues ya lo sabes. Aquí ha terminado lo nuestro.

LUIS: (Llorando.) No me digas eso.

CLARA: ¿Por qué no lo pensaste…?

LUIS: Quería ser el protagonista, ya te lo he dicho, figurar en el titular de una

noticia.

CLARA: Y no te importó hacer el ridículo. Que todo el mundo te reconociera…

Mi familia, mis compañeros de trabajo…

LUIS: No hice el ridículo, la prensa lo presentó así, pero yo no hice el ridículo.

Como es habitual lo manipularon todo.

CLARA: ¿Pero cómo se te ocurre pensar que el presidente del gobierno te iba a

hacer caso por ponerte de rodillas delante de él?

LUIS: ¿Lo ves? Tú también te quedas en lo anecdótico.

Maxi de Diego

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CLARA: ¿Anecdótico? Ridículo. Por favor, por favor, presidente, escúcheme.

Reconócelo, te ganaste la hostia que te dieron y que te detuvieran. Van a dejar

que cualquier loco…

LUIS: Puede ser, puede ser, pero como es habitual falta el porqué de la noticia.

CLARA: ¿A quién le interesa el porqué? Di, ¿a quién? ¡Menuda vergüenza!

LUIS: A mí me interesa el porqué, a mucha gente si se lo hubieran contado. Ni

siquiera informaron del contenido de la carta que le entregué. Porque uno de

su séquito la cogió. ¿Por qué no se informaron de lo que pedía? Había un

porqué y tú lo sabes. ¿Lo sabes? (Silencio de Clara.) No me digas que se te ha

olvidado, te lo conté. Te dije que ya estaba harto, que no aguantaba más estar

sin trabajo, que había soluciones, diez, diez soluciones le daba en mi carta.

Nada de eso importa, ¿no? Solo que me puse de rodillas delante del presidente,

la anécdota.

CLARA: Lo siento, Luis, me voy. Vives en otro mundo.

(Transición, un nuevo sueño. Ahora sueña ella.)

LUIS: Esta vez, Clara, te has pasado.

CLARA: No estoy de acuerdo.

LUIS: Mira, me voy. No podemos seguir así.

CLARA: Yo no quiero que te vayas

LUIS: Haberlo pensado antes.

CLARA: Y tú, y vosotros, por qué no lo pensáis antes.

LUIS: Yo no me invento las leyes, yo no soy juez, yo no vendo ni compro pisos.

CLARA: No, vosotros solo especuláis con el dinero, practicáis la usura.

LUIS: Claro, y por eso te tienes que presentar en mi propia sucursal.

CLARA: Yo no lo planifiqué, no sabía que era tu banco. ¿Pero qué más da eso?

¿Es más importante que la gente que se ha quedado sin casa? La vivienda es

un derecho. Ni siquiera te importa el golpe que me ha dado la policía.

LUIS: Si no te hubieras puesto delante de la puerta.

Maxi de Diego

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CLARA: Pero cómo puedes ser tan insensible, tan de piedra, tan servicial con

los poderosos. Era un acto de protesta, de solidaridad.

LUIS: En la sucursal en la que soy director.

CLARA: ¿Y no te da vergüenza?

LUIS: No tengo por qué soportar esto, me voy. Cuando dejes de jugar me

llamas.

CLARA: Yo no quiero que te vayas.

LUIS: Haberlo pensado antes.

CLARA: No te vayas.

LUIS: Lo siento, Clara, adiós. (Sale.)

(Transición. Luis y Clara en el suelo. Poco a poco se despiertan. Se incorporan y

se miran intentando reconocerse.)

CLARA: Espero que no hayas soñado lo mismo que yo.

LUIS: Mi sueño tampoco era muy agradable. Querías dejarme.

CLARA: En el mío, tú querías dejarme a mí.

LUIS: Tal vez deberíamos seguir intentándolo.

CLARA: Soñar el mismo sueño debe ser muy difícil.

LUIS: Sí, casi imposible.

CLARA: O tal vez deberíamos dejar de leer periódicos.

LUIS: Clara, no sé si seré capaz.

CLARA: No, yo tampoco.

Maxi de Diego

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(8) Dignidades

Podrás herir la carne

y aun retorcer el alma como un lienzo:

no apagarás la brasa del gran amor

que fulge

dentro del corazón,

bestia maldita.

Dámaso Alonso, en su poema La injusticia

CLARA: ¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis tan callados?

LUIS: No sé, está terminando el verano. Va a empezar a hacer frío por las

noches. Habrá que buscar algún portal para refugiarnos. No me apetece. El

verano me da la sensación de libertad.

CLARA: ¿A ti qué te pasa?

JUAN: Esta noche me ha dado por pensar.

LUIS: ¿Y en qué piensas?

JUAN: Bueno, no sé si pienso. Más bien, siento.

CLARA: ¿Y qué sientes?

JUAN: Tristeza.

LUIS: Contágianos. Dinos por qué estás triste.

JUAN: Recuerdos de los que huía me están asaltando.

LUIS: Por fin vamos a conocer al verdadero Juan.

JUAN: No tengo ganas de hablar de mí.

LUIS: Así que hoy tampoco conoceremos al verdadero Juan.

JUAN: El verdadero Juan ya no existe.

CLARA: Entonces existió.

JUAN: Sí, existió. En pasado.

Maxi de Diego

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LUIS: ¿Y…?

JUAN: Se rindió.

CLARA: Cuéntanos.

JUAN: Lo mío no es un sueño.

LUIS: Mejor.

CLARA: Nuestros sueños son accidentales.

JUAN: No os aseguro que pueda contaros todos.

LUIS: Inténtalo.

JUAN: No os pido que me deis la razón. Ya sé que me equivoqué. Cuando

termine, si puedo, decidme lo que penséis, sinceramente.

JUAN: Yo era profesor.

CLARA: ¿Profesor? Nunca lo hubiera pensado. ¿Y cómo terminaste en la calle?

¿Te despidieron?

JUAN: No, me despedí.

(Clara oculta su cara entre sus manos.)

JUAN: ¿Qué te pasa, Clara?

(Clara guarda silencio.)

LUIS: Clara…

CLARA: Yo también me despedí.

LUIS: Pues parece ser nuestro sino, yo también.

JUAN: Bueno, vaya, tanto tiempo juntos y no nos conocíamos. Así que los tres

vivimos en la calle porque queremos.

LUIS: Bueno… tanto como porque queremos… Yo al menos no tuve otra

elección… mi dignidad…

JUAN: ¡Ay qué bella palabra!

CLARA: Y a veces triste.

LUIS: Muy triste.

(Silencio. Los tres se miran.)

CLARA: Venga, Juan, empieza tú, luego podemos contar nosotros, ¿no, Luis?

Maxi de Diego

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LUIS: Se puede intentar. Venga, Juan, ánimo. Tal vez nos ayude a contarlo.

JUAN: Aquel año, en clase, todos me miraban de forma extraña. Parecían no

entender nada de lo que les explicaba. Nadie abría la boca si no les preguntaba.

No parecían adolescentes. Es cierto que yo tampoco pasaba por mi mejor

momento. Estaba solo. Hacía tiempo que la soledad había empezado a

dolerme. A dolerme mucho, intensamente. Sé que en clase, todos lo sabían. Un

día había llorado nada más entrar. Tocaba hablar de poesía. Les leí A un olmo

seco y Niño yuntero y me puse a llorar. No un llanto disimulado, una lágrima

furtiva, no, un llanto sonoro, visible, irrefrenable. Aquella chica se me acercó

con un pañuelo y me preguntó qué me pasaba. Los demás guardaban un

silencio que jamás olvidaré. En aquel momento sentí que les adoraba, que

amaba mi trabajo. A pesar de que ellos, era evidente, no entendían mis

palabras. Les hablé tantas veces de los buscadores de sueños, de las utopías,

de los derechos humanos, de los suyos, de la verdadera paz, de la justicia, de

la dignidad, de la ternura y la sensibilidad, de la serenidad y la lentitud… Cada

vez me miraban con caras más ausentes… No llegué a interpretar su silencio.

Puede que me equivocara, ahora lo considero. Tal vez me equivoqué.

Posiblemente su silencio era su manera de compartir mi felicidad por contarles

historias de personajes diminutos, tan y tan pequeños que pasaban

inadvertidos. Puede que fuera su manera de expresar la sorpresa o la extrañeza

ante mensajes tan poco corrientes en ese ambiente, tantas veces gris. (Pausa.)

Todo ocurrió aquel día. Como siempre, antes de entrar al instituto, tomé café

en el bar de siempre. Pero aquel día estaba muy triste. Había muerto Ángel

González, uno de mis poetas más admirados. Vi aquella botella y le pedí a

Benito, así se llamaba el camarero, que me la pusiera. Le extrañó mucho y a

mí, al pagarla, me dio bastante vergüenza, hasta me arrepentí un poco. Pero al

salir de allí recobré la confianza en lo que había hecho: así sería mejor la

despedida. Había decidido decirles adiós para siempre. No soportaba más tanta

distancia, esa enorme incomunicación. Les puse la botella encima de la mesa.

Maxi de Diego

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Les di a cada uno un vaso de plástico que había cogido de la sala de profesores

y les serví un poco de licor. Yo también me serví. Brindemos, les dije, hoy es mi

último día. Aquella chica rubia me dijo que les dejara en paz, que guardara la

botella. Un compañero, ecuatoriano o boliviano, no lo recuerdo, abrió el libro

por la página que correspondía. Y empezó a leer. No solía gritar en clase, pero

le grité con todas mis fuerzas que se callara, que se callara y que bebiera. Y lo

hizo, se bebió todo el contenido del vaso, se levantó y me lo escupió en la cara.

Los demás hicieron lo mismo o parecido. Me escupieron a mí o a los libros.

Rompí a llorar, recogí la botella, los vasos, abrí el libro por esa página, le pedí a

la chica rubia que leyera y mientras recitaba a Lorca, abrí la puerta, salí de

clase y nunca más volví. Antes de abandonar el aula, les miré, uno por uno,

varios de ellos también lloraban, calladamente.

(Silencio prolongado. Clara se levanta, está llorando en silencio, sin gestos.

Luis, entristecido también, se acerca a ella y la abraza.)

CLARA: Juan, te lo digo con todo mi cariño, fuiste un…, un… Iba a decir

gilipollas, pero no es ese el tono que quiero emplear. No debiste huir y ahora,

al contarlo, me doy cuenta de que yo tampoco debí rendirme. (Clara se acerca

a Juan y le besa con cariño.)

LUIS: Pues yo creo que hiciste bien en irte.

CLARA: ¿Cómo? No me lo puedo creer. No os entiendo. Juan los quería. Les

hablaba del mundo, les leía poesía, le miraba a los ojos y les decía la verdad. ¿Y

dices que hizo bien en irse? Ojalá yo hubiera tenido muchos profesores como

Juan.

LUIS: Pero sufría. Alguien había edificado un muro entre sus alumnos y él.

Entre ellos, sí, lo habían conseguido, habían construido un muro insalvable. La

comunicación se había roto. Hablaban lenguajes distintos.

CLARA: En cierto modo, tu historia parece un sueño. ¿Por qué te escupieron?

¿Por qué no te ayudaron?

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JUAN: Lo he pensado muchas veces. Les hice daño. Les hacía daño cada vez

que les ofrecía mi versión de la vida, triste, dura, apocalíptica, resentida. Sí,

sobre todo resentida. Lo de la botella fue solo la gota que… No debí olvidarme

de mí mismo. Muchas veces, en el metro, mirando al vagón pasar una y otra

vez durante horas, he sido capaz de comprenderlo. No debí olvidarme de mí

mismo cuando empecé: mi alegría al entrar en clase. Mi vitalidad, mi

entusiasmo. Entonces era invencible. Mi poder, mi autoridad, no estaban en lo

que enseñaba sino en la verdad de mi afecto por ellos, por lo que quería que

llegaran a ser. Llegó un momento en que este yo se esfumó y no me di cuenta

ni tuve a nadie que me lo recordara, que me obligara a recordarme. Eso fue lo

que pasó.

(Nuevo silencio prolongado.)

JUAN: Pero dejemos lo mío. Habladme de vuestra huida. Yo he cumplido.

CLARA: Yo era periodista. Bueno, soy periodista…, todavía lo soy, quiero decir

que trabajaba como periodista. Estudié esa carrera, creo, por las noticias que

nos leía nuestro profesor de Geografía en el instituto. Eran unas ventanas que

nos permitieron conocer medio mundo. Al terminar la universidad, pronto

conseguí un puesto de redactora en una televisión pública. Desde el principio

me pareció que desde la dirección de la cadena nos limitaban excesivamente

los campos de información o nos marcaban una línea editorial contraria a la

verdad. Busqué otros trabajos en otros medios de comunicación. Imposible.

Necesitaba el dinero, aunque era joven, no quería vivir con mis padres.

Aguanté, soporté durante bastante tiempo la falta de libertad, la manipulación

cada vez más vergonzosa. Y ese callar la verdad me iba haciendo más y más

daño. Intenté compensar el silencio que me imponían colaborando con algunas

asociaciones relacionadas con la situación de África, con sus gravísimos

problemas que siempre me habían sobrecogido. Así fue como conocí una

información para mí fundamental porque explica algunas de las causas de tanto

sufrimiento. En el África subsahariana la fuga de capitales de forma ilegal entre

Maxi de Diego

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1970 y 2008 ascendió a 854.000 millones de dólares. Esta cifra representa,

nada menos, el doble de la ayuda al desarrollo en el mismo periodo y cuatro

veces la deuda que acumulaba a finales de 2008. Intenté que la televisión

informara de estos datos. Al principio, la jefa de sección me dio alguna

esperanza, pero luego, sin explicación alguna, me dijeron que no. Me enfadé,

me entristecí, me alteré. Tal vez dijera algo inconveniente. Pero sobre todo fue

la gota que colmó el vaso, como decía Juan. No pude pensarlo mucho, estaba

bloqueada, así, en un estado anímico inestable, tomé la decisión, dejé mi

trabajo. Nadie lo entendió, pero poco a poco me fui sintiendo mejor, mucho

mejor. Hoy, a pesar de no tener nada, soy capaz de imaginar una nueva vida

con menos mentiras.

LUIS: En parte me alegro de que tomaras esa decisión, si no, no te habría

conocido. Aunque estemos así como estamos, ha valido la pena. Casi se puede

decir que soy feliz.

JUAN: Pero yo te puedo decir lo mismo que me decías, Clara. La verdad, la

información auténtica necesita de gente como tú, rebelde ante la manipulación.

CLARA: Antes te dije que al escuchar tu historia había pensado que no debía

haberme rendido. Ahora al contároslo siento que debí resistir más. Ser más

fuerte. Haber luchado más.

LUIS: Todavía estamos a tiempo.

JUAN: ¿Sí?

LUIS: No sé.

CLARA: No sé.

LUIS: Ahora que os he escuchado, me doy cuenta de lo mucho que tenemos en

común. Tal vez por eso nos hayamos encontrado aquí, en la calle, en nuestra

huida a ningún sitio, en nuestro salto al vacío.

CLARA: Venga, Luis, cuéntanos.

LUIS: Yo era un tipo normal, de verdad, muy normal. Me gustaba el fútbol, era

socio del Atleti. Iba con frecuencia al estadio. A veces, incluso, viajaba fuera a

Maxi de Diego

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ver los partidos. Tenía cinco amigos y tres amigas con los que a veces iba al

cine o al teatro. Además, hacía poco que había conocido a una compañera en el

trabajo que me gustaba y habíamos salido un par de veces. Normal, ¿no? Pero

no sé por qué tuve que empezar a informarme. De forma indirecta, ella tuvo la

culpa. Yo nunca leía el periódico, pero aquella tarde que habíamos quedado,

me llamó para decirme que se retrasaría una hora. Entré en una cafetería, pedí

un café y para hacer tiempo cogí un periódico del mostrador. Allí estaban las

noticias. No una, dos. No os he dicho que yo trabajaba como técnico superior

en electrónica en una fábrica de componentes que, a su vez, sirve a varias

empresas de armamentos. Nunca me había planteado nada sobre la moralidad

de mi trabajo. Sin embargo, al leer esas noticias, algo se movió en mi interior.

Es cierto que no llevaba trabajando allí mucho tiempo, solo unos dos años,

antes lo hacía para una empresa multinacional que fabrica televisiones, equipos

de música… Ahora ganaba más dinero. Como os decía allí estaban esas dos

noticias. Se puede decir que por ellas estoy aquí. Y pensar que ahora soy feliz

cuando leo una noticia y sueño. Bueno, tal vez sea mejor así. Leí, mientras la

esperaba, dos noticias que tenían que ver con mi trabajo. En una se hablaba de

las bombas de racimo y se citaba a una de las empresas a las que servía la mía.

Aunque estaban prohibidas en España, las que se habían vendido todavía se

usaban, precisamente, la noticia hablaba de eso, de cómo Gadafi las había

usado para bombardear a su población. Algo se me revolvió por dentro. Algo

nuevo. Ahora, tiempo después, le he puesto nombre. Suena muy rimbombante,

conciencia. (Luis agacha la cabeza y se tapa la cara con las manos. Juan y Clara

le acarician y abrazan. Largo silencio. Luis, secándose las lágrimas, se

incorpora.) Después, como os he dicho, leí la otra noticia. Hablaba de una

exposición del fotógrafo Gervasio Sánchez sobre los desastres de las guerras.

Cuando llegó mi amiga, le pedí que fuéramos a verla. Era compañera del

trabajo, aunque ella trabajaba en cuestiones administrativas. Se negó. Me dijo

que si estaba loco. Que ella sabía donde trabajaba y para quien y que siempre

Maxi de Diego

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se había resistido a pensar ni siquiera un segundo en su contribución. Así me

dijo, miro para otro lado. Me pidió que hiciera lo mismo. No fuimos a verla

juntos. Pasamos la tarde paseando y nos dimos cuenta de que algo se había

roto en nuestra frágil y reciente relación. No volvimos a salir. Yo fui a ver la

exposición la tarde siguiente. Me impactó de tal manera, que ya no pude salir

de esas imágenes. Me sentía culpable. Sabía, estaba convencido, de que en

alguna proporción lo era. Sabía que sin mi contribución, pequeña, sí, esas

armas que provocaban esa destrucción no funcionarían. Los siguientes días en

el trabajo fueron un infierno. Hablaba con algunos compañeros con los que

tenía más relación, me pidieron que les dejara. Que tenía razón, pero que… su

trabajo, su familia, su hipoteca, sus hijos… Intenté convencer al comité de

empresa para que planteara una reconversión de la actividad empresarial… Me

dijeron que estaba loco. Que en qué mundo vivía. Aguanté veinte días más. En

esos días, adelgacé unos diez kilos. Llegaba a casa y con una fuerte opresión

en el estómago leía cosas en Internet sobre la industria de armamento, sobre el

enorme gasto militar, sobre las necesidades de la gente, sobre las guerras… Si

no hubiera dejado de trabajar allí, me hubiera vuelto loco. Afortunadamente di

ese paso. Yo también busqué otros trabajos, pero nada que no tuviera que ver,

de una forma u otra con… Así que aquí estoy. Huyendo como vosotros,

saltando al vacío.

(De nuevo silencio prolongado. Los tres se abrazan. Oscuro.)

Maxi de Diego

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(9) Tal vez

Silencio.

Abre los caminos de algodón profundo,

amordaza las ruedas, los relojes,

detén la voz del mar, de la paloma:

emociona la noche de los sueños.

Miguel Hernández, en El tren de los heridos.

(Apartamento de Clara. Juan está tumbado en un sofá. Parece dormido.)

JUAN: (Entre sueños.) Mi periódico. ¿Dónde está mi periódico? Luis, dámelo…

Por favor, no me despiertes… Estoy soñando. Es un bello sueño… Yo también

puedo soñar… Luis, dámelo… Es mío… Es mi sueño, es mi periódico. (Gritando.)

¡Luis!

(Entra Luis en calzoncillos y con una camiseta larga a modo de pijama.)

LUIS: Juan, ¿qué te pasa? Juan.

JUAN: ¿Qué? ¿Qué quieres? Déjame.

LUIS: Estabas soñando. Y me llamabas. Decías algo de un periódico.

JUAN: ¿De un periódico?

LUIS: Sí, decías que era tu periódico.

(Silencio.)

JUAN: ¿Sabes, Luis? Creo que he tenido un sueño de los vuestros. Ayer cuando

os fuisteis a la cama, leí un periódico viejo que envolvía unas copas de cristal.

De cristal del bueno. ¿Ahora resulta que Clara tiene dinero?

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LUIS: Ella no, sus padres. Pero no quería pedirles nada. Se enfadaron mucho

cuando dejó su trabajo. No lo entendieron. Yo creo que ahora les ha pedido

perdón por mí. Y tal vez también por ti.

JUAN: Luis, has tenido suerte.

LUIS: Sí, mucha. Pero bueno, cuéntame qué leíste y qué has soñado. Se me

hace raro preguntarte esto. Como siempre lo preguntabas tú.

JUAN: Leí… (Pausa.) Coño, no me acuerdo qué leí. Lo que tengo en la cabeza

es el sueño. Ah, sí. Bueno, más o menos. Era algo sobre el futuro de los

jóvenes. Sí, de una manifestación organizada por una asociación llamada

Juventud sin futuro. Me impresionó ese nombre. Parece trágico. Sin futuro.

(Ha entrado Clara, quien ha oído las últimas palabras de Juan. Deja sobre una

mesa una bandeja con café y cruasanes.)

CLARA: Sí, trágico. Ojalá sean capaces de organizar algo muy contundente.

¿Queréis café? (Clara les sirve sin esperar su respuesta.)

LUIS: Venga, Juan, tu sueño.

JUAN: No sé cómo ni de dónde vino, ya sabéis cómo son los sueños. Extraños.

Pero aquella idea consiguió unir a millones de personas en todo el mundo. Se

negaron a trabajar más de 35 horas a la semana, para repartir el trabajo. Así

de sencillo. No hicieron caso de sus argumentos ni de sus mentiras: la

competitividad, la productividad, los costes laborales… Simplemente al terminar

sus 35 horas dejaron de trabajar y se fueron a casa. Así una semana, luego

otra. No les dieron voz, pero se hicieron oír y ver. En la calle, cada día. No sé si

gritaron alguna consigna. En mi sueño todo transcurrió como en una película

muda en blanco y negro. Incluso, por el ritmo de sus movimientos, parecía una

de Charlot. Se rindieron, por primera vez, los amos, todos los amos, se

rindieron. No me preguntéis lo que pasó, ni cómo pasó, pero no les sirvieron de

nada ni sus televisiones ni sus periódicos ni sus ejércitos ni sus jueces. Parecía

un sueño.

LUIS: Juan, era un sueño.

Maxi de Diego

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JUAN: Ya, pero ese sueño parecía real, y por ello, un sueño.

CLARA: Tal vez…

LUIS: Sí, tal vez.

JUAN: Quizás.

(Silencio. Los tres lo aprovechan para empezar a tomar el desayuno.)

CLARA: ¿Qué vais a hacer?

LUIS: Voy a buscar trabajo. No sé dónde. De momento cualquier cosa.

Aceptaré cualquier cosa.

CLARA: ¿Por qué cualquier cosa? ¿Y tu profesión?

LUIS: Ya no me interesa. No quiero colaborar con ellos. Tal vez elabore un plan

de reconversión de su industria de la muerte. Con tiempo.

JUAN: Eso suena bien.

LUIS: Pero no deja de ser un sueño. Sin periódico.

CLARA: Aquí podemos refugiarnos una temporada.

LUIS: ¿Y tus padres?

CLARA: Pertenecen al insigne cuerpo de especuladores del estado. No les hace

falta.

LUIS: ¿Y tú, Juan?

JUAN: Yo me iré mañana mismo. No quiero…

CLARA: Ni lo pienses. Tú de momento nos acompañas en el refugio. El tiempo

que sea.

JUAN: Gracias, Clara. He pensado, tal vez sea una locura, intentar

reincorporarme, puede que tenga que volver a opositar, no lo sé… Pero sí sé

que mis clases serán clases de sueños. De periódicos y sueños. Les enseñaré

los vuestros. Y el mío. Les pediré que ellos también inventen. Sueños de

esperanza… E intentaré no estar solo. Quizás me organice. Un sindicato, me

informaré, el más utópico.

CLARA: Suena muy bien, te apoyaremos.

JUAN: ¿Y tú?

Maxi de Diego

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CLARA: Difícil. Época de cierre de periódicos. De influencias… Puede que

intente ir por libre y vender lo que pueda o lo que me interese… No me

importaría viajar… Podría pedir ayuda a mis padres… Total, para que tengan el

dinero en el banco… En acciones de multinacionales que desprecian al ser

humano. Aunque suene a mitin político, yo lo veo así. (Pausa.) Ayer tuve un

sueño, tiene que ver con lo que os he contado. No se veía casi nada, apareció

entre penumbra, podía ser un hombre o una mujer. Se refugiaba de la lluvia

bajo un paraguas negro, me parecía grande. Estaba claro que tenía frío,

andaba encogido, intentando concentrar el poco calor de que disponía. Tenía

miedo. Su cuerpo lo delataba. Su forma de mirar. Entonces me acerqué a él.

Yo no tenía paraguas, pero no sentía que me hiciera falta, tampoco notaba frío.

(Transición a diálogo con hombre o mujer que tiene miedo. Escasa luz.)

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: No, no se acerque, por favor.

CLARA: No tema.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: ¿Qué quiere?

CLARA: Hablar con usted, saber.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: ¿Saber?

CLARA: ¿Por qué huye de todos?

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: ¿Cómo lo sabe?

CLARA: Su cuerpo lo dice, la forma de coger ese paraguas. Solo se coge así

cuando se tiene miedo.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: ¿Por qué lo sabe?

CLARA: Yo también he caminado bajo la lluvia en noches como esta. En noches

frías sin nadie. En noches sin lucha. Yo también he intentado alejar con mi

mirada cualquier rastro de sombra, cualquier huella de aliento. También yo he

querido hacer de la soledad mi única compañía.

(Silencio. El hombre o la mujer parece querer hacerse más pequeño bajo su

paraguas.)

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CLARA: Pero no tema. Yo sé que si usted me dice una palabra, podrá caminar

sin miedo. Todos tenemos esa palabra, esos signos únicos que nos salvan. Yo

puedo ayudarle a pronunciarla. Dígamela y yo se la contaré a todos. Yo me

dedico a eso, a contar. Para salvar, para sanar. Para que nadie más esté solo.

Dígame su palabra.

(El hombre o la mujer desconfía, pero cierra su paraguas. Aún parece

pequeño.)

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: ¿Pero usted no tiene miedo?

CLARA: A veces, cuando estoy sola.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: No me refiero a ese tipo de miedo.

CLARA: Y a la oscuridad.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: No, no es eso. ¿Usted no le tiene

miedo?

CLARA: ¿A quién?

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: (Bajando la voz y observando a su

alrededor.) Al poder. A los poderosos. (Vuelve a abrir el paraguas.) Son capaces

de todo, de cualquier cosa. Si descubren nuestra insignificancia… No les

importa nada nuestro sufrimiento, nuestro dolor. Son insaciables. Son crueles.

Con su dinero lo compran todo… la justicia, la política, sus armas por si tuvieran

que defenderse… ¿De quién? Han sembrado el miedo. Por todas partes. (Poco

a poco ha ido haciéndose pequeño, insignificante.) Ahora tengo que irme. Si me

descubren…

CLARA: ¿Pero usted ha hecho algo para tener que huir?

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: Pensar.

CLARA: Me interesa lo que piensa, cuénteme, yo, por mi trabajo puedo hacerlo

público.

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: (A punto de salir corriendo. Con terror.)

No, por favor, no diga nada, es peor. Yo no he dicho nada, no me conoce. Si

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vuelve a verme, mire para otro lado. Váyase. Aléjese. Este es un buen sitio para

esconderse. Déjeme. (Utiliza el paraguas de pantalla entre los dos.)

CLARA: Pero, yo…

HOMBRE O MUJER QUE TIENE MIEDO: (Cortándola.) Se lo ruego, por favor,

váyase.

(Transición.)

CLARA: He intentado agarrarle del brazo y… me he despertado.

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(10) El último sueño

¿Qué hago yo aquí?

Estoy, por dentro, llorando.

Como si, ante mí, pasaran,

mudos, los desenterrados.

Como si solicitaran

todos los muertos mi llanto.

José Hierro, de su poema Mambo

LUIS: Clara, ¿dónde estás? No te veo.

CLARA: Aquí, pero yo tampoco puedo verte. Ven.

LUIS: No puedo. No sé dónde estás. ¿Qué ha pasado? ¿Y Juan?

JUAN: Luis, yo también os oigo, pero me da miedo caminar. No se ve nada. Me

da la sensación de que estamos rodeados de abismos.

CLARA: Es extraño, me parece estar en un sueño, pero despierta.

LUIS: Eso no es posible, pero algo raro ha ocurrido. Mi cuerpo no me parece mi

cuerpo.

JUAN: Yo creo que alguien nos está soñando.

LUIS: Sí, puede ser, Juan. Eso puede ser. Siempre se te ocurren las mejores

explicaciones.

CLARA: Alguien que ha leído una noticia y nos sueña. Pero ¿por qué?

LUIS: ¿Qué noticia ha podido ser?

JUAN: No sé, pero debe ser alguien triste.

LUIS: Triste y derrotado.

CLARA: A mí me está contagiando su desesperanza. Ojalá despierte. Desde

luego no es un sueño como los nuestros.

JUAN: Es que hay noticias… que ni en sueños se pueden cambiar.

CLARA: Pobre hombre.

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JUAN: Sí, pobre.

LUIS: A ver si despierta.

CLARA: Tiene que despertar, estoy empezando a ponerme nerviosa.

JUAN: Haz como yo, siéntate y espera. No soporto caminar así, me asfixia el

vértigo.

CLARA: Pero yo tengo que salir de aquí. Me está invadiendo su angustia. (Sube

el volumen de su voz hasta casi el grito.) ¡Despierta, por favor, despierta! Quien

quiera que seas, deja tu sueño, deja de soñarnos. ¿Qué te hemos hecho? Luz,

necesito luz. Luis, por favor, ayúdame. No puedo respirar. ¡Luis!

LUIS: Clara… mi dulce Clara. Déjate llevar, es solo un sueño.

(OSCURO MUY LENTO.)