Abuelos, batallas y sablesXLSemanal -14/6/2015De vez en cuando saco brillo a los sables. Cojo limpiametales y una lata de cera y me siento con uno de ellos a pulir la hoja y la vaina. Cada uno lleva cosa de media hora. Con el tiempo reun varios que no estn mal: unos son herencias o regalos de amigos y otros los adquir en anticuarios. Alguno tiene para m un significado especial, como el de cosaco de la Revolucin Rusa: una buena pieza de hoja recia, que lleva el cuo de la estrella sovitica. Otro que aprecio es el sable de abordaje ingls de Trafalgar: una herramienta tosca, de hoja ancha, que slo sirve, o sirvi, para dar tajos. Muy lejos de las piezas elegantes que se lucan en paseos y salones.Tengo otros sables ms bonitos o historiados -uno me lo regal el muy querido actor Sancho Gracia-, aunque mis favoritos son los de caballera, como el modelo Puerto Seguro, con el que el regimiento Alcntara carg en Annual: hoja recta y cazoleta cerrada. Gracias a mi amigo el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau, y sobre todo al anticuario Lluc Sala y la formidable tienda de armas originales que tiene en Olot -cataln de toda la vida, Lluc es el ms joven y brillante experto en armas antiguas que tenemos en Espaa- , he podido reunir, documentndolos bien, todos los modelos de sable de caballera que se utilizaron aqu en el siglo XIX, desde el ingls de hoja ancha de 1796 hasta los que se batieron en Amrica y en las guerras carlistas. Son piezas soberbias con gavilanes de bronce, que todava te estremecen con su sonido metlico cuando se deslizan fuera de la vaina. Herramientas perfectas en su gnero, fabricadas para la ms bestial tarea de la que el hombre tiene memoria. Para combatir a sablazos.Otra de esas piezas resulta especial, no por el sable en s -un slido modelo francs de caballera-, sino por el lugar donde est colocado: junto a un busto de bronce de Napolen, una medalla militar, un marco con flores secas y un viejo retrato. En el retrato figura un anciano corpulento, con la misma medalla colgada en la solapa, fotografiado en Cartagena, Espaa, donde la vida acab llevndolo. Se llamaba Jean Gal y era abuelo de mi bisabuela Adela Replinger Gal. La medalla es la de Santa Helena, concedida en 1857 a los veteranos supervivientes de las campaas del emperador; y en cuanto a las flores secas, proceden del campo de batalla de Waterloo, donde, dentro de cuatro das -18 de junio- har doscientos aos justos, ese anciano de anchos hombros, que entonces tena diecisis y era granadero en un regimiento de infantera de lnea, combati durante todo el da contra los ingleses de Wellington antes de que, derrotado el ejrcito, deshecho su regimiento, tuviera que huir por los bosques y caminos embarrados, perseguido por la caballera prusiana.Visit Waterloo por primera vez siendo an muy joven, un da de llovizna y bruma gris. Fui all con las historias familiares frescas en el recuerdo, tras haber reledo algunos libros para estar a tono -an llevabaLa cartuja de Parmade Stendhal en la mochila-, y recorr los viejos lugares de aquel campo de batalla, del paisaje que el amor de los belgas por su Historia y su memoria ha mantenido casi idntico al de 1815. Estuve en el camino alto, donde los cuadros ingleses resistieron las cargas de caballera y el ataque de la Vieja Guardia, en Hougoumont, donde se pele por cada ladrillo de la casa, y en la Haie Sainte, que acab incendiada. Pis la hierba mojada que pis el abuelo y me retir con l por el camino de Charleroi, imaginando a aquel muchacho, alistado slo un par de meses antes, tras su primer y ltimo combate, huyendo de los hsares prusianos que acuchillaban sin piedad a los fugitivos. En aquel melanclico paseo de recuerdos familiares y lecturas -despus tendra mis propios libros y mis propios recuerdos- me detuve conmovido bajo la lluvia que arreciaba, junto al monumento del guila herida, donde el ltimo cuadro hizo frente a los ingleses. Quizs al granadero Jean Gal le habra gustado saber que uno de sus nietos estuvo all, recordndolo. Y que sigue hacindolo cada vez que vuelve a Waterloo, o cuando limpia viejos sables y piensa en los hombres singulares que los manejaron. En chiquillos de diecisis aos que tal vez gritaron, con ellos en la mano, su miedo y su valenta en antiguos campos de batalla, cuando los hombres todava no mataban de lejos, apretando cobardes botones, sino mirndose a los ojos, de cerca y cara a cara. Asumiendo el riesgo y el horror de sus actos. Prximos a la responsabilidad, la compasin y el remordimiento que ya en la vejez, al recordar, an les arrancaban lgrimas.