Jodia Pavia (1525) - Arturo Perez-Reverte

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Durante su cautiverio, tras caerderrotado en la batalla de Pavíafrente a las tropas de Carlos V,Francisco I de Francia, escribe unacarta a Mimí.

Pequeño relato de Arturo Pérez-Reverte publicado en la sección«Los relatos del verano» delsuplemento semanal de El País enel verano de 2000. Escrito en lamisma época que Ojos azules, conel que guarda muchas similitudes,en él Reverte nos sitúa de nuevo enuno de los momentos históricos

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más relevantes de la historia deEspaña a través de la mirada deuno de sus protagonistas.

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Arturo Pérez Reverte

Jodía Pavía(1525)

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Título original: Jodía Pavía (1525)Arturo Pérez-Reverte, 6 de agosto de2000Ilustraciones/Portada: Enrique OrtegaDiseño portada: Zaucio Olmian

Editor original: Zaucio Olmian (v1.0)ePub base v2.0

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Jodía Pavía(1525)

DESDE su cárcel madrileña,Francisco I de Francia rememora labatalla en que fue derrotado y presoen Italia por las tropas de Carlos V.

QUERIDA MIMÍ:Aquí me tienes, voilá, de turista

forzoso en Madrid. Alojado en una torreque llaman de Los Lujanes, con esecabroncete de Carlos, emperador de los

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alemanes y de los españoles y de lamadre que los parióa todos,visitándome cadatarde para chotearseentre tapicesgobelinos y muchovuesa merced,primo, hermano,monarca francés ytoda la parafernalia.«Estais en vuestracasa, reycristianísimo»,

dice, como si esto fuese otra cosa queuna cárcel; y me muerdo de rabia los

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encajes almidonados viendo la sonrisaguasona que le apunta bajo la barbita.Menudo cabrón, mi primo el Ausburgo.Vaya suerte la suya, oyes; y eso que losuyo fue de pura chamba, hay quefastidiarse. Que si Fernando de Aragóne Isabel de Castilla no llegan a haceraquella boda —menudo braguetazo—, yFelipe el Hermoso, su yerno deosterreiche, no se va a criar malvas ydeja a la Juana Majareta esa viuda, y alchaval este, al flamenco Carlitos queDios y el turco confundan, no le toca lacorona imperial en una rifa, a lo mejoryo no me veía ahora aquí pintando lamona de huésped forzoso, y el

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emperador europeo sería el menda,como el yayo Carlomagno, que en gloriaesté con Roldán y los doce pares; y noestaría escribiéndote desde la Torre delos Lujanes, plaza de la Villa, Madrid,Spain, sino retozando contigo en Blois, aorillas del Loira. Yo comiendo fuagrás,mon petit chú. Y tú lo que ya sabes.

RECORDARÁS QUE MIÚLTIMA CARTA TE LAESCRIBÍ EN PAVÍA con fecha23 de febrero de 1525, la noche antes dela batalla. Leída ahora supongo que teparecerá un poquillo confiada, a ver si

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me entiendes, sobre todo aquello de «aesos españoles muertos de hambre noslos vamos a comer sin pelar», lo de«entre ellos y nosotros no hay color», olo de «vamos a darles de hostias hastaen el carnet de identidad». Pero lascosas, Mimí, hay que considerarlas ensu contexto. Ponte en mi lugar: rey de unpaís glorioso que te cagas, caballero depro, rodeado de la flor y la nata decaballeros choisís entre la nobleza másgranada de la France, y encima con unapasta gansa para pagar la soldada a unejército de treinta mil fulanos suizos,alemanes y franceses, con más cañonesque el enemigo y con una caballería a la

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que daba gloria verla, con sus penachos,y sus gualdrapas, y sus armadurasrelucientes de Sidol, y sus camisitas, ysus canesús. La créme de la créme, paraque me entiendas. Unos soldados queestaban, te lo juro, para comérselos. Yenfrente, como enemigos, conmuchísimos menos jinetes y cañones,cuatro mil españoles morenos y bajitosoliendo a ajo y a vino tinto, imagínate alos muy tiñalpas, con diez mil alemanes—borrachos y amotinados, como decostumbre— y tres mil italianosapellidados Luchino, y Moschino, yArmani y todo eso, calcula las perlas dela milicia, todos de extrema sensibilidad

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y mucho diseño, con uniformes divinos,eso sí, pero de escasa eficacia a la horade tararí, tararí, sobre el hombro,marchen, etcétera. Que entre todos, enfin, componían las tropas imperiales, yademás iban ya medio en retirada y muyhechos polvo, hasta el punto de que yoestaba plantado allí con mi campamentoy mis banderas con la flor de lis,asediando Pavía tan ricamente, y conansias de terminar la campaña paravolver a Francia y darte, mon amour, lastuyas y las de un bombero.

TOTAL, QUE ALLÍESTÁBAMOS, YO

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ASEDIANDO comme il faut y losenemigos, o sea, Antonio de Leyva —veterano de treinta y dos batallas ycuarenta y siete asedios, el jodío—dentro de la ciudad y su colega elmarqués de Pescara en la otra punta,donde a Cristo le pusieron el gorro. Y atodo esto se le ocurre a los imperialesaprovechar la noche y la lluvia y laniebla para jugarme la del chino. Comote lo cuento, cheríe. Nada, depresentarse después del desayuno contrompetas y banderas y todas esas cosaspropias de gentilhombres y gente bieneducada; sino que los muy perros seponen camisas encima de los petos para

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reconocerse en la oscuridad, hacen tresbrechas en la muralla del parque frente aPavía, y se cuelan por allí después deoír misa y confesarse, y de que Pescara,que es soldado viejo y conoce el paño,les diga eso que con los españoles encuestión de guerras y de conquistas esmano de santo y no falla nunca: «Hijosmíos, estáis muertos de hambre, y yotambién. El pan está en el campofrancés, así que maricón el último». Yencima el muy borde va y me loscalienta más contándoles —lo queademás era una cochina mentira—-, queyo había ordenado degüello general y nodar cuartel a ningún español, y que o

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ganaban o iban listos de papeles. Asíque figúrate. Con la mala leche que yade natural tienen esos prójimos, alláfueron todos, o más bien vinieron, o sea,imagina con qué talante, blasfemando enarameo, que si Santiago y Cierra Españay que si Dios y la Virgen y SanApapucio, y el Copón de Bullas y laPuta de Oros a caballo. Y resulta que enplena noche nocturna están miscentinelas allí, de guardia tancampantes, saboreando el vino deBurdeos y los caracoles a la borgoñonaque esa noche teníamos de rancho, auclair de la lune como quien dice, monami Pierrot, y de pronto se lía la

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pajarraca, pumba, zaca, cling, clang, yse monta un cipote de tres pares decojones. La de Pavía.

EN FIN, QUE YO SALGODE LA TIENDA DE

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CAMPAÑA EN CAMISA, conla armadura flordelisada a medio poner.Y pregunto qué coño pasa, mondieu, yun imbécil de mi estado mayor, elmarqués de Les Couilles Violets, va ydice: «Es que los españoles huyen,majestad». Y añade que lo sabe debuena tinta, el muy subnormal. Entoncesyo contesto que parfait, que me traiganel caballo y la espada y la lanza quevamos a perseguirlos hasta hacerlospicadillo. Una carga de caballería voy adarles, digo, que se van a ir de varetapor la pata abajo. Pour la France, con unpar. Así que entre la niebla y elamanecer organizamos la galopera, y los

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dos bandos nos acometemos con unasganas que para qué te cuento, monamour. Lo primero de todo le hacemosfiletes a los malos un escuadrón decaballería, y nos quedamos con suscañones por todo el morro, vive laFrance y todo eso, mientras ellosintentan su movimiento de flanqueo.Lástima que no me vieras, chochito mío,tan gallardo como acostumbro, cargandoa la cabeza de mis gendarmes ycaballeros como en los torneos, lacaballería andante rediviva, sus y aellos, deliciosamente feudal, como tedigo, el espectáculo, que no me dababesos a mí mismo porque con el casco y

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la armadura no podía. Y fíjate cómo lepondríamos de chunga la cosa a losimperiales, que luego me contaron queun capitán italiano, viendo el panorama,le dijo al de Pescara: «Pardiez,paréceme cordura recogernos un pocoen aquel bosquecillo». Pero el otro, unabuelo correoso que no veas, con másbatallas a cuestas que le grand péreCebolleté, le dijo anda y que se recojatu puta madre, chaval, que yo estoy viejopara ir corriendo de un lado para otro.Así que se volvió a la infanteríaespañola, los arcabuceros de lascompañías vizcaínas y guipuzcoanas ycastellanas y los otros que por allí

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andaban hasta sumar mil y pico, y lesdijo: «Señores, mecagüentodo. No hayque esperar sino en vuestros arcabuces yen Dios, por ese orden». Y entoncestodos se pusieron a gritar: «Olé tushuevos, aquí están los españoles, aquíestá Pescara, Es-pa-ña, Es-pa-ña»,como si aquello fuera una final de liga,que en realidad lo era. Y a todo esto,mientras tanto, allá les vamos nosotros,o sea, yo, moi, le roi, con toda miflamante caballería pesada de la noblezafrancesa y con los lansquenetesalemanes que nos siguen pasito misí,pasito misá. Y cuando veo a los jinetesenemigos hechos una piltrafa, considero

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que la batalla está ganada, pues comobuen caballero y gentilhombre desprecioa la chusma de a pie, y creo —hasta esemomento te juro por mis muertos másfrescos que lo creía— que es la flor ynata a caballo, la elite montada, la quedecide ese tipo de cosas. Así que tococarga, tía. Una carga preciosa, las cosascomo son, espadas y banderas en alto ytodo eso. Pero aquellos fulanoschaparros y morenos y barbudos deenfrente, asómbrate, con los cojonesduros y pegados al culo como los de lostigres, aguantan, cherie, o sea, maldita lamadre que los parió: se mantienen en susposiciones junto al bosquecillo de

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marras aunque les vienen encima cientosde toneladas de caballos y de armadurasy de mis piqueros tudescos; y cuandodecido retroceder un poco y mereagrupo para ordenar las filas y tomaraire, veo que me han dejado en elcampo, a bote pronto y allí mismo, porla cara, cinco mil palmados. Loshijoputas.

Y ENCIMA RESULTAQUE EN EL RESTO DELFRENTE LAS COSAS NOVAN MEJOR. Para ser exactos,van de pena. Mis mercenarios alemanes

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de la Banda Negra, o sea, lo mejor decada casa —tendrías que verles elcareto a esos animales, si hubieraquedado alguno vivo— se enfrentan alos también alemanes que se lo curranpara el Emperador. Imagínate el cuadro,habida cuenta que unos y otros se odiana muerte, todo ese cipote de tudescosdándose hostias unos a otros, hastaarriba de cerveza y marcando, supongo,el paso de la oca: up, aro, up, aro.Aberrante, o sea. Kafkiano. Al finalganan los imperiales, que también esmala suerte la mía, y al mismo tiempome entero de que, en el otro lado, elgrueso de infantería española, al grito de

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“Santiago, España, cierra, cierra”, estápasándose por la piedra, ris-ras, a mispobres mercenarios suizos, que con esacara de intelectuales que suelen tener lossuizos ponen pies en polvorosa, porprimera vez en su larga y honorablehistoria de tropas a sueldo del mejorpostor; y de suizos sólidos y fiablespasan a convertirse en suizos de cafécon leche. A estas alturas de la feria,comprendo que no es mi día. Ni mi año.Tengo quince mil muertos, que se dicepronto, y el río Tesino baja lleno defiambres de orilla a orilla. En realidadme encuentro, te lo confieso, bastanteconfuso. No logro explicarme cómo un

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ejército tan caballeresco y flamantecomo el mío, en orden y bienalimentado, un ejército francés de laFrancia, acaba de ser hecho trizas antemis ojos en poco rato por una chusmameridional y sudorosa que carece demodales, ni cómo esos arcabucerosimpasibles y con tan mala follá han sidocapaces, contra toda lógica, de destrozaren una sola mañana y en campo abierto ala mejor caballería de Europa, lafrancesa, y a la mejor infantería deEuropa, la suiza. Histórico, nena. Comopara aplaudir, si no fuera yo quienpagara la juerga. Y ahora todo es bang, yziaang, y chas, y me veo con toda mi

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estupenda caballería emperifollada en elcentro de aquella merienda de negros. Yde ti para mí, lo confieso: bastanteacojonado.

PORQUE IMAGÍNATE ELCUADRO, PRENDA MÍA. Enese paisaje, sólo quedo yo en el centrocon mis mejores jinetes, bien agrupadosy a caballo, la créme de la créme esa dela que te hablaba antes, mis marqueses ymis condes y mis duques y sus hijos ysus cuñados, todos con sus armadurasfloridas y sus penachos y sus caballospurasangres que valen un pastón largo,en busca de un hueco no para cargarle al

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enemigo, que eso ya es lo de menos,sino para largarnos de allí como quiense quita avispas del culo, entre las filasde arcabuceros españoles que nosrodean arrojándonos encima una nube deplomazos que repica contra los arnesescomo si granizara. Al final empiezan apegarnos tiros a los caballos, con unagrosería y una falta de modales inaudita,y cada vez que uno de mis lealesvasallos da con la armadura en tierra,con mucho cling-clang y mucho ruido,los españoles dejan sus arcabuces, y a lacarrerilla se meten entre nosotros,espada o daga en mano, para rematarloen el suelo. Yo grito mucho vive la

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France, a mí, uníos a mí, sus y a ellos,etcétera, que es lo que se espera,supongo, que un rey francés diga en esoscasos; pero de allí no hay quien salga, ylos españoles ya se meten ahora entrelas patas de los caballos,desjarretándolos o destripándolos consus dagas, para hacernos caer al suelo—imagínate el hostiazo, cubiertostambién de coraza, cataclás, quinientoskilos de carne y acero viniéndose abajocon jinete incluido— y se arrojan comolobos sobre mis pobres gentilhombres, alos que degüellan sin misericordiametiéndoles los puñales entre lasjunturas de petos y yelmos mientras

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éstos intentan levantarse del barro conlas pesadas armaduras que los cubren; yda lástima verlos protestar a lospobrecillos, pero quesquesé, esto no esjugar limpio, pardieu, qué falta deetiqueta, etc, etc, mientras los otros lesmeten los aceros por el garganchón,chaf, ras, glup. Así los míos pasan deser florida caballería a montones desolomillo sangrante bajo los armaduras:al pobre Couilles Violets le levantan lavisera del yelmo y le destrozan la caracon la moharra de una pica. Al duque deLa Refanfinflére le sacan el casco, ymientras unos le quitan la cadena de oroy las sortijas, otros le echan atrás la

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cabeza y lo desangran como a un cerdo.A La Soufflebottoniére y a no sé cuántosles levantan los faldetas del peto y lesdisparan el arcabuz en las entrañas,reventándolos dentro de su armadura,pumba, chof, que da grima, te lo juro,sólo recordarlo. Así me los vanhaciendo palmar uno por uno, a mesenfants de la patrie, bang, ris, bang, ras,y me quedo más solo que la una. Alone,que diría el gordinflas de mi primoEnrique VIII, el hijoputa, ahí tancampante en Londres descabezandoesposas y ñaca-ñaca, mientras disfrutacon el espectáculo de ver los torosdesde la barriére.

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Y EN ESASSALE MINÚMERO,OSEA, QUEME LLEGAEL TURNO.Quiero decir que ami caballo, el fielGastón RoyalFashion, le peganvarios tiros en lacabeza, bang, bang,y me voy abajo con todo mi golpe dearmadura, zaca, pegándome una

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costalada de veinte pares de cojones.Pero mucho ojito, cherie, soy un reyfrancés y para cojones los míos; así queintento levantarme a pesar de laarmadura, y cuando casi lo heconseguido meneo la espada dispuesto amorir empachado de gloria como elresto de mis pobres muchachos. Pour laFrance. Pero cuando echo un vistazoalrededor y veo la que se me vieneencima, el tropel de fulanos barbudoscon los ojos inyectados en sangre que searroja directamente a mi real pescuezo,me lo pienso mejor y digo bueno, vale,voyons, soy el rey, a ver aquí a quiénhay que rendirse. A ver si nos

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organizamos un poco. Pero la cosa noestá nada clara, porque en mitad de lapajarraca me caen encima varios deesos cromañones, y uno, con las manosensangrentadas, la cara tiznada depólvora y una cara de loco que te cagas,llega y me dice: «Errenditú, bestelabarrabillak mostuko dizkiat». Y yo medigo que tiene delito la cosa, seis añosestudiando español con un profesornativo particular, figúrate, y el talprofesor en plan pelota, perfecto,majestad, un acento que ya lo quisieraCarlos V, etcétera, y ahora resulta queestoy aquí en una batalla y con el ruido yla vorágine no me entero de nada. No

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comprendo un carajo de lo que sueltaeste fulano. Barra de billar, me pareceque dice, pero no sé qué coño tiene quever una barra de billar con todo esteinvento. Así que me levanto la viseradel casco, acerco la oreja y le digo, conmucha educación y mucho tacto:«¿Pardon?…¿Qu’esque vudit?». Y elotro, con una cara de mala leche que nite cuento, me pone la espada en el realgaznate y me pregunta «¿Errenditú?». Yyo le contesto que yo bien, gracias. Biende momento. ¿Y tú?, añado. Peroempiezo a mosquearme, porque depronto se me ocurre que a lo mejor nome estoy rindiendo a un español, sino a

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un alemán, o a un suizo, o a un croata, ovete tú a saber. A lo mejor la he cagado,me digo, y éste sólo pasaba por aquí yno manda un huevo, o es de otra guerra.Así que decido no rendirme, y me bajootra vez la visera del casco, y le tiro alfulano raro ese una estocada, pero lefallo. Y no veas cómo se pone, el tío. Yani dice errenditú, ni errendiyó, ni barrade billar ni nada, sino que empieza adarme sartenazos con la espada, que selos voy parando de milagro, y al final,sin resuello, me subo otra vez la visera yle digo vale, tío, me has convencido, merindo. ¿Capichi?. Je suis le roi, y merenduá pero ya mismo. Rendemoi. Así

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que deja de darme espadazos en loshuevos. Y en estas llega otro español, olo que sean estos fulanos, y le dice alenergúmeno: «Juantxu, detente pues. Reyfrancés es, trincado lo hemos. AúpaHernani». Y entonces empieza a llegargente y a abrazarse y a decir aúpa, aúpa,y resulta, al fin me entero, que los queme han trincado son de una compañía dearcabuceros guipuzcoanos, y que elenergúmeno se llama Juan de Urbieta yes de un sitio que por lo visto le dicenHernani, y que eso que mascullaba delerrenditú y la barra de billar significaliteralmente, en su lengua de allí: «O terindes o te corto los cojones». Que ese

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es el problema, ahora me doy cuenta,que tienes con los españoles en esto delas guerras: que vas a rendirte con todatu buena fe, y si no controlas la cosalingüística, depende con quién caigaspueden darte matarile por el morro,mientras tú miras alrededor desesperadoen busca de un intérprete. Como si ya notuvieran bastante peligro por sí mismos,estos hijoputas.

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EN FIN CHICA, QUEAQUÍ ME TIENES,COMIÉNDOME MAS ELTALEGO QUE EL CONDEDE MONTECRISTO, mientras

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espero que a mi primo el emperador sele ponga en los huevos soltarme. Latorre ésta de Los Lujanes no es malsitio: un poco oscura y húmeda, pero meconsuelo pensando que peor están ahoramis nobles caballeros, LaSoufflebottoniere y los otros, la crémede la créme y todo eso, putrefactos y ados palmos bajo tierra. Sic transit gloriamundi, que decía no me acuerdo quién.Demóstenes, me parece. O uno de ésos.A mí, volviendo a lo importante, metoca, créeme, la prueba más cruel, lomás duro y terrible: seguir vivo. Pero nome quejo, porque mi vida no es mía —por eso no dejé que me mataran en

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Pavía, y muy a mi pesar, haciéndomegran violencia ética, pedí cuartelillo—sino de Francia. Y quien vive hoy puedeluchar mañana. O pasado mañana. Ovete tú a saber cuándo. Respecto a milibertad, Carlos dice que de rescate nihablar, que eso es muy antiguo y quedesde el Amadís no se usa, y que a versi me creo que soy Ricardo Corazón deLeón. Que menos lobos, Paquito, dice—no te puedes imaginar lo que merevienta que me llame Paquito—.Aprovechándose de los trenes baratos,ahora se ha puesto flamenco y quiereque le devuelva la Borgoña, y queabandone mis pretensiones sobre

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Flandes, y sobre Nápoles y Milán, y unmontón de cosas más. Mucho me temoque con esto de Italia y Flandes y conesa gente que los españoles estánmandando para América —tiemblo sólode imaginar al errenditú y sus colegas enAmérica— estos cabrones van acrecerse mucho, y a ese chico, Carlos, ya su familia les espera por delante unabuena racha, y que al menos por un sigloo dos nos van a dar bastante por saco anosotros, a Europa, e incluso a SuSantidad, que les tiene tanto miedo enItalia que no le cabe un cañamón por elojete. En fin, qué remedio. Ya vendrántiempos mejores; hasta entonces, ajo y

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agua. El caso es que dice Carlos que sile doy mi palabra de honor de caballerode que respetaré esos compromisos, meda boleta pero ya mismo. Y la verdad esque me lo estoy pensando. Me refiero alo de dar la palabra de honor, que esgratis, porque lo otro no pienso darlo niharto de rioja, que es un líquido al queaquí —no te rías, cariño— llaman vino.A fin de cuentas, eso se arregla luegocon retractarme de lo prometido cuandoesté otra vez libre y en Francia. Que decaballerosidad y honra ya tengo lo mío,maldita sea mi estampa. Tengo murga deésa por un tubo: tararí, tararí, y al finalde tanto tararí, uno, por muy caballero y

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muy elegante y mucho real paquete quemarque, termina con el errenditú de loscojones, el Juan de Urbieta ése y toda sucuadrilla de vascongados, de españoleso de lo que sean, encima de la chepa ydándote las del pulpo. Mucho me temo,chata, que los tiempos están cambiando.Y que esta vez, en Pavía, Francia et moihemos hecho bastante el gilipollas.

Te adoro, etcétera.François

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Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951)fuer reportero de guerra durante 21años. A la fecha de publicación de esterelato, había publicado, entre otrasnovelas, El maestro de esgrima, Latabla de Flandes, El club Dumas, Lapiel del tambor, Territorio Comanche,La carta esférica y Las aventuras del

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capitán Alatriste. Desde 1993 colaboracon "El Semanal" del diario El Pais.