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PERDONAR ES HACER LAS PACES: DIMENSIÓN POLÍTICA DEL PERDÓN 2000 Hasta hace poco tiempo el perdón se había reducido sólo a las relaciones interpersonales o familiares; en el campo político y social lo que debía primar era la justicia y no el perdón. Sin embargo, el perdón se está convirtiendo en un tema de gran actualidad en el campo público y político. Pues, desde hace unos años, más allá de las medidas de gracia que concedía el poder a determinados condenados en circunstancias específicas, ha ido surgiendo lo que se ha llamado Αpolíticas de perdón y de reconciliación, que han estado muy presentes en las transiciones de un régimen a otro, tanto en Europa, como en Latinoamérica y Sudáfrica... Ahora bien, esta aparición del perdón y de la reconciliación en el ámbito político está revestida de una gran ambigüedad, ya que en muchos casos se convierte en una especie de ocultamiento de la impunidad, del predominio de la ley del más fuerte. Ahí están los debates sobre la Αmnistía - amnesia y los indultos. Pero, a pesar de todo, hay que reconocer que los conflictos humanos sólo se resuelven de raíz, cuando más allá de la justicia entra en escena el perdón y la reconciliación. La dinámica del perdón tiene una gran virtualidad pública, pero, a la vez, es necesario analizar y señalizar las condiciones, que hacen moral y fecundo el perdón y lo liberan de funestas y dolorosas manipulaciones. El proceso del perdón y de la reconciliación como proceso de transformación profunda es complejo, pues incluye aspectos legales, políticos, psicológicos, culturales, morales, religiosos... Los problemas son difíciles y delicados. Dentro de la complejidad nos encontramos con las siguientes cuestiones: )Qué se entiende por perdón? )Qué papel juega el perdón en la vida pública? )Qué relación tiene con la justicia? )Cómo se puede armonizar el Derecho penal con el perdón? La perspectiva en que me voy a situar es la teologal, es decir, desde la fe en el Dios revelado en Jesucristo, siendo consciente de las serios condicionamientos actuales, como por ejemplo: - El oscurecimiento de la conciencia religiosa y su pérdida relevancia social han debilitado el sentido de pecado, a lo que hay que añadir lo que se suele llamar Αla irresponsabilidad colectiva: nadie se siente responsable ni culpable de que las cosas no vayan bien. - El debilitamiento de lo gratuito en beneficio de las relaciones basadas en la justicia, característica de la cultura de la modernidad. El perdón es visto como un planteamiento ingenuo e inoperante. - El perdón en general se ha solido plantear en el ámbito religioso y reducido a lo privado: Dios y el individuo. - El perdón no tiene fácil encaje en nuestra vida social y política, ya que el ambiente que nos rodea está muy contaminado por la injusticia, la indignación, la venganza y el castigo. Nuestra vida social está muy marcada por una gran dosis de agresividad, violencia, por la ley del más fuerte, por la mentira, por el ocultamiento de la verdad...

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PERDONAR ES HACER LAS PACES: DIMENSIÓN POLÍTICA DEL PERDÓN 2000

Hasta hace poco tiempo el perdón se había reducido sólo a las

relaciones interpersonales o familiares; en el campo político y social lo que debía primar era la justicia y no el perdón. Sin embargo, el perdón se está convirtiendo en un tema de gran actualidad en el campo público y político. Pues, desde hace unos años, más allá de las medidas de gracia que concedía el poder a determinados condenados en circunstancias específicas, ha ido surgiendo lo que se ha llamado Αpolíticas de perdón y de reconciliación, que han estado muy presentes en las transiciones de un régimen a otro, tanto en Europa, como en Latinoamérica y Sudáfrica...

Ahora bien, esta aparición del perdón y de la reconciliación en el ámbito político está revestida de una gran ambigüedad, ya que en muchos casos se convierte en una especie de ocultamiento de la impunidad, del predominio de la ley del más fuerte. Ahí están los debates sobre la Αmnistía - amnesia y los indultos. Pero, a pesar de todo, hay que reconocer que los conflictos humanos sólo se resuelven de raíz, cuando más allá de la justicia entra en escena el perdón y la reconciliación. La dinámica del perdón tiene una gran virtualidad pública, pero, a la vez, es necesario analizar y señalizar las condiciones, que hacen moral y fecundo el perdón y lo liberan de funestas y dolorosas manipulaciones.

El proceso del perdón y de la reconciliación como proceso de transformación profunda es complejo, pues incluye aspectos legales, políticos, psicológicos, culturales, morales, religiosos... Los problemas son difíciles y delicados. Dentro de la complejidad nos encontramos con las siguientes cuestiones: )Qué se entiende por perdón? )Qué papel juega el perdón en la vida pública? )Qué relación tiene con la justicia? )Cómo se puede armonizar el Derecho penal con el perdón?

La perspectiva en que me voy a situar es la teologal, es decir, desde la fe en el Dios revelado en Jesucristo, siendo consciente de las serios condicionamientos actuales, como por ejemplo: - El oscurecimiento de la conciencia religiosa y su pérdida relevancia social

han debilitado el sentido de pecado, a lo que hay que añadir lo que se suele llamar Αla irresponsabilidad colectiva: nadie se siente responsable ni culpable de que las cosas no vayan bien.

- El debilitamiento de lo gratuito en beneficio de las relaciones basadas en la justicia, característica de la cultura de la modernidad. El perdón es visto como un planteamiento ingenuo e inoperante.

- El perdón en general se ha solido plantear en el ámbito religioso y reducido a lo privado: Dios y el individuo.

- El perdón no tiene fácil encaje en nuestra vida social y política, ya que el ambiente que nos rodea está muy contaminado por la injusticia, la indignación, la venganza y el castigo. Nuestra vida social está muy marcada por una gran dosis de agresividad, violencia, por la ley del más fuerte, por la mentira, por el ocultamiento de la verdad...

I.- )QUÉ SE ENTIENDE POR PERDÓN? La gran cuestión básica es analizar y clarificar el concepto de perdón,

pero no se va una definición, sino describir ciertos rasgos que nos permitan tener una imagen suficientemente rica y llena de matices. He aquí esos rasgos:

El perdón como fuerza liberadora y sanativa. ΑNada sana si no se perdona (Geiko Müller- Fahrenholz). Perdonar y sentirse necesitado del perdón son exigencias del amor y pertenecen a una gran necesidad de la persona humana. Pues, el ser humano es débil, cargado de limitaciones, miserias, es un pecador. El perdón rompe con la espiral de ofensa - venganza y permite empezar algo nuevo. El perdón es posibilidad humana de realización, ya que perdonar y recibir el perdón es contar con la posibilidad de enmendar la vida, de reconstruir la propia historia, de cambiar a mejor las relaciones con uno mismo y con los demás.

El perdón se apoya en una clave fundamental: es un acto de fe en la bondad y en las posibilidades de cambio que existen en cada ofensor; se cree que el pasado no determina las posibilidades de futuro, ya que no queda para siempre encasillado por el pasado; cree que Dios le quiere, le ha perdonado y sigue presente y activo en su vida.

El perdón es el pan de la comunidad, por él se restablece la comunión al ser fuente de unidad precisamente porque a todos nos hermana el pecado. ¿Quienes pueden acusar a aquellos a quienes Dios perdona? Perdonar no es olvidar. La historia humana es una historia marcada por la violencia y ha sido escrita desde el punto de vista de los vencedores. El perdón es una llamada a la verdad sangrante, pero verdad, y esto supone tratar de escribir de nuevo la historia, pero a partir de aquellos cuyos nombres fueron olvidados para siempre. El perdón no es olvido, pero el perdón sí que sana la memoria. Para el cristiano es un recordar a Jesús, pero Jesús fue incluido entre los condenados injustamente y muerto fuera de la ciudad. Su historia no es la de un vencedor; lo rechazaron los poderosos de su tiempo, y, aunque ha sido constituido Mesías por su resurrección, no deja de ser un rechazado. Los expulsados de la historia por los vencedores se reconocen en Jesús, siervo de Yahvé, y reconociéndose en Él, confiesan que también Dios fue expulsado, que su sitio está ahora fuera de la ciudad, que su destino terrestre está con los oprimidos. Mientras la historia de los vencedores se base en el rechazo, el Dios de Jesús no tiene sitio en el mundo.

El perdón no es olvido, sino que requiere la memoria histórica, entre otras cosas, porque así rompe la lógica de los poderes del mundo, se opone a que la historia siempre la escriban los vencedores. La memoria, entendida como Αmemoria pasionis, se convierte en recuerdo subversivo, peligroso, que demanda justicia para las víctimas, critica el orden establecido e imagina un futuro inédito. De este modo, el perdón se convierte en la fuerza más eficaz para purificar la memoria histórica. El creyente no debe olvidar, por el contrario debe recordar que está perdonado. El olvido anula las relaciones con el pasado, mientras que el perdón conserva el pasado

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perdonado en el presente purificado. Perdonar es una decisión a favor de un futuro diferente, pero sin

olvidar. La expresión: Αno basta con perdonar, también hay que olvidar, encierra sin duda una cierta sabiduría, en el sentido de que si mantenemos vivas todas nuestras viejas enemistades, la sociedad sería mucho más conflictiva de lo que es. Todos sabemos las repercusiones que han tenido ciertas heridas no olvidadas. Sin embargo, ignorar o exhortar a olvidar el pasado equivale a trivializar lo ocurrido, a menospreciar a la víctima. Por eso, toda esta cuestión quedaría mejor formulada de la siguiente manera: Αperdonar no consiste en olvidar, sino en recordar de una manera diferente. Se trata de un recuerdo, que ya no está cargado de rencor, resentimiento, venganza. El perdón pone de manifiesto que la víctima es ahora una criatura nueva y se halla en situación de poder imaginar un futuro diferente al impuesto por el pasado. Perdonar es cambiar el futuro, ya que se acepta lo sucedido, pero no como la última palabra acerca de sí mismo y del otro.

Perdonar no es renunciar a la justicia. La vida social en las sociedades democráticas se apoya en el reconocimiento de los valores democráticos, en los derechos humanos como pautas sobre las que ha de constituirse la convivencia pacífica, y que ésta ha de basarse en la justicia. Pero la justicia puede articularse con la misericordia y el perdón. ΑLa experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aun, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se la permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones (Juan Pablo II, ΑDives misericordiae, 12)

Ya sabían de ese peligro los romanos, cuando enseñaban que la justicia estricta puede llegar a convertirse en la más fragante injusticia: ΑSummum jus, summa injuria, ΑTal afirmación, continúa el Papa, no disminuye el valor ni atenúa el significado del orden instaurado sobre ella. El perdón no es sinónimo de tolerancia de la injusticia, pero va más allá de la justicia. El perdón como toda exigencia evangélica no deslegitima el orden social, no anula la justicia, pero la justicia sola no es suficiente. El perdón complementa y amplía la justicia, humanizándola. En el perdón el amor y la justicia, lejos de rivalizar entre sí, se complementan. La justicia ha de articularse con la misericordia y el perdón (Juan Pablo II). ΑPedir perdón mientras se perpetúa la injusticia es vivir en la ficción. Luchar por la justicia sin estar también dispuesto a ofrecer el perdón supone invalidar la lucha (Kennet Kaunda, ex presidente de Zambia).

El perdón no es laxismo. El perdón aspira a cambiar al otro, no a dejarlo como está. El auténtico amor no es renunciar a la justicia. Al contrario, el auténtico perdón ha de ir acompañado de una lucha inequívoca contra la injusticia, defendiendo los derechos atacados. El cristiano debe perdonar tanto al pecador como al pecado, y perdonar el pecado de la

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realidad (pecado estructural) es cambiarla, es sustituir la injusticia por la justicia, la opresión por la libertad, el egoísmo por el amor, la muerte por la vida. Perdonar el pecado del mundo es erradicarlo. Sin liberación no cabe una verdadera reconciliación. Pues, ésta sólo es posible, si se reconoce la violencia cometida y se erradican las condiciones, las estructuras y los procesos que la permiten y promueven. Por eso, resulta engañoso plantear un proceso de reconciliación social a costa de la justicia. La justicia junto con la verdad son presupuestos del perdón.

Se perdona al ofensor, pero se detesta y se combate la injusticia. El amor al enemigo de ninguna manera implica que uno encuentre menos aborrecible el mal (Rom. 12, 9). La existencia y seriedad del mal es la razón verdadera de que haya enemigos. Y este mal, que es la fuente de la enemistad, es detestado en razón del amor al enemigo. El odio no se dirige a las personas, sino a las obras (Apoc. 2, 6). Si uno es ignorante o insensible ante el mal real en el mundo, en su enemigo y en sí mismo, entonces no conocerá como amar a su enemigo, porque escasamente percibirá su enemistad; el amor auténtico consiste en detestar el mal y adherirse al bien (Ro. 12, 9).

La indignación y la cólera son reacciones normales y hasta necesarias ante el sufrimientos injustamente infligidos. ΑLa ira puede ser destructiva, pero también sabemos que es una forma de conocer la profundidad del sufrimiento. Renunciar a expresar la ira, que brota de la violencia, es no reconocer el sufrimiento padecido y, si no lo reconocemos, no podemos construir un nuevo relato.

Es iluminadora la distinción, que hace J. Sobrino, entre perdonar al pecador y perdonar la realidad, esto es, sanearla. )Qué significa perdonar el pecado y perdonar al pecador?. * El perdón de la realidad: pecado objetivo. Perdonar la realidad es

erradicar el pecado de la realidad y esto se hace luchando contra el pecado. Luchar contra el pecado significa denunciarlo, dar voz a los ofendidos, pues el pecado tiende a ocultarse; desenmascararlo, pues tiende a justificarse; hacer que aflore el sufrimiento infligido injustamente. Luchar contra el pecado es destruir los ídolos de la muerte, construyendo estructuras de justicia.

El perdón de la realidad supone buscar la justicia para que todos puedan vivir, en concreto, defender a los pobres. Para erradicar el pecado del mundo se exige cargar con él, esto es, encarnarse en el mundo del pecado, en el mundo de los pobres; dejarse afectar por su pobreza y compartir su propia debilidad, solidarizarse con ellos y con su causa. El pecado no se erradica desde fuera ni oponiéndole otro poder. Sólo lo pueden perdonar los que han cargado con el pecado del mundo. Ahora bien, lo asume no allí donde es pecado (al nivel de explotadores, opresores violentos), sino únicamente al nivel de víctima; no a nivel de injusticia causada, sino de injusticia sufrida.

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* El pecado de los pecadores. La realidad del pecado es fruto de los pecados de los seres humanos. Están los ídolos de la muerte, perdonarlos significa erradicarlos. Éstos tienen sus agentes que asesinan. En estos casos el perdón es un gran amor, que sale al encuentro del pecador para salvarlo. Es un amor que quiere convertir el mal en bien allá donde aquel se presente. El perdón busca la recreación del pecador. Este perdón presupone una visión de Dios y del hombre. Supone creer en la fuerza transformadora del amor. Cree que para sanar al pecador de raíz ningún otro mecanismo tiene el poder específico del amor. Esta es la finalidad del amor: llegar a entrar en comunión y la sabiduría nos dice que ahí no se llega sólo con la estricta justicia.

El perdón tiene una dimensión individual y social. La dimensión individual es imprescindible y acontece cuando se logra restaurar la humanidad desgarrada de la víctima y vuelve a ser sujeto de su propia historia. Este nivel individual hace referencia sobre todo a la víctima o los familiares de la víctima. Su característica es el perdón sin preocuparse de los aspectos sociales, jurídicos o políticos, simplemente se perdona.

Pero también tiene una dimensión social, ya que hay actos de injusticia tales que no sólo la persona afectada, sino toda la sociedad e incluso la humanidad en su conjunto, la que adquiere la condición de víctima, ya que toda ella ha quedado damnificada. Aquí cabe aplicar la afirmación del Talmud: Αel que destruye una sola vida, es semejante al que destruye un mundo entero. El perdón y reconciliación social lo define José Zalaquett, que presidió la Comisión de Verdad y Reconciliación de Chile, así: ΑEl perdón, la reconciliación deben ser considerados como un proceso de reconstrucción del orden moral que resulta mucho más beneficioso que el castigo. El perdón y la reconciliación son un proceso que implica a toda la sociedad y tiene que ver con la construcción de una sociedad más justa y segura, en la que estén presentes las bases para que la violencia vivida en el pasado no vuelva a desatarse en el futuro.

Las dos, la individual y la social, tienen un cierto grado de interdependencia. La social depende de la existencia de un cuadro de individuos reconciliados, pero esto no es suficiente para la social. Ésta exige algunos elementos más, como por ejemplo: una cultura del perdón, de la tolerancia, de la no - violencia, de la paz, unas estructuras renovadas.... Por eso, la reconciliación social, a su vez, es necesaria para asegurar a largo plazo la pervivencia y florecimiento de personas reconciliadas. El perdón y la reconciliación es más una espiritualidad que una estrategia. El perdón y la reconciliación no pueden reducirse a una mera realidad técnica, ni administrativa, que no se excluyen, deben también intervenir, pero tiene más de espiritualidad que de estrategia administrativa. Para el cristiano parte del reconocimiento de la acción reconciliadora y del perdón de Dios en nuestra vida, en la comunidad y en toda la humanidad. Dios ya nos ha perdonado a todos. Esta espiritualidad ha de integrar estos aspectos: el nivel estructural:

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relación entre erradicación del pecado y el perdón del pecador, y otro, el nivel de la vida cotidiana.

* Nivel estructural. Hay que amar al pecador, pero el pecado hay que erradicarlo, y eso objetivamente es un atentado contra el pecador. La liberación de la opresión implica la destrucción del opresor en cuanto opresor. Y esto es una tarea difícil y delicada, pero no puede ser abandonada por amor a los oprimidos. Por amor hay que acoger al pecador, perdonándole, pero dicho amor implica también estar dispuesto a imposibilitarle sus frutos deshumanizantes para otros y para él mismo. El amor a los enemigos no significa que no se tengan, ni significa que se niegue que son enemigos, ni quiere decir que se eviten conflictos con los otros, ni que no debamos entrar en confrontación con ellos; puede ser que tales hechos sean el único camino eficaz para cambiar las situaciones, para derribar a los ídolos de sus tronos. Los que mantienen una situación generadora de sufrimiento injusto, de asesinato, son enemigos de todos. Por eso, la única forma de amar a todos, incluidos los enemigos, es comprometerse en la lucha para derribar el sistema que crea enemigos. Este parece que fue el talante de Jesús; ama a los oprimidos, estando con ellos; y ama a los opresores, estando contra ellos. De esta forma, Jesús es para todos.

* La vida cotidiana. Son los pecados que se dan en la comunidad, en el día a día: manifestación de dominio, de imposición, de opresión, de no aceptar al otro como distinto; es actuar en pequeño, lo que realizan los grandes opresores, y, en cierto modo, nos solidarizamos con el pecado del mundo. Ambos niveles se relacionan.

Esta espiritualidad total del perdón es una espiritualidad de liberación, Αlibres para amar. Sólo pueden perdonar de raíz los liberados, los que han experimentado el amor gratuito y el perdón de Dios y de los hermanos. Resulta difícil perdonar, cuando no se ha experimentado el perdón. Para ello, hay que reconocerse pecadores y necesitados de perdón.

Como síntesis conclusiva, el perdón se puede describir como una actitud que posibilita la progresiva humanización del ser humano tanto de quien lo ofrece como de quien lo recibe; a través de él reconocemos la común condición humana, la solidaridad en la miseria y en la dignidad de todas las personas y el amor al ser humano. El perdón tiene un carácter comunicativo y, por eso, su forma más acabada es fruto del diálogo, del reconocimiento mutuo entre la víctima y el victimario y se manifiesta en la reconciliación: víctima - autor, que pone fin al conflicto suscitado.

Para alcanzar la meta de una convivencia reconciliada, enraizada en los valores democráticos, que se sustente en el respeto escrupuloso de los derechosa humanos, será necesario, como fruto del diálogo y del reconocimiento mutuo, asumir la responsabilidad, por parte de los victimarios, por los daños causados, reconocer los derechos humanos y los valores democráticos, como pautas sobre los que ha de constituirse en

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el futuro la convivencia; una convivencia, en la que sea posible a todos, sin exclusión, el acceso a los bienes sociales, de forma que en condiciones de libertad e igualdad podamos desarrollarnos personalmente. II. EL PERDÓN Y EL PROYECTO DE DIOS REVELADO POR JESÚS.

El perdón es un elemento esencial de la experiencia de Dios, que Jesús promueve. Jesús habla y actúa en nombre de Dios Padre, cuya experiencia de amor revela y comunica. Todo cristiano confiesa que el Dios de Jesús no guarda rencor de las faltas de los hombres; Dios no acusa a ninguno de los suyos. La biblia reserva a Satán el nombre de acusador. Las relaciones de Dios Padre con los hombres están basadas en un amor entrañable, gratuito, misericordioso, que se expresa en el perdón. Así se nos revela en las parábolas (Mt. 18, 21-33; Lc. 15). La vida del cristiano para Jesús tiene como modelo este amor gratuito de Dios. La expresión sublime del amor gratuito, que nace de la experiencia de Dios, es el perdón. Según el sermón de la Montaña, el perdón es un aspecto esencial del amor a los enemigos, y es lo que más nos identifica con un Dios amor (Mt. 5, 38-48; Lc. 6, 27-35).

Esta doctrina y postura de Jesús revela su gran novedad en comparación con la actitud judía respecto a la ley del talión (Mt. 5, 38-42; Ex. 21, 23-25; Lev. 24, 19-20). Esta ley supuso un avance moral respecto a la venganza privada y arbitraria, en la medida que afirma la responsabilidad personal, la igualad de todos ante la ley, la proporción entre pena y castigo. Jesús no pretende cambiar códigos. No declara abolida una ley, que es la base de toda sociedad organizada, pero sí afirma que esta base no es suficiente ni definitiva, para que los hombres vivan en paz y, por eso, pide a sus seguidores un comportamiento que vaya más allá de ella; pide que se superen las exigencias de la mera justicia.

La actitud de Jesús ante la adúltera (Jn 8, 1-12) es reveladora y esperanzada. Jesús no discute la ley, no se rebela contra sus exigencias, pero se opone a las condiciones de su aplicación. Si nadie perdona a esta mujer, )quien podrá ser perdonado? )Será necesario eliminar a todos los transgresores para una coexistencia pacífica? )El que está sin pecado tiene poder para absolutizar la justicia de la ley? )No desembocamos en la violencia extrema?, ya que si todos se hubieran creído justos, la mujer hubiera perecido. La ley se hace cruel, cuando está en manos de gente virtuosa. Jesús en la adúltera rompe el círculo entre violencia y virtud; entre violencia y ley; niega a la justicia la última palabra; le niega su carácter absoluto, ya que mata el futuro. La vida no es producto de la justicia legal.

Perdonar y ser perdonado. El perdonar y pedir perdón son exigencias, que dimanan del amor. El

perdón sólo se consume cuando es aceptado. Es una exigencia evangélica el reconocimiento de la necesidad de ser perdonado y de aceptar el perdón. Sólo así se renace de nuevo. Un gran obstáculo de la cultura actual es la tentación de inocencia. Resulta difícil perdonar, cuando no se ha

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experimentado el perdón. Esta experiencia es el punto de partida de una espiritualidad del perdón. Pero esta experiencia no es posible cuando desaparece el sentimiento de culpa. Exista una íntima relación entre la necesidad de ser perdonado y la disposición a perdonar; entre el perdón divino y el perdón humano. III. DIMENSIÓN POLÍTICA DEL PERDÓN.

¿Qué puede aportar el cristianismo en cuanto tal a que se promueva el perdón y la reconciliación como un valor positivo de humanización y de pacificación en nuestra sociedad pluralista, laica y marcada por escandalas injusticias, por la violencia y el crimen?

La moral evangélica nos proporciona unos valores y unas perspectivas, que iluminan y orientan la determinación de las mediaciones y las motivaciones concretas que relacionan el nivel evangélico con el nivel sociopolítico. Situados en nivel evangélico, se afirma que el perdón pertenece al núcleo del mensaje cristiano y se caracteriza por ser gratuito; por tanto, no se puede convertir en pura mercancía o un objeto de cálculo. Pero, por otra parte, el perdón como toda exigencia evangélica no deslegitima el orden social, pero tampoco queda reducido a él, introduce algo nuevo, que enriquece la vida humana y social, ampliando sus posibilidades y suscitando nuevas orientaciones. El perdón al tener un carácter humanizador, para que conduzca a la pacificación profunda en nuestra situación concreta marcada por la violencia, se ha de articular con sus dimensiones sociopolíticas a través de la mediación de la verdad y la justicia. Jesús hace una distinción entre la paz de Dios y la paz del mundo (Jn. 14, 27). La paz, que Dios quiere, es una paz basada sobre la verdad, la justicia y el amor. La paz, que ofrece el mundo, es una paz, que compromete la verdad y oculta la injusticia. A).- Verdad.

El auténtico perdón en la vida pública requiere el conocimiento de la verdad de lo que ha sucedido. El perdón no es olvido. No se trata de destruir la memoria del dolor, sino de sanarla y convertirla en maestra de la vida. Más aun, el perdón liberador exige que se recupere la verdad de la injusticia, que muchas veces pretende camuflarse o silenciarse. El perdón no puede ponerse al servicio de la mentira, sobre la mentira no podemos construir nada. Tanto los individuos como los pueblos no pueden renunciar a la memoria, perderían sus raíces y, por tanto, su identidad. La memoria es el depositario principal de nuestra identidad. Ella nos ayudará a saber quienes hemos sido, tanto individual como comunitariamente. Los desmemoriados no tienen futuro. Sólo si no olvidamos, podemos perdonar. Con el perdón no abolimos el pasado, ni la herencia que de él nos queda; las víctimas no merecen el olvido, sino la memoria; desde la memoria encontramos fidelidades que no podemos defraudar, se recuperan verdades molestas, se asumen derechos pendientes. Al no ignorar el peso del pasado con todos sus sufrimientos que engendró la acción injusta, aprendiendo de ellos, podemos empezar de nuevo. Ahora bien, si el perdón no es olvido, es todo lo contrario a la memoria vengadora, que alimenta el círculo de la

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violencia. La primera víctima de la violencia es la verdad... Por eso, el perdón

Αtiene sus propias exigencias: la primera es el respeto de la verdad. El perdón lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido (Juan Pablo II). El problema no es olvidar el pasado, sino romper con él y, para eso, hace falta reconocerlo, aunque escueza. Hay que descubrir las heridas, por más que apesten. Luego hay que proceder a limpiarlas cuidadosamente para que cicatricen bien y nunca más vuelvan a infectarse. Sin verdad no puede haber paz auténtica, ni reconciliación verdadera. El conocimiento de la verdad es la mejor barrera para impedir que los abusos se repitan. La verdad no sólo desenmascara el crimen, sino que saca a la luz sus causas. Sin embargo, la violencia engendra la cultura de la mentira para encubrirla y legitimarla:

ΑCon el uso de la violencia se pretende desbaratar los relatos que sirven de base a la identidad de la gente para sustituirlos por otros que favorezcan los intereses del agresor.. Afrontar el sufrimiento de manera adecuada es la clave para reconstruir nuestra humanidad. Despojarnos de ella es precisamente lo que pretende la violencia. Se nos ofrece entonces un relato fundado en la mentira. Con el uso de la violencia se pretende modificar drásticamente nuestros recuerdos para acomodarlos al nuevo relato basado en la mentira (Robert J, Schreider).

El perdón no es cerrar los ojos ante el pasado, mucho menos es claudicar ante los relatos de la mentira. El perdón en la vida pública necesita que se haga luz sobre la verdad.

Existen al menos tres significados de verdad que son relevantes para el perdón reconciliador.

11.- La verdad como correspondencia entre lo sucedido y lo que se dice sobre ello. 21.- La verdad como coherencia de un conjunto de creencias o prácticas. Las violaciones de los derechos humanos han revelado que dichas violaciones eran fruto de un régimen violento, gravemente injusto. 31.- La verdad existencial, esto es, la verdad que se percibe como iluminadora de la existencia, como pueden ser las obras de arte, los monumentos en memoria de las víctimas.

Como ya se ha insinuado, la importancia e interés por la verdad aparece como contraposición tanto a las mentiras, que en la situación violenta tramaron los agresores, como al ambiente de falsedad que se originó. Las mentiras sobre los individuos, sobre los grupos y sobre la propia sociedad legitiman la violencia con que los ofensores controlan la sociedad. La verdad, que se busca en el proceso del perdón reconciliador, consiste en recuperar los hechos tal como éstos ocurrieron. Establecer la verdad de lo ocurrido resulta esencial para reconstruir el orden moral basado en otra racionalidad y sabiduría. Además la búsqueda de la verdad establece un marco de veracidad que hace posible la construcción de una nueva

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sociedad, ya que ayuda a restablecer la confianza. Hacer la verdad ayuda a decir la verdad.

Por último, es especialmente importante la verdad en aquellos procesos en los que no cabe esperar que vaya a conseguirse mucha justicia. En estos casos la verdad puede resultar ser la única justicia que puede hacerse a los muertos.

Como puede percibirse los tres significados de verdad entran en juego en el proceso del perdón. Lo ocurrido queda más aclarado, comprendido y profundizado por la coherencia de las ideologías, que están en la raíz de los hechos violentos como racionalidad. Y mediante la verdad existencial queda mas concienciada la verdad de lo ocurrido.

B).- La justicia. El perdón no es sustituto de la justicia, ni hay contradicción alguna

entre ambos, pero se deben articular. Se han de determinar las responsabilidades contraídas sin dejar ámbitos de impunidad. Se ha de resaltar la gravedad de matar a personas indefensas con el fin de atemorizar a la población o a un sector social y conseguir de esta forma rentabilidad política. Hay delitos que no pueden prescribir, exigen justicia, que se salden los derechos pendientes de las víctimas y que ocupen un puesto preferente en todo el proceso de reconciliación. Si los derechos de las víctimas son frustados en aras de un pragmatismo mal entendido o por cesión ante la ley del más fuerte, se trunca el proceso de reconciliación. Los derechos humanos son para todos, pero hay que velar de modo especial por los derechos de los más débiles y desprotegidos. Las víctimas son muy débiles y fácilmente se acaba olvidándose de ellos y aceptando los hechos impuestos por los más fuertes. El monstruo siempre juega con la ventaja que le proporciona el miedo que provoca la posibilidad de que vuelva a quitarse la máscara de ser humano y enseñar de nuevo los dientes (Imanol Zubero).

Si se insiste en reivindicar la memoria de las víctimas y sus derechos pendientes es porque no se acepta la ley del más fuerte en la historia, porque la dignidad moral del ser humano exige la capacidad de juzgar la historia. Las víctimas, que un proceso histórico ha generado, nadie puede reciclarlas. Pretender reducirlas a engranaje necesario para el avance social, político, económico, es volver a asesinarlas. Ninguna mejora, ningún avance, pueden hacer justicia a las víctimas, ni modifica la injusticia y el absurdo de los sufrimientos provocados. El sufrimiento de la víctima es sagrado, nadie tiene derecho a utilizarlo para nada, sería una profanación sacrílega.

El conocimiento de las víctimas revelan responsabilidades y determina las exigencias de la justicia. A las víctimas hay que resarcirlas, en la medida de lo posible, por el mal que se les ha infligido, sabiendo que hay males irreversibles e irreparables.

Pero, nos encontramos con que el concepto de justicia no es univoco. Por

eso, es necesario analizar sus significados. Las primeras demandas de justicia suelen tener un sentido punitivo y se reclama la captura, el juicio y

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el castigo. Hay que procurar que la justicia que se pide sea en realidad justicia punitiva y no venganza. Por eso, la demanda de justicia punitiva ha de ser analizada e incorporada al proceso de reconciliación. Lo triste es que en ocasiones se puede hacer muy poco para llevar a los criminales ante la justicia. Ello contribuye a aumentar la frustración de las víctimas o familiares. Casi nada se podrá lograr con el proceso de reconciliación, mientras no se haya ejecutado la justicia punitiva. Pero hay otros niveles más de justicia. * Justicia restitutiva, la cual pretende compensar a las victimas,

ofreciéndoles una reparación. Es un gesto simbólico por el que se reconoce que no es posible hacer justicia de forma perfecta y completa; los muertos no pueden volver a la vida, y la salud tampoco podrá ser nunca recobrada plenamente.

* Justicia estructural. Su atención se dirige a las desigualdades estructurales de la sociedad, de las que brota el conflicto. Si se quiere lograr una paz duradera, resulta ineludible afrontar las cuestiones relacionadas con la justicia estructural.

* Justicia legal. En este nivel se trata de la reforma de la ley y de la judicatura, a fin de asegurar un sistema legal imparcial, transparente y equitativo.

Todo esto muestra lo complejo que es la justicia y lo difícil que puede ser llegar a conseguirla. Pero, ello no exime de la obligación de trabajar para hacerla posible. Un Gobierno, que no se afane por restablecer la justicia, perderá credibilidad a los ojos de sus súbditos.

Tanto la verdad como la justicia son esenciales para el proceso del perdón reconciliador. Por eso, debido a la complejidad del pasado, resulta importante clarificar en lo posible acerca el tipo de verdad y el tipo de justicia que se busca en cada momento del proceso.

C).- Perdón. Una vez que se ha hablado de la verdad y de la justicia, es cuando se

puede hablar adecuadamente del perdón. De ninguna manera se puede alentar la impunidad en nombre del perdón.

El perdón es una de las partes más espinosas de la reconciliación. Todos sabemos lo difícil que resulta perdonar cuando nos sentimos dolidos. Hay otro aspecto del perdón que también contribuye a hacerlo difícil: perdonar puede parecer una traición al pasado, y especialmente una traición a los muertos; algo así como borrar la memoria de lo ocurrido.

Perdonar parece imposible especialmente en aquellas situaciones en las que los agresores no reconocen el mal que han hecho. Las víctimas demandan disculpas y arrepentimiento; los agresores se niegan a reconocer ningún tipo de abuso. El camino hacia la reconciliación parece quedar bloqueado. Cierto que la palabra Αperdón es dura de decir y de escuchar, pero resulta necesaria e imprescindible, porque sin ella no hay reconciliación. Pertenece a la esencia misma de la vida cristiana, pero no es

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sólo una virtud cristiana, sino un valor humano, un acto moral y cívico, que tiene su fundamento en la participación solidaria de la condición humana y en el amor. El perdón es ciertamente una actitud específica de la moral cristiana, pero no es exclusiva de la misma (Galo Bilbao Alberdi). La disposición a perdonar es algo profundamente humanizador, libera al sujeto del odio y del deseo de venganza y posibilita también a la sociedad a salir del espiral de la revancha y comenzar algo nuevo. ΑNo podrá nunca comprenderse un proceso de paz, si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz auténtica y estable (Juan Pablo II)

En el perdón ante todo hay que hablar con mucho respeto hacia las víctimas, que son las que se encuentran, en realidad, en trance de concederlo. )Quien tiene legitimidad para hablar del perdón con autoridad sin ofender a la víctima? ΑUna de las cosas más ofensivas, que los cristianos demasiado a menudo hacen, es proclamar un perdón general y abstracto sin ninguna consideración a la complejidad de una situación específica o de la vida de una persona particular (L. G. Jonas).

El perdón es un acto esencialmente gratuito y nadie puede propiamente exigir a otro en estricta justicia. Pero, sí que es una exigencia cristiana, que nace de la misma experiencia de Dios, que nos introduce en la lógica del don. Es una exigencia del amor, dimensión fundamental del ser humano.

El perdón humano implica un proceso y también una decisión. Se trata de un proceso de liberación de poder del pasado. Liberarse del pasado suele ser una tarea larga y complicada. Además se requiere una decisión consciente. Llegar a la decisión de perdonar es señal de que se ha logrado la liberación del pasado; es síntoma de que se ha producido una cierta curación de la humanidad dañada; supone un compromiso de trabajar por un futuro diferente. El perdón pone de manifiesto que la víctima es ahora una nueva criatura y se halla en situación de poder imaginar un futuro distinto.

Pero el ofensor debe pedir perdón y reconocer su culpa. Y esto es también profundamente humanizador. La experiencia dice que reconocer la necesidad del perdón y el estar dispuesto a aceptarlo es tan difícil o más que la disposición a concederlo. Esto supone vivir en la verdad: todos somos pecadores, pero uno de los efectos del pecado es la mentira, la ceguera, la tentación de inocencia. El perdón puede fracasar, o porque no se ofrece o porque no se acepta. La realización plena del perdón requiere disposición de ambas partes.

El perdón legal sólo se puede otorgar, cuando se reconoce la realidad de la ofensa. Lo contrario sería renunciar a la defensa de las víctimas y aceptar una sucia connivencia con los autores del crimen. Para cerrar las heridas de un conflicto la sociedad podrá y quizás deberá articular medidas de perdón, pero con dos condiciones: 11.- Que las víctimas hayan sido reivindicadas, se les haya rodeado de solidaridad y se les haya hecho

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justicia. 21.- Que los agresores hayan reconocido, de alguna manera, la injusticia cometida y ofrezcan garantías de modificar su trayectoria anterior. Para el creyente es muy importante que la renuncia al delito, a los atentados, debe obedecer, sobre todo, a motivos de carácter moral sin excluir la motivación política. Es necesario asumir el dolor humano injustamente infligido y, para ello, hay que criticar las ideologías, que se absolutizan por encima de las personas, y también hay que renunciar a sacar ventajas políticas del cese de la violencia.

Una sociedad no puede renunciar a la justicia, pero tiene que ofrecer el perdón. Todo ser humano es más que lo que ha hecho hasta un momento determinado. Quien perdona y quien acepta el perdón, se liberan, se humanizan. IV. PERDÓN EN EL PROCESO DE RECONCILIACIÓN.

¿Qué lugar ocupa el perdón en el proceso de reconciliación? La culminación del perdón es la total reconciliación. Este es un elemento clave, pero, como ya se ha dicho, en la actualidad reviste una especial importancia al convertirse la reconciliación en un gran objetivo en muchas sociedades como consecuencia de un proceso de transición política profunda de países que han salido de una situación traumática. En estas situaciones la reconciliación social, de modo especial, cuando afecta a toda la nación, debe seguir de alguna manera el proceso siguiente: arrepentimiento del ofensor, el perdón de la víctima y entonces es cuando tiene lugar la reconciliación. El ofensor debe realizar algún gesto de disculpa; ha de reconocer su culpa.

La gente suele reclamar, como primer paso del proceso de reconciliación, que el agresor muestre su arrepentimiento y sea castigado. Desgraciadamente rara vez ocurre esto en la arena pública. Con frecuencia los agresores siguen siendo todavía demasiado poderosos para ser obligados a someterse a procesos judiciales, o se declara una amnistía que los protege de ser acusados de crímenes y abusos por vía judicial y de recibir el correspondiente castigo. La gente entonces pierde la esperanza de que pueda alcanzarse una verdadera reconciliación.

Lo más problemático del proceso de reconciliación es superar el sufrimiento causado por la violencia. La violencia en nuestra sociedad no es algo irracional, sino un instrumento al servicio de otra racionalidad, que tiende a golpear y debilitar nuestra seguridad, y, para ello, tiene que destruir los fundamentos y relatos del pueblo, ofreciendo otros fundamentos y otros relatos basados en el engaño. Un gran medio de debilitar el sentido de seguridad es causar sufrimiento, que no es lo mismo que el dolor. El sufrimiento es la experiencia que provoca el desmoronamiento de los relatos, que informan y realizan nuestra sensación de seguridad. Si se quiere sobreponerse al sufrimiento, no se puede caer en la trampa reductora del engaño y la mentira. Para ello, resulta imprescindible un fundamento y un relato liberador globalizante que nos ayude a restaurar la verdad. )Qué pueden aportar los cristianos a la reconstrucción de las sociedades devastadas por la violencia? Según la Biblia, el proyecto de Dios es un

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proyecto de alianza. Dios decide establecer la alianza con los hombres, crear nuevas relaciones con la humanidad, reconciliar todas las cosas del cielo y la tierra por medio de Cristo. De la reconciliación con Dios surge la exigencia de la reconciliación (Rom. 5, 10-12; 2 Corint. 5, 18-21; Col. 1, 15-20; Ef. 2, 4-18). Pero, como ya hemos dicho al comienzo, la reconciliación en el ámbito político está revestida de una gran ambigüedad. Es preciso discernirla. Visiones incorrectas de reconciliación.

No toda reconciliación es correcta. Señalamos tres formas consideradas como incorrectas.

11.- La reconciliación como paz apresurada. Esta forma de reconciliación intenta solventar la historia de la violencia, suprimiendo su recuerdo; quiere que se actúe como si la violencia no hubiera tenido lugar. Este tipo de reconciliación trivializa e ignora los sufrimientos y se desentiende de las causas, que las originaron. Ahora bien, trivializar e ignorar la memoria es trivializar e ignorar la identidad y dignidad humana. Eludir el análisis de las causas del sufrimiento en el fondo lo que hace es que sea probable que el sufrimiento se perpetúe.

21.- La reconciliación como alternativa a la liberación. La liberación no es una alternativa a la reconciliación, sino un requisito previo. Sin liberación no cabe una verdadera reconciliación. Pues, ésta sólo es posible, si se reconoce la violencia cometida y se erradican las condiciones, las estructuras y el proceso que la permiten y la promueven. La reconciliación es la meta hacia la que se encamina el proceso de liberación, pero nunca podrá sustituir a ésta.

31.- La reconciliación como un proceso administrativo. Es una reconciliación que se contempla desde el punto de vista restrictivo de la racionalidad técnica; se la reduce a una mera habilidad técnica, que puede ser aprendida. El proceso de la reconciliación es un proceso caro y los humanos en general no estamos dispuestos a pagar su precio, vamos a lo más fácil. No hay proceso de reconciliación, sin hombres reconciliados; no hay superación de la injusticia racionalmente, sino hay transformación de los hombres en justos. Esto quiere decir que la reconciliación tiene más de espontaneidad que de estrategia. La reconciliación en San Pablo.

Desde la perspectiva bíblica la principal referencia a la hora de definir la reconciliación son los escritos paulinos, en los cuales se pueden reconocer tres niveles: Cristológico, eclesiológico y cósmico.

11.- Nivel cristológico: Dios nos reconcilia consigo por medio de Cristo. La reconciliación es obra de Dios. Dios es quien la inicia y la lleva a cabo.

ΑPues si, siendo enemigos, Dios nos reconcilia consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de Nuestro Señor Jesucristo (Rom. 5, 10-11).

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En esta misma linea se sitúa la segunda carta a los Corintios.

ΑTodo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación (2 Corint. 5, 18-19)..

Desde esta afirmación de que Dios es quien inicia y lleva a cabo la reconciliación se nos plantea una serie de puntos para el tratamiento que aquí se quiere hacer de la reconciliación.

A). La reconciliación, que los cristianos podemos ofrecer para ayudar a vencer la enemistad, no es un proceso que nosotros iniciamos o que se logre gracias a nuestro esfuerzo. Es Dios mismo quien lo ha puesto en marcha por medio de Cristo. Esta acción reconciliadora de Dios es la que ofrece un sólido fundamento a la tarea de la reconciliación. La experiencia de la misericordia y el perdón de Dios es lo que da fortaleza y esperanza para tender la mano reconciliadora.

B). La oferta de la reconciliación no nos viene de un Dios impasible, sino de un Dios que ha sentido profundamente nuestra enemistad, hasta el punto de encolerizarse.

ΑPues bien, Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores. Con mayor razón, pues, quienes hemos sido justificados por su sangre seremos salvados por él de la cólera de Dios Rom. 5, 8-9).

Según estos textos paulinos, nuestro pecado provoca la cólera de Dios. Es importante acentuar este aspecto, ya que la cólera o la ira es un momento significativo en la superación del sufrimiento causado por la violencia. No es positivo en el proceso de la reconciliación el no denunciar los hechos y el reprimir y acallar la indignación. La ira puede ser destructiva, pero es también una forma de conocer la profundidad del dolor. Renunciar a expresar la ira, que brota de la violencia, es no reconocer el sufrimiento padecido; y si no lo reconocemos en profundidad, no podemos construir un nuevo relato.

La experiencia de que Dios perdona nuestras ofensas nos anima al arrepentimiento. Según esta perspectiva, no son los opresores, sino las víctimas, recuperando su humanidad negada por la tortura, quienes inician el proceso de la reconciliación, siguiendo de este modo las huellas de Jesús en la cruz.

C). El medio por el que se realiza la reconciliación en Cristo es la muerte en la cruz. La cruz nos lleva al epicentro de la violencia. No sólo provoca un terrible dolor físico, significa también la humillación del crucificado, la violación de su dignidad. De este modo la cruz se convierte en un medio de

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reconciliación significativo, ya que en la cruz aparece la gran mentira, la crueldad y la inhumanidad del sistema, que mediante relatos de engaño y de mentira se presentaba como portador de humanización, cuando en realidad no soporta y trata de eliminar a los hombres portadores de auténtica humanización, porque son justos, verdaderos, amantes de la vida y del hombre por encima de todo sistema. Jesús fue ajusticiado porque, en nombre de Dios, había puesto al hombre por encima de la Iglesia judía, por encima del Imperio Romano, por encima de la seguridad que da ley cumplida, y de la tranquilidad o el prestigio de la riqueza poseída. Por eso, la cruz se convierte en el gran signo que conduce a la vida: la resurrección. La cruz también nos revela la dureza cruel del sistema generador de violencia y lo que significa la verdadera reconciliación, la cual pide que el conflicto debe ser de una u otra manera afrontado. Si queremos liberarnos de la violencia, es necesario hablar de ella y hacerlo ademas sin componendas. Ello supone una visión completa de la realidad, que incluye el conflicto, aunque se debe añadir la firme esperanza de que será superado.

21.- Nivel eclesiológico: La reconciliación de judíos y gentiles. Según San Pablo Dios hará de los judíos y los gentiles un solo pueblo. Esta afirmación aparece con toda claridad en las cartas a los Efesios y Colosenses.

ΑCristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de la enemistad que los separaba. Él ha anulado en su propia carne la ley con sus preceptos y sus normas. Él ha creado en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz. Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad (Ef. 2, 14-16); esto mismo aparece en Col.1,21-23.

Los textos de Efesios y Colosenses retoman la afirmación de que la reconciliación es obra de Dios, pero además nos muestran otros aspectos a tener en cuenta en la tarea de la reconciliación.

En primer lugar, aparece la oposición, el enfrentamiento entre dos pueblos, una cierta semejanza con el antagonismo que viven oprimidos y opresores en la actual situación de violencia. Este enfrentamiento hace que unos vean a los oros como extraños y desconocidos. La imagen de Αextranjero es uno de los principales recursos, que se emplean para trazar fronteras, que garanticen nuestra seguridad. El modo de hacerlo es por medio de la exclusión, colocando al otro lado de las fronteras a quienes no son de los Αnuestros, son sencillamente los Αotros, los Αextraños. Esto aparece todavía más acentuado en las situaciones de violencia entre las víctimas y los agresores. En estos casos, es importante reflexionar sobre las diversas formas de percibir al otro.

11. Podemos demonizar al otro, tratándolo como alguien que debe ser temido y, si fuera posible, habría que eliminarlo. El otro es visto como peligroso y fuerte.

21. Podemos idealizar al otro, considerandolo superior a nosotros mismos. Esto suele suceder en los pueblos que han sido vencidos, en los pueblos subdesarrollados respecto a los ricos...

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3. Podemos colonizar al otro, tratándolo como inferior, merecedor de lástima o de desprecio. Ésta es una de las razones, que utilizan los opresores para justificar su violencia, y los

pueblos ricos para mantener su dominio sobre los pueblos pobres. ΑEs que no saben, no son capaces....

41. Podemos generalizar al otro, despojándolo de su individualidad y de su identidad. Esto sucedió en el caso de las desapariciones en Argentina, Chile y otros países. Se hablaba de los Αdesaparecidos como si no fueran personas. De modo parecido sucede con los estudios sociológicos: Tantos millones de pobres.. Identificamos pobre con pobreza, olvidándonos que es una persona.

51. Podemos trivializar al otro, ignorando aquello que lo hace distinto.

61. Podemos homogeneizar al otro, afirmando que en realidad no existe la diferencia. Esto sucede cuando dos grupos enfrentados son forzados por el opresor a convivir. Ésta fue la situación, que hubieron de aceptar muchos grupos étnicos en la antigua Unión Soviética yen otros lugares.

71. Podemos vaporizar al otro, negándonos a reconocer su presencia, su existencia. Es lo que ocurre en los casos de racismo y lamentablemente con los pobres, que cada vez más son considerados como población sobrante, invisible.

En la relación entre opresor y víctima no suelen darse todas estas posibilidades a la vez. En ocasiones pueden darse una combinación de algunas de ellas.

El propósito de analizar la cualidad de lo otro en el otro es doble. En primer lugar, considerarlo Αotro es esencial en el proceso de reconciliación. De aquí que se deba tratar de identificar como el Αotro ha sido considerado Αotro para superar el enfrentamiento, si no se pone al descubierto ese mecanismo, no será posible hacer que cese el relato basado en la mentira. En segundo lugar, una vez alcanzada la reconciliación, tenemos que decidir como queremos que sea considerado el Αotro en adelante. Hay que elegir el camino, sin duda difícil, de intentar vernos como básicamente iguales y, a la vez, esencialmente distintos. Reconocernos semejantes a los Αotros podría ser el enfoque más adecuado para lograr la reconciliación, que se puede describir como Αdejarnos de ser extraños y desconocidos los unos para lo otros, reconociendo y aceptando la diferencia. Este parece ser el camino para superar las siete categorías que convierten al Αotro en extraño.

De esta breve reflexión sobre judíos y gentiles podemos sacar la siguiente conclusión; el autor nos habla de una Αnueva humanidad a partir de dos grupos enemistados. La reconciliación desde la perspectiva cristiana no es un volver al estado anterior, ni consiste sólo en dar fin al sufrimiento de la víctima y la conversión de los opresores. Es mucho mas. Con la reconciliación se inaugura Αuna nueva realidad tanto para las víctimas como para los opresores.

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31.- Nivel cósmico: Todo será reconciliado en Cristo. Una tercera perspectiva de la acción reconciliadora de Cristo nos lo aporta la carta a los Colosenses.

ΑDios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, trayendo la paz por medio de su sangre derramada en la cruz (Col. 1, 19-20).

Este texto está en claro paralelismo con la carta a los Efesios.

ΑDios nos ha dado a conocer sus planes más secretos, lo que había decidido realizar en Cristo, llevando la historia a su plenitud al constituir a Cristo en cabeza de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (Ef.1, 9-10).

Según estos textos, todas las cosas, las del cielo y de la tierra, son reconciliadas y recapituladas en Cristo. La referencia a Αtodas las cosas del cielo y de la tierra ha llevado a algunos autores a considerar la posible influencia de las cosmologías judías y helenísticas. Para los judíos, los cielos están llenos de ángeles; la tierra, asolada por demonios. La cosmovisión helenista consideraba que la tierra estaba rodeada por estratos de espíritus superpuestos. La reconciliación significaría para los judíos el fin de la enemistad entre ángeles y demonios, y para los helenistas la victoria sobre los poderes alienantes de los eones, los cuales impedían el acercamiento de los seres humanos a Dios. Cristo según la carta a los Colosenses se presenta como vencedor de los eones y ha abierto para nosotros el acceso directo a Dios.

Esta cosmovisión, que reflejan las cartas a los Colosenses y Efesios ha sido superada, pero no ha sido superado el mal, que está haciendo tantos estragos en la humanidad, creando millones y millones de víctimas. Los demonios y eones actuales son todos esos poderes que están sofocando y amenazan la esperanza de una humanidad reconciliada. Son el imperialismo y el colonialismo, el capitalismo explotador y los poderes opresores con sus estructuras generadoras de violencia y de muerte. La reconciliación revelada y realizada Αpor y Αen Cristo exige no sólo desenmascarar la mentira y el engaño de los relatos de los opresores, sino también luchar para erradicar todos esos poderes funestos. Según el ΑMagníficat no habrá auténtica reconciliación mientras existan tronos.

Visión cristiana de la reconciliación.

La reconciliación es el corazón mismo del mensaje cristiano. Los himnos de Colosenses y Efesios la presentan como eje central del plan de Dios para su creación. Pero, el concepto, el contenido y la amplitud de la reconciliación depende de la imagen de Dios que se tenga; por qué imagen de hombre y de convivencia humana se opta, y que concepto de pecado se tiene.

11. La reconciliación se sitúa en el nivel de la gratuidad. La reconciliación en su raíz es gracia. Pero afirmar que es gracia no significa que sea algo barato, fácil, propio de personas pusilánimes. Es todo lo contrario. La reconciliación, aunque es gracia, es gracia muy cara, no se puede comprar, ni merecer, no tiene precio. Este estilo de reconciliar le costó a Jesús de Nazaret la cruz. La reconciliación es gracia, pero no a costa de la verdad y de la justicia. La reconciliación, capaz de crear un Αnuevo orden, es la que armoniza el amor gratuito con la verdad y la justicia. Sin embargo, el perdón reconciliador va más allá de la justicia, se podría llamar como la Αsuperjusticia, ya que al renunciar al derecho de reivindicación introduce una nueva relación basada en la gratuidad. Y al renunciar a ese derecho de reivindicación no sólo refleja la conducta de Dios, sino que es la que puede aspirar a cambiar la forma en las relaciones humanas al introducir en ellas

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la máxima lógica de gratuidad.

21. La reconciliación es una mística, una espiritualidad, ya que parte del reconocimiento de la acción reconciliadora de Dios en el mundo. La reconciliación es gracia, pero una vez que se experimenta la gracia de la reconciliación se convierte en tarea, en misión. Y esta experiencia justificadora y reconciliadora de Dios en nuestras vidas y en nuestras comunidades es lo que nos capacita para desempeñar el ministerio de la reconciliación

31.- Hemos de pedir perdón unos por los otros, por los pecados sociales, históricos, por los de opresión que tanto daño han producido en las personas y en los pueblos. Pues hay en la fe cristiana una misteriosa solidaridad en la culpa que no es más que el reverso de la profunda solidaridad en la gracia. Ejemplos de personas, que se han sentido solidarias del pecado del pueblo y por él han pedido perdón, tenemos en el A. T. entre otros, a Moisés, pero, sobre todo, a Jesús en la cruz, sintiéndose solidario de su pueblo y de la humanidad pecadora, pide perdón al Padre por ellos. Tenemos también a Bartolomé de las Casas, que, en su testamento, pedía perdón Αpor el agravio recibido por los indios de nosotros los españoles; en el campo político al entonces lehendakari Ardanza, que pide perdón, como Αvasco, por la muerte de Miguel Ángel Bueno; y en el ámbito eclesial, el gesto de Juan Pablo II ( (Estas reflexiones están inspiradas en la obra de Robert J. Schreiter, ΑViolencia y reconciliación, Sal terrae, pag. 17-49; 65-95).

La Iglesia y el ministerio de la reconciliación. Todo cuanto define al cristiano y todo cuanto es y puede hacer

la Iglesia se debe a esta acción justificadora y reconciliadora de Dios en Cristo, ya que la Iglesia y los cristianos son obra de esta acción justificadora y reconciliadora de Dios. Ahora bien, toda gracia origina la correspondiente misión y tarea. Si la Iglesia y los cristianos son obra de la acción justificadora y reconciliadora de Dios, por lo mismo son también instrumentos y agentes de esa acción en el mundo. De la justificación de hombres injustos (Rom. 5, 7-8) se sigue la misión en favor de la justicia en la sociedad. De la acción reconciliadora de hombres enemigos (Rom. 5, 10) se sigue la misión de reconciliación en los conflictos de la misma sociedad. No puede haber otra respuesta por parte de los cristianos a su experiencia de Dios.

Según el Concilio, la Iglesia está llamada a ser instrumento de reconciliación (LG. 1), y lo será en la medida en que ella testimonie una vida reconciliada, esto es, una comunidad de contraste en medio de un mundo roto por las injusticias y por las diversas formas de violencia. La reconciliación entre los miembros de la Iglesia puede llegar a ser tan necesaria como la reconciliación para el conjunto de la sociedad. De hecho, la Iglesia podría recuperar su credibilidad y parte de su legitimidad, si intentara hacer posible la reconciliación en su seno, como signo de un proceso y proyecto a seguir por el conjunto de

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la sociedad. Además de este optar por la reconciliación, que no olvide la justicia y acalle las exigencias de la verdad. Para ello, la Iglesia debe ser lugar donde se encuentran, se reconocen y dialogan gentes muy diversas por la cultura, y esto es posible, porque hay algo profundo que une a todos por encima de las diferencias, las cuales ya no son vistas como amenaza, sino como enriquecimiento.

No cabe duda que es una tarea hoy vital, pero difícil y delicada. La contribución de la Iglesia a la reconciliación dependerá de su fidelidad evangélica. Piedra de toque de dicha fidelidad es que los derechos pendientes de las víctimas sean reivindicados. Los cristianos cuanto más creen en la justicia de Dios, más profundamente sufren la injusticia que observan. Si hay un Dios y si este Dios es el Dios justo, entonces no podemos conformarnos ni podemos acostumbrarnos a la injusticia, sino que debemos oponernos a ella y combatirla con todas nuestras fuerzas. Si Dios es justo, es porque hace justicia a los que ven conculcados sus derechos. Un proceso de reconciliación tiene que fundamentarse en la verdad y en la justicia, pero necesita del perdón ofrecido y aceptado. La Iglesia no puede dejar de anunciar que va más allá de la justicia mediante el amor gratuito y el perdón, pero que no suplanta la justicia, sino que se debe articular con ella. Y sólo tendrá autoridad moral para hacerlo en la medida en que asuma con todas sus consecuencias la causa de las víctimas, los más débiles en todos los procesos sociales y políticos.

Bibliografía. El perdón en la vida pública, Universidad de Deusto, 1999.

Violencia y reconciliación, Robert. J. Schreiter, Sal terrae, 1998.

El ministerio de la reconciliación. R. J. Schreiter. ST. Concilium, ΑReconciliación y perdón, n1 204, marzo,

1986. Perdón, en ΑConceptos fundamentales del cristianismo,

Trotta, 1993.

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