Pepe Prado Effeta

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JOSÉ H. PRADO FLORES ÂNGELA M. CHINEZE

EFFETÁ

Ábrete

Publicaciones Kerygma México

2004

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Imprimatur: En proceso

Registro:

En proceso

México

Dibujos: Susan Prado Agee

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CONTENIDO

PRESENTACIÓN 9

1. LA AUTOESTIMA DE BARTIMEO 1. Introducción: la autoestima y los sentimientos cautivos 13 2. Mensaje evangélico: metodología de Jesús para hacer

crecer la autoestima de Bartimeo 14 A. Marginación de Bartimeo 14 B. Jesús pasa por última vez por la vereda de Bartimeo 19 C. El grito de Bartimeo detiene a Jesús 19 D. Jesús confía en Bartimeo para que Bartimeo confíe en sí

mismo 23 E. Ya no más limosnero 29 3. Conclusión: lo seguía por el camino 33 4. Meditación de Timeo 34

2. CÓMO GANAR O PERDER UNA BATALLA 1. Introducción: la mente y dos estrategias 37 2. Por qué unos ganan y otros pierden en la misma batalla 37

A. Cómo David venció un enemigo más poderoso 38 - Meditación de Goliat 42

B. Cómo Sansón perdió con un enemigo más débil 43 - Meditación de Dalila 49

C. Unos ganan y otros pierden en Jericó 51 - Tres pasos para ganar una batalla 51 - Tres actitudes para perder una guerra 53 - Meditación de Rahab, la prostituta 55

3. Conclusión: victoria y derrota están dentro de nosotros 57

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3. NO HAY PROBLEMAS, SÓLO DESAFÍOS 1. Introducción: los problemas nos benefician 59 2. Mensaje evangélico: Simón Pedro camina sobre las aguas de

las dificultades 60 A. Primer desafío: dirigir la operación y animar compañeros 60 B. Segundo desafío: si eres tú, llámame ir a ti sobre las aguas 62 C. Tercer desafío: enfrentar el problema 63 D. Cuarto desafío: Señor, sálvame 64 3. Conclusión: las dificultades nos fortifican 67 4. Meditación de Tomás 68

4. DEL FRACASO AL ÉXITO EN 24 HORAS 1. Introducción: la pesca milagrosa 71 2. Mensaje evangélico: tres escalones 73 A. Primer escalón: identificar errores que conducen al fracaso 73 B. Segundo escalón: aprender en la escuela de los errores 75 C. Tercer escalón: cambiar mentalidad y estrategia 80 3. Conclusión: la escuela de los fracasos 84 4. Meditación de la esposa de Simón 84

5. CUATRO RENUNCIAS LIBERADORAS 1. Introducción: El evangelio es buena noticia 87 2. Mensaje Evangélico: Cómo ser libres y felices 87

A. Vender todo para comprar campo y perla 88 - Meditación de Dios 88

B. El manto de Bartimeo 93 - Meditación del manto de Bartimeo 98

C. El perfume de la pecadora 100 - Meditación del perfume de la prostituta 104

D. Las redes de Simón Pedro 107 - Meditación de las redes de Simón Pedro 111

3. Conclusión: liberación integral 113

6. JAIRO: DE JEFE A PAPÁ 1. Introducción: buenas y malas noticias 2. Mensaje: lo que escogemos se trasforma en realidad 115 A. Un jefe tenía una hija enferma 116

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B. Dos oídos y una decisión 122 C. Dos visiones diferentes 125

D. Talita kum 126 E. De jefe a papá 127

3. Conclusión: escoger lo que queremos oír y ver 128 4. Recuerdos de la hija de Jairo 129

7. NO VENDER EL CAMPO DEL TESORO 1. Introducción: un campo sin pena ni gloria 133 2. Mensaje evangélico: valorar el tesoro que somos y tenemos 134 A. Antes de la operación comercial 134 B. La operación comercial 136 C. Después de la operación comercial 137 3. Conclusión: todavía es tiempo 139 4. Meditación del campo 142

8. MUJER ENCORVADA POR LA LEY 1. Introducción: terapia para enderezarnos 143 2. Mensaje evangélico: liberación de la Ley 144 A. Enseña en sábado en una sinagoga 144 B. Historial clínico de la mujer 146 C. Jesús la libera y ella se endereza 150 D. Tres reacciones 155 3. Conclusión: cabeza en alto y rodillas en el suelo 157 4. Meditación del jefe de la sinagoga 159

9. LUCHA DEL BIEN CONTRA EL MAL 1. Introducción: la coexistencia del bien y el mal 161 2. Mensaje evangélico: el plan de Dios para este mundo 162

A. El Reino y dos protagonistas 163 B. Primer grupo: hombres que se duermen 164 C. Segundo grupo: siervos angustiados 167 D. Tercer grupo: segadores y tiempo de la siega 170

3. Conclusión: el plan de Dios se cumple 174 4. Meditación: el sueño de Dios 176

CONCLUSIÓN 179

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PRESENTACIÓN

En el capítulo siete del evangelio de Marcos encontramos una

escena evangélica donde aparecen dos personajes: el sordomudo que representa la persona incomunicada así como quienes lo con-ducen hasta Jesús.

Generalmente los reflectores se centran en la curación del pri-mero, pero se olvida que estaba tan paralizado que tuvo que ser llevado por otros; sin los cuales se debería cancelar esta página tan bella del evangelio.

El hijo de David se dirige al hombre con una orden: Effetá, ábrete. No son sus oídos o boca los que están cerrados, sino él mismo. La enfermedad física es síntoma de su situación personal: se había cortado las alas de la comunicación con el mundo, con los demás y con Dios. Afortunadamente tuvo algunas personas que lo condujeron hasta Jesús de Nazaret, ya que ni de eso él era capaz.

A través de estas páginas, nosotros queremos ser quienes lle-vemos y presentemos a cada lector delante del Mesías para que él, pronuncie una vez más esa palabra poderosa que es capaz de trasformar la vida: “Effetá, ábrete”.

Si fuera posible sintetizar la buena noticia de Jesús, sería preci-samente con esta expresión: “Effetá, ábrete”, porque la levadura del Evangelio hace que nuestras posibilidades lleguen hasta la frontera de lo inimaginable para que podamos vivir en plenitud la vida humana. El Hijo del hombre tanto libera de todo peso a los

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que están cansados de estar cansados, como capacita para atravesar mares Rojos que impiden nuestra marcha hacia la tierra prometida.

Así pues, cada capítulo de este libro es un amigo que nos pre-senta ante el Maestro de Galilea para que podamos disfrutar desde ahora la vida en abundancia que él vino a traer a este mundo. • La escena del ciego Bartimeo sentado a la orilla del camino

nos abrirá el corazón para creer en nosotros mismos, como Dios nos valoriza y confía en nosotros, sabiendo que tene-mos capacidad para gritar, levantarnos y hasta saltar. Nos va a abrir para que aprendamos a valorarnos y amarnos a noso-tros mismos.

• En los dos siguientes capítulos Simón Pedro nos abrirá los ojos para considerar los problemas como grandes oportuni-dades de crecimiento y aprender a trasformar el fracaso en un éxito, con una mentalidad de triunfador.

• David nos abrirá el discernimiento para atacar con nuestras mejores armas. Con Sansón vamos a aprender a defendernos de los enemigos, especialmente cuando ese rival está dentro de nosotros mismos. Junto a las murallas de Jericó percibi-remos que la victoria como la derrota se originan en la mente de los contendientes.

• Como nuestra actitud frente a la vida depende de nuestra fe, Jairo nos va a enseñar cómo alimentarla: escuchar las buenas noticias y desechar las predicciones de quienes afirman que nuestro futuro ya está muerto, mientras Jesús asegura que só-lo está dormido.

• Las cuatro renuncias evangélicas cambiarán nuestra visión del sufrimiento y el dolor, pues nos abriremos para conside-rar el Evangelio; no como una cruz, sino el poder de la cruz que nos libera de pesos y cadenas, para volar por cielos iné-ditos y transitar caminos vírgenes. No se trata de sufrir sino de evitar el dolor estéril, que ni es humano ni menos evangé-lico.

• El campo del tesoro nos va a prevenir para valorar lo que somos y tenemos, para no vender el campo sin saber que contiene una gran riqueza.

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• Con la mujer encorvada vamos a abrirnos para romper ciertos paradigmas tradicionales basados en la ley. Ella nos va a mostrar que Dios quiere hombres y mujeres con la ca-beza en alto, aunque se tenga que violar la sacratísima ley del Sinaí. Nos vamos a abrir para glorificar a Dios con la ca-beza erguida y las rodillas en el suelo.

• Al final, nos abriremos para valorar tanto el trigo, que no arranquemos la cizaña antes de tiempo, sino la sepamos aprovechar, como en los cuadros de Rembrant donde las sombras hacen resaltar más las imágenes luminosas. Estas nueve ventanas forman un colorido vitral evangélico que

nos libera de todo aquello que obstaculiza el plan original e Dios y potencia nuestras posibilidades mucho más allá de lo que podemos pedir o pensar.

Que el Espíritu Santo nos traspase cual espada de dos filos pa-ra que hagamos realidad el sueño de Dios: disfrutar la vida en abundancia que Cristo Jesús vino a traer a este mundo, con un cielo nuevo y una tierra nueva, limpios de cizaña, porque todas las cosas sirven para nuestro bien, no porque todas sean buenas, sino porque todas son susceptibles de llegar a serlo.

Guadalajara, México. Londrina, Brasil. 6 de julio de 2004.

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LA AUTOESTIMA DE BARTIMEO

1. INTRODUCCIÓN: LA AUTOESTIMA Y LOS SENTIMIENTOS CAUTIVOS

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia: Jn 10,10.

Se ha difundido mucho la idea que confiar en nosotros mismos es un atentado contra nuestra confianza en Dios. Esta noción viene de una concepción desenfocada: se cree que Dios mora en las alturas y nosotros hundiéndonos en el mar de las dificultades.

Sin embargo, Él está no sólo con nosotros (Mt 1,23) ni en me-dio de nosotros (Mt 18,19), sino en nosotros (Jn 14,23). Por tanto, creer en nosotros es reconocer que la Presencia divina invade todo nuestro ser, como el alma de nuestra alma. Así, confiar en Dios y no creer en nosotros sería la peor de las contradicciones, pues somos imagen y semejanza suyas.

El pasaje de Bartimeo a la orilla del camino de Jericó nos muestra la pedagogía de Jesús que nos abre las alas y las expectati-vas para que crezca nuestra autoestima, y sintiéndonos amados, podamos amar.

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un men-digo ciego, estaba sentado junto al camino.

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Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar, «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo, «Llámenlo.» Llaman al ciego, diciéndo-le, «¡Animo, levántate, te llama!» Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo, «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo, «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo, «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino: Mc 10,46-52.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: METODOLOGÍA DE JESÚS PARA HACER CRECER LA AUTOESTIMA DE BARTIMEO

A. LA MARGINACION DE BARTIMEO La marginación se da en dos direcciones: cuando los demás

nos aíslan y cuando nosotros mismos nos separamos. Bartimeo sufrió ambas, aunque la segunda es sin duda peor.

El ser ciego era una de las desgracias más terribles en tiempos de Jesús, pues se le excluía de la comunidad de Israel. El invidente estaba marcado por las condenas de la sociedad que lo consideraba pecador, y por tanto, ay de aquel que “comiera o bebiera con él”, porque era reo del mismo delito. El ciego, pues, vivía en la más terrible de las soledades, sin derechos sociales ni religiosos.

Bartimeo, el hijo de Timeo, era uno de estos desdichados. No había espacio para él dentro de los históricos muros de la ciudad de Jericó, ni tenía visa para entrar en sinagoga alguna. Así, se exilió en la frontera del agreste desierto, donde merodeaban los leoncillos y abundaban serpientes y escorpiones.

No sabemos si su desgracia provenía por herencia de los ante-pasados o por un accidente. Lo cierto es que no percibía los colores ni las proporciones. No era capaz de contemplar un desfile de hormigas, los ojos traviesos de un niño, ni la silueta de una mujer hermosa al atardecer. Por estos motivos, encontró todos los justifi-cantes para sentarse junto al camino.

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a. Ciego por accidente, pero limosnero por decisión personal No sólo tenía límites naturales, sino que él mismo se encargó

de estrechar el margen de sus capacidades. La naturaleza lo hizo ciego, pero él, y únicamente él, se trasformó en mendigo. Sólo Bartimeo tomó la decisión de pedir limosna en las afueras de la comercial ciudad de Jericó. No había proporción entre ceguera y mendigar. Tenía solamente un problema con los ojos, pero poseía todas sus otras facultades. Bartimeo se escudó en su ceguera para no redoblar sus esfuerzos. Eligió la opción más fácil, aunque tuviera que hipotecar su dignidad y el respeto a sí mismo. Se convirtió en un limosnero que exponía ante los demás su indigen-cia. Prefirió llamar la atención por sus defectos y carencias, que por sus cualidades y posibilidades. No era necesario que los demás lo menospreciaran, cuando él ya no se valoraba a sí mismo. b. Sentado y cansado de estar cansado

Además, el ya dramático limosnero resolvió sentarse a la orilla del camino. Estaba privado de la vista, sí, pero eso lo tomaba como excusa válida para creer que no podía participar en el desfile de la vida. Como todo ser humano, estaba dotado de fuerzas y debilida-des, pero conmiserándose a sí mismo, se cerró las puertas del futuro, sentándose al borde de la calzada. Ciertamente, tenía una incapacidad, pero él decidió apostarse a un lado de la caravana de los comerciantes y peregrinos. Se dio por vencido ante él mismo. Vivía tan arraigado a su incapacidad, que hasta persuadía a no pocos de que estaba destinado a ser un pobre limosnero por el resto de sus días.

El carecer de vista no le debía impedir vivir con la frente en al-to; al contrario, le ofrecía el reto de sobresalir en otros campos de la ciencia o las artes. Herodoto (488-426 AC.), padre de la historia, fue ciego, pero eso no le impidió ni viajar ni escribir nueve libros. Hellen Kéller (1880-1968) superó su carencia visual y auditiva, y logró convertirse en abogada, escritora y conferencista internacio-nal; buscó y encontró puertas de salida para este laberinto. Andrea Boccelli no puede ver, pero su sonora voz alegra los aires del mundo entero.

Bartimeo ya no quería caminar más. Él, y sólo él, decidió sen-tarse, porque su autoestima estaba por los suelos. El problema era

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que Bartimeo no creía en sí mismo, y con su rostro lastimero intentaba convencer a todos que le bastaba un pedazo de pan para sobrevivir. Había menospreciado su persona y no tenía ni motiva-ciones ni expectativas para vivir. Por eso, mejor se sentaba a la orilla del camino de quienes escriben los capítulos de la historia.

Para los transeúntes de ese cruce de vías, era natural verlo es-tacionado al borde de la vereda, levantando su mano para pedir algún mendrugo de pan. Jericó se encontraba en la impresionante depresión del Jordán, a casi 400 metros bajo el nivel del mar; pero era la vida de Bartimeo la que se encontraba en el punto más bajo de su geografía y de su historia.

Lo peor no fue que el pueblo lo marginara, sino que Bartimeo mismo se aisló y cubrió con grueso manto. Aunque los demás no creyeran en él, el ciego podía tener confianza en sí mismo. Nadie le podía hacer sentir lo que él no quisiera; pero si él no se valoraba a sí mismo, tampoco creía que nadie pudiera reconocerlo. c. Se enclaustró en sí mismo

En el relato de Mateo (20,29-34) encontramos la historia de dos ciegos que compartían su dolor y su destino. Decidieron unir sus soledades y sufrir acompañándose uno al otro. Pero Bartimeo estaba completamente solo. Una palmera, un bastón y un manto raído eran sus únicos compañeros.

Sus oídos no conocían la voz del amigo, sólo se contentaban con el zumbido del viento que silba furioso cuando irrumpe por los acantilados. Sus manos se habían resecado y agrietado, pero no por la aridez de la región, sino porque no tenían a quien acariciar. Sus pies, cansados, no conocían el camino de la amistad. En su boca habían sido suprimidas las palabras: “te amo”, “te extraño”, “te necesito”, con todos sus sinónimos. Sus ojos, dos luceros extingui-dos, nunca se habían encontrado con la mirada de quien abre la ventana de su santuario para penetrar en él.

Bartimeo no tenía ningún amor estable ni permanente. Los transeúntes desfilaban fugazmente delante de él. Algunos se dete-nían sólo para refrescarse por un momento, pero en el crepúsculo se alargaba la sombra de su soledad. Los comerciantes y los oca-sionales peregrinos transitaban presurosos por enfrente de la palmera donde se recargaba su bastón, sin haber dejado huella alguna de nostalgia. Es que Bartimeo había tejido su vida con los

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colores grises y oscuros del dame-recibo, y no con la variedad de tonos que tiene el arco iris. d. Bloqueo afectivo y sentimental

Tanto la causa como efecto de su soledad era que aquel hom-bre agazapado en su manto no expresaba su amor y su cariño porque no se valoraba así mismo. Tal vez tampoco nadie lo quería ni necesitaba. Su única muestra de sutil afecto era dar gracias al viento, sin ver el rostro de la persona que le había dejado caer unas cuantas monedas. No lo amaban, sólo le tenían lástima. Amar no es dar limosna, sino “dar hasta que duela” (Madre Teresa de Calcuta). Por otro lado, quien recibe migajas, ni se siente amado ni está motivado para responder con amor efectivo y afectivo. El proble-ma de fondo es que Bartimeo no quería recibir amor. Tal vez por haber sido alejado de su familia no se creía digno de ser amado ni con derecho a ser feliz.

Bartimeo no tenía a quién mostrar su cariño. Y resolvió repri-mir sus sentimientos, hasta que se fueron oxidando en el calabozo donde los tenía cautivos. Nunca manifestaba ternura, porque sólo recibía limosnas. Por eso se cubría con un grueso manto convertido en armadura que no permitía que el calor del afecto penetrara en su vida, y tampoco dejaba que su luz interna brillaría en el exterior. Era su escudo para no sufrir, sí, pero al mismo tiempo le impedía gozar. No le penetraban los dardos traicioneros, pero tampoco nadie escuchaba los latidos de su corazón. Había reprimido sus sentimientos, encarcelándolos bajo su manto.

Cuántas veces nos defendemos con un caparazón para no ser amados. Nos cubrimos con una coraza para no recibir amor, por-que no creemos que exista el amor fiel, desinteresado y sin condiciones. Pero quien piensa así, es porque cree también que su afecto tampoco puede tener estas mismas características. Por eso, no acepta ni expresa ninguna de sus emociones.

Bartimeo bloqueó los sentimientos. Era mejor no sentir para no exponerse. Optó por no arriesgar, para no sufrir. Prefirió el sobre-vivir, pero sacrificó el vivir. Se escondió bajo el pesado manto. Suponía que mostrar sensibilidad era una debilidad y que las personas sensibles son frágiles como los pétalos de una flor, sin reconocer que el perfume brota precisamente en esos pétalos donde

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reposan las mariposas y las abejas toman el néctar que convertirán en miel agradable para endulzar la vida.

El ser ciego no le impedía crear ilusiones, pero renunció a en-trar en el país de las fantasías, para no terminar decepcionado ni frustrado. Perdió la capacidad de vislumbrar nuevos horizontes y tener una estrella a la que pudiera llamar suya. En una palabra, Bartimeo, que sólo sabía recibir, no quería abrir el arcón de los sentimientos porque pensaba que no tenía con quién compartirlos. Más de alguna vez justificaba su postura argumentando que era inútil pelar un dátil que nadie se iba a comer. ¿Para qué levantarse y emprender la marcha por el camino si no tenía a dónde ir; ni menos con quien recorrer el sendero? En los largos momentos de soledad y silencio, llegaba a pensar que no valía la pena comenzar algo que no habría de terminar. Entonces agachaba la cabeza y se adormecía, sin soñar. Más que piernas entumidas de tanto estar sentado, era su corazón el que se iba anquilosado cada día más. A nadie le importaba lo que sentía, sufría o pudiera esperar.

No hay nada más dramático que un hombre sentado frente a un camino que no quiere transitar. Qué incomprensible es una persona adormecida a la orilla de la calzada donde rezan los peregrinos, negocian los comerciantes, corren los atletas y se encuentran los amigos.

Vivimos en una sociedad donde los sentimientos son signos de debilidad. Por eso tememos entrar en contacto con ellos, y no los expresamos. Se habla de la traición del amigo, pero nos reserva-mos el coraje, la decepción o la tristeza que sentimos ante ella. Se comenta la indiferencia del esposo, pero no se revela el frío que va congelando las arterias del corazón. Ahogamos los sentimientos, negándolos o rechazándolos, pues no creemos que debamos mani-festar la ira, el júbilo o la soledad. Contenemos nuestras lágrimas, apretando las mandíbulas, pero olvidamos que de amor y alegría también se llora.

Así, pasaron lentamente las semanas y se sucedieron los me-ses, mientras los años no se detenían, con un hombre que pensaba que no era capaz de enfrentar los retos de la vida y que, para no sufrir, se había convertido en estatua insensible que no mostraba sus afectos... hasta que se cansó de estar cansado.

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B. JESÚS PASA POR ÚLTIMA VEZ POR LA VEREDA DE BARTIMEO Un día que parecía ser como todos los demás, Jesús, acompa-

ñado de una inmensa multitud, pasó por la vereda donde la mano extendida de Bartimeo era parte del panorama. Al Maestro se le presentaba una maravillosa oportunidad de poner en práctica sus enseñanzas, para no ser equiparado a escribas y fariseos que indi-caban a los demás lo que debían hacer, pero ellos no movían un dedo para cumplirlo. El Hijo de hombre había insistido varias veces en la importancia de la limosna. Pues bien, allí estaba un pobre necesitado. ¿Por qué no daba ejemplo de lo que antes había propuesto con sus palabras?

Prefirió pasar de largo, como si fuera insensible ante la escena de un menesteroso que no se podía bastar por sí mismo. Decidió ignorarlo, aunque esto fuera malinterpretado por algunos, hasta por el pobre invidente que, de nuevo no era tomado en cuenta; mas ahora con un agraviante: quien pasaba y se alejaba dejando un agrio sabor de apatía era Aquél que había sido ungido con el Espíritu de Dios para abrir los ojos de los ciegos y liberar a los oprimidos (Lc 4,18-19). Pero precisamente esta aparente indiferen-cia fue la que hizo reaccionar al mendigo que tenía alma de indigente y vestido de pordiosero. C. EL GRITO DE BARTIMEO DETIENE A JESÚS

Bartimeo se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compa-sión de mí! Está saliendo de la cueva que él mismo se había fabricado. Por primera vez en muchos años muestra a flor de piel sus necesidades profundas y no sólo las urgentes. Ya estaba cansa-do de la rutina de su vida y de su desierto interno. Ya no podía más y resolvió salir de la depresión. Por eso, cuando se enteró de que Jesús pasaba junto a él y se alejaba, percibió que se le escapaba la única y última oportunidad de dejar su postración. Ya no era posible seguir así, sin motivaciones ni objetivos en la vida, sin ilusiones ni sueños. Era inútil continuar cubriendo el volcán de su corazón, negando su necesidad de ser amado. Había tocado fondo, y el paso fugaz del Maestro que no se detenía, fue como un resorte que le hizo sacar a flote lo más íntimo.

Sin levantarse, porque no creía que podía hacerlo, gritó. El ciego nunca antes había clamado con tanta fuerza, pues siempre

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pedía limosna en voz baja, para que la gente se inclinara a compa-decerlo. Todos lo consideraban sin ánimos ni capacidad de reaccionar, pero parecía haber ahorrado todas sus energías para este momento. Ni él mismo sabía que poseía esa capacidad. El mendigo postrado junto al camino cambiaba su actitud: no adoptó el papel de víctima que no era tomado en cuenta; al contrario, surgió desde el fondo de sí el deseo de aprovechar esa única opor-tunidad que tenía para cambiar de vida. Creyó que era posible.

Jesús logra que el ciego reaccione y grite

Hay gente que ya se acostumbró a su situación y no cree ni es-pera nada.

Si tratamos de colocar una rana en un balde de agua hirviendo, el animal reacciona y salta instintivamente. Pero si la metemos en un balde con agua y a ésta le prendemos fuego, al principio la ranita disfruta el agua tibia... hasta que sin darse cuenta, te-nemos caldo de rana. Se acostumbró. Este fue el problema. La vida comienza a cambiar cuando creemos y deseamos que

se pueda trasformar. El deseo de volar fue el motor de Santos Dumont para em-prender el vuelo. Enseguida creyó que era posible aunque

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tuviera que desafiar la ley de la gravedad. Luego lo intentó a pesar de la oposición general. Ningún “no” lo detuvo. Jesús suscita el deseo primeramente. Por eso hace la pregunta:

¿Qué quieres? Su táctica es provocar el deseo. Él va a colmar los anhelos, pero la medida de su don depende de lo que esperemos.

El grito del mendigo estaba integrado por tres partes: a. Jesús

Bartimeo es uno de los tres únicos personajes evangélicos que llaman al Maestro por su nombre: Jesús. Tiene libertad y confianza para dirigirse así al famoso predicador de Nazaret, como si fueran viejos conocidos o los uniera un lazo de amistad. Los sentimientos, por tanto tiempo reprimidos, hacían erupción de forma inédita. b. Hijo de David

Bartimeo era muy sensible a los lazos familiares, pues incluso se le reconoce en la historia como el hijo de Timeo. Cuando el famoso predicador de buenas noticias cruza delante de él, el ciego tiene una luz para identificarlo como “el hijo de David”. Este título está cargado de un profundo sentido mesiánico.

El ciego reconoció que Jesús era el descendiente de David, que habría de sentarse eternamente en el trono de Israel. El profeta Isaías vislumbró:

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, brincará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo cantará. Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa; el páramo se convertirá en estanque, la tierra se-dienta en manantial. Is 35,5-7a.

Bartimeo es muy astuto. Al invocar al hijo de David, éste debe responder, y si Jesús no contesta, demuestra que no es el ungido con el Espíritu para iniciar los tiempos mesiánicos. En pocas palabras, el astuto ciego está comprometiendo al Mesías esperado para que le responda. c. Ten compasión de mí

Bartimeo, acostumbrado a contentarse con limosnas, está dan-do un paso cualitativo. Es la primera vez que pide a alguien: “sufre conmigo, comparte mi dolor y mis sentimientos”. El mendigo ha aprendido, tras muchos y largos años en la escuela de la soledad,

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que su corazón es demasiado grande para satisfacerse con limos-nas. Sólo otro corazón lo puede llenar.

Ha cobrado conciencia de sí mismo como persona que merece atención, aunque el Maestro esté rodeado por la multitud y lleve prisa por subir a Jerusalén para realizar la obra más importante de la historia: la redención universal. Se atreve a solicitarlo. Cierta-mente corre el riesgo de quedar frustrado, o hacer el ridículo delante de todos, si su súplica no fuera atendida. Pero, como no tiene nada qué perder, lo intenta. Sabe que si no acepta este reto, jamás tendrá posibilidades de ganar. Apuesta todo su capital a la misma carta.

Cuenta el evangelista que muchos le increpan para que se ca-lle, pues sus gritos desentonan con la melodía de la peregrinación de esa mañana. Entonces la gente lo presiona para que se modere, tratando de que regrese a su costumbre pasiva. Unos con enojo, otros regañándolo, le piden discreción y mesura. Lógico era que el acomplejado mendigo hubiera cedido, pero Bartimeo ahora no se somete como siempre había sido su rutina. Al contrario, quien es capaz de gritar, tiene también el coraje de no callar por las presio-nes de la sociedad o las conveniencias de quienes lo rodean. Tanto más lo tratan de amordazar, el ciego grita más fuerte. No se des-anima con el silencio del hijo de David, al contrario, redobla su grito, pues de éste depende su futuro. Ha ganado la segunda bata-lla.

Bartimeo estaba tomando decisiones por él mismo. Era libre de la opinión de los demás. Rompía con su viejo esquema, aunque tuviera que asumir consecuencias no previsibles. Aquel hombre que estaba habituado a la rutina, ha recuperado la capacidad de reaccionar y de imponerse a sus opositores. El simple paso de Jesús fue suficiente para que abriera su corazón y no cerrara la boca, tanto para gritar como para no someterse a la voluntad de los demás.

A veces se ha valorado tanto la “virtud” del silencio, que se ha menospreciado el grito profético del atalaya, cuando las circuns-tancias así lo ameritan. Normalmente hiere mucho más el silencio de la indiferencia, que las palabras y los gritos, por lo que deduci-mos que el silencio no es en sí mismo un mérito. La virtud estriba en gritar cuando se amerita y saber callar cuando el silencio sea

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más elocuente que las palabras. Es también muy significativo que de las siete palabras que el Señor pronunció en la cruz, tres fueron gritos. La venida de Jesús a nuestro mundo nos convierte en voz que clama en el desierto como Juan Bautista.

El Evangelio nos capacita tanto para levantar la voz, como pa-ra guardar silencio para no responder a los Herodes y Pilatos que quieren invadir nuestra individualidad. A mí personalmente me fascina que el evangelista Juan da a Jesús el título de “la Palabra de Dios” y no de “el silencio de Dios”. D. JESÚS CONFÍA EN BARTIMEO PARA QUE BARTIMEO

CONFÍE EN SÍ MISMO Jesús escuchó los gritos incontenibles de aquel hombre que es-

taba sentado a la sombra de la palmera, pero no respondió como el mendigo tenía programado. Actuó fuera de los esquemas conven-cionales que nosotros consideramos como normales de una persona buena y misericordiosa. En vez de regresarse para atender al nece-sitado que estaba entumido de tanta pasividad y cuya ceguera le dificultaba caminar, lo llama y lo invita a que se levante para que venga donde él. Era mucho más fácil que el incansable peregrino que visitaba villas y aldeas mostrara su misericordia, tornando hasta donde yacía el pobre mendigo.

El Maestro tenía una estrategia. Cuando lo llama está dando a entender: “¿Quieres algo, necesitas algo? Ven para acá. Yo no me voy a regresar, Bartimeo.... te toca a ti poner de tu parte: levántate y acércate tú”.

Jesús, en vez de facilitarle las cosas, le exige que deje su pasi-vidad. Ésta es una de las enseñanzas más maravillosas del Evangelio: el hijo de David no se conmisera del hombre que está centrado en su drama, porque sería fomentar su problema. Barti-meo no se valoraba a sí mismo, y se auto compadecía cuando le daban o negaban limosna. En su guión de vida estaba descrito que los demás se conmovieran a causa de su enfermedad, que él se encargaba de capitalizar para obtener los mejores intereses. Jesús no entra en el juego de aquel hombre que tiene años procurando la lástima de los demás. Es el mendigo quien debe salir de sus para-digmas para cambiar sus actitudes de vida.

El hijo de Timeo se había acostumbrado a que los peregrinos y comerciantes se acercaran hasta donde él estaba, para dejar una

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limosna en su mano. Sobrevivía en la medida que era capaz de meter a los otros en su esquema y en su territorio. Sabía utilizar su limitación parcial, para que los demás abandonaran su propio camino y se acercaran a él. Aprendió el juego, que si bien no le ofrecía los mejores resultados, era el más cómodo, hasta el día que se cansó de estar cansado.

Jesús lo saca de su campo de juego, para abrirle un horizonte desconocido pero fascinante: “tú eres capaz de levantarte y venir a donde yo estoy”. Al llamarlo, el Señor le da a entender con clari-dad y decisión: “Bartimeo, yo no voy a cambiar de dirección para ir donde tú estás. Eres tú quien debe meterse al camino, porque eres capaz de esto y mucho más. El ímpetu que tienes para gritar y la decisión para no callar, me da la certeza de que eres más fuerte de lo que crees. Si yo me devolviera, tú seguirías fuera del camino; pero mi plan es que entres y que vengas conmigo, Bartimeo. Yo creo que tienes la fuerza para levantarte. Confío en ti, pero es necesario que ahora tú creas en ti mismo”.

Jesús cree en el ciego, para que éste sea capaz de creer en sí mismo. Le da confianza y ésta se convierte en un resorte para reaccionar. El Maestro le ha abierto la frontera del país de los sueños que Bartimeo jamás había imaginado. Pero Bartimeo tiene que decidir: permanecer estacionado, o levantarse. Salir del capa-razón, o seguir cubierto y protegido por su viejo manto. Renunciar a la protección que le cubre sus alas, o preferir la libertad de volar, aunque tenga que tirar la gruesa capa que forma ya parte de su persona. a. El salto de Bartimeo

Bartimeo, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús: Mc 10,50.

El ciego había solicitado atención sentado bajo la palmera, pe-ro en cuanto es llamado, deja el pesado manto y da un salto. Se suponía que sus piernas estaban entumidas de tanto estar sentado. Él creía que era incapaz de levantarse, y menos de caminar; pero de repente, gracias a la Palabra de quien lo llama y a la confianza que le da, descubre una fuerza inédita que nunca había considera-do. Solamente estaba adormecido. Puede hasta brincar. Tiene muchas más posibilidades de lo que sospechaba. Cuando alguien cree en él y se lo expresa, despierta ese gigante dormido.

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Bartimeo necesitaba creer en sí mismo, en que podía salir del hoyo de la postración, y que no por estar ciego debía convertirse en limosnero. Jesús dio a aquel hombre que estaba sentado y cansado, mucho más que una limosna: le proporcionó la confianza de que podía levantarse para dejar de ser limosnero.

El problema esencial de Bartimeo es que no se valoraba. No sabía que podía gritar y brincar. Se menospreciaba, sentándose a la orilla del camino, levantando una mano lastimera para recibir lo que a los demás les sobraba. El Maestro le dio la confianza de que a pesar de ser ciego, podía caminar, pues tenía un propósito: que el hijo de Timeo se diera cuenta de lo que valía por sí mismo, que no necesitaba permanecer sentado todo el tiempo. Que era capaz de ponerse de pie, levantar la cabeza y, en vez de tender su mano, podía extender sus piernas. Jesús le sana primero de la baja estima que el mendigo sufría, que hasta se había marginado a tal punto de contentarse con las limosnas, en las afueras de la ciudad de las palmeras y los oasis.

Bartimeo, estimulado y motivado por la confianza de aquél que lo llamaba, no sólo se levantó sino que dio un salto. Logró mucho más de lo que se suponía era normal. Tenía más fuerzas y capacidades de las que aparentemente él suponía o había hecho traslucir a los demás.

Esa mañana había varias sorpresas: Bartimeo estrenaba una potente voz que nadie conocía. Además, no se sometía a la presión social y era hasta capaz de dar un salto instantáneo, rompiendo el récord de toda expectativa.

La Buena Noticia traída por Jesús nos descubre que tenemos una fuerza escondida dentro de nosotros mismos. Todos los que están postrados y cansados con voz lastimera pidiendo limosna, pueden gritar para expresar sus necesidades. b. El poder de la Palabra de Jesús

¿Dónde radica el detonador que activa esta fuerza inédita? En la Palabra de Jesús que lo llama. La confianza que él deposita en nosotros, se transforma en la palanca que puede mover nuestro mundo. Nos hace confiar en nosotros mismos, y entonces no sólo sabremos lo que podemos lograr, sino volar alto para conseguirlo. Se trata de la Palabra de Dios que es creadora y eficaz en sí misma, y no de un lavado de cerebro o autosugestión, lo que nos habilita

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para descubrir y activar el potencial que duerme dentro de noso-tros.

Si supiéramos el poder que Dios ha depositado en las pala-bras… ellas pueden levantar el ánimo de los decaídos y dar esperanza a los desanimados. A través de ellas se ensanchan las alas de un amigo y se hace creer en sueños imposibles. Por otro lado, también las palabras pueden cortar las alas de la gaviota que está aprendiendo a volar.

Gracias a la palabra eficaz de Jesús ha comenzado su recupe-ración irreversible, cuyo problema principal no era la ceguera, sino el creer que la única alternativa de su vida era continuar sentado a la orilla del camino, contentándose con limosnas. c. Tira el manto

Sin embargo, el evangelista descubre el trampolín que posibili-tó tal brinco: Bartimeo tuvo que despojarse de su gruesa vestidura que era parte de su historia y su persona. Parece como si el pesado manto le hubiera impedido conocer sus fuerzas y posibilidades.

No basta querer. No es suficiente creer. Es necesario renunciar al lastre que nos cubre y nos impide levantarnos. Todos nosotros estamos cubiertos de alguna vestidura, a veces hasta armadura que si bien por una parte nos protege, por otra nos estorba para exten-der las alas para surcar los espacios de la libertad. La opción es, protección o libertad.

Bartimeo decidió perder para ganar. Renunció a sus pesos que le imposibilitaban levantarse, dejó las cadenas que le imposibilita-ban volar. Murió a lo que no lo dejaba vivir. El Maestro había logrado suscitar sed de libertad en aquel prisionero de sí mismo. Su ceguera ya no era una excusa para no caminar, porque ahora su vida tenía un sentido.

Cuando el buen pastor lo llama, le está proponiendo un objeti-vo a aquel hombre que carecía de horizontes y metas en su existencia. El Maestro no viene a darnos lo que creemos que nos hace falta, sino a hacernos descubrir lo que ya tenemos, y lo que podemos lograr. Lo mejor que podemos hacer por una persona, es animarla para que defina el objetivo de su existencia y se levante para perseguirlo, sin importar el precio para alcanzar esa estrella.

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Bartimeo, por su parte, debe aceptar el reto: dejar tirado su manto a la sombra de la palmera. Sin embargo, Jesús no lo obliga. Lo motiva creyendo en él para que el ciego renuncie a su manto de protección y se encamine a toda prisa y sin estorbos hasta Aquél que lo está esperando. Vale la pena.

La estrategia del hijo de David con Bartimeo es valorarlo para que el ciego recupere su dignidad perdida, hay alguien que se interesa en su persona. Por tanto, aquel hombre se siente diferente y único en la muchedumbre.

En síntesis, el Señor no nos pide dejar ni renunciar a cosa al-guna; más bien nos seduce.

Cuando nos sentimos únicos o hacemos sentir lo mismo a otra persona, estamos en capacidad de volar desafiando tempestades, noches y acantilados.

El Maestro había asegurado: El Reino de los cielos sufre vio-lencia y sólo los violentos lo arrebatan: Mt 11,12.

No son los pacientes ni los resignados los que consiguen el Re-ino. Ninguno que viva apostado a la orilla del camino está en posibilidades de apropiárselo. Los violentos son los decididos, los que invierten todas sus fuerzas para ir adelante, que saben gritar cuando es necesario y ni quienes creen que dejarse humillar es una virtud cristiana. Los violentos toman sus propias decisiones, asu-miendo las consecuencias de las mismas.

No son los que se estacionan a la orilla del camino los que consiguen el Reino. Tampoco son los que le dan tiempo al tiempo, sino los que aprovechan la oportunidad cuando ésta se presenta en su camino, sacando las fuerzas reprimidas. Los violentos son aquellos que tienen un objetivo y una misión por los que vale la pena luchar.

Pero no basta ser agresivo y decidido. Junto con esta caracte-rística, el Evangelio nos exige ser misericordiosos y pacíficos. Los que trabajan por la paz construyen el Reino de Dios. Los miseri-cordiosos son los encargados de poner alma al Reino de Dios. El ideal de la vida cristiana propuesto por el buen Pastor es llegar a ser tan misericordiosos, como misericordioso es Dios (Lc 6,36).

En el plan de Dios es tan importante ser decidido frente a los retos de la vida, como ser sensible cuando existe un motivo. Ser

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capaces de tomar el látigo contra los profanadores del templo, y llorar por la muerte del amigo. Cuando una persona absolutiza una de estas posturas, se convierte en un robot insensible o en una Magdalena permanente. Pero cuando se hace la conjugación en armonía, tenemos el perfil de un Juan Pablo II, Juana de Arco, Simón Pedro, Francisco de Asís, o Mahatma Gandhi. La violencia y la misericordia no son elementos opuestos, sino complementa-rios. La decisión y la mansedumbre representan las dos caras de la misma moneda.

Israel experimentó tanto la fuerza de Dios, como su ternura. Dios era su “goel” el pariente más cercano que asumía los asuntos pendientes del desprotegido. Era fuerte y misericordioso, tierno y poderoso. La Biblia lo resume en dos palabras hebreas: hémet y hésed. Hémet describe el amor fuerte, estable y permanente. Hésed denota el amor tierno y compasivo, lleno de ternura. Por eso el salmista responde de la misma manera; diciéndole: Tú eres mi amor y mi baluarte (Sal 144,2).

Muchas veces, ante un problema o carencia no queremos ca-minar. Bajamos tanto la cabeza como la voz, y convertimos nuestro camino en un estacionamiento. Una complicación parcial contamina el ambiente de nuestra vida, haciéndonos creer que dependemos de las limosnas de los demás. Y justificamos nuestra derrota centrados no en lo que somos capaces, sino en lo que no podemos hacer. Y lo peor nuestra limitación justifica otras actitu-des que nada tienen que ver con la condición original.

Jesús nos da confianza con su Palabra, cuando nos llama. Él cree en nosotros, para que nosotros no dudemos de nosotros mis-mos. Y una vez que creamos en nosotros mismos, nos demos cuenta que tenemos capacidades mucho mayores de las que supo-níamos. Dios nos valora, pero hay que dar el salto. La metodología que Dios usó con sus colaboradores, fue confiar en hombres y mujeres para que ellos recobren la seguridad en sí mismos... Sin embargo, esto no basta, hay que salir de los esquemas tradiciona-les:

A Abraham lo hace soñar contando estrellas, pero el patriarca debe dejar patria y parentela.

A Moisés lo incendia con una zarza, pero aquel anciano de 80 años renuncia a su vida cómoda y rutinaria en su tienda de Madián.

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A Jeremías lo seduce, pero el profeta debe predicar en las ad-versidades más críticas de la historia de Israel.

A Amós le rugió como un león, y el campesino de Tecoa cruzó fronteras raciales y religiosas para anunciar la Palabra de Dios en el santuario de Betel.

A los diez leprosos no los cura instantáneamente, sino que los envía a un largo viaje hasta Jerusalén y son curados mientras van por el camino.

A su madre que está al pie de la cruz no la conmisera, sino que le confía otra tarea que debe comenzar ese mismo día. Ya que ha cumplido tan bien la primera misión que el Padre le había confia-do, va a tomar ahora bajo su cuidado al discípulo amado.

Así es la metodología del Maestro: hace salir del interior de nosotros lo que nunca nos imaginábamos que existía, para que descubramos que tenemos un potencial hasta ahora inexplorado, una fuerza no utilizada y capacidades que nunca habíamos percibi-do. La confianza de Jesús en nosotros realiza este milagro: hace emerger desde lo más profundo, lo mejor de nosotros mismos.

La autoestima no crece solamente con pensar que somos capa-ces, sino cuando intentamos aquello en lo que creemos, con la seguridad no sólo de que lo vamos a conseguir, sino creyendo que ya lo hemos obtenido (Mc 11,24). E. YA NO MÁS LIMOSNERO

Cuando Bartimeo se encaminó hacia la luz del mundo con una columna de personas a su derecha y una muchedumbre a su iz-quierda, tenía la excepcional oportunidad para extender ambas manos y pedir limosna a toda esa multitud que tenía los ojos fijos en él. Pero no lo hizo. ¿Por qué no aprovechó la ocasión? Porque ya no le interesaban las limosnas. Ya no era mendigo, a pesar de seguir siendo ciego. Jesús, en vez de darle cualquier cosa, le tras-formó su alma y mente de pordiosero.

Seguía estando ciego, pero ya no era menesteroso. Sus ojos es-taban cerrados, pero no para causar lastima sino para manifestar que a pesar de ello, se podía caminar y saltar. Había dejado su estado de postración permanente.

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Cuando Bartimeo se presenta delante de Jesús, el Maestro le hace una pregunta que parecía salir sobrando: ¿Qué quieres que hagas contigo?

Al principio Bartimeo se había contentado con un vago “ten compasión de mí”. Esto no basta. Es demasiado poco para la generosidad del Mesías quien le ofrece una oportunidad de acre-centar sus perspectivas. De parte del hijo de Dios no hay límites. Depende lo que Bartimeo aspire y pida. Tiene la oportunidad de soñar lo inimaginable y de esperar lo imposible. Lo primero que el salvador del mundo hace con el ciego es abrirle los ojos de las expectativas y extenderle las alas para que Bartimeo dé el brinco a lo impensable.

Jesús da y ofrece sin límites, pero precisa un recipiente con las mismas dimensiones. Él llena las expectativas, pero éstas dependen de cada uno de nosotros.

La respuesta del todavía ciego fue maravillosa: “Rabbuní, que vea”. En esta ocasión vamos a enfocar los reflectores a la primera parte: “Rabbuní”, dejando la segunda a los comentarios tradiciona-les y obvios sobre la curación de la ceguera.

Bartimeo muestra su amor por Jesús

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¿Qué quieres que haga contigo? “Rabbuní” en arameo significa no sólo maestro, sino mi maes-

tro, mi único maestro. Así lo estaba yo enseñando en 1996, en un retiro para sacerdotes en la ciudad de Homs, al norte de Damasco, Siria, y colocaba el énfasis en la proclamación pública de fe que hacia Bartimeo a Jesús como Maestro. Al terminar la explicación se acercó el Obispo de rito Melkita, y me dijo: “Pepe, aquí noso-tros celebramos la liturgia en arameo, por lo que conocemos muy bien la lengua que hablaba Jesús. Por eso te puedo aclarar que te faltó subrayar lo más importante: Rabbuní no sólo significa “mi Maestro”, sino ante todo es una declaración de amor y cariño: “mi amado, mi amadísimo, mi querido Maestro”. Es la forma más tierna y cariñosa para dirigirse al preceptor.

Bartimeo había proclamado abiertamente su amor afectivo de-lante de todo el pueblo, logrando quitar el bloqueo de sus sentimientos. Se desprendió del caparazón que le impedía recibir y dar afecto. Ya antes había recuperado su capacidad de manifestar su necesidad de manera abierta, pero ahora perdía la vergüenza de expresar públicamente su amor y cariño.

La curación de Bartimeo ha llegado a un nuevo nivel: ahora es libre para expresar sus sentimientos. Si antes fue libre para gritar y exponer sus carencias, ahora es franco para declarar sus afectos, que él mismo había mantenido en cautiverio.

Mucha gente vive bloqueada en esta área de su vida: son tan duros que nunca muestran su cariño por los demás. Son gente adusta que controla su cariño. Tienen bloqueada esta área de su vida. Creen que mostrar sentimientos es signo de fragilidad, y no están dispuestos a exhibir sus debilidades ante los demás. Qué será más fácil o más difícil: ¿manifestar las carencias ante los demás, o declarar públicamente el cariño o ternura hacia una persona? Para algunos una cosa; para otros, la otra.

Bartimeo está expresando un amor como nunca lo había hecho antes. ¿Por qué, si todavía estaba ciego? Jesús aún no encendía la luz de sus ojos, ni había hecho caer la catarata que nublaba su vista. Es que el mayor milagro ya se había realizado. Amaba al que lo hizo gritar. Valoraba al que creyó que se podía levantar de su postración. Admiraba a quien le dio la capacidad de no ceder ante las presiones de la sociedad que lo quería callar. Además, Bartimeo

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se había liberado del bloqueo de su corazón. Había tirado el capa-razón que encarcelaba sus sentimientos. No es que no los tuviera, sino que simplemente los había reprimido y sometido a cautiverio bajo su manto.

Bartimeo rompió con la vergüenza, mostrando tanto sus nece-sidades como su amor por Jesús, que había realizado ya un doble milagro en el ciego de Jericó: por un lado, darle la fuerza para levantarse, y al mismo tiempo la valentía para no ceder ante los muchos que se oponían a sus gritos. Por otro, abrirle el corazón para que liberase los afectos cautivos.

En una palabra, el hijo de Timeo era tan fuerte como amoroso, tan decidido como cariñoso. Era de los violentos que conquistan el Reino y de los amorosos que lo viven.

Gracias al paso del Nazareno por la vereda de Bartimeo, este hombre es capaz de manifestar su fuerza y su inquebrantable decisión, así como declarar públicamente su amor afectivo para su maestro.

La completa liberación que realiza Jesús es cuando somos fuertes y sensibles. Fuertes para determinar y sensibles para amar. Decididos para levantarnos y gritar cuando es necesario, pero con la capacidad de manifestar ternura y amor de manera pública y abierta. En la armonía de estos dos aspectos radica la madurez de la persona. Si alguien sólo es fuerte estamos entonces frente a un robot o una estatua. Si únicamente es sensible, estamos delante de una veleta movida por el viento. Lo que cuenta es la armonía entre ambos aspectos.

Jesús era tierno para abrazar niños, valorar las flores del campo y cantar los himnos del gran Hallel. Pero al mismo tiempo era fuerte y decidido para tomar un látigo y purificar el templo, o enfrentarse al legalismo de los fariseos. Lloraba delante de la tumba de un amigo, pero al mismo tiempo llamaba sepulcros blanqueados a los hipócritas fariseos. Con su amigo Pedro tenía fuerza para apartarlo de su lado cuando no lo dejaba subir a Jerusa-lén, pero al mismo tiempo le pregunta tres veces si lo ama.

¿Dónde está el punto de equilibrio entre fuerza y sensibilidad, entre cabeza y corazón? No existe, porque se trata de integrar ambos aspectos que se complementan y de armonizar estas dos melodías, que juntas produzcan la sinfonía estereofónica de la

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felicidad. En otras palabras, el ideal no es ni siquiera tener armoni-zados estos dos aspectos de la vida humana, sino que sea de tal manera que produzca la felicidad a la que hemos sido llamados y tenemos posibilidad de construir con estos dos hilos que tejen nuestra vida.

3. CONCLUSIÓN: LO SEGUÍA POR EL CAMINO Varios factores intervinieron en el cambio de vida del hijo de

Timeo: El disparador que desencadenó este proceso fue la confian-za que Jesús tuvo con él. Sin embargo, esto quedaría incompleto si Bartimeo no hubiera tenido confianza en sí mismo. El hijo de David le abrió el horizonte de sus sueños y deseos para que Barti-meo se abriera a recibir sin límites.

El proceso que el maestro sigue con Bartimeo es muy signifi-cativo, porque es el mismo que quiere reproducir con nosotros:

1. En primer lugar, no le dio limosna alguna porque su plan era que el ciego renunciara a ser mendigo; que dejara de creer que estaba destinado a ser limosnero.

2. Provocó que el ciego gritara para expresar sus necesidades esenciales; pero tanto y de tal manera, que no se callara cuando los demás intentaran ahogar su voz.

3. Luego lo llama con su Palabra, para que perciba por sí mis-mo que es más capaz de lo que se imagina. Cree en él para que Bartimeo tenga confianza en sí mismo, se levante y salte.

4. Por su parte el hijo de Timeo tiene que decidir si sigue aga-zapado cubierto con su manto que lo protege, o renunciar a él para poder extender las alas que le permitan volar por cielos nuevos.

5. Bartimeo da un salto, y percibe que tiene todavía muchas capacidades escondidas. Entra al camino, para encontrarse con quien puede liberarlo completamente.

6. Cuando Jesús interroga a Bartimeo (¿Qué quieres que haga contigo?) le muestra su amor incondicional, para que el ciego, sintiéndose amado como nunca, saque la luz que mantiene escon-dida: su posibilidad de mostrar cariño afectivo por alguien. El hijo de Timeo había logrado armonizar su fuerza y decisión, con su aptitud de amar con ternura.

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7. Al final, aquel hombre que recuperó su valor por sí mismo es apto para seguir al Maestro por el camino que lo lleva a Jerusa-lén para entregarse por los demás. El que sólo pedía a los demás, ahora está dispuesto a entregar su vida, y una vida que tiene gran valor, pues ya posee sentido, objetivo y motivación.

Bartimeo recorre el camino de la felicidad, sabiendo armonizar dos aspectos: su fuerza de voluntad y fuerza de decisión, con sus afectos y cariño para los demás.

Jesús le dio también tres cosas: lo motivó para que creyera en sí mismo. Rompió los estrechos moldes de sus expectativas. Lo hizo soñar con una estrella más allá de las nubes de su ceguera..

4. MEDITACIÓN DE TIMEO Hijo, Acabo de recibir la noticia, y aún no la asimilo.. Fuiste sanado

de tu humillante ceguera, que no sólo te afectaba a ti, sino a toda la familia.

Me imaginé que lo primero que harías era cruzar las gloriosas puertas de la ciudad y regresar a casa, de donde hace mucho tiem-po saliste. Pero no. Cambiaste los planes imprevistamente y emprendiste la empinada cuesta que sube a Jerusalén. Siempre fuiste así. No me extraña.

Sin embargo, me he quedado con un agrio sabor de boca, hijo. Yo me avergonzaba de ti cada vez que te llamaban Bar-Timeo, pues embarraban mi nombre, mi prestigio y mi honor, ya que muchos atribuían tu enfermedad a un pecado de mi pasado. Por eso tuve que dejarte a tus propias expensas. Rompí mi relación conti-go, y tú saliste de los muros de Jericó, mendigando por caminos y veredas. Me pregunté ¿por qué te fuiste de casa para recargarte en una palmera en las afueras de la ciudad? Tal vez nunca te mostré que te podías apoyar en mí. Tal vez yo te di menos que limosnas.

Hoy te has ido de manera definitiva. Sabemos que te encami-nas a Jerusalén y que nunca más regresarás a Jericó, porque no existe motivo alguno para volver.

Y yo, que fui incapaz de sufrir contigo, ahora soy incapaz de gozar contigo. Yo, que no cargué contigo la cruz de la humillación, ahora no comparto contigo la alegría de tu nueva vida. Ya es tarde hasta para lamentarme no haber sido refugio, protección o apoyo

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para ti, querido hijo. Hoy, sin remedio, me duele no haberte expre-sado con palabras, ni menos con hechos, que eras mi hijo, mi hijo simplemente.

A ti ya no te identificarán como el hijo de Timeo, sino como discípulo de Jesús. Ahora a mí me conocen sólo como el padre del hombre que fue sanado por el hijo de David y que le siguió hasta Jerusalén.

Tu padre, Timeo

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CÓMO GANAR O PERDER UNA BATALLA

1. INTRODUCCIÓN: LA MENTE Y DOS ESTRATEGIAS En el tema de Bartimeo nos abrimos a creer en nosotros mis-

mos. Ahora vamos a descubrir dónde radica la disyuntiva que nos puede conducir a la victoria o la derrota.

El éxito o el desastre se definen en la mente de los contendien-tes. Quien sueña y sabe que vencerá, tiene la victoria asegurada; pero quien entra derrotado al campo de batalla, ya perdió desde antes de comenzar el combate.

2. POR QUÉ UNOS GANAN Y OTROS PIERDEN EN LA MISMA BATALLA Existen dos estrategias: una para ganar un combate y otra para

perderlo. Cada uno puede escoger la que le convenga, con la seguridad de que ambas funcionan perfectamente; tanto, que podemos vencer enemigos más poderosos o perder frente a con-trincantes más débiles.

Nosotros1 vamos a conocer ambas técnicas:

1 Tanto el aparatado de David como el de Sansón están inspirados en

temas de Salvador Gómez, y son incluidos aquí con su permiso.

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• La de David, para aprender a atacar (1Sam 17) y ganar a enemigos más poderosos.

• La de Sansón, para saber defendernos (Jue 13-16) y no caer derrotados ante enemigos más débiles.

• Luego viajaremos hasta Jericó para descubrir a qué se debe que en la misma batalla unos ganan y otros pierden (Jos 6).

A. CÓMO DAVID VENCIÓ UN ENEMIGO MÁS PODEROSO Goliat era un gigante, quien con su armadura parecía un pode-

roso e invencible carro blindado, que hasta la tierra temblaba a sus pies. Por cuarenta días el orgulloso filisteo desafió al ejército del rey Saúl (1Sam 17):

Escojan un hombre y que baje contra mí: 1Sam 17,8. Más tarde el orgulloso filisteo insiste en que sea un hombre

quien luche contra él (Jue 17,10). Nadie osaba enfrentarlo, pues todos le tenían miedo y huían despavoridos de su presencia. El joven David reacciona ante la humillación de su pueblo y asegura al rey Saúl:

Que nadie se acobarde por ése. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo: 1Sam 17,32.

La victoria de David no radica en su fuerza, ni siquiera en su honda de pastor, sino en la táctica que usa para derrotar al podero-so enemigo. La Palabra de Dios precisa la estrategia:

(David) escogió cinco piedras lisas del torrente, y las puso en su zurrón de pastor y con su honda en la mano se acercó al filisteo: 1Sam 17,40.

Aquí están esas cinco piedras con las que podemos emprender la batalla y que pueden darnos la victoria: a. Primera piedra: seguridad en sí mismo y toma la iniciativa

YHWH que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo: 1Sam 17,37.

Tiene la experiencia de haber derrotado al leoncillo y al oso del desierto. En otras palabras, se siente vencedor. Por tanto, sabe que puede batir a cualquier enemigo. Ni se acobarda ni tiene miedo ante el poderoso. Decide enfrentar al enemigo, pues mientras se

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huya de él, seguirá asolando las tropas de su pueblo. David está seguro de sí mismo. Su estatura, edad o armas son secundarias. Cuenta con lo esencial para el combate.

Por tener seguridad en sí mismo toma la iniciativa. No espera que Goliat salga al campo de batalla. Enfrenta al enemigo, pues sabe que va a ganar. Él es el primero:

Se acercó al filisteo: 1Sam 17,40. b. Segunda piedra: no luchar con armas ajenas, sino con las

propias El rey Saúl comprende que se trata de una lucha desigual, pues

David es apenas un muchacho. Mandó Saúl que vistieran a David con sus propios vestidos, y le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió con una coraza. Ciñó a David su espada sobre su vestido. Intentó Da-vid caminar, pues aún no estaba acostumbrado, y dijo a Saúl: “No puedo caminar con esto, pues nunca lo he hecho”. Enton-ces se lo quitaron: 1Sam 17,38-39.

Saúl dispuso que armaran a David, pero el joven pastor no po-día ni caminar con tanto peso. No quiere luchar con armas ajenas, sino con las suyas propias, que no son armas sofisticadas ni supe-riores a las de su enemigo. Eran las más sencillas de su propio ambiente normal.

Nadie puede vencer en el campo de la vida con los carismas, temperamento o cualidades de otro. Cada uno debe identificar cuáles son las cinco mejores fuerzas que tiene para luchar. c. Tercera piedra: no se deja intimidar

Cuando los dos contendientes estuvieron frente a frente, se li-bró la primera batalla: la guerra sicológica. El gigante presumía con soberbia su superioridad, mientras que David proclamaba ya su victoria.

Goliat se sintió defraudado cuando vio a su contrincante. No era un hombre fuerte y armado como él lo esperaba, sino apenas un muchacho. Entonces reclamó:

¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos? Y mal-dijo a David: 1Sam 17,43.

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Goliat lo despreció, pero David no se dejó despreciar. El gi-gante quiso devaluar su autoestima, pero el pastor de Efratá no lo consintió. Lo maldice, pero el joven rubio y apuesto sabe dónde radica su fuerza y no se deja intimidar por las palabras del enemi-go. Al contrario, cobra más valor y proclama su victoria desde antes de entrar en batalla:

Hoy mismo te entrega YHWH en mis manos. Te mataré y te cortaré la cabeza, y entregaré hoy mismo tu cadáver y los ca-dáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel… porque de YHWH es el combate y los entrega en nuestras ma-nos: 1Sam 17,46-47.

David está seguro que ese preciso día, no otro posterior, derro-tará al enemigo, y hasta vislumbra con toda claridad lo que va a hacer con él. Pinta y dibuja con detalles concretos la victoria que va a obtener. Además es curioso que afirma que le cortará la cabe-za cuando ni espada tiene. Este punto es muy importante: ver en nuestra imaginación el final de la batalla que ya ha sido ganada, y no como algo que va a suceder en el futuro. Dos veces repite, “Hoy mismo”. d. Cuarta piedra: una motivación poderosa

Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de YHWH Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado: 1Sam 17,45.

David no busca ningún prestigio personal. No pretende ser re-conocido ni famoso. Su única motivación es el Nombre mismo de Dios. Sabe que el combate es de YHWH. Cuando se tiene motiva-ción suficiente se es capaz de enfrentar lo inaudito. e. Quinta piedra: hacerlo bien a la primera vez

Se levantó el filisteo y fue acercándose al encuentro de David; se apresuró David, salió de las filas y corrió al encuentro del filisteo: 1Sam 17,48.

David escogió entonces la primera piedra, la apretó en su ma-no, la colocó luego en su honda y con puntería magistral la asestó en medio de la frente del filisteo, que cayó de bruces al suelo; sin siquiera tener tiempo para sacar su terrible espada y defenderse, ni menos de atacar.

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Lo hizo perfecto a la primera vez. Es más fácil hacer las cosas bien desde el inicio, que enmendar los errores después. El tiempo es un factor determinante en toda batalla, por lo que es imperativo aprovechar la primera oportunidad, porque puede ser la decisiva.

La torre Eiffel de París está construida con 18,038 piezas de hierro forjado. Después de 100 años apuntando hacia el cielo, ninguna parte ha sido cambiada ni jamás ha sido reforzado ninguno de sus 2,500,00 remaches... La hicieron bien a la pri-mera vez. Cuando se relata que atestó el golpe en la cabeza. Allí es donde

primeramente hay que debilitar al enemigo; sus pensamientos para horadar su confianza.

Entonces David sacó la espada del filisteo y con ella le cortó la cabeza, tal y como lo había predicho. Realizó aquello que había previsto en la fe.

David nos ha mostrado la estrategia para vencer adversarios más fuertes y grandes que nosotros. Si usamos las cinco piedras del pastor de Belén, nosotros podremos vencer a cualquier enemigo que se nos presente, por más poderoso que sea.

David ganó a un adversario más poderoso

porque supo escoger sus propias armas

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Síntesis Con nuestras propias armas y no con las ajenas podemos ven-

cer enemigos más poderosos que nosotros mismos. Sólo tenemos que usar nuestras cinco piedras que nos dan la victoria.

Tal vez lo más humillante para Goliat no fue la derrota, sino quién lo venció: aquél a quien nunca valoró; aquél a quien hasta despreció, que nunca creyó que pudiera enfrentarlo. f. Meditación de Goliat

Era invencible. Yo lo sabía. Los demás me temían. Nadie osa-ba enfrentarme. En aquella ocasión que desafié al ejército de Israel y pedí que si entre ellos había un hombre fuerte y valiente, armado y decidido, se enfrentara conmigo al día siguiente. En el fondo de mí mismo sabia que nadie aceptaría el reto.

Al salir con mi gruesa armadura. A mi paso temblaba la tierra. Tenía un yelmo de bronce y una coraza de escamas de acero. Mis piernas estaban protegidas con hojas de metal. Levanté mi jabalina y grité para acobardar al posible contrincante...Yo imaginaba un gran hombre blindado para defenderse. Sin embargo, era apenas un muchacho, un pastor con un zurrón, una honda y mucha decisión en su mirada.

Yo me decepcioné. Yo esperaba a alguno de mi estatura, que estuviera armado con espada forjada y escudo para defenderse de mi certera jabalina, pero venia vestido de pastor... En ese momento me desmoralicé, pues no era necesario usar todas mis fuerzas. Ganar a un niño no era una victoria que valiera la pena. Entonces lo desprecié y lo maldije.

El joven me miraba con decisión, metió su mano en el zurrón, acarició una de las piedras. Yo me le seguí acercando, pero él no retrocedía.

La honda zumbaba con el viento y cada vez la agitaba con más fuerza. Yo me reía de su ingenuidad, pues yo estaba blindado por entero, sólo mi frente descubierta, mirando al sol.

Y mientras me burlaba de sus armas, una piedra se hendió en mi frente y caí de bruces, soltando mi espada. Caí humillado a sus pies, ante el alboroto de los hebreos y el asombro de los filisteos.

Effetá 43

Me quise levantar, pero me desangraba profusamente por la herida y mi armadura me pesaba más que nunca.

Lo que más me dolió fue perder contra un joven que no llevaba ni armadura, ni espada, ni escudo ni yelmo; alguien a quien des-precié, que jamás pensé pudiera hacer cosa alguna.

El joven tiró al suelo su honda con cuatro piedrecillas que no fueron necesarias; tomó mi propia espada, se acercó con decisión, la levantó con sus dos manos y de lo demás ya no supe...

Mi problema fue que menosprecié al enemigo pequeño. No va-loré su poder por mi presunción, y me dejé llevar por las apariencias. Me creí invencible delante de alguien que su espada era el honor de su pueblo y su escudo la protección de su Dios. B. CÓMO SANSÓN PERDIÓ CON UN ENEMIGO MÁS DÉBIL

Ya vimos la forma en el joven David venció a un rival más po-deroso. Ahora, en contraste, analizaremos cómo podemos ser derrotados por enemigos más débiles. Curiosamente la víctima de este descalabro fue Sansón, el hombre más fuerte del mundo (Jue 13-16). a. Vida y misión de Sansón

Cuando el pueblo de Dios estaba oprimido, Dios respondió suscitando un libertador de la tribu de Dan. El ángel se apareció a la esposa de Menóaj y le dijo:

Bien sabes que eres estéril y que no has tenido hijos, pero da-rás a luz un hijo... No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño será consagrado a Dios desde el seno de su madre: Jue 13,3-5.

Dios hace nacer al hombre más fuerte de la humanidad de una mujer que no tiene la capacidad de concebir en sus entrañas. La vida de Sansón comenzó con un milagro. Su vida estaba destinada para grandes cosas:

Él salvará a Israel de la mano de los enemigos: Jue 13,5. Menóaj, padre de Sansón, podría argumentar: “Con mi esposa

es imposible tener hijos, ya no vale la pena intentarlo, pues es inútil esperar cosa alguna”. También hay gente que se desanima: “Ya nada puede hacer cambiar a mi esposo, esta situación es irremediable; mi problema no tiene solución”, o “Mi hijo ya se perdió”.

Effetá 44

Sansón estaba consagrado a Dios desde el seno materno, como nazir, y sellado por un voto: no cortarse jamás el cabello. Como signo de su consagración:

No comerá nada impuro y observará todo lo que Yo le he mandado: Jue 13,14.

En el cumplimiento de su compromiso radicaba su fortaleza. Los filisteos volvieron a oprimir otra vez al Israel. Los ojos del

pueblo de Dios estaban en la fuerza milagrosa de aquel joven llamado Sansón. Tanto sus padres, como él mismo, así como Israel, esperaban que “él salvaría a Israel de la mano de los filis-teos”. Por todas partes brillaba la esperanza de su imagen como la del futuro libertador del pueblo. Las jóvenes lo admiraban, los jóvenes lo imitaban. Los ancianos no querían morir sin ver la liberación. Sansón mismo sabía que había nacido para una gran misión, y sólo esperaba que sonara la campana de la libertad. Desde el vientre de su madre había sido escogido para ser liberta-dor. Estaba llamado y capacitado para una gran misión. Tenía todo para triunfar. b. Las victorias parciales de Sansón

Su fuerza era tan sorprendente, que salió victorioso en todas las luchas. • Venció al león en el desierto (Jue 14,5-6).

En una ocasión fue atacado por un leoncito en medio del de-sierto, pero Sansón lo despedazó fácilmente y estampó su cadáver en las piedras de la montaña. • Mató a mil filisteos con una quijada de burro (Jue 15,4-16).

Cuando su propio pueblo lo entregó en las manos de sus ene-migos, Sansón se desató y con una quijada de burro mató a mil filisteos. • Arrancó las puertas de Gaza (Jue 16,1-3).

Una vez sus enemigos lo tenían sitiado en la ciudad de Gaza, para matarlo. Sin embargo, a media noche Sansón desprendió las puertas de la ciudad y las cargó en sus espaldas hasta la cumbre de un monte. Sus adversarios, amedrentados por su poder, desistieron de sus propósitos. • Quemó los sembradíos de los opresores (Jue 15,1-8).

Effetá 45

Para vengarse de los filisteos amarró 300 zorras e incendió sus cultivos para que no tuvieran alimento.

Sansón era invencible. Todos lo sabían y él mismo así lo pro-clamaba. c. La derrota definitiva de Sansón

El hombre más fuerte se dejó llevar por sus debilidades, y co-metió varios errores que le costaron su vocación, su misión y hasta la vida. Tuvo muchas victorias parciales, pero desgraciadamente perdió el combate definitivo. Veamos cómo se fue precipitando en el desfiladero de la derrota. • Se casa por gusto, no por amor (Jue 14,1-4)

Cuando sus padres le recriminaron por qué no se casaba con una hija de su pueblo, sino con una filistea, el orgulloso Sansón respondió: “Porque ésa es la que me gusta, y basta”. Sansón se unió con ella no por amor, sino por gusto... más tarde sufrirá las consecuencias de su decisión. • Se va con una prostituta (Jue 16,1)

El corazón de Sansón estaba insatisfecho. Entonces quiso en-gañarlo con el goce pasajero de una prostituta, a la cual tampoco amaba ni era amado por ella. Sansón seguía buscando lo que le gustaba en el momento, o simplemente intentaba llenar el vacío de su existencia, y no aquello que lo podía hacer trascender la histo-ria. • Se desvía del camino (Jue 14,8-9)

El error más grave de Sansón es que se apartó del camino: Sansón dio un rodeo para ver el cadáver del león y he aquí que en el cuerpo del león, había un enjambre de abejas con miel. La recogió en su mano y según caminaba la iba comien-do: Jue 14,8-9.

Después de haber vencido al león del desierto, volvió a pasar por allí, y se preguntó si todavía estaría aquel león despedazado en las rocas del monte. Entonces dejó el sendero para ir a buscar al león que ya había vencido. No tenía por qué salirse del camino que representaba su consagración a Dios. Ese fue su problema y la raíz de su perdición, pues al tener contacto con un cadáver se volvía impuro... y lo peor es que comenzó a degustar la miel que lo con-

Effetá 46

taminaba. Cuando hasta gustamos lo que nos hace impuros y nos aparta del camino del Señor, entonces estamos atrapados en las redes del enemigo.

El éxito no radica en obtener el triunfo en una batalla, sino en ganar la guerra, y ésta “no acaba hasta que se acaba”2. La perseve-rancia es la clave de la completa victoria. No nos podemos confiar por haber anotado un gol en un partido de fútbol. Se deben luchar los 90 minutos, para ganarlo hasta el silbatazo final. Quien no persevera hasta el fin, corre el peligro de perder todo lo que había obtenido. • Se enamora de Dalila, la filistea (Jue 14,3)

Sus sentimientos lo dominaron. Se dejó cautivar por los encan-tos de Dalila, mujer filistea. Ella trató de descubrir dónde radicaba su fuerza. Sansón supuestamente la engañó tres veces, pero no aprendió la lección. El fuerte Sansón era de lento aprendizaje.

Sin embargo, se trataba de un juego de mutuo acuerdo, pues ella también sabía que Sansón la engañaba (Jue 16,15) y que ni la amaba, pues se guardaba secretos que no compartía. Entonces ella siguió el esquema. Acordaron una tácita complicidad: ambos se mentirían sin reclamos. No era la armonía que nace del amor sino la concertación que es consecuencia de la confabulación. Guardar secretos no es infidelidad, pero es el campo propicio donde tarde o temprano va a brotar esta hierba maléfica. Quien se reserva un área de su ser, está propiciando que su pareja haga lo mismo. Dalila no amó a Sansón porque ella nunca se sintió amada por él. Es más, podríamos suponer que ella le dio varias oportunidades para que él abriera los secretos del corazón, pero cuando se sintió engañada, entonces lo entregó en manos de sus enemigos, tal vez por un resentimiento, tal vez motivada por una decepción o hasta por venganza.

Viéndolo desde el ángulo de Sansón, él bien sabía que era trai-cionado una y otra vez, pero consintió con el juego, porque algún beneficio le habría de reportar... tal vez así justificaba continuar engañando.

2 Expresión clásica del beis bol para mostrar que ningún partido está definido

hasta que un equipo gana.

Effetá 47

Dalila, para conseguir su objetivo, entonces cambia de táctica y lo chantajea aprovechando la situación de Sansón.

… Sansón, aburrido de la vida, le abrió todo su corazón: Jue 16,16-17.

El problema de Sansón es que vivía hastiado de su existencia. Nadie lo llenaba. Nada lo motivaba. Todo le molestaba. Estaba deprimido. Había perdido el objetivo de su vida, pues se le habían derrumbado los castillos de su misión. En esas circunstancias abrió su corazón al enemigo y se puso en manos de Dalila. Le reveló no sólo dónde estaba su fuerza, sino cómo podía perderla. En otras palabras, descubrió su debilidad.

Sansón no se supo defender de sus propias debilidades

Compartir la intimidad no es malo ni bueno; sólo depende ante quién se abran las velas de la intimidad y la motivación por la cual se hace. Si se entrega la llave del corazón a un amigo, es como mostrarse ante el espejo de sí mismo, pues “un amigo es otro yo” (Dt 13,7b) y un tesoro invaluable (Eclo 6,14). Se trata de una gracia sin igual. Sin embargo, Sansón no lo hizo con el afán de compartir ni menos compartirse, sino sólo para distraerse de su

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aburrimiento. Así, estaba indefenso y a expensas de Dalila, quién se aprovechó de ello para volverlo a traicionar.

Sansón tuvo tres oportunidades para recapacitar y reaccionar. Pero no quiso entender ni aprender. Estaba encaprichado con Dalila y de alguna forma sabía que estaba cavando su propia tumba con sus propias manos.

Mientras escribíamos estas páginas visitamos una exposición de Rembrandt en The Art Institute of Chicago, donde se en-contraba la impactante pintura de Sansón dormido en las piernas de la seductora Dalila. La obra de arte es tan impresio-nante por el juego de luces y sombras, que muestra de manera contrastante, tanto la fuerza de Sansón como su debilidad. El problema de fondo consistió en abrir su corazón con tres ca-

racterísticas: • Abrió su corazón motivado por un aburrimiento, no por

amor, ni pensando en la otra persona, sino sólo por una cues-tión egoísta.

• Abrió su corazón a quien no le abrió el suyo. Mientras Sansón mostró su interior, Dalila continuaba guardando car-tas debajo de la mesa, que nunca reveló.

• Abrió su corazón al enemigo. El corazón sólo se comparte a los amigos, pero Sansón lo hizo con quien ya lo había trai-cionado tres veces. La tumba de su desgracia estaba abierta.

d. Esclavitud y muerte de Sansón Los filisteos encontraron a Sansón dormido en las rodillas de

Dalila, que cortaba sus siete trenzas. Entonces fue fácil presa de sus enemigos.

Los filisteos le echaron mano, le sacaron los ojos y lo bajaron a Gaza. Allí lo ataron con una doble cadena de bronce y daba vueltas a la muela en la cárcel... Jue 16,21.

Le sacaron los ojos para que no pudiera moverse por sí mismo. Fue encarcelado y atado con dos cadenas. Sufría doble esclavitud, precisamente en Gaza, que fue escenario de sus antiguas hazañas. Lo obligaron entonces a girar la rueda de molino, tarea reservada a animales de carga. Sansón, la esperanza liberadora de Israel, era

Effetá 49

comparado con un simple asno. Sus enemigos, ebrios, también lo ridiculizaban:

Llamen a Sansón para que nos divierta. Trajeron, pues, a Sansón de la cárcel, y él les estuvo divirtiendo: Jue 16,25.

Lo usaban como motivo de sátira, haciéndolo marioneta de sus gustos o deseos. Se burlaban de él e ironizaban su antigua fuerza. Cuando no desempeñaba el papel de animal en la rueda del molino, era una marioneta para hacer reír a los demás.

Pero el pelo de su cabeza empezó a crecer: Jue 16,22. Cuando la Biblia nos notifica que otra vez le creció el cabello,

significa que volvió a ser fiel a las promesas y los compromisos con su Dios. Pero antes tuvo que tocar fondo, para reaccionar. A veces el único camino para regresar a Dios, es perder todo cuanto teníamos. Como el profeta Jonás, sólo clamó a Dios desde el fondo de la ballena. En ciertas ocasiones debemos ser sometidos a servi-dumbre y vivir dentro de una situación de la que no podemos salir por nosotros mismos, para levantar los ojos a los montes, de donde nos viene el auxilio.

Sansón recupera su relación con Dios en el silencio y el trabajo manual. Mientras se esforzaba por girar aquella pesada piedra, le regresaban las fuerzas. Se colocó en medio de las columnas que sostenían el templo de Dagón y las derribó, matando a todos los que allí se encontraban, pero muriendo también él mismo, víctima de su propia fuerza.

El hombre más fuerte de este mundo ganó muchos combates, pero perdió la guerra. Su derrota final se debió a dos factores: no ser fiel a su consagración a Dios, y abrir todo su corazón al enemi-go, y no por amor, sino por aburrimiento.

Nadie está inmune de perder la guerra, porque no basta la fuer-za humana: hay que saber cómo defenderse de las argucias del enemigo. No es suficiente atacar: hay que saber defenderse, sobre todo en los momentos en que estamos aburridos, tristes o deprimi-dos.

Sansón no perdió la batalla de la vida porque le faltaran fuer-zas para luchar, sino porque no se supo defender. La victoria no depende sólo de nuestra fuerza, sino igualmente de nuestra capaci-

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dad de defendernos de los enemigos, donde muchas veces el peor de todos ellos está dentro de nosotros mismos. e. Meditación de Dalila

Desde el comienzo de nuestra relación yo ya percibía que es-condías tus secretos. Con curiosidad muchos intentaron saber el misterioso origen de tu poder. Mi táctica fue: primero descubrir tus debilidades para así conocer tu fuerza.

Tú, Sansón, nunca supiste amar: Te casaste con una filistea só-lo por un gusto exterior; por eso la perdiste. Otro día te fuiste con una prostituta para gozar el momento, pero te quedaste más vacío. A mí no me amaste como mujer, sino simplemente por ser mujer.

Te guardabas tus secretos para no entregarte por completo. Cuántas veces yo tejía las siete trenzas de tu cabeza y a pesar de tener tu secreto entre mis manos, yo lo desconocía... y luego te quedabas dormido en mi cuello, mientras yo velaba tu sueño. Tú no velaste el mío. Te dormías escondiendo tus sueños en vez de compartirlos.

Tu problema, Sansón, es que únicamente ofrecías una parte de tu ser, reservándote la intimidad misma. Sólo me entregabas tu musculoso cuerpo que muchas jóvenes soñaron, pero que al final a ninguna satisface. Las mujeres somos muy sensibles cuando el cuerpo está presente, mas los recuerdos y deseos surcan otros cielos. Sansón, tu ausencia se hacía presente.

Sansón, yo te podía haber amado sin límites, pero sabía que no podría ser correspondida igualmente. Tenía miedo de ser herida o usada. Yo me percaté que no eras capaz de darte íntegramente, ni en exclusividad, ni en perpetuidad.

Establecimos entonces las reglas del juego del amor: Ni me amas totalmente ni yo a ti. Tú sólo darías musculatura, mientras que ocultarías los latidos de tu corazón, por mi parte, también nada más entregaría mi esbelto cuerpo, sin confiarte mi interior. Yo sabía que me mentías y tú no ignorabas que yo te traicionaba. Sin embargo, decidimos continuar esta farsa.

Se trataba de una comparsa por ver quien se prodigaba menos, o colocaba más velos al misterio de su ser. Cuántas filisteas hacen lo mismo, Sansón, cuando no se sienten amadas o cuando su

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marido les oculta la verdad; entonces ellas también ahogan sus sentimientos, alegrías y tristezas.

No soy la única persona que ha traicionado un elegido de Dios. Uno lo hizo por treinta monedas de plata. Otro lo negó tres veces por cobardía. Yo no lo maquiné ni por dinero ni por miedo. Al principio me motivó el amor por mi pueblo, pero en el fondo, en lo más profundo, ¿sabes por qué lo hice?: porque no me sentía ama-da. Aquel día que me abriste los pliegues de tu corazón, no fue porque me tuvieras confianza. Simplemente porque estabas aburri-do. Fue entonces cuando decidí traicionarte. Tú te privaste de la parte que de mí tenías. Yo perdía tu cuerpo musculoso y la imagen de ser la protegida por el hombre más fuerte del mundo.

Aquella tarde que corté tus trenzas fue tan contradictorio: yo, que podía fortificarte, te debilitaba... Además, estaba cortando el único canal que todavía nos unía.

Al final de tu vida, cuando el templo de Dagón se convirtió en tumba para tus enemigos, pero también para ti mismo, yo me pregunté: ¿quién ganó, Sansón, tú o yo? Ninguno venció pero tampoco ninguno fue derrotado, porque nadie tenía nada que perder. Yo sólo dejé unos músculos atléticos. Tú únicamente extrañarías unas curvas seductoras, pero ni te privaste de una confidente, ni una amistad, ni nada, puesto que de mí únicamente tenías la suavidad de mi piel.

Yo tengo un resentimiento contra ti, Sansón. Nunca me hablas-te de tu Dios. ¿O era acaso otro secreto que no querías compartir? Tal vez eso hubiera cambiado todo, pero lo tenías muy dentro de tu corazón y nunca me lo compartiste. Sólo hablabas de ti y de tus proezas. Tú no le fuiste fiel, pero Él si te fue fiel. C. UNOS GANAN Y OTROS PIERDEN EN JERICÓ

En la misma ciudad de las palmeras unos ganaron y otros per-dieron la batalla. Veamos lo que delineó la victoria de los hebreos así como la derrota de los habitantes de Jericó (Jos 6). a. Tres pasos para ganar una batalla

Para enfrentar la guerra de conquista de la tierra prometida, Jo-sué elaboró un plan de tres pasos: Primer paso: envía espías a la tierra, para conocer al enemigo

Effetá 52

Josué quiere saber quiénes son los cananeos, para enfrentarlos. Antes de iniciar lucha alguna, es necesario saber contra quién se va a pelear. Evaluar sus fuerzas y sus debilidades. Cuando no cono-cemos al enemigo, nos exponemos a un ataque por sorpresa, que puede ser fatal. Para no sobre valorar ni menospreciar al enemigo, hay que conocerlo. Segundo paso: motiva a su ejército presentando el objetivo

Desde antes de ingresar a Canaán, Josué ya había pintado en la imaginación y los anhelos de los nómadas habituados al desierto, aquella tierra tan maravillosa. Les asegura que es la tierra más hermosa: regada por ríos, con fuentes de agua, árboles frutales, leche y miel, y les da a probar los frutos para que tengan esa mis-ma tierra dentro de ellos.

Quien no sabe por qué luchar, no tiene fuerza para superar obs-táculos y vencer dificultades. En otras palabras, Josué está ofreciendo la motivación que los capacite para enfrentar luchas y batallas. La tierra que mana leche y miel y cuyos frutos han ya probado, es razón suficiente para enfrentar la batalla. Vale la pena. Tener una motivación es el segundo secreto para ganar las batallas. Las grandes victorias se conquistan sólo con grandes motivaciones. Tanto más concreta sea, la motivación es más eficaz. Las motiva-ciones efectivas son las más poderosas. Tercer paso: Tomar posesión de la tierra

Josué se sube a la cima del Arabá y, contemplando desde ese balcón aquel territorio que tiene delante, proclama: “Hoy tomamos posesión de esta tierra que Dios prometió a nuestros padres”. El gesto de Josué significa que en ese momento, aún sin cruzar la frontera y antes de enfrentar lucha alguna, el pueblo ya toma posesión de lo que apenas es un desafío. Por tanto, no van a apode-rarse de un suelo que no les pertenece. Simplemente van a ingresar a su propio territorio. Además, ya consideran que han obtenido la victoria.

Josué está haciendo precisamente lo que Jesús exigió para la oración eficaz (Mc 11,24). Cuando oremos creyendo que ya hemos obtenido lo que solicitamos, entonces veremos milagros.

Para obtener la victoria necesitamos tres cosas: • Primero: Conocer al enemigo.

Effetá 53

• Segundo: Tener un objetivo y una motivación. Hay que definir con todo detalle lo que queremos y soñamos. Entre más sentidos intervengan en esta representación, se acrecien-tan nuestras fuerzas para obtenerlo. La motivación nos impulsa a emprender cualquier esfuerzo.

• Tercero: Creer que ya lo recibimos, lo cual implica actuar como si ya lo tuviéramos en las manos.

b. Tres actitudes para perder una batalla . He aquí los tres elementos que los condujeron a la derrota to-

tal a los habitantes de Jericó: • Confiaron en las murallas externas, más que en sí mismos

En vez de fincar su defensa en su glorioso pasado, sus armas o la gallardía de sus soldados, se apoyaron sólo en sus murallas de piedras, sus altas torres y sus sólidas almenas. Creyeron que ellas resistirían cualquier embate y no tomaron precauciones. La seguri-dad no estaba en ellos mismos, sino fuera de ellos. • El miedo

El pánico los cubrió con negro manto y presintieron la derrota que se avecinaba. Las siete vueltas del ejército de Josué en torno a las murallas de la ciudad abonaron el temor que ya existía en los habitantes de Jericó, cuya amenaza crecía a la par que la incerti-dumbre. • Se encerraron

La alarma los llevó a enclaustrarse, pero al mismo tiempo ese invernadero favorecía que el pavor se agigantara. El miedo creció tanto que decidieron renunciar a la defensa. Ya antes habían re-nunciado a enfrentar el ataque. Ahora se desmoronan y caen las murallas defensivas de su vida. Así, fueron presa fácil de unos enemigos que eran mucho menos fuertes y capacitados que ellos. Su problema fue no atacar ni defenderse. Se dieron por vencidos antes de entrar en batalla.

Los habitantes de Jericó tenían todo para derrotar fácilmente a un ejército que todavía arrastraba la sombra de la esclavitud. Sin embargo, la fama de sus hazañas en el mar Rojo los hizo paralizar-se. Entonces:

Se encerraron dentro de sus murallas a cal y canto: Jos 6,1.

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Desde que los dos jóvenes espías entraron a Jericó se notaban sus intenciones. Rahab, dueña del prostíbulo los reconoció y por eso les dio cobijo y protección. Ella vislumbraba en la fe que aquél pueblo conquistaría la ciudad. Por eso, a cambio pidió que ella y su familia fueran preservadas de la muerte. Así, su prostíbulo, casa de pecado, se convertiría en arca de salvación.

Unos perdieron porque se

encerraron con miedo Otros ganaron porque estaban seguros

de obtener la victoria

Síntesis: la victoria y la derrota están dentro de nosotros Los israelitas no conquistaron Jericó porque sus murallas caye-

ron milagrosamente, sino porque sus habitantes no quisieron luchar. No confiaron en ellos mismos y se dieron por derrotados desde antes de entrar en batalla. Se desangraron al perder la con-fianza.

Cuando nos recluimos en nuestras propias murallas no vemos el sol ni las estrellas, pero el miedo se queda dentro de nosotros mismos. Entonces se fermenta un vinagre que amarga la existen-

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cia. El enemigo no nos ha vencido. Nosotros nos derrotamos a nosotros mismos.

Un científico de Phoenix, Arizona, quería probar una teoría sobre la influencia de la mente en el cuerpo y necesitaba un voluntario. Consiguió que un condenado a muerte que sería ejecutado en la silla eléctrica consintiera a dicho proyecto. El experimento consistía en hacerle un pequeño corte en el pulso, para que goteara su sangre hasta morir. En el poco pro-bable caso de que la sangre coagulase, tenía la posibilidad de sobrevivir. El condenado aceptó, porque así podría evitar la horrorosa muerte en la silla eléctrica. Fue colocado en una cama del hospital y amarraron su cuerpo para que no pudiera moverse. Hicieron entonces un corte en su vena. Debajo de la cama fue colocada una vasija de aluminio, donde se escuchaba caer cada gota de su sangre. Pero el corte fue muy superficial y no alcanzó ninguna arteria o vena impor-tante. Sin que él supiera, debajo de la cama había un frasco de suero. Al cortar el pulso, fue abierta la válvula del suero, pero el sen-tenciado a muerte, engañado, creía que era su sangre la que goteaba cuando en verdad era el suero lo que caía en el reci-piente de aluminio. De 10 en 10 minutos el científico cerraba un poco la válvula y el goteo disminuía. Mientras tanto, el condenado creía que se desangraba. Con el pasar del tiempo fue perdiendo color, quedando cada vez más pálido. Cuando el científico cerró por completo la válvula, el condenado tuvo un paro cardíaco y murió, sin haberse desangrado. Su mente le hizo creer que moriría, y su cuerpo simplemente reaccionó de acuerdo a su programación mental. Los habitantes de Jericó se sintieron incapaces de enfrentar el

combate y se dieron por vencidos antes de entrar en batalla. Meditación de Rahab, la prostituta

Mi prostíbulo era conocido dentro y fuera de Jericó. Construi-do junto a las murallas, tenía una ventana de escape que daba a la parte externa de la ciudad. Siempre estaba abierto, de día y de noche. Así era también mi vida, exactamente igual: cualquiera podía ingresar a cualquier hora. Mis puertas siempre estaban

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abiertas para que los hombres entraran pero igualmente para que salieran apresurados. Mis cariños comprados eran de todos y al mismo tiempo de ninguno. Nunca entregué la llave de mi corazón a nadie, pues para mí todo era pasajero. Tampoco confié en hom-bre alguno, pues todos engañaban y se engañaban. Mis padres se avergonzaban de mí. Frecuentemente ocultaban ser parte de mi familia, la famosa ramera que regenteaba un prostíbulo.

Mi pueblo entero ya había escuchado cómo el Dios de los hebreos: los había hecho pasar por el mar Rojo y que se acercaban para tomar posesión de nuestra tierra. Ya presentíamos que tarde o temprano seríamos fácil presa de quienes estaban cruzando el Jordán. Su Dios era Señor de cielos y tierra y no quedaría nada de aquellas pétreas murallas con sus altas torres y sólidas almenas.

Una tarde llegaron dos jóvenes de vivos ojos, escondiéndose más de los demás que de ellos mismos. Eran diferentes de quienes visitaban mi burdel: éstos venían juntos y estaban apresurados, lo cual ya era sospechoso. No buscaban ningún placer, sino que se miraban el uno al otro, y observaban nerviosamente aquella puerta siempre abierta. Yo los reconocí. Una prostituta lee el alma de los hombres, y mira más allá de las apariencias. Ante ella caen todas las máscaras, pues se muestra el ser humano tal cual es, con sus mentiras. Yo sabía que eran espías hebreos y me acerqué a ellos. Nada tuvieron que decirme, ni siquiera trataron de engañarme. Ya los había descubierto y nadie puede mentir a quien es experta en fabricar mentiras.

Los oculté en el terrado, atrás de unas telas de lino. Sabía que arriesgaba mi vida, pero en realidad era la única oportunidad para salvarla. Entonces los escondí en un rincón secreto de la azotea. Mi casa, como mi corazón, tenía sus escondrijos que nadie conocía. Yo también guardaba espacios vírgenes que me reservaba celosa-mente.

El rey de Jericó mandó una orden de la que dependía mi futu-ro: que le entregara inmediatamente a esos dos espías. Yo estaba en una encrucijada: o delatarlos y continuar con mi misma vida, o aprovechar la única posibilidad que tenía para cambiarla. Entonces me decidí: voy a arriesgar todo, al fin y al cabo todo se va a per-der… Decidí mentir, como siempre lo había hecho y negué su presencia en mi casa. Es más, hasta con una sonrisa fingida los

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animé para darles alcance, mientras me decía a mí misma: qué fácil es engañar a los hombres.

Yo nada tenía que perder, puesto que nada poseía. Había per-dido mi dignidad de mujer y el respeto por mi persona. Mi prestigio estaba por los suelos y la triste fama de mi profesión traspasaba las gruesas murallas de la ciudad.

Mi vida y mi profesión se habían ido enredando como telaraña que atrapa y no permite escapar. Mi futuro estaba cerrado. Pero por primera vez existía una luz en el túnel; aliarme al plan del Dios de Israel y de su pueblo elegido.

En cuanto me percaté que la policía secreta había salido en su persecución, subí otra vez al terrado y les aseguré que el peligro había ya pasado. Ellos me creyeron y querían agradecer lo que por ellos había hecho. Yo no acepté cosa alguna. Muchos se engañan pensando que las prostitutas damos nuestro cuerpo por dinero o por desenfrenada pasión y nunca han percibido que en el fondo sufri-mos una terrible soledad que nunca satisfacemos.

Solamente pedí que al tomar posesión de la ciudad preservaran mi casa y a los que en ella estuvieran… Ellos me lo prometieron y yo también les creí. Yo nunca había confiado en hombre alguno y ahora creía en dos al mismo tiempo. Algo estaba cambiando en mí, definitivamente. Todos cuantos permanecieran en mi prostíbulo aquel día, serían salvados de la muerte. A media noche los dos jóvenes se escaparon descolgándose por la ventana, en una cuerda de color rojo… esa misma soga escarlata sería la seña para que ellos preservaran mi casa. Todos los días de la última semana me asomaba por las murallas y veía merodear al ejército de los hebreos dando vueltas a la ciudad y contemplaba aquella cuerda de la que dependía nuestra salvación.

El último día que las trompetas sonaron siete veces al rededor de la ciudad, yo cerré el negocio para los clientes. Fui a buscar a mi familia para que vinieran al prostíbulo. Todos se negaron al principio. Mi padre se avergonzaba de entrar allí. Mi madre lloraba sin saber por qué. Logré meterlos a todos, mientras un tenso silen-cio hacía eco a los tambores de guerra de los hebreos. Y aquel lugar de pecado se convirtió en arca de salvación. Al creer, y esta fe implicó correr riesgos, mi prostíbulo se trasformó en casa de salvación, con una cuerda escarlata que era movida por el viento.

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3. CONCLUSIÓN: VICTORIA Y DERROTA ESTÁN DENTRO DE NOSOTROS MISMOS En estos tres casos hemos aprendido que en toda contienda hay

un ganador y un perdedor. Pero el mensaje que estamos compren-diendo hoy, es que la victoria o la derrota dependen de la actitud de vencedores o de perdedores que adoptemos. Tanto el triunfo como la capitulación están en el ánimo y seguridad de los guerreros desde antes de entrar a la lucha. Toda batalla se libra primero en la mente de los contendientes.

Además, aprendimos que la táctica incluye tanto el saber ata-car como el ser capaces de defenderse. Atacar con nuestras propias armas, como David, y saber defendernos de nuestros enemigos, especialmente cuando, como Sansón, ese enemigo está dentro de nosotros mismos.

Effetá 59

33

NO HAY PROBLEMAS, SÓLO DESAFÍOS

En este proceso de abrirnos, es necesario cambiar de mentali-

dad. De otra forma, las trasformaciones serían superficiales y temporales. Especialmente cuando frente a las adversidades y contrariedades de la vida es necesario tener una actitud positiva.

1. INTRODUCCIÓN: LOS PROBLEMAS NOS BENEFICIAN Hoy vamos a ver cómo lo que nosotros llamamos problemas o

dificultades, son sólo oportunidades que nos permiten fortificarnos y crecer.

Los problemas son tan cobardes que se ensañan contra los dé-biles, pero no se enfrentan a los fuertes. Cualquier adversidad que se nos presente, se convierte en la gran oportunidad para que nuestros enemigos sepan que contamos con una fuerza superior y que deben tener cuidado con nosotros.

¿De qué depende este milagro? De que dejemos de intimidar-nos ante los obstáculos que quieren destruirnos y los consideremos como la gran posibilidad para fortalecernos en la fe, hasta llegar a decir: Nada hay imposible para Dios y todo lo puedo en Aquel que me fortalece.

Nos subiremos a la barca de Simón Pedro y sus compañeros que fueron sorprendidos por una tempestad en el mar de Tibería-des. Ordinariamente se subraya que Simón se hundió en las tormentosas aguas por su falta de fe. Sin embargo, el pescador de

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Galilea creció y se robusteció con esta experiencia, gracias a que supo enfrentar la noche de tempestad con una actitud de reto y no de derrota.

Generalmente se insiste mucho en hacer la voluntad de Dios, pero casi nunca nos enseñan la forma de realizarla. Simón Pedro tiene reservado este interesantísimo secreto: cómo aprovecharse de los problemas enfrentándolos sin miedo, con la ventaja que no se trata de consejos piadosos sino que él mismo ya superó estas barreras.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: SIMÓN PEDRO CAMINA SOBRE LAS AGUAS DE LAS DIFICULTADES Jesús acababa de multiplicar peces y panes para cinco mil per-

sonas y la multitud trataba de hacerlo rey, lo cual parecía muy prometedor para sus discípulos que esperaban un buen puesto en la restauración del trono de David.

Cuando ellos ya estaban saboreando el néctar del Reino, Jesús les dijo que debían retirarse a la otra orilla del mar y lo dejaran solo. Ellos seguramente protestaron, pues querían participar del triunfo mesiánico. A. PRIMER DESAFÍO: DIRIGIR LA OPERACIÓN Y

ANIMAR A COMPAÑEROS Sin duda que el primero en reclamar, según su costumbre, fue

Simón Pedro. Pero el Señor no consiente que permanezca con él, pues el experimentado pescador de Cafarnaúm tenía una función muy especial en aquel viaje que les iba a representar problemas: Simón sabía remar, conocía los secretos del mar y era capaz de ayudar a sus compañeros para alcanzar el puerto de llegada. Tenía, pues, una misión.

Así como en el Tabor, Jesús no consintió con el proyecto de Pedro de hacer tres tiendas para quedarse extasiado, ahora en esta otra montaña tampoco le permite quedarse con él, sino que debe ayudar a sus hermanos para que alcancen sanos y salvos la otra orilla.

Simón acepta el primer desafío. En vez de permanecer con el Maestro, va a asistir a sus compañeros. Entiende que es tiempo de servir a quienes lo necesitarán en aquella operación marítima. Las

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dificultades iban a ser tan imprevisibles, que sin su apoyo y ánimo las cosas se hubieran dificultado aún más. a. El viaje, la noche y la tormenta

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario.

El sol comenzaba a declinar cuando empezaron a remar. Se suponía que al atardecer alcanzarían el puerto de llegada del pe-queño, pero traicionero mar de Tiberíades. Sin embargo, un viento que venía del norte soplaba en sentido contrario, a donde ellos se dirigían. Negros nubarrones oscurecieron el crepúsculo anunciando tormenta, mientras el manto de la noche iba cubriendo el mar. Cada vez pesaban más los remos y parecía que menos se avanzaba. A veces, hasta daba la sensación de que iban para atrás.

Las esperanzas de alcanzar la otra orilla iban desapareciendo, a medida que se avanzaba el tiempo. Todos estaban asustados, pues aquella tempestad rebasaba los parámetros normales. Vientos inesperados habían incitado las aguas, que se levantaban furiosas contra la embarcación de los doce discípulos de Jesús. Ya no podían volver al punto de partida. Habiéndose ocultado las estre-llas, y por la carencia de luces de referencia, decidieron abandonarse a la deriva.

Las olas chocaban contra la frágil embarcación, que amenaza-ba despedazarse a la mitad del mar. Los más inexpertos comenzaron a temblar y sin duda que Simón trataba de darles serenidad. Él ya había sorteado muchas otras tempestades, y ani-maba a los demás para que tuvieran confianza y calma Quienes han vencido problemas anteriores, son los más capaces de ayudar a sus hermanos para superar las mismas dificultades. b. Jesús viene en su ayuda: Yo Soy

A la cuatro de la mañana vino Jesús hacia ellos, caminando sobre el mar.

Jesús decide dejar la oración para acudir en auxilio de los su-yos que lo necesitan.

Tal vez también nosotros nos hemos encontrado en circunstan-cias semejantes. Vivimos una situación muy favorable en el campo de las relaciones humanas, de la economía o del trabajo, donde todo parece tan prometedor; pero intempestivamente, durante el

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viaje de la vida, los vientos soplan en contra nuestra y las cosas se dificultan más de lo previsto. Incluso en el intento por avanzar, tenemos la impresión de que retrocedemos, pues hemos perdido la brújula de orientación. No sólo hay vientos contrarios que se oponen a nuestro proyecto de vida, sino que las tempestades ame-nazan acabar con nosotros mismos. Algunas veces hasta suponemos que Jesús nos ha dejado solos, o que no le interesa nuestro sufrimiento. Estamos en medio de la noche y creemos que es indiferente a nuestro dolor o enfermedad. Sin embargo, él decide aparecer en el momento más crítico.... no viene hasta que nosotros hemos llegado al límite de nuestras fuerzas.

Los apóstoles estaban tan asustados, que gritaban cada vez que las aguas batían la frágil embarcación. El miedo hace gritar, parali-za y hasta deprime. A otros los hace llorar o se sumen en un silencio sepulcral. Hay quienes se enferman para llamar la aten-ción, o se desaniman y dejan la barca a la deriva.

El problema ya no era la tormenta, sino el temor. El mayor enemigo del hombre es el miedo. El problema no era la noche, sino el miedo a la oscuridad. El problema no era la tormenta, sino el miedo a la tempestad. El problema no era perecer, sino el miedo a morir.

Sin embargo, la forma como Jesús se presenta y aproxima, transforma el miedo en pánico. Los discípulos estaban tan asusta-dos, que creyeron ver un fantasma. El miedo nos deforma la realidad, engañándonos y haciéndonos ver lo que no existe. Para apaciguarlos un poco, el Maestro les gritó desde lejos: ¡“Ánimo, soy yo!. ¡No tengan miedo”! Con voz firme les asegura que es él en persona y que no se trata de un fantasma. Jesús ataca a la raíz del problema, el miedo.

B. SEGUNDO DESAFÍO: SI ERES TÚ, LLÁMAME IR A TI SOBRE LAS AGUAS Entonces Pedro reta a Jesús:

Señor, si eres tú, llámame ir a ti sobre las aguas. Era demasiado atrevido. Pero Simón desafía al Hijo del hom-

bre, porque sabe que nada hay imposible para él. Parecía presunción a los ojos de los otros discípulos.

“Ven”, le responde aquella voz desde el agitado mar.

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C. TERCER DESAFÍO: ENFRENTAR EL PROBLEMA a. Deja la seguridad de la barca y enfrenta la tormenta

Pedro bajó de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.

El pescador toma la decisión de apostar todo por el hijo de Da-vid y su Palabra que lo ha llamado. Él sabe que Jesús tiene palabras de vida eterna.

Desafía el problema y lo enfrenta. El hijo de Jonás se arriesga y deja la parcial seguridad que le ofrecía su barca, pero al fin y al cabo la única que tenía, y se aventura a saltar de la barca, porque dentro de él mismo ha resonado aquella palabra seductora.

Comienza a caminar sobre las aguas; esas aguas que amenaza-ban con sepultarlo, ahora están vencidas a sus pies. La tormenta no lo asustaba; al contrario, Pedro dominaba la tempestad. La clave estuvo en que enfrentó y desafió la adversidad... No le huyó ni se escondió. Gracias a su determinación ahora puede caminar sobre las adversidades y dificultades.

Pedro enfrenta y domina el problema

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Cuando frente a una dificultad la evadimos, estamos propi-ciando que crezca la bola de nieve y posteriormente nos cobre altos intereses. Pedro nos enseña a enfrentar el problema y colocarlo a nuestros pies, para declararle: “Ya no te tengo miedo. Estás domi-nado y vencido a mis pies”. Ante una imprevista y traicionera tormenta, sólo hay una alternativa: o nos tragan las turbulentas olas, o somos nosotros quienes las dominamos caminando sobre ellas.

La victoria sólo pertenece a aquellos que están seguros de ob-tenerla y enfrentan al enemigo con la certeza de vencerlo. Sin embargo, no se trata de un optimismo natural o simple certeza humana. Nuestra seguridad de victoria radica en una Palabra del Señor, que nos ha llamado a caminar sobre las aguas. Sólo pode-mos dar este paso en fe, si hemos escuchado la Palabra del Señor. Nuestra confianza radica en Aquél que nos ha llamado a enfrentar las tormentas.

Hasta que no aplastemos con nuestros pies las dificultades, és-tas se levantarán cual serpientes venenosas contra nosotros, Pero cuando ellas perciban que las tenemos vencidas a nuestros pies, perderán su veneno letal. b. Le entró miedo otra vez y comenzó a hundirse

San Mateo afirma que al ver Pedro el viento y la tempestad, le entró miedo otra vez. Esta precisión nos ayuda a suponer que ya antes había salido el temor. En la lucha contra las tempestades hay etapas en las que luchamos sin miedo, pero somos susceptibles de que nos suceda lo mismo que a Simón: En vez de mirar a Jesús, desviamos nuestra mirada en los problemas, y entonces regresa el miedo que había salido de nosotros.

Simón estaba ante un problema aún más grave pues se encon-traba desprotegido de la embarcación, que, al fin y al cabo, le ofrecía la única posibilidad de salvarse. Ahora ni eso tiene.

El miedo hizo que Pedro comenzara a sumergirse en las aguas. Había ganado la primera batalla, pero cuando llega el momento definitivo parece perder todo lo que había logrado. Las violentas aguas cobraban altos intereses por haber sido humilladas a los pies del pescador, y clamaban venganza tratando de engullir al hijo de Jonás.

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D. CUARTO DESAFÍO: SEÑOR, SÁLVAME Las olas comenzaron a cubrirlo y Pedro no hizo nada por salir

del problema. Podía regresar a la barca nadando, pero poco a poco se iba hundiendo en aquellas aguas que bramaban para festejar su victoria. a. No se quiere salvar por sí mismo

Y, como comenzara a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame! Entonces, de su garganta brotó un grito al Jesús que estaba a

un simple paso de él. Hasta cierto punto era innecesario gritar, pero su fe y su necesidad eran tan extremas que puso su alma entera en aquellas palabras.

No exclamó: ¡“Sálvame, Señor”!, sino ¡“Señor, sálvame”! No es lo mismo. Cuando exclamamos: “sálvame, Señor”, el acento está centrado en nosotros mismos y en nuestra necesidad. Mientras que cuando proclamamos: “Señor, sálvame”, la importancia la tiene Jesús. Primero se proclama su señorío, y porque siendo Señor tiene todo poder en el cielo, en la tierra y en el mar, se le pide la ayuda necesaria.

Tal vez el artesano de Nazaret no sabía nadar, mientras que Simón Pedro era un experto en la materia. Sin embargo, el que sabe nadar pide ayuda a quien no sabe nadar. Pedro no se quiere salvar por sí mismo, prefiere ser salvado y apuesta todo al carpinte-ro de Galilea, a quien proclama Señor de toda su vida. b. Jesús lo salva de las aguas

Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró. Inmediatamente el Señor reacciona y le tiende la mano para

que Pedro pueda asirse de ella y salir del agua que amenaza sepul-tarlo. Lo primero que Jesús responde cuando clamamos a él, no es regañarnos y echarnos en cara nuestra falta de fe. Esto lo hace hasta después que nos tiene en sus brazos. Lo primero es sacarnos para que no traguemos más agua.

Jesús lleva a Simón Pedro entre sus brazos hasta la barca. Los otros once discípulos que no brincaron de la embarcación para desafiar las turbulentas aguas, no experimentaron el poder y el amor del Salvador. Es que Pedro supo transformar el problema en un reto y lo enfrentó con valentía, basado en una palabra de su Maestro que le dijo: “Ven”.

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Los obstáculos y dificultades son normales cuando viajamos por la vida. De ninguna manera podemos pensar que Dios quiere que suframos. Se trata simplemente del gimnasio que nos capacita para salir victoriosos en las batallas de la vida.

Los planes pueden fallar, pero nosotros tenemos la capacidad de reciclarlos. Por tanto, el fracaso no existe para nosotros. Fraca-san los proyectos, pero no las personas. Nuestras fallas se convierten en un aprendizaje que vale la pena pagar, para dar el siguiente paso. Además, las dificultades no crecen, ni aprenden. Nosotros sí nos robustecemos y crecemos con los problemas.

En la jungla imperaban el desorden y la violencia por falta de autoridad. Los animales más sabios se reunieron para analizar la situación y posibles soluciones. El búho aseveró que el pro-blema era que faltaba quién fuera respetado e impusiera el orden. El elefante reconoció que el león era el rey de la selva, pero argumentó que había tres leones y por eso existía confu-sión de autoridad. La jirafa dijo que se tenía que definir cuál de los tres sería el rey de toda la selva. Así, decidieron poner a prueba a los tres leones. Los convoca-ron y les dijeron que habrían de escalar una empinada y alta montaña llena de riscos, con feroces hienas. Quien lo lograse, sería el rey al que todos deberían obediencia y respeto. El primer león estaba ya viejo y no tenía muchas ilusiones. Se habían decolorado sus sueños de ser rey y no ambicionaba otra cosa que la supervivencia en medio de la selva. Por eso, cuan-do vio aquella escarpada montaña se sintió derrotado y ni siquiera afrontó el reto. El segundo león estaba enfermo. Trató de escalar, pero sin conseguirlo. Sus carencias y debilidades le impedían superar aquellas cumbres. No tenía fuerza para lu-char contra las peligrosas hienas. El tercer león era apenas un cachorro sin experiencia. Decidió enfrentar el reto; pero al po-co tiempo desistió, pues era muy pequeño para montaña tan grande. Ante el fracaso de los tres leones se reunió otra vez el consejo de la selva para decidir lo que harían ante la vacante de autori-dad. La mayoría opinaba que ninguno de los tres había demostrado capacidad para gobernar sobre los demás. Sin em-bargo, el búho, sabio y prudente, interrumpió: yo estaba cerca

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de cada uno de los tres leones cuando regresaron de la monta-ña, y escuché lo que ellos dijeron: El león viejo se dio por derrotado antes de iniciar la subida y se justificó: montaña, me has vencido porque ya estoy viejo. He perdido las ilusiones y no tengo motivos ni objetivos para lu-char. Me ganaste, porque eres más grande que yo. El segundo león se quedó mirando a la montaña y le explicó: montaña, me has vencido porque no tengo fuerzas. Estoy en-fermo y débil, por eso me has derrotado. Eres más grande que yo. El pequeño león, cuando descendía de la montaña la miró con rabia, le rugió con toda la fuerza de sus pulmones y la retó: Montaña, hoy me has derrotado, hoy has sido más grande que yo, pero quiero que sepas una cosa: yo estoy en crecimiento y tú ya no puedes crecer más: ¡Mañana yo te voy a derrotar! Entonces, por consenso unánime, todos concordaron que el ca-chorro que estaba en crecimiento sería el rey de toda la selva. Estamos en crecimiento y nuestra estatura superará todos los

obstáculos, y cada reto nos ofrecerá la oportunidad de fortificarnos. No olvidemos que las montañas ya no crecen. Nosotros sí. Por eso podemos hasta mover montañas y echarlas al mar.

3. CONCLUSIÓN: LAS DIFICULTADES NOS FORTIFICAN El gran reto que se nos presenta ante las adversidades y pro-

blemas de la vida, es aprovecharlas para fortificarnos. Gracias a ellas podemos robustecernos.

Un joven campesino se quejaba amargamente con Dios, por-que las tormentas y tornados de la región amenazaban acabar con su cosecha. Entonces Dios le concedió que él mismo pla-neara todas las condiciones y variantes climatológicas. Un año después, cuando ya estaba a punto de cosechar, una imprevista plaga de hongos acabó con todos los frutos de su sembradío. El campesino se enojó otra vez contra Dios y le reclamó: “¿Por qué me pasan estas cosas, si planifiqué e hice lo mejor? Envia-ba el agua, la sombra, el sol. Los protegí de heladas. Entonces Dios le respondió: “Te faltó enviar una que otra tormenta, para que ésta fortifique las plantas y, creciendo robustas, se puedan

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defender de plagas y orugas. Las tempestades y hasta los hura-canes son benéficos, pues fortalecen las raíces de tu plantío, acaban con las plagas y al final lo plantado queda robusteci-do”. Siempre que viajemos en la barca de la vida, nos vamos a en-

contrar con tormentas que nos desafían. Si los problemas logran intimidarnos y tenemos miedo, estamos incapacitados para la lucha. Pero si enfrentamos el reto, podemos caminar sobre las aguas borrascosas. Sin embargo, esto no lo logramos por nosotros mismos, sino por una Palabra de Jesús que nos diga: Ven. Enton-ces, el problema se convierte en desafío que nos hace experimentar la salvación por la confianza en la promesa.

Una vez que hayamos caminado sobre las aguas, éstas se so-meterán a nuestros pies. La clave es no centrarnos en el viento y la tempestad, porque nos hundiríamos, sino en ver cada problema como la gran oportunidad para que, en vez de nosotros temer a los problemas, sean ellos los que huyan o se den por vencidos a nues-tros pies.

Los discípulos que permanecieron agazapados en la barca no experimentaron el poder salvífico, como Pedro, porque ellos se quedaron con el problema dentro de la barca y el miedo en el corazón. En pocas palabras, no supieron trasformar el problema en desafío.

4. MEDITACIÓN DE TOMÁS Simón Pedro, soy Tomás, el gemelo Este primer día de la se-

mana he tenido una experiencia similar a lo que te sucedió en el mar de Tiberíades, cuando las manos de Jesús te sacaron de las turbulentas aguas del Mar de Tiberíades.

Todo comenzó aquella tarde que nos embarcamos rumbo a Ca-farnaúm. Tú navegabas con mucha seguridad y suponías que antes del anochecer alcanzaríamos la otra orilla. Pero nos sorprendió aquella tormenta traicionera que puso en peligro la barca y con ella nuestras vidas. Entonces nos animabas y garantizabas que nada pasaría.

A media noche, en medio de las olas que trataban de tragar la frágil embarcación, un perfil misterioso que aparecía y desparecía al ritmo de los fulgores de los relámpagos nos asustó a todos.

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Aquella figura en medio del rumor de la tempestad y las olas que chocaban contra la embarcación, hacían más dramático el escena-rio. El misterio nos abrumaba en las sombras de la noche.

Sin embargo, ante la duda si era el Maestro que venía en nues-tra ayuda, lo retaste con osadía: “si eres tú, llámame ir a ti, caminando sobre las a aguas”. La verdad, Simón Pedro, yo pensé que estabas pavoneando y que no tendrías el coraje para saltar de la barca e intentar caminar sobre las aguas. No creí que hablaras en serio. Me dije a mí mismo: “hasta no ver, no creer”. Estaba seguro que no dejarías tu barca a la deriva ni menos te atreverías a lanzar-te al mar embravecido que rugía como león hambriento.

Una voz potente e irresistible te aceptó el desafío y te ordenó: “Ven”.

Saltaste valientemente de la barca, y con la mirada fija comen-zaste a caminar sobre las agitadas olas que te respetaban. Iluminados por los constantes rayos y relámpagos, podíamos ver a ambos caminando sobre las aguas… era un espectáculo increíble. Hasta yo mismo tuve que comerme mis dudas y aceptar la eviden-cia de la verdad.

Pero de repente, Simón Pedro, sin saber por qué, cuando ya es-tabas a un paso del Maestro, te comenzaste a hundir. Tus pies se sumergían en el agua. Luego, tu cintura, hasta que el agua ya te llegaba al cuello. Yo dudé si iba en tu ayuda, pero no me decidí, con la excusa que tú sabías nadar mejor que yo. ¿Para qué arriesgar mi vida? Tal vez no tenía el amor suficiente para exponerla por un amigo. Entonces, otra vez me quede en la barca zarandeada por el viento que era mi única seguridad.

Tú, en cambio, Simón Pedro, que sabías nadar, tuviste el cora-je de pedir ayuda al carpintero de Galilea que no era muy experto en los asuntos de los mares ni aguas. Te negaste a salvarte por ti mismo. Gritaste apostando todo al nombre de Jesús de Nazaret. Inmediatamente el Señor te tomó con sus dos manos y así, carga-do, te llevó hasta la barca. Parecías un niño pequeño abrazado por su madre.

Tuve un poco de celo y envidia. ¿Por qué no yo? ¿Por qué fuiste tú otra vez el privilegiado, el único que vivió esta experien-cia? Te hundiste en el mar porque tuviste el coraje de saltar de la barca. Nosotros los que quedamos en ella, no experimentamos los

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brazos fuertes y amorosos del salvador. Yo entendí que sólo quie-nes caminan sobre las aguas se pueden hundir. Nosotros, los que nos quedamos en la barca, jamás nos hundimos, porque nunca tuvimos la valentía de retar los problemas.

Al regresar, estabas empapado. El agua te había penetrado por todos los poros de tu piel y escurría por tu cabello, así como tu barba y tus vestidos. Pero era tu alma la que estaba inundada de aquella experiencia única e irrepetible. Estabas tan impresionado por lo sucedido que necesitabas un respiro. Nadie, ni tú mismo lo acababas de creer.

No precisábamos de ninguna palabra. El silencio era más elo-cuente. Las olas que antes bramaban, estaban mudas ante lo acontecido. La tormenta amainó. Los vientos se apaciguaron y retomamos el camino a Cafarnaúm. Sólo se escuchaban los remos que rítmicamente golpeaban las aguas.

Te acurrucaste a un lado de Jesús que tenía su mano derecha sobre tus hombros. El viento acariciaba tu cara mojada, tratando de secar el agua de tu rostro.

Tú sonreías y todos te veíamos con cierta envidia. Cómo qui-siéramos estar en tu lugar aquella noche de tormenta, pero ninguno de nosotros tuvo la fe para saltar de la barca.

Sólo tú conoces las manos salvadoras del Maestro. Sólo tú fuiste abrazado por él. Sólo tú has experimentado esa salvación.

Hace una semana cuando todos ustedes me aseguraban que Je-sús había resucitado, yo recordaba con nostalgia esta escena. Entonces decidí también retar al Señor: “hasta no ver, no creer”, repetí a todos ustedes. Él aceptó también mi desafío y esta mañana me llamó para que metiera mis dedos en los agujeros de los clavos y mi mano en su costado traspasado por la lanzada del soldado.

Yo y sólo yo que tuve la osadía de retarlo, por eso viví la expe-riencia de tocar las llagas abiertas pero sanadoras del Siervo de YHWH. También gracias a ello sólo yo le proclamé como mi Señor y mi Dios.

Gracias, Simón Pedro, por enseñarme a desafiar al misterio de Jesús. Creo que tú y yo somos gemelos. Ojalá que otros muchos también se atrevieran.

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DEL FRACASO AL ÉXITO EN 24 HORAS

1. INTRODUCCIÓN: LA PESCA MILAGROSA En sólo 24 horas, Simón Pedro experimentó tanto la desilusión

como el triunfo. Durante toda una noche sufrió la amarga decep-ción de no capturar pez alguno en el avaro mar de Tiberíades, pero la mañana siguiente logró obtener la pesca jamás imaginada. ¿Qué fue lo que le hizo alcanzar el éxito, si se trataba del mismo pesca-dor en la misma barca, con las mismas redes y en el mismo mar?

Este tema está dedicado a quienes, como Simón, han fracasado en algún aspecto o momento de su vida, pero desean aprovechar sus errores. Vamos a descubrir en poco tiempo lo que al pescador de Cafarnaúm le costó 24 horas en asimilar, pero que mucha gente no aprende en toda su vida. Su aprendizaje tiene tres escalones íntimamente unidos entre sí: • Identificar los errores que lo condujeron al fracaso. • Aprovechar las equivocaciones para transformarlas en escuela de

aprendizaje. • Cambiar estrategia para obtener diferentes resultados.

La Palabra de Dios nos revela estos secretos: Estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret, y la gente se agol-paba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y lavaban las redes.

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Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Si-món: “Boga mar adentro, y echen sus redes para pescar”. Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echaré las redes”. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de pe-ces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca, para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Jesús le respondió: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron: Lc 5,1-11.

Si aprendemos la enseñanza encerrada en este pasaje, podría cambiar nuestra actitud frente a lo que nosotros llamamos fracasos, pues veremos cómo la barca que naufragó en el mar de las desilu-siones, se puede convertir en la mejor escuela para alcanzar el puerto de la superación.

Este corto tiempo vale oro molido porque puede ofrecernos un salto cuantitativo, ya que no se va a limitar a presentar técnicas o recetas mágicas para conseguir un éxito material que podría ser pasajero, sino para obtener una mentalidad de vencedor que extrae ventaja hasta de las enfermedades, las enemistades y las adversida-des de la vida. Será como el gimnasio para superar los obstáculos y no darnos de topes ante muros insalvables.

El judo es un arte marcial donde se aprovecha la estrategia del contrincante para vencerlo. Tanta más energía use el adversa-rio, tanto más se le revierte en su contra.

Estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agol-paba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.

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Simón y sus compañeros habían bregado toda la noche, inten-tando pescar en el mar de Tiberíades; pero al amanecer, tristes y decepcionados, se bajaron de las barcas y lavaban las redes. Es curioso que no sólo Simón sino todo el grupo de pescadores están desanimados y no quieren saber más de la pesca. El pesimismo y el sentimiento de derrota son contagiosos y se expanden como plaga entre quienes nos rodean.

Bajarse de la barca y lavar las redes significa darse por venci-do; terminar de esforzarse porque ya nada se puede hacer; perder interés en lo que se está haciendo, y una actitud de duda: ¿Será esto para mí? ¿No convendrá mejor dedicarme a otra cosa? Cuando nos rendimos ante un problema... nos estamos bajando de la barca. Cuando decimos: esta flor ya no retoña... estamos lavando las redes. Cuando nos sumimos en el pesimismo... nos estamos bajan-do de la barca. Cuando no queremos luchar por salvar nuestro matrimonio... estamos lavando las redes. Cuando declaramos que nuestro hijo ya no tiene remedio... nos estamos bajando de la barca. Cuando volvemos la vista atrás y añoramos los ajos y cebo-llas de la esclavitud en Egipto... estamos lavando las redes.

Mientras Simón lavaba las redes en la ribera del mar se le abrió una ventana para lograr la pesca más asombrosa de toda su vida. ¿Qué hizo la diferencia, si eran la misma barca, las mismas redes y el mismo mar? Simón abrió tres puertas: Primero, supo identificar los errores que lo condujeron al fracaso; después tuvo la capacidad de aprovecharlos y finalmente cambió la estrategia para obtener diferentes resultados.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: TRES ESCALONES Veamos la lección que Simón Pedro aprendió en 24 horas, que

muchos no aprenden en toda su vida, pero que nosotros los pode-mos conocer en pocos minutos. Se trata de los tres escalones que son necesarios escalar para obtener la cima del éxito. A. PRIMER ESCALÓN: IDENTIFICAR ERRORES QUE

CONDUCEN AL FRACASO Mientras no se sepa dónde estuvo la equivocación, jamás se

podrá corregir. Cuando se va a parchar un neumático del auto o la bicicleta, antes que nada, el mecánico ubica dónde se encuentra el agujero. No necesitamos cambiar llanta (esposa, trabajo, país,

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cuerpo o Iglesia), sólo tener la decisión para buscar el problema, y la valentía para enfrentarlo y solucionarlo.

Simón, con la inercia de la tradición, cometió varios errores durante la noche entera. Si no se hubiera dado cuenta de ellos al amanecer, estaría condenado a repetirlos, con los mismos nefastos resultados.

El primer paso para no seguir fracasando, es reconocer dónde nos equivocamos, para poder entonces intentarlo de otra forma y no reincidir en los mismos yerros. Si no identificamos nuestras fallas, éstas corren el riesgo de hacerse crónicas; pero si las descu-brimos podemos relativizarlas, y hasta beneficiarnos de ellas, por las ricas enseñanzas y valiosas experiencias que nos dejan.

Conozco una persona que cada vez que la encuentro y le pre-gunto: “¿Cómo estás?”, me responde: “Exageradamente bien”. Sin embargo, lleva tres matrimonios, lo despidieron del trabajo y su cuerpo le está cobrando facturas pendientes. El pobre no se ha dado cuenta de que está ponchada su llanta, y corre en su bicicleta con un neumático desinflado.

No es suficiente identificar los distintos errores, sino descubrir la fuente de donde provienen. Por ejemplo, una persona bebe en exceso. Esta no es la cuestión, sino la consecuencia de su baja estima o soledad. Agresión, depresión, egoísmo o inseguridad, tienen una causa que los provoca. No basta la aspirina para supri-mir el dolor de muela; es necesario ir hasta la fuente que lo provoca. Los conflictos se agrupan por familias, pero un hombre sabio descubre la raíz de este racimo.

Muchos sólo atacan los síntomas de una dificultad; pero, astu-tamente, ésta cambia de vestido para seguir desplazándose por los túneles y sótanos de la vida. Su argucia es muy inteligente: nos desvía la atención para que atendamos únicamente la epidermis, mientras se disfraza con otra fisonomía.

Vamos a señalar cada uno de estos errores de Simón que fue-ron “la universidad de los porrazos” para que se graduara con título de vida exitosa. Tal vez no florece ninguna guirnalda de olivo que no haya sido regada con el sudor de la contradicción. No existe profeta que no haya sufrido rechazos ni visionario que no fuera tomado por iluso, con quimeras que tocaban la frontera de la locura.

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B. SEGUNDO ESCALÓN: APRENDER EN LA ESCUELA DE LOS ERRORES Una vez descubiertos los errores, pero sobre todo la raíz que

los provoca, el siguiente paso es aprovechar las equivocaciones, para por lo menos aprender cómo no hacer las cosas. Quien sabe dónde se encuentra la causa de sus tropiezos, ya ha ganado la mitad de la batalla.

Tomás Alba Edison intentó 2,500 veces inventar la forma de almacenar energía eléctrica, sin conseguir su objetivo. Un pe-riodista, de manera sarcástica y burlona, le preguntó: ¿Qué siente haber fracasado tantas veces? El inventor le contestó: Yo no he fracasado. Yo simplemente he descubierto 2,500 formas cómo no se obtiene el pequeño acumulador. El sabio ya había aprendido 2,500 maneras de cómo no se lo-graba, y se sentía muy contento de haberlo comprobado. Había comprendido que los fracasos nos enseñan, por lo menos, a cómo no hacer las cosas, lo cual ya es mucha ventaja, para no tropezar otra vez con la misma piedra y con el mismo pie. Vamos a ver tanto los errores de Simón, como también lo que

el pescador de Cafarnaúm aprendió de ellos al día siguiente. Existe un momento que clave que determina el paso de fracaso

al éxito: cuando Simón se baja de la barca y comienza a lavar las redes en silencio. Suspender la tarea fue necesario, ya que de haber continuado por el mismo ritmo, podría extenderse el día entero sin nada conseguir. Detenerse es crucial para no caer en la catarata del fracaso. Se necesita el tiempo de pausa e interiorización para encontrarnos con nosotros mismos. Sin este paso siempre vamos a culpar a agentes eternos de nuestros errores. Dejar de pescar, salir de la barca significa encontrar un nuevo ambiente que favorezca la reflexión, porque tanto la pesca como el fracaso se encuentran primeramente dentro de nosotros mismos.

Errar en el blanco nunca ha sido un problema. Al mejor caza-dor se le escapa una liebre. Pero no detenernos para reflexionar e identificar la falla, nos anquilosa para mejorar.

Simón era experimentado pescador, pero esto no garantizaba el éxito en cada incursión por el mar de Tiberíades. Vamos a ver en qué consistió el fracaso de aquella noche.

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a. Sin Jesús y con Jesús en la barca Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Mientras el pescador de Cafarnaúm abandonaba su barca y se disponía a retirarse de la faena, el Maestro ve la inmensa multitud deseosa de escuchar la Palabra. Selecciona la barca de Simón para amaestrar a la gente. Usa precisamente la barca que toda la noche había fracasado en el mar. El instrumento de trabajo que no ha servido para pescar peces en el mar, ahora es la tribuna desde donde Jesús lanza las redes de su Palabra poderosa. Cuando algo no funciona como esperábamos no debemos decir que fracasamos o que nos equivocamos, sino identificar tanto para lo que es inútil como encontrar para qué sí funciona.

En la famosa empresa MMM estaban elaborando un tipo de papel adhesivo sin conseguir lo que necesitaban. O el material no aceptaba el adhesivo o el adhesivo se pegaba a otro mate-rial, por lo que no se encontraba la fórmula adecuada. Los ingenieros de producción presentaron un papel con un suave pegamento que tampoco llenaba los requerimientos, pues se despegaba con facilidad. Sin embargo, el gerente de la planta pensó que este material podría usarse. Así nació el post it au-toaderible que se puede pegar y despegar muchas veces. No es que no fuera bueno sino que servía para otra cosa diferente. La barca del fracaso en el mar se puso a disposición de la

evangelización desde el mar. Encontró que servía para otra cosa que nunca había pensado. Jesús se sube a la barca que toda la noche ha estado danzando al vaivén de las olas sin conseguir pez alguno, pero encuentra que puede servir para otro objetivo: anun-ciar la Palabra de Dios. En el Reino de Dios nada se desperdicia. Las migajas de la multiplicación de los panes se deben recoger para nada perder, sino trasformar. b. De la orilla a lo profundo

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echen sus redes para pescar”.

Jesús ordenó a Simón: “Boga mar adentro”. Lo primero que hace el Maestro es abrir las puertas del horizonte que los fracasos

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habían cerrado. El artesano de Nazaret se rebela a vernos sentados en la playa lavando redes. Definitivamente, ésta no es su voluntad.

Simón se había bajado de su barca y miraba la playa; ya no so-ñaba con retar el mar, sólo quería irse a dormir a su casa. Había extinguido la esperanza de pescar. Se desmoronó anímicamente. Dejó de confiar. El problema era más grave de lo que parecía, pues no se reducía a una barca vacía, sino al desánimo que lo había invadido y lo paralizaba. Se dio por vencido y por eso los resulta-dos concordaban con su falta de expectativas. Hay gente que prefiere dormir que soñar, y se adormece con droga, vino o trabajo en exceso. Los que pierden la capacidad de soñar, generalmente se duermen o anestesian.

Pero en cuanto Simón Pedro va a lo profundo, sabe que no está realizando un viaje turístico, sino enfrentando un reto. c. De lavar las redes a intentarlo una vez más

Cuando estaban en medio del mar, Jesús tomó el mando de la operación:

Echen sus redes para pescar. Se trata de los propios instrumentos de trabajo. Luchar con lo

que disponemos a mano y no con lo que desearíamos tener y, ni menos lamentarnos por lo que carecemos. Cada uno debe descubrir cuáles son sus propias redes.

Es curioso que lograrán la pesca más maravillosa unas redes que no están perfectamente limpias. Sin embargo, el principal anhelo de un pescador no es presumir sus redes pulcras sino llenas de peces. Quienes prefieren tener sus instrumentos de trabajo limpios no los vuelven a echar al mar. En el fondo, no quieren perder lo que han ganado; o mejor, no están dispuestos a invertir en la misma empresa. Lo cierto es que siempre se tiene que renun-ciar a otras opciones para ganar lo esencial. Un buen negocio es aquel en el que se puede hasta perder algo, porque las ganancias van a ser inconmensurables. Solamente los hombres de carácter trascienden la historia porque fueron capaces de intentarlo una vez más… y ésta ocasión fue capaz de compensar todo lo demás.

Cuando Tomás Alba Edison celebraba el descubrimiento del foco, un periodista preguntó por qué se le daba tanta importan-cia al momento de encontrar y no se tomaban en cuenta los

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3,449 descalabros anteriores. El sabio respondió: “No, yo no fracasé 3,449 veces, lo que pasa es que este proyecto tenía 3,450 etapas”. Si Edison no hubiera intentado la vez 3,450, en-tonces sí hubiera trabajado inútilmente, pero lo que sucedió en la última ocasión trasformó todas las anteriores.

d. En nombre propio o en nombre de Jesús Palabra Simón sabe que la lógica está en su contra. Por eso responde:

“Señor, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pes-cado nada; pero en tu palabra echaré las redes”.

La noche entera Simón había tirado tantas veces las redes, ba-sado en su experiencia y conocimiento. Sin embargo, todo había sido inútil, lo más probable era que tampoco nada se sacara del mar. Por lo menos, parecía lo más lógico. Pero es consciente que puede intentarlo una vez más.

No obstante, interviene un factor nuevo que resulta definitivo: “En tu Palabra echaré la red”. Hace lo mismo, pero con diferente intención. Ahora tiene una nueva motivación. Sabe que por él mismo no es capaz. Así, esa Palabra que ha traspasado su mente tiene un poder inexplicable. Cree en lo imposible y en lo ilógico. Este es el punto de partida del éxito. Creer que es posible y esperar contra toda esperanza.

Mientras sigamos creyendo que no vamos a poder, nada logra-remos. Pero cuando seamos motivados por la Palabra creadora y eficaz de Jesús, se abrirán las puertas del paraíso. Aunque hagamos lo mismo, si lo realizamos en el Nombre del Señor cambia radi-calmente tanto lo que forjamos como el resultado.

No basta tener una mente positiva y actitud de vencedor, para triunfar en la vida. La certeza de la victoria estriba en realizar lo que hacemos confiados en la Palabra del Maestro que tiene poder para realizar imposibles. Tal vez, éste sea el momento clave para obtener éxito; creer que es posible, gracias a la Palabra de Jesús.

Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse.

e. Pedir ayuda a los expertos y a los amigos Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda.

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Pescaron tanto que las redes casi se rompían. Si se arriesgaban a sacarlas, se podrían rasgar y perderían todos los peces. Si logra-ran sacarlas, serían tan abundantes que rebozarían** la barca y ésta se podría hundir. El triunfo también tiene sus problemas. En cierto sentido, el éxito tiene más riesgos e implica más retos que el fraca-so. Es más cómodo sacar las redes escurriendo agua, que cuando están pletóricas, pues se corre el riesgo de romperlas. Es más fácil navegar en barcas vacías, que cuando están al ras de las aguas de tanto peso. Mientras el fracaso nos adormece, el éxito nos despierta para encontrar nuevas alternativas.

En esas circunstancias, Simón supo recurrir a sus compañeros de la otra barca, pescadores experimentados y discípulos de Jesús. El hombre sabio no es el que conoce todas las ramas de la ciencia, sino el que tiene los teléfonos de quienes saben más que él para ayudarle.

Llamaron a los amigos con la certeza que vendrían a ayudar-los, pero no con palabras, sino con elocuentes señas, porque sólo los amigos entienden las señales y claves de la comunicación.

Hay gente tan autosuficiente, que no quiere pedir cooperación Otros son tan inseguros, que no saben cómo solicitarla Pero ningu-na excusa es razón suficiente para perder los peces que se han ganado.

Pedir ayuda es una moneda de dos caras. Por una parte, corre-mos el riesgo de ser defraudados o decepcionados. Lo cierto es que hay que arriesgar, asumiendo la posibilidad de gritar en el desierto. Por otra parte, cuando solicitamos ayuda a otra persona la hacemos sentir importante y necesaria. Elevamos su autoestima al tomarla en cuenta. Ella se siente valiosa y apreciada. f. Compartir el éxito

Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.

Simón había capturado muchos más peces que los que podían caber en su barca. Entonces decidió compartir su triunfo. Cuando la fortuna nos sonríe, tenemos que tomar nuevas actitudes para no naufragar embriagados por el champagne de la victoria y mareados por el incienso del triunfo.

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Si queremos todos los peces sólo para nosotros, se van a rom-per nuestras redes, la barca se puede hundir, y hasta nuestra vida va a correr peligro. El éxito que no se comparte, se convierte en amenaza.

En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su cosecha, que año tras año gana-ba el concurso al mejor productor en el Oeste americano. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso?", interpeló el reportero. El agricultor respondió: el viento lleva el polen del maíz maduro de un sembradío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si quiero una buena cosecha debo ayudar a que mi vecino también la logre. Así todos ganamos”.

C. TERCER ESCALÓN: CAMBIAR MENTALIDAD Y ESTRATEGIA No basta identificar los errores, ni es suficiente sacar el aspecto

positivo de los mismos. Es necesario, también, cambiar nuestra mentalidad y encontrar la estrategia adecuada que nos ofrezca mejores resultados. a. Cambio de mentalidad

El éxito de Simón Pedro no se reduce a una pesca maravillosa, sino a un cambio de mentalidad. El plan de Dios no es que obten-gamos un triunfo transitorio sino que nuestra vida entera sea victoriosa con una mentalidad de vencedores. No basta tener éxito en algún aspecto de la existencia, sino una vida exitosa, donde aún los fracasos se aprovechan para nuestro bien. Simón creyó que era posible lo que hasta entonces parecía imposible.

Si pudiéramos sintetizar en qué consistió el cambio del hijo de Jonás sería: dejó de ser Simón el pescador, para convertirse en Pedro el pescador con una nueva mentalidad y una nueva estrate-gia.

Tengo un amigo que, curiosamente, también se llama Pedro. Él vive en California y se dedica al comercio de bienes raíces desde hace muchos años. Me contó que de acuerdo a su estric-

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to control de estadísticas, necesitaba un promedio de 67 llama-das telefónicas para realizar un negocio. Un día que yo estaba en su casa lo oí hacer una llamada telefó-nica, y me di cuenta que no había logrado hacer venta alguna. Sin embargo, al colgar el teléfono sonreía. Yo le pregunté por qué estaba tan contento, si no había vendido el terreno que pre-tendía. Él me contestó con la boca llena de satisfacción: “Esta era mi llamada 34. Sólo me faltan 33 para alcanzar el siguiente contrato. Cada cliente que no me compra es motivo de alegría pues así me acerco a la llamada 67, que es cuando voy a reali-zar el negocio”. Pedro tiene una mentalidad de triunfador, aun cuando no ven-da, porque sabe que cada día está más cerca de lograrlo. Hay gente que piensa que siempre va a fracasar, porque nació

con mala estrella. Cree que tiene mala suerte y que todos están contra de él. No confía que pueda obtener lo que otros han alcan-zado ni tiene confianza en el futuro. Siempre está con los brazos abiertos para recibir las noticias negativas. Cuando lee el periódi-co, nunca busca el número ganador de la lotería, sino que se alimenta de la nota roja de crímenes y accidentes Ve el cielo nublado. Se le ha extinguido la luz de la esperanza y el mañana es amenazante.

Conozco una persona tan pesimista, que cuando yo atravesaba una etapa de muchas dificultades en mi vida, me trataba de consolar con lo siguiente: “No te preocupes, mañana va a ser peor”. Lo primero que necesitamos es cambiar la mentalidad; despo-

jándonos de los harapos de perdedor, para revestirnos con las guirnaldas de olivo, bañados de champagne en el podium de los vencedores.

Los perdedores ven la cruz, pero ignoran el poder de la cruz. Piensan que hasta el sufrimiento es voluntad de Dios y el ser víctimas los asemeja a Jesús crucificado. Su espiritualidad es dolorista y buscan hasta sacrificios, como ni no hubiera bastante dolor en el mundo que está en la víspera de su liberación.

La conversión evangélica no se reduce a un cambio de moral o de conducta sino a una transformación de mentalidad (Rom 12,2), mentalidad de triunfador. Somos más que vencedores (Rom 8,37)

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y libramos una batalla que sabemos ya fue ganada hace dos mil años cuando el nuevo Adán derrotó a la muerte. El triunfador repite tanto a sí mismo, los demás y hasta los problemas: “Todo lo puedo en Aquél que me fortalece” (Flp 4,13). Cada circunstancia, por más incomprensible que sea sirve para bien de los que aman a Dios (Rom 8,28). Para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37).

Para el triunfador no existe la palabra “imposible”. En su dic-cionario no se encuentra el “no se puede”, ni en sus labios aparece el “ya para qué”. Este es el secreto del éxito. Cambiar nuestra mentalidad perdedora, por una mentalidad triunfadora. b. Cambio de estrategia

Bill Clinton criticaba a George Bush, diciendo que un demente se caracteriza por hacer lo mismo y de la misma forma, cre-yendo que va a obtener resultados diferentes. Tomás Alba Edison intentó 2,500 veces inventar el acumula-dor, pero alcanzó el éxito porque tuvo tanto la constancia para no desistir como la sabiduría de hacerlo cada de forma diferen-te. Tenía tanta perseverancia en su objetivo, como creatividad para intentarlo de forma original. Cuando se unen estas dos cualidades, estamos delante de un sabio, un genio o un santo. Cuando las cosas no resultan como esperamos, la Palabra de

Dios nos ilumina para encontrar la solución: cambiar la estrategia. Este secreto lo encontramos en otra escena de la vida de Simón Pedro. Tanto él como sus compañeros habían intentado pescar toda la noche, sin conseguir nada; pero al amanecer Jesús les dio una pista, tan sencilla como sabia:

Tiren la red del otro lado: Jn 21,6. Si tirando la red de una forma no se consigue nada, lo obvio es

cambiar la estrategia. Si los gritos, el chantaje o la indiferencia no te dan resultado en tus relaciones familiares, entonces por lógica se debe tirar la red del otro lado. Si tus actitudes egoístas y materialis-tas te surtieran el efecto que soñabas, entonces hay que seguir por allí mismo, ya que son más los satisfactores que el peaje que se debe pagar. Si con tus mentiras o silencio estás malogrando tus amistades, entonces urge cambiar estrategia. Hay muchas mujeres que, por su afán de posesión, pierden uno, tres y hasta más mari-

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dos. Señora, la solución no es un nuevo marido. ¡Cambie su acti-tud!

Un ciego se sentaba cada mañana frente al parque central de la ciudad para pedir limosna. De su cuello colgaba un madero con una leyenda lastimera: SOY CIEGO. POR FAVOR AYÚDEME. A sus pies estaba un plato de aluminio, que rara vez sonaba su melodía con las pocas monedas que los transe-úntes dejaban caer. Un día pasó por allí un publicista que en vez de ofrecerle dona-tivo alguno, tomó el rótulo de madera, le dio vuelta y redactó un nuevo mensaje. Por la tarde que regresó por el mismo ca-mino notó que el plato del limosnero estaba lleno de monedas y de billetes. El ciego, que reconoció los pasos de quien había reescrito su letrero, le preguntó lo que había cambiado. El publicista le respondió: era lo mismo que estaba ya escrito, pero sólo de otra forma: “HOY COMIENZA LA PRIMAVERA... Y NO PUEDO VERLA”. Si con el letrero que desfilamos por la vida caen sólo unas po-

cas monedas en el plato de nuestro corazón, cambiemos el letrero para modificar los frutos. La estrategia que estamos usando es perfecta para conseguir los resultados que estamos obteniendo. Pero si no logramos lo que pretendemos, entonces hay que encon-trar dónde está el error de procedimiento, para corregir el proceso y mejorar el producto.

En el verano de 1996, mi hijo Juan Marcos y yo viajábamos de Polonia a Hungría por tren. A las once de la noche me detuvie-ron en la frontera de la República Checa porque no tenía visa para ingresar en territorio checo. Mi hijo podría continuar el viaje, pues él portaba pasaporte americano y no necesitaba vi-sa, pero yo debía encontrar otro camino. Decidimos que lo importante era viajar juntos y nos regresa-mos ambos a Cheztochowa en donde tomamos un vuelo para llegar a Budapest. Curiosamente, el avión sobrevoló la Repú-blica Checa. Yo le advertí a Juan Marcos: “Hijo, cuando no puedas traspasar un muro, no tienes que darte topes contra él, sino pasarlo por arriba; pero que nada te detenga. Todo tiene solución, sólo hay que cambiar la táctica”.

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Sin embargo, la estrategia no basta. Es necesario estar funda-mentados en la Palabra de Jesús, creadora y fuente de soluciones a los imposibles.

El nuevo método debe estar sostenido en dos columnas: Prime-ro, en no repetir los errores del pasado; y segundo, confiar con certeza en que “sí se puede”, pues nuestra fe está anclada en las promesas de Dios, que nos permite esperar contra toda esperanza.

Tres escalones para triunfar

3. CONCLUSIÓN: LA ESCUELA DE LOS FRACASOS La vida y la barca de un hombre tan parecido a nosotros, nos

enseñan los tres escalones para transformar nuestro fracaso en éxito: • Primero: Identificar los errores; pero sobre todo descubrir la raíz

que los provoca. • Segundo: Aprender de ellos y aprovecharlos para corregir lo que

se estaba haciendo mal. • Tercero: Cambiar de mentalidad y estrategia, para obtener nue-

vos y mejores resultados.

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Los fracasos se convierten en la mejor escuela para enmendar los errores del pasado. Sin embargo, la verdadera trasformación se da hasta que cambiamos de mentalidad y encontramos la estrategia adecuada.

4. MEDITACIÓN DE LA ESPOSA DE SIMÓN Saliste al atardecer para hacer una más de tus acostumbradas

pescas. Yo supuse que regresarías temprano. Sin embargo, pasó el tiempo. Se hizo noche. Yo bien sabía que cuando tú tardabas, alguna cosa no salía bien. Yo confiaba en tu experiencia, pero en quien no confiaba era en el mar, traicionero y caprichoso. Pasé la noche despierta, como quien presiente que algo nuevo está por venir.

Al amanecer divisé la barca que avanzaba lentamente hacía la orilla. Por el nivel de las aguas percibí que venía vacía, mientras los remos golpeaban el avaro mar de Tiberíades. Tu mirada estaba perdida en el mar, pero sin sombra de fracaso. Lo único que te preocupaba era llegar a casa con las manos vacías.

Te detuviste en al orilla, sentado en la playa, a lavar las redes. En eso el predicador de Galilea te invitó a navegar otra vez. Me dio gusto, Simón. Tenías espíritu indómito que no se deja vencer fácilmente. Desvelado y somnoliento emprendiste de nuevo el camino hacia aguas profundas. Me sentí orgullosa de ti, que te dabas otra oportunidad más.

Sin explicación lógica, pero sin sorpresa de mi parte, lanzaste nuevamente las redes, que cobijaron el mar y luego se sumergieron suavemente en las aguas. Fueron momentos tensos de espera. El silencio reinaba como si el tiempo se hubiera detenido.

De pronto, un grito. Las redes pesaban tanto que la barca se in-clinaba. Los cables mojados se estiraban. Estaban a punto de romperse. Entonces volteaste a la orilla para pedir ayuda. Yo no sé si me viste, pero no hacía falta. Estábamos unidos en la misma empresa.

Bajaste de la barca lleno de estupor y caíste a los pies de Jesús de Nazaret. Ese día te cambiaron el nombre... Pedro... pero para mí siempre seguirás siendo Simón, el hijo de Jonás, mi esposo. Al principio tuve un poco de recelos de ese predicador que te cautivó, pero tu cambio de vida hizo que yo me fascinara de él también.

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CUATRO RENUNCIAS LIBERADORAS

1. INTRODUCCIÓN: EL EVANGELIO ES BUENA NOTICIA Una visión dolorista ha subrayado unilateralmente las renun-

cias y los sufrimientos, en vez de poner el acento en lo positivo y liberador del mensaje de Jesucristo. Se olvida que Jesús no vino a traer la cruz a este mundo sino a mostrarnos el poder liberador de la cruz.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: CÓMO SER LIBRES Y FELICES Si se presenta el dolor como virtud, ¿acaso la alegría no es más

evangélica? Cuando el Evangelio se refiere a desprendimientos, ¿no está acaso dándonos pautas de liberación de los pesos inútiles que nos agobian? Al referirse a sacrificarse o morir, nos está animando a volar por nuevos e inéditos espacios.

Vamos a considerar la buena noticia que encontramos en cua-tro pasajes que ordinariamente se toman como motivo de renuncias o negación: - Vender todo para comprar el campo o la perla preciosa

No es cuestión de perder, sino de ir y vender para realizar el mejor negocio de la vida, aprovechando una oportunidad que tal vez nunca más se vuela a presentar.

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- El manto de Bartimeo No es renuncia, sino aligerar el equipaje para ir rápidamente a

Jesús. Sólo deben dejar el manto quienes lleven prisa por llegar hasta el Maestro para ser sus discípulos. - El perfume de la pecadora

No se trata de un desperdicio o desprendimiento, sino de una liturgia penitencial seguida de un ofertorio que culmina en una consagración de lo más preciado. - Las redes de Simón Pedro

No significa dejar el trabajo o el éxito, sino liberarnos de las ataduras del pasado, que nos condicionan con una visión negativa y pesimista de nosotros mismos. A. VENDER TODO PARA COMPRAR CAMPO Y PERLA

Si la Buena Nueva del Evangelio se pudiera resumir, se con-densaría en estas dos parábolas gemelas del tesoro y la perla:

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y com-pra el campo aquel. También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra: Mt 13,44-46.

La idea que generalmente se predica, es que si queremos obte-ner el tesoro o la perla, tenemos que vender cuanto tenemos para conseguirlos. Si no se renuncia a todo, no alcanza para adquirir la perla preciosa o el maravilloso tesoro. Sin embargo, esta visión es antievangélica y precisamente la mentalidad farisaica que Jesús combatía.

Debemos tener en cuenta varias cosas, para hacer patente la Buena Noticia que está latente en estas dos parábolas. El relato evangélico es totalmente indefinido. No precisa ni qué edad tenían esas personas, ni su religión o condición social. Nada habla de su pasado, para identificarlos con nuestra historia. Podrían representar a cualquier persona de nuestro ambiente, y aun a nosotros mismos. Tampoco se señala cuándo sucedió, ni se ofrece el mapa dónde

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poder localizar aquel campo. Estas imprecisiones dan a entender que puede acontecer en cualquier parte o momento a cualquier persona. Uno era profesionista en la búsqueda. El otro ni buscaba. Es decir, el encuentro con la perla y tesoro no dependen de noso-tros mismos. No existe receta o programa porque se trata de lo más inesperado que pueda acontecer. Lo que sucedió a estos hombres nos puede ocurrir a cada uno de nosotros. a. Qué es y qué significa el tesoro

La característica de un verdadero tesoro es que no tiene precio. Bastaría con que lo tuviera para que dejara de ser tesoro. Por eso ni se compra ni se vende. ¿En cuánto se puede vender o comprar la Copa del Mundo Jules Rimet, que conquistó Brasil? Se trata de un tesoro invaluable que ni se vende ni nadie alcanza a comprar. Otros tesoros serían la pintura del hijo pródigo, de Rembrant, la torre de Pisa, el calendario del sol azteca. Sin embargo, existen otros teso-ros que dependen de la apreciación personal: la vieja casa de los abuelos, el anillo de matrimonio, una amistad, la Biblia o la cruz regalada por un amigo.

Representa el valor supremo de la vida, que está por encima de lo demás y que vale más que todo junto. Por eso en este pasaje se trata de una perla, no de un collar de perlas. Una sola tiene tanto valor, que basta.

La esencia de este mensaje, es que no se vende para encontrar, sino porque se ha hallado. Si no se ha descubierto, entonces no hay que renunciar a nada. Sólo un iluso que vive fuera de la realidad, deja algo a cambio de nada. Lo que el Evangelio nos está propo-niendo es hacer el mejor negocio de la vida. Para ello debemos tener en cuenta algunos aspectos: b. La alegría y la sagacidad

Por el gozo que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. La alegría es fruto del encuentro. Los ojos que han visto el tesoro se expresan en una sonrisa. Esta felicidad se muestra no cuando compra el campo, sino desde que va y vende todo cuanto tiene. Por tanto, no estamos delante de una dolorosa renun-cia, sino de una prometedora inversión. El regocijo del encuentro se traduce en felicidad de ir y vender para comprar. No se desga-rran las vestiduras; no es desprendimiento doloroso; es un gozo

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indescriptible. Si no vendemos con alegría, es porque nuestros ojos no fueron seducidos por el resplandor del tesoro, ni nuestra mente está obsesionada por la belleza de esa perla sin igual.

El gozo que provocó el encuentro, se convirtió en el motor de su acción. El primer fruto de quien ha encontrado tesoro o perla, es la alegría que brota. Es algo que no se puede ocultar. Florece por todos los poros de la piel. Los ojos se iluminan, los músculos se relajan, la sonrisa es evidente y la respiración es más profunda.

Decide esconder el tesoro otra vez en el mismo lugar. No se trata de un robo, pues si el dueño del campo fuera quien escondió el tesoro, jamás vendería su campo. Es cuestión de mostrar que todo tesoro exige actuar con astucia y tomar las precauciones para no perderlo. No puede arriesgar a perder lo que ha encontrado. Las joyas necesitan ser guardadas con mucho cuidado para no exponer-las. Por nada del mundo arriesga el fabuloso hallazgo. c. Va, vende y compra

Hay que notar que los verbos “va, vende y compra” están en tiempo presente, para significar que estamos frente a un hecho actual, que sucede en nuestro tiempo. No se trata de una historia del pasado, sino de una oportunidad para cada uno de nosotros.

Va: no espera. Toma iniciativa. No dice a dónde va, sino a qué: a cambiar su vida para siempre.

Vende todo: sin importar rematar sus posesiones a bajo precio. Se desprende aprisa de cuanto posee. Sin embargo, esta acción no era la meta de su vida, sino el medio para lograr su propósito final: adquirir el campo.

Compra la propiedad, aunque tampoco el campo es el objetivo de su vida, sino lo que él contiene: el maravilloso tesoro que ha sido la fuente de su alegría.

Aquí encontramos otra característica de un verdadero tesoro: produce tal alegría, que se puede renunciar a todo lo demás. d. Tomar riesgos porque vale la pena

Entre el momento en que vendió todo y cuando compró el campo este hombre vivió la intensidad del riesgo. Parecía que el sol se detenía y que el reloj de arena se había paralizado.

Otro pudo haber encontrado también el mismo tesoro y llevár-selo. Quien lo había escondido era capaz de haber ido ya a

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recogerlo. Existía la posibilidad de tratarse de un señuelo del propietario, al que le urgía vender su campo. Todo eso pasa a segundo término, pues el tesoro supera lo imaginable, que ninguna posibilidad es suficiente para detenerse.

Es tan maravilloso el hallazgo, que vale la pena correr cual-quier riesgo. Si el hombre no hizo nada para encontrar, ahora tiene que aventurarse. Sus ojos han sido deslumbrados por el rico tesoro y no se aparta de su mente.

Pocas veces se ha valorado la virtud evangélica de arriesgar o incursionar por caminos vírgenes. Se subraya tanto la paciencia silenciosa, que se diluye la intrepidez profética. Una mal entendida mansedumbre ha sepultado la creatividad.

Ante el tesoro encontrado se deben conjugar dos actitudes: tan-to protegerlo como arriesgar para obtenerlo. Protección y riesgo son las dos notas que deben producir armonía en el pentagrama de la vida. e. El costo: compra el campo, pero no el tesoro, que es gratui-

to El Evangelio no precisa la cantidad, sino la totalidad. Si es po-

co o mucho, eso no importa, con tal de que sea todo cuanto se tenía. Recupera sus ahorros e inversiones, cobra las cuentas pen-dientes con tal de obtener un poco más de dinero. Nada de eso le importa en comparación con el fabuloso tesoro, que no se aparta de su mente ni menos de su corazón. En el caso de la perla preciosa, vale más que todas las otras perlas juntas.

Con la venta de sus bienes obtuvo el campo, pero no el tesoro porque el tesoro no se adquiere. Para lo único que nos alcanza cuanto tenemos es para conseguir el campo, porque el tesoro no tiene precio. No se merece ni gana. Es don gratuito de Dios, gracia.

Lo más difícil de aceptar de la salvación es que se trata de un regalo. A veces la queremos merecer con nuestras buenas obras, en vez de recibir el don divino. No es por nuestros sacrificios o títulos eclesiásticos ni obras buenas que obtenemos el tesoro. La palabra mérito no existe en el diccionario de la salvación. Todo es gracia de Dios. En conclusión, el hombre arriesgó para comprar el campo, pero el tesoro venía incluido de parte de Dios

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Cuando San Pablo encontró el tesoro exclamó: “Todo lo tengo por basura, en comparación del conocimiento de mi Señor Jesu-cristo”. Cuando descubrió la perla preciosa dijo: “Mi vivir es Cristo y morir una ganancia”. f. Síntesis: aprovecha la oportunidad

El Evangelio no nos pide que nos desprendamos o desgarre-mos las vestiduras, sino que nos ofrece el gran negocio de la vida. Para ello debemos tener en cuenta lo siguiente: En primer lugar, haber encontrado ya el tesoro, estar fascinado por su brillo y con-tagiado por su valor incalculable. La alegría, fruto de esta experiencia, se transforma en motivación para vender todo cuanto se tiene y así comprar el campo aquel. La característica de quien le ha descubierto es que está embargado y embarazado de esa alegría.

No se vende para encontrar, sino porque se ha encontrado. Éste es el verdadero mensaje evangélico. Jesús jamás nos sugiere el riesgo suicida de desprendernos de todo cuanto amamos. Al con-trario, lo esencial es el encuentro. Sólo hasta que éste ha tenido lugar, es lógico el desprendimiento, que más que una renuncia es la mejor inversión; de otra manera sería masoquismo, o intentar obtener lo que es un regalo.

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Vendió todo porque había encontrado el tesoro, no para encontrarlo

Se compra sólo el terreno, porque el tesoro no se puede adqui-rir. Es don gratuito que viene con el campo en cuestión.

Si un día encuentras el tesoro o la perla, no dudes. Manos a la obra inmediatamente. No antes, pero tampoco tardes. Aprovecha la oportunidad. No es para perder, sino para ganar.

El tesoro te puede salir al encuentro en el momento menos pensado. No depende de si buscas o no. Es un don gratuito de Dios. Sin embargo, se trata de una oportunidad que hay que apro-vechar. g. Meditación de Dios

Yo escondí un tesoro en el campo de cada persona. Algunos no lo perciben y otros no lo valoran. Lo oculté en el lugar más inima-ginable, donde sólo algunos viajan y pocos llegan; en el interior de cada uno. Por eso, son afortunados quienes lo encuentran.

A veces se llena de polvo, a veces de tierra, pero el tesoro permanece intacto. Nadie lo puede mancillar.

Sin embargo, mi objetivo no era dejarlo allí por siempre, como un denario enterrado, sino que fuera encontrado y valorado de tal manera que este valor supremo diera sentido a la vida.

Cuando alguien lo descubre, Yo no pierdo nada. Al contrario, se cumple mi objetivo y mis sueños se vuelven realidad.

No hay que sacarlo, sino valorarlo tanto que todo lo demás se relativice** ante este valor supremo. El fruto de este hallazgo y el signo de haberlo encontrado es la alegría.

B. EL MANTO DE BARTIMEO

En las afueras de la amurallada ciudad de Jericó encontramos el segundo caso de “renuncia evangélica”, personificado en el hijo de Timeo (Mc 10,46-52). Bartimeo, ciego y mendigo, se había apostado a la orilla del camino, envuelto en un viejo manto que alguien le regaló porque ya no lo necesitaba. Estaba cansado de la vida que le había clausurado los horizontes, y se contentaba con limosnas y migajas que caían de la mesa de los transeúntes que entraban o peregrinos que salían de la ciudad de las palmeras.

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Pero un inesperado y frío día de invierno, Jesús pasó por su ve-reda. Venía acompañado de dos grupos: una inmensa multitud y sus selectos discípulos. Llevaba prisa, pues debía llegar a Jerusalén antes de la Pascua, ya que iba a realizar la obra más importante de la historia: la redención de todos los hombres. No podía detenerse por motivo alguno. Ni siquiera su amigo Pedro pudo impedirle este viaje, tan importante como riesgoso.

No sabemos si era la primera vez que se cruzaban sus caminos. Lo cierto es que se trataba de la última posibilidad de Bartimeo para encontrarse con Jesús. Sus gritos, cada vez más desesperados, denotan que el mensajero de buenas noticias se alejaba y se perdía en el camino que sube a Jerusalén por las montañas de Judea. El ciego no se desanimó, hasta lograr que el mensajero de buenas noticias se detuviera. Pero Jesús, en vez de regresarse para atender al mendigo que yacía sentado a la orilla del camino, lo llamó. El cansado hijo de Timeo, antes de emprender la marcha, o tal vez para levantarse con prontitud, arrojó su manto, que cayó junto a la palmera que lo había acompañado por tanto tiempo.

Por una parte, entre la incontable multitud que sigue al Maes-tro de Galilea, éste decide dedicar tiempo de manera especial a una persona. Por otra, Bartimeo sabe que se le está presentando una única oportunidad que no se le puede esfumar, ya que Jesús lleva prisa. La pasividad o calma podrían dejar ir esta posibilidad. En-tonces, sin pensarlo, se desprende y tira su manto junto a la palmera. a. Qué es y qué significa el manto

Generalmente tejido con gruesa piel de cabra o de camello, llegaba a pesar hasta 15 kilos. Servía para protegerse de las tor-mentas de arena, y cubrirse por las noches del frío del desierto que entume los huesos. Ese manto desteñido por el sol y la esbelta palmera donde recargaba su bastón, eran sus únicos fieles compa-ñeros. b. Visión tradicional y mensaje evangélico

Ordinariamente, el enfoque de la predicación insiste que de-bemos renunciar a nuestros mantos, que representan nuestra vieja vida, para poder ir al Señor. Pero esta visión es muy miope, ya que pretende hacer depender de nosotros lo que ante todo es una gracia.

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Esa mañana el ciego, cansado y sentado a la orilla del camino, era un anónimo más entre la inmensa multitud. El predicador de Galilea ni siquiera lo percibió cuando pasó por su vereda. Enton-ces, se hace notar gritando. Para no entretenerse, tira para siempre el estorboso manto que le dificultaba la marcha de sus pies cansa-dos. Para Bartimeo no está en juego sólo venir a Jesús, sino llegar rápidamente, pues el tiempo apremia y no puede dejar escapar la sorpresiva oportunidad. Aquel estorboso y pesado manto le podría hacer perder segundos tan valiosos como determinantes...

Este pasaje nos muestra que hay dos formas de seguir al Señor: como multitud o como discípulo. La frontera que separa estas dos posibilidades es el pesado manto que le impide correr a la cita.

La actitud de Bartimeo es sólo para quienes necesiten salir de la multitud anónima y ser atendidos de forma particular por el Salvador del mundo. ¡Los que tengan prisa! Los que ya están cansados de estar cansados. Si estás contento en el desfile como todo mundo... no lo dejes. Pero si necesitas atención personal, no grupal ni multitudinaria, entonces hay que tomar ciertas medidas. Si llevas urgencia o prisa, si tienes ilusión o necesidad de encon-trarte inmediatamente con el hijo de David que da sentido a la vida y abre las puertas del futuro, entonces es necesario desprenderse de los pesos que obstaculizan nuestro objetivo.

Si el manto es ese peso que, aunque nos permite caminar, nos impide correr hacia Jesús, entonces debemos primeramente pre-guntarnos si queremos ser uno más de los que siguen al Maestro, o necesitamos una atención especial, para lo cual no podemos arries-garnos a perder la última oportunidad de la vida, y hay que dejar cualquier cosa que no nos permita ir aprisa.

Tu manto podría representar tus rencores, así como tus miedos e inseguridades. Tus cargas de angustias y presiones. El vacío, o sin sentido de la vida, que pesa tanto. Manto de amarguras y dudas, de desconfianza y de heridas, de las máscaras, mentiras y engaños. También dejar ciertas ideas estereotipadas como: “Dios no me ama, yo no lo merezco porque soy un mendigo pobre. El Señor está muy ocupado y lleva prisa. Son tantos los que lo buscan y procuran, que no tiene tiempo para mí”.

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c. Oportunidad única y alivianarse para correr Tal vez el Maestro de buenas noticias nunca más transite por la

vereda de tu vida. Aprovecha esta oportunidad única y tal vez irrepetible, para no lamentarte como San Agustín, que con cierta nostalgia exclamaba: “Temo al Dios que pasa y no vuelve”, pues se puede escapar en la penumbra de la noche como el novio del Cantar de los cantares.

Cuenta el bellísimo libro Cantar de los cantares que el novio tocó la puerta, pero la novia, como buena mujer, se hizo del rogar y no le abrió. Después de un tiempo de tenso silencio, ella salió pero ya no había nadie. Entonces, angustiada, preguntó por todas partes por sí habían visto a su amor pasar.

Lo cierto es que cargamos no un manto de piel de camello, si-no muchas veces al camello completo en nuestras espaldas... con pesos y cadenas que nos impiden volar. Por tanto, dejar el manto no es renuncia, es “aliviane”3, es liberación.

Si quieres encontrarte rápidamente con Jesús, aliviánate. Si ya no puedes más con las cargas que llevas en la familia, contigo, con los demás, aliviánate. Si estás sentado o vencido por el lastre de tu corazón, tu mente o tus afectos, el Evangelio te ofrece la Buena Noticia: aliviánate de ese estorbo que pudiera hacerte perder la última oportunidad de encontrarte con la Luz del mundo, que vino tanto a dar vista a los ciegos como a liberar a los oprimidos.

Si no llevas prisa para ser sanado de tu fastidio, sigue envuelto en tu pesado manto y sentado delante del camino que nunca has de recorrer. Si ya te acostumbraste a mendigar migajas y contentarte con lo que a los demás les sobra, no dejes el manto, pues es lo único que tienes. Si ya te habituaste a tu ceguera, que es una vida amorfa, vacía y rutinaria, enfúndate en el manto y protégete así de las miradas y los comentarios de los demás. Si todavía no te cansas de estar cansado, sigue cobijado con tu manto.

Mas si te urge, aliviánate para que vayas ligero de equipaje. Si prefieres la soledad a la orilla del camino, escóndete atrás de ese manto desteñido; pero si necesitas atención personal, aliviánate. Si quieres continuar como un anónimo más en la multitud, no dejes

3 Expresión juvenil mexicana que significa quitarse los pesos.

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ningún manto; pero si decides ser discípulo, aliviánate de todo manto. Si necesitas una curación integral, aliviánate. Si pretendes aprovechar esta oportunidad única e irrepetible, aliviánate. Si cargas un gran peso en tu corazón, en tu mente o en tus afectos, aliviánate Si quieres recuperar el tiempo perdido, aliviánate.

Dejar el manto no es renuncia, sino aliviane. No es desgarrarse las vestiduras sino desprendernos de lo que nos sobra, estorba y hasta daña, lo que nos cubre escondiendo lo que verdaderamente somos. ¿Por qué quieres seguir cargando al muerto? d. El encuentro y la curación

En cuanto Bartimeo se encontró con Jesús, el Maestro le hizo una pregunta que era como firmarle el cheque en blanco: “¿Qué quieres que te haga?”. Bartimeo confesó al Señor como su único Maestro, declarándole su amor: “Rabbuní”, le respondió.

Una vez curado de su ceguera, describe el Evangelio, Bartimeo siguió a Jesús por el camino que lo llevaba a Jerusalén. Sin embar-go, es muy significativo que no regresó por su manto arrugado a la sombra de la palmera. Lo había dejado definitivamente y lo aban-donaba para siempre. Ahora es Bartimeo también quien lleva prisa por llegar a Jerusalén. e. Síntesis: libérate de los pesos que te impiden correr

Bartimeo aprovechó la última oportunidad de su vida. Para ser atendido por Jesús, que llevaba prisa por subir a Jerusalén, tiró su estorboso manto, pues era su última oportunidad para salir de su postración.

Entre la colonial e histórica ciudad de Morelia y la ciudad de México, existen dos carreteras: una de cuota que es más segura y rápida, y otra normal, que es más estrecha y se circula con mayor lentitud. Cada uno elige la que quiere tomar. Quien pre-fiere rapidez y seguridad, debe cubrir un precio. Así también Bartimeo, pagó la cuota de dejar el peso de su manto para po-der encontrarse inmediatamente con el hijo de David. Hoy Jesús está pasando delante de ti. Es una oportunidad única

y tal vez irrepetible. Podría ser la última ocasión. El Maestro lleva prisa. No puede perder tiempo con tu indecisión. ¡Ahora o nunca jamás! ¡No lo hagas esperar porque se va! El tiempo es decisivo... o te desprendes del peso del manto o podrías perder la última

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posibilidad de tu vida. Ciertamente no se trata de una renuncia que te parta a jirones el corazón, sino de liberarte de todo peso que te impida correr para aprovechar esta oportunidad, sabiendo que una vez dejado no se puede volver por él.

Dejó el manto para ir rápidamente a Jesús

f. Meditación del manto de Bartimeo Bartimeo, el tiempo pasa y no te puedo olvidar, pues cada ins-

tante pienso en ti, aunque no quiera. Siempre vienes a mi pensamiento. Cuando el tiempo es demasiado lento, pienso en ti, sólo en ti, y por nada se me quita el seguir pensando en ti.

Lo digo como un lamento, como un quejido que el viento se lleva: qué pena haberte perdido. Era tan diferente cuando estabas tú. Cómo me dolió perderte después de quererte tanto. Me espera otro día por vivir sin ti. Me siento solo, con mis mangas vacías: no hay nada más difícil que vivir sin ti.

Olvidaste mis abrazos sin límite de tiempo, así como las no-ches que te cobijé y di calor a tu corazón solitario. Parece que no recuerdas las veces que te protegí de las tormentas de arena y los momentos que pasamos juntos debajo de la palmera. A veces me siento todavía pegado a tu piel, que te extraño más que nunca y no sé qué hacer.

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Te marchaste sin decirme adiós. Ni siquiera te despediste. Esto se llama abandono, o tú ¿qué otro nombre le darías, “querido amigo”, como tú acostumbrabas llamarme? Creí que yo servía para algo en tu vida, pero fui sólo como arena en el viento o una cara-vana que ocasionalmente pasó por tu vereda.

En las tardes de hastío me pregunto sin encontrar respuesta: Sí, qué bueno que te fuiste con el hijo de David, pero ¿por qué no me llevaste con él en tu viaje? ¿No sabías que yo también quería ir con él y contigo?

Me abandonaste con la excusa de que llevabas prisa y que era lo mejor para ti... Me dio gusto, sí; pero en el fondo tenía una esperanza... habrías de volver por mí. Es más, estaba seguro que lo harías.

Por eso aún estoy en la misma palmera de siempre, para que tú al volver no encontraras nada extraño. Pero, cómo han pasado los años... aquello que había entre tú y yo y que ninguna tormenta pudo deshacer, sólo tú, sólo tú lo has logrado.

Tu abandono se convirtió en olvido, que es lo que más duele. Tú sabes que yo nunca del dolor he sido partidario. Al final me he dado cuenta de que fui un peso y un estorbo.

Ya no seré el manto de un mendigo cansado de estar cansado que se agazapaba debajo de mí, tu único compañero fiel en las horas de soledad. Sin embargo, ¿sabes? Tengo ya una nueva com-pañera que nunca me ha de dejar, se llama soledad, cuya sombra se alarga en cada crepúsculo.

Si un día te acuerdas de mí, que Dios bendiga tu mente, pero si decides volver a esta ciudad para visitar a tu padre Timeo, te voy a pedir un favor: no me busques ni voltees a ver la palmera que nos dio sombra en los calurosos días de verano. Además, no me verás... pues ya estaré sepultado bajo la arena del desierto, cubierto por el polvo y tu recuerdo se habrá diluido, como el agua en la arena.

Cumplí mi misión. Ahora ya tienes a dónde ir y con quién re-correr el camino... vete en paz... Te dejo libre, querido amigo, para que salgas del anonimato de las páginas de la historia y seas un verdadero discípulo, ahora revestido no de un viejo manto, sino de Jesucristo, el Señor, que te llamó y dio la vida por ti.

Mi amor será un amor en silencio.

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C. EL PERFUME DE LA PECADORA En el evangelio encontramos dos mujeres que ungieron a Jesús

con un fino perfume (Lc 7,37-50 y Mt 26,6-13). Nosotros vamos a unir ambos relatos para extraer el mensaje evangélico.

Se trata de una mujer a la que se le conocía más por su profe-sión de prostituta, que por su ser mismo. Ella había escuchado el mensaje esperanzador de que Dios amaba tanto a los pecadores, que había enviado a su Hijo único, no para condenarlos, sino para perdonarlos. Sintiendo que se abría una puerta al laberinto de su existencia, fue a su casa y sacó del armario un fino perfume de las Galias. Se encaminó directo a la casa de Simón el fariseo, donde Jesús se encontraba comiendo. Se colocó a sus pies y ungió al Maestro que le había anunciado la Buena Noticia que Dios no la condenaba, sino que la absolvía.

Ungió los pies del alegre mensajero con su perfume. El suave aroma bien pronto inundó la casa entera con su fragancia, ante la mirada atónita de escribas y fariseos que estaban recostados en la mesa.

Conmocionada por la esperanza que había renacido en su cora-zón no dejaba de llorar y llorar. No sabemos si fueron más preciosas sus lágrimas o el perfume que derramó a los pies de quien le había anunciado tan maravillosa noticia del amor incondi-cional de Dios. a. Qué es y qué significa el perfume

El frasco de perfume concentraba la vida de pecado de esta mujer. Había comprado aquella fragancia con denarios fornicarios pagados por sus clientes. Pero al mismo tiempo era también una inversión para el futuro, destinado para seducir a los hombres y atraerlos, haciéndolos cómplices de su pecado, con la diferencia de que ella pecaba por la paga, mientras que ellos pagaban por pecar (Sor Juan Inés de la cruz).

Generalmente se interpreta este hecho como la necesidad de renunciar a nuestro perfume de pecado para poder acercarnos a Jesús, o que debemos dejar la maldad para que Dios nos perdone, o incluso que debiéramos pagar algo por el perdón recibido. Se subraya el purificarnos o prepararnos para la visita del Señor que viene. Lo cierto es que ella entrega lo más valioso que tenía: su

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perfume de nardo puro. No renuncia para ser perdonada, sino porque ha sido perdonada y viene a manifestar su amor y agrade-cimiento a quien le ofreció el perdón de todos sus pecados. No se trata, pues de un sacrificio, sino de una ofrenda de amor porque había sido perdonada. La escena consta de siete actos: b. Primer acto: escucha la buena noticia de Jesús

Ella no tomó la iniciativa. Más bien estaba respondiendo a la predicación de Jesús, que ella escuchó de alguna forma. c. Segundo acto: el frasco de alabastro

Se fue a su casa y abrió el armario. Sacó un frasco de alabastro que contenía un fino perfume de las Galias, que costaba más de 300 denarios. Su perfume, concentrado de su pecado, estaba es-condido. Aunque era conocida por su vergonzosa profesión, mantenía encerrado su pecado. Nunca se lo había presentado al Dios de Israel, sino que lo guardaba porque tal vez pensaba que no tenía perdón. d. Tercer acto: entra a casa de Simón el fariseo para ungir a

Jesús Se atrevió a entrar a la casa de un fariseo, donde la gente buena

de la ciudad se había reunido a la mesa con Jesús. Corta con los respetos humanos porque tiene un motivo superior: entregar su amor y agradecimiento a aquél que había encendido la luz de la esperanza. e. Cuarto acto: ¿desperdicia todo lo que tiene, o lo consagra a

Jesús? Rompe el cuello del frasco y derrama todo el perfume en cabe-

za y pies del Mesías. Los discípulos creen que se trata de un desperdicio de dinero, pues el precio de aquel fino perfume equiva-lía al salario de un año. Y tal vez tenían razón. Para la gente buena y honrada no había razón de usarlo de forma tan volátil.

Para todos podría ser así, menos para ella. Sin embargo, no lo está desperdiciando: lo está consagrando a Jesús, lo cual es muy diferente.

El perfume estaba antes al servicio del pecado y servía para pecar. Había sido comprado con fornicarios denarios ganados con su cuerpo seductor. Lo puso al servicio del evangelizador y del

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Evangelio. Quebrar el frasco de alabastro con el perfume no es sacrificio ni renuncia, sino ofrenda al Señor de los señores. No es para pagar el perdón, sino para agradecerlo.

No lo tira, sino que lo entrega al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El pecado no se abandona, se coloca delante de quién puede perdonarlo.

No arrojar la botella de licor a la basura, sino entregarla a Jesús para que él sea el Señor de esta esclavitud. No destruimos el peca-do con nuestra fuerza de voluntad, porque no somos capaces. Se lo ofrecemos al Señor, para que ahora esté al servicio de la evangeli-zación. De nada sirve tirarlo o dejarlo. Hay que entregarlo como ofrenda de suave aroma a los pies del Salvador.

Aquello que sea ocasión de pecado, hasta un carisma o don de Dios, puede estar dentro de este frasco de alabastro. Todo cuanto concentra nuestro pecado, o nos incita a caer en él, está representa-do en este perfume.

No lo hemos de tirar o renunciar a nuestro pecado, sino entre-garlo en ofrenda de suave aroma al Señor Jesús, para que él lo transforme al servicio de la evangelización. No podemos extirpar el cáncer del pecado, porque en cuanto más lo cortemos, su fuerza destructora se vuelve contra nosotros con más furia desencadena-da.

No te alejes del pecado, porque te va a rebotar con más fuerza. Mejor entrégaselo a Jesús. Reconoce que tú no puedes vencer el pecado. Si fuera posible, serías tu propio salvador y no necesitarías del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. f. Quinto acto: sus lágrimas abundantes

Acompaña esta unción con un llanto incontenible. No lloraba sus pecados, sino el perdón misericordioso de Dios que ya la había perdonado. El verdadero perfume de la mujer eran sus lágrimas; más abundantes que el líquido guardado en el frasco de alabastro. Lloraba y sollozaba no porque se sentía pecadora, sino porque experimentaba el perdón incondicional.

Hay gente que le gusta llorar sus pecados, porque les agrada sentirse mal o auto castigarse. De esta forma tratan de pagar por sus pecados. Hay gente que da vueltas con punzantes escrúpulos a

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sus pecados, en vez de mirar el amor misericordioso de Dios que ya los ha perdonado para siempre.

Yo prefiero llorar el perdón de mis pecados, porque así no me centro en mí, sino en Dios bueno y compasivo que siempre me perdona. La diferencia entre las lágrimas por nuestros pecados o llorar de agradecimiento, es que las primeras son amargas, mien-tras que las últimas son bálsamo que cicatriza las heridas. g. Sexto acto: seca con la cabellera

Seca los pies con su sedosa cabellera que antes había servido para seducir a sus clientes. Ahora se convierte en toalla para enju-gar los pies del mensajero del perdón, que han sido empapados por las lágrimas del agradecimiento. Llegó con perfume de fornicación y regresó con la paz en el frasco de su corazón. h. Séptimo acto: Jesús le dijo: vete en paz

Las últimas palabras del invitado no son a sus anfitriones, sino a la intrusa que no dejaba de llorar su pecado perdonado: “Vete en paz”. La paz entre Dios y ella se ha firmado. Ya no existe ninguna deuda, ni menos condenación.

Lo más ansiado por el corazón humano es la paz. El entregar nuestras cadenas, somos liberados. Nosotros lo ofrecemos y Jesús lo consagra. i. Síntesis: ofrece y consagra tu perfume

La mujer no tiró su perfume de pecado por la coladera. Rom-pió el frasco de alabastro y lo ofreció a Jesús que la había perdonado. Pero regresó con el frasco de su corazón lleno de paz.

Lo que significaba pecado se trasformó en signo del amor, de agradecimiento por haber sido perdonada de sus pecados.

Cuando Josué envió los exploradores a Canaán para poder conquistar esa tierra que manaba leche y miel, fueron descu-biertos por la policía de Jericó. Ellos se fueron a esconder al prostíbulo de Rahab, que les salvó la vida. A cambio, ella pidió que cuando tomaran Jericó fueran salvados quienes estuvieran en su casa. Al momento que ya iban a entrar los invasores para destruir la ciudad y matar a sus pobladores, Rahab llamó a su familia y su prostíbulo se convirtió en un arca de salvación pa-ra todos ellos. Aquel prostíbulo que estuvo al servicio del

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pecado, se trasformó en lugar de salvación para todas aquellas personas. Nuestro prostíbulo se puede convertir en lugar de salvación.

Por eso, no tires tu perfume de pecado, ofrécelo y conságralo a Jesús.

La pecadora consagra su perfume a Jesús

j. Meditación del perfume Algunos evangelistas escondieron tu nombre en los pliegues

del olvido. Yo sí te conocí más allá de un simple nombre, y olvi-darte sería para mí renunciar a mi esencia. Penetré tu alma desnuda con sus carencias y soledades. Supe de tus noches de insomnio y las angustias reprimidas, por sentirte un objeto en las manos de los hombres que pagaban fornicarios denarios por pecar. Disfruté los encantos de tu piel y tus secretos de seducción. Probé el agridulce sabor de los sudores de tus pasiones fingidas, cuando se mezclaban con mi fragancia.

Siempre me valoraste y me guardaste en transparente frasco de alabastro en el lugar más importante de tu armario. No sé tú, pero yo no me puedo olvidar cómo me deslizabas suavemente con la punta de tus dedos en las curvas de tu cuerpo encantador, econo-mizándome porque sabías cuánto valía.

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Yo también jugaba contigo el mismo juego de la seducción, y en la lisura de tu piel me hice cómplice silencioso de tus secretos. Al terminar tu trabajo yo era confidente de tus soledades y hastío, pues sabía que tus amores, como mi fragancia, eran efímeros y pasajeros. Así, cada día necesitabas reponer gotas de mi fragancia porque tu alegría era fugaz, pues no habías encontrado algo o alguien que se quedara por siempre entre tus brazos. Yo te entendía perfectamente, porque yo también me evaporaba cada mañana, al aparecer la luz del sol.

Cuando airosa caminabas, dejando una estela de fragancia, los hombres te reconocían; otros te recordaban envuelta en sus brazos, sin que faltaran quienes te acusaran por tu vida de pecado. La verdad es que llegamos a identificarnos en un solo destino.

Yo fui tu único compañero fiel que no te abandoné y por eso me cuidabas con especial aprecio.

Pero un día, aquella imprevisible mañana, saliste temprano sin tomarme en cuenta. No dejaste que te acompañara. Sólo supe que estabas en una multitud. Regresaste presurosa, pero sin pasos de angustia. Tus ojos estaban húmedos y brillantes. Abriste el arma-rio, me miraste con amor y tomaste el frasco de alabastro, pero no lo abriste, sino que lo abrazaste bajo tu escotado vestido.

Ibas deprisa y yo sentía el palpitar acelerado de tu corazón. Cuando cruzaste el umbral de la casa de Simón el fariseo, presentí que algo había cambiado en ti y por tanto también en mí, tu insepa-rable compañero en las torcidas veredas del pecado.

Sin nada decir, en vez de abrirme con cuidado, rompiste el cuello del frasco, y sin escatimar mi alto precio me derramaste a los pies de uno de los comensales. Sentí que agonizaba y quería gritar: ¡Un momento, yo valgo mucho, no me desperdicies así! Pero unos hombres necios tomaron mi defensa y hablaron por mí, mientras iba impregnando los pies de aquel hombre que era distin-to a todos los que antes nosotros habíamos conocido.

Yo percibí que para ti ya nada tenía valor, sino ungir a dos manos a quien había cambiado tu vida. Tus ojos húmedos se abrillantaban y no sabría decir cuál aroma era más exquisito, si tus lágrimas de agradecimiento, o mi fragancia de finas esencias. Tal vez las dos cosas unidas por última vez. Lágrimas y perfume nos

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unimos, pero yo sabía que esa mezcla tenía un diferente significa-do:

- Para mí, era la despedida. - Para ti, la expresión de la alegría de haber sido perdonada pa-

ra nunca más pecar. - Para el Galileo que no te condenaba, significaban un adelanto

de su entrega por los pecadores. Yo tuve el privilegio de perfumar los alegres pies del mensaje-

ro de buenas noticias. No me importaba que estuvieran sucios, pues en vez de ser lavados por su anfitrión, fueron bañados por perfumadas lágrimas. No me afectaron las críticas de los que por mí abogaban, porque valía la pena. Tus lágrimas y mi aroma se fundieron en la última complicidad silenciosa que sólo era inte-rrumpida por algunos sollozos y suspiros.

Al derramarme en esos pies sudorosos, mi aroma se mezcló con el polvo del camino y negras gotas escurrían hasta el suelo. Tú no tuviste reparo en besar los pies, y secarlos con tu sedosa cabe-llera.

Yo comencé a evaporarme junto con tus pecados que nunca más existirían. Tus pecados perdonados despedían una suave fragancia en toda la casa, pero tus lágrimas se quedaron abrazando al Maestro de Galilea.

No dejaste una sola gota en el frasco de alabastro, para que mi aroma acompañara al Redentor hasta su sepultura, y aquella fra-gancia profética lo habría de identificar en su resurrección, impregnando todos los poros de su piel.

Ya habías encontrado ese Alguien del que tenías sed y nunca más volverías a estar sola.

Yo, tu otrora cómplice y confidente de tus amoríos escondidos, ahora soy testigo de que has encontrado el amor que es capaz de cambiar una vida, así como el destino de un fino perfume.

Jesús huele a ti, querida amiga, mientras que tú fuiste impreg-nada con el dulce aroma del Nazareno. Al pasar el Maestro entre las multitudes, algunos se acordarán de ti, pero cuando tú camines por las calles de la vida, aromatizarás el ambiente con la miseri-cordia de quien te perdonó sin condiciones.

Gracias, María, por ofrecerme a Jesús y consagrarme para él.

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D. LAS REDES DE SIMÓN PEDRO a. La pesca milagrosa

San Lucas nos cuenta en 5,2 que Simón y sus compañeros habían intentado pescar toda la noche, sin conseguir nada en el avaro mar de Tiberíades. El amanecer los encontró con sus barcas vacías, mientras sus redes sólo agua escurrían. Entonces Jesús se subió a la barca de Simón y le ordenó ir mar adentro. El Maestro tomó la dirección de la operación y les ordenó echar las redes. Simón objetó con toda lógica: “Nada hemos pescado, pero en tu Palabra echaré las redes”.

Fue tal la cantidad de peces que obtuvieron, que las redes casi se rompían. Llamaron a sus compañeros y llenaron tanto las dos barcas, que por poco se hundían. Se habían superado todas las expectativas. El nocturno fracaso hizo más luminoso el éxito del amanecer.

Una vez que estuvieron en la orilla, Simón cayó a los pies del Señor y le dijo: “Apártate de mí, porque soy un hombre pecador”. Jesús le respondió: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Simón entonces dejando las redes y abandonando su barca y su profesión, siguió al buen pastor. b. Mensaje tradicional y mensaje evangélico

El mensaje que siempre se nos da es que frente al llamado de Jesús, hay que abandonar nuestras barcas, con el éxito de la pesca. Cuando el Maestro fija sus ojos en nosotros y nos llama, debemos responder inmediatamente, dejando las redes llenas de peces. Algunos incluso piensan que la vocación implica renunciar al éxito profesional o antigua profesión, para poder responder a la nueva llamada del Maestro.

Apártate de mí, porque soy pecador: Lc 5,8. Simón era estricto seguidor de la tradición religiosa de su

tiempo, que consideraba que el hombre pecador está amenazado por Dios y que este no tolera a los pecadores. Por esa razón, no conviene estar cerca del implacable juez que está a punto de verter la copa de su ira. No se sentía ni digno de Dios, ni merecedor de su perdón. Por eso, era mejor apartarse lo más posible.

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Para descubrir el mensaje evangélico, vamos a analizar tanto la reacción de Pedro como la respuesta de Jesús. c. Reacción de Simón Pedro y respuesta de Jesús

El pescador de Cafarnaúm miraba a Simón (su pasado de pe-cado)

Simón determinaba su presente por su pasado, un pasado de pecado. Le afectaba tanto en su presente, que le cerraba la posibili-dad de estar con el Señor. Simón revisó toda su vida anterior y reconoció que había vivido en pecado, y por eso se catalogaba como pecador.

Jesús le respondió: No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

- No temas El asombro se había apoderado de Simón. Fue tan impactante

su encuentro con la santidad y el poder del Señor, que estaba sobrecogido por el temor. Se sentía conmovido en lo más profundo de sí mismo, que la luz divina le reveló su vida de pecado con todas las escorias que se anidaban en su corazón.

La santidad de Dios siempre opera el mismo fenómeno: expe-rimentamos nuestra desnudez y pobreza ante Él. Por eso, Jesús le repite lo que Dios decía en las clásicas teofanías del Antiguo Testamento: “no temas”. No hay ningún motivo de miedo, porque no vas a perder sino las ataduras y telarañas que te tienen atrapado. - Desde ahora

Simón se fijaba en lo que era y había sido anteriormente. Esta-ba centrado en su pasado y no se sentía merecedor del éxito. A ese Simón que miraba su pasado, el Maestro le aclara: “Desde ahora”. Tu amargo pasado no cuenta para mí. Hoy comienza una vida diferente con una nueva misión.

Hay mucha gente que no se siente digna de cariño, atenciones o ser atendida. No creen que alguien las ame desinteresadamente, y consideran que la felicidad no es para ellos. Viven anclados y enredados en amargas experiencias del pasado, que los determinan. Jesús dice a todos ellos: “Desde ahora”. Todo vuelve a comenzar.

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- Serás pescador de hombres Debe dejar de ser Simón el pecador, para trasformarse en Pe-

dro el pescador. Por tanto, a partir de ese instante vive como pescador: pescador de hombres. Simón cambió de mentalidad. Aquél que se catalogaba como pecador, comienza a pensar y a actuar como pescador. Deja de ser Simón el pecador para trans-formarse en Pedro el pescador. Por tanto, a partir de ese instante vive y razona de acuerdo al plan de vida que se le ha mostrado.

Jesús no ve lo que fue Simón, sino lo que va a ser: Pedro, la piedra sobre la que va a edificar su Iglesia. Para el Señor existe un rompimiento total con el pecado de Simón. No le importa ni lo toma en cuenta. Sin embargo, eso no basta. Es Simón quien debe renunciar a seguirse considerando un pecador, cambiando el con-cepto que de sí tiene. Su pasado quedó sepultado y no tiene por qué seguirlo desenterrando para justificarse.

Si es cierto que la visión que tengamos de nuestro pasado con-diciona nuestro presente, no es menos real que la perspectiva que tengamos de nuestro futuro, troquela tanto nuestro presente como nuestro porvenir.

Jesús no se centra en lo que fuimos sino en lo que podemos llegar a ser con su gracia. Él no llama a los capacitados, sino capacita a los llamados. Dios no mira lo que fuimos sino lo que podemos llegar a ser con su gracia.

Cuando Miguel Ángel, el artista italiano quería esculpir una estatua, primero la creaba en su mente. Luego se iba a la re-gión de Carrara para buscar la pieza de mármol de la cual habría de cincelar una obra de arte. Cuando encontraba la que buscaba, ya imaginaba dentro de esa mole “La Pietá”, “El Moisés” o “El David”... Él tenía la capacidad de ver, en aque-lla roca informe, la obra de arte terminada.

d. Jesús miraba a Pedro Simón hizo un parcial examen de conciencia, centrándose úni-

camente en su pasado de pecado. Por eso tenía miedo. Era natural. Jesús le cambia el enfoque: no me importa lo que fuiste, sino el designio que yo tengo para ti: serás pescador, Pedro. El Señor no veía a Simón de Cafarnaúm, sino que miraba a Pedro el pescador. Simón mudó primero su mentalidad, porque no se puede cambiar

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de actividad ni de actitud sin una previa transformación de menta-lidad.

Dios no nos ve como somos, sino como podemos llegar a ser con el cincel de su Espíritu Santo. Para Él ya no somos pecadores, sino pescadores. A pesar de todo lo que hayamos sido, Él nos considera como una obra de arte terminada, a la imagen y seme-janza de su Hijo.

Nosotros dependemos de nuestro pasado. A veces hasta vivi-mos esclavizados a él. Pero hoy puedes comenzar algo totalmente nuevo, si vislumbras la fotografía de tu futuro. ¿Tú tienes un perfil de lo que serás en 10 años? Jesús sí lo ha diseñado, y lo mira con esperanza para que tú también tengas una motivación de vida. Si nuestro pasado influye en el presente, hoy es el pasado de nuestro futuro.

Si Dios ya no ve tu pasado, es para que tú tampoco te ancles en él. No dependas de las redes de tu pasado, de lo que te hirieron o lo que sufriste, de tus fracasos o carencias. Ya no te consideres como víctima, despreciándote: soy un pobre pecador. A los ojos de Jesús esa mezcla de frágil arcilla y su soplo divino ¡es una maravilla! Tu barro y no otra cosa es la materia prima de una obra de arte. e. Dejando las redes, le siguió

En aquel preciso momento, Simón se decide y abandona las redes. No sólo aquellas que le servían para pescar. Especialmente las que lo enredaban y atrapaban: la noción negativa y pesimista que de sí tenía. Rompe las cuerdas y ataduras de su pasado, para volar por nuevos horizontes. Se libera de la telaraña que lo hacía sentir indigno. En verdad, ha dejado las redes.

Desde hoy puedes ser nuevo, si te libras de las redes del pasa-do que te inmovilizan, como red de cazador. Eso que te atrapa con cuerdas de tristezas y fracasos, así como lazos de heridas y recuer-dos dolorosos. Desde este momento puedes iniciar un nuevo camino. No mires ya tu hombre viejo, sino el diseño de un hombre renovado, con un nombre inédito y la misión virgen confiada por el Señor. Hasta hoy estás enredado, porque en este preciso instante renuncias a tus viejas redes que te condicionaban.

Pablo de Tarso ya no miraba para atrás, sino lo que estaba de-lante (Flp 3,13).

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Simón deja sus redes, significa que renuncia al concepto que de sí mismo tenía. Su visión negativa de sí mismo eran redes que lo atrapaban. Deja las redes de considerarse pecador para tomar el papel y función de pescador. Ya no era Simón. Era Pedro.

Ciertamente, el pasado repercute en tu presente: pero Desde hoy, tu presente es el pasado de tu futuro. La fotografía de tu futuro trasforma tu presente. Por tanto, dejar las redes no es renun-cia, sino cambiar la visión: si antes dependíamos de nuestro pasado, ahora dependemos del plan que Dios tiene para nosotros. Vernos y considerarnos como Él nos mira: como pecadores, como roca, como aquél que responde: Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Por tanto ya no te consideres como Simón el pecador... ahora mírate como Pedro el pescador. Vive y actúa como la roca en la cual yo edificaré mi Iglesia.

Y todo esto “desde hoy”. Hoy se rompe con el pasado. Hoy comienza tu nuevo futuro.

Dejando las redes del pasado que lo atrapaban

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f. Meditación de las redes de Simón Pedro Simón Pedro, fuimos compañeros de trabajo muchas jornadas.

A veces días, a veces noches enteras. Vivimos el éxito y el fracaso juntos. Tu barca también era importante. Ella tocó tus pies descal-zos y mojados, pero a mí me tomabas con tus propias manos. A veces me apretabas tanto para sacarme del agua llena de peces.

Tu barca presumía que era famosa, pero a mí tu me hiciste sen-tir valorada por la forma en que me tratabas: al llegar a la playa me arrastrabas para dejarme en la orilla. Me raspaba con la arena y golpeaba con las piedras, pero después tus manos me acariciaban mientras me lavabas o remendabas apretando los nudos. Tuve el legítimo orgullo de pertenecerte y que sin mí no podías pescar. La barca te causó más de algún problema, aunque yo también reco-nozco que te saqué algunos callos en las manos.

Conocí tus alegrías y desilusiones. Yo, como Jesús, amé tus límites. Tú también tenías nudos y cables rotos.

Aquella noche de fracaso, cuando me lavaste y luego me vol-viste a tirar al mar, volviste a tener confianza en mí, igual que Jesús contigo, ni me culpaste ni me rechazaste: sólo me lavabas para darme a entender: ya habrá una nueva oportunidad; tienes que estar preparada para el éxito; mañana será otro día. Esa mañana tú cambiaste de nombre. Ya te llamabas Pedro, pero para mí no dejabas de ser Simón.

Una cosa aprendí. Algunos se acercan al Señor porque lo han perdido todo, pero tú, en cambio, lo seguiste el día que habías logrado el mayor éxito de tu vida. Cuando todo tenemos, los aguje-ros de nuestros lazos se agrandan aún más y entonces este vacío que crece, sólo puede ser llenado por Jesús de Nazaret. El día que se han alcanzado las metas de la vida, el único que puede superar todos los triunfos es el Señor Jesús, porque sólo él es el camino, la verdad y la vida. La depresión aparece como fantasma cuando se han alcanzado todas las metas y no hay nada más adelante.

Tu barca a veces ha presumido que era el púlpito preferido de enseñanza de Jesús, pero aclárale que el Maestro nunca dijo que el Reino fuera como una barca, sino como una red que contiene peces buenos y malos, como tú, que eres Simón y eres Pedro al mismo tiempo, tienes trigo y cizaña: Un mañana amas al Galileo y por la noche lo niegas.

Effetá 113

Tus gruesas cuerdas tres veces se rompieron en el palacio del Sumo Sacerdote. Así como tú me lavabas, el buen Pastor lavó tus negaciones confiando otra vez en ti. Tal vez por eso el Maestro te dejó responsable de tus hermanos, porque tú puedes entender las debilidades de los que caen siguiendo al Maestro.

Simón Pedro, soy un poco celosa, pero estoy orgullosa de ti. Ahora que pescas en otros mares, eres conciente que sólo son posibles pescas milagrosas en el Nombre de Jesús de Nazaret, confiando en su Palabra. Sabes que los instrumentos de pesca no son culpables de los fracasos, sino la ausencia de la Palabra de vida eterna. Sin Jesús Palabra, los otros Pedros nada pescarán. Aunque sean Pedros... hasta que inviten al Señor a subir a la barca y crean incondicionalmente en él.

¿Sabes? Para algunos seguirás siendo Simón, otros te conoce-rán como Pedro; yo soy la única que te llamo Simón Pedro, porque para mí la unión de estos dos cables, tejen la red de tu vida.

3. CONCLUSIÓN: LIBERACIÓN INTEGRAL El evangelio nos proporciona la Buena Noticia del mejor ne-

gocio que podemos realizar y alivianarnos de los pesos que nos impiden ir rápidamente a Jesús y aprovechar la gran oportunidad de la vida.

Es ofrendar nuestro perfume a los pies del Maestro para que se consagre para la evangelización.

Es dejar la red del pasado que nos atrapa y nos impide ver hacia delante.

El cristianismo no es la religión de la cruz, sino del poder libe-rador de la cruz, que nos libera de todas las ataduras y pesos que no nos dejan vivir la gloriosa libertad de hijos de Dios.

Effetá 115

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JAIRO: DE JEFE A PAPÁ

1. INTRODUCCIÓN: BUENAS Y MALAS NOTICIAS Vivimos en medio de un fuego cruzado, donde nos llegan bue-

nas noticias, pero al mismo tiempo somos bombardeados por rumores tristes y negativos. Este es el caso de Jairo, jefe de la sinagoga: que al mismo tiempo que escucha que su hijita acaba de morir, el controvertido predicador de Galilea le asegura que se salvará. Mientras el llanto de las plañideras confirma que su hija ha muerto, Jesús le asegura que simplemente está dormida.

Las noticias son simples notas informativas, que en sí no son buenas ni malas. De nosotros depende que den frutos dulces o amargos, según la tierra que encontraron para fecundar.

Vamos a considerar esta escena evangélica preñada de rique-zas insospechadas; tanto, que ha sido registrada por los tres sinópticos, en donde cada uno le imprime sus peculiares colores (Mc 5,21-41; Mt 9,18-26; Lc 8,40-56). Este pasaje puede cambiar nuestras actitudes frente a los mensajes pesimistas que continua-mente recibimos, o que a veces somos nosotros mismos quienes las fomentamos, por experiencias negativas de nuestro pasado. Apren-deremos cómo lidiar con las malas noticias que nos bombardean y muchas veces hasta nos condicionan. Para ello es necesario identi-ficarnos con Jairo, el jefe de la sinagoga que debe elegir a quién creer: al Evangelio de la vida o a las plañideras de la muerte.

Effetá 116

2. MENSAJE EVANGÉLICO: LO QUE ESCOGEMOS SE TRASFORMA EN REALIDAD

A. UN JEFE TENÍA UNA HIJA ENFERMA Un judío tenía un puesto importante en la vida religiosa de la

ciudad. Era precisamente el jefe de la sinagoga de su pueblo. Su trabajo dependía de saber caminar con equilibrio magistral, entre la fidelidad a las supremas autoridades de Jerusalén y llevar una conducta irreprochable.

Marcos y Mateo lo identifican simplemente como un jefe, hombre de autoridad religiosa, al que frecuentemente llamaban "el jefe" (Mt 9, 23). Por tanto podemos suponer con fundamento que era un hombre rígido y autoritario, que convirtió su casa en sucur-sal de la sinagoga. Por eso Mateo afirma que Jesús va a “casa del jefe”. También en casa era jefe; no era padre del hogar. a. Cuadro clínico de la joven

Su única hija se fue debilitando y perdiendo peso. El cuadro clínico nos sugiere que muy probablemente la niña sufriera ano-rexia. Nosotros así la vamos a considerar, pues al final del desenlace, Jesús ordena darle alimento.

La joven no poseía personalidad propia. Era conocida simple-mente como la hija del jefe de la sinagoga. Por tanto, tenía una baja autoestima que no se valoraba a sí misma.

Su padre, como autoridad religiosa, era una persona legalista, exigente y autoritaria. Lo llamaban “el jefe”. Ella vivía en una vitrina, teniendo que dar ejemplo a todos los demás. Sobre la pequeña pesaba la responsabilidad de ser modelo para los jóvenes. Tenía prohibido equivocarse. Debía cumplir las rigurosas tradicio-nes de los judíos y sus 613 preceptos. Era una camisa de fuerza demasiado estrecha para una joven de apenas 12 años. Además, siendo hija única debió sufrir continuas etapas de soledad.

Ella no digería esta situación y entonces decidió no digerir alimentos, porque no aceptaba nada externo en su vida. El perfec-cionismo y la baja estima la llevaron a perder la ilusión por la vida. Su cabello perdió brillo y su piel se fue secando y arrugando. Estaba muriendo lentamente. Tal vez podríamos suponer que fue el primer caso de anorexia en la historia.

Effetá 117

El jefe de la sinagoga buscó por todos los medios, pero ningu-na medicina podía aliviar a la pequeña, que no comía y se debilitaba. Sus manos se enfriaban y su rostro palidecía. Se fueron agotando las alternativas y esfumando todas las esperanzas. Los médicos cruzaron los brazos ante la falta de ánimo por vivir de la pequeña. Si ella había perdido la ilusión por la vida, la ciencia de Hipócrates no era capaz de reanimarla. Llegó al extremo de estar a punto de morir. El desenlace fatal parecía inminente e inevitable, cuando la niña apenas contaba con doce años. b. La última alternativa: Jesús

Sólo había una pequeña luz en el fatídico túnel: recurrir al fa-moso taumaturgo de Galilea, para que interviniera. Pero esto era muy riesgoso para todo judío, en particular para las autoridades religiosas de Israel. El gran sanedrín había decidido que quien creyera o siguiera al Maestro de Galilea, debía ser expulsado de la comunidad de Israel (Jn 9,22). Las autoridades competentes para hacer cumplir esta resolución implacable, eran precisamente los jefes de cada sinagoga. No había dispensas, excusas ni excepcio-nes. Era orden superior donde estaba comprometida la misma potestad divina. Por tanto, si Jairo procuraba al controvertido Galileo, implicaba pagar un alto precio: renunciar a su puesto en Cafarnaúm y perder su prestigio en Jerusalén.

Había que decidir entre su hija o la sinagoga; su futuro laboral o su familia; su fe tradicional o el amor por una persona. Mientras tanto, la pequeña seguía descendiendo los irreversibles escalones del sheol, y había que decidirse rápidamente antes de que fuera demasiado tarde. No era fácil, pues había que sopesar tres factores: el poder de este hombre, su peligrosa enseñanza y su cuestionable conducta: - Su poder ilimitado

Jairo bien sabía que no había nada imposible para Jesús de Nazaret: sanaba leprosos, había devuelto la vista a los ciegos y levantaba a los paralíticos. Hacía oír a los sordos, y los mudos abrían la boca para proclamar las alabanzas del Dios de Israel. Incluso en Naím había resucitado a un joven que ya era encamina-do al cementerio. No pocos afirmaban que hasta lo habían visto

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caminar sobre las aguas, y multiplicar unos cuantos peces para dar de comer a más de 5,000 hombres.

Hasta dentro de las mismas sinagogas se había mostrado su poder: Un sábado había curado a un hombre que tenía una mano seca (Mc 3,1-6). Otro día había liberado a un poseído por un espíritu inmundo a quien la santa institución religiosa no había podido liberar (Mc 1,21-26). Por esta razón, todos los jefes de sinagoga habían sido advertidos del peligro que representaba la presencia del Nazareno en las asambleas religiosas. Para ser más determinantes, se había decidido que todo seguidor o simpatizante de Jesús debía ser expulsado inmediatamente de toda institución religiosa.

Existía, pues, la posibilidad de salvar a su hija, si recurría con-fiado a Jesús de Nazaret, pero pagando un alto precio de peaje. - La enseñanza controvertida (buenas noticias)

El segundo punto a considerar era la peligrosa doctrina de Je-sús, que hasta en algunas ocasiones había presumido ser superior al mismo Moisés, y pregonaba la buena noticia de que el Reino de Dios había llegado, y que no habría que adorar más a Dios ni en Jerusalén ni en otro lugar, sino en espíritu y en verdad; Además prometía un perdón incondicional a los pecadores. Su Dios pagaba salario completo, independientemente del tiempo que se hubiera trabajado en la viña. Incluso, sostenía que entraban a la fiesta del Reino los pecadores arrepentidos que vuelven a la casa paterna, en vez de los perfeccionistas que cumplían con orgullo todas las normas y tradiciones.

Afirmaba que Dios es como un pastor que deja noventa y nue-ve obedientes ovejas en el desierto, para ir a buscar la que se escapó del redil, hasta encontrarla. También presentaba a un Dios que no nos exige ser buenos para acercarnos a Él, sino que Él es tan bueno, que se aproxima a los pecadores y los capacita para cambiar su vida. Lo más peligroso era que no estaba de acuerdo con la tradicional doctrina de meticulosos escribas y exigentes fariseos: que había que purificarse para ingresar a la Presencia de Dios; al contrario, había que entrar a la Presencia de Dios para que Él los purifique de todo pecado. Además llamaba a Dios “papá”, lo cual sonaba a tremenda falta de respeto al Dios tres veces santo que era el Señor de los ejércitos.

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Si Jairo acudía a Jesús para interceder por su hija, no sólo per-dería su trabajo, sino que entraría automáticamente a la lista de la inquisición. - Su sospechosa conducta

Un tercer punto que no se podía pasar por alto, era la conducta de este hombre que no se apegaba a la Ley del Sinaí: No guardaba el sábado y muchas veces no se lavaba las manos antes de comer. Era amigo de pecadores y publicanos, lo cual hacía brotar muchas sospechas sobre su vida privada. Muchos lo consideraban un pecador (Jn 9,16) y hasta endemoniado (Jn 10,21), pues se había atrevido a perdonar los pecados a un paralítico, cosa que estaba reservada exclusivamente a Dios (Mc 2,7). La conducta de Jesús al margen de la ley no era la mejor carta de recomendación para sus seguidores.

Si Jairo recurría a él, sus bonos bajarían de forma inmediata en la jerarquía de valores en la ciudad santa de Jerusalén. c. Evaluación en la balanza

Jairo sopesaba pros y contras en la balanza para tomar su deci-sión. El platillo donde se evaluaban las desventajas de acudir al Maestro de Nazaret pesaba demasiado, y la prudencia sugería no correr tan gran riesgo. Sin embargo, Jairo colocó el amor por su hija única en el otro platillo y el contrapeso fue mucho mayor: ella superaba con creces todo lo que pudiera desaconsejar no recurrir el taumaturgo de Galilea Esto fue suficiente para que decidiera. Ella pesaba mucho más que prohibiciones y ortodoxia, trabajo y presti-gio personal. d. Tiempo de decisión: ganó el amor por su hija

El amor por su hija única lo hizo decidirse sin importar las consecuencias; o mejor, asumiendo cualquier precio que hubiera que pagar, con tal de recuperar la vida de su primogénita que se esfumaba con el tiempo que era irreversible.

Entonces salió de la ciudad y fue a buscar a Jesús, hasta que lo localizó bajando de la barca en el Mar de Tiberíades (Mc 5,21). En cuanto lo encontró, cayó a sus pies y le suplicaba por su hija. San Marcos nos reporta que lo hacía con vehemencia, mientras que San Lucas usa una forma verbal que da a entender que no dejaba de

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insistir por mucho tiempo (significado del tiempo imperfecto en griego).

Mi hijita está en las últimas. Ven a imponer las manos para que se sane y viva: Mc 5,23.

Si es hija única, significa que en ella está invertido todo su fu-turo.4 Que tenga doce años da a entender que su vida va a ser truncada de forma cruel y definitiva, cuando apenas se le abrían las ventanas del porvenir. Pero muestra ante todo su gran amor y ternura por ella cuando la llama “hijita”. Ella es la motivación de su vida, por la que vale la pena arriesgar todo.

Jairo ya había hecho todo un programa de cómo alcanzar la re-cuperación total de su hija. Por eso insiste a Jesús: “Impón las manos en ella, para que se salve y viva”. Se percibe su carácter de jefe, manda, ordena hasta al mismo Jesús. Acostumbrado a mandar y decidir hasta en los más pequeños detalles. Prácticamente está dando una orden al Hijo del hombre. Lo curioso es que el Señor de los imposibles consiente con el plan del padre de la moribunda y deja todo otro asunto para encaminarse a la casa del funcionario religioso.

Y levantándose, Jesús le seguía con sus discípulos: Mt 9,19. El Maestro no responde con palabras. No hacía falta. Sólo ac-

túa, lo cual es más elocuente. Su entrada a la casa del funcionario significaba la expulsión automática de toda la familia de la sinago-ga, la cual se quedaría acéfala.

No se puede perder un segundo, pues de esto depende la vida de muchacha. A toda prisa se abren paso entre una multitud. El Evangelio nos da la idea de que nadan en medio de un mar de gente “que los ahoga” (Lc 8,41) y “los oprime” (Mc 5,24).

Cuando más apremiaba, se interpone una mujer que, por llevar ya doce años con un flujo de sangre, parece que ya no era tan urgente atenderla en ese preciso momento, pues ya se había acos-tumbrado a su situación. Ciertamente podía esperar que se resolviera el caso urgente de la hija de Jairo.

4 No olvidemos que la pertenencia al pueblo elegido viene por la línea de

la madre judía; no del padre.

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Jesús pregunta y afirma: “¿Quién me tocó? Porque una fuerza ha salido de mí”. El jefe de la sinagoga que lleva prisa debe apren-der a esperar. El tiempo perdido puede robustecer su fe, pero también podría extinguir la lámpara de la esperanza con el viento de la desesperación. Aquí Jairo ha de enfrentarse a un problema que no es fácil de atender: debe optar si el tiempo que esta mujer ocupa, está a su favor o en su contra.

Por una parte descubre que el taumaturgo de Galilea no lo sabe todo. No sabe quién lo ha tocado. Pero sí percibe lo esencial: tiene una fuerza terapéutica. Jairo debe optar si en él influye más lo que Jesús ignora o lo que el Maestro es capaz de hacer.

En vez de desconfiar, decide persistir. Cuanto más avance el reloj, más grande se va a manifestar la fidelidad del Señor a su promesa. Se hace cómplice de la esperanza (Pegy) y decide esperar contra toda esperanza, sabiendo que el tiempo es su aliado, no su enemigo.

Por eso Jairo no interviene para apresurar al Maestro o apartar a la mujer. Tampoco se adelanta. Prefiere ir con Jesús pues sabe que el tiempo trabaja en su favor. Cada segundo que pase está más cercana la cosecha de su confianza. No se desespera, pues percibe que tarde o temprano el Señor ha de cumplir su promesa. Tanto más avance el reloj más se va a manifestar su poder, pues el cielo y la tierra pueden pasar, pero sus palabras no se dejan de cumplir.

Este momento de crisis es necesario antes de los milagros: ese misterioso Jesús que primero decide venir a atender nuestras necesidades, pero luego se detiene para hacer otras cosas.

Después que la mujer narra su largo historial clínico, el hijo de David la despide revelándole el pivote de su salvación: la fe parra recurrir al amo de los imposibles. Sin embargo, el mensaje se dirige también al jefe de la sinagoga:

Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz. Aquella mujer había recuperado no sólo la salud, sino la paz,

que era mucho más importante. Jairo podía comprobarlo y esto alentar su esperanza que era probada en el crisol del tiempo.

La interrupción de la mujer no ha debilitado su fe; al contrario, la ha robustecido. Es más, no se trataba de una traba sino una oportunidad para constatar el poder del predicador de Nazaret que

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puede solucionar enfermedades crónicas de doce años, como los que tiene su hijita. La fe de Jairo ha crecido....

En esta vida también experimentamos momentos en que las cosas no caminan, y se empantanan los procesos que llevaban buen ritmo. Por otro lado, cuando Jesús deja de atendernos, sentimos que dejamos ser prioridad y se puede erosionar nuestra autoestima. Entonces, sólo podemos esperar o desesperar.

Nosotros también debemos optar si el tiempo es nuestro amigo o nuestro enemigo. De la respuesta que demos a esta situación depende tanto la forma en que vivamos, como los resultados que obtengamos.

Así cómo tratemos el tiempo, el tiempo nos corresponderá. Si nos aliamos con él, trabajará a nuestro favor, si lo convertimos en nuestro enemigo, entonces cada segundo perdido será motivo de taquicardias y angustiosa desesperación en las interminables no-ches de insomnio. Pero si sabemos que el último minuto tiene también 60 segundos, disponemos de 60 oportunidades para que Dios intervenga, y cada instante que trascurra estará más cerca su intervención salvífica.

Es decir, de nosotros depende tener un colaborador o un rival en el inexorable tiempo que no se detiene. B. DOS OÍDOS Y UNA DECISIÓN

Sin embargo, lo más maravilloso está por acontecer. El texto evangélico es fantástico.

Mientras (Jesús) estaba todavía hablando, vienen de la casa del jefe de la sinagoga diciendo: Tu hija ha muerto, ¿por qué molestas todavía al Maestro?: Mc 5,35.

Suceden dos cosas al mismo tiempo: mientras Jesús habla a la mujer dándole la paz, los de la casa del jefe le están asegurando que no hay nada que hacer, pues la pequeña ya ha muerto y no se debe molestar al Maestro. No tiene caso hacer perder el precioso tiempo al peregrino de Galilea. Ya todo terminó y no hay nada que hacer. Se cerraron las posibilidades.

En el preciso momento en que Jesús afirma que basta tener fe, le notifican que su hija había muerto ya, y que no tiene caso que el Maestro haga un viaje inútil para presenciar a la niña muerta. Todo había terminado.

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Para extraer el mensaje central de este pasaje vamos a usar la imaginación: Jairo está escuchando un mensaje de confianza por su oído derecho, mientras que la gente de su casa lo desanima por el oído izquierdo. Por una parte Jairo está recibiendo la promesa de Jesús, comprobando que quien tiene fe, es salvado; mientras, exactamente al mismo tiempo, por otro lado escucha la terrible noticia de que su hija ya murió y no hay nada que hacer.

Entonces Jesús vuelve a intervenir y se dirige directamente a Jairo, que todavía no se repone noticia de su hija, por quien había arriesgado todo cuanto era y cuanto tenía. Cuando todo indicaba que había perdido tanto a su hijita como su puesto en la sinagoga, el Señor le asegura con toda autoridad:

No temas. Solamente cree y tu hija se salvará. La voz del Maestro, como solista, sobresale entre el coro que

anuncia que la fe es el medio de conexión con la salvación. Jesús ofrece una puerta de salida al laberinto: creer con fe expectante.

Jairo con un oído escucha las noticias de la muerte de su hija, pero en el otro recibe la buena noticia. En su oído izquierdo le están gritando que todo se acabó y no hay nada que hacer, es más que ya deje de molestar al Maestro. En el oído derecho Jesús le asegura: “no todo está terminado. La llama de la esperanza no se ha extinguido aún”.

Jairo escucha al mismo tiempo dos cosas muy diferentes y de-be decidir a quién hacer caso, ya que se trata de dos noticias contradictorias. Aceptar una implica rechazar la otra. El jefe de la sinagoga puede creer sólo a uno de los dos, y decidió atender por el oído derecho. Opta creer en la buena noticia en vez de la mala. Podía escoger cualquiera de las dos, pero elige dar crédito con su oído derecho.

Así sucede también en nuestra vida. Por un oído nos llegan malas noticias y por el otro tenemos la esperanza de que para Dios no hay nada imposible. Nosotros, y sólo nosotros, decidimos cuál de las dos voces queremos atender. Casi siempre aparecen ambas al mismo tiempo, pero nosotros determinamos a quien creer.... y se hará de acuerdo a nuestra fe.

Me casé a los 20 años. Mi esposo y yo hicimos muchos planes de viajar y aprovechar nuestra juventud. Pero inmediatamente tuve mi primer embarazo de Víctor y después el segundo de

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Santiago. A los 24 años ya estaba esperando mi tercer hijo. Al-gunas personas nos decían que estábamos locos, que éramos inexpertos para tener ya tres hijos dándonos a entender que sa-líamos de los parámetros normales de la sociedad. Nos influían repitiéndonos que estábamos desaprovechando los mejores años de nuestra vida. Esas palabras fueron minando mi vida y se incrustaban por los poros de mi piel, creando cuestionamientos a los cuales yo no tenía respuesta. Algunos días me influían más de lo que yo hubiera querido. Incluso a veces estaba un poco triste al escu-char todo lo que me decían. Un día hablamos mi esposo y yo sobre el tema. Yo escuché lo que más necesitaba. Él me dijo que la opinión de los demás no importaba, que nosotros estábamos logrando precisamente lo que habíamos querido, porque una vida vale mucho más que cualquier cosa. También Dios nos dio su palabra:

«En verdad, en verdad les digo que llorarán y os lamentarán, y el mundo se alegrará. Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está tris-te, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha naci-do un hombre en el mundo. También ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y nadie podrá quitar su alegría. Aquel día no me preguntarán nada. En verdad, en verdad les digo, lo que pidan al Padre se lo dará en mi nombre: Jn 16,20-23.

Hoy día ya no pregunto nada, porque ya tengo la respuesta: se llama Felipe, que tiene 9 años y es una verdadera bendición en la familia. No lo cambio por nada que hubiera sido diferente. Gracias a Dios no atendimos a quienes nos trataban de preocu-par por los hijos, sino que atendimos al evangelio de la vida. No perdí los mejor años de mi vida, sino que los viví de forma única Cuando el Evangelio señala que llegaron los de la casa de Jairo

para darle la nefasta noticia, podíamos pensar que dentro de nues-tra casa se generan las noticias negativas que tratan de paralizarnos

Effetá 125

y no nos permiten surcar caminos vírgenes. Muchas veces, estas voces no vienen del exterior, sino que se presentan en tropel dentro de nosotros mismos. El coro de nuestros miedos y heridas, frustra-ciones y carencias nos nublan la cabeza y ahogan los sentimientos del corazón, queriéndonos convencer de que ya todo está preesta-blecido y nada podemos hacer para cambiar las cosas. Las voces más frecuentes no son externas, sino internas.

Sucederá exactamente lo que esperemos. Depende a quién es-cuchemos y creamos, esas palabras se harán realidad en la vida, pues las palabras tienen un poder de transformación; o mejor, lo que creemos se convierte en realidad.

Si dejamos entrar en nosotros las noticias negativas, serán co-mo plantas nefastas que crecerán y crecerán hasta invadir el campo de nuestro corazón y nuestra mente; y como “de la abundancia del corazón habla la boca” entonces estaremos hablando al oído iz-quierdo de nuestros vecinos, amigos y familiares.

Hay personas que sólo hablan al oído izquierdo de los demás. Desgraciadamente cuando dejamos entrar las malas noticias a

nuestro corazón, entonces se llena tanto hasta que se desborda y expandimos la plaga del pesimismo por donde quieras. Entonces nosotros mismos somos quienes hablemos directo al oído izquierdo de cuantas nos rodean. C. DOS VISIONES DIFERENTES

Jairo cree y reemprende el camino a su casa, redoblando el pa-so. Él va al frente de la caravana. Es muy significativo que Mateo declare que van “a la casa del jefe” (Mt 9, 23). Tal vez la casa se asemejaba más a un cuartel que a un hogar. Él era más jefe que papá. Al llegar se encuentran que estaba perfectamente organizada la celebración de la muerte de la pequeña. Ya habían llegado los flautistas, que con sonidos lúgubres entristecían el ambiente y con su ritmo acompañaban a quienes se golpeaban el pecho con deses-peración. Las plañideras lloraban con todas sus fuerzas, para centrar la atención en la niña que acababa de agonizar. Los alaridos se escuchaban por doquier. Todos ya vestían ropas de luto. Esto da a entender que todos los engranes de la casa de Jairo funcionaban con precisión. Entonces Jesús interviene para denunciar que el teatro tan bien montado es una farsa:

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¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta. Solamente duerme.

Ante una postura como ésta surgen dos reacciones: los que se burlan y los que creen, como Jairo. El hasta entonces jefe de la sinagoga ve el cuerpo inerte de su hija tendido en la cama, pero por otro lado, junto a él, contempla a aquel hombre que afirma que simplemente está dormida. Podríamos imaginar que con un ojo está comprobando que su hija ha muerto, mientras que con el otro ojo mira a Jesús que le asegura que está descansando.

El jefe debe establecer dónde va a enfocar su mirada: en la hija muerta o en quien afirma que la pequeña reposa plácidamente. Él, y sólo él, debe decidir qué visión quiere tener. La muerte o el sueño recuperador. El padre de la niña debe escoger entre la evi-dencia y la fe que crea nuevas todas las cosas. Si moría su hija única, todo está cerrado. Ya perdió su trabajo por recurrir al con-trovertido predicador de Galilea. Si muere su hija, no tiene nada. Entonces decide redoblar su fe y apostar todo a la misma carta. Se juega el todo por el todo, porque al fin y al cabo ya no hay nada que perder.

También nosotros nos encontramos a veces frente a las mismas circunstancias: la visión de los optimistas o la de los pesimistas, la evidencia del fin del camino o la esperanza de la fe. Nuestra visión puede ser de muerte y tragedia, o simplemente un sueño que recu-pera. Nosotros decidimos si nos quedamos mirando al pasado, o incursionamos con la imaginación en un futuro donde se conjuga el claroscuro de la esperanza con el miedo a lo desconocido.

Tenemos dos ojos para seleccionar nuestra visión: ¿con qué ojo queremos ver la vida? Podemos contemplar el Evangelio de la vida, o centrarnos en los cementerios que rebosan muerte y llan-tos... Nosotros, y sólo nosotros, escoger con qué ojo vamos a ver. Tenemos la capacidad de elegir una de las dos posibilidades. Y según nuestra elección, se trasformará el porvenir. Nuestra visión es la antesala del mañana. D. TALITÁ KUM

Jairo, que nos representa todos y a cada uno de nosotros, cree, y al creer hace posible el milagro.

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Y tomando la mano de la niña, le dice, «Talitá kum», que quie-re decir, «Muchacha, a ti te digo, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años: Mc 5,41-42.

Quienes presencian la escena son testigos mudos de la atención particular del Maestro que se dirige directa y personalmente a la pequeña. Ella es única y diferente. Vale por sí misma y no por ser “la hija del jefe”. Jesús le restablece su valor como persona. Es especial. Vivir tiene sentido. Vale la pena la vida y el futuro.

Para los que creían que la niña estaba muerta, ella fue resucita-da; mas para su padre, simplemente fue despertada. Había valido la pena esperar contra toda esperanza. La fe no había sido defrauda-da; al contrario, se había cumplido la promesa de Jesús y se contemplaba con los ojos lo que se había vislumbrado en la espe-ranza.

El médico Lucas observa que Jesús ordenó que se le diera de comer: Lc 8, 55b E. DE JEFE A PAPÁ

Jairo ya no es jefe de la sinagoga. Ya perdió su trabajo, su títu-lo y su función de autoridad. Tampoco es jefe de la casa. Ya se transformó en padre. La niña tiene motivo y razón para vivir.

Y les ordenó que le dieran alimento. Jesús, médico, ofrece la terapia completa. Ella debe alimentarse con lo que hay en casa. Su padre en vez de imponer leyes y tradiciones es proveedor del alimento: Ha pasado de jefe a papá. Sanó todo el ambiente fami-liar.

Quedaron fuera de sí, llenos de estupor: Mc 5,42. El único que no estaba maravillado era Jairo. Desde el momen-

to en que abrió su oído derecho para escuchar y creer en la promesa de Jesús, él ya sabía lo que había de acontecer. Simple-mente vio lo que permitió entrar por su oído derecho y previsto con su ojo derecho.

La sinagoga quedo acéfala, sin cabeza, pero en la casa de Jairo reina la alegría. Un hombre perdió su autoridad religiosa, pero recuperó una hija qua ahora levanta la cabeza porque ha salido triunfadora de la lucha contra la muerte que la tenía ya postrada. Un hombre no tiene trabajo, pero tiene a quien amar, porque se

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atrevió a escuchar lo que más tarde habrían sus ojos de contemplar. Él y sólo él abrió sus ojos a lo imposible, y éste se hizo posible.

Elegimos con que oído escuchamos y ojo vemos

3. CONCLUSIÓN: ESCOGER LO QUE QUEREMOS OÍR Y VER Hemos visto que ante un grave problema, Jairo podía escoger

entre dos opciones: o tomar el tiempo como aliado, o como enemi-go, creer a quienes le informaban que su hija ya estaba muerta, o en Jesús que le ofrecía la puerta de la fe como única salida. Podía ver el cuerpo inerte de su hija, o ver a Aquel que le aseguraba que estaba dormida. En fin, optar por unirse al sepelio de su hija o esperar contra toda esperanza. Él, y sólo él, debía decidir con qué oído escuchar, con qué ojo ver y qué actitud tomar. Su futuro dependía de la decisión que tomara.

También nosotros podemos decidir si queremos escuchar las malas noticias o creer en lo imposible. De nosotros depende con qué oído vamos a escuchar y con qué ojo vamos a ver. Si preferi-mos la evidencia de la muerte o creemos en lo imposible como posible... y experimentaremos lo que creamos.

Si sólo nos centramos en lo negativo y creemos en profecías apocalípticas, entonces vamos a ver y vivir en ese clima que preci-

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samente va a fecundar lo que esperamos que acontezca. Pero si nos enfocamos en lo que es invisible para los ojos, entonces estamos generando los cielos nuevos y la tierra nueva.

“Sólo se ve bien con el corazón”, lo esencial se encuentra más allá de nuestras miradas, está en la fe que es invisible para los ojos5, pero que es el crisol donde se fraguan los imposibles.

4. RECUERDOS DE LA HIJA DE JAIRO Cómo han pasado los años desde aquella mañana en que mi

existencia fue truncada brutalmente cuando apenas se abría el botón de mi fragancia. Las imágenes de aquel momento han que-dado impresas como un tatuaje que no puedo ni quiero olvidar, especialmente ahora que estoy ligera de todo equipaje para el viaje definitivo e irreversible.

Yo apenas me abría a las sorpresas de la vida. Mi padre, rigo-rista y exigente, ocupaba un alto puesto. Lo llamaban “el jefe” y la casa era una sucursal de la sinagoga. Teníamos apellido, dinero y futuro. Sin embargo, yo fui perdiendo el amor por la vida, tal vez porque todo lo tenía y ya nada anhelaba.

Mientras mis padres vislumbraban con esperanza mi futuro, apareció en mi vida un crepúsculo prematuro con negros nubarro-nes. Caí enferma. Perdí el apetito y me fui debilitando. Ni médicos ni medicinas podían curarme. Mi piel se demacraba y las fuerzas se iban extinguiendo. Estaba triste y perdí el gusto por la vida.

La mirada triste de mi padre y el silencio misterioso de mi ma-dre me hacían presentir lo inevitable.

Aquella última noche fue interminable. Se iniciaba el descenso por el valle de las sombras. Poco a poco se abrían más y más las puertas del hades y se perdían las esperanzas de mi recuperación.

A tan solo doce años de edad, abortaban mis sueños y morían mis ilusiones. Se cerraban las ventanas del horizonte. Todo acaba-ba cuando apenas tenía doce años.

Parecía tan absurdo como irreversible.

5 Antoine de Saint Exipery

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Mi vida ya no dependía de mí. Había perdido el control. Tam-poco los médicos la tenían en sus manos. Navegaba a la deriva sin timón.

Ni mis padres podían detener esta catarata que se hundía en las entrañas de la tierra. Ni yo misma llevaba el volante de mi existen-cia. Era la impotencia total.

A pesar del amor desabordado de mi padre y las lágrimas si-lenciosas de mi madre yo estaba sola, terriblemente sola, sólo conmigo, en una identidad que se extinguía. Nadie podía acompa-ñarme en este último viaje.

Todo era incierto, menos una cosa: caminaba sola, completa-mente sola.

Era única y desaparecería mi individualidad, mientras una voz me llamaba por mi nombre para declarar y repetir que yo ya no existiría más.

Tenía miedo a cruzar el valle de la muerte. Era un camino vir-gen que nadie recorre dos veces. No sabía a donde iba, pero tenía conciencia que ya lo había iniciado sin escalas ni retornos.

Me invadió el pavor. Todo en un instante que no terminaba. Me sentía atraída por la gravedad de dos mundos excluyentes.

Dentro de mí debía tomar una decisión existencial: soltarme al vacío o aferrarme a la tierra; irme o quedarme, pero mi voluntad no cambiaba el destino que ya estaba escrito.

Mi padre salió corriendo, no supe a dónde, en el momento en que más necesitaba su presencia. Demoraba en regresar. Se ausen-taba en los momentos que agonizaba mi existencia.

Mi respiración era entrecortada y con angustia. Los sonidos se alejaban, los colores se diluían. La vida se me escapaba por todos los poros de mi piel y mi

cuerpo estaba perdiendo peso. Mis dedos se fueron enfriando y perdí la sensibilidad en mis

extremidades. El corazón, cansado y sin ritmo, palpitaba con frecuentes pau-

sas. Mi mirada buscaba no sé qué cosa, sin respuesta alguna a pre-

guntas no formuladas.

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Había comenzado un largo viaje, con un boleto de sólo de ida el pasaje.

Era el paso por un túnel donde no hay regreso. Caía en un abismo donde era imposible frenar, en la oscuridad

y soledad existencial. Me dolía el alma, pues sabía que ya no habría de existir, ni pa-

ra mí ni para nadie más. Este contacto con mis límites era mucho más doloroso que de-

jar mis seres amados: era la renuncia a mi misma, ya no viviré para mí ni para nadie, ni en ninguna parte quedara huella de mi efímero paso por este mundo

Era el vacío existencial de volver a la nada. Cuando ya me acercaba al fondo de aquel pozo interminable,

una voz rompió el silencio sepulcral. Me llamaba a mí: Talita kum... muchacha, a ti te lo digo, levántate... Me hablaba a mí, sólo conmigo. Me prestaba atención personal. Yo era importante y valiosa para él.

Era una orden imposible de desobedecer. No regresé por el mismo camino. Era imposible. Tome las alas

de la aurora y viajé en la luz para volver a abrir mis ojos y mirar con colores más intensos lo que había ya dejado para siempre. Súbitamente volví de mi letargo. Recuperé fuerzas y entusiasmo. Mi corazón latía de amor y se abrían las ventanas del futuro que habían sido clausuradas.

Delante de mí estaba aquel hombre de la voz poderosa, mirada compasiva y ojos de misericordia. Me tomó en sus manos por unos instantes que me parecieron penetrar la frontera de la eternidad. Luego me entregó a mis padres para que me dieran alimento.

Mi padre ya no vestía los atuendos de jefe de la sinagoga. Me abrazaba y me daba alimento. Yo había perdido un jefe, pero gané un papá.

Hoy estoy otra vez cruzando la misma frontera de hace 60 años.

Una voz poderosa y tierna me está llamando por mi nombre. Es imposible desobedecer. Pero ahora ya no tengo miedo, pues sé a dónde voy y Quién me espera al final de este valle, ahora vestido de luz, pues lo volveré a ver, cara a cara.

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Ahora Quien me llama está del otro lado del túnel y me atrae de nuevo con su Palabra poderosa. Ligera de todo equipaje y entre las nubes, voy al encuentro de esa Palabra seductora que me ha enamorado con su voz, para ver la luz de la luz.

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77

NO VENDER EL CAMPO DEL TESORO

1. INTRODUCCIÓN: UN CAMPO SIN PENA NI GLORIA En una ocasión, un predicador nos presentó la siguiente posibi-

lidad: imagínate que estás en la famosa Biblioteca de Alejandría. La Biblioteca arde en llamas y amenaza destruir la única copia de los manuscritos de los cuatro evangelios. Tienes la posibilidad de salvar un pasaje, sólo uno; sea un milagro, una parábola o un discurso de Jesús. Puedes elegir. ¿Cuál salvarías?

Sin pensarlo tanto y sin muchas razones, sino simplemente por intuición, yo me decidí por la parábola del Tesoro escondido, que es narrada tan sólo en un versículo.

Una tibia noche de plenilunio del 2002, realizaba un vuelo de Londres a Entebbe, Uganda. El capitán nos informó: “Hemos cruzado el Mediterráneo y sobrevolamos la ciudad de Alejandría. Seguiremos el cauce del río Nilo, hasta llegar al Lago Victoria”.

Me acordé de aquella predicación en la que se hizo referencia a la ciudad de Alejandría. Tomé mi Biblia, encendí la luz y comencé a leer aquel versículo que narra esta parábola. De pronto, de la penumbra, emergió la claridad y pude percibir que, verdaderamen-te aquella pequeña parábola sintetizaba la Buena Nueva del Señor Jesús y describía de manera extraordinaria el misterio del Reino de los cielos. Quiero compartir lo que aquella noche luminosa, persi-guiendo la fuente del río Nilo, descubrí a once mil metros de altura.

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Vamos a aprender que es necesario valorar lo que tenemos, pa-ra no desprendernos de ello.

Cada uno de nosotros guarda riquezas que es necesario valorar a tiempo, para no venderlas.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: VALORAR EL TESORO QUE SOMOS Y TENEMOS

El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a es-conderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel: Mt 13,44. Había un hombre que tenía un campo. El texto no detalla sus

dimensiones, ni ofrece ninguna información sobre los pormenores; pero podemos imaginar que no era pequeño, ya que quien lo com-pró tuvo que pagar todo cuanto tenía. Hasta sería lógico suponer que el propietario no tomaba mucho cuidado sobre su propiedad, pues parecía haberse convertido en vereda para los transeúntes, o cualquiera podía entrar en él sin que su dueño lo percibiera.

Por muchos años aquella propiedad vivió sin pena ni gloria. Ninguna historia era digna de contarse de aquel terreno. Se trataba de un campo como otros muchos que existían en aquella comarca. A. ANTES DE LA OPERACIÓN COMERCIAL

Pero un día se presentó un hombre lleno de agitación, que tocó la puerta del dueño, para gestionar la compra de su propiedad. El solicitante trataba de esconder su entusiasmo, sin lograrlo. Parecía demasiado interesado sin ofrecer justificante suficiente, ya que hasta entonces a nadie interesaba de forma particular. Ni se vendía ni menos se compraba. No tenía ni pasado ni futuro. a. El dueño

El poseedor del campo no tenía intenciones de venderlo. Jamás había pensado deshacerse de él, ni menos lo remataba; nunca había puesto un letrero: “SE VENDE”. Por eso, cuando aquel anónimo le presentó el interés por comprarlo, su primera postura fue de sor-presa y se resistió automáticamente al negocio. Tendrían que cambiar las condiciones para poder considerar aquella posibilidad. En contraposición con la urgencia, casi desesperación del compra-dor, él no llevaba prisa en venderlo.

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b. El comprador Tenía ciertos rasgos extraños, que algún experto podría sospe-

char que escondía una carta en la manga: en primer lugar, la prisa que llevaba, como si su vida entera dependiera de esa operación comercial. Además, una emoción contenida y una sonrisa que no podía disimular. La disponibilidad a pagar cualquier precio por dicho terreno, con tal de que la compra–venta se realizara de inmediato. Por último, la insistencia en que debía ser aquel campo precisamente y no ningún otro. c. Reacción de la gente

La gente de la comarca estaba admirada de lo sucedido, tanto por parte del vendedor como del comprador.

Unos le urgían al vendedor que hiciera el trato inmediatamen-te, para que no se le fuera a ir de las manos. Otros le aconsejaban que esperara un poco, para sacar más ventajas de la premura que el comprador tenía. Lo cierto es que la ambición engolosinó a aquel hombre. Para él, aquel campo no tenía nada de especial ni valioso. Es más, le pagarían mucho más de lo que él creía que costaba. Por lo tanto, no había razones para no aprovechar esa oportunidad insuperable.

Tanto los amigos como familiares del apurado comprador, co-menzaron a pensar que estaba empecinado por el campo aquel, habiendo otros muchos. Pero cuando lo vieron tan dispuesto a pagar cualquier cantidad, entonces lo catalogaron como fanático. Su familia se opuso y trató de darle una mano para no cometer tal imprudencia. Sus conocidos le aconsejaron calma y prudencia, no era conveniente mostrar tanto interés en aquel terreno, porque el dueño se podría aprovechar para elevar el precio. Pero la sonrisa que se dibujaba en todo su ser no escuchaba razones. Su terquedad rompía los moldes de toda sensatez. Parecía empecinado en com-prar precisamente ese campo, siendo que otros cercanos podían adquirirse a un precio mucho menor. d. El precio

Operando la ley de para establecer el precio del terreno se de-berían tenerse en cuenta varios factores: la dimensión de la finca, el precio del mercado, ventajas y desventajas… pero la maldita prisa del comprador anulaba todas las consideraciones. Sus amigos

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le hicieron notar los pocos años que faltaban para “el año jubilar”6, cuando tendría que devolver aquella propiedad; pero estaba tan encaprichado, que no le importaba nada, con tal de satisfacer su antojo.

Después de un detallado elenco de cada una de las propiedades del comprador, llegaron a un mutuo acuerdo: el campo sería veni-do en todo cuanto tenía el cliente. Ni un centavo menos. Los bienes del desesperado comprador no podían ser pocos, para que quien nunca había pensado vender su campo accediera a desprenderse de ese terreno.

El dueño del campo estaba ya satisfecho. No podía tener mejor oportunidad que ésta. La vida le había sonreído repentinamente y no había que desperdiciar aquel momento, que nunca antes se había presentado y que jamás se volvería a aparecer. Ya se podía sentar tranquilo, sin preocuparse por problemas económicos. Se relajó y dejó volar su imaginación con lo que podría lograr con el precio de su terreno. B. LA OPERACIÓN COMERCIAL

En menos que canta un gallo, el comprador fue y vino con las cuentas bancarias, las inversiones, chequeras y una bolsa de cuero llena de monedas de oro. Se desprendió también de sus recuerdos valiosos y joyas. Sin embargo, a medida que la operación comer-cial avanzaba, su sonrisa se alargaba y su nerviosismo iba desapareciendo. El vendedor, por su parte, estaba feliz. La rueda de la fortuna le había dado una vuelta inesperada, al obtener una venta que jamás se hubiera imaginado.

El vendedor trataba de ocultar la alegría de haber ganado tanto con la venta de aquel campo que nadie daba un quinto por él.

Sólo en estos momentos el urgido comprador hizo una pausa. Leyó cuidadosamente los escritos que lo convertían en indiscutible dueño del campo, hasta la próxima celebración del año jubilar. Al terminar, cerró los ojos, respiró profundo y se frotaba las manos.

6 Para prevenir el acaparamiento de los ricos, los campos no se vendían a

perpetuidad, sino hasta el siguiente año jubilar (cada 50 años) en que eran devueltos a sus dueños originales.

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Ambos estaban radiantes. Uno brindaba por el otro, al mismo tiempo que recibía complacido la felicitación de la otra parte. Se dieron un fuerte abrazo, y el comprador que ya se había convertido en nuevo dueño salió corriendo.

Firmaron las escrituras a cambio de todos los bienes. Nunca negocio alguno había culminado con tanta satisfacción de ambas partes. El notario público no sabía distinguir quién estaba más feliz, si quien había recibido tantos bienes del otro, o quien se había quedado sin nada, excepto un campo que nunca se había pretendido vender ni menos nadie comprar. La mirada de ambos tenía un resplandor. La única diferencia era que mientras los ojos del vendedor estaban iluminados por el gran negocio que había efectuado, los ojos del comprador iluminaban. C. DESPUÉS DE LA OPERACIÓN COMERCIAL

a. El flamante vendedor y el perdido comprador El vendedor convocó una reunión en su casa, para contar cómo

se había encendido repentinamente la estrella de la buena suerte; que sin estar forzado a la venta de su propiedad, ni dar comisión alguna a un corredor de bienes raíces, ni menos tener que rematar-lo, había logrado realizar la mejor operación comercial de su vida. Repetía sin que nadie le preguntara cómo esa mañana se había aparecido un hombre que le ofreció lo que él quisiera cobrar por su campo. Con alegría desbordante mostraba su buena suerte, provo-cando la envidia de no pocos, tanto de los vecinos de su terreno como de quienes durante mucho tiempo habían tratado de vender sus propiedades. No había hombre más satisfecho en la comarca, que aquel campesino que de la noche a la mañana tenía entre sus manos tan gran capital.

Ocupó el resto del día yendo al banco a depositar su dinero, negociar las inversiones y avaluar las posesiones que le habían sido entregadas como pago de su propiedad. Por todas partes regaba felicidad, mientras recibía la admiración y los parabienes tanto de conocidos como de desconocidos. En el banco lo llamaban con el “Don”. En la calle todos lo señalaban como el prototipo de la buena suerte. Propios y extraños reconocían su sagacidad de apro-vechar la ocasión.

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Tanta admiración le hizo inflar su arrogancia. La sonrisa de sa-tisfacción no cabía en su rostro. Entonces se convirtió en consejero de todos los que se cruzaban por su camino y no dejaba de adver-tirles con el dedo en alto, con una autoridad que nadie discutía: “Cuando la oportunidad se presenta, atrápala y no la dejes ir”. De la noche a la mañana se transfiguró en el modelo del negociante modelo.

Sus amigos lo visitaban para felicitarlo. Sus enemigos lo envi-diaban. Todos se sorprendían de las vueltas tan sorpresivas que da la vida. Alababan su astucia, ya que supo aprovecharse de la ur-gencia del comprador para vender su campo a un precio que jamás se había imaginado. Aquella noche no soñó, pues la realidad vivida esa mañana, había superado todos sus sueños. No había hombre más feliz en toda la ciudad que él. Su vida había cambiado.

Del otro hombre solamente se sabía que había pedido presta-dos un pico y una pala, para ir a su campo que acababa de adquirir. Los inversionistas aprovecharon el caso para mostrar que la prisa no es buena consejera comercial. Jamás se debe ser imprudente, ni menos mostrar demasiado interés, pues la contraparte se puede aprovechar para sacar ventajas. b. Se apagó su buena estrella

El vendedor presumido se levantó tarde, pues la venta de su campo le había liberado de toda presión económica y volaba ligero en el imprevisible mundo de la economía. Mientras desayunaba con parcimonia, lo sorprendieron con una noticia que le amargó el resto de sus días: Por toda la ciudad ya se había regado como pólvora la noticia de que el misterioso comprador del día anterior había ido inmediatamente al terreno, para desenterrar un tesoro que allí estaba oculto. La verdad es que nadie había visto el tesoro, sobre el que comenzaron a aparecer leyendas imaginarias.

Lleno de vergüenza, cerró la puerta de su casa, pues no falta-ban otros que quisieran abochornarlo por su estupidez de no darse cuenta del tesoro que su campo contenía. La verdad es que tanto entre sus amigos como entre sus enemigos, se comentaba lo mis-mo. Los primeros, con un poco de tristeza, lamentaban que hubiera sido tan ignorante y tan ingenuo para vender su campo a ese sospe-choso. Sus enemigos se alegraban de lo sucedido, y decían que ya se lo esperaban, pues jamás había sabido valorar lo que tenía... y

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pensar que el día anterior suponía, y hasta presumía, que había vendido el campo en un precio muy superior a su valor.

Quien la víspera había sido admirado, ahora tenía que enfren-tar la humillación y la burla delante de todos, por no saber lo que había en su propio territorio. Era un ignorante y jamás se percató de la riqueza que guardaba, y vendió su campo que contenía tal tesoro en sus entrañas. El que creía haberle ganado la partida al urgido comprador, en realidad fue aventajado por la astucia del hombre aquel, quedando en ridículo delante del pueblo entero. En vez de parabienes y felicitaciones del día anterior, se convirtió en hazmerreír de todos. Unos lo tacharon de ambicioso; otros de ingenuo; pero todos coincidían en que era un soberano estúpido que nunca supo lo que tenía.

No dejaba de maldecir y recriminarse. Estaba arrepentido. Pero su vergüenza principal era ante él mismo. ¿Por qué no se dio cuenta antes de lo que había en su campo? No lo podía creer y reprochaba su mala suerte. Si hubiera sabido lo que tenía, jamás hubiera vendido su campo. Pero eran ya inútiles los lamentos. No podía dar marchar atrás al reloj del tiempo. Entre el dinero pagado y lo inestimable de aquel tesoro, había una diferencia infinita. Cuando contempló el capital recibido por aquel campo, lo conside-ró ridículo en comparación con el tesoro. Lo que antes le pareció el mejor negocio de la vida, se transformó en la vergüenza más grande de su existencia.

3. CONCLUSIÓN: TODAVÍA ES TIEMPO El Evangelio da una llamada de atención a todos aquellos que

están vendiendo sus propiedades, carismas o familias, por los espejismos de lograr un gran negocio transitorio. Atención, nos dice, puedes estar entregando un gran tesoro que no te has dado cuenta que posees. Tu alegría deslumbrante se puede esfumar, cuando percibas lo que perdiste con ese negocio de oropel.

Date cuenta del tesoro que eres y la riqueza que tienes. Date cuenta, valórate. • El hombre que sólo trabaja y trabaja y no da tiempo a su

esposa y sus hijos, está colocando un letrero en su hogar: se vende. Debe reaccionar a tiempo, porque después podría ser

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demasiado tarde. No se puede dejar llevar por la alucinación de resultados inmediatos o satisfacciones transitorias.

• ¿Por qué otros sí valoran a tu esposo mientras tú no lo has valorado? Su jefe lo reconoce por sus habilidades comercia-les y laborales, pero tú no. Otros valoran su alegría y simpatía, menos tú.

• La mujer que arriesga su matrimonio con aventuras amoro-sas, está vendiendo a muy bajo precio el campo que tiene un tesoro invaluable.

• Otros no valoran su fuente de trabajo y no la cuidan. Hasta que los despiden, se lamentan y se arrepienten de no haberlo cuidado antes.

• El bebedor regala la salud de su cuerpo por el simple gusto de un vaso de vino que le satisface temporalmente, pero al día siguiente va a sufrir sus consecuencias.

• El joven que se droga se desprende del tesoro de su vida. Cree que está haciendo el mejor de los negocios, pero en el fondo está perdiendo lo que ni siquiera se ha dado cuenta que posee. Sin embargo lo percibirá cuando no haya reme-dio.

• La joven que entrega su virginidad por un momento de placer disfrazado de amor, y un amor que no le será ni per-manente ni fiel, ha dejado ir un tesoro invaluable a cambio de creer que ha conquistado una gran cosa. ¿Ya descubriste el tesoro que te hace feliz y no tiene precio?

Todavía es tiempo de que valores a tu mujer, tu familia, tu salud y la paz que experimentas. Hay tesoros escondidos de los cuales no te has percatado aún, como la fe, los amigos, las promesas de Dios. Descúbrelos ahora que todavía es tiempo. Después podría ser demasiado tarde. Quita el letrero de “se vende” o “se remata” al tesoro que tienes. No los malbarates, engañando de que haces el gran negocio de la vida. Al contrario, estás perdiendo. El Evange-lio te previene: por ningún motivo vendas el campo. Primero analiza si no estás regalando un tesoro:

Esaú era el hijo primogénito de Isaac y a quien le correspondía la primogenitura. Éste era un privilegio muy importante en la vida del pueblo de Israel. El primogénito recibía dos terceras

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partes de la herencia y además, en este caso, la bendición de su padre, para que la promesa hecha a Abraham se continuara en el tiempo y el espacio. Un día el hijo mayor salió de cacería y tardó en regresar. Cuando volvió tenía mucha hambre y nada había en casa, sino unas pobres lentejas que su hermano Jacob estaba cocinando. Esaú no podía soportar el hambre, y propuso a su hermano ce-derle la primogenitura a cambio del plato de lentejas. Cuántas veces se pierde la fe o felicidad eterna por un plato de lentejas. Aquel campo ya está otra vez abandonado y descuidado. Han

crecido las yerbas y nadie siembra nada en aquel paraje lleno de abrojos. Sólo un hoyo en la tierra da motivo para el comentario de todos cuantos pasan por allí. La verdad es que casi nadie se refiere al hombre que compró a toda prisa. Todas las risas burlonas se centran en el estúpido que lo vendió sin saber que contenía un tesoro.

El campo ha vuelto a depreciarse. Como la espuma, su valor subió tanto un día y luego su precio se desplomó. Hoy día nadie lo quiere comprar, porque todos están seguros que no existe tesoro alguno en sus entrañas.

El mensaje de esta parábola lo podemos enfocar desde cinco perspectivas diferentes pero complementarias: • Vendedor: no vendas si no sabes lo que tienes. Te puedes

arrepentir demasiado tarde. • Campo: no eres un campo cualquiera. Tienes un gran tesoro

dentro de ti. ¿Ya lo identificaste? • Comprador: Cuando hayas encontrado el tesoro, no dudes;

arriésgalo todo con alegría. Pero primero encuentra y luego te desprendes.

• Tesoro: su valor no tiene precio. Tú, cómo eres, eres un tesoro; aunque tengas mucha tierra encima.

• El que escondió el tesoro: hay que cuidarlo, sí, pero sin exponerlo.

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Otro se dio cuenta del tesoro que él no supo que tenía

4. MEDITACIÓN DEL CAMPO Fui tuyo por mucho tiempo, pero nunca me valoraste. Jamás

supiste lo que yo tenía dentro. Me tuviste que perder para lamen-tarte, pero ya era demasiado tarde. ¿Por qué fue necesario venir otro para que te dieras cuenta lo que perdiste?

Cuando te desprendiste de mí, creíste salir ganando y te ufana-bas del gran negocio que habías logrado. Engolosinado por el brillo del oro y las estatuas de marfil, te embriagaste de soberbia. Pero poco después el arrepentimiento y la vergüenza te cobraron todas las facturas pendientes.

Para todos yo era un campo igual a los demás. La opinión de la gente no me afectaba. Lo único que me dolía era que tú no me valoraras ni reconocieras.

Sin ser valorado por ti, crecieron los abrojos y los espinos... llegando a ser un campo abandonado.

Pero un día alguien entregó todo cuanto tenía para comprarme. Se desprendió de sus bienes y seguridades con tal de obtenerme... el sentir que alguien me amaba y valía tanto a sus ojos, cambió mi vida y mi historia... pero también cambio la tuya, ¿verdad?

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MUJER ENCORVADA

1. INTRODUCCIÓN: TERAPIA PARA ENDEREZARNOS Este tema nos presenta el caso de una mujer piadosa que asistía

regularmente a las reuniones religiosas, pero que llevaba 18 años sin poder enderezarse. Ya estaba acostumbrada, y no creía ni esperaba que las cosas pudieran cambiar. Se trata de un caso dramático, pues su problema no se limitaba a una enfermedad, sino que tenía “un espíritu de enfermedad” que la mantenía encorvada. Ella misma se provocaba su dolor y malestar

Esta mujer representa a la gente piadosa, en devociones y tra-diciones religiosas que sufren una opresión interna, que los mantiene inexplicablemente mirando al suelo en vez de contemplar las estrellas.

Hay gente que considera como virtud el peregrinar arrastrando los pies, con mirada triste. No se sienten con derecho a ser felices. Pero el valor radica en enderezarse y caminar erguido por los senderos de la historia. Mas ¿cómo lograrlo cuando ya ha estable-cido como guión de vida el permanecer encorvados y con un espíritu negativo que los enferma?

Dios quiere que sus hijos vivan libres de toda opresión y nos ofrece una terapia para enderezarnos de cualquier cosa que nos mantenga encorvados. El siguiente relato nos revelará el tratamien-to terapéutico para enderezarnos, que incluye las dimensiones

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espirituales, anímicas y físicas también, ya que se trata de una sanación integral.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: LIBERACIÓN DE LA LEY A. ENSEÑANZA EN SÁBADO EN UNA SINAGOGA

El relato lleva el sello del médico Lucas, que es el único de los cuatro evangelistas en narrarnos la escena.

Estaba (Jesús) un sábado enseñando en una sinagoga. Había allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos y al instante se enderezó y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; vengan, pues, esos días a ser curados, y no en día de sábado». Replicó el Señor, « ¡Hipócritas! ¿No desatan del pesebre to-dos en sábado a su buey o su asno, para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?» Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban abo-chornados, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía: Lc 13,10-17.

Vamos a analizar cada detalle de este pasaje, para descubrir cómo la variedad de colores forma un maravillo arco iris. Por tanto, debemos analizarlo con los ojos de quien hace un historial clínico, precisa los síntomas, realiza su diagnóstico y define el tratamiento terapéutico. a. Laboratorio con una enseñanza práctica

Jesús estaba enseñando. Por tanto lo que va a acontecer será una lección del Maestro de Galilea, que anuncia cómo deben vivir los hijos del Reino. Se trata de un laboratorio experiencial que no se reduce a una comunicación de ideas o frías doctrinas.

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El evangelista tiene el cuidado de situar la escena precisamente en el cruce de dos coordenadas: el sábado y la sinagoga, los dos pilares de la vida religiosa de Israel. b. El sábado sintetiza la Ley

La ley del descanso sabático era muy rigurosa para los judíos (Ex 20,11; 31,16-17; Dt 5,13). Tan primordial, que de alguna forma condensaba toda la legislación de Israel, y su observancia era más importante que todos los otros mandamientos juntos. Desgraciadamente, este precepto, tan riguroso como detallista, se había convertido en un peso que aplastaba al hombre que intentase cumplir toda la ley. El reposo sabático, junto con todo el régimen legalista, se convirtió en una carga insoportable y agobiante. Por tanto, el esquema donde se debe interpretar este episodio es el papel de la legislación judía en los hijos del Reino. Lo que está en juego aquí no es simplemente una mujer enferma, sino la relación entre la persona y la ley. c. La sinagoga: estructura religiosa

El acontecimiento cobra un especial relieve cuando es ubicado en una de las sinagogas de Galilea. No se especifica cuál, para que pueda acontecer en cualquier centro religioso.

Las sinagogas tomaron gran prestigio en la vida de los judíos, a partir del exilio de Babilonia en el siglo VI antes de Cristo, y llegaron a ser la institución religiosa más significativa después del templo de Jerusalén.

En la reunión sabatina de cada semana se oraba, se leían las Santas Escrituras y se meditaban las intervenciones de Dios en la historia de su pueblo. Eran lugares donde la asamblea, mirando su pasado glorioso, tomaba gasolina para enfrentar el futuro.

Toda sinagoga estaba orientada hacia Jerusalén. El espacio más importante eran los santos manuscritos. Había sitios reserva-dos para las autoridades religiosas y para quienes explicaban las Escrituras, al que Jesús llama “la cátedra de Moisés” (Mt 23,2). Los hombres ocupaban un espacio privilegiado, mientras que las mujeres se ubicaban hasta atrás. Esta frontera prácticamente era un muro de separación, detalle muy importante por lo que va a acon-tecer esa mañana.

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El rito se iniciaba con la declaración de fe de Israel, el Shemá (Dt 6,4-9.11.13-21) y enseguida con las 18 bendiciones, llamadas “berajá”. * La primera de ellas hacía precisamente alusión a al redentor prometido que habría de venir. Rezaba así:

“Bendito eres tú, Señor Dios nuestro, y Dios de nuestros pa-dres.... , el grande, el poderoso y el terrible Dios, el supremo Dios que muestra misericordia y benevolencia, que creaste todas las cosas, que recuerdas todos los hechos piadosos de los patriarcas, y que con amor proveerás un redentor a los hijos de sus hijos por amor a tu nombre. ¡Oh Rey, Salvador y Escudo! Bendito eres tú, oh Señor, escudo de Abraham”.

B. HISTORIAL CLÍNICO Había (en la sinagoga) una mujer que tenía un espíritu de en-fermedad, hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.

a. Una mujer: piadosa En primer lugar los reflectores se enfocan en una mujer, y esto

ya es significativo. La mujer, tan valorada en el Evangelio de Lucas, es portadora de vida. En otras palabras, esto que sucede está destinado para todos aquellos que son responsables de trasmitir la vida. Sin embargo, lo más importante es que esta fiel asistente de la sinagoga representa al pueblo de Israel, que en la tradición bíblica se reviste de diferentes ropajes: una novia, una esposa o una doncella.

Ella asistía rutinariamente a la sinagoga. Era parte de la deco-ración de la sala. Ella estaba ya habituada a cumplir la ley y meditar los grandes acontecimientos de la historia de la salvación. Escuchaba la lectura de las grandes manifestaciones de Dios en medio de su pueblo, pero desgraciadamente nadie podía leer en su vida las maravillas de Dios: al contrario.

Los reflectores se enfocan en una mujer, caso insólito, pues la mujer era tan devaluada en aquella cultura. Además se trata de una fiel asistente a las reuniones religiosas.

Por tanto representa a la gente buena y piadosa, que a pesar de sus devociones y tradiciones vive con la cabeza baja y el ánimo por los suelos. b. Síntomas: encorvada, sin posibilidades de recuperación

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Estaba encorvada y no se podía enderezar de ninguna forma. A pesar de su sentido religioso, siempre contemplaba el polvo del suelo. Vivía inclinada y no era capaz de incorporarse. El relato evangélico da a entender que no había encontrado (tal vez ni buscado) algún medio para levantar cabeza. Nada ni nadie podía ayudarla, ni ella misma.

Ni el centro religioso ni las autoridades habían sido capaces de enderezarla. c. Raíz: tenía un espíritu de enfermedad

San Lucas, único evangelista que relata este episodio, era mé-dico y bien sabía la íntima relación que existe entre el espíritu y el cuerpo de los seres humanos. Su profesión le había hecho llegar a la conclusión de que la mayor parte de las enfermedades son sicosomáticas. Por eso usa la expresión griega “pneuma éjuza aztheneías”, que debe traducirse como “tenía un espíritu de enfer-medad”. En varias ocasiones, el Evangelio se refiere a “espíritus impuros o malos” que perturban a los hombres, pero en este caso es diferente. El espíritu que la mantenía abatida y enferma era suyo y estaba dentro de ella misma. Su espíritu enfermo contagiaba su cuerpo, como dice la Palabra:

... el espíritu abatido seca los huesos: Prov 17,22b. Vale la pena preguntarnos, ¿cuál sería el espíritu de esta mujer

que la mantenía encorvada? Lógicamente debería ser una actitud de derrota y depresión, cansada de la vida. Lo cierto es que llevaba un gran peso que le impedía levantar el ánimo y la esperanza. Era prisionera de una cárcel invisible, pero real, de la cual no podía escapar porque cada día sábado se hundía más en las arenas move-dizas del legalismo. Lo más dramático es que ni su piedad ni su devoción la habían podido enderezar. Anímicamente debía estar deprimida, pues además no existía esperanza alguna de que las cosas mejoraran.

Por tanto, la curvatura de su espina y la dificultad para mover-se eran sólo los síntomas externos. Este mal físico era sólo manifestación de una actitud interna. Su cuerpo doblegado y vencido por el espíritu de enfermedad indicaba que dentro de ella había una actitud de sumisión esclavizante. d. Causa: atada por Satanás con la ligadura de la ley

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No sólo estaba encorvada. Esto era el síntoma externo del espí-ritu de enfermedad que la oprimía. Pero Jesús, médico de médicos, encuentra la causa primera de todo el mal. Vivía atada, y atada por Satanás. Alguien le había privado de su libertad tanto de su ánimo y sentimientos, como de su movimiento. Está atada no sólo físi-camente, sino también emocional, afectiva y espiritualmente. No es libre. Sufre la peor de las esclavitudes. El carcelero que la mantiene encadenada en la sinagoga es el mismo Satanás. La obra preferida del Enemigo es privar a la gente religiosa de la gloriosa libertad de hijos de Dios. Sus argucias y ataduras son tan gruesas, que nos impiden levantar la cabeza.

Jesús descubre una ligadura que ata a la mujer.... La versión in-terlineal griega traduce no sólo como ligadura, sino como cadena. La cadena que oprime a la gente buena y piadosa que asiste pun-tualmente a los centros religiosos y cuya piedad es evidente, es el cumplimento riguroso e inflexible de cada mandamiento. Los asfixia tanto, que los deja encorvados. Se vuelven esclavos de la ley, y llegan a poner su confianza en ellos mismos, pues se quieren salvar por el cumplimiento de normas y preceptos. En vez de aceptar a Jesús como su salvador, ellos tratan de salvarse por sí mismos. Esto no puede ser obra más que de Satanás.

Lo dramático es que se puede asistir regularmente a la sinago-ga y guardar cada uno de los mandamientos de la ley (sintetizados en el sábado), y vivir esclavo y atado por Satanás. Hay sistemas religiosos que no garantizan, y muchas veces no propician, la libertad del hombre.

La ley es buena y santa y espiritual (Rom 7,12-14), pero impo-sible de cumplirse cabalmente (Hech 15,10), convierte al hombre en maldito (Gal 3,10-11). La ley, dada para ser felices (Deut 10,12-13), se transforma en un peso insoportable que encorva al hombre.

Con esta curación que ocurre en sábado podemos suponer que el fardo que mantenía encorvada a esta mujer, como al judaísmo, era la legislación y sus tradiciones humanas que habían llegado a ser una carga intolerable.

Cuando en la Iglesia primitiva se discutía si los nuevos cristia-nos estaban obligados a observar todas las exigencias de la ley mosaica, hubo dos posturas muy encontradas: la de Santiago, obispo de Jerusalén, junto con los judaizantes, que opinaban que

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era necesario. Por otro lado, Pablo de Tarso acompañado de Ber-nabé, que se oponían rotundamente. El asunto no era fácil en aquellas circunstancias, como tampoco lo es hoy día. San Lucas relata así la conclusión del Concilio de Jerusalén, dirigido por el mismo Espíritu Santo:

Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto. Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo, «Hermanos... ¿Por qué, pues, ahora tientan a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?» Hech 15,6.9.

Pedro toma la palabra para hacer una declaración tremenda: la legislación es un peso insoportable que nadie puede cargar.... esta carga encorva y esclaviza a los hombres, privándoles de la gloriosa libertad de hijos de Dios.

Así pues la curación de esta mujer, por ser encuadrada preci-samente en un sábado y dentro de una sinagoga, está mostrando que todos aquellos que están sojuzgados bajo la legislación mate-rial y en las estructuras que asfixian su relación personal con Dios, viven encorvados, con un peso sobre sus espaldas que no les permite mantenerse erguidos. Obedecen a Dios, pero no lo glorifi-can. El reto es también para nosotros: si creemos en un Dios como amo o tirano que nos impone su voluntad inexorable, nos vamos a encorvar; pero si Jesús nos libera de la ley, y nosotros nos endere-zamos, lo vamos a glorificar. e. 18 años enferma, pero ¿cuántos años sana?

La pobre mujer, cuya edad se mantiene en secreto por razones obvias, no podía enderezarse por ningún motivo. Lo curioso es que se notifica únicamente los años que tenía sufriendo, y no los que había gozado de bienestar. Para ella no contaba el período de salud, sino que sólo llevaba cuenta del tiempo que cargaba con este padecimiento. Vivía vuelta hacia sí misma en conmiseración y autocompasión. Lo único que provoca a su alrededor es lástima y rechazo. Sin duda que muchos la juzgaban y hasta condenaban, atribuyendo su enfermedad a algún pecado de su juventud. Tam-bién la miraban con desprecio.

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Hay mucha gente con el mismo esquema de vida: sólo cuentan sus enfermedades y tragedias, sin hacer alusión a sus triunfos y alegrías. C. JESÚS LA LIBERA Y ELLA SE ENDEREZA

Jesús utiliza un procedimiento terapéutico y liberador al mis-mo tiempo. No se detiene en los síntomas porque no busca sólo cancelarlos. El problema principal no era ni el estar encorvada ni el llevar así 18 años sin ninguna esperanza de rehabilitación.

Al verla Jesús, la llamó y le dijo, «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos.

El médico de cuerpos y almas interviene cuando se han agota-do las posibilidades de recuperación, porque generalmente le gusta actuar en el último minuto, para así mostrar que no se puede perder la esperanza. a. Terapia: Jesús usa todos los sentidos como medicina

Otro mensaje implícito es que Jesús médico atiende a la per-sona completa en su integridad, con su espíritu y su cuerpo. Por eso toma en cuenta tanto lo exterior como lo interior: la ve y la llama, le habla y la toca. - La ve

Ella no podía ver al Maestro que se encontraba adelante, pero fue mirada por él. Su enfermedad la incapacitaba para percibir lo que había más allá de sus pies. Ella no pasa desapercibida; al contrario, es destacada entre todo el grupo de asistentes. - La llama

Aquí debemos usar nuestra imaginación, para darnos cuenta de un signo muy elocuente de esta enseñanza del Maestro. Esa maña-na el Maestro estaba en el lugar de honor, donde se ubicaban los jefes de la sinagoga, los lectores y los responsables de impartir la instrucción Al ser llamada, ella se acerca arrastrando los pies hasta el “bema” o la llamada “cátedra de Moisés”, que era el espacio reservado para la gente importante y para quienes imparten la enseñanza. Por un lado, Jesús está contraviniendo las santas tradi-ciones, derribando las murallas de separación entre hombres y mujeres. Pero por otro, mucho más revelador, eleva a esta mujer enferma al rango de la gente notable. Le declara abiertamente que

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ella tiene un gran valor. Le está reconstruyendo su dignidad tan erosionada por 18 años. Una declaración pública de amor, es el inicio de su recuperación. Cuando la ubicamos en el espacio reser-vado a quienes imparten la instrucción es porque ella misma va a impartir una enseñanza, a la comunidad de Israel. ¡Una mujer enseñando en la sinagoga! El Galileo está revolucionando el siste-ma religioso de su tiempo... y tal vez hasta del nuestro, pues le da un lugar privilegiado a la mujer, valorándola delante de todos.

Aquí se encuentra otro mensaje subliminal para nosotros. No basta querer o valorar a una persona, sino que es necesario hacerlo de manera abierta delante de los demás. Una manifestación pública de reconocimiento puede ser el inicio para que una persona se reincorpore de su postración y humillación que lleva arrastrando por tanto tiempo. Jesús lo experimentó en carne propia, pues no comenzó su ministerio hasta que bajó al Jordán donde Dios le declara ante todo Israel como el Hijo de sus complacencias. ¡El poder que tiene el amor!

Lo más significativo es que la mujer llega hasta el frente, don-de estaban los Santos Manuscritos que contienen la maravillosa historia del pueblo de Dios, escrita con las intervenciones salvífi-cas del Dios de Israel. Ahora se va a poder leer en ella una manifestación extraordinaria de Dios... ella toma el lugar de los Rollos sagrados para que el pueblo entero pueda ver en ella el plan de Dios para la humanidad. - Habla con ella: Mujer, quedas libre de tu enfermedad

Pero Jesús va más adelante, hablando con una mujer en el mismo recinto sacro de la sinagoga, cosa totalmente fuera de los parámetros de la tradición. La declara: “Mujer”. Es contrastante pero significativo que llame a esta persona encorvada de la misma forma como se dirigió a su madre, que estaba de pie y erguida junto a la cruz del Calvario.

Personalmente creo que como ella había sido devaluada como mujer; y por su enfermedad era incapaz de transmitir la vida. Jesús la valoriza en el área que fue herida. Está curando la raíz emocio-nal que encorvó su cuerpo: ella sabe y siente que es mujer. Ha sido reconocida como tal.

Si el motivo de su curvatura era una herida emocional, la me-dicina debe también ser emocional. Por eso Jesús le ofrece un

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tratamiento para su recuperación: nadie debe olvidar que es hija de Abraham y que vale más, mucho más, que los bueyes y los asnos. De ahora en adelante nadie la debe identificar por su malestar, sino por su libertad.

El Señor declara con toda autoridad: “Quedas libre de tu en-fermedad”. Su problema no se reducía a su padecimiento físico, ésta era consecuencia de otra situación más grave: tanto el espíritu de enfermedad que la mantenía encorvada, como la atadura que la privaba de su libertad. Y al hacerlo precisamente un sábado, la está liberando del peso de la ley que encorva a todo hombre o mujer que se deja esclavizar por ella. - La toca

Luego le impone las manos. Si reproducimos la escena con la imaginación, lo más lógico es que el Maestro haya tocado su espalda encorvada, y esto contiene un bello significado. Jesús acepta sin rechazo ni condena lo que tanto humillaba a la mujer.

El Maestro vino precisamente a liberarnos de nuestras jorobas, y lo primero que hace es tocarlas, para darnos a entender que la liberación viene por la aceptación que desactiva el poder esclavi-zante de nuestras cadenas. Cuando nosotros nos sentimos acogidos en nuestras limitaciones, tenemos un punto a favor para también nosotros aceptarnos a nosotros mismos. Hasta que no nos reconci-liamos con nuestras debilidades, no se desencadena una reacción que desactiva el poder destructor de las limitaciones. Mientras luchemos contra nuestras limitaciones, favorecemos que éstas se fortifiquen, porque ellas tienen que responder a nuestra declaración de guerra. Entonces se arman para defenderse y no ser destruidas. Pero cuando dejamos de atacarlas, las desarmamos y pierden su fuerza destructora. Es la única manera como ellas dejan de ensa-ñarse contra nosotros. El día que entendamos esto vamos a vivir en paz con nuestros límites y carencias hasta que amanezca el día de la cosecha que disipa toda sombra.

El escándalo de que un hombre hablara y tocara a una mujer, aumenta su gravedad porque es realizado en la misma sinagoga y delante de todos. Sin embargo, al mismo tiempo es una muestra de amor físico del buen Pastor. La mujer que había sido despreciada por su cuerpo, es valorada de forma palpable por el Maestro.

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Aquella que llevaba un gran peso sobre sus espaldas, siente el ligero yugo de las manos de Jesús.

Tanto con la mujer hemorroisa como con esta encorvada esta-mos aprendiendo que no basta estar cerca de Jesús. Hay que tocarlo o ser tocados por él.

Estaba encorvada por la Ley que la oprimía

b. Jesús la libera del peso que la agobia Al realizar Jesús este signo en la sinagoga, y precisamente en

sábado, está liberando a la mujer del peso de la misma ley. c. Ella se levanta y glorifica a Dios

Estamos llegando al corazón de la enseñanza de este equipo de maestros:

Al instante, se enderezó y glorificaba a Dios. San Lucas usa un adverbio muy propio para mostrar lo rápido

de este portento milagroso: “parajrema”. La mujer se restablece inmediatamente y queda erguida, mirando en alto... Cuando somos liberados del peso de la Ley, nuestros ojos descubren los amanece-res de vírgenes colores, en vez de contemplar con nostalgia los crepúsculos que extienden su manto de sombra.

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En primer lugar se trata de un caso muy diferente a otros mila-gros de Jesús. En el caso de la suegra de Pedro, el taumaturgo de Nazaret “la levantó”. Aquí es ella quien se endereza. Al leproso de Mc 1,40-45, así como a Bartimeo (Mc 10,46-52) una palabra del predicador de Galilea cura automáticamente su enfermedad. Pero en el caso de esta mujer, incluso parece que mientras Jesús le está imponiendo las manos, ella se endereza.

Las manos del Señor no pesan, son para quitar nuestra carga. Hay manos que pesan y manos que quitan fardos. Hay manos que atan y manos que desatan. Las de Jesús son las segundas.

Tal vez no exista frase más bella en todo el Evangelio que “la mujer enderezada da gloria a Dios”..., no porque recite un salmo o pronuncie unas palabras, sino porque, levantada y erguida, Dios mismo es glorificado.

No hay alabanza más hermosa en el universo, que la un hom-

bre o una mujer levantándose de su postración. Con razón San Ireneo afirmaba: “Gloria Dei, hommo vivens”, dando a entender que la gloria de Dios es el hombre viviendo en plenitud su reali-dad, de la amalgama de ser un pedazo de barro donde el Señor ha insuflado su Espíritu para que viva y muestre el rostro mismo de Dios.

Dios se glorifica más por la cabeza levantada del hombre hecho a su imagen y semejanza, que por ojos mustios que sólo miran el suelo. El ser humano derrotado que vive encorvado, es una afrenta contra Dios... y si levantarse es una alabanza para Dios, el vivir postrado es una ofensa contra el modelo que reproduce.

Quien está encorvado no glorifica a Dios. Puede asistir a la si-nagoga y hasta ser riguroso en el cumplimiento de la ley, pero no alaba a Dios. Simplemente no es posible estar encorvado y levantar las manos al cielo. El rito sabatino de la sinagoga se iniciaba con la recitación de 18 bendiciones. En la primera de ellas se alababa a Dios, porque habría de proveer un redentor. La curación de cada uno de los 18 años que estuvo encorvada, es el cumplimiento de esta primera bendición. d. La mujer mira a Jesús, que es la nueva ley

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Sin embargo, la escena evangélica está preñada de un mensaje insospechado, que precisamente una mujer ha descubierto: para valorarlo debemos usar otra vez la imaginación. La mujer que llegó hasta donde Jesús, se encontraba mirando el suelo y arras-trando el peso de la antigua Ley que la mantenía encorvada. En el momento en que el Maestro le impone las manos, ella se reincor-pora. Lo primero que ve delante de ella es a quien la ha restablecido. Pero aún más. Ve en Jesús la nueva Ley, aquel que es el modelo de vida para sus discípulos, pues declaró: “Aprendan de mí” (Mt 11,27). Además, fue curada en la sinagoga. No tuvo que salir de allí para enderezarse. Tampoco nosotros hemos de cambiar de iglesia o familia para enderezar nuestra vida. No es necesario cambiar las coordenadas geográficas de nuestra existencia, ni cambiar los amigos. Es allí justamente donde su poder nos cura y nos restablece. D. TRES REACCIONES

Ante portento tan maravilloso y respuesta tan contundente del Maestro de Galilea, se suscitaron varias reacciones. a. El jefe se enoja con Jesús, pero regaña a la gente

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente, “Hay seis días en que se puede trabajar; vengan, pues, esos días a cu-rarse, y no en día de sábado”.

El jefe de la sinagoga representa el legalismo que todos noso-tros llevamos dentro, pero que sobre todo lo queremos imponer a los demás. Para él, la ley está por encima del hombre. No se da cuenta que la mujer recién curada está glorificando a Dios. Sólo percibe la trasgresión material a un mandamiento de la ley. Él creía que se glorificaba más a Dios estando encorvado en el día de descanso, que siendo libre de toda atadura aunque se pagara el precio de contravenir la santa ley del Sinaí.

Sin embargo, ocurre algo sintomático que se repite casi siem-pre en nuestras vidas. Aunque el jefe de la sinagoga se enoja con el invitado especial por haber curado en sábado, no enfoca contra él su molestia, sino contra la gente que está en la sinagoga. Muchas veces que nos enojamos no explotamos contra quien supuestamen-te ha provocado nuestra irritación, sino que enfocamos nuestras

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armas (violencia, indiferencia o silencio) contra otras personas o situaciones... Es que el verdadero coraje es una insatisfacción que llevamos dentro, y el disparador no ha hecho sino activar este volcán anestesiado. Casi siempre, el origen de un desagrado es interno, una molestia personal con la que no nos hemos reconcilia-do. Por eso, cuando las personas, sobre todo las más cercanas y queridas, explotan contra nosotros, debemos saber discernir si somos nosotros la causa de su enojo, o simplemente la consecuen-cia.

Reacciones opuestas

b. Respuesta de Jesús: ¡hipócritas! Jesús responde con fuerza contra la autoridad suprema de la

sinagoga. Les quita su máscara delante de toda la asamblea y los deja desnudos. Su postura de fidelidad estricta a la ley era una farsa, pues el fariseo que se identifica con la ley tiene su orgullo en su propia fidelidad a todos los mandamientos y minucias de la ley. Ante sus ojos se siente superior a todos, “porque no es como los demás”. Cumplir la ley no es malo, al contrario; pero tomarla como norma suprema, aun sobre el espíritu de la misma, es una gran hipocresía.

La ley y la sinagoga no pudieron liberar a esta mujer; al con-trario, produjeron enojo y reclamos.

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c. Los que se alegran Mientras, toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

En contraste, otro grupo lleno de felicidad, tanto por lo sucedi-do como por la respuesta contundente del Maestro. La intención liberadora de Jesús produce alegría en toda la gente, menos en los legalistas. El legalista vive tan atrapado en los barrotes de la ley, que no es capaz de sonreír. Vive enojado consigo, con los demás y hasta con la ley que lo encarcela.

3. CONCLUSIÓN: CABEZA EN ALTO Y RODILLAS EN EL SUELO En este milagro se muestra también que en una curación hay

distintas tareas de los diferentes protagonistas que intervienen. Jesús la liberó, pero ella se enderezó. La mujer no se puede liberar a sí misma y precisa de un poder superior de quien la tiene atada, pero ella sí se puede y debe enderezar, pues ya no está atrapada en los lazos que la ataban. Una vez liberada, no antes, puede endere-zar sus actitudes y pensamientos, sus criterios y valores. Ella puede enderezar su camino y su visión para ver la vida. Sin embargo, debemos subrayar que el orden de los factores, si primero quisiera enderezarse antes de ser liberada, sí alteraría el producto, pues se podrían gastar otros 18 años sin conseguirlo.

En los primeros pasos de los alcohólicos anónimos está perfec-tamente claro este itinerario: Primeramente se admite que la vida es ingobernable, que se tiene un problema que no se es capaz de dominar ni controlar. Después se reconoce que sólo Dios es capaz de devolver el sano juicio, porque el problema sensible no es sino el síntoma de una enfermedad espiritual, o mejor dicho un espíritu de enfermedad. Enseguida existe una tarea que depende del pacien-te que sólo él puede cumplir y que sin ella el proceso quedaría incompleto.

La terapia del Maestro es maravillosa. Atiende y toma en cuen-ta los síntomas, cuando toca la espalda de la mujer. Como su enfermedad era psicosomática, Jesús la libera del espíritu que la mantenía enferma, pero también usa todos los sentidos para dar un masaje emocional positivo a aquella que había sido despreciada precisamente por su cuerpo. Sus síntomas físicos reflejan su curva-

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tura emocional. Por tanto, también requería una medicina a través de todos sus sentidos. La mujer que representa al pueblo de Israel, pero también a nosotros, estaba encorvada por el peso de la ley.

San Pablo nos previene con toda claridad, manifestando el drama de la ley: si la cumplimos, corremos el riesgo de gloriarnos en nosotros mismos y caemos en el farisaísmo y soberbia espiri-tual. Si no la observamos, entonces nos condenamos. Es que la ley nos da conocimiento de pecado (Rom 3,20), pero lo peor es que entonces suscita en nosotros el deseo de transgredirla, para condu-cir a la condenación y a la muerte (Rom 7,7-11). Así se llega a la tremenda conclusión de que “la letra (cumplimiento material de la ley) mata” (2Cor 3,6).

Por tanto, la mujer que simboliza al pueblo de Israel y también a todos nosotros, precisaba primeramente una liberación de esa cadena, que sólo Jesucristo era capaz de realizar.

El Mesías ha inaugurado la nueva sinagoga y la nueva ley: Aquella mañana se conmovieron los cimientos de las instituciones religiosas. La nueva sinagoga no es donde se meditan aconteci-mientos del pasado, sino donde se vive la liberación actual y presente de Dios. Jesús es la nueva ley. El creyente ya no se rige por un código externo sino por “la Ley de Espíritu” (Rom 8,2), que le hace querer y reproducir los sentimientos, actitudes y perfil de vida del Hijo de Dios. La mujer que antes tenía un espíritu de enfermedad que la encorvaba, ahora tiene el espíritu de Cristo que la ha liberado.

La enseñanza de aquella mañana en la sinagoga fue dada a tra-vés de una mujer liberada de sus ataduras y cadenas que la mantenían encorvada. Ella nos enseña que se glorifica a Dios cuando levantamos la cabeza.

Dice la Palabra de Dios que ante el Nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra, pero nunca afirma que la cabeza deba estar en el suelo. La cabeza arriba, la columna ergui-da. El ánimo en alto, mientras nuestras rodillas besan el suelo del que fuimos hechos.

Este es el hombre y mujer que glorifican a Dios.

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4. MEDITACIÓN DEL JEFE DE LA SINAGOGA Pueblo de Israel, la semana pasada estuvo con nosotros un ga-

lileo que transgredió la sacratísima ley del sábado, curando a una mujer en este recinto sagrado. Se atrevió a subirla al “bema”, lugar reservado a los hombres, y delante de todos nosotros la tocó con sus dos manos, profanando este lugar sacro. Esto es inadmisible, hermanos.

Nosotros sabemos que de Nazaret no puede salir nada bueno. Dios no escucha a los pecadores que no observan su santa Ley. Nosotros somos hijos de Abraham, y no hijos de prostitución. Éste, por arte de Belcebú, expulsa los demonios y cura a los enfermos. Sabemos que es un bebedor y amigo de pecadores. Consiente que sus discípulos arranquen espigas y no observa las tradiciones de nuestros antepasados y hasta predice que el Templo de Jerusalén va a ser destruido. Además, llamó hipócritas a todos los dirigentes de esta santa sinagoga.

Por tanto, ese galileo es un impostor, que se hace llamar el Mesías anunciado por los profetas de Israel.

Nosotros seguiremos esperando al “Emmanuel: Dios con noso-tros” que haga brillar la luz en la tierra de Zabulón y de Neftalí. Nosotros creemos que el Mesías nacerá en Belén, como lo anunció Miqueas, mientras que éste no sabemos de dónde viene. El siervo de YHWH nos curará por sus santas llagas. Estará lleno del Espíri-tu de Dios, y entrará montado en un asno a la ciudad de David, su padre. Nosotros esperamos al hijo de David, anunciado por Natán, y al hijo del hombre profetizado por Daniel.

Todo aquel que no cumpla la Ley es un maldito, y quien crea o siga a este hombre, será expulsado de esta sinagoga.

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LUCHA DEL BIEN CONTRA EL MAL

1. INTRODUCCIÓN: LA COEXISTENCIA DEL BIEN Y EL MAL Un profesor de física se burlaba permanentemente de sus alumnos cristianos. Un día les ordenó: “Todos los que creen en Dios, pónganse de pie”. La mitad del grupo lo hizo. Entonces añadió con ironía: “Díganme ustedes, ¿dónde está Dios, si hay tanta maldad, mentira y corrupción en el mundo? ¡Dios ha muerto, y por eso existen hambres, guerras, terremotos y terro-rismo”! El grupo de jóvenes tenía la cabeza baja y no osaba responder al maestro que continuaba con más agresividad: “¿Dónde está Dios, si hay tanta injusticia en el mundo? ¿Uste-des me pueden demostrar dónde está Dios, cuando mueren niños inocentes?”. Los alumnos creyentes estaban mudos. Entonces el maestro añadió: “Como no saben contestar, entonces siéntense todos”. Uno a uno se fueron sentando. Al final sólo uno quedó en pie. El maestro insistió: “Le dije que se sentara”. “No, maestro, ahora soy yo el que le quiere hacer una pregunta de la clase pasada de física: ¿Dónde está la oscuridad? Usted aseguraba que la oscuridad no existe, sino que es ausencia de fotones... Allí donde no llegan los fotones, es lo que nosotros llamamos oscuridad, pero en realidad la oscuridad no existe”. “Así es”, afirmó el maestro.

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El alumno continuó: “¿Dónde está el frío, maestro?” Usted afirmaba que el frío es simplemente la ausencia de calor o ca-lorías, y tanto más lejana esté la fuente de calor, tanto más aparece lo que nosotros llamamos frío; pero el frío como tal no existe, sino que es simplemente ausencia de calorías. ¿Es así?”. Exactamente”, respondió con ingenuidad el maestro. Luego continuó: “¿Cuál es la pregunta que usted quería hacer?”. “Es la misma pregunta que usted nos hizo a todos nosotros... ¿Sabe dónde está Dios? En todas partes... y esos lugares o si-tuaciones que usted mencionó y describió son precisamente como la oscuridad y el frío, donde nosotros no hemos hecho llegar a Dios, donde le hemos prohibido su entrada. Estas si-tuaciones descritas por usted son los huecos que deja la omnipresencia de Dios, querido profesor”. El Evangelio, Buena Noticia, nos revela el misterio de la co-

existencia del bien y del mal, así como la efímera subsistencia de éste último en el mundo. Sin embargo, lo esencial es saber que ese campo con trigo y cizaña es nuestra propia vida, en el corazón de cada ser humano ha sido sembrada la mejor de las semillas, pero desgraciadamente también ha brotado la mala hierba.

2. MENSAJE EVANGÉLICO: EL PLAN DE DIOS PARA ESTE MUNDO El Evangelio nos ofrece la respuesta a esta tensión de la convi-

vencia de lo positivo con lo negativo en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30) que se desarrolla en tres actos:

Primer acto: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo y se fue.

Segundo acto: Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle, "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" Él les contestó, "Algún enemigo ha hecho esto". Le dicen los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?." Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo.

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Tercer acto: Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores, recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla, y el trigo recójanlo en mi granero.

En primer lugar, conviene revisar el título que ordinariamente se le da a esta parábola. Casi todas las Biblias, así como los co-mentaristas y predicadores la deforman al llamarla “parábola de la cizaña”, condicionando de esta manera ya su lectura e interpreta-ción. Incluso, cuando los Apóstoles solicitaron a Jesús su explicación, le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña en el campo” (Mt 13,36). Parece que a todos les ha impresionado más la cizaña que el trigo, como si el acento del pasaje evangélico estu-viera en aquélla.

Desgraciadamente, se le confiere a la cizaña el lugar que el Señor expresamente buscaba quitarle. El trigo, con las diferentes denominaciones que tiene a lo largo del relato, despunta siete veces. En cambio la cizaña, que simboliza maldad, injusticia y pecado, aparece sólo en seis ocasiones. ¿Será para que percibamos que en todo campo, desde el más terrible dictador hasta el criminal más irredento podamos descubrir más bien que mal? A. EL REINO Y DOS PROTAGONISTAS

a. El Reino y la buena semilla El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.

El Reino de los Cielos representa el designio divino en este mundo y su plan para la humanidad, en la historia. b. El dueño del campo siembra buena semilla

El primer personaje que aparece en escena es un hombre que sin duda representa a Dios, quien siembra la buena semilla, y es al mismo tiempo el dueño del campo. Este hombre nos evoca su papel creador. Estamos, pues, delante de la creación misma. Dios es el origen de todo cuanto existe. Además, Él mismo sembró la semilla. No encomendó esta tarea a nadie. Escogió personalmente la semilla y no se contentó con cualquiera, sólo con la de mejor calidad. Todo lo que Dios puso y creó en este mundo fue “muy bien hecho”, como concluye el relato de la creación (Gen 1,31). Él,

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siendo bondad y fuente de amor, hizo las cosas sin mezcla de mal alguno.

La cargó en su morral, y sus manos tomaban y acariciaban ca-da grano antes de tirarla por los surcos abiertos. Él la sembró con la esperanza de tener una buena cosecha, y el mismo día de la siembra ya soñaba con la siega abundante y generosa. Vislumbra desde un principio lo que vendrá después.

Según la interpretación de Jesús, esta semilla son los hijos del Reino. Por tanto, la buena semilla nos representa a nosotros mis-mos. Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Somos lo mejor que ha salido de las manos del sembrador de estrellas. Pero somos sólo “semillas”. La obra no está terminada; apenas se inicia, tenemos una capacidad de crecer y madurar, para llegar a ser la alegría del dueño del campo. Existe la oportunidad de llegar a ser una espiga cargada de granos.

El texto notifica la pertenencia del campo: es del mismo sem-brador. Él no es un asalariado que trabajó para otro, sino para sí mismo. Todo agricultor ama su tierra como parte de sí mismo. Cada cosa que en ella suceda le afecta directamente. En conse-cuencia, Dios ama al mundo porque es suyo, obra salida de sus manos. No pertenece a nadie más que a Él. Aquí encontramos otro elemento esencial: el campo de nuestra vida le pertenece sólo a Dios. Somos suyos, y por lo tanto estamos bajo su responsabilidad y cuidado. B. PRIMER GRUPO: LOS HOMBRES QUE SE DUERMEN

El ser humano, imagen y semejanza de Dios mismo, es bueno por naturaleza. Entonces, ¿de dónde viene el mal en este mundo? ¿Por qué los campos de concentración, la angustia y la guerra? ¿Cuál es el origen de la desesperación, las depresiones y la falta de sentido de la vida?

Pero mientras los hombres dormían, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue.

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a. Los hombres que se duermen Todo estaba bien hecho…“pero”7 sucedió algo fuera de los

planes originales: los hombres encargados de cuidar el campo se durmieron. La Biblia de Jerusalén española traduce: “mientras su gente dormía”. Sin embargo, el pronombre posesivo”su” no existe en el original griego, ya que los hombres de Dios están despiertos y vigilando pues son responsables de la misión que les fue enco-mendada.

Estos irresponsables que dormitan, representan a quienes no se preocupan por el mundo ni por ellos mismos. No aman a nadie porque no se aman ni a sí mismos, ya que prefieren dormir, que vivir. Cualquiera puede sembrar resentimientos, ideas obsesivas y todo tipo de pensamientos negativos en su corazón. Han permitido con su pasividad que entren en su mente las malas noticias, los errores y fallas de los demás. Pero lo peor es que eso ha infectado el campo de sus afectos y apetitos. Viven con todo tipo de hierba nociva en su vida; sin embargo, ellos ya se acostumbraron porque están anestesiados. b. El enemigo siembra cizaña

Aquí entra en escena otro personaje, misterioso y anónimo, pe-ro real, quien siembra la cizaña en medio del trigo. Jesús lo identifica con el Diablo (Mt 13,39). Notemos que no tiene persona-lidad propia, sino que depende del dueño del campo. Existe y actúa sólo en función de él. Es significativo también que actúa solo. No cuenta con siervos ni con gente que le ayude. No es enemigo de los hombres o del campo, sino del dueño del campo. Su ataque es dirigido al sembrador, sabiendo que al perjudicar el campo reper-cute directamente en el propietario.

Sembró cizaña sobre la tierra y en medio del trigo El texto griego es de una riqueza tal, que resulta del todo im-

posible traducir los detalles donde se encuentra su singular significado. Cuando se certifica que el agricultor “sembró buena semilla”, se usa el verbo “speiro”, mientras que tratándose de la acción del enemigo se coloca el prefijo “epi” al mismo verbo:

7 En griego se usa la partícula “de = pero” que muestra rompimiento en

la escena anterior.

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“epispeiro”. La preposición “epi” significa “encima, sobre” dando a entender que la cizaña queda en lo superficial o parte externa de campo8. Es decir, la cizaña no fue sembrada dentro de la tierra sino sobre la tierra, por lo que no tiene raíces profundas. Sobrevive de manera superficial y por lo tanto sin consistencia.

Además, la cizaña está “en medio del trigo”, precisamente donde no existe el fruto. La cizaña se encuentra en el hueco que dejan las espigas. El mal es la ausencia del bien. Por eso cuanto más se expanda el bien, quedará menos espacio para la mala hier-ba. Así como la oscuridad sólo existe donde no hay luz y el frío donde no existe calor, el mal aparece donde el bien no se hace presente.

El enemigo no estaba en el campo. Vino una vez y luego se marchó. Él no permaneció en el mundo ni en el campo de cada uno de nosotros, porque allí no tenía casa. Sólo traía un propósito: perjudicar al dueño del campo. Habiendo dejado inoculado su virus de maldad desapareció cobardemente.

Pero cuando brotó la hierba e hizo fruto, apareció entonces también la cizaña.

Jesús se interesa en el proceso de la buena semilla, que al germinar y comenzar a crecer se convirtió en una hierba que luego dio su fruto. No podía sino fructificar. Por tanto, la atención y la importancia deben centrarse en el trigo. Cuando se enfocan los reflectores en el problema, las carencias y lo negativo, ya se está traicionando la jerarquía de protagonistas en el escenario del mundo. Hay personas que en la parábola de su propia vida, dan el papel principal, a veces de buena voluntad o con disfraz de deseos de santidad, a los pecados y fallas que tienen que extirpar. Todas las noches elaboran rigurosos exámenes de conciencia, donde únicamente recalcan sus errores, fallas y pecados. Desgraciada-mente, están tan preocupados por eliminar el mal, tanto en su vida como en su entorno, que no perciben el fruto que ya ha brotado. La cizaña sólo surge cuando hay trigo. Nunca antes. No aparece sino junto al bien y siempre dependiendo de él. - La cizaña

2 Las palabras epi-dermis, epi-centro y epi-tafio, reflejan el significado.

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Seguramente se trata del “lolium temulentum” que es toda cla-se de hierbas nocivas a la agricultura que ahogan las plantas robándoles el agua y el abono. Esta hierba en su comienzo tiene gran similitud con el trigo, por lo que no es fácil distinguirla.

Esto revela otra realidad más profunda: en su comienzo, la plaga no se distingue del trigo. Poco a poco y hasta que la buena semilla da sus frutos, es cuando la maldad se desenmascara, porque ella no puede producir frutos buenos. El mal no se puede identifi-car sino frente a un bien.

Los hombres se duermen y el enemigo siembra cizaña

C. SEGUNDO GRUPO: SIERVOS ANGUSTIADOS Pero los siervos del amo le dijeron: Señor, ¿acaso no sem-braste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que existe tal cizaña?

a. Los angustiados siervos En el escenario aparecen unos nuevos personajes, a quienes se

les llama “los siervos” y que por ningún motivo hay que confundir con “los hombres” dormidos del versículo 25, quienes sin duda siguen dormidos. Como súbditos leales, reconocen la autoridad del amo. Le dan incluso el título grandioso de “señor” (Kyrios). Pero

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desgraciadamente sólo perciben el problema. No se dan cuenta de lo positivo, ven sólo lo malo, y esto los desespera.

Angustiados por la aparición de la cizaña le formulan dos pre-guntas, que son tanto un reclamo como una acusación, pues desconfían del dueño del campo. La partícula interrogativa “oují” (¿acaso no?) se usa en griego siempre que el interrogante espera obtener una respuesta negativa. Ellos preguntan, pero ya elabora-ron su respuesta: el problema es el otro. Desconfiaban del amo, y en cierto sentido lo hacen responsable y hasta culpable del proble-ma. Quien no percibe el bien y se fija sólo en el mal, vive insatisfecho, condenando a los demás, pero también a sí mismo. Entonces su mecanismo de defensa es siempre recriminar a otros, hasta de lo que sucede en su propia vida.

La segunda pregunta muestra un laberinto que no tiene expli-cación: “¿Cómo es que existe la cizaña?” No admiten la posibilidad del mal, ni los errores en el campo del Reino. Eso les causa un conflicto existencial. Se creen perfectos y son perfeccio-nistas. No aceptan los defectos, ni en ellos ni en los demás. Su intolerancia, tal vez fariseísmo, nubla su mirada y no se fijan en el trigo. Su mirada está enfocada en el mal y los problemas.

Estos siervos representan a quienes responsabilizan a Dios o a los demás de la maldad existente en el mundo y en su propio campo. Son quienes no pueden conciliar la existencia de un Dios bueno y al mismo tiempo la maldad en el mundo. Tan impresiona-dos están que se angustian. Sin embargo, su ansiedad los hace miopes, incapaces de descubrir el trigo que ya ha brotado. En su intervención nunca aluden a él. b. Diagnóstico: un enemigo hizo esto

Pero él les contestó: Algún enemigo-hombre ha hecho esto. La respuesta del amo comienza con la partícula griega “dé”,

que a veces conviene traducir por la conjunción adversativa “pe-ro”. Sin embargo, esta preposición adversativa denota un rompimiento o contradicción con la situación anterior. La contes-tación del amo se sitúa en un plano totalmente distinto y superior a la postura de sus siervos. El texto nunca afirma que el dueño del campo haya visto la escena, pero da a entender que de alguna manera se ha dado cuenta. En primer lugar, porque está absoluta-mente seguro de que él ha plantado buena semilla. Como nadie

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más intervino en la siembra, deduce con toda lógica que debió haber sido un enemigo quien realizó tan cobarde acción. Es la única posibilidad, ya que él sabe que plantó la mejor de las semi-llas.

¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Los angustiados siervos que se habían equivocado en su dia-

gnóstico, también van a errar en la solución que proponen. Viven obsesionados por la cizaña. Se les ha metido en sus entrañas. La dificultad más grande está dentro de ellos mismos, en su mente y en su corazón. Por ello su visión es muy parcial y limitada. Están tan agobiados por la mala hierba que ni siquiera se han percatado de la presencia del fruto. Lo único que buscan es extirparla a toda costa y sin importar las consecuencias. El bien no les importa, hasta lo pueden sacrificar con tal de exterminar la maléfica cizaña. Están tan atormentados por ella, que a toda prisa quieren tomar la guadaña o blandir el machete para arrancarla. Buscan un remedio inmediato, pues el tiempo los apremia y el mal los angustia. Pero su plan no va a la raíz del problema, sino sólo a las consecuencias. c. El amo no arriesga el trigo

Pero él les dice: No, no sea que al arrancar la cizaña extirpen a una el trigo.

Por quinta vez aparece la partícula adversativa “dé”, que deno-ta desacuerdo. La respuesta del Señor es enfática y determinante. De ninguna manera acepta la sugerencia propuesta, y se opone rotundamente a la intención de sus siervos que parecía tan justa. Luego explica el por qué. La zozobra de los siervos los conducía a arrancar el mal, sacrificando el bien. Lo que más le interesa al amo es el trigo. Son dos puntos de vista diametralmente opuestos. El amo no consiente que el fruto sea expuesto. Incluso notemos que no asegura que al cortar la cizaña se vaya a arrancar también el trigo. No acepta ni siquiera la posibilidad.

Lo más dramático y grave de esta situación, es que los acome-didos siervos cayeron en la trampa del enemigo. Aparentemente buscaban servir a su amo, pero su ansiedad y su desesperación los transformaron en aliados de las fuerzas enemigas. Su zozobra por acabar con el mal los hizo incapaces de colaborar a la causa que parecían defender. Tratando de servir al dueño del campo, en

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realidad estaban en contra de él, y todo con la excusa de extirpar el mal.

Para el amo, su trigo es tan inapreciable que por ningún moti-vo, por más justificable que pareciera, se podía exponer al peligro de ser cortado. Vale tanto, y es tan fuerte, que es capaz de subsistir al lado del mal. La cizaña es superficial y su existencia es efímera.

Los angustiados que se desesperan

d. El tiempo corre a su favor Dejen crecer a ambos juntos hasta la siega.

Con esta actitud, el dueño del campo no está promoviendo el crecimiento de la cizaña sino simplemente admite que crezcan juntos. Es decir, lo que parecía motivo de tribulación y provocaba angustia en los siervos, lo acepta con asombrosa serenidad. Su perspectiva es muy distinta a la de sus colaboradores ya que en primer lugar el centro de su atención está en el trigo, pareciendo no preocuparse o por lo menos angustiarse por la cizaña. Con tal que siga creciendo y madurando el trigo no importa pagar el alto precio de su convivencia temporal con la cizaña ¡Tanto vale el trigo! Es todo lo contrario de la miope visión de sus siervos, para quienes era tan insoportable la presencia de la cizaña que arriesgaban la cosecha.

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D. TERCER GRUPO: SEGADORES Y TIEMPO DE LA SIEGA El amo sabe que la existencia del mal es temporal y aparente,

pues llegará pronto el día de la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recojan primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recó-janlo en mis graneros.

En griego existen dos palabras para referirse al tiempo: kairós y jronos. La primera, usada en este pasaje, no significa nada más una medida o un plazo, sino que es el momento favorable y decisi-vo para una acción salvífica. Cuando éste llegue, entonces llamará a los segadores para hacer la definitiva operación de separar la cizaña del trigo.

Al Señor no le preocupa el tiempo, al contrario. En cuanto más avance, más se acercará el momento decisivo de la victoria del bien sobre la maldad. Si para los ansiosos siervos el tiempo estaba en su contra, para el amo corre en su favor. Ya ha comenzado la cuenta regresiva para el exterminio del mal.

Si los siervos buscaban el desenlace inmediato, urgidos por la presión, el amo tiene la solución total en un plazo determinado. Él no se detiene en las consecuencias del problema. Irá hasta la raíz, pero preservando siempre el trigo, porque esto sería conceder la victoria a su enemigo. Él, conociendo el problema, sabe cuál es la mejor solución. El tiempo no lo angustia; por el contrario, lo afianza en su esperanza. Cada vez se acerca más el momento definitivo. Esta es la gran diferencia del amo con sus siervos.

Para quienes no comprendan el misterio del mal, que es super-ficial y transitorio, el tiempo es un adversario más; tal vez más peligroso que la misma cizaña. Para los angustiados y desespera-dos, el tiempo es un enemigo que produce taquicardia. Las noches de insomnio son interminables. Cada segundo es motivo de temor. Viven desesperados, y hasta deprimidos cuando constatan la cizaña en su vida o en la de los demás. Por el contrario, para el amo, el tiempo es su mejor aliado, sin duda mucho más fiel y a la postre efectivo que sus propios siervos. Pronto, muy pronto, llegará el día de la siega.

El Señor revela el plan a sus ansiosos siervos, pero al mismo tiempo les aclara que por su actitud de angustia e intolerancia, no serán ellos quienes colaborarán con él en esa operación. Natural-

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mente tampoco corresponde a los hombres pasivos e irresponsables que se durmieron dando ocasión al enemigo para hacer su acción destructora, sino otros, totalmente diferentes a estos dos grupos. Baste por lo pronto saber ahora que no serán ni los intolerantes a quienes corresponda esta tarea, ni los pasivos, irresponsables. La tarea se encomendará a quienes tengan conciencia que el tiempo oportuno ha llegado.

Durante la Copa Mundial de fútbol de Estados Unidos en 1994, México necesitaba empatar para pasar a la siguiente ronda. Esa tarde llegué tarde a casa por lo que no pude ver en-cuentro tan importante. Mi esposa Susan me preguntó: “¿Quieres disfrutar el partido de fútbol?”. “Pero ya pasó”, le respondí”. Ella me replicó: “No, yo lo grabé, por si lo querías ver”. Me senté frente a la televisión. Desde el primer tiempo México estaba perdiendo con Corea, y a medida que se acercaba el fi-nal del partido crecían mis nervios, mientras mi esposa se paseaba plácidamente por toda la casa. En un momento yo le reclamé y le dije: “Sólo faltan cinco minutos para que México sea eliminado de la Copa del Mundo y tú que me dijiste que si quería “disfrutar”, ¿disfrutar qué...?”. Ella volteó a verme, y con una sonrisa en los labios me dijo: “¡¡¡Es que yo ya vi el fi-nal del partido!!!”. De hecho, en el último momento el locutor mexicano decía: “Estamos a punto de ser eliminados, falta sólo un minuto, pero el último minuto tiene también sesenta segundos...” “Faltan 10, 9, 8…”, y seguía desgranando los segundos restantes, en la cuenta regresiva que nos eliminaría del mundial... “4, 3, 2, 1... GOOOOOOOOOOL DE MÉEEEEEXICOOOOO!!!”. Cuando hemos visto el final del partido desaparecen las angus-

tias y depresiones porque sabemos el último minuto tiene también sesenta segundos.

De igual forma nosotros nos podemos hacer amigos del tiem-po. ¿Cómo? Con la certeza de que se aproxima el momento de la siega, que es el final de este partido. Así, el reloj correrá a nuestro favor. En vez de pelearnos y angustiarnos con el tiempo, será nuestro gran aliado. a. La siega

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Cuando en la primavera llega el esperado momento de la siega, el campo está revestido de luces y sombras; trigo maduro con espigas generosas y cizaña estéril. Las espigas se han vestido de dorado, mientras bailan al compás del viento. Entonces se llama a los prudentes segadores que no sufren la miopía provocada por la angustia los cuales son capaces de reconocer el trigo y la cizaña. El tiempo mismo ha contribuido para poder hacer más obvia la dife-rencia entre ambos. Ahora ya no existe el peligro de confundirlos, ni de sacrificar el bien en aras de la destrucción del mal. El mal tiene límites. Entre más se extienda, más cerca está su fin. Por tanto, su victoria siempre será aparente y transitoria, pues se parece a un globo que entre más se infla, más pronto explota y se destru-ye.

Es significativo que ordena primero cortar la cizaña y no el tri-go. Era precisamente lo que sus siervos habían sugerido y él no había aceptado. Es que una vez quitada la maleza, el campo va a aparecer tal y como él lo había planeado. El dueño del campo contempla cristalizado su sueño.

Cortar la cizaña y dejar limpio el campo

b. Atar para controlar y quemar en los hornos

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El texto afirma que una vez arrancada y separada la cizaña, se va a quemar. Sin embargo, casi siempre, por la prisa del desenlace, se nos pierde la pequeña frase que es la clave para comprender a fondo la parábola: la cizaña, antes de quemarse, se atará en gavi-llas. Esta operación de amarrar lo que luego quemará, además de inútil parece absurda. Es un trabajo en vano que va a arder en la misma lumbre. Sin embargo, aquí precisamente radica el secreto de la parábola. Se ata para darnos a entender que el mal no está fuera de control. Y lo segundo, más importante, para convertir la cizaña en combustible, tan escaso en Palestina: “se usará en hor-nos”, según expresión del mismo Jesús (Mt 6,30). Es decir, servirá para cocer el pan de trigo que sustente a los hijos del Reino.

En la solución del amo, el mal no es destruido, sino convertido y transformado. En el judo, sistema marcial japonés, no importa tanto la propia fortaleza, sino la capacidad de usar la estrategia del enemigo para vencerlo con sus propias fuerzas. Eso fue precisa-mente lo que hizo el amo. Gracias a la cizaña que su enemigo plantó, ahora él cuenta con combustible. En vez de acabar con el trigo, posee la materia prima para cocerlo y convertirlo en pan que alimente y dé vida.

El agricultor ya tenía preparados sus graneros desde antes de la cosecha. La confianza en la buena semilla plantada y la certeza de que produciría abundante fruto, le hicieron tomar precauciones de acuerdo a su expectativa. En estos graneros se almacenará el trigo, para después irlo sacando poco a poco y repartirlo prudentemente durante todo el año.

El bien tendrá una supervivencia mucho mayor que el mal. Si la semilla buena fue anterior a la cizaña, el mal, por su parte, se acabará antes; y lo más asombroso; terminará sirviendo al bien.

Al final, el enemigo terminó colaborando con el dueño del campo. Con razón dice la palabra que “nuestros enemigos nos bendicen” y que “todo sirve para bien de los que aman a Dios”.

3. CONCLUSIÓN: EL PLAN DE DIOS SE CUMPLE El bien y el mal coexisten, tanto en el mundo como en el cam-

po de nuestra propia vida y de los demás. Son dos realidades que, aunque opuestas, están una al lado de la otra. Sin embargo, la cizaña sólo aparece donde se ha plantado trigo y en el hueco que

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dejan las espigas. Ante el misterio de la convivencia de lo antagó-nico, sea por intolerancia, o sea por perfeccionismo, podemos caer en la tentación de arrancar maleza y hierba mala, pero al precio de perder también el trigo, y convertirnos en enemigos de la causa que tratamos de defender. La clave es “el kairós de la siega”, el tiempo oportuno cuando se puede distinguir claramente el bien del mal, sabiendo que cada día está más cerca la transformación del mal. Esta parábola nos muestra el final del partido para que no nos angustiemos, sino que esperemos el kairós de salvación.

Pero lo más importante es tener fuerza y táctica para aniquilar el mal, sino la sabiduría y astucia para atarlo y que se rinda al servicio del bien. No destruirlo, sino transformarlo.

Por nuestra parte, el reto consiste en reconciliarnos con nuestra sombra. Nosotros somos ese campo donde Dios sembró buena semilla, pero después se infiltró un enemigo, que a veces somos nosotros mismos, que sembró cizaña. Nuestro perfeccionismo, fruto de la baja autoestima y que es una soberbia disfrazada, trata de arrancar la cizaña, a costa de perder el trigo. Pero también podemos reconciliarnos con la cizaña, valorándola y aprovecharla para cocer el pan de trigo bueno. Así, la cizaña no nos angustiará porque sabemos reciclarla para bien, ya que todo sirve para el bien de los que aman a Dios.

Rembrant pintaba magistralmente sus cuadros con muchas sombras, pero cuanto más miramos la oscuridad, tanto más re-saltan las figuras luminosas. Así también, al reconocer nuestras sombras, entonces destaca más la luz del trigo. Cuando declaramos la guerra a la cizaña, ésta se va a armar pa-

ra defenderse. O sea, la hacemos fuerte y crece. Pero si no luchamos contra ella, la desarmamos automáticamente y pierde su fuerza. Al admitir nuestra debilidad, entonces estamos en posibili-dad de recuperarnos. Un paso fundamental de los alcohólicos anónimos es reconocer que su vida es ingobernable. Cuando al-guien se declara públicamente alcohólico, ha desarmado el veneno que el alcohol ejercía sobre él y éste se desangra, hasta aniquilarse a sí mismo. Claro que esto no basta. Existen otros once pasos para coronar el itinerario de recuperación del sano juicio.

Si por un lado la cizaña revela el trigo, porque se va distin-guiendo cada vez más, el trigo quita la máscara de la cizaña; o

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mejor dicho, descubre que la cizaña es una máscara que nos disfra-za, haciéndonos perder nuestra identidad.

Esta parábola nos ha mostrado tanto el plan original de Dios que ha sembrado buena semilla, como el final del partido donde podemos contemplar un campo sin cizañas, limpio y hermoso, tal y como Dios lo había soñado.

La cizaña atada sirve para el cocer el trigo

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4. EL SUEÑO DE DIOS Desde toda la eternidad fui tejiendo un sueño. Para construirlo

en el lento paso del tiempo, seleccioné con cuidado la mejor de las semillas. Cada una de ellas era una promesa silenciosa que acari-ciaba con mis dos manos, mientras dejaba volar mi imaginación hasta el tiempo de la siega.

Un soleado día del verano regué el campo con esperanzas e ilusiones.

Apenas iniciado el otoño brotó el tallo verde y vigoroso, ali-mentando aun más mis sueños que me anunciaban un amanecer que no me ahorró la lenta espera de la madrugaba. Los pasivos hombres se durmieron sin soñar y un fantasma aterrador envuelto en las sombras de la noche esparció cizaña en mi campo.

Inmediatamente aparecieron mis siervos, guadaña en mano, angustiados y sobresaltados, amenazando convertir aquel hermoso sueño en terrible pesadilla. La verdad es que ni les interesaba la cizaña pero tampoco al trigo, sino simplemente frustrar mi plan original. Preferían el campo vacío y estéril. Ni admitían la presen-cia del mal, pero tampoco les interesaba la supervivencia del bien. Planeaban extirpar la cizaña aunque sacrificaran el trigo. A pesar del riesgo, no consentí que truncaran mis ilusiones. Por tanto, permití la convivencia temporal de aquella plaga con el trigo de mis ilusiones.

Llegado el tiempo de la siega, llamé a los segadores para que extirparan la cizaña que había crecido en medio del trigo. Ellos, sin la angustia de la intolerancia y con la precisión del cirujano deja-ron limpio de yerbas y maleza el campo sin tocar una sola de las espigas.

¿Por qué ordené que cortaran antes las cizañas, que yo no per-mití hicieran los acomedidos siervos? ¿Por qué no cosecharon primero el trigo que era más importante? Es que yo quería ver con mis propios ojos el campo tal y como lo había soñado: hermoso y lleno de espigas.

Entonces miré por largo tiempo mi propiedad y la comparé con lo que yo había soñado desde toda la eternidad. Paseé mi mirada hasta perderla en el horizonte, tal y como lo había vislumbrado. Las espigas preñadas de dorados granos se mecían al vaivén del

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viento frío del invierno que las acariciaba, mientras el sol bañaba de luz el campo entero. Mi terreno estaba limpio, sin mezcla de cizaña alguna…. La cosecha que tanto soñé, estaba a punto de realizarse. Mi sueño se había tornado en realidad.

Aquel campo dorado era el motivo de mi alegría, como la mu-jer es fuente de alegría para el hombre.

Mi sueño ya era una realidad.

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CONCLUSION Así como aquellas personas llevaron al sordo mudo a Jesús y

le rogaron que le impusiera las manos sobre él, nosotros queremos terminar estas páginas orando por cada persona que se ha internado en los capítulos de este libro. Nosotros sólo hemos sembrado y regado este mensaje. Pero únicamente Dios suscita la vida nueva y la hace crecer hasta la estatura de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Por eso, vamos a pedirle que actúe con el poder de su Espíritu Santo, por medio de su Palabra, que es viva y eficaz.

Sugerimos hacer esta oración en voz alta, de tal manera que la escuchemos.

Padre bueno, me creaste por amor y diseñaste para mí un plan maravilloso. Yo soy una obra de arte salida de tus manos.

Sembraste la mejor de tus semillas en el campo de mi vida pa-ra que yo fuera feliz, tanto en este mundo como en el otro, viviendo como vencedor y no derrotado por las circunstancias de la vida.

Un enemigo, tal vez yo mismo, con mi historia y mis heridas, planté dudas y miedos, escrúpulos y depresiones, perfeccionismo y legalismo.

Me dormí y permití que entrara la cizaña en mi mente, senti-mientos y afectos. Descuidé el campo de mi propio cuerpo.

Después, angustiado y deprimido, trataba de luchar contra la maldad, sin darme cuenta que era el trigo lo que más arriesgaba, hasta el punto que, sin trigo ni cizañas, sumirme en un vacío exis-tencial.

Jesús, Palabra del Padre, te quiero pedir que, como a Barti-meo, me abras los ojos para descubrir el trigo que ya ha brotado y que ni por un soberbio deseo de perfeccionismo lo exponga, que-riendo cortar la cizaña que hay en mí y en los demás.

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Repíteme esa palabra viva y eficaz que dijiste al sordomudo: “effetá”, para que me abra a tu maravilloso plan de amor y disfrute la vida en abundancia que tú viniste a traer a este mundo.

Hago mía la pregunta que le hiciste al hijo de Timeo: ¿Qué quieres que haga contigo?

Señor, quiero que me abras mi mente para disponerme al cam-bio.

Impón tus manos para desbloquear los sentimientos de mi co-razón para que me deje amar.

Muéstrame la confianza que me tienes para que crezca mi au-toestima.

Sana mis afectos para que sepa amar integralmente. Anima mi voluntad para que pueda gritar, saltar y caminar has-

ta ti, creyendo en mí mismo, como tú has confiado en mí, Señor. Ábreme, Señor, para que sea capaz de renunciar al manto que

me cubre, pero que no me deja volar por nuevos espacios. Ábreme, Señor, para considerar los problemas como grandes

oportunidades para fortalecerme y crecer hasta tu estatura, sabien-do que siempre me espera la gloria de la resurrección.

No te pido que calmes las tempestades que me rodean, sino que me des la valentía para enfrentarlas.

Enséñame a aprovechar mis errores para aprender, y aumenta la valentía para buscar nuevas estrategias que me den mejores resultados de los que ahora estoy obteniendo.

Ábreme, Señor, para que pueda vivir con mentalidad vencedo-ra, siendo testigo del poder de la cruz redentora.

Ábreme, como abriste a Pedro, para saltar de la barca y lan-zarme a enfrentar las tormentas hasta dominarlas a mis pies. Y cuando ya no pueda más, tener la osadía de gritar: “Señor, sálva-me”, para que me lleves en tus brazos hasta la barca de mi comunidad.

Ábreme, para reconocer esas cinco piedras con las que voy a luchar y vencer a gigantes más poderosos que yo. Pero, también ábreme para identificar mis debilidades, reconocer mis errores y no caer vencido ante mí mismo o ante enemigos más débiles que yo.

Señor, graba la palabra “victoria” en mi mente para salir triun-fante en todas las luchas.

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Revélame el misterio de tu plan para considerar las renuncias evangélicas como liberación de pesos y cadenas para volar.

Abre mi voluntad, para arriesgarme a hacer el mejor negocio de la vida, vendiendo todo con alegría para adquirir la perla precio-sa o comprar el campo. De manera especial, ábreme para reconocer que el tesoro no lo gano ni lo merezco sino que es un regalo gratui-to, fruto de tu amor.

Ábreme, Señor, para renunciar a este manto que me protege, pero no me deja correr ligero de equipaje para seguirte hasta Jeru-salén, donde das la prueba máxima del amor: la vida por los que amas...

Abre el frasco de mi vida, Señor, y si es necesario rómpelo pa-ra que el perfume de mi pecado se trasforme en aroma de agradecimiento, porque ya me has perdonado y vivo libre de toda condenación.

Rompe el frasco de la noción negativa que tengo de mí mismo y muchas veces también de ti. Hazme un vaso nuevo a tu imagen y semejanza.

Ábreme, Señor, a la dimensión de eternidad para que ya no vi-va atrapado en las redes de mi pasado, considerándome un pobre pecador, en vez de vislumbrar el diseño que de mí tienes como un nuevo pescador.

Ábreme para que reconozca que ante tus ojos ya soy una obra de arte terminada.

Libérame de las redes del concepto pesimista que tengo de mí y que hasta confundo con humildad.

Sáname de mis heridas y prejuicios, con los que catalogo y eti-queto a los demás también.

Libérame de mis tradiciones y estructuras religiosas enfermi-zas.

Ante la variedad de noticias que diariamente recibo, enséñame a abrir mi oído derecho para aceptar que mi futuro no está muerto como muchos afirman, sino que simplemente está dormido y que tú lo vas a despertar con tu Palabra: talitá kum.

Abre mí oído derecho para que sepa escuchar las buenas noti-cias, y cierra mi oído izquierdo para no atender ni creer a esas voces que generalmente nacen dentro de mí mismo, pensando de

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forma negativa y pesimista, creando temores en mí y sufrimientos en los demás.

No quiero tampoco Señor hablar al oído izquierdo de los de-más, sembrando dudas, desánimos ni temores.

Abre, Señor, la tumba de mis depresiones y miedos: para abra-zar a los que me aman y esperan mi regreso a la realidad del amor. Resucita, Señor Jesús, las ilusiones y sueños que en mí ya han muerto, y dame tu mano derecha para que vuelva a tener vida.

Abre mis ojos para descubrir tanto el tesoro que soy como la perla preciosa que tengo.

No permitas, Señor, que venda mi campo por un plato de lente-jas, sin darme cuenta de la perla que tengo y el tesoro que soy.

Dame la prudencia para no arriesgar lo más valioso, la osadía para vender todo, la decisión para comprar el campo y la alegría de recibir el tesoro gratuito.

Ábreme, Señor, para admitir que mis esfuerzos sólo alcanzan para comprar el campo, pero el tesoro es don gratuito de tu amor incondicional.

Ábreme, Señor, para enderezarme de lo que me mantiene con la cabeza mirando el suelo.

Libérame del legalismo y el perfeccionismo que son soberbia disfrazada.

Ábreme para considerarte como padre y no como juez, como confidente y no como acusador, como amigo y no como verdugo.

Quiero levantar mi cabeza con la dignidad de un hijo de Dios al mismo tiempo que doblar mis rodillas para reconocerte como mi Señor y mi Dios.

Ábreme para dejarme tocar por ti, con ese amor sensible que cura heridas emocionales.

Quítame los miedos de ser amado, cuando supongo que no lo merezco, que no tengo derecho a la felicidad o que los demás esconden otras intenciones conmigo.

Espíritu Santo, y la cizaña que aún permanezca, córtala al tiempo de la siega, para que ese mal quede controlado, al pie de tu Trono santo…. Y, luego, trasfórmala en combustible y convénce-me que todas las cosas sirven para el bien de los que te aman.

Effetá 183

Gracias, Jesús, por esa palabra única en tu boca: Effetá, ábrete. Tú tienes autoridad para pronunciarla porque tu corazón fue tala-drado y “viendo al que traspasaron” podemos percibir que las puertas de la gloria se han abierto ya para vivir las primicias de la plenitud que nos espera por toda la eternidad.

Amén.