Pensar Que El Juego Involucra Una Posibilidad Transformadora

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Pensar que el juego involucra una posibilidad transformadora, es pensar en el juego como cosa seria. Algo no sólo importante, sino también interesante. Importante porque en el vacío lúdico se apela a la creatividad para resignificar los objetos de juego del mundo externo, pero también al sujeto que juega. Importante porque atribuye una lógica interna cuyas problemáticas pueden ser resueltas desde lugares que escapan a toda lógica que le sea ajena. Importante porque es el ejercicio de ese homo ludens que lleva en su accionar las huellas culturales de una historicidad social en que se define y define. Importante porque ese homo ludens viaja, transita y se transita como un homo viator de la concretud y de la abstracción, del pensamiento mismo puesto en juego. Y lo interesante emerge. Hay un tránsito, un movimiento, que parte de lo material concreto y su simbología, para crear una nueva nomenclatura, nuevos atributos a objetos que ya dejaron de ser lo que eran. El espacio lúdico es posibilitador de esas nuevas relaciones, de esos nuevos roles, de esos nuevos vínculos. Y hay tránsito de este espacio real de imaginación, al espacio real. Pero no como un volver sobre las propias huellas, sino, porque precisamente existen huellas, huellas experienciales, algo de lo puesto en juego hará ruido en el horizonte inmediato de ese que jugó. Por supuesto que pensar esto no involucra, de modo alguno, una linealidad que iría uniendo puntos entre el juego y el no-juego. Pensar esto involucra una intención de comprensión dialéctica que pone al par contradictorio juego/no-juego, en interjuego. Y lo hace direccionalmente. Lo hace sosteniéndose en esa posibilidad transformadora en que el que juega es protagonista de su juego; es el que tiene una postura de acción y un conocimiento de las leyes que regulan esa acción. En el juego (siempre entendido recreativamente y no patológico) el jugador decide. El jugador decide sobre sí mismo, pero siempre con otro. Aún solo, se crea “un otro imaginario” (es decir, recrea un vínculo internalizado). Porque el jugador se desconoce respecto de ese otro (ese otro no es él), pero al mismo tiempo se reconoce respecto a ese otro (él no es ese otro). En el juego (recreativo), esa necesidad del otro es una necesidad del compartir; compartir las reglas, compartir la acción, compartir un lenguaje con el que nombrar y nombrarse.

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Pensar que el juego involucra una posibilidad transformadora, es pensar en el juego como cosa seria. Algo no sólo importante, sino también interesante. Importante porque en el vacío lúdico se apela a la creatividad para resignificar los objetos de juego del mundo externo, pero también al sujeto que juega. Importante porque atribuye una lógica interna cuyas problemáticas pueden ser resueltas desde lugares que escapan a toda lógica que le sea ajena. Importante porque es el ejercicio de ese homo ludens que lleva en su accionar las huellas culturales de una historicidad social en que se define y define. Importante porque ese homo ludens viaja, transita y se transita como un homo viator de la concretud y de la abstracción, del pensamiento mismo puesto en juego. Y lo interesante emerge.

Hay un tránsito, un movimiento, que parte de lo material concreto y su simbología, para crear una nueva nomenclatura, nuevos atributos a objetos que ya dejaron de ser lo que eran. El espacio lúdico es posibilitador de esas nuevas relaciones, de esos nuevos roles, de esos nuevos vínculos. Y hay tránsito de este espacio real de imaginación, al espacio real. Pero no como un volver sobre las propias huellas, sino, porque precisamente existen huellas, huellas experienciales, algo de lo puesto en juego hará ruido en el horizonte inmediato de ese que jugó. Por supuesto que pensar esto no involucra, de modo alguno, una linealidad que iría uniendo puntos entre el juego y el no-juego. Pensar esto involucra una intención de comprensión dialéctica que pone al par contradictorio juego/no-juego, en interjuego. Y lo hace direccionalmente. Lo hace sosteniéndose en esa posibilidad transformadora en que el que juega es protagonista de su juego; es el que tiene una postura de acción y un conocimiento de las leyes que regulan esa acción. En el juego (siempre entendido recreativamente y no patológico) el jugador decide.

El jugador decide sobre sí mismo, pero siempre con otro. Aún solo, se crea “un otro imaginario” (es decir, recrea un vínculo internalizado). Porque el jugador se desconoce respecto de ese otro (ese otro no es él), pero al mismo tiempo se reconoce respecto a ese otro (él no es ese otro). En el juego (recreativo), esa necesidad del otro es una necesidad del compartir; compartir las reglas, compartir la acción, compartir un lenguaje con el que nombrar y nombrarse.

Facilitar la experiencia del juego, es promover el protagonismo, promover la acción. Y facilitar la experiencia lúdica desde la mirada de la salud mental, es promover aspectos saludables.