Pensar Desde La Ciencia (Moya)

102
MINIMA TROTTA Andrés Moya. Pensar desde la ciencia Min.

description

Filosofía

Transcript of Pensar Desde La Ciencia (Moya)

  • MI

    NI

    MA

    T

    RO

    TT

    A

    Andrs Moya. Pensar desde la ciencia

    Min.

  • Pensar desde la ciencia

  • M I N I M A T R O T T A

    Pensar desde la ciencia

    Andrs Moya

  • MINIMA TROTTA

    Andrs Moya Simarro, 2010

    Editorial Trotta, S.A., 2010, 2012Ferraz, 55. 28008 MadridTelfono: 91 543 03 61Fax: 91 543 14 88E-mail: [email protected]: \\www.trotta.es

    ISBN (edicin digital pdf): 978-84-9879-308-6

  • Pues amarga la verdad quiero echarla de la boca, y si al alma su hiel toca esconderla es necedad.

    (Fragmento del poema Es amarga la verdad de Francisco de Quevedo)

  • 9NDICE

    Prlogo ............................................................................... 11

    INTRODUCCIN. La ciencia como una forma de pensar ........ 15La ineludible compaa de la ciencia ............................. 19

    CAPTULO 1. Ciencia y pensamiento .................................... 25Los lmites de la racionalidad........................................ 25La norma de la inteligencia ........................................... 27La tensin esencial: aproximacin metafsica al conoci-miento cientco ........................................................... 32Evitar la pregunta por el sentido de la vida humana....... 36Melancola: sobre los experimentadores intimistas ........ 38Filognesis de la conciencia ........................................... 44Una visin melanclica de la ciencia .............................. 49Proyecto losco sobre ontologa evolucionista ........... 52Hans Jonas: biologa losca y ontologa evolutiva ..... 55El espritu es la interaccin de la materia ....................... 57Lenguaje privado y ontologa evolucionista ................... 58La bsqueda de la singularidad humana ........................ 59Manipulando la contingencia ........................................ 67El futuro del hombre .................................................... 69La ciencia como metalosofa ....................................... 71

    CAPTULO 2. Ciencia y academia ......................................... 75La universidad: una aproximacin ................................ 75Primera reexin sobre docencia e investigacin ........... 77

  • 10

    La tica en la ciencia ..................................................... 78Ciencia, creatividad y metafsica del movimiento........... 79Segunda reexin sobre docencia e investigacin .......... 81Maniesto por un retorno a la ciencia acadmica .......... 85

    CAPTULO 3. Ciencia y sociedad........................................... 89La perfeccin moral de la sociedad civil ........................ 89Blsamo para la soledad existencial ............................... 90Tiempo libre ................................................................. 91La otra cultura .............................................................. 93El activismo poltico de los intelectuales ........................ 95

    CAPTULO 4. Aforismos y reexiones breves ......................... 99Sobre ciencia y pensamiento ......................................... 99Sobre ciencia y academia .............................................. 106Sobre ciencia y sociedad ............................................... 108

  • 11

    PRLOGO

    Deseara suscitar en el lector el inters por conocer lo que pudiera existir en la trastienda de un cientco, la que se va constituyendo como consecuencia del ejercicio de una ac-tividad intelectual que no tiene parangn con cualquier otra en la historia del pensamiento. Hago mencin a la trastienda porque, probablemente ms de lo necesario, ese lugar acu-mula muchos trastos que no se explicitan, por aquello de que el edicio que se construye en ciencia debe estar ajeno a sus constructores. En otras palabras, si los trastos de la trastienda son, en promedio, igual de numerosos que los que se acumu-lan en cualquier persona, si ese cualquiera es un intelectual, tarde o temprano los va a estudiar, los va a clasicar, los va a explicitar. De hecho llevar a cabo, en algn momento de su vida de pensador, una suerte de estudio crtico donde se evale en qu medida los trastos han sido importantes o de-terminantes de su particular obra, su tienda ella s, expl-cita por denicin. Es ms, no se trata slo de un camino en una sola direccin, porque tienda y trastienda se nutren interactivamente.

    La ciencia constituye una tienda particularmente rica en elementos. Su edicio es majestuoso. En esencia se trata de un edicio inteligente que se modica y aprende de sus errores. Las teoras que desarrolla versan fundamentalmente sobre tres grandes orgenes: el Universo, la vida y la vida humana. Y a estas tres cuestiones, seculares en el pensamiento, se han aproximado tambin otros muchos tipos de saber. Las bases

  • 12

    del edicio de la ciencia relativas a la capacidad de explicar esos tres orgenes eran dbiles, imprecisas y metafricas en los albores de la ciencia moderna. Pero el ir y venir sobre ellas, haciendo acopio de todo el aparato conceptual, metodolgico y emprico del que la ciencia se sirve, ha permitido desarro-llar construcciones y explicaciones realmente sorprendentes. Ms an, tales construcciones han llegado a ser claves para el desarrollo de la tcnica y para la intervencin creciente sobre las fuerzas naturales.

    Pues bien, resulta cuando menos sorprendente no pen-sar que tal edicio, cuando lo particularizamos en las tiendas correspondientes de aquellos que lo construyen, no vaya a inuir de forma determinante en ellos, acumulando enseres en sus respectivas trastiendas. Por qu no hacer explcitos es-tos enseres? Es aqu donde radica la supuesta diferencia entre cientcos que son intelectuales y otros pensadores en gene-ral. Cierta tradicin secular de la ciencia sostiene que no tiene razn de ser el hacer explcito el pensamiento que puede deri-varse de ella, porque eso forma ms bien parte de lo privado, de lo estrictamente personal, algo ajeno a la construccin del edicio propio de la ciencia y que carece de inters. Sera algo parecido a decir: No hables de aquello sobre lo que no eres experto. Pero existen muchos terrenos del pensamiento que son terrenos de nadie, perfectamente adecuados para ser analizados por todos y cada uno de nosotros, simplemente porque son terrenos que nos interesan, que encierran cues-tiones fundamentales. Nos interesa posicionarnos en torno a nuestra particular existencia: por qu existen las cosas, qu hacemos aqu, y muchas otras cuestiones. Resultara sorpren-dente que la ciencia, que trata de construir teoras explica-tivas sobre el origen del Universo, de la vida o del hombre, no pudiera contribuir a pensar sobre tales asuntos. Es muy poco probable que ningn profesional de la ciencia no se vea inuido en su trastienda, en su intimidad implcita, por los resultados de tales explicaciones. Pues bien, llevar fuera de la trastienda personal tales reexiones constituye, a mi juicio, el pensar desde la ciencia. Ni que decir tiene, adems, que tal explicitacin puede y debera tener una incidencia particular

  • 13

    sobre otras tiendas y edicios. Es la nica forma que entreveo que pueda ayudar a resolver la vieja separacin entre las cul-turas cientca y humanista, y acercarnos al ideal racionalis-ta del ilustrado, reforzando indirectamente una visin ms originariamente fundamental y menos positiva de la ciencia.

    Quiero expresar mi ms profundo agradecimiento a Am-paro, Andrea y Toni, por tres motivos. Primero, y ms im-portante, porque me han ayudado a hacer mi existencia msfeliz; segundo, porque han sido muy hbiles, agudos y pro-fesionales en sus correcciones estilsticas y de contenido. Y tercero, porque de ellos he aprendido que en la vida, adems del trabajo, hay muchas otras cosas maravillosas.

    Valncia, octubre de 2007

  • 15

    Introduccin

    LA CIENCIA COMO UNA FORMA DE PENSAR

    Lo ms parecido que encuentro para denir la obra que el lec-tor tiene en sus manos es que se trata de un diario de reexio-nes estructuradas temticamente. Las reexiones, dentro de cada apartado, siguen el orden temporal en el que fueron escritas, aunque no aparezca la fecha particular de ninguna. La obra ha sido preparada para su publicacin a partir de un diario previo de reexiones no estructuradas, la primera de las cuales fue escrita el 14 de agosto de 1992 y la ltima el 6 de agosto de 2007. Han transcurrido, por lo tanto, quince aos desde su comienzo.

    Creo que la justicacin de los motivos que me han lle-vado a desear la publicacin de esta obra ayudar al lector a encontrar con ms facilidad su hilo conductor. En cierto modo es como si yo mismo, autor, pasase a ser un primer lector y, de forma anticipada a cualquier otro, deseara encon-trar el citado hilo, haciendo explcito lo que supongo impl-cito. Pero no puedo dejar de pensar, en cualquier caso, que tal explicitacin no sea una representacin el del autntico contenido, y que cualquier otro lector pueda encontrar en el texto dimensiones que ni el propio autor ha atisbado. Pero tampoco me disgustara esta situacin: tratar de reconocer yo mismo versiones explcitas que pongan de maniesto aquellos asuntos que estn implcitos, que subyacen, que estn ah y que cualquier otro, excepto el propio autor, estara en condi-ciones de explicitar.

  • 16

    Desde el comienzo de la escritura del diario hasta hace algo ms de un ao, siempre consider mantenerlo como un texto de carcter privado donde, de tiempo en tiempo, deja-ra constancia de algunas reexiones. No obstante, consi-derando cmo han evolucionado las circunstancias que han rodeado tales reexiones en el diario, no es del todo cierto que su carcter fuese estrictamente privado. Algunas de ellas, por no decir bastantes, que en primera instancia fueron escri-tas para el diario, luego han sido publicadas tras una cierta elaboracin, las ms de las veces consistente en un desarrollo o extensin de las mismas, en diferentes revistas de pensa-miento o divulgacin cientca. Por tanto, al tiempo que he mantenido el diario en el mbito de lo privado, tambin lo he considerado, desde su inicio, como una fuente primera a la que poder acudir para la presentacin de ciertas ideas en los foros apropiados. Y bajo esta ptica pensaba continuarlo has-ta que hace algo ms de un ao ca en la cuenta de dos cosas. En primer lugar, apreci la constancia o, mejor an, la recu-rrencia del tipo de temas en la mayor parte de las reexiones que aparecen en el diario y que, como ms abajo explico, se pueden agrupar en unas pocas categoras. Y, en segundo lu-gar, me he dado cuenta de la transformacin experimentada por los contenidos o las tesis sostenidas en las reexiones, especialmente aquellas que tienen contenidos recurrentes, sin que yo mismo lo hubiera apreciado hasta llevar a cabo, como digo, nuevas relecturas del diario. Por tanto, no era slo el he-cho de observar una cierta recurrencia temtica, sino tambin el apreciar que esa unidad temtica estaba sujeta a una cierta transformacin y, por qu no decirlo, claricacin o posicio-namiento ms rme en torno a los diferentes asuntos tratados. Pens entonces que aunque el diario pudiera tener su conti-nuidad, mantenindose bajo la misma mecnica de adicin de reexiones, no carecera de inters el presentar al pblico en general (qu lector, no obstante?) lo que puede haber estado ocurriendo en la trastienda de un cientco; y pens en hacer-lo ahora, en mi plena madurez y en el momento de mi mayor actividad profesional, en el buen entendimiento de que podra hacer una segunda entrega, trascurrido un tiempo similar.

  • 17

    He hablado del diario de un cientco y de lo que puede estar ocurriendo en su trastienda, en aquello que no est vi-sible, pero donde se almacenan productos que pueden tener inters para su tienda. La imagen de la trastienda podra ser adecuada si, como digo, existe una interaccin entre el ejer-cicio propio de la actividad cientca (la tienda) y eso otro que queda en la trastienda, y existe un ujo de pensamiento en ambas direcciones.

    Pero, al n y al cabo, se trata de un diario de ideas de una persona particular, con formacin e intereses concretos. Considero, no obstante, que existe un principio al que recu-rrir para trasladar al pblico estas reexiones: y es que quien ha escrito esto, como comento ms arriba, es un cientco en activo, un profesional de la ciencia. No es frecuente en-contrarse con obras de este estilo, y mucho menos en nuestro pas. Podemos leer, eso s, obras de carcter pstumo, escritaspor cientcos que, tras su largo periplo profesional, han decidido escribir sobre sus trayectorias profesionales y sobre cmo llegaron al descubrimiento de determinados asuntos. Esta obra dista mucho de ser una cosa tal. No es la simple narracin de acontecimientos diarios durante el tiempo trans-currido, acontecimientos que pudieran cubrir desde la me-nor de las nimiedades cotidianas hasta alguna observacin o reexin pertinente acontecida en algn momento en par-ticular. Tampoco se trata de cmo se lleg a dilucidar algn asunto de inters ms o menos fundamental para la ciencia particular de quien ha escrito su biografa. Por el contrario,algo que me viene interesando desde hace tiempo y que tam-poco abunda en la obra escrita en otras lenguas, es mostrarque la ciencia cualica, o da las condiciones, como cual-quier otro tipo de formacin, para el ejercicio de la reexinintelectual sobre asuntos que van ms all de los lmites que, segn se dice, suele imponer el ejercicio profesional. La ciencia y su metodologa imponen en la mente de quien la practica un cierto pensamiento que trasciende, sin lugar a dudas, el mbito de la especializacin profesional. Como digo, nada muy distinto a lo que viene ocurriendo con las proyecciones efectuadas hacia los asuntos del pensamiento

  • 18

    por parte de muchas otras actividades profesionales. Pero s sorprende, o al menos a m me sorprende, el recelo con que se acoge algunas veces esa supuesta intromisin del cientco cuando entra en terrenos que no son los suyos, tildndole con excesiva facilidad de opinin no experta, bien enten-dido que tales terrenos, muchas veces, no lo son de nadie, no corresponden a expertos profesionales y estn ah para ser pensados y opinados por cualquiera. Examinado bajo la perspectiva de quin tiene competencias para opinar con se-riedad sobre las grandes cuestiones del pensamiento, parececomo si se tratase de un enfrentamiento entre colectivos condiferente formacin intelectual y bagaje cultural. La clsica divisin entre las culturas de las humanidades y las ciencias est llamada a diluirse porque la interaccin entre ambas est ms que nunca a la orden del da.

    Pero tambin quiero argumentar en clave de crtica inter-na. Cierta ortodoxia cientca, cuya gnesis valdra la pena sondear, aduce que lo importante en ciencia es el edicio construido, y no tanto los agentes encargados de su construc-cin. Cuando quien practica la ciencia llega a ensimismarse con los logros positivos de la misma, o al menos sa es mi percepcin, probablemente no sea capaz de ver que fuera de ella existen otras aproximaciones muy respetables y decuyo conocimiento se puede beneciar. Porque, en efecto, esa recelosa mirada de los profesionales ajenos a la ciencia en buena medida viene condicionada no tanto por el irrefrena-ble xito de los logros positivos y explicativos de la ciencia, que existen, sino por la actitud despectiva, a veces inconscien-te, de quien la practica, hacia esos otros profesionales que, por tanto, buscan casi de forma desesperada cotos privados donde ejercer su racionalidad. Mi particular visin y de ah mi inters por sacar a la luz esta obra es que no existen, o mejor, no deberan existir terrenos acotados para el ejercicio de la actividad intelectual desde determinadas formas de ra-cionalidad. Es por ello que los cientcos deberan ampliar suradio de accin y estar dispuestos a la promocin de foros amplios de discusin intelectual. Desde otros lugares ya nos vienen ecos sobre terceras culturas y vas de ejercicio de la ra-

  • 19

    zn que nos devuelven con aires nuevos al espritu ilustrado, desgraciadamente mucho ms olvidado de lo que algunos in-telectuales de nuestro tiempo estaran dispuestos a conceder. Vaya por delante mi visin darwiniana de que slo las mejores ideas son las que prevalecen en ltima instancia, con inde-pendencia de que su origen sea cientco, artstico, losco o de cualquier otro tipo. Pero tambin, y probablemente esto sea ms importante, convendra llevar a la palestra pblica el pensamiento del cientco, sacndole casi a la fuerza del clich de que slo es competente para sostener ideas en su condicin de tal sobre aquellos temas para los que se ha for-mado. Obsrvese que no sostengo que el cientco no deba llevar a la sociedad su ciencia y hacerla accesible. Digo que tiene que hacer llegar su voz como intelectual, al menos aquellos de entre los mismos que lo consideren una necesidad y se sientan capacitados para ello.

    La ineludible compaa de la ciencia

    Como he comentado, esta obra es una plasmacin de ideas escritas con cierta regularidad y en torno a aquellos asuntos que considero han sido mis mayores preocupaciones intelec-tuales a lo largo de quince aos. Muchas veces ha sido la lectura de algn libro de inters la que me ha llevado a una reexin particular; otras veces, la simple apetencia de es-cribir aquello en lo que estaba pensando, sin necesidad de vincularlo a ningn elemento previo detonante.

    Otra circunstancia que quiero resaltar en torno a este dia-rio es la particular naturaleza de su contenido, donde he com-binado, sin pretenderlo, reexiones estrictamente cientcas y profesionales con las de otra naturaleza, tanto generales como personales. Digo sin pretenderlo, puesto que forma parte de mi idiosincrasia el no hacer distinciones o compar-timentos estancos cuando pienso. La ciencia en la que vengo trabajando constituye una importante fuente de alimentacin del pensamiento que desarrollo en el diario. Pero tambin el pensamiento general lo he utilizado muchas veces para guiar

  • 20

    mi propia actividad profesional. Es precisamente el desarro-llo y alimentacin mutua entre ciencia y pensamiento lo que he tratado de plasmar en el diario.

    Tras un anlisis detallado de su contenido, y casi de for-ma sorprendente, me he dado cuenta de que el diario admite aproximarse a l segn dos directrices bsicas: extensin ycontenido de las reexiones. Con respecto a la extensin, las reexiones son, claramente, de tres tipos: largas, breves y aforismos. Y con respecto al contenido, las reexiones se pueden agrupar en las siguientes cuatro categoras: ciencia y pensamiento, ciencia y academia, ciencia y sociedad, y re-exiones cientcas.

    La primera, ciencia y pensamiento, la titulo de esta manera porque buena parte de las reexiones estn relacio-nadas con la naturaleza del hombre, su sentido existencial y la contribucin de la ciencia de la evolucin a ambos temas (naturaleza y existencia). Con alguna reexin que se desva del ncleo central, podr apreciarse cmo la ciencia es mu-cho ms que una forma particular de pensamiento entre todas las otras que vienen desarrollndose a lo largo de la historia. Aunque la reivindico como forma de pensar no excluyente, sostengo que su particular mtodo de acceso a la elaboracin del conocimiento y a la explicacin de los problemas secula-res es tal que, siendo relativamente reciente en el panorama de la historia del pensamiento, lo cierto es que ya no pode-mos prescindir de ella para inteligir, es decir, comprender de forma inteligente y explicar aquello que se sigue consideran-do por parte de otras formas de conocimiento como terreno difuso o proclive a lo inefable, o sobre lo que se mantienen discursos sin resolucin o explicacin oportunas. La ciencia puede decir algo sobre las categoras superiores del pensa-miento, sobre el lenguaje, sobre el amor, sobre las emociones. Me cuesta, y mucho, pensar algo sobre lo que la ciencia no tenga nada que decir. Pero no se trata de un decir mecnico,supercial, o que no afecte a la esencia de lo que se est tratando. Un ejemplo: no es que la ciencia pueda decir algo sobre la qumica del amor, y nada ms al respecto, sino que de su mano puede llevarnos a explicaciones profusas sobre la

  • 21

    naturaleza y la gestacin del proceso amoroso, incorporando explicaciones para su gnesis que combinan tanto teoras qu-micas como biolgicas y comportamentales. Lo mismo podra sostenerse en torno a la explicacin de fenmenos como la libertad humana, el altruismo, la tica, las creencias religio-sas, etc. Es preciso reconocer que la ciencia se ha convertido en una inexcusable compaera de cualquier otra actividad intelectual y, por lo tanto, no podemos llevar a cabo la elabo-racin de un discurso novedoso, radicalmente novedoso, sin tenerla presente. Con ello no estoy cerrando la posibilidad a otros discursos, otras explicaciones, o la elaboracin de sis-temas, programas o creencias que puedan tener un arranque independiente y sin el recurso a la ciencia. Pero sta aporta el sustrato que permite entender por qu tales discursos se cons-truyen y nos satisfacen o, por el contrario, nos pueden llevar al suicidio. Admito que tal carcter panexplicativo pueda asustar. Pero me resulta sorprendente, por el contrario, que cuando de la losofa se dice que representa un conocimiento universal y primario, no se haga observacin crtica alguna con respecto a su carcter panexplicativo. No s si estamos asistiendo a una suplantacin o reemplazo de saberes univer-sales, pero convendra pensar en ello, y dejarnos de una vez de la fcil acusacin de cienticismo, algo que queda para un crculo ms bien reducido de nostlgicos. No hay nada, ahora mismo, que no se acompae de ciencia, y esto no se puede sostener, al menos con la misma contundencia, de ninguna otra forma de conocimiento.

    Especial inters tiene para m la reexin en torno a la propia ciencia y, adems, al entorno acadmico donde buena parte de ella se ha venido desarrollando. As, alguna de las reexiones versa sobre la naturaleza del pensar cientco, su cambio a lo largo de la historia y la reivindicacin de una vuelta a los orgenes de este quehacer que denominamos cien-cia, siendo la academia el lugar natural para su desarrollo. En un ejercicio crtico extremo, muy a contracorriente de lo que los poderes polticos y econmicos nos reclaman, vuelvo a reivindicar una ciencia no transida por el acceso al resulta-do inmediato. La academia representa, o debera representar,

  • 22

    el mejor de los mundos posibles para seguir comprendiendo, en buena medida porque la academia del conocimiento a la que denominamos universidad debera ser, de nuevo, la de Platn, aquella en la que no estara permitido entrar sin saber geometra y en la que dispusiramos de todo el tiempo libre necesario para poder desarrollar el pensamiento que nos hace libres. La disponibilidad de tal tiempo, lo que es mucho ms que tiempo para el ocio, es la condicin necesaria para el ejer-cicio de la crtica intelectual y el desarrollo del pensamiento sin ataduras, sin servilismos. Por otro lado: cuntos hay en este templo que deberan estar fuera, y cuntos fuera que de-beran estar dentro?

    El tercer apartado lo he titulado ciencia y sociedad. Constituye el apartado ms ntimo y personal, el que jus-tica en cierto modo la naturaleza melanclica del que es-cribe estas lneas. Puede resultar cuanto menos curioso que un cientco manieste que la prctica de la ciencia pueda conducirnos a estados melanclicos, cuando se ejerce desde el ngulo de la reexin permanente, y mirando menos en la lnea de los logros positivos. En buena medida esos estados son los que creo que pueden percibirse tras la lectura de las reexiones en clave social. Porque mal que nos pese, hemos llegado a un punto sin retorno donde ms que nunca atisba-mos que somos dueos de nuestra existencia. La ciencia nos ha puesto en tal tesitura, y poco podemos hacer al margen del reconocimiento explcito de tal circunstancia. Se sostie-ne que hoy como nunca buscamos asideros para dar sentido a la existencia y que, como nunca, est proliferando la ne-cesidad de espiritualidad. Probablemente el motivo radique en que quien lo demanda es ajeno a lo que, por otro lado, debera conocer. Me reero a la ciencia y lo que la ciencia nos suministra, nos explica, nos da a entender. Si antes se sostena, y tambin ahora, que la formacin humanstica in-crementara el caudal cultural de las personas, adems de la necesidad de ser buenos profesionales para una sociedad que los sostiene (a lo Ortega), lo cierto es que ya no pode-mos hablar de una formacin humanstica ajena a la ciencia. Como comenta Richard Dawkins al respecto de la teora

  • 23

    de la evolucin, sta y muchas otras teoras cientcas son ya tanto o ms importantes que cualquier otro tpico del recetario de materias clsicas para poder evaluarnos y adop-tar nuestras propias reexiones en torno al signicado de las cosas, la vida, las relaciones sociales y el Universo. Pero con un elemento adicional de consecuencias imprevisibles: laciencia nos brinda la capacidad creciente de intervenir en la naturaleza, incluida la nuestra, y de alterar el curso regu-lar de los hechos, y no solamente comprender y explicar. La sociedad en general tiene importantes retos a los que enfren-tarse en el plano tico, como consecuencia de esta capacidad creciente de intervencin sobre los procesos con que la cien-cia nos dota. Entre otras cosas, ciertamente, podramos optar por abandonar el conocimiento porque puede privarnos de felicidad.

    El diario contiene, por ltimo, una parte importante de reexiones estrictamente cientcas. He prescindido de ellas porque entenda que eran demasiado especializadas y su lectura desviara al lector del curso o mensaje principal de la obra. Un entendido en las materias tratadas, un profesio-nal de la biologa o un cientco en general, estara en buena disposicin para poder ver la continuidad entre cualquiera de las reexiones agrupadas en los cuatro conjuntos, pero para el no entendido, la mayora de los posibles lectores, probablemente fueran un estorbo innecesario. El hecho de retirar las reexiones tcnicas en nada desdibuja el mensaje subyacente, pues lo que se presenta se hace eco de lo que no se ha presentado.

  • 25

    Captulo 1

    CIENCIA Y PENSAMIENTO

    Los lmites de la racionalidad

    Javier Sdaba, en el ltimo captulo de su libro Saber vivir,reexiona sobre el sentido de la vida. l mismo reconoce, tras una larga disquisicin al respecto de la coherencia de la expresin, que desgraciadamente aquello que nos interesa queda fuera del marco de la racionalidad humana. Wittgen-stein fue clarividente como pocos al respecto. Los lmites de la racionalidad existen, existirn por siempre si yo tuviera que hacer una declaracin de intenciones, y precisamente la labor losca sirve en buena medida para delimitar lo racio-nalmente accesible de lo inasible. La delimitacin que supo-ne la playa entre el ocano de lo inasible y la racionalidad de lo terrestre: por ah es por donde transcurre el pensamiento losco. Y somos muchos los que percibimos, siguiendo la metfora de Sdaba, que lo importante queda dentro de ese ocano, formando parte del conjunto de elementos de los que nada podemos decir, pues no disponemos de las herra-mientas conceptuales para su comprensin. Duele recono-cer, no obstante, la intuicin de que en su seno se recogen los elementos que ms nos interesan, uno de los cuales tiene que ver precisamente con el sentido de la vida. Qu ms da, individualmente, que la frase sea contradictoria, y que slo podamos preguntarnos sobre el sentido de aquellos elemen-tos tericos que son contrastables, de los que podemos decir si son o no verdaderos? A lo mejor no queremos decir sen-

  • 26

    tido, sino signicado. Y todo ello para llegar, en un anlisis pblico de la expresin, a un callejn sin salida conceptual en el que no decimos nada cuando nos preguntamos por el sentido de la vida. Slo en lo que no podemos asir est lo im-portante, al menos en la intimidad. Y lo dems forma parte de una actividad racional supletoria que, a base de un ejer-cicio continuado, y por la propia curiosidad de la especie, puede llevarnos a un distraimiento permanente, socialmente esencial, con un valor personal que evaluar por cada uno. Tambin entiendo que la poesa, el arte, la lectura y la con-templacin intimista nos disponen adecuadamente cerca del terreno de lo inefable, del que nada podemos decir, excepto que sentimos profundamente que supone lo ms importante. Tal contemplacin permite destilar en nosotros instantes de aislamiento que reejan la soledad existencial del individuo, y quin sabe si la de la propia especie. Ms adelante har algunas reexiones sobre la gnesis previa de la existencia frente a la esencia, el carcter ancestral de la conciencia de especie antes que la conciencia individual. Anticipando algu-na de ellas: qu sentido evolutivo tiene el haber llegado a una situacin de autoconciencia?, es una trampa de la evo-lucin biolgica? En pura ortodoxia, la conciencia de uno mismo y los corolarios adicionales que han aparecido con ella, esos que nos permiten hacer losofa, ciencia, arte, etc., son caractersticas adquiridas. Puede incluso que sean un subproducto no adaptativo, como algo que se puede utilizar gratuitamente, pues el pago para su utilizacin se ha hecho con otros caracteres que les han dado soporte y s tienen un fundamento adaptativo. Qu triste sino el haber llegado al punto de poder plantearnos el sentido de la vida y admitir que hay un ocano inasible, aunque delimitado, que contiene todo ese conjunto de importantes asuntos de los que no po-demos hablar. Estemos o no solos en el Universo, la realidad es que nuestra propia racionalidad, entendida sta como la prctica de su producto ms elaborado, la ciencia, nos pone ante una soledad existencial profunda. Cul? La de no saber qu hacemos aqu, y me resulta indiferente el que mi propia racionalidad me diga que no tiene sentido el preguntarme tal

  • 27

    cosa. El sentido tiene sus lmites, pero yo siento que no los tengo. La diferencia est cubierta por el ocano de incerti-dumbre, ese que tiene mltiples componentes sobre los que nada podemos decir.

    La norma de la inteligencia

    El pensamiento, la ciencia, el arte, expresiones mximas de la capacidad humana, se interpretan normalmente desde el supuesto absolutista de que son propias y exclusivas de la es-pecie humana, sin considerar que tales habilidades son, entre otras cosas, subproducto de la evolucin biolgica. A qu nos llevara una consideracin no absoluta de la gnesis del intelecto, bajo la perspectiva de la evolucin como especie?

    Si se trata de caracteres aparecidos con la evolucin de la especie humana, si el ejercicio de la razn y la creatividad, por ejemplo, son posibilidades que ha brindado la evolucin, entonces las categoras loscas que se vienen utilizando para nuestro propio estudio deberan tener una dimensinevolutiva. Desde tal dimensin, las reexiones a que nos lleva el intelecto pueden adquirir una nueva perspectiva. En otro lugar he tratado de poner de maniesto cmo la existencia precedi a la esencia; en otras palabras, cmo la conciencia de existir es previa a la conciencia de ser en nuestra especie. Ms an, la especie ha pasado por estadios de su existencia donde los individuos no tenan conciencia de ello. Hemos atravesado tambin por fases donde tampoco hemos tenido conciencia de ser individuos concretos, aunque s de existir; es decir, conciencia de individualidad. La teora evolutiva es clave, por tanto, para poder entender y justicar la gestacin de la especie humana, y las caractersticas peculiares que he-mos adquirido en el proceso deben quedar entendidas como productos de la evolucin.

    Pero constituye un ejercicio fundamental, a la luz de la perspectiva evolutiva, delimitar la relacin existente entre las caractersticas de la especie en evolucin y el origen y peculiaridades que la tradicin losca ha otorgado a, por

  • 28

    ejemplo, el pensamiento o la creatividad. Bien mirado, la forma de relacionar los productos de la evolucin huma-na con las categoras loscas sera la de utilizar un len-guaje (metalenguaje) que hable de otro lenguaje. La teora evolutiva puede ser un metalenguaje del lenguaje losco. Siendo una teora cientca, podramos decir que la teo-ra evolutiva se constituye en un lenguaje que va ms all de la losofa, como un lenguaje metalosco. Tomemos,por ejemplo, la lgica como producto singular de la especie humana. Aunque se necesitara recurrir a estudios antropo-lgicos para determinar si el razonamiento lgico es univer-sal en nuestra especie, presumo en hiptesis que lo es. La lgica es universal y, por tanto, sus construcciones son con-secuencia indirecta de la evolucin. No descarto reliquiasantropolgicas, igual que han aparecido reliquias genticasque no son universales, otros sistemas de razonamiento, otros mundos explorados sobre el total de mundos posibles en la historia logentica de la especie sobre los que an hay constancia. Pero la supuesta generalidad de que la lgica es universal justica su origen evolutivo. Por qu entonces, y sirva como ejemplo, dieren las interpretaciones que se ha-cen de las cosas haciendo uso de la inteligencia?, por qu hay diferencias esenciales entre, por ejemplo, la naturaleza de lo que podemos conocer desde la razn segn Kant y segn Wittgenstein, que en su Tractatus ofrece siete ideas fundamentales con sus derivaciones sobre la naturaleza de lo que podemos conocer? A mi modo de ver, y por decirlo de una manera evolutiva y global, todos ellos son productos propios de la norma que delimita nuestra inteligencia.

    Pero qu es eso de la norma de la inteligencia? Habra que matizar, claro est, la palabra norma. Veamos en qu consiste el trmino aplicado a la inteligencia humana actual. Admitamos para ello una idea intuitiva y vaga de inteligen-cia como capacidad para resolver problemas. La gnesis -logentica de la inteligencia ha pasado por mbitos progre-sivamente ms amplios de actuacin, saliendo de la funcin primera para la que sirviera, si es que sirvi en un principio para algo y no fuera simplemente un subproducto no adap-

  • 29

    tativo. La inteligencia, con el paso del tiempo, nos ha per-mitido llegar cada vez ms lejos; su mbito de actuacin se ha ensanchado de una manera vertiginosa. Es de suponer que se han dado circunstancias coadyuvantes, otros caracte-res relacionados con ella y, por supuesto, la evolucin cultu-ral, que han podido actuar de forma sinrgica jando con los albores de la evolucin humana genotipos ms inteligentes. Esta circunstancia, de difcil vericacin emprica, no resulta esencial para lo que me queda por decir.

    La norma de la inteligencia, cuando pensamos en trmi-nos de individuos particulares, viene a indicar que podemos ejercitarla, por ejemplo, solucionando un problema dado de forma distinta en situaciones (ambientes) distintos. Pero se puede razonar tambin sobre la generalidad de la especie, y en ese caso el ejercicio de la inteligencia generar soluciones bien distintas en situaciones muy diferentes, o incluso pue-de darse la situacin convergente de soluciones idnticas por grupos distintos ante situaciones similares. Pero esta idea de norma de inteligencia es un tanto frugal, pues en el fondo slo recoge la circunstancia tan conocida en la evolucin de que la variabilidad gentica de un carcter tan complejo como ste es tan grande que, en situaciones diferentes, pue-de conllevar soluciones de lo ms variopintas. Pero hay una segunda idea para cualicar la norma de la inteligencia, y es la de que no hemos sido hechos para pensar. Si la evolucin hubiera logrado una especie con gran intelecto, probable-mente hubiramos conseguido mucho ms de lo que se nos muestra, a lo largo de nuestra historia ms reciente, como nos productos del intelecto. Esta frase necesita una cierta reexin, pues se nos presenta la historia, pasada y actual, como una serie concatenada de aciertos que apuntan a un supuesto progreso y perfeccin de la especie, con indepen-dencia de altibajos coyunturales. Lo curioso, no obstante, es que la evolucin hizo de nosotros, en un momento dado, seres para actuar en el entorno inmediato, para reaccionar con celeridad, incluso creando automatismos cerebrales que nos permitieran adaptaciones inmediatas a situaciones muy diferentes y casi sin percibirlas; pero no para pensar. No hay

  • 30

    evolucin en accin que permita la puesta a punto de un r-gano que pueda razonar con claridad la complejidad que nos rodea, la que hemos creado y la que hemos empezado a des-cubrir con el desarrollo de nuestras habilidades intelectivas y, por ello, prever lneas futuras de actuacin con inequvoca claridad. Con otras palabras: hemos de mirarnos con cierto pesimismo, a pesar de la gran cantidad de medallas que nos venimos colgando, especialmente en la sociedad occidental.

    Que no estamos hechos para pensar lo demuestran las diferentes bibliotecas que cada uno posee, la heterogenei-dad de interpretaciones que se puede hacer sobre un nico asunto, o la gran dicultad que se advierte en las personas para conducirse por el intrincado mundo del pensamiento de cierto alcance. A esto se lo puede llamar, con ms o me-nos acierto, variaciones del pensar, algo que puede conside-rarse como una rica propiedad de la especie y un genuino producto de la norma de actuacin de la inteligencia. Pero a escala evolutiva se trata de un producto joven, poco ati-nado, con algunos automatismos cerebrales que se han ex-tendido (jado es la palabra tcnica) en la especie, como respuesta a la no tan lejana selva de la que salimos, y que no son la consecuencia de una interaccin con medios civi-lizados o, ms recientemente, urbanos. Por ello nos resulta tan sorprendente la inteligencia. Dejarse llevar por la lectura es una buena demostracin de lo que quiero decir. Sentirse identicado con el texto, notar como la emocin corre por tus venas, o disgustarse profundamente con lo que el autor sostiene. Todas esas situaciones las promueve el cerebro por-que somos capaces de gurar situaciones distintas e incluso decir que no estamos en la misma lnea, o que disentimos enrgicamente de algo; que nuestra solucin al problema es radicalmente distinta. Lo que viene de fuera siempre es procesado, al menos lo que podemos percibir que viene de fuera, porque hay procesos cerebrales que se ponen en mar-cha como respuesta a estmulos externos y que no percibi-mos. stos s son nos logros evolutivos. El pensamiento, el razonamiento, el uso de la inteligencia, en pocas palabras, la percepcin del yo pensante, representan un ltimo y juvenil

  • 31

    producto evolutivo, que no deja de ser un tenue intento de adaptacin en los albores de la especie.

    Es la inteligencia adaptativa en el mismo sentido en que lo son los automatismos cerebrales? Nuestra especie estuvo hecha inicialmente para una banda de actuaciones determinadas frente al medio ambiente, de tal suerte que si el azar o cualquier otro parmetro evolutivo ha dispuesto sobre nuestro primer cerebro una supercie de clulas neu-ronales destinadas a lo que llamamos pensamiento profundo, ello no representara nada ms que los albores de algo nue-vo, porque para pensar no estbamos preparados. De hecho, pensar nos cuesta; pensar con acierto o acordar convincen-temente entre todos los miembros de la especie parece tarea ms que imposible. La realidad, el problema, se ve siempre de forma distinta y suele solucionarse de forma distinta. Y no podra ser de otra manera. Desde esta perspectiva, el de-sarrollo intelectual de la especie se ha venido rodeando de infraestructuras para la vida, sean urbanas, de transportes, de relaciones sociales, alejadas de la selva y de los pequeos grupos de convivencia de los que procedemos, y donde fun-cionaban ecientemente ciertas adaptaciones. Lo que quiero decir con ello es que la especie no tiene respuestas automti-cas ni para su presente, ni para su futuro inmediato, pues el rgano mximo ejecutor no es una estructura, probablemente por su juventud, que est respondiendo adaptativamente. Unobservador externo deducira sin dicultad que lo que hace-mos es dar palos de ciego, que nuestras empresas sociales, econmicas, cientcas, culturales, son llevadas a cabo por un rgano poco inteligente, pues el resultado es un conjun-to demasiado heterogneo, por no decir catico, como para poder pensar que existe una racionalidad subyacente, una coherencia que da sentido al conjunto de tales manifestacio-nes. A esto tambin se lo ha llamado la gran plasticidad o, aunque parezca paradjico, capacidad adaptativa de la es-pecie. Yo creo ms bien que es la consecuencia de la trampa evolutiva: tenemos suciente inteligencia para darnos cuenta de que existimos como seres individuales, pero insuciente para conducirnos o saber adnde vamos. Probablemente sean

  • 32

    automatismos cerebrales los responsables de nuestro xito evolutivo, y el subproducto de la corteza cerebral inteligente es un ltimo logro sin referente adaptativo, aparecido como consecuencia de la transformacin hacia otros nos automa-tismos. Y cuando la tuvimos, empezamos a reconocer, o tener conciencia, de que sa era la propiedad diferencial frente al resto de las especies. Parece, por lo tanto, que la inteligencia es un carcter sin referente adaptativo, y si lo tiene, se trata de uno de reciente adquisicin y que nos est jugando tanto buenas como malas pasadas.

    La tensin esencial: aproximacin metafsica al conocimiento cientco

    La perplejidad que provoca la existencia es una constante a lo largo de la historia. El pensamiento sin asideros sobre nues-tra existencia conduce a la angustia y la soledad. Tal ejercicio no va asociado a logro positivo alguno, y los logros positivos de la razn no sirven para satisfacer las inquietudes suscita-das por el pensamiento sobre el sentido de la existencia. Alrespecto, me pregunto si la captacin esencial que muchos artistas logran en sus creaciones es la representacin vvida ms palpable del estado de desasosiego. Sus mensajes, su sabi-dura, quedan escondidos si cuando pasan a formar parte del patrimonio colectivo su obra no se interpreta correctamente, a saber: como la representacin ms o menos instantnea, segn el tipo de obra, del sentimiento de soledad existencial que trat de plasmar el autor. No dudo de que tal patrimo-nializacin es beneciosa, porque puede ayudar a muchos de aquellos desasosegados que llegan a la contemplacin, lectu-ra o audicin de la obra del artista, desasosegado tambin, a sentirse miembros de la misma comunidad invisible de los que aprecian que la felicidad no puede ser ms que algo pasajero, que es engaoso pensar que la vida no sea otra cosa, cuando lo sea, que un conjunto discontinuo de pequeas felicidades.

    La sabidura no se transmite y forma parte consustancial del trabajo del verdadero artista. Pero creo no engaarme al

  • 33

    pensar que tal sabidura, entendida como el acto por captar, que no necesariamente dar sentido, nuestra soledad existen-cial, tambin puede lograrse desde otro tipo de actividades del pensamiento. No es la actividad la que marca al indi-viduo, sino el individuo quien puede destilar sabidura, no necesariamente conocimiento positivo, a travs del ejercicio de cualquier actividad.

    Tomemos por ejemplo el pensamiento losco. Su ac-tual carcter profesionalizado, estructurado al modo de las ciencias positivas y con la nalidad de claricar racionalmen-te cualquier actividad humana, corre el serio riesgo de alejar-nos de la sabidura que se alcanza tras la bsqueda de una ex-plicacin en torno a la existencia. La ciencia, por otro lado,debera examinar con ms inters el alcance losco de Unamuno, Nietzsche o Wittgenstein que el de los lsofos posi-tivistas. stos van a instruir y ayudar a pensar a muchos ms,pero a mi juicio el alcance de su pensamiento no ha tenidola altura y trascendencia del de los anteriores. Ciertamente depuran las inconsistencias, llevan la lgica hasta el punto de demostrar como absurda buena parte de la actividad los-ca de esos a los que podramos calicar como irracionalistas. Pero, adems de servir como depuradores de la racionalidad, dnde nos conducen?, qu logro fundamental nos comu-nican?, qu futuro nos dibujan? Ms bien son profesionales de algo que en poco contribuye a que sepamos el lugar que ocupamos en el Universo.

    Consideremos ahora la ciencia. Mucha de la ciencia que nos rodea no es ciencia sabia sino que, por el contrario, es una imitacin sin pretensiones de alcance intelectual de las explicaciones fundamentales que otros han logrado. La cien-cia sabia es una ciencia sin utensilios, ciencia de ideas, de puro pensamiento, donde la satisfaccin no aparece tras el logro de un hallazgo que suponga una pieza ms en esa hipottica cadena de aportaciones positivas al conocimiento, sino cuan-do de forma preferente presientes que has dado con un cua-dro explicativo. La ciencia sabia escasea, pues de ella quedan excluidos complacidos y complacientes; es la ciencia la que puede suministrar un camino de comprensin sobre nuestro

  • 34

    sentido ltimo existencial, al igual que tal sentido tratan de encontrarlo otros desde sus cualidades peculiares y desde sus propias formaciones. Es posible que tal consideracin sobre la ciencia suponga una equivocacin fundamental, que con ella no se llegue a nada pero, al igual que cualquier otra ac-tividad pensante, puede ofrecer un producto, una impresin que ayude, que sirva a cualquier miembro de esa comunidad invisible formada por los desasosegados. Por otro lado, el acto cientco creativo es doloroso, porque necesariamente rompe concepciones previas. Si no lo hace, es un acto que apoya tales concepciones, y puede producir satisfaccin y reportar benecios inmediatos. Que sea doloroso es la ineludible con-clusin que se destila del hecho de nuestra nitud y limitacin cognoscitiva. No podemos ir ms all en ese proceso de cono-cernos en toda nuestra dimensin. Por denicin no se pue-de fabricar una teora acabada del todo, una teora cientca, porque no podemos ser tan pretenciosos como para pensar que podamos llegar a la realidad de una teora nal, por ms plausible que nos lo presenten algunos fsicos tericos. Esa tensin que se vive en la ciencia es la que lleva a algunos a estar siempre en la brecha de la insatisfaccin y, por tanto, en el borde de las dudas y del desconocimiento. Una actitud cr-tica frente a lo que existe es la actitud terica ms razonable, teniendo en cuenta nuestro estado de conocimiento. Crear produce satisfaccin, pero no la felicidad permanente a la que haca referencia anteriormente, porque la satisfaccin es nada en comparacin con la puerta del abismo de dudas e incom-prensiones que siempre queda abierta cuando trabajas bajo las premisas de la racionalidad cientca. Y todo lo que no sea esto en ciencia es o complacencia o resignacin. Los lsofos citados anteriormente son, entre otros, los que han llevado la tensin esencial que supone estar al borde de la creacin y la duda permanentes hasta el ltimo da de su existencia. Y son tantos los factores que pueden llevarnos fuera de esa prctica, incluidos algunos de tipo social que son totalmente legtimos, pero que nunca podran considerarse vlidos si lo que facilitan es obviar el enfrentamiento con el problema del sentido de la existencia. La ciencia, tomada en su totalidad,

  • 35

    como cuerpo inmensamente racional, no puede decir mucho al respecto, pero la prctica de la tensin esencial del que hace ciencia s, al igual que la tensin permanente de esos otros creadores que no se someten a tanta racionalidad, por-que sus respectivas disciplinas no la requieren.

    Pensando sobre el trmino tensin esencial traigo a co-lacin un libro de Kuhn que, con ese ttulo, rene una serie de ensayos. Curiosamente tiene un captulo que lleva por ttulo Tensin esencial: tradicin e innovacin en la investigacin cientca. Su aproximacin, a pesar de tener relacin con la aqu sostenida, goza, si se quiere, de una pretensin ms uni-versal. En efecto, su descripcin de la dinmica de la ciencia, como una actividad de un grupo ms o menos homogneo, es una tensin entre lo que llama convergencias y divergencias, de tal manera que la primera sera la armacin de las teoras existentes, y la segunda la bsqueda de teoras alternativas, todo como respuesta a una situacin donde la ambivalencia de interpretacin ya es posible. Pero mi reexin se inclina claramente por la actividad divergente en el marco de la ac-cin individual. En efecto, los actos creadores son ms diver-gentes que convergentes, aunque la felicidad est ms a nues-tro alcance cuando se ejercita la convergencia. El ambiente de duda existencial al que vengo haciendo referencia, en efecto, est ms prximo a la divergencia. Su efecto sobre el avance positivo de la ciencia es incierto, pero el abismo que nos se-para del conocimiento absoluto es tan grande que la pulsin por avanzar en el borde de la duda permanente justica, al menos en algunos, la decisin de no estar en el campo de la convergencia. Puede dar la impresin de que, debido a la complejidad de los problemas en la ciencia, tanto conceptual como metodolgica, la resolucin de los mismos en el marco de una actitud convergente sea tan creativa como el intento por plantear y contrastar teoras radicalmente nuevas. No es el caso, a mi juicio, pues en el fondo hablamos de dos activi-dades creativas con profundas diferencias cualitativas. Todoaquel que haya tenido la oportunidad de experimentar ambas aproximaciones habr podido apreciar la complacencia con la que se trabaja desde la perspectiva de lo que se sabe y se

  • 36

    trata de ampliar, frente a aquella otra en la que se tiene por delante un muro de silencio.

    Podra admitirse una lnea ascendente de creatividad con-forme nos aproximamos al grado mximo de actitud diver-gente, por no hablar de una transicin radical entre una for-ma y otra. En la sociologa de la actividad cientca creadora podra ser ms plausible pensar en aquellas personas que se sitan en diferentes puntos de esta lnea de creatividad cre-ciente. Por lo tanto, dependiendo del punto en el que cada uno se encuentra, su compromiso por comprender el sentido de su existencia es diferente. No albergo la ms mnima duda de que los grandes sabios de la ciencia han estado en el punto ms lgido de la creacin cientca y, adems, al borde de las mayores dudas existenciales. No alcanzo, mirando al creador individual, separar una cosa de la otra.

    Evitar la pregunta por el sentido de la vida humana

    La vida humana es de difcil comprensin. Se puede intentar buscarle sentido y llegar al extremo de sostener, al no haberlo encontrado, que es absurda. Pero tambin es posible llegar al extremo contrario y sostener que lo tiene, ya que, por ejem-plo, la solidaridad, la familia, la caridad o el amor, solos o en combinacin, pueden haber sido felices encuentros en tal bsqueda, encuentros a los que algunos les otorgan patente de dar sentido a la vida. Pero existe otra va, a la que deno-mino de suspensin de la pregunta o de huida, y que se oye con cierta frecuencia. As, dentro del mbito de la profesin cientca, cuando sta supone un ejercicio intelectual creativo permanente, incluso extenuante, la suspensin de la bsque-da y el carecer de tiempo para pensar al respecto, puede ser la feliz solucin que exima del enfrentamiento a tal cuestin. Tal suspensin se puede conseguir tambin desde una prctica sistemtica de las relaciones sociales, por medio de una espe-cie de frentica actividad social que excluya los momentos de estar consigo mismo y que evite al mximo posible el en-frentamiento con tamaa cuestin. La huida, dirigir la mente

  • 37

    hacia otros asuntos cuando la pregunta se nos viene encima, puede convertirse en una suerte de negacin permanente de la misma que puede proporcionar felicidad. Pero debemos estar alerta frente a su venida, saber que la cuestin est ah, y que el dolor que puede provocar su respuesta lo vamos a obviar orientndonos hacia otros asuntos, distrayndonos de su cuestionamiento. No deseamos ni de lejos hacer tal excur-sin. Pero indefectiblemente estamos abocados, por la natura-leza de nuestra inteligencia, a pensar en el sentido de la vida.

    No he mencionado la religin. La religiosidad y la prc-tica religiosa pueden constituir otra, si no la mejor solucin racional (razonable) al sentido de la vida humana. Porque entrar en el cuestionamiento por el sentido de la vida desde la ptica de la razn de la ciencia puede conducirnos, con relativa facilidad, a la ineludible conclusin de que somos producto de la historia de la materia. Frente a tan pattica conclusin resulta cuando menos complaciente echar mano de un ser creador. No cabe duda de que es un recurso que nos otorga tranquilidad y paz interior. La imagen que la religin, al menos la cristiana, nos proporciona es la de que somos en-tidades divinas, por lo menos creadas por la divinidad, y que estamos aqu para superar una prueba. Es decir, tiene sentido nuestra vida, lo que vivimos, pues hemos sido puestos aqu para hacer algo.

    Por todo lo dicho, parece que la pluralidad de pensamien-tos en torno al sentido de la vida es tan enorme, que puede ser difcil una clasicacin, y ms an una clasicacin que siga criterios lgicos, o de exclusin, para los agrupamientos oportunos. En cualquier caso me atrevo a distinguir cuatro grandes grupos, a saber (y asumo el principio evolutivo de que todos nos sabemos existentes, sin distincin de raza, cre-do, condicin social o formacin cultural):

    a) Los religiosos, para los que la existencia tiene sentido en tanto que esta vida supone la superacin de una prueba, cuyo xito o fracaso nos abre la puerta de otras existencias.

    b) Los huidores, para los que la prctica permanente de la huida frente al dilema es un recurso estable con el que es-capar de la angustia que produce el absurdo de la existencia.

  • 38

    c) Los reexivos, quienes se enfrentan al problema, peroasumen que somos el producto de la materia y de la con-tingencia histrica. Cuanto mayor es la contingencia, ms nicos nos hace. El reexivo est abocado directamente a la amargura.

    d) La cuarta clase, para la que no tengo nombre, pues la forman aquellos que sin ser religiosos, huidores o reexivos, encuentran sentido a sus vidas.

    La felicidad est a la vuelta de la esquina de los religio-sos y huidores, no es posible para los reexivos y debe ser consustancial a la cuarta clase. Manuales de felicidad los hay ahora por doquier, aunque ms bien parecen hechos para la satisfaccin de la clase de los huidores, la variedad huma-na occidental ms frecuente en la actualidad. Existen formas orientalistas de autorrealizacin, conciencia del yo profundo, tcnicas de ausencia de pensamiento profundo (meditacin trascendental), que creo que podran integrarse en cualquiera de las cuatro categoras mencionadas.

    Melancola: sobre los experimentadores intimistas

    Hay quien no puede dejar de experimentar o explorar cuan-tas nuevas situaciones se le presentan, especialmente cuando se trata de viajes. Ello me da pie a pensar en dos grandes tipos de experimentadores. El primero, al que bien podra denominarse como experimentador occidental externo, se caracteriza por el inters en la participacin e inmersin en la mayor cantidad posible de nuevas situaciones y experiencias, seguidor del eslogan de vivir la vida. No slo es que tal ex-perimentador se sumerge en ellas cuando se presentan, sino que las busca; su optimismo le empuja a crear nuevas situa-ciones. El segundo experimentador se encuentra en el otro extremo y, presumo, no es tan frecuente en la sociedad oc-cidental. Se trata de una tipologa que experimenta ms con la introspeccin y en la intimidad. Pero advirtase, en ambos casos, que estoy hablando de una tipologa de experimenta-dores, de individuos dispuestos a sondear, a buscar, a crear

  • 39

    nuevas situaciones, y que por tanto ambas tipologas, aunque de forma distinta, son intrnsecamente creativas y dinmicas. No es el momento de introducir una categorizacin superior para distinguir entre experimentadores e inmovilistas.

    El poder identicarse ms con una que con otra se debe, probablemente, a la conclusin a la que cada uno de no-sotros llega cuando hacemos balance de nuestras vivencias y experiencias, de nuestra historia, cuando nos contempla-mos en forma retrospectiva. Pero existe algo parecido a una especie de retroalimentacin positiva, en el sentido de que ambas tipologas se nutren positivamente en sus respectivas direcciones. El experimentador externo demanda cada vez ms externalidad, nuevas aventuras vitales, y perla y destila una personalidad crecientemente optimista. El experimen-tador intimista sondea mundos sin apenas moverse, adqui-riendo progresivamente tintes taciturnos y melanclicos. No acabo de entender, en resumen, qu faculta para que unos sean, se hagan o partan del optimismo vital y los otros, en cambio, sean, se hagan o partan de un pesimismo a ultran-za. Intuyo, eso s, que la explicacin no es nada trivial. Son muchos los tratados y estudios que se han escrito sobre las ventajes intrnsecas que depara el optimismo, pasaporte y recurso nmero uno para la felicidad. Probablemente tenga su efecto en inmovilistas o experimentadores externos, pero tales obras llegan siempre tarde a los intimistas, quienes pa-recen estar blindados a sus efectos. La introspeccin o el in-timismo propios de melanclicos y taciturnos como Pessoa o Wittgenstein no puede ser ms que el producto de cierta visin pesimista de la existencia. Aunque s son muchos los estudios crticos sobre melanclicos y saturnianos, no es se el caso de obras que aboguen por tal tipologa ni, por tan-to, traten de si los experimentadores optimistas estarn o no blindados a sus disuasorios efectos.

    Ambos experimentadores crecen en sus respectivas di-nmicas y las practican, cuando son puras sus intenciones (quiero decir, cuando el experimentador externo slo prac-tica su visin y el intimista la suya, buscando y pensando desde sus respectivas posiciones) en el ms profundo de los

  • 40

    signicados del trmino practicar, a saber: llevar a cabo, de forma sistemtica, el movimiento del pensar creativo.

    La personalidad reconcentrada de un experimentador intimista puede ser el vivo exponente de educacin tanto completa como deciente, pero en cualquier caso comple-ja. Intuyo, no sin aportar cierta dosis de experiencia per-sonal, que tal educacin tiene de nuevo una componente ntima e introspectiva, como reinterpretando continuamen-te el contexto de la educacin establecida y, por tanto, desa-rrollndose, muchas veces, sin referentes ni ayudas, a golpe de iniciativas propias, menos por independencia que por pura necesidad de ir hacia adelante. Tan es as que aun sin moverse del sitio, el experimentador intimista nunca ha vis-to un remanso de paz intelectual (a lo Goethe, al menos en apariencia), siempre desarrollando un proyecto de vida sobre la base de que cuando algo est iniciado hay que de-jarlo porque es incompleto y hay que tratar de buscar por nuevos derroteros.

    Las personas que rodean a melanclicos y taciturnos constituyen una buena fuente de constatacin de la persona-lidad que aqu trato de mostrar. Ellos dirn que la satisfaccin del experimentador intimista es una ccin, pues procede de la superacin permanente de nuevos retos que, en el fondo, no es otra cosa que insatisfaccin sistemtica.

    La indiferencia con que los dems interpretan la falta de trato social de los experimentadores intimistas se puede justicar en clave de angustia por poder terminar la obra, y el pozo de melancola en el que estn sumergidos como consecuencia de no vislumbrar n alguno a tamaa empresa. Dice Proust al respecto en A la bsqueda del tiempo perdido:

    Cierto es que tena la intencin de volver a vivir en la soledad desde el da siguiente, aunque esta vez con un n. Ni en mi casa permitira que fueran a verme en los momentos de trabajo, pues el deber de hacer mi obra se impona al de ser corts y hasta al de ser bueno. Desde luego insistiran, des-pus de pasar tanto tiempo sin verme, ahora que acababan de encontrarme de nuevo y me crean curado, ahora que la labor de su jornada o de sus vidas haba terminado o se haba

  • 41

    interrumpido, y sintiendo la misma necesidad de m que en otro tiempo yo senta de Saint-Loup.

    Pero tendra el valor de contestar a los que vinieran averme o me llamaran que tena una cita urgente, capital, con-migo mismo para ciertas cosas esenciales de las que tena que enterarme inmediatamente. Y, sin embargo, como hay poca relacin entre nuestro yo verdadero y el otro, por el homonimato y el cuerpo comn en ambos, la abnegacin que nos hace sacricar los deberes ms fciles, incluso los placeres, a los dems les parece egosmo.

    Podemos preguntarnos si la frustracin sera un buen diagnstico para este tipo de experimentadores. Mi impre-sin es que no. Se tratara, mejor dicho, de un estado del espritu que se ira ganando a pulso y al que se llega como consecuencia de una actividad de bsqueda permanente y sin cuartel. Ahora bien, no es necesariamente frustrante, porque el camino puede estar adobado con logros y productos pun-tuales, aunque, eso s, no denitivos. La bsqueda es, vuelvo a remarcarlo, introspectiva.

    Entiendo el carcter aforstico de lo que Cioran escribi. Para qu iba a extender su pensamiento negativo y profun-damente desconsolado y amargo al resto de sus congneres? Slo deseaba liberar su tensin con la concrecin de una fra-se identicadora. Una por da, una por semana, una por ao o una por vida, quin sabe? Muchos son los taciturnos. Ala mente me viene Unamuno. O es que son muchos porque me he dedicado a buscarlos particularmente? Reconozco, en cualquier caso, que su lectura y estudio puede reconfortar tanto como ayudar a entender. Por otro lado s que abunda la literatura sobre el anlisis de la melancola, como comen-taba anteriormente.

    Al estado del espritu melanclico se puede acceder tras la pura reexin ntima sobre el sentido de la existencia a la luz de las explicaciones que la ciencia nos brinda sobre nuestro origen y posicin en el Universo. Las directrices impuestas por la educacin o la inmersin en un entorno social, profesio-nal y familiar apropiados no son nada ms que blsamos para suavizar esa cruda realidad de seres contingentes. Ms de uno

  • 42

    ha formulado la nocin de que el hombre es un ser social por naturaleza. He de suponer que si se asocializa en cierto grado, pierde sus seas de humanidad. Lo cierto es que no puedo deshacerme de la sensacin de que el tiempo o el espacio, segn se quiera, de naturaleza social, slo ayuda a distanciar-te del desasosiego que provoca la existencia. Estar con otros es la solucin que nuestra especie ha encontrado para obviar en la medida de lo posible la prctica individual de la in-teligencia. Los actos loscos de Wittgenstein no son otra cosa que ponerse en exclusin de toda prctica. La praxis es el invento para evitar la desesperacin. La contemplacin aristo-tlica en el tiempo libre e ntimo, por lo que hace a esa nueva metafsica que se sugiere desde el pensar de la ciencia, es el ca-mino que conduce a nuestra amargura existencial. La solucin aparente, a mi juicio, procede de inventos de prctica social variada, que distraen nuestro tiempo, que hacen que nuestro tiempo libre para el pensamiento se ocupe con otras cosas. As: no hay tiempo para pensar, sino para sobrevivir en el trabajo, no vale la pena ir por las recnditas reas del pen-samiento solitario, somos necesariamente seres sociales, la ciencia nos solucionar el presente y el futuro, trabaja en el da a da, la felicidad radica en la satisfaccin de lo que haces hoy, y tantas y tantas otras referencias que funcionan a modo de guas espirituales para proporcionar una forma escapatoria y eciente al pensamiento actual para la mayora de occiden-tales. Sobre ese lento transcurrir del entorno o amparamiento social surge, en buena medida, la felicidad de la mayora de los miembros de la especie. La vida regulada, incluso incluyen-do el viaje controlado, contribuye en forma notoria a eludir nuestras mas ntimas responsabilidades intelectuales. Eso s, uno puede morir de estrs o de depresin, pero no llegar a dilucidar dnde radica su contradiccin o sinsentido existen-cial. Eso pertenece al mbito de la prctica melanclica, y esa prctica est ciertamente impedida por los pronunciamientos a favor de la participacin social en el mayor nmero de sus posibles manifestaciones por parte de los educadores, tambin de los intelectuales de la felicidad presente y futura, o de las clases polticas o mediticas dirigentes.

  • 43

    Podra dar la impresin de que estoy haciendo referencia a una especie de huida hacia el anacoretismo. La dimensin de la reexin personal no tiene lmites jados y cabe estar en un extremo de la lnea o en el otro. Me he referido a persona-jes tan dispares hacia lo pblico como Wittgenstein, Cioran, Goethe, Unamuno o Proust. Leyendo la correspondencia de Eckermann sobre Goethe no hay lugar a dudas en lo que res-pecta al ambiente de participacin social y compromiso con su poca del escritor alemn. Pero Fausto no es un producto accidental de la literatura. Lo produjo una persona con una clara conviccin en torno a las limitaciones cognoscitivas del hombre enfrentado, por otra parte, con el innito deseo de saber. En este mundo globalizado por las comunicaciones, no est de ms el recurso al aislamiento informativo, una forma de lucha pasiva contra la trivializacin de la noticia. Podra parecer incluso ridculo el volver a situaciones ana-corticas, pero sin los extremos de la prctica continuada; es un buen ejercicio de independencia, de saberse solo en este mundo, con plena conciencia de la soledad existencial. De esa prctica, aunque limitada, slo veo cualidades positivas. Nos puede alejar para permitirnos ver el conjunto, ayudar a negarnos contra maldades encubiertas as como a no com-prometernos con banalidades. Y por otra parte, nos permite entrar de lleno en algunos claros y asumidos asideros para la supervivencia. Porque existe un largo camino entre ser feliz e ignorante o buscar activamente la felicidad cuando se sabe que hay un terreno insondable, pero del que se necesitara tener una plena comprensin. Se trata de la felicidad pasa-jera, pretendida continuamente pero desde la perspectiva de que no hay asidero alguno, de que no puedes agarrarte de forma permanente a nada. No hay reexin intelectual que pueda resolver el signicado de la existencia. Para ms de uno el llegar a tal conclusin ha supuesto acabar con su vida; para otros el aislamiento denitivo; para unos terceros una manifestacin permanente de tal condicin, tras la bsqueda activa de la satisfaccin y la felicidad en la concatenacin de eventos cotidianos. Pero todas estas soluciones, que cubren el abanico que va desde el suicidio, pasando por el anacore-

  • 44

    tismo hasta la prctica social activa, distan mucho de la falta de conciencia sobre el sentido de la existencia que se observa por doquier desde la prctica de formas alienadas de frentica actividad social.

    Filognesis de la conciencia

    Qu nos dice la evolucin sobre la posible aparicin de las categoras superiores del pensamiento? En ese caso debera hablar de la naturaleza de los factores que han contribuido al proceso que lleva a la individualizacin o reconocimiento de nuestro ser nico. Todos, dentro de cierto rango de norma-lidad psicosomtica, somos conscientes de nuestra unicidad. Pero adems disponemos de ntidas evidencias empricas para sostener que somos diferentes, aunque slo sea considerando las diferencias de naturaleza gentica, por no entrar en el des-pliegue ontognico del ser en desarrollo.

    Por lo tanto, ese linaje particular de la evolucin biolgi-ca al que denominamos el linaje humano adquiere, en algn momento difuso de su evolucin, la particular propiedad de la autoconciencia y la unicidad. El genoma y el despliegue en el desarrollo de los seres en formacin ponen de maniesto que aun llegando cada uno a tener conciencia de su unicidad, existe suciente mbito de variacin, el que coneren la ge-ntica y el desarrollo, como para justicar que cada uno ser nico, nico tambin en cuanto a las capacidades vinculadas o asociadas a los estratos superiores del pensamiento. La pre-gunta que formulo es la siguiente: cunto margen otorgamos a la capacidad de pensar de forma diferente? Me viene a la cabeza el principio de homologa, fundamental en biologa evolutiva, que reconoce que todos los organismos comparten caracteres porque descienden de ancestros comunes. Aunquesea un tanto reduccionista la consideracin, se puede man-tener que esa peculiar caracterstica de la especie a la que denominamos pensamiento, bien pudiera ser algo tempra-namente adquirido en los albores de la especie. De hecho a nuestra especie la calicamos como tal, no solamente por la

  • 45

    propiedad que tiene de ser autoconsciente, sino tambin por la de ejercer el pensamiento. Si es ste un carcter homlogo, que se despliega y transforma en los seres humanos derivados de los primeros que adquirieron tal capacidad, cabe pregun-tarse hasta qu punto el ejercicio del pensamiento es distinto entre todos nosotros. Dicho de otra forma: por qu no pen-samos todos nosotros, con respecto a cualquier cosa, de la misma manera siempre? Si tal fuera el caso, ciertamente de-beramos considerar que la determinacin gentica de ese ca-rcter tan importante sera absoluta y, por lo tanto, el planeta estara poblado por humanos uniformes. Todo lo contrario a lo que ocurre. El despliegue del ser humano tiene esa parti-cularidad. Aun partiendo de dos clones genticamente idnti-cos, no por ello vamos a concluir en dos seres idnticos. No existe tal cosa, porque, como digo, el despliegue ontognico, un juego fascinante de interacciones internas y externas (con el ambiente) en el espacio y en el tiempo, permite la apertura y conclusin de seres pensantes nicos. No por ello debo ex-cluir que la capacidad para pensar de forma diferente lo sea tanto que no pudiramos llegar a ponernos de acuerdo. En ese sentido, y cuando nos comparsemos con miembros de otras especies con balbuceantes capacidades de pensamien-to, deberamos sostener que nuestra forma de pensar, aunque nos parezca que puede llegar a ser muy diferente dentro de nuestra especie, realmente es aproximadamente similar si la comparsemos con esas otras especies. Por lo tanto, el pensar diferente debe comportar un cierto equilibrio dentro de la especie; el necesario para innovar, pero tambin para poder entendernos y convivir.

    Volvamos de nuevo a la evolucin de nuestro linaje. Noes trivial decir que, aunque no dirigido, ms bien arbores-cente, el linaje humano se ha caracterizado por una conti-nua cerebralizacin hasta dar con seres conscientes de su yo. Antes de ello, al igual que ocurre en otras especies, los individuos pertenecientes a una especie se reconocen como tales. Entre ellos pueden ser indiferentes o competi-dores, as como parsitos o depredadores de otras especies. Tienen conciencia de su pertenencia a un grupo y proba-

  • 46

    blemente antes tuvieron conciencia de su propia existencia. Sera muy interesante poder evaluar de forma comparada si estos tres estados de conciencia (la del yo, la de formar parte de una especie y la de la existencia) siguieron una di-nmica de aparicin en orden inverso a como los indico. Es obvio, para evitar confusiones, que para ello deberamos utilizar un concepto del trmino conciencia tal que permi-tiera incluir en el citado estudio especies prximas a nuestra lognesis. Lo cierto es que los estados de reconocimiento de nuestro estatus como seres vivos, pertenecientes a una especie y nicos, comportan algn tipo de ventaja, al per-mitir obviar con ms facilidad la agresin ltima que supo-ne acabar con la vida. La supervivencia de los organismos requiere un cierto tipo de conciencia para poder escapar a las agresiones mortales, lo mismo que la que se requiere para no agredir mortalmente a un ser de tu misma especie, o la que se supone para decidir acabar uno con su propia vida. El espectculo que nos ofrece la biologa en general y la zoologa en particular sobre los estados de conciencia al respecto del estatus como seres vivos, seres que pertenece-mos a una comunidad que llamamos nuestra especie y tambin seres nicos, es tan plural y majestuoso que no re-sulta extrao saber la fascinacin que la historia natural ha ejercido en muchos pensadores y lsofos, desde Aristteleshasta nuestros das. En cualquier caso es muy probable que debamos distinguir cuando pensemos sobre la evolucin de la conciencia, y para no ser demasiado laxos en el uso del trmino, entre una conciencia automtica y otra menos au-tomatizada o inteligente.

    El proceso evolutivo que ha conducido a ese linaje hu-mano podramos calicarlo como natural y de indiscer-nible transicin de una conciencia automtica a otra inteli-gente. Lo indiscernible forma parte de la categora de lo objetivable. Con la ayuda de la neurobiologa comparada se podr dilucidar en qu momento pasamos de una situacina otra o, mejor dicho, en qu momento sobre la primera se mont la segunda, porque lo cierto es que disponemos de ambas.

  • 47

    No necesariamente todo nuevo carcter o propiedad debiera conferir ventaja de forma inmediata, ser adaptati-vo al incrementar nuestras probabilidades de supervivencia. Consideremos, por ejemplo, la inteligencia. Bien pudiera ser, primero, que se tratase de un subproducto, un segregado que se articula en el entramado de la interaccin de otros caracteres adaptativos ya existentes y, segundo, que cualquier producto novedoso y colateral no comportase mayor ventaja frente a aquellos otros que carecan de ella, al menos mien-tras la nueva propiedad no supusiera una gran diferencia en cuanto a capacidad de dirimir situaciones comprometedoras de la supervivencia individual. No obstante, como el mis-mo Darwin matizara hasta la saciedad, no podemos dejar de considerar que caractersticas nuevas, por nmas que pudie-ran ser sus ventajas, no fueran a imponerse de forma lenta y progresiva. Simplemente imaginando un incremento ligero del volumen del cerebro y asumiendo una cierta correlacin positiva entre tal volumen y la inteligencia (a la que, ahora s, le adjudicamos un valor diferencial de supervivencia), nos sorprendera ver el poco tiempo requerido para alcanzar los volmenes craneales de nuestra especie y, por tanto, los nive-les de inteligencia correspondientes.

    Consideremos otro ejemplo, uno que en su momento fueobjeto de consideracin por parte de Konrad Lorenz para aproximarse a las categoras del conocimiento a priori que formulara Kant. Se trata de nuestra capacidad para emplazar los objetos en el espacio. De facto, somos seres de tres dimen-siones. Pero por qu no de dos, o de cinco y media, o de cualquier otro nmero? Al igual que hay seres que no distin-guen colores, otros que perciben muchos ms que nosotros, otros que no oyen, otros que oyen ms que nosotros, podran existir organismos con la capacidad de percibir objetos en espacios con un nmero de dimensiones diferente al nuestro. Nosotros, como digo, percibimos en tres dimensiones. Ello no ha impedido que podamos llegar a pensar en espacios de un nmero mayor. Los matemticos pueden razonar, dudo mucho que imaginar, espacios de un nmero cualquiera de dimensiones. Pero es que sabemos, adems, que el Universo,

  • 48

    segn la teora de la relatividad, requiere cuatro dimensio-nes para la comprensin adecuada de la fenomenologa que explica. Ms an, para dar cuenta de una fenomenologa particularmente complicada, la que trata de explicar al mis-mo tiempo las dinmicas a escala cosmolgica y de las part-culas elementales, especialmente en aquel preciso momento en el que el Universo era innitamente pequeo y denso, el nmero de dimensiones segn la teora de cuerdas debe ser bastante mayor.

    Pues bien, supongamos que aparece un individuo mutan-te limitado a ver el mundo en dos dimensiones. Da lo mismola fase o estadio de nivel de conciencia que le adjudique-mos al citado organismo, o incluso que fuera un ser humano. Un organismo tal tendra, muy probablemente, mermada su capacidad de evitar un depredador o cazar una presa en rela-cin a aquel otro que percibiera la situacin en tres dimensio-nes. La capacidad para ubicar espacialmente los organismos, ya sean stos presas o depredadores, es tan fundamental que a duras penas podemos pensar que una nueva caracterstica como sta pudiese evolucionar. Probablemente forma parte del acervo de factores bien seleccionados en los albores de la vida. Por lo tanto, nuestra especie se encontr con esa capaci-dad o, mejor dicho, la lleva incorporada desde el inicio de la evolucin del linaje, mucho antes incluso del punto particular donde decimos que ya contamos con seres humanos.

    El linaje humano sigue evolucionando. Adems de las mltiples conciencias a las que he hecho referencia, hay que aadir la inteligencia creciente y, en todo caso, en algn otro momento, la capacidad de imaginar mundos, preverlos o abs-traerlos. Cmo si no vamos a entender la aparicin del mun-do abstracto que representa la losofa o las matemticas? Alespacio de tres dimensiones se lo denomina eucldeo, pero la evolucin biolgica ha seleccionado de forma automtica a los organismos para percibir en un mundo con ese nmero de dimensiones y no otro. El mundo lo estructuramos segn esa categora apriorstica, citando a Kant. La verdad de esa categora del pensar es independiente de experiencia algu-na; en realidad la necesitamos para poder tener experiencia.

  • 49

    Pero existen poderosos argumentos para sostener que tal ca-tegora procede de adaptaciones muy arraigadas en la evo-lucin. No hay opcin desde estas consideraciones a pensar que los miembros de nuestra especie no puedan entenderse entre ellos porque los mundos evocados en sus pensamientos son inalcanzables por el resto. Somos portadores de muchas caractersticas comunes, compartidas, que nos vienen de mu-cho antes de llegar a ser humanos y que nos predisponen a entendernos. Se dan muy buenas razones, sobre la base de las homologas evolutivas, para dar respuesta, sirvindo-nos de ejemplos como ste y similares, al famoso problema planteado en la losofa del lenguaje conocido como solipsis-mo, consistente en la dicultad de poder acceder al lenguaje o pensamiento privado de cada uno y, por lo tanto, en la im-posibilidad de poder averiguar si dos personas estn hablan-do de lo mismo cuando utilizan la misma palabra.

    Una visin melanclica de la ciencia

    Son melanclicos los prisioneros del mundo de los fenme-nos. La lectura de la magnca obra de Fldnyi sobre la melancola me ha ayudado a resolver ciertas dudas e incer-tidumbres pero tambin (lo que es probablemente ms im-portante) a identicar algo perdido en la ciencia de nuestro tiempo: el carcter melanclico del hombre de ciencia. To-dava no s si armar que se llega a la ciencia por melancola o que la asuncin de la ciencia en toda su dimensin genera melancola en quien la practica. La melancola es un estado del nimo, y en general se viene admitiendo que no se llega a tal estado en respuesta a una situacin particular. El indi-viduo deviene melanclico cuando su natural incapacidad para entender o darle sentido a su existencia se convierte en algo omnipresente. La primera frase sintetiza parte del texto de Fldnyi y, ciertamente, me resulta muy apropiada para lo que voy a exponer a continuacin.

    En primera instancia, puede parecer contradictorio ar-mar el carcter radicalmente melanclico del hombre de

  • 50

    ciencia si nos atenemos, al menos, a lo que la ciencia, como edicio, parece haber suministrado al bienestar humano. El edicio est profundamente vinculado a un mtodo, a lo-gros particulares del mismo, a su prctica, y es una entidad despersonalizada. La tesis que sostengo, no obstante, est relacionada con el mbito del individuo que hace ciencia y con la medida en que el conocimiento que ella le suministra le proporciona claves para comprender el sentido o dar sig-nicado a la realidad y, en particular, a su propia existencia. Lo cierto es que el perl del hombre de ciencia, como el del artista, ha ido cambiando desde sus orgenes, aunque tam-bin cabe precisar que se ha desvirtuado de forma signica-tiva, por razones que pueden hacerse bien explcitas y que podramos englobar bajo el epgrafe de positivizacin de la ciencia. La ciencia es tanto un mtodo como una forma de pensar que permite el conocimiento de la realidad. La conclu-sin ltima que se deriva de su aplicacin sistemtica es que la realidad ser eternamente inasible. La paradoja de cono-cimiento de la realidad que deviene cuando se hace ciencia es que no hay realidad aprehendida en su totalidad. Pero el mtodo se concreta siempre a travs de una prctica indi-vidual. Cmo se responde desde el individuo practicante a la conviccin a la que tarde o temprano se llega sobre el carcter inaprensible de la realidad? Aunque oculta, o preten-didamente ocultada, percibimos una irrenunciable hilazn entre ciencia y reexin existencial y, por lo tanto, entre el cientco y la bsqueda del sentido de la existencia. Y a tal prctica no contribuye exclusivamente el hombre de ciencia, pues la reexin existencial se deja en manos de otros pensa-dores, los humanistas, y corresponde a un dominio donde la ciencia no participa o no debe participar. El devenir reciente de la ciencia es tan espectacular en logros positivos que ellos mismos estn propiciando una imagen del hombre de ciencia harto limitada. Desde dentro de la propia comunidad cien-tca se crea el mito de la independencia que existe entre los logros del conocimiento cientco y las grandes preguntas en torno al ser y a la existencia. Sorprende an ms tal desvin-culacin de la reexin existencial cuando es algo habitual en

  • 51

    cualquier otra actividad relacionada con el pensamiento, la imaginacin o la aproximacin a la realidad fenomnica o metafsica, el poder llegar a conclusiones sobre el sentido y el signicado de la existencia, y en formular propuestas de vida cotidiana que palien en la medida de lo posible los efectos psicolgicos de las mismas.

    Los primeros balbuceos de la ciencia pretendan, con la garanta que proporcionan la objetividad y la racionalidad del mtodo que se empezaba a poner en funcionamiento, conocer la realidad. Y siempre se ha mantenido tal tesis, con diferente grado o nfasis, segn el momento. La profesionalizacin cre-ciente de la prctica cientca, vista como un procedimiento solvente encaminado a la resolucin sistemtica de problemas, ha podido deslucir ese objetivo original de aproximacin a la verdad. Pero tanto la concepcin original como esta otra ms positiva han enfatizado en exceso el carcter metodolgico de la misma, y se ha olvidado de forma progresiva que tal forma de conocimiento no puede reducirse a un mtodo. El hombretiende a situarse con relativa facilidad en espacios fronteri-zos entre el conocimiento y el desconocimiento, y la ciencia, como veremos ms adelante, lo sita en ellos probablemente con mucha ms facilidad que cualquier otra actividad. El em-plazamiento en tales regiones all donde nos lleva el mtodo nos presenta dilemas, porque lo que caracteriza a tales regio-nes es un mbito de incertidumbre. Lo que tenemos enfrente nos es desconocido. Nada ms prximo que la ciencia, con su mtodo, para plantearnos la incertidumbre de lo que no conocemos, de lo que no podemos explicar. La ciencia es fe-nomnica por denicin; su mbito se circunscribe al mundo de los fenmenos. Y es ineludible la incertidumbre provocada por el desconocimiento, por la incapacidad de explicacin integral del todo. Puesta en toda su dimensin explicativa, la ciencia es una forma limitada, aunque sin lmite reconocible, de conocimiento de la realidad. Por lo tanto, su mtodo no puede brindar respuestas denitivas, o por lo menos deniti-vas para los individuos.

    El empirismo subyacente a la ciencia, la reciente tradi-cin antimetafsica de la misma junto con los logros espec-

  • 52

    taculares de la ciencia moderna, ha conducido al hombre de ciencia a la ms absoluta despersonalizacin. La inteligencia al servicio de los logros. No se reconoce el hombre de ciencia en su obra tanto como lo hacen otros. Se asume, de forma ar-ticial, que la ciencia es acumulativa, que lo que hace es con-tribuir a la construccin del conocimiento. Pero sta no deja de ser, como digo, una armacin vaca de contenido. No se siente lo que se quiere decir o, mejor, uno no queda satisfecho con lo que se dice. La descripcin ms certera de la prctica generalizada de la ciencia es la de alienacin en el ejercicio de una forma de conocimiento. Podra hacerse explcita la tesis de que, aceptando la limitacin del mtodo en el mbito de la persona, podemos sentirnos satisfechos con la acumulacin de conocimiento positivo. Sera algo as como la tesis de la re-signacin. Muchos han sido los factores que han contribuido, como digo, a la consolidacin de este panorama.

    Proyecto losco sobre ontologa evolucionista

    Desconozco la originalidad de la tesis que voy a sostener. Detener alguna, radicara en la utilizacin del conocimiento cientco, en particular la biologa evolutiva, para desarrollarformas nuevas del pensar sobre los problemas loscos de siempre. Podra ser novedoso el sostener que: a) existe un nexo comn en el pensamiento ontolgico de aquellos l-sofos que reexionan sobre la naturaleza humana; y b) que tal nexo puede encontrar una explicacin en la evolucin biolgica cuando la teora se aplica a nuestra especie. El pasado quiere contener los elementos fundamentales de lalarga transicin hasta nuestra especie. Pero para su explica-cin necesitamos realizar una excursin que discurre por senderos de pensamiento que han cambiado; concretamen-te los que van desde el pensamiento tipolgico hasta su su-peracin con la introduccin del pensamiento poblacional.La evolucin de la vida se enmarca dentro de un mar de continuidad junto a discontinuidades obvias a las que, por ejemplo, denominamos organismos, especies, etc. Es clave

  • 53

    comprender, explicar, cmo la discontinuidad emerge, se mantiene estable y se transforma. La tipologa de las espe-cies no puede dar cuenta de la evolucin, y slo una pers-pectiva poblacional permite, al menos en primera instancia, encarar tan endiablada dinmica.

    Entremos ahora en la cuestin de nuestra especie. Por pura lgica evolutiva, somos una discontinuidad ms en el rbol de la vida. Los caracteres que contribuyen a perlar nuestra esencia pueden ser diferentes de otras especies; pero no es tan sencillo como esto porque al n y al cabo el hecho de que digamos tener caractersticas propias no nos hace diferentes. Las tenemos, ciertamente, pero no somos distin-tamente humanos por ello, porque tambin somos o com-partimos una gran cantidad adicional de caracteres con otras especies. Por ejemplo, nos desarrollamos, nos reproducimos, tenemos sexualidad, sentimos dolor y placer, morimos. Por qu las cualidades humanas diferenciales son ms relevantes a la condicin de nuestro ser que otras que compartimos con otros seres? Nunca hemos prestado especial importancia a nuestra animalidad, pero ahora ciertas tesis de la sociologa y la psicologa evolucionista estn creando un autntico que-bradero de cabeza al establishment de los intelectuales de las ciencias sociales y humanas. Por ejemplo, Dawkins sostiene que somos meros receptculos de nuestros genes. En ltima instancia es verdad que los humanos, aun siendo animales, hemos desarrollado excelentes capacidades de conservacin de esos replicadores egostas que son nuestros genes. Unade ellas es la de anticipacin. Podemos vislumbrar futuros posibles y tomar decisiones sobre la base de una valoracin diferencial de los mismos. Se trata de una ms de las solucio-nes evolutivas de los replicadores. La conciencia particular de que somos seres individualmente nicos es un gran logro evolutivo, probablemente el ms sosticado. Pero hay una trastienda tras el xito. A saber: en algn momento deveni-mos organismos con capacidad de prever, de evaluar posi-bilidades en un mundo hipottico. Qu supuestos requiere tal capacidad? El llevar a cabo el escrutinio de posibilidades requiere, en propia lgica, que una entidad valore las conse-

  • 54

    cuencias de lo que podra acontecerle en caso de que optara por alguna de ellas. Conociendo la organizacin de los insec-tos eusociales resulta difcil imaginar que sus componentes puedan llevar a cabo decisiones que optimicen sus ecacias gracias a previsiones futuras. Aunque no les ha ido mal, lo cierto es que su historia evolutiva ha ido por otro camino. Una termita no hace previsiones, simplemente responde de forma denida a un determinado tipo de estmulo.

    La evolucin de los homnidos desde los mamferos haido, en cambio, por otros derroteros. Hemos atravesado esta-dios sucesivos de concienciacin ms y ms profundos, hasta llegar al hito de la conciencia del yo y la aparicin del len-guaje. Probablemente la conciencia del yo, de la individua-lidad, sea un requisito nada desdeable para la capacidad de anticipacin. Pero ello lleva un subproducto asociado. Si los replicadores funcionan tan bien en la caja humana, lo cierto es que esa caja ha logrado autonoma o unicidad, como un salto o emergencia a partir de ellos, cada uno haciendo lo que ms le conviene: copias y ms copias. Pero estamos frente a un problema si admitimos que la evolucin biolgica ha llegado a construir algo