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1 Panel: Biociudadanía, riesgo y redes sociotécnicas Título ponencia: Pensando con cajeros automáticos: la cortesía de los cyborgs en ciudades sociotécnicas Felipe Raglianti Herzog Resumen: Este trabajo presenta un colección fotográfica y etnográfica en Chile y el Reino Unido, para revisar cómo hemos articulado y cómo podríamos reconfigurar ciudadanías y cuerpos a través de cajeros automáticos y sus múltiples formas de dinero. Desde una premisa sociotécnica, cuerpos, ciudadanías, cajeros automáticos y dineros, entre otros elementos heterogéneos, me ayudan a tejer redes que materializan figuras y maneras de convivir en espacios urbanos y públicos. Con este giro material- semiótico, leo fotografías y etnografías para imaginar nuevas responsabilidades bio-ciudadanas y espacios de convivencia entre organismos y mecanismos. Propongo así que la cortesía es una forma de practicar, más que una fórmula para planificar, las complejidades del ser en ciudades sociotécnicas. Palabras claves: actor-red, cunas de gato, pantallas de computador 1. Actor-red Los estudios de ciencia, tecnología y sociedad están llenos de giros interesantes. ¿Qué hacen los humanos con métodos científicos? ¿Cuáles son los límites de estas prácticas de conocimiento? ¿Y cómo poner en práctica lo que las ciencias acuerdan como buenos conocimientos? Discusiones primero en filosofía ayudaron situar estas preguntas, abriendo prometedoras conexiones entre metafísicas y ciencias desde el siglo diecisiete – y mucho antes de ese período, si las ciencias son pensadas y escritas pluralmente, esto es, sin letras capitales o agendas capitalistas. Luego, durante el último siglo, mezclas más intrigantes ocurrieron en el núcleo duro de las divisiones entre ciencias naturales y sociales. Robert K. Merton y Thomas Kuhn escribieron sobre normas, paradigmas y revoluciones, conceptos actualmente ineludibles para pensar cómo las ciencias se articulan en comunidades intrínsecas y extrínsecas a las prácticas del método científico. De acuerdo a la sociología de los científicos de Merton (1973) y la sociología de la ciencia de Kuhn (1962), las afirmaciones objetivas de las disciplinas científicas pueden cambiar abruptamente porque son especificadas por sujetos con valores y culturas. Esta revisión algo escandalosa del positivismo – las ciencias son objetivas al interior de su práctica en comunidad – fue posteriormente problematizada por constructivistas sociales como David Bloor (1976) y Harry Collins (1985). Ellos miraron en detalle la fabricación de conocimiento científico y argumentaron que tanto el fallo como el éxito experimental ocurren, lado a lado, en la teoría y en la práctica. Siguiendo una sociología del conocimiento científico, las ciencias trabajarían más o menos simétricamente en tanto constituyen, por un lado, conocimientos que - verdaderamente - hacen bien no solo a la especie humana. Pero también producen conocimientos, por otro lado, que a veces terminando provocando derivaciones erradas o abusivas. Esto nuevamente posiciona la veracidad de la prueba científica en la sociedad y la carga ética en la experticia individual, si bien menos en sitios de experimentación científica y más en sistemas de revisión de pares u observaciones de segundo orden, en palabras de Niklas Luhmann (1996). Algo similar es sostenido por otros constructivistas sociales como Wiebe Bijker (1997; con John Law, 1992; con Trevor Pinch y Thomas P. Hughes, 1986), quienes estudian objetos tecnocientíficos y abogan por una construcción social de la tecnología, dónde sujetos

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Panel: Biociudadanía, riesgo y redes sociotécnicas

Título ponencia: Pensando con cajeros automáticos: la cortesía de los cyborgs

en ciudades sociotécnicas

Felipe Raglianti Herzog

Resumen:

Este trabajo presenta un colección fotográfica y etnográfica en Chile y el Reino Unido, para revisar

cómo hemos articulado y cómo podríamos reconfigurar ciudadanías y cuerpos a través de cajeros

automáticos y sus múltiples formas de dinero. Desde una premisa sociotécnica, cuerpos, ciudadanías,

cajeros automáticos y dineros, entre otros elementos heterogéneos, me ayudan a tejer redes que

materializan figuras y maneras de convivir en espacios urbanos y públicos. Con este giro material-

semiótico, leo fotografías y etnografías para imaginar nuevas responsabilidades bio-ciudadanas y

espacios de convivencia entre organismos y mecanismos. Propongo así que la cortesía es una forma de

practicar, más que una fórmula para planificar, las complejidades del ser en ciudades sociotécnicas.

Palabras claves: actor-red, cunas de gato, pantallas de computador

1. Actor-red

Los estudios de ciencia, tecnología y sociedad están llenos de giros interesantes. ¿Qué hacen los

humanos con métodos científicos? ¿Cuáles son los límites de estas prácticas de conocimiento? ¿Y

cómo poner en práctica lo que las ciencias acuerdan como buenos conocimientos? Discusiones primero

en filosofía ayudaron situar estas preguntas, abriendo prometedoras conexiones entre metafísicas y

ciencias desde el siglo diecisiete – y mucho antes de ese período, si las ciencias son pensadas y escritas

pluralmente, esto es, sin letras capitales o agendas capitalistas. Luego, durante el último siglo, mezclas

más intrigantes ocurrieron en el núcleo duro de las divisiones entre ciencias naturales y sociales. Robert

K. Merton y Thomas Kuhn escribieron sobre normas, paradigmas y revoluciones, conceptos

actualmente ineludibles para pensar cómo las ciencias se articulan en comunidades intrínsecas y

extrínsecas a las prácticas del método científico. De acuerdo a la sociología de los científicos de

Merton (1973) y la sociología de la ciencia de Kuhn (1962), las afirmaciones objetivas de las

disciplinas científicas pueden cambiar abruptamente porque son especificadas por sujetos con valores y

culturas.

Esta revisión algo escandalosa del positivismo – las ciencias son objetivas al interior de su práctica en

comunidad – fue posteriormente problematizada por constructivistas sociales como David Bloor (1976)

y Harry Collins (1985). Ellos miraron en detalle la fabricación de conocimiento científico y

argumentaron que tanto el fallo como el éxito experimental ocurren, lado a lado, en la teoría y en la

práctica. Siguiendo una sociología del conocimiento científico, las ciencias trabajarían más o menos

simétricamente en tanto constituyen, por un lado, conocimientos que - verdaderamente - hacen bien no

solo a la especie humana. Pero también producen conocimientos, por otro lado, que a veces terminando

provocando derivaciones erradas o abusivas. Esto nuevamente posiciona la veracidad de la prueba

científica en la sociedad y la carga ética en la experticia individual, si bien menos en sitios de

experimentación científica y más en sistemas de revisión de pares u observaciones de segundo orden,

en palabras de Niklas Luhmann (1996). Algo similar es sostenido por otros constructivistas sociales

como Wiebe Bijker (1997; con John Law, 1992; con Trevor Pinch y Thomas P. Hughes, 1986), quienes

estudian objetos tecnocientíficos y abogan por una construcción social de la tecnología, dónde sujetos

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con valores y culturas darían forma a las tecnociencias.

¿Pero qué significa situar la práctica científica en la sociedad? ¿Qué pasa exactamente con lo natural en

esta situación? ¿Y dónde queda la cultura y la tecnología? ¿Cómo relacionar lo natural y lo social? Con

mucha ontología y epistemología ya a bordo, estas preguntas fueron contestadas de manera bastante

inesperadas por los proponentes de la teoría del actor-red: Bruno Latour (1987), Michel Callon (1986)

y John Law (1986). Hicieron esto al acentuar una metafísica de la traducción que evita a los filósofos

realistas y constructivistas. El argumento implica que, por una parte, la realidad para los realistas pre-

existe el conocimiento humano y debe ser referida en términos de causas y consecuencias. La realidad

es primero externa, los realistas argumentan, y luego se vuelve en la práctica una imaginación

representada el interior del aparato cognitivo animal. Para los constructivistas, por otra parte, la

realidad no pre-existe el conocimiento humano y debería ser referido como una consecuencia del

mismo. La realidad es primero interna y luego se vuelve en la práctica una representación fuera del

aparato cognitivo animal. Aún así, de acuerdo a los estudios con actor-redes, los humanos no pre-

existirían lo que realmente pueden conocer en la práctica. Los humanos y otros animales, estos estudios

argumentan, pueden tener una intuición (insight) cognitiva de lo que puede llegar a ser real, pero la

realidad está atada al empirismo de la práctica. Para estos escritores, la realidad no estaría “allá afuera”,

esto es, fuera del cerebro y el cuerpo, ni “aquí adentro” de nuestras mentes humanas. De manera

sucinta, la realidad nunca se presentaría dos veces de igual manera, no puede ser re-presentada como lo

mismo, tanto afuera como adentro del aparato cognitivo.

Latour, Callon y Law insisten que lo que llega a ser real en la práctica es siempre traducido por/a través

de redes de actores heterogéneos. Y esta afirmación se toma en serio la per-formación de todo tipo de

entidades, cognitivas o no. Orgánicas/os y/o mecánicas/os; humanas/os y/o nohumanas/os; actrices y

actores engranadas/os al interior de prácticas asociativas son tomadas/os como efectos de enredos o

redes-en-el-hacer (in-the-making). Esto también puede sonar escandaloso para las concepciones

occidentales del conocimiento y la realidad, porque la “traducción” del actor-red se refiere tanto a un

movimiento (translación material) como a una inscripción (translación semiótica). Brevemente ofrezco

algunos ejemplos de este movimiento enredoso. En 1986, John Law argumentó que los buques de la

expansión portuguesa del siglo quince y dieciséis fueron cruciales para ejercitar el control sobre

territorios imperiales a gran distancia. A primera vista, esto suena bastante coherente. Los buques

cubrían los enlaces entre las regiones sobre las cuales el control social era ejercido. Pero para que esto

suceda, la estabilidad de la forma también debe ser masterizada sobre el océano y los buques; una

preocupación que empuja una explicación de cómo lo social puede controlar lo natural, o vice-versa. Al

evitar historias realistas o constructivistas, Law afirmó que si los buques portugueses mantenían su

forma material y semiótica estable, esto era porque estaban siendo constantemente traducidos en el

espacio y en el signo (o la inscripción), a través de redes de trabajadores humanos y nohumanos:

cuerdas, vientos, marineros, esclavos, paisajes marinos, medicinas, agua fresca, etc.

Latour también publicó sobre esto en el mismo año, estudiando los viajes de LaPérouse en el siglo

dieciocho, quien navegaba a beneficio de Louis VXI para mejorar su mapa de las rutas oceánicas del

mundo. Expandiendo sobre la simetría entre experimentos fallidos y exitosos, propuesta por la

sociología del conocimiento científico, Latour nota que las relaciones entre objetos y sujetos – como

mapas, buques y marineros – pueden romperse o desatarse porque “sin [mutuo] desplazamiento, las

inscripciones pierden [su] valor; [y] sin inscripciones, el desplazamiento [mutuo] también se pierde”

(Latour, 1986:16). Esto significa que la traducción traslada simultáneamente el espacio y el signo si es

que son mutuamente corporizados en términos prácticos. La efectividad de las palabras y los mundos

no sería únicamente un asunto de la visión y la cognición:

“No es la percepción lo que está en juego en este problema de visualización y cognición. Nuevas

inscripciones, y nuevas formas de percibirlas, son el resultado de algo más profundo. Si deseas salirte

con la tuya y volver densamente equipado para forzar a otros a viajar por tus caminos, el problema

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principal a resolver es el de movilización” (Latour 1986:6 traducido por el autor)

Latour está hablando sobre cómo los signos o inscripciones que LaPérouse pueda recolectar en sus

viajes son esperados de vuelta en Versailles para confirmar, por ejemplo, si es que la región de Sakhalin

es una isla o no. Pero también para producir un mapa que normalice las rutas por las cuales los buques

debieran navegar. Y más importante aún, para demostrar quién estaba en lo correcto y para decidir

quién posee esta o aquella parte del mundo. Siguiendo esta intuición, los buques y los hechos

científicos pueden fijar sus formas, si es que los espacios y signos que ocupan son mezclados,

mapeados y movilizados – por científicos y marineros – a través de enredos prácticos o redes en-el-

hacer. De acuerdo a esta sociología de la traducción, los espacios no deben re-presentarse con signos ni

los signos re-presentarse en espacios. Una traducción más bien fija la forma de las cosas y los hechos

de facto, si es que se sostiene (¿por quién?) a través de entidades que son transformadas (por la

traducción) en efectos significativos y durables. Las traducciones no ocurren vía re-presentación, sino

que se vuelven efectivas (o no) al desplazar simultáneamente la forma material y semiótica de las cosas

y los hechos. Si lo que los mundos (los espacios de las cosas) le hacen a las palabras (a los lenguajes de

las cosas) es producido y mantenido como algo similar o igual a los que las palabras le hacen a los

mundos, entonces lo que importa es una materialización semiótica que específica espacios y signos

transversalmente, esto es, no adentro o afuera sino por/a través de entidades cognitivas y no-cognitivas.

2. Cuna de gato

Esta metafísica de la traducción enredosa implica que las fronteras o límites entre humanos y

nohumanos, o entre seres cognitivos y no-cognitivos, se difumina en la práctica. Donna Haraway ha

escrito más popularmente sobre esto usando la figura del cyborg y su promiscua fusión de lo orgánico y

lo mecánico. Las figuras de cyborgs también resuenan bien con la filosofía de las tecnologías en la

carne de Merleau-Ponty (2007). Y además de simios, cyborgs y mujeres, Haraway – una feminista

tecnocientífica – también ha trabajado con cunas de gato (figura 1) 1.

Estos juegos de cuerdas resultan familiares para quienes tejen redes en-el-hacer; ellos también unen

imaginarios y materialidades. Ellos me ayudan a pensar sobre refiguraciones (Haraway, 1991, 1994,

1997, 2003, 2008) y configuraciones (Suchman, 1987, 2007, 2011, 2012), esto es, a imaginar la

reconstitución material y semiótica de figuras corporales. Las cunas de gato de Haraway y las

(re)configuraciones humano-máquina de Suchman están interesadas en serios asuntos de

responsabilidad, heredados de las asimetrías de poder basadas en diferencias de género, raza, clase,

edad y otras marcas corporales móviles. Ellas están particularmente preocupadas de lo que se repite o

se hace de nuevo hoy día – y de lo que puede re-hacerse mañana de maneras más prometedoras.

Haraway constantemente añade, por ejemplo, la pregunta ¿para quién? a las historias y los estudios

epistemológicos (o de agencia) sobre actividades tecnocientíficas, ontológicos (o de seres) sobre

conocimientos tecnocientíficos, y topológicos (o de espacio) sobre mundos tecnocientíficos. ¿Mejores

actividades tecnocientífica para quién? ¿Mejores conocimientos tecnocientíficos para quién? ¿Mejores

mundos tecnocientíficos para quién? Al situar conocimientos y prácticas e interrogar qué o quién

florece en las prácticas mundanas de las tecnociencias, Haraway y Suchman están interpelando a

quienes solamente realizan re-descripciones de sus objetos y sujetos. Si es que no hacen nada más,

estas inscripciones puede viajar bien mediante redes de signos, pero sin tomar total responsabilidad por

los espacios que desplazan, ni por los sujetos y objetos que disturban. Acciones más poderosas se

1 Se le conoce por juego de hilos, juego de cordeles, juego de la pita, figuras de cuerda, cunitas de gato, hamaca, el

cordel, strings figures o cat cradle. En muchos pueblos americanos se denomina hamacas; en las Islas Marquesas es pehe;

en el archipiélago polinésico de la Sociedad, fai; en Hawaii, hei; en Nueva Zelanda, whi, tara kay-hape, tonga raurepe; en

Islas Tonga, laukabe, etc.

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requieren para intervenir palabras y mundos tecnocientíficos.

Figura 1. Cuna de Gato

Según Haraway: “La relectura textual nunca es suficiente, incluso cuando uno define el texto como el

mundo. Releer, sin importar cuán activo resulte, no es un tropo lo suficientemente poderoso; no

viramos ni desviamos lo suficiente. El truco es implosionar metáfora y materialidad en los aparatos de

producción de cuerpos culturalmente específicos. Lo que constituye un aparato de producción de

cuerpos no puede ser conocido sin antes acoplar, engranar o enganchar con los siempre liosos

proyectos de descripción, narración, intervención, habitación, conversación, intercambio y

construcción. El punto es explorar cómo los mundos son armados y desarmados, cuestión de participar

en el proceso, cuestión de fomentar unas formas de vida y no otras. Si la tecnología, como el lenguaje,

es una forma de vida, no podemos costear el ser neutrales respecto a su constitución y manutención. El

punto no es solo leer las redes de producción de conocimiento; el punto es reconfigurar lo que cuenta

como conocimiento en el interés de reconstituir las fuerzas que generan corporizaciones. A esta práctica

de intervención la llamo refiguración materializada” (Haraway 1994:62 traducción del autor).

¿Qué afirma cuando dice que el truco es implosionar metáfora y materialidad en los aparatos de

producción de cuerpos culturalmente específicos? Como la realidad para el actor-red de Latour, Callon

y Law, la cual es irreducible o imposible de conocer por adelantado, las refiguraciones materializadas

de Haraway están interesadas en realidades en tanto aparatos de producción de cuerpos que no pueden

ser conocidas de antemano (beforehand) responsablemente. Es necesario tomar contacto (to become in

touch) – y esto incluye al trabajo de escritorio como al de campo – para participar de los “siempre

liosos proyectos de descripción, narración, intervención, habitación, conversación, intercambio y

construcción”. Pienso que este es el punto de materializar refiguraciones. El gesto aboga no solo por

una lectura simétrica de la constitución de conocimientos tecnocientíficos, sino también por simétricos

mundos tecnocientíficos en los cuales asimetrías o diferencias significativas se encuentran en juego. En

breve, el argumento ayuda a burlar unidades distintivas o actores fijos.

Pero como Haraway nota, pensar con actores y agencias aún puede resonar con entidades auto-motoras

o auto-máticas que autor-izan la acción. "Toda la agencia real es de ellas. Todo lo demás es paciente, si

no ocasionalmente apasionado" (Haraway 1994:61). En este sentido, juegos como el ajedrez permiten

demostrar como las figuras del actor-red pueden ser usadas para seguir, esto es, para autor-izar

(autorship) las tramas (y los dramas) de guerra de muchas prácticas académicas (Haraway 1994:61);

sin mencionar el seguir también las prácticas políticas o económicas. En vez de trabjar agencialmente

la figura del actor, argumenta Haraway, la figura del actante es más prometedora para pensar, porque

siempre viene en manojos o compuestos. En este sentido, las cunas de gato de Haraway son una forma

de pensar actores mientras se juega con cordeles, cuestión de figurarlos en tanto patrones de nudos

material-semióticos:

“Las cunas de gato es un juego que trata sobre patrones y nudos; el juego requiere gran habilidad y

puede resultar en sorpresas bastante serias. Una persona puede construir un gran repertorio de figuras

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de cordel con un solo par de manos; pero las figuras hechas con cunas de gato pueden ser pasadas

recíprocamente, entre varias manos, quienes pueden añadir nuevos movimientos en la construcción de

estos patrones complejos. Las cunas de gato ofrecen un sentido de trabajo colectivo, invitan a pensar

que una sola persona no puede hacer todos los patrones por sí misma. Uno no “gana” jugando a las

cunas de gato; el objetivo es mucho más interesante y abierto que eso” (Haraway 1994: 69).

3. Pantalla de computador

Sin duda, nosotros lectores animales humanos estamos interesados en-el-hacer de nuestros cuerpos y

deberíamos urgentemente prestar atención a los proyectos que permitan reconfigurarlos

responsablemente. ¿Pero cómo hacerlo? A continuación exploraré esta pregunta mediante interacciones

o situaciones con cajeros automáticos.

Siguiendo una línea material-semiótica, las prácticas denominadas como digitales por expertos y

aficionados me siguieren que cotidianamente poco vemos o tocamos computadores, sino más bien

pantallas. Por una parte, la interacción computarizada y la topología del ciberespacio comparten una

historia que repite hasta el cansancio, la abstracción de la figura humana como un espacio de potencia

infinita. Por otra, es en este contexto de ficciones desarrollistas y de enredos computacionales, dónde

las pantallas han dejado de ser actores secundarios. Esto siguiere que la trama de las controversias

computacionales ha cambiado como síntoma de la condensación de los tejidos electromagnéticos en

micro materiales, o chips. Como efecto de la traducción de cómputos binarios en modelos gráficos, que

desplazan el dibujo y la escritura del teclado y del ratón a la pantalla táctil; estos objetos

tecnocientíficos se deforman para actuar no sólo como cuadernos, teléfonos o cámaras, sino que

también como cajas en dónde el computador es clausurado y desde dónde la pantalla emerge como

superficie irreversible para ayudar a calcular las interacciones con humanos. Si la caja es negra o

blanca, eso queda a gusto del programador, del diseñador, del productor, del distribuidor o del

consumidor; lo importante es que la pantalla oculte al computador bajo pretextos de seguridad, en un

depósito cuyos materiales resulten durables y difíciles de reconfigurar.

¿Qué queda por investigar sobre este proceso de cajanegrización o blanqueamiento? ¿Y cómo informa

mi lectura de la industria de la pantalla del computador? Para convivir mejor con lo digital, pienso que

aún se requiere especificar qué son y qué hacen las pantallas cuando su presencia implica la ausencia

de los computadores. Las pantallas invitan a tomar en serio su espacio.

El lugar de las pantallas nace etimológicamente junto al vaivén del fuego, con la historia del gesto de

dividir el espacio entre los cuerpos y la chimenea de una habitación. Una vez situadas en el hogar, las

pantallas de chimenea fueron usadas durante la época victoriana como materiales para hilar figuras con

agujas (figura 2). Estas pantallas me ayudan a demostrar cómo hacer sentido con imágenes siempre

acarrea efectos topológicos. Las pantallas son dispositivos para distinguir espacios. De manera similar,

otras pantallas domésticas - como las de televisión - pueden ser consideradas en tanto objetos que

generan divisiones y habitaciones. Mirar pantallas domésticas con frecuencia implica articularlas con

otros muebles, es decir, para verlas hay que alinearlas con mesas, sillas, enchufes, cortinas, puertas, etc.

Las pantallas pueden relacionarse entonces no sólo con quienes pueden decodificar sus gráficos, sino

que también con quienes navegan sus vivencias a través de los espacios que ellas ocupan. En contraste,

otro sentido de la palabra pantalla más bien apunta hacia una matriz o filtro para separar materiales

(figura 3). Esta figura nuevamente resuena con técnicas para dividir y observar, pero más bien a

distancia. Por ejemplo, a través de la filtración de ruidos o canalización de señales en ondas

electromagnéticas, en tanto práctica que demuestra el argumento central de Claude Shannon y su teoría

de la información (1948).

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Figura 2. Pantalla de chimenea Figura 3. Pantalla para filtrar materiales

(fuente: Internet) (fuente: Internet)

Quienes prefieren conocer a través de perspectivas que enredan superficies regionales, pero sin

atreverse a tocar ni a olfatear las cosas en-formación, tienen mucho que aprender de los perros que

trabajan actualmente en la Universidad de Viena con prototipos de interfaz animal-computador. ¿Qué

puede aprender un cyborg humano de uno perruno? Eva Hayward (2010) y la nariz-click de Julia me ha

enseñado a habitar los tejidos entre mis ojos y mis dedos, para preguntar con más atención qué toco

cuando toco esta pantalla de computador y cómo interactuar con ella es una práctica de ser mundano,

esto es, de precisar a otros y de ser im/preciso con otros. Con estas inquietudes prestadas del trabajo de

Donna Haraway con relaciones entre e intra especie, toco con ojos táctiles para investigar las

superficies que asocian a pantallas y a computadores, para intervenir en la emergencia de seres y cosas

tejidas mediante la inter e intra acción con pantallas de computador.

Lo que me parece estar en juego es deshacer la centralidad de la figura humana para la computación, la

cual mezclada a través de pantallas y computadores con todo lo demás – con calles, casas, automóviles,

mesas, refrigeradores, pieles, cerebros, etc. - quizás termine por desplazar a todos lo demás, más aún

hacia la marginalidad de nuestras cuerpos y de nuestras prácticas cotidianas. De estas posiciones

periféricas, por supuesto, siempre es posible retornar para habitar roles centrales en las antropologías

del convivir, pero solo bajo formas reconfiguradas en alta definición u otras simulaciones

computacionales. En respuesta, las interfaces para la interacción computarizada más bien pueden ser

imaginadas como entre-cuerpos o intra-caras, estos es, pueden ser programadas, diseñadas, producidas,

distribuidas y consumidas como superficies significativas o zonas de contacto, en dónde más especies

puedan tejer y cortar mundos comunes que resulten más o menos propios, o apropiables.

Pensar así las ontologías de quienes tocan y quienes son tocados por las pantallas, tiene consecuencias

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éticas o de cuidado que urgen situar las imágenes computacionales, en tanto ayudan a materializar

sensibilidades capaces de placer y de sufrimiento. Con ojos táctiles, deseo contarles hoy que existen

otras formas para alinear y dibujar las especies que compartimos con estos materiales. Invito entonces a

pensar con cajeros automáticos y con dineros en tanto especie, para aprender a cortar y a reanudar en

ciudades sociotécnicas como Santiago de Chile, relaciones más corteses con pantallas y computadores.

Para trabajar formas mundanas con atención y precisión, especifico mis intervenciones

descentralizando las relaciones humano-computador de las historias y de las prácticas de pago con

cajeros automáticos. Subsecuentemente considero organismos y mecanismos como producciones

heterogéneas y sus automatizaciones como efectos frágiles, practicados mediante articulaciones o

ensamblajes de entidades cuyas relaciones se ramifican hacia lo intangible y hacia lo indeterminable.

Intento capturar así no solo las interacciones humano-máquina envueltas en los cajeros automáticos,

sino también un set más amplio de consecuencias sensibles de las relaciones por las cuales ciertos

humanos, computadores, pantallas y teclados son articuladas junto a otras cosas, como muros, cabinas

y aceras públicas, para formar tipologías recíprocas y parentescos mutuos.

Siguiendo la geometría de las formas de las colas usadas en las prácticas de pasar dinero con cajeros

automáticos, he aprendido con Tim Ingold (2007) a tocar las líneas inscritas en las superficies de estos

ensamblajes, como también a palpar la demarcación de sus interfaces. En tanto cortes alineados en los

muros o cajas insertas en cabinas de seguridad, persigo las metafísicas de los cajeros automáticos, esto

es, intento releer con las especificidades de estas pantallas, las ontologías, epistemologías, topologías y

éticas que ayudan a configurar el gesto mundano de pagar, y subsecuentemente a distribuir figuras

sublimadas en términos de mercado y dominios económicos.

4. Cajero automático

Me detengo a tocar de tal manera el cajero de la tienda de abarrotes en la esquina de mi casa en

Lancaster, en el Reino Unido (figura 4). Si bien no entro al negocio, es importante notar cómo este

cajero automático está al mismo tiempo a-dentro y a-fuera del edificio. En tanto parte del muro de la

tienda de abarrotes, puede ser manipulado si el establecimiento cierra, porque la pantalla, el teclado y

los otros inputs y outputs de la superficie de feed-back humano – o interfaz - quedan disponibles para

ser tocados y vistos durante la noche. He escrito con un guión las palabras adentro y afuera del edificio,

para indicar que este cajero automático es un límite sociomaterial inmóvil. Esta máquina no apareció de

la nada y tampoco está ahí trabajando automáticamente, por sí misma. El cajero más bien mantiene su

diversidad funcional al limitar con – y al ser limitada por - varios patrones prácticos que lo sitúan en

movimiento o lo inmovilizan, como en este caso.

Figura 4. Cajero automático en Lancaster, Reino Unido

(fuente: elaboración propia)

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A primera vista, este cajero automático más bien se siente como si fuera siempre la misma cosa. Es sólo

una máquina y está ahí, en el muro de la tienda, siendo más o menos lo mismo, día tras día, haciendo lo

mismo. Es un objeto inmutable que no cambia en el tiempo. Y también es un objeto que permanece en

su espacio, inmóvil, sin viajar de de un lugar a otro. Puede ser abierto y vuelto a cerrar por policías en

vez de ladrones, sin romper por completo el espacio de protección que proveen sus materiales. Más

frecuentemente, las personas posicionan sus cuerpos para aislar sus actividades situadas en el espacio

de interacción con el cajero automático.

De igual manera, esta foto tomada en Valparaíso de Chile (figura 5) también me ayuda a demostrar

cómo los cajeros automáticos forman un compuesto que, combinado con otras cosas, deriva en un

espacio de protección. Siguiendo a Haraway (2008:250), los cajeros serían compuestos en

coordinaciones para magnificar poderes, para hacer que las cosas pasen, para atender al mundo y para

arriesgar la corporización de re-interpretaciones de las re-presentaciones en pantalla. Haraway así nos

recuerda que todo compuesto es un recinto cerrado. En la foto (figura 6), el computador y los billetes

están encerrados en el cajero automático, el cual está encerrado a-dentro de de la cabina con el vidrio

roto, la cual está encerrada adentro de la banda plástica, con la palabra “peligro” escrita en negro. Caja,

cabina y banda plástica ayudan a alinear personas y máquinas como Otros recíprocamente

significantes, en relaciones de mutua exclusión y necesidad. La relación via microchip entre

computadores y pantallas también seguiría este patrón; cuando una entra en contacto visual, el Otro

significante queda fuera de vista y lejos del alcance de la mano.

Figura 5. Cajero automático no disponible en Viña del Mar, Chile

(fuente: elaboración propia)

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Dividir y esconder es una forma específica de filtrar (to screen) a Otros. Otra forma sería filtrarlos a

través de cables y señales, desechándolos fuera de contacto visual. Pero esto no tiene por qué ser

tomado exclusivamente como una topología de red. John Law (2004) junto a Annemarie Mol (2001) y

Vicky Singleton (2005) han sugerido al menos cuatro metafísicas (regiones, redes, fluidos y fuegos)

para trabajar con la in/consistencia y la in/mutabilidad de las formas sociomateriales. En el caso de la

articulación de la forma del cajero automático que existe actualmente en la esquina de mi casa (figura

4), pienso que incluye al menos la región del muro de la tienda de abarrotes, donde la interfaz de la

máquina está enmarcada, como también el set más amplio de muros y edificios contiguos, que amparan

y protegen al computador y al dinero. Pero además, es posible incluir la red de seguridad y mantención

financiera del cajero automático, en la cual algunas partes de la máquina, en particular los billetes, son

asociadas con otros circuitos electromagnéticos para su monitoreo.

Mientras retiro dinero de este cajero sin considerar cómo solapan o enganchan estas dos metafísicas - la

región y la red – el gesto mundano de pasar dinero me ayuda a operar en este doble espacio de la

máquina, a través de las imágenes y sonidos que señalan las distintas superficies topológicas en juego.

Con ojos táctiles, más bien noto que algunas partes del cajero permanecen inmutables porque son

inmovilizadas en su región o lugar, mientras que otras partes, como los datos de los clientes y los

billetes de sus cuentas bancarias, conservan su forma porque son movilizadas o circuladas en red hacia

otros lugares. De otra forma, estos cajeros automáticos podrían pasar otras cosas en vez de monedas

oficiales. Y esa es precisamente la idea detrás de esta propuesta (figura 6).

Figura 6. Pro-tipo de cajero automático para Bitcoin

(fuente: www.bitcoinatm.com)

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Bitcoin es una crypto moneda digital considerada por expertos y aficionados como el primer candidato

serio para imaginar un sistema financiero más responsable, es decir, para materializar un mecanismo

paralelo a los bancos que permita mantener la confianza capitalizada en una moneda, sin necesidad de

respaldos institucionales democráticos o no tan democráticos. Alternativamente, las garantías que

hacen correr a esta moneda de pantalla en pantalla son calculadas de maneras fascinantes por

computadores. Queda mucho aún por decir sobre Bitcoin, sin embargo, este experimento ayuda a

sugerir cómo los cajeros automáticos pueden reconfigurar la recreación de figuras como el dinero y las

entidades que pueden usarlo.

Pienso así que no sólo que la confianza sino también la cortesía son relevantes a la hora de pasar

mejores formas de dinero para heredar otros tipos de mundialización y urbanización. Por ejemplo, a

propósito de una actualización del software de pagos durante Marzo del presente año, Bitcoin sufrió

una bifurcación inesperada de la base de datos que registra sus transacciones e impide la validación de

pagos duplicados. La solución a este problema en ausencia de un banco central, implicó coordinar a

través de foros electrónicos y llamadas telefónicas, a quienes excepcionalmente contribuyen con poder

computacional para el procesamiento del sistema, cuestión de concentrar las actividades de pago en la

versión del software anterior.

En mi opinión, esto significó mantener la confianza depositada en las transacciones en curso mediante

la articulación de gestos corteses, entre quienes se hicieron responsables de atender los problemas de la

moneda. En otras palabras, la cortesía hizo de la otredad del otro algo recíprocamente significativo.

Asimismo, trabajar cortésmente junto a otros implicó gestar distinciones contingentes, antes que repetir

elaboraciones inocentes. La cortesía no es así una candidez gratuita, sino más bien una manera de vivir

con otredades significativas. Entre los posibles gestos para pasar dinero cortésmente con cajeros

automáticos incluyo (1) la atención hacia las prácticas que mantienen a las máquinas funcionando en

los puntos distribución de dinero, (2) la interacción con interfaces animal-computador orientadas al

ahorro antes que al crédito y (3) la invitación de aceptar con cuidado las crypto-monedas digitales

como Bitcoin.

Expandir este entendimiento de la cortesía en ciudades sociotécnicas, en conclusión, precisa repensar la

biociudadanía – la convivencia de organismos y mecanismos – desde los modelos cibernéticos o

híbridos que implican unidades distintivas o agencias individualizadas, hacia los patrones prácticos que

hilan las superficies de contacto donde las especies, como los humanos y el dinero, pueden encontrar a

otros compañeros de producción de cuerpos. Para reconfigurar estos encuentros alrededor de los

cajeros automáticos, los aparatos de difracción de Karen Barad (2003, 2007) y las cunas de gato de

Donna Haraway han sido de gran ayuda, al igual que las cosmopolíticas de Bruno Latour (2004),

Isabelle Stengers (2010, 2011) y John Law (2004). Con ojos táctiles, sigo localizando pantallas de

computador para precisar la composición de los objetos de esta investigación, para destacar las

políticas de conocimiento y el carácter disruptivo de todo método, y para ser mejor interpelado por los

desafíos que deseo estimular con estas historias.

Bibliografía

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