Pedro Vilcapaza

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VILCAPAZA POR JUAN JOSE VEGA Investigación recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Página 1 PRESENTACION La posibilidad de participar en la publicación de este libro m sobremanera, dado que trata acerca de un grán héroe, conocimiento de su existencia desde muy niño, a quien con aprecio por la identidad vilcapasina que se me ha sabido f inquietud creció en mi mente al saber que el autor q Pedro Vilcapaza es Juan José Vega, un insigne historiador, que en vida a revalorar a los caudillos tupacamaristas del siglo X Este trabajo es consecuencia del estudio que le ha dedicado Ju Vega a eso hasta entonces anónimos héroes de la gesta tupacama donde Vilcapaza lleva el papel protagónico, este trabajo es la de otros dos trabajos que previamente había publicado por inte de la Universidad Nacional de Educación y de la Universidad Na Altiplano, así como otros materiales que el autor publicara en revistas. Todo este material llega a mis manos por intermedio d inquietud que altema y alautor ledebe elpoeta puneñoOmar Aramayo, quien por la amistad con él y despertada mi comunicarme que los originales estaba en su poder, de mismo autor a quien le había prometido la posibilidad de su pu como un libro en conjunto, me inquietaron también cumplir esa promesa, por loque nos pusimos manos a laobraen esta tarea, lamentablemente en el camino devino lo no deseado, el fallecim Juan José Vega, lamentablemente cierto, sin embargo el debe ser cumplido. Razones mayores nos la que motivan esta opción: Pedro Vilcapaz conocido prócer por muy pocosde losque estamos entre sus admiradores, pero su valentía y decisión por la libertad del y lo hace participar en la gesta revolucionaria iniciada Condorcanqui Túpac Amaru II, en 1780. Una forma de va

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PRESENTACION La posibilidad de participar en la publicacin de este libro me inquiet de sobremanera, dado que trata acerca de un grn hroe, de quien tuve conocimiento de su existencia desde muy nio, a quien supe conocer con aprecio por la identidad vilcapasina que se me ha sabido formar, la inquietud creci en mi mente al saber que el autor que se ocupa de Pedro Vilcapaza es Juan Jos Vega, un insigne historiador, que se dedic en vida a revalorar a los caudillos tupacamaristas del siglo XVIII. Este trabajo es consecuencia del estudio que le ha dedicado Juan Jos Vega a eso hasta entonces annimos hroes de la gesta tupacamaristas, donde Vilcapaza lleva el papel protagnico, este trabajo es la conclusin de otros dos trabajos que previamente haba publicado por intermedio de la Universidad Nacional de Educacin y de la Universidad Nacional del Altiplano, as como otros materiales que el autor publicara en diarios y revistas. Todo este material llega a mis manos por intermedio de la tremenda inquietud que al tema y al autor le debe el poeta puneo Omar Aramayo, quien por la amistad con l y despertada mi inquietud al comunicarme que los originales estaba en su poder, de manos del mismo autor a quien le haba prometido la posibilidad de su publicacin como un libro en conjunto, me inquietaron tambin cumplir esa promesa, por lo que nos pusimos manos a la obra en esta tarea, lamentablemente en el camino devino lo no deseado, el fallecimiento de Juan Jos Vega, lamentablemente cierto, sin embargo el ofrecimiento debe ser cumplido. Razones mayores nos la que motivan esta opcin: Pedro Vilcapaza es un conocido prcer por muy pocos de los que estamos entre sus admiradores, pero su valenta y decisin por la libertad del yugo colonial, lo hace participar en la gesta revolucionaria iniciada por Jos Gabriel Condorcanqui Tpac Amaru II, en 1780. Una forma de valorar a losInvestigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 1

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hroes es hacindolos que los conozcan, es que fue un hroe jams vencido, muy a pesar de los 8 caballos que se pusieron para descuartizarlo, sin haber logrado despedazarlo, ni el olvido de la historia oficial, que no valora a los verdaderos protagonistas de la emancipacin americana, hecho que ha reclamado por siempre Juan Jos Vega, desde la Guerra de los Viracochas. Finalmente la promesa se cumple con esta publicacin. La preedicin estuvo a mi cargo, la revisin final de las pruebas, estuvo a cargo de Omar Aramayo, ha colaborado no solo en la inquietud, sino en la prensa, Pablo Condori, las fotos que incluimos de Juan Jos Vega son de la cartula de su primer folleto (Universidad Nacional de Educacin), as como pertenecen a la Viuda de J.J. Vega, la foto de en la que est en Azngaro durante la celebracin del Bicentenario de la inmolacin de Vilcapaza pertenece a Consuelo Nuez. Agradecimiento final a todos ellos a Omar, por compartir esta realidad de contar finalmente con la publicacin de este libro que estar al alcance de las nuevas generaciones, que deben conocer ms acerca de tan nclico Prcer Azangarino en breve ya universal. Lima, junio del 2003 Bruno I. Medina Enrquez

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PROLOGO Como bien se sabe; la insurreccin iniciada por Jos Gabriel Tpac Amaru habra de extenderse por espacio de veinte meses, sobre territorios que pertenecen, ahora, a seis repblicas americanas. De todas las regiones remecidas por la sublevacin en rea principal desde la cuzquea Calca hasta Tucumn- fue Puno la tierra que mantuvo ininterrumpidamente la lucha. a lo largo del tiempo arriba sealado; el ltimo combate se libr en Amutara contra un cacique tan modesto que la historia desgraciadamente no registr su nombre, el 6 de julio de 1782. Puno fue el escenario constante del alzamiento y punea la sangre que ms corri. Hora es de reivindicar este honor rindiendo homenaje a quienes lucharon en las ms desfavorables circunstancias y sobre todo a aquellos a quienes precisamente se dedican estas pginas, A Vilcapaza sus compaeros de lucha, esto es a quienes, trizadas ,:va las esperanzas de victoria, siguieron en pie de guerra .v gritaron al pie del patbulo preferimos morir que ser indultados; a quienes, quebradas ya las posibilidades del frente unido contra Espaa slo atinaron a defender con herosmo su propia raza, pensando, sintiendo .:v peleando como indios, como miembros del sector ms oprimido del Per Virreynal. Es en la conmemoracin de un Bicentenario. En estas pginas, por eso, no figuran tantsimos puneos que dieron sus vidas en casi dos aos de guerra, bajo las banderas del Inca Jos Gabriel y luego el Inca Diego Cristbal Tpac Amaru. No estn los puneos que murieron combatiendo en esa etapa, ni los que fueron ejecutados, ni los asesinados, ni los desaparecidos en las luchas montoneras.. ni los que, engaados por las autoridades coloniales pactaron la paz en Sicuani. No estn ac pese a lo gloriosos de su lucha. Slo estn quienes guerrearon en la ltima fase, en 1782, quienes tras haber sobrevivido en medio de batallas, matanzas, represiones, siguieron empuando las banderas de laInvestigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 3

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insurreccin en el periodo postrero, etapa a la cual Vilcapaza simboliza mejor que nadie. Ese perodo puesto en primera fila a puneos y cuzqueos que rechazaron el indulto, tregua y paz, rechazaron cualquier entendimiento con el sistema virreynal. Estas pginas debidas al insigne historiador Juan Jos Vega, quien me concede el honor de prologar este notable ensayo, por ser puneo y talvez, tambin, por la constancia con que le ped se ocupase de esta historia olvidada de Puno, tiene el atractivo de reivindicar a varios prceres que se encontraban en injusto olvido, ,especialmente Apaza, Calisaya, Laura y, sobre todo, Andrs Ingaricona, verdadero caudillo puneo cuya accin revolucionaria lo coloca entre los grandes hroes de Amrica.

Lima, 4 de enero de 1982 Csar Anbal Vera Pineda

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PRIMERA PARTE

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PEDRO VILCAPAZA Pedro Vilcapaza debi ser de los primeros conspiradores que urdieron la gran rebelin andina de 1780, a juzgar por los cargos que ocup durante su desenvolvimiento medio y final, as como por el rol protagnico que le cupo desempear en varias de las ms difciles circunstancias. Pero no figura Vilcapaza en los momentos iniciales, ni siquiera cuando Jos Gabriel Tpac Amaru hizo su ingreso triunfal a Azngaro el 13 de diciembre de 1780, ni se le ve actuando en las sangrientas campaas rebeldes contra el corregidor Joaqun Orellana de Puno. Es probable que en esas semanas hubiese estado en el Alto Per, de Potos a La Paz, estimulando un coordinado estallido de la sublevacin en todas las comarcas altiplnicas; o tambin actuando entre Juliaca y Azngaro en un plano menor o -caso contrario- tal vez en un nivel extremadamente reservado por la trascendencia que revesta su gestin. Algo despus insurgira a la luz pblica y habran de ser notables sus proezas. El Mariscal Joseph del Valle, el ms importante jefe espaol durante el alzamiento lo calific de uno de los caudillos de ms nombre, bro y mximas, quien -acusaron los virreynales- sublev Azngaro, Carabaya, Larecaja y Omasuyos, actuando sobre dos Virreinatos, tras haber jurado solemnemente ante el Inca Tpac Amaru. Era Vilcapaza -segn informes de aquel tiempo- hombre ladino en lengua espaola y personaje de mucho temple y fuerzas; la tradicin oral que recogi Modesto Basadre hace ms de un siglo lo seala como de unos 45 aos al momento de la insurreccin, alto, corpulento, hbil y astuto. Vilcapaza insurge a plenitud en la historia documentada cuando en marzo de 1781 pas a comandar los valientes indios de la provincia del Collao, tal como los calificaron los integrantes del Cabildo del Cuzco y sublev la orilla norte del Lago Titicaca. Siguiendo la lnea del Inca, quem los obrajes de Muani -centros de explotacin e injusticia- y pasInvestigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 6

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a saquear las minas de Arapa, con el objeto de obtener recursos; luego tal las comarcas de Huancan y de Vilquechico, marchando luego sobre Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. De la represin no escaparon los mineros de Aporoma, Poto y Tipuani, varios de los cuales fueron degollados por sus injusticias. La lucha de Vilcapaza fue particularmente enconada contra los representantes del cacique pro-espaol Choquehuanca, cuyas haciendas, como Picotani y Puscallani, tal. Sin duda, fue un error del Inca Jos Gabriel Tpac Amaru dispersar sus fuerzas en varios frentes, pues mientras Vilcapaza combata en comarcas puneas, Diego Verdejo se enfrentaba en Cailloma y Condesuyos a las tropas arequipeas y Felipe Bermdez con Toms Parvina a las del Cuzco en Chumbivilcas y Kanas , l mismo resista al grueso de las huestes virreynales del Mariscal del Valle. No obstante, debemos tambin pensar que la sublevacin se produjo en muchos sitios en forma autnoma, inconexa, por la cual se haca necesaria vertebrar en un todo el heterogneo movimiento. La situacin era an mucho ms compleja si recordamos que, a mediados de marzo, ya Tpac Catari iniciaba el asedio de la ciudad de la Paz y si meditamos en que innumerables focos de rebelin se abran en el vasto altiplano collavino, hasta tierras argentinas actuales; en medio de no pocos brotes tupacataristas. Un enorme esfuerzo se realiz el 9 y el 10 de abril para tomar Puno; el ataque fracaso esencialmente, porque los de Acora entregaron a Isidro Mamani, rompindose as el anillo de los sitiadores. Los asedios de Sorata y Puno, ubicada la primera ciudad en la Bolivia de hoy, aparecen como una necesidad estratgica de la rebelin, tanto para conducir a las masas puneas levantiscas, cuanto para contener la excesiva influencia que empezaba a adquirir Tpac Catari; hombre cuyas ideas iban mucho ms all de lo planeado por los dirigentes incas del Cuzco.

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PRIMER CERCO DE SORATA As, mientras el Inca Jos Gabriel trataba de contener al Mariscal del Valle en la cuenca del ro Vilcanota, su sobrino Andrs Mendiguri Escalera (sobrino del Inca y conocido por tanto como Andrs Tpac Amaru y como el inca mozo) pasaba al ataque de Sorata, seguido de Pedro Vilcapaza y de Miguel Bastidas, joven coronel sobrino de Micaela. El cerco se tendi el 1ro de abril de ese ao de 1781; fueron unos cuatro o cinco mil los atacantes. Defenda la plaza Manuel Asturizaga, con un ejrcito pequeo pero aceptablemente equipado, de ochocientos soldados, casi todos criollos y mestizos. Tras furiosos combates en las afueras de la ciudad -en los cuales perecieron unos tres mil rebeldesAndrs Tpac Amaru, el joven jefe rebelde del altiplano, dio la orden de retirada. La causa era grave: acababan de llegar chasquis de a caballo anunciando la derrota y prisin del Inca Jos Gabriel y de un buen nmero de sus capitanes. Y los sobrevivientes de las ltimas batallas del ro Vilcanota haban acordado realizar un esfuerzo para recapturar al Inca y, entre tanto, proponer como jefe al primohermano, Diego Cristbal Tpac Amaru. La operacin militar fracas al contener los virreynales en duras batallas de Langui y Layo a los sublevados y el Inca Jos Gabriel fue llevado preso al Cuzco. Andrs, Vilcapaza y todos los dems, tras enterarse de las catastrficas consecuencias del desastre del Inca en Sallca -junto a Combapata- no tuvieron ms que reconocer como nuevo lder a Diego Cristbal. Se aprestaron luego a la defensa del Collao, porque el Mariscal del Valle decidi continuar su ofensiva, a fin de romper los cercos de Puno, la Paz y Sorata, para lo cual moviliz unos siete mil soldados, toda la tropa negra de Lima y Callao entre ellos. Urga a los rebeldes cortar el proyectado avance de Del Valle.

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BATALLA DE QUEQUERANA Para tal finalidad, se hizo necesario contener antes la impetuosa ofensiva virreynal dirigida desde La Paz; tropas comandados por el Coronel Joseph Pinedo, tras reconquistar Sorata la asediada, marchaban sobre Huancan. La historiadora boliviana Mara Eugenia Siles, en su trabajo sobre Tpac Catari recuerda la derrota que esa vez sufrieron las huestes del Rey en Quequerana, cerca de Moho, a manos de los jefes tupacamarstas ms avezados en la lucha y con mayor disciplina. Ests huestes rebeldes, psimamente equipadas, tropas indgenas casi en su totalidad, se impusieron al ejrcito paceo, gracias a la conduccin de Vilcapaza, que era el coronel rebelde que tena a su cargo aquella regin; derrota de los virreynales que habra de recoger el propio Corregidor de Puno Joaqun de Orellana, quien segua resistiendo denodadamente en ese abril sangriento de 1781. Pinedo, vencido, se repleg a Sorata, donde mejor el atrincheramiento de la ciudad, previendo la inminencia de un nuevo ataque a la ciudad. Vilcapaza estuvo entre los que se trasladaron de inmediato al altiplano a fin de organizar la defensa contra el poderoso ejrcito virreynal. Primero luch el Jefe Indio Guamn Tapara, pero no pudo contener la arremetida de los victoriosos soldados virreynales en el cerro Gacsili y en Santa Rosa. All mandaba el campo de los rebeldes don Pedro Vilcapaza, cuenta el gran cronista annimo de la guerra tupacamarista y agrega que era comandante nombrado por el caudillo Diego Cristbal Tpac Amaru y que tena en el ejrcito todos los indios de las provincias de Azngaro y Carabaya. En el comando se hallaba tambin Tito Atauchi, a quien se conoca con el mote de Terciopelo, capitn fogueado desde los primeros das de la rebelin.

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BATALLA DE CONDORCUYO: 7 DE MAYO DE 1781 El Mariscal Del Valle intim rendicin a los rebeldes; Vilcapaza contest con altivez que preferan morir antes que ser indultados. En medio de gran vocero y sones de pututos de guerra, voces Indias estentreas, anunciaron que marcharan sobre el Cuzco a fin de liberar al idolatrado Inca, a Jos Gabriel Tpac Amaru. El primer encuentro fue ganado por los rebeldes. Veamos cmo informa el Mariscal Del Valle los momentos iniciales de esta enconada lucha: ... Hall el monte referido coronado de enemigos, con banderas, cajas, clarines y con un rumor ten extraordinario de confusas voces, todas dirigidas a injuriarnos, que pareca ocupada por cien mil hombres. Haba tambin en el llano otro considerable nmero de rebeldes, que a toda diligencia retiraban sus tiendas, muebles y ganados al monte expresado. Mis batidores los acometieron al galope contraviniendo mis rdenes (y lo hicieron) tan precipitadas y desunidas que ocasionaron cayesen sobre cada uno de ellos ms de veinte enemigos, y que dejndose matar los primeros, acabacen los restantes con quince Dragones de la tropa de Lima (negros), sin que hubiese arbitrio para, que la vanguardia que a la sazn se iba aproximando pudiese remediar ente sensibilsimo suceso. Prosigue el Mariscal Del Valle su narracin diciendo que cuando nos acercamos a la falda del citado monte, vocearon los indios auxiliares de Anta y Chincheros a los rebeldes situados en l, que si bajaban a dar obediencia a su Majestad (Carlos III de Espaa) seran perdonados; y stos (los rebeldes) les respondieron que su objeto era dirigirse al Cuzco a poner en libertad a su Inca. Con estas noticias -prosigue el informe espaol- determin atacarlos a la maana siguiente, no obstante su ventajosa situacin que consideraban Inexpugnable. Del Valle atac con cuatro divisiones. La que tena que dar la vuelta a la espalda del monte, que haca frente a mi campo (destinada a los enemigos que bajasen perseguidos de los dems), se puso en marchaInvestigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 10

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dos horas antes, y las otras se colocaron en los sitios que las previne, hasta el punto de ataque. Cuando conceptu que estaban todas en la disposicin que haba proyectado, hice disparar los tiros de can, a cuya seal avanzaron a viva fuerza. Los enemigos hicieron una resistencia increble, favorecidos de unos corralones fortificados desde el ao 40 41, que ahora haban puesto en estado de la mayor defensa. Al Teniente Coronel de los Reales Ejrcitos don Juan Manuel Campero que los atac por la izquierda con una columna de mil y quinientos hombres, lo rechazaron tres veces, con un fuego muy vivo de fusil, sostenindose obstinadamente en un paso estrecho, por donde precisamente deba subir. Nuestras tropas acreditaron al mayor tesn y bro, y las de los enemigos hicieron acciones de mayor valor, porque hubo indio que atravesado con una lanza, se la sac del pecho, y sigui con ella a su contrario, cinco o seis pasos hasta que cay muerto; y otro a quien de un golpe de lanza, se le sac un ojo, que sigui con tanto empeo al que lo haba herido, que si otro soldado no acaba con l, hubiera dado fin de su vida. Dur la resistencia como una hora y tres cuartos, hasta que el vigor de nuestras tropas y tambin el de los indios auxiliares de Anta y Chincheros que en este da estuvieron muy bizarros, los desaloj, puso en fuga y escarment, con la prdida de ms de seiscientos muertos, quedndome muy corto; porque los corralones, piedras y caadas del referido monte no permitieron contarlos, ni hacer cmputo cierto de los que perecieron. Sus heridos, puedo afirmar tambin que fueron muchos; porque el crecido fuego que hicimos, casi siempre a la distancia de medio tiro de fusil, y el nmero de los nuestros, que explica la adjunta relacin, justifica que el suyo sera exorbitante. Les quitamos muchos ganados, caballos, mulas y cuantos vveres y efectos tenan acopiados para algunos meses. Leamos ahora cmo narr esta cruenta batalla, Don Mateo Pumacahua, el joven Cacique virreynal:

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Todas las tropas virreynales reunidas marcharon juntas hasta el cerro Condorcuyo que los insurgentes, bajo el mando de su capitn Pedro Vilcapaza, y el indio Terciopelo, haban fortificado de tiempo atrs, como sitio de la primera importancia. Aqu encontraron pasados a cuchillo trece Dragones de Carabayllo, que iban de batidores de entrada. Sentaron el campo y se tomaron en un Consejo de Guerra que se form todas las medidas conducentes al ataque de Condorcuyo; y qued resuelto s hiciese este por tres partes, sealndose el del medio al General Avils, con quien subi el exponente, desalojando a los indios de diversas trincheras que tenan en medio del cerro, desde las cuales precipitaban piedras de enorme corpulencia que abran claros en las tropas de V.M. conforme abandonaban los puestos inferiores se retiraban a la eminencia guarnecida de un muro bien alto. Aqu el General Avils con espada en mano y lleno de ardor, los exhortaba con un ejemplo a la firmeza de nimo y constancia queriendo ser el primero en la escalada del muro: Mas viendo el exponente cuanto se aventuraba con esta precipitada deliberacin, le represent el peligro, y lo que se perda con su muerte tal vez inevitable en el asalto; tomando a su cargo la escalada, que la logr, rompiendo despus el muro, para que entrasen las tropas formadas. En este punto se reunieron las otras dos columnas que atacaban por diversas partes. El hecho que las tropas insurgentes fuesen cogidas por los virreynales desde tres partes distintas explica aquella frase que resume la derrota: ...la mortandad de los traidores fue tan grande, que por ms de dos leguas no se encontraban sino cadveres de stos. No obstante la derrota, Vilcapaza logr reorganizar sus huestes a fin de volver a trabar pelea con el enemigo, tratando de ver con ms cuidado la barrera de fuego de fusilera con que ste contaba. Entre tanto, los Coroneles de Diego Cristbal Tpac Amaru, Ramn Ponce, Pedro Vargas, Nicols Sanca e Ignacio Ingaricona proseguan el sitio de Puno, tratando de tomarlo antes que el Mariscal Del Valle se aproximase ms al Lago

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Titijaja; lo mismo procuraba Andrs Huera por el sur, acatando las rdenes de Tpac Catari. Por su lado el Mariscal, con Pumacahua y Avils, prosiguieron su avance, mientras Diego Cristbal Tpac Amaru pasaba a Carabaya a traer ms gente y Vilcapaza trataba de trazar una nueva lnea defensiva, lo cual hizo en Puquinacancari, camino de Puno. Mientras tanto, otras urgencias se presentaban: la situacin exiga el reinicio del cerco de Sorata bajo mando cuzqueo; en esos das miles de hombres, de Carabaya esencialmente, se desplazaban con destino a Sorata, bajo el mando del Coronel Diego Quispe, el Mayor, montonero autnomo, con gran dominio sobre su gente, y de quien se recelaban algunas vinculaciones con el aimara Tpac Catari. EL COMBATE DE PUQUINACANCARI. 19 de Mayo de 1781 Mientras Vilcapaza efectuaba los enlaces correspondientes para la pelea en un triple frente (Puno, Sorata y Azngaro) el Mariscal del Valle avanz con sus numerosas fuerzas, llevando como vanguardia a las tropas negras. Se percibe la falta de un comando nico en esos das. Al parecer Diego Cristbal prest excesiva importancia a los asuntos de Carabaya y se presenta una confusa situacin. Probablemente Vilcapaza aconsej un repliegue, con el objeto de concentrar, todas las fuerzas rebeldes en un ataque ms sobre la ciudad de Puno -donde resista el corregidor Joaqun de Orellana -pero su idea de una arremetida as no habra sido aceptada: otros jefes rebeldes, tan anrquicos como valientes, anhelaban enfrentarse otra vez con el Mariscal del Valle y se atrincheraron en el Cerro Puquinacancar. El choque armado se libr el 19 mayo y fue extremadamente violento, rememorndose escenas de herosmo como las de Masad y Sagunto, puesto que muchos de los defensores prefirieron el suicidio a la derrota o a la rendicin. Vilcapaza estuvo entre quienes alcanzaron a salvar a los escasos sobrevivientes del combate.

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El propio Mariscal del Valle resumi as este encuentro espartano: Al pasar por el cerro de Puquinacancar, que es muy alto y todo peas, sito en medio de una pampa en el que vimos algunas Indios que por su corto nmero se despreciaron; pero al pasar la columna de Cotabambas que vena a la retaguardia, avis de que le haban apedreado desde l, por lo que su Comandante pidi permiso de atacarlos, lo que se ejecut con un pequeo destacamento y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y brbara defensa; y vindose ya sin recurso, algunos se despearon voluntariamente, y entre los otros una mujer con un nio a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron a una mujer prisionera se tendi voluntariamente sobra un cadver y viendo que tardaban en matarla, levant la cabeza y dijo por qu no la mataban, herosmo que no dej de comentarse en el Palacio de Lima, ente Agustn de Juregui. Los documentos militares precisan que para someter a los que resistan a ultranza se destinaron ochenta fusileros para que castigasen este atrevimiento, a la verdad no esperado, a la vista de todo el ejrcito y mandando suspender la marcha retrocedi el mismo General con el regimiento de Caballera del Cuzco para rodear el monte por su falda a impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos. Pero ellos lejos de intimidarse con la inmediacin de las tropas que se dirigan al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar ms que en morir o defender el puesto que ocupaban, con la mayor intrepidez y osada, favorecidos por unas piedras muy altas que los ponan a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdn que les haca un oficial de las tropas de Cotabambas, a quien con furor respondan que antes queran morir que ser insultados. Y luego del encarnizado ataque virreynal, considerando los soldados rebeldes -hombres y mujeres- que era ya imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despearse para hacerse pedazos. Nada fue bastante - precisan los

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documentos virreynales- para disminuir aquella ferocidad y de este modo murieron todos despreciaron sus vidas por sostener tan horrible sedicin. Gabriel de Avils, entonces un joven Coronel virreynal, escribi: A vista ma y de todo el ejercito se despearon muchos de ambos sexos con sus hijos, desde el escarpado cerro de Puquinacancari, por no entregarse como se les ofreci. Vilcapaza, esa vez, consigui retirarse a tiempo antes de ser rodeado por el enemigo; y pas a organizar ncleos combatientes. Tras su triunfo sobre las huestes rebeldes en Puquinacancari, el ejrcito virreynal del Mariscal Joseph del Valle continu su progresin sobre la ciudad de Puno, cercada por los tupacamarstas desde mediados de diciembre de 1780. Fue una marcha relativamente lenta, por las privaciones y los fuertes hielos de mayo, que afectaban especialmente a las tropas de negros de Lima y Callao, desafectos a las regiones altiplnicas; con todo, tomaron Calapuja, Juliaca y Buena Vista, puntos mencionados en los diarios militares virreinales. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreynales por las montoneras de Vilcapaza, Ingaricona, Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis poltica tenda a estallar en las altas esferas revolucionarias; a raz de la prisin del Inca Jos Gabriel Tpac Amaru la divisin se haba acentuado. Por un lado, estaban los llamados Incas del Cuzco, Diego Cristbal y Andrs, esencialmente, quienes reclamaban la direccin del movimiento; por el otro se hallaba Tpac Ctari el aymara que haba insurgido ya a la accin, a travs de buen nmero de caudillos de aldea en las orillas Titijaja. Quechuas y aymaras tuvieron as una confrontacin interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos, a quienes pareca apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano.

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El avance de Diego Cristbal al altiplano responda tambin a una necesidad perentoria. Contener los desmanes de los capitanes tupacataristas y de uno que otro jefe tupacamarista; sobre todo, resultaba prioritario contener e inclusive aplastar a los lderes que en nombre de Tpac Amaru proyectaban arrasar con todo. PRIMER ATAQUE A PUNO. Por Diego Cristbal Tpac Amaru - 10 de marzo Diego Cristbal fue el hombre escogido por el Inca tanto para organizar la sublevacin en tierras puneas como para frenar los intentos expansionistas de Tpac Catari, el nuevo definitivo nombre de Julin Apaza. Para entonces, el joven caudillo habra ya recibido un gran elogio de labios virreynales: es mucho peor que su (primo) hermano Jos Gabriel Una vez en el altiplano Diego Cristbal organiz la guerra con tal vigor que pudo lanzar el ataque a Puno el da 10 de marzo con Andrs Ingaricona, Ramn Ponce y Pedro Vargas; mientras tanto por el sureste la ciudad empezaba a ser amagada por gruesos contingentes aimaras que al parecer slo aceptaban rdenes del aludido Tpac Catari. Todos, sin embargo, pelearon con ejemplar coraje, pero no consiguieron doblegar la frrea resistencia del Corregidor Joaqun de Orellana, quien para el efecto hasta haba eregido fortines con varios caones en los arrabales de la ciudad y tena slida alianza con el cacique virreynal Anselmo Buztinza, quien lanz a toda su gente a la primera lnea de combate. Puno resisti el aluvin de dieciocho mil patriotas, no slo a causa de las excepcionales condiciones del defensor de la ciudad, sino gracias a la alianza con un sector nativo; pero fundamentalmente combatieron con desesperacin al conocer el sesgo racista y sanguinario que, la lucha haba adquirido en zonas altiplnicas. Los quechuas y los aimaras

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anhelaban, adems, vengar los recientes desastres de Oruro y Chuquisaca. As, como los alrededores de la ciudad de Puno se empaparon de sangre. Pero no se la pudo tomar; Diego Cristbal tuvo que contentarse con estrechar un nuevo anillo sobre la urbe, mientras buscaba con urgencia contactos al otro lado, en el camino de La Paz, con jerarcas aymaras. El avance de los Tupacamaristas sobre Puno habra, sin embargo, de precipitar una consecuencia imprevisible a escasos das: la agudizacin de las ambiciones del nuevo lder Tpac Catari. Aun cuando no se conoce con certeza los impulsos que lo llevaron a agravar la escisin, es un hecho que haba decidido aplicar un proyecto propio, separado del que se traz el grupo de conjurados de Tungasuca. Aprovechndose de que Diego Cristbal no logr conquistar Puno y teniendo ste que retornar del Collao a Kanas, a fin de reclutar nuevas levas y concurrir con socorros al Inca, Tpac Catari se lanz al ataque de la ciudad de La Paz. As, mientras, en aquel convulsionado mes de marzo, Diego Cristbal se estrellaba contra los fortines puneos, Tpac Catari se deshaca de Marcelo Calle, que era el principal delegado tupacamarista en las tierras de Sicasica y llegado el caso, el hombre de los Tpac Amaru llamado a cercar La Paz en el momento oportuno, en dilogo con los criollos paceos comprometidos; plan que se maduraba cuidadosamente por la envergadura de la accin. Orellana logr emboscar con su fusilera a un grueso contingente tupacamarista, lo cual desanim a Ramn Ponce, el que suspendi el ataque y, aun cuando manteniendo el asedio a travs de Ingaricona, retorn a Tinta, donde fue censurado por el Inca por su falta de una mayor acometividad. La guerra continu en todas las tierras puneas, aumentando la violencia conforme se iban integrando contingentes de aymaras y de uros tupacamaristas en la orilla sur del Lago Titijaja. En un ambiente caldeado por las rivalidades entre tupacamaristas y

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tupacataristas Y entre quechuas y aymaras, las comarcas puneas fueron escenario de las ms enconadas luchas contra los espaoles; algunos capitanes patriotas actuaban ya por su cuenta, con gran crueldad. Este perodo de abril en Puno lo subdividiremos en escalones para apreciarlo con ms claridad: las luchas en distintas reas puneas, el segundo ataque a la ciudad de Puno, la ofensiva sobre Arequipa y la derrota de las fuerzas virreynales arequipeas en Lampa. Los finales de marzo y los principios de abril fueron el perodo ms cruentos en la regin; con vesanica furia combatieron jefes tupacataristas y algunos capitanes autnomos, como Nicols Sanca. La floreciente Chucuito, principal ciudad de la regin, fue borrada del mapa por los jefes aymaras, al matarse a sus dos mil vecinos criollos, mestizos y pocos espaoles, de todo sexo y edad. Pascual Alarapita e lsidro Mamani fueron los responsables principales de la espantosa carnicera; ambos obedecan a Tpac Catari. Nios, ancianos y mujeres que escapaban de las piedras, de las balas y de los incendios fueron arrojados a las aguas del Lago, para que pereciesen ahogados; los indios leales resultaron igualmente exterminados. Unos pocos sobrevivientes, mientras huan, alcanzaron a ver la matanza desde lo alto de los cerros que rodean la ciudad. El 3 de abril en pleno combate por Chucuito, fueron quemados vivos los oficiales virreinales Nicols de Mendiola y Jos Rosell. No menos violentas fueron las acciones de Juli, donde se lleg a contar setentin cadveres tambin de todo sexo y edad, en las calles del pueblo arrasado; muchas mujeres y hasta nios fueron sacados de las iglesias, donde se cogan de las imgenes; y no faltaron escenas terribles de sangre humana chupada de heridos y muertos por los fanatizados vencedores, entre ellos muchos uros, seguramente. Los desordenes al parecer se haban iniciado el 22 de marzo en la

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comarca de Carabaya, pero pronto se extendieron a todo el altiplano: sufrieron los excesos Capachica, Acora, Ilave, Coata, Yunguyo y otras ms, aparte de las ya nombradas Chucuito, Juli y Pichacani. Era frecuente or en esos trances que los rebeldes proclamaban Rey a Katari, aludiendo sin duda a Tpac Catari, el sanguinario caudillo aymara que conduca el cerco de La Paz. En Ilave le fue harto clara la proclamacin de rey a Tpac Catari lo cual tuvo que causar justificado pesar. Los documentos de la poca estn llenos de referencias a los excesos en toda la comarca. Un enfrentamiento cerca de Acora, en Manquesquea acab en desastre para los virreinales, cuyas tropas nativas principalmente se dispersaban; otro encuentro en las cercanas tuvo resultados parecidos, as como una incursin de Orellana, tratando de restablecer el orden desde Puno. Adems en el altiplano la lucha hubo de ser ms sangrienta que en ningn otro teatro de operaciones, presentndose casi un ciclo de todos contra todos. En efecto, si bien el 10 de abril los virreinales haban quebrado el asedio a la ciudad de Puno, ello no se debi a un xito militar, sino al caos en la retaguardia rebelde, porque aterrados gran parte de los aymaras, lupacas de Acora con las atrocidades de Isidro Mamani su jefe regional, lo entregaron ms all de Chucuito a las avanzadas del Corregidor Orellana; el suceso provoc recriminaciones y matanzas entre aymaras de la zona, mientras que, no lejos, quechuas y aymaras empezaban a pelear entre s por razones similares. Entre tanto, arrepentido de cuanto haba hecho, tambin se entreg al Corregidor el cruel Mateo Condori. Pero no obstante el desorden, Diego Cristbal logr restaurar un mnimo de coordinacin y, auxiliado por Mariano Tpac Amaru y Andrs Ingaricona, se volvi a cercar la ciudad, por tierra y agua. Por esos das la situacin poltica rebelde empeorara en las esferas de la

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dirigencia insurrecional, porque al enterarse Tpac Catari de la prisin del Inca Jos Gabriel, trat con ms fuerza an de capturar y conducir el movimiento. Para ello el destacado lder contaba con la terca adhesin de sus seguidores y con un extrao carisma, no exento -como vimos- de elementos mgicos. Diego Cristbal -al igual que su antecesor- no haba tenido ms remedio que tolerarlo durante ese difcil abril, en la comn lucha contra los virreinales; pero tal actitud de concordia no consigui las metas que le inspiraban. Por el contrario Tpac Catari continu remitiendo al asedio de Puno, por el lado sur, tropas aymaras de refresco conducidas por jefes que mostraban tanto valor como crueldad e indisciplina, cual el caso de Pascual Alarapita e Isidro Mamani. Numerosos pueblos volvieron a sufrir una violencia inenarrable, lejos de los principios doctrinarios de la rebelin y de los preceptos cristianos que todos los Tpac Amaru enarbolaban. SEGUNDO GRAN ATAQUE A PUNO: del 10 al 12 de abril. Desde Azngaro, Diego Cristbal organiz el segundo ataque a la ciudad, de Puno. Lanz contra la ciudad a Andrs Ingarcona y Pedro Vilcapaza, pero mientras stos avanzaban, l mismo tuvo que replegarse rumbo al norte al recibir noticias del desastre del Inca en Sallca. El ataque se desorganiz el da 13, al confirmarse la prisin del inca, ocurrida en Langui el 6 de abril. Ms adelante tendremos ocasin de volver sobre este asunto, con motivo de la llegada de los refuerzos espaoles. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreinales por las montoneras de Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis poltica tenda a estallar en las altas esferas revolucionarias. Como era de suponerse, a raz de la prisin del Inca Jos Gabriel Tpac Amaru la divisin se haba acentuado. Por un lado, estaban los llamados Incas

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del Cusco, Diego Cristbal y Andrs, esencialmente, quienes reclamaban la direccin del movimiento; por el otro se hallaba Tpac Catari el aimara que haba vuelto a la accin vigorosamente, secundado otra vez por un buen nmero de caudillos de aldea. Quechuas y aimaras zanjaban as una confrontacin interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos a quienes pareca apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano. TERCER ATAQUE A PUNO Entre tanto, Diego Cristbal haba tratado de capturar Puno, lanzando sobre la ciudad las tropas comandadas por Andrs Ingaricona y Pedro Vargas, las que no pudieron doblegar la resistencia del tenaz Corregidor Orellana, quien haba tenido la prudencia de construir dos nuevos improvisados bastiones, con fosos y trincheras, y se vala adems de un artillero corso de suma habilidad, llamado Francisco Vcentello. A principios de mayo Diego Cristbal haba acampado por varios das en Lampa organizando la guerra en los dos frentes inmediatos, el de la ciudad de Puno (a su cargo) y el abierto por la ofensiva del Mariscal. El da 7 haba asomado a los cerros lindantes con Puno, con grande ostentacin y estrpito de los (caones) pedreros que traa para batirla. Eje de la defensa de Puno era el fuerte y dos fortines que diriga el artillero Vicentelio, con cuatro caones y 44 artilleros. El ejrcito de Diego Cristbal arroll a los indios virreinales que defendan la urbe, empujndolos ms all del cerro del Azogue hasta llegar a poner en peligro el propio fuerte que cubra a los puneos, pero los referidos caones contuvieron la acometida Tupacamarista, pese a su bravura y ferocidad como informaron los partes militares del Corregidor. Tomados los fortines, el da ms sangriento fue el 9 en que Diego Cristbal atac por dos lados a la ciudad, llegndose en un momento a combatir en las mismas calles, por el lado de la parroquia de San Juan.

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Estall el polvorn de Puno pero el episodio no amengu el nimo de los defensores. El nutrido fuego de fusilera que sostuvo en persona el Corregidor Orellana impidi en aquel da la captura de Puno; las vctimas fueron numerosas en ambos bandos y el asedio continu en los das siguientes, desde lejos, porque se consider oportuno aumentar el hostilizamiento a las huestes del Mariscal Del Valle que haban logrado como vimos- traspasar las defensas rebeldes en diversas batallas. Testigos cercanos de los hechos describieron as la situacin: A quien contemplamos en fuertes fatigas es al Corregidor de Puno, Orellana, pues aunque ha resistido con un valor indecible a ms de diez ataques, se cree que al fin se rinda si no es socorrido en tiempo, como lo ha solicitado con las mayores instancias. Se sabe que los das 10, 11 y 12 del corriente le presentaron batalla los indios de Chucuito y Diego Tpac Amaru con ms de cuarenta mil indios, tres (caones) pedreros y como treinta fusiles, en que le mataron ms de cien espaoles y quedaron heridos como cincuenta y stos de cuidado, y muchos descalabrados y golpeados de las piedras, en que se vio bien confuso el dicho Orellana que sali herido de una pedrada en la boca, que escap de milagro y le rompieron una trinchera y se le entraron hasta la dicha villa. A lo largo de mayo , las guerrillas desgastaron al cuerpo del ejrcito que cobnduca Del Valle, pero no pudieron impedir su progresin sobre Puno, ciudad que recibi a esas huestes el 25 de mayo, en medio de gran algazara virreinal. A la verdad, tras Puquinacancari, las huestes virreinales continuaron su progresin dificultosamente. Pocos pensaban ya en los planes iniciales de socorrer La Paz; la mayora de los jefes apenas anhelaba guarecerse en Puno. Puno, la ciudad a la cual se aproximaban las tropas del Mariscal Del Valle, haba venido soportando sangriento asedio desde el 10 de marzo, frente a las tropas del mestizo Ramn Ponce y de varios jefes indios. Result una guerra muy encarnizada; pueblos y an ciudades de los

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alrededores desaparecieron casi del todo (como Juli, Pomata, Ilave, Chucuito). Fue el defensor de Puno un criollo, Joaqun de Orellana, quien arm y equip casi exclusivamente a criollos y mestizos, con acierto de ordenar la construccin de un fortn en los extramuros. dispona de cuatro caones y de ciento ochenta fusiles y escopetas, pero sus tropas, a fines de junio, se encontraban exhautas, tras cuatro meses y medio de cerco y de combates, puesto que haba construido una pequea isla de felicidad en medio de un mar de rebelin, tal como tan descriptivamente se defini la situacin militar. Mucho alivio hubo all cuando llegaron versiones confusas en torno a la aproximacin de la tropa virreinal y la parcial ruptura del asedio. PUNO: FUGAZ XITO VIRREINAL El cerco de Puno fue levantado por los sitiadores; el Mariscal orden entonces a sus avanzadas que tomasen Puno, un Puno destrozado en cincomeses de asedio. Felicit al Corregidor Joaqun de Orellana por la defensa. Pero de inmediato todos repararon en lo precario de la situacin de la ciudad: hambre, enfermedades, carencia de armas suficientes, deseciones, frio intenso y ultitudes, quechuas y aimaras rodeando nuevamente la plaza, unos por el norte otros por el sur. No fueron tranquilizadores los informes recibidos en la ciudad. All supieron cmo se habian visto acosados desde el 10 de marzo, fecha en que se inici el segundo cerco; supieron cmo el leal cacique virreinal Anselmo Bustinza haba sido escudo de la ciudad, con sus indios de Maazo y otros lugares, pese a las acometidas de sucesivos capitanes como el mestizo Ramn Ponce y los coroneles Pedro Vargas, Andrs Ingaricona, Nicols Sanca, Pascual Alarapita y otros que, junto o sucesivamente, haban atacado la ciudad, llegando a combatirse en los arrabales; y supieron tambin cmo -actuando por encargo de Tpac Catari- Andrs Guara haba tambin amagado la ciudad por el Este. Y tan sangriento asedio de quechuas y aymaras prosegua a lo lejos, slo se

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haba perforado en un punto la marea humana que rodeaba la ciudad. En definitiva, lo que predominaba en Puno era hambre, enfermedades, carencia de armas y de municiones suficientes, deserciones, frio intenso, etc. La operacin no iba ha ser fcil para el Mariscal, sobre todo considerando que haban desterrado casi todas sus tropas indgenas, con excepcin de los Chincheros que comandaba el ms disciplinado de todos los jefes virreinales; Pumacahua; adems, al trascender la orden de retirada, la situacin se agrav, porque desertaron varios caciques puneos hasta ese momento leales y aliados. Viendo segura una derrota en la puna abierta, prefirieron acogerse bajo las banderas de Diego Cristobal. Mayor era an el riesgo de amotinamiento de los ochocientos fusileros negros de Lima y el Callao, deseosos de emprender cuanto antes la retirada. La retirada virreinal de la ciudad fue el 26 y 27; tras juntarse, partieron todos del campamento de Del Valle, ubicado en las afueras. Grandes burlas hacan a los patriotas desde los cerros, especialmente los indios, mofansode de los vencidos. Eran ocho mil, esos vecinos de Puno -ancianos, mujeres y nios entre ellos- empezaron la odisea hacia el Cusco,a pie casi todos, al amparo de los ochocientos fusileros de Del Valle y los ciento treintiseis de Orellana. LA TOMA DE PUNO POR LOS TUPACAMARISTAS: 28 de mayo Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quiz el momento ms alto de todo el ciclo tupacamarista, auncuando ya haba sido ejecutado el principal jefe, Jos Gabriel Tpac Amaru. Durante aquel periodo Diego Cristobal desde Azngaro prosigui la ofensiva en todos los frentes; Vilcapaza habra de ser enviado a la toma de Sorata, cuyo asedio haba sido suspendido en tiempo atrs.

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As fue como a fines de ese mes, Diego Cristobal y sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros circundantres la retirada de las tropas virreinales, con rumbo a Sicuani, de donde haban partido orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el Inca Jos Gabriel; a ese ejrcito lo segua toda la poblacin civil del lugar y, a regaadientes, el propio Corregidor Orellana. Diego Cristobal ocup de inmediato ese Puno vacio, cuidandose de usar gente segura, del bando tupacamarista. Por su parte el Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de mltiples escaramuzas contra las montoneras de diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya, Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que realizaban en valor mientras los fusileros negros abran brecha para el paso del grueso del triste cortejo en retirada. en toda esta campaa se hall Diego Cristobal tan cerca de la lnea de fuego que en una oportunidad casi lo captura una partida virreinal, salvandose apretadamente. La capital de los territorios liberados se reintal en Azngaro poco despus. La desercin de muchos soldados nativos y hasta de un cuerpo ntegro (que, acab masacrado por los alzados en Ayaviri, das despus) condujo a la celebracin urgente de un Consejo de Guerra, inspirado por el propio Mariscal Del Valle, el cual arribara el siguiente acuerdo: El Ejrcito que lleg hasta Puno con el piadoso fin de libertar la vida de sus vecinos que ya no tenan modo de subsistir, ni de retirarse por estar sitiado de enemigos, sin esperanza de otro socorro que el nuestro, conseguido el intento se va en la precisin de tomar Cuarteles de Invierno, llevando consigo a su honrado vecindario por las razones siguientes- El ejrcito slo consta de ochocientos hombres del cual casi el todo consiste en las tropas de Lima. Estas, acostumbradas al clima dulce de aquella capital, no son capaces de sufrir por ms tiempo la aspereza de los hielos que cada da son mayores, cuya incomodidad se hace ms insoportable por estar descalzos y hechos pedazos sus

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vestidos: faltos de pan a que por estar acostumbrados les es de mucha molestia su falta, y con las tiendas hechas pedazos. Siendo pues indispensable tomar cuarteles, no queda ms arbitrio que ejecutarlo en Arequipa, La Paz o el Cusco para que reforzado all el ejrcito pasada la rigidez de la estacin, se puedan continuar las operaciones. Las huestes procedentes de Lima tambin debieron horrorizarse al escuchar los relatos en torno a la violencia criminal que la guerra habla adquirido por ambos lados, Los sobrevivientes, escasos, narraran las pavorosas matanzas racistas al sur de Puno. Con todo, el valeroso Orellana insisti en marchar en auxilio de La Paz; luego los reclamos de los puneos virreinales se limitaron a rescatar Chucuito; finalmente slo demandaron permanecer acantonados en Puno. Todo fue intil, las rdenes de Del Valle fueron terminantes: la evacuacin. Es justo reconocer que al momento de tan grave decisin. Del Valle contaba en efecto- con slo mil cincuenta soldados de los cuales doscientos eran de nombre; dos mil de sus integrantes haban sido aniquilados o desertaron durante el penoso avance hacia Puno. An ms, al llegar a Puno acababa de defeccionar la Compaa de Cotabambas con su teniente Jos, Cornejo, guiada por el absurdo empeo de alcanzar salvacin; la aniquilaron por Ayaviri y nadie sobrevivi para contarlo. Seguramente jefes y tropas virreinales se amedrentaron al or que el Consejo de Guerra iba a discutir un avance a La Paz como en efecto sucedi ese 25 de mayo de 1781. En todo caso, la decisin de la retirada se justifica por el quebrantamiento de la disciplina en esas soledades. Rumores corran sobre que el resto de la tropa (con muchos mulatos de Lima y Callao) exiga el retorno al Cuzco, so riesgo de una desercin masiva No fue fcil convencer al tenaz Orellana y su valerosa tropa. Al fin, narrara un jefe militar- ese mismo 26 de mayo todos emprendimos la

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marcha, con grande lentitud, para seguir el paso de las mujeres y los nios de Puno As se lleg a Yanarico; en esa retirada ciertos grupos sin darlo a conocer al Mariscal, optaron por un retroceso buscando el camino de Arequipa. Fueron exterminados. El da 13, siempre hostigados por partidas de rebeldes, se produjeron choques serios en Pocochuma, no lejos de Umachiri. Luego se realizaron escaramuzas ms serias en Hulloma o Hullulloma, el 15, al incursionar partidas de caballera. Asimismo, el 17 en Santa Rosa se realizaron encuentros que obligaron a emplazar la artillera y a pedir refuerzos de la infantera. Entre penurias sin fin, los restos del ejrcito virreinal cruzaron dificultosamente La Raya, alcanzando Sicuani el 23, donde se reintegr la columna de Cullar que, un mes atrs, haba partido hacia Carabaya. Los jefes de este ejercito virreinal se vanagloriaban de tres victorias, pero la verdad es que apenas desfilaron trescientos de los tres mil soldados que partieron y dejaban Puno en manos de Diego Cristbal Tpac Amaru, Los sufrimientos de ese ejrcito acabaron solamente el 4 de Julio; por lo menos para la vanguardia que aquel da hizo su ingreso al Cuzco comandado por el propio Mariscal. No aguardaban buenas noticias; nuevas tropas quechuas rondaban las comarcas de los alrededores del valle del Cuzco y festejaban la debacle del gran ejercito que, aunque vencedor del Inca Jos Gabriel, retornaba vencido por el nuevo Inca Diego Cristbal. Sus fuerzas haban ocupado Puno apenas los virreinales evacuaron la ciudad, pero la capital de la revolucin continu en Azngaro. Durante aquellas semanas, Diego Cristbal prosigui la ofensiva en todos los frentes; Sorata seria conquistada y en las sierras de Arica, Tarapac se respaldaron tambin la insurreccin. La casa de Vilcapaza fue esos das el centro de reunin de los jefes

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rebeldes para trazar nuevos planes y tambin el refugio discreto de la bella mestiza Angelina Sevilla Choquehuanca, compaera del Inca mozo, Andrs Mendiguri Tpac Amaru. SEGUNDO CERCO DE SORATA Con sus montoneras, Vilcapaza se incorpor al segundo asedio de Sorata -a las tres semanas de iniciado- a fines de mayo; as lo habra dispuesto el nuevo Inca Diego Cristbal, reconocido como tal tras la ejecucin del Inca Jos Gabriel en el Cuzco, el 18 de ese mes de 1781. Calculamos que en das anteriores estuvo tratando de contener a las vanguardias del Mariscal del Valle, que marchaban sobre la ciudad de Puno, a las cuales desgast de tal modo que los fugaces vencedores tendran -como vimos- que abandonar esa ciudad a los pocos das de reconquistada. En las afueras de Sorata Vilcapaza se junt con Andrs Tpac Amaru, a quien debi hallar cargado de rencores por la crudelsima muerte de su to el Inca, sentimiento de odio que parecan compartir muchos de quienes rodeaban a ese joven General de diecisiete aos de edad, a quien su linaje haba llevado a tan alto cargo. Asimismo, debi encontrar a Diego Quispe incontrolable. Con la mucha gente fantica que lo segua desde Carabaya, de Sandia en especial. Cierto nmero de delincuentes fugados de crceles y obrajes destruidos, se haban sumado a filas insurrectas. Debi notar que la situacin se volva ms incontrolable que nunca. El nuevo cerco haba empezado el 4 de ese mes de mayo; anrquicos dirigentes regionales a los cuales no import la guerra contra el Mariscal del Valle, precipitaron los hechos, rompiendo an ms la precaria unidad reinante. La tarea de Vilcapaza hubo de ser all la de tratar de consolidar fuerzas y moderar a los que solo buscaban venganza. La parte principal de la defensa la tuvo un ejrcito de dos mil criollos y mestizos, integrado por sorateos y refugiados de los alrededores,

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inclusive con gente de las distantes Lampa y Azngaro. Fue jefe de estas improvisadas tropas virreynales el Coronel Anastacio Surez de Varela; y justo es reconocerles que pelearon con denuedo contra los tupacamaristas, soportando hambruna, enfermedades y toda clase de privaciones, sin rendirse. El asedio fue al final tan estrecho que el pueblo sorateo se redujo a vivir atrincherado en el recinto o centro de la plaza. As nos mantuvimos -relata uno de los defensores- con el bloqueo de poste a poste, sin que cesase al continuo tesn del fuego de noche ni de da, por espacio de tres meses, hasta el 5 de agosto. Resumamos lo principal de aquel cerco. Dos meses se llevaba ya de encuentros sangrientos; ninguna faccin pareca dispuesto a ceder. Fue entonces que surgieron intentos de un arreglo, una parte de los sorateos debi ser influido por los mensajes de fraternidad que Andrs el Inca Mozo -Jefe del sitio- lanz a los criollos, siguiendo el mandato odo tantas veces del Inca difunto, de Jos Gabriel y del nuevo Inca, Diego Cristbal. Pero las negociaciones acabaron mal, pese a los empeos de Vilcapaza y de otros jefes y caciques. Desde diferentes puntos de vista -y quizs de fuentes documentalesLillian Estelle Fisher y Eulogio Zudaire han contado el episodio que deterior gravemente el nimo de los sitiadores, enconado desde entonces las razones expuestas. Parece que hubo tentativas de paz entre los dos bandos; en una de las reuniones, fueron parlamentarios de los de Sorata, Gregorio Santalla y Jos Pinedo, jefe este ltimo de la defensa de la plaza. Pinedo habra llevado la secreta consigna de asesinar a Andrs y al momento de sacar sus pistolas para victimar al Inca mozo fue descubierto y luego masacrado con toda la comitiva. La guerra arreci ms que nunca.

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LA DESTRUCCION DE SORATA Por entonces vino el proyecto de construir una represa con las aguas del ro Tipuani, las que una vez contenidas se lanzaran sobre la ciudad cercada. La idea, la trajo un criollo azangarino y Toms Inga Lipe (Thomas Inga Lpe, el menor, dirigi la maniobra del ro en compaa de un hombre blando remitido de Azngaro por (Diego) Tpac Amaro, cuyo nombre ignora pero que hablaba castellano y quichua, segn declarara el secretario de Tpac Catari, Basilio Angulo). Pedro Vilcapaza debi hallarse entre los ms activos para el acarreo de materiales y poner orden en esas muchedumbres a las que hubo de transformar de soldados en obreros; terminada la represa, se solt las aguas con el resultado que se aguardaba. Roto el dique, lanzado el torrente de golpe, rompi las defensas sorateas y por all ingresaron las huestes rebeldes. Ese fue el da lamentable en que dio fin este pirata con el pueblo y sus habitantes, habra de expresar un informante virreynal, de los pocos que sobrevivieron el encuentro definitivo. Para entonces el joven Andrs haba olvidado ya, los consejos de Angelina Sevilla Choquehuanca, la bella mestiza de Azngaro y si llegaron sus cartas a los campamentos de Sorata, ni las leera. Viva en el asedio un romance nada menos que con Gregoria Apaza, hermana de Tpac Catari, el aymara sitiador de La Paz, mujer vengativa como ste. Siendo casada, no le importaba lucirse con el joven lder Inca; mujer que adems, -como lo anota Mara Eugenia Siles-, contaba con diez aos ms que l. Es probable que su inspiracin fuese nefasta sobre Andrs, quien en su mocedad no previ todas las responsabilidades que significaban un gobierno regional revolucionario ni una operacin militar de esa envergadura. Pero hubo un factor an ms grave en ese muchacho indio, jefe de decenas de miles de insurrectos: quince das atrs haban ahorcado a Pedro Mendigure, su padre, en la plaza del Cuzco; a su madre -activaInvestigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 30

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tupacamarista- la sometieron ese da a diversos vejmenes; esto sucedi el 17 de julio, en que tambin se ahorc a Ramn Ponce, el antiguo jefe militar de la rebelin en Puno, as como a otros destacados dirigentes indios y mestizos (1). Todas estas ejecuciones, unidas al recuerdo del martirio del Inca, de Micaela Bastidas y de Hiplito Tpac Amaru, atizaron los odios de Andrs, se apoder un afn de venganza contra quienes nada tenan que ver con esos hechos. Justos sorateos pagaron por pecadores cuzqueos. De nada sirvieron los consejos de maduracin que Andrs pudo recibir de gente mayor como Vilcapaza. Barridas las defensas con las aguas del ro, irrumpieron las tropas rebeldes, unos veinte mil hombres. Con la tolerancia de Andrs y de varios de los dems dirigentes, se excedieron, sin respeto por los vencidos. Fueron masacrados, destrozados, colgados, sin distincin de sexo ni de edad. Entre las vctimas hubo miles de criollos, con lo cual los vencedores de Sorata rompan los principios ideolgicos del Inca difunto, Jos Gabriel, y las rdenes precisas del nuevo Inca, Diego Cristbal. Aquel mismo da se produjeron innumerables violaciones de mujeres espaolas, criollas y mestizas, a la mayor parte de las cuales mataron despus, tal como lo acreditan documentos publicados por Lewin y otros estudiosos. Las Choquehuancas, Indias nobles de Azngaro fueron todas vejadas y colgadas, como renegadas. De la matanza slo salvaron algunas mujeres blancas, de seguro al precio de su honra. Sobre la captura de Sorata Melchor de Paz, el Secretario del Virrey habra de anotar que se asol Sorata, pueblo muy rico y de mucha gente; a esta la (pasaron) a cuchillo y (se) rob ricos tesoros. Cuntos murieron masacrados en Sorata? No lo sabremos nunca. Sir Clement Markham, -viajero por esas comarcas altiplnicas promediando el siglo pasado- tom cifras sin duda exageradas por la tradicin oral

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criolla. La verdad es que perecieron varios miles, quizs ocho mil; y sobrevivieron apenas ochentaisiete personas, por que la orden fue entrar sin dar cuartel sino a los indios y algunas mujeres blancas como lo seal la Verdad Desnuda; y as mientras la enorme mayora de los indios sorateos se dispersaba, criollos, espaoles y mestizos sufran la masacre, aunque hubo un criollo que salv sirviendo de secretario. Salvaron tambin algunos sacerdotes y otros que fingieron serlo: no dejaron en vida a los criollos pues a todos degollaron y mataron con inhumanidades, sin perdonar aun a los eclesistico reza no obstante un Informe colonial, porque hubo tambin curas despedazados. Pero un documento paralelo aclara que slo se mat a los clrigos que resistieron. De un modo u otro, fue un da de horror, especialmente por las mujeres que, fueron entregadas en carnes al festival de la indiada. Sin duda la cruel muerte dada al Inca y a sus familiares fue uno de los detonantes de la extrema violencia, encendiendo un odio vengativo cruel que cogi a los propios jefes. El Virrey Juregui reconocera que tras las ejecuciones parece que se empearon ms en las atrocidades resumiendo situaciones en un Informe del 16 de diciembre de 1782. Pero as como se perciben en ese da, terribles odios acumulados de dos siglos y medio y la accin de numerosos delincuentes indgenas evadidos al amparo de la revolucin, del mismo modo se nota la accin seera de quienes no se mancharan ese da con sangre de inocentes, ni hicieran pagar a los sorateos, mujeres, nios y ancianos inclusive, culpas que les eran ajenas como la ejecucin del Inca Jos Gabriel (2). Y los hechos fueran tales que como el Azote de Dios habra de ser conocido desde entonces el irreflexible muchacho, Andrs Mendigure Tpac Amaru, quien con las atrocidades que permiti cometer caus un dao irreparable a la sublevacin, el mayor de los cuales, habra de ser qu duda cabe! que el nuevo Inca, Diego Cristbal repudiase tales actos y empezase a vacilar sobre si proceda continuar la guerra dentro de

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semejantes mtodos. Las dudas que Diego Cristbal que lo conduciran meses despus a la rendicin- empezaron con su disgusto y pesadumbre por las atrocidades de Sorata y para paliarlas no bastaron las excusas a los remordimientos de su joven sobrino, quien argira que le fue imposible contener los desmanes. A SANDIA Y AZANGARO Ocupado la ciudad de Sorata -o mejor dicho lo que de ella qued tras las inundaciones, los incendios, los saqueos y las matanzas- los jefes rebeldes marcharon a cumplir distintos objetivos llevando cada uno su parte del botn de guerra. Andrs el Inca Mozo, sali el 18 de agosto, con rumbo a La Paz, donde la situacin se encontraba ms tensa que nunca debido a los afanes autonomistas de Tpac Catari, quien haba reiniciado el asedioa la Plaza, retiradas las tropas de Brunos Aires que le dieron fugz respiro. Vilcapaza pas a Sandia con grandes tesoros, un cajn de diamantes y cuarenticuatro arrobas de oro y plata, entre otras cargas, las cuales quedaron en custodia; asimismo, Martn Vilcapaza, hermano del jefe indio, llev parte del botn de Sorata a Azngaro. A esta ciudad marcho luego el propio lder, llevndose varias cargas en mulos que contenan parte de la de Sorata y de la de Tipuani. Diego Chuquicallata, vio asimismo que el famoso Coronel Diego Quispe parti llevando seis mulas cargadas de oro y plata, desde el campamento de Andrs Tpac Amaru, el Inca mozo, el cual se hallaba instalado a tres cuartos de legua de la ciudad vencida. En estos das naceran las leyendas sobra los tesoros de Vilcapaza. En verdad, fueron ascendentes a unos cuatro millones de pesos. Que los guardase se justifica dentro de las usos de la guerra en aquel tiempo puesto que en esas apremiantes circunstancias, de esa riqueza eman el medio de sostener las exhaustas lneas logsticas de la rebelin. Este perodo marc el apogeo de Vilcapaza; por entonces ejerciendo

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gran dominio sobre parte considerable del altiplano, viva en una residencia colonial que haba pertenecido a los opulentos caciques Choquehuanca. Pero no permaneci muchos das en calma. Como siempre, pareca estar en todos lados. En agosto de 1781 Diego Cristbal Tpac Amaru lder absoluto del movimiento, expidi un decreto en Azngaro ordenando respetar las vidas de las mujeres, nios y sacerdotes, segn las versiones que Sir Clement Markham recogi en esa ciudad, de labios del anciano Luis Quiones; pero fue intil. Un vendaval racista sacuda el altiplano. Numerosos lderes locales resultaron incontrolables y parecan dispuestos a extirpar a quienes no fuesen indios. No solamente los criollos, sino tambin los mestizos, los zambos y las mulatos sufrieron tan sanguinaria tendencia, explicable por el odio acumulado a la largo de dos siglos y medio. Pronto surgiran graves tensiones entre los propios indgenas, oponindose los quechuas a los aymaras. AL CERCO DE LA PAZ En medio de tales indeciciones fue necesaria continuar la guerra. Como las tendencias autonomistas se acentuaron, Diego Cristbal Tpac Amaru, dispuso que los vencedores de Sorata pasasen a controlar mejor la situacin poltica en la Paz; y as envi a su sobrino Andrs Tpac Amaru, a Vilcapaza (por unas das) y a otros dirigentes como Tito Atauchi. No sin algunas resistencias se consigui una vez unificar el movimiento rebelde; Tpac Catari caudillo plebeyo cuya verdadero nombre era Julian Apaza termin acatando la supremaca de las Incas del Cuzco y la de los emisarios azangarinos. Pero las tensiones siguieron; las matanzas aumentaban; de la ideologa inicial de la rebelin (al frente nico peruano antiespaol) nada casi quedaba; Tpac Catari siendo bastante radical frente a quienes no eran indios, su aymarismo lo conduca a ratos hasta el extremo de mostrarse

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antiquechua. La sublevacin cubra entonces hasta tierras de Salta y Tucumn. Pronto huestes del Ro de la Plata pasaron al contraataque. El sangriento cerco de La Paz (murieron unas catorce mil personas) acab en derrota pues los alzados no consiguieron tomar la ciudad y el 17 de octubre de ese ao de 1781, ingresaban las tropas de Buenos Aires, esta vez definitivamente. Mientras tanto se extenda por todas las cordilleras el ofrecimiento del Indulto por parte de las autoridades virreynales, asunto que fue largamente debatido, manifestando muchos rebeldes un criterio totalmente opuesto al de acogerse a la paz que ofrecan los Virreyes de Lima y Ro de La Plata. Para entonces, el Inca Diego Cristbal haba recobrado cierto nivel de dilogo con los criollos progresistas del Cuzco, contactos reiniciados a travs de uno de sus capellanes de guerra; y aunque tal vez el mximo jefe indio receloso de las tratativas, la verdad es que parece que se hallaba hastiado de tanta muerte y desolacin; le repugnaban muchos crmenes impunes cometidos sopretexto de la insurreccin. El 17 de octubre inici enlaces epistolares a fin de establecer las condiciones mnimas para un entendimiento; mientras tanto dispuso la suspensin de actividades blicas, lo cual no fue obedecido por todos sus capitanes. Vilcapaza, fiel a su Inca, si se entreg, tal sucedi el 3 de noviembre segn se ha sostenido. En esos das, conducentes el Tratado de Paz en Lampa, que se celebrara el 11 de diciembre, Vilcapaza, dndose cuenta de la real marcha de los acontecimientos, alert a su rey de lo que sobrevendra. EL INDULTO Diego Cristbal Tpac Amaru, no obstante se mantuvo partidario del pacto, actitud a la cual se opuso tenazmente Vilcapaza, quien lleg a advertir sobre una posible traicin virreynal, como a la postre ocurri. Se afirma que en tan delicado trance, el azangarino habra sugerido la

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posibilidad de un repliegue a los valles tropicales puneos de San Gabn, por Carabaya, donde el difunto Inca poesa cocales. Carabaya era adems comarca rica en coca, peces, frutas y maderas; an mas, cerca existan lavaderos de oro y las esplndidas minas de plata de Ucuntia. En suma, al amparo de esa ceja de selva se podra subsistir, un tanto al estilo del primer Tpac Amaru en Vilcabamba. En aquellos lugares -habra expresado Vilcapaza- estaremos seguros de la persecucin y de la muerte y nos conservaremos en la aptitud de recobrar nuestras pueblos y vengar la sangre de nuestros hermanos. No fiemos -arga- de dolosas promesas. Pero sus argumentos, sus intuiciones, resultaron Intiles. El obstinado General que resisti hasta el final el partido del indulto as lo calificaron sus enemigos - reiter la conveniencia de replegarse a Carabaya, una vez ms, a cuya puerta se hallaba, pero fue en vano; nada ms sabemos de esos dolorosas dilogos. Tambin Marcela Castro, herona, madre de Diego Cristbal, advirti a su hijo contra la firma del arreglo de paz, segn el cronista indio virreynal Sahuaraucara pero fue en vano. El joven Inca miraba con horror le devastacin racista en innumerables comarcas; le repugnaba que se actuase as, pero careca de posibilidades de restablecer la que podra calificarse de orden revolucionario. Lo angustiaban matanzas racistas que no haba previsto ni dispuesto. Por otra porte, desde el Cuzco se le ofreca las ms altas condiciones de paz y hasta la supresin de los Corregimientos en las comarcas bajo su mando. Las negociaciones de paz tuvieron su origen en el indulto ofrecido por el Virrey Juregui el 11 de septiembre, ampliamente difundido en cartelones. La verdad es que el Virrey haba visto imposible acabar la guerra sin destrozar lo que an quedaba en los comarcas surandinas e influido por las crculos ms progresistas de Lima opt por una amnista que fue mal recibida en las esferas superiores del Cuzco y otros lugares. A mediados de octubre, Diego Cristbal recibi oficialmente el texto del

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indulto y el 18 acept su texto, en principio. Entre tanto, segua fortaleciendo sus huestas por lo que pudiese ocurrir con su persona, pero todo indica que ya no estaba dispuesto a proseguir en la sublevacin. En esos das se perciban en el campamento rebelde las presiones de las diversas tendencias y las marchas y contramarchas respectivas en las conversaciones. El 11 de diciembre el Coronel Ramn de Arias, jefe del ejrcito de Arequipa, obtuvo -como dijimos- una tregua con Diego Cristbal, pactada en la ciudad de Lampa; es un momento en que parece que los virreynales, hondamente influidos por los grupos progresistas del Cuzco, aceptaron la idea de suprimir a los Corregidores en las tierras que se hallaban bajo el dominio del Inca; posicin- que pudo haber sido del agrado de varios de los jefes rebeldes, Vilcapaza entre ellos. Entre tanto, seguan su marcha sobre Azngaro distintas columnas virreynales; reclamaban los Corregidores contra cualquier infidelidad al Rey de Espaa (as vean la eventual supresin de los Corregimientos en el altiplano); y se apresaba a varios destacados Coroneles rebeldes, de quienes se saba su ninguna propensin a soluciones pacficas. El peligro creca. Los virreynales exigan devolver armas y tierras. EL RETORNO A LA LUCHA Aquel temerario de Vilcapaza, como lo calificaban los propios espaoles, volvi entonces a la accin. Debi ser a los pocos das del pacto de Lampa y no poco trabajo le costara ganar los primeros adeptos para la causa que resurga; cabe recordar el enorme Influjo que posea el ttulo de Inca en las cordilleras y tambin el temor a las crueles represiones virreynales. Fresco estaba el recuerdo del descuartizamiento de varios dirigentes, Tpac Catari entre ellos. Los virreynales aplicaban la tctica de tierra arrasada en las zonas rebeldes. De lejos, y con pena, debi ver las arreglos que culminaran en la Paz de

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Sicuani, suscrita entre Diego Cristbal Tpac Amaru -recibido, no obstante, con todos los honores de Inca-, y el Mariscal del Valle. Y prosigui en la lucha, olvidando su juramento en Pucarani. Por tan gallarda actitud postrera, cierto historiador espaol, tan apasionado como conservador lo ha llamado el cacique feln. Viol en efecto un juramento de fidelidad, pero lo hizo por su pueblo, por su raza, por su patria; fue un hroe que tercamente se neg a la derrota, como all en Espaa, los de Sagunto y Numancia, empeados todos, cada uno en su tierra, en la defensa de sus lares hasta le muerte, aun dejando de lado toda esperanza de victoria final. El primer acto de Vilcapaza en esta nueva etapa fue el de oponerse al afianzamiento virreynalicio en Azngaro para lo cual atac a la comitiva que ocupaba esa plaza. Logr salvarse aquel cortejo oficial apenas por la arrojada intervencin del Coronel Fernando Huamn, un tupacamarista indultado que sable en mano carg con su gente sobre la montonera de Vilcapaza. Pero esta derrota no lo amilan; decidi Vilcapaza salir a las punas abiertas a proseguir su desigual lid libertaria, por su raza, por su pueblo. Y el bien le haba sido imposible pactar una lnea homognea de lucha con otros lderes rebeldes como l (Apaza, Laura, Ingaricona, Surpo, Calisaya, todos ellos autnomos en sus respectivas reas, anrquicos, indisciplinados), en cambio tena logrado un suficiente nmero de enlaces para reiniciar la guerra por su cuenta, al norte del Lago Titicaca especialmente. Quien mejor ha seguido sus proezas en esta etapa de la vida de Vilcapaza fue Melchor de Paz, el Secretario del Virrey; es el quien nos relata en su crnica que por un lado enviaba bandos y proclamas a distintos pueblos y simultneamente reclutaba gente por la parte de Putina, con el designio de unirse con Carlos Apaza, que lo conocen los indios por Puma Catari Inga; del mismo modo practicaba las mismas diligencias por las inmediaciones de

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Mocoraya, Italaque y Huaycho. Fue entonces que para vencer a los infames insurgentes de Vilcapaza march el Coronel virreynal Fernando del Pilago, con las huestes de Arequipa. Vilcapaza -pese a su trgica inferioridad de armamentohabra de alcanzar una nueva victoria sobre las huestes represivas. COMBATE DE HUAYCHO Cerca de Huaycho, los vrreynales vieron los carros llenos de indios; el intimar rendicin el jefe virreynal tuvo por respuesta insultos con ignominia al augusto nombre de nuestro Catlico Monarca. Cargaron, entonces los virreynales avanzando con su fusileria hacia cierta eminencia corta (de) que se haban apoderado los indios, los que escarmentados con la muerte de algunos de sus compaeros se retiraron hasta la cumbre del cerro desde donde continuaron amenazando con sus hondas. Pero este triunfo parcial de los virreynales fue anulado por la derrota de la otra ala del ejrcito porque habiendo cargado la multitud en circunstancias de estar bastantemente avanzados en la falda del cerro, fue preciso disponer retirarse del modo posible, porque los corralones piedras y barrancas no permitan verificarlo con orden Del Pilago entonces, ante el desbande, no tuvo ms camino que ordenar la retirada hacia Moho, con mucha gente malherida por las intensas pedreas; en esas circunstancias fueron rodeados por los de Vilcapaza: la gritera con que seguan los indios por los cerros, laderas y algunos desfiladeros era insufrible; pero el fruto fue ninguno porque nuestros fusileros hacan fuego sobre ellos con bastante acierto y no permitan que se arrimasen mucho, segn los informes militares de esta campaa. (A consecuencia de esta derrota virreynal desertaron algunos contingentes moqueguanos). Eran unos ocho mil los que perseguan a Del Pilago, con Vilcapaza al frente; entre ellos se vea a doce a catorce fusileros.

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COMBATE Y CERCO DE MOHO Acosando al enemigo, Vilcapaza decidi dar el golpe final en Moho, donde se haban atrincherado los virreynales de Del Pilago quien, sagazmente, dispuso la artillera, la caballera y sus fusileros a fin de contener las cargas de los hombres de Vilcapaza que -como dijobajaron con un aire de confianza de acabar aquella tarde con nosotros, por tres frentes distintos. Fue recia la batalla, pues los rebelde se introdujeron con osada dentro de nuestro mismo campo y no paraban ya el juicio sobre las muertes de sus compaeros que vean caer por todos partes. Los fusileros virreynales restablecieron el equilibrio parcialmente y luego cargas de caballera. Esta haca sus salidas y peleaba con valor. Pero la victoria esta vez, solamente fue ganada por los virreynales las gracias a la artillera al lograr algunas descargas que con el estrago que sufrieron se adelanto al amedrentarlos de alguna manera. La lucha sigui ese 30 de marzo (1782) hasta la noche y se restableci al da siguiente, cuando los obstinados enemigos volvieron a la carga, para ser recibidos con el estrago que hicieron algunas descargas de metralla. Los de Vilcapaza sufrieron en ese encuentro de Moho ms de dos mil muertos fuera de los heridos que debemos conjeturar infinitos segn el fuego vivo que se hizo aquel da. El esfuerzo de Vilcapaza en esta campaa se aprecia mejor sabiendo que segn los propios informes virreynales, los rebeldes apenas contaban con escasas armas de fuego, mientras que ellos contaban con un can y hasta ciento diecisiete bocas de fuego servibles. Habiendo desertado varios de sus contingentes en la emergencia, Vilcapaza opt entonces por retiraran con sus hombres ms seguros, mientras otros se rendan al perdn ofrecido por los del Virrey.

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SIGUE LA LUCHA Vilcapaza march luego a otras zonas del lago Titijaja a fin de levantar pueblos contra la paz firmada en Sicuani; y consigui la adhesin de nuevos ncleos combatientes con los cuales volvi a la pelea en los riscos ms apartados, atacado en dos frentes y por fuerzas de dos Virreynatos, las de Lima y las de Buenos Aires. El poeta Dante Nava cant estos momentos de gloria: Un huracn de pechos, un torrente de brazos, y un roquedal templado de ptreos corazones. Pero el desaliento cunda en aquellas regiones a causa de las brbaras represiones virreynales y a la paz pactada por Diego Cristbal Tpac Amaru en Sicuani. En esa etapa final de lucha gloriosa, Vilcapaza comparti honores con otros jefes rebeldes como Andrs Ingaricona, Alejandro Calisaya, Melchor Laura, Carlos Apaza y Antonio Surpo, quienes, cada uno en su comarca, hicieron frente a los virreynales en circunstancias dramticas, mientras a la vez trataban de convencer a Diego Cristbal Tpac Amaru que rompiera la paz que se le haba brindado en Sicuani. Quiz en esos das Vilcapaza proyectaba descender a la ceja de selva, a la de San Gabn o a la de Sandia, para resistir desde all a las tropas del Virrey; era el proyecto que planteara a Diego Cristbal en noviembre del ao anterior y que deprimido el Inca no quiso asumir. Ya en el verano de 1782, tampoco pudo conseguir la unin con otros jefes de montoneras para operacin de tanta envergadura, en regin muy distinta; y menos en medio de feroces represiones y en territorio ocupado. Asimismo, ha sido factible acreditar que Vilcapaza tambin sublev buena parte de Bolivia actual en febrero y marzo de 1782: Omasuyos y Laracaja, de que se diriga a fomentar otros iguales alborotos en la de Carabaya y sus contiguos. Con este informe indica el Mariscal Joseph del Valle- me puse aceleradamente en marcha el da 30 de marzo ltimo, al frente de una columna respetable.Investigacin recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS Pgina 41

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Algo despus siempre segn el parte militar de Del Valle- s logr dar fin de los caudillos que fomentaban el alzamiento, Carlos Puma Catari, Alejandro Calisaya y de un crecido nmero de sus inicuos coroneles consiguiendo al mismo tiempo congelar a la afligida ciudad de La Paz que se hallaba sumamente consternada y llena de recelo. El avance del infatigable Corregidor de Puno, Joaqun de Orellana, iniciado el 31 de marzo desde Puno, contribuy a romper el cerco de Vilcapaza a las fuerzas de Del Pilago; esta vez los de Vilcapaza se dispersaron abandonando a su caudillo. Ya no eran muchos. El Mariscal dar cuenta de todos estas sucesos y de otros ms en el informe que elev el Virrey de Buenos Aires el 14 de julio de 1782. PASION Y MUERTE Contra Vilcapaza se coligaron las huestes del Mariscal del Valle y las del Corregidor Orellana. Tom la vanguardia el Coronel Fernando del Pilago. Este ltimo rival de Vilcapaza, resumi as los acontecimientos. Las derrotas que acaban de experimentar los rebeldes, y la reunin de nuestras fuerzas, causaron un efecto que no se imagin, porque los Indios haciendo la estimacin que se deba de ella, no queriendo obedecer a Vilcapaza, le abandonaron, de que result que los mismos indios se hubiesen apoderado de su persona vindole slo en su estancia situada en las inmediaciones de Putina y lo hubiesen pasado preso a Azngaro, en cuya crcel sabemos se halla con bastantes prisioneros. La represin fue crudelsima; se captur a la mayor parte de los lderes quechuas y aimaras y tambin a los dirigentes mestizos. En slo dos meses -registrara Melchor de Paz, el citado secretario del Virrey se ejecut a doscientos Coroneles o Comandantes; y este funcionario anotaba sobre la base de los partes militares de los jefes virreynales del sur, por lo cual la cifra debe ser correcta. Como tantos otros jefes tupacamaristas, Vilcapaza cay a traicin, tal

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cual vimos; y fue un criollo de Lampa quien lo condujo preso. Como se negase confesar el sitio donde enterr sus tesoros, Toribio Vilcapaza, un sobrino devolvi veintin cofres con riquezas que habran sido suficientes para organizar la resistencia en Sandia. Enterado de los hechos el Mariscal Del Valle dispuso que le remitieran al cautivo hasta Azngaro escoltado nada menos que por trescientos jinetes, porque, como lo ha recordado un historiador espaol, el gran caudillo azangarino gozaba de fama de invencible entre sus incondicionales. Lo entregaron maniatado al Mariscal. Una vez en Azngaro varias fueron las versiones que corrieron sobre la forma como se descubri su guarida. Alguien dijo que Vilcapaza delat su presencia al carsele unos papeles en la pampa de Sullca (que no ha sido ubicada) o por el cercano cerro de Kimsa-Sullca, por Tapa-tapa. Habra sido un pariente, un tal Julin, quien lo denunci, pero nada de esto es encuentra confirmado. Los virreynales no perdieron tiempo con tan buena presa. Tras un sumarsimo proceso oral lo condenaron al descuartizamiento, sentencia que se cumpli el 8 de abril de aquel ao de 1782, segn parece al lado de otros importantes prisioneros. March al suplicio con singular estoicismo y con mucho pesar debi ver en el cortejo virreynal a varios de sus antiguos compaeros ahora a favor de Espaa. Segn la tradicin azangarina, en ese momento postrero Vilcapaza grit a sus verdugos. Por este sol, aprended a morir como yo!. No cuenta la tradicin si la pronunci en castellano o si la dijo en quechua, impetrando a todos los suyos: Llactamasycuna: cay intiraycu oqa hina huauyta yachaychis. En cualquier forma, a todos los rincones del Collao lleg su invocacin y se repiti tambin en aimara hasta en las lejanas Sorata y La Paz, escenarios de sus glorias. Ese 8 de abril fue atado de pies y manos para el descuartizamiento. Pero los cuatro caballos no consiguieron romperlo. Varias veces, intilmente,

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espolearon los jinetes. Entonces los verdugos sumaron cuatro bestias ms. Diecisis espuelas se clavaron a la vez, sangrando ancas. Fue en vano. Nuestro indio pareca hecho de piedra. Descoyuntado, segua vivo. Fue entonces que, exnime ya, los esbirros encargados de matarlo se precipitaron a despedazarlo con hachas y cuchillos, a fin de que la sentencia fuese cumplida en todas sus partes. Fue el momento que Alberto Valcrcel cant en su Coral a Vilcapaza: Insurrecto/descubridor de la fuente donde canto la piedra/la vida misma, que ya naci el futuro. La tierra collavina se ti con su sangre, ganando el Per, Amrica toda, un hroe, un autntico defensor de su raza. MS SOBRE LA TRADICION ORAL. Se sostiene que el cuerpo de Vilcapaza fue dispersado por lugares como Cancari, Macaya, Vilcacunga y Cairahuiri; y que su cabeza se elev en una lanza en la plaza de Azngaro. Cuando menos esto ltimo perece que fue cierto y existen huellas referenciales desde los mediados de la centuria pasada. Lo ms interesante al respecto es que esa cabeza fue robada; y quien tal sostiene es nadie menos que al historiador Modesto Basadre, pariente cercano de don Jorge, quien hace ms de un siglo visit Azngaro y varios de sus rincones. Era comn creer que la sustrajeron partidarios del hroe, pero nadie conoca a donde la llevaron. El hacho tal vez contribuy a fortalecer la leyenda del Incarr que sobrevive en diversas comarcas de los Andes. Pero al respecto conviene aclarar que le fama de la cabeza perdura hasta nuestros das y que los campesinos de Moro-orco afirman que fue una hermana del prcer quien le guard y sealan tambin una gran piedra la que habra sido escogida por el propio Vilcapaza para que la colocasen encima de su sepultura; pedido que habra formulado a los suyos cuando, acosado por las tropas virreynales, casi no le quedaba opcin da vida.

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Muchas cosas son las que cuentan los labriegos y pastores quechuas y mestizos agrupados a orillas del riachuelo Tapatapa, desde Oqra aguas arriba; y sus versiones resultan de inters por la circunstancia que existen entre ellos varios Vilcapazas. Fue en pos de sus declaraciones que realizamos un largo viaje desde Puno con un buen conocedor de la regin, Mximo Mello Ancusi. El primer objetivo de la visita fue precisar el lugar de nacimiento del prcer. El derrotero la dio antes que nadie el gran -sabio- a historiador Ingls Sir Clement Markham, hace ciento treinta aos, en su bello libro "Travels in Per and India, obra en la cual apunto que Vilcapaza vino al mundo en Tapatapa, dieciocho millas el oriente de la ciudad de Azngaro. La informaci6n era respetable por venir de quien venia y de quien recorri gran parte de los Andes a mula y a pie, inclusive el altiplano; an ms, Markham indicaba que "los descendientes de Vilcapaza an viven en Tapatapa", con la cual lo informacin del insigne peruanista cobraba un sabor de incontrastable verosimilitud. En 1961 Lisandro Luna -quin tuvo la gentileza de obsequiarme dedicados sus Bronces conmemorativos- me dijo que conoca una versin parecida y tuvo frases encomisticas en torno a Markham. Hacia 1975 habl del caso con Samuel Frisancho Pineda, con similar resultado. En 1978 - en Arequipa- Fortunato Turpo me Indic la ubicacin aproximada de Tapatapa, "ms all de Muani. Finalmente, fueron ms precisos las datos de Pompeyo Aragn, quien en su infancia, all por 1915, fue amigo y vecino de los Vilcapaza da Tapatapa, tal como lo precisa en su reciente libro. En fin, no contaba con todos los testimonios, para si con los necesarios para confirmar una hiptesis y, de paso, verificar el escenario geogrfico fuente imprescindible de informacin e interpretacin. Varias conclusiones se desprenden de este viaje, no por breve menos ilustrativo; y no se trate slo de noticias sobre la cabeza del hroe o la tumba que dese. La primera definicin resulta, podra afirmarse de

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Perogrullo: es una zona puramente quechua, sin ningn enclave aimara, lo cual se hace inevitable repetir ac porque hemos escuchado numerosas veces la severacin de que Vilcapaza fue aimara y hasta de que su nombre fue Huilaca Apaza. No es verdad. La comarca es absolutamente quechua y quechua-hablantes los de esos parajes, incluyendo los varios Vilcapazas que pudimos ubicar, indios y mestizos segn casos. Quechua es asimismo todo el conjunto geogrfico de la comarca, todos los parajes, que abarcan a San Francisco Javier de Muani, probable lugar de nacimiento de la madre del prcer. As mismo, esos Vilcapaza se llaman as (un sola apellido) y no Vilca Apaza ni Huilaca Apaza. Entre ellos ninguno mencion que al hroe, su antepasado, fuese de extraccin aborigen aristocrtica; ni tampoco que se hubiese educado en el Colegio de Caciques del Cuzco, como alguien ha pretendido en alguna ocasin, sin acreditar las pruebas documentales pertinentes. De tal suerte que la tradicin oral concuerda en la presente oportunidad con las fuentes escritas existentes que, pese a ser abundantes, jams aluden a esas posibilidades. Que Vilcapaza naci sobre el riachuelo y pampa de Tapatapa, junto a Moro-orco parece indubitable: sus descendientes y los campesinos lugareos tal dicen unnimemente y unnimemente sealan tambin una enterrada hilera de piedras como cimiento da su casa que -creemostuvo en efecto que ser arrasada conforma a las leyes especiales represivas de los espaoles al tiempo de la gran sublevacin tupacamarista. Al respecto resulta relevante anotar que varias casas antiguas de zonas vecinas ms apartadas estn construidas exclusivamente de piedras sin adobes; y al techo es de ichu seco. Moro-orco es una aldea de varias decenas de pobladores, a mucho ms de cuatro mil metros de altura. La tradicin oral de sus pobladores concede el nombre de Tapatapa a tres sitios muy prximos: uno junto el cerro; donde habran vivido los padres de Vilcapaza; otra a la vera del riachuelo (tambin llamado Tapatapa) donde l tuvo su vivienda,

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destruida hace dos siglos; y adentro, en la misma aldea donde -segn cuentan- se refugi un tiempo y desde donde habra dirigido algunas operaciones. No ms de dos kilmetros separan estos sitios, ubicados todos en Moro-orco, cerro manchado" en quechua. Lugares prximos son Huilina, Ordiga, Arcopunco, Ocra, Laguna Quesuillani, el bello Lago Queara, los cerros Vizcachani y San Francisco Javier de Muani. Por all transitara y tambin por el camino de Azngaro. En el lugar no Pudimos confirmar la versin de Pompeyo Aragon en el sentido que el prcer cas con una tal Rosario que le dio una hija Leonarda, las cuales se perdieron por Cuyo-Cuyo en la vorgine represiva espaola; pero deben ser datos veraces pues este autor trat de nio o varios de Vilcapazas all por 1915. Menos probable es la versin dada por otro autor, de que cas con Manuela Capacondori y que tuvo como compadres a Cleto Vilcapaza y a Juan Alarcn; nadie hasta ahora la confirma. Es posible -como se quiere- que naciese hacia 1740 y que estuviese mucho tiempo fuera de su lugar de nacimiento. Eso s, el mensaje de la geografa deviene claro. Viviendo en tan apartadas soledades, Vilcapaza tuvo que haber si