Pastoralismo iberico historia [2]-RevistaForesta39-2008

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30 n. o 39 TÉCNICA COMUNICACIÓN Reflexiones sobre el pastoralismo ibérico a lo largo de la historia (II parte) Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro, pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia). Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven, subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tierra y los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres. “Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, pastores que conducen su horda de merinos a Extremadura fértil, rebaños trashumantes que mancha el polvo y dora el sol de los caminos” Extractos del poema “Por tierras de España” de Antonio Machado. Patxi Ibarrola Erro Ingeniero Técnico Forestal

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30 n.o 39

TÉCNICACOMUNICACIÓN

Reflexiones sobre el pastoralismo ibérico a lo largo de la historia (II parte)

Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro, pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia).

Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven, subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tierra y los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres.

“Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,pastores que conducen su horda de merinosa Extremadura fértil, rebaños trashumantesque mancha el polvo y dora el sol de los caminos”

Extractos del poema “Por tierras de España” de Antonio Machado.

Patxi Ibarrola ErroIngeniero Técnico Forestal

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DEL SIGLO VI AL XIII: DE LAS INVASIONES GERMANAS Y

MUSULMANAS A LA ALTA EDAD MEDIA. LA EXPANSIÓN TERRITORIAL HACIA LAS ZONAS DE INVERNADA Y

LA TRASHUMANCIA HISTÓRICA

Con la caída de Roma, las bandas tribales organizan los embriones

de los diferentes reinos que surgirán a partir de la Alta Edad Media, en un principio con una agresiva expansión a costa de los territorios del ager, ro-manizados y sin protección. Luego, los pueblos del norte peninsular pasarán la Alta Edad Media en unas montañas densamente pobladas, comprimidos por el norte y por el sur. Primero, por pueblos germanos (francos y godos), y, posteriormente, por los árabes, que sustituirán a los visigodos. Las reite-radas incursiones de los montañeses en los llanos de la meseta norte, valle del Ebro o Aquitania serán la principal causa de conflicto; y se instaurará el régimen feudal, creándose también marcas militares al mando de nobles guerreros para contenerlos.

La organización de aldeas en forma de concejos (en inglés, councils) fue especialmente activa en toda Europa durante la Edad Media. Su dependencia territorial a nivel regional se establecía en función de la eclesiástica (obispa-dos, arzobispados, etc.) o se basaba mayormente en la antigua división ro-mana y la organización jerárquica de las propias aldeas, en si tenían o no iglesia (parroquias, lugares, etc.) o en el anárquico sistema feudal de baro-nías, marquesados, vizcondados, con-dados, ducados, principados, reinos...

En la península Ibérica, para el periodo de la dominación musulma-na se puede empezar diciendo que durante la primera mitad del siglo VIII la zona entre la cordillera Cantábrica y el Duero fue adjudicada a las tropas inva-soras de choque, es decir, a las tribus bereberes, ya que en el reparto tras la conquista, los feraces latifundios del Guadalquivir se los apropió el ele-mento árabe dirigente. Los bereberes intentaron implantar su pastoralismo nómada africano en la meseta superior, pero la zona, por fría e inhóspita, no se acomodaba a sus aspiraciones, así que se sublevaron aprovechando la rebelión de sus parientes del norte de África y volvieron a su lugar de partida norteafri-cano.

Muchas son las conjeturas sobre el

origen del ganado merino, actualmente la raza ovina de mayor difusión mundial (presente hasta en Australia, Nueva Zelanda y Argentina), sobre su ascen-dencia de sangre por parte del ganado del Magreb. Incluso se dice que su nom-bre puede proceder de los Beni-Merines (dinastía de origen bereber que manda-ba en el actual Marruecos a partir del siglo XIII tras derrocar a los almohades; estos últimos eran pastores bereberes de la zona del Atlas que, a su vez, habían derrotado en el siglo XII a los almorávides, confederación bereber del siglo XI, surgida de los ribat mauritanos y senegaleses, y, por lo tanto, pastores del desierto y el Sahel). Pero es que ya en tiempos de los romanos, los ricos hacendados turdetanos de Andalucía se dedicaban a formar nuevas varieda-des de ovejas laneras muy apreciadas mediante cruzamientos con variedades norteafricanas. No estaría de más ana-lizar estas conexiones, empezando por el pastoralismo montañés del sistema Penibético (Sierra Nevada y serranía de Ronda), en relación con sus sistemas montañosos simétricos norteafricanos del Rif y del Yebala.

Hasta el siglo IX, los territorios cristianos estarán acantonados en las cordilleras norteñas de los antiguos pueblos prerromanos: macizo Galaico, cordillera Cantábrica y Pirineos, man-teniendo una continuidad étnica y cul-tural en cada una de esas zonas. O sea, persisten los núcleos puros de

galaicos, astures, cántabros y vascos. Todos ellos, al aceptar el latín, crearon su propio dialecto romance (gallego, bable, castellano, navarroaragonés y catalán), que aún señala los términos de las viejas tribus. En esa época, dichas zonas montañosas se encontra-ban muy pobladas, al servir de refugio ante la invasión musulmana, lo que pro-vocará un aumento de la colonización de la montaña por núcleos familiares con intereses ganaderos a base de aprisiones u ocupaciones de tierras yermas de los bosques, que se rotura-ban. Éstas, en el reino asturleonés, se denominan propiamente presuras.

Durante todo el siglo IX, ya sin la presencia de los bereberes, la zona entre las montañas más norteñas y el río Duero pasará a ser considerada por los árabes como una estratégica tierra de nadie, despoblada, llamada por los historiadores el Desierto del Duero. La repoblación asturleonesa y castellana se realizará mediante colonos libres que agrupan sus presuras o roturacio-nes de tierras yermas en distritos mi-litares en torno a fortalezas llamados alfoces1. Éstos, a su vez, tejían una malla compacta que les permitía apo-yarse unos a otros durante los cíclicos y duros periodos de algazúas (campa-ñas de castigo) musulmanas. Con este sistema se ocupará la mejor parte del territorio de los antiguos vacceos hasta el río Duero.

Al hilo de estos hechos, y como

Mapa peninsular aproximado del avance territorial de la reconquista

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curiosidad, desde el pasado 2006 se ha producido una fuerte polémica por los escudos de la jacetania aragonesa y su vecino valle de Roncal en Navarra, que presentan cabezas cortadas de moros. Los roncaleses lo explican me-diante una leyenda, en la que la cabeza es la del rey moro derrotado en una legendaria batalla hacia el siglo IX, que les abrió el paso a los territorios de invernada de la Bardena, ya en las riberas del Ebro. Desde entonces, dicen ellos, es cuando empiezan sus derechos legales de congozantes en esos pastos: es pues, para ellos, una batalla pastoral. En relación a estos hechos, los historiadores nos hablan de las aceifas califales de las crónicas musulmanas del siglo IX que se abatie-ron sobre el Reyno de Pamplona, y que el rey de Navarra afrontaba junto con sus aliados, que, entre otros, compren-día a los sarataniyyin y a los yilliqiyyin. Los primeros se interpreta que son los salacencos y roncaleses (y no estaría de más extenderlo a los territorios contiguos afines de la jacetania, lo que andando el tiempo sería el núcleo del Reino de Aragón) y los segundos se supone que son los vascos ultrapirenai-cos (a saber, bajonavarros, souletinos y puede que bearneses). Por otro lado, autores como Menéndez Pidal y Claudio Sánchez Albornoz mantuvieron la curio-sa teoría del abandono y corrimiento de toda la población vascona en masa, desde Navarra a las tres provincias vascas (Guipúzcoa, Vizcaya y Álava) in-mediatamente después de la caída del Imperio Romano. El último autor de los citados lo intenta justificar para el piri-neo navarro aduciendo comparaciones de índole antropológica, diferenciando a “los morenos, enjutos y pequeños de Val de Erro de los fornidos, altos y musculosos del Roncal.”, considerando que los primeros tienen origen en po-blaciones mediterráneas.

Durante el siglo X, la frontera del reino asturleonés (que comprendía la parte norte de Portugal y la naciente Castilla) progresó al sur del Duero, avanzando mediante el sistema de alfo-ces hasta alcanzar el sistema Central y englobar al alto sistema Ibérico soriano en la zona oriental castellana: ésta era el área principal de los anteriores vettones y arévacos. A finales del siglo XI, el derrumbamiento del califato y su disgregación en reinos de taifas permi-tió traspasar el sistema Central por la

parte de la sierra segoviana. La espec-tacular caída a finales del siglo de la importantísima ciudad de Toledo y su cinturón fronterizo de villas (entre ellas, Mayrit, la posterior Madrid) abrió a la zona oriental castellana un abanico de nuevas posibilidades geoestratégicas, que la apartaron de su natural sentido de avance hacia Extremadura, debido a su disposición geográfica en diagonal (nordeste-suroeste) del corredor del sistema Central. La repartición de lotes de tierra en esta zona de La Mancha se hizo de nuevo entre colonos cristianos libres por el sistema de “a quiñón” (lotes de tierra iguales y zonas de uso común). Además, se proporcionaron importantes dominios a la Iglesia y a los grandes nobles vasallos. Ambos ac-tores comenzaron a adquirir una fuerza política decisiva, ya que cobró auge la captura de tierras para latifundios mediante almirantazgo (que después tantas luchas generó entre los propios conquistadores de América, en particu-lar entre los extremeños).

A partir de este momento, la Historia se torna más conocida para la mayor parte de los lectores. Ya entre los siglos XI-XII, la frontera se había ido acercando al corazón de la actual Andalucía. Los musulmanes, para con-tener el avance, se pusieron primero en manos de los almorávides (batallas de Sagrajas en Badajoz y Uclés en el sector toledano), y de los almohades, después (batalla de Alarcos en el en-torno de Toledo).

A mediados del siglo XII, en el terri-torio cristiano sucedió un hecho funda-mental. Se separaron de la monarquía asturleonesa el condado de Portugal al occidente y el de Castilla al oriente, formando dos potentes reinos con inte-reses propios.

El Reino de León se vio constreñido geoestratégicamente entre sus dos am-biciosos vecinos. El único afán leonés posible consistirá en terminar de articu-larse en eje norte-sur a través de la im-portante Ruta de la Plata, para vincular pastoralmente los territorios veraniegos de la montaña de León con los inverna-les de Extremadura (parte oriental de la antigua Lusitania), ya que Galicia y la fachada asturiana del Cantábrico eran transtermitantes y no tenían ninguna posibilidad de ampliación territorial. Era pues un Estado pastoral, pues mu-chos siglos después seguiría siendo la principal región trashumante. De esta manera, el Reino de León, entre el siglo XII y primeras décadas del XIII, se volvió contra Portugal al oeste, que ya ocupaba el Alentejo (y con ello, la parte principal del anterior territorio lusitano) con el apoyo almohade, para después, con ese mismo aliado musulmán, en-frentarse y contener a Castilla al este. Finalmente, a la caída de los aliados bereberes tras la batalla de las Navas

de Tolosa, avanzó de frente ocupando hasta Badajoz, incluso la antigua capi-tal provincial romana de Mérida. Justo después, el reino dejó de existir como tal al incorporarse a Castilla.

Para la captura de Extremadura por parte de León se tuvo que acudir a los grandes nobles y a las poderosas ordenes militares religiosas, lo que a la postre, según los autores Jesús Mestre Campi y Flocel Sabaté (de su libro, “Atlas de la Reconquista”), “…plantea-ba la problemática, posteriormente am-pliada, alrededor de la ganadería y el uso de las dehesas, el abandono de tie-rras y el control de los municipios por la aristocracia.”. Y es que estos autores proponen una definición de la dehesa que no tiene desperdicio: “Extensión de

Ortofoto catastral de los Quiñones de Aldaburu, del concejo de Erro (valle de Erro-Navarra): es curioso observar que en la montaña de Navarra a los conjuntos agrupados de pequeñas piezas de terrenos cuadrangulares procedentes de los repartos equitativos entre los veci-nos del comunal, y en épocas no tan lejanas, se los denomine quiñones. Asimismo, se denomina quiñón a toda pequeña propiedad de forma poligonal roturada y enclavada entre otras comparativamente mayores

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tierra cubierta de vegetación natural, por lo general de propiedad privada y dedicada a la ganadería propia y arren-dada, difundida con las expansiones de los reinos de León y Castilla y con la posterior evolución bajomedieval, con-vertida en centro de tensiones entre usos comunales y propiedad privada y entre aprovechamientos ganaderos y agrícolas”. Nada que objetar al respec-to. También a mediados de este siglo XII, la corona de Aragón estiró definiti-vamente sus límites mediante la ocupa-ción del valle del Ebro desde Navarra a su desembocadura en Tortosa. Tomada la capital maña, Zaragoza, y con ella toda su provincia, la invernada de los ganados del Pirineo altoaragonés que-daba asegurada definitivamente.

Ahora veremos la situación geopolí-tica de Castilla, que resultó la más favo-rable. La audaz toma de Toledo le abría toda Castilla la Nueva (zona agrícola que permitía el pleno cultivo de la triada mediterránea: vid, olivo y trigo), y supu-so una puerta de acceso directa hacia

Andalucía, la región más codiciada al ser la mejor equipada en todos los aspectos, tanto en producción agrícola como en desarrollo urbano, manufac-turero y comercial. Los almorávides pronto se dirigieron contra la cuña que representaba en ese aspecto Toledo; y los almohades, si bien empezaron con-teniendo a los castellanos y portugue-ses en Extremadura, al final vieron caer su particular espada de Damocles, que pendía desde Toledo, en la batalla de las Navas de Tolosa (el desfiladero de Despeñaperros sigue siendo la llave de acceso al Guadalquivir). Así, en el siglo XIII se abrió de par en par Andalucía al reino castellano. Otra cuestión es que Extremadura fuese para Castilla un frente secundario, pero resultaba más que complementario, pues tanto la montaña palentina y burgalesa como la soriana necesitaban para su funciona-miento de esos sectores de invernada, si bien las rutas que lo hacen posible son menos directas que las del Reino de León. Al tratarse de distancias más

largas, no alcanzarán la pujanza tras-humante de este último reino. Pero mientras no fuese ocupada Andalucía, se necesitaban como parte muy im-portante del funcionamiento de los estiveos del reino en Castilla la Vieja. Tiempo vendría del desplazamiento del centro de poder hacia el sur (y de allí, por otros azares de la historia, el salto a América).

A partir de aquí, la suerte de la España musulmana estaba echada. Ya en el siglo XIII, los castellanos ocupa-ron todo el valle del Guadalquivir, no sirviendo de nada la intervención de los Beni-Merines asentados en Marruecos. También los aragoneses ocuparon rá-pidamente el Maestrazgo y la costa levantina. El último acto, el de la caída de Granada, aún se pospuso dos cen-turias, hasta 1492. En esta última fase se consolidó en Andalucía el latifundis-mo, un fenómeno nada nuevo, como remarca J. Caro Baroja, ya que la so-ciedad turdetana del área tartésica era esclavista, y como tal continuó durante

Comparativa: arriba a la izquierda, Mapa de las Subregiones Fitoclimáticas de J.L. Allué Andrade; a la derecha, isoyetas de las precipitaciones medias anuales. Abajo a la izquierda, isotermas de las temperaturas medias de enero, y a la derecha, del mes de julio

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la dominación del Imperio Romano y con el paso de vándalos, visigodos, bizantinos y árabes. Nada que ver con las sociedades de hombres libres o francos, que dieron lugar a los reinos cristianos de las montañas del norte.

A modo de conclusión de este apartado, se podría decir que para la Reconquista del conjunto peninsular existe una correlación entre la ocupa-ción progresiva de territorios y el gra-diente biogeográfico noroeste-sureste (Finisterre-Cabo de Gata), acorde con el aumento de la temperatura (isotermas) y disminución de la precipitación (isoye-tas). Además, el avance de los reinos cristianos se realizó en bandas más o menos paralelas y sucesivas oeste-es-te, que era como se distribuían los an-tiguos pueblos prerromanos. No parece casual que la zonificación pastoral en sus particulares regiones bioclimáticas imponga los mismos criterios en ambos periodos tan distantes, como la época prerromana y la Edad Media. El resulta-do era en un principio, un trifinium (tér-mino latino que designa el punto donde confluyen tres límites administrativos) de intereses en Extremadura por parte del trío de reinos cristianos occidenta-les (Portugal, León y Castilla), del que Castilla, “emparedada” geoestratégica-mente entre sus vecinos (incluidos los reinos de taifas levantinos y el cristiano de Aragón) y, por tanto, sin futuro apa-rente, se zafará de su destino al irrum-pir en la Carpetania, accediendo así al sector oriental lusitano de dehesas.

A partir de esta época se organizará la trashumancia de La Mesta a gran escala y distancia, hecho que requiere cierto componente nómada que evoca a lo que ocurre en la zona sudanesa o saheliana, quedando Extremadura como el centro de un cuarto de cir-cunferencia que desde las montañas de León al norte se curva hasta la serranía de Cuenca, pasando por Soria y La Alcarria, siendo sus radios las ca-ñadas. Esta migración estacional solo afectará a una parte mínima de todos los ganados, aquellos que merecieran semejante esfuerzo, fundamentalmen-te el ovino merino. De estas maneras, una nueva sociedad humana organiza un pastoralismo a gran escala, ase-mejando de nuevo el aprovechamiento de las grandes manadas de herbívoros migratorios, tal y como había ocurrido hasta el final del Paleolítico.

DEL SIGLO XIV AL XVII: DE LA BAJA EDAD MEDIA A LA ÉPOCA MODERNA.

LA ÉPOCA DE LAS ROTURACIONES, EL SISTEMA DE HOJAS Y LA DULA

Desde el final de la época romana, en la Baja Edad Media, el conflicto

llano-montaña se apacigua y comienza la realización por parte de los monar-cas de los primeros “censos” o inven-tarios de “fuegos” (casas) e impuestos. Las luchas banderizas son el reflejo de la convulsión político-social que provo-ca la ascensión de los nuevos burgos ciudadanos y mercantiles, frente al anterior sistema rural de los señoríos feudales.

Los modos y usos de la antigua agri-cultura que perduraron hasta el siglo XIX, se caracterizaban por:

- La Autarquía: Las escasas o defi-cientes vías de comunicación provo-caban una mala distribución de los excedentes o de abastecimiento en las carestías. Por ello, lo que más se cultivaba eran cereales de secano y pocas plantas de raíz; incluso en ple-no siglo XVIII, la patata aún era muy rara. Era común la subalimentación crónica y los periodos de hambruna (recuérdese la crisis de la patata de mediados del siglo XIX en Irlanda).- La tecnología agraria era rudimen-taria (el arado sólo constaba de una

reja de madera sin tren delantero) y escaseaban las materias primas para obtener abonos, lo que conde-naba a los cultivos a proporcionar un bajo rendimiento. Por ejemplo, había poco ganado en las zonas eminente-mente agrícolas y, por lo tanto, poco estiércol; por el contrario, en las zonas de vocación ganadera había abundante estiércol y escaso cultivo agrícola. Pero el problema estructural del transporte no hacia viable la com-pensación de los excedentes.- Tipos y distribución de cultivos: A menudo se practicaba el policultivo en las pequeñas parcelas que com-ponían la hoja de siembra pertinente, ya que no se podía atender a las necesidades de mercado sino a las del estricto autoconsumo: cereales de secano para hombres y animales (trigo, cebada, avena, centeno en zonas altas y frías y mijo en áreas húmedas, cereal que más tarde se sustituyó por el maíz), legumbres, manzanos, viñas, lino, etc. Además, no existían sistemas de cierres ex-tensivos eficaces contra el ganado.

Uno de los aspectos que reduce la conflictividad y que aparece con fuerza en la organización rural de la Edad Media es el sistema de hojas en zonas agrícolas y de cercados en las

Esquema geográfico sintético del norte y oeste peninsular, tanto de la trashumancia (con sus sectores y comunicaciones), como de la transtermitancia

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ganaderas. Básicamente, son distintos sistemas de Ordenación del Territorio, concretamente de las parcelas de co-munidades de propietarios pertene-cientes a una entidad local: siempre en función de los usos agrícolas y ga-naderos, para que no interfieran entre sí (que afectan a rotación de cultivos, fechas de siembra y recogidas, rotura-ciones, bosques, zonas vedadas y pas-toreo, la dula, barbechos, cierres, etc.). En todos los lugares de Europa quedan restos de costumbres, manejos y deli-mitaciones de parcelas que provienen de estos usos.

El emplazamiento de las poblacio-nes se elegía en función de las carac-terísticas defensivas o de la cercanía a las vías de comunicación y los cursos de agua. Deforestado el bosque, las tierras cultivadas se extendían alre-dedor de la aldea formando un ani-llo más o menor regular condicionado por el relieve del terreno. Las tierras de cultivo se dividían en parcelas. Fundamentalmente se sembraba en ellas cereal y legumbres, que eran la base de la alimentación campesina. Más allá de los campos de cultivo se extendía un segundo cinturón, formado por montes y bosques no parcelados, que eran explotados colectivamente por toda la aldea y constituían las tierras comunales. En el monte raso pastaba el ganado, y en el bosque, que era una fuente muy importante de re-cursos, se obtenía leña y madera, miel y cera, frutos secos, caza, etc. Una clasificación sintética de los sistemas o manejos más puramente agrícolas del norte peninsular en relación a los ecosistemas pastorales (sin contar los pisos de altimontanos y subalpinos que albergan las cabañas de altura en los estiveos) se puede desglosar en tres grandes tipos:

- Sistemas transtermitantes de va-lles de vertiente atlántica muy húme-dos: en este caso, la principal ocupación en el fondo de valle sigue siendo la ga-nadería, ya que no es terreno apto para el cultivo de la tríada mediterránea: ce-real de secano extensivo/vid/olivo. Por lo tanto, se subordinaba la agricultura a las necesidades animales. La delimita-ción -en el caso de los sitios de cultivo intensivo permanentes del piso colino (huertas y futuros maizales, prados de siega)- se podía realizar por medio de muros de mampostería o grandes lajas de piedra juntas, típicas de la zona

atlántica de Navarra (y que recuerdan las alineaciones de mehnires). También se podían agrupar por medio de un cer-cado de piedra o kehielle (voz gascona del vasco kehel=cercado), para liberar más sitio al pastoreo libre invernal de los vecinos.

En el piso montano, las roturacio-nes o reservas de pastos y prados no permanentes, y, por tanto, temporales, fuera del ámbito de las bordas, se pres-taban también a realizar agrupaciones de quiñones o propiedades y rodearlas con ramas de espino (Crataegus spp.), a la manera de los Kraal africanos con las ramas de acacias.

De estas maneras, el resto -y mayor parte- del territorio privado o público de ambos pisos altitudinales (colino y montano, incluido los estiveos altimon-tanos) permanecía abierto en beneficio del pastoreo de diente transtermitante, en menoscabo de la agricultura y la siega. Por ejemplo, en el navarro valle del Baztán todo el territorio es indiviso, lo que se llamaba una universidad; es decir, solo existe propiedad comunal para el conjunto de todo el valle, pero no existe la de los concejos o parro-quias intermedios que conforman el valle; el resto es estrictamente privada (particular).

Izq.: Calodra o funda para la piedra de afilar de una herramienta típica de la transtermitancia: la talla. Para terminar de cabruñar (como se dice en bable) la guadaña, se utiliza el yunque y el martillo

Abajo: Montanera invernal (fuera de época) en estiveos cantábricos montanos de Leiza (Navarra): comunales extensivos con hayedo adehesado y trasmochado. Usados en sistema transtermitante para oveja de raza latxa y vaca pirenaica de carne

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- Sistema trashumante de valles montañeses ganaderos de vertiente meridional, más continentales y con la parte sur de carácter submedite-rráneo, que se encuentran a medio camino entre la zona atlántica y la me-diterránea. En este caso, el cereal de secano extensivo podía cultivarse por la naturaleza del medio (la vid quedaba relegada y el olivo no era factible), y, por tanto, debía ser tenido en cuenta en la ordenación del territorio del piso altitudinal inferior, aunque la principal actividad siguiese siendo la ganadera (esta vez con carácter trashumante de larga distancia). En los terrenos de fondo de valle se daba el cultivo por hojas destinado a cereales y al manejo del ganado no trashumante en el en-torno de los pueblos, mediante la dula transtermitante. También se prohibía el cerramiento de cualquier propiedad pri-vada, y aún hoy en los valles navarros de Roncal y Salazar, que también son universidades, las ordenanzas estipu-lan que los terrenos rústicos tienen que estar abiertos al paso del ganado y, para ser cercados, necesitan una auto-rización expresa de la Junta del Valle.

Otras variantes, como las de los Alpes, es conocida por el famoso libro de Heidi, donde dejando aparte el contenido infantil, aparece muy claro el cuadro de vida de este ecosistema pastoril. Pedro es un pastor típico de la dula de ganado menor (principalmente cabras) en un medio montañés, realiza transtermitancia diaria en temporada de verano a los alpages subalpinos. Además, aparecen los tejados de ma-dera (ohalak en vasco, y recuérdese que en la zona vasconavarra, la teja presupone propiedad) de la cabaña al-timontana del “viejo de las montañas”, etc.

- Sistemas agrícolas de cuencas cerealistas submediterráneas que cie-rran por el sur el acceso a los pastos invernales de la trashumancia de los valles pirenaicos ganaderos: por poner un ejemplo, correspondería a la cuen-ca cerealista de Pamplona. La trilogía mediterránea es factible, ya que estas áreas aún son hoy en día de las zonas cerealistas más productivas; también se cultiva algo de viña (claretes de poca calidad y grados para consumir en el año); y por la parte sur de estas zonas pasa el límite norte del olivo peninsular. En estos terrenos imperaba

el sistema de hojas de cereal para man-tener cierta cantidad de ganado menor, ya que no disponían de estiveos de altura propios. Por tanto, la ganadería quedaba totalmente subordinada a las necesidades de la agricultura cerealista de “tierras de pan llevar”.

- El sistema de hojas: En Europa en general predominaba la agricultura extensiva y temporal, puesto que la de regadío, especialmente importante

en los valles del sur, se reducía a las zonas y vegas inmediatas a los ríos (en la península Ibérica, por antonomasia, los del Levante y Guadalquivir).

Por tanto, la explotación del secano o “tierras de pan llevar” requería el acuerdo de todos los vecinos de una entidad local, ya que era un sistema comunal, realizándose de la manera siguiente: se dividía todo el terreno cul-tivable, ya fuera público o privado, en grandes espacios continuos llamados

Cencerros: los había de distintos tipos y timbres según sus funciones. Normalmente, cada casa mantenía su propio sonido particular. Los historiadores fechan la aparición de estos útiles a partir de la Edad Media

Pastos entre campos de cereal y pinares de carrasco cercanos al Vedado de Egüaras en la Bardena de Navarra: área de invernada mediterránea para los pastores pirenaicos navarros y aragoneses. Junto con los

aborrales, pardinas, corralizas, etc. de entretiempos, son usados por sistemas trashumantes de oveja de raza rasa o churra

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hojas (en inglés, sistema de openfield), que iban rotando cada temporada se-gún cultivos o barbechos y pastos. La hoja era por tanto una agrupación de parcelas de distintos propietarios dedi-cada al mismo uso agronómico, aunque cada dueño sólo cultivaba y se aprove-chaba del producto de su parcela. De esta manera, cada vecino debía tener la parte proporcional de sus tierras cultivables en cada sector u hoja (por ejemplo: si eran tres hojas, un tercio de la propie-dad en cada una) o, al menos, una parcela. Así, la tierra era aprovechada racionalmente por todos, especialmente los gana-deros, ya que con los pastos y barbechos las tierras se recuperaban.

Los sistemas más básicos o comu-nes de la organización de cultivos en hojas, dependiendo de la calidad de las tierras de la comarca, eran:

Bienal o de año y vez: Si la tierra era productiva, se dividía en 2 hojas; de las cuales, una era cultivada y la otra se dejaba en barbecho (se le hacían las operaciones pertinentes para cultivar, pero no se sembraba).

Trienal: Si la tierra era de calidad media, se dividía en tres partes; en una se sembraba cereal en invierno (trigo o cebada), en otra hoja, cereal en primavera (avena o centeno), quedan-do la tercera sin cultivar, es decir, en barbecho. Una vez recogida la cosecha de trigo en agosto, se introducía el ganado de la aldea en los campos. Allí pastaba aprovechando los tallos secos del cereal cosechado (rastrojos) a la vez que abonaba el terreno. En la hoja donde se había sembrado en primavera

(avena o centeno) se sembraba en in-vierno (trigo), ya que la tierra no había sufrido tanto desgaste. Para cerrar el ciclo, los campos que habían descan-sado se sembraban en primavera. De este modo, trigo, barbecho y avena iban rotando, alternándose en las tres hojas. Esto permitía que el suelo se recuperara, permitiendo el pastoreo de ganado menor.

Si la tierra era menos productiva, se intentaba mantener el sistema de tres partes; en una se cultivaba, otra se dejaba en barbecho y la tercera se destinaba a pastos.

Un cuarto tipo, para las tierras de peor calidad, era el cuatrienal: se divi-día en 4 hojas el terreno y se cultivaba solamente una, otra se deja en barbe-cho y las dos restantes se destinaban

a pastos. Más allá de cua-tro años, la agricultura no era practicable más que ocasionalmente. Según estudios de P. Monserrat, había zonas del Pirineo

Izquierda: Complejo agrícola–ganadero de Gañe-koetxea (Erro–valle de Erro–Navarra), en el piso montano (685 metros de altitud) o sector de cultivos intensivos y habitaciones. Derecha: fachada principal de la propia casa. Todas las estructuras funcionaban coordinadamente: Casa (etxe), borda para ganado mayor y henil, granero ele-vado tipo hórreo (garai), redil de ovejas, era de trillar y huerta. La casa para los humanos se construyó en orientación norte y la borda para el ganado mayor se orientó al sur, lo que representa un claro ejemplo de la mayor importancia concedida al ganado vacuno: las condiciones de habitabilidad de los humanos son manifiestamente peores. Eso sí, para salvar las formas se la dotó de una monumental entrada cuadrada de aspecto megalítico, incluso con dovela central. Este elemento arquitectónico es una rareza en el contexto, pues en esta zona las puertas de do-ble hoja son sostenidas por arcos de piedra.

ROTACIÓN TRIENAL CLÁSICA

1.er AÑO 2.º AÑO 3.er AÑO

Primera hoja Trigo Barbecho Avena

Segunda hoja Avena Trigo Barbecho

Tercera hoja Barbecho Avena Trigo

Granero elevado o garai tipo hórreo de la montaña navarra para guardar el cereal, con su peculiar escalera. La puerta inferior daba acceso a la cochiquera para el ganado porcino, ya que no tenía la altura suficiente

para el paso de los humanos.

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oscense, como Fragen, en donde el rendimiento de la cosecha se estimaba en tres granos por cada uno sembrado, ¡y en terrazas muy estrechas!

Como consecuencia de este tipo de explotación en hojas, las parcelas estaban situadas de manera dispersa y eran de tamaño reducido tras las sucesivas divisiones de generación en generación. Además, el rendimiento de la tierra era bajo, puesto que en el caso más normal de la rotación trienal, cada parcela proporcionaba sólo dos cosechas cada tres años.

La Dula: del arabe dalwa o dula (tur-no). Consiste en la antigua regulación del pastoreo en tierras comunales, pe-ro que a efectos prácticos se extendía a todos los sectores agrarios privados o comunales fuertemente antropizados de los alrededores de los cascos urba-nos y con multitud de límites y reglas a respetar (recuérdese la inexistencia de cercados). Aun con la división en hojas, la agricultura extensiva de cereal nece-sitaba de abonados, y el único suminis-trador posible era el ganado menor.

Se contrataban pastores para cada localidad con el fin de manejar estos rebaños en medio de los cultivos sin dañarlos. Todos los días (excepto nor-malmente el domingo), los pastores recogían las cabezas pertinentes por cada una de las casas de la localidad, las pastoreaban en los alrededores y las devolvían por la tarde. Se distribuía el ganado según la pujanza de la locali-dad y los cánones que cada casa podía pagar. Así se podían hacer tres rebaños y tres pastores (ovejas, cabras y vacas) o dos pastores, uno para ovejas y otro para cabras, o, lo más normal, un solo pastor para todo el ganado menor de la localidad, amén de otras posibilidades menos frecuentes.

LA REVOLUCIÓN FRANCESA: EL DERECHO CONSUETUDINARIO

DE VECINDAD Y LA TRONCALIDAD FRENTE A LAS NORMATIVAS DE LOS

ESTADOS MODERNOS

Durante la Época Moderna, las ten-siones se agudizan en gran parte

de Europa, hasta que en la Revolución Francesa de 1789 desaparece el Antiguo Régimen. Así, en la España del siglo XIX, las insurrecciones carlistas -bajo el lema “Dios, Patria, Rey y leyes viejas”- son un intento de, entre otras cuestiones, defender esa antigua si-

tuación rural de las comunidades del pueblo llano frente a las exacciones fiscales que requieren los Estados mo-dernos, y que son las clases medias urbanas las encargadas de imponer y cobrar.

En las sociedades autárquicas se practicaba el criterio jurídico-social de la “vecindad” y “troncalidad” (este últi-mo es un concepto jurídico que aparece plenamente instaurado en el derecho germano). Estos conceptos definían rígidamente las categorías sociales con acceso a la propiedad y a los recursos naturales del común. Con ello se con-trolaba la cantidad de población que un medio rural podía soportar mediante la emigración del sobrante poblacional y la generación de clases sociales excluidas.

Estos conceptos no se traducían en un derecho individual de las perso-nas tal y como lo entendemos en nues-tro actual sistema político, sino que era colectivo para la línea familiar troncal ligada a cada casa (etxe) con derecho a vecindad, que es la que mantiene una genealogía directa con el pariente tronquero que adquirió por primera vez el bien. Es decir, la propia casa, y no los moradores, tenía la prerrogativa de vecindad. Esta última consistía en la posibilidad de participar y decidir tanto sobre la vida social de una aldea como de disfrutar del acceso a los recursos comunales en igualdad de condiciones y obligaciones (auzolan y ordea, derechos religiosos en la iglesia y cementerio, etc.) que las otras casas vecinas. Así, una casa tenía vecindad o no, y, por ende, los núcleos familiares que moraban en ella disfrutaban o no de ese derecho mientras habitaban esa

casa y no otra. La vecindad de una etxe no se traspasaba si no llevaba apareja-da el traspaso de los bienes troncales (tierras, animales y aperos) que hacían posible su subsistencia. Por ejemplo, una familia propietaria de una casa con vecindad podía venderla (junto con todos los bienes necesarios que hicie-ran posible su rango) a una persona de fuera, que así adquiría o participaba de dicho Derecho como “vecino forazo”, mientras podía suceder que sus anti-guos dueños pasaran a habitarla como renteros, o bien residieran en otra morada de la misma localidad, pero sin disfrutar de dicha condición.

La vecindad también se podía ad-quirir con mucho esfuerzo, según la Costumbre. Un modelo genérico para la mitad norte de Navarra en el Antiguo Régimen sería: primero, la necesidad de poseer una cantidad mínima de tierras, que además tenían que estar equitativamente repartidas en cada ho-ja de cultivo según las reglas de cada localidad, para poder subsistir durante los tres años que duraba la rotación de las hojas. Después, se necesita-ba mucho tiempo de residencia “de hecho” del “fuego” (todos los mora-dores de una casa), manteniéndose sólo con los recursos propios y de las tierras de la casa, cumpliendo todas las obligaciones vecinales y sin acceso al aprovechamiento del comunal. Solo después de superar el calvario de los largos años, y contando con los apo-yos apropiados (que después de tanto tiempo, seguro que se habrían forjado) se proponía su inclusión de vecindad a la Junta de Vecinos que mandaba en el pueblo. Si estos accedían, todos las ca-sas vecinas debían ser compensadas por la nueva participante, pues en ade-lante sufrirían una merma al repartir las rentas del Común y sus aprovechamien-tos con una más.

Hasta la llegada de la Democracia, en muchos pueblos de la montaña na-varra se requerían entre 9-12 años de habitación ininterrumpida (aproximada-mente, una generación), pasando todas las noches de al menos 9 meses del año para adquirir la condición de pleno vecino con acceso a Junta y parte alí-cuota del aprovechamiento del Común del Concejo. En muchos pueblos de España hay costumbres que evocan estas situaciones, como es el caso del pago a los mozos de un pueblo por parte del novio forastero que se casa

Foto de familia de clase media rural en Navarra hacia 1920: el veterinario de Salinas de Oro en la

puerta de su casa

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con una chica de la localidad, y otras prácticas similares.

Del fuerte carácter de esas gentes hay muestras, como la de los nobles con asiento en las Cortes del Reino de Aragón, que le decían al futuro rey, al tomarle juramento de respetar los fue-ros, más o menos lo siguiente: “cada uno de nos que vale tanto como vos, y todos juntos mucho mas”. También es sintomática la actitud -relatada en los romances de ciego- de Rodrigo Díaz de Vivar frente al rey Alfonso: después de tomarle juramento en Santa Gadea de que no había tomado arte o parte en el asesinato de su hermano Sancho en el cerco de Zamora, el nuevo rey, enfa-dado, tras decirle “cras me besarás la mano”, lo manda al destierro “por mal caballero probado”, a lo cual responde el Cid: “…que me place, que me place de buen grado por ser la primera cosa que mandáis en vuestro reinado, vos me desterráis por uno, yo me destierro por cuatro”.

Nos podemos preguntar: ¿qué pa-saba con gran parte de la población del lugar, que no tendría nunca tierras y de-rechos de vecindad? En el universo al-deano existía una variada tipología que repetía los mismos patrones, como por ejemplo la institución de los “tiones” (segundones que para quedarse en la casa troncal permanecían célibes), niños pequeños que eran “alquilados” como criados en otros lugares, “golon-drinas” (trabajadores emigrantes esta-cionales al otro lado del Pirineo) y se-gundones emigrantes o que ingresaban en la Iglesia, artesanos sin tierras, etc. Además de lo relacionado con las et-nias y culturas marginadas o extrañas. Así, en el antiguo Fuero de Guipúzcoa, a riesgo de ser expuestos en la picota, solo se permitía un día de estancia en la provincia a gitanos, judíos, moros y agotes, y siempre y cuando justificasen debidamente que estuviesen únicamen-te de paso por el territorio.

Otro ejemplo digno de analizar so-bre las costumbres de antaño en el valle navarro del Baztán es el del cruel y brutal castigo que se infligía a los agotes que andaban descalzos por la hierba, a los que se le atravesaba el pie con hierros al rojo, pues argumentaban los verdugos que aquélla no volvía a crecer donde ellos pisaban. Las socie-dades pastoriles siempre han temido los efectos de las epidemias en los rebaños por comer en pastos contami-

nados, pero por entonces no se tenían conocimientos sobre los mecanismos de propagación de los microorganis-mos causantes de las epizootias. Los agotes eran un grupo social estig-matizado a los que se consideraban descendientes de leprosos y, por tanto, eran acusados de ser trasmisores de tal enfermedad (entre otros muchos bulos), por eso solo se les permitía ser carpinteros, ya que se suponía que la madera no trasmitía la lepra (¿qui-zás por ser un material poco conduc-tor del calor?); de hecho, los propios leprosos estaban obligados a avisar

mediante una carraca de madera. Si en la mentalidad del vulgo de la época, esas gentes portaban enfermedades tan temidas, ¡cómo no iban a ser los culpables de la infección de los pastos y la consiguiente muerte del ganado! Esto parece irracional y fuera de con-texto para nuestra actual mentalidad, aunque aún quedan tradiciones como la de andar descalzos por los prados en la mañana de San Juan en plena temporada de pastoreo.

La Revolución produce la anula-ción de las normas consuetudinarias y estructuras autónomas del Antiguo

Tensión entre hombre y animal en la marca de mayo de Sorogain (valle de Erro-Navarra)

Conflictos de vecindad montañesa con final dramático

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Régimen en beneficio de los nuevos Estados centralizados, creando un nue-vo corpus de leyes continuado bajo el Imperio (Código Napoleónico) y una no-vedosa organización territorial y adminis-trativa que dejaba sin efecto la feudal. España también adaptó el sistema terri-torial francés (Departamento=Provincia, Cantón=Partido Judicial, Comuna= Ayuntamiento, pedanías, etc.) y admi-nistrativo (Prefecto=Gobernador Civil, Alcaldes de Ayuntamientos, etc.). Todo esto se complementó con la organiza-ción contributiva, mediante el catastro de Napoleón (que estuvo vigente hasta 1936 y en el que se basa el español) que para cada entidad local coordi-naba planimétricamente, según usos y aprovechamientos agronómicos, los datos de la propiedad con la fiscalidad que necesitaban los ministerios de hacienda. Posteriormente se creo el Registro de la Propiedad, como siste-ma jurídico que certifica notarialmente la titularidad de los bienes inmuebles privados. El Estado moderno quedaba así configurado tal y como actualmente lo conocemos.

Uno de los efectos que más ha repercutido en todos los sistemas agrí-colas y pastorales provenientes del Antiguo Régimen ha sido la supresión jurídica de los límites territoriales de los territorios históricos, creando tér-minos o municipios donde antes no existían. Esto implicaba dividir o anular estructuras comunales más antiguas, viéndose además los propietarios des-poseídos de la gestión de sus tér-minos faceros, que sería ejercida a partir de entonces directamente por el Estado a través de sus propios organis-mos (Prefecturas o Gobiernos Civiles, Servicios de Montes, etc.). Y es que en la época prerrevolucionaria, la pro-

piedad territorial y jurídica de la Corona sobre los terrenos comunales siempre se había podido solventar, ya fuera con pagos directos en dinero a los respec-tivos monarcas o con la invocación de fueros o costumbres.

DEL SIGLO XIX AL XX: LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Y LA DESAMORTIZACIÓN. LA RECONVERSIÓN DEL

SECTOR RURAL

Con las técnicas anteriores, se pue-de decir que desde la época roma-

na hasta el Antiguo Régimen (siglos XVIII-XIX), la agricultura no había avan-zado mucho, tanto en lo referente a mé-todos como en rendimientos. El cambio se inició a raíz de la doble revolución europea. Por un lado, la industrial inglesa (siglos XVIII-XIX), que aportó las mejoras en las técnicas y ciencias agronómicas, que intentaban sustituir el periodo de barbecho o pastos de la rotación de hojas por cultivos industria-les de raíz (nabos, patatas, remolacha azucarera) y forrajeros, y por otro, el radical cambio político y jurídico que supuso la Revolución Francesa.

Al igual que en Francia e Inglaterra, en la primera mitad del siglo XIX, España acometió un proceso de desamortiza-ción (que en Inglaterra se denominó Enclosure Acts), con el fin de fomentar una nueva economía de corte liberal que chocaba frontalmente con el sistema anterior. Este proceso consistía en ca-pitalizar por medio de la enajenación de amplios territorios en posesión de las denominadas “manos muertas” (según los políticos y economistas), como eran los comunales de las nuevas agrupa-ciones municipales (procedentes de las antiguas entidades locales tradiciona-les), de la Iglesia, etc. En la práctica, se concretó en una verdadera concen-tración parcelaria a favor de unos pocos propietarios con recursos, excluyendo al resto. Todo el sistema de hojas tradi-cional de los pequeños propietarios se vería profundamente trastocado, provo-cando la emigración de buena parte de la población a América.

Con la Desamortización, si bien en un principio no se mejoró cualitati-vamente la productividad de la tierra, las masivas roturaciones y la entrada en producción de amplias superficies

Serie comparativas de ortofotos del concejo

de Erro del mismo te-rritorio: la de arriba a la izquierda, de 1931; arriba a la drecha de

1967; y abajo a partir del año 2000 (valle de

Erro-Navarra)

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por parte de los adinerados inversores terratenientes proporcionaba, aunque con los métodos de trabajo tradicio-nales, las cantidades de alimentos y materias primas industriales agrarias que requería el aumento de la pobla-ción que acarreaba la Era industrial. Por otro lado, la tala indiscriminada de los antiguos bosques impulsó la crea-ción de un nuevo cuerpo de agentes

de montes del Estado para proteger las masas forestales, derivado de los antiguos organismos de similar índole de agricultura. Las entidades locales del norte de Navarra, por efecto del pacto de la Guerra Carlista, que garanti-zaba cierta autonomía, pudieron incluir sus comunales en el nuevo Catálogo de Montes de Utilidad Pública que gestionaba ese recién creado Servicio

Forestal, librando así un elevado por-centaje de terrenos forestales del pro-ceso de enajenación con posterior tala y roturación.

En Europa occidental, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, una vez incorporado a la producción todo el terreno susceptible de ser cultivado co-mo efecto de ese proceso de desamor-tización, se produjo el despegue del desarrollo tecnológico que continúa en la actualidad. Aunque en España hubo que esperar a la segunda mitad del si-glo XX (debido al atraso secular y al pa-réntesis de la guerra y la postguerra), en especial a partir de los años 60, en que se masifica la mecanización, con lo que se simplifican y abaratan las la-bores, lo que permite cultivar espacios hasta entonces extensivos de forma intensiva. Si en esas fechas se seguía usando el arado romano (en vasco, gol-de), se introduce a partir de entonces y de forma masiva el arado de vertedera, que además de apartar la tierra la re-mueve y la oxigena. También el uso de los abonos sintéticos, las nuevas va-riedades cultivadas y la especialización de cultivos, así como nuevos avances

Técnicas genéticas de la moderna zootecnia para la reconstrucción del fenotipo del tarpán. Rezerwat Pokazowy Zwierzat (Puszca Bialowieska-Polonia. Septiembre de 2001)

Mantenimiento de los sistemas: prácticas forestales invernales de trasmochado de hayas en Leiza (Navarra)

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El futuro de la marca: reunión de jóvenes pastores -sin oveja muerta- para continuar una antigua tradición. Sorogain, mayo de 2007 (valle de Erro–Navarra)

zootécnicos y otras técnicas, ayudarán a incrementar la productividad de los terrenos y de los ganados.

Por otro lado, los nuevos sistemas de cierres a base de alambradas de púas (invento procedente de la pampa suramericana y del oeste norteameri-cano) permitían gestionar la ganadería en cualquier tipo de espacio, tanto los extensivos como los agrícolas o periur-banos, normativamente complejos o sumamente parcelados.

EL SIGLO XXI: ¿NUEVOS PROBLEMAS O VIEJAS SOLUCIONES?

Por ejemplo, recientemente -en el año 2007-, el alza de los cereales

y productos básicos ha hecho revisar a los gestores comunitarios toda su política agraria (la “PAC” y los “exce-dentes”). A los ganaderos, la nueva si-tuación del sector también los obliga a tomar decisiones. Es decir, si se quiere reducir costos en piensos y cereales, se necesita ganado que se sostenga en la dura montaña donde el pasto na-

tural resulta más barato. Pero es bien sabido que la rusticidad de las razas -o incluso entre animales de la misma variedad- está reñida genéticamente con la productividad, particularmente la lechera (aparentemente, el óptimo deseable). Por lo tanto, no resulta nada fácil encontrar el equilibrio exacto ante estas disyuntivas, siendo este tipo de cuestiones parte del llamado desarrollo sostenible. Por otro lado, lógicamente, la primera medida que se ha tomado es poner en producción nuevos terre-nos, ya sea para cereal o para pastos, y no es ninguna casualidad que estas nuevas roturaciones sigan la estela o se hagan en los mismos sectores que las de las épocas anteriores. Julio Caro Baroja escribía, no sin razón, que no se puede disociar el presente del pasado: “los antiguos, como nosotros, hacían tal cosa o tal otra. Sino que nosotros como los antiguos, hacemos esto o aquello”, porque el primer argumento implica casualidad y el segundo cau-salidad.

Gran parte del mundo rural tradi-cional superviviente hasta el Antiguo Régimen -y con él, sus elementos re-lacionados, como el del sistema de hojas- parece que se desvanecieron sin dejar ni rastro, como si nunca hubieran existido. De hecho, las nuevas genera-ciones las desconocen casi totalmente. Pero el paisaje rural y forestal es como es, y si se analiza en profundidad re-sulta un auténtico palimpsesto en el se que se superponen capas neolíticas, romanas, alto y bajomedievales, de la época moderna…, hasta las de las con-centraciones parcelarias y roturaciones de la época contemporánea. De estas últimas sí que tenemos abundantes referencias, incluso actualmente hay procesos contrarios, de abandono de cultivos y bosques, y todo ello hasta subvencionado: ¿qué consecuencias van a tener?

Sería interesante examinar de qué manera los distintos sistemas agro-silvopascícolas han ido modificando el paisaje rural, a la vez de cómo

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El acervo bibliográfico forestal se considera de sobra conocido por el colectivo profesional, por lo que solo propondremos una selección de historia y etnografía que haga referencia a la temática tratada.

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esa misma costumbre, por ejemplo, concerniente a cuestiones pastorales, se va integrando en un mundo globa-lizado como el actual. Sin olvidar la importancia que representa la misma interpretación de esas reminiscencias. Los forestales, como trabajadores del

-y en el- medio natural, también pode-mos aportar una visión propia sobre las cuestiones expuestas, que puede servir para contrastar tanto la de otros colectivos profesionales más afines (técnicos agrícolas, biólogos, etc.) co-mo las de los distantes (historiadores,

juristas, antropólogos, etc.). Para finali-zar, quiero señalar que este artículo no es más que una interpretación personal con el fin de proponer hipótesis, para que otros compañeros investiguen so-bre estos asuntos en su propio ámbito de trabajo y aporten sus ideas.

Documentación Bibliográfica