Pastoralismo iberico historia [1] Revista Foresta38-2007

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32 n. o 37 TÉCNICA COMUNICACIÓN Reflexiones sobre el pastoralismo ibérico a lo largo de la historia (I parte) Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro, pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia). Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven, subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tie- rra y los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres. “Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta –no fue por estos campos el bíblico jardín-: son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín.” Extractos del poema “Por tierras de España” de Antonio Machado. Patxi Ibarrola Erro Ingeniero Técnico Forestal Esquema de los sistemas pastorales en el viejo mundo

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TÉCNICACOMUNICACIÓN

Reflexiones sobre el pastoralismo ibérico a lo largo de la historia (I parte)

Casi todo el mundo ha escuchado alguna vez la historia de Caín y Abel. Ambos eran hijos de Adán y Eva. Uno, agricultor; el otro, pastor. En una discusión, el primero mató al segundo, tras lo cual huyó al este del Edén (algo así como jardín o huerto en lengua sumeria, pues de esta manera denominaban a Mesopotamia). Es decir, aparte de las connotaciones religiosas que se deriven, subyace un problema de intereses concretos por el uso de la tie-rra y los recursos naturales: el inicio de la guerra entre los hombres.

“Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta –no fue por estos campos el bíblico jardín-: son tierras para el águila, un trozo de planetapor donde cruza errante la sombra de Caín.”

Extractos del poema “Por tierras de España” de Antonio Machado.

Patxi Ibarrola ErroIngeniero Técnico Forestal

Esquema de los sistemas pastorales en el viejo mundo

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A decir verdad, para esta in-troducción hubiera cuadrado mejor que Caín hubiera sido pastor (ya que, a mi criterio,

no cambiaría para nada la historia ni su vertiente religiosa), y así cerraría el círculo diciendo: “Claro, no había sitio para dos actividades tan contrapuestas en la zona más oriental del creciente fértil, y los pastores tuvieron que emi-grar a la zona de Irán, que por desértica y extensa es más apta para el pas-toreo de ovejas en trashumancia con las montañas del Caspio”. Lo que me daría pie a continuar: “...por lo tanto, las incursiones de pastores en zonas agrarias para la invernada es un hecho contrastado desde los tiempos más remotos...”, y terminaría exponiendo el concepto histórico de la expansión vio-lenta y rápida de los pueblos pastores a lo largo de la Historia, aunque sean siempre menos numerosos: hicsos e indoeuropeos en Oriente Medio e India al final de la Edad del Bronce y comien-zos de la del Hierro; hunos, magiares, mongoles y turcos de Asia central, des-de la caída del Imperio Romano hasta la Alta Edad Media; semitas -como los árabes- desde la antigüedad hasta los tiempos de Mahoma en la Edad Media; pueblos nilóticos en el África subsahariana y oriental (peules, masai, samburu, tutsis, etc.) e incluso en el sur de ese continente, con pueblos bantúes como los zulúes, que a partir del Rey Chaka, en sus guerras con los ingleses y boers adoptaron una peculiar formación de combate que llamaban de “cuerno de vaca”, estructura que les permitía realizar la típica batalla de envolvimiento y aniquilación, tal y como antes había fijado para la posteridad Aníbal en Cannas. Pero la verdad es que los hebreos de la época de los patriarcas y el éxodo también eran pas-tores, y nos les hubiera gustado nada quedar como asesinos en sus propias leyendas. Lo dicho, una lástima.

Antes de continuar, habría que dis-tinguir la pascicultura y zootécnia -am-bas en consonancia con la selvicultura y agronomía- como técnicas de produc-ción y manejo del medio, del pastora-lismo, concepto que introduce en las ciencias anteriores un ámbito social o histórico concreto. La confrontación de intereses entre ganadería y agricultura sobre el uso de la tierra y el agua no siempre conlleva que la sangre llegue al río como en el caso del fratricidio

anterior. Sino que muchas veces se adaptan los dos usos y sus prioridades, porque ambas son igualmente impres-cindibles para el consumo humano. Entonces, ¿con qué criterios se esta-blecería en un territorio determinado que la agricultura o la ganadería hubie-ra de ser la actividad principal? Esta es una pregunta para la que los forestales tenemos respuesta desde una perspec-tiva propia. Pero fundamentada en la lógica impuesta por ese medio natural, ¿cómo se adaptan, subordinan entre sí o se mantiene en equilibrio las dos actividades?; además, ¿qué hay de los mecanismos sociales que permitirían regular lo contemplado en la pregunta anterior?, entre otras cuestiones. Sí, éstas son las que propondremos al lector, pero para ello es obvio que nos tendremos que apoyar en otras discipli-nas fundamentales, principalmente la historia, la etnografía y el derecho, con el inconveniente de que somos legos en tales materias. De esta manera, sería mejor que viéramos el conjunto como un rompecabezas en el que intentaremos coger las piezas que me-jor encajen, es decir, que funcionen argumentalmente en un sitio dado. Si luego aparece una mejor o resulta que realmente no era tal su lugar, no tendremos problema en cambiarla por otra, y así sucesivamente hasta afinar el sistema.

Pero antes quiero dejar constancia de la génesis de este escrito, que arranca en los años 1989-1990, con las consultas que con mi amigo y compañero Enrique Enciso Encinas rea-lizamos a D. José Luis Allué Andrade, a la sazón profesor de Pascicultura de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Forestal de Madrid, a propósi-to de un estudio relativo al caso. Por entonces había menos trabajos concer-nientes a estas materias y, sobre todo, no existían las comunicaciones por Internet, que tanto facilitan el acceso a la información.

Tras una abundante corresponden-cia con los compañeros responsables de la Revista Foresta, tratando sobre los mismos temas a raíz de un ante-rior artículo, se vio la conveniencia de proponer al resto del colectivo profe-sional algunas pinceladas sobre estas cuestiones pastorales, teniendo una base técnica común a la profesión, amén de unas nociones de la historia que se presentan lo mas simplificado

posible de cara al colectivo. Si acaso el lector quisiera tener una visión más amplia de ésta, a la vez que sintética y amena, nos remitimos a una obra ya clásica del género, en consonancia con nuestra idiosincrasia. Nos referimos a la “Historia del Mundo” de J. Pijoán Soteras. Por otro lado, de forma deli-berada, mayoritariamente se escogen casos de zonas geográficas del norte peninsular, pues son las que mejor conozco, y aquí se cuenta con la ines-timable ayuda de otro autor, Julio Caro Baroja, quien abordó ampliamente el estudio del conjunto etnográfico de tal región peninsular, trazando sus líneas maestras en el libro “Los Pueblos del Norte” en 1943. Pero eso no quiere decir que lo reseñado en el escrito sea exclusivo de ese ámbito geográfico, ¡ni mucho menos!; por tanto, no habría inconveniente en trasladar los hechos cuando las circunstancias lo requieran a otras zonas del sur peninsular, cuan-do no europeas, circunmediterráneas o de otros continentes.

Se quiere remarcar que no se trata de realizar una historia ni rigurosa ni exhaustiva. Pero el método de exposi-ción histórico proporciona coherencia a contenidos tan diversos mediante un gradiente argumental (concepto muy caro a nuestra profesión) que permite la progresión del tema. Además, se ha intentado enmarcar cada asunto en un periodo histórico deliberado, no porque no aparezcan antes o después, sino porque es el momento en que aparecen referencias históricas apropiadas, y es que, como decía el historiador ho-landés Henry S. Wesseling: “...somos enanos pero estamos sentados sobre gigantes”.

DE LA PREHISTORIA AL MESOLÍTICO: LA CALIDAD DE LA ESTACIÓN

Consideraremos como inicio des-de el Paleolítico superior (hace

32.000 años) al final de la época gla-ciar (hace unos 10.000 años), porque los clanes cromañones de cazadores y recolectores de la cultura franco-can-tábrica, creadores del Magdaleniense, que transitaban por la fachada cantábri-ca desde Asturias hasta las Landas de Gascuña (Francia), nos han dejado, tan-to con sus pinturas rupestres como con sus útiles, los elementos necesarios para empezar a interpretar el enunciado de este apartado.

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En este final del Pleistoceno, los animales representados, con todas las salvedades que se quiera, nos re-cuerdan a la que se encontraron los pioneros en la pradera norteamericana holártica. Ya sea el bisonte europeo, re-no, caballo salvaje (del tipo Przewalski), uro, mamut, oso de las cavernas, rinoceronte lanudo, etc. Los paleontó-logos han trazado a grandes rasgos su evolución y consideran que esta fauna es el resto de la existente a finales del Plioceno (Terciario) pero adaptada al frío de las glaciaciones. Actualmente, la fauna que más se asemejaría a la del Plioceno, aunque menos diversa, sería la de la sabana de África oriental.

En los dibujos magdalenienses, los animales aparecen aislados o en gru-pos sin formar escenas. Pero pode-mos suponer que vivían en sistemas de grandes manadas migratorias pro-pias de los medios abiertos herbosos. Animales como el león de las cavernas (Panthera spelaea), cuyos restos fue-ron encontrados en Arrikrutz (Oñate-Guipúzcoa), situado en la cúspide de la cadena trófica, debían de necesitar una ingente disponibilidad de carne (nyama en suahili), algo que sólo podrían pro-porcionar las grandes concentraciones de ungulados, tal y como ocurre ac-tualmente en el sistema Masai Mara-Serengueti.

Los grandes felinos desaparecieron hace unos 10.000 años, al término del Pleistoceno, como muchos otros animales de la época. Se puede debatir si el ocaso de los grandes carnívoros, aparte de la desaparición de sus gran-des presas habituales por el cambio climático, fue acelerada por una cace-ría humana sistemática (por ejemplo, se sabe que en tiempos micénicos y hasta unos siglos antes de nuestra era hubo leones en Grecia). Especialmente interesante al respecto es el debate sobre la barrera cazadora1 en el con-tinente americano y la extinción de la megafauna. Esto nos puede llevar a reflexionar acerca de la relación de los grandes predadores ibéricos que actualmente persisten, osos y lobos (sin olvidar buitres o quebrantahuesos), y su interacción con el manejo pasto-ral transtermitante de grupos sociales como vaqueiros de alzada en Asturias y pasiegos en Cantabria, que por el momento no se ha realizado.

Las similitudes existentes entre las representaciones de las pinturas rupes-

tres de vacas de capa rubia, carneros y caballos con los actuales caballos pottoks, vacas betizus y ovejas latxas del área del País Vasco y Navarra hacen que muchos zoólogos y prehistoriado-res hayan inferido cierta continuidad desde la domesticación local ya en el Neolítico. Esta suposición podría ha-cerse extensiva a otras muchas razas de ganado peninsular afines. Sobre la interpretación de las pinturas habría

1. Efecto que se cree produjeron los primeros abo-rígenes americanos provenientes Asia: la extinción

de la megafauna pliocena de todo el continente

Pintura magdaleniense de la Cueva de Altamira: bisonte europeo. Es típica de este arte la profusa

utilización del color rojo. Además, Barandiarán ya re-señó que en gran parte de la leyendas vascas poste-riores relativas al mito de Mari y las cuevas siempre aparece o bien un caballo o un novillo de color rojo

Pintura de fauna de la sabana en pleno Sáhara argelino. Refugio de Iheren-Tassili–n–Ajjer

Carlanca para perros

Arte mueble magdaleniense en hueso: reno pastando en la ventisca de la tundra

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que remitirse a la multitud de estudios y especialistas que se ocupan de estas cuestiones, pero los prehistoriadores encargados de la conservación de las cuevas de Lascaux (Francia) a esa misma pregunta respondieron que al invitar a un grupo de aborígenes aus-tralianos (que junto a los bosquimanos del Kalahari, en el sur de África, aún mantienen viva e ininterrumpida esta tradición artística), éstos entendieron los dibujos como una especie de carta de presentación del grupo humano que los realizó. En fin, también podemos preguntarnos, ya como anécdota, ¿qué fue del Magdaleniense?, pues los que se ocupan de estas cuestiones nos dicen que ciertos rasgos artísticos y tradiciones todavía se perciben en la cultura de los esquimales.

El final del Paleolítico Superior, ha-ce aproximadamente 10.000 años, tra-jo consigo la mejora general del clima, en principio, hacia un periodo húmedo que finalizó hace 7.000 años, y luego alternado con periodos más secos. Todo ello produjo profundas modifica-ciones en el medio. En este periodo del Mesolítico (desde hace 10.000 a 5.000 años), la población presentaba un cuadro de vida basado en la caza, que progresivamente avanzaba hacia la agricultura-ganadería a través de la recolección.

La pintura esquemática levanti-na es representativa de este periodo Mesolítico, y tenemos dibujos rupes-tres desde 8.000 a.c. La fauna que aparece es de menor talla y similar a la

de la zona del monte mediterráneo que mejor conocemos, propia de medios más cerrados y templados: cérvidos, bóvidos, cápridos, etc., que aparecen solos o en rebaños. Pero siempre com-ponen escenas panorámicas de gran dinamismo, ya sea de caza, de domes-ticación de animales, de recolección de miel (cueva de la Araña en Bicorp, Valencia) y de trabajo agrícola, cuando no de carácter social (danzas, luchas, etc.). Estas representaciones se rela-cionan directamente con las pinturas

del norte de África y de los macizos montañosos del desierto sahariano e incluso del África austral. Esto plantea a los eruditos los consiguientes proble-mas para explicar su difusión. Aparece toda una gradación. Por ejemplo, en el

Levante español, al principio, toros y ciervos, hasta acabar en escenas de domesticación y agrícolas; en el Sáhara esta gradación además permite visuali-zar la desertificación del medio desde la sabana, con la fauna procedente del

Poni de raza pottok del País Vasco y Navarra Detalle del arcaísmo de la cabeza de caballo tipo pottok

Pintura magdaleniense de la cueva de Ekain (Deba–Guipúzcoa): caballo salvaje

Pintura levantina. Panorámica del abrigo de Cogull (Lérida)

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Plioceno y cazadores asimilables a los bosquimanos, hasta la intrusión de los pueblos nilóticos pastores de vacas co-mo los actuales peules; luego, los pue-blos bereberes conductores de carros (¿garamantes de la época clásica?), para llegar a la plena desertificación y la introducción del camello entre los bereberes del grupo tuareg, ya durante el Imperio Romano avanzado.

Curiosamente, el tipo de ganado vacuno más representado en estos di-bujos es el correspondiente al del toro de lidia mediterráneo, que luego apa-rece desde la Creta minoica hasta la dehesa extremeña, y no el de las razas de vacas rubias europeas, ni siquiera el giboso ganado cebú. Esta última raza a lo largo del tiempo imperará en las representaciones egipcias del Buey Apis, con un área de distribución actual tropical (pueblos nilóticos de África oriental, toro brahmán de la India, in-troducido en América Central, etc.). Es curioso comprobar cómo se aprecia el gusto por las gruesas e impresionantes cornamentas, tal y como se pone en evidencia entre los bueyes cebúes de los actuales pastores nilóticos y, por qué no decirlo, entre los aficionados taurinos. De hecho, al ganado des-cendiente del introducido por los es-pañoles en México y Tejas se le llama comúnmente cuernilargo. El desarrollo de la cornamenta es un parámetro mor-fológico que siempre tiene relación con la vitalidad de los animales, de ahí las mediciones de los trofeos de caza.

DEL IV AL III MILENIO A.C.: DEL NEOLÍTICO AL CALCOLÍTICO.

LAS INFLUENCIAS MEDITERRÁNEAS Y CENTROEUROPEAS

Según la concepción clásica que nos inculcaron en nuestra juventud, el

Neolítico se expandió hacia el occiden-te desde Oriente Medio mediante dos rutas clásicas: la primera y principal, a través del Mediterráneo, mientras que la segunda ruta subió por los Balcanes y el Danubio hasta el interior del con-tinente. En la península Ibérica tuvo mayor influencia la del Mediterráneo. Así, el megalitismo de la fachada atlán-tica de Europa occidental sería una in-fluencia aportada principalmente desde ese mar a todos los distintos pueblos situados desde el estrecho de Gibraltar hasta las islas Británicas. Aquí está el quid de la cuestión, ya que el fenómeno del megalitismo es fundamental en la

comprensión del pastoralismo ibérico, porque está intrínsecamente ligado a la primera deforestación y formación de los extensos estiveos que actualmente conocemos; y de hecho, en esos te-rrenos se encuentra la mayor parte de esas estructuras pétreas. Ahora bien, actualmente, una nueva hornada de prehistoriadores europeos ponen en entredicho este esquema tradicional, ya que opinan que el aporte cultural desde Centroeuropa al megalitismo es de mayor importancia que el prove-niente del Mediterráneo. No obstante, sobre el Neolítico en general -y en lo concerniente específicamente a la costa mediterránea, como ya hemos visto- la vinculación entre las pinturas

levantinas y saharianas nos induce a pensar en una vinculación más impor-tante con el sur.

Por otra parte, respecto al megali-tismo, a priori hay que tener en cuenta la amplitud de dicho fenómeno en las actuales Gran Bretaña (Stonehenge, etc.) y Francia (Karnac, en Bretaña, etc.), que puede rebasar ampliamente nuestro modesto ámbito pastoral para incluir de lleno a la minería (por ejem-plo, las rutas de mineral y objetos en claro sentido norte de Europa-Grecia, que implicaría desde las minas de es-taño inglesas a los objetos del bronce escandinavos). La concentración pe-ninsular dolménica mas importante se sitúa en la fachada atlántica portugue-

Pinturas de la fase pastoril de vacunos en el Sáhara. Abrigo de Takededumatine–Tassili–n-Ajjer

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sa, hasta Extremadura, desde donde llegaría al área del Estrecho, tierras del futuro Tartessos. De hecho, los propios prehistoriadores siempre han relacionado las modestas estaciones pastoriles del área pirenaico occidental –que, no olvidemos, es la zona más cercana a esas regiones de Europa- antes con la fachada atlántica ibérica de Portugal-Extremadura que con las de las comarcas europeas occidentales del entorno del canal de La Mancha, mucho más organizadas y potentes que las nuestras. Por las excavaciones -ya desde Barandiarán- sabemos que en los propios dólmenes del norte de Navarra aparecen siempre algunos crá-neos catalogados como armenoides, lo cual, según los antropólogos, viene a significar que provienen de Oriente Medio, y están siempre asociados con la prospección de metales.

Mientras tanto, continuaremos con el desarrollo tradicional. Hacia el 3.000 a.c., unas gentes procedentes del Mediterráneo oriental se asientan en el sur peninsular creando la cultura de los Millares, en la ahora provincia de Almería, basada en la agricultura y la ganadería. Las hachas pulidas y la construcción de unos magníficos megalitos son su mayor logro, pero también conocían los metales, sobre todo el cobre, aunque su uso como primer metal está muy restringido por ser demasiado blando, así que por esta razón el uso de la piedra pulida seguirá estando generalizada. Sus mercaderes,

Arte minoico: ritón o vaso ritual de cabeza de toro (Museo de Herakleion-Creta).

El Buey Apis del antiguo Egipto: varias muestras de ganado masai de gran cornamenta y acusada giba como el cebú

Entrada de la Cueva de Ideo Andro a los pies del Monte Ida (2.456 m), en donde la mitología dice que Zeus, transformado en toro, llevó a la princesa Europa. De la unión con el dios procede la casa real de Minos,

y de la mujer de éste, Pasifae, y el salvaje toro de Creta, se engendró el fiero Minotauro, que después sería muerto por Teseo en reñido combate dentro del laberinto del palacio real minoico. Teseo previamente había reducido al toro de Creta o de Maratón en el Ática. Este puede ser un inicio legendario para la tauromaquia.

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siempre en busca de materias primas, extendieron ciertos aspectos de su cultura neolítica entre todas las comu-nidades locales de la fachada atlántica europea (ibérica, francesa, irlandesa e inglesa) mediante largas redes comer-ciales. Esta cultura de los Millares fue después sustituida por la del vaso cam-paniforme, con la que guarda grandes afinidades.

Después de unos 500 años, hacia el 2.500 a.c., esta fase cultural alcanzó a la zona vasconavarra, iniciándose el periodo Calcolítico en dichas regiones. Se adoptaron masivamente las nuevas técnicas e ideas religiosas basadas en enterramientos o inhumaciones colec-tivas en dólmenes, aunque los prime-ros dólmenes (del bretón dol=mesa y men=piedra), túmulos y menhires (del bretón men=piedra e hir=larga) apare-cen ya a finales del Neolítico. Desde es-ta época, el rico será ya en adelante el poseedor de ganado (aberats en vasco). Esta época se caracteriza por el tipo de cerámica campaniforme procedente del sur, ya comentada. También habría que considerar la agricultura de esta Edad como hortícola, es decir, realizada in-tensivamente en pequeños terrenos mediante aperos más rudimentarios que el arado. Así mismo, gran parte de los hechos culturales comunes a toda la fachada atlántica europea, considera-dos vulgarmente como celtas, tendrían que datarse de esta época. Un ejemplo serían las casas circulares tipo tholos, en relación a los apriscos de mampos-tería redondos de las zonas rurales más típicamente mediterráneas, y las de los antiguos castros y las actuales pallozas de Los Ancares (Lugo y León), ya en zonas atlánticas.

Un hecho neolítico relacionado con el norte peninsular sería el manejo tradicional de la oveja latxa por los actuales pastores vascos, que sigue los mismos hábitos implantados desde aquella época, consistente en peque-ños rebaños de 60-80 cabezas como mucho, lo que los vascofranceses de-nominan un txotx (que definen como el máximo número de ovejas lecheras que la costumbre dice que en “la mon-taña” puede atender un solo pastor), que pastan y duermen a su aire, sin guarda, ya que conocen bien el terreno, que recorren con hábitos fijos. El pastor sólo las reúne y encierra en temporada de ordeño (hasta julio); después, basta con controles periódicos. En este ma-

nejo se produce una transtermitancia local en pequeña escala.

Otra muestra (esta vez, en el ex-tremo opuesto, en el sur peninsular) sería para Julio Caro Baroja el toro español de las dehesas andaluzas y extremeñas, al que considera como un descendiente directo de Bos taurus primigenius, y le permite señalar en tal

lugar una zona de ganadería sedentaria antiquísima: “como muy pronto prove-niente de las últimas fases de la Edad del Bronce, en la que todavía no se le usaba como animal doméstico. En ese periodo la tenencia de esa clase de ganados parece que sería fundamental y distinta por completo a la ganadería nómada”. Sobre esto, la mitología ya

Dólmen en los pastos de Linza (Huesca). Estiveos altimontanos extensivos comunales, usados por sistemas trashumantes para oveja de raza rasa o churra y vaca pirenaica de carne

Hachas de piedra neolíticas. La tradición de las ceraunias (piedras de rayo) en el área vasconavarra ha per-durado hasta mediados del siglo XX, momento en que se populariza la instalación sistemática de pararrayos

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nos da para el área de Tartesos algu-nos legendarios reyes como grandes latinfundistas tenedores de ganado, entre los que destaca Gerión. De he-cho, siempre se ha asociado el décimo trabajo de Hércules, robar la manada de vacas y bueyes rojos del citado Gerión, con esta zona situada en el extremo occidente de la tierra conocida por los griegos.

II MILENIO A.C.: LA EDAD DEL BRONCE.

UN INCISO SOBRE LA MINERÍA Y LA DEFORESTACIÓN EN LA ANTIGÜEDAD

Alrededor del 2.000 a.c. aparece la cultura del Argar en Almería, que

tiene al bronce (cobre y arsénico, cobre y plomo o cobre y estaño) como ele-mento principal. En los enterramientos, a diferencia del Neolítico, abundan las armas. La Edad del Bronce llega hacia el 1.800 a.c. al norte peninsular; la sociedad se va jerarquizando, y este metal irá ligado al prestigio social, dada su escasez por falta de minas, siendo su uso variable según las zonas.

Siguiendo el hilo de la historia, a partir del 1.000 a.c., grupos de la Cultura de Hallstalt (I Edad del Hierro) procedente de Centroeuropa sacuden a toda Europa y Oriente Medio, en la gran convulsión del final de la Edad del Bronce que se describe en la Ilíada y la Odisea. Aparecerá un nuevo metal más resistente y manejable: el hierro. Por ejemplo, en nuestra área vasconavarra tendrá gran repercusión, redefinien-do las áreas etnográficas y culturales más o menos hasta la actualidad. Los nuevos invasores indoeuropeos, aun siendo pocos numéricamente, son más avanzados y difundirán su cultura y tecnología a base del nuevo metal, que además es abundante, en especial en el País Vasco. Como muestra, en los Pirineos, según Blot, se extienden las

Conjunto pastoril de cabañas en tholos y rediles, en la majada del collado de entrada al llano de Nida, en Creta central, a unos 1.400 metros de altitud (abril de 2004)

muflón (Ovis musimon), el ancestro de la oveja.

oveja de raza latxa cara negra

Fresco minoico del Palacio de Cnossos (Museo de Herakleion-Creta) representando el salto del toro.

La evocación de los forcados portugueses es evidente

Anillo-sello minoico con grabado miniaturizado del salto del toro. El toro bravo y la tauromaquia parecen

elementos culturales típicamente mediterráneos

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ferrerías con el tipo de “horno catalán”, que también exige fuerza hidráulica para mover los fuelles y una intensa de-forestación para alimentar los fogones.

Por otro lado, ya entrado el primer milenio, un pueblo navegante y comer-ciante de origen semita, los fenicios, vincularán mediante un tráfico regular de metales el sur peninsular con el resto del Mediterráneo, al convertir la exploración puntual de yacimientos mi-neros en una prospección sistemática de minas (Río Tinto, etc.). Gran parte de las culturas y pueblos del sur penin-sular vendrán relacionados en lo suce-sivo con la metalurgia y la minería.

DEL 1500 A.C. AL SIGLO VII A.C.: LOS INDOEUROPEOS Y LA I EDAD

DEL HIERRO. LA GANADERÍA MAYOR EN GRAN ESCALA

En los albores del segundo milenio antes de Cristo, las sociedades

palaciegas del Oriente Medio antiguo desaparecen: ¿agotamiento de las mi-nas de metal conocidas?, ¿extenuación de los terrenos agrarios del creciente fértil? Se pueden debatir sobre muchos interrogantes, pero una de las cuestio-nes relevantes, desde nuestro punto de vista ibérico, es que tras la larga “oscuridad”, ya entrado el I milenio, por fin las tres penínsulas europeas pasan progresiva y secuencialmente a participar de la Historia propiamente di-cha: primero Grecia, luego la península Itálica y, para terminar, la Ibérica.

En principio, los pueblos indoeuro-peos se dispersan durante el II milenio mediante el novedoso carro de guerra ligero tirado por el caballo. En Oriente Medio se instauran Estados con idio-mas de ese grupo, como el de los hiti-tas. El reino hurrita de Mitanni tiene en su clase guerrera de los maryanni un claro elemento indoeuropeo. La inva-sión de Egipto por los Reyes Pastores o hicsos se ha considerado como parte del efecto bola de nieve, que atrapa en sus migraciones a otros grupos étnicos y lingüísticos, como los he-breos. Otros pueblos como los escitas, sármatas, armenios, medos (kurdos), iranios (persas y partos, baluchis y pastunes) se quedarán como pastores nómadas en las estepas asiáticas o en las montañas (Cáucaso e Hindu Kush) conectando con los pueblos turanios (turcos, hunos, mongoles, húngaros, etc.), donde domesticarán al caballo de la estepa, convirtiéndolo en el animal

de monta de gran alzada que actual-mente conocemos. Otros como los arios (pues de esta manera se denomi-nan a sí mismos en los Vedas) llegarán aún más lejos con su ganado, hasta la península Indostánica, donde, aparte de integrarse en diversos grupos étni-cos, conformarán en gran medida los caracteres de la casta brahmán, que preservará el sánscrito como idioma religioso e introducirá el culto a la vaca sagrada.

Otra rama de los indoeuropeos crea en Centroeuropa la cultura de Hallstalt (I Edad del Hierro), expandiéndose ha-cia el año 1.000 a.c. por toda Europa, incluidas las precitadas penínsulas. Algunos de estos grupos también mi-grarán hacia el norte hasta alcanzar el entorno del mar Báltico, reapareciendo posteriormente en la Historia, caso de los germanos y escandinavos. Estos indoeuropeos, que llegaron por los por-tillos navarros del Pirineo en torno al año 1.000 a.c., introducen los primeros

recintos fortificados y un nuevo tipo de megalito, el crómlech (del bretón kroumn=corona y lech=piedra sagrada) circular en cuyo centro se guardan las cenizas de los muertos, y que también se construirán en los estiveos monta-ñosos formados en las etapas anterio-res. Todo ello relacionado con una reli-gión solar y del cielo que ha perdurado

Rutas de comercio de las primeras edades del metal, según J. Pijoán Soteras

Distribución de los pueblos de lenguas indoeuropeas, según J. Pijoán Soteras

Pintura magdaleniense en la Cueva de Lascaux (Francia): detalle de uro (Bos taurus primigenius)

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en la artesanía de Europa occidental, a base de esvásticas (incluyendo la vasconavarra de radios curvos, la lau-buru, de lau=cuatro y buru=cabeza) y helicoides.

En este momento podemos retomar la problemática cuestión sobre el grado de antigüedad y las influencias medite-rráneas o centroeuropeas, tanto en el Neolítico como en el megalitismo del norte peninsular.

Respecto a la antigüedad del Neolítico peninsular, primero hay que decir que había dos lenguas peninsu-lares anteriores o contemporáneas de las indoeuropeas (si había otras, no se conoce su existencia): el vasco y el íbero. Esta última, pese a los firmes intentos, no se puede interpretar (pero se supone que es del grupo camita, es decir, próximo a los idiomas bereberes del cercano Magreb; a este conjunto también pertenecerían el actual copto, en calidad de evolución religiosa del antiguo egipcio faraónico, y las lenguas etiópicas y nilóticas actuales). Ahora bien, al vasco sí lo tenemos a mano, y aunque no presente lenguas afines, los estudiosos tienen muy bien analizada su filología y su evolución. Para empe-zar, los nombres de los útiles forestales y agrarios principales llevan el prefijo ai-tz, que significa piedra (aitzkora=hacha, aitzurre=azada, aitzurrotz=horca o tri-dente, etc.), así como otros útiles cortantes (aitzko=cuchillo, aitzur o guraitz=tijeras, etc.), incluidos aperos de labranza de lo más arcaico como las layas, a las que se le hace descender de la palabra lai (ramilla/sarmiento). Todo esto nos retrotraería a épocas anteriores al conocimiento de los me-tales y el arado. De asuntos como éste, los prehistoriadores y antropólo-gos deducen que la población del área franco-cantábrica y pirenaica de España y Francia es autóctona, además de di-rectamente heredera de la existente en el Magdaleniense. Es decir, que eran cazadores que asumieron el Neolítico a través de aportes culturales externos.

En lo tocante al origen de las in-fluencias mediterráneas o centroeuro-peas en el pastoralismo neolítico, ya a principios del siglo XX, los primeros etnógrafos vascos (Arturo Campión, Telesforo Aranzadi, etc.) estaban de acuerdo en que ninguno de los seis animales neolíticos (a saber: perros, cabras, ovinos, cerdos, equinos y vacu-nos) presentaban en euskera, tanto en

sus nombres como en el vocabulario ganadero que lo desarrolla, relaciones con las lenguas indoeuropeas, y en es-to se incluye a las fases de desarrollo del animal (es decir, el equivalente en

vasco de oveja, carnero, cordero, ter-nasco, caloyo, vaca, toro, buey, novillo, ternero, becerro, etc.). De hecho, hay diferentes términos propios para deno-minar a los pastores de las distintas

Estampa invernal de los crómlech de la estación megalítica de Hilarrita (aproximadamente a 1.400 m de alti-tud) en el monte Okabe. Pastos altimontanos comunales en el Iraty de la Bajanavarra (País Vascofrancés), usados en la trashumancia de la vertiente norte pirenaica: esta estación megalítica cuenta con unos 20

crómlech y varios dólmenes, resultando ser una de las más importantes en su género. La grandiosidad y sole-dad del paraje es evidente; hilarrita significa piedra de los muertos (de hila=muerte y arri=piedra,

al igual que ilargi=luna, de hila=muerto y argi=luz, literalmente luz muerta o de los muertos; la Luna se supone que era una de las deidades mas importantes del norte de Hispania en la época

prerromana). El hecho de que después de milenios los pastores iletrados que transitaban las montañas siguie-ran manteniendo en el nombre y tradiciones el criterio funerario respecto a las estructuras megalíticas fue lo

que decidió a Barandiarán a estudiar la arqueología y antropología vascas. Respecto a cuestiones más filosófi-cas y artísticas que vinculan a los crómlech, la ausencia del muerto (ya que sólo están sus cenizas)

con el concepto del cero (“0”) y la nada (“Ø”), es mejor remitir al lector a la obra de Oteiza. De todas maneras, la concepción animista de los pueblos cazadores de las praderas y tundras y más religiosa de los pastores nómadas están de sobra acreditadas, ya que las religiones del libro o monoteístas: Judaísmo, Mazdeísmo,

Cristianismo e Islam (incluido mucho del Hinduismo) son concepciones que se elaboraron como fruto de la percepción que resulta, nunca mejor dicho, de su actividad pastoral

Ganado vacuno de carne saliendo de la marca de mayo de Sorogain (valle de Erro)

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especies y fases de desarrollo. Por tanto, también deducen que no hubo relaciones durante la fase de domes-ticación, o la influencia principal del Neolítico proviene de otro lado, ya que los prehistoriadores siempre han situa-do en Centroeuropa a pueblos indoeu-ropeos. Únicamente Manuel G. Ramos, un estudioso del sánscrito, sacaba como conclusiones que aunque las dos lenguas no estaban emparentadas en absoluto, sí han tenido sus lógicos con-tactos puntuales por proximidad. Así, de la lectura de este autor podemos ex-traer que las influencias indoeuropeas sobre el vocabulario vasco referente al pastoralismo son escasas, y los pocos ejemplos que propone, de ser ciertos, atañen sobre todo a la ganadería de vacuno: justamente la especialidad de los indoeuropeos.

Ahora detengámonos un momento a ver qué nos explican los filólogos res-pecto al pastoralismo en las lenguas indoeuropeas. Dice J. Pijoán Soteras (Historia del Mundo Vol. 1): “El nombre de la vaca, que estaría formado por vocales añadidas a la “v” y a la “c”, aparece análogo en sánscrito, persa, armenio, griego, celta, teutón y eslavo, lo que quiere decir para los filólogos que la vaca fue domesticada antes de que se separaran estas familias de pueblos, y añaden que hay una confir-mación de este hecho en la circunstan-cia de que los nombres de los colores que son comunes a todas las lenguas indoeuropeas son los colores que tie-nen las vacas”.

Independientemente de que las ra-zas rubias de vacuno (betizu, pirenaica, charolesa, Jersey, roja danesa, frisona, pardoalpina o suiza, etc.) y la de los pe-queños ponis del norte peninsular (tipo galaico, asturcón o pottoka) sean o no autóctonos desde el Magdaleniense o traídos por los primeros indoeuropeos

o los celtas posteriores, lo cierto es que, a partir de estos pueblos y en lo sucesivo para toda Europa, el manejo intensivo de la vaca (en todos los sen-tidos, ganado mayor) será la principal actividad, siempre que el medio lo permita (atlanticidad). Cuando éste no lo permita (mediterraneidad) o le falten terrenos propicios, el ganadero no ten-drá más remedio que conformarse con seguir pastoreando ovejas o cabras (y viceversa, en todo sentido, ganado menor).

Una excelente referencia sobre el pastoralismo de vacuno que se puede ofrecer al lector serían las películas del Oeste americano (ya sean de las series A, B o Z), pues dado su gran número cubren toda la casuística imaginable (conflictos por el agua, los pastos, su ecología y la extensión necesaria, los animales autóctonos y la implantación de la ganadería, el fuego pastoral, ra-zas de animales, ganado mayor frente a ganado menor, ganadería frente a agricultura, invernadas y migraciones, estampidas, relaciones sociales y vida de los vaqueros, sus útiles, las vivien-das y los cercados, manejo y doma del ganado, etc.). Con el aliciente de que el ganado cimarrón cuernilargo (longhorn) de Tejas es descendiente de la vaca marismeña andaluza, que los célebres caballos mesteños de indios y vaqueros son igualmente la progenie

de nuestras razas equinas y que el equipo de montar y manejo del gana-do del cowboy norteamericano es la versión tipificada del equipo de origen mexicano (chata espuela española a lo “Clint Eastwood”, perneras, herrajes y adornos de plata en la silla de montar, lazos y hierros de marcaje del ganado, etc.).

DEL SIGLO VI A.C. AL III A.C.: LOS CELTAS. LOS COMUNALES

Y LA AGRICULTURA CEREALISTA EXTENSIVA

La cultura de la Tène o Celta se fecha plenamente consolidada ha-

cia el 300 a.c. (II Edad del Hierro). La traerá una rama de pueblos de lenguas indoeuropeas, también conoci-dos como galos (de ahí nombres como Galicia en España, Gales en Inglaterra, Galitzia en Polonia y Ucrania, gálatas de Asia Menor, etc.), que practicaban intensamente una agricultura cerealis-ta extensiva y tecnificada (a ellos se debe la primera introducción del arado, sencillo, pero arado al cabo, y no como se cree vulgarmente, a los romanos), llegando a las buenas tierras cultiva-bles de las llanuras de pie de monte de ambos lados del Pirineo y de la cor-dillera Cantábrica. Su influjo en ambas mesetas peninsulares es más que con-siderable a lo largo de los siglos pos-teriores. Pero en otros pueblos, como

Contactos entre las lenguas indoeuropeas según J. Pijoán Soteras. Las manchas oscuras

representarían lenguas muertas

Hierro del valle de Erro (VE) para marcar ganado mayor

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los vascos, no parece que introdujeran tendencias culturales o sociales desta-cables, aunque sí se produjeron serios enfrentamientos políticos y militares. Por eso la denominación de vascones, según Tovar, sería cómo los celtas los llamaban en su idioma indoeuropeo: barscunes, que traduce como “los or-gullosos” o “los de las cimas”.

Los celtas, en su gusto por las am-plias zonas cerealistas de “tierras de pan llevar”, chocarían frontalmente con las necesidades de los pueblos gana-deros trashumantes de las montañas norteñas, menos evolucionados, que necesitaban así mismo del llano para bajar sus rebaños en invierno. Según Mendizábal, la desigual lucha se decan-taba progresivamente a favor de los cel-tas, y éste sería el factor determinante de que los vascones y otros pueblos afines aceptasen la alianza con una Roma históricamente enemiga mortal de los celtas, a su vez generalmente aliados de Cartago; y por ende, la per-vivencia cultural actual en tales áreas del euskera, ya que posteriormente Roma no olvidó el auxilio recibido en los momentos difíciles.

Sobre la organización del cultivo de cereal y los comunales, podemos em-pezar por el colectivismo vacceo, sobre el que historiadores y etnógrafos han vertido ríos de tinta. Según los textos clásicos, los vacceos eran la principal tribu celta cultivadora y suministradora de trigo a los otros pueblos cercanos culturalmente antes, durante y des-pués de las Guerras Celtiberas con la República Romana. Ocuparon lo que actualmente es la Tierra de Campos: desde el sur de Burgos, Valladolid y Palencia hasta Zamora y Segovia, es decir, el valle del curso medio del río Duero y afluentes principales. Curiosamente, toda esta extensión se-ría más tarde la principal zona de asen-tamiento de los visigodos, y, como se sabe históricamente, todos los godos partieron de las estepas cerealistas ucranianas.

Los vacceos practicaban una orga-nización agraria singular, consistente en una práctica extensiva donde cada comunidad repartía rigurosamente en-tre sus miembros lotes de tierra para cultivar y cuyos frutos eran repartidos estricta y equitativamente entre toda la colectividad. Esto, según Joaquín Costa y su libro “Colectivismo agrario en España” de 1898, era propio de tri-

bus nómadas y, en particular, de otros pueblos germanos posteriores (suevos y getas), y según él, habría pervivido hasta el siglo XX, en las llamadas “ro-zadas” de la comarca de Aliste, en el noroeste de Zamora, es decir, en la zo-na más occidental del antiguo territorio vacceo. En esas pobres zonas, la prin-cipal actividad de largo era la ganadería y el parco cultivo de la tierra laborable, que se hacía mediante roturaciones (llamadas rozadas) en terreno comunal, ya sea cada año, cada tres años o in-cluso cinco ó mas. Todo esto dependía tanto de la extensión del término para poder rotar como de la calidad de los predios.

Habrá que suponer que la prácti-ca del colectivismo cerealista vacceo en plena Tierra de Campos tendría un resultado más fructífero. De todas formas, para Julio Caro Baroja, en su interpretación del sistema, éste solo alcanzaría a las clases dominantes tri-bales, que serían las que se repartirían los lotes de tierra y administrarían los excedentes. Para otros autores, como M. Salinas de Frías, esta organización respondería más bien a la rígida plani-ficación de la economía de guerra que a toda la tribu imponía el conflicto con Roma.

Además hay historiadores que si-túan estas áreas al sur de la sierra de

la Culebra, hasta el río Esla, incluida la zona portuguesa, en la órbita de otro pueblo: los astures augustanos. Pero en el caso de las rozadas zamoranas o sistemas afines, que también abarcan a la zona limítrofe portuguesa de la co-marca de Rio de Onor (provincia de Tras os Montes), que igualmente están en el entorno de la sierra de la Culebra, se considere o no una práctica vestigial en concordancia con los usos prerromanos del colectivismo vacceo o astur, lo que subyace es que es una manera eficaz para organizar un mínimo cultivo en un medio no apto para la agricultura, dada la acidez y escasa fertilidad del suelo, por ello volcado en la ganadería tras-humante, de manera que interfiera lo menos posible con la actividad pastoral prioritaria. Este hecho es confirmado por el último dato de barbecho, ¡hasta 5 años!, ya que semejante magnitud nos indica claramente lo impropio del terreno para el cereal.

Para estudiar la estructura de los terrenos agrícolas prehistóricos y anti-guos, resultan de interés los ejemplos europeos que nos aporta Julio Caro Baroja: “En el sur de Inglaterra, la propiedad entre determinados pueblos celtas era limitada y pequeña, estos pueblos vivían en cerros, entonces para poder explicar la génesis de las “village communities” había dos teorías, las

Concejo de Erro (valle de Erro-Navarra): detalle de la ortofoto catastral del conjunto de edificios que conforman la Borda de Casa Zabalea, con sus fresnos y robles trasmochados, rodeada de seles y el túmulo

megalítico de Otxollaga (señalado en azul), en la proximidad de un tramo de la antigua calzada romana Astorga-Burdeos, posteriormente convertida en el medioevo en Camino de Santiago y en la época moderna

en parte de la cañada o pasada 26 Aezkoa-Milagro. Minifundios privados montanos en paisaje cerrado de bocage, usados en sistema transtermitante para oveja de raza latxa y vacuno de leche

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que le asignaban un origen romano y las que daban un origen teutónico, pero posteriormente se comprobó que el ori-gen de los “common” hay que buscarlo en un pueblo medio céltico medio ger-mano, los “belgas”, que invadió Gran Bretaña hacia el siglo II a.c.

Para empezar, los campos de culti-vos más viejos de Inglaterra se fechan de la Edad del Bronce peculiar de la is-la, presentando una forma redondeada o poligonal y presentándose aislados o agrupados, rodeados de pequeños mu-ros de piedra, de los que quedan vesti-gios, y asociados a fondos de cabañas y túmulos circulares con la máxima frecuencia: estos campos se labrarían con azadas y aperos semejantes.

En la última Edad del Bronce in-sular, que coincide con la primera edad del hierro continental occidental, aparecen campos cuadrangulares o rectangulares cortos, formando varios de ellos un polígono delimitado por caminos o barreras naturales, que se debían labrar mediante arados sen-cillos. Es el sistema llamado céltico (que se encuentra también en el litoral mediterráneo).

En el SE de Inglaterra, el sistema anterior fue sustituido por grandes ro-turaciones de terreno, transformación que culmina en el momento en que los “belgas” hacia el año 75 a.c. introdu-cen el gran arado tirado por bueyes y dotado de ruedas. Durante la época ro-mana en las aldeas el régimen de pro-piedad permite subsistir al sistema cél-tico. Pero en las villas (que también son abundantes) domina un tipo de econo-mía o producción que utiliza el sistema de los “belgas”. Durante las invasiones anglosajonas (siglos V-VIII d.c.) el siste-ma céltico disminuye aún más debido a las tendencias sociales particulares de los nuevos ocupantes. Solo subsiste en las zonas más arcaizantes (Gales, partes de Irlanda y Escocia), donde en los campos cuadrangulares sucede a menudo el régimen de “Run-rings”, que consiste en fraccionar en tiras el cuadri-culado céltico por causa de la manera de efectuar las herencias. Dichas tiras hasta épocas recientes se seguían cultivando con arados muy sencillos y rudimentarios.”

Cuando Baroja dice que las parce-las de la Edad del Bronce se labraban con “...azadas y aperos semejantes...”, todos pensamos en las layas, y si, se-gún autores (como Telesforo Aranzadi),

un pueblo pastor forzado a labrar hace las labores mas extensivas y someras que intensivamente, entonces, ¿qué pasa en el caso vasco para que existan las layas? Mejor dicho, se preguntan los etnógrafos: ¿por qué se inventó el layar?, ya que es un pueblo que se considera desde la antigüedad princi-palmente volcado en el pastoreo de ovejas latxas de leche (una rareza en el contexto atlántico, especialzado más bien en el ganado mayor vacuno).

Las layas son unos instrumentos a modo de horca de 2 puntas de unos 30 a 50 cm de largo, que trabajan como pala de corte (mediante palanca) en labor muy profunda, apta para peque-ños terrenos y en cuesta, como son los seles circulares. Tanto es así que incluso aún hay gente que antes de pasar la motoazada en la huerta, hace una primera labor con ellas volteando la tierra. Para algunos, como Julio Caro Baroja, son unos instrumentos asocia-dos al Neolítico, y para otros autores, como C. Dendaletche, puede ser un útil originario de América traído junto con el cultivo del maíz.

El pastoralismo, independientemen-te de la etnia o lugar, requiere extensio-nes abiertas al disfrute colectivo, por lo menos en los estiveos, por lo que resulta cuando menos dudosa la teoría de asociar comunales a cultura celta (o indoeuropea) que barajan muchos histo-riadores. Cobra aquí peso la dicotomía

entre comunales-propiedad privada y la cuestión agricultura frente a ganadería. No hay que confundir aprovechamiento comunal con colectivo (en el aspecto redistributivo de la dialéctica marxista o anarquista). Por lo general, se trata de aprovechar el comunal al máximo con fines privados, porque todos tie-nen los mismos derechos a hacerlo y es necesario para la supervivencia del sistema, puesto que con la pequeña propiedad privada no es suficiente. El disfrute requiere respetar un estricto equilibrio entre esos mismos intereses privados. Entonces, parece que ante los ojos del profano esa gestión adopta tintes del socialismo utópico (como el colectivismo vacceo). Las zonas más arcaizantes de, por ejemplo, Irlanda y Tierras Altas de Escocia también tienen una antigua tradición y actividad princi-pal en el manejo de ovino. Así que no es lo mismo cambiar todo el sistema de aprovechamiento de la ganadería a la agricultura (de manera que el pueblo pastor nómada ha de roturar extensas superficies, haciéndolo a su manera, poco intensamente) que la que reali-zan poblaciones pastoriles firmemente arraigadas en el territorio como éstas, que además tienen que respetar cier-tas zonas pequeñas y muy delimitadas (seles y baratzas=huertos) para que no interfieran con la ganadería, labrándo-las muy intensamente según una tradi-ción que perdura desde el Neolítico.

Yegua con potrillo en la marca de mayo de ganado mayor de Sorogain (valle de Erro-Navarra)

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DEL SIGLO II A.C. AL V D.C.: LAS GUERRAS PÚNICAS Y ROMA.

EL DESLINDE TERRITORIAL

Los distintos pueblos de Europa oc-cidental no se pudieron escapar

de las implicaciones que acarreaba la alta política internacional. Así, después de ganar Roma su pulso con Cartago, aquélla se dedicó a ajustar cuentas, tanto con los tibios como con los alia-dos de Aníbal en toda Europa occiden-tal (excepto Irlanda). Primero, los galos cisalpinos de la propia Italia, y luego, en el siglo II a.c., tanto en Hispania, con los celtíberos y lusitanos, como en las Galias, con los propios galos y belgas (tanto los de la actual Francia como con sus hermanos isleños de Britannia), hasta borrarlos a todos ellos del mapa (después alcanzó a los Cimbrios y otros pueblos germanos próximos al Rin). De hecho, la resistencia militar de celtíbe-ros y galos al dominio de Roma implica una capacidad guerrera proveniente de unos recursos económicos y culturales propios abundantes, o con capacidad de poder recibirlos de sus vecinos, ca-rácter que los pueblos restantes de la fachada atlántica norte de Hispania no presentarían posteriormente.

La potencialidad del medio era cla-ramente percibida por Roma. Durante las Guerras Numantinas y Sertorianas los romanos suspendían las opera-ciones en la meseta para invernar en el valle del Ebro (zona agrícola por excelencia), ya que el legionario romano era autosuficiente y, en caso necesario, cultivaba el campo para abastecerse. El método parece que dio resultado. Después de muchos siglos, el ejército de Napoleón no contaba con un servicio de logística eficaz y, para moverse con rapidez sin suspender las operaciones en territorio enemigo, cada gran unidad usaba el método de avituallamiento del merodeo o requisa y pago en efectivo. Este sistema funcio-naba perfectamente en Centroeuropa (Italia, Alemania, Austria, Francia, etc.), resistía a duras penas en las regiones más áridas y deshabitadas de España y se hundió completamente en Rusia. El hombre tropieza una y otra vez en la misma piedra, porque la Alemania de la 2.a Guerra Mundial, que contaba con los mejores y más preparados estrate-gas de su época, fracasaría aún más estrepitosamente al estirar su logística fuera de todo límite, hasta el Cáucaso. Estos son casos claros, y llevados al

extremo, de la incomprensión por parte de los planificadores o gestores, que no siempre son militares, del porqué de la potencialidad de un territorio y su grado de extensión. Es decir, cuándo se dedica al pastoralismo y cuándo a la agricultura intensiva, la cual siempre parece más deseable por su –aparente- mayor lucro y rentabilidad.

En el caso concreto del País Vasco y Navarra, la presión o el influjo celta desaparecerán, y los naturales podrán conservar su tipo de cultura y sociedad en los territorios montañosos menos interesantes, en un statu quo prefijado por la República Romana y mantenido

con muy pocas modificaciones hasta la Época Moderna. En el caso de las cam-pañas de las Guerras Cántabras, estas son contra astures y cántabros, pue-blos muy atrasados a los que Augusto no pretendía en principio romanizar, sino dominarlos bajándolos a los lla-nos, cuando no simplemente exter-minarlos. Pues los pueblos pastores de las montañas norteñas eran muy activos y sufrían grandes necesidades, por lo que practicaban el latrocinio y las escaramuzas, bajando en incursiones regulares a la meseta, especialmente en años de escasez, o bien de abun-dancia, en tal caso para arrebatar las

Batalla de envolvimiento y aniquilación en tres actos de Cannas en 216 a.c. (esquema de J. Pijoán Soteras), hito de estas “guerras mundiales” de la Época Clásica, que supone la lección de táctica por antonomasia en campo abierto, y asumida en adelante por los romanos en todas sus confrontaciones: por la mañana 1), más

de 80.000 legionarios romanos (en negro) se enfrentan a unos 25.000 cartagineses (en blanco). La masa de infantería romana (A) avanza frontalmente en dos bloques compactos, intentando romper el centro de las tropas de choque íberas y celtas de Aníbal (X), dispuestas en una sola línea. Ésta retrocede ordenada y gra-dualmente en forma de media luna invertida sin perder su punto de apoyo inicial en las alas. Al mediodía 2), la caballería númida (bereber) de Marhabal (Y) derrota a la caballería romana (B), que huye en desbandada. Por la tarde 3), la caballería númida ataca por la espalda a la infantería romana, mientras las dos divisiones de reserva de infantería pesada de elite cartaginesas (Z), que han sostenido los extremos de su línea cen-tral, avanzan hasta lograr situarse en los flancos romanos. Desde ese momento hasta el anochecer no les

quedó más que pasar a cuchillo a los romanos así encerrados. Pasados los siglos, el mariscal Zhukov repitió la maniobra con las mismas tres fases, pero empleando la totalidad del espacio de la estepa calmuca de Stalingrado: en la primera parte, la ofensiva germana de verano de 1942 irrumpió arrolladora a través del río Doniets y el Recodo del Don mediante dos grupos de ejército, el B, con el VI Ejército y 4.o Panzer, hacia Stalingrado (Volvogrado=Cacirin), y el Grupo A, con el XVII Ejército y el 1.o Panzer, hacia las refinerías de

petróleo de Maikop y el Cáucaso, logrando izar la bandera nazi en la cima del monte Elbruz (el más alto de Europa, con 5.642 m). Mientras tanto, las tropas soviéticas se replegaron hacia el Volga, al este, usando la

táctica de “tierra quemada”, pero manteniendo algunas cabezas de puente en sectores de la ribera derecha del Don. En el otoño de 1942 se desarrolla la segunda fase, cuando el general Chuikov, con la espalda contra el río, concentra y fija la embestida de la punta de lanza de las tropas acorazadas teutonas, en un durísimo e incongruente combate callejero (para los alemanes, ya que en las zonas urbanas mengua el potencial de los blindados y se convierten en un sumidero de la infantería, que se desorganiza en pelotones inconexos) en la misma ciudad de Stalingrado. El episodio final se desarrolló durante el invierno, cuando los soviéticos cerca-ron mediante una gigantesca tenaza a todo el VI Ejército de la Wehrmacht, aprovechando la debilidad de las tropas aliadas de los alemanes (principalmente rumanos, pero también italianos y húngaros) que guarnecían las cabezas de puente del Don al norte y la desolada estepa del flanco sur de Stalingrado. Una vez cerrada

la pinza, la angustiosa agonía se prolongó hasta la rendición del mariscal Von Paulus y sus 94.500 famélicos soldados en febrero de 1943. Solo 5.000 hombres, del más de cuarto de millón que participaron en la lucha,

volverían vivos de los campos de concentración soviéticos en 1953

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Yeguas de raza burguete con sus potros entrando en la manga de ganado de la marca de mayo de Sorogain (valle de Erro). La similitud entre este tipo de actos pasto-riles del norte peninsular (como la “Rapa das bestas”) es manifiesta

ganancias de los vecinos del pie de monte. Si no, se enrolaban en las le-giones. Las quejas de las ciudades del llano a Roma dan sobrada cuenta de ello. Esta situación se agudizó progre-sivamente hacia el final del Imperio. La revuelta de los esclavos y bagaudas en el valle del Ebro es un buen reflejo del desmoronamiento del equilibrio agro-pastoral fijado por Roma.

Ahora veamos: desde el punto de vista pastoral, al sur de la cordillera Cantábrica (sin contar galaicos, astu-res y cántabros) hay cuatro pueblos del grupo indoeuropeo que merece la pena citar: vacceos, arévacos, vetto-nes y lusitanos, ya que nos guiaremos por sus territorios en la Edad Media. Todos ellos libraron las feroces Guerras Numantinas y Lusitanas, de tal manera que se puede decir que ambos conflic-tos son coetáneos. Los vacceos ya han sido situados en su momento, y se les adscribe al grupo celta más puro. Los arévacos de Numancia (aunque otros autores citan la ciudad como pelendo-na), que pidieron ayuda a los anteriores en su enfrentamiento con Roma, es considerada la tribu más poderosa entre los celtíberos. Vivían en el alto sistema Ibérico soriano -provincia que después llevará por lema: “Soria pura,

cabeza de Extremadura”-, parameras de clima continental. Los vettones eran un pueblo pastor de las zonas de dehesas, ubicadas desde Salamanca a Ávila, con sus curiosas esculturas de verracos, entre las que destacan el conjunto de los Toros de Guisando. Estos toros esculpidos se atribuyen a manifes-taciones de la cultura de la Tène o propiamente celta (II Edad del Hierro), y, curiosamente, tienen un pariente cercano por similar, pero alejado en el espacio, en el verraco-toro -el Mikeldi- de Durango (Vizcaya). Finalmente, no menos importantes eran los lusitanos, con su jefe el pastor Viriato a la cabeza, que ocupaban la mayor parte de las zonas de las típicas dehesas actuales de encinas y alcornoques del clima me-diterráneo templado de la región por-tuguesa del Alentejo y su simétrica en España, Extremadura, cuyo conjunto es el mejor sitio de invernada del interior de la mitad occidental peninsular. Este pueblo, si bien se incluye dentro de la Hispania que hablaba lenguas indoeu-ropeas, los estudiosos normalmente lo excluyen del grupo celta. Además, ya hemos dicho que presenta dentro de su área una zona de megalitismo penin-sular muy potente y propia, que obliga retroceder al principio de la Edad del

Bronce, en la misma problemática de los dudosos aspectos “celtas”, en los que se incluye a los galaicos, astures y cántabros.

Como hemos visto, estos grupos humanos escogen hábitats homogé-neos. Habría que añadir que orientados preferentemente de oeste a este (pa-radójicamente, al contrario que en la futura trashumancia). Este dato no es nada sorprendente, a la vez que de so-bra conocido por todos los forestales, pues en todos nuestros textos profe-sionales clásicos y básicos de temas de geobotánica, sus autores siempre se han encargado de remarcarlo con buen criterio, costumbre profesional que delata a los que han ejercido la docencia. Para muestra, un botón: en la descripción de la habitación, que todos sabemos que nunca respeta los límites administrativos modernos, destacan términos biogeográficos co-mo oretana (por, aproximadamente, sierra Morena), carpetanovetónico (por sistema Central), ibérico, galaico, astur-cántabro, lusitano, aquitano, jacetano; región celtibérico-alcarreña, tingitana, tarraconense, etc.

También los límites de las lenguas y dialectos de la actualidad son muchas veces, y está muy estudiado en el caso

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del vasco, el fundamento en el que se basan las investigaciones de carácter histórico referentes a la delimitación de las áreas tribales en que los romanos primero, la Iglesia después y, finalmen-te, las regiones y estados repartieron a la poblaciones locales administra-tiva, jurídica y políticamente. Porque los romanos fueron los primeros en articular la península Ibérica como una unidad de gestión, pero con un acu-sado componente de variabilidad, ya que la entendían como un “continente resumido”.

Los historiadores tienden a presen-tar los territorios tribales prerromanos como espacios cerrados muy delimita-dos. Siempre han negado la posibilidad de la realización de una trashumancia de larga distancia y, mucho más, la que debiese cruzar territorios de dis-tintos grupos étnicos en el gradiente norte-sur, que sí presentará la poste-rior trashumancia organizada en torno a la Mesta. Ésta se realizará en gran medida en esos territorios, junto con el área de pastos altimontanos de estiveo cantábricos, correspondiente a la mitad sur de los territorios de astures y cán-tabros. De ser todo lo anterior cierto, la organización pastoral de estos pueblos prerromanos solo podría ser transter-mitante. Aunque hay que decir que ya en la antigüedad de los patriarcas del Antiguo Testamento se presentan multi-tud de cuadros de vida donde grupos de pastores semitas nómadas acampan o cohabitan a lado de las ciudades y del

campo sumerio o cananeo del creciente fértil (Ur, Lagash, Babilonia, Jerusalén, Jericó, etc.) que estaba perfectamente organizado y definido, sin que cada tipo de sociedad modificase sus hábitos particulares. Además, desde el empe-rador Augusto, toda la península Ibérica es completamente romana, organizán-dose en tres provincias: la Bética, que comprendía Andalucía, con el fértil valle del Guadalquivir, la Lusitania, que englobaba el territorio de los lusitanos

hasta el Duero, con capital en Mérida, y el resto de España y Portugal (al norte del Duero), que formaba la provincia Tarraconense. Este hecho sí hubiese permitido realizar una trashumancia de largo alcance más o menos nómada, in-cluso con la posterior división en el bajo Imperio de la Provincia Tarraconense.

El conocido mapa de las Regiones Biogeográficas de Rivas Martínez, en el que se han superpuesto los nom-bres de los pueblos prerromanos más citados en el texto

Estiveos adehesados de Leiza