Papa Francisco en México (Crónica)

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La eucaristía capitalina El Zócalo capitalino comenzaba a llenarse poco a poco, largas vallas cruzaban avenida Izazaga y 20 de Noviembre. La gente corría hacia una dirección, hacia un solo punto con tal de ganar un lugar más para ver el paso del Papa Francisco. Ahí estaba el fervor, la multitud, la muralla de policías que sobrepasaba el número de creyentes y alrededor de todos ellos ––escondidos como lombrices buscando algún orificio por el cual salir–– los vendedores ambulantes. “Lleve la medalla”, “Lleve la banderita a 10 pesos”, “Paquete del Papa a 110 con gorra, pin y playera…”. La mayor parte de los vendedores ambulantes invadían principalmente la salida del metro Pino Suárez; se mantenían alejados de la euforia que invadía Izagaga y 20 de noviembre; sin embargo, para ellos no sería un día de gloria y bendición, sino uno lleno de decepción y angustia. Los vendedores ambulantes cargaban en manos y en bolsas de tela banderas con diversas imágenes de Franciso: unas acompañándolo con la imagen de la Virgen María de un lado, otros con el emblema del Vaticano a color amarillo y blanco, y había otros como las de don Roberto quien afirmó haber llegado temprano a la Plaza de la Constitución con banderas del Papa Francisco y Juan Pablo II hechas por el mismo y

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Crónica sobre la vista del Papa a México.

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La eucaristía capitalina

El Zócalo capitalino comenzaba a llenarse poco a poco, largas vallas cruzaban avenida Izazaga y 20 de Noviembre. La gente corría hacia una dirección, hacia un solo punto con tal de ganar un lugar más para ver el paso del Papa Francisco. Ahí estaba el fervor, la multitud, la muralla de policías que sobrepasaba el número de creyentes y alrededor de todos ellos ––escondidos como lombrices buscando algún orificio por el cual salir–– los vendedores ambulantes.

“Lleve la medalla”, “Lleve la banderita a 10 pesos”, “Paquete del Papa a 110 con gorra, pin y playera…”. La mayor parte de los vendedores ambulantes invadían principalmente la salida del metro Pino Suárez; se mantenían alejados de la euforia que invadía Izagaga y 20 de noviembre; sin embargo, para ellos no sería un día de gloria y bendición, sino uno lleno de decepción y angustia.

Los vendedores ambulantes cargaban en manos y en bolsas de tela banderas con diversas imágenes de Franciso: unas acompañándolo con la imagen de la Virgen María de un lado, otros con el emblema del Vaticano a color amarillo y blanco, y había otros como las de don Roberto quien afirmó haber llegado temprano a la Plaza de la Constitución con banderas del Papa Francisco y Juan Pablo II hechas por el mismo y cosidas a mano. Mencionaba que para él “el negocio estaba muy flojo” y que , si no lograba vender gran parte de su mercancía, acudiría a la Basílica de Guadalupe más tarde.

Como balones en buscar de hallar una portería en la cual anotar, los vendedores navegaban de cancha a cancha: ¿Quién estaría interesado en comprar? La respuesta no parecía llegar. Ahí estaba también una señora de Ecatepec quien cargaba en su costal de tela mantos de la

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Virgen que hacían alusión al estandarte del Padre de la Patria: Miguel Hidalgo. Era un manto cocido y afirmó que pretendía vender este tipo de producto porque, para el Papa, la Virgen María es algo sagrado que debe ser bendecido.

Cánticos de mujeres hacían reverberación a lo largo de la avenida Izagaga: “Tú serás el amigo que nos llevará a un mundo nuevo porque posees un corazón infinito…” era uno de los versos de aquella canción cantada por jóvenes quienes, a lo largo de la mañana, mezclaba sus alaridos letras como la de Diego Torres que decía “pintarse la cara, color y esperanza brindar el futuro con el corazón” aunado al Cielito lindo con el cual el resto de la gente en avenida Izagaga se unía al unísono para recibir al Papa quien estaba a escasos ya minutos de arribar a la Plaza de la constitución: “Ay, Ay, Ay, Ay… canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”.

La vendimia seguía sin encontrar el gol en los corazones de la feligreses, el operativo montado por la Secretaría de Seguridad de la SEGOB fue un factor clave para esta situación, a la par del papel del INJUVE (Instituto de la Juventud), que se encargó desde las 7:00 de la mañana de la repartición de playeras con la imagen de Francisco y con la frase incrustrada de : “Yo estuve en la visita del Papa Francisco (2016)” sin faltar en una esquina de la misma el logotipo en color rosa de la CDMX.

Cuando los jóvenes voluntarios del INJUVE pasaron por las vallas de la avenida 20 de noviembre rumbo a su tienda de campaña para dejar el producto, fueron encapsulados por feligreses y devotos quienes exclamaban: “No sean gachos, ya saquen una playera para el recuerdo”, otra señora gritaba entre el tumulto: “regalen una pa`que me la bendiga el Papa, no sean gachos”. Los jóvenes del INJUVE no

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tuvieron más remedio que abrir una de las bolsas y entre tres de ellos comenzar a tratar de repartir. La búsqueda por una playera de Francisco se convirtió en el pan y el vino de cada uno de aquellos quienes, para evitar gastar, preferían pelearse y arrebatar lo que pudieran.

Empujones, chiflidos y enojos por parte de los jóvenes del INJUVE reinaron las banquetas de avenida 20 de Noviembre. “Hagan una fila o no les daremos playera”, “señora, relájese. No me empuje”. “Señor, deje de arrebatar y fórmese o si no no le daremos nada”. Las playeras del gobierno de la CDMX parecían ser sagradas, casi un objeto divino que irradiaba luz. Multiplicidad de manos querían tocarlas, arrebatarlas y casi persignarse ante ellas.

Al final, las avenidas Izagaga y Pino Suárez se tiñeron de blanco mientras el operativo de la SEGOB y de la policía capitalino mantenía alejados a los vendedores ambulantes. Uno de ellos comentó: “No me dejan vender, porque me están pidiendo una credencial de elector y no traigo nada”. Otros, principalmente a las afueras de Pino Suárez, trataban de llevar a cabo la operación pantalla: mientras veían que no hubiese policías alrededor, sacaban las banderas, las gorras, las almohadas tricolores con la imagen de Francisco, las estampitas con oraciones y los rosarios. Y cuando los uniformados llegaran, trataban de guardar lo más rápido posible la mercancía en sus mochilas. Dos de ellos no tuvieron suerte y fueron detenidos por la policía capitalina. La búsqueda por obtener una ganancia se vio frustrada para los vendedores y lo que sería un día de gloria, se convirtió en uno de derrota para los ambulantes quienes no pudieron vender sus productos como ellos quisieron.

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El Papa Francisco arribó a la Plaza Constitución alrededor de las 10:45 am, el Papa Móvil pasó como una paloma blanca enfrente de las multitudes volando a toda la velocidad. Las fotos, los gritos y las lágrimas invadían sobre la sonrisa de Bergolio quien bendecía a los del lado derecho y a los del lado izquierdo de la valla. Un instante bastó para capturar aquella irradiación divina de luz, de misericordia y paz.

La llegada del Papa Francisco a la ciudad de México resultó ser más que un acto divino, se volvió un acto de pillaje por la obtención de recuerdos auspiciados por Miguel Ángel Mancera. La efigies tamaño humanas, los letreros postrados en los postes de luz y las playeras fueron la hostia que consagró la eucaristía del regreso de un Papa a la ciudad y, a su vez, se convirtió en el pecado original para los comerciantes quienes no pudieron ser bendecidos por la ola de luz y felicidad del sumo pontífice. Aunado a los percances, la gente quedó feliz y decidió darle al Papa su propio bautizo con una porra que resonó y resonará para siempre en el corazón de Bergoglio: “Francisco, hermano. Ya eres mexicano”.