Papá Espía - El juego

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Amor y traición en la Españade los años cuarenta

JIMMY BURNS

Traducción deAna Momplet Chico

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Título original: Papa Spy

Primera edición: febrero de 2010

© 2009, Jimmy Burns© 2010, de la presente edición en castellano para todo el mundo:

Random House Mondadori, S. A.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

© 2010, Ana Momplet Chico, por la traducción

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo losapercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial deesta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o me-cánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma decesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares delcopyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográfi-cos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún frag-mento de esta obra.

Printed in Spain – Impreso en España

ISBN: 978-84-8306-849-6Depósito legal: B-2.853-2010

Compuesto en Fotocomposición 2000, S. A.Impreso y encuadernado en Liberdúplex

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Índice

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. Raíces católicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272. Los autores se posicionan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 523. El Ministerio de Información . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 764. Reconocimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1065. Embajada en misión especial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1296. De príncipes, curas y toros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1527. Juegos de espías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1758. Tiempo de jacintos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2279. Artes negras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252

10. Engaño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27711. Amar en Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30112. Matrimonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32513. Liberación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35014. Las secuelas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 376

Apéndice . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 403Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 405Selección bibliográfica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 457Índice alfabético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 465

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Lo que caracterizaba al conspirador de entonces,como el espía de hoy, que en muchas cosas se leparece, era, esencialmente, el gusto puro, románti-co, desinteresado de la intriga. Le importaba, cla-ro es, que su intriga triunfase, pero si no triunfaba,no por eso daba su trabajo por perdido. A veces, sila intriga era accidentada, pintoresca, peligrosa, lode menos, en efecto, era que saliese bien o mal.

Gregorio Marañón,del prólogo al libro Memorias íntimas de Aviraneta

de José Luis Castillo-Puche

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En el estudio donde estoy escribiendo este libro hay una foto algodesgastada de mi padre, Tom Burns, conmigo, su hijo menor, cuandoera un chaval que crecía entre España e Inglaterra. Aparece pintan-do una marina desde un acantilado en algún lugar del País Vasco, sino me equivoco, donde solíamos pasar las vacaciones familiares. Yoestoy sentado detrás de él, sobre la hierba, estirando el cuello comosi intentara averiguar qué hay sobre el lienzo.

La fotografía fue tomada a mediados de la década de 1950, cuan-do mi padre ya tenía una enorme reputación como destacado editory contaba con un extraordinario círculo de amigos y colegas, forma-do a lo largo de veinte años. Entre ellos estaban los escritores EvelynWaugh y Graham Greene, cuyas primeras obras ayudó a promover ypublicar, figuras destacadas de la BBC y de los servicios de inteligen-cia, e incluso una integrante de la familia real británica, como pudeaveriguar años más tarde.

Dedicó gran parte de su vida pública a la edición, incluida la delinfluyente semanario católico Tablet en sus últimos años, y por ellafue recordado en las necrológicas publicadas en los periódicos britá-nicos tras fallecer de cáncer en 1995.

Sin embargo, a través de mis experiencias con mi padre, desde elinterés compartido por las obras de Ian Fleming, Len Deighton oJohn Le Carré hasta las conversaciones con algunos de sus amigosmenos conocidos en los clubes de Londres, fui descubriendo otrosaspectos de su vida que parecían apuntar a un servicio esforzado enalgún departamento secreto del gobierno, si bien permanecían en-vueltos en el misterio, por no decir la leyenda.

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Una noche, cuando yo todavía vivía en su casa en los años se-tenta, volvió de una recepción en la embajada soviética con una bo-tella de vodka en la mano. Días más tarde, al enterarse de que unagregado ruso del que se hizo amigo había sido expulsado del Rei-no Unido por presuntas actividades de espionaje, reaccionó entusias-mado. Y más enardecido aún se mostró al saber que Kim Philby, elagente del MI6 que traicionó a su país, había muerto en Moscú.Como dijo con furia mientras brindaba con whisky: «Era un traidorque vendió a varios amigos míos».

Tuve la ocasión de conocer personalmente a algunos de aque-llos «amigos» cuando empecé a trabajar como periodista, entre ellosvarias figuras destacadas del Foreign Office y del Ministerio de De-fensa, miembros importantes del MI6 y del MI5, y hasta el mismodirector del Ejecutivo de Operaciones Especiales durante la guerra,que, aunque siempre dispuestos a ayudarme, mantuvieron en todomomento su leal discreción en lo referente al pasado y el presente demi padre.

Mi padre se llevó unos cuantos secretos a la tumba, y gran partede su labor durante los años de la guerra fría permanece envuelta enel secretismo oficial, se supone que para proteger a los agentes, lasoperaciones y hasta a los familiares que le sobrevivimos. Pero tam-bién dejó un rastro de apetitosas pistas que me indujeron a embar-carme en este viaje lleno de descubrimientos.

Recuerdo pocos objetos que me fascinaran tanto de niño comoun revólver de fabricación alemana y una cámara en miniatura Mi-nox que mi padre guardaba en su despacho de nuestra casa en Lon-dres. La pistola, según me confesó cuando yo ya tenía edad paracomprenderlo, era un pequeño «trofeo» que se había llevado de laembajada alemana en Madrid. La Minox era una útil «herramienta»de trabajo para fotografiar documentos. Más tarde, descubrí que setrataba de un artilugio habitual entre los espías y sus agentes duran-te las décadas de 1940 y 1950.

Crecí sabiendo muy poco sobre lo que mi padre había hecho du-rante la Segunda Guerra Mundial. Lo único que sabía era que no ha-bía combatido como soldado, como los padres de la mayoría de misamigos, sino que había «servido al gobierno británico» en España, un

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país conocido por su guerra civil y por un sanguinario dictador llama-do Franco. Tardé mucho tiempo en descubrir hasta qué punto su tra-bajo estuvo a caballo entre el mundo de la propaganda y del espiona-je, así como su polémica contribución, junto con otros en la embajadabritánica en Madrid, al proyecto de guerra de Churchill para reforzarla influencia aliada en la Europa meridional y evitar que los alemanesocupasen España y el norte de África con la ayuda de Franco.

El Generalísimo llevaba apenas cinco meses en el poder cuando lasdivisiones panzer nazis marcharon sobre Polonia en septiembre de1939. Había salido victorioso de una sangrienta guerra civil que ha-bía dejado un millón de muertos, una economía hecha trizas y a lamayoría de los españoles totalmente reacios a involucrarse en otroconflicto. Cuando los aliados declararon la guerra a Alemania, Fran-co anunció que su país adoptaría una posición estrictamente neutral.Sin embargo, esta declaración apenas sugería el papel crucial que Es-paña acabó desempeñando en la resolución de la Segunda GuerraMundial.

El apoyo brindado por Alemania a Franco durante la GuerraCivil había dado a Hitler un punto de apoyo al sur de los Pirineosque el Führer estaba decidido a explotar. Por su parte, Franco se ha-bía rodeado de veteranos de la Guerra Civil que se sentían muyidentificados con las potencias del Eje. Cuando en mayo de 1940 elejército alemán barrió el norte de Europa y se dispuso a atacar Fran-cia, Franco pareció bastante seguro de la victoria alemana y se plan-teó firmar una alianza militar con Hitler y Mussolini. Churchill eraperfectamente consciente de las consecuencias que tal alianza podíaacarrear: grandes cantidades de tropas alemanas cruzarían los Piri-neos y tomarían Gibraltar y los puertos españoles y del Mediterrá-neo, asestando un golpe potencialmente definitivo a la causa aliada.

En semejante coyuntura, Churchill decidió nombrar embajadoren España a uno de sus políticos más expertos, sir Samuel Hoare, yasignarle una «misión especial». Su tarea consistiría en intentar con-trarrestar la creciente influencia alemana en la península Ibérica,mantener la neutralidad española y, con ello, ganar tiempo para que

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los aliados pudieran preparar una contraofensiva tras la caída deFrancia.

Hoare no fue el único en llegar a la capital española. Poco des-pués, y sin la parafernalia pública y bien documentada que rodeó alnombramiento de Hoare, llegaba Tom Burns, enviado como nuevoprimer secretario y agregado de prensa de la embajada. Más allá desu labor oficial para el poderoso Ministerio del Interior dirigiendo lapropaganda aliada en la península Ibérica y el norte de África, Burnstambién desempeñaba una misión secreta en la embajada, que incluíael mantener informado al agregado naval, el capitán Alan Hillgarth.Hillgarth trabajaba como consejero personal de Churchill en todo lorelacionado con la Península desde la Guerra Civil, supervisando to-das las operaciones especiales, las rutas de huida de los prisioneros deguerra y, principalmente, las actividades de los servicios de inteligen-cia con sede en Madrid, incluido el soborno de los generales y ofi-ciales de Franco.

En sus memorias, publicadas en 1946, Hoare —que nunca des-tacó por su generosidad con otros pares y menos aún con sus subor-dinados— destacó en unas pocas líneas la trascendencia del trabajode Burns en Madrid. Según Hoare, gracias a su «vigorosa dirección,una sección insignificante de la embajada se convirtió en una orga-nización importante e imponente».

Sin embargo, los detalles de esa transformación no han sido co-nocidos hasta ahora, fundamentalmente porque siempre se ha im-puesto la versión de la diplomacia oficial en lo tocante a lo sucedidodurante la guerra mundial en España, la de quienes hicieron carreragracias a ello junto a otros protagonistas más conocidos públicamen-te. Y también porque mi padre se movió en ámbitos que los espíaspreferían mantener en secreto, al menos hasta que pudieran escribirsu propia versión de lo acontecido.

Han pasado muchos años desde que aquel niño que contempla-ba la marina de su padre comenzó a trabajar como periodista con uninterés especial por España y una inmensa fascinación por el mundodel espionaje. Me considero afortunado al haber podido forjar un es-trecho vínculo personal con mi padre siendo ya adulto, vínculo queme ha dado acceso a un mundo cuyas puertas han permanecido ce-

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rradas demasiado tiempo al público y, con ello, a un análisis más pro-fundo.

Estas conversaciones y sus propias memorias, breves y selectivas,escritas apresuradamente mientras veía apagarse la luz de su vida—e inevitablemente incompletas al ser redactadas deprisa por unhombre a punto de morir—, añadieron algunos indicios sugerentesa una existencia vivida parcialmente en secreto. Después de que mipadre falleciera en 1995, comencé a considerar la posibilidad de uti-lizar sus experiencias para bosquejar una imagen más amplia delprotagonismo que tuvieron la propaganda y el espionaje de la Se-gunda Guerra Mundial en España y en la vecina Portugal, con Ma-drid como centro de operaciones especiales tanto para los aliadoscomo para los nazis.

Uno de mis primeros retos fue intentar localizar a los pocos su-pervivientes de una generación de hombres y mujeres que conocie-ron a mi padre en la década de 1930, y que estaban desapareciendorápidamente. Fue una labor difícil que me llevó desde una residenciade ancianos en Wiltshire hasta una aldea de montaña en la sierra ma-drileña, y que incluso me impulsó a cruzar el Atlántico. Durante elcamino entrevisté a un grupo verdaderamente variopinto de perso-najes retirados: desde veteranas secretarias inglesas que habían mane-jado códigos secretos hasta condesas españolas que trabajaron comoespías, pasando por ancianos que habían llevado mensajes secretospara la embajada británica cuando solo eran unos chiquillos huérfa-nos de la Guerra Civil y antiguos embajadores. Algunos de los quequería entrevistar estaban perdiendo ya la memoria, y otros admitíanhaber trabajado para mi padre o junto a él, pero se aferraban a la Leyde Secretos Oficiales.

No obstante, encontré suficientes testigos en condiciones razo-nablemente buenas entre el círculo de amigos y antiguos colegas demi padre, dispuestos a cooperar aun sabiendo que iba a escribir un li-bro retratándole con todas sus imperfecciones. Junto a ellos, muchoshijos e hijas de quienes desaparecieron hace mucho me ayudaron allenar algunos vacíos dejados por su ausencia.

He contado con el apoyo absoluto de mi familia, tanto en Espa-ña como en Inglaterra, empezando por mi madre Mabel Marañón,

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ya fallecida, que compartió generosamente sus recuerdos conmigoantes de que desaparecieran con la demencia. Este libro también cuen-ta su historia, pues mis padres se conocieron en España durante laguerra y su boda se convirtió en todo un acontecimiento en la his-toria de las relaciones anglo-españolas.

Me gustaría señalar que, a pesar de la información que aporta so-bre una etapa crucial en la vida de mi padre, este libro no pretende seruna biografía, y menos aún una biografía oficial. Me he centrado enla figura de Tom Burns como pieza polémica en la guerra secreta quetuvo lugar en España, para arrojar nueva luz sobre las tensiones ideo-lógicas y personales que subyacieron a la Guerra Civil y sobre algu-nos de los dramáticos episodios de la Segunda Guerra Mundial.

A la hora de contextualizar y desarrollar mi trabajo, he tenido lafortuna de contar con una bibliografía cada vez más extensa sobrela España de Franco y una ingente cantidad de libros dedicados almundo de la inteligencia publicados a lo largo de los años a amboslados del Atlántico. Y aunque soy consciente de la popularidad deciertas obras que novelaron la España de la guerra, mi intención hasido siempre centrarme en los hechos y aventurarme solo en conta-das ocasiones en especulaciones sobre posibilidades razonables. Elperíodo de tiempo que este libro cubre contiene tal riqueza de per-sonajes e incidentes reales que no tiene sentido inventarlos.

Este libro ha ido cobrando forma y sustancia a lo largo de cincoaños de investigación entre numerosas entrevistas, cientos de docu-mentos enterrados en archivos gubernamentales o familiares, y bi-bliotecas universitarias en el Reino Unido, España y Estados Unidos.

Cuando estaba inmerso en mi investigación, tuve el privilegiode acceder a los archivos personales de Franco, que, además de con-firmar su férreo control del poder, me hicieron comprender hastaqué punto controlaba a la policía secreta española —a menudo encolaboración con los alemanes— y las actividades de la embajadabritánica, y saber que consideraban a mi padre una pieza fundamen-tal en un juego de inteligencia que, por lo general, era más toleradoque obstruido por las autoridades españolas.

Desde un punto de vista más personal, descubrí cientos de car-tas de amor que mi padre escribió a la desaparecida Ann Bowes-

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Lyon durante la guerra, fruto de la tempestuosa relación que mantu-vo con ella antes de conocer a mi madre, y que Ann —prima de lareina— mantuvo en secreto hasta su muerte. Las cartas habían per-manecido guardadas en un cobertizo de su casa de campo hasta quesu hijo, Anton d’Abreu, me habló de ellas en un gesto muy amablepor su parte.

Ann y su polémico pretendiente Burns tenían varios amigos co-munes dentro del círculo de amistades católico, si bien no todosaprobaban su relación. Así, Auberon Waugh, el hijo de Evelyn Waugh,afirmó que en cierta ocasión mi padre pidió consejo al suyo sobre loque debería ponerse en presencia de la aristocrática familia de Ann.La respuesta de Evelyn fue: «Un caballero probablemente llevaríatweed, pero tú, Burns, deberías ponerte botas de tacón alto y clave-les detrás de las orejas».

Mi padre tuvo la suerte de encontrar en mi madre una relaciónmás estable, que le permitió crecer profesionalmente y cultivó unprofundo amor por España y su gente; un sentimiento que pudo lle-gar a nublar su juicio ante el régimen de Franco, hasta el punto deque varios detractores le consideraran un agente alemán.

Una de las certezas que me ha quedado tras mis investigacioneses que mi padre no fue el jefe del MI6 en España durante la Segun-da Guerra Mundial, como sospechaba Franco y afirma Stephen Do-rrill en su historia de la agencia. Era una figura demasiado polémicay estridente en su trabajo como para someterse al control de cual-quier organización. Ahora bien, sí que reclutó agentes, recogió ytransmitió información secreta, y estuvo involucrado en las opera-ciones secretas y de propaganda más arriesgadas de la España de laguerra junto con otros espías.

En febrero de 2008, mientras escribía el primer borrador deeste libro, una fuente amiga me informó repentinamente de quehabían aprobado el acceso a ciertos expedientes sobre mi padreguardados en secreto durante sesenta y siete años por el servicio se-creto MI5, y que podría revisarlos antes de que vieran la luz. Así fuecomo descubrí que mi padre había hecho tantos enemigos comoamigos en el mundo de la inteligencia durante la Segunda GuerraMundial.

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Estos expedientes constituían un material bastante más rico quelos dispares documentos secretos que hasta entonces había obtenidoa través de varias fuentes, y formaban parte de los últimos expedien-tes relacionados con la Segunda Guerra Mundial que el MI5 cedióal Archivo Nacional para su consulta pública, tras un proceso de se-lección en el que participaron varios historiadores oficiales.

Los expedientes que llegaron a mis manos cubrían los años quemi padre pasó en Madrid, de 1941 a 1946, y contenían una serie deinformes redactados por agentes dobles, así como intercambios in-ternos entre agentes del MI5 y del MI6, memorandos escritos pormi padre y por otras personas que él creía eran sus amigos.

La información que contenían abarcaba desde hechos aparente-mente indiscutibles —como las cartas de mi padre para apoyar a perio-distas españoles que más tarde fueron sospechosos de trabajar comoagentes alemanes— hasta comentarios frívolos y cotilleos de mal gustoacerca de asuntos como el hecho de que mi padre no hubiese nacidoen Gran Bretaña y hablara con un acento ligeramente extranjero, o elhecho de que le gustara bailar y que tuviera reputación de mujeriego.

En suma, lo más sorprendente de estos expedientes era que lamayoría fueron redactados o reunidos por individuos que acabaronsiendo o bien delatados, o bien sospechosos de ser agentes rusos,como Kim Philby, Anthony Blunt o Tomás Harris. Todos ellos de-mostraban una profunda parcialidad en contra de mi padre por suapoyo a Franco durante la Guerra Civil española y por su oposición acualquier intento de los aliados o de la izquierda de promover el de-rrocamiento del régimen español durante la Segunda Guerra Mun-dial, aunque también es cierto que fueron redactados en un mo-mento de paranoia generalizada sobre la posibilidad de que existierauna quinta columna formada por agentes alemanes.

Sin embargo, los expedientes también demuestran que la sospechade que Burns pudiera ser un fascista y un traidor no estaba extendidapor otros sectores del mundo de la inteligencia y menos aún en el Fo-reign Office, donde se valoraban mucho sus fuentes y la informaciónque llegaba a través de ellas. A pesar de que no tenía formación comoespía y de que algunos compañeros le veían como un Walter Mitty enpotencia por su sangre «extranjera» y su ferviente catolicismo, Burns

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deslumbró a las figuras más importantes de su embajada y a miembrosdestacados del gobierno de Churchill gracias a la calidad de sus fuen-tes y la precisión de sus informes desde Madrid, Lisboa y Tánger. Elúltimo volumen de los expedientes que revisé acaba en 1948, mo-mento en que la guerra fría empezaba a materializarse. Pocos años des-pués, Philby y otros espías de Cambridge fueron delatados y deserta-ron, pero para entonces mi padre ya estaba «en el lado de los buenos».

El verdadero Burns que desde un principio me propuse cono-cer sigue escurriéndose entre mis manos, aunque solo sea por unosorígenes mestizos y un catolicismo que justifican sus contradiccionestanto en la paz como en tiempos de guerra. Se enamoró de dos mu-jeres muy distintas, tenía un círculo de amigos que trascendía las ba-rreras ideológicas, culturales y teológicas, disfrutaba igual en el Ga-rrick Club y en las corridas de toros, era liberal en lo religioso yconservador en lo político, un tipo pragmático y testarudo y un ro-mántico empedernido, y al final pasó a la historia como un buen yun mal espía, tanto en lo ético como en lo profesional.

He entretejido la historia de mi padre en el gran tapiz de la vidaen Londres, España, Portugal y el norte de África durante los añosclave de la Segunda Guerra Mundial. La imagen resultante es un re-lato de valentía, intrigas, pasión, traición y fe inquebrantable.

Siempre estaré en deuda con Tom Ferrier Burns y Mabel Mara-ñón Moya, ambos desaparecidos ya, sin cuya existencia no habría his-toria que contar ni escritor para narrarla. Me brindaron todo su apo-yo en mi carrera como periodista y escritor a lo largo de sus vidas, yfueron los mejores padres que hubiera podido soñar. Aunque es po-sible que no diesen su aprobación a algunos detalles que revelo eneste libro, siempre alentaron en mí un respeto a la verdad, el mismocon el que he escrito esta obra.

Las memorias de mi padre, The Use of Memory, publicadas en1993, dos años antes de morir, fueron el detonante de mi proyecto.No pretenden ser una autobiografía, sino una elegante compilaciónde cartas, escritas desde varias posturas, que giran fundamentalmen-te en torno a su fe católica, desde sus días de estudiante con los je-suitas hasta sus campañas como editor en defensa de las reformas delConcilio Vaticano II. La obra ha sido alabada por la hábil y perspicaz

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caracterización de las fascinantes amistades que enriquecieron suvida, pero dejó a la crítica —sobre todo a la católica— enfrentadarespecto a su interpretación de la fe.

Aunque comprendo que la conciencia de mi padre le empujara acentrarse en la relación con su dios en sus últimos días, no fui el úni-co en considerar sus memorias como una oportunidad desaprove-chada de adentrarse más en sus experiencias durante la guerra, queapenas quedan esbozadas en una serie de impresiones. No obstante,un crítico describió el breve relato que hace de su estancia en Ma-drid como una «brillante tragicomedia comparable con algunas pá-ginas del mundo de Graham Greene». Mi padre cierra el capítulo encuestión con un enigmático comentario sobre cómo durante su «pa-rentético destino nada fue exactamente lo que parecía ni nadie erarealmente quien aparentaba ser».

El instinto que me impulsaba a investigar este mundo de intri-gas fue azuzado inicialmente por mi agente, Caroline Dawnay, dePeters, Fraser & Dunlop, y por Mike Jones, mi editor en Bloomsbu-ry por aquel entonces. Aunque ambos acabaron cambiando de em-presa, su generosidad de espíritu les impulsó a cerciorarse de que elproyecto siguiera adelante.

Nicholas Scheetz, de la Universidad de Georgetown, fue unaenorme ayuda en mis investigaciones sobre la correspondencia entremi padre y algunos de sus amigos, y a la hora de ampliar la lista decontactos útiles entre la comunidad retirada de los servicios de inteli-gencia en Estados Unidos. Los empleados y residentes de la bibliotecaJohn J. Burns y el padre Philip Kiley de St. Mary’s, en el Boston Co-llege, también contribuyeron a la búsqueda de material importante.

Durante mi extenso período sabático en Estados Unidos, pudedisfrutar de la generosa hospitalidad de Jackie Quillen en George-town, Washington DC, y de mis sobrinos James y Peter Parker y susrespectivas esposas, Kristen y Susie, en Boston y Nueva York. EnMassachusetts, Nigel y Katherine Adam me ofrecieron su compañíay alojamiento. Quisiera dar las gracias especialmente a la señora deArchibald Roosevelt, vieja amiga de mi familia en España, por una

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velada sumamente enriquecedora, por nuestra correspondencia elec-trónica y un libro.

Hayden B. Peake, director de la Colección de Inteligencia His-tórica de la CIA, me aportó datos muy útiles sobre Kim Philby du-rante una velada en el Club de las Fuerzas Especiales, y KatherineGresham me ayudó a ordenar y dar sentido a los documentos perso-nales de su tío, Walter Bell, agente del servicio de inteligencia ya de-saparecido, y de su viuda Tatti, también fallecida. Hay otras personasque me ayudaron desde ambos lados del Atlántico, pero respeto sudeseo de no ser nombrados.

Varios expertos en la materia en el Reino Unido acudieron enmi ayuda en las frustrantes ocasiones en las que topé con el muro delsecreto oficial y la burocracia de Whitehall. Tuve la extraordinariafortuna de contar con la orientación del profesor Peter Hennessy,experto en Whitehall, del profesor Keith Jeffery, historiador oficialdel M16, y, en mayor medida, del profesor Christopher Andrew y eldoctor Peter Martland, historiadores oficiales del MI5.

Además de su profundo conocimiento, Chris y Peter me dieronla posibilidad de establecer un intercambio de información sumamen-te fructífero con sus inspirados y tenaces estudiantes de posgrado ycon otros colegas de la Universidad de Cambridge, especialmente conCalder Walton, Owen Ryan y Tony Craig.

Quisiera dar las gracias a mi ayudante en el centro de comuni-caciones secretas (GCHQ), y a Duncan Stuart y el profesor MichaelFoot por aportarme documentos de gran relevancia e informaciónvaliosa acerca de ciertos aspectos de la inteligencia de señales y ope-raciones especiales. Antony Beevor también me ayudó generosa-mente aportando elementos de gran utilidad para comprender yaclarar ciertos aspectos en la última fase de mi investigación.

En España y Alemania, José Antonio de Pascual Luca de Tena hademostrado ser un investigador concienzudo y Ana Momplet, unabuena garantía para no perder el sentido en la traducción. En el PaísVasco, Juan Carlos Jiménez de Aberasturi me animó a buscar vías al-ternativas y contactos católicos ocultos.

En Portugal, el municipio de Cascais, Ana Vicente y MichaelStowe, así como los descendientes de Roy Campbell, con Frances

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Cavero a la cabeza, me ofrecieron su hospitalidad y su apoyo en todomomento.

Entre otras personas que me ayudaron en el proceso se encuen-tran el profesor Paul Preston, el profesor Hugh Thomas, el profesorLuis Suárez, el doctor Collado Seidel (en Alemania y en España), Ja-vier Juárez, Pablo Kessler, Antonio Lopera, Victor y Philip Mallet,Mary Uzzell Edwards, Magdalene Goffin, Jonathan Stordy, el desa-parecido Peter Laing, la desaparecida marquesa de Santa Cruz, lacondesa de Romanones, Mary Keen, Bernard Dru, Mary Walsh,Septimus Waugh, Ian Thomson, Tessa Frank, Michael Walsh, PhilipVickers, Alma Starkie, Alan Hunt, Carlos Sentís, José Luis García Fer-nández, Patricia Martínez Vicente, Tristan Hillgarth, Dolores Jara-quemada, Pepe Maestre, las familias Haynes y Gómez-Beare, RafaelGómez Jordana —padre e hijo—, Philip Wright (condecorado conla Orden del Imperio Británico), Frank Porral, Julia Stonor, PatrickBuckley, Julia Holland, Hallam y John Murray, Jaime Carvajal de Ur-quijo, Piru Urquijo, Michael Richey, Denis McShane, Iñaki Goioga-na, Vincent O’Doherty, sir Raymond Carr, Pat Davies, José AntonioMuñoz Rojas, Paul Burns, John Cumming, Juan Fernández Armes-to, Felipe Fernández Armesto, Rafa Gandarios, Íñigo Gurruchaga,Jaime Salas, Colin Creswell, la desaparecida Barbara Wall, Olive Stir-ling, Helen Oliver, Begoña Cortina, Tom Catan, Mark Mulligan,Leslie Crawford e Isa Gutiérrez de la Cámara.

Mi agradecimiento también al personal de la biblioteca del Fi-nancial Times —Peter Cheek, Bhavna Patel y Neil McDonald—, asícomo a todas aquellas personas que me indicaron dónde buscar en losArchivos Nacionales de Kew, en la Biblioteca de Londres, en la Fun-dación Francisco Franco, en la Hemeroteca Municipal del Ayunta-miento de Madrid, en el Museo de Historia de Madrid, en la Biblio-teca Histórica Municipal de Madrid, en la biblioteca del Ministeriode Asuntos Exteriores español, en el Archivo de Nacionalismo Vasco-Fundación Sabino Arana, en la biblioteca de la Universidad de Cam-bridge, en la embajada británica en Madrid y en el Garrick Club.

Mi antiguo editor, Lionel Barber, y los compañeros del FinancialTimes, sin olvidar a George Parker, Alex Barker y Jim Pickard, meofrecieron tiempo, acomodo y mucho sentido del humor en las pri-

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meras fases de mi investigación para este libro, antes de dejar el pe-riódico. Quiero dar las gracias especialmente a Ben Fenton y FredStudemann, así como a Richard Norton-Taylor y Alan Travis, delGuardian, por sus consejos, sus traducciones y su apoyo logístico.

Los primeros borradores tomaron cuerpo gracias a la meticulo-sa lectura de Robert Graham, Peter Martland, Hugh Thomas, mihermano Tom Burns y Anton d’Abreu.

Mi hermano David Burns y mi hermana lady Parker demostra-ron su apoyo permitiendo al menor de la familia consultar el archi-vo familiar sin poner objeciones al proyecto.

Gracias asimismo a Annabel Merullo y Tom William, de la agen-cia literaria PFD, y a Bill Swainson y Anna Simpson, de la editorialBloomsbury, a Miguel Aguilar de la editorial Debate, y a mi amigaAna Momplet, que demostró tanta pasión por el tema al traduciral castellano el libro. Y el mayor de mis agradecimientos para Kid-ge, Julia y Miriam por padecer este libro, desde la gestación hasta elalumbramiento.

Londres-Madrid, diciembre de 2009

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Tom Burns con varios colegas durante un viaje en 1929

Hilaire Belloc

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El padre D’Arcy (delante, segundo a la derecha) en Campion Hall, con (detrás suyo) Evelyn Waugh, (a su derecha) el duque de Alba y (segunda a la izquierda) Mary Herbert, entre otros

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Julio de 1936: miembros de la Cruz Roja en Barcelona llevan un herido a una ambulancia

Gabriel Herbert practicando alpinismo en la década de 1930

Guerra Civil en Madrid, 1936: Mabel (a la derecha) ejerciendo de enfermera voluntaria

Gregorio Marañón hijo como voluntario de Franco antes de trabajar para la propaganda aliada

1936: Tarjeta de Identidad de Mabel durante la Guerra Civil

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Navidad de 1936, viaje al exilio: Francis Warrington-Strong, capitán del HMS Active

14 de junio de 1940: el doctor Gregorio Marañón con un colega durante la entrada de los alemanes en París

Nelly Hess, la joven de origen judío desaparecida durante la ocupación alemana de París

1940: Mabel (a la derecha) con un grupo de amigos en el París ocupado

Mayo de 1937: una exhibición nazi en el transatlántico alemán Cap Arcona en el que Mabel y su padre regresan de Sudamérica

Refugiadas de la Guerra

Civil a bordo del HMS

Active con destino a Marsella

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El periodista irlandés y ministro de Información Brendan Bracken observa a Harry Lloyd Hopkins y Winston Churchill mientras se estrechan la mano en el exterior del 10 de Downing Street

El capitán Alan Hillgarth, agregado naval y hombre de confi anza de Winston Churchill

Dos enfermeras miran al escultor británico Eric Rowton Gill mientras trabaja

David Jones, poeta y artista

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Paul Richey en su Spitfi re

Michael Richey de uniforme en el HMS Goodwill

Enero de 1941: la catedral de St. Paul durante un bombardeo. Varias editoriales, incluida la de Tom Burns, fueron destruidas

Cortejando a la realeza: Burns y Ann Bowes-Lyon en 1938

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Manifestación de las Juventudes de la Falange, 1941

Niños mendigos

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Refugiados franceses huyen de la invasión nazi hacia España, c. 1940

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Page 34: Papá Espía - El juego

Adolf Hitler estrecha la mano de Franco en la estación de Hendaya, 23 de octubre de 1940

Hans Lazar, agregado de prensa alemán

Tom Burns, invierno en Madrid, 1941El almirante Canaris, jefe de la inteligencia alemana

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Page 35: Papá Espía - El juego

Al servicio de Su Majestad: Burns con el conde de Foxá, diplomático y propagandista

Kim Philby Guy Burgess

Anthony Blunt (derecha) en Cambridge

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Serrano Súñer, Franco y Mussolini

Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, en una alocución a los militares

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Enriqueta Harris con su hermano Tomás en el sur de

Francia, en la década de 1930

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Page 37: Papá Espía - El juego

El periodista Felipe Fernández Armesto

El periodista Carlos Sentís en Alemania, cubriendo los juicios de Nuremberg

Alcázar de Velasco, agregado de

prensa español y presunto agente

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Carnet de Identidad de Luis Calvo en el momento de su detención por los británicos

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Page 38: Papá Espía - El juego

1943: «Tana» Alba, duquesa de Montoro, en la piscina de Albury Park

El duque de Alba, embajador ofi cioso de las fuerzas nacionales durante la guerra

Las hermanas Carcano, hijas del embajador de Argentina en Londres

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Page 39: Papá Espía - El juego

Los Windsor a su llegada a Madrid, 1940

Tom Burns: Madrid, 1943

Mabel Marañón: Madrid, 1943

Tom Burns con el personal de la embajada

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Madrid, mayo de 1943: Tom Burns con Leslie Howard y la actriz Conchita Montenegro

Mabel en el cortijo de Belmonte Febrero de 1945: los Burns con unos amigos en un restaurante «seguro» en las afueras de Madrid

Corrida de toros en la primavera de 1945: Mabel

y Tom con Belmonte, su hija Yola y el escultor

Sebastián Miranda

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