Padre Manuel Lacunza - AIALE

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ATENCIÓN OBRA INCLUIDA EN EL INDICE DE LIBROS PROHIBIDOS Padre Manuel Lacunza LA VENIDA DEL MESÍAS en gloria y majestad R. ACKERMANN, STRAND LONDRES, MÉJICO 1826

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ATENCIÓN OBRA INCLUIDA EN EL INDICE DE LIBROS PROHIBIDOS

Padre Manuel Lacunza

LA VENIDA DEL MESÍAS en gloria

y majestad

R. ACKERMANN, STRAND LONDRES, MÉJICO – 1826

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I. H. S.

Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios.

(San Juan, Epístola I, versículo 9).

Si a Dios no creemos, ¿a quién creeremos? (San Ambrosio sobre San Lucas, libro 4, capítulo 5).

Lo que podemos interpretar propiamente, interpretarlo por figura, es propio de los incrédulos,

o de los que procuran apartarse de la fe. (Maldonado sobre San Mateo, 8, 12).

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Dedicatoria del autor

AL MESÍAS JESUCRISTO, HIJO DE DIOS,

HIJO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, HIJO DE DAVID,

HIJO DE ABRAHAM

SEÑOR:

El fin que me he propuesto en esta obra (lo sabe bien Vuestra Mer-ced) es dar a conocer un poco más la grandeza y excelencia de vuestra adorable persona, y los grandes y adorables misterios, los nuevos y los añejos 1, relativos al Hombre Dios, de que dan tan claros testimonios las santas Escrituras. En la constitución presente de la Iglesia y del mundo, he juzgado convenientísimo proponer algunas ideas, no nue-vas sino de un modo nuevo, que por una parte me parecen expresas en la Escritura de la verdad, y por otra parte se me figuran de una suma importancia, principalmente para tres clases de personas.

Deseo y pretendo, en primer lugar, despertar por este medio, y aun obligar a los sacerdotes a sacudir el polvo de las Biblias, convidándolos a un nuevo estudio, a un examen nuevo, y a nueva y más atenta consi-deración de este Libro divino, el cual siendo libro propio del sacerdo-cio, como lo son respecto de cualquier artífice los instrumentos de su facultad, en estos tiempos, respecto de no pocos, parece ya el más inú-til de todos los libros. ¡Qué bienes no debiéramos esperar de este nue-vo estudio, si fuese posible restablecerlo entre los sacerdotes hábiles, y constituidos en la Iglesia por maestros y doctores del pueblo cristiano!

Deseo y pretendo, lo segundo, detener a muchos, y si fuese posible, a todos los que veo con sumo dolor y compasión correr precipitada-mente por la puerta ancha y espacioso camino 2 hacia el abismo ho-rrible de la incredulidad; lo cual no tiene ciertamente otro origen sino la falta de conocimiento de vuestra divina persona: y esto por verdade-ra ignorancia de las Escrituras sagradas, que son las que dan testimo-nio de Vuestra Merced 3.

1 Cant. 7, 13. 2 Mt. 7, 13. 3 Jn. 5, 39.

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Deseo y pretendo, lo tercero, dar alguna mayor luz, o algún otro remedio más pronto y eficaz a mis propios hermanos los Judíos, cuyos padres son los mismos de quienes desciende Cristo según la carne 1. ¿Qué remedio pueden tener estos miserables hombres, sino el conoci-miento de su verdadero Mesías a quien aman, y por quien suspiran no-che y día sin conocerlo? ¿Y cómo lo han de conocer, si no se les abre el sentido? ¿Y cómo se les puede abrir suficientemente este sentido en el estado de ignorancia y ceguedad en que actualmente se hallan, confor-me a las Escrituras 2, si sólo se les muestra la mitad del Mesías, encu-briéndoles y aun negándoles absolutamente la otra mitad; si sólo se les predica, quiero decir, lo que hay en sus Escrituras perteneciente a vues-tra primera venida en carne pasible, como redentor, como maestro, como ejemplar, como sumo sacerdote, etc., y se les niega sin razón al-guna lo que ellos creen y esperan, según las mismas Escrituras, aun con ideas poco justas y aun groseras, perteneciente a la segunda?

¡Oh Señor mío Jesucristo, bondad y sabiduría inmensa! Todo esto que pretendo por medio de este escrito, si algo se consigue por vuestra gracia, debe redundar necesariamente en vuestra mayor gloria, pues ésta la habéis puesto en el bien de los hombres. Por tanto debo esperar de la benignidad de vuestro dulcísimo corazón, que no desecharéis es-te pequeño obsequio que os ofrece mi profundo respeto, mi agradeci-miento, mi amor, mi deseo intenso de algún servicio a mi buen Señor, como quien me ha alcanzado misericordia para serle fiel 3.

Si como yo lo deseo, y me atrevo a esperarlo, se siguiese de aquí al-gún verdadero bien, todo él lo ofrezco humildemente a vuestra gloria, y lo pongo junto conmigo a vuestros pies; y en este caso pido, Señor, con la mayor instancia, vuestra soberana protección, de la cual tengo tanta mayor necesidad, cuanto temo, no sin fundamento, grandes con-tradicciones, y cuanto soy un hombre oscuro e incógnito, sin gracia ni favor humano, antes confundido con el polvo, y en cierto modo conta-do con los malvados 4. Me reconozco, no obstante, y me confieso por vuestro siervo, aunque indigno e inútil, etc.

JUAN JOSAFAT BEN-EZRA.

1 Rom. 9, 5. 2 Sant. 2, 8. 3 1 Cor. 7, 25. 4 Is. 53, 12.

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Prólogo

No me atreviera a exponer este escrito a la crítica de toda suerte de lectores, si no me hallase suficientemente asegurado; si no lo hubiese hecho pesar una y muchas veces en las mejores y más fieles balanzas que me han sido accesibles; si no hubiese, digo, consultado a muchos sabios de primera clase, y sido por ellos asegurado, después de un pro-lijo y riguroso examen, de no contener error alguno, ni tampoco algu-na cosa de sustancia digna de justa reprensión.

Mas como este examen privado (que por mis grandes temores, bien fundado en el claro conocimiento de mi nada, lo empecé a pedir tal vez antes de tiempo) no pudo hacerse con tanto secreto que de algún modo no se trasluciese, entraron con esto en gran curiosidad algunos otros sabios de clase inferior, en quienes por entonces no se pensaba, y fue necesario, so pena de no leves inconvenientes, condescender con sus instancias. Esta condescendencia inocente y justa ha producido, no obstante, algunos efectos poco agradables, y aun positivamente perju-diciales; ya porque el escrito todavía informe se divulgó antes de tiem-po y sazón; ya porque en este estado todavía informe se sacaron de él algunas copias contra mi voluntad, y sin serme posible el impedirlo; ya también, y principalmente, porque algunas de estas copias han volado más lejos de lo que es razón, y una de ellas, según se asegura, ha volado hasta la otra parte del océano, en donde dicen ha causado no pequeño alboroto, y no lo extraño, por tres razones: primera, porque esa copia que voló tan lejos estaba incompleta, siendo solamente una pequeña parte de la obra; segunda, porque estaba informe, no siendo otra cosa que los primeros borrones, las primeras producciones que se arrojan de la mente al papel, con ánimo de corregirlas, ordenarlas y perfeccionar-las a su tiempo; tercera, porque a esta copia, en sí misma informe, se le habían añadido y quitado no pocas cosas al arbitrio y discreción del mismo que la hizo volar, el cual, aun lleno de bonísimas intenciones, no podía menos (según su natural carácter bien conocido de cuantos le co-nocen) que cometer en esto algunas faltas bien considerables.

Yo debo, por tanto, esperar de todas aquellas personas cuerdas a cuyas manos hubiese llegado esta copia infeliz, o tuviesen de ella algu-na noticia, que se harán cargo de todas estas circunstancias, no juz-gando de una obra por algunos pocos de papeles sueltos, manuscritos e informes que, contra la voluntad de su autor, se arrojaron al aire im-prudentemente, cuando debían más antes arrojarse al fuego. Esto úl-

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timo pido yo, no sólo por gracia, sino también por justicia, a cualquie-ra que los tuviese.

Hecha esta primera advertencia, que me ha parecido inevitable, de-bo ahora prevenir alguna leve satisfacción a dos o tres reparos genera-les y obvios, que ya se han hecho por personas nada vulgares, y por consiguiente se pueden hacer.

Primer reparo

El primero y más ruidoso de todos es la novedad. Esta (dicen como temblando, y sin duda con óptima intención), en puntos que pertene-cen de algún modo a la religión, como es la inteligencia y explicación de la Escritura santa, siempre se ha mirado y siempre debe mirarse con recelo, y desecharse como peligro, mucho más en este siglo en que hay tantas novedades, y en que apenas se gusta de otra cosa que de la novedad, etc.

Respuesta

La primera parte de esta proposición ciertamente es justa y pru-dentísima, así como la segunda parte parece imprudentísima, injustí-sima, y por eso infinitamente perjudicial. La novedad en cualquier asunto que sea, mucho más en la inteligencia y exposición de la Escri-tura santa, debe mirarse siempre con recelo, y no admitirse ni tolerar-se con ligereza; mas de aquí no se sigue que deba luego al punto dese-charse como peligro, ni reprobarse ligeramente por solo el título de novedad. Esto sería cerrar del todo la puerta a la verdad, y renunciar para siempre a la esperanza de entender la Escritura divina. Todos los intérpretes, así antiguos como no antiguos, confiesan ingenuamente (y lo confiesan muchas veces, ya expresa, ya tácitamente, sin poder evitar esta confesión) que en la misma Escritura hay todavía infinitas cosas oscuras y difíciles que no se entienden, especialmente lo que es profe-cía. Y aunque todos han procurado con el mayor empeño posible dar a estas infinitas cosas algún sentido o alguna explicación, saben bien los que tienen en esto alguna práctica, que este sentido y explicación real-mente no satisface; pues las más veces no son otra cosa que una pura acomodación gratuita y arbitraria, cuya impropiedad y violencia salta luego a los ojos.

Ahora digo yo: estas cosas que hasta ahora no se entienden en la Escritura santa, deben entenderse alguna vez, o a lo menos proponer-se su verdadera inteligencia; pues no es creíble, antes repugna a la in-finita santidad de Dios, que las mandase escribir inútilmente por sus siervos los profetas 1. Si alguna vez se han de entender, o se ha de pro-poner su verdadera inteligencia, será preciso esperar este tiempo, que

1 2 Rey. 24, 2; Dan. 9, 10; Apoc. 10, 7.

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hasta ahora ciertamente no ha llegado. Por consiguiente será preciso esperar sobre esto en algún tiempo alguna novedad. Mas si esta nove-dad halla siempre en todos tiempos cerradas absolutamente todas las puertas, si siempre se ha de recibir y mirar como peligro, si siempre se ha de reprobar por solo el título de novedad, ¿qué esperanza puede quedarnos? El preciso título de novedad, aun en estos asuntos sagra-dos, lejos de espantar a los verdaderos sabios, por píos y religiosos que sean, debe por el contrario incitarlos más, y aun obligarlos a entrar en un examen formal, atento, prolijo, circunstanciado, imparcial, de esta que se dice novedad, para ver y conocer a fondo, lo primero: si real-mente es novedad o no; si es alguna idea del todo nueva, de que jamás se ha hablado ni pensado en la Iglesia católica desde los apóstoles has-ta el día de hoy, o es solamente una idea seguida, propuesta, explicada y probada con novedad; en lo cual no pueden ignorar los sabios católi-cos, religiosos y píos, que hay una suma diferencia y una distancia casi infinita. Lo segundo: si esta novedad o esta idea sólo propuesta, segui-da, explicada y probada con novedad, es falsa o no; es decir, si se opo-ne o no se opone a alguna verdad de fe divina, cierta, segura e indispu-table, si es contraria o no contraria, sino antes conforme a aquellas tres reglas únicas e infalibles de nuestra creencia, que son: primera, la Escritura divina entendida en sentido propio y literal; segunda, la tradición, no humana sino divina: la tradición, digo, no de opinión si-no de fe divina, cierta, inmemorial, universal y uniforme (condiciones esenciales de la verdadera tradición divina); tercera, la definición ex-presa y clara de la Iglesia congregada en el Espíritu Santo.

Lejos de temer un examen formal por esta parte, o por las tres reglas únicas e infalibles arriba dichas, es precisamente el que deseo y pido con toda la instancia posible; ni temo otra cosa sino la falta de este examen, exacto y fiel. Si las cosas que voy a proponer (llámense nuevas, o sólo propuestas y tratadas con novedad) se hallaren opuestas o no conformes con estas tres reglas infalibles, y si esto se prueba de un mo-do claro y perceptible, con esto solo yo me daré al punto por vencido, y confesaré mi ignorancia sin dificultad. Mas si a ninguna de estas tres reglas se opone nuestra novedad, antes las respeta y se conforma con ellas escrupulosamente: si la primera regla que es la Escritura santa no sólo no se opone, sino que favorece y ayuda, positivamente, claramente, universalmente; si por otra parte las dos reglas infalibles nada prohí-ben, nada condenan, nada impiden, porque nada hablan, etc.; en este caso ninguno puede condenar ni reprender justa y razonablemente esta novedad, por solo el título de novedad, o porque no se conforma con el común modo de pensar. Esto sería canonizar solemnemente como pun-tos de fe divina las infinitas inteligencias y explicaciones puramente acomodaticias con que hasta ahora se han contentado los intérpretes de la Escritura, prescindiendo absolutamente de la inteligencia verdadera,

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como saben, lloran y se lamentan los eruditos de esta sagrada facultad, especialmente sobre las profecías.

Segundo reparo

El sistema o las ideas que yo llamo ordinarias sobre la segunda ve-nida del Señor, se dice, y por consiguiente se puede decir, son la fe y creencia de toda la Iglesia católica, propuesta y explicada por sus doc-tores, los cuales en esta inteligencia y explicación no pueden errar, cuando todos o los más concurren a ella unánimemente. Es verdad (se añade con poca o ninguna reflexión) que en los tres o cuatro primeros siglos de la Iglesia se expone de otro modo por algunos, y se diría me-jor por muchos y aun por muchísimos de sus doctores, como veremos a su tiempo; pero vale más, prosiguen diciendo, catorce siglos que cua-tro, y catorce siglos más ilustrados, que cuatro oscuros, etc.

Respuesta

En toda esta declamación tan breve como despótica, yo no hallo otra cosa que un equívoco constituido. Primeramente se confunde demasia-do lo que es de fe y creencia divina de toda la Iglesia católica, con lo que es de fe y creencia puramente humana, o mera opinión: lo que creemos y confesamos todos los católicos como puntos indubitables de fe divina, con las cosas particulares y accidentales que se han opinado y pueden opinarse sobre estos mismos puntos indubitables de fe divina. Esta pa-labra fe o creencia puede tener, y realmente tiene, dos sentidos tan di-versos entre sí, y tan distante el uno del otro, cuanto dista Dios de los hombres. Aun en cosas pertenecientes a Dios y a la revelación, no sola-mente puede haber y hay entre los fieles dentro de la Iglesia católica una fe y creencia toda divina, sino también una fe y creencia puramente humana: aquélla infalible, ésta falible; aquélla obligatoria, ésta libre.

Esta última, en cosas accidentales al dogma, y que no lo niegan, an-tes lo suponen, se llama con propiedad opinión, dictamen, conciencia, buena fe, etc. En este sentido toma San Pablo la palabra fe, cuando di-ce: Y al que es flaco en la fe, sobrellevadlo, no en contestaciones de opiniones: cada uno abunde en su sentido 1. Una opinión, por común y universal que sea, puede muy bien ser en la Iglesia una buena fe, sin dejar por eso de ser una fe puramente humana, y sin salir del grado de opinión: mas esta buena fe, o esta fe y creencia, por buena e inocente que sea, no merece con propiedad el nombre sagrado de fe y creencia de la Iglesia católica, si no es en caso que la misma Iglesia católica, congregada en el Espíritu Santo, haya adoptado como cierta aquella cosa particular de que se trata, declarando formalmente que no es de

1 Rom. 14, 1, 5.

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fe humana sino divina, o porque consta clara y expresamente en la Es-critura santa, o porque así la recibió y así la ha conservado fielmente desde sus principios.

De aquí se sigue legítimamente que aquellas palabras cuya sustan-cia se halla en toda clase de escritores eclesiásticos de dos o tres siglos a esta parte: Esto se pensó en los cuatro primeros siglos de la Iglesia; pero valen más catorce siglos en que se ha pensado lo contrario, etc., son palabras de poca sustancia, y se adelanta poquísimo con ellas. Cuatro siglos de una opinión, y catorce de la otra contraria opinión, si no se produce otro fundamento u otra razón intrínseca, valen lo mis-mo que cuatro autores de una opinión, y catorce de la opinión contra-ria en un asunto todo de futuro, que no es del resorte de la pura razón humana. Aunque aquellos cuatro siglos o aquellos cuatro autores se multipliquen por 400, y aquellos catorce siglos se multipliquen por 4.000 o por 40.000, jamás podrán hacer un dogma de fe divina preci-samente por haberse multiplicado por número mayor; ni por esta sola razón podrán cautivar un entendimiento libre, que en estas cosas de futuro se funda solamente en la autoridad divina, y de ella sola, mani-festada claramente, o por la Escritura santa o por la decisión de la Iglesia, se deja plenamente cautivar. Por consiguiente, los cuatro, y los catorce así autores como siglos, si no se produce otra verdadera y sóli-da razón, deberán quedar eternamente en el estado de mera opinión o fe puramente humana, y nada más.

Ahora, estando las cosas de que hablamos en este estado de opi-niones o de oscuridad, sin saberse de cierto dónde está la verdad, ¿quién nos prohíbe ni nos puede prohibir, en una causa tan interesan-te, buscar diligentemente esta verdad? Buscarla, digo, así en los cator-ce como en los cuatro. Y si en ninguno de ellos se halla clara y limpia, pues al fin han sido opiniones y no han salido de esta esfera, ¿quién nos puede prohibir buscar esta verdad en su propia fuente, que es la divina Escritura? No se trata aquí de buscar en las Escrituras la sus-tancia del dogma: éste ya se conoce, y se supone conocido, creído y confesado expresa y públicamente en toda la Iglesia católica. Se trata solamente de buscar en las Escrituras algunas cosas accidentales, cuya noticia cierta y segura, aunque no es absolutamente necesaria para la salud, puede ser de suma importancia, no solamente respecto de los católicos, sino respecto de todos los Cristianos en general, y también quizá mucho más respecto de los míseros Judíos. Aunque en estas co-sas de que hablo accidentales al dogma, hay o puede haber en la Igle-sia alguna buena fe, no siempre puede reputarse racional y cristiana-mente por fe de la Iglesia, o por fe divina, que es lo mismo. Si este fal-so principio se admitiese o tolerase alguna vez, ¿qué consecuencias tan perjudiciales no debieran temerse?

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Tercer reparo

Pocos años ha salió a luz en italiano una obra intitulada Segunda época de la Iglesia, cuyo autor se llama Enodio Papiá. Como en la obra presente, cuyo título es La venida del Mesías en gloria y majestad, se leen cosas muy semejantes a las que se leen en aquélla (aunque pro-puestas y seguidas de otro modo diverso), es muy de temer que ambas tengan una misma suerte; esto es, que esta última sea puesta luego co-mo lo fue aquélla en el Indice romano. Por tanto, sería lo más acertado obviar con tiempo a este inconveniente, oprimiéndola en la cuna, y ha-ciéndola pasar del vientre al sepulcro 1 sin discreción ni misericordia.

Respuesta

Los que así discurren o pueden discurrir, me parece, salvo el res-pecto que se les debe, que o no han leído la primera obra de que ha-blamos, o no han leído la segunda; o lo que parece más probable, no han leído ni la una ni la otra, sino que hablan al aire, y se meten a juz-gar sin el debido examen, y sin conocimiento alguno de causa. La ra-zón que tengo para esta sospecha, es la misma variedad de sentencias que han llegado a mis oídos sobre este asunto casi por los 32 rumbos; porque ya me acusan de plagiario, como que he tomado mis ideas de Enodio Papiá; ya que sigo en la sustancia el mismo sistema; ya que me conformo con él en los principios y en los fines, diferenciándome so-lamente en los medios; ya en suma, por abreviar, que aunque discon-vengo de este autor en casi todo, pero a lo menos convengo con él en el modo audaz de pretender desatar el nudo sagrado e indisoluble del capítulo 20 del Apocalipsis; como si no fuesen reos de este mismo de-lito todos cuantos han intentado explicar el mismo Apocalipsis.

Ahora, para satisfacer en breve a tantas y tan diversas acusaciones, me parece que puede bastar una respuesta general. Primeramente, yo protesto con verdad ante Dios y los hombres, que de esta obra de que hablamos, ni he tomado ni he podido tomar la más mínima especie. La razón es única pero decisiva, a saber, porque no he leído tal obra, ni la he visto aún por de fuera, ni tampoco he oído jamás hablar de ella a persona que la haya leído. Lo único que he leído de este mismo autor es la exposición del Apocalipsis, en la cual se remite algunas veces a otra segunda obra que promete, esto es, a la Segunda época de la Igle-sia. Mas esta exposición del Apocalipsis, lejos de contentarme, me de-sagradó tanto, y aun más, que cuanto he leído de diversos autores, porque aunque apunta algunas cosas buenas en sí mismas, no las fun-da sólidamente, sino que las presenta informes, y aun disformes sin explicación ni prueba. Algunas otras parecen duras e indigeribles,

1 Job 10, 19.

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otras extravagantes, otras no poco groseras y aun ridículas: por ejem-plo, todo lo que dice sobre la batalla de San Miguel con el dragón del capítulo 12, etc., a lo que se añade aquel error (que por tal lo tengo) de poner tres venidas de Cristo, cuando todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, y el símbolo apostólico, no nos hablan sino de dos solas: una que ya sucedió en carne pasible, otra que debe suceder en gloria y majestad, que los apóstoles San Pedro y San Pablo llaman fre-cuentemente la revelación o manifestación de Jesucristo. De éstos y otros defectos que he hallado en la exposición del Apocalipsis de este autor, infiero bien que podrá haber otros, o iguales o mayores, en su segunda obra, a que algunas veces se remite.

Aunque esta segunda obra ciertamente no la he leído, como protes-té poco ha, mas por un breve extracto de ella que me acaba de enviar un amigo cuatro días ha, comprendo bastante bien, que así el sistema general de este autor, como su modo de discurrir, distan tanto del mío, cuanto dista el oriente del ocaso. Exceptuando tal o cual extravagan-cia, su sistema general me parece el mismo que propuso el siglo pasa-do el sabio jesuita Antonio Vieira en una obra que intituló Del reino de Dios establecido en la tierra; así como este sistema me parece el mis-mo en sustancia que el de muchos Santos Padres y otros doctores que cita, y también de otros que han escrito después. Todos los cuales su-ponen como cierto que algún día todo el mundo, y todos los pueblos y naciones, y aun todos sus individuos, se han de convertir a Cristo y en-trar en la Iglesia, y cuando esto sucediere, añaden, entonces entrarán también los Judíos, para que se verifique aquello de San Pablo: que la ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que haya entrado la ple-nitud de las Gentes; y que así todo Israel se salve, como está escrito 1; y aquello del Evangelio: Y será hecho un solo aprisco, y un solo pas-tor 2. Por consiguiente, suponen que ha de haber otro estado de la Igle-sia mucho más perfecto que el presente, en que todos los habitadores de la tierra han de ser verdaderos fieles, y en que ha de haber en la Igle-sia una grande paz y justicia, y observancia de las divinas leyes, etc.

La diferencia que hay entre el sentimiento de los doctores sobre es-te punto no es otra, en mi juicio, sino que unos ponen este estado feliz mucho antes del Anticristo, pues dicen que el Anticristo vendrá a per-turbar esta paz; otros, y creo que los más, lo ponen después del Anti-cristo, por guardar del modo posible ciertas consecuencias de que ha-blaremos a su tiempo; y así admiten, sin poder evitarlo, algún espacio de tiempo entre el fin y el Anticristo, y la venida gloriosa de Cristo.

Enodio parece que sigue este último rumbo; y no había por qué re-prenderlo de novedad si no pusiese, al empezar esta época, otra venida

1 Rom. 11, 25-26. 2 Jn. 10, 16.

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media de Cristo a destruir la iniquidad, ordenar en otra mejor forma la Iglesia y el mundo; haciéndolo venir otra vez al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos 1, sobre lo cual parece que debía haberse explicado más. Yo que no admito, antes repruebo todas estas ideas, por parecerme opuestas al Evangelio y a todas las Escrituras, ¿cómo podré seguir el mismo sistema? Pues ¿qué sistema sigo? Ninguno, sino solamente el dogma de fe divina que dice: Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos 2. Y sobre este dogma de fe divina sigo el hilo de todas las Escrituras sin interrupción, sin violencia y sin discursos artificiales, como podrá ver por sus ojos cualquiera que los tuviese buenos.

Puede ser, no obstante, que yo convenga con Enodio Papiá, como puedo convenir con otros autores, en algunas cosas o generales o parti-culares. ¿Y qué? ¿Luego por esto solo podrá confundirse una obra con otra? ¿En qué tribunal se puede dar semejante sentencia? La obra de Enodio, como de autor católico y religioso, es de creer que contiene muchísimas cosas buenas, inocentes, pías, verdaderas y probables; y también es de creer que en éstas se hallen algunas otras conocidamente falsas, duras, indigestas, sin explicación ni pruebas, etc.; pues por algo ha sido reprendida. De este antecedente justo y racional, lo que se sigue únicamente es que cualquiera que convenga con este autor en aquellas mismas cosas que son reprensibles, merecerá sin duda la misma re-prensión; la cual no merecerá, ni se le podrá dar sin injusticia, si sólo conviene en cosas indiferentes o buenas, o verdaderas, o probables. ¿No lo dicta así invenciblemente la pura razón natural?

En suma, la conclusión sea, que la obra de Enodio y la mía, siendo dos obras diversísimas y de diversos autores, deben examinarse sepa-radamente, y dar a cada una lo que le toca, según su mérito o demérito particular. Ni aquella se puede examinar ni juzgar por ésta, ni ésta por aquélla. Esta especie de juicio repugna esencialmente a todas las leyes naturales, divinas y humanas. Fuera de que yo nada afirmo de positi-vo, sino que propongo solamente a la consideración de los inteligen-tes; proponiéndoles al mismo tiempo, con la mayor claridad de que soy capaz, las razones en que me fundo; y sujetándolo todo de buena fe al juicio de la Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido de las Escrituras 3. Al juicio de los doctores particulares también estoy pron-to a sujetarme, después que haya oído sus razones.

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO. 2 Ibíd. 3 CONCILIO VATICANO, 1788.

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Discurso preliminar

Vencido ya de vuestras instancias, amigo y señor mío Cristófilo, y determinado, aunque con suma repugnancia, a poner por escrito algu-nas de las cosas que os he comunicado, me puse ayer a pensar qué co-sas en particular había de escribir, y qué orden y método me podría ser más útil, así para facilitar el trabajo, como para explicarme con liber-tad. Después de una larga meditación en que vi presentarse confusa-mente muchísimas ideas, y en que nada pude ver con distinción y cla-ridad, conociendo que perdía el tiempo y me fatigaba inútilmente, pro-curé por entonces mudar de pensamientos. Para esto abrí luego la Bi-blia, que fue el libro que hallé más a la mano, y aplicando los ojos a lo primero que se puso delante, leí estas palabras con que empieza el ca-pítulo 9 de la epístola a los Romanos: Verdad digo en Cristo, no mien-to, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo: que tengo muy grande tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseaba yo mismo ser anatema por Cristo, por amor de mis hermanos, que son mis deudos según la carne, que son los Israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas: cuyos padres son los mismos de quienes des-ciende también Cristo según la carne, etc. 1. Con la consideración de estas palabras, no tardaron mucho en excitarse en mí aquellos senti-mientos del apóstol; mas viendo que el corazón se me oprimía aviván-dose con nueva fuerza aquel dolor, que casi siempre me acompaña, ce-rré también el libro, y me salí a desahogar al campo. Allí, pasado aquel primer tumulto, y mitigado un poco aquel ahogo, comencé a dar lugar a varias reflexiones.

¿Conque es posible (me acuerdo que decía), conque es posible que el pueblo de Dios, el pueblo santo, la casa de Abraham, de Isaac y de Jacob, hombres los más ilustres, los más justos, los más amados y pri-vilegiados de Dios, con cuyo nombre el mismo Dios es conocido de to-dos los siglos posteriores, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob… Este es mi nombre para siempre, y éste es mi memorial, por generación y generación 2; un pueblo que había nacido, se había sustentado y crecido con la fe y esperanza del Mesías; un pueblo preparado de Dios para el Mesías, con providencias

1 Rom. 9, 1-5. 2 Ex. 3, 14-15.

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y prodigios inauditos, por espacio de dos mil años; que este pueblo de Dios, este pueblo santo, tuviese en medio de sí a este mismo Mesías por quien tantos siglos había suspirado, que lo viese por sus propios ojos con todo el esplendor de sus virtudes; que oyese su voz y sus pa-labras de vida, siempre admirado, suspenso y como encantado de las palabras de gracia que salían de su boca 1; que admirase sus obras prodigiosas, diciendo y confesando que bien lo ha hecho todo: a los sordos los ha hecho oír, y a los mudos hablar 2; que recibiese de su bondad toda suerte de beneficios, y de beneficios continuos así espiri-tuales como corporales, etc.; y que con todo eso no lo recibiese, con todo eso lo desconociese, con todo eso lo persiguiese con el mayor fu-ror; con todo eso lo mirase como un seductor, como un inicuo, y como tenía anunciado Isaías, lo hubiese con los malvados contado 3; con to-do eso, en fin, lo pidiese a grandes voces para el suplicio de la cruz? Cierto que han sucedido en esta nuestra tierra cosas verdaderamente increíbles, al paso que ciertas y de la suprema evidencia.

Mas de este sumo mal, infinitamente funesto y lamentable (prose-guía yo discurriendo), ¿quién sería la verdadera causa? ¿Serían acaso los publicanos, los pecadores, las meretrices, por no poder sufrir la santidad de su vida, ni la pureza y perfección de su doctrina? Parece que no, pues el Evangelio mismo nos asegura que se acercaban a él los publicanos y pecadores para oírle 4; y esto era lo que murmuraban los escribas y fariseos: Y los fariseos y los escribas murmuraban dicien-do: Este recibe pecadores y come con ellos 5; y en otra parte: Si este hombre fuera profeta, bien sabría quién y cuál es la mujer que le to-ca; porque pecadora es 6. ¿Sería acaso la gente ordinaria, o la ínfima plebe siempre ruda, grosera y desatenta? Tampoco; porque antes esta plebe no podía hallarse sin él; ésta lo buscaba, y lo seguía hasta en los montes y desiertos más solitarios; ésta lo aclamaba a gritos por hijo de David y rey de Israel; ésta lo defendía y daba testimonio de su justicia, y por temor de esta plebe no lo condenaron antes de tiempo: Mas te-mían al pueblo 7.

No nos quedan, pues, otros sino los sacerdotes, los sabios y docto-res de la ley, en quienes estaba el conocimiento y el juicio de todo lo que tocaba a la religión. Y en efecto, éstos fueron la causa y tuvieron toda la culpa. Mas en esto mismo estaba mi mayor admiración: Cierto que es esta cosa maravillosa, les decía aquel ciego de nacimiento, que

1 Lc. 4, 22. 2 Mc. 7, 37. 3 Is. 53, 12. 4 Lc. 15, 1. 5 Lc. 15, 2. 6 Lc. 7, 39. 7 Lc. 22, 2.

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DISCURSO PRELIMINAR 17

vosotros no sabéis de dónde es, y abrió mis ojos 1. Estos sacerdotes, estos doctores, ¿no sabían lo que creían? ¿No sabían lo que espera-ban? ¿No leían las Escrituras de que eran depositarios? ¿Ignoraban, o era bien que ignorasen, que aquéllos eran los tiempos en que debía manifestarse el Mesías, según las mismas Escrituras? 2. ¿No eran tes-tigos oculares de la santidad de su vida, de la excelencia de su doctri-na, de la novedad, multitud y grandeza de sus milagros? Sí, todo esto es verdad, mas ya el mal era incurable, porque era antiguo; no comen-zaba entonces, sino que venía de más lejos; ya tenía raíces profundas.

En suma, el mal estaba en aquellas ideas, tan extrañas y tan ajenas de toda la Escritura, que se habían formado del Mesías, las cuales ideas habían bebido, y bebían frecuentemente, en los intérpretes de la misma Escritura. Estos intérpretes, a quienes honraban con el título de rabinos, o maestros por excelencia, o de señores, tenían ya más au-toridad entre ellos que la Escritura misma. Y esto es lo que reprendió el mismo Mesías, citándoles las palabras del capítulo 29 de Isaías: Hi-pócritas, bien profetizó Isaías de vosotros… diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Y en vano me honran, enseñando doctrinas y mandamientos de hombres, porque dejando el mandamiento de Dios, os asís de la tradición de los hom-bres. Bellamente hacéis vano el mandamiento de Dios, por guardar vuestra tradición 3.

Pues éstos son, concluía yo, éstos son ciertamente los que nos cega-ron y los que nos perdieron. Estos son aquellos doctores y legisperitos que, habiendo recibido y teniendo en sus manos la llave de la ciencia, ni ellos entraron, ni dejaron entrar a otros. ¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os alzasteis con la llave de la ciencia! Vosotros no entrasteis, y habéis prohibido a los que entraban 4. En las Escrituras están bien cla-ras las señales de la venida del Mesías, y del Mesías mismo: su vida, su predicación, su doctrina, su justicia, su santidad, su bondad, su manse-dumbre, sus obras prodigiosas, sus tormentos, su cruz, su sepultura, etc. Mas como al mismo tiempo se leen en las mismas Escrituras, y esto a cada paso, otras cosas infinitamente grandes y magníficas de la mis-ma persona del Mesías, tomaron nuestros doctores con suma indiscre-ción éstas solas, componiéndolas a su modo, y se olvidaron de las otras, y las despreciaron absolutamente como cosas poco agradables. ¿Y qué sucedió? Vino el Mesías, se oyó su voz, se vio su justicia, se admiró su doctrina, sus milagros, etc. El mismo los remitía a las Escrituras, en las cuales, como en un espejo fidelísimo, lo podían ver retratado con suma

1 Jn. 9, 30. 2 Gen. 49, 10; Dan. 9, 25. 3 Mc. 7, 6-9. 4 Lc. 9, 52.

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18 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

perfección: Escudriñad las Escrituras… y ellas son las que dan testi-monio de mí 1. Pero todo en vano; como ya no había más Escritura que los rabinos, ni más ideas del Mesías que las que nos daban nuestros doctores, ni los mismos escribas y fariseos y legisperitos conocían otro Mesías que el que hallaban en los libros y en las tradiciones de los hom-bres, fue como una consecuencia necesaria que todo se errase, y que el pueblo ciego, conducido por otro ciego, que era el sacerdocio, cayese junto con él en el precipicio. ¿Acaso podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? 2.

Ahora, amigo mío, dejando aparte y procurando olvidar del todo unas cosas tan funestas y tan melancólicas, que no nos es posible reme-diar, volvamos todo el discurso hacia otra parte. Si yo me atreviese a decir que los Cristianos, en el estado presente, no estamos tan lejos co-mo se piensa de este peligro, ni tan seguros de caer en otro precipicio semejante, pensaríais sin duda que yo burlaba, o que acaso quería ten-taros con enigmas, como la reina de Saba a Salomón. Mas si vierais que hablaba seriamente sin equívoco ni enigma, y que me tenía en lo dicho, paréceme que al punto firmaríais contra mí la sentencia de muerte, clamando a grandes voces: Sea apedreado, y tirándome vos mismo, no obstante nuestra amistad, la primera piedra. Pues señor, aunque llue-van piedras por todas partes, lo dicho dicho: la proposición la tengo por cierta, y el fundamento me parece el mismo sin diferencia alguna sus-tancial. Oíd ahora con bondad, y no os asustéis tan al principio.

Así como es cierto y de fe divina que el Mesías prometido en las santas Escrituras vino ya al mundo, así del mismo modo es cierto y de fe divina que, habiéndose ido al cielo después de su muerte y resurrec-ción, otra vez ha de venir al mismo mundo de un modo infinitamente diverso. Según esto creemos los Cristianos dos venidas, como dos pun-tos esenciales y fundamentales de nuestra religión: una que ya suce-dió, y cuyos efectos admirables vemos y gozamos hasta el día de hoy; otra que sucederá infaliblemente, no sabemos cuándo. De ésta, pues, os pregunto yo si estas ideas son tan ciertas, tan seguras y tan justas, que no haya cosa alguna que temer ni que dudar. Naturalmente me di-réis que sí, creyendo buenamente que todas las ideas que tenemos de esta segunda venida del Mesías son tomadas fielmente de las santas Escrituras, de donde solamente se pueden tomar. Amén, así lo haga el Señor: despierte el Señor las palabras que tú profetizaste 3.

No obstante yo os pregunto a vos mismo, con quien hablo en parti-cular, si con vuestros propios estudios, trabajos y diligencia habéis sa-cado estas ideas de las santas Escrituras. Así parece que lo debemos

1 Jn. 5, 39. 2 Lc. 6, 39. 3 Jer. 28, 6.

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suponer, pues siendo sacerdote, y teniendo como tal, o debiendo tener, la llave de la ciencia, apenas podréis tener alguna excusa en iros a bus-car otras cisternas no tan seguras, pudiendo abrir la puerta y beber el agua pura en su propia fuente. Mas el trabajo es que no podemos su-ponerlo así, porque sabemos todo lo contrario por vuestra propia con-fesión. ¿Qué necesidad hay, decís confiadamente, de que cada uno en particular se tome el grande y molestísimo trabajo de sacar en limpio lo que hay encerrado en las santas Escrituras, cuando este trabajo nos lo han ahorrado tantos doctores que trabajaron en esto toda su vida? Y si yo os vuelvo a preguntar si estáis cierto y seguro, como lo pide un negocio tan grave, que son ciertas y justas todas las ideas que halláis en los doctores sobre la segunda venida del Mesías, temo mucho que no os dignéis de responderme, tratándome de impertinente y de necio. Mas yo, por eso mismo os muestro al punto como con la mano aquel mismo peligro de que hablamos, y aquel precipicio mismo en que ca-yeron mis Judíos.

Uno de los grandes males que hay ahora en la Iglesia, por no decir el mayor de todos, paréceme que es la negligencia, el descuido y aun el olvido casi total en que se ve el sacerdocio del estudio de la sagrada Escritura. Del estudio, digo, formal, no de una lección superficial. Vos mismo podéis ser buen testigo de esta verdad, pues siendo sabio, y como tal aplicado a la bella literatura, habéis tratado y tratáis con toda suerte de literatos. Entre todos éstos, ¿cuántos escriturarios habéis ha-llado? ¿Cuántos que siquiera alguna vez abran este Libro divino? ¿Cuántos que le hagan el pequeño honor de darle lugar entre los otros libros? Acuérdome a propósito de lo que en cierta ocasión oí decir a un sabio de éstos; esto es: que la Escritura divina, aunque digna de toda veneración, no era ya para estudio formal, especialmente en nuestro siglo, en que se cultivan tantas ciencias admirables llenas de amenidad y utilidad; que basta leer lo que cada día ocurre en el oficio, y caso que se ofreciese dificultad sobre algún punto particular, se debía recurrir no a la Escritura misma, sino a alguno de tantos intérpretes como hay; en fin, concluyó este sabio diciendo y defendiendo que el estudio for-mal de la Escritura le parecía tan inútil como seco e insulso. Palabras que me hicieron temblar, porque me dieron a conocer, o me afirmaron en el conocimiento que ya tenía del estado miserable en que están, ge-neralmente hablando, nuestros sacerdotes, y, por consiguiente, los que dependemos de ellos. Si la sal pierde su virtud, ¿qué cosa dará sabor a las viandas? 1.

Mas volviendo a nuestro asunto, me atrevo, señor, a deciros, y también a probaros en toda forma, que las ideas de la segunda venida

1 Mt. 5, 23.

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del Mesías que nos dan los intérpretes, cuanto al modo, duración y cir-cunstancias, y que tenemos por tan ciertas y tan seguras, no lo son tanto que no necesitan de examen. Y este examen no parece que puede hacerse de otro modo, sino comparando dichas ideas con la Escritura misma, de donde las tomaron o las debieron tomar. Si esta diligencia hubieran practicado nuestros escribas y fariseos, cuando el Señor mismo los remitía a las Escrituras, ciertamente hubieran hallado otras ideas infinitamente diversas de las que hallaban en los rabinos, y es bien creíble que no hubieran errado tan monstruosamente.

¿Qué quieres, amigo, que te diga? Por grande que sea mi venera-ción y respeto a los intérpretes de la Escritura, hombres verdadera-mente grandes, sapientísimos, eruditísimos y llenos de piedad, no puedo dejar de decir lo que, en el asunto particular de que tratamos, veo y observo en ellos con grande admiración. Los veo, digo, ocupados enteramente en el empeño de acomodar toda la Escritura santa, en es-pecial lo que es profecía, a la primera venida del Mesías, y a los efectos ciertamente grandes y admirables de esta venida, sin dejar o nada o casi nada para la segunda, como si sólo se tratase de dar materia para discursos predicables, o de ordenar algún oficio para tiempo de Ad-viento. Y esto con tanto celo y fervor, que no reparan tal vez, ni en la impropiedad, ni en la violencia, ni en la frialdad de las acomodaciones, ni en las reglas mismas que han establecido desde el principio, ni tam-poco (lo que parece más extraño), tampoco reparan en omitir algunas cosas, olvidando ya uno, ya muchos versículos enteros, como que son de poca importancia; y muchas veces son tan importantes, que destru-yen visiblemente la exposición que se iba dando.

Por otra parte los veo asentar principios, y dar reglas o cánones pa-ra mejor inteligencia de la Escritura; mas por poco que se mire, se co-noce al punto que algunas de estas reglas, y no pocas, son puestas a discreción, sin estribar en otro fundamento que en la exposición mis-ma o inteligencia que ya han dado, o pretenden dar, a muchos lugares de la Escritura bien notables. Y si esta exposición o inteligencia es po-co justa, o muy ajena de la verdad (como sucede con bastante frecuen-cia), ya tenemos reglas propísimas para no entender jamás lo que lee-mos en la Escritura. De aquí han nacido aquellos sentidos diversos de que muchos abusan para refugio seguro en las ocasiones; pues por cla-ro que parezca el texto, si se opone a las ideas ordinarias, tienen siem-pre a la mano su sentido alegórico. Y si éste no basta, viene luego a ayudarlo el anagógico, a los cuales se añade el tropológico, místico, acomodaticio, etc., haciendo un uso frecuentísimo, ya de uno, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, subiendo de la tierra al cielo con grande facilidad, y con la misma bajando del cielo a la tierra al ins-tante siguiente, tomando en una misma individua profecía, en un mis-

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mo pasaje, y tal vez en un mismo versículo, una parte literal, otra ale-górica, otra anagógicamente, y componiendo de varios retazos diver-sísimos una cosa o un todo que al fin no se sabe lo que es. Y entre tan-to la divina Escritura, el Libro verdadero, el más venerable, el más sa-grado, queda expuesto al fuego o agudeza de los ingenios, a quién aco-moda mejor, como si fuese libro de enigmas.

No por eso penséis, señor, que yo repruebo absolutamente el senti-do alegórico o figurado (lo mismo digo a proporción de los otros senti-dos). El sentido alegórico, en especial, es muchas veces un sentido bueno y verdadero, al cual se debe atender en la misma letra, aunque sin dejarla. Sabemos por testimonio del apóstol San Pablo que muchas cosas que se hallan escritas en los libros de Moisés eran figura de otras muchas, que después se verificaron en Cristo. Y el mismo apóstol, en la epístola a los Gálatas, capítulo 4, habla de dos testamentos figura-dos en las dos mujeres de Abraham, y en sus dos hijos Ismael e Isaac, y añade: Las cuales cosas fueron dichas por alegoría 1: mas como sa-bemos por otra parte que las epístolas de San Pablo son tan canónicas como el Génesis y Exodo, quedamos ciertos y seguros no menos de la historia que de su aplicación: ni por esta explicación, o alegoría, o figu-ra, dejamos de creer que las dos mujeres de Abraham, Agar y Sara, eran dos mujeres verdaderas, ni que las cosas que fueron figuradas de-jasen de ser o suceder así a la letra, como se lee en los libros de Moisés. No son así los sentidos figurados que leemos, no solamente en Oríge-nes (a quien por esto llama San Jerónimo siempre intérprete alegóri-co, y en otras partes, nuestro alegórico), sino en toda suerte de escri-tores eclesiásticos, así antiguos como modernos; los cuales sentidos muchísimas veces no dejan lugar alguno, antes parece que destruyen enteramente el sentido historial, esto es, el obvio literal. Y aunque re-gularmente dicen verdades, se ve no obstante con los ojos que no son verdades contenidas en aquel lugar de la Escritura sobre que hablan, sino tomadas de otros lugares de la misma Escritura, entendida en su sentido propio, obvio y natural literal; y ellos mismos confiesan, como una verdad fundamental, que sólo este sentido es el que puede esta-blecer un dogma y enseñar una verdad.

Con todo esto, dice un autor moderno, la Escritura divina no se ha explicado hasta ahora de otro modo de como se explicó en el cuarto y quinto siglo, esto es, de un modo más concionatorio que propio y lite-ral; o por un respeto no muy bien entendido a la antigüedad, o también por ser un modo más fácil y cómodo, pues no hay texto alguno, por os-curo que parezca, que no pueda admitir algún sentido, y esto basta. Es-ta libertad de explicar la Escritura divina en otros mil sentidos, dejando

1 Gal. 4, 24.

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el literal, ha llegado con el tiempo a tal exceso, que podemos decir sin exageración que los escritores mismos la han hecho inaccesible, y en cierto modo despreciable. Son estas expresiones no mías, sino del sabio poco ha citado 1. Inaccesible a aquellas personas religiosas y pías que tienen hambre y sed de las verdades que contienen los Libros sagrados, por el miedo de caer en grandes errores, que los doctores mismos les ponderan, si se atreven a leer estos Libros sagrados sin luz y socorro de sus comentarios, tantos y tan diversos. Y como en estos mismos comen-tarios lo que más falta y se echa menos es la Escritura misma, que no pocas veces se ve sacada de su propio lugar, y puesta otra cosa diferen-te, parece preciso que a lo menos una gran parte de la Escritura, en es-pecial una parte tan principal como es la profecía, quede escondida y como inaccesible a los que con buena fe y óptima intención desean es-tudiarla: Vosotros no entrasteis y habéis prohibido a los que entra-ban 2. Lo que si bien es falso hablando en general, a lo menos en el pun-to presente me parece cierto por mi propia experiencia.

Los comentadores, hablando en general, no entraron ciertamente en muchos misterios bien sustanciales y bien claros, que se leen y repi-ten de mil maneras en los Libros sagrados. Esto es mal, y no pequeño; mas el mayor mal está en que prohíban la entrada y cierren la puerta a otros muchos que pudieran entrar, dándoles a entender, y tal vez per-suadiéndoles con sumo empeño, que aquellos misterios de que hablo, son peligro, son error, son sueños, son delirios, etc., que aunque en las Escrituras parezcan expresos y claros, no se pueden entender así, sino de otro modo, o de otros cien modos diversos, según diversas opinio-nes, menos de aquel modo y en aquella forma en que los dictó el Espí-ritu Santo. Y si a personas religiosas y pías la Escritura divina se ha hecho en gran parte inaccesible por los comentadores mismos, a otras menos religiosas y menos pías, en especial en el siglo que llamamos de las luces, se ha hecho también nada menos que despreciable, pues se les ha dado ocasión más que suficiente para pensar, y tal vez lo dicen con suma libertad, que la Escritura divina es, cuando menos, un libro inútil; pues nada significa por sí mismo, ni se ha de entender como se lee, sino de otro modo diverso que es necesario adivinar. En fin, que cada uno es libre para darle el sentido que le parece. Así el temor res-petuoso de los unos, y el desprecio impío de los otros, han producido por buena consecuencia un mismo efecto natural, esto es, renunciar enteramente al estudio de la Escritura, lo que en nuestros días parece que ha llegado a lo sumo.

Todo esto que acabo de apuntar, aunque en general y en confuso, me persuado que os parecerá duro e insufrible, mucho más en la boca

1 FLEURI, Discurso 5 sobre la historia eclesiástica. 2 Lc. 11, 52.

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o pluma de un mísero judío. Vuestro enfado deberá crecer al paso que fuéremos descendiendo al examen de aquellas cosas particulares, tam-poco examinadas, aunque generalmente recibidas; pues en estas cosas particulares de que voy a tratar, pienso, señor, apartarme del común sentir, o de la inteligencia común de los expositores, y en tal cual cosa también de los teólogos. Esta declaración precisa y formal que os hago desde ahora, y que en adelante habéis de ver cumplida con toda pleni-tud, me hace naturalmente temer el primer ímpetu de vuestra indigna-ción, y me obliga a buscar algún reparo contra la tempestad, digo con-tra la censura fuerte y dura, que ya me parece oigo antes de tiempo.

Paréceme una cosa naturalísima, y por eso muy excusable, que aun antes de haberme oído suficientemente, aun antes de poder tener ple-no conocimiento de causa, y aun sin querer examinar el proceso, me condenéis a lo menos por un temerario y por un audaz; pues me atrevo yo solo, hombrecillo de nada, a contradecir a tantos sabios que, ha-biendo mirado bien las cosas, las establecieron así de común acuerdo. Lejos sea de mí, si acaso no lo está, el pensar que soy algo respecto de tantos y tan grandes hombres. Los venero y me humillo a ellos, como creo que es no sólo razón, sino justicia. Mas esta veneración, este res-peto, esta deferencia, no ignoráis, señor, que tienen sus límites justos y precisos, a los cuales es laudable llegar, mas no el pasar muy adelante. Los doctores mismos no nos piden, ni pueden pedirnos, que se propa-sen estos límites con perjuicio de la verdad; antes nos enseñan con pa-labra y obra todo lo contrario, pues apenas se hallará alguno entre mil que no se aparte en algo del sentimiento de los otros. Digo en algo, porque apartarse en todo, o en la mayor parte, sería cuando menos una extravagancia intolerable.

Yo sólo trato un punto particular, que es la venida del Mesías, que todos esperamos. Y si en las cosas que pertenecen a este punto parti-cular hallo en los doctores algunos defectos, o algunas ideas poco jus-tas, que me parecen de gran consecuencia, ¿qué pensáis, amigo, que deberé hacer? ¿Será delito hallar estos defectos, advertirlos, y tenerlos por tales? ¿Será temeridad y audacia el proponerlo a la consideración de los inteligentes? ¿Será faltar al respeto debido a estos sapientísimos doctores, el decir que, o no los advirtieron por estar repartida su aten-ción en millares de cosas diferentes, o no les fue posible remediarlas en el sistema que seguían? Pues esto es solamente lo que yo digo, o pretendo decir. Si a esto queréis llamar temeridad y audacia, buscad, señor, otras palabras más propias que les cuadren mejor. ¿Qué mara-villa es que una hormiga que nada entre el polvo de la tierra, descubra y se aproveche de algunos granos pequeños, sí, pero preciosos, que se escapan fácilmente a la vista de una águila? ¿Qué maravilla es, ni qué temeridad, ni qué audacia, que un hombre ordinario, aunque sea de la

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24 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ínfima plebe, descubra en un grande edificio dirigido por los más sa-bios arquitectos, descubra, digo, y avise a los interesados que el edifi-cio flaquea y amenaza ruina por alguna parte determinada? No cier-tamente porque el edificio en general no esté bien trabajado según las reglas, sino porque el fundamento sobre que estriba una parte del mis-mo edificio no es igualmente sólido y firme como debía ser.

¿Se podrá muy bien tratar a este hombre de ignorante y grosero? ¿Se podrá reprender de audaz y temerario? ¿Se le podrá decir con irri-sión que piensa saber más que los arquitectos mismos, pues éstos, te-niendo buenos ojos, edificaron sobre aquel fundamento? ¿Y no es ve-rosímil que mirasen primero lo que hacían, etc.? Mas si por desgracia los arquitectos en realidad no examinaron el fundamento por aquella parte, o no lo examinaron con atención; si se fiaron de la pericia de otros más antiguos, y éstos de otros; si en esta buena fe edificaron sin recelo, no mirando otra cosa que a poner una piedra sobre otra; en es-te caso nada imposible, ¿será maravilla que el hombre grosero e igno-rante descubra el defecto, y diga en esto la pura verdad? Con este ejemplo obvio y sencillo deberéis comprender cuanto yo tengo que alegar en mi defensa. Todo se puede reducir a esto solo, ni me parece necesaria otra apología.

Debo solamente advertiros que, como en todo este escrito que os voy a presentar, he de hablar necesariamente, y esto a cada paso, de los intérpretes de la Escritura, o, por hablar con más propiedad, de la in-terpretación que dan a todos aquellos lugares de la Escritura pertene-cientes a mi asunto particular, temo mucho que me sea como inevitable el propasarme tal vez en algunas expresiones o palabras, que puedan parecer poco respetuosas, y aun poco civiles. Las que hallareis en esta forma, yo os suplico, señor, que tengáis la bondad de corregirlas, o sus-tituyendo otras mejores, o si esto no se puede, quitándolas absoluta-mente. Mi intención no puede ser otra que decir clara y sencillamente lo que me parece verdad. Si para decir esta verdad no uso muchas veces de aquella amable discreción, ni de aquella propiedad de palabras que pide la modestia y la equidad, esta falta se deberá atribuir más a pobre-za de palabras que a desprecio o poca estimación de los doctores, o a cualquiera otro efecto menos ordenado. Tan lejos estoy de querer ofen-der en lo más mínimo la memoria venerable de nuestros doctores y maestros, que antes la miro con particular estimación, como que no ig-noro lo que han trabajado en el inmenso campo de las Escrituras, ni tampoco dudo de la bondad y rectitud de sus intenciones. Así mis ex-presiones y palabras, sean las que fueren, no miran de modo alguno a las personas de los doctores, ni a su ingenio, etc.; miran únicamente al sistema que han abrazado. Este sistema es el que pretendo combatir, mostrando con los hechos mismos, y con argumentos los más sencillos

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y perceptibles, que es insuficiente, por sumamente débil, para poder sostener sobre sí un edificio tan vasto, cual es el misterio de Dios que encierran las santas Escrituras; y proponiendo otro sistema, que me parece solo capaz de sostenerlo todo. De este modo han procedido más de un siglo nuestros físicos en el estudio de la naturaleza, y no ignoráis lo que por este medio han adelantado.

Esta obra, o esta carta familiar, que tengo el honor de presentaros, paréceme bien (buscando alguna especie de orden) que vaya dividida en aquellas tres partes principales a que se reduce el trabajo de un la-brador, esto es, preparar, sembrar y recoger. Por tanto, nuestra prime-ra parte comprenderá solamente los preparativos necesarios, y tam-bién los más conducentes, como son allanar el terreno, ararlo, quitar embarazos, remover dificultades, etc. La segunda comprenderá las observaciones, las cuales se pueden llamar con cierta semejanza el grano que se siembra, y que debe naturalmente producir primeramen-te hierba, después espiga, y por último, grano en la espiga 1. En la tercera, en fin, procuraremos recoger todo el fruto que pudiéremos de nuestro trabajo.

Yo bien quisiera presentaros todas estas cosas en aquel orden ad-mirable, y con aquel estilo conciso y claro, que solo es digno del buen gusto de nuestro siglo; mas no ignoráis que ese talento no es concedi-do a todos. Entre la multitud innumerable de escritores que produce cada día el siglo iluminado, no deja de distinguirse fácilmente la no-bleza de la plebe; es decir, los pocos entre los muchos. ¿Qué orden ni qué estilo podéis esperar de un hombre ordinario de plebe, de los po-bres, a quien vos mismo obligáis a escribir? ¿No bastará entender lo que dice, y penetrar al punto cuanto quiere decir? Pues esto es lo único que yo pretendo, y a cuanto puede extenderse mi deseo. Si esto solo consigo, ni a mí me queda otra cosa a que aspirar, ni a vos otra cosa que pedir.

1 Mc. 4, 28.

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Parte Primera

Algunos preparativos necesarios para una

justa observación

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Capítulo 1

De la letra de la sagrada Escritura

PÁRRAFO 1

[1] Todo lo que tengo que deciros, venerado amigo Cristófilo, se re-duce al examen serio y formal de un solo punto, que en la constitución o sistema presente de la Iglesia y del mundo me parece de un sumo inte-rés; es a saber: si las ideas que tenemos de la segunda venida del Me-sías, artículo esencial y fundamental de nuestra religión, son ideas ver-daderas y justas, sacadas fielmente de la Divina Revelación, o no.

[2] Yo comprendo en esta segunda venida del Mesías, no solamen-te su manifestación o su revelación, como la llaman frecuentemente San Pedro y San Pablo, sino también todas las cosas que a ella se or-denan inmediatamente o tienen con ella relación inmediata, así las que deben precederla como las que deben acompañarla, como también todas sus consecuencias. Si no me engañan mis ojos, me parece a mí que veo todas estas cosas con la mayor distinción y claridad en la santa Escritura, y en toda la Escritura. Me parece que las veo todas grandes y magníficas, dignas de la grandeza de Dios y de la persona admirable del hombre Dios. Lejos de hallar dificultad en componer y concordar las unas con las otras, me parece que todas las veo coherentes y con-formes, como que todas son dictadas por un mismo Espíritu de ver-dad, que no puede oponerse a sí mismo. Es verdad que muchas de es-tas cosas no las entiendo; quiero decir, no puedo formar una idea pre-cisa y clara del modo con que deben todas suceder; mas esto, ¿qué im-porta? La sabiduría de Dios, que es ante todas cosas, ¿quién la ras-treó? 1. ¿Soy yo acaso capaz de comprender el modo admirable con que está Cristo en la eucaristía? Con todo eso lo creo, sin entenderlo; y esta creencia fiel y sencilla es la que me vale para hallar en este sacra-mento el sustento y la vida del alma.

[3] Esta reflexión, que sin duda es el mayor y el más sólido consue-lo, la extiendo sin temor alguno a todas cuantas cosas leo en las santas Escrituras. Y lleno de confianza y seguridad, me propongo a mí mismo este simple discurso. Dios es en todo infinito, y yo soy en todo peque-ño; Dios puede hacer con suma facilidad infinito más de lo que yo soy capaz de concebir; luego será un despropósito infinito que yo piense

1 Eclo. 1, 3.

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30 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

poder medirlo por la pequeñez de mis ideas; luego cuando él habla, y yo estoy cierto de que habla, deberé cautivar mi entendimiento y mi razón en obsequio de la fe; luego deberé creer al punto cuanto me di-ce, y esto no del modo con que a mí se me figura, sino precisamente de aquel modo, y con todas aquellas circunstancias, que él se ha dignado revelarme, pueda o no pueda yo comprenderlas; porque mi fe es la que se me pide, no mi inteligencia. Con este discurso, no menos óptimo que sencillo, yo siento, amigo, que se me dilata el corazón, mi fe se avi-va, mi esperanza se fortifica, y siento en suma otros efectos conocida-mente buenos, que no hay para qué decirlos aquí.

[4] Mas como el deseo de entender es naturalísimo al hombre, y muchas veces laudabilísimo, si se contiene en sus justos límites, busco la inteligencia de aquellas cosas que ya creo, y de que sólo hablo, esto es, las pertenecientes a la segunda venida del Mesías, que en lo demás no me meto. Busco, digo, la inteligencia de éstas en los intérpretes de la Escritura. Y ¿qué sucede? Os parecerá increíble, y como el más so-lemne despropósito, lo que voy a decir: Os digo delante de Dios, que no engaño 1, a poco que he registrado los autores sobre los puntos de que hablo, siento desaparecer casi del todo cuanto había leído y creído en las Escrituras, quedando mi entendimiento tan oscurecido, mi co-razón tan frío, y toda el alma tan disgustada, que ha menester mucho tiempo y muchos esfuerzos para volver en sí.

[5] Como esto me sucedía muchas veces, o por decirlo con más propiedad y verdad, siempre que leía los intérpretes sobre los puntos arriba dichos, cansado un día de tanto disgusto, comencé a pensar en-tre mí que sin duda podría ser un trabajo útil el aplicarme todo a un examen atento y prolijo de las explicaciones e inteligencias que hallaba en los intérpretes, confrontándolas una por una con la Escritura mis-ma, digo, con el texto explicado y con todo su contexto, sin espantar-me más de lo que es justo y debido del argumento por autoridad. Esto que leo con mis ojos, decía yo, teniendo en las manos la Biblia sagrada, es cierto y de fe divina. Dios mismo es el que aquí habla, es imposible que Dios falte 2. Lo que leo en otros libros, sean los que sean, ni es de fe, ni lo puede ser; ya porque en ellos habla el hombre, y no Dios; ya porque unos me dicen una cosa, y otros otra, unos explican de una manera, y otros de otra; ya en fin porque me dicen cosas muy distan-tes, muy ajenas, y tal vez muy contrarias a las que me dice clara y ex-presamente la Biblia sagrada. Hallando, pues, entre Dios y el hombre, entre Dios que habla y el hombre que interpreta, una grande diferen-cia y aun contrariedad, ¿a quién de los dos deberé creer? ¿Al hombre dejando a Dios, o a Dios dejando al hombre? Diréis sin duda lo que di-

1 Gal. 1, 20. 2 Heb. 6, 18.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 31

cen y predican frecuentemente los mismos intérpretes, esto es, que debo creer al uno y al otro; a Dios que habla, y al hombre que interpre-ta; es decir, a Dios que habla, mas no en aquel sentido literal, sencillo y claro que muestra la letra, y en que parece que habla, sino en otro sentido recóndito y sublime que el intérprete descubre, y en que expli-ca lo que Dios ha hablado. Y esto so pena de inminente peligro, so pe-na de caer en grandes errores, como ha sucedido, dicen, a tantos here-jes, y a tantos otros que no eran herejes, sino católicos y píos.

[6] Poco a poco, amigo, paremos aquí un momento. ¿Os parece, hablando formalmente, que puede haber algún peligro real en creer con sencillez y fidelidad lo que se lee tan claro en la divina Escritura? Pienso que no os atrevierais a decir tanto de los escritos de San Jeró-nimo, o de algún otro célebre doctor. ¿Peligro en la divina Escritura? ¿Peligro en entenderla y creerla como se entiende y cree a cualquier escritor? ¿Peligro en creer a Dios infinitamente veraz, santo y fiel en todas sus palabras 1, sin pedir primero licencia al hombre escaso y li-mitado? No ignoro el ejemplar tan común y decantado con que se pre-tende probar este peligro, es a saber, que la Escritura divina habla fre-cuentísimamente de Dios como si realmente tuviese ojos, oídos, boca, manos y pies, diestra y siniestra, etc.; todo lo cual dicen no puede en-tenderse literalmente, o según la letra; pues siendo Dios un espíritu puro, nada de esto le puede competer. Mas ¿por qué no le debe com-peter? ¿Por qué no puede entenderse todo esto propísimamente según la letra? ¿Qué error hay en creer y afirmar que Dios tiene realmente ojos, oídos, boca, manos, etc.? Cualquiera que lee la Escritura sabe fá-cilmente por ella misma, si es que no lo sabía de antemano, como lo deben saber todos los Cristianos, que el verdadero Dios a quien adora, es un espíritu puro y simplísimo, sin mezcla alguna de cuerpo o de ma-teria. Si esto sabe, esto solo le basta, aunque sea de tenuísimo ingenio, para concluir al punto y comprender con evidencia que los ojos, oídos, boca y manos que la Escritura divina atribuye a Dios no pueden ser de modo alguno corporales, sino puramente espirituales, del modo que sólo pueden competer a un puro espíritu. Y si esto entiende, si esto cree, ¿no entenderá y creerá una cosa infinitamente verdadera? ¿Có-mo nos ha de hablar Dios para que le entendamos, sino con nuestro lenguaje y con nuestras palabras? ¿Dónde está, pues, en este ejemplar el peligro del sentido literal?

[7] El peligro, amigo, no digo sólo remoto y aparente, sino próximo y real, está por el contrario en creer al hombre que interpreta, cuando éste se aparta de aquel sentido propio, obvio y literal, que muestra la letra con todo su contexto; cuando quita, o disimula, o añade alguna cosa que se oponga, o se aleje, o no se conforme enteramente con el

1 Sal. 144, 13.

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32 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sentido literal. Y si no, decidme: ¿Por qué no admiten, antes condenan como peligrosa, o a lo menos como dura e indigesta, aquella célebre proposición del doctísimo Teodoreto? Este, en la cuestión 39 expli-cando el Génesis, sobre aquellas palabras: Hizo también el Señor Dios a Adán y a su mujer unas túnicas de pieles, y vistiólos 1, para negar, como lo hace, que Dios diese a Adán y a Eva tal vestido de pieles, dice así: No conviene seguir el sentido literal desnudo de la Escritura san-ta como verdadero; sino buscar la sustancia que en él se encierra, porque la misma letra algunas veces dice una falsedad 2. O esta pro-posición no es falsa, ni dura, ni reprensible, o lo son, junto con ella, todas las amenazas que nos hacen, y los miedos que nos meten de pe-ligro y precipicio en el sentido literal de la Escritura.

[8] Observad aquí de paso una cosa bien importante, pues la halla-réis practicada con bastante frecuencia: este sabio obispo de Siro creyó verosímilmente que era buena, cierta y segura aquella opinión, tan común en su tiempo como en el nuestro, y tan sin fundamento ahora como entonces, esto es, que la transgresión de nuestros primeros pa-dres sucedió en el mismo día de su creación; algunos les hacen la gra-cia hasta el día siguiente, y otros se extienden hasta el octavo, cuando más. En esta suposición, le pareció increíble que tan presto hallase Dios pieles verdaderas con qué vestirlos, lo cual sólo podía suceder en una de dos maneras: o criando de nada dichas pieles, o quitándolas a algunos animales. Lo primero no, porque ya había concluido su obra 3. Lo segundo tampoco, porque los animales acabados de criar no habían tenido tiempo para multiplicarse, ni es creíble que pereciese aquella especie a quien le quitó la piel. Luego el vestido que dio Dios a los delincuentes no pudo ser de verdaderas pieles, sino de alguna otra cosa que no se sabe.

[9] Este discurso le pareció a este sabio bueno y concluyente, como les parece a otros que lo siguen. Siendo el discurso bueno y concluyen-te, que está muy lejos de serlo, como que estriba en una cosa falsa, o no cierta suposición, se sigue forzosamente esta disyuntiva: luego o la di-vina Escritura dice una cosa falsa, o la transgresión de nuestros padres no sucedió tan presto como se supone. Esto último no se puede decir, porque es contra la opinión común de los doctores, y esta opinión co-mún es una cosa más sagrada que la Escritura misma; luego que lo pa-gue la Escritura; luego la Escritura divina dice y afirma una cosa falsa. Por tanto, para no oponerse a la opinión común, establézcase resuelta-mente esta regla general: No conviene seguir el sentido literal desnudo de la Escritura santa como verdadero; sino buscar la sustancia que en

1 Gen. 3, 21. 2 TEODORETO, q. 39. 3 Gen. 2, 2.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 33

él se encierra, porque la misma letra algunas veces dice una falsedad. Tengo por cierto que esta regla general, según se presenta, la miraréis, no sólo como falsa, no sólo como dura, no sólo como poco reverente, sino también como peligrosa y perjudicial. No obstante, no dejo de te-mer con gran fundamento que el uso de esta misma regla general os pa-rezca tal vez conveniente, útil y aun necesario en las ocurrencias.

PÁRRAFO 2

[10] Pues ¿no han errado tantos, os oigo replicar, no han caído en el peligro y perecido en él, por haber entendido la Escritura así como suena según la letra? ¿No ha sido para muchos de gravísimo escándalo el sentido literal de la Escritura? Os digo, amigo, resueltamente que no, y otra vez y otras cien veces os digo que no. Los errores que han adoptado tanto, así herejes como no herejes, no han nacido jamás del sentido literal de la Escritura, antes han nacido evidentemente de todo lo contrario, esto es, de haberse apartado de este sentido, de haber en-tendido o pretendido entender otra cosa diversa de lo que muestra la letra, de haber creído o pensado que hay o puede haber algún error en la letra, y con este pensamiento haber quitado o añadido alguna cosa, ya contraria, ya ajena y distante de la misma letra. Leed con atención la historia de las herejías, por cualquier autor de los muchos que han escrito sobre este asunto, y os veréis precisado a confesar que no ha habido una sola originada del sentido obvio y literal de la Escritura; hablo del origen verdadero y real, no pretextado maliciosamente. Ten-go presente el catálogo de las herejías que trae San Agustín hasta su tiempo, en que se comprenden todas, o las más de las que había im-pugnado San Ireneo, y después de él San Epifanio. Y he reflexionado no poco sobre las que han nacido después; lejos de hallar su origen en la letra de la Escritura, lo hallo siempre en todo lo contrario, en no ha-ber querido conformarse con esta letra, o con este sentido literal.

[11] Esta es la razón, como testifica San Agustín en el libro segundo De doctrina cristiana, por la que la santa Iglesia, congregada en el Es-píritu Santo, cuando ha hablado y condenado alguno de estos errores, no ha hecho otra cosa que mirar la letra de la Escritura sobre aquel asunto, esto es, el texto y el contexto tomado todo a la letra, según aquel sentido que ocurre obvia, clara y naturalmente. Ni jamás la Igle-sia ha definido verdad alguna (añado que ni lo ha podido ni lo puede hacer) sacando el texto de su sentido obvio y literal, y pasando su inte-ligencia a otro sentido diverso que se aparte de la letra, y mucho me-nos que se oponga a la letra. ¿Qué más hubieran querido los herejes? Hubieran triunfado irremediablemente.

[12] No solamente la Iglesia Santa, congregada en el Espíritu San-to, sino también todos los antiguos Padres, y todos cuantos doctores

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34 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

han escrito después contra los herejes, han observado siempre, o casi siempre, la misma conducta. Digo casi siempre, porque es innegable que tal vez, con el fervor de la disputa, salieron muy fuera de esta re-gla, y muy fuera de este límite justo y preciso que no puede vadearse 1. Mas entonces es puntualmente cuando nada concluyeron y nada hicie-ron. Esto es visible y claro a cualquiera persona capaz de reflexión, que lea estas disputas o controversias, así antiguas como nuevas. Y la ra-zón misma muestra que así debía entonces, y siempre debe suceder, porque si lo que se impugna es ciertamente error, o es error contra al-guna de aquellas infinitas verdades de que la Escritura divina da tes-timonio claro y manifiesto, o no. Si no, toda la divina Escritura de na-da puede servir para impugnar y destruir aquel error, aunque se amontonen textos a millares, porque ¿cómo se podrá conocer esta verdad contraria a aquel error, sino precisamente por la letra, o por el sentido literal de la Escritura? El decir: Esto se puede, esto significa o se debe entender, no satisface y, por consiguiente, no basta, cuando no se pruebe por otras razones hasta la evidencia, y esta prueba real y formal no es razón que se tome solamente de este o de aquel otro au-tor que así lo pensó, sino de la Escritura misma, o en este lugar, si la letra lo dice claramente, o en otros lugares en que se explica más. De-be, pues, decirse con verdad: Esto dice aquí la divina Escritura; de otra suerte nada se concluye.

[13] Los herejes más corrompidos y más desviados de la verdad pretendieron siempre confirmar sus errores con la Escritura, como si fuese ésta alguna fuente universal de que todos pueden beber a su sa-tisfacción, o como aquel maná de quien dice el Sabio, acomodándose a la voluntad de cada uno, se volvía en lo que cada uno quería 2. Preten-dían, digo, hacer creer que en la Escritura estaban, y que de ella los habían sacado; mas en la realidad los llevaban de antemano, indepen-diente de toda Escritura; y lo más ordinario, los llevaban más en el co-razón que en el entendimiento. Y habiéndolos adoptado, y tal vez sin adoptarlos ni creerlos, iban a la Escritura divina a buscar en ella algu-na confirmación o alguna defensa, sólo por espíritu de malignidad, de emulación, de odio, de independencia y de cisma. Y ¿qué sucedía? Su-cedía, y es bien fácil que suceda así, que o hallaban en la Escritura al-gún texto con tal o cual viso favorable, o ellos mismos le hacían fuerza abierta para que se pusiese de su parte, ya quitando, ya añadiendo, ya separando el texto de todo su contexto, para que dijese por fuerza lo que realmente no decía. Los Maniqueos, por ejemplo, defendían sus dos principios, o dos dioses, uno bueno y otro malo; uno causa de todo el bien que hay en el mundo, otro causa de todos los males, así físicos

1 Ez. 47, 5. 2 Sab. 16, 21.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 35

como morales, que afligen y perturban a los míseros hijos de Adán. Habiendo registrado para esto con sumo cuidado y diligencia toda la divina Escritura, hallaron finalmente aquellas palabras de Cristo: To-do árbol bueno lleva buenos frutos; y el mal árbol lleva malos frutos. No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos 1. El gozo de un hallazgo tan importante debió ser tan grande para estos sabios, apenas racionales, que no les dio lugar para leer otra línea más, que inmediatamente se sigue en grande deshonor de su segundo principio: Todo árbol que no lleva buen fruto, será cor-tado y metido en el fuego 2. Este segundo principio, que podían haber discurrido, siempre hace males, y nunca bienes; luego alguna vez será cortado y metido en el fuego; luego no puede ser ni llamarse Dios, ni principio con propiedad alguna; luego no puede haber más que un so-lo y verdadero Dios, principio y fin de todas las cosas, infinitamente bueno, benéfico, sabio y santo; luego no puede haber otro principio, u otro origen del mal que el mismo hombre, con el mal uso de su libre albedrío, don inestimable que le dio el Criador, para que pudiese me-recer su eterna felicidad; pues no era cosa digna de Dios llevar por fuerza a su reino piedras frías, duras, inertes, sin movimiento y sin vi-da. Todo esto podrían haber concluido aquellos doctores del mismo texto que alegaban, si lo hubieran leído todo con buenos ojos. Mas como estos ojos estaban tan viciados, era consecuencia necesaria que todo se viciase. Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será resplande-ciente; mas si fuere malo, también tu cuerpo será tenebroso 3.

[14] Así se cumplió entonces a la letra en estos herejes, y se ha cum-plido, se cumple y cumplirá siempre lo que dice la misma Escritura: Quien busca la ley, lleno será de ella; y el que obra con hipocresía, tro-pezará con ella 4. Leyendo la Escritura con tan malos ojos, o con inten-ciones tan torcidas, ¿qué maravilla es que, en lugar de la verdad que no buscan, hallen el error y el escándalo que buscan? ¿Qué maravilla es que, hallado lo que buscan para ruina de sí mismos 5, en ello se obsti-nen, como en un hallazgo de suma importancia, para poder defender de algún modo y llevar adelante sus errores? Se les mostraba entonces, y se les muestra hasta ahora su mala fe, en sacar el texto de su contexto, y en darle otro sentido diversísimo y ajenísimo del obvio y literal; pero todo en vano. Su respuesta no fue entonces, ni hasta ahora ha sido otra, que avanzar otro y otros errores, mezclados siempre con calumnias y con injurias. ¿Podremos con todo esto decir que estos y otros errores semejantes han tenido su origen en la letra de la Escritura?

1 Mt. 7, 17-18. 2 Mt. 7, 19. 3 Lc. 11, 34. 4 Eclo. 32, 19. 5 2 Ped. 3, 16.

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36 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[15] Demos un paso más adelante: avanzó Calvino, y algunos otros que le precedieron y le siguieron, que Jesucristo no está real y verda-deramente presente en el sacramento de la Eucaristía. Y como si esto fuese claro y expreso en la Escritura, desafiaban a cualquiera que fuese a la disputa, con tal que no llevase ni usase de otras armas que de la misma Escritura, a quien protestaban un sumo respeto y veneración, con hipocresía hablando mentira 1. Vos o yo, verbigracia, que soy ca-tólico, y tengo suficiente conocimiento de causa, admito de buena ga-na el desafío, y entro a la disputa con la Biblia en la mano; mas antes de abrirla, les pido de gracia que muestren aquel lugar o lugares de la Escritura de donde han sacado esta novedad. La presencia real de Cristo en la Eucaristía, añado, cuenta ya tantos años de posesión, cuantos tiene la Iglesia del mismo Cristo, la cual, como consta de la tradición constante y universal, y también de todas las historias ecle-siásticas, siempre lo ha creído, lo ha enseñado y lo ha practicado. Así lo recibió de los Apóstoles, y así lo halla expreso en las mismas Escri-turas. Yo pues, como todos los católicos, estamos en posesión legítima de esta presencia real; y una posesión legítima inmemorial basta y so-bra para fundar un derecho cierto.

[16] No basta, me responden tumultuosamente: cuando se halla y se produce en juicio algún instrumento o escritura auténtica que prue-ba lo contrario, va por tierra la posesión inmemorial. Bien: muéstrese, pues, digo yo, este instrumento, esta escritura, para ver lo que dice, y en qué términos habla. Por más esfuerzos que hacen, y por más que vuelven y revuelven toda la Biblia, nada producen en realidad, nada muestran, ni pueden mostrar, que destruya, que contradiga, que re-pugne de algún modo a mi posesión y a mi derecho. ¿Dónde está, pues, este lugar de la Escritura santa? ¿De dónde, por tomarlo lite-ralmente, bebieron este error? Por el contrario, yo les muestro, no uno, sino muchos lugares de la misma Escritura, que están claramen-te a mi favor. Les muestro, en primer lugar, los cuatro Evangelistas 2, que lo dicen con toda claridad, cuando hablan de la última cena. San Juan, aunque nada dice en esta ocasión, ocupado enteramente en otros misterios admirables que los otros Evangelistas habían omitido; pero ya lo dejaba dicho y repetido en el capítulo 6 de su Evangelio: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, etc. El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo 3. Les muestro, en fin, la ins-trucción que sobre este punto da el Apóstol San Pablo a la Iglesia de Corinto, y en ella a todas las demás, diciendo que lo que aquí les en-

1 1 Tim. 4, 2. 2 Mt. 26, 27-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 17-20. 3 Jn. 6, 56-57, 51.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 37

seña lo ha recibido inmediatamente del Señor: Porque yo recibí del Señor, etc. 1, y amenazando con el juicio de Dios a los que reciben in-dignamente este sacramento, no haciendo la debida distinción entre el pan ordinario y el cuerpo del Señor: Porque el que come y bebe in-dignamente, etc. 2.

[17] Mostrados todos estos lugares de la Escritura, claros e innega-bles, sólo les pido, o por gracia o por justicia, que no les quiten su pro-pio y natural sentido, que es aquel obvio y literal que muestran las pa-labras; pues esto no es lícito hacer, ni aun con los escritos del mismo Calvino. Si no atreviéndose a negar una petición tan justa, me conce-den el sentido obvio y literal para los textos de que hablamos, con esto solo, sin otra diligencia, tenemos disipado el error; no hay necesidad de pasar a otros argumentos, está concluida la disputa. Mas si mi peti-ción no halla lugar, si se obstinan en negar que la Escritura divina dice lo que ven nuestros ojos; si pretenden que diciendo una cosa, se en-tienda otra, etc., el error irá siempre adelante, y tendremos disputa pa-ra muchos siglos.

[18] Lo que digo de este error en particular, digo generalmente de todos cuantos errores y herejías han perturbado, afligido y escandali-zado la Iglesia. Yo ninguno hallo en la historia y en la serie de diecisie-te siglos, que no haya tenido el mismo principio. Una vez depravado el corazón, es bien fácil que tras él se deprave el entendimiento, y facilí-simo también depravar todas aquellas Escrituras auténticas que pue-den hacer oposición. Esta depravación de las Escrituras, que tan co-mún ha sido en todos tiempos, empezó ya desde el tiempo de los Após-toles, como apunta San Pedro en su segunda epístola al capítulo 3, y dice: Las que adulteran los indoctos e inconstantes, para ruina de sí mismos 3. Y desde entonces hasta ahora, siempre se ha notado en es-tos hombres inestables una de dos cosas, eso es, que o han alterado y corrompido el texto, añadiendo o quitando alguna palabra, o si esto no han podido, a lo menos impunemente se han obstinado no obstante en negar que el texto dice lo mismo que dice, y lo que lee al punto el que sabe leer. ¿Y por qué todos estos esfuerzos, sino por miedo de la letra? ¿Por qué tanto miedo a la letra, sino porque debe caer y desvanecerse infaliblemente su opinión, si se cree y admite lo que dice la letra? Lue-go no es la letra la que los ha hecho errar.

[19] No hablo ahora de aquellos otros inestables que han combati-do otras verdades, las cuales, aunque no constan claramente de la Es-critura, no por eso dejan de serlo; y este es todo su argumento. No constan claramente de la Escritura; luego no son verdades; luego se

1 1 Cor. 11, 23. 2 1 Cor. 11, 29. 3 2 Ped. 3, 16.

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38 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pueden negar y despreciar sin escrúpulo alguno. ¡Pésima consecuen-cia!, se les responde; porque fuera de aquellas infinitas verdades que constan claramente de la Escritura según la letra, hay todavía algunas otras que recibió la Iglesia por la viva voz de sus primeros maestros, los cuales las recibieron del mismo modo por la viva voz del Hijo de Dios ya resucitado, apareciéndose por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios 1, y también por inspiración del Espíritu Santo que en ellos habitaba; las cuales verdades ha conservado siempre fiel y constantemente desde sus principios: siempre las ha creído, las ha en-señado, las ha practicado pública y universalmente en todas partes y en todos tiempos, sin interrupción ni novedad sustancial, como son estas cinco principales: primera, el símbolo de su fe; segunda, los siete sacramentos; tercera, la jerarquía; cuarta, la perpetua virginidad de la Santísima Madre del Mesías; quinta, la Escritura misma, como ahora la tenemos, sin más variedad que la que es indispensable en las ver-siones de una lengua a otra.

[20] Algunas otras verdades señalan los doctores, las cuales o no son tan seguras, o no son tan interesantes, o se pueden reducir a estas cinco, a quienes no se les halla otro principio que los Apóstoles. Así decimos confiadamente con San Ambrosio: Despréciense los argu-mentos cuando se trata de buscar la fe, y calle la dialéctica; porque entonces se cree a la Iglesia y no a los filósofos. Importa, pues, poquí-simo que no se hallen estas verdades en las Escrituras. Basta que no se halle lo contrario clara y expresamente, que en este caso cualquiera tradición dejará de serlo, o por mejor decir quedará convencida de fal-sa tradición. Y basta que la Iglesia las haya siempre creído, siempre enseñado, y siempre practicado. Los que a todo esto no se rindieren, darán una prueba más que suficiente para pensar que todo el mal está en el corazón. Por consiguiente, no queda para ellos otro remedio, si acaso este nombre le puede competir, que aquel terrible y durísimo que ya está registrado en el Evangelio: Y si no oyere a la Iglesia, tenlo como un gentil y un publicano 2.

PÁRRAFO 3

[21] Cuanto a los católicos y píos, que alguna vez erraron, o mucho o poco, decimos casi lo mismo que de los herejes; mas con esta grande y notable diferencia que hace toda su apología: que si en algo erraron alguna vez, su error no fue de corazón, sino de entendimiento, y cuan-do llegaron a conocerlo, lo retractaron al punto con verdad y simplici-dad. Mas si buscamos con mediana atención el verdadero origen de es-

1 Act. 1, 3. 2 Mt. 18, 17.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 39

tos errores, lejos de hallarlo en la letra o sentido literal de la Escritura, lo hallamos siempre o casi siempre en todo lo contrario. Todos los errores que se atribuyen a Orígenes, hombre por otra parte grande y célebre por su sabiduría y santidad de vida, parece cierto que no tuvie-ron otro principio. Siendo joven tuvo la desgracia de entender y prac-ticar en sí mismo un texto del Evangelio, no digo ya según su sentido obvio y literal, que esto es falsísimo, sino en un sentido grosero, ri-dículo, ajeno del espíritu del Evangelio y de la letra misma, que no dice ni aconseja tal cosa. Como esta mala inteligencia le costó cara, empezó desde luego a mirar con otros ojos la Escritura, inclinando siempre su inteligencia, no ya a lo que decía, sino a alguna cosa muy distante, que no decía. Casi cada palabra debía tener otro sentido oculto, que era preciso buscar o adivinar. Y la Escritura en sus manos no era ya otra cosa más que un libro de enigmas.

[22] Alegaba para esto el texto de San Pablo: Porque la letra mata, y el espíritu vivifica 1: el cual entendía del mismo modo, y con la mis-ma grosería como había entendido aquel otro: Hay castrados que a sí mismos se castraron por amor del reino de los cielos 2. Fundado en un principio tan falso, como era que la inteligencia de la letra mata, ¿qué maravilla que errase? Maravilla hubiera sido lo contrario; como lo es que sus errores no fuesen más y mayores de los que se hallan en sus escritos, si acaso son suyos, y no prestados por los infinitos enemi-gos que tuvo, todos los errores que corren en su nombre, que esto no está todavía bien decidido.

[23] Este ejemplar que pongo de Orígenes, lo podéis aplicar sin temor a todos cuantos han errado en la exposición de la Escritura, o contra alguna verdad de la Escritura, que éstos son los errores de que aquí hablamos, sean éstos antiguos o modernos, sean de santos o no lo sean. Si erraron contra alguna verdad de la Escritura, este error parece que no podía nacer sino de dos principios: o porque dejaron el sentido literal de aquel lugar, en cuya inteligencia erraron, o porque lo siguie-ron fielmente, y se acomodaron a él. Si lo primero: luego en esto está el peligro y el precipicio. Si lo segundo: luego no es falsa, sino buena y segura la regla de Teodoreto: La misma letra algunas veces dice una falsedad. Luego no es verdadera, sino falsa y peligrosa, aquella regla primaria y fundamental, que asientan todos los doctores con San Agustín, es a saber: que la Escritura divina se debe entender en su propio y natural sentido, según la letra o según la historia, cuando en ello no se hallase alguna contradicción clara y manifiesta, lo cual está muy lejos de suceder.

1 2 Cor. 3, 6. 2 Mt. 19, 12.

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40 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 4

[24] Pues ¿no es verdadera aquella sentencia del Apóstol y Doctor de las Gentes: La letra mata, y el espíritu vivifica? ¿No es verdad, se-gún esta sentencia, que la Escritura divina, entendida a la letra, mata al pobre simple que la entiende así, mas vivifica al sabio y espiritual que la entiende espiritualmente? Os respondo, señor, con toda corte-sía, que lo que dice San Pablo es una verdad, y una verdad de grande importancia; mas no lo es, sino una falsedad grosera y aun ridícula, la interpretación que acabáis de darle.

[25] La letra de que habla el Apóstol, como puede ver cualquiera que tuviese ojos, no es otra que la ley grabada con letras sobre pie-dras 1, que Dios dio a su pueblo por medio de Moisés. Esta letra, o esta ley escrita, comparada con la ley de gracia, dice el santo que mata. ¿Por qué? No solamente porque mandaba con rigor y con amenazas terribles, ya de muerte, ya de otros castigos y calamidades; no sola-mente porque aquella ley descubrió muchas cosas que de suyo eran pecado, las cuales, aunque habían hasta entonces reinado en el mun-do, no todas se habían imputado, no habiendo ley expresa que las prohibiese, como dice a los Romanos: Mas no era imputado el peca-do, cuando no había ley 2. Mataba, pues, aquella ley, o no vivificaba como lo hace la ley de gracia, porque no dio ni daba espíritu; es decir, que cuando se promulgó en el monte Sinaí, no se dio junto con ella el Espíritu vivificante. No era todavía su tiempo. Lo reservaba Dios para otro tiempo más oportuno, en que el Mesías mismo, concluida la mi-sión de su eterno Padre sobre la redención del mundo, resucitase y fuese glorificado: Porque aún no había sido dado el Espíritu, por cuanto Jesús no había sido aún glorificado 3.

[26] Por el contrario, la ley de gracia, en el día de su promulgación, no se escribió otra vez en tablas de piedra, sino en las tablas del cora-zón 4: no con letras formadas y materiales, sino con el Espíritu vivifi-cante de Dios vivo, que en aquel día se difundió abundantemente por Jesucristo en los corazones simples y puros de los creyentes, dejándo-los iluminados, enseñados y fortalecidos para abrazar aquella ley y cumplirla con toda perfección, no ya por temor como esclavos, sino por amor como hijos de Dios, de que el mismo Espíritu les daba testi-monio y prenda segura: Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, etc. 5.

1 2 Cor. 3, 7. 2 Rom. 5, 13. 3 Rom. 7, 39. 4 2 Cor. 3, 3. 5 Rom. 8, 16.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 1 41

[27] Pues como este espíritu que entonces se dio, no fue una cosa pasajera, limitada a aquel solo día, sino permanente y estable, que se debía dar en todos tiempos, y a todos los creyentes que quisiesen darle lugar, por eso dice el Apóstol que el espíritu de la ley de gracia vivifica; y no vivifica, antes mata, la ley escrita, porque no había en ella tal es-píritu. Esto es lo que sólo dice San Pablo, y esta es en sustancia la ex-plicación que dan a este texto los autores juiciosos, cuando llegan a él. Digo, cuando llegan a él, porque no siempre que lo citan proceden con el mismo juicio. Muchas veces se ve que a la inteligencia literal de un texto claro de la Escritura le dan el nombre de inteligencia según la le-tra que mata, aludiendo sin duda al la letra mata de San Pablo, mas lo entienden en aquel sentido que ni tiene ni puede tener. Leed el libro sobre el espíritu y la letra de San Agustín, y allí hallaréis desde el prin-cipio la censura que merecen los que pretenden defenderse con este texto para dejar el sentido propio de la Escritura, y pasarse a la pura alegoría. La alegoría es buena cuando se usa con moderación y sin per-juicio alguno de la letra, la cual se debe salvar en primer lugar. Asegu-rada ésta, alegorizad cuanto quisiereis, sacad figuras, moralidades, conceptos predicables, etc., que puedan ser de edificación a los que le-yeren, con tal que no se opongan a algún otro lugar de la Escritura, se-gún su propio y natural sentido.

PÁRRAFO 5

[28] No se puede negar que muchas cosas se leen en la Escritura que, tomadas según la letra, y aun estudiando prolijamente todo su contexto, no se entienden. Pero ¿qué mucho que no se entiendan? ¿Os parece preciso y de absoluta necesidad, que todo se entienda y en todos tiempos? Si bien lo miráis, esta ignorancia o esta falta de inteligencia en muchas cosas de la Escritura, máximamente en lo que es profecía, su-cede por una de dos causas: o porque todavía no ha llegado su tiempo, o porque no se acomodan bien, antes se oponen manifiestamente, a aquel sistema o a aquellas ideas que ya habíamos adoptado como buenas. Si para muchas no ha llegado el tiempo de entenderse, ni ser útil la inteli-gencia, ¿cómo las pensamos entender? ¿Cómo hemos de entender aquello de la sabiduría infinita que Dios quiso dejarnos revelado, sí, pe-ro ocultísimo debajo de oscuras metáforas, para que no se entendiese fuera de su tiempo? La inteligencia de estas cosas no depende, señor mío, de nuestro ingenio, de nuestro estudio, ni de la santidad de nues-tra vida; depende solamente de que Dios quiera darnos la llave, de que quiera darnos el espíritu de inteligencia: Porque si el gran Señor qui-siere, le llenará de espíritu de inteligencia 1, y Dios no acostumbra dar sino a su tiempo; mucho menos aquellas cosas que fuera de su tiempo

1 Eclo. 39, 8.

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42 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pudieran hacer más daño que provecho. Los antiguos es innegable que no entendieron muchas cosas que ahora entendemos nosotros, y los venideros entenderán muchas otras que nos parecen ahora ininteligi-bles; porque al fin no se escribieron sino para algún fin determinado, y este fin no pudiera conseguirse si siempre quedasen ocultas. Ocultas estaban, y lo hubieran estado toda la eternidad sin escribirse, ni habría para qué usar esta diligencia inútil e indigna de Dios.

[29] De un modo semejante discurrimos sobre la segunda causa de nuestra falta de inteligencia. Si algunas cosas, y no pocas, de las que leemos en las Escrituras no se acomodan con aquel sistema, o con aquellas ideas que hemos adoptado, antes se les oponen manifiesta-mente, ¿cómo será posible en este caso que las podamos entender? Al paso que el sistema nos parezca único, y nuestras ideas evidentes, a esa mismo paso deberá crecer la oscuridad de aquellas Escrituras que son visiblemente contrarias, y algunas veces contradictorias. Se harán en todos tiempos esfuerzos grandísimos por los mayores ingenios para conciliar estos dos enemigos; mas serán inútiles necesariamente. ¿Por qué razón? Por la misma que acabamos de apuntar. Porque nuestro sis-tema nos parece único, y nuestras ideas evidentes. Y siendo así, todos los esfuerzos que se hicieren no se encaminarán a otro fin que hacer ce-der a las Escrituras para que se acomoden al sistema, quedando éste victorioso sin haber perdido un punto de su puesto. Mas como la ver-dad de Dios es esencialmente inmutable y eterna, incapaz de ceder a todos los esfuerzos de las criaturas, esta misma firmeza inalterable ven-drá a ser, por una consecuencia natural, toda la causa de su oscuridad; como si dijéramos: Este lugar de la Escritura y otros semejantes no se pueden acomodar a nuestro sistema con todos los esfuerzos que se han hecho; luego son lugares oscuros; luego se deben entender en otro sen-tido; luego será preciso buscar otro sentido, el más a propósito para que se acomoden, a lo menos para que no se opongan al sistema.

[30] Este modo de argumentar os parecerá sin duda poco justo; y, no obstante, es increíble el uso que tiene. Y ¿quién sabe, amigo (guar-dad por ahora este secreto hasta que lo veáis por vuestros ojos en toda la segunda parte), quién sabe si aquellas amenazas que nos hacen, de error y peligro en el sentido literal de la Escritura, miran solamente a estas cosas inacomodables al sistema que han adoptado? Estas ame-nazas no se extienden ciertamente a toda la Escritura; pues ellos mis-mos buscan, y admiten en cuanto les es posible, este sentido literal. Conque sólo deben limitarse a algunas cosas particulares. ¿Cuáles son éstas? Son aquéllas puntualmente, y a mi parecer únicamente, cuya observación y examen es el asunto primario de este escrito, pertene-cientes todas a la segunda venida del Señor.

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Capítulo 2

De la autoridad extrínseca sobre la letra de la santa Escritura

PÁRRAFO 1

[31] En la inteligencia y explicación de muchísimos lugares de los Profetas, y casi únicamente en aquellos que de algún modo pertenecen a nuestro asunto principal, es facilísimo notar que los intérpretes de la Escritura, habiendo buscado y seguido por un momento el sentido li-teral, o el que llaman con este nombre, no siéndoles posible llevar muy adelante dicho sentido, se acogen en breve a la pura alegoría, preten-diendo que éste es el sentido a que se dirige especialmente el Espíritu Santo. Si les preguntamos con qué razón, y sobre qué fundamento nos aseguran que aquél es el sentido literal, no obstante que a los dos o tres pasos se ven precisados a dejarlo, y que aquel otro alegórico o fi-gurado es el que intenta especialmente el Espíritu Santo, etc., nos re-miten por toda respuesta a la autoridad puramente extrínseca, esto es, que otros antiguos doctores los entendieron y explicaron así. Este ar-gumento tomado de la autoridad, que en otros asuntos de dogma y de moral puede y debe mirarse como bueno y legítimo, en el asunto de que hablamos no parece tan justo. Así como sin agraviar a los doctores más modernos, les podemos pedir razón de su inteligencia, cuando és-ta no se conforma con la letra del texto; así del mismo modo podemos pedirla a los antiguos, porque al fin la autoridad de éstos, por grande y respetable que sea, no puede fundarse sobre sí misma. Este es un pri-vilegio muy grande, que únicamente pertenece a Dios. Debe, pues, fundarse esta autoridad, o en la Escritura misma, si ésta lo dice clara-mente, o en la tradición universal, inmemorial, cierta, constante, o en alguna decisión de la Iglesia congregada en el Espíritu Santo, o final-mente en alguna buena y sólida razón.

[32] Todo esto en sustancia es lo que decía San Agustín a San Je-rónimo en aquella célebre disputa epistolar que tuvieron estos dos grandes doctores sobre la verdadera inteligencia del capítulo 2 de la epístola de San Pablo a los Gálatas. Las razones que producía San Agustín, y con que impugnaba el sentimiento de San Jerónimo, pare-cían clarísimas y eficacísimas, tanto que el mismo San Jerónimo, no hallando modo de eludir su fuerza, antes confesándola tácitamente, se

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44 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

acogió por último recurso a la autoridad extrínseca, alegando en su fa-vor la autoridad de San Juan Crisóstomo, de Orígenes, y de algunos otros Padres griegos que habían sido de su misma opinión; a lo cual responde San Agustín con estas palabras, dignas de toda considera-ción: Te confieso que el estimar infalible a un escritor es un honor que aprendí a tributarle solamente a los libros llamados canónicos; pero si en otros escritos hallo algo que me parezca contrario a la verdad, sin embarazo digo, o que el códice está errado, o que el intérprete no penetró el sentido, o que yo no he podido entenderlo. Sea cual fuere la santidad y doctrina de los autores, siempre los leo bajo el concepto de no creer que sea verdadero lo que dicen porque ellos así lo juzgan, sino porque me lo persuaden o con la autoridad de algún texto canó-nico, o con alguna razón de peso 1.

[33] El mismo santo doctor, para no negarse a sí mismo, protesta en otro lugar que él no quiere que se haga otra cosa con sus escritos, sino lo que él mismo hace con los escritos de otros doctores, esto es, tomar lo que le parece conforme a la verdad, y dejar o impugnar lo que le parece contrario o ajeno de la misma verdad. Porque las disputas de los hombres, por católicos y respetables que sean, no merecen la mis-ma fe que los Escritos canónicos, de manera que no podamos, salvo el honor que les es debido, apartarnos o impugnar sus sentencias, siem-pre que viéremos en ellas algo que contradiga a la verdad, que con el auxilio divino nosotros u otros hubiéremos alcanzado. Esta es mi conducta con los escritos ajenos, y ésta es la que quiero se observe con los míos 2.

[34] Pues como en las cosas particulares que vamos a tratar, la au-toridad extrínseca es el único enemigo que tenemos que temer, y el que casi a cada paso nos ha de hacer la más terrible oposición, parece conveniente, y aun necesario, decir alguna palabra sobre esta autori-dad, dejando desde ahora presupuesto y asentado lo que hay de cierto y seguro en el asunto. La autoridad de los antiguos Padres de la Iglesia es sin duda de sumo peso, y debemos no sólo respetarla, sino rendir-nos a ella enteramente; no a ciegas, ni en todos los casos posibles, sino en ciertos casos, y con ciertas precauciones y limitaciones que enseñan los teólogos, y que practican ellos mismos frecuentemente. Ved aquí una proposición general en que todos convienen. Cuando todos, o casi todos los Padres de la Iglesia, concurren unánimemente en la expli-cación o inteligencia de algún lugar de la Escritura, este consenti-miento unánime hace un argumento teológico, y algunas veces de fe, de que aquélla y no otra es la verdadera inteligencia de aquel lugar de la Escritura.

1 SAN AGUSTÍN, Ep. 82 ad Hieron., nº 3. 2 SAN AGUSTÍN, Ep. 148, cap. 4, nº 15.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 2 45

[35] Esta proposición general, cierta y segura, admite no obstante algunas limitaciones, no menos ciertas y seguras, en que del mismo modo convienen los doctores. La primera es que el lugar de la Escritu-ra de que se habla pertenezca inmediatamente a la sustancia de la reli-gión, o a los dogmas universales de la Iglesia, como también a la mo-ral. Esta limitación se lee expresa en el decreto del Concilio de Trento, sesión cuarta, en que manda que ninguno se atreva a interpretar la santa Escritura, haciéndole violencia para traerla a su propia opinión, en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres, que miran a la pro-pagación de la doctrina cristiana, violentando la sagrada Escritura para apoyar sus dictámenes contra el sentido que le ha dado y da la Santa Madre Iglesia, a la que privativamente toca determinar el ver-dadero sentido e interpretación de las sagradas Letras; ni tampoco contra el unánime consentimiento de los Santos Padres 1.

[36] Segunda limitación: que aquella explicación o inteligencia que dan al lugar de la Escritura, la den todos o los más unánimemente, no como una mera sospecha o conjetura, sino como una verdad de fe. Tercera limitación: que aquel punto de que se habla, lo hayan tratado todos o los más de los Padres, no de paso y sólo por incidencia en al-gún sermón u homilía, sino de propósito determinado, probando, afir-mando y resolviendo que aquello que dicen es una verdad, y lo contra-rio un error. Algunas otras limitaciones ponen los doctores, que no hay para qué apuntarlas aquí. Para nuestro propósito bastan estas tres, que son las principales 2.

PÁRRAFO 2

[37] No temáis, amigo, que yo no respete la autoridad de los anti-guos Padres, ni que quiera pasar los límites justos y precisos de esta autoridad. Los puntos que voy a tratar: lo primero, no pertenecen in-mediatamente al dogma ni a la moral. Lo segundo, los antiguos Padres no los trataron de propósito; apenas los trataron de paso, y esto algu-nos pocos, no todos ni los más. Lo tercero, los pocos que tocaron estos puntos, no convinieron en un mismo sentimiento, sino que unos afir-maron, y otros negaron. Esta circunstancia es de sumo interés. Cuarto, en fin: ni los Padres que afirmaron, ni los que negaron, si se exceptúa San Epifanio, de quien hablaremos a su tiempo, trataron de errónea la sentencia contraria. Esta censura es muy moderna y por jueces muy poco competentes. San Jerónimo, que era uno de los que negaban, di-ce expresamente que no por eso condena, ni puede condenar, a los que

1 Dz. 786. 2 MELCHOR CANO, De Locis, lib. 7; PETAVIO, Prolegom. ad Theologiam; POSSEVINO, Apparato Sa-

cro; etc.

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46 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la afirmaban: La que, aunque no sigamos, porque muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan…, reservamos al juicio del Señor 1.

[38] Por todo lo cual parece claro que quedamos en perfecta liber-tad para seguir a unos y dejar a otros; para seguir, digo, aquella opinión que, miradas todas las razones y pesadas en fiel balanza, nos pareciere más conforme, mejor diré, únicamente conforme a la autoridad intrín-seca, o a todas las santas Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento.

[39] Concluyamos este punto, para mayor confirmación, con las palabras del gran Bossuet. Este sabio y juicioso escritor, en su prefacio a la exposición del Apocalipsis, para allanar el paso al nuevo rumbo que va a seguir, se propone primero algunas dificultades. Entre otras, la primera es la autoridad de los antiguos Padres, y el común sentir de los intérpretes, los cuales han entendido en el Apocalipsis, no las pri-meras persecuciones de los tres primeros siglos de la Iglesia, sino las últimas que deben preceder a la venida del Señor. A esta dificultad responde de este modo, número 13:

[40] Pero los más novicios en la teología saben la resolución de esta primera dificultad. Si fuese necesario para explicar el Apocalip-sis reservarlo todo para el fin del mundo, y tiempos del Anticristo, ¿se hubiera permitido a tantos sabios del siglo pasado entender en la bestia del Apocalipsis, ya al Anticristo en Mahoma, ya otra cosa que Enoc y Elías en los dos testigos del capítulo 11?… El sabio ex-jesuita Luis del Alcázar, que escribió un gran comentario sobre el Apocalip-sis, de donde Grocio tomó muchas de sus ideas, lo hace ver perfecta-mente cumplido hasta el capítulo 20, y se ven los dos testigos sin ha-blar una palabra de Elías ni de Enoc. Cuando le oponen la autoridad de los Padres y de algunos doctores, los cuales con demasiada licen-cia quieren hacer tradiciones y artículos de fe de las conjeturas de al-gunos Padres, responde que otros doctores han sentido de otro modo diverso, y que los Padres también variaron sobre estos asuntos, o so-bre la mayor parte de ellos. Por consiguiente, que no hay ni puede haber en ellos tradición constante y uniforme, así como en otros mu-chos puntos donde los doctores, aun católicos, han pretendido hallar-la. En suma, que éste es un asunto no de dogma, ni de autoridad, sino de pura conjetura. Y todo esto se funda bien en la regla del Concilio de Trento, el cual no establece ni la tradición constante, ni la inviola-ble autoridad de los Santos Padres en la inteligencia de la Escritura, sino en su unánime consentimiento, y esto solamente en materia de fe y costumbres. Todo esto que dice Monseñor Bossuet, recibidlo, amigo, como si yo mismo os lo dijese en respuesta a la única dificultad que tengo contra mí. Entremos en materia.

1 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ.

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Capítulo 3

Se propone el sistema ordinario sobre la segunda venida del Mesías,

y el modo de examinarlo

PÁRRAFO 1

[41] Toda la Escritura divina tiene tanta y tan estrecha conexión con la persona adorable del Mesías, que podemos con verdad decir que toda habla de él, o en figura, o en profecía, o en historia; toda se encamina a él, y toda se termina en él, como en su verdadero e íntimo fin. Nuestros rabinos no dejaron de conocer muy bien esta grande e importante verdad; mas como entre tantas cosas grandes y magníficas que se leen casi a cada paso del Mesías en los Profetas y en los Salmos, encontraban algunas poco agradables, y a su parecer indignas de aque-lla grandeza y majestad, como no quisieron creer fiel y sencillamente lo que leían, y esto porque no podían componer en una misma persona la grandeza de las unas con la pequeñez de las otras; como, en fin, no quisieron distinguir ni admitir en esta misma persona aquellos dos es-tados y tiempos infinitamente diversos, que tan claros están en las Es-crituras, tomaron finalmente un partido, que fue el principio de nues-tra ruina y la raíz de todos nuestros males. Resolvieron, digo, declarar-se por las primeras, y olvidar enteramente las segundas.

[42] En consecuencia de esta imprudente resolución formaron, ca-si sin advertirlo, un sistema general que poco a poco todos fueron abrazando, diciendo los unos lo que habían dicho los otros, y sin más razón que porque los otros lo habían dicho, se aplicaron con grande empeño a acomodar a este sistema, que ya parecía único, todas las profecías, y todas cuantas cosas se dicen en ellas, resueltos a no dar cuartel a alguna, fuese la que fuese, si no se dejaba acomodar. Quiero decir, que aquellas que se hallasen absolutamente inacomodables al sistema, o debían omitirse como inútiles, o lo que parecía más seguro, debía negarse obstinadamente que hablasen del Mesías, pues había otros profetas y justos a quienes, de grado o por fuerza, se podían acomodar. Sistema verdaderamente infeliz y funestísimo, que redujo al fin a todo el pueblo de Dios al estado miserable en que hasta ahora lo vemos, que es la mayor ponderación. Mas dejando estas cosas como ya irremediables, y volviendo a nuestro propósito, entremos desde

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48 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

luego a proponer, y también a examinar atentamente, las ideas que nos dan los doctores cristianos de la venida del mismo Mesías, que to-dos estamos esperando. Dicen, o suponen como una cosa cierta, que estas ideas son tomadas de las santas Escrituras, pero ¿será cierto es-to? Ya que sea cierto en lo general, ¿será también cierto que son fiel-mente tomadas, sin quitar ni añadir, ni disimular cosa alguna, y po-niendo cada pieza en su propio lugar? Así me parece que lo debemos suponer, cautivando nuestros juicios en obsequio de tantos sabios que han edificado sobre este fundamento, suponiéndolo bueno, sólido y firme. Yo también por el presente lo quiero suponer así, sin meterme a negar o disputar antes de tiempo. No obstante, como el asunto se me figura de sumo interés, y por otra parte nadie me lo prohíbe, quiero tener el consuelo de beber el agua en su propia fuente; de ver, digo, to-car y experimentar por mí mismo la conformidad que tienen o pueden tener estas ideas con la Escritura misma, de donde se tomaron, pues es cosa clara que causará mucho mayor placer el ver Roma, por ejem-plo, con sus propios ojos, que verla en relación o en pintura.

PÁRRAFO 2

[43] Todas las cosas generales y particulares que sobre este asunto hallamos en los libros, reducidas a pocas palabras, forman un sistema, cuya sustancia se puede proponer en estos términos: Jesucristo volverá del cielo a la tierra en gloria y majestad, no antes, sino precisamente al fin del mundo, habiendo precedido a su venida todas aquellas señales que se leen en los Evangelios, en los Profetas y en el Apocalipsis. Entre estas señales, será una terribilísima la persecución del Anticristo, por espacio de tres años y medio. Los autores no convienen enteramente en todo lo que pertenece a esta persecución. Unos la ponen inmediata-mente antes de la venida del Señor; otros, y creo que son los más, advir-tiendo en esto un gravísimo inconveniente que puede arruinar todo el sistema, se toman la licencia de poner este gran suceso algún tiempo antes, de modo que dejan un espacio de tiempo, grande o pequeño, de-terminado o indeterminado, entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo. En su lugar veremos las razones que para esto tienen 1.

[44] Poco antes de la venida del Señor, y al salir ya del cielo, suce-derá en la tierra un diluvio universal de fuego, que matará a todos los vivientes, sin dejar uno solo; lo cual concluido, y apagado el fuego, re-sucitará en un momento todo el linaje humano, de modo que cuando el Señor llegue a la tierra, hallará a todos los hijos de Adán, cuantos han sido, son y serán, no solamente resucitados, sino también congregados en el valle de Josafat, que está inmediato a Jerusalén. En este valle, di-

1 Fenómeno 4.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 49

cen, se debe hacer el juicio universal. ¿Por qué? Porque así lo asegura el profeta Joel en el capítulo 3. Y aunque el profeta Joel no habla del juicio universal, como parece claro de todo su contexto, pero así entendieron este lugar algunos antiguos, y así ha corrido hasta ahora sin especial contradicción. No obstan las medidas exactas que han tomado a este valle algunos curiosos, para ver como podrán acomodarse en milla y media de largo con cien pasos de ancho aquellos poquitos de hombres que han de concurrir de todas las partes del mundo y de todos los si-glos, porque al fin se acomodarán como pudieren, y la gente caída e in-feliz, dice un sabio, cabe bien en cualquier lugar por estrecho que sea.

[45] Llegado, pues, el Señor al valle de Josafat, y sentado en un trono de grande majestad, no en tierra, sino en el aire, pero muy cerca de la tierra, y colocados también en el aire todos los justos, según su grado, en forma de anfiteatro, se abrirán los libros de las conciencias, y hecho público todo lo bueno y lo malo de cada uno, justificada en es-to la causa de Dios, dará el Juez la sentencia final, a unos de vida, a otros de muerte eterna. Se ejecutará al punto la sentencia, arrojando al infierno a todos los malos junto con los demonios, y Jesucristo se vol-verá otra vez al cielo, llevándose consigo a todos los buenos.

[46] Esto es, en suma, todo lo que hallamos en los libros; mas si mi-ramos con alguna mediana atención lo que nos dicen y predican todas las Escrituras, es fácil conocer que aquí faltan muchas cosas bien sustan-ciales, y que las que hay, aunque verdaderas en parte, están muy fuera de su legítimo lugar. Si esto es así o no, parece imposible poderlo aclarar y decidir en poco tiempo, porque no sólo se deben producir las pruebas, sino desenredar muchos enredos, y desatar o romper muchos nudos.

PÁRRAFO 3

[47] Todos saben con solos los primeros principios de la luz natu-ral, que el modo más fácil y seguro, diremos mejor, el modo único de conocer la bondad y verdad de un sistema, en cualquier asunto que sea, es ver y experimentar si se explican en él bien todas las cosas par-ticulares que le pertenecen; si se explican, digo, de un modo natural, claro, seguido, verosímil, y si se explican todas, sin que queden algu-nas que se opongan claramente y no puedan reducirse sin violencia al mismo sistema. Pongamos un ejemplo.

[48] Yo quiero saber de cierto si es bueno o no el sistema celeste an-tiguo, que vulgarmente se llama de Tolomeo. No tengo que hacer otra cosa sino ver si se explican bien, de un modo físico, natural, fácil y per-ceptible, todos los movimientos y fenómenos que yo observo clara y distintamente en los cuerpos celestes. Yo observo clara y constante-mente, sin mudanza ni variación alguna, que un planeta, verbigracia

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50 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Marte, aparece a mis ojos sin comparación mayor cuando está en opo-sición con el sol, que cuando está en sus cuadraturas; observo en este mismo planeta que no siempre sigue su carrera natural, sino que algu-nas veces, en determinado tiempo, vuelve atrás caminando un espacio bien considerable en sentido contrario; otras veces, también en deter-minado tiempo, se queda muchos días inmóvil y como clavado en un mismo lugar del cielo; observo con la misma claridad al planeta Venus, unas veces encima del sol, otras debajo entre el sol y la tierra; observo a Júpiter rodeado de otros cuatro planetas, que lo tienen por centro, y por consiguiente, ya están más altos, ya más bajos, ya en un lado, ya en otro, etc. A este modo observo otras cien cosas, bien fáciles de observar, las cuales, aunque ignoro como serán, no por eso puedo dudar que son.

[49] Quiero, pues, explicar éstas y otras cosas semejantes en el sis-tema antiguo de Tolomeo. Pido esta explicación a los filósofos y astró-nomos más celebrados: a los Egipcios, Griegos, Arabes y Latinos. Veo los esfuerzos inútiles que hacen para darles alguna explicación, oigo las suposiciones que procuran establecer, todas arbitrarias, inverosí-miles e increíbles. Contemplo con admiración los excéntricos y los epi-ciclos, a donde se acogen por último refugio. Después de todo, certifi-cado en fin de que en realidad nada explican, de que todo es una con-fusión inaclarable y una algarabía ininteligible, con esto solo quedo en verdadero derecho para pronunciar mi sentencia definitiva, la más justa que en todos los asuntos de pura física se ha dado jamás, dicien-do que el sistema no puede subsistir, que es conocidamente falso, que se debe proscribir y desterrar para siempre de la compañía de los sa-bios, tenga los defensores o patronos que tuviere, sean tantos cuantos sabios han florecido en dos o tres mil años, cítense autoridades a mi-llares de todas las librerías del mundo; yo estoy en derecho de mante-ner mi conclusión, cierto y seguro de que el sistema es falso, que nada explica, y los mismos fenómenos lo destruyen.

[50] Si en lugar de este sistema sale otro, el cual, después de bien examinado y confrontado con los fenómenos celestes, se ve que los ex-plica bien de un modo claro y natural, que satisface a todas las dificul-tades, y esto sin violencia, sin confusión, sin suposiciones arbitrarias, etc., aunque este nuevo sistema no tenga más patrón que su propio au-tor, ni más autoridades que las pruebas que trae consigo, esta sola au-toridad pesará más en una balanza fiel que todos los volúmenes, por gruesos que sean, y que todos los sabios que los escribieron; y cual-quier hombre sensato que llegue a tener suficiente conocimiento de causa, los abandonará al punto a todos con el honor y cortesía que por otros títulos se merecen, admitiendo de buena fe la excusa justa y ra-cional de que al fin, en su tiempo, no había otro sistema, y así trabaja-ron sobre él, en la suposición de su bondad. No olvidéis, amigo, esta especie de parábola.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 3 51

PÁRRAFO 4

[51] Sin apartarnos mucho de aquella propiedad que pide una se-mejanza, podemos considerar a toda la Biblia sagrada como un cielo grande y hermosísimo, adornado por el Espíritu de Dios con tanta va-riedad y magnificencia, que parece imposible abrir los ojos sin que quede arrebatada la atención. Esta vista primera, así en general y en confuso, excita naturalmente la curiosidad o el deseo de saber qué co-sas son aquellas, qué significan, cómo se entienden, qué conexión o enlace tienen las unas con las otras, y a qué fin determinado se enca-minan todas. Excitada esa curiosidad, lo primero que se ofrece natu-ralmente es ir a buscar en los libros lo que han pensado y enseñado los doctores, cómo han explicado aquellas cosas, y qué luces nos han de-jado para su verdadera y plena inteligencia.

[52] Si después de muchos años de estudio formal en esta especie de libros, si después de haberles pedido una explicación natural y clara de algunos fenómenos particulares que nos parecen de suma impor-tancia, si después de confrontadas estas explicaciones con los fenóme-nos mismos, observados con toda exactitud, no hallamos otra cosa que suposiciones y acomodaciones arbitrarias, y éstas las más veces violen-tas, confusas, inconexas y visiblemente fuera del caso, ¿qué quieren que hagamos, sino buscar otra senda más recta, aunque no sea tan tri-llada; buscar, digo, otro sistema en que las cosas vayan mejor? Esto es lo que voy luego a proponer 1 a vuestra consideración. Acaso me diréis que para proponer otro nuevo sistema, había de haber impugnado el

1 Uno de los mayores sabios (el P. ANTONIO VIEIRA) del siglo pasado, cuyo ingenio, erudición y piedad es bien conocido por sus admirables sermones, intentó hacer lo mismo que yo, aunque por otro rumbo diversísimo. Después de treinta años de meditación y de estudio en toda suerte de escrito-res eclesiásticos, dice él mismo que le sucedió puntualmente lo que a la paloma de Noé, la cual, no ha-biendo hallado dónde poner su pie, se volvió al arca (Gen. 8, 9): no hallando en los intérpretes, en punto de profecías, cosa alguna en que poder asentar el pie con seguridad, pues sólo han explicado la Escritura, prosigue diciendo, en sentidos morales, figurados, acomodaticios, etc.; se vio precisado a volver a la misma Escritura, para buscar en ella el sentido propio y literal en que descantar. Así lo pro-curó hacer en una obra que no concluyó, y que por esto, y tal vez por otras razones, no ha salido a luz. Yo no he leído de esta insigne obra sino un breve extracto, por el cual es fácil comprender así el sis-tema como sus fundamentos. El sistema tiene algunos visos de nuevo, mas en la sustancia me parece el mismo que el antiguo, con tal o cual novedad a mi parecer improbable. Así se ve precitado a supo-ner cosas que debía probar, o recurrir a otros sentidos distantes del literal, y también a citar algunos textos sin hacer mucho caso de su contexto. Su sistema es que la Iglesia presente, a la que llama reg-num Christi in terris, se extenderá en los tiempos futuros por toda la tierra, abarcando dentro de sí a todos los individuos del linaje humano, sin que quede uno solo fuera de ella. En este tiempo feliz, que supone muy anterior al Anticristo, llegará toda la Iglesia con todos sus individuos a un estado tan grande de santidad y perfección, que en ella se podrán verificar plenamente todas las profecías que hablan del reino del Mesías. Por lo cual intitula su obra De regno Christi in terris consummato, que otros llaman Clavis Prophetarum. El sistema queda plenamente destruido con sola la parábola de la cizaña, la cual se ve en el Evangelio siempre mezclada con el trigo, y haciendo siempre daño hasta la siega (Mt. 13, 30). Aunque no pienso seguir este sistema, ni en mucho ni en poco, me ha parecido ci-tarlo aquí, solamente para que se vea lo que sintió un sabio como éste sobre la inteligencia de las pro-fecías que se halla en los intérpretes de la Escritura. En este sentido me conformo con él.

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antiguo en toda forma, y demostrado su insuficiencia. Yo también lo había pensado así; mas después me ha parecido mejor tomar otro ca-mino más corto, y sin comparación menos molesto. Quiero decir: pro-puestos los dos sistemas, y quitados algunos embarazos al segundo, entrar desde luego a la observación de algunos fenómenos particula-res, pidiendo al uno y al otro una observación justa y clara. Así se aho-rrará mucho trabajo, y al mismo tiempo se podrá ver de una sola ojea-da cuál de los dos sistemas es el mejor, o cuál debe ser el único; por-que es cosa clara que aquel sistema será el mejor, que explique mejor los fenómenos; aquél deberá mirarse como único, en donde únicamen-te se pudiesen bien explicar.

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Capítulo 4

Se propone otro nuevo sistema

[53] Antes de proponer este sistema, Cristófilo amigo, deseo en vuestro ánimo un poco de quietud, no sea que os ocasione algún susto repentino, y, sin hacer la debida reflexión, deis voces contra un enemi-go imaginario, haciendo tocar una falsa alarma. El sistema, aunque propuesto y seguido con novedad, no es tan nuevo, como sin duda pensaréis; antes os aseguro formalmente que, en la sustancia, es mu-cho más antiguo que el ordinario, de modo que, cuando éste se empe-zó a hacer común, que fue hacia los fines del siglo cuarto de la Iglesia y principios del quinto, ya el otro contaba más de trescientos años de antigüedad. No obstante, atendiendo a vuestra flaqueza o a vuestra preocupación, no lo propongo de un modo asertivo, sino como una mera hipótesis o suposición. Si ésta es arbitraria o no, lo iremos vien-do más adelante, que por ahora es imposible decirlo. Mas sea como fuere, esto es permitido sin dificultad, aun en sistemas a primera vista los más disparatados; porque en esta permisión se arriesga poco, y se puede avanzar mucho en el descubrimiento de la verdad.

[54] Jesucristo volverá del cielo a la tierra cuando llegue su tiem-po, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder 1. Vendrá acompañado, no solamente de sus ángeles, sino también de sus santos ya resucitados; de aquéllos, digo, que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 2. He aquí, vino el Señor entre millares de sus santos 3. Vendrá no tan de prisa, sino más despacio de lo que se piensa. Vendrá a juzgar no sola-mente a los muertos, sino también y en primer lugar a los vivos. Por consiguiente, este juicio de vivos y muertos no puede ser uno solo, sino dos juicios diversísimos, no solamente en la sustancia y en el mo-do, sino también en el tiempo. De donde se concluye (y esto es lo prin-cipal a que debe atenderse) que debe haber un espacio de tiempo bien considerable entre la venida del Señor que esperamos, y el juicio de los muertos, o resurrección universal.

[55] Este es el sistema. Os parecerá muy general, y no obstante yo no quisiera otra cosa, sino que se me concediese el espacio de tiempo

1 Act. 1, 7. 2 Lc. 20, 35. 3 Jud. 14.

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54 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de que acabo de hablar; con esto solo yo tenía entendidas y explicadas fácilmente todas las profecías. Mas ¿será posible conceder este espacio de tiempo en el sistema de los intérpretes? ¿Y será posible negarlo en el sistema de la Escritura? Esto es lo que principalmente hemos de examinar y disputar en todo este escrito. Vos mismo seréis el juez, y deberéis dar la sentencia definitiva, después de vistos y examinados todos los procesos; que, antes de esta vista y examen, sería injusticia manifiesta contra el derecho sagrado de las gentes.

[56] Y en primer lugar, yo me hago cargo de algunas graves dificul-tades que hay para admitir o dar algún lugar a este sistema, las cuales luego quisierais proponerme. Todo se andará con el favor de Dios, si queréis oírme con bondad, y no condenarme antes de tiempo. Un as-trónomo que quiere observar el cielo, entre otros muchos preparati-vos, debe esperar con paciencia una noche serena, pues cualquiera nube o niebla que enturbie la atmósfera, por poco que sea, impide ab-solutamente una observación exacta y fiel. A este modo, pues, para que nosotros podamos hacer quieta y exactamente nuestras observa-ciones, deberemos esperar con paciencia, no digo ya que se aclare el aire por sí mismo, porque esto sería un esperar eterno, sino esperar que se aclare con nuestro trabajo y diligencia, procurando, en cuanto está de nuestra parte, disipar algunas nubes, que pueden, no sólo in-comodar, sino impedirlo todo. Yo no hago mucho caso de aquellas nu-becillas sin agua que desaparecen al primer soplo; pero me es preciso mirar con atención algunas otras que muestran un semblante terrible con grande apariencia de solidez.

[57] La primera es que el sistema que acabo de proponer tiene gran semejanza, si acaso no es identidad, con el error, o sueño, o fábu-la de los chialistas, que otros llaman chiliastas o milenarios; y siendo así, no merece ser escuchado, ni aun por diversión.

[58] La segunda es que yo pongo la venida del Señor en gloria y ma-jestad mucho tiempo antes de la resurrección universal, y, por otra par-te, digo y afirmo que vendrá con sus millares de santos ya resucitados. De aquí se sigue evidentemente que debo admitir dos resurrecciones: una, de los santos que vienen con Cristo; otra, mucho después, de todo el resto de los hombres. Lo cual es contra el común sentir de todos los teólogos, que tienen por una cosa ciertísima, y por una verdad sin dis-puta, que la resurrección de la carne debe ser una y simultánea, esto es, una sola vez y en todos los hijos de Adán, sin distinción, en un mismo tiempo y momento. Las otras dificultades se verán en su lugar.

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Capítulo 5

Primera dificultad. Los Milenarios. Disertación

[59] Yo no puedo negar, ni me avergüenzo de confesarlo, que en otros tiempos fue ésta una nube tan densa y tan pavorosa para mi pe-queñez, que muchas veces me hizo dejar por un tiempo el estudio de la Escritura santa, y algunas veces resolví dejarlo del todo. Como en la lección de los intérpretes, en especial sobre los Profetas y los Salmos, encontraba frecuentemente en tono decisivo éstas o semejantes expre-siones: Este lugar no se puede entender según la letra, porque fue el error de los Milenarios: ésta fue la herejía de Cerinto, ésta la fábula de los rabinos, etc.; pensaba yo buenamente que este punto estaba de-cidido, y que todo cuanto tuviese alguna relación, grande o pequeña, con Milenarios, fuesen éstos o no lo fuesen, debía mirarse como un pe-ligro cierto de error o de herejía.

[60] Con este miedo y pavor anduve muchos años casi sin atre-verme a abrir la Biblia, a la que por una parte miraba con respeto e in-clinación; y por otra parte me veía tentado fuertemente a mirarla co-mo un libro inútil e insulso, y demás de esto peligroso, que era lo peor. ¡Ah, qué trabajos y angustias tuve que sufrir en estos tiempos! El Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo, me atrevo a decir con San Pablo, sabe que no miento 1. Este sí que era el verdadero error y el verdadero peligro, pensar que Dios mismo, cuyas palabras tienen por principio la verdad, y cuya naturaleza es la bondad 2, podía alguna vez escon-der el veneno dentro del pan que daba a sus hijos; y que, buscando és-tos con simplicidad el pan o sustento del alma, que es la verdad, bus-cando esta verdad en su propia fuente, que es la divina Escritura, po-dían hallar en lugar de pan una piedra, en lugar de pez una serpiente, y en lugar de huevo un escorpión 3.

[61] Esta reflexión, que algunas veces se me ofrecía con gran vive-za, me hizo al fin cobrar un poco de ánimo, y aunque no del todo ase-gurado, comencé un día a pensar que en todo caso sería menos mal culpar al hombre que culpar a Dios; pues como dice San Pablo: Dios es

1 2 Cor. 11, 31. 2 Sal. 118, 60. 3 Lc. 11, 11-12.

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56 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

verdad, y todo hombre falaz, como está escrito 1. Con esto se empezó a renovar en mí cierta sospecha, que siempre había desechado como poco fundada, mas que por entonces me pareció justa. Esta era que los intérpretes de las Escrituras, lo mismo digo a proporción de los teólo-gos y demás escritores eclesiásticos, teniendo la mente repartida en una infinidad de cosas diferentes, no podían tratarlas todas y cada una con aquella madurez y formalidad que tal vez pide alguna de ellas. Por consiguiente, podía muy bien suceder que, en el grave y vastísimo asunto de Milenarios, no fuese error ni fábula todo lo que se honra con este nombre, sino que estuviesen mezcladas muchas verdades de suma importancia con errores claros y groseros. Y, en este caso, sería más conforme a razón separar la verdad de la mentira, y lo precioso de lo vil, que confundirlo todo en una misma pasta, y arrojarla fuera, y echarla a los perros 2, por miedo del error.

[62] Con este pensamiento empecé desde luego a estudiar seria-mente este punto particular, registrando para esto con toda la aten-ción y reflexión de que soy capaz, cuantos autores antiguos y moder-nos me han sido accesibles, y en que he pensado hallar alguna luz; mas confrontándolos siempre con la Escritura misma, como creo debemos hacerlo, esto es, con los Profetas, con los Salmos, con los Evangelios, con San Pablo y con el Apocalipsis. Después de todas las diligencias que me ha sido posible practicar, yo os aseguro, amigo, que hasta aho-ra no he podido hallar otra cosa cierta, sino una grande admiración, y junto con ella un verdadero desengaño.

[63] Para que podamos proceder con algún orden y claridad en un asunto tan grave y al mismo tiempo tan delicado, vamos por partes. Tres puntos principales tenemos que observar aquí; y esta observación la debemos hacer con tanta exactitud y prolijidad, que quedemos per-fectamente enterados en el conocimiento de esta causa, y por consi-guiente en estado de dar una sentencia justa. Lo primero, pues, debe-mos examinar si la Iglesia ha decidido algo, o ha hablado alguna pala-bra sobre el asunto. Este conocimiento nos es necesario, antes de todo, para poder pasar adelante, pues la más mínima duda que sobre esto quedase, era un impedimento gravísimo, que nos debía detener el pa-so. Lo segundo, debemos conocer perfectamente las diferentes clases que ha habido de Milenarios, lo que sobre todos ellos dicen los docto-res, su modo de pensar en impugnarlos, y las razones en que se fundan para condenarlos a todos. Lo tercero, en fin, debemos proponer fiel-mente lo que nos dicen los mismos doctores, y el modo con que procu-ran desembarazarse de aquella grande y terrible dificultad, que fue la que dio ocasión, como también dicen, al error de los Milenarios, esto

1 Rom. 3, 4. 2 Mt. 15, 26.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 57

es, la explicación que dan, o pretenden dar, al capítulo 20 del Apoca-lipsis. Al examen de estos tres puntos se reduce esta disertación.

[64] Pero antes de llegar a lo más inmediato, permitidme, amigo, que os pregunte una cosa que ciertamente ignoro, es a saber, si entre tantos doctores antiguos y modernos que han escrito contra los Mile-narios, tenéis noticia de alguno que haya tratado este punto plena-mente y a fondo. Verosímilmente me citaréis, entre los antiguos, a San Dionisio Alejandrino, a San Epifanio, a San Jerónimo, a San Agustín; y entre los modernos, a Suárez, Belarmino, Cano, Natal Alejandro, Goti, etc. Mas esto sería no reparar ni hacer mucho caso de aquellas pala-bras de que uso: plenamente y a fondo, por las cuales nada menos en-tiendo que una discusión formal y rigurosa de todo el punto, y de todo cuanto el punto comprende, es decir, no solamente de las circunstan-cias puramente accidentales que con el tiempo se han ido agregando a este punto, y que tanto lo han desfigurado, sino de la sustancia de él mismo, sin otras relaciones; haciéndose cargo, digo, de todo lo que hay sobre esto en las Escrituras, explicando estos lugares verdaderamente innumerables de un modo propio, natural y perceptible, y satisfacien-do del mismo modo a las dificultades.

[65] Sólo esto me parece que puede llamarse con propiedad tratar un punto como éste plenamente y a fondo, y de este modo digo que ignoro si lo ha tratado alguno. De otro modo diverso, sé que lo han tra-tado muchos, no sólo los que acabáis de citarme, sino otros innumera-bles doctores de todas clases. Lo tratan, o por mejor decir, lo tocan va-rias veces los expositores, lo tocan muchísimos teólogos (los más de paso, algunos pocos con alguna difusión), lo tocan los que han escrito sobre las herejías, y en fin todos los historiadores eclesiásticos; con to-do esto, me atrevo a decir que ninguno plenamente y a fondo, según el sentido propio de estas palabras. Todos o casi todos convienen en que es una fábula, un delirio, un sueño, un error formal; y esto no sólo en cuanto a los accidentes, o relaciones y circunstancias accidentales (que en esto convengo yo), sino también en cuanto a la sustancia. Mas nin-guno nos dice con distinción y claridad en qué consiste este error; nin-guno nos muestra, como debían hacerlo, alguna verdad clara, cierta y segura, que se oponga y contradiga a la sustancia del reino milenario. Mas de esto hablaremos de propósito, después que hayamos concluido el primer punto de nuestra controversia.

Artículo 1

Examen del primer punto

[66] ¿La Iglesia ha decidido ya este punto? ¿Ha condenado a los Milenarios? ¿Ha hablado sobre este asunto alguna palabra? Esta noti-

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58 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cia, que no hallamos en autores graves y de primera clase, por ejemplo en los citados poco ha, la hallamos no obstante en otros de clase infe-rior, los cuales por el mismo caso que son de clase inferior, ya por su precio intrínseco, ya por su poco volumen, andan en manos de todos, y pueden ocasionar un verdadero escándalo. Entre estos autores, unos citan un concilio y otros otro. Los más nos remiten al Concilio Roma-no, celebrado en tiempo de San Dámaso. Empecemos aquí.

[67] San Dámaso celebró en Roma, no uno solo, sino cuatro conci-lios. ¿En cuál de ellos se decidió el punto de que hablamos? Las actas de estos concilios, en especial de los tres primeros, las tenemos hasta ahora, y se pueden ver en Labbé, en Dumesnil, en Fleuri, etc. El pri-mer concilio de San Dámaso fue el año de 370, y en él se condenó a Ursacio y a Valente, obstinados y peligrosísimos Arrianos. El segundo fue el año de 372, y en él fue depuesto Auxencio de Milán, antecesor de San Ambrosio, y se decidió la consustancialidad del Espíritu Santo. El tercero fue el año de 375, y en él se condenó a Apolinar y Timoteo, su discípulo, no por Milenarios, que de esto no se habla una sola palabra, sino porque enseñaban que Jesucristo no había tenido entendimiento humano, o alma racional humana, sino que la divinidad había suplido la falta del alma. Igualmente, porque enseñaban que el cuerpo de Cris-to era del cielo y, por consiguiente, de naturaleza diversa de la nuestra; que después de la resurrección este cuerpo se había disipado, quedan-do Jesucristo hombre en apariencia, no en realidad. El cuarto concilio fue el año de 382, de cuyas actas no consta absolutamente, como dice Dumesnil, y lo mismo Fleuri. Parece que el asunto principal de este concilio fue decidir quién era el verdadero obispo de Antioquía, si Fla-viano o Paulino, y así se ve que el concilio dirigió su letra sinodal a Paulino, a cuya defensa parece verosímil que viniese a Roma San Je-rónimo, que era presbítero suyo, como ciertamente vino con San Epi-fanio, y se hospedaron ambos en casa de Santa Paula.

[68] Supuestas estas noticias que se hallan en la historia eclesiás-tica, preguntad ahora a aquellos autores de que empezamos a hablar, de dónde sacaron que en el Concilio Romano de San Dámaso se deci-dió el punto general de los Milenarios. Y veréis como no os responden otra cosa, sino que así lo hallaron en otros autores, y éstos en otros, los cuales tal vez lo sacaron finalmente de los anales del cardenal Baronio hacia el año 375. Mas este sabio cardenal, ¿de dónde lo sacó? Si lo sa-có de algún archivo fidedigno, ¿por qué no lo dice claramente? ¿Por qué no lo asegura de cierto, sino sólo como quien sospecha o supone que así sería? Este modo de hablar es cuando menos muy sospechoso.

[69] La verdad es que la noticia es evidentemente falsa por todos sus aspectos. Lo primero, porque no hay instrumento alguno que la compruebe; y una cosa de hecho, y de tanta gravedad, no puede fun-

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 59

darse de modo alguno sobre una sospecha arbitraria, o sobre un puede ser. Lo segundo, porque tenemos un fundamento positivo, y en el asunto presente de sumo peso, para afirmar todo lo contrario, esto es, que San Jerónimo, antimilenario, que muchos años después de San Dámaso escribió sus comentarios sobre Isaías y Jeremías, y como afir-ma el erudito Muratori en su libro Del Paraíso, no pudieron ser menos de veinte, dice expresamente en el prólogo del libro 18 de Isaías, que en este tiempo, esto es, a los principios del siglo quinto, una gran mu-chedumbre de doctores católicos seguía el partido de los Milenarios; y hablando de Apolinar, hereje y milenario, cuyos errores pertenecientes a la persona de Jesucristo acabamos de ver condenados en el tercer concilio de San Dámaso año de 375, dice: A quien no sólo los de su sec-ta, sino también un considerabilísimo número de los nuestros sigue solamente en esta parte 1. Y sobre el capítulo 19 de Jeremías, hablan-do de estas mismas cosas, dice: Opinión que, aunque no sigamos, con todo no podemos reprobar, porque muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan, y cada uno abunde en su sentido, y todas estas co-sas reservamos al juicio del Señor 2. ¿Pensáis que San Jerónimo, des-pués de una condenación expresa de la Iglesia, que acababa de suce-der, era capaz de hablar con esta cortesía e indiferencia, de aquella gran muchedumbre y considerabilísimo número de doctores católicos, de los nuestros, que no se habían sujetado a sus decisiones? Esta refle-xión es del mismo Muratori, y no es pequeña prueba en contrario, pues es confesión de parte.

[70] Otros autores, tal vez advirtiendo lo que acabamos de notar, recurren con la misma oscuridad al Concilio Florentino, celebrado en tiempo de Eugenio IV, año 1439. Mas en este concilio no se halla otra cosa, sino que en él se definió, como punto de fe, que las almas de los justos que salen de este mundo sin reato de culpa, o que se han purifi-cado en el purgatorio, van derechas al cielo a gozar de la visión de Dios, y son verdaderamente felices antes de la resurrección. La opi-nión contraria a esta verdad había sido de muchos doctores católicos, y de muchos de los antiguos Padres, que se pueden ver en Sixto Senen-se, y en el Muratori 3. Ahora, entre los autores de esta sentencia erró-nea había habido algunos Milenarios, y ésta puede ser la razón por la que nos remiten al Concilio Florentino; como si el ser milenario fuese inseparable de aquel error. ¿Qué conexión tiene lo uno con lo otro? El Concilio Lateranense IV es otro de los citados; y no falta quien se atre-va a citar también al Tridentino, y todo ello sin decir en qué sesión, ni en qué canon, ni cosa alguna determinada. ¿Por qué os parece será es-

1 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam. 2 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ. 3 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanctor., lib. 6, ann. 345; y MURATORI, Lib. de Par.

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ta omisión? Si la Iglesia en algún concilio hubiese hablado alguna pa-labra en el asunto, ¿dejarían de copiarla con toda puntualidad? Y en este caso, ¿lo ignorarán aquellos autores graves y eruditos que han es-crito contra los Milenarios? Y no ignorándolo, ¿pudieran disimularlo? Esta sola reflexión nos basta y sobra para quedar enteramente persua-didos de la falsedad de la noticia, menos injuriosa respecto de los Mi-lenarios que respecto de la Iglesia misma. ¡Oh, cuán lejos está el Espí-ritu Santo, que habla por boca de la Iglesia, de condenar al mismo Es-píritu Santo, que habló por sus Profetas! 1. Los autores particulares podrán muy bien unirse entre sí, y fulminar anatemas contra alguna cosa clara y expresa en las Escrituras que no se acomode con sus ideas; mas la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, no hará tal, ni lo ha hecho jamás, ni es posible que lo haga, porque no es posible que el Es-píritu Santo deje de asistirla.

[71] Nos queda todavía otro concilio que examinar, el cual, según pretenden, condenó expresamente el reino milenario, no sólo en cuan-to a los accidentes, sino también en cuanto a la sustancia, y por consi-guiente a todos los Milenarios sin distinción. Este es el primero de Constantinopla, y segundo ecuménico, en el que se añadieron estas palabras al símbolo Niceno: Cuyo reino no tendrá fin. Lo que supues-to, argumentan así: la Iglesia ha definido que cuando el Señor venga del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, su reino no tendrá fin: Y segunda vez vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos: cuyo reino no tendrá fin 2. Es así que los Milenarios le ponen fin, pues dicen que durará mil años, sea éste un tiempo determinado o indeterminado; luego la Iglesia ha definido que es falsa y errónea la opinión de los Mi-lenarios, y por consiguiente su reino milenario.

[72] Sin recurrir al concilio de Constantinopla, que no habla pala-bra de los Milenarios, y que sólo añadió aquellas palabras a fin de aclarar más una verdad que no estaba expresa en el símbolo niceno, pudieran formar el mismo argumento con solo abrir la Biblia sagrada: pues ésta es una de aquellas verdades de que da testimonio claro, así el Nuevo como el Antiguo Testamento, y que no ha ignorado el más rudo de los Milenarios. Mas los que proponen este argumento en tono tan decisivo, con esto solo dan a entender que han mirado este punto muy de prisa, y por la superficie solamente. Si algún milenario hubiese di-cho que, concluidos los mil años, se acabaría con ellos el reino del Me-sías, en este caso el argumento sería terrible e indisoluble; mas si nin-guno lo ha dicho ni soñado, ¿a quién convencerá? Se convencerá a sí mismo, a lo menos de importuno, como quien da golpes al aire 3. No

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO. 2 Ibíd. 3 1 Cor. 9, 26.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 61

obstante, para quitar al argumento toda su apariencia, y el equívoco en que se funda, se responde en breve que el reino del Mesías, considera-do en sí mismo, sin otra relación extrínseca, no puede tener fin: es tan eterno como el Rey mismo; mas considerado solamente como reino milenario, es decir, como reino sobre los vivos y viadores, que todavía no han pasado por la muerte, en este solo aspecto es preciso que tenga fin. ¿Por qué? Porque esos vivos y viadores sobre quienes ha de reinar, y a quienes como Rey ha de juzgar, han de morir todos alguna vez, sin quedar uno solo que no haya pasado por la muerte. Llegado el caso de que todos mueran, como infaliblemente debe llegar, es claro que ya no podrá haber reino sobre los vivos y viadores, porque ya no los hay: luego el reino en este aspecto solo tuvo fin, mas no por eso se podrá decir que el reino tuvo fin y se acabó; pues siguiéndose inmediatamen-te la resurrección universal, el reino deberá seguir sobre todos los muertos ya resucitados, y esto eternamente y sin fin. Esto es en sus-tancia lo que dijeron los Milenarios, y lo que dicen las Escrituras, co-mo iremos observando. Si alguno, o los más de éstos, se propasaron en los accidentes, si añadieron algunas circunstancias que no constan en la Escritura, o que de algún modo se le oponen, yo soy el primero en reprobar esta conducta. Mas para dar una sentencia justa, para saber qué cosas han dicho dignas de reprensión, y qué cosas realmente no lo son, es necesario entrar en un examen prolijo de toda esta causa.

Artículo 2

Diversas clases de Milenarios, y la conducta de sus impugnadores

PÁRRAFO 1

[73] Una cosa me parece muy mal, generalmente hablando, en los que impugnan a los Milenarios, es a saber, que habiendo impugnado a algunos de éstos, y convencido de error en las cosas particulares que añadieron de suyo, o ajenas de la Escritura, o claramente contra la Es-critura, queden con solo esto como dueños del campo, y pretendan luego, o directa o indirectamente, combatir y destruir enteramente la sustancia del reino milenario, que está tan claro y expreso en la Escri-tura misma. La pretensión es ciertamente singular. No obstante, se les puede hacer esta pregunta: estas cosas particulares, que con tanta ra-zón impugnan y convencen de fábula y error, ¿las dijeron acaso todos los Milenarios? Y aun permitido por un momento que todos las dije-sen, ¿son acaso inseparables de la sustancia del reino de que habla la Escritura? Este examen serio y formal me parece que debía preceder a

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62 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la impugnación, para poder seguramente arrancar la cizaña sin perjui-cio del trigo; mas las impugnaciones mismas, aun las más difusas, muestran claramente todo lo contrario.

[74] Parece cierto e innegable que los autores que tratan este pun-to confunden demasiado (si no en la proposición, a lo menos en la im-pugnación), confunden, digo, demasiado los errores de los antiguos herejes, las ideas groseras de los Judíos, y las fábulas de los judaizan-tes, con lo que pensaron y dijeron muchos doctores católicos y píos, entre ellos algunos Santos Padres de primera clase, y también, lo que es más extraño, con lo que clara y distintamente dicen las Escrituras. Así confundido todo, y reducido por fuerza a una misma causa, es ya facilísima la impugnación; entonces se descarga seguramente la cen-sura sobre todo el conjunto; entonces se alegan textos claros del Evan-gelio y de San Pablo que contradicen y condenan expresamente todo aquel conjunto, que aunque compuesto de materias tan diversas, ya no parece sino un solo supuesto; entonces, en fin, se alza la voz, y se toca al arma contra aquellos errores. Pero ¿qué errores? ¿Los que enseña-ron los herejes, o algunos de ellos los más ignorantes y carnales? Sí. ¿Los que enseñaron los rabinos judíos, y después de ellos algunos ju-daizantes? También. Y si los católicos píos, llamados Milenarios, no enseñaron ni admitieron tales errores, antes los condenaron y abomi-naron, ¿deberán no obstante quedar comprendidos en el mismo ana-tema? Y si la Escritura divina, cuando habla del reino del Mesías aquí en la tierra (como ciertamente habla, y con suma frecuencia), no mez-cla tales despropósitos, ¿deberá con todo esto violentarse, y sacarse por fuerza de su propio y natural sentido? Dura cosa parece, mas en la práctica así es. Esta es una cosa de hecho, que no ha menester ni dis-curso ni ingenio: basta leer y reparar.

[75] En efecto, hallamos notados en las impugnaciones a San Jus-tino y a San Ireneo, mártires, Padres y columnas del segundo siglo de la Iglesia, como caídos miserablemente, no obstante su doctrina y san-tidad de vida, en el error de los Milenarios. Hallamos a San Papías mártir, obispo de Hierápolis, en Frigia, no sólo notado como milena-rio, sino como el patriarca y fundador de este error, de quien dicen, sin razón alguna, que lo tomaron los otros, y él lo tomó de su maestro San Juan apóstol, a quien conoció, y con quien trató y habló; por haber en-tendido mal, prosiguen diciendo, o por haber entendido demasiado li-teralmente sus palabras. Hallamos notados a San Victorino Pictavien-se mártir, a Severo Sulpicio, Tertuliano, Lactancio, Quinto Julio Hila-rión, según refiere Suárez. Y pudiera notar en general a muchos Grie-gos y Latinos, cuyos escritos no nos quedan, pues como testifica San Jerónimo: Esta opinión muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan; a quienes llama en otra parte considerabilísimo número. Y

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 63

como dice Lactancio, ésta es, hasta los fines del cuarto siglo, la opinión común de los Cristianos: Esta doctrina de los santos, de los Padres, de los profetas, es a la que seguimos los Cristianos 1.

[76] Para saber lo que pensaban estos muchos varones eclesiásti-cos y mártires sobre el reino del Mesías, no tenemos gran necesidad de leer sus escritos, aunque no dejarían de aprovecharnos si hubiesen llegado a nuestras manos. Los pocos que nos han quedado, es a saber, de San Justino, San Ireneo, Lactancio, y un corto pasaje de Tertulia-no 2 (pues el libro sobre la esperanza de los fieles, en que trataba el asunto de propósito, se ha perdido), estos pocos, vuelvo a decir, nos bastan para hacer juicio de los otros; pues si eran católicos y píos, si eran hombres espirituales y no carnales, como debemos suponer, pa-rece suficiente que hablasen en el asunto como hablaron estos cuatro, y que estuviesen tan lejos como ellos de los errores y despropósitos en que los quieren comprender. Esta es la inadvertencia de tantos autores de todas clases, quienes, sin querer examinar la causa que ya suponen examinada por otros, dan la sentencia general contra todo el conjunto, con peligro de envolver a los inocentes con los culpados, y de matar al justo y al impío 3.

[77] San Justino, milenario, impugna con tanta vehemencia los errores de los Milenarios, que no duda decir a los Judíos, con quienes habla, que no piensen son Cristianos los que creen y enseñan aquellas fábulas, ni ellos los tengan por Cristianos, aunque los vean cubiertos con este nombre, que tanto deshonran; pues, fuera de sus malas cos-tumbres, enseñan cosas indignas de Dios, ajenas de la Escritura, que ellos mismos han inventado, y aun opuestas a la misma Escritura; y los trata, con razón, de hombres mundanos y carnales, que sólo gustan de las cosas de la carne 4. Casi en el mismo tono habla San Ireneo; y es fácil ver en todo su libro 5 Contra las herejías, donde toca este punto, cuán lejos estaba de admitir en el reino de Cristo cosa alguna que olie-se a carne o sangre; pues todo este libro parece puro espíritu bebido en las epístolas de San Pablo y en el Evangelio. San Victorino, milenario, se explica del mismo modo contra los Milenarios, por estas palabras que trae Sixto Senense: Luego no debemos dar oído a los que, confor-mados con el hereje Cerinto, establecen el reino milenario en cosas terrenas 5. Pues ¿qué Milenarios son éstos que pelean unos con otros, y sobre qué es este pleito? A esta pregunta, que es muy juiciosa, voy a responder con brevedad.

1 LACTANCIO, Div. inst., lib. 7, cap. 26. 2 TERTULIANO, Adv. Marcion., lib. 3, cap. 24. 3 Gen. 18, 23. 4 SAN JUSTINO, Dialog. cont. Triph., v. fin. 5 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanct., lib. 6, ann. 347.

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64 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 2

[78] Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada uno lo que es propio suyo, sin lo cual parece imposible, no digo enten-der la Escritura divina, pero ni aun mirarla; porque estas tres clases, juntas y mezcladas entre sí, como se hallan comúnmente en las im-pugnaciones, forman aquel velo denso y oscuro que la tiene cubierta e inaccesible. En la primera clase entran los herejes, y sólo ellos deben entrar enteramente, separados de los otros. No digo por esto que de-ben entrar en esta clase todos los herejes que fueron Milenarios: esto fuera hacer a muchos una grave injuria, y levantarles un falso testimo-nio, pues nos consta que hablaron en el asunto con la misma decencia que hablaron los católicos más santos y más espirituales. Buen testigo de esto puede ser aquel célebre Apolinar, que respondió en dos volú-menes al libro de San Dionisio Alejandrino contra Nepos, y como con-fiesa San Jerónimo, fue aprobado y seguido, en este punto solo, de una gran muchedumbre de católicos que, por otra parte, lo reconocieron por hereje y detestaban sus errores: A quien (esto es a San Dionisio) responde en dos volúmenes Apolinar, que no solamente sus discípu-los, sino otros muchos de los nuestros, lo siguen en esta parte 1. Es de creer que los católicos que siguieron a Apolinar como milenario, no lo siguiesen ciegamente en todas las cosas que decía, pues entre ellas hay algunas falsas y erróneas, como después veremos; sino que lo siguie-sen precisamente en la sustancia, sin aquellos errores. Mas sea de esto lo que fuese, ésta es una prueba bien sensible de que ni Apolinar, ni los de su secta, eran tan ignorantes y carnales que se acomodasen bien con las ideas groseras e indecentes de otros herejes más antiguos; de estos, pues, deberemos hablar separadamente.

[79] Eusebio y San Epifanio 2 nombran a Cerinto como al inventor de estas groserías. Como este heresiarca era dado a la gula y a los pla-ceres, ponía en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así, enseñaba a sus discípulos, dignos sin duda de un tal maestro, que des-pués de la resurrección, antes de subir al cielo, habría mil años de des-canso, en los cuales se daría a los que lo hubiesen merecido aquel ciento por uno del Evangelio. En este tiempo, pues, tendrían todos licencia sin límite alguno, para todas las cosas pertenecientes a los sentidos. Por lo cual todo sería holganza y regocijo continuo entre los santos, todo con-vites magníficos, todo fiestas, músicas, festines, teatros, etc. Y lo que parecía más importante, cada uno sería dueño de un serrallo entero como un sultán: Y él mismo era arrastrado por el deseo vehemente de estas cosas, y siguiendo los incentivos de la carne, soñaba que en ellos

1 SAN JERÓNIMO, Lib. 18 super Isaiam. 2 EUSEBIO, Lib. 3 Hist.; y SAN EPIFANIO, Hæresi 28.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 65

consistía la bienaventuranza 1. ¿Qué os parece, amigo, de estas ideas? ¿Os parece verosímil ni posible que los santos que se llaman Milena-rios, ni los otros doctores católicos y píos, siguiesen de modo alguno es-te partido; que adoptasen unas groserías tan indignas y tan contrarias al Evangelio? Leed por vuestros ojos los Milenarios que nos quedan, y no hallaréis rastro ni sombra de tales estulticias; conque a lo menos es-ta clase de Milenarios debe quedarse a un lado y no traerse a considera-ción, cuando se trata del reino del Mesías.

[80] En la segunda clase entran, en primer lugar, los doctores ju-díos o rabinos, con todas aquellas ideas miserables y funestas para to-da la nación, que han tenido y tienen todavía de su Mesías, a quien mi-ran y esperan como un gran conquistador, como otro Alejandro, suje-tando a su dominación, con las armas en las manos, todos los pueblos y naciones del orbe, y obligando a todos sus individuos a la observan-cia de la ley de Moisés, y primeramente a la circuncisión, etc. Dije que en esta segunda clase entran los rabinos en primer lugar, para denotar que fuera de ellos hay todavía otros que han entrado, siguiendo sus pi-sadas, o adoptando algunas de sus ideas. Estos son los que se llaman con propiedad Milenarios judaizantes, cuyas cabezas principales fue-ron Nepos, obispo africano, contra quien escribió San Dionisio Alejan-drino sus dos libros sobre las promesas, y Apolinar, contra quien es-cribió San Epifanio en la herejía 77. Estos Milenarios conocieron bien en las Escrituras la sustancia del reino del Mesías; conocieron que su venida del cielo a la tierra, que esperamos todos en gloria y majestad, no había de ser tan de prisa, como se supone comúnmente; conocieron que no tan luego se habían de acabar todos los vivos y viadores, ni tan luego había de suceder la resurrección universal de todo el linaje hu-mano; conocieron que Cristo había de reinar aquí en la tierra, acom-pañado de muchísimos correinantes, esto es, de muchísimos santos y resucitados; conocieron, en fin, que había de reinar en toda la tierra sobre hombres vivos y viadores, que lo habían de creer y reconocer por su legítimo Señor, y se habían de sujetar enteramente a sus leyes, en justicia, en paz, en caridad, en verdad, como parece claro y expreso en las mismas Escrituras. Todo esto conocieron estos doctores; a lo me-nos lo divisaron como de lejos, oscuro y confuso. Si con esto solo se hubieran contentado, ¡oh, cuán difícil cosa hubiera sido el impugnar-los! Todas las Escrituras se hubieran puesto de su parte, y los hubieran rodeado como un muro inexpugnable.

[81] La desgracia fue que no quisieron contenerse en aquellos lími-tes justos que dicta la razón y prescribe la revelación. Añadieron de suyo, o por ignorancia, o por inadvertencia, o por capricho, algunas

1 SAN DIONISIO ALEJANDRINO, Hist., lib. 7, cap. 20.

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66 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

otras cosas particulares que no constan de la revelación, antes se le oponen manifiestamente, diciendo y defendiendo obstinadamente que en aquellos tiempos de que se habla, todos los hombres serían obliga-dos a la ley de la circuncisión, como también a la observancia de la An-tigua Ley y del antiguo culto; mirando todas estas cosas, que fueron, como dice el apóstol, el ayo que nos condujo a Cristo 1, como necesa-rias para la salud. Estas ideas ridículas, más dignas de risa que de im-pugnación, fueron no obstante abrazadas por innumerables secuaces de Nepos y de Apolinar, y ocasionaron, aún dentro de la Iglesia, gran-des disputas y altercaciones, entre las cuales parece que quedó con-fundido y olvidado del todo el asunto principal.

[82] Nos queda la tercera clase de Milenarios, en que entran los católicos y píos, y entre éstos, aquellos santos que quedan citados, y otros muchos de quienes apenas nos ha quedado noticia en general: Pues muchos varones eclesiásticos y mártires son del mismo sentir 2. Por los que nos quedan de esta clase, parece ciertísimo que ni admi-tían los errores indecentes de Cerinto, antes expresamente los detes-taban y abominaban, ni tampoco las fábulas de Nepos y Apolinar, pues nada de esto se halla en sus escritos. Yo he leído a San Justino, San Ireneo y Lactancio, y no hallo vestigio de tales despropósitos. Pues ¿qué es lo que dijeron, y por qué los notan de error? Lo que dijeron fue lo mismo en sustancia que lo que se lee expreso en los Profetas, en los Salmos, y generalmente en toda la Escritura, a quien abrieron con su llave propia y natural. Si me preguntáis ahora qué llave era esta, os respondo al punto resueltamente que es el Apocalipsis de San Juan, en especial los cuatro capítulos últimos, que corren por los más oscuros de todos, y no hay duda que lo son, respecto del sistema ordinario. En-tre estos está el capítulo 20, que ha sido, con cierta semejanza, piedra de tropiezo y piedra de escándalo 3.

[83] Esta llave preciosa e inestimable tuvo la desgracia de caer casi desde el principio en las manos inmundas de tantos herejes, y aun no herejes, pero ignorantes y carnales; y ésta parece la verdadera causa de haber caído con el tiempo en el mayor desprecio y olvido el reino de Jesucristo en su segunda venida, glorioso y duradero, quedando, como margarita preciosa, confundida con el polvo, y escondida en él.

[84] Es verdad que no por eso ha estado del todo invisible: lo han visto y observado bien, aunque algo de lejos por no contaminarse, los que debían abrir ciertas puertas, hasta ahora absolutamente cerradas en la Escritura; mas no atreviéndose a tomarlas en las manos, han porfiado, y porfiarán siempre en vano, pensando abrir aquellas puer-

1 Gal. 3, 24. 2 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam. 3 1 Ped. 2, 8.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 67

tas con violencia o con maña, o con otras llaves extrañas, que no se hi-cieron para ellas. Los Padres y doctores milenarios de que hablamos no tuvieron esas delicadezas; tomaron la llave con fe sencilla y con va-lor intrépido; la limpiaron de aquel lodo e inmundicia que tanto la desfiguraba; y con esta sola diligencia abrieron las puertas con gran facilidad. Esta es toda la culpa.

[85] No obstante, es preciso confesar (pues aquí no pretendemos hacer la apología de estos doctores, ni defender todo lo que dijeron, ni pensamos fundarnos de modo alguno en su autoridad), es innegable, digo, que a lo menos no se explicaron bien, y habiendo abierto las puertas, no abrieron las ventanas; quiero decir, no se detuvieron a mi-rar despacio, y examinar con atención, todas las cosas particulares que había dentro. Pasaron la vista, sobre todo muy de prisa y muy superfi-cialmente, porque tenían otras muchas cosas para aquellos primeros tiempos de mayor importancia que les llamaban toda la atención. Esto mismo observamos en los doctores más graves del cuarto y quinto si-glo, que aunque sapientísimos y elocuentísimos, no siempre se expli-caron en algunos puntos particulares cuanto ahora deseamos y había-mos menester. También es innegable que muchos Milenarios, aun de los católicos y píos, razas poco espirituales abusaron no poco del capí-tulo 20 del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía cosas que no dice la Escritura, y pasando a escribir tratados y libros que más pare-cen novelas, sólo buenas para divertir a ociosos.

[86] Mas al fin esas novelas, esas fábulas, esos errores groseros e indecentes, o de herejes, o de judíos, o de judaizantes, o de católicos ignorantes y carnales, por cuanto se quieran abultar y ponderar, no son del caso. ¿Por qué? Porque ninguna de estas cosas se leen en la Escritura. Nada de esto se lee en los Profetas, ni en los Salmos, ni en el Apocalipsis, de donde se dice que sacaron aquellas novedades. Nada de esto, en fin, dijeron, ni pensaron decir, aquellos santos doctores que vemos notados y confundidos entre los otros con el nombre equívoco de Milenarios. Pues ¿por qué los notan de error? ¿Por qué aseguran en general que cayeron en el error o fábula de los Milenarios? El por qué lo iremos viendo en adelante y poco a poco; pues verlo tan presto y de una vez parece imposible.

PÁRRAFO 3

[87] No penséis, señor, por lo que acabo de decir, que yo también quiera confundir entre la muchedumbre de escritores, aquellos graves y eruditos que han escrito de propósito sobre el asunto. Sé que hay muchos de ellos que hacen una especie de justicia, distinguiendo bien la sentencia de los Padres y varones eclesiásticos, de la sentencia de los herejes y judaizantes. Dije que hacen una especie de justicia, por-

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68 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que la que hacen me parece una justicia nueva y diversa en especie, de todo lo que puede merecer este nombre. Por una parte, veo que los se-pararon con gran razón de toda la otra turba de Milenarios, que les dan por esto el nombre de inocuos o inocentes; mas por otra parte, cuando llegan a la censura y a la sentencia definitiva, entonces ya no se ven separados de los otros, sigo unidos estrechamente para recibir junto con ellos el mismo golpe. La sentencia general comprendida en estas cuatro palabras: error, sueño, delirio, fábula, cae sobre todos sin distinción ni misericordia. Ved aquí un ejemplo, y después de él no de-jaréis de ver otros semejantes.

[88] Sixto Senense, que es autor erudito y juicioso, toca el punto de los Milenarios, y después de haber hablado indiferentemente, dice estas palabras: Hay sin embargo algunos que opinan que una y otra sentencia dista muchísimo entre sí 1. Para probar esto, es a saber, que la sentencia o doctrina de los Milenarios buenos y santos era diversí-sima de la sentencia de los herejes, o tal vez para probar todo lo con-trario, traslada un pasaje entero y bien largo de Lactancio Firmiano (el cual concluido, confiesa ingenuamente que aquella doctrina es muy di-ferente de la de Cerinto y sus secuaces) que todo lo reprueba. Y ¿con qué razones? No lo creyera, si no lo viera por mis ojos. Con las mismas y únicas razones con que se impugnan los herejes. Señal manifiesta de que no hay otras armas. Ved aquí sus palabras: Hasta aquí la senten-cia de Lactancio y otros, la que, aunque diversa del dogma de Cerin-to, contiene, con todo, error ajeno de la doctrina evangélica, que en-seña que después de la resurrección no ha de haber coito alguno de marido y mujer, ningún uso de manjar y bebida, y finalmente ningún deleite de vida carnal. Pues dice el Señor: En la resurrección, ni se casarán, ni serán dados en casamiento. Y según la sentencia de San Pablo, el reino de Dios no es comida ni bebida 2. ¿No hay más impug-nación que ésta de la doctrina de Lactancio, ni de algún otro de aqué-llos que ya hemos mencionado? No, amigo, no hay más, porque aquí se concluye el punto.

[89] Sin duda os parecerá cosa increíble que un autor de juicio, acabando no sólo de leer, sino de copiar un texto entero en que se con-tiene la doctrina, no sólo de Lactancio, sino también de otros que mencionaremos, no halle otra cosa que oponer a esta doctrina, sino los dos textos de San Pablo y del Evangelio, como si éstos destruyesen aquella doctrina o hablasen contra ella. Una de dos: o Lactancio dice que entre los santos resucitados habrá estos casamientos y banquetes, y deleite de la vida carnal (y en este caso su sentencia no será diversa de la de Cerinto, sino una misma), o si no lo dice, toda la impugnación

1 SIXTO SENENSE, Bibl. Sanct., lib. 3, ann. 233. 2 SIXTO SENENSE.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 69

y los textos del Evangelio y de San Pablo, en que solo se funda, serán fuera del caso, serán un cantar fuera del coro, serán un puro embro-llar y no querer hacerse cargo de lo principal del asunto que se trata. Ahora, pues, es cierto que Lactancio, ni indirecta ni directamente, dice tal despropósito, ni en el lugar citado, ni en algún otro; ni Lactancio era algún ignorante, o algún impío, que no supiese, o no creyese, una decisión tan clara del Evangelio. Es cierto del mismo modo que ni San Justino, ni San Ireneo, ni Tertuliano, ni alguno otro de aquéllos a quienes mencionó este autor, han avanzado tal error, ni les ha pasado por el pensamiento… Luego debían buscarse otros argumentos, o de-bía guardarse en el asunto un profundo silencio. La consecuencia pa-rece buena, mas no hay lugar.

[90] Lo que acabo de decir aquí de éste, lo podéis extender sin te-mor alguno a todos cuantos han escrito contra los Milenarios. Yo, a lo menos, ninguno hallo que no siga, o en todo o en gran parte, esta mis-ma conducta. Todos se proponen el fin general de impugnar, destruir y aniquilar un error; mas antes de descargar el gran golpe, distinguen unos Milenarios de otros: los herejes torpes, de los judaizantes; éstos y aquellos, de los inocuos. ¿Para qué? ¿Para condenar a los unos y absol-ver a los otros? Parece que no, porque al fin el gran golpe cae sobre to-dos. Todos deben quedar oprimidos bajo la sentencia general, y la cua-lidad de inocuos solo puede servirles para tener el triste consuelo de morir inocentes. Para justificar de algún modo esta cruel sentencia, ci-tan la autoridad de cuatro Santos Padres muy respetables, esto es, San Dionisio Alejandrino, San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, como si éstos hubieran dado el ejemplo de una conducta tan sin ejemplar. Mas después de vistos y examinados estos cuatro Padres (en quienes se funda toda la autoridad extrínseca, con que nos piensan espantar), nos quedamos con el deseo de saber para qué fin nos remiten a ellos, si para que condenemos los errores de Cerinto, o los de Nepos, o los de Apoli-nar, pues de éstos solos hablan dichos santos, y a éstos solos son a los que impugnaron con muy buenas y sólidas razones. Aunque nos deten-gamos algo más de lo que quisiéramos, se hace preciso aclarar este pun-to, viendo lo que dijeron estos Padres, y también lo que no dijeron.

PÁRRAFO 4

[91] El más antiguo de éstos es San Dionisio Alejandrino, que es-cribió hacia la mitad del tercer siglo. Este santo doctor escribió una obra dividida en dos libros, que intituló De las promesas. En ella im-pugnó, así los errores groseros de Cerinto, como principalmente un li-bro que andaba entonces en manos de todos, cuyo autor era un obispo de Africa llamado Nepos. Mas en esta impugnación, ¿cual fue su asun-to principal o único? ¿Qué es lo que realmente impugnó y convenció

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de falso? Aunque no nos ha quedado ni el libro de Nepos, ni el de San Dionisio, mas por tal cual fragmento de este último, que nos conservó Eusebio en el libro 7 de su historia, capítulo 24, se ve evidentemente que San Dionisio no tuvo en mira otra cosa que los excesos ridículos de Nepos, y sus pretensiones particulares sobre la circuncisión y la ob-servancia de la ley de Moisés, a que se añadían otros errores muy pa-recidos a los de Cerinto. Sus palabras son las siguientes: Mas habién-dose presentado una obra, según algunos, elocuentísima, cuya doc-trina, como tengo dicho, aseguran ser muy recóndita, y que encierra grandes misterios; y habiendo despreciado sus doctores la Ley y los Profetas, depravado los escritos de los Apóstoles, sin querer obedecer al Evangelio; y no dejando que nuestros hermanos (tal vez los más sencillos e ignorantes) discurran sobre la admirable y verdadera-mente divina venida del Señor, de nuestra resurrección, de nuestra unión y compañía que haremos a Dios, y de nuestra semejanza con su naturaleza inmortal, sino que han procurado persuadirles que el reino de Dios nos ofrece unos premios terrenos, cuales solemos espe-rar de los hombres en esta vida; hemos creído de la mayor necesidad apurar todo nuestro esfuerzo contra este hombre llamado Nepos, como si estuviera presente.

[92] Ya conocéis por estas palabras qué es lo que decía Nepos, y lo que San Dionisio se propone para impugnar. Si queréis ahora ver con más claridad toda la sustancia de esta impugnación, y por consiguien-te la sustancia del libro de Nepos, leed a San Jerónimo sobre Isaías, que hablando de San Dionisio dice así: Contra el cual el varón elo-cuentísimo Dionisio, obispo de la Iglesia de Alejandría, escribió un elegante libro burlándose de la fábula de los mil años, de la Jerusalén de oro guarnecida de piedras preciosas en la tierra, de la reparación del templo, de los sacrificios sangrientos, de la observancia del sába-do, de la afrentosa circuncisión, casamientos, partos, educación de los hijos, delicias de los banquetes, servidumbre de todas las nacio-nes, nuevas guerras, ejércitos y triunfos, la matanza de los vencidos y de la muerte de centenares de pecadores, etc. 1.

[93] Si el libro de San Dionisio no contenía otra cosa que la misión e impugnación de todo esto que acabamos de leer, cierto que no hablaba de modo alguno con los Milenarios inocuos, sino con los Judíos o ju-daizantes. Es verdad que aquellas primeras palabras contra el cual, no caen en el texto de San Jerónimo sobre Nepos, pues ni aun siquiera lo nombra, sino sobre San Ireneo, de quien va hablando; mas éste es un equívoco claro y manifiesto, no de San Jerónimo, sino de alguno de sus antiguos copistas; pues nadie ignora, como que es una cosa de hecho,

1 SAN JERÓNIMO, Pref. in lib. 18 super Isaiam.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 71

contra quién escribió San Dionisio, y el mismo santo dice que escribe contra este hermano a quien llamo Nepos. Diréis acaso que lo mismo es escribir contra Nepos que contra San Ireneo, pues ambos fueron mi-lenarios; mas esto sería bueno, si primero se probase que San Ireneo había enseñado y sostenido los mismos despropósitos de Nepos, que son expresamente los que San Dionisio impugna en su libro. Con un equívoco semejante es bien fácil llevar a la horca a un inocente.

[94] El segundo Santo Padre que se cita es San Epifanio, que es-cribió cien años después de San Dionisio Alejandrino. Este santo doc-tor, en su libro Contra las herejías, es cierto que habla dos veces de los Milenarios, y contra ellos. La primera, en la herejía 28, solamente ha-bla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares errores, los con-futa fácilmente con el Evangelio y con San Pablo. La segunda, en la herejía 77, habla de Apolinar y sus secuaces. Y ¿qué es lo que aquí im-pugna? Vedlo claro en sus propias palabras: Porque si de nuevo resu-citamos para circuncidarnos, ¿por qué no anticipamos la circunci-sión? Y ¿qué inteligencia podrá tener la doctrina del Apóstol que di-ce: Si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará nada? También los que os justificáis por la ley habéis caído de la gracia. Igualmente aquella sentencia del Salvador: En la resurrección ni se casarán, ni serán dados en casamiento, sino que serán como ángeles. Todo lo que sigue va en este tono, y no contiene otra cosa. Conque toda la impug-nación va a los judaizantes.

[95] Es verdad, y no se puede disimular, que antes de concluir este punto, el santo da la sentencia general contra todos los Milenarios sin distinción, y todo sin distinción lo condena por herejías, lo cual nota con gran cuidado el padre Suárez, como si fuera alguna decisión ex-presa de la Iglesia 1. Mas ¿quién ignora, dice el padre Calmet sobre el capítulo 20 del Apocalipsis, que San Epifanio llama herejía muchas cosas que en realidad no lo son, sólo porque no eran de su propia opi-nión? Esto mismo notan en San Epifanio otros muchos sabios, que no hay para qué nombrar aquí, siendo esto una cosa tan corriente. Fuera de que si San Epifanio condena por herejía la opinión de los Milena-rios, aun de los inocuos y santos, San Ireneo hace lo mismo respecto de los que siguen la opinión contraria, llamándolos ignorantes y here-jes, de lo cual se queja con razón Natal Alejandro 2. Según esto tene-mos dos Santos Padres, uno del siglo segundo y otro del cuarto, los cuales condenan por herejía dos cosas contradictorias. ¿A cuál de éstos debemos creer? Diréis que en este punto a ninguno, y yo suscribo de buena fe a vuestra sentencia, conformándome en esto con la conducta de San Justino, el cual, aunque buen milenario, no se mete a condenar

1 SUÁREZ, De Incarnat., part. 2, disp. 5, ses. 8. 2 NATAL ALEJANDRO, Hist. eccles., ses. 1, disp. 27.

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72 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a los que no lo eran, antes le dice a Trifón estas palabras llenas de equidad y claridad: No soy tan miserable, oh Trifón, que afirme lo contrario de lo que siento. Te he dicho que así piensan muchos que me siguen; pero también te he significado que otros Cristianos muy piadosos son de diverso parecer.

[96] El tercer Santo Padre que se cita contra todos los Milenarios sin distinción es San Jerónimo. Mas yo no sé por qué citan para esto a San Jerónimo. Este santo doctor, lo primero, jamás habló de propósito sobre el asunto, sino que apenas lo tocó de paso y como por incidencia, ya en este, ya en aquel lugar, y siempre de un modo más historial que discursivo. Lo segundo, jamás explica determinadamente de qué Mi-lenarios habla. Parece tal vez a primera vista que habla de todos sin distinción; mas por su mismo contexto se conoce evidentemente que sólo habla de los secuaces de Cerinto, por ejemplo, cuando dice sobre el prefacio de Isaías: A quienes no envidio, si son tan amantes de lo terreno, que aun en el reino de Dios lo soliciten, y busquen, después de la abundancia de manjares y de toda clase de excesos en la comida y bebida, los deleites consiguientes a la gula 1. ¿A quién sino a Cerinto le puede esto competir? En otra parte dice así: Con ocasión de esta sentencia algunos introducen mil años después de la resurrección, etc. 2. Si esta palabra, después de la resurrección, significa la general resurrección, sólo a Cerinto y sus partidarios puede convenir, pues só-lo a estos se atribuye este despropósito particular. Todos los otros po-nen la resurrección general, no antes, sino después de los mil años. Fuera de que en el mismo lugar explica el santo de qué Milenarios ha-bla, cuando dice: No advirtiendo que si en las demás cosas es muy justa la recompensa, es muy torpe quererla aplicar a las esposas, de manera que se prometan ciento, por una que hayan renunciado 3. Buscad algún milenario fuera de Cerinto, que haya avanzado esta bru-talidad, y ciertamente no lo hallaréis. Luego es claro que San Jerónimo habla aquí solamente de Cerinto.

[97] Finalmente, para que veáis que este santo doctor de ningún modo favorece a los que a todos los Milenarios en general quieren suje-tarlos a una misma sentencia, traed a la memoria lo que notamos en el artículo; esto es, lo que dice sobre el capítulo 19 de Jeremías: Las cuales cosas, aunque no las sigamos, con todo no podemos reprobarlas; por-que muchos varones eclesiásticos y mártires las siguen 4. Si el santo hablara aquí de la opinión de Cerinto, o de las cosas particulares en que erraron tanto, así Nepos como Apolinar, parece claro que no solamente

1 SAN JERÓNIMO, Lib. 18 in Isaiam. 2 SAN JERÓNIMO, Comment. in Matth., cap. 19. 3 Ibíd. 4 SAN JERÓNIMO, In cap. 19 Jeremiæ.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 73

podía, sino que debía condenar todas estas cosas, porque así lo dijeron y lo hicieron San Dionisio y San Epifanio. Conque diciendo, no pode-mos condenar estas cosas, porque así lo dijeron muchos doctores cató-licos, y entre ellos muchos mártires, con esto solo comprendemos bien que por entonces no tenía en mira otros Milenarios sino los católicos y santos; por consiguiente, que éstos no merecían ser comprendidos en la sentencia general. Luego para este punto, que es de lo que hablamos, la autoridad de San Jerónimo nada prueba, y si algo prueba, es todo lo contrario de lo que intentan los que la citan.

[98] El cuarto Santo Padre, en fin, es San Agustín, el cual en el li-bro 20 De la Ciudad de Dios, capítulo 7, habla de los Milenarios, y no los deja del todo hasta el capítulo 10. Con todo eso, podemos decir de San Agustín lo mismo a proporción que hemos dicho de los otros San-tos Padres; esto es, que en todo lo que dice no aparece otra cosa, ni hay de dónde inferirla, que los errores indecentes de Cerinto y de los que le habían seguido. En el capítulo 7 refiere estos errores y propone el lu-gar del Apocalipsis que pudo haberles dado alguna ocasión, y luego añade estas palabras: La cual opinión sería de algún modo tolerable, si se creyera que en aquel reinado solamente gozarán los santos deli-cias espirituales por la presencia del Señor, pues yo también pensé en otro tiempo lo mismo; pero afirmar que los que resuciten se entrega-rán a excesivas viandas carnales, y que es mayor de lo que puede creerse la abundancia y el modo de las bebidas y manjares, a esto no pueden dar asenso sino los mismos hombres carnales, a quienes los espirituales llaman chialistas (o chiliastas), nombre que, trasladado literalmente del griego, significa milenarios 1. Esto es todo cuanto se halla en San Agustín sobre el punto de Milenarios: pues lo que se sigue en este capítulo 7, como en los dos siguientes, se reduce a la explica-ción que el santo procura dar al capítulo 20 del Apocalipsis. Lo exami-naremos más adelante.

[99] Ahora, pues, ¿qué conexión tiene todo esto, con lo que dijeron los doctores milenarios, católicos y santos? Estos también reprobaron, y con mucha mayor acrimonia, lo que reprueba San Agustín. Este san-to doctor dice que la opinión de los Milenarios en general fuera tole-rable, si se admitiesen o creyesen en los santos algunas delicias espi-rituales en la presencia del Señor. Conque si los Milenarios buenos de que hablamos, admitieron y creyeron en los santos ya resucitados, y aun en los viadores, estas delicias espirituales, su opinión sería a lo menos tolerable, y no digna de condenación ni reprensión. Y ¿podréis, amigo, dudar de esto si leéis con vuestros ojos esos pocos Milenarios que nos han quedado? No os cito ahora a San Ireneo ni a San Justino,

1 SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, lib. 20, cap. 7.

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74 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

porque esto sería cosa muy larga; os cito un lugar breve de Tertuliano, en el cual se hallan expresas esas delicias de San Agustín. Porque tam-bién confesamos, dice, que en la tierra se nos ha prometido un reino, anterior al celestial, aunque en otro estado, como que es para mil años después de la resurrección en la Jerusalén que milagrosamente bajará del cielo, a la cual llama el Apóstol nuestra celestial madre, nuestra herencia, esto es decir, que somos habitadores del cielo, y destinados para esa ciudad celestial. Esta fue conocida por Ezequiel, la vio San Juan, y el libro de su Apocalipsis, que creemos ser una nueva profecía, da testimonio de ella, predicando ser la imagen de la ciudad santa que se le ha de revelar. En ésta decimos que se han de recibir los santos en la resurrección, y se han de enriquecer con toda clase de bienes; bienes a la verdad espirituales abundantísimos, co-mo recompensa preparada por Dios por todo lo que renunciamos en el mundo, pues es cosa muy justa y muy digna de su Majestad que se gocen sus siervos allí mismo donde fueron afligidos por su nombre 1.

[100] Fuera de estos cuatro Santos Padres que acabamos de ver ci-tados con los Milenarios en general, hallamos todavía otro en la diser-tación de Natal Alejandro 2, esto es, a San Basilio. ¿Y qué dice San Ba-silio? Se queja de los despropósitos de Apolinar, y nada más; sus pala-bras son éstas: Y escribió de resurrección ciertas cosas fabulosas, más bien diré judaicamente, en las que dice que nosotros por segunda vez hemos de volver al culto que manda la ley, de modo que de nuevo nos circuncidemos, guardemos el sábado, nos abstengamos de los man-jares prohibidos en la ley, ofrezcamos sacrificios a Dios, lo adoremos en el templo de Jerusalén, y enteramente nos convirtamos de Cristia-nos en Judíos. ¿Qué cosa más ridícula podrá decirse, ni que más se oponga al dogma evangélico? 3.

[101] Esta queja de San Basilio es bien fundada y justa. Mas no so-lamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victo-rino, San Sulpicio Severo, Tertuliano, Lactancio y otra gran muche-dumbre de doctores católicos y santos que fueron milenarios, podían quejarse, y con mucha razón, por lo que tocaba a ellos mismos de Apo-linar, de Nepos y de todos sus secuaces, pues los despropósitos que ellos añadieron fueron la ocasión o la causa, mucho más que las grose-rías de Cerinto, de que al fin todo se confundiese, y que, por castigar y aniquilar a los culpados, no se reparase en tantos inocentes que con ellos comunicaban únicamente en el asunto general; como a veces ha sucedido que, por impugnar con demasiado ardor un extremo, han caído algunos en el otro, siendo así que la verdad estaba en el medio.

1 TERTULIANO, Adversus Marcionem, lib. 3, cap. 24. 2 NATAL ALEJANDRO, In ep. 4 S. Basil. ad Episc. orient. 3 SAN BASILIO, In epist. citata.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 75

[102] En efecto: estas dos legiones de Milenarios judaizantes, par-tidarios de Nepos y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos así de San Dionisio, como de San Epifanio, etc., parece que forman la época precisa de la mudanza entera y total de ideas sobre la venida del Señor en gloria y majestad 1. Hasta entonces se había entendido la Es-critura divina como suena, según su sentido propio, obvio y literal; por consiguiente, se habían creído fiel y sencillamente todas las cosas que sobre esta venida del Señor nos dice y anuncia la misma Escritura di-vina. Y si había habido algunas disputas, éstas no tanto habían sido sobre las cosas mismas, sino sobre el modo indecente y mundano con que hablaban de ellas los herejes y los Judíos. Mas habiendo llegado después de éstos las legiones de los judaizantes, que tomaban mucho de los unos y de los otros, y que eran mucho más doctos o más dispu-tadores que ellos, todo se empezó luego a desordenar, a oscurecer y a confundir la verdad con el error, y las Escrituras mudaron entonces de semblante. Las cosas claras y limpias, que antes se leían en ellas con placer, y que se entendían sin dificultad, ahora ya no se entendían, ni se conocían con la debida claridad, porque se veían mezcladas inge-niosamente con otras que habían venido de nuevo, que con razón pa-recían insufribles.

[103] En estos tiempos de oscuridad, se hallaban los doctores ca-tólicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos, in-finitamente más peligrosos que todos los Milenarios, pues tocaban in-mediatamente a la persona del Mesías, y a la sustancia de la religión. Por tanto, no les era posible aplicarse de propósito al examen formal y circunstanciado de este punto, ni tomar sobre sí un trabajo tan grande, como era separar, según las Escrituras, lo precioso de lo vil, que en los Milenarios judaizantes estaba tan mezclado.

[104] No obstante, deseando alejarse y alejar a los fieles, así del judaísmo como de las ideas indecentes de los herejes (pues ambas co-sas parece que aceptaban en gran parte los judaizantes), les pareció por entonces lo más acertado no consentir con ellos en cosa alguna, sino cortar el nudo con la espada de Alejandro, negándolo todo sin dis-tinción ni misericordia, o por mejor decir, dejando las cosas en el es-tado en que las hallaban, no siendo necesario insistir en un punto que no se controvertía.

[105] Esto fácil cosa era; quedaba, no obstante, la dificultad, gran-de a la verdad, para los que saben de cierto que los hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo 2, y que el mismo Espíritu Santo es aquél que habló por sus Profetas 3; quedaba, digo, la

1 Hablo del modo, duración y circunstancias. 2 2 Ped. 1, 21. 3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO.

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76 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

gran dificultad de componer y concordar a los mismos Profetas, y a todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, con la sentencia corriente, o con una tan violenta resolución. Mas esta dificultad no pa-reció por entonces tan insuperable que no quedase alguna esperanza. Ya en este tiempo estaba abierta, y suficientemente trillada, aquella senda que había descubierto Orígenes, el cual, aunque por esto había sido murmurado de muchos, y lo era actualmente de no pocos, no por eso dejaba de ser imitado en las ocurrencias, y en el asunto presente parecía inevitable, porque no había otro recurso. Era necesario, o vol-ver atrás y darse por vencido a lo menos en lo general y sustancial del punto, o entrar y caminar por aquella senda áspera y tan poco segura como es la pura alegoría. Efectivamente así sucedió. Desde luego se empezó a pasar la inteligencia de aquellas cosas que se leen en los Pro-fetas, en los Salmos, etc., a sentidos por la mayor parte espirituales, alegóricos, acomodaticios, tirando a acomodar con grande empeño, y con no menos violencia, unas cosas a la primera venida del Señor, otras a la primitiva Iglesia, otras a la Iglesia en tiempo de sus persecu-ciones, otras a la misma en tiempo de paz; y cuando ya no se podía más, como debía suceder frecuentemente, quedaba el último refugio bien fácil y llano, esto es, dar un vuelo mental hasta el cielo, para aco-modar allá lo que por acá es imposible. Así se empezó a hacer en el cuarto siglo, se prosiguió en el quinto, y se ha continuado hasta nues-tros tiempos vulgarmente, sentado que siempre la Iglesia daba de be-ber a todos las aguas puras en las fuentes de las Escrituras auténticas, nunca corrompidas.

PÁRRAFO 5

[106] Vengamos ya a lo más inmediato. Concédase en buena hora, os oigo decir, que los antiguos Padres Milenarios, y los otros doctores católicos y píos, no adoptaron los errores groseros de Cerinto, ni las ideas insufribles de los Judíos y judaizantes. A lo menos es innegable, por sus mismos escritos, que creyeron y enseñaron y sostuvieron esta proposición: Después de la venida del Señor, que esperamos en gloria y majestad, habrá todavía un grande espacio de tiempo, esto es, mil años, o indeterminados, o determinados, hasta la resurrección y jui-cio universal.

[107] Y esto, ¿quién no ve, volvéis a decir, que es no sólo una fábu-la, sino un error positivo y manifiesto? A lo cual yo confieso que no tengo que responder sino estas dos palabras: ¿cómo y de dónde po-dremos saber que esto es no sólo una fábula, sino un error positivo y manifiesto? La proposición afirma ciertamente una cosa no pasada ni presente, sino futura, y todos sabemos de cierto que, aunque lo ya pa-sado y lo presente puede llegar naturalmente a la noticia y ciencia del

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 77

hombre, mas no lo futuro, porque esto pertenece únicamente a la cien-cia de Dios. Conque si Dios mismo, que habló por sus Profetas 1, y que es el que solo puede saber lo futuro, me dice clara y expresamente en la Escritura que me presenta la Iglesia, lo mismo que afirma dicha proposición, en este caso, ¿no haré muy mal en no creerlo? ¿No haré muy mal en ponerlo en duda? ¿No haré muy mal en esperar para creerlo, que primero me lo permitan los que nada pueden saber de lo futuro? ¿No haré muy mal en afirmar, aunque lo afirmen otros, que lo que contiene la proposición es una fábula y es un error? ¿Con qué ra-zón, y sobre qué fundamento podré afirmarlo? Porque así les parece algunos días ha a los intérpretes y a los teólogos, en el sistema que han abrazado. Débil fundamento es éste mirado en sí mismo sin otro adi-tamento. Sabemos bien que no son infalibles, sino cuando se fundan sólidamente sobre firme piedra. La teología no tiene otro fundamento, ni lo puede tener, que la Escritura divina, declarada auténtica por la Iglesia, que es columna y apoyo de la verdad 2, fuera de algunas pocas cosas que, aunque no constan expresamente de ella, están sólidamente fundadas sobre una tradición cierta, constante y universal, como ya queda dicho. Esto, pues, es lo que hace al caso, no la autoridad pura-mente humana. No se habla aquí de la autoridad infalible de la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo; que cuando ésta habla, ya se sabe que todos los particulares debemos callar.

[108] Muéstrese, pues, algún lugar de la Escritura, alguna tradi-ción cierta, constante y universal, alguna decisión de la Iglesia que condene por errónea o fabulosa nuestra proposición, y al punto la con-denaremos también nosotros, reduciendo a cautiverio el entendimien-to, en obsequio de la fe 3. Mas mostrar por toda prueba la autoridad de algunos doctores particulares, y ésta sumamente equívoca, pues los doctores que se citan, como acabamos de ver, no se atrevieron a con-denar lo que dicha proposición dice y afirma, sino los abusos que se le añadieron; atreverse después de esto a dar la sentencia general contra todo el conjunto, como si ya quedase todo convencido de error, fábula, delirio, sueño, etc., parece que esta conducta no prueba otra cosa, sino que no quieren examinar de propósito, ni aun siquiera oír con pacien-cia, una proposición que pone en gran riesgo, o por mejor decir, des-truye enteramente todo su sistema. ¿Pensáis que si hubiese alguna pa-labra definitiva o de la Escritura, o de la Iglesia, se la habían de tener oculta sin producirla? ¿Pensáis que habiéndose atrevido algunos auto-res, sin duda por inadvertencia, no por malicia, a producir instrumen-tos evidentemente falsos, no produjeran los verdaderos si los hubiese?

1 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO. 2 1 Tim. 3, 15. 3 2 Cor. 10, 15.

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78 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Yo busco, pues, en los mismos autores, busco en la misma Escritura divina, busco en los concilios algún instrumento auténtico, o alguna buena razón en que pueda haberse fundado una opinión tan universal, como es la contradictoria de nuestra proposición; y os aseguro formal-mente que nada hallo que me satisfaga, ni aun siquiera que me haga entrar en alguna sospecha. Los instrumentos y razones que se produ-cen es claro que concluyen, y concluyen bien, contra los herejes, contra los rabinos, contra los judaizantes, contra aquellos en fin que inventan algo de sus cabezas, y lo añadieron atrevidamente a la proposición ge-neral sin salir de ella, o lo que es lo mismo, contra lo que clara y expre-samente dice la Escritura.

[109] Ahora, pues, yo veo claramente cosa de no poder dudar, que la Escritura divina, y casi toda ella en lo que es profecía, me habla de es-te intervalo que debe haber entre la venida del Señor en gloria y majes-tad, y el juicio y resurrección universal; veo que a esto se encamina, y a esto va a parar, casi toda la Escritura; veo que me dice y anuncia cosas particulares, cosas grandes, cosas estupendas, cosas del todo nuevas e inauditas, que deben suceder después de la venida gloriosa del Señor; veo por otra parte que San Juan en su Apocalipsis me repite muchísi-mas de estas cosas, casi con las mismas expresiones con que las dicen los Profetas, y tal vez con las mismas palabras; veo que hace frecuentes alusiones y reclamos a muchos lugares de los Profetas y de los Salmos, etc., convidándome a que los note con cuidado; veo, en suma, que, lle-gando al capítulo 19, me presenta primeramente con la mayor viveza y magnificencia posible la venida del Señor del cielo a la tierra, y el des-trozo y ruina entera de toda la impiedad; y pasando al capítulo 20, me abre enteramente todas las puertas y todas las ventanas, me descifra grandes misterios, me habla con la mayor claridad y precisión con que puede hablar un hombre serio, me dice en fin expresamente que aquel espacio de tiempo que debe seguirse después de la venida del Señor, el cual los Profetas no señalaron en particular, aquél que llamaron día del Señor, y con más frecuencia en aquel día, en aquel tiempo, etc., será un día y un tiempo que durará mil años, repitiendo esta palabra mil años nada menos que seis veces en este capítulo.

[110] Todo esto, y mucho más que observaremos a su tiempo, ve-mos claramente en la divina Escritura, y en esto se fundaron los que admitieron como cierta aquella proposición. Mas los que la reprueban y condenan como falsa y errónea, ¿qué es lo que producen en contra? Se supone que ya no hablamos de los absurdos conocidamente tales que se le añadieron por Cerinto, por Nepos, por Apolinar, etc., sino de la proposición considerada en sí misma, a primera vista, sin otro adi-tamento. Contra ésta, pues, ¿qué es lo que producen? ¿Con qué fun-damento se condena de falsa, fabulosa y errónea? Buscad, señor, este

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 79

fundamento por todas partes, y me parece que os cansaréis en vano. Yo a lo menos no hallo otro que la palabra vaga y arbitraria de que la Escritura divina no debe entenderse así, mucho menos el capítulo 20 del Apocalipsis. ¿Cómo, pues, se debe entender? Esto es lo que nos queda que examinar en el artículo siguiente.

Artículo 3

La explicación que se pretende dar al capítulo 20 del Apocalipsis

PÁRRAFO 1

[111] Como la proposición arriba dicha se lee expresa en términos formales en este capítulo del Apocalipsis, parece claro que quien niega aquella proposición, quien la condena de fábula y error, deberá hacer lo mismo con el texto de este capítulo; o si esto no, deberá a lo menos explicar de otro modo el texto sagrado, mas con una explicación tan natural, tan genuina, tan seguida, tan clara, que nos deje plenamente satisfechos y convencidos de que es otra cosa muy diversa la que afir-ma el texto sagrado, de la que afirma la proposición. Esta es, pues, la gran dificultad, en cuya resolución no ignoráis lo que han trabajado en todos los tiempos grandes ingenios. Si el fruto ha correspondido al trabajo, lo podréis solamente saber después que hayáis visto y exami-nado la explicación, confrontándola fielmente con el texto y con todo su contexto, que es lo que ya vamos a hacer.

[112] Los intérpretes del Apocalipsis (lo mismo digo de todos los que han impugnado a los Milenarios), para facilitar de algún modo la explicación de una empresa tan ardua, se preparan prudentemente con dos diligencias, sin las cuales todo estaba perdido. La primera es negar resueltamente que en el capítulo 19 se hable de la venida del Se-ñor en gloria y majestad, que esperamos todos los Cristianos. Esta di-ligencia, aunque bien importante, como después veremos, no basta por sí sola; así que es menester pasar a la segunda, que es la principal, para poder fundar sobre ella toda la explicación. Esta segunda diligen-cia consiste en separar prácticamente el capítulo 20, no sólo del capí-tulo 19, sino de todos los demás, considerándolo como una pieza apar-te, o como una isla que, aunque vecina a otras tierras, nada comunica con ellas. Si estas dos suposiciones (que así lo parecen, pues no se prueban) se admiten como ciertas, o se dejasen pasar como tolerables, no hay duda que la dificultad no sería tan grave, ni tan difícil alguna solución. Mas si se lee el texto sagrado seguidamente con todo su con-texto, ¿será posible admitir ni aun sufrir semejantes suposiciones?

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80 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PÁRRAFO 2

[113] Ya sabéis, señor, el gran suceso contenido en el capítulo 19 del Apocalipsis desde el versículo 11 hasta el fin, es a saber, la venida del cielo a la tierra de un personaje singular, terrible y admirable por todos sus aspectos. Viene a la frente de todos los ejércitos que hay en el cielo, y se representa como sentado en un caballo blanco, con una espada, no en la mano, ni en la cintura, sino en la boca; con muchas coronas sobre su cabeza; con vestido o manto real rociado o mancha-do con sangre 1, en el cual se leen por varias partes estas palabras: Rey de reyes, y Señor de señores 2. En suma, el nombre de este personaje es éste: Verbo de Dios 3. Otras muchas cosas particulares se dicen aquí, que vos mismo podéis leer y considerar. En consecuencia, pues, de la venida del cielo a la tierra de este gran personaje, se sigue inme-diatamente no tanto la batalla con la bestia, o Anticristo, y con todos los reyes de la tierra, congregados para pelear con el que estaba sen-tado en el caballo 4, cuanto el destrozo y ruina entera y total de todos ellos y de todo su misterio de iniquidad; y así se concluye todo el capí-tulo con estas palabras: Estos dos fueron lanzados vivos en un estan-que de fuego ardiendo y de azufre. Y los otros murieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado en el caballo, y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos 5.

[114] Nuestros doctores, llegando a este lugar del Apocalipsis no pueden disimular del todo el grande embarazo en que se hallan. Si el personaje de que se habla es Jesucristo mismo, como lo parece por to-das sus señas, no sólo viene directamente contra el Anticristo, sino también, aunque indirectamente, contra el sistema que habían abra-zado. ¿Por qué? Porque después de destruido el Anticristo se sigue el capítulo 20, y en él muchas y grandes cosas, todas opuestas e incon-cordables con el sistema. Por tanto no aparece medio entre estos dos extremos: o renunciar al sistema, o no reconocer a Cristo en el perso-naje que aquí se representa. Esto último, pues, es lo que les ha pareci-do menos duro. Así, mostrando no creer a sus propios ojos, y como tomando en las manos un buen telescopio para observar bien aquel gran fenómeno: No es Jesucristo, exclaman ya confiadamente, no es Jesucristo, no hay necesidad de que el Señor se mueva de su cielo para venir a destruir al Anticristo, y a todas las potestades de la tierra, a quienes con sola una señal puede reducir a polvo y aniquilar 6. No

1 Apoc. 19, 13. 2 Apoc. 19, 16. 3 Apoc. 19, 13. 4 Apoc. 19, 19. 5 Apoc. 19, 20-21. 6 CORNELIO A LAPIDE.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 81

importa que venga con tanto aparato y majestad. No importa que se vean sobre su cabeza muchas coronas 1. No importa que se lean en su muslo y en varias partes de su manto real aquellas palabras: Rey de reyes y Señor de señores 2. No importa que su nombre sea el Verbo de Dios 3. Nada de esto importa; no es Jesucristo.

[115] Pues ¿quién es? Es, dicen volviendo a mirar por el telescopio, es el príncipe de los ángeles, San Miguel, patrón y protector de la Igle-sia, que viene con todos los ejércitos del cielo a defenderla de la perse-cución del Anticristo, y matar a este inicuo, y a destruir todo su impe-rio universal. Se le dan, es verdad, a San Miguel, nombres, señas y contraseñas que no le competen a él, sino a Jesucristo; mas esto es porque viene en su nombre, y con todas sus veces y autoridad, etc. No nos detengamos por ahora, ni nos metamos a examinar antes de tiem-po las razones que puedan tener los doctores para afirmar que la per-sona admirable de que hablamos es San Miguel y no Cristo. Estas ra-zones sería necesario adivinarlas, porque no se producen. ¿Y quién sa-be (sea esto una mera sospecha, o sea un juicio temerario, o sea cosa clara y manifiesta, se deja a vuestra consideración), quién sabe, digo, si todas las razones se podrán finalmente reducir a una sola, esto es, al miedo y pavor del capítulo siguiente? ¿Quién sabe si este miedo y pa-vor es el que los obliga a prepararse a toda costa contra un enemigo tan formidable? Dejemos, no obstante, el pleito indeciso hasta otra ocasión, que será, queriendo Dios, cuando tratemos de propósito del Anticristo; mas no por eso dejemos de recibir lo que nos conceden, es-to es, que en este capítulo se habla ya del Anticristo y, por consiguien-te, de los últimos tiempos. Con esto solo nos hasta por ahora; y así, aunque digan y porfíen que este capítulo 19 no tiene conexión alguna con el siguiente, nos haremos los desentendidos y lo tendremos muy presente por lo que pueda suceder.

PÁRRAFO 3

[116] Pues concluida enteramente la ruina del Anticristo, con todo cuanto se comprende bajo este nombre, y quedando el Rey de los reyes dueño del campo, sigue inmediatamente San Juan en el capítulo 20 que empieza así: Y vi descender del cielo un ángel que tenía la llave del abismo, y una grande cadena en su mano, y prendió al Dragón, la Serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y le ató por mil años. Y lo metió en el abismo, y lo encerró, y puso sello sobre él, para que no engañe más a las Gentes hasta que sean cumplidos los mil años; y después de esto conviene que sea desatado por un poco de tiempo. Y

1 Apoc. 19, 12. 2 Apoc. 19, 16. 3 Apoc. 19, 13.

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82 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio; y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes o en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Bienaventurado y santo el que tenga parte en la primera resu-rrección: en éstos no tiene poder la segunda muerte, antes serán sa-cerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. Y cuando fueren acabados los mil años será desatado Satanás 1.

[117] Este es, señor mío, aquel lugar celebérrimo del Apocalipsis, de donde, como nos dicen, se originó el error de los Milenarios. Pedid-les ahora, antes de pasar a otra cosa, que os digan determinadamente cuál error se originó de aquí, pues la palabra error de los Milenarios es demasiado general. No conocemos otro error de los Milenarios que aquél que los mismos doctores han impugnado y convencido con bue-nas razones en Cerinto, Nepos, Apolinar, y en todos sus partidarios. Mas el error de éstos, o lo que en estos se convenció de error, ¿se ori-ginó de este lugar del Apocalipsis? Volved a leerlo con más atención, escudriñadlo a toda luz 2, a ver si halláis alguna palabra que favorezca de algún modo las ideas indecentes de Cerinto, o las de Nepos, o las de Apolinar; y no hallando vestigio ni sombra de tales despropósitos, pre-guntad a todos los Milenarios, o herejes, o judaizantes, o novelistas: ¿Cómo se atrevieron a añadir al texto sagrado unas novedades tan aje-nas del mismo texto? ¿Cómo no advirtieron o no temieron aquella te-rrible amenaza que se lee en el capítulo último del mismo Apocalipsis: Si alguno añadiere a ellas alguna cosa, pondrá Dios sobre él las pla-gas que están escritas en este libro? 3. En fin, pelead con estos hom-bres atrevidos, y dejad en paz a los que nada añaden al texto sagrado, ni dicen otra cosa diversa de lo que el texto dice.

[118] En eso mismo está el error, replican los doctores; pues aun-que nada añaden al texto sagrado, lo entienden, a lo menos los litera-les, pensando buenamente o inocentemente que en él se dice lo que suena, cuando bajo el sonido de las palabras se ocultan otros misterios diversísimos, y sin comparación más altos, por más espirituales. ¿Cuá-les son estos? Vedlos aquí.

[119] Tres son las cosas principales o únicas que se leen en este lu-gar del Apocalipsis. Primera: la prisión del diablo o de Satanás por mil años, y su soltura por poco tiempo pasados los mil años. Segunda: las sillas y juicio, o potestad que se da a los que se sientan en ellas. Terce-ra: todo lo que toca a la primera resurrección de los que viven y reinan con Cristo mil años.

1 Apoc. 20, 1-4, 6-7. 2 Sof. 1, 12. 3 Apoc. 22, 18.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 83

[120] Cuanto a lo primero, nos aseguran con toda formalidad que la prisión de Satanás de que aquí se habla no es un suceso futuro, sino muy pasado; no una profecía, sino una historia; y aun cuando San Juan tuvo esta visión, que fue en su destierro de Patmos, la cosa ya había sucedido; según unos, más de cincuenta años antes; según otros, más de noventa, esto es, antes del nacimiento del mismo San Juan. Estos últimos nos enseñan que el ángel que bajó del cielo con la llave del abismo en una mano, y con la gran cadena en la otra, para aprisio-nar al diablo, no fue un ángel verdadero, sino el mismo Mesías Jesu-cristo, que también se llama ángel en las Escrituras, el cual, en el día y en el instante mismo de su encarnación, lo ató, lo condenó y lo encar-celó en el abismo por mil años, esto es, por todo el tiempo que durase la Iglesia cristiana en el mundo; y las palabras para que no engañe más a las Gentes 1, quieren decir: Para que no engañe en adelante a los escogidos, así de los Judíos como de las Gentes, etc. Notad aquí de pa-so que los mismos doctores que en el capítulo antecedente acaban de convertir en el ángel San Miguel al mismo Jesucristo, al mismo Verbo de Dios, al mismo Rey de los reyes, aquí convierten al ángel en Cristo con la misma facilidad.

[121] Otros doctores son de parecer (ésta parece la sentencia más común) que el ángel de que aquí se habla es un verdadero ángel, que tiene la superintendencia del infierno. Este ángel, dicen, bajó del cielo con su llave y cadena el Viernes Santo a la hora de nona, en el mismo instante en que el Señor expiró en la cruz, y ejecutó por orden suya aquella justicia con el diablo, dejándolo desde entonces encadenado y encerrado en el infierno hasta que se cumplan mil años, no determina-da sino indeterminadamente, hasta los tiempos del Anticristo; que en-tonces se le dará soltura por poco tiempo (y aunque esto sucedió el día de la muerte del Señor, mas el amado discípulo, que se hallaba pre-sente, no lo vio entonces, sino allá en Patmos, setenta años después).

[122] Cuanto a lo segundo, esto es, cuanto a las sillas y el juicio que se dio a los que se sentaron en ellas, hallamos en los intérpretes dos di-versas opiniones o modos de pensar. Unos dicen que son las sillas epis-copales, o los pastores que se sientan en ellas, en los cuales está el juicio de las cosas pertenecientes a la religión. Otros afirman que por las sillas y juicio no debe entenderse otra cosa, sino los puestos de honor y dig-nidad que las almas de los santos ocupan en el cielo, donde viven y reinan con Cristo, etc. Cuanto a lo tercero nos aseguran como una ver-dad, según dicen, más clara que la luz, que San Juan no habla aquí de verdadera resurrección, sino de la vida nueva a que entran los mártires y demás justos cuando salen de este mundo y van al cielo. Esta vida

1 Apoc. 20, 3.

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84 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

nueva y felicísima es, dicen, la que llama el amado discípulo primera resurrección 1, la cual debe durar mil años, esto es, no ya hasta el Anti-cristo, como la prisión del diablo, sino algo más, tomado indetermina-damente hasta la resurrección universal; que entonces, tomando sus cuerpos, empezaran a gozar de la segunda resurrección. Esto es, en su-ma, todo lo que hallamos en los doctores sobre el capítulo 20 del Apo-calipsis. Yo dudo mucho que la explicación os haya contentado, como también me atrevo a dudar que haya podido contentar a sus propios au-tores. Mas era preciso decir algo, y procurar salvar su sistema de algún modo posible. Y pues nadie nos obliga a recibir ciegamente dicha expli-cación, ni los doctores mismos pueden pedirnos un sacrificio tan gran-de de nuestra fe, debido solamente a la autoridad divina, no tendrán a mal que la miremos atentamente, dando algún lugar a la reflexión.

PÁRRAFO 4

[123] Primeramente: si los mil años de que habla San Juan en este lugar, y lo repite seis veces, no significan otra cosa que todo el tiempo que durare la Iglesia, o desde el día de la encarnación del Hijo de Dios, o desde el día de su muerte hasta el Anticristo, nosotros nos hallamos actualmente en este tiempo feliz. Ahora bien: ¿y vos creéis, amigo Cristófilo, que en este nuestro siglo, lo mismo digo de los pasados, está el dragón, serpiente antigua, que es el diablo y Satanás 2, atado con una gran cadena, encerrado o encarcelado en el abismo, cerrada y se-llada la puerta de su cárcel, para que no engañe más a las Gentes? Si lo creéis así, porque así lo halláis escrito en gruesos volúmenes, permi-tidme que os diga con llaneza que sois, o muy tímido, o demasiado bueno. Si creéis con los autores de la primera sentencia que esta pri-sión del diablo, con todas las circunstancias que se expresan en el tex-to sagrado, sucedió el día de la encarnación del Hijo de Dios, tenéis contra vos nada menos que toda la historia del Evangelio, en donde lo hallareis tan suelto, tan libre, tan dueño de sus acciones, que entre otras muchas cosas, pudo buscar y hallar a Cristo en el desierto; pudo llevarlo al pináculo, o a lo más alto del templo; pudo después de esto subirlo a un monte alto, mostrándole desde allí toda la gloria del mun-do, y pedirle que lo adorase como a Dios. ¿Cómo se compone toda esta libertad con aquella prisión?

[124] Si ésta sucedió en la muerte de Cristo, como afirman los au-tores de la segunda sentencia, tenéis en contra a San Pedro y San Pa-blo, que no podían ignorar un suceso tan interesante: uno nos exhorta a todos los Cristianos a que seamos sobrios, y vivamos en vigilancia y en cautela, porque el diablo, vuestro adversario (dice), anda como

1 Apoc. 20, 5. 2 Apoc. 12, 9.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 85

león rugiendo alrededor de vosotros, buscando a quién tragar 1. ¿Pa-ra qué cautela y vigilancia contra un enemigo encadenado y sepultado en el abismo? El otro se queja amargamente del ángel de Satanás que lo molestaba o colafizaba 2: y en otra parte dice que le había impedido una cosa que pensaba hacer: Mas Satanás nos lo estorbó 3. Tenéis en contra, a más de esto, a toda la Iglesia, la cual, en sus preces públicas, pide que nos libre Dios de las asechanzas del diablo, y usa de exor-cismos y del agua bendita para ahuyentar los demonios.

[125] Vuelvo a deciros, amigo, que no seáis tan bueno. El diablo está ahora tan suelto y tan libre como antes. La única novedad, aunque bien notable, que ha habido y hay ahora respecto del diablo después de la muerte del Mesías, es ésta: que ni Dios le concede tanta licencia como él quisiera, ni los que creen en Cristo están tan desarmados que no puedan resistirle y hacerle huir; pues por los méritos del mismo Cristo y por la virtud de su cruz se nos conceden ahora, y se nos ponen en la mano, ex-celentes armas, no sólo defensivas, sino también ofensivas, para que podamos resistir a sus asaltos, y aun para traerlo debajo de los pies. Así se ve, y es fácil observarlo, que los que quieren aprovecharse de estas armas, es a saber, sobriedad, vigilancia, cautela, retiro de ocasiones, fe, oración, etc., vencen fácilmente a este enemigo formidable, y aun llegan a mirarlo con desprecio. Por el contrario, los que no quieren aprove-charse de estas armas, al primer encuentro quedan miserablemente vencidos. Por esto, el enemigo astuto y traidor procura en primer lugar persuadir a todos, con toda suerte de artificios, que arrojen de sí aque-llas armas, como que son un enorme peso, no menos inútil que insufri-ble a las fuerzas humanas. Si el hallar ahora Satanás tanta resistencia en algunos, por la bondad de sus armas y por la gracia y virtud de Cristo, quieren que se llame estar encadenado, encerrado en el abismo, con la puerta de su cárcel cerrada y sellada, para que no engañe más a las Gen-tes, etc., se podrá decir lo mismo, y con la misma propiedad, de un la-drón que, yendo de noche a robar una casa, halla la gente prevenida y armada, de modo que le resiste, lo ahuyenta y libra su tesoro de las ma-nos del injusto agresor: lo cual sería ciertamente un modo de hablar bien extravagante, y bien digno del título de barbarismo o idiotismo. Mas como de esas veces se hace hablar a la Escritura santa con lengua-jes inauditos, para que hable según el deseo de quien la hace hablar, bien fácil cosa es hacerle decir lo que se quiere con solo añadir el esto es.

[126] Negando, pues, con tanta razón, que la prisión del diablo, de que se habla con tanta claridad y con circunstancias individuales en el capítulo 20 del Apocalipsis, haya sucedido hasta ahora, parece necesa-

1 1 Ped. 5, 8. 2 2 Cor. 12, 7. 3 1 Tes. 2, 18.

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86 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rio decir y confesar que sucederá a su tiempo. ¿Cuándo? Cuando venga el Señor en gloria y majestad, que para entonces la pone clarísima la Escritura; y a ninguno se ha dado, ni se ha podido dar la libertad de mudar los tiempos, y sacar las cosas de aquel lugar y de aquel tiempo determinado en que Dios las ha puesto. Leed el capítulo 24 de Isaías, que todo él tiene una grandísima semejanza con el capítulo 19 del Apo-calipsis y principio del 20. Allí hallareis, hacia el fin del versículo 21, el mismo misterio de la prisión del diablo con todos sus ángeles y con todas las potestades de la tierra. En aquel día visitará el Señor sobre la milicia del cielo en lo alto, y sobre los reyes de la tierra que están sobre la tierra. Y serán recogidos y atados en un solo haz para el la-go…, y serán encerrados en cárcel 1. Si queréis ver un rastro bastante claro de la soltura del diablo y de sus ángeles después de mucho tiem-po, como lo dice San Juan, después de mil años, reparad en las pala-bras que siguen inmediatamente: Y aun después de muchos días serán visitados 2. El mismo Isaías, hablando del día del Señor, dice así: En aquel día visitará el Señor con su espada dura, y grande, y fuerte, sobre Leviatán serpiente rolliza, y sobre Leviatán serpiente tortuo-sa… 3. Y por Zacarías dice el Señor: Y exterminaré de la tierra los fal-sos profetas y el espíritu impuro 4; lo mismo que dice San Juan al fin del capítulo 19 y principio del 20. Por donde se ve que el amado discí-pulo alude aquí a estos y a otros lugares semejantes, de que hablare-mos a su tiempo, dando la llave para la inteligencia.

[127] Después de la prisión del diablo, dice San Juan que vio sillas, en las cuales se sentaron algunos que no nombra, a quienes se dio el juicio o la potestad de juzgar: Y vi sillas y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio 5. La explicación o inteligencia que pretenden dar a es-tas sillas y a los jueces que se sientan en ellas, diciendo unos que son los obispos, y otros que son las almas de los bienaventurados en el cie-lo, parece claro que en los tiempos de que se habla no viene al caso, ni es creíble que estas dos cosas o alguna de ellas se le revelasen a San Juan como dos cosas nuevas, y de un modo tan oscuro en un tiempo en que ya el mundo estaba lleno de obispos, y el cielo poblado de al-mas justas y santas. Esta sola reflexión basta y sobra para no admitir dicha inteligencia. Acaso preguntareis: ¿Por qué no se colocan en estas sillas los doce apóstoles, según la promesa que les hizo el Señor: Os sentareis vosotros sobre doce sillas, para juzgar a las doce tribus de Israel? 6. Mas la respuesta era fácil, si se dijese que una misma razón

1 Is. 24, 21-22. 2 Is. 24, 22. 3 Is. 27, 1. 4 Zac. 13, 2. 5 Apoc. 20, 4. 6 Mt. 19, 28.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 87

sirve para todo. Por esta razón el Rey de los reyes, el Verbo de Dios, no es Jesucristo, sino San Miguel. Por esta razón la prisión del diablo por mil años no es suceso futuro, sino pasado, y en el mismo Satanás se han verificado, y se están verificando, dos cosas contradictorias, como son estar atado, y suelto; estar encarcelado en el abismo, y cerrada y sellada la puerta de su cárcel, y al mismo tiempo andar por el mundo como león rugiendo… buscando a quién tragar 1; y esta misma razón debe servir para lo que vamos a ver.

PÁRRAFO 5

[128] Sigue inmediatamente el texto sagrado diciendo: Y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia… y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección 2.

[129] La explicación que hallamos en los intérpretes, la hallamos ordinariamente acompañada de una circunstancia bien singular, que no sé que se le haya añadido jamás a la explicación de ningún otro lu-gar de la Escritura. Quiero decir: que se halla acompañada de la apro-bación y elogio de ser más clara que la luz. Mas este elogio no parece tan claro, ni tan unívoco, que no pueda admitir dos sentidos bien dife-rentes. El primer sentido puede ser éste: las cosas que se dicen sobre este texto son verdades más claras que la luz. El segundo sentido es és-te: las verdades que se dicen sobre este texto son las mismas de que el texto habla, y ésta es una verdad más clara que la luz. En el primer sentido creo firmemente que el elogio es justísimo, así como creo (por ejemplo) que todas o las más de las cosas que dice San Gregorio en sus exposiciones sobre Ezequiel, sobre Job, etc., son unas verdades más claras que la luz; más en el segundo sentido, que es el que hace al caso y el que solo hemos menester, el elogio no puede ser más impropio ni más impertinente.

[130] Explícome: yo creo firmemente con todos los fieles cristia-nos que las almas resucitan (si se quiere hablar así por una locución metafórica); que resucitan, digo, o por el bautismo, o por la peniten-cia, de la muerte del pecado a la vida de la gracia. Creo que las almas de los mártires, y de todos los demás santos aunque no hayan padeci-do martirio, están con Cristo en el cielo, y allí gozan de la visión beatí-fica. Creo que todos los fieles que mueren en gracia de Dios van a go-zar de la misma felicidad, según el mérito de cada uno, después de ha-ber pagado en el purgatorio todas las deudas que de aquí llevaron.

1 1 Ped. 5, 8. 2 Apoc. 20, 4-5.

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88 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Igualmente, creo que todas las almas que han ido o han de ir al cielo, volverán a su tiempo a tomar sus propios cuerpos, resucitando, no ya metafóricamente, sino real y verdaderamente para una vida eterna-mente feliz. Creo, en fin, que las almas de los malos no van al cielo después de la muerte, sino al infierno, ni resucitarán para la vida, sino para la muerte eterna, que la Escritura llama muerte segunda. Todo esto es certísimo, y más claro que la luz.

[131] ¿Y qué? ¿Luego éstas son las verdades que aquí se revelan al discípulo amado por una visión tan extraordinaria? ¿Luego son éstos los misterios ocultos que aquí se nos descubren en tono de profecía? Cuando San Juan tuvo esta visión cincuenta o sesenta años después de la muerte de Cristo y venida del Espíritu Santo, ¿ignoraba acaso estas verdades? ¿Se ignoraban en la Iglesia de Cristo? ¿No las sabían y creían todos los fieles? ¿Era alguno admitido al bautismo, o a la co-munión de los fieles, sin la noticia y fe de estas verdades? Pues si toda la Iglesia estaba en esto; si toda la Iglesia, dilatada ya en aquel tiempo por casi toda la tierra, vivía, se sustentaba y crecía con la fe de estas verdades; si estas verdades eran todo su consuelo y esperanza, ¿qué cosa más impropia se puede imaginar que una revelación nueva de las mismas verdades, y una no tan clara, sino oscurísima, en términos equívocos y debajo de metáforas, símbolos y figuras, que es necesario adivinar? Cierto que no es éste el modo con que ha hablado el Espíritu Santo en cosas pertenecientes a la fe y a las costumbres, que miran a la propagación de la doctrina cristiana 1, ni se hallará algún ejemplar en toda la Escritura.

[132] No es esto lo más. Si el capítulo 20 del Apocalipsis no con-tiene otras cosas que aquellas verdades y misterios que quieren los doctores, debía San Juan haber omitido una circunstancia gravísima, que en este caso parece, ya no sólo superflua, sino del todo imperti-nente. Tal vez por esta razón se toman la libertad de omitirla, o mirar-la sin atención, los que nos dan la explicación más clara que la luz. Ved aquí la circunstancia gravísima de que hablo: Y las almas de los dego-llados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron a la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes…, vivieron y reinaron con Cristo mil años 2.

[133] De manera que los resucitados y reinantes con Cristo de que aquí se habla no son solamente los degollados o los mártires, sino tam-bién expresamente los que no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni tomaron su carácter en la frente ni en las manos, de todo lo cual se ha-bla en el capítulo 13 del Apocalipsis. De aquí se sigue evidentemente

1 CONCILIO DE TRENTO, sesión 4, Dz. 786. 2 Apoc. 20, 4.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 89

que el misterio de la primera resurrección, de que vamos hablando, debe suceder no antes, sino después de la bestia. Luego es un misterio no pasado, ni presente, sino muy futuro: pues la bestia, que por confe-sión de los mismos intérpretes es el Anticristo, está todavía por venir. Luego realmente no se habla en este lugar de aquellas verdades que se quisieran sustituir, esto es, de la resurrección metafórica a la vida de la gracia, y de la gloria de las almas que salen de pecado, o que salen de este mundo sin pecado; pues pasan por alto una circunstancia agra-vantísima, que destruye infaliblemente toda su explicación. San Juan señala claramente el tiempo preciso de esta primera resurrección, o la supone evidentemente, diciendo: los degollados por Cristo, y los que no adoraron a la bestia, éstos vivieron y reinaron con Cristo mil años; los demás muertos no vivieron entonces, pero vivirán pasados los mil años: Los otros muertos (son sus palabras) no entraron en vida, hasta que se cumplieron mil años 1. Conque supone el amado discípulo que, cuando se verifique la primera resurrección, ya la bestia ha venido al mundo, y también ha salido del mundo; supone que ya ha sucedido la batalla, y también el triunfo de los que por amor de Cristo no quisie-ron adorarla u obedecerla.

[134] Así como cuando se dice en Daniel que los tres jóvenes he-breos que rehusaron adorar la estatua de oro de sesenta codos de altu-ra 2, como mandaba a todos el rey Nabucodonosor, fueron arrojados a un horno de fuego, mas salieron sin lesión alguna, etc., si esta proposi-ción es verdadera, como lo es, supone evidentemente que cuando estos jóvenes salieron del horno con un milagro que espantó al rey y a toda su corte, ya Nabuco había venido al mundo; ya había conquistado a su dominación todo el Oriente; ya había erigido públicamente una esta-tua de oro, o suya, o de alguno de sus falsos dioses; ya había mandado, so pena de fuego, que todos la adorasen; ya, en fin, tres jóvenes he-breos fieles a su Dios habían resistido constantemente aquel mandato sacrílego. Pues de este mismo modo, sin diferencia alguna, supone San Juan el tiempo preciso de la primera resurrección, diciendo: Los que no adoraron a la bestia, vivieron y reinaron con Cristo mil años; los demás muertos no vivieron hasta que pasen los mil años. Esta es la primera resurrección 3. Quien quisiere, pues, explicar este misterio de algún modo razonable, o siquiera pasable, debe hacerse cargo, antes de todo, de esta gravísima circunstancia.

[135] De todo lo que hasta aquí hemos reflexionado, la conclusión sea: que mientras no nos dieren otra explicación que del todo se con-forme en todas sus partes con el texto y con todo su contexto, debe-

1 Apoc. 20, 5. 2 Dan. 3, 1. 3 Apoc. 20, 5.

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90 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mos atenernos al texto mismo, según su sentido propio y natural. Los que dijeren que esto es error, o fábula, o peligro, deberán probarlo hasta la evidencia con aquella especie de demostración de que es ca-paz el asunto, no respondiendo por la misma cuestión. Esto último es bien fácil hacer; lo primero, ni se ha hecho, ni hay esperanza de que pueda hacerse jamás. Hasta ahora no hemos visto otra cosa que la impugnación buena, a la verdad, de muchos absurdos groseros que mezclaron los herejes, los Judíos, los judaizantes, y si queréis, tam-bién algunos católicos ignorantes y carnales: Y la verdad del Señor permanece eternamente 1. Entre todas estas fábulas, entre todos es-tos errores, entre todos estos absurdos indecentes que rodean y tiran a confundir, y aun a oprimir la verdad de Dios, ella está y estará para siempre intacta; por consiguiente, clara y patente para los que la bus-caren sin preocupación, sin que ninguno pueda alegar alguna excusa razonable para no conocerla. Digo excusa razonable, porque si bien se mira todo el fundamento que hay en contra, se reduce a la pura auto-ridad extrínseca, y ésta no clara, sino bien equívoca; y ya sabemos cuánto peso puede tener esta autoridad, sea cual fuere, comparada con la autoridad intrínseca que es la de Dios mismo: Porque Dios es veraz, y todo hombre falaz, como está escrito: Para que seas recono-cido fiel en tus palabras, y venzas cuando seas juzgado 2. Este texto del Apóstol me ha sacado muchas veces de grandes dudas y temores. Dios se justificará, dice San Pablo, en sus sermones, que no son otros que sus Escrituras, en que él mismo habla por sus Profetas, y nos vencerá cuando pensáremos juzgarlo; porque es innegable que mu-chas veces, aun después de conocida la verdad, aun después de con-vencidos nuestros entendimientos, sin tener nada que oponer, toda-vía nos contiene la autoridad extrínseca, y tememos más contradecir al hombre que a Dios.

[136] Os dirán, amigo, que es necesario romper la corteza dura de la almendra, para poder comer el fruto bueno que está dentro ence-rrado. Quieren decir que es necesario romper la letra de la santa Escri-tura, y hacerla mil pedazos, para hallar el tesoro escondido en ella. Mas, si hacéis alguna ligera reflexión, conoceréis al punto el equívoco y el sofisma. ¿Qué tesoro pensamos hallar dentro de la letra de la Es-critura? ¿Es acaso algún tesoro en general, o algún pedazo de materia prima? ¿Es acaso algún tesoro a discreción y según el deseo o interés de quien lo busca? ¿No bastará hallar aquel tesoro particular que muestra claramente la letra misma, sea el que fuere, y contentarse con él? Cualquier niño de pocos años no deja de saber que el fruto de una almendra que desea comer, no es la corteza dura que se presenta la

1 Sal. 116, 2. 2 Rom. 3, 4.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 91

primera a su vista, sino lo que ésta encierra dentro de sí; mas también sabe que la fruta específica que debe esperar, rompiendo la corteza, no es la que a él le parece mejor, sino aquella precisamente que se llama almendra. ¿Y de dónde lo sabe? Lo sabe por la corteza misma que tie-ne delante, y por esta superficie exterior distingue fácilmente con toda certidumbre la fruta que está dentro de todas las otras frutas. Quien pensare, pues, hallar dentro de la letra de la divina Escritura otro teso-ro diverso de aquél que muestra la letra misma, será muy semejante a quien piensa hallar un diamante dentro de una almendra.

[137] Por último, observan los doctores, y hacen fuerza en esto como si fuese la principal dificultad, que la palabra mil años, en frase de la Escritura, no quiere decir precisa y determinadamente mil años, sino mucho tiempo o muchos años, como cuando se dice: Mil años, como un día 1: hasta mil generaciones 2: el menor valdrá por mil 3: caerán mil a tu lado 4: hirió Saúl a mil 5. Todo esto está bien, y yo soy del mismo dictamen. Siempre me ha parecido que la expresión mil años, de que usa San Juan seis veces en este lugar, no significa otra cosa que un grande espacio de tiempo, tal vez igual o mayor que el que ha pasado hasta hoy día desde el principio del mundo, comprendido todo en el número redondo y perfecto de mil. En este punto, pues, yo concedo sin dificultad cuanto se quiere, no queriendo meterme en una disputa que me parece del todo inútil. Mas con esta concesión, ¿qué se adelanta? Nada, amigo, y otra vez nada. Los mil años de que hablamos sean en hora buena un tiempo indeterminado, sean veinte mil o cien mil, más o menos, como os pareciere mejor. Lo que yo pretendo úni-camente es que estos mil años, o este tiempo indeterminado, no está en nuestra mano, ni se ha dejado a nuestra libre disposición. Por tan-to, ningún hombre privado, ni todos juntos, pueden poner este tiempo donde les pareciere más cómodo, sino precisamente donde lo pone la Escritura divina, esto es, después del Anticristo y venida de Cristo que esperamos. Y si esto no podéis componerlo de modo alguno con vues-tro sistema, o con vuestras ideas, yo me compadezco de vuestro traba-jo, y propongo a vuestra elección una de estas dos consecuencias: pri-mera: luego debéis negar vuestras ideas, si queréis creer a la divina Escritura; segunda: luego debéis negar la divina Escritura a vista de ojos, como dicen, si queréis seguir vuestras ideas.

[138] Hágome cargo que todavía no es tiempo de sacar, ni aun si-quiera de proponer, unas consecuencias tan duras, porque todavía te-nemos mucho que andar: hay muchas premisas que proponer y que

1 2 Ped. 3, 8. 2 Deut. 7, 9. 3 Is. 60, 2. 4 Sal. 90, 7. 5 1 Rey. 18, 7; 21, 11.

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92 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

probar. Yo me contento, pues, por ahora, con otra consecuencia más justa y menos dura, y éste es todo el fruto inmediato que pretendo de esta disertación: luego el sistema propuesto se puede oír sin espanto, recibir sin peligro, y dejar correr sin dificultad; luego no será un delito, ni grave ni levísimo, ni tampoco una extravagancia, el proponer este sistema como una llave verdadera y propia de toda la Escritura divina, y en esta suposición ver y examinar si es así o no. Este examen es facilí-simo: no ha menester más ingenio ni más artificio que tomar la llave y probar si abre o no las puertas; las puertas, digo, que no obstante la su-puesta bondad del otro sistema, tenemos ahora tan cerradas.

[139] Esto es todo lo que por ahora pretendemos. Si después de las pruebas que iremos haciendo, hallamos, como yo lo espero, que este sistema, o esta llave, abre las puertas más cerradas, y que parecen in-vencibles; que las abre todas o casi todas; que las abre con facilidad, sin fuerza ni violencia alguna; que la otra llave tenida por única, en lu-gar de abrir las puertas, las deja más cerradas, etc.; entonces discurri-remos de propósito sobre las consecuencias que se deben sacar. Mas esto no será posible hasta que hayamos avanzado mucho en la obser-vación de los fenómenos particulares, a quienes llamo, yo no sé si con toda propiedad, las puertas cerradas de la santa Escritura; lo cual pro-curaremos hacer en la segunda parte.

[140] No me pidáis, señor, que me explique más sobre este punto del reino milenario, pues todavía no es su tiempo. Lo que he pretendi-do por medio de esta disertación no ha sido tratar este punto gravísi-mo plenamente y a fondo, pues para esto es necesaria, y a esto se en-dereza, toda la obra. He pretendido, pues, únicamente abrir camino, quitando un embarazo grande que me impedía el paso aun antes de empezar a moverme, o disipar una nube oscurísima que no me permi-tía observar el cielo.

[141] Todos o casi todos los antiguos Milenarios, según las noticias que nos quedan, o se explicaron poco en el asunto, o se explicaron an-tes de tiempo. No asentaron bases firmes en que fundarse sólidamen-te. Añadieron demás de esto, con demasiada licencia, muchas ideas particulares, unas informes, otras indiferentes, otras disformes, según el talento, inclinación y gusto de cada uno. Así, todos o casi todos abrazaron muy buenos despropósitos. Estas faltas, por la mayor parte inexcusables, son al mismo tiempo una buena lección, que nos enseña a proceder con más economía, con mayor cautela. Por tanto, yo estoy determinado a no explicarme antes de tiempo; quiero decir, a no aña-dir cosa alguna a la proposición general, hasta haber asentado con la mayor firmeza posible todas las bases que me parecen necesarias. Del mismo modo, estoy determinado a no añadir otras ideas sino aquéllas que hallare claras y expresas en la divina Escritura, y que pudiere pro-bar sólidamente con esta autoridad infalible.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 5 93

[142] Estas ideas, o este modo de ser de la proposición general, es verosímil que quisierais verlo luego, o por mera curiosidad, o tal vez por espíritu de oposición; mas esto sería querer ver el techo de una ca-sa grande, cuando apenas se empieza a poner los cimientos. Esto sería querer ir de París a Roma, sin pasar por los lugares intermedios; lo cual disputan hasta ahora ciertos filósofos, si es posible o no. Tened paciencia, amigo mío, que queriéndolo Dios, no dejareis de ver algo en la segunda parte, y todo en la tercera.

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Capítulo 6

Segunda dificultad. La resurrección de la carne,

simultánea y única. Disertación

PÁRRAFO 1

[143] En fin, Cristófilo, hemos salido con vida de entre aquella nube densa y tenebrosa, cuyo aspecto era horrible, donde tuvimos el valor o la temeridad de entrar, y donde nos hemos detenido tal vez mucho más de lo que era menester. Hemos examinado de cerca las materias diver-sas de que se componía. Hemos separado con gran trabajo las unas de las otras, certificados de que en esta mezcla y unión consistía únicamen-te su oscuridad y su semblante terrible. No hay para qué temerla ahora. Ella se irá desvaneciendo tanto más presto, cuanto más de cerca la fué-remos mirando, y cuanto la miráremos con menos miedo.

[144] Nos quedan ahora que practicar las mismas diligencias con otra nube semejante, que tiene con ésta una grandísima relación: co-munica con ella por varias partes, le ayuda, la sostiene, y es recípro-camente sostenida y ayudada, acrecentándose notablemente con esta unión la oscuridad y el terror. Esta es la resurrección de la carne si-multánea y única. Porque si es cierto y averiguado que la resurrección de la carne, que creemos y esperamos todos los Cristianos como un ar-tículo esencial y fundamental de nuestra santa religión, ha de suceder en todos los individuos del linaje humano, simultáneamente y una so-la vez, es decir, una sola vez y en un mismo instante y momento, con esto solo quedan convencidos de error formal todos los antiguos Mile-narios, sin distinción alguna: todos sin distinción se pueden y deben condenar, y a ninguno de ellos se puede dar en conciencia el nombre de inocuo; con esto solo debe mirarse con gran recelo, como una pieza engañosa y peligrosísima, el capítulo 20 del Apocalipsis; y con esto so-lo nuestro sistema cae al punto a tierra, a lo menos por una de sus par-tes, y abierta esta brecha, es ya facilísimo saquearlo y arruinarlo del todo. Pero ¿será esto cierto? ¿Será tan cierto, tan seguro, tan indubita-ble, que un hombre católico, timorato y pío, capaz de hacer algunas re-flexiones, no pueda prudentemente dudarlo, ni aun siquiera examinar-lo a la luz de las Escrituras? Esto es lo que voy ya a proponer a vuestra consideración.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 95

[145] Sé que los teólogos que tocan este punto (que no son todos ni creo que muchos) están por la parte afirmativa, mas también sé con la misma certidumbre que no lo prueban; a lo menos se explican poquí-simo, y esto muy de prisa, sobre el punto particular de ser simultánea-mente y una sola vez. Algunos dicen, o suponen sin probarlo, que esta aserción es una consecuencia de fe. Otros, más animosos, añaden re-sueltamente que es un artículo de fe. Si les preguntamos en qué se fun-dan para sacar sólidamente una consecuencia de fe, o para hacer un nuevo artículo de fe que no hallamos en nuestro símbolo, nos respon-den con una gran muchedumbre de lugares de la Escritura santa, de los cuales las dos partes prueban claramente que ha de haber resurrección de la carne, y nada más, y la otra tercera parte prueba contra su propia aserción. Si os pareciere que miento, o que pondero, bien fácil cosa os será salir de la duda, registrando los teólogos que os pareciere. En cual-quiera biblioteca hallareis con qué satisfacer vuestra curiosidad. Los principales lugares de la Escritura que se alegan a favor son los siguien-tes: Así el hombre, cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo sea consumido; en el último día he de resucitar de la tierra 1; vivirán tus muertos, mis muertos resucitarán: despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo 2; de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído las palabras que Dios os dice? 3; en verdad, en verdad os digo: que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán; todos los que están en los sepul-cros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hicieron bien irán a resu-rrección de vida: mas los que hicieron mal a resurrección de juicio 4. Resucitará tu hermano, dijo el Señor. Marta le dice: Bien sé que resu-citará en la resurrección en el último día 5. Toda la visión de los huesos del capítulo 37 de Ezequiel. Los muertos que resucitaron Elías y Eliseo. Los malvados de quienes se dice: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio 6. Los muertos que resucitó el Señor. El mismo Señor, que resucitó como primicia de los que duermen 7, y de quien dijo David: Ni permitirás que tu santo vea la corrupción 8; y lo que afirma San Pablo: En un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles 9.

[146] Este último lugar tiene alguna apariencia; a su tiempo vere-mos que es sólo apariencia, examinando todo el contexto.

1 Job 14, 2; 19, 25. 2 Is. 26, 19. 3 Mt. 22, 31. 4 Jn. 5, 25, 28-29. 5 Jn. 11, 23-24. 6 Sal. 1, 5. 7 1 Cor. 15, 20. 8 Sal. 15, 10. 9 1 Cor. 15, 52.

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96 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[147] De estos lugares de la Escritura se pudieran citar sin gran trabajo cuando menos un par de centenares. Lo bueno y admirable es que, habiendo citado estos y otros lugares semejantes, concluyen con gran satisfacción que la resurrección de la carne, simultáneamente y una sola vez, o es un artículo de fe, o a lo menos una consecuencia de fe. Cuando quisiereis imitar este modo de discurrir, podréis probar fá-cilmente esta proposición, o como consecuencia de fe, o también como artículo de fe: Todos los hombres que actualmente viven, han de mo-rir simultáneamente y una sola vez, en un instante y momento.

[148] Para probar esto, no tenéis que hacer otra diligencia sino abrir las concordancias de la Biblia, buscar la palabra mors, juntar treinta o cuarenta textos que hablen de esto; por ejemplo: Morirá de muerte 1; está establecido a los hombres que mueran una sola vez 2; todos moriremos, y nos deslizamos como el agua 3; ¿quién hay entre los vivientes que no esté sujeto a la dura necesidad de haber de mo-rir? 4. Hecho esto, sacáis al punto vuestra consecuencia de fe, o esta-blecéis invenciblemente vuestro artículo de fe: Luego todos los hom-bres que actualmente viven, han de morir simultáneamente y una so-la vez, en un mismo instante y momento. No hay para qué detenernos en la aplicación de esta semejanza, ni tampoco pensamos detenernos en desenredar lo que hallamos tan enredado y confundido en los luga-res de la Escritura ya citados, porque esto sería un trabajo igualmente inútil que molesto.

PÁRRAFO 2

[149] Para que podamos, pues, entendernos en breve, sin el tu-multo interminable de las disputas escolásticas, paréceme bien que llevemos este nuestro pleito por otra vía más suave, y lo tratemos entre los dos amigablemente, con puro deseo de conocer la verdad y de abrazarla. Mas, antes de entrar en materia, sería muy conducente que entrásemos mutuamente asegurados, no sólo de la sinceridad de nues-tro corazón, sino también de la pureza de nuestra fe, en lo que toca a la resurrección de la carne. Así como yo estoy perfectamente asegurado de la vuestra, así quisiera del mismo modo aseguraros de la mía; pues no dejo de temer que, mirándome como judío, deis algún lugar a la sospecha o imaginación de que tal vez puedo ser, en el fondo del cora-zón, de la secta de los Saduceos, o pensar alguna cosa contraria o ajena de la fe y enseñanza de la Iglesia. Por tanto, recibid, amigo, con bon-dad, y pasad los ojos por esta breve y sincera confesión de mi fe.

1 Gen. 20, 7. 2 Heb. 9, 27. 3 2 Rey. 14, 14. 4 Sal. 88, 49.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 97

[150] Primeramente: yo creo con verdad y sin hipocresía lo que dicen en su propio y natural sentido los lugares de la santa Escritura que citan los doctores, y otros muchos más que pudieran citar. Todos ellos se encaminan directamente y van a parar a aquel artículo de fe que tenemos expreso en nuestro símbolo apostólico en estas dos pala-bras: resurrección de la carne. Descendiendo a lo particular, creo que todos los individuos del linaje humano, hombres y mujeres, cuantos han vivido, cuantos viven y cuantos vivirán en adelante, así como to-dos han de morir, menos los que han muerto ya, así todos han de resu-citar, menos los que han resucitado ya. Igualmente creo que ha de lle-gar algún día, que el Señor sabe, en que suceda esta general resurrec-ción, y en que el mar y la tierra, el limbo y el infierno den sus muertos, sin ocultar alguno, por mínimo que sea 1. Creo que, así como Jesucris-to resucitó en su propia carne, o en el cuerpo mismo que tenía antes de morir, así ni más ni menos resucitará cada uno de los hombres, por más deshecho que esté el cuerpo y confundido con la tierra; y esto por la virtud y omnipotencia de Dios vivo, que pudo hacer de nada todo el universo con un hágase, o con un acto de su voluntad. No sé que po-dáis pretender de mí otra cosa sustancial, en lo que toca a la resurrec-ción, pues esto es todo lo que creen los fieles cristianos. Si con esto es-táis satisfecho de la pureza de mi fe, pasemos adelante.

[151] No hay que pasar adelante (me parece que os oigo decir) cre-yendo buenamente que ya quedo convencido por mi propia confesión, pues concedo con todos los fieles que ha de llegar un día y una hora, que sólo Dios sabe, en que se verifique esta resurrección general de todos cuantos han vivido, viven y vivirán, sin que quede uno solo que no resu-cite. Sí, amigo, sí: me tengo en lo dicho y confieso otra vez, y otras veces, que todo esto es cierto, y de fe divina. Mas ¿qué consecuencia preten-déis sacar de mi confesión? Sin duda no habéis reparado bien en aque-lla palabra que dejé caer como casual, diciendo expresamente: Así co-mo todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de resucitar, menos los que han resucitado ya. Conque es cierto, y de fe divina, que en aquel día y hora resucitarán todos los que hasta entonces hubieren muerto y no hubieren resucitado; mas no por esto se sigue que también hayan de resucitar entonces los que hayan resucitado de antemano. Me persuado, no sin gran fundamento, que esta excepción que acabo de hacer os causará un verdadero disgusto y aún enfado. Yo siento el disgustaros, pero ¿cómo puedo en conciencia hacer otra cosa? Demás de ser esencial al asunto que ahora tratamos, parece cierta y evidente, como fundada sólidamente sobre buenos principios.

[152] ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora contásemos también a la santísima Virgen María nuestra Señora, de

1 Jn. 5, 28; Apoc. 20, 13.

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98 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

quien ha creído y cree toda la Iglesia que resucitó aun antes que su santo cuerpo pudiese ver la corrupción, y que la hiciésemos volver a morir para poder resucitar en aquel día! ¡Bueno fuera que entre los re-sucitados en aquel día y hora contásemos también a aquellos muchos santos de quienes nos dice el Evangelio: Y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron! 1. Es verdad que no han faltado docto-res, y no pocos, que nos aseguran, con razones fundadas sobre el aire, que estos santos que resucitaron con Cristo, volvieron luego a morir, pues sólo resucitaron (añaden en la cátedra) para dar testimonio de la resurrección de Cristo, y también de la resurrección de la carne; mas esto, ¿de dónde lo supieron? Porque ¿quién conoció el espíritu del Se-ñor, o quién fue su consejero? 2. El Evangelio dice claramente que re-sucitaron, no cierto en apariencia, sino en realidad; que por eso usa la expresión muchos cuerpos, y no dice que volvieron a morir. ¿Por qué, pues, se asegura que volvieron a morir? ¿Será sin duda porque habien-do roto la corteza de la almendra, hallaron dentro de ella el tesoro es-condido? ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora contásemos también aquellos dos profetas o testigos de cuya muerte, resurrección y subida a los cielos se habla clarísimamente en el capítu-lo 11 del Apocalipsis, y esto mucho antes de aquel día y hora, por con-fesión precisa de todos los intérpretes!

[153] Verosímilmente responderéis que todos esos resucitados, de quienes acabamos de hablar, no resucitarán en aquel día y hora; pues nos consta y tenemos por cosa certísima que ya resucitaron, y los dos últimos resucitarán a su tiempo antes de la general resurrección. ¿Y de dónde sabemos esto?, pregunto yo. Lo sabemos, decís, de nuestra Se-ñora la Madre de Dios, porque es una tradición antiquísima y universal; lo ha creído y lo cree toda la Iglesia, sin contradicción alguna razonable; lo sabemos de muchos santos que resucitaron con Cristo, porque así lo dice clara y expresamente el Evangelio; y lo sabemos de los dos últimos profetas, porque así lo anuncia el apóstol San Juan en su Apocalipsis, que es tan canónico y tan de fe divina como el Evangelio. Todo esto me parece un modo de hablar religioso y justo, en que va acorde la revela-ción con la razón. Mas yo quisiera ahora saber: ¿Cómo se puede com-poner todo esto con aquella multitud de lugares de la Escritura santa, que se citan para probar la resurrección simultáneamente y una sola vez, de todos los individuos del linaje humano, sin distinción alguna? ¿Cómo se compone todo esto con aquellas palabras de Job: El hombre, cuando durmiere, no resucitará hasta que el cielo sea consumido… 3; o con las palabras del Evangelio: Todos los que están en los sepulcros, oi-

1 Mt. 27, 52. 2 Rom. 11, 34. 3 Job 14, 12.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 99

rán la voz del Hijo de Dios 1; o con las palabras de Marta: Sé que resuci-tará en el último día 2; o con las palabras de San Pablo: En un momen-to, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles? 3.

[154] Conque sin perjuicio de la general resurrección, que debe concluirse en aquel día y hora de que hablamos, pudo Dios resucitar muchos siglos antes a la Santísima Virgen María; pudo resucitar a mu-chos santos, para que acompañasen resucitados a Cristo resucitado, si es que no los hacen morir otra vez, y a otros dos santos mucho tiempo antes de la general resurrección; luego sin perjuicio de aquella ley ge-neral, que debe concluirse en aquel día y hora, podrá Dios conceder muy bien esta misma gracia a muchos santos, según su libre y santa voluntad. Y ¿quién sabe si ya la ha concedido a muchos, sin pedirnos nuestro consentimiento, ni darnos parte de su resolución? Yo sé que algunos autores clásicos son de parecer que el Apóstol San Juan puede y debe entrar en el número de los resucitados. Fúndanse para creer la resurrección de este Apóstol, en que no se sabe de su cuerpo, ni se ha sabido jamás, como se ha sabido y se sabe de los cuerpos de los otros Apóstoles; pues aunque algunos antiguos hablaron de su sepulcro trescientos años después, mas también han hablado del sepulcro de Cristo y del de nuestra Señora; y San Pedro habló en su primer sermón del sepulcro de David, diciendo: Su sepulcro está entre nosotros 4; y no es lo mismo el sepulcro que el cuerpo sepultado en él. Todo esto discurren estos autores. Si con razón o sin ella, no es de este lugar; ni yo tomo partido, ni en pro ni en contra; porque aunque mi sentir es diversísimo, tampoco es de este lugar. Lo que únicamente es de este lugar, es esto: que según estos autores, podremos contar lícitamente con otro santo más entre los resucitados, antes de la general resurrec-ción, y esto sin perjuicio alguno de aquella ley universal.

[155] Esto supuesto, yo paso un poco más adelante, y pregunto: si aquel mismo Dios, de quien está escrito: Fiel es el Señor en todas sus palabras 5, que ya ha resucitado a Nuestra Señora y a otros muchos santos, hubiera prometido resucitar a muchos más para cierto tiempo antes de la general resurrección, en este caso, ¿no haremos muy mal en no creerlo? ¿Será bastante razón para dudarlo, la ley general de la resurrección del último día? ¿Será decente alegar contra esta promesa de Dios el texto de Job, o las palabras de Marta, o todos los otros luga-res de la Escritura que hablan de la resurrección general de la carne? Tengo por cierto que me diréis que no, en caso que haya tal promesa

1 Jn. 5, 28. 2 Jn. 11, 29. 3 1 Cor. 15, 52. 4 Act. 2, 29. 5 Sal. 144, 13.

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100 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de Dios, pues estos mismos lugares de la Escritura se pudieran alegar con la misma razón para no creer la resurrección de la Madre de Cris-to, y mucho menos la de otros santos que nos dice el Evangelio y el Apocalipsis. Mas esta promesa de Dios, ¿de dónde consta? Tenéis gran razón de preguntarlo. Consta, señor mío, de la misma Escritura divina, entendida del mismo modo que se entiende cualquiera escritura hu-mana que contenga obligación o promesa, esto es, en su sentido pro-pio, obvio y literal, pues no hay otro modo de averiguar la verdad. Conque toda nuestra controversia está ya reducida a esto solo, es a sa-ber, a que yo os muestre los instrumentos auténticos y claros que ten-go de la promesa de Dios, y habiéndolos visto entre los dos, y exami-nándolos atentamente, juzguemos con recto juicio.

Primer instrumento

PÁRRAFO 3

[156] En primer lugar, debemos traer a la memoria, y considerar de nuevo con mayor atención, todo lo que queda ya observado en la disertación precedente, artículo 3, sobre el texto celebérrimo del capí-tulo 20 del Apocalipsis; a lo cual nada tenemos que añadir ni que qui-tar. Por más que clamen y porfíen los doctores, de que allí no se habla de verdadera y propia resurrección de los cuerpos, sino de una resu-rrección espiritual de las almas a la gracia y a la gloria, etc.; por más que digan confusamente que lo contrario es un error, un sueño, un pe-ligro, una fábula de los Milenarios; por más que pretendan que la ex-plicación que dan al texto sagrado (y que ya observamos con asombro) es más clara que la luz; por más que quieran persuadirnos que la pri-sión del diablo ya sucedió, y que el Rey de los reyes no es Jesucristo sino San Miguel, etc.; si no nos traen otra novedad, si no producen otras razones, nos tenemos a lo dicho, ciertos y seguros de que el texto sagrado, mirado por todos sus aspectos y con todas sus circunstancias que preceden, que acompañan y que siguen hasta el fin del capítulo, y aun hasta el fin de toda la profecía, es un instrumento auténtico y fiel en que consta clarísimamente de la promesa de Dios, con que se obliga a resucitar otros muchos santos antes de la general resurrección. Por consiguiente, es éste un instrumento precioso que no podemos ni de-bemos disimular.

[157] Si os parece ahora que el repetir y volver a hacer mención de este lugar de la Escritura es por falta o escasez de otros instrumentos, os digo amigablemente que no pensáis bien. Este lugar de la Escritura es un instrumento claro y auténtico, que no podemos ni queremos di-simular. Fuera de él hay algunos otros igualmente auténticos y claros, que vamos ahora a producir; y todos ellos forman, a mi parecer, como

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 101

una prueba evidente o una certidumbre más que moral de la promesa divina.

Segundo instrumento

PÁRRAFO 4

[158] El apóstol San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, les dice: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con Jesús a aquéllos que durmieron por él. Esto, pues, os decimos en palabra del Señor (sigue la promesa de Dios): que noso-tros que vivimos, que hemos quedado aquí para la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor, con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descen-derá del cielo: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros. Después nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires; y así estaremos para siempre con el Señor. Por tanto, con-solaos los unos con los otros con estas palabras 1.

[159] De estas palabras del Apóstol, que él mismo nos advierte, no sin gran acuerdo, que las dice en palabra del Señor, sacamos dos ver-dades de suma importancia. Primera: que cuando el Señor vuelva del cielo a la tierra, como sabemos que ha de volver después de haber re-cibido el reino 2, al salir del cielo, y mucho antes de llegar a la tierra, dará sus órdenes, y mandará como Rey y Dios omnipotente, que todo esto significan aquellas palabras con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios 3. A esta voz del Hijo de Dios resucitarán al punto los que la oyeren, como dice el evangelista San Juan: Los que la oyeren vivirán 4. Mas ¿quiénes serán éstos? ¿Serán acaso todos los muertos, buenos y malos sin distinción? ¿Serán todos los individuos del linaje humano sin quedar uno solo? Parece cierto y evidente que no; pues en este caso no nos enseñara San Pablo, en palabra del Se-ñor, la grande novedad de dos cosas tan absolutamente incomprensi-bles como contradictorias, es a saber: resucitar todos los individuos del linaje humano, buenos y malos, lo cual no puede ser sin haber muerto todos; y después de esta resurrección, después quedar todavía algunos vivos y residuos para la venida del Señor.

[160] Fuera de que se debe reparar que el Apóstol sólo habla en este lugar de la resurrección de los muertos que murieron en Cristo, o

1 1 Tes. 4, 12-17. 2 Lc. 19, 15. 3 1 Tes. 4, 15. 4 Jn. 5, 25.

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102 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de aquellos que durmieron por él, y ni una sola palabra de la otra infi-nita muchedumbre, sin duda porque todavía no ha llegado su tiempo. De este mismo modo habla el Señor en el Evangelio, reparadlo: Y ve-rán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad. Y enviará sus ángeles con trompetas, y con grande voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 1.

[161] Si comparáis este texto con el de San Pablo, no hallaréis otra diferencia, sino que el Apóstol llama a los que han de resucitar en la venida del Señor los que murieron en Cristo, que durmieron por él 2: y el Señor los llama sus escogidos: Y allegarán sus escogidos de los cua-tro vientos 3; mas en ambos lugares se habla únicamente de la resu-rrección de estos solos, y ni una sola palabra de los otros. Y es bien, amigo, que observéis aquí una circunstancia bien notable, esto es, que cuando el Señor dijo estas palabras, no hablaba con el vulgo, ni con las turbas, ni con los escribas y fariseos, con quienes solía hablar por pa-rábolas; hablaba inmediatamente con sus Apóstoles, y esto a solas, en el retiro y soledad del monte Olivete; hablaba no por incidencia, sino de propósito, de su venida en gloria y majestad, y de las circunstancias principales de esta venida; hablaba preguntado de los mismos Apósto-les, que deseaban saber más en particular lo que decía a todos públi-camente más en general y por parábolas; hablaba, en fin, con aque-llos mismos a quienes había dicho en otra ocasión: A vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los otros por parábolas 4. Esta observación sería muy importante para aquellos mismos doctores, los cuales haciendo tan poco caso del lugar del Evangelio de que ha-blamos, quiero decir, de la circunstancia particular de la resurrección de solos los electos en la venida del Señor, ponderan mucho lo que en otros lugares del Evangelio se dice en general y por parábolas, como si aquello poco que allí se toca, siempre enderezado a dar alguna doctrina moral, fuese todo lo que hay que hacer en la venida del Señor. Por ejem-plo: en la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes y cinco fa-tuas 5; en la parábola de los talentos; y sobre todo en la parábola que empieza: Y cuando viniere el Hijo del Hombre 6, del capítulo 25 de San Mateo, de la cual hablaremos más adelante, como que es uno de los grandes fundamentos, y tal vez el único, del sistema ordinario.

[162] La segunda verdad que sacamos del texto de San Pablo, a donde volvemos, es ésta: que después de resucitados aquellos muertos que murieron en Cristo, que durmieron por él 7, todos los vivos que en

1 Mt. 24, 30-31. 2 1 Tes. 4, 15-16. 3 Mt. 24, 31. 4 Lc. 8, 10. 5 Mt. 25, 1-13. 6 Mt. 25, 31. 7 1 Tes. 4, 15 y 13.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 103

aquel día fueren también de Cristo, los cuales, según otras noticias que hallamos en los Evangelios, no pueden ser muchos, sino bien pocos, como veremos en su lugar, todos éstos así vivos se juntarán con los muertos de Cristo ya resucitados, se levantarán de la tierra, y subirán en las nubes a recibir a Cristo: Después nosotros los que vivimos… (o los que viven de nosotros), los que andamos aquí, seremos arrebata-dos juntamente con ellos a recibir a Cristo en los aires 1. Por más es-fuerzos que hayan hecho hasta ahora los intérpretes y teólogos para eludir o suavizar la fuerza de este texto, es claro que nada nos dicen que sea pasable, ni aun siquiera tolerable. Dicen unos que los santos resucitarán primero, como enseña el Apóstol; mas esto no será con prioridad de tiempo, sino solamente de dignidad; quieren decir, que todos los hombres buenos y malos, santos e inicuos, resucitarán en un mismo tiempo y momento, pero los santos tendrán en la resurrección el primer lugar, esto es, serán más dignos o más honorables que los malos; y pudieran añadir que serán los únicos dignos de honor delante de Dios y de sus ángeles 2. Mas ¿es ésta la gran novedad que nos anun-cia San Pablo, en palabra del Señor, que los santos serán más dignos de honor que los malos, los Apóstoles más honorables que Judas el traidor, y el mismo San Pablo más que el verdugo que le cortó la cabe-za? Y para decirnos esta verdad, ¿no halló el apóstol otras palabras que éstas: Y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros; des-pués nosotros? 3. Leed, amigo, el texto sagrado, y haced más honor al apóstol y a vuestra propia razón.

[163] Otros autores, menos rígidos, conceden francamente (y ésta es la sentencia más común) que el Apóstol habla sin duda de prioridad de tiempo; mas como si este tiempo fuese propio suyo, como si fuese dinero en manos de un avaro, así lo escatiman, así lo escasean, así aprietan la mano al quererlo dar, que es imposible que baste ni aun para la centésima parte del gasto necesario. Conceden, pues, para veri-ficar de algún modo las palabras claras y expresas, resucitarán los pri-meros, que los santos realmente resucitarán primero; pero añaden luego con una extrema economía, que bastarán para esto algunos mi-nutos, por ejemplo cinco o seis, que en aquel tiempo tumultuoso será cosa insensible, que nadie podrá reparar. Esto parece todavía mayor milagro que saciar a cinco mil personas con cinco panes. Veamos, no obstante, la facilidad admirable con que todo se hace.

[164] Viene ya Cristo del cielo a la tierra, en la gloria de su Padre con sus ángeles 4: a su primera voz resucitarán al punto los que la

1 1 Tes. 4, 16. 2 Apoc. 3, 5. 3 1 Tes. 4, 15-16. 4 Mt. 16, 27.

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104 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

oyen, esto es, todos sus santos: Y los que murieron en Cristo resucita-rán los primeros 1. Resucitados éstos, luego inmediatamente se levan-tan por el aire a recibir al Señor y gozar de su vista corporal; juntos con ellos se levantan también, o son arrebatados, los santos vivos que hubiere entonces en la tierra. Estos vivos, que todavía no han pasado por la muerte, mueren momentáneamente allá en el aire, antes de lle-gar a la presencia del Señor. Sus cuerpos, o se disuelven en un mo-mento, o no se disuelven, porque no hay necesidad indispensable de tal disolución. Si llevan algunas culpas leves que purgar, o las purgan allí mismo en un instante, o van dos o tres instantes al purgatorio, quedando entre tanto sus cuerpos muertos suspensos en el aire; o lo que parece mucho más fácil, que todo se halla en diferentes autores, ni los cuerpos se disuelven, ni las almas llevan reato alguno de culpa; y así mueren en el aire en un instante, y resucitan al instante siguiente, si es que no han muerto y resucitado antes de levantarse, que así lo sienten otros muchos autores. Vamos adelante, y no perdamos tiempo, que todavía lo hemos menester para lo mucho que queda que hacer.

[165] Mientras los resucitados santos van subiendo por el aire, y entre tanto que sucede la muerte y resurrección de los vivos que le acompañan, estando ya todos muy lejos de la tierra, sucede en ésta el grande y universal diluvio de fuego, que mata a todos los vivientes, desde el hombre hasta la bestia, y desde las aves del cielo hasta los peces del mar 2; no obstante que en Ezequiel y en el Apocalipsis se ven convidadas las aves, en el día de la venida del Señor, a la gran cena de Dios 3, para que coman y se harten de las carnes de toda suerte de gen-tes que el mismo Señor ha de sacrificar a su indignación: Venid, y con-gregaos a la cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos… Y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos 4. Pero de esto en otra parte. Muertos todos los vivien-tes con el diluvio de fuego, se apaga en el momento siguiente todo aquel incendio, resucitan al otro momento los muertos en toda la re-dondez de la tierra, se ponen en camino luego al punto, y son llevados en un momento de tiempo por los ángeles hacia Jerusalén. En suma: cuando el Señor llega a la tierra con toda su comitiva, halla ya resuci-tado todo el linaje humano, y congregado todo en el grande y pequeño valle de Josafat. Esto es en sustancia todo cuanto nos dicen los exposi-tores y teólogos sobre el texto de San Pablo, de que vamos hablando; y por más librerías que visitéis, estad cierto, amigo, que no hallareis otra cosa diversa de lo que acabáis de oír.

1 1 Tes. 4, 16. 2 Gen. 7, 23. 3 Apoc. 19, 17. 4 Apoc. 19, 17-18, 21.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 105

Reflexión

PÁRRAFO 5

[166] Habiendo visto lo que sobre el texto de San Pablo nos dicen los doctores; habiendo considerado, con no sé que disgustillo interno, su suma escasez y economía en la repartición de instantes y momen-tos, decidme, amigo: ¿Para qué podrá servir tanta economía? ¿Para qué fin tantos apuros y tantas prisas? ¿Nos sigue acaso alguno con la espada desnuda? Si es para poder salvar de algún modo el sistema; si es para poder mantener y llevar adelante la idea de una sola resurrec-ción, y ésta simultánea, única y momentánea; así como esta idea que-dará convencida de falsa, con mil años de diferencia entre la primera resurrección de los muertos que murieron en Cristo, y la resurrección del resto de los hombres; así queda convencida de falsa con algunas horas o minutos de diferencia; pues una vez que se admita algún tiem-po intermedio, como es necesario admitirlo, ya la resurrección del li-naje humano, ni podrá ser juntamente, ni podrá ser una sola vez, ni mucho menos en un momento, en un abrir de ojo 1.

[167] Fuera de esto sería bueno saber: ¿Con qué razón, o con qué autoridad, se hace esta repartición tan escasa de instantes y momentos? ¿Con qué razón, por ejemplo, nos aseguran que los justos vivos después de la resurrección de los santos se juntan con ellos, y suben también en las nubes a recibir a Cristo en los aires 2, y que deben morir y resucitar allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor? No me digáis ni aleguéis para esto la pura autoridad extrínseca, porque esto sería caer en aquel gran defecto que llaman los lógicos responder con lo mismo que se disputa. Sabemos que así lo han pensado muchos doctores, mas no sabemos por qué razón, ni sobre qué buen fundamento lo han pen-sado así, ni de dónde pudieron tomar esta noticia. San Pablo nos asegu-ra, en palabra del Señor, que los justos que se hallaren vivos cuando venga el Señor, subirán por el aire a recibirlo en compañía de los santos ya resucitados. Esta particularidad era bien excusada, si para parecer en la presencia de Cristo fuese necesario que primero muriesen y resu-citasen, o allá en el aire, o acá en la tierra antes de levantarse de ella; pues con solo decir: Los muertos de Cristo resucitarán, y subirán a re-cibirlo, estaba dicho todo; mas decirnos expresamente, y esto en pala-bra del Señor, que no sólo los santos resucitados, sitio también los san-tos vivos, se levantarán de la tierra y subirán juntos con ellos 3 a recibir a Cristo, sin hacer mención la más mínima de muerte, ni de resurrec-

1 1 Cor. 15, 52. 2 1 Tes. 4, 16. 3 1 Tes. 4, 16.

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106 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ción de estos últimos, parece una prueba clara y manifiesta, para quien no tuviere algún empeño manifiesto, de que no hay tal muerte ni tal re-surrección instantánea; que esta idea, tan ajena del texto sagrado, sólo la pudo haber producido la necesidad de salvar de algún modo el siste-ma, a lo menos por aquella parte, ya que por otra quedaba insalvable; pues habiendo resucitado los muertos de Cristo en todas las partes del mundo, habiéndose levantado de la tierra, habiendo subido juntamen-te con ellos muchos vivos, habiendo éstos muerto, habiendo resucitado, todavía no se ha verificado la resurrección, ni aun siquiera la muerte de todo el resto de los hombres.

[168] A todo esto podemos añadir esta otra reflexión: el rapto de los vivos de que hablamos es ciertamente una cosa futura; por consi-guiente, no pudiéramos saberla sin revelación expresa de Dios, a quien solo pertenece la ciencia de lo futuro. Del mismo modo, siendo tam-bién una cosa futura, o sólo posible, la circunstancia que se pretende en estos vivos, de morir y resucitar instantáneamente antes de llegar a la presencia de Cristo, tampoco podrá saberse esta circunstancia sin revelación expresa del que todo lo sabe. De aquí se sigue que cualquie-ra hombre que nos añada esta circunstancia, aunque sea debajo de la autoridad de otros mil, deberá junto con ellos mostrarnos alguna reve-lación divina, cierta, clara y expresa, en donde conste de esta circuns-tancia. Y si esta tal revelación ni la muestran ni la pueden mostrar, porque no la hay, deberán contentarse, y tener por excusados a los que no creyeren su noticia por no querer apartarse un punto de lo que dice la revelación.

[169] Se ve muy bien, amigo mío, lo que hace a los doctores darse tanta prisa en el asunto de que tratamos, es a saber, la idea que se han formado (por las razones que iremos viendo en adelante) de que el Se-ñor ha de volver del cielo a la tierra con la misma prisa; por consi-guiente, que cuando llegue a la tierra ya ha de hallar muerto y resuci-tado a todo el linaje humano, y congregado en cierto lugar para el jui-cio universal. Esta idea, tomada como pretenden, de la parábola Cuan-do viniere el Hijo del hombre, del capítulo 25 de San Mateo, sin querer hacerse cargo que aquello es una mera parábola, cuyo fin único es una doctrina moral (como observaremos a su tiempo): esta idea, digo, con-traria a toda la Escritura, que casi a cada paso clama contra ella, ha si-do, y es hasta ahora, un verdadero velo que la ha cubierto y dejado po-co menos que invisible a quien está preocupado de contrarias ideas. Mas de esto tenemos tiempo de hablar, y no pueden faltarnos en ade-lante algunas ocasiones más oportunas.

[170] Nos basta, pues, por ahora sacar de todo lo dicho esta impor-tante consecuencia. No obstante los esfuerzos que han hecho los más sabios y más ingeniosos doctores para explicar el texto de San Pablo

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 107

de algún modo suave o más compatible con su sistema; no obstante sus miedos, sus apuros, sus prisas, su solicitud; no obstante su grande y aun extrema economía en la repartición de instantes y minutos; al fin se ven precisados a concedernos algo, como acabáis de ver. Nos conceden, primeramente, que los muertos que son con Cristo, y los que murieron en Cristo, o aquéllos que murieron por él 1 (los cuales parecen los mismos idénticos que se leen en el capítulo 20 del Apoca-lipsis: Y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia… y vivieron y rei-naron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrec-ción 2. Comparad, señor, un texto con otro, y oíd lo que os dice vuestro corazón); nos conceden que estos muertos resucitarán primero que los demás. Nos conceden, lo segundo, que después de resucitados éstos, morirán los santos que acaso se hallaren vivos, o en la tierra, o allá en el aire, los cuales también resucitarán en segundo lugar. Nos conce-den, lo tercero, que después de estos morirán, o serán muertos con un diluvio de fuego, todos cuantos vivientes hubiere entonces sobre la tie-rra. Nos conceden, finalmente, que, después de todo esto, después de quemados todos los vivientes con todo cuanto se hallare sobre la tie-rra, después de apagado o disipado todo aquel mar inmenso de fuego (lo que ha menester, según parece, algunos minutos), resucitarán por último todos los muertos que restaren, que sin duda serán los más.

[171] Contentémonos ahora con esto poco que nos dan (que a su tiempo les pediremos algo más), y saquemos ya nuestra importante y legítima consecuencia: luego la resurrección de la carne, simultánea-mente y una sola vez, la resurrección de todos los individuos del linaje humano, en un momento, en un abrir de ojo, lejos de ser un artículo o una consecuencia de fe, es por el contrario, y debe mirarse, como una aserción falsa y absolutamente indefendible, y esto por confesión de los mismos que la propugnan. Por consiguiente, queda quitado con es-to solo aquel embarazo que nos impedía el paso, y disipada aquella grande nube que nos cubría el cielo. Fuera de este instrumento nos quedan otros que no podemos disimular.

Tercer instrumento

PÁRRAFO 6

[172] El mismo Apóstol y Maestro de las Gentes habla de propósi-to y difusamente, y llegando al versículo 23 dice así: Mas cada uno en su orden: las primicias Cristo; después los que son de Cristo, que cre-

1 1 Tes. 4, 15 y 13. 2 Apoc. 20, 4-5.

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108 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

yeron en su advenimiento. Luego será el fin, cuando hubiere entre-gado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo prin-cipado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera. Porque todas las cosas sujetó de-bajo de los pies de él 1.

[173] Sigamos el orden de estas palabras. El primer resucitado es Cristo mismo: éstas son las primicias de la resurrección: Las primi-cias, Cristo. Ningún hijo de Adán tuviera que esperar resurrección, si no hubieran precedido estas primicias. Síguense después de Cristo, añade San Pablo, los que son suyos, los que creyeron en él (se entiende bien que aquí no se habla de cualquiera fe, sino de aquélla que obra por la caridad, como él mismo lo dice en otra parte, pues esta sola puede hacer a un hombre digno de Cristo): Después los que son de Cristo. Comparad de paso estas palabras con aquellas otras: Y los que murieron en Cristo, o aquéllos que durmieron por él; y veréis cómo todo va bien, en una perfecta conformidad. Después de la resurrección de los que son de Cristo, seguirá el fin 2.

[174] Paremos aquí un momento mientras hacemos dos brevísi-mas observaciones. Primera: ¿Dónde esta aquí la resurrección del res-to de los hombres? ¿Acaso éstos no han de resucitar alguna vez? Si, como se piensa, han de resucitar juntamente con los que son de Cristo, ¿por qué San Pablo no habla de ellos ni una sola palabra? Resucitados los muertos que son de Cristo, se sigue el fin 3: y los otros muertos, que son los más, todavía no han resucitado. ¿Cómo podremos componer esto con el simultáneamente y una sola vez, o con el artículo y conse-cuencia de fe? Segunda observación: este fin de que habla el Apóstol, ¿debe seguirse luego inmediatamente a la resurrección de los santos? Diréis necesariamente que sí, porque es preciso llevar adelante la eco-nomía, y no perder un momento de tiempo. Mas San Pablo, que sin duda lo sabía mejor, nos da a entender claramente que le sobra el tiempo, pues entre la resurrección de los santos y el fin, pone todavía grandes sucesos que piden tiempo, y no poco, para poderse verificar. Reparad en sus palabras y en su modo de hablar: Las primicias, Cris-to… Después los que son de Cristo… Después será el fin 4.

[175] Suponen comúnmente los doctores, a lo menos en la práctica, que aquí se termina o hace sentido el texto del Apóstol, y lo que resta de él sucederá después del fin. Parte ha sucedido ya, y se está verificando desde que el Señor subió a los cielos. Considerad lo que resta del texto:

1 1 Cor. 15, 23-26. 2 1 Cor. 15, 24. 3 1 Cor. 15, 24. 4 1 Cor. 15, 23-24.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 109

Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Por-que es necesario que él reine hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera 1. Este texto, pues, así cortado y dividido en estas dos partes, lo que quiere decir, según explican, es esto solo: el primer resucitado es Cristo 2: des-pués, cuando él venga del cielo, los que son suyos 3; luego, al instante siguiente, sucede el fin con el diluvio universal de fuego 4; al otro ins-tante resucita el resto de los muertos, aunque San Pablo no los toma en boca; últimamente sucede la evacuación de todo principado, potestad y virtud. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que se destruye entera-mente todo el imperio de Satanás y de sus ángeles; los cuales, añaden con mucha satisfacción, conservan siempre el nombre de aquel coro a que pertenecían antes de su pecado y de su caída. Optimamente. ¿Y no hubo ángeles infieles de los otros coros, sino solamente de estos tres? ¿Y no hay aquí en la tierra otros principados, potestades y virtudes sino los ángeles malos? ¿No está ahora, y ha estado, y estará siempre en mano de muchos hombres el principado respecto de los otros, la potes-tad emanada de Dios, y la virtud, esto es, la milicia o la fuerza, para ha-cerse obedecer? ¿Por qué, pues, se recurre a los ángeles malos o a los demonios, y a unas ideas cuando menos inciertas, dudosas y oscurísi-mas, como son los coros a que pertenecían?

[176] Síguese en el texto del Apóstol la entrega del reino, que hará Cristo a Dios su Padre 5. ¿Cuándo será ésta? Será, dicen, cuando des-pués de concluido el juicio universal, se vuelva el Señor al cielo con to-dos los suyos. Conque, según esto, la entrega del reino (aun en suposi-ción que sea justa la idea de ir al cielo Cristo con todos sus santos, lo cual examinaremos a su tiempo) deberá ser el último suceso en todo el misterio de Dios; y, no obstante, San Pablo pone todavía tres grandes sucesos después de éste, y en último lugar pone la destrucción de la muerte, que no es otra cosa que la resurrección universal: Y la enemi-ga muerte será destruida 6. Y aquel gran suceso que pone el Apóstol en medio del texto, esto es: Porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies 7, ¿dónde se coloca con alguna propiedad y decencia? Este gran suceso es necesario po-nerlo aparte, o volver muy atrás para poderle dar algún lugar, pues es-to no podrá suceder en aquel tiempo, después de la resurrección de los

1 1 Cor. 15, 24-26. 2 1 Cor. 15, 23. 3 1 Cor. 15, 23. 4 1 Cor. 15, 24. 5 1 Cor. 15, 24. 6 1 Cor. 15, 24. 7 1 Cor. 15, 25.

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santos que son de Cristo, aunque el Apóstol lo ponga para entonces (y esto so pena de error y de peligro), sino que empezó a verificarse desde que el Señor subió a los cielos, y hasta ahora se está verificando.

[177] Yo observo aquí, y me parece que cualquiera observará lo mismo, una especie de desorden, de oscuridad, de confusión, y de un trastorno de ideas tan extrañas, que me es preciso leer y releer el texto muchas veces, temiendo entrar en la misma confusión de ideas; y aun esta diligencia creo que no baste. ¿No me diréis, amigo, lo primero: qué razón hay para poner el fin luego inmediatamente después, en el instante siguiente a la resurrección de los santos? ¿Acaso porque sin mediar otra palabra se dice: Luego será el fin? Lo mismo se dice de la resurrección de los santos respecto de la de Cristo, y ya sabéis cuántos siglos han pasado, y quizá pasarán entre una y otra resurrección: Las primicias, Cristo; después, los que son de Cristo. ¿No me diréis lo se-gundo: qué razón hay para no querer unir las palabras: Después será el fin, con las que siguen inmediatamente, cuando en el texto sagrado se leen unidas, ni se les puede dar sentido alguno, ni aun gramatical, si no se unen? Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potes-tad, y virtud 1. Resucitados los que son de Cristo, dice San Pablo, su-cederá el fin. Mas ¿cuándo? Cuando el Señor entregare, o hubiere en-tregado, cuando evacuare, o hubiere evacuado, cuando… Conque es claro que el fin no sucederá sino cuando sucedan todas estas cosas que se leen expresas en el texto sagrado.

[178] Del mismo modo parece claro que, siendo Jesucristo cabeza del linaje humano, y habiéndose encargado de su remedio, no puede hacer a su Padre la oblación o la entrega del reino de que está consti-tuido heredero, sino después de haberlo evacuado de toda dominación extranjera: Después de haber destruido enteramente principado, y potestad, y virtud (por lo cual se va directamente contra la bestia, con-tra los reyes de la tierra, y contra sus ejércitos 2). Después de haber su-jetado todo el orbe, no solamente a la fe estéril y sin vida, sino a las obras propias de la fe, que es la piedad y la caridad; en suma, después de haber convertido en reino propio de Dios, y digno de este nombre, todos los diversos reinos de los hombres (para esto, prosigue el Após-tol, es necesario que el mismo Hijo reine efectivamente hasta sujetar todos los enemigos, y ponerlos todos debajo de sus pies 3); cuando to-das las cosas estuvieren ya sujetas a este verdadero y legítimo rey, en-tonces podrá ofrecer el reino a su Padre de un modo digno de Dios 4.

1 1 Cor. 15, 24. 2 Apoc. 19, 19. 3 1 Cor. 15, 25. 4 1 Cor. 15, 28.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 111

[179] Por que no se piense ahora, como se quiere dar a entender, que todo esto se ha hecho, y se puede plenamente concluir por la pre-dicación del Evangelio que empezaron los Apóstoles, se deben notar y reparar bien dos cosas principales. Primera: que aquí no se habla de la conversión a la fe de los principados y potestades de la tierra, antes por el contrario se habla claramente de la evacuación de todo princi-pado y de toda potestad 1; y es cierto y sabido de todos los Cristianos que la predicación del Evangelio está tan lejos de tirar, ni aun indirec-tamente, a esta evacuación, que antes es uno de sus puntos capitales el sujetarnos más a todo principado y potestad, y el asegurar más a los mismos principados y potestades con nuestra obediencia y fidelidad. A esto no sólo nos exhorta, sino que nos obliga indispensablemente por estas palabras: Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios 2. Toda alma esté sometida a las potestades superiores. Por-que no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordena-das 3. Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios; ya sea al rey, como soberano que es; ya a los gobernadores… Temed a Dios, dad honra al rey, etc. 4.

[180] La segunda cosa que se debe reparar es que, en esta evacua-ción de todo principado, potestad y virtud, con todo lo demás que se ve en el texto junto y unido, debe suceder no antes sino después de la re-surrección de los santos que son de Cristo; por consiguiente, después de la venida del mismo Cristo que esperamos en gloria y majestad. Leed el texto cien veces, y volved a leerlo otras mil, y no hallareis otra cosa, si no queréis de propósito negaros a vos mismo. Hecho, pues, to-do esto con el orden que lo pone San Pablo, concluye él mismo todo el misterio diciendo: Y la enemiga muerte será destruida la postrera 5; y ved aquí el fin de todo con la resurrección universal, en la que debe quedar vencida y destruida enteramente la muerte, de modo que en-tonces, y sólo entonces, se cumplirá la palabra que está escrita: ¿Dón-de está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? 6.

PÁRRAFO 7

[181] Todo lo que acabamos de observar en el texto de San Pablo, lo hallamos de la misma manera y con el mismo orden, aunque con al-guna mayor extensión y claridad, en el capítulo 20 del Apocalipsis. Hagamos brevemente el confronto de todo, o paralelo de ambos tex-tos, que puede sernos de grande importancia para aclarar un poco más

1 1 Cor. 15, 24. 2 Mt. 22, 21. 3 Rom. 13, 1. 4 1 Ped. 2, 13-14, 17. 5 1 Cor. 15, 26. 6 1 Cor. 15, 54-55.

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nuestras ideas. Primeramente, San Pablo habla en este lugar no sola-mente de la resurrección, sino expresamente del orden con que ésta debe hacerse: Mas cada uno en su orden 1; diciendo que el primero de todos es Cristo 2; que, después de la resurrección de Cristo, se seguirá la de sus santos 3; y aunque en este lugar no señala el tiempo preciso de esta resurrección de los santos, mas la señala en otra parte, como ya observamos, esto es, en la primera epístola a los Tesalonicenses, ca-pítulo 4, diciendo que sucederá cuando el mismo Señor vuelva del cie-lo a la tierra: Descenderá del cielo, y los que murieron por Cristo re-sucitarán los primeros 4. Pues esto mismo dice San Juan con alguna mayor extensión y con noticias más individuales, es a saber: que los degollados por el testimonio de Jesús, por la palabra de Dios, y los que no adoraron a la bestia, etc., éstos vivirán, o resucitarán en la venida del Señor; que ésta será la primera resurrección; que serán beatos y santos los que tuvieron parte en la primera resurrección; que los de-más muertos no resucitarán entonces, sino después de mucho tiempo, significado por el número de mil años; que, pasado este tiempo, suce-derá el fin, y antes de este fin sucederá la destrucción de Gog, y caerá fuego sobre Magog, etc. Yo supongo que tenéis presente todo el capítu-lo 20 del Apocalipsis, y que actualmente lo consideráis con más aten-ción. En él debéis reparar, entre otras cosas, ésta bien notable que na-turalmente salta a los ojos; quiero decir, que los degollados por el tes-timonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, etc. 5, no sólo resucitarán en la venida de Cristo, sino que reina-rán con él mil años: Y vivieron y reinaron con Cristo mil años 6. Lo que supone, evidentemente, que el mismo Cristo reinará todo este es-pacio de tiempo, y para este tiempo son visiblemente las sillas y los que se sientan en ellas con el oficio y dignidad de jueces: Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio 7.

[182] Según las claras y frecuentísimas alusiones del Apocalipsis a toda la Escritura, como iremos notando en adelante, parece que este lugar alude al capítulo 3 de la Sabiduría, y juntamente al salmo 149. El primero dice: Resplandecerán los justos, y como centellas en el caña-veral discurrirán. Juzgarán las naciones, y señorearán a los pueblos, y reinará el Señor de ellos 8.

[183] El segundo, más individual y circunstanciado, dice: Se rego-cijarán los santos en la gloria, se alegrarán en sus moradas. Los en-

1 1 Cor. 15, 23. 2 1 Cor. 15, 23. 3 1 Cor. 15, 23. 4 1 Tes. 4, 15. 5 Apoc. 20, 4. 6 Apoc. 20, 4. 7 Apoc. 20, 4. 8 Sab. 3, 7-8.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 113

salzamientos de Dios en su boca, y espada de dos filos en sus manos, para hacer venganza en las naciones, reprensiones en los pueblos. Para aprisionar los reyes de ellos con grillos, y sus nobles con espo-sas de hierro. Para hacer sobre ellos el juicio decretado; esta gloria es para todos sus santos 1.

[184] Decidme, amigo, con sinceridad y verdad: ¿Habéis reparado alguna vez, o hecho algún caso de estas profecías? Decidme más: ¿Ha-béis considerado atentamente lo que sobre ellas dicen los más sabios intérpretes, o por hablar con más propiedad, lo que no dicen, que en realidad nada dicen? Esto poco o nada que dicen sobre estas profecías, ¿podrá satisfacer vuestra razón, y dejar quieta vuestra curiosidad? ¿No veis la prisa con que corren, como si se vieran obligados a caminar so-bre las brasas? ¿No veis cómo tiran con toda presteza a sacar sus ideas libres e indemnes de aquel incendio, ciertos y seguros de que todas que-darían consumidas y reducidas a ceniza, si se detuvieran un momento más? ¿No veis, decidme ahora, por el contrario, de qué sucesos o de qué tiempos se puede hablar aquí, si no se habla de los tiempos y de los su-cesos admirables que ahora consideramos? Reflexionadlo con vuestro juicio y atención, que yo esperaré pacientemente vuestra respuesta.

[185] En suma, San Pablo pone después de todo y en último lugar, la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, como hemos dicho, que la resurrección universal: Y la enemiga muerte será destruida la postrera 2. San Juan hace lo mismo después de su reino milenario, y después del fuego que cae sobre Gog y Magog, en que se comprende el oriente y el occidente, y los vivientes de todo el orbe, diciendo: Y dio la mar los muertos que estaban en ella… y fue hecho juicio de cada uno de ellos según sus obras, y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque de fuego 3; expresiones todas propísimas para explicar la destrucción entera de la muerte, con la resurrección universal: Y la muerte será destruida.

Cuarto instrumento

PÁRRAFO 8

[186] El cuarto instrumento que presentamos en la promesa de Dios de que vamos hablando, se halla registrado en el mismo capítulo 15, hacia el fin del versículo 51, donde el Apóstol nos pide toda nuestra atención, como que va a revelarnos un misterio oculto, y de sumo inte-rés para los que quieran aprovecharse de la noticia: He aquí, os digo, un misterio: Todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos

1 Sal. 149, 5-9. 2 1 Cor. 15, 26. 3 Apoc. 20, 13-14.

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114 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mudados. En un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta, pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados 1.

[187] Os causará grande admiración que yo cite este texto a mi fa-vor, cuando parece tan claro contra mí. La misma admiración tengo yo de ver que los doctores citen este mismo texto a su favor, después de haber concedido, aunque con tan gran economía, que los santos real-mente resucitarán primero que el resto de los hombres. La inteligencia que dan a este último lugar de San Pablo es bien difícil componerla con aquella concesión. No obstante, convienen todos, como es necesa-rio en su sistema, que el Apóstol habla aquí de la resurrección univer-sal. Mas ¿será cierto esto? ¿El Apóstol habla aquí de la resurrección universal? ¿Con qué razón se puede esto asegurar, cuando todo el con-texto clama y da gritos contra esta inteligencia? ¿Os atreveréis a decir que San Pablo, el Apóstol y Maestro de las Gentes, o el Espíritu Santo que hablaba por su boca, se contradice a sí mismo? Pues no hay reme-dio. Si queréis que hable aquí de la resurrección universal, deberéis conceder que cae irremisiblemente en dos o tres contradicciones ma-nifiestas. Vedlas aquí.

Primera contradicción

[188] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción, buenos y malos, fieles e infieles, etc., deben resucitar en un mismo momento, en un abrir y cerrar de ojos 2; luego es falso lo que dice a los Tesalonicenses: Y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros 3. Y si no, componedme estas dos proposi-ciones.

[189] Primera: Todos los hombres sin distinción, buenos y malos, resucitarán en un mismo instante y momento 4.

[190] Segunda: Los muertos que son de Cristo resucitarán pri-mero 5.

Segunda contradicción

[191] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción deben resucitar en un momento, en un abrir de ojo 6; luego antes de este momento, todos sin distinción de-ben estar muertos, pues sólo los muertos pueden resucitar; luego no hay ni puede haber tales vivos, que se levanten en las nubes a recibir a

1 1 Cor. 15, 51-52. 2 1 Cor. 15, 52. 3 1 Tes. 4, 16. 4 1 Cor. 15, 51-52. 5 1 Tes. 4, 16. 6 1 Cor. 15, 52.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 115

Cristo en compañía de los santos ya resucitados, juntamente con ellos. Y si no, componedme estas dos proposiciones.

[192] Primera: Todos los hombres, sin distinción, deben resucitar en un mismo punto y momento; por una consecuencia necesaria, to-dos sin distinción deben estar realmente muertos, antes que suceda esta resurrección instantánea.

[193] Segunda: Después de la resurrección de los santos, algunos hombres, no muertos sino vivos, que todavía no han pasado por la muerte, se juntarán con dichos santos ya resucitados, y junto con ellos subirán en las nubes a recibir a Cristo.

Tercera contradicción

[194] Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres, sin distinción de buenos y malos, de espirituales y carna-les, puros e impuros, etc., deberán resucitar incorruptos en un mo-mento, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta so-nará, y los muertos resucitarán incorruptibles 1; luego todos sin dis-tinción poseerán desde aquel momento la incorrupción o la incorrup-tela; luego es falso lo que dice el mismo Apóstol en el versículo prece-dente: Mas digo esto, hermanos: que la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción poseerá la incorruptibili-dad 2. Diréis, no obstante, que también los malos, por inicuos y per-versos que sean, han de resucitar incorruptos, participar de la inco-rruptela; pues una vez sus cuerpos resucitados, sus cuerpos no han de volver a resolverse ni a convertirse en polvo, sino que han de perseve-rar enteros, unidos siempre con sus tristes y miserables almas. Bien. ¿Y esto queréis llamar incorrupción o incorruptela? Cierto que no es éste el sentir del Apóstol, cuando nos asegura formalmente, y aun nos amenaza, de que la carne y sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad. Pues ¿qué quiere decir esta expresión tan singular? Lo que quiere decir manifiestamente es que una persona, cualquiera que sea sin excepción alguna, que tuviese el corazón o las costumbres corrompidas, y perseverare en esta co-rrupción hasta la muerte, no tiene que esperar en la resurrección un cuerpo puro, sutil, ágil, e impasible. Resucitará, sí, mas no para la vi-da, sino para lo que llama San Juan muerte segunda; no para el gozo propio de la incorruptela, sino para el dolor y miserias propios de la corrupción. Así, aquel cuerpo no se consumirá jamás, y al mismo tiem-po, jamás tendrá parte alguna en los efectos de la incorrupción, antes sentirá eternamente los efectos propísimos de la corrupción, que son

1 1 Cor. 15, 51. 2 1 Cor. 15, 50.

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116 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la pesadez, la fealdad, la inmundicia, la fetidez, y sobre todo, el dolor. Esto supuesto, componedme ahora estas dos proposiciones.

[195] Primera: Todos los hombres sin distinción resucitarán inco-rruptos: Pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán inco-rruptibles 1.

[196] Segunda: No todos los hombres, sino solamente una peque-ña parte respecto de la otra muchedumbre, poseerá la incorrupción o la incorruptela: Ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad 2.

[197] Cuando todas estas cosas, que a nuestra pequeñez aparecen inacordables, se acuerden y compongan de un modo natural, claro y perceptible, entonces veremos lo que hemos de decir. Entretanto de-cimos resueltamente que San Pablo no habla aquí, ni puede hablar, de la resurrección universal. El contexto mismo de todo el capítulo, aun-que no hubiera otro inconveniente, prueba hasta la evidencia todo lo contrario. Observadlo todo con atención, especialmente desde el ver-sículo 41: Una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra la claridad de las estrellas; y aun hay diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; es sembrado en vileza, re-sucitará en gloria; es sembrado en flaqueza, resucitará en vigor; es sembrado cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual… etc. 3.

[198] Ved ahora cómo podéis acomodar todo esto a la resurrección de todos los hombres, sin distinción de santos e inicuos. Pues ¿de qué resurrección habla aquí el Apóstol? Habla, amigo, innegablemente, por más que lo queráis confundir, de aquella misma resurrección de los santos de que habla a los Tesalonicenses. En uno y otro lugar habla con los nuevos cristianos, exhortándolos a la pureza y santidad de vi-da, junto con la fe, y proponiéndoles la recompensa plena en la resu-rrección. En uno y otro lugar habla únicamente de la resurrección de santos, cuando venga el Señor. En uno y otro lugar habla de otros san-tos no muertos, ni resucitados, sino que todavía se hallarán vivos en aquel día; y por eso añade aquí aquellas palabras: Los muertos resuci-tarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados 4; las cuales co-rresponden visiblemente a aquellas otras: Nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, a recibir a Cristo en los aires 5; porque estos vivos que su-ben por el aire a recibir al Señor es preciso que antes de aquel rapto padezcan una grande inmutación.

1 1 Cor. 15, 52. 2 1 Cor. 15, 50. 3 1 Cor. 15, 41-44. 4 1 Cor. 15, 52. 5 1 Tes. 4, 16.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 117

[199] Los intérpretes y demás doctores que tocan este punto no reconocen otro misterio en las palabras del Apóstol, sino sólo éste: Los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados 1, esto es, todos los muertos, sin distinción de buenos y malos, resucita-rán incorruptos, y esto en un momento, en un abrir de ojos 2; mas no todos se inmutarán, ni todos serán glorificados, sino solamente los buenos. Cierto, amigo, que si el Apóstol no intentó otra cosa que reve-larnos este secreto, bien podría haber omitido, o reservado para otra ocasión más oportuna, aquella grande salva que nos hace antes de re-velarlo: He aquí, os digo un misterio 3. Del mismo modo, podría haber advertido y remediado con tiempo las inconsecuencias o las contradic-ciones en que caía. Si éstas no son absolutamente imposibles respecto de otros doctores, yo pienso que lo son respecto del Doctor y Maestro de las Gentes. Todo lo cual me persuade eficazmente, y aun me obliga a creer, que San Pablo no habla aquí de la resurrección universal, sino sólo y únicamente de la resurrección de los santos, que debe suceder en la venida del Señor, como se lee en el capítulo 20 del Apocalipsis. De donde se concluye que la resurrección a un mismo tiempo y una vez, la resurrección en un momento, en un abrir de ojo 4, de todos los individuos del linaje humano, no tiene otro verdadero fundamento que el que tuvo antiguamente el sistema celeste de Tolomeo.

Otros instrumentos

PÁRRAFO 9

[200] Me quedaban todavía algunos otros instrumentos que pre-sentar; mas veo que me alargo demasiado. No obstante los muestro como con el dedo, señalando los lugares donde pueden hallarse, y pi-diendo una juiciosa reflexión. Primeramente, en el salmo 1 leo estas palabras: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio, ni los peca-dores en el concilio de los justos 5. Este texto lo hallo citado a favor de la resurrección a un mismo tiempo y una vez; mas ignoro con qué ra-zón. Esto prueba, dicen, que no hay más que un solo juicio, y por con-siguiente una sola resurrección. Lo contrario parece que se infiere ma-nifiestamente, porque si los impíos y pecadores no han de resucitar en el juicio y concilio de los justos; luego, o no han de resucitar jamás (lo que es contra la fe), o ha de haber otro juicio en que resuciten, y por consiguiente otra resurrección. Segundo, en el capítulo 20 del Evange-

1 1 Cor. 15, 52. 2 1 Cor. 15, 52. 3 1 Cor. 15, 51. 4 1 Cor. 15, 52. 5 Sal. 1, 5.

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118 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

lio de San Lucas, versículos 35 y 36, leo estas palabras del Señor: Mas los que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, porque no podrán ya más morir, por cuanto son iguales a los ángeles, e hijos son de Dios, cuando son hijos de la resurrección 1. Si en toda la Escri-tura divina no hubiera otro texto que este solo, yo confieso que no me atreviera a citarlo a mi favor; mas este texto, combinado con los otros, me parece que tiene alguna fuerza más. De él, pues, infiero que en la venida del Señor, con la cual ha de comenzar ciertamente aquel otro siglo, habrá algunos que se hallarán dignos de este siglo, y de la resu-rrección; y habrá otros más, que no se hallarán dignos de este siglo, ni tampoco de la resurrección; luego habrá algunos que entonces resuci-tarán, y otros que no resucitarán hasta otro tiempo, que es lo que dice San Juan: Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cum-plieron los mil años. Esta es la primera resurrección 2.

[201] Tercero: San Mateo dice que cuando el Señor vuelva del cie-lo en gloria y majestad, enviará sus ángeles con trompetas y con grande voz, y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos 3. Estos electos parece claro que no serán otros sino los santos que han de re-sucitar. Mas si queréis ver en este mismo lugar los vivos que han de subir en las nubes a recibir a Cristo, observad lo que luego se dice en el versículo 40: Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado 4. Estas dos últimas palabras, ¿qué significan, qué sentido pueden tener? Si no queréis usar de suma violencia, debe-réis confesar que aquí se habla manifiestamente de personas vivas y viadoras, dos en campo, dos en molino, de las cuales, cuando venga el Señor, unas serán asuntas, o sublimadas y honradas, y otras no: La una será tomada, y la otra será dejada 5, porque unas serán dignas de esta asunción, y otras no lo serán, y por eso serán dejadas. La una será tomada, y la otra será dejada. Diréis que el sentido de estas palabras es que, de un mismo oficio, estado y condición, unos hombres serán salvos, y otros no; unos serán asuntos y sublimados a la gloria, y otros serán dejados por su indignidad. Bien, habéis dicho en esto una ver-dad, mas una verdad tan general, que no viene al caso. Yo pregunto: esta verdad general, ¿cuándo tendrá su entero cumplimiento en vues-tro sistema? ¿No decís que sólo después de la resurrección universal? Pues, amigo, esto me basta para concluir que las palabras del Señor no pueden hablar de esa verdad general que pretendéis, ni pueden admi-tir ese sentido. ¿Por qué? Porque hablan visiblemente de personas, no

1 Lc. 20, 35-36. 2 Apoc. 20, 5. 3 Mt. 24, 31. 4 Mt. 24, 40. 5 Mt. 24, 41.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 119

resucitadas ni muertas, sino vivas y viadoras; hablan de personas que en aquel día de su venida se hallarán descuidadas, trabajando en el campo, en el molino, etc. Esta es la verdad particular a que se debe atender en particular. Confrontad ahora esta verdad con aquella otra: Descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros; después nosotros, los que vivimos, etc. 1; y me parece que hallaréis una misma verdad particular en San Pablo y el Evangelio: Enviará sus ángeles… y allegarán sus escogidos de los cuatro vien-tos 2; los cuales electos parece que no pueden ser otros sino los mis-mos que murieron en Cristo, que durmieron por él 3. Lo cual ejecuta-do, sucederá luego entre los vivos lo que añade el Señor: El uno será tomado, y el otro será dejado; y lo que añade el Apóstol: Después no-sotros, los que vivimos, etc.

[202] Cuarto. Leed estas palabras de Isaías: Vivirán tus muertos, mis muertos resucitarán; despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo, porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos, como se lee en los LXX) la reducirás a ruina. Porque he aquí que el Señor saldrá de su lugar para visitar la maldad del morador de la tierra contra él, y descubrirá la tierra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante sus muertos 4. Dicen que este lugar habla de la resurrección universal, y lo más admirable es que este mismo lugar sea uno de los citados para probar la resurrección de la carne a un mis-mo tiempo y una vez. Mas, después de leído y releído todo este lugar, después de observadas atentamente todas sus expresiones y palabras, no hallamos una sola que pueda convenir a la resurrección universal, antes hallamos que todas repugnan. Por el contrario, todas convienen perfectamente a la resurrección de aquellos solos a quienes se endere-zan inmediatamente, que son los santos, los electos, los muertos de Cristo, los que durmieron por Jesús, los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, etc., de que tanto hemos hablado. Observad, lo primero, que no se habla aquí de cualesquiera muertos, sino únicamente de los que han padecido muerte violenta, o sea con efusión de sangre o sin ella. Observad, lo segundo, que tampoco se ha-bla en general de todos los que han padecido muerte violenta, sino de aquellos solos que han padecido por Dios, que por eso el mismo Señor los llama mis muertos. Observad, lo tercero, que la resurrección de és-tos, de quienes únicamente se habla, deberá suceder cuando el Señor venga de su lugar para visitar la maldad del morador de la tierra contra él 5; y entonces, dice el profeta, revelará la tierra su sangre, y

1 1 Tes. 4, 15-16. 2 Mt. 24, 31. 3 1 Tes. 4, 15 y 13. 4 Is. 26, 19 y 21. 5 Is. 26, 21.

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120 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

no cubrirá más a sus interfectos, que son los que llama el Señor mis muertos. Observad, por último, que a estos muertos, de quienes se ha-bla en este lugar, se les dicen aquellas palabras, ciertamente inacomo-dables a todos los muertos: Despertaos, los que moráis en el polvo; porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos) la reducirás a polvo 1; lo cual concuerda con el texto del Apo-calipsis: Y las almas de los degollados… vivieron y reinaron con Cristo mil años 2, y mucho más claramente con aquel otro texto del mismo Apocalipsis: Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las Gentes, y las regirá con vara de hierro, y se-rán quebrantadas como vaso de ollero, así como también yo la recibí de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana 3. En esta estrella ma-tutina, piensen otros como quieran, yo no entiendo otra cosa que la primera resurrección con el principio del día del Señor.

[203] Ultimamente, en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, leo esta promesa del Señor cuatro veces repetida: Y yo le resucitaré en el último día 4. Promesa bien singular, que hace Jesucristo, no cierto a todos los hombres sin distinción, ni tampoco a todos los Cristianos, sino expresamente a aquellos solos que se aprovecharen de su doctri-na, de sus ejemplos, de sus consejos, de su muerte, y en especial del sacramento de su cuerpo y sangre. Ahora, pues: si todos los hombres sin distinción han de resucitar a un mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojo 5, ¿qué gracia particular se les promete a éstos con quienes se habla? ¿No es el mismo Señor el que ha de resuci-tar a todos los hombres? Si sólo se les promete en particular la resu-rrección a la vida, tampoco esta gracia será tan particular para ellos solos, que no la hayan de participar otros muchísimos, con quienes ciertamente no se habla, como son los innumerables que mueren des-pués del bautismo, antes de la luz de la razón; y fuera de éstos, todos aquéllos que a la hora de la muerte hallan espacio de penitencia, ha-biendo antes vivido muy lejos de Cristo y ajenísimos de su doctrina. Si todos éstos también han de resucitar para la vida eterna, ¿qué gracia particular se promete a aquéllos?

[204] Los instrumentos que hemos presentado en esta diserta-ción, si se consideran seriamente y se combinan los unos con los otros, nos parecen más que suficientes para probar nuestra conclusión, es a saber: que Dios tiene prometido en sus Escrituras resucitar a otros muchos santos, fuera de los ya resucitados antes de la general resu-rrección; por consiguiente, la idea de la resurrección de la carne, a un

1 Is. 26, 19. 2 Apoc. 20, 4. 3 Apoc. 2, 26-28. 4 Jn. 6, 39-40, 44, 55. 5 1 Cor. 15, 52.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 6 121

mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojo 1, es una idea tan poco justa, que parece imposible sostenerla. Esto es todo lo que por ahora pretendemos, y con esto queda quitado el segundo em-barazo que nos impedía el paso, y resuelta la segunda dificultad.

1 1 Cor. 15, 52.

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Capítulo 7

Tercera dificultad. Un texto del símbolo de San Atanasio. Trátase del juicio de vivos. Disertación

PÁRRAFO 1

[205] Me acuerdo bien, venerado amigo Cristófilo, que en otros tiempos (cuando yo tenía el honor de comunicaros mis primeras ideas, y de consultaros sobre ellas) me propusisteis esta dificultad, como una cosa tan decisiva en el asunto, que debía hacerme mudar de pensa-mientos. Del mismo modo me acuerdo que, como vuestra dificultad me halló desprevenido, pues hasta entonces no me había ocurrido al pen-samiento, me hallé no poco embarazado en la respuesta. Ahora que he tenido tiempo de pensarlo, voy a responderos con toda brevedad. Como la dificultad es obvia, en especial respecto de los sacerdotes, que mu-chas veces al año dicen este símbolo, me es necesario no disimularla.

[206] Fúndase, pues, en aquellas palabras del símbolo que llaman de San Atanasio: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus mismos cuerpos, y han de dar cuenta de sus acciones. Estas palabras, me decíais, deben entenderse como suenan, en su sentido propio, ob-vio y literal; ni hay razón para sacarlas de este sentido, cuando todas las cosas que se dicen en este símbolo son verdaderas en este mismo sentido obvio y literal. Antes de responder de propósito a esta dificul-tad, os advierto una cosa no despreciable, que puede sernos de alguna utilidad, es a saber, que aunque todas las cosas que contiene este sím-bolo son verdaderas y de fe divina, como que son tomadas, parte del símbolo apostólico, parte de algunos concilios generales que así las explicaron, con todo esto, algunos teólogos que tocaron este punto no admiten ni reconocen por legítima y justa aquella expresión de que se usa en el mismo símbolo: Porque así como la alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo. Este así co-mo, o esta similitud, dicen que no puede admitirse sin gran impropie-dad 1. La razón es ésta: porque el alma racional y la carne de tal suerte

1 La paridad solamente se llama impropia, por cuanto no es perfectamente cabal la semejanza; pues los extremos carne y alma jamás pueden concebirse separados; y no así los extremos Dios y hombre, pues, no suponiéndose la encarnación, bien puede estar el uno sin el otro.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 123

son y componen al hombre, que la una sin la otra no pueden natural-mente subsistir, subsistiendo el hombre. La carne se hizo para el alma, y el alma para la carne. La carne nada puede obrar sin el alma, y el al-ma, en cuando es sensitiva y animal (como lo es esencialmente), en es-te sentido nada puede obrar sin la carne. La carne sin el alma se des-hace y convierte en polvo, y el alma sin la carne queda en un estado de violencia natural, como privada de la facultad sensitiva, o del uso de esta facultad, que no le es menos propia y natural que la intelectual.

[207] Por el contrario, Dios de tal manera es hombre, y el hombre de tal manera es Dios, que sin violencia alguna natural pudo muy bien subsistir Dios eternamente sin hacerse hombre, y del mismo modo pu-do subsistir el hombre sin la unión hipostática con Dios en la persona de Cristo. Luego aquella expresión o similitud: Porque así como la al-ma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un so-lo Cristo, se debe mirar como muy impropia, y por consiguiente no se debe admitir sin restricción. Si yo dijese ahora lo mismo de aquella otra expresión: A cuya venida; si dijese que no es tan natural y tan jus-ta, ni tan conforme a las Escrituras, que no se pudiera sustituir otra mejor, ¿dijera en esto alguna cosa falsa? Lo cierto es que ni aquélla ni ésta son expresiones tomadas de aquellos concilios generales de donde se tomó la sustancia de la doctrina, sino que son puestas por elegancia, y según la discreción particular del que, o de los que ordenaron este símbolo en la forma que ahora lo tenemos, entre los cuales no entra, según varios críticos, San Atanasio, sino cuando más como defensor acérrimo de estas verdades contra los herejes de su tiempo. Con esta respuesta bastantemente justa, quedaba concluida nuestra disputa.

[208] No obstante, si queréis y porfiáis que las palabras a cuya venida, se entiendan como suenan y con todo el rigor imaginable, yo os lo concedo, amigo, sin gran dificultad. Soy enemigo de disputas inú-tiles, que las más veces confunden la verdad, en lugar de aclararla. No por eso penséis que no pudiera negar vuestra demanda, y negarla jus-tamente, siendo tan visible la inconsecuencia y aun la ridiculez de esta pretensión que pide el sentido obvio y literal para la expresión del símbolo, sin conceder este sentido a las expresiones más claras, más vivas, más circunstanciadas, más repetidas de la divina Escritura. Con todo eso vuelvo a decir que concedo sin gran dificultad el sentido lite-ral y obvio para la expresión de que vamos hablando, mas con esta condición, no menos justa que fácil, y por eso del todo indispensable, esto es, que se me conceda la misma gracia del sentido literal y obvio para cuatro palabras que preceden inmediatamente a la misma expre-sión. ¿Cuáles son estas? Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos 1. Estas cuatro palabras no sólo son del símbolo de San

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO.

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124 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Atanasio, sino también, sin faltarles una sílaba, del símbolo de los Apóstoles, y de otros lugares de la Escritura; por tanto merecen un po-co de más equidad.

PÁRRAFO 2

[209] Admitida, pues, esta condición, y concedida esta gracia o es-ta justicia, yo pregunto ahora: ¿Qué sentido queréis darle a la expre-sión: A cuya venida? Diréis que lo que suenan las palabras obvia y li-teralmente, lo que entiende luego al punto cualquiera que las lee: que al venir el Señor del cielo, al llegar ya a la tierra, instante antes o des-pués, sucederá la resurrección universal de todos los hijos de Adán, sin quedar uno solo: A cuya venida todos los hombres han de resucitar. Y a aquéllas otras cuatro palabras que preceden inmediatamente a éstas: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, ¿qué sentido les daréis, haciendo la misma gracia? Diréis del mismo modo que el que suena, y nada más; esto es, que el mismo Señor ha de venir en persona, cuando sea su tiempo, a juzgar a los vivos y a los muertos. Óptimamente. Conque, según esto, tenemos estas dos proposiciones, ambas verdaderas en su sentido obvio y literal.

[210] Primera. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos.

[211] Segunda. Al venir Jesucristo del cielo a la tierra sucederá en ésta la resurrección universal de todos los hijos de Adán.

[212] Paréceme, señor mío, que todos los dialécticos juntos, des-pués de haber unido toda la fuerza de sus ingenios, no son capaces de conciliar estas dos proposiciones de modo que no peleen entre sí, y que no se destruyan mutuamente. Vedlo claro.

[213] Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos. Esta es la primera proposición, y ésta la verdad que contiene claramente. De aquí se sigue esta consecuencia forzosa y evi-dente: luego después que Jesucristo venga a la tierra, no sólo ha de ve-nir a juzgar a los muertos, sino también a los vivos, pues a esto viene; luego después que venga a la tierra, no sólo ha de hallar muertos, sino también vivos a quienes juzgar. Si halla vivos a quienes juzgar, y en efecto los juzga después de su venida, pues viene a juzgarlos, pues es-tos vivos no pudieron resucitar a su venida, pues se suponen vivos y no muertos, y sólo los muertos pueden resucitar; si no resucitaron ni pu-dieron resucitar a su venida; luego es evidentemente falsa la segunda proposición, pues afirma que todos los hijos de Adán, sin excepción, han de resucitar a la venida del Señor: A cuya venida todos los hom-bres han de resucitar 1.

1 SÍMBOLO DE SAN ATANASIO.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 125

[214] Y si queréis que ésta sea la verdadera, luego es evidentemen-te falsa la primera proposición, pues afirma que el mismo Señor ha de venir a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos 1; lo que no puede ser, por haber resucitado todos a su venida, y por consiguiente por ha-ber muerto todos, sin quedar uno solo vivo antes de su venida.

[215] No pudiendo, pues, conciliarse entre sí estas dos proposicio-nes enemigas, no pudiendo ser ambas verdaderas en su sentido obvio y literal, es necesario e inevitable que alguna ceda el puesto. Y en este caso, ¿cuál de las dos deberá ceder? ¿Os parece decente, os parece to-lerable, que por defender la expresión a cuya venida, que ni la pusie-ron los Apóstoles, ni tampoco la ha puesto algún concilio general, se haga ceder el puesto a un artículo de fe, claro y expreso en el símbolo apostólico, símbolo que la Iglesia cristiana recibió inmediatamente de sus primeros maestros, que desde entonces hasta hoy día ha conserva-do siempre puro, y que pone en las manos a sus hijos, luego que tienen uso de razón? Pues ¿qué sentido razonable, que no sea violento, sino propio, obvio y literal, le daremos? Amigo, aquel sentido de que es ca-paz y que solo puede admitir, aquél que solo se conforma con su pro-pio contexto: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus mismos cuerpos. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, a cuya venida, o con ocasión de su venida (como una condición sin la cual no), resucitarán todos los hombres, unos luego al punto en un momento, en un abrir de ojo, que son todos aquellos san-tos de quienes hemos hablado en la disertación precedente, y los de-más a su tiempo, cuando también oyeren la voz del Hijo de Dios. Si es-te sentido no os contentare mucho, como es fácil de creerlo, pensad otro que os sea más obvio y literal, con tal que sea compatible o no destruya la verdad de la primera proposición, la que, en todo caso y a toda costa, se debe salvar, aunque sea con la propia vida.

PÁRRAFO 3

[216] No ignoro, señor, lo que a esto me podéis responder, y vues-tros pensamientos en este punto particular no son tan ocultos que no puedan adivinarse. Paréceme, pues, que os veo actualmente con algún poco de inquietud, pensativo algunos instantes, y otros muy afanado en revolver teólogos y registrar catecismos, para saber lo que dicen sobre el juicio de vivos y muertos. No hay duda que esta diligencia es buena y laudable, y deberemos esperar que halléis por este medio alguna hones-ta composición entre aquellas dos proposiciones enemigas. Si queréis, no obstante, ahorrar algún trabajo, y serviros del que yo he practicado,

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO.

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126 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ved aquí en breve lo que se halla sobre el asunto en los mejores teólo-gos, y lo que de ellos han tomado los catecismos. La dificultad debe ser muy grande, pues para resolverla se han dividido en cuatro opiniones o modos de pensar, todas cuatro diversas entre sí, pero que convienen y se reúnen perfectamente en un solo punto, esto es, en negar a nuestro artículo de fe (por lo que dice de vivos) su sentido obvio, propio y lite-ral; en hacerle la mayor violencia para que ceda el puesto a su sistema, y si me es lícito hablar así, en no admitir dicho artículo de fe, si no cede, si no se inclina, si no se deja acomodar al mismo sistema. Os parecerá es-to algún hipérbole, y no obstante lo vais a ver.

[217] La primera sentencia, y la más plausible por su ingenioso in-ventor, aunque no por esto lo han seguido muchos, dice que por vivos se entiendan todos los que actualmente vivían en el mundo cuando los Apóstoles ordenaron el símbolo de fe; y por muertos los que ya lo eran desde Abel hasta aquel tiempo. Y como este símbolo se había de decir en la Iglesia en todos los siglos, años y días que durase el mundo, siempre se ha dicho, y siempre se dirá con verdad, que Jesucristo ha de venir a juzgar a los que han vivido, viven y vivirán, y a los que antes de estos hubiesen muerto; por consiguiente a los vivos y a los muertos. Me parece que esta sentencia, mirada atentamente, lo que quiere decir en buenos términos es esto solo: que la palabra vivos que pusieron los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, es una palabra del todo inútil, que pudiera haberse omitido sin que hiciese falta; que bastaba haber pues-to la palabra muertos, pues con ella sola estaba dicho todo, y con mu-cha mayor claridad y brevedad. Supongamos por un momento que los Apóstoles hubiesen omitido la palabra vivos, y puesto solamente la pa-labra muertos; en este caso, según el discurso de este doctor, nos que-daba entero y perfecto nuestro artículo de fe, del mismo modo que ahora lo tenemos, sólo con este simple discurso: Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar solamente a los muertos; estos muertos fueron en algún tiempo vivos, pues sin esto no pudieran ser ni llamar-se muertos; luego Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos 1.

[218] La segunda sentencia dice que por vivos se entienden, o como dice el cardenal Belarmino en su catecismo grande, se pueden también entender todos aquellos que actualmente se hallaren vivos cuando venga el Señor, los cuales morirán luego consumidos con el di-luvio de fuego que debe preceder a su venida. Óptimamente. ¿Y éste es el juicio de vivos que nos enseñan los Apóstoles? Sí, señor; en esta sen-tencia éste es el juicio de vivos, y no hay aquí otro misterio que esperar: Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos. Vendrá del cielo a la tierra a juzgar a los vivos, nos dicen los Apóstoles; y esta sentencia nos pone y

1 SUÁREZ, t. 1 in 2ª part., dist. 50, s. 2; LUGO, De fide, dist. 13, s. 4, nº 108.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 127

nos supone muertos a todos los hombres, y hechos polvo y ceniza antes que el Señor llegue a la tierra. Si cuando llega a la tierra los halla muer-tos a todos, luego no halla vivos, luego no viene a juzgar a los vivos, pues ya no hay tales vivos que puedan ser juzgados, luego la palabra vi-vos es una palabra no sólo inútil, sino incómoda y perjudicial; y los Apóstoles hubieran hecho un gran servicio al sistema de los doctores omitiendo esta palabrita, que no es sino una verdadera espina, y bien aguda. La tercera sentencia, indigna a mi parecer de ser recibida de otro modo que o con risa o con indignación, dice que por vivos se en-tienden las almas, y por muertos los cuerpos; así: Jesucristo ha de ve-nir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, no quiere decir otra cosa, sino que ha de venir a juzgar a las almas y a los cuerpos. Y como cuando venga ya halla resucitados a todos los hombres, y por consecuencia, unidas todas las almas con sus cuerpos propios en una misma persona, le será necesario dividir otra vez esta persona, y por consiguiente matarla otra vez para pedir cuenta primero al alma, y des-pués al cuerpo, como si el cuerpo fuese algo sin el alma. ¡Oh filosofía verdaderamente admirable! ¡Oh, a lo que obliga una mala causa!

[219] Resta, pues, la cuarta sentencia comunísima, y casi universal en los teólogos y catecismos, es a saber, que por vivos y muertos se en-tienden buenos y malos, justos y pecadores. No me preguntéis, amigo, sobre qué fundamento estriba esta sentencia tan común, porque yo no puedo saberlo, pues no lo hallo en sus mismos autores. Como este pun-to lo tocaron tan de prisa, como si tocaran un hierro sacado de la fra-gua, no era posible que se detuviesen mucho tiempo en examinarlo con toda la atención y prolijidad que habíamos menester. Yo no hallo otra cosa, sino que se cita por este modo de pensar la autoridad de San Agustín, y éste es el fundamento en que pretenden dejarla sólidamente asegurada. Aunque San Agustín lo hubiese así pensado, aunque lo hu-biese realmente asegurado y enseñado, ya veis cuán poca fuerza nos debía hacer su parecer, sin otro fundamento, contra la verdad clara y expresa de un artículo de fe. Mas ¿será cierto esto? ¿Será cierto y seguro que este máximo doctor de la Iglesia creyese y enseñase determinada-mente que el juicio de vivos y muertos, en la venida del Mesías, no quie-re decir otra cosa que juicio de buenos y malos, de justos y pecadores?

[220] Yo lo había creído así sobre la buena fe de los que lo citan; mas habiendo leído a San Agustín en el mismo San Agustín, habiendo leído los lugares de este santo a que nos remiten, y tal que otro, donde toca el mismo punto, estoy enteramente asegurado de que San Agustín no enseñó tal cosa, ni la tuvo por cierta, ni de sus palabras se puede in-ferir esto. A dos lugares de San Agustín nos remiten los doctores de es-ta sentencia; el primero es el libro Sobre la fe y el símbolo, capítulo 8. El segundo es el Enchiridion o manual, capítulo 4. En estos dos luga-res es cierto que el santo doctor toca el punto brevísimamente; mas

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128 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

también es cierto que nada determina ni toma partido. En el primero dice: Creemos que de allí ha de venir, en tiempo oportunísimo, y que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, ya se signifiquen con estos nombres los justos y pecadores, o ya los que ha de encontrar en el mundo antes de la muerte, que se llaman vivos 1. Dice en el segundo lugar: El juzgar a los vivos y a los muertos puede interpretarse de dos maneras: o entendiendo por vivos los que aquí aún no han muerto, y que hallará en su venida toda una viviendo en esta nuestra carne, y por vivos a los justos, y por muertos a los pecadores 2.

[221] Por estos dos lugares de San Agustín, a que nos remiten los autores de esta cuarta sentencia, se ve claramente que el santo doctor nada determina, sino que dice muy de paso y sin tomar partido, o lo uno o lo otro; o vivos, tomada esta palabra como suena, y como la to-man todos, esto es, los que viven con vida corporal como la nuestra; o tomada solamente por semejanza, y aplicada a la vida de la gracia con que viven los justos en cuanto justos. Mas estos doctores nada de esto nos dicen, sino que San Agustín entendió por vivos a los justos, y por muertos a los pecadores. Conque este fundamento único con que se pretende asegurar esta sentencia, cae de suyo o desaparece del todo, por confesión del mismo San Agustín en los mismos lugares citados.

[222] Aquí se debe repetir que este santo doctor no tomó partido cierto en estos dos lugares, en donde dice que por vivos no deben en-tenderse solamente los justos, como pensó Diodoro, sino los hombres vivos que el Señor ha de hallar en su venida, los cuales deberán tam-bién morir a su tiempo como todos los otros: Creemos (son sus pala-bras) que lo que decimos en el símbolo, que en la venida del Señor han de ser juzgados los vivos y los muertos, no sólo significa los justos y pecadores, como piensa Diodoro, sino también se entienden por vivos aquellos que se han de hallar en carne, y que aún se reputan por mortales 3. Yo creo firmemente lo que aquí se dice (sea este libro de San Agustín o no), no tanto por lo que dice este o el otro doctor, sino porque sólo esto es conforme a lo que me dice el símbolo de mi fe. Las otras sentencias, tengan los patronos o defensores que tuvieren, las tengo por improbables y por falsas, porque no son conformes, sino muy repugnantes y contrarias, al mismo artículo de fe.

PÁRRAFO 4

[223] Verdaderamente que es cosa bien extraña, y para mí incom-prensible, la gran facilidad y satisfacción con que los doctores más sa-bios y religiosos han repugnado, y aun echado en olvido, este artículo

1 SAN AGUSTÍN, De fide et symbolo, c. 8. 2 SAN AGUSTÍN, Enchiridion seu de fide, spe et charitate, c. 55. 3 SAN AGUSTÍN (autor incierto), De ecclesiasticis dogmatibus, c. 8.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 129

de nuestro símbolo, habiéndolo sacado con fuerza abierta de aquella base fundamental en que lo pusieron los Apóstoles. ¿Qué otra cosa es negarle su sentido literal, y pasarlo ya a éste, ya al otro sentido, según la voluntad o el ingenio de cada uno, sino quitarle la base firme en que solo puede mantenerse, para que caiga en tierra? Hágase lo mismo con los otros artículos del símbolo, y no es menester otra máquina para arruinar todo el edificio del cristianismo. ¿Por qué, pues, se hace con este solo, lo que no se hace ni se puede hacer con ninguno de los otros artículos de fe? Los mismos teólogos convienen, y con suma razón, en que los artículos contenidos en el símbolo se deben entender a la letra, así como suenan, porque sólo así y no de otra suerte son artículos de fe. ¿Quién, pues, les ha dado facultad para exceptuar este solo de esta regla general?

[224] Dicen que no es necesaria para la salud la fe y confesión ex-plícita de este artículo del símbolo, en cuanto a la palabra vivos; que ninguno tiene obligación de saber de cierto lo que significa esta pala-bra; que basta creer en general que todos los hombres sin excepción han de ser juzgados por Jesucristo cuando vuelva del cielo. Preguntad-les ahora si podremos hacer lo mismo con los otros artículos del sím-bolo, y no sé qué puedan responder, guardando consecuencia. Si no hay obligación de saber lo que significa en el símbolo la palabra vivos, que parece tan clara, tampoco habrá obligación de saber lo que signifi-ca la palabra muertos, ni lo que significa la palabra la resurrección de la carne 1, ni lo que significa nació de santa María virgen 2, ni lo que significa fue crucificado, muerto y sepultado 3; o deberá darse la dis-paridad.

[225] Yo bien considero sin dificultad que el saber el verdadero significado de la palabra vivos, o tener ideas claras del juicio de vivos, de que tanto nos hablan las Escrituras, no es obligación necesaria res-pecto del común de los fieles. ¿Cómo lo han de saber éstos si no lo oyen? ¿Y cómo oirán sin predicador? 4. Me parece cosa durísima ex-tender también esta indulgencia a todas aquellas personas que tienen la llave de la ciencia, pues tratan las Escrituras. Y ya que se les conceda la misma indulgencia que al común de la plebe, debían a lo menos de-jar quieto el artículo de vivos; debían no tocarlo, ni mucho menos ha-cerle tanta fuerza para inclinarlo a otros sentidos; debían enseñar a los fieles que lo crean aunque no lo entiendan; debían abstenerse de dar-nos a entender, como lo hacen en buenos términos, que la palabra vi-vos nada significa, que es inútil, y pudiéramos pasar muy bien sin ella.

1 SÍMBOLOS APOSTÓLICO Y CONSTANTINOPOLITANO. 2 Ibíd. 3 Ibíd. 4 Rom. 10, 14.

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130 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

No digo que lo enseñen así expresamente; mas ¿qué otra cosa es bus-carle a esta palabra otro y otros sentidos acomodaticios, impropios, violentos y aun ridículos, sin reparar en nada, y negarle solamente su propio y natural sentido? ¿Os parece, amigo, que esta breve palabra se puso en el símbolo sin inspiración, sin enseñanza, sin mandato expre-so del Espíritu santo? ¿Os parece que el entenderla o no entenderla es cosa de poca o ninguna consecuencia?

PÁRRAFO 5

[226] Parece cierto que los doctores lo piensan así, pues nos excu-san de la obligación de saber y creer lo que significa en particular la palabra vivos. Mas yo no puedo pensarlo así, porque veo en los mis-mos doctores las extrañas y terribles consecuencias que se han seguido necesariamente de sólo no admitir en su propio sentido esta palabrita que parece nada. Sí, parece nada, y tiene una grande y estrecha rela-ción con casi toda la Escritura en orden a la segunda venida del Señor. Parece nada, y es una luz clarísima que alumbra en los pasos más os-curos y difíciles de la misma Escritura. Parece nada, y es una llave maestra que abre centenares de puertas. Esta es la verdadera razón, si bien se considera, porque se ven precisados los intérpretes, aun los más literales, a usar de toda aquella fuerza y violencia tan notoria en la exposición de la divina Escritura, valiéndose de todo su ingenio, de su erudición, de su elocuencia, para inclinarla donde ella repugna el in-clinarse. Este parece el verdadero origen de todos aquellos sentidos, tantos y tan diversos, de que tanto se usa o se abusa en la exposición de la Escritura. Esta parece la verdadera razón de la mayor parte de aquellas reglas, o cánones innumerables, que se han establecido como ciertos y como necesarios, según dicen, para la inteligencia de la santa Escritura, y quizá dijeran mejor, para no entenderla jamás. Todo o casi todo, a mi parecer, ha dependido de aquí; de no haber hecho el aprecio y el honor tan debido a la palabra vivos; de no haber querido entender esta palabra como la entienden todos, esto es, los que viven; de no ha-ber querido separar los muertos de los vivos; de no haber querido creer, según las Escrituras, que ha de haber un juicio de vivos (o lo que es lo mismo, un reino de Cristo sobre los vivos) diferentísimo del juicio de los muertos, o del reino del mismo Cristo sobre los muertos, tanto como difieren los muertos de los vivos.

[227] No es menester gran talento ni gran penetración, sino un poco de estudio con reflexión y sin preocupación, para conocer, sin poder dudarlo, que una gran parte de la Escritura santa, en lo que es profecía, habla claramente del juicio de vivos, y del reino de Cristo so-bre los vivos. A este juicio, o a este reino, se enderezan casi todas las profecías, y en él se terminan como en un objeto principal; pues del juicio de muertos sólo se habla con claridad en el nuevo Testamento.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 7 131

Mas como el juicio de vivos se halla en los doctores tan mezclado o confundido con el juicio de muertos, que parece uno solo, es una con-secuencia necesaria que se halle en los mismos doctores confundida e impenetrable una gran parte de la misma Escritura. Quien tuviere al-guna práctica en la lección y estudio de los expositores, entenderá lue-go al punto lo que acabo de decir; quien no la tuviere, pensará que de-liro o que sueño; mas de esto último, ¿qué caso deberemos hacer? Dadme, amigo mío, quien crea fiel y sencillamente, como nos lo ense-ña la religión cristiana, que después de la venida del Señor y Rey Jesu-cristo ha de haber en esta nuestra tierra un juicio de vivos; dadme quien no confunda este juicio de vivos con el de los muertos; dadme quien al uno y al otro juicio les conceda de buena fe lo que a cada uno le es propio y peculiar; y con esto solo, sin otra diligencia, tiene enten-dida la mayor parte de la Escritura sagrada. Con esto solo entiende muchísimos lugares de los Profetas, que parecen la misma oscuridad. Con esto solo entiende muchos o los más de los Salmos, que parecen enigmas impenetrables. Con esto solo entiende muchos lugares difíci-les de San Pedro y San Pablo, del Apocalipsis y aun de los Evangelis-tas, los cuales lugares, según nos aseguran los mismos doctores, no se pueden entender sino en sentido alegórico o anagógico; que es lo mis-mo que decir que no se pueden ni se podrán jamás entender, o que só-lo se entenderán allá en el cielo.

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Capítulo 8

Cuarta dificultad. Un texto del Evangelio

PÁRRAFO 1

[228] En el Evangelio de San Mateo se leen estas palabras del Se-ñor: Y cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad, y todos los ángeles con él, se sentará entonces sobre el trono de su majestad. Y serán todas las gentes ayuntadas ante él, y apartará los unos de los otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha, etc. 1.

[229] Este lugar del Evangelio es uno de los grandes fundamentos, si acaso no es el único, en que estriba y pretende hacerse fuerte el sis-tema ordinario. Porque lo primero, dicen, aquí se habla conocidamen-te del juicio universal, y aún se describe el modo y circunstancias con que se hará. Lo segundo, en este lugar se dice expresamente que el jui-cio universal de que se habla, se hará entonces, esto es, cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad: modo de hablar que junta, une y ata estrechamente un suceso con otro, y por consiguiente no da lugar, antes destruye enteramente todo espacio considerable de tiempo entre la venida del Señor, y el juicio y resurrección universal.

[230] De manera que, según la propiedad del texto sagrado, o se-gún la pretensión de los doctores, cuando el Señor venga a la tierra, entonces se sentará en el trono de su majestad; entonces, esto es, luego inmediatamente se congregarán en su presencia todas las gentes ya re-sucitadas; entonces se hará la separación entre buenos y malos, po-niendo aquéllos a la diestra y éstos a la siniestra; entonces se dará la sentencia en favor de los unos, porque hicieron obras de caridad, y en contra de los otros, porque no las hicieron; entonces finalmente se eje-cutará la sentencia, yendo unos al cielo, y otros al infierno, y todo ello se hará en este mismo día en que el Señor llegare.

[231] Para resolver esta gran dificultad, y hacer ver la debilidad suma de este gran fundamento, casi no nos era necesaria otra diligen-cia que repetir aquí lo que acabamos de decir sobre el texto del símbo-

1 Mt. 25, 31-34.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 133

lo de San Atanasio. Siendo la dificultad la misma en sustancia de am-bos lugares, la solución de la una se puede fácilmente acomodar a la otra. La única diferencia que acaso podrá notarse entre uno y otro lu-gar es ésta: que la expresión a cuya venida, es ciertamente puesta por manos de hombres; mas esta otra del Evangelio, y cuando viniere, es de la boca del mismo Hijo de Dios, que es la suma verdad. Pero esta diferencia, grande a la verdad, se recompensa sobradamente con sólo advertir dos cosas bien fáciles de notar. La primera, que todo este lu-gar del Evangelio (y todo entero del capítulo 25 de San Mateo) no pue-de admitir otro verdadero sentido que el que es propio de una parábo-la, pues en realidad lo es tanto como las dos que la preceden inmedia-tamente en el mismo capítulo. La segunda advertencia, no menos ne-cesaria ni menos fácil, es ésta: que aun concediendo que el lugar del Evangelio de que hablamos no sea una parábola, sino una verdadera profecía y una descripción del juicio universal, no por eso se podrá concluir legítimamente que todo aquello que allí se anuncia para des-pués de la venida de Cristo, deba suceder luego inmediatamente, sin que quede lugar y tiempo suficiente para otras muchísimas cosas, no menos grandes y notables, que están anunciadas en las Escrituras para el mismo tiempo que debe seguirse después que venga el mismo Cristo en gloria y majestad. Estos dos puntos debemos considerar ahora bre-vemente, mas con atención y seriedad.

PÁRRAFO 2

[232] Todo el texto del Evangelio que empieza: Y cuando viniere el Hijo del Hombre, hasta el fin del capítulo de San Mateo, decimos, en primer lugar, que es una verdadera parábola, no menos que las dos que la preceden inmediatamente. Por consiguiente, así ésta como aquéllas no pueden admitir otro sentido que el que es propio de una parábola, es a saber, no la semejanza misma de que se usa, sino aquel objeto o aquel fin particular y determinado a que se endereza. Este ob-jeto o fin particular es evidentemente el mismo en estas tres parábolas, y tal vez por esto las pone el Evangelista seguidas y unidas en un mis-mo capítulo, sin decirnos una sola palabra que indique alguna diferen-cia, como que todas tres se encaminan al mismo fin y contienen en sustancia la misma doctrina, esto es, exhortar a todos los creyentes, en especial a los pastores, a las obras de caridad, a la vigilancia, al fervor, a la práctica constante de las máximas, de los preceptos y de los conse-jos evangélicos, proponiendo para esto, en general y brevísimamente, así las recompensas como los castigos que cuando vuelva a la tierra ha de dar a cada uno según sus obras.

[233] Así, aunque en estas tres parábolas, y en algunas otras, ha-bla el Señor de su venida; aunque habla, y parece que habla en algunas

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134 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del juicio universal, mas no es éste su objeto directo e inmediato, no pretende directamente referir su venida ni las circunstancias de ella, ni el modo con que se ha de hacer el juicio universal, etc.; estas cosas las toca de paso y sólo indirectamente, en cuanto conducen a la doctrina, que es su fin principal. De lo demás que, según las Escrituras, ha de acompañar y seguir su venida, prescinde el Señor en este lugar, así como prescinde en todas las otras parábolas, diciendo solamente lo que basta para el fin que directamente pretende, que es la doctrina. En todas las parábolas donde indirectamente habla de su venida en gloria y majestad, es fácil reparar que no siempre habla del mismo modo; unas veces concluye el discurso de un modo, otras de otro; unas veces usa de una similitud, otras de otra; unas veces, aunque pocas, parece que sólo habla del juicio universal, como si no tuviese otra cosa que hacer después de su venida; otras, y son las más o casi todas, parece que habla de personas no muertas, sino vivas, ni resucitadas, sino via-doras, que hallará cuando venga, especialmente aquéllas a quienes de-jó encomendada su familia o grey. Reparad, entre otras parábolas, en la de las diez vírgenes, la de los talentos, la de los siervos que deben velar para abrir la puerta prontamente a su Señor a cualquiera hora que llegare, pues no saben a qué hora llegará. Todas estas parábolas y otras semejantes se concluyen sin dejarnos idea alguna expresa y clara del juicio universal.

[234] En el Evangelio de San Lucas se lee una parábola endereza-da a aquéllos que pensaban que, llegando el Señor a Jerusalén, a don-de actualmente iba a padecer, luego al punto se manifestaría el reino de Dios: Con ocasión (dice) de estar cerca de Jerusalén, y porque pensaban que luego se manifestaría el reino de Dios 1. A éstos, pues, les dijo el Señor: Un hombre noble fue a una tierra distante para re-cibir allí un reino, y después volverse. Y habiendo llamado a diez de sus siervos, les dio diez minas, y les dijo: Traficad entretanto que vengo. Mas los de su ciudad le aborrecían, y enviando en pos de él una embajada, le dijeron: No queremos que reine éste sobre nosotros. Y cuando volvió después de haber recibido el reino, etc. 2. Ved ahora lo que hace este rey cuando vuelva, recibido el reino, y no hallaréis idea alguna del juicio universal. Lo primero que hace es premiar a los siervos que negociaron con el talento, dando a uno el gobierno de diez ciudades, y a otro de cinco; castigar a uno de ellos, que lo tuvo ocioso aunque no lo perdió, quitándoselo; y después de esto, mandar traer y matar en su presencia a aquellos enemigos suyos que no lo habían querido por rey: Y en cuanto a aquellos mis enemigos, que no quisie-ron que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá, y matadlos delante de

1 Lc. 19, 11. 2 Lc. 19, 12-15.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 135

mí 1. ¿Halláis en todo esto alguna idea de resurrección de muertos, o de juicio universal? ¿No halláis por el contrario otra idea infinitamente diversa? ¿Cómo ha de dar a sus siervos el gobierno de cinco o de diez ciudades en el juicio universal, cuando todas las ciudades del mundo están ya reducidas a ceniza? ¿Cómo ha de matar a sus enemigos, que no lo quisieron por rey, cuando estos enemigos, como todos los demás hijos de Adán, han muerto, han resucitado, y ya se hallan en estado de inmortalidad? Diréis, sin duda, que todo esto es hablar en parábolas o semejanzas, las cuales, para que lo sean, no es necesario que corran en todo, sino sólo en aquel punto particular a que se enderezan. Y yo, confesando que tenéis razón, os pido la misma advertencia para el lu-gar del Evangelio de que hablamos: Cuando viniere el Hijo del hom-bre, entonces, etc. 2.

PÁRRAFO 3

[235] Si queréis, no obstante, que este lugar del Evangelio no sea una verdadera parábola; si queréis que sea una profecía, una noticia, una descripción, así de la venida del Señor como del juicio universal, yo estoy muy lejos de empeñarme mucho por la parte contraria; esto sería entrar en una disputa embarazosa y de poquísima o ninguna uti-lidad. Si yo la llamo parábola, es porque la hallo puesta entre otras pa-rábolas, y porque leído el texto con todo su contexto, me parece todo dicho por semejanza, no por propiedad; ni parece verosímil que el juicio universal se haya de reducir a aquello poco que aquí dice el Se-ñor, ni que todos los buenos por una parte y todos los malos por otra hayan de ser juzgados y sentenciados sólo por la razón que allí se apunta; ni tampoco que los unos y los otros hayan de decir en realidad aquellas palabras: Señor ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, etc.? 3. Y que el Señor les haya de responder: En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis pequeñitos, a mí me lo hicisteis; y en cuanto no lo hi-cisteis, ni a mí lo hicisteis 4.

[236] Con todo eso, yo estoy pronto a concederos sobre este punto particular todo cuanto quisiereis. No sea esto una parábola, sino una profecía que anuncia directamente la venida del Señor y el juicio uni-versal. Aun con esta concesión gratuita y liberal, ¿qué cosa se puede adelantar? Jesucristo dice que cuando venga, entonces se sentará en el trono de majestad; entonces se congregarán delante de él las gentes; entonces separará los buenos de los malos, poniendo aquéllos a su diestra y éstos a su siniestra; entonces alabará a los unos, y los llamará

1 Lc. 19, 27. 2 Mt. 25, 31. 3 Mt. 25, 44. 4 Mt. 25, 40 y 45.

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136 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a la vida eterna, y reprenderá a los otros, condenándolos al fuego eter-no. Bien, todo esto es cierto, y todo se concede sin dificultad; mas ¿qué consecuencia pensáis sacar de aquí? ¿Luego cuando venga Jesucristo en gloria y majestad, sucederán luego al punto todas estas cosas? ¿Luego en aquel día (que los Profetas, y San Pedro y San Pablo, llaman el día del Señor, y que según vuestra extraña inteligencia deberá ser un día ordinario de diez o doce horas), luego en este día no habrá que hacer otras cosas, sino sólo éstas? ¿Y las que anuncian para ese mismo día casi todos los Profetas, y las que anuncian muchos, y tal vez los más de los Salmos, y las que anuncia el Apocalipsis en los tres últimos capítulos, éstas no podrán tener lugar en aquel día, éstas deberán ser excluidas por la palabra entonces? Cierto que es ésta una consecuencia o un modo de discurrir bien singular.

[237] Como si dijéramos: mil lugares de la Escritura anuncian cla-ra y expresamente mil cosas grandes y admirables que deben suceder en el día del Señor, después que venga a la tierra en gloria y majestad. Ahora, entre estos lugares hay uno que, hablando de la venida del Se-ñor, pone luego el juicio universal, sin hacer mención de otra cosa in-termedia; pues dice: Cuando viniere, etc.; luego después que venga el Señor no hay otra cosa que hacer, sino el juicio universal; luego esas mil cosas que anuncian esos mil lugares de la Escritura, por claras y expresas que parezcan, deberán echarse a otros sentidos, por impro-pios y violentos que sean, pues no hay tiempo para que sucedan des-pués de la venida del Señor. Por consiguiente, la palabra entonces de-berá explicar mil lugares claros de la Escritura, y no ser explicada por ellos. Consecuencia durísima y despótica, contra la que claman y dan gritos todas las leyes de la justicia.

[238] Pues ¿qué sentido propio, verdadero y conforme a las Escri-turas, le podremos dar a la palabra entonces, y a todo el texto del Evangelio? Para responder en breve a esta pregunta, no me ocurre otro modo más fácil que el uso de alguna semejanza o ejemplo, que suele valer mucho más que un prolijo discurso. Leed el capítulo 9 del Génesis, y hallaréis allí (versículo 20) que cuando Noé salió del arca después del diluvio, comenzó a labrar la tierra y plantó una viña, y be-biendo el vino se embriagó 1. Oíd ahora mi bella inteligencia de estas palabras. Noé salió del arca al amanecer del día 27 de abril, y junto con él todos sus prisioneros, y habiendo en primer lugar adorado a Dios, ofreciéndole su sacrificio, se puso luego a labrar la tierra por no estar ocioso; aquella misma mañana, ayudado de sus tres hijos, plantó una viña, a la tarde hizo su vendimia, y antes de anochecer ya estaba bo-rracho. ¿Qué os parece, amigo, de mi inteligencia? ¿Halláis qué re-prender en ella, guardando consecuencia? Consideradlo bien.

1 Gen. 9, 20-21.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 8 137

[239] Yo no negaré que es bien reprensible, por infinitamente gro-sera. Cualquiera que lee seguidamente este lugar del Génesis, conoce al punto que el historiador sagrado va a referir directamente y de pro-pósito lo que sucedió por ocasión de la embriaguez de Noé, esto es, las bendiciones y maldiciones (o por hablar con más propiedad, las pre-dicciones y profecías) que pronunció, ya en pro, ya en contra de su posteridad, a favor de sus dos hijos Sem y Jafet, y en contra de Cam, y mucho más de su nieto Canaán. Para referir todo esto de un modo cla-ro y circunstanciado, como buen historiador, era necesario decir pri-mero, en breve, que el justo Noé en cierta ocasión se propasó inocen-temente en la bebida, y realmente se embriagó; segundo, que ya en aquel tiempo había vino en el mundo; tercero, que también había viña; cuarto, que esta viña no era de las antediluvianas, sino que el mismo Noé la había plantado por sus manos. De todo esto era necesario hacer mención como en un brevísimo compendio, para referir lo que el mis-mo Noé habló en profecía luego que despertó de su sueño. Apliquemos ahora la semejanza: Jesucristo, en esta especie de parábola, va direc-tamente a dar una doctrina, va a exhortar a los hombres a las obras de misericordia con sus prójimos: éste es su asunto principal. Para que esta exhortación tenga mejor efecto, les da una idea general del juicio universal, proponiéndoles con suma viveza y naturalidad así el premio como el castigo que deben esperar los que hacen o no hacen obras de misericordia. Mas para dar esta idea general del juicio universal, para contraer esta idea general a su intento particular, le era necesaria al-guna preparación; le era necesario decir en breve, y como de paso, que él mismo había de venir otra vez a la tierra en gloria y majestad; que cuando viniese, entonces se había de sentar en el solio de su majestad; que había de congregar todas las gentes en su presencia, etc. Mas todo esto que aquí apunta el Señor brevemente, ¿sucederá luego al punto que llegue a la tierra? ¿Todo se ejecutará en el espacio de doce o de veinticuatro horas? Pues ¿cómo se cumplirán las Escrituras? 1. ¿Cómo se podrán verificar tantas otras cosas que hay en la Escritura, reserva-das visiblemente para aquel mismo día o tiempo que debe comenzar en la venida del Señor? ¿Estas también no son dictadas por el mismo Espíritu de verdad?

[240] En suma, todas las expresiones y palabras del texto del Evangelio de que hablamos son verdaderas, son propias, son naturales y perfectamente acomodadas a su fin. Cuando viniere… se sentará en-tonces 2, y entonces serán todas las gentes ayuntadas, y apartará los unos de los otros 3, entonces dirá, etc. 4. Del mismo modo son verda-

1 Mt. 26, 54. 2 Mt. 25, 31. 3 Mt. 25, 32. 4 Mt. 25, 34.

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138 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

deros, y deben verificarse en aquel mismo día, todos los anuncios de los Profetas, y todas cuantas cosas hay en el Antiguo y Nuevo Testa-mento, claramente reservadas para este día. Para concordar ahora unas cosas con otras, para entenderlas todas con gran facilidad, y para darles a todas y a cada una de ellas el lugar que les pertenece, sólo falta una cosa, según parece, del todo necesaria, es a saber, que no estre-chemos tanto el día del Señor como lo hace el sistema ordinario, sino que le demos sin temor alguno toda aquella grandeza y extensión que le es tan debida, según las Escrituras. Con esto solo tendremos tiempo para todo.

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Capítulo 9

Ultima dificultad

[241] El Apóstol San Pedro, hablando del día del Señor, dice que vendrá este día repentinamente, cuando menos se pensare, y añade que en él habrá un diluvio de fuego tan grande y tan voraz, que los elementos mismos se disolverán, y la tierra y todas las obras que hay en su superficie se abrasarán y consumirán. Vendrá, pues, como la-drón el día del Señor, en el cual pasarán los cielos con grande ímpetu, y los elementos con el calor serán deshechos, y la tierra y todas las obras que hay en ella serán abrasadas 1. Si esto es verdad, no te-nemos que esperar en el día del Señor, ni el cumplimiento de lo que parece que anuncian para entonces las profecías, ni tampoco el juicio de vivos, entendida esta palabra como suena; pues no es posible que quede algún viviente después de un incendio tan universal que ha de abrasar toda la superficie de la tierra. Por consiguiente, así el juicio de vivos, como todas las otras profecías, no pueden entenderse según la Escritura, sino en otros sentidos muy diversos del que parece obvio y literal.

[242] Para resolver esta gran dificultad, que se ha mirado como decisiva en el asunto, no tenemos que hacer otra diligencia que leer con más atención el texto mismo de San Pedro sin salir de él. Se pre-gunta: ¿San Pedro dice aquí que en la venida del Señor, o al venir el Señor del cielo a la tierra, sucederá este incendio universal? Ni lo dice, ni lo anuncia, ni de sus palabras y modo de hablar se puede inferir una novedad tan grande y tan contraria a las ideas que nos dan todas las Escrituras. Lo que únicamente dice es que sucederá en el día del Se-ñor, que es cosa infinitamente diversa; y esto sin determinar si será al principio, o al medio, o al fin de este mismo día. Vendrá, pues, como ladrón el día del Señor: en el cual, etc. 2. Ahora, amigo, si todavía pen-sáis que el día del Señor, de que habla San Pedro, y de que hablan casi todos los Profetas, es algún día natural de doce o veinticuatro horas, os digo amigablemente que no pensáis bien. Esta inteligencia pudiera pa-recer a alguno muy semejante a aquella otra inteligencia mía, sobre el día en que Noé salió del arca, en el cual día preparó la tierra, plantó una viña, hizo la vendimia, bebió del vino, y se embriagó.

1 2 Ped. 3, 10. 2 Ibíd.

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140 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[243] El día del Señor, de que tanto hablan las Escrituras, no hay duda que comenzará con la venida del cielo a la tierra del Rey de los re-yes. Con esta venida, o con el personaje que viene después de haber re-cibido el reino 1, con todo el principado sobre sus hombros 2, amanece-rá ciertamente y tendrá principio el día de su virtud en los esplendores de los santos, como se anuncia en el salmo 109: Contigo está el princi-pado en el día de tu poder entre los resplandores de los santos 3; mas el día del Señor, que entonces amanecerá, no hay razón alguna que nos obligue a medirlo por horas y minutos; antes por el contrario, toda la divina Escritura nos da voces contra esta idea, y nos propone otra infi-nitamente diversa, como iremos viendo en adelante. Toda ella nos ha-bla de la venida del Señor como de una época la más célebre de todas, a que debe seguirse un tiempo sumamente diverso de todos los que hasta entonces habrán pasado; el cual tiempo se llama frecuentemente en los Profetas, el día del Señor 4, aquel día 5, aquel tiempo 6, el siglo venide-ro 7. Por tanto, en ese día, en ese tiempo, en ese siglo venturo, habrá sin duda algún tiempo sobrado, para que se verifique plenamente todo cuanto está escrito, y todo como está escrito 8. Habrá tiempo para el juicio de vivos de que nos habla y nos manda creer el símbolo de nues-tra fe; habrá tiempo para todos los anuncios de los Profetas de Dios; y habrá tiempo para que se verifique plenamente lo que dice San Pedro 9, y todo dentro del mismo día sin salir de él. San Agustín dice: No se sa-ben los días que durará este juicio; pero ninguno que haya leído las Escrituras, por poco que se haya versado en ellas, dejará de saber que al tiempo llama la Escritura día 10.

[244] Volved un poco los ojos al capítulo 2 del Apocalipsis, y allí hallaréis (versículo 9) que San Juan habla también del fuego que ha de llover del cielo, enviado de Dios; mas este suceso lo pone al fin de su día de mil años: Cuando fueren acabados los mil años, en los cuales mil años (sea número determinado o indeterminado) ha habido tiem-po más que suficiente para las muchas y grandes cosas que nos anun-cian clarísimamente las Escrituras. Esta es toda la solución de esta di-ficultad, ni hay para que detenernos más en este punto. Otras dificul-tades iguales o mayores que puedan oponerse, esperamos resolverlas a su tiempo conforme fueren ocurriendo.

1 Lc. 19, 15. 2 Is. 9, 6. 3 Sal. 109, 3. 4 Sof. 1, 14. 5 Secuencia del Oficio de Difuntos. 6 Dan. 12, 1. 7 Heb. 6, 5. 8 Mt. 26, 24. 9 2 Ped. 3, 10. 10 SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, lib. 20, c. 1.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 9 141

Adición

[245] Por lo que acabamos de decir, no pretendemos negar que haya de haber fuego del cielo en la venida misma del Señor, pues así lo hallamos expreso en algunos lugares de la Escritura, especialmente en el salmo 96: Fuego irá delante de él, y abrasará alrededor a sus ene-migos. Alumbran sus relámpagos la redondez de la tierra: violos la tierra, y fue conmovida. Los montes como cera se derritieron a la vis-ta del Señor, a la vista del Señor toda la tierra 1. Este texto, en espe-cial las últimas palabras, parece que suenan a un diluvio universal de fuego, que debe preceder inmediatamente a la venida del Señor; mas es bien advertir: lo primero, que estas últimas palabras, a la vista del Señor toda la tierra, que son las que tienen más apariencia, no se leen así en las otras versiones, sino: de toda la tierra; y así tienen otro sen-tido diverso: no es toda la tierra la que fluye como cera a la vista y pre-sencia del Señor, sino los montes son los que fluyen en presencia del Señor de toda la tierra, dice la perífrasis caldea; de la presencia del semblante del Señor toda la tierra, dice la antiquísima versión arábi-ga; fuera de que ésta es conocidamente una expresión figurada, como la del salmo siguiente: Los ríos aplaudirán con palmadas, juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor, porque vino a juzgar la tierra 2; y la del salmo 113: Oh montes, saltasteis de gozo como carne-ros; y vosotros, collados, como corderos de ovejas 3.

[246] Lo segundo y principal que se debe advertir es que, así el texto citado como todo el contexto de este salmo, nos da una idea muy ajena de fuego universal. Desde las primeras palabras empieza convi-dando a la tierra, y a muchas islas de ella, a que se alegren y regocijen con la noticia del reino próximo del Señor: El Señor reinó, regocíjese la tierra, alégrense las muchas islas 4. Esta alegría es claro que no compete a la tierra, ni a las islas insensibles, sino sólo a los vivientes que en ellas habitan; mas aunque la tierra y las islas fuesen capaces de alegría, ¿cómo podrán alegrarse, esperando por momentos un diluvio de fuego que les debe hacer fluir como cera? En el salmo antecedente acaba de decir, hablando de la venida del Señor: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se gozarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se regocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque vino, por-

1 Sal. 96, 3-5. 2 Sal. 97, 8-9. 3 Sal. 113, 6. 4 Sal. 96, 1.

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142 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equi-dad, y los pueblos con su verdad 1. ¿Cómo se compone esta exaltación de campos y árboles, sólo por la noticia de que van a ser devorados por el fuego? Todas estas reflexiones nos obligan a creer que no puede ser universal el fuego de que se habla en este salmo, que debe preceder a la venida del Señor 2, sino que es un fuego particular, enderezado so-lamente a los enemigos, como sigue inmediatamente diciendo: Fuego irá delante de él, y abrasará alrededor a sus enemigos 3.

[247] Esta misma idea se nos da en el libro de la Sabiduría, donde hablando de la terribilidad del día del Señor contra los impíos, dice en-tre otras cosas: Y aguzará su inexorable ira como a lanza, y peleará con él todo el universo contra los insensatos. Irán derechamente los tiros de los rayos, y como de un arco bien entesado de las nubes serán arrojados, y resurtirán a lugar cierto 4. ¿Qué necesidad había de esta dirección de rayos a lugar cierto y determinadas personas, si el fuego hubiese de ser como un diluvio universal? En el salmo 17 se habla de la misma manera contra los enemigos de Cristo en el día de su venida: Inclinó los cielos, y descendió; (y apareció su gloria) y oscuridad de-bajo de sus pies. Y subió sobre querubines, y voló; voló sobre alas de viento. Y se ocultó en las tinieblas, como en un pabellón suyo (este ta-bernáculo me parece que no es otra cosa sino sus santos que vienen con él); a su contorno agua tenebrosa en las nubes del aire. Por el resplandor de su presencia se deshicieron las nubes en pedrisco y carbones de fuego… Y envió sus saetas, y los desbarató; multiplicó relámpagos, y los aterró, etc. 5. Es claro que todo este aparato es con-tra los enemigos, y nada más.

[248] ¿Cómo es posible que sea un diluvio universal de fuego el que viene con Cristo o le precede, cuando al venir el Señor en gloria y majestad, se convidan todas las aves a una grande cena, que Dios les prepara con los cadáveres de todos aquellos enemigos suyos, que mu-rieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado sobre el caballo? 6. ¿Cómo es posible que las aves se regalen en efecto con estos cadáveres: Y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos 7, ni que haya quedado ave alguna en el mundo, después de un diluvio universal de fuego? ¿Cómo es posible que sea éste un fuego universal, cuando por Ezequiel se hace el mismo convite, no sólo a las aves, sino a todas las bestias feroces, para la misma cena que Dios les prepara?

1 Sal. 95, 11-13. 2 Sal. 96, 3. 3 Sal. 96, 3. 4 Sab. 5, 21-22. 5 Sal. 17, 10-13, 15. 6 Apoc. 19, 21. 7 Apoc. 19, 21.

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PARTE PRIMERA — CAPÍTULO 9 143

Pues tú, hijo del hombre, esto dice el Señor Dios: Di a todo volátil, y a todas las aves, y a todas las bestias del campo: Venid juntos, apresu-raos y corred de todas partes a mi víctima que yo os ofrezco… Come-réis las carnes de los fuertes, y beberéis la sangre de los príncipes de la tierra 1. ¿Cómo es posible (por abreviar) que sea éste un fuego uni-versal, cuando por Isaías se dice que, aún después de aquel terrible día, quedarán todavía en la tierra algunos hombres vivos, aunque no muchos? 2. Y más abajo dice que serán tan pocos como si algunas po-cas aceitunas, que quedaron, se sacudieran de la oliva, y algunos re-buscos después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la grite-ría desde el mar 3. Pudiera aquí citar otros lugares de la Escritura, mas ¿para qué, cuando éstos han de ir saliendo en adelante a centenares y aun a millares?

1 Ez. 39, 17-18. 2 Is. 24, 6. 3 Is. 24, 13-14.

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Parte Segunda

Observación de algunos fenómenos particulares

sobre la Profecía de Daniel, y venida del

Anticristo

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Introducción

[1] Hechos los preparativos que nos han parecido necesarios, qui-tados los principales embarazos, y con esto aclarado el aire suficien-temente, parece ya tiempo de empezar a observar muchos fenómenos grandes y admirables que, o se ocultaban del todo entre las nubes, o sólo se divisaban confusamente, se empiezan ya a descubrir con clari-dad, y se dejan ver con todo esplendor. Sólo faltan ojos atentos e im-parciales que, poniendo aparte toda preocupación, quieran mirarlos y remirarlos con la debida formalidad; que quieran detenerse algunos instantes en el examen de cada uno en particular, en la combinación de los unos con los otros, y en la contemplación de todo el conjunto. Esto es lo que ahora deseamos hacer.

[2] Para facilitar en gran parte este trabajo, y asegurarnos más un buen suceso, nos ha parecido conveniente, no sólo llevar muy presente nuestro sistema propuesto en el capítulo cuarto de la primera parte, sino también, y en primer lugar, el sistema ordinario de los doctores, procurando sacar de él todo el fruto que es capaz de dar, y hacerlo ser-vir, aunque sea mal de su grado, al conocimiento de la verdad. Dos manos nos ha dado Dios, como dos ojos y dos oídos, es decir, que po-demos sin gran trabajo tomar en ambas manos ambos sistemas, y he-cha la observación exacta y fiel de algún fenómeno particular, ver y oír la explicación que da, o puede dar, el uno de los dos sistemas, reser-vando, como es razón y justicia, el otro ojo y el otro oído para el otro sistema. Si después de vista, oída y examinada seriamente la explica-ción que da a la cosa propuesta el uno de los sistemas, no se hallare tan propia, tan clara, tan natural, como la que da el otro sistema, antes por el contrario, se hallare violenta, oscura, embarazosa y tal vez ma-nifiestamente fuera del caso, etc., entonces tocará a los jueces justos dar la sentencia definitiva. Este método, como el más simple de todos, parece también el más a propósito para el fin único que nos hemos propuesto, que es el descubrir la verdad y el fruto de la misma verdad, que a todos debe igualmente aprovechar. No perdamos más tiempo, y empecemos nuestras observaciones.

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Fenómeno 1

La estatua de cuatro metales del capítulo 2 de Daniel

Preparación

PÁRRAFO 1

[3] Propongo este punto en primer lugar, por ser una de las más ilustres profecías que se hallan en toda la divina Escritura, cuyo perfecto cumplimiento, exceptuando la última circunstancia, vemos ya con nues-tros propios ojos, y debiéramos mirar con una religiosa admiración. Re-preséntase aquí el Profeta de Dios, debajo de la figura de una estatua grande y de aspecto terrible, compuesta de cuatro diferentes metales, cuatro reinos o imperios grandes y célebres, que en diversos tiempos ha-bían de afligir al mundo y dominarlo. A cada uno de ellos se le pone su distintivo propio y peculiar, para que por él pueda conocerse con toda certidumbre. Represéntase del mismo modo el fin y término de todos estos reinos, el cual debe suceder con la caída de cierta piedra, que por sí misma, sin que nadie la tire, se ha de desprender de un monte, y volar directamente hacia los pies de la estatua; a cuyo golpe terrible e impro-viso se quebrantan al punto, y se desmenuzan, no solamente los pies, so-bre quienes cae, sino junto con ellos todas las otras partes de la estatua, reduciéndose toda ella a una leve ceniza que desaparece con el viento. En consecuencia de este gran suceso, la piedra misma que hirió la esta-tua crece y se hace un monte tan grande, que ocupa y cubre toda la tierra.

Tú, oh Rey, veías, y te pareció como una grande estatua; aquella es-tatua grande, y de mucha altura estaba derecha enfrente de ti, y su vis-ta era espantosa. La cabeza de esta estatua era de oro muy puro, mas el pecho y los brazos de plata, y el vientre y los muslos de cobre, las pier-nas de hierro, y la una parte de los pies era de hierro, y la otra de ba-rro. Así la veías tú, cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra e hirió la estatua en sus pies de hierro y de barro, y los desme-nuzó. Entonces fueron asimismo desmenuzados el hierro, el barro, el cobre, la plata y el oro, y reducidos como a tamo de una era de verano, lo que arrebató el viento, y no parecieron más; pero la piedra que ha-bía herido la estatua se hizo un grande monte e hinchió toda la tierra 1.

1 Dan. 2, 31-35.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 149

[4] La explicación que da el Profeta mismo a toda esta visión se re-duce a esto: que los cuatro metales de que la estatua se compone signi-fican cuatro imperios o reinos, que unos tras de otros han de ir apare-ciendo en el mundo, y haciendo en él un gran ruido y una gran figura. El primero, simbolizado por la cabeza de oro, lo señala con su propio nombre, diciendo que es aquel mismo que acababa de fundar Nabuco-donosor con sus prodigiosas y rápidas conquistas, y de que el mismo Nabuco era actualmente la cabeza. Los otros tres no los nombra, sólo dice que el segundo reino será de plata, y por consiguiente menor que el primero, el tercero de bronce, que mandará sobre la tierra, y el cuar-to de hierro mezclado con greda, etc. Tú, pues, eres la cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino menor que tú, de plata, y otro tercer reino de cobre, el cual mandará toda la tierra. Y el cuarto reino será como el hierro, etc. 1. En su lugar iremos copiando lo que resta del texto de esta gran profecía, conforme fuere necesario.

[5] En ella tenemos que examinar dos puntos que creemos de una suma importancia. Así nuestro examen debe ser atento y prolijo, sin dejar pasar por alto la más mínima circunstancia. El primero es la re-partición que hasta ahora se ha hecho de estos cuatro reinos, si es jus-ta y conforme al texto y a la historia o no; si debemos pasar por ella o repugnarla. En suma, debemos conocer estos reinos célebres, y seña-larlos por sus propios distintivos sin salir un punto del texto sagrado. Este conocimiento claro e individual nos es absolutamente necesario para poder observar el segundo punto y entenderlo bien, es a saber: ¿Qué piedra es ésta que ha de caer a su tiempo sobre los pies de la es-tatua, y convertirla toda en polvo y ceniza? ¿Si esta piedra ha caído ya del monte, o debemos todavía esperarla? Por consiguiente, ¿si ya ha sucedido en el mundo lo que debe seguirse después de que caiga según la profecía, esto es, la fundación de otro reino sobre toda la tierra inco-rruptible y eterno?

Se propone y examina la repartición que hasta ahora ha corrido de estos cuatro reinos

PÁRRAFO 2

[6] La admiración que siempre me ha causado esta repartición, en que veo que todos convienen, a lo menos cuanto a la sustancia, me ha hecho también pensar muchísimas veces cuál puede haber sido la ver-dadera causa que ha obligado a los doctores a unirse en este parecer, no obstante que lo repugna tanto, no sólo la Escritura divina, sino también

1 Dan. 2, 38-40.

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150 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la historia y la experiencia misma. Os diré, amigo, simplemente lo que se me ofrece: tal vez lo tomaréis a mal, mas ¿quién podrá detener la palabra una vez concebida? 1. La causa en sustancia, y guardada toda aquella proporción que se debe guardar en la semejanza, me parece la misma que tuvo Herodes para degollar a los inocentes; quiero decir, el miedo y pavor del reino de Cristo. Este reino con todas las circunstan-cias tan claras y tan individuales que señala esta profecía, y que se halla en millares de otras, como iremos observando, este reino, digo, no lo pueden sufrir en su sistema; los turba, los asusta, y tal vez los hace en-trar en cierta especie de furor, el cual, aunque religioso y santo, no por eso deja de ocasionar la muerte a muchos inocentes, esto es, a tantos lugares de la Escritura, a quienes se quita con tan manifiesta violencia su sentido propio y literal, con que sólo pueden vivir.

[7] Este reino, vuelvo a decir, repugna terriblemente a todas sus ideas. No es posible admitirlo sino en sentido metafórico, o puramente espiritual. Aun así es necesario llegar a algunos malos pasos, y ver el modo o de pasarlos, o de evitarlos; lo cual también repugna a las mis-mas ideas, tómese el partido que se tomare. Por ejemplo: el tiempo en que debe comenzar el último reino, que según expresa la profecía, debe ser cuando la estatua caiga al golpe de la piedra, y se reduzca toda a pol-vo y ceniza, y esto tampoco se puede componer, ni aun en sentido espi-ritual, con las ideas ordinarias. ¿Qué se hará pues, para poder salir de un embarazo tan terrible? No se ha hallado otro expediente, por más que se ha buscado por los mayores ingenios, que invertir un poco el or-den de los cuatro reinos figurados en la estatua, repartirlos de modo que no hagan mucho daño, olvidar del todo, como si no se viesen, algu-nas circunstancias bien notables, y con esto ir preparando insensible-mente el camino para colocar el quinto reino, donde pareciere menos incómodo, y para espiritualizarlo del todo. Pienso que apenas entende-réis lo que acabo de decir, mas no tardaré mucho en explicarme.

[8] Otra cosa quisiera deciros en el asunto, muy semejante a un enigma. Paréceme que nuestros doctores han contado los cuatro reinos que figura la estatua, en esta forma: primero, cuarto, tercero, segundo. Explícome. En el primer reino no hay dificultad ni tampoco interés de consideración, claramente lo señala el Profeta, y es el único que señala por su propio nombre, diciendo que es aquel reino celebé-rrimo fundado por Nabucodonosor, y de quien él mismo era actual-mente la cabeza: Tú, pues, eres la cabeza de oro. Conocido este primer reino, antes de conocer perfectamente los dos siguientes, parece que les arrebató toda la atención lo que se dice del cuarto, figurándose que era, sin duda alguna, el imperio romano, así por tal cual seña equívoca que pudieron acomodarle, como por la persuasión en que estaban (fal-

1 Job 4, 2.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 151

sa a la verdad) de que el imperio romano había de durar hasta el fin del mundo. Creyendo, pues, buenamente que ya tienen conocidos dos reinos, esto es, el primero y el cuarto, faltaba conocer los dos interme-dios; mas como entre el imperio romano y el que fundó Nabuco no se hallaba otro claro y cierto que el de los Griegos, pareció un buen expe-diente dividir el primero por dos partes bien desiguales, llamando a la parte menor el reino de los Babilonios o Caldeos, y a la otra mayor el reino de los Persas. Así se empezó a hacer en el siglo de Teodosio el grande, cuando el imperio romano estaba en tanta grandeza y esplen-dor, que parecía incorruptible y eterno, y así ha corrido hasta nuestros tiempos por las razones que luego veremos, con lo cual sale bien la cuenta enigmática, uno, cuatro, tres, dos.

[9] Consideremos ahora brevemente el orden de estos cuatro rei-nos como se halla en los doctores, mas sin perder de vista el texto de la profecía. El primer reino, dicen, es el de los Babilonios o Caldeos, cuyo fundador fue Nabuco, a quien sucedió su hijo Evilmerodac, y a éste Baltasar, en quien el reino tuvo fin. Lo más común es confundir a Evil-merodac con Baltasar, haciendo de los dos una sola persona, y en caso que esto sea verdad, que parece muy lejos de serlo, sólo hubo dos re-yes, padre e hijo en el primer reino. ¡Qué reino tan corto! ¡Parece que debía durar mucho más siendo de oro, y oro óptimo! La cabeza (dice el texto) era de oro muy puro. Ahora pregunto yo: este primer reino, a quien llaman de los Babilonios o Caldeos, ¿se limitó solamente a la Caldea? Es evidente que no. En la Caldea estaba la corte del reino, que era la gran ciudad de Babilonia; mas su dominación se extendía a to-dos cuantos reinos particulares, principados y señoríos había entonces en el Asia, entrando en este número todo el Egipto. Sin recurrir a la historia profana, la misma Escritura divina nos lo dice claramente en profecía y en historia. Todos los pueblos de la Siria, Mesopotamia, Pa-lestina, Tiro, Egipto, las Arabias, etc., eran conquistados por Nabuco; la Media y la Persia, aunque tuviesen sus príncipes particulares e in-mediatos, mas todas reconocían al gran rey de Babilonia por príncipe supremo, y como a tal le obedecían y tributaban vasallaje. Los cautivos que sacó este príncipe de Jerusalén y Judea, no sólo fueron conduci-dos a Babilonia y a otras ciudades de Caldea, sino también a la Media y a la Persia, como a provincias del imperio. De los que fueron a la Me-dia nos habla todo el libro de Ester (si acaso es cierto que Asuero era rey de Media). De los que fueron a Persia nos dice dos palabras el libro segundo de los Macabeos: Cuando nuestros padres (son sus palabras) fueron llevados a la Persia. Todas estas noticias nos servirán bien presto. Pasemos adelante.

[10] El segundo reino, figurado en el pecho y brazos de plata de la estatua, dicen que fue el de los Persas, los cuales unidos con los Me-dos, bajo las dos cabezas de Darío Medo y Ciro Persa, conquistaron a

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152 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Babilonia, y hechos dueños del imperio se coronaron uno después de otro en la misma ciudad de Babilonia. No se detienen mucho en una gran dificultad que luego salta a los ojos, es a saber, que este nuevo reino (que llaman de los Persas, para distinguirlo del de los Caldeos), o creció y se hizo mucho mayor por la agregación de los Medos y Persas, o a lo menos quedó tan grande como estaba, si esta agregación no se hizo entonces, sino que ya estaba hecha en tiempo de Nabuco; y no obstante la profecía dice que el segundo reino será menor que el pri-mero: Y después de ti se levantará otro… menor que tú, de plata. A esta gran dificultad responden en breve diciendo que el verdadero sen-tido de estas palabras es que el segundo reino será menor, no en ex-tensión ni en gente, sino en valor y gloria militar. Y como si esto mis-mo, aun prescindiendo de la suma violencia de este sentido, no se pu-diese revocar en duda y convencer de falso, pasan adelante con gran satisfacción, tanto, que un intérprete de los más clásicos se pone de propósito a probar con grande aparato de erudición, que la Persia fue antiguamente muy rica en minas de plata, y por eso es aquí simboliza-da por este metal. Y la Caldea, que no tenía minas de oro, ¿por qué se simboliza por el oro?

[11] El tercer reino, figurado en el vientre y muslos de bronce de la estatua, quieren que sea el de los Griegos, fundado por Alejandro. Mas ¿cómo? ¿Al reino de los Griegos, conocidamente el menor de todos, le compete el distintivo particular que señala el Profeta al tercer reino, esto es, que mandará sobre toda la tierra? 1. Diréis necesariamente que sí, haciéndome observar por todo fundamento aquellas palabras de la Escritura que, hablando de Alejandro, dice: Calló la tierra delan-te de él; mas lo primero, estas palabras hablan de Alejandro, no del reino de los Griegos; ni de Alejandro se puede decir con propiedad que fundó el reino de los Griegos, sino que destruyó el de los Persas. Lo se-gundo: estas palabras de la Escritura no dicen que Alejandro imperó sobre toda la tierra, sino que la tierra calló en su presencia, expresión vivísima para explicar el terror y espanto que causó Alejandro en toda la tierra comprendida en el imperio de los Persas, por donde anduvo como un rayo, arruinándolo todo, sin que nadie le resistiese. En ade-lante examinaremos más de propósito el distintivo particular del ter-cer reino de bronce, y se lo daremos a quien alegare mejor derecho.

[12] Finalmente, el cuarto reino de hierro mezclado con greda, di-cen que no puede ser otro que el imperio romano, del cual se verifica propiamente lo que dice la profecía del reino cuarto: Y el cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos 2. Hasta aquí

1 Dan. 2, 39. 2 Dan. 2, 40.

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no había dificultad; la semejanza se podía muy bien acomodar al im-perio romano, si el texto de la profecía se acabase aquí; si no diese otras señales y distintivos propios del cuarto reino, que no pueden competer al imperio romano. Lo que se sigue del texto sagrado es el gran trabajo; y ésta es sin duda la verdadera causa de variar tanto los doctores en la explicación o acomodación de estas cosas al imperio romano, como que la dificultad es grande, y necesita de discurso e in-genio. Ved aquí el texto todo entero, pues luego hemos de volver a él.

Y el cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro des-menuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos. Y lo que viste de los pies y de los dedos, una parte de ba-rro de alfarero, y otra parte de hierro: el reino será dividido, el cual no obstante tendrá origen de vena de hierro, según lo que has visto de hierro mezclado con tiesto de barro. Y los dedos de los pies en par-te de hierro, y en parte de barro cocido: en parte el reino será firme, y en parte quebradizo. Y el haber visto el hierro mezclado con el tiesto de barro: se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno con el otro, así como el hierro no se puede ligar con el tiesto. Mas en los días de aquellos reinos el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo, sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre. Según lo que viste, que del monte se desgajó sin mano una piedra, y desmenuzó el tiesto, y el hierro, y el cobre, y la plata, y el oro, el grande Dios mostró al rey las cosas que han de venir des-pués. Y el sueño es verdadero, y su interpretación fiel 1.

Se propone otro orden y otra explicación de estos cuatro reinos

PÁRRAFO 3

[13] Aunque el orden que voy a proponer, y la explicación que voy a dar, me parece justa en todas sus partes, como enteramente confor-me con la profecía y con la historia, todavía, porque no tengo razón al-guna para fiarme de mi dictamen, lo sujeto de buena fe a cualquier examen, por rígido que sea, con tal que no pase de aquellos límites jus-tos que prescribe la verdadera crítica. Esto mismo protesto y deseo que se tenga por dicho respecto de todos y de cada uno de los puntos que he tratado y pienso tratar en toda esta obra. Lo cual supuesto y no olvidado, entremos en materia.

1 Dan. 2, 40-45.

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154 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Primer reino

[14] El primer reino figurado por la cabeza de oro de la estatua, fue sin controversia el de los Caldeos o Babilonios, de quien Nabuco, que lo había fundado con sus prodigiosas y rápidas conquistas, era actual-mente la cabeza o el rey. Es evidente, no sólo por la Escritura santa, sino también por la historia profana, que el rey Nabuco no había con-quistado ni fundado el reino particular de Babilonia o Caldea; este reino particular lo había heredado de sus padres, y contaba tantos años o siglos de antigüedad, cuantos habían pasado hasta entonces desde Nemrod, que fue su fundador y su primer soberano, como se di-ce en el capítulo 10, versículo 10, del Génesis; no fue éste, pues, el rei-no de que habla la profecía, no es el figurado por la cabeza de oro de la estatua, ni le pueden competer a este reino particular las cosas que aquí se dicen del primero.

¿Cuál es, pues, este reino primero? Es el que fundó con sus armas siempre victoriosas el mismo Nabuco, sujetando en poco tiempo a su dominación todos cuantos reinos y señoríos particulares se conocían en aquel tiempo en todo el oriente. Por esta razón lo llama el mismo Profeta rey de reyes 1. Lo cual concuerda perfectamente con lo que dice el Señor por Jeremías: que todas las gentes, pueblos y naciones (se entiende del oriente, pues éstas acaba de nombrar) se las había dado él mismo a Nabucodonosor. Yo he puesto… todas estas tierras en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia mi siervo; además le he dado también las bestias del campo, para que le sirvan. Y le ser-virán todas las naciones a él, y a su hijo, y al hijo de su hijo, hasta que venga el tiempo de su tierra y de él mismo; y le servirán mu-chas naciones y reyes grandes. Mas la gente y el reino que no sirvie-re a Nabucodonosor rey de Babilonia, y cualquiera que no encorva-re su cuello bajo el yugo del rey de Babilonia, visitaré aquel pueblo, dice el Señor, con cuchillo, y con hambre, y con peste, hasta que yo los consuma por su mano 2. Este solo lugar de la Escritura parece que basta, sin recurrir a la historia, para ver claramente el primer rei-no de oro con toda su extensión.

[15] Del mismo modo parece evidente por la Escritura y por la his-toria, que este reino o imperio, fundado por Nabuco, ni se destruyó, ni se mudó, ni se alteró en cosa alguna sustancial, cuando Darío Medo y Ciro Persa sacudieron el yugo de Baltasar, hijo o nieto del mismo Na-buco, y se apoderaron de la capital del imperio. La única novedad que hubo entonces fue mudar el mismo imperio de cabeza o de rey, sen-

1 Dan. 2, 37. 2 Jer. 27, 6-8.

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tándose en aquel trono Darío Medo en lugar de Baltasar Caldeo. Expre-samente lo dice así Daniel, testigo ocular, al fin del capítulo 5: Aquella misma noche mataron a Baltasar rey caldeo. Y Darío, que era Medo, le sucedió en el reino 1; que es lo mismo que si dijéramos: Murió Car-los II, rey de España, de la casa de Austria; y Felipe V francés, de la ca-sa de Borbón, le sucedió en el reino. ¿En qué reino? No en otro sino en el mismo reino de España, de modo que, así como Felipe V, sentándo-se en el trono de España, no fundó otro reino nuevo, sino que imperó sobre el mismo de su antecesor, así Darío Medo, sentándose en el reino de Babilonia, no hizo otra cosa que imperar sobre el reino sobre el cual imperaba Baltasar. El mismo Daniel lo vuelve a decir en estos precisos términos al principio del capítulo 9: En el año primero de Darío, hijo de Asuero, de la estirpe de los Medos, que tuvo el mando en el reino de los Caldeos 2. Y como Ciro Persa y todos sus sucesores hasta Darío Comano, no imperaron sobre otro reino que sobre el que les dejó Darío Medo, sucesor inmediato de Baltasar, se sigue legítima-mente que hasta Darío Comano, vencido por Alejandro, duró el primer reino de oro que fundó Nabuco. Llámese este reino de Caldeos, o de Medos, o de Persas, importa poquísimo o nada, pues los nombres no mudan las cosas.

[16] Demás de esto es cosa cierta que ni Darío, ni Ciro su nieto, ni algún otro de sus sucesores destruyeron a Babilonia, antes en ella mis-ma se sentaron como en la capital del imperio, y Babilonia fue por mu-cho tiempo la corte de muchos reyes descendientes de Ciro, los cuales se llamaban indiferentemente reyes de Media y Persia, y también reyes de Babilonia. El año 32 de Artajerjes, cerca de cien años después de Ciro, el sacerdote Nehemías, que era su copero y favorito, no lo llama sino con el nombre de rey de Babilonia. Así dice: Mas a todas estas cosas yo no me hallé en Jerusalén, porque el año treinta y dos de Ar-tajerjes, rey de Babilonia, fui a presentarme al rey 3. Andando el tiem-po, parece que la corte se pasó a otras partes, según la voluntad de sus reyes; mas el reino o imperio quedó siempre el mismo, sin novedad al-guna, hasta Alejandro. Ni en el gobierno, ni en las leyes, ni en las cos-tumbres, ni en la religión, nos consta que hubiese mudanza de consi-deración. Darío dejó la Media, y se pasó a Babilonia. Siguió allí mismo Ciro, Cambises, Artajerjes, etc.; después de algunos años permaneció el nombre de Persia o imperio de los Persas, porque la corte se había pasado más de asiento a la provincia particular que se llamaba Persia, la cual en aquel tiempo era mucho menor del que después se ha lla-mado con este nombre.

1 Dan. 5, 30-31. 2 Dan. 9, 1. 3 2 Esd. 13, 6.

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156 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

No tenemos, pues, razón alguna para dividir el reino de los Persas del de los Caldeos o Babilonios, porque es evidentemente el mismo reino de oro, fundado por Nabuco, que con el tiempo mudó de nom-bre, y nada más. Sobre todo (y ésta es una circunstancia que no debe-mos disimular) el reino de los Persas, que quieren que empiece desde Ciro, jamás fue menor, sino igual o mayor que el de los Caldeos, fun-dado por Nabuco; luego no puede ser el segundo reino figurado en la estatua, pues expresamente dice la profecía que será menor que el pri-mero, y quizá tanto menor cuanto lo es la plata respecto del oro: Y des-pués de ti se levantará otro reino menor que tú, de plata 1.

Segundo reino

PÁRRAFO 4

[17] El segundo reino, figurado por el pecho y brazos de plata de la estatua, decimos que no puede ser otro que el de los Griegos, así por el distintivo particular que pone el Profeta al segundo reino, de ser me-nor que el primero, como por su misma constitución, es decir, por componerse todo de pecho y brazos. En el pecho podemos considerar el reino principal de los Griegos, que después se llamó de Siria, y en los brazos las dos ramas que se extendieron de los mismos Griegos, una hasta la Macedonia en Europa, y otra hasta Egipto en Africa, don-de fundaron dos reinos particulares del todo independientes. Este rei-no, pues, o este imperio célebre de los Griegos no lo podemos mirar como ya formado en los días de Alejandro; éste no hizo otra cosa que destruir, no edificar. Apenas podemos decir con alguna propiedad que abrió las zanjas, y puso una u otra piedra para que sobre ella se levan-tase después el edificio.

[18] En esto trabajó diez o doce años andando por el Asia como un rayo, o mejor diremos como un loco furioso, matando gente por todas partes, robando y destruyendo ciudades que en nada le habían ofendi-do, casi sin sistema o designio formado; tanto que, al morir, dividió to-das sus conquistas en tantas partes cuantos eran sus capitanes más fa-voritos, los cuales después de su muerte intentaron todos llamarse re-yes y se coronaron como tales: Y repartió entre ellos su reino, cuando estaba aún en vida. Y sus cortesanos ocuparon el reino, cada cual en su lugar; y después de su muerte se ciñeron la corona 2. Es verdad que esta división o testamento de Alejandro no tuvo efecto, ni era posible que lo tuviese, en aquellas circunstancias. A pocos días comenzó la dis-cordia, y la guerra viva entre los nuevos reyes; y habiéndose quebrado

1 Dan. 2, 39. 2 1 Mac. 1, 7, 9-10.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 157

las cabezas junto con las coronas, se redujo todo a solos cuatro pre-tendientes, que fueron Antígono, Seleuco, Ptolomeo y Casandro. Este último vino a Macedonia, donde apenas hizo una triste figura. Ptolo-meo se hizo fuerte en Egipto, donde Alejandro lo había dejado de go-bernador. Antígono y Seleuco vinieron a las manos y disputaron largo tiempo sobre el pecho de la estatua, hasta que Seleuco, por muerte de su competidor, quedó dueño absoluto de la principal parte del reino o imperio que acababa de destruir; digo de la parte principal, y no del todo, porque es certísimo que no todo lo que comprendía el imperio de los Persas quedó sujeto a la dominación de Seleuco. Muchas ciudades, así de Persia como de Media, no lo reconocieron por soberano. En el Asia menor se levantaron otros reyes que al fin se hicieron indepen-dientes, y todo el Egipto quedó enteramente libre debajo de otra cabe-za particular. De esta suerte se verificó plenamente el distintivo que señala el Profeta al segundo reino, diciendo que sería menor que el primero, como lo es la plata respecto del oro: Menor que tú, de plata.

[19] Este reino o imperio, que empezó en Seleuco, es propiamente el reino de los Griegos, absolutamente diverso del primero en exten-sión, en gente, en riquezas, en leyes, en costumbres, en dioses, y aun en la lengua misma, que en toda el Asia, como el Egipto, se empezó luego a hacer común la de los nuevos dominantes.

Tercer reino

PÁRRAFO 5

[20] El tercer reino o imperio célebre, figurado en el vientre y muslos de bronce de la estatua, es evidentemente el romano. La cir-cunstancia o distintivo particular, el cual mandará a toda la tierra, no sólo es notablemente agravante, sino que lo hace mudar de especie, y casi lo señala por su propio nombre. ¿De qué otro imperio se puede decir con verdad que dominó sobre toda la tierra conocida, sino del romano? Considerad este imperio en tiempo de Augusto, o de Trajano, o de Constantino, o de Teodosio; lo veréis tan grande, y de una tan vasta capacidad, que encierra dentro de su vientre todos cuantos rei-nos, principados y potestades se conocían entonces en el mundo viejo, esto es en Asia, Africa y Europa, sin quedar libres aún las islas del mar. Considerad el metal mismo que lo figura, que es el bronce, no sólo du-ro y fortísimo, sino también sonoro, porque no sólo sujetó tantos y tan diversos pueblos con la dureza y fuerza de sus armas, sino también quizá mucho más con el sonido y eco de su nombre. El Profeta dice del tercer reino, que será de bronce hasta los muslos: El vientre y los mus-los de cobre; otro distintivo claro del imperio romano, que tantos tiempos estuvo dividido en imperio de oriente y occidente.

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158 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[21] Llegando aquí, señor, paréceme que os veo sorprendido no poco con esta novedad. Siendo esto así, me replicáis, ¿dónde está el cuarto reino de la profecía? Si el imperio romano es el realmente figu-rado en el vientre y muslos de bronce de la estatua, ¿cuál podrá ser el reino o imperio de hierro, figurado en las piernas, pies y dedos de la misma estatua? A esta pregunta, yo os respondo en primer lugar con otra pregunta, que tal vez os causará mayor admiración. Decidme, se-ñor, con formalidad: ¿Cuál es vuestro sentimiento en orden al imperio romano? Más claro: el imperio romano, ¿dónde está? ¿Se ha subido acaso a la luna, o a los espacios imaginarios? Lo que ahora se llama o lo que es en realidad un imperio en Alemania, éste es propiamente el imperio romano. Este, decís, es una reliquia del imperio romano, la cual, después de destruido todo, se ha conservado, ya en Constantino-pla, ya en Francia, ya en Alemania, hasta nuestros tiempos. Bien. ¿Y a una reliquia, y reliquia tan pequeña, le queréis dar el nombre tan gran-de y tan sonoro, como de verdadero imperio romano? Esta reliquia, ¿queréis que sea todavía uno de los cuatro reinos célebres de que ha-bla la profecía? Mirad, amigo, no os equivoquéis.

[22] De este modo deberéis decir que todavía dura y persevera hasta nuestros días el imperio célebre de los Babilonios y Persas, seña-lando como con la mano aquella gran reliquia en que domina el Sofí, y que se llama reino de Persia. De este modo deberéis decir que perseve-ra hasta nuestros días el imperio célebre de los Griegos, señalando otra reliquia mucho mayor en que domina el gran Señor de Constanti-nopla. Mas estas reliquias no son, amigo mío, los reinos o imperios cé-lebres de que habla la profecía. Estos imperios célebres se acabaron ya; si queda alguna reliquia, esa reliquia no es imperio, ni merece con alguna propiedad este nombre. Si queréis, no obstante, dar el nombre de imperio romano a esa reliquia que queda en Alemania, yo no con-tradigo, antes me conformo con el uso común; mas no por eso dejo de conocer que para el asunto de que hablamos, es éste un nombre o títu-lo incapaz de llenar la profecía. Preguntad a todos los soberanos de Europa, si pertenecen de algún modo al imperio de Alemania, y vere-mos lo que responden. Preguntad al mismo imperio de Alemania qué fuera, y a qué viniera a reducirse, si su digna cabeza no fuese, por otra parte, un príncipe tan grande, si no tuviese tantos estados, reinos y señoríos hereditarios de su propia casa. No tenéis, pues, que recurrir a esta reliquia, como si fuese todavía el uno de los cuatro reinos céle-bres, figurados en la estatua.

[23] Así como el imperio de los Griegos se edificó sobre las ruinas del primer imperio, y el de todos los Romanos sobre las ruinas del se-gundo, y de cuantos otros señoríos particulares se conocían en el mun-do, así puntualmente se edificó el cuarto imperio de que habla la profe-cía sobre las ruinas del imperio romano, que a todos se los había traga-

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do. Para ver este cuarto y último imperio con toda claridad y con todas sus contraseñas o distintivos particulares, no tenemos que encender muchas lámparas y linternas, ni tampoco nos es necesario navegar al oriente o al occidente. Nos basta abrir los ojos y mirar con alguna refle-xión; mirar, digo, el estado presente de toda aquella gran porción de países que encerraba la estatua dentro de su vientre. Portugal, España, Francia, Inglaterra, Alemania, Polonia, Hungría, Italia, Grecia; en su-ma casi toda Europa. La Asia menor con todos sus reinos, la Siria, la Mesopotamia, Palestina, las tres Arabias, la Caldea, la Persia, el Egipto, todas las costas de Africa desde el Egipto hasta Marruecos, etc., todo es-to comprendía y todo esto era el imperio romano. Mas ahora y algunos siglos ha, todo esto, ¿qué es? Volved los ojos a la profecía, y estudiadla bien; y al punto descubriréis el cuarto imperio de hierro con tanta dis-tinción y claridad, que os será imposible desconocerlo, por más violen-cia que queráis hacer a vuestros ojos y a vuestra propia razón.

Cuarto reino

PÁRRAFO 6

[24] Este cuarto reino o imperio de hierro empezó a formarse desde el quinto siglo de la era cristiana, con la irrupción que llaman de los bárbaros, los cuales, como un torrente impetuoso y universal, inunda-ron y arruinaron todas las provincias del imperio romano; o, siguiendo la semejanza de que usa la profecía, así como el hierro doma y quebran-ta todas las cosas por duras que sean, así esta multitud innumerable de gentes, unas por el oriente, otras por el occidente, casi nada dejaron que no quebrantasen, domasen y desmenuzasen: Y el cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las co-sas, así desmenuzará y quebrantará a todos éstos 1. Este es el primer distintivo. En consecuencia, pues, de este destrozo casi universal, estas mismas gentes se dividieron entre sí todo el terreno, y formaron entre todas un reino o imperio del todo nuevo, diferentísimo de los otros tres. ¿Cuál es éste? Es el mismo que actualmente vemos, y que hemos visto muchos siglos ha. Y éste es el segundo distintivo: El reino será dividido. Un reino será dividido; un reino de muchas cabezas, un reino compues-to de muchos reinos particulares, todos independientes, un reino cuyas partes confinan entre sí, como los dedos en los pies; comercian entre sí, se comunican, se ayudan mutuamente, pero jamás se unen de un modo que formen una misma masa. En una palabra: estas partes componen un todo, y al mismo tiempo conservan escrupulosamente su división y su total independencia.

1 Dan. 2, 40.

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160 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[25] Los tres primeros reinos de la estatua, aunque compuestos de diferentes partes, o de diferentes pueblos y naciones, todas ellas se reu-nían bajo una sola cabeza, o física o moral, a quien reconocían, y a cu-yas órdenes se movían. El reino cuarto no es así. Se compone, es ver-dad, de muchas partes diversas entre sí, de muchos reinos, repúblicas, principados y señoríos; pero cada cual es aparte, es una pieza que se mueve por sí misma con movimiento particular, es absoluta e indepen-diente, reconoce su cabeza propia y peculiar. No obstante esta división, no obstante este movimiento particular de cada una, todas ellas se reú-nen al fin, casi sin advertirlo, o a lo menos sin poder resistirlo, en unos mismos principios, en unos mismos intereses, en unas mismas leyes generales, necesarias para la conservación de todo el compuesto, y de todas y cada una de las partes que lo componen. Estos principios y leyes generales se reducen a una sola palabra, que todo lo comprende y todo lo explica con suma propiedad, esto es, el equilibrio propísimo y nece-sarísimo para que las partes no se destruyan, antes se sostengan mu-tuamente por el interés general de todas; y así se conserva indemne to-do el compuesto en la misma división e independencia de sus partes. Sin esto pudiera con razón temerse que alguna de las partes, con la agregación de otras, se hiciese tan grande que dominase sobre todas, y ya teníamos en este caso otro reino o imperio, semejante a los tres pri-meros, el cual falsificara ciertamente la profecía. Mas no hay que te-merlo; la profecía se cumplirá infaliblemente, porque Dios ha hablado, y las partes mismas que componen este todo singular tendrán buen cuidado, como hasta ahora lo han tenido, de mantener su independen-cia y conservarse divididas. El reino será dividido.

[26] Dice más el Profeta de Dios, y éste es el tercer distintivo, que este cuarto reino, aunque nacido de vena de hierro, de aquel hierro fortísimo que a fuerza de golpes reiterados había hecho vomitar a la estatua todo cuanto había devorado y encerraba en su vientre, aunque su origen y raíz fuese el hierro mismo, no por eso sería sólido y duro como el hierro, sino parte sólido, y parte quebradizo. Esto significa, dice él mismo, estar mezclado el hierro con la greda en los dedos de los pies: Y los dedos de los pies en parte de hierro, y en parte de barro cocido: en parte el reino será firme, y en parte quebradizo. ¿Y qué otra cosa nos ha mostrado hasta ahora la experiencia? En la agitación y movimiento de todas las partes de este reino, en el choque casi con-tinuo de unas con otras, en los golpes terribles que se han dado entre sí, ninguna otra cosa ha sucedido, sino que lo que era de hierro, ha quedado sólido y duro; y lo que era de greda, ha padecido necesaria-mente algunas quiebras, uniéndose después, ya con una, ya con otra, según la mayor o menor fuerza de la parte chocante.

[27] Mas las partes sólidas, o los reinos particulares, lejos de unirse entre sí, después de los golpes que se han dado, por eso mismo se han

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endurecido y consolidado más, y han quedado más divididos y más in-dependientes. ¡Qué guerras tan sangrientas y tan obstinadas! ¡Qué ba-tallas por mar y por tierra! ¡Qué máquinas! ¡Qué invenciones! ¡Qué preparativos! ¡Qué gastos! Parecía muchas veces que las partes del rei-no se iban a destruir infaliblemente. Parecía que alguna o algunas de ellas crecerían notablemente, convirtiendo a las otras en su propia sus-tancia; mas el efecto mostraba bien presto la verdad de la profecía: El reino será dividido, en parte firme, y en parte quebradizo.

[28] Finalmente, concluye el Profeta señalando el último distintivo: estas partes o reinos particulares, que componen el cuarto reino o im-perio célebre, se unirán muchas veces entre sí con aquella especie de unión que parece la más estrecha e indisoluble, cual es el matrimonio; mas no por eso dejarán de quedar tan divididas como estaban antes. Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno con el otro. Este distintivo parece tan claro, y tan conforme con el evento, que no ha menester otra explicación que una mediana noticia de la historia. Quien vio, por ejemplo, a Felipe II, rey de España, contraer matrimonio con la reina propietaria de Inglaterra, pensaría sin duda que aquellos dos reinos, duros y sólidos, se iban a unir entre sí para formar entre los dos un solo reino; mas a pocos días mostró el suceso todo lo con-trario. Quedaron aquellos reinos tan divididos como antes, y mucho más que antes. De este modo podemos discurrir por innumerables uniones de éstas que nos ofrece la historia, y no son de este lugar.

[29] En suma: desde que se fundó este cuarto reino, se fundó divi-dido. Las partes que lo componen, aunque todas tienen un mismo ori-gen, que es el hierro 1, aunque todas confinan entre sí, como confinan los dedos en los pies, divididas empezaron, y divididas han persevera-do sin interrupción. No se ha podido hasta ahora, ni se podrá jamás, hacer de todas ellas un reino o un imperio, semejante a los tres prime-ros, que reconozca y se sujete a una sola cabeza. El reino será dividi-do… Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno con el otro; o como leen las otras versiones, no se unirá esto a eso otro, o el uno con el otro 2.

[30] Porque el conocimiento de este reino cuarto nos es absoluta-mente necesario para poder entender la segunda y principal parte de la profecía, a donde ella se dirige, parece necesario tener presente lo que sobre esto se halla en los doctores, y el modo con que pretenden aco-modar al imperio romano los cuatro distintivos de que acabamos de hablar. Con esto podremos fácilmente comparar una explicación con otra, y pesadas ambas en fiel balanza, hacer una prudente elección.

1 Dan. 2, 41. 2 Dan. 2, 41 y 43.

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Primer distintivo

[31] El cuarto reino será como el hierro. Al modo que el hierro desmenuza y doma todas las cosas, así desmenuzará y quebrantará a todos estos. Esta semejanza, dicen, le cuadra perfectamente sólo al imperio romano, el cual creció y se engrandeció tanto como sabemos, quebrantando y domando todos los otros reinos, pueblos y naciones, como el hierro doma y quebranta todas las otras cosas. Si esto es ver-dad o no, lo pueden decidir los que tuvieren suficiente noticia de la historia romana. A nosotros nos parece claro que los dos verbos que-brantar y desmenuzar, hablando de los Romanos y de sus conquistas, son muy impropios, y su verdadero significado no concuerda con los hechos. ¿Con qué propiedad ni con qué razón se puede decir de los Romanos que sujetaron a los otros pueblos a su dominación a fuerza de duros golpes de martillo? ¿Que los quebrantaron, que los desmenu-zaron, que los molieron al modo que el hierro desmenuza y doma to-das las cosas? Otra idea muy diversa nos da la historia, y aun la mis-ma Escritura divina nos dice, hablando de los Romanos, cómo eran poderosos en fuerzas, y que venían en todo lo que se les pedía, y que cuantos se llegaron a ellos, habían ajustado con ellos amistad… y ha-bían conquistado toda la región por su consejo y prudencia 1. Cotejad estas últimas palabras: Poseyeron los Romanos todo lugar con su con-sejo y prudencia, con aquellas otras: Todo lo poseyeron golpeando, quebrantando, desmenuzando, moliendo; y veréis qué diferencia y qué contrariedad. ¿Cuánto mejor le compete todo esto a aquella in-numerable multitud de bárbaros, que acometieron por todas partes al mismo imperio romano y lo destruyeron? De estos sí que podemos de-cir con toda verdad y propiedad: todo lo domaron, lo quebrantaron, lo desmenuzaron, lo molieron, al modo que el hierro desmenuza y doma todas las cosas; y también que todo lo poseyeron sin más prudencia ni consejo que su propio furor y su propia y natural barbarie. Ahora, amigo, si este primer distintivo del cuarto reino, que es el que mostra-ba alguna apariencia, se halla, mirado de cerca, inacomodable al impe-rio romano, ¿qué pensáis será de los otros tres?

Segundo distintivo

[32] El reino será dividido. Esto se verificó, según unos, en los dos imperios, o en las dos partes del mismo imperio, dividido en imperio de oriente y de occidente; que el primero duró más que el segundo; sin duda porque el primero era de hierro, y el segundo de greda. Según otros esto se verificó en las cabezas de partido que fomentaron con tanta obstinación las guerras civiles; pues unos se rompieron como un vaso de barro, y otros permanecieron duros como el hierro.

1 1 Mac. 8, 1 y 3.

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Tercer distintivo

[33] En parte el reino será firme, y en parte quebradizo. Esto se verificó, según unos, cuando el imperio romano se dividió en imperio de oriente y de occidente. Esto se verificó, según otros, que son los más, en tiempo de las guerras civiles entre Mario y Sila, entre César y Pompeyo, entre Augusto y Antonio. En ese tiempo el imperio romano fue como un reino dividido.

Cuarto distintivo

[34] Se mezclarán por medio de parentelas, mas no se unirán el uno con el otro. Esto se verificó, según unos, cuando César y Pompeyo se reconciliaron e hicieron amigos; y para que la amistad fuese durable, Pompeyo le dio a César su hija en matrimonio. Lo mismo hizo después Augusto con Antonio; y no obstante estos casamientos, siempre fue ade-lante la división y la discordia. Yo no me detengo en hacer nuevas refle-xiones sobre la acomodación de estos tres últimos distintivos, porque algo hemos de dejar a los lectores. Me contento solamente con pedir a todos los intérpretes de la Escritura, y a otros muchos escritores que han tocado este punto, que me señalen en el imperio romano, y esto con dis-tinción y claridad, los pies y dedos de la estatua, en parte de hierro, en parte de barro cocido, de modo que todos ellos estén juntos, coexisten-tes y en estado de recibir todos a un mismo tiempo el golpe de cierta piedra que debe caer sobre ellos y hacerlos polvo. Este es, señor mío, el gran trabajo, la gran dificultad, el sumo embarazo. Lo que hasta aquí hemos visto y observado es realmente nada respecto de lo que queda.

Segunda parte de la profecía: Caída de la piedra sobre los pies de la estatua, y fundación de otro

nuevo reino sobre las ruinas de todos

PÁRRAFO 7

[35] No me hubiera detenido tanto en esta primera parte de la pro-fecía, si no viese la necesidad que hay de su plena inteligencia para la inteligencia plena de la segunda parte, que es la que hace inmediata-mente a nuestro propósito. Mas en los días de aquellos reinos el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo, sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre 1. Este último reino, dice la profecía, lo fundará establemente cierta piedra desprendida de un monte, sin manos, esto es por sí misma, sin que ninguno la desprenda

1 Dan. 2, 44.

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164 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ni le dé movimiento, impulso y dirección; la cual bajará a su tiempo di-rectamente contra la estatua, le dará el más terrible golpe que se ha dado jamás, no en la cabeza, ni en el pecho, ni en el vientre, pues allí ya no estará el reino o el imperio, sino en sus pies de hierro y de greda, adonde actualmente se hallará todo, habiendo ido bajando de la cabeza al pecho, del pecho al vientre, del vientre a las piernas y pies. Al primer golpe los quebrantará, y aun los hará polvo: Cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra (dice Daniel), e hirió a la estatua en sus pies de hierro y de barro, y los desmenuzó. Entonces, al mismo golpe de la piedra, sin ser necesario repetir otro golpe, todo el coloso vendrá a tierra, reduciéndose todo a una como leve ceniza, que desapa-recerá con el viento: Entonces fueron asimismo desmenuzados el hie-rro, el barro, el cobre, la plata y el oro, y reducidos como a tamo de una era de verano, lo que arrebató el viento, y no parecieron más; y la piedra misma que dio el golpe se hará al punto un monte tan grande que ocupará toda la tierra: Pero la piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 1. Este es el hecho anunciado en la profecía. Veamos ahora la explicación.

[36] Todos los intérpretes de la Escritura, en cuanto yo he podido averiguar, dan por cumplida plenamente esta profecía y verificado este gran suceso. Todos suponen, citándose por toda prueba los unos a los otros, que la piedra de que aquí se habla ya bajó del monte siglos ha. ¿Cuándo? Cuando bajó del cielo a la tierra el Hijo de Dios… que fue con-cebido por el Espíritu Santo y nació de santa María Virgen 2. Esta en-carnación del Hijo de Dios de María Virgen por obra del Espíritu Santo, quieren que signifique aquella expresión, sin mano alguna se desgajó del monte una piedra…, esto es (dicen) sin consorcio de varón, que hi-rió ya la estatua, y la convirtió toda en polvo y ceniza. ¿Cuándo? Cuando con su doctrina, con su pasión, con su muerte de cruz, con su resurrec-ción, con la predicación del Evangelio, etc., destruyó el imperio del dia-blo, de la idolatría y del pecado. Suponen que la misma piedra comenzó entonces a crecer, y poco a poco ha ido creciendo tanto, que se ha hecho un monte de una desmesurada grandeza, y ha llenado casi toda la tie-rra. ¿Qué monte es éste? No es otro que la Iglesia cristiana, la cual es el quinto y último reino de la profecía, incorruptible y eterno.

[37] No se puede negar que todo está bien discurrido. Aquí podéis ya ver con vuestros propios ojos lo que os decía al principio, esto es, la verdadera razón que ha obligado a nuestros doctores a dar al imperio romano el cuarto lugar en el orden de los reinos que figura la estatua. Mas yo no quiero ya reparar en esto, dejándolo todo a vuestras refle-xiones, pues me llama toda la atención otra cosa que hallo aquí, mu-

1 Dan. 2, 35. 2 CREDO DEL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA.

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cho más admirable y digna de reparo; quiero decir, el salto repentino y prodigioso que veo dar en un momento desde lo material hasta lo espi-ritual. Sobre este salto tan repentino se me ofrecen naturalmente dos dificultades, cuya solución no se halla en los doctores ni me parece po-sible hallarla, a lo menos del modo que la habíamos menester; no cier-to porque no vean dichas dificultades, ni porque no den muestras de querer resolverlas; sino porque su respuesta me parece como de una persona que habla entre dientes, o con voz tan baja que no es fácil en-tender lo que quiere decir.

Primera dificultad

[38] Si la piedra de que habla la profecía se desprendió ya del monte, y cayó o bajó sobre esta nuestra tierra en tiempo de Augusto, debió haber bajado o caído, directa o indirectamente, sobre los pies y dedos de la grande estatua, y desmenuzarlos a ellos en primer lugar; porque esta circunstancia de la profecía, tan particular y tan ruidosa, debe significar algún suceso particular. Se pregunta, pues: ¿Qué pies y dedos pueden ser éstos, parte de hierro y parte de greda, que había en el mundo en tiempo de Augusto, o sea en el mismo imperio romano, o en el imperio del diablo, los cuales quebrantó la piedra con su golpe?

Segunda dificultad

[39] Los cuatro metales de la estatua, oro, plata, bronce y hierro, ¿figuraban cuatro reinos sólo metafóricos o espirituales, o cuatro rei-nos materiales, corporales, visibles, que físicamente habían de apare-cer en el mundo? Si lo primero: ¿Para qué nos cansamos, y se han can-sado tanto los doctores, en buscar estos reinos entre los Caldeos, Per-sas, Griegos y Romanos? ¿No ha sido este un trabajo perdido? Si lo se-gundo: a estos reinos materiales, corporales, visibles, de que solamen-te se habla, debía haber quebrantado y desmenuzado ya la piedra, no a reinos metafóricos y espirituales de que no se habla: Quebrantará y acabará todos los reinos, dice la profecía hablando de la piedra, y lue-go añade: Quebrantará el hierro, el barro, el cobre, la plata y el oro. Parece un modo de explicar la santa Escritura bien fácil y cómodo: tomar la mitad de un texto en un sentido, y la otra mitad en otro tan diverso y distante, cuanto lo es el oriente del occidente. Mientras se responde a estas dos dificultades de algún modo, siquiera perceptible, yo voy a satisfacer a otra, o a mostrar el equívoco en que se funda.

Examen de la piedra

PÁRRAFO 8

[40] La piedra de que habla esta profecía, nos dicen con suma ra-zón, es evidentemente el mismo Jesucristo Hijo de Dios e Hijo de la

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166 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Virgen. Del mismo modo es evidente que esta piedra preciosa ya bajó del monte, o del cielo, al vientre de la Virgen en el siglo de Augusto, cuando el imperio romano estaba en su mayor grandeza y esplendor. Del mismo modo es evidente que, en consecuencia de esta bajada en el vientre de la Virgen, aunque no luego al punto, como parece que lo da a entender la profecía, mas poco a poco, se ha ido arruinando el impe-rio del diablo, el cual estaba en los imperios de los hombres, y era sos-tenido por ellos. Con lo cual también es evidente que poco a poco ha ido creciendo la misma piedra, y ha llenado casi todo el mundo por medio de la predicación del Evangelio y establecimiento del cristianis-mo. Todo esto en sustancia es lo que anuncia esta grande profecía ya cumplida, y no tenemos otra cosa que esperar, ni que temer en ella. Todo esto en sustancia es también lo que se halla en los intérpretes de la Escritura, y a este solo sofisma se reduce todo su modo de discurrir.

[41] La piedra de que habla esta profecía, se responde, es eviden-temente el mismo Mesías Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen. Esta proposición general es cierta e indubitable. Mas como todos los Cristianos sabemos y creemos de la misma persona de Jesucristo, no una sola, sino dos venidas infinitamente diversas, para no confundir lo que es de la una con lo que es de la otra, tenemos una regla cierta e in-defectible dictada por la lumbre de la razón, y también por la lumbre de la fe, es a saber, que si lo que anuncia una profecía para la venida del Señor no tuvo lugar, ni lo pudo tener en su primera venida, lo es-peramos seguramente para la segunda, que entonces tendrá lugar y se cumplirá con toda plenitud. Todo esto, pues, que nos dicen, de que la piedra, esto es, Cristo, bajó ya del cielo al vientre de la Virgen, que predicó, que enseñó, que murió, que resucitó, que alumbró al mundo con la predicación del Evangelio, que poco a poco ha ido destruyendo en el mundo el imperio del diablo, etc., todo esto es cierto e innegable, lo creemos y confesamos todos los Cristianos, penetrados del más vivo reconocimiento; mas todo eso pertenece únicamente a la venida del Mesías que ya sucedió. Fuera de ésta esperamos otra no menos admi-rable, en la cual sucederá infaliblemente lo que sólo a ella pertenece, y está anunciado para ella clarísimamente; y entre otras cosas sucederá en primer lugar todo lo que anuncia esta grande profecía que actual-mente observamos.

[42] Del Mesías, en su primera venida, se habla claramente en mu-chísimos lugares de la Escritura, y en ellos se anuncia su vida santísi-ma, su predicación, su doctrina, sus milagros, su muerte, su resurrec-ción, la perdición de Israel y la vocación de las Gentes, etc. Mas no, no es preciso que siempre se hable de estos misterios, por grandes y ad-mirables que sean, habiendo otros igualmente grandes y admirables que piden su propio y natural lugar. Aun debajo de la similitud de pie-

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dra se habla en Isaías, capítulo 28, de la primera venida del Mesías, y las consecuencias terribles para Israel. He aquí (dice) que yo pondré en los cimientos de Sión una piedra, piedra escogida, angular, pre-ciosa, fundada en el cimiento 1. Y en el capítulo 8 había anunciado que el Mesías sería para el mismo Israel, por su incredulidad y por su ini-quidad, como una piedra de ofensión y de escándalo, y como un lazo y una ruina para los habitadores de Jerusalén 2.

[43] Mas esta piedra preciosa, electa, probada, que bajó al vientre de la Virgen, ni bajó con ruido ni terror, sino con una blandura y sua-vidad admirable; ni bajó para hacer mal a nadie, sino antes para hacer bien a todos: Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él 3. Decía el mismo Se-ñor, que lo envió Dios a este mundo, y lo puso en él como una piedra angular y fundamental, para que sobre esta piedra, como sobre el más firme y sólido fundamento, se levantase hasta el cielo el grande edifi-cio de la Iglesia. Así, lejos de hacer daño alguno con su caída o con su bajada del cielo, lejos de caer sobre alguna cosa y quebrantarla con el golpe, fue por el contrario, y lo es hasta ahora, una piedra bien golpea-da y bien martillada; una piedra sobre quien cayeron muchos, y caen todavía con pésima intención, con intención de quebrantarla, y des-menuzarla, y reducirla a polvo, si les fuese posible. Y no obstante la experiencia de su dureza, no obstante la experiencia de lo poco que se avanza, y de lo mucho que se arriesga en golpear esta piedra preciosa, hasta ahora no ha faltado ni faltará gente ociosa y perversa que quiera tomar sobre sí el empeño inútil y vano de dar contra ella y perseguirla.

[44] ¿Nunca leísteis en las Escrituras (les decía él mismo a los Ju-díos): La piedra que desecharon los que edificaban, ésta fue puesta por cabeza de esquina… El que cayere sobre esta piedra será que-brantado, y sobre quien ella cayere, lo desmenuzará? 4. Veis aquí cla-ramente las dos venidas del Mesías, y las consecuencias inmediatas de la una y de la otra; lo que ha hecho y hace con ella, y lo que hará cuando baje del monte contra la estatua, y contra todo lo que en ella se incluye. De manera que, habiendo bajado la primera vez pacíficamente, sin ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes que le quisieron dar, se puso luego por base fundamental del edificio grande y eterno que sobre ella se había de levantar. El que cree de fe no fingida 5, el que quiere de veras ajustarse a esta piedra fundamental, el que para esto se labra a sí mismo, y se deja labrar, devastar y golpear,

1 Is. 28, 16. 2 Is. 8, 14. 3 Jn. 3, 17. 4 Mt. 21, 42 y 44. 5 1 Tim. 1, 5.

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etc., éste es salvo seguramente, éste es una piedra viva, infinitamente más preciosa de lo que el mundo es capaz de estimar; éste se edifica sobre fundamento eterno, y hará eternamente parte del edificio sagra-do: Al cual allegándoos, que es la piedra viva, desechada en verdad por los hombres, mas escogida de Dios, y honrada; y sobre ella como piedras vivas sed edificados como casa espiritual 1, les decía San Pe-dro a los primeros fieles. Al contrario, el que no cree, o sólo cree con aquella especie de fe que sin obras es muerta 2, mucho más el que per-sigue a la piedra fundamental y da contra ella, él tendrá toda la culpa, y a sí mismo se deberá imputar todo el mal si se rompe la cabeza, las manos y pies: El que cayere sobre esta piedra será quebrantado 3.

[45] Esto es puntualmente lo que sucedió a mis Judíos en primer lugar. Después de haber reprobado y arrojado de sí esta piedra precio-sa, después que, no obstante su reprobación, la vieron ponerse por ca-beza de esquina 4, después que vieron el nuevo y admirable edificio, que a gran prisa se iba levantando sobre ella, llenos de celo, o de furor diabólico, comenzaron a dar golpes y más golpes a la piedra funda-mental, pensando romperla, despedazarla, y hacer caer sobre ella mis-ma el edificio que sustentaba; mas a poco tiempo se vio verificada en estos primeros perseguidores la primera parte de la profecía del Señor: El que cayere sobre esta piedra será quebrantado. Salieron de aquel empeño tan descalabrados, que ya veis por vuestros ojos, y ha visto y ve todo el mundo, el estado miserable en que han quedado; no han po-dido sanar, ni aun volver en sí en tantos siglos.

[46] Siguieron los Gentiles el mismo empeño, armados con toda la potencia de los Césares, y habiéndola golpeado en diferentes tiempos, y cada vez con nuevo furor, nada consiguieron al fin, sino hacerse peda-zos ellos mismos, y servir, sin saberlo, a la construcción de la obra, la-brando piedras a millares, para que creciese más presto. Después acá, ¿qué máquinas no se han imaginado y puesto en movimiento para ven-cer la dureza de esta piedra? Tantas cuantas han sido las herejías. ¿Con qué empeño, con qué obstinación, con qué violencia, con qué artificios, con qué fraudes han trabajado tantos para arruinar lo que ya está edifi-cado sobre piedra sólida? Pero todo en vano. No han sacado otro fruto de su trabajo que el que se lee en Jeremías: Trabajaron para proceder injustamente 5, y la piedra ha quedado incorrupta e inmóvil como el edificio que sustenta. Y no obstante la experiencia de tantos siglos, piensan todavía algunos, que se dan a sí mismos el nombre bien im-

1 1 Ped. 2, 4-5. 2 Sant. 2, 20. 3 Mt. 21, 44. 4 Mt. 21, 42. 5 Jer. 9, 5.

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propio de espíritus fuertes, que bastará su filosofía y su coraje para sa-lir con la empresa. Veremos al fin en lo que para su coraje y su filosofía: El que cayere sobre esta piedra será quebrantado. Lo que sobre esto han visto los siglos pasados, eso mismo en sustancia deberán ver los venideros, como está escrito. La piedra que bajó del cielo al vientre de la Virgen, cuanto es de su parte, a nadie ha hecho daño, porque no bajó sino para bien de todos, para que tengan vida, y para que la tengan en más abundancia 1. Si muchos se han quebrado en ella la cabeza, la culpa ha sido toda suya, no de la piedra. El Hijo del hombre no ha ve-nido a perder las almas, sino a salvarlas 2.

[47] El profeta Isaías, hablando del Mesías en su primera venida, dice: La caña cascada no la quebrará, y la torcida que humea no la apagará 3. Expresiones admirables y propísimas para explicar el mo-do pacífico, amistoso, modesto y cortés con que vino al mundo, con que vivió entre los hombres, y con que hasta ahora se ha portado con todos, sin hacer violencia a ninguno, sin quitar a ninguno lo que es su-yo, y sin entrometerse en otra cosa que en procurar hacer todo el bien posible a cualquiera que quiera recibirlo, sufriendo al mismo tiempo con profundo silencio, y con infinita paciencia, descortesías, ingratitu-des, injurias y persecuciones. Pero llegará tiempo, y llegará infalible-mente, en que esta misma piedra, llenas ya las medidas del sufrimien-to y del silencio, baje segunda vez con el mayor estruendo, espanto y rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la gran-de estatua. El Señor como fuerte saldrá, como varón guerrero des-pertará su celo, voceará y gritará, sobre sus enemigos se esforzará. Callé siempre, estuve en silencio, sufrí; hablaré como la que está de parto, destruiré, y devoraré al mismo tiempo 4. Entonces se cumplirá con toda plenitud la segunda parte de aquella sentencia: El que cayere sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella cayere lo des-menuzará; y entonces se cumplirá del mismo modo la segunda parte de nuestra profecía, cuya observación y verdadera inteligencia nos ha tenido hasta aquí suspensos y ocupados: Cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra, e hirió a la estatua en sus pies de hie-rro y de barro, y los desmenuzó, etc. 5.

[48] No tenemos, pues, razón alguna para confundir un misterio con otro. Aunque la piedra en sí es una misma, esto es, Cristo Jesús, mas las venidas, o caídas, o bajadas a esta nuestra tierra son cierta-mente dos muy diversas entre sí, y tan de fe divina la una como la otra. Así, lo que no se verificó, ni pudo verificarse en la primera, se verifica-

1 Jn. 10, 10. 2 Lc. 9, 56. 3 Is. 42, 3. 4 Is. 42, 13-14. 5 Dan. 2, 34.

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rá infaliblemente en la segunda. Esto es lo que andan huyendo los doc-tores, sin duda, para no exponer su sistema a un peligro tan evidente. Esto los ha obligado a invertir el orden de los reinos, dando al de los Griegos el lugar y el distintivo que no es suyo ni puede competerle, que es éste: El cual mandará toda la tierra; y dándole al imperio romano el último lugar, para que se halle presente a lo menos a la primera ve-nida del Señor; y a esto se enderezan, en fin, tantas ingeniosas acomo-daciones, tan visiblemente arbitrarias, violentas y fuera del caso. Se ve claramente que temen, y exceptuando el peligro de su sistema, no se sabe por qué temen, ni qué es lo que temen.

[49] Pues bajando la piedra del monte, y habiendo desmenuzado y convertido en polvo la grande estatua, dice el texto sagrado que la pie-dra misma se hizo luego un monte tan grande, que cubrió y ocupó toda la tierra 1. El cual enigma explica el Profeta por estas palabras (ved si las podéis acomodar a la Iglesia presente): Mas en los días de aquellos reinos (de los que acaba de hablar, que son figurados en los dedos de la estatua, o si queréis de los figurados en toda ella) el Dios del cielo le-vantará un reino que no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo; sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre.

[50] Ahora decidme de paso: ¿La Iglesia presente es realmente aquel reino de Dios de quien se dice: Y no pasará a otro pueblo? 2. ¿Cómo, cuando sabemos de cierto que, habiéndose fundado este reino en solos los Judíos, y habiendo estado algún tiempo en este pueblo so-lo la potestad o lo activo de este reino, después de algunos años se en-tregó a otro pueblo diverso, cual es el de las Gentes? Decidme más: ¿La Iglesia presente es en realidad aquel reino célebre, que ha arrui-nado ya, ha desmenuzado, ha convertido en polvo y consumido ente-ramente todos los reinos figurados en la estatua, o en los dedos de sus pies? Pues esto asegura la profecía de este reino célebre: que quebran-tará y acabará todos estos reinos. Aunque no hubiera otras pruebas que esto solo, bastaba para hacernos conocer hasta la evidencia la po-ca bondad de vuestra explicación y, por consiguiente, de vuestro sis-tema. Pues ¿qué será, si a esto se añaden todas las otras observaciones generales y particulares que quedan hechas sobre el asunto?

[51] Comparad ahora, por último, estas palabras que se dicen de la piedra cuando bajó del monte: que quebrantará y acabará todos estos reinos, con aquella evacuación de que habla San Pablo: Cuando hubie-re destruido todo principado, y potestad, y virtud, y veréis un mismo suceso, anunciado con diversas palabras. San Pablo dice, hablando de

1 Dan. 2, 35. 2 Dan. 2, 44.

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propósito de la resurrección de los santos, y por consiguiente de la ve-nida de Cristo, en que ésta debe suceder, que cuando el Señor venga, evacuará la tierra, en primer lugar, de todo principado, potestad y vir-tud. Daniel dice que destruirá y consumirá todos los reinos figurados en la estatua. ¿No dicen una misma cosa el Apóstol y el Profeta? Com-parad del mismo modo estos dos lugares con lo que se dice en el salmo 109, hablando con Cristo mismo: El Señor está a tu derecha, quebran-tó a los reyes en el día de su ira 1; con lo que se dice en el salmo 2: En-tonces les hablará él en su ira, y los conturbará en su furor 2; con lo que se dice en Isaías en varias partes: que en aquel día visitará el Se-ñor… sobre los reyes de la tierra, que están sobre la tierra. Y serán cogidos y atados en un solo haz para el lago, etc. 3; con lo que se dice en Habacuc, capítulo 3: Maldijiste sus cetros 4; y por abreviar, con lo que se dice de todos los reyes de la tierra en el capítulo 19 del Apocalip-sis, y esto al venir ya del cielo el Rey de los reyes. Todo esto, y muchas más cosas que sobre esto hay en las Escrituras, es necesario que se ve-rifiquen algún día, pues hasta el día de hoy no se han verificado, y es necesario que se verifiquen cuando la piedra baje del monte, pues para entonces están todas anunciadas manifiestamente. Entonces deberá comenzar otro nuevo reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual reino lo formará la misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua: La piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra. A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade luego, des-pués de la evacuación de todo principado, potestad y virtud: que es ne-cesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies 5. Y veis aquí, señor mío, claramente comenzado el juicio de los vivos, que nos enseña el símbolo de nuestra fe, y que tanto nos anun-cian y predican las Escrituras.

Conclusión

[52] La seria consideración de este gran fenómeno, después de ob-servado con tanta exactitud, podría ser utilísima, en primer lugar, para aquellas personas religiosas y pías que, lejos de contentarse con apa-riencias, ni deleitarse con discursos ingeniosos y artificiales, buscan solamente la verdad, no pudiendo descansar en otra cosa. Mucho más

1 Sal. 109, 5. 2 Sal. 2, 5. 3 Is. 24, 21-22. 4 Abac. 3, 14. 5 1 Cor. 15, 25.

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útil pudiera ser respecto de otras personas, de que tanto abunda nues-tro siglo, que afectan un soberano desprecio de las Escrituras, en espe-cial de las profecías, diciendo ya públicamente que no son otra cosa que palabras al aire, sin otro sentido que el que quieren darle los in-térpretes. Unas y otras podrían quedar, en la consideración de esta so-la profecía, y en el confronto de ella con la historia, penetradas del más religioso temor, y del más profundo respeto a Dios y su palabra.

[53] Desde Nabucodonosor hasta el día de hoy, esto es, por un es-pacio de más de dos mil trescientos años, se ha venido verificando puntualmente lo que comprende y anuncia esta antiquísima profecía. Todo el mundo ha visto por sus ojos las grandes revoluciones que han sucedido para que la estatua se formase y se completase desde la cabe-za hasta los pies. La vemos ya formada y completa, según la profecía, sin que haya faltado la menor circunstancia. Lo formal de la estatua, es decir, el imperio y la dominación, que primero estuvo en la cabeza, se ha ido bajando a vista de todos, por medio de grandes revoluciones, de la cabeza al pecho y brazos, del pecho y brazos al vientre y muslos, del vientre y muslos a las piernas, pies y dedos, donde actualmente se ha-lla. No falta ya sino la última época, o la más grande revolución, que nos anuncia esta misma profecía, con quien concuerdan perfectamen-te otras muchísimas que en adelante iremos observando. Mas esta úl-tima, ¿por qué no se recibe como se halla? Quien ha dicho la verdad en tantos y tan diversos sucesos que vemos plenamente verificados, ¿po-drá dejar de decirla en uno solo que queda por verificarse? ¿Por qué, pues, se mira este suceso con tanta indiferencia? ¿Por qué se afecta no conocerlo? ¿Por qué se pretende equivocar y confundir la caída de la piedra sobre los pies de la estatua, y el fin y término de todo imperio y dominación, con lo que sucedió en la primera venida quieta y pacífica del Hijo de Dios?

[54] No sé, amigo, qué es lo que tememos, qué es lo que nos obliga a volver las espaldas tan de repente, y recurrir a cosas tan pasadas y tan ajenas de todo el contexto. ¿Acaso tememos la caída o bajada de la piedra, la venida del Señor en gloria y majestad? Mas este temor no compete a los siervos de Cristo, a los fieles de Cristo, a los amadores de Cristo; porque la caridad… echa fuera el temor 1. Estos, por el contra-rio, deben desear en esta vida, y clamar día y noche con el profeta: ¡Oh si rompieras los cielos y descendieras! A tu presencia los montes se derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ar-dieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre 2. A és-tos se les dice en el salmo 2: Cuando en breve se enardeciere su ira,

1 1 Jn. 4, 18. 2 Is. 64, 1-2.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 1 173

bienaventurados todos los que confían en él 1. A éstos se les dice en el Evangelio: Entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención 2. A éstos les dice en el Apocalipsis: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que lo oye diga: Ven 3. A éstos, en fin, les dice San Pablo: Esperamos al Salvador nuestro Señor Jesucristo, el cual reformará nuestro cuerpo abatido, para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso, según la operación con que también puede sujetar a sí todas las cosas 4. Estos, pues, nada tienen que temer, deben arrojar fuera de sí todo temor, y dejarlo para los enemigos de Cristo, a quienes compete únicamente temer, porque contra ellos viene.

[55] ¿Acaso tememos las consecuencias de la caída y bajada de la piedra, esto es, que la piedra se haga un monte tan grande, que cubra toda esta nuestra tierra? O por hablar con los términos que habla casi toda la divina Escritura, ¿tememos aquí al reino o al juicio de Cristo sobre la tierra? Mas ¿por qué? ¿No están convidadas todas las criatu-ras, aun las insensibles, a alegrarse y regocijarse, porque vino, porque vino a juzgar la tierra? 5. ¿No estamos certificados de que juzgará al orbe de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad 6; que juz-gará el orbe de la tierra en justicia, y los pueblos en equidad 7; que juzgará la tierra, y no juzgará según vista de ojos, ni argüirá por oído de orejas (que ahora falla muchas veces), sino que juzgará a los po-bres con justicia, y reprenderá con equidad en defensa de los mansos de la tierra? 8. ¿No nos dan los Profetas unas ideas admirables de la bondad de este Rey, y de la paz, quietud, justicia y santidad de todos los habitadores de la tierra debajo del pacífico Salomón? Pues ¿qué tienen que temer los inocentes un Rey infinitamente sabio, y un juicio perfectamente justo?

[56] ¿Acaso tememos (y éste puede ser motivo aparente de temor), acaso tememos el afligir, desconsolar, ofender y faltar al respeto y aca-tamiento debido a las cabezas sagradas y respetables del cuarto reino de la estatua? ¡Oh, qué temor tan mal entendido! El decir clara y sen-cillamente lo que está declarado en la Escritura de la verdad 9; el de-cir a todos los soberanos actuales que sus reinos, sus principados, sus

1 Sal. 2, 13. 2 Lc. 21, 27-28. 3 Apoc. 22, 17. 4 Fil. 3, 20-21. 5 Sal. 95, 13. 6 Sal. 95, 13. 7 Sal. 97, 9. 8 Is. 11, 3-4. 9 Dan. 10, 21.

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señoríos, son conocidamente los figurados en los pies y dedos de la grande estatua, haciéndoselos ver por sus ojos en la Escritura de la verdad; el decirles que estos mismos reinos son los inmediatamente amenazados del golpe de la piedra, ¿se podrá mirar como una falta de respeto, y no antes como un servicio de suma importancia? Lo contra-rio sería faltarles al respeto, faltarles a la fidelidad, faltarles al amor que les debemos como a imágenes de Dios, ocultándoles una verdad tan interesante después de conocida. Para decir esta verdad, no hay necesidad de tomar en boca a las personas sagradas que actualmente reinan. Esto sí que sería una falta reprensible; pues no es lo mismo los reinos actuales, que las cabezas actuales de los reinos; las cabezas se mudan, por cuanto la muerte no permitía que durasen 1; mas los reinos van adelante. Así como ninguno sabe cuándo bajará la piedra, ni Dios lo ha revelado, ni lo revelará jamás; así ninguno puede saber quiénes serán entonces las cabezas de los reinos, ni las novedades que en ellos habrá en los siglos venideros. Por eso el mismo Señor con fre-cuencia nos exhorta en los Evangelios a la vigilancia en todo tiempo, porque no sabemos cuándo vendrá. Velad… porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor 2. Velad… en todo tiempo 3. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad 4.

[57] Ni a los soberanos presentes, ni a sus sucesores, ni a sus mi-nistros, ni a sus consejeros, ni a sus grandes, les puede ser esta noticia del menor perjuicio; antes por el contrario, les puede ser de infinito provecho si la creen. Y dichosos mil veces los que la creyeren; dichosos los que le dieren la atención y consideración que pide un negocio tan grave; ellos procurarán ponerse a cubierto, ellos se guardarán del gol-pe de la piedra, ciertos y seguros que nada tienen que temer los ami-gos; pues sólo están amenazados los enemigos. Mas si la noticia, o no se cree, o se desprecia y echa en olvido, ¿qué hemos de decir, sino lo que decía el Apóstol de la venida del Señor? Que el día del Señor ven-drá como un ladrón de noche. Porque cuando dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repentina 5. Las profecías no de-jarán de verificarse porque no se crean, ni porque se haga poco caso de ellas; por eso mismo se verificarán con toda plenitud.

1 Heb. 7, 23. 2 Mt. 24, 42. 3 Lc. 21, 36. 4 Mc. 13, 37. 5 1 Tes. 5, 2-3.

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Fenómeno 2

Las cuatro bestias del capítulo 7 del mismo Daniel

PÁRRAFO 1

[58] El misterio de estas cuatro bestias dicen todos los intérpretes de la Escritura que es el mismo que el de la estatua, representado so-lamente por diversos símbolos o figuras. En esta suposición, que les parece cierta, no tienen que hacer aquí otra diligencia que procurar acomodar del modo posible a los cuatro reinos célebres de la estatua todo lo que dice de las cuatro bestias, con esta sola diferencia, bien digna de particular atención, a saber, que este último misterio, no obs-tante de ser el mismo que el de la estatua, según dicen, no lo conclu-yen como el primero, en la primera venida del Mesías, así les fuera de algún modo posible, sino que pasan muy adelante, y lo llevan hasta la segunda; llevando por consiguiente hasta aquel tiempo su imperio ro-mano, bajado de la luna, o resucitado. Este imperio romano, prosiguen diciendo, es el que aquí se representa bajo la figura de una bestia nue-va y ferocísima, esto es, la cuarta, coronada de diez cuernos terribles, que el Profeta mismo explica diciendo que significan otros tantos re-yes, los cuales, aunque en el imperio romano, mientras vivía en este mundo, nadie los ha podido señalar, mas es cosa fácil señalarlos, a lo menos en general, para otros tiempos todavía futuros.

[59] Estos diez reyes, pues (nos advierten con gran formalidad), hasta ahora no han venido al mundo; pero vendrán infaliblemente ha-cia el fin del mismo mundo. Aunque el Profeta los pone en la cabeza de la cuarta bestia, esto es, del imperio romano (nos advierten segunda vez), no por eso serán reyes del imperio romano, sino que saldrán de es-te imperio, y habiendo salido de este imperio, irán a reinar a otras par-tes, y en ellas harán todos aquellos males y estragos horribles que anun-cia la profecía. Esto es lo mismo que si dijéramos, según me parece, los cuernos que vemos en la cabeza, por ejemplo de un toro, no son en rea-lidad cuernos de un toro, sino cuernos que han salido del toro y, ha-biendo salido del toro, hacen grandes males, y matan mucha gente, sin que el toro tenga en esto la menor parte; lo cual no dejará de parecer una novedad bien singular. Veis aquí, señor, una prueba bastante bue-na de lo que acabamos de apuntar al fin del fenómeno antecedente; di-

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176 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

go, del respeto y acatamiento mal entendido a los soberanos, que obliga a los doctores a disfrazar algunas verdades, o tal vez a no conocerlas. Como piensan por una parte que la cuarta bestia de diez cuernos es el imperio romano que suponen vivo; como piensan por otra parte que todos los soberanos de la Europa, del Asia y del Africa, donde antigua-mente dominaba Roma, son reyes del imperio romano (y no se alcanza cómo puedan caber ideas tan falsas en hombres tan cuerdos); como piensan, en suma, del mismo modo que se pensaba en el cuarto siglo, cuando el imperio romano estaba en su mayor esplendor y grandeza, no quieren que se piense que hablan de aquella reliquia del imperio ro-mano que queda en Alemania, ni tampoco de los reyes que se han divi-dido entre sí, muchos siglos ha, lo que era antiguamente imperio ro-mano. Pues ¿cómo será? No hay otro remedio para poder cumplir con tantas y tan graves obligaciones, sino hacer salir del imperio romano (¿de cuál?) diez reyes que vayan a reinar por ese mundo, y hagan por allá lo que les pareciere. Mas dejando estas cosas, que parecen tan poco serias, atendamos ya a la observación de nuestro fenómeno.

[60] Dos puntos principales contiene este misterio, que piden toda nuestra atención, ni más ni menos que el misterio de la estatua. El primero es las bestias mismas, o el conocimiento y verdadera inteli-gencia de lo que en ellas se simboliza. El segundo, la venida en las nu-bes de cierto personaje admirable, que al profeta le pareció como Hijo de Hombre, y todas las resultas de su venida. Aunque este segundo punto es el principal, y el que hace inmediatamente a nuestro propósi-to, no por eso deja de ser importante, y aun necesaria, la inteligencia del primero.

Descripción de las cuatro bestias y explicación de este misterio,

según se halla en los expositores

PÁRRAFO 2

[61] Veía de noche en mi visión, y he aquí los cuatro vientos del cielo combatían en el mar grande. Y cuatro grandes bestias subían de la mar diversas entre sí. La primera como leona, y tenía alas de águila; mientras yo la miraba le fueron arrancadas las alas, y se al-zó de tierra y se tuvo sobre sus pies como un hombre, y se le dio cora-zón de hombre. Y vi otra bestia semejante a un oso, que se paró a un lado; y tenía en su boca tres órdenes de dientes, y decíanle así: Le-vántate, come carnes en abundancia. Después de esto estaba miran-

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do, y he aquí como un leopardo, y tenía sobre sí cuatro alas como de ave, y tenía cuatro cabezas la bestia, y le fue dado el poder. Después de esto miraba yo en la visión de la noche, y he aquí una cuarta bes-tia espantosa, y prodigiosa, y fuerte en extremo; tenía grandes dien-tes de hierro, comía y despedazaba, y lo que le sobraba lo hollaba con sus pies; y era desemejante a las otras bestias que yo había visto an-tes de ella, y tenía diez astas. Contemplaba las astas, y he aquí otra asta pequeña, que nació de en medio de ellas; y de las primeras astas fueron arrancadas tres delante de ella, y en aquella asta había ojos, como ojos de hombre, y boca, que hablaba cosas grandes, etc. 1.

[62] Este es el texto de la primera parte de la profecía; considere-mos ahora la explicación común de los intérpretes.

[63] La primera bestia, dice el Profeta, era semejante a una leona con alas de águila. A esta bestia, añade, la estuve mirando con aten-ción, hasta que vi que le arrancaban las alas, la levantaron de tierra, ella se puso en pie como hombre, y se le dio corazón de hombre.

[64] Esta primera bestia, nos dice la explicación, corresponde a la cabeza de oro de la estatua, o al primer imperio de los Caldeos; se re-presenta en figura de leona con alas, por su generosidad, valor e intre-pidez, y por la suma ligereza con que hizo sus conquistas. Lo demás que se dice de esta leona, esto es, que le arrancaron las alas, que la le-vantaron de la tierra, que se puso en pie como hombre, y se le dio co-razón de hombre, no significa otra cosa sino aquel célebre y justísimo castigo que dio el Señor a Nabuco, primer monarca de este primer reino, quitándole por fuerza las alas, esto es, el reino mismo, transfor-mándolo en bestia, y después de algún tiempo volviéndolo a su juicio, dándole corazón de hombre, y restituyéndolo a su antiguo honor y dignidad.

[65] Esta explicación no hay duda que tiene muy bellas aparien-cias, y aunque pudieran notarse en ella algunas impropiedades e inco-nexiones bien visibles, yo me contento con haceros notar una sola, porque no puedo disimular. Ya sabéis el tiempo preciso en que este Profeta tuvo esta visión, que fue, como él mismo lo dice, en el año pri-mero de Baltasar, rey de Babilonia 2. Según esto, es evidente que el trabajo de Nabuco (llamo así esta transformación en bestia, o lo que parece más verosímil, pérdida de su juicio, demencia, locura, frenesí, etc.) fue muy anterior a la visión. Este trabajo duró cuando menos sie-te años, después de los cuales volvió otra vez a reinar, no sabemos cuánto tiempo, hasta que por su muerte se sentó en el trono Baltasar, en cuyo tiempo sucedió la visión. Ahora ¿os parece creíble que Dios

1 Dan. 7, 2-8. 2 Dan. 7, 1.

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178 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

revelase a este Profeta, debajo de un símbolo o figura tan oscura, un suceso público que ya había pasado algunos años antes? ¿Un suceso que el mismo Profeta había visto por sus ojos, como que estaba en Ba-bilonia, y con oficio en palacio? ¿Un suceso, en fin, que el mismo Da-niel se lo había anunciado al rey de parte de Dios un año antes que se verificase? La cosa es realmente difícil de creer; mas será necesario creerlo así, si creemos buena la explicación. Desde aquí podemos ya empezar a sospechar que el misterio de esta bestia acaso es muy diver-so de lo que hasta ahora se ha pensado; la cual sospecha deberá crecer al paso que la fuéremos mirando más de cerca, confrontándola con la explicación. La que acabáis de oír de la primera bestia no parece la más difícil, ni la más impropia de todas.

[66] Algunos autores se dan por entendidos de la dificultad que hemos apuntado; mas responden, en breve, que la visión de esta pri-mera bestia, con todas las circunstancias con que se describe, no fue para revelar algún suceso nuevo, oculto, o futuro, sino solamente para tomar el hilo de aquel misterio, esto es, de los cuatro imperios, desde su principio. Yo dudo mucho que os pueda contentar esta decisión, por más que se presente con figura de explicación.

[67] La segunda, prosigue el Profeta, era semejante a un disforme oso, el cual se puso a una parte, o a un lado. Tenía en su boca y en sus dientes tres órdenes, y le decían estas palabras: Levántate y come mu-chas carnes 1. Esta bestia, nos dicen, figura el imperio de los Persas, y corresponde al pecho y brazos de la estatua. ¿Cómo y en qué? ¿Qué similitud puede tener el imperio de los Persas, aun permitido que fue-se un imperio diverso del de los Caldeos, con una bestia tan feroz y tan horrible a la vista como el oso? ¿Con qué propiedad se puede decir del imperio de los Persas, que se puso a una parte, o a un lado 2, como lee Pagnini? ¿A qué propósito se le dice a este imperio: Levántate, y come carnes en abundancia? Ved aquí lo único que sobre esto se halla, no en todos, sino en algunos intérpretes de los más ingeniosos y eruditos. La semejanza con el oso, dicen, no deja de cuadrarle bien al imperio de los Persas; pues como dice Plinio, la osa pare sus hijos tan informes, que no se les ve figura de osos, ni casi de animales, hasta que la madre, a fuerza de lamerlos y frotarlos con su lengua, les va dando la forma y figura de lo que son en realidad. De esta suerte, añaden, Ciro, funda-dor de este imperio, viendo a los Persas informes, bárbaros y salvajes, les dio con su lengua, esto es, con sus exhortaciones e instrucciones, la forma y figura de hombres racionales, los hizo después de esto solda-dos, los llenó de valor y coraje militar, y conquistó con ellos tres órde-

1 Dan. 7, 5. 2 Dan. 7, 5.

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nes de presas o de comidas, esto es, la Caldea, la Media y la Persia mis-ma. ¡Cosa admirable! Aunque fuese cierto todo lo que aquí se dice de Ciro, tomado en gran parte de su panegirista Jenofonte (a quien nin-gún hombre sensato ha tenido jamás en esto por historiador), ¿será creíble a algún hombre sensato, que el Espíritu Santo tuviese en mira el parto de la osa, ni las supuestas instrucciones de Ciro, para figurar con esta bestia el imperio de los Persas? ¡Oh, con cuánta mayor razón y prudencia proceden otros doctores, los cuales, suponiendo que en el oso se figura el imperio de los Persas, no se detienen en probarlo con proporciones y congruencias, que les podrían hacer poquísimo honor! Vamos adelante.

[68] La tercera bestia parecía un pardo o tigre: Tenía cuatro alas como ave, y cuatro cabezas, y se le dio potestad 1. Este es, dicen, el imperio de los Griegos, correspondiente al vientre y muslos de la esta-tua. Viene aquí figurado en un pardo o tigre por la variedad de colores, esto es, por la variedad de gobiernos, y también por la variedad de ar-tes y ciencias que florecían entre los Griegos. También porque, como dice Aristóteles y Plinio, el pardo atrae a sí otras bestias inocentes con sus juegos, diversiones y halagos fingidos; y los Griegos, con su elo-cuencia, con su industria, con sus juegos públicos, con sus poesías, con sus artes y ciencias, que cada día inventaban, atraían a sí otras nacio-nes sencillas e inocentes, y seguramente les bebían la sangre, esto es, el dinero. Ahora, las cuatro alas de este pardo, y sus cuatro cabezas, deben significar una misma cosa, esto es, que el imperio que fundó Alejandro se dividiría después de su muerte en cuatro cabezas y hacia los cuatro vientos, como sucedió, o por mejor decir, como no sucedió, pues los sucesores de Alejandro sólo fueron dos, Seleuco y Ptolomeo, que el mismo Daniel llama rey de Aquilón, y rey de Austro. Mas esto parece nada en comparación de otras mil impropiedades y frialdades que yo dejo a vuestra reflexión. Volved a leer lo que queda observado en el fenómeno antecedente sobre el imperio de los Griegos.

[69] La cuarta bestia, en fin, como la más terrible de todas, es tam-bién la que más resiste a la explicación del sistema ordinario. Como todas las cosas que dicen de ella pertenecen manifiestamente a los úl-timos tiempos, por confesión de los mismos doctores; como por otra parte el imperio romano (en quien todas se deben acomodar según el sistema) días ha que ha desaparecido del mundo, y nadie sabe dónde se halla; es una consecuencia natural y forzosa que la acomodación al imperio romano sea infinitamente difícil y embarazosa; pero al fin no hay otro recurso; todo se debe acomodar al imperio romano, cueste lo que costare. Por consiguiente, este imperio no sólo existe, sino que de-

1 Dan. 7, 6.

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be durar hasta el fin del mundo. En efecto, todos lo suponen así. Pre-guntadles ahora sobre qué fundamento, y quedaréis llenos de admira-ción, al ver que os remiten por toda respuesta a esta cuarta bestia, y os hacen notar los estragos que ha de hacer hacia los últimos tiempos, su castigo, su muerte, su sepultura, etc. ¿Y no hay otro fundamento que éste? No, amigo, no hay otro. ¿Y si por desgracia esta cuarta bestia no significa el imperio romano, sino otra cosa diversísima? En este caso, ¿no caerá todo el edificio por falta de fundamento? Sí, en este caso caerá; mas no hay que temer este caso, porque algunos antiguos sos-pecharon que el imperio romano (que en su tiempo se hallaba en la mayor grandeza y esplendor) duraría hasta el fin del mundo, creyendo que estaba figurado en esta cuarta bestia, y así lo han creído y sospe-chado después casi todos los doctores.

[70] No obstante esta persuasión común, yo voy a proponer una razón que tengo (dejando otras por brevedad) para no creer que en la cuarta bestia se figure el imperio romano, aun prescindiendo de su existencia o no existencia actual. Esta misma razón comprende a las tres primeras bestias, para tampoco creer que en ellas se figuran los otros tres imperios. Argumento así, y pido toda vuestra atención. Si la cuarta bestia figura el imperio romano, y las otras tres figuran los otros tres imperios, no solamente el imperio romano, sino también los otros tres imperios de Caldeos, Persas y Griegos, deben estar vivos y coexistentes en los últimos tiempos. O conceden esta proposición, o la niegan. Si la conceden (lo que parece duro de creer), se les pide alguna buena razón para hacer salir del sepulcro aquellos tres imperios, de quienes apenas nos queda alguna memoria por los libros. Si la niegan, se les muestra al punto el texto expreso de esta misma profecía, el cual no pueden negar sin negarse a sí mismos. Y vi (dice el Profeta, versícu-lo 11) que había sido muerta la bestia, y había perecido su cuerpo, había sido entregado al fuego para ser quemado. Y que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señala-do tiempos de vida hasta tiempo y tiempo 1.

[71] De modo que, según la explicación de los doctores, la cuarta bestia, esto es, el imperio romano, morirá muerte violenta en los últi-mos tiempos: su cuerpo perecerá y será arrojado al fuego, sin que pue-dan librarle los diez cuernos que tiene en la cabeza, y después de eje-cutada esta justicia, las otras tres bestias, esto es, los tres primeros im-perios de Caldeos, Persas y Griegos, serán despojados de su potestad: Y vi que había muerto la bestia… y que a las otras bestias se les había también quitado el poder… De aquí se sigue evidentemente que los tres primeros imperios, no menos que el romano, estarán en aquel

1 Dan. 7, 11-12.

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mismo tiempo vivos, coexistentes, y cada uno con toda su potestad; y si no, ¿qué potestad se les podrá entonces quitar?

[72] Apuro un poco más el argumento. Si las tres primeras bestias figuran los tres imperios de Caldeos, Persas y Griegos, como la cuarta el imperio romano, parece necesario que aquellos tres imperios prime-ros no sólo duren tanto tiempo cuanto el romano, sino que le sobrevi-van y alcancen en días. ¿Por qué? Porque expresamente dice la profe-cía que, muerta la cuarta bestia, a las otras tres se les quitó solamente la potestad, mas no se les quitó la vida, antes se les señaló algún tiem-po o tiempos en que debían todavía vivir 1; el cual tiempo o tiempos no sabemos precisamente cuánto tiempo significa. Ahora pregunto yo: ¿Qué sentido tienen estas palabras? ¿Cómo se pueden acomodar a los cuatro imperios de los últimos tiempos? Empresa verdaderamente di-fícil, imposible, y al mismo tiempo la más fácil de todas en el modo or-dinario de exponer la Escritura. Algunos autores, clásicos por otra parte, tocan este punto, y dan muestras de querer resolver esta dificul-tad, o a lo menos de querer desembarazarse de ella del modo posible; mas ¿qué es lo que responden? Apenas lo creyera si no lo viera por mis ojos. Lo que responden es que, aunque el Profeta vio estas cosas des-pués de la cuarta bestia; aunque entonces vio que despojaban de su potestad a las tres primeras bestias, y les señalaban cierto espacio de vida; no por eso se sigue que sólo entonces se haya de verificar, así el despojo de la potestad de las bestias, o de los imperios, como la asig-nación o limitación precisa de tiempo que debían vivir; pues estas son cosas muy anteriores. A estas bestias, prosiguen, se les quitó la potes-tad; no a todas en un mismo tiempo, sino a cada cual en el suyo. A la primera, esto es, al imperio de los Caldeos, se les quitó en tiempo de Darío y Ciro. A la segunda, esto es, al imperio de los Persas, en tiempo de Alejandro. A la tercera, esto es, al imperio de los Griegos, en tiempo de los Romanos. Y al imperio romano se le quitará la potestad en los últimos tiempos. Lo que añade el Profeta, esto es, que a las tres prime-ras bestias, despojadas de su potestad, se les señaló algún espacio más de vida, hasta tiempo y tiempo, no tiene otro misterio, sino que estos tres primeros imperios, así como todas las cosas caducas de este mun-do, tuvieron su tiempo de vida fijo y limitado desde la eternidad por la providencia. Leed otra vez el texto y juzgad: Y vi que había sido muer-ta la bestia, y había perecido su cuerpo, y había sido entregado al fuego para ser quemado. Y que a las otras bestias se les había tam-bién quitado el poder, y se les habían señalado tiempos de vida.

[73] El poco caso que se hace, o que se afecta hacer de este texto, omitiéndolo unos como cosa de poco momento, dándole otros la inau-

1 Dan. 7, 12.

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dita explicación que acabáis de oír, ¿os parece, amigo, que será sin misterio? Por más que se quiera disimular, es visible y claro que debe poner en gran cuidado lo que aquí se dice sobre el fin de las bestias, conocidamente incompatible con las ideas ordinarias. Porque ¿qué quiere decir que, muerta la cuarta bestia, quedarán las tres primeras sin potestad, pero con vida? ¿Qué quiere decir lo que se añade poco después, esto es, que la potestad, reino o imperio, se dé al que acaba de llegar en las nubes como Hijo de Hombre, y junto con él a todo el pueblo de los santos del Altísimo? ¿Qué quiere decir que la potestad, reino o imperio que se da entonces a Cristo y a sus santos, comprende todo cuanto esta debajo de todo el cielo? 1. Todo esto es necesario que ponga en gran cuidado a los que piensan y dan por supuesto que el Señor ha de venir a la tierra por muy breve tiempo para volverse luego, que a su venida ha de hallar resucitado a todo el linaje humano, que luego al punto ha de hacer su juicio de vivos y muertos, y antes de ano-checer se ha de volver al cielo con todos sus santos, etc. Por tanto, no hay otro remedio más oportuno que, o despreciar este cuidado, no dándose por entendidos de estas menudencias, o darles alguna especie de explicación, la primera que ocurra, que el pío y benigno lector les pasará por todo.

Se propone otra explicación de estas cuatro bestias

PÁRRAFO 3

[74] Habiendo visto y considerado lo que sobre este misterio nos dicen los doctores, y quedando poco o nada satisfechos de su explica-ción, es bien que busquemos otra más verosímil, que se conforme en-teramente con el texto sagrado y con el contexto de la profecía. Yo voy a proponer una que me parece tal. Si después de bien mirada y exami-nada, intrínseca y extrínsecamente, no se hallare digna de particular atención, ni proporcionada a la grandeza de las metáforas que usa aquí el Espíritu Santo, fácil cosa es desecharla y reprobarla, poniéndola en el número de tantas otras, que en otros asuntos semejantes han mere-cido esta censura. Así como yo no admito, antes tengo por impropia, por violenta, por falsa e improbable, la explicación que hasta ahora se ha dado a estas bestias metafóricas, así del mismo modo cualquiera es libre y perfectamente libre para admitir la que voy a proponer. Esta yo no puedo probarla con evidencia con la autoridad de la divina Escritu-

1 Dan. 7, 27.

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ra, porque se trata de una metáfora oscura, que la Escritura misma no explica, como suele hacerlo con otras metáforas. Así, sólo la propongo como una mera sospecha vehementísima, y a mi parecer fundada en buenas razones de congruencia, cuyo examen y decisión no me toca a mí, sino al que leyere. Aun en caso de reprobarse o no admitirse esta explicación, no por eso perderá alguna cosa sustancial nuestro sistema general, pues sea de estas bestias lo que yo pienso, o sea otra cosa dife-rente que hasta ahora no se ha pensado, a lo menos es evidente que todo ello se encamina, y todo se concluye perfectamente, en la segunda parte de esta profecía, que es la que hace inmediatamente a mi asunto principal.

[75] Y, primeramente, yo no puedo convenir en que el misterio de las cuatro bestias sea el mismo que el de los cuatro metales de la esta-tua, si a lo menos no se considera este último por otro aspecto muy di-verso, o no se le añade alguna circunstancia sustancial y gravísima que lo haga mudar de especie absolutamente. El Profeta mismo dice de sí, acabando de referir esta última visión, versículo 15: Se horrorizó mi espíritu; yo, Daniel, fui consternado de estas cosas, y me conturba-ron las visiones de mi cabeza 1. Si hubiese visto el mismo misterio, ¿qué razón había para horrorizarse y conturbarse? ¿Este misterio no lo sabía muchos años antes? ¿No se lo había revelado Dios en su juven-tud? ¿El mismo no se lo había explicado individualmente a Nabuco, sin dar muestra de horror ni conturbación? Pues ¿por qué se horroriza y conturba en otra visión del mismo misterio? Luego o el misterio no es el mismo, o a lo menos en esta segunda visión se le mostró el miste-rio por otro aspecto muy diverso, y él vio otras cosas de mayor conse-cuencia, capaces de conturbar y horrorizar a un Profeta, en aquel tiempo ya viejo y acostumbrado a grandes visiones. Fuera de esto, a poca reflexión que se haga, comparando los cuatro metales con las cuatro bestias, se halla una diferencia tan sensible cuanto difiere un cuerpo muerto de un cuerpo vivo, o cuanto va de una estatua inmóvil y fría a un viviente que se mueve y obra.

[76] No por eso decimos, que las cuatro bestias no simbolicen cua-tro reinos, y los mismos reinos de la estatua, si así se quiere, pues ex-presamente se le dijo al Profeta en medio de la visión: Estas cuatro bestias grandes son cuatro reinos que se levantarán de la tierra 2. Lo que únicamente decimos es que simbolizan los cuatro reinos mirados por otro aspecto diversísimo del que se miran en la estatua. En ésta se miran los reinos solamente por su aspecto material, es decir, por lo que toca a lo físico y material de ellos mismos, sin respecto o relación

1 Dan. 7, 15. 2 Dan. 7, 17.

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184 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con lo espiritual. En las bestias, al contrario, se miran los reinos por el aspecto formal, esto es, en cuanto dicen relación a lo espiritual, como lo dicen todos por precisión. Más claro: en el misterio de la estatua se prescinde absolutamente de la religión de los reinos, ni hay señal al-guna en toda la profecía de donde poder inferir alguna relación, o res-pecto, o comercio de los reinos mismos con la divinidad. Sólo se habla de grandezas materiales, de conquistas, de pleitos, de dominación de unos hombres sobre otros, de fuerza, de violencia, de destrozos, de enemistades, de amistades, de casamientos, etc., y todo ello figurado por metales de la tierra, por sí mismos fríos e inertes. Mas en el miste-rio de las bestias no es así: se divisan algunas señales nada equívocas de religión, o de relación a la divinidad, por ejemplo, el corazón de hombre que se le da a la primera bestia, las blasfemias contra el ver-dadero Dios, la persecución de sus santos, la opresión y humillación de estos mismos, el consejo, en fin, y tribunal extraordinario que se junta, en que preside el Anciano de días, para juzgar una causa tan grave que parece por todas sus señas una causa de religión, que inme-diatamente pertenece a Dios.

[77] En suma, en el misterio de la estatua solamente se habla de los reinos por la parte que éstos tienen de tierra, o de terrenos, sin otro respecto o relación que a la tierra misma; mas en el misterio de las bestias ya se representan estos reinos con espíritu y con vida, por el respecto y relación que dicen a la divinidad; pero con espíritu y vida de bestias salvajes y feroces, porque este respecto y relación a la divinidad no se endereza a darle el culto y honor que le es debido, sino antes a quitarle este culto, y a privarle de aquel honor. Estas dos cosas de que vamos hablando parecen necesarias y esenciales en un reino, cualquie-ra que sea, esto es, lo material y terreno, que es todo lo que pertenece al gobierno político y civil, y lo formal o espiritual, que pertenece a la religión.

[78] Según esto, podemos ahora discurrir, sin gran peligro de ale-jarnos mucho de la verdad, que estas cuatro bestias grandes y diver-sas entre sí no significan otra cosa que cuatro religiones grandes y fal-sas, que se habían de establecer en los diversos reinos de la tierra fi-gurados en la estatua. Todas cuatro grandes en la extensión, todas cuatro diversas entre sí 1; mas todas cuatro muy semejantes y muy hermanas en ser todas falsas, brutales, disformes y feroces, las cuales, como otras tantas bestias salidas del infierno, habían de hacer presa en el mísero linaje de Adán, habían de hacer en él los mayores estra-gos, y lo habían de conducir a su última ruina, y perdición irremedia-ble y eterna.

1 Dan. 7, 3.

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[79] Aquí, según parece, no se trata ya en particular de Caldeos, ni de Persas, ni de Griegos, ni de Romanos. No es éste el aspecto de los reinos que aquí se considera. Ya este aspecto queda considerado en el misterio de la estatua. Se considera, pues, en general todo reino, todo principado, toda potestad, todo gobierno de hombres, comprendido todo en los cuatro reinos o imperios célebres que se han visto en esta nuestra tierra, sin atender en ellos a otra cosa que a la religión domi-nante de ellos mismos.

[80] Estas religiones falsas y disformes, aunque en los accidentes y en el modo han sido y son innumerables, todas ellas se reducen fácil-mente a solas cuatro grandes y diversas entre sí. El Profeta de Dios las representa aquí con la mayor puntualidad y propiedad posible: las tres bestias conocidas de todos, y conocidas por las más salvajes, las más feroces y más dignas de horror y de temor; la cuarta debajo de la se-mejanza de otra bestia del todo nueva, inaudita en los siglos anterio-res, diferentísima de todas las otras, y que une en sí sola la ferocidad de todas las demás.

Explicación de la primera bestia

PÁRRAFO 4

[81] La primera como leona, y tenía alas de águila; mientras yo la miraba, le fueron arrancadas las alas, y se alzó de tierra, y se tuvo sobre sus pies como un hombre, y se le dio corazón de hombre 1. Esta primera bestia, o esta leona con alas de águila, parece un símbolo pro-pio y natural de la primera y más antigua de todas las falsas religiones, quiero decir, de la idolatría. Represéntase aquí esta falsa religión co-mo una leona terrible, a la cual, aunque de suyo ligera, se le añaden alas de águila, con que queda no sólo capaz de correr con ligereza, sino de volar con rapidez y velocidad; expresiones todas propísimas para denotar, ya la rapidez con que voló la idolatría y se extendió por toda la tierra, ya también los estragos horribles que hizo en poco tiempo en todos sus habitadores, sujetándolos a su duro, tiránico y cruel imperio. Aun el pequeño pueblo de Dios, aun la ciudad santa, aun el templo mismo, lugar el más respetable, el más sagrado que había entonces so-bre la tierra, no fueron inaccesibles a sus alas de águila, ni respetados de su voracidad, y fue bien necesaria la protección constante, y los es-fuerzos continuos de un brazo omnipotente, para poder salvar algunas reliquias, y en ellas la Iglesia de Dios vivo, o la verdadera religión. To-da la Escritura divina nos da testimonio de esta verdad.

1 Dan. 7, 4.

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[82] No quedó en esto solo la visión. Prosiguió el Profeta contem-plando esta bestia hasta otro tiempo en que vio que le arrancaban las alas, la levantaban de la tierra, la ponían sobre sus pies como hombre, y le daban corazón de hombre. Veis aquí puntualmente lo que sucedió en el mundo al comenzar la época feliz de la vocación de las Gentes. Lo primero que sucedió a la idolatría con la predicación de los Apóstoles, que por todas partes le dieron tan fuertes batallas, fue que se le caye-ron las alas, o le fueron arrancadas a viva fuerza, para que ya no volase más en adelante 1. Estas dos alas, me parece (otros pueden pensar otra cosa mejor) que son símbolos propios de aquellos dos principios o raí-ces de todos los males que produjeron la idolatría, y la hicieron exten-derse por toda la tierra, quiero decir, la ignorancia por una parte, y la fábula por otra: la ignorancia del verdadero Dios, de quien las Gentes brutales y corrompidas se habían alejado tanto, y la fábula que había sustituido tantos dioses falsos y ridículos, de quienes se contaban tan-tos prodigios. A estas dos alas acometieron en primer lugar los hom-bres apostólicos; dieron noticias al mundo del verdadero Dios, dieron ideas claras, palpables, innegables de la divinidad, enseñaron lo que sobre esto acababan de oír de la boca del Hijo de Dios, y lo que les en-señaba e inspiraba el mismo Espíritu de Dios que en ellos hablaba; descubrieron por otra parte la falsedad y la ridiculez de todos aquellos dioses absurdos que hasta entonces habían tenido los hombres, y en quienes habían esperado; y con esto solo la bestia quedó ya incapaz de volar, y empezó a caer en tan gran desprecio entre las Gentes que, avergonzada y corrida como un águila sin plumas, se fue retirando ha-cia los ángulos más remotos y más escondidos de la tierra.

[83] Arrancadas las alas a la leona, todo lo demás que vio el Profeta debía luego seguirse sin gran dificultad, y realmente así sucedió. Una parte bien grande y bien considerable del linaje humano en quien esta bestia dominaba, y que ya era ella misma, como que estaba convertida en su propia sustancia, fue levantada de la tierra, dándole la mano y ayudándola los Apóstoles mismos. Con este socorro, puesta en pie como un hombre racional, se le dio al punto corazón de hombre, quitándole con esto la sustancia, y aun los accidentes de bestia: Mientras yo la mi-raba (dice Daniel), le fueron arrancadas las alas, y se alzó de tierra, y se tuvo sobre sus pies como un hombre, y se le dio corazón de hombre. Leed las Actas de los Apóstoles y la historia eclesiástica de los primeros siglos, y veréis verificado esto con toda propiedad. No será inútil ni fue-ra de propósito observar aquí una circunstancia que nos servirá bien a su tiempo, es a saber, que a esta primera bestia no le quitaron la vida, sino solamente las alas, y con ellas la libertad de volar. Así, aunque per-dió por esto una gran parte de sí misma, y la mayor y máxima parte de

1 Dan. 7, 4.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 187

sus dominios, ella quedó viva, y viva está aún, y lo estará sin duda hasta que se le quite enteramente la potestad, lo cual, según esta misma pro-fecía, no sucederá sino después de la muerte de la cuarta bestia: Vi (añade el mismo Daniel) que había sido muerta la bestia… y que a las otras bestias se les habla también quitado el poder. Y aunque entonces, quitada la potestad, se les dará algún tiempo de vida, mas no ya vida bestial, sino vida racional; del cual privilegio no gozará ciertamente la cuarta bestia, como veremos a su tiempo.

Segunda bestia

PÁRRAFO 5

[84] Y vi a otra bestia semejante a un oso, que se paró a un lado, y tenía en su boca tres órdenes de dientes, y decíanle así: Levántate, co-me carnes en abundancia 1. La segunda bestia era semejante a un oso. Este no tenía alas para volar y extenderse por toda la tierra como la leo-na, por lo cual se puso solamente a un lado, o hacia una parte determi-nada de la tierra en donde fijó su habitación, para moverse de allí a una parte, y como lee Pagnini, que se paró a un lado; mas en lugar de alas tenía esta bestia tres órdenes en su boca y en sus dientes. Estos tres ór-denes no parece que pueden significar tres especies de viandas o car-nes, como se dice comúnmente, en la suposición de que el oso simboli-za el imperio de los Persas, pues este imperio no sólo tuvo los tres órde-nes de viandas que le señalan, esto es, la Asiria, la Caldea y la Persia misma, sino otras muchas más, que no hay para qué olvidarlas, cuales fueron la Media, toda la Asia Menor, la Siria, la Palestina, el Egipto, las Arabias y una parte considerable de la India, etc., según lo cual el oso debía tener en su boca y en sus dientes, no solo tres órdenes, sino diez o doce, y tal vez veinte o treinta. Fuera de esto, si en su boca tres órdenes de dientes significan tres especies de viandas o de carnes, ¿a qué propó-sito se le dice a esta bestia: Levántate, come carnes en abundancia? ¿Con qué propiedad se podrá convidar a un perro, o a un hombre que ya tiene en su boca y entre sus dientes tres especies de viandas, dicién-dole: Levántate, come carnes en abundancia? Parece, pues, mucho más natural que estos tres órdenes en la boca y en los dientes de esta segun-da bestia signifiquen solamente tres modos de comer, o tres especies de armas con que hace su presa y atiende a su sustento y conservación.

[85] Todas estas enseñanzas y circunstancias tan individuales lle-van naturalmente toda nuestra atención hacia otra religión grande y disforme, que se levantó de la tierra cuando ya la primera estaba sin alas, quiero decir, el mahometismo. De esta falsa religión se verifica

1 Dan. 7, 5.

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188 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con toda propiedad: lo primero, la semejanza con el oso, que es la bes-tia más disforme y horrorosa a la vista. Lo segundo, la circunstancia o distintivo particular de ponerse hacia una parte, o hacia un lado de la tierra: A un lado… a una parte; porque es cierto que esta bestia no ha dominado jamás sobre toda la tierra como la leona, sino solamente en aquella parte, y hacia aquel lado, donde se estableció desde su juven-tud, esto es, hacia el mediodía del Asia, y a la parte septentrional del Africa. Habiendo nacido en Arabia cerca del Mar Rojo, creció desde allí al oriente y al occidente; al oriente hasta la Persia e India; al occi-dente por las costas de Africa hasta el océano. En esta parte o hacia es-te lado se ha estado el mahometismo más de mil años casi sin dar un paso ni moverse de allí; pues aunque los príncipes otomanos, que pro-fesan esta religión, han trecho grandes conquistas en Asia, Africa y Eu-ropa, mas el mahometismo ha hecho pocas o ningunas. Todos los do-minios del gran Señor están llenos de Cristianos y de Judíos, hacen la mayor parte de sus habitadores, y unos y otros están muy lejos de abrazar esta religión. Mas aunque el mahometismo no ha hecho más progresos de los que hizo en su juventud, tampoco ha perdido alguna parte considerable de sus dominios.

[86] Lo tercero, se verifican propiamente en el mahometismo aque-llos tres órdenes que vio el Profeta en la boca y en los dientes de la se-gunda bestia, es decir, los tres modos de comer, o las tres especies de armas de que ha usado esta religión brutal para mirar por su conser-vación. El primer orden, o la primera arma, fue la ficción, suficientí-sima a los principios para hacer presa y devorar una tropa de ladrones, vagamundos, ignorantes y groseros. Mas como era no sólo difícil, sino imposible que la ficción durase mucho tiempo sin descubrirse, ni to-dos habían de ser tan rudos que creyesen siempre cosas tan increíbles, le eran necesarios a la bestia, para poder vivir, otros dos órdenes más u otras dos maneras de comer. Estas son, a mi parecer, la espada y la licencia. La primera, para hacer creer por fuerza lo que por persuasión parece imposible, para defender de todo insulto la ficción misma, para responder a todo argumento con la espada, para resolver con ella misma toda dificultad, y para que esta espada quedase en los siglos venideros como una señal de credibilidad clara, patente e irresistible.

[87] Aun con estos dos primeros órdenes, aun con estas dos armas o modos de comer, la bestia no podía naturalmente sustentarse ni vivir largo tiempo. Su vitalicio quedaba a lo menos contingente e incierto, pues al fin una visión grosera se descubre con el tiempo, y a una espa-da se puede muy bien oponer otra espada igual o mejor.

[88] Erale, pues, necesario al mahometismo otro orden más u otra manera más de comer, sin lo cual en pocos años hubiera muerto de hambre, y se hubiera desvanecido infaliblemente. Erale, digo, necesa-ria para poder vivir, la licencia sin límite en todo lo que toca al sentido.

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Con este orden, mucho mejor que con la espada, se hacía creíble, res-petable y amable todo el símbolo de esta monstruosa religión: no que-daba ya dificultad en creer cuanto se quisiese, el entendimiento que-daba cautivo, y cautiva la voluntad, ni había que temer herejías ni cis-mas, ni mucho menos apostasías. Así armada la bestia con estos tres órdenes, y con estos tres modos de comer, se le podían ya decir, y real-mente se le dijeron, aquellas palabras irónicas: Levántate, bestia fe-roz, come y hártate de muchas carnes 1.

[89] A esta bestia horrible y espantable no se le ha podido dar hasta ahora corazón de hombre, ni hay apariencia ni esperanza alguna razo-nable de que ella quiera recibirlo jamás. Así como fue necesario, antes de todo, arrancarle las alas a la leona para disponerla con esta diligen-cia a querer recibir, y a recibir en realidad, un corazón de hombre, de-jando el de fiera, así ni más ni menos era necesario arrancar al oso los tres órdenes que tiene en su boca y en sus dientes, a lo menos los dos úl-timos; y si ambos no se pueden a un tiempo, a lo menos el último de to-dos, que, por desgracia suya, es el más duro y el más inflexible. Bien se necesitaban para esta difícil empresa aquellas primicias del espíritu que, despreciando generosamente la propia vida, se presentaron delan-te de la leona, se llegaron a ella, la acometieron, y no sin heridas, consi-guieron en fin arrancarle las alas, y después, llenos de caridad y miseri-cordia, la ayudaron a levantarse de la tierra. Paréceme más que verosí-mil, y poco menos que cierto, que esta segunda bestia, o esta falsa y monstruosa religión de que hablamos, perseverará en este mismo esta-do en que la hemos visto tantos siglos ha, hasta que juntamente con la primera y la tercera (de que luego vamos a hablar) se le quite toda la po-testad 2; lo cual parece del mismo modo, o cierto o verosímil, que sólo podrá suceder, según las Escrituras, cuando venga el Señor en gloria y majestad, como iremos viendo en todo el discurso de estas observacio-nes. Para este tiempo feliz espera toda la tierra, y espera todo el mísero linaje de Adán el remedio de todos sus males: Y será muy llena de su majestad toda la tierra; así sea, así sea 3; porque la tierra está llena de la ciencia del Señor, así como las aguas del mar que la cubren 4.

Tercera bestia

PÁRRAFO 6

[90] Después de esto estaba mirando, y he aquí como un leopar-do, y tenía sobre sí cuatro alas como de ave, y tenía cuatro cabezas la

1 Dan. 7, 12. 2 Dan. 7, 12. 3 Sal. 71, 19. 4 Is. 11, 9.

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bestia, y le fue dado el poder 1. La tercera bestia era semejante a un pardo o tigre, en cuya piel o superficie exterior se nota alguna especie de hermosura por la variedad de colores. En esta bestia se veían cuatro alas como de ave, y también cuatro cabezas, y se le dio potestad. Todas estas señales y distinciones parece que nos muestran como con la ma-no, y nos convidan a reparar con más atención, lo mismo que tenemos a la vista. Esta tercera bestia, señor (¡quien lo creyera!), esta tercera bestia es el cristianismo. No penséis que hablo del cristianismo verda-dero, de aquel que es la única y verdadera religión. Esto no tiene seme-janza alguna con las bestias, antes a las bestias las convierte en hom-bres, como a las piedras en hijos de Abraham. Hablo, pues, únicamen-te del cristianismo falso, del cristianismo sólo en la piel, en la superfi-cie, en la apariencia, en el nombre: ved la propiedad.

[91] Este cristianismo falso: lo primero, es muy vario en la superfi-cie, como lo es el pardo, se ve en él una gran variedad y diversidad de colores, los cuales no dejan de formar alguna perspectiva agradable a los ojos superficiales. Lo segundo, ha volado el falso cristianismo hacia los cuatro vientos cardinales, y ha extendido su dominación en todas las cuatro partes de la tierra; para esto son, y a esto aluden, las cuatro alas como de ave que se ven sobre la bestia. Lo tercero, se ven en el fal-so cristianismo cuatro cabezas, que es cosa bien singular y bien mons-truosa: Y tenía cuatro cabezas la bestia. ¿Qué quieren decir cuatro ca-bezas en una misma bestia? Lo que quieren decir visiblemente es que, aunque aquélla parece una sola individua bestia, mas en realidad son cuatro bestias muy diversas, unidas todas cuatro en un cuerpo, cubier-tas en una misma piel, y como en seguro debajo del nombre sagrado y venerable de cristianismo. Lo que quiere decir es que cuatro bestias muy diversas se han unido entre sí, casi sin entenderlo, para despeda-zar y devorar, cada una por su lado, el verdadero cristianismo, y con-vertirlo todo (si esto fuese posible) en la sustancia de todas. Conside-remos ahora con distinción estas cuatro bestias, o estas cuatro cabezas del falso cristianismo.

[92] La primera de todas es la que llamamos con propiedad here-jía, en que debemos comprender todas cuantas herejías particulares se han visto y oído en el mundo, desde la fundación del cristianismo. To-das ellas son partes de esta bestia, y pertenecen a esta cabeza. La se-gunda es el cisma, que no se ignora ser un mal muy diverso de la here-jía. A esta cabeza pertenece todo lo que se sabe (¿y os parece poco?): toda la Grecia, la Asia Menor, la Armenia, la Georgia, la Palestina, el Egipto; en una palabra, todo lo que se llamaba antiguamente el impe-rio de oriente, donde floreció en los primeros siglos el verdadero cris-

1 Dan. 7, 6.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 191

tianismo, y fuera de todo esto, un vastísimo imperio hacia el norte de la Europa y del Asia. Todo este cristianismo, sin cabeza, es el que for-ma la segunda cabeza de la bestia.

[93] La tercera cabeza del falso cristianismo es la hipocresía. Le doy aquí este nombre equívoco, aunque no impropio, porque no me parece conveniente darle su propio nombre. Mi atención es servirla con un servicio real y oportuno, no ofenderla ni exasperarla. Basta para mí propio que ella me entienda, y que me entiendan los que la conocen a fondo. Como hablamos actualmente de falsas religiones, figuradas en las bestias, ninguno se podrá persuadir que aquí no se hable del vicio de la hipocresía en punto de religión; de aquella, digo, que tiene anun-ciada el Apóstol para los últimos tiempos, con estas palabras: Mas el espíritu manifiestamente dice que en los postrimeros tiempos aposta-tarán algunos de la fe, dando oídos a espíritus de error, y a doctrinas de demonios, que con hipocresía hablarán mentira… (o como la ver-sión siríaca, que engañan con hipocresía) 1. De ésta vuelve a hablar en otra parte, diciendo: Mas has de saber esto, que en los últimos días vendrán tiempos peligrosos… Habrá hombres… teniendo apariencia de piedad, pero negando la virtud de ella… 2. En suma, no hace a mi propósito el decir quiénes son, o quiénes serán estos hombres cubier-tos con la piel de cristianos, y aun escondidos en el seno de la verdade-ra Iglesia, para despedazar este seno más a su salvo; me basta mostrar esta tercera cabeza, y pedir atención a los inteligentes.

[94] Nos queda ahora que mostrar la cuarta y última cabeza de esta bestia, digo del falso cristianismo. No obstante de ser ésta la más anti-gua y como madre de las tres primeras, que a sus tiempos las ha ido pa-riendo; no obstante de ser la más perjudicial y la más cruel, en medio de un semblante halagüeño y de una cara de risa, es al mismo tiempo la menos conocida, y por eso es la menos temida de todas. No os canséis, señor, en buscar esta bestia fuera de casa; es bestia muy casera y muy sociable, llena por otra parte de gracias, de dulzuras y de atractivos. Con ellos ha divertido, ha descuidado, ha encantado en todos tiempos la mayor parte de los hijos de Adán, y con ellos mismos ha hecho tam-bién, y hará todavía en adelante, grandes presas y daños sin número, en lo que pasa por verdadero cristianismo. Dad una vista por todo el orbe cristiano. Visitad en espíritu, con particular atención, todos aquellos países católicos que pertenecen a la verdadera Iglesia cristiana. ¿Y qué veréis? Veréis sin duda, con admiración y pasmo, tantas cosas univer-salmente recibidas, no sólo ajenas, no sólo contrarias al verdadero cris-tianismo, que os dará gana de cerrar luego los ojos, y de no volverlos a

1 1 Tim. 4, 1-2. 2 2 Tim. 3, 1-2, 5.

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abrir jamás. No hablo de los pecados, flaquezas y miserias propias de nuestro barro; hablo sólo, o principalmente, de aquellas cosas (tantas y tan graves) que, siendo conocidamente monedas falsas, reprobadas y prohibidas en el Evangelio, corren, no obstante, sin contradicción, y son miradas como indiferentes, y tal vez como necesarias.

[95] ¿No os parece, señor mío, cosa durísima, después de haber leído los Evangelios y estar bien instruido en la doctrina de los Após-toles de Cristo, dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aque-llo donde apenas se divisa otra cosa, por más que se desee, que aque-llas tres de que habla San Juan: Concupiscencia de carne, y concu-piscencia de ojos, y soberbia de vida? 1. ¿Y pensáis que ésta es alguna cosa nunca vista, o muy rara en el mundo católico? ¿Pensáis que no corre esta falsa moneda aún en el sacerdocio? ¿No os parece cosa du-rísima dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aquello donde apenas se ve otra cosa que un poco de fe, y esta fe, o muerta del todo, sin dar señal alguna de vida, o tan distraída y adormecida, que casi nada obra de provecho, fuera de tal o cual acto externo que se lleva el viento? ¿No os parece cosa durísima dar el nombre de verdadero cris-tianismo a todo aquello donde por maravilla se ve alguno de aquellos doce frutos que debe producir el Espíritu Santo, esto es, caridad, go-zo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedum-bre, fe, modestia, continencia, castidad? 2. ¿No os parece, en fin, cosa durísima dar el nombre de verdadero cristianismo a todo aquello donde, en lugar de frutos del Espíritu, apenas se ve otra cosa que los frutos o las obras propias de la carne? Mas las obras de la carne es-tán patentes, como son: fornicación, impureza, deshonestidad, luju-ria, enemistades, contiendas, celos, iras, riñas, discordias, sectas, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías, y otras cosas como éstas, sobre las cuales os denuncio, como ya lo dije, que los que tales cosas hacen, no alcanzarán el reino de Dios 3.

[96] Si quieren que a todo esto le demos el nombre de verdadero cristianismo, sólo porque todo esto sucede dentro de la verdadera Igle-sia de Cristo, sólo porque los que tales cosas hacen 4 creen al mismo tiempo los principales misterios del cristianismo, cuya fe seca y estéril en nada perjudica a su sensualidad y vanidad, yo no me atrevo a darle este nombre, ni me parece que puedo hacerlo en conciencia, porque sé de cierto que la fe que prescribe el verdadero cristianismo es aquélla sola que obra por caridad 5, aquélla que, como principio de vida, por-

1 1 Jn. 2, 16. 2 Gal. 5, 22-23. 3 Gal. 5, 19-21. 4 Gal. 5, 21. 5 Gal. 5, 6.

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que el justo vive de la fe 1, hace vivir al hombre en cuanto cristiano, y vivifica y anima todas sus acciones para la vida eterna. Es, pues, éste un cristianismo evidentemente falso, como tan ajeno y tan contrario a la institución del Hijo de Dios. Es verdad que ahora está mezclado con el verdadero, y tan mezclado que lo molesta, lo oprime, y casi no lo de-ja crecer, ni más ni menos como lo hace la cizaña con el grano; mas ya sabemos el fin y destino del uno y del otro: Coged primero la cizaña (dijo el Señor), y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo re-cogedlo en mi granero 2.

[97] Parece muy difícil explicar con una palabra, o con un sólo nombre, esta cuarta cabeza del falso cristianismo. Ya sabéis cuántas cosas comprende la concupiscencia de la carne, cuando no se niega y crucifica, como deben hacerlo los verdaderos cristianos, pues, según el Apóstol, los que son de Cristo crucificaron su propia carne con sus vi-cios y concupiscencias 3. Ya sabéis cuántas cosas comprende la concu-piscencia de los ojos; no digo de los ojos propios, que ésta pertenece a la concupiscencia de la carne, sino de los ojos de otros, en que entra toda la gloria vana del mundo, y toda su pompa y ornato, a que todos los Cristianos renunciamos desde el bautismo; todo lo cual no tiene otro fin que buscar la gloria que recibís los unos con los otros… para ser vistos de los hombres 4. Ya sabéis cuántas cosas comprende la so-berbia de la vida, que hace a los hombres verdaderos hijos del diablo, cuyo principal carácter es la soberbia, según esta expresión de Job: Es el rey de todos los hijos de soberbia 5. No hallo, pues, otro nombre más propio, ni que más se acomode a esta cuarta cabeza del falso cris-tianismo, que el que acabamos de decir: Concupiscencia de carne, y concupiscencia de ojos, y soberbia de vida. Todo lo cual no sé si pu-diera comprenderse con propiedad bajo el nombre de libertinaje.

[98] Esta tercera bestia con sus cuatro cabezas, de que acabamos de hablar, parece cierto que perseverará viva, y haciendo cada día más daño, hasta que venga el Señor a remediarlo todo; pues expresamente se dice en el Evangelio que, habiéndose ofrecido los operarios para ir a arrancar la cizaña que crecía con el trigo, respondió: No, no sea que, cogiendo la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega… 6. Ahora bien, el mismo Señor explica lo que debemos entender por cizaña, diciendo: La cizaña son los hijos de la iniquidad 7, así como el buen grano son los hijos del reino 8.

1 Gal. 3, 11. 2 Mt. 13, 30. 3 Gal. 5, 24. 4 Mt. 6, 5. 5 Job 41, 25. 6 Mt. 13, 29-30. 7 Mt. 13, 38. 8 Mt. 13, 38.

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Cuarta bestia terrible y admirable

PÁRRAFO 7

[99] Después de esto miraba yo en la visión de la noche, y he aquí una cuarta bestia espantosa y prodigiosa, y fuerte en extremo; tenía grandes dientes de hierro, comía y despedazaba, y lo que le sobraba lo hollaba con sus pies, y era desemejante a las otras bestias que yo había visto antes de ella, y tenía diez astas, etc. 1. Os considero, ami-go, con gran curiosidad de saber quién es esta bestia, o qué es lo que aquí se nos anuncia. Si las tres primeras bestias, os oigo decir, simbo-lizan tres falsas religiones, esto es, idolatría, mahometismo y falso cris-tianismo, ¿qué religión falsa nos queda todavía que ver, figurada por unas semejanzas tan terribles? A esta pregunta yo no puedo responder en particular, porque no sé con ideas claras e individuales lo que será esta bestia en aquellos tiempos, para los cuales está anunciada. Sobre lo que ya es actualmente podré decir cuatro palabras, y pienso que se-ré entendido desde la primera. Esta bestia terrible parece hija legítima de las dos últimas que forman el pardo: a ellas dicen que debe su ser y su crianza, y no falta quien diga que también debe no poco a la prime-ra. Mas ella descubre un natural tan impío, tan feroz, tan inhumano (aunque lleno por otra parte de humanidad), que aun estando todavía en su primera infancia, ya no respeta ni conoce a los que la engendra-ron. Elevada en la contemplación de sí misma, y considerándose supe-rior a todas las cosas, piensa de sí que es única en la especie, que a na-die tiene obligación alguna, que todo lo tiene de sí misma o del fondo de su razón, y que todo se lo debe a sí misma. Por este carácter tan sin ejemplar, que ya descubre desde la cuna, es fácil inferir lo que será después, cuando llegue a la edad varonil. Ahora está todavía como un cachorro dentro de la cueva, y si tal vez se asoma a la puerta y sale fue-ra de ella, no se aleja mucho por pura prudencia, considerando su tierna edad, sus débiles armas, y la multitud de enemigos que pueden asaltarla. Ahora se halla todavía casi sin dientes, porque aunque los ha de tener de hierro, grandes y durísimos, éstos le empiezan solamente a salir, y no están en estado de acometer a todo sin discreción. Por otra parte, los diez cuernos que ha de tener en su cabeza, y con que ha de hacer temblar a todo el mundo, no los tiene aún; a lo menos, no los tiene como propios suyos, de modo que pueda jugarlos libremente y a su satisfacción.

[100] Con todo eso, aún en este estado de infancia ya se lleva las atenciones de todos, ya se hace temer, a lo menos de los que son capa-

1 Dan. 7, 7.

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ces de temor; ya se hace admirar, y casi adorar, de toda suerte de gen-tes; ya se ven éstas dejar su campo, y correr a tributarle sus obsequios, y ofrecerle sus servicios. Principalmente observaréis que, de todas aquellas cuatro cabezas que componen el pardo, salen cada día deser-tores a centenares, con lo cual el cachorro va creciendo, y se va fortifi-cando más presto de lo que se piensa. Pues si ahora, sin salir de la cue-va, sin dientes grandes, sin cuernos duros y crecidos, hace tantos ma-les cuantos ven y lloran los que tienen ojos, ¿qué pensamos que hará cuando se rebele, cuando se declare, cuando se deje ver en público, llena de coraje, vigor y fortaleza, y bien armada, ya de dientes grandes de hierro, ya también de diez cuernos terribles, que pueda manejar a su satisfacción? Y ¿qué hará cuando le nazca el undécimo cuerno, cuando este cuerno se arraigue, crezca y fortifique, cuando la bestia pueda usar de él a su voluntad, y manejar sin embarazo aquella arma, la más terrible que se ha visto?

[101] Verdaderamente que se hace no sólo creíble, sino visible, por lo que ya vemos, todo cuanto se dice de esta bestia misma (aunque unida ya con las otras) desde el capítulo 13 del Apocalipsis hasta el 19, y todo cuanto está anunciado a este mismo propósito en tantas otras partes de la Escritura santa, en los Profetas, en los Salmos, en las epís-tolas de San Pedro y San Pablo, y en el Evangelio mismo. Verdadera-mente que ya se hace no sólo creíble, sino visible, por lo que ya vemos, lo que de esta bestia se le dijo al Profeta en medio de la visión, esto es, que devorará toda la tierra, y la hollará, y desmenuzará. Leed lo que se sigue desde el versículo 24, y no hallaréis otra cosa que horrores y destrozos.

[102] Acaso me preguntaréis: ¿Cuál es el nombre propio de esta cuarta bestia, o de esta monstruosa religión? Yo me maravillo que ig-noréis una cosa tan pública en el mundo, que apenas ignora aun la ín-fima plebe. Años ha que se leen por todas partes públicos carteles, por los cuales se convida a todo el linaje humano a la dulce, humana, sua-ve y cómoda religión natural. Si a esta religión natural le queréis dar el nombre de deísmo, o de anticristianismo, me parece que lo podréis hacer sin escrúpulo alguno, porque todos estos tres nombres significan una misma cosa; aunque algunos son de sentir, y esto parece lo más cierto, que este último nombre es el más propio de todos, siendo los dos primeros vacíos de significación. No obstante, se llama religión: lo primero, porque no se niega en ella la existencia de un Dios, aunque un Dios ciertamente hecho con la mano que no adoraron sus padres 1; un Dios insensible a todo lo que pasa sobre la tierra; un Dios sin pro-videncia, sin justicia, sin santidad; un Dios, en fin, con todas la cuali-

1 Deut. 32, 17.

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dades necesarias para la comodidad de la nueva religión. Lo segundo, se llama religión, porque no se impide, antes se aconseja que se dé a Dios alguna especie de culto interno, que como tan bueno, con este so-lo se contenta, sin querer incomodar a sus adoradores. Aunque éstos dicen que su Dios no les ha puesto otra ley, ni otro dogma de fe, que su propia razón (la cual en todos debe estar en toda su perfección); con todo eso, si hemos de creer a nuestros ojos, parece que tienen un dog-ma especial, y una ley fundamental, a que todos deben asentir y obe-decer efectivamente. Este dogma, y esta ley, es todo cuanto significa la palabra anticristianismo con toda su extensión. Es decir, se profesa en esta religión terrible y admirable, no sólo el abandono total, sino el desprecio, la burla, el odio y la guerra viva, no digo ya a las religiones falsas de que hemos hablado, sino a la verdadera religión, al verdadero cristianismo, y a todo lo que hay en él de venerable, de santo, de di-vino. Comía, dice el Profeta, y desmenuzaba, y lo que quedaba lo ho-llaba con sus pies 1.

[103] El falso cristianismo con sus cuatro cabezas, mucho menos el mahometismo y la idolatría, no le dan gran cuidado a esta bestia fe-roz. Sabe muy bien que le bastan sus dientes de hierro, aunque todavía pequeños, para desmenuzarlos y convertirlos en su propia sustancia. Ya vemos que lo hace en gran parte, y debemos pensar que hará infini-to más, cuando los dientes hayan llegado a su perfección. Mas el cris-tianismo verdadero es demasiadamente duro; no hay bronce, ni már-mol, ni diamante que se le pueda comparar. Son poca cosa los dientes de hierro para poder vencer su dureza. Para éste, pues, no hay otra arma que pueda hacer algún efecto, ni más fácil de manejar, que los pies. Por tanto, ya ha empezado la joven bestia a servirse de ellos des-de la cueva; ya ha empezado a conculcar con grande empeño el verda-dero cristianismo, a burlarlo, a ridiculizarlo, sin perdonar a la persona sacrosanta, infinitamente respetable y adorable y amable de Jesucris-to. Así lo vemos ya con nuestros ojos en nuestro mismo siglo, de donde inferimos legítimamente, según las Escrituras, lo que será esta bestia cuando llegue a su perfecta edad, y cuando los dientes y cuernos estén bien crecidos y arraigados, y todos a su libre disposición. El mismo Je-sucristo, hablando de estos tiempos, dice que será menester abreviar-los, y que se abreviarán en efecto por amor de los escogidos: Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los escogidos, aquellos días serán abreviados 2.

[104] Esto es, señor mío, lo que se me ofrece sobre el misterio de estas cuatro bestias, a quienes puedo decir con verdad que he estudia-

1 Dan. 7, 19. 2 Mt. 24, 22.

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do muchos años con todo el cuidado y atención de que soy capaz. Si la inteligencia que he propuesto no es en realidad la verdadera, a lo me-nos puede servir como de ensayo para pensar otra cosa mejor, que se conforme enteramente con la profecía, con la historia, y con otros lu-gares de la Escritura que iremos observando. No penséis por esto que ya tenéis concluida la observación de estas cuatro bestias, y que no nos queda otra cosa que decir en el asunto. Las veréis salir de nuevo en el fenómeno siguiente, en donde, combinadas con la bestia del Apocalip-sis, se darán mejor a conocer. Lo que a lo menos parece evidente es que este misterio no es el mismo que el de la estatua, ya por las razo-nes que hemos apuntado, ya por otras más que fácilmente pueden ocurrir a cualquiera que quiera entrar en este examen, ya también y mucho más por lo que se sigue.

Segunda parte de la profecía: muerte de la cuarta bestia, y sus resultas

PÁRRAFO 8

[105] Nos queda ahora que observar brevemente lo más claro que hay en esta visión, que es lo que hace inmediatamente a nuestro asun-to principal, es a saber, el fin de las bestias, en especial de la cuarta, y todo lo que después de esto debe suceder.

[106] Lo que vio el Profeta en los tiempos de la mayor prepotencia de la cuarta bestia; en los tiempos, digo, en que ya se veía en público, armada con todas sus armas, en que hacía en el mundo impunemente los mayores estragos, en que perseguía furiosamente a los santos, o al verdadero cristianismo, y podía más que ellos 1; lo que vio fue que se pusieron sillas o tronos como para jueces, que iban luego a conocer aquella causa, y poner el remedio más pronto y oportuno a tantos ma-les. Estaba mirando (dice Daniel) hasta tanto que fueron puestas si-llas, y sentóse el Anciano de días, etc. 2. (Este mismo consejo o tribu-nal, con las mismas circunstancias, y con otras todavía más individua-les, lo veréis formarse para los mismos fines en el capítulo 4 del Apo-calipsis, como observaremos a su tiempo). Sentado, pues, Dios mismo, y con él otros conjueces, y habiéndose producido y declarado toda la causa, se dio inmediatamente la sentencia final, cuya ejecución se le mostró también al Profeta. La sentencia fue ésta: que la cuarta bestia, y todo lo que en ella se comprende, muriese con muerte violenta, sin remedio ni apelación; que su cuerpo (no ciertamente físico, sino mo-

1 Dan. 7, 21. 2 Dan. 7, 9.

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ral, compuesto de innumerables individuos) se disolviese del todo, pe-reciese todo, y fuese todo entregado a las llamas, para ser quemado 1; que a las otras tres bestias, cuyos individuos no se habían agregado a la cuarta y hecho un cuerpo con ella, se les quitase solamente la potes-tad que hasta entonces habían tenido, mas no la vida, concediéndoles algún espacio de vida, hasta tiempo y tiempo 2.

[107] Dada esta sentencia irrevocable (y antes de su ejecución, como consta de otros lugares de la Escritura que se irán observando), dice el mismo Profeta que vio venir en las nubes del cielo una persona admirable que parecía Hijo de Hombre, el cual, entrando en aquella venerable asamblea, se avanzó hasta el mismo trono de Dios, ante cu-ya presencia fue presentado; que allí recibió solemnemente de mano de Dios mismo la potestad, el honor y el reino, y que, en consecuencia de esta investidura, le servirán en adelante todos los pueblos, tribus y lenguas, como a su único y legítimo soberano. Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y he aquí venía como Hijo de Hombre con las nu-bes del cielo, y llegó hasta el Anciano de días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino, y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él… 3. Más adelante, versículo 26, expli-cando los males que hará en el mundo la cuarta bestia, especialmente por medio de su último cuerno, se le dice al Profeta el fin para que se juntará aquel consejo tan majestuoso y tan solemne, por estas pala-bras: Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebran-tado y perezca para siempre. Y que el reino, y la potestad, y la gran-deza del reino, que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los reyes le servirán y obedecerán 4.

PÁRRAFO 9

[108] Ahora, amigo mío, después de haber leído y considerado atentamente, así este texto como el antecedente con todo su contexto, decidme con sinceridad: ¿Qué os parece de lo que aquí se anuncia con tanta claridad? ¿Se verificará todo esto alguna vez, o no? ¿Podremos creerlo y esperarlo todo así como lo hallamos escrito, o será necesario borrarlo o arrancarlo de la Biblia como una cosa no sólo inútil sino peli-grosa, y que puede confirmar y fomentar el error de los Milenarios? ¿Podremos creer, lo primero: que en aquellos tiempos de que aquí se habla (que por confesión precisa de todos los doctores son ya los tiem-pos del Anticristo) hará Dios una especie de consejo solemne para qui-

1 Dan. 7, 11. 2 Dan. 7, 12. 3 Dan. 7, 13-14. 4 Dan. 7, 26-27.

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tar a los hombres toda la potestad que habían recibido de su mano: Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebrantado y pe-rezca para siempre? Y como los consejos de Dios y sus decretos no pueden quedar sin efecto, parece que también podremos creer que en aquellos mismos tiempos serán despojados enteramente de su potestad los que la tuvieren; a lo cual alude manifiestamente aquella evacuación de todo principado, potestad y virtud de que habla el Apóstol 1.

[109] ¿Podremos creer, lo segundo: que quitada la potestad a los hombres, se pondrá toda en aquel mismo consejo en manos del Hijo del Hombre, o del hombre Dios Jesucristo, y ésta, no en acto primero o en derecho, como ahora la tiene, sino en acto segundo o en ejercicio: Y llegó hasta el Anciano de días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino? ¿Podremos creer, lo tercero: que toda la potestad que se acaba de quitar a los hombres, todo el reino, toda la grandeza de un reino tal, que comprende todo entero el orbe de la tierra, que está no encima sino debajo de todo el cielo, se dará en-tonces, junto con Jesucristo que es el supremo Rey, a otros muchos correinantes, esto es, al pueblo de los santos del Altísimo? 2. A lo cual alude claramente aquel texto célebre del Apocalipsis que, hablando de los mártires y de los que no adoraron a la bestia, dice: Vivieron y rei-naron con Cristo mil años.

[110] ¿Podremos creer, lo cuarto: que tomada la posesión por Cris-to y sus santos de todo el reino que está debajo de todo el cielo, le servi-rán en adelante todos los pueblos, tribus y lenguas? 3. ¿Podremos creer en suma que, después de la venida del Hijo del Hombre, que creemos y esperamos todos los Cristianos; después del castigo y muerte de la cuarta bestia, o del Anticristo, después del destrozo y ruina entera de todo el misterio de iniquidad, han de quedar todavía en esta nuestra tierra pueblos, tribus y lenguas que sirvan y obedezcan al supremo Rey y a sus santos, y también reyes, puestos sin duda de su mano, en diferentes países de la tierra, y sujetos enteramente a sus leyes? 4.

[111] Todo esto leemos expreso y claro en esta profecía, y en otros mil lugares de la divina Escritura que iremos observando. Y si todo es-to no es cierto ni creíble, ¿qué hemos de decir, sino que o nos engañan nuestros ojos, o nos engaña la divina Escritura? Si ésta no nos engaña ni puede engañarnos, si tampoco nos engañan nuestros ojos, parece necesario confesar de buena fe aquel gran espacio de tiempo que pro-pusimos en nuestro sistema entre la venida del Señor y la resurrección y juicio universal; parece necesario mirar con más atención el capítulo

1 1 Cor. 15, 24. 2 Dan. 7, 27. 3 Dan. 7, 14. 4 Dan. 7, 27.

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19 y 20 del Apocalipsis, donde se dice esto mismo con mayor claridad; parece necesario reflexionar un poco más sobre el misterio grande de la piedra, que debe destruir y aniquilar toda la estatua, y cubrir luego toda la tierra; parece en fin necesario distinguir bien el juicio de los vi-vos del de los muertos, dando a cada uno lo que es propio suyo, dando vivos al primero, y muertos al segundo. Si no se hace esta distinción, no se sabe ni entiende cómo ni en qué puedan servir a Jesucristo, des-pués que vuelva del cielo a la tierra, todos los pueblos, tribus y len-guas 1; no se sabe ni entiende cómo o en qué puedan obedecerle y ser-virle todos los reyes de la tierra 2; no se sabe ni entiende para qué fin se les concede a las tres primeras bestias algún espacio más de vida (no cierto de vida brutal, sino de vida racional), quitándoles primero toda la potestad que hasta entonces se les había dado o permitido: Vi (dice el texto) que había sido muerta la bestia… (la cuarta). Y que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señalado tiempos de vida hasta tiempo y tiempo. Al contrario, si se hace la debida distinción entre uno y otro juicio, todo se entiende al punto, sin más dificultad que abrir los ojos, y sin más trabajo que to-mar la llave y abrir la puerta.

[112] Así se entiende seguidamente, sin que quede ni aun sospecha de duda, todo el salmo 71 y todas las cosas que en él se dicen del Mesías; por ejemplo, éstas: Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los términos de la redondez de la tierra. Delante de él se postrarán los de Etiopía (o como lee la paráfrasis Caldea, se humillarán los de primer rango), y sus enemigos lamerán la tierra. Los reyes de Tarsis y las is-las le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y de Saba le traerán pre-sentes, y le adorarán todos los reyes de la tierra, todas las naciones le servirán, etc. 3. Con este salmo, y con otros lugares semejantes que se hallan a cada paso en los Profetas, se han defendido siempre los Judíos para no creer, antes negar absolutamente, la venida de su Mesías, pues hasta ahora no se ha verificado lo que en ellos se anuncia. Mas los Cris-tianos, ¿qué les responden? Palabras en tono decisivo y nada más, esto es, que este salmo, y esos otros lugares de los Profetas, sólo pueden en-tenderse en sentido espiritual; y en este sentido espiritual, parte se han cumplido ya en las gentes y reyes que han creído, parte se cumplirán en adelante, cuando crea lo restante de la tierra. Y si estos lugares de la Es-critura, mirados con todo su contexto, hablan conocidamente para des-pués de la venida del Mesías en gloria y majestad, como lo acabamos de ver en el texto de Daniel, y como lo hemos de ver en otros muchísimos, en este caso, ¿qué se les responde a los Judíos?

1 Dan. 7, 14. 2 Dan. 7, 27. 3 Sal. 71, 8-11.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 2 201

[113] ¡Oh, cuánto bien se pudiera haber hecho a estos míseros hombres, y se les pudiera hacer en adelante, si se les concediese o no se les negase tan del todo lo que ellos creen o esperan, para que ellos por su parte conociesen también lo que creen los Cristianos, y lo que es tan necesario y esencial para su salud y remedio; si se les concediese o no se les negase tan del todo lo que pertenece a la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, que ellos piensan ser la única, para que ellos por su parte, desengañados, abracen lo que pertenece a la primera! Todo esto parece que estaba compuesto y allanado con sólo distinguir el juicio de vivos del de los muertos.

Conclusión

[114] A todas las reflexiones que acabamos de hacer, principal-mente sobre la segunda parte de la profecía, yo no ignoro la única res-puesta que se puede dar, esto es, que aunque todo lo que dice este pro-feta es cierto e indubitable; aunque todo se cree, como que es una Es-critura canónica, en que no habla el hombre sino Dios; mas eso que nos dice el espíritu de Dios, no debe ni puede entenderse como está escrito, sino en otro sentido diverso, conforme lo entienden común-mente los doctores. Que es lo mismo que decir en término equivalente: no puede, ni debe entenderse como lo mandó escribir el Espíritu de Dios, sino como le pareció a este o a aquel hombre particular, a quie-nes han seguido otros, siguiendo el mismo sistema, como si fuese úni-co y definido por verdadero. ¿Qué hemos de decir a esta respuesta de-cisiva, sino llorar la cautividad en que nos hallamos, sin sernos lícito dar un paso adelante, aun cuando ya el tiempo y todas las circunstan-cias nos convidan a darlo? ¡Qué! ¿Hemos de cautivar nuestro enten-dimiento en obsequio de un sistema conocidamente inacordable con los hechos? ¡Qué! ¿Hemos de ver la verdad casi a dos pasos de noso-tros, sin poderla abrazar ni confesar, por la atadura tiránica de respe-tos puramente humanos? Si es justo delante de Dios, les decía San Pe-dro a los príncipes de los sacerdotes, oíros a vosotros antes que a Dios, juzgadlo vosotros 1.

1 Act. 4, 19.

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Fenómeno 3

El Anticristo

[115] El formarnos una idea del Anticristo la más clara, la más justa, la más verdadera que nos sea posible, parece no sólo conve-niente, sino de una absoluta necesidad. Sin esto podremos con razón temer que este Anticristo se nos entre en el mundo, que lo veamos con nuestros ojos, oigamos su voz y recibamos su ley o su doctrina, que admiremos sus obras y prodigios, sin haberlo conocido por Anti-cristo, ni aun siquiera entrado en la menor sospecha. San Pablo, ha-blando de estos tiempos, nos dice que serán unos tiempos peligro-sos 1. Y en otra parte amenaza de parte de Dios a los que no quisieren recibir la caridad de la verdad (o lo que es lo mismo, las obras de la fe, que obra por la caridad 2) con el castigo terrible, aunque justísi-mo, que Dios les enviará, permitiendo la operación del error, para que crean la mentira 3. Y el mismo Jesucristo nos asegura que el peli-gro será tan grande, y la seducción tan general, que será necesario abreviar aquellos días para que no perezca toda carne, y se salven si-quiera algunos pocos escogidos 4.

[116] Ahora, amigo, ¿os parece fácil, os parece verosímil o creíble, que pueda caer el mundo entero en este lazo, y entrar en una seduc-ción universal, teniendo de antemano ideas claras y noticias ciertas del Anticristo? ¿Os parece creíble que, viendo al Anticristo, que conocien-do al Anticristo, con todo eso se le rinda todo el mundo, y todo el mundo se deje engañar? Yo por mí protesto que no lo entiendo ni puedo concebirlo. La perdición y ruina de casi todos los Cristianos su-cederá infaliblemente en los días del Anticristo: así está anunciado cla-ramente en las santas Escrituras, y confirmado de mil maneras por el mismo Hijo de Dios; el mundo cristiano merecerá ya aquel castigo te-rrible, por la malicia e iniquidad de que estará lleno en los ojos de Dios. Mas la causa inmediata de esta perdición no parece que podrá ser otra que la ignorancia del mismo Anticristo, o la falta de noticias ciertas y seguras de este gran personaje. Por tanto, sería convenientí-simo trabajar con tiempo en adquirir estas noticias, para que por ellas

1 2 Tim. 3, 1. 2 Gal. 5, 6. 3 2 Tes. 2, 10. 4 Mt. 24, 22.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 203

podamos conocerlo con toda certidumbre, para que podamos mostrar-lo y darlo a conocer a otros muchos. Salvad a los otros, arrebatándo-los del fuego, decía el apóstol San Judas 1.

Noticias que tenemos del Anticristo hasta el presente

PÁRRAFO 1

[117] Aunque este punto parecerá algo extraño a mi asunto princi-pal, que es la venida del Señor, mas ya advertí al principio que mi ánimo era comprender en esta venida del Señor todas aquellas cosas más principales que inmediatamente pertenecen a ella, se enderezan a ella, o tienen con ella relación inmediata. Uno de estos es el Anticristo; pues, como dice San Pablo, el Señor no vendrá sin que antes venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado 2; fuera de que, aunque algunas cosas sean algún tanto ajenas del asunto principal, hay otras muchísimas que no lo son, y no parece fácil entender éstas si se dejan del todo aquéllas.

[118] Las noticias, pues, que hasta ahora tenemos del Anticristo son las que se hallan esparcidas acá y allá en los expositores de la Es-critura, conforme van ocurriendo aquellos lugares que parece hablan de esto. Algunos sabios han escrito de propósito sobre el asunto, entre ellos Tomás Malvenda, Leonardo Lesio y Agustín Calmet. El primero escribió un grueso volumen, el segundo un difuso tratado, el tercero una breve y erudita disertación. En estos tres doctores se halla recogi-do cuanto se ha pensado sobre el Anticristo, ni parece queda alguna otra noticia que añadir. Con todo eso, nos atrevemos a decir que de todo ello resulta un conjunto de ideas tan extrañas, tan inconexas, tan confusas, que parece imposible sentar el pie en cosa determinada.

[119] Represéntase universalmente este Anticristo como un rey o monarca potentísimo, y al mismo tiempo como un insigne seductor, el cual ya con las armas en la mano, ya con prodigios fingidos y aparen-tes, ha de sujetar a su dominación a todos los pueblos y naciones del orbe, exigiendo de ellas, entre otros tributos, el de la adoración de la-tría, como a Dios. Se dice comúnmente que debe traer su origen de los Judíos, y de la tribu de Dan. Muchos doctores citados por Malvenda y Calmet son de parecer que no ha de tener padre, sino madre solamen-te, y ésta la más impura y la más inicua de todas las mujeres, así como

1 Jud. 23. 2 2 Tes. 2, 3.

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204 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Cristo en cuanto hombre no tuvo más que madre, ésta la más pura y la más santa de todas las criaturas. Y así como la madre de Cristo lo con-cibió por obra del Espíritu Santo, así la madre del Anticristo lo conce-birá por obra del mismo Satanás, lo cual dicen y defienden que es muy posible. Algunos añaden que Satanás se unirá con él, de tal modo, que el Anticristo no será un puro hombre, sino un hombre-diablo, aunque esta sentencia es contraria a toda sana teología, y por consiguiente re-cusada de los doctores católicos. Otros conceden que será un puro hombre con padre y madre, mas concebido en pecado y por pecado, esto es, o por adulterio, o por incesto, o por sacrilegio, a lo cual dicen que alude San Pablo cuando lo llama el hombre de pecado.

[120] Aunque será dotado de su libre albedrío, como todos los hombres, mas según unos, no tendrá otro ángel de guarda sino el mis-mo Satanás, el cual por permisión divina lo acompañará toda su vida, sin apartarse de él un momento. De este sapientísimo maestro y fiel compañero aprenderá el Anticristo toda suerte de prestigios y magias, con que hará prodigios en el mundo. Otros le conceden ángel de guar-da; mas este ángel lo abandonará enteramente, cuando él empiece ya a abrogarse los honores divinos.

[121] El lugar de su nacimiento y el principio de su grandeza dicen que será Babilonia, en cuyas ruinas y en cuyas cercanías deberá estar establecida, si no toda la tribu de Dan, a lo menos alguna familia de esta tribu, que debe producir un fruto tan singular. Aquí en Babilonia el An-ticristo, ya de edad varonil, se fingirá el Mesías, y comenzará a hacer tantas y tan estupendas maravillas que, esparcida luego la fama, vola-rán los Judíos de todas las partes del mundo, y de todas las tribus, a unirse con él y ofrecerle sus servicios. Viéndose reconocido por el Me-sías, y adorado de todas las tribus de Israel, dejando a Babilonia su pa-tria, partirá con este ejército formidable a la conquista de la Palestina. Esta se le rendirá al punto con poca o ninguna resistencia. Las doce tri-bus se volverán a establecer en la tierra de sus padres, y en breve tiem-po edificarán para su Mesías la ciudad de Jerusalén, que debe ser la ca-pital o la corte de su imperio universal. Desde Jerusalén conquistará el Anticristo con gran facilidad todo lo restante de la tierra, si es que no la va conquistando antes de ir a Jerusalén, que así lo piensan otros con igual fundamento. Para la conquista de todo el mundo no sólo será ayudado de sus fieles hebreos y otras naciones orientales, mas también de todos los diablos del infierno, que llamados de su príncipe Satanás, vendrán al punto, dejando toda otra ocupación. Entre otros servicios que harán los diablos al Anticristo, el más importante de todos será el descubrir cuantas riquezas están escondidas en la tierra y en el mar, y ponerlas todas en sus manos. Con este subsidio, ¿qué dificultad habrá que no se venza, o cerradura que no se abra?

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 205

[122] Hecho, pues, este mísero y vilísimo judío, rey universal de toda la tierra, y sujetos a su imperio todos los pueblos, tribus y len-guas, no por eso quedará satisfecha su ambición. Inmediatamente en-trará en el pensamiento impío y sacrílego de hacerse Dios, y el único Dios de todo el orbe. Para esto prohibirá en primer lugar con severísi-mas penas, no sólo el culto de los falsos dioses y el ejercicio de todas las falsas religiones, sino principalmente el culto del verdadero Dios de sus padres, y sobre todo, el ejercicio de la religión cristiana. Con esto empezará luego la más terrible, la más cruel, la más peligrosa persecu-ción contra la Iglesia de Jesucristo, que durará tres años y medio. En este tiempo se dejarán ver en el mundo Enoc y Elías, reservados por la providencia divina para resistir al Anticristo y contener de algún modo aquel torrente de iniquidad. Estos dos Profetas le harán tan grande oposición, y pondrán en tantos conflictos, que traerán contra sí la in-dignación y furor de este monarca: los perseguirá con todo su poder, y aunque con gran trabajo, y sólo después de cuarenta y dos meses, al fin los habrá a las manos, y los hará morir cruelísimamente en la mis-ma ciudad de Jerusalén, como se dice en el capítulo 11 del Apocalipsis. (Si en este lugar del Apocalipsis se habla de Elías y Enoc, o de otra co-sa muy diversa, lo veremos en otra parte). Seguirá a pocos días la muerte del Anticristo, que unos refieren de un modo, y otros de otro, como si fuese un suceso ya pasado, escrito por diversos historiadores; con la cual muerte, la Iglesia y el mundo entero empezará a respirar, quedando todo en una perfecta calma y en una alegría universal. Los obispos que se hubiesen escondido en los montes y cuevas, y escapado por este medio de aquel naufragio, volverán a tomar sus sillas, acom-pañados de su clero y de algunas otras familias cristianas que los hu-biesen seguido en su destierro voluntario. En este tiempo sucederá la conversión de los Judíos, según la opinión universal entre los intérpre-tes, los cuales en su sistema no hallan, ni es posible que hallen, dónde colocar este suceso tan claramente anunciado de toda la Escritura; y entonces, dicen, se acabará de predicar el Evangelio en toda la tierra, y el Señor vendrá a juzgar, cuando sea su tiempo.

[123] Esta es en compendio toda la historia del futuro Anticristo que hallamos en los mejores historiadores, y a esto se reducen todas las noticias que tenemos de este gran personaje. Algunas otras quedan fuera de éstas que no son tan interesantes, como por ejemplo su nom-bre, su carácter, su fisonomía, sus milagros en particular, y el tiempo preciso en que ha de aparecer en el mundo, que muchos se atrevieron a señalar. El tiempo ha falsificado ya los más de estos pronósticos, en-tre los cuales quedan todavía dos por falsificarse: el de Juan Pico Mi-randulano, que promete al Anticristo para el año de 1794, y el de Jeró-nimo Cardano para el de 1800. En todas estas noticias, y otras que omito por la brevedad, y se pueden ver en Malvenda y Calmet, yo no

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206 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hallo otra cosa más verdadera, ni más bien fundada, que lo que dice y confiesa el mismo Calmet hacia el fin de su disertación, por estas pala-bras: Del cual perdidísimo varón apenas tenemos algunas cosas cier-tas; inciertas y problemáticas, innumerables; por lo cual el tiempo de-terminado de su venida, su patria, origen, parientes, infancia, nom-bre, extensión de su imperio y género de su muerte, todo es dudoso.

Se pide y examina el fundamento de estas noticias

PÁRRAFO 2

[124] El examen prolijo de todas las noticias que acabamos de re-coger sería, cuando menos, un trabajo perdido. Se sabe de cierto, aun por confesión de los mismos interesados, que las más de ellas, o casi todas, no tienen otro fundamento que la imaginación viva de algunos, que así lo meditaron, y que después de la meditación se atrevieron también a escribirlo, ciertos y seguros de que en aquellos siglos en que todo pasaba no había que temer contradicción. No obstante, entre esta muchedumbre de noticias, hay algunas pocas que se presentan con al-gún aire o apariencia de verdad, ya por la autoridad de algunos Padres, que las adoptaron, o a lo menos las sospecharon, ya por el consenti-miento casi universal de los doctores, ya también por fundarse (como dicen) en algunos lugares de la Escritura, que es lo principal. Parece que a estas pocas alude el padre Calmet, cuando dice: Apenas tenemos algunas pocas cosas ciertas…, modo de hablar no poco equívoco, que no deja de mostrar bien la mente del autor.

[125] Pues estas pocas apenas ciertas, o estas ciertas apenas po-cas, se reducen a cuatro principales, de donde pueden haber nacido todas las otras: primera, el origen del Anticristo; segunda, su patria y principios de su grandeza; tercera, su corte en Jerusalén como rey propio de los Judíos, creído y recibido por su verdadero Mesías; cuar-ta, su monarquía universal sobre toda la tierra. En estos cuatro artícu-los parece que convienen casi cuantos doctores han tratado del Anti-cristo, y sobre esta suposición, como si fuese indubitable, hablan co-múnmente los intérpretes de la Escritura. No negamos que la autori-dad de tantos sabios sea de grande peso; y si, como se trata de cosas futuras, se tratase de sucesos pasados, sería una insigne necedad no dar crédito a tantos testigos dignos de todo respeto y veneración; mas como las cosas futuras pertenecen únicamente a la ciencia de Dios, y de ningún modo al ingenio y ciencia del hombre, ninguno puede con razón quejarse de que, en un negocio de tanta importancia que a todos

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nos interesa, suspendamos por un momento nuestro asenso hasta ase-gurarnos cuanto nos sea posible de la verdad; hasta ver, digo, si las no-ticias de que hablamos las ha dado el que solo puede saberlas, o son conformes a lo que hallamos en los Libros sagrados.

Artículo 1

Origen del Anticristo

[126] Se debe suponer como una verdad, por sí conocida, que nin-gún hombre puede saber el origen del Anticristo sin revelación expresa de Dios, así como ninguno pudiera saber que ha de haber el Anticristo, si Dios no se hubiera dignado revelarlo. Los autores mismos que hacen venir al Anticristo de los Judíos, y de la tribu de Dan, se hacen cargo tácitamente de la verdad de esta suposición. Así, no satisfechos con la mera autoridad extrínseca, que en estos asuntos nada prueba, señalan el fundamento de la Revelación divina, citando tres lugares de la Escri-tura, los únicos que han podido hallar. Veámoslos.

[127] El primero es el capítulo 49 del Génesis, en que, bendiciendo Jacob a sus hijos, y llegando a Dan, le dice estas palabras (versículo 16): Dan juzgará a su pueblo como cualquiera otra tribu en Israel. Sea Dan culebra en el camino, ceraste en la senda, que muerde las pezuñas del caballo, para que caiga hacia atrás su jinete. Tu Salud esperaré, Señor 1. De esta profecía de Jacob se sigue legítimamente es-ta consecuencia: luego el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan; luego ha de ser judío o hebreo. Si alguno se atreviese a negar una con-secuencia tan justa, ¿qué se hará con él? Se le mostrará, dicen, la auto-ridad de los Santos Padres, que entendieron unánimemente esta pro-fecía del Anticristo, y al Anticristo la acomodaron; y esto deberá bas-tar, aunque el texto no lo diga tan claramente. Bien. Pero si en este punto no hay tal consentimiento unánime de los Santos Padres; si sólo algunos pocos tocaron este punto; si entre estos pocos algunos enten-dieron la profecía de otro modo; si aquellos mismos que la acomoda-ron al Anticristo, ni hablaron asertivamente, sino por modo de mera conjetura; en este caso, ¿no será lícito negar aquella consecuencia? Pues, señor mío, así es. Los Padres que tocaron este punto conjetura-ron dos cosas diversas, sin empeñarse mucho por la una ni por la otra parte. Unos sospecharon que se hablaba del Anticristo; otros más lite-ralmente pensaron que se hablaba de Sansón: San Jerónimo es uno de estos últimos, a quien han seguido muchísimos intérpretes, entre ellos Lira, el Tostado, Pereira, Del Río, etc.

1 Gen. 49, 16-18.

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208 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[128] Ahora, si se mira el texto con alguna atención particular, además de hallarse oscurísimo (como casi todas las profecías del santo patriarca, enderezadas a sus otros hijos, las cuales tal vez no han teni-do hasta ahora su perfecto cumplimiento, mas lo tendrán a su tiempo), si se mira el texto, digo, con particular atención, se concibe mucha me-nor dificultad en acomodarlo a Sansón, que en acomodarlo al Anticris-to; porque al fin sabemos de cierto, por la misma Escritura, que San-són, aquel hombre tan singular, tan extraordinario, tan único, fue de la tribu de Dan; sabemos que juzgó a su pueblo, como anuncia la profe-cía 1; sabemos en suma, otros sucesos particulares de la vida de San-són, que tienen gran semejanza con lo que dice la profecía. Siendo esto así, ¿qué necesidad tenemos de recurrir para el cumplimiento de la profecía a otra cosa futura, infinitamente incierta, de la que por otra parte nada consta, como es el origen del Anticristo?

[129] El segundo lugar de la Escritura que se alega para probar el origen del Anticristo de la tribu de Dan, y por consiguiente de los Ju-díos, es el capítulo 8 de Jeremías, en donde se leen estas palabras, ver-sículo 16: Desde Dan ha sido oído el bufido de los caballos de él; a la voz de los relinchos guerreros de él se estremeció toda la tierra. Y vi-nieron, y devoraron la tierra y cuanto había en ella, la ciudad y sus moradores 2. Yo convido a cualquiera que sepa leer, a que lea este ca-pítulo 8 de Jeremías. Después que lo haya leído con mediana atención, le preguntaré: ¿De qué misterio se habla en él? Y al punto me respon-derá sin que le quede duda, ni aun sospecha de duda, que se habla ma-nifiestamente de la venida de Nabuco contra Jerusalén. Se dice que desde Dan se oye el relincho de los caballos, y la voz y estrépito formi-dable de armas y de soldados, porque la ciudad de Dan, la cual antes se decía Lais 3, fue conquista de seiscientos hombres de la tribu de Dan, que le pusieron el nombre de su padre, y habitaron en ella hasta el día de su cautiverio 4. Y esta ciudad de Dan era la primera hacia el norte, por donde debía entrar necesariamente el ejército caldeo. Este es todo el misterio de esta profecía, claro y palpable. Los expositores mismos lo entienden así en su propio lugar, aunque no dejan muchos de añadir (no se sabe para qué) que en sentido alegórico se entiende, o puede entenderse todo esto, del Anticristo; con la cual advertencia pa-rece que pretenden una de dos cosas (si acaso no son las dos a un mismo tiempo): o que el origen del Anticristo de la tribu de Dan es una verdad bien comprobada por otra parte, o que el sentido alegórico es un mentido a discreción; de modo que con cualquier texto de la Es-

1 Gen. 49, 16. 2 Jer. 8, 16. 3 Jue. 18, 29. 4 Jue. 18, 3.

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critura se puede probar cualquiera otra cosa que se quiera, con sólo decir que aquel texto, tomado en sentido alegórico, lo dice así.

[130] Ya que tocamos este punto, no perdamos la ocasión de decir sobre él una palabra. Nos importa muchísimo para nuestro gobierno entender bien, y tener bien presente, lo que quiere decir sentido alegó-rico. Si esta advertencia es inútil respecto de muchos, pudiera no serlo respecto de algunos, a quienes también somos deudores. Como alego-ría y figura son dos palabras de dos lenguas que significan una misma cosa, así, sentido alegórico no es otra cosa que sentido figurado. Por lo cual, quien dice: Esto se entiende alegóricamente de aquello, lo que quiere decir es: Esto es una figura o una sombra de aquello. Ahora bien, para poder decir con verdad esto, se requiere, entre otras condiciones, una absolutamente necesaria e indispensable, es a saber: que la cosa figurada sea actualmente, o haya sido, o haya de ser ciertamente, al-guna cosa real, verdadera y existente en la naturaleza; por consiguien-te, esta existencia real debe constar por otra parte y saberse de cierto. Sin esto, así como no se puede asegurar la cosa misma, tampoco se podrá asegurar que es figurada por otra. ¿Con qué razón, por ejemplo, se podrá decir, mostrando una pintura: Esta es la imagen o la figura del Papa Pío XX? Pruébese primero, y pruébese con evidencia, res-ponderá cualquiera, que ha de haber en los siglos venideros un Papa de este nombre; y después que esto se pruebe, quedará todavía otra cosa que probar, esto es, la conformidad del figurado con la figura. De este modo me parece que se debía proceder con el Anticristo, así en el punto de que hablamos como en otros más de que hablaremos. Se de-bía probar en primer lugar, con aquella prueba que pide un suceso fu-turo, que el Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan. Probado esto, se podía ya proceder sobre algún sólido fundamento. Entonces podían mostrar las figuras, y hacer ver su conformidad con el original. Mas traer por toda prueba de un suceso futuro, que esto o aquello lo figura, parece que es exponer a un mismo peligro la figura y el figurado. Con esta sola reflexión no sería muy difícil hacer volver a la nada, de donde salieron, algunos otros figurados juntamente con sus figuras.

[131] El tercer lugar de la Escritura que se alega para hacer venir al Anticristo de la tribu de Dan es el capítulo 7 del Apocalipsis, en el cual, nombrándose todas las otras tribus de Israel, y sacándose de cada una de ellas doce mil escogidos o sellados, de la tribu de Dan nada se saca, ni aun siquiera se nombra, lo cual no puede ser por otro motivo, dicen, sino porque de esta tribu ha de salir el Anticristo. A esta dificultad se responde: lo primero, que si en este silencio de Dan hay algún misterio particular, ninguno puede saber qué misterio sea, así como ninguno puede saber por qué, nombrándose la tribu de Manasés, no se nombra la tribu de Efraím su hermano, sino en lugar de Efraím se nombra su

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210 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

padre José, siendo cierto que en la tribu de José se comprenden sus dos hijos Efraím y Manasés.

[132] Dije, si hay en esto algún misterio particular; porque tal vez no hay aquí otro misterio que algún descuido o equívoco inocente de alguno de los antiquísimos copistas del Apocalipsis, que en lugar de Dan puso Manasés. La sospecha no carece enteramente de fundamen-to, si se atiende bien a todo el contexto. Primeramente: San Juan, antes de nombrar las tribus en particular, dice que los sellados con el sello de Dios vivo serán de todas las tribus de los hijos de Jacob: De todas las tribus de los hijos de Israel 1; y luego añade inmediatamente que de cada una de dichas tribus, llamando a cada una por su nombre, se se-ñalarán doce mil. Conque si queda excluida la tribu de Dan, que fue uno de los hijos de Jacob, no puede ser verdad que los sellados serán de todas las tribus de los hijos de Israel. Lo segundo: Manasés se halla nombrado en sexto lugar entre los hijos de Balá, después de Neftalí, donde precisamente debía hallarse Dan, pues Neftalí y Dan fueron hi-jos de Balá, esclava de Raquel. Lo tercero: Manasés no fue hijo sino nieto de Jacob, y el texto dice que los sellados serán de todas las tribus de los hijos; por lo cual se nombra la tribu de José, que fue hijo, y no la tribu de Efraím, que sólo fue nieto. Diráse que, nombrado José, debe darse por nombrado Efraím, pues la tribu de Efraím, y la de José su padre, eran una misma cosa. Mas también podemos nosotros añadir que, una vez nombrado José, se deben entender y dar por nombrados sus dos hijos Efraím y Manasés; pues como se lee en el capítulo 47 de Ezequiel, José tiene doble medida 2, lo cual alude claramente a la do-nación que le hizo su padre de otra parte más, fuera de la que debía te-ner entre sus hermanos: Te doy (le dice) sobre tus hermanos una por-ción… 3. Según esto, parece claro que, así como nombrado José ya no era necesario nombrar a Efraím, como en efecto no se nombra, así tampoco era necesario nombrar a Manasés. Por consiguiente, en este lugar del Apocalipsis, conforme lo tenemos, parece que falta una cosa y sobra otra. Sobra Manasés, que no fue hijo sino nieto de Jacob, y falta Dan, que fue propiamente hijo, como todos los otros que se nombran: Y oí (dice el texto) el número de los señalados, que eran ciento y cua-renta y cuatro mil señalados, de todas las tribus de los hijos de Is-rael 4. En el capítulo 48 de Ezequiel, nombrándose todas las doce tri-bus a este mismo propósito, la primera que se nombra es la de Dan.

[133] Si esta sospecha no se recibe, no nos empeñaremos mucho ni poco en llevarla adelante. La dificultad no es tan grave que no haya otro

1 Apoc. 7, 4. 2 Ez. 47, 13. 3 Gen. 48, 22. 4 Apoc. 7, 4.

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modo de resolverla que por una mera sospecha. Respondemos, pues, lo segundo: que el silencio del Apocalipsis respecto de la tribu de Dan, ha-ya en esto algún misterio o no lo haya, nada puede probar en el asunto de que hablamos. Aunque se supiese por otra parte, y se supiese de cier-to que el Anticristo ha de venir de la tribu de Dan, aun en esta suposi-ción, siempre debía mirarse como ilegítima y absurda esta consecuen-cia: luego por esta razón no se nombra esta tribu entre las otras; luego por esta razón no se ha de sellar en ella con el sello de Dios vivo; luego por esta razón ha de quedar excluida enteramente esta misma tribu de aquel bien y misericordia a que todas las otras han de ser llamadas a su tiempo. ¿Qué conexión tiene lo uno con lo otro? ¿Qué proporción entre aquella culpa y este castigo? El Anticristo ha de nacer de la tribu de Dan. ¿Luego por esta culpa, que todos los individuos de esta tribu ha-brán cometido involuntariamente, sin saberlo ni aun sospecharlo, por esta culpa fantástica e imaginaria, toda la tribu con todos sus indivi-duos han de quedar absolutamente reprobados? Aunque Dan mismo, padre de esta tribu, hubiese sido un hombre tan perverso como se su-pone el Anticristo, no por eso se podía creer sin temeridad que Dios cas-tigase con un castigo tan terrible a toda su descendencia. ¿Cuánto me-nos se podrá presumir este castigo por la iniquidad de uno de sus hijos?

[134] Acaso se dirá que la reprobación de toda esta tribu no será precisamente por haber producido, o deber producir, al Anticristo, sino porque toda ella se declarará por él, y entrará en sus proyectos de iniquidad. Mas fuera de que esto se dirá libremente, sin la menor apa-riencia de fundamento, por esta misma razón se deberán reprobar to-das las demás tribus; pues, como nos aseguran comúnmente los mis-mos doctores, y veremos en el artículo tercero, todas las tribus, no me-nos que la de Dan, se han de declarar por el Anticristo, todas lo han de creer y recibir por su Mesías, todas lo han de acompañar y servir contra el verdadero Mesías. Si esto es así, como así se supone, no queda otra culpa particular en la tribu de Dan, para ser excluida y reprobada, que la de haber de producir al Anticristo. Hasta aquí hablamos sobre la su-posición de que el origen del Anticristo de la tribu de Dan fuese una co-sa bien comprobada por otra parte; mas ¿qué será si no estriba sobre otros fundamentos que los que acabamos de ver? Si hubiese otros me-jores, es claro que no dejaran de producirse. Si éstos son suficientes o no, a cualquiera le será fácil decidirlo, si quiere mirar este punto con formalidad. El Padre Calmet, hablando de esto mismo, confiesa al fin ingenuamente la verdad: Confesamos, dice, que nada cierto hemos po-dido adelantar en las varias conjeturas sobre el origen y nacimiento del Anticristo; y, no obstante, en los intérpretes más clásicos de la divi-na Escritura se habla frecuentemente de los danistas hermanos del An-ticristo, como si la noticia fuese indubitable. No extrañéis, amigo, que

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212 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

yo me declare en favor de los danistas, y me empeñe tanto por ellos; pues aunque no soy de la tribu de Dan, la debo mirar con ternura como a hermana mía, y con mayor ternura debo mirar la equidad y verdad.

Artículo 2

Patria y principio del Anticristo

[135] Acabamos de ver todos los fundamentos que se han podido hallar en la Escritura santa para hacer al Anticristo un judío o hebreo de la tribu de Dan. Ahora, para hacerlo nacer en Babilonia, y empezar allí a reinar entre prodigios y milagros los más inauditos, ¿qué fundamentos se habrán hallado? Yo los busco por todas partes, y de ninguna manera los hallo. Pregunto a los doctores más eruditos que han escrito sobre el asunto y han abrazado esta noticia, y parece que tampoco le han halla-do algún fundamento; pues no es creíble que guardasen tanto silencio si hubiesen hallado alguno, aunque fuese muy semejante a los del ar-tículo antecedente. El erudito Padre Calmet, en su ya citada diserta-ción, se hace cargo y se da por entendido de este gran embarazo. Con-fiesa que en la realidad no se halla fundamento alguno en la Revelación, y si no fuese, añade, por la autoridad extrínseca, o por el común sentir de tantos escritores, así modernos como antiguos, la noticia no merecía atención alguna. Mas como la autoridad extrínseca, o el común sentir, en cualquiera asunto que sea (mucho más en asuntos de futuro), debe estribar sobre algún fundamento real, sólido y firme, quedamos des-pués de esto en el mismo embarazo, como si nos respondieran por la misma cuestión. La autoridad extrínseca, aunque sea un común sentir, principalmente cuando se trata de una cosa futura, no puede de modo alguno estribar sobre sí misma: éste es un privilegio que sólo a Dios le puede competer. La misma lumbre de la razón nos lo persuade así, y nos lo persuade invenciblemente. Se pregunta, pues: ¿Cuál es el fun-damento de este común sentir en un asunto tan ajeno de la ciencia del hombre como es lo futuro? El mismo autor se hace cargo de este se-gundo embarazo, y aunque mostrando alguna repugnancia, señala en fin modestamente el verdadero fundamento, diciéndonos que los que han escrito después de San Jerónimo tomaron de él esta noticia.

[136] Si subimos ahora de autor en autor hasta San Jerónimo, y le preguntamos reverentemente al santo doctor: ¿De dónde tomó una noticia tan singular?, nos responderá al punto con toda verdad e inge-nuidad, que él no ha asegurado jamás que la noticia sea cierta, ni la produjo como opinión propia suya, sino como opinión de otros docto-res de su tiempo, que así lo pensaban; para lo cual nos mostrará sus propias palabras sobre el capítulo 11 de Daniel, diciendo: Los nuestros interpretan todas estas cosas del Anticristo, que ha de nacer del pue-

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 213

blo judaico, y ha de venir de Babilonia 1. De aquí se sigue que no hay otro fundamento en la realidad sino que a los principios del siglo quin-to, cuando San Jerónimo escribía, se pensaba así. Mas si en este tiem-po se pensaba así, es cierto que en todos los tiempos anteriores no se había pensado tal cosa. Más de cien años antes, en tiempo de Diocle-ciano, se pensaba que el mismo Diocleciano era el Anticristo. Lo mis-mo se pensaba en tiempo de Marco Aurelio, de Trajano, de Domicia-no, y sobre todo en tiempo de Nerón, pues aún después de muerto pensaban los Cristianos que no había muerto, sino que estaba escon-dido para venir luego a ser el Anticristo; mas como vieron que tardaba mucho, mudaron de pensamiento, y pensaron que presto resucitaría para ser el Anticristo. Todas estas cosas, y otras semejantes, se pensa-ron antes del cuarto siglo, como consta de la historia eclesiástica, y a ninguno le pasó por la imaginación que Diocleciano, o Marco Aurelio, o Trajano, o Domiciano, o Nerón, fuesen naturales de Babilonia, ni mucho menos que fuesen hebreos de la tribu de Dan. Conque el pen-sarse así en un siglo, y el pensarse de otro modo en otro, si no se alega otro fundamento, nada prueba en la realidad, y quedamos en perfecta libertad para pensar otra cosa.

[137] En cuyo supuesto, lo que yo pienso es que Babilonia no sólo no será patria del Anticristo, pero ni lo podrá ser. Fúndome entre otras cosas en la profecía de Jeremías que, hablando de propósito contra Babilonia, dice así: Y no será habitada en adelante para siempre, ni será edificada hasta en generación y generación. Así como destruyó el Señor a Sodoma, y a Gomorra, y a sus vecinos, dice el Señor, no morará allí varón, ni la habitará hijo de hombre 2. Diréis acaso que esta profecía habla solamente de la antiquísima Babilonia, situada so-bre el Eufrates, que fue la corte del imperio Caldeo; no de otra Babilo-nia que se edificó después sobre el Tigris, y subsiste hoy día; ni tampo-co de la Babilonia de Egipto; y así la una como la otra puede ser la pa-tria del Anticristo; mas de esto mismo os pediré yo alguna prueba o al-gún fundamento razonable.

Artículo 3

El Anticristo será creído y recibido de los Judíos como su verdadero Mesías, por cuyo motivo

pasará su corte de Babilonia a Jerusalén

[138] Esta noticia creída y recibida como verdadera entre los in-térpretes de la Escritura, ¿qué fundamento puede tener? ¿Cuál podrá

1 SAN JERÓNIMO. 2 Jer. 1, 39-40.

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214 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ser su verdadero origen? ¿Habrá sobre ello alguna cosa en la Revela-ción? No os canséis, señor, inútilmente en revolver para esto toda la Biblia sagrada; tampoco os canséis en preguntar a los mismos intér-pretes, porque no hallaréis otro fundamento que una suposición, sobre la cual, como si fuese indubitable, proceden ya con gran seguridad. ¿Cuál es esta suposición? La que queda ya examinada y negada en el artículo primero, esto es, que el Anticristo ha de ser un judío o hebreo de la tribu de Dan. En esta suposición, mirada como cierta, es ya facilí-simo seguir adelante con la historia. Las consecuencias son tan natu-rales, que por sí mismas se van presentando una tras otra a la imagi-nación. Vedlas aquí.

[139] ¿El Anticristo judío? Luego por los Judíos deberá comenzar; luego para hacer entre ellos una gran figura, deberá persuadirles, en primer lugar, que él es el verdadero Mesías que ellos esperan (según sus Escrituras); y deberá también ocultarles, digo yo, debajo del más profundo secreto, su origen de la tribu de Dan, porque si esto se llega a saber o sospechar, se habrá errado el tiro, y quedará todo perdido sin esperanza de remedio; pues no hay judío alguno, aun entre la más ín-fima plebe, que no sepa y crea que su Mesías ha de venir de la tribu de Judá, y de la familia de David. ¿Mas este secreto se guardará fielmen-te? Prosigamos con nuestras consecuencias.

[140] ¿El Anticristo judío, creído Mesías, y reconocido por tal de los Judíos? Luego todos los millares o millones de Judíos, que están esparcidos entre todas las naciones del mundo, volarán al punto a bus-carlo y unirse con él. ¿El Anticristo judío, creído Mesías, escoltado de millares o millones de soldados voluntarios, llenos todos de coraje y de celo? Luego su primer pensamiento y su primera expedición deberá ser la conquista de la tierra de sus padres, para evacuarla de sus usur-padores, y volver a establecer en ella a todas las tribus de Jacob. En suma: ¿El Anticristo judío, creído y reconocido por Mesías, conquista-dor y vecino de la Palestina? Luego es naturalísimo que se olvide de Babilonia, y ponga su corte en Jerusalén, donde estuvo en tiempo de David, de Salomón y de todos los reyes sus sucesores. Luego esta ciu-dad, arruinada primero por los Caldeos y después por los Romanos, volverá a edificarse de nuevo con mayor grandeza y magnificencia, por el trabajo, celo y furor de todas las tribus, ayudadas de todas las legio-nes del ángel de guarda del mismo Anticristo, esto es, de Satanás. ¡Qué consecuencias tan naturales! Mas si por desgracia se halla falsa, y cae como tal aquella suposición sobre la cual se ha edificado con tan nimia confianza, ¿no será también una consecuencia naturalísima que caiga sobre ella todo el edificio?

[141] Este temor, que no es fácil disimular, ha obligado a algunos doctores graves a buscar en la Escritura divina algunos otros funda-

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 215

mentos, o siquiera algunos pilares con que sostener un edificio tan vasto, y al mismo tiempo tan poco fundado. Los que se han hallado hasta ahora, después de infinitas diligencias, se miran comúnmente por suficientes, si no para asegurar el edificio, a lo menos para suplir por algún tiempo, mientras se discurre otra cosa mejor. Veámoslos.

[142] Dos puntos principales contiene toda esta noticia de que ha-blamos. Primero, que los Judíos creerán y recibirán por su verdadero Mesías al Anticristo. Segundo, que el Anticristo recibido de los Judíos por Mesías pondrá la corte de su imperio en Jerusalén. El primer pun-to se pretende sostener con aquellas palabras del Señor, que se leen en el Evangelio de San Juan: Yo vine en nombre de mi Padre (les dice a los Judíos), y no me recibís; si otro viniere en su nombre, a aquel re-cibiréis 1: las cuales palabras, nos dicen, aunque no nombran expre-samente al Anticristo, se entiende bien que hablan de él, y lo que anuncian es que los Judíos recibirán al Anticristo por su Mesías, en castigo de no haber querido recibir a Cristo.

[143] Optimamente. Y si estas palabras, o esta profecía del Señor, ha tenido ya su perfecto cumplimiento, ¿será bien en este caso dejar lo cierto por lo incierto, lo que sabemos por lo que ignoramos, lo que ya sucedió por lo que puede suceder? ¿Será bien disimular el cumpli-miento real y verdadero de la profecía, y esperar una cosa incertísima para que la profecía pueda cumplirse? Y si no hay tal Anticristo judío, ni tal Anticristo falso Mesías, ¿cómo quedará una profecía del Hijo de Dios? Quedará convencida de falsa, sin poder verificarse en toda la eternidad. Este inconveniente gravísimo está evitado con decir y con-fesar lo que nadie ignora, esto es, que la profecía de que hablamos ya se cumplió con tanta plenitud que nada más nos queda que esperar. Dejo aparte la turba de falsos y pequeños Mesías que, en varios tiem-pos, han engañado a los Judíos, y ocasionádoles nuevos y mayores tra-bajos. En las Actas de los Apóstoles 2 se hace mención de uno, y en la historia consta de varios.

[144] Mas aunque no hubiera habido otro que aquel insigne Bar-Cochebas, que apareció en tiempo de Adriano, en éste solo estaba lle-na la profecía: Si otro viniere en su nombre, a aquel recibiréis 3. Este falso Mesías vino tan en su nombre, que todos los títulos o credencia-les que presentó a los Judíos se redujeron a sola la significación de su nombre; pues Bar-Cochebas quiere decir hijo de la estrella. Por ser o llamarse hijo de la estrella, debía ser creído y recibido por Mesías, se-gún la profecía de Balaán, que dice: De Jacob nacerá una estrella 4.

1 Jn. 5, 43. 2 Act. 21, 38. 3 Jn. 5, 43. 4 Num. 24, 17.

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216 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

En efecto fue recibido de todos los que moraban en la Palestina, y es-parcida luego la voz por todas las provincias del imperio romano, en todas partes se alborotaron los Judíos, entrando en grandes esperan-zas de sacudir el yugo de las Gentes. La cosa pasó tan adelante, que puso en cuidado a todo el imperio, y fue bien necesaria toda la vigilan-cia y plenitud de Adriano, que era buen soldado, para quitar y conte-ner a los Judíos de las provincias de occidente, mientras se preparaba para la guerra formal que era preciso hacer a Bar-Cochebas.

[145] Este había engrosado tanto, no sólo con los Judíos que habi-taban en la Palestina, sino con otros muchísimos que cada día se le agregaban, que se había apoderado de las plazas fuertes de Judea, pa-sando a cuchillo toda la guarnición romana, y todo cuanto pertenecía a los Romanos, y aprovechándose de todas las armas y de todas las rique-zas del país; de modo que fue menester tres años de guerra viva, y no poca sangre romana, para sujetar aquellos rebeldes, que despreciaban la vida por la defensa de su Mesías. Muerto éste, y con él nada menos de 480.000 judíos, los que quedaron vivos fueron vendidos por escla-vos, y esparcidos otra vez a todos vientos 1. Estos fueron los bienes que trajo a nuestra nación el hijo de la estrella. Castigo terrible pero bien merecido: Yo vine en nombre de mi Padre (dijo Jesucristo), y no me recibís; si otro viniere en su nombre, a aquel recibiréis. No tenemos, pues, necesidad de esperar un Anticristo judío, sólo imaginario, y en él otro falso Mesías sin comparación mayor que Bar-Cochebas, para que se verifique la profecía del Señor; pues en este falso Mesías, conocido de todos, la hemos visto plenamente verificada.

[146] Parece una verdadera crueldad (ni me ocurre otro nombre más propio que poderle dar) lo que vemos con nuestros ojos frecuen-temente practicado por los doctores cristianos, respecto de los misera-bles Judíos; de manera que no solamente les niegan o escasean aque-llos anuncios favorables que se leen claros y expresos en sus Escrituras, los cuales hasta ahora no se han verificado; no solamente les ponderan, y agravan más los que son conocidamente contrarios; no solamente les añaden sin escrúpulo otros anuncios amargos y tristísimos, como si fuesen tomados de la Revelación; sino que, como si esto fuera poco, pretenden tal vez que todavía se deben verificar con mayor rigor aun aquellos anuncios contrarios que ya se han verificado, aunque sea ne-cesario añadir para esto noticias y circunstancias de que la Escritura divina no habla palabra. Perdonad, amigo, esta breve digresión, por-que de la abundancia del corazón habla la boca 2. Cuando lleguemos al fenómeno 5 empezaréis a ver si me lamento con razón.

1 Véase la historia de Adriano por Chevrier, Escaligero, Filemont, etc. 2 Mt. 12, 34.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 217

[147] Caído, pues, este primer punto de la noticia, esto es, que el Anticristo ha de ser creído y recibido de los Judíos por su verdadero Mesías, el segundo punto cae de suyo, sin que nadie lo mueva. ¿De dónde se prueba que el Anticristo ha de poner en Jerusalén la corte de su imperio? ¿Sabéis de dónde? De que ha de ser recibido de los Judíos por su rey y Mesías. Y esto, ¿de dónde se prueba? De que ha de ser ju-dío. ¿Y esto de dónde? De que ha de ser de la tribu de Dan. Y esto… Es cosa verdaderamente admirable lo que leemos del Anticristo. Las noti-cias son innumerables, y todas se aseguran, unas más y otras menos, con gran formalidad. Mas si llegamos por curiosidad a examinar el fundamento en que estriban, nos hallamos con una maravilla, y la que más sorprende de todas, quiero decir, que todas estas noticias no tie-nen otro fundamento que ellas mismas: todas estriban sobre sí mis-mas, y mutuamente se sostienen. Las primeras son fundamento de las segundas, y las segundas lo son de las primeras. Estas estriban sobre las que se siguen, y las que siguen sobre las que preceden, y todo ello no parece otra cosa que un edificio magnífico, construido en el aire y conservado milagrosamente, donde aparece nuestro Anticristo como un fantasma terrible, como un espectro o como un ente de razón.

[148] Mas esta corte en Jerusalén, de este rey Anticristo, o de este monarca fantástico, ¿no tiene por otra parte otros fundamentos? ¿No hay en toda la Escritura divina algunos lugares de donde esto conste o se pueda inferir? Amigo mío, esto es mucho pedir. Si estos fundamen-tos los buscáis en la Escritura misma, os cansáis inútilmente. Sabed de cierto que no los hay. Mas si los buscáis en otras fuentes, o en otros li-bros que no son canónicos, hallaréis fácilmente con qué suplir en caso de necesidad. ¿Cuáles son estos fundamentos? Ven y ve. Son aquellas profecías las más magníficas favorables a Jerusalén, que hasta ahora no han tenido ni han podido tener su cumplimiento. Estas profecías son tantas, tan claras, tan expresivas, y anuncian a Jerusalén tanta gran-deza, tanta prosperidad, y al mismo tiempo tanta justicia y santidad, que por eso mismo se han hecho increíbles en el sistema ordinario de los doctores. Así, algunas pocas se han procurado acomodar por los mejores intérpretes que llamamos literales, a la vuelta de Babilonia en sentido literal; otras a la Iglesia presente en sentido alegórico; otras, más difíciles e impenetrables, a la Jerusalén celestial en sentido ana-gógico; y otras, a cualquiera alma santa en sentido místico. Y otras, en fin, que repugnan invenciblemente todos estos sentidos, y en que el Espíritu Santo quiso quitar todo efugio, hablando expresamente de aquella Jerusalén que fue corte de David, de Salomón, etc., y que por sus pecados fue destruida por Nabuco, y después por los Romanos, y ahora está y estará hasta su tiempo conculcada de las Gentes, etc.; es-tas profecías, digo, se procuran acomodar (no se sabe en qué sentido)

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218 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

a los tiempos del Anticristo, cuando este fantasma ponga en Jerusalén la corte de su fantástico imperio. Si alguno se atreve a preguntar: ¿Con qué razón se hace todo esto, con qué fundamento, con qué autoridad, y con qué licencia?, se puede esperar, no sin gran fundamento, que la respuesta tenga mucho más de sonido que de sustancia. Estas profe-cías de que hablamos, favorables a Jerusalén, forman un fenómeno muy grande, que deberemos observar atentamente cuando sea su tiempo. El detenernos ahora en esto fuera un verdadero desorden, y nos hiciera más daño que provecho.

Artículo 4

Monarquía universal del Anticristo

[149] Pues este hombre tan singular, este mísero judío, este mago, este seductor insigne, viéndose en el trono de Israel recibido por Me-sías, amado y adorado de todas las tribus, entrará luego en los pensa-mientos de sujetar a su dominación, no solamente las naciones circun-vecinas, sino todos los reinos, principados y señoríos, todos los pue-blos, tribus y lenguas de todo el orbe de la tierra, sin duda para verificar en sí mismo aquellas profecías que anuncian esta grandeza del verda-dero Mesías, hijo de David. Para poner en ejecución un proyecto como éste, deberá enviar por todas las partes del mundo, ya predicadores lle-nos de celo, ya ejércitos innumerables y fortísimos, acompañados y sos-tenidos por todas las legiones de Satanás, que unos con persuasiones, otros con milagros estupendos, otros con amenazas, otros con fuerza abierta, obligarán en fin a todo el linaje humano a sujetarse y recibir el yugo. El mismo rey de Israel, acompañado de su pseudoprofeta y de su ángel de guarda Satanás, no dejará de andar como un rayo de una parte a otra, unas veces hacia el oriente hasta las costas de la India y de la China, sin perdonar una sola de las muchas islas de aquellos mares, otras veces hacia el norte y noroeste contra los soberanos de la Europa, otras hacia el mediodía contra todas las naciones del Africa hasta el ca-bo de Buenaesperanza, otras hacia el occidente contra toda la América, etc.; y siempre con tan feliz suceso, que en pocos años tendrá conclui-da y perfeccionada la grande empresa, y se verá servido, honrado y aun adorado como Dios de todos los pueblos de la tierra.

[150] Ahora bien: y de toda esta historia o de la sustancia de ella, ¿quién sale por fiador? ¿De qué archivos públicos o secretos se han sa-cado unas noticias tan maravillosas? Se supone que no hay ni puede haber otras que la revelación, porque es historia de lo futuro. ¿Cuál es, pues, esta revelación? Examinémosla de cerca y con formalidad.

[151] Dos lugares de la divina Escritura se alegan comúnmente pa-ra probar esta monarquía universal del Anticristo. El primero es el ca-

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pítulo 7 de Daniel, en el cual nos señalan, y nos hacen observar, no ya la cuarta bestia terrible y admirable (porque ésta quieren que sea el imperio romano), sino uno de los cuernos que tiene esta bestia en su cabeza, que es el mayor de todos, de quien se dicen y anuncian cosas nada ordinarias. Mas después de leído y considerado todo lo que se anuncia de este cuerno terrible, así como no hallamos vestigio alguno por donde poder siquiera sospechar que el cuerno insigne, o esta po-tencia, o este rey, haya de ser judío ni falso Mesías, así tampoco lo ha-llamos para creer ni sospechar su monarquía universal. Lo que halla-mos únicamente es que esta potencia o este rey será mayor que los otros diez que están como él en la cabeza de la terrible bestia, y le sir-ven de cuernos o de armas. Asímismo, que humillará tres de estos diez reyes (de los otros siete nada se dice, ni de los que quedan en lo res-tante de la tierra). Igualmente, que lleno de altivez, orgullo y soberbia, hablará blasfemias contra el Altísimo, y perseguirá a sus santos. En suma, que su presunción será tan grande, que le parecerá posible y fá-cil mudar los tiempos y las leyes, etc., para todo lo cual se le dará li-cencia por algún tiempo. Esto es todo lo que se lee de esta potencia o de este rey en el capítulo 7 de Daniel. Todo lo cual, así como puede su-ceder en Asia o en Africa (donde efectivamente lo ponen muchos in-térpretes, señalando también los tres reyes que han de ser humillados, esto es, el de Libia, el de Egipto y el de Etiopía), así puede suceder en Europa o en América, sin ser necesario hacer a este rey, sea quien fue-re, monarca universal de todo el orbe. Demás de esto, ¿cómo se prueba que este cuerno insigne, que nace, crece y se fortifica en la cabeza de la bestia, es propiamente el Anticristo que esperamos, y no la bestia mis-ma? Pero de esto hablaremos más adelante.

[152] El segundo lugar que se alega es el capítulo 13 del Apocalip-sis, en el cual se habla manifiestamente del Anticristo debajo de la me-táfora de una bestia terrible de siete cabezas y diez cuernos. Aquí, pues, se dice que a esta bestia se le dará potestad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación 1, y que la adorarán todos los habitadores de la tierra 2. Yo creo firmemente lo que anuncia esta profecía, que en el asunto de que hablamos me parece clarísima; mas del mismo modo me parecen clarísimos dos equívocos que se ven en su explicación. Pri-mero: el texto no dice que la potestad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación, se le dará a un rey, o a un hombre individuo y singu-lar, que es lo que se intenta probar; sólo dice que esta potestad se le dará a la bestia de que se va hablando, y esta bestia por todas sus se-ñas y contraseñas está infinitamente distante de simbolizar un rey, una persona singular o una cabeza de monarquía. Segundo equívoco:

1 Apoc. 13, 7. 2 Apoc. 13, 8.

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220 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

el texto no dice que todos los habitadores de la tierra adorarán a esta bestia con adoración formal de latría como a Dios; sólo dice simple-mente que la adorarán 1, y todos sabemos que es lícito adorar a una criatura, mas no es lícito adorarla como a Dios. Nuestro padre Abra-ham, por ejemplo, adoró a los jueces de la ciudad de Het: Levantóse Abraham (se dice en el Génesis) y se inclinó al pueblo de la tierra, es a saber, a los Hijos de Het 2. ¡Oh, cuán lejos estuvo el padre de todos los creyentes de adorar otro Dios que al Dios de Abraham! Este punto lo tocamos ahora con tanta brevedad, así por ser facilísimo de com-prenderse sólo con insinuarlo, como porque luego hemos de volver a él, cuando consideremos la bestia del Apocalipsis.

[153] Entre tanto, para no creer esta monarquía universal, que no consta de la misma Revelación, nos puede ayudar mucho otra cosa que consta de la misma Revelación, es decir, la estatua de cuatro metales que dejamos observada en el fenómeno 1: allí se habla de solas cuatro monarquías, o reinos o imperios célebres que habrá en nuestra tierra, y el último de todos se lleva hasta la caída de la piedra, o hasta la veni-da segunda del Mesías, como allí probamos. Ahora bien, si fuera de es-tos cuatro imperios hubiese de haber otro, y éste mayor que todos los cuatro, no sólo divididos sino juntos, parece natural que se dijese de él alguna palabra, y no se pasase tan en silencio un suceso tan maravillo-so. Demás de esto, la piedra debe caer directamente sobre los pies y dedos de la grande estatua, es decir, sobre el cuarto y último reino di-vidido en muchos, y convertirlo en polvo junto con toda la estatua. Conque este cuarto reino deberá estar existente y entero cuando venga el Señor, porque de otra suerte la piedra errará el golpe, y la profecía no podrá cumplirse. Si este reino está existente y entero hasta la veni-da del Señor, ¿adónde reinará el Anticristo? ¿Cómo podrá ser monarca universal de toda la tierra? Dicen que todos los reyes de la tierra, sin dejar de serlo, se le sujetarán a su voluntad, o él los sujetará por fuer-za, y le servirán con todo su poder. Para lo cual alegan el capítulo 17 del Apocalipsis, donde hablándose de los diez reyes, se dice: Estos tie-nen un mismo designio, y darán su fuerza y poder a la bestia. Porque Dios ha puesto en sus corazones… que den su reino a la bestia 3. Mas esta bestia de que se habla, a quien los reyes darán su potestad, no por fuerza sino voluntariamente, como se infiere claramente del mismo texto, esta bestia, ¿será acaso otro rey como ellos, o algún hombre in-dividuo y singular?

[154] Esto era necesario que se probase antes con buenas razones, y ésta debía ser como base fundamental, para poder elevar seguramente

1 Apoc. 13, 8. 2 Gen. 23, 7. 3 Apoc. 17, 13 y 17.

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un edificio tan vasto, como es una monarquía universal sobre toda tri-bu, y pueblo, y lengua, y nación. Porque si el Anticristo con que esta-mos amenazados no ha de ser un hombre individuo y singular, sino otra cosa muy diversa, con esto solo desaparece la monarquía univer-sal, con esto solo quedan falsificadas todas las noticias de que hemos hablado, y con esto solo se desvanece enteramente nuestro fantasma.

Se propone otro sistema del Anticristo

PÁRRAFO 3

[155] Que ha de haber un Anticristo, que éste se ha de revelar y de-clarar públicamente hacia los últimos tiempos, que ha de hacer en el mundo los mayores males, haciendo guerra formal a Cristo y a todo cuanto le pertenece, veis aquí tres cosas ciertas en que ningún cris-tiano puede dudar: son clarísimas y repetidas de mil maneras en las santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento. Mas ¿qué cosa par-ticular y determinada debemos entender por esta palabra Anticristo, que es tan general y tan indeterminada, que sólo significa contra Cris-to? ¿Qué especie de males ha de hacer? ¿De qué medios se ha de valer? Son otras tres cosas que no deben estar tan claras en las Escrituras como las tres primeras, pues las noticias o ideas que sobre ellas nos dan los doctores son tan varias, tan oscuras y tan poco fundadas como acabamos de observar.

[156] ¿Quién sabe si toda esta variedad de noticias (ciertamente increíbles y aun ininteligibles) se habrán originado de algún principio falso, que se haya mirado y recibido inocentemente como verdadero? ¿Quién sabe, digo, si todo el mal ha estado en haberse imaginado a es-te Anticristo, o a este contra-Cristo, como a una persona singular e in-dividua, y en este supuesto haber querido acomodar a esta persona to-das las cosas generales y particulares que se leen en las Escrituras? Si el principio fuese verdadero, parece imposible que, habiéndose traba-jado tanto sobre él por los mayores ingenios, se hubiese adelantado tan poco; mas si el principio no es verdadero, no hay por qué maravi-llarse: cualquiera médico, o cualquiera abogado, por peritos que sean, se hallan embarazados e insuficientes en una mala causa. Este princi-pio, pues, o este supuesto (o falso, o poco seguro) sobre el cual veo que proceden todos los doctores, así intérpretes como teólogos y miscelá-neos, de que tengo noticia, me parece que es el que ha hecho oscuras, inaccesibles e impenetrables muchísimas de la noticias que nos da la divina Escritura. Este principio o supuesto, mirado como cierto e in-

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222 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

dubitable, parece que es el que ha hecho imaginar, adivinar y añadir infinitas cosas y noticias que no constan de la Revelación, para que suplan el lugar de las que constan. Este principio en suma, ha hecho buscar al Anticristo, y aun hallarlo y verlo con los ojos de la imagina-ción, donde ciertamente no está, y al mismo tiempo no verlo o no co-nocerlo donde está.

[157] Casi no hay rey alguno insigne por su crueldad y tiranía con el pueblo de Dios, de quien se hable en las Escrituras, o en historia o en profecía, en el cual no vean los doctores al Anticristo, o en profecía o en figura. Faraón, por ejemplo, Nabucodonosor rey de Nínive, su ge-neral Holofernes, Salmanasar, Senaquerib, Nabuco rey de Babilonia, Antíoco Epífanes, Herodes, etc., todos estos muestran al Anticristo en figura. El rey de Babilonia, de quien sólo se habla en parábola 1, el rey de Tiro, el príncipe Gog 2, el cuerno undécimo de la cuarta bestia, el rey descripto 3, el pastor estulto, etc. 4, todos éstos muestran al Anti-cristo en profecía. ¿Qué se sigue de todo esto? Se sigue naturalmente que con este principio, con esta idea y con este supuesto, llegamos a leer aquellos lugares de la Revelación donde se nos habla de propósito del Anticristo, y no le conocemos, y nos parecen dichos lugares llenos de confusión y de tinieblas, y pasamos sobre ellos sin haber entendido ni aun sospechado lo que realmente nos anuncian.

[158] Habiendo, pues, considerado las noticias que parten de este principio, y no hallando en ellas cosa alguna en que asentar el pie, nin-guno puede tener a mal que en punto de tanta importancia, en que se trata de la salvación o perdición de muchos, no solamente de los veni-deros, sino quizá también de los presentes, busquemos otro sistema y procuremos asentar otro principio, con el cual puedan acordarse bien y fundarse sólidamente las noticias que nos da la Revelación, propo-niéndolo en cualidad de una mera consulta al examen y juicio de los interesados.

Sistema

[159] Según todas las señas y contraseñas que nos dan las santas Escrituras, y otras nada equívocas que nos ofrece el tiempo, que suele ser el mejor intérprete de las profecías, el Anticristo o el contra-Cristo de que estamos tan amenazados para los tiempos inmediatos a la veni-da del Señor, no es otra cosa que un cuerpo moral, compuesto de innu-merables individuos, diversos y distantes entre sí, pero todos unidos

1 Is. 14. 2 Dan. 7 y 11. 3 Ez. 28 y 38. 4 Zac. 11.

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moralmente, y animados de un mismo espíritu, contra el Señor, y con-tra su Cristo 1. Este cuerpo moral, después que haya crecido cuanto de-be crecer por la agregación de innumerables individuos; después que se vea fuerte, robusto y provisto con abundancia de todas las armas nece-sarias; después que se vea en estado de no temer las potencias de la tie-rra, por ser ya éstas sus partes principales; este cuerpo, digo, en este es-tado, será el verdadero y único Anticristo que nos anuncian las Escritu-ras. Peleará este cuerpo anticristiano con el mayor furor, y con toda suerte de armas, contra el cuerpo místico de Cristo, que en aquellos tiempos se hallará sumamente debilitado; hará en él los mayores y más lamentables estragos; y si no acaba de destruirlo enteramente, no será por falta de voluntad, ni por falta de empeño, sino por falta de tiempo; pues según la promesa del Señor, aquellos días serán abreviados… Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva 2. Por tanto, se hallará nuestro Anticristo, cuando menos lo piense, en el fin y término de sus días, y en el principio del día del Señor. Se ha-llará con Cristo mismo que ya baja del cielo con aquella grandeza, majestad y potencia terrible y admirable con que se describe en el ca-pítulo 19 del Apocalipsis, en San Pablo, en el Evangelio, en los Sal-mos, y en casi todos los Profetas, como lo veremos en su lugar.

[160] Para examinar este sistema, y asegurarnos de su bondad, no hemos menester otra cosa que leer con mediana atención aquellos lu-gares de la Escritura donde se habla del Anticristo, y de aquella última tribulación; especialmente aquellos pocos donde se habla, no de paso y como por incidencia, sino determinadamente y de propósito. Si todos estos lugares se entienden bien, y se explican fácilmente en un cuerpo moral, sin ser necesario usar de violencia ni de discursos artificiales; si nada se explica de un modo siquiera perceptible en una persona singu-lar, con esto solo deberá darse por concluida nuestra disputa.

Definición del Anticristo

PÁRRAFO 4

[161] Lo primero que se entiende bien en un cuerpo moral, y lo primero que no se entiende de modo alguno en una persona singular, es la definición del Anticristo. En toda la Biblia sagrada, desde el Gé-nesis hasta el Apocalipsis, no se halla esta palabra expresa y formal, Anticristo, sino dos o tres veces en la epístola primera y segunda del Apóstol San Juan, y aquí mismo es donde se halla su definición. Si preguntamos al amado discípulo qué cosa es Anticristo, nos responde

1 Sal. 2, 2. 2 Mt. 24, 22.

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por estas palabras: Todo espíritu que divide a Jesús, no es de Dios, y este tal es un Anticristo, de quien habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo 1.

[162] Os parecerá sin duda, a primera vista, que yo voy a usar aquí de algún equívoco pueril, o de alguna especie de sofisma, pues a estas palabras de San Juan les doy el nombre de verdadera definición del Anticristo, siendo cierto (como decís equivocadamente) que San Juan habla aquí sólo del espíritu, mas no de la persona del Anticristo. Mas si consideráis este texto con alguna mayor atención, si con la misma consideráis la explicación que se le da, se puede con razón esperar que el sofisma desaparezca por una parte, y se deje ver por otra donde no se esperaba.

[163] Dos cosas claras dice aquí este Apóstol a todos los Cristia-nos: primera, que el Anticristo, de quien han oído que vendrá cuando sea su tiempo, es todo espíritu que divide a Jesús. La expresión es ciertamente muy singular, y por eso digna de singular reparo. Dividir a Jesús, según su propia y natural significación, no suena otra cosa, por más que otros digan, que la apostasía verdadera y formal de la re-ligión cristiana, que antes se profesaba; mas considerada esta aposta-sía con toda su extensión, esto es, no solamente en sentido pasivo, sino también y principalmente en sentido activo, esto es, el magisterio de doctrinas blasfemas contra Cristo. La razón parece evidente y clara por su misma simplicidad: todos los Cristianos, pertenezcan al verdadero o falso cristianismo, están de algún modo atados a Jesús, y tienen a Jesús de algún modo atado consigo, pues la atadura de dos cosas es preciso que sea mutua. Esta atadura no es otra, hablando en general, que la fe en Jesús; la cual, así como puede ser una cuerda fortísima, y realmente lo es, como una cuerda de tres dobleces, cuando la acom-paña la esperanza y la caridad; así puede ser una cuerda débil e insufi-ciente cuando se halla sola, pues sin las obras es muerta, y así puede ser también una cuerda debilísima, y casi del todo inservible, si por al-guna parte está ya tocada de corrupción. Mas, o sea fuerte o fortísima la fe en Jesús, como la que tiene un buen católico; o sea la recibida en el bautismo, como la de muchos herejes; o sea debilísima, como la que tiene un verdadero hereje, o un mal católico; todas ellas son verdade-ras ataduras, que de algún modo los liga con Jesús, y forma entre ellos y Jesús cierta relación, o cierta unión mayor o menor, según la mayor o menor fortaleza de la cuerda.

[164] Ahora pues, ¿quién desata del todo a Jesús, o se desata de Jesús, que es una misma cosa? Sólo es aquél que, estando de algún modo atado con él, o teniendo con él alguna relación, renuncia ente-

1 1 Jn. 4, 3.

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ramente aquella fe en que se funda esta relación; y si antes creía en Je-sús, ya no cree; si antes creía que Jesús es Hijo de Dios hecho hombre, que es el Mesías, que es el Cristo del Señor prometido en las Escritu-ras, etc., ya nada de esto cree, ya se burla de todo y de las mismas Es-crituras, ya se avergüenza del nombre cristiano. Esto es lo que llama-mos propiamente apostasía de la religión cristiana, la cual ninguno puede dudar que está anunciada en términos bien claros para los últi-mos tiempos: El espíritu manifiestamente dice que en los postrimeros tiempos apostatarán algunos de la fe 1, dice San Pablo, y en otra par-te, que el Señor no vendrá sin que suceda primero esta apostasía 2. Es-ta anuncia San Pedro en todo el capítulo 2 de su segunda epístola, y en la católica de San Judas, y por abreviar, ésta anuncia el mismo Jesu-cristo, cuando dice como preguntando: Mas cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tierra? 3. Pues esta apostasía de la religión cristiana, este dividir a Jesús, cuando ya sea público y casi universal, cuando ya sea con guerra declarada contra Jesús, cuando no contentos muchos con haber desatado a Jesús respecto de sí mismos, procuren con todas sus fuerzas desatarlo también respecto de los otros, éste es, nos dice el amado discípulo, el verdadero Anticristo, de quien habéis oído que vendrá 4.

[165] La segunda cosa que nos dice es que este mismo Anticristo, de quien hemos oído que vendrá, estaba ya en su tiempo en el mun-do 5, porque aún en tiempo de San Juan ya comenzaba a verse en el mundo el carácter inquieto, duro y terrible del espíritu que divide a Jesús; ya muchos apostataban de la fe, renunciaban a Jesús, y eran después sus mayores enemigos, a los cuales el mismo Apóstol les da el nombre de Anticristo: Así ahora muchos se han hecho Anticristos 6; y para que ninguno piense que habla de los Judíos o de los étnicos, que en algún tiempo perseguían a Cristo y a su cuerpo místico, añade luego que estos Anticristos habían salido de entre los Cristianos: Salieron de entre nosotros. Lo mismo en sustancia dice San Pablo, hablando de la apostasía de los últimos tiempos, esto es, que en su tiempo ya comen-zaba a obrarse este misterio de iniquidad 7.

[166] De esta definición del Anticristo, que es lo más claro y expre-so que sobre este asunto se halla en las Escrituras, parece que pode-mos sacar legítimamente esta consecuencia: que el Anticristo, de quien hemos oído que ha de venir, no puede ser un hombre o persona indi-

1 1 Tim. 4, 1. 2 2 Tes. 2, 3. 3 Lc. 18, 8. 4 1 Jn. 4, 3. 5 1 Jn. 4, 3. 6 1 Jn. 2, 18. 7 2 Tes. 2, 7.

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vidual y singular, sino un cuerpo moral que empezó a formarse en tiempo de los apóstoles, juntamente con el cuerpo místico de Cristo; que desde entonces empezó a existir en el mundo, y que ahora ya está en el mundo, porque ya se está obrando el misterio de la iniquidad; que ha existido hasta nuestros tiempos; que existe actualmente, y bien crecido y robusto; y que, en fin, se dejará ver en el mundo entero, y perfecto en todas sus partes, cuando esté concluido enteramente el misterio de iniquidad. Esta consecuencia se verá más clara en la ob-servación que vamos a hacer de las ideas que nos da la Escritura del Anticristo mismo, con que nos tiene amenazados.

Ideas del Anticristo que nos da la divina Escritura

PÁRRAFO 5

[167] Si leemos toda la Escritura divina, con intención determina-da de buscar en ella al Anticristo, y entender a fondo este grande e im-portante misterio, me parece, señor mío, y estoy íntimamente persua-dido, que en ninguna otra parte podremos hallar tantas noticias, ni tan claras, ni tan ordenadas, ni tan circunstanciadas, como en el último li-bro de la Escritura, que es el Apocalipsis de San Juan. Este libro divi-no, digan otros lo que quieran, es una profecía admirable, dirigida to-da manifiestamente a los tiempos inmediatos a la venida del Señor. En ella se anuncian todas las cosas principales que la han de preceder in-mediatamente. En ella se anuncia de un modo el más magnífico la misma venida del Señor en gloria y majestad. En ella se anuncian los sucesos admirables y estupendos que han de acompañar esta venida y que la han de seguir. El título del libro muestra bien adónde se ende-reza todo, y cuál es su argumento, su asunto y su fin determinado: Apocalipsis de Jesucristo. Revelación de Jesucristo.

[168] Este título hasta ahora se ha tomado solamente en sentido activo, como si solamente significase una revelación que Jesucristo ha-ce a otro de algunas cosas ocultas o futuras; mas yo leo estas mismas palabras: Revelación de Jesucristo, y las leo muchísimas veces en las epístolas de San Pedro y San Pablo, y jamás las hallo en sentido activo, sino siempre en sentido pasivo; ni admiten otro éstas: Revelación o manifestación del mismo Jesucristo en el día grande de su segunda venida. Sólo una vez dice San Pablo, a otro propósito, que recibió el Evangelio que predicaba, no… de hombre… sino por revelación de Je-sucristo 1. Fuera de esta vez, la palabra revelación de Jesucristo siem-

1 Gal. 1, 12.

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pre siempre significa la venida del Señor que estamos esperando. En el día del advenimiento, o en el día de la manifestación de Jesucristo, son dos palabras ordinarias de que usan promiscuamente los Apósto-les, como que significan una misma cosa. ¿Por qué, pues, no podrán te-ner este mismo sentido verdadero y propísimo, en el título de un libro enderezado todo a la venida o a la revelación del mismo Jesucristo?

[169] Digo que este libro divino se endereza todo a la venida del Se-ñor; lo cual, aunque en gran parte lo conceden los expositores, sin ser-les posible dejar de concederlo, mas en el todo no parece que pueden según sus principios. Por tanto, se han esforzado en todos tiempos, unos por un camino y otros por otro, a verificar algunas o muchas pro-fecías de este libro en los sucesos ya pasados de la Iglesia, pensando que todo debe estar allí anunciado, aunque debajo de metáforas oscuras. Mas estos mismos esfuerzos de hombres tan grandes, y el poco o nin-gún efecto que han producido, parecen una prueba la más luminosa de que en la realidad nada hay en este libro de lo que se ha buscado, ni de lo que se pretende haber hallado. Una profecía, después que ha tenido su cumplimiento, no ha menester esfuerzos ni discursos ingeniosos pa-ra hacerse sentir: el suceso mismo, comparado con la profecía, persua-de clara y eficazmente que de él se hablaba, y a él se enderezaba.

[170] Es verdad que, trayéndose a la memoria algunos grandes su-cesos que se han visto en el mundo después que se escribió el Apocalip-sis, nos hacen observar aquellos lugares de este libro donde pretenden que están anunciados. Nos muestran, por ejemplo: ya la predicación de los Apóstoles y propagación del cristianismo; ya las persecuciones de la Iglesia, y la muchedumbre de mártires que derramaron su sangre y die-ron su vida por Cristo; ya el escándalo y tribulación horrible de las here-jías; ya también la fundación y propagación del mahometismo; y nos remiten para todo esto al capítulo 6, haciéndonos observar lo que se di-ce en la apertura de los cuatro primeros sellos del libro.

[171] Nos muestran la conturbación y decadencia del imperio ro-mano, la irrupción de los bárbaros a todas sus provincias, la presa y destrucción de Roma, capital del imperio, etc.; y nos remiten unos a las plagas del capítulo 8 y 9, otros a las fíalas del capítulo 16, y todos a la meretriz y su castigo del capítulo 17 y 18. Nos muestran la fundación de las religiones mendicantes, y los grandes servicios que han hecho a la Iglesia y al mundo; y nos remiten a las siete tubas o trompetas del capítulo 8 y 9.

[172] Mas si, por asegurarnos de la verdad, vamos a leer estos lu-gares a que nos remiten; si teniendo presentes todos estos sucesos ya pasados, los confrontamos con el texto de la profecía, y con todo su contexto, nos hallamos en la triste necesidad de confesar ingenuamen-te que la profecía no ha tenido hasta ahora su cumplimiento; pues

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aquellos sucesos que se le han querido acomodar por los mayores in-genios, son manifiestamente fuera del caso, son ajenos y distintísimos del texto y contexto de la profecía; ha sido necesario, para acomodar-se, no solamente el artificio y el ingenio, sino mucho más la fuerza y la violencia declarada; y aún queda todavía manifiesta la improporción y la insuficiencia, pues han quedado fuera, se han olvidado y pasado por alto, muchas circunstancias esenciales o gravísimas, que no se dejaron acomodar. Esto se ve con los ojos, me parece, en los doctores más res-petables, por otra parte, por su elocuencia y erudición; especialmente lo podéis observar en aquellos que han explicado el Apocalipsis con mayor difusión, como son Luis de Alcázar, Tirino, Alápide, Arduino, Calmet; también (si esto me es permitido) el sapientísimo Monseñor Bossuet, de cuyo sistema hablaremos adelante.

[173] Es, pues, amigo mío, no solamente probable, sino visible y casi evidente, que el Apocalipsis de San Juan, sin hablar por ahora de los tres primeros capítulos, es una profecía admirable, enderezada toda inmediatamente a la venida o a la revelación de Jesucristo. Las palabras mismas con que empieza esta profecía después de la saluta-ción a las Iglesias, hacen una prueba bien sensible de esta verdad: He aquí (dice San Juan) que viene con las nubes, y le verá todo ojo, y los que le traspasaron. Y se herirán los pechos al verle todos los linajes de la tierra 1.

[174] Dicho todo esto como de paso, y no fuera de propósito, pues nos ha de servir no pocas veces en adelante, volvamos al Anticristo. Como esta profecía del Apocalipsis, según acabamos de decir, tiene por objeto primario y principal la revelación de Jesucristo, o su venida en gloria y majestad, se recogen en ella, se unen, se explican y se acla-ran con admirable sabiduría, todas cuantas cosas hay en las Escrituras pertenecientes a esta revelación o a esta venida del Señor. No es me-nester grande ingenio, ni mucho estudio, para advertir en el Apocalip-sis aquellas frecuentísimas y vivísimas alusiones a toda la Escritura. Se ven alusiones clarísimas a los libros de Moisés, especialmente al Exo-do, al libro de Josué, al de los Jueces, a los Salmos, a los Profetas, y en-tre ellos con singularidad y con más frecuencia a los cuatro Profetas mayores, Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; tomando de ellos no so-lamente los misterios sino las expresiones, y muchas veces las palabras mismas, como observaremos en adelante.

[175] Pues como la tribulación del Anticristo, por confesión de to-dos, debe ser uno de los sucesos principalísimos, o el principal de to-dos, que ha de preceder inmediatamente a la venida o revelación de Jesucristo, es consiguiente que en esta admirable profecía se recojan

1 Apoc. 1, 7.

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todas las noticias del Anticristo que se hallan como esparcidas en toda la Escritura divina, y en efecto así es. Aquí se recogen todas, y todas se unen como en un punto de vista; aquí se ordenan, se explican y se aclaran con otras más individuales, que no se hallan en otra parte. Siendo esto así, como lo iremos viendo, y como ninguno se atreve for-malmente a negarlo, aunque tiren algunos a prescindir de ello, bus-quemos ya al Anticristo en esta última profecía.

[176] Casi todos los intérpretes del Apocalipsis convienen entre sí, como en una verdad general, que la bestia terrible de siete cabezas y diez cuernos, de que tanto se habla en esta profecía, cuya descripción en toda forma se lee en el capítulo 13, y cuyo fin en el 19, es el Anticristo mismo, de quien hemos oído que vendrá. Pues esta bestia, y todas las cosas particulares que se dicen de ella, ¿cómo se podrán acomodar, como se podrán concebir, si se habla de una persona individual y singu-lar? Consultad sobre esto los doctores más sabios e ingeniosos que han explicado el Apocalipsis. En ellos mismos hallaréis la prueba más con-vincente de la imposibilidad de esta acomodación; pues, no obstante su ingenio y sabiduría, que nadie les disputa, veréis claramente la dificul-tad y embarazo con que proceden, y la gran confusión y oscuridad en que nos dejan. La sola descripción de la bestia, aunque no se considera-se otra cosa, parece inacomodable a una persona singular: repárese.

Apocalipsis, capítulo 13

Y vi salir de la mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cuernos diez coronas, y sobre sus cabezas nom-bres de blasfemia. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como pies de oso, y su boca como boca de león. Y le dio el Dragón su poder y grande fuerza. Y vi una de sus cabezas como he-rida de muerte: y fue curada su herida mortal. Y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia. Y adoraron al Dragón, que dio poder a la bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién po-drá lidiar con ella? Y le fue dada boca con que hablaba altanerías y blasfemias: y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos me-ses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su nombre y su tabernáculo, y a los que moran en el cielo. Y le fue dado que hiciese guerra a los Santos, y que los venciese. Y le fue dado po-der sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación. Y le adoraron to-dos los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están es-critos en el Libro de la vida del Cordero, que fue muerto desde el principio del mundo. Si alguno tiene oreja, oiga 1.

1 Apoc. 13, 1-9.

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Explicación de este misterio, supuesto que el Anticristo sea una persona singular

PÁRRAFO 6

[177] La explicación de este gran misterio, que se halla común-mente en los expositores y en algunos teólogos insignes, parece sin duda otro misterio mayor o más impenetrable; para mí a lo menos lo es tanto, que ya he perdido la esperanza de entenderla. Dicen prime-ramente y en general, que la bestia de que aquí se habla no es otra cosa que el Anticristo, cuyo reinado y principales operaciones se nos anun-cian por esta metáfora terrible. Mas como este Anticristo debe ser en su sistema una persona individua y singular, les es necesario acomo-dar a esta persona siete cabezas, y explicar lo que esto significa; es ne-cesario acomodarle al mismo tiempo diez cuernos, todos coronados, y es necesario acomodarle otras particularidades que se leen en el texto sagrado. Yo sólo busco por ahora la explicación de solas tres, sin cuya inteligencia todas las demás me parecen inaccesibles: primera, las sie-te cabezas de la bestia; segunda, sus diez cuernos; tercera, la cabeza herida de muerte 1 y su milagrosa curación.

[178] Cuanto a lo primero, nos aseguran que la bestia en general es el Anticristo; mas como este Anticristo ha de ser un monarca universal de toda la tierra; como para llegar a esta grandeza ha de hacer guerra formal a todos los reyes, que en aquel tiempo, dicen, serán solos diez en todo el orbe; como de estos diez ha de matar tres, y los otros siete los ha de sujetar a su dominación; por eso estos siete reyes, súbditos ya del Anticristo y sujetos a su imperio, se representan en la bestia como ca-bezas suyas: Tenía (se dice en el Apocalipsis) siete cabezas. Ahora bien, estos tres reyes muertos por el Anticristo, y estos siete vencidos y suje-tos a su dominación, debe de ser una noticia indubitable, y constar ex-presamente de la Revelación, pues sobre ella se funda la explicación de las siete cabezas de la bestia. No obstante, si leemos el lugar único de la Escritura a donde nos remiten, nos quedamos con disgusto y descon-suelo de no hallar en él tal noticia, o de no hallarla como la explicación la había menester: una circunstancia que es la única que podía servirle, ésa es puntualmente la que falta en el texto. Explícome. Hallamos en el capítulo 7 de Daniel una bestia terrible con diez cuernos, los cuales fi-guran otros tantos reyes, como allí mismo se dice; hallamos que entre estos diez cuernos sale otro pequeño al principio, mas que con el tiem-po crece y se hace mayor que todos; hallamos que, a la presencia de este último cuerno ya crecido y robusto, caen y son arrancados tres de los

1 Apoc. 13, 3.

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diez, lo cual, como se explica allí mismo, quiere decir que este cuerno o esta potencia humillará tres reyes 1, y humillar no es lo mismo que matar; buscamos después de esto lo que debe suceder con los otros siete reyes que quedan, y no hallamos que se hable de ellos ni una sola palabra. ¿Cómo, pues, se asegura sobre este solo fundamento, y se ase-gura con tanta formalidad, que el Anticristo matará tres reyes, y suje-tará a su dominación los otros siete? El texto sólo dice que este último cuerno humillará tres; y si los otros siete son vencidos y obligados a recibir el yugo de otra dominación, ¿qué mayor humillación pueden sufrir? Luego en este caso debía decir que humillará no sólo tres 2, sino todos los diez. Fuera de esto, ¿con qué razón, con qué fundamento, con qué propiedad se puede decir que este cuerno terrible será el Anti-cristo, y no la bestia misma espantosa y prodigiosa 3, que lo tiene en su cabeza, y usa de él, y lo juega según su voluntad?

[179] Crece mucho más el embarazo de esta explicación, si consi-derando la bestia del Apocalipsis, pedimos que nos muestren en ella con distinción y claridad la persona misma del Anticristo. Por una par-te nos dicen en general que es la bestia; por otra parte nos dicen que sus siete cabezas son siete reyes súbditos suyos que él (Anticristo) ha vencido y humillado, y que los tiene prontísimos a ejecutar todas sus órdenes y voluntades. Y la persona misma de este Anticristo, digo yo, ¿cuál es? O es el cuerpo trunco de la bestia, solo y sin cabeza alguna (el cual no puede llamarse bestia sin una suma impropiedad), o aquí falta otra cabeza mayor que todas, que a todas las domine, y de todas se ha-ga obedecer. Es más que visible el embarazo en que se hallan aquí to-dos los doctores, y es igualmente más que visible que procuran disi-mularlo como si no lo viesen, por lo cual no reparan en avanzar una especie de contradicción, diciendo o suponiendo: que una de las siete cabezas de la bestia es la persona misma del Anticristo; por otra parte, las siete cabezas de la misma bestia son los siete reyes que han queda-do vivos, aunque vencidos y sujetos a la dominación del Anticristo; luego la persona misma del Anticristo es uno de los siete reyes, etc.; luego siendo estos siete reyes, como son, las cabezas de la bestia, son al mismo tiempo solas seis. ¡Enigma ciertamente difícil e inexplicable, para cuya resolución no tenemos regla alguna en la aritmética, ni tam-poco en el álgebra! Según esta cuenta, parece claro que o sobra aquí la persona del Anticristo, o falta alguno de los siete reyes.

[180] La segunda cosa que se debe explicar son los diez cuernos todos coronados que tiene la bestia 4. El texto sólo dice que la bestia

1 Dan. 7, 24. 2 Dan. 7, 24. 3 Dan. 7, 7. 4 Apoc. 13, 1.

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tenía diez cuernos propios suyos: Y diez cuernos, y sobre sus cuernos diez coronas; mas no dice si todos diez estaban en una sola cabeza, o si estaban repartidos entre todas: esta circunstancia no se expresa. No obstante, los doctores los ponen todos diez o los suponen en una sola cabeza, a quien hacen la persona del Anticristo; y así dicen que los diez cuernos son los diez reyes que entonces habrá en el mundo, todos súbditos del Anticristo, y prontos a ejecutar sus órdenes. De aquí se si-gue otra especie de contradicción u otro enigma, no menos oscuro y difícil de resolver, esto es, que el Anticristo tendrá a su disposición diez reyes todos coronados, y por consiguiente vivos y actualmente reinan-tes, y al mismo tiempo sólo tendrá siete. ¿Por qué? Porque según nos acaban de decir en la explicación de las siete cabezas, éstas significan los siete reyes que han de quedar vivos y súbditos del Anticristo, des-pués de la muerte de los otros tres. Si sólo han quedado siete vivos, ¿cómo aparecen en la cabeza de la bestia todos diez coronados? Podrá decirse que, en lugar de los tres reyes muertos, pondrá de su mano el Anticristo otros tres, que le quedarán obligados, y lo servirán con em-peño y fidelidad, con los cuales se completará el número de diez. Pero además que esto sólo podrá decirse libremente, sin apariencia de fun-damento, en este caso fueran también diez y no siete las cabezas de la bestia, pues según la explicación, lo mismo significan las cabezas que los cuernos; luego si los cuernos son diez reyes, por haber entrado tres de nuevo y ocupado el lugar de los tres muertos, por esta misma razón deberán ser diez las cabezas.

[181] La tercera cosa que hay que explicar es la herida de muerte de una de las siete cabezas, su maravillosa curación, y lo que de esto resultó en toda la tierra: Y vi (dice el texto) una de sus cabezas como herida de muerte, y fue curada su herida mortal. Y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia… y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? Los intér-pretes se dividen aquí en dos opiniones. La primera dice que uno de aquellos siete reyes súbditos ya del Anticristo, o morirá realmente, o enfermará de muerte sin esperanza alguna de vida; y el Anticristo pú-blicamente, a vista de todos y sabiéndolo todos, lo resucitará y lo sana-rá por arte del diablo. La segunda opinión comunísima dice que la ca-beza herida de muerte será el mismo Anticristo, que es una de las sie-te, el cual morirá y resucitará al tercero día, todo fingidamente, para imitar con esto (añaden con gran formalidad) la muerte y resurrección de Cristo. De aquí resultará en toda la tierra una tan grande admira-ción, que todos sus habitadores adorarán como a Dios al mismo Anti-cristo que hizo aquel milagro, y también al Dragón o al diablo, que le dio tan gran potestad. ¡Oh, qué ignorantes, qué rústicos, qué groseros, qué brutales estarán en aquellos tiempos todos los habitadores de la

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tierra, pues un juego de manos de un charlatán bastará para llenarlos a todos de admiración, para hacerlos hincar las rodillas al mismo char-latán como a Dios, y también para adorar como a Dios al mismo Sata-nás! Es de creer que en aquellos tiempos ya no habrá en el mundo ni filósofo, ni filosofía; ya no habrá crítica; ya no habrá sentido común; ya no habrá lumbre de razón. ¡Qué mucho que entre gente tan bárbara se haga el astuto judío monarca universal, y Dios de toda la tierra!

[182] Ahora bien, esta imitación de la muerte y resurrección de Cristo, ¿para qué la habrá menester el Anticristo? ¿Acaso para que lo tengan por el verdadero Mesías prometido en las Escrituras? Sí, pun-tualmente para esto. ¿Pero quiénes? Todos los habitadores de la tierra se reducen fácilmente a cuatro clases de personas: cristianos, tomada esta palabra latísimamente con toda su extensión, otros étnicos, otros mahometanos, otros judíos. ¿Para cuál de estas cuatro clases de gentes podrá ser a propósito aquel milagro? ¿A cuál de ellas pretenderá per-suadir el Anticristo que es el verdadero Mesías? ¿A los Cristianos? Cierto que no; respecto de éstos el milagro probará lo contrario: pro-bará, digo, que no puede ser Cristo verdadero, sino fingido, un hombre que muere, aunque resucite luego, pues que, habiendo Cristo resuci-tado de entre los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará más de él 1. Cristo verdadero que murió y resucitó una vez, no puede volver a morir. Ninguno supone al Anticristo tan necio y estulto, que no sea capaz de ver inconveniente tan palpable. ¿Será acaso el milagro para los étnicos o gentiles? Tampoco. Como éstos no tienen idea algu-na del Mesías, ni de lo que de él está escrito, ni de las Escrituras que lo anuncian, podrán admirarse, cuando más, de ver resucitar un muerto, sin pasar por esto a adorar como a Dios al mismo muerto, ni al diablo que lo resucitó; mucho menos podrán pasar a adorar a este muerto re-sucitado como al Mesías y Cristo prometido en las Escrituras, las cua-les son para ellos como un libro cerrado y sellado, como se debe supo-ner. Lo mismo digo de los mahometanos.

[183] No nos queda, pues sino la última clase de gentes, que son los Judíos. Así la muerte y resurrección del Anticristo será solamente para engañar a los Judíos, los cuales por sus mismas Escrituras podrán tener alguna luz de la muerte y resurrección de su Mesías; mas, no obstante esta luz de las Escrituras, que en otros tiempos de menos ceguedad los debía haber alumbrado mucho más, es cierto que esa muerte y resu-rrección del verdadero Mesías fue para ellos piedra de tropiezo, y pie-dra de escándalo, el cual escándalo no se les pudo quitar ni mitigar con decirles y probarles luego que había resucitado según las Escrituras. Al mismo Mesías, cuando les habló claramente de su muerte, le res-

1 Rom. 6, 9.

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pondieron como escandalizados: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre; pues ¿cómo dices tú: Conviene que sea alzado el Hijo del Hombre? 1. Tan lejos como esto estaban de pen-sar que su Mesías podía morir, aunque fuese para luego resucitar. ¿Y creemos que recibirán por su Mesías al Anticristo por verlo morir y re-sucitar? ¿Y creemos que recibirán al Anticristo, que se fingirá muerto y resucitado para que los Judíos lo crean y reciban por su Mesías?

[184] A todo esto se añade, y debe añadirse, otra reflexión, esto es, que en el tiempo de la herida y curación de una de las cabezas de la bestia, los más de los doctores suponen ya al Anticristo monarca uni-versal de toda la tierra; ya suponen muertos tres reyes, y sujetos a su obediencia todos los demás; por consiguiente ya lo suponen creído mucho antes de los Judíos, y recibido por su rey y Mesías; pues, según ellos mismos, ésta ha de ser la primera empresa del Anticristo, aun an-tes de salir de Babilonia. ¿Para qué, pues, podrá ser buena esta ficción de muerte, y de muerte no natural sino violenta (porque el texto dice: como herida de muerte), cuando ya los Judíos lo adoran como a su Mesías, y lo restante del linaje humano como a su rey y como a su Dios? Verdaderamente que la explicación, mirada por todos sus aspec-tos, parece bien difícil de comprenderse. Por una parte, la bestia de siete cabezas y diez cuernos es el Anticristo; por otra parte, el Anticris-to no es más que una de las siete cabezas de la bestia; por una parte, las siete cabezas son siete reyes vencidos del Anticristo y súbditos su-yos; por otra parte, el Anticristo mismo es uno de los siete; por una parte, los diez cuernos son diez reyes coronados, vivos y sanos, que sirven al Anticristo; por otra parte, no pueden señalarse arriba de sie-te, pues el Anticristo mismo mató tres, que no quisieron servirle de cuernos, etc. ¡Qué oscuridad! La causa de todo no parece que pueda ser otra, sino el sistema o principio sobre que se ha procedido, miran-do a este Anticristo como a una persona individua y singular.

Se propone otra explicación de todo este misterio en otro principio

PÁRRAFO 7

[185] Figurémonos ahora de otro modo diverso al Anticristo o contra-Cristo que esperamos, o por mejor decir, tememos, no ya como un triste judío, recibido de sus hermanos por su rey y Mesías, no ya como un monarca universal de toda la tierra, ni tampoco como una persona singular, sino como un gran cuerpo moral, compuesto de mi-llares de personas diversas y distintas entre sí, mas todas unidas y de

1 Jn. 12, 34.

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acuerdo para ciertos fines; todas animadas de aquel espíritu fuerte, inquieto, audaz y terrible, que divide a Jesús; todas armadas, y ya co-mo en orden de batalla, contra el Señor y contra su Cristo. En este Anticristo, así considerado, se entienden al pronto con gran facilidad todas las cosas que para los tiempos últimos nos anuncian en general las Escrituras, y se entiende en particular todo el misterio de la bestia de que vamos hablando.

[186] En este Anticristo se comprende bien, lo primero, la metáfora de siete cabezas en una bestia; se concibe, digo, cómo siete cabezas di-versas entre sí, o siete falsas religiones, que pueden entrar en una mis-ma idea o proyecto particular, se unirán para esto en un solo cuerpo, es-to es, para hacer guerra en toda forma al cuerpo y Cristo, y a Cristo mismo, no en alguna parte determinada de la tierra, sino en toda ella y a un mismo tiempo. Se comprende bien, lo segundo, la metáfora de los diez cuernos todos coronados; y se concibe sin dificultad cómo diez o más reyes, o por seducción o por malicia, pueden entrar en el mismo sistema o misterio de iniquidad, prestando a la bestia, compuesta ya de siete, toda su autoridad y potestad 1, ayudándola para aquella empresa del mismo modo que ayudan sus cuernos a un toro para herir y hacerse temer. Se concibe en fin, cómo una de las siete cabezas, o una de las sie-te bestias unidas, puede recibir algún golpe mortal, y no obstante ser curada la llaga metafórica por la caridad y solicitud, industrias y lágri-mas de sus hermanas. Todo esto se concibe sin dificultad, y si no pode-mos asegurarlo con toda certidumbre, podemos a lo menos sospecharlo como sumamente verosímil, y de la sospecha vehemente pasar a una más atenta y más vigilante observación. Esto es lo que yo pretendo en todo este escrito, y lo que tantas veces nos encarga el Evangelio: Velad pues… para que seáis dignos de evitar todas estas cosas que han de ser, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre 2.

[187] Para no repetir aquí lo que queda dicho en otra parte, sería conveniente y aún necesario leer otra vez todo el párrafo 7 del fenó-meno antecedente, trayendo también a la memoria lo que dijimos so-bre las cuatro bestias de Daniel. Estas cuatro bestias tienen una rela-ción tan estrecha con la bestia del Apocalipsis, que más parece identi-dad que parentesco. El misterio es seguramente el mismo sin diferen-cia sustancial; de modo que aquellas cuatro, una vez conocidas, nos abren la inteligencia de esta última; y esta última, conocida por aque-llas cuatro, las explica más, las aclara más, y les da un cierto aire de vi-veza tan natural, que parece imposible moralmente desconocerlas; por consiguiente, también parece imposible, moralmente hablando, dis-

1 Apoc. 17, 13. 2 Lc. 21, 36.

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tinguir el un misterio del otro. Yo, a lo menos, no hallo otra diferencia, sino que el Profeta toma a las bestias cada una de por sí, mirando a cada una separadamente desde su nacimiento, y siguiéndola en espíri-tu desde su tiempo hasta otro; San Juan, por el contrario, las toma to-das juntas y unidas en un mismo cuerpo, como que solamente las con-sidera en el estado de madurez y perfección brutal que han de tener en los últimos tiempos, pues estos últimos tiempos son el asunto inme-diato y único de su profecía. En lo demás el Profeta y el Apóstol van perfectamente conformes.

[188] San Juan dice que la bestia que vio tenía siete cabezas 1, que es lo mismo que decir, ni sé qué otra cosa se pueda decir más natural, que a siete bestias, diversas entre sí, las vio unidas en un mismo cuerpo, y animadas de un mismo espíritu. Daniel, aunque sólo nombra cuatro, mas estas cuatro son siete en la realidad, pues la tercera, que es el pardo, se compone de cuatro 2; y estas cuatro con las dos primeras, leona y oso, y con la última terrible, hacen siete. San Juan dice de su bestia que era semejante a un pardo con boca de león y pies de oso 3; conque la compa-ra al mismo tiempo, y la asemeja, al león, oso y pardo. Estas son pun-tualmente las tres primeras bestias de Daniel: mejor diremos las seis primeras, pues en el pardo se incluyen cuatro, escondidas y cubiertas con una misma piel, que no se conocen si no sacaran fuera las cabezas. A la bestia que falta no se le halla semejanza con las otras bestias co-nocidas, y por eso no se le pone nombre, ni en el Apocalipsis, ni en Da-niel; sólo dice este Profeta que no tenía semejanza alguna con las otras: Y era desemejante a las otras bestias que yo había visto antes de ella.

[189] San Juan dice de su bestia que la vio salir del mar 4; lo mis-mo dice Daniel de sus cuatro bestias, y casi con las mismas palabras 5. San Juan nos representa su bestia con diez cuernos todos coronados 6; lo mismo en sustancia hace Daniel, con esta sola diferencia: que pone los diez cuernos en la cabeza de la última bestia, porque a ésta la con-sidera en sí misma, y como separada de las otras; mas San Juan, que la considera unida con las otras, y formando entre todas un solo cuerpo, o una sola bestia, pone todos los diez cuernos en esta bestia, o en este conjunto, sin decirnos en particular si están todos en una cabeza, o re-partidos entre todas, o todos en cada una. Los diez cuernos, dice Da-niel, y lo mismo dice San Juan, significan diez reyes (sea éste un nú-mero determinado o indeterminado, hace poco a la sustancia del mis-

1 Apoc. 13, 1. 2 Dan. 7, 6. 3 Apoc. 13, 2. 4 Apoc. 13, 1. 5 Dan. 7, 3. 6 Apoc. 13, 1.

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terio). Estos diez cuernos los vio Daniel en la cabeza de su última bes-tia, que es visiblemente la que debe hacer el papel o figura principal en esta tragedia; porque si esta bestia se considera en sí misma, prescin-diendo de las otras, los cuernos parece que han de ser propios suyos; ella los ha de criar, y sustentar, y arraigar con grandes cuidados, como que le son infinitamente necesarios para poner en obra sus proyectos.

[190] Mas cuando esta bestia se trague las otras, es decir, cuando traiga a su partido un número suficiente de individuos pertenecientes a las otras bestias; cuando les haga entrar en sus impías ideas; cuando en todas las partes del mundo haga declararse formalmente contra Cristo muchos étnicos, muchos Mahometanos, y principalmente muchísimos Cristianos de los que pertenecen al falso cristianismo, aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero 1; cuando en suma, todos estos formen con ella un solo cuerpo, y sean animados de un mismo espíritu (que es el estado en que los considera San Juan); entonces todos los cuernos serán comunes a todas las cabezas, o a todas las bestias unidas; todas herirán o espantarán con ellos, y todo aquel cuerpo de iniquidad estará como en seguro por los cuernos; será como una consecuencia necesaria que tiemble en su presencia toda la tierra, que se rindan sus habitadores, y que le hinquen la rodilla, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? 2.

El cuerno undécimo

PÁRRAFO 8

[191] Hasta aquí parece que van conformes las dos profecías, no ha-llándose entre ellas otra diferencia, como acabamos de decir, sino que la una considera todas las bestias en un cuerpo, y la otra las considera divididas. Fuera de esto, es fácil notar otra diferencia que pudiera cau-sar algún embarazo. Si el misterio de las cuatro bestias de Daniel (se puede oponer) es lo mismo en sustancia que el del Apocalipsis, ¿por qué San Juan no hace mención alguna de aquel cuerno insigne, que ha-ce tanto ruido en la cabeza de la cuarta bestia, siendo éste un suceso tan notable que los doctores piensan comúnmente que este cuerno es el Anticristo mismo? A esta dificultad se responde, lo primero, que aun-que el misterio sea en sustancia el mismo, no por eso es preciso que en ambos lugares se noten todas sus circunstancias; esto es frecuentísimo en todas las profecías que miran a un mismo objeto. En unas se apun-tan unas circunstancias que faltan en otras, y, al contrario, aun en los cuatro Evangelios se ve practicada casi continuamente esta economía.

1 Dan. 7, 8. 2 Apoc. 13, 4.

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Lo segundo que se responde es que este mismo silencio del Apocalipsis respecto del undécimo cuerno es una prueba clara y sensible de que es-te cuerno no es el Anticristo; pues hablando San Juan de propósito del Anticristo, dando tantas noticias y tan individuales de esta gran tribu-lación, con todo eso omite este suceso particular, como si fuese ajeno del Anticristo, o no tan esencial al misterio de iniquidad. Síguese de aquí que, si este cuerno último, o este rey, o esta potencia, es propia-mente el Anticristo, luego no es la bestia del Apocalipsis; y si esta bes-tia es el Anticristo, como parece innegable por el contexto de toda la profecía, luego no es el cuerno undécimo de que se habla en Daniel.

[192] El Anticristo, señor mío, no es ni puede ser un cuerno solo de la bestia, ni aun todos juntos. El Anticristo perfecto y completo, como lo esperamos para los últimos tiempos y como lo considera San Juan, es la bestia misma del Apocalipsis con sus siete cabezas y diez cuernos. Las siete cabezas no son otra cosa, como acabamos de decir, que las siete bestias unidas, diversas, unidas en un cuerpo, y animadas de un mismo espíritu, o muchísimos individuos de cada una de ellas. Los cuernos son únicamente las armas de la bestia para defenderse y ofender: ni pueden significar otra cosa. Si Daniel, pues, nombra otro cuerno más, fuera de los diez; si de éste se dice que tenía ojos como ojos de hombre, y boca que hablaba cosas grandes 1; que será mayor o más fuerte que los otros; que humillará tres de ellos, etc.; lo que quiere decirnos es que su bestia cuarta, en cuya cabeza se ve este cuerno, co-mo todos los otros, se servirá más de él, y hará más daño con él solo que con los otros diez. Tal vez la bestia misma se valdrá de este cuerno para humillar tres de los diez que no viere tan arraigados en su cabeza, o tan prontos a servirla como ella los quisiera. Digámoslo todo. ¿Quién sabe, amigo, si este cuerno terrible, o esta potencia, producción propia de la cuarta bestia, la tenemos ya en el mundo, y por verla todavía en su infancia no la conocemos? Pero no nos metamos a profetas. Esto el tiempo lo puede aclarar. No obstante, parece que sería grande cordura estar en vigilancia y atender a todo, porque todo puede conducir al co-nocimiento de los tiempos.

[193] Nos queda ahora que explicar en nuestro principio lo más oscuro y difícil de este misterio, esto es, la herida mortal que ha de re-cibir la bestia en una de sus cabezas, y su curación prodigiosa e inespe-rada con admiración de toda la tierra. No esperéis, señor, que yo os di-ga sobre esto alguna cosa cierta, o que pueda probarla con algún fun-damento real. El misterio no solamente es futuro, sino oculto debajo de una metáfora, no menos oscura que admirable; la cual metáfora, ni se explica en la profecía, ni hay en toda la Escritura santa algún otro

1 Dan. 7, 8.

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lugar que pueda abrirnos la inteligencia. Si queréis recibir y contenta-ros por ahora con meras conjeturas o sospechas, pero vehementes, pe-ro verosímiles, pero inteligibles, esto es todo lo que en el estado pre-sente podemos ofrecer. En un asunto de tanta importancia, parece bueno y seguro estar siempre sobre aviso, para que el suceso no nos halle tan descuidados, que no lo hayamos divisado, antes que llegue, por alguna de sus señas.

Se explica la herida y curación de una de las cabezas de la bestia,

y todas sus resultas

PÁRRAFO 9

[194] Yo debo suponer, y supongo por ahora, amigo mío, que ya tenéis ideas bastante justas de la cuarta bestia de Daniel, y de los ma-les que en ella se comprenden y anuncian al mísero linaje de Adán. Del mismo modo, debo suponer que no sois tan corto de vista que no veáis o no conozcáis, en medio de tantas señas, que esta misma bestia cuar-ta de Daniel la tenemos ya nacida y existente en el mundo, aunque to-davía cubierta con no sé qué piel finísima, agradable a todos los senti-dos, que disimula no poco su ferocidad natural. No obstante, por poco que se mire, es bien fácil reparar en ella cierta cualidad peculiar que resalta sobre su misma piel, que no le es posible encubrir del todo, y parece su propio y natural carácter: quiero decir, el odio formal a Cris-to y a su cuerpo. A las otras religiones, sean las que fueren, cúbranse o no se cubran con el nombre de cristianos, las mira con suma indife-rencia, no las odia, no las injuria, no las insulta, antes muchas veces las lisonjea con fingidos elogios. Buscad la verdadera razón de esta di-ferencia, y me parece que la hallaréis al punto, es a saber, que todas las otras religiones, por falsas y ridículas que sean, no le incomodan de modo alguno; no son capaces de hacerle resistencia, antes pueden ayudarle con servicios más oportunos. Las puede muy bien unir consi-go, formar con ellas un mismo cuerpo, y hacer que este cuerpo se ani-me de aquel espíritu terrible que a ella le agita. En esto no aparece re-pugnancia ni dificultad.

[195] La dificultad y repugnancia está en unir a su cuerpo el cuer-po de Cristo, y a su espíritu altivo y orgulloso, el espíritu dulce y pacífi-co de Cristo. Esto sería lo mismo que unir la luz con las tinieblas, la verdad con la mentira, y a Cristo con Belial. Esto sería animar un mis-mo cuerpo con dos espíritus infinitamente diversos, opuestos y con-trarios, como son uno que quiere a Jesús, otro que lo rechaza; uno que lo ata, otro que lo desata; uno que lo ama, otro que lo aborrece. No ha-

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biendo, pues, repugnancia alguna ni gran dificultad, en que la bestia cuarta una consigo las otras bestias, o un número suficiente de indivi-duos de todas ellas, y haciéndose por otra parte las diligencias que pa-ra esto se hacen, podemos ya profetizar, sin ser profetas, que final-mente lo conseguirá, y que llegará tiempo en que el mundo vea entera y perfecta una bestia monstruosa compuesta de siete, conforme la des-cribe San Juan en el capítulo 13 de su profecía. Con esta idea sencilla y clara, se concibe al punto cómo pueda suceder naturalmente la cir-cunstancia particular de que habla San Juan, diciendo que vio una de sus cabezas como herida de muerte: y fue curada su herida mortal, etc.: y cómo esta bestia, compuesta ya de siete, pueda recibir un golpe terrible en una de sus cabezas, y sanar después de algún tiempo con asombro de toda la tierra.

[196] Imaginad, para esto, que alguna de las bestias unidas no se acomode bien con aquella mezcla; que le desagraden y le causen un verdadero enfado alguna o muchas de aquellas ideas ciertamente bes-tiales; que resista de algún modo, o no quiera dejarse gobernar de aquel espíritu inquieto y tumultuoso, que debe animar a todo el cuer-po; que en fin, descontenta y desengañada, dé muestras de querer oír la verdad, de querer para esto desatarse de aquel cuerpo y de aquel es-píritu que lo ama, y se desata efectivamente; veis aquí con esto solo al-terada y desconcertada toda la bestia, y como en peligro de perderlo todo; veis aquí puestos en movimiento la tierra y el infierno, para ha-ber modo de curar aquella llaga, y remediar aquel mal; veis aquí pues-tas, en mayor y más acelerado movimiento, todas aquellas máquinas ingeniosas que hasta ahora se han movido, y no cesan de moverse, pa-ra volver a unir al cuerpo común aquella cabeza que ya casi muere, (muere, digo, respecto del cuerpo de iniquidad). Si esto se consigue, ya tenemos hecho el milagro que debe admirar a toda la tierra, y llenarla de nuevo espanto y temblor, haciendo decir a sus habitadores: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién podrá lidiar con ella? Esta cabeza herida puede ser verosímilmente alguna de las cuatro del falso cristia-nismo, por ejemplo, la segunda; mas esto no es posible asegurarlo, porque así como puede ser una, así puede ser otra.

[197] Yo me inclino más, por ciertas señales (llevando el misterio por otra vía que creo más recta), a pensar o sospechar que este golpe duro y terrible lo ha de recibir de la mano omnipotente de Dios vivo la cabeza más culpada de todas, la más impía, la más audaz, la que mue-ve o ha de mover toda la máquina, y parece que esto deberá suceder hacia los principios de la impía unión. Dios tiene medios o modos que no somos capaces de prever. Acaso este golpe terrible se lo dará por medio de aquellos tres reyes que han de ser humillados por el cuerno undécimo, y acaso esta humillación de estos tres reyes será una resulta

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de su fidelidad y celo por la defensa de la religión. Y acaso, en fin, esta misma humillación de tres reyes cristianos y píos, que podían hacer alguna oposición, será todo el bálsamo necesario y eficaz para curar aquella herida. En todo esto no se ve repugnancia, ni embarazo, ni in-verosimilitud alguna, pues en este caso parece una consecuencia nece-saria que, herida la cabeza principal de la bestia, se disuelva al punto, y desaparezca por algún tiempo, todo aquel cuerpo de iniquidad; que las otras cabezas se separen unas de otras, y que se escondan donde pudieren, mientras se pone en cura formal la cabeza enferma, es decir, mientras la filosofía, ayudada de todo el infierno, halla modo de reme-diar aquel mal, volviendo a trabajar de nuevo sobre fundamentos más sólidos y más infernales.

[198] Así se entiende de algún modo otro texto o enigma oscurísi-mo del capítulo 17 del Apocalipsis: La bestia que has visto, se le dice a San Juan, fue, y no es, y saldrá del abismo, e irá en muerte; y se ma-ravillarán los moradores de la tierra, aquéllos cuyos nombres no es-tán en el libro de la vida desde la creación del mundo, cuando vean la bestia que era, y no es… Y la bestia que era, y no es, y ella es la octa-va, y no es de las siete… 1. Para mejor y más clara inteligencia de este enigma, conviene tener presente una cosa fácil de observar en muchí-simas profecías, es a saber, que muchas veces hablan los Profetas de un suceso futuro como si lo tuviesen presente, como si ellos mismos se hallasen presentes en aquel tiempo mismo en que han de suceder, y fuesen testigos oculares. No me detengo en citar ejemplares, por ser esto tan frecuente y tan obvio, que cualquiera lo puede reparar; lo cual supuesto, podemos ahora imaginar que aquellas palabras enigmáticas se las dice el ángel a San Juan en aquel espacio de tiempo que debe co-rrer entre la herida de la bestia y su curación, como si hubiesen sido testigos oculares de aquel golpe mortal. En este tiempo y en estas cir-cunstancias se verifica, lo primero: que la bestia fue, y no es 2, porque el golpe terrible que cayó sobre la cabeza principal debió necesaria-mente asustar las otras; y este susto repentino e inesperado debió na-turalmente hacerlas huir, y separarse las unas de las otras, y por con-siguiente disolver todo aquel cuerpo que ellas formaban con su unión.

[199] Se verifica, lo segundo: que esta misma bestia que ha desa-parecido por el golpe mortal de una de sus cabezas, volverá a salir del abismo, donde debe tratarse con gran calor de su restitución y resta-blecimiento, aplicando para esto, en primer lugar, prontos y eficaces remedios a la cabeza enferma. Saldrá del abismo: y luego que salga del abismo, y se deje ver otra vez en el mundo, se maravillarán los

1 Apoc. 17, 8 y 11. 2 Apoc. 17, 8.

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moradores de la tierra…, cuando vean la bestia que era, y no es… Se verifica, lo tercero: que se concibe bien cómo esta bestia herida, y res-tablecida a su entera salud, saliendo del abismo y dejándose ver de nuevo en el mundo, aparecerá como una bestia nueva, como una bes-tia resucitada; por lo cual, siendo la misma, aun siendo una de las sie-te, se podrá llamar con toda verdad y propiedad la octava 1, porque vendrá del abismo con nuevos bríos, con nuevos proyectos, con nuevo y mayor furor, y armada de nueva fortaleza. Diréis, sin duda, que aun-que todo esto puede suceder así, pues en ello no aparece repugnancia alguna, pero a lo menos es incierto, y puede suceder de otro modo, que por ahora no alcanzamos. Yo lo confieso, amigo mío, sin dificultad. ¿Qué certidumbre podemos tener en cosas que, aunque reveladas, ha querido Dios tenerlas ocultas hasta su tiempo debajo de metáforas os-curas? Mas no por esto se sigue que se deba todo despreciar, cuando nada se arriesga en tener presentes estas ideas, antes se puede avanzar infinito, estando con ellas a la mira, para ver por dónde asoma un mis-terio que interesa tanto a todos los que tienen alguna lumbre de fe, y desean asegurar una eternidad.

[200] Fuera de que, si comparáis la explicación que acabamos de dar al enigma en otro principio, con la que se halla en los intérpretes del Apocalipsis en el suyo, deberéis ver con vuestros ojos la grande y notable diferencia.

[201] Dado caso que se entienda, o se pueda concebir, de algún modo seguido y verosímil, lo que nos dicen o quieren decirnos (lo cual, en su Anticristo individuo y personal, nos parece imposible moral-mente), a lo menos no hallamos en esta explicación ni apariencia de fundamento, ni tampoco esperanza de utilidad. Ved aquí toda la expli-cación reducida a pocas palabras. La bestia que has visto, fue, y no es… Esto significa, nos dicen, la poca duración del reino, o monarquía universal del Anticristo, que sólo será de tres años y medio, el cual es-pacio de tiempo es tan corto en la realidad, que se puede contar por nada, y así se puede decir con verdad, fue y no fue; esto es, fue, y no fue, o será, y no será; y saldrá del abismo… Estas palabras, prosiguen explicando, no quieren decir que el Anticristo saldrá otra vez del abis-mo, después que ya fue, y no es; sino simplemente que saldrá del abis-mo, y habiendo salido del abismo, esto es, del consejo o conciliábulo de Satanás y sus ángeles, durará tan poco su monarquía que se podrá decir con cierta propiedad, fue, y no fue; o fue, y no es… Leed el texto cien veces, y siempre hallaréis todo lo contrario.

[202] Y ella es la octava… Quiere decir, concluyen, que el Anti-cristo, en cuanto rey particular de los Judíos, será una de las siete ca-

1 Apoc. 17, 11.

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bezas de la bestia; pero en cuanto rey universal de toda la tierra será la octava. Mas como nos dicen por otra parte que las siete cabezas de la bestia son siete reyes vencidos por el Anticristo y sujetos a su domina-ción, podremos concluir legítimamente que el Anticristo, en cuanto rey universal de toda la tierra, habrá ya vencido y sujetado a su domi-nación al mismo Anticristo, en cuanto rey particular de los Judíos. Si toda esta explicación del enigma propuesto no tiene otro defecto que la mera incertidumbre de las cosas que dice, o que pretende suponer, yo lo dejo enteramente a vuestro examen y a vuestra decisión; después de lo cual también espero que nos podréis decir en particular el fruto que de ella podremos sacar.

Reflexiones

PÁRRAFO 10

[203] Volviendo ahora a nuestro propósito, lo que a lo menos po-demos concluir legítimamente de todo lo que hemos dicho sobre la bestia del Apocalipsis, es esto: que siendo esta bestia, por confesión de casi todos los doctores, el Anticristo que esperamos; que anunciándose por esta metáfora terrible y admirable tantas cosas, tan nuevas, tan grandes y tan estupendas, que deben suceder en aquellos tiempos en toda nuestra tierra; debe ser este Anticristo que esperamos alguna otra cosa infinitamente diversa, y mayor sin comparación, de lo que puede ser un hombre, individuo y singular, aunque éste se imagine y se finja un monarca universal de todo el orbe, como quien finge en su imagi-nación un fantasma terrible que la misma imaginación lo desvanece y aniquila. No hay duda que en estos tiempos tenebrosos se verá, ya un rey, ya otro, ya muchos a un mismo tiempo en varias partes del orbe, perseguir cruelmente al pequeño cuerpo de Cristo con guerra formal y declarada; mas ni este rey, ni el otro, ni todos juntos serán otra cosa en realidad que los cuernos de la bestia, o las armas del Anticristo; así co-mo en un toro, por ejemplo, ni el primer cuerno, ni el otro, ni los dos juntos son el toro, sino solamente las armas con que esta bestia ferocí-sima acomete, hiere, mata y hace temblar a los que la miran. Esto es clarísimo, y no necesita de más explicación.

[204] Si esperamos ver este hombre singular, este judío, este mo-narca universal, este dios de todas las naciones; si esperamos ver cum-plido en este hombre todo lo que se dice de la bestia, y lo que por tan-tas otras partes nos anuncian las Escrituras, es muy de temer que su-ceda todo lo que está escrito así como está escrito, y que su Anticristo no parezca, y que lo estemos esperando aun después de tenerlo en ca-sa. Asimismo, es muy de temer que esta idea que nos hemos formado

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del Anticristo, y que hallamos en toda suerte de libros, menos en la Es-critura santa, sea la causa principal o la verdadera de aquel descuido tan grande en que estarán los hombres, cuando llegue el día del Señor. Haced, amigo, esta breve e importante reflexión. Este día lo llama el mismo Hijo de Dios repentino…, y añade que vendrá como un lazo so-bre todos los habitadores de la tierra 1; y en otra parte dice que sucede-rá en su venida lo mismo que sucedió en la venida del diluvio: Co-mían, y bebían; los hombres tomaban mujeres, y las mujeres mari-dos, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio, y aca-bó con todos. Asimismo como fue en los días de Lot…, de esta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 2.

[205] A quien lee, por otra parte, en los Profetas, en el Apocalipsis y en los Evangelios, aquellas grandes señales que deben preceder in-mediatamente a la venida del Señor, y en ellas la tribulación del Anti-cristo, naturalmente se le hace difícil de concebir el cómo pueda caber un descuido tan grande en medio de señales tan manifiestas.

[206] Paréceme (piensen otros lo que quieran) que una de las cau-sas de este descuido, y tal vez la mayor o la más inmediata, será sin duda la que vamos considerando, quiero decir las falsas ideas, no me-nos de la venida de Cristo que de la venida o manifestación del Anti-cristo, y del Anticristo mismo. De modo que se verán todas las señales, y se cumplirán todas las profecías, y su Anticristo no parecerá. Y como, por otra parte, se sabe y se cree que Cristo no vendrá sin que antes venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado… 3, estará ya Cristo a la puerta, y el verdadero Anticristo en vísperas de acabar sus días, y los Cristianos descuidados enteramente por la falsa persua-sión de que todavía hay mucho que tirar. ¿Por qué? Porque el Anticris-to ha de venir primero que Cristo; y este Anticristo, este Mesías y rey de los Judíos, este monarca de todo el orbe todavía no se ve, ni aun se divisa alguna señal o vestigio de la persona en todo el círculo del hori-zonte. Por tanto, podrá cada uno decirse a sí mismo dos o tres horas antes de la venida de Cristo: Alma, muchos bienes tienes allegados para muchísimos años; descansa, come, bebe, ten banquetes 4.

[207] Por lo que hemos dicho hasta aquí del Anticristo, explicando la bestia del Apocalipsis, podrá tal vez imaginarse que ya la máquina te-rrible está concluida, que es en nuestro sistema todo el Anticristo, ente-ro y perfecto, con que estamos amenazados, y que ya no queda otra pie-za digna de consideración en este cuerpo moral. No hay duda que eso solo bastaba para formarnos una idea de la última tribulación la más

1 Lc. 21, 35. 2 Lc. 17, 27-28, 30. 3 2 Tes. 2, 3. 4 Lc. 12, 19.

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formidable y la más conforme a las expresiones de la Escritura: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva; mas por los escogidos, aquellos días serán abreviados 1, nos dice el mismo Jesucristo; y, verdaderamente, ¿qué cosa más grande se puede imaginar, ni más terrible, ni más espantable, que la unión en un solo cuerpo de siete bestias todas ferocísimas? ¿De siete bestias, digo, cada una de las cuales ha podido hacer por sí sola, ha hecho, y está haciendo males gravísimos e irreparables en el mísero li-naje de Adán? Considérense estos males, no confusamente y a bulto, sino separados los unos de los otros, mirando al mismo tiempo con par-ticular atención aquella bestia particular a quien se deben atribuir. ¡Qué males no hizo y hace todavía la idolatría, y esto por espacio de tan-tos siglos, y esto antiguamente en todas las partes de la tierra, en todos los pueblos, tribus y lenguas, y aun en el pequeño pueblo o Iglesia del verdadero Dios! ¡Qué males no ha hecho y está haciendo en una gran parte de la tierra el mahometismo, y esto impunemente a su satisfac-ción, a su libertad, a su arbitrio, sin que haya quien se atreva a socorrer aquellos infelices, ni sacar uno solo de la terrible boca de esta bestia! ¡Qué males no han hecho, hacen, y harán en adelante, aun dentro del mismo cristianismo, la herejía, el sistema de la hipocresía religiosa, y el libertinaje! Sobre todo, ¡qué males no ha comenzado a hacer, aun desde la cuna, la bestia última terrible y admirable, esto es, el deísmo puro, la filosofía, la apostasía de la verdadera religión, o en suma, el espíritu fuerte y audaz, el espíritu soberbio y orgulloso que divide a Jesús!

[208] Pues cuando todas estas bestias, por sí mismas ferocísimas, hagan entre sí una liga formal, o un tratado solemne de amistad, de unión, de compañía; cuando todas se unan en un solo cuerpo moral, de modo que todas juntas parezcan una sola bestia; cuando esta bestia septiforme aparezca en el mundo armada de uñas de hierro, de dientes grandes de hierro, y también de diez cuernos terribles, o de toda la po-tencia de los reyes; cuando abra su boca horrorosa, en blasfemias con-tra Dios, para blasfemar su nombre y su tabernáculo, y a los que mo-ran en el cielo; cuando, en fin, se vea toda esta nube tenebrosa y es-pantable encaminarse directamente contra el Señor y contra su Cris-to, con intención determinada, con firmísima resolución de no dejar en toda la tierra vestigio alguno ni memoria de Cristo, etc.; ¡qué tem-pestad! ¡qué temor! ¡qué tribulación! Más es esto para considerarse, que para ponderarse con palabras.

[209] No obstante, yo me atrevo a decir, sin que me quede duda, que si todo el Anticristo que esperamos, y con que estamos amenaza-

1 Mt. 24, 21-22.

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dos, quedase solamente en la potencia y en el furor de esta bestia te-rrible, no habría ciertamente por qué temerla; no nos pudiera hacer tanto daño como está profetizado; no hubiera necesidad de abreviar aquellos días; y el cuerpo de Cristo, lejos de padecer algún detrimento real, por eso mismo creciera más, se fortificara más, y adquiriera nue-vos grados de perfección. El gran trabajo es que el Anticristo que nos anuncian las Escrituras no es solamente la bestia de diez cabezas y diez cuernos; le falta a esta bestia, o a esta máquina, para su total com-plemento, una pieza importante y esencial, sin la cual la gran máquina quedara sin efecto, y no tardara mucho en disolverse. Esta pieza im-portante necesita una observación particular.

La bestia de dos cuernos, del mismo capítulo 13 del Apocalipsis

PÁRRAFO 11

[210] Y vi otra bestia que subía de la tierra, y que tenía dos cuer-nos semejantes a los del cordero, mas hablaba como el Dragón, y ejercía todo el poder de la primera bestia en su presencia; e hizo que la tierra y sus moradores adorasen a la primera bestia, cuya herida mortal fue curada. E hizo grandes maravillas, de manera que aun fuego hacía descender del cielo a la tierra a la vista de los hombres. Y engañó a los moradores de la tierra con los prodigios que se le per-mitieron hacer delante de la bestia, diciendo a los moradores de la tierra, que hagan la figura de la bestia, que tiene la herida de espada, y vivió. Y le fue dado que comunicase espíritu a la figura de la bestia, y que hable la figura de la bestia; y que haga que sean muertos todos aquellos que no adoraren la figura de la bestia. Y a todos los hom-bres, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, hará tener una señal en su mano derecha o en sus frentes, y que ninguno pueda comprar, o vender, sino aquel que tiene la señal, o nombre de la bes-tia, o el número de su nombre. Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteli-gencia calcule el número de la bestia. Porque es número de hombre; y el número de ella es seiscientos sesenta y seis 1.

[211] Esta bestia de dos cuernos, nos dicen con gran razón los in-térpretes del Apocalipsis, que será el pseudoprofeta del Anticristo. Mas así como hacen al Anticristo, o lo conciben, como una persona in-dividua y singular, así del mismo modo hacen o conciben a su falso profeta. Muchos piensan que éste será algún obispo apóstata, pare-ciéndoles ver en sus dos cuernos como de cordero un símbolo propio

1 Apoc. 13, 11-18.

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de la mitra. Pues bien, este hombre nuevo y extraordinario será toda la confianza y todo el amor del Anticristo; siempre lo tendrá a su lado en calidad de su consejero y de su Profeta, y lo llevará consigo en todas sus expediciones. A la confianza del soberano corresponderá el fiel mi-nistro y fervoroso misionero, con servicios reales y de suma importan-cia; pues ya con su elocuencia admirable, ya con su exterior de santi-dad, ya con milagros continuos e inauditos, ya con promesas, ya con amenazas, hará creer a todos los habitadores de la tierra que el Anti-cristo es su verdadero y legítimo rey. No contento con esto solo, les ha-rá creer que también es el verdadero Dios, y hará que todos lo adoren como a tal; hará que todos, grandes y pequeños, traigan siempre en la mano o en la frente cierta señal o carácter que los dé a conocer por fie-les adoradores de este nuevo dios; hará que ninguno sea admitido a la sociedad o comercio humano, ni pueda comprar ni vender, si no lleva públicamente dicha señal; hará morir en los tormentos a aquellos po-cos que tuviesen la audacia de resistir a la fuerza de su predicación.

[212] En suma: un hombre solo, en menos de cuatro años de mi-nisterio, conseguirá lo que millares de hombres no han conseguido en muchos siglos. Convertirá, digo, a la nueva religión y al culto del nuevo dios a todos los pueblos, tribus y lenguas, haciendo en todas las cuatro partes del mundo que los idólatras renuncien a sus ídolos, los Maho-metanos a su Mahoma, los Judíos al Dios de Abraham, y los Cristianos a Cristo. ¡Este sí que es fervor, y espíritu más que apostólico! Los doce Apóstoles de Cristo, llenos del Espíritu Santo, y haciendo verdaderos y continuos milagros, no pudieron hacer otro tanto en sola la Judea. Es-ta es, señor, la idea que nos dan de esta segunda bestia los intérpretes del Apocalipsis; aquellos, digo, que reconocen al Anticristo en la pri-mera bestia, que son casi todos. Este es, según ellos, el misterio ence-rrado en esta metáfora; ni hay otra cosa que poder pensar ni sospe-char. Mas los que no podemos concebir al Anticristo como una indivi-dua persona, pareciéndonos que pasa todos los límites de lo verosímil, y que repugna manifiestamente a las grandes ideas que sobre esto nos dan las Escrituras, ¿cómo podremos concebir en esta forma a su pseu-doprofeta? Los que miramos en la primera bestia un cuerpo moral, o una gran máquina compuesta de muchas piezas diferentes, ¿cómo po-dremos, guardando consecuencia, mirar otra cosa en la segunda?

[213] Será bien notar aquí que, en toda la historia profética del An-ticristo que leemos en el Apocalipsis, y en otras partes de la Escritura, no hallamos que se hable ni una sola palabra de prestigios, de magias, o de aquella gracia de hacer milagros, que los doctores atribuyen a la per-sona de su Anticristo. San Juan pone esta gracia solamente en el pseu-doprofeta, o en la segunda bestia, no en la primera. Es verdad que San Pablo dice de su hombre de pecado, que se revelará o manifestará al

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mundo en señales y en prodigios mentirosos 1; mas esto puede muy bien verificarse sin que él mismo haga los milagros, pues ciertamente no faltarán en aquellos tiempos muchos pseudoprofetas que descubran y empleen bien este talento, recibido del padre de la mentira. Y digo ciertamente, porque así lo hallo expreso y claro en el Evangelio: que se levantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos… y darán grandes señales y prodigios, de modo que, si puede ser, caigan en error aun los escogidos 2. Estas palabras del Hijo de Dios, son una ex-plicación la más natural y la más clara, así del lugar de San Pablo (del cual hablaremos de propósito en el párrafo último) como de la bestia de dos cuernos que ahora consideramos. Esta bestia nueva, lejos de signi-ficar un obispo particular, o un hombre individuo y singular, significa y anuncia, según la expresión clara del mismo Cristo, un cuerpo iniquí-simo y peligrosísimo, compuesto de muchos seductores: Se levantarán (dice) muchos falsos profetas… y darán grandes señales y prodigios…

[214] Pues esta bestia nueva, este cuerpo moral, compuesto de tantos seductores, será sin duda en aquellos tiempos infinitamente más perjudicial que toda la primera bestia, compuesta de siete cabezas y armada con diez cuernos todos coronados. No espantará tanto al cuerpo o al rebaño de Cristo la muerte, los tormentos, los terrores y amenazas de la primera bestia, cuanto el mal ejemplo de los que de-bían darlo bueno, la persuasión, la mentira, las órdenes, las insinua-ciones directas o indirectas; y todo con aire de piedad y máscara de re-ligión, todo confirmado con fingidos milagros, que el común de los fie-les no es capaz de distinguir de los verdaderos.

[215] Es más que visible a cualquiera que se aplique a considerar seriamente esta bestia metafórica, que toda ella es una profecía formal y clarísima del estado miserable en que estará en aquellos tiempos la Iglesia cristiana, y del peligro en que se hallarán aun los más de los fie-les, aun los más inocentes, y aun los más justos. Considerad, amigo, con alguna atención todas las cosas generales y particulares que nos dice San Juan de esta bestia terrible, y me parece que no tendréis dificultad en entender lo que realmente significa, y lo que será o podrá ser, en aquellos tiempos de que hablamos, la bestia de dos cuernos. El respeto y veneración con que miro, y debemos mirar todos los fieles cristianos, a nuestro sacerdocio, me obliga a andar con estos rodeos, y cierto que no me atreviera a tocar este punto, si no estuviese plenamente persua-dido de su verdad, de su importancia, y aun de su extrema necesidad.

[216] Sí, amigo mío, nuestro sacerdocio; éste es, y no otra cosa, el que viene aquí significado y anunciado para los últimos tiempos debajo

1 2 Tes. 2, 9. 2 Mt. 24, 11 y 24.

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de la metáfora de una bestia con dos cuernos semejantes a los del cor-dero. Nuestro sacerdocio que, como buen pastor, y no mercenario, de-bía defender el rebaño de Cristo, y poner por él su propia vida, será en aquellos tiempos su mayor escándalo, y su mayor y más próximo peli-gro. ¿Qué tenéis que extrañar esta proposición? ¿Ignoráis acaso la his-toria? ¿Ignoráis los principales y más ruidosos escándalos del sacerdo-cio hebreo? ¿Ignoráis los escándalos horribles y casi continuados por espacio de diecisiete siglos del sacerdocio cristiano? ¿Quién perdió en-teramente a los Judíos, sino su sacerdocio? Este fue el que resistió de todos modos al Mesías mismo, no obstante que lo tenía a la vista, oía su voz, y admiraba sus obras prodigiosas. Este fue el que, cerrando sus ojos a la luz, se opuso obstinadamente a los deseos y clamores de toda la nación que estaba prontísima a recibirlo, y lo aclamaba a gritos por Hi-jo de David y Rey de Israel. Este fue el que a todos les cerró los ojos con miedos, con amenazas, con persecuciones, con calumnias groseras, pa-ra que no viesen lo mismo que tenían delante, para que desconociesen a la esperanza de Israel, para que olvidasen enteramente sus virtudes, su doctrina, sus beneficios, sus milagros, de que todos eran testigos ocula-res. Este, en fin, les abrió la boca para que lo negasen y reprobasen pú-blicamente, y lo pidiesen a grandes voces para el suplicio de la cruz.

[217] Ahora digo yo: este sacerdocio, ¿lo era acaso de algún ídolo o de alguna falsa religión? ¿Había apostatado formalmente de la verda-dera religión que profesaba? ¿Había perdido la fe de sus Escrituras y la esperanza de su Mesías? ¿No tenía en sus manos las Escrituras? ¿No podía mirar en ellas, como en un espejo clarísimo, la verdadera ima-gen de su Mesías, y cotejarla con el original que tenía presente? Sí, to-do es verdad; mas en aquel tiempo y circunstancias, todo esto no bas-taba, ni podía bastar. ¿Por qué? Porque la iniquidad de aquel sacerdo-cio, generalmente hablando, había llegado a lo sumo. Estaba viciado por la mayor y máxima parte; estaba lleno de malicia, de dolo, de hi-pocresía, de avaricia, de ambición; y por consiguiente, lleno también de temores y respetos puramente humanos, que son lo que se llaman en la Escrituras la prudencia de la carne y el amor del siglo, incompa-tibles con la amistad de Dios. Esta fue la verdadera causa de la repro-bación del Mesías, y de todas sus funestas consecuencias, la cual no se avergonzó aquel inicuo sacerdocio de producir en pleno concilio (pre-guntando): ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos mila-gros. Si lo dejamos así, creerán todos en él, y vendrán los Romanos, y arruinarán nuestra ciudad y nación 1.

[218] ¿Qué tenemos, pues, que maravillarnos de que el sacerdocio cristiano pueda en algún tiempo imitar en gran parte la iniquidad del

1 Jn. 11, 47-48.

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sacerdocio hebreo? ¿Qué tenemos que maravillarnos de que sea el únicamente simbolizado en esta bestia de dos cuernos? Los que ahora se admiren de esto, o se escandalizaren de oírlo, o lo tuvieren por un despropósito increíble, es muy de temer que, llegada la ocasión, sean los primeros que entren en el escándalo, y los primeros presos en el la-zo. Por lo mismo que tendrán por increíble tanta iniquidad en perso-nas tan sagradas, tendrán también por buena la misma iniquidad. ¿Qué hay que maravillarse después de tantas experiencias? Así como en todos tiempos han salido del sacerdocio cristiano bienes verdaderos e inestimables, que han edificado y consolado la Iglesia de Cristo, así han salido innumerables y gravísimos males, que la han escandalizado y afligido. ¿No gimió todo el orbe cristiano en tiempo de los Arrianos? ¿No se admiró de verse arriano casi sin entenderlo, según esta expre-sión viva de San Jerónimo: Lamentándose el mundo todo, se admiró al reconocerse arriano? ¿Y de dónde le vino todo este mal, sino del sacerdocio?

[219] ¿No ha gemido en todos tiempos la Iglesia de Dios entre tan-tas herejías, cismas y escándalos, nacidos todos del sacerdocio, soste-nidos por él obstinadamente? Y ¿qué diremos de nuestros tiempos? Consideradlo bien, y entenderéis fácilmente cómo la bestia de dos cuernos puede hacer tantos males en los últimos tiempos. Entende-réis, digo, cómo el sacerdocio de los últimos tiempos, corrompido por la mayor parte, pueda corromperlo todo y arruinarlo todo, como lo hi-zo el sacerdocio hebreo. Entenderéis, en suma, cómo el sacerdocio mismo de aquellos tiempos, con su pésimo ejemplo, con persuasiones, con amenazas, con milagros fingidos, etc., podrá alucinar a la mayor parte de los fieles, podrá deslumbrarlos, podrá cegarlos, podrá hacer-los desconocer a Cristo, y declararse en fin por sus enemigos: Se le-vantarán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos. Y darán grandes señales. Y porque se multiplicará la iniquidad, se resfriará la caridad de muchos 1. ¡Oh, qué tiempos serán aquéllos! ¡Qué oscuri-dad! ¡Qué temor! ¡Qué tentación! ¡Qué peligro! Si no fuesen abrevia-dos aquellos días, ninguna carne sería salva 2.

[220] ¿Qué pensáis que será cuando las simples ovejas de Cristo de toda edad, de todo sexo, de toda condición, viéndose perseguidas de la primera bestia, y amenazadas con la potencia formidable de sus cuernos, se acojan al abrigo de sus pastores, implorando su auxilio, y los encuentren con la espada en la mano, no cierto para defenderlas, como era su obligación, sino para afligirlas más, para espantarlas más, para obligarlas a rendirse a la voluntad de la primera bestia? ¿Qué

1 Mt. 24, 11, 24 y 12. 2 Mt. 24, 22.

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pensáis que será cuando, poniendo los ojos en sus pastores como en su único refugio y esperanza, los vean temblando de miedo, mucho más que ellos mismos, a vista de la bestia y de sus cuernos coronados; y por consiguiente los vean aprobando prácticamente toda la conducta de la primera bestia, aconsejando a todos que se acomoden con el tiempo por el bien de la paz; y que por este bien de la paz (falsa a la verdad) tomen el carácter de la bestia en las manos o en la frente, esto es, que se declaren públicamente por ella, fingiendo para esto milagros y por-tentos, para acabar de reducirlas con apariencia de religión? ¿Qué pensáis que será cuando muchos fieles justos y bien instruidos en sus obligaciones, conociendo claramente que no pueden en conciencia obedecer a las órdenes que saldrán en aquel tiempo de la potestad se-cular, se determinen a obedecer a Dios, arriesgarlo todo por Dios, y se vean por esto abandonados de todos, arrojados de sus casas, despoja-dos de sus bienes, separados de sus familias, privados de la sociedad y comercio humano, sin hallar quien les dé ni quien les venda; y todo es-to por orden y mandato de sus propios pastores, todo esto porque no se les ve ni en las manos ni en la frente señal alguna de ser contra Cris-to; todo esto porque no se declaran públicamente por Anticristos? Con razón dice San Pablo que en los últimos días vendrán tiempos peli-grosos… 1; y con razón dice el mismo Jesucristo que si no fuesen abre-viados aquellos días, ninguna carne sería salva… 2.

[221] Persecuciones de la potencia secular las padeció la Iglesia de Cristo terribilísimas y casi continuas por espacio de 300 años, y con todo eso se salvaron tantos, que se cuentan no a centenares ni a milla-res, sino a millones. Lejos de ser aquellos tiempos de persecución peli-grosos para la Iglesia, fueron por el contrario los más a propósito, los más conducentes, los más útiles para que la misma Iglesia creciese, se arraigase, se fortificase y dilatase por toda la tierra. No fue necesario ni conveniente abreviar aquellos días por temor de que pereciese toda carne; antes fue convenientísimo dilatarlos para conseguir el efecto contrario. Así los dilató el Señor muy cerca de tres siglos, muy cierto y seguro de que por esta parte nada había que temer. Mas en la persecu-ción o tribulación horrible de que vamos hablando, se nos anuncia cla-ramente, por boca de la misma verdad, que deberá suceder todo lo contrario: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue des-de el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abre-viados aquellos días, ninguna carne sería salva 3. Pensad, amigo, con formalidad, cuál podrá ser la verdadera razón de una diferencia tan grande, y difícilmente hallareis otra que la bestia nueva de dos cuernos

1 2 Tim. 3, 1. 2 Mt. 24, 22. 3 Mt. 24, 21-22.

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que ahora consideramos, o lo que es lo mismo, el sacerdocio cristiano, ayudando a los perseguidores de la Iglesia y de acuerdo con ellos, por la abundancia de su iniquidad.

[222] En las primeras persecuciones hallaban los fieles en su sa-cerdocio o en sus pastores, no solamente buenos consejos, instruccio-nes justas y santas, exhortaciones fervorosas, etc., sino también la práctica de su doctrina. Los veían ir delante con el ejemplo; los veían ser los primeros en la batalla; los veían no estimar ni descanso, ni ha-cienda, ni vida, por la honra de su Señor y por la defensa de su grey. Si leéis el Martirologio romano, apenas hallareis algún día del año que no esté ennoblecido y consagrado con el sacrificio de estos santos pasto-res. Mas en la persecución anticristiana, en que el sacerdocio estará ya, por la mayor y máxima parte, enemigo de la cruz de Cristo 1; en que estará mundano, sensual, y por eso provocando a vómito, como lo anuncia claramente San Juan 2; en que estará resfriado enteramente en la caridad por la abundancia de la iniquidad 3; será ya imposible que los fieles hallen en él lo que no tiene, esto es, espíritu, valor, desin-terés, desprecio del mundo y celo de la honra de Dios; y será necesario que hallen lo que sólo tiene, esto es, vanidad, sensualidad, avaricia, cobardía, y todo lo que de aquí resulta en perjuicio del mísero rebaño, esto es, seducción, tropiezo, escándalo y peligro. No por esto se dice que no habrá en aquellos tiempos algunos pastores buenos, que no sean mercenarios. Sí, los habrá; ni se puede creer menos de la bondad y providencia del sumo pastor. Mas estos pastores buenos serán tan pocos y tan poco atendidos respecto de los otros, como lo fue Elías respecto de los profetas de su tiempo, en el que unos y otros resistie-ron obstinadamente y persiguieron a los profetas de Dios; unos y otros hicieron inútil su celo e infructuosa su predicación; unos y otros fue-ron la causa inmediata, así de la corrupción de Israel, como de la ruina de Jerusalén.

[223] Si todavía os parece difícil de creer que el sacerdocio cris-tiano de aquellos tiempos sea el únicamente figurado en la terrible bestia de dos cuernos, reparad con nueva atención en todas las pala-bras y expresiones de la profecía; pues ninguna puede estar de más. Dice San Juan que vio esta bestia salir o levantarse de la tierra 4; que tenía dos cuernos como de cordero 5; pero que su voz o modo de ha-blar era, no de cordero sencillo e inocente, sino de un maligno y astuto dragón 6. Dice más: que con esta apariencia de cordero manso y pacífi-

1 Fil. 3, 18. 2 Apoc. 3, 17. 3 Mt. 24, 12. 4 Apoc. 13, 11. 5 Apoc. 13, 11. 6 Apoc. 13, 11.

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co, y con la realidad de dragón, persuadió a todos los habitadores de la tierra, que adorasen o se rindiesen y tomasen partido por la primera bestia; que para este fin hizo grandes señales o milagros, todos apa-rentes y fingidos, con los cuales, y al mismo tiempo con su voz de dra-gón, o con sus palabras seductivas, engañó a toda la tierra; que obligó en fin a todos los habitadores de la tierra a traer públicamente en la frente o en la mano el carácter de la primera bestia, so pena de no po-der comprar ni vender, etc. Decidme ahora, amigo, con sinceridad: ¿A quién pueden competir todas estas cosas, piénsese como se pensare, sino a un sacerdocio inicuo y perverso, como lo será el de los últimos tiempos? Los doctores mismos lo reconocen así, lo conceden en parte; y esta parte una vez concedida, nos pone en derecho de pedir el todo. No hallando otra cosa a que poder acomodar lo que aquí se dice de la segunda bestia (a la cual en el capítulo 16 y 19 se le da el nombre de pseudoprofeta), convienen comúnmente en que esta bestia, o este pseudoprofeta, será algún obispo apóstata, lleno de iniquidad y mali-cia diabólica, que se pondrá de parte del Anticristo, y lo acompañará en todas sus empresas.

[224] Mas este obispo singular (sea tan inicuo, tan astuto, tan dia-bólico como se quisiere o pudiere imaginar), ¿será capaz de alucinar con sus falsos milagros, y pervertir con sus persuasiones, a todos los habitantes de la tierra? ¿Y esto en el corto tiempo de tres años y me-dio? ¿Y esto en un asunto tan duro, como es que todos los habitadores de la tierra tengan al Anticristo no sólo por su rey, sino por su dios? ¿No choca esto manifiestamente al sentido común? ¿No pasa esto fue-ra de los límites de lo increíble? Si en la Escritura santa hubiese sobre esto alguna revelación expresa y clara, yo cautivaría mi entendimiento en obsequio de la fe; mas no habiendo tal revelación, antes repugnan-do esta noticia todas las ideas que nos da la misma Escritura, parece preciso tomar otro partido. Lo que no puede concebirse en una perso-na singular, se puede muy bien concebir y se concibe al punto en un cuerpo moral, compuesto de muchos individuos repartidos por toda la tierra; se concibe al punto en el sacerdocio mismo, o en su mayor y máxima parte, en el estado de tibieza y relajación en que estará en aquellos tiempos infelices.

[225] No es menester decir, para esto, que el sacerdocio de aque-llos tiempos persuadirá a los fieles que adoren a la primera bestia con adoración de latría como a Dios. El texto no dice tal cosa, ni hay en to-do él una sola palabra de donde poderlo inferir. Sólo habla de simple adoración, y nadie ignora lo que significa en las Escrituras esta palabra general, cuando no se nombra a Dios, o cuando no se infiere manifies-tamente del contexto: E hizo (ésta es la expresión de San Juan) que la tierra y sus moradores adorasen a la primera bestia… Así, el hacer

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adorar a la primera bestia, no puede aquí significar otra cosa, sino ha-cer que se sujeten a ella; que obedezcan a sus órdenes, por inicuas que sean; que no resistan como debían hacerlo; que den señales externas de su respeto y sumisión, y todo esto por temor de sus cuernos. Tam-poco es menester decir que el sacerdocio de que hablamos habrá ya apostatado de la religión cristiana. Si hubiere en él algunos apóstatas formales y públicos, que sí los habrá, y no pocos, éstos no deberán mi-rarse como miembros de la segunda bestia, sino de la primera. Basta-rá, pues, que el sacerdocio de aquellos tiempos peligrosos se halle ya en aquel mismo estado y disposiciones en que se hallaba en tiempo de Cristo el sacerdocio hebreo, quiero decir, tibio, sensual y mundano, con la fe muerta o dormida, sin otros pensamientos, sin otros deseos, sin otros afectos, sin otras máximas que de tierra, de mundo, de carne, de amor propio, y olvido total de Cristo y del Evangelio. Todo esto pa-rece que suena aquella expresión metafórica de que usa el Apóstol, di-ciendo que vio a esta bestia salir o levantarse de la tierra 1.

[226] Añade, que la vio con dos cuernos semejantes a los de un cordero 2; la cual semejanza, aun prescindiendo de la alusión a la mi-tra, que reparan varios doctores, parece por otra parte, siguiendo la metáfora, un distintivo propísimo del sacerdocio, que a él solo puede competir. De manera que, así como los cuernos coronados de la pri-mera bestia significan visiblemente la potestad, la fuerza y las armas de la potencia secular, de que aquella bestia se ha de servir para herir y hacer temblar toda la tierra; así los cuernos de la segunda, semejantes a los de un cordero, no pueden significar otra cosa que las armas o la fuerza de la potestad espiritual; las cuales, aunque de suyo son poco a propósito para poder herir, para poder forzar o para espantar a los hombres, mas por eso mismo se concilia esta potencia mansa y pacífi-ca el respeto, el amor y la confianza de los pueblos; y por eso mismo es infinitamente más poderosa y más eficaz para hacerse obedecer, no so-lamente con la ejecución, como lo hace la potencia secular, sino con la voluntad, y aun también con el entendimiento.

[227] Mas esta bestia en la apariencia mansa y pacífica (prosigue el amado discípulo), esta bestia en la apariencia inerme, pues no se le veían otras armas que dos pequeños cuernos semejantes a los de un cordero, esta bestia tenía una arma horrible y ocultísima, que era su lengua, la cual no era de cordero, sino de dragón: Hablaba como el dragón 3. Lo que quiere decir esta similitud, y a lo que alude manifies-tamente, lo podéis ver en el capítulo 3 del Génesis. Allí entenderéis cuál es la lengua o la locuela del dragón, y por esta la locuela entende-

1 Apoc. 13, 11. 2 Apoc. 13, 11. 3 Apoc. 13, 11.

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réis también fácilmente la locuela de la bestia de dos cuernos en los úl-timos tiempos, de la cual se dice que, como habló el dragón en los pri-meros tiempos, y engañó a la mujer, así hablará en los últimos la bes-tia de dos cuernos, o por medio de ella el dragón mismo. Hablará con dulzura, con halagos, con promesas, con artificio, con astucias, con apariencias de bien, abusando de la confianza y simplicidad de las po-bres ovejas, para entregarlas a los lobos, para hacerlas rendirse a la primera bestia, para obligarlas a que la adoren, la obedezcan, la admi-ren, y entren a participar o a ser iniciadas en su misterio de iniquidad. Y si algunas se hallaren entre ellas tan entendidas que conozcan el en-gaño, y tan animosas que resistan a la tentación (como ciertamente las habrá), contra éstas se usarán, o se pondrán en gran movimiento, las armas de la potestad espiritual, o los cuernos como de cordero, prohi-biendo que ninguno pueda comprar o vender, sino aquél que tiene la señal o el nombre de la bestia. Estas serán separadas de la sociedad y comunicación con las otras, a éstas nadie les podrá comprar ni vender, si no traen públicamente alguna señal de apostasía: Porque ya habían acordado los Judíos, dice el Evangelista, que si alguno confesase a Je-sús por Cristo, fuese echado de la sinagoga 1. Aplíquese la semejanza.

Carácter de la bestia, su nombre, o el número de su nombre

PÁRRAFO 12

[228] Esta bestia que acabamos de observar persuadirá a los hom-bres, dice San Juan, que lleven en la mano o en la frente el carácter de la primera bestia, o su nombre, o el número de su nombre, so pena de no poder comprar ni vender, que es lo mismo que decir, so pena de muerte. El mismo apóstol, para dar alguna luz o alguna esperanza de entender toda esta metáfora, la cual evidentemente no convenía que se entendiese antes de tiempo, concluye todo el capítulo con estas pala-bras enigmáticas: Aquí hay sabiduría. Quien tiene inteligencia, calcu-le el número de la bestia. Porque es número de hombre; y el número de ella es seiscientos sesenta y seis 2.

[229] Casi desde los tiempos de San Juan, como testifica San Ire-neo 3, se han hecho siempre las mayores diligencias para descifrar este enigma y entender bien este gran misterio, persuadidos firmemente los doctores de que aquí se encierra el nombre del Anticristo, o algún distintivo propio suyo por donde conocerlo infaliblemente. El empeño

1 Jn. 9, 22. 2 Apoc. 13, 18. 3 Advers. hæres., lib. 5.

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256 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

es sin duda laudable, y óptima la intención, pues una vez que se sepa el nombre o distintivo propio de aquel hombre o persona, que llaman Anticristo, será fácil conocerlo cuando aparezca en el mundo; y si se conoce, será fácil no caer en el lazo. Este discurso justo en sí mismo, en el sistema de los doctores no lo parece tanto. Los que esperan al Anticristo en la forma en que se halla en toda suerte de escritores ecle-siásticos, ¿qué necesidad pueden tener de saber su nombre, o algún distintivo propio suyo para conocerlo? ¿Qué nueva luz se les puede añadir con esto para distinguirlo de los otros hombres? Traed, amigo, a la memoria siquiera alguna de aquellas noticias particulares de que ya hemos hablado, y corren comúnmente por indubitables, y decidme: ¿Con ellas solas, sin otro distintivo, podréis desconocer al Anticristo? ¿Habrá algún hombre, por rudo que sea, que teniendo dichas noticias, no lo conozca al punto?

[230] Imaginad, para esto, que ahora en nuestros días sale de Ba-bilonia, o de donde os pareciere mejor, un príncipe nuevo, que nadie sabía de él. Este nuevo príncipe, acompañado de una multitud infinita de judíos, que lo han reconocido por su rey y Mesías, se va derecho a la Palestina, la conquista toda sólo con dejarse ver, la evacúa de sus habi-tadores actuales, establece en ella a todas las tribus de Israel, edifica de nuevo a Jerusalén para corte de su imperio; de allí sale con innu-merables tropas, compuestas ya de judíos, ya de otras naciones orien-tales, hace guerra a todos los reyes de la tierra, mata tres de ellos, y a los demás los sujeta a su dominación, trae siempre consigo un profeta grande que hace continuos y estupendos milagros; en suma, este prín-cipe nuevo, cuyo nombre todavía no se sabe, se ha hecho en breve tiempo monarca universal de toda la tierra; todos los pueblos, tribus y lenguas, lo reconocen y obedecen como a soberano… ¿Qué os parece, amigo, de este gran personaje? ¿No es éste el Anticristo que esperá-bamos? ¿No son éstas las noticias que habíamos leído en nuestros li-bros? ¿Qué necesidad tenemos ahora de saber su carácter, ni su nom-bre, ni el número de su nombre? Sin esto conocemos al Anticristo, y lo conoce toda la tierra. Este monarca universal de toda ella, cuya corte es Jerusalén, éste es ciertamente el Anticristo. De aquí se sigue una de dos cosas: o que el enigma propuesto, o su inteligencia, es la cosa más inútil del mundo; o que el Anticristo que esperamos debe ser alguna otra cosa infinitamente diversa de lo que hasta ahora hemos imagina-do. Si esto segundo se concediese, me parece que se pudiera adelantar no poco en la inteligencia del enigma, como tentaremos más adelante. Veamos lo que hasta ahora se ha adelantado en el sistema contrario.

[231] Primeramente, han hecho los doctores este discurso previo, que parece justísimo, y lo fuera en realidad, si no tocara o supusiera el principio mismo que se pide. Los números de que usan los griegos, di-

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 257

cen con verdad, no son otros que sus mismas letras. Estas letras nu-merales, juntas y combinadas entre sí, deben formar alguna palabra, pues al fin son letras; luego el número 666 expresado en letras griegas (en las cuales se escribió todo el Apocalipsis) deberá necesariamente formar alguna palabra; pues esta palabra, concluyen, es ciertamente el nombre, o el carácter, o el distintivo propio del Anticristo. Bien. Y si las letras griegas que son necesarias para expresar el número 666 se pueden combinar de treinta maneras diferentes, ¿podrán también o deberán formar treinta palabras diferentes? Y en este caso, ¿cuál de ellas será el nombre propio, o el propio distintivo de este hombre, o de esta persona que llaman Anticristo? O éste tendrá todos los treinta nombres y distintivos, o si ha de tener uno solo, éste no lo pueden en-señar en particular las letras mismas numerales. En efecto, las pala-bras o nombres del Anticristo que se han sacado del número 666, ex-presado en letras griegas, son tan diversos y tan indeterminados, como se puede ver en estos pocos que pongo aquí por muestra.

VOZ GRIEGA VOZ CASTELLANA VOZ LATINA

1. Teytan. 1. Gigante. 1. Gigas.

2. Lampertis. 2. Luciente. 2. Lucens.

3. Lateynus. 3. Latino. 3. Latinus.

4. Nichetes. 4. Vencedor. 4. Victor.

5. Evantas. 5. Floreciente. 5. Floridus.

6. Kakos odegos. 6. Pequeño capitán. 6. Parvus dux.

7. Aletes blaberos. 7. Verdaderamente nocivo. 7. Vere noxius.

8. Palebascanos. 8. Día envidioso. 8. Dies invidus.

9. Amnos adikos. 9. Cordero injusto. 9. Agnus injustus.

10. Oculpios. 10. Trajano. 10. Trajanus.

Algunos han hallado a Genserico, y otros a Mahoma.

[232] El erudito Calmet, que en su disertación Del Anticristo trae las más de estas combinaciones, explica allí mismo el juicio que hace de ellas por estas palabras: Estudio a la verdad vano, cifras insignifi-cantes que el hecho solo de haberlas referido nos pesa. No obstante esta justa censura, el mismo autor, en su exposición literal del Apoca-lipsis sobre el capítulo 13, adopta como legítima, o como preferible a todas las otras, la célebre combinación del ilustrísimo señor Bossuet, el cual, dejando las letras numerales griegas, como que no hacían ni podían hacer al propósito de su sistema, se sirvió de las letras latinas, que comúnmente llamamos números romanos, y de ellas sacó, junto con el número 666, estas dos palabras: Diocles Augustus, que es lo mismo que decir: Diocles Augustus da en números romanos, o en sus letras numerales, el número preciso de 666. Ved aquí el ingenio.

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D 500

I 001

O 000

C 100

L 050

E 000

S 000

A 000

V 005

G 000

V 005

S 000

T 000

V 005

S 000

Suma 666

[233] Esta operación ha parecido a algunos no sé qué especie de triunfo respecto del sistema de Monseñor Bossuet y del padre Calmet, que es casi el mismo. Pretenden estos dos sabios, y se esfuerzan a pro-barlo, armados de grande elocuencia y suma erudición (mas con vano esfuerzo), pretenden, digo, acomodar casi todo el Apocalipsis a las pri-meras persecuciones de la Iglesia, principalmente a la última y más te-rrible de todas, que fue la de Diocleciano. Pues bien, en este sistema, de que luego hablaremos, parece esta combinación un descubrimiento de suma importancia: no se podía desear, ni aun pensar, cosa más a propósito. Diocles (así dicen que se llamó Diocleciano antes de subir al trono), Diocles Augustus, da en números romanos la suma de 666. Luego éste es todo el gran misterio que encierra el enigma propuesto. Luego el libro del Apocalipsis, especialmente cuando habla de la bestia de siete cabezas y diez cuernos, no nos anuncia otra cosa, por estas me-táforas terribles, que la terrible persecución de Diocleciano, pues Dio-cleciano mismo viene aquí nombrado debajo de un enigma, etc.

[234] Para que veáis, señor, la suma debilidad de este discurso, y la poca o ninguna razón que hay para cantar la victoria, yo voy a pro-poner, en las mismas letras numerales romanas, otra operación o com-binación mucho más fácil y breve que la de Monseñor Bossuet, la cual tiene que quitar la mitad de Diocletianus, y añadir Augustus. ¿Por qué? Porque la palabra Diocletianus no alcanza por sí sola al número pro-puesto, le faltan nueve; mas quitándole la mitad, esto es, tianus, se le quitan seis, las cuales seis, y las otras nueve que faltan, se suplen per-fectamente con la palabra Augustus, que tiene por tres veces la V y da el número 15. Mas la combinación que yo propongo nada tiene que qui-

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tar ni que añadir; y así pruebo del mismo modo, y en la misma forma, que la bestia terrible del Apocalipsis significa y anuncia un príncipe te-rrible (o pasado o futuro) por nombre Luis, y en latín Ludovicus.

L 050

V 005

D 500

O 000

V 005

I 001

C 100

V 005

S 000

Suma 666

[235] El señor de Chetardie, citado por Calmet, sacó con el mismo artificio a Juliano apóstata, y no fuera muy difícil sacar otras cien co-sas, haciendo otras combinaciones, las que serían al fin tan fuera de propósito, y tan inútiles, como las que hemos apuntado.

[236] Convienen, no obstante, los doctores, y lo confiesa el mismo Calmet, aunque interesado por Diocleciano, que la solución del enig-ma se debe buscar en letras numerales griegas, pues en ellas, y no en las latinas, se escribió el Apocalipsis. Ahora bien, la solución del enig-ma se ha buscado en las letras numerales griegas, casi desde los prin-cipios del segundo siglo de la Iglesia; pues San Ireneo, que escribió ha-cia el año 70 de este siglo, trae algunas combinaciones que se habían hecho antes de él, y después acá el empeño no ha cesado, ni se han omitido las diligencias. ¿Y qué se ha conseguido con ellas? Lo que úni-camente se ha conseguido es que nos hallamos con muchos nombres que, según diversos autores, ha de tener el Anticristo. ¿Cuál de ellos es el verdadero? No se sabe. ¿Y se sabe a lo menos si entre todos ellos es-tará el verdadero? Tampoco se sabe, y aunque se hagan otras muchas más combinaciones, siempre quedaremos en la misma perplejidad. ¿Cómo, pues, podremos conocer por su nombre, o carácter, o distinti-vo, a esta bestia o este Anticristo?

[237] Yo saco de aquí una consecuencia que me parece buena y na-turalísima, a lo menos en línea de sospecha vehemente, es a saber: que mientras se buscare (sea en letras griegas o latinas) el nombre o distin-tivo de una persona individua y singular, parece muy probable que el enigma se quede eternamente sin solución. El texto sagrado habla del nombre, o carácter, o distintivo de una bestia metafórica de siete cabe-zas y diez cuernos; conque si dicha bestia no significa una persona sin-gular, como parece algo más que probable, todas las operaciones que

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260 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

se hicieren sobre este principio irán ciertamente desviadas, ni podrán jamás tocar el fin que se proponen. Así lo ha mostrado hasta ahora la experiencia. Después de grandes diligencias, y por grandes ingenios, nos hallamos todavía como en el principio; y confiesan los doctores juiciosos que todo cuanto se ha discurrido y trabajado hasta ahora so-bre el asunto, ha sido, cuando menos, un trabajo perdido: Estudio a la verdad vano, cifras insignificantes.

[238] No quedándonos, pues, esperanza alguna racional de enten-der el enigma en la idea ordinaria de una persona singular, parece ya conveniente y aun necesario mudar de rumbo; trabajar, digo, sobre otra idea o principio diverso, y ver si por aquí se puede avanzar algo que nos contente, y nos pueda traer alguna utilidad. Esto es lo que ahora vamos a tentar, deseando a lo menos abrir camino para que otros trabajen, y hagan nuevos descubrimientos, en un asunto que ciertamente no es de mera curiosidad, sino de sumo interés. No hay duda que la inteligencia la ha de dar Dios; mas sería una verdadera temeridad esperar que Dios diese la inteligencia a quien no trabaja, a quien no hace lo que está de su parte, a quien apenas sabe que hay en la Escritura tal enigma, etc.

[239] Mudada, pues, por un momento la idea del Anticristo de una persona singular a un cuerpo moral, para proceder con algún orden y claridad en el estudio del enigma, me preparo con una diligencia pre-via, o con un discurso propio, o con un discurso general. Pienso prime-ramente, en profunda meditación, cuál puede ser el carácter más pro-pio, o el distintivo más preciso, de un cuerpo moral anticristiano, com-puesto de muchos individuos. Si hallo este carácter o distintivo el más propio, aunque sea sólo probablemente, paso a la segunda diligencia no menos necesaria, esto es, a comparar lo que he hallado con el texto mismo y con todo su contexto, y también para asegurarme más con otras ideas y noticias que he hallado en otras partes de la santa Escri-tura. Si después de este examen atento y prolijo, hallo dicho carácter o distintivo perfectamente conforme a la idea que me da el texto con to-do su contexto, y a la idea que me da en otras partes la divina Escritu-ra, no por eso debo quedar plenamente satisfecho, ni mucho menos cantar la victoria, pues me queda que practicar la última diligencia, sin la cual nada puede concluirse. Me queda, digo, que examinar si dicho carácter o distintivo que he hallado en mi meditación, y que después he hallado también conforme al texto y a toda la Escritura, correspon-de del mismo modo al número 666, o a las letras numerales griegas que componen este número. Si a todo esto lo hallo perfectamente con-forme, si todo camina naturalmente sin artificio, sin violencia, sin difi-cultad, sin embarazo alguno, me parece que en este caso podré con-cluir, con toda aquella seguridad que cabe en el asunto, que ésta es la

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verdadera solución del enigma; y cualquier hombre sensato deberá re-cibir y contentarse con esta solución, mientras no se le presente otra que, atendidas todas las circunstancias, pareciere mejor.

[240] Supuesto este discurso general, que por su misma simplici-dad parece justísimo, procedamos ya a nuestra operación. Yo discurro así. En la idea de un cuerpo moral anticristiano, compuesto de muchí-simos individuos, se concibe al punto, ni puede dejar de concebirse, que ese cuerpo, para que lo sea, debe estar animado todo de algún es-píritu. Sin esto será imposible que subsista, así como sucede en un cuerpo físico. ¿Cómo podrá subsistir una república, ni cómo podrá lla-marse con propiedad cuerpo moral, si las personas que la componen no están unidas entre sí, y animadas todas de un mismo espíritu gene-ral, por ejemplo, de libertad y de independencia? Pues este espíritu general, o este principio de vida, que une, anima y conserva un cuerpo moral, cualquiera que sea, es lo que llamamos con toda verdad y pro-piedad el carácter o el distintivo propio de este mismo cuerpo, no con-siderado solamente como cuerpo moral, sino como tal cuerpo moral, particular y determinado.

[241] Ahora pues, ¿qué otro espíritu puede unir y animar un cuerpo moral anticristiano, como tal, sino aquel mismo que apuntamos en el párrafo 4, con su propia definición, esto es, el espíritu que divide a Je-sús? En toda la divina Escritura no hallamos del Anticristo otra palabra más expresa que ésta, y todo cuanto hallamos en ella corresponde y se conforma perfectamente a esta definición. La misma palabra Anticristo o contra-Cristo esto suena, y no suena otra cosa sino sólo esto. De aquí se sigue manifiestamente que el carácter o distintivo propio de este cuerpo moral, en cuanto es contra-Cristo, debe ser del todo conforme a la palabra Anticristo, y al espíritu que lo debe animar en cuanto tal. Más claro: el carácter y distintivo propio de este cuerpo moral no pue-de ser otro que el mismo espíritu que lo anima; no puede ser otro que dividir a Jesús activa y pasivamente; no puede ser otro que el odio formal a Jesús, el oponerse a Jesús, perseguir a Jesús, procurar des-truirlo o desterrarlo del mundo, borrando del todo su nombre y su me-moria. Esto parece clarísimo, ni hay para qué detenernos en ello.

[242] Lo que falta solamente es que este carácter o distintivo pro-pio de la bestia que ya se ha conocido, se halle también en el número 666 del mismo modo que se escribe en griego, esto es, que las letras griegas que componen dicho número den al mismo tiempo este mismo carácter, o distintivo expreso y claro. Si esto sucediese, ¿no parecería alguna operación geométrica, o alguna especie de demostración? ¿No fundaría a lo menos un grado de probabilidad o de certeza moral, cuanta pueda caber en el asunto? Vedlo pues aquí. Entre las varias combinaciones que se han hecho de las letras griegas que forman el

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número 666, se halla una que es la de Primacio, de la cual se ha hecho tan poco caso como de las otras, sin duda porque en la idea ordinaria del Anticristo no se ha hallado en qué hacerla servir. Esta combinación da puntualmente la palabra griega ARNOUME o ARNOUMA, que corres-ponde a la palabra latina ABRENUNTIO, y a la española RENIEGO.

[243] Hallada esta palabra, comparémosla luego con el texto de la profecía y con todo su contexto, para ver si corresponde a todo con pro-piedad. Primeramente, dice San Juan que en los tiempos de la bestia o del Anticristo serán obligados los hombres, so pena de no poder com-prar ni vender, a traer en la mano o en la frente el carácter de la bestia misma, o su nombre, o el número de su nombre. Sobre lo cual, para evi-tar desde luego todo equívoco, debemos notar ante todas cosas, y tener muy presente, una que parece clara e innegable, es a saber: que todas estas expresiones de que usa San Juan, esto es, el carácter de la bestia, frente, manos, etc., son puramente metafóricas, así como lo es la bestia misma, sus cabezas, y sus cuernos. Ni parece creíble, ni aun sufrible lo que piensan muchos autores y ponderan con gran formalidad, esto es, que en aquellos tiempos, por orden del Anticristo o de su profeta, de-berán los hombres sufrir en la frente o en las manos la impresión de un hierro ardiendo, o, como piensan otros más benignos, la impresión de un sello, bañado en alguna tinta estable y permanente, en el cual sello estará grabado, según unos, un dragón; según otros, una bestia con siete cabezas y diez cuernos; y según otros, la imagen o el nombre del monarca. Otros piensan, con igual fundamento, que todos los hombres en todo el mundo serán obligados a llevar públicamente, en la frente o en la mano, alguna medalla con la imagen o con las armas del Anticristo, como por mostrar que son sus fieles adoradores, etc.

[244] Mas todos estos modos de pensar, que son los únicos que vulgarmente hallamos, parecen muy ajenos y muy distantes del sentido propio y literal que puede admitir una pura metáfora, en la cual siem-pre se habla por semejanza, no por propiedad. ¿No se reiría de mí todo el mundo, si yo dijese, por ejemplo, que los ciento cuarenta y cuatro mil sellados en la frente, de que se habla en el capítulo 7 del mismo Apoca-lipsis, han de ser sellados con algún sello material? ¿No se reiría de mí todo el mundo, y no tendría razón para reírse, si yo dijese que el Anti-cristo y su pseudoprofeta han de ser dos hombres con la figura exterior de bestias, como los describe San Juan? Pues aplicad la semejanza, o dadme la disparidad. Tan metáfora es la una como la otra. Siendo, pues, toda una metáfora, parecerá sin duda, visible y claro a cualquiera que quisiere mirarlo, que el carácter, o nombre, o distintivo de que ha-bla la profecía, no puede significar otra cosa, obvia y naturalmente, que una profesión pública y descarada de aquel ABRENUNTIO, o hago profe-sión de renegado, que parece el carácter, o el espíritu, o el distintivo

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propio de toda la bestia. Así, el tomar este carácter no será otra cosa que un tomar partido por la libertad, un dividir a Jesús, público y manifies-to, una formal apostasía de la religión cristiana que antes se profesaba. Se dice que este carácter lo llevará en la frente o en las manos, para de-notar la publicidad y descaro con que se profesará ya entonces el anti-cristianismo; pues la frente y las manos son las partes más públicas del hombre, y al mismo tiempo son dos símbolos propísimos, el primero del modo de pensar, el segundo del modo de obrar. Desatados de Jesús, desatados de la verdad y sabiduría eterna, no hay duda que quedarán la frente y las manos, esto es, los pensamientos y operaciones, en una su-ma libertad; mas libertad, no ya de racionales sino de brutos; y se podrá decir entonces lo que se anuncia en el salmo 48: El hombre, cuando es-taba en honor, no lo entendió; ha sido comparado a las bestias insen-satas, y se ha hecho semejante a ellas 1.

[245] Se dice que no podrán comprar ni vender los que no lleven este carácter, para denotar el estado lamentable de desprecio, de bur-la, de odio, de abandono, en que quedarán los que quisieren conservar intacta su fe; y también para denotar la tentación terrible, y el sumo pe-ligro que será para ellos, este desprecio, burla, odio y abandono, vién-dose excomulgados de todo el linaje humano. El mismo Jesucristo nos asegura en particular que, en aquellos tiempos de tribulación, los mis-mos parientes y domésticos serán los mayores enemigos de los que qui-sieren ser fieles a Dios: Y el hermano entregará al hermano… y se le-vantarán los hijos contra los padres, y los harán morir. Y seréis abo-rrecidos de todos por mi nombre; mas el que perseverare hasta la fin, éste será salvo 2. Esta tentación y peligro debe ser sin duda muy gran-de; pues a los que perseveraren y salieren victoriosos se les anuncia y promete un premio tan particular: Los que no adoraron la bestia (dice San Juan) ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes o en sus manos, y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los otros muer-tos no entraron en vida, etc. 3.

[246] Se dice, en fin, que la segunda bestia de dos cuernos, no la primera, será la causa inmediata de esta grande tribulación: Y a to-dos… hará tener una señal en su mano derecha o en sus frentes 4. De lo cual se infieren dos buenas consecuencias. Primera: que así como la bestia de dos cuernos es toda metáfora, como lo es la primera, así el carácter de ésta, la acción de tomar este carácter y de llevarlo en la frente y en las manos, son expresiones puramente metafóricas, que só-lo pueden ser verdaderas por semejanza, no por propiedad. La segun-

1 Sal. 48, 13. 2 Mt. 10, 21-22. 3 Apoc. 20, 4-5. 4 Apoc. 13, 16.

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da cosa que se infiere es que el tomar y llevar públicamente este carác-ter debe ser un acto libre y voluntario, no forzado. La razón es porque la potencia de esta bestia no puede consistir en otra cosa que en sus armas, y estas armas, que son de cordero, esto es, sus cuernos, y las del dragón, milagros, etc., no son a propósito para obligar por fuerza y violencia, sino para mover y persuadir con suavidad. En suma, lo que se nos dice por todas estas semejanzas no parece otra cosa, sino que la segunda bestia tendrá la mayor parte, y la máxima culpa, en la perdi-ción de los Cristianos. Ella será la causa inmediata, con sus obras ini-cuas y sus palabras seductivas, de que los Cristianos entren en la moda y se acomoden al gusto del siglo, rompiendo aquella cuerda de la fe que los tenía atados con Jesús, y declarándose por el Anticristo.

[247] Ahora, amigo mío, este reniego, este dividir a Jesús, este abandonar la fe, esta formal apostasía de las gentes cristianas, ¿os pa-rece que será algún fantasma imaginario semejante a vuestro Anticris-to? ¿Os parece que será a lo menos alguna cosa incierta, dudosa y opi-nable? ¿Os parece que yo lo avanzo aquí libremente sin fundamento, sin razón, sólo por llevar adelante mis ideas? Ojalá fuera yo un hom-bre que no tuviese espíritu, y que antes hablase mentira 1. La cosa es tan clara, y tan repetida en las santas Escrituras, que no lo niegan del todo, aunque procuran mitigarlo cuanto les es posible, aun aquellos mismos doctores empeñados con óptima intención en beatificar de to-dos modos al pueblo de Dios que ahora se recoge de entre las gentes, y en anunciarle segurísimamente la perpetuidad de su fe. De esto habla-mos ya, aunque de paso, en el párrafo 4, y hablaremos más de propósi-to en el fenómeno 6. Por ahora nos basta tener presente aquella pre-gunta del Señor: Cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que ha-llará fe en la tierra? 2.

Reflexión

PÁRRAFO 13

[248] Todas estas ideas que acabamos de dar del Anticristo, y de todo su misterio de iniquidad, podrían ser utilísimas a todo los Cris-tianos (aun entrando en este número todos los que pertenecen al falso cristianismo) si les mereciesen alguna atención particular; si las mira-sen desde ahora, no digo ya como ciertas e indubitables, sino a lo me-nos como verosímiles. Preparados con ellas, y habiendo entrado si-quiera en alguna sospecha, les sería ya bien fácil estudiar los tiempos, confrontarlos con las Escrituras, advertir el verdadero peligro, y por

1 Miq. 2, 11. 2 Lc. 18, 8.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 265

consiguiente no perecer en él. No se perdieran tantos como ya se pier-den, y como ciertamente se han de perder; estuvieran en mayor vigi-lancia contra los falsos profetas que vienen… con vestidos de ovejas, y dentro son lobos robadores 1; sobre todo, se llegaran más a Jesús, se unieran más estrechamente con Jesús, procuraran asegurarse más con Jesús, ciertos de que no hay salud en ningún otro 2. Se aplicaran, en fin, más seriamente a redoblar y fortificar siempre más aquella cuerda tan necesaria y tan precisa, en que consiste el ser cristianos; sin la cual es imposible agradar a Dios. Mas el trabajo es que, no siendo estas las ideas del Anticristo que se hallan en los doctores, no tenemos gran fun-damento para prometernos este bien.

[249] Este temor parece, sin duda, más bien fundado respecto de aquellos doctores que ya habían tomado su partido sobre la inteligen-cia general del Apocalipsis. Por ejemplo, los que hubieren adoptado co-mo bueno aquel sistema que propuso con su sólida elocuencia Monse-ñor Bossuet, a quien siguió el padre Calmet, buscando, como él dice, el sentido literal de esta profecía. Estos doctores, por tantos títulos gran-des y respetables, pretenden, con grande aparato de erudición, que di-cha profecía se verificó ya toda, o casi toda, en las antiguas persecu-ciones de la Iglesia y en sus perseguidores; especialmente todo cuanto se dice desde el capítulo 12 hasta el 20 inclusive, esto es, la mujer ves-tida de sol, los misterios de la bestia, tantos y tan grandes, las fíalas, la meretriz, la venida del Rey de los reyes con todos los ejércitos del cie-lo, la ruina entera de la bestia, la prisión del diablo, la vida y reino de los degollados por mil años, etc.; todo esto, dicen, se verificó en la úl-tima persecución de Diocleciano, y en Diocleciano mismo. Este empe-rador, prosiguen diciendo, es el que viene aquí significado y anunciado en una bestia terrible de siete cabezas y diez cuernos.

[250] Si preguntamos: ¿Qué significan en un mismo emperador siete cabezas?, nos responden que significan siete emperadores, que ya juntamente con Diocleciano, ya después de su muerte, persiguieron a la Iglesia de Cristo, continuando la misma persecución. Estos fueron Dio-cleciano, Maximiano, Galerio, Maximino, Severo, Majencio y Licinio. Reparad aquí dos cosas importantes. Primera: que en esta lista falta Constancio Cloro, el cual fue emperador juntamente con Diocleciano, Maximiano y Galerio, y dominó en las provincias más occidentales del imperio, esto es, España, Francia, Inglaterra, etc. ¿Por qué, pues, se omite este emperador? ¿Acaso porque no quiso admitir el edicto de persecución ni persiguió a la Iglesia en su departamento con persecu-ción formal y declarada? Sí, amigo, por esto; porque esto no puede

1 Mt. 7, 15. 2 Act. 4, 12.

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266 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

componerse bien con lo que dice el texto sagrado de la bestia: Y le fue dado poder sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación; y le adora-ron todos los moradores de la tierra… 1. Segundo reparo: si las siete cabezas de la bestia significan los siete emperadores que persiguieron a la Iglesia junto con Diocleciano, y después de Diocleciano continuando la persecución; luego duró muchísimo más de lo que anuncia expresa-mente la profecía, que dice de la bestia: Le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses 2; y la persecución de los tiranos duró cerca de 20 años. Luego nada se concluye con probarnos con tanta eru-dición que los edictos públicos de persecución sólo duraron cuarenta y dos meses. Si la persecución duró veinte años, ¿qué importa que los edictos no durasen tanto? ¿Es creíble que la profecía tuviese por objeto lo material de los edictos, y no la forma de la persecución?

[251] Prosigamos. Los diez cuernos de la bestia, ¿qué significan en este sistema? Aquí se topa con otro embarazo mucho mayor y más insu-perable. El texto dice claramente que significan diez reyes, que darán a la bestia toda su potestad 3; y este sistema lo que dice es que significan o pueden significar las naciones bárbaras, que destruyeron el imperio ro-mano, las cuales, como afirman muchos autores, fueron diez. Mas ¿es-tas naciones destruyeron o acometieron al imperio romano en tiempo de Diocleciano? ¿Estas naciones le dieron a Diocleciano, y a sus seis compañeros, toda su potestad? ¿Estas naciones que aparecieron des-pués de Diocleciano, le pudieron servir como sirven a una bestia sus cuernos? Mas la bestia de dos cuernos que hace tanto ruido en la pro-fecía, ¿qué significa? Significa, o puede significar, ya la filosofía, o los filósofos que en aquellos tiempos escribieron contra los Cristianos e impugnaron el cristianismo; ya también, y más propiamente, significa o simboliza a Juliano apóstata, el cual con voz de dragón, esto es, con artificio y dolo, obligó a los Cristianos a tomar el carácter de la primera bestia, esto es, suscitó la persecución, y en este sentido hizo aquel gran milagro de curar la cabeza herida de muerte; y de Juliano se puede en-tender el otro enigma: Y ella es la octava; y es de las siete 4, porque fue el octavo respecto de los siete emperadores arriba dichos que per-siguieron la Iglesia; mas en cuanto perseguidor se puede contar por uno de los siete, etc. Ultimamente, el enigma propuesto en el número 666 no contiene otro misterio, en este sistema, que el nombre de Dio-cleciano, añadiéndole Augustus, que parece lo mismo que decir: el ca-rácter de los siete emperadores que, ya con Diocleciano, ya después de él, persiguieron a la Iglesia, fue el nombre del mismo Diocleciano.

1 Apoc. 13, 7-8. 2 Apoc. 13, 5. 3 Apoc. 17, 13. 4 Apoc. 17, 11.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 267

[252] No hace a mi propósito una observación más prolija de este sistema. Cualquiera que lea estos autores, y confronte lo que dicen con el texto de la profecía, será imposible, a mi parecer, que no repare casi a cada paso en la impropiedad suma de las acomodaciones, la fuerza que tal vez es menester hacer, la omisión total de muchas circunstan-cias bien notables, la ligereza en fin con que apenas se tocan algunos puntos, dejándolos luego al instante siguiente para poner otros, como si ya quedasen suficientemente explicados. Demás de esto, yo hago es-ta breve reflexión. Todos los misterios de la bestia del Apocalipsis se verificaron, según este sistema, en la persecución de Diocleciano; y con todo eso, ninguno los entendió en aquel tiempo, ni aun en el siglo siguiente, que fue tan fecundo de doctores. El enigma de que hemos hablado no contenía otra cosa que el nombre del príncipe perseguidor, sin duda para que los fieles lo conociesen, y con esta noticia se prepa-rasen y animasen para no desfallecer en aquella gran tribulación; y con todo eso, los fieles no supieron en aquel tiempo lo que contenía el enigma, y tal vez no tuvieron noticia de tal enigma, el cual sólo se vino a entender más de mil y trescientos años después de pasada la necesi-dad, cuando su inteligencia no puede ya ser de provecho alguno. ¿Es esto verosímil? ¿Es esto creíble? ¿Es esto digno de la grandeza de Dios, de su sabiduría, de su bondad, de su providencia?

[253] El sapientísimo autor de este sistema se hace cargo en su prefacio de esta dificultad, de la cual procura desembarazarse, dicien-do brevemente que puede muy bien verificarse una profecía sin que por esto se entienda que se ha verificado, sino que esto venga a enten-derse mucho tiempo después. Y como si esta proposición general (y para el asunto oscurísima) se la negase alguno, la prueba con un he-cho: éste es que, cuando Cristo entró públicamente en Jerusalén, sen-tado… sobre un pollino hijo de asna 1, se verificó la profecía de Zaca-rías, que así lo tenía anunciado; y, no obstante, dice el evangelista San Juan: Esto no entendieron sus discípulos al principio; mas cuando fue glorificado Jesús, entonces se acordaron que estaban estas cosas escritas de él, y que le hicieron estas cosas 2. Bien. ¿Y porque los dis-cípulos, que eran hombres simples e ignorantes, no conocieron por en-tonces que aquellas cosas estaban escritas del Mesías, por eso no lo conocieron, o no debían haberlo conocido, los sacerdotes, los sabios y doctores de la ley? ¿No sabían éstos, o no debían saber, que aquel rui-doso suceso que acababan de ver por sus ojos, estaba escrito de él? ¿No debía ser para ellos este mismo suceso una prueba más, entre tan-tas otras, de que aquél era el Mesías? ¿Podían tener alguna excusa ra-zonable en no haber entendido que entonces se verificaba la profecía

1 Zac. 9, 9. 2 Jn. 12, 16.

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268 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

de Zacarías? ¿No les dijo el mismo Señor en este día, cuando preten-dían que hiciese callar a la muchedumbre, que a gritos lo aclamaba por hijo de David y Rey de Israel: Os digo, que si éstos callaren, las pie-dras darán voces? 1. ¿Cómo, pues, podremos con verdad decir que se verificó esta profecía de Zacarías sin que ninguno la entendiese?

[254] Así podremos también decir que se verificó la reprobación del Mesías, su muerte, su resurrección, etc., de que hablan los Profetas y Salmos, sin que ninguno lo entendiese. Mas esta falta de inteligencia (si así se puede llamar) fue una de las culpas gravísimas del sacerdo-cio, el cual, teniendo en sus manos las Escrituras (en este asunto clarí-simas, no enigmáticas ni metafóricas) y pudiendo confrontarlas con lo que tenían delante de sus ojos, no quisieron hacerlo, porque los cegó su malicia e iniquidad 2. Esta iniquidad y malicia, juntamente con las falsas ideas también culpables que tenían de su Mesías, fueron la ver-dadera causa de que no lo conociesen, ni advirtiesen el cumplimiento pleno de muchas profecías en aquella persona admirable que tenían presente. Todo esto que acabamos de decir, parece claro que no com-pete a los Cristianos en tiempo de la persecución de Diocleciano, res-pecto de la inteligencia de las metáforas y enigmas de que está lleno el Apocalipsis, al tiempo que florecían tantos doctores santísimos y sa-pientísimos. Fuera de que, aun hablando de solos los discípulos, no se puede decir que se verificó la profecía sin que éstos la conociesen a tiempo, pues aunque no la conocieron sino dos meses después, enton-ces era puntualmente cuando importaba esta noticia, para confirmar más su predicación, mostrando a los Judíos así la profecía como su pleno cumplimiento, de que toda Jerusalén era testigo.

[255] El mismo autor, como tan sabio y tan sensato, no solamente penetró bien la disparidad, sino que tuvo la bondad de no disimularlo, haciéndonos el gran bien de confesar ingenuamente sus verdaderos sentimientos. Así dice aquí, y lo repite tres o cuatro veces en otras par-tes, que la inteligencia o sentido que él procura dar al Apocalipsis en su sistema, no impide ni se opone a otro sentido escondido y oculto 3 que puede tener toda la profecía, en el cual sentido se verificará cuan-do sea su tiempo. Esta confesión, digna ciertamente de un verdadero sabio, le hace un grande honor al gran Bossuet, y al Apocalipsis un ser-vicio de suma importancia. Esta profecía admirable se verificará toda a su tiempo en este sentido escondido 4; por consiguiente, así el sentido en que la explica este mismo sabio, como el sentido en que se ha expli-cado hasta aquí, no son verdaderos sentidos, sino acomodaticios, ni

1 Lc. 19, 40. 2 Sab. 2, 21. 3 Au sens caché. 4 Dans ce sens caché.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 269

pueden impedir que se verifique en el sentido oculto de la profecía 1, esto es, en su propio y natural sentido.

[256] La reflexión general que acabamos de hacer sobre este sis-tema la podéis aplicar con mucha mayor razón al extraño sistema del doctísimo Arduino, el cual, con no menor aparato de erudición y de in-genio, pretende acomodar todo el Apocalipsis a la destrucción de Jeru-salén por los Romanos. Y esta misma reflexión general la podéis ex-tender con gran facilidad a cualquiera otro sistema que reconozca en el Apocalipsis una profecía enderezada inmediatamente a la segunda ve-nida del Señor, comprendidas las otras principales que la han de pre-ceder, acompañar y seguir, como lo persuaden eficazmente todas las señales, las notas, las circunstancias, las locuciones y alusiones de la misma profecía, desde el principio hasta el fin, y como lo reconocen y confiesan, a lo menos en la mayor parte, casi todos los doctores.

[257] Por último (y esto es lo principal a que debemos atender), ¿qué fruto real y sólido podremos esperar de todas estas ingeniosas acomodaciones? Yo no dudo de la óptima intención de sus autores, y comprendo bien el fin honesto, religioso y pío, que se propusieron con-tra el abuso enorme que hacían del Apocalipsis algunos herejes de su tiempo; mas con todas estas buenas y óptimas intenciones, las resultas pueden ser muy perjudiciales. Si las cosas tan grandes que se nos anuncian en esta profecía, tan conformes con los Evangelios y con otras muchas Escrituras; si estas cosas grandes, capaces por sí solas de infundir, en quien cree y considera, un santo y religioso temor; si estas cosas ya se verificaron en los primeros siglos de la Iglesia; luego ya na-da tenemos que temer; luego podremos vivir sin cuidado respecto de otros anuncios tristes; luego podremos dormir seguramente; luego ya no habrá en adelante cosa de consideración que pueda interrumpir nuestro falso reposo; luego… ¡Qué consecuencias! Estas parecerán to-davía más funestas por lo que vamos a observar.

La mujer sobre la bestia

PÁRRAFO 14

[258] Cansado me tiene el Anticristo, y todavía no está concluido. Como este terrible misterio se debe componer de tantas piezas dife-rentes, no parece menos difícil considerarlas todas, que omitir algunas de las más principales después de conocidas. La pieza que ahora va-mos a observar es por una parte tan delicada en sí misma, y por otra parte de tan difícil acceso por otros impedimentos extrínsecos, que la

1 Dans le sens caché.

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270 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

operación se hace embarazosa y poco menos que imposible. Yo la omi-tiera toda de buena gana, si no temiera hacer traición a la verdad. Si el que la conoce por don de Dios no se atreve a decirla, y no la dice por respeto puramente humano, ¿le valdrá esta excusa delante de la suma verdad? Si el centinela viere venir la espada, y no sonare la bocina; y el pueblo no se guardare, y viniere la espada, y quitare la vida a al-guno de ellos; éste tal en verdad en su culpa fue sorprendido; mas yo demandaré su sangre de mano del centinela 1. Este temor me obliga a no omitir del todo este punto, y a decir sobre él cuatro palabras. Si es-tas cuatro palabras os parecieren mal, o no convenientes, en vuestra mano está el borrarlas o arrancarlas, que yo me conformaré con vues-tra sentencia, con sola la condición indispensable de que en este caso tocará a vos, y no a mí, responder a Dios.

[259] El suceso de que voy a hablar parece la última circunstancia necesaria para la perfección y complemento del misterio de iniquidad, es a saber, que la bestia de siete cabezas y diez cuernos reciba, en fin, sobre sus espaldas a cierta mujer, que por todas sus señas y contrase-ñas parece una reina, y una reina grande, de quien en tiempo de San Juan se decía con verdad que tiene señorío sobre los reyes de la tie-rra 2; la cual se representa en el Apocalipsis como una infame mere-triz, y entre otros grandes delitos se le atribuye uno que parece el ma-yor de todos, esto es, un comercio ilícito y público con los reyes de la tierra. Leed y considerad los capítulos 17 y 18, que yo no copio aquí por ser muy largos. Tampoco pienso detenerme mucho en esta obser-vación, sino dar solamente una ligera idea, pero suficiente para mu-chos días de meditación.

[260] Dos cosas principales debemos conocer aquí. Primera: ¿Quién es esta mujer sentada sobre la bestia? Segunda: ¿De qué tiem-pos se habla en la profecía, si ya pasados respecto de nosotros, o toda-vía futuros? Cuanto a lo primero, convienen todos los doctores, sin que haya alguno que lo dude, a lo menos con fundamento razonable, que la mujer de que aquí se habla es la ciudad misma de Roma, capital en otros tiempos del mayor imperio del mundo, y capital ahora, y cen-tro de unidad, de la verdadera Iglesia cristiana. En este primer punto, como indubitable, no hay para qué detenernos. Cuanto a lo segundo, hallamos solas dos opiniones en que se dividen los doctores cristianos. La primera sostiene que la profecía se cumplió ya toda en los siglos pa-sados en la Roma idólatra y pagana. La segunda confiesa que no se ha cumplido hasta ahora plenamente, y afirma que se cumplirá en los tiempos del Anticristo en otra Roma, dicen, todavía futura, muy seme-

1 Ez. 33, 6. 2 Apoc. 17, 18.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 271

jante a la antigua idólatra y pagana, pero muy diversa de la presente, como veremos luego.

[261] Consideradas atentamente ambas opiniones, y el modo os-curo y embarazoso con que se explican sus autores, no es muy difícil averiguar el fin honesto que se propusieron, ni la verdadera causa de su embarazo, ni tampoco sus pías intenciones, de que no podemos du-dar. El punto es el más delicado y crítico que puede imaginarse. Por una parte, la profecía es bastantemente terrible y admirable por todas sus circunstancias. Así los delitos de la mujer, que claramente se reve-lan, como el castigo que por ellos se anuncia, son innegables. Por otra parte, el respeto, el amor, la ternura, el buen concepto y estimación con que siempre ha estado esta misma mujer, abolida la idolatría, res-pecto de sus hijos y súbditos, hace increíble e inverosímil que de ella se hable, o que en ella puedan jamás verificarse tales delitos, ni tal cas-tigo. Pues en esta constitución tan crítica, ¿qué partido se podrá to-mar? Salvar la verdad de la profecía es necesario, pues nadie duda de su autenticidad; mas también parece necesario salvar el honor de la grande reina, y calmar todos sus temores. Como ella no ignora lo que está declarado en la Escritura de la verdad 1; como esto que está ex-preso en la Escritura de la verdad, la debe o la puede poner en grandes inquietudes, ha parecido conveniente a sus fieles vasallos librarla en-teramente de este cuidado. Por tanto, le han dicho unos, por un lado, que no hay que temer, porque la terrible profecía ya se verificó plena-mente muchos siglos ha en la Roma idólatra o pagana, contra quien hablaba. Otros, no pudiendo entrar en esta idea, que repugna al texto y al contexto, le han dicho no obstante, por otro lado, que no hay mu-cho que temer, pues aunque la profecía se endereza visiblemente a otros tiempos todavía futuros, mas no se verificará en la Roma presen-te, en la Roma cristiana, en la Roma cabeza de la Iglesia de Cristo, sino en otra Roma infinitamente diversa, en otra Roma compuesta enton-ces de idólatras e infieles, los cuales se habrán hecho dueños de Roma, echando fuera al Sumo Sacerdote, y junto con él a toda su corte y a to-dos los Cristianos. En esta Roma así considerada se verificarán (con-cluyen llenos de confianza) los delitos y el castigo anunciado en esta profecía. Examinemos brevemente estas dos opiniones, o estas dos consolatorias, confrontándolas con el texto de la profecía.

Primera opinión

[262] Esta pretende que la profecía tiene por objeto la antigua Roma, idólatra e inicua, y que en ella se verificó plenamente muchos años ha. Esta Roma, dicen, fue la grande Babilonia, la reina del orbe,

1 Dan. 10, 21.

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272 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

la meretriz sobre la bestia, la que se ensalzó y glorificó sobre las otras ciudades, la que corrompió la tierra con su prostitución 1, la que de-rramó tanta sangre inocente, que quedó como ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús 2. Esta, en fin, es la que recibió el merecido castigo cuando los bárbaros la saquearon, la incendiaron y la destruyeron casi del todo. Veis aquí verificada la pro-fecía doce siglos ha; por consiguiente nada queda que temer en ade-lante: todo debe correr tranquilamente hasta el fin del mundo.

[263] Esta opinión tiene sin duda su apariencia, o su poco de bri-llante mirada desde cierta distancia; mas si se compara con el texto, se conoce al punto la suma improporción. Se echa de menos en ella la ex-plicación de muchísimas cosas particulares que se omiten del todo, y otras que no se omiten, apenas se tocan por la superficie. Entre otras grandes dificultades que padece, yo sólo propongo dos principales: una que pertenece a los delitos de la mujer, otra al castigo que se le anuncia.

PRIMERA DIFICULTAD

[264] El mayor delito de que la mujer viene acusada es la fornica-ción; y para cerrar la puerta a todo equívoco o efugio, se nombran cla-ramente los cómplices de esta fornicación metafórica, esto es, los reyes de la tierra 3; y así los reyes con la meretriz, como ella con los reyes, vi-vieron en delicias 4. Se pregunta ahora: ¿Cómo pudo verificarse este de-lito en la antigua Roma? Según todas las noticias que nos da la historia, tan lejos estuvo la antigua Roma de esta infamia que, antes por el con-trario, siempre miró a todos los reyes de la tierra con un soberano des-precio, ni hubo alguno en todo el mundo conocido a quien no humillase y pusiese debajo de sus pies. Muchas veces se vieron éstos entrar carga-dos de cadenas por la puerta triunfal, y salir por otra puerta a ser dego-llados o encarcelados; otras muchas veces se veían entrar temblando por las puertas de Roma llamados a juicio como reos. ¿Con qué pro-piedad, pues, ni con qué apariencia de verdad se puede acusar a la an-tigua Roma de una fornicación metafórica con los reyes de la tierra?

[265] A esta dificultad, que salta a los ojos y no es posible disimu-lar, responden: lo primero, que la palabra fornicación, en frase de la Escritura, no significa otra cosa que la idolatría, como es frecuentísimo en Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, etc.; y como la antigua Roma, viéndose señora del mundo, obligaba a los reyes de la tierra a que ado-rasen sus falsos dioses, o ellos los adoraban por lisonjearla y compla-cerla, por eso se dice que fornicaba con los reyes, entendiendo por esta

1 Apoc. 19, 2. 2 Apoc. 17, 6. 3 Apoc. 17, 2. 4 Apoc. 18, 9.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 273

expresión figurada la idolatría. Esta primera respuesta parece no sólo oscura sino claramente sofística. Aunque fuese cierto que la antigua Roma obligaba a los reyes de la tierra a que adorasen sus falsas divini-dades (lo cual es tan falso, que antes ella adoraba todas las falsas divi-nidades de las naciones que conquistaba), no por eso se podrá decir que fornicaba con los reyes. Débil fundamento, porque lo más que po-drá decirse en este caso es que, así Roma como los reyes, fornicaban con los ídolos a quienes adoraban; pues esta adoración a los ídolos es lo que llaman los profetas fornicación; y esto no siempre, sino cuando hablan de la idolatría de Israel y de Jerusalén. Mas no es esto lo que leemos en nuestra profecía: Con quien fornicaron (dice) los reyes de la tierra 1, y vivieron en deleites 2. Habla aquí manifiestamente de un comercio criminal, no entre Roma y los ídolos, pues este suceso no era tan propio y peculiar de sólo Roma, que no incurriesen en él todas las otras ciudades de las gentes, desde la más pequeña a la más grande; ni tampoco entre los reyes de la tierra y los ídolos de Roma, pues sien-do estos reyes idólatras de profesión, el mismo mal era adorar los ído-los de Roma que los ídolos propios de sus países. Habla, pues, nuestra profecía clara y expresamente de un comercio ilícito con nombre de fornicación, no entre Roma y sus ídolos, ni entre los reyes y los ídolos de Roma, sino entre Roma misma y los reyes de la tierra. Esta es una cosa infinitamente diversa, y ésta es la que se debe explicar con pro-piedad y verdad; lo demás es visiblemente huir la dificultad saliendo muy fuera de la cuestión.

[266] Poco satisfechos de esta primera respuesta (mas sin confe-sarlo, pues en realidad ésta es la principal en ambas opiniones), aña-den otra como accesoria y menos principal, es a saber, que en la anti-gua Roma, cuando era señora del mundo, se vieron venir a ella mu-chos reyes llamados a juicio, y aunque los delitos de éstos eran verda-deros y realmente gravísimos, se vieron no obstante salir libres, y aun declarados y honrados como inocentes y justos, por haber corrompido a sus jueces con grandes liberalidades; tanto que Yugurta, tirano de Numidia, al salir de Roma le dijo estas palabras: ¡Oh Roma, no falta para que te vendas, sino que haya quien te compre! Mas esta res-puesta accesoria, o esta explicación del texto sagrado, ¿quién no ve que es la más fría y la más impropia que se ha dado jamás? Según ella, difícilmente se habrá hallado, ni se hallará en toda la tierra, alguna corte que no merezca por la misma razón el nombre de meretriz y for-nicaria con sus propios reos; pues el componer éstos todas sus quie-bras con el dinero, no es fenómeno tan raro que sólo se haya visto en la antigua Roma.

1 Apoc. 17, 2. 2 Apoc. 18, 9.

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274 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

<

SEGUNDA DIFICULTAD

[267] La segunda dificultad de esta opinión se funda en el castigo que se anuncia a la meretriz, el cual, si se atiende a la profecía, parece cierto que hasta ahora no se ha verificado. Las expresiones de que usa San Juan son todas vivísimas, y todas suenan a exterminio pleno y eterno. Reparad en éstas: Un ángel fuerte alzó una piedra como una grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será hallada jamás 1. Si esta expresión os parece poco clara, proseguid le-yendo las que se siguen hasta el fin de este capítulo 18 y parte del si-guiente: Ni jamás en ti se oirá voz de tañedores de cítara, ni de músi-cos, ni de tañedores de flauta, y trompeta no se oirá más en ti… y voz de esposo ni de esposa no será oída más en ti 2. O todo esto es una exageración llena de impropiedad y falsedad, o todavía no se ha verifi-cado; por consiguiente, se verificará a su tiempo, como está escrito, sin faltar un ápice.

[268] Fuera de esto, debe repararse en todo el contexto de la pro-fecía desde el capítulo 16. Después de haber hablado de la última pla-ga, o de las siete fíalas que derramaron siete ángeles sobre la tierra, porque en ellas es consumada la ira de Dios 3, prosigue inmediata-mente diciendo: Y Babilonia la grande vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4. Y luego sigue refiriendo largamente los delitos y el castigo de esta Babilonia en los dos capítulos siguientes, con la circunstancia notable que advierte el mismo San Juan, esto es, que uno de los siete ángeles que acababan de derramar las fíalas fue el que mostró los misterios de dicha Babilo-nia: Y vino uno de los siete ángeles, que tenían las siete copas, y me habló, diciendo: Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande ramera, etc. 5. En lo cual se ve que, así como las fíalas son unas seña-les terribles que deben suceder hacia los últimos tiempos, así lo es el castigo de dicha meretriz.

[269] A todo esto debemos añadir otra reflexión bien importante. Si, como pretenden los autores de esta opinión, la profecía se endere-zaba toda a la antigua Roma, idólatra e inicua; si a ésta se le da el nom-bre de fornicaria y meretriz por su idolatría; si a ésta se le anuncia el castigo terrible de que tanto se habla, y con expresiones tan vivas y ruidosas, se pregunta: ¿Cuándo se verificó este castigo? Responden (ni

1 Apoc. 18, 21. 2 Apoc. 18, 22-23. 3 Apoc. 15, 1. 4 Apoc. 16, 19. 5 Apoc. 17, 1.

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hay otra respuesta que dar, ni otro tiempo a que recurrir) que se verifi-có el castigo de la meretriz cuando Alarico, con su ejército terrible, la tomó, la saqueó, la incendió y la destruyó casi del todo. Optimamente. Mas, lo primero: es cosa cierta que los males que hizo en Roma el ejér-cito de Alarico no fueron tantos como los que hicieron los antiguos Ga-los, ni como los que padeció en tiempo de las guerras civiles, ni como los que padeció en tiempo de Nerón, según lo aseguran autores con-temporáneos, como dicen Fleuri, y Milles, etc.; y, sobre todo, no fue-ron tantos como todos los que aquí anuncia claramente la profecía, que habla de la ruina total y exterminio eterno: Ya no será hallado jamás… luz de antorcha no lucirá jamás en ti… voz de esposo ni de esposa no será oída más en ti, etc. 1.

[270] Lo segundo: en tiempo de Alarico, esto es, en el quinto siglo de la era cristiana, ¿qué Roma saqueó este príncipe bárbaro? ¿Qué Ro-ma destruyó e incendió casi del todo? ¿Acaso a Roma idólatra, a Roma inicua, a Roma fornicaria y meretriz por su idolatría? Cierto que no, porque en este tiempo ya no había tal Roma. La Roma única que había en este tiempo, y que persevera hasta hoy, era toda cristiana; ya había arrojado de sí todos los ídolos; por consiguiente ya no merecía el nom-bre de fornicaria y meretriz, ya adoraba al verdadero Dios y a su único Hijo Jesucristo, ya estaba llena de iglesias o templos en que se celebra-ban los divinos oficios, pues dice la historia que Alarico mandó a sus soldados que no tocasen los edificios públicos ni los templos; ya, en fin, era Roma una mujer cristiana, penitente y santa. Siendo esto así, ¿os parece ahora creíble que en esta mujer ya cristiana, penitente y santa, se verificase el castigo terrible, anunciado contra la inicua mere-triz? ¿Os parece creíble que los delitos de Roma, idólatra e inicua, los viniese a pagar Roma cristiana, penitente y santa? ¿Os parece creíble que esta Roma cristiana, penitente y santa, sea condenada como una gran meretriz, sólo porque en otros tiempos había sido idólatra? Con-sideradlo bien, y ved si lo podéis comprender, que yo confieso mi insu-ficiencia. Aunque esta opinión no tuviese otro embarazo que éste, ¿no bastaría este solo para desecharla del todo? Leed, no obstante, todo el capítulo 18 y parte del 19, y hallaréis otros embarazos iguales o mayo-res, en cuya observación yo no pienso detenerme un instante más.

Segunda opinión

[271] Considerando las graves dificultades que padece la primera opinión, ciertamente inacordables con la profecía, han juzgado casi to-dos los doctores que no se habla en ella de la antigua Roma, sino de otra Roma todavía futura, confesando ingenuamente que en ella se verifica-

1 Apoc. 18, 21 y 23.

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276 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

rán así todos los delitos, como el terrible castigo que se le anuncia. ¿Cuándo sucederá todo esto? Sucederá, dicen con gran razón, en los tiempos del Anticristo, como se infiere y convence evidentemente de todo el texto. Para componer ahora esta ingenua confesión con el honor y consuelo de la ciudad sacerdotal y regia, que es lo que en ambas opi-niones se tira a salvar a toda costa, ha parecido conveniente, o por me-jor decir necesario, hacer primero algunas suposiciones, sin las cuales se podría temer, con bueno y óptimo fundamento, que la composición fuese no sólo difícil, sino imposible. Ved aquí las suposiciones, o las ba-ses fundamentales sobre que estriba en la realidad todo este edificio.

[272] Primera: el imperio romano debe durar hasta el fin del mun-do. Segunda: este imperio, que ahora y muchos siglos ha está tan dis-minuido que apenas se ve una reliquia o una centella, volverá hacia los últimos tiempos a su antigua grandeza, lustre y esplendor. Tercera: las cabezas de este imperio serán en aquellos últimos tiempos, no sola-mente infieles e inicuas, sino también idólatras de profesión. Cuarta: se harán dueños de Roma sin gran dificultad; pondrán en ella de nue-vo la corte del nuevo imperio romano; por consiguiente, volverá Roma a toda aquella grandeza, riquezas, lujo, majestad y gloria que tuvo en los pasados siglos, por ejemplo en tiempo de Augusto. Quinta: deste-rrarán de Roma estos impíos emperadores al Sumo Sacerdote de los Cristianos, y junto con él a todo su clero secular y regular, y también a todos los Cristianos que no quisieren dejar de serlo, con lo cual, libre Roma de este gran embarazo, establecerá de nuevo el culto de los ído-los, y volverá a ser tan idólatra como antes.

[273] Hechas todas estas suposiciones, que como tales no necesi-tan de prueba, es ya facilísimo concluir todo lo que se pretende, y pre-tender todo cuanto se quiera; es fácil, digo, concluir que, aunque la profecía habla ciertamente contra Roma futura, revelando sus delitos también futuros, y anunciándole su condigno castigo, mas no habla de modo alguno contra Roma cristiana; pues ésta, así como es incapaz de tales delitos, así lo es de tales amenazas y de tal castigo. Con esta inge-niosidad se salva la verdad de la profecía, se salva el honor de la gran-de reina, y ella queda consolada, quieta, segura, sin que haya cosa al-guna que pueda perturbar su paz o alterar su reposo; pues la indigna-ción tan ponderada del esposo no es ni puede ser contra ella, sino so-lamente contra sus enemigos. Estos enemigos, o esta nueva Roma así considerada (prosigue la explicación), cometerá sin duda nuevos y ma-yores delitos que la antigua Roma; volverá a ser fornicaria, meretriz y prostituta, esto es, idólatra (porque en ambas opiniones se explica del mismo modo la fornicación metafórica con los reyes de la tierra, sin querer hacerse cargo de que los reyes y los ídolos son dos cosas infini-tamente diversas); volverá a ser soberbia, orgullosa, injusta y cruel;

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volverá a derramar sangre de cristianos, y a embriagarse con ella; y otros nuevos delitos, junto con los de la antigua Roma, llenarán en fin todas las medidas, y atraerán contra esta ciudad, entonces infiel, todo el peso de la ira e indignación de un Dios omnipotente. Os parecerá que ya no hay necesidad de más suposiciones, creyendo buenamente que las que quedan hechas deben bastar para conseguir el intento principal. No obstante, quedan todavía algunos cabos sueltos, que es necesario atar; y para atarlos bien, se necesitan todavía otras suposi-ciones, pues es cosa probada que la suposición es el medio más fácil y seguro para allanar toda dificultad, por grande que sea. Ved ahora el modo fácil y llano con que sucederá, en esta opinión, el gran castigo de Roma ya idólatra y meretriz, de que habla la profecía.

[274] Aquellos diez reyes que, según suponen los mismos autores, han de ser vencidos por su Anticristo y sujetos a su dominación, que-dando muertos en el campo como arriba dijimos; estos diez reyes, antes de su infortunio (mas estando ya en enemistad y en guerra formal con el Anticristo), sabiendo que Roma idólatra e inicua favorece las preten-siones del Anticristo, su enemigo, se indignarán terriblemente contra ella, y la aborrecerán, como dice el texto 1. En consecuencia de este odio, se coligarán entre sí y, unidas sus fuerzas, ejecutarán por voluntad de Dios todo lo que anuncia la profecía: Éstos aborrecerán a la rame-ra, y la reducirán a desolación, y la dejarán desnuda, y comerán sus carnes, y a ella la quemarán con fuego 2. A poco tiempo después de es-ta ejecución, estos mismos diez reyes serán vencidos por el Anticristo y sujetos a su dominación, menos tres que habrán quedado no sólo ven-cidos, sino muertos; con lo cual, así estos diez reinos, como el mismo imperio romano, también vencido por el Anticristo, no obstante que un momento antes se supone aliado y amigo, y por serlo perdió su capital, todo esto, digo, quedará agregado al imperio de oriente o Jerusalén, quedando con esto vencidos todos los obstáculos, y abiertas todas las puertas para la monarquía universal de este vilísimo judío. El padre Alápide se aparta un poco de la opinión común, pues dice que la des-trucción de Roma sucederá por orden expresa del mismo Anticristo, el cual enviará para esto los diez reyes, después de vencidos y sujetados a su imperio; mas así esto como aquello estriba sobre un mismo funda-mento. A esto se reduce lo que hallamos en los doctores de la segunda opinión, sobre el misterio grande de la ciudad meretriz y su castigo.

[275] Ahora bien: y toda esta agradable historia o todas estas supo-siciones, ¿sobre qué fundamento estriban, sobre qué profecía, sobre qué razón, sobre qué congruencia o verosimilitud? ¿Con qué funda-

1 Apoc. 17, 16. 2 Apoc. 17, 16.

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278 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

mento se asegura que el imperio romano volverá a ser lo que fue; que Roma, nueva corte del imperio romano, volverá a la grandeza, majestad y gloria que tuvo antiguamente? ¿Que las cabezas de este imperio, resi-dentes en Roma, serán étnicas o idólatras? ¿Que desterrarán de Roma la religión cristiana e introducirán de nuevo el culto de los ídolos? ¿Que Roma ya idólatra se unirá con el Anticristo, rey de los Judíos, y favore-cerá sus pretensiones? ¿Que diez reyes, en fin, o por odio del Anticris-to antes de ser vencidos, o de mandato suyo después de vencidos, ha-rán en Roma aquella terrible ejecución? ¿No es esto, propiamente ha-blando, fabricar en el aire grandes edificios? ¿No podrá pensar alguno sin temeridad, que todos estos modos de discurrir son una pura con-templación y lisonja, con apariencia de piedad? Diréis, acaso, lo pri-mero: que todo esto se hace prudentemente por no dar ocasión a los herejes y libertinos a hablar más despropósitos de los que suelen con-tra la Iglesia romana; mas esto mismo es darles mayor ocasión, y con-vidarlos a que hablen con menos sinrazón, poniéndoles en las manos nuevas armas, y provocándolos a que las jueguen con más suceso. La Iglesia Romana, fundada sobre piedra sólida, no necesita de lisonja, o de puntales falsos y débiles en sí, para mantener su dignidad, su pri-macía sobre todas las Iglesias del orbe, y sus verdaderos derechos, a los cuales no se opone de modo alguno la profecía de que hablamos.

[276] Acaso diréis, lo segundo: que este modo de discurrir de la mayor parte de los doctores sobre esta profecía, es también prudentí-simo por otro aspecto, pues también se endereza a no contristar fuera de tiempo y de propósito a la soberana o madre común; mas por esto mismo debía decirse con humildad y reverencia la pura verdad. Lo que parece prudencia, y se llama con este nombre, muchas veces merece más el nombre de imprudencia, y aun de verdadera traición y tiranía. Por esto mismo, digo, debían sus verdaderos hijos y fieles súbditos procurar contristar a la soberana madre común en este punto, y de-bían alegrarse de verla contristada, si por ventura viesen alguna señal de contristación: No porque os contristasteis, sino porque os contris-tasteis a penitencia, como decía San Pablo a los de Corinto 1. Esta con-tristación, que es según Dios, no puede causar sino grandes y verdade-ros bienes; porque la tristeza que es según Dios (prosigue el Apóstol) engendra penitencia estable para salud; mas la tristeza del siglo en-gendra muerte 2. Cualquier siervo, cualquier vasallo, cualquiera hijo hará siempre un verdadero obsequio y servicio a su señor, a su sobe-rano, a su padre o madre, en contristarlos de este modo; y cualquier señor o soberano, o padre o madre, que no hayan perdido el sentido común, deberán estimar más esta contristación que todas las seguri-

1 2 Cor. 7, 9. 2 2 Cor. 7, 10.

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dades vanas, fundadas únicamente en suposiciones arbitrarias, y co-nocidamente inverosímiles e increíbles. Con la noticia anticipada del peligro, podrán fácilmente ponerse a cubierto, y evitar el perecer en él; mas si por no contristarlos se les hace creer que no hay tal peligro, la ruina será inevitable, y tanto mayor cuanto menos se tema.

[277] Es bien fácil de notar, a quien quiera dar algún lugar a la re-flexión, la conducta extraña y singular con que se procede en este asunto, ciertamente gravísimo; quiero decir, la gran liberalidad y suma profusión con que se suponen, como ciertas, muchas cosas que no constan de la revelación; por otra parte, la suma economía y escasez con que se retienen otras muchísimas cosas, en que la misma revela-ción se explica tanto. Nadie nos dice, por ejemplo, qué significa en rea-lidad sentarse la mujer de que hablamos sobre una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuer-nos 1; y no obstante, el misterio parece tan grande, tan nuevo, tan ex-traño, tan increíble, naturalmente hablando, que el mismo San Juan confiesa de sí que, al ver a la mujer en aquel estado tan infeliz y tan ajeno de su dignidad, se admiró con una grande admiración: Y cuando la vi (dice) quedé maravillado de grande admiración 2. Si, como se pretende, estar sentada la mujer sobre la bestia no significa otra cosa que la supuesta alianza y amistad entre Roma idólatra y el Anticristo, parece que el amado discípulo no tuvo razón para tan grande admira-ción. ¿Qué maravilla es que una ciudad idólatra e inicua favorezca y ayude a un enemigo de Cristo?

[278] Nadie nos dice lo que significa en realidad y propiedad la embriaguez de la mujer, que a San Juan se hizo tan notable: Vi (son sus palabras) aquella mujer embriagada de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús 3. Solamente nos acuerdan por toda explicación que en Roma se derramó antiguamente mucha sangre de Cristianos, y suponen que será lo mismo cuando vuelva a ser idóla-tra, y se una en amistad con el Anticristo. Mas ¿esto basta para llamar-la ebria? Lo que produce la ebriedad, y la ebriedad misma, ¿son acaso dos cosas inseparables? ¿No puede concebirse muy bien la una sin la otra? Cierto que, si no hay aquí otro misterio, la palabra ebria parece la cosa más impropia del mundo. Yo no puedo creer, ni tengo por creí-ble, que la profecía solamente hable de lo material de Roma, o de sus piedras y tierra que recibieron la sangre de los mártires; pues la ebrie-dad no puede competer a una cosa inanimada, aunque esté llena de lo que causa la ebriedad. ¿Quién ha llamado jamás ebria de vino a una ciudad, sólo porque tiene mucho dentro de sus muros? Mas se podrá

1 Apoc. 17, 3. 2 Apoc. 17, 6. 3 Apoc. 17, 6.

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280 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

llamar propiamente ebria de vino, si sus habitadores hacen de este vino un uso inmoderado y excesivo, de modo que produzca en ellos aquel efecto que se llama embriaguez, esto es, que los desvanezca, que los turbe, que les impida el uso recto de su razón.

[279] Lo mismo, pues, decimos a proporción de la ebriedad de la sangre de los santos, que reparó San Juan en la mujer. Esta ebriedad metafórica no puede consistir precisamente en que haya dentro de Ro-ma mucha sangre de santos, sino en que sus habitadores hagan de esta sangre un uso inmoderado y excesivo; en que esta sangre se les suba a la cabeza y los desvanezca, los desconcierte, los turbe; en que esta san-gre los llene de presunción, de nimia confianza, de vana seguridad, y por buena consecuencia los llene de insipiencia, de temeridad, o también de soñolencia y descuido, que son los efectos propísimos de la ebriedad. La misma profecía explica estos efectos y esta vana seguridad de la mujer, la cual, embriagada de la sangre de los santos, y al mismo tiempo su-mergida en gloria y delicias, decía dentro de sí: Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto 1. Y por esta misma seguridad vanísima (prosigue la profecía), vendrá sobre ella todo lo que está escrito: Por es-to en un día vendrán sus plagas, muerte, y llanto, y hambre, y será quemada con fuego, porque es fuerte el Dios que la juzgará 2.

[280] En este sentido, que parece único, estuvo ebria en otros tiempos Jerusalén, la cual era entonces nada menos que lo que es aho-ra Roma, la ciudad santa, y la corte o centro de la verdadera Iglesia de Dios. Estuvo ebria, digo, no solamente de la sangre de sus profetas y justos, que ella misma había derramado, como si esta sangre la debie-se poner en seguro, e impedir el condigno castigo que merecía por sus delitos. Así la reprende Dios por sus Profetas de esta confianza inor-denada y sumamente perjudicial, que la hacía descuidar tanto de sí misma, y multiplicar los pecados sin temor alguno, diciéndoles: ¿Pues qué, puede el Señor aplacarse con millares de carneros, o con muchos millares de gruesos machos de cabrío? 3… ¿Por ventura comeré car-nes de toros? ¿O beberé sangre de machos de cabrío? 4. Y por lo que toca a la confianza inordenada y vana de la sangre de sus profetas y justos, el mismo Mesías se explicó bien claramente, cuando les dijo: ¡Ay de vosotros, que edificáis y adornáis con gran cuidado y devoción los monumentos o sepulcros de los profetas y justos, y no os acordáis que vuestros padres los persiguieron y mataron, y no consideráis que vosotros sois dignos hijos de tales padres, muy semejantes a ellos en la iniquidad! ¡Ay de vosotros… que edificáis los sepulcros de los profe-

1 Apoc. 18, 7. 2 Apoc. 18, 8. 3 Miq. 6, 7. 4 Sal. 49, 13.

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tas, y adornáis los monumentos de los justos! Y decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus com-pañeros en la sangre de los profetas… Llenad vosotros la medida de vuestros padres 1. Es claro que el Señor no condena aquí la piedad de los que edificaban y adornaban los monumentos de los profetas y jus-tos, sino su nimia confianza en estas cosas, como si con ellas quedasen ya en plena libertad para ser inicuos impunemente. Así, concluye el mismo Señor diciéndoles que, no obstante esta sangre y estos monu-mentos de tantos profetas y justos, vendrán infaliblemente sobre ellos todas las cosas que están profetizadas. En verdad os digo, que todas estas cosas vendrán sobre esta generación 2.

[281] Nadie nos dice, en suma, lo que significa en realidad y pro-piedad la fornicación de la mujer con los reyes de la tierra. ¡Oh, qué punto tan delicado! Y, no obstante, este punto tan delicado, esta for-nicación metafórica, debía explicarse en primer lugar, como que es el delito principal y la raíz de todos los otros delitos de que la mujer es acusada. Por este delito se le da el nombre de fornicaria, meretriz y prostituta, y por este delito se le anuncia un castigo tan público y ruido-so. En este punto tan sustancial de la profecía es clarísimo el equívoco o sofisma con que se huye de la dificultad, sin duda por suma delicadeza, dejando encubierta la verdad. La fornicación, en frase de la Escritura (nos dicen todos, como que van muy de prisa, y no pueden detenerse en estas menudencias), no es otra cosa que la idolatría. De esta idola-tría con nombre de fornicación reprenden frecuentemente los Profetas a Jerusalén, y por ella la llaman meretriz, fornicaria y prostituta: con-que el acusar de fornicación a Roma futura, concluyen seguramente, no es otra cosa que darle en cara con su antigua idolatría, y anunciarle para otros tiempos otra nueva, y por una y otra el mismo castigo.

[282] Mas ¿será creíble, digo yo, será posible, que los que así dis-curren, aunque vayan de prisa, no vean ellos mismos la suma diferen-cia entre una y otra acusación? ¿Será posible que siquiera no reparen en la diferencia de cómplices, que tan claramente se nombran en los Profetas y en el Apocalipsis? La fornicación de Jerusalén, dicen los Profetas, era con los reyes de palo y de piedra; la fornicación de Roma, dice el Apocalipsis, será con los reyes de la tierra: Adulteró con la pie-dra y con el leño 3, dice Jeremías; mientras que el Apocalipsis, ha-blando de la mujer, dice: Con quien fornicaron los reyes de la tierra 4. ¿Es lo mismo dioses o ídolos de palo y de piedra, que reyes de la tie-rra? La fornicación de Jerusalén no es ciertamente otra cosa que la

1 Mt. 23, 29-30, 32. 2 Mt. 23, 36. 3 Jer. 3, 9. 4 Apoc. 17, 2.

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idolatría. Y la fornicación de Roma, ¿cuál será? Será, si así quiere lla-marse, alguna otra especie de idolatría, mas no terminada en dioses falsos de palo y de piedra, sino en reyes de la tierra vivos y verdaderos; pues éstos son los cómplices, clara y expresamente nombrados. ¿A qué viene, pues, aquí la idolatría? ¿E idolatría en frase de la Escritura, y en el sentido en que la entiende todo el mundo? ¿No es éste un equívoco y sofisma claro y manifiesto? ¿No es del mismo modo manifiesto y claro el motivo que tienen los doctores para no explicarse en este punto? ¿Y no es asimismo claro y palpable el daño gravísimo, y las pésimas conse-cuencias que pueden venir de aquí? Mientras la reina no viere dentro de sí ídolo alguno, le parecerá que está segurísima, que nada hay que temer, que todo camina óptimamente, porque así se lo dicen sus doc-tores con óptima intención, y dirá confiadamente en su corazón: Yo es-toy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto 1: pues la idolatría antigua de Roma es un delito ya muy pasado, y suficientemente pur-gado. Consolada con estas reflexiones, parece muy posible y muy fácil que se descuide en algún tiempo, y que, resfriada la caridad, dé lugar a pensamientos indignos de su dignidad, sin hacer mucho escrúpulo en cometer aquellos mismos excesos de que el texto habla, no teniendo por fornicación lo que no es en realidad. ¡Oh, qué consecuencia!

[283] La idolatría de Jerusalén, que fue la principal causa de su ruina en tiempo de Nabuco, es ciertísimo que la llaman fornicación los Profetas de Dios; mas ¿por qué razón le dan este nombre? ¿Acaso pre-cisamente porque adoraba los ídolos? Parece que no, porque los mis-mos Profetas, hablando muchas veces de la idolatría de otras ciudades de las gentes, jamás le dan el nombre de fornicación. Solamente en el profeta Nahum se halla esta palabra hablando de Nínive, a quien llama ramera bella y agraciada 2; mas, por todo el contexto, se conoce cla-ramente que las fornicaciones de esta meretriz no se toman aquí por el culto de los ídolos, sino en otro sentido muy diverso, esto es, por los atractivos, las gracias, los artificios, el dolo y engaño con que Nínive se hacía mirar y admirar de otras naciones circunvecinas, con que las atraía a sí, les daba la ley, las sujetaba a su dominación, y las trataba después con suma crueldad. A todo esto llama el profeta las fornica-ciones de Nínive: Por las muchas fornicaciones de la ramera, bella y agraciada, y que tiene hechizos, que vendió las gentes con sus forni-caciones… 3. Mas la idolatría de Jerusalén, y de todo Israel, tenía una circunstancia gravísima que la hacía mudar de especie; y por esta cir-cunstancia merecía el nombre de fornicación o de adulterio, que de ambos nombres usan indiferentemente los Profetas.

1 Apoc. 18, 7. 2 Nah. 3, 4. 3 Nah. 3, 4.

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[284] Un autor gravísimo 1 pretende defender a Roma por otro camino bien singular. Dice que la profecía no puede hablar de Roma cristiana, y lo prueba con esta única razón: si la profecía hablara de Roma cristiana, no la llamara meretriz, ni prostituta, ni fornicaria, sino solamente adúltera, que es el nombre que merece una mujer ca-sada infiel; así como, añade (y esto es lo más digno de reparo), así co-mo cuando los Profetas hablan de la idolatría de Jerusalén, que era mujer casada no menos que Roma, le dan el nombre de adulterio, y a ella el de adúltera. Este sabio, digno por tantos títulos de toda venera-ción, parece que aquí no consideró bien lo que avanzaba. Es cierto que a la idolatría de Jerusalén, esposa de Dios, le dan los Profetas algunas veces el nombre de adulterio, y a ella de adúltera; mas también es cier-tísimo que, si una vez le dan este nombre, veinte veces le dan el nom-bre de fornicación, y a ella de fornicaria. Léase, por ejemplo, todo el capítulo 16 de Ezequiel, en que se habla sobre esto de propósito. En es-te solo capítulo se halla 18 veces la palabra fornicación, y sólo una vez la palabra adulterio; y otra vez, cuando la amenaza que la juzgará con juicio de adúlteras 2. Si se lee en los otros Profetas, se hallará cierta-mente lo mismo. Casi siempre llaman a la idolatría fornicación, y rarí-sima vez la llaman adulterio. De modo que la palabra adúltera o adul-terio, hablando de la idolatría de Jerusalén, apenas se halla diez veces en todos los Profetas juntos; y la palabra fornicación, fornicaria, mere-triz, prostituta, y otras semejantes a éstas, se hallan más de cien ve-ces; lo cual es tan obvio y tan fácil de observar a cualquiera, que se me hace duro el detenerme más en esto. Parece sumamente inverosímil que Roma misma se contente jamás con esta especie de defensa.

[285] Esta circunstancia gravísima era la dignidad misma de la ciu-dad. Jerusalén era la capital, la corte y el asiento de la religión. Era el centro de unidad de la iglesia del verdadero Dios, y como tal esposa de Dios mismo, que este nombre le dan las Escrituras mismas. Era, pues, Jerusalén mujer casada, tenía marido propio y legítimo, a quien toda se debía, de quien había recibido lo que era, y de quien únicamente debía esperar lo que faltaba. No obstante este vínculo sagrado, y estas obliga-ciones indispensables, Jerusalén se resfrió con el tiempo en el amor del esposo; se olvidó de lo que era, y empezó a dar lugar a pensamientos y deseos muy ajenos de su dignidad. Resfriada en la caridad, y perdido por consiguiente el gusto de Dios que en ella se funda, no tardó en mirar con envidia la gloria vana y aparente de las otras naciones, deseando ya ser como ellas, y diciendo dentro de su corazón lo que el mismo esposo, que escudriña el corazón, le repite por Ezequiel, capítulo 20: Seremos como las gentes, y como los pueblos de la tierra, para adorar los leños

1 MONSEÑOR BOSSUET, sobre los capítulos 13 y 18 del Apocalipsis. 2 Ez. 23, 45.

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284 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y las piedras 1. Como las otras naciones pensaban y se gloriaban de te-ner en sus ídolos aquel vislumbre de felicidad, pensó también Jerusa-lén, ya tibia y relajada, que le sería fácil tener parte en aquella felicidad vana, que envidiaba por medio de los ídolos. Así, empezó a mirarlos con otros ojos: con ojos, digo, lascivos y de concupiscencia, haciendo sin duda una gran violencia a su entendimiento, para poder creer que los ídolos eran alguna cosa real; pues no podía ignorar que el ídolo es nada en el mundo, y que no hay otro Dios, sino sólo uno 2. En esta creencia forzada de que los ídolos eran algo, empezó a hincarles la rodi-lla, empezó a acariciarlos y a obsequiarlos, a esperar en ellos, a pedirles de aquellos bienes que ya tenía falsamente por tales; empezó, en fin, a temerlos, ya por temor, ya por interés, dos razones fortísimas para una mujer de bajos pensamientos; entabló con ellos aquel comercio abomi-nable que tanto la deshonró, y que fue la causa de todos sus trabajos.

[286] Ahora, señor mío, respondedme con sinceridad: si hubiese otra Jerusalén, otra esposa del verdadero Dios, asunta a esta dignidad en lugar de aquélla; otra Ester elegida graciosamente en lugar de la in-feliz Vasti; otra dilecta y mucho más que la primera; si esta nueva Je-rusalén, si esta nueva dilecta llegase con el tiempo a resfriarse en la ca-ridad, a descuidarse en sus verdaderas obligaciones, a envilecer su dig-nidad; si fuese notada y acusada formalmente de un comercio ilícito, no ya con dioses de palo y de piedra como la primera esposa, sino con los reyes de la tierra; si el mismo esposo, por alguno de sus Profetas, le diese a este tal comercio el nombre de fornicación, ¿qué otra cosa pu-diera ni debiera entenderse en este caso sino aquello mismo en sus-tancia, mudados solamente los cómplices que señalan los Profetas al explicar la fornicación de la primera Jerusalén? Si esto no se entendie-ra, o no quisiera entenderse, ¿no mereceríamos que nos repitiese el Señor aquellas mismas palabras que dijo a sus discípulos: Aun tam-bién vosotros sois sin entendimientos? 3. La fornicación de la primera esposa era con ídolos, era con dioses vilísimos de palo y de piedra. Y ¿en qué consistía esta fornicación? Consistía en tenerlos por algo, siendo nada en realidad; consistía en preferirlos o igualarlos al legíti-mo esposo; consistía en pedirles, en esperar en ellos, en temerlos, en… Pues aplicad la semejanza, y aplicadla según lo que sabéis: no queráis cerrar los ojos voluntariamente, no queráis haceros los desentendidos, y esconder y desfigurar una verdad de tan graves consecuencias.

[287] Lejos está por ahora la piísima y prudentísima madre de in-dignarse contra quien le dice, con suma reverencia y con íntimo afecto, la pura verdad. Esto sería indignarse contra Dios mismo. Mucho menos

1 Ez. 20, 32. 2 1 Cor. 8, 4. 3 Mt. 15, 16.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 285

deberá indignarse si considera que aquí no se habla de modo alguno de Roma presente, sino solamente de Roma futura, que es puntualmente de la que habla la profecía. No tenemos razón alguna para temer que la cátedra de la verdad sea capaz de pronunciar aquella estulticia que de-cía Jerusalén a sus profetas: Habladnos cosas que nos gusten, ved para nosotros cosas falsas 1: ni mucho menos de dar aquella sentencia ini-cua que dieron los sacerdotes y profetas contra Jeremías, de quienes él se queja por estas palabras: Y hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes, y a todo el pueblo, diciendo: Sentencia de muerte tiene este hombre, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo ha-béis oído con vuestras orejas 2. ¡Oh, cuántos males más que ordina-riamente pudieran haberse evitado, y pudieran evitarse en adelante, si los que conocen una verdad no la ocultasen o desfigurasen por una contemplación, o respeto, o piedad conocidamente mal entendida; y si, a lo menos, no se empeñasen tanto contra la verdad!

[288] No ignoramos que muchos de aquéllos que llama el Evange-lio hijos de la iniquidad 3, por odio de la Iglesia romana, a quien ha-bían negado la debida obediencia, han abusado monstruosa e impru-dentemente de este lugar de la Escritura santa. Pero ¿qué cosa hay, por verdadera y por santa que sea, de que no se pueda abusar? Los malos hijos, en lo que han dicho de Roma sobre esta profecía, han di-cho injurias, calumnias e invectivas; han mezclado con infinitas fábu-las una u otra verdad poco bien entendidas; han avanzado cosas que no es posible que ellos mismos creyesen. Mas todo esto, ¿qué hace ni qué puede hacer al asunto presente? Porque algunos han oscurecido algunas verdades, mezclándolas violentamente con fábulas y errores, ¿por eso no deberá ya trabajarse en sacar en limpio estas mismas ver-dades? ¿Por eso no se podrá ya separar lo precioso de lo vil? ¿Por eso deberemos negarlo todo, pasándonos enteramente al extremo contra-rio? ¿Por eso no podremos ya tomar un partido medio, que nos aleje igualmente del error funesto y de la lisonja perjudicial? ¿Mayormente cuando estos insensatos aplicaban a la Roma presente con calumnias, lo que sólo se puede entender con verdad de la Roma futura?

[289] Lo que decimos de los delitos de la mujer, decimos consi-guientemente de su castigo. Roma, no idólatra, sino cristiana; no cabe-za de un imperio romano, sólo imaginario, sino cabeza del cristianismo, y centro de unidad de la verdadera Iglesia de Dios vivo, puede muy bien, sin dejar de serlo, incurrir alguna vez, y hacerse rea delante de Dios mismo, del crimen de fornicación con los reyes de la tierra, y de todas sus resultas. En esto no se ve repugnancia alguna, por más que

1 Is. 30, 10. 2 Jer. 26, 11. 3 Mt. 13, 38.

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286 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

muevan la cabeza sus defensores. Y la misma Roma, en este mismo as-pecto, puede recibir sobre sí el horrendo castigo de que habla la profe-cía. No es menester para esto que sea tomada de los étnicos; no es me-nester para esto que vuelva a ser corte del mismo imperio romano, sali-do del sepulcro con nuevos y mayores bríos; no es menester para esto que los nuevos emperadores destierren de Roma la religión cristiana e introduzcan de nuevo la idolatría. Todas estas ideas extrañas, todas es-tas suposiciones imaginarias, son en realidad unas vanas consolatorias, que no pueden ser sino de sumo perjuicio para Roma, si se fía en ellas. El gran trabajo es (y trabajo digno de llanto inconsolable) que la profe-cía se cumplirá, según parece, por esto mismo; quiero decir, porque nuestra buena madre se fiará más de lo que debiera de palabras conso-latorias, no queriendo advertir que nacen solamente del respeto y amor de sus fieles súbditos, los cuales han mirado y miran como un punto de piedad, y aun de religión, el beatificarla a todas horas y de todos modos. ¡Oh, si nos fuese posible decirle al oído, de modo que aprovechase, aquellas palabras que decía Dios a su antigua esposa (hablo solamente en este punto particular): Pueblo mío, los que te llaman bienaventura-do, esos mismos te engañan, y malean el camino de tus pasos 1.

[290] No, señora; no, madre nuestra: no caeréis otra vez en el de-lito de idolatría. No es ésta ciertamente la fornicación que aquí se os anuncia; no os debe dar esto cuidado alguno, está muy lejos de vos, no menos que del texto y contexto de toda la terrible profecía. Vuestra fe no faltará, y en esto os dicen la verdad todos vuestros doctores; pero mirad, señora, que sin faltar vuestra fe, puede muy bien faltar algún día vuestra fidelidad; sin faltar vuestra fe, puede muy bien verificarse en vos algún día otra especie de fornicación tan metafórica como la fornicación de los ídolos de la primera esposa de Dios, mas no menos abominable en sus divinos ojos, ni menos peligrosa para vos, ni menos funesta para vuestros fieles hijos, ni tampoco menos digna de castigo, y de un castigo tanto mayor cuanto son mayores vuestras obligaciones, y mayor el honor y grandeza verdadera a que os ha sublimado vuestro esposo, el cual, habiéndose ido a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse 2, os confió y encomendó tanto el gobier-no de su casa, y el verdadero bien de su gran familia. Si en esto os des-cuidáis algún día por atender a vos misma, y cuidar de otra grandeza que ciertamente no os compete, podéis temer, señora, con gran razón, que caiga sobre vos infaliblemente todo el peso de la profecía: Mas tú por la fe estás en pie. Pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdo-nará a ti 3, escribía San Pablo a los Romanos.

1 Is. 3, 12. 2 Lc. 19, 12. 3 Rom. 11, 20-21.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 287

[291] Cuando el Mesías se dejó ver en Jerusalén, es cosa cierta que no halló en toda ella ídolo alguno. Este delito abominable de la antigua Jerusalén estaba ya corregido, enmendado y purgado suficientemente. Demás de esto, el culto externo, o el ejercicio externo de la religión, es-taba corriente: el sacrificio continuo, la oración a sus tiempos, los ayu-nos prescriptos, las fiestas solemnes, el sábado, etc., todo se observaba escrupulosamente, tanto que algunas observaciones pasaban al extre-mo de nimiedad: había en ella muchos justos, de que hacen mención los Evangelios; toda la ciudad, en suma, era y se llamaba con propie-dad la ciudad santa, pues este nombre le da el Santo Evangelio aun después de la muerte del Mesías 1; con todo eso, Jerusalén estaba en-tonces en tan mal estado en los ojos de Dios, que el Mesías mismo llo-ró sobre ella, y no solamente la halló digna de sus lágrimas, sino tam-bién de aquel terrible anatema que fulminó contra ella en forma de profecía (diciéndole): Vendrán días contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y te estrecharán por to-das partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra… 2.

[292] Esta profecía del Hijo de Dios se verificó plenamente pocos años después, ni fue necesario para su perfecto cumplimiento que la ciudad volviese a la antigua idolatría, ni que fuese tomada por algunos príncipes étnicos que desterrasen de ella la verdadera religión y substi-tuyesen el culto de los ídolos. Nada de esto fue necesario. Jerusalén fue castigada, no por idólatra, sino por inicua; no por sus antiguos delitos, sino por aquellos mismos que el Señor le había reprendido máxima-mente en su sacerdocio, los cuales se pueden ver en los Evangelios, que bien claros están. La semejanza, pues, corre libremente por todas par-tes sin embarazo alguno, y la explicación por sí misma se manifiesta.

Se propone y resuelve la mayor o la única dificultad

que hay contra nuestro sistema del Anticristo

PÁRRAFO 15

[293] Todo cuanto hemos trabajado hasta aquí en recoger y unir en un cuerpo moral las diversas piezas de que se debe componer el An-ticristo, o en armar esta grande máquina, parecerá sin duda un trabajo perdido, si no respondemos de un modo natural, claro y perceptible, a

1 Mt. 27, 53. 2 Lc. 19, 43-44.

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288 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

una gravísima dificultad que se halla en la Escritura; la cual ha pareci-do tan decisiva en favor de la persona individua y singular del Anti-cristo, que éste ha sido en realidad todo el fundamento de la opinión común. La dificultad se puede proponer brevemente en esta sustancia.

[294] El Apóstol San Pablo, en todo el capítulo 2 de su segunda epístola a los Tesalonicenses, habla ciertamente del Anticristo, aunque no lo nombre con esta palabra expresa y formal. Siendo esto así, como ninguno duda, tampoco se debe ni puede dudar que hable de una per-sona singular; ya porque esto suena en todas sus expresiones, y su mo-do de hablar; ya porque siempre habla en singular, y nunca en plural; ya en fin, porque dice del Anticristo algunas cosas particulares, una en especial que no puede competer a muchos individuos, sino precisa-mente a uno solo. Ved aquí el texto entero del Apóstol: Os rogamos, hermanos, por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, y de nuestra reunión con él, que no os mováis fácilmente de vuestra inte-ligencia, ni os perturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta, como enviada de nos, como si el día del Señor estuviese ya cerca. Y no os dejéis seducir de nadie en manera alguna, porque no será sin que antes venga la apostasía, y sea manifestado el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta sobre todo lo que se llama Dios, o que es adorado; de manera que se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios. ¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros os decía estas cosas? Y sabéis qué es lo que ahora le detiene, a fin de que sea manifestado a su tiempo. Por-que ya está obrando el misterio de la iniquidad; sólo que el que está firme ahora, manténgase, hasta que sea quitado de en medio. Y en-tonces se descubrirá aquel perverso, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, y le destruirá con el resplandor de su veni-da. La venida de aquél es según operación de Satanás, en toda poten-cia, y en señales, y en prodigios mentirosos, y en toda seducción de la iniquidad para aquéllos que perecen, porque no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por eso les enviará Dios operación de error, para que crean a la mentira, y sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad 1.

[295] Esto es todo lo que dice San Pablo del Anticristo, lo cual he-mos reservado de propósito para lo último, por examinarlo aparte con mayor atención. En toda la divina Escritura, aunque se lea cien veces, y se vuelva a leer otras mil, no hay otro lugar sino este solo, que parez-ca favorecer la persona individua y singular del Anticristo, habiendo tantos otros que claramente combaten y destruyen esta persona singu-lar. Por tanto, este solo texto, como decíamos poco ha, es todo el fun-

1 2 Tes. 2, 1-11.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 289

damento real en que estriba y se hace fuerte la común opinión. Dicen que este texto es claro y los otros son oscuros; lo cual, aunque fuese cierto en cuanto a la sustancia de los misterios del Anticristo (que ni aun en esto es claro), podemos decir seguramente todo lo contrario, en cuanto a la unidad o pluralidad de individuos en el mismo Anticristo. En este punto determinado, que es lo que ahora tratamos, el texto de San Pablo es oscurísimo, y los otros son tan claros, que los mayores ingenios, empeñados formalmente en acomodarlos a una persona sin-gular, no lo han podido hasta ahora conseguir. Para responder, pues, a esta gran dificultad de un modo formal e inteligible, vamos por partes. Dos son los puntos únicos sobre que estriba toda ella. Primero: San Pablo habla del Anticristo en singular, no en plural, llamándolo el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual… se levanta…, aquél perverso… Segundo: San Pablo dice de este hombre de pecado… que se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios 1: luego habla de una persona individua y singular.

Se satisface al primer punto de la dificultad

[296] Primeramente: parece innegable y fuera de disputa que el hablar del Anticristo en singular y no en plural, como lo hace San Pa-blo, precisamente por hablar en singular, nada puede probar contra el asunto ni en provecho ni en contra. Tan en singular se habla ordina-riamente de un cuerpo moral, compuesto de muchos individuos, como de una sola persona; y ambos modos de hablar son igualmente bue-nos. En la Escritura divina tenemos de esto ejemplares sin número, y el mismo San Pablo nos ofrece no pocos. ¿Quién dirá, por ejemplo, que Dios habla de la persona singular de Adán cuando dice: Raeré… de la haz de la tierra al hombre, que he criado? 2. ¿Quién dirá que Ja-cob habla de la persona singular de cada uno de sus hijos, cuando les dice antes de morir: Congregaos, para que anuncie lo que os ha de ve-nir en los últimos días 3; cuando, hablando con cada uno de ellos en singular, les anuncia su suerte futura, por ejemplo: Isacar, asno fuer-te 4… Benjamín lobo robador 5… Neftalí, ciervo suelto 6, etc.? ¿Quién dirá que Moisés habla con la persona singular de su padre Jacob, cuan-do dice en sus libros frecuentemente: Oye Israel… ten cuidado 7… Abandonaste al Dios que te engendró, y te olvidaste 8; cuando dice en singular que Dios entregó en sus manos al Cananeo, y que él lo ma-

1 2 Tes. 2, 4. 2 Gen. 6, 7. 3 Gen. 49, 1. 4 Gen. 49, 14. 5 Gen. 49, 27. 6 Gen. 49, 21. 7 Deut. 6, 3. 8 Deut. 32, 18.

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290 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tó? 1. ¿Quién dirá que David habla de un hombre individuo, cuando di-ce en singular: Levántate, Señor, no se fortifique el hombre 2…; no temeré lo que el hombre me haga 3, porque me pateó el hombre 4; Pan de ángeles comió el hombre? 5. ¿Quién dirá que Isaías habla de algún hombre individuo, llamado Egipto, cuando dice: El Egipto es hombre, y no Dios? 6. De estos ejemplares pudiera citar con poco trabajo mate-rial dos o tres millares, porque éste es un modo propio de hablar en toda suerte de escrituras sagradas y profanas, cuando se habla de mu-chos que moralmente componen un todo.

[297] El mismo San Pablo habló ciertamente con todas las gentes cristianas entonces presentes y futuras, y no obstante casi siempre les habla en singular, como si hablase con un solo individuo; por ejemplo: Y tú, siendo acebuche, fuiste injerido en ellos, y has sido hecho partici-pante de la raíz y de la grosura de la oliva. No te jactes contra los ra-mos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti… Mas tú por la fe estás en pie: pues no te engrías por eso, mas antes teme 7. Supongamos ahora por un momento que el Anticristo ha de ser un cuerpo moral, como lo hemos considerado; en este caso, ¿no serían ver-daderas y propísimas las expresiones de San Pablo? ¿No le convendrían perfectamente bien a este cuerpo moral los nombres de el hombre de pecado, el hijo de perdición, etc.? Parece que sí, y mucho más que si se hablase en plural, diciendo hombres de pecado, hijos de perdición. Aunque las piedras que forman un palacio o un templo, consideradas en sí mismas, sean muchísimas, y se hable de ellas en plural, mas después que se ven unidas entre sí, después que se ven puestas en aquel orden a que están destinadas, ya no se habla de ellas en plural, sino en singular; ya no se habla de ellas sino como se habla de un individuo; ya todo aquel conjunto, o agregado, se llama propiamente un palacio o un templo. Del mismo modo, aunque todos los individuos que deben componer el Anti-cristo, considerados en sí mismos, sean innumerables, mas considera-dos en unión, en cuerpo, en aquella especie de orden necesario para formar toda la máquina anticristiana, en este aspecto, digo, que todos aquellos individuos son un todo, son un cuerpo, son un Anticristo o contra-Cristo, y ya se puede hablar de todos ellos como se habla de una persona, dando a todo aquel conjunto el nombre que le da el Apóstol (cuando dice) el hombre de pecado, el hijo de perdición, etc. En todo es-to, lejos de hallarse impropiedad alguna digna de reparo, se halla por el

1 Num. 21, 3. 2 Sal. 9, 20. 3 Sal. 117, 6. 4 Sal. 55, 2. 5 Sal. 77, 25. 6 Is. 31, 3. 7 Rom. 9, 17-18, 20.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 291

contrario una suma propiedad; ni se concibe de qué modo más natural ni más propio se podía hablar de un agregado anticristiano, de muchos individuos unidos entre sí y animados de un mismo espíritu, de un mismo interés, de unas mismas intenciones. De este modo se habla con propiedad de una religión, de una república, de una monarquía; y de este modo se habla del cuerpo místico de Cristo, que son todos los fieles unidos entre sí y animados del espíritu mismo de Cristo. Si en este cuerpo falta la unidad, ¿qué bien podremos esperar?

[298] Fuera de esto, si se consideran atentamente las circunstan-cias y el tiempo en que San Pablo habla del Anticristo, me atrevo a decir que se ve con los ojos, y se toca con las manos, la razón que tuvo para no explicarse plenamente en este asunto, para hablar con alguna oscuri-dad, para usar de palabras y explicaciones igualmente acomodables a una individua persona que a un cuerpo moral, compuesto de muchas. San Pablo era el Apóstol, el Doctor, el Maestro propio de las Gentes; era en aquellos primeros tiempos como una verdadera madre llena de amor y de ternura, y al mismo tiempo llena de discreción y de pruden-cia, que da a sus hijos el necesario y conveniente alimento, y les esconde de algún modo lo que por entonces no les conviene. El mismo dice que los sustentaba con leche como a párvulos, porque todavía no eran capa-ces de manjares más fuertes: Como a párvulos en Cristo, leche os di a beber, no vianda; porque entonces no podíais, y ni aun ahora podéis 1. En muchísimas partes de sus epístolas se observa esta contemplación, o esta bondad y ternura de madre, con que trata a los nuevos cristianos. Aunque siempre les dice la verdad, aunque nada les oculta de lo que les importa saber, mas algunas verdades, cuya noticia clara e individual no les era tan necesaria por entonces, se las dice con grande economía, mostrándoles claramente lo necesario, y como ocultándoles de algún modo lo menos necesario que pudiera ocasionar alguna turbación. Así se ve que muchas veces corta la cláusula, dejándola casi sin sentido, por no explicarlo todo, o porque no se entendiese todo fuera de tiempo.

[299] Entre otros muchos ejemplares, que me fuera fácil haceros notar, observad solamente aquel texto de la epístola a los Romanos (en el que les dice): Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incre-dulidad de ellos (los Judíos), así también éstos ahora no han creído en vuestras misericordias, para que ellos alcancen también miseri-cordia 2. En esta segunda parte de la proposición falta manifiestamen-te la causal de la primera parte, sin la cual la semejanza no puede co-rrer; y parece claro que el prudentísimo Apóstol la omitió de propósi-

1 1 Cor. 3, 1-2. 2 Rom. 11, 30-31.

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292 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

to, por no contristar por entonces o desanimar a los nuevos fieles. La causal de la primera parte es ésta: Por la incredulidad de ellos; con-que para que corriese bien la semejanza debía hallarse otra causal se-mejante en la segunda parte, y así debía añadirse: Por vuestra incre-dulidad. De modo que si vosotros (les dice) conseguisteis misericordia por la incredulidad de los Judíos, éstos la conseguirán por vuestra in-credulidad. Estas últimas palabras, que faltan en el texto, se coligen evidentemente de todo lo que precede, y mucho más de lo que se sigue inmediatamente: Porque Dios todas las cosas encerró en la increduli-dad, para usar con todos de misericordia 1: en la incredulidad de los Judíos, para hacer grandes misericordias con las Gentes; y en la incre-dulidad de éstas (cuando suceda como está escrito), para hacer iguales o mayores misericordias con los Judíos. ¡Misterio verdaderamente grande e inescrutable, digno sólo de la grandeza de Dios, y de las ri-quezas incomprensibles de su sabiduría! Así concluye el punto el Apóstol con esta exclamación: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus jui-cios, e impenetrables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? 2, etc.

[300] De este modo podemos discurrir, mirando con atención to-do lo que el mismo Apóstol dice del Anticristo en el lugar citado. Todo este capítulo, por más que se diga o se pretenda, es oscurísimo; algu-nas cláusulas no tienen sentido, o no se les ve, porque no están con-cluidas; otras parecen verdaderos enigmas muy parecidos a los del Apocalipsis; en otras se remite a lo que ya les había dicho de palabra, lo cual no tenemos por dónde saberlo. ¿Quién entendiera, por ejem-plo, que aquella palabra la apostasía, que es tan general: Sin que an-tes venga la apostasía, significa aquí la apostasía, si el mismo Apóstol no se hubiese explicado en otras partes? Por ejemplo, en la epístola pri-mera a Timoteo, donde se hallan estas palabras: Mas el Espíritu ma-nifiestamente dice que en los postrimeros tiempos apostatarán algu-nos de la fe 3; y en la epístola a los Hebreos, donde llama a la apostasía corazón malo de incredulidad, apartándoos del Dios vivo 4.

[301] Ahora, si el hombre de pecado, el hijo de perdición, de quien dice que se revelará o manifestará antes que venga el Señor; si este hombre de pecado no es en la realidad otra cosa que la apostasía de la fe, o una consecuencia de la apostasía; si no ha de ser otra cosa (a lo menos en su principio y fundamento) que un cuerpo de cristianos apóstatas, animados de aquel espíritu terrible que divide a Jesús (pa-

1 Rom. 11, 32. 2 Rom. 11, 33-34. 3 1 Tim. 4, 1. 4 Heb. 3, 12.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 3 293

siva y activamente), y unidos todos contra el Señor y contra su Cris-to 1; en este caso parece algo más que verosímil que el Apóstol se expli-case en este punto con suma discreción y economía, para no hacer al-gún daño a aquellas tiernas plantas, que apenas empezaban a brotar, por no afligirlas y desconsolarlas más de lo que era necesario en aque-llos principios. No sabemos qué uso hicieron de este lugar de San Pa-blo los Tesalonicenses, ni cómo lo entendieron, ni si lo entendieron. Parece lo más verosímil que por entonces se contentasen con la noticia clara y cierta que les da el Apóstol, tocante al asunto principal o único de toda la epístola, es a saber, que el día del Señor no estaba tan cerca como entre ellos se había divulgado (no se sabe con qué ocasión), pues primero había de suceder la apostasía, y la revelación del hombre de pecado. Después, andando el tiempo, se ha pensado tanto, y tanto se ha adelantado sobre este lugar de San Pablo, que el hombre de pecado ha llegado en fin a formar aquel fantasma o aquel monstruo que no se puede mirar sin admiración, ni leer sin asombro.

[302] Yo veo bien, y confieso de buena fe, que con esto solo no es-tá resuelta la gran dificultad. Aunque el primer punto de apoyo sobre que estriba (esto es, el hablar el Apóstol del Anticristo, no en plural, sino en singular) no sea tan sólido y fuerte que baste por sí solo para sustentarla, mas queda el otro punto sólido y firmísimo que parece imposible hacerlo ceder; y mientras éste no cediese, toda la dificultad queda en pie, y por consiguiente cae todo el grande edificio que se ha levantado hasta las nubes sobre este solo fundamento. Aun permitido y concedido, se podrá decir, que las palabras y expresiones de que usa el Apóstol pueden acomodarse igualmente bien a un cuerpo moral que a un individuo singular, mas entre ellas hay una que no admite otro sentido que el de la persona individua y singular, y siendo esto así, ésta sola debe explicar a todas las otras. Si ésta sola habla ciertamente de una persona individua y singular, se debe concluir legítima y eviden-temente que todas las demás hablan en el mismo sentido, pues todas caminan a un mismo objeto. Examinemos, pues, este gran fundamen-to con atención particular.

Se satisface al segundo punto de la dificultad

[303] Entre las cosas particulares que dice San Pablo del hombre de pecado, del hijo de iniquidad, o del Anticristo, una es que no sólo se opondrá, sino que se elevará sobre todo lo que se llama Dios, o que es adorado…, de tal modo que se sentará en el templo de Dios, mostrán-dose como si fuese Dios 2. Este sentarse en el templo de Dios, mos-trándose como si fuese Dios, solamente puede competir a una persona

1 Sal. 2, 2. 2 2 Tes. 2, 4.

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294 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

individua y singular; luego el hombre de pecado, el hijo de iniquidad, o el Anticristo, debe ser, según San Pablo, un hombre individuo, o per-sona singular. A este solo punto de apoyo se reduce el fundamento de la opinión común. Ahora pregunto yo: esta parte del texto de San Pa-blo, o esta noticia particular: De manera que se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios, ¿es clara o inteligible en to-das sus partes, o no lo es? Si no es perfectamente clara e inteligible, no puede servir de apoyo, ni ser fundamento para afirmar una cosa tan grande, tan repugnante al sentido común, y tan opuesta a todas las ideas que en tantas otras partes nos da del Anticristo la divina Escritu-ra. Mucho menos podrá ser suficiente fundamento para fundar esta sola noticia un dogma, o una verdad de fe, como pretenden o suponen algunos teólogos insignes, diciendo, sin más razón que ésta, que la persona individua y singular del Anticristo es una aserción no sola-mente probable, sino ciertamente de fe. Mas ¿cómo ciertamente de fe una proposición fundada únicamente sobre un texto oscuro, o no ex-plicado por el común sentir de los Padres y teólogos, ni menos defini-do por la Iglesia? No es oscuro, responden, sino claro y perceptible a todos; ni admite otro sentido literal y obvio que el de una persona sin-gular. Los otros lugares que se hallan en la Escritura, y que parecen hablan de muchas personas, estos sí son oscuros, y muchos de ellos puras metáforas, cuyo verdadero sentido es reservado a Dios.

[304] Ahora bien, ¿conque el texto de San Pablo que ahora consi-deramos, es claro y perceptible a todos? Si es claro y perceptible a to-dos, deberá ser clara y perceptible la explicación. En este supuesto, se pregunta en primer lugar: ¿De qué templo de Dios habla San Pablo? O habla de templo sólo espiritual, figurado y metafórico, o habla de algún templo material y manufacto. Entre estos dos templos no parece que haya medio. Si habla en el primer sentido, el texto nada prueba en fa-vor, antes prueba en contra; pues en el mismo sentido en que se tomase la palabra templo, se deberá tomar el hombre de pecado, que se sienta en él, y también el asiento mismo, y la acción de sentarse, etc. Si se ha-bla de templo material y manufacto, se vuelve a preguntar: ¿Qué tem-plo será éste? Resuelven que será el templo mismo de Jerusalén; pues en tiempo de San Pablo no había en toda la tierra otro templo material de Dios. Se debe suponer, antes de pasar a otra reflexión, que San Pablo no habla aquí de aquel mismo individuo templo que existía en su tiem-po, pues en este caso hubiera sido mal profeta: ni San Pablo podía igno-rar que aquel individuo templo de Dios debía destruirse en breve, así por la profecía de Daniel, capítulo 9, que es bien clara, como por la pro-fecía clarísima del mismo Cristo que dijo, hablando del templo: No quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada 1. Conque si el

1 Mt. 24, 2.

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Apóstol habla del templo de Jerusalén, es preciso que hable de otro templo todavía futuro. ¿Cuál es éste? Es, dicen con gran formalidad, el que edificará el mismo Anticristo, cuando ponga su corte en Jerusalén.

[305] Optimamente. ¿Y esta noticia es cierta y segura? ¿Se ha sa-cado de algún público archivo conocido por infalible? Sabemos que no hay otro archivo de donde sacar noticias de futuro, que la revelación contenida en la Biblia sagrada. ¿Cuál es, pues, la revelación sobre esta noticia particular? ¿Será acaso este mismo lugar de San Pablo, des-pués de entendido y acomodado al intento? Increíble parece, mas la verdad es que no se señala otro ni parece posible señalarlo, porque no lo hay en toda la Biblia sagrada; antes hay no pocos para afirmar todo lo contrario. Ved aquí uno que vale por mil. El profeta Daniel, capítulo 9, hablando de la muerte del Mesías y de sus resultas, dice así: Será muerto el Cristo, y no será más suyo el pueblo que le negará. Y un pueblo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad y el santuario, y su fin será el estrago, y después del fin de la guerra vendrá la de-solación decretada… y durará la desolación hasta la consumación y el fin 1. Si la desolación de Jerusalén y de su templo debe perseverar hasta la consumación y hasta el fin, ¿en qué tiempo edificará este judío Anticristo la ciudad y el templo que desolaron los Romanos? Si antes de la consumación y del fin, falsificará la profecía, y será ésta una de sus mayores proezas. Si después, será todavía mayor proeza, como es salir del infierno para edificar el templo y la ciudad. ¿No veis, Señor, con vuestros ojos la suposición e inconsecuencia?

[306] No es esto lo más: aun dado caso, y permitido por un mo-mento, que el pérfido judío Anticristo será quien edifique otra vez el templo de Jerusalén, se pregunta: ¿Este templo edificado por el Anti-cristo será realmente un templo de Dios? Dura cosa parece el conce-derlo; pues no aparece razón, ni título alguno, para poderle dar este nombre. ¿Cómo ha de ser un templo de Dios vivo; cómo le hemos de dar este nombre a un edificio construido por el mayor enemigo de Dios, por un hombre de pecado, hijo de la iniquidad, el cual se opone y se levanta sobre todo lo que se llama Dios, o que es adorado? 2. ¡Y es-to de propia autoridad, sin mandato ni beneplácito de Dios! ¡Y esto no para Dios, sino para sí mismo! ¿Cómo ha de habitar Dios en este tem-plo, de modo que merezca con propiedad el nombre de templo de Dios, si no merece este nombre, si no es de modo alguno propio y ra-cional, templo de Dios? Luego el Apóstol no habla de este templo ima-ginario, pues dice expresamente que el hombre de pecado se sentará en el templo de Dios 3.

1 Dan. 9, 26-27. 2 2 Tes. 2, 4. 3 2 Tes. 2, 4.

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[307] Pues ¿de qué templo de Dios habla San Pablo? Los que dicen que este texto es clarísimo, y por su claridad es decisivo en el asunto, debían hacerse cargo de todos estos embarazos. Debían así mismo ha-cerse cargo de otras cosas particulares del mismo texto, en que se ex-plican tan poco, tan de prisa, tan en confuso, que nos dejan en la mis-ma, y aun en mayor oscuridad. ¿Qué significado tienen, por ejemplo, aquellas palabras: Y sabéis qué es lo que ahora le detiene, a fin que sea manifestado a su tiempo. Porque ya está obrando el misterio de la iniquidad, sólo que el que está firme ahora, manténgase, hasta que sea quitado de en medio. Y entonces se descubrirá aquel perverso?… Aquí confiesan que está oscuro el Apóstol; y como si hubiesen consul-tado el punto con él mismo, señalan luego la razón que tuvo para ha-blar con tanta oscuridad. ¿Cuál fue esta razón? Fue, dicen, por no oca-sionar alguna persecución contra los Cristianos, si acaso esta epístola llegase a manos del emperador Nerón, pues en esta cláusula oscura habla del mismo Nerón, y de todo el imperio romano; y lo que en sus-tancia quiere decir es que el fin y ruina de este grande imperio ha de preceder inmediatamente, y ha de ser como una señal clara y mani-fiesta, de la revelación del Anticristo y de su monarquía universal. ¿Y será creíble, digo yo, que San Pablo hable aquí de Nerón, o del imperio romano, después de sepultado y convertido en polvo? ¿Será creíble se hable todavía de él en nuestra tierra como se hablaba en tiempo de Constantino o de Teodosio? Cierto que leemos con nuestros ojos algu-nas cosas tan extrañas, que aun después de leídas, nos parece imposi-ble que puedan escribirse.

[308] Pero volvamos a nuestro propósito. ¿De qué templo de Dios habla aquí San Pablo? Así como para entender bien la palabra aposta-sía nos es necesario consultarlo con el mismo San Pablo en otros luga-res de sus epístolas, así del mismo modo, para entender la palabra templo de Dios, deberemos consultarlo con el mismo Apóstol. No ha-biendo otro lugar en toda la Escritura que nos pueda dar sobre esto al-guna luz, sería un óptimo expediente para inquirir la mente de San Pablo consultar atentamente sus otros escritos, examinando entre ellos estos dos puntos, que son los que por ahora necesitamos. Prime-ro: si la palabra templo de Dios se halla alguna o algunas veces en los escritos de este Apóstol. Segundo: en qué sentido se halla esta palabra siempre que se halla. Hecho este examen con poco o mucho trabajo, yo discurro así, y propongo mi discurso en forma de consulta a cual-quier juez imparcial.

[309] En todas las 14 epístolas de San Pablo, solas siete veces se ha-lla esta palabra templo de Dios. En las seis primeras el sentido es uno mismo, y está manifiesto y clarísimo: siempre se toma en sentido figu-rado y espiritual, nunca en sentido material, como luego veremos; mas

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la séptima vez el sentido no está claro: no se conoce con tanta certeza si habla también de templo espiritual, o de templo material. A esta duda se añade que el sentido material sufre grandes dificultades, y el espiritual ninguna. Pues en este caso, propuesto con toda fidelidad y verdad, se pregunta: ¿Podremos entender este último lugar oscuro en aquel mismo sentido claro en que entendemos los seis primeros, luego al punto que los leemos? Si se dice que no, deberá mostrarse algún fundamento real, o alguna buena razón, para exceptuar este solo lugar oscuro de aquel sentido claro y cierto en que se toman los otros; y este fundamento, es-ta buena razón, ni se muestra, ni hay apariencia de que pueda mostrar-se, si no es acaso respondiendo por la misma cuestión. Si se dice que sí, con esto solo está resuelta la dificultad, y concluida la disputa.

[310] Por si acaso se dudare del sentido cierto en que toma San Pablo la palabra templo de Dios las seis primeras veces, se pueden ver éstas en sus propios lugares, que son: tres veces en el capítulo 3 de la epístola primera a los Corintios, donde dice: ¿No sabéis que sois tem-plo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno violare el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios, que sois vosotros, santo es 1. En el capítulo 6 de la misma epístola se halla otra vez esta palabra: ¿O no sabéis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros? 2. En la epístola se-gunda a los mismos Corintios, capítulo 6, se halla otras dos veces esta misma palabra: ¿Qué concierto tiene el templo de Dios con los ído-los? 3. ¿Qué os parece ahora del sentido de estos lugares de San Pablo? ¿Lo podéis dudar? No nos queda, pues, otro que el que ahora dispu-tamos; y de éste decimos lo mismo, esto es, que no hay razón para en-tenderlo en otro sentido, no hay razón alguna para entenderlo del tem-plo material, antes por el contrario, todo el contexto del capítulo es conocidamente oscuro, y estando lleno todo, desde el principio al fin, de expresiones figuradas, nos convida al sentido figurado y nos aparta del material, así en el hombre de pecado como en el templo de Dios.

[311] Siendo, pues, sólo figurado y espiritual el templo de Dios de que aquí se habla, con esta sola idea se entiende al punto todo el miste-rio. El templo de Dios, de que siempre ha hablado San Pablo, no es otro que la Iglesia de Cristo, no es otro que la congregación de todos los fie-les, no es otro que los mismos fieles unidos entre sí, los cuales, como les dice San Pedro: Como piedras vivas, sed edificados en casa espiri-tual… 4. Pues éste es el templo de Dios, en que formalmente se sentará el hombre de pecado, el hijo de la iniquidad, mostrándose públicamen-

1 1 Cor. 3, 16-17. 2 1 Cor. 6, 19. 3 2 Cor. 6, 16. 4 1 Ped. 2, 5.

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te y obrando libremente en él, como si fuese Dios 1. ¿Qué quiere decir esto? Lo que quiere decir, parece bien claro y bien conforme a todo lo que hemos observado. Todo camina bien sin dificultad ni embarazo. El hombre de pecado, el hijo de perdición de que habla San Pablo, no es otra cosa en su raíz, en su fundamento, en su principio, que una multi-tud de verdaderos apóstatas (llámense estos deístas o materialistas, importa poco para la sustancia del misterio), los cuales, habiendo pri-mero desatado a Jesús o desatádose de Jesús, y con esto verificado en sí mismos lo que anuncia el Apóstol en primer lugar por estas palabras: Sin que antes venga la apostasía, se han de unir en un cuerpo moral, han de trabajar en acrecentar y fortificar este cuerpo cuanto sea posi-ble; y después que esto se haya conseguido, se han de revelar y declarar contra el mismo Jesús, y contra Dios su Padre. Por esto se le da a este hombre de pecado, el nombre de Anticristo o contra-Cristo.

[312] Pues este hombre de pecado, este hijo de perdición, este cuerpo moral, cuerpo de pecado cargado de ellos, cuando se vea cre-cido y en perfecta madurez; cuando ya no tenga impedimento alguno para salir al público; cuando ciertos cuernos, que le han de nacer, ha-yan crecido hasta la perfección; cuando, en fin, haya ganado y puesto de su parte una bestia terrible de dos cuernos con todo su talento de hacer milagros, etc.; entonces este hombre de pecado, el hijo de perdi-ción, el cual se opone y se levanta sobre todo lo que se llama Dios, se sentará en la Iglesia de Cristo, que es el templo del verdadero Dios: Y vosotros sois el templo de Dios 2. Entonces mandará en este templo, y se hará obedecer, ya con el terror y fuerza de sus cuernos, ya también con los cuernos como de cordero de la otra bestia, y con su locuela de dragón. Entonces dispondrá libremente en este mismo templo de lo más sagrado, de lo más venerable, de lo más divino, ya impidiendo el sacrificio continuo, ya alterando, ya mezclando, ya mudando, ya con-fundiendo lo sagrado con lo profano, la luz con las tinieblas, y a Cristo con Belial. Entonces se verá este monstruo de iniquidad abrir públi-camente su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su nom-bre, y su tabernáculo, y a los que moran en el cielo 3. Entonces se verá que hiciese guerra a los santos, y que los venciese 4. Entonces, en su-ma, se verá hecho dueño y señor de la casa y templo de Dios, que sois vosotros, mostrándose dentro de este templo, en su conducta, en sus operaciones, en su despotismo, como si fuese Dios 5.

[313] Esta última expresión del Apóstol, o por mejor decir la inte-ligencia tan material que se le ha dado, es sin duda la que ha produci-

1 2 Tes. 2, 4. 2 2 Cor. 6, 16. 3 Apoc. 13, 6. 4 Apoc. 13, 7. 5 2 Tes. 2, 4.

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do tantas noticias fabulosas, inverosímiles e increíbles, que se han imaginado en todos tiempos, y que han pasado con suma facilidad de la imaginación a la pluma. Esta inteligencia tan material es la que ha producido aquella idea verdaderamente extraña de un monarca uni-versal que pretende ser adorado como Dios de todos los pueblos, tri-bus y lenguas; que edifica la ciudad y templo de Jerusalén, a pesar de una profecía; que en este templo se sienta sobre un alto y magnífico trono; que allí espera con gran paciencia el concurso y la adoración de todos los pueblos, sufriendo el humo del incienso y el olor de los sacri-ficios, etc. Pero hablemos con formalidad. ¿No son estas ideas infini-tamente distantes del hombre de pecado, del hijo de la perdición, y del templo de Dios de que habla San Pablo? ¿No son ajenas de todo el contexto de este capítulo? Casi todas sus expresiones son figuradas, y por eso unas muy oscuras, otras poco claras; y es fácil pensar que se escribieron así con grande acuerdo, para que no se entendiesen antes de tiempo. Ni era necesario, ni conveniente, que se entendiesen clara e individualmente en los principios de la Iglesia, ni es creíble que San Pablo escribiese todo lo que dice en este lugar solamente para los Cris-tianos de Tesalónica, sino en cuanto conducía al asunto principal de su epístola, que era sacarlos del error en que actualmente estaban, espe-rando por momentos la venida del Señor. ¿Qué les importaba a los Cristianos del primer siglo el saber con ideas claras lo que había de su-ceder en el mundo, por ejemplo dos mil años después? Pero importaba infinito que todo esto quedase escrito, aunque con algún disfraz, para que sirviese cuando fuera necesario, cuando el tiempo y los sucesos mismos empezasen a abrir el sentido, y a alumbrar en la oscuridad: Como… una antorcha que luce en un lugar tenebroso 1.

[314] Esta es la verdadera causa de la oscuridad de muchas profe-cías. Esta es la verdadera causa de que muchos sucesos futuros, aun-que ya revelados, se vean como escondidos y encubiertos debajo de metáforas oscuras, para que no se entiendan antes de tiempo. La sabi-duría infinita de Dios, su providencia y su bondad, relucen claramente en esta economía. Al contrario, las cosas que no son profecía, las cosas que pertenecen a la sustancia de la religión, esto es, al dogma y a la moral, éstas se ven escritas con la mayor simplicidad y claridad; y si algunas se hallan menos claras, la misma sabiduría y providencia de Dios ha dispuesto o permitido que se ofrezcan dudas, que se exciten disputas, y aun que se avancen errores y herejías, para que la Iglesia las examine de propósito, las aclare y las enseñe en su verdadero sen-tido. Mas en las cosas que no pertenecen al dogma ni a la moral, en las profecías que anuncian sucesos futuros, jamás se ha metido la Iglesia en declarar cuál es su verdadero sentido; ha dejado el campo libre a

1 2 Ped. 1, 19.

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los doctores para que trabajen en él; jamás ha tomado partido por al-guna de sus opiniones; jamás ha probado ésta como cierta, ni repro-bado aquélla como errónea; jamás, en fin, ha hablado una palabra, sino cuando algunas de estas opiniones se oponen por algún lado, o se oponen manifiestamente, a algunas de las verdades fundamentales, ciertas e indubitables que ha recibido. Así, lo que sobre estas profecías han discurrido los doctores, se puede recibir o no recibir, según las ra-zones buenas o no buenas en que se fundaren. Y aunque digan y afir-men que esto o aquello es una verdad, y una verdad de fe (como tal vez suelen avanzar, sin otra razón que citarse los unos a los otros), no por eso dejamos de quedar en perfecta libertad para examinar la razón o fundamento con que lo dicen. Si el fundamento, después de bien exa-minado, se halla sólido y firme, deberemos estar con ellos, no… por-que ellos así lo juzgan, sino porque lo persuaden o con la autoridad de algún texto canónico, o con alguna razón de peso 1. La autoridad extrínseca, en estas cosas de que hablamos, no tiene otra firmeza, ni la puede tener, sino el fundamento sobre que estriba. Mas si el funda-mento, después de bien examinado, no se halla suficiente; si el tiempo, o las circunstancias, o la casualidad, o sobre todo la providencia, des-cubren y muestran claramente otra cosa diversa, ¿no podremos en es-te caso, o no deberemos en conciencia, apartarnos en aquellos puntos particulares del sentimiento de los doctores? ¿No podremos a lo me-nos apelar de los doctores muertos a los doctores vivos? ¿No podre-mos proponerles a éstos nuestras dudas, y pedirles un nuevo, un más atento y más maduro examen?

[315] Este solo fruto quisiera yo sacar de todas las observaciones hechas hasta aquí, y que se han de ir haciendo en adelante. Con esto solo me parece que quedaré contento. Lejos de querer ser creído sobre mi palabra, lo que más deseo es ser examinado con todo aquel rigor que prescriben las leyes de la crítica, o las leyes de la recta razón ilu-minada con la lucerna de la fe: Porque andamos por fe, y no por vi-sión 2. Las cosas particulares de que trato son innegablemente de su-ma importancia, de sumo interés. Por otra parte, el sistema presente del mundo, el estado actual de la Iglesia de Cristo en muchos de sus miembros, muy semejantes a aquel ángel séptimo del Apocalipsis, ni frío, ni caliente 3, parece que dan gritos a sus ministros, y les piden instantemente que sacudan el sueño, que abran los ojos, y que miren y observen con mayor atención.

[316] Tengo propuesto un nuevo Anticristo. Si éste es el verdadero o no, yo no decido. Este juicio toca al juez, no a la parte. Así, no lo pro-

1 SAN AGUSTÍN, Ep. 82 ad Hyer., nº 3. 2 2 Cor. 5, 7. 3 Apoc. 3, 15.

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pongo como una aserción, sino como una mera consulta, sujetando de buena fe todo este Anticristo, con todas las piezas de que se compone, no solamente al juicio de la Iglesia, que esto se debe suponer, sino también al juicio particular de los sabios que quisieren tomar el traba-jo, no inútil, de examinarlo, de corregirlo, de ilustrarlo, de perfeccio-narlo, y si les parece, también de impugnarlo. Sólo se les pide a éstos, o por justicia, o por gracia, que su examen o su impugnación no venga finalmente a reducirse a la autoridad puramente extrínseca. En este caso protesto la violencia. Yo no ignoro que esta autoridad, por la ma-yor parte, nada me favorece; por tanto, si por ella sola soy juzgado, la sentencia contra mí será cierta, pero ¿será justa? El examen, pues, o la impugnación, deberá hacerse por el fundamento en que estriba, o debe estribar, esta autoridad extrínseca, no por la misma autoridad. El texto de San Pablo, que es el único fundamento, no es tan claro a favor de una persona singular, que no necesite de nuevo examen; y este exa-men es el que deseamos y pedimos, si bien otros autores modernos, que ya he indicado, han negado a su arbitrio, y procurado probar, que por Anticristo no se entiende un individuo solo.

Dos anotaciones

PRIMERA ANOTACIÓN

[317] En el párrafo 4 se traen aquellas palabras de la epístola pri-mera de San Juan, espíritu que divide a Jesús, como la propia defini-ción del Anticristo, y se dice que estas palabras no suenan otra cosa, en su propio y natural sentido, que la apostasía verdadera de la religión cristiana que antes se profesaba. No obstante, desde el párrafo 7 se em-pieza a hablar de una bestia de siete cabezas, como que ésta es el verda-dero Anticristo; mas entre estas siete cabezas, sólo cinco hay a quienes pueda competir el dividir a Jesús, o la apostasía, pues las otras dos, que son el mahometismo y la idolatría, como no tienen atadura alguna con Jesús, tampoco pueden desatarlo, o desatarse de él. O estas dos cabe-zas de la bestia no vienen al caso, o no es justa la definición.

RESPUESTA

[318] En varias partes de este fenómeno hemos advertido que la expresión dividir a Jesús, no solamente la tomamos en sentido pasivo, sino también y principalmente en sentido activo. El dividir a Jesús, en sentido pasivo, será como el fondo del Anticristo, y como la primera di-ligencia necesaria para que sobre este fondo se forme todo el Anticristo; más después de formado enteramente, después de unidas en un cuerpo todas sus diferentes piezas, el dividir a Jesús será principalmente en sentido activo, procurando desatarlo de todos cuantos se hallaren en el mundo atados de algún modo con él, y haciendo para esto una guerra

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viva al cuerpo del Cristianismo y a Cristo mismo. Por eso San Pablo po-ne primeramente la apostasía, y después la revelación del hombre de pecado, como que la apostasía es el primer paso necesario para que el Anticristo se forme enteramente, y se revele o declare públicamente. Ahora, para hacer esta guerra a Cristo con buen suceso en todas las par-tes del mundo, le será absolutamente necesario al cuerpo de apóstatas, fuera de las cinco cabezas que salieron de entre nosotros 1 y ya están unidas, unir también otras dos más, esto es, muchísimos individuos principales, que pertenecen al mahometismo y a la idolatría. Estos, aunque no se verifique en ellos el dividir a Jesús pasivamente, mas lo verificarán activamente: pues también desatarán a Jesús, o procura-rán desatarlo, respecto de muchísimos cristianos que entonces se ha-llarán entre ellos. Así, la definición general parece justa.

SEGUNDA ANOTACIÓN

[319] Las siete cabezas de la bestia del capítulo 13 del Apocalipsis se explican diciendo que simbolizan siete falsas religiones, o muchos individuos de cada una de ellas unidos moralmente en un cuerpo, y animados de un mismo espíritu contra el Señor y contra su Cristo. No obstante, en el mismo Apocalipsis, capítulo 17, se hallan explicadas en otro modo estas cabezas: Las siete cabezas que viste en la bestia, se le dice a San Juan, son siete montes, y también siete reyes 2.

RESPUESTA

[320] En el capítulo 13 del Apocalipsis se habla en general del An-ticristo y de su misterio de iniquidad; mas en el capítulo 17 se habla en particular de un solo suceso, perteneciente únicamente a la ciudad de Roma. Para aquel misterio general, y para este suceso particular, se usa de una misma metáfora, por la tal o cual relación o conexión que debe tener lo uno con lo otro. Así, no es maravilla que las cabezas de la bestia metafórica simbolicen una cosa en el misterio general del Anti-cristo, y otra cosa diversa en el misterio particular de la mujer; pues aun en este misterio particular vemos en el texto mismo dos símbolos diversos de las mismas cabezas, esto es, siete montes, y al mismo tiem-po siete reyes: Aquí hay sentido que tiene sabiduría, las siete cabezas son siete montes, sobre los que está sentada la mujer; y también son siete reyes 3. En el capítulo 13, donde no se habla de esta mujer, la cual sólo a lo último de este misterio general vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 4; en este

1 1 Jn. 2, 19. 2 Apoc. 17, 9 y 16. 3 Apoc. 17, 9. 4 Apoc. 16, 19.

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capítulo, digo, ¿queréis que las cabezas de la bestia signifiquen siete montes y siete reyes? Otras dificultades que pueden ocurrir, debemos esperar que no faltará quien las resuelva.

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Fenómeno 4

El fin del Anticristo

[321] Haya de ser el Anticristo que esperamos un hombre indivi-duo o persona singular, o haya de ser un cuerpo moral compuesto de muchos individuos (como lo acabamos de proponer al examen y juicio de los inteligentes), lo que hace inmediatamente a nuestro asunto principal es la observación de su fin. Esta observación exacta y fiel nos es absolutamente necesaria para entender bien, o a lo menos para po-der mirar más de cerca, con más atención y con nuestros propios ojos, muchísimas profecías, que podemos llamar innumerables, cubiertas siglos ha con cierto velo sagrado, que ya podemos alzar seguramente.

[322] No perdamos el tiempo inútilmente en averiguar qué espe-cie de muerte, o qué fin, ha de tener esta persona o este cuerpo moral. Los autores mismos no están de acuerdo. Los más nos aseguran (no se sabe sobre qué fundamento) que el ángel o arcángel San Miguel bajará del cielo con todos los ejércitos que son del cielo, y los matará, por or-den de Dios, a él y a todos sus secuaces. Lo que aquí se dice expresa-mente de Cristo mismo, del Rey de los reyes, del Verbo de Dios, se lo aplican con mucho valor 1, dice un intérprete acreditado, a San Mi-guel, mirando sin duda por la vida de su sistema, que sin este violento remedio infaliblemente perece, como veremos más adelante. Otros, creyendo o sospechando que aquel príncipe Gog, de que habla Eze-quiel, es el Anticristo mismo, le dan por consiguiente el mismo fin que dice la profecía: Y le juzgaré con peste, y con sangre, y con lluvia im-petuosa, y con grandes piedras: fuego y azufre lloveré sobre él, y so-bre su ejército, y sobre los muchos pueblos que están con él 2. Otros, citando a Santo Tomás, que verosímilmente lo tomó de otros más an-tiguos, sin tomar partido por ellos, refieren el fin de su Anticristo con circunstancias más individuales. Ved aquí en breve toda la historia, que por ser tan interesante y tan curiosa, no es bien omitirla del todo.

[323] No contento el vilísimo judío con toda aquella grandeza, fe-licidad y gloria a que se ve elevado; no contento de verse tan superior a todos los héroes de la fábula y de la historia; no contento con verse mayor sin comparación que Nabuco, Alejandro, que César, que Augus-

1 MONSEÑOR BOSSUET. 2 Ez. 38, 22.

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to, etc.; no satisfecho con su monarquía universal, ni con los honores divinos que le tributan todos los pueblos, tribus y lenguas; viendo que por acá ya no hay otra cosa a que aspirar, entrará finalmente en él gran pensamiento de subir al cielo, sin duda para imitar la ascensión de Cristo, así como imitó su resurrección. Para esto, acompañado de su pseudoprofeta, y a vista de innumerables gentes que habrán concu-rrido a aquella solemnidad, subirá hasta lo más alto del monte Olivete, y puestos los pies en el mismo lugar en que los puso Cristo, empezará a levantarse por el aire, cabalgando sobre su ángel de guarda Satanás, y sobre todas las legiones del infierno. A poca distancia de la tierra, y tal vez antes que alguna nube pueda ocultarlo, se encontrará a deshora con otras legiones más numerosas, que bajarán del cielo a impedirle el paso: San Miguel y sus ángeles traban batalla con Satanás y los suyos; ya vencidos éstos, y puestos en fuga, queda en el aire nuestro gran monarca, abandonado a su peso natural. ¿Qué ha de hacer, sino empe-zar al punto a bajar con mayor ligereza de aquélla con que subió? La tierra, que ya se creía libre de la dominación del hombre de pecado, viendo que vuelve a ella con tanta prisa, abre su boca antes que llegue, y le dará paso franco para el infierno.

[324] La historia es ciertamente bien singular. Yo dudo mucho, y aun me parece increíble, que el angélico doctor, a quien se cita, habla-se aquí de propia sentencia, y no de sentencia de otros, como lo hace comúnmente en su brevísimo comentario. El fundamento de toda esta historia es el capítulo 11 de Daniel, en donde nos hacen observar estas palabras, que son las últimas: Y sentará su tienda real entre los ma-res, sobre el noble y santo monte, y llegará hasta la cima de él, y na-die le dará auxilio 1. Si pedimos ahora que nos digan formalmente de quién se habla en este lugar, nos responden comúnmente los doctores que, aunque en sentido literal parece que habla del rey Antíoco, mas en sentido alegórico se habla del Anticristo como antitipo de Antíoco, que sólo fue tipo. Y esto, ¿cómo se prueba? No se sabe. Y aunque se permitiese o se concediese que aquí se habla en figura del Anticristo, ¿dónde están en el texto, ni en todo el capítulo el monte Olivete, ni los diablos, ni la subida al cielo, ni la bajada al infierno, etc.? Todo esto es preciso que se supla de gracia, o que el sentido alegórico mal entendi-do supla por todo.

[325] Mas dejando estas cosas, en que no tenemos interés alguno, convirtamos nuestra atención al examen quieto y atento de un solo pun-to, que es el que únicamente nos interesa. Se pregunta: el fin del Anti-cristo, sea como fuere, ¿sucederá con la venida misma de Cristo en glo-ria y majestad, que creemos y esperamos todos los Cristianos, o no? La

1 Dan. 11, 45.

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Escritura divina dice que sí; y lo dice tantas veces, y con tanta claridad, que es de maravillarse cómo ha podido caber sobre esto alguna duda. Con todo eso, los intérpretes de la Escritura divina (unos resueltamente y con presencia de ánimo, otros modestamente y con miedo) dicen o suponen que no. Se exceptúan de esta regla general muchos varones eclesiásticos y mártires, o un considerabilísimo número (expresiones de San Jerónimo) de los cuatro primeros siglos de la Iglesia, los cuales se desprecian días ha por los doctores peripatéticos; porque fueron Mi-lenarios, o favorecieron de algún modo éste que llaman error, sueño, delirio o extravagancia. El fundamento de estos antiguos es cierto que no fue, ni pudo ser, su propia imaginación, sino la Escritura misma, como lo es evidentemente. El fundamento de los contrarios, ni es la Es-critura divina, ni lo puede ser; ya porque la Escritura no se puede opo-ner a sí misma, siendo su autor el mismo Espíritu de verdad; ya porque no producen a su favor ningún lugar de la Escritura misma, lo cual es una prueba evidente de que no lo hay; pues si lo hubiera, así como pa-rece imposible que no lo produjesen porque se les ocultase, parece mu-cho más imposible que no lo produjesen como un triunfo. Tampoco puede ser alguna tradición apostólica, cierta, constante, segura, uni-forme, universal y declarada por la Iglesia (que son las condiciones ne-cesarias para una verdadera tradición); porque ésta ni la hay, ni la pue-de haber. Tradición verdadera de algunas cosas que no constan clara-mente de la Escritura, la puede haber y la hay; mas de cosas contrarias y contradictorias a las que constan claramente de la misma Escritura, repugna absolutamente, y será imposible señalar alguna. No obstante, un teólogo moderno, tocando el punto de Milenarios sólo en general y con una suma brevedad, se atreve a pronunciar esta sentencia en tono definitivo: La verdad opuesta se ha conservado siempre en la Iglesia romana con las demás tradiciones divinas 1. Si ésta que llama verdad, la ha conservado siempre la Iglesia romana con todas las otras tradi-ciones divinas: luego ésta es una tradición divina; luego es una verdad de fe, así como lo son todas las otras tradiciones divinas; luego todas las otras tradiciones divinas son unas verdades de fe, así como lo es ésta; luego ni ésta tiene más firmeza que aquéllas, ni aquéllas más que ésta; luego… etc. ¡Qué consecuencias! Con razón se queja Monseñor Bossuet de aquellos doctores que no tienen el menor embarazo en llamar a las conjeturas de los Padres verdaderas tradiciones y artículos de fe.

[326] Entremos a observar este fenómeno realmente importantí-simo, con toda la atención y exactitud posible, mirando bien y pesando en fiel balanza lo que hay por una parte y por otra; y pues nadie nos da prisa, vamos despacio.

1 ANT., De Deo Uno, c. IV, art. 3.

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Parábola

PÁRRAFO 1

[327] En cierta ciudad principal, como nos lo aseguran testigos fi-dedignos, se excitó los años pasados una célebre controversia. La cues-tión era si el papa Pío VI había ido verdaderamente en su propia per-sona a la corte de Viena y pasado por esa misma ciudad. Lo que al principio pareció una mera diversión, o una de aquellas sutilezas de escuela, que en otros tiempos fueron tan del gusto de los hombres ociosos, se vio pasar en pocos días a un empeño formal y declarado. Los que estaban por la parte afirmativa (que a los principios eran los más), no alegaban otra razón a su favor que el testimonio de sus ojos y de sus oídos, pareciéndoles que, en una cuestión de hecho, y no de de-recho, no podía haber otra razón más eficaz, ni más conveniente, ni más decisiva.

[328] Esta razón, lejos de convencer a los contrarios, era recibida con sumo desprecio, y tratada de insuficiente, de débil y también de grosera, y por eso indigna de un hombre racional. Decían, y en esto in-sistían, que el testimonio de los sentidos no siempre es seguro; que puede fácilmente engañar aun a los más cuerdos, pues tantas veces los ha engañado; que el ángel San Rafael no era hombre, y por hombre lo tuvo el santo Tobías; que Cristo no era fantasma, y por fantasma lo tu-vieron sus discípulos cuando lo vieron andar sobre las aguas en el mar de Galilea; que el mismo Cristo no era hortelano, y por hortelano lo tuvo su Santa discípula María Magdalena; de estos ejemplares citaban muchísimos con facilidad.

[329] Es verdad, añadían, que el viaje de Pío VI a la corte de Viena fue un suceso tan público y ruidoso, que no lo ignoraron los ciegos ni los sordos: aquéllos porque lo oyeron, éstos porque lo vieron. Es ver-dad que muchísimas ciudades de Alemania y de Italia, y entre ellas la nuestra, lo recibieron con públicas aclamaciones, le hincaron la rodi-lla, y recibieron su bendición. Muchas personas eclesiásticas y secula-res le besaron el pie, lo adoraron como a vicario de Jesucristo, le ha-blaron y oyeron su voz. También es verdad que los avisos públicos, y las cartas de los particulares, casi no hablaban de otra cosa, etc.; mas todo esto, ¿qué importa? (proseguían diciendo); todo esto, ¿qué prue-ba? ¿No pudo haber sido todo esto una apariencia? ¿No pudo muy bien haber sucedido que esa persona que todos vieron, y que a todos pareció la persona misma del Papa, no lo fuese en la realidad? Pues en efecto, concluían, así fue. Pareció a todos la persona misma del Papa; mas todos se alucinaron y se engañaron, porque no era sino un minis-

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tro suyo, un príncipe de su corte, revestido de su autoridad, de sus or-namentos, y aun de su propia figura. Era el papa Pío VI en cierto sen-tido; mas en otro sentido no lo era. Era el Papa figurada y simbólica-mente, mas no lo era física y realmente. Era el Papa en virtud, mas no lo era en persona.

[330] Preguntados estos doctores con qué razón, y sobre qué fun-damento, se atrevían a avanzar una especie tan extraña contra el testi-monio de los ojos del mundo, y aun de los suyos propios, no se les pudo por entonces sacar otra respuesta, sino esta sola: ¿Qué necesidad hay de que el Papa mismo se mueva de Roma y haga un viaje tan dilatado, cuando le es tan fácil el tratar y concluir cualquier negocio, por grave que sea, por medio de algún ministro suyo, de algún nuncio o enviado extraordinario, dándole su autoridad y plenipotencia? Aunque real-mente no se les oía otra respuesta, por más que se desease y se les pidie-se, mas después se ha sabido con plena certidumbre la verdadera y úni-ca razón que los movía, que era… Pero dejémosla por ahora oculta has-ta que ella se revele por sí misma. Por abreviar: el efecto de esta gran disputa fue que, habiéndose sabido que algunos doctores de gran fama favorecían de algún modo la parte negativa, esto bastó para que poco a poco y casi insensiblemente fuese prevaleciendo esta opinión; y se fue mirando la parte afirmativa como una estulticia, como una necedad, como grosería, como un error, como un sueño. De modo que ya hoy día apenas se halla en dicha ciudad quien no tenga por una verdadera fá-bula el viaje del papa Pío VI en su propia persona a la corte de Viena.

Aplicación

PÁRRAFO 2

[331] Un escritor antiguo, y de grande autoridad entre los Cristia-nos, refiere prolijamente, con todas sus circunstancias las más indivi-duales, un suceso de que él mismo fue testigo ocular. Este escritor céle-bre es aquél mismo, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios, y testimonio de Jesucristo, de todas las cosas que vio 1. Su relación es como se sigue. Concluidos los 42 meses que debe durar la tribulación horrible, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni se-rá 2, de la cual tribulación se ha hablado tanto desde el capítulo 13 del Apocalipsis, se seguirá luego inmediatamente lo que acabo de ver.

[332] Vi el cielo abierto, y lo primero que vi fue un caballo blanco, sobre el cual venía sentado un personaje admirable, que tiene el nom-

1 Apoc. 1, 2. 2 Mt. 24, 21.

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bre, o por nombre, el Fiel, el Veraz, el que juzga y castiga con justicia. Sus ojos, llenos de indignación, parecían dos llamas de fuego, y su ca-beza se veía adornada, no con una sola, sino con muchas coronas. Te-nía otro nombre escrito, que ninguno es capaz de comprender plena-mente su significado, sino él solo. Su vestido se veía todo teñido en sangre, y su propio nombre, con que debe ser llamado y conocido de todos, es el Verbo de Dios 1. Seguían a este personaje admirable todos los ejércitos del cielo, sentados asimismo en caballos blancos, y vesti-dos de lino blanco y limpio. De su boca salía una espada terrible de dos filos, para herir con ella a las Gentes. El es el que las ha de juzgar y gobernar con vara de hierro, y él mismo es el que ha de calcar el lagar del vino del furor y de la ira de Dios omnipotente. En suma, en el ves-tido o manto real de este mismo personaje admirable, se leían claras, y en varias partes, estas palabras: Rey de reyes y Señor de señores 2.

[333] Puesto en marcha este grande ejército, vi un ángel en el sol, el cual a grandes voces convidaba a todas las aves del cielo: Venid, les decía, y congregaos a la grande cena que os prepara el Señor. Comeréis las carnes de los reyes, de los capitanes, de los soldados, de los caba-llos y caballeros, de libres y esclavos, de grandes y pequeños. En esto vi que aparecía por otra parte la bestia de siete cabezas, y con ella, o en ella, los reyes de la tierra con todos sus ejércitos, que tenían congrega-dos para hacer guerra al Rey de los reyes. La función se decidió desde el primer encuentro. La bestia fue presa en primer lugar, y con ella el pseudoprofeta, o la segunda bestia de dos cuernos, que era la que ha-cía los milagros, y la que había seducido a los habitantes de la tierra, haciéndoles tomar el carácter de la primera bestia, o declararse por ella. Estas dos bestias, y todo lo que en ellas se comprende, fueron arro-jadas vivas en un grande estanque de fuego, que arde y se alimenta con azufre. La demás muchedumbre fue muerta con la espada del Rey de los reyes, que salía de su boca, y todas las aves se hartaron este día con sus carnes. Oigamos a la letra el texto de San Juan, que dice: Y vi el cielo abierto, y pareció un caballo blanco, y el que estaba sentado so-bre él, era llamado Fiel y Veraz, el cual con justicia juzga y pelea. Y sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza muchas coronas. Y tenía un nombre escrito, que ninguno ha conocido sino él mismo. Y vestía una ropa teñida en sangre, y su nombre es llamado el Verbo de Dios. Y le seguían las huestes que hay en el cielo, en caballos blancos, vestidos todos de lino finísimo, blanco y limpio. Y salía de su boca una espada de dos filos, para herir con ella a las Gentes. Y él mismo las regirá con vara de hierro, y él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso. Y tiene en su vestidura, y en su muslo, es-

1 Apoc. 19, 13. 2 Apoc. 19, 16.

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crito: Rey de reyes y Señor de señores. Y vi un ángel, que estaba en el sol, y clamó en voz alta, diciendo a todas las aves que volaban por medio del cielo: Venid y congregaos a la grande cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y carnes de caballos, y de los que en ellos cabalgan, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes. Y vi la bestia, y los reyes de la tierra, y las huestes de ellos, congregadas para pelear con el que es-taba sentado sobre el caballo, y con su hueste. Y fue presa la bestia, y con ella el falso profeta que hizo en su presencia las señales con que había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y adora-ron su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos en un estanque de fuego ardiendo, y de azufre; y los otros murieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos 1.

[334] Sobre esta relación, que todos tenemos por indubitable, se excitó muchos días ha una disputa muy semejante a la pasada, y pare-ce cierto que ha producido el mismo efecto. En los primeros siglos de la Iglesia se pensaba y creía buenamente, lo primero: que la persona admirable de que aquí se habla no era, no podía ser otra que el mismo Jesucristo Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen, en su propia persona y ma-jestad. Se pensaba y creía, lo segundo: que toda esta visión tan magní-fica, representada con tantos símbolos y figuras admirables, era una profecía clara, era una pintura vivísima, era una descripción exacta y circunstanciada de la venida del cielo a la tierra del mismo Jesucristo, la cual venida en su propia persona, y en suma gloria y majestad, nos predican todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, y te-nemos expresa en nuestro símbolo de la fe. Se pensaba y creía, lo ter-cero: que viniendo aquel personaje del cielo a la tierra con tanto apa-rato, y encaminándose todo directa e inmediatamente contra la bestia y contra el Anticristo, este Anticristo, y todo cuanto se comprende de-bajo de este nombre, debía fenecer en aquel día, y quedar enteramente destruido y aniquilado con la venida del Señor; por consiguiente, que la venida misma del Señor, había de ser la ruina y el fin del Anticristo.

[335] La razón y fundamento para todo esto parecía entonces evi-dente y clarísimo. Fuera de la persona adorable del Hombre-Dios, de-cían entonces, no hay ni puede haber, en el cielo ni en la tierra, perso-na alguna a quien puedan competir los nombres o títulos que se dan a esta persona, ni las señales y circunstancias tan particulares con que se describe su venida y su expedición. Los nombres o títulos son: el Fiel por esencia, el Veraz, el que juzga y pelea con justicia, el Verbo de Dios, el Rey de los reyes, el Señor de los señores. Las otras señales y

1 Apoc. 19, 11-21.

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circunstancias son: las muchas coronas que trae en la cabeza; su vesti-do rociado con sangre, como se ve el mismo Cristo en el capítulo 63 de Isaías, a donde alude visiblemente todo este paso del Apocalipsis: ¿Pues por qué (pregunta el mismo Isaías) es bermejo tu vestido, y tus ropas como las de los que pisan en un lagar? 1; sus ojos como dos llamas de fuego, del mismo modo que se describe el mismo Cristo en el capítulo 1 del Apocalipsis 2; la espada de dos filos en su boca, como también se describe en el mismo capítulo 1 3; el ser esta persona misma la que ha de regir y gobernar a las Gentes con vara de hierro, como se lo prome-te su divino Padre en el salmo 2: Los gobernarás con vara de hierro, y como a vaso de alfarero los quebrantarás 4; el ser esta persona la que ha de calcar metafóricamente el lagar metafórico del vino de la ira e indignación de Dios Omnipotente, como lo dice el mismo Cristo: El lagar pisé yo solo…, los pisé en mi furor, y los rehollé en mi ira; y se salpicaron con su sangre mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, el año de mi reden-ción ha venido 5.

[336] No obstante todos estos nombres, y todas estas circunstan-cias tan claras, tan individuales, tan propias y peculiares de sola la per-sona de Cristo, y tan ajenas, tan distantes de cualquiera otra pura cria-tura; no obstante de hallarse todas estas expresiones, o las más de ellas, en otros muchos lugares de la Escritura, en los cuales, por confe-sión expresa de todos los doctores, se habla ciertamente de Cristo; mas llegando a este capítulo 19 del Apocalipsis, se nota en ellos no sé que grande novedad. Como si viesen ya de cerca un escollo inminente, y un próximo peligro, se les ve aferrar velas con suma prisa, y como en un grande alboroto, turbación y temor. No hay duda que su temor es justo y bien fundado. El escollo, aunque desde alguna distancia es casi im-perceptible a los ojos más linces, mas en la realidad es un verdadero escollo, y de pésimas consecuencias. Es necesario evitarlo del modo posible, cueste lo que costare, o perecer en él. No tardaré mucho en ex-plicarme más.

[337] Llegando, pues, a este lugar del Apocalipsis, nos dicen y ase-guran resueltamente (¿y qué otra cosa les es posible en su sistema?) que no se habla aquí de la venida de Cristo en gloria y majestad, que todos creemos como un artículo de fe; por consiguiente, que el perso-naje admirable que viene sentado sobre un caballo blanco con una es-pada de dos filos en la boca, con muchísimas coronas en la cabeza,

1 Is. 63, 2. 2 Apoc. 1, 14. 3 Apoc. 1, 16. 4 Sal. 2, 9. 5 Is. 63, 3-4.

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312 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con… aunque es un símbolo propio de Jesucristo, mas no es Jesucristo mismo; y si lo es, solamente lo es en su virtud, en su potestad, no en su persona. Quieren decir, según todo lo que yo puedo comprender, que por todos estos símbolos y figuras se representan admirablemente toda la virtud, la grandeza, la omnipotencia de Cristo mismo, el cual envía al arcángel San Miguel, como arquiestratego 1 suyo, con todos los ejércitos que hay en el cielo, para que mate al Anticristo, y destruya enteramente su imperio universal.

[338] Ahora, si yo o cualquiera otro, asombrados de una expresión tan ingeniosa, les pedimos con toda cortesía que nos den alguna buena razón; que nos muestren algún fundamento positivo para persuadirnos que el sol que luce a medio día no es el sol mismo, sino un planeta suyo que él ha enviado en su lugar revestido de todos sus resplandores, etc.; nos quedamos más asombrados de ver que unos se hacen sordos del to-do a nuestra petición, y otros (dudo que sean muchos), no queriendo parecer tan desatentos, responden dos palabras, como personas que van muy de prisa y no pueden detenerse en cosas de tan poco interés. ¿Qué necesidad tiene (dice un autor de los más advertidos y juiciosos, en nombre de todos), qué necesidad tiene el Señor de cielo y tierra de moverse de su lugar para combatir contra unos hombrecillos, a quie-nes con la menor insinuación puede arruinar y aniquilar, y echar por tierra millaradas de ellos en solo un momento por medio del menor de los ángeles? Veis aquí, amigo, con toda claridad aquella misma razón, y aquel único fundamento, con que negaban los doctores de nuestra parábola el viaje del papa Pío VI a la corte de Viena 2. No nos deten-gamos ahora en ponderar la fuerza invencible de esta razón, que por sí misma se manifiesta. Tal vez no se alega otra, porque ella sola basta y sobra; y verdaderamente basta y sobra para combatir cualquiera ver-dad, por clara que sea. ¿Qué necesidad había de que el Hijo unigénito de Dios se hiciese hombre, ni de que el Hombre-Dios muriese desnudo en una cruz, cuando se podía remediar el linaje humano por otra vía más suave? ¿Qué necesidad había de que Cristo fuese en persona a re-sucitar a Lázaro, hallándose actualmente tan lejos de Betania, a la otra ribera del Jordán… en donde primero estaba bautizando Juan 3, cuando esto lo podía haber hecho con una palabra, o con un acto de su voluntad? ¿Ni qué necesidad puede haber de que el mismo Cristo en-víe desde el cielo a San Miguel con todos los ejércitos del cielo, para combatir contra unos hombrecillos, a quienes con la menor insinua-ción puede arruinar y aniquilar? Si hay necesidad o no, es claro que esto no toca al hombre enfermo, escaso y limitado, por docto que sea.

1 Significa el emperador del ejército, o el principal de los capitanes de él. 2 Ver [330]. 3 Jn. 10, 40.

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[339] Yo estoy muy lejos de creer, ni me parece creíble, que por es-ta sola razón nieguen los doctores que sea Jesucristo mismo, en su propia persona, el personaje sacrosanto de que vamos hablando. Pare-ce imposible que no tengan otra razón oculta, la cual por justos moti-vos no pueden declarar. Si alguna vez es lícito juzgar de las intenciones del prójimo, en esta ocasión lo podemos hacer sin escrúpulo alguno, así por ser claras y palpables, como por ser inocentes y justas, atendi-das las circunstancias, de lo cual no dudamos. Otra razón, pues, hay que es la verdadera y la única, pero pide una gran circunspección. ¿Cuál es ésta? Que su sistema general sobre la segunda venida del Me-sías, en que han tomado partido (por las razones que se irán viendo en adelante) y en que han procurado explicar todas las Escrituras, cae al punto, se desvanece, se aniquila, sólo con este lugar del Apocalipsis, sólo con admitir y confesar, como parece necesario, que se habla en él de la persona de Jesucristo, y de su venida que esperamos en gloria y majestad. Vedlo claro.

[340] Si una vez se concede que aquel personaje admirable, que baja del cielo a la tierra con tanta gloria y majestad, es el mismo Jesu-cristo en su propia persona, es necesario conceder que allí se habla ya de su venida segunda, que creemos y esperamos todos los Cristianos como un artículo esencial de nuestra religión. Sólo se han creído, se creen y se creerán dos venidas del mismo Señor Jesucristo, de las cua-les todas las Escrituras dan claros testimonios: una que ya sucedió, otra que infaliblemente debe suceder. Digo esto, no al aire y fuera de propósito, sino porque sé que muchos doctores (aun sin contar a Adriano y Berruyer) admiten y suponen muchas otras venidas del Se-ñor en gloria y majestad, aunque ocultas (lo cual me parece una ver-dadera implicación in terminis); y con estas venidas ocultas que supo-nen, pretenden explicar no pocos lugares de los Profetas y aun de los Evangelios; pero lo cierto es que todo se avanza libremente, sólo por huir la dificultad y salvar de algún modo el sistema. En suma: ni las Escrituras, ni la Santa Madre Iglesia, nos enseñan más que dos únicas venidas del mismo Hijo de Dios; y cualquiera otra cosa que sobre esto se avance, lo podemos y aun debemos despreciar, no solamente como mal fundado, sino como falso y perjudicial, pues con estas suposicio-nes arbitrarias se cubren las Escrituras con nuevos velos, y se oculta más la verdad. Prosigamos.

[341] Si se concede que el personaje sacrosanto de que hablamos es Jesucristo en su propia persona, y que se habla ya de su segunda venida en gloria y majestad, parece imposible (piénsese como se pensare), pa-rece imposible separar un momento el fin del Anticristo de la venida de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¿Por qué? Porque así el personaje sacrosanto, como todos los ejércitos celestiales

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que lo siguen, como la espada de dos filos que trae en su boca, como en suma todo aquel grande y magnífico aparato, se ve en el texto sagrado encaminarse todo directa e inmediatamente contra la bestia, contra el Anticristo, contra los reyes de la tierra, contra todos sus ejércitos con-gregados para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo, y co-mo se dice en el salmo 2: Asistieron los reyes de la tierra, y se manco-munaron los príncipes, contra el Señor y contra su Cristo; se ve en el texto sagrado que toda la bestia, todo el Anticristo, todos los reyes que lleva en la cabeza, con todos sus ejércitos, serán en aquel día destruidos enteramente, y abandonada toda aquella multitud inmensa de cadáve-res a todas las aves del cielo, ya congregadas a la grande cena de Dios.

[342] Ahora, pues, si todo esto se concede; si, por consiguiente, no se separa el fin del Anticristo, y de todo su misterio de iniquidad, de la venida de Cristo en gloria y majestad, ¿qué se sigue? ¡Oh, qué conse-cuencia tan importuna y tan terrible! Se sigue evidentemente, según todas las reglas de la sana lógica, así antigua como moderna, que todas aquellas cosas particulares, y no ordinarias, que están anunciadas cla-ramente en las Escrituras para después del Anticristo (las cuales con-fiesan todos los doctores, confesando al mismo tiempo y del mismo modo que piden tiempo, y no poco, para verificarse cómodamente), estas cosas, digo, que deben verificarse después de destruido y aniqui-lado el Anticristo, deberán igualmente verificarse después de la venida del Señor Jesucristo en gloria y majestad. Más claro: aquel no pequeño espacio de tiempo que todos los doctores se ven precisados a conceder después de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la venida de Cristo en gloria y majestad, y con esto solo, adiós sistema.

[343] Para evitar el terrible golpe de una consecuencia tan clara o tan oportuna, ¿qué remedio? Difícilmente se hallará otro más oportu-no, ni más ingenioso, ni más eficaz, que el que vamos ahora conside-rando, esto es: negar resueltamente que se hable en este lugar de la venida de Cristo que esperamos, en su propia persona, concediéndola liberalmente en su virtud o en su potestad. Sustituir en lugar de la per-sona de Cristo al príncipe San Miguel (el cual como se dice en Daniel, es uno de los primeros príncipes 1, no el primero de todos); sustituir, digo, a este gran príncipe, sin otro fundamento que suponerlo así, es prepararse para hacer lo mismo sin misericordia, con cualquiera otro lugar de la Escritura que hable con la misma o mayor claridad, y que se atreva a unir el fin del Anticristo con la venida del Señor en gloria y majestad. De estos lugares hablaremos de propósito en el párrafo 4. Ahora nos es necesario e indispensable asegurarnos primero de este grande espacio de tiempo que debe haber después del Anticristo.

1 Dan. 10, 13.

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Se establece, con el consentimiento unánime de todos los doctores, un espacio de tiempo

después del Anticristo

PÁRRAFO 3

[344] No hay intérprete alguno, que yo sepa, que no admita como cierto e indubitable un espacio de tiempo, pequeño o grande, determi-nado o indeterminado, después del Anticristo. La divina Escritura se explica sobre esto con tanta claridad, que no deja lugar a otra interpre-tación. Es verdad que muchas cosas (mejor diremos casi todas) de las que están anunciadas para este tiempo, se procuran disimular y aun encubrir por varios de ellos con el mayor empeño, acomodando las que lo permiten, ya a la Iglesia presente en sentido alegórico, ya al cie-lo en sentido anagógico, ya a cualquiera alma santa en sentido místi-co, y omitiendo del todo las que no se dejan acomodar, que no son po-cas, ni de poca consideración. No es mi ánimo examinar por ahora, ni aun siquiera apuntar, todo lo que hay en las Escrituras reservado visi-blemente para después del Anticristo. Estas cosas, o muchas de ellas, tendrán en adelante su propio lugar. Para mi propósito actual me bas-tan aquellas pocas que son concedidas de todos, pues por ellas tienen por indubitable dicho espacio de tiempo. Algunos pretenden que este tiempo durará solamente cuarenta y cinco días. Fúndanse en aquellas palabras bien oscuras de Daniel: Y desde el tiempo en que fuere quita-do el sacrificio perpetuo, y fuere puesta la abominación para desola-ción, serán mil doscientos y noventa días. Bienaventurado el que espe-ra, y llega hasta mil trescientos y treinta y cinco días 1. El residuo en-tre uno y otro número son 45. Mas este tiempo les parece a los más po-quísimo para los muchos y grandes sucesos que desean colocar en él.

[345] El primero de todos es la conversión de los Judíos, que tan-tas veces y de tantas maneras se anuncia en las Escrituras, y que los doctores no hallan dónde colocarla que no estorbe, sino después de la muerte del Anticristo. Esta conversión, dicen o deciden, sucederá des-pués que los Judíos vean muerto al Anticristo, que creían inmortal; después que vean descubiertos y patentes a todo el mundo los embus-tes y artificios diabólicos de aquel inicuo, que ellos habían recibido y adorado por su Mesías. Con este desengaño, avergonzados y confusos, abrirán finalmente los ojos, renunciarán a sus vanas esperanzas, y abrazarán de veras el Cristianismo. Pasemos por alto (y con la mayor

1 Dan. 12, 11-12.

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316 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

paciencia y disimulo que nos sea posible) el modo y circunstancias con que se atreven a referirnos la conversión futura de los Judíos, de todo lo cual no se halla el menor vestigio en las Escrituras todas. Sin aten-der por ahora a otra cosa, recibamos lo que aquí nos dan, y contenté-monos con el espacio de tiempo que es necesario, lo primero, para que tantos millares de hombres, ignorantes y durísimos, entren en verda-deros sentimientos de penitencia; lo segundo, para que sean instrui-dos suficientemente en los principios esenciales y máximas fundamen-tales de la religión cristiana; lo tercero y principal, para hallar en aque-llos tiempos y circunstancias tantos ministros celosos y hábiles que puedan instruir, bautizar y arreglar toda aquella infinita muchedum-bre. Parece que todo esto requiere tiempo, y no poco.

[346] Mucho más tiempo será menester, si después de la conver-sión de los Judíos se descubre el arca del Testamento, el tabernáculo y el altar del incienso, que escondió Jeremías en una cueva del monte Nebo, situada en la tierra de Moab, como sabemos de cierto que en-tonces se ha de descubrir para los fines que Dios solo sabe, y que no ha querido revelarlos. Esta noticia la hallamos expresa en el capítulo 2 del segundo libro de los Macabeos, que está recibido y definido por tan canónico como todas las otras Escrituras. En él se cita un lugar de las descripciones, o de las actas de Jeremías (las cuales se han perdido, como algunos otros Libros sagrados), y dice así: Se hallaba también en aquella escritura cómo el Profeta, por una orden expresa que reci-bió de Dios, mandó llevar consigo el tabernáculo y el arca, hasta que llegó al monte en el que subió Moisés y vio la heredad del Señor. Y habiendo llegado allí Jeremías, halló en aquel lugar una cueva, y me-tió en ella el tabernáculo, y el arca, y el altar de los perfumes, y cerró la entrada 1. Y habiendo ido después de todo algunos curiosos a notar el lugar donde quedaba escondido el precioso depósito, no lo pudieron hallar; lo cual, sabido por el Profeta de Dios, los reprendió, y dijo que será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se ma-nifestaba a Moisés 2, etc. Todo lo cual, no habiéndose verificado ja-más, es necesario que se verifique algún día, el cual debe ser el mismo que señala la profecía: esto es, cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio.

[347] Sobre este lugar dicen muchos doctores, aunque con voz muy baja y casi imperceptible, que todo esto se verificó ya en tiempo de Ne-hemías, como consta del capítulo 1 del mismo libro de los Macabeos.

1 2 Mac. 2, 4-5. 2 2 Mac. 2, 7-8.

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Mas leído todo este capítulo, hallamos otra cosa infinitamente diversa. En él se habla únicamente del fuego del templo que escondieron algu-nos píos sacerdotes en un pozo vecino, el cual, conservado por tradi-ción de padres a hijos hasta el tiempo de Nehemías, esto es, por espa-cio de 150 años poco más o menos, envió el mismo Nehemías a los descendientes de dichos sacerdotes a que buscasen el pozo, y sacasen fuera lo que hallasen en él: No hallaron el fuego, sino una agua cra-sa 1; con la cual agua hizo rociar el sacrificio, y la leña que estaba pre-parada; y sin otra diligencia se encendió la leña, y se consumió el sa-crificio, y todos se maravillaron. Mas esto, ¿qué conexión tiene con lo que se dice en el capítulo 2? ¿Es lo mismo el fuego que escondieron los sacerdotes en un valle vecino, que el tabernáculo, el arca, el altar que llevó Jeremías a la tierra de Moab, a la otra parte del Jordán, y que es-condió en una cueva del monte Nebo? Este depósito sagrado, ¿se ha descubierto jamás? ¿No es cierto que se ha de descubrir alguna vez? ¿Cuándo? Cuando reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio; y entonces mostrará el Señor estas cosas, y apare-cerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés, y así como apareció a Salomón, cuando pidió que el templo fuese santificado para el grande Dios 2.

[348] Aún será menester mucho más tiempo si, después de la muerte del Anticristo, se verifica aquella nueva y exactísima reparti-ción de toda la tierra prometida entre todas las tribus de Israel; la cual repartición se halla anunciada con la mayor claridad y precisión en el capítulo último de Ezequiel, y ni se ha verificado hasta ahora, como es por sí conocido, ni es muy creíble que se verifique un suceso tan gran-de, sólo para que dure cuatro días. Acaso se dirá que esta profecía se verificará en tiempo del Anticristo, cuando éste sea reconocido por Mesías, y ponga en Jerusalén la corte de su imperio universal; mas fuera de lo que queda dicho contra este supuesto Mesías, y contra todo su imperio imaginario, el texto mismo de la profecía, con todo su con-texto, lo contradice manifiestamente. En el tiempo de dicha reparti-ción de la tierra se suponen todas las tribus recogidas de todas las na-ciones donde están esparcidas, no por manos de hombres, sino por el brazo omnipotente de Dios vivo; se suponen en estado de confusión, de llanto y de penitencia; se suponen humildes y dóciles a la voz de su Dios, y obedientes a sus mandatos; se suponen bañadas con aquella agua limpia (símbolo claro de la infusión del Espíritu Santo sobre ellas) que se les promete en el capítulo 36 del mismo Profeta, desde donde, hasta el fin de la profecía en los 14 capítulos siguientes, se ha-bla ya seguidamente de su vocación a Cristo, y a la dignidad de pueblo

1 2 Mac. 1, 20. 2 2 Mac. 2, 7-8.

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de Dios, diciéndoles: Os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré de todas las tierras, os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundicias. Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros…, y moraréis en la tierra que di a vuestros padres, y seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. Y haréis memoria de vuestros ca-minos perversos, y de vuestros depravados afectos, y os serán amar-gos vuestros pecados y vuestras maldades 1. Dejemos estas cosas para su tiempo, pues de esta vocación y conversión de los Judíos, compren-didas todas las tribus de Israel debajo de este nombre, tenemos infini-to que hablar en todo el fenómeno siguiente, y todavía más adelante.

[349] El segundo suceso que, según los doctores, debe verificarse después de la muerte del Anticristo, es el que se halla latísimamente anunciado en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel, es a saber, la expedi-ción de Gog, con toda su infinita muchedumbre, contra los hijos de Is-rael ya establecidos en la tierra de sus padres, y todas las resultas de esta expedición. Dije, ya establecidos en la tierra de sus padres, porque así lo hallo expreso en la misma profecía, no una vez sola sino muchas: Al fin de los años, le dice Dios a este Gog, vendrás a la tierra que se ha salvado de la espada, y muchos pueblos (o como leen con más clari-dad Pagnini, Vatablo y los LXX, vendrás a la tierra aniquilada con la espada, trillada con la espada, la que fue derribada por la espada, y se ha recogido de muchos pueblos), a los montes de Israel, que estu-vieron mucho tiempo desiertos; ésta ha sido sacada de los pueblos; y morarán todos en ella sin recelo… sobre aquéllos que habían sido abandonados y después restablecidos, y sobre el pueblo que ha sido recogido de las Gentes, que comenzó a poseer, y ser morador del om-bligo de la tierra 2. Este Gog, dicen unos que será el Anticristo mismo (por consiguiente, digo yo, no será una persona singular); otros dicen que será un príncipe amigo o aliado suyo; otros, que será alguno de sus principales capitanes, el cual vendrá a la tierra de Israel a vengar la muerte de su soberano. Mas esta venganza, ¿sobre quiénes vendrá? ¿Sobre los Judíos? Estos son dignos más de lástima que de castigo, pues han perdido a su Mesías, sin culpa suya y contra su voluntad; la culpa toda la tiene San Miguel. ¿No será mejor que este príncipe Gog llame otra vez todas las legiones del infierno, y con ellas suba al cielo, presente batalla a San Miguel, lo venza, lo humille, y vengue con esto la muerte del Anticristo?

[350] Mas sea de esto lo que fuere, que esto pide observación par-ticular, lo que hace ahora a nuestro propósito es una circunstancia no-

1 Ez. 36, 24-26, 28 y 31. 2 Ez. 38, 8 y 12.

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table que se lee expresa en esta profecía, esto es, que sucedida la muer-te de Gog, y la ruina total de toda su infinita muchedumbre en la tierra y montes de Israel, los Judíos, contra quienes habían venido injustísi-mamente, quedarán ricos con los despojos de este ejército terrible, y una de sus principales riquezas será la leña. Por espacio de siete años, dice la profecía, no tendrán el trabajo de cortar árboles en sus bos-ques, ni buscar leña por otras partes, porque la tendrán con abundan-cia sólo con las armas del ejército de Gog: Y saldrán los moradores de las ciudades de Israel, y encenderán y quemarán las armas, el escudo y las lanzas, el arco y las saetas, y los báculos de las manos, y las pi-cas, y los quemarán con fuego siete años. Y no llevarán leña de los campos, ni la cortarán de los bosques, porque quemarán las armas al fuego, y despojarán a aquéllos de quienes habían sido presa, y roba-rán a los que los habían destruido, dice el Señor Dios 1. Según esto, te-nemos después del Anticristo, y aun después de Gog, amigo y capitán suyo, vengador de su muerte, un espacio de siete años cuando menos. Digo, cuando menos: porque no es creíble que, acabada la leña del ejército de Gog, se acabe con ella también el mundo. De esto parece se hacen cargo no pocos doctores graves con San Jerónimo; los cuales son de parecer que estos siete años de que habla este profeta significan indeterminadamente muchos años; lo cual, lejos de negarlo, lo apro-bamos de buena fe y lo recibimos con buena voluntad, concluyendo es-to mismo: que después de la muerte del Anticristo es preciso conceder un espacio de tiempo bien considerable, que a lo menos no sea más breve que siete años determinados, esto es, de mucho o muchísimo tiempo, según pareciere necesario para colocar en este tiempo lo que no es posible colocar en otro según las Escrituras.

[351] Supuesto esto, en que vemos convenir unánimemente a to-dos los doctores, de aquí mismo sacaremos una consecuencia (que es la final) terrible y durísima, pero legítima y necesaria, y de fácil de-mostración. Es ésta: que este mismo espacio de tiempo, sea cuanto fuere, que se concede después del Anticristo, se debe conceder después de la venida de Cristo, que creemos y esperamos en gloria y majestad. ¿Por qué? Porque estando a toda la divina Escritura, y hablando se-riamente como pide un asunto tan grave, no hay razón alguna para se-parar el fin del Anticristo de la venida de Cristo, pues la Escritura divi-na, que es la única luz que debemos seguir en cosas de futuro, no sepa-ra jamás estas dos cosas, sino que las une. Esto es lo que ahora debe-mos observar. No hay que olvidar lo que queda observado en el párra-fo antecedente; lo cual parece tan claro y tan evidente, que aunque no hubiese otro lugar en toda la Escritura, este solo bastaba, si se mirase

1 Ez. 39, 9-10.

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320 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sin preocupación y sin empeño declarado. Mas no es solamente el ca-pítulo 19 del Apocalipsis el que une estrechamente el fin del Anticristo con la venida de Cristo; hay, fuera de éste, otros muchos lugares que se explican en el asunto con la misma o mayor claridad, que los intérpre-tes mismos, cuando llegan a ellos, y cuando miran todavía muy distan-tes, o tal vez no miran la terrible consecuencia, no dejan de reconocer-los. ¡Oh, cuánto importaba aquí que nuestro Cristófilo estuviese me-dianamente versado en la lección de esta especie de libros!

Se examinan los lugares de la Escritura enteramente conformes

al capítulo 19 del Apocalipsis

PÁRRAFO 4

[352] San Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, actualmente al-borotados por la voz que se había esparcido entre ellos de que ya ins-taba el día del Señor, les declara en primer lugar que aquélla era una voz falsa sin fundamento alguno: Y no os dejéis seducir de nadie en manera alguna 1: porque el día del Señor no vendrá si primero no se verifican dos cosas principalísimas que deben preceder a este día. La primera, la apostasía 2; la segunda, la revelación o manifestación del hombre de pecado o del Anticristo. De éste, pues, dice en términos formales que, llegado su tiempo, el Señor Jesucristo lo matará con el espíritu de su boca, y lo destruirá con la ilustración de su venida 3. Parece que el punto no podía decidirse con mayor claridad y precisión. Si Jesucristo mismo ha de matar al Anticristo con el espíritu de su bo-ca, si lo ha de destruir con la ilustración de su venida, luego la muerte y destrucción del Anticristo no puede separarse ni mucho ni poco de la venida de Cristo; y si se separa, no lo destruirá Cristo con la ilustra-ción de su venida 4. La consecuencia parece buena, y lo fuera en otro cualquier asunto de menos interés; mas en el presente parece imposi-ble que se le dé lugar. ¿Por qué razón? ¿Para qué hemos de repetir la verdadera razón, que está saltando a los ojos?

[353] Si Jesucristo mismo destruye al Anticristo con la ilustración de su venida, quien concede un espacio de tiempo después de la des-trucción del Anticristo, lo debe conceder forzosamente después de la venida de Cristo. Esto no se puede conceder sin destruir y aniquilar el

1 2 Tes. 2, 3. 2 2 Tes. 2, 3. 3 2 Tes. 2, 8. 4 2 Tes. 2, 8.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 321

sistema; luego es necesario una de dos cosas: o que ceda el texto, o que ceda el sistema. Del sistema no hay que pensarlo, luego deberá ceder el texto; y para que ceda con alguna especie de honor, ved aquí lo se ha discurrido.

[354] El Apóstol dice que el Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su venida 1: mas esto no quiere decir que el Señor mismo vendrá en su propia persona a destruir al Anticristo, porque es-to no es necesario; sino que lo destruirá sin moverse de su cielo, ya con el espíritu de su boca, esto es, por su orden; ya con la ilustración de su venida, esto es, con la aurora o crepúsculo del día grande de su veni-da. Si preguntáis ahora qué aurora, qué crepúsculos son éstos del día del Señor, os responden que no son otros que la venida gloriosa del ar-cángel San Miguel con todos los ejércitos que son del cielo; el cual ma-tará al Anticristo, y destruirá todo su imperio universal, por orden y mandato expreso del mismo Jesucristo, que lo envía al mundo revesti-do de toda su autoridad y de toda su omnipotencia. Lo más admirable es que, como si esta explicación fuese la más natural, la más genuina y la más clara, como si no quedase otra dificultad alguna, pasan luego algunos doctores graves a hacer sobre esto una reflexión, o pondera-ción, o no sé como llamarla. Si la aurora, dicen, si los crepúsculos solo del día del Señor han de ser tan luminosos, ¿qué será el día mismo? Es decir: si la venida al mundo del príncipe San Miguel, que no es más que ministro de Cristo, ha de ser tan terrible contra el Anticristo y con-tra todo su imperio universal, ¿qué será el día de la venida del mismo Cristo, cuando él venga del cielo a la tierra con toda su gloria y majes-tad? ¡Oh, a lo que puede obligar una mala causa, aun a los hombres más sabios y más cuerdos!

[355] El segundo lugar que tenemos que examinar con gran cui-dado es el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, en el que, hablando el Señor de propósito de la tribulación del Anticristo, la cual será nece-sario abreviar por amor de los escogidos, etc., concluye así: Y luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes del cielo serán conmovidas. Y entonces parecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces plañirán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran-de poder y majestad 2. De modo que, concluida la tribulación de aque-llos días, sucederá inmediatamente todo lo que se sigue: el sol y la luna se oscurecerán, las estrellas caerán del cielo (o porque también se os-curecerán, y por esto se perderán de vista como piensan unos; o por-

1 2 Tes. 2, 8. 2 Mt. 24, 29-30.

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que caerán a la tierra muchísimas centellas, o exhalaciones encendidas que parecerán estrellas, como piensan los más con San Agustín y San Jerónimo), las virtudes, o los quicios, o los fundamentos de los cielos se conmoverán, parecerá en el cielo la señal o el estandarte real del Hi-jo del Hombre, llorarán a vista de todo esto todas las tribus de la tie-rra, y en fin, lo que hace más al caso, verán todos venir en las nubes del cielo al mismo Hijo del Hombre Jesucristo en su propia persona con gran virtud y majestad 1, las cuales palabras corresponden perfecta-mente a aquéllas con que empieza el Apocalipsis: He aquí que viene con las nubes, y le verá todo ojo 2. Todas estas cosas dice el mismo Señor, que sucederán luego después de la tribulación de aquellos días 3.

[356] Ahora bien, antes de pasar adelante, sería convenientísimo el saber de cierto la verdadera y propia significación de la palabra luego; a lo menos saber de cierto si esta palabra tiene alguna vez otra significa-ción diversa de aquella ordinaria que todos sabemos, y que tenemos por única. Digo que sería buena esta noticia en el punto presente, por-que son muy diversas las sentencias de los autores 4. En algunos, espe-cialmente en aquellos que no exponen toda la Escritura, sino solamente los Evangelios, y que, por consiguiente, no tienen que atender a otras consecuencias, se halla la palabra luego en su sentido natural, sin no-vedad alguna; conceden francamente que todo lo que contiene el texto citado, incluido en ello la venida misma del Señor, sucederá infalible-mente luego después de la tribulación de aquellos días. Mas otros doc-tores más advertidos, divisando bien el inconveniente, no son tan libe-rales con la palabra luego, la cual se halla en ellos con más novedad de lo que parece a primera vista. Es verdad que la dejan pasar, mas con mucha discreción y economía, suavizándola primero, de modo que no pueda hacer mucho daño. Así pues, la palabra luego, según su explica-ción, no se debe entender con tanto rigor, sino en sentido más lato, o más benigno, como si dijera: en breve, presto, no mucho después.

[357] Yo estoy muy lejos de contradecir esta pequeña violencia, ni de formar disputa sobre palabras. El sentido que aquí se le da a la pa-labra luego después, fuera bastante natural y obvio, si no se pusiese de por medio un gravísimo interés; si a lo menos nos declarasen los doc-tores un poco más su mente; si nos dijesen qué es lo que realmente pretenden con esta economía; si su expresión no mucho después es absoluta o solamente respectiva; si significa pocos días, o pocas horas después, absolutamente hablando, o significa poco tiempo, comparado con otro mayor, por ejemplo de mil o dos mil años, porque en la reali-

1 Mt. 24, 30. 2 Apoc. 1, 7. 3 Mt. 24, 29. 4 SAN JERÓNIMO.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 4 323

dad nos dejan en esta incertidumbre, y su poco tiempo nos parece muy equívoco, y por eso no poco sospechoso. Para que podamos conocer mejor este equívoco, y al mismo tiempo el misterio de esta expresión equívoca, consideremos atentamente estas dos proposiciones, y vea-mos si puede haber entre ellas alguna diferencia notable. Primera: Cristo ha de venir (luego después) de la tribulación de aquellos días. Segunda: Cristo ha de venir (no mucho después) de la tribulación de aquellos días.

[358] No perdamos tiempo en consultar sobre ello a los dialécti-cos. El problema no es tan difícil que no baste para resolverlo la dia-léctica natural, o la sola lumbre de la razón. Primeramente, se concibe bien que las dos proposiciones (moralmente hablando) pueden ser verdaderas y significar una misma cosa: no se ve entre ellas oposición alguna sustancial; no se destruyen mutuamente, pueden fácilmente acordarse. Con todo esto, si atendidas bien las circunstancias, busca-mos en ambas proposiciones aquel sentido, sencillo y claro, que nos prescribe el Evangelio cuando dice: Vuestro hablar sea: Sí, sí; no, no 1, es fácil divisar no sé que diferencia, la cual va creciendo mientras más de cerca se va mirando. La primera proposición se ve clara, y se en-tiende al punto sin otra reflexión; la segunda no tanto. La primera no admite equívoco ni sofistería; la segunda puede muy bien admitirla, si se la quieren dar. La primera nos da una idea sencilla y natural de que no ha de mediar, entre el fin de aquella tribulación y la venida del Se-ñor, algún espacio considerable de tiempo; por consiguiente, que entre estas dos cosas no ha de haber algunos sucesos grandes y extraordina-rios, que pidan tiempo considerable para verificarse; sino que, conclui-dos aquellos días de tribulación, luego al punto, o físicamente o mate-rialmente, o a lo menos moralmente, sucederá la venida del Señor con todas las cosas que la deben acompañar, y están expresas en el texto. Mas en la segunda proposición no se ve esta idea tan inocente, tan sen-cilla, tan natural, antes por el contrario nos deja en una grande confu-sión, sin poder saber determinadamente la verdadera significación de las palabras no mucho después; pues aunque la intención sea exten-derlas a cuanto tiempo se quiera o se haya menester, por ejemplo a tres o cuatro siglos, siempre queda el efugio fácil de que tres o cuatro siglos es un espacio de tiempo casi insensible, respecto de cuatro o cin-co mil, mucho más respecto de la eternidad. Así que, la primera pro-posición cierra enteramente la puerta a todo suceso, y a todo espacio considerable de tiempo, mas la segunda no es así: parece que también la cierra, pero es innegable que no la cierra bien; es innegable que la de-ja como entreabierta; y quedando en este estado, es cosa bien fácil irla

1 Mt. 5, 37.

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324 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

abriendo más cuanto fuere necesario, y hacer entrar insensiblemente y sin ruido todos los sucesos que se quisiere, por grandes que sean.

[359] En efecto, esto es lo que se pretende, y éste es, según parece, todo el misterio. Y si no, ¿por qué fin se convierte la palabra luego des-pués, que es tan clara, en las palabras, no tan claras, brevemente, al ins-tante, no mucho después? El espacio de tiempo que deben significar es-tas palabras no puede ser tan corto, en la intención de los doctores, que no sea suficiente para abarcar cómodamente los muchos y grandes su-cesos que pretenden colocar en él. Ved aquí algunos de los principales, fuera de los que quedan apuntados en el párrafo antecedente.

[360] Ha de haber tiempo, dicen, lo primero, para que muchísi-mos cristianos de uno y otro sexo, de todas clases y condiciones, que ya por flaqueza, ya por temor, ya por ignorancia, ya por seducción, ha-bían renunciado a Cristo y adorado al Anticristo, reconozcan su culpa, hagan frutos dignos de penitencia, y sean otra vez admitidos al gremio de la Iglesia y a la comunión de los santos. Ha de haber tiempo, lo se-gundo, para que los obispos de todo el orbe, que en tiempo de la gran tribulación habían huido al desierto, y escondídose en los montes y cuevas (que esto quieren que signifique la huida al desierto de aquella célebre mujer, vestida del sol, del capítulo 12 del Apocalipsis, como ve-remos en su lugar), tengan noticia cierta de la muerte del Anticristo, y ruina total de su imperio universal. Ha de haber tiempo, lo tercero, pa-ra que estos obispos vuelvan a sus iglesias, recojan las reliquias de su antiguo rebaño, curen sus llagas, las exhorten, las enseñen de nuevo, y les den todo el pasto necesario y conveniente en aquellas circunstan-cias. Ha de haber tiempo, lo cuarto, para aquellos sucesos de que ha-blamos, esto es, para que se conviertan los Judíos, para que sean ins-truidos, bautizados, arreglados, etc.; y también para que se recojan y consuman todas las armas del ejército de Gog, lo cual no pueden hacer en menos de siete años, según la profecía; y si estos siete años signifi-can un número grande de años indeterminado, tanto mejor: mucho más tiempo será necesario conceder. Y veis aquí señor mío, descifrado todo el misterio. Veis aquí en lo que viene finalmente a parar el luego, el brevemente, al instante, no mucho después. Esta parece que es la razón verdadera y única que ha obligado a convertir las palabras claras y sencillas del Apóstol: El Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su venida, en las palabras sumamente oscuras y poco sinceras: Lo destruirá con la aurora, o crepúsculos de su venida, dan-do el nombre de aurora, o crepúsculos del día del Señor, a una venida imaginaria de San Miguel, para huir de este modo la dificultad. Esta es, en fin, la razón verdadera y única que los ha obligado a convertir en el príncipe San Miguel aquel grande y admirable personaje del capítu-lo 19 del Apocalipsis, esto es, al Rey de los reyes, y al Verbo de Dios.

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Consecuencias duras y pésimas de este espacio de tiempo

que pretenden los doctores entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo

PÁRRAFO 5

[361] Los tres lugares de la Escritura divina que acabamos de ob-servar (dejando otros muchos por evitar prolijidad) combaten direc-tamente el espacio de tiempo que pretenden comúnmente los doctores no tanto probar como suponer. Estos tres lugares del Apocalipsis, de San Pablo y del Evangelio, parece claro que no tienen otra respuesta, ni otro efugio, que las inteligencias y explicaciones casi increíbles que también hemos observado. Fuera de éstos, hay otros muchos que com-baten indirectamente dicho espacio de tiempo, mas cuya fuerza y efi-cacia parece todavía más sensible, por los gravísimos inconvenientes, por las consecuencias duras e intolerables que se siguieran legítima-mente, si una vez se concediese o tolerase este espacio de tiempo entre el fin del Anticristo y la venida del Señor.

[362] Para que podamos ver con mayor claridad estos inconvenien-tes, o estas consecuencias legítimas, aunque duras e intolerables, discu-rramos, Cristófilo amigo, los dos solos. Prescindamos por este momen-to de lo que dicen o no dicen todos los doctores; imaginemos que no hay en el mundo otros hombres que quieran hablar de estas cosas, sino vos y yo; con esta imaginación (verdadera o falsa) podremos hablar con más licencia y con más libertad, y nos podremos explicar mejor.

[363] Yo sé bien, amigo mío, que según todos vuestros principios habéis menester algún espacio de tiempo (no tan corto como queréis dar a entender) entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo que es-peramos en gloria y majestad. También sé con la misma certidumbre para qué fin habéis menester aquel tiempo, y cuál es el verdadero moti-vo de vuestra pretensión, porque todo esto lo he estudiado en vos mis-mo, oyendo con toda la atención de que soy capaz vuestro modo de dis-currir sobre estos asuntos. Certificado plenamente de vuestros pensa-mientos, y también de vuestras intenciones, os pregunto en primer lu-gar (empecemos por aquí): ¿Con qué derecho, con qué razón, sobre qué fundamento queréis suponer un espacio de tiempo entre el fin del Anti-cristo y la venida de Cristo? En la Escritura divina no lo hay, antes hay fundamentos a centenares para todo lo contrario. Vos mismo no podéis negarlo, pues, siendo tan versado en las Escrituras, y tan empeñado por este espacio de tiempo, del cual tenéis una extrema necesidad, con todo

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326 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

eso no podéis alegar algún lugar a vuestro favor. Cualquiera otro funda-mento que no sea de la divina Escritura, mucho más si se opone a ella, no puede tener firmeza alguna en un asunto de futuro. Pues ¿sobre qué estriba vuestra suposición? ¿Solamente sobre vuestra palabra? Por otra parte, yo os he mostrado tres lugares clarísimos de la misma Escritura, que destruyen evidentemente vuestro espacio de tiempo. He oído con asombro la explicación ciertamente inaudita que les habéis dado, y que estáis resuelto a dar a muchos otros que pudiera mostraros en los Profe-tas y en los Salmos; mas esto sería continuar eternamente la discordia.

[364] Por tanto, dejando ya este camino directo, o este argumento a priori que parece áspero y molesto, probemos por el otro que llaman a posteriori (excusad estas palabras un poco anticuadas); el cual ca-mino, aunque algo más dilatado, suele ser más llano, y no menos efi-caz. Yo os concedo, amigo, sin límite alguno todo el tiempo que quisie-reis y hubiereis menester, entre el fin del Anticristo y la venida de Cris-to. Haced cuenta que por ahora sois dueño del tiempo, que todo se ha puesto en vuestras manos, y dejado a vuestra libre disposición. Repar-tidlo, pues, como os pareciere más conveniente. Colocad en él todos aquellos sucesos que os acomodaren, y que no halláis por otra parte dónde ni cómo acomodarlos a vuestro gusto, así los revelados como también los imaginados. Entre tanto, yo os pido solamente una gracia, que no podéis negarme honestamente, es a saber, que me sea lícito ha-llarme presente a la repartición que hiciereis de este tiempo, y ver por mis ojos todos los sucesos que fuereis colocando en él. Así podré ob-servar más fácilmente las resultas o las consecuencias que podrán se-guirse, y después, con vuestra licencia, las podré ofrecer amigablemen-te a vuestra consideración.

[365] Primeramente pedís tiempo suficiente entre el fin del Anti-cristo y la venida de Cristo, para que muchísimos Cristianos (mejor di-réis los más o casi todos, según las Escrituras) que habían sido enga-ñados por el Anticristo, y entrado en su misterio de iniquidad, puedan reconocer su engaño, llorar sus errores, y hacer una verdadera y since-ra penitencia. Esto decís que se debe creer piadosamente de la bondad y clemencia de Dios; y yo me maravillo cómo no pedís ese espacio de penitencia para el mismo Anticristo, para su profeta, para toda aquella infinita muchedumbre que en aquel día se ha de abandonar a las aves del cielo, pues leemos que se hartaron todas las aves de las carnes de ellos. Ahora, como vuestro Anticristo era un monarca universal de to-do el orbe, como no hubo parte alguna del mismo orbe en que no hi-ciese los mayores males, a todas partes se deberá extender aquella in-dulgencia; así no habrá reino, ni provincia, ni ciudad en todas las cua-tro partes del mundo, ni aun las islas más remotas, por ejemplo la nueva Holanda, la nueva Celandia, las islas de Salomón, etc., que que-

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de excluida de este espacio de penitencia. Es fácil concebir cuánto tiempo es necesario para que llegue, desde Palestina hasta los térmi-nos de la redondez de la tierra 1, la noticia de la muerte del monarca, y después de esto, para que produzca unos efectos tan buenos.

[366] Lo segundo, pedís tiempo suficiente para que aquellos pasto-res, que habían huido a vista de los lobos, desamparando su grey, es-condiéndose en los montes y cuevas, tengan también noticia cierta de la muerte y destrucción del hombre de pecado, y de la paz, tranquilidad y alegría en que ha quedado todo el mundo, para que puedan volver a sus iglesias, o a los lugares donde antes estaban; para que puedan buscar, llamar y recoger el residuo de su grey; para que puedan curar este resi-duo de sus heridas, y ayudarlo a levantarse de la tierra, sustentarlo, apacentarlo, acrecentarlo, etc. Y como se debe suponer que muchos de estos pastores, no queriendo o no pudiendo huir, quedaron muertos en la batalla; y como también se puede o debe suponer, que muchos de los que huyeron a los montes y cuevas murieron de hambre, de frío, de in-comodidad, etc.; deberá haber tiempo suficiente para elegir y consagrar nuevos obispos y enviarlos a todas aquellas partes donde han faltado, y donde son tan necesarios (lo cual Roma ya no podría hacer, por haber muerto antes el Anticristo); y después de esto debería haber tiempo su-ficiente para que estos nuevos obispos, así como los antiguos, ejercie-sen su ministerio, pues no parece justo ni verosímil que queden exclui-das de este socorro tan necesario solamente aquellas iglesias cuyos pas-tores, como buenos, dieron la vida por sus ovejas 2, o muriendo de otra manera, mas siempre debajo de la cruz.

[367] Lo tercero, pedís tiempo, ¿para qué?, para la conversión de los Judíos, si no con todas, a lo menos con algunas de las circunstan-cias gravísimas con que se anuncia este gran suceso en todas las Escri-turas del Antiguo y Nuevo Testamento, lo cual es tan claro, que es im-posible disimularlo del todo. Digo del todo, porque no ignoro que en la mayor y máxima parte se procura disimular, y aun también despre-ciar; y no solo despreciar, mas también burlar con irrisión formal y de-clarada, como empezaremos a observar desde el fenómeno siguiente, a donde por ahora me remito. Lo cuarto, en fin, pedís tiempo, o deter-minado o indeterminado (pero que no sea menos de siete años) para que los mismos Judíos, después de convertidos a Cristo, puedan con-sumir las armas del ejército innumerable de Gog, destruido entera-mente por el brazo omnipotente de Dios en la tierra y montes de Is-rael; el cual ejército había ido contra ellos, después de estar estableci-dos en su tierra; todo lo cual veremos en adelante, porque no es posi-ble verlo todo de un golpe.

1 Sal. 71, 8. 2 Jn. 10, 11.

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328 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[368] Habiendo, pues, estado el tiempo a vuestra libre disposi-ción, habiendo colocado en él todos los sucesos que os ha parecido, to-ca a mí ahora decir una palabra, y mostraros una consecuencia justí-sima que se sigue de todo esto, la cual no podéis negar ni prescindir de ella, estando de acuerdo con vos mismo. La consecuencia es ésta: lue-go cuando venga el Señor, que será, según el Evangelio, luego después, y según vuestra explicación no mucho después de la tribulación del Anticristo, deberá estar todo el mundo quieto y tranquilo: la Iglesia, en suma paz, en religión, en piedad, en observancia de las leyes divinas; todos los hombres, atónitos y compungidos, con la venida a la tierra del príncipe San Miguel con todos sus ángeles, con el castigo y muerte del monarca, con la ruina de su imperio universal y con la desgracia de tantos otros cuyas carnes se abandonaron a las aves del cielo, congre-gadas a la grande cena de Dios. Todos en suma, estarán desengaña-dos, iluminados y penetrados de los más vivos sentimientos de peni-tencia, aun entrando en este número, no solamente los étnicos, los mahometanos, herejes, ateos, etc., sino también los duros, obstinados y pérfidos Judíos. ¿Qué os parece, amigo, de esta consecuencia? ¿Os atreveréis a negarla? ¿Podréis omitirla o prescindir de ella? ¿No habéis pedido el espacio de tiempo determinadamente para todo esto? ¿Qué tenéis ahora que temer ni que recelar?

[369] Concedida, pues, la consecuencia, pasemos luego a confron-tarla con solos tres lugares del Evangelio, que, dejando otros muchos, os pongo a la vista.

[370] Primero: Jesucristo hablando de su venida, dice así: Mas cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tie-rra? 1. Las cuales palabras, aunque parecen una simple pregunta, mas ninguno duda que en su divina boca son una verdadera profecía, son una afirmación clarísima del estado de perfidia y de iniquidad en que hallará toda la tierra cuando vuelva del cielo; pues si no ha de hallar fe, que es el fundamento de todo lo bueno, ¿qué pensáis que hallará? Sí-guese de aquí que, o las palabras del Señor nada significan, o que son falsos y algo más que falsos los sucesos que habéis colocado en vuestro espacio imaginario de tiempo: por consiguiente, el espacio mismo.

[371] Segundo: Jesucristo dice que, cuando vuelva del cielo a la tierra, hallará el mundo como estaba en tiempo de Noé: Así como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre 2. Reparad ahora la propiedad de la semejanza: Y así como en los días antes del diluvio se estaban comiendo y bebiendo, casándose y dán-dose en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no lo entendieron hasta que vino el diluvio, y los llevó a todos; así será

1 Lc. 18, 8. 2 Mt. 24, 37.

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también la venida del Hijo del Hombre 1. De modo que, así como cuando vino el diluvio estaba todo el mundo en sumo descuido y ol-vido de Dios, y por buena consecuencia en una suma perfidia, iniqui-dad y malicia, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra 2; así como el diluvio los cogió a todos de improviso, menos aquellos pocos justos que Dios quiso salvar; asimismo dice el Señor sucederá en la venida del Hijo del Hombre 3. Y por San Lucas: De es-ta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 4.

[372] Tercero: Jesucristo llama al día de su venida, día repenti-no; y añade que este día será como un lazo para todos los habitadores de la tierra 5. Y como dice el Apóstol a este mismo propósito: Cuando dirán paz y seguridad, entonces les sobrecogerá una muerte repen-tina, como el dolor a la mujer que está encinta, y no escaparán 6.

[373] Paremos aquí un momento, y hagamos alguna reflexión sobre estos tres lugares del Evangelio. Y para entendernos mejor y evitar todo equívoco y sofisma (como hombres que deseamos sinceramente cono-cer la verdad para abrazarla), supongamos, amigo, que vos y yo, entre otros muchos, nos hallamos vivos en todo aquel espacio de tiempo que habéis pedido entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo. Es-ta suposición no podéis mirarla como repugnante o imposible: lo primero, porque nadie sabe cuándo vendrá este Anticristo, y su gran tribulación: si dentro de doscientos años o de doscientos días, si den-tro de más tiempo o de menos. A los que esto desean saber, no se les da otra respuesta que ésta: Velad… Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad 7. Lo segundo, porque este espacio de tiempo después del Anticristo no puede ser grande, según vos mismo, sino muy breve, porque luego, o no mucho después, hemos de ver al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad 8.

[374] Habiendo, pues, en nuestra hipótesis sobrevivido al Anti-cristo, hemos sido testigos oculares, así de los males gravísimos que ha hecho en toda nuestra tierra, como de la venida de San Miguel con to-dos los ejércitos del cielo, como también de todas las circunstancias particulares de la muerte de nuestro monarca y de la ruina plena y to-tal de su monarquía universal. Ya, gracias a Dios, nos hallamos libres de este monstruo de iniquidad. Con su muerte goza toda la tierra de una perfecta tranquilidad. Ya podemos con verdad decir lo que decían

1 Mt. 24, 38-39. 2 Gen. 6, 12. 3 Mt. 24, 37 y 39. 4 Lc. 17, 30. 5 Lc. 21, 35. 6 1 Tes. 5, 3. 7 Mc. 13, 35 y 37. 8 Mt. 24, 30.

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330 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aquellos ángeles: Hemos recorrido la tierra, y he aquí toda la tierra está poblada y en reposo 1; ya vemos con sumo júbilo que los obispos fugitivos vuelven a sus iglesias, y son recibidos del residuo de su grey con las mayores muestras de devoción, de piedad y de ternura; que los templos, parte profanados, parte arruinados, se purifican, o se edifican de nuevo; vemos con edificación muchos hombres apostólicos salir acompañando a sus obispos, a predicar penitencia entre los Cristianos que se habían pervertido; otros, más animosos, los vemos volar hacia las partes más remotas del mundo a predicar el Evangelio, donde an-tes no se había predicado, o donde no había tenido tan buen efecto su predicación. Vemos a los míseros Judíos bañados en lágrimas, com-pungidos, desengañados y convertidos de todo corazón a su verdadero y único Mesías, por quien tantos siglos habían suspirado. Vemos en suma, con nuestros propios ojos, verificados plenamente todos los su-cesos que vos mismo habíais anunciado para este tiempo.

[375] Con todo eso, oídme, señor mío, una palabra. El espacio de tiempo que habíais pedido para todos estos sucesos grandes y admira-bles, no fue, ni pudo ser tan grande, que pasase todos los límites de la discreción y aun de la revelación. ¿Qué límites son éstos? Son, amigo, el luego después del Evangelio, y también el en breve, presto, no mucho después de vuestra misma explicación. Según vos mismo, la venida del Señor con grande poder y majestad, debe estar ya tan cerca, que la po-demos y aun debemos esperar por días o por horas. Todos los que he-mos quedado vivos después del Anticristo estamos en esta expectación. Todos sabemos que el Señor ha de venir, o luego al punto, si esto signi-fica la palabra luego, o a lo menos no mucho después de la gran tribula-ción que hemos visto y experimentado en los días del Anticristo. Esto nos enseñan como un punto de suma importancia nuestros obispos ve-nidos del desierto, y nuestros misioneros llenos del Espíritu Santo. Ya casi no hay persona alguna que no lo sepa; todos, en fin, estamos en ve-la, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor 2.

[376] Esto supuesto, decidme ahora, mi buen Cristófilo: ¿Os parece creíble, ni posible, que en tan corto espacio de tiempo, no sólo se hayan podido hacer en todo el mundo cosas tan gloriosas, sino que el mismo mundo se haya otra vez pervertido como en tiempo del Anticristo? ¿Que se haya olvidado tan presto de la venida de San Miguel, de su es-panto y terror en el castigo de tanta muchedumbre, de su llanto, de su penitencia, y también de la cercanía del día del Señor? ¿Cómo ha podi-do suceder una mudanza tan extraña y tan universal? ¿Qué otro Anti-cristo ha venido de nuevo, mayor que el que acaba de matar San Mi-guel? En este tiempo en que ahora nos hallamos, vemos muerto al Anti-

1 Zac. 1, 11. 2 Mt. 24, 42.

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cristo con su falso profeta; los reyes de la tierra que tanto le ayudaban, muertos todos con sus ejércitos; la muchedumbre de Gog muerta; el re-sucitado imperio romano con su corte idólatra y sanguinaria, muerto; todos los capitanes, gobernadores y soldados, secuaces del Anticristo, muertos por San Miguel, y devorados por todas las aves del cielo. Por otra parte, los obispos fugitivos han vuelto a sus iglesias, las ovejas a sus pastores, los que estaban fuera de la Iglesia han entrado en ella, y han sido recibidos con suma caridad, y la misma Iglesia se halla en una grande paz, sin enemigos que la perturben ni dentro ni fuera, etc.

[377] Y no obstante todo esto, Jesucristo que ya viene, que ya está casi a la puerta, ¿ha de hallar toda la tierra tan olvidada de Dios, tan co-rrompida, tan inicua, así como en los días de Noé? 1. Jesucristo que ya viene, ¿apenas ha de hallar en toda la tierra algún vestigio de fe: Pen-sáis que hallará fe en la tierra? 2. Jesucristo que ya viene, ¿ha de coger de improviso a todos los habitadores de la tierra? El día de su venida, que ya insta, ¿ha de ser aquel día repentino: Y como un lazo vendrá so-bre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? 3. Si vos, señor, o algún otro ingenio sublime, puede concebir estas cosas, y concordarlas entre sí, yo confieso francamente mi pequeñez: no hallo cómo ni por dónde salir de este laberinto, ni sé lo que hubieran respondido los doc-tores mismos, si hubiese habido en su tiempo quien les propusiese es-tas dudas, y les pidiese una respuesta categórica. Veis aquí, pues, las consecuencias que naturalmente se siguen del espacio de tiempo que pretendéis entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo.

[378] No ignoráis que de estas consecuencias os pudiera presentar muchísimas, sin otro trabajo que copiar otros muchos lugares de las Escrituras; mas esta diligencia sería tan inútil como encender muchas lámparas para añadir con ellas más claridad al día más sereno. No obstante, parece que no será del todo inútil, ni fuera de propósito, re-presentaros brevemente otra buena consecuencia que infaliblemente se seguiría, si el fin del Anticristo sucediese de otro modo que con la venida misma de Cristo en gloria y majestad.

Otra consecuencia

PÁRRAFO 6

[379] Si se lee con alguna mayor atención lo que queda observado en el párrafo 7 del fenómeno 1, se deberá reparar con alguna especie

1 Mt. 24, 37. 2 Lc. 18, 8. 3 Lc. 21, 35.

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de terror el gran fracaso y el terrible estrago que debe hacer en el mundo cierta piedra cuando baje del monte. Se deberá reparar que di-cha piedra, desprendida de un alto monte sin mano alguna, o sin que nadie la toque ni la tire, ella se desprende por sí misma, ella se mueve, ella se encamina directamente hacia los pies de la grande estatua: al primer golpe los quebranta y reduce a polvo, y todo el coloso terrible cae a tierra y se desvanece como humo.

[380] Ahora pregunto yo: ¿Después del fin y ruina del Anticristo quedará en esta tierra existente, entero y en pie este gran coloso, o no? Según los principios ordinarios, o según todas las ideas que nos dan los doctores del Anticristo, parece claro que no. Lo primero, porque suponen como cierto que el Anticristo ha de ser un monarca universal de todo el orbe; y esta monarquía universal no puede concebirse si la estatua queda en pie, o por hablar con mayor propiedad, si los pies y dedos de la estatua quedan todavía divididos e independientes. Para la monarquía universal es preciso que todos los reinos y señoríos parti-culares se reduzcan a una misma masa, y si acaso quedan algunos, que éstos queden súbditos, no libres e independientes; por consiguiente, es necesario que la monarquía universal se haya tragado e incorporado en sí misma todos cuantos reinos, principados y señoríos particulares se conocían en la tierra. Lo segundo, porque no niegan los doctores, antes lo suponen como una verdad (y esto con suma razón) que, jun-tamente con el Anticristo, han de morir del mismo accidente todos los reyes de la tierra, todos los príncipes, grandes, capitanes y soldados de todo su imperio universal, pues todos estos son nombrados expresa-mente en el convite general que se hace a todas las aves del cielo (di-ciéndoles): Venid y congregaos a la grande cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de tribunos, y carnes de poderosos, y car-nes de caballos, y de los que en ellos cabalgan 1. Lo tercero, porque suponen que el imperio romano (no obstante que debe durar hasta el fin del mundo, como nos aseguran tantas veces con gran formalidad; mas aquí no guardan consecuencia), suponen, digo, y nos aseguran, que este imperio romano, bajado en aquellos tiempos de los espacios imaginarios, y vuelto a su antigua grandeza y esplendor, deberá tam-bién ceder al Anticristo, y agregarse al imperio de oriente o de Jerusa-lén, que debe ser el único. Lo cual sucederá, dicen, cuando Roma idó-latra y sanguinaria sea destruida por diez reyes enemigos del Anticris-to, y éstos sean vencidos poco después por el mismo Anticristo.

[381] Según esto, parece que deben confesar aquí de buena fe que, muerto el Anticristo, y destruido enteramente su imperio universal, y con él todos los reyes y príncipes, con todos sus ejércitos congregados

1 Apoc. 19, 17-18.

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para pelear con el que estaba sentado sobre el caballo 1, no puede quedar en el mundo reliquia alguna del gran coloso; pues, estando to-do incorporado en el imperio universal del Anticristo, destruido este imperio universal, es consiguiente que quede destruido y aniquilado el coloso mismo.

[382] Ved ahora la consecuencia, y juzgad rectamente: luego la piedra que ha de bajar del monte sobre el coloso, y reducirlo todo a ta-mo de era de verano, lo que arrebató el viento 2, no puede ser Cristo mismo, sino San Miguel; por consiguiente, San Miguel crecerá enton-ces, y se hará un monte tan grande, que cubrirá toda la tierra: Porque la piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 3. Si la piedra debe ser Cristo mismo (como no se puede dudar): luego cuando esta piedra baje del monte, cuando Cristo mismo baje del cielo, que según dicen, será poco después de San Miguel, ya no hallará tal coloso donde dar el golpe, y adiós profecía. Si halla todavía el coloso y, en efecto, lo destruye cayendo sobre él; luego no lo destruye San Miguel; luego fue inútil la venida de este príncipe con todos los ejércitos que hay en el cielo; luego todo el capítulo 19 del Apocalipsis no tiene significado alguno; mejor diremos: luego la venida de San Miguel es una pura imaginación, y un puro efugio de la dificultad.

[383] De otro modo. Si la piedra de que habla la profecía es Cristo mismo indubitablemente: luego Cristo mismo, al bajar del cielo a la tierra, hallará toda la estatua en pie, dará contra ella, y la convertirá en polvo; luego no puede haber espacio alguno de tiempo entre la ruina de la estatua y la venida de Cristo. Y como toda la estatua, o todos los reinos, principados y señoríos, según nos dicen, deberán estar enton-ces no solamente incluidos, sino identificados con el imperio universal del Anticristo, que debe componerse de todos juntos, quien destruye la estatua, destruye forzosamente este imperio universal; y quien destru-ye este imperio universal, destruye forzosamente toda la estatua. Quien destruye todo esto debe ser Cristo mismo cuando baje del mon-te; luego no puede haber un instante de tiempo entre la venida de Cristo y la destrucción de todo esto, y por consiguiente del Anticristo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, y le destruirá con el resplandor de su venida 4.

[384] El argumento, aunque me parece bueno, no por eso pienso que no puede tener alguna solución. Se puede responder, lo primero: que la piedra que ha de bajar sobre la estatua será Cristo mismo, mas no en su propia persona, sino en virtud. Se puede responder, lo se-

1 Apoc. 19, 19. 2 Dan. 2, 35. 3 Dan. 2, 35. 4 2 Tes. 2, 8.

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gundo (volviendo a las antiguas): que la piedra de que se habla es Cris-to mismo, mas no en la segunda venida, sino en la primera; por consi-guiente, esta piedra ya bajó del monte siglos ha, y destruyó entonces la grande estatua, esto es, el imperio de Satanás, etc. Será preciso tenerse en esto, cueste lo que costare, sin ceder un punto; ni yo pienso hablar sobre esto una palabra más. Me remito enteramente a vuestras serias reflexiones.

Resumen y conclusión

PÁRRAFO 7

[385] Deseara, señor, si esto fuese posible, que quedásemos de acuerdo, o que a lo menos nos formásemos una idea clara y precisa de todas las cosas que acabamos de observar en este fenómeno. Nuestra disputa, según parece, no consiste en la sustancia de la cosa misma, sino solamente en una circunstancia que se cree gravísima por una y otra parte; y en efecto lo es tanto, que ella sola basta para decidir y terminar el pleito. Estamos perfectamente de acuerdo en la sustancia, esto es, en el espacio de tiempo que, según las Escrituras, ha de haber después del Anticristo (sea este Anticristo lo que quisiereis que sea); este espacio de tiempo os lo he concedido, y os lo concedo de nuevo sin límite alguno. Confieso que tenéis gran razón en pedirlo, porque es in-negable. Conque la discordia está solamente en una circunstancia, es a saber, si el espacio de tiempo debe ser después del Anticristo, muerto y destruido por el príncipe San Miguel, antes de la venida de Cristo; o muerto y destruido por Cristo mismo, en el día grande de su venida en gloria y majestad. Vos decís lo primero, yo digo lo segundo, con esta sola diferencia: que vos decís lo primero libremente sin fundamento alguno, pues no alegáis, ni es posible alegar, la autoridad divina, que es la que únicamente nos puede valer en asunto de futuro; al contra-rio, yo digo lo segundo fundado en esta autoridad divina, de que me dan testimonio claro e indubitable las santas Escrituras, en quienes yo creo firmemente que los hombres santos de Dios hablaron siendo ins-pirados del Espíritu Santo 1. Según estas santas Escrituras, me parece imposible separar el fin del Anticristo de la venida del Señor que es-tamos esperando.

[386] Lo habéis visto claro, con circunstancias las más individua-les, en el capítulo 19 del Apocalipsis. Lo habéis visto claramente con-firmado por el Apóstol de las Gentes, el cual dice expresamente que el mismo Señor Jesús destruirá al Anticristo con la ilustración de su ve-

1 2 Ped. 1, 21.

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nida 1. Lo habéis visto claramente en el Evangelio, en que declara el mismo Señor que su venida del cielo a la tierra con grande poder y majestad sucederá luego después de la tribulación de aquellos días; la cual palabra luego se halla en las cuatro versiones sin alteración alguna, esto es, en la Siríaca, en la de Arias Montano, y en la de Erasmo. Des-pués de todo esto, lo habéis visto todavía más claro por las consecuen-cias intolerables que se seguirían legítimamente si se separase el fin del Anticristo de la venida de Cristo, como queda observado en el párrafo 5 y 6. Por otra parte, los sucesos que habéis imaginado, con los cuales queréis llenar este espacio de tiempo, son evidentemente incompati-bles con los que nos anuncia con tanta claridad el mismo Señor.

[387] Después del Anticristo, y antes de la venida de Cristo, supo-néis a todos los hombres (y esto sin prueba alguna) no solamente atóni-tos y espantados de lo que acaba de suceder en el mundo con la venida de San Miguel, y del castigo del Anticristo con todos los reyes, príncipes y grandes de su corte, y de todo su imperio universal; sino también compungidos y llorosos, que se volvían dándose golpes en los pechos 2, haciendo penitencia y pidiendo misericordia; pues para esto en primer lugar, según vos mismo, se concederá este espacio de tiempo. Supo-néis del mismo modo, sin prueba alguna, a todos los obispos que se habían escondido en los montes y cuevas, restituidos a sus iglesias, y recibidos de sus antiguas ovejas con lágrimas de devoción y de ternu-ra. Suponéis todo el mundo desengañado, iluminado, y arrepentido, sin excluir de este gran bien a los duros y obstinados Judíos. Suponéis, en fin, así a éstos como a todo el residuo de los hombres, esperando por momentos la venida del Señor, en su propia persona y majestad; la cual debe ser presto, en breve, no mucho después, según vos mismo, y según el Evangelio, luego. Ahora, si una vez admitimos estas ideas, ¿cómo podremos componerlas con las que hallamos en los Evange-lios? ¿Cómo será posible, en estas suposiciones, que el día grande de la venida del Señor, que ya insta, halle a todo el mundo tan descuidado y tan inicuo, así como en los días de Noé? ¿Cómo será posible que lo ha-lle casi enteramente sin fe? ¿Cómo será posible que aquel día sea para todos los habitadores de la tierra, día repentino, y como un lazo im-previsto en que queden prendidos, porque así como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra? Amigo mío, consideradlo bien, poniendo aparte por un momento toda preocupa-ción. Entre tanto, la conclusión sea que, según todas las Escrituras, pa-rece todavía mucho más difícil separar el fin del Anticristo de la venida de Cristo, que separar el fin de la noche del principio del día.

1 2 Tes. 2, 8. 2 Lc. 23, 48.

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[388] No pudiendo, pues, de modo alguno hacerse esta separación, ¿qué se sigue? Me parece que se sigue al punto inevitablemente la dura y terrible consecuencia: luego si se concede y aun se pide un espacio de tiempo después del fin del Anticristo, se debe forzosamente conce-der y pedir después de la venida de Cristo; luego si después del fin del Anticristo ha de haber tiempo suficiente para que puedan verificarse cómodamente los muchos y grandes sucesos que pretenden los docto-res, lo deberá haber necesariamente después de la venida de Cristo.

[389] Y veis aquí, con esto solo, arruinado desde los cimientos to-do el sistema. Veis aquí, con esto solo, claro, manifiesto y concedido por los mismos doctores, aunque contra su voluntad, aquel espacio de tiempo que, con tantos temores, temblores y recelos, propusimos al principio 1 sólo como una mera hipótesis o suposición. Veis aquí ya más de cerca los mil años de San Juan, y todos los misterios nuevos y admirables del capítulo 20 del Apocalipsis. Veis aquí el juicio de los vivos separado enteramente del de los muertos. En suma, veis aquí, con esto solo, abiertas todas las puertas y también todas las ventanas, corridas todas las cortinas y alzados todos los velos, para ver y enten-der innumerables profecías, que sin esto nos parecen no solamente os-curas sino la misma oscuridad.

Apéndice

[390] Cualquiera que lea las observaciones que acabamos de hacer sobre este fenómeno, y no tenga por otra parte suficiente conocimien-to de esta causa, es fácil y muy natural que piense dentro de sí una de dos cosas: o que es falso que los doctores separen el fin del Anticristo de la venida de Cristo, haciendo venir en su lugar al arcángel San Mi-guel; o que, si realmente han tomado este partido (que según parece es muy antiguo), habrán hallado en la Escritura divina algún fundamento sólido e incontrastable; pues no es creíble que hombres tan sensatos y tan eruditos avanzasen una especie como ésta, sin estar primero per-fectamente asegurados. Esta reflexión, a lo menos cuanto a la segunda parte de la disyuntiva, me parece óptima; y yo confieso que esta mis-ma es la que me ha hecho buscar con toda diligencia este fundamento. Vamos por partes.

[391] Primeramente, es innegable que los intérpretes de la Escritu-ra, según su sistema, procuran del modo posible separar el fin del Anti-cristo de la venida de Cristo que esperamos en gloria y majestad, ha-

1 Primera Parte, capítulo 4.

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ciendo venir en lugar de Cristo al arcángel San Miguel a la frente de to-das las legiones celestiales. Esta proposición se puede probar de dos maneras, ambas claras, fáciles y perceptibles a todos por su simplici-dad. La primera es remitir a los que dudaren a que lo vean por sus ojos en la mayor y más noble parte de los mismos intérpretes; y para mino-rarles el trabajo, y suavizarles la gran molestia, pedirles solamente que vean por sus ojos lo que dicen sobre el capítulo 19 del Apocalipsis, sobre el 38 y 39 de Ezequiel, sobre el capítulo 12 de Daniel, sobre el capítulo 24 de San Mateo, y sobre el capítulo 2 de la epístola segunda a los Tesa-lonicenses. Dije, en la mayor y más noble parte de los intérpretes; por-que algunos otros, gravísimos por otra parte, penetrando bien la gran dificultad, procuran prescindir de ella, y alejarse todo lo posible; como que no consideran toda la Escritura, sino solamente una parte. Véase lo que queda dicho en el fenómeno 3, párrafo 13.

[392] El segundo modo de probar aquella proposición para los que no pueden o no quieren registrar autores, puede ser este llano y simple discurso: o conceden los doctores que Cristo mismo en su propia per-sona ha de venir a destruir al Anticristo, o no. Si lo conceden, luego aquel espacio de tiempo que también conceden inevitablemente des-pués de destruido el Anticristo, lo deberán conceder después de la ve-nida de Cristo en su propia persona; por consiguiente deberán renun-ciar a su sistema. Si no lo conceden, luego en lugar de la persona de Cristo deberá venir alguna otra persona a la frente de todos los ejérci-tos del cielo a destruir al Anticristo; pues sin éste todo el capítulo 19 del Apocalipsis será una visión sin significado, o será, por decirlo me-jor, una pura ilusión. Si en lugar de Cristo viene otra persona con to-dos los ejércitos del cielo, ¿quién puede ser sino el príncipe grande San Miguel? Conque aun sin el trabajo de registrar muchos libros, la ver-dad de aquella proposición queda indubitable.

[393] Satisfecha la primera parte de la disyuntiva, nos queda que satisfacer a la segunda, que es la principal; en la cual se pueden hacer estas dos preguntas. Primera: ¿Con qué fundamento se niega que Je-sucristo en su propia persona, y en el día grande de su venida que es-peramos, ha de destruir al Anticristo, estando esto tan claro y expreso en las Escrituras? Segunda: ¿Con qué fundamento se le da este honor al príncipe grande San Miguel? El fundamento para lo primero lo he-mos ya visto por nuestros ojos, ni concibo cómo pueda quedarnos so-bre esto alguna duda. Hablando francamente, no hay otro fundamento real que el miedo y pavor del capítulo 12 del Apocalipsis, o del espacio de tiempo que es necesario conceder, y que se concede aunque a más no poder, después del fin del Anticristo. Si fuera de este fundamento hubiese otro siquiera pasable, es claro que se debía producir, y mucho más claro que no se dejara de hacer.

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[394] El fundamento para lo segundo, es el que ahora voy a expo-ner, que al fin lo hallé después de alguna diligencia. No digo que lo ha-llé en la Escritura misma, sino en la Escritura explicada del modo que se explican los tres lugares de que hemos hablado, principalmente en este fenómeno. Es, pues, todo el fundamento para hacer venir a San Miguel a destruir al Anticristo, el capítulo 12 de Daniel, que empieza así: Y en aquel tiempo se levantará Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo, y vendrá tiempo cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y en aquel tiem-po será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro 1.

[395] Consideremos este texto con particular atención, porque no hay duda que, mirándolo sólo a bulto, superficialmente y de prisa, no deja de mostrar alguna apariencia. Para que este texto favorezca de al-gún modo la expedición de San Miguel que se pretende contra el Anti-cristo, es necesario que aquellas primeras palabras: Y en aquel tiempo se levantará Miguel, aludan al tiempo mismo del Anticristo; porque si realmente aluden a otro tiempo anterior, de nada pueden servir para el intento. Más claro. Si la expedición de San Miguel de que se habla en este lugar, debe suceder antes del Anticristo, antes de los tiempos borrascosos y terribles de la grande tribulación, con esto solo estará concluida la disputa, pues ésta se prueba fácilmente con el mismo tex-to sin salir de él. Es claro que aquí se habla de dos tiempos diversos: Y en aquel tiempo se levantará Miguel; éste es el primero. El segundo tiempo es posterior, y como una consecuencia de él se levantará Mi-guel; y de este tiempo que se ha de seguir después de la expedición de San Miguel, se dice que será tan terrible cual nunca se habrá visto has-ta entonces: Y vendrá tiempo cual no fue desde que las gentes comen-zaron a ser hasta aquel tiempo.

[396] Ahora se pregunta: este tiempo tan terrible, posterior y con-siguiente a la expedición de San Miguel, ¿cual será? ¿Será acaso el tiempo que debe seguirse, por confesión de los doctores, después de la muerte del Anticristo? Cierto que no: porque este espacio de tiempo lo suponen como el más quieto y pacífico de todos los tiempos. ¿Será el tiempo que puede emplear San Miguel con todos los ejércitos del cielo en matar al Anticristo, y destruir su imperio universal? Tampoco: ya porque para esto sobra un minuto, pues sabemos que un ángel solo destruyó todo el ejército de Senaquerib, matando en una noche, o en un momento de esta noche, 185.000 soldados; ya porque no es creíble que la terribilidad tan ponderada de aquel tiempo hable solamente con el Anticristo y con sus secuaces. En este caso no dijera el Señor: Habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo

1 Dan. 12, 1.

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hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ningu-na carne sería salva: mas por los escogidos serán abreviados aque-llos días 1. ¿Qué daño puede hacer San Miguel a los escogidos? ¿Es creíble que Dios abrevió aquellos días, o aquel tiempo de tribulación que causa San Miguel en el Anticristo y en sus amigos, para que no se perviertan ni se pierdan aun los mismos escogidos? ¿Es creíble que es-ta tribulación causada por San Miguel sea tan peligrosa, de modo que, si puede ser, caigan en error aun los escogidos? 2. Luego no es éste el tiempo de que habla Daniel, cuando dice: Se levantará Miguel… y ven-drá tiempo cual no fue, etc. Luego este vendrá tiempo, alude a otro tiempo posterior a la expedición de San Miguel. Luego es el tiempo mismo de la tribulación que causará en el mundo el Anticristo, el cual será necesario abreviar para que no se pierdan aun los escogidos. Lue-go la expedición de San Miguel no puede ser contra el Anticristo, pues éste no ha venido.

[397] Pues ¿a qué viene San Miguel, y contra quién viene, si no viene contra el Anticristo? Esta pregunta procede sobre una falsa su-posición. Aquí se supone que San Miguel ha de venir con sus ángeles a esta nuestra tierra contra alguno; mas esto, ¿de dónde se prueba? El texto no lo dice ni insinúa, ni da señal por donde sospecharlo. Sólo di-ce: Y en aquel tiempo se levantará Miguel. En aquel tiempo de que acaba de hablar el capítulo antecedente, se levantará San Miguel, no solo, sino con otros ángeles, pues el verbo consurgo esto significa; mas no dice a qué se levantará, ni contra quién, ni adónde irá, ni qué cosas hará, etc. Todo esto lo deja en un profundo silencio.

[398] Mas lo que no dice este antiquísimo Profeta, lo dice clara-mente circunstanciado el último de los Profetas, que es San Juan, que es el que en ciertos puntos particulares los explica a todos. Leed el ca-pítulo 12 del Apocalipsis, y allí hallaréis este mismo misterio con todas las noticias que podéis desear. Allí hallaréis esta misma expedición de San Miguel explicada y aclarada. Allí hallaréis contra quién es, adónde es, y para que fin. Allí veréis que no es contra el Anticristo, sino contra el dragón, o contra el diablo; que no es en la tierra, sino en el cielo; que no es en los tiempos del Anticristo, sino antes que éste aparezca en el mundo. Allí hallaréis que el Anticristo, con todo su misterio de iniqui-dad, y toda la gran tribulación de aquellos días, será sólo una resulta y como consecuencia de la expedición de San Miguel; pues arrojado el dragón a la tierra después de la batalla, se oyen luego en el cielo unas voces de compasión y lástima que dicen: ¡Ay de la tierra y de la mar, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que

1 Mt. 24, 21-22. 2 Mt. 24, 24.

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tiene poco tiempo! 1. Allí hallaréis, en fin, que el dragón, vencido y arro-jado a la tierra con todos sus ángeles, convierte todas sus iras contra cierta mujer que ha sido la causa de aquella gran batalla; que la mujer huye al desierto con dos alas de águila grande que para esto se le dan; que el dragón la sigue, y no pudiendo alcanzarla, se vuelve lleno de fu-ror a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los man-damientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo 2. Y para hacer esta guerra en toda forma, y sobre seguro, se va a las orillas del mar (metafórico y figurado) a llamar en su ayuda a la bestia de siete cabe-zas y diez cuernos, la cual se ve al punto salir del mar, y dar principio a la gran tribulación 3.

[399] Que la expedición de San Miguel, de que se habla en este ca-pítulo 12 del Apocalipsis, sea la misma que la del capítulo 12 de Daniel, me parece que lo conceden todos los doctores, pues a uno y otro lugar dan la misma explicación. No hablo aquí de aquellos pocos que, con la mayor violencia e impropiedad, tiran a acomodar este capítulo 12 del Apocalipsis a la persecución de Diocleciano; ni hablo de aquellos no pocos que en sentido místico aplican a la santísima Virgen algunas po-cas cosas de toda esta gran profecía, dejando todas las otras como que no hacen a su propósito; hablo sólo de los intérpretes literales, quie-nes, aunque conceden que el misterio es el mismo en el apóstol que en el profeta, mas en uno y otro se explican tan poco, y con tanta oscuri-dad, que no se puede formar idea de lo que quieren decir. Lo que úni-camente se conoce es que confunden demasiado al dragón con la bes-tia que sale del mar; y lo que es batalla de San Miguel con el dragón, lo hacen igualmente batalla con la bestia, no advirtiendo, o no haciéndo-se cargo, que la bestia no sale del mar sino después que el dragón ha sido vencido en la batalla, después que ha sido arrojado a la tierra, después que ha perseguido a la mujer metafórica, después que ésta ha ganado el desierto, después que ha perdido la esperanza de alcanzarla. A lo menos es cierto que esta batalla de San Miguel con el dragón la ponen y suponen en los tiempos del Anticristo, pues dicen que será para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.

[400] No obstante esta certeza y seguridad tan poco fundada, tan ajena, tan distante, tan opuesta al texto sagrado, ninguno nos dice una palabra sobre algunas otras cosas que quisiéramos saber; por ejemplo, si en esta batalla quedará también vencido el Anticristo, o solamente el dragón; si en esta batalla morirá el Anticristo, y todo su imperio uni-versal, o si será necesaria otra venida del mismo San Miguel para ma-tar a este monarca. No hay que esperar sobre esto alguna idea precisa

1 Apoc. 12, 12. 2 Apoc. 12, 17. 3 Apoc. 13, 1.

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y clara. Todo se halla confuso e ininteligible. Que en esta batalla de que hablamos muera también el Anticristo, o quede vencido, o des-truido por San Miguel, parece imposible que se atrevan a decirlo, a lo menos de modo que se entienda claramente que así lo dicen. ¿Por qué? Porque después de esta batalla, después de vencido el dragón con todos sus ángeles, arrojados a la tierra, se ve claramente en el texto sa-grado que el dragón mismo convierte toda su indignación contra la mujer vestida del sol, la cual quieren, o suponen, sea la Iglesia; se ve que esta mujer (sea lo que quisieren por ahora) se libra del dragón hu-yendo al desierto; se ve que en el desierto se está escondida de la pre-sencia de la serpiente, todo el tiempo que dura la persecución del An-ticristo, esto es, mil doscientos y sesenta días, que son los días que de-be durar la gran tribulación, como se dice en el capítulo siguiente (por estas palabras): Y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses (42 meses, y 1260 días, es lo mismo). De todo lo cual se conclu-ye evidentemente que la batalla de San Miguel con el dragón debe su-ceder antes de los cuarenta y dos meses de tribulación; por consi-guiente, antes de la revelación del Anticristo. Luego no puede ser con-tra el Anticristo; luego la venida de San Miguel a destruir al Anticristo es puramente imaginaria; luego el personaje admirable que se descri-be en el capítulo 19 del Apocalipsis, con todas las señales y circunstan-cias de que tanto hemos hablado, no puede ser el príncipe San Miguel, sino el mismo Jesucristo, Hijo de Dios e hijo de la Virgen, en su propia persona; luego, etc.

[401] Esta expedición del príncipe grande San Miguel, de que se habla en Daniel y en el Apocalipsis, con todos los misterios nuevos y admirables de la mujer vestida del sol, etc., pide una observación muy particular y muy prolija, la cual deberemos hacer cuando sea su tiem-po. Os la prometo, queriendo Dios, para el fenómeno 8, después que hayamos observado los tres siguientes, no sólo interesantes en sí, sino necesarios para que éste pueda entenderse.

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Fenómeno 5

Los Judíos

[1] En las ideas ordinarias sobre la venida del Mesías en gloria y majestad, parecerá sin duda un despropósito nombrar a los Judíos, o traerlos a consideración. Como estas ideas son todas favorables (ni se admite alguna que de algún modo no lo sea), así como deben quedar excluidas muchísimas cosas, aunque se hallen expresas en la Escritura de la verdad, así deben entre ellas quedar también excluidos los Ju-díos. Así, deben mirarse estos infelices como absolutamente abando-nados del Dios de sus padres; así, deben considerarse como un árbol del todo seco, incapaz de reflorecer, y sólo bueno para el fuego; así, de-be creerse o suponerse que Dios no tiene ya sobre ellos algún designio particular, digno de su grandeza; así, debe concluirse en tono de segu-ridad que estos semihombres nada tienen ya que esperar para esta ve-nida de su Mesías, pues no habiendo creído la primera, deberán temer la segunda, no desearla.

[2] Mas los que, no admitiendo ciegamente las ideas ordinarias; los que, poniendo aparte toda preocupación, quisieren ver por sus ojos lo que hay sobre los Judíos en la Escritura, a la verdad, parece poco menos que imposible que no entren en otros pensamientos muy diver-sos, o cuando menos, en grandes y vehementísimas sospechas. Sí, ami-go mío: los Judíos, esos míseros, esos vilísimos hombres, mirados ape-nas como hombres, y casi como hombres de otra especie inferior, de-ben hacer, según todas las Escrituras, una gran figura, y una de las fi-guras más principales en el misterio grande de la venida del Mesías que todos esperamos. Casi en todas las observaciones que en adelante tenemos que hacer, nos es preciso no perderlos de vista; pues aunque no queramos, se nos ponen delante. Por tanto, parece conveniente, y aun esencial al asunto que tratamos, hacer primero algunas observa-ciones sobre los Judíos, considerando atentamente y con toda forma-lidad, siquiera alguna de las muchas y grandes cosas que sobre ellos nos dicen las santas Escrituras.

[3] De tres modos, o en tres estados infinitamente diversos entre sí, podemos considerar a los Judíos. El primero es el que tuvieron an-tes del Mesías, ya se tome su principio desde la vocación de Abraham, o desde la salida de Egipto y promulgación de la ley, o desde su esta-blecimiento en la tierra prometida a sus padres. El segundo es el que

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han tenido y tienen todavía después de la muerte del Mesías, y en con-secuencia de haberlo reprobado, y mucho más de haberse obstinado en su incredulidad. El tercero es aún futuro, ni se sabe cuándo será. En estos tres estados los considera y habla de éstos frecuentísimamente la Escritura, y en cada uno de ellos los considera en cuatro maneras, o en cuatro aspectos principales.

[4] En el primer estado, antes del Mesías, los considera, primero: como propietarios y legítimos dueños de toda aquella porción de tie-rra, de que el mismo Dios hizo a sus padres una solemne y perpetua donación: A tu posteridad daré esta tierra 1; toda la tierra que regis-tras, daré a ti y a tu posteridad para siempre 2. Segundo: los conside-ra como pueblo único de Dios, o iglesia suya, que es lo mismo. Terce-ro: como una verdadera y legítima esposa del mismo Dios, cuyos des-posorios se celebraron solemnísimamente en el desierto del monte Si-naí, con pleno consentimiento de ambas partes, y con escritura autén-tica y publica (que se conserva intacta e incorruptible hasta nuestros días) en que constaban las obligaciones recíprocas de ambos contra-yentes 3. Cuarto: los considera como vivos, con otra especie de vida in-finitamente más estimable que la vida natural.

[5] En el segundo estado, después del Mesías, los considera, pri-mero: como desterrados de su patria y esparcidos a todos vientos, y como abandonados al desprecio, a la irrisión, al odio y barbarie de to-das las naciones. Segundo: como privados del honor y dignidad de pueblo de Dios, y como si Dios mismo no fuese ya su Dios. Tercero: como una esposa infiel o ingratísima, arrojada ignominiosísimamente de la casa del esposo, despojada de todas sus galas y joyas preciosas que se le habían dado con tanta profusión, y padeciendo los mayores trabajos y miserias en su soledad, en su deshonor, en su abandono to-tal del cielo y de la tierra. Cuarto: los considera como privados de aquella vida que tanto los distinguía de los otros vivientes, cuyos hue-sos (consumidas las carnes) quedan secos, áridos, y esparcidos en el gran campo de este mundo, como si fuesen huesos de bestias.

[6] En el tercer estado todavía futuro, pero que se cree y espera infa-liblemente, los considera la divina Escritura, lo primero: como recogi-dos por el brazo omnipotente de Dios vivo de entre todos los pueblos y naciones del mundo, donde él mismo los tiene esparcidos, y como resti-tuidos a su patria, y restablecidos en ella, para no moverlos jamás: Y los plantaré (dice por Jeremías) y no los arrancaré… Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra que les di 4. Segundo:

1 Gen. 15, 18. 2 Gen. 13, 15. 3 Ex. 21, 16-17; Ez. 16, 60. 4 Jer. 24, 6; Amós 9, 15.

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los considera como restituidos con sumo honor, y con grandes ventajas, a la dignidad de pueblo de Dios, aunque ya debajo de otro testamento sempiterno: He aquí que yo… los volveré a este lugar, y haré que ha-biten confiadamente en él. Y serán mi pueblo, y yo seré su Dios… Y haré con ellos un pacto eterno 1. Tercero: los considera como una es-posa de Dios, tan amada en otros tiempos, cuya desolación, cuyo tra-bajo, cuya aflicción y cuyo llanto mueven en fin el corazón del esposo, el cual, desenojado y aplacado, la llama a su antigua dignidad, la reci-be con sumo agrado, se olvida de todo lo pasado, la restituye todos sus honores, y abriendo sus tesoros la colma de nuevos y mayores dones, la viste de nuevas galas, la adorna con nuevas e inestimables joyas, más preciosas sin comparación que las que había perdido 2. Cuarto, en fin: los considera como resucitados, como que aquellos huesos secos y áridos, esparcidos por toda la tierra, se vuelven a unir entre sí por vir-tud divina, cada uno a su coyuntura 3; se cubren otra vez de carne, de nervios y de piel, y se les introduce de nuevo aquel espíritu de vida, de que tantos siglos han estado privados. Estos tres estados de los Judíos, corresponden perfectamente a los tres estados de la vida del santo Job, la cual podemos decir o mirar como una figura, o como una histo-ria en cifra, de las mudanzas principales del pueblo de Dios.

[7] Sobre los dos primeros estados, nada tenemos que observar de nuevo. Los doctores los tienen observados con bastante prolijidad. Como en ello no hay interés alguno que se ponga por medio, tampoco hay dificultad alguna en tomar en su propio y natural sentido todas aquellas Escrituras que hablan de ellos, o en historia, o en profecía. Mas el tercer estado no es así. Este no puede gozar del mismo privile-gio, o del mismo derecho. Las Escrituras que hablan de él, aunque sean igualmente más claras y expresivas que las que hablan del prime-ro y segundo estado, no por eso se deben ni pueden entender del mis-mo modo, y en el mismo sentido propio y natural. ¿Por qué razón? Porque se oponen, porque repugnan, porque perjudican, porque des-truyen, porque aniquilan el vulgar sistema. En suma, la razón verda-dera no se produce, porque no es necesario; son cosas éstas que se de-ben suponer, y no probar. La observación, pues, exacta y fiel de este tercer estado de los Judíos en los cuatro aspectos arriba dichos, en que los considera la divina Escritura, es lo que ahora llama toda nuestra atención. El punto es ciertamente gravísimo, y puede ser de suma uti-lidad, no menos para los pobres e infelices judíos, que para el verdade-ro y sólido bien de muchos cristianos que quisieren entrar dentro de sí, y dar lugar a serias reflexiones.

1 Jer. 32, 37-38 y 40. 2 Is. 40 y 49; Oseas 2, 18; Miq. 7. 3 Ez. 37, 7.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 345

[8] No extrañéis, señor, si en este punto, como en causa tan pro-pia, me explico con alguna más libertad; ni os admiréis, si acaso me propaso en alguna palabra menos civil; mirad por ahora, no tanto a los accidentes, cuanto a la sustancia, que es lo que principalmente debe mirar un hombre racional. Soy cristiano, es verdad, y reconozco con el mayor agradecimiento de que soy capaz, este sumo beneficio que he recibido de la bondad de Dios; mas no por eso dejo de ser judío, ni me avergüenzo de serlo. Como cristiano, soy deudor a los Cristianos de cualquiera tribu, o pueblo, o gente, o nación que éstos sean; mas como cristiano judío, soy también deudor con particular obligación a aque-llos infelices hombres, que son mis deudos según la carne, que son los israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas; cuyos padres son los mismos de quienes desciende también Cristo según la carne 1.

[9] Si las cosas que voy a decir, después de bien examinadas con toda aquella entereza, rectitud y justicia que pide un asunto tan serio, no se hallaren plenamente conformes a las santas Escrituras (regla única en cosas todavía futuras), en este caso, será justa y bien mereci-da la sentencia que se diere contra mí. En este caso, yo mismo, des-pués de convencido, pediré esta justa sentencia, y yo mismo seré el ejecutor. Así como sé y confieso con verdad que puedo errar en mucho o en poco, en todo o en parte, así también sé, con igual o mayor certi-dumbre, que estoy muy lejos de querer perseverar un momento en el error, después de conocido: Dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo 2.

Discurso previo

El estado futuro de los Judíos según se halla ordinariamente en los doctores cristianos

[10] En este punto particular de que hablan tanto las Escrituras, parece que ha sucedido a varios doctores cristianos lo mismo que su-cedió antiguamente a nuestros rabinos o doctores hebreos; quiero de-cir, que hablan de la vocación futura de los Judíos, con la misma frial-dad e indiferencia con que éstos hablan de la vocación de las Gentes, no obstante que se quejan de ellos, y los reprenden con razón de esta falta tan considerable.

[11] Los doctores hebreos, en la lección de sus Escrituras, debían encontrar no pocas veces (y no despreciar ni disimular) lo que en ellas

1 Rom. 9, 3-5. 2 Rom. 9, 1.

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se dice y anuncia en contra del mismo pueblo hebreo, y en favor de las Gentes. Debían encontrar y no disimular el rigor y severidad extrema con que estaba amenazado el mismo pueblo de Dios, el mismo pueblo santo. Debían encontrar, y reparar en ello con un santo y religioso te-mor, que este mismo pueblo santo, no obstante que vivía y se susten-taba con la fe y esperanza del Mesías, había de ser, cuando éste viniese al mundo, su mayor y más cruel enemigo, que lo había de reprobar, que lo había de perseguir, y lo había de hacer morir en la ignominia y tormento de la cruz. Debían encontrar, y reparar en ello con temor y temblor, que por este sumo delito, el pueblo único de Dios había de dejar de serlo, había de ser esparcido hacia todos los vientos, para que fuese en todas partes el desprecio, el odio y la fábula de todas las na-ciones, entrando en su lugar otro pueblo de Dios, llamado y recogido de entre las mismas naciones que se pensaban reprobadas. Debían, en suma, encontrar y no disimular, que la verdadera esposa de Dios había de ser arrojada de casa del esposo, con suma ignominia y con suma ra-zón, llevando consigo no otra cosa que el peso enorme de sus iniqui-dades, entrando en su lugar otra nueva que se había de llevar todas las atenciones y todos los cariños del esposo.

[12] Estas cosas y otras semejantes, era necesario e inevitable que encontrasen nuestros doctores en la lección de sus Escrituras, espe-cialmente en los Profetas y en los Salmos; mas todas estas cosas que encontraban eran para ellos, y lo son hasta ahora, como las palabras de un libro sellado 1; como lo que está escrito dentro de un libro (pro-sigue el Profeta), puesto en manos de quien sabe leer, se le dirá: Lee aquí; y responderá: No puedo, porque está sellado 2; y puesto en ma-nos de quien no sabe leer, se le dirá: Léelo; y responderá: No sé leer 3.

[13] No negaban absolutamente nuestros rabinos que las Gentes habían de ser también llamadas y entrar en parte de la justicia, santi-dad y felicidad del reino del Mesías. Esto hubiera sido demasiado ne-gar, tanto como negar la luz del mediodía; mas esta vocación de las Gentes, según todos ellos, debía ser sin perjuicio alguno de ellos mis-mos, antes con mayor honra y ensalzamiento suyo. Esta satisfacción de sí mismos, esta confianza desmedida, era puntualmente la que les hacía ininteligibles sus Escrituras, la que les hacía increíble lo mismo que leían por sus ojos, pareciéndoles que el solo dudarlo sería una impie-dad, o una especie de sacrilegio. Con todo eso, los anuncios de los Pro-fetas de Dios, al paso que frecuentes, eran clarísimos, y por eso innega-bles; los anuncios, digo, tristes y amargos, de rigor, de severidad, de ira, de indignación, de furor, de olvido, de abandono; y todo esto general a

1 Is. 29, 11. 2 Is. 29, 11. 3 Is. 29, 12.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 347

todo el pueblo de Dios, a todo el pueblo santo. ¿Qué se hace, pues, con estos anuncios? Creerlos y confesarlos, así como se hallan en los Profe-tas, no se puede. ¿Por qué no se puede? Porque no son a favor del pue-blo santo, porque son contrarios al pueblo de Dios, porque son en per-juicio y deshonor del pueblo santo, porque Dios no puede arrojar de sí a su único pueblo que tiene sobre la tierra, o a su esposa verdadera y única, pues no puede quedar sin pueblo, sin esposa, sin iglesia, etc.

[14] En medio de estas falsas ideas, no quedaba otro partido que tomar sino el que se tomó, en realidad propísimo y eficacísimo para que las profecías se verificasen a la letra sin faltarles un ápice. ¿Qué partido fue éste? No fue otro que embrollar las unas y endulzar las otras; interpretándolas todas del modo posible, siempre a favor; dar por cumplidas las unas en tiempo de Nabucodonosor, las otras en tiempo de Antíoco, y las que no se pudiesen en estos tiempos (como es evidente que no se pueden casi todas), contraerlas solamente a algu-nos culpados más insignes de la nación, mas no a toda la nación en general, porque esto hubiera sido una temeridad, una impiedad, un error, una herejía. En una palabra, no hubo jamás rabino alguno, o es-criba, o legisperito que viese, ni aun siquiera sospechase, que podían verificarse a la letra todas aquellas profecías, tan expresamente con-trarias al pueblo santo, después de haber reprobado y crucificado a su Mesías; y en consecuencia de éste y de otros gravísimos delitos, había de ser abandonado de su Dios, privado enteramente del honor de pue-blo suyo, de esposa suya, de iglesia suya, etc., arrojado de la herencia de sus padres, y esparcido hacia todos los vientos para ser el despre-cio, el oprobio y la fábula de todas las gentes.

[15] Mucho menos les pasó por el pensamiento que, de estas Gen-tes que tanto despreciaban, se había de sacar otro pueblo de Dios, otra esposa, otra iglesia, sin comparación mayor, no sólo en número, sino en justicia, en santidad, en dignidad, en fidelidad, infinitamente más agradable a Dios, y más digna del mismo Dios. Tan lejos estaban de estos pensamientos, y tan ajenos de estas ideas, que aun los primeros cristianos, que tenían las primicias del espíritu 1, se escandalizaron y reprendieron a San Pedro, porque había entrado en casa del centurión Cornelio, y bautizado a toda su familia: ¿Por qué entraste a gentes que no son circuncidadas, y comiste con ellas? 2. ¡Oh, cuánto daño puede hacer el amor propio y el espíritu nacional!

[16] Os considero, amigo, con gran curiosidad de ver finalmente a dónde va a parar o terminar este discurso contra mis doctores judíos. Yo de buena gana lo cortara aquí, remitiéndome enteramente a vuestro

1 Rom. 8, 23. 2 Act. 9, 3.

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348 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

juicio y dictamen. El temor natural de ser notado de incivil, o de poco reverente a nuestros mayores, me hace no pocas veces omitir algunas reflexiones, y aun disimular algunas verdades, si no sustanciales, a lo menos bien importantes. Mas, pues me habéis animado tantas veces, y ahora mismo, sabiendo que voy a tratar de los Judíos, me hacéis nuevas y mayores instancias sobre que escriba sin recelo; y pues las palabras y expresiones menos justas se pueden fácilmente corregir; en este su-puesto voy a explicarme con toda llaneza y simplicidad, sin cuidar ya de otra cosa, que de trasladar fielmente al papel aquello mismo que tengo en la mente, y de que estáis íntimamente persuadido.

[17] Parece innegable, y cualquiera puede certificarse de ello por medio de sus propios ojos, que muchos doctores cristianos han segui-do a proporción el mismo camino, han correspondido a los Judíos en la misma especie, y pagádoles puntualmente en la misma moneda. Toda la divina Escritura la interpretan a favor de su pueblo. Todas las profecías, menos las que hablan de rigor, de reprensiones, de amena-zas, de castigos, etc., las suponen verificadas en este mismo pueblo su-yo, que en algún tiempo era no pueblo… de Dios 1. Nada quieren dejar, o casi nada, para los Judíos, sino lo que en ellas se halla duro, áspero y amargo. Si la profecía anuncia rigores, si anuncia tribulaciones, si anuncia plagas, se entiende al punto literalmente de los Judíos; no hay en este caso por qué disputarles lo que es suyo. Mas si anuncia favores y misericordias, máximamente si éstas son grandes y extraordinarias, entonces ya no puede entenderse literalmente de los Judíos, sino ale-góricamente de los Cristianos. Y si, como sucede frecuentísimamente, una misma profecía, hablando nominadamente de los Judíos y con los Judíos, anuncia lo uno y lo otro, primero castigos, severidad y rigor, después misericordia y beneficios; en este caso se deberá partir la pro-fecía en dos partes iguales, como se parte una herencia entre dos bue-nos hermanos, dando la primera parte a los Judíos, y la segunda a los Cristianos; y todo esto con tanta sinceridad y con tantas muestras de rectitud y justicia, como les parece observan en conformidad cuando dan la parte favorable a los Cristianos, que algunos doctores católicos muy célebres, para mejor inteligencia de la sagrada Escritura, estable-cen sobre esto canon o regla general, que los más siguen en la práctica, cuya sustancia es ésta.

[18] Cuando una profecía hable, aunque sea nominadamente, de las cosas de Israel, de Judá, de Jerusalén, de Sión, etc., y anuncie cosas nuevas, grandes y magníficas, las cuales cosas se sabe, por otra parte, no haberse verificado en Israel antiguo, ni en Judá, ni en Jerusalén, ni en Sión, en suma, se sabe de cierto no haberse verificado en los Judíos

1 1 Ped. 2, 10.

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o israelitas; se debe pensar que allí se encierra algún otro misterio mu-cho mayor de lo que suenan las palabras; se debe entender la profecía sólo en sentido figurado y espiritual; no de aquel Israel antiguo, sino del nuevo Israel; no de aquella Jerusalén o Sión, que mató a los Profe-tas 1, sino de la figurada por ésta, que es la Iglesia presente; no, en fin, de la sinagoga de los Judíos, sino de la Iglesia de las Gentes.

[19] Esta regla general tan recibida, tan seguida, tan usada en to-dos los intérpretes hasta ahora, no se sabe sobre qué fundamento pue-de estribar; antes por el contrario, parece que claman contra ella todos los derechos sagrados de la veracidad de Dios, de su fidelidad y de su santidad; todos los derechos de la religión, que se funda en esta vera-cidad de Dios, y aun también todos los de la sociedad, pues cada uno tiene derecho a que no le quiten lo que es suyo para darlo a otro. Si el mundo ya se hubiese acabado; si a lo menos se supiese de cierto que ya no hay otro tiempo en que las profecías se puedan verificar en aquellas mismas personas de quienes hablan expresamente; en este solo caso quimérico, ¿qué podremos decir? Las profecías no se han verificado hasta ahora en aquellas mismas personas de quienes hablan expresa y nominadamente. Esta proposición es cierta e innegable; mas ¿qué se sigue de ahí? ¿Luego no podrán jamás verificarse en estas mismas personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Luego no queda otra cosa que decir, sino que las profecías no hablan de aquellas mismas personas de quienes hablan? ¿Luego estas personas de quie-nes hablan, no podrán ya despertar algún día de su letargo, abrir los ojos llenos de lágrimas, reconocer a la esperanza de Israel, y con todo esto hacerse dignos de todo lo que anuncian las profecías? ¿A quién me habéis asemejado e igualado?, dice el Santo 2. ¿Será Dios seme-jante al hombre que miente, o al hijo del hombre que se muda? ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 3.

[20] Es verdad que los doctores cristianos no niegan a los Judíos, antes les conceden sin dificultad, otro estado futuro, muy diverso del que han tenido hasta el presente; no niegan que algún día han de ser llamados de Dios; no niegan que ellos han de oír, y también obedecer a este llamamiento, ni que Dios ha de usar con ellos de sus grandes mi-sericordias; mas todo esto deberá ser, según nos aseguran, lo primero: un momento antes de acabarse el mundo, como si dijéramos, en ar-tículo de muerte; esto deberá ser, lo segundo: sin detrimento ni per-juicio alguno de las Gentes, que forman ahora el pueblo de Dios, aun-que la Escritura divina anuncie claramente todo lo contrario; esto de-berá ser, lo tercero: con mayor gloria y honra de este pueblo actual de

1 Mt. 23, 37. 2 Is. 40, 25. 3 Num. 23, 19.

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Dios, al cual deberán agregarse los Judíos, y ser recibidos en él, como por pura caridad y misericordia, sin que el pueblo actual pierda un so-lo grado de su autoridad.

[21] No obstante esta satisfacción, y esta falsa y funestísima segu-ridad, se encuentran por precisión con no pocos anuncios tristes y amargos, al paso que claros e innegables. Por ejemplo: que las Gentes cristianas serán en algún tiempo, o por la mayor parte, no menos infie-les a su vocación que lo fueron los Judíos; que abundando entre ellas la iniquidad, y resfriada la caridad, renunciarán también a su fe; que desconocerán a Cristo, que aborrecerán a Cristo, que perseguirán a Cristo; que cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra, apenas hallará entre ellas algún rastro de fe; que las hallará como… en los días de Noé 1; que el día de su venida será como un lazo sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra 2; que las ramas del oleastro silves-tre, injertas con grande misericordia en buen olivo 3, pueden también ser cortadas, como lo fueron las ramas naturales del olivo, cuando no permanezcan en la bondad primera, o cuando ya los frutos no corres-pondan al cultivo ni a las esperanzas.

[22] Por otra parte, encuentran a cada paso, sin poder excusar esta molestia, que los Judíos, humillados tantos siglos ha, mortificados, abatidos, despreciados, volverán algún día a la gracia de su Dios; que el mismo Dios los recogerá algún día con su brazo omnipotente de to-das las tierras o países donde los tiene desterrados y dispersos; que volverán entonces con grandes ventajas a ser otra vez pueblo y esposa de Dios; que su honor, su ensalzamiento, su felicidad, será tan grande, que se olvidarán de todas las angustias pasadas en tantos siglos de tri-bulación; que Dios se regocijará con ellos, como un buen padre que re-cupera a un hijo, a quien ya consideraba muerto o perdido; que las Gentes mirarán con asombro la gloria y ensalzamiento de este hijo (a quien ahora tratan como a vilísimo esclavo), y se confundirán con todo su poder; pondrán la mano sobre la boca 4. En suma, que en aquel tiempo se buscará en ellos la iniquidad pasada, y no será hallada; se buscará el pecado, y no existirá 5.

[23] Pues con estos anuncios importunos y otros semejantes, de que tanto abundan las santas Escrituras, ¿qué harán? Recibirlos así como se hallan no es posible, sin detrimento inevitable de las ideas fa-vorables. Negarlos u omitirlos del todo, es una empresa muy difícil y muy peligrosa; aunque el omitirlos no deja de hacerse algunas veces,

1 Lc. 19, 26. 2 Lc. 21, 35. 3 Rom. 9, 24. 4 Miq. 7, 16. 5 Jer. 50, 20.

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cuando ya el peligro se ve evidente, e inevitable de otro modo. No que-da, pues, otro partido que tomar sino el que tomaron nuestros rabinos, esto es, endulzar los unos, alegorizar los otros o espiritualizarlos, y ha-cerlos hablar a todos, de modo que no perjudiquen ni hagan mucho daño a las ideas favorables. Acaso pensaréis que ésta es alguna insigne falsedad, o alguna gran ponderación; y yo, por todo descargo, os remi-to a los mismos doctores, sobre estos puntos de que hablo. En ellos po-dréis ver, y quedar plenamente convencido, de que ni miento ni pon-dero, sino que antes quedo cortísimo en mis expresiones.

[24] Estas cosas que acabo de apuntar, y otras muy semejantes a ellas, son sin duda alguna las que únicamente tienen en mira, cuando nos dicen y ponderan el gran peligro que hay en leer las Escrituras sin la luz y socorro de sus comentarios; no sea vayamos a creer lo que so-bre esto leemos con nuestros ojos; no sea que, como creemos sin difi-cultad todo cuanto hallamos en las Escrituras contra los Judíos, y en favor de las Gentes cristianas, así también creamos simplemente lo que hallamos en contra y en deshonor de las Gentes cristianas, y en fa-vor de los Judíos; no sea que caigamos en el error de pensar o sospe-char que aquel gran trabajo que sucedió al mismo pueblo de Dios, o a su primera esposa, pueda también suceder al nuevo pueblo, recogido y formado de varias gentes y naciones, o a la segunda esposa tan amada del mismo Dios; no sea, en fin, que abramos los ojos y miremos, aun como posible, que la primera esposa de Dios, o la casa de Jacob, arro-jada con tanta ignominia y castigada con tanta severidad, pueda algún día volver a la gracia de su esposo; pueda algún día ser llamada y asun-ta con grandes ventajas a su antigua dignidad; pueda algún día ocupar el puesto que ahora ocupa la que entró en su lugar, cuando ésta sea tan infiel y tan ingrata como ella, cuando la supere en malicia, y la justifi-que con la abundancia de su iniquidad. Todas estas cosas que acabo de apuntar, sólo como en cifra o en diseño, en adelante se irán desenvol-viendo poco a poco, pues no es posible explicar en pocas palabras unos misterios tan grandes, y al mismo tiempo tan delicados.

[25] Volviendo ahora a lo que habíamos comenzado, parece cierto e innegable que el estado futuro de los Judíos lo tocan los doctores cristianos (cuando se ven precisados a tocarlo) con tanta indiferencia, con tanta frialdad y con tanta prisa, que si hemos de juzgar por lo poco que nos dicen, y por el modo con que nos hablan, casi, casi vienen a parar en nada. Según lo que nos dicen, y según el modo con que lo di-cen, todo cuanto anuncian las Escrituras sobre este asunto, con térmi-nos y expresiones tan claras, tan vivas, tan magníficas, debe reducirse solamente a esto: que hacia los fines del mundo, y en vísperas de aca-barse todo, los Judíos que entonces quedaren conocerán la verdad, abrazarán la fe de los Cristianos, y la Iglesia los recibirá benigna-

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mente dentro de sí. Esta gran merced que hacen los doctores cristia-nos, con tanta liberalidad, a la casa de Abraham, de Isaac y de Jacob (los hombres más ilustres que ha tenido el mundo), no penséis, señor, que todos la hacen del mismo modo, y con la misma generosidad. Los más se contentan con decir, en general y en confuso, que al fin del mundo se convertirán o todos o muchos; y San Gregorio da como por supuesto que, aun al fin del mundo, apenas recibirá la Iglesia a los Ju-díos que hallare 1.

[26] Algunos doctores, como Dionisio Cartujano, Barradas, etc., no atreviéndose a negar del todo, ni tampoco a conceder del todo, lo que con tanta claridad y formalidad dice a las Gentes cristianas su pro-pio Apóstol 2, añaden de suyo que, cuando los Judíos se conviertan a Cristo, serán unos cristianos excelentes; que en los tiempos más cala-mitosos, cuales deben ser los tiempos del Anticristo, serán el mayor consuelo de la Iglesia cristiana; que defenderán la fe, y aun la propaga-rán en todo el mundo, donde están esparcidos; que por su fervor y celo atraerán contra sí toda la indignación del Anticristo, no obstante de ser éste su propio rey y Mesías, amado y adorado de todos, etc. ¡Oh, cuánto mejor fuera delante de Dios y delante de los hombres 3, que en lugar de las noticias que no se hallan en la revelación, tomásemos fiel y sencillamente las que se hallan, y nos contentásemos con ellas! Según estos autores (que cuidan poco de guardar otras consecuencias, pues no tratan de toda la Escritura), la conversión de los Judíos deberá pre-ceder al Anticristo.

[27] Mas el común sentir de los intérpretes, a quienes es preciso guardar consecuencia de algún modo posible, difiere este gran suceso hasta después de la muerte de este monarca imaginario, como dijimos en otra parte; suponiendo lo que no es posible probar, que ha de ser judío de la tribu de Dan; que los Judíos lo han de recibir por su Me-sías; que lo han de buscar y unirse con él; que le han de edificar de nuevo, con suma grandeza y magnificencia, la ciudad de Jerusalén pa-ra corte de su imperio universal, etc.; mas después que lo vean muerto, destruido su imperio, y descubiertas sus ficciones diabólicas, desenga-ñados y corridos, se volverán de todo corazón a su verdadero Mesías, y creerán en él. Preguntad a este común de los intérpretes (dejando por ahora otras preguntas que ya quedan hechas), si en los tiempos mis-mos del Anticristo, y en medio de su persecución al cristianismo, su-cederá la conversión que esperamos de los Judíos; y veréis cómo no se atreven a negarlo del todo, ni tampoco a concederlo del todo. ¿Por qué razón? Porque en este mismo tiempo ponen la venida de Elías, per-

1 SAN GREGORIO, lib. IV de Mor., c. 4. 2 Rom. 11. 3 Rom. 12, 17.

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suadidos que este profeta debe ser uno de aquellos dos testigos, de quienes se habla en el capítulo 11 del Apocalipsis. Y como la Escritura divina, cuando habla de la futura venida de Elías, que sólo es en cuatro únicos lugares, no le señala otro destino u otro ministerio que la con-versión de Israel y la restitución de todas sus tribus, como se puede ver en el Eclesiástico, en Malaquías, en el Evangelio de San Mateo, y en el de San Marcos 1, se hace cosa durísima decir que nada conseguirá Elías, después de más de tres años de ministerio, pues esos dos testigos, como consta expresamente del mismo texto, han de ser muertos por el Anti-cristo; por consiguiente, han de acabar su ministerio antes del fin del Anticristo. De aquí se sigue manifiestamente que, o ninguno de los dos testigos es Elías, lo cual es contra la suposición común, o si alguno de ellos es Elías, la conversión de los Judíos, su restitución, su asunción y remedio pleno, de que habla San Pablo, y de que habla el Evangelio, no puede ser o suceder después del Anticristo; pues a esto sólo dice la Escritura que ha de venir Elías, y que para esto sólo está reservado.

[28] Este embarazo tan visible, que parecía capaz de desconcertar muchas medidas, se ve quitado de por medio con gran facilidad. ¿Có-mo? Diciendo secamente y como de paso que algunos judíos no deja-rán de convertirse, aun en los tiempos del Anticristo, por la predica-ción de Elías. ¿Y las palabras expresas del Hijo de Dios: Elías, cuando vendrá primero, reformará todas las cosas 2, no tienen otro significa-do que la conversión de algunos judíos? Por aquí podemos ya empezar a divisar lo que en adelante hemos de ver, hasta hartura de vista 3, es-to es, la indiferencia, la frialdad extrema y aun el disgusto con que ha-blan los doctores cristianos de la vocación futura de los Judíos, del mismo modo que lo hicieron éstos respecto de las Gentes. Paréceme que oigo contra mí, cuando menos, aquella queja que dio a Cristo cier-to legisperito: Diciendo estas cosas, nos afrentas también a noso-tros 4; pues ningún doctor cristiano ha negado jamás la vocación futu-ra de los Judíos, ni su verdadera y sincera conversión, antes todos con-ceden unánimemente que algún día, esto es, al fin del mundo, se han de convertir a Cristo, y han de ser admitidos al gremio de la Iglesia. Bien. Mas ¿con esto solo se piensan verificar todas las profecías? ¿Con esto sólo se podrán contentar y satisfacer plenamente nuestras espe-ranzas? ¿No podremos todos los Judíos clamar a grandes voces y con infinita razón, que no tenemos necesidad alguna de sus concesiones liberales, teniendo para nuestro consuelo los santos libros, que están en nuestras manos? 5.

1 Eclo. 48; Mal. 4; Mt. 17; Marc. 9. 2 Mc. 9, 11. 3 Is. 64, 24. 4 Lc. 11, 45. 5 1 Mac. 12, 9.

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[29] La conversión futura de los Judíos, que admiten y conceden unánimemente todos los doctores cristianos, ¿de dónde la han sacado?, preguntamos todos los Judíos. ¿Acaso la han sacado de solo su discur-so, o de su ingenio? ¡Pobres de nosotros, si no hubiera más principio que éste! Deben, pues, responder necesariamente, que la han sacado de la revelación auténtica y pública, esto es, de las santas Escrituras, pues no hay otra fuente segura de donde poder sacar cosas futuras. Si la han sacado de las santas Escrituras, se pregunta de nuevo: ¿Cómo o por qué no han sacado, ni hecho caso alguno, de tantas cosas admira-bles que se leen en las mismas Escrituras, tan conjuntas, tan conexas y estrechamente unidas con la conversión futura de los Judíos? ¿Cómo o por qué han tomado solamente esta conversión de los Judíos, dejando y aun despreciando todas las otras circunstancias gravísimas que la acompañan y la siguen? O estas circunstancias son igualmente ciertas y seguras, o no lo es la conversión de los Judíos; porque no hay razón alguna, ni la puede haber, para creer ésta más bien que aquéllas.

[30] Imagínese por ahora que yo negase contra todos los doctores la conversión futura de los Judíos; en este caso, ¿cómo podrían con-vencerme? ¿Con mostrarme textos clarísimos de la Escritura? Con ellos mismos me defendería yo, con ellos mismos me haría fuerte e in-vencible, sin oponer otro escudo que este simple discurso: Estos textos clarísimos de la Escritura que se citan a favor de la conversión futura de los Judíos, o se deben creer plenamente, esto es, todo lo que cada uno de ellos dice y afirma, o nada debe creerse; porque esto tiene de singular la divina Escritura sobre todas las escrituras que no son divi-nas, que o todo cuanto dice y afirma es cierto y seguro, o nada lo es. Ahora pues, según el sentir casi universal de los doctores (hablo en la práctica), no se debe creer, pues no se cree ni admite, todo lo que di-cen y afirman esos mismos textos de la Escritura que se alegan a favor de la conversión futura de los Judíos; es un suceso ad libitum, que se puede afirmar o negar, conforme el gusto o genio de cada uno.

[31] De otro modo: Esos textos clarísimos de la santa Escritura, que se alegan a favor de la conversión futura de los Judíos, no sólo afirman dicha conversión, sino que con la misma claridad afirman muchas circunstancias gravísimas, nuevas, admirables y magníficas, que deben acompañar y seguir la misma conversión. De esto segundo se ríen universalmente los doctores cristianos (conforme a su sistema favorable), no sólo sin escrúpulo alguno, sino con grandes muestras de rectitud y piedad; luego con la misma razón y con la misma piedad y rectitud, podremos reírnos de lo primero. El discurso aunque rústico y simple, por eso mismo me parece justo. Sólo puede quedar alguna du-da sobre lo que afirma la proposición mayor, y esto es lo que nos toca ahora probar y demostrar, y lo que luego vamos a hacer.

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[32] Ya queda notado al principio de este fenómeno, que cuando la Escritura divina anuncia a los Judíos las mayores calamidades, espe-cialmente después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de su incredulidad, que también anuncia clarísimamente, los considera bajo de cuatro aspectos principales. Primero: como desterrados de su pa-tria, esparcidos hacia todos los vientos, y cautivos entre todas las na-ciones. Segundo: como degradados de su puesto, despojados de sus prerrogativas, y privados del honor de pueblo de Dios. Tercero: como esposa de Dios, infiel e ingratísima, arrojada con suma ignominia de casa del esposo, abandonada del cielo y de la tierra, olvidada, deshon-rada y humillada hasta lo sumo. Cuarto, en fin: como un cadáver des-trozado, cuyos huesos, dispersos por todo el campo de este mundo, no ofrecen otra cosa a la vista que desprecio, aversión, disgusto y horror. Debajo de estos cuatro aspectos principales quiero yo también consi-derar ahora a los Judíos; pues todo el mundo sabe que éste es pun-tualmente el estado en que se halla toda esta mísera nación, desde la muerte de su Mesías, o poco después, hasta nuestros tiempos; y todo esto según las Escrituras.

Artículo 1

Primer aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del Mesías, como desterrados de su patria

y dispersos hacia todos los vientos; y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[33] Pues cuando vieren a Jerusalén cercada de un ejército, enton-ces sabed que su desolación está cerca… Porque éstos son días de ven-ganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas… Por-que habrá grande apretura sobre la tierra, e irá para este pueblo. Y caerán a filo de espada; y serán llevados en cautiverio a todas las naciones; y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cum-plan los tiempos de las naciones 1.

[34] Según todo lo que sobre este punto hemos podido averiguar, los doctores cristianos no reconocen en realidad, ni admiten otro fin al destierro presente de los Judíos, que el fin del mundo; pues todos los innumerables lugares de la Escritura que hablan de esto, o los tiran a acomodar, en cuanto se puede, a la vuelta de Babilonia, o en cuanto no

1 Lc. 21, 20 y 22-24.

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se puede, que es lo más, los alegorizan y espiritualizan del todo. Es verdad que dicen y afirman que el Anticristo, su rey y Mesías, los res-tablecerá en la tierra de sus padres; mas este supuesto restablecimien-to no merece entrar en consideración; ya por ser tan supuesto y tan falso como lo es el mismo rey y Mesías que llaman Anticristo; ya por-que este mismo restablecimiento supuesto, lo destruyen en otras par-tes, como luego veremos; y ya principalmente porque no es éste el res-tablecimiento en justicia y santidad, y por la mano omnipotente de Dios, de que hablan las Escrituras.

[35] También es verdad que, llegando a explicar el capítulo 38 de Ezequiel, muestran alguna especie de benignidad o de menos rigor; pues las cosas que se dicen en este capítulo y en el siguiente, así como son inacomodables a la vuelta de Babilonia, así son incapaces de la alegoría. Allí se anuncia con suma claridad y simplicidad la expedi-ción de cierto Gog, el cual, llevando consigo una multitud innumera-ble de varias gentes y naciones, ha de ir, al fin de los años, a la tierra y montes de Israel, contra el mismo Israel, ya restablecido en la tierra de sus padres: Cuando morare mi pueblo de Israel, como una nube, para cubrir la tierra… sobre aquellos que habían sido abandonados y después restablecidos, y sobre el pueblo que ha sido recogido de las gentes, que comenzó a poseer y ser morador del ombligo de la tierra 1. Allí se dice cómo Dios protegerá a su pueblo, destrozando to-da aquella infinita muchedumbre con tempestades y fuego del cielo. Allí se dice que los hijos de Israel, viéndose libres de aquel gran peli-gro, saldrán a recoger las armas de aquel ejército innumerable, y con ellas solas tendrán suficiente leña para siete años. Allí se dice que apenas les bastarán los siete primeros meses para sepultar tantos ca-dáveres, no obstante que serán ayudados de las aves y las bestias. Allí se dice que el lugar donde se enterrarán todos aquellos huesos será cerca del mar, y se llamará el valle de la muchedumbre de Gog 2. Por abreviar, toda esta célebre profecía se concluye con estas palabras, que piden a gritos nuestra mayor atención: Y sabrán que yo soy el Señor Dios de ellos, porque los transporté a las naciones, y los con-gregué sobre su tierra, y no dejé allí ninguno de ellos. Y no esconde-ré más mi rostro de ellos, porque he derramado mi espíritu sobre toda la casa de Israel, dice el Señor Dios 3.

[36] De todo esto parece que se sigue legítimamente que, antes de la expedición de Gog, ya se les habrá alzado el destierro a todos los hijos de Israel; ya habrán salido, o Dios los habrá sacado, de entre las nacio-nes, donde el mismo Dios los tiene desterrados; ya los habrá congrega-

1 Ez. 38, 14, 16 y 12. 2 Ez. 39, 11. 3 Ez. 39, 28-29.

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do y restablecido en su misma tierra, porque los transporté a las na-ciones (dice el mismo Señor) y los congregué sobre su tierra; y todo esto en gracia de Dios y llenos de su divino espíritu, porque he de-rramado mi espíritu sobre toda la casa de Israel. Esta sola profecía, aunque no hubiera otra, ¿no bastaba para creer que el destierro pre-sente de los Judíos es un castigo no perpetuo, sino temporal? Con todo eso, en el sistema de los doctores cristianos no basta ni puede bastar. Aunque el embarazo es terrible, no por eso es insuperable. Debe, pues, decirse, condescendiendo en algo, por exceso de benignidad, que aun-que la profecía habla de los Judíos, o de los hijos de Israel en general, mas no habla solamente de ellos. ¿Pues de quiénes otros? Habla tam-bién y principalmente de los Cristianos de todos los pueblos, tribus y lenguas; los cuales, en los tiempos terribles del Anticristo, huirán de sus respectivos países, y se congregarán en la Palestina. ¡En la Palesti-na! ¡Los cristianos, perseguidos del Anticristo o sus ministros, se han ido a refugiar a la Palestina! ¡Se han congregado en la Palestina, donde suponen la corte o residencia del monarca universal que los persigue! No os admiréis, señor, porque esto debe suceder, según nos lo asegu-ran, por orden expresa de Dios, o por providencia particular, con estas palabras: Transporté a las naciones, y los congregué sobre su tierra 1.

[37] Si queréis ahora saber los designios de Dios en una providen-cia tan extraordinaria, si queréis saber para qué fin congregará Dios en la Palestina tantos cristianos de todas las gentes, pueblos y lenguas, entrando también en este número algunos judíos, convertidos por la predicación de Elías; responden unos, como bravos, que esto será para hacer guerra viva al monarca universal en su misma corte; lo cual, en aquel tiempo, dicen que será lícito a los Cristianos. Si esto no se admi-te, os responden otros que será para que sean testigos oculares del cas-tigo grande y estrepitoso que ya va a descargar sobre el Anticristo, y luego inmediatamente sobre la muchedumbre de Gog, que viene a vengar la muerte del Anticristo en los Cristianos de la Palestina, con-gregados allí. Si tampoco esto se admite, ni puede concebirse, os res-ponden otros más prudentes que será para los fines que Dios sólo sa-be, y no ha querido revelarnos. ¡Quién pensara, sino lo viese por sus ojos, que estas especies, o estas… no sé cómo llamarlas, se podían ha-llar escritas en los intérpretes de las santas Escrituras, hombres por tantos títulos ilustres, estimables, y respetables! Y todos estos esfuer-zos violentísimos, ¿para qué? Leed, amigo, otra vez y otras mil veces toda la profecía, y no hallaréis en toda ella cómo ni por dónde sustituir estas ideas tan extrañas, en lugar de las que da la misma profecía, tan claras, tan sencillas y tan naturales; no solamente en los dos capítulos

1 Ez. 39, 28.

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38 y 39, donde se habla de propósito de la expedición de Gog sobre aquellos que habían sido abandonados, y después restablecidos 1, sino en los cuatro capítulos antecedentes, y en los nueve siguientes, que todo es claro y manifiestamente un mismo asunto, esto es, el esta-do futuro de los Judíos.

[38] Ahora bien, si una profecía tan clara, tan expresiva, tan cir-cunstanciada, se explica o se elude del modo tan extraño o tan inge-nioso que acabamos de ver, y esto haciendo a los Judíos alguna gracia, ¿qué otra suerte mejor podremos anunciar a las otras profecías? Con todo eso, yo voy a mostraros algunas otras, valgan lo que valieren, co-mo quien produce delante de un juez sabio, recto e incorrupto, algu-nos de sus instrumentos que tiene auténticos, en que se fundan sus derechos o sus esperanzas.

Primer instrumento

PÁRRAFO 1

[39] Desde el primer Profeta se empieza ya a divisar este gran mis-terio. Habiendo anunciado Moisés, en palabra del Señor, a todo Israel los diversos castigos con que Dios los amenazaba, si no eran fieles a sus leyes; habiéndoles profetizado los diferentes estados de calamidad y miseria extrema en que habían de caer por su iniquidad; habiéndoles dicho con la mayor claridad e individualidad el estado mismo en que se ven hoy día, y en que los ha visto todo el mundo, después de la muerte de su Mesías, esto es, desterrados de su patria, dispersos entre todas las naciones, despreciados, aborrecidos, perseguidos, mirados como la hez de la plebe y como la risa y fábula de todas las gentes, etc.; después de todo esto, llegando al capítulo 30 del Deuteronomio, les dice así: Cuando vinieren, pues, sobre ti todas estas cosas, la bendi-ción o la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en tu corazón en medio de todas las gentes por las cuales te habrá es-parcido el Señor Dios tuyo, y te convirtieres a él y obedecieres a sus mandamientos con tus hijos, de todo tu corazón y de toda tu ánima, como yo hoy te lo intimo; el Señor Dios tuyo te hará volver de tu cau-tiverio, y tendrá misericordia de ti, y te congregará de nuevo, de to-dos los pueblos a los que te había esparcido antes. Aun cuando hubie-res sido arrojado hasta los polos de cielo, de allí te sacará el Señor Dios tuyo, y te tomará e introducirá en la tierra que poseyeron tus padres, y la disfrutarás; y dándote su bendición, te hará que seas en mayor número que fueron tus padres. El Señor Dios tuyo circuncida-

1 Ez. 38, 12.

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rá tu corazón, y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor Dios tuyo de todo tu corazón y de toda tu alma, para que pue-das vivir. Y convertirá todas estas maldiciones contra tus enemigos, y contra aquellos que te aborrecen y persiguen. Mas tú te converti-rás, y oirás la voz del Señor Dios tuyo 1.

[40] Esta promesa, si es de Dios, o se ha cumplido ya plenamente, o si no se ha cumplido, es necesario que se cumpla algún día, porque Dios no puede faltar a su palabra: No es Dios como el hombre, para que mienta; ni como el hijo del hombre, para que se mude. ¿Dijo, pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 2. Que no se haya cumplido has-ta ahora, parecerá evidente a cualquiera que, teniendo presente todo el texto sagrado, diere una ojeada breve a toda la Escritura y a toda la his-toria. Podrá decirse, y en realidad se dice o se insinúa, que todo esto se cumplió ya en tiempo de Ciro, cuando volvieron de Babilonia algunos pocos con Zorobabel; ni hay otra cautividad, ni otra vuelta a que recu-rrir. Ahora bien, es evidente, por el mismo texto y por toda la Escritura, que entonces no se cumplió la promesa de Dios. Vedlo claro.

[41] Primero: esta promesa no habla ciertamente con una sola tri-bu, ni con dos o tres, sino con todo Israel en general, y con todas sus tribus; así como la amenaza de dispersión y cautiverio con todos habla, y con todos se ha cumplido y se está cumpliendo. Los que volvieron de Babilonia, como se dice individualmente en el libro primero de Esdras, sólo eran de la tribu de Judá y Benjamín, con algunos pocos de Leví; luego por este solo capítulo, aunque no hubiese otros, la promesa de Dios no se cumplió en aquel tiempo; por consiguiente no era éste el su-ceso de que habla. Segundo y principal: Dios promete en términos for-males que, cuando los recoja con su brazo omnipotente de todos los pueblos y naciones adonde él mismo los había esparcido por sus deli-tos, les circuncidará el corazón, en primer lugar, para que de esta suerte amen a su Dios con todo su corazón y con toda su alma, y puedan vivir en adelante una vida sobrenatural y divina: El Señor Dios tuyo circun-cidará tu corazón, y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, y de toda tu alma, para que pue-das vivir. Conque promete el Señor una circuncisión de corazón, gene-ral a todo Israel, cuando lo recoja de entre las naciones, y lo introduzca de nuevo en la tierra de sus padres; y esta circuncisión de corazón, ¿cuándo ha sucedido? ¿Acaso en la vuelta de Babilonia? Leed los dos li-bros de Esdras y Nehemías, y hallaréis todo lo contrario. Leed des-pués, para aseguraros más, el capítulo 7 de los Hechos de los Apósto-les, y hallaréis al versículo 51 que San Esteban, lleno del Espíritu San-

1 Deut. 30, 1-8. 2 Num. 23, 19.

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to, los reprende en público concilio, y les da en cara con la incircunci-sión del corazón, así de ellos como de sus padres: Duros de cerviz (les dice) e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siem-pre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros 1. Conque hasta la muerte de San Esteban no había sucedido en Israel tal circuncisión de corazón. Y después acá, ¿de dónde la podremos sacar?

[42] Síguese de aquí que la promesa de que vamos hablando es de Dios mismo, como no se duda; si hasta ahora no ha tenido su cumpli-miento, como tampoco se puede dudar, deberemos confesar de buena fe que alguna vez lo ha de tener. Deberemos, digo, confesar, que los míseros Judíos, dispersos tantos siglos ha entre las naciones, han de ser algún día llamados, recogidos y congregados por el brazo omnipo-tente de Dios vivo, estén donde estuvieren, y quisieren o no las potes-tades de la tierra: Aun cuando hubieres sido arrojado hasta los polos del cielo, de allí te sacará el Señor Dios tuyo; y han de ser del mismo modo introducidos y plantados de nuevo establemente en aquella mis-ma tierra que fue la herencia y la posesión de sus padres: Y te tomará e introducirá en la tierra que poseyeron tus padres, y la disfrutarás. Parece que esto es claro, y lo fuera sin duda en cualquiera otro asunto de menos interés; mas en el asunto presente no lo es tanto que no se pueda fácilmente oscurecer con alguna brillante solución.

[43] Puede, pues, oponerse, lo que oponen modernamente algunos sabios, como una solución sin réplica, no sólo al lugar del Deuterono-mio que actualmente consideramos, sino generalmente a todas las profecías favorables a los Judíos, que hasta ahora no se han verificado en ellos. Confiesan estos sabios que muchas, o las más de las profecías que tienen promesas de Dios a favor de la casa de Jacob, no se verifi-caron ni pudieron haberse verificado en la vuelta de Babilonia. Esta misma confesión la hacen todos los intérpretes de la Escritura, a lo menos tácitamente; pues, no obstante los grandes esfuerzos que pro-curan hacer para acomodar estas profecías a la vuelta de Babilonia, ca-si siempre se ven precisados, aun los más literales, a recurrir por últi-mo refugio a la pura alegoría. Confiesan más (y esto prudentísima-mente con todos los doctores eclesiásticos más sabios y más sensatos de nuestro siglo): que el sentido puramente alegórico y espiritual real-mente no satisface a quien desea la verdad, y sólo en ella puede des-cansar. Esta segunda confesión es ciertamente digna de estimación; mas por esto mismo se hace más extraña en estos sabios, que en lugar de ver la verdad que por sí misma se manifiesta, en lugar de confesarla y descansar en ella, en lugar de dar a Dios la gloria y honra que le es tan debida, creyendo y esperando que hará infaliblemente lo que tiene

1 Act. 7, 51.

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prometido, abren otro camino tal vez más difícil, más incómodo, más incapaz de contentar a quien desea la verdad, que el camino ordinario de la pura alegoría. ¿Qué camino es éste? Es el decir en general, y sin explicarse mucho, que las promesas de Dios hechas a los Judíos por la boca de los Profetas, especialmente aquellas grandes y extraordinarias que hasta ahora no se han verificado, no fueron absolutas, sino condi-cionadas; por tanto, el no haberse verificado ha sido culpa de los Ju-díos mismos, por no haber verificado la condición.

[44] Preguntadles ahora, aunque os tengan por importuno: ¿Cuál fue la condición?, y veréis las consecuencias que de aquí se siguen. Se-gún insinúan, la condición fue: si eran fieles a Dios y observaban sus santas leyes, si recibían a su Mesías con honor, si lo oían, si lo obede-cían, etc. ¡Oh, qué descubrimiento tan importante! No se puede negar que, en este caso, no se hubieran visto los Judíos, ni se vieran, en el es-tado de miseria extrema en que se han visto, y se ven aún. Ojalá hu-bieras atendido a mis mandamientos, les dice el Señor por Isaías: tu paz hubiera sido como un río, y tu justicia como remolinos del mar. Y hubiera sido tu posteridad como la arena, y los hijos de tu seno como sus pedrezuelas; no hubiera perecido, ni fuera borrado su nombre de mi presencia 1. Mas, en este caso, no hubiera sido necesario injertar en buen olivo ramas de oleastro silvestre, en lugar de las ramas naturales de olivo, que se secaron por su iniquidad, y fueron cortadas por su es-terilidad. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea injertado. Bien, por su incredulidad fueron quebrados; mas tú por la fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti 2. En este caso, vuelvo a decir, no hubiera sido tan necesario aquel mila-gro grande de hacer de las piedras hijos de Abraham. Por el pecado de ellos vino la salud a los Gentiles…; el pecado de ellos son las riquezas del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles 3.

[45] Mas aunque todo esto no se puede negar, se puede bien ne-gar, y se debe negar, que sea ésta la condición de aquellas promesas grandes y magníficas, favorables a los Judíos, que leemos en la santa Escritura. Estas promesas de que hablamos suponen evidentemente los delitos de los Judíos, no sólo cometidos, sino castigados con la ma-yor severidad. Una de estas promesas es que los sacará con su brazo omnipotente de todos los pueblos y naciones donde él mismo los tiene desterrados y atribulados por sus delitos. Esta promesa no queda en esto solo, sino que es como el principio y fundamento de otras muchí-simas, que deben seguirse inmediatamente después de ella, después

1 Is. 48, 18-19. 2 Rom. 11, 19-21. 3 Rom. 11, 11-12.

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que hayan sido recogidos y congregados con grandes piedades, y plan-tados de nuevo en la tierra de sus padres.

[46] Decidme ahora, amigo mío, con sinceridad: esta promesa (lo mismo digo de las otras que son consecuencias suyas), ¿se hubiera ya cumplido, o se cumpliera, si no hubieran precedido los delitos de los Judíos? ¿No veis la implicación o el absurdo tan manifiesto? Los Ju-díos se hallan hoy día, y muchos siglos ha, desterrados de su patria, dispersos entre las naciones, abatidos, despreciados y atribulados, etc. Y todo esto, ¿por qué? ¿Por sus virtudes, o por sus delitos? Diréis ne-cesariamente que por sus delitos, comprendiendo en esta palabra todo lo malo que sabemos de cierto ha habido en ellos, así antes como des-pués del Mesías: porque fueron infieles a su Dios; porque fueron in-gratísimos a su Dios; porque no observaron las leyes de su Dios. Esto mismo lo confiesan ellos francamente, y ninguno de sus doctores se ha atrevido a negarlo… ¿Y no más de por esto? Sí, todavía hay otra causa mayor, más particular y más inmediata: porque reprobaron a su Me-sías; porque lo persiguieron cruelísimamente hasta hacerlo morir en una cruz; porque no quisieron admitir, antes se negaron con una suma descortesía, al convite que aun después de esto se les hizo a ellos en primer lugar; porque resistieron obstinadamente a la predicación de los Apóstoles, y cerraron sus ojos a la luz. Esta misma razón, como si fuese la única, es la que se lee en Isaías: Porque vine, y no había hom-bre; llamé, y no había quien oyese 1. Esta es la que señaló el mismo Mesías en la parábola de la viña 2, y después cuando, al ver la ciudad, lloró sobre ella 3; y más claramente cuando les dijo a sus Apóstoles, hablando de la ruina de Jerusalén: Porque éstos son días de vengan-za, para que se cumplan todas las cosas que están escritas… Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones 4.

[47] Conque si no hubieran precedido estos delitos de los Judíos (vuelvo a preguntar), ¿ya Dios les hubiera cumplido, o les cumpliera sus promesas? Conque si no hubieran precedido estos delitos de los Judíos, ¿ya Dios los hubiera sacado de su destierro, de su tribulación, y de su miseria extremada? Conque si no hubieran precedido estos delitos, ¿no obstante hubieran sido castigados, desterrados y atribulados? Y si no, ¿cómo podía Dios sacarlos de su destierro, de su tribulación, de su mi-seria? Luego, aun verificada la condición que se pretende, no podía Dios cumplirles sus promesas; mejor diremos, no podía haber hecho Dios tales promesas, no sólo inútiles, sino implicatorias. Ved aquí en este caso cómo debían ser las promesas de Dios… Os prometo sacaros

1 Is. 50, 2. 2 Mt. 21, 41. 3 Lc. 19, 41. 4 Lc. 21, 22 y 24.

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de vuestro cautiverio y destierro; os prometo volveros a vuestra patria; os prometo libraros de todas vuestras tribulaciones, y colmaros de nue-vos y mayores bienes, etc.; mas todo esto debajo de la condición indis-pensable de que no habéis de cometer aquellos mismos delitos, por los cuales habéis de ser desterrados, humillados y atribulados… ¡Qué im-plicación! Aun en el hombre más rústico, apenas se pudiera creer… La condición, pues, de las promesas de Dios de que vamos hablando, no pudo ser la inocencia de los Judíos, sino su penitencia. Esta condición señala expresamente el texto de Moisés, y ésta señalan expresa o táci-tamente las otras profecías por estas palabras: Cuando vinieren, pues, sobre ti todas estas cosas… y te arrepintieres en tu corazón en medio de todas las gentes, por las cuales te habrá esparcido el Señor Dios tu-yo, y te convirtieres a él…, el Señor Dios tuyo te hará volver de tu cau-tiverio, y tendrá misericordia de ti, y congregará de nuevo de todos los pueblos a los que te había esparcido antes…; y te tomará, e intro-ducirá en la tierra que poseyeron tus padres, y la disfrutarás 1.

[48] Es indubitable, ni yo puedo pretender otra cosa, que las pro-mesas de Dios grandes y extraordinarias hechas a los Judíos, que lee-mos en los profetas, no se verificarán de modo alguno, si primero no se verifica la condición con que sólo se hicieron, y con que sólo se pue-den hacer. Asimismo, es igualmente indubitable que se verificarán con toda plenitud cuando se verifique la condición; pues lo contrario re-pugna infinitamente a la infinita veracidad y santidad de Dios… ¿Y dudáis, señor, que esta condición necesaria e indispensable se ha de verificar algún día? ¿Lo ha dudado jamás alguno? ¿No está este punto clarísimamente anunciado, no una, sino muchísimas veces en los Pro-fetas, en San Pablo, y aun en los Evangelios? ¿No convienen en este punto general todos los doctores cristianos? Sí, todo esto es verdad; mas llegando al cumplimiento de las promesas de Dios, entonces ya es otra cosa, entonces se les ve retirar al punto la mano, como que aque-llo es demasiado para los viles y pérfidos Judíos; entonces vienen bien los diversos sentidos de la Escritura; entonces deben entenderse Moi-sés y los profetas en sentido alegórico, especialmente intentado por el Espíritu Santo; entonces… entonces sí son buenas y justas las ideas, que sobre estas cosas nos dan los doctores. Las promesas condiciona-das de un Dios infinitamente santo vienen todas a reducirse a la verifi-cación de la condición, y nada más, esto es, a que los Judíos abrirán un día los ojos, se volverán de todo corazón a Dios, reconocerán a su ver-dadero Mesías, llorarán con amargo llanto su ceguedad y dureza pasa-da, y la Iglesia los recibirá en su seno, poco antes de acabarse el mun-do, y esto apenas 2.

1 Deut. 30, 1-3 y 5. 2 SAN GREGORIO, lib. IV de Mor. c. 4.

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[49] Si les decís ahora que ésta es la condición y no el condiciona-do; si les representáis con toda cortesía, que una vez puesta la condi-ción que Dios les pide de su parte, se debe necesariamente seguir lo que está de la parte de Dios, esto es, el pleno cumplimiento de sus pro-mesas; os responderán unos, con semblante lleno de indignación, que los Judíos se han hecho indignos de todo bien; otros, que las promesas de Dios no hablan con ellos, sino con las gentes cristianas, que son el verdadero Israel de Dios; otros, que las promesas de Dios no pueden entenderse según la letra que mata, sino en otro sentido alegórico y espiritual; otros, que realmente se cumplirán en los Judíos mismos, cuando se conviertan a Cristo, porque entonces, entrando en la Iglesia, podrán también entrar en el cielo, que es la verdadera tierra de promi-sión; otros, en fin, y gravísimos doctores os dirán que sí, que los Ju-díos, o los hijos de Israel en general, volverán otra vez a establecerse de nuevo en aquella misma tierra, por la que tanto suspiran; mas esto será siguiendo al Anticristo, que ha de ser judío de la tribu de Dan, y ha de ser creído y recibido de ellos como su verdadero Mesías. Y si acaso, no pudiendo contener vuestra justa indignación, tuviereis la im-prudencia de preguntarles de dónde han sacado una especie tan extra-ña, tan fabulosa, tan ridícula, y por eso tan indigna de hombres tan cuerdos, es muy probable que la respuesta no sea otra que la que se dio en otros tiempos, en pleno concilio, al príncipe Nicodemo: ¿Eres tú también Galileo? 1.

[50] Mas digan lo que dijeren, el restablecimiento de los Judíos, o de todas las tribus de Jacob, en aquella misma tierra suya, de la que fueron arrojados por sus delitos, es una cosa tan clara, tan expresa, tan repetida de la Escritura de la verdad, como lo es su conversión, y como lo es su dispersión y cautiverio actual, de que todo el mundo es testigo ocular; pues el mismo Espíritu de verdad que anunció esto segundo, anuncia también lo primero, y con la misma propiedad y claridad. Casi no hay profeta, desde Moisés hasta Malaquías, que no toque de algún modo estos tres puntos capitales. Primero: el destierro, dispersión y cautiverio de Israel entre todos los pueblos y naciones, con todas las circunstancias, así generales como particulares, que nos enseña la his-toria y la experiencia. Segundo: su conversión verdadera, con todo su corazón y con toda su alma 2, su penitencia y llanto. Tercero: su res-tablecimiento fijo y estable en aquella misma tierra de que fueron arrojados, y esto debajo de la palabra real infalible e indefectible que les da aquel mismo Dios, que es fiel… en todas sus palabras 3, de que no volverá a desterrarlos jamás: Y no los destruiré; y los plantaré, y

1 Jn. 7, 52. 2 Deut. 13, 3. 3 Sal. 144, 13.

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no los arrancaré, dice por Jeremías 1; y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra, que les di, dice por Amós 2; y hablando con la tierra y montes de Israel, le dice por Ezequiel: Y les serás por heredad, y nunca más estarás sin ellos… Ni haré más oír en ti la confusión de las gentes, ni tendrás que llevar jamás el oprobio de los pueblos, y no perderás más tu gente 3.

[51] Ahora pues, el primero de estos puntos capitales lo ve todo el mundo, y lo ve puntualmente del mismo modo que está anunciado en las Escrituras. El segundo lo confiesan unánimemente todos los docto-res, aun los más alegóricos. Y el tercero, digo yo, ¿por qué no se reci-be? ¿Acaso porque no consta de la Escritura, como los dos primeros? No, amigo, no; consta claramente de la Escritura; si no, bien excusa-dos eran los esfuerzos que se hacen para desfigurar aquellos lugares de la misma Escritura que hablan de esto; bien excusado era el recurso tan frecuente a sentidos puramente alegóricos; y bien excusado era en este caso aquel último refugio que se nota, aun en autores prolijos y di-fusos, que es omitir no pocos, y pasarlos por alto. Si preguntáis ahora: ¿Por qué no se usa esta violencia con aquellos lugares que anuncian a los Judíos ira, indignación, destierro, castigos y plagas, ni tampoco con los que anuncian su futura conversión?, la respuesta es fácil y bre-ve: porque ni lo primero ni lo segundo choca las ideas favorables; mas lo tercero las choca tanto y con tanta fuerza, que hay peligro evidente de que las quebrante y aniquile.

[52] Yo no puedo copiar aquí todos los lugares de la Escritura que hablan claramente de esto tercero, ni mucho menos hacer sobre ellos las debidas reflexiones. Para esto solo sería necesario un grueso volu-men, aunque no considerásemos otro profeta que Isaías. Algunos de estos lugares quedan ya notados, y otros muchos más han de ir salien-do por precisión. Apuntaremos no obstante algunos pocos, que prue-ban directa e inmediatamente el fin y término del destierro presente de los Judíos, y es el asunto particular de este primer aspecto. Importa mucho que quedemos sobre esto plenamente asegurados, pues de aquí depende la inteligencia de los otros.

Segundo instrumento

PÁRRAFO 2

[53] Sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río (el Eufrates) hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Is-

1 Jer. 24, 6. 2 Amós 9, 15. 3 Ez. 36, 12 y 15.

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rael, seréis congregados uno a uno; y sucederá que en aquel día re-sonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egip-to, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén 1.

[54] Sobre este texto de Isaías debemos hacer dos observaciones principales, que parecen de suma importancia. Así, aunque nos deten-gamos un minuto más, o salgamos dos o tres pasos fuera del asunto principal, deberá mirarse este defecto como del todo inexcusable.

Primera observación

[55] Los límites de la tierra de promisión, que señala esta profecía, son, sin duda alguna, mucho más amplios que las que poseyeron ja-más los hijos de Israel; y no obstante son precisamente los mismos que se leen expresos en la Escritura auténtica de la donación que hizo Dios a nuestro santo y venerable padre Abraham, como consta clara-mente por estas palabras: En aquel día concertó el Señor alianza con Abraham, diciendo: A tu posteridad daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el grande río Eufrates 2. Conque no habiendo poseído jamás los hijos Abraham toda aquella porción de tierra, que Dios les prometió, podremos esperar de la bondad y santidad del mismo Dios, que llegará tiempo en que la posean. ¿Cuándo? Cuando herirá el Se-ñor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto; cuando resona-rá una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido 3; pues, como dice San Pablo, los dones y vocación de Dios son inmutables 4.

[56] Diréis acaso que esto se verificó en los días de Salomón, pues de este célebre rey dice la divina Escritura: Tuvo también señorío so-bre todos los reyes, desde el río Eufrates hasta la tierra de los Filis-teos, y hasta los términos de Egipto 5. Mas esta potestad que ejercitó Salomón, ¿a qué se reducía? La misma Escritura lo dice claramente, así en el lugar citado, como en el libro tercero de los reyes: Todo el mundo (habla manifiestamente de las tierras circunvecinas de la Asia) deseaba ver la cara del rey Salomón 6. Todos los reyes o régulos que entonces había entre el Nilo y el Eufrates, deseaban ver por sus ojos a Salomón, que se había hecho famosísimo por su sabiduría. Así, unos iban en persona a Jerusalén, como fue la reina de Saba desde lo más austral de la Arabia; otros le enviaban frecuentemente embajadas, proponiéndole sus enigmas, o consultándole sus dudas. Al mismo tiempo le enviaban o le llevaban dones y regalos de oro y plata, y otras

1 Is. 27, 12-13. 2 Gen. 15, 18. 3 Is. 27, 12. 4 Rom. 11, 29. 5 2 Par. 9, 26. 6 3 Rey. 10, 24.

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cosas preciosas y raras que había en sus países: Y cada uno le llevaba todos los años sus presentes, vasos de plata y de oro, vestidos y ar-mas de guerra, y aromas también, y caballos y mulos 1. Esto es lo único que se halla en la Escritura, tocante a la potestad de Salomón sobre los otros reyes que había entonces, desde el río Eufrates hasta la tierra de los Filisteos, y hasta los términos de Egipto. Puede ser tam-bién (aunque la historia sagrada no lo dice) que alguno de estos régu-los pagase algún tributo a Salomón, no porque él los hubiese vencido y hecho tributarios, pues sabemos que Salomón fue un rey pacífico que jamás sacó la espada contra sus vecinos, sino porque quedaron tribu-tarios desde el tiempo de David su padre, lo cual leemos en el libro se-gundo de los reyes. Mas todo esto, ¿qué puede probar en el asunto? ¿Es esto lo que contiene la promesa de Dios, concebida en estos tér-minos: A tu posteridad daré esta tierra desde el río del Egipto hasta el grande río Eufrates? Si hay otra cosa que responder a esta dificul-tad, yo la ignoro absolutamente, ya porque no la hallo en los doctores, ya porque no me ocurre lo que puede decirse contra una evidencia. Así, tengo por cierto que la promesa de Dios, hecha a Abraham para su descendencia, no se ha cumplido hasta ahora plenamente. Si no se ha cumplido hasta ahora plenamente, puedo concluir, sin peligro de error, que llegará tiempo en que se cumpla plenamente; pues ni el mundo se ha acabado, ni tampoco se ha acabado la descendencia de Abraham, ni aun se ha confundido siquiera con las otras naciones.

[57] Para certificarnos más de la bondad de esta conclusión, vol-vamos los ojos a la profecía de Isaías. En aquel día, dice, herirá el Señor, dará golpes terribles, destruirá y arruinará (que todo esto sue-na el verbo herir) desde el río Eufrates hasta el torrente de Egipto, esto es, hasta el Nilo, o hasta el Rinocorura, que está más al oriente. Lo cual ejecutado, prosigue, entrarán y se congregarán en este país los hijos de Israel uno a uno: Y vosotros, hijos de Israel, seréis con-gregados uno a uno 2. ¿Qué quiere decir esto? La expresión, aunque singular, parece propísima y naturalísima. Después de herido todo aquel vasto país por la mano omnipotente de Dios; después de eva-cuado y desembarazado enteramente de otros pueblos y naciones, que en él habitan o habitarán entonces; no será necesario que entren en él los hijos de Israel, como entraron la primera vez, esto es, con las armas en la mano y en orden de batalla, no habiendo en todo el país habitador alguno; pues, como también anuncia Zacarías: Volverá to-da la tierra hasta el desierto (o volverá como llanura, como lee Va-tablo), desde el collado Remmón hasta el Mediodía de Jerusalén 3;

1 3 Rey. 10, 25. 2 Is. 27, 12. 3 Zac. 14, 10.

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no habiendo quien les haga resistencia ni les dispute la entrada, po-drán muy bien entrar entonces uno a uno, es decir, sin temor ni rece-lo, sin oposición, como puede entrar una familia en su propia casa. Porque entonces (sigue diciendo), después de evacuado el país y pre-parada la habitación, se tocará una trompeta metafórica, grande y so-nora, a cuya voz vendrán y se congregaran aun los que se pensaban perdidos en la tierra de los Asirios, que no pueden ser otros que las reliquias de las diez tribus que llevó cautivas Salmanasar, las cuales, ni volvieron en tiempo de Ciro, ni se sabe precisamente dónde están; sólo se sabe, en general, que toda el Asia, no menos que la Europa, está llena de Judíos, conocidos solamente por este nombre general: Y sucederá que en aquel día resonará una grande trompeta, y ven-drán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que ha-bían sido echados en Tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén 1. Ved ahora si tenemos razón los míseros hijos de Abraham para creer y esperar que algún día cumplirá Dios plenamente aquella promesa que hizo a su mayor y más fiel amigo, por estas precisas palabras: A tu posteridad daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el grande río Eufrates.

[58] Naturalmente desearéis saber: ¿Por qué no les cumplió Dios plenamente esta promesa cuando los sacó de Egipto? A lo cual os res-pondo en breve, remitiéndoos a la relación de su viaje por el desierto, que hallaréis en los libros de Moisés, y también en los dos libros de Josué y de los Jueces; lo primero: sus pecados en el desierto fueron tan frecuentes, tan graves y tan inexcusables, que el Señor dio mues-tras un día de quererlos exterminar del todo, y para no hacerlo, como ellos ciertamente lo merecían, movió el corazón de su fiel siervo para que intercediese por ellos, y lo aplacase con aquella sencilla y animosa disyuntiva: O perdónales esta culpa, o si no lo haces, bórrame de tu libro… A lo cual el gran Dios, lejos de indignarse, le respondió con una blandura admirable, digna de un verdadero amigo: Al que pecare contra mí, le borraré de mi libro. Mas tú anda, y lleva ese pueblo a donde te he dicho 2. Y aunque por entonces quedó aplacado, como no por eso cesaron los pecados del ingratísimo pueblo, antes fueron cada día más y mayores, les juró un día, en medio de su indignación, que no entrarían en su descanso, o no les daría todo lo que pensaba dar-les 3. Este juramento de Dios lo trae a la memoria San Pablo, y con él les prueba que, aunque Josué los introdujo en la Palestina, no se les cumplieron por entonces las promesas de Dios con toda plenitud: Porque si Jesús les hubiera dado el reposo, jamás en adelante hubie-

1 Is. 27, 13. 2 Ex. 32, 31-34. 3 Sal. 94, 11.

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ran hablado de otro día. Por lo cual queda el sabatismo para el pue-blo de Dios 1.

[59] La segunda razón más inmediata de no habérseles cumplido entonces plenamente, así éstas como las otras promesas de Dios, fue porque ellos no quisieron exterminar todas aquellas gentes que Dios expresamente les mandaba, antes se acomodaron con ellas, y aun se unieron recíprocamente por medio de matrimonios ilícitos, que les prohibía su ley. Por lo cual, pasados algunos años, estando congrega-dos en cierto lugar, que después se llamó el lugar de los que lloran, les envió el Señor un ángel, que les dio sobre esto como la última senten-cia definitiva, por estas palabras: Yo os saqué de Egipto e introduje en la tierra por la que juré a vuestros padres…, mas con la condición de que no harías alianza con los habitadores de esta tierra, sino que de-rribarías sus altares; y no habéis querido oír mi voz. ¿Por qué habéis hecho esto? Por lo mismo no he querido exterminarlos de vuestra pre-sencia, para que los tengáis por enemigos, y sus dioses sean para vuestra ruina 2. Mas sea lo que fuere de este primer punto, vengamos al segundo, que es el principal.

Segunda observación

[60] ¿Qué día o tiempo es éste de que habla esta profecía? Yo ob-servo, en primer lugar, que en todo este capítulo 27 de Isaías se anun-cian claramente cuatro misterios, o cuatro grandes sucesos, que pare-cen todavía muy futuros. De todos cuatro se dice que sucederán en aquel día, sin decirnos determinadamente el día en que deben suce-der. Sólo parece cierto que todos cuatro deben suceder en un mismo día (no se habla aquí de un día natural de doce o veinticuatro horas), ya por estar todos cuatro juntos y seguidos en un mismo capítulo, que empieza con estas palabras, en aquel día; ya también porque a cada uno en particular se le anteponen las mismas palabras en aquel día, lo cual parece una señal sensible y clara de que el mismo día sirve para todos. Esto supuesto, discurrimos así.

[61] Cuatro sucesos o misterios, que hasta ahora no se han verifi-cado, están claramente anunciados para un mismo día, sin saberse de cierto para qué día. En medio de esta incertidumbre, tenemos la for-tuna de hallar, en la Escritura de la verdad, el día preciso en que debe suceder el uno de ellos, esto es, el primero. ¿No bastará esta noticia para concluir al punto, que los otros tres sucederán el mismo día? Ved, pues, ahora este descubrimiento. El primer misterio con que empieza la profecía es éste: En aquel día visitará el Señor con su espada dura,

1 Heb. 4, 8-9. 2 Jue. 2, 1-3.

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y grande, y fuerte, sobre Leviatán serpiente rolliza, y sobre Leviatán serpiente tortuosa, y matará la ballena que está en el mar 1. El texto, considerado en sí mismo, parece ciertamente oscurísimo: ni se sabe de qué misterio habla, ni de qué tiempo; mas si tomamos en la mano aque-lla clarísima antorcha que en otra parte dejamos encendida, al punto se aclara todo, al punto se conoce y se ve con los ojos, así el misterio como el tiempo en que debe suceder. Traed a la memoria lo que queda dicho en nuestra primera disertación sobre los Milenarios, artículo tercero, párrafo cuarto. Allí se dijo que el libro divino y admirable del Apocalipsis es una verdadera luz que alumbra y guía en los pasos más oscuros y difíciles de los Profetas, y como una llave maestra que abre las puertas más cerradas. Allí se dijo, y también se probó con toda la evidencia que cabe en el asunto, que la prisión del dragón o serpiente, que se llama diablo y Satanás 2, con todas las circunstancias que dice San Juan en el capítulo 20, no es un suceso muy pasado, sino todavía futuro, reservado visiblemente para después de la muerte de la bestia, o ruina total del Anticristo. Y como esta bestia o este Anticristo, como también queda probado y aun demostrado en el fenómeno 4, ha de ser muerto y destruido enteramente en el día grande del Señor, cuando venga en gloria y majestad, en este mismo día deberá suceder la pri-sión del dragón, o lo que es lo mismo, de la serpiente tortuosa, con la espada del Señor, dura, y grande, y fuerte.

[62] Comparad ahora los dos textos de Isaías y de San Juan: veréis en ambos el mismo misterio, anunciado con diversas palabras, y que San Juan, según sus continuas alusiones a todas las Escrituras, alude aquí manifiestamente a este lugar de Isaías. Isaías dice que en aquel día, sin decir en cual día, visitará el Señor a la serpiente con su espada dura, grande, y fuerte. San Juan, nombrando claramente el día de la venida del Señor, y representándolo con una espada de dos filos en su boca, dice que la misma serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo, será entonces visitada, encadenada y ence-rrada en el abismo hasta cierto tiempo, para que no engañe más a las Gentes hasta que sean cumplidos los mil años 3. Decidme ahora con sinceridad: ¿Veis aquí dos misterios diversos? ¿No es claro y palpable el mismo misterio de ambas profecías? ¿Qué visita puede haber más sensible para el diablo, ni qué espada más dura, ni más grande, ni más fuerte puede experimentar este espíritu soberbio, inquieto y maligní-simo, que verse encadenado con cadenas bien proporcionadas a su na-turaleza, verse encarcelado en el abismo, cerrada y sellada la puerta de su cárcel, sin noticia alguna de todo lo que pasa en el mundo, y priva-

1 Is. 27, 1. 2 Apoc. 12, 9. 3 Apoc. 20, 3 y 5.

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do enteramente del ejercicio de su más violenta pasión, que es hacer a los hombres todo el mal posible?

[63] Isaías dice que en aquel día no sólo visitará el Señor a la ser-piente con su espada dura, y grande, y fuerte; sino que matará tam-bién el ceto o el pez grande que está en el mar 1. ¿Qué ceto es este que está en el mar? Leed el capítulo 13 del Apocalipsis, y lo veréis claro con noticias más individuales. Dice San Juan que su bestia de siete cabezas y diez cuernos, a quienes hemos considerado en el fenómeno tercero como un cuerpo moral, compuesto de muchos individuos unidos entre sí contra el Señor, y contra su Cristo 2, esta bestia, dice, estaba en el mar y salía del mar; por consiguiente era de especie cetácea por su grandeza. Lo mismo dice Daniel de sus cuatro bestias, de que se com-pone visiblemente la bestia del Apocalipsis: Y cuatro grandes bestias subían de la mar 3. Dice San Juan que esta bestia terrible que salía del mar irá en muerte, pues será muerta y destruida enteramente con la espada del Rey de los reyes, en el día solemnísimo de su venida del cie-lo a la tierra. Ved ahora y juzgad si todo esto corresponde perfecta-mente, y aun abre la inteligencia de aquella expresión oscurísima de Isaías: Y matará la ballena que está en el mar.

[64] Conociendo, pues, el día en que ha de suceder el primer mis-terio, podemos ya decir que conocemos el día o tiempo en que deben suceder los otros tres. En efecto, su misma grandeza y novedad parece que nos llama a otro tiempo todavía futuro infinitamente diverso del presente. Ved aquí por su orden los cuatro misterios que contiene este capítulo 27 de Isaías. El primero es el que acabamos de observar, esto es, la visita de la serpiente, con su espada dura, y grande, y fuerte…, y al mismo tiempo la muerte, la destrucción, la ruina total, del ceto que está en el mar, o de la muchedumbre de peces grandes y monstruosos, unidos contra el Cristo del Señor, o de la bestia de siete cabezas y diez cuernos, o del Anticristo, o del hombre de pecado, etc. Todo me parece una misma cosa, explicada con diversas palabras: En aquel día visita-rá el Señor con su espada dura, y grande, y fuerte, sobre Leviatán…, y matará la ballena que está en el mar.

[65] El segundo misterio es éste: En aquel día la viña del vino pu-ro le cantará a él. En estas cuatro palabras se divisa bien un misterio del todo nuevo, inaudito hasta el día de hoy, y sólo digno de aquel tiempo feliz. En aquel día la viña del vino puro cantará las alabanzas del Señor. ¿Qué viña es ésta, de vino puro, de vino generoso, de vino óptimo? Nadie ignora que en todos tiempos ha tenido Dios en esta nuestra tierra una viña, o una Iglesia que le ha dado el debido culto;

1 Is. 27, 1. 2 Act. 4, 36. 3 Dan. 7, 3.

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que lo ha reconocido, lo ha adorado, lo ha alabado; que siempre ha pro-ducido algunos frutos de justicia, dignos de Dios; o pocos o muchos, buenos o mejores, según los tiempos y el cultivo. La tuvo desde Adán por Set hasta Noé. La tuvo desde Noé por Sem hasta Abraham; estos dos tiempos son sin duda los más infecundos. La tuvo desde Abraham por Isaac y Jacob hasta Moisés; por cuyo ministerio se trasplantó la viña, y se le dio un nuevo cultivo, que hasta entonces no se le había dado, esto es, la ley y las ceremonias fijas y estables del culto externo: Trasladaste de Egipto una viña, echaste fuera las naciones, y la plan-taste 1. Con este cultivo es cierto que la viña dio más y mejores frutos que en todos los tiempos anteriores, y los prosiguió dando sin interrup-ción hasta el Mesías, aunque nunca tantos ni tan buenos como se debía esperar. La tiene en fin, infinitamente mejorada después del Mesías, en consecuencia de sus sudores, de su sangre, de sus méritos, de su doctri-na y de la efusión de su divino Espíritu. Y también (que esto no puede disimularse) en consecuencia de haber licenciado y arrojado fuera de la viña a sus antiguos colonos, y puesto en su lugar otros nuevos, con-forme a la sentencia que ellos mismos se dieron, cuando el Señor les propuso la parábola de la viña: Estos dijeron: A los malos destruirá malamente, y arrendará su viña a otros labradores 2; la cual senten-cia confirmó el Señor luego al punto diciéndoles con toda claridad, que bien presto sucedería así: Por tanto, os digo que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 3.

[66] No es posible negar, sin negar la misma evidencia, que esta vi-ña, que después del Mesías tiene Dios en el mundo, ha dado en todos tiempos frutos admirables, excelentes, óptimos, y en una grande y pro-digiosa cantidad; mas tampoco es posible negar, sin negar la misma evidencia, que en todos tiempos se ha visto en esta misma viña de Dios una mayor y más prodigiosa multitud de plantas, no digo solamente es-tériles, infecundas, sin fruto alguno razonable; no digo solamente car-gadas de agrazones silvestres, ásperos y duros, que jamás llegan a ma-durar; sino lo que parece más extraño, cargados en lugar de uvas, de otros frutos incógnitos, mal sanos, llenos de peligro y aun de veneno, ajenos, contrarios y contradictorios a los frutos propios del Espíritu 4. De modo que, con la misma o con mayor razón, se puede quejar ahora el Señor como se quejaba en otros tiempos muy anteriores al Mesías: ¿Qué es lo que debí hacer más de esto a mi viña, y no lo hice? ¿Es porque esperé que llevase uvas, y las llevó silvestres… y esperé que hiciese juicio, y he aquí iniquidad? 5.

1 Sal. 79, 9. 2 Mt. 21, 41. 3 Mt. 21, 43. 4 Gal. 5, 19ss. 5 Is. 5, 4 y 7.

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[67] Diráse, no obstante, que la viña de vino puro, generoso y ópti-mo de que aquí habla este profeta, no puede ser otra que la Iglesia pre-sente, renovada y aun plantada de nuevo por el Mesías mismo, regada con su sangre, fecundada con su Espíritu; cuyas leyes son excelentes, como que no paran en la superficie, sino que pasan directamente a lo más interior del corazón; cuya creencia es altísima; cuya doctrina es ciertamente divina; cuya moral es purísima; cuyo culto no consiste so-lamente en templos hechos de mano… sino en espíritu y verdad 1; cu-yas ceremonias son graves, majestuosas, significativas; cuyo sacrificio es perfectamente santo, como que en él está real y verdaderamente la fuente misma de toda santidad; en suma, cuyos medios de santifica-ción, al paso que abundantes, son eficacísimos, etc. Todas estas cosas, y otras muchas más que pudieran añadirse, son ciertamente grandes y magníficas, y por eso dignas todas de nuestro más profundo respeto y agradecimiento. Mas debiéramos reflexionar, antes de cantar la victo-ria, que todas estas cosas, y otras semejantes, no pertenecen de modo alguno al fruto de la viña, sino solamente a su cultivo. Nos dicen y pre-dican todo lo que Dios ha hecho con la viña, no la bondad de la viña pa-ra con Dios. Nos dicen y predican todo lo que Dios ha hecho para con la viña, que no podía ser más, y no nos dicen una sola palabra de lo que la viña ha hecho y ha de hacer para con Dios. ¿Quién puede ignorar que la bondad de una viña consiste, no en que tenga el mejor cultivo posible, ni tampoco en que tenga plantas a millares, sino en que el fruto corres-ponda, así en abundancia como en bondad, a la muchedumbre de sus plantas y la excelencia de su cultivo? Este parece sin duda el mayor de los males: que una viña cultivada con tanto cuidado, con tantas indus-trias, con tantos gastos, no haya correspondido siempre, ni correspon-da a proporción a las esperanzas. Exceptuando algunas plantas, que siglos ha han sido pocas respecto de la otra muchedumbre, es innega-ble, sin negar la misma evidencia, que todas las otras no han dado fru-to alguno, sino cuando más, hojas inútiles; o lo han dado escasísimo y de ínfima calidad; o han dado solamente agrazones silvestres, que de-ben contarse más entre los frutos de la carne que del espíritu.

[68] Siendo esto así, como lo es en realidad, ¿os parece que tendrá gran razón esta viña presente para gloriarse de la excelencia y de la mu-chedumbre de sus frutos? ¿Os parece que tendrán gran razón sus pro-pios labradores, que no dejan de conocerla por dentro y fuera, para en-salzarla y beatificarla a todas horas, para ponderar su gran fecundidad, y para darle el título ilustre supremo de la viña del vino puro? ¿No les podremos repetir a estos labradores aquellas palabras que a este mis-mo propósito les decía el Apóstol: No es buena vuestra jactancia? 2.

1 Act. 17, 24; Jn. 4, 28. 2 1 Cor. 5, 6.

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Los frutos de esta viña, comparados con los que daba antes del Mesías, no hay duda que se hallan muy superiores en número y en bondad; mas si se atiende al cultivo que ha tenido constantemente después del Mesías, como se debe atender; si se examinan fielmente las partidas de gastos y recibo, como se deben examinar; entonces parecerá nece-sario mudar de tono, confesando, con espíritu humillado, que no es buena vuestra jactancia 1; por consiguiente, que el título glorioso e ilustre de la viña del vino puro, no puede todavía competir a esta viña en el estado y providencia presente. ¿Cómo ha de ser viña de vino pu-ro, ni merecer este nombre con alguna propiedad, si no da este vino puro de que se habla? ¿Cómo ha de dar este vino puro, generoso y óp-timo, si las uvas óptimas son rarísimas, las buenas no muchas, las áci-das e insípidas en abundancia, y las pésimas innumerables? Luego no puede ser ésta la viña de la que habla la profecía.

[69] Se podrá acaso responder que el vino de esta viña presente será puro y óptimo, si sólo se consideran las uvas buenas y se expri-men éstas separadamente de la otra infinita muchedumbre; mas este expediente, bueno en sí, se encuentra luego al punto con un embarazo terrible, o con una consecuencia intolerable. ¿Cuál es ésta? Que con la misma razón, con el mismo expediente, y con el mismo sentido, po-dremos dar el título ilustre de viña del vino puro a la viña que tuvo Dios en todos los tiempos anteriores al Mesías. ¿Y por qué no? ¿Puede alguno dudar de la bondad, de la inocencia, de la simplicidad, de la devoción y piedad, de la rectitud y justicia de nuestros Patriarcas, de nuestros Profetas y de nuestros justos? Exprímanse, pues, estas uvas solas, o estos frutos de la antigua viña, los cuales fueron más y mejores de lo que se piensa comúnmente, y se hallará con admiración un vino puro, excelente, óptimo, y digno de la aprobación del mismo Dios. ¿Y bastará esto para llamar viña del vino puro a aquella antigua viña de Dios? Luego tampoco puede bastar para darle este glorioso título a la viña presente, ni para creer que se hable de ella, cuando se dice: En aquel día la viña del vino puro le cantará a él.

[70] Pues ¿de qué viña se habla, y de qué tiempo? Si se repara con la debida atención y formalidad en todo el contexto, tomando el hilo, a lo menos desde el capítulo 24, se conocerá sin otra diligencia que se habla de otros tiempos que todavía no hemos visto; que se habla de otra viña, o mejor diremos, que se habla de la misma viña antigua y presente, pero en otro estado, y aun con otro cultivo infinitamente di-verso, tanto como lo es en el estado y cultivo actual respecto del estado y cultivo que tuvo en los tiempos anteriores al Mesías, y tal vez mucho más: Porque la mano del Señor no se ha encogido; se conocerá, digo, que se habla de aquel tiempo y de aquella viña, de quien se dice más

1 Dan. 3, 9; 1 Cor. 5, 6.

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adelante en el mismo Profeta: Porque fuiste desamparada y aborre-cida, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía (o para alegría) de los siglos 1; de aquélla de quien se dice: No se oirá más ha-blar de iniquidad en tu tierra 2; de aquélla, en suma, de quien se dice: Tu pueblo todos justos 3; todo lo cual, y mucho más que esto, se puede ver en el capítulo 60 de Isaías. Y aunque dicen que todo esto habla de la viña presente, y que todo se ha verificado y se verifica en ella, parte alegórica, parte anagógicamente, esto es, parte en la tierra, y parte en el cielo; mas la verdad es que todas éstas son voces al aire, que nada significan, ni pueden contentar de modo alguno a quien desea since-ramente la verdad. Por consiguiente, podemos y aun debemos decir con la mayor sinceridad posible, que nada de esto se ha visto jamás en nuestra tierra; y si no se ha visto jamás, luego deberá verse alguna vez, pues está anunciado tan claramente en la Escritura de la verdad. ¿Cuándo será esto? Será sin duda cuando el Señor nos conceda final-mente lo que tantas veces le pedimos, enseñados y animados de su propio Hijo, esto es, que venga a nosotros su reino, y que su santa vo-luntad se haga en nuestra tierra, así como se hace en el cielo 4.

[71] Por si acaso quisiereis dar un vuelo hasta lo más alto del cielo, para buscar allí esta viña de vino puro, que por acá no se ha visto ja-más, os advierto dos cosas importantes. Primera: que reparéis bien en todas las palabras que siguen inmediatamente al texto de Isaías: En aquel día la viña del vino puro le cantará a él. Yo el Señor, que la guardo, de repente le daré a beber (como leen Pagnini y Vatablo de un modo más claro: al momento, o en cada instante la haré regar); de noche y de día la guardo, para que no reciba daño 5. ¿Os parece que allá en el cielo podrá haber algún temor de enemigos; os parece que allá en el cielo deberá estar el Señor en gran vigilancia guardando su viña día y noche, para que no reciba daño? La segunda cosa que os advierto es que todo cuanto hay ahora en el cielo, o cuanto puede ha-ber de aquí en adelante, desde Cristo mismo hasta el último bienaven-turado, no es, ni se llama, ni puede llamarse, sin una suma impropie-dad, viña de Dios, sino el fruto de la viña de Dios. La viña de Dios está acá bajo en nuestra tierra, y siempre necesita y necesitará vigilancia, solicitud, cultivo y trabajo para que dé mucho fruto y bueno. Este fruto que da no se queda en la tierra, sino que se va llevando al cielo, en donde se congrega y deja depositado en eterna seguridad; mas la viña se queda en nuestra tierra, sin moverse de ella. Así el sentido anagógi-co, hablando de la viña de Dios, no viene al caso, como tampoco viene

1 Is. 60, 15. 2 Is. 9, 18. 3 Is. 60, 21. 4 Mt. 6, 10. 5 Is. 27, 2-3.

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376 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

al caso en tantos otros lugares de la Escritura, para cuya inteligencia se recurre frecuentemente a este sentido celestial.

[72] Si se quiere mirar sin preocupación, se hallarán a cada paso en los Profetas y en los Salmos cosas admirables, nuevas e inauditas, que tiene Dios reservadas en sus tesoros. Especialmente son dignos de particular atención todos aquellos lugares donde se habla de cántico nuevo, que son muchos y bien notables, los cuales por todo su contex-to pertenecen visiblemente a otros tiempos todavía futuros. En el capí-tulo 14 del Apocalipsis se ve comenzar este cántico nuevo, y es fácil ver la alusión clara a dichos lugares de los Profetas y los Salmos. Pero de esto trataremos en otra parte cuando sea su tiempo.

[73] Tenemos, pues, en la profecía de Isaías de que vamos hablan-do, conocidos los dos primeros misterios, y el tiempo en que deben ve-rificarse, como efectos propios de la segunda venida del Mesías, no de la primera. Estos misterios son: primero: la prisión del diablo, o la vi-sita que se le ha de hacer, con la espada del Señor dura, y grande, y fuerte, y juntamente la muerte del ceto que está en el mar, y que saldrá a su tiempo de este mar metafórico. Segundo: el cántico de la viña de vino puro. Nos quedan los otros dos que hablan expresa y nominada-mente de los Judíos, anunciándoles el fin del destierro presente, y el término de sus trabajos; y de éstos decimos lo mismo que de los pri-meros, esto es, que son misterios no pasados, sino futuros, que se han de verificar en aquel mismo día moral, de que empieza a hablar, y pro-sigue hablando, la profecía: Y sucederá que en aquel día (dice el uno) herirá el Señor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a uno 1. Y sucederá que en aquel día (dice el otro) resonará una grande trompeta, y ven-drán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que ha-bían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el san-to monte en Jerusalén 2. Con lo cual concuerda Jeremías (diciendo): Porque vendrá el día en que gritarán los guardas en el monte de Efraím: Levantaos, y subamos a Sión al Señor Dios nuestro 3.

[74] La explicación de estos dos últimos misterios, que se halla en los intérpretes de la Escritura, me parece a mí que es la mayor confir-mación de todo lo que acabamos de observar. Todos pretenden aco-modarlos del modo posible a la vuelta de Babilonia; mas como esta empresa es no sólo ardua y difícil, sino imposible, pues el texto mismo, y el contexto, y toda la historia sagrada, la repugna y la contradice, se ven luego precisados a recurrir a la alegoría, diciendo que, aunque to-do esto se verificó de algún modo en sentido literal en la vuelta de Ba-

1 Is 27, 12. 2 Is. 27, 13. 3 Jer. 31, 6.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 377

bilonia, mas su plena verificación, en el sentido especialmente inten-tado por el Espíritu Santo, sucedió después de la muerte del Mesías, y venida del Espíritu Santo. Ved aquí con qué facilidad.

Primer misterio

Y sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congre-gados uno a uno.

Explicación

El Señor en aquel día herirá o afligirá todo el país comprendido en-tre el Eufrates y el Egipto. Así lo hizo el Señor: ya por medio de Nabu-codonosor; ya por medio de los Romanos, que sujetaron todo aquel vasto país a su dominación; ya también y más propiamente, después de la muerte de Cristo, por medio de Vespasiano, de Tito y de Adriano. Y vosotros, hijos de Israel, os congregaréis uno a uno (o uno por uno, como leen Pagnini y Vatablo). ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué quiere de-cir? Prosigue la explicación: que después de la muerte de Cristo, ya an-tes, ya también después de Vespasiano y Tito, entrarán los Judíos a la Iglesia uno a uno, esto es, poquísimos.

Segundo misterio

[75] Y sucederá que en aquel día resonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén.

Explicación

En aquel día que comenzó la pascua de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo sobre los discípulos, se tocará una trompeta grande, que será la predicación del Evangelio, a cuya voz vendrán a la Iglesia de Cristo no solamente muchísimos gentiles, sino también muchos judíos, aun de aquéllos que estaban como perdidos en la tierra de los Asirios, desde Salmanasar, y en Egipto, desde Nabuco; porque es muy verosímil que muchos individuos de todas las doce tribus creyesen a los Apósto-les y se hiciesen cristianos. Ahora bien, para que no parezca que dejan del todo el sentido literal, añaden aquí una palabra con la que todo queda remediado, es a saber, que el profeta de Dios, por estas expresio-nes, alude ciertamente a la salida de Babilonia, y la considera solamen-te como una figura o sombra de la liberación por Cristo de la cautividad del demonio, etc. Entre otras muchas cosas que se ofrecerían a vuestra reflexión en este modo tan confuso y tan apresurado de explicar esta profecía, reparad esto solamente: que en este último versículo son mu-

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378 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

chos los judíos de todas las tribus que vienen al sonido de la trompeta y adoran al Señor en el santo monte en Jerusalén, esto es, en la Iglesia de Cristo; y en el versículo antecedente, uno a uno, esto es, poquísimos.

Tercer instrumento

PÁRRAFO 3

[76] El instrumento que se sigue es una confirmación, y al mismo tiempo una explicación, del antecedente. En él se anuncia claramente la vocación futura de todo Israel y su verdadera conversión, con que se ha de hacer honorable y glorioso en los ojos de Dios, y digno de su di-lección. En consecuencia de lo cual, le promete el Señor para este tiem-po dos cosas muy parecidas a las dos últimas que acabamos de obser-var, o por decir mejor, las mismas con palabras más expresivas: Y aho-ra esto dice el Señor tu Criador, oh Jacob, y tu formador, oh Israel: No temas, porque te redimí, y te llamé por tu nombre; mío eres tú. Cuando pasares por las aguas, contigo estaré, y no te cubrirán los ríos; cuando anduvieres por el fuego, no te quemarás, ni la llama ar-derá en ti; porque yo el Señor tu Dios, el Santo de Israel tu Salvador, di por rescate tuyo a Egipto, a Etiopía, y a Saba por ti. Desde que te hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé, y yo daré hombres por ti, y pueblos por tu alma. No temas, porque yo estoy con-tigo; del oriente traeré tus hijos, y del occidente te congregaré. Diré al Aquilón: Da; y al Abrego: No lo estorbes, trae mis hijos de lejos, y mis hijas de los extremos de la tierra 1.

[77] Para comprender bien así el misterio como el tiempo de que aquí se habla, sin que nos quede sobre ello ni aun sospecha de duda, nos puede ser de gran provecho la lección atenta de todo el capítulo antecedente. En él se habla claramente de la primera venida del Me-sías, de su carácter, de su ministerio, de sus virtudes, singularmente de su paciencia y mansedumbre, y de todos los efectos admirables que debían producir en el mundo su predicación, su doctrina, sus ejem-plos, su espíritu, etc.; y todo ello en las Gentes, no en Israel, por su in-credulidad. Aun aquella voz del cielo que se oyó después en el Jordán y en el Tabor: Este es mi Hijo el amado, en quien me he complacido 2, se lee anunciada en este capítulo 42, que empieza con ella misma: He aquí mi siervo, le ampararé; mi escogido, mi alma tuvo su compla-cencia en él; sobre él puse mi espíritu, él promulgará justicia a las naciones 3. Después de lo cual, desde el versículo 20, se prosigue ha-blando de la ceguedad de Israel, que lo había de desconocer y repro-

1 Is. 43, 1-6. 2 Mt. 3, 17. 3 Is. 42, 1.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 379

bar, de la indignación de Dios para con este pueblo ingrato, de su cas-tigo, de su tribulación, de su dispersión entre las Gentes, y también de su dureza y obstinación en medio de tantos trabajos, concluyéndose todo con estas palabras: Y derramó sobre él la indignación de su fu-ror, y guerra fuerte, y quemóle en rededor, y no lo conoció; y le in-cendió, y no lo entendió 1. Y es así, que hasta ahora no han querido ni quieren reconocer la verdadera causa de sus trabajos.

[78] Hecha esta importante observación, y quitado con ella todo re-curso, así a la vuelta de Babilonia como a la alegoría, es ya fácil enten-der todo el texto citado, con que sigue inmediatamente el capítulo 43, esto es, que se habla de Israel, considerado en el estado presente de cas-tigo, de tribulación, de ceguedad, en que quedó después del Mesías; por consiguiente, que las cosas que aquí se le anuncian no son cosas pasa-das, de ningún modo y en ningún sentido, sino evidentemente futuras, que se verificarán a su tiempo con toda plenitud. Esto supuesto, consi-deremos ahora brevemente estas cosas que se anuncian y prometen al residuo de Israel: Y ahora dice el Señor tu criador, oh Jacob, y tu for-mador, oh Israel: No temas, porque te redimí, y te llamé por tu nom-bre; mío eres tú, etc. Veis aquí en primer lugar la vocación de Dios, pri-mer paso absolutamente necesario para la conversión de un pecador, que Dios lo llame como por su nombre; que le calme sus temores; que aliente su confianza, para que oiga y obedezca a la voz de su Dios, para que se ponga en sus manos, y consienta voluntariamente en la nueva creación o renovación según el hombre interior (a quien le dice): Des-de que te hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé 2.

[79] ¿De qué otro modo puede un pecador hacerse honorable y glo-rioso en los ojos de Dios, que por medio de una verdadera penitencia, y de una sincera conversión? Veis aquí, pues, anunciada claramente la conversión de Israel, que tantas veces, y de tantos modos, se anuncia en todas las Escrituras. Si no queréis reconocer aquí la conversión futura de Israel, deberéis mostrar otro tiempo, desde Isaías hasta el día pre-sente, en que Israel, generalmente hablando, haya comparecido hono-rable y glorioso en los ojos de Dios, y por eso digno de su dilección. Lo contrario hallaréis en toda la Escritura, y el mismo Mesías lo confirmó, cuando les dijo: ¿Cuántas veces quise allegar tus hijos, como la gallina allega sus pollos debajo de las alas, y no quisiste? 3. Lo confirmó el Espíritu Santo, cuando les dijo por boca de San Esteban: Vosotros re-sistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros 4. Lo confirmó San Pablo, cuando les dijo, citando el capítulo

1 Is. 42, 25. 2 Rom. 7, 22; Is. 43, 4. 3 Mt. 23, 37. 4 Act. 7, 51.

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65 de Isaías: Y a Israel dice: Todo el día abrí mis manos a un pueblo incrédulo y rebelde 1. Mas de aquí mismo se sigue que ha de haber to-davía otro tiempo en que Dios mismo pueda decir, hablando con Is-rael: Desde que te hiciste digno de honra en mis ojos, y glorioso, yo te amé. Leed el salmo 71, y hallaréis en él todo este honor y gloria de Is-rael, después de su vocación y conversión, que allí mismo se anuncia: Librará al pobre del poderoso, y al pobre, que no tenía ayudador. Se lastimará del pobre y del desvalido, y hará salvas las almas de los pobres. Rescatará sus almas de la usura y de la iniquidad, y será honrado en su presencia el nombre de ellos 2. Lo mismo se lee, y con términos mucho más expresivos, en todo el capítulo 5 de Baruc. Verifi-cada, pues, la conversión de Israel, como que esto solo espera Dios pa-ra cumplirle sus promesas, prosigue inmediatamente diciéndole: Yo daré hombres por ti, y pueblos por tu alma. ¿Qué quiere decir esto? Volved los ojos a lo que queda dicho sobre aquel otro texto del capítulo 27 (que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río hasta el to-rrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a uno), y veréis, a mi parecer, el mismo misterio; y para certificarnos más, atended a lo que se sigue: Del Oriente traeré tus hijos, y del Oc-cidente te congregaré. Diré al Aquilón: Da; y al Abrego: No lo estor-bes, trae mis hijos de lejos, y mis hijas de los extremos de la tierra. Para dar lugar a tantos hijos e hijas que trae con su brazo omnipotente de todos los cuatro vientos, bien será menester desembarazar primero la posada, dando por ellos aquellos hombres y pueblos que la ocupa-ban 3. Así se les anuncia a éstos en el salmo 9: Seréis exterminadas, oh naciones, de la tierra de él 4; o como leen los LXX y la versión arábiga: Serán exterminados los pueblos de la tierra de él. De todo esto se ha-llará muchísimo en Isaías, si se lee sin preocupación, especialmente desde el capítulo 40 hasta el fin.

Otros instrumentos

PÁRRAFO 4

[80] Y yo congregaré las reliquias de mi rebaño de todas las tie-rras a donde los hubiere echado, y los haré volver a sus campos; y crecerán, y se multiplicarán. Y levantaré sobre ellos pastores, y los apacentarán; de allí adelante no tendrán miedo, ni se asombrarán; y de su número no será buscado ninguno, dice el Señor 5.

1 Rom. 10, 21. 2 Sal. 71, 12-14. 3 Is. 43, 4. 4 Sal. 9, 16. 5 Jer. 23, 3-4.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 381

[81] Bastan estas últimas palabras para comprender al punto que ni se habla aquí de la vuelta de Babilonia, ni tampoco puede tener lu-gar la alegoría de la Iglesia presente. Con esta advertencia, proseguid leyendo el texto de Jeremías: Mirad que vienen los días, dice el Señor, y levantaré para David un pimpollo justo, y reinará rey, que será sa-bio, y hará el juicio y la justicia en la tierra. En aquellos días se sal-vará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre que le llamarán, el Señor nuestro justo. Por esto, he aquí que vienen días, dice el Señor, y no dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tierras a las cuales los había yo echado allá; y habitarán en su tierra 1. Esta es palabra que vino del Señor a Jeremías, diciendo: Escribe tú en un li-bro todas las palabras que te he hablado. Porque he aquí que vienen los días, dice el Señor, y haré que vuelvan los que hayan de volver de mi pueblo de Israel y de Judá, dice el Señor; y les haré volver a la tie-rra que di a sus padres, y la poseerán 2.

[82] Todo este capítulo y el siguiente, en que se continúa el mismo asunto, son sin duda dignos de la más atenta consideración. Como son tan difusos, y yo voy ya de prisa en lo que pertenece a este primer as-pecto, me contento por ahora con hacer sobre ellos dos o tres adverten-cias importantes. Primera: que aquí se habla expresamente, no sólo con Judá, sino también con Israel, y a ambos se enderezan las palabras del Señor: Haré que vuelvan los que hayan de volver de mi pueblo de Is-rael y de Judá…; y luego al versículo 4: Y éstas son las palabras que habló el Señor a Israel y a Judá 3. Con esta primera advertencia parece que queda cerrada la puerta al recurso ordinario de la vuelta de Babilo-nia; pues sabemos de cierto que de Babilonia volvió Judá, o una parte de él bien pequeña, mas no volvió Israel, el cual no había ido a Babilo-nia, ni a la Caldea, sino a Nínive y a la Asiria. Segunda advertencia: que aquí se habla ya del día del Señor, grande y terrible, que no tiene seme-jante; se habla de la confusión y espanto de los impíos; se habla del pa-vor y terror de todas las naciones, lo cual no viene al caso en la vuelta de Babilonia: Preguntad, dice el Señor, y ved si pare el varón; pues ¿por qué he visto la mano de todo varón sobre su lomo, como de la que está de parto, y se han vuelto todas las caras en amarillez? ¡Ay, que es grande aquel día!, ni hay semejante a él; y tiempo es de tribulación para Jacob, y de él será librado 4. Tercera advertencia: En aquel día (prosigue el Señor inmediatamente, versículo 8) haré pedazos el yugo

1 Jer. 23, 5-8. 2 Jer. 30, 1-3. 3 Jer. 30, 3-4. 4 Jer. 30, 6-7.

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382 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y las cadenas de Jacob, y no permitiré que en adelante sean domina-dos por otros señores; servirán solamente a su Dios, y a su rey David 1 (que no puede ser otro que el Mesías hijo de David).

[83] Todo esto, y todo cuanto sigue en esta larga profecía, estuvo tan lejos de verificarse en la vuelta de Babilonia, que los doctores más ingeniosos, aun tirando a esto con el mayor empeño, como que tanto importaba a su sistema, si esto fuera posible, se hallan atajados casi a cada paso, y para poder salir de algún modo del gran embarazo, les es inevitable recurrir con frecuencia a la pura alegoría; y del mismo modo les es inevitable decirnos aquí que esta alegoría a la Iglesia presente es el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo. Si esta pura alegoría es el sentido verdadero, intentado especialmente por el Espí-ritu Santo, del día del Señor, grande y terrible, que no tiene semejante, ¿a qué propósito nos habla tanto el mismo Espíritu Santo del espanto y terror de todas las Gentes? ¿A qué propósito nos habla tanto de la conversión y penitencia de Israel y de Judá, y de la curación y remedio de sus llagas, siendo esto un suceso que los doctores lo reservan para después del Anticristo? ¿A qué propósito, en fin, se concluye todo el capítulo 30 con estas palabras, enderezadas nominadamente a Israel y a Judá: En lo último de los días entenderéis? 2. Este en lo último de los días quieren que signifique el fin del mundo; mas, según las Escritu-ras, no puede significar sino el fin del siglo, como hemos dicho y dire-mos más en adelante. ¡Oh, amigo!, leed toda esta profecía, contenida en estos dos capítulos, y después de haberla considerado, preguntaos a vos mismo: ¿Cuándo se han verificado las cosas que anuncia? Porque si hasta ahora no se han verificado, es necesario que se verifiquen al-guna vez, para que los Profetas sean hallados fieles 3.

[84] El mismo profeta: He aquí que yo los traeré de tierra del Norte, y los recogeré de los extremos de la tierra; estarán entre ellos el ciego y el cojo, la preñada y la parida juntamente; grande será la multitud de los que acá volverán. Con llanto vendrán, mas con mise-ricordia los volveré; y los traeré por arroyos de aguas por camino derecho, y no tropezarán en él; porque padre soy yo de Israel, y Efraím es mi primogénito 4.

[85] Y como divisando el Profeta de Dios que las Gentes, aun cris-tianas, podían no solamente dudar, sino aun despreciar como increí-bles tantas misericordias para con los viles, pérfidos y malditos Judíos, se vuelve inmediatamente a las mismas Gentes y les dice que no se maravillen, que todo esto lo dice quien lo puede hacer; que todo esto

1 Jer. 30, 8-9. 2 Jer. 30, 24. 3 Ecles. 26, 18. 4 Jer. 31, 8-9.

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no es palabra de Jeremías, sino del mismo Dios, que tiene esparcido a Israel entre las Gentes; que este mismo Dios lo congregará algún día de los extremos de la tierra, lo redimirá, lo librará de la mano del más poderoso, y lo guardará como un buen pastor a su grey: Oíd, naciones, la palabra del Señor… El que esparció a Israel, lo congregará, y lo guardará como el pastor su ganado; porque el Señor redimió a Ja-cob, y le libró de la mano del más poderoso. Y vendrán, y darán ala-banza en el monte de Sión, etc. 1.

[86] Y después: He aquí que yo los congregaré de todas las tie-rras a donde los eché con mi furor, y con mi ira, y con mi grande in-dignación; y los volveré a este lugar, y haré que habiten confiada-mente en él. Y serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Y les daré un cora-zón, y un camino para que me teman todos los días, y les vaya bien a ellos, y a sus hijos después de ellos. Y haré con ellos un pacto eterno, y no dejaré de hacerles bien; y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos, cuando les hi-ciere bien; y los plantaré en esta tierra en verdad, con todo mi cora-zón y con toda mi alma 2.

[87] Y finalmente: He aquí que yo les cicatrizaré la llaga, y daré sanidad, y los curaré; y les mostraré la paz y la verdad que pidieron. Y haré volver los que vuelvan de Judá, y los que vuelvan de Jerusa-lén; y los edificaré como desde el principio. Y los limpiaré de toda su iniquidad, en que pecaron contra mí; y seré propicio a todas sus mal-dades, con que pecaron contra mí, y me despreciaron. Y me será a mí de nombre, y de gozo, y de alabanza, y de regocijo para con todas las naciones de la tierra, que oyeren todos los bienes que yo les he de ha-cer; y se asombrarán, y se turbarán por todos los bienes, y por toda la paz, que yo les haré a ellos 3.

[88] O todas éstas son unas exageraciones desmedidas, llenas de impropiedad, y aun de falsedad, o el Espíritu Santo no habla aquí de la vuelta de Babilonia; porque sabemos de cierto, por la misma Escritura, que nada de esto se verificó, ni se pudo verificar en aquel tiempo; si no es que se diga que se habla aquí, no de la antigua Babilonia de los Cal-deos, sino de la vuelta de otra grande Babilonia, llamada así por los dos apóstoles más amados, San Pedro y San Juan; con lo cual nos con-formaremos enteramente, según se verá en su lugar, cuando observe-mos de propósito esta vuelta de Babilonia y a Babilonia misma.

[89] Por último, considerad quieta y atentamente aquella profecía del Señor que, hablando con sus discípulos pocos días antes de su pa-

1 Jer. 31, 10-12. 2 Jer. 32, 37-41. 3 Jer. 33, 6-9.

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384 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sión, les dice así: Pues cuando viereis a Jerusalén cercada de un ejér-cito, entonces sabed que su desolación está cerca… Porque éstos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están es-critas… Porque habrá grande apretura sobre la tierra, e ira para este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a to-das las naciones, y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones 1.

[90] Estas últimas palabras, ¿qué quieren decir? Jerusalén será hollada o conculcada de las Gentes hasta que se llenen los tiempos de las naciones. Yo infiero de aquí una consecuencia, no sólo legítima y justa, sino conforme con otros muchos lugares de la Escritura: luego las naciones tienen sus tiempos fijos y precisos, los cuales concluidos, Jerusalén dejará de ser hollada de las Gentes. A esto alude visiblemen-te San Pablo, o esto mismo dice, hablando con las Gentes cristianas: Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Is-rael hasta que haya entrado la plenitud de las Gentes, y que así todo Israel se salvase, como está escrito 2.

[91] De modo que, cumplidos o llenos los tiempos de misericordia para las Gentes, y habiendo entrado la plenitud de ellas (no cierto to-das, sino las que han de entrar, según la presciencia de Dios), enton-ces, dice el Apóstol, será salvo todo Israel, conforme está escrito; en-tonces, dice el mismo Cristo, Jerusalén dejará de ser conculcada de las Gentes, y esto en el mismo sentido en que ahora se dice con toda ver-dad, hollada de los Gentiles, esto es, materialmente y formalmente; materialmente cuanto al lugar donde estaba fabricada, formalmente cuanto a sus propios y legítimos habitadores, o a la nación entera, de quien Jerusalén era cabeza, según la institución de Dios; pues en am-bos sentidos se ha cumplido y se está cumpliendo la profecía del Se-ñor. No quisiera detenerme un momento más en la consideración de este primer aspecto, que ha salido más difuso que lo que yo pensaba; y no obstante, he dicho poquísimo respecto de lo que había que decir. Mas se hace durísimo no decir una palabra sobre la explicación de es-tos dos textos que acabo de citar, que se hallan en los mejores intér-pretes de la Escritura, y a lo menos la propongo a vuestra reflexión.

[92] Jerusalén, dice Cristo, será conculcada de las Gentes hasta que se llenen los tiempos de las naciones… Esto es, dice la explicación, hasta el fin del mundo, o no mucho antes. ¿Cuándo? Cuando el Anti-cristo, rey y Mesías de los Judíos, y monarca universal de todo el orbe, edifique de nuevo esta ciudad, y ponga en ella la corte de su imperio

1 Lc. 21, 20 y 22-24. 2 Rom. 11, 25-26.

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universal… La ceguedad de Israel, dice el Apóstol, debe durar hasta que entre la plenitud de las Gentes. Cuando haya entrado esta pleni-tud, o lo que parece lo mismo, cuando se hayan llenado o concluido los tiempos de las naciones, entonces todo Israel será salvo, según está es-crito… Esto es (prosigue la explicación), Israel será salvo un poquito antes de acabarse el mundo… Esto es, Israel será salvo después de la muerte de su falso Mesías, y ruina de su imperio universal. ¡Oh, si fue-se posible cerrar enteramente esta puerta, o esta abertura, y quitar del todo este efugio tan ordinario! ¿Qué bienes no pudieran resultar de aquí para la verdadera y llanísima inteligencia de tantas y tan graves profecías? Yo imploro para esto, y para otras mil cosas de que trato, el favor y la protección de los sabios de nuestro siglo, cuyo principal ca-rácter es la inquisición de la verdad en cualquier asunto que sea, sin negarse a ella después de conocida.

[93] No dejéis, señor, de reparar bien, aunque sea de paso, aquella especie de salva o preparación que hace el Apóstol, antes de revelar es-te secreto, como pidiendo a las Gentes cristianas, con quienes habla, una atención particular: Mas no quiero, hermanos míos (dice), que ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos). ¡Qué salva tan inútil y tan fuera de propósito, si el misterio que va a revelar no es otro, sino que los Judíos se convertirán al fin del mundo, y que la Iglesia presente apenas recibirá entonces a los Judíos que ha-llare! Esto quiere el Apóstol que no ignoren las Gentes cristianas, para que no se envanezcan, para que no se engrían, para que no se fíen de-masiado, para que no sean sabios solamente para sí mismos 1. Pero de esto hablaremos en otra parte, que todavía no es su tiempo.

Artículo 2

Segundo aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del Mesías, como desconocidos de su Dios,

y horror de pueblo suyo; y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

PÁRRAFO 1

[94] Todos saben que la descendencia del justo Abraham por Isaac y Jacob fue más de dos mil años la única, entre todas las naciones de la

1 Rom. 11, 25.

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386 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tierra, que conociese y adorase al verdadero Dios, la única escogida de Dios, consagrada a Dios, unida a Dios, la única que entrase en comer-cio y sociedad con Dios, que recibiese leyes y ceremonias de Dios, que tratase con Dios, que se obligase a Dios, y a quien el mismo Dios se obligase; la única, en suma, que mereciese llamarse con verdad pueblo de Dios: Sólo os conocí a vosotros de todos los linajes de la tierra 1, les decía el mismo Dios por el profeta Amós.

[95] Del mismo modo saben todos que este pueblo de Dios, tan dis-tinguido, tan honrado, tan amado, tan beneficiado, fue siempre por la mayor y máxima parte el más duro, el más infiel, el más ingrato de to-dos los pueblos. Para conservar este pueblo, para instruirlo, para ilus-trarlo, para santificarlo, ¡qué prodigios no hizo el Señor, qué excesos, qué providencias, qué beneficios, qué promesas, qué amenazas, qué castigos! Pero todo en vano, y tan en vano, que el mismo Dios se queja-ba continuamente por sus Profetas, como un buen padre que ya no ha-lla qué hacer para corregir un hijo perverso: ¿Qué es lo que debí hacer más de esto a mi viña, y no lo hice? 2. En vano castigué a vuestros hi-jos, no recibieron la corrección, les decía por Jeremías, capítulo 2 3. No escuchó voz, ni recibió amonestación, decía por Sofonías, capítulo 3 4.

[96] Llegando, en fin, la ingratitud e iniquidad de este pueblo hasta el supremo grado, esto es, hasta desconocer, hasta crucificar, a la espe-ranza de Israel, hasta cerrar voluntariamente los ojos a aquella grande luz que vieron los ciegos de nacimiento, esto es, aun el mismo pueblo de las Gentes, que andaba en tinieblas… en la región de la sombra de muerte 5, llegó también hasta el supremo grado la justa indignación de Dios, esto es, hasta privarlo enteramente del honor y prerrogativas de pueblo suyo; hasta arrojarle de sí, abandonarlo y desconocerlo, como si ya no fuese su padre ni su Dios; hasta reputarlo y mirarlo como cual-quiera otro pueblo extraño y salvaje, a quien no tiene obligación alguna, y aun a quien reputa entre sus enemigos. Así se lo tenía anunciado cla-ramente por Daniel (diciendo): Y después de sesenta y dos semanas se-rá muerto el Cristo, y no será más suyo el pueblo que le negará 6. Así se lo tenía anunciado por Oseas cuando le mandó a este profeta que a un hijo que acababa de nacerle le pusiese por nombre Longhammí, esto es: No pueblo mío 7, explicando luego el enigma por estas palabras: Porque vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro 8. Así lo tenía

1 Amós 3, 2. 2 Is. 5, 4. 3 Jer. 2, 30. 4 Sof. 3, 2. 5 Is. 9, 2. 6 Dan. 9, 26. 7 Oseas 1, 9. 8 Oseas 1, 9.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 387

anunciado por Malaquías: No está mi voluntad en vosotros…, ni reci-biré ofrenda alguna de vuestra mano. Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, grande es mi nombre entre las Gentes, y en todo lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre ofrenda pura 1.

[97] Esta amenaza terrible que los Judíos, sabios en sí mismos 2, jamás creyeron plenamente, se empezó a verificar (no obstante su va-na confianza y su estulta seguridad) después de la muerte del Mesías, y se ha verificado con tanta plenitud, que más de diecisiete siglos ha que la descendencia del justo Abraham, ni es pueblo de Dios, ni aun siquiera pueblo, habiendo quedado desde entonces en un estado tan singular como lo ha visto y lo ve todo el mundo, y como todo el mundo debiera mirarlo con los mayores sentimientos de religión, si mirase también que todo esto está anunciado en la Escritura, del mismo mo-do y en la misma forma en que lo ve. Por lo que el mismo Mesías, anunciando la próxima ruina de Jerusalén, y el castigo inminente del pueblo de Dios, dice que aquellos días serán ya sólo de ira y de ven-ganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas 3.

[98] Según esto, tenemos en el asunto de que vamos hablando dos cosas ciertas e indubitables, de que nos da testimonio la divina Escri-tura; de la una en historia, de la otra en profecía, mas en profecía ya plenamente verificada en presencia de todo el mundo, y con ciencia cierta de todos los que son capaces de saber. La primera en historia es que la descendencia del justo Abraham, por Isaac y Jacob, fue por es-pacio de muchos siglos el pueblo único de Dios, fue la viña de Dios, la heredad de Dios, la iglesia de Dios, la sinagoga de Dios; que todas es-tas diversas palabras, que usa la misma Escritura, significan una mis-ma cosa. La segunda en profecía, ya plenísimamente verificada, es que este mismo pueblo de Dios, después de la muerte del Mesías, ha sido despojado enteramente de su dignidad, como estaba escrito, y como el mismo Mesías lo confirmó diciendo: Mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas exteriores 4.

[99] Ahora, si fuera de estas dos cosas ciertas e indubitables, de que tanto nos ha hablado la divina Escritura, hallásemos en ella mis-ma otra tercera, que todavía no se ha verificado; y esto no oscuramen-te, sino con la mayor claridad posible; no una o dos veces, sino innu-merables; no en uno o dos profetas, sino en casi todos; en este caso, suponiéndolo cierto e innegable, ¿qué deberíamos hacer? ¿Nos sería lícito dudar de esta tercera, o despreciarla o desfigurarla? ¿Nos sería lícito hacer en esta tercera lo que no hacemos, ni nos es posible hacer,

1 Mal. 1, 10-11. 2 2 Cor. 11, 19. 3 Lc. 21, 22. 4 Mt. 8, 12.

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388 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

con la primera ni con la segunda? ¿Nos sería lícito pasarla a otros sen-tidos impropios y violentísimos, y por eso mismo infinitamente ajenos de la veracidad de Dios? Pues, amigo mío, esta tercera se halla en las santas Escrituras, no menos que la primera y la segunda; se halla anunciada con la misma y mayor claridad; se halla, no sólo en Daniel, en Oseas y Malaquías, sino en casi todos los Profetas, y en algunos dos veces. ¿Cuál es esta tercera? Que la misma descendencia del justo Abraham por Isaac y Jacob, la que desde Abraham hasta Cristo fue pueblo único de Dios, y que desde Cristo hasta el día de hoy está pri-vada de este honor, y arrojada en las tinieblas exteriores, esta misma descendencia de Abraham volverá algún día a ser otra vez pueblo de Dios, infinitamente mayor de lo que fue en otros tiempos, y esto en su misma patria, de que fue desterrada, y bajo de otro testamento sempi-terno, que no puede envejecerse ni acabarse como el primero. No me preguntéis tan presto en qué sentido hablo, porque yo no soy capaz de explicar muchas cosas a un mismo tiempo. El sentido en que hablo se irá manifestando por sí mismo, sin otra diligencia. Si esto tercero así como suena (que bien claro está) os parece duro y difícil de creer, da-réis con esto una prueba bien sensible de que sólo creéis a Dios en aquellas cosas que ya veis verificadas con vuestros propios ojos, mas no en aquellas otras que no se han verificado, ni se sabe ni se entiende cómo podrán verificarse; y en este caso no deberéis extrañar que os apliquemos aquellas palabras de Cristo ya resucitado: Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creye-ron 1. Esto tercero es lo que vamos ya a mostrar.

Se considera el capítulo 11 de Isaías

PÁRRAFO 2

[100] La primera parte de esta profecía hasta el versículo 10, aun-que hacía admirablemente al asunto general de esta obra, mas respec-to del asunto particular de que actualmente hablamos, no viene tan al caso. En ella hay tanto que observar, que era necesaria una difusa y casi importuna digresión. Por cuyo motivo nos vemos precisados a omitirla por ahora, reservándola para su propio y natural lugar, que debe tener en la tercera parte. No obstante, parece conveniente adver-tir aquí como de paso, mas a grandes voces, que no es cierto, ni aun si-quiera probable, con verdadera probabilidad, que se hable en esta pro-fecía de la primera venida del Mesías, ni de la Iglesia presente, a don-de tiran los intérpretes, según su sistema, usando para esto, ya de su-

1 Jn. 20, 29.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 389

mo ingenio, ya de suma violencia; sino que habla, y manifiestamente, de la venida del Señor en gloria y majestad, como es facilísimo, no di-go solamente probarlo, sino demostrarlo con suma evidencia, así por el texto mismo y por todas sus expresiones y palabras, como por todo su contexto, tomado desde el capítulo 10, continuado por todo el 11, y seguido hasta el 12. Confieso ingenuamente que dejo este punto con suma repugnancia; no lo dejara tan del todo, si no tuviera esperanza de volverlo a tomar con más quietud en otra ocasión más oportuna. Vengamos, pues, a la observación de la segunda parte de la misma profecía, que es la que ahora se ha de menester.

Versículo 11

[101] Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asirios, y de Egip-to, y de Fetros, y de Etiopía, y de Elam, y de Senaar, y de Emat, y de las islas del mar. Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro pla-gas de la tierra. Y será quitada la emulación de Efraím, y perecerán los enemigos de Judá; Efraím no envidiará a Judá, y Judá no peleará contra Efraím. Y volarán a los hombros de los Filisteos por mar, etc. 1.

[102] Os parecerá sin duda, a primera vista, que esta profecía que acabáis de leer con vuestros ojos no pide interpretación, bastando leer-la para entenderla; y no obstante, ésta es una de las muchas profecías que no pueden pasar sin grandes precauciones; no puede salir al públi-co sin haber entrado en el crisol, y dejado en él todo lo que se tiene por escoria; no sea que se entienda como se lee, y con esto solo se descon-cierten, o se pongan en peligro, algunas medidas. Para evitar, pues, es-te gran peligro, debe interpretarse la profecía diciendo resueltamente que, aunque en sentido literal anuncia la salida de Babilonia, y en este sentido se verificó entonces, si no en todo, a lo menos en parte; mas en otro sentido más alto anuncia otra cosa mucho mayor. ¿Cuál es ésta? Es, dicen, la conversión de muchísimos judíos, no ya uno a uno, esto es, poquísimos, sino de millares de ellos, y verosímilmente de todas las doce tribus, que sucedió con la predicación de los Apóstoles, así en Je-rusalén y Judea, como en todas las otras partes del mundo por donde discurrieron los mismos Apóstoles 2. En este sentido altísimo, y por eso especialmente intentado por el Espíritu Santo, se acabó de verifi-car la profecía, que sólo se había verificado en parte en la salida de Ba-bilonia, y esto como un tipo o figura de la liberación por Cristo de otra cautividad mayor, que era la del demonio y del pecado, etc.

1 Is. 11, 11-14. 2 Mc. 16, 15.

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390 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[103] Para ver ahora con los ojos si esta interpretación es justa o no, aunque fuera muy conducente el confrontarla con el texto mismo, y con todas sus palabras; mas por abreviar, reparemos solamente en dos pa-labras importantes, que contiene la primera cláusula: la una es, segun-da; la otra es, para poseer… Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo, que quedará, etc. De manera, que el Señor promete aquí, en términos claros y formales, que para poseer el residuo de Israel, hará segunda vez, en aquel día, aquello mismo que hizo en otros tiempos la primera vez; pues ninguna cosa puede hacerse segunda vez, si no se ha hecho la vez primera. Se pregunta ahora: ¿A qué suceso anterior alude esta palabra, segunda? Si no recurrimos al Exodo, o a la salida de Egipto y paso del mar Rojo, parece claro que nos cansaremos en vano. El texto mismo de esta pro-fecía nos remite a este primer suceso, concluyendo con estas palabras: Y habrá camino para el resto de mi pueblo que escapare de los Asirios, así como lo hubo para Israel en aquel día que salió de tierra de Egip-to 1. Siendo el primer suceso la salida de Egipto, en la cual sacó Dios su mano omnipotente en favor de Israel, el segundo deberá ser alguna co-sa semejante. Es decir, si la primera vez hizo Dios tan visible y tan ad-mirable su mano omnipotente, en tanta multitud de prodigios, para sa-car a Israel de Egipto, y poseerlo como pueblo suyo peculiar, prome-tiendo el mismo Dios esta mano omnipotente para otra segunda vez, esto es, para poseer el residuo de Israel, deberán renovarse esta segun-da vez aquellos mismos prodigios, u otros semejantes o mayores. Digo mayores, porque parece mucho menos difícil sacar un pueblo del poder de un príncipe solo, y de la pequeña tierra de Gesén, que sacarlo del po-der de todos los príncipes, y de todas las cuatro plagas de la tierra don-de está disperso, y prodigiosamente multiplicado: Congregará los fugi-tivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá.

[104] Si esto no se recibe, si se desprecia como increíble o como displicente, deberá mostrarse en los siglos pasados este suceso segundo en que Dios haya hecho manifestar su mano omnipotente, así como la hizo manifestar la primera vez en Egipto. ¿Cuál, pues, habrá sido este suceso? O fue la salida de Babilonia, o la cosa no ha sucedido hasta el día de hoy; porque el sentido espiritual a que se recurre, y con que se ti-ran a llenar tantos y tan grandes vacíos, apenas parece suficiente para huir la dificultad, dejándola en pie. Que el segundo suceso de que aquí se habla no fuese la salida de Babilonia, se prueba evidentemente por tres razones sacadas del mismo texto sin salir de él. Primera: porque aquellos pocos que salieron de Babilonia con licencia de su rey Ciro, no salieron de todas las partes de la tierra, que nombra expresamente la profecía; no salieron de la Asiria, de Egipto, de Fetros, o Arabia, de

1 Is. 11, 16.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 391

Etiopía, de Elam, de Amat, que eran todas regiones conocidas de los Judíos; mucho menos salieron de aquellas regiones que sólo se nom-bran en general, como son las islas del mar; mucho menos aun de las cuatro plagas de la tierra, o de los cuatro vientos cardinales. Lo único que se puede decir de los que salieron de Babilonia es que salieron de Senaar, o Caldea, que también está en esta lista, y tal vez por esto sólo se dice que la profecía se cumplió entonces en parte, y en esta parte pe-queñísima sólo como una figura de otra cosa mayor, que debe ser pu-ramente espiritual. Algunos doctores (creo que no son muchos) dan muestras de quedar poco satisfechos, y aun con grandes escrúpulos, de la violencia de su explicación. Así, añaden una palabra con que todo queda remediado, es a saber, que toda esta profecía, y otras semejantes, se acabarán de cumplir con toda su plenitud hacia el fin del mundo, es-to es, después del Anticristo, cuando los Judíos dispersos entre las na-ciones sean llamados de Dios, así a la Iglesia de Cristo como a su tie-rra. Estas últimas palabras fueran dignas de estimación, si sobre ellas se explicasen un poquito más; el gran trabajo es que las dicen tan de pa-so, tan en general, tan en confuso, que nos dejan con el deseo de saber qué es lo que nos conceden en realidad; pues aun esto poco que parece que conceden, lo deshacen del todo en otras partes.

[105] La segunda razón es porque, en la salida de Babilonia, no tu-vo Dios que hacer milagro alguno extraordinario; no tuvo para qué mostrar públicamente su mano omnipotente, como lo había hecho en Egipto; sólo movió secretamente el corazón de Ciro, inspirándole que permitiese a los Judíos, y aun los convidara, a que volviesen a Jerusa-lén, y edificasen de nuevo el templo de Dios. El mismo Ciro lo dice así en su decreto o edicto real: Esto dice Ciro, rey de los Persas: Todos los reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén, que está en la Ju-dea…, y que edifique la casa del Señor Dios de Israel 1. ¡Qué cosa tan diversa de lo que sucedió con Faraón!

[106] La tercera razón, y a mi parecer la más decisiva, es la causa, o el motivo, o el fin directo o inmediato, para que sacará Dios segunda vez su mano omnipotente. Será, dice el profeta de Dios, para poseer el residuo de su pueblo, que entonces se hallare en todas las naciones de la tierra: Para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asi-rios… De aquí se infiere manifiestamente que la profecía no puede ha-blar, ni en todo ni en parte, de la salida de Babilonia. ¿Por qué? Por-que los que salieron de Babilonia fueron algunos individuos de aquella misma descendencia del justo Abraham, que todavía era pueblo de Dios, y único pueblo suyo; ni por estar desterrado este pueblo de su

1 1 Esd. 1, 2-3.

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392 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

patria, y penitenciado de su Dios, dejó de ser pueblo suyo, ni Dios dejó de poseerlo como tal, ni de mirarlo y tratarlo como la única posesión o heredad que tenía sobre la tierra. En toda la larga profecía de Jeremías se ve lo que hizo el Señor para no desterrarlo; se ve que al fin lo castigó con éste y otros castigos, como con repugnancia y dolor, y hablando a nuestro modo, a más no poder; y todo enderezado a edificación, y no a destrucción, para solicitar por este medio su enmienda, no su ruina; pues la idolatría en unos, y la iniquidad en casi todos, máximamente en el sacerdocio, se habían hecho tan generales, que como decía el mismo Dios por Miqueas, capítulo 7, el mejor entre ellos es como ca-brón; y el que es recto, como espino de cerca 1.

[107] Después de desterrado, no dejó Dios de asistir a este pueblo suyo, de consolarlo, de protegerlo con providencias no sólo generales, sino bien singulares, y muchas de ellas bien extraordinarias, como un buen padre que, por una parte, castiga con rigor a un hijo perverso, le muestra un semblante inexorable, lo priva de su presencia, lo aflige, lo destierra, y al mismo tiempo no puede olvidarse de que es padre, no puede disimular su amor y su ternura. En este tiempo de destierro y de indignación sucedió aquella providencia milagrosa en que libró a la inocente Susana de las piedras, que ya iban a oprimirla por el falso tes-timonio de los jueces inicuos. En este tiempo sucedió aquella otra pro-videncia admirable con que libró a todo su pueblo de la tiranía del so-berbio Amán, por medio de Ester y Mardoqueo. En este tiempo sacó sin lesión alguna del horno de fuego ardiendo, a aquellos tres justos que resistieron constantemente al impío decreto de Nabucodonosor, que quería adorasen por Dios a una estatua, obra de las manos de los hom-bres, y esto a vista del mismo rey y de toda su corte. En este tiempo les envió aquellos dos grandes profetas, Daniel y Ezequiel, los cuales, en todo el tiempo del destierro, les hicieron servicios de suma importan-cia, el uno en lo espiritual, y el otro aun en lo temporal, por el gran cré-dito que tenían en la corte y en todo el imperio. En suma, en este tiem-po de destierro, de ira, de indignación, les escribió una carta por medio de Jeremías, que había quedado en Jerusalén, en la que les dice, entre otras cosas, estas amorosas palabras, dignas de un verdadero padre. Porque yo sé los pensamientos que yo tengo sobre vosotros…, pensa-mientos de paz, y no de aflicción, para daros el fin y la paciencia… Me buscaréis, y me hallaréis, cuando me buscareis de todo vuestro cora-zón. Y seré hallado de vosotros, dice el Señor 2. Señales todas las más sensibles de que, aun después de desterrados y expatriados, los miraba Dios como pueblo suyo, y que no dejaban de serlo, por hallarse fuera de su patria, aunque tan abatidos y humillados en tierra extraña.

1 Miq. 7, 4. 2 Jer. 29, 11 y 13-14.

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[108] Por abreviar, si se lee toda la Escritura, desde el capítulo 12 del Génesis, esto es, desde la vocación de Abraham, hasta la muerte del Mesías, o algunos años adelante, siempre se hallará a Israel con el honor y dignidad de pueblo de Dios; siempre se hallará en este pue-blo la viña de Dios, la heredad de Dios, la iglesia de Dios; por consi-guiente, siempre se hallará este pueblo poseído de Dios, no obstante su iniquidad y los terribles castigos que sufrió por ella. De otra suerte pudiera decirse que en algún tiempo faltó del mundo la iglesia de Dios; pues no es otra cosa poseer Dios un pueblo, que ser este pueblo la iglesia de Dios. Este inconveniente no pequeño cesó enteramente cuarenta años después de la muerte del Mesías. Ya en este tiempo se había Dios preparado, por la predicación del Evangelio y por la efu-sión abundante de su divino Espíritu, otro pueblo nuevo, que se reco-gía en gran prisa de entre las Gentes; ya tenía en él bien asegurada su Iglesia y, por usar de la similitud admirable del Apóstol 1, ya había Dios injertado en aquel mismo olivo, cuyas ramas propias se iban a cortar, otras ramas de oleastro silvestre, las cuales, participando de la virtud de la raíz, y gozando plenamente de todo el jugo nutricio, de-bían dar excelentes frutos, como ciertamente los han dado, aunque no tantos como se debía esperar. Con esto se podían ya cortar sin incon-veniente alguno las ramas propias del olivo, y en efecto así sucedió, según que estaba escrito; y desde entonces (y solamente desde enton-ces) toda la descendencia del justo Abraham dejó de ser pueblo de Dios, y Dios lo dejó de poseer en calidad de pueblo suyo, o heredad su-ya, o iglesia suya, etc.

[109] De modo que, desde Abraham hasta el día de hoy, es imposi-ble señalar otra época en que Dios dejase de poseer a Israel (en todo o en parte), y en que Israel dejase de ser pueblo de Dios, sino solamente después de la muerte del Mesías. De aquí se sigue una consecuencia le-gítima y justa: luego la promesa que hace Dios de sacar segunda vez su mano omnipotente, como la sacó la primera vez en Egipto, para poseer el residuo de Israel que en aquel día quedare entre todas las naciones, y en todas las cuatro plagas de la tierra, es una promesa que hasta ahora no se ha verificado; si hasta ahora no se ha verificado, luego debe haber otro tiempo en que se verifique. ¿Cuándo? Cuando extienda el Señor su mano segunda vez, para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asirios, y de Egipto… y de las islas del mar.

[110] Esta posesión, o esta posesión por segunda vez, es toda la es-peranza y el consuelo único de los miserables Judíos; y aunque las ideas que sobre esto tienen son ciertamente groseras y aun absurdas, conformes al estado de ceguedad y de ignorancia extrema en que ac-

1 Rom. 11, 17.

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394 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tualmente se hallan, según las Escrituras; mas podían los doctores cristianos corregirles estas ideas, y darles otras más justas y más con-formes a sus Escrituras, sin negarles la sustancia misma, con tanta du-reza y con tan poca razón.

[111] A todo esto se debe añadir lo que añade inmediatamente la profecía, diciendo que, en este mismo día de que habla, elevará el Señor cierta señal (o real, o metafórica) no ciertamente en favor de las nacio-nes, como se tira a suponer o insinuar con gran disimulo, sino contra las naciones mismas 1, y con esta señal congregará los prófugos de Is-rael, y los dispersos de Judá, de todas las cuatro plagas de la tierra 2.

Se confirma todo lo dicho con otros lugares de los profetas

PÁRRAFO 3

[112] Hasta aquí hemos considerado solamente una parte del capí-tulo 11 de Isaías. Quedan fuera de este lugar otros innumerables en ca-si todos los Profetas, no menos claros y expresos en el asunto. Mas porque el considerarlos todos o muchos de ellos sería un trabajo mo-lestísimo, sin especial utilidad, debemos contentarnos con producir y examinar algunos pocos, haciendo sobre ellos y sobre todos los demás en general esta simple y brevísima reflexión. Es cierto e innegable que en la Escritura divina se halla una promesa de Dios, repetida y confir-mada de varios modos en los más de los Profetas, la cual promesa ha-bla expresa y nominadamente con todo el residuo de los hijos de Is-rael, cuando éstos sean recogidos de todas las naciones, plantados de nuevo en la tierra de sus padres, bañados del Espíritu de Dios, lavados con esta agua limpia de todos sus pecados, iluminados, santificados, etc.; y todo esto, no bajo del Antiguo Testamento, sino debajo del otro nuevo y sempiterno; palabras y expresiones todas de que usan los Pro-fetas de Dios. La promesa de que hablo se halla, no solamente en esta sustancia, sino también en estas formales palabras.

[113] En aquel día, en aquel tiempo, yo seré vuestro Dios, y voso-tros seréis mi pueblo.

[114] Por si acaso esto se dudare, ved aquí algunos pocos ejempla-res. Mirándolos juntos y de cerca, los podremos considerar mejor.

[115] Jeremías: Y pondré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y los volveré a traer a esta tierra; y los edificaré, y no los destruiré; y los plantaré, y no los arrancaré. Y les daré corazón para que sepan

1 Is. 11, 12. 2 Is. 11, 12.

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que yo soy el Señor; y serán mi pueblo, y yo les seré su Dios; porque lo convertirán a mí de todo su corazón 1.

[116] Del mismo: Y vosotros me seréis mi pueblo, y yo seré vues-tro Dios 2. El tiempo en que esto sucederá luego lo explica el Profeta, diciendo: En lo último de los días entenderéis estas cosas 3. En aquel tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las parentelas de Israel, y ellas serán mi pueblo 4.

[117] Baruc: Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para que yo les sea a ellos Dios, y ellos a mí me sean pueblo; y no remove-ré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 5.

[118] Este texto clama a voces pidiendo una atención particular. Ezequiel: Esto dice el Señor Dios: Yo os congregaré de los pueblos, y os reuniré de las tierras en que habéis sido dispersos, y os daré la tie-rra de Israel… Y les daré un solo corazón, y un espíritu nuevo pondré en sus entrañas; y quitaré de la carne de ellos el corazón de piedra, y les daré corazón de carne; para que anden en mis mandamientos, y guarden mis juicios, y los cumplan; y a mí me sean pueblo, y yo les sea a ellos Dios 6.

[119] Del mismo: Y sabrán que yo soy el Señor, cuando quebran-tare las cadenas del yugo de ellos, y los librare de la mano de los que los dominan. Y no serán más expuestos a la presa de las Gentes, ni serán devorados de las bestias de la tierra; sino que morarán confia-dos sin ningún espanto… Y sabrán que yo, el Señor, seré su Dios con ellos, y ellos, casa de Israel, serán mi pueblo, dice el Señor Dios 7.

[120] Del mismo: Por cuanto os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré de todos las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y de-rramaré sobre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vues-tras inmundicias… Y moraréis en la tierra que di a vuestros padres; y seréis su pueblo, y yo seré vuestro Dios 8.

[121] Del mismo: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos… y ellos serán mi pueblo, y yo les seré su Dios. Y mi siervo David será rey sobre ellos 9.

1 Jer. 24, 6-7. 2 Jer. 30, 22. 3 Jer. 30, 24. 4 Jer. 31, 1. 5 Bar. 2, 25. 6 Ez. 11, 17 y 19-20. 7 Ez. 34, 27-28 y 30. 8 Ez. 36, 24-25 y 28. 9 Ez. 36, 21-24.

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396 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[122] Zacarías: He aquí que yo salvaré a mi pueblo de las tierras del Oriente, y de las tierras del Occidente. Y los conduciré, y morarán en medio de Jerusalén; y serán mi pueblo, y yo les seré su Dios en verdad y en justicia 1.

[123] Sería bien observar aquí, de paso, que Zacarías profetizó des-pués de la vuelta de Babilonia; como también que los que volvieron de Babilonia, volvieron de las tierras del Oriente, mas no de las tierras del Occidente. Del mismo: Y serán en toda la tierra, dice el Señor; dos partes de ella serán dispersas, y perecerán; y la tercera parte queda-rá en ella. Y pasaré por fuego la tercera parte, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisolaré como es acrisolado el oro. El invo-cará mi nombre, y yo le oiré. Diré: Pueblo mío eres; y él dirá: Señor Dios mío 2.

[124] Parece que estos pocos lugares, aunque no hubiese otros, bastan y sobran para asegurarnos de la promesa divina de que habla-mos. Oídme ahora, amigo, dos palabras, y dadme atención. Lo que se dice y promete en estos y otros lugares semejantes de la divina Escri-tura, o se cumplió ya plenamente en los tiempos anteriores al Mesías, o no se ha cumplido de modo alguno hasta el día de hoy. Entre estas dos cosas, no hay medio alguno razonable; porque ni en los días del Mesías, ni en los siglos que han corrido después del Mesías, se ha po-dido esto cumplir, piénsese como se pensare; antes por el contrario se ha cumplido en este tiempo posterior al Mesías todo lo que estaba es-crito en contra de Israel: Porque éstos son días de venganza, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. Entre otras cosas, una de ellas es ésta, que también está escrito, y ninguno se la disputa: Is-rael dejará de ser pueblo de Dios, y Dios mismo dejará de ser su Dios: Vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro… Será muerto el Cris-to, y no será más suyo el pueblo que le negará 3.

[125] No queda, pues, otra cosa que decir, sino que todo se cum-plió en los tiempos anteriores al Mesías. Mas ¿cuándo? ¿Acaso en la vuelta de Babilonia en tiempo de Ciro o Artajerjes? Sí, en este tiempo, pues no hay otro recurso en el sentido que llaman literal. Ved ahora la consecuencia natural y legítima que de aquí se sigue. Todas estas pro-fecías, decís, hablan literalmente de la vuelta de Babilonia, y en ella se cumplieron literalmente en sentido literal; luego todas estas profecías, digo yo, y tantas otras del todo semejantes, son profecías apócrifas, son fingidas, son falsas, y los que se atrevieron a publicarlas en el nombre santo de Dios vivo, fueron en esto unos verdaderos seducto-

1 Zac. 8, 7-8. 2 Zac. 13, 8-9. 3 Os. 1, 9; Dan. 9, 26.

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res. La consecuencia parece legítima y forzosa. Para conocer un profe-ta falso, por quien no habla el Espíritu Santo, nos da una regla general, cierta e indubitable, el mismo Espíritu Santo: Tendrás esto por señal, nos dice en el capítulo 18 del Deuteronomio: Si lo que aquel profeta hubiere vaticinado en el nombre del Señor no se verificare, esto no lo habló el Señor, sino que se lo forjó el profeta por orgullo de su cora-zón 1. Conque si las profecías de que hablamos anuncian y prometen en el nombre del Señor, para la vuelta de Babilonia, cosas que enton-ces no se vieron ni se han visto jamás, con esto solo podemos concluir seguramente que todas son falsas y fingidas; que el Espíritu de Dios no habló ni pudo hablar en ellas; y que éstos que se llaman profetas las fingieron todas por orgullo de su corazón. Si el decir esto se juzga con suma razón una verdadera blasfemia sólo digna de algún filósofo anti-cristiano, deberemos confesar de buena fe que dichas profecías no se enderezan de modo alguno a la vuelta de Babilonia, sino que anuncian para otros tiempos todavía futuros.

[126] Si queréis ahora aseguraros más de esta verdad, y quedar plenamente satisfecho y enteramente convencido, volved a leer las profecías que acabamos de apuntar; en ellas mismas hallaréis al pun-to, sin otro estudio, la suma improporción y la dificultad insuperable.

[127] Primero: los que volvieron de Babilonia no fueron cierta-mente todas las congregaciones, o familias, o tribus de Israel, pues las diez tribus pertenecientes al reino de Samaria, que llevó cautivas a la Siria Salmanasar, no volvieron entonces, ni han vuelto jamás. Apenas se puede colegir de toda la historia sagrada que volviese algún indivi-duo (cuyo padre o abuelo se hallaba verosímilmente en Judea, cuando sucedió el cautiverio de las diez tribus, y después fue llevado a Babilo-nia junto con los Judíos); y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prometen esta vuelta, y todos los otros bienes que deben acompañarla y seguirla, a todas las tribus, cognaciones, o fami-lias de Israel: En aquel tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las parentelas de Israel, y ellas serán mi pueblo. Esto dice el Señor: Ha-lló gracia en el desierto el pueblo que había quedado de la espada; irá Israel a su reposo 2.

[128] Lo segundo: los que volvieron de Babilonia, no volvieron li-bres, sino del todo sujetos al rey de Babilonia, y a sus ministros, a sus gobernadores, a sus exactores; volvieron cargados del mismo yugo, y arrastrando las mismas cadenas que cargaban en Babilonia, y con que quedaron los que no volvieron, que fue la mayor y máxima parte. Y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a

1 Deut. 18, 22. 2 Jer. 31, 1-2.

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398 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

todas las cognaciones de Israel todo lo contrario: Cuando quebrantare las cadenas del yugo de ellos, y los librare de los que los dominan…, no le dominarán más los extraños, sino que servirán al Señor su Dios, y a David su rey, al que levantaré para ellos 1.

[129] Tercero: los que salieron de Babilonia padecieron grandes oposiciones de todos sus vecinos, siéndoles necesario, para edificar el templo y la ciudad, trabajar con una mano y pelear con otra. Después de esto, siempre vivieron entre inquietudes, temores y sobresaltos; siempre tuvieron enemigos terribles, que tal vez intentaron extermi-narlos enteramente, y poco les faltó para conseguirlo; y no obstante, los Profetas anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a todo Is-rael todo lo contrario: Morarán confiados sin ningún espanto 2.

[130] Cuarto: los que volvieron de Babilonia no tuvieron jamás rey propio de la familia de David, pues Zorobabel, que volvió con ellos, ni fue su rey, ni tuvo otro puesto ni otro título que el de mero conductor, y todos sus hijos y descendientes fueron en adelante hombres particu-lares, de quienes nada se sabe, hasta San José, que fue un carpintero; y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prome-ten a todo Israel todo lo contrario: Y será solo un rey que los mande a todos… Y mi siervo David será rey sobre ellos 3.

[131] Quinto: los que volvieron de Babilonia fueron otra vez arran-cados de su patria, y desterrados de nuevo, y esparcidos a todos vien-tos, en el cual estado perseveran desde Tito o Adriano hasta el día pre-sente; y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a todo Israel todo lo contrario: Y los edificaré, y no los des-truiré; y los plantaré, y no los arrancaré 4; y no removeré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 5.

[132] Ultimamente: los que volvieron de Babilonia fueron algunos individuos del pueblo de Dios, los cuales, por estar en Babilonia, no ha-bían dejado de ser pueblo de Dios, ni Dios había dejado de ser su Dios; por consiguiente volvieron tan pueblo de Dios como habían ido, sin di-ferencia alguna sustancial; y no obstante, las profecías anuncian, en el nombre del Señor, y prometen a todos los hijos de Israel, como una co-sa nueva y singular, que cuando vuelvan serán pueblo de Dios: Y ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios 6. ¿Qué significado real puede tener esta promesa, si sólo se habla de la vuelta de Babilonia? Sabemos de cierto, sin sospecha de duda, que Israel desde su infancia fue siempre

1 Ez. 34, 27; Jer. 30, 8-9. 2 Ez. 34, 28. 3 Ez. 37, 22 y 24. 4 Jer. 24, 6. 5 Amós 9, 15. 6 Jer. 24, 7; Zac. 8, 8.

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constantemente pueblo único de Dios, sin dejar de serlo un solo mo-mento, y que sólo dejó de serlo después de la muerte del Mesías, o des-pués que ya se obstinó en su incredulidad. En este supuesto indubita-ble, ¿qué cosa más impropia puede imaginarse, ni más inverosímil, que una promesa de Dios concebida en estos términos: Cuando volvieron de Babilonia algunos pocos de mi pueblo, entonces serán mi pueblo, así estos pocos como todas las cognaciones o familias de Israel, y yo seré su Dios? En aquel tiempo, dice el Señor, seré el Dios de todas las parentelas de Israel, y ellas serán mi pueblo. Semejante promesa su-pone evidentemente que, cuando se haya de cumplir, se hallará todo Israel en estado de no pueblo de Dios. Sin esto, así la promesa como su cumplimiento, será una implicación o una verdadera insulsez.

[133] En suma, consideradas seriamente estas seis observaciones que acabamos de hacer, parece que podremos ya concluir con plena seguridad, que todas las profecías citadas poco ha, y otras semejantes que hemos omitido, no pueden mirar a la vuelta de Babilonia, ni a to-dos los tiempos que precedieron al Mesías; por consiguiente, las cosas que en ellas se anuncian y prometen al residuo de Israel, son todas re-servadas para otros tiempos que todavía no han llegado, en los cuales se cumplirán plenamente sin faltarles un ápice. Esto es todo lo que por ahora pretendemos. Tiempo tenemos, queriéndolo Dios, para expli-carnos más.

Artículo 3

Tercer aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del Mesías, como la esposa de Dios

arrojada por justas razones de casa del esposo, y despojada enteramente de su dignidad;

y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[134] Este punto tiene grande relación con el antecedente, y aun parece el mismo, a lo menos cuanto a la sustancia; pues todos estos nombres: pueblo de Dios, iglesia de Dios, sinagoga de Dios, esposa de Dios, etc., todos en sustancia suenan y significan casi una misma cosa. Por tanto, si es cierto y seguro lo que acabamos de probar, esto es, que aquel que, desde Abraham hasta el Mesías, fue pueblo de Dios, y ahora no lo es, ha de volver a serlo en algún tiempo, podremos asegurar del mismo modo, y en el mismo sentido, que aquella que fue la verdadera esposa de Dios, esto es, la casa de Jacob, y ahora no lo es, sino antes la

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más vil y despreciable de todas las mujeres, volverá a serlo algún día, aunque lo repugne todo el mundo. El punto, aunque sumamente deli-cado, es sin duda alguna gravísimo e importantísimo por todos sus as-pectos. El ser delicado y crítico por alguna circunstancia extrínseca no parece razón suficiente para encubrirlo o disimularlo, si realmente se halla expreso en la Escritura de la verdad. Para algún fin particular lo mandó escribir el Espíritu Santo; y es claro que su intención no pudo ser que, después de escrito, se quedase siempre oculto, y que ninguno se atreviese a tocarlo por su extrema delicadeza.

[135] Hágome cargo que es menester valor, y gran valor, para anun-ciar prosperidades a la que fue reina Vasti, en presencia de la reina Es-ter, la cual fue llamada graciosamente a ocupar su puesto, en conse-cuencia de la sentencia terrible que se dio contra la primera: Reciba su reino otra que sea mejor que ella 1. La cual sentencia concuerda perfec-tamente con aquella otra no menos terrible: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 2. Mucho más valor sería necesario para avanzar esta proposición en tono de profecía.

[136] Llegará tiempo en que el rey Asuero se acuerde de Vasti, y de lo que había hecho, y de lo que había padecido 3. Llegará tiempo en que se acuerde de su primera esposa, a quien tanto amó, y a quien apartó de sí por justas razones, y compadecido de sus trabajos, enter-necido con sus lágrimas, satisfecho con su larga y durísima penitencia, la llame otra vez así, no obstante la oposición de sus siete sabios y de sus ministros 4, le restituya todos sus honores, y la corone de mayor gloria que la que tuvo antes de su infortunio.

[137] Si para avanzar esta proposición en presencia de la reina Es-ter, hubiese sido necesario un valor extraordinario, podréis ahora apli-car la consecuencia con gran facilidad.

Se considera todo el capítulo 49 de Isaías: «Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos», etc.

PÁRRAFO 1

[138] En la simple lectura de todo este capítulo: primero, lo que se presenta como una verdad, es la persona que habla en él desde la pri-mera hasta la última palabra, la que no puede ser otra, por todo el con-texto, que el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona suya. Ha-bla en primer lugar de su primera venida al mundo, como si fuese este

1 Est. 1, 19. 2 Mt. 21, 43. 3 Est. 2, 1. 4 Est. 1, 19.

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suceso ya pasado; pues para Dios lo mismo es lo futuro, que lo pasado, y que lo presente: Y todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de él 1. Habla de la misión que tiene de Dios; del fin primario e in-mediato de esta misión; de sus efectos, ya prósperos, ya también adver-sos; habla de la vocación de las gentes; de la misericordia que consegui-rán sin buscarla; de la conversión al verdadero Dios de muchos reyes y príncipes; y junto con ellos de sus reinos y principados, etc. Después de lo cual, como si ya estuviese concluido este gran misterio de la vocación y salud de las Gentes; como si ya se llenasen o estuviesen muy cerca de llenarse los tiempos de las naciones 2; como si se hubiese ya conseguido plenamente lo que dijo después a los Judíos: Tengo también otras ove-jas que no son de este aprisco; es necesario que yo las traiga 3; como si ya hubiese conseguido entre las mismas Gentes el fruto de su pasión y de su muerte, esto es, morir para juntar en uno los hijos de Dios que es-taban dispersos 4; en estas circunstancias, digo, vuelve sus ojos llenos de compasión y de ternura a sus propios hermanos, a su propia sangre, a su antiguo y miserable pueblo, cuyos padres son los mismos, de quie-nes desciende también Cristo según la carne 5.

[139] Represéntase aquí todo este pueblo, o toda esta familia del justo Abraham, en figura de una triste mujer viuda, sola, sin consuelo, sin refugio, sin esperanza, abandonada enteramente del cielo y de la tierra; a quien no obstante se le da el nombre de Sión, que es el mismo con que fue conocida y honrada en los tiempos de su mayor prosperi-dad. Pues esta Sión, verdaderamente… viuda, y desamparada 6, opri-mida ahora de tristeza, sumergida en un profundo y amarguísimo llan-to, a vista de la felicidad del pueblo de las Gentes, que han ocupado su puesto, suspira y se lamenta diciendo que su Dios la ha desamparado del todo, que la ha abandonado, que la ha echado en un perpetuo olvi-do, como si nunca la hubiera conocido: Y dijo Sión: Me ha desampa-rado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí 7. Esta misma queja y lamento se lee en el capítulo 37 de Ezequiel: Ellos dicen: Secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido corta-dos 8. Mas así como allí los consuela el Señor con las promesas y espe-ranza cierta de que los huesos secos y áridos, y esparcidos por el cam-po, volverán a unirse entre sí, cada uno a su coyuntura, se cubrirán de carne, de nervios, y piel, y se les dará otra vez el espíritu de vida; así los consuela en este lugar con promesas todavía mayores, y con expre-

1 Heb. 4, 13. 2 Lc. 21, 24. 3 Jn. 10, 16. 4 Jn. 11, 52. 5 Rom. 9, 5. 6 1 Tim. 5, 5. 7 Is. 49, 14. 8 Ez. 37, 11.

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siones llenas de amor y de ternura. Sión se lamenta diciendo: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí; y el Señor le responde al punto estas palabras, sólo dignas de una infinita bondad: ¿Cómo puede olvidar la mujer a su chiquito, sin compadecerse del hi-jo de sus entrañas? Y si ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti 1.

[140] Desde este versículo 15 hasta el fin del capítulo, se ve clara-mente, sin poder dudarlo, que habla el Mesías, no con otra persona, sino únicamente con la misma Sión, llorosa y afligida, y que todo cuan-to habla son palabras de consuelo, de esperanza, de amor, mezclando tantas y tan grandes promesas, que su misma grandeza las ha hecho in-creíbles. Para hacer digno concepto de estas cosas, y poder observarlas con más exactitud, se hace necesario copiar aquí todo el texto, a lo me-nos desde el versículo 14, poniéndolo a la vista del que lee.

[141] Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí 2. Esta es la queja y el lamento de Sión, a vista de la fe-licidad de las Gentes que ocupan su puesto; a la cual queja le responde el Señor inmediatamente con estas palabras: ¿Cómo puede olvidar la mujer a su chiquito, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Y si ella le olvidare, pero yo no me olvidaré de ti. He aquí que te he gra-bado en mis manos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vi-nieron tus reedificadores; los que te destruían y asolaban, se irán fuera de ti. Alza tus ojos alrededor, y mira: todos éstos se han con-gregado, a ti vinieron; vivo yo, dice el Señor, que de todos éstos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodearás como una es-posa. Porque tus desiertos, y tus soledades, y la tierra de tu ruina, ahora serán angostos para los muchos moradores, y serán echados lejos los que te sorbían. Aun dirán en tus oídos los hijos de tu esterili-dad: Angosto es para mí el lugar, hazme espacio para que yo habite. Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró éstos? Yo, estéril y sin parir, echada de mi patria y cautiva; y éstos, ¿quién los crió? Yo desamparada y sola; y éstos, ¿en dónde estaban? Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo alzaré mi mano a las Gentes, y a los pueblos le-vantaré mi bandera. Y traerán a tus hijos en brazos, y a tus hijas lle-varán sobre los hombros. Y reyes serán los que te alimenten, y reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado hasta la tierra te adorarán, y lamerán el polvo de tus pies. Y sabrás que yo soy el Señor, sobre el cual no se avergonzarán los que le aguardan. ¿Por ventura será qui-tada la presa al fuerte? ¿O lo que apresare el valiente, podrá ser sal-vo? Porque esto dice el Señor: Ciertamente el cautiverio será quitado al fuerte; y lo que haya sido quitado por el valiente, se salvará. Mas a aquellos que a ti te juzgaron, yo los juzgaré, y a tus hijos yo los salva-

1 Is. 49, 15. 2 Is. 49, 14.

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ré. Y a tus enemigos daré a comer sus carnes; y se embriagarán con su sangre, así como con mosto; y sabrá toda carne, que yo soy el Se-ñor tu Salvador, y tu Redentor el fuerte de Jacob 1.

[142] Las palabras no pueden ser más claras, ni más expresivas, ni más tiernas, ni más consolantes. No nos es posible observarlas todas en particular; lo puede hacer cualquiera por sí mismo, después de ha-ber examinado y entendido bien estos dos puntos capitales. Primero: ¿Quién es esta Sión que aquí se lamenta de haber sido abandonada, y olvidada de su Dios? Segundo: ¿De qué tiempo se habla aquí?

PÁRRAFO 2

Lo que sobre estos dos puntos se halla en los doctores

[143] Cuanto a lo primero estamos bien seguros, sin sospecha de temor, que en este lugar los doctores no nos dirán lo que nos dicen en tantos otros donde se habla de Sión (digo donde se habla a favor), esto es, que Sión significa la Iglesia presente. Esto fuera decir que la Iglesia presente es la que se lamenta de que Cristo su esposo la ha desampa-rado y olvidado del todo: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí; confiesan pues aquí, como en otros muchos luga-res nada envidiables, que la Sión que llora y se lamenta no es otra cosa que la casa de Jacob, en cuanto pueblo, o iglesia, o esposa, o sinago-ga del verdadero Dios. Confiesan más, aunque en general y confusa-mente: que a ella le responde el Señor aquellas palabras amorosas y de tanta consolación.

[144] Preguntadles ahora, pidiendo una respuesta categórica, si to-das estas palabras consolantes, y todas estas magníficas promesas, que acabáis de leer, hablan con la misma Sión que llora y se lamenta; y ve-réis, con admiración y pasmo, la negativa sin misericordia. No obstan-te, como por un exceso de bondad, y por el respeto tan debido al senti-do literal de la Escritura santa, se conceden algunas pocas a la misma Sión que llora y se lamenta, esto es la vigésima o trigésima parte; las demás no pueden ser para ella, sino para la Iglesia o la esposa presen-te, aunque ésta no se ha lamentado ni hablado una palabra. Son estas cosas demasiado grandes, dice un doctor de los más clásicos (y ¿quién no dice lo mismo en la práctica, aunque tácitamente?), son estas cosas demasiado grandes para que podamos entenderlas, en sentido literal, de la Sinagoga o de la nación infiel y reprobada de los Judíos, sino so-lamente en cuanto sombra y figura de la Iglesia presente. Y esto lo dice el buen hombre con satisfacción, como si fuese el plenipotenciario de Dios o el dispensador de sus tesoros; como si Dios mismo no pudiese prometer y dar de lo que es suyo propio, sino con el conocimiento y

1 Is. 49, 15-26.

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404 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

beneplácito del hombre enfermo, escaso y limitado. ¿Puede por ventu-ra compararse con Dios un hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta? 1. Yo sé que a esto se da comúnmente el nombre honorable y glorioso de celo y de piedad cristiana; mas también sé con mayor cer-tidumbre que el verdadero celo, y la verdadera piedad cristiana, piden en primer lugar creer no sólo en Dios, sino también a Dios, y esperar que cumplirá infaliblemente lo que dice y promete, aunque yo, pobre y limitado, no alcance ni entienda cómo podrá ser.

[145] Cuanto a lo segundo, esto es, cuanto a los tiempos de que se habla en la profecía, nos dicen, buscando de algún modo el sentido lite-ral, que el lamento de Sión, y la respuesta consolatoria de Dios (no toda, sino aquella pequeñísima parte que se puede conceder sin perjuicio de las ideas favorables), se verificó, ya durante la cautividad de Babilonia, ya en la salida de esta cautividad; por lo cual le dice Dios a Sión estas palabras, que no se le disputan: He aquí que te he grabado en mis ma-nos; tus muros están siempre delante de mis ojos. Vinieron tus reedifi-cadores; los que te destruían y asolaban se irán fuera de ti 2; las cuales palabras, según su explicación literal, tienen este sentido: Tengo en mis manos, oh Sión, el diseño de tu reedificación; vinieron o vendrán presto los que te han de edificar de nuevo, esto es, Zorobabel, Esdras y Nehe-mías; y los Caldeos, que te han destruido, saldrán de tus confines, y se-rán castigados. ¿Quién creyera que, aun esto poco que aquí conceden a la Sión llorosa, se verificó en la salida de Babilonia? Lo veréis más des-pacio en el fenómeno 7, adonde me remito por ahora.

[146] Mas no es esto lo más singular. En el versículo antecedente nos dicen que quien habla y se lamenta en espíritu es la Sinagoga, es la Iglesia, es la esposa antigua del verdadero Dios; y no obstante, la res-puesta que le da el Señor se endereza solamente a la Sión material, o a la ciudad y fortaleza de David; y toda la consolación se reduce a que será reedificada de nuevo materialmente. Digo toda la consolación, porque lo que se sigue desde aquí hasta el fin del capítulo ya no se puede conceder ni a la Sión espiritual, ni mucho menos a la material, ni a los tiempos de Zorobabel, Esdras y Nehemías. Son cosas demasia-do grandes las que se dicen. Así, deben ser para otros tiempos, y para otra Sión, esto es, para la Iglesia presente. No hay que preguntar por qué razón, o con qué justicia, se quita a una pobre viuda, llena de tra-bajos, aquello poco que le queda, que es la esperanza; y esto para darlo a otra, que no es viuda ni pobre, sino opulentísima, a quien todo le so-bra. Esta razón no se produce, o porque no la hay, o porque no es ne-cesaria; son cosas que no pueden entenderse de otro modo, sin gran detrimento del sistema.

1 Job 22, 2. 2 Is. 49, 16-17.

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PÁRRAFO 3

Se examinan estas ideas a la luz de la profecía

[147] Para conocer con toda certeza si estas ideas son justas o no, consideremos con alguna mayor atención el contexto de todo este ca-pítulo. Esto es todo lo que precede a la queja de Sión; con esto solo en-tenderemos al punto, así el tiempo de que se habla, como la ocasión y circunstancias de esta queja; por consiguiente, el misterio de la profe-cía todo entero. Lo primero que se presenta a los ojos clarísimamente es que, desde la primera palabra, empieza hablando sin interrupción el Espíritu de Dios, en persona del Mesías, y prosigue hablando hasta el fin, y aun hasta el capítulo siguiente. Habla primeramente con todos los pueblos de la tierra, a quienes pide toda su atención, como que son cosas de suma importancia las que va a decirles: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos… 1. Empieza dando una idea general, aunque grande y magnífica, de la excelencia de su persona, de su dignidad, de su minis-terio, de los grandes designios que Dios tiene sobre él, para los cuales lo envía a la tierra: El Señor desde la matriz me llamó, desde el vien-tre de mi madre se acordó de mi nombre. Y puso mi boca como espa-da aguda; con la sombra de su mano me protegió, y púsome como saeta escogida, escondióme en su aljaba 2.

[148] Dice luego la misión que tiene de Dios directa e inmediata-mente para la casa de Jacob: Y ahora el Señor, que me formó desde la matriz por su siervo, me dice que yo he de conducir a él a Jacob 3. Lo cual concuerda perfectamente con lo que él mismo dijo después, ase-gurando en términos formales que no había sido enviado de Dios sino para las ovejas perdidas de la casa de Jacob: No soy enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel 4. Concuerda con lo que di-ce a las Gentes cristianas su propio Apóstol: Digo pues, que Jesucristo fue ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas de los Padres 5; y con lo que dice en la epístola a los Gá-latas: que el Señor eligió a San Pedro, y lo envió directamente para el apostolado de la circuncisión 6.

[149] Prosigue el Mesías diciendo claramente lo que hemos visto hasta ahora, y veremos después con nuestros ojos, es a saber, que aun-que Dios lo enviaba directamente a las ovejas que perecieron de la casa de Israel, o lo que es lo mismo, para conducir a él a Jacob, no se conse-

1 Is. 49, 1. 2 Is. 49, 1-2. 3 Is. 49, 5. 4 Mt. 25, 24. 5 Rom. 15, 8. 6 Gal. 2, 8.

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guiría por entonces este fin primario e inmediato de su misión: Mas Is-rael no se congregará. Y como mirando presente la resistencia que le había de hacer este pueblo ingrato, y las terribles consecuencias que debían seguirse contra el mismo pueblo, según las Escrituras, llora y se lamenta de haber trabajado en vano, y de haber consumido sin fruto al-guno toda su fortaleza: Y dije yo: En vano he trabajado sin motivo, y en vano he consumido mi fuerza 1. Da muestra de aflicción y dolor, por lo que mira a la perdición de Israel, y también de confusión y ru-bor, por lo que toca a su propia persona; como si no tuviese que res-ponder a su divino Padre, ni cómo excusarse de no haber sido recibido de su pueblo escogido (por la suma iniquidad de que lo halló lleno), mas (les fue) en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo…, en la-zo y en ruina a los moradores de Jerusalén 2. Se consuela, no obstan-te, con haber hecho con este pueblo cuanto estaba de su parte; por lo cual será, no sólo excusado, sino aprobado y glorificado en los ojos de Dios: Por tanto mi juicio con el Señor, y mi obra con mi Dios…; y glo-rificado he sido en los ojos del Señor, y mi Dios ha sido mi fortaleza 3.

[150] Pasa luego inmediatamente a referir el consuelo que le da su Padre en medio de tantas aflicciones, prometiéndole, en lugar de Is-rael que se perdía por su incredulidad, otro pueblo mayor y mejor, el cual se debía sacar de entre las naciones de la tierra. Dios me dice, añade el Mesías: Poco es que seas mi siervo solamente, o mi enviado para despertar o llamar las tribus de Jacob, y convertir las heces de Is-rael; en falta de éstos, serás ahora la luz de las Gentes, y llevarás mi salud hasta los extremos de la tierra 4. Estas últimas palabras, para los Judíos las más terribles, las trajo a la memoria el apóstol San Pablo cuando, desesperanzado de su conversión, en que tanto había trabaja-do, se despidió de ellos, diciéndoles: A vosotros convenía que se ha-blase primero la palabra de Dios; mas porque la desecháis, y os juz-gáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volveremos a los Gentiles. Porque el Señor así nos lo mandó: Yo te he puesto para lum-bre de las Gentes, para que seas en salud hasta el cabo de la tierra 5. Y en otra parte, capítulo último, versículo 28: Pues os hago saber a vosotros que a los Gentiles es enviada esta salud de Dios, y ellos oi-rán 6. En consecuencia de esto, prosigue el Mesías anunciando los efectos admirables de la vocación de las Gentes, y el fruto copioso que se recogería de entre ellas: los reyes y príncipes que reconocerían al verdadero Dios, y le adorarían; y la multitud de pueblos, naciones y

1 Is. 49, 4. 2 Is. 8, 14. 3 Is. 49, 4-5. 4 Is. 49, 6. 5 Act. 13, 46-47. 6 Act. 28, 28.

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lenguas, que vendrían de las cuatro plagas de la tierra, a la unidad de una Iglesia, de un culto, y de una religión: Los reyes verán, y se levan-tarán los príncipes, y adorarán por el Señor, porque es fiel, y por el Santo de Israel, que te escogió. He aquí como unos vendrán de lejos, y otros del Aquilón, y del mar, y aquéllos de la tierra del mediodía 1.

[151] En este tiempo, pues, y en estas circunstancias en que se mira como presente, y en que se supone ya propagada la fe, y establecida en-tre las gentes la Iglesia de Dios; en este tiempo en que se mira, gene-ralmente hablando, todo el cuerpo de la nación israelítica como no con-gregado a la voz de su Mesías, y por consiguiente como no suyo ni digno de sí: Mas Israel no se congregará; en este tiempo, vuelvo a decir, es cuando llora y se lamenta Sión, o el Espíritu de Dios en persona suya, con gemidos inexplicables 2, de que su Mesías mismo la ha abandonado y olvidado del todo, pasándose enteramente a las Gentes: Y dijo Sión: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí.

[152] Siendo esto así, como lo es, con toda la certeza que cabe en el asunto, ¿a qué viene en este tiempo de que se va hablando, en que se supone venido el Mesías, arrojada Sión, llamadas las Gentes, predicado el Evangelio en las cuatro plagas del orbe, etc.; a qué propósito viene en este tiempo el llanto de los cautivos de Babilonia, ni la consolación que se les da de que Sión, la ciudad o fortaleza de David, será materialmente edificada de nuevo, y los Caldeos castigados? Y todas las otras cosas que se le dicen a la misma Sión que llora y se lamenta, ¿por qué no se aco-modan también a los cautivos de Babilonia, y a la vuelta de esta cautivi-dad? ¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Sí, amigo, porque es una empresa imposible. Si fuese de algún modo posible, no se dejara tan presto aquel tiempo, aquella cautividad, aquella Sión; no se diera un salto tan repentino y tan prodigioso desde lo material hasta lo espi-ritual, desde aquellos tiempos hasta estos nuestros, desde aquella Sión hasta otra Sión, a quien se le da este nombre graciosamente, la cual ni habla en la profecía ni se habla con ella. Bien fácil cosa es acomodar a un párvulo de dos o tres años una pequeña parte de vestido que se hizo para un hombre de madura edad, y de estatura más que mediana; mas el acomodarlo todo justamente, sin artificio ni violencia, esto es, sin cortar ni plegar, parece algo más que difícil, y esta misma dificultad es la prueba más convincente de que aquel vestido realmente no se hizo para el párvulo. La semejanza es de bien fácil aplicación.

[153] Fuera de esto, sería bueno examinar aquí con la mayor for-malidad posible, hasta saberlo de cierto, si nos es lícito, si se ha dejado en nuestras manos y a nuestra libre disposición, el cortar, el dividir, el

1 Is. 49, 7 y 12. 2 Rom. 8, 26.

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408 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

despedazar como nos pareciere la divina Escritura. Si somos dueños absolutos de dividir en varias piezas una misma profecía, y disponer de estas piezas, según nos pareciere mejor, dando unas piezas a un tiempo, y otras a otros; unas a los tiempos de la más remota antigüe-dad, otras (y las mejores que se hallan) a los tiempos en que vivimos; unas como de limosna a los míseros Judíos, y éstas absolutamente in-servibles, y todas las demás a las Gentes, que son las que hacen esta repartición; digo que sería bueno saber esto de cierto, porque a mí me parece cosa durísima, y algunas veces intolerable; y no obstante, lo veo practicado así con suma frecuencia en los doctores.

[154] Si la queja de Sión (volviendo a mi proposición), si toda la causa de su lamento no es otra, según todo el contexto de la profecía, sino que Dios la ha desamparado, y su Mesías se ha olvidado de ella, pasándose enteramente a las Gentes, ¿qué consuelo es decirle que será edificada materialmente, o que ya lo fue en otros tiempos, o los Caldeos castigados? Cuando éstos son unos sucesos tan pasados, tan poco dig-nos de consideración, tan fuera de propósito, tan ajenos de los tiempos de que se habla, ¿qué consuelo es decirle y prometerle tantas otras co-sas, si al fin estas cosas no son para ella, como pretenden los doctores, sino para otra nueva dilecta, por quien ella ha sido dejada y olvidada?

[155] El caso es, amigo mío (y excusad la libertad con que tal vez me es necesario hablar), el caso es, lo primero: que los Cristianos tie-nen ahora delante de sus ojos a pérfidos Judíos, que éste es su ordina-rio sobrenombre; ven su estado presente de vileza, de abatimiento y de miseria extrema; ven su dureza, su obstinación, su ceguedad y su igno-rancia actual; y les parece imposible que puedan verificarse en ellos unas promesas de tanta dignidad. ¡Como si el que promete no fuese aquel mismo Dios (de quien se dice): Fiel es el Señor en todas sus pa-labras, y santo en todas sus obras! 1. ¡Como si el que pudo de estas piedras levantar hijos a Abraham 2, no pudiese ya hacer otro milagro semejante, y mucho más fácil, haciéndose hijos verdaderos de Abra-ham a los que ya lo eran según la carne! ¡Como si el que anuncia y promete cosas tan grandes a las reliquias de Israel, no fuese aquel mis-mo Espíritu de verdad, que anunció y amenazó, con términos igual-mente claros y expresivos, el estado miserable en que ha visto y ve to-do el mundo a todo Israel! El caso es, lo segundo (y ésta parece la principal causa, y el verdadero motivo iba a decir; mas temo sacar a luz una verdad, y revelar un secreto antes de tiempo)… Me explicaré plenamente en todo el fenómeno siguiente, cuyo título debe ser: LA

IGLESIA CRISTIANA.

1 Sal. 144, 13. 2 Lc. 3, 8.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 409

Se considera más en particular y más de cerca la profecía de Isaías

PÁRRAFO 4

[156] Hasta aquí hemos atendido solamente a las circunstancias de esta profecía, es a saber, con quién habla, en qué ocasión, y para qué tiempo. Hemos concluido, al parecer con evidencia, lo primero: que se habla con Sión, antigua esposa de Dios, y que a ella sola se dirigen, no una ni cuatro, sino todas las palabras consolatorias, y todas las prome-sas que contiene la profecía. Lo segundo: que se habla con esta antigua esposa de Dios, no en otro estado, sino en el estado de soledad, de viu-dez, de abandono, en que quedó después del Mesías, y después que otra esposa nueva ocupó su puesto. Lo tercero: que no habiéndose verifica-do jamás en la Sión con quien se habla, cosa alguna de cuantas se le di-cen y prometen, deberemos esperar otro tiempo, en que todas se verifi-quen: La mano del Señor no se ha encogido para no poder salvar.

[157] Esto supuesto, veamos ahora brevemente las cosas mismas que se dicen y prometen a esta antigua esposa de Dios. Ellas son tan grandes, que por eso mismo se ha pensado que no pueden hablar con ella. Sin esto no hubiera habido quien se las disputase; puesto que las primeras palabras con que empieza el Señor su consolatoria son tan amorosas, tan tiernas, tan expresivas, que ellas solas muestran clara-mente que debe haber alguna grande y extraña novedad, así de parte de Sión, que llora su soledad y desamparo, como de parte del Mesías, que atiende a su llanto, y se pone de propósito a consolarla. ¿Puede acaso una madre (empieza diciendo) olvidarse de su tierno infante? ¿Puede mirar con indiferencia el dolor y aflicción del fruto de su vien-tre? Pues más fácil es esto, que no que yo me olvide de ti. Después de este primer requiebro sumamente expresivo, para que no piense que son únicamente buenas palabras, pasa luego a decirle toda la gloria y honra que le tiene preparada. Y en primer lugar le habla de su próxima reedificación, siguiendo siempre la metáfora de la ciudad de David; es decir, le habla de su renovación, de su asunción, de su remedio pleno, cuyo diseño o cuyo plan dice que lo tiene como grabado en sus propias manos 1. Y como si ya estuviese concluida esta renovación, de que se habla en todos los Profetas, la convida en espíritu a que levante sus ojos, y mire por todas partes alrededor de sí 2. ¿Y qué es lo que ha de mirar? Es aquello mismo que es toda la causa de su llanto. Lloras (co-mo si dijera) porque me he pasado a las Gentes, y vivido entre ellas

1 Is. 49, 16. 2 Is. 49, 18.

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410 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tantos siglos, obligado de tu incredulidad y de tu extrema ingratitud; ved aquí el fruto copiosísimo que se ha recogido por mi solicitud. To-dos estos hijos de Dios, que estaban dispersos, se han congregado en uno 1; todas estas ovejas, que no eran de este aprisco 2, han sido traí-das a este ovil, o a este rebaño sobre mis propios hombros; y todos se han congregado y venido, no solamente para mí, sino también para ti. No tienes que mirarlos como extraños: tú eres su propia madre, y ellos son tus propios hijos. Yo te juro que de todos ellos te vestirás algún día, y todos te servirán de galas y de joyas preciosísimas: Vivo yo, dice el Señor, que de todos estos serás vestida como de vestidura de hon-ra, y te los rodearás como una esposa 3.

[158] Estos hijos tuyos (prosigue diciendo), no obstante que son hijos de tu esterilidad; estos hijos que te han nacido, sin saberlo tú, en aquellos mismos tiempos en que has vivido como viuda, y verdade-ramente viuda y desamparada 4; estos hijos tuyos serán tantos que, no pudiendo caber en tus confines, desde el río de Egipto hasta el grande río Eufrates 5, te pedirán un espacio mayor en que habitar (ex-presiones todas conocidamente figuradas). Aún dirán en tus oídos los hijos de tu esterilidad: Angosto es para mí el lugar, hazme espacio para que yo habite. Entonces dirás, oh Sión, dentro de tu corazón: ¿Quién me ha parido estos hijos? ¡Yo estéril, yo viuda, yo leño seco, in-capaz tantos siglos ha de parir hijos de Dios! ¡Yo desterrada, cautiva, abominada de Dios y de los hombres, olvidada, destituida y sola! Y es-tos hijos míos, ¿de dónde han salido? Y éstos, ¿dónde estaban? Y és-tos, ¿quién me los ha criado, sustentado y educado? 6.

[159] Paremos aquí un momento. Estas palabras, ¿quién las dirá, o a quién pueden competer? ¿Acaso a la Iglesia cristiana, a la esposa ac-tual del verdadero Dios? ¿No veis la impropiedad y la repugnancia? La esposa actual no puede ni ha podido jamás decir con verdad: Yo estéril y sin parir, echada de mi patria y cautiva… desamparada y sola… Pues si esto no compete de modo alguno a la esposa actual; luego no se habla con ella de modo alguno; luego se habla con su antecesora. No hay medio entre estas dos cosas. Sabemos de cierto que Dios sólo ha tenido dos esposas. La primera la apartó de sí por justas razones, con indignación y con grande ira 7; la segunda, que entró en su lugar, es la que ahora reina; a ésta no le competen las palabras de que hablamos, luego a la primera; luego esta misma es la que las dirá algún día, a vis-

1 Jn. 11, 52. 2 Jn. 10, 16. 3 Is. 49, 18. 4 1 Tim. 5, 5. 5 Gen. 15, 18. 6 Is. 49, 21. 7 Jer. 21, 5.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 411

ta de los innumerables hijos de Dios que le han nacido en el tiempo mismo de su esterilidad.

[160] Síguese de aquí, lo primero: que esta antigua esposa de Dios, actualmente estéril, desterrada, cautiva, destruida y sola, ha de salir algún día de su estado actual, ha de salir de su destierro, de su cautiverio, de su soledad, de su esterilidad; ha de ser llamada otra vez, y asunta a su antigua dignidad. Y si no, ¿cuándo, ni cómo podrá decir estas palabras? Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró és-tos? Yo estéril y sin parir, echada de mi patria y cautiva; y éstos, ¿quién los crió? Yo desamparada y sola… éstos ¿en dónde estaban? Síguese, lo segundo: que todos los hijos de Dios que han nacido, y en adelante nacieren y se congregaren de entre las Gentes, todos son en la realidad hijos de aquella primera esposa; pues a ella se han de atri-buir, a ella se han de agregar, a ella han de reconocer por madre, y le han de servir de ornamento y de gloria: Vivo yo, dice el Señor, que de todos estos serás vestida como de vestidura de honra, y te los rodea-rás como una esposa.

[161] Se puede ahora temer, no sin gran fundamento, que estas co-sas que acabo de decir os causen alguna gran novedad, y tal vez alguna especie de escándalo, pareciéndoos (aunque todavía muy confuso) que ya me acerco al precipicio, y que al fin, como judío, no estoy muy lejos de judaizar. No, amigo mío, no temáis donde no hay que temer; no seáis uno de aquellos de quienes se dice en el salmo 13: Allí temblaron de miedo, donde no había motivo de temor 1. Estoy muy lejos y ajení-simo de esta estulticia. Lo que es judaizar, y lo que únicamente merece este nombre, no ignoro. Así, creo firmemente como una verdad de fe, definida en el primer concilio de la Iglesia, que la circuncisión y las otras observancias puramente legales de la ley de Moisés, no obligan de modo alguno a los Cristianos, ni son necesarias ni aun conducentes para la salud: Mas creemos ser salvos por la gracia del Señor Jesu-cristo 2. El creer alguna cosa contraria a esta verdad, es lo que única-mente se llama judaizar. Si fuera de esto hay otra cosa que merezca es-te odioso nombre, yo la ignoro absolutamente, ni me parece posible señalarla. En consecuencia de esto, habréis reparado ya, o deberéis re-pararlo, que cuando digo que la casa de Jacob, la cual fue antiguamen-te pueblo de Dios y esposa suya, y ya ahora no lo es, lo volverá a ser en algún tiempo, no hablo de otro modo que como habla la divina Escri-tura, esto es, que volverá a serlo en otro estado infinitamente diverso, y bajo de otro testamento nuevo y sempiterno: Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna 3; haré con vosotros un pacto sempiterno, las

1 Sal. 13, 5. 2 Act. 15, 11. 3 Bar. 2, 35.

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412 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

misericordias firmes a David 1; y haré nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá… 2; y haré con ellos un pacto eterno, y no dejaré de hacerles bien; y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí 3.

[162] Si aun con esta limitación os causan todavía novedad y ex-trañeza las cosas que voy hablando, me será necesario aplicaros aque-llas palabras que decía Cristo, en ocasión muy semejante, al legisperito y pío Nicodemo: ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras? 4. ¿Pue-des ignorar que todos los hijos de Dios, que después del Mesías se han recogido y se recogerán de entre las Gentes, son todos del linaje de aquella mujer? Y si todos son de su linaje, luego todos son sus verda-deros hijos, y todos realmente le pertenecen; así como hablando según la naturaleza, todos los hombres somos hijos de Eva, y todos pertene-cemos a esta común madre de todos. ¿Puedes ignorar que ninguno puede ser salvo, ni ser admitido a la dignidad de hijo de Dios, sin la fe? ¿Y puede haber verdadera fe sino en los hijos verdaderos de Abraham? Reconoced, pues, que los que son de la fe, los tales son hijos de Abra-ham… Y así los que son de la fe, serán benditos con el fiel Abraham 5. ¿Puedes ignorar que no hay salud, ni la puede haber en la presente providencia, sino la que ha venido a las gentes por medio de los Ju-díos? 6. Es decir, no hay salud sino para los hijos verdaderos del fiel Abraham que, por medio de una fe verdadera y sincera, se han agrega-do a su familia. ¿Puedes ignorar que todos los creyentes de las nacio-nes no son ya en realidad aquellas mismas ramas silvestres, cortadas de los bosques e injertadas en buena oliva por la sabia mano de Dios? ¿Puedes ignorar que todo el fruto que han dado y pueden dar estas ramas silvestres, ni es ni son de su propia sustancia, ni de la sustancia de los árboles salvajes de donde fueron misericordiosamente sacadas, sino de la pingüe y preciosa sustancia de la buena oliva donde han sido injertos? ¿Tú eres Maestro en Israel, y esto ignoras?… Y tú, siendo acebuche, fuiste injertado en ellos, y has sido hecho participante de la raíz y de la grosura de la oliva 7. Los que pensaren de otro modo de-ben esperar que luego inmediatamente les diga al oído su propio Após-tol: No te jactes contra los ramos (los propios de la buena oliva, corta-dos por la incredulidad), porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti 8. No me detengo en lo que resta de la profecía de

1 Is. 55, 3. 2 Jer. 31, 31. 3 Jer. 32, 40. 4 Jn. 3, 10. 5 Gal. 3, 7 y 9. 6 Jn. 4, 22. 7 Jn. 3, 13; Rom. 11, 17. 8 Rom. 11, 18.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 413

Isaías, porque algo se ha de dejar a la reflexión de quien lee; ello es tan claro, que no será menester mucho tiempo, ni mucho trabajo.

Otros lugares de la Escritura

PÁRRAFO 5

[163] Sin salir de Isaías, hallamos tanto sobre el asunto presente que parece imposible tocarlo todo, ni aun siquiera la centésima parte, sin una prolija y molestísima difusión. Para suplir esta falta de algún modo razonable, que nos traiga alguna utilidad, yo sólo quisiera adver-tir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo pueda entenderse este Profeta de un modo se-guido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que, desde el capítulo 49 cuando menos, hasta el 66, que es el último, se nota clara y distinta-mente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres personas, esto es, Dios, el Mesías, y Sión; y todo cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto o interés, sin salir de él, ni divertir la conversación a otra cosa.

[164] La primera persona que habla es Dios, y es bien fácil obser-var que, siempre que habla (que es pocas veces, y pocas palabras), o habla con el Mesías, o con Sión. La segunda es el Mesías mismo: él es el que abre la conversación, y hace en toda ella como el papel princi-pal. Empieza pidiendo atención a todos los países y a todos los pueblos de la tierra: Oíd, islas, y atended, pueblos de lejos; y desembarazado brevemente de todo lo que pertenece a su primera venida al mundo, tan favorable respecto de las Gentes como funesta para Sión, vuelve sus ojos llenos de compasión a la misma Sión, que se representa allí mismo como cubierta de luto y de tristeza, a vista de la felicidad de las Gentes y de su propia infelicidad, diciendo estas solas palabras en me-dio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvi-dado de mí. Desde este punto para adelante, en los dieciocho capítulos que se siguen, ya no se ve que hable una sola palabra con otras perso-nas que con Sión; y esto no en cualquiera estado indeterminado, sino precisamente de humillación, de soledad y de abandono en que quedó después de su primera venida, y en consecuencia de su incredulidad. Esto es tan claro, que casi no es menester otro estudio que la simple lectura, con esta advertencia. Así se ve en todos estos dieciocho capítu-los, que ya consuela a la infeliz Sión, ya la reprende, ya la exhorta a penitencia, ya le trae a la memoria sus antiguos delitos, ya también el mal recibimiento que le hizo cuando vino al mundo: Porque vine, y no había hombre; llamé, y no había quien oyese 1. Ya se muestra algunas

1 Is. 50, 2.

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414 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

veces indignado e incapaz de aplacarse, sin duda para darle a conocer la grandeza de su mal; ya la avergüenza y la confunde más con el ejem-plo de las Gentes que han oído su voz, lo han conocido, lo han busca-do, y lo han hallado: Buscáronme los que antes no preguntaban por mí, halláronme los que no me buscaron. Dije: Vedme, vedme a una nación que no invocaba mi nombre. (Mas de Israel por el contrario dice): Extendí mis manos todo el día a un pueblo incrédulo 1; ya en fin la consuela, la alienta, le renueva las antiguas promesas, le hace otras de nuevo mucho mayores, se compadece de sus trabajos, se enternece con ella, etc.

[165] La tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, to-dos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud, o que ya la suponen. Se ven en ella afectos de confusión, de penitencia, de llanto, de confesión sincera y franca de sus delitos, de admiración, de agrade-cimiento, de esperanza, y también de amor y caridad perfecta. Como una persona que despierta de un profundo sueño, o como un sordo y ciego que empieza a oír y ver, y todo le coge de nuevo. Entre otras co-sas dignas de atención, podéis reparar y comprender al punto, por el contexto mismo, que todo el capítulo 53, que parece una historia abre-viada y completa de la pasión y muerte del Mesías, no es otra cosa que lo que dice Sión en medio de su llanto, después que ha conocido al mis-mo Mesías, que ella reprobó y puso en una cruz: ¿Quién ha creído lo que nos ha oído? (empieza diciendo); y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado? 2. ¿Quién de nosotros (como si dijera) creyó a sus pro-pios oídos? Y el brazo del Señor (o lo que es lo mismo, el Verbo de Dios o el Mesías), ¿quién lo conoció? Lo oímos a él mismo que nos ha-bló palabras de vida, y no lo creímos, ni lo conocimos siquiera por la voz, como debíamos conocerlo según las Escrituras, de lo cual se que-jaba él mismo, diciendo: ¿Por qué no entendéis este mi lenguaje? 3. Oímos después a sus discípulos, y lejos de creerlos los despreciamos, y aun los perseguimos del mismo modo. Hemos oído hablar de él en to-das las partes del mundo, donde hemos estado dispersos, por espacio de tantos siglos, y no hemos creído jamás a nuestros oídos. Lo vimos con nuestros ojos cuando fue visto en la tierra, y conversó con los hombres 4, y tampoco creímos a nuestros ojos, no viendo en él aquella grandeza y majestad mundana que nos habíamos figurado, y que nos habían anunciado nuestros doctores. Le vimos, y no era de mirar, y le echamos menos. Despreciado, y el postrero de los hombres, varón de

1 Is. 65, 1-2. 2 Is. 53, 1. 3 Jn. 8, 43. 4 Bar. 3, 38.

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dolores, y que sabe de trabajos; y como escondido su rostro y despre-ciado, por lo que no hicimos aprecio de él… Nosotros le reputamos como leproso, y herido de Dios, y humillado. Mas él fue llagado por nuestras iniquidades, quebrantado fue por nuestros pecados… Todos nosotros como ovejas nos extraviamos, cada uno se desvió por su ca-mino; y cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros… 1. Yo no tengo tiempo para detenerme en estas observaciones particulares, que puede hacer cualquiera con sólo una poca de atención.

[166] Entre tantas cosas y tan diversas como dice el Mesías a Sión en esta larga conversación, se deben notar especialmente aquellas que hacen a nuestro propósito actual, esto es, las que son de consuelo y es-peranza, y contienen alguna promesa extraordinaria; por ejemplo, es-tas que aquí apunto, como por muestra de otras muchísimas, del todo semejantes, que pudiera mostrar.

[167] Primero: en el capítulo 51, versículo 16, hablando Dios con el Mesías, le dice estas palabras: Puse mis palabras en tu boca, y con la sombra de mi mano te cubrí, para que plantes los cielos, y cimientes la tierra, y digas a Sión: Mi pueblo eres tú 2. En consecuencia de esto, toma al punto las palabras el mismo Mesías, y vuelto a Sión, y viéndola tan abatida y confundida con el polvo de la tierra, le dice así desde el versículo 17:

[168] Alzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces… Tus hijos fueron echados por tierra, dur-mieron en los cabos de todas las calles, como orige enlazado; llenos de la indignación del Señor, del castigo de tu Dios. Por tanto oye esto, pobrecilla, y embriagada no de vino. Esto dice el Dominador, tu Se-ñor y tu Dios, que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu mano el cáliz de adormecimiento… no lo volverás a beber en adelan-te. Y lo pondré en manos de aquellos que te abatieron, y dijeron a tu alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu cuerpo como tierra, y como camino a los pasajeros 3.

[169] Segundo: capítulo 52: Levántate, levántate, vístete de tu for-taleza, Sión, vístete de los vestidos de tu gloria, Jerusalén, ciudad del Santo; porque no volverá a pasar por ti en adelante incircunciso ni inmundo. Sacúdete del polvo, levántate, siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de Sión. Porque esto dice el Se-ñor: De balde fuisteis vendidos, y sin plata redimidos 4.

1 Is. 53, 2-6. 2 Is. 51, 16. 3 Is. 51, 17 y 20-23. 4 Is. 52, 1-3.

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416 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[170] Tercero: capítulo 54: No temas, porque no serás avergon-zada ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, porque te olvi-darás de la confusión de la mocedad, y no te acordarás más del opro-bio de tu viudez. Porque reinará en ti el que te crió, el Señor de los ejércitos es el nombre de él; y tu Redentor, el Santo de Israel, será llamado el Dios de toda la tierra. Porque el Señor te llamó como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mujer que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el Señor tu Re-dentor. Esto es para mí como en los días de Noé, quien juré que yo no traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que no me eno-jaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán conmovidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor, compasivo de ti. Pobrecilla, combatida de la tempestad, sin ningún consuelo. Mira que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre zafiros… Y serás cimentada en justicia; ponte lejos de la opresión, pues no teme-rás, y del espanto, que no llegará a ti 1.

[171] Cuarto: capítulo 60: Y vendrán a ti encorvados los hijos de aquellos que te abatieron, y adorarán las huellas de tus pies todos los que te desacreditaban, y te llamarán la ciudad del Señor, la Sión del Santo de Israel. Porque fuiste desamparada, y aborrecida, y no ha-bía quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos, para gozo en generación y generación. Y mamarás leche de las naciones, y se-rás amamantada por el pecho de los Reyes; y sabrás, que yo soy el Señor tu Salvador y tu Redentor, el fuerte de Jacob… No se oirá más hablar de iniquidad en tu tierra, ni habrá estrago ni quebranta-miento en tus términos, y ocupará la salud tus muros, y tus puertas la alabanza 2.

[172] Quinto: capítulo 62: De allí adelante no serás llamada de-samparada; y tu tierra no será ya más llamada desierta… Y los lla-marán Pueblo santo, redimidos por el Señor. Mas tú serás llamada: La ciudad buscada, y no la Desamparada 3.

[173] Sexto: capítulo 66: Alegraos con Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos con ella de gozo todos los que llo-ráis sobre ella, para que maméis, y seáis llenos de la teta de su conso-lación; para que chupéis, y abundéis en delicias de toda su gloria.

1 Is. 54, 4-11 y 14. 2 Is. 55, 14-16 y 18. 3 Is. 62, 4 y 12.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 417

Porque esto dice el Señor: He aquí que yo derivaré sobre ella como río de paz, y como arroyo que inunda la gloria de las gentes, la cual mamaréis; llevados seréis a los pechos, y sobre las rodillas os acari-ciarán. Como la madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré, y en Jerusalén seréis consolados 1.

[174] Considerad por último todo el capítulo 2 de Oseas, en que veréis abreviado todo el misterio de que actualmente hablamos, desde el principio hasta el fin. Lo primero: le anuncia Dios a su esposa infiel, que llegará el caso de privarla enteramente de su dignidad, que la arrojará ignominiosamente de su casa, que la abandonará del todo, que la mirará como si no fuera su esposa, ni él su marido, que no hará caso de sus hijos, ni se moverá a compasión: Juzgad a vuestra madre (o como leen los LXX, sed juzgados con vuestra madre), juzgadla; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido… Y no tendré misericor-dia de sus hijos 2. Lo segundo: le anuncia los terribles trabajos y cala-midades que padecerá en su soledad y desamparo, y todo de su mano y por orden suya: He aquí yo cercaré tu camino con espinos, y lo cerca-ré con paredes, y no hallará sus senderos… Manifestaré su locura a los ojos de sus amadores; y nadie la sacará de mi mano. Y haré cesar todo su gozo, su solemnidad, su Neomenia 3. Lo tercero: le anuncia y le promete, así en este lugar como en el capítulo 2, que después de bien castigada, trabajada y humillada hasta lo sumo, abrirá finalmente los ojos, y dirá como el hijo pródigo del Evangelio: Iré, y volveré a mi primer marido 4. Lo cuarto, en fin: le anuncia que entonces llamará a su Dios, diciéndole: Mi primer marido; y le promete que entonces la recibirá otra vez, y se desposará con ella como de nuevo, y no la apar-tará jamás de sí: Y te desposaré conmigo para siempre; y te desposa-ré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor 5.

[175] Estos lugares que acabo de apuntar, omitiendo otros innu-merables que se pueden ver en los profetas, parece que prueban in-venciblemente que aquella primera esposa de Dios (es decir la casa de Jacob) que después de la muerte del Mesías fue arrojada ignominio-samente de la casa del esposo por su iniquidad e incredulidad, ha de ser llamada algún día y asunta, con infinitas ventajas, en otro estado y bajo de otro testamento sempiterno, a su primera dignidad, para no perderla jamás, que es todo lo que por ahora pretendíamos probar. Examinemos en seguida atentamente lo que alega la parte contraria.

1 Is. 64, 10-13. 2 Os. 2, 2 y 4. 3 Os. 2, 6 y 10-11. 4 Os. 2, 7. 5 Os. 2, 19-20.

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418 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Se proponen y examinan dos impedimentos

PÁRRAFO 6

[176] La parte contraria, que sin duda tiene fuertes motivos para oponerse con todas sus fuerzas a la vocación y asunción de Sión, alega contra ella dos impedimentos, en tono de gran seguridad; y cierto, que mirados éstos desde cierta distancia, muestran un semblante verdade-ramente terrible, capaz de acobardar y aun hacer temblar al más ani-moso. El primer impedimento está, o se pretende estar, de parte de la esposa actual de Dios; de aquélla, digo, que entró en lugar de Sión, y ocupó el puesto que ella dejó vacío por su incredulidad 1; de aquélla de quien dice el Apóstol, citando el de Oseas: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó mi-sericordia, al que no había alcanzado misericordia 2; de aquélla de quien dice San Pedro: En algún tiempo erais no pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios; que no habíais alcanzado misericordia, mas aho-ra habéis alcanzado misericordia 3. El segundo impedimento está, o se pretende estar, de parte de la misma Sión, la cual se supone ya in-capaz de otra cosa que de desprecio y vilipendio. Uno y otro impedi-mento se presenta en tono tan decisivo, y con tan gran satisfacción, que según ellos parece que no queda lugar a la duda o la sospecha. No obstante, si nos acercamos un poco más, si los miramos con alguna particular atención, si llegamos a tocarlos con la mano, descubrimos al punto, con admiración y pasmo, que el primero estriba únicamente so-bre un puro sofisma, y el segundo sobre una insigne falsedad.

Primer impedimento

[177] La sustancia de este primer impedimento se reduce en pocas palabras a este discurso: Dios no puede tener dos esposas diversas, así como no puede tener dos Iglesias diversas, porque la esencia de la Iglesia y de la esposa de Dios, esto es, de la parte activa de la misma Iglesia (que es la que propiamente se llama esposa madre, etc.) es la unidad; luego Sión no puede ser llamada otra vez y asunta de nuevo a la dignidad de esposa de Dios, que tuvo en otros tiempos. El antece-dente es no sólo cierto sino dogma de fe. La consecuencia se prueba así: Para que Sión pueda volver a ser esposa de Dios, es necesario que la esposa actual, que entró en su lugar, caiga en algún tiempo en la desgracia del esposo y en el mismo infortunio en que cayó Sión; así como fue necesario que cayese Sión y fuese arrojada de casa, para que

1 Rom. 11, 20. 2 Rom. 9, 25. 3 1 Ped. 2, 10.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 5 419

entrase a reinar la esposa actual. A este propósito se dice en Isaías: Es-trecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de caer; y una manta corta no puede cubrir al uno y al otro 1. Ahora bien, es cierto e innegable, según las promesas infalibles del esposo mismo, que la es-posa actual, que entró en lugar de Sión, no puede jamás caer de su gracia, ni ser tratada con el mismo rigor; luego es imposible que Sión vuelva jamás a la dignidad de esposa de Dios. Si alguno duda de las promesas del esposo, vedlas aquí: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella 2. Mas yo he rogado por ti (le dijo el Señor a San Pedro), que no falte tu fe 3. Y mirad (añade) que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo 4.

[178] ¡Oh, amigo! ¿No ves ya con tus ojos lo que te decía poco ha? ¿Será posible que pases sobre un sofisma tan grosero sin advertirlo o sin darte por entendido? ¿Ignoras que este mismo sofisma fue el que alucinó a mis Judíos, el que les hizo increíbles las amenazas de su Dios, el que les hizo ininteligibles y aun invisibles sus Escrituras? Oyeme aho-ra solamente estas dos palabras. Primera: las promesas del esposo que alega a su favor y contra Sión la parte contraria, ¿a quién se hicieron? Diréis sin duda, ni podéis decir otra cosa, que se hicieron a la Iglesia que debía establecerse y como fundarse de nuevo, desde este punto y hasta en siglo 5, después del Mesías, y en consecuencia de su doctrina, de sus ejemplos, de su pasión y muerte, de su resurrección, de su ascensión al cielo, y de la efusión del Espíritu Santo. Yo paso un poco más adelante y pregunto: mas esta iglesia cristiana fundada por el Mesías ¿no estuvo mucho tiempo en solos los Judíos? La parte activa y principal de esta Iglesia, que es la que llamamos nuestra Madre santa, y por consiguiente la esposa de Dios, ¿no estuvo muchos años en Jerusalén y en solos los Judíos? ¿No se les dio a estos solos, inmediatamente de mano del espo-so, toda la potestad espiritual, toda la jurisdicción de ligar y desatar 6, todo el gobierno y disposición, y dirección de la misma Iglesia? ¿No floreció esta Iglesia en Jerusalén y en solos los Judíos con una santi-dad y perfección tan admirables y tan conformes a la institución de Cristo, cual nunca se ha visto después de ellos en todos los siglos pos-teriores? Todo esto es cierto e innegable por la historia sagrada.

[179] Con todo esto, la Iglesia santa, fundada por el Mesías en Je-rusalén y en solos los Judíos, dejó poco después a los Judíos (o ellos la dejaron, no queriendo entrar en ella) y se pasó a las Gentes, y esto tan

1 Is. 28, 20. 2 Mt. 16, 18. 3 Lc. 22, 32. 4 Mt. 28, 20. 5 Sal. 120, 8. 6 Mt. 16, 19.

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420 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

del todo, como si para ellas solas se hubiese fundado. El centro de uni-dad de la Iglesia cristiana, que el mismo esposo había puesto en Jeru-salén, lo sacó de Jerusalén y lo puso en Roma, para mayor bien y co-modidad de las mismas Gentes. Todo lo activo de la misma Iglesia se quitó a los antiguos colonos o labradores, y se les dio a otros nuevos en consecuencia de la sentencia que ya estaba dada: Arrendará su viña a otros labradores 1. Ahora bien: en esta conmutación, ¿faltó el esposo a su real palabra? ¿No quedaron tan intactas sus promesas como la Igle-sia misma a quien se habían hecho? ¿No hubiera sido una insigne es-tulticia en Jerusalén y en los Judíos, alegar estas promesas del esposo, para probar que la Iglesia activa no podía pasarse a las Gentes, ni el centro de unidad a Roma? Se espera con ansia la disparidad, y entre tanto decimos resueltamente que el primer impedimento que se alega contra Sión es nulo y de ningún valor, pues se funda en un equívoco o juego de palabras. Demás de esto, se debe observar que la parte con-traria pretende alegar a su favor aquellas promesas generales, hechas a la Iglesia cristiana, formada de las Gentes, como si hablasen con ella sola. Mas las promesas que hablan directa e inmediatamente con Sión, de que están llenas las Escrituras, éstas se miran con otros ojos; éstas son de ningún valor; éstas no pueden entenderse como se leen; éstas, etc. Mas ¿por qué razón? ¿Con qué fundamento? ¿Con qué justicia?

[180] Pero amigo mío, éste es un punto gravísimo que pide una ob-servación particular. Os remito por ahora al fenómeno siguiente, donde procuraremos tratarlo más de propósito y más a fondo, no dejándolo solamente en un puede ser. Traed a la memoria, entretanto, lo que que-da dicho de las Gentes cristianas en el fenómeno 3, especialmente so-bre la bestia de dos cuernos, y sobre la mujer sentada en la bestia, etc.

Segundo impedimento

EL REPUDIO DE SIÓN

[181] El segundo impedimento se pretende estar de parte de Sión misma. Esta, dicen, no puede volver a ser esposa de Dios. ¿Por qué? Porque es una esposa repudiada, y repudiada en toda forma, como prescribía la ley. Preguntad ahora de dónde consta este repudio, y os remiten por toda respuesta al capítulo 50 de Isaías, y al capítulo 3 de Jeremías. Estos son los únicos instrumentos que se han podido hallar en todos los archivos. Examinémoslos con atención y separadamente.

[182] Cuanto al primer instrumento, que es el primer versículo del capítulo 50 de Isaías, se debe observar en primer lugar que este capítu-lo no puede separarse de modo alguno, sin una manifiesta violencia, del

1 Mt. 21, 41.

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capítulo antecedente, porque no son dos asuntos diversos, sino uno so-lo el que en ellos se trata. Ya hemos observado, poco ha, lo que se trata en todo el capítulo 49. Hemos notado que quien habla en todo él, desde la primera hasta la última palabra, es el Mesías mismo, o el Espíritu de Dios en persona suya. Hemos notado, en particular, que primero habla con todos los pueblos de la tierra, y a éstos no les habla de otra cosa que de su primera venida y de todas sus resultas; mas llegando al versículo 14 vuelve los ojos y toda su atención a otra parte, esto es a Sión, que allí mismo se representa como abandonada de Dios y de su Mesías, dicien-do en medio de su llanto: Me ha desamparado el Señor, y el Señor se ha olvidado de mí 1. Se hace cargo de la causa de su dolor; da muestras las menos equívocas de compasión y de ternura, y como olvidado de todo otro interés, empieza luego a consolarla, y prosigue hablando con ella siempre palabras de consuelo hasta el fin del capítulo.

[183] Es visible y clarísimo, por todo el contexto, que este discurso del Mesías a Sión no se termina aquí, ni se divierte a otro asunto ni a otra persona. El mismo Mesías prosigue el mismo discurso en el capí-tulo 50. Solamente se nota esta pequeña diferencia, de ningún momen-to para el caso, que, acabando de hablar con la madre Sión en el capí-tulo 49, en el 50 se vuelve a sus hijos como si estuviesen allí presentes, y les hace estas dos preguntas: primera: ¿Qué libelo de repudio es éste (o cuál es éste) por el cual yo deseché a vuestra madre? 2; segunda: ¿O quién es mi acreedor a quien os he vendido? 3. De estas dos preguntas, si se separan de todo el contexto, o si no quieren mirarse como pre-guntas, es bien fácil concluir que Dios ha repudiado a Sión y ha vendi-do a sus hijos por esclavos; mas atendido todo el contexto, como debe atenderse, se concluye evidentemente todo lo contrario, esto es, que no ha habido tal repudio de la madre, ni tal venta de sus hijos. Los que miran su estado actual de abandono, de abatimiento, de servidumbre, y todo ello tan prolongado, podrán hacerlo o pensarlo así; mas ¿con qué razón?, dice el Señor. Si he repudiado verdaderamente a vuestra madre, ¿dónde está el libro o libelo de repudio que le di al despedirla de mi casa? ¿Quién tiene este libelo? ¿Quién lo ha visto jamás? 4.

[184] Naturalmente salta aquí a los ojos la alusión al capítulo 24 del Deuteronomio. Mandaba la ley que si alguno, descontento de su le-gítima mujer, quisiese repudiarla (lo cual, como explicó después el Me-sías mismo, sólo se permitió a los Judíos, diciéndoles: Por la dureza de vuestros corazones 5), no lo hiciese, ni pudiese hacerlo, sin dar a la

1 Is. 49, 14. 2 Is. 50, 1. 3 Is. 50, 1. 4 Is. 50, 1. 5 Mt. 19, 8.

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mujer, antes de despedirla, un libelo o una escritura auténtica en que declarase que aquella mujer quedaba libre; que el contrato matrimonial quedaba disuelto; que él cedía de todo su derecho; por consiguiente, que aquella mujer podía casarse con otro, según su voluntad. A esta ley alude aquí manifiestamente el Señor cuando, hablando con todos los hijos de Sión, les pregunta por el libro o escritura de repudio que dio a su madre al despedirla de su casa. Como si dijera: Es verdad que yo eché de mi casa a vuestra madre en el momento de mi indignación, por la enormidad de sus delitos; mas no es lo mismo echarla de casa que repudiarla. Si cuando la eché de casa no le di libelo de repudio, como está mandado en vuestra ley, con esto sólo di a entender que no la echa-ba para siempre, que no cedía de mi derecho, que no disolvía el matri-monio, que ella no quedaba libre para desposarse con otro Dios, sino del todo sujeta a mi dominio; por consiguiente, que podía llamarla otra vez, y que en efecto mi intención era llamarla cuando me pareciese, cuando hubiese sufrido su doble confusión, cuando hubiese recibido según su mérito 1. Tampoco os he vendido a vosotros, prosigue el Se-ñor, y si no, que comparezca el comprador, muestre la escritura de con-trato, o mi recibo, del precio que dio: ¿O quién es mi acreedor a quien os he vendido? Si os he vendido, ha sido de balde, ha sido sin precio, lo cual no merece con propiedad el nombre de venta. Por eso les dice en el salmo 43: Nos entregaste como ovejas de vianda, y nos esparciste entre las naciones. Vendiste tu pueblo sin precio 2.

[185] Todo este misterio, conforme lo vamos viendo en el texto de Isaías, lo leemos más en breve, y pintado con colores más vivos y más claros, en el Profeta más lacónico, que por eso mismo parece el más oscuro de todos. Mandó Dios al profeta Oseas que buscase una mujer, amada de su amigo, y adúltera 3, que se desposase con ella, y la ama-se: Así como el Señor ama a los hijos de Israel, y ellos vuelven los ojos a dioses ajenos, y aman el orujo de las uvas 4. Hallada esta mujer sin gran dificultad, hecho el contrato y desposado con ella, el profeta tuvo orden de Dios de apartarla de sí, y de ponerle en las manos, no libelo de repudio, sino otra especie de libelo mucho más breve, o una decla-ración formal en estas precisas palabras: Muchos días me aguarda-rás; no fornicarás, ni te desposarás con otro; y también yo te aguar-daré a ti 5. El Profeta mismo explica luego al punto el enigma, dicien-do: Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey y sin prín-cipe, y sin sacrificio y sin altar, y sin efod y sin terafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, y a

1 Is. 40, 2. 2 Sal. 43, 12-13. 3 Os. 3, 1. 4 Os. 3, 1. 5 Os. 3, 3.

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David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días 1.

[186] Veis aquí el estado miserable de soledad y de verdadera viu-dez en que quedó Sión después del Mesías, y en que la ha visto y ve to-davía todo el mundo. Este estado se representa aquí con la mayor vi-veza y propiedad posible. Desde que el Señor la apartó de sí, no ha he-cho otra cosa que esperar; y esta esperanza, esta expectación, ha sido su único consuelo en medio de sus grandes tribulaciones (como se le encarga en su especie de libelo): Muchos días me aguardarás. En es-tos muchos días que ya se pueden contar por millares, ni se ha casado Sión con otro Dios, ni tampoco ha caído jamás en alguno de aquellos excesos que tanto la deshonraron en otros tiempos (como también se le encarga en su libelo): No fornicarás, ni te desposarás con otro. Aun sus mayores enemigos se ven precisados a confesar la verdad, y dar testimonio de su honradez en este punto particular. Todos la acusan, la reprenden, la condenan, por su dureza, por su ceguedad, por su obs-tinación, y por otros delitos, o verdaderos o supuestos; mas ninguno la acusa, ni la ha acusado jamás, desde el Mesías hasta el día de hoy, de aquel exceso horrible que la Escritura divina llama fornicación, esto es, de idolatría; mucho menos de irreligión, o de ateísmo. Estas dos cosas, que se le encargan o se le anuncian en su especie de libelo, las ha observado y las está observando con toda aquella fidelidad y per-fección de que es capaz en el estado presente. Primera: Muchos días me aguardarás. Segunda: No fornicarás, ni te desposarás con otro.

[187] Queda la tercera, que no toca a ella, sino a Dios: Y también yo te aguardaré a ti; la cual debemos creer que el mismo Dios ha cumpli-do y está cumpliendo por su parte. Es decir, que la está esperando, y la espera hasta aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder 2; los cuales llegados, la llamará otra vez a sí, y ella oirá su voz dentro de su corazón: Iré, y volveré a mi primer marido 3; y tal vez dirá también bajo de otra similitud: Me levantaré, e iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo, y delante de ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como a uno de tus jornaleros 4. Volverá, digo, a casa del esposo (el cual se movió a misericordia 5), la recibirá entre sus brazos, se olvidará de todo lo pasado, la restituirá con infini-tas ventajas a su primera dignidad, la fundará y establecerá de nuevo con regocijo de toda la tierra 6, le dará la posesión de todos sus dere-chos, le cumplirá tantas promesas que por tantos siglos han estado sus-

1 Os. 3, 4-5. 2 Act. 1, 7. 3 Os. 2, 7. 4 Lc. 15, 18-19. 5 Lc. 15, 15 y 20. 6 Sal. 47, 3.

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pensas, y en suma, se acabarán todos sus trabajos: Y después de esto volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días. Y como dice el mismo Profeta en el capítulo antecedente, versículo 15 y siguientes: Cantará allí según los días de su mocedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto. Y acaecerá en aquel día, dice el Señor, me llamará marido mío… Y te desposaré conmigo para siem-pre; y te desposaré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe; y sabrás que yo soy el Señor 1.

[188] Yo no ignoro, amigo, ni vos podéis ignorar, que todo este mis-terio admirable, contenido en el brevísimo capítulo 3 de Oseas, se tira a acomodar del modo posible a la cautividad de Babilonia, y a los que vol-vieron con Zorobabel; mas tampoco ignoro, ni vos podéis ignorar, que esta acomodación, por más esfuerzos que se hagan, sólo puede llegar hasta la mitad. La otra mitad debe quedar fuera irremediablemente, así por su enorme grandeza como por su absoluta inflexibilidad.

[189] Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey y sin prínci-pe, y sin sacrificio y sin altar, y sin efod y sin terafines. Esta primera mitad del texto, separada de la otra mitad, es fácil hacerla servir a la cautividad de Babilonia; pues, al fin, en todo este tiempo estuvieron los hijos de Israel sin rey propio (y lo están desde entonces hasta aho-ra), estuvieron sin altar, sin sacrificio, etc. Mas si se unen las dos mi-tades como deben unirse, pues no son dos piezas diversas, sino una misma, con esto solo se conoce al punto, y aun se toca con la mano, que toda entera (la brevísima profecía) mira a otro tiempo y a otro su-ceso infinitamente mayor. Ved aquí la otra mitad, y no queráis separar lo que Dios ha unido: Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios… y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.

[190] Unidas estas dos mitades, acomodad el todo que de ellas re-sulta a la cautividad de Babilonia y a la vuelta, y tocaréis con las manos la repugnancia e imposibilidad.

[191] En primer lugar, los que volvieron de Babilonia, lejos de bus-car a su Dios, como lo anuncia la profecía, diciendo: Después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios, no pensaron en otra cosa que en buscarse a sí mismos, y en establecerse cómoda-mente; tanto que, pasados algunos años, fue necesario que Dios les en-viase dos profetas, Ageo y Zacarías, para acordarles el fin principal de su venida, que era la reedificación del templo destruido por Nabuco-donosor. Así los reprende el Señor por Ageo, capítulo 1: Este pueblo dice: No es llegado aún el tiempo de que la casa del Señor se edifi-

1 Os. 2, 15-16 y 19-20.

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que… ¿Conque tenéis vosotros tiempo para morar en casas artesona-das, y esta casa será desierta?… Porque mi casa está abandonada, y la prisa que mostráis cada uno es para su casa. Por esto se prohibió a los cielos que diesen agua para vosotros, y se prohibió a la tierra que diese su fruto 1.

[192] En segundo lugar, los que volvieron de Babilonia, lejos de buscar a su Dios, empezaron luego a quebrantar una de sus leyes más sagradas y más fundamentales, cuya inobservancia había sido siempre funestísima para la mayor parte de la nación, su escándalo, su ruina, y la causa principal de todos sus trabajos. Empezaron, digo, a casarse con mujeres extranjeras e idólatras, como si ya no les obligase aquella ley que dice: Ni tomarás de sus hijas mujeres para tus hijos 2. Esta trans-gresión fue tan universal en los que volvieron de Babilonia, como se puede ver en el capítulo 9 del primer libro de Esdras, que empieza así: Y acabadas que fueron estas cosas se llegaron a mí los príncipes, di-ciendo: El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han sepa-rado de los pueblos de estas tierras, ni de sus abominaciones… Por-que han tomado de sus hijas para sí y para sus hijos… y la mano de los principales y de los magistrados ha sido la primera en esta pre-varicación. Y luego que oí estas palabras, rasgué mi manto y mi túni-ca, y mesé los cabellos de mi cabeza y de mi barba, y me senté triste 3.

[193] Y es de notar aquí que este santo sacerdote Esdras vino a Je-rusalén, enviado de Artajerjes, sesenta años poco más o menos después de Ciro; y por consiguiente, después de la época célebre de la vuelta de Babilonia. Conque todo este largo espacio de tiempo habían buscado admirablemente a Dios, quebrantado sus leyes más sagradas, los hijos de Israel (siendo así que de ellos dice Oseas): Volverán los hijos de Is-rael, y buscarán al Señor su Dios. Nada digo de la observancia del sá-bado, que apenas había quien respetase este día tan sagrado, como lo lloró y procuró remediar Nehemías, enviado del mismo Artajerjes, tre-ce años después de Esdras: En aquel día, dice el mismo Nehemías, vi en Judá que pisaban lagares en sábado, que acarreaban haces, y car-gaban sobre asnos vino, y uvas, e higos, y toda carga, y lo entraban en Jerusalén en día de sábado, etc. 4.

[194] En tercer lugar, ¿cuál sería aquel su rey David que buscaron los hijos de Israel cuando volvieron de Babilonia? Buscarán al Señor su Dios, y a David su rey. ¿Sería acaso Zorobabel, hijo de David, que volvió con ellos? Sí, éste sería, ni hay otro rey David a quien poder re-currir en aquellos tiempos. ¿Mas para qué buscar a quien tenían con-

1 Ag. 1, 2 y 4 y 9-10. 2 Ex. 34, 16. 3 1 Esd. 9, 1-3. 4 2 Esd. 13, 15.

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sigo? ¿Acaso para sentarlo en el trono de su padre? ¿Para ponerle el cetro en la mano y la corona en la cabeza? ¿Para honrarlo y obedecerlo como legítimo soberano? ¡Oh, cuán lejos estaban en aquel tiempo, así los Judíos como el mismo Zorobabel, de semejantes pensamientos! Y las palabras que se siguen: Y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes, ¿cómo se verificaron en la vuelta de Babilonia? Y (estas otras): En el fin de los días, que son como la llave de toda la profecía, ¿dónde se colocan, ni qué uso pueden tener en aquellos tiempos? Todas estas cosas son sin duda demasiado grandes, duras e inflexibles; ni basta la fuerza, ni tampoco el ingenio para hacerlas ceder.

[195] Volvamos ahora a Isaías, a quien dejamos un momento para entenderlo mejor en Oseas. No habiendo, pues, tal repudio de Sión, ni tal venta de sus hijos (prosigue hablando el Mesías), la razón por que he usado con vosotros, y con vuestra madre, de tanto rigor y severidad, ha sido la muchedumbre y gravedad de vuestros delitos: Ved que por vuestras maldades habéis sido vendidos, y por vuestros pecados he repudiado a vuestra madre. Entre estos delitos, con ser tantos y tan graves, no nombra otro en particular, sino el mal recibimiento que le hicieron en su venida: Porque vine, y no había hombre; llamé, y no había quien oyese; otra señal clara de los tiempos de que aquí se ha-bla. Hecha esta declaración de no haber repudiado a la madre, ni ven-dido a los hijos, prosigue inmediatamente la consolatoria diciéndoles: ¿Por ventura se ha acortado y achicado mi mano, que no pueda re-dimir? ¿O no hay poder en mí para libraros? Y para que vean que lo puede hacer, y que lo hará infaliblemente como lo tiene prometido, les acuerda en pocas palabras, así lo que hizo cuando los sacó de Egipto, como lo que está anunciado en las Escrituras para los tiempos de su segunda venida: Ved que a mi amenaza haré desierto el mar, y pon-dré en seco los ríos; se pudrirán los peces sin agua, y morirán en se-co. Vestiré los cielos de tinieblas, y les pondré un saco por cubierta 1.

[196] Visto, pues, y examinado este primer instrumento, la conclu-sión sea que, lejos de probar algo contra Sión, antes prueba a su favor. Prueba que es una esposa penitenciada de Dios, no repudiada, pues cuando el Señor la arrojó de sí, aunque con ira y con grande indigna-ción, no le dio libelo de repudio; por consiguiente, no cedió de su dere-cho ni disolvió el matrimonio.

[197] Búsquese este libelo en todos los archivos públicos y dignos de fe, que son todos los Libros sagrados, y no se hallará otro que aquel solo de que acabamos de hablar, registrado en el capítulo 3 de Oseas: Muchos días me aguardarás; no fornicarás, ni te desposarás con otro; y también yo te aguardaré a ti. Cuya verdadera inteligencia es la

1 Is. 50, 2-3.

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que le da al mismo profeta diciendo: Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey y sin príncipe, y sin sacrificio y sin altar, y sin efod y sin terafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel y buscarán al Señor su Dios, y a David su rey; y se acercarán con te-mor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días.

Se examina en breve el segundo instrumento

[198] Para conocer la insuficiencia y nulidad de este instrumento, basta leer el capítulo 3 de Jeremías, a donde nos remiten. En él halla-mos todo lo contrario de lo que se pretende; y hallamos, fuera de esto, que todo este capítulo es una confirmación de lo que hemos dicho hasta aquí sobre los Judíos, y también de lo que todavía nos queda que decir.

[199] Se dice comúnmente (empieza el Señor hablando con la casa de Judá, y tratándola de esposa suya, aunque infiel y adúltera): Si un marido repudiare a su mujer, y separándose ella de él, tomare otro marido, ¿acaso volverá más aquél a ella? ¿Acaso no será aquella mu-jer amancillada y contaminada? Mas tú has fornicado con muchos amadores; esto no obstante, vuélvete a mí… y yo te recibiré 1.

[200] Por estas primeras palabras se empieza ya a conocer cuán ajeno estaba el Señor de repudiar a Sión, pues en medio de sus adulte-rios, con que estaba tan contaminada, la llama, la exhorta, le ruega que se vuelva a él, prometiéndole de recibirla y olvidarse de todo: Esto no obstante, vuélvete a mí… y yo te recibiré. En toda esta exhortación, que sigue haciendo el Señor a la casa de Judá, se ve lo que deseaba su peni-tencia y enmienda, para no verse precisado a desterrarla a Babilonia.

[201] Entre las cosas que dice el Señor, quejándose de la ingratitud de Judá, una es que, aun habiendo visto por sus ojos el castigo terrible que acababa de dar a su hermana mayor (esto es, a la casa de Israel compuesta de diez tribus), a quien había desterrado a la Asiria y Media, dándole libelo de repudio; con todo eso no había escarmentado, ni en-trado en temor; antes parece que esto mismo le había servido de mayor incentivo para soltar la rienda a sus excesos, y multiplicar sus adulte-rios: Y vio la prevaricadora Judá su hermana, que porque había adul-terado la rebelde Israel, la había yo desechado y dado libelo de repu-dio; y no tuvo temor la prevaricadora Judá su hermana, mas se fue, y ella también fornicó… y adulteró con la piedra y con el leño 2. ¿Quién pensara que estas palabras se trajesen a consideración, y que con ellas se intentase probar que Sión es una esposa repudiada? ¿Con qué justi-cia? ¿Con qué razón? ¿Con qué apariencia? ¿Acaso por aquellas pala-

1 Jer. 3, 1. 2 Jer. 3, 7-9.

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bras: La había yo desechado, y dado libelo de repudio? Mas esto, ¿de quién se dice? ¿De qué tiempo se habla, y en qué sentido?

[202] Cualquiera que lea este texto seguidamente, conocerá al pun-to, lo primero: que no se habla de los tiempos posteriores al Mesías, sino muy anteriores aún a la cautividad de Babilonia, pues Jeremías empezó a profetizar en tiempos de Josías, esto es, más de seiscientos años antes del Mesías, y aquí habla de la idolatría de Judá, que sucedía en su tiempo. Lo segundo: que se habla del libelo de repudio dado a la casa de Israel, adúltera y juntamente cismática, que se había separado de su hermana, la casa de Judá, donde estaba Sión, o la corte y centro de unidad de la verdadera religión. Lo tercero y principal: que se habla de la casa de Israel, no considerada como iglesia de Dios (pues antes se ha-bía salido de la iglesia), sino considerada solamente como reino y como cosa diversa de la casa y reino de Judá. Estos dos reinos o estas dos ca-sas se llaman en la Escritura dos hermanas, esposas de Dios: una ma-yor, porque comprendía diez tribus; otra menor, porque comprendía solas dos. A la primera se le da el nombre de Oola, a la segunda de Ooli-ba, mas esto no se dice porque Dios tuviese en aquel tiempo dos espo-sas o dos iglesias diversas, sino porque las dos hermanas, ambas reinas independientes en cuanto al reino terreno, debían componer una reina, una iglesia, una esposa del verdadero Dios. Y no obstante, la mayor se había separado de la menor (dejándola la menor con su separación), y esto no solamente en cuanto al reino terreno, sino también en cuanto a la religión, separándose (por pura política mundana, que es la verdade-ra peste del mundo), separándose, digo, al mismo tiempo de su Dios, de sus leves, de su culto, de su fe, de su esperanza y de sus obligaciones.

[203] Pues a esta hermana mayor, cismática, adúltera y prostituta de profesión, dice el Señor que al fin la arrojó de sí y le dio libelo de repudio; mas no dice esto de la hermana menor, de la casa de Judá, de Sión, donde estaba y debía estar por institución suya la esposa pro-piamente dicha, esto es, lo activo de la religión, o la corte y centro de la verdadera Iglesia de Dios. A ésta la desterró también a Babilonia des-pués de algunos años, mas no le dio libelo de repudio, no se disolvió el matrimonio, no la dejó en libertad para casarse con otros dioses; antes por el contrario, deseando ella este libelo de repudio, deseando quedar en plena libertad por la suma corrupción de su corazón, le declara el Señor por el profeta Ezequiel, enviado extraordinario en aquellos tiem-pos de su destierro, que no conseguiría de modo alguno lo que deseaba y pensaba: Y no se cumplirá el designio de vuestro ánimo, cuando de-cís: Seremos como las gentes, y como los pueblos de la tierra, para adorar los leños y las piedras. Vivo yo, dice el Señor Dios, que con mano fuerte, y con brazo extendido, y con furor encendido reinaré sobre vosotros. Y os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tie-

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rras en donde habéis sido dispersos con mano robusta, y con furor encendido reinaré sobre vosotros 1. Esta parece la verdadera razón por la que, habiendo vuelto de su destierro la hermana menor, no vol-vió la hermana mayor, ni se sabe hasta ahora con alguna distinción y claridad dónde se halla; no porque se haya perdido enteramente, ni porque se haya mezclado y confundido con las otras naciones, ni tam-poco porque no haya de volver jamás, sino porque todavía no ha llega-do su tiempo. ¿Y pensáis, señor, que este tiempo no llegará?

[204] Yo supongo, por un momento, que ya no os acordéis de to-dos aquellos lugares de la Escritura que quedan notados y copiados en este fenómeno de los Judíos. También quiero suponer, por otro mo-mento, que se hayan perdido todas las profecías, y todos cuantos li-bros o piezas diversas componen la Biblia sagrada, sin quedarnos otra cosa en el día de hoy, sino solamente el capítulo 3 de Jeremías. Aun en este caso tan deplorable, y con solo este instrumento, no podíamos mi-rar a las diez tribus (mucho menos a Sión) como del todo abandona-das, sin remedio y sin esperanza. Proseguid leyendo el mismo capítulo y, antes de llegar a la mitad, empezaréis a ver con admiración en lo que para al fin el repudio de la hermana mayor, y la bondad del Señor para con ella. Anda (le dice a Jeremías), anda y da voces contra el Aquilón (hacia donde había sido ventilada cien años antes esta her-mana mayor), llámala, convídala, exhórtala que vuelva a su Dios con todo su corazón. Dile que estoy pronto a recibirla, y la recibiré en efec-to, no obstante haberle dado libelo de repudio. Dile en mi nombre, y asegúrale de mi parte, que mi indignación contra ella, aunque grande y justísima, no es irremediable, que no quiero de ella otra cosa, sino que conozca su iniquidad, que conozca y confiese que ha pecado con-tra su Dios: Anda y grita estas palabras contra el Aquilón, y dirás: Vuélvete, rebelde Israel… y no apartaré mi cara de vosotros, porque Santo soy yo… y no me enojaré por siempre. Con todo eso, reconoce tu maldad, porque contra el Señor tu Dios has prevaricado… Volveos, hijos que os retirasteis… porque yo soy vuestro marido 2.

[205] Si esto os parece todavía poco claro en favor de la hermana mayor, seguid leyendo un poco más, y veréis cómo la exhortación pasa luego, aunque insensiblemente, a profecía (lo cual es frecuentísimo en todos los profetas). Así prosigue el Señor inmediatamente diciendo: Volveos, hijos que os retirasteis (o rebeldes, como leen otras versio-nes), porque yo soy vuestro marido; y tomaré de vosotros uno de ca-da ciudad, y dos de cada parentela, y os introduciré en Sión. Ya desde aquí empieza la profecía. Estas son las reliquias preciosas de Israel de que tanto se habla en los Profetas; de que San Pablo habla en varias

1 Ez. 20, 32-34. 2 Jer. 3, 12-14.

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partes, especialmente en la epístola a los Romanos, capítulo 11; de que se habla en el Apocalipsis, capítulo 7, cuando se sacan de cada una de las tribus doce mil sellados con el sello de Dios vivo, etc. De este modo prosigue Jeremías en lo restante del capítulo 3, anunciando cosas del todo nuevas, que hasta ahora ciertamente no han sucedido. Por ejem-plo, versículo 17: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén Trono del Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre del Señor en Jerusalén, y no andarán tras la maldad de su corazón pésimo 1. El misterio que aquí se empieza a divisar lo observaremos en otra parte. En aquellos días (prosigue diciendo, versículo 18) la casa de Judá irá a la casa de Israel, y vendrán a una de la tierra del Aqui-lón (y de todas las regiones, como se halla en los LXX) a la tierra que di a vuestros padres 2.

[206] Esto último, ¿cuándo sucedió? ¿Acaso en la vuelta de Babi-lonia? Falso y falsísimo, por la misma historia sagrada, y por todos los monumentos que nos quedan de este suceso. La casa de Judá, que fue desterrada a Babilonia en tiempo de Nabucodonosor, ésta volvió de Babilonia con licencia del rey Ciro, sin habérsele pasado por el pensa-miento el ir primero a buscar a su hermana mayor (con quien había vivido siempre en suma enemistad) para venir junto con ella a la tierra de sus padres. Esta hermana mayor quedó en su destierro, en su cauti-vidad, en su dispersión; ni hubo entonces, ni hubo después, quien la fuese a llamar. Y aunque la hubiese llamado alguno, estaba escusada legítimamente por no haber lugar para ella en la tierra de sus padres, estando tan ocupada, menos Judá y Benjamín, con las naciones que había enviado a poblarla Salmanasar 200 años antes de Ciro 3. En este destierro ha estado hasta ahora como perdida, y lo estará hasta su tiempo. En aquellos días la casa de Judá irá a la casa de Israel, y vendrán a una de la tierra del Aquilón, (y de todas las regiones) a la tierra, que di a vuestros padres. Es cierto que no sabemos cuándo ni cómo podrá esto suceder; mas esta ignorancia propia nuestra respecto de lo futuro no puede ser una razón suficiente para negarlo o despre-ciarlo, o echarlo a otros sentidos conocidamente violentos, o puramen-te acomodaticios. Traed a la memoria aquella trompeta grande de que hablamos en otra parte, que, como se dice en Isaías, se debe tocar en algún día para este fin: En aquel día resonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido de tierra de los Asirios, y los que habían sido echados en tierra de Egipto, y adorarán al Señor en el santo monte en Jerusalén 4. También podéis acordaros de aquel otro

1 Jer. 3, 17. 2 Jer. 3, 18. 3 4 Rey. 17, 24. 4 Is. 27, 13.

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lugar del mismo Isaías: Y alzará bandera a las naciones, y congrega-rá los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cua-tro plagas de la tierra 1.

[207] En suma, no perdamos tiempo inútilmente; todo el capítulo 3 de Jeremías nada prueba contra Sión, antes confirma y corrobora todos los instrumentos (tantos y tan claros) que tiene a su favor. Por consiguiente, no hay razón alguna para decir que es una esposa repu-diada, sino una esposa penitenciada, que está cumpliendo su peniten-cia, hasta que acabe de recibir enteramente de la mano del Señor el doble por todos sus pecados 2. Y como ella misma dice en espíritu por Miqueas: No te huelgues, enemiga mía, sobre mí, porque caí; me le-vantaré cuando estuviere sentado en tinieblas, el Señor es mi luz. Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz, veré su jus-ticia. Y lo verá mi enemiga, y será cubierta de confusión la que me di-ce: ¿En dónde está el Señor Dios tuyo? 3. Considerad, amigo, estas pa-labras del Espíritu Santo, que habló por sus profetas, y consideradlas con atención, dando lugar a serias reflexiones. Si las leéis en su propia fuente con todo su contexto, hallaréis ciertamente mucho más de lo que soy capaz de reflexionar.

Artículo 4

Cuarto aspecto

Se consideran los Judíos, después de la muerte del Mesías, como privados de la vida espiritual y divina

que estaba antes en ellos solos; por consiguiente, como muertos cuyos huesos, consumidas las carnes 4, se ven áridos y secos,

y dispersos sobre el gran campo de este mundo; y se pregunta si este castigo tendrá fin, o no

[208] En este cuarto y último aspecto poco tenemos que observar de nuevo; ya porque las cosas principales que pudiéramos observar quedan suficientemente observadas en los tres aspectos precedentes; ya también porque nos ahorra todo el trabajo una célebre y admirable profecía que hallamos en los Libros sagrados, la cual sola comprende y

1 Is. 11, 12. 2 Is. 40, 2. 3 Miq. 7, 8-10. 4 Job 19, 20.

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reúne, con admirable simplicidad y claridad, todo cuanto se halla es-parcido en las otras profecías que anuncian misericordias a la casa de Jacob. Así, toda nuestra observación debe convertirse únicamente a esta misma profecía célebre que vamos a copiar aquí.

[209] El estado miserable en que quedó toda la casa de Jacob des-pués del Mesías (el cual debía ser para ella, por su malicia e iniquidad, piedra de tropiezo, como estaba anunciado en Isaías, capítulo 8, con estas palabras: Mas en piedra de tropiezo, y en piedra de escándalo, a las dos casas de Israel, en lazo y en ruina a los moradores de Jerusa-lén. Y tropezarán muchos de entre ellos, y caerán, y serán quebran-tados, y enlazados, y presos 1); este estado, digo, en que ve todo el mundo a la casa de Jacob, y juntamente el otro estado todavía futuro, a que debe pasar después de este presente, lo mostró Dios en una vi-sión extraordinaria, y bajo unas semejanzas las más propias y natura-les, al profeta Ezequiel, como él mismo lo refiere en todo el capítulo 37 de su profecía por estas palabras:

[210] Vino sobre mí la mano del Señor, y me sacó fuera en espíri-tu del Señor, y me dejó en medio de un campo que estaba lleno de huesos. Y me llevó alrededor de ellos, y eran en más gran número so-bre la haz del campo, y secos en extremo. Y díjome: Hijo de hombre, ¿crees tú acaso, que vivirán estos huesos? Y dije: Señor Dios, tú lo sa-bes. Y díjome: Profetiza sobre estos huesos, y les dirás: Huesos secos, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré sobre vosotros nervios, y haré crecer carnes sobre vosotros, y extenderé piel sobre vosotros, y os daré espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor. Y profeticé como me lo había mandado; mas cuando yo pro-fetizaba, hubo ruido, y he aquí una conmoción; y ayuntáronse huesos a huesos, cada uno a su coyuntura. Y miré, y vi que subieron nervios y carnes sobre ellos; y se extendió en ellos piel por encima, mas no tenían espíritu. Y díjome: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hom-bre, y dirás al espíritu: Esto dice el Señor Dios: De los cuatro vientos ven, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y revivan. Y profeticé como me lo había mandado, y entró en ellos espíritu, y vivieron, y se levantaron sobre sus pies un ejército numeroso en extremo. Y me di-jo: Hijo de hombre, todos estos huesos, la casa de Israel es; ellos di-cen: Secáronse nuestros huesos, y pereció nuestra esperanza, y he-mos sido cortados. Por tanto profetiza, y les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí yo abriré vuestras sepulturas, y os sacaré de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os conduciré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando abriere vuestros sepulcros, y os sacare

1 Is. 8, 14-15.

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de vuestras sepulturas, pueblo mío, y pusiere mi espíritu en vosotros, y viviereis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo, el Señor, hablé e hice, dice el Señor Dios 1.

[211] Segunda parte, desde el versículo 15: Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Y tú, hijo del hombre, tómate un leño (o una vara) y escribe en él: A Judá, y a los hijos de Israel, sus compañeros… Y jún-talos el un leño con el otro, para que sean uno solo, y se harán uno en tu mano. Y cuando te hablaren los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos dirás lo que quieres significar con estas cosas?, les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo tomaré el leño de José, que está en la mano de Efraím, y las tribus de Israel que le están unidas, y las pon-dré juntas con el leño de Judá, y las haré un solo leño, y serán uno en su mano. Y estarán en tu mano, a vista de ellos, los leños en que es-cribieres. Y les dirás: Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde fueron, y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos; y nunca más serán dos pueblos, ni se dividirán en lo venidero en dos reinos. Ni se contaminarán más con sus ídolos, y con sus abominaciones, y con todas sus maldades; y los sacaré salvos de todas las moradas en que pecaron, y los purificaré, y ellos serán mi pueblo, y yo les seré su Dios. Y mi siervo David será rey sobre ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán, y guar-darán y cumplirán mis mandamientos. Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual moraron vuestros padres; y morarán en ella ellos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos por siempre; y David mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alian-za de paz, alianza eterna tendrán ellos; y los cimentaré, y multiplica-ré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos, y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las Gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente 2.

Lo que se halla sobre esto en los intérpretes

PÁRRAFO 1

[212] Habéis leído, señor mío, toda esta célebre profecía, y aunque debo pensar que la habéis leído con grande atención, y con no menor admiración, ya os suplico que volváis a leerla, no digo solamente dos o tres veces, sino doscientas o trescientas. Estoy cierto que, mientras

1 Ez. 37, 1-14. 2 Ez. 37, 15-28.

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más la leyereis, hallaréis más que entender, y entenderéis mejor. Esta es una de aquellas muchas profecías, verdaderamente terribles y ad-mirables, en que el Espíritu Santo se explica de un modo tan señoril, tan decisivo, tan claro, tan circunstanciado, que nada queda que hacer al ingenio humano. Todos los esfuerzos que éste hiciere en contra no servirán para otra cosa que para dar a conocer su pequeñez o insufi-ciencia. En cuantos autores he podido ver sobre este punto, hallo ma-nifiestas señales de embarazo y temor, que no les es posible disimular del todo, por más que lo pretenden. Empiezan a engolfarse al principio con gran suavidad, como que el mar está quieto, y los escollos, aunque no se ignoran, no se ven tan cerca que amenace peligro; mas apenas han navegado algunas pocas millas, apenas han pasado algunos pocos versículos de la profecía, cuando se hallan rodeados de escollos terri-bles, que impiden el paso y amenazan con un naufragio inevitable.

[213] Empiezan a acomodar la profecía a los Judíos en el tiempo de la cautividad de Babilonia. Estos son, dicen, los huesos secos y ári-dos, esparcidos por el campo; y estos mismos huesos, vestidos de ner-vios, de carne y de piel, a quienes se introduce de nuevo el espíritu de vida, son los mismos Judíos que volvieron de Babilonia. Mas como es imposible (cuanto puede extenderse esta palabra) seguir esta acomo-dación, y llevar adelante esta idea sin que perezca y se aniquile entre tantos escollos, ved lo que hacen para librarla del inminente naufragio (paréceme que haré un gran servicio a la verdad, en descubrir o no di-simular este artificio). Lo primero: dar muestra de no ver tal peligro ni tales escollos, o a lo menos no temerlos; pues delante del enemigo no es bueno mostrar flaqueza. Lo segundo: como, no obstante esta intre-pidez, el peligro se ve cierto o inevitable si se da un paso más adelante, para no dar este paso más, y al mismo tiempo para no volver atrás con deshonor, ved la ingeniosidad. Fingen (digámoslo así para explicarnos con toda propiedad), fingen prácticamente haber descubierto un ene-migo terrible, a quien es preciso presentar la batalla; por consiguiente, es necesario mudar de rumbo, porque este asunto es sin comparación más interesante que los cautivos de Babilonia. Este enemigo terrible, que obliga a mudar enteramente de rumbo, ¿cuál es? Es aquel error antiquísimo de la secta de los Saduceos, que dicen que no hay resu-rrección, a quienes siguieron algunos herejes de los más ignorantes y groseros del primero y segundo siglo. Este error tan perjudicial es pre-ciso combatir aquí hasta destruirlo y aniquilarlo. Por tanto, dejados aparte los cautivos de Babilonia, y con ellos toda la profecía con todos sus escollos, se ve convertir en un momento toda la explicación en una controversia formal sobre la resurrección de la carne, pretendiendo probar y corroborar este artículo esencial de nuestra religión con este lugar de la Escritura.

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[214] No falta quien pase un poco más adelante, y saque de esta misma profecía, no solamente la verdad de la resurrección, sino tam-bién otra noticia bien singular, es a saber, que poco antes de la resu-rrección universal tendrán orden los ángeles de recoger todos los hue-sos, partículas y cenizas de todos los muertos, esparcidos en todo el orbe, y conducirlos todos al gran campo de Senaar, donde estaba si-tuada Babilonia, y donde el profeta Ezequiel tuvo esta visión. ¿Para qué? Para que todos los hijos de Adán resuciten en un momento, en un abrir de ojo, y puedan desde allí encaminarse todos juntos, y llegar presto al valle de Josafat, que es viaje de pocos días, y entonces será mucho más breve, pues no tendrán que parar a comer ni dormir, etc.

[215] Es verdad que el común de los doctores no pasa tan adelan-te, ni admite ni aprueba un despropósito tan solemne; mas también es verdad que el común de los doctores se divierte y se detiene mucho más de lo que era menester, en probar la resurrección de la carne con esta célebre profecía, como si en ella no hubiese misterio directo e in-mediato, y por eso digno de sus primeras atenciones. De aquí se sigue que, como ya fatigados de una disputa tan grave, pasan con suma lige-reza, y a no pequeña distancia, por lo que resta de la profecía, seña-lando algunas cosas sólo en general y confusamente, suponiendo otras sin pensar en probarlas, y omitiendo del todo las más sustanciales, co-mo si fuesen de ninguna importancia.

[216] Aunque esto que acabo de decir me parece la pura verdad (como lo puede examinar por sí mismo el que pensare lo contrario), no por eso pienso acusar de mala fe a los intérpretes de la Escritura. No ignoro la grande y notable diferencia que hay entre una mala fe y una mala causa, fundada en un principio falso, que se tiene inocentemente por verdadero. Lo primero supone malicia, artificio y dolo; lo segundo sólo arguye impotencia. En este principio, pues, en este supuesto no verdadero, en este sistema no bueno, está todo el mal. ¿Qué otra cosa me es posible hacer, cuando veo que una profecía (o ciento o mil) falsi-fica formalmente, destruye, aniquila mi principio, mi supuesto, mi sis-tema, que yo tengo por único, y por consiguiente por indubitable? Ne-gar la profecía, o arrancarla de la Biblia sagrada, no es lícito. Acomo-darla toda, o gran parte de ella, a los cautivos de Babilonia, es imposi-ble; porque los escollos que impiden el paso son tantos, y tan unidos entre sí, cuantas son las expresiones y palabras de que se compone la misma profecía. Alegorizarla toda, o a lo menos alguna parte conside-rable, parece una empresa sumamente ardua e inasequible al ingenio humano. Pues en este conflicto, en esta situación, en estas circunstan-cias tan críticas, ¿qué se hará, qué partido se podrá tomar para salvar de algún modo, y librar del naufragio inminente, el principio, el su-puesto y el sistema? Discurrid, amigo, cuanto alcanzare vuestro inge-

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nio, y yo me atrevo a profetizar que no hallaréis otra cosa mejor que lo que ya está discurrido. Quiero decir, divertirse en primer lugar (mucho o poco, según el carácter del autor, mas siempre con muestras de un grandísimo celo) a probar y confirmar y roborar con esta profe-cía nuestro artículo de fe sobre la resurrección de la carne. En segundo lugar, para dar una prueba real de sinceridad y buena fe, confesar francamente que dicha profecía no tiene por objeto, directo e inme-diato, la resurrección de los muertos, que creemos y esperamos todos los Cristianos, sino que es una pura metáfora o semejanza, tomada de la verdadera resurrección que ha de suceder, para explicar la cautivi-dad de los Judíos en Babilonia, y anunciar la salida de esta cautivi-dad; y también (aunque de paso, y en sentido alegórico) la cautividad del linaje humano por el pecado, y la liberación por Cristo de esta misma cautividad.

[217] En tercer lugar, como si ésta fuera la verdadera inteligencia de la metáfora, como si esta inteligencia quedase ya probada y demos-trada, como si no la repugnase abiertamente todo el texto sagrado, vol-ver a insistir de nuevo en la disputa de la resurrección; no ya porque la profecía mire directamente a la resurrección de la carne, sino porque esta resurrección de la carne se infiere manifiestamente de la misma profecía; pues no usara Dios de una metáfora tomada de la resurrec-ción, si no hubiera de haber verdadera resurrección: Pues nadie con-firma lo incierto por medio de cosas que no constan de cierto. ¡Qué lástima que unas cosas tan verdaderas y tan buenas en sí sean tan fue-ra del caso! Y la explicación de la profecía, ¿donde está? ¿No se había empezado a acomodar a los cautivos de Babilonia? ¿Por qué, pues, no se prosigue esta acomodación, hasta dejarla enteramente concluida? ¿Acaso porque lo impidieron los Saduceos enemigos de la resurrec-ción? Bien, mas ya estos Saduceos han quedado vencidos en la dispu-ta, han enmudecido del todo, han desaparecido. Parece ya tiempo oportuno para seguir quietamente la explicación que se había comen-zado. ¡Oh, qué petición tan importuna! ¿Cómo es posible seguir la ex-plicación de una profecía tan difusa después de las fatigas de una bata-lla tan reñida? Bastará, pues, decir en general, en pocas palabras, y desde cierta distancia, que los huesos áridos y secos de que se ve lleno todo el campo, son los Judíos en el tiempo de la cautividad de Babilo-nia; y estos mismos huesos vestidos de nervios, de carne y de piel, en quienes se introduce de nuevo el espíritu de vida, son los mismos Ju-díos que salieron de Babilonia y volvieron a su patria. Luego veremos cómo aun esto poco que aquí se dice tan en general, es incompatible con la explicación de la metáfora que se lee en la misma profecía.

[218] Por lo que toca a la segunda parte, que es la principal y la más llena de escollos, la explicación es igualmente fácil y breve, y mu-

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cho más fácil y breve por lo que en ella se omite, que es casi todo. Las dos varas o cetros que unidos entre sí forman uno solo, el cual se pone estable y perpetuamente en la mano de un solo rey, a quien se da el nombre de David, ¿qué significan? Significan, dicen, en sentido literal, que después de la vuelta de Babilonia, las dos casas o reinos diversos de Israel y de Judá se unirán entre sí bajo de un mismo príncipe des-cendiente de David, el cual, como también dicen y confiesan, no puede ser otro que Zorobabel (no obstante que Zorobabel ni fue rey, ni prín-cipe, ni tuvo cetro, ni vara, ni autoridad alguna independiente). Bajo de este príncipe, nos quieren dar a entender, aunque con voz muy ba-ja, que sucedería esta unión de los reinos de Israel y Judá, siendo muy verosímil, añaden, que algunos individuos de todas las otras diez tri-bus volviesen juntos con los Judíos, y se agregasen a la casa y reino de Judá. Y si nada de esto cuadra, como es cierto que nada cuadra, por confesión inevitable de los mismos doctores, pues lo contradice mani-fiestamente la historia sagrada y todo el contexto de la profecía; si na-da de esto cuadra, significa, en sentido alegórico especialmente inten-tado por el Espíritu Santo, que Judá e Israel, esto es, los Judíos y los Gentiles, se unirían en una misma Iglesia bajo un mismo rey, hijo de David, el cual reinaría sobre todos ellos por la fe de los creyentes. Este es en breve todo el misterio general de la profecía, o a esto se reduce toda la explicación. Las demás cosas particulares que se leen en ella, y que destruyen visiblemente aquellas generalidades, no merecen espe-cial atención, ni es bien perder el tiempo en cosas de tan poco interés. Volved, señor, a leer la profecía, y estudiadla con mayor cuidado, prin-cipalmente desde el versículo 15.

Reflexiones

PÁRRAFO 2

[219] El examen prolijo, y la impugnación formal de esta especie de explicación que acabamos de oír, sería cuando menos un trabajo inútil. Después de leída y considerada la profecía toda con verdad y con sencillez de corazón, ¿qué necesidad tenemos de otro examen, ni de otra impugnación? La profecía misma no sólo habla, sino que ex-presa al mismo tiempo el sentido en que habla; propone enigmas, y al punto los resuelve; usa de metáforas, y las explica. Con esta explica-ción abre un camino recto, fácil y llano; y con ella misma cierra todo otro camino o senda diversa que pudiera tomarse. No deja arbitrio ni esperanza por ninguno de los treinta y dos rumbos: o habéis de pasar por el camino que halláis abierto, o habéis de volveros a vuestra casa, renunciando el empeño inútil de explicar la profecía de otra manera diversa de la que ella se explica a sí misma.

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[220] La prueba más sensible de esta verdad es el ningún efecto sensible de estas diligencias, practicadas por los mayores ingenios, pa-ra abrirse otro camino diverso, no queriendo entrar por éste que les parece impracticable; y cierto que lo es en su sistema. Este ningún fru-to de tantas diligencias habla todavía más claro, y en voz más alta y más sonora, en favor de la verdad de Dios, confirmando prácticamente aquella sentencia divina: ¿Puede por ventura compararse con Dios un hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta? 1. El ingenio hu-mano, limitado y pobre, ¿podrá jamás prevalecer contra la sabiduría divina? Para hacer esto un poco más sensible, hagamos algunas pocas y breves reflexiones.

Primera reflexión

[221] La resurrección de la carne es una verdad, y una de las ver-dades o artículos de fe esenciales y fundamentales del cristianismo. Esta verdad está tan sólidamente asegurada en todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, que más parece una verdadera injusti-cia, que un servicio real, querer asegurarla con puntales postizos y de-bilísimos en sí: Pues si no hay resurrección de muertos, dice San Pa-blo, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, luego vana nues-tra predicación, y también es vana vuestra fe. Y somos asimismo ha-llados por falsos testigos de Dios, porque dimos testimonio contra Dios, diciendo que resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo re-sucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, porque aún estáis en vuestros pecados. Y por consiguiente también los que durmieron en Cristo han perecido 2. La profecía que ahora consideramos no se endereza de modo alguno, por confesión de los mismos doctores, a la resurrección de los muertos; es una pura metáfora, que tiene por obje-to real otro misterio muy diverso del cual se habla por semejanza, no por propiedad. Este misterio particular se señala y se explica clara-mente en la misma profecía; así, debía considerarse este misterio de propósito y a fondo, sin divertirse tanto a aquellas otras cosas de las que se traen estas semejanzas, no propiedades. Debía examinarse, en primer lugar: ¿Qué misterio es éste tan grande, a quien pueda compe-ter con toda propiedad, según las Escrituras, una metáfora tan nueva y tan magnífica, de que el mismo Dios se sirve para anunciarlo? Debía examinarse, en segundo lugar: ¿De qué tiempos se habla aquí, si ya pasados, o todavía futuros? Ambas cosas debían estudiarse en la mis-ma profecía, atendiendo a todo su contexto, y a todas sus expresiones y explicaciones, sin omitir alguna; atendiendo del mismo modo a todo

1 Job. 22, 2. 2 1 Cor. 15, 13-18.

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lo que precede en los tres capítulos antecedentes, y a todo lo que se si-gue en los once siguientes. Por todo lo cual se ve tan claro, así el miste-rio como el tiempo, que su misma claridad parece que ha hecho cerrar los ojos, o volverlos hacia otra parte.

Segunda reflexión

[222] La metáfora de los huesos, en más gran número sobre la haz del campo, y secos en extremo, los cuales a la voz de Dios se unen en-tre sí, se cubren de nervios, de carne y piel, y reciben de nuevo el espí-ritu de vida, etc., no tiene alguna significación arbitraria que se haya dejado a nuestro ingenio, ni es algún enigma oscuro de que se nos pida la solución. El mismo Espíritu de verdad, que usa de la metáfora, ex-plica al mismo tiempo lo que por ella debemos entender: Todos estos huesos (dice), la casa de Israel es; todos estos huesos, sin exceptuar alguno, son los miserables hijos de Israel; ellos dicen: Secáronse nues-tros huesos, y pereció nuestra esperanza, y hemos sido cortados. ¿Quiénes dicen esto: los mismos huesos áridos y secos, o los significa-dos por esta similitud? Si son los huesos mismos, luego estos huesos tenían otros huesos propios suyos de que se componían; pues sin esto no pudieran decir: Secáronse nuestros huesos. Si son los significados por ellos, luego a éstos se debe convertir toda la atención, no a la simi-litud de que se usa; y ya que se atiende a la similitud, y que esta aten-ción no se reprueba, no por eso debe desatenderse también el asunto principal, a donde se endereza la similitud.

Tercera reflexión

[223] Los tiempos de que habla esta profecía no pueden ser los de la cautividad de Babilonia, y vuelta a Jerusalén. El texto mismo, y todo el contexto, y la grandeza de las metáforas, etc., no sólo repugnan esta inteligencia, sino que la contradicen formalmente, casi a cada palabra, más desde el versículo 15 hasta el fin. Esta parece la verdadera razón por que los intérpretes apenas tocan ligeramente, y como de muy lejos, esta segunda parte de la profecía; y algunos, aun de los más difusos, la omiten toda. Cierto que no había necesidad de tanta prisa, si nada hu-biera que temer.

Cuarta reflexión

[224] Los huesos áridos y secos, y secos en extremo, de que se ve lleno el campo, nos dicen los doctores que no significan otra cosa, en sentido literal, que los Judíos cautivos en Babilonia; y los mismos huesos unidos entre sí, cada uno a su coyuntura, que después de ves-tidos de nervios, carne y piel, reciben de nuevo el espíritu de vida, etc., tampoco significan otra cosa, en el mismo sentido literal, que los mis-

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mos Judíos que salen de Babilonia y vuelven a su patria. De aquí se si-gue, digo yo, una consecuencia algo dura, pero justísima e innegable, es a saber, que aun después de verificada la salida de Babilonia, y vuel-ta de los cautivos a su patria, el campo dicho queda todavía lleno de huesos, en más gran número… y secos en extremo, casi tanto como lo estaban antes de este suceso. ¿Por qué? Porque sabemos de cierto que los cautivos que, sin dejar de serlo, salieron de Babilonia y volvieron a su patria, fueron como cuatro respecto de mil; fueron poquísimos res-pecto de los que no volvieron; y esto, no solamente comparados con toda la casa de Jacob, o con todas sus doce tribus, de que habla mani-fiestamente la profecía, diciendo: Todos estos huesos, la casa de Israel es; sino aun respecto de sola la casa de Judá, o de los Judíos propia-mente dichos, que eran los propios cautivos de Babilonia. Esta casa de Judá, aunque sólo se componía de dos tribus, Judá y Benjamín, y del necesario sacerdocio, perteneciente a la tribu de Leví, no era tan pe-queña que no contase algunos millones de individuos. El número pre-ciso yo no lo sé, mas se puede fácilmente computar por lo que se dice en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo 17; esto es, que en tiempo de Josafat, tenía este rey, bajo cinco capitanes generales, un millón ciento y setenta mil soldados, fuera de otros muchísimos que guardaban los presidios o plazas fuertes: Todos éstos estaban prontos a las órdenes del rey, sin contar otros que había puesto en las ciuda-des muradas por todo Judá 1. El número de individuos entre hombres, mujeres y niños que resultare del cómputo, se puede comparar con el número de individuos entre hombres, mujeres y niños que salieron de Babilonia y volvieron a la Judea, los cuales, como se dice en el libro primero de Esdras, capítulo 2, sólo llegaron a cuarenta y dos mil. Lue-go estos que volvieron a su patria, aun hablando solamente de la casa de Judá, fueron una parte pequeñísima respecto de los que no volvie-ron. ¿Qué sería si se hablara, como debe hablarse, de toda la casa de Jacob? Todos estos huesos, la casa de Israel es. Luego si los huesos áridos, que se visten de nervios, carne y piel, y reviven, son los que sa-len de Babilonia y vuelven a su patria, como pretenden los doctores; los que no salen de Babilonia, o del lugar de su destierro, ni vuelven a su patria, deberán quedar en el estado y condición de huesos áridos y secos. Luego siendo éstos, poco más o menos, como mil respecto de cuatro (o si se quiere de cuarenta), el campo que vio Ezequiel quedó necesariamente casi tan lleno de huesos áridos y secos como estaba antes. Luego cuando el Profeta les dice a todos los huesos en general: Huesos secos, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí yo haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis…, sólo se habla con un puñado de aquellos huesos, no con todos; sólo un pu-

1 2 Par. 17, 19.

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ñado de ellos volvió a su patria, quedando la mayor y máxima parte, no sólo de la casa de Jacob, sino también de la casa de Judá, en su des-tierro. A todo esto se debe añadir lo que añade el Profeta (versículo 10) hablando de todos los huesos en más gran número sobre la haz del campo, es a saber, que después de vestidos de nervios, carne y piel, en-tró en ellos espíritu, y vivieron; y se levantaron sobre sus pies un ejército numeroso en extremo. Cuarenta y dos mil personas entre hombres, mujeres, niños, hablando de una nación que se componía de muchos millones, ¿merece con alguna propiedad el nombre de un ejército numeroso en extremo? Consideradlo bien, y esto solo, aun prescindiendo de otros mil embarazos, os hará entrar cuando menos en grandes sospechas. No me detengo más en esta reflexión, porque espero tratar este punto capital más de propósito y más a fondo en el fenómeno 7; por ahora, al buen entendedor pocas palabras.

Quinta y última reflexión

[225] O se cree que la profecía mira directamente, en sentido lite-ral, a la vuelta de Babilonia, o no se cree. Si lo primero: ¿Por qué no se explica toda seguidamente, en este sentido que llaman literal? ¿Por qué no se lleva adelante esta idea hasta hacerla reposar en su fin? ¿Acaso porque ésta es una empresa imposible? Luego esta misma im-posibilidad debía mirarse como una prueba real y demostrativa de que el sentido no es bueno, ni la idea justa. Si lo segundo: ¿Con qué razón o con qué equidad se insinúa, más suponiendo que probando, que éste es el sentido literal de la profecía? ¿Cómo es posible que sea el sentido literal, esto es, el verdadero sentido de una profecía en que habla el Espíritu de verdad, aunque lo repugne o lo contradiga casi a cada pa-labra la misma profecía? Luego, o el misterio de que habla es otro muy diverso, o no habla en ella el Espíritu de verdad, sino que se lo forjó el Profeta por orgullo de su corazón 1.

[226] Lo que decimos del sentido literal que se pretende, o se insi-núa, o se tira a suponer, decimos del mismo modo del sentido alegórico, con que se procuran llenar los infinitos vacíos que deja necesariamente el que llaman literal. Si el sentido alegórico es aquí el especialmente in-tentado por el Espíritu Santo, explíquese la profecía en este sentido; mas explíquese toda seguidamente, atendiendo a todo y dando razón de todo; a lo menos llénense bien con este sentido alegórico todos los vacíos que dejó el sentido literal. Si ni aun esto se puede (como es cierto que no se puede, pues si se pudiera, no es creíble que no se hubiera he-cho), se podrá conseguir el intento en el sentido mixto. Acaso me pre-guntaréis con admiración qué quiere decir sentido mixto; y yo os res-

1 Deut. 18, 22.

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pondo que no lo sé sino por la práctica, es decir, porque veo que se hace de él un gran uso en ciertos asuntos. Es verdad que no se halla en la lista de los diversos sentidos que se asientan para la inteligencia de las Es-crituras. Estos son cuatro principales, y dos menos principales. El pri-mero de los cuatro principales es el literal, esto es, el verdadero, a que se debe atender ante todo; pues sólo este puede fundar una verdad, y establecer un dogma. El segundo es el alegórico, esto es, el figurado; porque alegoría y figura significan una misma cosa. El tercero es el ana-gógico, que más pertenece al cielo que a la tierra. El cuarto es el tropo-lógico o moral, por las buenas y excelentes doctrinas que se pueden sacar de todas las Escrituras, para arreglar nuestras costumbres y san-tificar nuestra vida. Los dos menos principales son el espiritual o mís-tico, y el acomodaticio. Este último no ignoráis lo que significa, esto es, acomodar a Pedro lo que realmente no es de Pedro, sino de Pablo.

[227] Fuera de estos seis sentidos, queda todavía otro no despre-ciable; el cual, aunque no se nombra, no por eso deja de usarse en las ocasiones, como que es el más cómodo de todos; éste es el que yo llamo sentido mixto, que a todos los comprende, y de todos se sirve. ¿Qué mayor comodidad que poder entender una misma profecía, que des-truye enteramente mi sistema, parte en un sentido, parte en otro, par-te en cinco o seis al mismo tiempo? No obstante esta gran comodidad, que es fácil concebir en el sentido mixto, yo me atrevo a decir que, pa-ra entender esta profecía de que hablamos, y otras muy semejantes, no bastan todos los sentidos (ni todos los ingenios) juntos y unidos entre sí. Parece necesario, demás de esto, echar mano del último recurso, fá-cil e indefectible sobre todos; parece, digo, necesario e inevitable omi-tir y pasar por alto muchísimas cosas que resisten invenciblemente a todos los sentidos, y son aquellas puntualmente que son inacordables con el sistema. Por ejemplo, éstas desde el versículo 21: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde fueron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos… Y mi siervo David será rey sobre ellos, y uno solo será el pastor de todos ellos; en mis juicios andarán, y guardarán y cumplirán mis mandamientos… Y David mi siervo se-rá príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos… Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las Gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santifica-ción en medio de ellos perpetuamente 1.

[228] De estas pocas reflexiones que acabamos de hacer, y de mu-chísimas otras que puede hacer cualquiera con gran facilidad, la con-

1 Ez. 37, 21-22 y 24-28.

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clusión sea: que si la profecía de que hablamos (lo mismo digo de cual-quiera otras) no puede entenderse seguidamente en este sentido, ni en el otro, ni en todos juntos, la deberemos entender en aquel sentido único, obvio, natural y sencillo, que muestra la misma profecía, repug-ne o no repugne a nuestras miserables ideas. Si Dios ha hablado, él lo hará, aunque a nosotros nos parezca difícil o imposible: ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 1. ¿Para qué, pues, nos cansa-mos inútilmente en buscar otros caminos difíciles e impracticables, cuando tenemos éste fácil, llano y seguro? ¿Acaso porque no pueden pasar por este camino ciertas ideas? Luego ésta es una prueba eviden-te, no de que el camino no sea bueno, sino de que estas ideas no son buenas, sino de contrabando, pues no pueden pasar seguramente por el camino real. Y si son de contrabando, luego las deberemos dejar, obedeciendo fielmente a las órdenes del rey supremo, y cautivando nuestro entendimiento en obsequio de la fe. Con esto solo, ya nada te-nemos que temer; el camino queda fácil, llano y seguro; y la profecía que se imaginaba tan obscura, se ve al punto llena de claridad, y se en-tiende toda entera, desde la primera hasta la última palabra.

[229] No puedo detenerme más en este punto particular, porque me llaman con gran instancia otros muchos de igual o mayor impor-tancia, que tienen con éste una gran relación, y que por consiguiente deben aclararlo y fortificarlo más. Todos ellos pertenecen y se encami-nan directa e inmediatamente a un mismo asunto principal, esto es, a la consumación del gran misterio de Dios, que encierran en sí las san-tas Escrituras, o a la revelación de nuestro Señor Jesucristo, o a su ve-nida segunda en gloria y majestad, que todos creemos y esperamos.

1 Num. 23, 19.

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Fenómeno 6

La Iglesia cristiana

[230] Los dos puntos capitales, que ahora vamos a examinar, esto es, la Iglesia cristiana y la cautividad de Babilonia, no merecen tanto el nombre de fenómenos cuanto de antifenómenos, o de velos, o de nu-bes, o de impedimentos para la observación de los verdaderos fenó-menos. Estas son aquellas dos grandes y antiguas fortalezas que han servido y sirven como de refugio y asilo contra toda clase de enemigos. A ellas se acogen frecuentísimamente los intérpretes de la Escritura, y en ellas aseguran a su parecer invenciblemente todas sus ideas sobre la segunda venida del Mesías; haciendo desde aquí tanto fuego, o por mejor decir, tanto ruido para ahuyentar las ideas enemigas, que el pa-so queda, si no cerrado absolutamente, a lo menos sumamente difícil y casi impracticable.

[231] Ya habréis reparado en todo el fenómeno antecedente la gran dificultad y trabajo con que hemos caminado, siéndonos necesa-rio casi a cada paso abrirnos camino a fuerza de brazos, y disputar lar-go tiempo sobre un palmo de tierra, ya con la una, ya con la otra forta-leza, ya con ambas a un mismo tiempo; pues como el paso frecuente entre estas dos grandes fortalezas nos es inevitable, por estar situadas a la una y a la otra parte del camino real que deseamos seguir, se hace ya necesario dejar por algún tiempo toda otra ocupación, y convertir todas nuestras atenciones a las fortalezas mismas, como si fuesen en la realidad dos grandes fenómenos, dignos de la más atenta y más prolija observación. Con esto, examinadas cada una de por sí, examinadas de propósito sin divertirnos a otra cosa, examinadas de cerca cuanto nos sea permitido, podremos saber de cierto si son inexpugnables o no, es decir, si son capaces de defender las ideas contrarias, o no; o para ce-der prudentemente y retirarnos del empeño, o para seguir nuestro ca-mino sin temor alguno. Estas dos fortalezas son: primera, la cautivi-dad de los Judíos en Babilonia, y su vuelta a Jerusalén y Judea. Esto es lo que llaman sentido literal en las más de las profecías, a lo menos en cuanto se puede. Mas como realmente se puede poco, y las más veces nada, queda para suplirlo todo la segunda fortaleza, amplísima, fortí-sima, inaccesible, que se hace respetar con sólo su nombre. Queda di-go, en sentido alegórico, especialmente intentado por el Espíritu San-to, la Iglesia cristiana. Empecemos por ésta, que es la más trabajosa.

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Algunos presupuestos necesarios

PÁRRAFO 1

[232] Antes de acercarnos a esta fortaleza sagrada, y digna de nuestro más profundo respeto, para que podamos entendernos bien, y proceder sin confusión, y aun sin sospecha de temor, debemos indis-pensablemente presuponer dos cosas indispensables. Primera: la no-ción o la idea clara de todo lo que se significa y comprende en esta pa-labra, Iglesia cristiana, es decir, lo que hay de cierto y de fe divina en este punto, lo cual deberá mirarse como una breve, sincera y religiosa confesión de nuestra fe. Segunda: la noción o la idea igualmente clara del sentido y de los términos en que solamente pensamos hablar. Sin estas dos nociones, parece moralmente imposible cerrar del todo la puerta a sutilezas, o equívocos, o sofismas, ya directos, ya reflejos, que puedan fácilmente incomodarnos, enredarnos y aun oprimirnos.

Primera noción

[233] La Iglesia cristiana o católica, que es de la que hablo (ni pue-do hablar de otra, pues a ésta solamente reconozco por verdadera Igle-sia de Cristo), la Iglesia cristiana, digo, fundada por el Mesías mismo, por el Hijo de Dios, por el Hombre Dios, regada con su sangre y fe-cundada con su Espíritu, etc., es la verdadera y única Iglesia de Dios vivo en esta nuestra tierra. Esta es, como dice el Apóstol, columna y apoyo de la verdad 1, la depositaria incorruptible y fiel de la verdad, a quien toca enseñarla según la recibió; a quien toca por consiguiente el juicio y sentencia definitiva sobre el real y verdadero sentido de las santas Escrituras; y lo que ella ha resuelto, enseñado y mandado en es-tos asuntos, y lo que resolviere, enseñare y mandare en adelante como verdad de fe, debe ser recibido de todos sin contradicción ni disputa. Esta Iglesia es santa, y merece este nombre con toda propiedad, no so-lamente por la santidad de Dios a quien está consagrada, y a quien se encamina directamente, sino también por la santidad del Espíritu que la une y anima; por la santidad de su fundamento y de su cabeza, que es Cristo mismo; por la santidad de su culto, de sus sacramentos, de su moral, de sus leyes; y en suma, porque sólo dentro de ella se puede ha-llar aquella justicia y santidad, que hace a los hombres hijos de Dios: Y si hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y co-herederos de Cristo 2.

1 1 Tim. 3, 15. 2 Rom. 8, 17.

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[234] Esta Iglesia es católica o universal, porque siendo esencial-mente una, comprende y abarca dentro de sí todos los pueblos, tribus y lenguas, que han querido y quisieren entrar en adelante, y agregarse a ella. A ninguna nación excluye, ni a ninguno de sus individuos, ni aun a los viles y míseros Judíos, los cuales sin la fe, que es el estado en que actualmente se hallan, son mirados del Dios de sus padres como cualquiera otra nación infiel, y lo serían eternamente si no hubiesen de salir de este estado infeliz, como ciertamente han de salir según las Es-crituras. Porque en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el pre-pucio, sino la fe que obra por caridad 1. Esta fe pura o incorrupta es la que hace al caso; ésta es la que hace hijos verdaderos de Abraham; és-ta es la que constituye el verdadero cristianismo, o la verdadera Iglesia cristiana, en donde no hay gentil y judío, circuncisión y prepucio, bárbaro y escita, siervo y libre; mas Cristo es todo en todos 2.

[235] Esta Iglesia es asimismo apostólica, y también se dice con propiedad romana, porque toda la autoridad y jurisdicción, o potestad espiritual, la puso el Hijo de Dios mismo en sus apóstoles, y sobre to-dos en el príncipe de ellos, San Pedro; toda está y estará, hasta que él venga, en sus legítimos sucesores, que son los obispos, y sobre todo en el sucesor del príncipe de los Apóstoles, San Pedro, que es el obispo de Roma, al cual llamamos todos los católicos el papa, o padre común, o el sumo pontífice, y a quien reconocemos por vicario de Cristo en la tierra, y cabeza visible de la verdadera y universal Iglesia. Por consi-guiente reconocemos a este obispo de Roma por el verdadero centro de unidad, a donde deben encaminarse, y llegar y comunicar con él to-das las líneas que parten de la circunferencia de todo el orbe cristiano; y los que no se encaminaren a este centro, ni comunicaren con él, van ciertamente desviados, y no pertenecen a la unidad esencial del cuerpo de Cristo, o a la verdadera Iglesia cristiana. Otras mil cosas había aquí que decir, las cuales o se disputan hasta ahora, o no son de este lugar. Bastan estas pocas, que son las sustanciales para una confesión de fe.

Segunda noción

[236] Esta Iglesia cristiana, esta Iglesia católica, única esposa del verdadero Dios, no obstante ser esencialmente una e indivisible, se compone necesariamente de dos partes diversas entre sí, sin lo cual todo fuera en ella un desorden, una confusión ininteligible. Se compo-ne, digo, necesariamente de dos partes, a saber, activa y pasiva; esto es, de madre e hijos, de maestra y discípulos, de gobernadora y de go-bernados, de directora y de dirigidos, etc. Por esta noción clara y pal-

1 Gal. 5, 6. 2 Col. 3, 11.

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pable, parece bien fácil conocer con ideas claras y palpables la diferen-cia que hay entre el verdadero significado de estas dos palabras: Igle-sia de Dios, y esposa de Dios. La primera es una palabra general que comprende a todos los fieles de uno y otro sexo, grandes y pequeños, sabios e ignorantes, civiles y rústicos, sacerdotes y legos. La segunda parece claro que sólo puede competir a la parte activa de la misma Iglesia, que es el sacerdocio, o por hablar con mayor propiedad, el cuerpo de los pastores. Esta parte activa es la que llamamos con ver-dad nuestra Madre la Iglesia, y de esta sola hablamos cuando decimos: la Iglesia lo enseña; la Iglesia lo decide; la Iglesia lo manda. Y si ésta es propiamente nuestra Madre, ésta es también la esposa en la casa de Dios, a quien toca parir hijos de Dios, a quien toca criarlos, sustentar-los, enseñarlos, gobernarlos y corregirlos, etc.

[237] De aquí se sigue otra noción de gran importancia, que puede aclarar mis ideas no poco confusas, esto es, la inteligencia verdadera y genuina de algunos lugares del Evangelio los más terribles para los Judíos. Quiero decir: ¿Qué es lo que realmente se les ha quitado a los Judíos en consecuencia de aquella terrible profecía de Cristo, o de aquella sentencia que pronunció contra ellos en estas palabras: Por tanto os digo, que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 1; y de aquella otra que ellos pronun-ciaron contra sí mismos, antes de saber de quiénes hablaba: A los ma-los destruirá malamente, y arrendará su viña a otros labradores? 2. Después de estas sentencias verificadas con toda plenitud, y ejecuta-das con tanto rigor, es cosa cierta y de fe divina que a los Judíos no se les ha quitado el ingreso a la Iglesia cristiana, ni el ser miembros de la Iglesia cristiana. Desde que ésta se fundó, sus puertas les han estado abiertas día y noche, así como lo han estado, y lo deben estar, para to-das las otras naciones, tribus y lenguas. Lejos de impedirles la entrada, ellos fueron los primeros convidados, y convidados con la mayor ter-nura, instancia y empeño, por mandato expreso del padre de familias; y este convite no se ha interrumpido jamás hasta el presente. Los que han querido han entrado, y la Iglesia les ha recibido en su seno, y está prontísima a recibir a los que en adelante quisieren entrar; porque al fin es Iglesia católica y universal, y este nombre no le pudiera competir si excluyese alguna nación o alguna raza de gentes.

[238] Siendo esto así, como lo es evidentemente, se pregunta de nuevo: ¿Qué es lo que se ha quitado a los Judíos? O la sentencia de Cristo: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo, etc., y la que ellos se dieron, obligados del mismo Cristo: Y arrendará su

1 Mt. 21, 43. 2 Mt. 21, 41.

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viña a otros labradores, no tienen significado alguno, o es otra cosa muy diversa y mucho más notable que el simple ingreso a la Iglesia cristiana, la que se ha quitado a los Judíos. ¿Cuál es ésta? No es otra, amigo, ni puede ser otra que el reino activo; el ser hijos del reino, o reinantes, que es lo mismo; la Iglesia activa, la dignidad de esposa, de madre, de gobernadora de la familia; la administración de la viña de Dios; el ser colonos o labradores de esta viña, etc. Si ellos, por su in-credulidad y malicia, no han querido entrar en la Iglesia, tampoco han querido entrar otros muchos pueblos, tribus y lenguas, y de ningunos de éstos se puede decir con verdad que se les ha quitado el reino de Dios, o la administración de la viña de Dios. ¿Cómo se ha de quitar a un hombre lo que no tiene, ni le pertenece de modo alguno? Conque si a los Judíos se les ha quitado el reino de Dios, este reino lo tenían cuando se les quitó, y lo hubieran tenido, y lo tuvieran, si no se les hu-biese quitado. Yo deseo que se tengan presentes todas estas nociones, para que, cuando hable de la Iglesia cristiana, no se equivoque y con-funda la parte principal con el todo, ni la activa con la pasiva, ni las ideas generales de Iglesia con las particulares de esposa.

PÁRRAFO 2

[239] Supuestas y entendidas bien todas estas cosas, oídme aho-ra, amigo, con menos escrúpulo y con más atención. La primera pro-posición que voy a anticipar, no hay duda que os parecerá increíble, improbable, y como un despropósito de los más solemnes que se han adelantado jamás. No obstante, con vuestra licencia, a lo menos pre-sunta, yo me atrevo a adelantarla y también a probarla.

Proposición

[240] «Esta palabra, santa y venerable Iglesia cristiana, en la bo-ca y pluma de los doctores cristianos, es no pocas veces, en ciertos puntos particulares, una palabra muy equívoca, que tiene mucho de sofisma, aunque muy oculto y muy disimulado».

[241] Deseo explicarme con toda claridad, de modo que cualquiera me entienda, sin que sea necesaria otra explicación que la que suenan y significan obvia y literalmente las palabras, las cuales no tienen, o no deben tener, otro uso que manifestar el concepto de la mente. Ya veis, pues, en primer lugar, que la proposición no es universal, sino contraí-da expresamente a ciertos puntos particulares. Si me preguntáis ahora qué puntos particulares son éstos, os respondo en breve que son todos aquellos lugares de la divina Escritura conocidamente favorables a los Judíos, en que se leen clara y distintamente anuncios alegres, promesas

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magníficas, extraordinarias, nuevas, admirables, que hace el mismo Dios a Sión, a Jerusalén, a la casa de Jacob; y esto no como quiera, no indeterminadamente; no a bulto y en confuso, sino expresamente a Sión, estéril, y sin parir, echada de su patria, y cautiva… desampara-da y sola… como mujer desamparada y angustiada de espíritu… a Sión, considerada como mujer repudiada desde la juventud 1; a Jerusalén, destruida y conculcada de las Gentes; a la casa de Jacob, esparcida a todos los vientos, y hecha el ludibrio de todas las naciones; las cuales promesas sabemos con toda certidumbre no haberse verificado jamás.

[242] Estos lugares de la Escritura, verdaderamente innumerables y clarísimos, se procuran todos acomodar, en cuanto es posible al in-genio humano, a la Iglesia cristiana (hablo en el sentido mismo en que hablan los doctores), esto es, en el estado presente; comprendidos en este estado presente todos los diecisiete siglos que han pasado desde los apóstoles hasta el día de hoy; pues no reconocen, ni les parece po-sible, otro estado mejor, por más que lo anuncien las Escrituras. Así pues, Sión, cuando se habla de ella en bueno, es decir, cuando se habla de ella, no como mujer repudiada desde la juventud, ni como mujer desamparada y aborrecida 2, sino en cuanto curada de sus llagas, lla-mada de su Dios, recibida, acariciada, sublimada, ensalzada, significa la Iglesia cristiana presente. Jerusalén, no en cuanto destruida y con-culcada, sino en cuanto reedificada y honrada de todas las naciones, significa la Iglesia cristiana presente. Y la casa de Israel o de Jacob, no en cuanto ventilada hacia todos los rumbos, con indignación y con grande ira, sino en cuanto recogida por el brazo omnipotente de su Dios con grandes piedades, no puede significar otra cosa que la Iglesia cristiana en el estado presente.

[243] Sucede no obstante, y con suma frecuencia, que en medio de la acomodación que se iba haciendo del texto sagrado a la Iglesia cris-tiana presente, se encuentra con alguno o muchos embarazos, que cie-rran el camino e impiden el paso absolutamente. Pues en este caso, ¿qué remedio? El remedio es pronto y facilísimo. ¿Qué cosa más fácil que dar un vuelo mental de la tierra al cielo, y dar por acomodado allá lo que por acá es imposible? Efectivamente así se hace, o así se procura hacer, en cuanto se puede; porque la Iglesia triunfante y la militante (añaden y ponderan), son una misma Iglesia, sin otra diferencia que es-tar la una en el puerto y la otra en la mar. Bien, y si lo que dice el texto sagrado tampoco se puede competer de modo alguno a la Iglesia triun-fante; si a ésta repugna visiblemente tanto o más que a la Iglesia mili-tante lo que se le quisiera acomodar, en este caso, no raro sino conti-nuo, ¿qué se hará? El embarazo, aunque grande y continuo, no por eso

1 Is. 49, 21; 54, 6. 2 Is. 54, 6; 60, 15.

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450 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

es irremediable. Deberá, pues, en este caso frecuentísimo, explicarse el texto del modo posible: si no puede explicarse cómodamente en este sentido, ni en el otro, ni en muchos juntos, o deberá omitirse del todo, como cosa de poco momento, o tocarse apenas por la superficie, que es casi lo mismo que omitirlo. Todo es permitido en la práctica, con tal que no se piense en lo que suenan y significan, en su propio y natural sentido, éstas y semejantes palabras: Sión, Jerusalén, Israel, Judá, la casa de Jacob, las tribus de Israel, el tabernáculo de David, etc. Son es-tas cosas demasiado grandes para los pequeños, viles y pérfidos Judíos.

Se empieza a mover el equívoco

PÁRRAFO 3

[244] El fundamento único en que estriba todo este modo de pen-sar, y de interpretar las profecías, es (según pretenden) la doctrina ex-presa y clara del apóstol San Pablo, el cual en varias partes de sus es-critos nos asegura formalmente, e inculca en ello como una verdad esencial y fundamental del cristianismo, que los hijos verdaderos de Abraham, con quienes hablan las promesas, no son los que descienden de él según la carne o la naturaleza, sino los que descienden según el espíritu; que estos últimos son todos los creyentes, de cualquiera na-ción que sean; que los que son de la fe, los tales son hijos de Abra-ham 1; que entre éstos no hay distinción alguna de judío y griego, de bárbaro y escita, de libre y esclavo, puesto que uno mismo es el Señor de todos, rico para con todos los que le invocan. Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo 2. Y en otra parte: Por-que en Jesucristo ni la circuncisión vale algo, ni el prepucio, sino la fe que obra por caridad 3. Supuesta esta doctrina tan repetida del Após-tol y Maestro de las Gentes, que ningún cristiano puede ignorar, argu-mentan así. Las promesas que se leen en las Escrituras para después de la venida del Mesías, hablan solamente, según San Pablo, con los hijos verdaderos de Abraham, esto es, no con los hijos según la carne, sino con los hijos según el espíritu; porque no todos los que son de Is-rael, éstos son Israelitas; ni los que son linaje de Abraham, todos son hijos 4. Estos hijos verdaderos de Abraham, según el mismo Apóstol, son todos los creyentes de todas las naciones, sin distinción alguna de judío y griego, de circuncisión y prepucio, de libre y esclavo, de bárba-ro y no bárbaro, etc.: Los que son de fe, los tales son hijos de Abraham; luego las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-

1 Gal. 3, 7. 2 Rom. 10, 12-13. 3 Gal. 5, 6. 4 Rom. 9, 6-7.

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nida del Mesías, hablan solamente con los creyentes de todas las na-ciones, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego hablan con la Igle-sia presente, que se compone de todos los creyentes de todo el mundo y orbe terráqueo, sin diferencia alguna de judío y gentil; luego no ha-cen mal, sino muy bien, los doctores cristianos en entender y procurar acomodar del modo posible a la Iglesia cristiana (ya militante, ya triun-fante) las promesas que se leen en las Escrituras para después de la ve-nida del Mesías, aunque éstas hablen nominadamente con los hijos de Abraham, con los Israelitas, con Sión, con Jerusalén, con Judá, con Is-rael, o con las reliquias preciosas de este pueblo infeliz.

[245] Este discurso, a primera vista justísimo, pues se supone fun-dado sobre la doctrina de un Apóstol perfectamente instruido en todo el misterio de Dios que encierran las Escrituras, ha sido por esto mismo como un doble velo, que nos ha cubierto a lo menos la mitad del mismo misterio de Dios. San Pablo dice que los verdaderos hijos de Abraham, con quienes hablan las promesas, no son los hijos según la carne, o se-gún la naturaleza, sino los hijos según el espíritu, esto es, los creyentes de cualquiera nación que sean. Bien, ésta es una verdad clara, de que sólo pueden dudar los que no son creyentes. Mas cuando San Pablo en-seña esta verdad a todos los creyentes, y con ella los consuela y ani-ma, ¿de qué promesas habla? ¿Acaso de todas cuantas se leen en las Escrituras para después de la encarnación del Hijo de Dios? Falso y falsísimo, por testimonio del mismo San Pablo, el cual, cuando habla en particular y de propósito de la conversión a Cristo (todavía futura) de los hijos de Abraham según la carne, cita otras promesas particu-lares a ellos solos, que no pueden competer a los creyentes de todas las naciones, como luego veremos. Y los doctores mismos reconocen y confiesan a lo menos algunas de estas promesas particulares, y otras muchas (y las más notables) parece que las reconocen y confiesan tá-citamente, pues las omiten, o apenas las tocan por la superficie.

[246] Conque según eso, hay en las Escrituras promesas genera-les, y promesas particulares; unas que hablan en general con todos los hijos de Abraham según el espíritu, esto es, con todos los creyentes de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, sin excluir a los Judíos que quisieren entrar en este número; otras particulares a los mismos Ju-díos o a los hijos de Abraham según la carne, o según la naturaleza; y éstas para otro tiempo que todavía no ha llegado, para cuando sean hi-jos de Abraham, no sólo según la carne, sino también y mucho más según el espíritu, como ciertamente lo han de ser, según las mismas promesas particulares de que hablamos. Las promesas generales que comprenden a todos los creyentes de todas las naciones, se entiende si tuvieren una fe viva, son: la remisión de los pecados, la salud, el espí-ritu, la amistad de Dios, la filiación de Dios, y todo lo que de aquí debe

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resultar, que es como dice el mismo San Pablo: Si hijos, también here-deros; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecemos con él, para que seamos también glorificados con él 1. Todo esto habla indubitablemente con todos los hijos de Abraham según el espíritu; con todos los verdaderos creyentes, pasados, pre-sentes y futuros, de todos los pueblos, tribus y lenguas de todo el orbe; todos éstos podrán decir con verdad: Nosotros somos hijos de la pro-mesa 2; todos éstos podrán decir igualmente: Somos contados por des-cendientes 3; y todos serán benditos con el Padre de todos los creyen-tes: Y así, los que son de la fe serán benditos con el fiel Abraham 4. ¿Y todo esto, amigo, os parece poco? ¿No debemos contentarnos todos los creyentes con unas promesas tan grandes y de tanta dignidad?

[247] Mas estas promesas, grandes y magníficas, generales a todos los creyentes, no son ciertamente todas las promesas que se leen en las Escrituras para después del Mesías. Hay fuera de éstas otras particula-res, que se enderezan inmediata y únicamente a los miserables hijos de Abraham, por Isaac y Jacob, según la carne, o según la naturaleza, para cuando lo sean también según el espíritu; para cuando se les qui-te el corazón de piedra, y se les dé corazón de carne, y éste circuncida-do; para cuando sean recogidos y congregados con grandes piedades por el brazo omnipotente de Dios vivo, de todos los países y naciones donde él mismo los tiene esparcidos; para cuando sean curados de sus llagas y lavados de sus iniquidades; en suma, para cuando sean cre-yentes, en lugar de las naciones de todo el orbe, que por la mayor y máxima parte dejarán de serlo, como está escrito; de todo lo cual he-mos hablado ya suficientemente en los fenómenos precedentes.

[248] Estas promesas particulares a solos los hijos de Abraham se-gún la naturaleza, por ejemplo su vocación a Cristo, su verdadera y sincera conversión, con todas las circunstancias con que está anunciada la misión de Elías para este solo fin, pues la Escritura no señala otro, su reposición y restablecimiento en la tierra prometida a sus padres, su contrición y llanto íntimo y amarguísimo, su justicia, su santidad, su asunción, su plenitud, que son los términos de que usa el mismo San Pablo 5; estas promesas, digo, y todas sus consecuencias, no hay razón alguna para querer acomodarlas a la Iglesia presente, extendiéndolas a todos los creyentes de las naciones. Estos deben contentarse con lo que han recibido, que no es poco. Deben alabar a Dios, y agradecerle ince-santemente la suma misericordia que ha hecho con ellos. Deben traba-

1 Rom. 8, 17. 2 Rom. 9, 8. 3 Rom. 9, 8. 4 Gal. 3, 9. 5 Rom. 11.

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jar en hacerse hijos dignos de Abraham, imitando su santidad y su jus-ticia: Si sois hijos de Abraham, decía Cristo, haced las obras de Abra-ham 1; mas apropiarse a sí mismos, para ser más ricos también, lo que para otros tiempos está prometido a otros pobres que ahora se hayan en extrema miseria, no parece obra propia del justo Abraham 2.

PÁRRAFO 4

[249] Con la distinción que acabamos de hacer de promesas gene-rales y particulares, es fácil ya empezar a ver el equívoco de que vamos hablando, sobre el cual estriba únicamente el modo ordinario de pensar sobre la inteligencia de las más de las profecías. Para que este equívoco se conozca mejor, y juntamente para llegar en breve a lo más inmedia-to, paréceme bien proponer aquí una hipótesis o suposición, prescin-diendo por un momento de que sea verdadera o falsa, dulce o amarga, creíble o increíble. Esta hipótesis se puede proponer en estos términos:

[250] «La Iglesia cristiana (hablo principalmente de la activa), que ahora está ciertamente en las Gentes que fueron llamadas en lugar de los Judíos, o de los hijos de Abraham según la naturaleza; a las cuales Gentes se entregó el reino de Dios, o la administración de la viña de Dios, que es una misma cosa, según aquella sentencia fulminada contra los mismos Judíos: Quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haya los frutos de él… Y arrendará su viña a otros labra-dores; esta Iglesia cristiana, principalmente la parte activa, este reino de Dios activo, esta administración de la viña de Dios, etc., volverá en algún tiempo a los Judíos, a quienes se quitó, los cuales serán llamados por misericordia a ocupar aquel puesto que perdieron por su increduli-dad. Asimismo, el centro de unidad de la Iglesia cristiana, católica y uni-versal (que entonces lo será efectivamente, comprendiendo dentro de sí a todos los habitadores de la tierra), este centro de unidad que ahora es-tá en Roma y en las Gentes, estará entonces en Sión, en Jerusalén, y en los hijos de Abraham según la carne, que lo serán también perfectísi-mamente según el espíritu». No nos metamos tan presto en el examen prolijo de esta suposición; ella se irá manifestando por sí misma, sin mucho trabajo ni mucho ruido. Nos basta por ahora saber que no es su-posición imposible, ni tampoco contraria a alguna verdad de fe.

[251] Pues en esta suposición, admitida por un solo momento, ¿no se entienden en este mismo momento todas las Escrituras? ¿No se pue-den entender y explicar, con una suma facilidad y propiedad, las profe-cías innumerables de que hablamos? Todos aquellos grandes bienes y misericordias, tantas veces prometidas nominadamente a Sión, en el estado de soledad y miseria en que se halla tantos siglos ha, a Jerusalén

1 Jn. 8, 39. 2 Jn. 8, 40.

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destruida y conculcada, a la casa de Jacob, y descendencia de Abraham cautiva entre todas las naciones, etc.; todas estas promesas, digo, que hasta ahora no se han verificado, y que su misma grandeza las ha hecho parecer increíbles aun a los mejores creyentes de las naciones, ¿no se ve con los ojos cómo pueden verificarse? Y si la suposición, aunque es un poco dura y amarga, es realmente una verdad clara e innegable, en este caso, ¿podremos todavía decir que las profecías no hablan de aquellas mismas personas de quienes hablan expresa y nominadamente? ¿Re-husaremos todavía en este caso dar nuestro consentimiento, que no se nos pide ni se ha menester? Veis, pues, aquí el equívoco, que ya se des-cubre hasta su raíz. Sión, Jerusalén, y la casa de Jacob, cuando se habla de ellas en bueno, es decir, cuando se les anuncian cosas muy grandes, nuevas y extraordinarias, no pueden significar otra cosa, nos dicen, que la Iglesia de Cristo. Bien, yo también lo digo, y lo creo así. Mas ¿cuándo, en qué estado, y con qué circunstancias?

[252] No, cierto, ahora en el estado presente, sino en otro tiempo y en otro estado infinitamente diverso. No ahora, digo, cuando Sión, y Je-rusalén, están destruidas en lo material y en lo formal, y la casa de Jacob se halla, según las Escrituras, esparcida a todos vientos, y cautiva entre todas las Gentes. No ahora, cuando toda la casa de Jacob, por justos jui-cios de Dios, se halla ciega, sorda, y muda; que ni ve, ni oye, ni habla, ni da señal alguna de vida verdadera, pues le falta el principio de vida que es la fe. No ahora, cuando toda la casa de Jacob se halla como un cadá-ver destrozado, cuyos huesos áridos y secos se miran con horror en to-dos los pueblos y naciones donde están dispersos. No ahora, en fin, cuando toda la casa de Jacob yace postrada en aquella especie de letar-go, de demencia, de frenesí, de contradicción, digna más de lástima que de indignación, como es aborrecer y detestar aquella misma persona a quien ama por otra parte, a quien espera, a quien desea, y por quien sus-pira noche y día como su mayor y único bien. ¿Pues cuándo?

[253] Cuando la misma casa de Jacob, a quien se han hecho las pro-mesas de que hablamos, que son mis deudos según la carne, dice San Pablo, que son los Israelitas, de los cuales es la adopción de los hijos, y la gloria, y la alianza, y la legislación, y el culto, y las promesas; cuyos padres son los mismos de quienes desciende también Cristo según la carne 1; cuando esta casa de Jacob según la carne, con quien hablan di-recta e inmediatamente estas promesas, sea llamada de Dios, y recogi-da con su brazo omnipotente de todos los países del mundo donde se halla dispersa; cuando sea introducida y como plantada de nuevo en aquella tierra, que llamamos de promisión, porque fue prometida para ellos a sus padres (diciéndoles): Los edificaré, y no los destruiré; y los

1 Rom. 9, 3-5.

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plantaré, y no los arrancaré, dice por Jeremías; y no removeré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di, dice por Baruc; y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tie-rra, que les di, dice últimamente por Amós, etc.; cuando se les quite el corazón de piedra, y se les dé el corazón de carne; cuando los huesos secos y áridos se unan entre sí, se vistan de carne, nervios y piel, y se les introduzca el espíritu de vida; cuando despierte de su profundo sueño; cuando abra sus ojos llenos de lágrimas; cuando reconozca a su Mesías, a quien tantos siglos ha estado amando y juntamente aborre-ciendo, deseando y detestando; cuando, en fin, sea lavada y blanquea-da con aquella agua pura y limpia que se le promete en el capítulo 36 de Ezequiel: Por cuanto os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré so-bre vosotros agua pura, y os purificaréis de todas vuestras inmundi-cias; y pondré mi espíritu en medio de vosotros; cosas todas que lee-mos frecuentísimamente en la Escritura de los Profetas.

[254] Pero ¿cuándo serán estas cosas?, os oigo decir con especie de irrisión o de frialdad extrema. ¿Cuándo serán estas cosas? ¿Es creíble que estas cosas se puedan verificar jamás? ¿Que se puedan verificar así como se lee en las Escrituras? ¿Que puedan verificarse en los viles Ju-díos, en los pérfidos Judíos, en los ciegos, duros y obstinados Judíos? No se puede negar, amigo, que pensáis como hombre prudente. Es ciertísimo que, para los hombres, cosa es ésta que no puede ser 1; mas ¿os atreveréis a decir que también es imposible o difícil para Dios? 2. Si parecerá cosa difícil en aquel tiempo a los de las reliquias de este pueblo, ¿acaso será difícil a mis ojos? 3. Y en caso que Dios mismo di-jese y prometiese todo lo que contiene nuestra hipótesis, ¿sería sufi-ciente razón para dudarlo, el que para los hombres cosa es ésta que no puede ser? Cosa durísima es tirar coces contra el aguijón.

[255] No es esto lo más. Cuando conceden los doctores, como lo conceden todos con gran benignidad, que los Judíos al fin del mundo se convertirán, lo que quieren decir, y dicen expresamente, es que cuando se conviertan, entrarán en la Iglesia cristiana presente, es de-cir, en la Iglesia cristiana, cuya parte activa y principal está solamente en las Gentes; pues no hallan otro modo de concebir la Iglesia cristia-na. Por consiguiente, que esta parte activa de la Iglesia, como buena y piadosa madre, dilatará su seno al fin del mundo, y recibirá misericor-diosamente a los Judíos que entonces se hallaren sobre la tierra. Con lo cual nos dan a entender, y nos suponen como ciertas e indubitables, dos cosas bien dignas de la mayor atención. Primera: que cuando ven-

1 Mc. 10, 27. 2 Mc. 10, 27. 3 Zac. 8, 6.

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456 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ga el Señor en gloria y majestad (que ellos mismos dicen y suponen deberá ser al fin del mundo), hallará esta parte activa de la Iglesia pre-sente, llena de aquella verdadera fe que obra por caridad; y por consi-guiente, llena de verdadera caridad; pues hallará dentro de su seno ma-terno, no solamente algunos o muchos hijos fieles de varias gentes y naciones, sino también a todos los Judíos de todas las tribus de los hi-jos de Israel, que no deja de sumar muchos millones. La cual idea de-berá componerse con la idea infinitamente diversa que nos da el Señor en diversas partes del Evangelio; por ejemplo, con aquellas palabras: Cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tie-rra? 1; y con aquellas otras: Y así como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del Hombre 2; y con aquellas: Asimismo como fue en los días de Lot…, de esta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 3. Véase lo que sobre esto queda ob-servado en el fenómeno 4, párrafo 6.

[256] La segunda cosa que nos dan a entender, y nos suponen co-mo cierta e indubitable, es ésta: que la Iglesia cristiana activa de que hablamos, que ahora está ciertamente en las Gentes, lo deberá estar siempre en esta misma forma hasta el fin del mundo, sin que pueda haber en esto mudanza o novedad alguna, debiendo Dios dejar siem-pre las cosas como se están. Mas esto segundo (olvidando por ahora, o haciendo que olvidamos lo primero), ¿sobre qué fundamento estriba? ¿No podremos ver este fundamento? ¿No podremos, sin ser racional-mente notados de impiedad, examinarlo de cerca? ¿No podremos pro-poner nuestras dudas a los sabios, y las razones grandes o pequeñas que tenemos para dudar? ¿Y en caso que éstos, mostrándonos un sem-blante severo, terrible o inexorable, no se dignen de oírnos, o no nos den otra respuesta que clamar: Ha blasfemado… Sentencia de muerte tiene este hombre… Sea apedreado; no podremos, lícita, pía y religio-samente, examinar este punto gravísimo o importantísimo a la luz de las Escrituras, que nos pone la Iglesia misma en las manos?

Examen de la hipótesis propuesta

PÁRRAFO 5

[257] Yo hablo, amigo, por el presente con vos solo. Sé que sois sa-bio, aunque poco inclinado al estudio de las santas Escrituras, según el gusto de nuestro siglo; a lo menos no las ignoráis, ni tampoco las de-jáis de respetar ni de creer. A vos, pues, os presento inmediatamente

1 Lc. 18, 8. 2 Mt. 24, 37. 3 Lc. 17, 28 y 30.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 457

esta mi consulta, os propongo mis dudas y las razones en que se fun-dan. Para que podáis darme una respuesta categórica, sin confusión y sin equívoco reflejo, oíd primero con bondad, y considerad atentamen-te, cinco puntos previos que ofrezco a vuestra reflexión. A mí me pare-cen cinco verdades. Si acaso no lo fuesen en vuestro juicio, yo estoy pronto a condenarlas o corregirlas, luego al punto que me lo deis a co-nocer. Yo he protestado otras veces, y protesto de nuevo, que todo este escrito, y cuanto en él se contiene, lo sujeto de buena fe, no sólo al jui-cio de la Iglesia, sino también al juicio y corrección de los sabios, que quieran examinarlo con formalidad.

Primera verdad

[258] Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y por entonces en solos los Judíos; mas como él, según las órdenes de su divino Padre, de-bía partirse luego a una tierra distante para recibir allí un reino, y des-pués volverse 1, eligió en su lugar a uno de los doce apóstoles, que fue San Pedro, a quien hizo su vicario en la tierra, y consiguientemente ca-beza verdadera y visible de la misma Iglesia; dejándole para esto todas las llaves de la casa, y encomendando a su cuidado, fidelidad y vigilan-cia, la conservación, el aumento, la enseñanza y buen gobierno de toda la familia, por sí y por sus legítimos sucesores, hasta que él volviese.

Segunda verdad

[259] Todo lo activo de la Iglesia de Cristo, es decir, toda la autori-dad, jurisdicción y potestad espiritual, necesaria para la conservación, aumento y buen gobierno de esta Iglesia, la puso el mismo Hijo de Dios en sus apóstoles, dándole a uno de ellos la primacía sobre todos; lo cual era convenientísimo, para que se conservase y perpetuase el buen orden en toda la jerarquía eclesiástica. Entre estos apóstoles de Cristo, y aun entre los otros discípulos de clase inferior, es cosa cierta y averi-guada que no hubo uno solo que no fuese judío, o perteneciente, según la carne, a la casa de Jacob y descendencia de Abraham; así como es cosa cierta y averiguada que, entre todos los 72 libros o piezas separa-das que componen la Biblia sagrada (45 antes, y 27 después del Me-sías), no hay uno solo cuyo escritor fuese llamado por el Espíritu San-to, de otra nación o pueblo, que del pueblo de Israel, y casa de Jacob.

Tercera verdad

[260] Pudo muy bien el Señor, si así lo hubiera querido, conservar y perpetuar en Jerusalén la primacía, la corte, el asiento, la sede apos-tólica, o centro de la unidad de toda la Iglesia de Cristo; y además de esto, la autoridad, y potestad suprema en solos los Judíos, disponien-

1 Lc. 19, 12.

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458 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

do que éstos solos fuesen los sucesores de San Pedro, y heredasen to-das sus preeminencias y prerrogativas. Tal vez hubiera sido así, si Je-rusalén y Judea, o los Judíos en general, hubiesen oído a los apóstoles, y hubieran recibido y no rechazado la palabra de Dios. Si acaso os pa-rece esto muy embarazoso, y por eso muy difícil o muy duro de creer, podéis considerar que esto mismo, a proporción, lo pudo hacer en Roma, cabeza entonces del mayor imperio que ha habido en el mundo; esto mismo, a proporción, lo pudo hacer entre las Gentes idólatras de profesión, que no lo conocían, y a quienes no tenía obligación alguna, ni por ellas, ni por la justicia de sus padres; esto mismo, a proporción, lo pudo hacer también, a pesar de la potencia y empeño de los Césares, a pesar de la repugnancia y oposición del senado y pueblo romano, a pesar de las amenazas, de los terrores, de los tormentos, de las cruces y de los ríos de sangre cristiana que inundaron a Roma. Lo pudo ha-cer, y lo hizo, y se salió con ello.

Cuarta verdad

[261] En caso (no imposible ni difícil) de quedar en Jerusalén, y en solos los Judíos, la sede apostólica, o el centro de unidad de toda la Iglesia de Cristo, ésta hubiera sido tan católica, tan universal, como lo es ahora sin diferencia alguna; pues antes que San Pedro tuviese orden de pasarse a Roma y poner en ella su silla (y tal vez antes de saberse o entenderse con ideas claras todo el gran misterio de la vocación de las Gentes), ya se había definido esta verdad en Jerusalén, y se había puesto en el símbolo público de fe; porque ninguno ignoraba el man-dato expreso del Señor, que dijo a todos antes de subir al cielo: Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creye-re y fuere bautizado será salvo; etc. 1.

Quinta verdad

[262] Queriendo Dios castigar a Jerusalén y a los Judíos con el úl-timo y mayor castigo, entre tantos que le estaban anunciados, no so-lamente por haber reprobado y crucificado a su Mesías (que este sumo delito se les hubiera perdonado, si hubieran creído a los apóstoles de Cristo), sino también por haberse obstinado en su incredulidad; por haberse excusado con tanta incivilidad y descortesía de asistir a aque-lla gran cena, a que ellos fueron los primeros convidados; y a más de esto, por la oposición que hacían a la predicación del Evangelio, pro-curando con sumo empeño que ninguno asistiese a dicha cena, con tanto deshonor y afrenta del buen padre de familias; por éstos y otros gravísimos delitos de que estaba llena Jerusalén, Sión, y generalmente hablando, toda la casa de Jacob, llegó finalmente el caso de poner en

1 Mc. 16, 15-16.

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ejecución aquella sentencia terrible que ya estaba anunciada en el Evangelio: Os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron lla-mados gustará mi cena 1; y aquella otra un poco más amarga, por más expresiva y más clara: Por tanto, os digo que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él.

[263] Para dar lugar a la ejecución de esta sentencia, y juntamente para hacer con las Gentes una suma e inestimable misericordia, lo pri-mero que hizo el Señor fue sacar de Jerusalén el candelero, y la antorcha grande y primitiva que había puesto en él; sacar, digo, de Jerusalén a su vicario, sacar la Sede Apostólica, sacar el centro de unidad de la verda-dera Iglesia cristiana, y pasarlo todo a Roma, para mayor bien y como-didad de las Gentes, llamadas en lugar de Israel; determinando, a lo me-nos tácitamente, que en adelante las Gentes mismas sucediesen a San Pedro, así como a los otros apóstoles, y que los hijos del reino fuesen desheredados y arrojados hasta su tiempo a las tinieblas exteriores: Os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados en las tinieblas exteriores 2. Y para quitar a estos hijos del reino toda ocasión de disputa, y dejarlos enteramente en la ca-lle, según les estaba anunciado, lo segundo que hizo el Señor fue enviar contra ellos sus ejércitos, y destruir enteramente su templo y su ciu-dad 3; lo cual se ejecutó por medio de Vespasiano y Tito, y se completó enteramente por medio de Adriano; verificándose con toda plenitud aquella otra profecía del mismo Señor: Habrá grande apretura sobre la tierra, e ira para este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán lle-vados en cautiverio a todas las naciones; y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones 4.

[264] Supuesta la buena inteligencia de estos cinco puntos, y en la buena fe de no hallarse en ellos cosa alguna que no sea verdad, según las Escrituras, vuelvo ahora a mi consulta: cuando Dios, por justísi-mas causas, abandonó a Jerusalén, y pasó a Roma la corte o el centro de su Iglesia, ¿se ató acaso las manos tan del todo, que ya no pueda trocar estas suertes sin negarse a sí mismo, y esto en ningún tiempo, en ningún caso y por ningún motivo? ¿Pudo Dios, sin negarse a sí mismo, sacar de Jerusalén no sólo la candela, sino también el candele-ro, y ponerlo en Roma; y ya no podrá, sin negarse a sí mismo, en nin-gún tiempo, en ningún caso y por ningún motivo, sacarlo de Roma y volverlo a Jerusalén? ¿Pudo quitar a los Judíos la administración de la viña, o lo que es lo mismo, el reino de Dios activo, y darlo a las Gentes,

1 Lc. 14, 24. 2 Mt. 8, 11-12. 3 Mt. 22, 7. 4 Lc. 2, 10 y 23-24.

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por las razones que se apuntan en la parábola de la viña 1; y ya no po-drá por las mismas razones, o por otras semejantes o mayores, quitar-lo a las Gentes y volverlo a dar a los Judíos? ¿Pudo cortar a la buena oliva sus ramas propias y naturales, e injertar en lugar de éstas, contra la naturaleza, otras ramas extrañas y silvestres; y ya no podrá en nin-gún tiempo, ni por ningún motivo (aun cuando los injertos se hayan viciado por la mayor y máxima parte), no podrá, digo, cortar éstos, y volver a injertar aquéllas según la naturaleza?

[265] Hágome cargo del embarazo más que ordinario que os po-drá ocasionar esta consulta. La respuesta, a primera vista fácil y llana, no lo es tanto que no necesite de algún estudio. Fuera de los doctores ordinarios que podéis consultar a vuestro gusto, creo que os dará grandes luces un antiquísimo y célebre doctor, seguido de todos los ca-tólicos, y de todas las escuelas de teología, sin excepción alguna, que trata este mismo punto plenamente y a fondo. Yo hallo entre sus escri-tos un discurso admirable, dirigido inmediatamente a las gentes cris-tianas, tan claro, tan circunstanciado, tan sólidamente fundado, que nada queda que desear a quien busca la pura verdad, y a quien, sea dulce o amarga, en ella descansa. Por tanto, dignaos, amigo, de leer es-te discurso con paciencia, y consideradlo con atención. Si os pareciere algo difuso, y como una molesta digresión, ofreced a Dios vuestro tra-bajo, esperando de él un fruto abundantísimo. Mirad cómo el labra-dor espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía 2. Como de estos discursos, habréis leído infinitamente más difusos y de ninguna utilidad.

Discurso a las gentes cristianas de un doctor antiguo y célebre

PÁRRAFO 6

Parte primera

[266] «Se piensa comúnmente entre los Cristianos que el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, el cual agradase tanto en la inocencia y jus-ticia de estos tres patriarcas, que quiso ser llamado eternamente con es-te nombre, diciendo: Este es mi nombre para siempre, y éste es mi me-morial por generación y generación 3; que este Dios infinitamente ve-raz y fiel en todas sus palabras, ha abandonado eternamente la des-cendencia de estos justos. Se piensa que la arrojó de sí para siempre, por aquel gran delito que cometieron cuando clamaron: Crucifícale,

1 Mt. 21, 33. 2 Sant. 5, 7. 3 Ex. 3, 15.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 461

crucifícale… Sea su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos 1. Se piensa que este delito es irremisible, sin que pueda valerles el castigo y penitencia durísima de tantos siglos, ni aun aquella misma sangre de infinito valor que ellos derramaron, sin saber lo que hacían. Se piensa, que este Dios grande e infinito, cuyos juicios, aunque inescrutables, sin embargo son verdaderos y justos en sí mismos 2, no tiene ya algu-nos designios, dignos de su grandeza, sobre estos hijos infelices, ingra-tos y rebeldes, sino solamente que se conviertan al fin del mundo los que entonces quedaren. Mas este modo de pensar, ¿en qué se funda? ¿Acaso en alguna revelación tomada de los Libros sagrados, o en algu-na buena y sólida razón? Digo pues, decía el Doctor y Maestro de las Gentes: ¿Por ventura, ha desechado Dios a su pueblo? No por cierto… No ha desechado Dios a su pueblo, al que conoció en su presciencia 3.

[267] »Primeramente, debemos traer a la memoria todo lo sucedi-do con este pueblo ingrato, en los primeros años después de la muerte del Mesías. Tan lejos estuvo Dios de vengar la muerte de su Hijo, ni el Hijo de vengarse a sí mismo con el abandono total de los hijos de Abraham, que antes por el contrario, éstos fueron los primeros llama-dos y convidados con instancia a la gran cena; a éstos se ofreció, en primer lugar, con infinita generosidad, todo el fruto precioso de aque-lla muerte en que ellos mismos habían tenido toda la culpa. Los sier-vos que luego fueron enviados por todo el mundo 4, a convidar a todo el linaje humano, tuvieron orden expresa de empezar por Jerusalén, por los hijos de Israel, y de trabajar en ellos con el mayor empeño has-ta que aceptasen el convite, o hasta que su dureza y obstinación llegase al extremo de no dejar arbitrio ni esperanza. Si se leen los Hechos de los Apóstoles, allí se verá lo que hizo el Señor por medio de sus envia-dos para vencer su obstinación. Allí se verá que no se pasó del todo a las Gentes sino después que ellos repelieron del todo la palabra o el convite de Dios, y se enfurecieron contra sus enviados, como lo había anunciado todo en términos clarísimos el mismo Señor en la parábola de las nupcias 5, con lo cual se hicieron indignos del bien que se les ofrecía, y llenaron todas las medidas del sufrimiento. A vosotros con-venía que se hablase primero la palabra de Dios (les dijo al fin San Pablo, y San Bernabé); mas porque la desecháis, y os juzgáis indignos de la vida eterna, desde este punto nos volvemos a los Gentiles; por-que el Señor así lo mandó 6. No obstante esta obstinación general de toda la nación, no dejaron de salvarse algunas reliquias, según la elec-

1 Lc. 23, 21; Mt. 27, 25. 2 Sal. 18, 10. 3 Rom. 11, 1-2. 4 Mc. 16, 15. 5 Mt. 22. 6 Act. 13, 46-47.

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ción de la gracia…; y los demás fueron cegados, así como está escri-to 1; dándoles Dios, en castigo de su iniquidad… ojos para que no vean, y orejas para que no oigan, hasta hoy día 2.

Parte segunda

[268] »No hablando ya de aquellos primeros tiempos de la Iglesia, ni de los pocos judíos que entonces creyeron, convirtamos ahora toda nuestra atención a los que no creyeron y se obstinaron en su increduli-dad, que fueron casi todos. Estos solos debemos considerar aquí, pues éstos son los que se piensan olvidados enteramente de su Dios. Es in-negable que estos infelices fueron cegados, así como estaba escrito; dieron contra la piedra fundamental, y tropezaron en ella, como tam-bién estaba escrito, siendo para ellos, por su ceguedad, piedra de tro-piezo y piedra de escándalo. Mas ¿pensáis que de tal modo tropezaron, que cayesen? ¿Que cayesen, digo, con toda su posteridad en la desgra-cia y olvido eterno del Dios de Abraham? No por cierto 3. La verdad es que Dios, por sus juicios altísimos, siempre llenos de sabiduría, de bondad, de rectitud y justicia, lo permitió así, y así lo dispuso con gran-de acuerdo, y con designios dignos de su grandeza, para sacar de este mal innumerables bienes, como los ha sacado efectivamente. No tenéis que preguntar qué bienes son éstos, pues no los ignoráis; pues los go-záis con suma abundancia; pues ha pasado a vosotros lo que ellos no es-timaron por su grosería, y despreciaron por su ignorancia; pues, en fin, su delito, su incredulidad, su obstinación, ha sido vuestra salud: Por el pecado de ellos (o por su caída) vino la salud a los Gentiles, para inci-tarlos a la imitación 4.

[269] »Pues si el delito de los Judíos ha sido la salud del mundo; si su incredulidad, su ceguedad, su castigo, su humillación, su disminu-ción, han sido las riquezas de las gentes, ¿cuánto más lo será su pleni-tud? 5. (De estas palabras del Apóstol se sigue natural y legítimamente, que debemos esperar en lo futuro esa plenitud de Israel, la cual hará al mundo todavía mayores bienes que los que ha hecho su delito, su incre-dulidad, su obstinación, su castigo y su humillación; de lo cual se pueden sacar otras consecuencias, no menos legítimas ni menos importantes).

Sigue el discurso de este doctor

[270] »Con vosotros hablo, Gentes cristianas, creyentes de todas las naciones, tribus y lenguas. Siendo yo vuestro predicador y maestro,

1 Rom. 11, 5 y 7-8. 2 Rom. 11, 8. 3 Rom. 11, 11. 4 Rom. 11, 11. 5 Rom. 11, 12.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 463

a quien se ha fiado el ministerio de la palabra, debo honrar este minis-terio sagrado, diciendo y enseñando a todos lo que aprendí del Señor Jesús, esto es, la pura verdad; oídme pues, hermanos, y dad atención.

[271] »Si la ceguedad de los Judíos, si su incredulidad, si su obsti-nación, si la pérdida que Dios ha hecho de ellos, ha sido la reconcilia-ción del mundo, ¿qué pensáis será su asunción? 1. ¿Qué pensáis será cuando el misericordioso Dios de sus padres, que levanta de la tierra al desvalido, y alza del estiércol al pobre 2, les dé la mano, y los levan-te del polvo de la tierra; cuando les abra los ojos y los oídos; cuando los llame; cuando los traiga a sí; cuando los reciba entre sus brazos como aquel buen padre de la parábola del hijo pródigo? ¿Qué pensáis será esta asunción y esta plenitud de los Judíos, sino vida de los muer-tos? Entonces verá el mundo con admiración y pasmo, no sólo vivos a los que tenía por muertos (habiéndose introducido en los huesos ári-dos y secos el espíritu de vida), sino que de estos muertos sale la vida, dando ellos la vida verdadera al mundo muerto; muerto digo, en el mismo sentido en que ellos están ahora. Porque si la pérdida de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino vida de los muertos?

[272] »¿Qué tenéis que maravillaros? Si el primer fruto es santo, lo es también la masa; y si la raíz es santa, también los ramos 3. Es decir, habiendo sido tan santos y tan agradables a Dios todos aquellos frutos que en varios tiempos se le han ofrecido de toda la masa de la casa de Jacob, como son, fuera de los patriarcas, tantos profetas y justos, como son los apóstoles de Cristo, los discípulos de la clase inferior, los fieles de la primitiva Iglesia, la santa Madre del Mesías, y sobre todo el Me-sías mismo; debe también mirarse como santa, como consagrada a Dios, y como herencia suya, toda esta casa de Jacob, que es la masa de donde salieron frutos tan preciosos. Del mismo modo, siendo santa la raíz de un árbol, es santo todo el árbol con todas sus ramas 4. ¿Y qué di-remos si algunas o muchas de las ramas de este árbol tan santo se han quebrado? Oídme otra vez, Gentes, y no olvidéis esta gran verdad.

[273] »Todo el gentilismo de donde habéis sido elegidos y entresa-cados con tanta misericordia, ¿qué otra cosa era sino un monte de oleastros infructíferos, que no daban fruto alguno digno de Dios, ni lo hubieran dado jamás, dejados a su natural rusticidad? Vosotros, pues, a quienes no tenía Dios obligación alguna, ni por pacto, ni por prome-sa, ni por vuestra justicia, ni por la justicia de vuestros padres, fuisteis sacados de vuestros bosques por pura bondad del Dios de Israel; fuis-

1 Rom. 11, 15. 2 Sal. 112, 7. 3 Rom. 11, 16. 4 Rom. 11, 16.

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teis injertados, por su sabia y omnipotente mano, en aquel mismo ár-bol santo, en aquella misma oliva buena, cuyas ramas naturales se ha-bían quebrado, y entrasteis a ocupar su lugar. Con esto, participando del jugo pingüe de la raíz, quedasteis ya en estado de dar aquellos fru-tos que no llevaba vuestra naturaleza: Tú, siendo acebuche (dice San Pablo), fuiste injertado en ellos, y has sido hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva 1. De aquí se sigue inmediata y legíti-mamente que no tenéis razón alguna, ni apariencia de razón, para glo-riaros, para engreíros, para despreciar e insultar a las ramas naturales, aunque quebradas, secas y estériles, por su infelicidad. Y si acaso entra en vosotros alguna elación, algún engreimiento, alguna vana seguri-dad, sabed, hermanos, que no lleváis vosotros a la raíz, sino la raíz os lleva a vosotros. Que es lo mismo que decir: vuestro sustento, vuestro verdor, vuestra fecundidad, vuestra vida, os viene de la raíz del árbol donde estáis injertados, y no al contrario. No te jactes contra los ra-mos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti 2.

[274] »Dirás acaso: Los ramos han sido quebrados para que yo sea injertado 3. Las ramas naturales de esta buena oliva se quebraron, y fueron arrojadas por su inutilidad, para injertarnos a nosotros en su lugar. Bien, alabad por ello al Dios de Israel, y sed agradecidos a esta suma misericordia. Esta es la consecuencia legítima y justa que debéis sacar de aquella verdad; no elación, no seguridad, no propia satisfac-ción, mucho menos desprecio de las ramas, y odio de las ramas que-bradas. Estas se han secado y hecho inútiles por su incredulidad; voso-tros, que ahora estáis injertados en el mismo árbol por la fe, no pre-sumáis tanto de vosotros mismos, no deis lugar a pensamientos de elación y de vana seguridad; obrad vuestra salud con temor y temblor, porque no hay razón alguna para persuadirse que Dios ha de contem-plar más a las ramas extrañas, por estar injertas en buena oliva, que lo que contempló a las ramas naturales: Mas tú por la fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdo-nó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti 4. De aquí se si-gue que no es imposible que suceda a los injertos aquel mismo trabajo que sucedió a las ramas naturales.

[275] »En este consejo de Dios, admirable o inescrutable, debemos considerar, por una parte, la bondad y misericordia del Señor, y por otra, su justicia y severidad. La severidad para con los Judíos ingratos, que fueron infieles a su vocación, y se obstinaron en su infidelidad; la bondad para con las Gentes, que fueron llamadas en su lugar. Mas esta

1 Rom. 11, 17. 2 Rom. 11, 18. 3 Rom. 11, 19. 4 Rom. 11, 20-21.

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bondad para con las Gentes (no menos que la severidad para con los Judíos) es necesario entenderla bien, porque es muy fácil abusar de una y de otra. Así como la severidad para con los Judíos debe durar indispensablemente todo el tiempo que durare su infidelidad, y nada más, así la bondad para con las Gentes deberá durar todo el tiempo que éstas permanecieren en aquella fe y bondad, que Dios ha preten-dido de ellas, y nada más. Si este tiempo se llena alguna vez, como está escrito, así como se ha de llenar el tiempo de la incredulidad de los Judíos, como también está escrito, ¿qué otra cosa, ni qué suerte mejor pueden esperar los injertos, sino la misma severidad que han experi-mentado las ramas naturales, y tal vez mayor? Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecie-ren en la incredulidad, serán injertados, pues Dios es poderoso para injertarlos de nuevo 1.

[276] »Si esto os causa gran novedad, si os parece dura cosa y difí-cil de creer, volved los ojos a vosotros mismos, y haced esta breve, fácil y justa reflexión. Yo fui sacado por la bondad de Dios de mi oleastro inútil e infructuoso, que sólo era bueno para el fuego; fui injertado en buen olivo por la sabia, omnipotente y benéfica mano del Padre celes-tial. Por este beneficio quedé en estado de poder gozar abundantísi-mamente del jugo pingüe de la raíz del árbol, y por consiguiente de dar frutos dignos de Dios. Pues cuando las ramas propias y naturales del mismo árbol le sean enteramente restituidas (como es cierto que lo han de ser); cuando sea como injertadas de nuevo, según su naturaleza, por la misma mano sabia, omnipotente y benéfica del Dios de Abraham, ¿qué frutos no podrán dar, y qué frutos no darán? Porque si tú fuiste cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injertados en su propio olivo? 2.

Parte tercera

[277] »La incredulidad presente de los Judíos, su obstinación, su dureza, su ceguedad en medio de tan gran luz, y el estado singular en que por esto se hallan, es un fenómeno bien extraordinario, y como un enigma o misterio, más digno de una atenta consideración que de una inconsiderada indignación; porque el conocimiento de este gran mis-terio, desde su principio hasta su fin, puede ser utilísimo a todos los creyentes de todas las naciones. Yo, que no deseo otra cosa que vues-tro verdadero bien, quiero descubriros este misterio y revelaros este

1 Rom. 11, 22-23. 2 Rom. 11, 24.

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secreto, porque no seáis sabios en vosotros mismos 1; para que mode-réis vuestra nimia confianza, que puede fácilmente pasar a presun-ción, y aun a temeridad, y deis lugar a un santo y religioso temor. Sa-bed, hermanos, que la ceguedad presente de los Judíos, con todas sus consecuencias, es un misterio grande, unido estrechísimamente con el misterio no menos grande de vuestra vocación; de modo que aquel primero depende de este segundo, y durará tanto, cuanto éste durare, es a saber, hasta que entre la plenitud de las Gentes; no cierto todas, sino las que han de entrar según la presciencia y elección de Dios: Porque muchos son los llamados, más pocos los escogidos 2; hasta que ya no se halle entre las Gentes quien quiera entrar; hasta que los que estaban dentro se vayan saliendo, y los que quedaren se vayan res-friando en la caridad, por la abundancia de la iniquidad; hasta que, en fin, se llenen los tiempos de las naciones.

[278] »Llegado este tiempo, y concluido este misterio, tiene deter-minado el misericordioso y justo Dios de llamar a los Judíos, y recoger todas sus reliquias con grandes piedades, así como está escrito, anun-ciado y prometido en sus Escrituras. Y porque no es posible citar aquí todos los lugares de las Escrituras que hablan de esto, bastará por aho-ra el capítulo 59 de Isaías, donde se dice: Cuando viniere a Sión (o co-mo leen todas las versiones, vendrá a Sión, o por Sión) el Redentor… (y el de San Pablo que dice: Vendrá de Sión el Libertador) que deste-rrará la impiedad de Jacob. Y ésta será mi alianza con ellos, cuando quitare sus pecados 3. Por tanto, si Dios los trata ahora como a enemi-gos, esta enemistad no sólo es justísima respecto de ellos, sino tam-bién llena de bondad respecto de vosotros. Mejor diré, esta enemistad con los Judíos es solamente por causa de vosotros, por vuestro amor, por vuestra contemplación, por vuestro mayor bien; pues en la presen-te providencia, estrecha es la cama, de modo que uno de los dos ha de caer; y una manta corta no puede cubrir al uno y al otro 4. Mas si por este respecto son ahora enemigos, por otro respecto no lo son, sino an-tes carísimos a Dios, que no puede negarlo del todo sin negarse a sí mismo, pues tiene empeñada su real palabra, que es ésta: En verdad, según el Evangelio, son enemigos por causa de vosotros; mas según la elección, son muy amados por causa de sus padres 5. Si ellos son ahora dignos de ira por su incredulidad, por su obstinación y por cau-sa de vosotros, también son dignos de misericordia por la justicia de sus padres, por los méritos de sus padres, por las promesas hechas a sus padres; pues los dones y vocación de Dios son inmutables 6. No

1 Rom. 11, 25. 2 Mt. 20, 16. 3 Is. 59, 20; Rom. 11, 26-27. 4 Is. 28, 20. 5 Rom. 11, 28. 6 Rom. 11, 29.

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puede Dios arrepentirse de haber prometido, ni niega sus promesas, ni deja de cumplirlas con toda plenitud.

Parte cuarta

[279] »Así como vosotros estabais en aquel tiempo sin Cristo, se-parados de la comunicación de Israel, y extranjeros de los testamen-tos (del antiguo y del nuevo), no teniendo esperanza de la promesa, y sin Dios en este mundo 1; así como vosotros no conocíais al verdadero Dios, y ahora le habéis hallado sin buscarlo 2, y habéis conseguido mi-sericordia por la incredulidad de los Judíos; así éstos ahora no creen, ni quieren oír hablar de la misericordia que vosotros habéis hallado, creyendo en aquel que ellos reprobaron y crucificaron. ¿Y pensáis que no habrá en esto algún gran misterio digno de la grandeza, sabiduría y bondad de Dios? No, por cierto… Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado miseri-cordia por la incredulidad de ellos; así también éstos ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen también mi-sericordia 3. El gran misterio es que quiere Dios, y lo tiene así deter-minado, que los Judíos hallen misericordia de aquel mismo modo, y por aquel mismo camino, por donde la hallaron las Gentes. Estas ha-llaron misericordia sin buscarla, por la incredulidad de los Judíos: Y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos 4. Pues aplicad la semejanza, y sacad fielmente la buena y legítima con-secuencia: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia 5. Dios, por su infinita grandeza y por sus juicios incomprensibles, ha encerrado todo este gran misterio (de las Gentes y de los Judíos) en la incredulidad de los unos y de los otros, para hacer misericordia con todos. En la incredulidad de los Judíos, para llamar a las Gentes en su lugar, y hacer con ellas grandes miseri-cordias; y en la incredulidad de las Gentes, cuando ésta suceda, y está anunciada y llegue a cierto punto, para volver a llamar a los Judíos, y hacer con ellos todas aquellas misericordias que ya están escritas. Mis-terio verdaderamente grande o incomprensible, al paso que cierto o innegable, del cual nos dan ideas bien claras todas las Escrituras».

[280] El autor mismo de este discurso, siendo uno de los hombres más sabios y más ilustrados del cielo, da muestras, llegando aquí, de hallarse todo sumergido, y como perdido, en el abismo insondable de los juicios de Dios; y no pudiendo pasar adelante, concluye con aquella célebre exclamación, tan llena de piedad como de verdad: «¡Oh, pro-

1 Ef. 2, 12. 2 Is. 65. 3 Rom. 11, 11 y 30-31. 4 Rom. 11, 30. 5 Rom. 11, 32.

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468 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

fundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le sea recompensado? Porque de él, y por él, y en él son todas las cosas; a él sea gloria en los siglos. Amen» 1.

Se declara quién es el autor del precedente discurso

PÁRRAFO 7

[281] Por estas últimas palabras conoceréis ya claramente, si acaso no lo habéis conocido desde el principio, quién es el autor de este dis-curso. Si os parece duro y amargo, y por eso inacordable con las ideas favorables, podéis dar vuestras quejas amorosas a vuestro propio após-tol y doctor, el cual, inspirado por el Espíritu de Dios, lo predicó así a to-dos los creyentes de las naciones, y no sin misterio lo envió directamen-te a los Romanos; protestando sobre este punto particular, que aunque Apóstol propio de las Gentes, no podía menos que honrar su ministerio.

[282] Y no he hecho otra cosa que traducir este discurso en mi pro-pio idioma, con aquella especie de extensión o explanación que llama-mos paráfrasis; atándome escrupulosamente, no tanto a las palabras o sílabas, cuanto al fondo de la doctrina, y a la mente expresa del autor. Lo cual me ha parecido tanto más importante y necesario, cuanto veo con mis ojos y toco con las manos la gran oscuridad y tinieblas en que nos dejan los intérpretes sobre este lugar de San Pablo, y sobre tantos otros que tienen con éste, no sólo estrecha relación, sino verdadera identidad. El punto que aquí trata el Apóstol es el misterio grande y admirable de la vocación de las Gentes, tomado este misterio todo ente-ro desde su principio hasta su fin, esto es, desde que a los Judíos se les quitó enteramente el reino de Dios, se dio a las Gentes, hasta la voca-ción y asunción y plenitud futura de los mismo Judíos, o hasta la con-sumación del misterio de Dios, a donde se encaminan y a donde van a parar todas las profecías. El Apóstol revela aquí claramente el misterio diciendo que, como fiel ministro de Dios, no puede hacer otra cosa que decir la pura verdad, y con ella honrar su ministerio: Porque con voso-tros hablo, Gentiles: mientras que yo sea apóstol de las Gentes, honra-ré mi ministerio 2.

[283] Con todo esto, parece innegable (a lo menos a quien quiera mirar estas cosas con simplicidad, poniendo aparte por un momento

1 Rom. 11, 33-36. 2 Rom. 11, 13.

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todos los efugios y las sutilezas), parece, digo, innegable, que este mis-terio grande y cierto de la vocación de las Gentes, como se halla en las Escrituras, y como aquí lo propone en compendio el Apóstol de las mismas gentes, no se ha entendido hasta ahora, o no se ha querido en-tender perfectamente. (Perdonad la descortesía, o la rusticidad, o la audacia, o como queráis llamarla; con tal que no digáis la falsedad, no pienso yo contradeciros). Han tomado, es verdad, las Gentes cristia-nas, han creído, han abrazado, han ponderado, todo lo que en el mis-terio admirable de su vocación les es favorable. Pensando buenamente que los pérfidos Judíos ya están reprobados, y absolutamente abando-nados de su Dios; pensando píamente que todo el misterio de Dios, que contienen las Escrituras, debe encaminarse únicamente, debe ter-minarse, debe concluirse y perfeccionarse en la vocación de las Gen-tes; ha sido imposible que den entrada a otras ideas poco agradables, aunque partes esenciales de este mismo misterio. Así se ve, y es bien fácil repararlo, el esfuerzo grande que hacen los doctores, y las sutile-zas e ingeniosidades que ponen en obra, especialmente sobre este lu-gar de San Pablo, para separar lo amargo de lo dulce, y salir con felici-dad del gran embarazo en que los pone su propio Apóstol. Tanto, que muchos de ellos, no atreviéndose a disimular del todo lo que aquí dice el Apóstol en favor de los Judíos, han creído, no obstante, que les era lícito usar con estos miserables cierta especie de compensación; quiero decir, negarles lo que dice San Pablo y anuncian los Profetas, porque es demasiado para los viles y pérfidos Judíos, ni se puede entender ni conceder sin deshonor de las Gentes cristianas, que son el verdadero Israel de Dios; y para compensar esta pequeña falta, concederles gene-rosamente otras muchas cosas bien ordinarias, de que no hablan ni los Profetas ni San Pablo; las cuales se pueden muy bien conceder, sin perjuicio alguno de los que creen ser dueños de los tesoros de Dios. Si esta compensación es justa o no, a mí no me toca el decirlo; pues al fin soy parte, y puede cegarme la pasión. En efecto, esto me parece lo mis-mo que dar pedazos de vidrio en abundancia a aquella misma persona a quien se le quitan sus diamantes.

[284] Si hacéis, amigo, alguna reflexión, no dejaréis de acordaros que esto mismo, en sustancia, sucedió antiguamente a los doctores ju-díos cuando llegaban a la explicación de algunos lugares de la Escritu-ra, no menos contrarios a su pueblo que favorables a las Gentes. Ellos concedían liberalmente, mas concedían lo que la Escritura no dice; y negaban al mismo tiempo, o disimulaban, lo que dice, endulzándolo de tal modo que no perjudicase al pueblo santo. Creo que ésta fue una de las principales causas de su perdición: este amor desordenado de sí mismo, esta confianza desmedida, esta nimia satisfacción, este rete-nerlo todo para sí, este interpretarlo todo a su favor, etc.

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470 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[285] Deseara, amigo, si esto fuera posible, que todas estas cosas se considerasen con la mayor formalidad posible; no despreciando ni per-diendo de vista cierta luz, que empieza ya a aclararnos todo el misterio, mostrándonos el camino fácil y llano que conduce a la verificación ple-na y perfecta de todas las profecías, y haciéndonos ver desde el princi-pio hasta el fin el misterio grande de la vocación de las Gentes y cegue-dad de los Judíos. Esta luz de que hablo no es otra que el sistema pre-sente del mundo, y del estado en que ya se halla entre las naciones la Iglesia de Cristo por la mayor parte, esto es, ni fría, ni caliente 1.

[286] Para que podáis ahora comparar con el texto mismo de San Pablo la traducción y paráfrasis que acabáis de leer, os presento aquí el mismo texto original, dividido así mismo en sus cuatro partes, que son como cuatro rayos de luz que se unen en un mismo punto.

Epístola de San Pablo Apóstol a los Romanos, capítulo 11

Parte primera

[287] Digo, pues: ¿Por ventura ha desechado Dios su pueblo? No por cierto, porque también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al que cono-ció en su presciencia. ¿O no sabéis lo que dice de Elías la Escritura, cómo se queja a Dios contra Israel? Señor, mataron tus Profetas, de-rribaron tus altares, y yo he quedado solo, y me buscan para ma-tarme. Mas ¿qué le dice la respuesta de Dios? Me he reservado siete mil varones, que no han doblado las rodillas delante de Baal. Pues así también en este tiempo, los que se han reservado de ellos, según la elección de la gracia, se han hecho salvos. Y si por gracia, luego no por obra; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Pues qué? Lo que buscaba Israel, esto no lo alcanzó, mas los escogidos lo alcanza-ron; y los demás fueron cegados, así como está escrito: Les dio Dios espíritu de remordimiento, ojos para que no vean, y orejas para que no oigan hasta hoy día 2.

Parte segunda

[288] Pues digo: ¿Que tropezaron de manera que cayesen? No por cierto. Mas por el pecado de ellos vino la salud a los Gentiles, pa-ra incitarlos a la imitación. Y si el pecado de ellos son las riquezas del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles, ¿cuánto más la plenitud de ellos? Porque con vosotros hablo, Gentiles: Mien-

1 Apoc. 3, 15. 2 Rom. 11, 1-8.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 471

tras que yo sea Apóstol de las gentes, honraré mi ministerio, por si de algún modo puedo mover a emulación a los de mi nación, y hacer que se salven algunos de ellos. Porque si la pérdida de ellos es la reconci-liación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino vida de los muertos? Y si el primer fruto es santo, lo es también la masa; y si la raíz es santa, también los ramos. Y si algunos de los ramos fueron quebrados, y tú siendo acebuche, fuiste injertado en ellos, y has sido hecho participante de la raíz, y de la grosura de la oliva, no te jactes contra los ramos. Porque si te jactas, tú no sustentas a la raíz, sino la raíz a ti. Pero dirás: Los ramos han sido quebrados, para que yo sea injertado. Bien, por su incredulidad fueron quebrados, mas tú por la fe estás en pie; pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permane-cieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en la incredulidad, serán injertados; pues Dios es poderoso para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste corta-do del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son naturales, serán injertados en su propio olivo? 1.

Parte tercera

[289] Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (por-que no seáis sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Israel, hasta que haya entrado la plenitud de las Gentes, y que así todo Israel se salvase, como está escrito: Vendrá de Sión (o a Sión) el libertador que desterrará la impiedad de Jacob; y ésta será mi alianza con ellos, cuando quitare sus pecados. En verdad, según el Evangelio, son enemigos por causa de vosotros; mas según la elec-ción, son muy amados por causa de sus padres; pues los dones y vo-cación de Dios son inmutables 2.

Parte cuarta

[290] Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos ahora no han creído en vuestras misericor-dias, para que ellos realicen también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericor-dia. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus

1 Rom. 11, 11-24. 2 Rom. 11, 25-29.

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472 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le sea recompensa-do? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas; a él sea gloria en los siglos. Amen 1.

Reflexiones

PÁRRAFO 8

[291] Esta cuarta parte del discurso de San Pablo (empecemos por aquí) no contiene otra cosa que una proposición y una exclamación. La proposición descubre y afirma un misterio oculto que ninguno pudiera saber, ni aun el mismo Apóstol, sin revelación expresa de Dios. Este misterio debe ser sin duda muy grande, pues sólo propuesto en cuatro palabras, ha producido dos efectos, ambos grandes y bien notables, aunque muy diversos entre sí. Un efecto produjo en el Apóstol mismo, luego al punto que reveló el misterio inspirado por el Espíritu Santo. Otro efecto, al parecer infinitamente diverso, ha producido en los doc-tores, que verosímilmente han mirado dicha proposición por todos sus aspectos. El efecto que produjo en San Pablo fue hacerlo prorrumpir inmediatamente en aquella célebre exclamación, que es una de las pie-zas más sublimes, más expresivas y más religiosas que se leen en todas las Escrituras: ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Mas el efecto que ha producido en los doctores, ¿cuál será? Confieso, amigo mío, que me falta el ánimo para decirlo; y ciertamente omitiera esta verdad (como omito tantas otras que vos no sabéis), si por otra parte no entendiese que en las presentes circuns-tancias debo también honrar mi ministerio, no disimulando una ver-dad tan importante por respetos puramente humanos. Hablando, pues, francamente, y salvo el respeto que se les debe, el efecto que ha pro-ducido en ellos, según el sistema favorable, ha sido no admitir dicha proposición, ni el misterio contenido en ella según está, sino después de bien acrisolado, después de bien limado, y después de haberle qui-tado algunas superfluidades, no sólo molestas o incómodas, sino tam-bién absolutamente insufribles. ¿No me entendéis?

[292] Así suavizada la proposición, y dulcificado el misterio, yo pregunto ahora: ¿Qué juicio podremos hacer de la gran exclamación de San Pablo? ¿Qué quiere decir, en la boca o pluma del Doctor de las Gentes, una exclamación tan expresiva y tan llena de religioso entu-siasmo, para una cosa respectivamente tan pequeña; para una propo-sición, digo, que después de bien acrisolada, o pasada por el esto es, ya no contiene misterio alguno digno de tal exclamación? ¿No podremos

1 Rom. 11, 30-36.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 473

con razón decir que el Doctor y Maestro de las Gentes podía haber re-servado una pieza tan sublime para otro misterio mayor? ¿No podre-mos con razón decir que su exclamación, por el mismo caso que es tan sublime, parece un verdadero despropósito?

[293] En efecto, supongamos por un momento que la proposición, así moderada y dulcificada como se halla en los doctores, sea en la rea-lidad lo que intentó decirnos el apóstol San Pablo; supongamos que esta proposición, reducida a sus justos quilates, sólo contenga, o sólo deba contener, este pequeño misterio: Porque como también vosotros (las Gentes) en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis al-canzado misericordia por la incredulidad de ellos, así también éstos ahora no han creído en vuestra misericordia, para que ellos alcancen también misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incre-dulidad, para usar con todos de misericordia. Esto es: así como voso-tros, Gentiles, no conocíais al verdadero Dios, ni creíais en él, y no obs-tante, ahora habéis hallado misericordia sin buscarla, por la increduli-dad de los Judíos; así éstos no creen ahora en vuestra misericordia, y no obstante esta incredulidad y obstinación presente, hallarán tam-bién misericordia en algún tiempo, esto es, al fin del mundo, porque provocados de vuestro buen ejemplo, y avergonzados de haber creído en el Anticristo, abrirán finalmente los ojos, creerán en Cristo, y la Iglesia los recibirá en su seno. Ya veis que la proposición de que vamos hablando no está todavía concluida: le falta una cláusula brevísima, pero tan llena de sustancia, que ella sola aclara toda la proposición, y produce al punto la exclamación: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¿Qué quiere decir esta breve cláusula? A San Pablo le pareció un misterio tan alto que, confesando tácitamente su pequeñez, exclamó diciendo: ¡Oh, pro-fundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos!

[294] Mas esta misma cláusula, después de pasada por el crisol, se ve ya tan pequeña, y su misterio tan claro, que no parece digno de tal exclamación. Parece que el Apóstol debía haber reservado una pieza tan sublime para otro misterio mayor. Después de dulcificada la cláusula con todo su misterio, el sentido único que le queda es éste: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de mise-ricordia. Dios ha permitido que todos los hombres, así Gentiles como Judíos, cayesen en el gravísimo delito de la infidelidad o incredulidad, y que en él estuviesen todos comprendidos y como encarcelados, para hacer ostentación de su misericordia con todos los hombres, así Genti-les como Judíos, perdonando sucesivamente a los unos y a los otros, y recibiéndolos en su gracia y amistad: a los Gentiles, conforme han ido creyendo el Evangelio y agregándose a la Iglesia de Cristo; y a los Ju-

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díos, cuando crean también ellos y se agreguen a la misma Iglesia, lo cual sucederá algún día, esto es, al fin del mundo. ¿Y no hay más mis-terio que éste en la cláusula que vamos observando? No, amigo, no hay más misterio que éste, por cuanto yo he podido averiguar. Esto es lo único que, según los intérpretes de San Pablo, se puede conceder. To-do lo demás que se presenta obvia y naturalmente a cualquiera que lee, no es posible que halle lugar. ¿Por qué razón? Porque entonces se siguieran obvia y naturalmente, sin poder evitarlas, algunas conse-cuencias sumamente duras, que no dicen bien con su sistema.

[295] Siguiera, lo primero: que así como las Gentes hallaron mise-ricordia sin buscarla, así como estaba escrito: Halláronme los que no me buscaron. Dije: Vedme, vedme, a una nación que no invocaba mi nombre 1, y esto por la incredulidad de los Judíos 2; así los Judíos han de hallar misericordia sin buscarla, por la incredulidad de las mismas Gentes; por consiguiente, que esta general incredulidad de las Gentes se puede algún día verificar. Se siguiera, lo segundo: que así como por la incredulidad de los Judíos llamó Dios a las Gentes, las hizo entrar a la cena, y ocupar el puesto de los incrédulos (cumpliéndose puntual-mente lo que ya había dicho Moisés, y nota San Pablo: Yo os provoca-ré a celos con una que no es gente; yo os moveré a ira con una gente ignorante 3); así, dejando de creer las Gentes en algún tiempo, volverá Dios a llamar a los Judíos, y les hará ocupar con grandes ventajas aquel mismo puesto que habían perdido; trocándose las suertes, pasando de unos a otros la triste emulación, e inclinándose el cáliz de la una a la otra parte. Se siguiera, lo tercero: que así como las Gentes entraron a ser el pueblo de Dios, y también la esposa de Dios, por la incredulidad de los Judíos; así éstos, por el contrario, entrarán algún día por la misma causa a ser otra vez pueblo de Dios, Israel de Dios, esposa de Dios: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. Se siguiera…

[296] Bien. ¿Y qué dificultad hay en todo esto? ¿Qué repugnancia? ¿Qué contradicción? ¿No es esto mismo lo que dice el texto del Após-tol, y lo que predica claramente todo su contexto? ¿No es esto mismo lo que anuncian otras muchas Escrituras de que ya hemos hablado? ¿No es esto mismo lo que hizo prorrumpir al Apóstol en aquella reli-giosa exclamación? ¿Por qué no queremos recibirlo? ¿Acaso porque no es favorable? ¡Dura cosa parece! Mas la verdad es que a esta sola razón se reduce todo. Temo no obstante, que todavía os parezca buena aque-lla razón que apuntamos en otra parte, y que queráis proponerla de nuevo, como un misterio sagrado que no se puede escudriñar sin te-

1 Rom. 11, 8; Is. 65, 1. 2 Rom. 11, 30. 3 Rom. 10, 19.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 6 475

meridad. Si se admitiese (pensáis decirme) la proposición de San Pa-blo, así cruda, áspera y amarga según está, sería necesario, guardando consecuencia, admitir del mismo modo dos o tres centenares de pro-posiciones semejantes, que se leen frecuentemente en los Profetas, en los Salmos y aun en las Escrituras del Nuevo Testamento; y en este ca-so, ¿qué se siguiera? Se siguiera (decís con gran formalidad) que las promesas tan grandes y tan absolutas que Jesucristo tiene hechas a su Iglesia, no pudieran tener lugar; se falsificaran infaliblemente, faltara el Hijo de Dios a su real palabra.

[297] ¿Cómo faltara el Hijo de Dios en este caso a su real palabra? ¿Sus promesas infalibles no pudieran verificarse? ¿Y vos creéis, señor, que el Hijo de Dios era capaz de prometer alguna cosa contraria a lo que tenían anunciado los Profetas? ¿No declaró él mismo todo lo con-trario, diciendo en términos formales: No penséis que he venido a abrogar la ley, o los Profetas; no he venido a abrogarlos, sino a dar-les cumplimiento? 1. ¿No añadió luego para mayor claridad: Porque en verdad os digo, que hasta que pase el cielo y la tierra, no pasará de la ley ni un punto, ni un tilde, sin que todo sea cumplido? 2. ¿Y vos creéis que el apóstol San Pablo era capaz de adelantar inconsideradamente alguna proposición incompatible con las promesas del Hijo de Dios, que él no podía ignorar?

[298] Vengamos, no obstante, al examen de estas promesas, y ve-remos que no hay nada en lo dicho contra ellas. Las que se hallan a este propósito en todos los cuatro Evangelios son éstas. Primera: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del in-fierno no prevalecerán contra ella 3. Segunda: Mas yo he rogado por ti (Simón), que no falte tu fe 4. Tercera: Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo 5. Si hay alguna otra pro-mesa a este propósito, no me ocurre; mas téngase por cierto que no será mejor que estas tres. Mas de todas ellas, ¿qué se concluye? Nada, ami-go, a vuestro favor, y menos que nada; porque son conocidamente muy fuera de propósito. En alegar aquí dichas promesas, nos dais a entender que todavía no habéis advertido bien el gran equívoco que han ocasio-nado. Parece que todavía pensáis que las promesas de Cristo a su Igle-sia, que se hallan registradas en los Santos Evangelios, hablan solamen-te con las Gentes que fueron llamadas en lugar de los Judíos, por su in-credulidad. Parece que todavía pensáis que todo el misterio de Dios, de que hablan las Escrituras, se encierra, se concluye y se perfecciona en la

1 Mt. 5, 17. 2 Mt. 5, 18. 3 Mt. 16, 18. 4 Lc. 22, 32. 5 Mt. 28, 20.

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vocación de las Gentes. Parece que todavía pensáis que las Gentes lla-madas, y recibidas con tan grandes misericordias en lugar de los incré-dulos Judíos, perseverarán hasta la fin del mundo en aquella fe, en aquella bondad y fidelidad, a que fueron llamadas. Parece que todavía pensáis que los injertos contra la naturaleza en buen olivo, darán siem-pre, constantemente, frutos abundantes y dignos de Dios; y aunque lle-gue el tiempo en que no den tales frutos, así como está escrito, serán no obstante respetados y privilegiados, mucho más de lo que lo fueron las ramas naturales. Parece, en fin, que las promesas que hizo Cristo a su Iglesia, os han hecho olvidar del todo aquella amenaza del Apóstol, en-derezada a los mismos injertos: Si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado; mirando esta sentencia como cruda, áspera y amarga, y por consiguiente como vacía de significación, como metal que suena, o campana que retiñe 1.

[299] Imaginad ahora que yo, imitando vuestro modo de discurrir, y alegando las mismas promesas del Hijo de Dios, os propusiese esta dificultad: Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, y en solos los Ju-díos, pues así San Pedro, a quien entregó las llaves, como los demás apóstoles y discípulos, a quienes dejó sus órdenes, con todas las facul-tades necesarias para ejecutarlas, eran todos judíos, no habiendo entre ellos uno solo que no lo fuese. El mismo Jesucristo, hablando con es-tos santos judíos, sin nombrar expresamente a las Gentes, les hizo aquellas promesas de que hablamos, y les empeñó su real palabra, di-ciéndoles entre otras cosas, al despedirse de ellos, que estaría con ellos hasta la consumación del siglo. No obstante estas promesas, es cierto que pocos años después dejó a los Judíos, arrojándolos a las tinieblas exteriores, y se pasó enteramente a las Gentes; sacó de Jerusalén el candelero grande, y lo puso en Roma, etc. Se pregunta ahora: ¿Cómo podremos componer esta conducta del Señor con sus promesas infali-bles? ¿Cómo podremos salvar intacta la palabra real del Hijo de Dios?

[300] Yo no dudo que os reiréis de mi dificultad, creyendo facilí-sima la solución. A mí también me parece fácil, absolutamente hablan-do, pero si queréis guardar consecuencia, se me figura bien difícil. Mas sea como fuere, yo la ofrezco al punto por solución de vuestra dificul-tad. Si a ésta no satisface, tampoco puede satisfacer a la mía; pues am-bas se fundan sobre un mismo principio, o por mejor decir, sobre un mismo equívoco. Jesucristo, sin faltar a sus promesas, sacó el gran candelero de Jerusalén, y lo puso en Roma; ¿y creéis que faltará a sus promesas si en algún tiempo, por las mismas razones, saca de Roma el mismo candelero, y después de bien purificado, lo vuelve a poner en Jerusalén? Jesucristo, sin faltar a sus promesas, arrojó de sí a los Ju-

1 1 Cor. 13, 1.

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díos, les quitó el reino de Dios, principalmente lo activo de él, y se lo dio enteramente a las Gentes; ¿y creéis que faltará a sus promesas si en algún tiempo, por las mismas razones, y tal vez mayores, arroja de sí a las Gentes ingratas, les quita el reino de Dios que les había dado, y lo vuelve a dar a los Judíos? Si acaso lo creéis, deberéis mostrarnos al-guna Escritura auténtica y clara de donde conste este privilegio; la cual os será tan difícil de hallar, que antes hallaréis en su lugar no pocas que prueban expresamente todo lo contrario, según hemos observado hasta aquí, y todavía iremos observando. Y aunque no hubiera otra que el discurso de San Pablo, ¿no debía bastar esto solo para hacernos abrir los ojos, y confesar sinceramente vuestra equivocación?

[301] Fuera de esta primera reflexión, podemos fácilmente hacer otras muchas, atendiendo bien a algunas expresiones bien notables del mismo apóstol. Por ejemplo, estas cuatro (del capítulo 11 de su epístola a los Romanos). Primera: Si el pecado de ellos son las riquezas del mundo, y el menoscabo de ellos las riquezas de los Gentiles, ¿cuánto más la plenitud de ellos? Segunda: Porque si la pérdida de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento sino vida de los muertos? Tercera: Mas no quiero, hermanos, ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos). Cuarta: Enemigos por causa de vosotros…, muy amados por causa de sus padres. Todas es-tas expresiones en boca del Apóstol propio de las Gentes, del predica-dor de la verdad, del hombre más ilustrado del cielo y más amante de las mismas Gentes, deben tener alguna propia significación, proporcio-nada a la grandeza de las expresiones, y al contexto mismo de todo el discurso. Mas si se miran estas expresiones después de haber salido del crisol, ya no se halla en ellas otra cosa que disonancia o impropiedad. Aquellas palabras que en el texto de San Pablo parecen tan llenas de sustancia, por ejemplo plenitud de Israel, asunción de Israel, la vida de los muertos, etc., después de haber pasado por él, se ve con los ojos que han perdido toda su sustancia, no quedándoles otra cosa que aire, sonido y pompa.

[302] ¿Qué plenitud de Israel, ni qué asunción de Israel, ni qué vi-da de los muertos (podía decir cualquiera) es el convertirse a Cristo los Judíos que sobrevivieren al Anticristo; el ser admitidos como de li-mosna en la Iglesia de las Gentes, la víspera de acabarse el mundo; el golpearse los pechos, y pedir misericordia estos miserables poco antes que se acabe el mundo, y caiga sobre toda la tierra un diluvio de fuego? ¿Esto merece el nombre de plenitud de Israel? ¿Esto llama San Pablo asunción de Israel? ¿Esta asunción podrá ser en algún sentido la vida de los muertos? ¿Merece esto el nombre de misterio que le da San Pa-blo? ¿Este es el gran misterio que revela a las Gentes, diciéndoles que no quiere que lo ignoren para que no se envanezcan, para que no se

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478 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

engrían, para que se conserven en temor y caridad cristiana, añadién-doles: Porque no seáis sabios en vosotros mismos? Cierto que parece difícil, por no decir imposible, conciliar unas ideas con otras, sin que mutuamente se aniquilen.

[303] ¡Quién no temblará (decía pocos años ha uno de los sabios y más celosos prelados de Francia, considerando el discurso mismo de San Pablo, que hemos considerado), quién no temblará al oír estas cosas de la boca del Apóstol y doctor de las gentes! ¿Podemos mirar con indiferencia aquella venganza o aquel castigo terrible, que tantos siglos ha se manifiesta contra los Judíos, cuando el mismo Apóstol nos anuncia de parte de Dios que nuestra ingratitud e infidelidad nos atraerá algún día un semejante tratamiento? 1.

Ultima observación. El texto de Isaías citado por San Pablo

PÁRRAFO 9

[304] El sabio y juicioso autor que acabamos de citar, da grandes muestras en el mismo lugar de haber comprendido perfectamente todo el discurso del apóstol San Pablo, se hace cargo de casi todas sus expre-siones, y de toda su fuerza y propiedad. Habla del estado futuro de los Judíos (aunque brevemente, y sólo en general) como pudiera hablar el más circuncidado. Representa entre otras cosas, con suma viveza y elo-cuencia, aquel gran milagro que todo el mundo tiene a la vista, sin me-recerle alguna atención particular, es a saber, que los Judíos, esparci-dos tantos siglos ha entre todas las naciones, subsisten aún sin haberse mezclado y confundido con ellas; y aun podemos decir (añade con gran verdad y propiedad) que han sobrevivido a todas las naciones que en varios tiempos los han oprimido y procurado exterminar. ¿Quién podrá mostrar ahora los verdaderos descendientes de los antiguos Egipcios, de los antiguos Asirios, de los antiguos Babilonios, de los antiguos Griegos, ni aun de los antiguos Romanos; y pudiera añadirse: de todas las naciones bárbaras que destruyeron este imperio? Todas estas razas de gentes ya no se conocen, todas se han mezclado y confundido entre sí. Sólo la descendencia del justo Abraham, sola la casa de Jacob, en medio de tantas persecuciones, en medio de su extremo abatimiento y vilipendio, subsiste hasta el día de hoy, y subsiste, no en algún ángulo de la tierra, no en alguna isla incógnita, separada del comercio de las otras naciones, sino a vista de ellas, en medio de ellas, y a pesar de ellas mismas, sin haberles sido posible exterminarla, ni confundirla, ni aun

1 BOSSUET, Discurso sobre la historia universal, cap. 20.

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siquiera desconocerla. Todo esto en sustancia reflexiona este gran hombre, y cierto que con gran razón. A lo cual pudiera añadirse otra brevísima y utilísima reflexión, es a saber, que todo esto en sustancia, y otras mil cosas más particulares, están ya registradas desde los días an-tiguos, anunciadas, amenazadas y prometidas a toda la casa de Jacob en sus santas Escrituras. En suma, Monseñor Bossuet concede aquí a los Judíos (acomodándose al texto de San Pablo) aun algo más de lo que puede permitir el sistema general, y mucho más de lo que conce-den los otros doctores. Asimismo da grandes y manifiestas señales de haber penetrado bien el misterio entero de la vocación de las Gentes, desde su principio hasta su fin; pues dice y confiesa, aunque muy de paso, lo que ningún otro, que yo sepa, ha confesado jamás, esto es, que el Apóstol amenaza de parte de Dios a las Gentes cristianas con aquel mismo tratamiento y severidad extrema con que vemos tratados a los Judíos: Mirad, pues, la bondad y la severidad de Dios, dice San Pa-blo: la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado. Y aun ellos, si no permanecieren en la increduli-dad, serán injertados, etc. Estas palabras del Apóstol las recibe con toda su amargura este gran sabio, cuando otros, en su modo de hablar confuso, nos tiran a insinuar que esta sentencia del Apóstol habla so-lamente con algunos cristianos los más criminales, no en general con la Iglesia de las Gentes. Y lo tiran a insinuar porque, aunque se infiera de su contexto, no se atreven a decirlo en términos formales.

[305] No obstante todo esto, Monseñor Bossuet, llegando a lo más inmediato y sustancial de los misterios que aquí revela el Apóstol, se ve que al punto muda de tono, y cómo contemporizando con el sistema general, o con el favorable modo de discurrir, nos deja al fin en la mis-ma perplejidad, y en la misma confusión de ideas; hablando como to-dos, con voz tan baja, y pasando con tanta prisa por lo más sustancial del discurso de San Pablo, que parece imposible entender aquí aquel mismo escritor, cuyo propio carácter es la claridad. Sin duda le pareció a este gran hombre que no era todavía tiempo de explicar con más cla-ridad sus propios sentimientos.

[306] Aunque pudiera notar aquí algunas otras cosas particulares, no poco interesantes, lo que por ahora me lleva toda la atención es la in-teligencia que da, siguiendo a otros intérpretes, a aquel lugar de Isaías que cita San Pablo, cuando dice, hablando con las Gentes cristianas: Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (porque no seáis sabios en vosotros mismos): que la ceguedad ha venido en parte a Is-rael hasta que haya entrado la plenitud de la Gentes, y que así todo Israel se salvase, como está escrito. Para probar que lo que dice está registrado en las Escrituras, para verificar este como está escrito, en-

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tre otros muchos lugares que podía citar, elige uno, atendiendo a la brevedad, el cual le pareció el más acomodado a su asunto particular. Considerémoslo todo entero. Vistióse de justicia como de loriga, y yel-mo de salud en su cabeza; se puso vestidos de venganza, y cubrióse de celo como de un manto, como para hacer venganza, como para re-tornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversa-rios; a las islas dará su merecido. Y los que están al occidente teme-rán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él, cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor im-pele, y cuando viniere a Sión el Redentor. Y a aquellos que se vuelven de la maldad en Jacob, dice el Señor: Esta será mi alianza con ellos 1.

[307] Sobre este texto que cita San Pablo, dice Monseñor de Meaux estas precisas palabras: Así los Judíos entrarán algún día, y entrarán para no desviarse jamás; pero no entrarán sino después que el orien-te y el occidente, esto es, todo el universo, estará lleno del temor y del conocimiento del Señor.

[308] Quien leyere esta sentencia de un hombre tan sabio, y por tantos títulos grande y digno de este nombre, pensará sin duda que, así el Profeta como el Apóstol que lo cita, no quieren decirnos otra co-sa sino que Israel estará ciego, como lo está ahora, hasta que el oriente y el occidente, esto es, todas las naciones del universo, estén dentro de la Iglesia, llenas de religión, de piedad y de aquel santo temor de Dios, que es uno de los dones del Espíritu Santo, y el propio distintivo de la verdadera justicia, y por consiguiente de la verdadera fe. ¿Mas no es ésta una inteligencia infinitamente ajena del texto, mucho más de su contexto, y aun de todas las Escrituras? Los que están al occidente te-merán el nombre del Señor; y los que están al oriente la gloria de él. Estas palabras por sí solas, sin atender a las que preceden, ni a las que siguen en el mismo texto, es facilísimo acomodarlas a cuanto se qui-siere; mas ¿cómo será esto posible, si se leen unidas con su contexto? ¿Cómo será posible no reconocer en todo el contexto entero la venida del Señor en gloria y majestad, en la cual deberá temer el oriente y el occidente, esto es, todo el universo? No ciertamente con aquel temor religioso y santo, que es el principio de la sabiduría y el carácter de la justicia (porque esta idea es diametralmente opuesta a todas las ideas que nos dan sobre esto las Escrituras, como tantas veces hemos nota-do), sino con aquella otra especie de temor, que es propio de los reos en presencia de su rey, a quien tienen ofendido y agraviado. Turbados quedarán a la presencia de él, se dice en el salmo 67, a la presencia del padre de los huérfanos, y juez de viudas 2; y en el Evangelio: Que-

1 Is. 59, 17-21. 2 Sal. 67, 5-6.

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dando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que so-brevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos serán conmovidas; y entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con grande poder y majestad 1. Y en el Apocalipsis: Y los reyes de la tierra, y los príncipes, y los tribunos, y los ricos, y los podero-sos, y todo siervo y libre, se escondieron en las cavernas, y entre las peñas de los montes. Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos de la presencia del que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque llegado es el grande día de la ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse en pie? 2.

[309] Unid ahora el texto de Isaías con todo su contexto, y entende-réis al punto lo que quiere decir, como también lo que quiere decir San Pablo, cuando lo cita para probar la vocación futura de los Judíos: Los que están al occidente temerán el nombre del Señor, y los que están al oriente la gloria de él. Esta es la primera mitad, no echéis en olvido la segunda: Cuando viniere como río impetuoso, a quien el espíritu del Señor impele; y cuando viniere a Sión el Redentor, etc. De modo que temerán los de oriente y occidente, cuando venga el Señor como un río tempestuoso e impelido por el Espíritu de Dios, y cuando venga a Sión su Redentor. Leído este texto así entero se ve claramente lo que dice, y también lo que no dice. No dice: Vendrá a Sión su Redentor, cuando tema el oriente y occidente, mucho menos cuando todo el universo es-tará lleno del temor y del conocimiento del Señor; sino al contrario: Temerán los de oriente y occidente, cuando venga a Sión su Redentor. Temerán, dice, cuando viniere; no dice: Vendrá cuando hayan temido.

[310] Esto mismo que aquí dice Isaías, y San Pablo que lo cita, lo había dicho David en varias partes de sus salmos. El salmo 101, por ejemplo, parece una oración fervorosísima, en que el Espíritu Santo por boca de David representa a la infeliz Sión en el estado en que actual-mente se halla, y en que la misma Sión habla en espíritu, se lamenta de su desamparo, y pide con gemidos inexplicables. Entre otras cosas bien notables, le dice a Dios estas palabras: Tú, levantándote, tendrás misericordia de Sión; porque tiempo es de apiadarte de ella, porque ya viene el tiempo… Y temerán las naciones tu nombre, Señor, y to-dos los reyes de la tierra tu gloria 3. Y para mayor claridad añade lue-go la causa o la ocasión de este temor: Porque edificó el Señor a Sión, y será visto en su gloria. Miró a la oración de los humildes, y no des-preció el ruego de ellos. Escríbanse estas cosas a la otra generación (o como leen las otras versiones, en la novísima generación). 4 Este

1 Lc. 21, 26-27. 2 Apoc. 6, 15-17. 3 Sal. 101, 14 y 16. 4 Sal. 101, 17-19.

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mismo temor se lee en el salmo 9, en el 47, y frecuentemente en casi todos los Profetas, como podéis haber notado en los lugares que he-mos observado hasta aquí.

[311] Fuera de esto, si Isaías en el lugar citado habla del temor santo de Dios que supone la verdadera fe; si de esta fe y temor santo de Dios estará lleno el oriente y el occidente, esto es, todo el universo, cuando los Judíos se conviertan a Cristo, y cuando venga su Redentor, ¿a qué propósito se nos representa este Redentor vestido de venganza, y cubierto de celo como de un manto? ¿A qué propósito se dice que vie-ne como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversarios? ¿A qué propósito se añade: A las islas daré su me-recido? ¿Contra quién puede ser esta indignación y esta venganza? ¿Contra Sión? No, pues antes viene como su Redentor, para librarla de su cautiverio; el tiempo de venganza, para esta miserable, ya entonces se ha llenado: Recibió de la mano del Señor al doble por todos sus pe-cados 1. ¿Contra el oriente y occidente, o contra todas las naciones del universo? Tampoco puede ser, porque todas se suponen ya llenas del temor y del conocimiento del Señor, que parece lo mismo que llenas de fe y sabiduría. Pues ¿contra quién tanta ira, y tanto aparato de ven-ganza? Si vos, señor, lo podéis concebir, yo confieso simplemente mi pequeñez. En este caso no hallo sentido o significado alguno a todo el texto de Isaías; sus expresiones, por el mismo caso que vivísimas, me parecen la misma impropiedad; y por otra parte, no hallo para qué fin pueda citar San Pablo este mismo lugar de Isaías.

[312] Parece que estos inconvenientes los consideraron bien otros muchos doctores, los cuales, huyendo de ellos, tiraron por otro rumbo diverso, que les pareció menos embarazoso y mucho más breve, di-ciendo que el Profeta habla aquí, no de la segunda, sino de la primera venida del Mesías, y de sus efectos admirables. Así, el verdadero senti-do de esta profecía es éste (reparadlo bien). El Mesías vendrá con todo el aparato y majestad, representado por estas semejanzas, es a saber: Se puso vestidos de venganza, y cubrióse de celo como de un manto, como para hacer venganza, como para retornar indignación a sus enemigos, y volver las veces a sus adversarios; a las islas dará su me-recido. Y… temerán, etc. Todo lo cual, ¿qué sentido tiene? Vedlo aquí. El sentido es que así como varias gentes y naciones, esto es, Egipcios, Asirios, Caldeos, Griegos y Romanos, sujetaron, afligieron, oprimieron en varios tiempos al pueblo de Dios; así, por el contrario, todas estas naciones se sujetarán al Mesías, y serán dominadas por él, porque cre-yendo en él, recibirán su yugo suave, y observarán sus leyes con fideli-dad y bondad, etc. ¡Oh, amigo!, todas estas violencias, tan notorias que las puede reparar el hombre más distraído, se hacen necesarias, y ne-

1 Is. 40, 2.

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cesarias con demasiada frecuencia, para poder mantener el sistema fa-vorable; para poder, digo, explicar o acomodar las santas Escrituras, siempre a favor de la nueva plebe y de la nueva dilecta, y siempre en contra de la otra antigua, desamparada y aborrecida.

Conclusión

[313] De todo lo que hemos observado en este fenómeno parece ya tiempo de sacar la última consecuencia, sin esperar otras noticias, ni detenernos inútilmente en más observaciones. La consecuencia sea: que habiendo todavía otro tiempo para los Judíos; habiendo de llegar infaliblemente este tiempo de misericordia, por más que se repugne; habiendo de suceder en este tiempo la plenitud de Israel, la asunción de Israel, etc.; en este mismo tiempo se verificarán plenísimamente, según la letra, todas cuantas profecías hay a su favor, por grandes e increíbles que parezcan. Por consiguiente, el recurso tan frecuente de los doctores a la primera fortaleza, esto es, a la Iglesia cristiana presente, en sentido alegórico, para explicar dichas profecías (echando fuera de ellas a los Judíos como si no hablaran con ellos), es un recurso a lo menos poco seguro, donde parece imposible defender largo tiempo las ideas favo-rables, e impedir el paso a las contrarias. Pasemos ahora a examinar de cerca y más de propósito, la segunda fortaleza que está a la otra parte del camino real. Aunque ésta parece mucho menor o menos res-petable, ordinariamente incomoda más, pues en ella se hacen fuertes, no ya con la pura alegoría, sino con la letra misma o sentido literal de la Escritura. Mas antes de llegar a esta operación, debemos como por especie de paréntesis responder a dos objeciones.

Anotación primera

[314] Las ideas que se proponen en este fenómeno, así del misterio grande de la vocación de las Gentes, como del misterio no menos gran-de de la vocación futura de los Judíos, aunque parecen muy conformes a las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, ciertamente no se hallan en los intérpretes sagrados, ni en los teólogos, ni en los Padres antiguos de la Iglesia; luego son, o pueden ser, unas ideas falsas con apariencia de verdad; pues no parece verosímil que, siendo verdaderas y justas, se hubiesen ocultado a tantos sabios que pasaron toda su vida en el estudio y meditación de las mismas Escrituras, ni mucho menos que éstos las hubiesen disimulado después de conocidas.

Respuesta

[315] En otros tiempos confieso francamente que esta reflexión me hacía temblar; mas queriendo luego sacar aquella consecuencia, sentía

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clara y distintamente (y lo siento cada día más) que la repugnaba toda el alma, como si fuese una injuria a Dios, o una falta de respeto a su veracidad, por respetos puramente humanos, y éstos no tanto positi-vos cuanto negativos; digo negativos, porque aunque las ideas de que hablamos no se hallan ciertamente en los doctores, mas tampoco se hallan expresa y formalmente contradichas con pruebas y razones ca-paces de destruirlas, ni aun siquiera de hacerles alguna directa y for-mal oposición. No obstante, como este argumento, aunque puramente negativo, puede fácilmente ocasionar algún embarazo o algún escrú-pulo (grande o pequeño según diversas complexiones), nos es necesa-rio examinarlo de cerca, y decir sobre él tres o cuatro palabras.

[316] Dos cosas debemos considerar aquí. La primera es un hecho de que no se puede dudar. La segunda es la causa o el origen verdade-ro de este mismo hecho. El hecho es que ni los antiguos Padres de la Iglesia, ni los otros doctores eclesiásticos que han escrito después, han tratado este punto particular de que hablamos, de propósito y a fondo. Ninguno, que yo sepa, ha mirado el misterio entero de la vocación de las Gentes, desde su verdadero principio hasta su verdadero fin, ha-ciéndose cargo, digo, de todo lo que hay sobre esto en las Escrituras, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, explicando de un modo claro y natural dichos lugares, comparando los unos con los otros, atendiendo a todo su contexto y respondiendo a las dificultades, etc.

[317] Por una consecuencia natural, tampoco se han aplicado a examinar de cerca aquellos lugares de la Escritura, tantos y tan nota-bles, que hablan del estado futuro de los Judíos, y de los grandes de-signios que Dios tiene todavía sobre ellos; el cual estado futuro de los Judíos parece absolutamente inseparable del misterio entero y com-pleto de la vocación de las Gentes. Es verdad que muchos tocan el pun-to de la conversión de los Judíos, y algunos dan tal o cual señal nada equívoca de haber divisado todo el misterio, especialmente cuando lle-gan a ciertos lugares más notables que no es posible disimular; mas, según todo lo que yo puedo alcanzar, me parece que apenas lo tocan por la superficie, y siempre con tanta prisa, con tanta indiferencia, con tanto disgusto, que es capaz de advertirlo el hombre menos reflexivo. Confiesan en general, sobre alguno de estos lugares, que allí se encie-rran grandes misterios, mas no nos dicen qué misterios son, ni de qué personas se habla, ni para qué tiempos, etc.

[318] Muchísimas veces hablan como en suposición, es decir, como si fuese cierta e indubitable alguna suposición implícita sobre que pro-ceden manifiestamente, o como si esta implícita suposición quedase ya probada y sólidamente asegurada; mas no es difícil conocer que real-mente están muy lejos de entrar en el examen de la misma suposición, ni aun siquiera de confesar que proceden sobre ella. Suponen, por

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ejemplo (para explicarnos un poco más), que la Iglesia cristiana debe durar indefectiblemente hasta el fin, o hasta que ya no haya hombres vivos y viadores en esta nuestra tierra. Esta suposición es ciertísima y de fe divina. Al mismo tiempo suponen, aunque implícitamente, sin ex-plicarse mucho, que la Iglesia cristiana deberá siempre estar y perma-necer en las Gentes como está ahora, sin novedad alguna. Suponen, demás de esto, que los Judíos, conservados de Dios entre las naciones, sin confundirse con ellas, con una providencia tan admirable, serán al-guna vez llamados del mismo Dios, y se convertirán de todo corazón a su Mesías, que ahora no quieren reconocer. Mas en la suposición implí-cita, que ninguno piensa examinar de cerca, de que la Iglesia estará siempre entre las Gentes como lo está ahora, se guardan bien de entrar en el examen prolijo y exacto de aquellos mismos lugares de la Escritu-ra con que establecen la conversión futura de los Judíos, muchos de los cuales, mirados de cerca, parece que destruyen y aniquilan su implícita suposición. Todo esto que acabo de decir me parece la pura verdad, sin quedarme sobre ello alguna duda o sospecha racional. Cualquiera que tuviere alguna práctica, entenderá al punto lo que quiero decir; quien no la tuviere, quién sabe lo que podrá entender.

[319] Siendo, pues, este hecho cierto e innegable, es preciso que esto haya dependido de algún principio, o de alguna causa legítima y justa, con la cual los doctores se puedan no solamente excusar, sino justificar plenamente delante de Dios y de los hombres. Porque pensar que hombres tan cuerdos, tan píos, tan santos, han procedido en estos asuntos, o por pasión, o por algún otro afecto menos ordenado, lo ten-go por un pensamiento injusto y formalmente temerario. ¿Cuál, pues, habrá sido la verdadera causa del silencio de los doctores eclesiásticos, especialmente de los antiguos Padres, sobre el misterio entero y com-pleto de la vocación de las Gentes, como también sobre el gran miste-rio de la vocación futura de los Judíos? Esto es lo que voy ahora a pro-poner. Y para no detenerme en preámbulos inútiles, me parece que no hay que buscar esta verdadera causa sino en la misma vocación de los santos doctores, o en el ministerio propio e inmediato a que fueron llamados. Hablo en primer lugar y principalmente de los antiguos, y a proporción de todos los otros que, en diversos tiempos, han servido a la Iglesia con sus escritos.

[320] Los antiguos Padres fueron en su tiempo aquella lengua eru-dita, o de disciplina y enseñanza, que después de los apóstoles dio el Señor a la nueva plebe, a la nueva dilecta, a la nueva esposa, a aquélla de quien decía San Pedro: Que en algún tiempo erais no pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios 1; y San Pablo citando a Oseas: Llamaré pue-

1 1 Ped. 2, 10.

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blo mío, al que no era mi pueblo; y amado, al que no era amado; y que alcanzó misericordia, al que no había alcanzado misericordia 1. Así, el oficio o ministerio propio de estos santos doctores no era otro que ser-vir con todas sus fuerzas y talentos a esta nueva dilecta, atender en todo a su mayor utilidad, y mirar con verdadero celo y continuada vigilancia por todos sus intereses. Debían, en primer lugar, darle ideas justas del verdadero Dios, quitándole al mismo tiempo, y procurando borrarle del todo, aquellas ideas miserables en que se había criado, de sus dio-ses de palo y de piedra. Debían darle a conocer, y hacer digno concep-to de la persona infinitamente admirable y amable del esposo, hacien-do que entendiesen bien que era verdadero Dios, como Hijo natural de Dios mismo, y juntamente verdadero Hombre, como Hijo natural de la santísima virgen María, y por ella Hijo también de David y Abraham; y esto sin confusión de las dos naturalezas, divina y humana. Este solo punto tuvo bien ocupados a todos los doctores de los primeros siglos.

[321] Debían, fuera de esto, hacerle comprender la pureza y santi-dad de vida a que era llamada, explicándole clara y distintamente toda la moral de las Escrituras, máximamente de los Evangelios. Debían alentarla con la esperanza cierta de un eterno galardón, y retraerla de toda la gloria vana del mundo, y de todos sus venenosos placeres, con el temor de un castigo asimismo eterno y terrible, que está aparejado pa-ra el diablo y para sus ángeles 2. Debían exhortarla únicamente a la práctica de todas las virtudes, como que son el ornamento único con que puede aparecer graciosa y agradable a los ojos del esposo. Debían inclinarla con la mayor prudencia, discreción y suavidad posible, al amor verdadero e íntimo del esposo, como que éste es el principio de todos los bienes, como que hace fáciles las cosas más difíciles, y como que significa y santifica todas las acciones, por pequeñas y ordinarias que sean. Debían celar con sumo cuidado y vigilancia que no aprendie-se de falsos maestros algún error contrario o ajeno de la sana doctrina, así en el dogma como en la moral. Debían, en fin, instruirla perfecta-mente, y exhortarla continuamente a la práctica de todas las cosas per-tenecientes a su nueva dignidad. Veis aquí en resumen la vocación de los santos doctores, o el ministerio a que fueron llamados. Para este mi-nisterio se les dieron los talentos, o dones y gracias del Espíritu Santo, a unos más, a otros menos, según la medida de la donación de Cristo 3; y ellos correspondieron fielmente, trabajando con ellos, y mirando siem-pre en su trabajo la mayor gloria de Dios en la utilidad de la Iglesia.

[322] Es verdad que muchos de estos fieles y celosos ministros, es-pecialmente los más célebres, no se contentaron con esto solo. Ha-

1 Rom. 11, 25. 2 Mt. 25, 41. 3 Ef. 4, 7.

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biendo registrado cuidadosamente todas las galas y joyas preciosas que se hallaban en los tesoros de la primera esposa (los cuales habían quedado en poder de la que había ocupado su puesto), les pareció en-galanar a ésta con todas ellas, creyendo buenamente que, arrojada aquélla por sus gravísimos delitos, debía ya mirarse como realmente muerta y sepultada en la tierra del olvido. Por consiguiente, que aque-llas galas pertenecían todas a la nueva esposa, y podía ésta servirse de todas según su voluntad. Entre ellas no hay duda que se hallaban al-gunas que le armaban bien y le venían justas; por tanto, parecía claro que para ella se habían hecho y guardado; otras se hallaban de no muy difícil acomodación; con un poco de trabajo e industria se podían ha-cer servir. La gran dificultad estaba en otras muchísimas (las más y me-jores) que, llegando a la prueba, se hallaban visiblemente despropor-cionadas, y por eso inservibles. ¿Qué se hace, pues, con éstas? Dejarlas dobladas, sin algún uso, no puede ser, pues al fin no se hicieron sin gran acuerdo, ni se guardaron para que no sirviesen. Es necesario, pues, ha-cerlas servir todas del modo posible. Esto que intentaron algunos po-cos de los antiguos, los más ingeniosos y elocuentes, lo han proseguido con mayor empeño otros muchos doctores, animados del mismo celo por la gloria y utilidad de la nueva dilecta. Mas después de tantas y tan ingeniosas diligencias, es bien fácil conocer al punto, por varias señas infalibles, que aquéllas son galas prestadas, no propias; que no se hi-cieron realmente para el uso que se les quiere dar, sino que son aco-modadas con industria y con artificio.

[323] Mas volviendo a nuestro propósito actual, es ciertísimo que los antiguos Padres, como maestros y ministros de la Iglesia presente, llamados de Dios para aquel ministerio, no miraron otra cosa que su mayor servicio y utilidad. Se ve frecuentemente que casi siempre en todos sus escritos, trayendo a consideración varios lugares de la Escri-tura santa (ya de profecía, ya también de historia) y hablando sobre ellos, prescinden absolutamente del verdadero historial y literal senti-do de aquellos lugares de la Escritura sobre que hablan, declinando luego a sentidos morales y puramente místicos, para buscar en ellos alguna mayor utilidad y edificación de los fieles. Así les decía a éstos San Agustín: Porque si sólo queremos entender esto literalmente, muy poco o ningún fruto sacaremos de las lecciones divinas 1.

[324] Siendo esto así, ¿cómo era posible que los celosos y pruden-tísimos Padres hablasen una sola palabra en favor de la primera espo-sa de Dios? ¿Cómo era posible que se divirtiesen a otras cosas, que po-dían ser en aquellos tiempos perjudiciales? ¿Cómo era posible que se atreviesen a anunciar prosperidades a la primera esposa en presencia

1 SAN AGUSTÍN, Serm. 101 de Temp.

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de la que ocupaba su puesto? ¿Cómo era posible que no temiesen afli-girla, desconsolarla, desanimarla y aun resfriarla en la caridad? ¿Cómo era posible, por consiguiente, que no procurasen interpretar o acomo-dar las Escrituras todo a su favor, a su edificación, a su utilidad? Lo contrario hubiera sido, atendidas las circunstancias, una suma im-prudencia. ¿Por qué? Porque en las circunstancias en que se hallaban los antiguos doctores, no había razón alguna para esperar de esto al-guna utilidad, hubieran hecho más daño que provecho. En aquellos primeros tiempos estaba la esposa en su juventud, y como joven en sus primeros amores y fervores. Así, era necesario confirmarla en ellos, no amedrentarla con amenazas importunas; era necesario animarla más y más, no desanimarla; nutrirla con alimentos de vida, proporcionados a su edad y a su complexión delicada, no con alimentos difíciles de dige-rir, aun a las personas muy robustas; era necesario alegrarla en el Se-ñor, y dilatarle el corazón para que creciese cada día más en número y fervor, no desconsolarla y desanimarla con anuncios tristes y amargos, que por entonces no podían tener sino pésimas consecuencias.

[325] Así lo pensaron sin duda, y así lo practicaron los santos y prudentes doctores. Tan lejos estuvieron de hablar una palabra favo-rable a la antigua esposa de Dios que, antes por el contrario, se nota facilísimamente en todos sus escritos que, siempre que se ofrece algu-na ocasión (y no pocas veces sin ocasión alguna), hablan mal de ella, y dicen sin faltar a la verdad todo el mal posible; ya ponderando sus an-tiguos delitos, sus infidelidades, sus adulterios; ya trayendo a conside-ración el mal recibimiento que hizo a su Mesías, y la bárbara crueldad con que lo trató; ya reprendiendo su ingratitud, su dureza, su obstina-ción presente, etc. Y todo esto, ¿para qué? Para que sirva de lección, de escarmiento y de edificación de la esposa actual, y ésta se anime y en-fervorice más en ejercicio de todas las virtudes contrarias, correspon-diendo fidelísimamente a su vocación. Por esta razón no se explicaron los prudentísimos Padres, ni aun siquiera tocaron muchos puntos ver-daderamente delicados y críticos, temiendo las consecuencias legíti-mas y justas que naturalmente debían inferirse, las cuales por enton-ces parecían más propias para la destrucción que para la edificación. Por esta razón hablaron tan poco, y esto en términos muy generales, de la segunda venida del Señor, sin descender a tantas otras cosas par-ticulares que sobre esto hay en las Escrituras. Por esta razón jamás se explicaron clara y distintamente sobre el juicio de vivos. Por esta razón el Anticristo con que estamos amenazados para los últimos tiempos, les pareció que no podía salir de las Gentes sin gran deshonor de éstas y desconsuelo de los fieles; por tanto debía salir de los Judíos; debía ser creído y recibido de éstos; debía ser un monarca universal, que con todo su poder hiciese la más sangrienta guerra a la Iglesia, o a la nueva dilecta. Por esta razón el cuarto reino de la gran estatua fue el romano,

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y la piedra ya bajó del monte al vientre de la Virgen, y entonces des-truyó la estatua, destruyendo o empezando a destruir el imperio del diablo, y formando otro nuevo imperio, esto es, la Iglesia presente o la nueva esposa. Por esta razón, en suma, hasta ahora no sabemos bien qué es lo que pedimos al Señor por aquellas palabras: Venga el tu reino. (Véase la anotación siguiente).

[326] Debo ahora satisfacer en breve a esta réplica o admonición, que se me puede hacer, pues ya se me ha hecho. Aunque estas ideas, oi-go decir, fuesen realmente buenas y justísimas; aunque fuesen tan con-formes a las Escrituras, como ciertamente lo parecen; debía yo no obs-tante, y todo fiel cristiano, observar el mismo silencio, y proceder con la misma prudencia y circunspección, con que en estos asuntos han pro-cedido los doctores; no negando expresa y formalmente lo que está de-clarado en la Escritura de verdad, lo cual es cierto que no es permiti-do, mas interpretándolo de algún modo no imposible ni difícil a favor de la nueva dilecta, pues al fin es nuestra señora, nuestra reina, nuestra madre, a quien tenemos tantas y tan grandes obligaciones. La antigua esposa de Dios, infiel y adúltera, y por esto tan justamente desampara-da y aborrecida, debe contentarse con que sus reliquias sean recogidas hacia el fin de los siglos, y agregadas misericordiosamente a la Iglesia de las Gentes. Tanto más dicen que debería yo proceder en este modo cortés y prudente, cuanto debo mirarme como un triste judío que no tengo otra esperanza, ni puedo tenerla, de salud, sino en cuanto he si-do llamado y agregado a la nueva plebe, o nuevo pueblo de Dios, etc.

[327] Dos descargos tengo que dar a esta admonición; los cuales se deben mirar como dos disparidades, o como dos razones que tengo propias y peculiares, que no tuvieron otros escritores. Por estas dos ra-zones (no divididas, sino juntas y unidas entre sí) creo que no debo guardar el silencio que ellos guardaron, ni proceder con la misma cir-cunspección y prudencia con que ellos procedieron.

PRIMERA RAZÓN

[328] Yo soy un cristiano y un católico, por la gracia y misericordia de Dios; mas no por eso dejo de ser judío; así, aunque pertenezco in-mediatamente a la esposa actual, y la reconozco y venero por mi seño-ra y madre, no por esto dejo de pertenecer de algún modo propio y na-tural a la esposa antigua de Dios, madre común de todos los creyentes; no por eso puedo olvidarla, ni dejar de amarla con ternura (sin temer que por esto me llamen judaizante); no por esto puedo negar sin im-piedad a esta madre mía, aunque por el presente tan deshonrada y en-vilecida. En esta consideración, ¡qué mucho que no guarde aquel si-lencio, que por justísimas causas han guardado otros escritores! ¡Qué mucho que mire por el consuelo, y por el verdadero bien, de esta ma-

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dre infeliz, actualmente combatida de tempestad, sin ningún consue-lo! 1. ¡Qué mucho que pretenda hacer valer a su favor tantas Escrituras auténticas y claras, que suelen ser ordinariamente todo el caudal de las viudas! Fuera de esto, no dejo de temer ser comprendido en aquella queja amarguísima del Mesías, el cual, en el capítulo 51 de Isaías, mi-rando a esta paupércula en el estado de viudez, de soledad y desampa-ro en que ahora se halla, abatida y casi confundida con el polvo, le da la mano, lleno de compasión y de ternura, diciéndole: Alzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las he-ces 2. Luego como mirando a todas partes, y como extrañando la indi-ferencia y frialdad de tantos hijos respecto de su propia madre, se la-menta de ellos, y los culpa y reprende, diciendo: No hay quien la sos-tenga a ella (o no tiene quien la guíe), de todos los hijos que engen-dró; y no hay quien la tome por la mano, de todos los hijos que crió 3.

SEGUNDA RAZÓN

[329] La segunda razón de disparidad, mucho más inmediata o más sensible, es el tiempo mismo en que nos hallamos, infinitamente diverso del tiempo de los antiguos Padres, y a proporción del de los otros escri-tores eclesiásticos. En cuya consideración discurro así. Yo, aunque judío del linaje de Abraham, soy por la bondad de Dios un cristiano, un cató-lico, un hijo, un súbdito de la esposa de Dios, que actualmente reina; luego debo servirla con todas mis fuerzas y talentos, no puramente con cortesías y palabras estériles, sino mucho más con servicios reales y oportunos, según los tiempos y circunstancias; luego según estos tiem-pos y circunstancias, debo no lisonjearla vanamente, sino decirle con toda reverencia la verdad pura; luego debo atender en mis obsequios y servicios, no ya a lo que en otros tiempos y circunstancias le pudo ha-ber sido conveniente y útil, por ejemplo en los tiempos de su juventud y primeros amores, sino a lo que entiendo le es útil, conveniente y aun necesario en el estado presente. Esta es una regla de verdadera pruden-cia que dicta la recta razón, y que el Espíritu Santo no dejó de enseñar-nos en particular: Todas las cosas tienen su tiempo, y por sus espacios pasan todas ellas debajo del cielo. Hay tiempo de nacer, y tiempo de morir… Tiempo de matar, y tiempo de sanar. Tiempo de derribar, y tiempo de edificar… Tiempo de callar, y tiempo de hablar 4.

[330] Ahora bien, yo no puedo saber lo que se pensará entre los sabios sobre la oportunidad de estas ideas. Lo que a mí me parece es lo

1 Is. 54, 11. 2 Is. 51, 17. 3 Is. 51, 18. 4 Ecl. 3, 1-3 y 7.

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que únicamente puedo decir, remitiéndome enteramente a su juicio y discreción. A mí me parece, hablando en verdad y simplicidad de co-razón, que en estos asuntos ya es pasado el tiempo de callar o de pres-cindir, que fue el tiempo de los antiguos Padres y de los doctores que les sucedieron, y que ya nos hallamos en los tiempos de hablar. La re-velación o manifestación de aquellas cosas, que en otros tiempos hu-bieran sido poco convenientes y aun dañosas a la joven esposa, ahora en estos tiempos parecen ya convenientes, y casi absolutamente nece-sarias. Cualquiera que lo dudare no tiene otra cosa que hacer, sino abrir los ojos y mirar. Con esta sola diligencia podrá fácilmente salir de toda duda.

[331] ¿Cómo es posible confundir los tiempos presentes con los pasados; los tiempos de la juventud de la esposa, con los de la mayor edad; los tiempos de inocencia y de simplicidad, con los tiempos de sagacidad y aun de malicia; los tiempos de amor y de fervor, con los tiempos que ya parece amenazan, prenunciados por San Pablo? Ven-drán tiempos peligrosos 1, de tibieza y aun de frío en la caridad. Por-que se multiplicará la iniquidad, dice el esposo mismo, se resfriará la caridad de muchos 2; y en otra parte: Tardándose el Esposo, comen-zaron a cabecear, y se durmieron todas (las vírgenes) 3. Pues, muda-das ya las circunstancias en que se hallaban los Santos Padres, en esta sensualidad, en esta delicadeza y pompa mundana, en esta distracción, en esta soñolencia, descuido y aun tedio formal de los verdaderos in-tereses del esposo (que ven y lloran los que tienen ojos), ¿no será ya tiempo de decirle, de advertirle, de acordarle lo que está declarado en la Escritura de verdad? ¿No será ya tiempo de decirle lo que en otros tiempos no convenía? ¿Se podrá mirar como un delito, y no antes co-mo un verdadero servicio, el decirle con reverencia, mas clara y distin-tamente, que está amenazada del esposo con aquel mismo castigo, y tal vez mayor, con que fue castigada la primera esposa? Tú por la fe estás en pie. Pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad para con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo, si permane-cieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado 4.

Anotación segunda

[332] En dos o tres lugares de esta obra se insinúa, y en el último se dice claramente, que hasta ahora no sabemos bien lo que pedimos

1 2 Tim. 3, 5. 2 Mt. 24, 12. 3 Mt. 25, 5. 4 Rom. 11, 20-22.

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al Señor por aquellas palabras: Venga el tu reino; lo cual parece falso, o poco conforme a la verdad, por esta razón: Jesucristo, en su primera venida, fundó un reino espiritual de justicia y santidad, que él mismo llamaba frecuentemente reino de los cielos, y reino de Dios. Aunque después, en su segunda venida, haya de fundar otro reino, según las Escrituras, o haya de hacer lo que quisiere, como Señor absoluto de todo, no por eso ha de destruir el reino de justicia ya fundado; luego si hasta ahora se ha pedido este reino, se ha entendido muy bien lo que se ha pedido. Yo confieso que no entiendo bien, sino confusamente, lo que pretende esta anotación. No obstante, a esto poco que me parece entiendo en general, voy a responder con toda brevedad.

Respuesta

[333] Jesucristo, en su primera venida, fundó un reino espiritual de justicia y santidad, que él mismo llamaba frecuentemente reino de los cielos, y reino de Dios. Bien, luego este reino ya vino al mundo, ya lo tenemos con nosotros en nuestra tierra. Si ya vino, y ya lo tenemos, ¿para qué pedimos que venga? ¿No será ésta una petición inútil o inju-riosa a Dios? O creemos que ya vino al mundo el reino que pedimos, o no lo creemos. Si lo primero, luego no tenemos ya que esperarlo; por consiguiente, deberemos excusar ya esta petición; porque lo que uno ve, ¿cómo lo espera?… Lo que no vemos, esperamos 1. Si lo segundo, ¿por qué no nos explicamos un poco más?

[334] Este embarazo parece que obligó a otros sabios a tirar por otro camino. Así, dicen que lo que pedimos a Dios por estas palabras: Venga el tu reino, es que la Iglesia presente (que es sin duda el reino de Dios) crezca y se extienda a todo el linaje humano, y que todos sus individuos entren en la Iglesia y sean justos y santos, etc. Esta petición no hay duda que es buena, y digna de un verdadero cristiano; mas pa-ra pedir este bien no parecen tan propias las palabras: Venga el tu reino; antes parecen sumamente impropias, oscuras, y nada acomo-dadas al fin. Venga tu reino, esto es, el reino que ya vino, crezca y se extienda por toda la tierra. Venir y crecer son ciertamente dos pala-bras cuyo diverso significado no podía ignorar el que nos enseñó a orar con esta admirable oración.

[335] Mas si por ellas entiendo el reino que ha de venir, cuando venga el rey, según me lo anuncian las santas Escrituras, las palabras con que pido las hallo claras, simples, propias y escogidas entre milla-res de otras que pudieran imaginarse. Con ellas pido, y entiendo clarí-simamente lo que pido; y si tengo verdadero celo del bien de mis pró-jimos, si deseo con verdad que todos los pueblos, tribus y lenguas,

1 Rom. 8, 24-25.

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adoren al verdadero Dios, que todos sean cristianos, que todos sean justos y santos, etc., todo esto lo comprendo en mi petición, y todo lo pido confiadamente sin salir de aquellas tres palabras: Venga el tu reino. Digo confiadamente, porque sé por las mismas Escrituras que este bien que deseo a todo el linaje humano, no puede ser en el estado presente; pero será sin falta cuando venga el reino que pido. Por tanto, lejos de temer la venida del rey en gloria y majestad, antes la deseo con las mayores ansias, y la pido con todo el fervor de que soy capaz; así por el remedio pleno de los miserables Judíos, como también por todo el residuo de las Gentes; las cuales, después de acabada la ven-dimia…, levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar 1. De todo lo cual habla-remos de propósito cuando sea su tiempo.

[336] Jesucristo, en su primera venida, fundó (dicen) un reino es-piritual, que él mismo llamaba reino de los cielos, y reino de Dios. Aquí se divisa fácilmente un equívoco de no pequeña consideración. Lo que Jesucristo llama frecuentemente en sus parábolas reino de los cielos, reino de Dios, no es otra cosa las más veces, por confesión de todos, que lo que él mismo llama el reino del Evangelio, esto es, la noticia, buena nueva, anuncio, predicación, del reino de Dios. Reino de los cie-los (dice San Jerónimo) es la predicación del Evangelio, y la noticia de las Escrituras, que conduce a la vida 2. Esta predicación y noticia del reino parece claro que no puede ser el reino mismo, sino como un pregón o convite general que se hace a todos, para que se alisten los que quisieren bajo esta bandera; para que admitan o no, según su vo-luntad, la filiación de Dios, que a todos se ofrece con ciertas condicio-nes; y de esta suerte puedan tener parte y herencia perpetua en el reino de Cristo y de Dios.

[337] Ahora bien, todos los que son llamados a este reino, son al mismo tiempo obligados a poner de su parte ciertas condiciones indis-pensables, comprendidas todas en estas dos palabras: fe y justicia, o se-gún se explica San Pablo, fe que obra por caridad 3. Los que observaren fielmente estas dos leyes con toda su extensión, pueden mirarse ya co-mo hijos del reino, y esperar para su tiempo ser herederos verdade-ramente de Dios, y coherederos de Cristo 4. Mas no podrán decir que ya están en posesión de esta herencia; antes deberán siempre vivir en solicitud, en vigilancia, en temor y temblor, teniendo presente aquella sentencia del Señor: El que perseverare hasta el fin, éste será salvo 5.

1 Is. 24, 13-14. 2 SAN JERÓNIMO, Com. in cap. 13 Mat., lib. 2. 3 Gal. 5, 6. 4 Rom. 8, 17. 5 Mt. 24, 13.

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Por eso el mismo Señor, preguntándole los fariseos: ¿Cuándo vendrá el reino de Dios? 1, les dio aquella divina respuesta: El reino de Dios está dentro de vosotros 2; como si dijera: pensad en haceros dignos del reino de Dios con lo que está dentro de vosotros y de vuestra parte, no en inquirir curiosamente cuándo vendrá. Esta justicia o disposición para el reino de Dios, este convite al reino, esta predicación de la fe y justicia necesaria para conseguirlo, no es ciertamente el reino mismo; y si se llama reino, es solamente en sentido latísimo, así como se llama templo o palacio un edificio que se está haciendo. La noticia de este reino ya la tenemos por la predicación de los Apóstoles; lo que se nos pide de nuestra parte no lo ignoramos; por consiguiente creemos este reino, lo esperamos y deseamos; si lo creemos, esperamos y deseamos, luego todavía no lo tenemos, luego podemos y debemos pedirlo con aquellas divinas palabras: Venga el tu reino; luego podemos y debe-mos esperar que a su tiempo se nos concederá lo que pedimos. Dicen que esto sucederá en el cielo, después de la general resurrección y fin del mundo; mas si las Escrituras dicen clara y expresamente, como tantas veces hemos observado, que sucederá en esta nuestra tierra, ¿a quién deberemos creer? El explicar estas cosas diciendo: Sucederá en la tierra, esto es, en la tierra de los que viven; esto es, en el cielo, ¿son palabras que deben hacer poca impresión a quien las considera de cer-ca, y las confronta con las Escrituras?

[338] En suma, el reino de Dios, o el reino de los cielos, no ha ve-nido hasta ahora, y por eso pedimos ahora que venga. Lo que única-mente ha venido es la noticia, la relación, la fe, el convite, el Evangelio del reino, con las condiciones arriba dichas. Todo esto nos trajo el Me-sías en su primera venida; lo demás lo esperamos para la segunda: La piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 3. Si todo lo que nos dicen las Escrituras del reino de Dios debe verificarse allá en el cielo, parece que debiéramos pedir, ir nosotros o ser llevados al cielo, al reino de Dios; no que el reino de Dios viniese a nuestra tierra, a nosotros. En este mismo caso, el Maes-tro bueno nos hubiera enseñado otras palabras con que pedir. Y así concluyo, con el doctísimo padre Maldonado, que el verdadero senti-do es el que insinúan Teofilacto y Ruperto, cuando afirman que se llama reino de Dios aquél en que, haciendo de sus enemigos escabel de sus pies, reinará en todas partes, y será, en expresión de San Pa-blo, el todo en todas las cosas 4; pues aunque actualmente en todas partes domina, no decimos que reina, porque no lo hace en paz, sino

1 Lc. 17, 20. 2 Lc. 17, 21. 3 Dan. 2, 35. 4 1 Cor. 15, 28.

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en guerra, a la frente de enemigos y de rebeldes que le resisten. Pero, subyugados sus contrarios, libres ya sus amigos y condenados sus enemigos, su imperio será completo. Que éste sea el verdadero senti-do, se colige claramente, así del texto ya citado del Apóstol, como de que aquí pedimos que venga a nosotros, no nuestro reino, sino el de Dios. Esto no significa, pues, que Dios reine en nuestros corazones, o que nosotros reinemos con los bienaventurados (que es nuestra prin-cipal petición); sino que Dios reine absolutamente y libre de contra-rios. Por eso decimos: Venga el tu reino 1, como hijos que al rey nues-tro padre le deseamos el reino pacífico y la victoria de sus enemigos, no para nuestro reino, sino para el suyo. Deseamos, pues, que venga, como desean que venga Jesucristo los que le aman. Esto es lo que yo digo, ni más ni menos.

1 Lc. 11, 2.

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Fenómeno 7

Babilonia y sus cautivos

PÁRRAFO 1

[339] Cualquiera que lea con atención los Profetas, reparará fá-cilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en parti-cular, que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente de todo Israel, y de todas sus tribus, para cuando salgan de su cautive-rio, y vuelvan a su patria de su destierro. Uno y otro con figuras y ex-presiones tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.

[340] Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, se lee en los libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el es-tado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a su patria; se leen en los dos libros de los Macabeos los grandes traba-jos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; se lee des-pués de esto en los Evangelios el estado de vasallaje y opresión formal en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el cru-delísimo Herodes; se lee por otra parte, ya en la historia profana, ya también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella aquellos cautivos, se mantuvo en su ser, sin novedad alguna sustan-cial, por espacio de muchos siglos; que no la destruyó Darío Medo, ni Ciro Persa, ni alguno otro de sus sucesores; que no la destruyeron re-pentinamente, en un solo día, aquellas dos grandes calamidades que parece le anuncia Isaías, cuando le dice: Te vendrán estas dos cosas súbitamente en un solo día: esterilidad y viudez 1. Con estas noticias ciertas y seguras, no puede menos de maravillarse de ver empleadas por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse, si advierte y conoce, sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha veri-

1 Is. 47, 9.

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ficado, hasta el día de hoy, de lo que con tantas y tan vivas expresiones parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.

[341] Difícilmente se hallará otro punto, en toda la divina Escritu-ra, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios, que Babilonia y sus cautivos. El embarazo en que no pocas veces se hallan los intérpretes, y la gran fuerza que hacen para salir con honor son tan visibles, que puede fácilmente repararlos el hombre menos reflexivo. Ya suponen cosas que debían no suponerse sino probarse en toda for-ma; ya conceden a lo menos en parte en general y en confuso lo que en otras ocasiones más inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya usan de un sentido, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, y esto en un mismo individuo o texto; ya siguen el sentido literal hasta cierta distancia, y hallándose atajados por el texto mismo, que visiblemente protesta la violencia, vuelven un poco más atrás buscando por todos los otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos inflexible. Si éste se halla, éste solo basta para decir que, aunque aquel sentido (que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas es-te otro es el sentido especialmente intentado por el Espíritu Santo.

[342] Después de todas estas diligencias, no por eso queda resuelta la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera como si no se hubiese to-cado. Las profecías son muchas y muy claras a favor de los miserables hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y por eso mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los in-térpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando muchos siglos ha. Mas ¿cómo? Una pequeña parte literalmente en aquellos pocos que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de Ciro; la mayor parte alegóricamente en los redimidos por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y otra parte, que no puede explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se verifica, dicen, anagógicamente en aquellas almas santas que, rotas las prisiones del cuerpo, vuelan al cielo su verdadera patria, donde gozan en paz y quietud de todos los bienes. Nada decimos por ahora de aquella otra parte bien considerable, que tal vez se omite por excusar prolijidad.

[343] Mas ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu de Dios, que ha-bló por sus Profetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase por sus Profetas sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en otro, parte en muchos, parte en ninguno? ¿Sería creíble este modo de hablar de la veracidad de Dios y de su santidad infinita? Aun en el hombre más ordinario se tuviera esto, y con gran razón, por un defecto intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que Dios vivo y verdadero, hablando nominadamente con los hijos de Abraham, de Isaac, y de Ja-cob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido entre las naciones, les permitiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su pa-

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tria, sino junto con esto, otros innumerables bienes y misericordias que no habían de verificarse en ellos, sino en las Gentes, y esto en un sentido puramente espiritual? ¿Y esto o muchísimo de esto en sentido parte espiritual, parte alegórico, parte anagógico, parte místico y espi-ritual? No puedo negar que todo esto me parece duro y difícil de creer. Y no obstante, sé de cierto que en el sistema ordinario no hay otro modo de resolver la gran dificultad.

[344] El modo ordinario de discurrir es éste en sustancia, y sobre él no faltan algunas reglas generales. Las profecías, dicen, y con gran razón, son verdaderas y de fe divina; Dios es quien habla en ellas, y no el hombre; estas profecías no se han verificado plenamente según la letra, como es claro y por sí conocido, y consta de la Escritura; luego… (repárese con cuidado en esta consecuencia) luego es preciso decir que en ellas se encierra algún gran misterio, mucho mayor que la salida material de Babilonia de los Caldeos, el cual misterio no puede ser otro que la liberación por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio. Por consiguiente, todo lo que anun-cian las profecías, tocante a la justicia, a la santidad, a la paz, a la feli-cidad estable y permanente de los que vuelven de su destierro, y son restablecidos de nuevo en la tierra prometida a sus padres, etc., se de-be entender de los hijos de la Iglesia presente, que son el verdadero Is-rael de Dios, la cual justicia, santidad, paz, justificación y felicidad, empiezan en la tierra, y se consuman y perfeccionan enteramente en el cielo. Esta consecuencia, o este modo de discurrir, como si fuese justí-simo en todas sus partes, es de gran uso para desembarazarse sin opo-sición alguna, antes con sumo honor, de toda suerte de dificultades.

Se propone otra consecuencia

PÁRRAFO 2

[345] Así como yo no repruebo absolutamente el sentido alegórico, anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la conse-cuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto aspecto, me parece buena y propísima para la utilidad y edificación. A todos los creyentes nos importa saber y no olvidar que fuimos redimi-dos y librados, por Cristo, del poder de las tinieblas; que este mundo es un verdadero destierro; que nuestra patria es el cielo; que la justicia, y santidad, y paz y gozo en el Espíritu Santo, empiezan aquí, y allá se perfeccionan; que todos los fieles cristianos, de cualquiera nación que sean, son el verdadero Israel de Dios. No obstante estas verdades, que yo creo y confieso con todos los fieles cristianos, propongo a la conside-

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ración y juicio de los sabios otra consecuencia sacada de las mismas premisas que supongo ciertas y evidentes, y pido que se compare esta segunda consecuencia con la primera, en sencillez y verdad. Discurro, pues, así: las profecías de que hablamos son ciertas y seguras, pues en ellas no habla el hombre sino Dios mismo; estas profecías no se han cumplido hasta ahora plenamente según la letra; luego debe llegar tiempo en que todas se cumplan plenamente según la letra. Digo según la letra plenamente, para comprender, así las cosas mismas que anun-cian, como las personas de quienes hablan expresa y nominadamente.

[346] Más claro: las profecías hablan expresa y nominadamente de los Judíos en general, o de todas las tribus de Israel sin excluir a ninguna, para cuando vuelvan de su cautividad y destierro, y sean in-troducidas y plantadas de nuevo en la tierra prometida a sus padres. Ahora, pues, es cierto y evidente que los Judíos desterrados a Babilo-nia, y cautivos en Babilonia, volvieron muchos días ha de su cautividad y destierro; es cierto y evidente que entonces edificaron de nuevo su templo y su ciudad de Jerusalén; es cierto y evidente que entonces se establecieron de nuevo en aquella tierra de donde habían sido deste-rrados; por otra parte, también es cierto y evidente (por confesión for-zosa e innegable de todos los intérpretes) que las profecías innumera-bles, que hablan de la vuelta de la cautividad y destierro de los hijos de Israel, no se han verificado ni de ciento una, no se han verificado ple-namente según la letra, no se han verificado ni en lo que anuncian cla-ra y distintamente, ni en las personas de quienes hablan expresa y no-minadamente, etc. Luego… Luego… (ved ya la consecuencia que ofrez-co a vuestra consideración). Luego la cautividad y destierro de los hi-jos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la cautividad y destierro de Babilonia, a que fueron llevados por Nabucodonosor.

[347] De aquí se sigue otra consecuencia, o por mejor decir una cadena de consecuencias. Luego la cautividad y destierro de que ha-blan las profecías no se ha concluido hasta el tiempo presente, pues si se hubiese ya concluido, ya se hubieran verificado las profecías; luego los hijos de Israel no han vuelto hasta ahora de la cautividad y destie-rro de que hablan las profecías; luego deberemos esperar otro tiempo en que los hijos de Israel vuelvan de su cautividad y destierro, y en que por consiguiente se verifiquen en ellos las profecías; luego el descanso, el sabatismo, la independencia de toda potestad y dominación de la tierra, la justicia, la santidad, la paz, la felicidad estable y permanente bajo un solo rey, a quien se da el nombre de David, anunciado todo clara y distintamente a los hijos dispersos de Jacob para cuando vuel-van de su dispersión, de su cautividad, de su destierro, se verificará en ellos plenamente, cuando se verifique esta vuelta, la cual está anuncia-da del mismo modo que todo lo demás.

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[348] En efecto, esta última consecuencia no sólo se infiere de aquellas premisas, sino que se lee expresamente en el capítulo 12 de Daniel: Cuando fuere cumplida la dispersión de la congregación del pueblo santo, serán cumplidas todas estas cosas 1. Después que el án-gel que, vestido de ropas de lino 2, reveló a este Profeta muchos y gran-des misterios contenidos en todo el largo capítulo antecedente, en es-pecial lo que debía suceder al pueblo de Israel en los últimos tiempos, pues a esto sólo le dice que viene determinadamente: He venido a mos-trarte las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días, porque la visión es aún para días 3; después de todo esto, preguntan-do el mismo Profeta: ¿Cuándo se cumplirán estas maravillas? 4, le res-pondió al punto levantando las manos al cielo, y jurando por el que siempre vive, diciendo que en tiempo y tiempos, y mitad de tiempo 5; y concluye inmediatamente su respuesta, o la explica y aclara, dicien-do que todas aquellas cosas de que acaba de hablar tendrán su perfec-to cumplimiento cuando se complete o concluya enteramente la dis-persión del pueblo santo hecha por la mano de Dios. Estas palabras, combinadas con aquellas otras del capítulo 10: He venido a mostrarte las cosas que han de acontecer a tu pueblo en los últimos días, porque la visión es aún para días, parecen la verdadera llave de todos los mis-terios del capítulo 11 y 12 de este Profeta, los cuales misterios se verifi-carán y entenderán perfectamente cuando se acaben los trabajos de los hijos de Israel, y cuando tenga fin su destierro, su dispersión y cau-tiverio. De un modo semejante podemos discurrir en lo que toca a las amenazas terribles que se leen en las santas Escrituras contra Babilo-nia, como veremos más adelante.

Sumario de la historia de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro y dispersión

hasta la época presente

PÁRRAFO 3

[349] Ciento veintidós años después que las diez tribus, que com-ponían el reino de Israel o de Samaria, salieron desterradas de su Dios, y fueron llevadas cautivas a la Asiria por Salmanasar, rey de Nínive, las dos tribus que restaban, y componían el reino de Judá, fueron del

1 Dan. 12, 7. 2 Dan. 12, 7. 3 Dan. 10, 14. 4 Dan. 12, 6. 5 Dan. 7.

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mismo modo, y por las mismas causas, desterradas y conducidas a Ba-bilonia por Nabucodonosor. Esta transmigración se concluyó perfecta-mente once años después, cuando el mismo Nabuco, irritado por la re-belión de Sedecías, tío del último rey (a quien había fiado la regencia del reino y honrado con el título de rey), volvió con más furor contra Jerusalén, y habiéndola saqueado y arruinado enteramente, y ejecuta-do casi lo mismo con todas las ciudades de Judea, se llevó consigo a sus habitadores, no dejando en toda la tierra sino algunos pocos de la plebe de los pobres, que absolutamente no tenían cosa alguna 1; los cuales, no dándose por seguros, no tardaron mucho en desterrarse a sí mismos, huyendo a Egipto.

[350] Cumplidos los setenta años que había predicho Jeremías, ca-pítulo 29, el rey Ciro, que por muerte de Darío acababa de sentarse en el trono del imperio, movido e inspirado de Dios (como él mismo lo dice en su edicto público, y como lo había anunciado Isaías, capítulo 45, lla-mando a este príncipe con su propio nombre Ciro, doscientos años an-tes), concedió licencia a los Judíos que quisieran, y aun los exhortó a volver a Jerusalén, y a edificar de nuevo el templo del verdadero Dios, mandando que se les restituyesen los vasos sagrados que había trans-portado Nabucodonosor, y se les ayudase con todo lo necesario para el edificio sagrado. Con esta licencia volvieron algunos con Zorobabel, se-ñalado del mismo rey Ciro por conductor de aquella tropa de volunta-rios (los cuales todos fueron de la tribu de Judá y Benjamín) con algu-nos sacerdotes y levitas, como se lee expreso en el libro primero de Es-dras, capítulo 1: Levantáronse los príncipes de los padres de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes, y los levitas 2. En el capítulo 2, para mayor claridad, se dice que los que volvieron a Jerusalén eran descendientes de aquellos mismos que había llevado cautivos a Babilonia Nabucodo-nosor: Que subieron del cautiverio que había hecho trasladar a Babi-lonia Nabucodonosor rey de Babilonia, y volvieron a Jerusalén y a Ju-dá 3. De las otras diez tribus no se habla jamás una palabra.

[351] Aunque las ciudades y provincias de la Media, donde dichas tribus habían sido colocadas, eran en aquel tiempo de la jurisdicción de Ciro, que hacían una parte considerable de su imperio, es cierto que a éstas no se les dio facultad para volver a sus respectivos países; ya porque estos países estaban ocupados por otras naciones que el mismo Salmanasar había enviado en lugar de Israel, como se dice en el cuarto libro de los Reyes, capítulo 17, versículo 24; ya porque la intención de Ciro sólo miraba al templo del verdadero Dios. Así se ve que su edicto o cédula real habla solamente de la reedificación del templo del Dios

1 Jer. 39, 10. 2 1 Esd. 1, 5. 3 1 Esd. 2, 1.

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del cielo, que estaba antes en Jerusalén, y del culto del mismo Dios. Por consiguiente, sólo habla con los Judíos y sacerdocio a quienes esto pertenecía: Esto dice Ciro rey de los Persas (dice el edicto): Todos los reinos de la tierra me los ha dado el Señor Dios del cielo, y él mismo me ha mandado que le edificase casa en Jerusalén… Y todos los va-rones que hubieren quedado en todos los lugares donde moran, desde el lugar donde están, ayúdenle con plata y oro, y hacienda y bestias, sin contar lo que voluntariamente ofrecen al templo del Dios que está en Jerusalén 1.

[352] Después de muchos años (que según me parece, no pudieron ser menos de sesenta), el año séptimo de Artajerjes, volvió de Babilo-nia a Jerusalén, acompañado de seiscientas personas, el santo y sabio sacerdote Esdras, enviado del mismo rey como de visitador de sus her-manos, para que viese si éstos observaban fielmente las leyes de su Dios, y las leyes regias, para hacer observar ambas leyes con toda per-fección y puntualidad, y para que como hombre lleno de sabiduría, de celo y de piedad, instruyese libremente y sin embarazo alguno a los ig-norantes: Y tú, Esdras (le dice el rey), según la sabiduría de tu Dios, que hay en tu mano, establece jueces y presidentes, para que juzguen a todo el pueblo que está de la otra parte del río, conviene a saber, a los que tienen noticia de la ley de tu Dios, y a los que la ignoran ense-ñadla libremente. Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu Dios, y la ley del rey, será condenado, o a muerte, o a destierro, o a una multa sobre sus bienes, o a lo menos a cárcel 2. A los trece años después de Esdras, el año 20 del mismo Artajerjes, Nehemías, que era su copero y favorito, consiguió licencia del rey para ir a Jerusalén, lle-vando facultad amplia (que hasta entonces no se había dado a los Ju-díos) para edificar de nuevo la ciudad, y ceñirla de muros en toda for-ma, como lo hizo, no sin grandes oposiciones de todas las naciones circunvecinas, como se puede ver en el libro del mismo Nehemías, que llamamos el segundo de Esdras 3.

[353] Ahora bien, es cierto por la misma Escritura que los que vol-vieron de Babilonia a Jerusalén, en estas tres partidas, apenas hicieron la suma de 42.600, que es lo mismo que decir, sólo fueron una parte no muy considerable de las tribus de Judá y Benjamín (las cuales po-cos años antes de la cautividad, en tiempo del rey Josafat, podían dar 1.170.000 soldados, que estaban alistados y prontos bajo cinco capita-nes generales, exentos los que guardaban los presidios, como se dice expresamente en el libro segundo del Paralipómenos, capítulo 17); por consiguiente, los más individuos de Judá y Benjamín se quedaron en su

1 1 Esd. 1, 2 y 4. 2 1 Esd. 7, 25-25. 3 2 Esd. 2, 7-8.

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destierro, o porque no pudieron venir, o porque no quisieron, mirando con indiferencia la tierra de sus padres y el culto de su Dios. Todas estas noticias ciertas y seguras nos deben servir para conocer o para advertir una verdad importantísima en el asunto que tratamos, es a saber: que los Judíos que volvieron en aquellos tiempos de Babilonia a Judea, no volvieron más libres que los que quedaron, ni vivieron más libres en la tierra de sus padres que lo que habían vivido en la Caldea. Salieron de Babilonia con licencia del príncipe, mas no salieron de la servidumbre de Babilonia. Mudaron de terreno, mas no mudaron de condición, casi del mismo modo que si hubiesen pasado de una provincia a otra del mismo imperio. De esto se lamentaban ellos mismos más de setenta años después de haber salido de Babilonia, cuando congregados en Je-rusalén por Nehemías y Esdras a celebrar las fiestas de los tabernácu-los, y oír la lectura de la ley, prorrumpieron un día en un amargo llan-to, a que se siguió una fervorosa oración, y entre otras cosas le decían al Señor estas palabras: He aquí que nosotros mismos hoy somos es-clavos; y la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su pan, y los bienes que produce, y nosotros mismos, somos en ella es-clavos. Y sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuer-pos y sobre nuestras bestias a su voluntad, y estamos en grande tri-bulación 1.

[354] ¡Qué buena libertad! ¡Qué república tan digna de este nom-bre! Este es, amigo mío, el título ilustre con que honran los doctores cristianos comúnmente a los Judíos que volvieron de Babilonia con Zorobabel, Esdras y Nehemías. La razón que tienen para darle el nom-bre de república es tan clara, que la puede ver el más corto de vista. En suma, les es preciso suavizar un poco del mejor modo posible la inter-pretación (durísima a la verdad) de tantas, y tan claras, y tan magnífi-cas profecías, que hablan de la vuelta de todos los hijos de Israel a la tierra de promisión, de donde fueron desterrados, como si estas mag-níficas profecías se hubiesen ya cumplido en aquellos pocos esclavos, que sin dejar de serlo volvieron a la Judea.

[355] Después de edificado el templo y la ciudad; después que se establecieron, los que volvieron, en Judea, que verosímilmente halla-ron desierta, pues no se dice que los reyes de Babilonia enviasen algu-na otra nación para que la poblase, como se dice respecto de las tierras que ocupaban las otras diez tribus; después de todo esto, hasta las re-voluciones causadas por Alejandro, parece evidente e innegable que, así Jerusalén como toda la Judea, quedaron como antes sin novedad alguna, en cuanto a la sujeción y dependencia total del imperio de Ba-

1 2 Esd. 9, 36-37.

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bilonia. Ni se sabe que los habitadores de Judea tuviesen otra exen-ción, respecto de los habitadores de la Caldea, Media o Persia, etc., sino la facultad que le dieron Ciro, Darío, y Artajerjes de poder dar a su Dios un culto público en Jerusalén, y vivir según las leyes que ha-bían recibido del mismo Dios, sin dejar por eso de observar puntual-mente las leves regias: Y todo el que no cumpliere exactamente la ley de tu Dios (le dice el rey a Esdras), y la ley del rey, será condenado o a muerte, o a destierro, etc.

[356] El príncipe Zorobabel era, no sólo de la casa y familia de Da-vid, sino nieto por línea recta del último rey de Judá (digo último, por-que Sedecías, que reinó últimamente, no tenía derecho alguno a la co-rona, sino que fue puesto con violencia por Nabucodonosor; mas Zo-robabel tenía derecho legítimo, por ser hijo legítimo primogénito de Salatiel, el cual lo había sido de Jeconías o Joaquín, que fue llevado a Babilonia y encerrado en ella hasta que subió al trono Evilmerodac 1). Con todo eso, ni Zorobabel, ni los que con él fueron, pensaron jamás en tal reino ni en tal corona; ni se sabe que tuviese entre ellos más mando ni más autoridad que la que le había dado Ciro, sumamente es-casa, limitada a sola la reedificación del templo, y también la que le daba el respeto y cortesía de los que sabían quién era.

[357] Después que el imperio de Caldeo o Persia (que es lo mismo), fundado por Nabucodonosor, y acrecentado por sus sucesores, fue en-teramente destruido por los Griegos, que se apoderaron de él, lo divi-dieron en varias piezas, y lo hicieron mudar enteramente de semblante. No por eso quedaron libres los Judíos que habitaban en Jerusalén y Judea; no por eso pensaron poner en el trono algún descendiente de David; no por eso pensaron en alzarse en república libre, ni aun siquie-ra en negar su tributo y vasallaje a los nuevos amos. Siempre fueron siervos y súbditos de los príncipes griegos, ya de éste, ya del otro, según el partido dominante. Estos príncipes, así como mandaban y disponían de todo en las otras provincias de su imperio, así disponían también en Jerusalén y Judea, metiendo la mano aun en lo más sagrado; pues se sabe por los dos libros de los Macabeos, que quitaban y ponían a su ar-bitrio el sumo Sacerdote, y se apoderaban de los tesoros del templo, destinados para el culto divino y para el sustento de los pobres.

[358] La única novedad de consideración que hubo en aquellos tiempos fue la que ocasionó la impiedad o imprudencia de uno de estos reyes, a quien llama la divina Escritura una raíz pecadora, Antíoco el ilustre 2. Este rey inicuo e insensato, habiendo salido mal de su expedi-ción contra el Egipto, pensó consolarse de algún modo, convirtiendo

1 4 Rey. 25 2 1 Mac. 1, 11.

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toda su rabia y furor contra los Judíos. Así, sin otro motivo que una leve sospecha de su infidelidad, se fue derecho a Jerusalén con todas sus tropas, se apoderó de ella sin oposición, la saqueó, la incendió, la des-truyó casi enteramente, derramó la sangre inocente de ochenta mil per-sonas, vendió otros tantos por esclavos, hizo cesar el sacrificio conti-nuo, despojó el templo de Dios de todos sus ornamentos y riquezas, lo profanó con la profanación la más sacrílega, ya colocando en él la esta-tua de Júpiter Olímpico, ya permitiendo en él aquellos excesos que di-suenan y causan horror aun a los oídos menos castos: Porque el templo (dice la Escritura) estaba lleno de lascivias y glotonerías propias de gentiles, y de hombres que pecaban con rameras 1; y sobre todo, como si esto fuera poco, pretendió también con empeño que todos los Judíos se hiciesen gentiles, y renunciasen a su Dios y a su religión, que adora-sen a los dioses de palo y de piedra que adoraban las otras naciones, y se acomodasen enteramente a sus costumbres y modo de vivir; y todo esto bajo pena de muerte. Pero Dios, que velaba sobre la conservación de su iglesia, al mismo tiempo que castigaba sus pecados, permitiendo tan graves males para corregirnos y enmendarnos 2, hizo en esta oca-sión una clarísima ostentación de su grandeza. Excitó su espíritu en una familia sacerdotal; la vistió de la virtud de lo alto; la armó de celo y de coraje sagrado; y por medio de esta familia hizo con pocos hombres tantos prodigios, cuantos se leen con asombro en los dos libros de los Macabeos. Pasado este intervalo, que no fue muy largo ni muy feliz, pues todo él estuvo siempre lleno de guerras, de inquietud y de turba-ción, y habiendo triunfado la verdadera religión de tantas y tan graves oposiciones, lo demás prosiguió como antes con poquísima o ninguna novedad en la sustancia. Los habitadores de Jerusalén y de Judea, no menos que las naciones circunvecinas, prosiguieron sirviendo como va-sallos y súbditos del imperio de los Griegos, pagando sus tributos y su-friendo su dominación, hasta que los Romanos se hicieron dueños ab-solutos de todo el oriente, como se habían hecho de todo el occidente.

[359] En este estado estaban las cosas cuando vino el Mesías, el cual, lejos de sacarlos de aquella servidumbre en que estaban quinien-tos años había desde Nabucodonosor, les declaró por el contrario, en términos formales, que debían pagar al César lo que era del César, co-mo a Dios lo que era de Dios, y él mismo pagó su tributo 3. Poco des-pués, estando cerca de Jerusalén, donde iba a padecer, se declaró más con sus discípulos y amigos que lo seguían, y que iban en la persuasión de que luego se manifestaría el reino de Dios 4; se declaró, digo, con

1 2 Mac. 6, 4. 2 2 Mac. 7, 33. 3 Mt. 22. 4 Lc. 19, 11.

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aquella parábola admirable y clarísima, que se lee en el capítulo 19 del Evangelio de San Lucas: Un hombre noble fue a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse 1. Con lo cual les dio bien claro a conocer que lo que ellos pensaban y esperaban, aunque expreso en las Escrituras, estaba todavía muy lejos; que primero se debían cum-plir otras muchas Escrituras, igualmente claras y expresas, que habla-ban de su pasión, de su muerte y de todas sus consecuencias: Mas pri-mero es menester que él padezca mucho, y que sea reprobado de esta generación 2.

[360] Finalmente, muerto el Mesías, glorificado y resucitado, no por esto se acabó ni mitigó la servidumbre y cautividad de los hijos de Israel; antes ésta se agravó más, y se hizo más dura sin comparación, en castigo de haber reprobado a su Mesías, como lo anunciaban las Escrituras, y como el mismo Señor lo había predicho pocos días antes de su pasión: Porque éstos son días de venganza, para que se cum-plan todas las cosas que están escritas… Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, etc. 3. En efecto, po-cos años después de la muerte del Mesías, fueron otra vez arrojados de Jerusalén y de Judea por los Romanos; el templo y la ciudad fueron destruidos desde los cimientos; y su cautiverio y su servidumbre, sus angustias, sus tribulaciones, no sólo siguieron como antes, sino que crecieron y se agravaron notablemente, y después acá no han dejado de crecer y a tiempos agravarse más en todas las naciones.

[361] Mas esta cautividad presente, esta servidumbre en que ve to-do el mundo a los Judíos después de la destrucción de Jerusalén por los Romanos, no puede llamarse con propiedad una cautividad y ser-vidumbre nueva, aunque se considerasen solamente los que entonces habitaban en la Judea, que era una parte bien pequeña respecto de la que en aquel tiempo se llamaba dispersión de las doce tribus; aun ha-blando, digo, de estos solos, parece cierto que los Romanos no hicie-ron otra cosa en la realidad, sino revocar la licencia que les había dado el rey Ciro, Darío, y Artajerjes, para edificar el templo de su Dios, y vi-vir en Jerusalén y en Judea. Así como Dios movió el corazón de estos príncipes para que concediesen aquella licencia, así movió después el corazón a Vespasiano y Tito, y mucho más a Adriano, para que la revo-casen del todo, confirmando el primer decreto de Nabuco, y haciéndo-lo ejecutar sin misericordia.

[362] Aquella licencia de Ciro, anunciada por el Espíritu Santo doscientos años antes 4, había sido sin duda conveniente y aun necesa-

1 Lc. 19, 12. 2 Lc. 19, 17 y 25. 3 Lc. 21, 22 y 24. 4 Is. 44.

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ria, ya para que se diese a Dios vivo el culto debido en su santo templo, ya para que no se pervirtiese el pueblo de Dios entre la idolatría e ini-quidades de Babilonia, ya también y principalmente para que pudiese haber a su tiempo en la tierra santa un cuerpo considerable de la na-ción y del sacerdocio, el cual, o recibiese al Mesías que estaba ya cerca, o le reprobase y pusiese en una cruz, pues uno y otro extremo se debía dejar en su libertad.

Se confrontan estas noticias con las profecías

PÁRRAFO 4

[363] Lo que acabamos de decir sumariamente tocante a los suce-sos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro, dispersión y cautiverio, hasta el presente, nos parece que es la pura verdad. No se halla a lo menos otra idea ni en la historia sagrada, ni tampoco en la profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y Media por Salmanasar, rey de Nínive, es ciertísimo a quien quiera mi-rarlo, que hasta ahora no han vuelto de su destierro; y si no, dígase cuándo; y no obstante, las profecías anuncian y aseguran clarísima-mente que han de volver. Las otras dos tribus de Judá y Benjamín, que fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por Nabucodo-nosor, volvieron, es verdad, a Jerusalén y Judea (no todos sus indivi-duos, sino una parte bien pequeña respecto del todo); mas aun estos pocos que quedaron volvieron tan cautivos como habían ido, vivieron en Jerusalén y Judea en la misma opresión y servidumbre en que que-daban en Babilonia y Caldea los que no volvieron. En suma, no volvie-ron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y Judea, como anuncian las profecías.

[364] Esto último es tan claro que, para convencerse, basta una simple lección de las Escrituras. Y para acabar de convencerse plena-mente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta leer con algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación, como hombres llenos de ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven en la necesi-dad inevitable de confesar, algunos expresamente y todos implícita-mente, que es una empresa no sólo difícil, sino imposible al ingenio humano, el acomodar o verificar las profecías, en la vuelta de Babilo-nia que sucedió en tiempo de Ciro. Si esto fuese posible de algún mo-do, con esto solo quedaba ahorrado todo el trabajo. No había necesi-dad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y acogerse a cada paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros, de que tantas veces hemos hablado.

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[365] Porque la confrontación de las profecías con la historia es un punto de suma importancia en el asunto que tratamos, aunque ya que-dan notadas muchas de estas cosas en todo el fenómeno de los Judíos, especialmente en el aspecto 2, párrafo 4, todavía me parece necesario apuntar en breve, y poner a la vista algunas de estas profecías, para que teniéndolas presentes, se empiece a ver con los ojos, y se prosiga viendo con la lección de las demás, la distancia suma y la despropor-ción infinita que hay entre ellas, y la vuelta de la antigua Babilonia.

[366] Primeramente, en Isaías se dice que Dios congregará a los prófugos de Israel, y a los dispersos de Judá, de todas las cuatro plagas de la tierra 1; que congregados éstos en sus propias tierras, serán seño-res de aquellos mismos de quienes habían sido esclavos 2; que el Señor les dará entonces descanso de sus trabajos, de su opresión, y de aque-lla servidumbre en que han estado por tantos siglos; que no se oirá ya entre ellos el nombre de exactor, ni de tributo; que dirán entonces lle-nos de regocijo: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban 3; que quebrantada, y hecha mil pedazos esta vara de la dominación de los hombres, toda la tierra quedará quieta y en silencio, y al mismo tiem-po, llena de gozo y exultación 4; que en aquel día, en fin, el Señor qui-tará del cuello y de los hombros de Israel aquel yugo y aquella carga tan pesada que ha llevado en su largo cautiverio 5.

[367] En Jeremías se dice que Dios congregará las reliquias de su grey de todas las tierras donde estuvieren dispersas, y las conducirá con su brazo omnipotente a sus campos; que allí crecerán y multiplica-rán en paz y quietud, sin miedo ni pavor de las malas bestias, tanto que ninguno faltará ni se echará menos en la cuenta 6; y en los capítu-los 32, 33 y 34 se dice que Dios congregará a todos los hijos de Israel de todas las naciones, tierras y lugares a donde los arrojó en medio de su furor, de su ira, de su indignación grande y justísima, y los reducirá otra vez a su propia tierra, donde habitarán confiadamente; que serán entonces su pueblo; que les dará a todos un corazón y una alma; que celebrará con ellos un pacto sempiterno; que en adelante no dejará jamás de beneficiarlos; que se gozará en sus beneficios, y no tendrá por qué arrepentirse de haberlos hecho; que les infundirá en sus cora-zones su santo temor, para que ya no ofendan a su Dios, ni se aparten de él; que sanará sus heridas, y cerrará del todo las cicatrices; que per-donará sus pecados e iniquidades, y echará en perpetuo olvido todo lo

1 Is. 11, 12. 2 Is. 14, 2. 3 Is. 14, 4-5. 4 Is. 14, 7. 5 Is. 10, 27. 6 Jer. 23, 4.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 509

pasado; que todas las gentes que oyeren o supieren los bienes innume-rables y estupendos que les ha de dar, se asombrarán, y se turbarán por todos los bienes, y por toda la paz, que yo (dice el Señor) les haré a ellos 1; que, en fin, los plantará de nuevo en la tierra misma que pro-metió a sus padres, y esto con todo su corazón y con toda su alma: Pon-dré mis ojos sobre ellos para aplacarme, y los volveré a traer a esta tierra; y los edificaré y no los destruiré; y los plantaré y no los arran-caré 2; que en aquellos tiempos ya no dirán: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el señor, que sacó y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tierras a las cuales los había… echado allá; y habitarán en su tierra 3; porque vendrá tiempo, dice el Señor, en el cual levantaré para David un pimpollo justo; y reinará rey, que será sabio; y hará el juicio y la justicia en la tierra. En aquellos días, prosigue inmediatamente, se salvará Judá, e Israel habitará confiadamente; y éste es el nombre que le llamarán, el Señor nuestro justo 4; y para decirlo todo en una palabra, en el capítulo 1 se lee: En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor, vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Judá… Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza, que ningún olvido la borrará 5; y más abajo: En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor, será buscada la maldad de Israel, y no existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado 6.

[368] En Baruc se dice que los cautivos que salieron de su tierra con ignominia, a pie llevados por los enemigos 7, volverán de oriente y occidente conducidos con honor como hijos del reino: Mas el Señor te los traerá (a Jerusalén) levantados con honra como hijos del reino 8; lo cual concuerda perfectamente con lo que se lee en Isaías: que los árboles les harán sombra por mandamiento de Dios; que el Señor los traerá en la lumbre de su majestad, con la misericordia y con la justi-cia que viene de él 9; que su justicia, santidad y fidelidad a su Dios será entonces diez veces mayor de lo que había sido su iniquidad; que en fin, los revocará a la tierra que prometió con juramento a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, y esto ya bajo otro testimonio firme y sempi-terno, y que no los volverá otra vez a mover de la tierra que les dio: Los volveré a la tierra, que juré a los padres de ellos, Abraham, Isaac, y Jacob… Y asentaré con ellos otra alianza sempiterna, para que yo les

1 Jer. 33, 9. 2 Jer. 24, 6. 3 Jer. 23, 7-8. 4 Jer 23, 5-6. 5 Jer. 50, 4-5. 6 Jer. 50, 20. 7 Bar. 5, 6. 8 Bar. 5, 6. 9 Bar. 5, 8-9.

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510 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sea a ellos Dios, y ellos a mí me sean pueblo; y no removeré jamás a mi pueblo, a los hijos de Israel, de la tierra que les di 1.

[369] En Ezequiel se dice que Dios congregará los dispersos de Is-rael de todas las tierras donde se hallaren, y les dará su propia tierra; que entonces dará a todos un corazón y un espíritu nuevo, quitándoles el corazón de piedra, y dándoles corazón de carne 2; que romperá y ha-rá pedazos su yugo y sus cadenas, librándolos enteramente de la mano de los que los dominan 3, y que en adelante habitarán en su tierra con-fiados sin ningún espanto…, ni llevarán más el oprobio de las gen-tes 4; que derramará sobre ellos una agua pura y limpia, con que los lavará de todas sus iniquidades pasadas 5. En suma, en el capítulo 37 se leen estas palabras: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones a donde fueron; y los recogeré de todas par-tes, y los conduciré a su tierra. Y los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será solo un rey que los mande a todos… Y mi siervo David será rey sobre ellos, etc. 6.

[370] En Oseas se dice que los hijos de Judá y de Israel, que antes eran dos reinos enemigos entre sí, se congregarán después de su des-tierro y se unirán otra vez, como lo estuvieron en tiempo de David y Salomón, y que entonces se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tierra; pues grande es el día de Jezrael 7. La interpretación que se da comúnmente a este texto de Oseas es verdaderamente curiosa, y por eso digna de alguna atención. Se congregarán en uno los hijos de Ju-dá y los hijos de Israel 8. Los hijos de Judá y de Israel (nos dicen) sig-nifican aquí los Judíos y los Gentiles que creyeron por la predicación de los apóstoles. Unos y otros, prosigue la explicación, reconocieron de común acuerdo a Jesucristo por hijo de David e Hijo de Dios; por con-siguiente, lo miraron como a su cabeza, como a su Señor, como a su verdadero y legítimo rey. Unos y otros se levantarán de la tierra, esto es, de los pensamientos, afectos y deseos terrenos, porque será grande el día de Jezrael. ¿Qué querrá decirnos este Profeta con estas cuatro palabras? ¿Qué día de Jezrael será éste? El día de Jezrael (concluye la explicación) no quiere decir otra cosa, sino el día de la muerte de Cris-to, el día de su resurrección, el de su ascensión a los cielos, el día de la venida del Espíritu Santo, etc. Todos estos días sagrados vienen aquí significados por el día de Jezrael: Pues grande es el día de Jezrael.

1 Bar. 2, 34-35. 2 Ez. 11, 17 y 19. 3 Ez. 34, 27. 4 Ez. 34, 28-29. 5 Ez. 36, 25. 6 Ez. 37, 21-22 y 24. 7 Os. 1, 11. 8 Os. 1, 11.

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[371] Ahora bien, y toda esta explicación, se puede aquí preguntar, ¿sobre qué fundamento estriba? ¿Con qué razón se asegura que los hi-jos de Judá significan en general los Judíos creyentes, y los hijos de Is-rael los Gentiles? ¿Con qué razón se asegura que el día grande de Jez-rael de que habla el Profeta son aquellos cuatro días de la muerte, re-surrección, ascensión de Cristo, y venida del Espíritu Santo? ¿Acaso porque esto se sabe y se cree, y lo otro, o no se quiere creer, o no se quiere que se sepa?

[372] Oíd ahora otra explicación sencilla, sí, pero bien fundada y por eso clara y natural. Los hijos de Judá, y los hijos de Israel, no sólo significan, sino que son real y verdaderamente los que se llaman así en toda la Escritura, esto es, los reinos diversos y siempre enemigos de Israel y Judá: el primero, que comprendía diez tribus, y cuya capital era Samaria; el segundo, que comprendía solas dos, y cuya capital era Jerusalén. Estos reinos, que antes de la cautividad no sólo eran dos reinos diversos, sino dos enemigos, llegará tiempo, dice el Profeta, en que se unan entre sí, y formen un solo reino bajo una sola cabeza o un solo rey, descendiente de David (que es lo mismo que acaba de decir-nos Ezequiel); entonces, prosigue, se levantarán ambos de la tierra donde han estado como muertos y sepultados, el uno desde Salmana-sar, el otro desde Nabucodonosor, y subirán de la tierra.

[373] Este gran milagro, concluye el profeta, sucederá en el mundo infaliblemente, porque el día de Jezrael será grande. Estas últimas pa-labras, aunque a primera vista no ofrecen otra cosa que la misma os-curidad, mas si queréis tomar el pequeño trabajo de leer el capítulo 7 del libro de los Jueces, con esto solo creo firmemente quedaréis del todo satisfecho. Allí leeréis con admiración, y con no pequeña diver-sión, lo que sucedió antiguamente en el gran valle de Jezrael, a donde clara y visiblemente alude Oseas. Leeréis, digo, la célebre batalla, o por mejor decir, el horrible destrozo que hizo Gedeón en el ejército innu-merable y formidable de Madianitas, Amalecitas y otras naciones orientales, que como langostas venían a desolar la tierra; los cuales to-dos estaban acampados y cubrían el gran valle de Jezrael 1. A este ejér-cito formidable, en su mismo campo, acometió Gedeón por orden de Dios con solos 300 soldados, todos ellos tan bien armados, que nin-guno de ellos llevaba espada, ni lanza, ni alguna otra arma ofensiva, ni aun defensiva. En lugar de armas llevaba cada uno una trompeta en la mano diestra, y en la siniestra una hidria o vaso de tierra, que escon-día dentro una lámpara encendida. Dada la señal, debían todos rom-per los vasos, chocándolos mutuamente cada uno con el que tenía a su lado, con lo cual, apareciendo las luces, debían todos a un mismo

1 Jue. 6, 33.

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tiempo sonar sus trompetas y correr alrededor del campo. No fue me-nester otra diligencia de parte de Gedeón y de sus fieles compañeros; lo demás lo hizo Dios: Y el Señor hizo que tirasen de la espada en todo el campo, y se mataban unos a otros, etc. 1.

[374] Todo esto, vuelvo a decir, sucedió en el valle de Jezrael, y es-te suceso tan memorable toma aquí este Profeta como por recuerdo, señal o parábola de lo que debe suceder cuando llegue el día del Señor, o la revelación de Jesucristo, que es lo mismo; del cual día nos hablan tanto y de tantas maneras todas las Escrituras. A esta misma expedi-ción de Gedeón en el valle de Jezrael alude claramente Isaías, hablan-do de la venida del Señor en gloria y majestad, cuando dice: He aquí que el Dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantarilla con espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes abati-dos 2. A esto alude David en muchísimos salmos, en especial el 109, cuando le dice al Mesías su Hijo: El Señor está a tu derecha, quebran-tó a los reyes en el día de su ira. Juzgará a las naciones, multiplicará las ruinas; castigará cabezas en tierra de muchos 3. A esto alude el mismo Isaías, cuando dice en el capítulo 14: Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban 4. A esto alude todo el cántico de Habacuc, en especial el versículo 12 (en el que dice): Con estruendo hollarás la tierra, y espantarás con furor las Gentes. Salis-te para salud de tu pueblo, para salud con tu Cristo… Maldijiste sus cetros, a la cabeza de sus guerreros, que venían como un torbellino para destrozarme 5. A esto alude en sustancia la caída de la piedra so-bre los pies de la estatua; y a esto alude todo el capítulo 19 del Apoca-lipsis. Con esta idea, volved a leer el texto de Oseas, y me parece que lo entenderéis sin dificultad: Se congregarán en uno los hijos de Judá y los hijos de Israel; y se elegirán una sola cabeza, y subirán de la tie-rra, pues grande es el día de Jezrael. Excusad la digresión, y volvamos a tomar el hilo que dejamos suelto.

[375] En Joel se dice, hablando con todo Israel en general: Os re-compensaré los años que comió la langosta, el pulgón, y la roya, y la oruga; mi ejército terrible, que yo envié contra vosotros 6. Los cuales años no son otros, sino aquellos mismos que les anuncia el mismo Profeta en el capítulo antecedente, por estas palabras: Lo que dejó la oruga, comió la langosta, y lo que dejó la langosta, comió el pulgón, y lo que dejó el pulgón, comió la roya 7. Y estos años o tiempos de tri-

1 Jue. 7, 22. 2 Is. 10, 33. 3 Sal. 109, 5-6. 4 Is. 14, 5. 5 Hab. 3, 12-14. 6 Joel 2, 25. 7 Joel 1, 4.

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bulación y calamidades, significados por estas expresiones tan natura-les y tan vivas, es cierto que hasta ahora no se los ha vuelto el Señor, como aquí se los promete.

[376] En Amós se dice, capítulo 9: Los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra que les di, dice el Señor 1. En Abdías se dice: La casa de Jacob poseerá a los que la habían poseí-do 2. En Miqueas se dice: Según los días de tu salida de la tierra de Egipto, te haré ver maravillas. Lo verán las Gentes, y serán confun-didas con todo su poder… Al Señor Dios nuestro respetarán, y te te-merán 3. En Sofonías se dice: Las reliquias de Israel no harán injusti-cia, ni hablarán mentira, y no será hallada en la boca de ellos lengua engañosa 4; y hablando con la madre Sión, le dice: He aquí que yo mataré a todos aquellos que te afligieron en aquel tiempo; y salvaré a la que cojeaba; y recogeré aquella que había sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en toda la tierra de la confusión de ellos 5. Finalmente, en Zacarías, que profetizó después de la vuelta de Babilonia, se dice: Morarán en ella, y no será más anatema, sino que reposará Jerusalén sin recelo 6. De estas cosas hallaréis a cada paso en los Profetas todos, empezando desde Moisés.

[377] Ahora, decidme, amigo, con sinceridad y verdad: ¿Qué os pa-rece de estas profecías? Supongamos por un momento que no hubiese otras en toda la Escritura divina, sino estas pocas que aquí hemos apuntado. Aun hablando de estas solas, ¿será posible verificarlas en aquellos pocos esclavos que volvieron, con licencia de Ciro, de Babilo-nia a la Judea? Reflexionad, señor mío, este punto capital con toda vuestra atención y con todo vuestro juicio. Yo esperaré con paciencia vuestra respuesta. Entre tanto debéis contentaros de que yo saque co-mo legítimas y forzosas aquellas consecuencias, que me quedaron sus-pensas en el párrafo 2.

[378] Primera: luego la cautividad y destierro y dispersión de los hijos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la que pade-cieron solas dos tribus en tiempo de Nabucodonosor. Segunda: luego la vuelta de la cautividad, destierro y dispersión de los hijos de Israel de que hablan las profecías, no puede ser la vuelta de algunos indivi-duos de solas dos tribus, que sucedió en tiempo de Ciro, y con su li-cencia y beneplácito; mucho más cuando dichas profecías no nombran a Babilonia, sino que sólo dicen en general, que volverán de todas las tierras, de Oriente y Occidente, de las cuatro plagas de la tierra, etc.

1 Amós 9, 15. 2 Abd. 1, 17. 3 Miq. 7, 15-17. 4 Sof. 3, 13. 5 Sof. 3, 19. 6 Zac. 14, 11.

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514 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Tercera: luego esta vuelta y todas las cosas, así generales como parti-culares, que se dicen de ella, no se han verificado hasta ahora. Cuarta: en fin, luego una de tres, o los profetas erraron, o Dios no es veraz, o todas se han de verificar en algún tiempo, ni más ni menos que como están escritas. Yo suscribo a esto tercero, y dejo lo primero y lo segun-do a quien lo quisiere.

Amenazas contra Babilonia

PÁRRAFO 5

[379] Lo que hasta aquí hemos dicho de los cautivos de Babilonia, podemos decir de Babilonia misma. Las profecías que hay contra ella son tan terribles, tan admirables, tan enfáticas, y según parece, tan ejecutivas, que por eso mismo es claro e innegable que no se han cum-plido hasta el presente las que hay en favor de los cautivos. Yo me ima-gino (y me sujeto en esto de buena fe al examen y juicio de los sabios) que la Babilonia contra quien hablan directa e inmediatamente los Profetas, es una Babilonia más general que particular; quiero decir, así como los cautivos, en cuyo favor se habla tanto y de tantas maneras, no pueden limitarse de modo alguno a aquellos solos que llevó a Babi-lonia Nabucodonosor, y que volvieron a la Judea con licencia de Ciro, como acabamos de probar; así la Babilonia contra quien se habla tam-poco puede limitarse a aquella sola e individua Babilonia que fue otros tiempos la capital del primer imperio del mundo. Parece que los Profe-tas de Dios no hicieron otra cosa que tocar lo uno y lo otro de paso, como un correo que, llegando a una ciudad intermedia, deja en ella al-gunas órdenes del príncipe que le pertenecen inmediatamente; mas no para, ni se detiene en ella, sino que al punto pasa adelante hasta el fin y término de su misión. De este modo parece que lo hicieron los Profe-tas de Dios. No pudiendo parar como en término último, ni en aque-llos cautivos de Babilonia, ni tampoco en aquella Babilonia, como que no eran el objeto primario y directo de su misión, aunque tocaron lo uno y lo otro, mas no se detuvieron mucho; pasaron por ambas cosas como por objetos intermedios, hasta dejar enteramente destruida a Babilonia (con toda la extensión de esta palabra), y sus hermanos en plena y perfecta libertad.

[380] El carácter propio del profeta Isaías es andarse casi siempre por las cosas últimas, como que eran éstas su principal ministerio, y su particular vocación: Con espíritu grande vio los últimos tiempos, y alentó a los que lloraban en Sión 1, dice la misma Escritura. Así, se ve este Profeta ocupado casi siempre, desde el principio hasta el fin, en las

1 Eclo. 48, 27.

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cosas últimas, sin olvidarse de ellas, aun cuando parece que debían dis-traerlo tantos otros asuntos de que trata. Con estas cosas últimas con-suela frecuentemente a Sión y a sus miserables hijos en las tribulacio-nes que él mismo les anuncia. De manera que, aunque toca muchos puntos pertenecientes al estado en su tiempo del pueblo de Dios, ya re-prendiendo, ya amenazando, ya exhortando, ya instruyendo, etc., y siempre con una viveza y elegancia admirable; aunque habla no pocas veces de la primera venida del Mesías, de su vida, de sus virtudes, de su doctrina, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte; aunque habla del estado infelicísimo en que quedaría Israel después de la muerte del Mesías, y en consecuencia de haberlo reprobado; aunque habla clara y expresamente de la vocación de las Gentes en lugar de Israel, etc.; mas en estos y otros muchos puntos que toca es fácil observar que casi siem-pre se pasa insensiblemente, y da un vuelo suave, hacia donde lo llama su propia vocación, o el espíritu que lo gobernaba, que era lo último.

[381] Esto que decimos en general de toda la profecía de Isaías, se hace más notable, y casi se toca con las manos, cuando habla de Babilo-nia al capítulo 13. Por ejemplo, le pone por título: Carga de Babilonia, que vio Isaías 1; y todo el capítulo (exceptuados dos o tres versículos cuando más) es absolutamente inacomodable a la antigua Babilonia; todo él se endereza visiblemente a lo último, como puede verlo quien tuviere ojos. Lo mismo sucede con el capítulo 14, en que sigue la misma materia. En todo él dice de Babilonia y de su rey cosas tan grandes, tan extraordinarias y tan nuevas, que es imposible acomodarlos a aquella Babilonia, y a su rey Baltasar. Los expositores más literales, después de haberse fatigado no poco en dicha acomodación, lo confiesan así, aun-que de paso y en confuso; y muchos son de parecer que aquí se habla del Anticristo, bajo del rey de Babilonia (y por eso tal vez lo hacen nacer de Babilonia, y empezar a reinar en ella, como dijimos en el fenómeno 3, artículo 2). La verdad es que no se habla aquí de cosas ya pasadas, sino de cosas mucho mayores y todavía futuras. Aunque no hubiera otra contraseña que las últimas palabras con que se concluye la profe-cía, esto solo bastaba para comprender todo el misterio: Este es el con-sejo (dice el Señor) que acordé sobre toda la tierra, y ésta es la mano extendida sobre todas las naciones 2. Del capítulo 47 del mismo Isaías, en que vuelve a hablar de Babilonia, decimos lo mismo y mucho más.

[382] Jeremías, en sus dos capítulos 50 y 51, hace lo mismo que Isaías, con más difusión y prolijidad; esto es, pasa por encima de aque-lla Babilonia de Caldea, descarga sobre ella una tempestad de rayos, le hace saber las órdenes de Dios que le pertenecen a ella inmediatamen-

1 Is. 13, 1. 2 Is. 14, 26.

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te, después de lo cual, desembarazado en breve de un interés respecti-vamente tan pequeño, pasa luego más adelante hasta llegar en espíritu a otra Babilonia, dicha así por semejanza, no por propiedad, de donde finalmente saca libres a todos los cautivos, así de Judea como también de Israel; y no sólo libres, sino justos, santos, reconciliados enteramen-te con su Dios, y restituidos con grandes ventajas al honor y dignidad de pueblo suyo; los planta de nuevo en la tierra prometida a sus pa-dres, y les promete de parte de Dios que ya no volverán otra vez a ser dominados por alguna potestad de la tierra. Para que esto se haga más sensible, hagamos dos o tres observaciones, como por muestra de las que se pudieran hacer.

Primera observación

[383] En el capítulo 50 dice así: Porque subió contra ella (contra Babilonia) una nación del Norte, que pondrá su tierra en soledad; y no habrá quien la habite, desde el hombre hasta la bestia; y se mo-vieron, y se fueron, etc. 1. Si el Profeta habla aquí de la antigua Babilo-nia caldea, parece claro que nada de esto se verificó cuando fue contra ella la gente del Aquilón con Darío y Ciro. Esta gente, lejos de destruir a Babilonia, lejos de ponerla a ella y a toda la Caldea en desierto y so-ledad, no hizo en ella otra mudanza de consideración que poner en el trono del imperio, en lugar del hijo o nieto de Nabucodonosor, prime-ro a Darío Medo, y después a Ciro Persa. Babilonia, después de esta época, quedó de corte principal del mismo imperio muchos años, y se mantuvo en pie muchos más sin novedad alguna. Alejandro Magno, que destruyó este primer imperio doscientos años después de Darío Medo, tampoco destruyó a Babilonia, ni puso su tierra en soledad; an-tes en ella vivió, y en ella acabó sus días. En tiempo de Antíoco, que empezó a reinar el año ciento treinta y siete del imperio de los Grie-gos 2, Babilonia era todavía ciudad considerable, donde habitaban cuando les parecía los reyes sucesores de Alejandro; pues expresamen-te dice la Escritura que, no habiendo podido el rey Antíoco despojar de sus riquezas el templo y la ciudad de Climaide en Persia, se retiró con gran pesar, y se volvió a Babilonia 3.

Segunda observación

[384] El mismo Jeremías, en el mismo lugar citado, prosigue in-mediatamente diciendo: En aquellos días y en aquel tiempo, dice el Señor, vendrán los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Ju-dá; andando y llorando se apresurarán y buscarán al Señor su Dios.

1 Jer. 50, 3. 2 1 Mac. 1, 10. 3 1 Mac. 6, 4.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 517

Preguntarán el camino para Sión, hacia acá sus rostros. Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza, que ningún olvido la borrará 1. Si se habla aquí de la antigua Babilonia, y de los tiempos en que fue tomada por los Medos y Persas, es cierto cuanto puede caber en la certeza, que en aquellos días, y en aquel tiempo, nada de esto se verificó. Después que los Medos y Persas se hicieron dueños de Babi-lonia, volvieron algunos hijos de Judá; mas no volvieron los que en to-da la Escritura se llaman hijos de Israel, a contradistinción de los de Judá; no volvieron ellos, y juntamente los hijos de Judá. De los que volvieron con licencia de Ciro, tampoco se verificó entonces, ni se ha verificado hasta el presente, lo que se sigue: Vendrán, y se agregarán al Señor con una eterna alianza.

Tercera observación

[385] En aquellos días, y en aquel tiempo, dice el Señor, será bus-cada la maldad de Israel, y no existirá; y el pecado de Judá, y no será hallado. En aquellos días y tiempos de Darío y Ciro, ni en todos los que han pasado hasta el presente, ¿cómo podremos verificar estas pa-labras? Volved los ojos a todos los tiempos pasados hasta tocar con Ci-ro y Darío, buscando en todos estos tiempos la iniquidad en Israel, y la hallaréis; buscad el pecado de Judá, y también lo hallaréis; ni será ne-cesaria mucha diligencia ni mucho estudio para hallar lo que ha estado y está patente a los ojos de todos: Duros de cerviz, e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; co-mo vuestros padres, así también vosotros 2, se les dijo con gran ver-dad más de quinientos años después de Ciro. Con la misma verdad les dijo el Mesías mismo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas el corazón de ellos lejos está de mí 3; y en otra parte: Así también vosotros, de fuera os mostráis en verdad justos a los hombres, mas de dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad 4.

[386] Podrá decirse lo que sobre este texto de Jeremías dicen co-múnmente los intérpretes, es a saber, que el Profeta, con estas pala-bras, maldad de Israel… pecado de Judá, sólo habla de la idolatría; la cual, dicen, cesó enteramente después de la vuelta de Babilonia. ¿Quién creyera que en una cosa tan clara no había de faltar algún efugio? Mas este efugio, si se mira de cerca, se halla muy semejante a una perspecti-va. La apariencia se desvanece al punto, si se da algún lugar a la refle-xión. Primeramente: ¿Con qué fundamento se asegura en tono decisivo

1 Jer. 50, 4-5. 2 Act. 7, 51. 3 Mt. 15, 7-8. 4 Mt. 23, 28.

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518 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

que la iniquidad y pecado de que habla este Profeta es solamente la ido-latría? Cierto que con ninguno. Estas palabras, iniquidad y pecado, no solamente en la Escritura divina, sino en todas las naciones y en todas las lenguas, son y han sido siempre unas palabras universales que com-prenden todo mal moral, ya respecto de Dios, ya respecto del prójimo; ¿por qué, pues, se contraen aquí a sola la idolatría? La idolatría es cierto que es iniquidad y pecado gravísimo; mas todo pecado y toda iniqui-dad, ¿deberá reputarse por idolatría? Lo segundo: expresamente habla el Profeta de Israel y de Judá, como que vuelven juntos a la tierra de sus padres, sin llevar consigo el pecado y la iniquidad que antes los opri-mía; y es cierto y claro que, aunque volvió Judá en aquel tiempo sin ido-latría, mas Israel no volvió sin idolatría, ni con ella, porque no volvió. Lo tercero: aun hablando solamente de los que volvieron, éstos no estu-vieron tan libres de idolatría, que no fueran idólatras casi todos en tiempo de Antíoco; y Judas Macabeo, que los persiguió con tanto celo y fervor, no tuvo gran necesidad de encender lámparas y antorchas para encontrarlos; por todas partes se le presentaban. ¿Y qué diremos del resto de los hijos de Judá? Que no volvieron, sino que quedaron en Ba-bilonia y en toda la Caldea. ¿Qué diremos de los hijos de Israel, o de las diez tribus? Que tampoco volvieron, sino que quedaron dispersos en la Media y en otras provincias del imperio. ¿Sería necesario encender muchas lámparas y linternas, para hallar su iniquidad y su pecado?

[387] Síguese de aquí (y de otras mil observaciones que podrían hacerse sobre estas profecías), síguese, digo, que o las profecías se han falsificado, o no tienen por objeto primario y directo la antigua Babi-lona de Caldea, sino que en ellas se encierra otro misterio mayor y más general que pide toda nuestra atención. La antigua Babilonia no pare-ce que entra en dichas profecías, sino como una señal, o semejanza, o parábola de todo lo que ha sucedido, y se ha continuado desde Nabuco hasta ahora, y está todavía por concluirse. En efecto, así se lee expreso en Isaías, capítulo 14, en que hablando con todo Israel en general, y anunciándole la vuelta de su destierro y el fin de sus trabajos, le dice estas palabras: Y será en aquel día, cuando te diere Dios descanso de tu trabajo, y de tu apremio, y de tu dura servidumbre, en que antes serviste; tomarás esta parábola contra el rey de Babilonia, y dirás: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo? Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban 1.

[388] Si este texto,, seriamente considerado, se pudiera aplicar o acomodar de algún modo razonable a la antigua Babilonia y a su rey Baltasar, y a aquellos pocos cautivos que, sin dejar de serlo, volvieron con Zorobabel, etc., parece que no hubiera gran dificultad en creer que

1 Is. 14, 3-5.

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la palabra parábola no tiene aquí otro misterio ni otro significado, que el de cántico elegante y festivo, como pretenden insinuarnos; mas el trabajo es que, no siendo posible lo primero, quedamos en nuestra po-sesión sobre lo segundo. La palabra parábola debe significar aquí lo mismo que en tantas otras partes de la Escritura, esto es, locución por semejanza, no por propiedad. Así, este cántico que pone Isaías para cierto tiempo en boca de Israel, sin dejar de ser festivo y elegante, es al mismo tiempo una verdadera parábola; y todo lo que se dice en él, se dice por semejanza, no por propiedad. Por consiguiente, el rey de Ba-bilonia, y Babilonia misma, se deben mirar como una verdadera simili-tud, no como propiedad. ¿Con qué propiedad, y con qué verdad, pudo Israel decir este cántico en tiempo de Ciro? Ni aun siquiera sus prime-ras palabras, que son éstas: ¿Como cesó el exactor, se acabó el tributo? Si alguno las hubiere dicho, o al salir de Babilonia, o después de estar en Judea, cierto que no hubiera sido creído sobre su palabra; todos lo hubieran desmentido al punto, diciendo con verdad lo que decían en tiempo de Nehemías: He aquí que nosotros mismos hoy somos escla-vos; y la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su pan, y los bienes que produce, y nosotros mismos, somos en ella esclavos. Y sus frutos se multiplican para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, y tienen dominio sobre nuestros cuerpos y so-bre nuestras bestias a su voluntad, y estamos en grande tribulación. Comparad este texto con aquel otro: ¿Cómo cesó el exactor, se acabó el tributo?, y ved si los podéis concordar en un mismo tiempo y personas.

Se confirma y aclara más este modo de discurrir

PÁRRAFO 6

[389] Para entender bien todas las profecías que hay contra Babi-lonia, y el fin y término verdadero a donde todas se enderezan, paré-ceme a mí que basta tomar las llaves en las manos, y abrir las puertas. La misma Escritura nos ofrece estas llaves, con las cuales todo se faci-lita; sin ellas todo queda oscuro, difícil e inaccesible.

Primera llave

[390] El apóstol San Pedro, escribiendo desde Roma a todas las Iglesias de Asia, concluye su primera epístola por estas palabras: Os saluda la Iglesia que está en Babilonia 1. ¿Qué quiere decir esto? San Pedro ciertamente no escribía desde el Eufrates, sino desde el Tíber; no desde la Caldea, sino desde Roma. En tiempo de San Pedro, la anti-gua Babilonia ya no existía, ya estaba casi tan olvidada como lo está

1 1 Ped. 5, 13.

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520 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ahora. Pues ¿de qué Babilonia habla? De Roma misma. Mas ¿por qué razón le da este nombre a la capital del imperio romano? Fuera de es-to, los Cristianos a quienes escribía debían sin duda estar bien entera-dos de que Babilonia y Roma no eran dos cosas diversas, sino una mis-ma. Sin esta noticia, la dicha salutación, como de personas incógnitas e inciertas, hubiera sido inútil, y por lo mismo indigna del supremo pastor. Si sabían esto los Cristianos, ¿de dónde lo sabían?

[391] A esta dificultad responden comúnmente los intérpretes que el apóstol San Pedro puso Babilonia en lugar de Roma sólo por pre-caución, esto es, para no ocasionar sin necesidad alguna persecución, o contra sí, o contra los Cristianos, si esta epístola llegase por algún accidente a manos de los étnicos, y a noticia del emperador. Mas ¿qué tenían que temer en este caso, ni San Pedro, ni los Cristianos? ¿Qué hubieran hallado en ello que reprender, ni por qué perseguir al cris-tianismo? Antes hubieran hallado mucho que alabar en aquella parte que ellos podían entender, que es la moral, por ejemplo: Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios, ya sea al rey, como soberano que es, ya a los gobernadores… Porque así es la voluntad de Dios… Honrad a todos, amad la hermandad, temed a Dios, dad hon-ra al rey. Siervos, sed obedientes a los señores con todo temor, no tan solamente a los buenos y moderados, sino aun a los de recia condi-ción 1. Mancebos, obedeced a los ancianos 2. ¡No sé yo que algún prín-cipe o república pueda reprender, o no alabar, esta doctrina del sumo pastor de los Cristianos!

[392] Acaso se dirá que San Pedro no temía por la moral de su epístola, sino porque en ella habla de Jesucristo y de la religión cris-tiana. ¿Y es creíble, digo yo, que San Pedro temiese por esta parte? En la misma epístola exhorta a los Cristianos a no temer la persecución que les venga en cuanto cristianos, sino la que puede venirles en cuan-to reos y delincuentes: Ninguno de vosotros padezca como homicida o ladrón… Mas si padeciere como cristiano, no se avergüence; antes dé loor a Dios en este nombre 3. Fuera de que, cuando San Pedro escribió esta epístola, no había edicto alguno del emperador contra los Cristia-nos, ni prohibición del cristianismo, pues los mismos autores afirman que esta epístola la escribió San Pedro el año 13 después de la muerte del Señor, que según parece, corresponde a los principios del empera-dor Claudio, esto es, más de 20 años antes de la primera persecución de la Iglesia, que fue la de Nerón. ¿A qué venía, pues, en este tiempo el temor de San Pedro a la persecución? Y dado caso que quisiese usar de alguna precaución, ¿no era más natural que dijese a los Cristianos, a

1 1 Ped. 2, 13-15 y 17-18. 2 1 Ped. 5, 5. 3 1 Ped. 4, 15-16.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 521

quienes escribía: Os saluda esta Iglesia, sin nombrar a Roma, ni a Ba-bilonia, ni alguna otra ciudad determinada? ¿No sabrían los Cristianos en qué parte del mundo se hallaba en aquel tiempo el príncipe de los Apóstoles y el vicario de Cristo?

Segunda llave

[393] Después de algunos años (y no pocos, pues pasaron a lo me-nos treinta) escribió San Juan su Apocalipsis; y en los capítulos 16, 17, 18 y 19, habla expresa y nominadamente de Babilonia, profetizando contra ella cosas nada ordinarias. Y para que ninguno desconozca la Babilonia de que habla, para que ninguno se equivoque pensando que habla de la antigua, que ya no existía, le pone tantas señas y distintivos, que es preciso conocerla por más que se repugne. De modo que aun los doctores más corteses o más apasionados por Roma se ven en la nece-sidad inevitable de confesar y conceder en este punto la pura verdad. Lo que se debe notar principalmente sobre estos lugares del Apocalipsis, es el reclamo, o la alusión clarísima, que hacen a todas las profecías que hay contra Babilonia. Todas son llamadas aquí, todas se hacen compa-recer, todas son obligadas a servir contra la nueva Babilonia. No sólo se traen las expresiones vivas de los Profetas, sino tal vez sus mismas pa-labras, como luego veremos. Y es bien fácil notar que el amado discípu-lo se sirve puntualmente de aquellas palabras y expresiones vivísimas de los Profetas, que no tuvieron lugar ni pudieron tenerlo en la antigua Babilonia. Para que no se piense que queremos ser creídos sobre nues-tra palabra, será bien poner aquí a algunos ejemplares.

Alusiones o reclamos de la Babilonia del Apocalipsis a la Babilonia de los Profetas

PÁRRAFO 7

[394] Isaías, hablando de Babilonia, dice: Dura visión me ha sido noticiada… Por esto se han llenado mis lomos de dolor; congoja me tomó, como congoja de mujer que está de parto; me caí cuando lo oí, quedé turbado cuando lo vi. Desmayóse mi corazón, me horrorizaron las tinieblas; Babilonia, la mi amada, es para mí un asombro 1. ¿Os parece verosímil que la toma de Babilonia por Darío y Ciro pudiese causar en Isaías unos efectos tan grandes, como él mismo dice y pon-dera con tanta viveza?

[395] San Juan, hablando de la Roma futura, dice con más breve-dad, mirándola sentada sobre la bestia: Cuando la vi, quedé maravi-

1 Is. 21, 2-4.

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522 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

llado de grande admiración 1. Leed este capítulo 17 y el siguiente, y allí veréis cuán gran razón tenía el amado discípulo para admirarse con tan gran admiración, de ver a Roma en el estado infelicísimo que él mismo anuncia.

[396] El mismo Isaías le dice a Babilonia: Ahora, pues, escucha esto, tú delicada, y que habitas confiadamente, la que dices en tu co-razón: Yo soy, y fuera de mí no hay más; no me sentaré viuda, ni co-noceré esterilidad. Te vendrán estas dos cosas subitáneamente en un solo día, esterilidad y viudez. Todas estas cosas vinieron sobre ti… Este tu saber y ciencia te engañó. Y dijiste en tu corazón: Yo soy, y fuera de mí no hay otra. Vendrá mal sobre ti, y no sabrás de dónde nacerá; y se desplomará sobre ti una calamidad que no podrás es-piar; vendrá sobre ti repentinamente una miseria que no sabrás 2.

[397] ¿Cómo es posible acomodar todo esto a la antigua Babilonia, tomada por Darío y Ciro? Leed, amigo, cualquier expositor; comparad lo que os dijere con el texto, y con la historia de este suceso que no ig-noráis, y con esto solo podéis salir de toda duda; mucho más si repa-ráis en el texto del Apocalipsis, que hablando de Roma futura, dice así: Cuanto ella se ha glorificado, y ha vivido en deleites, tanto le daréis de tormento y llanto; porque dice en su corazón: Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto. Por esto en un día vendrán sus plagas, muerte, y llanto, y hambre, y será quemada con fuego; por-que es fuerte el Dios que la juzgará 3.

JEREMÍAS: Retornadle según su obra, según todas las cosas que hi-zo, hacedle a ella 4. APOCALIPSIS: Tornadle a dar así como ella os ha dado, y pagadle al doble según sus obras 5.

JEREMÍAS: La que moras sobre muchas aguas, rica en tesoros 6. APOCALIPSIS: Ven acá, y te mostraré la condenación de la grande ra-mera, que está sentada sobre las aguas 7.

JEREMÍAS: Súbitamente cayó Babilonia, y fue desmenuzada 8. APO-CALIPSIS: Y después de esto vi descender del cielo otro ángel, que tenía gran poder, y la tierra fue esclarecida de su gloria. Y exclamó fuerte-mente, diciendo: Cayó, cayó Babilonia la grande… Lo mismo se dice en el capítulo 14: Y otro ángel le siguió diciendo: Cayó, cayó aquella Babilonia la grande… Lo cual también alude al capítulo 21 de Isaías, donde se lee: Cayó, cayó, Babilonia 9.

1 Apoc. 17, 6. 2 Is. 47, 8-11. 3 Apoc. 17, 7-8. 4 Jer. 50, 29. 5 Apoc. 18, 6. 6 Jer. 51, 13. 7 Apoc. 17, 1. 8 Jer. 51, 8. 9 Apoc. 18, 1-2; 14, 8; Is. 21, 9.

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JEREMÍAS: Huid de en medio de Babilonia, y salve cada uno su al-ma… Salid de en medio de ella, pueblo mío, para que salve cada uno su alma de la ira del furor del Señor 1. APOCALIPSIS: Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no tengáis parte en sus pecados, y que no recibáis de sus plagas 2.

JEREMÍAS: Cáliz de oro Babilonia en la mano del Señor, que em-briaga toda la tierra; del vino de ella bebieron todas las naciones, y por esto fueron conmovidas 3. APOCALIPSIS: Y se embriagaron los mo-radores de la tierra con el vino de su prostitución 4; porque todas las gentes han bebido del vino de la ira de su fornicación, y los reyes de la tierra han fornicado con ella 5.

JEREMÍAS: Así será sumergida Babilonia, y no se levantará de la aflicción 6. APOCALIPSIS: Y un Angel fuerte alzó una piedra como una grande piedra de molino, y la echó en la mar, diciendo: Con tanto ímpetu será echada Babilonia, aquella grande ciudad, y ya no será hallada jamás 7.

JEREMÍAS: Y los cielos, y la tierra, y todas las cosas que hay en ellos, darán alabanza sobre lo de Babilonia 8. APOCALIPSIS: Regocíjate sobre ella, cielo, y vosotros, santos Apóstoles y Profetas; porque Dios ha juzgado vuestra causa cuanto a ella 9. Y en el capítulo 19 prosigue diciendo: Después de esto oí como voz de muchas gentes en el cielo, que decían: Aleluya, la salud, y la gloria, y el poder es a nuestro Dios. Porque sus juicios verdaderos son y justos, que ha condenado a la grande ramera, que pervirtió la tierra con su prostitución, y ha ven-gado la sangre de sus siervos de las manos de ella. Y otra vez dijeron: Aleluya. Y el humo de ella sube en los siglos de los siglos 10.

[398] Basten estas pocas alusiones que acabamos de notar, para conocer, o a lo menos entrar en grandes y vehementes sospechas, de que la Babilonia de los Profetas no puede limitarse a aquella antigua e individua ciudad, que fue la corte del primer imperio. Así como aquel primer imperio, que al principio estuvo en la cabeza de oro de la esta-tua, se ha ido bajando, con el tiempo, de la cabeza al pecho y brazos, después al vientre y muslos, y últimamente del vientre y muslos a las piernas, pies y dedos (como actualmente lo vemos); así aquella prime-

1 Jer. 51, 6 y 45. 2 Apoc. 17, 4. 3 Jer. 51, 7. 4 Apoc. 17, 2. 5 Apoc. 18, 3. 6 Jer. 51, 64. 7 Apoc. 17, 21. 8 Jer. 51, 48. 9 Apoc. 18, 20. 10 Apoc. 19, 1-3.

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ra Babilonia, considerada no en lo material, sino en lo formal, ha ido siguiendo los mismos pasos; no digo solamente desde Nabucodonosor, o desde el primer imperio de los cuatro más célebres, sino aun desde que comenzó el imperio, o el principado de un hombre solo sobre mu-chos, que llamamos monarquía; lo cual, como se lee en el capítulo 10, versículo 10, del Génesis, tuvo su primer principio en Babilonia.

[399] En este aspecto, pues, me parece a mí que consideran los Profetas a Babilonia, cuando le anuncian con tantas, tan vivas y tan magníficas expresiones, cosas que hasta ahora no se han visto en el mundo, ni se han verificado de modo alguno en aquella primera y an-tigua Babilonia. Considerada Babilonia en este aspecto, se entienden al punto sin embarazo alguno dichas profecías, las cuales sin esto que-dan ciertamente algo más que difíciles, oscuras e inaccesibles. Este mismo aspecto parece que es el que tuvieron muy presente los apósto-les San Pedro y San Juan, cuando le dieron el nombre propio de Babi-lonia a aquella gran ciudad, que en su tiempo era la señora del mundo, como la capital del imperio romano. Es verdad que este imperio ha ba-jado muchos días ha, desde el vientre hasta los pies y dedos de la esta-tua; mas con todo eso podemos decir que persevera, no física sino mo-ralmente, en uno de sus efectos principales, dignos por cierto de todas las atenciones de los Apóstoles y Profetas. Persevera, digo, moralmen-te en lo que es relativo al pueblo de Israel (pueblo propio de los unos y de los otros); persevera, vuelvo a decir, en cuanto al cautiverio y dis-persión entera y completa de este pueblo infeliz, ejecutada por los Ro-manos después de la muerte del Mesías, y continuada, confirmada y agravada por el cuarto imperio; y persevera también moralmente per-severando en su lustre, gloria y esplendor aquella misma ciudad, que fue corte y capital del mismo imperio, y ahora lo es de un estado o im-perio pequeño en lo material, mas de un imperio o estado mayor en lo espiritual, cual es, o debía ser, todo el orbe cristiano.

[400] No sé, amigo mío, si en este último punto me he explicado bien; pienso que no, mas no por eso quedo sin consuelo o sin esperan-za cierta y segura. Lo que falta a mi explicación lo puede suplir muy bien abundante y copiosamente vuestra juiciosa reflexión. Os remito de nuevo al fenómeno 3, párrafo 14, cuyo título es LA MUJER SOBRE LA

BESTIA.

Resumen o conclusión

PÁRRAFO 8

[401] En suma, aquella antigua Babilonia situada en el Eufrates ya no existe en el mundo, días ha que murió, ni hay esperanza alguna que

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 7 525

resucite jamás: Ni será edificada, hasta en generación y generación… No morará allí varón, ni la habitará hijo de hombre 1. Con todo eso, las profecías que hay contra Babilonia no se han verificado hasta ahora plenamente. Digo plenamente, porque aunque Babilonia se destruyó (que es una de las cosas que anuncian claramente los Profetas), mas no se destruyó de aquel modo, y con aquellas circunstancias particula-res, que se leen expresas en sus profecías.

[402] Muchos autores, no solamente de los intérpretes de la Escri-tura, mas también los historiadores, entre ellos el sabio y pío Monse-ñor Rolin, en su historia antigua, hablan de la destrucción de Babilo-nia, y citan las profecías con una especie de confianza y seguridad, co-mo si dicha destrucción y dichas profecías estuviesen perfectamente de acuerdo. Mas si les preguntamos por curiosidad de qué monumen-tos, de qué archivos y de qué fuentes han sacado unas noticias tan sin-gulares, nos hallamos con la extraña y gran novedad de que realmente no han tenido otras fuentes, ni otros archivos, ni otros monumentos, sino las mismas profecías, las cuales han suplido por todo. Bien. Y si hay monumentos en contra, ciertos y seguros, no digo solamente en la historia profana (que esto importa poco), sino mucho más en la histo-ria sagrada; en este caso, ¿no sería cosa justísima no hacernos desen-tendidos de dichos monumentos? Pues así es.

[403] Por lo que toca a la historia sagrada, os he hecho ya notar en varias partes de este fenómeno algunos monumentos y noticias ciertas, del todo incompatibles con las profecías. Pudiera haber notado otras muchas más con poco trabajo material, mas ¿para qué? ¿No bastan y aun sobran las que quedan notadas? Por lo que toca a la historia pro-fana, me parece que bastará deciros o acordaros que Alejandro Magno murió en Babilona 200 años después que Babilonia debía estar ente-ramente destruida, si los Profetas hubiesen hablado de ella directa o inmediatamente.

[404] Fuera de esto, también os he hecho notar (y debéis notarlo con especial cuidado y exactitud) que todas aquellas cosas y circuns-tancias más graves que, miradas las profecías, ciertamente faltaron en la destrucción de la antigua Babilonia, se ven aparecer y como resuci-tar, después de algunos siglos, en el Apocalipsis de San Juan; y esto como unas cosas propias y peculiares, no de aquella antigua y difunta Babilonia, sino de otra nueva que todavía existe, para cuando llegue para aquel tiempo y momentos que puso el Padre en su propio poder.

[405] Del mismo modo discurrimos de los cautivos de Babilonia, según las profecías. Muchos días o muchos siglos ha que salieron de aquella antigua Babilonia algunos cautivos de Judá. Muchos siglos ha

1 Jer. 50, 39-40.

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que se establecieron de nuevo en la Judea, muchos siglos ha que edifi-caron de nuevo su templo y ciudad de Jerusalén. Mas con todo, es cierto e innegable (cuanto puede extenderse esta palabra certeza en asuntos semejantes) que las profecías innumerables que hablan en ge-neral de la vuelta de los cautivos a su tierra, no se han verificado, ni una entre mil. No hay duda que algunos de los cautivos que había he-cho trasladar a Babilonia Nabucodonosor rey de Babilonia, volvie-ron a Jerusalén y Judá 1; mas ni aquella salida de Babilonia, ni aque-lla vuelta, ni aquel nuevo establecimiento en Jerusalén y Judea, suce-dió entonces de aquel modo y con aquellas circunstancias gravísimas, que anuncian clara y distintamente las profecías.

[406] Pues a todo esto, ¿qué podremos decir? ¿Que las profecías se han falsificado? ¿Que los Profetas erraron, o el Espíritu Santo que ha-bló por los Profetas? ¿Que los Profetas fingieron aquellas cosas por or-gullo de su corazón? ¿Que Dios ha faltado a su palabra? Todos estos despropósitos se presentan naturalmente y como de tropel, o es muy fácil que se presenten, a cualquier hombre reflexivo, por pío que sea, si por otra parte no tiene ni admite otras ideas que las que puede dar el sistema ordinario. Mas estos mismos despropósitos u otros semejan-tes se desvanecen al punto si, dejado por un momento el sistema ordi-nario de los doctores e intérpretes, nos atenemos al sistema ordinario de la Escritura. En este sistema (si es lícito darle este nombre) todo se compone sin la menor dificultad. Es cierto que las profecías no se han cumplido hasta el presente; mas también es cierto que todavía no se ha acabado el mundo. También es cierto que los cautivos de quienes se habla existen todavía en el mundo, y existen en calidad de cautivos. También es cierto que no ha sido posible exterminarlos, ni confundir-los con las otras naciones, ni iluminarlos, ni abrirles el oído interno, ni quitarles el corazón de piedra, ni el velo del corazón, etc., cosas todas que están clarísimamente anunciadas en las mismas profecías. ¿Quién, pues, nos impide el pensar y decir libremente lo que de suyo se pre-senta a la razón, ilustrada con la lumbre de la fe? ¿Quién nos impide el pensar y decir libremente que, así como ya se han cumplido muchísi-mas profecías de las que se leen en las Escrituras, así se cumplirán a su tiempo otras muchas que todavía quedan? ¿Hay cosa más conforme a razón, ni más digna de Dios? Piensen, pues, los hombres como pensa-ren, y acomoden como les fuere posible o imposible; siempre será ver-dadera aquella sentencia del Apóstol: Dios es veraz, y todo hombre fa-laz, como está escrito 2.

[407] De todo lo que hemos observado en estos dos últimos fenó-menos, la conclusión sea: que aquellas dos grandes fortalezas donde se

1 1 Esd. 2, 1. 2 Rom. 3, 4.

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acogen con todas sus ideas los intérpretes de la Escritura (es a saber, Babilonia y sus cautivos, en cuanto se puede; y en cuanto no se puede, que es casi todo, la Iglesia cristiana, compuesta de las Gentes que en-traron en lugar de los Judíos), son en realidad dos fortalezas que tie-nen mucho de perspectiva. No hay duda que, miradas de cierta distan-cia, muestran una gran apariencia, e infunden no sé qué de pavor; mas la apariencia y pavor van desapareciendo, al paso que los ojos o la re-flexión se van acercando.

[408] Lo primero: la Iglesia cristiana no puede faltar. Es su edifi-cio tan indestructible y eterno como lo es el fundamento sobre que es-triba, que es Cristo Jesús; pero sin faltar la Iglesia cristiana, puede muy bien ahora (como pudo en otros tiempos) mudarse el candelero de una parte a otra, o inclinarse el cáliz para éste y para aquél 1; porque, co-mo está escrito, sus heces no se han apurado; beberán todos los peca-dores de la tierra 2; y como nos advierte el Apóstol, Dios todas las co-sas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia 3.

[409] Lo segundo: salieron de Babilonia algunos cautivos, mas no salieron como anuncian las profecías claramente; pues no salieron li-bres, ni salieron santos, ni salieron con el corazón circuncidado, ni sa-lieron de todos los países y naciones de la tierra, ni salieron todos sin quedar alguno, ni salieron los hijos de Israel, ellos, y juntamente los hijos de Judá, ni salieron para vivir en quietud y seguridad en la tierra prometida a sus padres, ni salieron, en suma, para no ser otra vez mo-vidos y desterrados de aquella tierra, cosas todas anunciadas y repeti-das de mil maneras en toda la Escritura. Luego lo que entonces no su-cedió, deberá suceder algún día así como está escrito, sin que le falte ni un punto, ni una tilde, sin que todo sea cumplido 4.

Apéndice

[410] Las cosas que acabamos de observar en este fenómeno for-man en sustancia la dificultad más grave de todas cuantas han opuesto y oponen hasta ahora los Judíos, a los que les hablan de la venida del Mesías. Después que se ven rodeados y atacados por todas partes con sus mismas Escrituras; después que ya no hallan qué responder a los argumentos clarísimos y eficacísimos que les hacen los doctores cris-tianos; después que se ven convencidos y concluidos con suma eviden-cia; se acogen, al fin, a aquella última fortaleza, que sin razón han te-

1 Sal. 74, 9. 2 Sal. 74, 9. 3 Rom. 11, 32. 4 Mt. 5, 18.

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nido en todos tiempos por inexpugnable; se acogen, quiero decir, a las profecías. Su modo de discurrir, reducido a cuatro palabras, es éste. Las profecías (digan lo que dijeren los Cristianos e intérpretes, y aco-moden como mejor les pareciere), las profecías es cierto que no se han cumplido; luego el Mesías no ha venido. El antecedente lo prueban, mostrando una por una (con grande y molestísima prolijidad) no so-lamente aquellas pocas que nosotros hemos observado, sino otras mu-chas más que hemos omitido. La consecuencia la deducen, a su pare-cer, clarísimamente de las mismas profecías; pues entre éstas es fácil notar que unas anuncian expresamente, otras suponen evidentemente, que toda visión y profecía se habrá ya cumplido cuando venga el Me-sías, o se acabará de cumplir plena y perfectamente en su venida. Bas-ta leer el capítulo 9 de Daniel, en donde se hallan juntas, y unidas, y como inseparables, estas dos cosas entre otras, a saber, el cumplimien-to pleno y perfecto de toda profecía y visión, y la unción del Santo de los santos 1. Conque si el Mesías ha venido, deberá ya haber sucedido la unción del Santo de los santos. Si ésta ha sucedido, deberá ya haber-se cumplido plena y perfectamente toda visión y profecía. Esto último es evidentemente falso, luego también lo primero, pues no hay más ra-zón para lo uno que para lo otro; luego el ungido o Cristo del Señor no ha venido, etc.

[411] Este argumento de los doctores judíos es el único entre todos a que no han podido responder hasta ahora los doctores cristianos, a lo menos de un modo perceptible, capaz de contentar y satisfacer a quien desea la verdad, y sólo en ella puede reposar. En todo lo demás tengo por cierto e indubitable que convencen evidentemente a los doc-tores judíos, los confunden y los hacen enmudecer; y esto con tanta eficacia y evidencia, que algunos rabinos más modernos (y sin duda más doctos y sinceros que los antiguos) se han visto precisados a decir, en fuerza de los argumentos, que el Mesías debía haber venido muchos siglos ha, según las Escrituras; mas que ha dilatado su venida por los pecados de su pueblo. Otros, todavía más doctos y más sinceros, han dicho (y parece que en esto han dicho la pura verdad sin entenderla) que el Mesías ya vino; pero que está oculto por la misma razón, esto es, por los pecados de su pueblo 2.

[412] Mas aunque en todo lo demás convencen los doctores cris-tianos, y confunden a los Judíos, en el punto particular que ahora tra-tamos parece cierto que no han hecho otra cosa, según su sistema, que hablar en tono decisivo, ponderar, suponer mucho, y al fin dejar intac-ta la dificultad, o por mejor decir, dejarla más visible y más indisolu-

1 Dan. 9, 24. 2 PINAMONTI.

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ble. Ved aquí toda la respuesta, y toda la solución de la gravísima difi-cultad. Lo primero: saludan a los doctores judíos con la salutación acostumbrada, llamándolos groseros y carnales, pues se han imagina-do que las profecías, dictadas por el Espíritu Santo, se habían de cum-plir así como suenan, o según su modo grosero de entender (en esto último no dejan de tener razón, y gran razón). Lo segundo: les añaden que han entendido las Escrituras según la letra que mata, y no según el espíritu que vivifica 1 (lo cual también puede ser verdad, y lo es en gran parte, mas en su verdadero sentido). Lo tercero: les enseñan, co-mo si fueran capaces de admitir o de entender una doctrina tan extra-ña y tan repugnante al sentido común, que las profecías se deben en-tender, no como suenan, o según el sentido que aparece; pues en este sentido, añaden, sería necesario admitir en Dios manos, pies, ojos y oídos materiales, todo lo cual se lee frecuentemente en las profecías; sino que se deben entender solamente en aquel sentido verdadero en que Dios habló. ¿Cuál es este sentido verdadero? Es, dicen, el sentido espiritual y figurado. Y en este verdadero sentido se han verificado ya, en la Iglesia presente, casi todas aquellas profecías que no pudieron verificarse ni tener lugar en los Judíos, exceptuando algunas pocas cu-yo cumplimiento perfecto se reserva para el fin del mundo, cuando vuelva el Señor del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muer-tos, esto es, a todo entero el linaje humano, que lo espera en el gran valle de Josafat, ya muerto y resucitado, etc. ¿Y no hay más respuesta que ésta, ni más solución de una tan grave dificultad? No, amigo, no hay más, según todo lo que yo he podido averiguar. No por eso niego la posibilidad absoluta de alguna solución más probable o perceptible; mas en el sistema ordinario no comprendo cómo pueda ser.

[413] ¡Oh, verdaderamente pobres e infelices Judíos! Por todas partes os sigue y acompaña el reato de vuestros delitos, y la justa in-dignación de vuestro Dios. ¡Oh, sistema no menos funesto y perjudi-cial para vosotros, que el que abrazaron imprudentemente vuestros doctores! Aquél os hizo desconocer, reprobar y crucificar a la esperan-za de Israel, y os redujo por buena consecuencia al estado miserable en que os halláis tantos siglos ha, anunciado clarísimamente en vuestras profecías; y este otro sistema, en que os quieren hacer entrar con una violencia tan manifiesta, os ha cegado mucho más. Al sistema de vues-tros doctores es evidente que les faltó la mitad de las profecías, o la mitad del Mesías mismo; y a este segundo sistema es no menos evi-dente que le falta la otra mitad. Una y otra falta ha recaído sobre voso-tros, y ha completado vuestra infelicidad. ¡Oh, si fuese posible unir en-tre sí estas dos mitades, según las Escrituras! Con esto solo parece

1 2 Cor. 3, 6.

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que estaba todo remediado por una y otra parte. No era menester otra cosa, así para el verdadero y sólido bien de las Gentes cristianas, como para remedio de los infelices Judíos; pero ahí está la dificultad, éste es el trabajo. Si se uniesen bien estas dos mitades, podrá decirse: ¿Cómo pudieran cumplirse las profecías? ¿Cómo pudiera cumplirse todo lo que se lee en contra de los Judíos, y en favor de las Gentes, que ocupa-ron su puesto? ¿Cómo pudiera cumplirse asimismo lo que se lee, para otro tiempo, en contra de las Gentes y en favor de los Judíos? Conque los segundos se hicieran cargo de las circunstancias que habían de acompañar la primera venida del Mesías, según las Escrituras, y por consiguiente la creyeran; y los primeros, que creen la primera ya cum-plida, y esperan la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, ha-gan reflexión sobre tantas profecías que hablan manifiestamente de ésta, y no de la primera, y por tanto sólo entonces tendrán su entero cumplimiento.

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Fenómeno 8

La señal grande, o la mujer vestida del sol

Apocalipsis, capítulo 12

[1] Apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce es-trellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolo-res por parir. Y fue vista otra señal en cielo, y he aquí un grande dra-gón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estre-llas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante de la mujer, que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo, luego que ella le hubiese parido. Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro, y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono; y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar apareja-do de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días. Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles; y no prevalecieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Sata-nás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tierra, y sus ánge-les fueron lanzados con él. Y oí una grande voz en el cielo, que decía: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testi-monio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra, y de la mar!, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo. Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente. Y la serpiente lanzó de su boca, en pos de la mujer, agua como un río, con el fin de que fuese arrebata-da de la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su

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boca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca. Y se airó el dragón contra la mujer, y se fue a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar 1.

Lo que sobre esto se halla en los doctores

PÁRRAFO 1

[2] Para poder observar este gran fenómeno con toda exactitud y con conocimiento de causa, sería muy conducente saber primero, y te-ner como a la vista, las varias inteligencias o explicaciones que hasta ahora se le han dado, mirándolas todas con la atención y formalidad que cada una pide. Sería del mismo modo conducente, si esto fuese posible, entender bien lo que en realidad nos quieren decir, combi-nando unas con otras, y todas con el texto sagrado, de modo que resul-tase de esta combinación algún todo creíble o verosímil, y perceptible.

[3] Todo lo que sobre estos misterios se halla en los doctores, se re-duce a tres opiniones o tres modos de discurrir, o a tres sendas diversas, por donde se han dado algunos pasos, aunque no muchos. La primera, frecuentísima en toda clase de escrituras eclesiásticas, especialmente panegiristas, dice o supone que la mujer vestida del sol, etc., de que aquí se habla, es la Santísima Virgen María, Madre de Cristo. En esta suposi-ción que ninguno ha pensado probar, no hay aquí que hacer otra cosa sino acomodar devota e ingeniosamente a nuestra Señora tres o cuatro palabras de esta profecía, de aquellas que tienen algún lustre y muestran alguna apariencia, olvidando todo lo demás, como que no hace a su pro-pósito. Esta especie de inteligencia no ha menester otro examen que un principio de reflexión. Cualquiera hombre sensato conoce bien, y se ha-ce cargo, que semejantes acomodaciones han sido en tantos tiempos no sólo permitidas, sino aplaudidas en los discursos panegíricos; los cuales, aunque devotos y píos, siempre necesitan de algún poco de brillo. En suma, no perdamos tiempo inútilmente. Los misterios de este capítulo 12 del Apocalipsis hablan tanto de la Santísima Virgen María, como ha-blan los libros sapienciales, o lo que en ellos se dice de la sabiduría. Es verdad que la Iglesia, en las festividades de la Madre de Cristo, lee algu-nos lugares de estos Libros sagrados; mas su intención no es, ni lo puede ser, el persuadirnos o insinuarnos que aquellos lugares que lee hablen realmente de nuestra Señora, ni que éste sea su verdadero sentido.

[4] Vengamos, pues, a la explicación de los doctores no panegiristas, sino literales, que son los que buscan el verdadero sentido de las santas

1 Apoc. 12, 1-18.

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Escrituras. Estos, según su sistema general, son de parecer que la mujer misteriosa de que habla San Juan no puede ser otra que la Iglesia de Cristo. Aunque en esta proposición general convienen todos, mas en lo particular se dividen en dos opiniones. La primera sostiene que los mis-terios contenidos en esta profecía son unos misterios ya pasados, que tuvieron su pleno cumplimiento quince siglos ha. La segunda, comuní-sima, afirma todo lo contrario. La primera dice que la profecía ya se cumplió en toda la Iglesia cristiana, en los tiempos terribles de la perse-cución de Diocleciano. La segunda dice que se cumplirá toda en otros tiempos todavía futuros y mucho más terribles, cuales deben ser los de la tribulación del Anticristo. La primera de estas dos opiniones, aunque propuesta y defendida por autores modernos, graves, píos y doctísimos, no por eso la creemos digna de especial atención, sino, cuando más, dig-na de alguna especial admiración, de ver que unos hombres tan grandes hayan producido en este asunto particular unos frutos tan pequeños. Mas esta misma admiración, lejos de hacernos perder un punto de la estimación y respeto debido por tantos títulos a estos grandes sabios, nos conduce por el contrario a estimarlos más, teniendo por cierto que no entraron en esta idea sino después que ya no pudieron tolerar la ex-plicación verdaderamente ininteligible de los otros autores literales. Esta sola reflexión hace toda su apología. Nos queda, pues, el examen un poco más prolijo de la principal opinión, que corre casi como única entre los que buscan la verdad en el sentido literal.

Explicación de la profecía según los autores literales

PÁRRAFO 2

[5] La Iglesia cristiana presente, cuando lleguen los tiempos críticos y terribles de la persecución del Anticristo, nos dicen los autores litera-les, es todo el misterio, o misterios, que contiene el capítulo 12 del Apo-calipsis. Represéntase la Iglesia en aquellos tiempos como una señal o prodigio grande, bajo la semejanza de una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y coronada de doce estrellas. Por estas figuras tan magníficas, lo que se nos dice es que Jesucristo, sol de justicia, según sus promesas infalibles, vestirá entonces a su Iglesia y la iluminará con sus resplandores, del mismo modo que la ha vestido e iluminado hasta el presente; pues él mismo dijo antes de partirse: Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo 1. Por consiguien-

1 Mt. 28, 30.

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te, digo yo, el vestido del sol no se debe mirar como una gala nueva y ex-traordinaria que se dará a la Iglesia en los tiempos del Anticristo, sino como su vestido ordinario, propio y natural. La corona de doce estrellas es símbolo de los doce apóstoles, que son sus maestros y doctores. La luna bajo sus pies quiere decir que la Iglesia despreciará entonces con un soberano desprecio todas las cosas corruptibles y mudables, o toda la gloria vana del mundo, simbolizada por la luna. Tal vez se hablara con mayor propiedad si se dijese que la Iglesia en aquellos tiempos deberá despreciar todas estas cosas, como lo debe ahora, según su vocación y profesión. Permitiendo, no obstante, todo esto (pues los Evangelios y otras Escrituras nos anuncian todo lo contrario), la acomodación hasta aquí es de algún modo tolerable, si aquí mismo se concluye toda la pro-fecía con todos sus misterios; mas el trabajo es que ahora sólo empieza.

[6] Esta mujer (prosigue el texto sagrado) estaba preñada, y como ya se acercaba la hora del parto, padecía grandes congojas, angustias y dolores, que se manifiestan bien en las voces y clamores que daba 1. ¿Qué quiere decir esto? Lo que quiere decir, según la explicación, es que la Iglesia cristiana, la cual en los tiempos de paz pare sus hijos sin dolor, sin incomodidad, sin embarazo los parirá con gran dificultad en los tiempos borrascosos y terribles del Anticristo… Si se muda la palabra Anticristo en la palabra Diocleciano, y al futuro se añade pretérito, esto mismo es lo que añade la primera opinión, y tal vez con menor violencia. Pasemos adelante. Fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón. Estando la mujer en estas angustias, apareció por otra parte el cielo otra señal, no menos digna de admiración, es a saber, un dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos, cuya cola traía la tercera parte de las es-trellas del cielo, arrojándolas a la tierra; lo cual ejecutado, el dragón se puso luego delante de la mujer, esperando la hora del parto para devorar el fruto de su vientre. Lo que esto significa es que el dragón infernal, o Satanás, con siete cabezas y diez cuernos, esto es, revestido del mismo Anticristo (que así se describe en el capítulo siguiente), oyendo los cla-mores de la mujer, o conociendo bien las grandes tribulaciones en que se halla la Iglesia, procurará aprovecharse de tan bella ocasión para afligir-la más, o acabar con ella del todo, devorándole el hijo que está para parir, esto es, los hijos que pariere. Pero Dios, que no puede olvidarse de su Iglesia, le enviará muy a propósito al arcángel San Miguel, con todos los ejércitos del cielo, para que la defiendan del dragón y del Anticristo. Al punto se trabará una gran batalla entre San Miguel y el dragón, y entre los ángeles del uno y del otro, y quedando el dragón vencido y ahuyenta-do con todos sus ángeles, la mujer o la Iglesia parirá ya sus hijos con me-nos trabajo, sin tan grandes contradicciones: Y parió un hijo varón; y

1 Apoc. 12, 2.

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estos hijos que la Iglesia parirá en aquellos tiempos, serán tan másculos, o tan varoniles, que aun acabados de nacer, se opondrán al Anticristo, y le resistirán con valor, por lo cual merecerán ser arrebatados al trono de Dios, esto es, al cielo por medio del martirio: Y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono. Ahora bien, de este parto, o de este hijo másculo, se dice que él es quien ha de regir o gobernar todas las Gentes con vara de hierro. ¿Cuándo será esto? Será verosímilmente el día del juicio, en el valle de Josafat. Prosigamos.

[7] Cuando el dragón se vio vencido y arrojado a la tierra con todos sus ángeles, cuando supo que la mujer había parido felizmente y el hijo había volado al trono de Dios, dice el texto sagrado que convirtió toda su rabia y furor contra la madre, y la persiguió con todas sus fuerzas 1. A la mujer se le dieron entonces dos alas de águila grande, para que vo-lase al desierto al lugar que Dios le tenía preparado, donde será apacen-tada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo… o mil doscientos sesenta días, que todo suena tres años y medio. Todo esto que aquí se anuncia (dice la explicación) se verificará cuando la Iglesia, perseguida cruelmente por el Anticristo y el dragón, se vea precisada a huir, y esconderse en los montes y desiertos más solitarios, para cuyo efecto se le darán dos alas de águila grande (que unos entienden de un modo, otros de otro, y otros de ninguno, que parece el mejor partido). En este desierto y soledad estará la Iglesia mil doscientos sesenta días (que son puntualmente los días que ha de durar la persecución del An-ticristo), sustentándola Dios milagrosamente en lo corporal, como sus-tentó a Elías y a tantos otros anacoretas, y en lo espiritual por medio de sus pastores, etc. Quisiera proseguir y concluir el resto de la profecía según la explicación, mas ¿para qué? ¿No basta esto solo para juzgar prudentemente de todo lo demás? A quien esto no bastare, puede fá-cilmente instruirse por sí mismo, consultando a los intérpretes litera-les que le parecieren mejor. Esta especie de libros son los primeros que se presentan a los curiosos en cualquier biblioteca.

Reflexiones sobre esta inteligencia

PÁRRAFO 3

Primera reflexión

[8] Cuando decimos, u oímos decir, que la verdadera Iglesia cris-tiana pare verdaderos hijos de Dios, lo que únicamente entendemos por esta locución figurada es que la Iglesia activa, que es en propiedad nuestra madre, habiendo admitido benignamente, y recibido dentro

1 Apoc. 12, 13.

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de su espaciosísimo seno algunos infieles que piden este beneficio, los instruye primero plenamente en los misterios que deben creer, y en las leyes que deben observar. Todo el tiempo que dura esta instrucción, se dice con propiedad que están éstos como en el vientre de la madre; la cual, como dice San Agustín, cría a sus hijos con oportunos alimentos, y los lleva alegre en su mente, hasta que llega el momento de darlos a luz 1. Este día de parto no es otro que el día del bautismo, después del cual la misma Iglesia los reconoce por hijos suyos, como que ya son hi-jos de Dios por la regeneración en espíritu, etc.

[9] Esto supuesto, discurramos así. Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anticristo, lo que se anuncia por aquellas pa-labras: Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría do-lores por parir, es esto solamente: que la Iglesia, en aquellos tiempos, tendrá grandes embarazos, dificultades y contradicciones para instruir, y mucho más para bautizar a los catecúmenos (y si se quiere también para bautizar a los párvulos de las mujeres cristianas); y no obstante estas dificultades, al fin los parirá para Cristo, o los bautizará: Parió un hijo varón, esto es, sus hijos; por consiguiente, estos catecúmenos serán los que espera el dragón para devorarlos luego al punto que sean bautizados: El dragón se paró delante de la mujer, a fin de tragarse al hijo luego que ella lo hubiese parido. Estos catecúmenos serán los que, acabados de nacer o de ser bautizados, serán arrebatados al trono de Dios, como dice la explicación, por medio del martirio. Estos cate-cúmenos serán los que han de regir todas las Gentes con vara de hie-rro 2. ¿No veis, señor, aun desde el principio, la impropiedad y oscuri-dad extrema? ¿Y todos los otros hijos de la misma madre? Digo los hi-jos mayores que ya eran nacidos y adultos antes del Anticristo. ¿Estos no tendrán parte en los bienes tan grandes que se anuncian al hijo menor? ¿Estos no volarán al trono de Dios por medio del martirio? ¿Estos no regirán las Gentes con vara de hierro?

Segunda reflexión

[10] Acaso se dirá (y así se dice en la realidad, o se supone) que los hijos mayores, o una gran parte de ellos, saldrán huyendo con la madre, o con el cuerpo de los pastores, dejando por consiguiente entre las lla-mas de la persecución a los hijos párvulos, acabados de nacer. A lo me-nos es cierto, según la explicación, que la madre debe huir al desierto luego después del parto; y debe huir, no sola, sino con alguno o muchos de sus hijos adultos, pues nos dicen que la Iglesia será apacentada en el desierto por medio de sus pastores; y siendo éstos con propiedad, la

1 SAN AGUSTÍN, De serm. ad Cathecumenos. 2 Apoc. 12, 5.

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madre no podrá apacentar los hijos, o las ovejas que no tiene consigo. Conque a lo menos algunos adultos seguirán a sus pastores, y se escon-derán con ellos en el desierto, quedando los otros con sus hermanos mínimos, que acaban de nacer, sin tener quien les dé el sustento nece-sario, y al mismo tiempo rodeados de peligros. Parecen estas cosas co-mo unos verdaderos enigmas, aún más obscuros que el texto mismo.

Tercera reflexión

[11] Si la mujer vestida del sol es la Iglesia en los tiempos del Anti-cristo, la Iglesia en aquellos tiempos deberá huir y esconderse en los montes y cuevas; luego después del parto, sea este parto lo que quisie-ren que sea: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al desierto; debe-rá huir, no sólo la Iglesia activa, o el cuerpo de los pastores, sino junto con ella una parte, o grande o pequeña, de la Iglesia pasiva, o del común de los fieles de ambos sexos y de todas condiciones. Deberá con su hui-da dejar en sumo peligro otra parte no menos grande, y tal vez mayor, de los mismos fieles; pues no parece verosímil que todos los fieles hu-yan al desierto, ni que haya desierto para todos. Deberá, en suma, la madre dejar al hijo másculo, o a los hijos que acaba de parir, no obstan-te el amor y ternura de una madre, y tal madre respecto de sus párvulos que quedan en la cuna. Es verdad que el texto mismo dice que este hijo másculo fue luego arrebatado al trono de Dios; mas la explicación dice que esto será por medio del martirio y de la muerte, lo cual, aunque para el hijo, o los hijos másculos, será un bien inestimable, mas esto no excusa ni hace honor a la tímida madre, que los abandonó por sal-varse a sí misma… Aun las bestias más inermes y de menos espíritu, en semejantes ocasiones parecen unos leones, y se hacen honor.

Cuarta reflexión

[12] Crece sobre todo la dificultad y el embarazo de esta inteligen-cia, si se advierte bien el tiempo en que debe suceder la huida de esta mujer. Los autores suponen que será en tiempo del Anticristo y por causa de su persecución; pues a esta persecución atribuyen los dolores del parto y las angustias para parir, y a esta misma persecución atribu-yen la venida de San Miguel, y la batalla con el dragón. Mas si se atiende al texto sagrado, parece evidente y clarísimo que así la batalla de San Miguel con el dragón, como el parto de la mujer, como el rapto de su hijo al trono de Dios, como también su huida a la soledad, son unos sucesos que deben preceder al Anticristo y a su persecución.

[13] Primeramente: la mujer que, después del parto, huye a la sole-dad, ha de estar en ella, dice el texto sagrado, 1260 días, que hacen 42 meses, o tres años y medio: Y parió un hijo varón… Y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos y sesenta días. Concluidos estos días, nos

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dicen los doctores que la mujer solitaria, esto es, la Iglesia, saldrá de su soledad, por la muerte del Anticristo y ruina de su imperio universal. Por otra parte, sabemos que la persecución del Anticristo ha de durar este mismo espacio de tiempo, como se dice en el capítulo siguiente: Y le fue dado poder de hacer aquello cuarenta y dos meses 1; luego la mujer, esto es, la Iglesia, estará en la soledad escondida y segura todo el tiempo que durare la persecución del Anticristo; luego esta persecución no puede ser la causa de sus dolores y angustias en el parto; luego tampoco puede ser la causa de la batalla de San Miguel con el dragón; luego esta batalla no puede ser para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo.

[14] Lo segundo y principal: cuando la mujer después del parto huyó a la soledad, dice el texto sagrado que el dragón, aunque ya vencido en la batalla y arrojado a la tierra, no por eso dejó de perseguirla, y no pudien-do alcanzarla, arrojó de su boca un río de agua, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente; y viendo que esta última diligencia le había salido mal, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río de agua, irritado furiosamente, se volvió luego a hacer guerra formal contra los otros de su linaje… Y se paró sobre la arena de la mar. Y luego inmediatamente dice San Juan que vio salir del mar la bestia de siete cabezas y diez cuer-nos, y prosigue en todo el capítulo siguiente anunciando los misterios del Anticristo, y la terribilidad de su persecución: Y se paró sobre la are-na de la mar. Y vi salir de la mar una bestia 2. De modo que cuando la bestia o el Anticristo salió del mar, cuando se reveló o manifestó públi-camente, cuando comenzó en toda forma su persecución, ya la mujer había parido con grandes dolores; ya el hijo másculo había volado al trono de Dios; ya había sucedido la batalla y victoria de San Miguel contra el dragón; ya la misma mujer había huido a la soledad; ya el dragón la había seguido, y desesperanzado de alcanzarla, se había vuel-to lleno de furor a hacer guerra contra los otros de su linaje; y para ha-cer esta guerra con el mayor y mejor efecto posible, se había ido a las orillas del mar metafórico, como a llamar en su favor la bestia de siete cabezas y diez cuernos, por medio de la cual esperaba hacer grandes conquistas. Este es el orden claro y palpable de toda esta profecía. ¿Có-mo, pues, nos suponen a la Iglesia en tiempo del Anticristo, y por causa de su persecución, padeciendo grandes dolores y angustias para dar a luz nuevos hijos, y huyendo después del parto a la soledad?, etc.

[15] Si alguno puede concordar todas estas cosas de un modo fácil e inteligible, me parece que dará una prueba bien sensible de un talen-to más que ordinario. Yo, que no me hallo capaz de tanto, y que veo por otra parte muchísimas dificultades y embarazos, que omito por no ser tan molesto, no puedo menos que abandonar enteramente esta in-

1 Apoc. 13, 5. 2 Apoc. 12, 18; 13, 1.

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teligencia, y junto con ella todas las otras sendas igualmente difíciles que hasta ahora se han pretendido abrir; mostrando al mismo tiempo otra senda u otro camino fácil y llano, que aquí diviso; el cual, aunque al principio podrá parecer impracticable, y figurarse como un precipi-cio, espero no obstante que a pocos pasos, perdido el miedo, se empe-zará a mirar con otros ojos. Si este punto hace o no a mi asunto princi-pal, no se puede decidir tan presto, será necesario esperar un poco.

Se propone otra inteligencia de esta profecía

PÁRRAFO 4

[16] Ante todas cosas, debemos tener muy presente, sin olvidar, lo único que hay en esta profecía célebre de claro y perceptible a cualquiera que lea, es a saber, que toda ella, desde la primera hasta la última pala-bra, es una metáfora, o una parábola, o una semejanza. Los sucesos que se anuncian en ella tienen todo el aire de grandes, nuevos y extraordina-rios, a proporción de la novedad y grandeza de las semejanzas con que son anunciados; mas por esto mismo se nos presentan como unos enig-mas impenetrables. La persona, o el sujeto, o el cuerpo moral de quien se habla, y de quien se dicen tantas cosas particulares, es ciertamente alguna cosa real, a la cual le conviene bien, aunque sólo por semejanza, no por propiedad, el nombre de una mujer, y todas las otras cosas parti-culares que dicen de ella; mas todas estas cosas particulares son tan me-tafóricas como ella misma. Así como la palabra mujer es una metáfora o una semejanza, así lo es el sol de que se ve vestida; así lo es la luna que tiene a sus pies; así lo es la corona de doce estrellas; así lo es el cielo don-de aparece esta gran señal; así lo es su preñez, sus dolores, su parto, etc.

[17] En esta suposición visible y manifiesta, se concibe al punto que, para comprender bien las cosas particulares que se dicen de esta mujer, es necesario conocer primero, con ideas claras, qué mujer es ésta, o qué es lo que aquí se nos presenta bajo la semejanza de una mujer. Si esto no se conoce, a lo menos con una certeza moral, mucho más si se en-tiende en esta mujer otra cosa diversa de lo que en realidad significa, será moralmente imposible explicar de un modo claro y perceptible toda esta profecía. Cada paso que se diere como sobre un supuesto fal-so, será consiguientemente paso falso. Al contrario, si una vez se cono-ce dicha mujer, todo lo demás quedará accesible, todo se podrá ya ex-plicar de un modo seguido y natural, sin artificio ni violencia, aunque por otras razones y circunstancias accidentales cueste algún trabajo.

[18] Ahora, pues, como sobre el verdadero significado de esta mujer ha habido y puede haber en adelante diversas opiniones o diversos sis-temas, ¿cómo podremos conocer cuál de ellos es el verdadero, o si hay al-

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guno entre ellos que lo sea? A esta pregunta yo no puedo responder otra cosa sino que dentro de nosotros mismos tenemos todos, por don del Criador, cierta balanza natural, bastante justa en sí (que suele llamarse sentido común, o lumbre de razón) en la cual podemos pesar, sin gran dificultad, estas diversas opiniones o sistemas, y saber por este medio el peso y valor intrínseco de cada uno. La operación es fácil y simple, pues sólo consiste en confrontar y comparar atentamente el sistema, cual-quiera que sea, con el texto mismo y con todo su contexto; y también, si esto se puede sin grave incómodo, con otras Escrituras que tengan con ésta alguna relación. Si el sistema, puesto en esta balanza, y observado con atención, es hallado falto, esto solo nos basta para mirarlo, no digo como malo, sino como no bueno. Al contrario, si se halla en la balanza exactamente conforme al texto de la profecía con todo su contexto; si to-do lo explica sin omitir una sola palabra; si todo lo explica sin violencia alguna, de un modo seguido, fácil, claro y perceptible; si, en suma, todo lo explica de un modo plenamente conforme a otros muchísimos lugares de la divina Escritura, a la cual alude visiblemente toda esta profecía, etc.; en este caso cualquier juez imparcial deberá dar, según lo alegado y probado, una sentencia favorable; pues ésta es la mayor prueba que pue-de dar de su bondad un sistema, en cualquier asunto que sea.

[19] Yo no me atreveré a asegurar, como una verdad, que la mujer que voy a proponer es precisamente la misma de que habla la profecía. Lo que sí me atrevo a asegurar es que en este sistema la profecía se en-tiende al punto toda entera; toda entera se puede explicar seguida-mente sin embarazo alguno; todas sus metáforas, todas sus expresio-nes, y aun todas sus palabras, sin omitir una sola, le competen a dicha mujer según las Escrituras, ni se concibe otra cosa diversa a quien puedan competer con igual propiedad. Si esto es así o no, sólo podrá saberse después que el sistema mismo, y toda la explicación de la pro-fecía que voy a proponer, hayan entrado en la fiel balanza, y se hayan pesado y observado con la mayor y más escrupulosa exactitud.

Sistema

[20] La mujer de que habla San Juan en todo el capítulo 12 del Apo-calipsis, es aquella misma de quien se habla para su tiempo en otros muchísimos lugares de la divina Escritura, que deben ir saliendo en to-do este discurso. Es aquella misma a quien se dice, por ejemplo: El Se-ñor te llamó como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mujer que es repudiada desde la juventud, dijo tu Dios. Por un momento, por un poco te desamparé, mas yo te recogeré con grandes piedades. En el momento de mi indignación escondí por un poco de ti mi cara, mas con eterna misericordia me he compadecido de ti, dijo el Señor tu Redentor. Esto es para mí como en los días de Noé, a quien ju-

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ré que yo no traería más las aguas de Noé sobre la tierra; así juré que no me enojaré contigo, ni te reprenderé. Porque los montes serán con-movidos, y los collados se estremecerán; mas mi misericordia no se apartará de ti, y la alianza de mi paz no se moverá, dijo el Señor com-pasivo de ti. Pobrecilla combatida de la tempestad, sin ningún consue-lo. Mira, que yo pondré por orden tus piedras, y te cimentaré sobre za-firos…, y serás cimentada en justicia 1. Es aquella misma a quien se di-ce: Levántate, esclarécete Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti. Porque he aquí que las tinieblas cu-brirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti nacerá el Se-ñor, y su gloria se verá en ti… Porque fuiste desamparada, y aborreci-da, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos 2. Es aquella misma a quien se dice: Porque te cerraré la cicatriz, y te sa-naré de tus heridas, dice el Señor. Porque te llamaron, oh Sión, la echa-da afuera; ésta es la que no tenía quien la buscase 3. Es aquella misma a quien se dice: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu mal-tratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella gloria sem-piterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra eterna. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están de-bajo del cielo 4. Es, en suma, la antigua esposa de Dios, o la casa de Ja-cob, arrojada de sí en cuanto esposa por su iniquidad y enorme ingra-titud, para el tiempo en que sea llamada a su dignidad y restituida en todos sus honores, según queda dicho y probado en el fenómeno 5, ar-tículo 3. En esta mujer y en este tiempo se verificarán plenísimamente todas las cosas que anuncia esta profecía, y tantas otras que están anunciadas bajo tantas y tan magníficas pinturas. Este es el sistema.

[21] Para ver ahora si está de acuerdo con la profecía, parece nece-sario seguir el orden de toda ella, explicando uno por uno todos los dieciocho versículos que la componen; y para mayor brevedad y clari-dad, paréceme bien dividir toda la explicación en algunos artículos, comprendiendo en cada uno, ya dos, ya tres versículos, y tal vez uno solo, según la necesidad.

Advertencia previa

PÁRRAFO 5

[22] Para la mejor inteligencia de estos misterios, como también de todo el Apocalipsis, importaría mucho traer a la memoria lo que ya

1 Is. 54, 6-11 y 14. 2 Is. 60, 1-2 y 15. 3 Jer. 30, 17. 4 Bar. 5, 1-3.

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hemos notado en varias ocasiones, especialmente en el fenómeno 3, párrafo 5, es a saber: primero, que el libro divino del Apocalipsis es una profecía admirable, enderezada toda a la segunda venida del Me-sías; segundo, que esta admirable profecía es toda, o casi toda, una continuada alusión a toda la Escritura, o como un extracto o análisis de la misma Escritura. Se ven principalmente estas alusiones a todo cuanto hay en ella de más singular, de más grande, de más interesante en el asunto gravísimo de la venida del Hombre Dios en gloria y ma-jestad; comprendiendo en este asunto gravísimo, así las cosas más no-tables que han de preceder a esta venida, como las que la han de acom-pañar, como también todas sus consecuencias.

[23] Si estas dos consecuencias que parecen tan claras, o no se ad-vierten o se desprecian, ¿qué mucho se mire el Apocalipsis como la misma oscuridad? ¿Cómo se ha de entender este libro divino, si los lu-gares más notables a que alude frecuentísimamente, ya de los libros de Moisés, ya de los Salmos, ya de los Profetas, si estos lugares, digo, no se reciben sino en cuanto puedan ser favorables, si no se trabaja en otra cosa que en hacerlos hablar siempre a favor, o cuando menos en dulcificarlos todo lo posible?

[24] El Apocalipsis, señor mío, no es tan oscuro, si se quiere aten-der a sus vivas y casi continuas alusiones. Toda su oscuridad, o la ma-yor y máxima parte, pudiera pasar de la noche al día, si se estudiasen dichas alusiones y se recibiesen sin preocupación, recibiendo del mis-mo modo los lugares de la Escritura a donde visiblemente se endere-zan. Mas como estos lugares no hablan a favor, como son absoluta-mente inacordables con el sistema favorable, parece una consecuencia necesaria que, así el Apocalipsis como las Escrituras a que alude, que-den del todo inaccesibles o impenetrables, contentándonos con haber sacado de ellas algunas figuras y moralidades, etc. Esta advertencia puede en adelante importarnos mucho.

Artículo 1

Se explica en este sistema todo el capítulo 12 del Apocalipsis, versículos 1-2

PÁRRAFO 6

[25] Y apareció en el cielo una grande señal: una mujer cubierta del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de do-ce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir 1. La gran señal, el prodigio, el fenómeno nuevo y

1 Apoc. 12, 1-2.

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admirable que aparecerá en el cielo, o a la vista de todos, poco antes de la revelación del Anticristo, no es otra cosa, como decíamos, que la an-tigua esposa de Dios arrojada tantos siglos ha ignominiosamente de ca-sa del esposo con indignación y con grande ira 1, y llamada entonces, recogida y congregada con grandes piedades 2. Esta esposa infeliz, a quien todos miran como repudiada de Dios, no obstante que el mismo Dios asegura formalmente que no lo está, pues no le ha dado libelo de repudio 3, y por otra parte le tiene prometido que la llamará otra vez a sí, y se desposará de nuevo con ella, aunque con otro nuevo pacto, y nuevas condiciones 4; ésta que, por sus liviandades, por su desobedien-cia, por su enormísima ingratitud, ha bebido hasta las heces el cáliz de la indignación de Dios, hasta quedar como embriagada y fuera de sí 5; ésta a quien el esposo mismo amenazó tantas veces por sus siervos los Profetas (y aun por su propio Hijo) con los trabajos y miserias en que actualmente se halla, y a quien del mismo modo tiene prometido otro estado infinitamente diverso, en el cual quedarán en olvido las prime-ras angustias 6; esta misma es, vuelvo a decir, la que aquí nos represen-ta San Juan hacia los principios de su primera vocación, o de su futura asunción, o de su plenitud, que son los términos precisos de que usa a este mismo propósito el Apóstol San Pablo 7; quiero decir, cuando el misericordioso Dios de sus padres, llegados aquellos tiempos y mo-mentos que puso… en su propio poder 8, aplacado con su larga y durí-sima penitencia, y enternecido con sus lágrimas, pronuncie al fin aque-llas palabras que ya están registradas para esto mismo en el capítulo 40 de Isaías: Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén, y llamadla; porque se ha acabado su afán, perdonada es su maldad; recibió de la mano del Señor al doble por to-dos sus pecados 9. Cuando la llame, digo, o la envíe a llamar, cuando la ilumine, cuando le abra los ojos y oídos; cuando le envíe lengua erudita o lengua de disciplina y enseñanza a quien pueda oír como un discípulo a su maestro; cuando, en suma, haya concebido espiritualmente a Cris-to, y Cristo se haya formado en ella, por el ministerio de la palabra, o por el oído de la fe 10; entonces se dejará ver en el cielo esta grande pro-digiosa señal; entonces será bien visible, a lo menos a los que tuvieren ojos sanos; entonces se verá con admiración lo que en las Escrituras ha parecido oscuro e increíble por su misma grandeza.

1 Jer. 21, 5. 2 Is. 54, 7. 3 Is. 50. 4 Os. 2. 5 Is. 51. 6 Is. 65, 16. 7 Rom. 11. 8 Act. 1, 7. 9 Is, 40, 1-2. 10 Gal. 3, 2 y 5; Rom. 10, 17.

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[26] Represéntase, pues, esta esposa antigua de Dios en el tiempo de su futura vocación, bajo la metáfora de una mujer, no ya pobre, mi-serable, desnuda, despreciable y abominable, como la ha visto todo el mundo, y como la ve aún en los tiempos de su viudez, de su desolación, de su miseria, de su oprobio; sino vestida y engalanada con el vestido más precioso y brillante que puede caber en la imaginación, pues para explicarlo no se halla otra semejanza más propia que el mismo sol: Una mujer cubierta del sol. Esto parece que es lo que se promete por Malaquías: Nacerá para vosotros, los que teméis mi nombre, el sol de justicia, y la salud bajo sus alas 1. Saldrá a su tiempo para vosotros el sol de justicia, el cual en sus plumas, o en sus resplandores, os llevará la sanidad; o de otro modo, saldrá para vosotros el sol de justicia, el cual os dará alas, y por medio de ellas la sanidad. De estas alas habla-remos más adelante. Esto es lo que dice ella misma en espíritu por Mi-queas: Me levantaré cuando estuviere sentada en tinieblas, el Señor es mi luz. Llevaré sobre mí la ira del Señor, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa, y se declare a mi favor; me sacará a luz, veré su justicia 2. Esto es lo que dice ella misma en espíritu en el salmo 117 (que todo es visiblemente para este tiempo): Dios es el Señor, y nos ha manifestado su luz 3. Así, no podemos entender otra cosa por el vestido del sol de esta mujer, que la misma luz celestial que desciende del Padre de las lumbres 4; y nos parece la expresión más propia, más viva, más natural, para poder explicar de algún modo, según las Escri-turas, aquel torrente de luces que deberán entonces inundar y circular por todas partes a la esposa, a quien el esposo mismo despierta ya mi-sericordiosamente de su profundísimo letargo, a quien llama y convida con aquella multitud de consolaciones y anuncios alegrísimos, que ya están preparados en la Escritura de la verdad; por ejemplo, éstos:

[27] Alzate, álzate, levántate, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo del cáliz dormidero bebiste, y bebiste hasta las heces… Esto dice el Dominador, tu Señor y tu Dios, que peleará por su pueblo: Mira que he quitado de tu mano el cáliz de adormecimiento, el fondo del cáliz de mi indignación; no lo volve-rás a beber en adelante. Y lo pondré en mano de aquellos que te aba-tieron y dijeron a tu alma: Encórvate, para que pasemos; y pusiste tu cuerpo como tierra, y como camino a los pasajeros 5. Levántate, le-vántate, vístete de tu fortaleza, Sión, vístete de los vestidos de tu gloria, Jerusalén, ciudad del santo… Sacúdete del polvo, levántate; siéntate, Jerusalén; suelta las ataduras de tu cuello, cautiva hija de

1 Mal. 4, 2. 2 Miq. 7, 8-9. 3 Sal. 117, 27. 4 Sant. 1, 17. 5 Is. 51, 17 y 22-23.

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Sión 1. Levántate, esclarécete, Jerusalén; porque ha venido tu lumbre, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti 2. No temas, porque no serás avergonzada ni sonrojada; pues no tendrás de qué afrentarte, por-que te olvidarás de la confusión de tu mocedad, y no te acordarás más del oprobio de tu viudez 3. Brillarás con luz resplandeciente, y todos los términos de la tierra te adorarán 4. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que están debajo del cielo 5.

[28] Fuera de la vestidura del sol, aparece nuestra mujer con la luna bajo sus pies 6. Esta similitud parece claro que no pertenece de modo alguno al ornamento y galas de la esposa. ¿Qué ornamento, qué clari-dad, qué nuevo esplendor puede añadir la luz de la luna en la presencia del sol, y a una persona vestida y circundada del sol? Si es para denotar, como algunos piensan, un calzado correspondiente a la riqueza del ves-tido, en este caso la expresión: debajo de sus pies, no parece tan propia, pues el calzado no es solamente para debajo de los pies, sino para ves-tirlos y cubrirlos enteramente; debiera en este caso decirse en sus pies; lo cual denota otra cosa mucho más inferior que el calzado mismo.

[29] Parécenos, pues, siguiendo la metáfora, y buscando en ella to-da la propiedad que nos sea posible, que la expresión: la luna debajo de sus pies, no es otra cosa que una consecuencia naturalísima del estado nuevo y admirable en que se halla la mujer, esto es, vestida del sol 7. Si está vestida del sol, luego el sol respecto de ella está ya sobre el horizon-te, y no sólo sobre el horizonte, sino en el meridiano, y aun en el zenit, perpendicular a ella misma. De otra suerte no pudiera bañarla toda con sus luces, o cubrirla enteramente a manera de vestido: cubierta del sol. Si el sol, respecto de ella, está en el zenit; luego respecto de ella, ya es perfecto día, luego respecto de ella ya es pasada la noche. Si respecto de ella ya es pasada la noche, luego la luna, que es un luminar menor, des-tinado de Dios no para el día sino para la noche 8, no debe estar en otra parte que bajo sus pies, como una cosa tan inútil en un día tan claro.

[30] Observad, fuera de esto, que esta infeliz mujer, aunque real-mente ha quedado en una verdadera y perfecta noche después que se le ha escondido el sol de justicia, por la incredulidad; mas esta noche no ha sido para ella tan oscura que no haya tenido alguna luz, a lo me-nos del luminar menor. Quiero decir, no ha quedado en tan grandes ti-nieblas como estaba antes del Mesías todo el linaje humano, y como lo

1 Is. 52, 1-2. 2 Is. 60, 1. 3 Is. 54, 4. 4 Tob. 13, 13. 5 Bar. 5, 3. 6 Apoc. 12, 1. 7 Apoc. 12, 1. 8 Gen. 1, 16.

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está hasta el día de hoy una gran parte de él, sino es la mayor. Ha con-servado en esta larga noche el conocimiento del verdadero Dios; ha res-petado sus leyes, y las ha observado en medio de sus tribulaciones con mayor fidelidad que en los días más serenos; pues esta escasa luz, que hasta ahora la ha acompañado, o para no adorar otros dioses de palo y de piedra, o para no precipitarse en el ateísmo, o para observar la ley que recibió de Dios, esta luz del luminar de la noche aparecerá en aque-llos tiempos bajo sus pies, como una cosa del todo inútil e inservible en medio de tantos resplandores. Dirá acaso alguno que esta explicación tiene todo el aire de discurso predicable, y yo concederé que él tiene ra-zón, cuando haya explicado esta metáfora: la luna debajo de sus pies, de un modo más propio y natural, en cualquiera otro sistema.

[31] De este modo, a proporción, discurrimos de las doce estrellas que forman la corona de la mujer. Estando vestida del sol, bañada y circundada del padre de la luz, las estrellas nada pueden añadir a su esplendor; pues sabemos por la experiencia cotidiana que éstas desa-parecen, o se hacen del todo invisibles, en presencia del sol. ¿Qué sig-nifica, pues, esta semejanza: En su cabeza una corona de doce estre-llas? A mí me parece esto una clara y vivísima alusión a dos lugares de la Escritura (sin considerar por ahora algunos otros). El primero es el capítulo 37 del Génesis, o el sueño profético del patriarca José: He vis-to en el sueño (dijo inocentemente a su padre y a sus once hermanos) como que el sol, y la luna, y once estrellas me adoraban 1; donde, fue-ra de significarse por el sol y la luna, Jacob y Raquel, se significan, con la similitud de once estrellas, los once patriarcas, hermanos de José. La duodécima estrella era el mismo José, así como, en la visión de los do-ce manípulos, los once adoraban al duodécimo, que era el mismo José: Parecíame que estábamos atando gavillas en el campo, y como que mi gavilla se levantaba, y se tenía derecha, y que vuestras gavillas, que estaban alrededor, adoraban a mi gavilla 2. El segundo lugar a que alude San Juan, parece que es el capítulo 28 del Exodo, desde el versículo 15, donde se describe el racional del sumo sacerdote, en el cual mandó Dios a Moisés que se pusiesen doce piedras preciosas, en-gastadas en oro purísimo, y en ellas se grabasen los nombres de los doce patriarcas hijos de Jacob. En suma, el número doce es el jeroglí-fico, el distintivo, o las armas propias de la casa de Israel. Si alguno porfía en que las doce estrellas de la corona deben significar los doce apóstoles de Cristo, le responderemos, por ahorrar disputas, que los doce apóstoles de Cristo son y serán eternamente hijos verdaderos y le-gítimos de esta misma mujer de quien hablamos, y como tales, bien po-drán formar en aquellos tiempos la corona de la madre; mas la verda-

1 Gen. 37, 9. 2 Gen. 37, 7.

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dera y propia significación nos parece que son los doce patriarcas, pues éstos son significados en la Escritura misma por doce estrellas.

[32] Conocido ya (con aquella especie de conocimiento que puede caber en esto), conocido, digo, todo lo que pertenece a lo externo de es-ta prodigiosa mujer, esto es, el sol que la viste, la luna que tiene bajo sus pies, y las doce estrellas que forman su corona, pasemos ahora a consi-derar su interior, lo que encierra dentro de sí, lo cual parece el efecto, y también la causa, de los resplandores que se manifiestan por de fuera.

[33] Dice inmediatamente el texto sagrado que la mujer estaba pre-ñada, y acercándose la hora del parto, padecía terribles dolores y angus-tias para dar a luz el fruto de su vientre, manifestándose éstas en las vo-ces y clamores que daba: Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, y sufría dolores por parir. Parece aquí que San Juan, según sus continuas alusiones, alude por esta semejanza al capítulo 26 de Isaías, que todo entero es un cántico admirable que deberá cantarse en aquellos días en la tierra de Judá: En aquel día (empieza el capítulo) será cantado este cántico en tierra de Judá 1. Para saber ahora qué días son éstos de que habla este Profeta, no es menester otra diligencia que leer seguida-mente el cántico mismo. En él se verá, sin poder dudarlo, que el cántico ni se ha cantado ni se ha podido cantar en todos cuantos días, años y si-glos han pasado hasta el presente. Y para asegurarse todavía más, sería bueno tomarle todo su gusto, leyendo los dos capítulos antecedentes, y también el siguiente; pues todos ellos hablan manifiestamente de unos mismos misterios, y de un mismo tiempo. Este cántico nuevo y admira-ble sólo compete a las reliquias de Israel, congregadas en aquellos días en la tierra de Judá con grandes piedades; pues de ellas se habla, o por mejor decir, ellas son las que hablan en espíritu en todo el capítulo 25, y ellas mismas prosiguen hablando en el cántico del capítulo 26. El decir: Será cantado este cántico en tierra de Judá, esto es, en la Iglesia de Cristo, no sé que pueda contentar mucho ni a quien lo oye ni a quien lo dice, mucho menos si se hace cargo de todo el contexto.

[34] Pues entre las cosas que en este cántico profético dicen a su Dios estas santas y preciosas reliquias, una de ellas es la que acaba de sucederles en su vocación por la bondad y misericordia del mismo Dios: Como la que concibe, cuando se acerca el parto, dolorida da gritos en sus dolores; así hemos sido delante de ti, Señor. Concebimos, y como que estuvimos con dolores de parto, y parimos espiritualmente; o co-mo leen los LXX, que es la versión que usaban los apóstoles: Así hemos sido para con tu amado; por tu temor, oh Señor, recibimos en el vien-tre el espíritu de tu salud, lo hemos dado a luz, y lo hemos criado 2.

1 Is. 26, 1. 2 Is. 26, 17-18.

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[35] Mas este concepto metafórico, estos dolores y clamores para darlo a luz, y el parto mismo con todas sus consecuencias, ¿qué signi-fican en ambas profecías? El parto lo consideraremos más adelante (artículo 3); el concepto, y los dolores y angustias para darlo a luz, pa-rece claro, siguiendo el mismo hilo de la metáfora que hemos comen-zado. De manera que, llamada misericordiosamente del esposo la ma-dre Sión con todas sus reliquias (las cuales, sea número determinado o indeterminado, deben ser ciento y cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel 1), iluminada o vestida de la luz celestial que viene del Padre de las luces; abiertos los ojos y los oídos internos, para que vea y oiga lo que hasta ahora, por justos juicios de Dios, no ha visto ni oído, según las Escrituras; le entrará la luz por los ojos y por los oídos de la fe: La fe es por el oído 2; con lo cual, no ha-biendo ya impedimento alguno por su parte, porque se ha acabado su afán, perdonada es su maldad 3, concebirá al punto en el vientre, por semejanza, a Cristo Jesús (y este crucificado, el cual ha sido siempre para ella, por culpa de sus doctores, un verdadero escándalo), y Cristo Jesús se empezará a formar en ella en el mismo vientre, por semejan-za, y allí mismo va adelante y crece hasta el día perfecto 4. Esto es cla-ro, y no necesita más explicación.

[36] Mas como no basta para la salud concebir a Cristo Jesús en el secreto del corazón, sino que es necesario parirlo, digamos así, darlo a luz, manifestar en público este concepto, y declararse por él: Porque de corazón se cree para justicia, mas de boca se hace la confesión para salud 5, llegando aquí la esposa, empezarán naturalmente las angustias, los dolores y los clamores, por las grandes dificultades, contradicciones y embarazos que opondrán entonces la tierra y el infierno para que que-de sin efecto aquella preñez. ¡Qué persecuciones no se levantarán en aquellos días contra la mujer! ¡Qué extrañeza, qué disgusto, qué enfado no causará en aquellos días una novedad tan importuna en que nadie pensaba, una novedad bien capaz de alterar el público reposo y pertur-bar la paz, no de Cristo, sino del mundo; en aquellos días, vuelvo a de-cir, en los cuales la caridad, y por buena consecuencia también la fe, es-tarán tan tibias y tan escasas, por la abundancia de la iniquidad! 6.

[37] Los primeros que se opondrán al parto de la mujer serán ve-rosímilmente los Judíos mismos de todas las tribus de los hijos de Is-rael; aquellos, digo, que no entrarán por culpa suya en el número de los sellados con el sello de Dios vivo; los cuales, como se dice en Zaca-

1 Apoc. 7, 4. 2 Rom. 10, 17. 3 Is. 40, 2. 4 Prov. 4, 18. 5 Rom. 10, 10. 6 Mt. 24, 12.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 549

rías, serán las dos terceras partes, cuando menos: Y serán en toda la tierra, dice el Señor: dos partes de ella serán dispersas, y perecerán; y la tercera parte quedará en ella. Y pasaré por fuego la tercera par-te, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisolaré como es acrisolado el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré. Diré: Pueblo mío eres; y él dirá: Señor Dios mío 1. Dije que los no sellados con el sello de Dios vivo serán las dos terceras partes, y añadí, cuando me-nos, porque me parece muy natural, y muy conforme a otros lugares de la Escritura, que en la prueba del fuego de la tribulación, por donde ha de pasar esta tercera parte, quede mucha escoria, o estaño, que no per-tenece al oro fino. Así se lo anuncia Dios por Isaías: Volveré mi mano sobre ti, y acrisolaré tu escoria hasta lo puro, y quitaré de ti todo tu estaño 2. Y en otra parte se dice claramente que, después que pase por la prueba, saldrá diezmado (o dejando en el fuego, de diez uno, o como piensan otros, sacando solamente uno de diez): Se multiplicará la que había sido desamparada en medio de la tierra; y todavía en ella la décima parte, y se convertirá, y servirá para muestra como terebin-to, y como encina que extiende sus ramos; linaje santo será lo que quedare en ella 3. Lo mismo se dice en el capítulo 65, versículo 8.

[38] Parece, pues, sumamente verosímil, que las dos terceras par-tes de la casa de Jacob persigan con todas sus fuerzas a la otra parte que ha creído, así como lo hicieron en los principios de la Iglesia. Mas esta persecución (en caso que suceda) apenas podrá ser como una pin-tura, o como una sombra, respecto de la que moverá el dragón por otra vía más corta, y con armas sin comparación mayores, que ya en aque-llos tiempos tendrá a su libre disposición; quiero decir, por medio de aquellas siete bestias y diez cuernos, de que tanto hablamos en el fe-nómeno 3. Estas siete bestias, esparcidas por todo el mundo, estarán entonces, no solamente en amistad y buena armonía, sino en vísperas de firmar el tratado de unión o liga formal contra el Señor y contra su Cristo. Esta es la otra señal que aparece en el cielo al mismo tiempo.

Artículo 2

Versículos 3-4

[39] Y fue vista otra señal en el cielo, y he aquí un grande dragón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. Y la cola de él arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las hizo caer sobre la tierra; y el dragón se paró delante de la mujer que estaba de parto, a fin de tragarse al hijo luego que ella le

1 Zac. 13, 8-9. 2 Is. 1, 25. 3 Is. 6, 12-13.

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550 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

hubiese parido 1. Represéntase aquí la antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, llena de vehementísimas sospechas, y por consi-guiente de temores y sobresaltos, por la gran novedad de aquella mu-jer, a quien hasta entonces había mirado, como la mira todo el mundo, con un soberano desprecio. Lo que le da mayor cuidado no es el sol, ni la luna, ni las estrellas, sino la circunstancia terrible de verla preñada, sin haber podido impedir este mal, y tal vez sin haberlo sabido, y sin poder ahora impedir el parto que ya va a suceder. Para remediar del modo posible un mal tan grave, y de tan pésimas consecuencias, ¿qué otro partido puede tomar, ni más pronto, ni más eficaz, que declararse con sus amigos, e implorar su socorro? Con aquéllos, digo, a quienes tiene tan obligados con toda suerte de lisonjas, halagos y servicios. A éstos, pues, recurre al punto, sin perder instante; todos los pone en movimiento, y aun se viste de ellos mismos, para agitarlos y animarlos más contra aquella mujer terrible y admirable, capaz de arruinarle to-dos sus proyectos. Esta es la razón por que se deja ver en figura de un monstruoso dragón, de color rojo o lleno de fuego, de ira y furor, y con siete cabezas y diez cuernos, cuya cifra no necesita de nueva explica-ción, quedando bastantemente explicada en el fenómeno 3.

[40] Como si estos ejércitos fuesen todavía insuficientes para pe-lear contra una mujer, no dándose el dragón por seguro, por la gran-deza de sus temores, bien fundados a la verdad, llama también en su socorro otra especie de soldados, mucho más peligrosos que todos los ejércitos del mundo. Trae con su cola (símbolo propio de la lisonja, del halago, de la seducción; pues como se lee en Isaías: El profeta que en-seña mentira, ése es la cola 2), trae, digo, con la cola, nada menos que la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arroja a la tierra, para que le sirvan a él, en lugar de lucir en el cielo, como era su destino y obligación. Por estas estrellas metafóricas arrancadas del cielo con la cola del dragón, yo no entiendo otra cosa sino lo que hallo en algunos autores graves, que citan y siguen en esto a San Jerónimo y a Teodore-to: Y la cola de él (dice este último) arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo… esto es, de aquellos varones príncipes de la Igle-sia, no solamente políticos, sino también doctores eclesiásticos y reli-giosos, que a manera de estrellas brillan y se aventajan en el orbe a los demás 3; lo cual no deja de concordar con lo que dijimos en otra parte, hablando de la bestia de dos cuernos (fenómeno 3, párrafo 9). Es verdad que así la caída de estas estrellas, como todos los otros mis-terios que contiene esta profecía, la ponen estos doctores en los tiem-pos mismos del Anticristo, pues dicen que el príncipe San Miguel baja-

1 Apoc. 12, 3-4. 2 Is. 9, 15. 3 SAN JERÓNIMO, in Apoc., c. 12, v. 4.

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rá del cielo, y peleará con el dragón, para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo; y en otra parte, sobre el capítulo 12 del mismo Apocalipsis, dicen que bajará a matar al Anticristo, y destruir su imperio universal; mas si se quiere atender al texto sagrado y a todo su contexto, como debe atenderse, parece claro que en los tiempos de que se habla en todo este capítulo 12, el Anticristo todavía no ha veni-do al mundo, o no se ha revelado públicamente, aunque se espera por momentos. Es necesario que la mujer dé primero a luz lo que tiene dentro de sí, y después huya a la soledad y se ponga en salvo, porque así conviene para los designios de Dios, como veremos después.

[41] Armado, pues, el dragón con todas las armas, esto es, con los Judíos no sellados, con la potencia terrible de las siete bestias, aunque todavía no unidas perfectamente en un solo cuerpo, y armado también con tantas estrellas que con su cola ha traído del cielo y arrojado a la tierra, se presentará delante de la mujer que está por parir 1, o para impedir el parto, si esto fuese posible, o a lo menos para devorarlo lue-go que suceda 2, es decir, para hacerlo inútil o infructuoso; para impe-dir que tenga aquellas terribles consecuencias que con tanta razón sos-pecha y teme; para hacer que sea desde el vientre trasladado al sepul-cro 3; para dejar, en fin, a la triste mujer en mayor soledad y desampa-ro, y en miseria más irremediable, aun después de un parto tan desea-do y tan esperado: Para tragarse al hijo luego que ella le hubiese pa-rido. Mas todo esto, ¿qué quiere decir en realidad? ¿Qué misterio par-ticular se encierra en esta similitud? Seguid la metáfora, y no tendréis gran dificultad de comprender este misterio.

[42] Primeramente, se debe suponer, y se colige bien claramente del mismo texto, que el dragón, o no ha sabido, porque Dios se lo ha ocultado, como le oculta infinitas cosas, o no ha podido impedir que la mujer conciba dentro de sí a Cristo, y que Cristo se forme en ella: La fe es por el oído 4; en lo cual ha trabajado, o Elías solo, pues es éste su propio ministerio a que está destinado, o junto con Elías algunos otros operarios elegidos de Dios de entre las Gentes cristianas (lo que parece no poco verosímil, así como los Judíos cristianos trabajaron al princi-pio en la conversión de las Gentes). Lo segundo, se debe suponer que en aquel tiempo y circunstancias, en que el dragón que tenía siete ca-bezas y diez cuernos, y también la tercera parte de las estrellas del cielo, se presenta con estas armas terribles delante de la mujer, tam-poco puede impedir su parto metafórico, esto es, que la mujer confiese públicamente su fe, y se declare públicamente por Cristo Jesús; pues

1 Apoc. 12, 4. 2 Apoc. 12, 4. 3 Job 10,19. 4 Rom. 10, 17.

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552 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

este parto en aquel tiempo ya insta, ya se espera por momentos, ya va a suceder. Pues en esta constitución tan crítica, en este conflicto, en esta urgencia, ¿qué remedio? No hay otro que devorar el parto mismo, es decir, trabajar con todo el empeño posible, ya con amenazas, ya con seducción, ya con la fuerza abierta, en que la mujer se arrepienta de lo hecho; que desconozca, como si no fuese suyo, el fruto de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantos dolores; que lo sacrifique a la pú-blica tranquilidad; que lo niegue, que lo repruebe, que lo olvide; que rompa o desate aquella cuerda intolerable con que lo ha ligado, reci-biendo en recompensa el espíritu de plena libertad, esto es, el espíritu dulce y humano que divide a Jesús, de que en aquellos tiempos estará llena casi toda la tierra. Para esto son sin duda aquellos ejércitos y aquellas armas terribles de que el dragón aparece vestido, como que tiene o tendrá entonces a su disposición siete cabezas y diez cuernos 1, en que se simboliza la fuerza y la violencia, y por otra parte innumera-bles estrellas que ha arrancado del cielo con su cola, símbolo propio del engaño y de la seducción. Esto es todo lo que puedo comprender o sospechar en aquella admirable similitud: Y el dragón se paró delante de la mujer… a fin de tragarse al hijo luego que ella le hubiese parido. No creo que el dragón sea tan insensato que pueda imaginarse capaz de devorar realmente el hijo mismo de que se habla.

Artículo 3

Versículo 5

[43] Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono 2. No obstante la vista del dragón, no obstante las legiones que tiene a su disposición, y que aparecen junto con él, no obstante los do-lores y angustias, así externas como internas, que por todas partes la cercan y la afligen de todos modos, la mujer da, en fin, a luz lo que en-cerraba dentro de sí; pare felizmente un hijo másculo, destinado a re-gir todas las Gentes con vara de hierro, el cual, luego que nace, es arrebatado a Dios y presentado delante de su trono.

[44] Dos puntos principales tenemos aquí que considerar. Prime-ro: ¿Quién es este hijo másculo, que da a luz esta mujer entre tantas angustias y dolores? Segundo: ¿Qué misterio es éste de presentarse es-te hijo, luego que nace, al trono de Dios? Estos dos puntos, mucho más que todos los otros, han sido como dos murallas altísimas e inaccesi-bles, que han cerrado el paso a todos los intérpretes del Apocalipsis.

1 Apoc. 12, 3. 2 Apoc. 12, 5.

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Digo a todos, no solamente porque no tengo noticia de alguno, sino porque en el sistema ordinario me parece imposible que haya alguno que reconozca en este hijo másculo al mismo Jesucristo, no obstante de no haber otra persona, ni en el cielo ni en la tierra, a quien pueda competer el distintivo de regir todas las Gentes con vara de hierro. Estas palabras son tomadas del salmo 2, y se repiten otras veces en el mismo Apocalipsis, y ciertamente son inacomodables a otra persona. Del mismo modo, parece imposible explicar con alguna propiedad lo que significa en el texto ser arrebatado este hijo, luego que nace, al tro-no de Dios. Mas en el sistema que seguimos, ambas cosas parecen tan claras, que basta sólo proponerlas, para comprender al punto que todo debe suceder así, según las Escrituras, y esto sin usar de violencia, ni de discurso artificial.

[45] No olvidéis, señor, aquella verdad indubitable que dejamos propuesta en el párrafo 4, que aquí no se habla ni puede hablarse de madre natural ni de parto material. La mujer que pare con tantos do-lores, y el parto mismo, son conocidamente una metáfora o una seme-janza; mas esta semejanza no impide, antes supone, que así la madre como el hijo deben ser alguna cosa física y real, a quienes competen propísimamente estas semejanzas. Esto supuesto, decimos: lo prime-ro, que aunque el parto de esta mujer es tan metafórico como ella mis-ma, mas el hijo que nace, que había de regir todas las Gentes con va-ra de hierro, no puede ser por semejanza otro que el mismo Mesías Jesucristo, Hijo de Dios, e Hijo de la Virgen; no, cierto, concebido y nacido entonces material y físicamente; sino concebido y nacido espi-ritualmente por la fe, y nacido del mismo modo, por una pública con-fesión de la misma fe; concebido, digo, y nacido espiritualmente de aquella misma madre que muchos siglos antes lo había concebido y parido sólo materialmente, y que por una suma ceguedad, efecto pro-pio de su actual iniquidad, no había hecho la debida distinción entre este hijo de la promisión, y los otros hijos según la carne; no había co-nocido su valor y precio infinito; antes lo había confundido con la ín-fima plebe, y reputado como uno de los más inicuos de su familia, se-gún estaba anunciado en Isaías: Y con los malvados fue contado 1. En suma, lo había concebido y parido; lo había visto y oído; lo había visto crecer dentro de su casa, en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los hombres 2; lo había contemplado, y admirado sus obras prodi-giosas; mas sin aquella fe que justifica al impío 3, y que es el principio de todos los bienes; sin aquella fe de que aquel hijo suyo que tenía de-lante, y que en todas sus obras y palabras manifestaba evidentemente

1 Is. 53, 12. 2 Lc. 2, 52. 3 Rom. 4, 5.

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lo que era, según las Escrituras, era realmente el Mesías mismo, tan deseado y suspirado por todo el cuerpo de la nación. La misma iniqui-dad, que tanto abundaba en aquellos tiempos en la misma nación, má-ximamente en el sacerdocio, fue la que cerró los ojos y los oídos para que no viesen ni oyesen lo mismo que veían y oían, según estaba anun-ciado en sus mismas Escrituras 1; lo cual les acordó el Mesías mismo cuando dijo, citando este lugar de Isaías: Se cumple en ellos la profe-cía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo ve-réis, y no veréis 2.

[46] Este parece que es, según todas las contraseñas, aquel prodigio grande e inaudito de que habla el mismo Isaías: Antes que estuviese de parto, parió; antes que llegase su parto, parió un hijo varón. ¿Quién jamás oyó cosa tal? ¿Y quién la vio semejante a ésta? 3. De modo que la mujer de que hablamos parió ciertamente a su Mesías muchos siglos ha; mas ¿cómo? Antes que estuviese de parto, parió… varón; lo pare antes de concebirlo o conocerlo; lo parió sin dolor, antes de parirlo con dolor; es decir, lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu, sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes fue por eso mismo piedra de tropiezo, y piedra de escándalo… ¿Por qué causa? Porque no por fe, sino como por obras; pues tropezaron en la piedra del escándalo, así como está escrito 4.

[47] Mas cuando Dios use con esta misma mujer de aquellas gran-des misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame como a mujer desamparada…, y como a mujer que es repudiada desde la ju-ventud… 5; cuando la recoja con grandes piedades; cuando la ilumine, y le abra los ojos y los oídos; cuando le envíe lengua erudita o maestros ministros de la palabra, especialmente a Elías, quien en verdad ha de venir, y restablecerá todas las cosas 6; entonces, entrándole por los ojos la luz, y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un entrañable y ardentísimo amor, y también con aquellas angustias y do-lores, dentro y fuera, de una verdadera y amarga penitencia, que en aquel tiempo y circunstancias serán inevitables.

[48] Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión de fe, este re-conocer y publicar públicamente y a todo riesgo, que aquel mismo Je-sús a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien siempre había detestado y aborrecido, etc., es su verdadero Mesías,

1 Is. 6, 10. 2 Mt. 13, 14. 3 Is. 66, 7-8. 4 Rom. 9, 32-33. 5 Is. 54, 6. 6 Mt. 17, 11.

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hermosura de justicia, y… esperanza de sus padres 1; esto parece que es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran Consejo, y formar aquel majestuoso tribunal, de que tanto se habla en los dos ca-pítulos 4 y 5 del mismo Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima alusión al capítulo 7 de Daniel, como luego veremos. Y éste es el se-gundo punto que vamos a considerar.

[49] Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono 2. Habien-do parido la mujer un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro 3, dice el texto sagrado que este hijo fue luego como arrebatado a Dios, y presentado delante de su trono. ¿Qué quiere decir esto? Sigamos en espíritu a este hijo que acaba de nacer; sigámosle con humildad, mas sin miedo, hasta el mismo trono de Dios, y seamos tes-tigos oculares, en cuanto pueda permitir nuestro estado presente, de lo que allí se hace, y de los misterios nuevos y admirables que ya van a empezar. La entrada en este supremo Consejo no es tan imposible ni tan difícil, si queremos aprovecharnos de las llaves que se nos dan.

[50] Estaba mirando hasta tanto que fueron puestas sillas, y sen-tóse el Anciano de Días… Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y he aquí venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la po-testad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su potestad es potestad eterna, que no será quitada; y su reino, que no será destruido 4.

[51] Después de haber concluido este Profeta el gran misterio de las cuatro bestias, y llevado todo desde su principio hasta su fin, como observamos en el fenómeno 2, vuelve cuatro pasos atrás para referir de propósito otro misterio principalísimo, el cual, aunque tiene no po-ca relación con el primero y con su fin, no había podido tener lugar, por no interrumpir los sucesos de las bestias. Este método practicado hasta ahora entre los buenos historiadores, es comunísimo entre los profetas (y se hace mucho más notable, y casi palpable, en todo el libro del Apocalipsis, como quizá demostraremos alguna vez). El misterio principalísimo de que hablo es éste: que junto al gran Consejo, senta-do en su trono el Anciano de Días, o el mismo Dios vivo y verdadero, y con él los otros conjueces en sus respectivos tronos (expresiones todas metafóricas, acomodadas a nuestra inteligencia), se vio luego venir co-mo en las nubes del cielo una persona admirable como Hijo de Hom-bre, el cual se encaminó directamente a dicho Consejo, y entrando en él, se avanzó inmediatamente hasta el trono de Dios, ante cuya presen-

1 Jer. 50, 7. 2 Apoc. 12, 5. 3 Apoc. 12, 5. 4 Dan. 7, 9 y 13-14.

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556 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

cia fue presentado por otros (no se dice por quiénes): Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. La resulta de esta pre-sentación al trono de Dios fue que, luego inmediatamente, le dio Dios a esta persona admirable, o a este, por antonomasia, Hijo del Hombre (que así se llama él mismo frecuentemente en todos los cuatro Evange-lios), le dio luego inmediatamente la potestad, el honor y el reino 1; en cuya consecuencia natural y legítima le servirán en adelante como súb-ditos suyos todos los pueblos, tribus y lenguas 2.

[52] Sobre este lugar de Daniel puede cualquiera hacer una breve y facilísima reflexión, haciéndose a sí mismo estas dos preguntas. Pri-mera: estas cosas que aquí se dicen, ¿se han verificado ya, o no? Si ya se han verificado, deberá mostrarse cuándo y cómo se han verificado, sin perder de vista el texto de la profecía con todo su contexto, lo cual parece tan imposible como la misma imposibilidad. Si no se han veri-ficado hasta el día de hoy, luego debe llegar tiempo en que todas se ve-rifiquen. Segunda pregunta: si todas estas cosas se han de verificar al-guna vez, ¿cuándo podrá ser esto, sino después del parto de esta mu-jer; después que dé a luz un fruto tan anunciado, tan esperado y tan deseado, para cuyo tiempo están ya preparadas tantas riquezas en los tesoros de Dios? Comparad ahora un texto con otro, el texto de Daniel con el del Apocalipsis, y hallaréis entre ellos una tan gran analogía, que el primero os parecerá una explicación del segundo, y el segundo la inteligencia del primero.

[53] TEXTO DE DANIEL: Miraba yo, pues, en la visión de la noche, y he aquí venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la po-testad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él. TEXTO DE SAN JUAN: Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono.

[54] De manera que, verificado el parto de la mujer, y nacido el hi-jo másculo del modo que hemos dicho, luego al punto vuela a Dios, y se presenta o es presentado delante de su trono. Si preguntamos ahora para qué fin, nos responde Daniel que es para recibir del mismo Dios públicamente, en su gran Consejo, la potestad, el honor y el reino; pues ésta es la resulta inmediata y única de su presentación al trono de Dios: Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y dio-le la potestad, y la honra, y el reino; no cierto en acto primero, como se explican los escolásticos, o en potencia, o en derecho (que de este modo lo tiene ahora, y lo ha tenido siempre), sino en acto segundo, o

1 Dan. 7, 14. 2 Dan. 7, 14.

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en ejercicio, que por eso se añade inmediatamente: Y todos los pue-blos, tribus y lenguas le servirán a él; con lo cual concuerda perfec-tamente la expresión del texto de San Juan: Que había de regir todas las Gentes con vara de hierro.

[55] De aquí se sigue naturalmente que esta potestad, este honor, este reino, que en aquel tiempo se le ha de dar al Hijo del Hombre, no lo ha recibido hasta el presente (por más que lo repugnen las ideas or-dinarias, que en este punto son oscurísimas). Es verdad que, después de su resurrección, les dijo el Señor a sus apóstoles: Se me ha dado to-da potestad en el cielo y en la tierra 1; mas por el contexto mismo se conoce al punto, aunque no hubiera otros fundamentos, que el Señor sólo habló de la potestad espiritual de sumo sacerdote; pues esta mis-ma potestad es la que les comunica allí mismo a los apóstoles, en con-secuencia de haberla recibido de su Padre; y prosigue inmediatamente diciéndoles: Id, pues, y enseñad a todas las gentes, etc. 2. Como si di-jera: Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y por esta potestad que tengo, yo os envío a todo el mundo, no a dominarlo como señores, sino a enseñarlo como maestros. Andad, pues, y enseñad a to-das las gentes, bautizando a los que creyeren en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y persuadiéndoles que observen todas las cosas particulares que os he mandado 3. ¿Quién no ve que estas pa-labras son propias, no de un rey, sino de un sumo sacerdote, y quién no ve que estas cosas son las que únicamente pertenecen al sumo sa-cerdote? No por esto decimos que Jesucristo no tenga ahora plena po-testad para hacer y deshacer según su voluntad; mas como esta volun-tad es santa y bien ordenada, no se mete por ahora en otras cosas, sino en las que son propias de un sumo sacerdote. Esta plena potestad de hacer y deshacer la tuvo aun cuando vivía en carne mortal, y no obs-tante, en toda su vida santísima no hizo otra cosa que enseñar con obras y palabras. Tan lejos estuvo de usar de la potestad de rey, que a uno que le dijo: Di a mi hermano que parta conmigo la herencia 4, le respondió con extrañeza: Hombre, ¿quién me ha puesto por juez o re-partidor entre vosotros? 5.

[56] Es verdad, vuelvo a decir, que después de su resurrección se fue este Hijo del Hombre al cielo, o a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse 6. Es verdad que entonces se sentó con suma gloria y honor a la diestra del Padre (no cierto en trono

1 Mt. 28, 18. 2 Mt. 28, 19. 3 Mt. 18, 19-20. 4 Lc. 12, 13. 5 Lc. 12, 14. 6 Lc. 19, 12.

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558 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

aparte, sino en el mismo trono del Padre, como él mismo lo dice en el capítulo 3 del Apocalipsis: Y me he sentado con mi Padre en su tro-no 1). Es verdad que en el cielo, a la diestra del Padre, está honrado y glorificado de Dios, y de todos los ángeles y santos; está ciertamente constituido rey, y heredero universal de todas las cosas criadas, pues por él y para él se hicieron todas: Al cual (el mismo Padre) constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos…, por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas 2. Mas también es igualmente verdad que esta herencia, esta potestad actual, este reino, este honor tan propio y tan debido al Hombre Dios, hasta ahora no lo ha recibido, porque hasta ahora no se le ha dado: Mas ahora (decía San Pablo, y nosotros lo decimos ahora con la misma verdad), mas ahora aún no vemos todas las cosas sometidas a él 3. Si todavía no se ven sujetas a él todas las cosas; luego todavía no ha recibido en acto segundo la potestad, el honor y el reino, pues la sujeción y obediencia de todas las cosas a él debe ser una consecuencia necesaria e inmedia-ta de su potestad, honor y reino: En esto mismo de haber sometido a él todas las cosas, ninguna dejó que no fuese sometida a él. Y si no, ¿qué potestad, honor y reino se le podrá dar en aquel tiempo de que habla Daniel? Así, aunque actualmente se halla ya el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, en estado de gloria y de impasibilidad, no por eso deja de estar al mismo tiempo en una real y verdadera expectación, hasta que llegue el tiempo en que se le dé efectivamente toda la potestad, honor y reino, de que ya está constituido heredero irrevocablemente, po-niendo sobre sus hombros todo el principado, y todas las cosas bajo sus pies: Está sentado… a la diestra de Dios, dice el Apóstol mismo, esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por es-trado de sus pies 4.

[57] Para acabar de comprender con mayor claridad lo que acaba-mos de decir sobre este Hijo del Hombre, presentado delante del trono de Dios, abramos otra ventana, y miremos este mismo misterio con otra nueva luz. Leamos, digo, con alguna mayor atención los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis, en los cuales se repite manifiestamente, se expli-ca y se aclara, todo el texto de Daniel. Combinadas estas dos Escritu-ras, no parece sino que ambos Profetas se hallaron presentes en espíri-tu a este mismo Consejo (el uno quinientos años antes que el otro), y fueron testigos oculares de lo que allí se hacía, o se había de hacer, a su tiempo; aunque a este último, como a discípulo tan amado, se le mani-festaron en la misma visión algunas cosas más particulares.

1 Apoc. 3, 21. 2 Heb. 1, 2; 2, 10. 3 Heb. 2, 8. 4 Heb. 10. 12-13.

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Apocalipsis, capítulo 4

[58] Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo, di-ciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-chas después de éstas. Y luego fui en espíritu; y he aquí un trono que estaba puesto en el cielo, y sobre el trono estaba uno sentado… Y al-rededor del trono veinticuatro sillas, y sobre las sillas veinticuatro ancianos sentados, vestidos de ropas blancas, y en sus cabezas coro-nas de oro, etc. 1.

[59] Lo que resta de esta profecía, que son cuando menos dos capí-tulos enteros, se puede ver y considerar en su misma fuente, pues yo no puedo detenerme tanto en un solo punto, cuando me llaman al mis-mo tiempo otros muchos de igual o mayor importancia. Para mi inten-to particular me basta hacer aquí una breve reflexión, comparando una profecía con otra, para que se vea que el misterio de que hablan es el mismo en sustancia, explicado solamente con diversas palabras, y añadidas en la segunda profecía algunas circunstancias más que no se hallan en la primera, como es frecuentísimo en todas las alusiones del Apocalipsis.

[60] Primeramente, el tiempo de que hablan parece evidentemen-te el mismo. Daniel vio formarse este gran Consejo en los tiempos de su cuarta bestia, que, como dijimos en su lugar, y ninguno duda ni es posible dudar, son ya tiempos muy inmediatos a la venida del Señor (y esto, sea esta bestia lo que quisieren que sea), pues los doctores mis-mos confiesan que éste será algún Consejo o juicio oculto que hará Dios con sus ángeles y santos para condenar al Anticristo, y mirar por el honor de Cristo y bien de su Iglesia; la cual explicación, aunque res-pecto del misterio es oscurísima, mas respecto del tiempo es bastante clara. Esto nos hasta por ahora. San Juan nos representa este mismo Consejo y juicio conocidamente en los mismos tiempos. Lo primero, por las razones generales que quedan apuntadas en otras partes, prin-cipalmente en el fenómeno 3, párrafo 5, donde se dijo, y también se probó, que el Apocalipsis, especialmente desde el capítulo 4, es una profecía seguida, cuyo asunto principal es la segunda venida del Me-sías, comprendidas todas las cosas más notables que la han de prece-der, acompañar y seguir; lo cual no dejan de confesar, o expresa o táci-tamente, en todo o en parte, casi todos los expositores. Lo segundo, porque a lo menos parece cierto que este Consejo y juicio tan solemne de que aquí se habla no se ha formado hasta el día de hoy, pues hasta ahora no se ha visto resulta alguna de tantas y tan grandes cosas que

1 Apoc. 4, 1-2 y 4.

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anuncia la misma profecía, como consecuencias inmediatas de aquel mismo Consejo. Lo tercero, porque el contexto mismo nos da a cono-cer los tiempos, como luego veremos.

[61] Daniel dice que en los tiempos de sus cuatro bestias vio que se ponían muchos tronos, y se sentaba en ellos el juicio; primeramen-te Dios mismo, a quien llama el Anciano de Días, y después, en otros tronos inferiores, otros conjueces: Estaba mirando hasta tanto que fueron puestas sillas, y sentóse el Anciano de Días. San Juan dice lo mismo con diversas palabras; en lugar de el Anciano de Días, dice: Sobre el trono estaba uno sentado; y por lo que mira a los otros con-jueces, señala su número preciso: Y sobre las sillas veinticuatro an-cianos sentados. Daniel vio millares de millares de ángeles alrededor del trono de Dios: Millares de millares le servían, y diez mil veces cien mil estaban delante de él 1. San Juan no sólo vio todos estos mi-llares de millares de ángeles alrededor del trono, sino también oyó sus voces: Y vi, y oí voz de muchos ángeles… y era el número de ellos millares de millares 2.

[62] Por abreviar, Daniel nos representa una persona singular y admirable, como Hijo de Hombre, la cual, entrando en aquel grande y supremo Consejo, se presenta delante del trono de Dios mismo, que allí preside, y recibe de él inmediatamente la potestad, el honor y el reino: Y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él, y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él. San Juan nos representa esta misma persona singular y admirable bajo otra semejanza, y con otras circunstancias más particulares y todavía más admirables, esto es, bajo la semejanza de un inocentísimo Cordero que se presenta, y está en pie delante del trono de Dios así como muerto 3, como alegando el mérito infinito de su obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz 4; por lo cual recibe de mano del mismo Dios cierto libro cerrado y sellado con siete sellos, que ninguno es digno de abrir ni puede abrir sino él solo. Lo abre allí mismo a vista de aquella numerosa y respetable asamblea, que espera con vivas ansias aquel momento feliz, el cual llegado, se sigue luego inmediatamente en todo el universo una tan gran admiración, una ale-gría, un júbilo, una exultación tan sagrada y tan universal, que no sólo los ángeles, y los conjueces y testigos, sino junto con ellos todas las criaturas del universo, aun las irracionales e insensibles, todas claman a una voz, todas dan gloria a Dios, y se regocijan de ver abierto el libro en manos del Cordero.

1 Dan. 7, 10. 2 Apoc. 5, 11. 3 Apoc. 5, 6. 4 Fil. 2, 8.

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[63] El mismo discípulo amado, que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas, y sabemos que su testimonio es verdadero 1, nos asegura que oyó en todo el universo todas estas voces de júbilo sa-grado, luego al punto que el Cordero recibió el libro de la mano dere-cha del que estaba sentado en el trono 2, y lo abrió públicamente en aquel Consejo extraordinario. Los consejeros mismos y conjueces se postraron delante del Cordero… Y cantaban un nuevo cántico, dicien-do: Digno eres, Señor, de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque fuiste muerto, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra 3. Los millares y millares de ángeles dijeron: Digno es el Cordero, que fue muerto, de recibir virtud, y divinidad, y sabiduría, y fortaleza, y honra, y gloria, y bendición 4. Las demás criaturas del universo clamaron a una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y honra, y glo-ria, y poder en los siglos de los siglos 5. Todo lo cual concuerda admi-rablemente con infinitas cosas semejantes, que ya están anunciadas y preparadas para aquellos tiempos en los Profetas y en los Salmos.

[64] Leed, entre otros muchísimos lugares que no podemos por ahora citar, todo el salmo 71, y reparad especialmente sus últimas pa-labras: Bendito el nombre de la majestad de él para siempre; y será muy llena de su majestad toda la tierra, así sea, así sea 6. Y el salmo 95: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra, conmuévase el mar, y su plenitud; se gozarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se regocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque vino, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la re-dondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad… Can-tad alegres en la presencia del Rey, que es el Señor; muévase el mar, y su plenitud; la redondez de la tierra, y los que moran en ella. Los ríos aplaudirán con palmadas, juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor, porque vino a juzgar la tierra 7.

Observación de este libro que abre el Cordero

[65] Llegando aquí, parece naturalísimo el deseo de saber (con aquella ciencia, a lo menos, que nos es posible en el estado presente) qué libro es éste que en aquel Consejo extraordinario se pone en ma-nos del Cordero, tan cerrado y tan sellado, que ninguna pura criatura es digna ni capaz de abrirlo, sino él solo. ¿Qué libro es éste que el Cor-

1 Jn. 21, 24. 2 Apoc. 5, 7. 3 Apoc. 5, 8-10. 4 Apoc. 5, 12. 5 Apoc. 5, 13. 6 Sal. 71, 19. 7 Sal. 95, 11-13; 97, 6-9.

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dero recibe inmediatamente de la mano derecha del que estaba sen-tado en el trono; que abre allí mismo en medio de toda aquella nume-rosa y venerable asamblea; que la llena toda, con sólo abrirlo, de tanto regocijo y alegría, que no cabiendo en el cielo, se difunde a todas las criaturas del universo? Sin duda debe figurarse y significarse por este libro alguna cosa muy grande, pues las resultas de su apertura son tan grandes, tan extraordinarias y tan nuevas. Yo confieso que siempre he tenido el mismo deseo, pareciéndome que una vez que esto se enten-diese, sería ya fácil sacar muchas y muy útiles consecuencias. Lo que sobre esto hallo en los intérpretes, hablando francamente, no me satis-face, o porque no entiendo lo que quieren decir, o porque no le hallo proporción alguna con lo que dice el texto sagrado. ¿Quién podrá per-suadirse, por ejemplo, después de haber considerado el texto con todo su contexto, que el libro de que aquí se habla es la misma Escritura di-vina? ¿Cómo y a qué propósito? Esta, dicen oscuramente, se abrió, o se entendió con la muerte y resurrección de Cristo. Y no obstante esta supuesta apertura, digo yo, los doctores han trabajado infinito en bus-car la inteligencia de la misma Escritura, diciendo las más veces unos una, y otros otra cosa sobre un mismo lugar.

[66] ¿Quién podrá persuadirse que el libro de que aquí se habla es el mismo libro del Apocalipsis? ¿Cómo, y a qué propósito, cuando es cierto que no había tal libro en el mundo, en el tiempo que San Juan tuvo esta visión? Y aun prescindiendo de este anacronismo, ¿el libro del Apocalipsis es el que recibe el Cordero de mano de Dios, el que abre delante de todos los ángeles y santos, el que con su apertura llena de júbilo y regocijo al cielo y a la tierra? Cierto que no lo entiendo, sino es acaso que quieran decirnos que, así en el Apocalipsis como en otras muchas Escrituras, se nos dan grandes ideas del libro de que habla-mos, y de algunas cosas de las que contiene, a lo cual no pienso repug-nar. ¿Pues qué libro puede ser éste, al que competan con propiedad las cosas tan nuevas y admirables que se dicen de él? Yo bien creo, señor, que no me preguntáis sobre las cosas particulares que están escritas en el libro; pues no ignoráis lo que se dice en el mismo texto: No fue ha-llado ninguno digno de abrir el libro, ni de mirarlo 1. Si ninguno es digno de abrir el libro, ni de mirarlo, ¿quién podrá decir lo que contie-ne? Seguramente contiene lo que dice San Pablo, que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió 2. Mas si sólo me preguntáis sobre el título del libro, esto es, sobre su argumento o asunto general, voy luego a proponer simplemente mi pensamiento, pidiendo no sólo atención, sino consideración y examen formal, y todo ello poniendo a un lado por un momento toda preocupación.

1 Apoc. 5, 4. 2 1 Cor. 2, 9.

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[67] El libro, pues, de que hablamos, me parece a mí, atendidas las circunstancias, que no es otro sino el mismo Testamento nuevo y eter-no de Dios, en el cual sabemos de cierto que está llamado en primer lu-gar, y constituido heredero, Rey y Señor universal de todo, aquel mis-mo Unigénito de Dios, por quien son todas las cosas, y para quien son todas las cosas 1, al cual constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos 2; aquel que siendo Unigénito de Dios, resplandor de la gloria, y la figura de su sustancia, y sustentándolo todo con la pala-bra de su virtud 3, es al mismo tiempo, por su infinita dignación, el primogénito entre todos los que son y serán llamados hijos de Dios: Que según su decreto son llamados santos… para que él sea el primo-génito entre muchos hermanos 4. Dije en primer lugar, porque también sabemos con la misma certidumbre que, juntamente con el primogéni-to, y por él, de él y en él 5, están llamados a la herencia, como coherede-ros suyos, todos sus hermanos menores, los cuales muchos días ha que se llaman y convidan con las mayores instancias; muchos días ha que se buscan por todas partes, y entre todas las gentes, tribus y lenguas, para que quieran admitir la dignidad de hijos de Dios, y tener parte en la herencia de que habla el mismo Testamento nuevo y eterno; pidién-doles de su parte solamente dos condiciones indispensables, que son fe y justicia, esto es, que crean en verdad a su Dios, y sigan sin temor alguno, obedezcan, imiten, amen, y se conformen todo lo posible con la imagen viva del mismo Dios, que es su propio Hijo: Porque los que conoció en su presciencia, a éstos también predestinó, para ser he-chos conformes a la imagen de su Hijo… Y si hijos, también herede-ros; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo… El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros; ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas? 6.

[68] Es ciertísimo que este Testamento nuevo y eterno de Dios, tan anunciado en las antiguas Escrituras, está ya hecho muchos tiempos ha; está firmado irrevocablemente; está sellado y asegurado por dos co-sas infalibles, en las cuales es imposible que Dios falte 7, esto es, con la palabra de Dios, y con la sangre del Cordero, con la sangre del Hombre Dios, la sangre del nuevo (y eterno) Testamento 8, así como el Antiguo Testamento, que era solamente por algún tiempo, y como ayo que nos condujo a Cristo, se selló y aseguró con la sangre de animales: Porque Moisés, habiendo leído a todo el pueblo todo el mandamiento de la

1 Heb. 2, 10. 2 Heb. 1, 2. 3 Heb. 1, 13. 4 Rom. 8, 28-29. 5 Rom. 11, 36. 6 Rom. 8, 19, 17 y 32. 7 Heb. 6, 18. 8 Mt. 26, 28.

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ley, tomando sangre de becerros, y de machos de cabrío, con agua, y con lana bermeja, y con hisopo, roció al mismo libro, y también a to-do el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del Testamento que Dios os ha mandado 1. Mas aunque este Testamento de Dios, nuevo y eterno, está ciertamente hecho, aunque está firmado y asegurado irrevoca-blemente, parece del mismo modo cierto e indubitable que todavía no se ha abierto, sino que está cerrado y sellado, hasta que llegue el tiem-po de abrirse. Lo que ahora llamamos Testamento nuevo, esto es, las nuevas Escrituras, canónicas, auténticas, divinas, que se han hecho después del Mesías, no son, propiamente hablando, el Testamento mis-mo; son solamente la noticia, el anuncio, el convite general que se hace a todos los pueblos, tribus y lenguas, para que concurran todos los que quisieren a la gran cena, y procuren entrar en parte del Testamento nuevo y eterno de Dios, verificando cada uno en sí mismo aquellas dos condiciones que se piden a todos, y a cada uno en particular, esto es, fe y justicia. Estas nuevas Escrituras se llaman con mayor propiedad el Evangelio del reino, que es el nombre que dio el Mesías a la misión y predicación de los apóstoles: Evangelio, o anuncio, o buenas nuevas del reino, el cual reino es todo lo que contiene el Testamento mismo. No hay, pues, razón alguna para confundir la noticia de estar ya hecho el Testamento de Dios, nuevo y eterno, con el Testamento mismo. La noticia es cierta y segura, y sobre esta certidumbre y seguridad se tra-baja muchos siglos ha, en que todos la crean y se aprovechen de ella; mas el Testamento mismo ninguno lo ha leído hasta ahora, y ninguno es capaz de leerlo; ya porque ninguno es capaz de entender lo que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió; ya principalmen-te porque está todavía en manos de Dios, cerrado y sellado con siete sellos, hasta que lleguen los tiempos y momentos que el Padre puso en su propio poder; hasta que se ponga el Testamento en manos del Cor-dero; hasta que el Cordero mismo rompa los sellos; hasta que lo abra públicamente en el supremo y pleno Consejo de Dios mismo, y con es-to entre jurídicamente en la posesión actual de toda su herencia, con el hágase, hágase, o con el consentimiento y aclamación, deseo, y júbilo, y exultación unánime de todo el universo.

[69] En efecto, ¿qué quiere decir presentarse el Unigénito de Dios como Hijo de Hombre, como Cordero así como muerto; presentarse, digo, delante del trono de su divino Padre en aquel Consejo extraordi-nario, y en aquel tiempo de que vamos hablando? ¿Recibir de mano del Padre un libro cerrado y sellado, que ninguno puede abrir sino él solo; abrirlo allí públicamente en presencia de Dios, y a vista de todos los ángeles, y de todos los conjueces y testigos; llenarse de admiración, y de un júbilo extraordinario con la apertura del libro, así los conjue-

1 Heb. 9, 19-20.

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ces y testigos, como todos los espíritus angélicos? ¿Postrarse todos lle-nos de verdadera devoción, de agradecimiento y del más profundo res-peto, delante del trono de Dios, y también delante del Cordero mismo; alabar a Dios, bendecirlo y darle gracias por lo que acaba de suceder, esto es, porque ha puesto ya el libro en manos del Cordero, y el Corde-ro lo ha abierto a vista de todos, y manifestado todos sus secretos? ¿Conocer y confesar todos unánimemente que el Cordero, que fue muerto, es realmente digno de todo aquello que ha recibido con el li-bro, y está encerrado en el mismo libro? ¿Difundirse esta exultación y júbilo sagrado desde aquel supremo Consejo a todas las criaturas del universo? ¿Oírse al punto las voces de todos, que gritan y aclaman a una voz: Al que está sentado en el trono, y al Cordero: bendición, y honra, y gloria, y poder en los siglos de los siglos? ¿No es esto mani-fiestamente una confirmación, o una relación más extensa y más cir-cunstanciada, del texto de Daniel?

[70] Una persona admirable, como Hijo de Hombre (dice este Pro-feta), llegó como de las nubes del cielo, y entrando sin impedimento ni oposición alguna en el gran Consejo de Dios, se presentó o fue presen-tado delante de su trono, y allí recibió de mano de Dios la potestad, el honor y el reino: Y he aquí (son sus palabras) venía un como Hijo de Hombre con las nubes del cielo, y llegó hasta el Anciano de Días, y presentáronle delante de él. Y diole la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él. San Juan dice que este mismo Hijo del Hombre, presentado delante del trono de Dios en figura de Cordero así como muerto, recibió de su mano un li-bro cerrado y sellado, que sólo él podía abrir, que lo abrió allí mismo a vista de todos los conjueces y testigos, con admiración y exultación de todos; y en consecuencia inmediata de esta apertura del libro, todos se postraron delante de Dios y del Cordero, diciendo: Digno es el Corde-ro, que fue muerto, de recibir el honor y la gloria, la virtud y la potes-tad, la bendición, la sabiduría, la fortaleza, etc. Decidme ahora, señor mío, con sinceridad: ¿No es éste el mismo misterio de que habla Da-niel? ¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el Cordero un libro de mano de Dios, recibe en él la potestad, el honor y el reino? ¿No es esto decirnos manifiestamente que, recibiendo el libro y abrién-dolo, se halla ser el Testamento de su divino Padre, en que lo constitu-ye y declara heredero de todo? ¿No es esto decirnos manifiestamente que, junto con el libro, y el libro mismo, se le da la posesión actual de toda su herencia, esto es, la potestad, el honor y el reino? Si no es esto, ¿a qué propósito son tantas voces de júbilo y regocijo con que resuena todo el universo a sola la apertura del libro? Considérese todo esto con más formalidad, y examínese con mayor atención. Yo no puedo dete-nerme más en esta consideración, porque me llama a grandes voces la mujer misma que acaba de parir espiritualmente este hijo másculo, es-

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te Hijo del Hombre, este Cordero; la cual, después del parto, queda en la tierra en grandes conflictos.

[71] Volviendo ahora al punto particular que dejamos suspenso, lo que decimos y concluimos es que a este mismo Consejo extraordinario, a este mismo trono de Dios de que habla Daniel, y de que habla San Juan, será arrebatado y presentado el hijo másculo de nuestra mujer metafórica, luego al punto que se verifique su nacimiento también me-tafórico; luego al punto, digo, que esta celebérrima mujer, vestida ya del sol, lo conciba por la fe, y lo dé a luz por una pública confesión de la misma fe: Y parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios, y para su trono; pues, según todas las ideas que nos dan las santas Escrituras, parece que esto sólo se espera para dar a este hijo de esta mujer, a este Hijo de Dios, a este Hijo del Hombre, a este Cordero que fue muerto, toda la potestad actual, todo el honor efectivo y real, y todo el reino y principado universal, que por tantos títulos se le debe, y de que ya está constituido heredero en el Testamento nuevo y eterno de su divino Pa-dre. Por consiguiente, no se espera otra cosa para poner en sus manos este libro, o este Testamento, y para comenzar a ponerse en ejecución lo que en él se contiene.

[72] Entonces, señor mío, y sólo entonces, se empezarán a ver los grandes y admirables misterios que contiene el Apocalipsis, y a verifi-carse sus profecías, las cuales, digan otros lo que quisieren, hasta aho-ra no se han verificado, no digo todas o muchas, pero ni una sola. En-tonces se revelará, se manifestará, o saldrá a la pública luz, con todas sus piezas y resortes, aquella gran máquina, o aquel gran misterio de iniquidad, que llamamos Anticristo, el que se está formando tantos tiempos ha, y en nuestros días vemos ya tan adelantado y tan crecido.

Artículo 4

Capítulo 12, versículo 6

[73] Y la mujer huyó al desierto, en donde tenía un lugar apare-jado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días 1. Habiendo la mujer dado a luz, aunque con grandes angustias y dolores, lo que encerraba dentro de sí; habiendo volado a Dios y a su trono el fruto de su vientre, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro; mientras se obraban los misterios grandes y admira-bles que acabamos de observar, y otros más que observaremos luego, fuera de otros infinitos que al hombre no le es lícito hablar 2; dice el

1 Apoc. 12, 6. 2 2 Cor. 12, 4.

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texto sagrado que la mujer huyó luego inmediatamente a la soledad, donde Dios le tenía preparado un lugar cómodo y seguro para que allí viviese, y se le diese el sustento necesario y conveniente, por espacio de 1260 días, que son puntualmente 42 meses, y según el calendario antiguo, tres años y medio, tiempo necesario que debe durar la gran tribulación del Anticristo entre las Gentes, y en que debe pervertirlas casi enteramente, como se dice en todo el capítulo siguiente, y también en el Evangelio 1.

[74] Parece moralmente imposible comprender bien lo que aquí se nos dice, si no advertimos, o si hacemos poco caso, de la alusión tan clara y tan sensible que contienen estas pocas palabras; si no volve-mos, digo, los ojos a los tiempos pasados, trayendo a la memoria aquel célebre suceso de que se habla en el libro del Exodo, al cual aluden también frecuentemente los Profetas, cuando anuncian la vocación fu-tura de Israel, como hemos observado, y todavía hemos de observar.

[75] Cuando Dios determinó dar a su pueblo aquella ley que lla-mamos escrita; cuando determinó entrar él en pacto y sociedad públi-ca con este pueblo; cuando se dignó sublimarlo a la dignidad de espo-sa, y celebrar solemnísimamente aquel contrato en que ambos queda-ron ligados y obligados perpetuamente; fue conveniente ante todas co-sas sacar de Egipto a este pueblo o a esta esposa, redimirla del cautive-rio, esclavitud y miseria en que entonces se hallaba, separarla entera-mente del trato y comunicación de aquella gente supersticiosa, y con-ducirla en primer lugar, aun a costa de prodigios inauditos, al desierto y soledad del monte Sinaí; fue conveniente tenerla por algún tiempo en aquella soledad, sustentándola en alma y cuerpo con maná del cie-lo, para que allí, libre de toda ocupación, desembarazada de todo otro cuidado y lejos de toda distracción, pudiese oír quietamente la voz de su Dios, y ser enseñada e instruida, así en el rito y ceremonias del nue-vo culto, como en todas las otras leyes que debía observar.

[76] Del mismo modo podemos discurrir y discurrimos confiada-mente, según las Escrituras, que sucederá cuando llegue aquel tiempo feliz anunciado con tan magníficas expresiones por los Profetas de Dios; cuando llegue aquel tiempo feliz de la vocación, conversión, congrega-ción y asunción de las reliquias preciosas de este pueblo, y de esta espo-sa, a quien todos miran como repudiada y abandonada; cuando esta an-tigua esposa de Dios, no repudiada, sino castigada, afligida y peniten-ciada por su enorme ingratitud, conciba en espíritu, y dé a pública luz aquel mismo hijo infinitamente amable y apreciable, que en otros tiem-pos había parido, según la carne, sin haber querido, hasta el presente, reconocerlo por lo que es, ni distinguirlo del resto de los hombres.

1 Mt. 24.

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[77] Entonces, pues, sacará Dios segunda vez de Egipto, o de to-das las tierras, a su antigua esposa: Y será en aquel día, extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo que quedará de los Asirios, y de Egipto…, y de las islas del mar. Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y reco-gerá los dispersos de Judá de las cuatro playas de la tierra… Y ha-brá camino para el resto de mi pueblo que escapare de los Asirios (esto es, al residuo de las diez tribus), así como lo hubo para Israel en aquel día que salió de tierra de Egipto 1. Entonces sacará Dios a su antigua esposa de todas las tierras y naciones donde él mismo la tiene dispersa, desterrada, cautiva y llena de todo aquel oprobio y con-fusión que ella misma se ha merecido. Entonces la sacará con los mis-mos o mayores prodigios con que la sacó de Egipto, pues así le está anunciado y prometido en casi todos los Profetas: Según los días de tu salida de la tierra de Egipto, le haré ver maravillas (o como leen los LXX: ved las maravillas). Lo verán las gentes (prosigue), y serán confundidas con todo su poder 2. Y por Jeremías se les dice a estas santas reliquias: No dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó, y trajo el linaje de la casa de Israel de tierra del Norte, y de todas las tie-rras a las cuales los había yo echado allá; y habitarán en su tierra 3.

[78] De la huida de esta mujer al desierto, y de sus ocupaciones en aquella dulce soledad, hablamos de propósito en el capítulo 8; y como no es preciso seguir el orden mismo de la profecía, San Juan toca aquí este misterio sólo en general, y al punto lo deja, o lo reserva para me-jor lugar, substituyendo otro misterio no menos grande que debe su-ceder en el mismo tiempo, sin cuya noticia no se puede entender bien el misterio de la huida de la mujer y de su habitación en la soledad. Si-gamos, pues, el orden del texto sagrado, que sin duda alguna es el más conveniente y el mejor.

Artículo 5

Capítulo 12, versículos 7-9

[79] Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles li-diaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevale-cieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanza-do fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo; y fue arrojado en tie-

1 Is. 11, 11-12 y 16. 2 Miq. 7, 15-16. 3 Jer. 23, 7-8.

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rra, y sus ángeles fueron lanzados con él 1. Esta batalla célebre entre San Miguel y sus ángeles, y el dragón y los suyos, parece clarísimo por todo el texto sagrado, y por todo su contexto, que debe suceder después del parto no menos célebre de la mujer vestida del sol, y después que el hijo másculo, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro, haya volado a Dios, y presentádose delante de su trono. Asimismo pa-rece clarísimo, por todo el contexto, que la batalla debe darse única-mente por causa de la mujer, y en consecuencia de su parto, el que el dragón no pudo impedir, ni pudo devorar. En este supuesto no arbitra-rio, sino cierto, claro y perceptible a todos, no tenemos necesidad algu-na, antes nos puede ser de sumo perjuicio, divertirnos a otras cosas, o falsas, o a lo menos inciertas, dejando entre tanto sin explicación, y aun sin atención, un suceso o un misterio tan grande como debe ser esta ba-talla. Los intérpretes del Apocalipsis (hablo de los literales, que de los otros no hay para qué hablar) recurren aquí, para decir algo y llenar con esto algunos vacíos, a aquel caos oscurísimo o impenetrable del pecado y castigo de los ángeles malos, imaginando y dando luego por cierta la imaginación, que cuando el gran príncipe Satanás, abusando de su li-bertad y de los dones del Criador, se rebeló en el cielo contra Dios, tra-yendo a su partido (como dicen) la tercera parte de los ángeles, se le opuso lleno de verdadero celo otro príncipe no menos grande, que la Escritura llama Miguel, a quien se agregaron las otras dos terceras par-tes de los espíritus angélicos. Con esto, encendidos los unos con un ver-dadero celo de la honra de Dios, y los otros en ira y furor, trabaron en-tre sí una gran disputa, que pasó naturalmente a una verdadera bata-lla, en la que Miguel y sus fieles compañeros vencieron a Satanás y a sus rebeldes, y los arrojaron del cielo a la tierra, esto es, al infierno.

[80] Si preguntamos ahora por curiosidad de qué fuentes, de qué archivos públicos o secretos se han sacado una noticia como ésta, pa-rece más que probable que con esta sola pregunta deban quedar, aun los más eruditos, en un verdadero y no pequeño embarazo. Este suce-so que suponen por cierto (podemos decirles) precedió ciertamente a la creación del hombre, o mucho o poco, según varios modos de pen-sar; pues de la Escritura divina nada consta. Por otra parte, es igual-mente cierto que lo que ha pasado o puede pasar entre los entes pura-mente espirituales, no es del resorte del hombre, aun cuando fuese de una ciencia perfecta 2; son estas cosas muy superiores a su limitada inteligencia. Es verdad que pueden llegar a su noticia, mas no por otro conducto que el de la Revelación divina, cierta y segura. ¿De aquí se sigue legítimamente que, si el suceso de que hablamos no nos lo ha re-velado Dios en sus Escrituras, podremos no solamente no creerlo, sino

1 Apoc. 12, 7-9. 2 Job 22, 2.

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reprobarlo como apócrifo? A esta pregunta o consulta no hay duda qué responden; mas la repuesta no es otra que remitirnos, como quien está de prisa, a este mismo lugar del Apocalipsis que ahora observamos. Mas este lugar del Apocalipsis, ¿de qué tiempos habla: de pasados o de futuros? ¿Es una historia o una profecía? Es profecía, dicen, que anun-cia innegablemente para otros tiempos todavía futuros una grande y terrible entre los ángeles malos y buenos. Mas esta batalla futura que se anuncia alude a la que se dio en el cielo entre los mismos ángeles antes de la creación del hombre. ¡Oh, válgame Dios! ¿No es esto, pro-piamente hablando, responder por la cuestión? Para que un suceso cierto y seguro (sea presente o futuro) aluda o pueda aludir a otro su-ceso semejante ya pasado, es necesario que aquel suceso ya pasado sea igualmente cierto y seguro, y que esto esté por otra parte bien proba-do, con aquella especie de prueba que pide el asunto. Esta proposición parece un axioma, y lo es en realidad. ¿Quién no se reiría, por ejemplo, de un historiador que nos refiriese ahora una gran batalla naval entre africanos y europeos, sucedida en los tiempos anteriores a Noé? Y si preguntado de dónde había tomado una noticia tan plausible, nos re-mitiese a la historia romana; si nos asegurase e hiciese ver en esta his-toria la batalla naval entre cartaginenses y romanos, sucedida en la primera guerra púnica; si nos asegurase con formalidad que esta bata-lla naval alude o aludió a otra semejante que sucedió en los tiempos antediluvianos, ¿sobre este solo fundamento pudiéramos creer aquella noticia? Aplíquese, pues, la semejanza.

[81] No me parece conveniente disimular aquí lo que algunos au-tores no ordinarios, ni de la clase inferior, han discurrido para confir-mar o fundar de algún modo posible aquella noticia. Estos nos remiten al capítulo 1 del Génesis, donde nos hacen observar aquellas palabras del versículo 4: Y vio Dios la luz que era buena. Y separó a la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche 1; las cuales palabras, consideradas profundamente, pueden tener (dicen), fuera de su sentido literal, este otro sentido: Vio Dios la fidelidad y bondad del príncipe Miguel y de todos los ángeles que eligieron con él la mejor parte, y aprobando esta fidelidad, y canonizándola por buena, los divi-dió de los ángeles infieles: Y llamó a la luz día, y a las tinieblas noche; esto es, a los primeros les dio el nombre de día, esto es, les dio la luz y claridad de la visión beatífica; y a los segundos los llamó noche, esto es, los arrojó de sí a la noche eterna del infierno. La sustancia de lo que aquí se dice es una verdad de la que el texto no habla, y en donde se echa menos (porque sin duda no se ha podido más) la batalla entre los ángeles fieles e infieles. Si proseguimos ahora leyendo en esta inteli-gencia este lugar del Génesis, hallamos a pocos pasos que aquellos dos

1 Gen. 1, 4-5.

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luminares que crió Dios, uno para el día, y otro para la noche, su des-tino a lo menos secundario sería éste: que el sol sirviese a los ángeles buenos, y la luna a los malos. Y aquellas palabras del salmo 135: El sol para presidir el día…, la luna y las estrellas para presidir la noche 1, podrán también tener este sentido: que el sol tenga potestad o influya sobre los ángeles buenos, y la luna y estrellas sobre los malos, etc.

[82] Hablando ahora simple y sencilla o seriamente, que parece un mismo modo de hablar, es ciertísimo que en todas las santas Escrituras no se halla ni una sola palabra de donde poder inferir, ni aun sospechar, aquella supuesta batalla sucedida en el cielo, al principio de la crea-ción, entre los ángeles buenos y malos; ni el pecado de unos, ni sus con-secuencias; ni el tiempo y medios que les dio Dios, o que no les dio de penitencia, etc. Nada de esto sabemos por la Revelación; y si nada sa-bemos por la Revelación, ¿por cuál otro conducto lo podremos saber? Al paso que ésta nos habla frecuentísimamente de los ángeles buenos, y también de los malos, de los servicios reales que nos hacen los unos, y de los perjuicios igualmente reales que nos hacen los otros, y que nos desean y procuran hacer a todas horas; a este mismo paso observa un profundísimo silencio sobre la caída de los ángeles malos, y sobre las causas y circunstancias de su reprobación; o porque esta noticia no nos es necesaria, o lo que parece más verosímil, porque en el estado presen-te no somos capaces de entender lo que pasa, o puede pasar, entre cria-turas puramente espirituales. A éstas no las concebimos sino bajo aquellas especies poco justas que nos prestan nuestros sentidos.

[83] Nos basta, pues, saber en el estado presente dos cosas de gran importancia. Primera: que hay ángeles, o criaturas puramente espiri-tuales, a quienes llamamos con este nombre general, los cuales son buenos, santos, píos, benéficos, bienaventurados, que siempre ven la cara de mi Padre, que presentan a Dios nuestras oraciones, que nos socorren y ayudan en nuestras tentaciones y necesidades, que nos pro-curan todo el bien posible, como que son, o todos o muchísimos de ellos, según la voluntad del Padre celestial, enviados para ministerio en favor de aquellos que han de recibir la heredad de salud 2. Segun-da: que hay también ángeles malos, perversos, inicuos, malignísimos, arrojados para siempre de la gracia y amistad de Dios, sin duda por el mal uso que hicieron de su libertad y de los dones de su Criador mien-tras fueron viadores, los cuales no cesan de perseguirnos, de insidiar-nos, y también de acusarnos ante el tribunal del justo juez; pidiendo y alegando contra nosotros por el mal uso que también hacemos de nuestra libertad, de nuestra razón, de nuestra fe, y de tantos bienes

1 Sal. 135, 8-9. 2 Heb. 1, 14.

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naturales y espirituales que hemos recibido. Estas dos cosas nos basta saber, y nos fuera una cosa utilísima el saberlas bien, y mucho más el aprovecharnos de esta noticia. La ciencia de otras cosas más particula-res no nos toca, ni nos es necesaria, ni asequible en el estado presente.

[84] Concluida esta digresión, no del todo inútil, entremos ya a ob-servar de propósito el lugar del Apocalipsis que dejamos suspenso, pa-ra cuya inteligencia no tenemos necesidad alguna de suposiciones ar-bitrarias, ni de discursos artificiales. El mismo texto y contexto de esta profecía nos abre el camino fácil y llano. No tenemos que hacer otra cosa sino seguirlo, advirtiendo bien y llevando presente estas dos ver-dades, no menos necesarias que innegables.

[85] Primera: que el dragón y sus ángeles, no obstante de estar privados para siempre de la gracia y amistad de Dios, tienen todavía algún acceso a él, real y personal; pueden todavía llegar a Dios, pre-sentarse delante de su tribunal, hablar con él, pedir y acusar, alegar, etc. Esto parece claro por las Escrituras, y me parece que ninguno lo niega ni lo duda. Consta del capítulo 2 de Job. Consta del capítulo 22 del tercer libro de los Reyes. Consta del capítulo 22, versículo 31, del Evangelio de San Lucas, y consta de este mismo lugar del Apocalipsis, versículo 10, como veremos en el artículo siguiente. Este acceso a Dios, que ha tenido y tiene todavía el dragón y sus ángeles, no es para ado-rarlo y honrarlo como a su criador y Señor, ni para gozar de su vista, ni para amarlo como a sumo bien; todo esto es infinitamente ajeno de su estado presente, y aun contrario a sus inclinaciones. Según las ideas que sobre esto nos dan las Escrituras, sólo podemos concebir este ac-ceso a Dios de los espíritus malignos, como el que tiene acá en la tierra cualquier hombre privado, por vil que sea, a su rey o príncipe en su consejo o tribunal de justicia. Si el tribunal procede como debe, oye o admite cualquiera acusación, de cualquier acusador que sea; y si, des-pués de bien examinada, se halla verdadero el delito en el acusado, no puede menos de dar la sentencia contra él, según lo alegado y proba-do, aunque por otra parte deteste y abomine al vil acusado. Esta ley, como fundada en la recta razón, se ha practicado universalmente en todos tiempos y en todas las naciones, aun las menos civiles; y se prac-ticará mientras hubiere en el mundo recto juicio.

[86] Ahora pues, como el gobierno y justicia de los hombres, que como saben o deben saber todos los Cristianos, de Dios son ordena-das 1, es una imagen o una emanación de la justicia y gobierno de Dios, podemos decir seguramente que lo mismo sucede a proporción en el sacrosanto y rectísimo tribunal del sumo Dios, respecto de Sata-nás y de sus ángeles. Si a éstos se les concede acceso a Dios como a

1 Rom. 13, 1.

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justo juez, por razones que no son de nuestro resorte, es consiguiente que se admita la acusación. Si ésta se admite, es consiguiente que se examine, o que se vea si es verdadera o falsa. Si se halla verdadera, in-negable e indisimulable, es consiguiente y aun necesario que se dé lue-go la sentencia contra el culpado, aunque el acusador haya procedido con intenciones tan perversas como las que puede tener el mismo Sa-tanás; pues en un juicio justo, o en un recto tribunal de justicia, no se atiende a la intención buena o mala del acusador, sino solamente a la verdad o falsedad de la acusación. La mala intención tendrá a su tiem-po su juicio y su sentencia.

[87] La segunda cosa que debemos advertir aquí y no olvidar, es aquel Consejo extraordinario y juicio supremo de que hablamos en el artículo 4, el cual, como se dice expresamente en Daniel, se debe abrir en aquellos tiempos, para quitar a los hombres toda la potestad que habían recibido, y de que tanto han abusado: Y se sentará el juicio pa-ra quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siempre. Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo 1. En el cual supremo Consejo se sienta, en primer lugar, en su trono el Ancia-no de Días, y en sus tronos respectivos otros conjueces; en el que asis-ten millares de millares de ángeles, prontos a ejecutar lo que allí se or-dena; en el que se presenta el Mesías mismo, según Daniel, como Hijo de Hombre, y según San Juan, un Cordero así como muerto, en que tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono, según dice San Juan, y según Daniel, recibe la potestad, y la honra, y el reino, etc. Este Consejo o Juicio supremo, que se abre, como queda notado, después del parto de la mujer, persevera abierto y en continua operación todo el tiempo que la mujer misma está retirada en la sole-dad, es decir, los mismos cuarenta y dos meses que debe durar entre las Gentes la gran tribulación del Anticristo, o del misterio de iniqui-dad, ya consumado y revelado, hasta que del mismo Consejo o tribunal supremo se desprenda la piedra, y se encamine directamente hacia la estatua, hiriéndola en sus pies de hierro, y de barro; hasta que el Hijo del Hombre o el Cordero mismo, Cristo Jesús, llegada aquella hora y momentos que puso el Padre en su propio poder, y que espera con las mayores ansias el cielo y la tierra, vuelva a ésta después de haber reci-bido el reino, con toda aquella gloria y majestad con que se describe en el capítulo 19 del mismo Apocalipsis.

[88] Esta verdad no sólo se colige, sino que se ve con los ojos, le-yendo con alguna mediana atención el mismo Apocalipsis, desde el ca-pítulo 4 hasta el 19. Después de abierto aquel Consejo extraordinario,

1 Dan. 7, 26-27.

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y sentado el juicio, para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siempre; después que el Hijo del Hombre, o el Cordero supremo, se presenta en dicho juicio, y recibe el libro de mano de Dios mismo, etc., se ve y se palpa en el Apocalipsis que de este mismo Con-sejo y juicio supremo empiezan luego a salir, y prosiguen saliendo has-ta la venida del Señor, nuevas, repetidas y casi continuas órdenes con-tra la tierra, contra la bestia en especial, contra los adoradores de la bestia, contra los que traen ya en la frente o en las manos su carácter, o su nombre, o el número de su nombre; todo lo cual, como queda no-tado en otra parte, no es otra cosa que el reniego o la formal apostasía. De este Consejo o juicio se ven salir primeramente, conforme se van abriendo los siete sellos del libro, aquellos siete misterios cuya inteli-gencia, aunque la ignore por la mayor parte, mas no ignoro que son verdaderos males, y verdaderas plagas, para éstos que moraban sobre la tierra 1. De este Consejo o juicio se ven salir aquellos cuatro ángeles que estaban sobre los cuatro ángulos de la tierra…, a quienes era da-do poder dañar a la tierra y a la mar 2.

[89] De este Consejo o juicio, después de abierto el último sello del libro, y habiendo precedido un silencio como de media hora, se ven sa-lir luego inmediatamente siete ángeles, a quienes les fueron dadas siete trompetas 3, a cuyo sonido y a cuyas voces sucesivas van sucediendo y efectuándose en la tierra aquellas siete plagas horribles de que se habla en los capítulos 8, 9 y parte del 10. De este Consejo o juicio se ve salir un ángel con un incensario en la mano lleno de brasas de fuego, las cuales arroja sobre la tierra: Y fueron hechos truenos, y voces, y relámpagos, y terremoto grande 4. Poco después se ven salir del mismo Consejo otros siete ángeles, cada uno con su fíala o redoma, en las cuales llevan las siete plagas postreras, porque en ellas es consumada la ira de Dios 5; y a quienes se dice: Id y derramad las siete copas de la ira de Dios sobre la tierra 6. De este Consejo o juicio, después de sustanciada la causa, y dada la sentencia, sale también la orden de su ejecución con-tra la grande Babilonia, que allí mismo vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino de la indignación de su ira 7; la que se ve ya en aquel tiempo sentada sobre la bestia, y no obstante, llena de presunción y seguridad vanísima, diciendo dentro de su corazón: Yo estoy sentada reina, y no soy viuda, y no veré llanto 8. De todo lo cual se habla difusamente en los dos capítulos 17 y 18 y parte del 19.

1 Apoc. 11, 10. 2 Apoc. 7, 1-2. 3 Apoc. 8, 2. 4 Apoc. 8, 5. 5 Apoc. 15, 1. 6 Apoc. 16, 1. 7 Apoc. 16, 19. 8 Apoc. 18, 7.

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En suma, de este Consejo o juicio supremo se ven salir tantas, tan nue-vas, tan inauditas órdenes contra la tierra, que cualquiera las puede ob-servar fácilmente si lee con cuidado el divino libro del Apocalipsis, des-de el capítulo 4, en que se abre el Consejo y empieza la visión, hasta el 19, en que se ve bajar del cielo en su propia persona el Rey de los reyes.

[90] Supuestas y advertidas bien estas dos verdades, esto es, el ac-ceso que tienen todavía a Dios los ángeles malos, y el Consejo o juicio extraordinario que se ha de abrir en los tiempos de que hablamos, con esto sólo queda fácil y llana la inteligencia de este misterio particular. La batalla de San Miguel y sus ángeles con el dragón y los suyos, debe de ser una consecuencia muy natural del estado nuevo a que ha pasa-do la mujer después de su parto.

[91] Ya hemos visto desde el artículo 2 las sospechas, los temores e inquietudes del dragón, al ver una tan gran novedad en aquella misma mujer, a quien hasta entonces había mirado con el mayor desprecio. Estas sospechas y temores crecen y se aumentan hasta llegar al su-premo grado, al verla realmente preñada y ya para parir. Hemos visto las diligencias que hace, y los expedientes que toma (haciendo entrar a todo el mundo en sus propios intereses, y tocando al arma por todas partes contra esta mujer) para impedir desde sus principios las resul-tas terribles de su preñez y de su parto. Hemos visto sus deseos y es-fuerzos inútiles para devorar el parto mismo, ya que no le es posible el impedirlo, es decir, para que la mujer, después del parto, se arrepienta de lo hecho; para que niegue y renuncie, desconozca y olvide entera-mente el fruto mismo de su vientre, que acaba de dar a luz entre tantas angustias. Hemos visto que la mujer, no obstante los artificios y las violencias del dragón, parió un hijo varón, que había de regir todas las Gentes con vara de hierro; que este hijo suyo voló al punto a Dios, y se presentó delante de Dios y de su trono; que allí recibió de su mano un libro cerrado y sellado; que lo abrió allí mismo con admiración y jú-bilo plenísimo de todo el universo, etc. Hemos visto, en fin, que la mu-jer después del parto, quedando victoriosa de tantos enemigos, se reti-ra del mundo, y se encamina a la soledad.

[92] Pues en este conflicto tan importuno y terrible, ¿qué reme-dio? En la tierra ninguno aparece. Todos se han tomado, y todos se han frustrado. No hay, pues, otra esperanza que acudir al cielo. ¿Al cielo? ¿El dragón, acudir al cielo contra una mujer manifiestamente protegida del cielo? ¿Contra una mujer que ha creído y que ha confe-sado públicamente su fe? Sí, dice el dragón, al cielo. No nos queda ya otra áncora que arrojar al mar, para evitar el cierto naufragio. Al cielo, al tribunal del justo Juez. Hasta ahora se han oído y despachado a nuestro favor todas las acusaciones que hemos hecho contra esta mu-jer (lo cual no ignora Dios), que ha sido en todos tiempos la más infiel,

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la más ingrata, la más vil y perversa de todas las mujeres. Puede ser que seamos oídos y atendidos también esta vez. No perdamos tiempo, vamos al cielo, presentemos contra ella nuevas acusaciones, y si éstas no se admiten, presentemos juntas, sin olvidar una sola, todas las an-tiguas, que son gravísimas y casi infinitas. Consolado un momento con estos pensamientos, y lisonjeado con estas esperanzas, se encamina al punto para el cielo, seguido de todos sus ángeles, y abandonado por entonces todo otro interés. Como el que lleva no sufre dilaciones, nin-guna otra cosa es capaz de detenerlo, ni aun de divertirlo. No obstante que halla mudado en el cielo todo el teatro; no obstante que halla otro nuevo tribunal y juicio, cuyas puertas halla cerradas; no por eso se turba, ni pierde el ánimo ni las esperanzas; se presenta a estas puertas pidiendo audiencia, y pretendiendo, con aquel orgullo y audacia que es su propio carácter, que se le dé entrada, como siempre, para proponer y hacer valer sus acusaciones; y también, si acaso esto le es posible, para investigar lo que allí se trata. No penséis, señor, que éste es al-guno de aquellos vanos fantasmas que finge la imaginación, y que se desvanecen más presto de lo que se formaron. De más de ser una cosa naturalísima, en que por otra parte no se halla repugnancia alguna, todo esto lo veréis claro en el artículo siguiente, y bien expreso.

[93] Estando, pues, el dragón y sus ángeles como tumultuando, di-gámoslo así, o como batiendo atrevidamente las puertas de aquel nue-vo juicio, se levanta por orden de Dios el príncipe grande San Miguel, seguido de innumerables ángeles, y sale fuera a reprimir aquella auda-cia: Y en aquel tiempo, se le dice a Daniel, capítulo 12, se levantará Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo. De este texto hablaremos luego. El dragón furioso pretende entrar de grado o por fuerza, San Miguel le resiste constantemente. El dragón clama grandes voces ser oído en juicio, pues trae acusaciones gravísi-mas contra la mujer que acaba de parir; San Miguel no cede un punto, antes lo trata, no sólo de inicuo, sino de falso delator, pues la mujer a quien viene a acusar ya no es la que era delante de Dios, sino otra infi-nitamente diversa; ya no es aquella ingrata e infiel, aquella dura, pér-fida y rebelde, sino otra fiel, humilde, bañada en lágrimas de verdade-ra penitencia, que ha despertado de su letargo, que reconoce sus deli-tos, que los detesta y abomina; que, en fin, ha concebido y ha parido, esto es, ha creído y ha confesado públicamente a su Mesías, en medio de tantas oposiciones, angustias y dolores, y lo adora y ama sobre to-das las cosas. Por tanto, si trae nuevas acusaciones, éstas son eviden-temente falsas. Si no trae otra novedad que sus antiguos delitos, ya és-tos están sobradamente castigados de herida de enemigo con cruel castigo 1; ya ha recibido esta miserable de la mano del Señor al doble

1 Jer. 30, 14.

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por todos sus pecados 1; ya estos pecados están perdonados, y arroja-dos en el profundo de la mar 2.

[94] En esto, creciendo por momentos el fervor, y no siendo proba-ble que ceda alguna de las partes, se viene fácilmente de las palabras a las obras, y de las razones a la fuerza de las armas. Se traba, digo, entre el príncipe Miguel y el dragón, y entre los ángeles del uno y del otro, una verdadera batalla, del modo que puede haberla entre puros espíri-tus; no solamente con voces intelectuales, o meras razones, sino tam-bién con violencia, y con fuerza real; lo cual, aunque no comprendemos cómo pueda ser, mas esto sólo prueba que somos pequeños, y nuestras ideas muy escasas para poder salir de los entes puramente materiales, y pasar a entender cómo obran los puros espirituales. Nuestro estado presente no alcanza a tanto. Esperamos otro estado mejor en que todo nos será inteligible. Y hubo una grande batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. En esta verdadera batalla, no pasada, sino todavía futura, deben quedar el dragón y sus ángeles plena y perfectamente vencidos, deben todos ser arrojados a la tierra irresistiblemente, y quedar privados desde enton-ces para siempre del acceso que tenían a Dios como a justo juez, para acusar, alegar y pedir contra los hombres: Y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel dragón, aquella antigua serpiente, que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mun-do; y fue arrojada en tierra, y sus ángeles fueron lanzados con él.

[95] Esta célebre batalla debe ser sin duda un suceso gravísimo y de gravísimas consecuencias, pues está anunciado para aquellos tiem-pos con tantas, tan claras y tan magníficas expresiones. En ella deberá decidirse, y quedar decidida, la suerte de la mujer, por lo cual cierta-mente se pelea según todo el contexto; esto es, si ésta ha de quedar en-teramente libre, o sujeta de algún modo a las violencias, asechanzas, artificios y máquinas del dragón; lo que parece que interesa igualmen-te al cielo, a la tierra y al infierno.

Texto de Daniel, capítulo 12

[96] Entendido ya el misterio de esta gran batalla, sus causas, sus fines, sus circunstancias del tiempo y del lugar, etc., se entiende al pun-to con ideas clarísimas todo el capítulo 12 de Daniel, al cual alude ma-nifiestamente, y no sólo alude, sino que lo explica y aclara toda esta profecía admirable, contenida en el capítulo 12 del Apocalipsis. Y en aquel tiempo (se le dice a Daniel) se levantará Miguel príncipe gran-de, que es el defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser hasta aquel tiempo. Y

1 Is. 40, 2. 2 Miq. 7, 19.

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en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro… (de los escogidos…). Muchos serán escogidos, y blanquea-dos, y probados como por fuego (o como por medio del fuego); etc. 1.

[97] Sobre este texto de Daniel debemos reparar, lo primero, que aquí se dice clara y expresamente, que el príncipe grande San Miguel está señalado de Dios por príncipe y protector del pueblo de Israel 2. Lo mismo se dice en el capítulo 10, versículo último: Miguel, que es vuestro príncipe. Esta circunstancia o esta advertencia, ¿para qué pue-de aquí añadirse, si la expedición de San Miguel, o el se levantará Mi-guel, no es por causa de este mismo pueblo, y para defenderlo y prote-gerlo? Debemos reparar, lo segundo, el tiempo preciso de que aquí se habla: En aquel tiempo se levantará Miguel príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo. Este tiempo se presenta de suyo sin otra diligencia que abrir los ojos; basta leer el texto para conocer, sin poder dudarlo, que es el tiempo mismo de la vocación y asunción futu-ra de Israel, de que habla San Pablo, y de que hablan casi todos los Profetas. Pues de este mismo tiempo se le dice a Daniel: Y en aquel tiempo será salvo tu pueblo, todo el que se hallare escrito en el libro (de los escogidos); y se añade poco después, que muchos de este pue-blo serán elegidos y dealbados, y probados como por el fuego 3; los cuales son visiblemente aquellos mismos de que hablamos hacia el fin del artículo 1, de quienes se dice en Zacarías: Y pasaré por fuego la tercera parte, y los purificaré como se quema la plata, y los acrisola-ré como es acrisolado el oro… 4. ¿Y éstos son otros que los que apare-cen en el Apocalipsis, sellados en la frente con el sello de Dios vivo?

[98] Debemos observar, lo tercero, que este tiempo de la batalla de San Miguel con el dragón, o del se levantará Miguel, debe preceder necesaria y evidentemente a la tribulación del Anticristo, así por el tex-to del Apocalipsis como por el texto de Daniel; pues expresamente se dice a este Profeta que, después de la expedición de San Miguel, en con-secuencia de lo que ha de haber (lo que aquí se calla y se revela en el Apocalipsis), se seguirá en la tierra un tiempo tan tenebroso, tan terri-ble, cual nunca se ha visto en todos los siglos anteriores: Y vendrá tiem-po, cual no fue desde que las gentes comenzaron a ser; que es la ex-presión misma de que usa el Señor en el Evangelio hablando de la tri-bulación del Anticristo: Porque habrá entonces grande tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si no fuesen abreviados aquellos días, ninguna carne sería salva 5. Todo lo

1 Dan. 12, 1 y 10. 2 Dan. 12, 1. 3 Dan. 12, 10. 4 Zac. 13, 9. 5 Mt. 24, 21-22.

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repite San Juan, y lo trae a la memoria en esta misma profecía que ahora observamos, al versículo 12 y 17, como luego veremos.

[99] De aquí se sigue legítimamente que la explicación que hasta ahora se ha dado, así al texto de Daniel como al de San Juan, diciendo que el se levantará Miguel, o su batalla con el dragón será para defender a la Iglesia de la persecución del Anticristo; esta explicación, digo, que es la común entre los intérpretes literales, no puede subsistir; la repugnan y contradicen unánimemente ambas profecías: la de Daniel por lo que acabamos de decir, y queda dicho más difusamente en el apéndice al fe-nómeno 4; la del Apocalipsis, porque en ella se ve claro que el dragón, vencido y arrojado a la tierra, no pudiendo alcanzar a la mujer que huye, la que ha sido la causa de su desgracia presente, convierte todas sus iras contra lo poco que habrá entonces de verdadera Iglesia cristiana: Se fue a hacer guerra contra los otros de su linaje (de la mujer), que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar. Con lo cual, saliendo del mar la bestia de siete cabezas y diez cuernos, y de la tierra la bestia de dos cuernos, em-pieza desde luego la gran tribulación del Anticristo, y se revela todo el misterio de iniquidad, como se anuncia en todo el capítulo siguiente.

[100] No siendo, pues, ni pudiendo ser esta batalla de San Miguel con el dragón, para defender a la Iglesia de la persecución del Anticris-to, que todavía no ha empezado, es consiguiente que sea otro el miste-rio. Yo propongo otro que es el que acabo de explicar. Cualquiera que repugnare esta sentencia o inteligencia, deberá producir otra mejor, que sea más propia, más seguida, más natural y más conforme a las Es-crituras.

Artículo 6

Versículos 10-12

[101] Y oí una grande voz en el cielo, que decía: Ahora se ha cum-plido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio, y no amaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual regocijaos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y de la mar, porque descen-dió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiem-po! 1. Vencido el dragón en la batalla, arrojado a la tierra con todos sus ángeles, y privado para siempre del acceso que tenía a Dios, se oye lue-go en el cielo una gran voz, como de aclamación y júbilo universal, que

1 Apoc. 12, 10-12.

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dice: Ahora sí que está hecha o concluida la salud (modo de hablar, di-fícil de trasladar bien de una lengua a otra). Ya están vencidos, como si dijera, los mayores impedimentos que había para que se manifieste la virtud y el reino de nuestro Dios, y la potestad de Cristo; porque ha si-do arrojado para siempre, del tribunal del justo Juez, el perpetuo acu-sador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche en la presen-cia del Señor; ellos lo han vencido finalmente por la sangre del Corde-ro, y por la palabra de su testimonio.

[102] Estas voces de júbilo universal, que se oyen en el cielo inme-diatamente después de la victoria de San Miguel, denotan y prueban, lo primero, el grande y ardentísimo deseo que tienen los habitadores del cielo, ángeles y santos, no obstante la gloria de que gozan, de que lle-gue y se manifieste plenamente el reino de Dios y la potestad de Cristo. Denotan y prueban, lo segundo, el acceso libre que tiene el dragón y sus ángeles al tribunal de Dios para acusar a los hombres y pedir con-tra ellos, especialmente cuando son culpados: El acusador de nuestros hermanos, que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. De-notan y prueban, lo tercero, que el reino de Dios y la potestad de Cris-to no pueden manifestarse, o no se manifestarán, mientras no se veri-fique la conversión de Israel, tan anunciada y prometida en las Escri-turas. Así les dijo el Señor en cierta ocasión: No me veréis hasta que digáis con verdad: Bendito el que vino en el nombre del Señor 1, y to-do lo demás que ya está escrito y anunciado en el salmo 117, de donde son estas palabras. Por eso, convertido Israel, y arrojado del tribunal de Dios el acusador, que ya no tiene de qué acusar, se alegra todo el cielo diciendo: Ahora se ha cumplido la salud, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo, porque es ya derribado el acusador de nuestros hermanos…

[103] Convertidos, pues, éstos en aquellos tiempos de que habla-mos, desarmarán en esto a su acusador, lo vencerán, y pondrán la victo-ria en manos de San Miguel, el cual sin este subsidio no pudiera vencer ni pensar en dar la batalla; mas no lo vencerán, prosigue el texto, sino por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio 2; es decir, que la sangre misma del Cordero, que ellos derramaron, y que con tanta imprudencia se echaron sobre sí, y sobre toda su posteridad, clamando a grandes voces: Sea crucificado… Sea crucificado… Sobre nosotros y sobre nuestros hijos sea su sangre 3; esta sangre preciosa que hasta ahora ha clamado y clama contra ellos, como clamaba la del justo e inocente Abel contra su impío y crudelísimo hermano, que la derramó sin otra causa, sino porque sus obras eran malas, y las de su hermano

1 Mt. 23, 39. 2 Apoc. 12, 11. 3 Mt. 27, 23 y 25.

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buenas 1; esta sangre, digo, de infinito valor, clamará en aquellos tiem-pos, no contra ellos, sino a su favor; intercederá por ellos, los reconci-liará con Dios, y los lavará enteramente de todas sus iniquidades anti-guas y nuevas: Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero. A esta sangre preciosa deberá atribuirse aquella victoria; mas para que esta sangre les pueda aprovechar, les será necesario poner alguna cosa de su parte, como es necesario a todo cristiano; pues no todo ha de ser a costa del buen Jesús. Les será necesaria la palabra del testimonio del mismo Jesús, o del mismo Cordero, es a saber, declararse públicamente por él, confesarlo delante de Dios y de los hombres por su verdadero Mesías, hijo de David, Hijo de Dios; y defender su fe, y confirmar este testimonio con su vida y sangre sin temor alguno. Lo cual, aunque en todo tiempo es necesario a todo fiel cristiano, mas en aquel tiempo y circunstancias será necesario con especialidad, pues como se colige cla-ramente de las palabras que se siguen, la persecución de la mujer, de que hablamos en el artículo 2, no quedará solamente en palabras, o en amenazas y temores, sino que pasará hasta el derramamiento de no po-ca sangre: Y no amaron sus vidas hasta la muerte. Y las primicias pa-ra Dios, y para el Cordero, de que se habla en el capítulo 14, son bue-na prueba de que no faltarán en aquellos tiempos Faraones, o Hero-des, que sacrificarán a sus pasiones la sangre de los inocentes.

[104] Este gran suceso de la conversión de Israel, y de la batalla de San Miguel, debe ser sin duda de grandes consecuencias, y producir al-guna grande y extraña novedad. Las voces que se oyen en el cielo, lue-go después de la batalla, muestran clarísimamente que van luego a se-guirse cosas muy grandes y de sumo gozo para los habitantes del cielo: Por lo cual regocijaos, cielos, los que moráis en ellos; aunque por otra parte van también a seguirse por breve tiempo otras cosas no menos grandes, mas de sumo trabajo y tributación para los habitadores de la tierra. Así concluyen con las mismas voces diciendo: ¡Ay de la tierra y de la mar!, porque descendió el diablo a vosotros con grande ira, sa-biendo, que tiene poco tiempo. Las cosas que deben luego seguirse en la tierra, por la ira grande con que baja el dragón después de vencido, se notan brevísimamente en lo que resta de este capítulo, y después más en particular y más por extenso en los siete capítulos siguientes.

Artículo 7

Versículos 13-14

[105] Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón. Y fueron dadas a la mu-

1 1 Jn. 3, 12.

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jer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente 1. Viéndose el dragón arrojado a la tierra irresistiblemente, cortadas las alas para volar al cielo, y pri-vado para siempre del acceso libre que tenía al tribunal de Dios, entra con esto en vehementes sospechas, o en una certidumbre más que mo-ral, de que su fin debe estar ya muy cerca; digo su fin, no respecto de su ser natural, sino respecto de su libertad para hacer mal a los hom-bres, que parece su pasión dominante. Este pensamiento terrible, que debía naturalmente hacerlo caer de ánimo, entristecerlo y oprimirlo, éste es el que lo hace más diligente, llenándolo de nuevo odio y de ma-yor furor contra Dios, contra Cristo, y contra todo cuanto le pertenece; y desea por consiguiente emplear bien aquel poco tiempo, sin perder un solo momento. Y, en primer lugar, la mujer que parió el hijo varón es la que llama todas sus atenciones, como que ella ha sido la que ha arruinado sus proyectos con un parto tan importuno, y como que ella misma ha sido la causa de su desgracia y humillación actual.

[106] A ésta, pues, se resuelve y se dispone a perseguir de todos modos y con todas las máquinas imaginables, o para arruinarla y ani-quilarla del todo, o, a lo menos, para no dejarla gozar tranquilamente del fruto de su vientre. Pero se engaña el infeliz, y su mismo furor apa-ga u oscurece la luz de su razón. La mujer que voy a perseguir (debía decirse a sí mismo) no es ya la que era; no es aquella antigua, sino otra muy nueva; se ha renovado y mudado del todo, principalmente des-pués del parto, por la sangre del Cordero, y por la palabra de su tes-timonio; ya tiene de su parte al Omnipotente, y a su lado a su príncipe Miguel. ¿Qué podré yo hacer contra ella, que no recaiga sobre mí? Acercarme a ella personalmente no es posible, sin trabar otra nueva batalla con su príncipe y protector, para lo cual ya no hay caudal ni fuerzas, aunque sobre rabia y furor. Esta breve y fácil reflexión debiera contener al astuto dragón, y hacerlo desistir de una empresa no menos peligrosa que inútil; mas el orgullo y la cólera son siempre muy malos consejeros. Resuelto, pues, a perseguirla a todo trance, y conociendo bien que por sí mismo nada puede, vuelve a vestirse de aquellas armas con que apareció vestido antes del parto de la mujer, a fin de tragarse al hijo luego que ella le hubiese parido; vuelve, digo, a animar de nue-vo sus siete cabezas y diez cuernos (todavía no unidos perfectamente en un solo cuerpo moral, pero ya bien dispuestos a esta unión); vuelve a tocar al arma en toda la tierra, con mayor prisa y empeño, contra la terrible mujer, cuyo parto inopinado lo ha reducido a tantas angustias: Y cuando el dragón vio que había sido derribado en tierra, persiguió a la mujer que parió el hijo varón.

1 Apoc. 12, 13-14.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 583

[107] Bien pudiera Dios, sólo con quererlo, defender a la mujer, por otra vía más corta, de las máquinas del dragón, y hacer inútiles todos sus conatos; así como pudo defender a su propio Hijo de las asechan-zas de Herodes, sin enviarlo desterrado a Egipto. Mas el altísimo y su-mo Dios, que no sólo es omnipotente, sino también sabio y prudente, con aquella su infinita sabiduría que alcanza de fin a fin con fortaleza, y todo lo dispone con suavidad 1, observará entonces con la mujer per-seguida la misma conducta suave y fuerte que observó en otros tiem-pos con el perseguido infante, el Rey de los Judíos que ha nacido 2. Cuando Herodes, turbado con la gran novedad que llevaron los Magos a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha naci-do? 3, determinó buscarlo y sofocarlo en la cuna, dispuso su divino Pa-dre que huyese a Egipto, y allí se estuviese oculto hasta su tiempo, pa-ra cuya huida le dio dos alas como de águila grande, proporcionadas al estado de infancia en que actualmente estaba, es a saber, a su misma Madre santísima, y a San José. Estas dos alas lo condujeron en sumo silencio, y con una suavidad admirable, al lugar que Dios le tenía pre-parado, y allí lo ocultaron de Herodes todo el tiempo que duró su des-tierro, hasta que, difunto Herodes, se les dio orden de volver a la tierra de Israel, donde ya no había por entonces perseguidores: Porque muer-tos son los que querían matar al niño 4.

[108] De este modo mismo, cuando la mujer de que vamos ha-blando, en los días de su mocedad 5, se vio tan cruelmente perseguida del rey de Egipto, y buscada de tantos modos para la muerte, dispuso y ordenó esta misma prudentísima sabiduría, suave y fuerte, que la jo-ven mujer saliese luego de Egipto, y huyese a los desiertos de Arabia, para lo que le dio también dos alas como de águila grande, esto es, dos grandes y célebres conductores, Moisés y Aarón, que con prodigios inauditos la condujeron al desierto, y allí la sustentaron con el pasto conveniente todo el tiempo de su peregrinación. Con sola la memoria de este gran suceso se hace luego visible, y aun salta naturalmente a los ojos, la alusión del texto del Apocalipsis a la salida de Egipto, y es-pecialmente al capítulo 19 del Exodo, versículo 4. Compárense entre sí ambos lugares, y se hallará entre ellos una perfecta conformidad. Des-pués de pasado el Mar Rojo, y estando ya todo Israel en el desierto del monte Sinaí, les dice el Señor estas palabras:

[109] TEXTO DEL EXODO: Vosotros mismos habéis visto lo que he hecho a los Egipcios, de qué manera os he llevado sobre alas de águi-

1 Sab. 8, 1. 2 Mt. 2, 2. 3 Mt. 2, 2. 4 Mt. 2, 20. 5 Os. 2, 25.

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584 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

las (o como lee la paráfrasis caldea, como sobre alas de águila) y to-mado para mí 1. TEXTO DEL APOCALIPSIS: Y fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar 2.

[110] De manera que, así como en otros tiempos remotísimos, cuando se dignó Dios mismo de sublimar a esta joven a la dignidad de esposa suya, la sacó primero de la esclavitud de Egipto con mano ro-busta (y fuerte), y la condujo sobre alas de águilas (o como sobre alas de águila) a la soledad del monte Sinaí, donde se celebraron solemní-simamente los desposorios; así sucederá a proporción en otros tiem-pos todavía futuros de que tanto hablan las Escrituras, cuando el mis-mo misericordioso Dios, compadecido de sus trabajos, y aplacado con tantos siglos de durísima penitencia, se digne de llamarla segunda vez como a mujer desamparada y angustiada de espíritu, y como a mu-jer que es repudiada desde la juventud 3, aunque bajo otro testamen-to, u otro pacto nuevo y sempiterno. Entonces renovará el Señor aque-llos antiguos prodigios, y obrará otros mayores para sacarla de la opre-sión y servidumbre, no ya de sólo Egipto, sino de las cuatro plagas de la tierra, y para poseerla segunda vez: Y será en aquel día, extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo 4; y para que salga de su actual servidumbre, y pueda huir con más facili-dad, le dará también otras dos alas como de águila grande con que pueda volar otra vez a la soledad, le dará otros dos conductores muy semejantes a Moisés y Aarón, y proporcionados al nuevo ministerio.

[111] Qué alas, o qué conductores serán éstos, no lo podemos ase-gurar de cierto, sino cuando más por vía de congruencia o de sospe-chas, aunque vehementísimas. La primera ala o el primer conductor parece ciertamente el profeta Elías. Lo que de él está escrito en el Ecle-siástico, en Malaquías y en el Evangelio, es un fundamento que excede la pura verosimilitud, y casi toca en la evidencia. Este hombre extraor-dinario está todavía vivo, sin haber pasado por la muerte, por donde debe pasar en algún tiempo. Está reservado únicamente, según las Es-crituras, para bien de los Judíos, o de los hijos de Israel en general; es-to es, como se dice en el Eclesiástico: Para aplacar la ira del Señor, para reconciliar el corazón del padre con el hijo, y restituir las tribus de Jacob 5. Lo mismo en sustancia se dice en Malaquías: He aquí que yo os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande y tre-mendo del Señor. Y convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a sus padres 6; todo lo cual confirmó y explicó

1 Ex. 19, 4. 2 Apoc. 12, 14. 3 Is. 54, 6. 4 Is. 11, 11. 5 Eclo. 48, 10. 6 Mal. 4, 5-6.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 585

más el Hijo de Dios diciendo: Elías en verdad ha de venir, y restable-cerá todas las cosas 1. Según esto, parece más que probable que el pro-feta Elías ha de ser uno de los conductores o una de las alas.

[112] La gran dificultad está en conocer, con la misma verosimili-tud, la segunda ala o el segundo conductor: Y fueron dadas a la mujer dos alas. No hay duda que aquel antiquísimo profeta, Enoc, que fue el séptimo después de Adán 2, está todavía vivo como Elías, sin que se-pamos ni del uno ni del otro el lugar determinado donde se hallan, pues la Escritura santa dice, ya en el cielo, ya al paraíso, palabras más generales que particulares. Y anduvo con Dios (dice de Enoc), y desa-pareció; porque le llevó Dios; y como añade la paráfrasis Caldea, ni aun murió con Dios 3. Mas en el Eclesiástico se lee: Fue trasladado al paraíso 4. Y de Elías se dice: Subió Elías al cielo en un torbellino 5. Es-te texto del Eclesiástico es el único en toda la Escritura por donde po-demos conocer el destino de Enoc, o el fin para que Dios le tiene reser-vado: Enoc agradó a Dios, y fue trasladado al paraíso, para predicar a las Gentes penitencia 6. Por estas últimas palabras es fácil compren-der que el destino de este santo hombre no es para los Judíos, como el de Elías, sino para las Gentes; o sea para los tiempos terribles de la tri-bulación del Anticristo (como se infiere del capítulo 14, versículo 6, del Apocalipsis), o sea para las Gentes que quedaren vivas en la tierra des-pués de la venida del Señor, como es ciertísimo que han de quedar, se-gún las Escrituras, de lo que hablaremos más de propósito a su tiem-po. Por esta razón, o por este destino del santo Enoc, para predicar a las Gentes penitencia (que es lo único que hallamos de él en toda la Escritura), no veo cómo pueda ser la otra ala, o el otro conductor de nuestra mujer, con la cual no tiene otra relación que la que tiene el común padre de todos los hombres.

[113] Los intérpretes del Apocalipsis, exceptuando algunos pocos, sienten o sospechan comúnmente que aquellos dos testigos vestidos de sacos, de quienes se habla en el capítulo 11 que se han de oponer a la bestia, y ser perseguidos y muertos por ella, etc., serán Elías y Enoc; mas por el contexto mismo es fácil conocer que estos dos testigos están tan lejos de significar dos personas singulares e individuales, como lo está la bestia misma, a la que se han de oponer, y que los ha de perse-guir hasta la muerte. Basta leer atentamente lo que se dice de estos dos testigos, desde el versículo 7 hasta el 14, para mirarlos como dos cuer-pos religiosos y píos, o como dos congregaciones de fieles ministros de

1 Mt. 17, 11. 2 Judas, 14. 3 Gen. 5, 24. 4 Eclo. 44, 16. 5 4 Rey. 2, 11. 6 Eclo. 44, 16.

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586 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

Dios; los cuales, llenos de su divino Espíritu, se deberán oponer por providencia suya a la general iniquidad: Y daré a mis dos testigos, y profetizarán mil doscientos sesenta días, vestidos de sacos 1. A éstos, prosigue el texto, perseguirá furiosamente la bestia; pero Dios los pro-tegerá visiblemente con prodigios extraordinarios, hasta que llenen los días de su profecía, y entonces serán vencidos o muertos por la bestia misma, con alegría y aplauso universal de los habitadores de la tierra: Y los moradores de la tierra se gozarán por la muerte de ellos, y se alegrarán; y se enviarán presentes los unos a los otros, porque estos dos profetas atormentaban a los que moraban sobre la tierra 2. Des-pués de vencidos y muertos, concluye el texto, sus cuerpos yacerán in-sepultos por tres días y medio en las plazas de la ciudad grande, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto 3. Estas palabras parecen la llave de todo el misterio. Si los dos testigos son dos personas singula-res, ¿no basta para sus dos cadáveres una sola plaza? ¿Dos solos cadá-veres han de estar tendidos en las plazas de una ciudad tan grande?

[114] Ahora bien, ¿qué ciudad es ésta que merece el nombre de Sodoma y Egipto? ¿No se conoce, por estas contraseñas, que se dice ciudad así como se dice Sodoma y Egipto, esto es, por semejanza, no por propiedad? ¿No es éste el modo de hablar de todo el libro divino del Apocalipsis? Muchos doctores graves, reparando bien en estas ex-presiones y modo de hablar, son de parecer que aquí no se habla de al-guna ciudad determinada (ni de Jerusalén futura, ni de Roma futura, según diversos modos de pensar) sino generalmente de todo el mundo o de toda la tierra; pues aunque el texto añade: Donde el Señor de ellos fue también crucificado 4, esta circunstancia no es menos verdadera, hablando de todo el orbe de la tierra, que hablando sólo de Jerusalén; fuera de que el Señor no fue crucificado en la ciudad de Jerusalén, sino fuera de ella. Yo me conformo casi enteramente sobre este punto con el parecer de estos doctores; y digo casi enteramente, porque no me parece necesario darle una gran extensión a esta ciudad metafórica, que es llamada espiritualmente Sodoma y Egipto. Basta considerar su grandeza dentro de aquellos límites (bien espaciosos y celebérrimos) donde han florecido los cuatro grandes imperios de que hablan las Es-crituras; donde ha florecido el cristianismo, y donde florecerá en otros tiempos con increíble vigor el anticristianismo. De los otros países de nuestro globo, de aquellos principalmente de quienes dice Dios por Isaías: Que no oyeron de mí, y no vieron mi gloria 5; de quienes dice en el mismo Isaías: Porque estas cosas serán en medio de la tierra, en

1 Apoc. 11, 3. 2 Apoc. 11, 10. 3 Apoc. 11, 8. 4 Apoc. 11, 8. 5 Is. 46, 19.

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medio de los pueblos; como si algunas pocas aceitunas, que quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar 1; de aquéllos de quienes se habla en Daniel: Y vi que había sido muerta la bestia…, y que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les habían señalado tiempos de vida… 2; de estos países, digo, gentes y lenguas, tenemos que decir cuatro palabras en otra ocasión más opor-tuna, pues ya ésta parece una verdadera digresión.

[115] Volviendo ahora a nuestros dos testigos, considerados como dos cuerpos morales, decimos en suma y brevísimamente que de ellos deberán salir todos o los más de aquellos mártires que todavía falten pa-ra completar el número de los correinantes; de los cuales se dice expre-samente, en el capítulo 20, que han de resucitar en la venida de Cristo, juntamente con los otros mártires más antiguos: Y las almas de los de-gollados… y los que no adoraron la bestia… y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida 3. Así, cuando a la apertura del cuarto sello del libro claman las almas de los mártires, pidiendo justicia de su sangre derramada por Cristo, se les da a cada uno una estola blanca, que parece un nuevo grado de gloria, con la no-ticia de estar ya muy próxima su resurrección: Y fueron dadas a cada uno de ellos unas ropas blancas 4; y se les dice que descansen y espe-ren todavía un momento, mientras se completa el número de sus con-siervos y hermanos, que van luego a ser muertos como ellos lo fueron 5.

[116] Aunque por las razones que acabo de apuntar me parece que el santo Enoc no es la segunda ala que se ha de dar a la mujer, no por eso me atrevo a negarlo del todo; pues los dos ministerios, el uno de dar penitencia a las Gentes 6 (o antes o después de la venida del Se-ñor), y el otro de conducir las tribus de Israel a la soledad, no son ab-solutamente incompatibles. No obstante, siguiendo la alusión, que pa-rece tan clara, a la salida de Egipto, se halla fácilmente una gran seme-janza y proporción entre Moisés y Elías, y no es fácil hallar alguna en-tre Aarón y Enoc. Si se me pregunta ahora: ¿Quién será, o quién podrá ser esta segunda ala, según las Escrituras?, respondo con verdad que no lo sé. Las sospechas que sobre esto tengo, aunque vehementísimas, no me atrevo a proponerlas aquí. Esto sería excitar inoportunamente una disputa inútil, capaz de distraernos a otra cosa, y hacer olvidar el asunto principal. Por ahora basta decir, que esta segunda ala, compa-

1 Is. 24, 13-14. 2 Dan. 7, 11-12. 3 Apoc. 20, 4-5. 4 Apoc. 6, 11. 5 Apoc. 6, 11. 6 Eclo. 44, 16.

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588 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ñera de Elías, como lo fue Aarón de Moisés, será infaliblemente la que Dios ya tiene elegida.

Artículo 8

Versículos 15-16

[117] Y la serpiente lanzó de su boca en pos de la mujer agua como un río, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente. Mas la tierra ayudó a la mujer; y abrió la tierra su boca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca 1. Estas cuatro palabras, como la corrien-te de un gran río, nos llevan naturalmente, sin poder resistirlo, al paso del mar Rojo. Si se lee con esta advertencia el capítulo 14 del Exodo, en él se halla la explicación de todo lo que aquí nos dice San Juan, en él se entienden al punto las dos metáforas de que usa. Primera: el agua como río que sale con violencia de la boca del dragón para alcanzar a la mujer que huye, para detenerla y hacerla volver atrás. Segunda: la boca que abre la tierra en favor de la mujer fugitiva, tragándose todo el gran río de agua que va contra ella. Leído este capítulo del Exodo, no necesitamos de más explicación; todo el enigma queda disuelto.

[118] Cuando la mujer misma de que hablamos, en los días de su juventud, viéndose tan perseguida y afligida en Egipto, voló hacia el de-sierto sobre las dos alas como de águila que se le dieron, ¿qué hizo Fa-raón? Yo voy, señor, a referir este gran suceso con la misma metáfora, y con las mismas expresiones y palabras de que usa San Juan, sin otra al-teración que poner Faraón donde dice Dragón, y mar donde tierra. Ved si podéis dejar de entenderme. Viendo Faraón que los hijos de Is-rael huían efectivamente de Egipto, y se encaminaban para el desierto, ayudados y conducidos por aquellas dos alas que Dios les había dado, lleno de un nuevo furor o indignación, arrojó de su boca una gran copia de agua, como un gran río, para alcanzar por este medio a los fugitivos, y hacerlos volver a su servicio: Y Faraón lanzó de su boca agua como un río, con el fin de que fuesen arrebatados de la corriente. Pero el mar ayudó a los hijos de Israel, porque, abriendo su boca, se tragó to-da el agua que Faraón había echado de la suya 2. ¿No lo entendéis? Confrontad ahora esta metáfora con el texto mismo del Exodo, y veréis toda la propiedad. Dice Moisés que, luego que Faraón supo de cierto que huía todo Israel hacia el desierto, se inmutó su corazón y con él toda su corte: Mudóse el corazón de Faraón y el de sus siervos 3; y sin perder tiempo, dio luego orden a sus capitanes que juntasen todos sus

1 Apoc. 12, 15-16. 2 Apoc. 12, 16. 3 Ex. 14, 5.

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ejércitos, y él mismo, montando en su carro, hizo que le siguiesen seis-cientos carros escogidos: Y todos los carros que se hallaron en Egipto, y los capitanes de todo el ejército 1. ¿Para qué todo este aparato? Para seguir a Israel que huye, y hacerlo volver a su servicio: Con el fin de que fuese arrebatado de la corriente. Veis aquí, pues, el gran río de agua que Faraón arrojó de su boca, esto es, por orden y mandato suyo, expresado con su palabra. Si acaso extrañáis que los ejércitos de Fa-raón se expliquen con la metáfora de un río de agua, podéis traer a la memoria que en Isaías se usa de la misma metáfora para anunciar la venida de los ejércitos del rey de Asiria contra todo Israel: Por esto he aquí que el Señor traerá sobre ellos aguas del río fuertes y abundan-tes, al rey de los Asirios, y todo su poder; y subirá sobre todos sus arroyos, y correrá sobre todas sus riberas 2.

[119] Dice más Moisés: que estando las tropas de Faraón, o el río que había salido de su boca, a vista de Israel, que estaba acampado en las orillas del mar Rojo, el mismo mar lo ayudó en aquel terrible con-flicto; porque, abriendo su boca, o dividiéndose en dos partes, dio paso franco a los fugitivos, y cuando éstos llegaron a la otra parte, cerró su boca sobre los enemigos que los seguían: Los envolvió el Señor en me-dio de las olas. Y se volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la ca-ballería de todo el ejército de Faraón, que habían entrado en la mar en su seguimiento; ni uno solo quedó de ellos 3. Comparad ahora este texto con aquel otro: Mas la tierra ayudó a la mujer; y abrió la tierra su bo-ca, y sorbió el río que había lanzado el dragón de su boca; y me parece que no podréis menos que reconocer dos misterios del mismo Israel, uno ya pasado y otro todavía futuro, cuando el mismo Dios saque se-gunda vez su mano omnipotente para poseer las reliquias de Israel 4.

[120] Con la combinación atenta y juiciosa de estos dos lugares del Apocalipsis y del Exodo, salta luego a los ojos, y se presenta como de suyo, la inteligencia fácil y llana de muchísimas profecías que anun-cian claramente, a las reliquias de Israel, cosas muy semejantes y aun mayores que las que sucedieron en su salida de Egipto. Primeramente, se entiende al punto, sólo con leerlo, todo el misterio de la expedición de la muchedumbre de Gog, de que se habla difusamente en los dos capítulos 38 y 39 de Ezequiel. Esta expedición la pone este profeta lue-go inmediatamente después de la resurrección metafórica de los hue-sos áridos y secos de todo el capítulo 37, en el cual, explicando el mis-mo Dios la metáfora, acaba con decir entre otras cosas: He aquí que yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones adonde fue-

1 Ex. 14, 7. 2 Is. 8, 7. 3 Ex. 14, 27-28. 4 Is. 11, 11.

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590 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ron; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra 1. Con-cluido este misterio de la vocación y asunción de Israel, empieza luego a profetizar la muchedumbre de gentes de varias partes y naciones, que han de ir contra el mismo Israel, a la tierra que se ha salvado de la espada, y se ha recogido de muchos pueblos a los montes de Is-rael… Y (hablando con el mismo Israel le dice) subiendo vendrás co-mo tempestad, y como nube, para que cubras la tierra tú y todas tus huestes, y muchos pueblos contigo 2. ¿Quién no ve aquí el gran río de agua que arroja de su boca el dragón contra la mujer que huye? La tie-rra ayudó a la mujer, dice San Juan, porque abriendo su boca se tragó toda el agua del gran río. Esto mismo dice Ezequiel anunciando el fin de toda aquella infinita muchedumbre: Y sucederá en aquel día (dice el Señor): daré a Gog un lugar famoso para sepulcro en Israel; el va-lle de los que van hacia el Oriente de la mar, que hará pasmar a los que pasen; y enterrarán allí a Gog, y toda su muchedumbre, y será llamado el valle de la muchedumbre de Gog 3. Otras muchas observa-ciones se pueden hacer fácilmente sobre esta profecía, si se lee con es-ta advertencia, en lo cual ya no puedo ahora detenerme.

[121] Demás de esto, se entienden asimismo otros lugares de los Profetas, como el capítulo 16 de Isaías, que observaremos de propósito en el fenómeno siguiente, párrafo último. Se entiende todo el cántico de Habacuc, capítulo 3; se entiende todo el capítulo último de Zaca-rías; y por abreviar, se entiende también la célebre profecía de Joel, capítulo 3, la cual se ha pensado que habla del juicio universal, que se ha de hacer en el valle de Josafat; mas si se lee todo el capítulo segui-do, parece necesario hallar otro misterio infinitamente diverso. El te-mor de este misterio, y de las cosas particulares que aquí se anuncian con tanta claridad, parece que es el que ha hecho sustituir en su lugar el juicio universal, del que piensan que habla Joel en estas palabras: He aquí, en aquellos días y en aquel tiempo, dice el Señor, cuando yo levantare el cautiverio de Judá y de Jerusalén, juntaré todas las Gen-tes y las llevaré al valle de Josafat; y allí disputaré con ellas en favor de Israel mi pueblo, y de mi heredad, que pusieron dispersa entre las naciones; y repartieron mi tierra, etc. 4. En este texto, y en todo lo que se sigue hasta el fin de la profecía, reparan muchos en aquellas tres palabras: Juntaré todas las Gentes; y después en aquellas otras: Salid fuera, y venid todas las Gentes del contorno, y congregaos; allí hará Dios caer tus valientes. Levántense, y vayan las Gentes al valle de Josafat, porque allí me sentaré para juzgar a todas las Gentes al

1 Ez. 37, 21. 2 Ez. 38, 8-9. 3 Ez. 39, 11. 4 Joel 3, 1-2.

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contorno 1. Mas, lo primero: estas palabras, todas las Gentes, en frase ordinaria de la Escritura santa, ¿significan otra cosa las más veces que una gran muchedumbre de varios pueblos, tribus y lenguas? ¿No se dice, por ejemplo, en Zacarías, capítulo 14: Reuniré todas las Gentes en batalla contra Jerusalén, y será tomada la ciudad? 2. ¿No dicen las reliquias de Israel en el salmo 117: Todas las naciones me cercaron, mas yo tomé venganza de ellas en el nombre del Señor? 3. ¿No nos enseñan los mismos doctores, sobre otros mil lugares de la Escritura, que estas palabras de: todos los hijos de Israel, todas las naciones, to-das las gentes, todas las familias de las gentes, etc., no siempre signi-fican todos los individuos, sino algunos o muchos de cada pueblo, o de cada nación? ¿Por qué, pues, entienden aquí todos los individuos del linaje humano, y éstos no vivos, sino ya muertos y resucitados? Lo se-gundo: después de la resurrección universal, ¿podrán los Judíos, ya restituidos a su tierra, vender a las Gentes que a ellos los vendieron en otro tiempo? Pues ésta es una de las cosas que dice Dios a estas Gentes en esta misma profecía, o en este juicio que hará de ellas sentado en el valle de Josafat: He aquí que yo los levantaré (a los Judíos) del lugar en que los vendisteis, y vuestra paga volveré contra vuestra cabeza. Y venderé vuestros hijos y vuestras hijas por mano de los hijos de Judá, y los venderán a los Sabeos, pueblo apartado, porque el Señor ha-bló 4. Oh, señor mío, no perdamos tiempo, leed por vuestros ojos toda esta célebre profecía, contenida en el capítulo 3 de Joel. Considerad atentamente, no una u otra palabra de por sí, sino todas sus palabras por su orden, unidas las unas con las otras, como debe hacerse con cualquiera otra Escritura, por humana que sea; y creo firmemente que con esta sola diligencia quedaremos perfectamente de acuerdo.

[122] En suma, con la combinación de este lugar del Apocalipsis y del Exodo, se entiende todo el capítulo 7 de Miqueas, donde promete el que no puede mentir, que las maravillas que hará cuando saque a Israel de entre las naciones, donde lo tiene desterrado y disperso, se-rán muy semejantes a las que hizo antiguamente cuando lo sacó de Egipto 5; que verán las Gentes estas maravillas, como las vieron los Egipcios, y por más esfuerzos que hagan, no conseguirán otra cosa que su propia confusión: Lo verán las Gentes, y serán confundidas con todo su poder; pondrán la mano sobre la boca, serán sordas las ore-jas de ellos. El polvo lamerán como las serpientes, como los reptiles de la tierra se estremecerán dentro de sus casas; al Señor Dios nues-

1 Joel 3, 11-12. 2 Zac. 14, 2. 3 Sal. 117, 10. 4 Joel 3, 7-8. 5 Miq. 7, 15.

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tro respetarán y temerán 1. Finalmente, así como cuando se vio todo Israel a la otra parte del mar Rojo, cuando vio por sus ojos devorado y sumergido, en aguas impetuosas, todo aquel grande y formidable río que iba contra él, salido de la boca de Faraón; cuando vio tan clara-mente a su favor la mano omnipotente de su Dios, etc., cantó, lleno de un júbilo sagrado y de un religioso pavor, aquel cántico sublime que siempre se lee con admiración en el capítulo 15 del Exodo; así, de un modo perfectamente semejante, cuando la tierra se haya tragado toda el agua del río grande, salida de la boca del dragón, que va contra la mujer que huye al desierto (metáfora clarísima, anunciada por la mis-ma alusión), viéndose ya libre y puesta en seguro por medio de tantas maravillas, cantará también a su Dios aquel otro cántico profético, más sublime en la sustancia que en los accidentes, que ya está prepa-rado en el mismo Miqueas, y con que concluye este profeta toda su profecía: ¿Quién es, oh Dios, semejante a ti, que quitas la maldad, y olvidas el pecado de las reliquias de tu heredad? No enviará más su furor, porque es amador de misericordia. Se tornará, y tendrá mise-ricordia de nosotros; sepultará nuestras maldades, y echará en el profundo de la mar todos nuestros pecados. Harás verdad con Jacob, con Abraham misericordia, como lo juraste a nuestros padres desde los días antiguos 2.

La soledad de la mujer, según las Escrituras

[123] Llegada finalmente la mujer al lugar que Dios le tiene prepa-rado, será allí apacentada con el pasto conveniente en aquellas cir-cunstancias, por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo… o mil doscientos y sesenta días… o cuarenta y dos meses 3, que todo suena el espacio de tres años y medio. Sobre este retiro y soledad de la célebre mujer, parece naturalísimo el deseo de algunas noticias más individuales; ya pertenecientes al lugar determinado de la tierra adon-de la han de conducir sus alas por orden de Dios; ya también pertene-cientes a sus ocupaciones en la soledad, y a los designios de Dios en una providencia tan extraordinaria.

[124] Cuanto a lo primero decimos que, aunque el texto del Apoca-lipsis nada nos dice en particular, pues sólo anuncia el misterio en pa-labras muy generales, mas combinado este texto con otras noticias bastantemente claras que se hallan en los Profetas de Dios, podemos discurrir, sin temor de alejarnos mucho de la verdad, que el lugar de-terminado de la tierra, en aquel tiempo desierto y solo, donde Dios ha de llevar a esa mujer, será aquel mismo país prometido con juramento

1 Miq. 7, 16-17. 2 Miq. 7, 18-20. 3 Apoc. 12, 14 y 6; 13, 5.

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a sus padres para su descendencia: Desde el río de Egipto hasta el grande río Eufrates 1. Dadme atención, y considerad con formalidad las razones en que me fundo.

[125] Primeramente, dice San Juan, versículo 6, que la mujer, des-pués del parto, huyó luego a la soledad, donde tenía ya lugar prepara-do por Dios mismo 2; y en los versículos 13 y 14, donde vuelve a hablar más de propósito de esta huida, por haberla interrumpido con la bata-lla de San Miguel con el dragón, dice que este lugar preparado de Dios, ya desierto y solo, es un lugar propio de la mujer, y preparado de an-temano por Dios mismo: Y que fueron dadas a la mujer dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar. Ahora bien, un lugar propio de la mujer, y preparado de antemano por Dios mismo, ¿cuál os parece que podrá ser? Yo no negaré que este reparo, mirado en sí mismo, tiene todo el aire de aquellas sutilezas sólo buenas o pa-sables en un discurso panegírico. Por tanto, si en toda la divina Escri-tura no hubiera otra luz que ésta, yo fuera el primero en confesar que es una luz muy escasa, insuficiente e inservible; por consiguiente, que el lugar determinado de la tierra donde la mujer debe huir, es una de las cosas que ignoramos. Mas si combinamos esto poco que aquí dice San Juan, con lo que se dice sobre esto mismo en otros muchos luga-res de la Escritura de los Profetas, parece que no hay necesidad alguna de esta confesión, y que podremos sin recelo afirmar aquella proposi-ción, produciendo las razones que tenemos.

[126] Para lo cual debemos, antes de todo, traer a la memoria, a lo menos en general y en confuso, todas aquellas profecías clarísimas con que hemos probado en varias partes, principalmente en los fenómenos 5 y 7, que el destierro y dispersión actual de los hijos de Jacob es un cas-tigo de Dios, predicho de mil maneras por sus profetas, y confirmado por la boca del mismo Mesías: Porque éstos son días de venganza, pa-ra que se cumplan todas las cosas que están escritas… Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones 3. Asi-mismo, que este castigo no debe ser eterno, sino limitado a un determi-nado tiempo que sólo Dios sabe; que alguna vez se ha de aplacar la justa indignación de Dios respecto de estos miserables, y convertirse la ira en misericordia; que, llegado este tiempo, los sacará el mismo Dios con su brazo omnipotente de todas las tierras y naciones donde él mismo los tiene dispersos, así como los sacó antiguamente de Egipto, y los planta-rá de nuevo establemente en aquella misma tierra, prometida para ellos a sus padres, y esto a pesar de todas las potestades de la tierra: Aun cuando hubieres sido arrojado hasta los polos del cielo, de allí te saca-

1 Gen. 15, 18. 2 Apoc. 12, 6. 3 Lc. 21, 22 y 24.

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rá el Señor Dios tuyo, y te tomará, e introducirá en la tierra que pose-yeron tus padres, y la disfrutarás… Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra 1. De estos anuncios y promesas ha-llaréis infinitos en los profetas, desde Moisés hasta Malaquías.

[127] Pues en esta suposición cierta e innegable discurrimos así. Para que Dios introduzca y plante de nuevo las reliquias de Jacob en la tierra prometida para ellos a sus padres, es necesario que primero les prepare esta misma tierra, y esto es lo que dice San Juan: La mujer hu-yó al desierto, en donde tenía un lugar aparejado de Dios. Esta pre-paración, según las Escrituras, y según la razón natural, debe comen-zar necesariamente por la evacuación de la misma tierra; como quien prepara un palacio o casa para una grande y numerosa familia que se espera de nuevo, a quien la casa misma pertenece en propiedad, lo pri-mero que hace es evacuarla de todas las otras personas que habitan en ella, como que no son ellos los verdaderos y legítimos dueños, y de es-ta suerte reducir la casa a una verdadera soledad. Esta, pues, es, según las Escrituras, la primera cosa que ha de hacer la mano omnipotente del Dios de Abraham, antes de llamar y congregar todas sus reliquias, o antes de dar alas a la mujer para que huya a la soledad, a su lugar…, a un lugar aparejado de Dios. Así lo tiene claramente anunciado el mismo Dios, en el capítulo 27 de Isaías, como queda observado en el fenómeno 5, primer aspecto, segunda instrucción. Repárese con nueva y mayor atención en esta profecía, atendiendo bien a todo su contexto, o a los tiempos de que se habla: Y sucederá que en aquel día herirá el Señor desde el cauce del río (el Eufrates) hasta el torrente de Egipto, y vosotros, hijos de Israel, seréis congregados uno a uno. Y sucederá que en aquel día resonará una grande trompeta, y vendrán los que se habían perdido 2.

[128] Lo cual concuerda perfectamente con lo que se dice en el salmo 9: Seréis exterminadas, oh naciones, de la tierra de él 3. Ahora bien, si esta profecía se ha de cumplir alguna vez, ¿cuándo podrá ser esto, sino en el tiempo y circunstancias de que vamos hablando? Con-sideradlo bien. Conque es a lo menos sumamente verosímil que, en el tiempo de la vocación y asunción futura de Israel, o de la huida de la mujer a la soledad, se verifique o esté ya plenamente verificada esta profecía; por consiguiente, que esté reducida a un verdadero desierto y soledad toda la tierra de promisión, por aquel mismo Señor que no só-lo es omnipotente, sino también infinitamente veraz; y es igualmente verosímil que ésta sea la preparación del lugar de que habla San Juan;

1 Deut. 30, 4; Is. 11, 12. 2 Is. 27, 12-13. 3 Sal. 9, 16.

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la preparación, digo, de un lugar propio de la mujer que ha de huir a él: En donde tenía un lugar aparejado de Dios… para que volase al desierto a su lugar.

[129] Fuera de esto, si se quiere dar alguna mayor atención a los Profetas, en ellos se hallan, no digo solamente vestigios, sino luces bien claras de este mismo misterio. Primeramente, en Ezequiel se leen estas palabras: Vivo yo, dice el Señor Dios, que con mano fuerte, y con brazo extendido, y con furor encendido reinaré sobre vosotros. (Son las expresiones de que usa el Señor hablando de la salida de Egipto). Y os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en donde ha-béis sido dispersos… Y os conduciré a un desierto despoblado, y allí entraré en juicio con vosotros cara a cara. Como disputé en juicio contra vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así os juz-garé, dice el Señor Dios. Y os someteré a mi cetro, y os haré entrar en los lazos de la alianza… En olor de suavidad os recibiré, cuando os sacare de los pueblos y os congregare de las tierras en donde estáis dispersos, y seré santificado entre vosotros a vista de las naciones. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando os llevare a la tierra de Israel, a la tierra por la que alcé mi mano para darla a vuestros padres. Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todas vuestras maldades con las que os habéis contaminado, y os desagradaréis de vosotros en vuestros ojos, por todas las maldades que cometisteis. Y sabréis que yo soy el Señor, cuando os hiciere bien por mi nombre, y no según vuestros malos caminos, ni según vuestras detestables maldades, ca-sa de Israel, dice el Señor Dios 1.

[130] Dejando por ahora, no sin repugnancia, las muchas reflexio-nes que sobre este texto se pudieran hacer, yo reparo solamente en dos expresiones, que son las que hacen a mi propósito actual. Primera: Os sacaré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en donde habéis sido dispersos… Y os conduciré a un desierto despoblado. Segunda: Cuando os llevare a la tierra de Israel. Estas dos cláusulas, siguiendo el hilo del contexto, suenan visiblemente una misma cosa. Así, el desierto de los pueblos, o la tierra evacuada de los pueblos que en ella habita-ban, adonde Dios ha de llevar las reliquias de Israel, será la misma tie-rra de Israel por la que alzó su mano para darla a los padres de ellos.

[131] En Oseas, capítulo 2, habla el Señor de la casa de Jacob, usando de la misma metáfora de una mujer, esposa de Dios, arrojada por sus delitos de casa del esposo; y después de haber anunciado los grandes trabajos con que la había de castigar (los cuales vemos ya veri-ficados con toda plenitud), pasa luego a hablar de su futura vocación, y de lo que ha de hacer con ella cuando sea tiempo. Esta consolación em-

1 Ez. 20, 33-37 y 41-44.

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pieza desde el versículo 14, y sigue hasta el fin: Por tanto he aquí yo la atraeré; expresión propísima y naturalísima, para significar el afecto de compasión y ternura, y las palabras llenas de amor y cariño con que será llamada; que por eso los LXX, y después de ellos Pagnini y Vata-blo, en lugar de la atraeré, leen, la separaré: He aquí que yo la atrae-ré, y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y le daré sus viña-dores del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar en esperanza (o a la puerta de la esperanza); y cantará allí según los días de su mo-cedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto 1.

[132] Como si dijera: Yo llamaré a su tiempo a esta miserable, des-pués que haya sufrido su doble confusión, y en primer lugar la haré llevar a la soledad, donde le hablaré no solamente a los oídos, sino también al corazón. Allí le daré operarios o ministros naturales de aquel mismo lugar, esto es, Israelitas 2 de la misma estirpe de Jacob; le daré también segunda vez el valle de Acor, el cual será para ella como la puerta o el principio de su esperanza 3. Para entender bien toda la fuerza y propiedad de estas últimas palabras, debemos saber o traer a la memoria que este valle de Acor, ameno, fertilísimo (cerca del cual estaba la antigua Jericó, y según dicen algunos, las mejores viñas de Engaddi, de que se habla en los Cantares) fue la primera tierra donde se acampó todo Israel, conducido ya por Josué, después de haber pa-sado el Jordán, con prodigios muy semejantes al paso del mar Rojo. En este valle se empezaron a abrir sus esperanzas, así por el paso mi-lagroso del Jordán que detuvo sus corrientes, o las encaminó perpen-dicularmente hacia el cielo, como por la milagrosa toma de Jericó, y luego después de la de Hay, como se refiere en el libro de Josué, capí-tulos 6, 7 y 8. Este valle, pues, dice el Señor, aludiendo manifiestamen-te a aquella primera entrada en la tierra de promisión, que le dará en-tonces a la mujer que ha de llevar a la soledad, para que allí se abran sus esperanzas, viendo otra vez abierta para ella aquella primera puer-ta de la tierra santa: Y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y le daré sus viñadores (u operarios) del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar en esperanza (o en la puerta de la esperanza).

[133] En Miqueas, capítulo 7, se lee que aquella tierra será desola-da por la iniquidad de habitadores 4; lo cual ejecutado, habitará en ella la grey de la heredad del Señor, como en un desierto y soledad, o como en las quebradas o bosques del monte Carmelo: Apacienta a tu pueblo con tu cayado, la grey de tu heredad 5. Se le dice inmediatamente al

1 Os. 2, 14-15. 2 Os. 2, 15. 3 Os. 2, 15. 4 Miq. 7, 13. 5 Miq. 7, 14.

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Mesías o a Dios mismo: Apacienta a tu pueblo… la grey de tu heredad a los que moran solos en el bosque en medio del Carmelo. Los tiempos de que habla aquí este profeta es fácil conocerlos por todo su contexto.

[134] En Isaías se lee que los pastos propios de esta misma grey, donde ella debía vivir y ser apacentada, según las intenciones de Dios, serán por largo tiempo la habitación y el gozo de los onagros o bestias salvajes 1; y para que no se piense que aquí se habla de la cautividad de Babilonia, añade inmediatamente el Profeta que esto durará hasta que se derrame sobre esta misma grey el espíritu de lo alto: Gozo de asnos monteses, pasto de rebaños, hasta que sea derramado sobre nosotros el espíritu de lo alto 2; que derramado este espíritu, prosigue, sobre es-ta misma grey de que se habla, entonces el desierto será como un Car-melo, y lo que antes parecía un Carmelo, o un lugar ameno y delicioso, será reputado por un bosque 3; metáfora bien expresiva y bien clara del estado actual de la casa de Jacob en comparación de la Iglesia de las Gentes, que son ahora la casa del mismo Jacob por la fe; y al con-trario, de lo que deberá suceder en otros tiempos: Porque aún habrá otro tiempo 4. En aquel tiempo, prosigue el Profeta, habitará el juicio en la soledad, y allí mismo se sentará la justicia y se dejará ver con to-da su hermosura: Y morará el juicio en el desierto, y la justicia residi-rá en el Carmelo 5; que la obra o el fruto de la justicia será la paz; que el culto o adorno de la justicia será el silencio; todo lo cual producirá una verdadera paz y una seguridad inalterable 6.

[135] Habiendo conocido, a lo menos probablemente, el lugar de-sierto y solo a donde ha de conducir Dios a la mujer después de su par-to misterioso, se sigue ahora naturalmente la consideración, según las Escrituras, de lo que debe pasar en aquella soledad, esto es, de los fi-nes que Dios pretende en llevar allí a la mujer, y tenerla como escon-dida de la presencia de la serpiente, por espacio de cuarenta y dos me-ses, que son puntualmente los que debe durar entre las Gentes la gran tribulación anticristiana; hasta que, luego después de la tribulación de aquellos días 7, se desprenda del monte la piedra, y vuelva del cielo el Rey de los reyes. La inteligencia de este punto nos la ofrecen y facilitan casi todos los Profetas, a donde nos remite visiblemente el amado dis-cípulo con sus continuas alusiones.

[136] No solamente, pues, ha de sacar Dios segunda vez de Egipto o de todas las naciones a su antigua esposa, según sus promesas infa-

1 Is. 32, 14. 2 Is. 23, 14-15. 3 Is. 32, 15. 4 Dan. 11, 35. 5 Is. 32, 16. 6 Is. 32, 17-18. 7 Mt. 24, 29.

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libles, sino que, según las mismas promesas, la ha de conducir en pri-mer lugar a la soledad 1, así como lo hizo la primera vez; para que allí, libre de toda distracción, y desembarazada de todo otro cuidado, dé lu-gar al espíritu de Dios, a quien no puede recibir el mundo 2, y empiece a oír y entender lo que se le dice al corazón; para que allí vea y con-temple, como reducido a un punto de vista, todo cuanto Dios ha hecho con ella desde que la sublimó graciosamente a la dignidad de esposa suya; y por otra parte, reducido asimismo a otro punto de vista, todo lo que ella ha hecho con su Dios: Os conduciré a un desierto despoblado, y allí entraré en juicio con vosotros cara a cara; expresión vivísima y naturalísima, para significar un juicio mutuo, donde se manifiesta cla-ramente la conducta de ambos esposos, y las razones que pueden pro-ducirse de una y otra parte.

[137] Por eso les dice el mismo Señor por Isaías: Acercaos a defen-der vuestra causa…; alegad, si acaso tenéis alguna razón poderosa, dijo el Rey de Jacob 3. Y en el capítulo 43, después de acordarles las maravillas que hizo para sacarlos de Egipto, añade estas palabras: No os acordéis de las cosas pasadas, y no miréis a las antiguas. Ved que yo las hago nuevas, y ahora saldrán a luz, ciertamente las conoceréis; pondré camino en desierto, y ríos en despoblado 4. Pasa luego a hacer-les presentes los grandes y continuos beneficios que han recibido de su mano, y la suma e increíble ingratitud con que ha sido siempre corres-pondido: No me invocaste, Jacob, ni te cuidaste de mí, Israel… Antes me hiciste servir en tus pecados, me has dado pena con tus iniquida-des. Yo soy, yo soy el mismo que borró tus iniquidades por amor de mí, y no me acordaré de tus pecados. Tráeme a la memoria, y entre-mos en juicio a una; relata si alguna cosa tienes para justificarte 5.

[138] Pues en esta soledad, en esta quietud, en este juicio mutuo, abiertos ya los oídos y los ojos de la esposa, y convertidas sus tinieblas en luz, como también le está prometido por estas palabras: Haré que delante de ellos las tinieblas se cambien en luz 6; se correrá con esto aquella cortina, o se alzará aquel velo denso y tenebroso, que hasta ahora tiene cubierto su corazón: Hasta el día de hoy 7, dice el Apóstol, y nosotros lo decimos hoy con la misma verdad: El velo está puesto so-bre el corazón de ellos. Mas cuando se convirtiere al Señor, será qui-tado el velo 8. Corrida, digo, esta cortina, y alzado este velo, comenzará

1 Os. 2, 14. 2 Jn. 14, 17. 3 Is. 41, 21. 4 Is. 43, 18-19. 5 Is. 43, 22 y 24-26. 6 Is. 42, 16. 7 Rom. 11, 8; 2 Cor. 3, 14-15. 8 2 Cor. 3, 15-16.

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a ver, y también a entender, sus santas Escrituras; las cuales, por su propia iniquidad, madre natural de la ceguedad, y mucho más por cul-pa manifiesta e innegable de sus doctores, han sido y son hasta ahora, respecto de ella, como las palabras de un libro sellado 1. Con esta inte-ligencia, y con la noticia y recuerdo de todo lo pasado, máximamente de aquel tratamiento inicuo, cruel y bárbaro, con que fue recibido en la santa ciudad su mismo Mesías, que era todo su amor y toda su espe-ranza, comenzará sin dudar aquel tierno, amargo e inconsolable llanto de que se habla en Zacarías, capítulo 12, y proseguirá sin interrupción hasta que se complete en Jerusalén: En aquel día (dice este profeta) será grande el llanto en Jerusalén… Y plañirá la tierra, familias y fa-milias a solas… y lo plañirán con llanto, como sobre un unigénito, y harán duelo sobre él, como se suele hacer en la muerte de un primo-génito 2. Allí, con el corazón enternecido, y al mismo tiempo contrito y humillado, y con los ojos llenos de lágrimas, comenzará a decirle a su Mesías, más con el corazón que con la boca, aquellas tiernas palabras que ya están registradas en el mismo Profeta: ¿Pues qué llagas son és-tas en medio de tus manos? 3. Y el Señor le responderá, y le hará sentir la respuesta en lo más íntimo del corazón: De éstas he sido llagado en la casa de aquellos que me amaban (o en la casa de mi amada, como leen los LXX) 4.

[139] Allí, en aquella quietud y soledad, se le mudará del todo el corazón, derramándose sobre ella aquella agua pura y limpia (símbolo propio del bautismo y del Espíritu de Dios) que se le promete en el ca-pítulo 36 de Ezequiel, desde el versículo 24: Por cuanto os sacaré de entre las Gentes, y os recogeré de todas las tierras, y os conduciré a vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros agua pura, y os purifica-réis de todas vuestras inmundicias… Y os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros; y quitaré el corazón de piedra de vuestra carne, y os daré corazón de carne. Y pondré mi espíritu en medio de vosotros, etc. 5. Allí les dará el Señor aquellos pastores buenos y excelentes que se les prometen por Oseas y por Je-remías, los cuales les darán el pasto conveniente de doctrina, de ins-trucción y de exhortación, de aliento, de fervor, para que ninguno de sus individuos desfallezca y se eche menos en el número: Y les daré sus viñadores del mismo lugar… Y levantaré sobre ellos pastores, y los apacentarán; de allí adelante no tendrán miedo, ni se asombra-rán; y de su número no será buscado ninguno 6. Estos pastores pare-

1 Is. 29, 11. 2 Zac. 12, 11-12 y 10. 3 Zac. 13, 6. 4 Zac. 13, 6. 5 Ez. 36, 24-27. 6 Os. 2, 15; Jer, 23, 4.

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600 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

ce serán sus mismas alas, que la han de conducir a la soledad: En don-de tenía un lugar aparejado de Dios, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días. Allí se santificará con aquella perfecta santifi-cación que se le tiene anunciada y prometida para después de la resu-rrección metafórica de los huesos áridos y secos: Y pondré mi santifi-cación en medio de ellos por siempre 1. Allí derramará sobre ella el Padre celestial, con infinita bondad y profusión, espíritu de gracia y de oración 2; y junto con el don de oración, también el espíritu bueno y sumamente necesario, para un pecador, de llanto, de contrición y pe-nitencia: Y haréis memoria de vuestros caminos perversos, y de vues-tros depravados afectos; y os serán amargos vuestros pecados y vues-tras maldades. No lo haré yo por vosotros, dice el Señor Dios, tenedlo entendido; confundíos y avergonzaos sobre vuestros caminos, casa de Israel 3.

[140] Allí, en aquella soledad, o al entrar en ella, descubrirá el Se-ñor (para los fines que él solo sabe, y no tocan a nuestra ignorancia y pequeñez) el arca sagrada de la antigua alianza, y junto con ella el an-tiguo altar y tabernáculo, que Jeremías, por una orden expresa que recibió de Dios 4, sacó del templo, después de destruida Jerusalén por Nabucodonosor, y escondió en una cueva del monte Nebo, situado a la otra parte del Jordán, en la tierra de Moab. Lo cual ejecutado, el mis-mo Jeremías profetizó que será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés, etc. 5.

[141] Allí, en suma, se verificarán otras innumerables profecías, de que están llenos los Profetas, especialmente los Salmos, que nos anun-cian la conversión, la restitución y asunción futura de las reliquias de Israel, y la mudanza de su estado presente en otro infinitamente diver-so, que su misma novedad y grandeza ha hecho increíble. Volved a leer con mayor atención la profecía de Oseas, que poco ha apuntamos: He aquí yo la atraeré, y la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón. Y le daré sus viñadores del mismo lugar, y el valle de Acor para entrar en esperanza, y cantar allí según los días de su mocedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto. Y acaecerá en aquel día, dice el Señor, me llamará: Marido mío… Y te desposaré conmigo para siem-pre, y te desposaré conmigo en justicia y juicio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe, etc. 6.

1 Ez. 37, 26. 2 Zac. 12, 10. 3 Ez. 36, 31-32. 4 2 Mac. 2, 4. 5 2 Mac. 2, 7-8. 6 Os. 2, 14-16 y 19-20.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 8 601

Artículo 9

Versículos 17-18

[142] Y se airó el dragón contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Y se paró sobre la arena de la mar 1. Este último suceso que anuncia aquí San Juan, parece la conse-cuencia también última, o la resulta final, de la vocación y asunción de las reliquias de Jacob. No habiendo el dragón podido impedir el parto de la mujer, ni tampoco devorarlo; no habiendo después de esto podi-do conseguir entrada ni audiencia en el tribunal del justo Juez; no ha-biendo podido resistir al príncipe grande San Miguel, que lo arrojó a la tierra con todos sus ángeles; no habiendo podido, en fin, después que fue vencido y arrojado a la tierra, alcanzar a la mujer que huía, ni por sí, ni por medio de aquel gran río, que como otro Faraón arrojó de su boca, con el fin de que fuese arrebatada de la corriente, esto es, para hacerla volver a la servidumbre y cadenas de Egipto; dice el texto sa-grado que se irritó furiosamente contra la mujer, y quedó como abra-sado y ardiendo en vivas llamas de furor: Y se airó el dragón contra la mujer. Mas considerando, a pesar suyo, que aquel mal era ya irreme-diable, y que el pájaro no solamente se le había volado de entre las ma-nos, sino que había volado a cierta soledad, para él ciertamente inac-cesible (de la presencia de la serpiente), no quiso perder inútilmente aquel poco tiempo que le quedaba. Tomó, pues, para consolarse de al-gún modo, el último partido y resolución que puede tomar un desespe-rado. Convirtió toda su indignación, su rabia y su furor, contra lo que quedaba en la tierra de su linaje, que no puede ser otra cosa sino las reliquias del verdadero cristianismo entre las Gentes; pues expresa-mente se dice que estas reliquias del linaje de la mujer, contra quienes convierte el dragón todas su iras, son aquellos que observan los man-damientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo: Y se fue a ha-cer guerra contra los otros de su linaje, que guardan los mandamien-tos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo; los cuales, por la fe pura e incorrupta, son linaje de Abraham, y por una consecuencia ne-cesaria, son del linaje de aquella mujer.

[143] Y veis aquí con esto solo mudado todo el teatro o aspecto pre-sente de nuestra tierra. Veis aquí el verdadero principio de la tribula-ción anticristiana, de que estamos amenazados en todas las Escrituras, y de que nos hablan con tanta claridad, y con expresiones tan vivas, así los apóstoles como el Hijo de Dios, según los Evangelios. Veis aquí re-

1 Apoc. 12, 17-18.

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velado, manifiesto, perfecto y consumado aquel mismo misterio de ini-quidad, que ya se comenzaba a obrar aun en los tiempos de San Pablo 1. Del cual misterio de iniquidad, ya revelado públicamente, sigue luego hablando San Juan en todo el capítulo siguiente, bajo la metáfora de una bestia terrible con siete cabezas y diez cuernos, y de otra bestia aún más terrible de dos solos cuernos, semejantes a los de un cordero, mas con voz o locuela de dragón. Todo lo cual se puede ver de nuevo y con-siderar con mayor atención en el fenómeno 3, desde el párrafo 3, a donde me remito por el presente para el perfecto cumplimiento de este fenómeno.

Conclusión

[144] Esto es, amigo y Señor mío, lo que juzgo en el Señor, según las santas Escrituras, sobre la verdadera inteligencia del capítulo 12 del Apocalipsis. En esta inteligencia, como acabáis de ver, todo corre naturalmente sin tropiezo, sin embarazo, sin artificio, sin violencia; y todo corre según las Escrituras. Yo no niego que me puedo en esto en-gañar, así como en otras muchas cosas en que me parece haber encon-trado la verdad. Sé que soy, como todos, hijo de Adán, y no tengo privi-legio alguno que pueda eximirme de la pensión general a todos los mor-tales. Por tanto, me creo obligado a protestar, como lo hago en verdad, que todas las cosas que sobre esto he dicho, mi intención no es afirmar como una verdad, demostrada o demostrable, sino solamente proponer y pedir. Proponer estas cosas a la consideración de los sabios, y pedir instantemente consideración, como que la juzgo infinitamente intere-sante. Para lo cual me parece buena disposición que cualquier juez, aunque sea el ingenio más sublime, ponga primero aparte toda preo-cupación, y procure quedar en una plena y perfecta indiferencia para tomar o rechazar lo que hallare o no conforme a la verdad. Luego, to-mando en las manos aquella fiel balanza que llamamos sentido co-mún, pese en ella escrupulosamente todo este sistema, y toda la inteli-gencia de la profecía que acabo de proponer; y ésta no solamente en sí misma, según su peso y valor intrínseco, o según los fundamentos en que estriba, que son las santas Escrituras; sino también respecto de los otros sistemas o inteligencias que hasta ahora se han imaginado. He-cho esto, yo espero la sentencia, y estoy prontísimo a sujetarme a ella.

[145] Si la mujer que hemos propuesto no es en la realidad la misma de que habla la profecía (lo cual se deberá primero convencer con buenas razones), a lo menos parece ciertísimo que todo cuanto di-ce esta profecía se debe verificar, según otras muchas profecías, en es-

1 2 Tes. 2, 7.

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ta misma individua mujer de que hemos hablado. Y si todo eso se ha de verificar en ella en algún tiempo, según las Escrituras, ¿qué razón puede haber para repugnar o dudar de que sea ella misma? No se pue-de negar que esta inteligencia no se conforma, antes repugna mani-fiestamente, a las ideas ordinarias; se pueden seguir de ellas muchas consecuencias, no menos legítimas que desagradables. Mas tampoco se puede negar, por más que se desee, que esta misma inteligencia no repugna, antes se conforma enteramente, con todas las Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento.

[146] Por estas Escrituras sabemos, lo primero: que las naciones llamadas de Dios con tan grandes misericordias tienen sus tiempos fi-jos y precisos, señalados ya en la presciencia divina, y en su altísima e inescrutable providencia; los cuales tiempos de misericordia (según dice a las mismas naciones su propio Apóstol con la mayor formalidad y claridad posible) serán solamente para aquellos que permanezcan en bondad, dando, como buenos injertos en la buena oliva, aquellos fru-tos buenos y abundantes que se deben esperar después de un beneficio o de un cultivo tan extraordinario: Si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado 1; la cual permanencia en bon-dad, esto es, en fe y en justicia, se nos anuncia por otra parte, o por otras mil partes, que no se verificará, como queda notado en varias partes de este escrito.

[147] Sabemos, lo segundo, por las mismas Escrituras: que las tri-bus de Jacob, arrojadas de su Dios con… ira, y con… grande indigna-ción 2, y castigadas con tan gran severidad, de herida de enemigo con cruel castigo 3, tienen del mismo modo sus tiempos de severidad y ri-gor señalados en la presciencia y providencia admirable y altísima del mismo Dios; los cuales tiempos, como predica el mismo Apóstol, serán precisamente aquellos en que no durare en las naciones la bondad; pues así como éstas consiguieron misericordia sin buscarla, por la in-credulidad de los Judíos, así alternativamente la conseguirán los Ju-díos: Porque Dios todas las cosas encerró en incredulidad, para usar con todos de misericordia. ¡Oh, profundidad de las riquezas de la sa-biduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e impenetrables sus caminos! 4.

[148] Ahora bien, como la verdadera Iglesia cristiana es ciertamen-te indefectible, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella 5, deberá Dios dar alguna providencia, nueva y extraordinaria, hacia el fin de los tiempos de las naciones, para que no falte del todo la caridad,

1 Rom. 11, 22. 2 Jer. 21, 5, 32 y 37. 3 Jer. 30, 14. 4 Rom. 11, 32-33. 5 Mt. 16, 18.

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aun cuando se haya resfriado, y apagado casi enteramente la lumbre de la fe por la abundancia de la iniquidad 1. ¿Qué providencia será es-ta? Los doctores, llegando a esta estrechura, y confesando el hecho, aunque a más no poder, procuran no obstante llevar hasta el fin la idea favorable. Así, dicen que la verdadera Iglesia cristiana, en los tiempos terribles de la tribulación del Anticristo, se conservará en aquellos po-cos o poquísimos fieles que quedarán incorruptos en medio de la gene-ral iniquidad. Bien, ésta es una verdad por sí conocida, que no puede negar quien cree que la Iglesia es indefectible. ¿Cómo ha de ser inde-fectible, si en algún tiempo faltan todos los fieles, sin quedar algunos que puedan constituirla? Quedarán, pues, algunos fieles, en quienes se conservará la Iglesia hasta la venida del Señor, y éstos serán indubita-blemente (o todos o muchos) los que después de la resurrección de los santos subirán juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires 2. Todo esto, vuelvo a decir, es una verdad. Mas esta verdad, ¿es lo único que hay aquí que considerar? Fuera de esta verdad, ¿no hay todavía otra de mayor consideración? ¿Por qué se olvida, pues, es-ta verdad? ¿Por qué se olvida, digo, la vocación, la asunción, la restitu-ción, la plenitud de los Judíos, tan clara, tan visible, tan patente en to-das las Escrituras? ¿Por qué se desprecian tanto estos miserables? Veis aquí de paso la verdadera causa de la oscuridad, a mi parecer, de los Profetas; quiero decir, el desprecio de los Judíos, el no querer traerlos a consideración sino en las cosas que les son contrarias, el olvidarlos absolutamente en las favorables; y no obstante, con ellos todo se en-tiende, y sin ellos nada.

[149] La providencia, pues, que según las Escrituras dará el Señor hacia el fin de los tiempos de las naciones para que no falte la Iglesia, antes se aumente, se mejore, se perfeccione y se dilate por toda la tie-rra, será la vocación tan anunciada de las reliquias de Israel; así como cuando faltó Israel, o se negó casi todo al convite del gran padre de fa-milias, su providencia fue llamar a las naciones: Porque como también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora habéis alcanza-do misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos… al-canzarán misericordia. Porque Dios todas las cosas encerró en incre-dulidad, para usar con todos de misericordia 3. La providencia será, según las Escrituras, injertar de nuevo en la buena oliva sus ramas propias y naturales: Pues Dios es poderoso para injertarlos de nuevo. Porque si tú fuiste cortado del natural acebuche, y contra natura has sido injertado en buen olivo, ¿cuánto más aquellos, que son natura-les, serán injertados en su propio olivo? 4.

1 Mt. 24. 2 1 Tes. 4, 16. 3 Rom. 11, 30-32. 4 Rom. 11, 23-24.

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[150] La ceguedad de Israel, prosigue el Apóstol, es un misterio que no deben ignorar ni tampoco olvidar las Gentes cristianas, a quie-nes el mismo Apóstol dice: Porque no seáis sabios en vosotros mis-mos 1; el cual misterio no puede concluirse plenamente hasta que en-tre la plenitud de las Gentes que han de entrar (no cierto todos los lla-mados, sino los escogidos); y entonces, cuando ya no se halle quien quiera entrar, cuando los que estaban dentro se hayan salido fuera, cuando los que quedaren no queden por la mayor y máxima parte en verdadera bondad, etc.; entonces todo Israel se salvará, como está es-crito 2; entonces el misericordioso y omnipotente Dios de nuestros pa-dres extenderá… su mano segunda vez para poseer el resto de su pue-blo que quedará de los Asirios, y de Egipto, y de Fetros, y de Etiopía, y de Elam, y de Senaar, y de Amat, y de las islas del mar. Y alzará bandera a las naciones, y congregará los fugitivos de Israel, y reco-gerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra 3.

[151] Entonces llamará segunda vez las reliquias de Abraham, de Isaac y de Jacob, cumpliéndoles fielmente a estos fidelísimos siervos todas las promesas que les hizo aun con juramento: Harás verdad con Jacob, con Abraham misericordia, como lo juraste a nuestros padres desde los días antiguos 4. Entonces sacará estas reliquias preciosas de entre las naciones todas, donde él mismo las tiene dispersas, las con-ducirá en primer lugar sobre alas de águilas (o como sobre alas de águila) al desierto de los pueblos, con prodigios iguales o mayores de los que hizo antiguamente para sacarlos de Egipto y conducirlos a la soledad del monte Sinaí; los lavará allí de todas sus iniquidades anti-guas y nuevas con la sangre del Cordero; los llenará de su espíritu; los renovará enteramente según el hombre interior 5; y obrará en ellos aquella perfecta santificación, y todas aquellas maravillas tan grandes, tan nuevas y tan extraordinarias, que con tanta frecuencia y claridad se encuentran en los profetas de Dios.

[152] A todo esto parece que alude aquella voz que se oye del cielo, poco antes de ejecutarse la sentencia que acaba de darse en el Consejo extraordinario de Dios contra la grande Babilonia: Salid de ella, pue-blo mío, para que no tengáis parte en sus pecados, y que no recibáis de sus plagas. Porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y se ha acordado el Señor de sus maldades 6.

1 Rom. 11, 25. 2 Rom. 11, 26. 3 Is. 11, 11-12. 4 Miq. 7, 20. 5 Rom. 7, 22. 6 Apoc. 18, 4-5.

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Fenómeno 9

El tabernáculo de David

[153] Acabamos de observar la gran señal del capítulo 12 del Apo-calipsis con todos sus misterios. En esta observación hemos visto lla-mada, iluminada y congregada, con grandes piedades, a la antigua es-posa de Dios con todas sus reliquias, y conducida a la soledad después de su parto, lleno de peligros y angustias, sobre dos alas de águila grande, así como sucedió antiguamente en los días de su juventud. Hemos notado de paso en esta observación algunas profecías que se enderezan visiblemente a este mismo suceso, aquellas con especiali-dad que hablan con alusión expresa y clara a la salida de Egipto, al pa-so milagroso del mar Rojo, y a la soledad del monte Sinaí de esta mis-ma célebre mujer. En suma, habiéndola seguido hasta la soledad, a su lugar… aparejado de Dios, la dejamos allí retirada y segura de la pre-sencia de la serpiente, libre de toda distracción, y ocupada enteramen-te en nutrirse con aquel pasto espiritual que Dios le ha preparado, y de que tiene una extrema necesidad, para que allí la alimentasen mil doscientos sesenta días; ocupada, digo, en oír la lengua erudita, o la doctrina y enseñanza de sus conductores y pastores, y juntamente en oír lo que Dios le habla al corazón; y por consiguiente, en afectos de verdadera penitencia, de agradecimiento, de amor, y de continuo y amarguísimo llanto; y todo esto mientras lo restante de la tierra se abrasa en aquel fuego o peste voracísima que tiene por nombre, según San Pablo, apostasía 1; según San Juan, todo espíritu que divide a Je-sús 2; según Isaías, oscuridad… y tinieblas: Porque he aquí que las ti-nieblas (el anticristianismo, según otro nombre más obvio y más vul-gar) cubrirán la tierra, y la oscuridad los pueblos; mas sobre ti (se le dice y anuncia a esta misma mujer) nacerá el Señor, y su gloria se ve-rá en ti 3. En aquel día, dice el Señor, reuniré aquella que cojeaba, y recogeré a aquella que había desechado y afligido. Y reservaré para residuos a la que cojeaba, y la que era afligida, para formar un pue-blo robusto 4. He aquí que yo mataré a todos aquellos que te afligie-ron en aquel tiempo, y salvaré a la que cojeaba, y recogeré aquella

1 2 Tes. 2, 3. 2 1 Jn. 4, 3. 3 Is. 60, 2. 4 Miq. 4, 6-7.

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que había sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en toda la tierra de la confusión de ellos 1.

[154] Si deseáis ahora saber para qué fin primario y principal con-gregará Dios en aquel día esta mujer claudicante, que había desecha-do y afligido, lo podéis saber leyendo las palabras que siguen inmedia-tamente en el texto de Miqueas: Y reinará el Señor sobre ellos en el monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo; de modo que congrega-rá Dios a la claudicante, con todas sus reliquias, para reinar sobre ellas en el monte Sión, desde entonces hasta en el siglo; pues hecha esta congregación, añade, vendrá la potestad primera, y el reino de la hija de Jerusalén 2. Mas todo esto, ¿qué significa, qué sentido puede tener? A mí me parece que todo esto no tiene otro sentido que el obvio y na-tural, atendido el texto con todo su contexto; pues sólo en este sentido es conforme a la profecía, con tantas otras que anuncian lo mismo con diversas palabras. Me parece, digo, que con esta mujer claudicante, aquella que Dios había desechado y afligido, y con todas sus reliquias preciosas, selladas en la frente con el sello de Dios vivo, y congregadas en aquel día… con grandes piedades, se va luego a preparar el taber-náculo o el solio de David que cayó, y de cuya erección y reedificación estable y permanente nos hablan tanto las santas Escrituras.

Modo de discurrir sobre este asunto en el sistema ordinario

Discurso previo

PÁRRAFO 1

[155] El tabernáculo de David o su solio (se puede decir o se dice confiadamente) cayó más de dos mil años ha de aquella altura en que Dios mismo lo había colocado. No sólo cayó por su propio peso, como caen todas las cosas frágiles y corruptibles de nuestro mundo, sino también, y mucho más, por la iniquidad e ingratitud de los reyes sus su-cesores, que se sentaron en el mismo solio; pues, exceptuando dos o tres, todos los demás fueron pecadores: Excepto David, y Ezequías, y Josías, todos cometieron pecado 3. Por lo cual el Dios de sus padres, con indignación y con grande ira 4, no solamente depuso del solio de David, y desheredó para siempre, a todos sus hijos y descendientes,

1 Sof. 3, 19. 2 Miq. 4, 8. 3 Eclo. 49, 5. 4 Jer. 21, 5.

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608 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sino que al mismo solio le dio un impulso violentísimo contra la tierra por medio de Nabucodonosor; lo quebrantó, lo desmenuzó, y lo redujo a polvo y ceniza, como si hubiese pronunciado contra él aquella terrible sentencia: Polvo eres, y en polvo te convertirás 1. El mismo David, ha-blando con Dios en el salmo 88, después de hacerle presentes sus pro-mesas, que en este asunto le había hecho aun con juramento, le dice no obstante estas proféticas palabras: Mas tú desechaste y despreciaste, alejaste a tu Cristo. Has volcado la alianza de tu siervo, has echado por tierra su Santuario (o su corona, como lee Pagnini; y la paráfrasis caldea: Su corona, su asiento sacudiste contra la tierra) 2. Y es así ver-dad que el golpe que dio contra la tierra el tabernáculo o solio de David fue tan terrible por la violencia con que cayó, que desde Nabucodono-sor hasta el día presente no se ha podido levantar, ni hay apariencia ni esperanza alguna de que pueda levantarse jamás. Parece una pieza no sólo quebrantada y desmenuzada, sino perfectamente aniquilada.

[156] Es verdad (prosiguen diciendo, pues no es posible disimular-lo todo), es verdad que muchas profecías anuncian clara y expresa-mente la reedificación y erección del mismo tabernáculo o solio de Da-vid, que cayó y se arruinó del todo hacia los principios del primer im-perio; mas estas profecías, añaden, no deben ni pueden entenderse sino en sentido espiritual; y en este sentido verdadero y único, ya to-das se han verificado y se están actualmente verificando en la Iglesia presente, la cual es el verdadero tabernáculo de David, o su verdadero solio, donde se sienta y reina espiritualmente el hijo de David, Cristo Jesús, etc. Paréceme que he resumido fielmente en pocas palabras to-do el modo de discurrir, y todo el discurso ordinario de los doctores, así intérpretes como teólogos, en el asunto de que tratamos.

[157] De manera, digo yo, que según este modo de discurrir, el ta-bernáculo o solio de David (de que hablan las Escrituras, ya en contra, ya también en favor) tiene o debe tener dos sentidos, o dos aspectos in-finitamente diversos entre sí: uno puramente material, otro puramente espiritual; uno para recibir castigos y plagas, otro para recibir favores y misericordias; uno para caer, para quebrantarse y desmenuzarse, otro para levantarse después de la caída, entero y sano; uno, en suma, para morir, y otro infinitamente diverso para resucitar. Así, aunque las pro-fecías anuncian con toda formalidad y claridad posible que aquel mis-mo solio de David, caído, muerto, sepultado y convertido en polvo, re-sucitará algún día, y se levantará del polvo de la tierra; que se levantará de nuevo sobre las ruinas de todos los otros solios de la tierra; que se le-vantará de un modo incorruptible y eterno, etc.; mas esto no será, di-

1 Gen. 3, 19. 2 Sal. 88, 39-40.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 609

cen, ni podrá ser según su primer sentido o aspecto material, sino so-lamente según el segundo sentido o aspecto espiritual, verdadero y úni-co. En fin, el tabernáculo o solio de David resucitará, y se levantará otra vez, según las Escrituras, mas no en aquel sentido en que cayó y murió, sino en otro sentido perfectísimo en que no ha caído ni muerto jamás.

[158] Yo estoy muy lejos de oponerme a este sentido o aspecto es-piritual. Lo que aquí se dice o se quiere decir, yo también lo digo, lo creo y lo confieso como una verdad. No hay duda que la Iglesia presen-te se puede llamar en cierto sentido un reino, un tabernáculo, un solio, donde reina espiritualmente Jesucristo por la fe de los creyentes, o donde reina la verdadera fe, y también la verdadera justicia; mas estas palabras, reino, tabernáculo, solio, etc., hablando de la Iglesia presen-te, son unas palabras no propias, sino visiblemente prestadas. Se usa de ellas con propiedad, mas con propiedad tomada de la semejanza, y que está en la semejanza misma, no en la cosa. De este modo decía San Pablo con verdad y propiedad: Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés 1. De este modo decimos con verdad que en una gran parte del mundo reina Mahoma o el mahometismo, por la fe, aunque falsa y errónea, de los que lo creen y siguen su doctrina. En otra parte no me-nos grande reina la idolatría, en otra la herejía, en otra la filosofía, en otra la barbarie, etc. Y en este mismo sentido es ciertísimo que en otra gran parte del mundo reina el verdadero cristianismo, que constituye la verdadera Iglesia de Cristo, y por consiguiente reina el mismo Cristo espiritualmente por la fe de los creyentes, especialmente sobre aque-llos que tienen una fe viva.

[159] Mas con este solo sentido espiritual, aunque verdadero, ¿se-rá posible verificar plenamente las profecías? ¿La Iglesia presente es en realidad aquel mismo reino, tabernáculo o solio de David, que fue destruido enteramente por Nabucodonosor, que desde entonces hasta ahora está sepultado en el olvido, y a quien anuncian los Profetas de Dios su resurrección, su erección, su reedificación sólida y eterna? Mi-rad, señor, no os equivoquéis, no queráis reducir por fuerza a una sola idea dos ideas tan diversas entre sí. La Iglesia presente es un cuerpo moral y místico, de quien Cristo mismo es la verdadera cabeza, en quien es el soberano Pontífice, el sumo Sacerdote, el Príncipe de los pastores, el Maestro, el Abogado para con el Padre, la luz, el camino, la verdad, la vida, la propiciación, la redención, etc. Todos estos nombres leemos frecuentemente en los escritos de los Apóstoles, y nunca el nombre de Rey temporal o de la tierra, sino en la entrada triunfante de los ramos, con las aclamaciones del pueblo, que presto se convirtieron en gritos de rebelión y blasfemias contra el rey de Israel, pidiéndolo

1 Rom. 5, 14.

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610 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

para la muerte, y protestando: No tenemos rey sino a César 1. Pero en el Apocalipsis, cuando ya viene del cielo a la tierra en gloria y majes-tad, entonces ya trae escrito en su vestidura y en su muslo: Rey de re-yes, y Señor de señores 2, y por tal será reconocido del universo.

[160] Es, pues, Jesucristo, como soberano Pontífice y sumo Sacer-dote, la verdadera cabeza de la Iglesia; mas cabeza del todo invisible en sí misma, y sólo visible en su vicario, sucesor legítimo de San Pe-dro, que el mismo Señor dejó en su lugar, con todas las llaves, y con todas sus veces y autoridad. Ahora bien, ¿es lo mismo ser soberano pontífice, cabeza visible o invisible de un cuerpo moral y místico, que ser rey de este mismo cuerpo? ¿No hay alguna diferencia grande y no-table, aun dentro del cuerpo místico de la Iglesia, entre el sacerdocio y el imperio? ¿Es lo mismo ser en la Iglesia de Cristo sumo sacerdote, supremo pastor, soberano pontífice, cabeza visible o invisible, etc., que ser rey o monarca? Todos los católicos creemos y confesamos como una verdad indubitable que el obispo de Roma, como sucesor legítimo de San Pedro, es el vicario de Cristo, es el sumo sacerdote, el soberano pontífice, el supremo pastor; por consiguiente, es el superior y la cabe-za visible del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia; mas ningún católico cree, a lo menos en estos tiempos, como ni en los siete a ocho primeros siglos, que sea rey o monarca temporal de la misma Iglesia, ni que su potestad sea tan sin límites que se extienda indiferentemente a todo, así espiritual como civil. Lo espiritual toca privadamente al sa-cerdocio, unido estrechamente con su cabeza visible e invisible. Lo ci-vil (y el sacerdocio mismo en lo que es civil) toca al imperio, al rey, al príncipe, o a la potestad secular. Así como toda la potestad espiritual que hay en la verdadera Iglesia viene de Dios, así viene de Dios toda la civil que hay en el mundo: Porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas 3. Si tal vez se ha abusado de la una, también se ha abusado igualmente de la otra, y no hay que maravillar-se; pues son efectos propios y naturales de la enfermedad del hombre, en cuyas manos ha puesto Dios así la una como la otra potestad. Para todos los accidentes posibles se nos ha dejado este remedio único, pe-ro infalible: Con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas 4. Esta es la idea clara y segurísima que nos dan los Evangelios, y conforme a ellos, toda la doctrina de los Apóstoles, así escrita por ellos mismos, como conservada en la Iglesia por una tradición y práctica de muchos siglos, constante, uniforme y universal. El querer salir de aquí es que-rer confundir las ideas más claras.

1 Jn. 19, 15. 2 Apoc. 19, 16. 3 Rom. 13, 1. 4 Lc. 21, 19.

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[161] Del reino, pues, del tabernáculo, del solio del santo rey Da-vid, que cayó del todo y se redujo a polvo desde los principios del pri-mer imperio, de este mismo anuncian los Profetas de Dios que algún día se levantará de nuevo en la persona del Mesías, hijo de David se-gún la carne. Mas este reino, este tabernáculo, este trono, este solio (que de estos cuatro nombres usan los Profetas), ¿era acaso algún reino puramente espiritual? ¿Era acaso el tabernáculo de la religión, o el solio del sumo sacerdote? Cierto que no. El sumo sacerdocio perte-necía, por institución divina, a la tribu de Leví y familia de Aarón, no a la tribu de Judá y familia de David: En la cual tribu (dice San Pablo) nada habló Moisés tocante a los sacerdotes 1. Es verdad que el mismo Apóstol añade en el lugar citado que el sumo sacerdocio se trasladó a Cristo, y en Cristo se afirmó para siempre; mas también es verdad que no se trasladó a Cristo por hijo de David, a quien el sumo sacerdocio no pertenecía de modo alguno, ni tampoco por hijo de Aarón, aunque realmente descendiente de Aarón por alguna línea; pues como observa el mismo San Pablo, el sumo sacerdocio de Cristo no es según el orden de Aarón (mucho menos según el orden de David), sino según el or-den de Melquisedec. Se trasladó, pues, a Cristo el sumo sacerdocio, y en él se afirmó para siempre, únicamente por voluntad expresa de Dios, que así se lo tenía prometido y jurado en el salmo 109: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres Sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec 2; esto es, añade San Pablo, a semejanza de Melquisedec se levanta otro sacerdote, el cual no fue hecho según la ley del man-damiento carnal, sino según la virtud de vida inmortal 3.

[162] En suma, es ciertísimo que ni el sacerdocio de Aarón ni el de Melquisedec pertenecían a David; luego ni el uno ni el otro se pueden llamar el reino, el tabernáculo o el solio de David. Luego el sacerdocio eterno que se puso en la persona de Cristo, y que ahora ejercita en la Iglesia presente, que llaman reino espiritual de Cristo, no puede ser el reino, el tabernáculo o solio de David de que hablan las profecías, que cayó y se disolvió enteramente más de dos mil años ha; no puede ha-berse verificado en un reino, tabernáculo o solio puramente espiritual, en que David no tuvo parte alguna; pues este tabernáculo o solio espiri-tual no es otra cosa en realidad que el sumo sacerdocio de Cristo.

[163] ¿Qué dijeran de mí si, imitando el modo de discurrir de los doctores, dijese de David mismo lo que aquí dicen de su tabernáculo? Si me atreviese, digo, a avanzar esta proposición: el santo rey David cayó, murió, fue sepultado, se convirtió en polvo, etc.; y aunque es de fe divina por las Escrituras que ha de resucitar (si acaso no ha resuci-

1 Heb. 7, 14. 2 Sal 109, 4. 3 Heb. 7, 15-16.

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tado ya), mas esta resurrección ya está verificada plenamente, ni hay que esperar otra cosa. ¿Cómo? Espiritualmente. ¿Cuándo? Cuando el Mesías su hijo recibió el sumo sacerdocio según el orden de Melquise-dec, o también cuando el alma de David salió del Limbo y fue glorifi-cada con Cristo el día de la resurrección del Señor, etc. Si este modo de discurrir pareciera insufrible en los principios fundamentales del cris-tianismo, se puede fácilmente aplicar la semejanza, no digo en todo, sino en el punto particular y preciso en que está la controversia.

[164] Si esta semejanza no parece tan justa, puede añadirse esta otra para mayor claridad. San Pedro, en su segunda epístola, hablando de su cercana muerte, les dice a los Cristianos estas palabras: Porque tengo por cosa justa, mientras que estoy en este tabernáculo, de exci-taros con amonestaciones; estando cierto de que luego tengo de dejar mi tabernáculo, según que también me lo ha dado a entender nuestro Señor Jesucristo 1. Ahora bien, el tabernáculo de San Pedro, que cuan-do esto escribía estaba ya muy cerca de caer, efectivamente cayó, fue sepultado, se disolvió y convirtió en polvo; no obstante, todos sabemos, y como cristianos creemos y esperamos, que el mismo tabernáculo de San Pedro, de que él mismo habla en este lugar, ha de resucitar algún día, y se ha de levantar entero del polvo de la tierra en que yace; mas es-to no debe ni puede entenderse materialmente, sino en otro sentido metafórico y espiritual; y en este sentido verdadero y único ya esto se ha verificado, y se está verificando muchos siglos ha. ¿Dónde y cómo? No solamente en el templo magnífico del Vaticano, sino en toda la univer-sal Iglesia, que se puede muy bien mirar como un tabernáculo de San Pedro, donde es venerado y honrado de todos los fieles, como que es el Vicario de Cristo, a quien se dijeron inmediatamente aquellas palabras: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia 2. Siendo éste el verdadero y único sentido de la resurrección y erección del tabernáculo de San Pedro, que cayó en tiempo de Nerón, no tenemos que esperar otra resurrección y erección material del mismo tabernáculo de San Pedro; y el Príncipe de los Apóstoles deberá contentarse con esto sólo.

[165] Yo no pretendo que estas semejanzas o paridades corran en todo; me basta que corran en el punto particular y preciso sobre que disputamos. Así como nos dicen las santas Escrituras que el taberna-culo de San Pedro, de que él mismo habla, aunque caído, disuelto y he-cho polvo desde el imperio de Nerón, se levantará algún día del polvo; que se levantará el mismo que cayó, y no otro; que se levantará de un modo más perfecto, y para no volver a caer jamás, etc.; así nos dicen las mismas Escrituras con la misma claridad que el tabernáculo de Da-

1 1 Ped. 1, 13-14. 2 Mt. 21, 18.

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vid de que vamos hablando, esto es, su reino, su trono, su solio caído, destruido y convertido en polvo desde el imperio de Nabucodonosor, se levantará también algún día; que se levantará él mismo y no otro; que se levantará de un modo perfectísimo, incorruptible y eterno. Ahora bien, es ciertísimo, según las Escrituras, que el tabernáculo de San Pedro se ha de levantar algún día de la tierra, no en sentido meta-fórico y espiritual, sino en sentido propio, físico y real; luego bien po-demos asegurar lo mismo del tabernáculo o solio de David, pues el mismo Espíritu de verdad que promete en general lo primero, promete también en particular esto segundo: En aquel día (se dice por ejemplo en Amós), en aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó; y repararé los portillos de sus muros, y repararé lo que había caído; y lo reedificaré como en los días antiguos 1.

[166] Mas estas y otras profecías semejantes de que hablaremos más adelante, ¿por qué se echan a otros sentidos puramente espiritua-les? ¿Por qué se pretenden verificar con una violencia tan visible en el sacerdocio o reino espiritual de Cristo, que es la Iglesia presente, cuan-do éste que llaman reino espiritual de Cristo no tiene conexión alguna, ni la más mínima relación, con el tabernáculo, o reino, o solio de Da-vid que cayó? ¿Por qué no se reciben, digo, estas profecías como se ha-llan escritas, en su propio y natural sentido? ¿Acaso porque así recibi-das, se recibe junto con ellas algún error claro y manifiesto? Así parece que se tira a insinuar; poco he dicho, así se tira a persuadir, aunque muy de prisa, y más suponiendo que probando. Mas era necesario mos-trar para esto alguna verdad clara y manifiesta, e incompatible con lo que tienen y quieren que se tenga por error, lo cual ni se hace, ni es posible hacer. Si fuese de algún modo posible, ya lo hubieran hecho sin duda alguna. ¿Acaso porque en este sentido propio y natural, la cosa es absolutamente imposible? Muéstrese, pues, esta absoluta imposibi-lidad, muéstrese en ello alguna repugnancia o contradicción. ¿Acaso solamente porque, tomadas dichas profecías en su sentido propio y natural, se concibe difícilmente, o no se concibe de modo alguno, có-mo puedan verificarse? Leve fundamento por cierto, y sumamente leve y levísimo, respecto de aquellos mismos que creen tantas otras cosas, infinitamente superiores a la inteligencia del hombre en el estado pre-sente. Si este fundamento fuera siquiera tolerable, con este solo que-daban dueños del campo los filósofos de nuestro siglo, y les poníamos en las manos las armas más terribles para vencernos y aniquilarnos; mas léase lo que advierte Jeremías: He aquí que yo soy el Señor Dios de toda carne; pues ¿hay cosa alguna difícil para mí? 2. Y por Zaca-rías, hablando de estas mismas cosas, dice el Señor: Si parecerá cosa

1 Amós 9, 11. 2 Jer. 32, 27.

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difícil en aquel tiempo a los ojos de las reliquias de este pueblo, ¿aca-so será difícil a mis ojos? 1.

[167] ¿Será difícil a Dios el cumplir fielmente su palabra, sin bus-car otros sentidos u otros efugios, indignos de su infinita grandeza y de su suma veracidad? ¿No le cumplió fielmente a nuestro padre Abraham en su propio y natural sentido aquella célebre promesa: Sara tu mujer te parirá un hijo? 2; promesa que hizo reír, aunque no dudar al justo Abraham, que ya contaba cerca de cien años, y a Sara, que ya contaba cerca de noventa. ¿Acaso piensas (decía lleno de una verdadera devo-ción y simplicidad), acaso piensas que de hombre de cien años nacerá hijo? ¿Y Sara, de noventa años, ha de parir? 3. ¿No le cumplió fielmen-te a Zacarías, padre de San Juan, una promesa del todo semejante: Tu mujer Elisabet te parirá un hijo? 4. ¿No le cumplió fielmente a la santí-sima Virgen María aquella promesa inaudita: He aquí que concebirás en tu seno, y parirás un hijo… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te hará sombra la virtud del Altísimo? 5. ¿No nos ha cumplido, en suma, a todos los creyentes aquella promesa admirable, inefable, incompren-sible: Mi carne verdaderamente es comida; y mi sangre verdadera-mente es bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él… Así también el que me come, él mismo vivirá por mí? 6.

[168] Pues si estas y tantas otras promesas que ha hecho Dios a sus siervos y amigos, las ha cumplido fidelísimamente según la letra, en aquel mismo sentido, obvio, propio y natural en que ha hablado, ¿por qué razón no podremos o no deberemos creer que cumplirá del mismo modo lo que tiene prometido al tabernáculo, al solio del santo rey Da-vid, que cayó? Mas dejando esta disputa, en que tal vez nos hemos de-tenido más de lo que era necesario, vengamos ya a la observación aten-ta y fiel de lo que sobre esto hallamos en las santas Escrituras.

Se considera el primer concilio de la Iglesia cristiana

PÁRRAFO 2

[169] Por el capítulo 15 de las Actas de los Apóstoles tenemos noti-cias bastante individuales del primer concilio de la Iglesia, de la causa

1 Zac. 8, 6. 2 Gen. 17, 19. 3 Gen. 17, 17. 4 Lc. 1, 13. 5 Lc. 1, 31 y 35. 6 Jn. 6, 56-58.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 615

o motivo porque se congregó, del modo con que se celebró, de lo que en él se definió, etc. Lo que dio ocasión a aquel primer concilio, dice San Lucas, fue la pretensión extravagante y empeño declarado de algu-nos doctores judíos ya cristianos; los cuales, con buena intención y con gran celo, mas no según la ciencia, perturbaban no poco el ministerio de San Pablo y de San Bernabé entre las Gentes, diciendo a éstas: Si no os circuncidáis según el rito de Moisés, no podéis ser salvos 1. Lo peor de todo era que esta pretensión ridícula la aprobaban y sostenían en Jerusalén misma (esto es, en la corte o centro que entonces era de la Iglesia cristiana) otros muchos doctores, también cristianos, de la sec-ta de los Fariseos, que habían creído 2, los cuales eran de sentir, y lo decían públicamente, que era necesario que ellos fuesen circuncida-dos (los Gentiles que creían), y que se les mandase también guardar la ley de Moisés 3. Como ni los Apóstoles, ni los otros discípulos, ni los más de los señores o presbíteros de la Iglesia de Jerusalén aprobaban aquella pretensión verdaderamente durísima y conocidamente inutilí-sima, determinaron, en fin, juntarse todos en pleno concilio para exa-minar, resolver y establecer lo que sobre este asunto les dictase el Es-píritu Santo: Y se congregaron los Apóstoles y presbíteros para tratar de esta controversia 4.

[170] Habiendo precedido varias altercaciones y disputas, sin con-cluirse nada por aquella vía, se levantó San Pedro lleno del Espíritu Santo; y callando todos, habló en favor de las gentes 5, haciendo en sustancia este simple y admirable discurso:

[171] A los que han creído hasta ahora de las Gentes, sin haberse circuncidado ni pensado en la ley de Moisés, les ha dado Dios el Espí-ritu Santo, como a los que hemos creído de la circuncisión, y no ha ha-bido en esto diferencia alguna sustancial entre ellos y nosotros; pues Dios, que conoce los corazones, los ha purificado por la fe, así como a nosotros; luego la circuncisión y las otras observancias puramente le-gales no pueden ser necesarias para la salud, pues vemos que Dios no ha hecho caso de estas cosas, sino que ha mirado, así en la circuncisión como en el prepucio, solamente la fe; luego será una temeridad, o un tentar a Dios, el querer poner sobre las cervices de los nuevos discípu-los un yugo durísimo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podi-do llevar: Y Dios, que conoce los corazones (éste es el texto a la letra), dio testimonio, dándoles a ellos también el Espíritu Santo, como a no-sotros. Y no hizo diferencia entre nosotros y ellos, habiendo purifica-

1 Act. 15, 1. 2 Act. 15, 5. 3 Act. 15, 5. 4 Act. 15, 6. 5 Act. 15, 7.

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do con la fe sus corazones. Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, po-niendo un yugo sobre las cervices de los discípulos, que ni nuestros padres, ni nosotros pudimos llevar? Mas creemos ser salvos por la gracia del Señor Jesucristo, así como ellos 1.

[172] A la fuerza de este discurso en boca de San Pedro, dice el his-toriador sagrado que callaron todos, que es lo mismo que decir: que-daron convencidos. Y cayó toda la multitud; y escuchaban a Bernabé y a Pablo, que les contaban cuán grandes señales y prodigios había hecho Dios entre los Gentiles por ellos 2.

[173] Ultimamente habló San Jacobo, no para oponerse de modo alguno al discurso de San Pedro, sino antes para confirmarlo, para ilustrarlo, para aclararlo y consolidarlo de tal modo, que aquel negocio gravísimo quedase entre los creyentes enteramente concluido, y los Judíos cristianos, celosos todavía de su ley, se sosegasen y aquietasen del todo, y no pusiesen embarazo a la conversión de las Gentes. Así, pues, pidiendo atención a todo el concilio, habló en estos términos: Varones hermanos, escuchadme. Simón ha contado cómo Dios pri-mero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nom-bre. Y con esto concuerdan las palabras de los Profetas, como está es-crito: Después de esto, volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó; y repararé sus ruinas, y lo alzaré, para que el resto de los hombres busque a Dios, y todas las gentes sobre las que ha sido invo-cado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas. Conocida es al Señor su obra desde el siglo. Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los Gentiles que se convierten a Dios 3.

[174] Este texto se ha mirado siempre como oscurísimo, y no hay duda que lo es, ya por su extremo laconismo, ya también porque es muy difícil, después de bien considerado, acordarlo con las ideas sobre que disputamos. El modo de explicarlo, y la explicación misma, no menos lacónica, muestran claramente un extraordinario embarazo, y por bue-na consecuencia alguna confusión más que ordinaria. Para poder en-tender bien así la explicación como el texto mismo (de que hablaremos en el párrafo siguiente), creo que sería una buena disposición saber pri-mero y tener bien presente lo que nos dicen los mismos doctores, sobre aquella célebre pregunta que hicieron al Señor todos los que asistieron y fueron testigos de su admirable ascensión a los cielos: Los que se ha-bían congregado le preguntaban, diciendo: Señor, ¿si restituirás en este tiempo el reino a Israel? 4. Esta pregunta nos dicen ya clara y ex-presamente que fue un error, originado de lo que habían oído a sus ra-

1 Act. 15, 8-11. 2 Act. 15, 12. 3 Act. 15, 13-19. 4 Act. 1, 6.

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binos sobre el reino del Mesías: Fingieron, por el ordinario error de aquella gente, que el reino del Mesías sería temporal y mundano, cual fue el de David y Salomón; siendo así que los Profetas predijeron que sería espiritual, debiéndose comenzar en el mundo por la fe, y tener su complemento en el cielo por la fruición de Dios.

[175] Sobre esta tan formal decisión, permítasenos hacer estas dos brevísimas preguntas. Primera: ¿Dónde están estas predicciones de los profetas, o qué profetas son éstos hasta ahora tan incógnitos, que no se han injertado en la Biblia sagrada? Segunda: ¿Por qué razón, y con qué equidad se confunden tanto las ideas groseras que han tenido y tienen los Judíos sobre el reino de su Mesías, con las predicciones de los Profetas de Dios, que están tan lejos de aquellas groserías? Si la pregunta que los discípulos hicieron al Señor en aquellas circuns-tancias hubiese sido algún error, u originada de algún error vulgar en-tre los suyos, ¿no era naturalísimo, por no decir absolutamente nece-sario, que el buen maestro les hubiese dicho siquiera aquellas tres pre-cisas palabras que dijo en ocasión semejante a los Saduceos: Erráis, no sabiendo las Escrituras? 1. ¿No era naturalísimo y aun necesario sacarlos luego al punto de aquel error, explicándoles, antes de dejar-los, un punto de tan grande interés y de tan graves consecuencias? ¿No era naturalísimo y aun necesario (ya que nada les enseñaba posi-tivamente sobre este punto gravísimo) que a lo menos no los confir-mase con su respuesta en aquel error? Considérese la respuesta del Señor, y se verá, sin poder excusarlo, que aunque el Señor no les revela el secreto particular y determinado que ellos deseaban saber, esto es, el tiempo preciso de la restitución del reino de Israel, mas los confirma evidentemente en la sustancia de este misterio. Lo que ellos pregun-taban era: ¿Si el reino de Israel, que según los Profetas se debía resti-tuir por el Mesías, se restituiría luego en aquel tiempo, o no? 2. Y el Señor les responde que no se metan en averiguar los tiempos y mo-mentos que el Padre ha puesto en su potestad 3; que es lo mismo que les había dicho en otra ocasión, hablando de propósito de su venida: Mas de aquel día ni de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, sino sólo el Padre 4. Luego concede el Señor, no sólo tácita sino clara y expresamente, que hay en realidad tiempos y momentos pues-tos en la potestad del Padre para restituir el reino de Israel. Y si no, ¿qué sentido decente y racional pueden tener sus palabras? ¿Qué tiempos y momentos son éstos que el Padre ha puesto en su potestad, o ha reservado a sí solo?

1 Mt. 22, 29. 2 Act. 1, 6. 3 Act. 1, 7. 4 Mt. 24, 36.

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618 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[176] Si la restitución del reino de Israel por el Mesías es realmen-te una fábula y un error, como se asegura con tanta franqueza; luego sobre esta restitución, que es de la que se habla, no puede haber tiem-pos ni momentos reservados en la potestad del Padre. ¿Qué tiempos y momentos se ha de reservar el Padre a sí solo, sin querer que nadie lo sepa, para que suceda una cosa que jamás ha de suceder? ¿Una cosa que no puede suceder? ¿Una cosa que sólo pensarla y esperarla es una estulticia y un error? Entre nosotros, naturalmente poco sinceros, no sería muy de extrañar este modo de hablar, ciertamente doblado; mas en el maestro bueno, en el maestro de toda justicia y santidad, en el maestro de toda verdad, rectitud y sinceridad, se figura no sólo duro y difícil, sino algo más que imposible. Esta imposibilidad se ve crecer sensiblemente en el caso y circunstancias de que vamos hablando, es a saber, que cuando el Señor dijo estas palabras, hablaba solamente con sus discípulos, hablaba con sus amigos, hablaba con unos hombres que realmente lo amaban y veneraban, y que estaban prontísimos a re-cibir y creer cualquiera cosa que les dijese, como que eran hombres simples y rectos, sin malicia, ni artificio, ni preocupación. Hablaba con aquellos hombres que él mismo había elegido para maestros del mun-do; a quienes había instruido todo el tiempo de su predicación, y aun después de su resurrección no había cesado de instruirlos, aparecién-doseles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios 1; a quienes acababa de decir: Id pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándo-las 2; a quienes les abrió el sentido, para que entendiesen las Escritu-ras 3; y a quienes había dicho la noche antes de su pasión: A vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi Padre 4. Hablaba, en fin, con hombres incapaces de resistirle, ni de disputar con él sobre las cosas que habían oído, o po-dían haber oído, por el ordinario error de aquella gente.

[177] Pues ¿es verdad verosímil, ni creíble, ni posible, que el maes-tro bueno, que era la misma verdad y sinceridad, hablase de este modo a unos hombres como éstos? ¿Es creíble ni posible que en aquellas cir-cunstancias en que ya se ausentaba de ellos, preguntado por ellos mis-mos sobre un punto tan grave y de tan graves consecuencias, no les hablase con claridad, no los sacase de su error, no les reprendiese su estulticia, no les explicase en cuatro palabras lo que quieren decir los Profetas cuando anuncian la restitución del reino de Israel? ¿Es creí-ble que hablase solamente de los tiempos y momentos que el Padre tiene reservados, para que suceda lo que no ha de suceder, ni puede

1 Act. 1, 3. 2 Mt. 28, 19. 3 Lc. 24, 45. 4 Jn. 15, 15.

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suceder? Cierto que nos hallamos no pocas veces en grandes conflic-tos, y en angustias casi mortales. Dos escollos terribles e inevitables se ven aquí, mayores sin comparación que Escila y Caribdis. Estos últi-mos se pueden las más veces evitar, ya prescindiendo de ellos absolu-tamente o volviendo para atrás, ya navegando por en medio de ellos a igual distancia del uno y del otro; mas respecto de aquellos otros, no aparece medio, ni remedio, ni esperanza alguna. O habéis de tomar rumbo por la diestra o por la siniestra. Por consiguiente, habéis de naufragar sobre un escollo o sobre otro.

[178] Si la restitución del reino de Israel por el Mesías es una estul-ticia y un error, luego el Mesías mismo, cuando fue visto en la tierra y conversó con los hombres 1, engañó conocidamente a sus mayores ami-gos que tenía sobre la tierra, hablándoles en este asunto gravísimo con equívoco y doblez, dejándolos voluntariamente en el ordinario error de su nación. Si esto no es creíble ni posible, luego el error estará por la parte contraria; es decir, luego será un verdadero error el afirmar, aunque sea en tono decisivo, que la restitución del reino de Israel por el Mesías es un error. Si esta última consecuencia se oye con espanto, con indignación y con cierta especie de escándalo, luego deberemos tener por buena y legítima la primera consecuencia; luego será preciso decir y confesar aquí que Jesucristo, el Maestro bueno por excelencia, el Santo de los santos, llamado Fiel y Veraz, no se portó en esta oca-sión como quien era; no se portó ni aun siquiera como un hombre honrado; no se portó con aquella franqueza y sinceridad que debían esperar de él sus mayores y sus únicos amigos que tenía en este mun-do, a quienes había elegido para maestros del mismo mundo y predi-cadores de la verdad. Yo busco entre estos dos extremos algún medio razonable, y protesto que no lo hallo. En caso de no hallarse, me in-clino sin temor alguno hacia la diestra. Quiero más errar con los após-toles, y quedar confirmado en el error por el maestro de toda verdad.

Se considera de cerca la explicación del texto de San Jacobo, y de la profecía que cita

PÁRRAFO 3

[179] Como no puedo persuadirme que en tiempo de aquel conci-lio estuviese todavía este santo, y los demás Apóstoles y señores, en el ordinario error de su nación, no tengo otra cosa que hacer sino estu-diar sus palabras, estudiar asimismo la profecía citada, y combinar lo uno con lo otro: Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los

1 Bar. 3, 38.

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Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los Profetas, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó 1.

[180] Todos los intérpretes suponen aquí, lo primero: que San Ja-cobo habla de la vocación de las Gentes, a quienes en aquel tiempo vi-sitaba el Señor por su infinita misericordia, para sacar de entre ellas un pueblo santo. Esta primera suposición es cierta e innegable por to-do el contexto. Suponen, lo segundo (no se sabe sobre qué fundamen-to): que la profecía de Amós que cita San Jacobo habla del mismo mis-terio de la vocación de las Gentes, como si para esto solo la citase, y no para otra cosa. Por consiguiente suponen, lo tercero: que la reedifica-ción y erección del tabernáculo de David, que cayó, y todas las otras cosas que anuncia seguidamente esta profecía, se han verificado y se están todavía verificando en el misterio mismo de la vocación de las Gentes; las cuales, dicen, han formado principalmente, con algunos pocos judíos que han creído, el nuevo espiritual tabernáculo de David, que cayó, esto es, la Iglesia presente, donde reina espiritualmente el Mesías mismo, hijo de David. A esto se reduce en sustancia toda la ex-plicación, y en vano se esperará otra cosa, porque realmente no la hay.

[181] Si preguntamos ahora, no satisfechos con estas generalida-des, qué significan algunas y muchas cosas bien notables que leemos, así en este texto de San Jacobo como en el de Amós, con esto sólo po-dremos empezar a abrir los ojos, o entrar en alguna duda o sospecha sobre la bondad de esta explicación. ¿Qué significa, por ejemplo, aque-lla palabra, primero, hablando de la vocación de las Gentes? ¿Qué sig-nifican aquellas otras: Después de esto volveré? Estas cuatro palabras, que parecen capitales, las omiten no obstante los más de los doctores que he podido ver. Sólo uno hallo que se hace cargo de ellas; mas ¿qué es lo que dice? Dice brevísimamente que aluden a la conversión del centurión Cornelio, llamado de Dios el primero de todos los Gentiles, como se refiere en el capítulo 10 de las Actas de los Apóstoles; después de lo cual 2 quedó abierta la puerta, y empezaron a entrar, y hasta aho-ra están entrando, Gentes a millares, que son las que forman princi-palmente el tabernáculo espiritual de David. Compárese ahora esta ex-plicación con el texto, y se conocerá fácilmente su poca coherencia. De modo que primero visitó Dios a las Gentes para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre 3, lo cual sucedió en la conversión de Cornelio con toda su familia; y después de estas cosas que sucedieron en casa de Cornelio, después de esto, entonces volvió Dios, y edificó de nuevo el tabernáculo espiritual de David 4. Y como este tabernáculo de David,

1 Act. 15, 14-16. 2 Act. 15, 16. 3 Act. 15, 14. 4 Act. 15, 16.

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según dicen los mismos doctores, no es otra cosa que la Iglesia cristia-na, se sigue necesariamente que Dios edificó o fundó la Iglesia cristia-na, solamente después de la conversión del centurión Cornelio.

[182] Fuera de esto, ¿qué significan en el texto de Amós aquellas palabras: Y lo reedificaré (el tabernáculo de David) como en los días antiguos? 1. ¿La Iglesia cristiana la ha reedificado Dios como estaba en los tiempos antiguos antes de caer: Levantaré el trono de David, que cayó… y lo reedificaré como en los días antiguos? Después de reedifi-cado el tabernáculo de David (prosigue el Profeta) alcanzará el que ara al que siega, y el que pisa las uvas al que siembra; y los montes destilarán dulzura, y todos los collados serán cultivados 2. ¿Qué quie-re decir esto? Lo que quiere decir, responden, no puede ser otra cosa sino que en la Iglesia de Cristo sus ministros u operarios tendrán siem-pre sobre sí grandes y continuas ocupaciones, sucediéndose los minis-terios unos a otros, sin dejarles un punto de reposo, como sucedió a los Apóstoles y sucede hasta ahora a los hombres apostólicos. Que los montes destilarán dulzura: esto es, que lloverán consuelos celestiales sobre los verdaderos fieles. Que todos los collados estarán cultivados: esto es, que no habrá pueblo o nación alguna donde no trabajen los ministros de la Iglesia, y donde no recojan algunos frutos para Dios. Ultimamente dice el Profeta (y ésta parece la propia llave, o la explica-ción clarísima de todo lo que acaba de decir): Levantaré el cautiverio de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra que les di 3.

[183] Parece que aquí debiéramos esperar de la piedad de tantos doctores cristianos alguna conmiseración y misericordia respecto de los míseros Judíos; mas nuestras esperanzas quedan aquí tan desvane-cidas como siempre. No hay que esperar consolación alguna hasta que se cumplan los tiempos de las naciones 4. Los doctores, según su sis-tema, no se atreven a abrir ni consentir la apertura de una sola puerta, por el prudentísimo temor de alguna pésima e inevitable consecuen-cia. Así pues, aquellas palabras con que acaba esta profecía: Levantaré el cautiverio de mi pueblo de Israel… Y los plantaré sobre su tierra; y nunca más los arrancaré de su tierra que les di; no tienen otro senti-do sino éste: Yo sacaré de la cautividad del pecado y del demonio, así a las Gentes como a los Judíos que creyeren, los plantaré sobre su tie-rra, esto es, en mi Iglesia 5, y no los moveré jamás de esta tierra que les he dado, si ellos no la dejan por su iniquidad, como la han dejado tantos apóstatas y herejes, etc.

1 Amós 9, 11. 2 Amós 9, 13. 3 Amós 9, 14-15. 4 Lc. 21, 24. 5 Coment. in Amos, 9, 15.

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622 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[184] Veis aquí, Señor mío, toda la explicación, o como dicen, el verdadero sentido intentado por el Espíritu Santo, así de la profecía de Amós como del discurso de San Jacobo en el concilio de Jerusalén. Si este sentido puramente acomodaticio es suficiente o no para contentar plenamente a quien busca en las Escrituras la verdad, no me toca el re-solverlo. Cualquiera se lo puede preguntar a sí mismo, pesándolo fiel-mente en la balanza del sentido común. El mayor trabajo es que, en el modo de hablar de los doctores, decisivo e indubitable, no dejan lugar, antes dan señales claras de no querer oír réplica alguna, sino que con esto solo debe quedar este punto gravísimo enteramente decidido y concluido. Si alguno se atreve, no obstante, a alzar la voz, pidiendo al-guna buena razón de toda esta inteligencia o sentido, que llaman ver-dadero y único, no tiene que esperar otra respuesta que tres, o cuatro, o más renglones de citas; esto es, que otros muchísimos doctores han en-tendido así todas estas cosas, y asimismo las han explicado. Bien. Mas esto, ¿quién lo duda? Si todos estos muchísimos doctores han partido desde un mismo principio, y trabajado sobre un mismo sistema, ¿qué mucho que hayan dicho lo mismo? ¿No es esto responder por la cues-tión? Lo que aquí se pide no es lo que han pensado otros doctores, que esto no se ignora, sino la razón y fundamentos que han tenido para pen-sarlo. Si esta razón o fundamentos no se producen, ¿de qué sirve llenar páginas enteras con citas de autores? Bien pudieran citarse dos o tres mil autores, para probar, por ejemplo, que el agua sube en la bomba por el horror que la naturaleza tiene al vacío; mas no por eso dejará de ser falsa esta opinión, y de mirarse esta prueba como insuficiente e inútil.

[185] Algunos añaden una palabra ciertamente de gran peso, si vi-niera al caso. Esta inteligencia, dicen, es de todos los intérpretes orto-doxos. Mas esta palabra ortodoxos, ¿a qué propósito se trae aquí? ¿Qué quiere decir esto en el asunto de que hablamos? ¿Acaso que sólo los in-térpretes heterodoxos o herejes pueden pensar otra cosa diversa? ¿Aca-so que dicha inteligencia es de fe católica, es ortodoxa, es verdadera e indisputable? ¿No veis, señor, la pretensión y el empeño? ¿No veis el miedo y escrúpulo con que nos quieren espantar?

[186] Crece todavía más el empeño y la pretensión. Un autor grave (y con razón estimado por uno de los mejores intérpretes) dice formal-mente, citando a otro, que la sobredicha inteligencia de la profecía de Amós, y por consiguiente del texto de San Jacobo, está ya definida co-mo verdadera y literal contra Teodoro, obispo de Mopsuesta, por el pa-pa Vigilio en el concilio romano. Cualquiera que lea estas palabras en un autor como éste, erudito y juicioso, es naturalísimo que las crea al punto, sin querer tomar sobre sí el gran trabajo de examinar su verdad; por consiguiente, que dé por concluida esta disputa. Yo también la die-ra al punto por concluida, si esto fuese cierto, o si no fuese evidente-mente falso. Digo evidentemente falso, lo primero: porque no consta de

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la historia que en tiempo de Vigilio, ni cuando fue antipapa, ni cuando fue papa, se haya celebrado en Roma algún concilio. Lo segundo: por-que las altercaciones que tanto perturbaron la paz de la Iglesia sobre los tres célebres capítulos, es a saber, sobre algunos escritos de Ibas, obis-po de Edesa, de Teodoreto, obispo de Ciro, y mucho más de Teodoro, obispo de Mopsuesta, no pasaron en occidente, sino en oriente; no en Roma, sino en Constantinopla. Lo tercero y principal: porque aunque en Constantinopla, no en Roma, se condenaron al fin dichos tres capí-tulos, y con ellos sesenta proposiciones extraídas de los escritos de Teo-doro, mas ninguna de ellas tiene alguna conexión, ni la más mínima re-lación, con el asunto que ahora tratamos. En todas las sesenta proposi-ciones que ponen los historiadores, no se lee jamás tabernáculo de Da-vid, ni profecía de Amós, ni concilio de Jerusalén, ni discurso de San Jacobo, ni otra cosa alguna que con esto pueda equivocarse. Lo más que se halla en la historia (y tal vez de aquí nacería el equívoco) es esto: que los enemigos de Teodoro lo acusaban, entre otras cosas, de que adhería mucho a algunas opiniones de los rabinos, pues decía que el salmo 21 no habla de Cristo; mas esta acusación general ni sabemos que se pre-sentase al concilio de Constantinopla, ni tampoco que el concilio habla-se sobre ella alguna palabra; pues las sesenta proposiciones nada de esto contenían. Yo desafío formalmente a todos los eruditos que me verifiquen de algún modo razonable esta proposición: Que así a la le-tra deba explicarse (el texto de Amós) está definido bajo de excomu-nión en el concilio Romano, contra Teodoro, obispo de Mopsuesta.

[187] Concluyo este punto con estas dos preguntas. Primera: si es-ta noticia fuese cierta, ¿es creíble que la ignorasen otros doctores? Se-gunda: no ignorándola y teniéndola por segura, ¿es creíble que no la produjesen como una prueba la más decisiva de la bondad de su inter-pretación?

Se propone otra explicación del texto de San Jacobo con todo su contexto

PÁRRAFO 4

[188] Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nombre. Y con esto concuer-dan las palabras de los Profetas, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó 1. Parece cla-ro que San Jacobo dice aquí dos cosas muy diversas, que no es bien confundir o disimular; pues él mismo las distingue clarísimamente, di-

1 Act. 15, 14-16.

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ciendo que la una debe suceder primero que la otra 1. La primera (por confesión unánime de todos los doctores) es la vocación de las Gentes, la cual prueba confirmando el discurso de San Pedro, y asegurando, se-gún las Escrituras, que Dios determinaba visitar primero a las Gentes (pues los Judíos, aunque llamados los primeros, no querían oír) y sacar primero de entre las Gentes un pueblo para su nombre 2. La segunda, después de ésta, es la vocación, la congregación, la asunción de las reli-quias de Israel, disperso entre todas las naciones por su incredulidad: Después de esto volveré y reedificaré. De modo que la primera perte-nece únicamente al asunto primario o único sobre que se había congre-gado aquel concilio, esto es, a las Gentes visitadas y llamadas de Dios, para formar un pueblo nuevo, mayor y mejor que el antiguo, pues éste, llamado en primer lugar con tan grandes instancias, se había ya obsti-nado en su incredulidad, y no quería congregarse; pues no se ignoraba que debía suceder así según las Escrituras. No se ignoraba la profecía de Daniel, que dice: No será más suyo el pueblo que le negará 3; ni la de Oseas, que dice: Vosotros no sois mi pueblo, y yo no seré vuestro 4; ni la de Isaías, que dice: Israel no se congregará 5. La segunda se en-derezaba a sosegar los Judíos cristianos celosos todavía de su ley y de su pueblo, asegurándoles que, después del misterio de las Gentes, lle-garía también su tiempo de misericordia para este pueblo infeliz, como está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que cayó. Para esto son manifiestamente aquellas palabras ca-pitales: primero… después de esto.

[189] San Jacobo dice que la profecía de Amós que cita, y gene-ralmente las palabras de los Profetas, concuerdan con estas palabras: Dios primero visitó a los Gentiles para tomar de ellos un pueblo para su nombre; mas esta concordancia no está en el misterio de la voca-ción de las Gentes considerado en sí mismo, sino considerado como primero respecto de otro misterio que debe seguirse después de él; de otro modo, las palabras, primero… después de esto, fueran no sólo inú-tiles, sino algo más que bárbaras, y sería necesario omitirlas del todo para poder dar a la cláusula algún sentido gramatical. Esta es, pues, la concordancia de que aquí se habla, entre el misterio de la vocación de las Gentes, y la reedificación del tabernáculo de David: que aquel mis-terio es primero, y éste segundo; aquel ha de preceder, y éste seguir. ¿Cómo es posible que un misterio se preceda a sí mismo? ¿Que sea an-terior, y al mismo tiempo posterior a sí mismo? Si la visitación o voca-ción de las Gentes para sacar de entre ellas un pueblo de Dios, es lo

1 Act. 15, 16. 2 Act. 15, 14. 3 Dan. 9, 26. 4 Os. 1, 9. 5 Is. 49, 5.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 9 625

mismo que Dios quiere hacer; si después de las cosas que pertenecen a este primer misterio, después de esto, se ha de reedificar el tabernácu-lo de David, y han de suceder las demás cosas que anuncia la profecía de Amós; luego éstos son dos misterios totalmente diversos; luego la Iglesia presente no puede ser el tabernáculo de David, de que aquí se habla; luego este segundo misterio, posterior al primero, no se ha veri-ficado hasta el día de hoy, pues el primero todavía no se ha concluido; luego se debe verificar en algún tiempo, y por consiguiente se debe concluir en algún tiempo el primer misterio.

[190] De esta concordancia de un misterio con otro hablan fre-cuentísimamente los Profetas, como tantas veces hemos notado en los cuatro fenómenos antecedentes. De esta concordancia habla no pocas veces San Pablo, especialmente cuando dice a las Gentes: Porque co-mo también vosotros en algún tiempo no creísteis a Dios, y ahora ha-béis alcanzado misericordia por la incredulidad de ellos; así también éstos 1. De esta concordancia habló muchísimas veces en parábolas el mismo Mesías, especialmente cuando les dijo a los escribas y fariseos: Por tanto, os digo que quitado os será el reino de Dios, y será dado a un pueblo que haga los frutos de él 2; cuando les hizo darse a sí mis-mos aquella justísima sentencia: A los malos destruirá malamente, y arrendará su viña a otros labradores 3; cuando en la parábola de los operarios y de los convidados a la gran cena, les anunció claramente que serían los últimos los que debían ser los primeros, y al contrario, serían los primeros los que debían ser los últimos 4; y en otra parte: En verdad os digo que los publicanos y las rameras os irán delante al reino de Dios 5; y, en fin, cuando dijo que Jerusalén sería destruida, sin que quedase en ella piedra sobre piedra; que aquellos tiempos se-rían sólo de venganza y de ira para todo el pueblo de Dios, de quien ella era cabeza; que este pueblo, parte pasaría por el filo de la espada, parte sería esparcido a todos los vientos y llevado cautivo a todas las gentes, y que Jerusalén sería conculcada de las mismas Gentes, hasta que se llenasen los tiempos de las naciones 6. Por abreviar, esta misma concordancia se ve con los ojos en el cántico, no menos breve que ad-mirable, del justo Simeón, el cual, teniendo en sus brazos a la esperanza de Israel, y de todo el universo, en el estado todavía de infancia, anun-ció lleno del Espíritu Santo que sería primero Lumbre para ser reve-lada a los Gentiles, y, después, para gloria de tu pueblo Israel 7. A to-

1 Rom. 11, 30-31. 2 Mt. 21, 43. 3 Mt. 21, 41. 4 Mt. 19, 30. 5 Mt. 21, 31. 6 Lc. 21. 7 Lc. 2, 32.

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626 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

das estas cosas, y otras semejantes que se leen en los Libros sagrados, parece aluden aquellas dos palabras: primero… después de esto.

[191] Acaso se podrá oponer que, ni en la profecía de Amós, ni en los otros Profetas, se leen jamás estas palabras: Después de esto volve-ré; sino siempre o casi siempre estas otras: En aquel día… en aquellos días… en aquel tiempo, etc. Bien. Y ¿qué inconveniente se halla en es-to? El Profeta dice: En aquel día (sin señalar el día preciso de que ha-bla), en aquel día, dice el Señor, yo resucitaré el tabernáculo de Da-vid, que cayó o murió, y lo reedificaré como en los días antiguos. San Jacobo, citando esta profecía, señala el día o tiempo de que habla éste y otros Profetas, y lo señala con estas tres palabras: Después de esto volveré; dando en ellas dos claras contraseñas. Primera: después de estas cosas 1. ¿De cuáles? De las que actualmente se habla, esto es, de las pertenecientes al gran misterio de la vocación de las Gentes, a quienes Dios visitaba en primer lugar 2, para sacar de ellas y formar con ellas un pueblo para su nombre 3. Segunda contraseña: yo volve-ré 4. ¿Quién volverá? ¿Adónde, y a qué volverá? Quien volverá no pue-de ser otro sino aquel mismo hombre noble, (que) fue a una tierra dis-tante para recibir allí un reino, y después volverse 5; de quien se dije-ron aquellas consolantes palabras: Varones galileos, ¿qué estáis mi-rando al cielo? Este Jesús, que de vuestra vista se ha subido al cielo, así vendrá, como le habéis visto ir al cielo 6. ¿Adónde volverá? Volverá sin duda alguna a esta misma tierra que dejó, y de donde es en cuanto Hombre, y juntamente a aquellos cuyos padres son los mismos, de quienes desciende también Cristo según la carne 7; a aquellos mismos que no quisieron reconocerlo, diciendo: No queremos que reine éste sobre nosotros 8; y a quienes por esto se les está dando hasta ahora un castigo tan sin ejemplar, mostrándoles Dios tantos siglos ha las espal-das, y no la cara 9, como les había predicho y amenazado desde Moi-sés. ¿A qué volverá? Volverá, según las Escrituras, a resucitar en su propia persona, y a edificar, o reedificar, como en los días antiguos 10 (con aquella grandeza y justicia, dignas de un Hombre Dios) el taber-náculo o solio de David su padre, que cayó: En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó 11. Después de esto volveré, y reedi-

1 Act. 15, 16. 2 Act. 15, 14. 3 Act. 15, 14. 4 Act. 15, 16. 5 Lc. 19, 12. 6 Act. 1, 11. 7 Rom. 9, 5. 8 Lc. 19, 14. 9 Jer. 18, 17. 10 Amós 9, 11. 11 Amós 9, 11.

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ficaré el tabernáculo de David, que cayó 1. Y vendrá el primer im-perio, el reino de la hija de Jerusalén 2. Estas últimas palabras del profeta Miqueas corresponden visiblemente a aquellas otras de Amós: Lo reedificaré como en los días antiguos; y ambas anuncian clara-mente el juicio de los vivos, o lo que es lo mismo, el reino del Mesías sobre los vivos.

[192] De todo esto que acabamos de decir, se sigue en conclusión que primero ha de recoger Dios de entre las Gentes un pueblo suyo en lugar de Israel, que no quiso congregarse, y por eso fue arrojado y dis-perso entre todas las Gentes; primero ha de llamar y congregar otras ovejas, que no son de este aprisco 3; primero ha de recoger y congre-gar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Y después que estos hijos de Dios estén recogidos; después que estas ovejas estén aseguradas; después que ya no se halle más que recoger; después que aun lo que estaba recogido se vaya o saliendo fuera por falta de fe, o corrompiendo dentro por sobra de iniquidad; en suma, después que se llenen los tiempos de las naciones, que son puntualmente aquellos en que estos hijos deben permanecer en bondad, pues con esta precisa condición fueron injertados en la buena oliva: Si permanecieres en la bondad; de otra manera serás tú también cortado 4; después de todo esto empezará a amanecer otro día, de que tanto hablan los Profetas de Dios, en el cual empezará el mismo Señor a pasarse de las Gentes a los Judíos, y preparados éstos, o sus reliquias preciosas, con las prepa-raciones convenientes de que ya hemos hablado, volverá también en su propia persona de aquella región longincua a donde fue días ha, pa-ra recibir allí un reino, y después volverse 5. Volverá, digo, cuando haya recibido del mismo Padre la potestad, y el honor, y el reino; cuan-do haya recibido solemnísimamente en el supremo Consejo de Dios la investidura del mismo reino; y cuando volvió, después de haber reci-bido el reino 6, y destruida en primer lugar la gran estatua, cuyo as-pecto era terrible, evacuado todo principado, potestad y virtud, edifi-cará sobre sus ruinas el tabernáculo de David su padre, o el último reino incorruptible y eterno: La piedra que había herido la estatua, se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 7. Y se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebrantado, y perezca para siem-pre. Y que el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo 8.

1 Act. 15, 16. 2 Miq. 4, 8. 3 Jn. 10, 16. 4 Rom. 9, 22. 5 Lc. 19, 15. 6 Lc. 19, 15. 7 Dan. 2, 35. 8 Dan. 7, 26-27.

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628 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

[193] Excusad, señor, este defecto en que incurro frecuentemente, de repetir varias veces en diversos lugares ciertos textos particulares de la Escritura. Si éstos se tienen presentes cuando conviene, yo admi-to con gusto la nota de repetidor.

Se confirma todo lo dicho con otros lugares de la Escritura

PÁRRAFO 5

Primero

[194] Isaías, hablando del Mesías, dice de él entre otras cosas: Se sentará sobre el solio de David y sobre su reino, para afianzarlo y consolidarlo en juicio y en justicia, desde ahora y para siempre; el ce-lo del Señor de los ejércitos hará esto 1. Si se compara este texto con el de Amós, citado por San Jacobo, y se pesan en balanza fiel, parece im-posible hallar entre ellos alguna diferencia digna de consideración. Isaías dice que el Mesías, como hijo de David, a quien están hechas las promesas, se sentará algún día sobre su solio y sobre su reino, para confirmarlo y corroborarlo en juicio y en justicia. San Jacobo, citando en general las palabras de los Profetas, y en particular la profecía de Amós, dice que el Mesías mismo, que ya entonces se había ido al cielo, volverá a la tierra algún día, y reedificará el tabernáculo de David que cayó, levantándolo del polvo de la tierra donde está sepultado, y que esto será después. Amós dice que en aquel día 2 (el cual día se deter-mina con aquellas tres palabras, después de esto volveré) el Señor re-sucitará, y levantará de la tierra el tabernáculo de David, que cayó; el mismo que cayó, que se arruinó, que se disolvió, etc., y lo edificará de nuevo, como en los días antiguos.

[195] Por estas últimas palabras yo no pienso decir (ni se me po-drá atribuir un tal despropósito sin una manifiesta injusticia) que el reino del Mesías de que hablo, será o podrá ser como en los días anti-guos, haciendo caer la palabra como sobre el modo, y no precisamente sobre la sustancia. Yo pienso y tengo por cierto esto segundo. Si mis judíos han pensado, y piensan hasta ahora lo primero, o alguna otra cosa semejante, ciertamente han errado y yerran en lo más sustancial de sus Escrituras; mas este y otros errores semejantes, manifiestamen-te groseros, se les podrían fácilmente corregir con sus mismas Escritu-ras, sin darles aquella respuesta dura y terrible, y no menos dura y te-rrible que mal fundada: Niego todo.

1 Is. 9, 7. 2 Amós 9, 11.

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Segundo

[196] La profecía de Isaías de que empezamos a hablar, la halla-mos expresamente citada en el Evangelio 1. ¿Por quién? Por el ángel San Gabriel, enviado extraordinario de Dios a la santísima Virgen, ele-gida para Madre del Hombre Dios. Entre las cosas que el ángel le pro-mete de parte de Dios, una de ellas es lo que contiene y anuncia espe-cialmente la profecía de Isaías: Y le dará el Señor Dios el trono de Da-vid su padre; y reinará en la casa de Jacob por siempre, y no tendrá fin su reino 2. Esta solemnísima promesa, hecha a la santísima Virgen para el Mesías su Hijo, parece cierto que hasta ahora no se le ha cum-plido a nuestra Señora, y parece del mismo modo cierto que es la única que no se le ha cumplido hasta ahora; pues todas las otras de que el ángel la aseguró de parte de Dios, se cumplieron luego al punto perfec-tísimamente en su sentido natural y propio, como es claro por todo el texto sagrado, y por el dogma que se funda en él.

[197] Si esta única promesa no se ha cumplido hasta ahora a nues-tra Señora, parece necesario que se le cumpla alguna vez en aquel mis-mo sentido propio y natural en que se cumplieron las otras, pues no hay más razón para aquellas que para ésta. Si ya se le ha cumplido esta promesa, como se intenta suponer, deberá mostrarse con distinción y claridad este perfecto cumplimiento, sin recurrir para esto al sumo sa-cerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, con el cual el trono de David no tiene conexión alguna, ni la más mínima relación, siendo claro que la promesa no habla del sacerdocio, sino del trono de Da-vid 3. Esta promesa, pues, ¿cuándo se ha cumplido o cuando se ha po-dido cumplir? En toda la historia sagrada no hallamos otra cosa sino que el Mesías hijo de David entró una vez públicamente en Jerusalén entre las aclamaciones de la plebe, con aquella pompa nueva e inaudi-ta que refieren los evangelistas, y que ya estaba registrada en Zacarías: Mira que tu rey vendrá a ti justo y salvador; él vendrá pobre, y sen-tado sobre una asna, y sobre un pollino hijo de asna 4; mas también sabemos, que no fue recibido, sino desconocido y reprobado. Lejos de ponerlo en el trono de David, lo pusieron seis días después en otro trono de dolor y de ignominia, cual fue la cruz; y la plebe misma que lo había aclamado por hijo de David, clamó contra él a grandes voces: Crucifícale, crucifícale.

[198] Después de su muerte y resurrección, sabemos de cierto que se fue al cielo, como él mismo había dicho, para recibir allí un reino, y

1 Lc. 1. 2 Lc. 1, 32-33. 3 Lc. 1, 32. 4 Zac. 9, 9.

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630 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

después volverse 1. Sabemos de cierto que allá en el cielo está sentado a la diestra de Dios 2. Sabemos de cierto que allá está sentado en el trono mismo de su Padre 3. Sabemos de cierto que allá estará sentado hasta su tiempo, hasta que ponga (le dijo su Padre) a tus enemigos por pea-na de tus pies 4; y como añade el Apóstol, esperando lo que resta 5. Sabemos, en fin, con la misma certidumbre, que volverá algún día a es-ta nuestra tierra, a juzgar los vivos y los muertos… Y no tendrá fin su reino 6. Mas ni el trono de Dios, adonde ahora está, ni el trono de ig-nominia donde lo pusieron los suyos, se puede llamar, sin una mani-fiesta violencia, el trono, o solio, o tabernáculo de David su padre, que le está tan expresamente prometido. No quiero perder la oportunidad que aquí se me ofrece de decir dos palabras sobre cierta noticia que vulgarmente corre por verdadera, como que se halla expresa en mu-chísimos intérpretes de la Escritura, es a saber, que aquellas palabras del salmo 95: Decid en las naciones que el Señor reinó, están corrom-pidas o truncadas maliciosamente por los Judíos, los cuales les quita-ron la palabra latina a ligno, pues debía leerse: Dicite in gentibus quia Dominus regnavit… a ligno. Yo no me admirara mucho que los Judíos hubiesen quitado al texto la palabra a ligno, que tanto podía incomo-darlos. Lo que me admira con grande admiración es que, sabiendo es-to los doctores cristianos (pues si no lo supiesen, no es creíble que se atreviesen a publicar esta noticia en sus escritos, que deben o pueden andar en manos de todos, con peligro de levantar un falso testimonio a los míseros e inermes Judíos), que sabiendo, digo, los doctores que los Judíos quitaron al texto sagrado la palabra a ligno, no se la hayan res-tituido hasta ahora en tantas correcciones que se han hecho de la Es-critura; ni se halle esta palabra en las otras versiones que corren como buenas, fuera de la Vulgata. Esta es una cosa que no puedo compren-der. Los Judíos quitaron al texto la palabra a ligno. Bien. O esta noti-cia es cierta, o no. Si es cierta, luego debe restituirse al texto mismo una palabra tan sustancial y tan interesante. Si no es cierta, luego debe borrarse la noticia de todos los escritos públicos donde se hallare, pues los Judíos, por muy judíos que sean, no pueden ser condenados sino según lo alegado y probado, pues son hombres como todos nosotros. Fuera de esto, léase todo el salmo 95 con ojos imparciales, y se conoce-rá al punto que la palabra a ligno no viene al caso, pues todo él habla manifiestamente de la venida segunda del Señor en gloria y majestad: Conmuévase toda la tierra a su presencia, decid en las naciones que

1 Lc. 19, 12. 2 Mc. 16, 19. 3 Apoc. 3, 21. 4 Sal. 109, 1; Heb. 1, 13; 10, 13. 5 Heb. 10, 13. 6 SÍMBOLO CONSTANTINIPOLITANO; Luc. 1, 33.

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el Señor reinó. Porque enderezó la redondez de la tierra, que no será conmovida; juzgará los pueblos con equidad. Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud… a la vista del Señor, porque vino, porque vino a juzgar a la tierra. Juzgará la re-dondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad 1.

[199] Responden a esto que el reino del Mesías de que hablan las Escrituras no es terreno ni mundano, sino celestial y divino; no tempo-ral, sino eterno; no carnal, sino espiritual. Así, aunque se dice que al Mesías se le dará el trono de David su padre, que se sentará en este trono después de reedificado y levantado del polvo de la tierra, que reinará eternamente en la casa de Jacob, etc., mas todo esto no puede entenderse literalmente, sino en otro sentido perfectísimo, cual es el alegórico y espiritual: en cuanto el trono de David, sobre todo Israel, fue una figura o sombra del trono espiritual de Cristo sobre todos los creyentes (que no es otra cosa que su sumo sacerdocio según el orden de Melquisedec). Yo he protestado en otras partes que no pienso opo-nerme de modo alguno a lo que se dice o se quiere decir en este sentido alegórico y espiritual; lo cual yo también lo digo y lo creo como todos los fieles. A lo que sí me opongo con todas mis débiles fuerzas es al em-peño y pretensión de los que quieren despóticamente que éste sea el único sentido de las santas Escrituras, y que el pensar otra fuera de esto es un error, es un sueño, es un despropósito grosero, etc. Mas esto, ¿cómo lo prueban? Yo a lo menos no hallo prueba que me satisfaga.

[200] Es ciertísimo que el reino del Mesías de que hablan las Escri-turas no puede ser un reino terreno y mundano, sino celestial y divino; no puede ser un reino temporal, sino eterno; no puede ser un reino car-nal, sino espiritual (bien que deba ser no puramente espiritual, sino es-piritual y corporal). Es decir, no puede ser el reino del Mesías como los reinos que hasta ahora hemos visto en nuestro mundo. Esto repugna infinitamente, según las Escrituras, al reino de un hombre que no es puro hombre, sino Hombre Dios, en cuya persona están estrechamente unidas las dos naturalezas divina y humana. Por tanto, en lugar de aquellas palabras equívocas que tienen un sonido tan desagradable: reino terreno, reino mundano, se podían sustituir estas otras: reino ce-lestial, reino divino, mas existente físicamente en esta nuestra tierra. Sustituidas estas palabras, que son visiblemente las propias, según to-das las ideas que nos dan las santas Escrituras, se viera cesar al punto el gran ruido, o convertirse en una suave melodía, nada disonante aun a los oídos más delicados.

[201] Los que quieren que la Iglesia presente sea el reino del Me-sías, hijo de David, de que hablan las Escrituras, ciertísimamente con-

1 Sal. 95, 9ss.

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632 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

denarán como dura esta proposición: «La Iglesia presente es una Igle-sia terrena, y mundana». Mas no condenarán, antes aprobarán, ésta: «La Iglesia presente es una Iglesia celestial y divina, no obstante que existe física y realmente en este mundo».

[202] Aplíquese, pues, la semejanza, y con esto solo se verá desvane-cido el equívoco, o mitigado el gran ruido. Practíquese la misma diligen-cia con aquellas otras palabras tan displicentes como impropias: reino temporal, reino carnal; leyendo en su lugar estas otras: reino eterno, reino espiritual, sin dejar de ser corporal, pues el hombre se compone esencialmente de cuerpo y espíritu. Con esta conmutación de solas las palabras, el fantasma desaparece, y la disputa queda concluida.

[203] Con esta misma conmutación o distinción entre palabras propias e impropias, es bien fácil responder a otra gran dificultad que suele oponerse. Jesucristo, dicen, declaró al presidente Pilatos, ante cuyo tribunal estaba como reo de lesa majestad, acusado falsamente de haber querido hacerse rey y rebelarse contra el César, que su reino no era de este mundo 1; luego no hay que esperar el reino de Cristo en este mundo, por más que lo anuncien, o parezca que lo anuncian las Escri-turas. Mas esta misma dificultad la deben resolver en primer lugar los mismos que la proponen; pues la Iglesia presente, a quien llaman reino de Cristo, ciertamente no es de otro mundo, sino de éste; ni se compone de ángeles, o de otras criaturas incógnitas, sino de hombres racionales del linaje de Adán, que realmente habitan en este mundo y son de este mundo. Responden, y con razón, que Cristo no dijo que su reino no es-taba en este mundo, sino que no era de este mundo; así, aunque la Igle-sia cristiana está realmente en este mundo, pues se compone de hom-bres vivos y viadores del linaje de Adán, con todo eso no es de este mundo; ya porque no se conforma, ni es de institución humana, sino divina; ya porque no se conforma, o no debe conformarse, con las cos-tumbres y máximas del mundo, que propiamente llamamos mundanas. Bien. Luego en este mismo sentido verdadero y por sí conocido puede muy bien estar en este mundo, según las Escrituras, el reino de Cristo de que vamos hablando, sin ser reino de este mundo, esto es, sin tener semejanza alguna con los reinos de este mundo, ni conformarse en lo más mínimo con sus máximas y costumbres. En este sentido, y sólo en este sentido, dijo el mismo Señor de sí y de sus Apóstoles: No son del mundo, así como tampoco yo soy del mundo 2.

[204] Fuera de esto, cuando se cita un lugar de la Escritura santa para probar alguna cosa interesante, parece que debía citarse todo en-tero, no dos o tres palabras solamente; pues muchas veces sucede (aun en los escritos puramente humanos) que una cláusula no se entiende,

1 Jn. 18, 36. 2 Jn. 17, 16.

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ni es posible entenderla bien, sino por sus últimas palabras. Ved aquí el texto entero, que es breve: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros sin duda pelearían, para que yo no fuera entregado a los Judíos; mas ahora mi reino no es de aquí 1.

[205] Estas últimas palabras, mas ahora, ¿qué significan en reali-dad? Yo temo mucho oscurecerlas si me meto a explicarlas. Por tanto, las dejo sin tocarlas, pareciéndome que ellas se explican a sí mismas, y explican al mismo tiempo todo el texto.

Tercero

[206] En el salmo 131 habla David (profeta y rey) de la promesa que Dios le tenía hecha, confirmada con juramento, de que el Mesías su hijo se sentaría algún día en su mismo trono; y para mayor confir-mación añade que esta promesa de Dios es una verdad que no faltará ni quedará frustrada: Juró el Señor verdad a David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 2. Esta pro-mesa de Dios confirmada con juramento, ¿de quién habla? ¿Habla de Salomón y de los otros reyes de Judá, o habla directa o indirectamente de Cristo Jesús? Los intérpretes dicen o suponen comúnmente que la promesa de Dios habla literal e inmediatamente de Salomón, y de los reyes que siguieron hasta Jeconías o Sedecías, donde cayó el trono de David, y desde cuya época no se ha vuelto a ver en nuestra tierra; y que solamente habla del Mesías en sentido alegórico y espiritual. No obs-tante, yo me atrevo a decir que la promesa de Dios, confirmada con ju-ramento, habla literalmente, directa o inmediatamente de solo el Me-sías, no de Salomón ni de los otros reyes de Judá. La razón en que me fundo es el capítulo 2 de las Actas de los Apóstoles, desde el versículo 25 hasta el 31. Allí se lee que San Pedro, en el mismo día de Pentecos-tés, a la hora de tercia del día 3, acabado de recibir plenísimamente el Espíritu Santo, y hablando públicamente en medio de Jerusalén, no de propia ciencia (que no la tenía), sino como el Espíritu Santo les daba que hablasen 4, hizo aquel primer sermón divino y admirable, en que convirtió a Cristo cerca de tres mil 5.

[207] En este primer sermón les probó a los Judíos, con tres luga-res de los Salmos de David, tres verdades propias y peculiares del mis-mo Mesías Jesucristo hijo de David, según la carne. Primera: que aquel mismo Jesús, poderoso en obras y en palabras… que ellos mismos ha-bían reprobado y condenado cincuenta y tres días antes, poniéndole en

1 Jn. 18, 36. 2 Sal. 131, 11. 3 Act. 2, 15. 4 Act. 2, 4. 5 Act. 2, 41.

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un madero 1, realmente había resucitado, según las Escrituras; de lo cual él mismo y todos los otros apóstoles y discípulos eran testigos ocu-lares; pero lo habían visto después de resucitado, no una sola, sino mu-chísimas veces, por cuarenta días; habían comido y bebido con él; ha-bían oído su voz; habían recibido sus instrucciones y mandatos antes de partirse para el cielo. Y era imposible, según esto, y según las Escritu-ras, que el infierno lo retuviese mucho tiempo dentro de sí 2. Para esto les cita el texto del salmo 15: Y además también mi carne reposará en esperanza; porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu santo vea la corrupción 3. Les prueba que estas palabras no pueden hablar de la persona misma de David, pues éste había sido se-pultado muchos siglos antes, y su sepulcro era todavía conocido de to-dos, sin que a ninguno se le hubiese pasado por el pensamiento que Da-vid hubiese resucitado antes de experimentar la corrupción: Varones hermanos, séame lícito deciros con libertad del patriarca David, que murió, y fue enterrado; y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy 4. Lo segundo: les prueba que el mismo Jesús, hijo de David, después de resucitado, había subido a los cielos, según las Escrituras, y esto en presencia del mismo San Pedro, y de todos los apóstoles y discí-pulos, que daban testimonio público de aquella verdad, para lo cual les cita el salmo 109, diciendo que no puede hablar del mismo David: Por-que David no subió a los cielos, y dice con todo eso: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por tari-ma de tus pies 5. Lo tercero: les prueba que este mismo Jesús, que había resucitado y subido al cielo, debía volver algún día a esta nuestra tierra, según las Escrituras, y ocupar entonces el trono de David su Padre. Pa-ra esto les cita el salmo 131, añadiendo expresamente una circunstancia notable, que no es lícito disimular, es a saber: que para esto último se prepara el mismo profeta David, hablando de antemano en el salmo 15 de la resurrección del Mesías su hijo: Siendo, pues, Profeta, y sabien-do que con juramento le había Dios jurado que del fruto de sus lomos se sentaría sobre su trono; previéndolo habló de la resurrección del Cristo, que ni fue dejado en el sepulcro, ni su carne vio corrupción 6.

[208] De estos tres lugares de los Salmos que cita San Pedro, co-mo el Espíritu Santo les daba (a sus apóstoles) que hablasen 7, yo sólo necesito estas dos consecuencias, que me parecen legítimas y justas por todos sus aspectos. Primera: así como los dos primeros lugares ci-

1 Lc. 24, 19; Act. 5, 30. 2 Act. 2, 24. 3 Sal. 15, 9-10. 4 Act. 2, 29. 5 Act. 2, 34-35. 6 Act. 2, 30-31. 7 Act. 2, 4.

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tados del salmo 15 y del salmo 109 hablan literal, inmediata y única-mente de Cristo, el uno de su resurrección, el otro de su ascensión a los cielos; así el tercero, que dice: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 1, debe hablar literal, inmediata y únicamente de Cristo, no de Salomón, ni de los otros reyes de Judá; pues no hay más razón ni más privilegio para aquéllos que para éste, siendo como aquéllos igualmen-te dictado por el Espíritu Santo, en un mismo día y en un mismo dis-curso. Segunda consecuencia: así como los dos primeros lugares cita-dos se cumplieron perfectamente en Cristo, en su propio, natural y li-teral sentido; así ni más ni menos se deberá cumplir el tercero, por más que se repugne. Tal vez tuvo presente esta repugnancia el que to-do lo sabe, pues no contento con afirmar esto tercero con su simple palabra, como lo primero y lo segundo, quiso todavía asegurarlo más, añadiendo un formal y solemne juramento: Juró el Señor verdad a David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono 2. Siendo, pues, profeta, y sabiendo que con juramento le ha-bía Dios jurado que del fruto de sus lomos se sentaría sobre su trono; previéndolo habló de la resurrección del Cristo 3.

Ultima observación

PÁRRAFO 6

[209] Esta última observación deberá ser inevitablemente algo más difusa que todas las que han precedido en este fenómeno, ya por los va-rios puntos que comprende, ya por la dificultad más que ordinaria en aclararlos y unirlos entre sí, ya también porque su unión y plena inte-ligencia nos parece de gran importancia.

[210] El capítulo 16 de Isaías empieza con esta misteriosa oración: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del de-sierto al monte de la hija de Sión 4. Estas palabras, y todas las que si-guen hasta el versículo 6, no hay duda que son oscurísimas, no sola-mente consideradas en sí mismas, sino aun consideradas con todo su contexto, que es el que suele abrir el verdadero sentido, y aclarar las cosas más oscuras. Ni se conoce por ellas solas, con ideas claras, de qué misterio se habla, ni de qué tiempos, ni a qué propósito se dicen. La explicación que hallo en los intérpretes, confieso simplemente que no me satisface. Dicen todos los que he podido consultar, que el Profe-ta hace aquí una especie de paréntesis o brevísima digresión. Quieren

1 Sal. 131, 1. 2 Sal. 131, 1. 3 Act. 2, 30-31. 4 Is. 16, 1.

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decir que, como acaba de hablar contra Moab en todo el capítulo ante-cedente, que tiene por título: Carga de Moab 1, y todavía prosigue en el presente, se le vino a la memoria con esta ocasión la célebre viuda Rut, Moabita, la cual, dejando su patria, se vino a la Judea, siguiendo a su suegra Noemí; y después de algún tiempo se casó con Booz, y fue bisa-buela de David: Y Booz engendró de Rut a Obed. Y Obed engendró a Jesé. Y Jesé engendró a David el rey 2. Acordándose el profeta de Rut, Moabita, bisabuela de David, se acordó por consiguiente del Mesías hijo de David, y por David hijo también de Rut. Con este recuerdo, lleno de fe, de esperanza y de un ardentísimo deseo, pide a Dios que envíe cuanto antes al Cordero que debe dominar espiritualmente la tierra, y que lo envíe de la piedra del desierto, esto es, dicen, de Moab o de la Arabia Pétrea, donde vivían los Moabitas, y donde estaba si-tuada la antigua ciudad de Petra; no porque el Mesías hubiese de venir realmente de la Arabia, o de la tierra de Moab; sino aludiendo, dicen, a la patria de Rut, su progenitora, etc. Si proseguimos ahora leyendo el capítulo hasta el versículo 6, nos hallamos no obstante, sin poder evi-tarlo, con otras cosas bien diversas y bien ajenas de todo lo pasado.

[211] Yo propongo aquí otra inteligencia de este lugar de Isaías, y pido para ser entendido, no solamente atención, sino también pacien-cia; pues no me es posible explicarme bien sino a costa de muchas pa-labras. Los talentos, aun naturales, los reparte el Criador de todos… a cada uno como quiere 3.

[212] Primeramente, convengo con todos, y me parece claro e in-negable, que el profeta, al empezar el capítulo 16, hace una especie de paréntesis o breve digresión, en que extiende por un momento su vista hacia otros tiempos muy futuros, y hacia otros sucesos muy diversos y mucho mayores que aquellos de que va hablando. Esto es frecuentísi-mo en Isaías, y se puede con verdad decir que es de su propio carácter. Para esta breve digresión le da una ocasión bien oportuna, no la viuda Rut, Moabita, sino el mismo Moab, contra quien va profetizando, y cu-ya profecía se cumplió plenísimamente en tiempo de Nabucodonosor (véase todo el capítulo 48 de Jeremías). Mas no puedo convenir en que el paréntesis o digresión de Israel sea tan breve que comprenda sola-mente el versículo 1; a mí me parece claro que pasa algo más adelante hasta incluir dentro de sí todo el versículo 5, sin lo cual no sé cómo se puede dar algún sentido razonable, y conforme en la historia sagrada, a estos cinco primeros versículos del capítulo 16. Véase aquí el texto seguido: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la pie-dra del desierto al monte de la hija de Sión. Y sucederá que como ave

1 Is. 15, 1. 2 Mt. 1, 5. 3 1 Cor. 12, 11.

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que huye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en el paso del Arnón. Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento; pon como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugiti-vos; Moab, sírveles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor; porque fenecido es el polvo, ha sido rematado el misera-ble (o el que hace miserables), que rehollaba la tierra. Y será estable-cido el trono en misericordia, y se sentará sobre él en verdad, en el tabernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará prontamente a cada uno lo que es justo 1.

[213] En la suposición, o cierta o sólo probable, de que todos estos cinco versículos entran en el paréntesis o en la digresión del Profeta, yo os digo, señor mío, que todo se entiende, o se puede entender natu-ralísimamente, sin ser necesario recurrir a Rut, Moabita, antiquísima aun en tiempo de Isaías, como ni a Rahab, ni a Tamar, ni a Lía, ni a Rebeca, ni a Sara, todas progenitoras de Cristo según la carne. Mi mo-do de discurrir es éste.

[214] Acababa Isaías de hablar contra Moab en todo el capítulo 15, y todavía prosigue el mismo asunto en el capítulo 16. Mas como el ca-rácter propio de este gran Profeta, según se dice en el Eclesiástico (ca-pítulo 48), y queda notado en otras partes, es declinar insensible y casi continuamente a las cosas últimas; con ocasión de hablar de Moab, anunciándole su extrema humillación en castigo de su extrema sober-bia, hace en medio de la profecía un como paréntesis o breve digresión, y profetiza en cuatro palabras otras cosas bien singulares, que deben suceder en otros tiempos remotísimos en la misma tierra o país de Moab. Empieza pidiendo a Dios que envíe del cielo al Cordero destina-do a dominar la tierra 2. ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel mismo de quien se hablar en el capítulo 5 del Apocalipsis? El cual se presenta delante del trono de Dios, recibe de su mano un libro cerrado y sellado, lo abre allí mismo en presencia de todos los conjueces y de todos los ángeles, los llena a todos, con só-lo abrirlo, de sumo regocijo que se difunde a todo el universo, etc. ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel de quien se habla en el capítulo 7 de Daniel? El cual en los tiempos de la cuarta bestia, esto es en los últimos tiempos, se presenta delante del mismo trono de Dios como Hijo de Hombre 3, y allí recibe de su mano, pública y solemnemente, la potestad, y la honra, y el reino; y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 4 (véase el fenómeno an-

1 Is. 16, 1-5. 2 Is. 16, 1. 3 Dan. 7, 13. 4 Dan. 7, 14.

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tecedente, artículo 3). ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel mismo a quien se le dice en el salmo 109: De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder; domina tú en medio de tus enemigos. Contigo está el principado en el día de tu poder en-tre los resplandores de los santos? 1. Esta misma petición se le hace a este Cordero, destinado a dominar la tierra, en el capítulo 64 del mis-mo Isaías: ¡Oh, si rompieras los cielos, y descendieras! A tu presencia los montes se derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ardieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre; a tu presencia las naciones se turbarían, etc. 2. Todo lo cual, por más que quiera sutilizarse, es claro que no compete de modo al-guno razonable a la primera venida del Señor, sino a la segunda, según todas las Escrituras.

[215] Añade Isaías en su breve oración, pidiendo a Dios que envíe al Cordero dominador de la tierra: De la piedra del desierto al monte de la hija de Sión. Estas palabras, de la piedra del desierto, miradas en sí mismas, no hay duda que son oscurísimas; mas si se combinan con otros lugares de los Profetas y del mismo Isaías, pueden muy bien entenderse sin violencia, antes con gran naturalidad y propiedad. En Habacuc, por ejemplo, se dice: Dios vendrá del Austro, y el Santo del monte de Farán. La gloria de él cubrió los cielos, y la tierra llena está de su loor. Su claridad como la luz será, rayos de gloria en sus ma-nos 3. ¿Quién puede desconocer aquí y en todo este capítulo la venida del Señor en gloria y majestad? Ahora bien, el monte Farán está cier-tamente en la Idumea, hacia el Austro, respecto de la Palestina; y por esto los LXX, en lugar del Austro, leen: de Teman vendrá; porque Teman era la metrópoli de Idumea. Por otra parte, en el capítulo 34 de Isaías se dice clara y expresamente que el Señor, cuando venga en glo-ria y majestad, vendrá primero directamente a la Idumea: He aquí que bajará sobre la Idumea, y sobre el pueblo que yo mataré, para hacer justicia. La espada del Señor llena está de sangre… porque la víctima del Señor será en Bosra, y la gran matanza en tierra de Edom 4. A es-te lugar parece que alude San Juan, cuando dice: Y fue hollado el lago fuera de la ciudad, y salió sangre del lago hasta los frenos de los ca-ballos por mil seiscientos estadios 5. Y en el capítulo 19 se dice del mismo, cuando ya viene del cielo a la tierra: Y él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso 6. Aquí, en la Idumea, hacia el medio día de Jerusalén, tendrá tanto que hacer la espada de dos fi-

1 Sal. 109, 2-3. 2 Is. 64, 1-2. 3 Hab. 3, 3-4. 4 Is. 34, 5-6. 5 Apoc. 14, 20. 6 Apoc. 19, 15.

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los que trae en su boca, cuanto se puede ver y considerar despacio en todo este capítulo 34 de Isaías, digno ciertamente de toda considera-ción, y cuanto se puede ver con mayor claridad en el capítulo 36 del mismo Profeta; los cuales lugares y otros semejantes los toma manifies-tamente San Juan, y los hace servir todos juntos en el capítulo 19 de su Apocalipsis, como puede fácilmente convencerse de ello cualquiera que quisiere tomar el pequeño trabajo de combinar entre sí estos luga-res, en juicio y en justicia, en lo cual yo no puedo detenerme más.

[216] Con todas estas advertencias parece ya fácil, o no muy difícil, comprender bien todo el paréntesis con que empieza el capítulo 16 de Isaías: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión. Después de esta breve oración, empieza luego, dentro del mismo paréntesis, la profecía particular comprendida en los cuatro versículos siguientes: Y sucederá (que es lo mismo que si dijera: Sucederá en estos tiempos inmediatos a la venida del Cordero dominador de la tierra), y sucederá que como ave que hu-ye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en el paso del Arnón. Parece, a primera vista, que aquí se anuncia una huida ver-dadera de los Moabitas; los cuales, por temor de algún enemigo formi-dable que viene contra ellos, desamparan su país y pasan a la otra parte del río o del torrente Arnón. En efecto, así lo suponen los intérpretes, insinuando muy en confuso que todo esto pudo haber sucedido, y suce-dería en las expediciones de Senaquerib o de Nabucodonosor.

[217] Mas ¿cómo podremos componer una huida verdadera de Moab fuera de su país, con las palabras que inmediatamente se le di-cen? Toma alguna fuerza, junta el Ayuntamiento; pon como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugitivos; Moab, sír-veles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor.

[218] Por estas palabras se ve claramente que Moab, asustado, en-trará en pensamientos de huir fuera de sus confines, y en parte empe-zará a moverse, no ciertamente por temor de algún príncipe enemigo que venga contra él, sino por temor de los prófugos que ya se acercan a su tierra, y que vienen huyendo de la presencia del destruidor. Lo cual alude visiblemente a lo que había sucedido en otros tiempos en la mis-ma tierra de Moab, cuando estos mismos prófugos venían huyendo de Egipto, como se puede ver en el capítulo 22 y 23 del libro de los Nú-meros. Así, se le dice aquí a Moab que no tema como temió la primera vez; que no se alborote; que no se asuste; que entre primero en conse-jo antes que huir; mas que no tome el consejo, ni imite la conducta de su antiguo rey Balac, el cual cerró sus puertas, y no quiso hospedar, ni dejar pasar por sus tierras a estos mismos prófugos de Dios; sino que tome ahora otro consejo más humano y más prudente, que se le pro-

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pone de parte del Señor: Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento. ¿Qué consejo es éste? Pon como noche tu sombra al mediodía; escon-de a los que van huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Prepara para mis prófugos un asilo o una sombra, que sea como la de la noche más oscura en la mitad del día, y escóndelos de modo que sean como invisibles; no los descubras, ni les hagas traición. Ahora bien, ¿cómo ha de esconder Moab dentro de sí a los prófugos de Dios, si el mismo Moab ha huido fuera de sí a la otra parte del torrente de Arnón? Morarán contigo mis fugitivos. Prosigue el Señor: Moab, sír-veles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor; por-que fenecido es el polvo, ha sido rematado el miserable que rehollaba la tierra. Habitarán o se hospedarán en tu país mis prófugos por algún poco de tiempo; recíbelos, oh Moab, y escóndelos dentro de ti. No te-mas que este oficio de humanidad te pueda ocasionar algún perjuicio; porque te hago saber que ya pasa, ya se acaba, o va luego a acabarse el gran polvo de los ejércitos que los persiguen (salidos sin duda de la boca del dragón), y acaba sus días, o los acabará en breve el misera-ble 1, o como leen Pagnini y Vatablo, el opresor, esto es, el que oprime a otros y los hace miserables, y por esto mismo es más miserable que todos; ya se acaba, o va luego a acabarse el que conculcaba la tierra 2; el cual, según todo el contexto, parece claro que no puede ser otro sino el figurado en la gran estatua de Daniel.

[219] Sería conducente, para la plena inteligencia de este lugar de Isaías, advertir aquí y no despreciar estas tres cosas entre otras. Pri-mera: que la tierra o país de Moab está tan cerca de la tierra de Israel o de promisión, que sólo las divide el río Jordán: Y habiendo partido (dice Moisés), acamparon en las llanuras de Moab, donde a la otra parte del Jordán está situada Jericó 3. Segunda: que en esta tierra o país de Moab está el célebre monte Nebo, en el que subió Moisés, y vio la heredad del Señor 4, donde él mismo murió, mandándolo el Se-ñor 5, y donde el profeta Jeremías escondió por orden de Dios 6, des-pués de destruida Jerusalén, el arca grande del Antiguo Testamento, el tabernáculo y el altar; profetizando de parte del Señor… que será des-conocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés 7. Tercera: que cuando todo Israel, prófugo de Egipto, condu-

1 Is. 16, 4. 2 Is. 16, 4. 3 Num. 22, 1. 4 2 Mac. 2, 4. 5 Deut. 34, 5. 6 2 Mac. 2, 4. 7 3 Rey. 13, 9; 2 Mac. 2, 7-8.

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cido ya por Josué, pasó el Jordán, como había pasado el mar Rojo, en-tró luego al punto en el valle fertilísimo de Acor, en donde se empezó a dilatar su corazón, y a abrirse sus esperanzas con la milagrosa toma de Jericó. Todo lo cual nos puede traer fácilmente a la memoria lo que ya queda observado en el fenómeno antecedente, artículo 8, cuando ha-blamos de la huida a la soledad de aquella mujer metafórica, a quien deben darse dos alas de grande águila, para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente 1; o como añade Isaías en el lugar de que vamos hablando, de la presencia del destrui-dor. Esta mujer que huye al desierto, a su lugar, así como ha de ir direc-tamente al valle de Acor, según le promete Dios por Oseas (capítulo 2), así debe pasar segunda vez por la tierra de Moab, y detenerse en ella algún poco de tiempo, como pasó y se detuvo la primera vez, cuando salió de Egipto. Sin esto, ¿cómo podrá verificarse la profecía de Jere-mías? Por esto, pues, se le aconseja a Moab de parte de Dios que no cierre otra vez sus puertas a esta mujer que viene huyendo, sino que la reciba con humanidad, y la esconda dentro de sí 2.

[220] Con estas tres advertencias se entiende ya sin dificultad el último versículo de paréntesis de Isaías. Después de estas cosas, con-cluye el Profeta, se preparará en misericordia un solio, que será el mis-mo solio o tabernáculo de David, y en él se sentará el que debe sentar-se, y se sentará en verdad…, juzgará y demandará juicio, y dará pron-tamente a cada uno lo que es justo 3. Dos cosas de grande importancia tenemos aquí que considerar, y sería de no pequeña utilidad el consi-derarlas en juicio y en justicia. Primera: este solio o tabernáculo de David de que aquí se habla, ¿para quién se deberá preparar? ¿Qué per-sona es ésta que, después de preparado este solio, deberá sentarse en él (según estas palabras): En verdad… juzgará y demandará juicio? Segunda: ¿Cómo o con qué cosas previas, convenientes o necesarias, se deberá hacer esta preparación?

[221] Cuanto a lo primero, suponen los intérpretes (y digo supo-nen, porque hablan en el asunto como de una cosa que no necesita de prueba; por consiguiente, hablan con una suma velocidad, sin hacerse cargo de las grandes dificultades que padece dicha suposición), supo-nen, digo, que aquí no hay otro misterio, sino anunciar el reinado del santo rey Ezequías, que es uno de los tres reyes de Judá que canoniza la Escritura 4. Para Ezequías, pues, y para sus sucesores, se prepara, dicen, el solio de David de que habla Isaías en este lugar. Este buen rey

1 Apoc. 12, 14. 2 Is. 16, 4. 3 Is. 16, 5. 4 4 Rey. 18, 3; 2 Par. 32; Eclo. 49.

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se sentará sobre él en verdad; éste buscará o ejercitará con sus súbdi-tos el juicio y la justicia: Dará prontamente a cada uno lo que es justo. Para saber ahora de cierto si esta suposición es bien fundada o no, se pregunta: esta preparación del solio de David de que aquí se habla, ¿cuándo se hizo? Sin duda debió hacerse después que se verificó ple-namente lo que se anuncia en los tres versículos que preceden inme-diatamente, esto es, después que los prófugos de Dios se hospedaron en la tierra de Moab, y en ella se escondieron de la presencia del des-truidor, después que pasó el gran polvo que levantaba el mismo vasta-dor, y después que acabó sus días el que conculcaba la tierra. Todo es-to se lee seguido, con este mismo orden, en la brevísima profecía.

[222] Siendo esto así, se pregunta otra vez: ¿Qué vastador es éste que, en aquellos tiempos de que quieren que hable la profecía, concul-caba la tierra, levantaba tanto polvo, oprimía y hacia miserables a mu-chos, y cuya ruina precedió a la preparación del solio de David? El vas-tador, responden (ni hay otra cosa a qué recurrir en aquellos tiempos antiquísimos), fue ya la Asiria, ya también la Caldea, ésta con Nabuco-donosor, aquélla con Salmanasar; pero más propia y literalmente con Senaquerib. Ahora bien, vamos por partes. Primeramente, los Caldeos con Nabucodonosor no pueden venir al caso respecto de Ezequías. ¿Por qué? Porque éstos devastaron la Judea, y también a Moab, cerca de cien años después de la muerte de Ezequías, y desde aquella época hasta el día presente, en que contamos más de veintidós siglos, el solio de David no se ha preparado para persona alguna; antes desde enton-ces hasta ahora parece yace sepultado en el olvido. Sólo queda, pues, la Asiria con Salmanasar y Senaquerib, y de ésta debemos decir lo mismo a proporción, esto es, que para el punto particular de que ahora ha-blamos no viene al caso.

[223] Salmanasar, rey de Nínive o de Asiria, es cierto que conculcó todo el reino de Israel o de Samaria, llevándose cautivas las diez tribus que lo componían; mas ¿cuándo? La historia sagrada dice que esto su-cedió el año sexto de Ezequías 1. Senaquerib, sucesor de Salmanasar, es cierto que conculcó también una gran parte de la Judea, y puso en un gran conflicto y consternación a Jerusalén; mas ¿cuándo? La mis-ma historia sagrada dice que esto sucedió el año decimocuarto del rey Ezequías 2; y es bien observar aquí que no consta por instrumento al-guno que este príncipe entrase en la tierra de Moab, ni que los Moabi-tas huyesen de su tierra. Lo que sólo consta es que, antes de llegar a Jerusalén, un ángel enviado de Dios arruinó todo su ejército, matando en una noche ciento ochenta y cinco mil soldados; con lo cual el prín-

1 4 Rey. 18, 10. 2 4 Rey. 18, 13.

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cipe se volvió apresuradamente para su reino. Siendo cierto todo esto, ¿cómo podremos acomodar al rey Ezequías aquellas palabras: Y será establecido el trono en misericordia? Estas palabras, unidas con las que preceden, como debe ser, suponen evidentemente que cuando se siente en el solio de David la persona de quien se habla, y para quien el solio se debe preparar, ya habrá pasado el gran polvo del que concul-caba la tierra, y acabado sus días el vastador. Conque si este vastador era Senaquerib, el solio se preparó después que Senaquerib huyó para Nínive, dejando su ejército destrozado y muerto. Conque se preparó en el año 14 o 15 del reinado de Ezequías. Conque se preparó para Eze-quías 14 años después que Ezequías estaba sentado en él. Conque Eze-quías empezó a ser rey de Judá 14 años después que ya lo era legíti-mamente, y… en verdad. Digo, en verdad, porque esos primeros ca-torce años del reinado de Ezequías fueron a lo menos tan laudables como los que se siguieron; y así le dice el mismo Ezequías a Dios en su enfermedad, que sucedió luego: Ruégote, Señor, acuérdate te suplico, de cómo he andado delante de ti en verdad, y con un corazón perfec-to, y que he hecho lo que es agradable en tus ojos 1.

[224] No siendo, pues, ni pudiendo ser Ezequías la persona de quien se habla en aquellas palabras: Y será establecido el trono en mi-sericordia, y se sentará sobre él en verdad en el tabernáculo de Da-vid; es preciso buscar otra persona a quien esto pueda competer, sin hacer violencia al texto con su contexto, y también sin caer en un ver-dadero anacronismo. ¿Qué persona puede ser ésta? Buscadla, señor, como quisiereis, y me parece a mí que no hallaréis otra en que descan-sar que la persona misma del Mesías, hijo de David según la carne, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder 2. Esto es lo que se repugna, y lo que se huye de todos modos en el sistema que examinamos; mas esto mismo parece inevi-table, considerando el texto con su contexto, y combinándolo con otras innumerables Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento. Al rey Eze-quías nada compete, según la historia sagrada, ni del texto, ni del con-texto, ni mucho menos de tantas otras Escrituras, perfectamente con-formes a ésta de que hablamos. Al Mesías, hijo de David, le compete todo, y todo según ésta y según las otras Escrituras. Desde el principio de este capítulo 16 empieza hablando Isaías (por confesión de todos) no de Ezequías, sino del Mesías 3. Este Cordero, destinado a dominar la tierra, dicen todos que es ciertamente el Mesías; y a ninguno le ha pasado por el pensamiento que pueda ser Ezequías, no obstante que este rey era descendiente de Rut Moabita, así como lo fueron los otros

1 4 Rey. 20, 3. 2 Act. 1, 7. 3 Is. 16, 1.

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reyes de Judá. Conque para el Mesías, no para Ezequías, será estable-cido el trono en misericordia, y se sentará sobre él en verdad, en el tabernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará prontamente a cada uno lo que es justo.

[225] Este texto concuerda perfectamente con el capítulo 32 del mismo Isaías, que empieza así: He aquí que reinará un rey con justicia, y los príncipes presidirán con rectitud. Y este varón será como refu-gio para el que se esconde del viento, y se guarece de la tempestad 1 (expresiones propísimas y semejanzas admirables, que indican aquella paz y verdadera felicidad del reino del Mesías, de que tanto hablan otros Profetas y el mismo Isaías, como observaremos de propósito en su propio lugar). Así prosigue diciendo: Y (este rey) será… como arro-yos de aguas en sed, y sombra de peña que sobresale en tierra yer-ma. No se ofuscarán los ojos de los que ven, y las orejas de los que oyen oirán atentamente. Y el corazón de los necios entenderá ciencia, y la lengua de los tartamudos hablará con expedición y claridad. El que es ignorante no será más llamado príncipe, ni el engañador será llamado mayor, etc. 2. Dicen que todo esto habla también de Ezequías, que anuncia su reinado feliz; mas ¿con qué razón se dice esto? ¿Con qué propiedad? ¿Con qué equidad? Si se lee el texto cien veces y se consideran todas sus expresiones, apenas se hallará alguna acomoda-ble al rey Ezequías, ni aun a ninguno otro de los reyes del mundo. Bas-ta leer sus últimas palabras: El que es ignorante no será más llamado príncipe; y, no obstante, sin salir del reino de Judá, el sucesor inme-diato de Ezequías fue el más insipiente y el más inicuo de todos los príncipes. En suma, léanse con este cuidado los tres capítulos siguien-tes; en ellos se verá que todo camina seguido, y perfectamente con-forme al reino del Mesías que nos anuncian todas las Escrituras, sin que pueda, ni aun de paso, ofrecerse a la imaginación Ezequías.

[226] Habiendo observado, y si es lícito hablar así, habiendo cono-cido la persona para quien se debe preparar, en misericordia, el solio de David, nos queda ahora que observar el otro punto que tenemos suspenso, es a saber: ¿Cómo y con qué cosas se deberá hacer esta pre-paración? Para cuya inteligencia sería conveniente volver a leer con nueva atención los cinco primeros versículos del capítulo 16 de Isaías, advirtiendo en ellos estas tres cosas principales que quedan ya nota-das. Primera: la oración misteriosa con que empieza este paréntesis, o esta profecía particular: Envía, Señor, el Cordero dominador de la tie-rra; digo oración misteriosa, porque así se me figura por lo que en ella se pide, y esto cuando se va hablando de Moab. Segunda: en el consejo

1 Is. 32, 1-2. 2 Is. 32, 2-5.

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que aquí se le da al mismo Moab: Toma alguna traza, junta el Ayun-tamiento; pon como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Tercera: que estos mismos vagos o prófugos, que el Señor llama suyos, habitarán por algún tiempo escondidos en la tierra de Moab 1. Observadas estas tres cosas capitales del texto de Isaías, podemos ya sin embarazo al-guno dar dos pasos más adelante, sacando de ellas dos conclusiones bien importantes, con la mayor verosimilitud, propiedad y consecuen-cia que parece posible en estos asuntos.

Primera conclusión

[227] En este tiempo de que hablamos, en que los prófugos de Dios, que vienen huyendo de la presencia del destruidor, se hospeda-rán en la tierra de Moab, descubrirá Dios en esta tierra (donde cierta-mente está en una cueva del monte Nebo) el arca sagrada del Antiguo Testamento, el tabernáculo y el altar que escondió Jeremías por orden de Dios 2, después de destruida Jerusalén por Nabucodonosor. Se des-cubrirá, digo, este depósito sagrado para los fines que Dios solo sabe, y que no hay necesidad de que los sepamos los curiosos. El no saberse los fines de Dios no parece razón, ni es causa suficiente, para mirar con tanta indiferencia y aun frialdad una profecía tan clara. Será des-conocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés… 3.

[228] El lugar donde queda depositada por orden de Dios el arca sagrada, el tabernáculo y el altar (dice Jeremías), será en los siglos ve-nideros un lugar incógnito y del todo inaccesible, hasta que congregue Dios, según sus promesas infalibles, la congregación de su pueblo, y se muestre propicio y favorable al mismo pueblo; y entonces el mismo Señor manifestará estas cosas, y también sus fines o designios 4; y en-tonces el monte Nebo, situado en la tierra de Moab, será como otro nuevo y admirable teatro donde se renovarán todos aquellos prodigios que se vieron antiguamente en el monte Sinaí: Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés.

[229] A esta célebre profecía parece que alude San Juan, según sus continuas alusiones a todas las Escrituras, cuando en el versículo úl-timo de su Apocalipsis, capítulo 11, un momento antes de empezar a

1 Is. 16, 4. 2 2 Mac. 2, 4. 3 2 Mac. 2, 7-8. 4 2 Mac. 2, 8.

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hablar de los misterios de la mujer vestida del sol, dice así: Y se abrió el templo de Dios en el cielo; y el arca de su testamento fue vista en su templo, y fueron hechos relámpagos, y voces, y terremoto, y grande pedrisco 1. Acaso podrá repararse más de lo necesario en aquella pala-bra, en el cielo, como si esto se hubiese ya verificado, o se hubiese de verificar allá en el cielo. Mas esto sería no conocer el carácter o distin-tivo propio y peculiar de la profecía admirable del Apocalipsis. De nin-guno de los otros Profetas se dice que subiese al cielo en espíritu, para ver allá lo que Dios quería manifestarle. Mas el mismo San Juan nos advierte desde el principio del capítulo 4, desde donde empieza en propiedad la profecía, que todas o las más de sus visiones las tuvo en el cielo, a donde fue en espíritu por providencia o privilegio particular. Después de esto, dice (después de concluidos los tres primeros capítu-los, enderezados conocidamente a la Iglesia activa presente, en siete tiempos o estados diversos, bajo la metáfora de siete ángeles, gober-nadores de siete iglesias de Asia, o de sus siete luces sobre siete cande-leros, etc.), después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que oí era como de trompeta, que hablaba conmigo, diciendo: Sube acá, y te mostraré las cosas que es necesario sean he-chas después de éstas. Y luego fui en espíritu… 2.

[230] Ahora decidme, señor, con sinceridad: esta profecía de Je-remías, tan clara en sí misma, aunque tan oscura y embarazosa en otros principios, ¿se ha verificado o no? La Escritura divina da testimonio claro y manifiesto de no haberse verificado hasta el día de hoy; tanto, que lo confiesan de buena fe los autores más eruditos, diciendo, aun-que muy de paso, que se verificará hacia el fin del mundo, cuando ven-gan Elías y Enoc, los cuales descubrirán este tesoro escondido, para facilitar la conversión de los Judíos. Mas difícilmente podrá concebirse que el descubrimiento del arca, del tabernáculo y del altar, pueda ser un medio proporcionado para convertir a Cristo a los Judíos, o para facilitar su conversión, si éstos no se suponen ya convertidos y plena-mente ilustrados. Contentémonos, no obstante, con lo que aquí se nos concede, esto es, que la profecía de que hablamos hasta ahora no se ha verificado. Luego tampoco se ha verificado la congregación del pueblo de Israel, y la propiciación de Dios respecto de este pueblo infeliz: Has-ta que reúna Dios la congregación del pueblo. Luego la congregación de este pueblo célebre, del cual está escrito para la primera venida del Mesías que no se congregará 3; la propiciación de Dios para con este pueblo, y la manifestación del depósito sagrado con todas las circuns-tancias que anuncia Jeremías, deberá todo verificarse en algún tiem-

1 Apoc. 11, 19. 2 Apoc. 4, 1-2. 3 Is. 49, 5.

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po, so pena de falsificarse la profecía. Si todo se ha de verificar en al-gún tiempo, ¿cuándo mejor, según las Escrituras, y según un justo ra-ciocinio, que en el tiempo de que vamos hablando; en el tiempo, digo, en que los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades, que vienen huyendo, no ya solamente de Egipto, sino también de las cua-tro plagas de la tierra, lleguen a hospedarse en la tierra de Moab? ¿Cuando habiten por algún poco de tiempo en esta tierra: Morarán contigo mis fugitivos escondidos de la presencia del destruidor… o de la presencia de la serpiente, como dice San Juan? ¿No parece esto tan verosímil, que casi se ve con los ojos y se toca con las manos?

Segunda conclusión

[231] Con estos prófugos de Dios que llegan a la tierra de Moab, buscando en ella lugar en que se escondan de la presencia del des-truidor, o (lo que parece un mismo misterio) con la mujer del capítulo 12 del Apocalipsis, que huye a la soledad, a su lugar… aparejado de Dios…, en donde es guardada por un tiempo, y dos tiempos, y la mi-tad de un tiempo, de la presencia de la serpiente, empezará a levan-tarse de la tierra, y a prepararse en toda forma, el tabernáculo o solio de David, que cayó. Esta erección del solio de David no es verosímil ni creíble que suceda en un momento, en un abrir de ojo, como la resu-rrección de los muertos, la cual no necesita de esta preparación, bas-tando un hágase de la voluntad del que es Omnipotente. Mas con las criaturas libres obra el Omnipotente con mucha lentitud, contemplan-do su libertad, pues (su sabiduría) alcanza de fin a fin con fortaleza, y todo lo dispone con suavidad 1. Así, pues, será necesario para esto al-guna preparación, y para esta preparación será también necesario, co-mo dice San Juan, tiempo y tiempos, y la mitad de un tiempo (alusión clarísima al capítulo 12, versículo 7, de Daniel), el cual tiempo y tiem-pos, y mitad de un tiempo, dice el mismo Apóstol, corresponde a 1260 días, o 42 meses, o tres años y medio; no empleados todos en el latíbu-lo de la tierra de Moab y cercanías del monte Nebo, sino parte en esta tierra (mientras se verifican en ella plenamente los misterios de la pro-fecía de Jeremías, renovándose los prodigios antiguos del monte Si-naí), parte en el valle de Acor pasado el Jordán 2, y parte en otros luga-res de la Tierra santa, según otras profecías, y según las varias ocu-rrencias de que no es necesario que se nos hable en particular.

[232] Para probar esta segunda conclusión, no me ocurre otro mo-do más breve, ni más fácil, ni más eficaz, que remitirme enteramente a todo lo que queda observado en el fenómeno antecedente; y si esto, no obstante, no basta, me parece que podrán suplir abundantemente

1 Sab. 8, 1. 2 Os. 2, 15.

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aquellos cuatro aspectos en que consideramos a los Judíos en todo el fenómeno 5, y después en el 7. A todo lo cual añadimos aquí, compen-diando todo lo dicho, esta simple reflexión:

[233] La mujer metafórica del Apocalipsis, o la claudicante de So-fonías y Miqueas, compuesta visiblemente de los prófugos de Dios, con-gregados con grandes piedades, es claro que huye a la soledad, o es conducida por el brazo omnipotente de su Dios, con gran acuerdo, con grandes designios, y para fines más que ordinarios, proporcionados sin duda a la novedad y grandeza de los sucesos maravillosos que de-ben preceder y acompañar su huida. ¿Qué fines o designios pueden ser éstos? No otros, señor mío, sino los que hallamos expresos y claros en la Escritura de la verdad, es a saber, aquellos mismos en sustancia, y guardada proporción, con los cuales y para los cuales sacó el mismo Dios antiguamente de Egipto a esta misma mujer, compuesta y formada de estos mismos prófugos suyos, y la condujo con tantos prodigios al de-sierto y soledad del monte Sinaí: Según los días de tu salida de la tierra de Egipto, te haré ver maravillas 1. Y acaecerá que en aquel día, dice el Señor, me llamará: Marido mío… y cantará allí (en el valle de Acor) según los días de su mocedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto 2. Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer el resto de su pueblo… y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra 3.

[234] En aquel primer tiempo o aquella primera vez sacó Dios de Egipto a esta mujer, y la condujo, como sobre alas de águila, al desierto y soledad del monte Sinaí. ¿Para qué fin y con qué designios? Primero: para que allí, lejos de todo tumulto, y desembarazada de todo otro cui-dado, pudiese oír quietamente la voz de Dios. Segundo: para que allí fuese apacentada con el pasto de doctrina, e instruida en las nuevas le-yes y ceremonias con que Dios quería ser servido. Tercero: para prepa-rar en ella un pueblo digno de Dios: Para que seas a él un pueblo pecu-liar 4, le decía Moisés; un pueblo consagrado a Dios, conjunto a Dios, que le tributase aquel culto interno y externo que le era tan debido, ya que todos los otros pueblos y naciones lo habían enteramente olvidado. Cuarto, en fin: para celebrar con ella un pacto, un contrato, una alianza solemne y estrechísima, que el mismo Dios, habiendo hablado a los padres por los Profetas 5, llamó desposorio formal.

[235] De este modo, pues, a proporción, y con los mismos fines y designios, sacará Dios segunda vez a esta misma mujer, compuesta de

1 Miq. 7, 15. 2 Os. 2, 16 y 15. 3 Is. 11, 11-12. 4 Deut. 7, 6. 5 Heb. 1, 1.

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los mismos prófugos suyos, no ya solamente de Egipto, sino de las cua-tro plagas de la tierra, y la conducirá con los mismos y mayores prodi-gios a otra soledad que ya le tendrá preparada, para que allí la alimen-tasen mil doscientos sesenta días… en donde es guardada… de la pre-sencia de la serpiente 1; y como dice por Oseas, para hablarle no sola-mente a los oídos y a los ojos, sino mucho más al corazón 2; y para cele-brar con ella en misericordia, y en justicia, y con fidelidad, otro nuevo pacto estable y permanente: Y te desposaré conmigo en justicia y jui-cio, y en misericordia, y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe (o en fidelidad) 3. No cierto (prosigue diciendo por Jeremías, capítulo 31), no cierto según aquel primer pacto o alianza que celebré con vuestros padres, cuando los saqué de la servidumbre de Egipto, pacto que ellos mismos hicieron írrito o inútil con sus frecuentes infidelidades; sino según otro pacto nuevo y sempiterno, que tengo preparado para las dos casas de Israel y de Judá, o para las doce tribus de Jacob: He aquí que vendrá el tiempo, dice el Señor; y haré nueva alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá; no según el pacto que hice con los padres de ellos, en el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; pacto que invalidaron, y yo dominé sobre ellos (o los despre-cié, como leen los LXX), dice el Señor. Mas éste será el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mi ley en las entrañas de ellos (lo cual corresponde perfectamente a la ex-presión de Oseas, capítulo 2, versículo 14: Le hablaré al corazón…), y la escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pue-blo. Y no enseñará en adelante hombre a su prójimo, y hombre a su hermano, diciendo: Conoce al Señor, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el mayor, dice el Señor, porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado 4.

[236] Acaso se opondrá que San Pablo 5 cita este mismo texto de Jeremías, como si ya en su tiempo se hubiese plenamente verificado. A lo cual se responde que San Pablo cita este texto de Jeremías única-mente para probar a los Judíos que el Antiguo Testamento no podía ser eterno, sino que debía tener fin, como es clarísimo por todo su con-texto. Esto mismo les prueba en el capítulo 8 de la misma epístola por estas palabras, diciendo: Pues llamándolo nuevo, dio por anticuado el primero. Y lo que se da por anticuado y viejo, cerca está de perecer 6. Mas esto no es decir que la profecía que cita se había ya verificado ple-namente, sino en aquel punto particular y determinado para que la ci-

1 Apoc. 12, 6 y 14. 2 Os. 2, 14. 3 Os. 2, 19-20. 4 Jer. 31, 31-34. 5 Heb. 10, 16. 6 Heb. 8, 13.

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ta, es a saber, para probar, según las Escrituras, que debía haber otro testamento nuevo y eterno, confirmado solemnemente y sellado irre-vocablemente con la sangre del Mesías mismo, así como el antiguo se había confirmado y sellado, en otro tiempo, con la sangre de animales; Porque es imposible que con sangre de toros y de machos de cabrío se quiten los pecados 1; por consiguiente, que el primer testamento debía tener fin, para dar lugar al segundo. Esto es lo que únicamente intenta San Pablo cuando cita esta profecía de Isaías.

[237] Sígase ahora leyendo enteramente lo que resta de ella; añáda-se, para adquirir mayores luces, la consideración de todo el capítulo en-tero, y aun del antecedente; y hallamos cosas tan grandes, tan admira-bles y tan nuevas, que nos vemos precisados a confesar, en verdad, que ni se han verificado, ni se han podido verificar hasta el día de hoy. Los esfuerzos mismos que se hacen, y las violencias de que se usa para su-ponerlas verificadas, son una prueba la más sensible de que ciertamen-te no se han verificado hasta el día de hoy; si no se han verificado hasta el día de hoy, luego son cosas reservadas, en los tesoros de Dios, para otros tiempos y momentos todavía futuros; luego llegados tarde o tem-prano estos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder, deberán verificarse todas ellas con toda plenitud; pues como dice la Es-critura, y lo predica a grandes voces la razón natural, no es Dios como el hombre, para que mienta, ni como el hijo del hombre, para que se mu-de. ¿Dijo pues, y no lo hará? ¿Habló, y no lo cumplirá? 2.

[238] Pues con esta mujer metafórica, vuelvo a decir, compuesta toda de los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades (los cuales en su huida deben hospedarse por algún tiempo en la tierra de Moab, para los fines que quedan insinuados, y pasar desde allí luego inmediatamente al valle de Acor), se comenzará a hacer, y se prosegui-rá haciendo, por un tiempo, y dos tiempos, y la mitad de un tiempo, aquella preparación del solio de David de que habla Isaías: Será esta-blecido el trono en misericordia; y después que este solio esté bien preparado en la forma dicha, se sentará sobre él en verdad, en el ta-bernáculo de David, quien juzgará y demandará juicio, y dará pron-tamente a cada uno lo que es justo.

Resumen y conclusión

[239] Lo que acabamos de observar en este último párrafo corres-ponde perfectamente a todo cuanto queda observado en todo este fe-

1 Heb. 10, 4. 2 Num. 23, 19.

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nómeno. Corresponde, lo primero, al texto de Amós, y al de San Jaco-bo que lo cita: En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó; y repararé los portillos de sus muros, y repararé lo que había caído; y lo reedificaré como en los días antiguos 1.

[240] Corresponde, lo segundo, al texto de Sofonías y Miqueas: En aquel día… reuniré aquella que cojeaba; y recogeré a aquella que ya había desechado y afligido… y reinará el Señor sobre ellos en el mon-te de Sión, desde ahora y hasta en el siglo… y vendrá el primer impe-rio, el reino de la hija de Jerusalén 2.

[241] Corresponde, lo tercero, al texto de Isaías que, hablando cier-tamente del Mesías, dice: Se sentará sobre el solio de David, y sobre su reino, para afianzarlo y consolidarlo en juicio y en justicia, desde ahora y para siempre… Y le dará el Señor Dios el trono de David su padre 3.

[242] Corresponde, lo cuarto, al salmo 131, en que el mismo rey David refiere la promesa que Dios le tiene hecha y confirmada con ju-ramento, de que el Mesías su hijo se sentaría en su mismo trono: Juró el Señor verdad a David, y no dejará de cumplirla: Del fruto de tu vientre pondré sobre tu trono… Siendo, pues, Profeta, y sabiendo que con juramento le había Dios jurado que del fruto de sus lomos se sen-taría sobre su trono, previéndolo, habló de la resurrección de Cristo 4.

[243] Corresponde, lo quinto, al capítulo 23 de Jeremías, digno ciertamente de la mayor atención y reflexión: Mirad que vienen los días, dice el Señor, y levantaré para David un pimpollo justo; y reina-rá rey que será sabio, y hará el juicio y la justicia en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, e Israel habitará confiadamente… y no dirán ya más: Vive el Señor, que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive el Señor, que sacó y trajo el linaje de la casa de Israel de la tierra del Norte, y de todas las tierras a las cuales los ha-bía yo echado allá; y habitarán en su tierra 5.

[244] Corresponde, lo sexto, a todo el capítulo 37 de Ezequiel, ma-yormente desde el versículo 20 hasta el fin, donde se leen entre otras estas palabras: Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob… y David mi siervo será príncipe de ellos perpetuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos; los cimentaré, y multipli-caré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y

1 Amós 9, 11. 2 Miq. 4, 6-8. 3 Is. 9, 7; Lc. 1, 32. 4 Sal. 131, 11; Act. 2, 30-31. 5 Jer. 23, 5-8.

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652 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

sabrán las gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente 1.

[245] Del mismo modo habla el mismo Profeta en el capítulo 39: Por tanto esto dice el Señor Dios: Ahora levantaré el cautiverio de Jacob, y me apiadaré de toda la casa de Israel, y me revestiré de celo por mi santo nombre. Y llevarán (o como lee Vatablo: después lleva-rán) su confusión, y toda su prevaricación con que prevaricaron con-tra mí, cuando moraren en su tierra confiados, sin temer a nadie. Y cuando los hiciere volver de los pueblos, y los congregare de las tierras de sus enemigos, y fuere santificado en ellos, a los ojos de muchísimas gentes. Y sabrán que yo soy el Señor Dios de ellos, porque los trans-porté a las naciones, y los congregué sobre su tierra, y no dejé allí nin-guno de ellos. Y no esconderé más mi rostro de ellos, porque he derra-mado mi espíritu sobre toda la casa de Israel, dice el Señor Dios 2.

[246] Esto mismo había dicho el Señor en el capítulo 34 del mis-mo Profeta desde el versículo 22: Salvaré mi grey, y no será más ex-puesta a la presa, y juzgaré entre ganado y ganado. Y LEVANTARÉ SO-BRE ELLAS UN SOLO PASTOR que las apaciente, a mi siervo David; él mismo las apacentará, y él mismo será su pastor. Y yo el Señor seré su Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos; yo el Señor he hablado. Y haré con ellos alianza de paz… y sabrán que yo soy el Se-ñor, cuando quebrantare las cadenas del yugo de ellos, y los librare de la mano de los que los dominan. Y no serán más expuestos a la presa de las gentes, ni serán devorados de las bestias de la tierra; sino que morarán confiados sin ningún espanto 3.

[247] A todo lo cual corresponde, en fin, la brevísima y admirable profecía del capítulo 3 de Oseas: Porque muchos días estarán los hi-jos de Israel sin rey… y sin sacrificio, y sin altar, y sin efod, y sin te-rafines. Y después de esto volverán los hijos de Israel, y buscarán al Señor su Dios… y se acercarán con temor al Señor, y a sus bienes en el fin de los días 4.

[248] O todas estas cosas, y otras innumerables que omitimos, son sueños o ficciones de los Profetas de Dios, o deberemos esperar su ple-no y perfecto cumplimiento.

1 Ez. 37, 25-28. 2 Ez. 39, 25-29. 3 Ez. 34, 22-25 y 27-28. 4 Os. 3, 4-5.

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Fenómeno 10

El monte Sión sobre los montes

Texto de Isaías, capítulo 2

[249] Palabra, que vio Isaías, hijo de Amós, sobre Judá y Jerusa-lén. Y en los últimos días estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se elevará sobre los collados, y correrán a él todas las gentes. E irán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob, y nos enseñará sus caminos, y andaremos en sus senderos; porque de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará a las na-ciones, y convencerá a muchos pueblos; y de sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas hoces; no alzará la espada una nación contra otra nación, ni se ensayarán más para la guerra 1.

[250] Lo mismo y casi con las mismas palabras se lee en el capítu-lo 4 de Miqueas: En los últimos días el monte de la casa de Dios será fundado sobre la cima de los montes, y ensalzado sobre los collados, y correrán a él los pueblos. Y se apresurarán muchas gentes, y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y marcharemos en sus veredas; porque de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén. Y juzgará en-tre muchos pueblos, y castigará a naciones poderosas hasta lejos; y convertirán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en azado-nes; no empuñará espada gente contra gente; ni se ensayarán más para hacer guerra. Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo de su higuera, y no habrá quien cause temor; pues lo ha pronunciado por su boca el Señor de los ejércitos 2.

[251] Los intérpretes de la Escritura, llegando a tocar estas dos profecías, en primer lugar se ríen mucho de la grosería de nuestros ra-binos, los cuales entendieron estas cosas con una extrema materiali-dad, diciendo que en la venida del Mesías crecería físicamente el mon-te Sión, elevándose sobre todos los otros montes y collados vecinos a Jerusalén. No nos metamos ahora a averiguar si esta inteligencia es

1 Is. 2, 1-4. 2 Miq. 4, 1-4.

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654 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

tan absurda que sólo merezca la risa y el desprecio, no sea que se pien-se que la queremos adoptar. No obstante, se pudiera aquí preguntar, lo primero: la elevación física y material del monte Sión, ¿es alguna em-presa imposible, o muy difícil, al que elevó, en el principio, los montes de la tierra? Lo segundo: ¿Se opone esta física elevación del monte Sión a los textos citados, o a algún otro lugar de la Escritura santa, o a alguna verdad demostrada?

[252] Sin esperar la respuesta a estas dos preguntas, que no se ig-nora cuál será, se pudiera preguntar, lo tercero: entre dos inteligencias de un mismo texto (suponiendo por un momento que sea forzosa la elección), ¿cuál de ellas deberá preferirse? ¿La que en nada se opone al texto ni al contexto, antes por conformarse con él escrupulosamente abraza un error material, pero inocente (si acaso lo es), o la que en na-da se conforma con el mismo texto, antes en alguna cosa le repugna y se le opone visiblemente? La respuesta a esta tercera pregunta no es tan fácil adivinarla. Mas por ahorrar disputas, vamos a lo particular.

La inteligencia común de estas profecías

PÁRRAFO 1

[253] Abrid, señor mío, cualquiera expositor, digo cualquiera, por-que partiendo todos de un mismo principio y caminando sobre un mis-mo supuesto, es preciso que digan en sustancia lo mismo, aunque va-ríen algo en los accidentes. Después de haber leído la explicación que dan a dichas profecías, tomad el pequeño trabajo de confrontarlas con el texto y con todo su contexto, y hallaréis, a mi parecer, dos cosas tan diversas y tan distantes entre sí, cuanto dista el Oriente del Occidente 1.

[254] Dicen primeramente, o lo suponen, que en ambas profecías se habla únicamente de la Iglesia presente; ésta es la casa del Señor, y al mismo tiempo el monte de la casa del Señor 2, por estar elevada, co-mo lo está un monte, sobre todas las cosas ínfimas de la tierra. De este monte de la casa del Señor dicen ambos Profetas: En los últimos días estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se elevará sobre los collados 3. ¿Qué quieren decir estas ex-presiones tan singulares? No quieren decir otra cosa, sino que la Igle-sia cristiana está fundada sobre montes y collados, como sobre firmes y solidísimos fundamentos. ¿Cuáles son éstos? Son los Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles, y también los preceptos, consejos y máximas

1 Sal. 102, 12. 2 Is. 2, 2. 3 Is. 2, 2.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 655

evangélicas; el mismo Jesucristo, que es la principal piedra angular 1. Todo esto no hay duda que es una verdad, para aquel que usa de ella legítimamente; mas el uso legítimo de una verdad, cualquiera que sea, pide esencialmente su propio lugar y su propio tiempo. De otra suerte, sin dejar de ser una verdad, podrá muy bien ser un verdadero despro-pósito. San Pablo, hablando de la ley de Moisés, decía: Sabemos, pues, que la ley es buena para aquel que usa de ella legítimamente 2. La ley buena es en sí; mas en tiempo de San Pablo ya no era del caso, según toda su extensión, especialmente respecto de los Cristianos. Aplíquese la semejanza.

[255] A esta Iglesia, pues, se procuran acomodar y se van acomo-dando, en cuanto se puede, las palabras y expresiones de las dos profe-cías. Digo en cuanto se puede, porque algunas hay, aunque pocas, que sin hacer notable resistencia se dejan acomodar bastante bien, otras que necesitan de verdadera violencia y coacción, y las más no lo permi-ten de modo alguno. Mas en el principio general de que estas profecías no pueden mirar a otra cosa que a la Iglesia presente, importa poco que no se pueda todo acomodar, ni es necesaria tanta prolijidad.

[256] Para dar a esta acomodación cierta especie de brillo, reparan mucho en aquella expresión nueva y admirable de fluir las gentes y pueblos hacia lo alto del monte Sión 3; siendo esto, dicen, contra la na-turaleza de los fluidos, los cuales naturalmente bajan, no suben; co-rren ligeramente de lo alto hacia lo bajo, no al contrario. Con la cual similitud se anuncia que las Gentes y los pueblos de todo el orbe ven-drían a la Iglesia de Cristo, no bajando, sino subiendo; no siguiendo las inclinaciones de la naturaleza, sino peleando contra ellas, y supe-rando con la divina gracia toda su oposición y resistencia. Vuelvo a de-cir que todo esto es una verdad más clara que la luz; y la concordancia de esta verdad con las profecías fuera sin duda mucho más luminosa, si la suposición en que estriba fuera también alguna verdad; quiero decir, si el fluir hacia lo alto fuese una maravilla tan contraria a la na-turaleza, que no se viese de mil maneras practicada continuamente por la misma naturaleza. ¿Quién ignora, por ejemplo, que nuestra sangre fluye naturalmente no sólo de la cabeza hasta los pies, sino también desde los pies hasta la cabeza? ¿Quién ignora que los jugos del más al-to cedro del Líbano fluyen naturalmente desde la raíz hasta lo más alto de las ramas? ¿Quién ignora que el rocío y aun las lluvias más copiosas no pudieran fluir de lo alto hacia lo bajo, si primero no hubiesen fluido de lo bajo hacia lo alto? etc. Conque el fluir las gentes, por semejanza, hacia lo alto de un monte, no es un milagro tan nuevo que merezca es-

1 Ef. 2, 20. 2 1 Tim. 1, 8. 3 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.

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pecial reparo. La palabra fluir, que es la que da ocasión a dicho reparo, se halla en los LXX sin misterio alguno, pues leen simplemente ven-drán; y Pagnini y Vatablo leen correrán juntamente; que no suena otra cosa que un gran concurso de todas las gentes al monte de la casa del Señor, lo cual está anunciado en el salmo 85: Todas las gentes, cuantas hiciste, vendrán, y te adorarán, Señor, y glorificarán tu nom-bre 1; y en Daniel: Todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán a él 2. Y mucho más claro en Zacarías: Y todos los que quedaren de to-das las gentes que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos 3.

[257] Mas volviendo a lo más inmediato e interesante, parece claro que la acomodación de nuestras profecías a la Iglesia presente, y la gran facilidad con que esta se comienza, no dura mucho; apenas llega a tocar los confines del versículo 4, donde es preciso parar un poco, pues aquí se presenta cierto embarazo, no menos importuno que insu-perable. Parece imposible dar un paso más adelante, si primero no se trabaja en allanarlo de algún modo.

Dificultad del versículo 4 de Isaías, y 3 de Miqueas

PÁRRAFO 2

[258] Dicen ambos Profetas que en aquellos tiempos de que ha-blan, cuando Sión se prepare y eleve sobre los otros montes, sucederá, entre otras muchas cosas, una bien singular y ciertamente inaudita hasta el día de hoy, es a saber, que todas las gentes y pueblos de la tie-rra, juzgados y corregidos por el Señor, y en consecuencia inmediata y primaria de esta corrección y juicio, gozarán en adelante de una per-fecta paz; que arrojarán de sí, como trastos inútiles, todas las armas con que mutuamente se habían defendido y ofendido hasta entonces, convirtiéndolas todas en instrumentos de agricultura; que ya no levan-tará la espada una gente contra otra; que ya no aprenderán, ni habrá quien enseñe el arte militar, ni habrá más ejercicio de armas para la guerra; que todos y cada uno vivirán seguros y quietos sin temor de enemigos: Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo de su hi-guera, y no habrá quien cause temor 4; porque el Señor ha hablado, y lo ha ordenado así 5.

1 Sal. 85, 9. 2 Dan. 7, 14. 3 Zac. 14, 16. 4 Miq. 4, 4. 5 Miq. 4, 4.

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[259] Los intérpretes, llegando a este mal paso, confiesan a lo me-nos tácitamente, la dificultad de pasarlo bien. Preguntan comúnmen-te: ¿Cómo se entiende esto? Es decir: ¿Cómo se podrá vencer un im-pedimento tan notorio que absolutamente cierra el camino? La razón de dudar parece clara, porque la Iglesia presente, a quien se empeza-ban a acomodar las profecías, cuenta dieciocho siglos, y hasta ahora no se ha visto en ella el más mínimo vestigio de lo que aquí se anuncia; y la Iglesia triunfante, o el cielo, que es el ordinario refugio en las gran-des urgencias, en el presente nada puede ayudar, pues allá no hay ne-cesidad de labrar los campos, ni mucho menos de llevar de acá los ins-trumentos necesarios para la agricultura.

[260] La respuesta a esta gran dificultad no es una sola, sino mu-chas, según varios modos de discurrir. Yo hallo a lo menos cinco; y to-das ellas, o divididas o juntas, me parece que dejan en pie la dificultad. La primera nos acuerda que, cuando nació Jesucristo, que fue el año 39 o 40 del imperio de Octaviano Augusto, estaba todo el orbe en paz; y esta paz fue anunciada desde entonces a todos los hombres de buena voluntad. Mas ¿qué conexión puede tener esto con las profecías de que hablamos? Compárense éstas con aquella paz octaviana, que fue sólo de cuatro días (en los cuales no dejaron de levantar la espada las gen-tes de Herodes contra los inocentes de Belén, de dos años y abajo 1), y hecha la comparación con toda la formalidad y rectitud que pide el asunto, júzguese con imparcialidad. La segunda respuesta nos tira a persuadir que, después de la venida de Cristo y fundación de la Iglesia cristiana, ya no hay entre los hombres tantas guerras, ni tan obstina-das y sangrientas, como antes de esta época feliz. Mas aun dado caso que esta noticia fuese cierta, y no falsa por todas las historias, ¿qué proporción podremos hallar entre las guerras menos frecuentes, me-nos obstinadas, menos sangrientas, que quieren suponer en estos die-ciocho siglos, con lo que anuncian nuestras profecías? No alzará la espada una nación contra otra nación, ni se ensayarán más para la guerra… No se ensayarán más para hacer guerra… Convertirán sus espadas en rejas de arados, y sus lanzas en azadones.

[261] La tercera respuesta nos hace reparar que en estas profecías no se dice que no habrá o no podrá haber entre los príncipes cristianos guerras justas, o uso legítimo de las armas. Este fue, añaden, un error de Calvino y de otros herejes, los cuales pretendieron que no era lícito a los Cristianos el uso de las armas. Hablan, pues, las profecías sola-mente contra las guerras injustas y tiránicas; pues éstas, y no aquéllas, están prohibidas por las leyes y máximas del Evangelio; y pudiera aña-dirse que están del mismo modo prohibidas a todos los hombres sin

1 Mt. 2, 16.

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658 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

distinción por las leyes y máximas de la naturaleza, así como está pro-hibido universalmente el hurto y el homicidio. Es más que visible que esta respuesta huye muy lejos de la dificultad, en vez de acometerla; tal vez puede ser por no ver una guerra injusta contra las leyes y má-ximas del Evangelio. Si algunos herejes, fundados en estas profecías, abrazaron aquel despropósito, erraron en ello manifiestamente. De-bían haber advertido que dichas profecías nada prescriben, nada man-dan, ni a los Cristianos, ni a los herejes, ni al resto de los hombres. Só-lo anuncian simplemente lo que deberá suceder en esta nuestra tierra, en otros tiempos que todavía no han llegado.

[262] La cuarta respuesta dice que el sentido propio de las profe-cías es que los verdaderos cristianos y fieles hijos de la Iglesia, si algu-no tiene queja del otro 1, no usará, o no podrá usar lícitamente de las armas, sin haber primero procurado amistosa y pacíficamente alguna honesta y razonable composición; lo cual se ha visto y se ve frecuen-temente, no sólo entre los particulares, sino también entre los prínci-pes y señores cristianos. Y esto mismo, ¿no se ha visto jamás, ni se ve frecuentemente, ni es posible que se vea, fuera de la Iglesia? ¿No ha-cen esto mismo los gentiles? 2.

[263] La quinta respuesta, del todo mística, dice que el verdadero sentido de estas profecías es que los hijos verdaderos de la Iglesia, esto es, los perfectamente justos y santos, sujetos enteramente a las máxi-mas del Evangelio y llenos del espíritu de Cristo, éstos gozarán de una tierna y verdadera paz; no paz del mundo, sino de Cristo; y esto aun en medio de las perturbaciones y persecuciones de los malos, en medio de los dolores, trabajos y molestias de la vida presente; pues como se dice en el salmo 118: Mucha paz para los que aman tu ley 3.

[264] A esto se reduce en sustancia todo lo que hallamos en los doctores en respuesta y como por solución de la gravísima dificultad. Si confrontamos ahora todo esto, o dividido o junto, con el texto de las profecías y con todo su contexto, no hemos menester otra diligencia ni otro estudio para quedar plenamente convencidos de la impropiedad de la acomodación; por consiguiente, de que las profecías hablan de otros tiempos, y anuncian otros misterios infinitamente diversos, que todavía no se han verificado. En medio de esta impropiedad, de esta insuficiencia, de esta violencia tan clara y tan visible, se extraña mu-cho más y se admira, con grande admiración 4, que haya valor (o no sé cómo llamarlo) para decir y afirmar, como se dice y afirma por au-tores graves y respetables por otra parte, que la inteligencia que dan a

1 Col. 3, 13. 2 Mt. 5, 47. 3 Sal. 118, 165. 4 Apoc. 17, 6.

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estas dos profecías, o la acomodación vaga, inacomodable e ininteligi-ble a la Iglesia presente, es no solamente buena, sino cierta y de fe di-vina; y por consiguiente, la verdadera y la única, que no admite duda ni disputa. Si preguntamos a estos sabios con qué razón, y sobre qué fundamento sólido y bueno, nos quieren obligar a un nuevo artículo de fe, no solamente superior, sino contrario a la razón natural, aun des-pués de iluminada con la luz de la fe, nos responden aquí a una voz, con todos los otros doctores de las cinco diversas opiniones que aca-bamos de ver y de admirar, que esta inteligencia es un consentimiento unánime de todos los doctores y Santos Padres.

[265] ¡Oh, válganos Dios, y válganos la reflexión y la razón! ¡Este consentimiento unánime de doctores y Santos Padres, que tantas veces oímos repetir (aun en cosas que no pertenecen al dogma ni a la moral), se nos figura muchas veces, o es muy fácil que así se nos figure, como un muro altísimo o inaccesible, que debe detenernos el paso y obligarnos a volver atrás! Mas si por curiosidad o por atrevimiento llegamos a to-car este muro sagrado, hallamos no pocas veces con grande admiración y con no pequeño consuelo, que el muro sagrado no es otra cosa en rea-lidad que una verdadera perspectiva; ya porque no todos, ni muchos, ni los más de los antiguos Padres tocaron aquel punto particular de que se trata; ya porque los que lo tocaron de propósito, no era buscando y en-señando su verdadera inteligencia, sino solamente para sacar alguna moralidad, o algún concepto de edificación; ya también porque ningu-no de los dichos Padres se atrevió a asegurar que aquel sentido moral y místico, o puramente acomodaticio en que hablaba, fuese el verdadero sentido. Todo esto se ve claro en la inteligencia de las dos profecías que actualmente observamos, y casi lo mismo podemos decir de otras innu-merables que quedan ya observadas, y pueden fácilmente observarse.

[266] Lo primero: es falso que todos los Padres (aun hablando so-lamente de los que tocaron este punto) convengan unánimemente en la inteligencia y aplicación de dichas profecías a la Iglesia presente. San Gregorio papa es Santo Padre, y uno de los máximos, y dice expre-samente que el monte sobre los montes de que aquí habla Isaías, es la Virgen María: Porque Isaías, vaticinando la muy excelente dignidad de este monte, dice: En los últimos días estará preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes 1; como que (María) fue el monte en la cumbre de los montes, porque la alteza de María relu-ce sobre todos los santos 2. San Jerónimo, San Basilio, y Ruperto dicen que el monte sobre los montes es Cristo mismo. San Bernardo dice que es el cielo, donde todo está en perfecta paz. Conque tenemos a lo

1 Is. 2, 2. 2 SAN GREGORIO, Com. in lib. 1 Reg., 1.

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660 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

menos cuatro o cinco Padres que, tocando estas profecías, no convie-nen unánimemente en su inteligencia. ¿Cuántos más hallaríamos si nos fuese posible leerlos todos con todo su contexto?

[267] Lo segundo y principal: porque los Padres que tocaron estas dos profecías, las tocaron solamente de paso y como por incidencia; y así las tomaron en aquel sentido acomodaticio que convenía a su pro-pósito actual, el cual propósito, generalmente hablando, no era otro en los antiguos Padres (cuando se trataba de alguna controversia formal sobre el dogma) que la edificación y provecho espiritual de los fieles, ni más ni menos como lo hacen hasta el día de hoy nuestros más celosos predicadores. Así se ve, y es bien fácil notarlo, y lo confiesan nuestros doctores más eruditos, que los antiguos Padres, en puntos no sustan-ciales de la religión, cuando citaban algunas profecías y hablaban so-bre ellas, cuidaban poco de si aquel sentido en que las tomaban era el literal y verdadero, o no; ni jamás pensaron en asegurar y hacer creer a los fieles que aquello que decían sobre las profecías era ciertamente lo que en ellas había intentado el Espíritu Santo. No lo hacían así en otros asuntos pertenecientes inmediatamente al dogma, o a lo sustan-cial de la religión, y también a la moral. En estos asuntos se explicaban siempre en tono de seguridad; y cuando para esto citaban algunos lu-gares de la Escritura, se guardaban bien de darles otra inteligencia que la obvia y literal; no solamente cuando hablaban o de palabra, o por escrito, con solos los fieles; sino mucho más cuando hablaban o dispu-taban con los herejes. Los que tuvieren algún estudio en los escritos de los antiguos Padres, podrán reparar fácilmente en esta diferencia.

Se propone otra inteligencia de estas dos profecías

PÁRRAFO 3

[268] Primeramente, yo convengo de buena fe con todos los doc-tores, así cristianos como judíos, en la inteligencia general de estas dos profecías, y de otras semejantes, o en lo que éstas tienen de general; quiero decir, que en ellas se habla manifiestamente y con evidencia de los tiempos del Mesías: Y en los últimos días estará… Y acaecerá en los últimos días; esto es (dicen todos los Judíos y Cristianos, y todos con suma razón), esto es, en el tiempo del Mesías, en el de Cristo 1. Mas este esto es, si no se explica más, parece muy equívoco por muy general. El tiempo del Mesías, el tiempo de Cristo (según todas las Es-crituras, antiguas y nuevas, y según todos los principios fundamenta-

1 Is. 2, 2; Miq. 4, 1.

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PARTE SEGUNDA — FENÓMENO 10 661

les del cristianismo), no es uno solo, sino dos tiempos infinitamente diversos entre sí: uno que ya pasó, y que persevera hasta ahora en sus efectos, ciertamente grandes y admirables; otro que todavía no ha lle-gado, pero que se cree y espera, con fe y esperanza divina, el cual tiem-po segundo parece todavía más grande y admirable, según las mismas Escrituras, que se enderezan a él manifiestamente, y en él se terminan. Este es el tiempo de que tanto hablan los Profetas, cuando dicen: En aquel día; en aquel tiempo; en los últimos días; en el otro siglo; en el siglo venturo. Este es el tiempo de que tanto hablan en sus epístolas San Pedro y San Pablo, diciendo frecuentísimamente: Para el día de nuestro Señor Jesucristo 1; en el día del advenimiento de nuestro Se-ñor 2; (en el día) cuando apareciere 3; (en el día) de su venida y de su reino 4. Y éste es el tiempo mismo de que tanto habló en parábolas y sin ellas el mismo Mesías, como se puede ver en los Evangelios.

[269] El primer tiempo del Mesías, de que hablan las profecías, ciertamente ya está verificado, y el mundo ha gozado, goza, y puede gozar a satisfacción de sus efectos admirables; mas con todo eso, las profecías no se han verificado plenamente, pues no sólo hablan del primer tiempo del Mesías, sino también, y mucho más, del segundo tiempo, que todavía se espera. Esto es tan evidente y tan claro que, se-gún los diversos principios o sistemas, se han sacado dos diversísimas consecuencias; y aunque la una más funesta que la otra, no por eso de-jan de ser ambas a dos ilegítimas y falsas.

Primera consecuencia

[270] «Luego el Mesías no ha venido, pues las profecías cierta-mente no se han verificado. Si no ha venido el Mesías, luego no ha lle-gado su tiempo, y debemos esperarlo».

Segunda consecuencia

[271] «Luego las profecías no pueden entenderse como suenan, o según la letra que mata, sino en otro sentido mejor, como es el alegó-rico y espiritual; y en este sentido ya se han verificado, y se están veri-ficando en la Iglesia presente».

[272] Si fuese necesario e inevitable tomar partido por alguna de estas dos consecuencias, si no hubiese esperanza de hallar otra tercera más legítima y más conforme a las Escrituras, yo suscribiría al punto por la segunda, cautivando mi entendimiento en obsequio de la fe. Mas esta tercera consecuencia, ¿será muy difícil hallarla? ¿Será necesario,

1 2 Cor. 1, 14. 2 1 Cor. 1, 8. 3 1 Ped. 5, 4. 4 2 Tim. 4, 1.

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662 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

para hallarla, ir al oriente o navegar al occidente? ¿No se presenta de suyo a cualquier entendimiento libre de preocupación, o de empeño formal y declarado? Por todas las Escrituras sabemos con toda certi-dumbre que el tiempo del Mesías, considerado en general, tiene prime-ro, y tiene segundo; que no es uno solo, sino dos tiempos o dos épocas diversas, luego… (ved la tercera consecuencia).

[273] «Luego las profecías de que hablamos, y otras muchas seme-jantes a ellas, que no se han verificado, ni se han podido verificar, en el primer tiempo del Mesías, podrán muy bien verificarse, y se deberán verificar, en el segundo; el cual tiempo no es menos de fe divina que el primero».

[274] Mala consecuencia, aunque por otra parte buena, dicen obs-tinadamente los doctores judíos. ¿Por qué mala? Porque procede so-bre un falso supuesto, esto es, sobre dos tiempos diversos del Mesías, no habiendo ni pudiendo haber otro que el que anuncian los Profetas en gloria y majestad. Optimamente. ¿Y no anuncian los Profetas con la misma claridad el otro tiempo que debe preceder a éste? ¿No hablan del Mesías como de maestro y ejemplar de toda justicia, como de un hombre manso, pacífico y humilde, como de un hombre injustamente perseguido, lleno de oprobios y de injurias, y pacientísimo en medio de grandes tribulaciones? 1. ¿No hablan de él, y lo consideran como un Cordero manso e inocente, que es llevado al degolladero…; (que) de-lante del que lo trasquila enmudecerá? 2. ¿No lo consideran como le-proso, y herido de Dios, y humillado? 3. ¿No lo representan llagado por nuestras iniquidades, quebrantado… por nuestros pecados…, con los malvados contado? 4. ¿No hablan de sus llagas de manos y de pies, de su desnudez en la cruz, de su afrenta, confusión y dolor? 5. ¿No ha-blan, en fin, de su muerte, de su resurrección, de su ascensión a los cie-los, de su descanso y gloria a la diestra de Dios, hasta otro tiempo? 6. ¡Oh ciegos, tardos e infelices Judíos! No tenéis, hermanos, que buscar por otra parte la causa y origen de vuestros trabajos. Esta es evidente-mente la verdadera causa y el único origen de todo, de lo cual nuestros doctores tienen toda la culpa: el haberse, digo, imaginado y obstinado en esta imaginación, tan ajena y tan contraria a las Escrituras, que el tiempo del Mesías debía ser uno solo, y éste en gloria y majestad. ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que los Profetas han di-cho! 7, os digo con palabras de vuestro Mesías; pues qué, ¿no fue me-

1 Sal. 21 y 68. 2 Jer. 11, 19; Is. 53, 7. 3 Is. 53, 4. 4 Is. 53, 5 y 12. 5 Sal. 21; Zac. 13. 6 Sal. 15 y 109. 7 Lc. 24, 25.

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nester que el Cristo padeciese estas cosas, y que así entrase en su glo-ria? 1. No tenéis, pues, razón alguna para reprobar mi consecuencia, ni la suposición sobre que procede, pues todo se halla conforme con to-das las cosas que hablaron los Profetas.

[275] Mala consecuencia (oigo por otra parte, no ya a los doctores judíos, sino a los doctores cristianos). Mas ¿por qué mala? Porque ese tiempo segundo del Mesías, que se cree y espera religiosamente, no es a propósito ni lo puede ser, para que se verifique lo que anuncian estas y otras profecías semejantes. ¿Por qué razón? Porque este tiempo se-gundo del Mesías no se dejará ver sino al fin del mundo, esto es, cuan-do todo el linaje humano y todos sus individuos, sin faltar uno solo, es-temos no sólo muertos, sino resucitados y congregados en el valle (tan grande como pequeño) de Josafat, para el juicio universal. Porque este segundo tiempo del Mesías deberá ser únicamente para destruirlo to-do y acabar con todo; para arrojar los malos al infierno, y llevar al cielo a los buenos, etc.

[276] Mas esta idea (se pregunta una y muchas veces, pidiendo una respuesta categórica), ¿de dónde se ha tomado? ¿De las santas Es-crituras? Parece cierto que no, porque antes éstas la repugnan y con-tradicen a cada paso, y nos ofrecen otra idea infinitamente diversa, se-gún hemos observado hasta aquí, y todavía tenemos que observar. ¿Acaso de alguna verdadera tradición constante, uniforme, universal, venida desde los apóstoles, y conservada fielmente hasta nuestros tiempos? Falso del mismo modo, por confesión forzosa de los mismos interesados, a lo menos de los más eruditos y sensatos; ya porque re-pugna absolutamente tradición apostólica contra las Escrituras y con-tra los escritos de los mismos Apóstoles; ya porque no se ignora el prin-cipio, ni el tiempo, ni la ocasión, ni las razones, por las que dicha idea se empezó a recibir como buena o pasable, y de mano en mano, a ha-cerse universal. Aún en el quinto siglo de la Iglesia, como testifica San Jerónimo, no estaba esta idea tan asentada que no fuese rechazada y admitida la idea opuesta por una gran multitud de doctores católicos y píos: También un considerabilísimo número de los nuestros (dice este santo doctor) sigue solamente en esta parte 2; y en otro lugar añade: Muchos varones eclesiásticos y mártires la llevan 3. ¿Quién podrá ha-blar así de una tradición apostólica? Conque no hay razón alguna para reprobar nuestra consecuencia, la cual parece perfectamente conforme con todas las Escrituras antiguas y nuevas, y con los principios funda-mentales del cristianismo. Luego bien podremos esperar sin temor al-guno que las profecías de que hablamos, y otras innumerables semejan-

1 Lc. 24, 26. 2 SAN JERÓNIMO, Præf. in lib. 18 super Isai. 3 SAN JERÓNIMO, in cap. 19 Jerem.

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tes a ellas, se verifiquen plenamente, según la letra, en el segundo tiempo del Mesías; pues en el primero no han podido tener lugar.

[277] Llegando, pues, este segundo tiempo, que todos creemos y esperamos religiosamente, sucederá, luego, entre otras cosas prima-rias y principales, la elevación del monte Sión sobre todos los montes y collados; expresión visiblemente figurada, pero admirable y propísima para explicar, según las Escrituras, la dignidad altísima y suprema, el honor y la gloria a que será entonces sublimada la ciudad de David, y con ella toda la casa de Jacob, después que resucite y se ponga en ella, como en los días antiguos (o como en los días del cielo), el tabernácu-lo o solio del mismo David, que cayó, y después que vuelva la potestad primera, y el reino de la hija de Jerusalén 1. Entonces se verificarán ple-namente, según la letra, las dos profecías en cuestión, y otras innume-rables que anuncian lo mismo con diversas palabras; por consiguiente, deberán fluir en aquel tiempo las gentes y los pueblos hacia lo alto del monte Sión.

[278] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vivos después de la venida del Señor, como parece ciertísimo que han de quedar, así por estas Escrituras expresas y claras, como por nuestro artículo de fe; el cual nos enseña que Jesucristo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos; lo cual sucederá, dice San Pablo, por su ve-nida y su reino 2; o como lee la versión Siríaca, en la manifestación de su reino; Arias Montano, durante su manifestación y su reino; Eras-mo, en su manifestación y su reino. ¿Cómo ha de juzgar a los vivos, si no los halla?

[279] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda las gentes y los pueblos que quedaren vivos después de la ruina entera del Anticristo, o de la bestia de siete cabezas y diez cuernos, como es ciertísimo que han de quedar; y tan cierto que lo confiesan tácitamente, sin poder hacer otra cosa, casi todos los intérpretes del Apocalipsis; los cuales, para salvar de algún modo su sistema general, han discurrido aquel efugio tan ex-traño de separar a toda costa el fin del Anticristo de la venida de Cris-to, aunque sea necesario decir que el Rey de los reyes y el Verbo de Dios, que con tanto aparato y majestad baja del cielo, directamente contra la bestia, no es Jesucristo, sino San Miguel. Dije casi todos los intérpretes del Apocalipsis, para exceptuar aquellos modernos que, di-visando bien estos inconvenientes, han tirado por otro camino igual-mente difícil e impracticable, diciendo que la bestia no es el Anticristo, sino Diocleciano, con los príncipes que continuaron la persecución de la Iglesia; y así, que la venida del cielo del Rey de los reyes con tanto

1 Miq. 4, 8. 2 2 Tim. 4, 1.

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aparato y majestad contra la bestia, ya sucedió en los principios del cuarto siglo, aunque tan oculta que nadie la vio, etc. Esto mismo dicen en su sistema Arduino y Berruyer, esto es, que la venida del Rey de los reyes se verificó, aunque ocultísimamente, en la destrucción de Jeru-salén por los Romanos; y no obstante, en este tiempo todavía no se ha-bía escrito el Apocalipsis, pues la destrucción de Jerusalén sucedió en el imperio de Vespasiano, a quien sucedió Tito, y a éste Domiciano, el cual desterró a Patmos a San Juan, como consta de todas las historias, desde Tertuliano, citado por San Jerónimo.

[280] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vi-vos, después que la piedra baje del monte sobre la estatua y, converti-da toda en polvo y ceniza, se forme sobre sus ruinas otro reino inco-rruptible y eterno, no encima, sino bajo todo el cielo: Quebrantará, dice Daniel, y acabará todos estos reinos…, pero la piedra que había herido la estatua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 1.

[281] ¿Qué gentes y qué pueblos? Sin duda los que quedaren vivos, después de arrojada al fuego la cuarta bestia terrible y admirable, con todo su cuerpo de iniquidad; no cierto los que compondrán este cuerpo como miembros suyos (que de éstos parece claro por todo el contexto, así de Daniel, como del Apocalipsis, que no quedará uno solo vivo), sino de los pertenecientes a las tres primeras bestias, consideradas en sí mismas, que no se hubiesen unido con la cuarta, contra el Señor y con-tra su Cristo 2; pues de estas tres primeras bestias asegura el Profeta que, después de muerta la cuarta, fueron despojadas de la potestad que tenían, mas no de la vida: Y vi que había sido muerta la bestia…, y que a las otras bestias se les había también quitado el poder, y se les ha-bían señalado tiempos de vida 3. Fuera de estos vivos, quedarán tam-bién algunos otros que no tendrán entonces relación alguna con las bes-tias, sino que constituirán el verdadero cristianismo, no solamente de los Judíos, sino también de las Gentes; entre los cuales merecerán mu-chos aquella inmutación y rapto de que habla San Pablo, esto es, jun-tarse con los santos que acaban de resucitar, y levantarse de la tierra junto con ellos, subiendo en las nubes a recibir a Cristo en los aires 4.

[282] Estas reliquias de las gentes y pueblos que quedarán vivas después de la venida del Señor, es cierto e innegable por las Escrituras que no podrán ser muchas, sino pocas (pocas, digo, comparadas con los millones que cubren la tierra), así como fueron pocas y poquísimas, es a saber, ocho, las que quedaron después del diluvio: Y así como en los días de Noé (dice el mismo Señor), así será también la venida del Hijo

1 Dan. 2, 44 y 35. 2 Act. 4, 26. 3 Dan. 7, 11-12. 4 1 Tes. 4, 16.

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del Hombre 1. Léase, entre otras Escrituras, todo el capítulo 24 de Isaías, y se hallarán noticias bien claras e individuales de lo que debe suceder en la tierra con la venida del Señor. Y por lo que hace a nuestro propósito actual, repárese con especialidad en estas palabras: Lloró la tierra, y cayó, y desfalleció; cayó el orbe, y desfalleció la alteza del pueblo de la tierra. Y la tierra fue inficionada por sus moradores, por-que traspasaron las leyes, mudaron el derecho, rompieron la alianza sempiterna. Por esto la maldición devorará la tierra, y pecarán los moradores de ella; y por esto darán en locuras los que moran en ella, y quedarán pocos hombres… Porque estas cosas serán en medio de la tierra, en medio de los pueblos; como si algunas pocas aceitunas que quedaron se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar 2.

[283] De estas reliquias de las gentes y pueblos que quedaren vi-vas, cuando vendrá el Señor mi Dios, y todos los santos con él, se dice en Zacarías: Y todos los que quedaren de todas las Gentes que vinie-ron contra Jerusalén, subirán de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos 3, porque en este tiempo, dice poco antes, el mismo Señor será Rey sobre toda la tierra; (y añade que) en aquel día uno solo será el Señor, y uno solo será su nombre 4.

[284] Pues en este día (decimos en conclusión), en este tiempo se-gundo del Mesías, se verificarán plena y perfectamente, sin faltarles ni un punto, ni un tilde 5, las profecías de que vamos hablando, y todas las demás que no se han verificado en el primer tiempo. Entonces, lle-gado el día de su virtud, y volviendo del cielo a la tierra después de ha-ber recibido el reino, evacuará perfectamente, en primer lugar, todo principado, potestad y virtud 6; argüirá, corregirá, castigará severí-simamente a las gentes y pueblos, según su mérito: Y juzgará a las naciones, y convencerá a muchos pueblos…, y castigará a naciones poderosas hasta lejos 7. Y en consecuencia de este juicio, de esta co-rrección, de este castigo, los que quedaren vivos y su posteridad, por muchos siglos, arrojarán de sí por orden de su soberano todas sus ar-mas, como una carga intolerable y ya del todo inútil, bajo el pacífico Salomón; las convertirán todas en instrumentos de agricultura, y ya no pensarán en otra cosa que en emplear bien su tiempo en inocencia, en justicia y en piedad: Y cada uno se sentará debajo de su vid, y debajo

1 Mt. 24, 37. 2 Is. 24, 4-6 y 13-14. 3 Zac. 14, 5 y 16. 4 Zac. 14, 9. 5 Mt. 5, 18. 6 1 Cor. 15, 24. 7 Is. 2, 4; Miq. 4, 3.

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de su higuera, y no habrá quien cause temor; pues lo ha pronunciado por su boca el Señor de los ejércitos. Esta me parece, salvo meliori, la única inteligencia que se puede dar a estas profecías, según las Es-crituras.

El contexto de estas profecías

PÁRRAFO 4

[285] Para asegurarnos más en el conocimiento de los tiempos, con toda aquella seguridad que puede pedir en estos asuntos la más rí-gida crítica, sigamos primeramente el contexto de Isaías, que el de Mi-queas lo seguiremos a su tiempo. Si la cosa no es en la realidad como pensamos, será moralmente imposible no encontrar en todo el camino algún embarazo que nos haga detener el paso. Mas si no encontramos embarazo alguno; si todo lo hallamos quieto, pacífico, seguido y llano, ésta será una señal moralmente indefectible de que el camino es bue-no; no sólo bueno, sino el camino verdadero y el camino recto; pues todas las sendas por donde se ha pretendido caminar se hallan a cada paso llenas de obstáculos conocidamente insuperables. Esta será, digo, una señal moralmente indefectible de que los dos Profetas hablan del segundo tiempo del Mesías, no del primero.

[286] Habiendo hecho Isaías, hasta el versículo 5, un compendio brevísimo y admirable de la felicidad de aquellos tiempos, convida en primer lugar a toda la casa de Jacob, diciéndole inmediatamente: Casa de Jacob, venid, y caminemos en la lumbre del Señor 1. Luego, vol-viéndose, a Dios, y hablando con él hasta el versículo 10, refiere en breve las justas razones que ha tenido para arrojar de sí a su antiguo pueblo, para desconocerlo y olvidarlo por tantos siglos: Pues arrojaste a tu pueblo, la casa de Jacob; porque se han llenado como en otro tiempo (es a saber, de superstición e iniquidad, como lee Pagnini), y así no los perdones (o no los perdonarás, etc.) 2. Después de este pa-réntesis, bien importante, endereza otra vez la palabra a la casa de Ja-cob, diciéndole en el nombre del Señor lo que se sigue hasta el fin del capítulo: Entra en la peña, y en las aberturas de la tierra escóndete de la presencia espantosa del Señor, y de la gloria de su majestad 3. Este mismo consejo se le da, o esto mismo se anuncia como cosa que debe suceder en algún tiempo, en el mismo capítulo 26, versículo 20, de Isaías: Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puer-tas tras ti, escóndete un poco por un momento, hasta que pase la in-

1 Is. 2, 5. 2 Is. 2, 6 y 9. 3 Is. 2, 10.

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dignación. Porque he aquí que el Señor saldrá de su lugar, para visi-tar la maldad del morador de la tierra contra él; y descubrirá la tie-rra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante a sus muertos 1.

[287] Dado este consejo, pasa luego a representar, con la mayor viveza, lo que deberá suceder en nuestra tierra con la venida del Señor, es a saber, la destrucción de los imperios, reinos o potestades, la ruina entera de toda la impiedad, la humillación de los soberbios, el temor y temblor con que estarán entonces los hombres más altivos y más lle-nos de sí; en suma, la angustia y tribulación de todos los pueblos, tri-bus y lenguas, que debe preceder a la quietud y paz de la tierra: Los ojos altivos del hombre han sido abatidos, y encorvada será la altivez de los varones; y sólo el Señor será ensalzado en aquel día. Porque el día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo, y so-bre todo arrogante, y será abatido; y sobre todos los cedros del Lí-bano, altos y erguidos…, y sobre todos los collados elevados; y sobre toda torre eminente, y sobre todo muro fortificado, y sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todo lo que es hermoso a la vista 2.

[288] Todas estas expresiones metafóricas tan vivas y magníficas de que usa este Profeta, diciendo expresamente que son cosas todas reservadas para el día del Señor, cuando se levantare para herir la tierra 3, es bien fácil decir, huyendo de la dificultad, que se verificaron en la destrucción de Jerusalén y Judea por Nabucodonosor; mas el probar esto de algún modo razonable, conforme al texto y al contexto, no parece tan fácil. Aun mirado sólo el texto, no se halla proporción al-guna entre aquel suceso y estas expresiones; aquél fue particular a Je-rusalén y Judea; éstas son visiblemente generales a toda la tierra: Por-que el día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo, y sobre todo arrogante…; sobre todos los cedros del Líbano, altos y erguidos…; sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados…; sobre todo muro fortificado… sobre toda torre… sobre to-das las naves de Tarsis.

[289] Estas últimas palabras, aunque no se considerasen las otras, bastaban para conocer que no se habla aquí de Nabucodonosor, ni contra Jerusalén y Judea. ¿Qué naves de Tarsis o del mar occidental tenían en aquellos tiempos los Judíos? Esta misma expresión y la sus-tancia de las otras se leen en el salmo 47, que manifiestamente habla del día del Señor: Porque he aquí que los reyes de la tierra se congre-garon, se mancomunaron. Ellos, cuando la vieron así, se maravilla-ron, se conturbaron, se conmovieron. Temblor se apoderó de ellos.

1 Is. 26, 20-21. 2 Is. 2, 11-15 y 17. 3 Is. 2, 19 y 21.

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Allí dolores como de la que está de parto. Con viento impetuoso harás pedazos las naves de Tarsis 1.

[290] Podrá decirse, y se dice, lo primero: que no se habla aquí de las naves propias de los Judíos, sino de los Tirios y Egipcios, que de-seaban e intentaban socorrer a Jerusalén contra la potencia de los Cal-deos. Mas dado caso que los Tirios y Egipcios tuviesen buena volun-tad, y óptima intención de socorrer a Jerusalén, ¿cómo podrían soco-rrerla con sus naves? ¿Jerusalén era acaso en aquellos tiempos algún puerto de mar? Si querían socorrerla, ¿no podrían hacerlo por tierra, los unos por la diestra, y los otros por la siniestra?

[291] Podrá decirse, y se dice, lo segundo: que la profecía no habla solamente contra Jerusalén y los Judíos, sino también contra Tiro, la cual, siendo en aquellos tiempos la reina del mar, y teniendo tantas naves que cubrían el Mediterráneo, no pudo con todo eso defenderse de la potencia del rey de Babilonia. Bien. Mas ¿a qué propósito se traen a consideración las naves de Tarsis (aunque todas hubiesen sido de sola Tiro) en la expedición de Nabucodonosor contra esta ciudad? ¿Quién ignora que el día o tiempo de este príncipe, aunque fue terrible y funestísimo para Tiro, no lo fue de modo alguno respecto de sus na-ves? Así como las naves de Tiro nada hicieron, ni podían hacer contra el ejército de Nabuco, que obraba por la parte de tierra, así este ejérci-to nada hizo, ni podía hacer contra las naves de Tiro; antes estas naves le quitaron de las manos todo el fruto que podía esperar de su trabajo, pues estas naves salvaron no solamente los habitadores, sino también todas las riquezas y tesoros inmensos de la reina del mar.

[292] San Jerónimo, sobre el capítulo 26 de Ezequiel, citando las historias antiguas de los Asirios, dice que los Tirios, viéndose ya sin esperanza de poder resistir a los Caldeos, se embarcaron en sus naves, embarcando consigo todas sus riquezas, y todo cuanto había en Tiro digno de alguna estimación; y se retiraron, unos a Cartago, colonia de Tiro, otros a la Jonia o Grecia, otros a otras partes de Europa y Africa; dejando al rey de Babilonia solamente la ciudad destruida, o el lugar donde había estado, como una piedra muy lisa 2. La verdad de esta noticia, sin recurrir a la historia antigua de los Asirios, se colige clarí-simamente del capítulo 29 del mismo Ezequiel: Hijo de hombre (le di-ce el Señor a este Profeta), Nabucodonosor rey de Babilonia hizo ha-cer una trabajosa campaña a su ejército contra Tiro; toda cabeza que-dó calva, y todo hombre quedó pelado; y no se le ha dado recompensa a él, ni a su ejército, acerca de Tiro, por el servicio que me ha hecho contra ella. Por tanto, esto dice el Señor Dios: He aquí que yo pondré

1 Sal. 47, 5-8. 2 Ez. 26, 4.

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a Nabucodonosor rey de Babilonia en tierra de Egipto; y tomará su multitud, y arrebatará su botín, y robará sus despojos; y habrá paga para su ejército, y por el servicio que me ha hecho contra ella 1.

[293] De manera que, habiendo trabajado tanto y padecido tanto el ejército de Nabuco en la expugnación de Tiro; habiendo servido a Dios con una trabajosa campaña, en abatir el orgullo de la reina del mar; y queriendo el mismo Dios premiar a este príncipe y a su ejército el gran servicio que le habían hecho, sin saber lo que hacían, le fue ne-cesario echar mano de otro erario, o de otro ramo de su erario, cual fue el Egipto, pues de Tiro no habían sacado utilidad alguna: Y no se le ha dado recompensa (dice el Señor) a él, ni a su ejército, acerca de Tiro. ¿Y por qué no había sacado utilidad alguna de una ciudad tan rica co-mo Tiro, sino porque sus naves habían librado a sus habitadores con todas sus riquezas? Luego aquellas palabras del Profeta, tan expresivas y tan vivas: Porque el día del Señor será… sobre todas las naves de Tarsis, no vienen al caso, ni son de modo alguno acomodables a los tiempos de Nabucodonosor, ni a su expedición contra los Judíos ni contra los Tirios. ¿Cuánto menos se podrán acomodar a aquellos tiem-pos todas las otras expresiones de la misma profecía? Porque el consi-derarlas todas en particular fuera una cosa molestísima y de poca o ninguna utilidad, yo sólo deseo que se repare en el versículo 11: Y en-corvada será la altivez de los varones; y sólo el Señor será ensalzado en aquel día; lo cual se vuelve a repetir en el versículo 17: Y será en-corvada la arrogancia de los hombres, y será abatida la altivez de los varones, y sólo el Señor será ensalzado en aquel día. Y los ídolos se-rán del todo desmenuzados. ¿Todo esto se verificó, hablando formal-mente, en tiempo de Nabucodonosor? ¿En tiempo de este príncipe fue exaltado, elevado y glorificado el Señor solo: Será ensalzado… y sólo el Señor será ensalzado en aquel día? Sólo que quiera acomodarse a Na-buco la palabra Señor, y no al que llama Señor toda la Escritura.

[294] Sobre todo aquellas palabras: Y los ídolos serán del todo desmenuzados, ¿cómo se acomodan al día o tiempo de Nabucodono-sor? Los intérpretes se dividen para esto en dos opiniones o modos de pensar. Unos dicen que aquí no se habla de los ídolos de toda la tierra en general, sino solamente de los ídolos de los Judíos. Estos ídolos, añaden, se acabaron del todo 2, respecto de los Judíos, porque desde la cautividad de Babilonia dejaron de ser idólatras. Mas ¿con qué razón se contraen a sólo los ídolos de los Judíos aquellas palabras tan abso-lutas y universales: En aquel día… los ídolos serán del todo desmenu-zados? ¿Con qué razón se asegura después de esto que los Judíos des-

1 Ez. 29, 18-20. 2 Is. 2, 18.

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de aquella época dejaron de ser idólatras? Lo contrario nos dice la Es-critura misma. Muchísimos lo fueron en su cautividad, y casi todos en Jerusalén y Judea en los tiempos del rey Antíoco. Otros confiesan que se habla aquí en general de los ídolos de toda la tierra, los cuales, aun-que en el imperio o día de Nabuco no se exterminaron plena y perfec-tamente, a lo menos se empezaron a exterminar entonces; es decir, en-tonces empezó el exterminio por los ídolos de los Judíos, y prosiguió después de algún tiempo por los ídolos de las otras naciones, ya con la predicación del Evangelio, ya también con los edictos del emperador Teodosio, en cuyo tiempo se acabó de verificar plenamente la profecía: Los ídolos serán del todo desmenuzados.

[295] En este modo de acomodar parece fácil reparar, entre otros, en dos defectos capitales. Primero: el Profeta habla ciertamente de un día, o tiempo, o época célebre, en la cual deberán suceder todas las co-sas que él mismo anuncia; entre estas cosas, una es el exterminio ple-no y total de los ídolos 1. Ahora bien, este día, o tiempo o época, quie-ren los doctores que fuese el día o tiempo de Nabuco. Mas como en es-te día no se verificó la ruina o exterminio de los ídolos, ni aun siquiera respecto de los Judíos; así como nada se verificó de cuanto dice esta profecía (ved la ingeniosidad), alargan este día de Nabuco muy cerca de mil años, que fueron los que pasaron hasta Teodosio, y esto única-mente para acomodar de algún modo el punto particular de los ídolos. Así, alargando aquel día mil veces más que el día célebre de Josué, que fue solamente por el espacio de un día 2, hay ya tiempo suficiente para seguir a este enemigo y acabar con él. En este día, pues, de Nabuco, se comenzó a verificar la profecía, esto es, se empezó a verificar en los ídolos de los Judíos. Pasados 600 años, se verificó mucho más en los ídolos de otras naciones, que creyeron al Evangelio por la predicación de los Apóstoles; y 400 años después se acabó de verificar por los edic-tos de Teodosio contra los ídolos.

[296] Segundo defecto: aun después de hecho el gran milagro de parar el sol y alargar aquel día cerca de mil años, ¿qué cosa se puede concluir contra aquel (texto) enemigo: Los ídolos serán del todo des-menuzados? ¿Los edictos de Teodosio exterminaron del todo los ído-los de toda la tierra? Los exterminaron, dicen, en el imperio romano. Mas aunque esto fuese verdad (que no lo es), ¿no había más ídolos en toda la tierra que los del imperio romano? ¿De estos solos habla la profecía? ¿No eran idólatras, y lo son hasta el día de hoy, los habitado-res de los vastísimos países del Asia, desde el Eufrates hasta la China? ¿Los habitadores de lo interior del Africa, hasta el Cabo de Buena Es-

1 Is. 2, 18. 2 Jos. 10, 13.

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peranza? ¿Los habitadores de la América, y de todas las islas del Océa-no? Y aun en la Europa misma, ¿no eran idólatras tres o cuatro siglos después de Teodosio casi todas las regiones septentrionales, desde el río de los Alpes hasta el Glacial? Conque aquellas palabras: Los ídolos serán del todo desmenuzados, ni se verificaron en el día de Nabucodo-nosor, ni en el día de Teodosio, ni tampoco en el día que ha corrido des-de Teodosio hasta el presente. Luego deberá llegar algún día en que se verifiquen, que será sin duda el mismo día en que deben verificarse to-das las palabras que preceden: Y será encorvada la arrogancia de los hombres, y será abatida la altivez de los varones, y sólo el Señor será ensalzado en aquel día. Y los ídolos serán del todo desmenuzados.

[297] Fuera de esto, se puede hacer aquí una reflexión tan breve como interesante. Los doctores mismos, desde el principio de esta pro-fecía, nos aseguran como una verdad indisputable, o como un artículo de fe, que se habla en ella del tiempo de Cristo, y de la Iglesia presente. Ahora bien, si esto es tan cierto y tan indisputable, ¿por qué no expli-can seguidamente toda esta profecía particular en este mismo supues-to, o sobre este nuevo artículo de fe? ¿Por qué dejan tan presto el tiempo de Cristo, y la predicación del Evangelio? ¿Por qué desde el ver-sículo 6 retroceden cerca de 600 años, recurriendo tan repentinamen-te al día de Nabuco? ¿Por qué dan luego un salto tan prodigioso desde Nabuco hasta Teodosio?

[298] Después de haber hecho estas y otras reflexiones, volved, Señor, a leer con más cuidado toda esta profecía particular, contenida en el capítulo 2 de Isaías. Si en esta lección ponéis los ojos únicamente en el segundo tiempo del Mesías, yo me atrevo a decir que con esta so-la diligencia al punto la entenderéis toda, desde la primera hasta la úl-tima palabra; y esto seguida y llanamente, sin hallar tropiezo ni emba-razo alguno que os obligue a retroceder, ni mucho ni poco, a otros días o tiempos ya pasados. Del mismo modo entenderéis al punto el último versículo de esta profecía particular que ha parecido tan oscuro.

Se consideran las últimas palabras de esta profecía

PÁRRAFO 5

[299] Después que el Profeta nos ha representado con la mayor vi-veza y elegancia la tribulación horrible de aquel día, la humillación de los soberbios, la exaltación y elevación del Señor solo, el exterminio pleno y total de los ídolos (en que se comprenden sin violencia alguna todas las falsas religiones), el temor con que andarán entonces los hom-bres, aun los más orgullosos, buscando por todas partes dónde escon-

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derse (pues dice el texto que entrará en las hendeduras de las pie-dras, y en las cavernas de las peñas, por causa de la presencia for-midable del Señor, y de la gloria de su majestad, cuando se levantare para herir la tierra); después de todo esto, concluye todo el misterio con estas palabras: Dejaos, pues, del hombre cuyo aliento está en sus narices, por cuanto él mismo es reputado por el excelso 1. ¿Qué quiere decir esto? ¿A quién se enderezan estas palabras? ¿Qué hombre es éste a quien no se debe irritar en aquel día? 2.

[300] Dos modos de pensar se hallan sobre éste en los intérpretes. El primero dice que estas palabras se enderezan a los Judíos para los tiempos de Nabuco, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del hombre…; esto es, dejad, oh Judíos, de resistir, o no resistáis a un hom-bre tan grande como Nabuco, cuyo espíritu está en sus narices, esto es, porque es un príncipe guerrero, espiritoso y lleno de fuego; es el azote de Dios; y él se mira a sí mismo, y es mirado de todos, como un hom-bre excelso 3, y superior a todos los hombres.

[301] El segundo modo de pensar pretende que las palabras se en-derezan a los Judíos, no para los tiempos de Nabuco, sino para los tiempos del Mesías, el cual es el hombre cuyo aliento está en sus nari-ces. En esta inteligencia las palabras tienen este sentido: Dejaos del hombre…; esto es, dejad, oh pérfidos Judíos, de resistir a vuestro Me-sías; dejad de perseguirlo, de injuriarlo, de calumniarlo; porque aun-que es un hombre manso, pacífico, es también un hombre superior a todos los hombres, cuyo aliento está en sus narices. Es un Hombre Dios, cuya omnipotencia os puede en un momento aniquilar.

[302] Entre estos modos de pensar se puede elegir el que parecie-re más conforme al texto de la profecía con todo su contexto; mas si esta conformidad no se halla ni en el uno ni en el otro, se puede exa-minar otro tercero que voy a proponer.

[303] Para cuya mejor y más clara inteligencia se debe tener pre-sente lo que hemos probado hasta aquí, esto es, que en toda esta pro-fecía particular, o en todo este capítulo 2 de Isaías, se habla manifies-tamente del día grande del Señor: Porque el día del Señor de los ejér-citos será sobre todo soberbio, y altivo, y sobre todo arrogante, y se-rá abatido; y sobre todos los cedros del Líbano altos, y erguidos…; y sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados; y sobre toda torre…, y sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todo lo

1 Is. 2, 22. 2 El original traduce el Quiescite así: De quien se debe descansar; pero nosotros, atendiendo a la

traducción del Padre Scio y a la paráfrasis de Vence, hemos preferido nuestra exposición del Quiescite. 3 Is. 2, 22.

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que es hermoso a la vista. Y será encorvada la arrogancia de los hombres, y será abatida la altivez de los varones, y sólo el Señor será ensalzado en aquel día, etc. Querer contraer todas estas expresiones tan generales y tan grandes a solos los Judíos, a sola Jerusalén y Ju-dea, y cuando más al Egipto y a Tiro; querer que el día del Señor 1 de que aquí se habla, fuese el día o tiempo de Nabuco, parece lo sumo a que puede llegar la violencia en la explicación de la Escritura santa. De este modo pudiéramos también decir que hablan con Nabuco aquellas palabras del salmo 109: El Señor está a tu derecha, quebrantó a los reyes en el día de su ira 2; pues este príncipe mató, despojó y aprisio-nó muchos reyes; y aquellas otras del salmo 45: Las naciones se con-turbaron, y los reinos bambolearon; dio su voz, movióse la tierra 3; pues todo esto sucedió en parte en el día de Nabuco. Si esta acomoda-ción se mirara como una violencia intolerable, ¿qué otra cosa podre-mos decir de aquélla guardando consecuencia?

[304] Hablándose, pues, aquí del día grande del Señor que todos esperamos, no tenemos que buscar alguna persona singular de quien hablen aquellas últimas palabras: Dejaos, pues, del hombre. Este hom-bre no es otra cosa que todo hombre en cuyas manos ha estado y estará hasta aquel tiempo toda la potestad emanada de Dios, todo el mando, todo el imperio, todo el juicio. Contra este hombre, o contra estos hom-bres que han formado la gran estatua y todo cuanto en ella se incluye, debe bajar directamente la piedra, y quebrantarla del primer golpe, y reducirla a polvo. Contra este hombre, o contra estos hombres, dice Daniel: Se sentará el juicio para quitarle el poder, y que sea quebran-tado, y perezca para siempre 4. Este hombre, o estos hombres, son los más amenazados de toda la Escritura; especialmente se puede consul-tar a este propósito todo el libro admirable de la sabiduría, que se dirige a ellos inmediatamente. Este hombre, o estos hombres, son evidente-mente los que en esta profecía de Isaías vienen figurados por los cedros del Líbano, por los altos robles de Basán, por los montes y collados, por las torres elevadas, etc., diciendo que el día del Señor será directa o in-mediatamente sobre ellos: Porque el día del Señor de los ejércitos, etc.

[305] Humillado, pues, este hombre, encorvado, quebrantado con el golpe terrible de la piedra, y como dice San Pablo, evacuado todo principado, potestad y virtud, se dirigen las últimas palabras de la pro-fecía de Isaías, no solamente a los Judíos en particular, sino general-mente a toda la tierra, o a todo el resto del linaje humano que no ha pasado por el filo de la espada del Rey de los reyes: Dejaos, pues, del

1 Is. 2, 12. 2 Sal. 109, 5. 3 Sal. 45, 7. 4 Dan. 7, 26.

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hombre cuyo aliento está en sus narices, por cuanto él mismo es reputado por el excelso 1. Descansad ya, oh pobres Judíos, y descansad también todo el residuo de las Gentes; descansad de la potestad y do-minación del hombre, cuyo espíritu, cuya fuerza, cuya grandeza con-sistía solamente en un poco de aire, que inspiraba y respiraba por sus narices; y no obstante esta necesidad, tan común a los hombres como a las bestias, él pensaba de sí que era excelso, o de otra clase superior al resto de los hombres, envaneciéndose en su potestad recibida de Dios como si fuese propia suya y no recibida: Por cuanto él mismo es reputado por el excelso.

Contexto de Miqueas, capítulo 4

PÁRRAFO 6

[306] El profeta Miqueas, después de haber anunciado hasta el versículo 6 el misterio general que anuncia Isaías, y casi con las mis-mas palabras, lleva el misterio mismo por otro camino particular, mi-rando en él únicamente lo que pertenece al estado futuro de su pueblo; digo futuro, no solamente respecto de los tiempos de este Profeta, sino también respecto de nuestros tiempos; pues las cosas que luego anun-cia ciertamente no se han verificado hasta el día de hoy: En aquel día (prosigue diciendo luego inmediatamente), en aquel día, dice el Señor, reuniré aquella que cojeaba; y recogeré a aquella que ya había dese-chado y afligido; y reservaré para residuos a la que cojeaba; y la que era afligida, para formar un pueblo robusto; y reinará el Señor sobre ellos en el monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo… Y vendrá el primer imperio, el reino de la hija de Jerusalén 2. Esta misma claudi-cante aparece con más ricas galas en el capítulo 3 de Sofonías: He aquí (le dice el Señor) que yo mataré a todos aquellos que te afligieron en aquel tiempo; y salvaré a la que cojeaba; y recogeré aquella que ha-bía sido desechada; y los pondré por loor y por renombre en toda la tierra de la confusión de ellos…; porque os daré por renombre, y por loor a todos los pueblos de la tierra, cuando tornare vuestro cautive-rio delante de vuestros ojos, dice el Señor 3.

[307] Dos cosas tenemos aquí que conocer, las cuales conocidas queda entendido todo el misterio. Primera: ¿Quién es esta claudican-te, a la que había desechado el Señor, y a la que había afligido? Se-gunda: ¿De qué día o de qué tiempos se habla aquí? Ambas cosas las resuelven los intérpretes con suma brevedad, diciendo o suponiendo

1 Is. 2, 22. 2 Miq. 4, 6-8. 3 Sof. 3, 19-20.

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que la claudicante no es otra que la casa de Judá, que Nabuco llevó cautiva a Babilonia; la cual, setenta años después, congrega Dios en Jerusalén y Judea, con licencia y beneplácito del rey Ciro. Mas ¿será posible ni aun tener por buena, ni aun por pasable, esta inteligencia, después de haber leído la profecía de Miqueas y Sofonías, y combi-nándolos con la historia sagrada? En tiempo de Ciro, dicen, congregó Dios algunas reliquias de la claudicante, que había afligido y arrojado de sí. Bien. ¿Y no hay más cláusula que ésta en ambas profecías? Si esta cláusula, mirada en sí misma y separada de todas las otras, se puede acomodar a los tiempos de Ciro, ¿será posible acomodarla a es-tos tiempos, si se une con las que preceden y con las que se siguen? En tiempo de Ciro, por ejemplo, cuando volvieron de Babilonia aque-llas reliquias, ¿reinó Dios sobre ellas en el monte Sión, desde enton-ces para siempre sin fin? Pues esto es lo que añade inmediatamente Miqueas: Y reinará el Señor sobre ellos en el monte de Sión, desde ahora y hasta en el siglo. En este tiempo, ¿volvió a esas reliquias la potestad primera y el reino de la hija de Jerusalén? Pues esto sigue anunciando el mismo profeta: Y vendrá el primer imperio, el reino de la hija de Jerusalén; que es lo mismo que había anunciado Amós: En aquel día levantaré el tabernáculo de David, que cayó… y lo ree-dificaré como en los días antiguos 1. En aquel día o tiempo de Ciro, ¿puso Dios estas reliquias, que volvieron de Babilonia, por loor y por renombre en toda la tierra? 2. Pues esto promete Dios por Sofonías, versículos 19 y 20; y poco antes había dicho a la misma claudicante, versículo 15: Rey de Israel, el Señor en medio de ti, nunca más teme-rás mal. En aquel día se dirá a Jerusalén: No temas, Sión, no se des-coyunten tus manos. El Señor Dios tuyo en medio de ti, el Fuerte, él te salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará por su amor, se regocijará sobre ti con loor, etc. 3. ¡Qué cosas tan diversas y tan aje-nas de las que sucedieron en la vuelta de Babilonia, como de todas las que han sucedido hasta el presente!

[308] Fuera de esto, los intérpretes nos dicen de esta profecía de Miqueas lo mismo que de la de Isaías, esto es, que una y otra empiezan hablando del tiempo del Mesías y de la Iglesia cristiana. Siendo esto así, ¿por qué no prosiguen la explicación en este supuesto? ¿Por qué dejan tan presto el tiempo del Mesías, y retroceden repentinamente más de 500 años a buscar el tiempo de Ciro y a refugiarse en él? ¿Por qué cortan desde el versículo 6 la narración seguida del profeta de Dios, tomando libremente unas cosas para un tiempo y otras para otro? ¿Por qué se hacen dos o más días diversos, cuando la profecía, desde el

1 Amós 9, 11. 2 Sof. 3, 19. 3 Sof. 3, 15-17.

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principio hasta el fin, habla seguidamente de un mismo día? 1. Sucede-rá en el último de los días; y luego va anunciando en particular todo lo que ha de suceder en este día novísimo. Primero: se preparará el mon-te de la casa del Señor sobre la cima de los montes, y fluirán hacia este monte las gentes y los pueblos. Segundo: el Señor los juzgará a todos, los argüirá, los corregirá, y en consecuencia de esta corrección y de es-te juicio, quedarán todos desarmados; convertirán sus armas en ins-trumentos de agricultura; no tomarán la espada en adelante la una gente contra otra, ni aprenderán más a pelear; sino que todos vivirán como buenos hermanos en paz y quietud; pues lo ha pronunciado por su boca el Señor de los ejércitos. Tercero: en este mismo día novísimo congregará el Señor a la claudicante, a quien había afligido, y arrojado de sí por justísimas causas. Cuarto: reinará el Señor sobre las reliquias de esta claudicante en el monte Sión, desde entonces hasta en el siglo; ni la arrojará otra vez de sí. Quinto: vendrá la potestad primera, o el reino de la hija de Jerusalén, etc.

[309] Ahora, en toda esta narración seguida, ¿se ve vestigio alguno de muchos días, o tiempos, o épocas diversas? ¿No se ve, por el contra-rio, que todo habla seguidamente de aquel mismo día, o tiempo, o épo-ca novísima de que empieza a hablar, diciendo: Acaecerá en los últi-mos días? Conque si este día o tiempo es el tiempo primero del Me-sías, como quieren los intérpretes, deberán explicar toda esta profecía particular, sin salir de este mismo tiempo. Y si esto no les es posible, deberán contentarse, y no tener a mal, que se explique toda, desde el principio hasta el fin, en el segundo tiempo del Mesías, sin salir de él, y sin claudicar en dos partes.

Se confirma todo este punto con el salmo 45

PÁRRAFO 7

[310] La inteligencia de este salmo parece clara y facilísima, si se combina lo que en él se dice con lo que acabamos de observar en las dos profecías de Isaías y Miqueas. Todo camina naturalmente hacia un misterio y un mismo tiempo. Y aunque para mi propósito actual bas-taba la observación de dos o tres versículos de este salmo, me parece conveniente observarlo todo, ya por ser brevísimo, pues sólo tiene do-ce versículos (o por mejor decir, diez, siendo los dos últimos repetición de lo que ya se ha dicho), ya porque es interesante en sí mismo, ya por-

1 Miq. 4, 1.

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que su inteligencia abre el sentido de otros muchos salmos, y de otras muchísimas profecías.

Exposición del salmo 45

[311] El Dios nuestro es refugio y fuerza, ayudador en las tribula-ciones que han dado con nosotros sobremanera. Por eso no temere-mos mientras que sea conmovida la tierra, y trasladados los montes al medio del mar 1. ¿Quién habla en esta profecía? ¿De qué tiempo o para qué tiempo se habla en ella? Los doctores cristianos (según su sistema, o empeño formal de acomodarlo todo en cuanto es posible a la Iglesia presente) dicen, por consiguiente, que aquí habla la Iglesia, cuando pasados los trescientos años de la persecución, quedó victorio-sa de todos sus enemigos, a lo menos de los externos, y en una paz universal con la conversión, y bajo la protección del gran Constantino.

[312] Esta inteligencia fuera bastante buena, a lo menos en aquel sentido no tan bueno, que se llama acomodaticio, si todo el salmo se concluyese en el versículo 6. El gran trabajo es que ésta es solamente la mitad del salmo, la cual, debiendo unirse con la otra mitad, en esta inteligencia no se une, antes se le opone y la rechaza, sin esperanza ra-zonable de acomodación. Esta parece la verdadera razón por que los intérpretes de los salmos, aun los más difusos por otra parte, apenas tocan con suma prisa esta segunda mitad, como si en ella no hubiese cosa alguna digna de consideración. Algunos otros tiran a explicarla brevísimamente, y pretenden haberla explicado suficientemente con sólo insinuar una manifiesta violencia con una extrema satisfacción, diciendo, o suponiendo, que desde Constantino hasta la era presente se ha verificado todo cuanto dicen los Profetas de la paz y felicidad del reino del Mesías; a lo que debe añadirse que los unos y los otros no de-jan de omitir del todo algunas palabras, como si fuesen de ninguna im-portancia, y aquéllas precisamente que no se dejan acomodar.

[313] Por todo lo cual, y por otras razones más inmediatas que lue-go veremos, decimos resuelta y confiadamente, según las Escrituras, que quien habla en este salmo y en los dos siguientes (así como en mu-chos otros, que a mi parecer pasan de la mitad) es la claudicante mis-ma, no en cualquier estado o tiempo indeterminado, sino precisamen-te en el tiempo y estado de su futura vocación, de su congregación, de plenitud, etc.

[314] Esta claudicante, esta pobre enferma, está abandonada del cielo y de la tierra, aunque cubierta toda de llagas horribles, desde la

1 Sal. 44, 2-3.

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planta del pie hasta la coronilla de la cabeza 1, es ciertísimo que algún día ha de ser curada de sus llagas, y restituida a una perfecta sanidad. Es verdad que por Jeremías le dice el Señor que su rotura es incurable, y pésima su llaga, porque la ha herido como a enemiga, y la ha castiga-do con crueldad 2; mas también es verdad que le dice estas palabras tan expresivas únicamente para que conozca la grandeza de su mal, y por ella la grandeza del bien que le está preparado; pues luego la consuela con la promesa de su perfecta sanidad: Porque te cerraré la cicatriz, y te sanaré de tus heridas… Porque te llamaron, oh Sión, la echada a fuera, ésta es la que no tenía quien la buscase, etc. 3.

[315] Pues esta claudicante, vuelvo a decir, a la que había dese-chado el Señor, y a la que había afligido, sanada enteramente de to-das sus llagas, cubiertas del todo aún las cicatrices, y congregada ya con todas sus reliquias, con grandes piedades, es la que empieza a ha-blar, o en persona de quien empieza y prosigue hablando el Espíritu Santo, por boca de David, en todo el salmo 45, y en los dos siguientes.

[316] VERSÍCULO 2. El Dios nuestro es refugio y fuerza, ayudador en las tribulaciones que han dado con nosotros sobremanera 4. El Se-ñor es nuestro refugio, y nuestra fortaleza; su brazo omnipotente nos ha sacado libres de tantas angustias y tribulaciones antiguas y nuevas, que han dado con nosotros sobremanera; no tenemos ya que temer, aunque se turbe y desconcierte toda la tierra, aunque los montes sean arrancados de su sitio y hundidos en lo más profundo del mar; modo de hablar que denota una verdadera confianza y plena seguridad, bajo la protección del omnipotente. Pasa luego a decir proféticamente y muy en breve lo que debe suceder, según todas las Escrituras, en la venida gloriosa del Señor; mejor diremos lo que en aquel tiempo de que habla en espíritu deberá suceder.

[317] VERSÍCULO 4. Sonaron y turbáronse sus aguas; se estreme-cieron los montes a la fortaleza de él 5. Estas expresiones son conoci-damente metafóricas, tomándose aquí, por las aguas turbadas y so-nantes, la agitación, ruido confuso y espantable de todas las gentes, pueblos y lenguas, por causa de la presencia formidable del Señor, y de la gloria de su majestad, cuando se levantare para herir la tierra 6 (lo cual se explica luego en este mismo sentido en el versículo 7); to-mándose del mismo modo por la conturbación de los montes, la con-turbación y temblor de los hombres más altos y sublimes, que prece-

1 Deut. 28, 35; Job 2, 7; Is. 1, 6. 2 Jer. 30, 12 y 14. 3 Jer. 30, 17. 4 Sal. 45, 2. 5 Sal. 45, 4. 6 Is. 2, 19 y 21.

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den en dignidad, y se elevan sobre los otros hombres; lo cual se dice claramente en la profecía de Isaías que poco ha observamos: Porque el día del Señor de los ejércitos será sobre todo soberbio, y altivo, y so-bre todo arrogante, y será abatido; y sobre todos los montes altos… y los collados elevados. Esto mismo se dice de la claudicante después de sanada de sus llagas y cubiertas las cicatrices: He aquí que el torbe-llino del Señor, el furor impetuoso, la tempestad deshecha, en la ca-beza de los impíos reposará. No desviará el Señor la ira de indigna-ción, hasta que haga y cumpla el pensamiento de su corazón 1. Y para que no se ignore el misterio ni el tiempo de que se habla, añade inme-diatamente que estas cosas las entenderá la claudicante solamente en el día novísimo 2. Yo supongo a cualquiera que lee plenamente entera-do de lo que significan propia y rigurosamente, en frase de la Escritu-ra, ésta y semejantes expresiones: En lo último de los días; en los úl-timos días; en aquel día; en aquel tiempo; para el día de nuestro Se-ñor, etc.; de las cuales expresiones usan frecuentemente en sus epísto-las San Pedro y San Pablo, cuando hablan de la venida del Señor en gloria y majestad.

[318] VERSÍCULO 5. El ímpetu del río alegrará la ciudad de Dios; santificó su tabernáculo el Altísimo 3. Para entender bien estas pala-bras, que a primera vista parece que no vienen al caso, yo no hallo otro mejor intérprete que la paráfrasis Caldea; la cual, así entre los Judíos como entre los Cristianos, se ha mirado siempre con extraordinario respeto. A lo menos es cierto que su autoridad pesa más, según pare-ce, que la de cualquier doctor particular. Esta, pues, explica así este versículo: los pueblos como ríos, y sus arroyos vendrán, y alegrarán la ciudad de Dios, y orarán en la casa del santuario del Señor, en los tabernáculos del Altísimo.

[319] En esta inteligencia concuerda este texto con innumerables otros de que están llenas las Escrituras, entre ellos: con el texto de Isaías: Correrán a él (al monte Sión) todas las gentes; con el de Mi-queas: Y correrán a él los pueblos; con el de Zacarías: Y todos los que quedaren de todas las Gentes que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año a adorar al Rey, que es el Señor de los ejércitos 4; con lo que se le dice a Jerusalén en todo el capítulo 60 de Isaías, máxima-mente desde el versículo 4: Tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas del lado se levantarán. Entonces verás y te enriquecerás, y tu corazón se maravillará y ensanchará, cuando se convirtiere a ti la muchedum-bre del mar, y la fortaleza de las naciones viniere a ti; inundación de

1 Jer. 30, 23-24. 2 Jer. 30, 24. 3 Sal. 45, 5. 4 Zac. 14, 16.

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camellos te cubrirá, etc. 1; concuerda, en suma, con el salmo 85: Todas las Gentes, cuantas hiciste, vendrán y te adorarán, Señor, y glorifica-rán tu nombre 2. Si no obstante alguno pretende que el ímpetu del río deba significar aguas materiales propiamente dichas, no nos queremos oponer a este sentido, pues no hay en ello inconveniente alguno. Para lo cual se puede considerar el capítulo 47 de Ezequiel, en donde se ha-llan aguas vivas en abundancia, que deben salir en aquellos tiempos debajo del umbral de la casa, y formar aquel delicioso torrente, pobla-do por una y otra parte de árboles frutales: Y sobre el arroyo nacerá en sus riberas de una y otra parte todo árbol que lleve fruto; no caerá de él la hoja, ni faltará su fruto; cada mes llevará frutos nuevos, por-que sus aguas saldrán del santuario; y sus frutos servirán de comida, y sus hojas para medicina 3. Estas mismas aguas se hallan en el capí-tulo 14 de Zacarías: Acaecerá en aquel día: Saldrán aguas vivas de Jerusalén; la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la mitad de ellas hacia el mar último; en verano y en invierno serán 4. Todo lo cual lo toma San Juan, lo extiende, lo explica, lo aclara, y lo hace servir en el capítulo último de su Apocalipsis, como observaremos a su tiempo.

[320] VERSÍCULO 6. Dios, en medio de ella, no será conmovido (o no se apartará); la ayudará Dios por la mañana al rayar el alba 5. Dios no se moverá en adelante, o no se apartará de en medio de ella. ¿De quién? Manifiestamente de la claudicante misma, a la que había desechado el Señor, y a la que había afligido; de la cual se apartó, o a quien apartó de sí después que ella reprobó a su Mesías, y cerró obsti-nadamente los ojos a la gran luz, y los oídos a las voces de sus envia-dos. A la Iglesia presente en tiempo de Constantino no pueden compe-ter estas palabras con alguna propiedad; pues Dios no se había apar-tado ni movido de en medio de ella en los tres siglos anteriores, aun en medio de sus mayores persecuciones, dirigidas por su sabia y benéfica mano; antes estas persecuciones habían sido como un óptimo cultivo que la hicieron dar frutos excelentes, y en una prodigiosa cantidad. Es-ta promesa del Señor de no apartarse jamás de Sión, ahora claudican-te, después que la llame y recoja todas sus reliquias con grandes pie-dades, se halla repetida de mil maneras y con suma claridad en otros muchos lugares de la Escritura santa, que tantas veces hemos obser-vado; ni hay para qué repetirlos aquí. Debo, no obstante, repetir uno o dos, por si se hubiesen olvidado todos los demás. En Sofonías, por ejemplo, hablando con la claudicante misma, y llamándola con este nombre, se le dicen estas palabras: Da loor, hija de Sión; canta, Is-

1 Is. 60, 4-6. 2 Sal. 85, 9. 3 Ez. 47, 12. 4 Zac. 14, 8. 5 Sal. 45, 6.

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rael; alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. El Señor ha borrado tu condenación, ahuyentó tus enemigos. Rey de Israel, el Señor en medio de ti, nunca más temerás mal. En aquel día se dirá a Jerusalén: No temas, Sión, no se descoyunten tus manos. El Señor Dios tuyo en medio de ti, el Fuerte, él te salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará por su amor, se regocijará sobre ti con loor 1.

[321] Lo mismo en sustancia se anuncia en Ezequiel 2, después que revivan los huesos áridos y secos, y se les introduzca el espíritu de vida: Y morarán sobre la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual mora-ron vuestros padres…; y David mi siervo será príncipe de ellos perpe-tuamente. Y haré con ellos alianza de paz, alianza eterna tendrán ellos; y los cimentaré, y multiplicaré, y pondré mi santificación en medio de ellos por siempre. Y estará mi tabernáculo entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las gentes que yo soy el Señor, el santificador de Israel, cuando estuviere mi santificación en medio de ellos perpetuamente 3.

[322] Compárense ahora estas dos profecías (como si fuesen úni-cas, y no hubiese otras muy semejantes) con las palabras del salmo, que actualmente observamos: Dios en medio de ella no será conmovi-do, y me parece que se hallará el mismo misterio y en el mismo tiem-po, sin poder dudarlo.

[323] A más de la promesa que hace aquí el Señor de no apartarse más de Sión, después que la recoja y la sane de todas sus llagas, señala inmediatamente el tiempo en que estas cosas se empezarán a verificar, diciendo que esto sucederá al amanecer o al venir el día: La ayudará Dios por la mañana al rayar el alba 4.

[324] ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué día es éste de cuyo principio se habla aquí? ¿Es acaso algún día natural de diez o doce horas? ¿No sal-ta luego a los ojos, y se presenta de suyo aquel mismo día de que tanto hablan los Profetas de Dios, los Apóstoles, y aun los Evangelios? ¿El día, digo, del Señor, a distinción del día de los hombres? Si no es éste el día de que se habla, ¿cuál podrá ser? El decir: Ayudó Dios a su Igle-sia por la mañana al rayar el día…, esto es, oportuna y prontamente, son palabras que en realidad nada explican; pues a su Iglesia, siempre y a todas horas la ha ayudado el Señor, y no dejará de ayudarla hasta la consumación del siglo 5.

[325] Hablando, pues, del día del Señor, dice David que, muy al al-ba de este día, o al acabarse el día antecedente, esto es, el Hoy de que

1 Sof. 3, 14-17. 2 Ez. 37. 3 Ez. 37, 25-28. 4 Sal. 45, 6. 5 Mt. 28, 20.

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habla San Pablo citando el salmo 24: Amonestaos vosotros mismos los unos a los otros cada día, entre tanto que se nombra Hoy 1; entonces ayudará Dios a esta miserable enferma, dándole la mano para que se le-vante: La ayudará Dios por la mañana al rayar el alba. Con esta inte-ligencia, podemos decir sin exageración, concuerdan las palabras de los Profetas así como está escrito; y concuerdan tanto que, por esta concordancia, han concluido los doctores como una verdad innegable que los Judíos se han de convertir algún día; mas esto será, añaden se-gún su sistema, al fin del mundo, y en vísperas de acabarse todo, como si fuese lo mismo fin del mundo que fin del siglo; y como si el día del Señor que debe amanecer en su venida, no se pudiese separar del fin del mundo, o no se debiese separar, según las Escrituras. Dije el fin del mundo, en lo cual sólo entiendo el fin de los viadores o de la genera-ción y corrupción; porque yo no soy de parecer que el mundo, esto es, los cuerpos materiales o globos celestes que Dios ha criado (entre los cuales uno es el nuestro en que habitamos), haya de tener fin, o volver al caos o nada de donde salió. Esta idea no la hallo en la Escritura; an-tes hallo repetidas veces la idea contraria, y en esto convienen los me-jores intérpretes. A su tiempo espero hablar sobre esto de propósito.

[326] Debemos ahora detenernos un momento más en la conside-ración de la palabra por la mañana. Esta palabra se halla no pocas ve-ces en los Profetas y Salmos; y es fácil reparar que se usa de ella cuando se habla de la vocación futura de Israel, o de su congregación y asun-ción con grandes piedades. Por ejemplo, el capítulo 26 de Isaías es un cántico admirable, muy semejante en lo sustancial al salmo 45, el cual cántico dice el mismo Isaías que se cantará en aquel día en la tierra de Judá 2. Entre las cosas que dice proféticamente la persona que lo ha de cantar, esto es, Sión, ahora enferma y claudicante, una de ellas es ésta: Mi alma te desea en la noche; y con mi espíritu en mis entrañas ma-drugaré a ti 3. Mi alma, le dice a su Mesías, te ha deseado siempre en la noche. ¿En qué noche? Sin duda en la noche presente, pues respecto de ella en este asunto todo es noche. No obstante, en medio de esta noche lo desea, y suspira incesantemente por él, no pudiendo persua-dirse, ya por falta de luz, ya por vicio del órgano interno, que es aquel mismo, según las Escrituras, a quien ella reprobó y pidió para el su-plicio de la cruz, obstinada siempre en aquella necia y funestísima ne-gativa, profetizada por el mismo Mesías: No queremos que reine éste sobre nosotros 4. Mas cuando esta noche esté para acabarse, con la ve-cindad del siguiente día, entonces (dice en espíritu) que no se dormirá,

1 Heb. 3, 13. 2 Is. 26, 1. 3 Is. 26, 9. 4 Lc. 19, 14.

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sino que se alzará pronta y fervorosamente, y estará despierta al ama-necer: Y con mi espíritu en mis entrañas madrugaré a ti. Lo mismo y con circunstancias más particulares dice por Miqueas en el capítulo 7, versículo 7, lo que es bien digno de una profunda consideración.

[327] Por Oseas, capítulo 6, dice el Señor, hablando de la conver-sión futura de Israel, como parece claro por todo el contexto: En su tri-bulación por la mañana se levantarán a mí (diciendo): Venid, y vol-vámonos al Señor. Porque él nos tomó, y nos sanará; herirá (o hirió, como leen Pagnini y Vatablo), y nos curará. Nos dará la vida después de dos días; al tercero día nos resucitará, y viviremos en su presen-cia. Conoceremos al Señor, y le seguiremos para conocerle. Como el alba está preparada su salida, etc. 1.

[328] En el salmo 6 se dice: En la mañana… oirás mi voz. En la mañana me pondré en tu presencia y veré, etc. 2. En el salmo 89: Ala-baré con regocijo de mañana tu misericordia 3. En el salmo 39: Hemos sido colmados de tu misericordia desde la mañana… Nos hemos ale-grado por los días que nos humillaste, por los años en que vimos ma-les 4. Y en otras partes: Mi oración madrugará a ti… 5. Hazme oír por la mañana tu misericordia 6. Todo lo cual concuerda con el salmo 45 que actualmente observamos: La ayudará Dios por la mañana, etc. 7.

[329] VERSÍCULO 7. Las naciones se conturbaron, y los reinos bam-bolearon; dio su voz, movióse la tierra 8. En el versículo 4 había dicho Sión esto mismo con la metáfora de la agitación y sonido de las aguas del mar, y de la moción y conturbación de los montes: Sonaron y tur-báronse sus aguas; se estremecieron los montes a la fortaleza de él 9; aquí lo dice ya claramente, sin metáfora alguna. Las gentes todas se han conturbado, e inclinado los reinos, sin duda con el golpe de la piedra. Todo lo cual acaba de suceder en el tiempo de que se habla, y lo ha visto Sión, aunque de lejos, y lo ha sabido y sentido desde el retiro de su sole-dad. El Señor, prosigue diciendo, ha hecho sentir su voz, y la tierra to-da se ha movido 10. Este movióse la tierra se halla con más fuerza y vi-veza en las otras versiones. Pagnini lee: Dejó de ser la tierra. Vatablo: Se amedrentó la tierra. La paráfrasis Caldea: Se disolvieron los habi-tadores de la tierra. Esta voz del Señor, tan grande y tan operativa, no

1 Os. 6, 1-3. 2 Sal. 5, 4-5. 3 Sal. 58, 17. 4 Sal. 89, 14-15. 5 Sal. 87, 14. 6 Sal. 142, 8. 7 Sal. 45, 6. 8 Sal 45, 7. 9 Sal. 45, 4. 10 Sal. 45, 7.

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es otra cosa manifiestamente que aquella vara de su boca de que habla Isaías: Y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío 1; o lo que es lo mismo, aquella espada de dos filos que ha de traer en su boca el Rey de los reyes, para herir con ella a las Gentes 2.

[330] A este propósito se puede leer todo el capítulo 24 de Isaías, en que se habla, por confesión de todos, de la venida del Señor que es-peramos; y entre otras cosas, se debe reparar en aquella viva y elegan-te descripción que hace el Profeta, del espanto, conmoción y conturba-ción de toda la superficie de la tierra, por estas palabras: Totalmente será quebrantada la tierra; desmenuzada enteramente será la tie-rra; conmovida sobremanera será la tierra, será agitada muy mucho la tierra como un embriagado, y será quitada como tienda de una noche; y la agobiará su maldad, y caerá, y no volverá a levantarse 3. Ninguno que lea este capítulo puede ignorar que aquí no se habla de lo material de nuestro globo en que habitamos, sino de sus habitadores, que han corrompido su superficie con su iniquidad, y la corromperán todavía mucho más. De esta superficie de la tierra empieza hablando desde las primeras palabras: He aquí que el Señor desolará la tierra, y la despojará, y afligirá el aspecto de ella, y esparcirá sus morado-res 4; y aquí mismo dice que después de esta aflicción, agitación y con-moción de la superficie de la tierra, quedarán en ella algunas reliquias del linaje humano: Y quedarán pocos hombres…, como si algunas po-cas aceitunas que quedaron, se sacudiesen de la oliva; y algunos re-buscos, después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la grite-ría desde el mar 5.

[331] Habiendo, pues, sucedido este movimiento, agitación y con-turbación de la superficie de la tierra, prosigue Sión con todas sus pre-ciosas reliquias, diciendo llena de un sagrado júbilo y penetrada del más vivo reconocimiento:

[332] VERSÍCULO 8. El Señor de los poderíos con nosotros; nues-tro amparador el Dios de Jacob 6. El Señor de las virtudes (este nom-bre se le da al Mesías en varias partes de la Escritura, por ejemplo en el salmo 20), el Señor de las virtudes está ya con nosotros, y nos ha llamado, iluminado, perdonado y recibido entre sus brazos el Dios de Jacob.

1 Is. 11, 4. 2 Apoc. 19, 15. 3 Is. 24, 19-20. 4 Is. 24, 1. 5 Is. 24, 6 y 13-14. 6 Sal 45, 8.

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[333] Luego, mirando el estado actual de la tierra, y comparándolo con todos los tiempos ya pasados, ciertamente oscuros y tenebrosos en su comparación, convida al residuo de las Gentes a ver, admirar y ala-bar al común Señor, por tantos prodigios nuevos e inauditos que ha obrado en nuestra tierra con su presencia; uno de los cuales, y el más admirable y estimable entre todos, es la paz universal, la cual se anun-cia y describe por estas breves y expresivas palabras:

[334] VERSÍCULO 9. Venid, y ved las obras del Señor, las maravi-llas que puso sobre la tierra. Que aparta las guerras hasta la extre-midad de la tierra. Hará trizas el arco, y quebrará las armas; y que-mará al fuego los escudos 1. El confronto de este texto con el de Isaías y Miqueas forma, según parece, su propia y legítima explicación, a la cual nada tenemos que añadir, persuadidos en verdad que no puede admitir otra, según las Escrituras. Si con esta idea clara y sencilla se leen inmediatamente los salmos siguientes, podrán servir de mayor confirmación, y facilitar la inteligencia de otros muchos salmos y de otras muchísimas profecías. Especialmente se entenderá al punto, sólo con leerlo, todo el salmo 75, muy semejante al 45, aunque con noticias todavía más particulares: Conocido es Dios en la Judea; en Israel es grande su nombre. Y está hecho su asiento en la paz, y su morada en Sión. Allí quebró las fuerzas de los arcos, el escudo, la espada y la guerra, etc. 2.

[335] No hay duda que estas cosas y otras muchas del todo seme-jantes se procuran acomodar del modo posible a algunos sucesos anti-quísimos que se leen en la historia sagrada; mas como esta acomoda-ción, aunque intentada con empeño, y empezada tal vez con felicidad, no es fácil ni posible llevarla adelante por los graves y continuos emba-razos que a cada paso se presentan, se ven al fin precisados los intér-pretes más literales a recurrir frecuentísimamente a sentidos figurados y puramente acomodaticios, y parar en ellos. Sin este recurso, a lo me-nos en parte, les sería necesario admitir el nuestro; pues, lejos de ha-llar en él algún embarazo insuperable, todo lo hallarían fácil y llano, y tanto más cuanto más nos avanzamos. Así como entendemos obvia y literalmente, y en este sentido recibimos religiosamente, todo cuanto hay en las Escrituras, perteneciente a la primera venida del Mesías y a sus efectos admirables; así entendemos y recibimos lo que está escrito y claramente anunciado para la segunda, que es sin comparación mu-cho más. Para lo uno y para lo otro nos acompañan del mismo modo las Escrituras, nos instruyen, nos ayudan, nos alumbran, y ninguna de ellas se nos opone.

1 Sal. 45, 9-10. 2 Sal. 75, 2-4.

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Apéndice

[336] Cualquiera que haya leído hasta aquí (si tiene alguna noticia de las Escrituras) no tendrá dificultad en creer que los fenómenos que hemos observado no son los únicos en las mismas Escrituras que me-recen particular observación. Yo tenía notados desde el principio hasta veinticuatro, con ánimo de observarlos cada uno de por sí; y de éstos he observado sólo diez. Como en ellos me he detenido mucho más de lo que había imaginado, me parece ya conveniente el parar aquí. Las observaciones que quedan hechas parecen más que suficientes para poder formar un juicio prudente sobre la causa general que he procu-rado defender. Los que, no contentos con éstas, quisieren todavía nue-vas observaciones, las pueden hacer por sí mismos con gran facilidad. Las Escrituras ofrecen en este asunto abundantísima materia. No fal-tan sino ojos atentos que, mirando cada cosa de por sí, y combinándo-las con otras, o idénticas o semejantes, las expliquen en ambos siste-mas, y pesen luego en fiel balanza ambas explicaciones. Yo no puedo en esto detenerme más, así porque me llaman otras cosas algo más in-teresantes, como porque me siento ya notablemente fatigado en esta especie de trabajo, y pienso lo mismo respecto de quien lee. No obs-tante, debo confesar que dejo con repugnancia la observación de algu-nos puntos o fenómenos que ya tenía preparados, principalmente el de Jerusalén. Permítaseme tocar aquí este punto con la mayor brevedad posible, y dar alguna ligera idea de lo que en él hay de más sustancial y de más interesante en el asunto que tratamos.

Jerusalén

[337] De dos modos hablan las Escrituras de Jerusalén, esto es, en historia y en profecía. Lo que pertenece a la historia no hace a nuestro propósito, ni ha menester observación particular. Todos los Cristianos creemos fielmente todos aquellos sucesos conforme los hallamos escri-tos, los entendemos a la letra sin gran dificultad, y a ninguno le ha pa-sado por el pensamiento darles otro sentido diverso del que suenan obvia y literalmente las palabras. No sucede así con Jerusalén en pro-fecía. Según la práctica común, lo que en ella se anuncia no siempre puede entenderse literalmente, sino ya en éste, ya en aquél, ya en otro sentido diversísimo, según las circunstancias. Estas circunstancias, si-guiendo la misma práctica común, ¿deben tomarse de las mismas pro-fecías, o de las cosas particulares que se anuncian en ellas? Porque unas son manifiestamente contrarias a Jerusalén, otras manifiesta-

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mente favorables (y entre ellas, no pocas, grandes en extremo). Unas le anuncian tantos castigos y tan horribles, cuantos y cuales ha visto y ve todo el mundo plena y perfectamente verificados; otras le anuncian tantos favores y beneficios tan extraordinarios, que han parecido y pa-recen todavía del todo increíbles. Unas le anuncian ira y venganza, no solamente para los tiempos anteriores, sino mucho más para los tiem-pos posteriores al Mesías: Porque éstos son días de venganza (dice el mismo Mesías), para que se cumplan todas las cosas que están escri-tas… Y caerán a filo de espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, y Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones 1; otras le anuncian amor, com-pasión y misericordia. Unas le anuncian terror, ruina, desolación; otras, bondad y paz, reedificación y creación. Unas, muertes e ignomi-nia; otras, resurrección y gloria.

[338] Las primeras se entienden sin dificultad en su sentido pro-pio, obvio y literal; tanto que, como dicen (y con suma razón), éste es su único sentido, que no admite ni puede admitir el consorcio de otros sentidos, pues en este verdadero sentido todas se han verificado ya plenísimamente, sin haberles faltado ni un punto, ni un tilde. Dios lo dijo por sus profetas, y todo se ha cumplido como lo dijo 2. La última profecía contra esta inicua e ingrata ciudad fue la del Mesías mismo, (cuando) al ver la ciudad lloró sobre ella 3; y esta profecía (registrada ya en el capítulo 9, versículo 26, de Daniel) se cumplió perfectamente cuarenta años después de la muerte del Señor, como es notorio a todo el mundo. Es, pues, constante que todas cuantas profecías hay en las Escrituras contrarias a Jerusalén se deben tomar a la letra, y entender en este sentido, pues así las vemos ya todas plenamente verificadas; mas las favorables no. ¿Por qué razón? Porque éstas no se han verifi-cado hasta ahora, ni se han podido verificar, ni hay ya tiempo ni espe-ranza de que puedan jamás verificarse literalmente, en especial aque-llas grandes y magníficas, cuya grandeza misma muestra bien que ocul-tan en su corazón grandes tesoros.

[339] Veis aquí reducido a pocas palabras el modo práctico de discurrir en el asunto de Jerusalén, así como en tantos otros de que ya hemos hablado. Y veis aquí, vuelvo a repetir, aquel gran supuesto que ha hecho ininteligible una gran parte de las profecías; pues en dicho supuesto no hay otra cosa en el misterio grande de Dios que la Iglesia presente y el cielo, es decir, la vocación de las Gentes en lugar de Is-rael, por la incredulidad de ellos, y el fin del mundo. Por una buena consecuencia, parece imposible la verificación propia y literal de aque-

1 Lc. 21, 22 y 24. 2 Sal. 32, 9. 3 Lc. 19, 41.

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llas magníficas profecías que anuncian a Jerusalén tanta grandeza, majestad y gloria, y al mismo tiempo tanta justicia y santidad cual nunca se ha visto, ni se ha podido ver, en los siglos anteriores. Así, los que han mirado aquel supuesto como una verdad, no solamente han desechado el sentido propio y literal en la explicación de todas estas profecías favorables, sino que, con grande y ardentísimo celo, repren-den durísimamente a los Judíos, y tratan de judaizantes, de groseros, de imbéciles, y tal vez de herejes, a los que en este y otros puntos se-mejantes han creído más a la afirmación de Dios que a las suposicio-nes humanas.

[340] El gran argumento y el único que oponen contra todas las profecías favorables a Jerusalén, es una profecía de Daniel, en que, ha-blando de la muerte del Mesías (según la Vulgata) y de las resultas te-rribles para Jerusalén y para todo el pueblo de Israel, dice así: Y un pue-blo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad y el santuario; y su fin estrago, y después del fin de la guerra vendrá la desolación de-cretada…, y durará la desolación hasta la consumación y el fin 1. Su-puesta la verdad de esta profecía, que no se disputa, argumentan así: La ruina y desolación de Jerusalén de que aquí se habla es evidente-mente la que sucedió imperando Vespasiano cerca de cuarenta años después de la muerte del Mesías; de ésta dice el Profeta que persevera-rá hasta la consumación y hasta el fin; luego es vana, y aun errónea, la esperanza de otra Jerusalén; luego han errado manifiestamente cuan-tos han creído o sospechado que aquellas grandes y magníficas profe-cías que anuncian otra futura Jerusalén en esta nuestra tierra, se de-ban o puedan entender literalmente. Confírmase esto con el capítulo 19 de Jeremías, versículo 11, en que se lee esta sentencia contra Jeru-salén: Así quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad, como se quiebra una vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar 2; la cual sentencia, como explica San Jerónimo, no se verificó en aquella prime-ra Jerusalén que destruyeran los Caldeos, pues ésta se volvió a reedifi-car pocos años después; pero se ha verificado, según la letra, en la que destruyeron los Romanos, pues ésta ni se ha instaurado, ni podrá ja-más instaurarse, como sucede a un vaso de barro que, una vez que-brantado y desmenuzado, no se puede ya más restaurar. ¿Quién cre-yera que este argumento, tomado de la profecía de Daniel, no es otra cosa, con todas sus bellas apariencias, que un verdadero sofisma? To-do él estriba sobre un equívoco que, aclarados los términos, queda re-ducido a la misma cuestión.

[341] Mas antes de remover este equívoco, no será fuera de propó-sito advertir aquí una inconsecuencia bien notable en que caen, según

1 Dan. 9, 26-27. 2 Jer. 19, 11.

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parece, los mejores intérpretes de la Escritura; de manera que aquellos mismos que, para quitarnos toda esperanza de otra nueva Jerusalén, nos ponen delante esta profecía de Daniel, estos mismos nos aseguran en varias partes que el Anticristo judío de la tribu de Dan edificará de nuevo a Jerusalén, y en ella pondrá la corte de su imperio universal. De la grandeza de este imperio se puede fácilmente inferir cuánta será en aquellos tiempos la grandeza, la opulencia, la riqueza y la magnifi-cencia de su corte. Mas en este caso, ¿cómo quedará la profecía de Da-niel? O quedará falsificada, o el argumento tomado de esta profecía no es tan concluyente como se había imaginado. El profeta dice expresa-mente que la ruina y desolación actual de Jerusalén, que ya cuenta más de diecisiete siglos, perseverará hasta la consumación y el fin 1; por otra parte el Anticristo, con todo su imperio universal, no puede sobrevivir a esta consumación y fin, como es necesario que confiesen todos; luego… etc.

[342] Hecha esta advertencia de paso, vengamos ya a lo que más importa, que es la respuesta al único argumento que ofrece, a lo me-nos, una gran apariencia. De dos modos se puede responder: uno por línea recta, otro por línea curva, o por algún corto rodeo. Aunque el primero basta por sí solo, no por eso tenemos por inútil el segundo; antes podrá ayudarnos no poco para la mejor y más fácil inteligencia, así de éste como de otros puntos muy semejantes. Este segundo modo, pues, se reduce a proponer una duda en forma de consulta, y pedir su resolución. Esta duda es bastante obvia en la lectura de la Escritura, y aunque comprende muchos casos particulares, yo elijo ahora el punto de que actualmente hablamos, esto es, Jerusalén. Así, propongo mi consulta en estos términos:

[343] Cien profecías cuando menos me hablan expresa y nomina-damente de Jerusalén, no en cualquier estado indeterminado, sino de Jerusalén destruida por sus pecados, desolada, conculcada y sepultada en el olvido; de ésta, pues, me dicen con toda la claridad posible que algún día se levantará del polvo de la tierra, que resucitará, que se edi-ficará de nuevo, y será vista en su gloria 2; y para que no equivoquen esta Jerusalén de que hablan, con aquella otra que se edificó en tiempo de angustia por los que volvieron de Babilonia con permisión de Ciro, me dan unas señales tan claras, tan individuales, tan nuevas e inaudi-tas, que es imposible acomodarlas a aquellos tiempos, y a aquella anti-gua Jerusalén. Por ejemplo, una profecía me dice que, en aquel tiempo de que habla, Jerusalén será llamada el solio del Señor: En aquel tiem-po llamarán a Jerusalén trono del Señor; y serán congregadas a ella todas las naciones en el nombre del Señor en Jerusalén, y no andarán

1 Dan. 9, 27. 2 Sal. 101, 17.

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tras la maldad de su corazón pésimo 1. Otra me dice que su nombre, desde aquel día en que se edifique de nuevo, será éste: El Señor está aquí. Y el nombre de la ciudad desde aquel día, el Señor allí 2. Otra le dice a la misma Jerusalén que, después de las grandes tribulaciones que se le anuncian por sus iniquidades, se llamará ya Ciudad del justo, Ciudad fiel 3. Y en otra parte: Te será puesto un nombre nuevo, que el Señor nombrará con su boca. Y serás corona de gloria en la mano del Señor, y diadema de reino en la mano de tu Dios. De allí adelante no serás llamada Desamparada; y tu tierra no será ya más llamada de-sierta… Y los nombrarán Pueblo santo, redimidos por el Señor. Mas tú serás llamada: La ciudad buscada, y no la desamparada 4.

[344] El mismo le dice en otra parte: Porque fuiste desamparada y aborrecida, y no había quien por ti pasase, te pondré por lozanía de los siglos… No se oirá más hablar de iniquidad en tu tierra, ni habrá estrago ni quebrantamiento en tus términos… Y tu pueblo todos jus-tos…; derivaré sobre ella como río de paz 5. Y por abreviar, pues son cosas que se leen frecuentísimamente en los Profetas de Dios, otra pro-fecía dice, hablando de Jerusalén y de los Judíos: Morarán en ella, y no será más anatema, sino que reposará Jerusalén sin recelo 6.

[345] Yo confieso ingenuamente que estas y otras profecías seme-jantes, que realmente pasan de ciento, me habían hecho concebir gran-des y alegrísimas esperanzas de otra Jerusalén todavía futura, pare-ciéndome incomponible creer a los Profetas de Dios, o al Espíritu San-to que habló por los Profetas, sin creer con la misma sinceridad lo que tantas veces y con tanta claridad me dicen de Jerusalén; cuando veis aquí que, en medio de estos alegres pensamientos, me sale al encuen-tro a deshora una única profecía, mas de un aspecto tan terrible, que parece que a todas se opone, que a todas contradice, y que todas deben desaparecer en su presencia. Esta es la profecía de Daniel, la cual ase-gura que la desolación de Jerusalén, que debe comenzar después de la muerte del Mesías, perseverará irrevocablemente hasta la consuma-ción y el fin 7.

[346] Este es el hecho, en cuyo supuesto se pregunta: ¿Qué se ha de hacer? Así aquellas cien profecías, como esta última, son dictadas por el Espíritu de verdad; por consiguiente, son todas igualmente cier-tas y de fe divina; con todo eso, las cien primeras afirman unánime-mente, la última parece que niega. Aquéllas muestran unánimemente

1 Jer. 3, 17. 2 Ez. 48, 35. 3 Is. 1, 26. 4 Is. 62, 2-4 y 12. 5 Is. 60, 15, 18 y 21; 66, 12. 6 Zac. 14, 11. 7 Dan. 9, 27.

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un semblante dulce y benigno respecto de la futura Jerusalén, ésta pa-rece del todo inexorable. ¿Qué partido, pues, debemos tomar?

[347] La resolución de esta duda no es una misma en dos diversos tribunales. El uno decide prácticamente que debemos estar por la úl-tima profecía, aunque sea una sola; y todas las otras, aunque sean ciento o mil, se deben explicar en otros sentidos. Si alguno clamare pi-diendo alguna razón de una sentencia tan dura, difícilmente podrá ser otra que el eco de su misma pregunta. El otro tribunal decide que de-bemos estar por las cien profecías, y explicar una por ciento, no ciento por una; para lo cual produce tres brevísimas razones. Primera: por-que aquéllas son muchas, y ésta una sola. Segunda: porque aquéllas son claras, y ésta no tanto. Tercera: porque aquéllas son ciertamente favorables a Jerusalén, y ésta parece contraria, y en caso de duda lo favorable se ha de ampliar, y lo odioso restringir, etc. Sin meterme yo a resolver cuál de estas dos sentencias es la más conforme a razón, pues esto toca a jueces imparciales, sólo pregunto si será lícito seguir la segunda sentencia, o no, así como es lícito seguir la primera. Si se dice que no, se pide la disparidad, mas una disparidad que no sea res-ponder por la cuestión. Si se dice que sí, se concluye al punto: luego la profecía de Daniel nada prueba contra la futura Jerusalén;y así como en la primera sentencia nada prueban a su favor cien profecías. Estas nada prueban a favor, porque se les dan otros sentidos ajenos del ob-vio y literal; y aquélla, digo yo, nada prueba en contra, porque es bien fácil hacer con una sola lo que se hace con ciento.

[348] No por esto se piense que yo pretendo dar a la profecía de Daniel otro sentido diverso del obvio y literal. Esto sería no estar de acuerdo conmigo mismo. El mismo sentido en que entiendo las cien profecías, en este mismo sin diferencia alguna entiendo la última; y por ella tengo por cierto e infalible que la desolación presente de Jeru-salén perseverará hasta la consumación y el fin. Mas de aquí, ¿qué se sigue? ¿Luego no tenemos que esperar otra nueva Jerusalén? Esta con-secuencia que sacan los intérpretes en su sistema es puntualmente la que se niega como ilegítima y falsa; parece que debía sacarse esta otra justísima por todos sus aspectos: luego la Jerusalén futura, que tantas veces anuncian los Profetas de Dios, no podrá edificarse antes, sino después de la consumación y el fin. Antes no, porque en este caso se falsificará la profecía de Daniel; después sí, porque sin esto se falsifica-rán cien profecías. Esta consecuencia, que yo admito y abrazo como verdadera y como tan conforme a las Escrituras, es también mi segun-da respuesta por línea recta.

[349] La consumación y el fin de que habla Daniel no puede ser otra, sino aquella misma de que hablan otros muchos Profetas, espe-cialmente Isaías, Jeremías, Nahum, Sofonías y Zacarías, etc., y de que

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se habla en varias partes de los Evangelios; por consiguiente, no puede ser la consumación y fin del mundo, como se piensa en el sistema or-dinario; sino la consumación y fin del siglo.

[350] Estas dos palabras, mundo y siglo, aunque muchas veces se toman en un mismo sentido y significan una misma cosa, mas real-mente hay entre ellas una grande y notable diferencia, y en el asunto que actualmente tratamos, de gran importancia. Mundo se llama pro-piamente toda la inmensa máquina del universo, y también más in-mediatamente este globo terráqueo, en cuya superficie habitamos. Si-glo se llama, no solamente la revolución de cien años, sino también, y con más propiedad, todo el aparato externo de nuestro mundo o de nuestro globo: su fausto, su lujo, su engaño, su vanidad, su mentira, su pecado; en suma, se llama siglo el día actual de los hombres, de su po-testad, de su dominación de su virtud, de su juicio, de su gobierno, etc.; a distinción del día del Señor. Yo hallo muchas veces en las Escri-turas, principalmente en los Evangelios, estas palabras: Consumación del siglo; jamás hallo éstas: Consumación del mundo.

[351] En este sentido, pues, en que hablan otras Escrituras, dice Daniel que la desolación actual de Jerusalén, que empezó después de la muerte del Mesías, deberá permanecer hasta la consumación y el fin, es decir, hasta que se concluya y llegue a su fin el día presente, y empiece a amanecer el día del Señor; hasta que venga el Mesías en gloria y majestad, y con su segunda venida tenga principio el día de su virtud en los esplendores de los santos 1; hasta que se ejecute en la bestia aquella justicia terrible de que se habla en el mismo Daniel y en el Apocalipsis; hasta que la gran estatua caiga en tierra al golpe de la piedra, y desaparezca como una leve ceniza en medio de un gran vien-to; hasta que suceda aquella evacuación de todo principado, potestad y virtud, de que habla San Pablo; hasta que, en fin, se llenen los tiem-pos de las naciones. Comparad de paso estas últimas palabras del Se-ñor con las de Daniel, y me parece que hallaréis el mismo misterio sin diferencia alguna: Jerusalén será hollada de los Gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de las naciones… y durará la desolación hasta la consumación y el fin 2.

[352] Esta es evidentemente la consumación y el fin de que habla Daniel, la cual deberá suceder con la venida misma del Señor; y por esto el mismo Señor compara su venida con el día de Noé: Hasta que vino el diluvio, y los llevó a todos 3. Esta consumación y fin anuncian también otros Profetas con expresiones vivísimas, y con circunstancias bien particulares, como tantas veces hemos observado; y no obstante,

1 Sal. 109, 3. 2 Lc. 21, 24; Dan. 9, 27. 3 Mt. 24, 39.

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estos mismos Profetas nos aseguran expresamente, en nombre del Se-ñor, que Jerusalén, destruida y conculcada de las Gentes, volverá a edificarse de nuevo, con tanta grandeza, con tanto esplendor, con tan-ta justicia, y con tales y tantas circunstancias, que no habiéndose veri-ficado hasta el día de hoy, ni pudiendo verificarse antes de la consu-mación y el fin, o antes que se llenen los tiempos de las naciones, de-beremos esperar que todo se verifique después de la consumación y el fin del siglo, para que (como se dice en el Eclesiástico) tus Profetas sean hallados fieles 1.

[353] Digamos ahora cuatro palabras sobre el texto de Jeremías, que sirve de confirmación al argumento: Esto dice el Señor de los ejér-citos: Así quebraré yo a este pueblo y a esta ciudad, como se quiebra una vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar 2. Estas pa-labras (dicen algunos, siguiendo a San Jerónimo, aunque otros son de contrario parecer) no pueden entenderse propia y rigurosamente de aquella primera Jerusalén que destruyeron los Caldeos, pues ésta se volvió a edificar pocos años después; mas se entiende con toda propie-dad de la Jerusalén que destruyeron los Romanos después de la muer-te de Cristo, la cual hasta hoy persevera destruida y desolada, y debe perseverar en esta forma hasta el fin del mundo. Las palabras de San Jerónimo son éstas: Claramente no se dice esto de la cautividad ba-bilónica, sino de la romana; como que después de los Babilonios la ciudad fue restablecida, el pueblo llevado de nuevo a la Judea, y res-tituido a la abundancia antigua. Mas después de la cautividad que acaeció bajo el imperio de Vespasiano y Tito, y después en el de Adriano, las ruinas de Jerusalén han de permanecer hasta la consu-mación del siglo.

[354] Esto último, ¿quién puede negarlo? Cualquiera que lea el versículo último del capítulo 9 de Daniel, deberá confesar como una verdad indisputable que las ruinas de Jerusalén han de permanecer hasta la consumación del siglo. Mas lo primero, esto es, que Jeremías habla, no de la Jerusalén destruida por los Babilonios, sino de la que destruyeron los Romanos 600 años después, ¿cómo podrá admitirse, si se lee seguidamente el texto del Profeta que dice: Las casas de Jeru-salén, y las casas de los reyes de Judá, serán inmundas como el lugar de Tofet; todas las casas, en cuyos terrados sacrificaron a toda la mi-licia del cielo, y ofrecieron libaciones a los dioses extranjeros? 3. Esta sola contraseña, aunque no hubiera otra, parece más que suficiente pa-ra conocer al punto los tiempos de que se habla, y la Jerusalén contra quien se habla. Cuando los Romanos, bajo el imperio de Vespasiano y

1 Eclo. 36, 18. 2 Jer. 19, 11. 3 Jer. 19, 13.

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Tito, destruyeron a Jerusalén, ¿destruyeron también junto con ella las casas y palacios de los reyes de Judá? ¿Qué reyes de Judá había en este tiempo, ni los había habido jamás después de la cautividad de Babilo-nia? ¿Destruyeron asimismo todas aquellas casas donde se ofrecían sa-crificios a los ídolos? ¿Qué ídolos hallaron los Romanos en Jerusalén, sino los que ellos llevaron y colocaron en ella después de destruida? Mas si ponemos los ojos en aquella primera Jerusalén que, viviendo Je-remías, destruyeron los Babilonios, hallamos casas y palacios de los re-yes de Judá, y hallamos ídolos a millares en los terrados, y en lo más al-to de casi todas las casas de la inicua Jerusalén; luego es claro por esta sola contraseña que se habla de la primera Jerusalén destruida por los Babilonios, no de la que destruyeron los Romanos. Si esto es así, se po-drá replicar: ¿Cómo entenderemos con propiedad aquella similitud de que usa Jeremías: Quebraré yo… a esta ciudad, como se quiebra una vasija de alfarero, que no se puede ya más restaurar?

[355] La propia inteligencia de esta semejanza nos la ofrecen otros doctores, y éstos no pocos, que se apartan del sentir de San Jerónimo: Debe interpretarse (dice uno de ellos) de la reparación que se haga por propio poder; porque después de concluidos setenta años, la va-sija judaica se reparará, y al fin del siglo volverá a restaurarse; mas esto por el poder de Dios, a quien es fácil lo que parece imposible al hombre.

[356] Os considero, señor, lleno de admiración al ver que uno de los más sabios y más juiciosos expositores conceda francamente otra Jerusalén todavía futura, diciendo: Al fin del siglo volverá a restau-rarse. Crecerá mucho más vuestra admiración, si se considera que este mismo autor, así como los otros, niega absolutamente como falsa e im-plicatoria otra nueva Jerusalén, cuando llega a la explicación de aque-llos lugares de la Escritura, tantos y tan claros, donde se anuncia, se promete, y se habla de ella, como si ya existiese. ¿Luego se contradicen unos hombres tan sabios y tan advertidos? No, señor mío, no se con-tradicen, antes van conformes cuanto es posible en su sistema. Es ver-dad que niegan como absurda aquella Jerusalén de que hablan tanto las Escrituras; mas no niegan, antes conceden liberalísimamente, otra Jerusalén de que las mismas Escrituras no hablan palabra. ¿Cuál es ésta? Es la que edificará el Anticristo judío para corte de su imperio universal. Así lo dicen expresamente sobre el capítulo 31, versículo úl-timo, de Jeremías; sobre el capítulo 38 de Ezequiel; sobre el capítulo 9 de Daniel, etc.; y así lo dicen implícitamente en otras muchas partes, hablando siempre que ocurre en esta suposición.

[357] Mas aun permitida por un momento esta suposición, o esta supuesta Jerusalén, ¿cómo podrán decirse de ella aquellas palabras del autor citado: Al fin del siglo volverá a restaurarse; mas esto por el

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poder de Dios, a quien es fácil lo que parece imposible al hombre? La potencia que suponen en su Anticristo, toda diabólica, ¿se podrá tam-bién llamar potencia divina? Mas el mismo autor, sobre el capítulo 9 de Daniel, hablando de la Jerusalén que destruyeron los Romanos, di-ce así: Ciertamente esta desolación del templo y ciudad jerosolimita-na perseverará no por pocos años, como aquella de la Caldea, sino hasta el fin del mundo y de los siglos. ¿Cómo podremos componer es-ta proposición con aquella otra: Al fin del siglo volverá a restaurarse? Finalmente, concluye este sabio con esta terrible sentencia: También la ciudad de Jerusalén estará sujeta a un perpetuo anatema. Y no obs-tante, en Jeremías se leen estas palabras: He aquí que vienen los días, dice el Señor; y será edificada al Señor la ciudad… No será arranca-da, ni destruida por siempre jamás 1. Y en Zacarías, capítulo 14, se leen éstas: Morarán en ella, y no será más anatema; sino que reposa-rá Jerusalén sin recelo 2. Conque de la misma Jerusalén se pueden con verdad decir estas dos cosas. Primera: será edificada al Señor la ciudad… No será arrancada ni destruida por siempre jamás… No se-rá más anatema; sino que reposará Jerusalén sin recelo. Segunda: Estará sujeta a un perpetuo anatema.

[358] Si estas dos proposiciones son inacordables entre sí y perpe-tuamente enemigas, ¿por cuál de ellas nos deberemos declarar? ¿Crees, oh rey Agripa, a los Profetas? Yo sé que sí crees 3, decía San Pablo con toda libertad, aunque cargado de cadenas.

[359] Otras muchas cosas generales y particulares teníamos que decir sobre Jerusalén, mas éstas pertenecen inmediatamente a la ter-cera parte, donde procuraremos darles lugar, así como a otros muchos puntos que no lo han podido tener hasta aquí. Me contento, pues, con transcribir aquí la profecía célebre del santo Tobías, y concluiré con ella esta segunda parte, ofreciendo este gran punto para una profunda meditación.

Tobías, capítulo 13

[360] Jerusalén, ciudad de Dios, el Señor te castigó por las obras de tus manos. Alaba al Señor en tus bienes, y bendice al Dios de los si-glos, para que reedifique en ti su tabernáculo, y vuelva a ti todos los cautivos, y te goces por todos los siglos de los siglos. Brillarás con luz resplandeciente, y todos los términos de la tierra te adorarán. Ven-drán a ti las naciones de lejos; y trayendo dones, adorarán en ti al Se-ñor, y tendrán tu tierra por santuario. Porque dentro de ti invocarán

1 Jer. 31, 38 y 40. 2 Zac. 14, 11. 3 Act. 26, 27.

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el grande nombre. Malditos serán los que te despreciaren, y serán condenados todos los que te blasfemaren, y serán benditos los que te edificaren. Y tú te alegrarás en tus hijos, porque todos serán benditos, y se reunirán con el Señor. Bienaventurados todos los que te aman, y los que se gozan de tu paz. Alma mía, bendice al Señor, porque libró a Jerusalén, su ciudad, de todas sus tribulaciones, el Señor nuestro Dios. Bienaventurado seré, si quedaren reliquias de mi linaje para ver la claridad de Jerusalén. De zafiro y de esmeralda serán edificadas las puertas de Jerusalén, y de piedras preciosas todo el recinto de sus muros. De piedras blancas y limpias serán enlosadas todas sus ca-lles, y por sus barrios se cantará Aleluya. Bendito el Señor, que la ha ensalzado, y sea su reino en ella por los siglos de los siglos. Amén 1.

[361] Esta célebre profecía es sin duda una de aquellas muchas y grandes, de quienes al mismo tiempo se pueden afirmar dos cosas contradictorias; es a saber, que es una profecía clara y oscura, fácil y difícil, inteligible e ininteligible. Si la idea del reino de Cristo aquí en la tierra, y de otra Jerusalén todavía futura es, como quieren, una idea falsa y errónea, la profecía de Tobías es ciertamente la cosa más oscu-ra, la más difícil o la más ininteligible de cuantas pueden imaginarse. Al contrario, si aquella idea es verdadera y justa, como tan conforme a las Escrituras, la profecía se entiende al punto toda entera sin más tra-bajo que leerla. Conque el entenderla o no entenderla consiste sola-mente en admitir o no admitir aquella idea. Los intérpretes pretenden que no hay necesidad de tal idea para entender la profecía; por tanto han hecho los mayores esfuerzos imaginables para darle por otra par-te alguna explicación. Si lo han conseguido, o no, lo podrá fácilmente juzgar cualquiera que lea dicha explicación, y la confronte fielmente con la profecía.

[362] Dicen en general, y esto de un modo definitivo sin prueba alguna, que toda esta profecía, exceptuando sus cuatro primeras lí-neas, no puede admitir otro sentido que el alegórico, mezclado con el anagógico, pues Tobías como profeta hizo lo mismo, dicen, que hacen otros profetas, esto es, mirar al mismo tiempo la Iglesia militante y la triunfante, hablar de ambas bajo el nombre y figura de Jerusalén. En este supuesto, la explicación necesita de tres sentidos, y aun éstos no alcanzan para todo. El primer sentido es el literal; mas éste sólo sirve para las cuatro primeras líneas. ¿Por qué? Porque estas cuatro prime-ras líneas son contrarias a Jerusalén. En ellas se anuncia su castigo, su ruina, su exterminio, todo lo cual se verificó plenamente pocos años después. El segundo sentido es el alegórico, que debe luego entrar en lugar del literal. ¿Por qué tan presto? Porque pasadas estas cuatro lí-

1 Tob. 13, 11-23.

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698 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

neas contrarias a Jerusalén, se empieza luego a hablar en su favor, y se dicen de ella o se le prometen tantas y tales cosas, que ni se han verifi-cado, ni es posible que se verifiquen jamás en el sistema ordinario, pues son infinitamente incómodas, no hay tiempo donde colocarlas. Así, deben acomodarse en cuanto se pueda a la Iglesia presente. El tercer sentido que debe suplir abundantemente todos los defectos del segundo es el anagógico. ¿Por qué? Porque el alegórico, o la acomoda-ción a la Iglesia presente, apenas puede llegar a una pequeña distan-cia, pasada la cual queda como inservible, y se pierde luego de vista. Por tanto, es necesario, para no volver atrás, tomar prontamente alas de águila grande, y dar un vuelo hasta lo más alto del cielo, para aco-modar allá lo que por acá no es posible. Mas como tampoco es posible acomodar allá alguna parte considerable y seguida de la profecía, es necesario en la explicación subir y bajar continuamente; subir cuando acá no se puede más; bajar cuando allá más no se puede. Y como en las profecías están mezcladas, según dicen, las cosas de la Iglesia militan-te con las de la triunfante, es necesario por consiguiente subir y bajar, en un momento, en un abrir de ojo, casi a cada palabra. A lo que debe añadirse que, después de un trabajo tan grande, queda visible acá y allá la violencia o impropiedad de las acomodaciones.

[363] Si dejamos ahora por un momento la algarabía incómoda e ininteligible del triple sentido, con esto solo entendemos al punto toda la profecía, distinguiendo en ella clarísimamente sus dos puntos capi-tales, esto es, lo que hay en contra, y lo que hay a favor de la misma Je-rusalén. Entendemos, lo primero: cómo desde el principio se anuncia a esta ciudad ingrata y delincuente aquel castigo horrible, que vino so-bre ella pocos años después, y la dispersión y cautiverio del residuo de Israel, esto es, del reino de Judá. Entendemos, lo segundo: que hablan-do con la misma Jerusalén castigada y destruida, se le anuncia por or-den del Señor, para otros tiempos, que ciertamente no han llegado, toda aquella majestad, esplendor, y gloria, que se puede colegir de es-tas solas palabras, aunque no hubiese otras: Brillarás con luz resplan-deciente; y todos los términos de la tierra te adorarán 1. Estas pala-bras, y todas las que siguen hasta el fin, ¿con quién hablan o a quién se dicen? ¿No es manifiesto que se dicen a la misma Jerusalén castigada y destruida por sus iniquidades, con quien se empieza a hablar y se prosigue hablando sin interrupción? ¿No es manifiesto que se dicen a la misma Jerusalén, a quien se anuncia su castigo inminente y ruina total? Si este castigo y ruina no habla ni con la Iglesia militante ni con la triunfante, ¿con qué razón se puede asegurar que todas las cosas prósperas que siguen inmediatamente, no hablan ya de Jerusalén cas-tigada y destruida, sino con la Iglesia ya militante, ya triunfante? Pe-

1 Tob. 13, 13.

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did, señor, para esto alguna buena razón, y si no os responden sino por la misma cuestión, me parece que tendréis que esperar la respuesta hasta el día de la eternidad. Amén.

[364] Con esta profecía de Tobías concuerdan perfectamente, en-tre otras innumerables profecías, todo el capítulo 60 de Isaías; todo el capítulo 5 de Baruc; los capítulos 30 y 31 de Jeremías; el capítulo 14 de Zacarías, etc.; todo lo cual lo hace servir San Juan en el capítulo 21 de su Apocalipsis. La profecía de Baruc, por ser breve y notable, me pare-ce bien ponerla aquí: Desnúdate, Jerusalén, de la túnica de luto, y de tu maltratamiento; y vístete la hermosura, y la honra de aquella glo-ria sempiterna, que te viene de Dios. Te rodeará Dios con un manto forrado de justicia, y pondrá sobre tu cabeza un bonetillo de honra eterna. Porque Dios mostrará su resplandor en ti, a todos los que es-tán debajo del cielo. Porque para siempre llamará Dios tu nombre: La paz de la justicia, y la honra de la piedad. Levántale, Jerusalén, y ponte en lo alto; y mira hacia el Oriente, y ve tus hijos congregados desde el sol Oriente hasta el Occidente, a la palabra del Santo gozán-dose en la memoria de Dios. Porque salieron de ti a pie llevados por los enemigos; mas el Señor te los traerá levantados con honra como hijos del reino. Porque Dios ha determinado abatir todo monte empi-nado, y las rocas estables, y llenar los valles al igual de la tierra; pa-ra que camine Israel con diligencia para honra de Dios. Aun las sel-vas, y todo árbol suave, dieron sombra a Israel por mandamiento de Dios. Porque traerá Dios a Israel con regocijo en la lumbre de su ma-jestad, con la misericordia y con la justicia que viene de él 1.

1 Bar. 5, 1-9.

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Parte Tercera

Algunos sucesos principales

y más notables del reino venturoso de Cristo en la tierra

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Introducción

Hasta aquí hemos estado casi enteramente ocupados en establecer un espacio grande de tiempo entre la venida gloriosa del Señor, que es-tamos esperando, y el juicio y resurrección general, persuadidos ínti-mamente que, con esto solo, sin otra diligencia, queda fácil y llana la in-teligencia de toda la Biblia sagrada, aun en lo que corre por lo más os-curo y difícil, que es la profecía. Si este espacio de tiempo queda sufi-cientemente establecido o no, lo pueden solamente decidir jueces sa-bios, atentos, sensatos e imparciales, después de vista y revista toda es-ta gran causa por todos sus aspectos. Tan lejos estamos de temer esta vista y revista, o lo que es lo mismo, una discusión atenta y juiciosa, qui-tado todo velo de preocupación, que ésta es puntualmente la que desea-mos y pedimos; temiendo mucho menos una oposición manifiesta, o una impugnación en toda forma, que cierta frialdad, o indiferencia, o ri-sa afectada, que suele suplir no pocas veces la falta de buenas razones.

Fuera de este espacio de tiempo, que es lo sustancial de nuestro sis-tema, y que en primer lugar debe combatir cualquiera que quisiere ha-cer una buena impugnación, hemos también propuesto, examinado y probado algunos otros puntos bien importantes, relativos a este mismo espacio de tiempo, unidos con él estrechísimamente, o que evidente-mente le suponen. Sería hacer injuria a los lectores sensatos, que son los que únicamente buscamos, el repetirles aquí lo que debemos supo-ner; que ellos han leído y considerado atentamente todos los fenóme-nos que quedan observados, y aun los preparativos de la primera parte.

Ahora, este espacio grande de tiempo, después de la venida glorio-sa del Señor, una vez admitido y concedido, sin poder razonablemente negarlo, ni aun dudarlo, parece naturalísimo el deseo de acercarse a él, de conocerlo con alguna distinción y claridad; y si esto no es posible, de divisar a lo menos, aun de lejos, algunos sucesos principales y más notables de este siglo venturo. Esto es lo que ya vamos a proponer, se-gún las noticias que hallamos en la Escritura de la verdad.

No se trata ya de probar el reino de Cristo aquí en nuestra tierra, o lo que es lo mismo, el reino de Dios que ha de venir, y que pedimos que venga, según el mandato del mismo Cristo. No se trata de probar su venida gloriosísima entre millares de sus santos 1, ni la resurrec-

1 Judas 14.

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ción de estos millares de santos que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 1, mucho antes de la general resurrección. No se trata de probar el juicio o reinado de Cristo sobre los vivos, ni el tiempo que requiere este juicio según las Escrituras. Es-tas cosas quedan ya probadas con toda la evidencia que puede caber en estos asuntos.

Se trata únicamente del modo y circunstancias con que todo esto debe suceder. Este modo de ser de una cosa grandísima ciertamente, aunque por otra parte probada, no hay duda que es difícil, y aun impo-sible en el estado presente, concebirlo bien con claridad de ideas. No alcanza a tanto el ingenio o la razón humana; mas el no poder concebir con claridad de ideas el modo y circunstancias particulares de un suce-so futuro, grande y extraordinario, que anuncia de mil maneras el que solo sabe lo futuro, y el que solo dice verdad, ¿podrá mirarse jamás como una buena y suficiente razón para negar dicho suceso, o para atreverse a dudarlo? Aun en cosas puramente físicas se reputará por inepto y aun como insufrible tal modo de concebir o discurrir.

No obstante, si buscamos por todas partes, aun con la más escru-pulosa diligencia, otra buena y sólida razón, nos hallamos con el dis-gusto de haber perdido nuestro trabajo. No hallamos en la realidad otra buena razón, sino sola ésta (parece imposible que no se hallase otra en tantos escritores sapientísimos y eruditísimos, si fuese posible hallarla en la naturaleza): lo que hallamos únicamente (como tantas veces hemos observado, y como no pueden ignorar aun los novicios en la teología expositiva en punto de profecía) es la expresión esto es, que todo lo suple, lo ajusta y lo compone con la mayor facilidad. Por ejem-plo: Reino de Dios, reino de Cristo, trono de David, Jerusalén, Sión, casa de Judá, casa de Israel, etc., se entiende cuando se habla conoci-damente, no en contra, sino en favor, y en favor extraordinario, singu-lar e inaudito: Esto es: la Iglesia de Cristo (la presente Iglesia), la Iglesia de las Gentes; la Iglesia, digo, ya militante en la tierra, o ya triunfante en el cielo.

Si pedimos ahora la razón inmediata y precisa de este esto es, o no hallamos quién nos responda una sola palabra; o a lo menos, no halla-mos quién nos responda al caso. El que algo responde, responde por la misma cuestión, diciendo por toda respuesta que otros muchísimos doctores lo han entendido así, y así lo han explicado; mas esto es evi-dentemente lo mismo que se les pide. Estos muchísimos doctores (se pregunta una y mil veces), ¿con qué razón y sobre qué sólido funda-mento lo han entendido así? En cosas de futuro solamente accesibles a la ciencia de Dios, ¿qué otro fundamento puede ser bueno, sino sola su

1 Lc. 20, 35.

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PARTE TERCERA — INTRODUCCIÓN 705

autoridad, o lo que llamamos revelación divina, auténtica y clara? ¿Qué sabe, ni qué puede saber el hombre de lo futuro, aun cuando fuese de una ciencia perfecta 1, si Dios no habla, o si él no atiende, o no quiere atender a la voz de Dios? Mas dejando estas reflexiones tan obvias como fáciles a cualquiera que tenga sentido común y no les cierre ab-solutamente las puertas, vengamos ya a proponer y aclarar, con toda llaneza y simplicidad, algunas cosas que nos quedan todavía que pro-poner y que aclarar en el gravísimo asunto de que tratamos.

1 Job 22, 2.

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Capítulo 1

El día mismo de la venida del Señor según las Escrituras

[1] De este día hemos hablado no poco en varias partes de este es-crito, según ha ido ocurriendo. Por tanto, apenas tenemos que hacer aquí otra cosa que un brevísimo resumen de esto mismo, no para aña-dir algo a las claras y vivísimas expresiones de los Profetas y de los Evangelios, sino para tomar el hilo y seguir la corriente de tantos mis-terios desde su principio.

[2] Este día se llama en las Escrituras el día grande y tremendo del Señor 1. Se llama día de la venganza del Señor…, día de la ira de su furor 2. Se llama día de Madián 3, aludiendo a la célebre batalla de Gedeón. Se llama día de ira, aquel día, día de tribulación y de congo-ja, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y de tempestad, día de trompeta y de algazara 4. Se llama grande aquel día, ni hay semejante a él 5. Se llama aquel día repen-tino 6; el cual día, así como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la haz de toda la tierra 7. Se llama el grande día de la ira de Dios…; sí por cierto, día del Dios Todopoderoso… y de la ira del Cor-dero 8. Se llama en suma, por abreviar, día del Señor 9: y se dice en Isaías: Porque el día del Señor de los ejércitos será sobre todo sober-bio y altivo, y sobre todo arrogante, y será abatido… Y entrarán en las cavernas de las peñas, y en las profundidades de la tierra, por causa de la presencia formidable del Señor, y de la gloria de su ma-jestad, cuando se levantare para herir la tierra 10. Todo lo cual lo comprende Daniel en estas breves palabras: Cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra: e hirió a la estatua en sus pies de hierro, y de barro, y los desmenuzó 11: como queda suficientemente explicado en el fenómeno 1, y también en el 10.

1 Mal. 4, 5. 2 Is. 34, 8; Is. 13, 13. 3 Is. 9, 4. 4 Sof. 1, 15-16. 5 Jer. 30, 7. 6 Lc. 21, 34. 7 Lc. 21, 35. 8 Apoc. 6, 17; 19, 15; 6, 16. 9 Is. 2, 12. 10 Is. 2, 12 y 19. 11 Dan. 2, 34.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 707

[3] Pues concluidos los tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder 1; estando todo el orbe de la tierra, y la Iglesia misma, exceptuando algunos pocos individuos, así como en los días de Noé… y como fue en los días de Lot 2, llegará finalmente aquel día de que tanto se habla en los Profetas, en los Evangelios, en los escritos de los Apóstoles, y más de propósito, y con noticias y circunstancias las más individuales, en la última profecía canónica, que es el Apocalipsis de San Juan; volverá, digo, del cielo a la tierra el Hombre Dios, y se mani-festará en su propia persona con toda su majestad y gloria, amable y deseable respecto de pocos, terrible y admirable respecto de los más: Y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con gran-de poder y majestad 3… He aquí que viene con las nubes, y le verá to-do ojo, y los que le traspasaron (o hirieron): y se herirán los pechos al verle todos los linajes de la tierra 4. Esta venida gloriosa del Señor Je-sús es una verdad divina, tan esencial y fundamental en el cristianismo como lo es su primera venida en carne pasible. Dicen que esta segunda venida sucederá solamente al fin del mundo, cuando ya no haya en to-do él viviente alguno, habiendo todo sido consumido por el fuego, y habiendo sucedido la resurrección universal; mas si la Escritura divina dice frecuentísimamente y supone evidentemente todo lo contrario, ¿a quién debemos creer?

[4] Llegado, pues, este gran día que espera con las mayores ansias el cielo y la tierra, el mismo Señor con mandato, y con voz de arcán-gel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo 5. Entonces, al venir ya del cielo a la tierra (y como yo me figuro, al punto mismo de tocar ya la atmósfera de nuestro globo), sucederá en él en primer lugar la re-surrección de todos aquellos santos que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos 6, de los cuales, prosi-gue diciendo inmediatamente San Pablo, los que murieron en Cristo resucitarán los primeros 7. Sucedida en un momento, en un abrir de ojo 8, esta primera resurrección de santos (y santos no ordinarios o mediocres, sino grandes y a toda prueba), los pocos dignos de este nombre que entonces se hallaren vivos sobre la tierra por su fe y justi-cia incorrupta, serán arrebatados juntamente con los santos muertos que acaban de resucitar, y subirán juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires 9. Todo esto es clarísimo y de bien fácil in-

1 Act. 1, 7. 2 Mt. 24, 37; Lc. 17, 28. 3 Mt. 24, 30. 4 Apoc. 1, 7. 5 1 Tes. 4, 15. 6 Lc. 20, 35. 7 1 Tes. 4, 15. 8 1 Cor. 15, 52. 9 1 Tes. 4, 16.

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teligencia, y me parece a mí que ningún hombre capaz de reflexión, y capaz también de deponer, siquiera por un momento, toda preocupa-ción, lo puede razonablemente dudar. No obstante, pueden muchos, y muchísimos, explicar todo esto, y con su explicación hacer lo que a otro propósito bien semejante decía San Agustín: Si explico, es oscuro; con-fundirlo, digo, oscurecerlo, enredarlo y dejarlo absolutamente ininteli-gible, como queda observado y ponderado principalmente en nuestra primera parte, disertación segunda.

[5] Estando, pues, las cosas en esta situación, no teniendo ya el Señor que contemplar a nadie en todo el orbe de la tierra, exceptuando solamente a cierta mujer solitaria, que llora en el desierto su ceguedad y culpas pasadas, a la cual salvará en aquel día según sus promesas, aunque para esto sea necesario algún gran milagro, empezarán luego a verificarse en este orbe de la tierra todas aquellas cosas grandes y ho-rribles que para este día están anunciadas; todas las cuales, por evitar prolijidad, yo las comprendo en estas cuatro palabras del más elegante de todos los Profetas, de quien se dice en el Eclesiástico: Con espíritu grande vio los últimos tiempos, y alentó a los que lloraban en Sion 1.

[6] Para ti, que eres morador de la tierra, está el espanto, y el ho-yo, y el lazo. Y acaecerá que el que huyere de la voz del espanto, caerá en el hoyo; y el que escapare del hoyo, será preso en el lazo; porque las compuertas de los cielos fueron abiertas, y serán sacudidos los ci-mientos de la tierra. Totalmente será quebrantada la tierra; desme-nuzada enteramente será la tierra; conmovida sobremanera será la tierra, será agitada muy mucho la tierra como un embriagado, y será quitada como tienda de una noche; y la agobiará su maldad, y caerá, y no volverá a levantarse 2. Léase todo este capítulo hasta el fin. Ya ad-vertí en otra parte (y es bien que se tenga presente) que aquí no habla de la sustancia de nuestro globo, sino de sus habitadores racionales (como se colige de estas palabras: Que eres morador de la tierra 3), y de todo este aparato externo que llamamos mundo, que cubre su superfi-cie, y la infestó desde el principio con su iniquidad y malicia; lo cual se conoce evidentemente, no sólo por otras muchísimas Escrituras, sino por el contexto de este mismo capítulo, y aun por las palabras con que empieza: He aquí que el Señor desolará la tierra y la despojará, y afli-girá el aspecto de ella, y esparcirá sus moradores 4.

[7] Pues en esta conturbación de todo lo que hay en la superficie de nuestro globo, en esta conmoción y agitación, en esta oscuridad y ti-nieblas, en este espanto y pavor, en esta como lluvia de rayos, que el

1 Eclo. 48, 27. 2 Is. 24, 17-20. 3 Is. 24, 17. 4 Is. 24, 1.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 709

Evangelio llama estrellas (las cuales, como se dice en el libro de la Sa-biduría, irán derechamente los tiros como los de los rayos, y como de un arco bien entesado de las nubes serán arrojados, y resurtirán a lugar cierto 1), no hay duda que perecerá la mayor y máxima parte del linaje humano, y en primer lugar aquéllos que, de algún modo, se hu-biesen agregado a la cuarta bestia de Daniel, o pertenecieron a las dos bestias del capítulo 19 del Apocalipsis. De éstos tengo por ciertísimo que no quedará vivo uno solo, porque así lo veo expreso en ambas pro-fecías: Y vi (dice Daniel) que había sido muerta la bestia (la cuarta), y había perecido su cuerpo, y había sido entregado al fuego para ser quemado… Estos dos (dice San Juan de las dos bestias) fueron lanza-dos vivos en un estanque de fuego ardiendo, y de azufre; y los otros murieron con la espada que sale de la boca del que estaba sentado sobre el caballo 2; lo cual hallo confirmado de mil maneras en las Pro-fecías y en los Salmos, como he dicho; y pudiera todavía añadir a todo lo dicho, si no temiera molestar a los lectores con cosas tan obvias y tan fáciles de observar en toda la Escritura.

[8] Mas así como tengo por ciertísimo que de esta clase de gente no quedará vivo un solo individuo, así del mismo modo, y con el mis-mo fundamento, me parece ciertísimo que quedarán vivos muchos in-dividuos, no sólo de los que entonces pertenecerán al verdadero cris-tianismo (como serán los que han de subir en las nubes a recibir a Cristo 3, y los que han de componer la mujer solitaria), sino también de los pertenecientes a las tres primeras bestias, que de algún modo, pasiva o activamente, no se hayan agregado a la cuarta, como queda dicho y probado en otras partes; los cuales vivos, comparados con los muertos, serán poquísimos. Así lo leo expreso en el mismo capítulo 24, versículo 13, de Isaías: Porque estas cosas serán en medio de la tierra, en medio de los pueblos: como si algunas pocas aceitunas, que que-daron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de aca-bada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza, etc. 4. En el capítulo 14 del Apocalipsis, versículo 19, se habla de esta vendi-mia metafórica, de un modo capaz de hacer temblar al más animoso: Y metió el ángel su hoz aguda en la tierra, y vendimió la viña de la tie-rra, y echó la vendimia en el grande lago de la ira de Dios 5.

[9] Esta vendimia horrible, dejando intactos algunos racimos, que no serán dignos de la ira de Dios Omnipotente, ni de la ira del Corde-ro, parece necesaria e indispensable en la venida del Señor, y en el es-

1 Sab. 5, 22. 2 Dan. 7, 11; Apoc. 19, 20-21. 3 1 Tes. 4, 16. 4 Is. 24, 13-14. 5 Apoc. 14, 19.

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tado miserable en que se hallará, según las Escrituras, la viña de la tie-rra; así para evacuar todo principado, potestad y virtud, o lo que es lo mismo, para destruir y convertir en polvo la gran estatua; como para evacuar tanta iniquidad, para acabar con el pecado en toda la tierra, y para destrizar de ella a los pecadores 1; para plantar de nuevo la justi-cia, dando a aquellas pocas plantas que quedaron servibles el último y más excelente cultivo, y recoger por consiguiente aquellos frutos co-piosísimos y óptimos, dignos de Dios, que hasta ahora no se han reco-gido, contra la intención del mismo Dios, y del Redentor, que murió por todos… y que quiere que todos los hombres sean salvos 2, y por culpa innegable de los colonos, que por la mayor y máxima parte han atendido en primer lugar a aquellas cosas que son propias, y no las que son de Jesucristo 3, según lo dejó anunciado él mismo, ya expre-samente, ya mucho más en parábolas 4.

[10] Imagínese por un momento, para que podamos entendernos mejor, que un gran monarca, habiendo estado por largo tiempo ausen-te de su reino, y siendo ya tiempo de volver a él, vuelve lleno de gloria a la frente de un poderosísimo ejército. Al llegar a los confines de su reino, lo halla todo, por noticias ciertas e indubitables, en un sumo desorden y en una deplorable confusión: las leyes del estado, y aun las naturales y divinas, despreciadas y aun conculcadas; los tribunales co-rrompidos, oprimida la inocencia, la iniquidad protegida, la injusticia y la prepotencia entronizadas; y los grandes del reino, que había deja-do en su lugar con todas sus veces y autoridad, unos dormidos, des-cuidados o distraídos; otros que comen y beben con los que se embria-gan 5; otros ocupados enteramente en bagatelas y puerilidades; y los más declarados contra su legítimo señor, diciendo formal y pública-mente: No queremos que reine éste sobre nosotros 6. En este caso, pa-rece necesario que este monarca, que suponemos sapientísimo y po-tentísimo, entre en su reino con la espada desnuda; que empiece su juicio por los más culpados o por las cabezas principales de la rebe-lión, congregadas para pelear con él 7; que exterminados éstos, ex-termine del mismo modo a los infieles ministros, que en lugar de opo-nerse a ellos como un muro fortísimo, se coligaron con ellos, y les die-ron un auxilio potentísimo, que ellos mismos apenas podían esperar; a estos ministros, digo, cuya ambición, cuya avaricia, cuya negligencia, cuyos intereses particulares fueron la causa principal de tantos desór-

1 Is. 13, 9. 2 2 Cor. 5, 15; 1 Tim. 2, 4. 3 Fil. 2, 21. 4 Mt. 21. 5 Mt. 24, 49. 6 Lc. 19, 14. 7 Apoc. 19, 19.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 1 711

denes; que castigue del mismo modo a proporción de la muchedumbre atrevida, perdonando al mismo tiempo benignamente una gran parte de ella, en quien la culpa había sido más de ignorancia que de malicia; que honre, en fin, y premie, como correspondía a la magnificencia de un rey 1, aquellos pocos siervos fieles y verdaderos amigos que halla declarados por él, y por esta única causa perseguidos, oprimidos y atri-bulados; y hecho este primer acto de su juicio, que pertenece a la justi-cia vindicativa, parece también necesario, en el caso y circunstancias de que hablamos, que nuestro sabio y potentísimo rey empiece al pun-to a poner en el mejor orden y armonía todas las cosas, promulgando suave y pacíficamente nuevas leyes, renovando y perfeccionando mu-chas de las antiguas, y produciendo nuevos medios, nuevas y sabias precauciones, para que estas leyes se observen en adelante con mayor perfección, en bien universal, sólido y verdadero de todo el estado.

[11] Ahora bien, si estudiamos con mediana atención las Escritu-ras, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, nos será preciso de-cir y confesar que de esta manera será el día en que se manifestará el Hijo del Hombre 2. Jesucristo, cuando hallará ciertísimamente toda nuestra tierra en la misma forma, pues así lo dejó anunciado él mismo, y después de él sus discípulos, confirmando lo que ya habían anuncia-do los Profetas; hallará, digo, toda la tierra como estaba poco antes del diluvio, esto es, corrompida delante de Dios, e hinchada de iniqui-dad 3; por consiguiente, sin fe, sin justicia, sin religión, en un sumo desorden y en un lamentable descuido. Así le será como inevitable y necesario entrar en su reino como lo describe Isaías, capítulo 59: Se puso vestidos de venganza, y cubrióse de celo como de un manto, co-mo para hacer venganza, como para retornar indignación a sus ene-migos 4; y en el capítulo 63 dice el mismo Señor: Y rehollé a los pue-blos en mi furor, y los embriagué de mi indignación, y derribé en tie-rra la fuerza de ellos 5; entrar, digo, en su reino con la espada desnu-da: Y salía de su boca una espada de dos filos para herir con ella a las Gentes 6. Y como lo dice su padre David, hablando con él en espíritu: El Señor está a tu derecha, quebrantó a los reyes en el día de su ira. Juzgará a las naciones, multiplicará las ruinas; castigará cabezas en tierra de muchos 7. Dice muchos, no todos; y aunque la explicación de este lugar, así como la de otros semejantes, por ejemplo el versículo 2 del capítulo 12 de Daniel, explican algunos: De muchos: esto es: de to-

1 Est. 1, 7. 2 Lc. 17, 30. 3 Gen. 6, 11. 4 Is. 49, 17-18. 5 Is. 63, 6. 6 Apoc. 19, 15. 7 Sal. 109, 5-6.

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dos, qué serán muchísimos; mas esta explicación es conocidamente violentísima, ni estriba sobre otro fundamento que sobre una suposi-ción arbitraria y falsa, que ni se prueba, ni es posible probar.

[12] Concluido este primero y necesario acto del juicio de Cristo sobre los vivos, o esta especie de vendimia terrible (de que se habla de propósito en el capítulo 24 de Isaías, y en el capítulo 14 del Apocalip-sis), aunque la viña de la tierra, y la tierra toda, quedará despoblada casi tanto como quedó después del diluvio; no por eso dejarán de que-dar dispersos acá y allá algunos pequeños racimos, así como sucede siempre en una gran vendimia: Como si algunas pocas aceitunas, que quedaron, se sacudieren de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la vendimia 1. Estos pocos residuos (prosigue Isaías en el lu-gar citado), pasada la gran borrasca, levantarán la voz y alabarán a su Señor 2. Cuando éste fuere glorificado con la destrucción y ruina de to-dos los inicuos, clamarán y suspirarán por él, con deseo y ansia de co-nocerlo y adorarlo, aun los que se hallaren en los últimos fines de la tierra, separados de este continente por vastísimos mares: Cuando fue-re el Señor glorificado, alzaran la gritería desde el mar… Desde los términos de la tierra oímos alabanzas, la gloria del justo 3. Este lugar de Isaías, unido con todo el contexto de este capítulo, no comprendo cómo se pueda acomodar a la predicación de los Apóstoles y vocación de las Gentes, que parece el único asunto interesante que tienen en mira los intérpretes de la Escritura.

[13] Pues en estos pocos que quedarán vivos sobre la tierra, y en toda su numerosísima posteridad, proseguirá por muchos siglos (que San Juan llama con el número redondo de mil años) el juicio de Cristo sobre los vivos, o lo que parece lo mismo, su reino sobre los vivos y viadores, hasta que éstos falten del todo, según veremos a su tiempo.

1 Is. 24, 13. 2 Is. 24, 14. 3 Is. 24, 14 y 16.

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Capítulo 2

Idea general del juicio de Cristo según las Escrituras

[14] Estas dos palabras, reino y juicio, o rey y juez, en frase de to-das las Escrituras canónicas, y en la inteligencia universal recibida de todos los pueblos, tribus y lenguas que viven en sociedad, me parece a mí que no significan, ni pueden significar, dos cosas diversas, sino una sólo. Un rey o príncipe soberano, recibido y reconocido por tal de to-dos sus respectivos súbditos, no es otra cosa que un juez en quien re-side todo el juicio respecto de estos mismos súbditos, ni su reinado es otra cosa que su juicio. Aunque no todo juez merece el nombre de rey, ni de príncipe, ni de soberano; mas todo rey, todo príncipe soberano, merece el nombre de juez, y se le debe de justicia, pues lo es en reali-dad. Tú me escogiste, le decía a Dios el más sabio de los reyes, por rey de tu pueblo, y por juez de tus hijos e hijas 1: y en el capítulo 6, ha-blando con todos los reyes de la tierra, les da promiscuamente el nom-bre de reyes y de jueces: Oíd, pues, reyes, y entended: aprended voso-tros, jueces de toda la tierra 2. Lo mismo hace su padre David en el salmo 2: Y ahora, reyes, entended: sed instruidos, los que juzgáis la tierra 3; y es bien fácil observar esto mismo casi a cada paso en las Es-crituras. La palabra misma rey se deriva evidentemente del verbo re-gir, que significa gobernar, dirigir, ordenar, mandar, premiar, casti-gar, etc., todo lo cual supone el juicio que debe preceder. Así, todos los reyes o príncipes soberanos (sean personas particulares o cuerpos mo-rales) son otros tantos jueces de sus respectivos dominios, a cuyo bien y felicidad deben velar, dando a todos y a cada uno lo que merece se-gún sus obras, sea de premio o de castigo, y procurando siempre un buen orden y una buena armonía en todo el cuerpo del estado.

[15] Ahora bien, como los reyes y soberanos de la tierra no pueden juzgarlo todo por sí mismos, porque excede infinitamente la limita-ción del hombre; la razón natural, la experiencia y la necesidad les ha enseñado, de tiempos antiguos, aquel óptimo expediente que aconse-jó a Moisés su suegro Jetró, es a saber: repartir entre muchos, teme-rosos de Dios, en quienes se halla verdad, y que aborrezcan la avari-

1 Sab. 9, 7. 2 Sab. 6, 2. 3 Sal. 2, 10.

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cia 1, aquel juicio que reside en ellos, dando a cada uno aquella parte determinada, o por tiempo determinado o indeterminado, según su voluntad; mas con la condición indispensable de que todos reconozcan su dependencia, pues el juicio no es suyo, sino prestado, y todos se reúnan al fin en un solo punto o centro de unidad, esto es, en el sobe-rano mismo, de quien todos recibieron la porción de juicio que cada uno tiene, o la potestad de juzgar dentro de los límites de su jurisdic-ción. Estos conjueces son, propiamente hablando, los correinantes, y los que forman juntamente con el rey el reino activo, o la parte activa del reino, que es la principal. Esta parece la verdadera idea sencilla y clara de un rey y de una monarquía; y ésta parece, del mismo modo (guardando la debida proporción), la verdadera idea del juicio de Cris-to que nos anuncian para su tiempo las Escrituras.

[16] Este juicio no puede ser un juicio pasajero, ni limitado a algu-nas horas, días, ni años, como quien se sienta en un tribunal, y exami-nada y sustanciada la causa de un reo, da la sentencia definitiva. Esta idea, tomada confusamente de una parábola del Evangelio, no es tan justa que no necesite de una más atenta consideración. El juicio de Cristo, desde que empiece en el día de su poder 2 y en el día de su ve-nida en gloria y majestad, debe ser un juicio tan permanente y tan eterno como el mismo Cristo. Así como Cristo, en calidad de rey, ha de ser eterno, pues su reino ha de ser eterno: Y no tendrá fin su reino 3; así ha de ser eterno en calidad de juez, pues el juicio es esencial al rey: El honor del rey ama la justicia 4. Ni puede concebirse un rey o sobe-rano, como rey o como soberano, sin concebirse junto con él y en él mismo el juicio o la potestad de juzgar, de ordenar, de mandar, de re-gir y gobernar, etc. Cristo, cuando vino la primera vez, no vino ciertí-simamente como rey; por consiguiente, ni como juez; ni hay en todas las Escrituras antiguas, ni en los Evangelios, ni en los escritos de los Apóstoles, una sola palabra que persuada o indique de algún modo es-ta idea; antes por el contrario, todo nos indica y persuade otra idea in-finitamente diversa. Por resumirlo todo en una palabra (que cierta-mente vale por mil), el mismo Señor nos lo aseguró así expresamente con la mayor formalidad y claridad, que puede caber en el asunto, (di-ciéndonos): No envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él 5. Conque es cosa diversísima juzgar al mundo como rey o como juez, o salvar como salvador y re-dentor a los que creyeren en él, y lo creyeren a él, y conformaren sus

1 Ex. 18, 21. 2 Sal. 109, 3. 3 SÍMBOLO CONSTANTINOPOLITANO; Lc. 1, 33. 4 Sal. 98, 4. 5 Jn. 3, 17.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 2 715

obras con su fe, que es la verdadera creencia, sin la cual no puede ha-ber salud.

[17] Mas cuando venga la segunda vez (que creemos y esperamos con ansia todos los que le amamos), vendrá sin duda como Rey (dice San Lucas): Volvió después de haber recibido el reino 1. Por consi-guiente, vendrá como juez, porque el Padre… todo el juicio ha dado al Hijo, y le dio poder de hacer juicio, porque es Hijo del hombre 2. En esta potestad consiste sustancialmente el testamento nuevo y eter-no de Dios, como que en él renuncia, o deposita enteramente el Padre en el Hijo, y pone en sus manos todo el juicio; y esto porque se hizo hombre, y en cuanto hombre le dio poder de hacer juicio, porque es Hijo del Hombre 3. Y diole (dice Daniel) la potestad, y la honra, y el reino: y todos los pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él; su po-testad es potestad eterna, que no será quitada: y su reino, que no se-rá destruido 4.

[18] Este juicio de Cristo se ve frecuentísimamente en todas las Es-crituras, no sólo santo, recto y justísimo, sino sumamente magnífico, admirable y lleno de todas aquellas perfecciones y excelencias que no ha tenido jamás, ni ha podido tener, el juicio de los puros hombres. Así, se dice de Cristo en el salmo 9, como una cosa nueva e inaudita en todo el orbe de la tierra: Preparó su trono para juicio: y él mismo juz-gará la redondez de la tierra en equidad, juzgará los pueblos con jus-ticia 5. Y en los salmos 95 y 97 son convidadas todas las criaturas, aun las irracionales e insensibles, a alegrarse y regocijarse, no sólo porque viene, sino expresamente porque viene a juzgar la tierra: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se go-zarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se re-gocijarán todos los árboles de las selvas a la vista del Señor, porque vino: porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad… Cantad alegres en la pre-sencia del rey, que es el Señor; muévase el mar, y su plenitud; la re-dondez de la tierra, y los que moran en ella. Los ríos aplaudirán con palmadas; juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor: porque vino a juzgar la tierra 6.

[19] En la idea ordinaria del juicio de Cristo y de su venida, no sé cómo pueda tener lugar esta exultación. De estos lugares de la Escritu-ra pudiera citar dos o tres centenares, pues no hay cosa más obvia en

1 Lc. 19, 15. 2 Jn. 5, 22 y 27. 3 Jn. 5, 27. 4 Dan. 7, 14. 5 Sal. 9, 8-9. 6 Sal. 95, 11-13; 97, 6-9.

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los Profetas y en los Salmos; mas porque esta prolijitud sería tan enfa-dosa como inútil, me contento por ahora con un solo lugar de Isaías. En este profeta se halla casi siempre (en ciertos asuntos) compendiado en poco, y con suma claridad y elegancia, cuanto se halla disperso, y de un modo oscuro o poco claro, en otros Profetas.

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Capítulo 3

Sigue el mismo asunto. Examínase un texto importante de Isaías

[20] En el fenómeno 5, aspecto 1, instrumento 2, me acuerdo bien que dejé suspensa la observación de cierto fenómeno particular, esto es, la mitad del capítulo 11 de Isaías, pareciéndome que no era enton-ces tan necesaria para aquel punto particular que allí se trataba, sino solamente la segunda mitad, que empieza desde el versículo 11; por lo cual reservé esta observación particular para otro lugar y tiempo más propio y oportuno; éste me parece que ha llegado ya.

[21] Saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor. Y reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de cien-cia y de piedad, y le llenará el espíritu del temor del Señor. No juzga-rá según vista de ojos, ni argüirá por oída de orejas; sino que juzga-rá a los pobres con justicia, y reprenderá con equidad en defensa de los mansos de la tierra; y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y la justicia será cíngu-lo de sus lomos; y la fe (o la fidelidad) ceñidor de sus riñones. Habi-tará el lobo con el cordero, y el pardo se echará con el cabrito; el be-cerro, y el león, y la oveja, andarán juntos, y un niño pequeñito los conducirá. El becerro y el oso serán apacentados juntos, y sus crías juntamente descansarán; y el león comerá paja como el buey, y el ni-ño de teta se divertirá sobre la cueva del áspid; y el destetado meterá su mano en la caverna del basilisco. No dañarán, ni matarán en todo mi santo monte: porque la tierra está llena de la ciencia del Señor (o del conocimiento del Señor), así como las aguas del mar que la cu-bren. En aquel día la raíz de Jesé, que está puesta por bandera (o es-tandarte) de los pueblos, le invocarán a él las naciones, y será glorio-so su sepulcro 1.

[22] Es ciertísimo que los doctores judíos, a lo menos los más doc-tos y sensatos, entendieron únicamente en la vara y flor que salen de la raíz de Jesé (o de la familia de Jesé) dos cosas propias, peculiares y esenciales de la misma persona de Cristo. En la vara entendieron su potestad absoluta y universal como rey o monarca verdadero de todo

1 Is. 11, 1-10.

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lo criado, o como juez supremo o soberano en quien debe algún día fir-marse para siempre todo juicio, así como todo principado, potestad y dominación: El principado ha sido puesto sobre su hombro… Y diole la potestad, y la honra, y el reino: y todos los pueblos, tribus y len-guas le servirán a él 1. Del mismo modo entendieron en la flor que sa-le, no de la vara, ni por medio de la vara, sino inmediatamente de la raíz misma 2, la suavidad, la equidad, la felicidad de su reinado o de su juicio, y juntamente la hermosura y amabilidad de su persona.

[23] Esta inteligencia les pareció a estos doctores la más natural, la más propia, la más conforme a todo el contexto de este capítulo y de to-das las Escrituras. La vara, decían, siempre se ha mirado desde los días antiguos, y entre todas las naciones civiles, como un símbolo propio, y aun como una insignia peculiar, de la potestad, del juicio o del gobierno actual; y en la misma Escritura es frecuentísimo el uso de este símbolo, no solamente cuando se habla de otros jefes, jueces o magistrados, así de Israel como de otras naciones extranjeras, sino también cuando se habla expresamente del Mesías en su venida gloriosa como rey y como juez. Pídeme (le dice Dios en el salmo 2), y te daré las gentes en he-rencia tuya, y en posesión tuya los términos de la tierra. Los gober-narás con vara de hierro 3. Vara de rectitud es la vara de tu reino 4. De Sión hará salir el Señor el cetro de tu poder: domina tú, en medio de tus enemigos 5. Quebró el Señor el báculo de los impíos, la vara de los que dominaban 6. Y por abreviar, en esta misma profecía de Isaías que comenzamos a observar, se representa y se ve el Mesías mismo como que trae en la boca la vara de su dominación y potestad, con la cual vara hiere la tierra y destruye y aniquila todo impío y toda impie-dad: Y herirá a la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío 7. Por otra parte, ¿qué símbolo más propio de la belleza, de la felicidad, de la amabilidad, que una flor? El mismo dice de sí en espíritu: Yo soy la flor del campo, y el lirio de los valles 8.

[24] No obstante la propiedad de esta inteligencia, su claridad, su simplicidad y su perfecta conformidad con todo el contexto de esta pro-fecía y de tantas otras, los intérpretes, en su sistema, tan lejos están de admitirla, cuanto de impugnarla directamente. Mas ¿por qué razón? ¿Acaso por el modo tan grosero y tan poco decente, con que éstos ha-blaron del reino del Mesías y de su persona, como pudiera hablarse de

1 Is. 9, 6; Dan. 7, 14. 2 Is. 11, 1. 3 Sal. 2, 8-9. 4 Sal. 44, 7; Heb. 1, 8. 5 Sal. 109,2. 6 Is. 14, 5. 7 Is. 11, 4. 8 Cant. 2, 1.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 719

un héroe de las fábulas o de un puro hombre? ¿Acaso porque es inteli-gencia de rabinos? Sí, este es el pretexto, mas no la verdadera razón. Esta queda ya señalada en varias partes de esta obra, y aquí manifiesta por sí misma. En este lugar, así como en millares de otros, es necesario uno de dos extremos: o alegorizar y espiritualizar toda entera la profe-cía, contenida en este capítulo y en el siguiente, acomodándola toda, cueste lo que costare, a la Iglesia presente; o mudar enteramente de sis-tema. Esto último no hay que pensarlo; conque lo primero, que es el re-curso ordinario en todas las urgencias. Siendo, pues, forzoso acomodar a la Iglesia presente toda la profecía en sentido puramente espiritual y alegórico, es también forzoso allanar el camino desde sus primeras pa-labras, quitando este primer embarazo, con dar otra inteligencia diver-sísima a la vara y flor que deben salir de la raíz de Jesé. Veamos esta in-teligencia y comparémosla con la primera en la balanza fiel.

[25] Y saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor 1. La vara y flor (dicen) simbolizan dos personas diversas, ambas grandes y admirables (a proporción) de la casa o familia del rey David, y por eso pertenecientes al padre del mismo David, que fue Jesé. En la vara se debe entender la Santa Virgen María, Madre de Cristo, y en la flor el mismo Cristo: Mas nosotros (dice un antiguo doctor, a quien to-dos o los más suscriben en el mismo sistema) por la vara de la raíz de Jesé entendamos que es la Virgen Santa María que no tuvo mata al-guna unida a ella; y por flor al Señor Salvador, que dice en el Cántico de los cánticos: Yo flor del campo, y lirio de los valles. Sobre esta flor, pues, que del tronco y raíz de Jesé levantará por medio de María Vir-gen, y en ella descansará el espíritu del Señor, etc. 2.

[26] Yo no me opongo, ni puedo oponerme sin impiedad a la ver-dad de fe divina que aquí nos dice o nos recuerda este santo doctor con ocasión de estas primeras palabras del capítulo 11 de Isaías, que ac-tualmente observamos. Esta es ciertamente una verdad indisputable, a saber, que Cristo nació de la Santísima Virgen María, la cual era de la sangre real de David 3. Esta verdad debemos saber y creer firmísima-mente todos los Cristianos. Mas esta verdad de fe divina, cierta e in-dubitable, ¿es la mima que se anuncia, o de que se habla en estas pri-meras palabras de la profecía? Esta simple pregunta pide naturalmen-te espera, y desea una respuesta no sólo categórica, sino racional, bien fundada, clara, sin artificios de puro ingenio (que llámenlos sofisma), y también sin aquel otro mal mucho peor que el sofisma, que merece con propiedad el nombre de despotismo, o de prepotencia teológica. Después de haber leído y meditado la profecía entera, unida con el ca-

1 Is. 11, 1. 2 SAN JERÓNIMO, in Isai. 3 SAN LEÓN, Serm. 1 de Nativit.

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720 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

pítulo antecedente y el siguiente (que todo debe entrar en considera-ción), así como se halla infinitamente violenta y llena de falsedades palpables la acomodación que se pretende hacer a la Iglesia presente, así no se sabe a qué propósito viene aquí el nacimiento de Cristo de la Santa Virgen María. Aunque se atendiese únicamente a la primera cláusula de este capítulo, separándola enteramente de todo lo que pre-cede y de todo lo que sigue, que es lo sumo a que puede extenderse la indulgencia en estos asuntos, aun así la inteligencia vulgar no puede subsistir: se ve en ella y se presenta de suyo un inconveniente gravísi-mo o una consecuencia intolerable.

[27] Si la vara de que aquí se habla (pudiera oponer algún incrédu-lo) es realmente hablando la Santa Virgen María; luego según este lu-gar de la Escritura, Cristo no nació de la Santa Virgen María, ni ésta pudo ser verdadera Madre de Cristo. ¿Por qué? Porque expresamente se dice que la flor debía nacer, no de la vara, sino inmediatamente de la raíz, así como la vara misma, ni por la vara: Saldrá una vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor. Conque o la Santa Virgen María no tuvo más parte en la generación de Cristo que la que dice es-ta profecía, esto es, ninguna; o la Santa Virgen María no viene signifi-cada aquí por la vara; y si se quiere que venga significada por la vara, será necesario alterar un texto tan claro, añadiéndole libremente dos palabras para que diga lo que se pretende, y leerlo así: Y de su raíz (se levantará por la vara) una flor; lo cual, aunque hablando del naci-miento de Cristo es una verdad, mas una verdad conocidamente ajena del texto, que no dice tal cosa, ni la insinúa de modo alguno.

[28] Crece más la dificultad si se atiende a todo el contexto, como debe atender quien busca y desea la verdad; pues sin esta atención las cosas más claras deberán quedar, en cualquier escrito que sea, en la más profunda oscuridad. Desde el capítulo antecedente se empiezan ya a notar, y es bien fácil notarlo, los tiempos de que se habla, no me-nos que los sucesos y las personas. Allí se habla claramente del resi-duo, o de las reliquias últimas y más preciosas de la casa de Jacob, las cuales (como se anuncia en otras mil partes de la Escritura santa, que ya hemos observado) se convertirán perfectamente a Dios, antes que venga el día del Señor. Allí se dice de este residuo, o de estas preciosas reliquias, que ya no confiarán en los hombres, ni estribarán en adelan-te en los príncipes o potestades de la tierra, por cuyo medio han sido castigadas de su Dios, abatidas y humilladas hasta lo sumo, sino que estribarán únicamente en el Santo de Israel, y esto en sinceridad y en verdad: Y acaecerá en aquel día que los que quedaren de Israel, y los que escaparen de la casa de Jacob (sería bueno traer aquí a la memo-ria la mujer que huye a la soledad, con ciento y cuarenta y cuatro mil sellados en la frente con el sello de Dios vivo, del fenómeno 8), no se

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 721

apoyarán más sobre aquel que los hiere; sino que sinceramente se apoyarán sobre el Señor, el Santo de Israel. Los residuos, los resi-duos, digo, de Jacob, se convertirán al Dios fuerte 1. Allí se le dice y promete a este residuo de Jacob que aquel yugo, que tantos siglos ha llevado sobre su cuello, y aquel peso enorme que ha oprimido sus hombros, le será en aquel día enteramente quitado: Y acaecerá en aquel día: Será quitada su carga de tu hombro, y su yugo de tu cue-llo 2; que es lo mismo que se había dicho poco antes hablando con el Mesías: Porque el yugo de su carga, y la vara de su hombro, y el cetro de su exactor tú lo quebraste, como en el día de Madián 3. Allí se dice en suma, y se concluye todo este capítulo 10, con la humillación de los soberbios, y ruina entera de toda la grandeza humana, bajo la seme-janza del monte Líbano, con todos sus altísimos cedros, aludiendo vi-siblemente a la célebre batalla de Gedeón contra el ejército innumera-ble de Madián, de que se habla en el capítulo 7 del libro de los Jueces: He aquí que el dominador Señor de los ejércitos quebrará la cantari-lla con espanto, y los altos de estatura serán cortados, y los sublimes abatidos. Y las espesuras del bosque serán derribadas con hierro, y el Líbano caerá con sus alturas 4. Inmediatamente sigue el capítulo 11 diciendo: Y saldrá una vara de la raíz de Jesé.

[29] Con esta advertencia previa y bien importante proseguid aho-ra la lección atenta de todo este capítulo, y el cántico de alabanza y ac-ción de gracias que canta en el capítulo siguiente el mismo residuo de Jacob, librado en aquel día con tantos prodigios, y recogido con gran-des piedades; y yo me atrevo a asegurar resueltamente que no halla-reis una sola expresión, ni aun siquiera una sola palabra, que, atendi-das todas las circunstancias, se pueda acomodar de un modo razona-ble y pasable a la primera venida del Señor, o a sus efectos en la Iglesia presente. Y si queréis certificaros plenamente de esta verdad, sin que os quede ni aun sospecha de duda, abrid cualquier expositor de la Es-critura sobre este lugar: cotejad en juicio y en justicia lo que allí leáis con la profecía; y esto solo, mucho más que otro argumento, os hará fácilmente abrir los ojos, y pasar de las tinieblas a la luz.

[30] Fuera de esto, si no rehusáis algún poco de trabajo material, abrid las concordancias de la Biblia; buscad en este índice admirable la palabra vara; y después de haber examinado uno por uno todos los lugares de la misma Biblia a que sois remitido, tengo por ciertísimo (pues lo he probado diligentemente) que no hallareis uno solo donde no se tome esta palabra en un mismo sentido general, esto es, por la

1 Is. 10, 20-21. 2 Is. 10, 27. 3 Is. 9, 4. 4 Is. 10, 33-34.

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potestad actual de juzgar, de gobernar, de mandar, de corregir, de cas-tigar, etc., y algunas pocas veces por el instrumento mismo de la co-rrección o del castigo; lo cual en sus propios lugares ninguno ha pen-sado jamás poner en duda. Desde los tiempos de Moisés se lee, ha-blando expresamente del Mesías, la célebre profecía de Balaán: De Ja-cob nacerá una estrella, y de Israel se levantará una vara… De Jacob saldrá el que domine 1. En esta profecía, aunque algunos rabinos más moderados y muy ignorantes (a cuyo sentimiento se inclina el Tosta-do) pretendieron acomodarla a David, a Salomón y demás reyes de Is-rael y de Judá, mas todos los intérpretes juiciosos se ríen con razón de la impropiedad e insulsez de esta inteligencia, defendiendo con todo empeño que en ella se habla evidentemente del Mesías; y que éste, y no otra persona, viene aquí significado, así por la vara como por la es-trella; y a ninguno le ha pasado por el pensamiento entender por esta vara la Santa Virgen María, ni decir que de esta vara debía nacer la es-trella, sino leyendo el texto como quieren leer el de Isaías: Se levanta-rá una estrella por la vara. En suma, hablando expresamente de Cris-to, se ve esta misma vara, y se ve frecuentísimamente en los Profetas, en los Salmos, en los escritos de San Pablo, en el Apocalipsis, y siem-pre se ve en el mismo sentido sin mudanza ni novedad alguna. ¿Por qué, pues, solamente en este lugar de Isaías ha de significar otra cosa diversa? ¿Por qué, pues, solamente en este lugar se ha de convertir la vara en la Santa Virgen María? Si hemos de hablar francamente, como pide la gravedad del asunto, parece claro que no hay otra verdadera razón, sino el miedo y pavor de la vara misma, y de las cosas tan gran-des, tan individuales, tan ajenas y contrarias al sistema vulgar, que se dicen de esta vara en este lugar.

[31] De la raíz de Jesé, o de la casa y familia de David, a quien se hizo la promesa, saldrá, dice este Profeta, la vara y la flor. Sobre esta flor y vara, es decir, sobre este imperio, sobre esta potestad, sobre esta persona admirable a quien pertenece todo imperio, toda potestad, des-cansará con permanencia eterna el Espíritu septiforme del Señor, y por estar esta persona, o este príncipe soberano, lleno de este Espíritu septiforme, no juzgará el mundo como lo han juzgado, y como sólo pueden juzgarlo, los reyes o jueces que son puros hombres; esto es, según lo alegado y probado, o por el testimonio de los ojos y de los oídos 2. La vara de su dominación (prosigue Isaías) la traerá, no en la mano, sino en su boca, para denotar la prontitud y facilidad con que será al punto ejecutado todo cuanto mandare. Con esta vara (que San Juan llama espada de dos filos) herirá en primer lugar toda la tierra, matará todo impío, y destruirá enteramente todo el misterio de iniqui-

1 Num. 24, 17 y 19. 2 Is. 11, 3.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 723

dad: Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío 1. A este lugar de Isaías alude visiblemente to-do el capítulo 11 del Apocalipsis, como también San Pablo cuando ha-bla del hombre de pecado, a quien el Señor Jesús matará con el alien-to de su boca, y le destruirá con el resplandor de su venida 2.

[32] Después de este primer golpe de la vara (que al principio será ciertamente vara de hierro), después de este primer acto necesaria-mente severo y riguroso del juicio de Cristo, empieza luego el Profeta de Dios, el cual con espíritu grande vio los últimos tiempos 3, a des-cribir la felicidad de otro siglo o de otro tiempo del todo nuevo, que debe seguirse inmediatamente en esta nuestra tierra: su paz, su quie-tud, su justicia, su santidad, con la presencia o bajo la vara y gobierno del sabio y pacífico Salomón, de quien se dicen aquellas palabras del salmo 44 que cita San Pablo: Vara de rectitud… o vara de equidad, la vara de tu reino 4: usando para esto de semejanzas y expresiones tan vivas, tan admirables, tan nuevas e inauditas en todos los tiempos an-teriores, que su misma novedad y grandeza las ha hecho increíbles, aun respecto de los hombres mas píos y más crédulos de cosas increí-bles que no constan de la revelación. Ved aquí algunas de ellas.

[33] Habitará en aquel tiempo el lobo con el cordero, y el pardo dormirá con el cabrito. El becerro, el león y la oveja morarán juntos en una misma habitación, y un niño pequeñito los conducirá 5. El oso y el becerro pastarán en un mismo prado en buena armonía y perfecta concordia, y los hijos de ambos, aunque de inclinaciones tan diversas, dormirán en un mismo lugar sin temor ni recelo. El león se contentará entonces con aquel simple alimento de que usa el buey. Un infante tierno e inocente podrá divertirse sobre la cueva de un áspid, y aun meter dentro la mano sin peligro alguno; porque en aquellos tiempos no matarán ni harán mal todas las bestias ponzoñosas que ahora son tan temibles; y esto no en una parte determinada de la tierra, sino ge-neralmente en todo mi santo monte 6. ¿Qué monte santo de Dios pue-de ser éste? A mí me parece por todas sus señas, combinadas con otros lugares de la Escritura, que se habla aquí de aquel mismo monte tan grande que debe cubrir algún día toda la tierra, de que hablamos en el fenómeno 1 (diciendo con Daniel): La piedra que había herido la esta-tua se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra 7. Lo cual se co-noce claramente por las palabras que luego añade, señalando la causa

1 Is. 11, 4. 2 2 Tes. 2, 8. 3 Eclo. 48, 27. 4 Sal. 44, 7; Heb. 1, 8. 5 Is. 11, 6. 6 Is. 11, 9. 7 Dan. 2, 35.

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724 LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

y origen de tantas maravillas, esto es, porque toda la tierra se llenará entonces de la ciencia del Señor, así como están llenas de agua todas aquellas partes de la misma tierra que cubre el mar 1. Todas estas co-sas, y otras iguales o mayores, las repite varias veces este mismo Pro-feta con igual viveza y claridad, especialmente en los capítulos 35 y 36, de los cuales decimos lo mismo que de este 11, esto es, que todas son cosas no pasadas ni presentes, sino reservadas visiblemente en los te-soros de Dios, para otros tiempos todavía futuros, como lo muestra y hace palpable su misma novedad y grandeza.

[34] En fin, concluye el Profeta este punto, diciendo: En aquel día de la raíz de Jesé (o como leen Pagnini y Vatablo: que saldrá de la raíz de Isaí) que está puesta por bandera de los pueblos, le invocarán a él las naciones 2. Este mismo que ahora está por bandera (o estandarte) de los pueblos 3, para que se alisten bajo esta bandera los que quisieren tener parte con él, y está también, según la profecía de Simeón, para señal a la que se hará contradicción 4; este mismo será entonces reve-renciado y adorado de todas las Gentes; todas le hincarán las rodillas, esperarán en él, y dependerán enteramente de él: Le invocarán a él las naciones, y como añade San Pablo conforme a los LXX, en él esperarán las Gentes 5: y su descanso, su asiento, su tabernáculo, su trono, será no solamente glorioso, sino la misma gloria: Y será su descanso honor, leen los LXX: Y será su descanso gloria 6, leen Pagnini y Vatablo.

[35] Ninguno puede extrañar (a lo menos con razón y justicia) que yo lea estas últimas palabras de esta célebre profecía de Isaías, según los LXX, y según Pagnini y Vatablo. No ignoro que San Jerónimo las lee de otra manera, dándoles otro aspecto infinitamente diverso, esto es: Y será glorioso su sepulcro 7. Esta palabra sepulcro, os causará sin duda un extremo disgusto; os parecerá ajenísima de los tiempos de que vamos hablando, no menos que del texto y contexto de toda la profecía; y casi os hará retroceder confusamente a los tiempos pasa-dos, sin saber por qué, ni para qué; como una persona a quien hacen entrar repentinamente de una gran luz en que se hallaba, a una cáma-ra oscura. Mas esperad un poco. Los intérpretes más sinceros y más inteligentes de la lengua hebrea, confiesan ingenuamente contra San Jerónimo, que la palabra sepulcro no es la que corresponde con pro-piedad al original, sino cuando más en un sentido latísimo e impropio. La palabra hebrea, dicen, corresponde perfectamente a la palabra lati-

1 Is. 11, 9. 2 Is. 11, 10. 3 Is. 11, 10. 4 Lc. 2, 34. 5 Rom. 15, 12. 6 Is. 11, 10. 7 Is. 11, 10.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 3 725

na requies; mas esta palabra requies, o descanso, digo yo, es muy ge-neral, y se puede fácilmente aplicar o contraer a muchas cosas particu-lares, según las circunstancias. Descanso se llama comúnmente el acto de estar sentado o recostado, y también el asiento y la cama en que se logra este descanso; descanso se llama el sueño o acto de dormir, o la dormición; descanso se llama la simple cesación de todo trabajo, o corporal o mental; descanso se llama la muerte misma, especialmente cuando ha precedido una vida molesta, trabajosa y llena de dolores y disgustos; se llama, en fin, descanso, aunque con una suma impropie-dad, el lugar donde se deposita un cadáver, que es lo que tiene el nom-bre de sepulcro. Por donde parece claro que quien eligió esto último, tuvo por entonces muy presente el concurso grande de Cristianos que, desde el cuarto o quinto siglo, iban a Jerusalén a visitar la iglesia del santo sepulcro del Señor.

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Capítulo 4

El cielo nuevo y la tierra nueva

[36] Con la venida en gloria y majestad del Señor Jesús, del Hom-bre Dios, del Rey de los reyes, que esperamos de cierto todos los que creemos, destruidos enteramente los cielos y la tierra que ahora son, comenzarán otros nuevos cielos y otra nueva tierra, donde habitará en adelante la justicia, dice San Pedro en su segunda epístola 1. ¿Qué quie-re decir esto? ¿Acaso quiere decir que los cielos y la tierra, o el mundo universo que ahora es, dejará entonces de ser, o será aniquilado, para dar lugar a la creación de otros cielos y de otra tierra? Así pudiera tal vez imaginarlo quien leyese solamente una parte, y no todo el texto se-guido y continuado. No hay duda que aun así, parece siempre oscuro y difícil, ya por sus expresiones extraordinariamente concisas, ya tam-bién por la colocación de las palabras. Mas en medio de esta concisión y aparente oscuridad, descubre fácilmente a quien quisiere mirarle to-do entero y con la necesaria atención, su propio y natural sentido.

[37] De modo (dice San Pedro) que así como el cielo y la tierra que eran antes del diluvio universal, perecieron por la palabra de Dios y por el agua 2, asimismo el cielo o los cielos y tierra que ahora son, pe-recerán también por la misma palabra de Dios, y por el fuego: Los cie-los (son palabras del Santo) que son ahora, y la tierra, por la misma palabra se guardan reservadas para el fuego en el día del juicio, y de la perdición de los hombres impíos 3.

[38] Ahora bien, pregunto yo: los cielos y tierra, que perecieron por el agua en el tiempo de Noé, ¿cuáles fueron? ¿Fueron acaso aque-llos cielos de que habla insipientemente uno de los amigos de Job, di-ciendo: Que son muy sólidos, como si fuesen vaciados de bronce? 4. ¿Serían aquellos cielos igualmente sólidos, que imaginaron los Cal-deos, los Egipcios, los Griegos, y que de ellos tomaron los Romanos? ¿Serían los que en el sistema presente, en esta parte matemáticamente demostrado, se llaman cielos, esto es, todos los cuerpos celestes, sol, luna, planetas, cometas, y estrellas fijas? Y hablando de este nuestro globo, que llamamos tierra, ¿pereció acaso la sustancia de ésta por el

1 2 Ped. 3, 13. 2 2 Ped. 3, 6. 3 2 Ped. 3, 7. 4 Job 37, 18.

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PARTE TERCERA — CAPÍTULO 4 727

diluvio de agua? Parece ciertísimo que ni lo uno ni lo otro. Por lo que toca a los cuerpos celestes, a éstos no pudo alcanzar ni tocar el diluvio de agua. Por lo que toca a nuestro globo, a éste lo cubrieron las aguas, como lo cubrían cuando dijo Dios aquellas palabras: Júntense las aguas que están debajo del cielo, en un lugar; y descúbrase la seca 1. Pues ¿qué fue lo que pereció por el diluvio de agua en frase de San Pe-dro? A esta pregunta no hallo otra cosa que responder, ni más natural, ni más conforme a la verdad conocida, sino sola ésta, es a saber, que pereció en la tierra todo cuanto había en su superficie. Perecieron to-dos sus habitadores, hombres y bestias, exceptuando solamente los pocos de cada especie que se salvaron en el arca de Noe, y exceptuados también o todos o muchos de los vivientes que había en las aguas. Pe-recieron todas las obras que los hombres habían trabajado hasta en-tonces sobre la tierra, de las cuales no nos ha quedado monumento al-guno. Pereció toda la belleza, toda la fertilidad, la disposición y orden admirable con que Dios la había criado, para el hombre justo e inocen-te, no para el ingrato y pecador.

[39] Si hablamos ahora del cielo o de los cielos, de que también habla San Pedro, diciendo: Cierto, ellos ignoran voluntariamente que los cielos eran primeramente, y la tierra de agua, y por agua estaba asentada por palabra de Dios; por las cuales cosas aquel mundo de entonces pereció anegado en agua. Mas los cielos que son ahora, y la tierra, etc. 2; de este cielo o cielos decimos lo mismo que acabamos de decir de nuestra tierra, esto es, que pereció en el diluvio el cielo o cie-los que había antes de esta época o de este gran suceso. ¿Qué cielo o qué cielos eran éstos? No otro, ni otros (en mi pobre juicio) que toda la atmósfera que circunda nuestro globo como parte suya esencial, la cual atmósfera, en el común modo de hablar de las Escrituras canóni-cas, y también de todas las naciones, así bárbaras como civilizadas, se llama general y universalmente cielo. Y como este cielo, o esta atmós-fera, se divide y diversifica en tantos climas diferentes, cuantos son los pueblos, tribus y lenguas que pueblan de norte a sur toda la latitud de la tierra; así como cualquiera puede darle el nombre de cielo en singu-lar a aquel clima particular en que habita; así puede con la misma ver-dad y propiedad llamar cielos en plural a todos los otros climas diver-sísimos, donde habitan otras naciones.

[40] Estos climas, o estas diferentes partes de la atmósfera de la tierra, son sin duda en mi opinión los cielos de que habla San Pedro, porque no hay en la naturaleza otros cielos de quienes se pueda con verdad decir que perecieron en el diluvio. Estos de que hablamos, sí perecieron en el diluvio, mas en el mismo sentido en que pereció la

1 Gen. 1, 9. 2 2 Ped. 3, 5-7.

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tierra, es decir, se alteraron, se deformaron, se deterioraron, se muda-ron de bien en mal; como sucede tal vez con un hombre sano y robus-tísimo, que después de una grave enfermedad, ya no parece el mismo que era: su antigua robustez, sus buenos colores, su agilidad, sus fuer-zas, se ven convertidos en una casi extrema flaqueza, en una palidez desagradable, y en una como inercia casi total.

[41] Hasta el diluvio universal, parece más que verosímil que nues-tro globo, con toda su atmósfera y todo lo que llamamos la naturaleza, había perseverado en el mimo estado físico en que había salido de las manos del Criador, pues no nos consta de algún suceso grande, extra-ordinario y universal, capaz de alterar notablemente todas estas cosas; antes tenemos en contra un fundamento positivo, esto es, las vidas lar-guísimas de los hombres, para lo cual no aparece otra razón física, sino la óptima disposición de la tierra y de su atmósfera. Mas habiendo lle-gado esta época terrible, parece igualmente cierto que todo se alteró, tierra, mar, y atmósfera, y todo quedó en esta atención y desconcierto hasta el día de hoy. Se alteró la superficie de la tierra, ocupando las aguas desde entonces hasta el presente una gran parte de lo que antes era un continente árido; lo cual parece claro a cualquiera que observe con suficientes luces el orden y disposición de las islas del mar, espe-cialmente el de las del Archipiélago, que han dejado desocupado y libre lo que antes ocupaban; lo cual parece del mismo modo claro y evidente por las infinitas producciones marinas que encuentran cada día los cu-riosos, aun en los países más lejanos del mar. Se alteró también, y por la misma causa general (que propondremos a su tiempo), toda la atmós-fera de la tierra, pasando generalmente todos los climas o cielos dife-rentes, de la benignidad al rigor, de la templanza a la intemperie, de la uniformidad quieta y pacífica a la inquietud y mudanza casi continua.

[42] Así que el apóstol San Pedro habló en términos los más pro-pios y naturales cuando dijo: La tierra y los siglos que eran antes del diluvio, perecieren por la palabra de Dios y por el agua 1. Añade que los cielos y la tierra que ahora son (ciertamente inferiores a los antedi-luvianos) perecerán también a su tiempo, ya no por el agua, sino por el fuego 2; viniendo en su lugar otros nuevos que excedan en bondad y perfección, así física como moral, a los presentes y pasados: Pero es-peramos según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los que mora la justicia 3. En suma, así como estos cielos y tierra presentes, siendo en su sustancia los mismos que los que había antes del diluvio, son no obstante diversísimos en su orden, en su disposición, en su hermosura, en sus efectos; así los cielos y tierra nueva que esperamos,

1 2 Ped. 3, 5-6. 2 2 Ped. 3, 7. 3 2 Ped. 3, 13.

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aunque sean en sustancia los mismos que ahora, serán infinitamente diversos en todo lo demás. Esta me parece a mí la verdadera inteligen-cia, y la única que puede admitir el texto de San Pedro; lo cual supues-to, pasemos a otra observación importante.

[43] Los nuevos cielos y nueva tierra que esperamos (dice este prín-cipe de los apóstoles) los esperamos según las promesas de Dios. Mas estas promesas de Dios, ¿de dónde constan, o dónde se hallan claras y expresas? Si registramos con cuidado todas las Escrituras sagradas, en todas ellas no hallamos otro lugar que el capítulo 65 de Isaías, y el 66, donde se vuelve a hacer de lo que se había dicho en el antecedente. Es verdad que en el capítulo 21 del Apocalipsis se habla también magnífi-camente de estos nuevos cielos y nueva tierra; mas, lo primero: San Pedro no podía citar el Apocalipsis de San Juan, que ciertamente se escribió muchos años después de su muerte; lo segundo: San Juan, se-gún sus continuas alusiones a toda la Escritura, alude aquí magnífica-mente a este lugar de Isaías. Ahora bien: como en todas las Escrituras no hay otro lugar donde consten expresamente las promesas de nue-vos cielos y nueva tierra, que este capítulo 65 de Isaías, parece claro que a este lugar nos remite San Pedro y también San Juan; y parece del mismo modo claro, que para entender bien el texto conciso de San Pedro, y también el de San Juan, deberemos estudiar primero el texto de Isaías, donde se hallan, como en su propia fuente, las promesas de Dios, de que ahora hablamos. Estas hablan manifiesta y evidentemen-te con la Jerusalén futura, y con las reliquias preciosas de los Judíos, como es fácil ver y comprender al punto, así por todo lo que precede en este mismo capítulo 65, como por todo cuanto se dice en los dieci-séis capítulos antecedentes. Entremos, pues, al examen atento e im-parcial de este instrumento fundamental de las promesas de Dios.

Texto de Isaías, capítulo 65

[44] Porque he aquí que yo crío nuevos cielos y nueva tierra; y las cosas primeras no serán en memoria, y no subirán sobre el corazón. Mas os gozaréis, y os regocijaréis por siempre (o hasta el siglo de si-glos, como leen Pagnini y Vatablo) en aquellas cosas que yo crío: por-que ved aquí que yo crío a Jerusalén por regocijo, y a su pueblo por gozo. Y me regocijaré en Jerusalén, y me gozaré en mi pueblo; y no se oirá más en él voz de lloro, ni voz de lamento. No habrá allí más niño de días, ni anciano que no cumpla sus días: porque el chico de cien años morirá, y el pecador de cien años maldito será (o como lee más claramente Pagnini conforme a los LXX, el niño de días o inmaturo, no saldrá en adelante de allí al sepulcro, y el viejo que no haya llenado su tiempo, porque será joven el de cien años, etc.). Y labrarán casas, y las habitarán; y plantarán viñas, y comerán sus frutos. No edificarán, y

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otro habitará; no plantarán, y otro comerá; porque según los días del árbol serán los días de mi pueblo, y las obras de las manos de ellos en-vejecerán. Mis escogidos no trabajarán en vano, ni engendrarán hijos para turbación (o, según los LXX, ni engendrarán hijos de maldición); porque serán estirpe de benditos del Señor, y sus nietos con ellos. Y acaecerá que antes que clamen, yo los escucharé; cuando aun estén hablando, yo los oiré. El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el buey comerán paja; y el polvo será el pan de la serpiente; no dañarán, ni matarán en todo mi santo monte, dice el Señor 1.

[45] Veis aquí la grande y célebre profecía que cita evidentemente San Pedro, cuando dice: Esperamos, según sus promesas, cielos nue-vos y tierra nueva, en los que mora la justicia 2: y veis aquí también una de aquellas profecías que han puesto en sumo cuidado, y como en una verdadera tortura, los mayores ingenios. Estos, en su sistema, han imaginado dos modos de explicarla, o diremos mejor, de eludirla; las cuales explicaciones, aunque diversísimas, convienen en el solo punto interesante de negar a esta profecía, así como a tantas otras, su propio y natural sentido, que entienden al punto los que saben leer.

[46] La primera explicación, o el primer modo de eludirla, dice confusamente (sin descender a las cosas particulares, expresas en la misma profecía, ni aun siquiera mirarlas) que estos nuevos cielos y nueva tierra de que habla Isaías, y después San Pedro y San Juan, son para después de la resurrección universal; que entonces se renovarán todas las cosas; que entonces, respecto de los bienaventurados, las co-sas primeras no serán en memoria, y no subirán sobre el corazón; que entonces no se oirá mas en ti voz de lloro, ni voz de lamento; que entonces… Todo esto está bien: todo es tan verdadero como inútil por ahora, y fuera de propósito. Y tantas otras cosas particulares que anuncia expresamente esta profecía admirable, ¿qué sentido pueden tener? Parece que ninguno, pues todas se disimulan, y todas se omi-ten. No cito autores de esta opinión, porque siendo algunos de ellos grandes y respetables por su santidad y antigüedad, no se diga o no se piense que les falto al respeto.

[47] La segunda explicación comunísima, aun entre les intérpretes más literales, o que tienen este nombre, no pudiendo acomodar la pro-fecía entera con todo su contexto a la bienaventuranza eterna de los santos después de la resurrección universal (pues se habla en ella de generación y corrupción, de muerte o de pecado, de jóvenes y viejos, de edificios, de viñas, de árboles, de leones, de bueyes, de serpientes, etc.), se acogen finalmente, como al último refugio capaz de salvar el

1 Is. 65, 17-25. 2 2 Ped. 3, 13.

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sistema, a la pura alegoría. Mas es cosa verdaderamente admirable ver el modo embarazoso, confuso y oscurísimo con que se explican, o con que no se explican unos hombres tan grandes. El sistema tiene sin du-da toda la culpa.

[48] He aquí que yo (dice Dios) crío nuevos cielos, y nueva tie-rra 1. Esto es (dice la explicación), crío un nuevo mundo metafórico, conviene o saber, la Iglesia de Cristo, que es mucho más amplia, más adornada y más augusta que la sinagoga, y es como un nuevo mun-do. ¡Qué verdad! Mas ¡qué verdad tan fuera de tiempo y lugar, tan aje-na de esta profecía!

[49] Porque ved aquí que yo (dice Dios) crío a Jerusalén por re-gocijo, y a su pueblo por gozo 2. Esto es (dice la explicación), crío a la Iglesia de Cristo que se alegra y se goza en el Espíritu Santo.

[50] No se oirá mas en él voz de lloro, ni voz de lamento (dice Dios). No habrá allí más niño de días, ni anciano que no cumpla sus días; porque el chico de cien años morirá, y el pecador de cien años maldito será 3. Esto es (dice la explicación), en mi Iglesia todos llena-rán sus días viviendo bien, y desempeñando rectamente los oficios y cargos de su edad; pero el que fuere en ella pecador, aun cuando ten-ga cien años, en nada se estimará, sino que será reprobado y maldito delante de todos. ¡Qué idea tan contraria a las que nos dan nuestras historias, y también nuestros ojos y nuestros oídos!

[51] Según los días del árbol (dice Dios) serán los días de mi pue-blo, y las obras de las manos de ellos envejecerán. Mis escogidos no trabajarán en vano, ni engendrarán hijos para turbación (o no en-gendrarán hijos en maldición), porque serán estirpe de benditos del Señor, y sus nietos con ellos 4. El sentido es (dice la explicación) que mis fieles serán de larga vida, alegres, y bien sanos, lo mismo que si estuviesen en el estado primitivo de la inocencia, y comiesen los frutos del árbol de la vida.

[52] Como la sustancia de esta explicación es la misma con diver-sas palabras en los autores de ella, yo he elegido dos de los más doctos y más literales, de quienes he copiado algunas palabras, para que por ellas se haga concepto de toda la explicación. Quien quisiere asegurar-se más, lo puede fácilmente ver por sus propios ojos.

[53] Ahora se pregunta: las cosas que aquí se tiran a acomodar a la Iglesia presente, bajo el nombre de Jerusalén, ¿le competen a ella en realidad? ¿Estas cosas, hablando de la Iglesia, son verdaderas? ¿No

1 Is. 65, 17. 2 Is. 65, 18. 3 Is. 65, 19-20. 4 Is. 65, 22-23.

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