PABLO SCHANTON Y LA CRÍTICA DE ROCK

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PABLO SCHANTON Y LA CRÍTICA DE ROCK: LA REVOLUCIÓN INCONCLUSA (A PROPÓSITO DE SIMON REYNOLDS) Es uno de los referentes argentinos de la crítica rock, entendida como “disparador” hacia otros territorios del pensamiento. Ha publicado ensayos fundacionales como Prensa, periodismo, crítica, reseña de discos en prensa escrita desde la Revolver a Ñ y Clarin, pasando por exhaustivos resumenes musicales para Pinkmoon. Ha trabajado con Daniel Melero u Leo García (como el hit “Morrissey“) entre otros. Compiló y escribió el prólogo de “Después del rock”, (Caja Negra) la coleccíón de ensayos sobre electrónica, post-punk y rock de Simon Reynolds POR J.C. RAMÍREZ FIGUEROA I. PRENSA, PERIODISMO, CRITICA 2011 LuchaLibro: Hace casi 20 años escribiste “Prensa, Periodismo Crítica”, un ensayo que “descubrimos” hace un tiempo.. ¿Cómo ves la situación ahora? A mi al menos me parece que el núcleo de los “blogs y sitios musicales” hacen periodismo, precisamente porque no hay buenos referentes de crítica y sólo tienen a la prensa como modelo. Pablo Schanton: Tu diagnóstico es muy bueno. Coincido, pero hagamos un poco de contexto. Escribí esa editorial de la revista Ruido allá por 1993 (otra Argentina, otro rock, otro paisaje discursivo), pero acaso esos tres niveles discursivos todavía puedan discernirse, a pesar de que ganó el Periodismo en todo sentido. Hace como 20 años, todavía no había Internet. En Argentina, por lo menos, la forma de enterarse de qué shows había, de qué se podía escuchar, era a través de las FMs “rockeras” o del Suplemento Sí de Clarín (luego, se acopló el No de Página/12). Las revistas que hacíamos (Ruido, Escupiendo Milagros, Revólver) trataron de ser una alternativa a esa información “oficial”. Creo que la aparición, a fines de los ´90, del periodismo de rock de franchising (Inrocks, RS) cerró una etapa del periodismo alternativo de rock en Argentina y abrió otra, la de los blogs. Algunos de nosotros nos “profesionalizamos” en los grandes medios, manteniendo “otro” discurso en medios menos conocidos, y 1

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PABLO SCHANTON Y LA CRÍTICA DE ROCK: LA REVOLUCIÓN INCONCLUSA (A PROPÓSITO DE SIMON REYNOLDS)

Es uno de los referentes argentinos de la crítica rock, entendida como “disparador” hacia otros territorios del pensamiento. Ha publicado ensayos fundacionales como Prensa, periodismo, crítica, reseña de discos en prensa escrita desde la Revolver a Ñ y Clarin, pasando por exhaustivos resumenes musicales para Pinkmoon. Ha trabajado con Daniel Melero u Leo García (como el hit “Morrissey“) entre otros. Compiló y escribió el prólogo de “Después del rock”, (Caja Negra) la coleccíón de ensayos sobre electrónica, post-punk y rock de Simon Reynolds

POR J.C. RAMÍREZ FIGUEROA

I. PRENSA, PERIODISMO, CRITICA 2011

LuchaLibro: Hace casi 20 años escribiste “Prensa, Periodismo Crítica”, un ensayo que “descubrimos” hace un tiempo.. ¿Cómo ves la situación ahora? A mi al menos me parece que el núcleo de los “blogs y sitios musicales” hacen periodismo, precisamente porque no hay buenos referentes de crítica y sólo tienen a la prensa como modelo.

Pablo Schanton: Tu diagnóstico es muy bueno. Coincido, pero hagamos un poco de contexto. Escribí esa editorial de la revista Ruido allá por 1993 (otra Argentina, otro rock, otro paisaje discursivo), pero acaso esos tres niveles discursivos todavía puedan discernirse, a pesar de que ganó el Periodismo en todo sentido. Hace como 20 años, todavía no había Internet. En Argentina, por lo menos, la forma de enterarse de qué shows había, de qué se podía escuchar, era a través de las FMs “rockeras” o del Suplemento Sí de Clarín (luego, se acopló el No de Página/12). Las revistas que hacíamos (Ruido, Escupiendo Milagros, Revólver) trataron de ser una alternativa a esa información “oficial”.

Creo que la aparición, a fines de los ´90, del periodismo de rock de franchising (Inrocks, RS) cerró una etapa del periodismo alternativo de rock en Argentina y abrió otra, la de los blogs. Algunos de nosotros nos “profesionalizamos” en los grandes medios, manteniendo “otro” discurso en medios menos conocidos, y otros evitaron tanto la profesionalización que terminaron haciendo un periodismo de primera persona muy amateur, muy “indie”, un poco escolar, muy amiguista o “enemiguista”. Pero que carecía de ideas que movieran un poco el piso en algo, desde la argumentación, desde el revisionismo, desde un enfoque distinto de la Historia y la Moda.

Al principio, la puteada anónima de Comment ganó espacio como novedad: en fin, la “democratización” de la opinión y demás mentiras de la era de Internet. En lo personal, sigo teniendo mi corazoncito puesto en “Contra las cuerdas”, un blog argentino que me parece de lo mejor que se hizo por acá, pero se cerró en 2008. Hoy la prensa es Google y la red de Facebooks con su “boca a boca” virtual; me parece que éste es el medio más adecuado a nivel microdifusión y velocidad a la sobre-atomización de tendencias y escenas de hoy día. El Periodismo abunda, pero el tema es la Crítica… Lamento pasar por tilingo, pero no sigo blogs en español últimamente (mi favorito era La Mosca Cojonera, pero no es musical), a excepción de PlayGround (una Fact española). No tengo Blog, ni Facebook, ni Twitter, por una necesidad

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(algunos dirán “necedad”) de blanco zen (me gusta ausentarme, más aún cuando trabajo en un medio público), de no conexión, de desconectarme cuando quiero. Es una decisión personal y no se la recomiendo a nadie, ni hago apología anti-redes sociales, eh. Por eso, quizá haya más blogs interesantes en Sudamérica de los que conozco. Sí sigo los movimientos de la blogosfera anglo (post-Reynolds, hay que decirlo): K-Punk, los de Carlin, Matos, Woebot y sus links más “filosóficos”. De todos modos, sobre los pros y contras de los blogs recomiendo leer “Blog Theory”, el flamante libro de Jodi Dean, una zizekiana que respeto mucho, cuyo blog es “I cite”.

Noto algo: así como existe una obsesión con eso de “hacer buenas canciones”, ahora en el paisaje post-franchising, todos quieren escribir “bien”. Esa corrección periodística es anti-rockera: lean a Lester Bangs. Algo de todo lo que nos enseñó el rock se debería traslucir en una escritura acorde, que “rockee”, que contagie electricidad, que tenga groove. Hay medios que deberían permitirse más libertades estilísticas, en vez de disparar “¡Largada!” y todos compitan por convertirse en un Hunter Thompson en lunfardo. Bueno, la moda de la “crónica” le ha hecho muy mal no sólo al periodismo, sino también a la literatura, ¿no? Esa sociología barata de la contingencia, esa piedad de clase media que sale de la villa y se enchufa el i-pod. Por eso, recomiendo volver a Lester Bangs, otra vez; una obra donde elementos riesgosos como la subjetividad y el estilo exaltado conviven con el manifiesto polémico, el revisionismo de apariencia caprichosa, la revelación periodística (la nota sobre la gira de The Clash es paradigmática) y la curaduría.

¿Adónde puede parasitarse la Crítica si no tiene un espacio propio? En algunas notas del periodismo de franchising habría más lugar del que se aprovecha, insisto; lo mismo, en ciertos suplementos culturales de diarios (que han convertido la cultura en rutina con su exceso de información –la cantidad, sobre todo- y sin espacio para empujar acontecimientos trascendentes), en algunos rincones de los suplementos de rock no vendidos a la publicidad o la propaganda y, especialmente en esta década que terminó, en un proyecto en el que creí, pero no logró sobrevivir del todo bien, la revista La Mano (cuyos números dedicados a Spinetta, Charly y Pappo son ejemplares en cuanto a crítica de rock hecha a la argentina, con diversas posturas y generaciones reflejadas: existe una tradición de periodismo de rock argentino, con revistas locales; eso no se puede soslayar, hay que conocer y estudiar esa historia; sólo se entiende que al periodismo de rock acá lo haya colonizado el franchising por una cuestión de costos y demás, pero es una pena que no haya evolucionado un proyecto como La Mano realmente).

Pero, sobre todo, la Crítica se filtra en la “crítica”, digamos, en las reviews: se trata de un género donde se debe juzgar, argumentar, opinar. Una anécdota: hace poco llamé a un gran periodista argentino de rock para que hiciera la crítica del nuevo disco de La Renga. Y se negó, porque había decidido desde hace 10 años no hacer más reviews, es decir, no juzgar más. Por otra parte, la mayoría de los periodistas sólo quieren hacer críticas positivas, consagrar, ver su firma junto al nombre de su banda favorita.

Hace poco se editó aquí el libro “100 veces Pappo” de José Bellas y Fernando García: es un ejemplo de crítica de rock lúdica hecha en Argentina, siguiendo la línea que fundó “Agarrate!” de Juan Carlos Kreimer y que no fue muy bien desarrollada luego, donde ganó el periodismo

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solemne, de data, y que le chupa las medias a los músicos. El Expreso Imaginario (LA revista de cultura rock argentina) fue muy circunspecto hasta la entrada de Pettinato, y para el desparpajo hay que esperar hasta Revólver. “Peter Capusotto y sus videos” es la hipérbole televisiva de esta crítica de rock que no se puede ejercer porque nuestra escena es, finalmente, pacata y pueblerina: somos pocos y nos conocemos todos. Criticar la música o la actitud de un rockero famoso equivale a ser denostado y ser marginado profesionalmente. Por eso, el camino del humor fue el que encontró Capusotto y todos lo aplaudimos, no sólo como comediante, sino también porque se animó a decir cosas que no podíamos a riesgo de perder trabajo.

“De la dialéctica internacional-local salen las mejores cosas y la historia de nuestro rock es la historia de esa dialéctica. En ese sentido, la función del periodista de rock sudamericano es irremplazable”.

Entonces, ¿por qué no existe la crítica de rock en Argentina? El trabajo histórico de quienes vivimos acá al sur de todo fue, por un lado, importar tendencias, explicar qué pasa “allá”, informar y además analizar si es posible. Por el otro, alimentar una escena local, la nuestra. Estas dos vertientes se comprueban en el Rosso del Expreso Imaginario, allá en los últimos ’70/ primeros ’80, pero tienen raíces ya en revista Pinap, para ir bien atrás. El hecho de no vivir en los EE. UU. ni en Gran Bretaña -el eje anglo del rock-, nos obliga a que nuestro trabajo sea doble: no creo en la mera importación sin pie en lo local ni en lo contrario, es decir, “cerrar las fronteras” para apoyar sólo lo que se haga adentro. De la dialéctica internacional-local salen las mejores cosas y la historia de nuestro rock es la historia de esa dialéctica. En ese sentido, la función del periodista de rock sudamericano es irremplazable y su GPS no puede dejar de andar tan estrábico: uno debería saber zigzaguear entre U2 y Las Pelotas si quiere mapear las cosas en serio.

Existe una “experiencia argentina del rock”, de la que “Peter Capusotto y sus videos” es una parodia (la parte de los sketches) y una celebración (la parte “Y sus videos”). Debemos estimular un contexto de re-interpretación, sino el periodismo local refleja automáticamente lo que ya elige Pitchfork: como periodistas, somos las bandas homenajes del New Musical Express. Nuestro tema es aprender a oír desde lejos, desde acá, vivenciar y reflejar la E. A. R. (“experiencia argentina del rock”). Lo demás, bueno, ya está en Wikipedia (alguna vez hablé de “Yahoornalism”, ese periodismo que cree decir algo cuando cuenta la historia de una banda y su discografía, cosa que ya está en Internet: hay que hacer periodismo a contrapelo de Google, decir lo que ahí no está, en eso radica la diferencia entre reflejar data ajena y reflexionar sobre cómo debemos ver el rock desde acá).

II. Hoja de ruta para una crítica cultural razomable

LL: Retomando la distinción que hacías, tú serías uno de los pocos que hace auténtica crítica cultural, al menos de lo nos llega desde Argentina. ¿Tuviste algún itinerario (lecturas, teorías, encuentros, obras) para llegar hasta ese territorio? Cuéntanos.

P.S.: Ratifico el cliché del “crítico culturoso”: estudié letras y con la cosecha teórica volví al rock. Pero para hablar de epifanías de un género ideal, digamos que recuerdo mucho el momento en que leí una nota de Paul Morley sobre Peter Hammill traducida por Alfredo Rosso

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en una revista Expreso Imaginario. Otro momentazo fue descubrir una nota sobre rock y ciencia ficción firmada por Gloria Guerrero en revista El Péndulo. Aquella Guerrero tenía una visión distinta y distintiva del rock que siempre admiré: era mujer. Era otro ángulo, otra sensibilidad y la nota sobre ciencia ficción (hablamos más o menos del año ‘81) marca un modelo de recepción, digamos, de cómo se debe hablar de rock cuando no vivís en los países en que se cocina el plato principal. No podemos escribir ni hablar del rock como lo hacen los estadounidenses o ingleses. Para mí, el ángulo sudaca no es una desventaja sino lo contrario: queda comprobado en el mejor rock que se ha compuesto en estos lares.

Rosso me enseñó los palotes y aún hoy le soy agradecido, aunque su apego a la última tapa del New Musical Express haya creado el tic de buscar a la flamante bandita de chicos que quieren ser los nuevos Beatles. Aquí la mayoría de los periodistas se perdieron las dos culturas que superaron al rock en todos los aspectos en los ’90, el Hip Hop y el House, y sólo se digirió el grunge y el brit pop porque todavía las formaciones y las sonoridades eran reconocibles. El llamado “Techno Rock” (Chemical Bros, Prodigy, NIN) y el Rap blanco (Beastie, Eminem, cierto Beck) fueron los únicos puntos de fusión que se soportaron y hasta ahí. El periodismo de rock se volvió patadura: le falta cuerpo, el que se pone en el baile, el que se siente el groove.

A bandas como Strokes, Arctic Monkeys, LCD S, Franz Ferdinand, Rapture y demás se las evaluó por razones equivocadas: porque “volvían” al rock, cuando en realidad lo que hacían era llevar todos los valores del dance al rock cuando la música electrónica parecía agotarse en clichés. Tomar al post-punk como modelo iba en este sentido (el post-punk tenía en cuenta a la música negra, el reggae, el dub, el funk, la disco). Al periodismo que se hace en Argentina le falta “cuerpo” y eso se nota en la poca “turgencia” de la adjetivación, por citar un detalle. Los periodistas deberían bailar más. Al menos, moverse un poco de la inercia de recibir discos y gacetillas.

Siempre quise escribir un texto que se llame “¿Por qué no existe la crítica de rock en la Argentina?” y que sólo cuente la historia de un artículo que considero modélico: lo publicó Eduardo Mileo en revista Hurra en agosto del ’80 y trata sobre la oposición estético-ideolológica entre Charly García y Luis Alberto Spinetta. Ese antagonismo era algo de lo que se hablaba en los pasillos entre recitales, en los parques donde se canjeaban discos. Es decir, se recupera críticamente lo que es opinión pública de base del rock y se pasa en limpio por qué cada uno de estos íconos (ya no hablamos de personas ni personajes) representan ideas tan distintas. Está bien escrito, tiene aire de polémica y fue performativo: logró que esos personajes se juntaran y así ¡inauguraran un nuevo capítulo del rock argentino! Ese ensayo es reynoldsiano para mí. Un ejemplo a seguir (generacionalmente, me tocó reescribir esa polémica en los ’90, oponiendo Barriales a Sónicos, enfrentamiento estético-ético que aún sigue vigente en sus derivaciones). La nota –“¿El rock es un partido de fútbol?”- puede leerse en http://www.jardindegente.com.ar/index.php?nota=prensa_085

Insisto: eso es Reynolds estilo argentino. Es la escuela local de crítica de rock que yo admiro y pretendo continuar desde mi postura: la lúcida “rockología” de Grinberg y Berti.

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Por otra parte y para finalizar: en nuestros países no basta con escribir, también hay que organizar eventos públicos, armar mesas de debate, difundir por radio. Es decir, el periodismo puede tener otras formas que supere los límites de una nota. Durante muchos años organicé Estetoscopio y luego Post Post, ciclos en el Instituto Goethe porteño, donde mezclaba reportajes en vivo, películas, conciertos y charlas. No se trata sólo de escribir, sino de producir acontecimientos, reflexiones y, sobre todo, que pase algo con lo que uno piensa en el sector de la opinión pública que le tocó en suerte.

III. DESPUÉS DEL ROCK

LL: Hablemos de Después del rock, ¿Cuales fueron los criterios para armar esta antología?

P.S.: Primero que nada, un libro de Reynolds en español me parecía más que necesario. Existían sólo dos traducciones: una, en el libro Las culturas del rock (edición de Luis Puig y Jenaro Talens), donde figuraba el esencial ensayo “Androginia en el Reino Unido: cultura Rave, psicodelia y género”, del ´92; otra, en Loops Una historia de la música electrónica (edición de Javier Blánquez y Omar Morera), ahí se conoció como prefacio el artículo didáctico “Historia electrónica”, que también forma parte de Después del rock. El criterio fue reflejar diferentes momentos de su reflexión, de fines de los ’80 (desde su propio fanzine universitario, Monitor) a hoy, ya en formato post de blog, pasando por ensayos clave (el que inventa el Post Rock, por ejemplo) o capítulos de sus libros más articulados que podían leerse por separado (el de Madonna, el del sampleo).

El objetivo era que la antología se basara en los textos más teóricos y menos periodísticos y coyunturales (al contrario del compilado brasileño, más orientado a los reportajes, las reseñas y los perfiles de bandas o solistas). Al mismo tiempo, recuperé viejos manifiestos que recordaba haber leído en Melody Maker, como “La revuelta en el estilo”. En lo personal, fue como cerrar una etapa, hacer justicia con un discurso que leí en tiempo real, desde mis suscripciones a Melody Maker y The Wire a Blissblog. La de Reynolds fue como una voz constante que me acompañó durante mi entrada a la escritura sobre rock y al periodismo. Repaso el Indice y encuentro “faltantes” como se usa decir. Me hubiera gustado incluir el capítulo “Combat rock and other stories for boys” (de The Sex Revolts), pero lo evaluamos con los editores de Caja Negra y quedó afuera. Y acaso no hubiera juntado el ensayo sobre Cosmic Rock y Psicodelia de los ’60, pero es un perfil del pensamiento reynoldsiano que nunca redunda en su originalidad. Creo que la idea fue generar curiosidad sobre su discurso y eso está lográndose.

IV. SIMON REYNOLDS Y LOS CRÍTICOS

LL: ¿Qué hace diferente o distingue a Simon Reynolds de otros “escritores de rock”, pienso en Simon Frith, Greil Marcus o Nick Kent?

P.S.: A ver: Simon Frith todavía consideraría al periodismo de rock como una rama de la sociología británica con pie en Stuart Hall; Greil Marcus confía demasiado en la tradición Dylan-Springsteen-Costello, que es lo más anti-Reynolds que hay, es decir el crítico revela un mensaje trascendente a nivel nacional/histórico encarnado en una forma de rock determinada, lo cual lo hace confiar demasiado en la letra y sus consecuencias sociales (es

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interesante de todos modos, leer Lisptick Traces en relación al ensayo sobre el mayo del 68 y sus consecuencias rockeras de Reynolds-Oldfield); por su parte, Nick Kent representó en los ‘80 al periodista de rock que busca a los héroes-losers para tratar de fusionarse con su forma de vida y de ver el mundo, su foco está puesto en el personaje y la identificación.

Yo lo pondría a Reynolds en la línea que arranca con Richard Meltzer y su forma de usar el saber académico para tratar de explicar la especificidad del rock, pero sin llegar a consecuencias extremas a nivel teórico y de escritura (Meltzer se mimetiza con las onomatopeyas e interjecciones del rock, porque Reynolds evita que su discurso se fusione con el poder dionisíaco de la música, se torne joyciano, jouissanciano, irracional hasta la incomunicabilidad). La línea podría pasar por Marcus/Frith, pero es en la forma manifiesto (inocentemente deconstructiva en este caso) adoptada por Lester Bangs (en EE. UU.) y Charles Shaar Murray (en Gran Bretaña) en los ’70 y luego, en los ´80, por Paul Morley-Ian Penman-Chris Bonn (quienes ya son premeditadamente deconstructivos; éstos sí leyeron a Barthes, Kristeva, Derrida y Attali), de intervención en el ideario del movimiento rockero, donde se basa la primera etapa de Reynolds (y dos compinches indispensables del pasquín Monitor y luego en el semanario Melody Maker entre 1987 y 1990, David Stubbs y Paul Oldfield).

Reynolds es el que mejor sistematiza una teoría (acá también figurarían los antecedentes de Hoskyns y Savage, pero como bocetos) que no se base en los discos y los héroes que promueve el “Periodismo de listas”, el cual se va definiendo desde 1987, el año en que podríamos fechar un arranque para la Post-modernidad del rock (es decir, el rock se va quedando atrás, justamente en un retro de sí, cuando otros géneros –el Hip Hop y el House- lo superan como música y cultura).

“¿Qué (Otra) historia se cuenta si uno pone a Tim Buckley por encima de Bob Dylan; a Stooges, sobre Velvet; a The Sweet, sobre T Rex (…)”

Esas listas tituladas “Los mejores discos del rock de la Historia” sirven como iniciación para cada nueva generación que se suma al rock, y fueron consagrando a los obvios (Beatles, Rolling) y a otros por ahí no reconocidos del todo en su momento como Velvet, Van Morrison, Neil Young y Stooges. Hoy ese discurso se puede repasar en http://acclaimedmusic.net/.

Reynolds armó otro canon del rock y, a partir de ahí, hizo revisionismo histórico, especialmente en el libro que escribió con su esposa, Joy Press, “The Sex Revolts” (94). ¿Qué (Otra) historia se cuenta si uno pone a Tim Buckley por encima de Bob Dylan; a Stooges, sobre Velvet; a The Sweet, sobre T Rex; a Sex Pistols, sobre The Clash; a My Bloody Valentine, sobre U2; a Ian Dury, sobre Elvis Costello; a The Young Gods, sobre R.E.M.; a Scritti Politti, sobre The Jam; a Brian Eno, sobre Bruce Springsteen; a Kate Bush, sobre Madonna; a Prince, sobre Michael Jackson; a Kraftwerk, sobre Los Beatles; a John Martyn, sobre David Bowie; a Gang of Four, sobre The Police; a Vampire Weekend, sobre Arcade Fire? Reynolds intentó contar esa “otra” Historia a su manera, con sus herramientas.

v. LA MÚSICA POP COMO DISPARADOR

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LL: Me gustaría detenerme un poco en esto. ¿Crees que la música pop aun sigue siendo un terreno fértil para disparar hacia otros contextos, universos, políticas o sensibilidades?

P.S.: Previamente habría que hacer una distinción -un poco ploma de explicar- entre distintos conceptos como son música pop, Cultura Pop (o simplemente Pop), (música) rock y (Cultura) Rock. Entre la música pop (de Michael Jackson a Lady Gaga) y la Cultura Pop (un tipo de experiencia modelizada por la Industria Cultural y el Entertainment, lo cual incluye la televisión, Hollywood, Disney, best sellers, la música pop y sus derivados mercantiles, desde un poster a un videoclip, pero también el consumo de discurso deportivo) existe una diferencia de densidad, pero nunca llega a ser como la que hay entre rock y Rock: la música rock podría enumerarse en miles de ejemplos que van de los Rolling Stones a Arctic Monkeys, pero la Cultura rock aún cuando tenga por centro una música, al menos desde 1967, supone tres niveles de funcionamiento.

Lo peor de estos tiempos es que te hagan creer que sos transgresor, así nunca vas a serlo de verdad. Veo en Calle 13 un ejemplo que favorece esa creencia.

A saber: uno transcultural (el que eleva productos de la Cultura Pop y el folclore, al mismo tiempo que baja Obras y Saberes de la Alta Cultura: en la tapa del Sargento Pepper beatle conviven Marilyn Monroe y Stockhausen; Bob Dylan y Dylan Thomas); otro subcultural (formas alternativas de comunidad, “tribus urbanas”, un uso colectivo determinado del cuerpo y la cabeza donde se suman rituales, ropas, drogas y códigos juveniles), y finalmente, uno contracultural (una oposición al Sistema que en lugar de tomar el poder buscar cambiar la vida cotidiana, y tomar distancia de los discursos de izquierda y derecha).

Por eso, la relación del rock con el mercado es problemática; en cambio el pop no lo cuestiona: su campo de acción es absolutamente dependiente de él. La Cultura Pop alimenta la distancia espectacular entre Estrella y Fan con el fin de establecer una relación motorizada por el aura, la mitificación, la mistificación y la histeria. El Rock todavía confía que entre artistas y público pueda existir una complicidad y una mínima diferencia en una igualdad de oportunidades que el punk sintetizó en el slogan “Hacelo vos mismo”. Como sería muy extenso desarrollar los vaivenes históricos de cada categoría, vayamos al presente.

¿De qué manera nos disparan hacia otros contextos, universos, políticas o sensibilidades Lady Gaga (el pop/Pop), por un lado, y U2 (el rock/Rock), por el otro? El primer caso es el de una Estrella con todo su brillo, glamour, magia, aura, etc., cuyo poder radica en la metamorfosis permanente y el escándalo del gossip relacionado con las drogas y la moda estrafalaria (el vestido de carne). Gaga supera a Madonna en algo: su anamorfosis. Nadie sabe cómo es su cara en realidad. Depende del ángulo y de la máscara. Es la pop star de la era Avatar. Ella es lo que un lacaniano llamaría objeto a: su atracción reside en su inaccesibilidad y su indefinición. Hizo un himno gay: ¿y? ¿Es eso trangresor? No creo que lo sea en su caso, que se trata de un excepcional objeto fashion de deseo, pero sí en el de Ricky Martin, por ejemplo, con quien se pueden instalar temas en la opinión pública súper interesantes, como ser, la “deshumanización” de la reproducción humana, y también, de la producción de estrellas pop. En ese sentido, creo que nos toca a los periodistas ayudar a que esos temas se instalen en la opinión pública mediante el discurso de estos ídolos. En este sentido, me parece que el caso Ricky Martin es más rico que el de Calle 13, supuestamente, más relacionado con el Rock que

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con el Pop. Hay que escuchar la intro de su último CD, donde se burlan del mismo sello que edita esa burla, para entender fácilmente que su exhibición de “transgresión” termina siendo de lo más redituable. Mientras su “Hay que romper todo” (“Somos indisciplinados”, cantan) se acomode y discipline en letras, discos y videos se estabiliza como inocuo contenido, y sigue demostrando que nadie es tan radical como para romper con cosas como los ídolos y las normas de mercado que nos llevan a comprar productos como “Calle 13”. Se trata de un grupo con típicos prejuicios rockeros: ¿cómo disimular lo que es su principal gancho pop (especialmente hacia la platea femenina), o sea, el lomo de René? Tatuando ese torso de “mensajes políticos”. Lo peor de estos tiempos es que te hagan creer que sos transgresor, así nunca vas a serlo de verdad. Veo en Calle 13 un ejemplo que favorece esa creencia. Por lo tanto, podríamos concluir que hay que sospechar de todos los productos en donde parece haber alguna perversión o subversión demasiado subtitulada y subrayada. Seguro que ahí no hay nada peligroso.

Por otra parte, la coptación del discurso rockero es tal en una sociedad permisiva como la actual que es muy difícil saber cuándo es realmente capaz de impulsar nuevas utopías o empujar cambios concretos. El Rock tiene una historia. También, el rock. Y para alguien de 18 años, que quiere entrar a esa Historia yendo desde las listas de los mejores que elaboran las revistas a las discografías completas que se bajan de Taringa!, debe ser muy difícil darse una idea de las vivencias, y las polémicas que fueron teniendo lugar. Salvo pocas excepciones, al periodismo de rock de hoy se le nota demasiado el cut&paste, la historia aprendida de oídas y googleos. Por eso, me enojo con los periodistas mayores que no densifican sus notas con experiencia propia: es el único plus para ofrecer en semejante Wikipedocracia. LL

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