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PABLO SAGARRA RENEDO ÓSCAR GONZÁLEZ LÓPEZ LUCAS MOLINA FRANCO PRÓLOGO DE PABLO PÉREZ LÓPEZ GUDARIS Euzko Gudarostea (Ejército vasco) durante la guerra civil, 1936-1937 La Esfera de los Libros

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PABLO SAGARRA RENEDOÓSC AR GONZÁLEZ LÓPEZLUC AS MOLINA FRANCO

PRÓLOGO DE PABLO PÉREZ LÓPEZ

GUDARISEuzko Gudaros tea (E jérc i to vasco)duran te l a guerra c i v i l , 1936-1937

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Introducción

«Maldita guerra, malditas sean todas las guerras».

Luis de Castresana, vasco y «niño de la guerra»,

Premio Nacional de Literatura, en 1967.

Hoy no sabemos cuáles serán las coordenadas vitales en las

que se moverá la sociedad del futuro, ni los logros técni-

cos que habrá alcanzado. Con toda seguridad, esa agrupa-

ción humana que nos sucederá necesitará conocer e interpretar sus

propias huellas históricas. Para cuando los hijos de nuestros hijos se

dediquen a pensar en «el siglo pasado», en el xx, muchas cosas que

ahora nos parecen tan recientes y tan importantes habrán sucumbido

ante el rodar del tiempo. Sin embargo, estamos convencidos de que

se detendrán en la Guerra Civil que asoló España entre 1936 y 1939,

punto de inflexión inevitable de esa centuria, cuyas consecuencias se

extienden a la presente.

A poco interés que pongan, les llamará la atención cómo se vivió aquel

enfrentamiento en el País Vasco en el que una fuerza política singular,

el nacionalismo, se adhirió a la República poniendo en pie de guerra a

millares de combatientes: los llamados gudaris. La E

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Precisado el término anteriormente en cuanto a su grafía, conviene aho-

ra aclarar su concepto a los efectos de esta obra. Entendemos por gudari

al combatiente de la Guerra Civil militante o próximo al nacionalismo vas-

co, no tanto a los soldados regulares o milicianos de otras fuerzas políticas

afectas al denominado Cuerpo de Ejército Vasco (o de Euzkadi), los cuales,

en la época y en contraposición a los anteriores, solían ser denominados

«milicianos», sin perjuicio de que genéricamente en algunas fuentes se les

denominase a todos como gudaris.

La franqueza historiográfi ca nos obliga a rendir tributo a la riada —ina-

barcable para el gran público— de libros, escritos desde diferentes pers-

pectivas y con diferentes intencionalidades, sobre los gudaris, el PNV y la

Guerra Civil en el País Vasco.

Frente a esa masa ingente bibliográfi ca, de calidad historiográfi ca va-

riable, y buscando legar a las generaciones venideras a las que antes ha-

cíamos alusión una síntesis cabal y amena, ha surgido este libro. Quedan

La Guerra Civil de 1936-1939 sigue viva en la memoria colectiva de España y continuará así durante generaciones. En la imagen, fusileros nacionales posan para el fotógrafo al comienzo del conflicto

en el frente de Granada (Archivo Hitos Amaro).

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vestigios materiales de aquella

época y también humanos, ya

que los últimos protagonistas,

algunos de ellos combatientes

o descendientes directos de los

combatientes, todavía están en-

tre nosotros. No tardarán en

difuminarse tales recuerdos, y

nuestro reto ha sido rescatarlos

y sistematizarlos, para así, junto

a las estampas bélicas de valor

histórico de la guerra en el fren-

te vasco —conocidas o inéditas,

y con mayor o menor calidad es-

tética— y varios mapas explica-

tivos, tratar de saber y entender

más y visualizar mejor unos he-

chos sin parangón alguno en la

tremenda Guerra Civil.

La historia, el gran libro de

los pueblos, muestra cómo, en la

trágica encrucijada del 18 de

julio de 1936, todo hombre y

mujer con uso de razón, más

pronto o más tarde, tuvo que de-

fi nirse: o sublevado (nacional)

o leal a la República (republica-

no); o con los azules o con los

rojos… No hubo, en aquella he-

catombe dionisiaca, más opcio-

nes. Jamás, por ello, se planteó

con seriedad una tercera vía, im-

posible desde un punto de vista

El vizcaíno Sabino Arana Goiri, nacido en Abando en 1865 y muerto en Pedernales en 1903. Su personalidad y el

movimiento que fundó marcan la política del País Vasco desde entonces (AHE).

El Árbol de Guernica, símbolo por antonomasia de la idiosincrasia foral de Vizcaya y de todo Euskal Herria, es

defendido y promovido por todos los vascos, sean o no nacionalistas (Archivo Particular).La

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práctico. Esta tesitura se hizo obli-

gatoria en todos los que tenían res-

ponsabilidades civiles o militares, los

cuales tuvieron que decidir pronto e

inevitablemente. La geografía mar-

có lealtades perpetuas; quien pudo,

se pasó a «su zona» durante o al ter-

minar el confl icto o le tocó vivir en

un exilio interior que, en el caso de

los republicanos convencidos y em-

boscados en zona nacional, duraría

prácticamente hasta el fi nal del Régi-

(Página anterior). La defensa de Euskal Herria, hasta la independencia política si fuere posible, constituye la esencia del nacionalismo vasco y así se puso de manifiesto en la Guerra Civil. Estos milicianos que montan guardia frente al Árbol de Guernica, son gudaris del Batallón Amayur, militantes del PNV y vecinos del pueblo de Gabiria (Guipúzcoa). Por la derecha, José Manuel Mendia Etxezarreta, Pedro Murua Izagirre y Resurrección Arozena Intxausti (el cuarto desconocido) (Archivo Particular).

El «Gernikako Arbola», popular canción compuesta por José María Iparraguirre, considerado el bardo euskaldun del siglo XIX, y reivindicado también por

todos los vascos (Archivo Renedo Omaechevarría).

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men de Franco. En cuanto a los indecisos, pronto hubo quien tomó partido

por ellos y a menudo acabaron ante un pelotón de fusilamiento.

Dicha encrucijada, en

el País Vasco, domina-

das Vizcaya y Guipúzcoa

por las fuerzas leales a la

República, planteó para

el Partido Nacionalista

Guernica, en la imagen a las pocas horas de sufrir el bombardeo, es también indudablemente el icono más representativo del horror de la Guerra Civil española de 1936-1939 (Archivo Particular).

Entre los diversos conflictos que se ventilaron en los campos de batalla del País Vasco destaca el surgido entre carlistas y nacionalistas vascos, unidos en lo religioso y en la defensa inicial del foralismo, pero enfrentados en la concepción y vivencia de la Patria española. En la imagen, requetés navarros avanzan por Guipúzcoa en septiembre de 1936 tremolando la bandera bicolor (AGMAV).La

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Vasco una situación particularmente dolorosa. A sus dirigentes, y a sus afi lia-

dos y simpatizantes, les tocó tomar una decisión cuando lo que realmente les

hubiera gustado a muchos de ellos es no tomarla; quedarse al margen. Debían

afrontar, quisieran o no, ese conocido dicho, «o conmigo o contra mí», que po-

dríamos traducir «o con la República o contra ella» (viceversa respecto de los

alzados). No pudieron mantenerse a la expectativa ya que a las pocas horas del

golpe militar los frentes de lucha —sociales, políticos y también territoriales—

estaban perfectamente defi nidos.

El PNV, como organización, nada había hecho por detener ni por

hacer triunfar la sublevación militar, y es evidente que, por los princi-

pios derivados de su idiosincrasia ideológica, católica y conservadora, la

zona en la que habían quedado la mayoría de sus militantes no le era

de especial agrado; es más, tales principios —no así los derivados de su

vertiente nacionalista— le acercaban mucho a las fuerzas políticas del

otro bando.

Pero la realidad fáctica planteada el 19 de julio de 1936 exigía una de-

cisión. Aquel día, y tras ardua deliberación, la mayoría de los dirigentes

Los gudaris esculpieron la historia acaso más dramática de toda la Guerra Civil. Aquí vemos, en el frente vasco, a un grupo de ellos enarbolando orgullosos sus ikurriñas (Archivo Particular).

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nacionalistas, arrastrando a su masa social, optaron por la República. Consi-

deraron, inicialmente y de manera gradual según fueron girando los acon-

tecimientos, que alinearse y mantenerse con aquella era la mejor opción,

entre otros motivos, por ser la más factible para la consecución de sus inte-

reses políticos.

Resuelto el dilema, la senda tomada por el PNV fue indudablemente la

más complicada y la más criticada de todas las que se adoptaron durante

la guerra española por fuerza política alguna.

Fue complicada porque les tocó bandear con sus «amigos» republicanos,

con los que no coincidían en la defensa de la religión y en algunos casos

en la defensa del orden social, y también porque se opusieron contra los

sublevados que, a grandes rasgos, defendían sus mismos valores religiosos y

sociales; y fue complicada, a su vez, porque la Sede Apostólica, el Vaticano,

La alianza entre los gudaris y los republicanos fue muy difícil, por el sentido revolucionario que estos últimos dieron a la lucha y, en especial, por la vesania antirreligiosa que dio lugar a una persecución feroz,

con asesinatos y destrozos materiales masivos, sin precedentes en Europa desde la época de Roma. Así lo muestran las diversas imágenes de la Iglesia de San Miguel el Alto en Toledo, donde las milicias

revolucionarias profanaron tumbas, arrasaron retablos y mutilaron imágenes (Archivo Jorge López Teulón).

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no les apoyó (ni les comprendió) a pesar de sus esfuerzos por hacer valer

su carácter católico.

Y según fueron avanzando los meses, su toma de partido y sus decisiones

de gobierno fueron cada vez más criticadas por unos y por otros. Sus enemi-

gos franquistas les juzgaban máximos responsables del alargamiento de la

guerra en el norte, al unirse con el comunismo y sus fuerzas afi nes en una

alianza particularmente perversa. Y sus aliados republicanos les criticaban

su individualismo, que no veía más allá del País Vasco, comprometiendo el

triunfo fi nal de la República española.

La trayectoria tomada por el PNV, soberanista lo llamaríamos hoy, llena

de contradicciones y de intrincadas lealtades —a su idea de País Vasco, a su

fe religiosa y a la República—, supuso para sus bases un cauce que podía lle-

gar a cuajar en un auténtico marco de independencia política —redentora,

soñada, futurible… y posible—, aunque también fue, desde su comienzo,

un verdadero vía crucis en el plano militar y en el político. Es natural que

fueran atacados en las trincheras por los nacionales, claro está, pero lo más

desconcertante a primera vista es que fueron alanceados soterradamente

El frente vasco, entre abril y junio de 1937, concentró los principales esfuerzos de ambos contendientes (Archivo Particular).

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por muchos dirigentes y militantes republicanos. Lo que para los naciona-

listas era defensa del orden y de la religión, para los republicanos acérrimos

era connivencia con el enemigo; su absorción, protección e identifi cación

de todo lo «vascónico», algo consustancial al nacionalismo vasco, para mu-

chos vascos defensores de la República —tan vascos y tan numerosos como

los nacionalistas— era un separatismo injusto con la realidad vasca, egoísta

La vida y la muerte en los frentes de combate forjaron para siempre a todos los soldados de la Guerra Civil, fueran del

bando que fueran (Archivos Vázquez de Prada Juárez, CDMH y Fototeka Kutxa).

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