Originalidad del episodio catalán del «Quijote»

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ADRIEN ROIG ORIGINALIDAD DEL EPISODIO CATALÁN DEL QUIJOTE La aventura de don Quijote en Cataluña se distingue ya, en el con- junto de la obra: — por su extensión: ocho capítulos (LIX-LXVI) de los 74 de la segunda parte', — por su situación: al final del libro: la infe- liz batalla de Barcelona determina el regreso definitivo de don Quijote. El episodio presenta, por primera y última vez, numerosos aspec- tos originales que distribuiremos en tres partes, conforme a la suce- sión cronológica del relato: I - La venida a Cataluña y el encuentro con los bandoleros. II - La visión del mar y el puerto. III - La capital catalana. I - LA VENIDA A CATALUÑA Y EL ENCUENTRO CON LOS BANDOLEROS La venida a Cataluña La decisión de don Quijote de ir a Barcelona es presentada de modo original: para desmentir al falso autor de la segunda parte apó- crifa no irá a las justas de Zaragoza sino a las de Barcelona. Resolu- ción inopinada, que parece revelar la firme voluntad de Cervantes de encaminar a su héroe hacia Cataluña 2 . Don Quijote seguirá «el más derecho camino» (p. 31); abandonando la costumbre caballeresca pro- picia a las aventuras, no dejará a Rocinante la libertad de escoger el itinerario. Es la primera vez que sale de Castilla, en un caminar de seis días que expresa la gran distancia recorrida, siempre en dirección del Este, de Aragón hacia Cataluña. 1 Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. Francis- co Rodríguez Marín, Madrid, Atlas, 10 vol., 1967-69, t. VIH. 2 Op. cii., p. 21, n. 2: «Escribiendo este capítulo, o pensando escribirlo, estaba Cer- vantes cuando llegó a su noticia y a sus manos el Segundo tomo del Ingenioso don Quijote de la Mancha, escrito por el supuesto Alonso Fernández de Avellaneda e impreso en Tarra- gona, en 1614». ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Adrien ROIG. Originalidad del episodio catalán del «Quijote»

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ADRIEN ROIG

ORIGINALIDAD DEL EPISODIO CATALÁN DEL QUIJOTE

La aventura de don Quijote en Cataluña se distingue ya, en el con­junto de la obra: — por su extensión: ocho capítulos (LIX-LXVI) de los 74 de la segunda parte', — por su situación: al final del libro: la infe­liz batalla de Barcelona determina el regreso definitivo de don Quijote.

El episodio presenta, por primera y última vez, numerosos aspec­tos originales que distribuiremos en tres partes, conforme a la suce­sión cronológica del relato:

I - La venida a Cataluña y el encuentro con los bandoleros. II - La visión del mar y el puerto.

III - La capital catalana.

I - LA VENIDA A CATALUÑA Y EL ENCUENTRO CON LOS BANDOLEROS

La venida a Cataluña

La decisión de don Quijote de ir a Barcelona es presentada de modo original: para desmentir al falso autor de la segunda parte apó­crifa no irá a las justas de Zaragoza sino a las de Barcelona. Resolu­ción inopinada, que parece revelar la firme voluntad de Cervantes de encaminar a su héroe hacia Cataluña2. Don Quijote seguirá «el más derecho camino» (p. 31); abandonando la costumbre caballeresca pro­picia a las aventuras, no dejará a Rocinante la libertad de escoger el itinerario.

Es la primera vez que sale de Castilla, en un caminar de seis días que expresa la gran distancia recorrida, siempre en dirección del Este, de Aragón hacia Cataluña.

1 Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. Francis­co Rodríguez Marín, Madrid, Atlas, 10 vol., 1967-69, t. VIH.

2 Op. cii., p. 21, n. 2: «Escribiendo este capítulo, o pensando escribirlo, estaba Cer­vantes cuando llegó a su noticia y a sus manos el Segundo tomo del Ingenioso don Quijote de la Mancha, escrito por el supuesto Alonso Fernández de Avellaneda e impreso en Tarra­gona, en 1614».

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La última noche, por primera vez, Sancho arremetió a su amo que quería azotarlo: es la primera vez que «el caballero invencible» se deja vencer. «Tristísimo paso» dirá Unamuno 3 y que puede interpretarse como mal agüero.

Los bandoleros

La entrada en Cataluña coincide con el encuentro con los bandole­ros: los muertos primero, ahorcados a los árboles, «de veinte en veinte y de treinta en treinta» (p. 36). Históricamente, los bandoleros eran un elemento específico, distintivo de aquella curiosa tierra 4; y pronto los vivos, en asombrosa progresión de decenas:

más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso los rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos y se detuviesen, (p. 37)

No se trata ya de entes de ficción, sino de seres reales temidos, con sus trajes típicos, sus armas peculiares y su lengua extraña. Note­mos que se señala primero la diferencia lingüística, importantísima novedad para los oídos de nuestros manchegos y, en la novela, origina­lidad que no se debe olvidar a lo largo del episodio. Viene a recordarlo la mención «en su lengua gascona y catalana» (p. 52) y el empleo de varias palabras catalanas: pedreñales (p. 38), ¡ladres (p. 50), frade por frare (p. 52) y esta explicación de cierta incomprensión recíproca:

pero como los demás eran gascones, gente rústica y desbaratada, no les entraba bien la plática de don Quijote, (p. 46)

Caso singular en la obra, los bandoleros sorprendieron a don Qui­jote «a pie, su caballo sin freno, su lanza arrimada a un árbol y, final­mente, sin defensa alguna» (p. 37). ¡Sorprendente descuido del caba­llero a quien le gustaba repetir que las armas «eran sus arreos y su descanso el pelear» 5 . ¡Mejor, dicboso descuido! Porque se trata aquí

Miguel de Unamuno, Vida de don Quijote y Sancho, Buenos-Aires, Espasa-Calpe, 1952, p. 200, y encarece: «El paso es de hondísima tristeza».

4 Op. cit., t. VI I I , p. 36, n. 18: «Tal era en tiempo de Cervantes — notan los continua­dores de Clemencín — el estado de la hermosa provincia de Cataluña, que la multitud de forajidos era indicio de hallarse cerca de la capital». Juan Rufo, Las seycientas apotegmas, 1596, fot 49: «Caminando por Cataluña, y viendo algunos árboles de que pendían ahorca­dos, y muchos esqueletos, dixo que eran más fructíferos que los de la Vera de Palencia» Y Tirso de Molina, años después, en los Cigarrales de Toledo, cigarral I I I : «en uno de aque­llos pinos, que cada año se pueblan de dos diferencias de frutos, unos naturales, que son sus pinas, y otros advenedizos, que son los vandoleros, razimos humanos de sus ramas...».

Op. cit., p. 119: «armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto». (II, LXIV) . Repite los versos del viejo romance que había citado ya al Ventero, desde la primera salida: «Mis arreos son las armas / mi descanso el pelear» (I, II, t. I. p. 116).

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de armas desiguales, armas de fuego, que matan a distancia6, nega­ción de todas las virtudes caballerescas 7. En el episodio, se insiste sobre la presencia ostentatoria y disuasiva de numerosas y diferentes armas con pólvora: pistoletes, pedreñales8, arcabuces de los bandole­ros, escopeta y pistolas de Claudia Jerónimo, la «infinita artillería» de las galeras y su estrondoso diálogo con la de los fuertes. Por la vista y los oídos, la pólvora infunde terror y da cabo a toda caballería. ¿Qué podía hacer don Quijote con su lanza o espada?

Por primera vez asistimos a muertes violentas efectivas, con derra­mamiento auténtico de sangre: bandolero con la cabeza abierta «casi en dos partes» (p. 52); Claudia mata a don Vicente disparándole «más de do balas en el cuerpo, abriéndole puertas por donde envuelta en sangre» saliese su honra (p. 42) y después «sobre la sangre y pecho de Vicente se quedó desmayada» (p. 44).

La innovación más acertada es el encuentro entre don Quijote y el jefe de los bandoleros Perot Roca Guinarda 9, llamado aquí Roque Guinart, deformación que procede de la transcripción fonética de la pronunciación catalana. Se olvida el nombre de pila Perot, diminutivo de Pere, «Pedro», y se forma otro nombre «Roque» con las dos prime­ras sílabas Roca del apellido, confundiéndolas con Roque que sería Roch en catalán, relacionado con San Roch, el santo oriundo de Mont-

D. Quijote declaró: «que está por nacer hombre que me haga volver las espaldas» (II, X IX , t. V, p. 97) pero, en la aventura del rebuzno, al ver los arcabuces: «volv ió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos... temiendo a cada paso que no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho...» (II, XXV I I , t. V, p. 275).

7 Baltasar Gracián, El Criticón, Madrid, Espasa-Calpe, 1971, Clásicos castellanos, Segunda parte, Crisi VI I I , «Armería del Valor, p. 186: ...una invención tan sacrilega, tan execrable, tan impía y tan fatal como es la pólvora, dicha así porque convierte en polvo el género humano. Ésta ha acabado con los Héctores de Troya, con los Aquiles de Grecia, con los Bernardos de España; ya no hay corazón, ni valen fuerzas, ni aprovecha la destreza: un niño derriba un gigante, un gallina hace tiro a un león, y al más valiente el cobarde, con que ya ninguno puede lucir y campear».

Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Barcelona, 1943, p. 859a: «Arcabuz pequeño o pistolete que se dispara con pedernal. Desta arma usan los foragidos»; a ARCABUZ, p. 140a: «otros arcabuzes de que usan los foragidos se llaman pedreñales, porque no encienden con mecha sino con pedernal de donde tomaron el nom­bre» . Cervantes precisa; «Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de ios arcabuces, aunque traían pocos, porque casi todos se servían de pedreñales» (p. 56). Del catalán pedrenyal; Pompeu Fabra, Diccionari General de la Llengua Catalana, Barce­lona, Llibreria Catalónia, 1932, p. 1284a: «Arma de foc curta que es disparava amb pedre-nyera» (pedra foguera).. Cervantes indica que el capitán de los bandoleros tenía cuatro pistoletes «que en aquella tierra se llaman pedreñales» (p. 38).

9 Martín de Riquer, Aproximación al Quijote, Barcelona, Teide, 1967, p. 160: «La aparición de Roque Guinart en las páginas del Quijote es algo insólito en la novela» ... «Roque Guinart en cambio es un personaje rigurosamente histórico y contemporáneo tan sólo a los sucesos que se narran en el Quijote, sino al momento en que Cervantes está escribiendo». Cervantes en Barcelona, «Rocaguinarda, el Roque Guinart cervantino», Bar­celona, Sirmio, 1989, pp. 59-82.

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pellier y muy popular en Cataluña 1 0. «Roque» es la denominación familiar más utilizada por don Quijote.

Se establece un curioso paralelo en oposición entre el Caballero y el Bandolero" que representan, por antonomasia, a los de su cate­goría. El paralelo sale a favor del Capitán, presentado conforme a la realidad histórica 1 2: su edad «de hasta edad de treinta y cuatro años» (p. 38); su carácter generoso, su cortesía, sus armas, el número de sus «escuderos», su vida inquieta que principió con la venganza de un agravio; los bandos promulgados por su prisión en 1609'3.

El relato da una impresión de verdad, como un encuentro histórico. Don Quijote — si hubiera existido — o el mismo Cervantes hubieran podido encontrar a Rocaguinarda, entre la publicación de la primera parte (1605) y el indulto del bandolero (octubre de 1611)1 4. Es la única vez en el libro que don Quijote encuentra a un personaje histórico (excep­tuando a Jerónimo de Pasamonte y a los personajes disfrazados) 1 5.

Verdadera también la relación de Rocaguinarda con los Nerros, «lechoncillos» (aquí llamados Niarros), opuestos a los Cadells, «cacho­rros», las dos grandes facciones secularmente opuestas de Barcelona 1 6.

1 0 Invocado en las tormentas, para que proteja del pedrisco y del rayo: «San Roch, guarda - nos de pedra i de foc! » . Cervantes deforma también Montjuich, con -ch final en Monjía (p. 102).

1 1 La definición de la vida de bandolero por Roque: «nuevas aventuras, nuevos suce­sos y todos peligrosos» puede aplicarse también a la de caballero andante (p. 48); ambos defienden la honra; don Quijote reconoce la fama universal de Roque: «¡Oh valeroso Roque, cuya fama no hay límites que la encierren!». Es su propia ambición.

1 2 Ver Luis G. Manegat, La Barcelona de Cervantes, Barcelona, Plaza & Janes, 1964, cap. X I , «El caballero de la rebeldía».

1 3 Ver Luis Soler y Tero], Perol Roca Guinarda, Historia d'aquest bandoler: ¡lustrado ais capílols LX i LXI, segona Parí del «Quijot», Manresa, 1909. Lorenzo Ribar, «Al margen de un capítulo de Don Quijote (el LX de la Segunda Parte), Bol. de la Real Academia Espa­ñola, 1947-48, n° 27, pp. 79-90. Karl-Luwig Selig, «Some observations on Roque Guinart», Medieval, Renaissance and Folklore Stud in honor John Estén Keller, Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1980. Silvia Lorente-Murphy, M. Roslyn Frank, «Roque Guinart y la justicia distributiva en el Quijote», A.C., 1982, XX , pp. 103-111. Jorge Aladro, «Entre Roque Guinart y Don Quijote o el desdoblamiento de Cervantes», A C , X X X , 1992, pp. 130-137.

1 4 Rocaguinarda nació el 18 de diciembre de 1582; tenía pues 33 años en 1615. El 21 de mayo de 1607, la Real Audencia de Barcelona lo declaró «gitat de pau i treva», fuera de la ley, enemigo del Rey. En octubre de 1609, el duque de Monteleón, virrey de Cataluña ofrece 1.000 libras al que capture a Rocaguinarda (500 si se le prende muerto). El 18 de enero de 1610 se convocó somatén general contra él, otro en noviembre. El 30 de Julio de 1611 el Virrey le indulta de sus delitos. Se embarcó en Mataró en octubre de 1611 para cumplir el destierro en Ñapóles: el Virrey conde de Lemos, protector de Cervantes le nom­bró capitán de una compañía.

1 5 Cervantes mudó el nombre de pila Gerónimo de su compañero de milicia en Ginés. Sobre los personajes disfrazados ver Augustin Redondo, «De! personaje de Aldonza Lorenzo al de Dulcinea del Toboso: algunos aspectos de la invención cervantina», Anales cervantinos, XX I , 1983, pp. 9-22, y, en este Congreso, su conferencia sobre «E l Caballero del verde gabán».

1 6 Ver Pablo Parassols y Pi, «Nyerros y Cadells. Memoria sobre el origen de estos bandos y de su nominación, con varias noticias para su historia», Memorias de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, t. I I I , 1880, pp. 553-573. Celestino Barallat y Falguera,

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El bandolero avisa a un amigo suyo, partidario de los Niarros, de la llegada de don Quijote:

para que con él se solazasen; que él quisiera que carecieren deste gusto los Cadells sus contrarios, (p. 53)

Unamuno ve en esta disposición una refinada astucia, digna de un catalán:

¡Pobre don Quijote, ya querían hacerte monopolio de un bando y solaz a él solo reservado! ¡Lo que se ocurre a un catalán aunque sea bandolero! (p. 207)

Durante su nuevo caminar de tres días y tres noches con Roque y seis de sus «escuderos», don Quijote y Sancho comparten la inquie­tud y el temor de los foragidos. Por primera vez, se esconden «por caminos desusados y sendas encubiertas» (p. 57), lo que dista mucho de la costumbre de don Quijote que solía ponerse «en medio del camino», gritando sus desafíos. Todo era nuevo: «si estuviera trecien­tos años, no le faltara que admirar en el modo de su vida» (p. 55). Mayo­res novedades les aguardaban en el gran puerto del Mediterráneo.

I I - E L MAR Y EL PUERTO

El mar

Como en la entrada en Cataluña, el amanecer va a descubrirles otra novedad: un maravilloso espectáculo natural, por ellos nunca visto:

Dio lugar la aurora al Sol, que, un rostro mayor que el de una rodela, por el más bajo horizonte, poco a poco, se iba levantando, (p. 57)

Por primera vez, contemplan el amanecer sobre el mar: el sol naciente parece mayor que de costumbre, la redondez de su disco más perfecta. La comparación con una rodela conviene a una novela de caballerías. El mar ofrece «el más bajo horizonte» que exista, el más dilatado, ya que se prolonga hasta el infinito. «Poco a poco» y la forma progresiva del gerundio «se iba levantando», expresan la prolongación y la delec­tación de la contemplación.

«Nyerros y Cadells», ibid., t. V, 1896, pp. 255-277. Joan Regia, Joan Serrallonga, Vida i mite del famös bandoler, Barcelona, Editorial Aedos, 1961. Adrien Roig, «Une manifesta­tion de catalanophilie littéraire: El Catalan Serrallonga, Comedia de très ingeniös», Mélan­ges de la Casa de Velazquez, XXVI/2, 1990, pp. 153-170.

Sobre la imagen del bandolero en la literatura ver Augustin Redondo, «Le bandit à travers les pliegos sueltos des X V I e et X V I I e siècles», Le Bandit et son image au Siècle d'Or, Casa de Velâzquez, Publications de la Sorbonne, 1991, pp. 123-138.

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Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto, (p. 58)

Desde su lugar de la Mancha, Alonso Quijano y el labrador Sancho no podían ver el mar, ni en sus andanzas por Castilla don Quijote y su escudero:

Castilla no puede ver el mar ...

Ambos permanecen deslumhrados, maravillados. Espontáneamente, obedeciendo a una ley de sicología general, comparan el mar con los elementos semejantes (aquí acuáticos) ya conocidos y familiares:

Parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera 1 7 que en la Mancha habían visto, (p. 58)

Tal aproximación no carece de humorismo, intensificado por la modu­lación «harto más».

Relacionado con la vecindad inmediata del mar, aparece un nuevo vocablo de topografía playa que no puede figurar tampoco en el relieve de Castilla. Desde la playa don Quijote y Sancho pasan naturalmente al puerto, otra novedad.

El puerto

«Vieron las galeras»... (p. 58). Notemos la reiteración del verbo ver, esencial en esta serie de descubrimientos, y el empleo del artículo defi­nido las: las galeras de Cataluña eran cuatro, desde mayo de 16091 8, mandadas por un cuatralbo, «denominación jergal humorística creada por los galeotes» indica Corominas. En Cataluña lo llamaban «General de les galeres», denominación que adopta Cervantes 1 9.

Para ampliación del espectáculo, la llegada a Barcelona coincide

1 7 Entre Argamasilla de Alba y Osa de Montiel, no lejos de la Cueva de Montesinos, en el «corazón de la Mancha». Ver Eusebio Goicoechea Arrondo, La Mancha tierra de don Quijote, Madrid, Ed. Dosbe, 1977.

1 8 Martín de Riquer, Cervantes en Barcelona, op. cit., pp. 43-53, «Las cuatro galeras de Cataluña». Tenían nombres de santos: Sant Jordi, la capitana, Sant Maurici, la patrona, Sant Sebastiá y Sant Ramón. El texto de Cervantes es posterior al 18 de mayo de 1609, ya que las galeras de Cataluña existieron en número de cuatro sólo a partir de esta fecha.

19 Cuatralbo, 'animal que tiene blancos los cuatro pies' (Aut.), compuesto con albo, 'blanco'; 'jefe de cuatro galeras'.

Cervantes utiliza dos veces la denominación Cuatralbo en los últimos renglones del capítulo LXI I , p. 93, y una vez en el siguiente, p. 96; la abandona después diciendo, p. 97: «Dióle la mano el General, que con este nombre le llamaremos, que era un principal caba­llero valenciano». Tan alto caballero no merecía un apodo vulgar de res.

En la denominación cuatralbo, albo puede aludir al color blanco de las velas y, por sinécdoque, designar la galera. El cuatralbo tenía bajo su autoridad (a sus pies) cuatro galeras (cuatro manchas blancas).

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con la mañana de San Juan, día de gran fiesta en Cataluña 2 0. Las galeras están adornadas, «llenas de flámulas y gallardetes; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías. A esto se añade el dúo arti­llero entre «infinita artillería» de las galeras y los cañones de los baluartes. Con el fuego de la pólvora, todos los elementos participan de este grandioso e inaudito espectáculo:

El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro parece que iba infundiendo y engen­drando gusto súbito a todas las gentes, (p. 58)

Y más particularmente a don Quijote y Sancho por la novedad. El asombro del escudero será mayor, porque no tuvo conocimiento de tales cosas por la educación y la lectura, como lo revela este reparo inesperado, sencillo como una interpretación infantil, al ver las galeras moverse con los remos:

No podía imaginar Sancho cómo pudiesen tener tantos pies aquellos bultos que por el mar se movían, (p. 58)

Más adelante añadirá el color a ese extraño ciempiés marino:

vio a una moverse tantos pies colorados, que tales pensó que eran los remos, (p. 102)

La aventura por el mar

Es evidentemente la primera vez que don Quijote y Sancho ponen los pies en una galera y van a navegar por el Mediterráneo, prolon­gando aun su marcha a levante. Sancho queda pasmado al presenciar las rápidas maniobras: «le pareció que todos los diablos andaban allí trabajando» (p. 98). Víctima de pesada burla de los galeotes, el «vuelo sin alas» le parecerá obra de «los mismos demonios» (p. 100). Los crue­les azotes que reciben los desdichados le inducen a pensar que «esto es infierno o por lo menos purgatorio». Asistimos pues a un trastorno total de perspectiva: ya no es don Quijote quien habla de encanta­miento sino su escudero que antes le contradecía:

Estas sí que son verdaderamente cosas encantadas y no las que mi amo dice. (P 102)

Van a vivir ambos su primera y única aventura por el mar, persi­guiendo en la capitana a un bergantín de corsarios de Argel, es decir de enemigos de la fe (p. 103). Nunca se habían enfrentado con una acción bélica de veras.

2 0 Fiesta tradicional de moros y cristianos. Muchas poesías y canciones populares celebran la mañana de San Juan. En Cataluña son importantes els focs de Saní Joan.

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Todos los acontecimientos relatados parecen verosímiles en el puerto de Barcelona y en aquella época y pueden relacionarse con hechos históricos 2 1.

Don Quijote se declara listo para emprender nueva serie de aven­turas, para libertar a don Gregorio, embarcándose para ir a «tierra de moros»:

Y que sería mejor que le pusiesen a él a Berbería con sus armas y caballo; que él le sacaría a pesar de toda la morisma, como había hecho don Gaiteros a su esposa Melisendra (p. 118).

Así la venida a Barcelona, que constituye ya una extensión del campo de aventuras, deja entrever la posibilidad de nuevo ensanche — ¿una tercera parte? — como era el caso de las más famosas novelas de caballerías, en particular del Amadís de Gaula, modelo de don Quijote 2 2. De momento, va a quedarse en Barcelona donde no falta­rán novedades.

Ill - E N LA CAP ITAL C A T A L A N A

La Ciudad

La gran capital catalana, entre los numerosos sitios del argumento, es la única ciudad. Es la Ciudad por antonomasia y representa la aglome­ración importante en oposición al campo con sus ventas, mesones, aldeas, lugares y pueblos. El campo es el centro natural del caballero andante:

ser costumbre de los caballeros andantes dormir por los campos y florestas antes que en los poblados, aunque fuese debajo de dorados techos ( I I , X I X , p. 101)

Cuando don Quijote se vio en campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballerías ( I I , L V I I I , p. 267).

Así, en Barcelona, don Quijote está fuera de su centro. Se caracteriza la ciudad por la presencia activa y abrumadora de

la muchedumbre. Nunca don Quijote y Sancho habían sido rodeados y agobiados por tanta gente. De mañana salen de la ciudad «infinitos caballeros» (p. 51)... «comenzaron a hacer un revuelto caracol al derre­dor de don Quijote» (p. 61).

21 Cf. Martín de Riquer, op. cit., pp. 46-53; «En resolución, el episodio marinero na­rrado en el capítulo L X I I I de la segunda parte del Quijote refleja con gran exactitud y con pormenores muy significativos lo que ocurría o podía ocurrir en Barcelona desde mayo de 1609 y más concretamente en 1614...» (pp. 52-53).

I, X X V , t. I I , p. 252; «Ya te he dicho — respondió don Quijote — que quiero imitar a Amadís». Amadís, «el doncel del mar» navegó por varios mares y sus aventuras se extien­den a diferentes países.

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Por primera vez van a ser las víctimas de un sinnúmero de mucha­chos que son más malos que el malo» (p. 60), con sus crueles travesu­ras desde la entrada de la ciudad. Irán multiplicándose vertiginosa­mente, como sólo es posible en una grande población: «se encerraron entre otros mil que los seguían» (p. 61). Serán humorísticamente eva­luados con esta dichosa homofonía «muchos muchachos» (p. 127). La persecución llega a tal extremo que don Quijote — por primera vez caballero sin caballo — se pasea a pie por la ciudad «temiendo que si iba a caballo le habían de perseguir los muchachos» (p. 86) 2 3 .

Don Quijote será convertido en objeto de divertimiento en una pre­sentación burlesca urdida por don Antonio Moreno 2 4 y en que apare­cen a las claras los elementos esenciales de la Ciudad, con vocablos del campo temático de vocabulario ciudadano:

a un balcón que salía una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes, y de los muchachos, que como a mona le miraban, (pp. 63-64)

Se organiza a su intención un sarau y — cosa nunca vista — bai­lará «no nada ligero», hasta sentarse en el suelo «molido y quebran­tado de tan bailador ejercicio» (p. 76)

Don Quijote y Sancho aparecen extraños a este ambiente urbano.

La ciudad de la imprenta

Barcelona, centro importante de edición, en el siglo XVII , ofrece a don Quijote la única ocasión de su vida de visitar una imprenta, de ver cómo se componen y elaboran estos libros que tuvieron suma importancia en su existencia:

porque hasta entonces no había visto imprenta alguna y deseaba saber cómo fuese. (P- 86)

23 Cf. Cervantes, El Licenciado Vidriera, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1940, p. 1131b: (En Salamanca) «Cercáronle luego los muchachos ... Los muchachos, que son la más traviesa generación de! mundo ...

— Qué me queréis muchachos porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas?»

24 Cf. Monique Joly, «Las burlas de Don Antonio. En torno a la estancia de Don Qui­jote en Barcelona», Actas del Segundo Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantis­tas, Alcalá de Henares 6-9 nov. 1989, Anthropos, 1991, II, pp. 71-81.

El episodio de la «Cabeza encantada» constituye,, en el conjunto de la aventura cata­lana, una excepción, ya que, a diferencia de los demás sucesos, hubiera podido situarse en cualquier otro sitio. A no ser que se vea en su ingeniosa máquina y utilización una muestra del conocido espíritu industrioso de los catalanes.

Ver «Historical materials for the study of the Cabeza encantada episode in Don Qui jote, II, 62», Hispanic Review, 47 (1979), pp. 87-103. A. Cióse, «Fiestas palaciegas en la segunda parte del Quijote», Actas del Segundo Coloquio, op. cit., pp. 475-484.

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Es ocasión también de disertar sobre el valor de los libros y más parti­cularmente de las traducciones.

Otra curiosa «casualidad», el impresor está corrigiendo las prue­bas de la segunda parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha25, este mismo libro apócrifo que fue el motivo de su venida a Barcelona. Con esta original «mise en abyme» (la obra en la obra) Barcelona es, una vez más, integrada en la «realidad» profunda de la novela.

El escenario de la última batalla.

En la playa de Barcelona se situó la última batalla de don Quijote con el Caballero de la Blanca Luna-Sansón Carrasco. La playa que estaba entre la ciudad y el mar 2 6 ofrece a los dos caballeros un sitio ancho y libre propicio a la pelea:

don Quijote volvía las riendas a Rocinante para tomar del campo lo necessario !...! tornó a tomar otro poco más del campo, porque vio que su contrario hacía lo mismo, (p. 122)

Por primera vez vencido por otro «caballero», don Quijote en cum­plimiento de las condiciones del desafío: un año sin buscar aventuras, sin echar mano a la espada, tendrá que regresar a su aldea. El título del Capítulo LXIV expresa perfectamente lo excepcional, en el con­junto de la obra, de este fatal combate que substituyó las tan anhela­das justas:

Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido (p. 116).

Al dejar a Barcelona, don Quijote, en una serie de exclamaciones, a lo épico modo, con tono solemne que no excluye lo patético, pone de manifiesto el papel determinante de esta playa de Barcelona en su universo caballeresco y en su mundo afectivo:

¡Aquí fué Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse! (p. 139).

En el capítulo II, LIX, p. 22. don Quijote consulta el libro en la venta. El libro apa­reció con pie de imprenta de Tarragona, en 1614. En este capítulo LXI I , p. 93, Cervantes declara que en la imprenta de Barcelona «estaban corrigiendo» dicho libro... Sobre esta «incongruencia cronológica», Martín de Riquer, op. ext., p. 37, declara: «Cervantes escribió los últimos capítulos de su Quijote obsesionado por el de Avellaneda.

2 6 Sobre la disposición de los diferentes sitios de Barcelona recorridos por don Qui­jote, ver Martín de Riquer, op. cit. y particularmente la planta «La Barcelona cervantina», pp. 116-117.

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La repetición anafórica (cinco veces) de aquí recalca la afirmación que todas estas desgracias definitivas se localizaron en Barcelona.

Termina la aventura catalana al desandar don Quijote y Sancho el camino, hacia su lugar de la Mancha. Pero existe un como «epílogo» a la aventura catalana que expresa el apego que don Quijote — y Cervan­tes — tenían a Barcelona. Cuando va a llegar a su aldea, en el antepenúl­timo capítulo (LXXII) , don Quijote recuerda, de manera inesperada:

me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, y corres­pondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única. Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesa­dumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto, (pp. 231-232)

Confortado con estos recuerdos catalanes inolvidables, don Quijote que volverá a ser Alonso Quijano el Bueno, llegará a su casa para hacer su testamento y morir.

* * *

Nuestro estudio ha puesto de manifiesto el número importante y la variedad de las novedades del episodio catalán del Quijote. Sólo Cataluña y Barcelona podían ofrecer conjuntamente la ocasión de tan­tos elementos originales Correlativamente el vocabulario se enriquece de nuevos campos temáticos: con los bandoleros y la lengua catalana, la fiesta de San Juan, el mar, la playa, el puerto y las galeras, la ciu­dad, la imprenta... Con tantas cosas y palabras nuevas, se renueva y aviva el interés de la obra en su fase final.

El ensanche geográfico en la lejana Cataluña — «aquella tierra», «aquel reino», «aquella gente» 2 7 — aproxima, burlescamente, el cabal­lero manchego a sus ilustres predecesores. Toda la esfera de la creación novelesca y la de los entes de ficción se hallan confrontadas e integradas a la realidad de Cataluña, con personajes históricos contemporáneos y peripecias que corresponden con hechos reales, y también la esfera del autor apócrifo frente al verdadero, ficción de realidad con realidad de ficción . Don Quijote vino a Cataluña «para sacar a las barbas del mundo» (p. 231) la mentira del autor apócrifo y Cervantes se aplica a demostrar, en el episodio catalán, que su héroe no es falso sino verda­dero, arrimándolo a la realidad de Cataluña geográfica, étnica, lingüí­stica, lo que confiere verosimilitud y crédito al episodio 2 8.

2 ' El demostrativo aquella expresa el alejamiento: «en aquella t ierra» (p. 38) y tam­bién una distancia sicológica: hablando de los bandoleros: «aquella buena gente le escar­dara y le mirara hasta lo que entre el cuerpo y la carne (Sancho) tuviera escondido» (p. 37).

Significativo nos parece el título del capítulo LXVI , p. 55: «De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto».

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Se admite generalmente que Cervantes vino a Barcelona 2 9. Trans­pone, en varios pasos de su obra 3 0 y particularmente en la aventura catalana del Quijote, su conocimiento directo de Cataluña, sus recuer­dos personales y sus sentimientos. La cortesía de los personajes, los vínculos de estima recíproca, el maravilloso espectáculo del amanecer sobre el Mediterráneo, la playa y el puerto glorificados la mañana de San Juan, van en el sentido de una idealización y traducen la admira­ción, la simpatía de Cervantes para Barcelona y su sitio, los catalanes y Cataluña.

Citemos la conclusión de Martín de Riquer, op. cit., p. 119: «En el verano de 1610 nuestro gran escritor residió en Barcelona, y si lo hizo en la que los barceloneses llamamos la casa de Cervantes, no pudo disponer de mejor observatorio para lo que narró en Las dos doncellas y en los capítulos LX I a LX IV de la segunda parte del Quijote».

En Las dos doncellas. Obras completas, p. 1218a: «Admiróles el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de la lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo».

En Los Trabajos de Persiles y Sigismundo, I I I , XI I , p. 952, celebra Cervantes la hospita­lidad y las virtudes de los catalanes: «Los corteses catalanes, gente enojada, terrible y pací­fica, suave; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo, visita­ron y regalaron todo lo posible a la señora Ambrosia Agustina...»

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