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FUNDACIÓN INSTITUTO CASTELLANO Y LEONÉS DE LA LENGUADIPUTACIÓN DE ÁVILA

JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN

COMISARIO

CÉSAR SANZ MARCOS

EXPOSICIÓN

CAMPOS DE CASTILLACésar Sanz marcos

fotografías

Del 1 al 24 de septiembre de 2021Claustro del Torreón de los Guzmanes

Plaza Corral de las Campanas, s/nÁvila

PATRONATO DE LA FUNDACIÓNINSTITUTO CASTELLANO Y LEONÉS DE LA LENGUA

Junta de Castilla y León, Federación Regional de Municipios y Provincias de Castilla y León, Cámara de Comercio e Industria de Burgos, Universidad de Burgos, Univer-

sidad de León, Universidad de Salamanca, Universidad de Valladolid, Diputación Provincial de Ávila, Diputación Provincial de Burgos, Diputación Provincial de León, Diputación Provincial de Palencia, Diputación Provincial de Salamanca, Diputación

Provincial de Segovia, Diputación Provincial de Soria, Diputación Provincial de Valladolid, Diputación Provincial de Zamora, Ayuntamiento de Ávila, Ayuntamiento de Burgos, Ayuntamiento de Aranda de Duero, Ayuntamiento de Miranda de Ebro,

Ayuntamiento de Palencia, Ayuntamiento de Salamanca, Ayuntamiento de Segovia, Ayuntamiento de Soria, Ayuntamiento de Valladolid, y Ayuntamiento de Zamora.

GERENTE: LUIS GONZÁLEZ FERNÁNDEZ

FUNDACIÓN INSTITUTO CASTELLANO Y LEONÉS DE LA LENGUA.Palacio de la Isla. Paseo de la Isla, 1. 09003 Burgos

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ETERNAMENTE CASTILLACastilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramadarecuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerrade un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

A. MACHADO: “A orillas del Duero”

No cabe duda de que Campos de Castilla del gran poeta español Antonio Machado (Sevilla, 1875-Collioure (Francia), 1939), –que muchos consideran su obra cumbre–, constituye un poemario de referencia, no ya solo en el ámbito hispano, sino de la lírica universal contemporánea. Es su libro más conocido y contiene algunos de los versos más contados y cantados. Se publicó, en su primera versión, por Gregorio Martínez Sierra en la editorial Renacimiento, durante la primavera de 1912. A modo de compilación, acuciada por el inminente viaje de estudios de Machado a París, en 1911, en compañía de su esposa Leonor. Agavillaba poemas inéditos junto con otros divulgados en revistas. Y traía causa directa de su experiencia vivida en Soria, a cuyo Instituto General y Técnico llegó, como primer destino, en 1907, para tomar posesión de la Cátedra de Francés y ejercer la docencia. Nos lo recordaría así: “Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada –allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba–, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano”. Antes de llegar a Soria, Antonio Machado ya era considerado un poeta clásico en los cenáculos literarios de Madrid. Había publicado el primer volumen de Soledades (1903), subjetivo e intimista, que amplió a un segundo: Soledades. Galerías. Otros Poemas (1907). Alejándose de la música y la pintura modernista, buscaba esa “honda palpitación del espíritu”.

Pero, el choque con la cruda realidad le resultó brutal. Habitual de la buena vida, ociosa y bohemia, dado el estado de ruina familiar, a sus 31 años tuvo que emanciparse y buscarse las alubias por su cuenta. El encarar la situación con entereza le hizo recuperar su autoestima, cual proclama en su “Retrato”: “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho donde yago”. Su llegada a Soria, que le reveló el paisaje de esta “hermosa tierra de España”, supuso para Machado el abandono de su solipsismo anterior, y le estimuló la conciencia inmediata del doble impacto del pasado: belleza y decadencia; y le fortaleció su patriotismo, al hacerle sentir directamente los males de la patria denunciados por los regeneracionistas. Entonces “ya era otra mi ideología”, nos confesará. Su renuncia a una lírica más pura respondía, por tanto, a su plena convicción de que se debía escribir para una colectividad. Campos de Castilla es un libro heterogéneo en sus temáticas. Con meditaciones “sobre lo eterno humano” y sobre “los enigmas del hombre y el mundo”. “A una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor a la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte”, nos dirá. Dominan, sobre todo, aquellos poemas en los que el poeta dialoga con la geografía castellana desde Soria. Fue Castilla la que hizo a España y una parte esencial de Castilla es su paisaje, que otorga un sentido vertebrador al libro.

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No obstante, en el proceso de sugestión de ese paisaje se advierten tres etapas. La primera agrupa poemas de 1909, como “Fantasía iconográfica”, “Amanecer de otoño” o “Pascua de resurrección”. Son estampas sorianas, que han atraído la inspiración del poeta recién llegado a provincias. En la segunda, de 1910, quedarían los poemas más genuinamente “noventayochistas” y de mayor hostilidad, referidos tanto al paisaje como al paisanaje sorianos. Entre ellos “A orillas del Duero” (inicialmente titulado “Campos de Castilla”), “Por tierras de España” o “La tierra de Alvargonzález”, severa crítica del campo castellano. Y la tercera etapa, hacia 1911, incluye el retablo paisajístico de “Campos de Soria”, de identificación cordial del poeta por el influjo benéfico de Leonor: “¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria”. ¿De qué modo hay que mirar para llegar a ver lo que canta Machado en Campos de Castilla? En 1835, Mariano José Larra había cruzado por media España y no vio más que un “desierto arenal”, una “inmensa extensión” de “desnudo horizonte”, tres días rodando “por el vacío”. Setenta y dos años después, más o menos por esos mismos lugares por donde Larra no vio nada, Antonio Machado observa “carros, jinetes y arrieros”, “rudos caminantes”, “pastores que conducen sus hordas de merinos”, “decrépitas ciudades”, “dispersos caseríos” o “el mesón al campo abierto” y “el hogar donde la leña humea” y “roídos encinares”, “cerros cenicientos”, “montes de violeta”, “colinas plateadas”, “grises alcores”, “cárdenas roquedas”… Ahí radica una de las claves de este libro de Antonio Machado: en que nos enseñó a ver a través de sus ojos esa hermosura que la costumbre y la rutina hacían que fuéramos incapaces de percibir por tenerla tan cerca de nosotros. Cierto es que Campos de Castilla de 1912 se fue ampliando después con nuevos poemas hasta su edición definitiva de 1917. Incorporando el “corpus poético” de su dolorido sentir por la muerte de su amada Leonor que inicia “A un olmo seco” y se culmina con “Otro viaje”. Así mismo, son de resaltar los creados en Baeza sobre los campos de Andalucía, en claro paralelismo con sus años sorianos. A fin de cuentas, todo un ensanchamiento de Soria a Castilla y a España e, inclusive, al vivir humano. El lector que se adentra hoy en Campos de Castilla percibirá esa honda sensibilidad del poeta, a la vez que su obsesión por el irremediable paso del tiempo. Al poner a Castilla como metáfora de España, se verá inmerso en esa reflexión constante sobre aquel pasado histórico y glorioso, este presente problemático y el incierto futuro. El dilema entre un he sido, un soy y un seré. Sin embargo, Antonio Machado siempre apostó por la esperanza y por eso anhelaba salvar algo de la destrucción corrosiva del tiempo, confiriéndole al menos la permanencia asegurada por la poesía. A él le debemos que nos haya hecho creer en la belleza que canta. Que con su aliento poético insuflara un alma inmortal a esta tierra ascética. Eternamente Castilla. En esta muestra fotográfica la belleza efímera de las imágenes de César Sanz se funden con los versos atemporales de Campos de Castilla. Ligera de equipaje, la muestra sigue haciendo camino al andar, gracias a la colaboración del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ LASECA

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He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la riberadel Duero, entre San Polo y San Saturio…He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la riberadel Duero, entre San Polo y San Saturio…

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Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más;caminante, no hay camino / se hace camino al andar.

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En la estepa del Alto Duero, primavera tarda,¡pero es tan bella y dulce cuando llega!

…centenos y trigalesque el pan bendito le darán mañana.

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…montañas, serrijones, lomazos, parameras.

No todas vais al mar, aguas del Duero.

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Castilla varonil, adusta tierra.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

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Las tierras labrantías como retazos de estameñas pardas.

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