Oracion po sevilla pascua 20141

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TRES ENCUENTROS DE PASCUA EN EL MUNDO OBRERO Pascua es tiempo de vida y esperanza, de renacer fortalezas y reemprender caminos. Es duro el camino que hay que recorrer para llegar aquí, pasa por la Cruz. No hay atajos ni recovecos que nos la eviten. Pero es un camino de final cierto. Somos llamados a la vida. Empujados a ella por el Amor de Dios que se nos da entero y recorre con nosotros cada uno de los pasos de este camino a la Vida. Pascua es tiempo de mirar la vida con agradecimiento, con gratitud, para descubrir en ella las semillas del Reino que lo hacen germinar. Pascua es tiempo de salir a la Vida para hacernos portadores de una buena noticia de liberación para los pobres que el mismo Señor nos encarga llevar hasta el último confín del mundo del trabajo. Tenemos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. (EG 87)

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Guión para el tiempo de Pascua 2014 elaborado por Pastoral Obrera de Sevilla

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TRES ENCUENTROS DE PASCUA EN EL MUNDO OBRERO

Pascua es tiempo de vida y esperanza, de renacer fortalezas y reemprender caminos. Es duro el camino que hay que recorrer para llegar aquí, pasa por la Cruz. No hay atajos ni recovecos que nos la eviten. Pero es un camino de final cierto. Somos llamados a la vida. Empujados a ella por el Amor de Dios que se nos da entero y recorre con nosotros cada uno de los pasos de este camino a la Vida. Pascua es tiempo de mirar la vida con agradecimiento, con gratitud, para descubrir en ella las semillas del Reino que lo hacen germinar. Pascua es tiempo de salir a la Vida para hacernos portadores de una buena noticia de liberación para los pobres que el mismo Señor nos encarga llevar hasta el último confín del mundo del trabajo. Tenemos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. (EG 87)

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1. PRIMER ENCUENTRO

Juan 20, 10-18. María Magdalena. El encuentro con el Resucitado reaviva la vocación. Mi encuentro personal. En presencia del Señor Resucitado, que sale a mi encuentro. Agradezco la posibilidad de disponer este tiempo para Él. Me dispongo a acogerlo. Leo despacio el texto del Evangelio.

“Los discípulos se volvieron a casa. María estaba frente al sepulcro, afuera, llorando. Llorosa se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco, sentados: uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver de Jesús. Le dicen: ---Mujer, ¿por qué lloras? Responde: ---Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto. Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció. Jesús le dice: ---Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le dice: ---Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo. Jesús le dice: ---¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: ---Rabbuni --que significa maestro--. Le dice Jesús: ---Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: ---He visto al Señor y me ha dicho esto.” Palabra del Señor.

Los discípulos se han vuelto a casa después de encontrar el sepulcro vacío. Allí no hay nada. No queda para ellos esperanza, pero María Magdalena espera; se queda allí, aunque sea incapaz de vislumbrar nada nuevo. Permanece. Incapaz de reconocer a Jesucristo, porque su dolor, su pena, su decepción, su desesperanza son aún más fuertes en ella. Es su nombre pronunciado por Jesús Resucitado lo que le devuelve a la realidad del encuentro, a la Vida. Es sentir su nombre pronunciado por el Amor, lo que le hace reconocer. No para quedarse allí gustando el momento. Ha empezado un tiempo nuevo. Ha renacido una esperanza que ahora tiene otro horizonte, y que pasa por anunciar la Buena Noticia: está vivo, ha resucitado. Para ayudarnos a orar el Evangelio.- Releo despacio, me quedo con las escenas que me enganchan. Las releo, las vuelvo a gustar. Contemplo la escena introduciéndome en ella. Nuestra vida militante recorre muchas veces el camino de la Cruz hasta el sepulcro, y nos pone ante un sepulcro vacío que es aún más desesperante. Ni siquiera podemos refugiarnos en el dolor. “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Las decepciones y los fracasos, las luchas estériles, la falta de valoración de nuestra tarea, la sensación de que pese a todo lo que hagamos la injusticia avanza ganando terreno cada día en nuestra historia… Todo eso nos hace sentir decepcionados, nos roba la ilusión y la esperanza. Aquello en lo que hemos fiado se vuelve frágil y se desmorona

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¿Quizá no habíamos fiado en el Señor? Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones? María Magdalena se arriesga y gana. “El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo” (EG 88) Necesitamos enfrentar nuestros fracasos. Llegar hasta el sepulcro vacío, permanecer junto a él, llorosos, sin acabar de ver del todo, porque solo cuando dejamos que el Resucitado pronuncie nuestro nombre, podemos reconocerle y volver a la misión. Necesitamos dejar atrás nuestros “dolores” para acoger desde la ternura la vida de los empobrecidos, en la que el resucitado nos sale al encuentro, pronuncia nuestro nombre, nos envía a la misión. Sólo fiados en la presencia viva del Resucitado somos capaces de evangelizar, de anunciar, de recuperar la esperanza, la ilusión en poner nuestra vida al servicio del Reino que germina en la vida del mundo obrero. Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros: ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades? Pido al Señor que me lleve hasta el sepulcro vacío. Hasta las vidas descartadas y precarizadas de tantos hombres y mujeres del mundo obrero. Pido que en ellos pueda descubrir la presencia del Resucitado, y en sus vidas oír pronunciar mi nombre. Le pido que mi proyecto de vida se construya desde este encuentro, orientado a ser portador de esperanza y Buena Noticia para ello. Concreto los pasos a dar. Termino agradeciendo al Señor este encuentro con esta oración. BENDITO SEAS, POR TANTAS PERSONAS BUENAS Bendito seas por tantas personas sencillas y buenas que viven y caminan con nosotros haciéndote presente cada día con rostro amigo de padre y madre. Bendito seas por quienes nos aman sinceramente, y nos ofrecen gratuitamente lo que tienen y nos abren las puertas de su amistad, sin juzgarnos ni pedirnos cambiar.

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Bendito seas por las personas que contagian simpatía y siembran esperanza y serenidad aún en los momentos de crisis y amargura que nos asaltan a lo largo de la vida. Bendito seas por quienes creen en un mundo nuevo aquí, ahora, en este tiempo y tierra, y lo sueñan y no se avergüenzan de ello y lo empujan para que todos lo vean. Bendito seas por quienes aman y lo manifiestan y no calculan su entrega a los demás, por quienes infunden ganas de vivir y comparten hasta lo que necesitan. Bendito seas por las personas que destilan gozo y paz y nos hacen pensar y caminar, y por las que se entregan y consumen por hacer felices a los demás. Bendito seas por las personas que han sufrido y sufren y creen que la violencia no abre horizontes, por quienes tratan de superar la amargura y no se instalan en las metas conseguidas. Bendito seas por quienes hoy se hacen cargo de nosotros y cargan con nuestros fracasos y se encargan de que no sucumbamos en medio de esta crisis y sus ramalazos. Bendito sea por tantos y tantos buenos samaritanos que detienen el viaje de sus negocios y se paran a nuestro lado a curarnos, y nos tratan como ciudadanos y hasta hermanos. Bendito seas por haber venido a nuestro encuentro y habernos hecho hijos queridos, que podemos contar contigo y con tantos hermanos a pesar de nuestra torpeza y orgullo

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2. SEGUNDO ENCUENTRO.

Lc 24,13-35: Emaús: El encuentro con el Resucitado hace renacer la esperanza. Los militantes de los movimientos apostólicos y los Equipos parroquiales de pastoral obrera.

Los militantes de los movimientos y los miembros de los Eppo tenemos un desafío importante: “mostrar una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros. El único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino. Mejor todavía, aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. Aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad” (Cfr. EG 91) En presencia del Señor Resucitado, que sale a tu encuentro. Agradece la posibilidad de disponer este tiempo para Él. Disponte a acogerlo. Lee despacio el texto del Evangelio.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero de Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: -«¿Qué? Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: - «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, el hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»

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Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: - «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.

Para ayudarnos a orar el Evangelio.- Relee despacio, quédate con las escenas que te enganchan. Reléelas y gústalas. Contempla la escena introduciéndote en ella. No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad. Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: "Paz a vosotros... ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?". Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos. Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: "Soy yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea. Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre. A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Necesitamos testigos.

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Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino. (EG 127) Ser discípulo es sentirse convocado a ser compañeros y compañeras de camino: acompañar en la vida y en la fe. La palabra “acompañar” puede sintetizar muchas de las tareas apostólicas que realizamos: acompañamiento personal o grupal, la cercanía y la presencia desinteresada, la vida sencilla y encarnada…, la solicitud por los más pobres, etc. La experiencia nos va enseñando que: - es un acompañamiento en la fragilidad, pues “cuando nos presentamos frágiles, siendo lo que somos, sin aparentar y sin ocultar, esto nos acerca a las personas y la gente lo ve y lo valora”;

- es un camino de encarnación en las situaciones y problemas de la gente, especialmente de los más pobres;

- estamos llamados a acompañar siendo testigos de felicidad, con una vivencia de la vida cristiana como experiencia vital positiva, de amor desinteresado, de alegría, de buen humor y de esperanza ante las dificultades de la vida; una vivencia así genera respeto, admiración e interés;

- un acompañamiento cercano y humilde posibilita el testimonio de la palabra, la comunicación de la propia experiencia humana y de fe. Si me preguntas por la misión que he recibido de Cristo el Señor, te diré que él me ha enviado para que lleve a los pobres la buena noticia del Reino de Dios. En ese mandato me va la vida, pues para evangelizar, he de vivir como discípulo de Cristo, como hijo de Dios, como hombre reconciliado con Dios, como hermano de todos. Para evangelizar, he de llevar en lo que hago lo que creo, en la vida la fe, en cuerpo y alma el credo de la Iglesia. A nadie, ni siquiera a mí mismo, podré nunca explicar el misterio de la Trinidad santa. Sólo puedo creerlo, gozar de lo que creo, y multiplicar ese gozo por el infinito con la certeza que tengo de alcanzar un día lo que espero. A nadie podré nunca explicar las exigencias del amor. Sólo puedo ofrecer el amor que a mí se me ha ofrecido en Cristo Jesús, y que de él he aprendido. El testimonio del amor es irrefutable. No necesita palabras. No lo acallan las leyes. No enmudece con la muerte: Id y evangelizad. (Fr. Santiago Agrelo) Termina agradeciendo al Señor este encuentro con esta u otra oración. ¿DÓNDE ESTÁS? Que ¿dónde estoy, me preguntas? A tu lado estoy, amigo, en la noche de la espera,

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en el alba de la vida, en el viento de la sierra, en la tarde despoblada, en el sueño que no sueña, en el hambre desgarrada y en el pan para la mesa; en el hombre que me busca y en aquel que se me aleja, en el canto del hogar y en el llanto de la guerra, en el gozo compartido y en la aislada amarga pena (…) En el silencio sellado y en el grito de protesta. En la cruz de cada día y en la muerte que se acerca. En la luz de la otra orilla y en mi amor como respuesta. Que ¿dónde estoy, me preguntas? A tu lado estoy, amigo; vivo y camino en la tierra, peregrino hacia Emaús para sentarme a tu mesa; al partir de nuevo el pan descubrirás mi presencia. Estoy aquí con vosotros, con el alma en flor despierta, en esta Pascua de amor galopando por las venas de vuestra sangre empapada de un Dios que vive y sueña. Que ¿dónde estoy, me preguntas? A tu lado estoy, amigo; desnúdate a la sorpresa, abre los ojos y mira hacia dentro y hacia fuera, que en el lagar del dolor tengo mis gozos y penas, y en la noria del amor, yo, tu Dios, llamo a la puerta… Que ¿dónde estoy, me preguntas? En tu vida, es la respuesta. 3. TERCER ENCUENTRO.

La Comunidad. El Encuentro con el Resucitado nos hace Iglesia para el mundo obrero Juan 20, 19 - 31 Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: - Paz con vosotros. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. Les dijo de nuevo: - Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. Y dicho esto sopló y les dijo: - Recibid Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados. Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: - Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo.

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Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: - Paz con vosotros. Luego dijo a Tomás: - Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Reaccionó Tomás diciendo: - ¡Señor mío y Dios mío! Le dijo Jesús: - ¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer. Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; estas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él Palabra del Señor. Mirando en torno: Nuestra vocación es renovar la esperanza y ofrecerla al mundo obrero. Podemos compartir hechos, situaciones, historias personales, signos de esperanza, a veces insignificantes, signos de vida, que nos muestran que se abre paso la Vida para los empobrecidos. Se abre a través de las llagas de Cristo en los pobres. Nos lo recuerda el Papa Francisco en la exhortación Evangelii Gaudium 198 “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia».Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia». Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.” Meditamos en silencio el texto del Evangelio. Nos vemos como Tomás, invitados por Jesús a tocar sus llagas, a tocar las llagas del mundo obrero, a curarlas. Podemos compartir nuestra oración, nuestro ofrecimiento, nuestra súplica, acción de gracias y alabanza a Dios, nuestro compromiso pascual y, después, terminar orando con este poema

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Danos, Señor, aquella Paz extraña que brota en plena lucha como una flor de fuego; que rompe en plena noche como un canto escondido; que llega en plena muerte como el beso esperado. Danos la Paz de los que andan siempre, desnudos de ventajas, vestidos por el viento de una esperanza núbil. Aquella Paz del pobre Que ya ha vencido el miedo. Aquella Paz del libre que se aferra a la vida. La Paz que se comparte en igualdad como el agua y la Hostia. (P. Casaldáliga)