Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

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Libro: Lucio Oliver, Estado y democracia en América latina. Bolivia, Ed. Autodeterminacion, 2013. PRIMER CAPÍTULO CONSIDERACIONES DE TEORÍA Y MÉTODO. LO ABSTRACTO, LO HISTÓRICO Y LO CONCRETO EN TORNO DEL ESTADO MODERNO Introducción La abstracción del Estado es de importancia vital en la historia, donde surge como necesidad por el propio proceso de conformación de lo social (Marx, Grundrisse), y es posteriormente que se plasma en la construcción teórica abstracta y en los análisis que van de lo abstracto a lo concreto, que elaboran intelectuales y políticos. Bajo el mercantilismo y en el capitalismo en particular, especialmente a partir del siglo XIX (y hasta nuestros días, en que sin embargo se aprecia ya un fuerte síntoma de su crisis), el Estado moderno crecientemente adquirió vigencia como la institución o el conjunto de instituciones que constituyen lo “público”, lo “general”, lo “común” de la sociedad moderna, al sustituir en prácticamente todos los lugares al lugar que ocupaban las antiguas comunidades originarias precapitalistas. Históricamente, frente al Estado, las demás instituciones y organizaciones son relegadas a adoptar un carácter parcial, privado, limitado, especialmente si entendemos por lo estatal lo público y no exclusivamente lo burocrático centralizado. El Estado se opone a las formas privadas de organización social precisamente porque se erige en instancia de expresión del interés general (conformado a través de los actores políticos privilegiados o por medio de la comunidad política) y, en esa medida se supone que expresa de manera propia, separada y hasta opuesta a la sociedad real, el proyecto dominante de la sociedad y con él incide en el rumbo de la misma, por medio de la fuerza y/o con el consenso de los ciudadanos. Incluso la legalidad de su capacidad coercitiva y la legitimidad de su vocación directiva se apoya en ese hecho. Se ha hablado mucho del monopolio de la violencia por el Estado, pero hay algo más profundo que está atrás de ese monopolio: el nudo entre monopolio del proyecto social común y el Estado: no hay el primero sin el segundo y viceversa, incluso en sociedades abigarradas y donde prevalecen Estados patrimonialistas, aparentes, nacionales o plurinacionales.

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Libro:

Lucio Oliver, Estado y democracia en América latina. Bolivia, Ed. Autodeterminacion, 2013.

PRIMER CAPÍTULO

CONSIDERACIONES DE TEORÍA Y MÉTODO. LO ABSTRACTO, LO HISTÓRICO Y LO CONCRETO EN TORNO DEL ESTADO MODERNO

Introducción

La abstracción del Estado es de importancia vital en la historia, donde surge como necesidad

por el propio proceso de conformación de lo social (Marx, Grundrisse), y es posteriormente que se

plasma en la construcción teórica abstracta y en los análisis que van de lo abstracto a lo concreto, que

elaboran intelectuales y políticos. Bajo el mercantilismo y en el capitalismo en particular,

especialmente a partir del siglo XIX (y hasta nuestros días, en que sin embargo se aprecia ya un fuerte

síntoma de su crisis), el Estado moderno crecientemente adquirió vigencia como la institución o el

conjunto de instituciones que constituyen lo “público”, lo “general”, lo “común” de la sociedad

moderna, al sustituir en prácticamente todos los lugares al lugar que ocupaban las antiguas

comunidades originarias precapitalistas. Históricamente, frente al Estado, las demás instituciones y

organizaciones son relegadas a adoptar un carácter parcial, privado, limitado, especialmente si

entendemos por lo estatal lo público y no exclusivamente lo burocrático centralizado. El Estado se

opone a las formas privadas de organización social precisamente porque se erige en instancia de

expresión del interés general (conformado a través de los actores políticos privilegiados o por medio de

la comunidad política) y, en esa medida se supone que expresa de manera propia, separada y hasta

opuesta a la sociedad real, el proyecto dominante de la sociedad y con él incide en el rumbo de la

misma, por medio de la fuerza y/o con el consenso de los ciudadanos. Incluso la legalidad de su

capacidad coercitiva y la legitimidad de su vocación directiva se apoya en ese hecho. Se ha hablado

mucho del monopolio de la violencia por el Estado, pero hay algo más profundo que está atrás de ese

monopolio: el nudo entre monopolio del proyecto social común y el Estado: no hay el primero sin el

segundo y viceversa, incluso en sociedades abigarradas y donde prevalecen Estados patrimonialistas,

aparentes, nacionales o plurinacionales.

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Lo anterior, empero, nos plantea lo que se conforma como una realidad existente y determinada

por por procesos históricos, pero también, cabe decir, el Estado es una ilusión de comunidad si

consideramos la verdad de las sociedades modernas. El poder político público hace parte de una

realidad pues en tanto Estado moderno, en su calidad de institucionalidad política (como burocracia

especial, como proyecto común de sociedad, como conjunto de poderes públicos institucionales y

como espacio de poder separado) se opone (a la vez que se vincula) a la sociedad de individuos

atomizados, de ciudadanos aislados y de grupos de poder económico, político o cultural con intereses

diversos y contradictorios, precisamente por su carácter de ser una instancia de comunidad política que

les impone sus propios criterios. Pero en realidad esa “oposición” entre lo general y lo particular es una

ilusión porque el Estado como tal no tiene presupuestos propios en términos sociales, sino que sus

presupuestos son los de la sociedad en la que se constituye como lo común por lo que termina por

expresar las relaciones sociales dominantes internamente, además de también, cada vez más, expresar

los presupuestos dominantes de las relaciones sociales universales provenientes del mercado mundial.

La sociedad capitalista actual, tal cual es en lo real, con sus potentes fuerzas productivas

colectivas, sus relaciones sociales de dominio, explotación, subordinación, y exclusión, sus evidentes

contradicciones internas (valor de uso y valor, mercado, dinero y capital; trabajo vivo creador colectivo

y apropiación privada del mismo) y sus intereses de clases y de grupos, no se presenta como lo que es,

el sustento del Estado político, sino que ilusoriamente ese hecho es oscurecido y hasta anulado en la

conciencia pública como relación social dominante (por los medios de cultura, educación y propaganda

del propio Estado y de los grupos sociales privados), lo que dificulta apreciar el hecho de que lo

público, lo general, lo político global hace parte de una realidad social contradictoria y actuante que es

su presupuesto. De ahí la importancia de estudiar, con el apoyo de la teoría social histórico crítica, la

forma Estado (Aristóteles, Hegel, Marx, Gramsci, Zavaleta, Hirsch, Tapia), en tanto expresión de su

carácter (la forma es lo que realmente el Estado como poder y como institución es), esto es, como

expresión peculiar del continuum “sociedad contradictoria-sociedad clasista-poder político separado -

interés público ilusorio”, pero también a partir de la oposición actuante entre el Estado general y

público versus la sociedad real de un capitalismo histórico conformada por fuerzas colectivas que la

sociedad misma no puede dinamizar como tales debido a las contradicciones internas de esa sociedad

(valor de uso-valor; trabajo vivo-plusvalor, trabajo colectivo total-capital global), por las relaciones

específicas e intereses parciales, encontrados y opuestos de individuos, comunidades locales, grupos

sociales diversos y clases, contradicciones que en su momento llevaron a Hegel (Filosofía del Derecho)

a pensar que ellas eran la verdadera explicacion del papel del Estado en la historia pues exigían de un

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poder externo depositario de lo ético, racional y universal que la sociedad misma no generaba. Pero

Hegel mismo al final de su vida entendió que el buho de Minerva despliega sus alas al atardecer, y su

sabiduría se muestra mejor cuando el Estado madura y entra en crisis, como la actual, donde aparece

más claramente lo que en realidad el Estado es.

1. La complejidad de la forma Estado.

Como veremos en el presente libro, de manera inicial quiero dejar asentado que la especificidad

del Estado moderno se revela a partir de considerar los siguiente cuatro aspectos:

1. primer aspecto: el Estado es una “forma”, la forma Estado, que expresa las relaciones sociales que

operan en la realidad -las relaciones de capital-, pero lo hace de manera específica de acuerdo a su

particularidad y legitimidad, como “institucionalidad” construida histórica y políticamente de lo

público en tanto poder político, y en ese sentido es una configuración de poder que reproduce una

sociedad determinada y une, en tanto forma Estado, dos aspectos centrales:

a) es una expresión separada, cosificada y fetichizada de las relaciones sociales que conforman la

sociedad real, en particular las relaciones sociales de propiedad, producción y mercado dominadas por

el capital (cuyo carácter es universal y en nuestro momento histórico han desembocado en la

oposición al capital del trabajo vivo colectivo inmaterial como fenómeno complejo), pero que en cada

país articulan y subsumen bajo ese dominio a distintas formas productivas sociales incluso algunas no

capitalistas (Hirsch 1996, Moncayo 1989, Oliver 1998, Holloway y Piccioto, 1984, Zavaleta 1981,

Tapia, 2009, Moncayo 2012).

b) La forma Estado no surge como derivación inmediata de las relaciones sociales económicas, sino

que se construye en tanto forma integrando la dinámica histórica, política y cultural a partir del proceso

y la capacidad de constitución de la dominación y dirección nacional y social de determinadas fuerzas

de clases (y bloques de poder), teniendo como base un proceso histórico político de separación entre

gobernantes y gobernados, en que en la sociedad se produce la disputa de la legitimidad de diversos

proyectos de Estado, en los que confluyen el interés y el despliegue de intereses de toda la sociedad.

Un problema de los estudios sobre el Estado moderno es la unilateralidad con que se han analizado los

dos aspectos referidos que constituyen su forma: la lógica y derivación de la relación de capital, por un

lado, y la historicidad y politicidad del Estado por otra. Los análisis que circulan recientemente,

brillantes por lo demás, han profundizado ambos aspectos, pero lo han hecho ignorándose y hasta

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oponiéndose entre ellos, no obstante su base crítica común. Holloway, Moncayo, Osorio, por ejemplo

han profundizado la teoría del Estado como relación lógica de capital, en tanto Gramsci, Hirsch,

Zavaleta, Tapia y yo mismo, hemos trabajado acentuando la historicidad y politicidad del Estado. Por

ello considero necesario hacer confluir ambos elementos en el análisis (aun cuando sea imposible esa

confluencia en las derivaciones políticas de los mismos).

2. segundo aspecto: El poder público es parte intrínsica de la expansión de las relaciones modernas de

dinero y capital, expansión que al expresar el interés medio del capital se presenta por medio del Estado

como interés de la sociedad en su conjunto, mismo que se impone y se legitima en la relación social

histórica de todas las clases, con la participación de las clases productoras que por lo mismo además de

ser explotadas y oprimidas son también subalternas. Por ello, de la misma forma que el mercado, el

Estado se erige social y políticamente, en el mismo proceso de continua transformación histórica, como

una cosa burocrática y un “fetiche”, que oculta y sustituye, en tanto institucionalidad dominante, a la

sociedad real, a la vez que se presenta como resultado histórico de constitución colectiva del reino de lo

general y comunitario, el reino de la política, la igualdad y la libertad de los individuos - ciudadanos.

No obstante, como expuso con mucha claridad y precocidad Marx en su texto sobre “La cuestión

judía”, el Estado no tiene presupuesto, sus marcos referenciales del Estado moderno, como los del

mercado, son los de la sociedad capitalista: propiedad y seguridad del capital, explotación del trabajo

vivo y de la producción viva de las comunidades locales, separación entre economía y política,

configurados como características y apetencias de toda la sociedad. Al alcanzar la modernidad

capitalista industrial, financiera y simbólica las clases dominantes y propietarias de los medios de

producción social y portadoras del capital, en constante competencia entre ellas, van ampliando el

mercado nacional y mundial y lo hacen apoyándose, además de en la acumulación de capital, la

apropiación del trabajo vivo, el despojo de las sociedades atrasadas, en la existencia y actividad

orgánica de ese “poder aparentemente externo” enajenado de la sociedad, pues el Estado no deriva

directamente del poder económico particular y privado existente en la sociedad.

3. tercer aspecto: el Estado nacional y las nuevas formas estatales regionales, son la expresión de

determinadas correlaciones de fuerzas –y una relación de poder global-- en donde el conjunto de clases

de la sociedad está presente, aunque obviamente con un poder e influencia desigual. Según el propio

desarrollo histórico del capitalismo en sus tres grandes etapas, (1) capitalismo industrial de libre

competencia y de espacio nacional, (2) capitalismo financiero monopolista-imperialista internacional y

(3) capitalismo cognitivo financiero de integración imperialista y mundialización, las luchas de clases

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en torno de la dominación propician la construcción de determinadas hegemonías nacionales e

internacionales.

La hegemonía de un bloque de poder y dirección que articula determinadas representaciones

burocráticas de clases o fracciones políticas, es decir, de una determinada fuerza histórico política, se

construye orgánicamente junto a la formación de una determinada estructura y un patrón de

dominación, lo que históricamente ha dado lugar a una serie de luchas sociales de movimiento pero

también de negociación social y política por derechos: parlamentaria, electoral, judicial y burocrática.

La lucha social (el conflicto de clases y grupos sociales) por el acceso a la dominación del Estado se

produce a través de diversas formas políticas y por medio de la creación, control y conquista histórico

política por parte de dichas fuerzas, de diversas instituciones y mediaciones del Estado: el gobierno

(ejecutivo), el parlamento (legislativo), el aparato judicial, los aparatos ideológico culturales, las

organizaciones políticas y sociales, los sistema y vehículos de legitimación, etc.

La acirrada lucha por la hegemonía y por el control político del Estado, en tanto depositario de lo

“común”, en regímenes monárquicos, republicanos o en estados plurinacionales se produce como una

lucha de fuerzas que tiene como trasfondo tanto la relación de capital, la persistencia de formas

productivas originarias, como la separación entre gobernantes y gobernados, sin embargo a partir de la

conquista de derechos políticos de participación, de libertad y de igualdad, teóricamente debía

producirse en el marco de la existencia de la democracia ciudadana y colectiva y abrirse a la

participación -en proceso de conformación de capacidad de dirección- de todas las clases y grupos

sociales, por medio de la relación de diálogo y confrontación entre ellas (Tapia, 2009, Núcleo Común).

En las condiciones de predominio de derechos y libertades políticas, esa lucha por la hegemonía tiene

como canal político y cultural la competencia abierta, pública y legal de partidos y candidatos de

diversa orientación por obtener el consenso ideológico, político y electoral de la sociedad, aun cuando

se enfrenta con la realidad de la confrontación de fuerzas que conforman la sociedad.

De lo anterior se podría derivar incluso la posibilidad de que representaciones de clases no capitalistas

accedan a la dirección de Estados capitalistas, lo cual podría llevar a un mayor ocultamiento del

proyecto estratégico de dominio histórico de determinadas relaciones de capital, o, si fuese el caso de

generar una oposición social a las relaciones de dominio del capital conduciría a una progresiva crisis

de la forma Estado.

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La hegemonía, empero, no es un fenómeno exclusivamente político (que se produzca a partir de

factores propios exclusivamente del ámbito de la comunidad política e ideológica), sino que también

expresa el margen de posibilidades de reproducción de una determinada estructura de producción y de

clases, existente bajo la dinámica de acumulación prevaleciente. Por ello, la hegemonía se constituye

en apoyo o en crítica de un determinado orden social a la vez que se construye bajo la dirección de la

fracción de clase que se beneficia excepcionalmente de una forma dada de reproducción del

capitalismo o de aquella que se le opone; proceso que se gesta incluyendo a las diversas clases que

lucran alrededor de una forma productiva dada; a la alianza de clases que está atrás de una determinada

organización y capacidad política en la sociedad y que da lugar a la construcción y socialización de un

proyecto político y cultural nacional; a las clases que sienten articulados y viables sus intereses

corporativos económicos -incluso los sectores populares.

De esa forma es que se produce la disputa social total en torno del proyecto general de desarrollo social

(Mariátegui, Tapia) y la lucha política cobra forma en tanto canalización del conflicto entre intereses

diversos y plurales, se da en el marco de la existencia de mediaciones determinadas que pueden tener

como eje al Estado, en tanto aparato de gobierno, a la sociedad política en general, o incluso a

determinadas instituciones ideológicas. Las diversas formas de las mediaciones (burocráticas,

democráticas, liberales, comunitarias, despóticas, corporativas, clientelares, caciquiles, etc.)

sintetizadas en un determinado régimen político, dependen de las fuerzas sociales, sus proclividades

políticas, su cultura y las posibilidades del Estado en tanto continuum-oposición de un determinado

modo de producción-una estructura de dominación (bloque de poder)-una alianza o pactos de clases –

la imposición de fuerza y -la hegemonía o autonomía de las clases.

En el último siglo las mediaciones democráticas han pasado a institucionalizarse en prácticamente todo

el mundo, aun cuando con alto grado de burocratización y separación de la sociedad a lo que ha

contribuido el proceso de aguda concentración y centralización del capital globalizado. Por ello y

además por la dificultad actual para expresar y controlar al trabajo vivo intangible y cognitivo, la

política actual presenta dificultades para el desarrollo pleno de las luchas sociales y ciudadanas y

conduce frecuentemente a crisis de las instituciones y de las mediaciones del Estado histórico

capitalista (parlamentos, partidos, sindicatos, asociaciones civiles, etc.)

Con el bagage teórico mencionado y a partir de utilizar el método de la teoría social histórico crítica

(Marx, Introducción de 1857) para caracterizar lo que sucede hoy día bajo la mundialización

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dominante, nos preocupa entender al Estado en la fase más reciente ,de capitalismo global cognitivo, en

el que tienden a prevalecer trabajadores simbólicos y procesos mundializados de acumulación (Marini,

1994, Moncayo 2012), con el fin de detectar las alteraciones de la economía, la política, la sociedad y

la lucha de clases en nuestra región latinoamericana. Nos interesa comprender la situación de los

Estados actuales de América Latina en lo que es su papel histórico, sus características, su estructura de

dominación, sus relaciones de fuerzas, sus instituciones, sus mediaciones, sus funciones, sus

tendencias, sus problemas, sus contradicciones y sus alternativas.

2. Las contribuciones clásicas de la teoría social histórico crítica sobre el Estado.

Interesa en este escrito pensar un problema a mi modo de ver también no resuelto acerca de las

contribuciones de Marx y Gramsci para el estudio de la sociedad, del poder público, del Estado, la

política y la ideología modernas. El primero, sobre todo en su obra teórica dada a conocer

póstumamente, titulada Los Grundrisse (Los Fundamentos para la crítica de la Economía Política, de

1858, Marx), sostiene que las relaciones sociales dominantes que se gestan en la sociedad moderna, la

mercantil capitalista, que se van conformando como dinero y como capital, se constituyen cosificadas

como un poder social autónomo, poder que “no parte” de sujetos clasistas, sino que “encarna” en ellos.

Teóricamente el argumento es el siguiente: Marx aprecia que la reproducción ampliada de las

relaciones sociales modernas contradictorias, que conlleva la dinámica social mercantil capitalista,

dominante y tendiente a constituirse como universal, incluye tanto la socialización del trabajo en la

producción, la oposición entre valor de uso y valor y entre trabajo vivo y capital, asi como la

interacción universal e interdependiente a través del mercado mundial de individuos universales

indiferentes que genera la división social del trabajo; las clases que se constituyen bajo esa lógica están

sometidas a un poder externo –el dinero, posteriormente el capital y luego el Estado- que resuelve,

somete y oprime al conjunto de la sociedad, lo que expresa e incluye a todos: capitalistas, obreros,

campesinos, pequeños productores, comunidades, etc. Ese poder externo del dinero y el capital que

prevalece como algo “natural” es constituido política e ideológicamente como el poder de “todos”, es

decir como interés común aparente en el Estado moderno. Marx sostiene sin embargo que es en el

terreno ideológico donde la sociedad entera y los individuos que la conforman, toman conciencia de las

contradicciones sociales, de la existencia y antagonismo de intereses de los grupos sociales y de su

expresión en las instituciones y señala que es en el Estado y la ideología en donde se lucha por resolver

esas contradicciones y conflictos. En ese sentido los sujetos que se conforman y en que encarnan las

relaciones sociales, esto es, los grupos y fuerzas sociales y políticas, tomarían conciencia de relaciones

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que existen y se imponen por si mismas, es decir, por la expansión y dominio de relaciones sociales que

incluyen a todos, que contribuyen sin embargo a dotar de sentido a la lucha de clases e individuos, los

cuales actúan en la historia y la política a partir de entender y transformar sus contradicciones y

relaciones y de hacer una labor política ideológica de dirección en la sociedad (Marx, Manifiesto

inaugural de la AIT).

Gramsci, por su parte, asume la existencia del poder social del capital sobre los individuos y las

clases, y establece que en ese marco se gesta una relación de fuerzas que se construye en el proceso

histórico concreto de las sociedades nacionales en distintos grados y niveles en el plano social,

económico, político e ideológico cultural.

Así, tanto en Marx como en Gramsci, ni el capitalismo ni el Estado son creados por la burguesía. Es

una vulgaridad la tesis aprioristica del Estado de clase. Empero, la constitución histórica y política de

las clases como “fuerzas” histórico políticas constituye lo que aparece en la historia como la existencia

de “sujetos” vinculados a una relación social y expresa el proceso de conformación de una determinada

clase o fracción de clase como fuerza dominante y dirigente del Estado en su sentido integral o

ampliado (en el cual hay una organicidad y a la vez diferencia entre sociedad política y sociedad civil),

lo que lleva a que esa fuerza se convierta en hegemónica en el plano de la sociedad civil (hegemonía

civil) y en la sociedad política (hegemonía política), es decir, a que sea la fuerza dominante y dirigente

del Estado. La hegemonía, por lo tanto, es un proceso histórico real que existe en la sociedad y no es

sólo un concepto a elegir por los intelectuales o a desechar cuando se considera, a partir de la

indignación ante la dominación y ante el poder del Estado, que hay que darle la espalda y huir de ella

ignorándola tal como lo hacen los adeptos actuales a la escuela de la lógica del capital y de la multitud

antiestatalista.

3. El poder social del dinero y del capital en la sociedad moderna.

En términos teóricos es fundamental explicar el porqué de la situación de “separación” relativa del

Estado político con respecto de la vida social en el capitalismo; de esclarecer porque, por evidentes

necesidades histórico económicas y como resultado de procesos “histórico sociales”, la sociedad

capitalista moderna gesta al Estado político como entidad separada de ella, dado que por si misma la

sociedad no puede ser ya la comunidad moderna, debido a las contradicciones interiores propias de su

condición capitalista (contradicciones que parten de la oposición existente entre valor de uso y valor y

sus derivaciones complejas) Por su parte, el punto de partida es la comprensión de que el "estado" de la

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sociedad (o el estado social) es, ante todo, el nexo social existente en la sociedad “mercantil

capitalista”, nexo establecido por el dinero y por el capital, realidad que significa la existencia de un

dominio interno en la sociedad que impide la existencia de una comunidad dentro de la sociedad

moderna, y lleva a la creación histórico política y cultural del Estado como entidad separada, esto es,

lleva a la constitución 'institucional ideológica', de un Estado político particular separado, aparte de la

sociedad -sociedad que sí tiene fuerzas productivas sociales comunes pero que no pueden aprovecharse

por toda la sociedad dado el dominio de ellas por el capital. Podríamos llamar en ese sentido a la propia

sociedad capitalista de 'estado social' o ‘estado, de la sociedad’, situación en que están manifiestas sus

contradicciones, las que hay entre producción para el uso y producción para el mercado, las que existen

entre los individuos, las formas comunitarias persistentes y el intercambio mercantil, entre el

intercambio mercantil y el dinero, entre entre el dinero y el capital, entre el trabajo vivo colectivo social

y su apropiación por el capital, pero, por lo mismo tenemos que diferenciar de estas relaciones

sociomercantiles y de acumulación de la sociedad capitalista moderna, lo que existe como Estado

propiamente "político", cuestión que nos permite tener presente la existencia, como fundamento de

dicho Estado político, del estado social, constituido por el nexo social básico y fundamental de los

individuos bajo el capitalismo –la relación mercantil, la relación de “dinero” y la relación de “capital”

(Marx, 1857)-, nexo que determina (y es determinado por), que condiciona (y es condicionado por), el

Estado político; hecho que se olvida o se ignora en buena parte de los estudios contemporáneos de la

ciencia política que comprenden al Estado sólo desde el punto de vista de su autonomía respecto de la

sociedad, por lo cual ciertas escuelas de pensamiento pueden fácilmente declarar la muerte del Estado y

de la ciencia política en una sorprendente elucubración que olvida la organicidad existente entre

sociedad capitalista y Estado político autonomizado (Moncayo, Cancino, Jawdat, 2002).

Marx llegó a la siguiente conclusión en la primera parte de su vida:

"Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de 'sociedad civil' y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía Política" (Marx, enero de 1859).

En la cita anterior, Marx alude al problema mencionado de la comprensión de lo que es la base

social real del fenómeno estatal, la necesidad que tienen los hombres del capitalismo de constituir

externamente sus formas políticas. Para Marx, el Estado político, es decir, la “forma política” de la

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relación de capital, con sus relaciones jurídicas y las formas de Estado, tiene su raíz en la sociedad

civil, cuya anatomía, señala, está en la economía política. Pero una cosa es tener la raíz y otra es el

proceso de constitución misma del Estado como tal. La propia noción de sociedad civil, que no es la

que posteriormente elabora Gramsci, alude a una continuación de la noción tradicional de los ingleses y

franceses del siglo XVIII. Es una noción que expresa una situación anterior a la de finales de siglo

XIX, diferente de la existencia real de “sociedades civiles organizadas para la actividad pública y con

derechos en el Estado”, sociedad civil esta última que corresponde a la noción gramsciana de Estado

integral. No obstante, aquí no tratamos de dilucidar todavía la diferencia conceptual entre Marx y

Gramsci sobre la sociedad civil; sino, a establecer que el Estado político es diferente a la sociedad en

general, está separado de ésta –es decir, ha sufrido un proceso de separación histórica-, pero tiene su

raíz –y su razón de ser (es su expresión orgánica como forma)- en la sociedad mercantil capitalista

moderna. Justamente esta característica hace que el Estado político sea la anomalía histórica que sin

embargo está siempre presente y constituida (la objetividad de la construcción institucional y jurídico

política de una forma aparente, en términos de Zavaleta), anomalía con la cual las sociedades modernas

están viviendo desde hace más de seis siglos puesto que los individuos buscan en el Estado una

comunidad y un interés público que sienten que tienen pero que no encuentran en su vida real, esto es,

en su situación de individuos aislados sometidos al nexo social mercantil capitalista. Y la llamo

anomalía para acentuar la extrañeza de la separación entre lo ideológico y lo social. De esta forma lo

ideológico -en sentido amplio también el Estado político-, se convierte en una “necesidad externa” que

no se instituye inmediata y espontáneamente con el aparecimiento de las relaciones mercantil

capitalistas, sino que, producto de las contradicciones de estas relaciones, es construida histórica,

política e ideológicamente con las luchas sociales que permiten tomar cuerpo y hacer creíble y viable

esta separación en condiciones de diferenciación entre gobernantes y gobernados. Así también, esa

separación posibilita que el Estado cumpla sus funciones básicas de ser ilusión de comunidad e

igualdad entre los hombres, que garantice de esta forma la reproducción del nexo social mercantil

capitalista por medio de la separación entre sociedad y Estado, entre economía y polica. El hecho de

que por ser el Estado unitario una construcción histórico política y cultural y requiera de un esfuerzo de

voluntad y capacidad, hace que histórica y políticamente en varias de las sociedades mercantil

capitalistas el Estado nacional se haya constituído muy tardiamente o incluso no se haya implantado

nunca 1, o haya sido implantado de forma aparente o incompleta, tal como lo señaló Gramsci para Italia

1 También que en la época actual haya sufrido una implosión en algunas sociedades del continente africano, BIRD, Informe sobre el desarrollo mundial, 1997.

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de fines del XIX, situación que perduró como imposibilidad de Estado unitario desde Maquiavelo hasta

la Segunda Guerra Mundial, o, en América Latina como lo describió René Zavaleta para sociedades

como Bolivia, Perú o las de Centroamérica, antes de los años cincuenta del siglo XX o incluso después

hasta ahora (Zavaleta, René, 1990).

Para 1857, después de una intensa investigación de tiempo integral, Marx llegó a ciertas

conclusiones teóricas de interpretación de la sociedad capitalista moderna, que redactó en diversos

manuscritos y que ambicionaba exponer como obra en seis libros, dedicados respectivamente al estudio

del capital, la renta de la tierra, el trabajo asalariado, al Estado, al comercio internacional y al mercado

mundial (Marx, 1859). Estos libros estaban estrechamente entrelazados y construidos lógicamente, de

tal forma que el libro primero se dedica al capital (y no, por ejemplo, a la renta de la tierra)

precisamente porque Marx había llegado a la conclusión de que el capital es la potencia económica que

lo domina todo de la sociedad capitalista moderna:

"Nada parece más natural, por ejemplo, que comenzar por la renta del suelo, la propiedad de la tierra, desde el momento que se halla ligada a la tierra, fuente de toda producción y de toda existencia, así como a la primera forma de producción de todas las sociedades más o menos estabilizadas: la agricultura. Y, sin embargo, nada sería más erróneo. En todas las formas de sociedad existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango e influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y que modifica las particularidades de éstos. ... El capital es la potencia económica, que lo domina todo, de la sociedad burguesa. Debe constituir el punto de partida y el punto de llegada, y debe considerársele antes que la propiedad de la tierra" (Marx, 1857).

Pero el capital no es lo concreto total de la sociedad capitalista, por eso, en un afán de

determinar aun más lo concreto, el cuarto libro Marx lo dedicaría al Estado capitalista, entendiendo por

éste a la síntesis y la expresión categorial que articula a la sociedad burguesa moderna y que permite

determinar el vínculo entre el capital, el trabajo asalariado y la renta de la tierra. Marx dice al respecto:

"Efectuar claramente la división de nuestros estudios de manera tal que se traten: 1) las determinaciones abstractas que corresponden en mayor o menor medida a todas las formas de sociedad, pero en el sentido antes expuesto; 2) las categorías que constituyen la articulación interna de la sociedad burguesa y sobre las cuales reposan las clases fundamentales. Capital, trabajo asalariado, propiedad territorial. Sus relaciones recíprocas. Ciudad y campo. Las tres grandes clases sociales. Cambio entre ellas. Circulación. Crédito privado. 3) Síntesis de la sociedad burguesa bajo la forma del Estado. Considerada en relación consigo misma. Las clases 'improductivas'. Impuestos. Deuda pública. Crédito público. La población. Las colonias. Emigración." (Marx, 1857).

El Estado moderno es, y no puede ser otra cosa en Marx, que la síntesis y expresión del

conjunto articulado y total de la sociedad burguesa. Por eso tiene que aprehenderse lo que es ésta para

entender aquel. Y precisamente de su estudio se desprende que la sociedad burguesa crea al individuo

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moderno desprendido de todo lazo comunitario. El hombre moderno establece su nexo social a partir de

esa condición individual mercantil, y como subrayaron Hegel y Marx, la sociedad burguesa ha sido un

enorme progreso en la historia porque permite que las relaciones de los individuos con los otros

individuos sean cada vez más relaciones universales y multilaterales, en comparación con las

sociedades anteriores, basadas en espacios territoriales y comunitarios localistas, aislados entre sí y en

los cuales la relación de y entre los individuos prácticamente no existía pues los hombres vivían bajo

relaciones comunitarias locales que los ubicaban como parte de la comunidad. Por ello, para destacar el

rompimiento de la modernidad con esa condición comunitaria social, tanto la economía política clásica

como la filosofía política moderna inician sus estudios a partir del individuo aislado, lo que Marx

criticó como un error teórico porque:

"Solamente al llegar el siglo XVIII, con la 'sociedad civil', las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (universales según este punto de vista) han llegado al más alto grado de desarrollo hasta el presente. El hombre es, en el sentido más literal, un Zoon politicon, no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad" (Marx, 1857). Establecer al individuo como sustento y horizonte teórico del estudio tanto de la economía

como de las instituciones modernas (entre estas el Estado), tal como lo hacen la economía politica

inglesa, la filosofía política moderna, el propio Hegel con su noción de “voluntad”, y todo el

liberalismo político que prevalece como ideología dominante en nuestro mundo actual, es un equívoco

debido a que con ello se supone la existencia de un individuo autosuficiente y al ciudadano como base

de la sociedad y se desconoce el nexo social real que el individuo tiene con los otros individuos bajo la

división social del trabajo. Ese nexo se construye a partir del mercado, situación en que se condiciona

socialmente la libertad individual obtenida al disolverse históricamente la comunidad anterior al

mercantilismo (bajo regímenes sociales anteriores existía la relación de dependencia personal y el

Estado era el ejercicio del dominio por la elite privilegiada dentro de la comunidad). La nueva libertad

jurídica permite que el individuo sea propietario de su trabajo y se autodetermine, pero siempre bajo el

nuevo nexo social mercantil real en que esa libertad se transforma en una “no libertad”, dado que, para

sobrevivir, el individuo se ve obligado a someterse al mercado, a obtener sus medios de vida y sus

productos del mercado, a establecer un nexo cosificado obligado con los otros individuos, un nexo

social que no controla. Y se trata de una no libertad en la medida en que el intercambio mercantil, es

decir, el dinero y, posteriormente el capital (Marx, 1857), se convierten en un poder social global frente

al cual el individuo no es libre, sino que se tiene que someter a él. Este horizonte histórico social real

fue precisamente el gran descubrimiento teórico de Marx frente al individualismo de la economía

Page 13: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

política clásica y la filosofía política moderna y constituye, aun hoy día una crítica básica a la idea

jusnaturalista y contractualista del Estado (Marx, “Introducción”, 1857).

La sociedad del intercambio mercantil generalizado tiene necesidad de un Estado político como

guardián del contrato que rige tal intercambio, pero sobre todo tiene necesidad del Estado porque el

dinero necesariamente se vuelve capital y el poder social del capital necesita expandirse y dominar a

todas las relaciones productivas de la sociedad, y para esa expansión requiere del Estado, para romper

las barreras que le imponen otras formas sociales; el Estado, también es fundamental para mediar entre

los individuos y su situación social puesto que de otra manera el individuo moderno sufriría directa y

abiertamente la opresión y las cadenas del poder social global del intercambio, el dinero y el capital. La

sociabilidad comunitaria, que no existe evidentemente en una sociedad mercantil capitalista puesto que

la base de ésta es el individuo aislado aun cuando la producción sea colectiva en la fábrica y bajo la

dictadura de la máquina o como sucede en los tiempos actuales, sea colectiva intangible como producto

de la participación de trabajadores simbólicos en la acumulación de capital articulados entre si, dentro y

fuera de la fábrica en su calidad de productores de ideas y avances científico técnicos, esa comunidad,

necesaria para el individuo aislado, de la cual se carece en esta sociedad, se proyecta ideológica e

institucionalmente aún hoy en la separación del Estado y en la construcción histórico política del

Estado político; por ello el poder político unitario es un igualitarismo jurídico político comunitario,

separado de la sociedad real; es el espejo social ante el cual el individuo se observa. Por eso el Estado

político es la ilusión de una igualdad y una comunidad social que no existe en el nexo social real –en el

cual existen las contradicciones referidas entre el valor de uso y el valor de cambio, entre trabajo

asalariado y capital, entre trabajo vivo colectivo social no asalariado y capital (Marx, 1857)- , pero es

una ilusión “existente” que domina la vida política y afecta a la vida social. La exterioridad y la

separación del Estado político del nexo social capitalista son necesarias precisamente para que no se

altere la reproducción de ese nexo social desigual y opresivo.

Con la transformación histórica de la pequeña producción mercantil simple en producción mercantil

capitalista, los individuos pasan a ser parte constitutiva de las grandes clases de la sociedad moderna,

en las cuales la mayoría de ellos se ubica en un grupo social amplio cuyo rasgo es que sigue vendiendo

su propia fuerza de trabajo manual, intelectual o total, para obtener ingresos asalariados o no, con el

cual participar en el mercado, esto es, para obtener dinero, comprar mercancías y satisfacer sus

necesidades individuales. En este proceso el dinero, medida del valor, medio de cambio, medio de

circulación de las mercancías y, forma de acumulación, se transforma, en capital, como fue analizado

Page 14: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

por Marx (Marx, 1867) , en un capital que devora al trabajo asalariado (y hoy al trabajo intangible y no

asalariado) en busca de su acumulación. Y es ahí donde "el capital se convierte en la potencia

económica que lo domina todo de la sociedad capitalista" y se convierte en el gran poder social global

frente al cual ni el individuo ni las clases pueden gran cosa.

La sed de ganancias de ese poder social global -el capital- solo se empezó a regular cuando las clases

trabajadoras en su lucha por reducir la jornada de trabajo y obtener derechos exigieron del Estado

además de ser el interés común abstracto y separado, también ser el mediador entre los grupos sociales

opuestos, para evitar su propia destrucción vital como clases, en la medida en que buscaban limitar la

extensión de la jornada laboral y de la intensidad de trabajo frente a las pretensiones de los capitalistas.

El Estado pasa a ser entonces tanto la garantía del contrato y el mediador del mismo, sin que resuelva

las contradicciones sociales que obligan a los individuos a someterse al mercado y al capital. Con ello

históricamente el Estado político, forma de esa relación de capital, pasa a tener más legitimidad y a

adquirir su característica de ser espacio de lucha entre las clases y de disputa de voluntades que

intentan determinar su orientación 'político ideológica', aun cuando la propia existencia de la política

como ámbito separado sea ya una forma de ocultamiento de las relaciones sociales reales y del propio

conflicto del individuo y las clases con el capital. Por eso el Estado político es algo distinto al estado

social mercantil capitalista, es exterior y está separado de éste; se constituye como una “forma” de la

relación de capital, forma que funciona a partir de la igualdad y la libertad asentadas en el mercado y de

la disputa histórica por acceder al poder y detentar lo general, en un proceso de ocultamiento de las

contradicciones sociales inherentes a la acumulación. Al así constituirse con tales características, se

crean las bases para el desarrollo de esta forma Estado por medio de las luchas ideológico políticas, a

través de la confrontación de distintos proyectos nacionales y de la constitución de las clases dirigentes,

las cuales adquieren también una autonomía relativa, no obstante lo cual, siempre expresen y oculten la

relación de capital. Es el terreno de la ideología (incluyendo al Estado y a la política), en el cual, según

Marx, los individuos toman conciencia de las contradicciones económicas y de clase y luchan por

resolverlas (Marx, 1859). Justamente por ser el Estado un espacio abierto a la conciencia y a la lucha es

que es una construcción histórico-política-cultural que involucra sin embargo también una separación

entre gobernantes y gobernados, entre espontaneidad y direccion conciente. Para que la ilusión de

mediación y de comunidad sea tal tiene que ser construida. Y en ese sentido la clase capitalista tuvo

que desarrollar primero su afinidad, su autoconciencia, su autonomía, su homogeneidad y

posteriormente un proyecto de hegemonía en la sociedad, para tener capacidad histórico política de

dominar y dirigir el Estado político, de tal manera que reprodujese el nexo social real y a la vez

Page 15: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

integrase ideológicamente a las clases subordinadas. Pero se trata de un espacio abierto a las

contradicciones y a las luchas, no obstante que el espacio del Estado político en si mismo sea exterior

al propio estado social. Lo mismo está sucediendo con las clases trabajadoras que ya hacen parte del

conjunto de la producción moderna tangible e intangible y que no se expresan ya como clases

solamente sino como sociedad subordinada y subalternizada por el capital.

Por más que las clases trabajadoras incidan en el espacio del Estado, si su política no está

orientada a modificar el nexo social real (reformismo socialdemócrata, desarrollismo periférico,

comunitarismo originario), esto es, el nexo social mercantil capitalista, nunca podrán cambiar y hacer

avanzar en un nuevo sentido a la sociedad. El “Estado forma” es precisamente el espacio ideológico

político de la dominación y también el espacio donde se desarrolla el potencial y la toma de conciencia

de las contradicciones y de la lucha por resolverlas de la sociedad subordinada y subalterna actual. Por

ello no es acertado ignorar al Estado (y luchar por cambiar el mundo sin acceder al poder) --aun cuando

asumamos que lo que es una verdadera tontería es eso de “tomar el poder” (que por lo demás siempre

se dice así aun cuando sólo se tome el gobierno) pues el poder no se toma nunca, sino que se constituye

como “forma” de una determinada relación social y de una dada lucha histórico política. En todo caso

lo que tiene sentido es modificar la relación social y las condiciones histórico políticas de la lucha para

modificar la forma Estado. La conquista de la hegemonía en el Estado político es expresión del grado

en que un grupo social amplio obtiene su unidad económico política e intelectual y moral, de su

influencia y/o dominio en la sociedad política y de su ascendencia en la propia sociedad civil. Por ello

la transformación del mundo tiene que empezar aconteciendo en el ámbito ideológico, en el Estado,

pero no en el sentido estrecho político de reino actual del poder público y de la política, sino sobre todo

a través de la construcción de hegemonía en la sociedad civil, en una sociedad civil expandida, tan

expandida, según gramsci, que sea capaz de absorber a la sociedad política y regular a la sociedad. En

todo caso, por ello Gramsci replica fuertemente a quienes consideraban en su época que el Estado era

un coto cerrado de la clase capitalista y no un espacio abierto a la lucha por la hegemonía:

"Es por lo menos extraña la actitud del economismo frente a las expresiones de voluntad, de acción y de iniciativa

política e intelectual, como si éstas no fuesen una emanación orgánica de necesidades económicas e incluso la única expresión eficiente de la economía; así, es incongruente que el planteamiento concreto de la cuestión hegemónica sea interpretado como un hecho que subordina al grupo hegemónico. El hecho de la hegemonía presupone indudablemente que se tomen en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se forme un cierto equilibrio de compromiso, esto es, que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo, pero también es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar lo esencial, porque si la hegemonía es ético política, no puede dejar de ser también económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica" (Gramsci, 1999, tomo V, cuaderno 13, nota 18 ).

Page 16: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

Con la globalización, la transnacionalización del capital, la reestructuración productiva

capitalista a nivel mundial, el dominio financiero global, la producción cientifico técnica avanzada, el

trabajador simbólico total, la sociedad mercantil capitalista ha cambiado: el capital, como potencia

económica que lo domina todo, se ha mundializado, (Hirsch, 2001), hiperconcentrado (Teixeira, 2004)

y se contrapone a la sociedad en su conjunto, tanto a aquella que expresa la subsunción real del trabajo

al capital como las formas comunitarias que expresan aun una subsunción formal. Las transformaciones

productivas, financieras y simbólicas han creado una precarización de la sociedad moderna (incluso en

los países de industrialismo avanzado) y una inutilización de sus recursos productivos sociales y

culturales, aun cuando esta sociedad es la que produce y reproduce la ciencia, la técnica y el saber que

requiere el capital para existir. De cierta forma la contradicción individuo-capital, clase trabajadora

industrial-capital, sociedad e individuos trabajadores simbólicos-capital, se han convertido en un

conflicto que opone a los individuos y la sociedad versus el capital, en tanto que si bien la nueva y

sofisticada riqueza mercantil concreta es producida sobre todo en industrias de alta tecnología, la

sociedad es la depositaria de la ciencia y el conocimiento actual, que crea las condiciones para esa

riqueza industrial, con lo cual el capital no es sólo capital frente a los trabajadores de las industrias –se

acumula apropiándose de la ciencia y del trabajo vivo de esos trabajadores, sino que es capital frente a

la mayoría de la sociedad trabajadora del siglo XXI –se apropia de la capacidad productiva de la

sociedad, no obstante que una mayoría de ésta se encuentre en condición precarizada, excluida,

marginada y desocupada.

Pero el hecho de la mundialización del capital y del capitalismo global cognitivo no ha creado, como

construcción histórico-política-cultural el Estado mundial, ni tampoco el Estado unificado de todos los

bloques económicos, por más que en Europa haya ciertos avances en ese sentido con la controvertida

Unión Europea. La política beligerante del imperio estadounidense está, por lo demás, destruyendo

cualquier posibilidad de legitimación de un Estado mundial como construcción actual. Y la

contradicción “sociedad de trabajadores totales e intangibles versus capital” no parece tener

posibilidades inmediatas de exteriorizarse en un Estado mundial garantizador, regulador y mediador de

los derechos de esa sociedad, con lo cual se produce un conflicto abierto de la sociedad con el capital,

que los Estados nacionales median muy precariamente.

4. El Estado político moderno, una relación histórica orgánica: económica, política y cultural.

La constitución inicial, la institucionalización y el desarrollo del Estado político moderno son

Page 17: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

parte de un prolongado, complejo y difícil proceso histórico de luchas políticas de élites y masas a

través de siglos, que tiene múltiples referentes y elementos constituyentes: políticos, económicos,

sociales y culturales. Políticos en primer lugar. Las monarquías absolutistas, primera forma de

existencia y unidad del Estado político de dimensión nacional, logradas tempranamente en Portugal,

España, Francia e Inglaterra fueron resultado tal como lo señaló Maquiavelo, de una voluntad política y

de un proyecto de unificación y no un resultado natural de las nuevas relaciones de producción

mercantiles, aun cuando correspondiesen justamente a las necesidades de dicha expansión mercantil

moderna. En el texto El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Marx comenta que: “… bajo la

monarquía absoluta, durante la primera revolución, bajo Napoleón, la burocracia no era más que el

medio para preparar la dominación de clase de la burguesía” (Marx, 1852, p. 320). Precisamente

fueron esos Estados de unificación temprana los que causaron tanta admiración a Maquiavelo, e

inspiraron su obra maestra, El Principe, justamente porque en lo que sería posteriormente Italia, por

diversas circunstancias, no se creó durante siglos tal voluntad política colectiva y se mantuvieron

disgregados los principados locales, algunos bajo el dominio del papado romano y otros sometidos a las

potencias internacionales. En el parágrafo 17 del cuaderno 13, de los Cuadernos de la Cárcel, Gramsci

alude a los distintos momentos del desarrollo de la conciencia política colectiva de los grupos sociales,

a la creación y desarrollo del Estado político moderno, separado de las relaciones económicas y de los

propios grupos sociales productivos. Estos, no obstante, desde su propia existencia social forman una

fuerza en la sociedad, pero una fuerza social “objetiva”, que dista mucho de ser fuerza política con

capacidad para ser Estado, esto es, para ser capaces de integrar la “forma Estado” y definir un proyecto

político nacional e internacional en el marco de las relaciones de capital, pues para ello se requiere de

lograr una voluntad y un desarrollo de la conciencia política colectiva en diferentes grados y

momentos. El Estado es una forma de las relaciones del capital, pero en tanto forma adquiere una

connotación “política” que se constituye a partir de premisas ideológico políticas construidas

históricamente que se sustentan en la igualdad y la libertad de los hombres, premisas sobre las cuales se

tiene que construir un proyecto político de Estado nacional. Justamente ahí radica la importancia de la

voluntad política y de la actividad consciente para constituir el Estado político (y también para

deconstruir el Estado) como parte del mundo de las ideologías, donde los hombres (las clases

progresistas), como lo mencionó ya Marx, ‘toman conciencia de las contradicciones de la sociedad y

luchan por resolverlas’. Ese mundo de las ideologías puede analizarse por separado,

metodológicamente diferenciarse de las relaciones sociales de producción y de cambio, pero en la vida

social está orgánicamente articulado a esas relaciones pues la sociedad es una totalidad en desarrollo

constante. Sobre el caso europeo y en algunos paises latinoamericanos por ello se insiste en la

Page 18: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

“articulación” entre un régimen de acumulación y un modo de regulación ( Hirsch, 2002, Tapia 2010).

Gramsci llevó a cabo una tentativa de caracterizar el proceso de desarrollo de la conciencia política

colectiva en la modernidad capitalista estableciendo que, a partir de la relación de fuerzas sociales

objetivas, correlación determinada por el grado y extensión del desarrollo capitalista, donde, en la

modernidad, el capital es la potencia económica que lo domina todo y subsume los distintos modos de

producción a su dominio, las clases despliegan su potencialidad diacrónica y la lucha asimétrica por sus

proyectos: en primer lugar se manifiesta su interés ‘económico corporativo’, ligado a las

contradicciones en las relaciones sociales de generación y apropiación del valor y a su situación

inmediata en la acumulación de capital y el mercado (interés que, por ejemplo, existió también en las

comunas burguesas italianas de los diversos principados y que, sin embargo, no llevó a la creación de

una conciencia política colectiva nacional ni al triunfo de una monarquía unitaria sino hasta que se

produjeron grandes luchas sociales y de élites entrado el siglo XIX). Esos grupos sociales también

despliegan en el marco de la forma Estado, separada, autonomizada y fetichizada, constituida a partir

de las libertades ideológico políticas, una serie de proyectos de tipo ideológico político, que las lleva,

por medio de sus organizaciones, sus grupos dirigentes, sus personalidades, sus intelectuales, sus

representantes políticos y literarios, a ser (o no ser) una fuerza histórica de lucha, dominio y dirección

política e ideológica y a institucionalizar ese dominio.

Determinados grupos económico sociales subalternos poco a poco se unifican entre sí y atraen a

otros grupos sociales a sus posiciones y proyectos a nivel de ‘solidaridad de clase’ en la medida en que

requieren y buscan tener influencia y participación en los asuntos del Estado, situación que Gramsci

considera un segundo grado de la conciencia política colectiva, en el cual se plantea el problema del

Estado, pero como igualación de derechos con los grupos dominantes en el Estado existente, aún no

como la determinación de un Estado propio, mejor dicho, de un proyecto propio con relación al Estado

y de una autonomía de grupos subalternos en relación a la “forma Estado”. En los inicios del Estado

moderno, bajo el Estado mercantil absolutista (Anderson, Holloway, 1984), las monarquías absolutas

(y en América Latina los Estados virreinales) fueron el medio con el que se preparó la dominación de

clase de la burguesía, aun cuando en sí no constituían el proyecto industrial capitalista moderno, sino

un vehículo de expansión mercantil y de dominio del dinero en una extensión territorial y poblacional

mayor, las grandes naciones. En ese sentido, los grupos sociales mercantil capitalistas buscaron tener

derechos iguales a otros grupos sociales en el Estado unitario monárquico absoluto (donde pasó a

constituir el famoso “Tercer” estado) y lo mismo sucedió bajo los virreynatos y en los Estados

oligárquicos de nuestro subcontinente. Por otra parte, para las monarquías o las incipientes repúblicas

Page 19: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

la lucha contra las barreras de los principados, feudos y oligarquías en lo interno, y contra otros Estados

y los núcleos políticos precapitalistas externos, fue sumamente importante para establecer las nuevas

características y funciones del Estado –la unidad política, la centralización del poder, la

autonomización del poder, la expropiación de los campesinos, la compulsión a la producción mercantil,

al intercambio y a la valoración, la creación de una burocracia administrativa y militar, etc- , lo que

llevó a crear un mundo de Estados naciones en el contexto de la primera y ahora antigua gran

mundialización -por medio de las guerras y los pactos entre Estados, los descubrimientos, conquistas y

la colonización europea. En el nivel ideológico político el Estado se constituyó como forma política,

desde su constitución como poder público de las autocracias mercantiles bajo la forma de monarquías

absolutas, resultado final del paso de la nobleza de Castillo a la nobleza de Corte, como el

“…organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima

expansión del grupo mismo…” (Gramsci, 1999, Cuaderno 13, nota 17), pero en Europa, como lo señala

Gramsci, en los “Estados naciones” tempranos mencionados, “…este desarrollo y esta expansión son

(fueron) concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo

de todas las energías ‘nacionales’,,,” (Ibid). Por su propia característica “nacional” las monarquías

absolutas europeas mencionadas arriba no podían ya ser la expresión del interés local feudal, sino una

expresión, en el terreno político ideológico, del movimiento económico mercantil (y dinerario) en

expansión, de procesos de acumulación incipiente de riquezas y de aceleración de la división social del

trabajo. El proyecto político común de esos Estados nacionales nacientes fueron las políticas

mercantilistas, como lo explicita con toda claridad Mario Ambrosili en la siguiente cita de historia

económica:

“…toda la serie de diversas políticas económicas en vigor en los estados europeos desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII… La política económica del mercantilismo se vincula de esta forma con un preciso objetivo político: permitir un reforzamiento del poder estatal en materia fiscal y comercial (reducción de los impuestos y de los tributos locales dentro de los confines del estado, para facilitar los intercambios de los productos nacionales entre regiones más o menos desarrolladas), debilitamiento de las autoridades locales frente al poder central (formación de una burocracia real de estricta fidelidad al soberano), aumento de la productividad nacional en modo tal de mejorar el poder contractual del estado frente a los demás países (tratados comerciales favorables, excepciones aduaneras para mercaderías en tránsito, alianzas políticas y militares)

Las políticas económicas de los Estados fueron a su vez consecuencia de la constitución de los propios Estados como entidades de poder y dirección:

Las políticas descritas dependen de la formación de los estados nacionales: la ampliación de los confines y de la soberanía real imponía un mejoramiento de la política económica del estado y una adaptación de ésta a las nuevas condiciones. El campo aledaño ya no es más el límite geográfico al desarrollo económico de la ciudad dominante; amplias regiones se reúnen en estados nacionales permitiendo el fenómeno de la acumulación a favor de la ciudad dominante. En este sentido el mercantilismo se convierte en la economía política de la acumulación primitiva del capital… La política exterior de potencia y la interior de desarrollo se vinculan de una manera bastante característica dando por lo menos tres posibilidades…: a) la potencia del estado se convierte en el único fin de la política económica, ya sea que se deba atacar a

Page 20: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

una nación más débil, ya sea por motivos de defensa ante intentos de conquista…b) el poder político es el único medio para procurar la riqueza a la propia nación (tratados económicamente favorables impuestos con la fuerza de las armas habrían de mantener activa la balanza comercial y las manufacturas nacionales…); c) la riqueza nacional y el poder político son dos objetivos paralelos de la política mercantilista contribuyendo ambos al bienestar nacional.

La expansión comercial de los siglos XVII-XVIII encuentra en estas formulaciones teóricas la ideología para el propio desarrollo y en el estado un rápido sostén en su propia defensa en los conflictos por la conquista de los mercados. El vínculo frecuentemente personal entre el escritor de economía y el mercader o el administrador estatal convierten a la discusión sobre las mejores formas para el desarrollo de la economía nacional de extremo interés para reconstruir los ideales políticos de los nuevos grupos dirigentes…. No debe olvidarse que los autores mercantilistas escribieron en un periodo de inflación y de baja productividad donde el sector comercial era generalmente el más avanzado y en el que las contradicciones y las tensiones sociales eran sumamente fuertes. En este sentido será claro cómo las resoluciones globales propuestas se hacían en una perspectiva estrictamente estatalista, porque la máquina estatal era la única organización existente a nivel verdaderamente nacional..” (Mauro ambrosili, en, Bobbio y Matteucci, 1982, p. 993,4).

Pero este proceso de constitución de Estados en territorios nacionales y poblaciones dominados por un

poder público común fue también un proceso correlativo de centralización política del poder.

Escribiendo sobre el proceso de centralización política y burocrática de las monarquías absolutistas,

Marx dice en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte,:

“Este poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado… surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. Los privilegios señoriales de los terratenientes y de las ciudades se convirtieron en otros tantos atributos del Poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios retribuidos y el abigarrada mapa-muestrario de las soberanías medievales en pugna en el plan reglamentado de un poder estatal cuya labor está dividida y centralizada como en una fábrica” (Marx, 1852, p. 312).

Teóricamente definida, la función histórica de tales monarquías fue precisamente el impulso a y la

generalización de las nuevas relaciones mercantiles de producción, por lo cual y para lo cual, la

creación de una elite política visionaria con poder cuasi absoluto y la violencia del Estado fueron

elementos definitivos, mismos que se reflejaron en la obra maestra de Thomas Hobbes, El Leviathan

(Hobbes, 1651).

Con lo dicho, se entiende claramente porqué los Estados nacionales no surgen automáticamente en el

seno de las nuevas relaciones sociales objetivas de tipo mercantil, sino que, a partir de esas relaciones y

las contradicciones existentes en las mismas se constituye una forma particular –el Estado- que es una

construcción ideológica y política voluntaria de los grupos sociales históricos, no obstante que su

“función histórica objetiva” esté delimitada por intereses existentes en las relaciones sociales

económicas. Queda claro que los Estados políticos modernos -la forma Estado del capitalismo- son una

relación histórico-política-cultural autonomizada y fetichizada de las relaciones mercantil capitalistas,

en donde se expresan, canalizan y se contraponen, a partir del principio de la representación en

condiciones crecientes de igualdad y la libertad, los intereses y las contradicciones existentes de la

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sociedad, nacidas en el estado social.

Fue justamente la creciente dificultad que tuvieron las monarquías absolutas, como el todo del Estado,

para seguir dominando bajo el desarrollo de las nuevas condiciones -en que las relaciones capitalistas

empezaban a tomar cuerpo dentro de esa generalización de relaciones mercantiles, lo cual se expresaba

socialmente en el surgimiento y consolidación de una burguesía ‘nacional’ interesada ella misma en

coparticipar en la forma y asuntos del Estado-, lo que dio origen a las monarquías constitucionales,

previa lucha de las distintas fracciones de la burguesía para tener presencia, en tanto sociedad civil

(misma que en Inglaterra se presentó con la revolución de 1648 y la decapitación del Rey Carlos I ) y

en América Latina en tanto sociedad independentista. Fue entonces que aparece un movimiento social,

el de la sociedad civil, expresión general de la lucha de la nueva burguesía, aliada con los pequeños

propietarios, que reclama su participación como entidad legitimadora del Estado y que se proyecta

como sociedad política ampliada, como monarquía constitucional, en la definición de los asuntos del

Estado. Es Locke quien en 1694 y 1698 (Locke, 1698) teoriza su significado y sentido, tal como lo

observa adecuadamente Oscar Fernández:

“Como lo afirma categóricamente el mismo Locke: "la monarquía absoluta, que algunos tienen por único gobierno en el mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y así no puede ser forma de gobierno civil alguno". El poder que no se asienta, por consiguiente, en la legitimidad que le confiere el consentimiento de la sociedad civil, no es poder legítimo: es simple y llanamente despotismo.

Pero quizás lo más sugestivo y pertinente del aporte de Locke reside en su insistencia en la correlación sociedad civil-legitimidad del poder: "los que se hallaren unidos en un cuerpo -afirma Locke- y tuvieren ley común y judicatura establecida a quienes apelar, con autoridad para decidir en las contiendas entre ellos y castigar a los ofensores, estarán entre ellos en sociedad civil". En un mismo argumento Locke distingue y relaciona ambos términos de la conexión: el poder tiene como misión asegurar la protección y la defensa de los derechos de los individuos libres que constituyen la sociedad civil. Lo que distingue el estado de libertad natural del estado de sociedad organizada es precisamente la existencia de una autoridad legítima: "Esta es el alma -afirma Locke- que da forma, vida y unidad a la comunidad política; por donde los diversos miembros gozan de mutua influencia, simpatía y conexión" (Fernández, 1997).

Con la transformación de las monarquías en constitucionales, una Constitución y un Parlamento

definirán a partir de entonces las características de legitimación de parte de la sociedad civil ante la

burocracia centralizada del Estado, por lo que se convierten en importantes referentes políticos del

Estado; en cierta forma es ahí que por primera vez adquiere validez -en un sentido histórico- la

caracterización que hará posteriormente Gramsci del Estado en su sentido integral como la sumatoria

de la sociedad política + sociedad civil. Sin embargo, en ese momento inicial de finales del siglo XVIII

la noción de sociedad civil (incluso ya en los procesos políticos de América Latina) está remitida al

movimiento político que da o quita consentimiento al poder, de legitimación del Estado y de lucha por

derechos de todos por parte de la burguesía nacional y de la pequeña burguesía productora y comercial,

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en tanto universalización de sus intereses, ahora como sociedad civil en lucha. Sociedad civil es

justamente la contradictoria sociedad capitalista naciente que reclama ser partícipe del Estado

capitalista temprano, formada en principal medida por las clases urbanas e industriales, y en menos

medida por las clases rurales, hegemonizadas por la burguesía mercantil y posteriormente por la

industrial, en ascenso. No se trata sin embargo de una sociedad contra el Estado, sino que, en la medida

en que al ser tomada en consideración ella da su consentimiento, legitima y participa en el Estado, se

trata de una sociedad civil en el Estado. De hecho, a partir de entonces el Estado es algo más que la

sociedad política monárquica o republicana constitucional. Es ya la articulación entre sociedad política

y sociedad civil, pero es una articulación todavía elemental y primitiva pues, en los hechos, los

representantes parlamentarios, la sociedad política, una vez decaído el movimiento de la sociedad civil

de resistencia, rebelión, revolución o revuelta, se representan a sí mismos o a un sector pudiente de la

sociedad civil que, no obstante, tiene la hegemonía en dicha sociedad plétora de las contradicciones del

dinero y del capital en ascenso, y no existen formas asociativas u organizativas permanentes y estables

dentro de la sociedad civil que formen una voluntad nacional popular colectiva organizada e

independiente y reclamen derechos.

Teniendo como trasfondo la unión de Inglaterra y Escocia y la generalización del libre comercio

en Inglaterra, el escocés Adam Ferguson, (Ferguson, 1773), sostiene que la sociedad civil es algo más

que un puro movimiento socio político de las clases urbanas y de regiones campesinas circundantes que

reclama reconocimiento y otorga legitimidad como en Locke; para él, dicha sociedad de

“consentimiento y legitimación del Estado”, está relacionada con intereses productivo comerciales.

Introduce el elemento económico como referencia de la sociedad civil, noción que le sirve para

establecer la unidad de intereses entre los miembros de una sociedad civil en expansión económico

comercial, es decir, el interés de la burguesía en el Estado, frente a otros Estados, pero sobre todo el

interés de expansión mercantil del capital. Con Ferguson, entonces, se enriquece la noción de sociedad

civil. No sólo es un movimiento político fundamental como en Locke, sino que ahora también expresa

el impetuoso movimiento de la economía capitalista en ascenso y lucha con los poderes internos del

país y externos de otros Estados, hegemonizada por el proyecto de los capitalistas:

"Es vano esperar -señala Ferguson- que podamos brindar a la multitud de un pueblo un sentido de unión entre ellos, sin admitir su hostilidad hacia aquellos que se les oponen". El riesgo de ese conflicto bélico, al que teme Ferguson, se ve contrarrestado, a sus ojos, por el desarrollo creciente de la actividad y del intercambio económico. Las milicias deben ceder el paso a quienes orientan su actividad a esos nuevos y múltiples mercados. Desde esta perspectiva, la sociedad civil debe ser ese nuevo ámbito en el que -supuestamente- la actividad económica no debe estar ni subordinada ni amparada al poder político o militar”. (Ferrnández, 1997)

Hegel, en su momento, continuando con la perspectiva de Ferguson fue, no obstante, más allá:

teorizó a la sociedad civil como el conjunto de individuos productores y consumidores de la nueva

Page 23: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

riqueza -sociedad mercantil- en ascenso en la modernidad, por tanto –en su perspectiva idealista- la

consideró un momento de desarrollo de la idea, (más allá de la familia, o sociedad natural) remitida al

interés económico privado de los individuos, a la realización de sus fines particulares en una

corporación o en otras asociaciones, sin considerar sus contradicciones, ni el poder del dinero (Hegel,

1820); pero, para Hegel la particularidad de la sociedad civil es la potencialidad de despliegue de su

contenido ético potencial, ello en la medida en que puede constituirse en un momento del Estado

político. De ahí que la noción de sociedad civil forma, también para Hegel, parte del Estado, en tanto

es la base de éste, aun cuando es diferente de éste, el cual en sus instituciones y leyes crea una

mediación para la real elevación ética de la sociedad. De nuevo hay, en su perspectiva, una idea del

Estado en la cual éste es, como señaló Gramsci, la suma de sociedade política + la sociedad civil, aun

cuando en este caso –como también sucede con el Estado del siglo XX- no es simplemente una suma,

sino una articulación y una interrelación, en la cual la sociedad civil se realiza en el Estado en la

medida en que éste es para Hegel ámbito de lo general y de lo universal racional.

Por otra parte, la noción de sociedad civil, por la vía de la teoría acuñada en Inglaterra pasa a

tener un desarrollo en la economía política clásica inglesa, concepción a partir de la cual Marx, por

medio de la crítica social e histórica al horizonte individualista de la propia economía política clásica-.

la considerará una noción más general, que deja de ser la conceptualización del interés productivo y

comercial burgués, para pasar a entenderla teóricamente como sociedad burguesa civil, permeada por

las profundas contradicciones del capitalismo, de las cuales también hace parte el Estado: así, para él,

la sociedad civil es el “hogar y escenario de toda la história” (Marx, 1846).

En el contexto del capitalismo de libre competencia, una vez establecidas las condiciones de la

acumulación de capital, se acentúa la separación y la centralización del Estado político como forma

fetichizada e ilusória de la relación del capital, así como sus atribuciones como burocracia, que, no

obstante su separación de las relaciones económicas y de la sociedad civil, se presenta como interés

general de la sociedad.

“La primera revolución francesa, con su misión de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales, para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio no añadieron nada más que una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la división del trabajo dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses, y, por tanto, nuevo material para la administración del Estado. Cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (allgemeines), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la

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sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la ‘casa escuela’ y los bienes comunales, de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades…” (Marx, 1852, p. 312)

La generalización de las relaciones mercantiles trajo consigo la competencia, la división del

trabajo, la revolución industrial y la acumulación creciente de capital y, con ellas, el desarrollo del

capital como poder social global en las relaciones sociales de producción y de cambio y el desarrollo de

una variedad de contradicciones de la sociedad civil concreta. Con ello, el Estado político pasa a ser la

nueva comunidad ilusoria, una forma que expresa, media y oculta ese poder social del capital, y por lo

mismo, no deja de seguir incluyendo, en tanto legitimadora, a la sociedad civil, como sociedad civil del

capitalismo, en tanto clases en lucha, como en su forma privilegiada de sociedades políticas en

conflicto interno, presencia política de las contradicciones dentro de la sociedad civil, la cual, no

obstante, expresa su característica de elemento de legitimidad de tal Estado, pero ahora como lucha

ideológica política entre intereses diversos. De esa forma el propio Estado político va adquiriendo un

sentido social distinto y una función diferente a sus inicios. La sociedad civil del capitalismo industrial

desarrollado es ya un espacio de lucha intensa de intereses modernos en torno de la acumulación de

capital, la plusvalía relativa y las crisis, y su particularidad es la autonomización extrema del Estado en

cuanto éste logra canalizar los conflictos de clases y grupos; la sociedad civil es la expresión de una

diferenciación continua entre los representantes de dicha sociedad de clases en la sociedad política y la

lucha de las propias clases en la sociedad civil. El propio Estado político deja de ser tan sólo la

comunidad política abstracta de la igualdad y la libertad individuales, para adquirir también una

expresión de mediador de la lucha de clases, de la lucha dentro de las clases dominantes, pero también

entre éstas y las clases populares.

Bajo la restauración, bajo Luis Felipe, bajo la república parlamentaria, era el instrumento de la clase dominante, por mucho que ella aspirase también a su propio poder absoluto.

Es bajo el segundo Bonaparte cuando el Estado parece haber adquirido una completa autonomía… Y sin embargo, el poder del Estado no flota en el aire, Bonaparte representa a una clase que es, además, la clase más numerosa de la sociedad burguesa: los campesinos parcelarios…”(Marx, 1852, ps. 312,313). “La industria y el comercio, es decir, los negocios de la clase media, deben florecer como planta de estufa bajo el gobierno fuerte” (Marx, 1852, p. 320).

El Estado político capitalista liberal representativo desde mediados del siglo XIX es la

expresión de las clases modernas luchando por configurar la comunidad política sin lograrlo en todos

los momento. Los representantes de las diversas clases en la sociedad política asumen su papel de

protodirigentes del Estado en una continua lucha entre ellos, lo que da como resultado su abierta

confrontación pública en un espacio unificado: la república democrática. Es la sociedad civil

expresándose como conflicto normal de clases dentro de la sociedad política y no pudiendo, como en el

caso de la segunda república francesa, ser la expresión de la hegemonía de ninguna clase en el Estado.

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También los conflictos sociales obligan al Estado a intervenir no sólo como canalizador de las luchas,

por ejemplo en la república democrática, sino también como mediador entre las clases, en la medida en

que los parlamentos aceptan legislar sobre el conflicto en torno de la duración de la jornada de trabajo y

el derecho de huelga, lo cual se produce teniendo como base los principios igualitarios del intercambio

mercantil, dentro de las formas abstractas del Estado. Esto mismo sucedió en América Latina durante el

período prolongado de las luchas entre liberales y conservadores y entre centralistas yfederalistas que

en algunos casos tienen larga temporalidad, hasta los años 30 del siglo pasado o los años 50 del mismo.

La posterior fase del capitalismo monopolista imperialista es la expresión en la política de la

concentración y centralización del capital y de la fusión del capital industrial con el capital bancario,

tendencia que llevará a a la exportación de capitales y a la dominación del centro sobre la periferia y de

unos Estados potencia sobre los Estados subordinados. En el interior de los Estados es la fase en la cual

la lucha social entre clases se expresa como aguda opresión sobre la sociedad civil, formada

mayoritariamente por trabajadores en lucha por sus derechos, la cual es subordinada a los

planteamientos políticos de la sociedad política burocrático imperialista. No hay en ello sólo una

imposición de la sociedad política, sino una transformación del Estado a partir de la hegemonía de los

grupos capitalistas nacional desarrollistas o imperialistas en la sociedad civil. Hay aquí, empero, una

transformación radical del Estado, según Gramsci:

“En el periodo posterior a 1870, con la expansión colonial europea …las relaciones organizativas internas e internacionales del Estado se vuelven más globales y masivas y la fórmula del 48 de la ‘revolución permanente’ es elaborada y superada en la ciencia política en la fórmula de ‘hegemonía civil’….

La estructura masiva de las democracias modernas, tanto como organizaciones estatales cuanto como complejo de asociaciones en la vida civil constituyen para el arte político lo que las trincheras y fortificaciones del frente en la guerra de posiciones: hacen ‘parcial’ el elemento del movimiento que antes era ‘toda’ la guerra, etcétera.

La cuestión se presenta para los Estados modernos, no para los países atrasados y para las colonias, donde aún están vigentes las formas que en otras partes han sido superadas y se han vuelto anacrónicas” (Gramsci, 1999, p. 22).

Como veremos en el apartado siguiente, el Estado capitalista del siglo XX se desarrolla en sus

relaciones internas e internacionales y se crea una nueva articulación entre sociedad política y sociedad

civil, de la misma manera en que se produce una nueva configuración de la sociedad civil que resulta

de la expansión social del Estado y una estatización de la sociedad. La sociedad civil deja de ser un

movimiento de resistencia o de legitimación del Estado, y un terreno social de expresión y lucha de las

clases, para ser un elemento de influencia directa como opinión pública, organismos sociales y políticos

participativos y lucha por derechos, en los asuntos de la sociedad política. Pasa a ser un nuevo espacio

de la vida social y política y se desarrollan asociaciones voluntarias privadas de distinta naturaleza y

Page 26: Oliver, Lucio. Estado y Democracia en América Latina. Cap. I

propósitos con una importancia fundamental en el Estado, en lo público, y que tienen múltiples

derechos en el Estado, así como el propio Estado tienen múltiples responsabilidades en la sociedad

civil. Asociaciones y organizaciones privadas de tipo religioso, social, cultural y político se proyectan

independientes o como parte del Estado en lo ideológico, cultural, político y hasta económico: partidos,

sindicatos, prensa, iglesias, clubes, asociaciones culturales y de barrio, etc., por lo que el Estado ya no

es sólo el gobierno político diferenciado, o los órganos de representación, legislación y de juzgado –

esto es la sociedad política por excelencia- sino que el Estado son también las nuevas mediaciones

burocráticas que complementan o desplazan a las formas representativas con instituciones de política

social y de políticas públicas al servicio de la sociedad: instituciones de seguridad social, de empleo,

salud, vivienda, asistencia, cultura, etc., aseguradas por las constituciones de los propios Estados, así

como la opinión pública organizada y participativa en partidos, sindicatos, periódicos y asociaciones de

masas que tienen intereses privados propios e intereses públicos evidentes. Aparecen entonces, con el

incremento de la plusvalía social derivada del excedente desarrollista y/o imperialista, las “dietas” y las

políticas públicas y sociales del Estado destinadas a mediar con la sociedad y a sostener a los

representantes de los partidos políticos que tienen un pie en los órganos burocráticos y otro pie en la

sociedad civil.

Cambia, entonces, con lo anterior, tanto la realidad como la noción de Estado, la cual pasa ser una

noción de doble utilización: como sociedad política, esto es, Estado en sentido estricto y limitado, y

como suma de sociedad política y sociedad civil, esto es, Estado en sentido integral o ampliado. Por

ello Gramsci comenta en el Cuaderno 15, parágrafo 10 de sus Cuadernos de la Cárcel que, “Estado es

todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y

mantiene su dominio, sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados”. A partir de la

mayor plusvalía social disponible, los proyectos políticos del Estado tienen una correlación con las

ideologías políticas y culturales de la sociedad y en como los grupos sociales que la forman entienden

sus fines y su existencia y establecen el consenso o lo cuestionan. Así, atrás de los gobiernos está una

serie da instituciones y organizaciones de la sociedad que en el ámbito privado comparten y legitiman

los fines del Estado, tanto los fines democráticos y de cohesion social como los fines autoritarios y

bélicos.

La primera guerra mundial y la situación de posguerra hizo manifiesta la crisis del capitalismo

liberal de principios de siglo y ello obligó a las clases capitalistas a buscar la superación de la crisis por

medio de una reestructuración productiva y una reforma del Estado que incluyera el impulso a las

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relaciones de producción fordistas, abrir las puertas al capitalismo de Estado, y a la expansión

universalista de derechos sociales en el Estado burocrático de bienestar, situación que en el caso de

algunos países europeos adquiere la forma del fascismo. En la Unión Soviética el nuevo Estado en

proceso de buscar ser un “no Estado”, de la revolución, es substituido por un Estado burocrático de

nuevo tipo en el cual prevalecen las relaciones mercantiles, el trabajo asalariado al servicio de la

acumulación de capital estatal; la sociedad civil tiene derechos y deberes de tipo social pero entrega los

derechos políticos e ideológicos a la elite dirigente y dominante, se los restringe a otros elementos de la

sociedad política y al conjunto de la sociedad civil. En América Latina se produce la crisis del Estado

oligárquico para dar lugar al Estado populista y nacional desarrollista, basado en la industrialización

extensiva selectiva y en la lucha de la burguesía nacional por ocupar un lugar en la dirección histórica

del Estado junto a las viejas oligarquías a las cuales no siempre logran vencer (Cueva, 1976).

5. La actualidad de la hegemonía: sociedad política y sociedad civil en Gramsci.

Ya desde la ejecución del rey Carlos en Inglaterra en 1648 la historia mostró que el dominio,

como capacidad basada exclusivamente en el uso de la fuerza sobre los dominados, nunca fue un factor

unilateralmente determinante del poder en el Estado moderno. No sin razón el propio Gramsci alude a

ese doble carácter del poder en sus Cuadernos de la cárcel:

“Otro punto a ser fijado y desarrollado es el de la ‘doble perspectiva’ en la acción política y en la vida estatal. Son varios los grados en los cuales se puede presentar la doble perspectiva, de los más elementales a los mas complejos, pero que teóricamente pueden ser reducidos a dos grados fundamentales, correspondientes a la naturaleza dupla del Centauro maquiavélico, fiera y humana, de la fuerza y del consenso, de la autoridad y de la hegemonía, de la violencia y de la civilidad, del momento individual y del universal (de la ‘iglesia’ y del ‘Estado’), de la agitación y de la propaganda, de la táctica y de la estrategia, etc.” (Gramsci, 2000, cuaderno 13, nota 14, p. 33).

En ese sentido el Leviatán de Hobbes quizá deba, ser entendido más como metáfora que como

observación sobre la realidad, lo cual no quiere decir que para él, el dominio –el uso de los aparatos de

gobierno, el recurso a la coerción, al monopolio de la violencia- no sea el corazón del poder (incluso

por el hecho de que todo poder debe preveer una crisis de la legitimidad del mismo). La monarquía

absoluta dependía de la articulación entre mercantilismo, nobleza, ejército, burocracia recaudadora y

cárceles para existir, sin embargo, nunca fue un hecho de poder aislado. Los intelectuales de la nobleza

aburguesada y del clero papal siempre estuvieron ahí para darle su fuerza ideológica al poder. De esa

forma dominio y dirección nacen y se desarrollan como dos elementos centrales del Estado Moderno.

Por eso Weber, cuando habla del Estado moderno, habla del monopólio legítimo de la violencia. Y por

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eso Gramsci dice que el Estado es el conjunto de recursos teóricos y prácticos con que una clase

domina:

“Si ciencia política significa ciencia del Estado y Estado es todo el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que consigue obtener el consenso activo de los gobernados, es evidente que todas las cuestiones esenciales de la sociología no pasan de cuestiones de la ciencia política. Si hay un residuo, ese sólo puede ser un residuo de falsos problemas, esto es, de problemas ociosos” (Gramsci, 2000, cuaderno 115, nota 10, p. 331)

Dado que el Estado político es una construcción histórica política que se procesa a la par de la

cosificación y el ocultamiento de la relación de capital, la hegemonía, como capacidad de dirección al

que accede y construye un grupo social fundamental sobre la orientación básica de los aparatos del

Estado y las asociaciones e instituciones de la sociedad civil, es, posiblemente, su núcleo central:

“ la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como ‘dominio’ y como dirección intelectual y moral’. Un grupo social domina a los grupos adversarios a los cuales intenta ‘liquidar’ o a someter incluso con la fuerza armada, y dirige a los grupos afines e aliados. Un grupo social puede, y, de hecho, debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder de gobierno (esta es una de las condiciones principales para la propia conquista del poder); después, cuando ejerce el poder y aun si lo mantiene fuertemente en las manos, se torna dominante pero debe continuar a ser también ‘dirigente’”(Gramsci, 2002, tomo 5, cuaderno 19, nota 24, pp. 62,63).

La construcción de la capacidad dirigente es un proceso histórico político complejo. Implica la

construcción, con base en la história y por medio de la voluntad, de mediaciones en un triple sentido:

primero, en el de que para que la hegemonía pueda existir es necesario que se establezca, reproduzca y

despliegue en el conjunto de los nexos sociales reales de un determinado modo de producción y

acumulación, que la sostenga, por lo menos en tanto que se trata de una hegemonía que se constituye a

partir de la igualdad y libertad. Cabe aclarar, sin embargo, que la supremacía de un grupo social se

logra primeramente a partir de las contradicciones de la relación de capital y de la dinámica de

acumulación, que beneficia a los capitalistas y crea el poder social del capital. En cierta forma los

capitalistas encarnan al capital (personifican al capital) y tienden a tener la supremacía objetiva en las

relaciones sociales de capital, que sin embargo no son relaciones directamente entre personas, sino

entre clases. Es apartir de esa supremacía en las relaciones sociales de producción y acumulación de

capital, o de la resistencia a esa supremacía y la imposición de límites, que se sientan las bases para la

lucha por la supremacía como dominio y dirección intelectual y moral, y una determinada ascendencia

de un poder social global, nacional o/e internacional (y dentro de éste, una forma dada de acumulación,

Hirsch, 2001), lo cual justamente impone en los hechos de una sociedad la realidad del dominio

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material de una determinada potencia económica expresada también como fuerza social objetiva 2. Eso

le da piso a los recurrentes y progresivos intentos de forjar una determinada voluntad colectiva nacional

popular3. Segundo, en el de que la hegemonía es ella misma parte y resultado de un proceso de

formación y expansión de una determinada conciencia política colectiva y de una determinada voluntad

política del grupo como tal, así como de la formación de una voluntad nacional popular que supere

crecientemente la diferencia entre gobernantes gobernados.La hegemonía alude a la capacidad de un

grupo social de conquistar plenamente para su proyecto y su ideología tanto a la sociedad política como

a la sociedad civil, en un contexto de disputas y debates con otros proyectos e ideologías, es decir, el

logro de su influencia económica ideológica en la sociedad (el logro de un programa político intelectual

propio, distintivo, diferenciado de los restantes, que permita la expansión universal de los intereses de

grupo como intereses de toda la sociedad, y, la unidad económica y política, pero también intelectual y

moral del grupo y de la sociedad.

La unidad del grupo dominante en el Estado se expresa como unidad económica y política, así como

unidad ideológica y moral:

“…la fase en que las ideologías generadas anteriormente se transforman en ‘partido’, entran en confrontación y luchan hasta que una de ellas, o por lo menos una única combinación de ellas, tienda a prevalecer, a imponerse, a irradiarse por toda el área social, determinando, además de la unicidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, poniendo todas las cuestiones en torno de las cuales hierve la lucha no en un plano corporativo, sino en un plano ‘universal’, creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados” (Gramsci, 2000, cuaderno 13, nota 17, p. 41).

Y, tercero, en el sentido de que para dicho desarrollo de la hegemonía, se requiere la

elaboración de una clase dirigente, a partir de la constitución y manejo adecuado y constante de la

actividad política, los organismos, proyectos y programas políticos, la creación de movimientos

sociales, la formación de relaciones, instituciones, asociaciones ideológicas y políticas, de

intelectualidades y personalidades, que cree una nueva clase dirigente capaz de disminuir la brecha

entre dirigentes y dirigidos. Esta consideración entra en conflicto directo con la actual tesis de la

capacidad espontánea de la multitud moderna formada por singulares trabajadores tradicionales en

2 “el capital es la potencia económica que lo domina todo en la sociedad moderna”, Marx, 1857, Introducción. 3 En el caso de los trabajadores, fuerza económica y social opuesta al capital, devorada por el capital, históricamente formada por el capital pero cada vez más opuesta a éste, expresión de la socialización de la producción. Hoy día el ser ellos la sede de la formación científica y técnica del conjunto de la sociedad cada vez más excluida por el capital, es la raíz de su existencia material y base de su lucha contemporánea –en tanto grupo de trabajadores simbólicos dirigente de la sociedad civil- por la hegemonía en la sociedad moderna

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conjunto con los altamente calificados productores de intengibles, de enfrentar al un Estado que se

desmoronaría por si mismo (Moncayo, 2012, Hirsch, 2001):

“De hecho se puede decir que toda la vida estatal italiana, a partir de 1848, se caracteriza por el transformismo, o sea, por la elaboración de una clase dirigente cada vez más amplia, en los cuadros fijados por los moderados después de 1848 y por el colapso de las utopías neoguelfas y federalistas., con la absorción gradual pero continua, e obtenida con métodos de eficacia variada, de los elementos activos surgidos de los grupos aliados e incluso de los adversarios y que parecían irreconciliablemente enemigos. En este sentido, la dirección política se se volvió un aspecto de la función de dominio, una vez que la absorción de las elites de los grupos enemigos lleva a la decapitación de estos y a su aniquilación por un periodo frecuentemente muy largo. A partir de la política de los moderados, se hace claro que puede y debe haber una actividad hegemónica incluso antes de la ida al poder y que no se debe contar apenas con la fuerza material que el poder confiere para ejercer una dirección eficaz: de hecho, la brillante solución de estos problemas hizo posible el Risorgimento en las formas y en los límites en que se realizó, sin ‘Terror’, como ‘revolución sin revolución’, o sea, como ‘revolución pasiva’”(Gramsci, 2002, tomo 5, cuaderno 19, nota 24, p. 63).

Si bien Gramsci enfatizó que la hegemonía remite a los grupos sociales fundamentales, se expresa por

medio de la constitución y la actividad de una clase dirigente, sobre y con el Estado en su integridad,

esto es sobre y con el conjunto de la sociedad política y la sociedad civil. La dirección implica una

determinada capacidad política y cultural de dicho grupo social, una capacidad que en un momento de

su desarrollo se topa con la necesidad de ser Estado, como organismo de ese grupo, pero también como

vehículo para plantear sus intereses en un plano nacional y universal y lograr la adhesión y sumisión de

toda la sociedad.4 A partir de lo mencionado queda claro que la hegemonía es un proceso económico,

político y cultural, muy diferente de la pura relación de capital, y es mucho mas que la irradiación

cultural que propagaron algunos ideólogos europeos y latinoamericanos en los años ochenta del siglo

XX (Osorio, 1995).

Considerando los elementos teóricos referidos en este capítulo, cabe preguntarse ¿cómo evaluar

la hegemonía neoliberal del gran capital mundial y las peculiares limitaciones y constreñimientos de la

lucha por la hegemonía de los trabajadores en el Estado nacional contemporáneo? Los lúcidos

planteamientos de Gramsci sobre el Estado y la hegemonía, sobre la lucha por la formación de una

voluntad nacional popular y de un proyecto político que sea la expresión de un nivel avanzado de

conciencia política colectiva y de universalización de los intereses de los trabajadores, a la vez que

expresión de la unidad de los fines económicos, políticos, intelectuales y morales, fueron útiles para las

condiciones de los Estados fordistas o nacional desarrollistas del siglo XX, pero cabe preguntar ¿si son

útiles teóricamente hoy ante el “Leviatan derrotado” o el Estado resucitado nacional o

plurinacionalmente (Debate Comuna-Clacso sobre el Estado, Moncayo, 2012) o ya no lo són y los

4

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nuevos trabajadores simbólicos y la sociedad globalizada tienen que abandonar la pretensión de ser

Estado aun cuando su proyecto fuese serlo para potenciar la capacidad de la propia sociedad civil?

Bajo el nuevo Estado político de la globalización -el Estado de competencia que busca valorizar el

capital transnacionalizado- no desaparecen las contradicciones dentro de la sociedad política, ni se

desmancha la sociedad civil al interior de cada frontera nacional, no obstante que dichos espacios

“económico sociales”, “socio políticos” e “ideológico morales” se globalicen. La pregunta central es

entonces si el Estado nacional sigue siendo, como lo planteo Marx, el espacio ideológico en el que los

hombres toman conciencia de los conflictos básicos y luchan por resolverlos (Marx, 1859), aunque

haya dejado de ser el ámbito territorial, político, poblacional de dominio de una clase capitalista

nacional y se encuentre bajo la influencia de las fuerzas económicas, políticas y culturales dominantes,

hoy dia transnacionales. El Estado sigue siendo, incluso en su calidad de Estado de competencia o

Estado gerencial financiero subordinado (Oliver, 2005), una contradicción, un espacio que expresa las

contradicciones políticas y culturales de la relación de capital, la crisis de acumulación, y un terreno

ideológico de lucha, especialmente el espacio del Estado formado por mediación que atrapa a la

sociedad civil. El problema es cómo participar en ese Estado sin sumarse al fetichismo, a la

burocratización, a la subordinación de la sociedad política actual frente a las fuerzas transnacionales del

capital y como crear una nueva clase dirigente no opuesta a la masa dirigida sino capaz de elevar a la

sociedad a su nivel.

La sociedad civil es, en ese sentido, en tanto una parte del Estado, el espacio abierto para las

experiencias económicas alternativas, para la lucha ideológica y política antineoliberal y anticapitalista

y para la constitución de una nueva fuerza dirigente crítica de la realidad actual y propositiva de una

reorganización radical del mundo. Pero la sociedad civil no significa que los trabajadores totales se

restrinjan a los ámbitos privados de los movimientos sociales, sino significa una lucha por participar en

la definicion de lo público de manera democrática, pero no como público no estatal, sino al revés, como

público estatal pero no burocrático, capaz de politizar a la sociedad civil para que se apropie de lo

público a nivel local, regional, nacional e internacional. Con eso los movimientos sociales tienen el

elemento para condicionar, por medio de la fuerza de lo público democrático, la participación de la

sociedad civil en los espacios de la sociedad política, en los parlamentos y en los puestos burocráticos

de los Estados neoliberales.

A fines de la década pasada se conoció en América Latina la tesis del brasileño Bresser Pereira en el

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sentido de que los nuevos tiempos llamaban a luchar por lo público no estatal para abrir paso a las

nuevas tendencias. Esa tesis significa dejar el Estado en manos privadas y permitir que el poder político

sea, efectivamente, el vehículo de la transnacionalización del capital. Significa la renuncia al Estado

por parte de los movimientos sociales y el fin de los proyectos políticos (Holloway 2002, Virno 2004,

Moncayo 2012). Por lo contrario, para el desarrollo pleno de estos se requiere remodelar lo público

como público estatal alternativo que vea al Estado no como espacio de dominio de las burocracias o de

las sociedades políticas, sino como conquista de la sociedad civil, como público democrático, que

critique y someta a las actuales burocracias transnacionalizadas de los Estados sin soberanía y sin

ciudadanía política real. De esta forma consideramos, con Gramsci, que el Estado político, la soberanía

nacional y la ciudadanía política aun están en disputa, y ambos son los elementos de una toma de

consciencia y de resolución de las contradicciones de lo que acontece, no en el Estado, sino en los

nexos sociales reales hoy día dominados por el capital y mañana, quizá, rediseñados por el nuevo

trabajo total intangible socializado, el que ya Marx denominaba poder del trabajo colectivo social.

La lucha de los trabajadores por su hegemonía comenzó desde el siglo XIX en condiciones adversas

bajo el capitalismo en ascenso, por ejemplo frente al despotismo de la monarquía constitucional inglesa

excluyente, el bonapartismo francés y la dictadura de Biskmark. El Estado nacional europeo, bajo la

hegemonía del fordismo y el Estado desarrollista industrialista latinoamericano representaron sobre

todos los intereses del capitalismo maduro, lo mismo que el americanismo de la república

estadounidense. Fue justo en esos dos grandes periodos de hegemonía burguesa que se construyeron

las grandes teorías sociales críticas del capitalismo y se desarrollaron los movimientos sociales

anticapitalistas que conocemos. La clase trabajadora y el conjunto de la sociedad no propietaria

entendieron al Estado como un órgano de la expansión universal de los capitalistas y del dominio del

capital y no por ello renunciaron a participar en él con la idea de luchar por su propia hegemonía, por

desarrollar su propia consciencia y organización y aspirar a ser la dirección política ideológica de la

sociedad, por crear sus partidos políticos y sus movimientos sociales. Hoy, bajo el Estado neoliberal

transnacionalizado y bajo la imposición creciente de una hegemonía mundial del capital, los

trabajadores están más que nunca bajo el dominio del poder social global del capital en lo que son sus

nexos económico sociales básicos, pero siguen siendo la génesis de la riqueza social aun cuando no lo

sean ya como asalariados confrontados con patronos, sino como trabajadores totales simbólicos

confrontados con el poder conjunto del capital. El recurso al Estado político como reino de la igualdad

y la universalidad, como sede de lo general, sigue –y seguirá- siendo usado por los capitalistas y sus

clases dirigentes para bloquear la conciencia y para buscar las ilusiones necesarias para hacer más

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llevaderas las cadenas de la explotación, la opresión y la exclusión. Quizá ahora se hable más del proto

Estado mundial o de los Estados rectores de los bloques geoeconómicos regionales. Para ello el gran

capital no ha renunciado a profundizar el uso de los vínculos del mercado y de sus recursos ideológicos

del liberalismo económico y político. Las clases excluidas de los beneficios de la modernidad, las

clases trabajadoras y los desempleados tienen como recurso, aun, para su desarrollo como dirección de

la sociedad civil y para su participación en la sociedad política, la cuestión de usar las libertades

políticas e ideológico culturales para generar conciencia de las contradicciones de la sociedad y para

luchar por resolverlas. Para ello será necesario el mismo proceso de difícil y complejo logro histórico

político de la autonomía, homogeneidad y autoconciencia que Gramsci asociaba a la tarea de la

hegemonía civil y a la construcción de una voluntad colectiva nacional popular, orientada al fin político

de modificar las estructuras económicas y sociales y transformar el Estado para subordinarlo a una

nueva sociedad civil de trabajadores organizados. La sociedad civil autorregulada, en términos de

Gramsci, aún está por crearse y no hay otro camino que la lucha por una hegemonía alternativa a la de

la burguesía transnacional. El camino está claramente delineado en el desarrollo y autoorganización de

la sociedad civil participativa y actuante, en la construcción y/o recuperación de lo público

democrático por los trabajadores y la sociedad excluida de la gran propiedad, con lo cual se podrá

generar una sociedad política distinta, de los que mandan obedeciendo a los colectivos sociales

organizados y públicos, y no de los que mandan mandando desde sus oficinas ejecutivas y burocráticas

con ventanas al mundo de las firmas transnacionales.

6. El poder como relación.

A partir de las consideraciones teóricas anteriores queda claro que desde la perspectiva de las ciencias

sociales latinoamericanas sigue siendo fundamental conocer la institucionalidad y las determinaciones

universales de la política y del poder político para entender la situación actual de nuestra región:

desindustrialización y desarticulación del mercado interno, ciclos de contradictorio crecimiento

económico con estancamiento con ausencia de proyectos autónomos de desarrollo,

transnacionalización creciente bajo un patrón agrominero exportador, aguda polarización social y

concentración de la riqueza, desarticulación y marginalidad social, desestructuración económica interna

y redefinición de la dependencia externa, vaciamiento, estrechamiento o relativización de la

democracia, desvalorización de la mano de obra y precariedad del trabajo simbólico inmaterial propio,

etc.. Pero ello también nos permite advertir y entender las múltiples expresiones de resistencia social, el

surgimiento de nuevos proyectos de cambio locales y nacionales, y la aparición de inéditos

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movimientos sociales que estremecen hoy día a nuestras sociedades. Poder y política cristalizan la

dominación actual y la dirección de la conflictividad social. Definen el resultado de la contraposición

de los intereses diversos y contradictorios que existen en las distintas formaciones sociales de América

Latina. Y es precisamente la dinámica de ambos lo que explica las tendencias y los procesos actuales

de nuestra región.

El poder no es un espacio cerrado, por el contrario, es una relación dada entre fuerzas sociopolíticas

dentro de una formación social. En ese sentido como ya comentamos es una síntesis de la sociedad real.

Empero, el poder del Estado, es una síntesis calificada (Zavaleta, Las formas aparentes en Marx,

Antología); el Estado (en un sentido amplio, incluyendo las formas en que las clases actúan en la

ideología social) es la principal (no la única) instancia de fuerza, autoridad, dominio y dirección sobre

la sociedad, que le impone sus lineamientos legales, institucionales y funcionales de orden y acción en

beneficio de determinados grupos sociales, y siempre en función de la resistencia, reacción y capacidad

de poder de los grupos sociales subalternos. La política es el espacio y la dinámica del conflicto de

intereses sociopolíticos, del enfrentamiento o de la alianza ante quienes desde el poder imponen tales

lineamientos.

Coincidimos en que el poder del Estado se articula con otras expresiones y otros niveles de poder y

dominio social cuya existencia y realización contribuyen a estabilizar y sostener el poder político (el

poder patriarcal familiar, el poder económico, las instituciones sociales autoritarias y clientelares, las

relaciones y las ideas en las empresas y en las instituciones privadas). No obstante, el poder político no

es la simple unidad de múltiples expresiones de dominio difuminadas en la sociedad y con similar

capacidad de imposición. El Estado en un sentido amplio sigue siendo una unidad centralizada y

vertical excepcional, así como un resultado específico de la contraposición de fuerzas y proyectos

existentes y actuantes en la sociedad y condicionantes del Estado.

Por lo anterior es que resulta indispensable entender al poder político como algo más que una

expresión unilateral de la fuerza, autoridad, administración o dirección de los aparatos y las

instituciones del gobierno o del poder ejecutivo del Estado (Estado en sentido estrecho) sobre la

sociedad; interesa entenderlo como una expresión peculiar de la totalidad social, esto es como una

relación de dominio, dirección y resistencia entre grupos sociales, y no sólo como una estructura de

fuerza.

El Estado, como mediador de la praxis social, como representante aparente del interés público general,

se despliega en un aparato de coacción y administración, pero se legitima en la medida en que sus

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decisiones aparecen como resultado mediato de decisiones colectivas. El poder político es, por lo

mismo, una relación y una co-relación de dominio (fuerza, imposición, dirección e influencia) de y

entre distintas clases y grupos sociales, que se hace y se rehace constantemente; relación que si bien

tiene su fundamento en las condiciones y relaciones sociales de producción existentes en tanto

expresión de un determinado modo de acumulación (liberal, fordista, neoliberal); tambien, empero, se

trata de una construcción sociopolítica permanente, es decir las fuerzas, clases, sujetos, actores, etc.,

construyen económica, política e ideológicamente su poder en relación con la capacidad de poder,

influencia y resistencia de los otros grupos sociales.

En la medida en que aceptamos entender el poder como relación podemos derivar que éste se

determina de abajo hacia arriba, es decir, desde la relación entre clases de la sociedad y sus

contradicciones y desarrollos, aun cuando se exprese formal, institucional y políticamente de arriba

hacia abajo como la imposición autoritaria y burocrática de determinados intereses y orientaciones

sobre la sociedad por parte de las instituciones existentes o de quienes en un momento dado detentan la

administración de dichas instituciones, es decir por parte del gobierno.

Son las clases que dominan en la producción y en la sociedad, las que construyen su poder en y sobre

ésta última; el poder no es inmanente a ningún grupo social por más favorecido económicamente que

esté. Los grupos sociales están obligados a construir una posibilidad y una capacidad, un proyecto de

dominio o de resistencia sobre la sociedad. Dicha construcción se asienta en diversas formas y niveles

particulares de poder en la sociedad, pero se expresa como un logro unitario y centralizado en las

instituciones del Estado.

Nuestro estudio busca ser una crítica del poder político y de la política en América Latina, en la medida

en que pretende algo más que el estudio de las determinaciones del Estado en un sentido estrecho

(determinaciones que se encuentran en su situación de ser una forma histórico política específica,

anclada en una tendencia epocal, y que buscan empero, garantizar el orden fundado en un sistema de

propiedad basado en la acumulación de capital, la venta, el uso y la explotación de la fuerza de trabajo,

desplegando un tipo de conquistas y derechos sociales variables). Así, buscamos, en cambio entender y

develar las relaciones de poder en la sociedad y entender al poder como síntesis calificada de la

sociedad y sus contradicciones.

7. La política como articulación y conflicto.

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Así como lo hacemos en relación al análisis del poder, discutimos la visión tradicional que entiende a la

política como la pura articulación de la dominación desde arriba, o como la pura acción del poder del

Estado (Estado como aparato, especialmente el centralizado en el ejecutivo) sobre la sociedad y sobre

los distintos actores políticos. Desde nuestra perspectiva, la política es una relación de conflicto,

explícito o implícito, entre fuerzas, intereses y actores de la sociedad, con diversos y contradictorios

proyectos, comportamientos y actitudes, que tienden a modificar las formas y modalidades de la vida

pública y las definiciones del poder. En ese sentido, la política es tanto la acción del poder como la

acción de otras fuerzas o actores que la resisten o modifican. La política trasciende la lucha por el

gobierno y por la conquista del Estado. Es una lucha social por ejercer o influir en el poder político

general, y abarca todo el conjunto de formas de expresión, dirección, compromiso o regulación o

desregulación del conflicto.

8. La crisis del poder y de la política centrados en el Estado nacional.

En un sentido general compartimos la idea de que a lo largo del siglo XX, pero con mayor fuerza a

finales de ese siglo y a inicios del siglo XXI se manifiestan síntomas de una crisis del poder y la

política construida en torno del Estado nacional y del sistema internacional de Estados. El ámbito

territorial nacional del poder y las formas de representación y participación existentes han manifestado

sus grandes limitaciones.

Por una parte, está claro que han existido en el pasado y existen hoy instancias y formas

supranacionales y supra estatales de poder que deben considerarse para entender la dinámica y las

opciones y espacios reales del poder del Estado nación. En el pasado fueron las grandes civilizaciones

y los grandes imperios, o las relaciones capitalistas internacionales los que promovieron el surgimiento

pero también condicionaron o limitaron a los Estados naciones. Hoy día son las instancias

supranacionales de poder económico, político e ideológico o las formas nuevas de solidaridad

internacional de los trabajadores totales, de los subalternizados, oprimidos y explotados, las que

estimulan, condicionan, limitan o debilitan el poder del estado nación..

Por otra parte, la sociedad es un conjunto diverso y plural en proceso de transformación a partir del

capitalismo cognitivo y de las luchas sociales con distintos componentes clasistas, comunitarios,

nacionales, internacionales, identitarios) , que tiene luchas y aspiraciones locales a una representación y

una participación distinta en el ámbito del poder, que provoca la crisis del poder y la política

centralizados, autoritarios, verticales y patriarcales. En general se trata de una tendencia a buscar

formas políticas e instituciones ancladas en un ámbito subestatal, municipal o regional, por medio de

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los cuales la sociedad dialogue en busca de nuevos núcleos comunes (Tapia, 2009) y subordine al

poder centralizado e institucional, creando nuevas formas de identidad, de economía, de poder local,

subnacional y social y de cultura política colectiva.

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