Ojos En La Oscuridad

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Alex y sus amigos consiguen alojarse en un antiguo caserón. Aún siendo antiguo, esta en bastante buen estado. Unos misteriosos ruidos y las acechantes sombras son solo una infima parte de lo que mora en la oscuridad. Sus amarillentos ojos les observan desde las sombras. Comentad porfavor! ©Todos los derechos reservados Safecreative #0909204562348 https://www.safecreative.org/work/0909204562348

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OJOS EN LA OSCURIDAD

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I

Habían conseguido alojarse en aquella casa unas semanas. Pese a todo lo que se decía acerca de aquel caserón, no les importaba. En aquel pueblo eran todos unas viejas supersticiosas, había dicho Jose. Era otoño. El cielo era gris y una brisa gélida que calaba hasta los huesos anunciaba la inminente llegada del invierno. El caserón había estado deshabitado desde hacia años. La fachada gris, al igual que el cielo, daba un aspecto monótono al edificio; y la yedra trepaba por la fachada como verdes tentáculos que quisieran engullir la casa. Hace algunos días habían llegado sus amigos y se repartieron las habitaciones de la segunda planta.

La estancia tenia aquel sofocante olor a cerrado. El fuego crepitaba en la chimenea del húmedo y anticuado salón. Sobre la repisa de la chimenea, unas velas quebraban débilmente la oscuridad de lo que en su día fue una hermosa estancia. María estaba sentada en la biblioteca, leyendo una novela. Jose exploraba los oscuros rincones del caserón junto con Angel. Alex leía un libro recostado en el sillón frente la chimenea.

El crepitar del fuego resonaba en la estancia. Sin previo aviso, las velas se apagaron y el humo de la chimenea se tornó gélido, mas frío que el aire del exterior. Alex sintió

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una presencia a su espalda; una sensación desagradable, como unos penetrantes ojos clavados en su nuca. Cerró el libro y se dirigió hacia la puerta. La presencia se había desvanecido; ya solo se oía el crepitar del fuego.

´

Alex llamó a sus amigos. Ya era tarde. Alex mantenía su mirada fija en el reloj del pasillo, que marcaba las nueve. En el último escalón apareció María, con su pelo castaño recogido en una coleta que yacía sedosamente sobre su hombro. Tras su dulce rostro, sus ojos pardos inquirían el motivo por el que habían sido llamados. A su espalda emergieron Ángel y José.

–Ha vuelto a suceder –.dijo Alex.

Desde que habían llegado a la casa unos días atrás, habían sucedido muchas cosas inexplicables. Tras abrir el portón principal nada más llegar, los goznes oxidados chirriaron, emitiendo un gemido que, tras varias discusiones, decidieron que no pudo ser provocado por la puerta. Aquella noche decidieron dormir en las habitaciones contiguas y montar guardia. Aquello, fuese lo que fuese, había vuelto.

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Alex y Jose hacían guardia junto a la puerta que daba a la otra habitación, donde María dormía profundamente. Angel estaba tumbado en la cama, incapaz de dormirse. Había algo en el aire; estaba cargado, como el viento que anuncia la llegada de una tormenta. Los insomnes guardianes estaban equipados con linternas, esperando el cambio de turno.

María estaba dormida. Algo la sacó del placido sueño. Con los ojos entreabiertos, vio la habitación débilmente iluminada por la pálida luz de la luna. Vio como la puerta empezaba a abrirse lentamente. Y también vio la delgada figura que apareció detrás de ella. Y entonces gritó.

Los tres escucharon el grito de terror que provenía de la habitación. Abrieron con tanta fuerza la puerta que ésta rebotó contra la pared, y la atravesaron rápidamente. La débil luz de la luna iluminaba la cama. María estaba sentada, aterrorizada. Sus ojos desorbitados estaban fijos en la puerta. En la puerta no, se dijo Jose, en aquella cosa que estaba tras ella. La delgada silueta, etérea como la niebla, avanzó hacia la cama. Alex introdujo a tientas su mano en el bolsillo de sus pantalones. Palpó los trozos de roca de cristal y los lanzó al suelo formando un pentágono bajo el ser, dejándolo atrapado. El ser emitió agudos alaridos y les miró. Sus ojos brillaban con un

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fulgor rojo, como ascuas aun encendidas; y entonces su silueta, como si de una intangible plateada niebla se tratase, empezó a difuminarse hasta desaparecer. Ángel cogió a María y la llevó a la otra habitación. Se había ido

IIAlex y Jose ascendieron por la escalera de caracol que llevaba al ático y abrieron la puerta. Dorados rayos de sol se filtraban por una ventana circularen frente de la puerta, mostrando vetas de polvo suspendido en el aire. Delgadas telarañas coronaban las esquinas, como diminutas redes. También había unas cuantas en el escritorio sobre el que había un libro, tal vez un cuaderno. Unas pocas hebras plateadas cubrían el libro de tapas verdes, de un par de dedos de grosor y hojas amarillentas. Alex le quitó el polvo y apartó las telarañas que lo cubrían. Sus hojas crujían a medida que las pasaba, como un pergamino antiguo. Al parecer era el diario del antiguo residente de la casa. Le resultó muy extraño que estuviera repleto de oscuros rituales y tenebrosas notas sobre los fantasmas. Pasó las páginas hasta que quedaron en blanco. Estaba inacabado. Retrocedieron algunas páginas y leyó la última anotación.

31 de Octubre de 1870

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Esta noche la barrera casi ha desaparecido. Tras la violenta invocación la tabla quedó abierta. Tengo que desterrarlo con la tabla antes de que acabe conmigo. No queda mucho tiempo. YA VIENE…

El resto era un borrón de tinta. También se podían apreciar un par de gotas de sangre reseca, como signos de exclamación.

Alex y José pasaron la tarde en la biblioteca, sumergidos entre gruesos y antiguos Volúmenes en busca de una solución. La luz coloreada de las vidrieras iluminaba la estancia. Alex seguía buscando alguna clase de hechizo. Junto a él se erigía una imponente torre de libros, y otros tantos yacían abiertos y esparcidos a su alrededor. Jose escudriñaba los estantes, buscando algún libro que tuviera algo de información. Alex cerró el libro que estaba frente a él y lo apiló junto a los demás. Fue hacia el ventanal y observo el paisaje. A unos cien metros de allí había un claro cubierto de doradas espigas sobre un lecho de hojas caídas bajo algunos árboles. María estaba recostada contra el nudoso roble que coronaba el claro. Su pelo caía suavemente como una cascada sobre sus hombros. Lo que pasó la noche anterior hizo que la tensión se palpara en el ambiente. José se dirigió hacia el ventanal por el que

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miraba Alex, echó un vistazo al claro y pronunció unas palabras que no estaban desencaminadas:

–Ve y díselo

Alex quería hacerlo pero nunca lo conseguía, tal vez por miedo. Había estado enamorado de María desde hacia tiempo. Alex salió de la biblioteca y se dirigió al claro.

´

María estaba sentada, apoyada sobre el árbol. Vio a Alex acercarse y le saludó con la mano.

– ¿Cómo te encuentras?–. le preguntó Alex, sentándose junto a ella.

–Asustada –le contesto ella, mirando a los ojos a Alex. –Aquello vino a por mí anoche.

–No tienes por qué quedarte –le aseguró Alex, y luego añadió. –Puedes irte si quieres.

–No –.Dijo Maria, mirando el atardecer. –Quiero estar con vosotros.

En la mente de Alex, la idea de contárselo trataba de abrirse paso a través de sus miedos. Como tantas veces antes, no lo consiguió. Solo pudo añadir:

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–Un atardecer precioso

Maria apoyo la cabeza sobre su hombro y juntos contemplaron como el sol acababa de ocultarse tras las montañas, arrancando dorados destellos de las cumbres a través de la neblina.

Todos se reunieron en el estudio. Al fondo había un escritorio sobre el que caían los anaranjados rayos de sol.

–No hemos encontrado nada–.Se quejó José. –Nada sobre ese ser y…

–Entonces seguiremos buscando–.le interrumpió Alex. José vio que se mostraba serio, y comprendió en seguida que Maria no sabía nada y Alex no quería que lo supiese. Mejor así.

IIIAngel salió al patio trasero. Una suave brisa agitaba las hojas de los árboles, que amenazaban con desprenderse.

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Vio a Alex y a Jose junto al nudoso roble que se erguía a la entrada del caserón. Corrió hacia ellos y tropezó con lo que le pareció una piedra. Angel, magullado por la caída, se levantó justo cuando Alex llegó junto a él.

– ¿Estás bien?–.le pregunto Jose mientras corría. – ¿Estás herido?

–No, estoy bien–.Respondió Angel. Alex se percató de que la piedra con la que Angel había tropezado parecía una estela. La recogió y la guardó en las profundidades de su bolsillo. Ambos ayudaron a Angel a llegar a la casa. Jose rebuscó por toda la casa, en busca de un botiquín y unas vendas. Finalmente encontró una cajita metálica con una cruz roja grabada en su cubierta. En su interior yacían unas vendas, un bote de agua oxigenada y algo de suero. Lo llevó a la habitación, donde esperaban sus amigos.

-¿Has encontrado algo?-. le interrogó Angel, con una mueca de dolor. Jose le enseñó el botiquín por respuesta. Alex le ayudó a cortar las vendas, y Jose lavó la herida, que supuraba sangre oscura. Con un par de gasas y una venda cubriendo su tobillo acabaron de curar a Angel. Le dolía al andar, pero se pasaría con el tiempo.

Empezó a atardecer. Alex examinaba minuciosamente la piedra en la biblioteca. Buscó nerviosamente entre las crepitantes páginas de aquel libro y se detuvo. Su mirada

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pasó del libro a la enigmática estela, para acabar volviendo al libro. Coincidían perfectamente. Su semblante se tornó sombrío. Ya había descubierto lo que pasaba. No eran buenas noticias.

Miró al exterior. Maria estaba en el mismo lugar, junto al árbol. Jose llegó junto a ella y la abrazó. Tuvieron una larga y animada conversación. Cuando Alex se disponía a bajar y unirse a ellos, vio como sus labios se unían desde la ventana. Aún estando tan lejos pudo ver como sus labios se juntaban. Se separaron y Maria miró al ventanal. Vio a Alex, observándoles. Al parecer no se había perdido nada del espectáculo. Para cuando volvió a mirar, Alex ya se había ido.

Alex se mostró distante los días posteriores. Daba largos paseos nocturnos, pasando por el nudoso roble. En medio de la noche, sus amigos encontraban su cama vacía, y no se solían volver a ver hasta que el sol despuntaba. Una noche, Maria le observó bajo la tenue luz de la luna llena. Quiso bajar junto a él y hablar con el. No sabía que le pasaba, pero se su sutil intuición femenina le hacía sentirse culpable. De repente, Alex miró hacia el ventanuco al que estaba asomada María. Entonces apareció Jose detrás de ella poniendo sus manos sobre los hombros de María y miró al exterior. Alex ya no estaba.

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Angel no comprendía la situación. No sabía por qué se comportaba así Alex. Jose posó su mano sobre el hombro de Angel.

– ¿Qué le pasa a Alex?–le pregunto Ángel. Jose le habló de lo que Alex sentía por María, y el episodio de aquella tarde, en el que Maria y él se besaron, sin omitir detalles, y añadió:

–Por ello debes hablar con él.

– ¿Por qué no lo haces tu?

–Porque no confía en mí. Cree que Maria y yo estamos saliendo, y sabe que yo sé que le gusta. Ahora solo confía en ti.

Alex se encontraba en el mismo roble donde el día anterior presenció la escena. Le costaba asimilar lo sucedido. Primero el fantasma, y ahora esto, pensó Alex, ¿Por qué me tiene que pasar todo esto?, ¿Qué he hecho para merecer esto? Aquellas preguntas rondaban por su confusa mente una y otra vez, atormentando su pobre alma. Vio por el rabillo del ojo que había alguien fuera.

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Se dirigió a la verja y vio a una chica de su edad, con un pelo tan negro como el ala de cuervo cuyas delicadas facciones la hacían hermosa. Su tierna mirada de inocencia le llegó a lo más profundo de su corazón.

–Hola. Me llamo Ana y pasaba por aquí – Se presentó la bella joven, acariciando sus cabellos.

–Hola, yo soy Alex. ¿Vives cerca de aquí?–. le pregunto Alex.

–Si, vivo en una casa al final del camino, al otro lado del bosque –. Respondió Ana. Sus ojos, negros como profundos abismos, centellearon. Tenía una expresión alegre y se acercó un poco más a Alex.

–Oye, si quieres podemos dar una vuelta esta tarde –.le propuso susurrando Ana, a apenas un palmo de Alex. –Y así podríamos conocernos mejor.

Su cuerpo rozaba el suyo. Podía sentir su aliento cálido en sus labios y su cuerpo junto al suyo. Ambos se quedaron un rato en aquella posición, como anonadados. Era como si el color aflorara de todas partes, intenso.

–Me parece una buena idea.– le contestó Alex, acercándose más a Ana. Sus labios rozaban el aire que ella respiraba. Ambos habían cerrado los ojos y se acercaban cada vez más.

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–Entonces nos vemos esta tarde –. Dijo Ana, separándose lentamente a la vez que abría los ojos.– Vendré aquí e iremos juntos.

–De acuerdo –. Dijo Alex, mirando fijamente sus ojos. Ana se retiró y le dijo dulcemente ‘adiós‘. Alex observó con qué gracia cimbreaba su cuerpo, con movimientos suaves y lisonjeros. Angel llegó junto a Alex, algo confuso.

–¿Quién era esa?–. le preguntó Angel, olvidándose del asunto que lo traía.

–Se llama Ana y vive en una casa cerca de la nuestra-.respondió Alex. Luego anduvo hacia la entrada junto a Angel, a través del jsendero de gravilla. Angel se fue a su habitación y Alex volvió a la biblioteca. Encontró un libro interesante entre los estantes, una novela de terror, y fue ojeándolo a medida que bajaba las escaleras.

Entonces desvió la vista de las páginas y sus ojos se cruzaron con los de María. Se encontraba al final de la escalera. La tensión había aumentado desde la última vez.

–Hola – .saludó Alex, intentando romper el incomodo silencio. El tiempo parecía haberse detenido, y el silencio abarcaba ensordecedor la estancia.

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–Alex, lo del otro día….–.empezó a explicar Maria. Suspiró. De nada servían ya las explicaciones, pues le había visto desde la ventana.

–¿Te pasa algo, Maria?–. preguntó Alex, acercándose a ella. Maria se alejó de él, y subió por la escalera.

–No es nada, no te preocupes –. le contestó mientras subía, sin siquiera mirarle. Y desapareció tras la puerta de su habitación. Alex habría jurado que casi estaba sollozando al decir la ultima frase.

IV

Llegó el atardecer y Alex se dispuso a acudir a su cita. No les había dicho nada a ninguno de sus amigos, pensó. Caminó hasta la verja, donde se encontró a Ana. Llevaba

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un precioso vestido de un tono amarillo pálido con flores estampadas.

–Hola, estas guapísima –. dijo Alex, abriendo el portón.

–Bueno, no es para tanto –.le contestó. Sus mejillas se ruborizaron tímidamente.– Vamos, te tengo que enseñar una cosa.

Ambos salieron y se fueron por el sendero. Maria lo vio todo desde su ventana.

Alex y Ana se adentraron por el bosque siguiendo un sinuoso sendero. El bosque adquiría un aspecto lúgubre y sombrío a medida que oscurecía. Las ramas se extendían hacia ellos como negras garras. Se oyeron algunos ruidos entre los matorrales y Ana, asustada, se agarró al brazo de Alex. Éste la tranquilizó sujetándola fuertemente. Sentía su tibio calor emanando de su cuerpo, una delicada aurora hermosa que la envolvía.

-Hace frío. Suele empeorar durante el crudo invierno-. Le dijo Ana, arrimándose aún más. Alex le pasó un brazo por la espalda , intentando que entrara en calor.

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-Deberías haberte traído una chaqueta-. Le regaño tiernamente Alex. Se quitó su abrigo y lo puso sobre sus hombros.- Toma, a ver si así te calientas un poco.

-Gracias -. Le contestó Ana, sonriendo. Su sonrisa parecía iluminar con luz propia. Alex le devolvió la sonrisa. Era la primera vez en muchos días que se sentía tan feliz, tan entusiasmado.

Hablaron durante un par de horas, y Alex la acompañó a su casa al anochecer. En uno de los bolsillos de su chaqueta encontró una linterna que solía llevar por si acaso. Llegaron a su casa. Era una casa de madera de dos pisos, con un porche que sobresalía con una tarima. En ella, un hombre con un candil esperaba. Es su padre, supuso Alex.

- Bueno, ya mañana nos vemos -. Le dijo Ana, sonriente.

- Claro-. Le contestó Alex, dándole un beso en la mejilla.- Allí te espero.

Alex volvió por el sendero a través del bosque. A lo lejos se erguía la verja, que resplandeció a la luz de la linterna. Alex usó su llave y entró, cerrando tras de sí. La casa estaba a oscuras, lo que era normal. El reloj de pared

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marcaba las once con sus escuálidas agujas. Se dispuso a subir las escaleras cuando una voz le sobresaltó.

-¿De dónde vienes tan tarde? -. le interrogó Maria, desde el rellano de la escalera.

-Vengo de dar una vuelta-. Le contestó Alex. A Maria le pareció oler algo raro en la ropa de Alex, como perfume de mujer. Decididamente, no habia estado solo.

-¿Y tu abrigo?-. Le preguntó María, atando cabos. Alex se dió cuenta; se lo había llevado Ana. María le miró con el ceño fruncido, esperando una respuesta.

-Me lo habré dejado en mi habitación -. mintió Alex. Sus ojos parecían traspasarle como agudos alfileres. Alex temió que le descubriera, pero por suerte se fue a su cuarto.

-Buenas noches-. Le dijo Alex mientras ella se perdía escaleras arriba. Estaba muy rara ultimamente,pensó. Tendría que hablar con ella.

Aquella mañana Alex se levantó rebosante de energía. Estaba ansioso de que llegara aquella tarde. Se pasó la mañana entera de un lado a otro; de la biblioteca a su cuarto, de su cuarto al patio, y de nuevo a la biblioteca.

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En su faz una revitalizada sonrisa hizo que sus amigos le preguntasen qué le pasaba.

Todos menos María. Ella se levantó aquella mañana sin ganas, y se pasó el día en su habitación. Jose y Angel le llevaron el desayuno a la cama, viendo que no bajaba. Parecía enferma, estaba pálida y sus ojos miraban extraviados a sus amigos.

Alex no quiso subir. Sabía que no estaba mala, la noche anterior estaba perfectamente, la había visto. Inconscientemente algo le alertaba a quedarse alejado de su habitación, como un sexto sentido. Angel y él charlaron toda la tarde, hasta que sonó la campana de la verja.

El rostro de Alex se iluminó. Era Ana. Corrió a su habitación, se echó un poco de colonia, y salió al exterior. Intentó contener su emoción, pues se alegraba mucho de volver a verla.

Ana llevaba aquella tarde una camiseta roja y una falda estampada blanca. El conjunto era hermoso. Alex pensó divertido que parecía un ángel en el paraíso. Ella le sonrió, con su mirada risueña, y él le devolvió el gesto. Se sentía vivo. En el brazo de Ana estaba su abrigo que le dejó la noche anterior.

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-Hola. Te dejaste esto anoche-. Le dijo Ana, dándole su chaqueta. Alex le besó la mejilla, y accidentalmente sus labios rozaron los de Ana. El corazón latía con violencia.

-Gracias. Vamos-.le dijo Alex. Se fueron por el sendero, cogidos el uno al otro.

V

Llegaron a una colina coronada por una caseta de madera octogonal de pared baja, que en su interior tenía un banco. Ana entró en la caseta y se sentó. Alex se sentó a su lado.

–¿Y cómo os va en la casa?–. le pregunto Ana, girándose hacia él.

–Bueno, han sucedido algunos…contratiempos –.Contesto Alex. Ana se acercó más a él. Se preguntó si debía contarle la verdad, pero apartó rápidamente esa idea de su mente. No haría mas que preocuparla, creería que estaba totalmente loco.– Solo algunos ruidos en las escaleras.

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–Es que hace algún tiempo sucedieron cosas extrañas –.dijo Ana algo preocupada. Luego sonrió.– Me alegro de que no pase nada. Yo perdí a alguien muy especial allí…–.dijo amargamente Ana, casi sollozando. Alex le pasó la mano por encima del hombro.

–¿Y que pasó?–. preguntó Alex, preocupado.

–Pues…–.comenzó a decir Ana. De repente, cambió su actitud.– Hemos venido a divertirnos, no a hablar de cosas sin importancia. Además, todavía no has dicho nada sobre ti.

–Pues lo único que se me ocurre es que he venido aquí con unos amigos y estamos de vacaciones –.dijo Alex.

Ambos miraron la puesta de sol. Se acercaron y se miraron fijamente a los ojos. Alex podía notar su cálido cuerpo, sus labios a unos centímetros de los suyos.

Notaba como martilleaba su corazón con tanta violencia que creyó que le iba a salir del pecho. Cerró lentamente sus ojos y sus labios se unieron suavemente. Alex olió el dulce aroma de Ana a medida que se dejaba arrastrar por sus tiernos besos. El tiempo parecía haberse detenido para ellos, abrazados en aquel atardecer. Los últimos rayos de luz se aferraban a las montañas. Ambos permanecieron abrazados y abrieron los ojos.

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–Te quiero –.ronroneó tiernamente Ana en su oído. Le abrazó fuertemente, queriendo que aquel momento nunca acabase y que Alex nunca se separase de ella.

–Yo también te quiero –.le susurro Alex.

Los dos enamorados se tumbaron en la hierba y contemplaron las miles de estrellas que brillaban en el firmamento. La mano de Alex cogió la de Ana. Aquella noche era perfecta. No quería que acabase nunca.

VI

El claro se veía desde el ventanuco al que estaba asomada Maria. Sus ojos miraban más allá del bosque. Solo pensaba en lo que había visto hacia unos momentos. Alex y aquella chica, juntos, besándose.

Una lágrima asomó tímidamente y se deslizó por su mejilla. Jose observaba la triste escena. Ese ser no se había manifestado en aquellos días. Angel era ajeno a aquella movida, aunque por su comportamiento intuía

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que algo pasaba. Sabía lo de la confusión, pero lo creía solucionado, pues les había visto hablando. Pensó que sería que estaba mala, y el dolor le hacía estar así.

A la mañana siguiente, Alex se dirigía al patio trasero de la casa. Se detuvo y miro en derredor. Jose había insistido en que fuera allí. Encontró a Jose apoyado contra la pared, mirando el suave movimiento de las nubes, mecidas por el viento.

–¿Qué era eso tan importante que tenías que decirme?–.le pregunto Alex, encarando a Jose.

–Solo quería decirte que estás actuando de una forma muy inmadura–.le contestó Jose. Su tono de voz era más serio de lo habitual, lo que confundió a Alex.–Maria ha estado llorando toda la noche, ¿Cómo se te ocurrió quedar con aquella chica?

Alex retrocedió, confundido por la agresividad de Jose. Varios interrogantes le rondaron su mente. ¿Cómo sabía Jose lo de Ana? ¿Qué tenía que ver eso con que Maria llorase?.Saber que Maria había estado llorando le sentó como una bofetada. Jose avanzó hacia él con más violencia que antes.

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–¡¿Cómo has podido hacerle tanto daño a Maria?!–. gritó Jose, cada vez mas alterado. Parecía haber perdido el control de sí mismo, y le dio la sensación de que pronto haría algo de lo que luego se arrepentiría.–¡¿Es que no te importa o que?!

–Tranquilo, tío, no era mi intención…–.empezó a decir Alex. Entonces fue cuando Jose le cogió del cuello de la camiseta y le levanto levemente.

–¡Me da igual tu intención!. La cosa es que lo has hecho–.grito Jose, fuera de sí. Su puño se estampó contra la cara de Alex, que cayó al suelo, aturdido. Le levantó de un tirón y le cogió de la camisa.

–¡¿Es que no te das cuenta de que le has hecho mucho daño?!.¡Responde!

¡Basta!–chilló Maria entre lágrimas. Ambos miraron hacia arriba y vieron la cara desconsolada de Maria.

Ella se fue llorando, y los dos escucharon como su llanto se alejaba en el interior de la casa.

–¿Qué os pasa?–.pregunto Angel bastante enfadado.–¿Y tu Jose, por qué le gritas así a Alex?¿No ves que no quería hacerle daño?

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Jose volvió en sí, como si se acabara de despertar de un mal sueño, y se tranquilizó. Soltó a Alex y de pronto pensó en Maria y lo mal que debía estar pasándolo ahora. Se oyó un portazo a lo lejos, y el sollozo de María alejándose.

–Hay que buscar a Maria, ella es la que está mal–.dijo Alex. Los tres asintieron y se marcharon en distintas direcciones para buscarla.

Maria se adentró en el bosque. Su vista estaba nublada por las lágrimas y quería irse. Muy lejos de allí. Quería que todo fuese una pesadilla, que nada hubiese passado jamás.

Tropezó con una raíz y cayó pesadamente al suelo. Se arrastró hacia un árbol y rompió a llorar.

Angel, Alex y Jose salieron al bosque, llamando a María. Se dividieron para cubrir más terreno. Pronto anochecería y debían encontrarla pronto.

Alex oyó un llanto que provenía del bosque. Era Maria. Lo siguió hasta que la encontró tendida en el suelo. Se acercó y posó su mano sobre su hombro.

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–Maria, ¿Estás bien?–.preguntó Alex. Maria se giró. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar. Las lagrimas descendían por sus suaves mejillas.–Siento si te he hecho daño pero no se cómo.

-Aquella chica-. Sollozó María. Alex se quedó helado. ¿Ccmo sabía lo de Ana?. Su mente empezó a entretejer ideas en busca de respuestas.- Te ví el otro día con ella. Os vi besaros-. Gritó, y rompió a llorar.

- Pero yo te vi con Jose. Vosotros estais saliendo. No entiendo porqué te importa, si....-.Empezó a explicar Alex, vacilante.

–Es que no me gusta Jose–. Dijo débilmente Maria entre sollozos. Alex la cogió de la mano y la ayudó a levantarse.

–Pero si yo os vi…–.comenzó Alex.

Y entonces, de pronto , comprendió. Todas las piezas del rompecabezas encajaban.

–Fue un error. Le fui a dar un beso en la mejilla…él se giró sin querer…–.Sollozó María.

Alex la abrazó fuertemente, tratando de tranquilizarla.

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Angel y Jose llegaron poco después. Jose tomó en sus brazos a Maria, tratando de reconfortarla. Entonces Alex se marchó por el sendero que llevaba a la casa. Angel se interpuso antes de que se marchase.

–¿Adónde vas?–.le preguntó. Alex se detuvo un momento, como si dudara. Luego echó a andar con actitud indiferente.

–Tengo que hacer algo muy importante–.le contestó y siguió caminando. ¿Muy importante?, se preguntó Angel. Volvió junto a Jose y Maria.

–Tú no tienes la culpa de nada…–.seguía consolándola Jose, pues Maria afirmaba entre sollozos que ella había provocado todo aquello. Se culpaba de haber enfrentado a sus amigos una y otra vez, pero Jose la disuadió con paciencia y palabras suaves.

–¿Y Alex?–.preguntó Maria. Clavó su mirada en Angel. Por su mirada parecía que había perdido algo importante, su preocupación saltaba a la vista.–¿Dónde está?

–Ha ido a por el botiquín–.mintió Angel.

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VII Todo empezaba a encajar en la mente de Alex. El libro, el fantasma, la enigmática piedra, Ana…Todo tenía sentido. La piedra yacía en la mesa de la biblioteca, sobre un libro abierto, aguardando la llegada de Alex. La cogió apurado, mirando por la ventana, intentando divisar a sus amigos.

Si todo era como creía, debería haber más, unos cuatro fragmentos más que, unidos, darían fin a aquel tormento. Todo volvería a ser como antes, se olvidarían de lo que había pasado y no volverían a aquel lugar. Los antiguos residentes trajeron a aquel ser y él lo mandaría por donde había venido.

Cogió el fragmento y recorrió su superficie con la yema de sus dedos. Correspondía a la esquina superior derecha. Quizás todavía estuviese allí. Quizás, solo quizás…

Alex bajo a un ritmo vertiginoso las escaleras y se dirigió al comedor. No pudo evitar sentir que el pasillo se alargaba. En medio de la estancia había una mesa de

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madera antigua. Si, allí estaba. Un tosco grabado en el centro desentonaba, como si no formara parte de la mesa.

Alex cogió un cuchillo y lo clavó en el borde del grabado. La hoja se hundió con facilidad. Haciendo palanca, el fragmento se desprendió; era un gran ojo rodeado por lo que parecían ser trozos de letras…

Alex miró a la ventana; estaba anocheciendo. Sin tiempo que perder, cogió el fragmento y se volvió. Estaba a punto de salir, pero alguien le cortaba el paso.

Ana estaba apoyada sobre el marco de la puerta.

Angel, Jose y Maria volvían por el sinuoso sendero. Maria había dejado de llorar y escuchaba qué le habían ocultado desde el principio. Le explicaron lo del misterioso diario y su relación con las apariciones. No sabían qué era, pero sabían que era peligroso. Y Alex estaba solo en la casa.

Los últimos rayos de sol desaparecían tras las montañas. Estaba anocheciendo. Aligeraron el paso. A apenas una docena de metros de la casa vieron luces provenientes del comedor. Los tres echaron a correr hacia ella.

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–¿Qué haces tú aquí?–.preguntó Alex, sorprendido, mientras ocultaba a su espalda el fragmento. Su tono tenía un matiz acusatorio mezclado con sorpresa.–¿Cómo has entrado?

Ana se acercó a Alex, y éste retrocedió. Se miraron. Ana estaba confusa.

–La puerta de atrás estaba abierta–.contestó inocentemente Ana, sin darle más importancia al asunto. Se acercó a él.–¿Qué es lo que te pasa?

–¿A mí?...nada–.dijo Alex, cambiando su tono de voz. Sus músculos se relajaron, aliviando su tensión. Entonces esbozó una sonrisa.–Cosas sin importancia.

Alex pasó a su lado y, antes de llegar a la puerta, lo detuvo la voz de Ana.

–¿Adónde vas?–.le preguntó, preocupada.

–Voy a mi habitación–.contesto Alex. Apoyó su mano sobre el marco de la puerta y volvió su rostro hacia Ana. Su rostro denotaba preocupación, como si de algún modo pudiera leer su mente. Vaya tontería, pensó Alex. Empezó a subir las escaleras. Lo que vio al final de la escalera le heló la sangre.

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Una oxidada daga le paso silbando sobre su cabeza. Al clavarse en la pared, el ruido sobresaltó a Ana, que gritó. Una metálica figura se erguía en el último escalón. Era una armadura antigua que estaba vacía, aun así se mantenía en pie. Otra daga le paso a escasos centímetros de su oreja, emitiendo un gran estruendo al romper el cristal del reloj. Alex lo miró. Se había clavado en el eje y las agujas marcaban la medianoche.

El yelmo se volvió y dirigió sus cuencas vacías a la puerta . Allí estaba Ana, paralizada de terror. Alex arrancó la daga y se la lanzó a la fantasmagórica armadura. La daga se clavo en el pecho, y el yelmo emitió un quejumbroso chirrido al girarse hacia él. Desenvainó lentamente la espada que llevaba ceñida y lanzó un tajo vertical sobre su cabeza. El instinto hizo que reaccionara a tiempo, zambulléndose contra la pared y esquivando la afilada hoja. La espada quedo clavada en el escalón debido a la fuerza del golpe.

Alex creyó que se había vuelto loco. Se palpó la mejilla y notó el corte que le había hecho la daga, de donde manaba un débil hilo de sangre. No estaba loco, era real. Ana permanecía inmóvil, paralizada de terror.

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VIIIAngel abrió el pesado portón. Los tres vieron a Ana, de espaldas a ellos. Tenía los ojos muy abiertos y su rostro expresaba una sola cosa; terror. Jose vio por el rabillo del ojo un destello metálico y, por puro instinto, se lanzó sobre Ana. Ambos cayeron al suelo y una daga pasó justo donde unos segundos antes estuvo el rostro de Ana, clavándose en la puerta. Ana se desmayó. Maria y Jose la llevaron fuera de la casa y Angel corrió hacia Alex.

La armadura animada forcejeó por extraer el mandoble y lo consiguió tras varios intentos, como n leñador desentierra su hacha de un grueso tronco para asestarle otro golpe.

Cortó el aire por encima de la cabeza de Alex, que rodó bajo sus piernas metálicas. El torso de la armadura giró y levantó la espada sobre su yelmo. Alex miro el imponente espadón. El filo descendió sobre su cabeza y Alex retrocedió. Rebuscó rápidamente entre sus bolsillos, intentando hallar algo con lo que atacar a su enemigo.

Nada.

Se levantó de un salto y echó a correr. Una daga se clavó en la cerradura de la puerta a la que se dirigía Alex, bloqueándola.

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Trató de arrancarla, pero fue inútil. Angel se abalanzó sobre la armadura, tirándola por las escaleras. Antes de caer, el guantelete aferró la muñeca de Angel, arrastrándolo consigo. La armadura provocó un gran estruendo al caer por las escaleras.

–Angel, ¿Estás bien?–.pregunto Alex. Angel se levantó con esfuerzo. Estaba algo magullado y tenía algunas heridas, pero nada grave.

Dio un paso y sintió una oleada de dolor que le trepó por la pierna. Tenía un profundo corte en la pantorrilla. La sangre manaba abundantemente, llenando su pantalones del oscuro líquido.

Alex consiguió por fin arrancar la daga de la cerradura. ¿Por qué ahora?, se preguntó Alex, ¿Para que cerraría esta puerta?. Las preguntas giraban en la mente de Alex, que trataba de olvidar lo de la noche anterior. Su mente divagó, buscando respuesta a sus preguntas. Alex abrió la puerta y se encontró con la herrumbrosa escalera de caracol que daba al ático. Una idea se esbozó en su mente, como los primeros rayos del amanecer. Se mantuvo inmóvil, sumido en sus cavilaciones.

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Los detalles iban poco a poco dándole forma. Pero algo no terminaba de encajar del todo.

Bajó las escaleras y encontró a Angel tendido en el suelo mientras Jose le curaba el profundo corte de la pierna. A su alrededor, un charco de sangre se extendía. La visión de aquell le revolvió las entrañas a Alex, que resistió las arcadas.

Alex se acerco y le ayudó a vendarle la pierna.

–¿Y Maria?–.le preguntó a Jose. Jose y él le ayudaron a levantarse. Angel cojeaba, pero ya no sangraba.

–Está en su habitación con Ana–.contesto Jose, apoyando a Angel contra su hombro. Llevaron al herido a su habitación para que reposase, y Alex cruzó el sórdido pasillo. Ante él se recortaba la puerta del cuarto de Maria.

Ana estaba tumbada en la cama. Su cabeza yacía sobre la mullida almohada. Ahora descansaba.

Se había sumido en un profundo sueño. El aire entraba y salía de sus aterciopelados labios, su tersa piel relajada.Su rostro sereno parecía negar el horror que había presenciado solo algunos minutos atrás.

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Maria estaba sentada sobre la cama observando a Ana, plácidamente dormida. Era una chica afortunada, pensó. En su interior una gama de emociones contradictorios luchaban por predominar en su corazón. Amargos celos, mezclados con tierna compasión; afilada ira con compasivo cariño. Aquel torbellino la confundía, impreciso.

Desvió la mirada hacia la ventana. Solo se veía media luna brillando en el cielo nocturno, pues estaba menguando. Un brillante colmillo en el cielo nocturno, rodeado del abrigo de miles de tilitantes estrellas. Ana se revolvió y sollozó, envuelta por el oscuro velo de una pesadilla. Maria acaricio su rostro, tratando calmarla. Su rostro se relajó, mostrando tranquilidad.

Maria estaba preocupada por Alex. Su imaginación regresaba una y otra vez a la escalera, donde la armadura atacaba a Alex. En su mente adquiría el matiz de una película de ciencia ficción, la sensación irisoria de que no puede ser real. Las dagas fueron muy precisas. Y si…

Maria sacudió la cabeza, intentando zafarse de aquellos pensamientos que le oprimían el pecho. El aire se escapaba de sus pulmones con solo pensarlo. Miró la puerta, esperando que llegase pronto.

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Ana abrió los ojos. Miró a su alrededor, algo desorientada. Estaba en una hermosa habitación. Sus paredes color crema con filigranas de flores estampadas hacían de la estancia un lugar cálido y reconfortante. Estaba en una cama con un armazón metálico, rematado con pulcras cortinas que estaban recogidas.A su lado estaba sentada una chica delgada de pelo castaño que le resultó familiar. Su mirada felina se trasparentaba tras sus ojos ambarinos, con una expresión afable. Se sintió segura, sabía que estaba entre amigos.

–Ya te has despertado–.dijo cariñosamente la chica. Su sedosa voz se desprendía de sus labios muy agradable. Ana se incorporó y se sentó a su lado.– Creí que nunca abrirías los ojos.

–¿Dónde estoy?–.le pregunto Ana, algo confusa. Intentó arrancar los recuerdos de la inconsciencia, y algunas vetas de memoria salieron a flote.

–Estás en la casa–.contesto Maria. Ambas se miraron. Ana buscó con la mirada a Alex. De pronto recordó, y se incorporó de golpe. Viendo su reacción, María añadió –Le quieres, ¿Verdad?

–Si–.contestó ella, sin apartar la vista de Maria. Con aquella intuición femenina, esa especie de telepatía que parecen tener todas las mujeres, intuyó lo que pensaba

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ella. Parecía que tuviese un vínculo con Alex, de algun tipo.– Tú tambien le tienes cariño. ¿Le quieres?

Maria asintió. Esa era la dura realidad. Su profunda mirada desmentía cualquier duda. La tristeza anidaba en sus ojos, acunando una cristalina lágrima. Ana se percató, y se acercó a la chica.

–Un consejo de amiga–.dijo Ana, pasando su brazo sobre el hombro de Maria.– Deberías olvidarlo. Yo también perdí a alguien muy querido…

–Es cierto. Deberías olvidarme–.dijo una voz familiar a sus espaldas. Ambas se giraron.

–¡Alex!–.exclamó Maria. Se levantó y le dio un fuerte abrazo.–Creí que te había pasado algo.

–A mi nada pero Angel está herido–.contestó Alex. Su rostro se había empezado a hinchar donde Jose le había golpeado aquella mañana. María le acarició la hinchazón, y el siseó, ahogando un grito.Sus verdes ojos daban a entender que no había acabado todavía.

No había hecho más que empezar.

Y denotaba preocupación por lo que podría pasarles. Ana le abrazó, y fue a buscar sus labios pero Alex se apartó. Le miró desconcertada, y él le señaló a Maria con la

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mirada. Aquel no era lugar, ni el momento. Ana comprendió. Sabía leer bastante bien entre líneas, sobre todo en cuanto a emociones. María era una buena amiga de Alex, y el no quería hacerle daño.

Se abrió la puerta y Angel entro cojeando, apoyado en Jose. Habían usado un trapo a modo de improvisada venda.

Angel estaba débil, pues había perdido bastante sangre. Maria le abrazó, aliviada de que su amigo estuviese bien. La palidez de su rostro era el unico vestigio de su cansancio.

Le dejaron en el cuarto descansando.

Solo era el principio.

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IXUna extensa pila de libros se erguía sobre la mesa. Alex pasaba las amarillentas páginas del cuaderno esmeralda. Daba detalles de oscuros rituales tan obscenos que la rasgada caligrafía hería la vista. Algo llamó su atención. Parecía la solución a sus problemas.

Comenzó a leer la sección y navegó por la crispadas letras. Todo parecia ir bien. Solo hacia falta....

Alex gruñó y cerró bruscamente el libro. Era imposible.

Algo no tenía sentido. Había oído claramente un golpe metálico al cerrar el cuaderno.

Alex abrió el libro y palpó sus cubiertas. Había algo escondido en ellas. Un bulto estaba claramente marcado en la contraportada.Algo metálico.

Cogió su navaja e hizo un pequeño corte, deslizando la hoja entre el papel y la cubierta. Un pequeño objeto se

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deslizo por la ranura. Un paquete se deslizó en la mesa. Alex lo desenvolvió cuidadosamente.

Era un dragón dorado con una piedra pulida de un profundo color granate en su pecho. El dragón refulgía como el sol, lo que le daba el aspecto de estar hecho de oro puro y refinado en la fragua del herrero, bajo la mordedura del fuego abrasador.

Alex lo examinó detenidamente. La gema parecía brillar del interior, con un halo carmesí. Era el color de la sangre. Parecía un amuleto.

Volvió a mirar la piedra. Le pareció que brillaba con más fuerza. Emanaba una especie de energía positiva.

Se lo colgó al cuello.

Jose entró en la biblioteca. Allí estaba Alex. Se acerco por detrás sin hacer ruido alguno.

–Has estado con Maria–.afirmo Alex. Jose quedó paralizado. Alex no le había oído llegar, pero sabía que

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estaba allí. ¿Cómo podía saber lo que había estado haciendo?

–¿Quieres saber cómo lo sabía?–.preguntó Alex. Parecía leer sus pensamientos.– Es este amuleto–.dijo, enseñándoselo.–es como si agudizara mi percepción y parece que casi hasta leer la mente.

–Es impresionante–.dijo Jose. Se sentó a su lado, examinando el medallón.– ¿Has averiguado algo?

–Si y no–.contesto enigmáticamente Alex. –sé cómo pero no podemos hacerlo–.hizo una pausa.–Aunque creo que hay otra posibilidad.

–¿Y cuál es?–.preguntó Jose. Alex se levantó y Jose le imitó. Su semblante no parecía ser mensajero de buenas notícias, y sus ojos enrojecidos delataban las horas frente a una montaña de volúmenes durante la noche en vela.

–Es como si a medida que pasa el tiempo se hiciera más fuerte–.dijo Alex.–Creo que tiene que ver con los ciclos de la luna–.prosiguió. Jose asintió, parecía posible–Cuando sea luna nueva creo que llegará a un punto álgido. Quizás entonces se pueda acabar con esto.–concluyó Alex. Cruzó entre las estanterías hasta llegar a la puerta y salió de allí.

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El sol brillaba en lo alto del cielo. El viento susurraba una suave melodía entre las ramas de los arboles, meciendo sus últimas hojas. La cálida brisa, inusual en aquella época, acariciaba su rostro.

Angel estaba junto a Ana y Maria, contándoles lo sucedido en las escaleras. Su tez había recobrado el color, y la vitalidad iba retornandole poco a poco.

Los pensamientos de Ana eran confusos, pues estaban velados por sus sentimientos como comprendería más adelante Alex.¡

Los de Maria se mostraban claros e inocentes, quizás pensaba que todo había acabado. Seguía habiendo tristeza que oscurecía su mente, y sabía que el era el responsable.

Alex atravesó el claro.

La hierba había adoptado un color dorado y le llegaba por las rodillas.

Ana se percató de su presencia y le sonrió tímidamente. Pronto Angel y Maria advirtieron la expresión en su rostro y miraron al claro. A unos metros estaba Alex, con sus celestes vaqueros y una camiseta color arena.

–Hola–.les saludó Alex. Posó su mano sobre el hombro de Angel.– ¿Cómo estás?

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–Mucho mejor –.le contestó. Alex se sentó junto a Ana y posó un suave beso en sus dulces labios. María no pudo contener una tímida lágrima que se deslizó por su mejilla. Giró la cabeza, para que no la vieran llorar. Le avergonzaba no ser capaz de aceptarlo.

–¿Os está contando su hazaña?–.pregunto alegremente Alex.–Él fue el autentico héroe. Fue muy valiente al venir en mi ayuda.–le sonrió a Angel, a la vez que le guiñaba un ojo.

–No fue para tanto–.Contesto Angel , a la vez que Alex pasaba su mano por la cintura de Ana.

–Oh, vamos. Eres demasiado modesto–.le aseguro Alex.–Tú fuiste el héroe y te mereces todo el mérito. Yo solo lo esquivé un rato. Pero si no fuera por ti estaría partido en dos.

Alex se levantó. Apoyó su mano en el hombro de Angel y le susurro al oído:

–Disfruta de la victoria. Te lo mereces.

Empezó a caminar hacia la casa. Angel lo detuvo.

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–¿Adónde vas?–.le preguntó.– Quédate un poco con nosotros.

–Tengo que ver algunas cosas.-. contestó Alex. Y se marchó a la casa, su mente bullendo ideas. Necesitaba una solución.

Y pronto.

XAbrió la puerta. Allí estaba la herrumbrosa escalera. Ascendía hasta el ático, dónde había encontrado el diario. Las sombras teñían el resto. La luz del sol se filtraba con halos resplandecientes, arrancando destellos de las metálica estructura.

Advirtió un destello metálico por el rabillo del ojo. Se agachó. Era una cerradura. Estaba algo oxidada y le costó bastante moverla.

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Abrió la trampilla oculta. Allí estaba un sótano, del que no había oido mencionar al propietario. La oscuridad le aguardaba al otro lado de la trampilla, cuya portezuela asemejaba a la lengua de una horrible mueca.

Bajó por los peldaños de piedra. Se oía el constante y rítmico goteo del agua contra la piedra desnuda, como el latido de un depredador, acechante. La oscuridad era impenetrable pero aún así siguió adelante. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Empezaron a definirse siluetas gradualmente, emergiendo de la negrura. La sensación de estar en las entrañas de un enorme monstruo incrementaban por momentos. Las paredes estaban surcadas por raices de plantas de la superficie, entre las cuales tupidas telarañas estaban meticulosamente hiladas, acrecentando la similaritud con una trampa mortal.

En el centro había una mesa de madera carcomida. Al fondo, en la zona más oscura, había una puerta oculta por la oscuridad. Se acercó y miro por una rendija.

Había una cama con un crucifijo sobre ella. Las sábanas estaban raídas, impregnadas de hongos y moho. Daba la impresión de que se desharía con una leve brisa. El crucifijo estaba invertido, apuntando al techo.

Había algo sobre la cama. Parecía tener tamaño humano, pero la delgada grieta ocultaba parte de aquello, fuera de

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su campo de visión. Una oscura silueta cuya cabeza se volvió, como si hubiera notado su presencia.

El terror penetró fugaz por sus piernas, como una descarga verdosa, y Alex echó a correr. Chocó con una piedra y cayó sobre el suelo, cubierto de musgo.

No era una piedra.

Era una lápida.

Sus ojos la examinaron a toda velocidad, desorbitados. Al parecer era muy antigua, aunque reciente cuando se construyó la casa. Por eso había una trampilla. Pensó en un panteón familiar de los residentes. Sus pesamientos relampagueaban como destellos por la mordedura del terror.

Subió rápidamente y cerró la trampilla. No podía olvidar esa tenebrosa figura. Aquello estaba vivo.

Era imposible.

Hacía casi doscientos años que se deshabitó la casa.

Oyó ruidos en la cocina e intuyó que estaban comiendo. Debía de haber alucinado. Su agotada mente le jugaba malas pasadas,eso era todo. Eran demasiadas cosas para asimilar en un día. Se sumergió aquella visión en el

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olvido del mar de la inconsciencia, incapaz su mente de racionalizarlo.Cerró la puerta y bajó las escaleras. La adrenalina corría por sus venas en una frénetica carrera a sus músculos, tensos como el acero.

–Cocinas muy bien–.le dijo Maria a Ana. Había cocinado unos espaguetis estupendos con la ayuda de Maria. Estaban todos sentados.

Su vista se posó en la silla vacía.

Alex no había vuelto.

–Siento tardar–.dijo una voz a su derecha. Alex estaba sentado en la silla, antes vacía.

–Creíamos que hoy no comías–.le dijo Angel. Ana sirvió los platos y empezaron a comer.

–No sabía que teníamos unas cocineras entre nosotros –.dijo Alex. Maria lo miró, extrañada. ¿Cómo sabía que habían sido ellas?

–Esta buenísimo–.aseguró Jose. Todos asintieron. Ana se ruborizó. Estaba realmente delicioso.

Cuando acabaron, Alex y Angel ayudaron a Maria a recogerlo todo. Luego Alex se fue con Ana al claro,

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ambos cogidos de la mano. Se sentaron bajo el nudoso roble.

–¿Cómo estás?–.le preguntó Alex. Ana lo miró fijamente a los ojos. Por un segundo pudo ver la preocupación en su mirada. Sonrió tímidamente, y se borró todo vestigio de preocupación, como una ilusión óptica.

–Estoy bien–.le contestó ella, acercándose más a él. Alex se inclinó sobre ella y la miró a los ojos. Brillaban con la fuerza de una estrella negra, un espejo de obsidiana en el que se reflejaba el fulgor de la vida.

Entonces se recostó contra el tronco del árbol. Ana se incorporó y le miró, preocupada.

–¿Qué es lo que te pasa?–.le preguntó. Su rostro se giró hacia ella y Ana le observó. Sus ojos estaban bordeados por la sombra del agotamiento. No brillaban como aquella noche bajo las estrellas. Algo pasaba.

–Me mientes–.le contestó amargamente, algo enojado.–sabes que puedes confiar en mí.

Ana se acercó más a él. Trataba de algún modo compensarle, sabía que no le había contado la verdad. Pero algo la refrenó. Tampoco él se lo había contado todo.

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Soplaba una suave brisa y su pelo ondeaba al viento, que transportaba su dulce aroma.

–Tú también me mientes–.le contestó ella. Estaba enfadada con él.– Si que habían pasado cosas en la casa. Y tú me dijiste ‘solo unos ruidos en la escalera…’

Ana se giró, ofendida. A Alex le sentó como un puñetazo en el estomago. Todo pareció perder el color, y dar paso a la oscuridad. No quería que se enfadara con él.

La amaba demasiado.

La cogió suavemente de la cintura. Ella se resistió, zafándose de su abrazo. Se sentía estúpida, pues le estaba exigiendo lo que ella no daba. Pero siguió con la pantomima.

–No quería que te preocuparas–.le explicó Alex. Ana le observó detenidamente, examinándole.–Lo siento, pero si te lo hubiera dicho me hubieras hecho prometerte que me iría.

Ana lo admitió para sus adentros.

Le hubiera hecho prometer dejar la casa por ella. Le quería mucho. Como le quiso también a él.

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Rodeó con sus brazos el cuello de Alex y le sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Entonces se besaron. Alex sintió que todo volvía a la normalidad, y su miedo a perderla se desvaneció.

Ana se dejo caer en sus brazos. Debería contárselo, pensó Alex, No, todo estaba mejor así.

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XI

Maria estaba en su habitación. Su pecho subía y bajaba rítmicamente. Sus ojos estaban cerrados.

Estaba sumida en un profundo sueño.

Jose entró sin hacer ruido. Contempló su rostro, cuya expresión recordaba a la dulce inocencia de la infancia. Acarició sus cabellos. Parecía tan vulnerable. La delicadeza parecia enhebrada en su piel, esa fragilidad que podía romperse con solo mirarla. Era algo propio de la feminidad, junto con la sutileza.

Jose recordó el sabor de sus labios. Era un dulce nectar, un nectar del que uno no se cansaba nunca. Le gustaba, admitió.

Se levantó y se fue, dejándola sola en sus sueños.

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Angel encontró a Alex en el patio trasero. Empuñaba una espada larga, a juzgar por su forma era la perteneciente a la armadura.

Ante él se erigía un muñeco de paja, su improvisado contrincante. Alex se preparó y se abalanzó sobre su enemigo.

Sus manos se movían a la velocidad del rayo, y la espada no paraba de girar en mortíferos arcos. Alex giró sobre sí mismo y clavó la espada en el torso del muñeco.

Y empezó a deshacerse. Las hebras de paja cayeron al suelo con suavidad.

Los cortes empezaban a hacerse visibles , y el improvisado muñeco se transformó en un montoncito de paja.

–Increíble–. Susurró Angel. Alex enfundó la espada y se dirigió hacia él.– ¿Cómo lo has hecho?

–Mucha practica–.le contestó.– Es una de las claves del éxito; la practica constante y la perseverancia.

Angel lo miró. Hacían falta años de duro entrenamiento para hacer lo que él había logrado en unos días. Su andar había experimentado una transformación; ahora era firme y decidido.

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–Solo es práctica–. Le aseguró, mientras recogía los restos del muñeco.–Además, apenas queda tiempo para que llegue ese ser otra vez.

Jose observaba atónito, incapaz de creer lo que veían sus ojos. ¿Cómo haría eso Alex? Nunca había destacado en lo referente al deporte. En la escuela era de esos que se quedaban en un banco leyendo antes que ir a jugar al fútbol.

Alex se volvió hacia él.

–Jose, ven aquí–.le dijo Alex al arbusto, del que emergió Jose ante los asombrados ojos de Angel.

–¿Cómo lo has sabido?–.le preguntó Jose. De pronto, un rayo de comprensión brotó de sus recuerdos, esclareciendo su mente.–Lo llevas puesto, ¿No es así?

–¿Qué lleva puesto?–.interrogó Angel a Jose. Les miró a ambos. Sabían algo que él desconocía, y eso le hacía sentirse en inferioridad de condiciones respecto a ellos.

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–Es un amuleto–.le explico Alex, sacando el dragón dorado. Su corazón granate brillaba más aun que la vez anterior.– Digamos que aumenta mi intuición bastante.

Angel mostró cierto escepticismo.

Pero eso lo explicaba todo lo que lo había visto hacer. Hacía encajar todas las piezas del rompecabezas de aquellos últimos días.

Sus brazos torneados habían aumentado en volúmen, parecían firmes como troncos de árbol.Sus músculos se habían desarrollado bastante, y su fuerza había aumentado.

Estaba anocheciendo. Alex recogió los restos del muñeco y los llevó a un rincón entre un par de arbustos. Escondió la espada en un trozo de tela y se dirigió a la casa.

Angel y Jose le siguieron, cruzaron el claro y entraron en la casa. Angel se volvió y oteó el cielo. La luna se desdibujaba etérea contra la extensión celeste.

Mañana la luna estaría en cuarto menguante.

Ana y Maria les esperaban junto a la puerta. Cuando hubieron entrado, cerraron el portón con llave.

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-Es mejor que te quedes-. Le explico Alex a Ana. Ella le miró anonadada. Sus ojos tenían otro brillo que, aunque opaco, estaba ligado a su mirada. Le hacía sentirse segura. Le sonrió y afirmó con su cabeza. Su pelo se movió graciosamente sobre sus hombros.- Mañana al amanecer te acompañaré a casa. Si es necesario hablaré con tu padre.

-No hace falta-. Le aseguró Ana, sonriente.

-Entonces dormirás con María, ella te dejara un pijama. Ahora vamos a descansar, que ya es tarde-.concluyó Alex. Subieron y en el pasillo se separaron, las chicas a su cuarto, y los chicos al suyo.

XIIAlex seguía alerta. Todos dormían. Su intuición le murmuraba que pasaría algo esa noche y, viendo como había estado de acertada su intuición, lo más seguro es que tuviera razón.

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Y no podía olvidar aquel engendro atrapado en la habitación.

¿Y si salía del sótano, al resguardo del silencio nocturno, y les atacaba?

Su espada permanecía en su funda, preparada para acudir a su llamada. Un rítmico golpeteo quebró el silencio de la noche. Era el sonido de los arañazos contra la madera, que rasgaban la quietud hermética que envolvía la casa.

Venía del sótano, de la habitación sellada.

Alex se levanto y entró en la habitación contigua. La pálida luz de la luna iluminaba la habitación. Maria dormía en su cama, junto a Ana.

Su dulce rostro, como el de un ángel, le inspiró una profunda calma, sosegando su corazón. Contempló a Ana, relajando la tensión de su cuerpo. Su sedoso pelo negro se deslizaba como un arroyo en la almohada. Su expresión de calma le recordaba a su corazón lo mucho que la quería. No pudo evitar sonreir ante aquella imagen.

De pronto un arañazo le sobresaltó. Había bajado la guardia un instante, pero no debía permitirse aquel lujo de nuevo.Pensó en aquel ser, quebrando su paz mental. Si algo les pasaba…

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Un golpe sordo, más fuerte que el anterior, le alertó.

Sus músculos se tensaron, prestos para entrar en acción, y su mano se dirigió a la empuñadura.

Las sombras habían cambiado.

Desenfundó la espada, en la que la luna se reflejó como en un estanque en su superficie. Y , sigiloso como un gato, salió al pasillo.

La oscuridad inundaba el pasillo. Era inútil tratar de ver en aquella impenetrable oscuridad, casi pegajosa. Se adhería a las paredes, como una mancha de tinta.

Cerró los ojos. Aguzó el oído; solo captó un monótono silencio. Alguien estaba detrás suya. No sabía cómo, pero lo sabía. Abrió los ojos y se pegó a la pared.

Maria se despertó en mitad de la noche. La luna se elevaba en el cielo nocturno, rodeada por los incomprensibles dibujos formados por las estrellas que le parecieron miles de ojos que la observaban. Se levanto de la cama. A su lado, Ana dormía. La tibieza de su cuerpo había dejado una estela en su lado e la cama, que se desvanecía en el aire.

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La puerta estaba abierta, al otro lado solo había oscuridad.

Su camisón parecía flotar y la pálida luz de la luna le daba un aspecto fantasmagórico. Salió sigilosamente al pasillo. No podía ver nada con aquella oscuridad. Parecía algo solido.

Una mano invisible la cogió por detrás y le tapó la boca.

Maria se revolvió contra su captor. El corazón martilleó con fuerza en su pecho, intentando huir. Una voz familiar hizo que parara de revolverse y se tranquilizara.

–Tranquila. Soy yo–.le susurró aquella voz. Su mano se retiró lentamente y ella se volvió. En la inescrutable oscuridad pudo distinguir a Alex.

–Me has asustado mucho–.le riñó en un susurro.– ¿Qué haces aquí?

–Me levanté y no tenía sueño–.mintió Alex. No quería preocuparla con los extraños ruidos que había oído.

–¿Ah, sí?–.le susurro ella, escéptica, a la vez que tomaba su espada. Era obvio que llevaba bastante tiempo allí.

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–Estaba preocupado–.le confesó. Luego añadió.– Oí algunos ruidos y me asusté. Si te pasara algo nunca me lo perdonaría.

María clavó sus ojos en Alex. Su expresión era distinta, como si hubiera madurado de la noche a la mañana. También vio que era más valiente que antes. Le abrazó y le besó en la mejilla.

–Anda, duerme un poco–.le dijo Alex.–Yo seguiré aquí un poco más.

Maria entro en su cuarto acompañada de su guardián. Se acostó y Alex la besó en la frente.

–Buenas noches–.se despidió y salió de la habitación. Antes de cerrar la puerta , echó un último vistazo. Maria descansaba segura, junto a Ana.

XIIIEl sol se elevó en el cielo. Su luz bañó la habitación de un resplandor dorado. El cielo, arriba, era puro cobalto. Maria se levantó y salió al pasillo.

Alex ya no estaba.

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El destartalado muñeco de paja, reconstruido de nuevo, recibió una patada circular. Alex lanzó una rápida sucesión de puñetazos contra el torso. La paja le provocaba algunos rasguños en los nudillos, pero él hacía caso omiso a las agudas punzadas de dolor. Lanzó un último golpe, tumbando al muñeco.

La sangre manaba de los finos cortes en sus nudillos. Puso sus manos bajo el chorro de agua cristalina. Estaba helada. Se examino las manos. Los cortes eran profundos.

Maria abrió la puerta doble. Ana seguía durmiendo en la habitación contigua. El sol creaba destellos azulados en sus oscuros cabellos. Maria la despertó y ambas se vistieron. Mientras se vestían, le contó que la noche anterior Alex había estado en su puerta, velando por ellas. El pecho de Ana se llenó de orgullo y felicidad al saber que tambien la quería como ella a él. Bajó las escaleras y se encontró con Alex.

Alex le sonrió. La atmósfera pareció tornarse diáfana.

-Buenos dias-. Le dijo Ana, acercándose. Se abrazaron, sintiendo su reconfortante contacto.

-Buenos días. ¿Que tal has dormido?-. Le preguntó Alex.- Voy a por una cosa y luego vamos a tu casa.

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-Prefiero quedarme-. Le dijo Ana.- Así podríamos pasar la tarde juntos.

-Vale-.Acordó Alex.-Tengo que acabar una cosa, pero despues de comer soy todo tuyo.-.Dijo sellando con un guiño. La besó y se marchó por la cocina.

El sol brillaba en el cielo despejado. Jose se encontraba bajo la sombra del nudoso roble. Maria corrió hasta la colina y Jose fue en su encuentro.

Su pelo cobrizo estaba recogido en una coleta y su dulce rostro mostraba una expresión alegre.

–Parece que has dormido bien–.le dijo Jose, sentándose junto a ella. Maria esbozó una amplia y radiante sonrisa como respuesta. Apoyó su cabeza en el hombro de Jose. El le acarició los sedosos cabellos con su mano, mientras ella enterraba su cabeza en su hombro.

Alex observó detenidamente el plano y le hizo los últimos ajustes a su creación. La levantó a la altura de sus ojos y su rostro mostró una expresión satisfecha.

No tenía ningún fallo. Pero tendría que probarlo.

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Se enfundó el guantelete metálico. Había usado parte de la armadura destrozada para la estructura, pero tenía algunas modificaciones.

Tiró de la anilla hacia su antebrazo y sonó un chasquido. La tensión de los muelles recorría el guantelete, ansiosa por liberarse.

Se puso frente a un árbol y lo golpeó. En cuanto impactó, sintió un golpe sordo y el impulso añadido que le daba el guantelete.

El árbol se sacudió violentamente. Su tronco se había astillado alrededor del profundo socavón con los nudillos marcados, justo en el punto del impacto.

El mecanismo era bastante rudimentario. Consistía en un plomo con cojinetes para evitar la fricción situado dentro del dorso del guantelete que, en el momento del impacto, chocaba contra la parte frontal añadiendo más fuerza. Unos muelles lo mantenían preparado, liberando su energía.

Tendría que hacer otros dos para Angel y Jose.

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Y deprisa.

Solo faltaba un día para que se volviera a manifestar y debían estar preparados.

XIVAngel pasaba las páginas, angustiado. El tomo se titulaba ‘Demonología Sacra’ y hablaba sobre esa clase de sucesos. Lo había encontrado escondido en las profundidades de la estantería, cercado por gruesos tomos de historia y filosofía.

‘Al sexto día’, decía, ‘la maldición poseerá un objeto inanimada(¡La armadura!). El noveno día afectará al reino de los muertos, despertando de su sueño eterno a los que moran en las profundidades. Al doceavo día se alzarán los moradores de la noche, seres de pesadilla que aparecen en la oscuridad de la noche, sombras oscuras. Al quinceavo día, con la luna nueva, el horror innombrable se manifestará en los lugares más recónditos, volviendo loco al más cuerdo. Si al amanecer no es derrotado, perseguirá a sus victimas, penetrara en sus sueños y les matará uno a uno’.

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Angel marcó la página y corrió en busca de sus amigos. Era urgente. Faltaba un día.

Bajó las escaleras y se detuvo. Ana lo esperaba en la puerta.

–¿Qué es lo que pasa?-.preguntó Ana. Angel se quedo pensativo. Su corazón latía violentamente en su pecho.

No sabía qué hacer. Si se lo cuento, pensó Angel, se preocupará mucho por Alex.

–He encontrado una cosa muy interesante sobre artes marciales. -mintió Angel escondiendo el libro.– Le interesan mucho, ¿Lo has visto ahí fuera?

–Si, practica bastante –. Contestó Ana inclinando la cabeza a un lado. Las manos de Angel se perdían misteriosamente a su espalda, como ocultando algo. Angel retrocedió.– ¿Qué escondes ahí?

–Nada, solo una novela interesante –. Dijo rápidamente Angel, enseñándole el libro pero manteniendo oculto su titulo con el índice.

Ana lo miraba con ojos inquisitivos. Intuía que no decía toda la verdad. Sus profundos ojos de ébano intentaban sin mucho éxito penetrar en su mente, buscando la verdad.

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Su mirada huidiza confirmaba sus sospechas. No estaba equivocada.

Angel salió al claro. A su derecha se extendía un frondoso bosque de árboles ancestrales. A su izquierda estaba la colina coronada por el nudoso roble. Bajo él distinguió a Jose y Maria. Corrió por la fachada, y al llegar a la esquina, miró a su izquierda.

Allí estaba Alex. Manipulaba una especie de guantelete metálico con algunas herramientas. Corrió hacia él.

–¡Alex! –. Exclamó jadeando Jose, sin aliento. Se apoyó sobre sus rodillas, tratando de tomar aire. Alex llegó hasta él, y Angel le explicó entre jadeos lo que acababa de leer. Le ofreció el libro, y Alex lo abrió por la página marcada y leyó.

Le dijo imperativo a Angel que no se lo dijera a nadie, y que Ana se quedaría aquella noche tambien, era demasiado peligroso y quería estar con ella.Al día siguiente los moradores de las profundidades se levantarían y entonces sí que estarían en problemas.

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XV

Alex acabó con el último guantelete y los guardó en su mochila. Se dirigió a la casa. Estaba anocheciendo. Una sombra se interpuso en su camino. Era Ana.

–Quiero saber qué es lo que está pasando –. Le espetó Ana, acercándose a él. Le golpeó el amplio pecho con su dedo índice acusativamente. – Quiero saber qué os pasa a todos que no me queréis decir.

– Vamos a otro sitio –. Le propuso Alex. La cogió de la cintura. – Y te lo contaré todo.

Cruzaron el claro hacia el bosque. La hierba era de un brillante dorado a la luz del atardecer. Anduvieron por el pedregoso sendero hasta llegar a la caseta octogonal que coronaba la colina y se sentaron.

Alex la cogió suavemente de la mano y la miró fijamente a los ojos.

–Ana, ese ser no se ha marchado todavía –. Comenzó a explicar Alex. Su mirada se volvió inquisitiva. – Te

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contaré el resto si me prometes que me dirás qué es lo que te pasa. Debes quedarte esta noche también.

–De acuerdo –. Accedió Ana. Alex miró la puesta de sol para después volver a mirarla.

–Parece que hay una maldición sobre la casa –. Continuó Alex. – que afecta a sus moradores. La única solución es acabar con un ser que aparecerá con la luna nueva.

Ana temió que en sus palabras hubiera alguna locura. Sus ojos reflejaron su angustia como oscuros espejos.

–Mañana, Maria y tú debéis quedaros en la habitación contigua con una daga –. Le ordenó Alex. La mirada de Ana mostraba el temor que sentía. – No pasará nada, Jose se quedará con vosotras.

–No es por eso por lo que temo –. Dijo Ana, cogiendo su mano. – Temo por lo que te pase a ti. Te quiero mucho.

Estaba muy angustiada.

Alex la abrazó, tratando de calmarla. Su esbelto cuerpo le pareció entonces frágil y muy vulnerable. Ana le besó tiernamente, tratando de disuadirlo.

Pero ya había tomado una decisión.

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–Ahora cuéntame qué te pasa –. Dijo Alex. Se separaron apenas unos centímetros. Su mirada denotaba preocupación por el oscuro secreto que la atormentaba.

–Pasó hace varios años –. Comenzó a decir Ana. – Yo estaba enamorada de un chico que vivía en esta casa. Se llamaba Tomás. Había oído ruidos en el sótano. Yo le dije que no bajara…

Interrumpió su relato. Las lágrimas de dolor brotaron de sus dulces ojos. Con un suave movimiento, Alex enjugó sus lágrimas, acariciando suavemente su mejilla con el pulgar.

–No hace falta que sigas –. La consoló Alex.Ya sabía suficiente.

Ana se lanzó a sus brazos y él la abrazó fuertemente. La luna se alzaba en el cielo.

Estaba menguando.

A la vuelta les esperaba Jose junto a Maria en la puerta.

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XVIAmbos esperaban una explicación. Jose le detuvo y María se llevó consigo a Ana. Su mirada interrogante quería saber lo que había pasado.

–Es tarde. Mañana te lo explicaré –. Trató de disuadirle Alex, pero Jose no se movió.

–Ahora –. Le ordenó Jose, cerrando la puerta. – Cuéntamelo todo.

La tenue luz de la luna iluminaba la fachada, desconchada por el paso de los años. Jose esperaba impaciente una explicación.

Alex observó que algo más rondaba en su mente. No era una pregunta egoista, traslucía preocupación. Un fogonazo reveló la verdad en su mente.

–Estás saliendo con María –. Comprendió Alex. Se aproximó a Jose. – Por eso quieres saber qué es lo que pasa.

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Asintió. Había dado en el clavo. Una oscura silueta abrió la puerta y se unió al grupo.

– ¿Qué hacéis aquí? –. Les preguntó Angel.

Les miró a ambos. Parecían no haberse percatado de su presencia. Al cabo de unos segundos, Alex se giró hacia él.

– Cuéntale lo que has encontrado –. Le pidió Alex. Angel le contó todo, sin omitir ningún detalle. Jose escuchó atentamente.

–Y yo tengo algo para vosotros –. Les dijo Alex, y entró en la casa.

Unos minutos más tarde apareció trayendo consigo una abultada mochila. De ella sacó lo que parecían dos guanteletes. Eran bastante pesados para su reducido tamaño.

–Ponéoslos.

Ambos obedecieron. Alex también llevaba uno.

–Están modificados –. Les explicó. – Aumenta la fuerza de los golpes. Mirad.

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Alex se puso frente a un árbol y le lanzó un puñetazo. El árbol se sacudió violentamente. Jose probó con una roca, que se convirtió en gravilla.

–Mañana te quedaras con Ana y María en la habitación –. instruyó a Jose. – Las protegerás y, pase lo que pase, no te separarás de ellas. Pase lo que pase –. Prosiguió. – No abráis la puerta. Angel y yo nos quedaremos en el pasillo. Les daremos la bienvenida a los moradores de las profundidades.

El cielo tenía un monótono color plomizo, y un viento gélido amenazaba con desatar una terrible tormenta.

La casa parecía emitir un pesado estado de aletargamiento, una especie de somnolencia que se les contagió a todos. Su manto gris se extendía por el jardín.

Alex paseaba por el bosque. Se oía el murmullo de un invisible riachuelo. Atravesó el mullido manto de hojas caídas hasta llegar al corazón del bosque. Los árboles centenarios fueron sustituidos por matorrales y chopos.

Las aguas fluían tranquilas sobre el lecho rocoso. Las blancas flores de los nenúfares se mecían con la corriente. El riachuelo desaparecía unos metros más abajo.

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Alex siguió su curso y llegó a un espinoso zarzal, donde el riachuelo desaparecía en un profundo abismo de oscuridad.

Enormes torres de libros se alzaban sobre la mesa, ocultando al inquieto lector.

Angel cerró el noveno libro que trataba sobre maldiciones y monstruos invocados. Su expresión era una máscara de frustración. Llevaba horas enfrascado en su infructuosa búsqueda y no había encontrado nada.

Solo algunos monstruos, pero ninguno pertenecía al reino de los muertos.

Los muertos. Su mente se iluminó. Todo cuadraba.

Se enfrentarían a zombies. Angel rió. No había ningún cementerio cerca.

Lo que no sabía es que bajo sus pies yacían cientos de muertos.

Si se hubiera molestado en bajar por la trampilla hubiera hallado la lúgubre lápida en el sótano que lo confirmaba.

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Ana se lo había explicado todo. Aquella noche volverían y cada vez sería peor.

El color plomizo del cielo la entristecía. Miraba a través de la ventana el paisaje, que no daba indicio alguno de lo que se avecinaba. Nadie hubiera sospechado lo que pasaba en aquella casa.

Jose rodeó con sus brazos la cintura de María y la besó en el cuello. María estaba absorta en sus pensamientos.

Todo le traía recuerdos de su infancia.

Ana acarició aquel árbol, bajo el que había compartido dulces atardeceres, risas y llantos, cuando aún era una niña.

Sus recuerdos inundaron su mente, teñidos de melancolía. Tiempos en los que en aquella casa hubo felicidad. En los que también hubo amor.

Aquella casa le inspiraba una profunda melancolía, como una oscura sombra que pesaba sobre su corazón.

Y también un temor irracional.

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No habría vuelto si no la hubiera visto habitada. Y entonces le conoció a él.

No quería perderle, no como aquella vez. La historia se repetía, con personas diferentes, pero retornaba a su origen. La brisa del atardecer acarició sus oscuros cabellos.

Apenas una hora para el anochecer.

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XVIIJose cruzó por delante de la puerta de la biblioteca. Angel trasladaba libros desde la mesa a la estantería, y los iba colocando metódicamente en sus respectivos sitios.

– ¿Qué tal? –. Le saludó, ayudándole con la pila de libros que cargaba con dificultad. – ¿Para qué tanto libro?

–Averiguaba a qué nos enfrentamos –. Le contestó Angel. La expresión de su amigo le instó a que continuara. – Zombies.

– ¿Has preparado ya tus armas?–. Le preguntó.

–Tengo el guantelete –. Dijo señalando a la mesa, donde descansaba el guantelete. Junto a este había una escuálida daga. – Y una daga. ¿Y tú?

–El guantelete –le respondió. Mientras sacaba algo de su bolsillo, añadió. – Y esto.

En su mano tenía una enorme navaja plegable, cuya hoja recordaba a un machete. De pronto le resultó cómico tener una navaja por arma, pues los muertos no sangran.Miró a través del ventanal.

Pronto anochecería.

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Alex volvió apresuradamente por el pedregoso sendero que atravesaba el bosque. La oscuridad se cernía sobre él, como un astuto depredador.

Cruzó el claro.

Había alguien junto al nudoso roble, cuyas hojas se habían vuelto de un color rojizo con la luz del atardecer.

Era Ana.

Se acercó a ella y, hasta que no estuvo a escasos metros de ella, no pareció percatarse de su presencia.

–Hola –. Le saludó cariñosamente Ana. Alex la ayudó a levantarse y la miró a los ojos.

Estaba preocupada. Sus ojos negros le tentaban a abandonar aquella terrorífica aventura, a dejarlo todo y escapar con ella a un lugar lejos de allí.

Pero era imposible.

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Su reloj digital emitió un leve zumbido, marcando la medianoche. Angel estaba junto a él, con el guantelete en su derecha y la daga en su izquierda.

Ana y María estaban a salvo en la habitación, custodiadas por Jose. Antes de salir al pasillo se quedó a solas con Ana en la habitación contigua y le confesó su amor. Después de esa tierna despedida sellada con un beso salió al pasillo.Pensó para sus adentros que si le pasara algo, Ana sabía que la quería. Eso le llenaba de serenidad.

Habían atrancado la puerta que llevaba al ático, donde también se encontraba la oculta trampilla, del que no tardarían en reptar esos seres en la oscuridad del sótano.

Se escucharon ruidos que provenían del sótano, cada vez mas violento a medida que salían de sus tumbas.Intentó no imaginarse a aquellos seres, pero escenas de películas de terror asediaban su calma.

El crujido de madera al romperse restalló como un latigazo en la noche.

La puerta tembló por las violentas sacudidas.

Ya estaban allí.

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XVIIIEn la profunda e inexpugnable oscuridad del pasillo se oyó el crujido de la escoba al astillarse en mil pedazos.

Lo único que habría impedido que salieran por la puerta.

Ambos se prepararon para enfrentarse a los seres que gemían al otro lado del pasillo, y que les provocarían pesadillas durante semanas.

Ambas oyeron el crujido. Ana y María estaban abrazadas junto a la ventana, aterrorizadas. Su faz se había vuelto blanca como el papel.

Un gemido gutural rompió el asfixiante silencio, al que se unieron decenas de ellos. Un escalofrío recorrió su espalda. Miraron a la puerta.

Al otro lado, los muertos caminaban de nuevo, tras decenas de años bajo tierra. Sus huesos deslucidos se abrían paso a través de la carne pútrida, revelando su condición de muertos. La imagen de un cadaver arrastrandose les chocó a Alex y a Angel. Por mucho que lo intentaba negar su ser, aquello era real.

Ana temió por Alex. Se lo imaginó sólo, atrapado en la mortífera oscuridad.

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El primero en aparecer tenía un aspecto repulsivo. La carne putrefacta estaba hinchada y desprendía un hedor similar al de huevos podridos. Olor a descomposición. Olor a cadáver.

Su ropa le colgaba a jirones. Lo peor era su rostro.

Su mandíbula le colgaba, inerte, pendiendo de unos filos hilos de piel grisácea. Su grasiento pelo dejaba entrever la deslucida calavera. Uno de sus ojos era una profunda cuenca vacía en la que se retorcía un flácido gusano. El otro había perdido su brillo natural.

Clavó su putrefacta mirada en Alex. Gimió y se lanzó torpemente contra ellos. La parálisis producida por el terror despareció, sustituida por el instinto de supervivencia.

Alex le golpeó en el cráneo, que se partió junto con varias vértebras, emitiendo un chasquido repulsivo. El cadáver cayó al suelo, inerte. Una fría y huesuda mano aferró el tobillo de Angel, que retorció frenéticamente su tobillo tratando de liberarse. Alex cercenó el brazo del esqueleto pero su mano se mantuvo cerrada, como un tétrico cepo.

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–De nada sirve cortarlos en pedazos –. Le dijo Angel. Agarró el brazo y tiró con todas sus fuerzas. Los dedos aflojaron y Angel lanzó al suelo la mano. Alex lo golpeó con el guantelete, haciendo temblar el suelo y quebrando todos sus huesos.

–Ya no puede agarrarte –. Le azuzó Alex. – Y ahora vamos.

Por la puerta aparecieron más muertos, tambaleándose. Y Alex y Angel le destrozaban los huesos a todo el que se acercaba a la habitación. Al cabo de unos minutos, estaban rodeados por esas cosas.

Docenas de escuálidas y huesudas garras se abalanzaban sobre ellos desde todas direcciones. Ellos los rechazaban con sus metálicos puños, golpeando a diestro y siniestro sin fallar casi nunca. Un fallo resultaría quedar sepultado bajo la marea de cadáveres, desmembrado por sus garras.

Eso es lo que me preocupa, se dijo Angel, son demasiados.

No funcionaría.

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Oyeron los ruidos al otro lado de la puerta. Jose se separó de ella. No sabía si serían capaces de contenerlos hasta el amanecer.

Ni siquiera creía que aguantasen mucho más tiempo.

Las sombras parecían moverse sigilosamente, como bestias al acecho. Ellas estaban tan asustadas que apenas se movían.

Aquello rozaba lo surrealista. Tenía que ser una pesadilla.

Pero era la absurda realidad.

Jose se puso junto a ellas. Miraron a la puerta, aterrorizados.

XIX

La sangre manaba de las numerosas heridas en sus brazos. Las garras no dejaban de arañarle, rasgando su ropa y haciéndole más heridas. Sus fuerzas parecían abandonarle a medida que llegaban.

Angel no estaba mucho mejor. Los cadáveres esqueléticos le tenían arrinconado contra la pared y se desistía contra las tenaces garras. Alex le reventó las

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costillas al muerto de su derecha y se abalanzó sobre los que acosaban a Angel.

– ¡Por Angel! ¡Por Ana! ¡Por María!–. Gritó Alex a medida que destrozaba cráneos y todo tipo de huesos, haciéndolos retroceder. La adrenalina fluía como un torrente por sus venas, reponiendo sus fuerzas.

Un esqueleto agarró a Angel, y Alex le destrozó el cráneo. Angel estaba cubierto de una capa oscura de sangre seca y sudor.

Alex miró su reloj. Los fluorescentes números indicaban que apenas llevaban unas horas, y la cosa empeoraba. Cada vez salían más monstruos del sótano, como una marea pútrida de gimientes cadáveres.

Su instinto de supervivencia les salvó por poco.

–Llevémoslos a la biblioteca y atrapémoslos allí –. Le gritó Angel. Ambos retrocedieron, guiando la marea de zombis hacia la biblioteca.

La luz de la luna atravesaba los ventanales como un velo plateado. Alex se volvió hacia los ventanales.

Intuía que pasaba algo, no sabía exactamente qué, pero sabía que algo iba mal.

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Un grito de terror le indicó que tenía razón. Le atravesó el corazón como una certera saeta. Era la voz de Ana.

Ana gritó de puro terror. Al otro lado del cristal, un pálido rostro de ojos amarillos la observaba desde el exterior. Sus relucientes ojos indicaba que no estaba muerto. Pero tampoco vivo. Ana retrocedió y Maria se volvió.

El ser rompió el cristal con gran estrépito, cuyos fragmentos se esparcieron por el suelo de la estancia. Un viento huracanado entró por la ventana, agitando las pálidas cortinas.

Entonces entró en la habitación.

Jose se interpuso entre las chicas y el monstruo extendiendo sus brazos, intentando protegerlas. Empuñando su navaja le plantó cara a aquello.

El ser se irguió y una horrenda mueca se esbozó en su rostro, de lo que parecía una sonrisa.Se relamió de manera repulsiva, mostrando sus blancos y afilados colmillos.

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Aquellos hipnóticos ojos le paralizaron. Acabaría con ellos de una forma horrenda. Entonces pensó en Maria y la parálisis dio paso a la ira.

La oscura silueta de ojos amarillos se movía de forma antinatural, parecía flotar hacia ellos. Jose le lanzó un puñetazo que fue interceptado con facilidad por la garra. Parecía como si su presencia ahuyentara la felicidad, desapareciendo todos los colores. Menos el rojo. El rojo era el color de la sangre.

Jose se quedó mirando esos largos colmillos. Estaba aterrorizado. Sus ojos prometían silenciosamente un doloroso tormento, más allá de su cuerpo. Era un tormento a su alma.

Jose miró atrás, y su mirada se cruzó con la de María. Sus ojos asustados le miraron, como una chiquilla aterrorizada. Jose le guiñom un ojo, intentando animarla.Se volvió hacia el monstruo. Merecía la pena correr el riesgo.

Ambos estaban aterrorizados. Los ojos sin vida les provocaban pánico. Lo único que los mantenía cuerdos

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era la necesidad de sobrevivir. Y la de salvar a sus amigos.

Su corazón quería que huyese, ir a la habitación y dejarse caer en los brazos de Ana por última vez. Pero su instinto le instaba a permanecer allí. No podía abandonar a sus amigos.

Los cadáveres entraron en una grotesca oleada en la biblioteca y prosiguió el combate. Angel ayudó a Alex a tumbar las mesas, como improvisadas trincheras, y se pusieron a cubierto.

Una brillante idea apareció en la mente de Angel.

–Dame tu guantelete –. Le ordenó Angel. Alex se limitó a dárselo, consciente de que el tiempo no les sobraba precisamente. Angel empezó a insertar en las ranuras pequeños y afilados objetos. Finalmente se lo puso con cuidado de no pincharse.

– ¿Qué piensas hacer? –. Le pregunto Alex. Vio su expresión y comprendió. Era un buen plan.

Una veintena de ojos sin vida oteaba la estancia. Un gruñido de rabia brotó de las entrañas del más corpulento de los muertos.

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Todo pasó muy rápido, pero aun así era capaz de recordarlo con claridad.

Angel le gritó que cerrara los ojos al mismo tiempo que movía su mano en un arco circular, como si quisiera propinarle un gancho de derecha al aire. Al completar el arco, Angel extendió los dedos y el guantelete salió disparado. Al chocar contra la pared opuesta estalló en una lluvia de objetos cortantes, como diminutas esquirlas de cristal.

Los zombis aullaron de dolor y retrocedieron. La primera línea había sido la más afectada. Algunos restos de piel colgaban de sus maltrechos cuerpos. Fragmentos de cristal les habían astillado los huesos, y algunos permanecían clavados.

–Hay que salir de aquí –. Gritó Alex. Los muertos no paraban de llegar, parecían no tener límite.

Miraron tras la ventana y vieron

(unos ojos amarillos)

que no tenían salida. Los muertos vivientes trataban de trepar torpemente, en un desesperado intento por alcanzarles.

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No tenían salida. Miró el reloj. Le pareció que se había parado, pero los números que marcaban los segundos se movieron tras lo que a él le parecieron minutos.

Faltaban un par de horas para el amanecer.

(Ana. Sola en la oscuridad)

No aguantarían. Eran demasiados.

Jose estaba enredado en una sangrienta lucha por la supervivencia. Recibió un zarpazo cuando intento coger la daga, que hizo que de su brazo brotara un riachuelo de sangre. Perdía mucha sangre. Ana hacía tiempo que se había desmayado y yacía inconsciente en la cama junto a Maria, que presenciaba el terrible espectáculo. Estaba temblando, y aferraba la estructura de la cama, intentando asirse a algo de seguridad. La sangre se le escapaba de sus nudillos.

Jose notó cómo perdía rápidamente reflejos, junto con su consciencia. Sus brazos se volvieron pesados como el plomo y sus músculos le fallaban. Si seguía así, moriría. Y ellas también.

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Ese pensamiento le hizo incorporarse, cara a cara con su enemigo. Amaba a María y no dejaría que muriese.

El vampiro parecía estar jugando con él, como un gato tortura a un ratón antes de asestarle el golpe final. Le propinó un gancho en plena mandíbula, que le pilló desprevenido.

La mandíbula crujió con la certeza de huesos rotos. El ser retrocedió, aturdido. Jose aferró el puñal con sus entumecidos dedos y lo clavó entre el hombro y la clavícula del vampiro. La bestia humanoide aulló de dolor y un torrente de un nauseabundo líquido negro manó de la herida.

Las tornas parecían haber cambiado. Había esperanza.

Ya no podía pensar. Sus brazos habían dejado de sentir hacía tiempo.

Solo importaba una cosa. Sobrevivir.

Alex se encontraba junto a Angel, franqueados por dos extensas pilas de cadáveres cuyos huesos habían roto hasta que no pudieron volver a levantarse.

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La sala estaba sumida en la oscuridad total.

Su oído y su instinto les mantenían con vida. Otro zombi cruzó la barrera de mesas tumbadas.

Y otro más.

Sus cuerpos actuaron por instinto, como el que les permite a los depredadores sobrevivir.

Alex golpeó al primero en el cráneo mientras que Angel lanzaba al otro contra las estanterías, quebrándole la columna. Del cráneo roto salió una nauseabunda sustancia gris que, en su momento, fue su cerebro.

Sus pensamientos eran velados por una necesidad crucial. Sobrevivir.

Alex sintió una punzada en su pierna y cayó.

Un dolor agudo reptó por su pierna. La palpó y encontró algo parecido a una empuñadura. Apretó fuertemente los dientes y extrajo la daga de un tirón. Oleadas de dolor inundaron su cabeza.

El corte no era demasiado profundo, apenas le había atravesado la carne. Bajo él se formó un charco de sangre.

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El dolor iba en aumento, era casi insoportable y sentía nauseas.

Se levantó, maldiciendo su mala suerte. Angel había destrozado a otro. Pero seguían llegando. No lo conseguirían.

Jose yacía en el suelo. No reaccionaba. Aquella bestia del averno había acabado con él. Sobre las mejillas de Maria rodaron silenciosamente un par de lágrimas. Ana empezaba a volver en sí. Ambas se encontraban en la oscura esquina, esperando que la oscuridad las protegiese. Aun sabiéndolo inútil permanecían allí, esperando que se marchase.

El vampiro las olió, al igual que un tiburón es capaz de oler sangre a leguas de distancia. Avanzó hacia ellas y se detuvo. Una mueca de sorpresa se dibujó en su rostro.

Jose aferraba su tobillo con fuerza.

El ser gruñó y agarró a Jose por la pechera de la camiseta, alzándolo en vilo. Jose entreabrió los ojos, al borde de la inconsciencia. No se rendiría tan fácilmente.

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Entonces fue cuando lo arrojó por la ventana. Maria chilló de terror.

Sus dedos consiguieron aferrarse en un último intento al marco de la ventana. Bajo sus pies, una caída de varios metros lo aguardaba.

Pero eso no era lo peor.

Un centenar de ojos lo miraban desde el suelo. Sus ensangrentados dedos empezaron a soltarse. Cada vez estaba más débil. Pensó en Maria.

Entonces sus dedos resbalaron lentamente y desapareció en la oscuridad.

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XX

Alex cayó pesadamente al suelo. La oscuridad le llamó, pero él se negó a sucumbir a su llamada. Aun así no pudo incorporarse. Pensó en Ana. En unos minutos se abalanzarían sobre él y le matarían.

Despuntó el alba y un rayo de sol entró por los ventanales. Miles de gruñidos agónicos se elevaron al frio cielo.

Estaba amaneciendo.

Todos los seres desaparecieron, como la oscuridad de la noche, a medida que los rayos de sol quemaba su maldita piel, convirtiéndolos en polvo y cenizas.

Jose se dejó caer torpemente, apoyándose en una mesa caída. Estaba exhausto.

Alex tuvo unos sueños muy extraños.

Soñó que estaba en una oscura habitación. Un tubo de luz fluorescente iluminaba tenuemente la estancia. El agua le llegaba por los tobillos. No es agua, pensó, es sangre. A

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sus pies había una blanca mano, amputada. Su flácida carne le repugnó.

Miró al frente y vio como un ser repugnante, lo que debió ser un hombre calvo cuyo rostro era una masa de carne blancuzca y no tenía brazos, corría hacia él. Alex lo empujó y se hundió en la oscuridad.

Entonces apareció frente a una puerta negra, tan negra como la oscuridad. Parecía ser oscuridad en sí misma.

No se distinguía ninguna clase de bisagra ni junta, pero era una puerta doble. Sus ángulos eran demasiado perfectos.

La atravesó. Al atravesarla, se encontró bajo una cúpula similar a la puerta. Todo parecía hecho de oscuridad. Parecía una noche sin estrellas.

Ana estaba al otro lado. Llevaba una túnica blanca que ondeaba a merced de un viento inexistente. Sus miradas se cruzaron. Parecía aterrorizada.

Alex corrió hacia ella por aquel suelo negro. Le pareció como si en vez de correr estuviera flotando.

Sus pies se hundieron en la oscuridad. Sus dedos trataron de aferrarse a algo para detener la caída, pero fue inútil.

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No veía nada, solo sentía la presión en el estomago provocada por la vertiginosa caída.

Entonces despertó.

La fuerte claridad le hizo entornar los ojos. Le dolía la cabeza y no podía moverse.

Estaba tumbado en el frío suelo. Su ropa estaba cubierta de sangre reseca. Las mesas estaban volcadas, como una barricada.

Se incorporó con gran esfuerzo, recordando a los muertos. Miró en derredor, buscando cualquier indicio de enemigos.

Ni rastro de cadáveres.

Angel estaba dormido a su lado. La sangre en su pelo se había secado, dejando su largo pelo apelmazado. Su ropa, al igual que las suyas, estaban desgarradas.

Entonces se acordó de

(una puerta negra, tan negra como la oscuridad)

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Ana. Debía estar junto a Maria, en la habitación. También Jose. Un débil llanto flotó en la silenciosa casa. Un llanto de mujer. Alex cruzo torpemente el pasillo, cojeando. Aquel silencio le recordaba al que pesa sobre los cementerios a medianoche, el tétrico silencio del velatorio.

Llegó a la habitación contigua y giró el pomo. Estaba cerrada.

Otra vez ese llanto. Provenía del interior.

De un par de empujones consiguió reventar la cerradura. Abrió la puerta y entró.

La ventana estaba rota y en su marco había un rastro de sangre, al igual que en el suelo. Una alfombra de diminutas esquirlas cubría el suelo.

Maria estaba encogida en una esquina, agarrándose las piernas con ambos brazos. Sus ojos enrojecidos mostraban que había estado llorando durante horas. De sus ojos ya no brotaban lágrimas.

Alex se acercó y se arrodilló junto a ella. Maria le abrazó, sollozando. Alex no sabía lo que había pasado.

Solo sabía que Jose no estaba allí. Ni Ana.

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Alex ayudó a Angel a llegar a la cama. Éste, agotado, se durmió en seguida. Luego acompañó a María a la cocina.

Todo su cuerpo temblaba y se sacudía. La sentó con delicadeza en una silla y le preparó una infusión.

–¿Qué ha pasado? –. Le preguntó Alex, rodeándola con su brazo. María tomó entre sus temblorosas manos el vaso y le miró.

– Jose –.Sollozó. Calló un instante. Las palabras no le salían.– Creo…creo que lo ha matado…

Alex la abrazó y ella lloró sobre su hombro. Cuando se hubo tranquilizado, Alex le pidió que continuara.

–Algo–. Dijo Maria con voz temblorosa.– Entró por la ventana. Sus ojos…eran escalofriantes. Y sus largos colmillos… Jose luchó con él. Iba a acabar con nosotras cuando… Jose lo detuvo. Entonces…lo lanzó por la ventana…

María rompió a llorar. Alex esperó unos segundos antes de preguntar.

–¿Y Ana?–. preguntó. Los ojos de Maria se abrieron y le miraron fijamente.

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– Se…se la llevo con él–.fue la única respuesta de Maria.

Alex golpeó con todas sus fuerzas la mesa, que sonó como un signo de exclamación. Un aullido desgarrado de dolor brotó de su garganta.

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XXI

Las hojas caían sobre el mullido lecho otoñal. El cielo plomizo auguraba la llegada de una tormenta.

El viento agitaba violentamente el pelo de María. Él ya no estaba a su lado. Recordó que aquel día no le había besado, ni siquiera le había dicho lo mucho que lo quería.

Creyó que no pasaría nada, que todo acabaría bien, como un feliz cuento de hadas.

Pero no era un cuento de hadas, era la dura realidad.

Qué tonta había sido.

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Dos días, solo dos días para que llegaran los moradores de la noche, pensó.

Su ira cegaba su juicio. Se la habían llevado. A la chica a la que amaba mucho más que a su propia vida.

Se pasó la tarde golpeando el muñeco de paja. Necesito hacer varios porque acababan tan destrozados que no se mantenían en pie. Los cortes en sus nudillos ya no dolían. Carecían de total importancia. Su alma torturada se desangraba cada vez que recordaba a Ana.

Aquella noche soñó de nuevo con Ana y la habitación oscura. Se levantó sobresaltado. Estaba empapado de un sudor frío, y su corazón latía con violencia.

La luz entraba por su ventana. Se vistió y bajó a la cocina.

Allí no había nadie.

Miró su reloj. Eran las siete de la madrugada. Afuera hacia un frio invernal y el cielo plomizo no hacía más que amenazar con la primera nevada.

Subió cautelosamente la escalera. Los escalones crujieron a su paso. Abrió la puerta de la biblioteca.

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La sala estaba recogida y los libros de nuevo ordenados. No había ningún indicio de lo que había pasado.

Algo captó su atención.

Era un libro que no había visto antes, quizás porque estaba en un estante superior. Cogió una silla y la colocó frente a la estantería, a modo de escalera.

El libro estaba rodeado de polvorientos volúmenes de un color acre, lo que lo hacía aun más visible. El libro negro tenía un par de dedos de grosor, y sus páginas estaban algo amarillentas, pero conservaban su color original. Le extrañó que no tuviera título alguno.

Lo abrió y ojeó sus páginas. Aún estando impresas las letras, el texto era inteligible. Un auténtico galimatías. Contenía palabras que no podrían ser pronunciadas por un ser humano.

Dejó el libro sobre la mesa. Un fuerte viento hizo que las páginas revolotearan hasta llegar a la primera. Alex se volvió y leyó. Cuando el alumno está preparado, llega el maestro, decía el texto. Lo demás continuaba siendo un galimatías.

Con un suspiro de resignación cerró el libro y lo colocó de nuevo en su sitio.

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Se volvió y se encontró con Maria. Sus labios estaban fuertemente apretados. Unas grises ojeras bordeaban sus hermosos ojos, enrojecidos de llorar. Su expresión melancólica trajo a su mente a Ana. Alex se acercó y se abrazaron. Lo necesitaban. María rompió a llorar y Alex la consoló.

Él no volvería a ver a Ana. Jamás.

Algo le decía que no era así, una corazonada, una ilusión de su mente para mantener la esperanza, a la que Alex se agarraba como un naufrago a un tablón en medio del océano.

Ese hilo de esperanza lo mantenía atento, esperando una señal que no llegaba.

María se pasó el día en la cama, agotada de tanto llorar. Alex permaneció junto a ella, acariciando sus cabellos, esperando volver a verla sonreír.

Los últimos rayos de luz atravesaron su ventana. Llegó la noche y Alex se levantó, dispuesto a irse a su habitación, cuando la delicada mano de Maria le sujetó.

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–Por favor, no te vayas –. Le pidió ella. Alex meditó la cuestión. La asustada mirada de Maria le hizo tomar una decisión.-No me dejes sola.

–Vuelvo en un segundo –. Indicó. Salió de la habitación, y al cabo de unos minutos volvió a entrar, llevando puesto su pijama. Maria alzó la sabana y Alex se metió en la cama.

Esa noche no pasó nada, cada uno durmió a un lado de la amplia cama. Durmieron sosegadamente, como dos hermanos pequeños duermen juntos cuando el menor tiene una pesadilla.

Al amanecer, los dorados rayos del sol acariciaron el rostro de Alex, que se despertó.

Miró en derredor, confuso. Estaba desorientado, sin poder recordar dónde se encontraba ni qué hacía allí.

Miró a su izquierda. María tenía sus ojos cerrados. Recordó la noche anterior, y la asustada petición de Maria.

Se levantó, con cuidado de no despertarla. Fue a su habitación y se vistió. Angel se despertó y vio a Alex, vistiéndose.

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Algo no le cuadraba; su cama estaba intacta, como si no hubiese pasado la noche allí.

–¿Qué pasó anoche?–. le preguntó. Alex se giró, sorprendido y algo confuso.

–¿Qué pasó de qué?–. preguntó Alex.

–No has dormido aquí–. Contestó.– ¿Dónde has dormido?

Alex le miró fijamente. La verdad era algo absurda y no resultaba muy creíble, al menos la parte de que no pasó nada entre ellos. Si le decía dónde había dormido probablemente no lo entendería.

–No me acuerdo–. Fue su respuesta. Y se marchó, cerrando la puerta a su espalda.

Aquello resultaba surrealista. Nunca creyó en fantasmas ni en muertos vivientes, siempre pensó que eran cuentos de viejas supersticiosas. O amenazas de gitanos que se tragaban los ingenuos , pensó Angel.

Creyó estar volviéndose loco. Eso no podía ser real. Aun así los había visto. Los había tocado.

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Cerró la puerta de la habitación, tomó entre sus brazos su guitarra eléctrica y sus dedos formaron los armónicos acordes de alguna canción de los Beatles.

Si seguía pensando en ello sí que se volvería loco.

XXII

Su vista estaba clavada en la nudosa madera de la mesa, aunque no la veía. Veía a Ana en el espejo de su mente, su sonrisa, sus ojos negros. Sobre todo sus ojos.

Tenía que haber una solución. Había una solución.

Su mirada recorrió las extensas filas de libros, buscando el libro que Angel encontró antes que él. Lo encontró.

Lo sostuvo y pasó sus páginas. Tenían un tacto desagradable, malsano sería la palabra exacta. Tenebrosas ilustraciones de demonios revolotearon ante sus ojos. Allí estaba.

Cómo deshacerse de demonios. Leyó frenéticamente la lista de objetos, que se le grabó como acido en su memoria. Cerró el libro y se puso manos a la obra.

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Cuando María abrió los ojos, sol se encontraba alto en el cielo. Se revolvió y dejó caer su brazo hacia su derecha, como si quisiera apoyarlo en alguien invisible. Su mano solo rozó el aire. Alex no estaba.

Se levantó, aun aletargada. La espesa bruma del sueño empezó a disiparse, dando paso a su habitación. Se vistió y salió al pasillo.

Una familiar melodía rompía el pomposo silencio. Venía de la habitación en la que Angel y Alex (supuestamente) dormían. Su mano giró el pomo y empujó la puerta.

Angel se volvió y acalló la guitarra eléctrica. Maria se sentó en la impecable cama de Alex y le pidió que siguiera. Angel volvió a tocar, sus dedos se movieron ágilmente a lo largo del mástil de la guitarra. Un blues resonó por la casa.

Tocó durante horas, con María como único público. Cuando dejó la guitarra sobre la cama estaba próximo el anaranjado atardecer.

El sol enrojecía a medida que las tinieblas de la noche lo corrompían. Encontró lo que necesitaba. Desplegó sobre la ancha mesa los objetos que había preparado y los fue ordenando por el cometido que cumplirían.

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Finalmente los envolvió en un amplio trozo de tela y los subió a la habitación. Pasó frente la puerta dónde Angel y Maria charlaban despreocupadamente.

Con un tirón desplegó la tela sobre la cama y empezó a trabajar. Colgó el crucifijo sobre la cama, y luego trazó un amplio círculo de sal a su alrededor. Dejó una pequeña biblia en la mesilla de noche y dio por concluida su tarea. Recogió el manto de tela y se dirigió a la otra habitación.

La puerta se abrió, dejando ver el rostro de Alex. Les entregó un par de crucifijos que ambos se colgaron. Angel le ayudó a mover las camas dejándolas, sin llegar del todo a juntarlas, en el centro de la habitación. Trazaron un circulo de sal a su alrededor. Entre las camas dejaron una biblia.

Entonces cada uno se dirigió a su respectiva habitación, sintiéndose algo más seguros al notar el tacto del crucifijo que pendía de su cuello.

Maria se desveló en mitad de la noche. Los truenos rugían con fuerza en el exterior. El bramido del viento llegó a sus oídos y la llenó de pavor.

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La noche le inspiraba miedo. No el miedo imaginario y supersticioso que siempre le asoció en el pasado, cuando su imaginación hiperactiva estaba poblaba de seres espantosos... Ahora ese miedo era real, porque esos seres eran reales.

Se dirigió silenciosamente a la puerta y la abrió, con un tétrico chirrido. Cruzó el pasillo y entró en el cuarto donde dormían Angel y Alex. El chirrido de la puerta no pareció despertarles.

Maria levantó las sabanas y se metió en la cama. Una profunda calma la invadió al sentir el contacto con Alex. Se sentía segura junto a él. Empezó a adormecerse. Sus párpados se cerraron pesadamente. Entonces se durmió.

Alex emergió lentamente del sueño, sintiendo el calor de un cuerpo de mujer junto al suyo.

Una sonrisa se esbozó en sus labios. Creyó que era Ana. Creyó que todo había sido una pesadilla, que la maldición no era real, que todo había sido un tortuoso sueño del que acababa de despertar.

Se volvió y la besó suavemente. Acarició sus cabellos, con sus ojos aun cerrados. Y olió su perfume.

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Abrió los ojos, pues ese no era el aroma de Ana, aunque le resultó familiar. Vio a María dormida, abrazada a él.

Se levantó, con cuidado de no despertarla, y la arropó cariñosamente con la sábana. El círculo de sal se extendía alrededor de las camas.

No había sido una pesadilla. Era la tangible, sólida y dura realidad.

Alex cogió un par de antiguos candelabros y los introdujo en la antigua caldera, en la que las abrasadoras llamas desdibujaron su forma. Entonces extrajo la masa metálica y la puso sobre la piedra plana que haría de yunque. Tomó el martillo y comenzó su tarea. Golpeó rítmicamente el metal al rojo, que fue tomando poco a poco una forma plana y alargada. Las chispas hicieron numerosos orificios en su camiseta, al igual que en su piel. Cuando el brillante color rojo desaparecía, y con él se endurecía el metal, lo volvía a meter un instante en la caldera hasta que recuperase el color.

Una vez que cobró forma, tras varias horas de duro trabajo, se puso a afilar la hoja. Una vez finalizada la tarea, tomó la ancha hoja por un burdo mango hecho por sí mismo.

Ese puñal era diferente. Estaba hecho de plata.

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Cayó la noche. La luna se asemejaba a un colmillo de plata, amenazando con su llegada.

Aquellos engendros del mal, sin forma, se arrastraban en la oscuridad de la noche. Los tres estaban en la habitación.

Iba a ser una noche difícil.

Sus deseos de venganza se hicieron aun más fuertes al mirar sus caras.

No estaban preparados. No estaba preparado.

XXIII

La amarillenta luz de la vela empezó a parpadear y, finalmente, se apagó. Angel se levantó.

–Voy a por más velas–. Anunció. Salió del protector círculo de sal, abrió la puerta y miró atrás. Y salió del dormitorio.

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Las escaleras crujieron bajo sus pies. Se dirigió a oscuras a la estantería de la cocina, con los brazos extendidos para no chocar con ningún obstáculo.

Rebuscó en el estante y cogió un par de pálidas velas. Cerró la puerta con suavidad y se volvió.

Vio como algo avanzaba en la oscuridad. Ante sus ojos pudo ver fugaces visiones de formas oscuras que no presagian más que muerte. Se preparó para atacar a aquello, fuese lo que fuese, cuando un rostro conocido se mostró a la luz de la luna.

– ¡Ana! –. Murmuró entre dientes al reconocerla. Tenía el rostro y la ropa cubiertos de barro. En su mejilla se veía un pequeño corte del que se deslizaba un hilo de sangre.– ¿Qué te ha pasado?

–Ellos –. Susurró con voz quebrada.– Me llevaron a una cueva con Jose. Está gravemente herido…Ven conmigo. No está lejos.

Anduvo un par de metros y se detuvo. Se volvió y echo una mirada atrás para comprobar que la seguía.

–Espera–. La detuvo Angel.–les llevaré las velas y volveré.

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–No hay tiempo–. Le cortó ella. – Pronto volverán y le matarán.

Tenía razón. Dejó las velas sobre la mesa y la siguió. Anduvieron bajo la luz de las estrellas por el claro y penetraron en el bosque. Las negras sombras de los arboles aparecían en la oscuridad. La oscuridad.

Angel se detuvo. Seres que aparecían en la oscuridad de la noche. ¿Cómo es que habían dejado marchar a Ana tan fácilmente?. De pronto ella se volvió.

Sus ojos brillaban con un enfermizo fulgor verdoso. No era Ana. Era un morador de la noche.

Angel echó a correr. Los arboles se sucedían como mortecinos esqueletos que extendían sus huesudas garras hacia él, intentando atraparle. Le dio la claustrofóbica sensación de que el sendero se estrechaba y se alargaba.

Tras varios minutos llegó al claro, iluminado por la luz de la luna. La plateada silueta de la casa parecía estar muy lejos. Angel jadeaba. Notó pinchazos en el costado. La puerta le pareció estar a kilómetros de distancia y a la vez a apenas unos metros. Estaba casi en la puerta cuando decidió echar una mirada atrás. A su espalda estaba la esbelta silueta de Ana, observándole. Parecía flotar sobre el suelo.

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Le sonrió. Y entonces se transformó, desvelando su auténtico rostro. Lo que vio le heló la sangre.

Su faz, antes hermosa, se deformó y alargó de manera repugnante. Unos largos y retorcidos colmillos le brotaron de las mejillas. Parecía una masa blanquecina de carne pútrida y huesos deformes.

Atravesó la puerta a toda velocidad, cerrándola fuertemente a su espalda, y subió rápidamente las escaleras. Se precipitó al interior de la habitación y cerró la puerta con un sonoro portazo. Alex y Maria le miraron, sorprendidos.

Su cara estaba pálida, y sus ojos desmesuradamente abiertos. Pronunció con dificultad, entre jadeos, algunas palabras que hicieron que Alex se levantara y Maria dejase escapar un grito de terror.

–Ya están aquí.

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XXIV

No se oía nada. La oscuridad era total. Pero los presentía. Seguían allí, pero no daban indicios de ello.

Maria le abrazaba fuertemente y Angel vigilaba la puerta esperando que, de un momento a otro, apareciera aquello que había visto y les matase.

El recuerdo le torturaba como los eslabones de una cadena al rojo en su cabeza.

El libro.Necesitaba el libro.

Soltó suavemente a Maria y la dejó en la cama. Entronó levemente la puerta y echó un vistazo. Solo silenciosa oscuridad. Se deslizó por el pasillo con paso elástico hasta la biblioteca. La puerta estaba entreabierta. Miró atrás. La oscuridad seguía, inmutable.

Entró en la biblioteca y tomó el libro. Abrió una página al azar y comprobó que todas cobraban sentido a medida que su mirada recorría los caracteres. Empezó a leer. Nuestro peor enemigo es uno mismo. Los miedos nos atenazan y nos ponemos en nuestro propio camino, impidiéndonos avanzar. Un golpe sordo a sus espaldas hizo que dejara de leer. Se volvió rápidamente y miró al intruso. Era Maria.

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– ¿Qué haces aquí?–. Le preguntó. Algo era diferente, aunque no sabía el qué.

–Tenía mucho miedo–. Contesto con voz quebrada. Se acercó a él. Le pareció como si flotara.– Ven conmigo… Vamos con Jose y Ana.

Alex retrocedió, como accionado por un resorte. Ahora entendía qué era diferente. No era Maria. Era uno de ellos.

Una voz al otro lado de la puerta les sobresaltó. Era la voz de Alex.

–Abrid la puerta–. Dijo.– Rápido, antes de que vuelvan.

Angel se levantó y la abrió. María corrió hacia él, pero se detuvo. Su rostro estaba sombrío.

–La puerta estaba abierta–. Le susurró enfadado Angel.– ¿Por qué no la abriste tú?

–Necesitaba que me invitaran–. Contestó con voz macabra. Su sonrisa dejó ver sus colmillos.Era ese ser. Y estaba frente a ellos.

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Alex estaba abrumado. Sabía que no era humano, y aun así no era capaz de atacarle. Tenía su mismo rostro, su misma mirada, su misma voz.

Palpó su bolsillo, sintiendo el contacto de la hoja de plata. No podía hacerle daño a ella.

Tenía que huir.

Un pensamiento lo inquietaba. Si puede tomar cualquier forma, ¿Cómo sabré cual es la verdadera Maria?. Las dudas asediaban su mente. Le dieron ganas de abandonar, de tirar la toalla.

Entonces recordó la maldición. Si se rendía no solo moriría él, sino todos sus amigos.

Sus nombres pasaron fugaces por su mente.

Maria, Jose, Angel.

Y Ana.

Ir hacia la puerta será inútil, pensó. Solo quedaba otra salida.

Maria, ese ser tan parecido a ella, le sonrió confiado. Alex le devolvió el gesto, se giró y se lanzó a la ventana con sus brazos cubriéndole el rostro, haciendo añicos el cristal.

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Y desapareció en la oscuridad de la noche.

XXV

Angel y Maria oyeron el ruido de la ventana al romperse. Alex se volvió, dándoles la espalda.

Angel cogió una silla y golpeó a Alex. La silla se convirtió en astillas y él ni se inmutó. Entonces se giró.

Angel retrocedió hasta la cama, al centro del círculo, y María huyó por el pasillo. Al pasar por delante de la puerta abierta de la biblioteca, vio de reojo a Jose de espaldas. Bajó las escaleras y salió afuera. El pánico la hacía temblar como un flan.

No sabía qué hacer ni dónde ir. Solo sabía una cosa; tenía que alejarse todo lo que pudiera de aquel tenebroso lugar, hasta la llegada del amanecer.

Corrió a través del bosque durante horas. Tropezó con una raíz y se desplomó sobre el mullido forraje, agotada por la carrera.

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Angel se quedó mirando al impostor, idéntico a su amigo. Alex lanzó un aullido de frustración. No podía atravesar aquel delgado círculo de sal. Estaba a salvo.

El monstruo miraba frenéticamente la línea de sal. Se detuvo. Angel miró donde estaba clavada la vista del ser, y su expresión se tornó en una de puro terror.

Había una brecha en el círculo. Lo había desdibujado al precipitarse dentro.

El monstruo le sonrió. Estaba atrapado. Su mirada recorrió el dormitorio, buscando desesperadamente una salida. La ventana.

Corrió hacia ella, pero antes de que estuviera a medio metro escaso de su salvación sintió un terrible dolor en su espalda. Bajó su mirada y miró su pecho.

A través de él salía una deformada garra ensangrentada. Le había atravesado. El mundo empezó a dar vueltas y la luz de sus ojos se apagó lentamente, dejando su mirada fija en el infinito.

Abrió los ojos. Se encontraba en medio del bosque. Era de día. Maria se levantó del suelo y sintió las punzantes agujetas por todo su castigado cuerpo. Estaba sola.

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Anduvo durante horas hasta encontrar la colina, coronada por la caseta.

Cruzó el bosque y llegó a la casa. La puerta estaba entreabierta y desde allí se veían los ventanales rotos.

Maria se acerco a la casa y miró justo debajo del ventanal. Alex estaba allí, tendido en el suelo sobre un charco de sangre estancada. Se acercó a él y se arrodilló.

Estaba muy pálido. Le buscó el pulso, y el corazón le dio un vuelco al no encontrarlo.

Al tercer intento lo consiguió. Seguía vivo.

Entonces abrió los ojos y un grito se escapó de la garganta de María. Ella retrocedió; no sabía si era Alex realmente.

–Soy yo. No te preocupes. Se han ido–. Le dijo Alex con voz débil, leyendo la expresión en su rostro. María le abrazó y se echó a llorar. Había sido muy duro para ella. Alex lo sabía.

Ambos entraron y subieron sigilosamente las escaleras. Entraron en la habitación y se encontraron con una escena grotesca.

Maria gritó y se tapó los ojos. No quería verlo.

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El suelo estaba encharcado de sangre. El rastro llegaba hasta la ventana, donde una roja huella de una mano desesperada estaba impresa en el cristal, probando que había intentado huir. Pero no tuvo éxito.

El círculo de sal estaba desdibujado en un punto, apenas tenía el grosor de un pelo. Miró la pared. Lo que vio hizo que le entrara el pánico.

Habían escrito con sangre un tétrico mensaje, un mortal ultimátum.

PRONTO ESTAREIS TODOS JUNTOS.

Alex la abrazó. Y lloraron. Angel había muerto.

Pasaron el día bajo el nudoso roble, mirando el cielo azul.

Maria apoyó su cabeza en su hombro. Todo le resultó extraño, como algo irreal. Pensó que dentro de poco se despertaría en su cama, llena de sudor. Pero no era un sueño.

El sol se puso entre las rocosas montañas, apagándose sus últimos destellos. Entraron en la casa y se acostaron, agotados por la noche anterior.

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Alex se desveló, en la oscuridad de la noche. A su lado dormía Maria. Se deleitó contemplando a la chica que una vez amó. Acarició sus cabellos con suavidad, y no pudo evitar pensar en Ana.

El odio y las ganas de venganza corrían por sus venas como un oscuro veneno. Esa noche no pudo conciliar el sueño.

Se quedó allí, junto a ella.

XXVI

Por alguna razón sabía lo que debía hacer y dónde tenía que ir. Sus dedos recorrieron la cadena hasta llegar al dorado dragón.

Estaba todo tan claro en su mente. ¿Cómo no lo supe antes?, se preguntó. No había llegado el momento, murmuró una voz en su nublada mente. Se levantó, asegurándose de no despertarla y se vistió. Con una pluma y un papel en su regazo, escribió algunas palabras y dejó el papel junto a Maria.

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Cogió la hoja plateada y la contempló. Su rostro se reflejó en ella. La guardó en su bolsillo y salió de la habitación.

Maria entreabrió sus ojos, molestos por la luz. Miró a su lado. Alex no estaba. En su lugar había un papel doblado cuidadosamente con su nombre escrito con una caligrafía recta. Lo abrió y leyó. Su somnolienta mirada se transformó en una de pánico. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Se echó a llorar, y un par de lagrimas cayeron sobre la carta de Alex.

Querida Maria,

Antes de nada quiero que sepas que te quise desde la primera vez que te vi. Intenté decírtelo tantas veces. Pero no conseguí reunir el valor necesario. Entonces te vi con Jose y todas mis esperanzas parecieron apagarse. Antes de que pudieses contarme la verdad, Ana entró en mi vida. Todo pareció volver a tener sentido en mi vida. Te hice mucho daño. Y lo siento mucho.

He ido a acabar con esto. Descenderé al infierno si es necesario, lucharé contra todo aquello que se interponga en mi camino, les arrebataré a Ana de sus malditas garras y la traeré de vuelta. Si mañana al alba

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no he vuelto, llama a algún sacerdote para que te ayude a expulsar al demonio de esta casa. Por si acaso no vuelvo, quiero que sepas que aun te quiero, que no he podido olvidarte a pesar de todo.

Con cariño,

Alex

Alex cruzó el bosque hasta llegar al rio. Siguió su curso hasta la grieta por la que el agua se filtraba. El lugar más recóndito.

Donde le aguardaba el demonio. Y Ana.

Alex hizo un hoyo en las zarzas y se coló por la grieta lentamente, asegurando los pies para no caer al vacío.

Una vez dentro, desenvainó el tosco puñal y esperó a que su vista se habituara a las sombras. El rugido del agua resonaba amplificado por la oscura caverna.

Lo que vio hizo que su corazón se detuviera por un instante, destrozado. Entre varias cascadas que se perdían en el abismo junto a las paredes de la lúgubre caverna, en el centro había una plataforma rocosa. Sobre ella yacía Ana, inerte.

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Su piel estaba aún más pálida que antes y sus oscuros ojos miraban al infinito. Alex corrió junto a ella y la tomó en sus brazos.

Rompió a llorar. Él la amaba. No quería creerlo, pues no podía ser cierto. Desafortunadamente, el cadáver era real. Una extraña fuerza se apoderó de él; le subió por las piernas, como un intenso fuego, hasta llegar a su corazón. El odio y la ira ofuscaron sus pensamientos.

Había algo detrás suya. Sin necesidad de girarse supo que era el demonio. El responsable de la muerte de la persona a la que más amaba. Estaba dispuesto a acabar con él, o morir en el intento.

Se volvió y se encontró cara a cara con un repugnante ser hecho de negros gusanos que se retorcían, dejando ver huesos deslucidos a través de ellos. Tenía cuatro ojos, como los de una araña, de un color rojo incandescente.

Alex se abalanzó sobre él, puñal en mano. Lanzó una estocada a su convulsionado pecho y los gusanos parecieron retroceder, dejándole ver el oscuro corazón de la criatura. Antes de que pudiese atravesarlo con la hoja de plata, el monstruo se la arrancó de las manos y cayó por el abismo.

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Los gusanos se reagruparon, cubriendo de nuevo el corazón de la criatura.

Le cogió de la cadena, quedando Alex colgando de ella; delante suya, el horrendo monstruo ; a su espalda, el abismo. De las fauces del demonio brotó una voz gutural, gorgoteante.

–Eres un iluso al venir aquí–. Gorgoteó.– Incluso el más valiente habría razonado antes de actuar.

Alex estaba indignado. Y encima se ponía a darle lecciones.

–¿Por qué a ella?–.Gritó, lleno de ira.–¿Por qué?

En el rostro de la criatura se formó un gesto incrédulo, casi burlón.

–¿Qué por qué?–. Gorgoteo en tono burlón.– Porque eso aseguraba que vendrías a buscarme. Ahora te reunirás con ella.

Y entonces lo empujó, rompiendo la cadena. El abismo pareció absorberle, y descendió por la vertiginosa oscuridad de la muerte.

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Epílogo

Un haz de luz le dio en los ojos. Alex se incorporó, sobresaltado. Se incorporó y miró a través de la ventana.

Vio el frondoso bosque de árboles centenarios y el nudoso roble que coronaba el claro. Se palpó el pecho; no tenía la cadena. Miró a su reloj.

Era 20 de Octubre. El día que llegaron a la casa.

Salió al pasillo y vio que Jose pasaba por allí. Bajó las escaleras, encontrándose a María por el camino. La armadura, inmóvil, seguía en su sitio.

No había ni rastro de Ana.

Salió al patio, encontrando a Angel. Estaban vivos. Angel le saludó con la mano y él le devolvió el saludo.

Era como si todo hubiera sido un mal sueño, una pesadilla.

O tal vez no.

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Alex se volvió, subió las escaleras y entró en la biblioteca. Allí estaba Maria. Ella le sonrió tímidamente y él se acercó.

Le acarició el pelo y la besó con dulzura. Alex olvidó por un momento para qué había subido. Se olvidó de la confusa pesadilla, de Ana, y del oscuro abismo.

Y entonces su mirada se fijó en la estantería.

Buscó el negro libro por todos los estantes. Ni rastro.

Justo cuando se dirigía a la puerta con Maria se volvió para echar un último vistazo a la biblioteca. Y sus ojos lo encontraron.

Fue como si hubieran volcado sobre él un cubo de agua helada. Su corazón latía enloquecido. Corrió a por una silla y cogió el oscuro volumen.

No había sido una pesadilla. Había sido real.

Lo abrió precipitadamente y lo miró, atónito. Las hojas estaban en blanco. Maria lo miró con una expresión que denotaba preocupación.

Volvió a la primera página.

Parecía que había algo escrito. Sobre su hombro se posó la delicada mano de Maria.

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Una sola frase, simple y concisa.

No todos tenemos una segunda oportunidad; aprovéchala.

Y vaya si pensaba aprovecharla.

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