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    La ciudad como sujeto: formas y procesos

    de su constitución moderna en Chile,siglos XVIII y XIX1

    Andrés Núñez2

    RESUMEN

    El artículo analiza la formación y consolidación de la representación moderna dela ciudad en Chile. Se plantea que ella, en su lenguaje ilustrado, es un aconte -cimiento discursivo no comparable con otros imaginarios urbanos y territorialesprecedentes, en tanto presenta manifestaciones, procedimientos y signicadosparticulares, todas estructuras de un proceso temporal que hace que ella tengauna historia propia y singular para los siglos XVIII y XIX. Aquí también se proponecomprender la ciudad como una forma de racionalidad y como una estrategia depoder y dominio que colaboró sustancialmente en congurar el tipo de orden ysentido territorial que en la actualidad posee Chile. En ello, la ciudad fue, en elfondo, una producción de verdad.

    Palabras clave: Ciudad, territorio, modernidad, discurso, poder.

    ABSTRACTThis article analyzes the construction and the later consolidation of city’s modernrepresentation in Chile. This representation, in its enlightenment language, beco -mes a lecture event non comparable with other precedent urban and territoriesimaginaries, in the meantime it shows manifestations, procedures and particularmeanings, all these structures of a temporal process, that lets the city to have itsown singular history during the 18th and 19th centuries. The paper proposes theunderstanding of the city as a rationale gure and as a power and domain strategy,which had substantially collaborated in the conguration of Chile`s current orderand territorial sense. Given that, the city was, at the end, a production of truth.

    Key words: City, territory, modernity, speech, power.

    2 Doctor en Historia, Ponticia Universidad Católicade Chile (Chile) . E-mail: [email protected]

    1 Artículo recibido el 8 de marzo de 2010 y aceptadoel 30 de marzo de 2010.

    El propósito central de este texto es co -laborar a comprender que la formación dela ciudad en Chile en su interpretación mo-derna, es decir, en un sentido ilustrado, esuna representación cultural cuyo sentido estádado precisamente por su contexto histórico.Desde esta perspectiva, se plantea que es unacontecimiento discursivo no comparable conotros imaginarios urbanos y territoriales pre-

    cedentes, en tanto presenta manifestaciones,procedimientos y significados particulares,todas estructuras de un proceso temporal quehace que ella tenga una historia propia y sin-gular para el Chile de los siglos XVIII y XIX.

    El texto se estructura de la siguientemanera: 1) un primer momento en que elterritorio en Chile es interpretado desde la

    Revista de Geografía Norte Grande, 46: 45-66 (2010)Artículos 

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    perspectiva de la vastedad, la otredad y laheterogeneidad; 2) un segundo instante, másbien de transición, donde la perspectiva,

    interpretación o representación de la ciudadcomienza a constituirse en sujeto3; y 3), porúltimo, la maduración del ensamblaje de laciudad que lleva a posicionar el territorio ha-cia un sentido completamente distinto al delos primeros siglos de colonización.

    A partir de este contenido, el interés esllevar el concepto ciudad hacia una pers-pectiva histórica, con el afán de realizar unasuerte de genealogía o búsqueda del origende la conformación del paisaje urbano que

    es tan familiar en la actualidad, paisaje que,desde este punto de vista, aún mantieneaquel lenguaje ilustrado a que se hace alu -sión. En otras palabras, historizar el procesode conguración del sentido actual o moder-no que de ella se tiene y dimensionar, para elcaso chileno, el impacto o rol que ella jugóen la denición de una estructura territorialcon grados elevados de uniformidad de al-cance nacional (siglo XIX).

    El presente texto es el resultado de una

    investigación más amplia en torno a la forma-ción de la representación moderna del terri-torio en Chile, uno de cuyos ejes principalesestuvo marcado por la constitución de la ciu-dad como sujeto   protagónico en el contextode la definición de estructuras territorialespropias de una época que se comenzó a de-nominar ilustrada4. El interés, por tanto, esdetenerse en aquella representación históricadel sujeto ciudad, y cómo, a partir de tal po -sición, ella se transformó en “discurso verda-dero”. En otras palabras, se busca identicar

    aquel proceso histórico, que con su conjuntode reglas, procedimientos y representaciones,

    derivó en que ella –la ciudad– se volvieseuna producción de verdad5.

    Aspectos conceptuales

    Para entender lo anterior de forma másuida, se cree necesario, a modo de preám-bulo, realizar una detención en un aspectoque resulta crucial. Este asunto remite acomprender a la ciudad como un elementoparticular que posee una historia tambiénpuntual, sin dejar de considerar, evidente-mente, su marco temporal del que no puedeevadirse. De este modo, historizar la ciudades escribir y reexionar sobre un modo desubjetivización, una forma de racionalidadque presenta, por tanto, un carácter de pers-pectiva temporal. Pero, a la vez, es entenderque aquella “posibilidad ciudad” se impone através de los años en objetivización, en tantose transforma, precisamente, en objeto real o,como ya se expesó, en discurso verdadero.Como ha expuesto Varela (2002): “… (el ob-jeto real) es la interpretación entendida comola actividad circular que eslabona la acción yel conocimiento, al conocedor y lo conocido,en un círculo indisociable” (Varela, 2002:90). Se trata, en el fondo, de preguntarse aquí–e intentar responder a esta pregunta– cómohan aparecido tales o cuales objetos posiblesde conocimiento y poder, en este caso, laimagen –para el caso chileno– de la ciudadilustrada (Foucault, 1999).

    En este contexto, cuando se habla de su-jeto ciudad se hace referencia al momento através del cual una forma de racionalidad –laciudad– toma conciencia de sí y se denetemporalmente. En otros términos, cuandoaquella formación histórica adquiere unaidentidad propia, tornándose, por tanto, cier-ta para los espectadores (pasados y actuales).Del mismo modo, para hacerse cargo departe del título, cuando se habla de moderni-dad se hace referencia a la instancia culturalque dispuso al hombre como protagonista dela historia y la naturaleza, desligándolo, deesa manera, de la mirada menos ilustrada y

    3 Es importante aclarar que lo que se congura comosujeto no es tanto la ciudad en sí como la interpreta-ción que de ella se hace.

    4 Se desea manifestar que este trabajo, siendo unainvestigación histórica, se asienta con mucha fuerzaen materias del campo de la geografía, por lo que

    es claro el interés por proyectarlo o enfocarlo enel ámbito de la Geografía Histórica, una rama delconocimiento muy interesante, aunque sin dudamenos trabajada en Chile en comparación al menosa países como México, Argentina o España.

    5 Cuando se habla de “verdad” se hace referencia alconsenso o acuerdo que se da sobre un imaginarioo una forma de racionalidad, que en tanto “acuer-do” se vuelve “verdadera”.

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    La ciudad en los espaciosde la vastedad: diversidad y

    heterogeneidad territorial8

    El territorio preilustrado (antes del sigloXVIII) estuvo lejos de ser un horizonte unifor-me y homogéneo, tal como se visualiza en laactualidad. Por el contrario, desde los iniciosde la colonización española fue una estruc-tura muy fragmentada y diversa. Sin duda, enese marco espacial, los polos urbanos signi-caron algo y buscaron, tímidamente, articulary dominar el escenario territorial americano.En el caso del reino de Chile, como se verá,

    aquella articulación se remitió a escasasfundaciones, todas precarias e inestables. Deallí que si bien se hablará de ciudad, se com-prenderá acá todavía como una estructuraque signicaba y remitía a un discurso muydistinto al que posteriormente, con la actitudilustrada, habría de devenir. Desde ciertopunto de vista, se cree que el concepto deciudad como se entiende en el presente, he-redero de la forma de racionalidad moderna,no es asimilable a lo que se comprendía porciudad antes del XVIII y el XIX.

    De esta suerte, el imaginario territorial delos siglos XVI, XVII, aunque también buenaparte del XVIII, incluso aun parte del XIX(el proceso discursivo fue lento), se remitióa una concepción más bien heterogénea ymúltiple del espacio9. De esta pluralidad da

    cuenta Téllez (1990) al estudiar el espaciopehuenche y denir que la cordillera de losAndes, lejos de semejar un bloque compac-

    to como es reflejada en la actualidad, “seanarquizaba en una pluralidad de reducidascordilleras transversales” (Téllez, 1990: 11),representando una geografía complicada ydiversa. Abundaban a los ojos de aquellosprimeros habitantes, colonizadores inclui-dos, los valles y pasos intercordilleranos, lostípicos ríos torrentosos de la cordillera y, porcierto, la multiplicidad de bosques. Solo en lazona de la pehuenía, del Laja al sur, se hanidenticado alrededor de 27 pasos que ma-niestan la activa comunicación transversal

    entre grupos de indígenas de ambos ladosde la cordillera, deniendo así el sentido delterritorio: Buta Mallín, Leña Malal, Picunleo,Trapa-Trapa, Pucón Mahuida, de Rahue, dePehuenco, de Pino Solo, de Pino Hachado,de Mallín de Icalma, de Icalma, de Llaima,Tres Picos, Pirihueico, entre otros (UgartePalma, 1996).

    El español a su llegada mantuvo por unbuen tiempo una mirada múltiple del terri-torio, reconociendo lejanías y otredades,

    variaciones y texturas espaciales, lo quecondujo a una imagen amplia y heterogéneade los espacios, algunos de los que, antesdesconocidos e incógnitos, poco a poco sefueron incorporando a la representación delterritorio colonizado10 . Así, por ejemplo,hacia fines del siglo XVI, en la década de1570, el cosmógrafo y cronista Juan Lópezde Velasco (1901) establecía que “las provin-cias de Chile es lo más apartado y lejos enlo descubierto de las Indias Occidentales...”(López de Velasco, 1901: 295). El escaso

    conocimiento de esta nueva zona hispánica

    8 Estando este texto prácticamente terminado ha sidofacilitada una investigación de primer nivel (Muñoz,

    2009) sobre la ciudad chilena en la Colonia. Es untrabajo que ha sido presentado como tesis doctoraly que coincide en muchos aspectos con esta inves-tigación y con otro trabajo doctoral (Núñez, 2009)referido a la formación moderna del territorio enChile. De ese trabajo se ha tomado prestado aquellode “los espacios de la vastedad”, ya que reeja deforma muy clara lo que se expone en las siguienteslíneas y se acerca nítidamente a los conceptos dediversidad y heterogeneidad usados por esta y otrasinvestigaciones. Se agradece a la autora.

    9 Una de las hipótesis de trabajo de la investigaciónde María Dolores Muñoz es precisamente: la co-herencia de las interrelaciones recíprocas entre laciudad colonial y su entorno estaba relacionada

    con las diferentes interpretaciones del paisaje,entendidas como las perspectivas culturales desdedonde los colonizadores se aproximaron al espaciogeográco que debían dominar. Al hablar de dife-rentes interpretaciones del paisaje, la autora, como

    lo explicita, se remite a los distintos puntos de vistadesde donde los nuevos habitantes o colonizadoresse explicaban o representaban el paisaje. Aquellasdistintas perspectivas se vieron inuidas y en partecondicionadas por el avance de las ciencias geo-grácas, las exploraciones cientícas, el perfeccio-namiento de las técnicas de medición, entre otras,todo lo cual fue modificando o rectificando lasestrategias colonizadoras o inuyó en la morfología,

    funciones y signicado de las nuevas ciudades.10 Respecto del concepto de “otredad” notables sonlos escritos de Octavio Paz, especialmente El labe- rinto de la soledad  e Inmediaciones , ambos disponi-bles en numerosas ediciones.

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    se veía proyectado, a su vez, en el nivel decolonización descrito por el cronista: “Elobispado de Santiago, tiene el distrito desde

    el valle de Copiapó... hasta el río Maule, queparte los términos de la ciudad de Santiago yde la Concepción... Hay solo cuatro ciuda- des , en que hay seiscientos españoles, y enellas veinte y cuatro mil indios de tributo...”(López de Velasco, 1901: 295).

    La zona sur, vinculada al obispado deConcepción, según carta del gobernador es-pañol Martín García Oñez de Loyola al rey,se encontraba hacia fines del siglo XVI enestado de semiabandono, además de carente

    de recursos. Así, expresaba que “más alládel Maule, que solía ser almacén de basti-mentos y pertrechos de guerra por su muchafertilidad y abundancia de indios, ha venido atanta disminución y menoscabo, que pasandopor ella solo mi casa, estuve detenido cuatrodías por no poderme aviar por falta de veinteraciones y seis indios” (Villalobos y Rodrí -guez, 1997: 107).

    La fundación de Chillán o Bartolomé deGamboa, como se le llamó originalmente,

    en 1580 no signicó conformar un territoriomás unitario y solo cumplió el papel básicode asegurar las comunicaciones hacia Con-cepción y el sur, así como un rol militar, porlo demás objetivo de la mayoría de las villasque se fundaron en el sur durante el siglo XVIy los siglos posteriores11. Fray Diego de Oca-

    ña, al nalizar el siglo XVI, apuntaba: “estaciudad es pequeña, no tiene más de cincuen-ta vecinos, y no sirve más de albergue de los

    pasajeros que van a las ciudades de arriba...”(Villalobos y Rodríguez, 1997: 107)12. Porcierto, el panorama se tornó aún más desola-dor con posterioridad a la rebelión indígenade 1598. El proceso ulterior se vincula, portanto, a una nueva colonización, asociada so-bre todo a ociales del ejército que buscabanallí nuevas oportunidades para su vida. Comobien expresan Villalobos y Rodríguez (1997),el escaso interés por colonizar y la pobrezalocal se mantuvieron en la medida en queel espacio quedó ligado a los vaivenes de la

    frontera bélica de la zona de la Araucanía.

    Más al norte, en el área comprendida en-tre los ríos Maule y Maipo, la organizaciónespacial en el siglo XVII mantuvo la discon-tinuidad y fragmentación manifestada enla zona fronteriza. Hacia 1657, un informede Alonso de Solorzano y Velasco muestraque Chillán aún permanecía en condicióninestable, con una ocupación notablementeprecaria. En este marco, el oidor españolproponía otorgar mayor importancia para la

    colonización al espacio ubicado más al nortedel río Maule: “...convendrá despoblar la ciu-dad de la Concepción dejándola forticadacon solo 200 soldados haciendo mejor y mássegura mención que ya se vieron despobladasen otra ocasión las ciudades de la Imperial,Villa-Rica y Angol, Osorno y ahora la de Chi-llán y pasar sus armas a el partido de la riverade Maule, poblando en Duao, país  capaz debuen temple y muy fértiles en aquellas riberasdonde se resguardara el vado que el río abreallí, tiene gran comodidad para el riego de

    sus tierras, todos los que tienen estancias des-de el río Maipo hasta el río Maule que son 36a una a dos a tres y más leguas de estanciasse les puede reformar dejándoles las tierrasnecesarias y otro tanto más y en lo restanteacomodar a los pobladores con que quedaranunos con otros abrigados, la tierra poblada y

    11 El origen de la fundación de ciudades o villas, enel marco del proceso de colonización español,durante los siglos XVI, XVII, XVIII tuvo diversas ra-

    zones, entre las que se pueden indicar: defensa: laImperial, Angol, Villarrica y San Mateo de Osorno,Nacimiento y Santa Bárbara; racionalización delespacio y continuidad de los caminos: Santa Cruzde Triana (Rancagua), San Fernando, San Ambrosiode Linares, Santa Luisa de Parral, Santa María de LosÁngeles, entre otras; producción minera: San Am-brosio de Vallenar, San Francisco de la Selva (Co-piapó), San Rafael de Rozas (Illapel), entre otros. Esposible también agregar a los roles el de 1) activarel desarrollo agrícola, 2) ampliar el dominio de lasáreas rurales, 3) consolidar la ocupación del terri-torio colonizado al norte del río Biobío, 4) defensadel litoral ante agresiones externas, 5) consolidarla ocupación de zonas marginales del proceso de

    colonización, entre otras. Para un análisis detalladode estas funciones como de la posición de la ciudaden el territorio de colonización para los siglos indi-cados, el trabajo doctoral ya mencionado de MaríaDolores Muñoz (2009) es clave e indispensable.

    12 El término de “arriba” es interesante, ya que en laactualidad el sur se vincula con una percepcióncontraria, es decir, “más abajo”, considerando que

    el eje geográco del territorio está congurado de“norte a sur”. Por el contrario, lejos de este esquemamental, las tierras ubicadas “al sur” del asentamien-to de Chillán estaban identicadas con zonas ubica-das espacialmente hablando “más arriba”.

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    rica, impedida la entrada a el enemigo por lacordillera y demás pasos...” (Gay, 1840: 443).

    Del informe es posible inferir la real posi-bilidad de redistribuir la tierra, lo que permiteobservar importantes espacios vacíos, propiosde territorios discontinuos y de colonizaciónfrágil. La inseguridad en la conformación denúcleos de población que actuasen comoreferentes territoriales, sin duda inuido porlos levantamientos indígenas de 1654, llevó apensar al citado oidor que un área de mayorconcentración podía llegar a establecerseen la zona costera de la actual Región delMaule. De hecho, la refundación de Chillán

    en 1663, junto a la promesa de un compro-miso mayor de parte de la Corona españolacon los colonos, inició un período lento dereorganización espacial: “Volver a ocupar laregión fue una tarea lenta y arraigada, quetomó varias décadas a partir de 1655…” (Vi-llalobos y Rodríguez, 1997: 111).

    Lo anterior, es decir, la complejidad paraocupar y organizar estos territorios, aanzóun proceso muy interesante, que tuvo quever con un reforzamiento del poblamiento

    del valle central, particularmente de la zonaen torno a Santiago, en la medida que ellaapareció ante los ojos de la mayoría de loshabitantes del reino como el área ideal paravivir y asentarse.

    Si durante el siglo XVI los asentamientosdel sur, próximos al río Biobío y relativa-mente cercanos unos de otros, constituyeronun llamativo polo de desarrollo, “a partir de1600, Santiago consolida su puesto comola primera ciudad del país” (Guarda, 1978:

    54), aanzando ya en aquella lejana época elcentro de gravedad en torno al eje Santiago-Valparaíso-Aconcagua. Un interesante datopermite confirmar lo expuesto: la zona entorno al núcleo de Valdivia dependió admi-nistrativamente del virrey del Perú en formadirecta hasta bien entrado el siglo XVIII,1740, en que solo por cédula del 17 de sep-tiembre fue encargada a la Capitanía Generalde Chile. A pesar de ello, parte importante deesta zona austral mantuvo un estatus especialrespecto de los gobernadores, limitando sus

    intervenciones (Guarda, 1979).

    Es decir, junto a una diferenciación claraentre el valle del río Maipo y la zona austral,

    esto es, más allá del Maule, parte de aquellaárea geográca no perteneció administrati-vamente al gobierno instalado precisamente

    en la ciudad de Santiago. Como se verá, larepresentación espacial en el seiscientos ysetecientos fue el reejo de una contradic-ción entre la estructura urbana del Chilecolonial, si es posible llamarla de esa forma,donde el límite entre lo rural y lo urbano semanifestaba de manera muy difusa, y ciertasformas heredadas del medievo europeo, conuna trama compleja de jerarquización y dis-posición del espacio, donde la ciudad jugabaun rol protagónico13. Tal contraste, en ciertomodo, lleva a jar para el siglo XVII chileno 

    una atemporalidad territorial, en tanto que lavida del colono se insertó y desarrolló en unespacio geográco y cultural diverso, inclusode rasgos antagónicos entre sí (Trebbi delTrevigiano, 1980; Bayon, 1974)14.

    Desde esta perspectiva, para este tiempohablar de estructura urbana,  como lo hacenGuarda (1978) y otros autores, tal vez, resul-te una exageración. Hacia 1610 solo cincoasentamientos podían llegar a poseer unsentido urbano un poco más delimitado (con

    la relatividad indicada para el término). Aunasí, y por mucho tiempo más, no constituye-ron más que aldeas o villorrios en los que lavida transcurría con grados importantes dela atemporalidad indicada para el resto delvasto territorio. Esos centros eran La Serena,Santiago, Chillán, Concepción y Castro (Figu-ra Nº 1). En todas ellas, la estructura urbana

    13 Dice Trebbi del Trevigiano (1980) que “España eraun país urbanísticamente medieval al producirsela conquista” (Trebbi, 1980: 23), para referirse a lacomposición de una compleja estructura jerárqui-ca, cualitativa tanto en lo urbano como en lo rural.En el mismo sentido, y para claricar la diferenciaentre los sentidos urbanos heredados del medievoeuropeo y la difusa estructura urbana del reino deChile, Pirenne (1980) rearma aquella posición ur -bana de mayor relevancia: “… la ciudad medieval,tal y como aparece en el siglo XII, es una comunaque, al abrigo de un recinto forticado, vive delcomercio y de la industria y disfruta de un derecho,de una administración y de una jurisprudencia ex -cepcionales que la convierten en una personalidad

    colectiva privilegiada” (Pirenne, 1980: 138).14 La temporalidad, en un sentido evolutivo (siglosXVIII y XIX), herencia del cristianismo, es decir,dirigida hacia un n, es uno de los rasgos más dis-tintivos de la racionalización moderna de la vida.

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    no superaba las setenta casas, con la excep-ción de Santiago que ya alcanzaba más dedoscientas (Amunátegui, 1937). Con todo, los

    referentes urbanos más relevantes los cons-tituían los conventos y las iglesias, lo querefleja la existencia de una sociedad pocosecularizada, carencia que por cierto tuvo susefectos en la relación del español con el te -rritorio: “El lujo de la metrópoli fundada porValdivia (Santiago) consistía en sus iglesias. Amás de la Catedral, se habían construido tem-plos en los conventos de Santo Domingo, SanFrancisco, La Merced, San Agustín y la Com-

    pañía de Jesús. Había también dos monaste-rios de monjas...” (Amunátegui, 1937: 53).

    Como es fácil de comprender, Castro noera más que una pequeña aldea con solo12 ranchos, además de encontrarse hasta elpresente aislada por tierra. Concepción cons-tituía un enclave fronterizo y Chillán estabamayormente constituida por habitaciones depaja, denominadas ranchos. Particularmenteimportante es la posición de La Serena, otroracentro de mayor relevancia al ser un centroforzoso de retorno al virreinato del Perú, ya

    Figura Nº 1Ciudades a nes del siglo XVII

    Fuente: Elaboración propia.

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    que con el descubrimiento hecho por el pilo-to Juan Fernández, en 1574, los comerciantesy soldados, tanto en el viaje de ida como de

    regreso, preferían la vía marítima, que eramás rápida y segura. Para evitar la corrientemarina adversa, les bastaba alejarse de lacosta hasta la latitud de Valparaíso. De estemodo, La Serena, durante todo el siglo XVII yparte del XVIII, se mantuvo aislada (Amunáte-gui, 1937).

    A esta estructura urbana, el oidor de laReal Audiencia, Gabriel de Celada, agregabaotros tres centros, todos en el lado orientalde la cordillera de los Andes, en la provincia

    de Cuyo: San Juan, La Punta y Mendoza. Elmismo relator concluía frente al rey que todasestas poblaciones “son tan pobres como pocopobladas” (Gay, 1840: 95). En forma inequí -voca, la posición oriental de ellas hizo jarlas miradas del habitante del valle central enun horizonte que traspasaba la cordillera delos Andes, incorporando aquellos territoriosa su imaginario, reforzando la representaciónhorizontal del espacio, en un sentido oriente-poniente o viceversa.

    Lo expresado con anterioridad no inhibepara el siglo XVI y XVII el rol que jugaronvillas o zonas donde se produjo mayorconcentración de población. La ciudad, engeneral, fue el núcleo importante de pobla-miento y desde donde, en cierto modo, seorganizó el territorio. De hecho, el territorioquedó originalmente articulado en docecircunscripciones, incluida Cuyo, susten-tadas solo por una ciudad  principal, de lascuales rápidamente se extinguieron seis15 (Cobos, 1989). Sin embargo, a pesar de ese

    rol aglutinador inicial, en la práctica, todas ola mayoría de las ciudades de estos siglos decolonización inicial se mantuvieron por añosa la deriva, sobrellevando una vida precariay erizada de dicultades. Podría más bien

    decirse que fueron enclaves en despoblado (Cobos, 1989).

    A tal escenario, en el siglo XVII debeanexarse la posición que adoptan estos en-claves respecto de su entorno. No existió,en denitiva, una delimitación clara respec-to a los habitantes que “hacen vida urbananormalmente, y los que se van asentandoordinariamente en el territorio” (Góngora,1971: 3). En un proceso natural, el español sefue desenvolviendo en el espacio rural. Así,por ejemplo, en el valle de Quillota, junto alcamino Santiago-Valparaíso, hay sucientespequeños y grandes propietarios en torno a

    un convento franciscano para que en 1629 seestablezca allí una escribanía; de este modo,los vecinos de estas localidades ya no necesi-tan ir a la capital para sus escrituras públicas(Góngora, 1971).

    Tal difuso límite entre ciudad y zona ru-ral, particularmente tenue y frágil en el sigloXVII, desde esta perspectiva, obedece a quela noción del espacio era en su base perci-bida de esa forma, es decir, conformada poruna imagen espacial amplia y, en el fondo,

    heterogénea, desarticulada y poco compacta.En cierto modo, se trataba, si se desea mante-ner la palabra ciudad, de una ciudad abiertasobre el territorio.

    Tal grado de dispersión rural, comohan observado De Ramón (1978), Góngora(1971) y otros, se produjo de la mano deun nuevo estilo en la actividad productoradel país, que pasó de poner atención a labúsqueda de oro a una preocupación mayorpor la actividad agropecuaria. Esta “fomentó

    la difusión de la vida rural entre los descen-dientes de los españoles dispersando así la

     población” (Solano y Cerrillos, 1990: 464).Este tipo de organización u ordenamiento delespacio físico y social fue extensivo al restode América Latina, aun cuando hubo centrosurbanos que por un sistema de comunica-ción más compacto articularon de forma másracional el espacio regional y local (Céspe-des del Castillo, 2000). Sin embargo, para elcaso chileno en particular no se logró unaarticulación con la red general de trácos o

    aquello se consiguió de un modo parcial yprecario, debido, entre otras razones, a la es-casez de población, aislamiento geográco ymarginalidad en la producción y vinculación

    15 Las ciudades iniciales eran La Serena, Mendoza,Santiago, Chillán, Concepción, Angol, Cañete, Im-

    perial, Villarrica, Valdivia, Osorno y Castro, aunqueestas últimas cumplían más bien un rol de defensa.Al iniciarse el siglo XVI los asentamientos de lazona austral se extinguen, fruto de su propia preca-riedad como de la resistencia indígena.

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    53LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    mercantil frágil y modesta. Estos espacioscon sus economías y modos de vida puedenllamarse zonas desarticuladas y que prolon-

    garon la mirada territorial y cultural de losprimeros tiempos con su misma aspiracióna la diversicación y autosuciencia y conidéntica estructura: una minoría de colonosen asentamientos pequeños y pobres, o in-cluso en zonas rurales para mejor explotarlos excedentes de producción de comuni -dades indígenas , con un arraigo espacial detipo fronterizo permanente (Céspedes delCastillo, 2000).

    La imagen que se generó con la apropia-

    ción del espacio rural fue expuesta en los va -riados informes de los gobernadores y ocia-les reales. En aquel panorama era posible vera pastores, vaqueros y arrieros distribuidospor los hacendados en puntos clave del inte-rior de sus tierras: en los límites, las rincona-das de invernada, las pequeñas pampas pordonde el ganado pasaba en diferentes épocasdel año. De este modo, el paisaje caracterís -tico del campo chileno del siglo XVII estuvoíntimamente relacionado con grandes territo-rios abiertos, territorios cuyo ritmo tenía que

    ver con los impuestos por un tipo de desarro-llo endógeno, vinculado a la atemporalidada que se hizo alusión anteriormente: “Muymodestas casas de administradores, granerosy corrales, los trabajadores y habitantes de lahacienda repartidos en grupos de dos o tresranchos distantes unos de otros y a veces enincreíbles lugares dentro de la misma hacien-da. El viajero caminaba leguas para encontrarun par de ranchos y así se repetía el paisajeen jornadas de días enteros” (Mellafe, 1975:133).

    Indudablemente, esta disposición respectodel territorio, la ciudad abierta, amplió el ra-dio de inuencia de la capital, valorizando elárea comprendida en torno al río Maule. Ellollevó por tanto a una mayor presencia colo-nizadora sobre esa zona, planteando de esemodo un nuevo papel tanto para las comu-nidades indígenas como para los pasos cor-dilleranos. Así lo ha expresado Góngora, alplantear que la organización de la propiedaddel suelo rural es un fenómeno del siglo XVII

    y que, entre sus efectos, lejos de concentrarpoblación y organizar racionalmente el es-pacio, tendió a una formación de estanciasde tipo amplio, tratando de coincidir con las

    líneas del relieve y de la hidrografía. En estamedida, como expresa el propio Góngora(1970), “la tierra tiene todavía un valor inci-

    piente, muy inferior al que se le adherirá enlos dos siglos siguientes (XVIII y XIX)” (Gón-gora, 1970: 118).

    Una muestra más de la ruralización delterritorio, es decir, un espacio urbano quese perdía en la amplitud del espacio rural,estuvo dada por la instauración de partidosrurales, sin sede permanente de autoridades.En este período surge la gura del corregidorque en todos los casos vivía en el asenta-miento principal de las amplias zonas o,

    derechamente, en Santiago. En la práctica,este personaje fue más bien simbólico, enla medida que la población vivía completa-mente repartida y sembrada en sus campañasy parajes, en rancheríos, haciendas, casas yla costa (marina), de modo que se hizo im -posible que un solo corregidor ejerciese elcontrol sobre el territorio: “Las distancias porcubrir entre las localidades de asentamien-to eran apreciables, las travesías fragosas yarriesgadas; y todo esfuerzo venía en dupli-carse cuando la mayor parte del año debía

    de transitar, obligadamente, por caminos he-chos unos lodazales y cruzar sinnúmero deríos y esteros, y esteros más peligrosos quelos mismos ríos, todos con doble régimende caudal –pluvial y nivoso– e invadeablesen período de crecidas, y con el agravantede que vastas porciones de tierra quedabanconvertidas en islas , al perderse vados y pa-sajes con las corrientes y turbiones” (Cobos,1989: 26).

    Interesa recalcar que tal dispersión impli-

    có una pauta simbólica hacia el territorio y,en esa medida, hizo surgir valores y costum-bres en el modo de accionar hacia él. Desdeel punto de vista aquí tratado, el valor ciudaden este contexto temporal implicó un aconte-cimiento discursivo tan arraigado como lo fueposteriormente la consolidación de la ciudadilustrada, matriz de una interpretación espa-cial marcada por la integración y homologa-ción territorial. En este hecho discursivo –laracionalización e integración territorial– laciudad jugó un papel protagónico. La dife-

    rencia de ese valor y perspectiva, se estima,estuvo dada en el énfasis de su rol en los pri-meros años de colonización respecto de lossiglos posteriores.

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    El espacio rural al adquirir una dimen-sión distinta a toda otra previamente co -nocida, llevó a valorizar áreas que antes

    no poseían importancia alguna y, en ciertomodo, levantó íconos territoriales, comoríos, valles, espacios costeros, accesos trans-versales como, por ejemplo, el río Maule ytoda su zona de influencia, que pasaron aser actores relevantes del, aunque paulatino,nuevo modo de relación del hombre con elespacio. Desde cierta óptica, esta nueva va-lorización y disposición hacia el suelo forjóun sistema cultural que llevó a desligarsede formas de uso previo y que, sobre todo,poco o nada tuvo que ver con el que se fue

    instaurando paulatinamente a partir del sigloXVIII.

    En resumen, siguiendo nuestro hilo argu-mental del presente artículo, el siglo XVII ensu conjunto asiste a una prolongación de lourbano, si es posible llamarlo así, en la posi-ción de ciudad abierta al territorio. El eje es-tructurante inicial, lo urbano-militar, es reem-plazado por un nuevo centro de gravitaciónmarcadamente rural. En la práctica, durantetodo el siglo en cuestión no se fundó ninguna

    ciudad de importancia en contraste con laocupación inicial y la política fundacionalposterior (Mellafe, 1981).

    El punto es clave para el propósito plan-teado aquí, ya que el modelo inicial urbano-militar, cuyos íconos es posible visualizarpara el siglo XVI en Santiago, Concepcióny algunos asentamientos menores de zonasaustrales, se transformó hacia el siglo XVIII enun modelo que volvió a posicionar lo urba-no como eje estructurante del espacio, pero

    desde una posición radicalmente distinta ala inicial. Este giro paradigmático surge conel siglo XVIII, especícamente con la llegadadel modelo francés (borbones), donde lo ur-bano tendió a una postura mucho más racio-nal, propia de los tiempos, en que la ciudadfue vista como ente administrativo, reguladordel tráco comercial y punto de enlace de lacompleja trama de relaciones sociales y eco-nómicas, además de reejo del depósito deideas que las colocaban como punta de lanzaen el devenir temporal de los hombres. Es de -

    cir, allí se conjugaba la historia.

    Aquel nuevo rol, ahora más civil quemilitar, forma parte del inicio de la confor-

    mación del nuevo acontecimiento discursivo,este es el proceso de unicación territorial,necesario para administrar y controlar el te-

    rritorio en su conjunto, dando pauta, comoya se ha insinuado, a los procesos de racio-nalización, control, dominio y ordenaciónterritorial que darán origen a la representa-ción del espacio en el siglo XIX: “La ciudadmilitar, prototipo de la establecida en elsiglo XVI, dejó sitio a la civil, modeladapor Santiago durante el siglo XVII y adop -tada denitivamente para todas las nuevaspoblaciones de la zona central del país quesurgieron durante el siglo XVIII (Quillota, SanFelipe, Los Ángeles, Talca, Cauquenes, San

    Fernando, Curicó, entre otras). Justamente larepoblación de Concepción en otro lugar deaquel que tuvo originalmente y las inciden-cias ocurridas con motivo de su traslado enla segunda mitad del siglo XVIII, constituyentodo un símbolo del cambio y son síntomasclaros de la modicación del concepto de lourbano que se había producido en el país”(De Ramón, 1978: 188).

    En contraste, con un valor o perspectivamuy distinta, a principios del siglo XVII un

    testigo de la época armaba que Santiago erala única ciudad del vasto territorio, estiman-do que “ya no hay más Chile” (De Ramón,1990: 33)16. El resto del territorio vivía desu amplitud y del sentido desarticulado queaquella misma amplitud imponía. De estasuerte, los asentamientos, precarios y frágilesse dispersaban por el territorio ostentandoun nombre más que materializando la nece-sidad de control: “... porque entiendo que laostentación de alguno de sus fundadores, porla fama que tenían sus obras con tal nombre

    de ciudades, o por pensar que con el tiempovendrían a ser populosas, obligó a darles des-de el inicio tal nombre como en conanza,cuyo origen de nombre de ciudad lo fundanen las más en un fuerte de poca considera-ción de palos o tapia donde desde el nacer,las bautizan con tal nombre; y como todasno han crecido de acuerdo a sus edades,

    16 En el citado texto no se hace referencia a quién es

    aquel testigo, pero es muy probable que se reera aAlonso González de Nájera, autor de Desengaño yreparo de la guerra del reino de Chile , quien vivióen la época y que es citado con antelación en elmismo ensayo.

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    55LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    hanse quedado algunas desmembradas comoplantas en ruin terreno...” (De Ramón, 1990:32)17.

    En la misma línea, en general, para los si-glos XVI, XVII y parte del XVIII, no es posiblehablar de obras públicas en el sentido dadopara una parte de este último y, fundamen-talmente para el XIX, donde se dieron de unmodo más sistemático y con una orientaciónmás racional. En la práctica, ellas no exis-tieron. Los caminos, por ejemplo, no fueronobjeto de obras especiales, en la medida que

    constituyeron rutas naturales marcadas máspor el tránsito que por trabajos realizados enellos. La única obra pública de importancia

    construida en los siglos XVI y XVII, por lo de-más reconstruida varias veces, fue un puentecolgante que permitía cruzar el río Maipo. Noexistió otro puente en las zonas rurales hastanes del siglo XVIII, por lo que en épocas decrecidas, los viajeros que iban al sur –en sumayoría por asuntos militares o eclesiásticos–optaban por la ruta de la costa donde los ríospermitían vado natural o, en su defecto, enbalsas (Solano y Cerrillos, 1990). De aquellafragilidad da cuenta la Figura Nº 2.

    El panorama invita, por tanto, a pregun-tarse ¿qué era lo que representaba a Chile enel seiscientos y setecientos?, ¿qué era lo querepresentaba lo urbano en aquella heteroge-neidad y amplitud espacial?, y al observarcon detención las palabras de aquel cronistaque establecía que además de Santiago “yano hay más Chile”.

    Un relativo desarrollo urbano

    El siglo XVIII introdujo cambios indiscuti-bles en muchos ámbitos, y en consecuenciael discurso sobre lo urbano se fue volviendocada vez más verdadero, lo que comenzó aafectar directamente en la representación te-rritorial del reino. Una mayor racionalización

    17 Así, por ejemplo, en la misma línea, el rey, a travésde la Real cédula dirigida a la Audiencia de Chile(Madrid, 11 de octubre de 1608), pedía a la Audien-cia de Chile explicación por la despoblamiento dela provincia de Cuyo, expresando el asunto del si -guiente modo: “He sido informado que las ciudadesde Mendoza, San Juan de la Frontera y San Luis deeste distrito se van despoblando porque los vecinosencomenderos de ellas las desamparan y se van avivir a la ciudad de Santiago y de La Serena, conlicencia que sacan para ello de los gobernadoresde ese reino por inteligencias y negociaciones quetienen, sacando los indios de los términos de las

    dichas ciudades se van arruinando y despoblando,que es de mucho inconveniente, especialmente ladicha ciudad de Mendoza, por ser la escala de loque entra y sale en esas provincias y donde se re -paran los socorros de la gente que se envía de estosreinos....” (Jara, 1965: 217). Un texto similar en Me-dina (1928).

    Figura Nº 2Puente cordillerano. Imagen de sendero o vado

    Fuente: González, 1992.

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    en las disposiciones espaciales llevó a quela identidad territorial viviese un proceso decambio que terminó por generar una imagen

    territorial moderna no comparable ni mediblecon las anteriores. Este cambio, sin embargo,siendo constante, fue paulatino y demorótodavía al nuevo siglo –el XIX– para aanzardefinitivamente la imagen moderna del te-rritorio que en la actualidad se posee y, conella, la maduración de la ciudad ilustrada.

    Con la llegada de los borbones se diocurso a una política ilustrada que incidióen el modelo de ordenamiento del territoriocolonial y que se concentró en una serie de

    medidas de control y dominio que impacta-ron sobre ese espacio en su conjunto, cuyolenguaje fue llevando a una reinterpretacióny a la formación de un nuevo punto de vista yperspectiva del territorio.

    Un aspecto que ha sido bastante estudiadoy, en propia opinión, se le ha sobrevalorado,fue el tema del desarrollo urbano y la funda-ción de ciudades. Sin duda, se trató de unaestrategia pública importante, ya que supusouna actitud de control sobre el espacio que

    al hombre ilustrado  le tocaba administrar. Enotras palabras, el proceso fundacional desa-rrollado por la casa de los borbones duranteel siglo XVIII signicó bajo esta política urba-na  una reagrupación territorial que afectó laestructura rural dispersa que hasta inicios deesa centuria presentaba el paisaje del reino.

    En efecto, clave en esta nueva disposiciónterritorial fue la renovada valorización de lourbano como eje de desarrollo territorial, unimpacto simbólico de gran relevancia. Sin

    embargo, como otras líneas de acción, enla práctica, el territorio hacia nes del sigloXVIII e incluso hasta bien avanzado el sigloXIX siguió desenvolviéndose en su amplitudrural. Ya se verá esta disociación importanteentre discurso y práctica, es decir, el énfasispor el control y dominio cuyos resultados evi-dentes desde el punto de vista de la identidadterritorial solo maduraron en el siglo XIX.

    La formulación común al proceso funda-cional del siglo XVIII en Chile, como es el

    caso de San Agustín de Talca (1742), San Joséde Buena Vista de Curicó (1743), Santa Cruzde Triana (Rancagua,1743), San Fernando deTinguiririca (1742), Nuestra Señora de Las

    Mercedes de Cauquenes (1742), Santa Maríade Los Ángeles (1742), por nombrar algunasvillas, fue una respuesta directa, entre otros

    aspectos, a los intereses reales por reforzar supoder –civil y militar – en las zonas ruralesdel reino, y mantener un dominio práctico yefectivo sobre la población, el territorio y lasactividades militares, religiosas y económicasdesarrolladas en él. Por tal motivo, en 1703,recién asumida la casa de los borbones, sedictó una real cédula para incentivar unamayor concentración de la población, la quedesde la perspectiva de esta nueva dinastíaestaba excesivamente ruralizada y dispersa.En cierto modo, el proceso urbanizador,

    además de haber sido sinónimo de progresoy adelanto, fue una necesidad obvia dadolos nuevos sucesos que acontecían en plenosiglo XVIII, como por ejemplo, la reordena-ción administrativa llevada a cabo por losborbones, así como la serie de prácticas deexploración, viajes cientícos y estudio terri-torial, todo lo cual llevó a adoptar medidassobre el paisaje rural, entre otros factores, porel problema asociado al latifundio.

    El latifundio, como ha quedado demostra-

    do por diversos autores (Mellafe, 1981; Sala-zar, 1985; Góngora, 1960; Góngora, 1955),terminó al cabo de un siglo por absorber ala gran mayoría de la población rural –“delmodo puertas adentro otorgando al reino unparticular paisaje humano”  (Mellafe, 1981:96). Su dominio fue amplio y no solo se ejer-ció en un sentido demográco y económicogeneral, sino también se extendió al aspectode la distribución espacial, de la estructurasocial y de la psicología y valores del campe-sino (Mellafe, 1981). Durante buena parte de

    la Colonia, “la hacienda llevó una existenciasemiaislada. Constituyó un pequeño mundo,alejado de las ciudades y con escasos contac-tos hacia fuera. Dentro de ellas se producíanalimentos, y rústicos bienes artesanales quesatisfacían las necesidades de sus habitantes”(Villalobos et al., 1985: 160).

    Es decir, la hacienda fue la unidad admi-nistrativa que caracterizó el paisaje rural degran parte de la Colonia, y que concitó laconvergencia del poder económico y social

    del espacio circundante, lo que en denitivala llevó, entre otros aspectos, a organizar ycontrolar el comportamiento de la mano deobra, a secundar a la autoridad gubernamen-

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    57LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    tal en diversas materias, como por ejemploel control policial, y a habilitar con diversosinsumos a las pequeñas unidades productivas

    de ella dependientes. Desde esta perspectiva,es posible armar que la política de pobla -ciones de la primera mitad del siglo XVIIIimplicó una revisión y una crítica al sistematradicional de asentamiento rural y a la granpropiedad (Góngora, 1960).

    En consecuencia, la política urbana propi-ciada por la Corona, “transcurre en un climade tensiones cuya principal manifestaciónla constituyen los pleitos en que se ven en-vueltos los hacendados y los pobladores de

    las nuevas villas” (Lorenzo y Urbina, 1978:38). Aquella estrategia urbana  solo adquiriómayor consistencia hacia 1740, con la pre-

    sencia del gobernador Manso de Velasco,que emprendió precisamente la organizaciónde los espacios urbanos, con la fundación

    de un grupo de villas en lugares adecuadosdesde el punto de vista geográco-políticoy de la concurrencia de una población basecapaz de dar vida propia a las futuras villas(Tscherebilo, 1976). Así, se fundan Los Ánge-les, en 1739, y villa de San Felipe, en 1740.Dos años después emergen Cauquenes, SanFernando y Talca; en 1743 se erige Rancaguay Curicó y, nalmente, en 1745 se ocializaCopiapó como villa.

    En forma particular, la Figura Nº 3, referida

    a la villa de San Carlos, muestra el contextoruralizado de la ciudad. La preocupación porexpresar los accidentes geográcos y los ani-

    Figura Nº 3Imagen villa San Carlos (hacia 1801)

    Fuente: Archivo Nacional. Fondo Varios , vol. 969.

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    males que la circundan simbolizan la delgadalínea entre campo y ciudad, aún para nes delsiglo XVIII y comienzos del XIX. Las haciendas

    en los distintos partidos continuaron, sin em-bargo, concentrando la mayor parte del podercomercial y cultural, “salvo Quillota y Talca,donde el volumen del comercio urbano fuemayor que en el resto del partido” (Lorenzo,1987: 103). Expresado de otra forma, el resul-tado inicial limitado del plan de fundacionessufrió el impacto de la ausencia de una baseeconómica capaz de originar una estructuraocupacional que asentara en forma estable alos moradores en las villas de reciente crea-ción, de suerte que después de casi 70 años

    de su fundación, en 1813, Curicó y Talca, porejemplo, solo alcanzaban los 2.007 y 5.112habitantes, respectivamente18.

    La población rural, por tanto, continuósiendo ampliamente mayoritaria durante todoel siglo XVIII, situación que se prolongó engran parte del XIX, a pesar del programa gu-bernamental de fundación de villas y aldeas ycontinuó ubicándose en los campos y en lasnuevas franjas fértiles del valle central (Trebbidel Trevigiano, 1980). Llama la atención que

    entre los criterios recurrentes para emplazarlas villas, además de que el terreno tuviesesuciente agua, fuese fértil, dispusiese de ár-boles para leña y construcción, es que “ellasestuviesen a la vera de los caminos reales”(Lorenzo, 1987). Esto parece importante, yaque la política ocial, tendiente a la centrali-zación de la población dispersa, terminó porotorgar un mayor sentido y protagonismo alcamino o sendero del valle central, aanzan-do una ocupación de los valles interiores endesmedro, por ejemplo, de otros costeros.

    El principio de integración, por tanto,resultó ser un aspecto sustancial para loslineamientos ociales en materia de ordena-miento territorial. En el fondo, los nuevos eincipientes centros urbanos se constituyeron

    en factores de cierta importancia para eldesarrollo de las comunicaciones interre-gionales, contribuyendo con el tiempo a un

    arreglo –si bien modesto todavía– de los ca-minos antiguos y a la construcción de nuevasrutas, fundamentalmente para el transportemular (Pinto Vallejos, 1976). Un contempo-ráneo criticaba el modelo de ocupación deespacio indicando que “los españoles hanfundado sus ciudades..., pero muchas deellas hubieran sido mejor colocadas sobre lasriberas de los grandes ríos, para facilitarles elcomercio. Este defecto es mucho más notorioen las nuevas fundaciones” (Molina, 2000:312). Una excepción a esta regla lo constitu-

    yó Nueva Bilbao (1794), más tarde llamadaConstitución, donde fue posible observar unaocupación del espacio de orientación autó-noma, es decir, respondió a la necesidad dediversos pobladores para asentarse y ancar-se en nuevos territorios (Acuña, 1944).

    Por otra parte, en 1780, en varios informesenviados a la Corona, ansiosa por tener infor-mación de lo que administraba, se indica unaserie de pueblos para la provincia de Maule,entre otros Rauquén, Curato de Huenchullán,

    Peteroa, Lontué, Vichuquén y Paredones,todos los cuales destacan por una presenciamuy elevada de españoles de ambos sexos(Solano, 1994). Esto permite relacionar, comoha quedado demostrado por especialistas enla materia, la estrecha vinculación entre lospueblos de indios y la futura ubicación devillas, de suerte que la mera presencia de unpueblo de indios siempre fue incentivo parasituar allí alguna villa de españoles. Interesan-te es, a su vez, constatar que en la cartografíadel siglo XVIII se indican una serie de lugares

    que suponen asentamientos humanos mezclade pueblos de indios y de españoles (Loren-zo, 1987). En el mapa de la costa de Chiledel Museo Naval de Madrid guran bajos delRapel y puerto de Natividad. En el plano deReino de Chile en América Meridional, hechopor orden del virrey del Perú en 1793, se in-cluye al puerto de San Antonio y río Maipo;quebrada de Lora en el río Mataquito. Porúltimo, en el mapa de América del Sur com-puesto por Juan de la Cruz Cano, en 1775,resaltan los asentamientos de San Antonio,

    Bucalemu, Rapel y Topocalma.

    En términos generales, por tanto, se esti-ma que la práctica de la fundación de villas o

    18 Es decir, aún aldeas comparables hoy en día a pue-blos patagónicos ubicados en la costa de Aysén,caletas de pescadores o en la llamada carretera Aus-tral. En dicha región, se habla de su constitución ur-bana para referirse a estos asentamientos que, al vi-

    sitarlos, uno constata que no son más que pequeñasy frágiles aldeas que, como antaño, son sinónimo deprogreso y modernidad. A modo de ejemplo, CaletaTortel, Cochrane, Villa O’Higgins, Puerto Cisnes,Raúl Marín Balmaceda y La Junta.

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    59LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    aldeas en pleno siglo XVIII no logró materia-lizar uno de sus objetivos esenciales: la mo-dicación radical de la estructura territorial

    desintegrada existente en una etapa previa alos borbones. Lo diverso, lo distante, lo he-terogéneo, la vastedad, persistió todavía demanera sólida.

    Aun así, aquella relatividad no debe hacerperder de vista que su relevancia radica enque ellas –las villas– fueron la base urbana sobre la cual se desarrollaron durante el sigloXIX, a partir de la Independencia y de la con-solidación del Estado nacional, las tendenciascada vez más vigorosas de la urbanización

    chilena (Geisse, 1977). Aquello que se llamóla valorización de lo urbano como eje de de-sarrollo territorial. El concepto ciudad, comomedio de negocios y de poder, además devincularse en vocero del progreso y de la His-toria, continuó quedando todavía relegado alos espacios de concentración de poblaciónmás importantes, como lo eran Santiago, Val-paraíso, La Serena y Concepción. De hecho,en 1796 un comerciante talquino realizabalas gestiones para que Talca fuese declaradaciudad, ofreciendo pagar “100 pesos por una

    vez y su media anata que son 50 reales másun donativo de 500 ducados si fuere necesa-rio para conseguir, junto al título de ciudad,los títulos de muy noble y leal” (MartínezBaeza, 1994: 84)19.

    En este marco, a pesar de un alcancerelativo en sus inicios, no debe mitigarse laimportancia del proceso de racionalizaciónespacial o política de poblaciones que seprodujo en Chile en las postrimerías de laColonia, proceso por lo demás común a toda

    América española (Martín Lou y Múscar,1992)20. Tampoco, por cierto, inhibe el im-pulso reformista que para Santiago se produjoen el intercambio de ambos siglos; solo lorelativiza. De hecho, solo en Chile el cambio

    en el panorama territorial entre el n del si-glo XVII y el término de la centuria siguientesigue siendo notable. Hasta 1700 los pobla-

    dos existentes se localizaban en una franjacomprendida solo entre lo que hoy se conocecomo el Norte Chico y la zona central, conun núcleo urbano de avanzada, Valdivia, alsur del Biobío, además de Concepción. Unsiglo después, producto de aquella forma deracionalización, el panorama era notoriamen-te diferente, colaborando en la tendencia porgenerar un imaginario territorial más compac-to, integrado y uniforme. Así se ha gracadoen la Figura Nº 4, la que debe ser comparadacon la Figura Nº 1 para una mejor compren-

    sión.

    Las ciudades como articuladorasde la representación del

    territorio nacional21

    Con el cambio de siglo, del XVIII al XIX,se asiste a una conrmación de lo que aquíse ha estado llamando la consolidación de laciudad ilustrada en discurso verdadero, es de-cir, el momento en el cual la ciudad chilena

    se visualiza desde la interpretación modernadel territorio, tornándose clave en esta nuevarepresentación espacial. El paisaje, un asuntocultural, ya no es el mismo, ahora le perte-nece a la estructura imaginaria de la actitudilustrada (Roger, 2007; Cosgrove, 2002), yen ese horizonte, la ciudad es un sujeto ine-vitablemente presencial. Se asiste, podría asíllamarse, a la constancia del paisaje urbano.

    19 Gabriel Guarda (1997) indica que de “las 260 fun-daciones hispánicas (solo) 27 tuvieron el título deciudad, 44 de villas, 34 fueron “plazas” y “lugares”;todas ellas de españoles, a las que hay que agregar91 villas y reducciones de indígenas...” (Guarda,

    1997: 68).20 Dicen los autores (Martín Lou y Múscar, 1992): “To -dos los espacios sudamericanos vieron surgir nuevasciudades, sobre todo para ocupar espacios vacíos ”.Las fundaciones que se llevaron a cabo durante el

    siglo XVIII y hasta 1809 pueden ser agrupadas dela siguiente forma según los países en que se hallanactualmente: Venezuela, 115; Colombia, 25; Perú,2; Bolivia, 1; Chile, 77; Argentina, 22; Paraguay,18 y Uruguay, 13. A su vez, los índices de urbani -zación se colocaron entre 20% y 25% y se registróen toda América colonial un crecimiento generalde la población: de 10,2; 11,4 y 11,7 millones dehabitantes de 1570, 1650 y 1700, respectivamente,se pasó a 18,9 millones en 1800. De este modo,“la población de las grandes ciudades seguía enascenso mientras que la población indígena comen-zaba un lento crecimiento. Tanto las actividadeseconómicas como el papel político asignado a otrasciudades, antes insignicantes, cambiarán el mapa

    colonial previo al siglo XVIII…”. Para una mayorprofundización del proceso de urbanización enAmérica colonial, ver Solano (1990).

    21 El título es una adaptación de un notable artículodel lósofo argentino Biagni (1989).

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    60 REV ISTA  DE  GEOGRAF ÍA  NORTE  GRANDE

    Por tanto, para el siglo XIX se debe en-tender la ciudad, lo urbano, como un pilararticulador y configurador de las políticas

    racionalizadoras que se desarrollaron sobreel territorio. Ellas, es decir, las ciudades (laciudad como elemento ilustrado), fueron in-terpretadas y comprendidas como el ambien-te donde el individuo mejor podía ejercer lostalentos de la civilización. En cierta forma,la ciudad permitió incorporar al individuo almundo de la razón (modernidad) frente a unmundo natural que aun siendo fuente de ri-queza se vinculaba más bien con lo primitivo

    o lo atrasado. A su vez, lo urbano resultó serun elemento vital para ordenar el territorio yjar en él una trama coherente de relaciones,

    cuya armonía dependía en parte de anular losespacios vacíos y tender a la homologaciónsimétrica de ellos. Como en Argentina, yotras latitudes americanas, aquellos espaciosvacíos constituyeron verdaderas fronteras, encierto modo obstáculos por resolver desde elpoder (Hevilla, 1998; Zusman, 1999).

    Lo anterior es clave para el siglo XIX chi-leno, cuyo inicio cultural es posible encon -

    Figura Nº 4Ciudades a nes del siglo XVIII

    Fuente: Elaboración propia.

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    61LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    trarlo en la visión ilustrada de los borbonesen pleno siglo XVIII, en tanto la ciudad noaparece tanto por crecimiento acumulativo

    de una aldea, sino por la interacción de unasaldeas sobre y con otras. Así, por ejemplo, lopercibía Benjamín Vicuña Mackenna, repre-sentante del liberalismo del siglo XIX, cuandoestablecía que para el siglo XVI, “Chile eraentonces un desierto. No existían sino tres po-blaciones que no pasaban de simples aldeas.Santiago, no tenía... sino quinientos vecinos,y La Serena solo contaba siete pobladores...Entre Santiago y el Biobío ¿qué recursos, quepoblaciones intermedias había? Ninguna”(Vicuña Mackenna, 1939: 392). Ese panorama

    territorial, a sus ojos, resultaba ser un factorque evitaba el dinamismo que la civilización imponía al Estado. Reriéndose en 1868 alasunto fronterizo con los indígenas del Bio-bío, expresaba que: “Nuestro deber primeroes someter esa parte de la población a la partecentral del territorio del Estado y de poner acubierto las vidas e intereses de la poblacióncivilizada que está en su frontera, y como taldeber no puede ponerse en duda, es indispen-sable tener presente la extensión de esa fron-tera” (Vicuña Mackenna, 1939: 406).

    Vicuña Mackenna (1939) vincula el ám-bito citadino con lo civilizado, y en esecontexto Santiago, lo mismo que las otrascapitales, debía liderar el camino del pro -greso: “Santiago ha sido siempre un modelovivo de progreso para las demás ciudadesde la República. ¿Ha progresado Santiago?Todas las capitales de provincia, los departa-mentos, las aldeas mismas, se han puesto enviaje hacia el adelanto. ¿Se estanca Santiago?Entonces todas las poblaciones se detienen

    y comienzan a podrirse... los pueblos envirtud de nuestra férrea centralización, estánacostumbrados a mirarse como en un espejoen la capital; han copiado sus adoquines, susavenidas plantadas de árboles, sus espaciososcaminos de cintura. Como patrón y modelo,el progreso de Santiago equivale al progresouniversal de la  comunidad...” (Vicuña Mac-kenna, 1939: 479).

    Las palabras de Vicuña Mackenna (1939)reejan huellas. Lo rural se opone a la na-

    ción, como pilar de un Estado que dibuja enla historia urbana la semblanza del progreso.De modo global, la ciudad simboliza el cora-zón del territorio nacional. El famoso Domin-

    go Faustino Sarmiento llega a sostener quela aldea francesa o chilena es la negación deFrancia o Chile, y nadie quisiera aceptar ni

    sus costumbres, ni sus ideas, como una mani-festación de la civilización nacional (VicuñaMackenna, 1939).

    Un territorio amplio, natural y disperso,por tanto, concentraba los ojos críticos deaquellos forjadores de la nación, autodeni-dos como representantes de la modernidad.Reriéndose a la Araucanía, el propio VicuñaMackenna llega a ponderar negativamenteel hecho que ese territorio dominado por elmundo indígena “se ha empequeñecido en

    territorio y en pobladores... es un hecho evi-dente la despoblación gradual y no interrum-pida de la Araucanía” (Vicuña Mackenna,1939: 409).

    La ciudad, en este sentido, se transformóen un sujeto clave del modelo de ordena-miento del territorio que se impuso durante elsiglo XIX. Es decir, fue una forma de raciona-lidad que tomó conciencia de sí, adquiriendoidentidad y una estructura representacional eimaginaria para la comunidad, de modo que

    se tornó verdadera en la forma de percibiry modelar un espacio como el chileno. Dehecho, se volvió indiscutible y tan cierta que,salvo los problemas que ellas han acarreadoen el siglo XX (congestión, contaminación,entre otros) y que han puesto un manto dedudas en torno a ellas, en el XIX fue un sujetonecesario e ineludible de dominio y poder.Imposible oponerse a su gura.

    En efecto, la ciudad fue un discurso depoder, fue un elemento que permitió orientar

    de mejor forma la actitud racional de la mo-dernidad. Ella fue, en consecuencia, la cunaideal donde la elite dirigente, constructora deuna nación, pudo ejercer y desarrollar sus ne-gocios. Ella una vez más concentraba la aten-ción de las transacciones. El comercio, comolo indica Vicuña Mackenna (1939), en todaspartes civiliza. Mirando al mundo indígena,sentencia: “Pasemos a la industria, a la agricul-tura, como medio de propaganda civilizadora.Pero de qué arte son capaces esos bárbaros,que solo saben amarrar sus lanzas y enfrenar

    sus caballos?” (Vicuña Mackenna, 1939: 420).

    En las ciudades se concentraba, por tanto,aquel discurso que simbolizaba lo superior

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    y el sentido del espacio controlado (en con-traposición al salvaje, no controlado, rural oirracionalmente natural). En un mundo que

    buscaba homologar el territorio en una reali-dad u horizonte común, las ciudades jugabanun papel preponderante. Su consolidaciónera, en el fondo, una práctica estratégica queexpresaba una cultura que se hacía global, ca-racterística del siglo XIX, donde se establecíay desarrollaba una relación de poder para conel mundo social circundante y, en este caso,para con el territorio. Lo que era Santiagopara el resto del territorio, eran ciertos am-bientes internos para el resto de Santiago. Enefecto, en ella (la ciudad) existían áreas que

    integraban el patrimonio de la elite, reservaspor lo general creadas con el propósito de sa -tisfacer los requerimientos de una vida urbanatan sosticada como elegante. Fundamental-mente, paseos donde era posible exponer unmodo de vida, que no era sino una declara-ción categórica a favor de la distinción. Portanto, sí cabe imaginar que la exclusividadtraducida, por ejemplo, en la segregación so-cial de los espacios, tuvo por objeto transfor-mar una apreciación subjetiva (la superioridadoligárquica), en una realidad fáctica, concre-

    ta, palpable. Ella tenía, en denitiva, poderescapaces de objetivar sus propias interpretacio-nes (Vicuña Urrutia, 1996: 49).

    Lo anterior, refleja que en buena partela percepción moderna del territorio fuetambién el resultado de un proceso de obje-tivación de interpretaciones, que en cuantosociales se transformaron en verdaderas. Lateatralización o representación moderna delterritorio tiene en parte que ver con aquellaobjetivación. La mirada moderna del territo-

    rio, con la ciudad y el ferrocarril como sím-bolos de una interpretación, fue el resultadode aquella puesta en escena (el mito que creay consolida aquella mirada). En una nacióndonde todo estaba por hacer, interpretar elespacio era una meta y para ello se reque-rían agentes modernizantes. Uno de ellos, laciudad. Ella dejó atrás los particularismos ybuscó, en su afán de dominio, ejercer podercomo identidad nacional.

    Por cierto, la ciudad no fue el único su-

    jeto que contribuyó a instalar un imaginariocolectivo de un territorio más unificado ycompacto. Durante el siglo XIX se desplega-ron una serie de estrategias de poder que se

    sumaron a las desarrolladas en el XVIII (elcontrol de los espacios vacíos, la búsqueda yacumulación de información, la exploración

    de nuevos territorios, la supremacía simbólicade la ciudad sobre lo rural). De las del sigloXIX se puede destacar la conformación deuna historia nacional que diese sentido a sushabitantes, la materialización del telégrafo,del correo, el mejoramiento de caminos ypuentes y, particularmente, la implemen-tación del ferrocarril, todas iniciativas quecolaboraron a congurar un espacio más uni-cado y homogéneo.

    Por otra parte, el largo proceso de laiciza-

    ción de las instituciones y de la sociedad engeneral alentó y profundizó aquella unidadterritorial requerida por la nación. Del mismomodo, el continuo progreso material en obrasportuarias, caminos, en infraestructura en ge-neral, sumado a la incorporación de una seriede riquezas naturales al comercio nacional,aportó sustancialmente a la certeza de un te-rritorio que se volvía cada vez más compactoe identicable en el imaginario colectivo.

    En un trabajo, para el caso de México, en

    el marco de los estudios de nuevas identida-des colectivas, Lemperiere (2003) hace unanálisis semejante a este. Aun cuando se cen-tra en materias religiosamente festivas (comolo hizo Paz para elaborar su “laberinto de lasoledad”), establece que después de la des-aparición del imperio español, las “múltiplesidentidades religiosas locales se oponían, porel simple hecho de seguir existiendo, al con-cepto homogeneizante e igualitario de la na-ción republicana liberal” (Lemperiere, 2003:333). De allí que en México resultase mucho

    más complejo el proceso de llevar a la ciu-dad a los patrones de la oligarquía. En ciertomodo, para usar las mismas palabras deaquel autor, la ciudad barroca compitió porlargos años con la ciudad cívica. Por cierto,en Chile este proceso no se dio. Pero lo quesí sucedió, y que nalmente terminó impo-niéndose también en México, fue la exigen-cia paulatina de una interpretación territorialque debía incorporar a las particularidadeso, como ha sido llamado en una investiga-ción más amplia, homologar las diversidades 

    (Núñez, 2009): “... la nación como progresoera, por lo tanto, lógicamente, la asimilaciónde comunidades y pueblos más pequeños enotros mayores...” (Hobsbawm, 2000: 48).

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    63LA CIUDAD COMO SUJETO: FORMAS Y PROCESOS DE SU CONSTITUCIÓN MODERNA EN CHILE, SIGLOS XVIII Y XIX

    En denitiva, una dinámica urbana, comose dijo, que terminó por aanzar la cohesiónque la nación requería para consolidarse.

    La ciudad, como el ferrocarril, el telégrafou otros hitos de poder y dominio, por tanto,representó un símbolo que sirvió para iden-ticar una concepción o interpretación delterritorio especíca (Geertz, 2000).

    Consideraciones nales

    Se han expresado en este relato dos as-pectos centrales: 1) que la ciudad, en tantoacontecimiento discursivo, es un imaginarioepocal, cuya representación, valor, interpre-tación, posición o punto de vista dependede su contexto histórico, por lo que no esposible otorgarle el rol de esencia, y 2) quesu formación en discurso verdadero en lamodernidad fue un proceso paulatino queconjugó miradas territoriales en tensión (delespacio vacío, diverso, fragmentado y hetero-géneo al compacto, uniforme y homogéneo)y que la comprensión actual de la ciudad, entanto forma de racionalidad, surgió principal-mente del siglo XVIII y se aanzó, denitiva-mente, en el siguiente siglo. Ese fue el tiempodel surgimiento de lo que se ha llamado laconstitución o interpretación moderna de laciudad en Chile.

    Desde ambas perspectivas, este texto es unproblema del presente, ya que remite a lo quese es en la actualidad y cómo se convive endeterminadas formas de conocimiento, poder oracionalidad, en este caso aún vigentes. En esteámbito, la ciudad, si bien es temporalmentemuy antigua, no lo es tanto en su estructuraimaginaria moderna, de acuerdo a la deni-ción de modernidad formulada al inicio22.

    Es decir, interesó preguntarse, a partirde la perspectiva histórica, qué es la ciudadhoy y qué representación de verdad continúaconstituyendo hoy. Sin duda, todavía unacerteza pero, por ejemplo, ya no brilla comodurante el siglo XIX. El notable geógrafo

    español Horacio Capel (2001) ha ilustra -do respecto de este punto, al expresar queincluso la ciudad del XIX es posible de ser

    considerada una experiencia no comparablecon el concepto de ciudad actual: “A partirde ese momento (siglo XIX), a la vez que laciudad y lo urbano se convirtieron en objetode reexión, surgió la necesidad de inventarnuevas palabras que sirvieran para designarla nueva realidad espacial y los principiosteóricos que permitieran controlar su desarro-llo. La “urbanización” en su doble sentido deproceso y resultado, así como las expresiones“suburbano” y “periurbano”, aparecen preci-samente para designar una nueva realidad ”

    (Capel, 2001: 88).

    La valorización de la ciudad, inclusoen los inicios de la Ilustración, ha sido unarealidad cambiante. Hoy la ciudad ya nogenera el consenso de antaño, aunque no estampoco una novedad que muchos bucólicosdescarguen su ira contra ella. Ya en el siglo

    22 Se ha expresado en una investigación más amplia so-

    bre la formación del imaginario moderno del territo-rio (Núñez, 2009): “El territorio se presentó en la mo- dernidad   como un ‘texto’. El espacio y la naturalezaestaban allí, pero a la luz del protagonismo otorgadoa la razón, aquel ‘texto’ fue siendo reinterpretado,

    de modo que lo que representó para unos hombrespoco o nada tuvo que ver para otros. Es decir, el

    texto del territorio, como un rostro que varía conel tiempo, fue adquiriendo un signicado distinto,de tal modo que la lectura de los hombres del sigloXVII era ya ilegible para los del XIX. Una suerte dehermenéutica del territorio . En el fondo, desde estepunto de vista, la imagen del territorio le pertenecea cada cultura y es, por tanto, relativa. La represen -tación del territorio se puede entender, por tanto,como un juego dual entre el lector y aquel territorio(el texto). La imagen del territorio se va objetivandoen la conversación, en el lenguaje, en un procesotemporal , todo lo cual lleva al hombre a sentirse mo- derno en su relación con el territorio. ¿Qué hizo quelos ‘chilenos’ se sintiesen ‘modernos’? No fue tanto

    una creación o concepción de una realidad que ‘era’,por esencia, moderna. Más bien fue aquel acuerdo ouniformidad en el lenguaje que tomó un tiempo ensolidicarse como imagen, lo que hizo que, a travésde aquella objetivación, se adoptase una identidadmodernizante (el ‘mito’, según Lévi-Strauss). Tantoen el siglo diecinueve como hoy se ha estimado queesa es una realidad sustancial o nal, en la medidaque existe consenso respecto de aquella identidad.Ese ‘consenso’ es lo que Foucault ha denominadoacontecimiento discursivo  que con el tiempo se torna‘verdadero’. Sin embargo, aquella ‘realidad’, comoha expresado Richard Rorty, viene a ser el espejo através del cual proyectamos un sentido o una ‘segu-ridad’ para el ser. Es decir, el hombre se supo y sabe

    moderno a través de aquel espejo al que llamamosrealidad ”. Muchos autores han colaborado a girar enesta perspectiva, entre otros: Nietzsche, Heidegger,Gadamer, Foucault, Lévi-Strauss y Francisco Varela,por nombrar algunos.

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    XVIII incluso no era extraño escuchar vocescríticas, ya que ante esta forma de seculari-zación el mundo se apartaba de Dios (Capel,

    2001). Sin embargo, se piensa que su emer-ger verdadero es todavía muy sólido y, queduda cabe, su lenguaje todavía es relevanteen un ordenamiento territorial que la priorizacomo sujeto regulador, que uniforma y le dasentido y racionalidad al espacio, del mismomodo, en eso no ha habido cambios, comose proyectó en los siglos XVIII y XIX.

    Desde esta perspectiva, parece interesanteposicionar a la ciudad como un referente cul-tural y un imaginario temporal. En otras pala-

    bras la ciudad no existe como valor superior,la ciudad es historia, es decir, la ciudad espunto de vista y perspectiva. Como ha expre-sado el propio Capel (2001): “Las dicultadespara una definición de lo urbano   derivan,ante todo, de la diversidad de situacionessociales en que aparece y de la necesidad deintroducir la perspectiva histórica en su ca-racterización” (Capel, 2001: 65).

    Para concluir, en este texto el énfasis hasido puesto en expresar que la ciudad en

    tanto acontecimiento discursivo ha sido, his-tóricamente, una discontinuidad, es decir,no ha sido un proceso evolutivo donde en laactualidad se haya alcanzado un nivel supe-rior de ciudad. Ella, por el contrario, en surepresentación actual es una forma culturalmoderna y que, en ese contexto, desempeñóun papel y colaboró, junto a otras formas deracionalidad, en forjar una imagen del territo-rio particular, distinta e inconmensurable conotras antecedentes. La ciudad a partir del sigloXVIII se fraguó en una actitud hacia la vida

    muy diferente a la precedente. Esa actitudtambién fue territorial y, desde ese punto devista, la ciudad –desde aquella interpretación–se transformó en un sujeto relevante de aqueldevenir. Es cierto, la ciudad como sujeto depoder y dominio fue y es relativa, pero no porello menos verdadera.

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