numero-35

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ENTRAMADO Expresión y Análisis Director: Orlando Arias Solís Año III Morelia, Mich., Enero 2015 Num. 35 Subdirector: Jaime Buenaventura Murillo Fernández Visitanos:http://www.ocupen_su_localidad.mipropia.com Correo Electrónico:[email protected] ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO No basta siquiera descubrir lo que somos. Hay que inventarnos.” Rosario castellanos Mariel Montserrat Ramírez Aguilar El tema de la violencia de género suscita un debate que dista de estar acabado, más aún, pareciera que hoy más que nunca, las relaciones de opresión y de violencia deben ser abordadas, pensadas y discutidas con más interés que nunca, puesto que nos encontramos envueltos en una vorágine de violencia y degradación del denominado “tejido social”. Se me presenta difícil imaginar cómo es que las mujeres de esta época podamos pensarnos a nosotras mismas, o mejor dicho estereotiparnos a nosotras mismas como víctimas de violencia de género. Pero creo que, de principio, nos topamos con una mala interpretación de la violencia de género que nos puede hacer pensarnos a las mujeres como únicas víctimas en las relaciones de opresión y sometimiento o violencia. Parece evidente que las mujeres de ahora estamos comenzando a concebirnos a nosotras mismas como “mujeres de mujeres” y ya no más como “mujeres de hombres”, pero también es cierto que para que este proceso esté comenzando a dibujarse como una realidad, ha sido necesario una lucha por la concientización colectiva, y más que concientización social, este proceso ha sido un trabajo de las mujeres mismas y entre las mujeres mismas. Es por ello que, entonces, si la violencia de género ha dejado, en apariencia, de ser un problema de carácter privado, y si el Estado la ha reconocido como un problema con connotaciones públicas y sociales, no quiere decir, por supuesto, que la lucha esté ganada.

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    Director: Orlando Arias Sols Ao III Morelia, Mich., Enero 2015 Num. 35Subdirector: Jaime Buenaventura Murillo Fernndez Visitanos:http://www.ocupen_su_localidad.mipropia.com

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    ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA VIOLENCIA DE GNERO

    No basta siquiera descubrir lo que somos.

    Hay que inventarnos.

    Rosario castellanos

    Mariel Montserrat Ramrez Aguilar

    El tema de la violencia de gnero suscita un debate que dista de estar acabado, ms an, pareciera que hoy ms que nunca, las relaciones de opresin y de violencia deben ser abordadas, pensadas y discutidas con ms inters que nunca, puesto que nos encontramos envueltos en una vorgine de violencia y degradacin del denominado tejido social.

    Se me presenta difcil imaginar cmo es que las mujeres de esta poca podamos pensarnos a nosotras mismas, o mejor dicho estereotiparnos a nosotras mismas como vctimas de violencia de gnero. Pero creo que, de principio, nos

    topamos con una mala interpretacin de la violencia de gnero que nos puede hacer pensarnos a las mujeres como nicas vctimas en las relaciones de opresin y sometimiento o violencia.

    Parece evidente que las mujeres de ahora estamos comenzando a concebirnos a nosotras mismas como mujeres de mujeres y ya no ms como mujeres de hombres, pero tambin es cierto que para que este proceso est comenzando a dibujarse como una realidad, ha sido necesario una lucha por la concientizacin colectiva, y ms que concientizacin social, este proceso ha sido un trabajo de las mujeres mismas y entre las mujeres mismas.

    Es por ello que, entonces, si la violencia de gnero ha dejado, en apariencia, de ser un problema de carcter privado, y si el Estado la ha reconocido como un problema con connotaciones pblicas y sociales, no quiere decir, por supuesto, que la lucha est ganada.

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    En 1994, la Convencin Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, tambin conocida como Convencin Belm Do Par, define a la violencia como cualquier accin o conducta, basada en su gnero, que le cause muerte, dao o sufrimiento fsico, sexual o psicolgico a la mujer, tanto en el mbito pblico como en el privado. Ah mismo, se distingue y reconoce tres formas en que se puede ejercer la violencia: fsica, verbal y sexual.

    Se hace alusin especficamente a la mujer como agente violentado y tambin se hace una separacin entre el mbito pblico y el mbito privado, aunque no especifica los espacios, tareas y roles asignados a cada espacio.

    Por ejemplo, la frase de esto es un problema estructural, parece tan familiar actualmente que hace pensar que todos conocemos bien aquella estructura a la que nos estamos refiriendo y que podemos identificar, fcilmente tambin, los mecanismos por los que la estructura orgnica opera. Pero esto no es as. Dicha estructura est cubierta por un entramado complejo de costumbres y significaciones que, muchas veces, pasamos de largo sin darnos cuenta de que estamos reproduciendo los mismos esquemas de dominacin que criticamos.

    Seguimos errneamente pensando que gnero es sinnimo de mujer y que los esfuerzos por erradicar la violencia de gnero deben centrarse en el caso especfico de la violencia que se ejerce contra las mujeres. El trmino violencia de gnero es ambiguo y permite su uso como escudo ante otros tipos de violencia, tambin de gnero, cuyo blanco no somos las mujeres especficamente, pues la violencia afecta indistintamente a hombres, mujeres y dems variantes.

    No estoy proponiendo que se matice el tema de la violencia de gnero englobndolo en los trminos de la violencia en general. Contrario a ello, estoy de acuerdo en que cada tipo de violencia de gnero tiene sus particularidades; ya sea contra una mujer o contra un hombre o contra un transexual o incluso mismo la violencia que ejerce el propio Estado contra aquellas personas que se rehsan a ser encasilladas en un gnero especfico.

    Debemos admitir que continuar con la ambigedad del trmino violencia de gnero, permite, entre otras cosas, que se promueva la imagen de la mujer como vctima del hombre, ya que este arquetipo de la vctima-mujer refuerza la nocin de objeto, femenino, pasivo, inmovilizado, receptor y su contraparte, el victimario-varn, sujeto, activo, fuerte, dominante. En trminos hegelianos, estaramos frente a la renuncia voluntaria del esclavo con tal aceptacin de la mujer como vctima de este sistema de relaciones.

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    Pierre Bourdieu ha escrito que Cuando los dominados aplican a lo que les domina unos esquemas que son producto de la dominacin [] sus actos de conocimiento son, inevitablemente, unos actos de reconocimiento, de sumisin [] pero, la indeterminacin parcial de algunos objetos permite interpretaciones opuestas que ofrecen a los dominados una posibilidad de resistencia contra la imposicin simblica (2000) Es decir, las mujeres no somos vctimas de los hombres, ni los hombres son vctimas de las mujeres. Ambos somos vctimas y victimarios a la vez, en un sistema que jerarquiza y opone pero ante el cual siempre podr haber resistencia.

    Con Gayle Rubin (1972) y su concepto de sistema sexo-gnero podemos ver que el sexo, tal y como lo concebimos, es tambin un producto social y culturalmente determinado, y por tanto, no podemos en ningn momento pretender hablar de una naturaleza masculina y menos femenina. Esto nos lleva nuevamente al anlisis de Bourdieu y al planteamiento de que el terreno de la batalla est ubicado. Deber llevarse a cabo en lo simblico, en los espacios de produccin, reproduccin, eternizacin, ahistorizacin, naturalizacin de las estructuras de dominacin. No debera pues, seguir siendo la lucha de un gnero contra otro, que slo sirve para seguir reproduciendo y perpetuando los mecanismos de dominacin mediante tal discurso.

    Debemos aspirar a la transformacin de las relaciones de poder (en donde alguien es el oprimido y otro el opresor), en relaciones ms humanas y equitativas. Sea esto posible o utpico, vale la pena seguir en la trasformacin continua. Y aunque los caminos son diversos, pues no puede haber una toma de consciencia absoluta o total para la liberacin, como tampoco una sola forma de resistencia eficaz, podemos comenzar a promover la

    idea de Mara Izquierdo, que nos dice que mientras siga existiendo la nocin de gnero, seguir habiendo desigualdad y mientras siga habiendo desigualdad habr jerarquizacin y mientras siga habiendo jerarquizacin, seguir habiendo opresin.

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    DOS POEMAS

    Orlando Arias Sols

    OFRENDA

    He venido a buscar el fasto y la ceniza

    Que expelen los terrenales das,

    La secreta armona que florece

    En el oscuro rbol de la vida,

    El temblor difuso de la flor en la madrugada;

    El sortilegio de la espiga y el fruto maduro,

    El nahual y su lamento, el afilado grito

    Del colibr horadando el ingrvido sopor

    De esta tierra inconmensurable y antigua.

    He venido a aspirar el azafrn y la rosa,

    El tibio elixir fermentado en el estanque

    De un jardn oculto y remoto.

    Raz y sombra, nudo y cogollo

    Profundidad silente y obscurecido designio,

    He venido a entregar mi obnubilado espritu

    Y su frgil envoltura mortal,

    Mi cuerpo insepulto y purificado

    Por una lluvia incesante que golpetea

    Las mortecinas flores de la gris

    Disolucin del mundo.

    a ello he venido, s, a ello he venido!

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    RECUENTO

    Da a da desfallecemos sin tregua

    y emerge la pena vencedora del olvido,

    Pero el sueo an podra encontrarse

    si logramos trasponer los umbrales

    del alba

    Silenciosas como el oscuro flujo de la sangre

    transcurren nuestras plomizas horas,

    ya no tenemos tanta vida por delante

    pero si tan solo pudisemos tocar

    un instante el temulo blancor de la

    espuma;

    Vivir-as sea breve-, el fulgor rojizo

    del mundo antes de hundirnos

    en la spera sombra

    del polvo aniquilante

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    ITINERARIOS

    Gabriela Aguirre * Tomas apuntes de ti misma, inventas un alfabeto.Alguien dice que lo importante son las pieles, sin embargo t guardas en el clset los recuerdos y te vistes con uno distinto cada da. Cuando la noche es el mejor amante, es tu sexo el lugar al que vuelven los insectos. Te quitas los zapatos, caminas descalza. A tres puertas es tan fcil sentirse culpable. Abres los ojos para no verte. Maldices ese color, la palabra tarde, los aretes cortos, el momento en que cruz la puerta. Maldices la bveda, a Bach, a Paganini. Es tan fcil sentirse culpable, repites. En la mente las cosas suceden de otra manera: es la partitura secreta del violinista, la ciudad extranjera a la que siempre se vuelve. * Hay carteles con nuestros nombres por todas partes. Sin ttulo. Bastara olvidar lo aprendido, abrir el libro en la misma pgina, inventar un pasamanos para volver. Sera suficiente entrar a una habitacin conocida con la certeza de nunca antes haber estado en ella, desconocerse en la ropa de todos los das, en el cuerpo de la mujer que duerme de espaldas a ti. No te repitas, no memorices. Te lo dirn todas las paredes, los cabellos en el piso, los buenos das que desearas vinieran de otros labios. Desaparecern de las calles los carteles, la ciudad olvidar con la lluvia los momentos compartidos tirados al suelo. Recordars esto como se recuerda una pelcula con mal sonido, una reproduccin psima de Renoir. * He soado peces muertos: anticipacin de lo terrible.

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    Alguien lee historias en un libro. No me mira. No existo. No hay ninguna flor con mi nombre, ninguna enciclopedia habla de lo que no es. Noticias que vienen de lejos hablan del robo de unas pinturas; sin embargo algo de los colores permanece en el museo, como el ltimo sonido en un auditorio tras el concierto. La biblioteca desaparece casi entre el fuego. La rosa. El nombre. Hay personas condenadas a estar juntas solamente en un poema. Elega nuestra en la que habitamos. * Y las noticias de otro continente, y el dolor en la mueca. Signos de lo presentido. A veces la indefinicin es la definicin, el deseo que no se nombra, historias en la palma de la mano. Recuerdos todos de lo que no debiera recordarse. Y siempre el deseo de hacerse a un lado, desaparecer para aspirar a un destino ms alto. No somos los de entonces, sino entonces. Busca las palabras que me delimiten, la lnea que divida y d a cada quien lo que correponde. Emprendes un viaje largo y no vuelves. * Un boleto como separador en un libro (siempre te ha gustado ir los domingos por la tarde al cine). Atrs, con tinta azul, unos versos de Rilke. Glosas que hablan de lo que el libro no dice. Todo ngel es terrible. El nuestro tambin, dices, como si en verdad lo tuvisemos. Y todos y el silencio y t y yo. Se ha hecho el crepsculo en tu mirada. Monumento, estatua, poema en la piel que se repite interminable.

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    DOS POEMAS DE CESARE PAVESE VERR LA MORTE E AVR I TOUI OCCHI (VENDRA LA MUERTE Y TENDRA TUS OJOS)

    Vendr la muerte y tendr tus ojos, esta muerte que nos acompaa desde el alba a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un absurdo defecto. Tus ojos sern una palabra intil, un grito callado, un silencio. As los ves cada maana cuando sola te inclinas ante el espejo. Oh, amada esperanza, aquel da sabremos, tambin, que eres la vida y eres la nada. Para todos tiene la muerte una mirada. Vendr la muerte y tendr tus ojos. Ser como dejar un vicio, como ver en el espejo asomar un rostro muerto, como escuchar un labio ya cerrado. Mudos descenderemos al abismo. FIN DE FANTASA Este cuerpo no volver a empezar de nuevo. Al tocar las cuencas de sus ojos uno nota que un montn de tierra est ms vivo, ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar silencio en su interior.

    Pero un cadver es un resto de demasiados despertares. No tenemos ms que esta virtud: comenzar cada da la vida ante la tierra, bajo un cielo que calla esperando un despertar. Se asombra alguien de que el alba implique tanto esfuerzo. De despertar en despertar una labor ha sido efectuada. Pero vivimos solamente para darnos en un estremecimiento al trabajo futuro y despertar de una vez a la tierra. Y alguna vez ocurre. Despus vuelve a callar con nosotros. Si al rozar aquel rostro la mano no estuvise insegura, viva mano que siente la vida que toca, si de veras aquel fro no fuese otra cosa que el fro de la tierra, el alba que hiela la tierra, tal vez no sera un despertar, y las cosas que callan en el manto del alba, diran todava palabras. Pero tiembla mi mano y entre todas las cosas se asemeja a la mano inmvil. Otras veces, despertarse al alba era un dolor seco, un jirn de luz, pero era as mismo una liberacin. La avara palabra de la tierra era alegre en un rpido instante y morir era todava regresar a ella. ahora el cuerpo que espera es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra. Ni siquiera lo dicen los labios.