Nuevas variantes de monedas de Alfonso VIII (1158-1214) en territorios recién conquistados

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7 NUEVAS VARIANTES DE MONEDAS DE ALFONSO VIII (1158-1214) EN TERRITORIOS RECIÉN CONQUISTADOS RAÚL SÁNCHEZ RINCÓN Contextualización A inicios del año de 1200, el ejército de Alfonso VIII domina Guipúzcoa, gran parte de Álava y el Duranguesado, e incorpora estos territorios definitivamente al reino de Castilla. Es el epílogo a la crónica de una derrota anunciada. Los monarcas navarros deben ceder ante el enésimo embate de sus poderosos vecinos, castellanos y aragoneses, y asistir a la segregación de uno de sus bienes más preciados 1 . Las pretensiones sobre estas tierras se remontan a 1134 2 , año de la restauración del reino de Pamplona. Muerto Alfonso I el Batallador (1109- 1126), sin descendencia directa y con un testamento de difícil ejecución, se cuestiona el futuro próximo de las coronas aragonesa y navarra. La salida a la crisis política viene en forma de ruptura: García Ramírez (1134-1150), apoyado por la oligarquía pamplonesa y el tenente de los territorios vascos, el conde Ladrón, reinará en Navarra (incluidas amplias zonas de Álava, el Duranguesado, la Vizcaya Nuclear y Guipúzcoa); Ramiro II hará lo propio en Aragón. Mientras tanto, Alfonso VII (1126-1157) se beneficia de la coyuntura para ocupar la Rioja Alta, uno de los espacios perdidos durante el reinado de su madre. A partir de dicha fecha, los sucesivos soberanos 1 La pérdida de las posesiones guipuzcoanas privan a Navarra de la anhelada y perseguida salida al mar. Tiempo atrás, en 1180, Sancho VI había concedido a tal efecto fuero a San Sebastián. Se pretendía crear una villa con marcado carácter marítimo destinada a canalizar el comercio navarro a través del puerto (Fortún, 2000: 462). 2 Desde el 1024, en tiempos de Sancho el Mayor, Álava (corónimo que englobaba entonces seguramente a Vizcaya. Guipúzcoa ignota hasta el momento, entra en las páginas de la Historia en el 1025 con motivo de una donación, parece integrarse en el reino pirenaico en torno al año mil) se encuentra entre los territorios sujetos a la soberanía pamplonesa. Aprovechando la minoría de edad del conde de Castilla García Sánchez, el rey navarro asume el control del condado. El asesinato del heredero en 1029 propició, empero, el inicio del proceso de integración de derecho de las tierras alavesas en el reino de Pamplona (Besga, 2003). No debemos olvidar que, tras la muerte del infante, la herencia del solar castellano recaía en la mujer de Sancho III, Muniadonna, hermana mayor del desaparecido García Sánchez. En 1076 asistimos a un nuevo cambio de titularidad en las citadas posesiones al socaire de otro asesinato, en esta ocasión del monarca Sancho IV el de Peñalén. Su muerte es utilizada por el rey de Castilla, Alfonso VI, para recuperar antiguas heredades - Álava y Vizcaya- y ocupar nuevas -Guipúzcoa y La Rioja-. GACETA NUMISMATICA SEPTIEMBRE 2008 DICIEMBRE 2008 170/171

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NUEVAS VARIANTES DE MONEDAS DE ALFONSO VIII (1158-1214) EN TERRITORIOS RECIÉN CONQUISTADOS

RAÚL SÁNCHEZ RINCÓN

Contextualización

A inicios del año de 1200, el ejército de Alfonso VIII domina Guipúzcoa, gran parte de Álava y el Duranguesado, e incorpora estos territorios definitivamente al reino de Castilla. Es el epílogo a la crónica de una derrota anunciada. Los monarcas navarros deben ceder ante el enésimo embate de sus poderosos vecinos, castellanos y aragoneses, y asistir a la segregación de uno de sus bienes más preciados1.

Las pretensiones sobre estas tierras se remontan a 11342, año de la restauración del reino de Pamplona. Muerto Alfonso I el Batallador (1109-1126), sin descendencia directa y con un testamento de difícil ejecución, se cuestiona el futuro próximo de las coronas aragonesa y navarra. La salida a la crisis política viene en forma de ruptura: García Ramírez (1134-1150), apoyado por la oligarquía pamplonesa y el tenente de los territorios vascos, el conde Ladrón, reinará en Navarra (incluidas amplias zonas de Álava, el Duranguesado, la Vizcaya Nuclear y Guipúzcoa); Ramiro II hará lo propio en Aragón. Mientras tanto, Alfonso VII (1126-1157) se beneficia de la coyuntura para ocupar la Rioja Alta, uno de los espacios perdidos durante el reinado de su madre. A partir de dicha fecha, los sucesivos soberanos

1 La pérdida de las posesiones guipuzcoanas privan a Navarra de la anhelada y perseguida salida al mar. Tiempo atrás, en 1180, Sancho VI había concedido a tal efecto fuero a San Sebastián. Se pretendía crear una villa con marcado carácter marítimo destinada a canalizar el comercio navarro a través del puerto (Fortún, 2000: 462). 2 Desde el 1024, en tiempos de Sancho el Mayor, Álava (corónimo que englobaba entonces seguramente a Vizcaya. Guipúzcoa ignota hasta el momento, entra en las páginas de la Historia en el 1025 con motivo de una donación, parece integrarse en el reino pirenaico en torno al año mil) se encuentra entre los territorios sujetos a la soberanía pamplonesa. Aprovechando la minoría de edad del conde de Castilla García Sánchez, el rey navarro asume el control del condado. El asesinato del heredero en 1029 propició, empero, el inicio del proceso de integración de derecho de las tierras alavesas en el reino de Pamplona (Besga, 2003). No debemos olvidar que, tras la muerte del infante, la herencia del solar castellano recaía en la mujer de Sancho III, Muniadonna, hermana mayor del desaparecido García Sánchez. En 1076 asistimos a un nuevo cambio de titularidad en las citadas posesiones al socaire de otro asesinato, en esta ocasión del monarca Sancho IV el de Peñalén. Su muerte es utilizada por el rey de Castilla, Alfonso VI, para recuperar antiguas heredades -Álava y Vizcaya- y ocupar nuevas -Guipúzcoa y La Rioja-.

GACETA NUMISMATICA

SEPTIEMBRE 2008DICIEMBRE 2008170/171

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castellanos no cejarán en su empeño de restituir la situación territorial de 1076 (Fortún, 2000: 444). Así, a lo largo del siglo XII, se suceden los ataques y las subsiguientes respuestas en la frontera con Castilla (1134, 1136, 1158, 1162-1163, 1173-1176, 1195, 1198, 1199-1200) o los intentos de reparto del pequeño reino pirenaico entre castellanos y aragoneses (Tratados de: Carrión de los Condes -1140-, Tudején -1151-, Lérida -1157-, Cazola -1179- y Calatayud -1198).

La campaña de 1199-1200 supone el punto final a las hostilidades. Las tropas de Alfonso VIII penetran en Álava desde Pancorbo (6 de mayo) y dirigen los esfuerzos bélicos casi de inmediato, tras varias escaramuzas en la cuenca del Ayuda -condado de Treviño-, a sitiar Vitoria, objetivo último del ataque. El cerco, iniciado antes del 5 de junio3, se desarrollará en los 8 meses siguientes, y pondrá a prueba la resistencia y tenacidad de los defensores. Paralelamente, el contingente castellano debió centrar sus miras en asegurarse el control del territorio, no olvidemos que se movían, en apariencia, en medio hostil4, bien a través de nuevas operaciones militares y/o entablando negociaciones con las élites de Álava y Guipúzcoa. El soberano navarro, Sancho VII (1194-1234), dada la gravedad de los hechos y la debilidad manifiesta, abandonó el reino en busca del auxilio almohade, única potencia peninsular capaz de hacer frente al poderío alfonsí. Desactivada la vía catalano-aragonesa, aliada en aquellos instantes de Castilla, el rey fuerte, marcha a tierras musulmanas donde sólo consigue recaudar importantes sumas de dinero. El tiempo perdido en dicha expedición, unido a la falta de un contraataque contundente, no hacen sino agravar la situación de los asediados. Desprovistos de alimentos, la cosecha de ese año no pudo ser recogida, y desanimados, quizá por la ausencia del monarca y el prolongado encierro, piensan en entregar la ciudad. No obstante, semejante acción no se podía llevar a cabo sin recibir antes autorización expresa del rey, si no se quería incurrir en traición. A tal efecto, se acuerda establecer una tregua y enviar una delegación, compuesta por el obispo de Pamplona y un caballero de la guarnición, en busca del beneplácito regio. Escuchados los argumentos, Sancho VII (1194-1234) permite la capitulación de la villa. Vitoria, última plaza fuerte en rendirse, a

3 Fernández de Larrea Rojas, J.A. (2000): “La conquista castellana de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado (1199-1200)”, RIEV 45, 2, p. 433. 4 La postura adoptada por las aristocracias locales en el conflicto no suscita unanimidad entre los diferentes autores consultados. Unos prefieren hablar de colaboración (Fortún, 2000: 480-485; González, 1982: 246-247) y otros, de resistencia (Fernández de Larrea, 2000: 435-437).

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excepción de Portilla y Treviño5, pasa a manos de Alfonso VIII en enero de 1200. Las variantes

Tras la conquista, la llegada de numerario propio del nuevo poder reinante se produce sin solución de continuidad. La economía, el comercio, la vida… siguen su curso y no entienden ni de quiebras políticas, ni de mudas de soberanía. Como era de esperar, las especies monetarias de la corona de Castilla sustituyen de forma natural, en el cambio de centuria, a las navarras. De hecho, las series más modernas (y/o de amplia fabricación, hasta 1256) del reinado de Alfonso VIII6 copan el mercado, representando un porcentaje significativo en el registro arqueológico. No puede decirse, sin embargo, lo mismo del resto de acuñaciones, de las que no existe constancia, al menos de momento. Constituyen aquellas series, de dineros pepiones (anterior a 1178-1256) y de dineros burgaleses (1195-1256), los únicos testimonios numismáticos castellanos, atribuibles a finales del XII - principios del XIII, presentes en los diferentes yacimientos consultados7. Es en dos de ellos, Otaza y Túnel de San Adrián, donde hemos detectado las novedades a descubrir en próximas líneas. Las circunstancias de ambos hallazgos son dispares y no responden, a diferencia de los otros ejemplos expuestos, a intervenciones arqueológicas al uso. El conjunto de San Adrián fue descubierto en 1964, por miembros de la Sociedad Excursionista Manuel Iradier de Vitoria-Gasteiz, en el fondo de una de las galerías secundarias del paso natural de montaña que une las provincias de Álava y Gipuzkoa8. Mientras que el tesorillo de Otaza es fruto de un hallazgo casual9. 5 Ambas, dos islas navarras en territorio castellano, son intercambiadas por Inzura y Miranda de Arga, posesiones de Castilla en Navarra, en 1201. 6 Seguimos en este punto a A. Roma (2000:140-164). 7 Álava. Catedral de Santa María (Vitoria-Gasteiz): dineros de Sancho VI de Navarra (dS6): 1, dineros pepiones (dp): 9, dineros burgaleses (db): 5, dineros de Alfonso IX de León, ¿dineros leoneses?: 1, dineros de Jaime I de Aragón: (dJ1): 1. Ermita de San Julián y Santa Basilisa (Zalduondo): dp: 1. Otaza (Vitoria-Gasteiz): dp: 6, db: 5028. Bizkaia. Recinto fortificado de Orduña (Urduña-Orduña): dp: 1. Gipuzkoa. Iglesia de San Esteban (Oiartzun): dS6: 1, dp: 1, dJ1: 1. Túnel de San Adrián (Parzonería general de Gipuzkoa y Álava): dS6: 10, dS7: 9, dp: 54, db: 12. La pieza otorgada a Alfonso IX o Fernando II de León (nº 56), que por lógica cronológica debería incluirse en la siguiente relación, en realidad es una doble mita de Flandes. 8 En el sondeo realizado para recuperar los diversos materiales visibles, además de ciento cuarenta y dos monedas, hallaron veintidós hebillas, nueve placas de cinturón, dos anillos y catorce llaves. "Los objetos aparecieron en una fina capa de tierra

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Tres nuevas variantes representan mi humilde aportación en la búsqueda de una mejor caracterización de un tipo tan profusamente estudiado como los dineros burgaleses10: dos piezas inéditas y un ejemplar no extraño en las colecciones, pero que la diosa Fortuna quiso favorecernos a la hora de su identificación.

Dinero burgalés de Nájera al triple de su tamaño

Dinero burgalés, Alfonso VIII (1158-1214), Nájera, 1195-1211-121411. Anverso: ΛИFVS REX, rodeada de gráfila circular de pequeñas líneas. Busto, preciso, coronado a la izquierda ocupando el campo. Ojo ovalado, pelo recogido en doble moño, portando túnica o manto real de cuello

negra arcillosa (en lo que parecía ser un charco, según palabras de Elisa García Retes, autora de la primera catalogación), sin estratigrafía definida y con un espesor de 4 a 7 cm". (García Retes, 1987: 394). 9 Durante las obras de demolición del pequeño pueblo de Otaza, situado a 6 km. de Vitoria-Gasteiz pero dentro de su término municipal, previas a la construcción del futuro aeropuerto de Vitoria-Foronda, la familia de Rosa Álvarez Navarro encontró mientras paseaba por sus terrenos una olla de cerámica repleta de monedas. Con posterioridad, y ante el alcance de la noticia, una excavación de urgencia promovida desde el Museo de Arqueología de Álava permitió localizar más fragmentos cerámicos pertenecientes a dos recipientes y 36 dineros burgaleses. La vasija oculta junto al paño exterior de un muro o enlosado, sobre el que, parece, se levantó la iglesia del pueblo, contenía un total de 5034 dineros de vellón. 10 Cfr. Álvarez Burgos, 1998: 53-54; Collantes, 1973: 113-136; Domingo Figuerola, 1977: 203-221; Pierson, 1970: 23-27; Roma, 2000: 159-163. 11 Todos los numismas objeto de estudio están depositados en el Museo de Arqueología de Álava. En este punto quiero mostrar mi más sincero agradecimiento a los responsables de la citada entidad por la inestimable ayuda prestada, y en especial a Elisa García Retes por su infinita paciencia.

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abierto adornado con una cadena o collar representado por tres filas horizontales (la superior, realizada a base de puntos). Reverso: CΛ/STE/LΛ, retrógrada. Castillo de configuración recta con dos torres almenadas en gráfila circular de pequeñas líneas. En el centro, vástago con cruz patada en su extremo ocupando el campo. Encima de las torres marcas de ceca, a la izquierda: estrella de cinco puntas y maciza, a la derecha: letra И. La primera letra Λ está invertida, hacia abajo. Peso: 0.82 gr. Módulo: 17 mm. Dirección de cuños: 4H Nº Inventario: OTAZA_Ha(llazgo).6012

Referencia Bibliográfica: ÁLVAREZ BURGOS, F. (1998): Catálogo general de las monedas españolas: Catálogo de la moneda medieval Castellano-Leonesa. Siglos XI al XV, Vol. III, Madrid, p. 54, nº 201.2. Variante leyenda de reverso. ROMA VALDÉS, A. (2000): Moneda y sistemas monetarios en Castilla y en León durante la Edad Media (1087-1366), Barcelona, p. 162, Buen estilo, Grupo Cb. Sin subtipos. Asume la tipología propuesta por L. DOMINGO FIGUEROLA (1977: 213, nº 20), que, a su vez, se basó en los trabajos de A. PIERSON (1970: 24, nº 4) y E. COLLANTES (1973: 121, nº 32). Si bien, en la catalogación de FIGUEROLA la leyenda del tipo general se lee de izquierda a derecha (sentido contrario a las agujas del reloj) y no de derecha a izquierda (sentido horario). Una vez revisados los dineros de dicha ceca (6 monedas), podemos despejar las dudas albergadas relativas a su identidad y afirmar que nos encontramos ante una nítida letra “N/И” y no ante una “Λ”. Al examinar las leyendas de anverso y reverso de esta emisión, se observa la acusada diferencia entre ambas. La primera, la componen dos trazos rectilíneos paralelos, unidos entre sí por una línea oblicua la cual está dispuesta de izquierda a derecha (“N” normal) o derecha a izquierda (“И” retrógrada); no así la segunda, un triángulo inconcluso en su base (“Λ”). Además, siempre que la marca de taller se simboliza mediante una de las dos soluciones iconográficas posibles, la letra homónima del anverso adopta idéntica grafía.

12 De las 5034 monedas que componen el tesorillo de Otaza, sólo pudimos analizar 108 (36 de la intervención arqueológica y 72 del hallazgo) ya que el resto permanecían expuestas al público: en un primer momento en el Museo de Bellas Artes y en la actualidad en el Museo de Arqueología de Álava. Al no haberse establecido ningún número de inventario para cada una de las piezas, decidimos dárselo nosotros respetando el siguiente orden: sigla del yacimiento, procedencia (hallazgo o excavación) y un número correlativo.

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Meaja fabricada en Osma. Aumentada tres veces Meaja, Alfonso VIII (1158-1214), Osma, 1195-1256.

Anverso: ΛИFVS REX, rodeada de gráfila circular de pequeñas líneas. Busto, degenerado, coronado a la izquierda ocupando el campo. Ojo redondo, pelo recogido en doble moño, portando túnica o manto real de cuello abierto adornado con una cadena o collar representado por una fila de perlas. Letra F invertida, hacia abajo. Reverso: CΛ/ST[e]/LΛ. Castillo de líneas curvas con dos torres almenadas en gráfila circular de pequeñas líneas. En el centro, vástago con cruz patada en su extremo ocupando el campo. Encima de las torres marcas de ceca, a la izquierda: estrella de cinco puntas y maciza, a la derecha: letra O. Peso: 0.31 gr. Módulo: 14 mm. Dirección de cuños: 4H Nº Inventario: TSA.66

Referencia Bibliográfica: ÁLVAREZ BURGOS, F. (1998): Catálogo general de las monedas españolas: Catálogo de la moneda medieval Castellano-Leonesa. Siglos XI al XV, Vol. III, Madrid, p. 54, nº 202. Variante, divisor no recogido. ROMA VALDÉS, A. (2000): Moneda y sistemas monetarios en Castilla y en León durante la Edad Media (1087-1366), Barcelona, p. 162, Mal estilo, Grupo Fa. Divisor no catalogado. A pesar de la incierta lectura de la marca de ceca, conservada parcialmente, el abanico de atribuciones probables era escaso: o la “P” o la “O”. No obstante, algunas evidencias disipaban la bruma que empañaba nuestra visión. La dudosa impronta del perdido trazo curvo que completa la letra “O”, junto a la característica manera de dibujar la estrella del reverso (en el taller de Palencia o Plasencia la estrella de cinco puntas presenta umbo central, en Osma nunca), apuntaban a la población soriana como indudable centro emisor.

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Dinero burgalés, ceca dos puntos. Al triple de su tamaño

Dinero burgalés, Alfonso VIII (1158-1214), ¿ceca móvil, dos puntos?, 1195-1211-121413.

Anverso: ΛИFVS REX, rodeada de gráfila circular de pequeñas líneas. Busto, degenerado, coronado a la izquierda ocupando el campo. Ojo redondo, pelo recogido en doble moño, portando túnica o manto real de cuello abierto adornado con una cadena o collar representado por una fila de perlas. Letra F invertida, hacia abajo. Marca de ceca: punto delante de la letra R y bajo el moño. Reverso: CΛ/STE/LΛ. Castillo de líneas curvas con dos torres almenadas en gráfila circular de pequeñas líneas. En el centro, vástago con cruz patada en su extremo ocupando el campo. Encima de las torres y a ambos lados de la cruz central, ¿adornos?, estrellas de cinco puntas y macizas. Letra L de la leyenda invertida, hacia abajo. Peso: 0.69 gr. Módulo: 17 mm. Dirección de cuños: 9H Nº Inventario: OTAZA_Ha.2314

13 El grueso de las piezas monetarias de Otaza pudo fabricarse en torno al 1211 (Domingo Figuerola, 1977: 205), si bien algunos de los ejemplares pudieron ser batidos con anterioridad (desde 1195) o en fechas posteriores, hasta el 1214. Ese año, según reflejan las fuentes escritas, se inicia una crisis económica propiciada por el enorme gasto que significó el sustento de la guerra y las malas cosechas (San Vicente, 1991-1992: 268). En un contexto de inestabilidad tal y dada la buena conservación de las monedas del tesorillo se puede deducir que la tesaurización y ocultación del mismo se produjo en esas fechas. 14 TSA68 (8.3% del total de dineros burgaleses del yacimiento (dby), 16.6% del total de los dineros con marca dos estrellas (dme); OTAZA_Ex.8, OTAZA_Ex.12, OTAZA_Ex.16, OTAZA_Ex.18, OTAZA_Ex.23, OTAZA_Ex.30, OTAZA_Ex.33, OTAZA_Ha.23, OTAZA_Ha.42 (8.3% dby, 25% dme).

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Referencia Bibliográfica: ÁLVAREZ BURGOS, F. (1998): Catálogo general de las monedas españolas: Catálogo de la moneda medieval Castellano-Leonesa. Siglos XI al XV, Vol. III, Madrid, p. 54, nº 205. No recoge las distintas variantes. ROMA VALDÉS, A. (2000): Moneda y sistemas monetarios en Castilla y en León durante la Edad Media (1087-1366), Barcelona, p. 162, Mal estilo, Grupo A. No describe esta particularidad. La constatación de la labra de burgaleses en este desconocido taller abre, a nuestro entender, estimulantes líneas interpretativas. Antonio Roma, años atrás, había llamado la atención sobre el empleo de diversas marcas de ceca, junto a la cruz que marca el inicio de la leyenda, en los dineros pepiones. Sin llegar a decirlo expresamente, esbozaba la posibilidad de que esas marcas fueran las mismas que las observadas en series de Alfonso VIII, tipos inmovilizados, y Alfonso X (Roma, 2000: 151). Nos referimos a los símbolos creciente (presente “en las dos primeras emisiones de Alfonso X, así como en los dineros burgaleses”), dos puntos grandes horizontales (“aparece en la primera, tal vez en la segunda, emisión de Alfonso X, y no así en otras emisiones de la Castilla del siglo XIII” -desde ahora se documenta también en los dineros burgaleses) y el círculo grande a modo de O (detectada “en la segunda emisión de Alfonso X (1252-1284), así como en algunos dineros burgaleses”), encuadrados por el citado autor “en los últimos momentos de la acuñación de esta serie, en años ya próximos o incluso comprendidos dentro del reinado de Alfonso X” (Ibídem). Sin embargo, creemos que dichos planteamientos, quizás deban ser matizados a la luz de los nuevos descubrimientos. La presencia de aquellas marcas en las monedas de Otaza, si la fecha de ocultación propuesta es la correcta -1214-, retrasaría el inicio de su uso al reinado de Alfonso VIII, durante la preparación de la campaña de las Navas de Tolosa. El alimento de la voraz maquinaria bélica, necesaria para el sostenimiento de la contienda, movilizó gran parte de los recursos del reino, multiplicándose, en consecuencia, el número de cecas en funcionamiento hasta el momento que debían atender a los innumerables gastos. En el intento de adjudicar las referidas letras y símbolos, observables en las monedas de esta acuñación, a “las iniciales del nombre de las ciudades que obtuvieron Privilegios –de labras monetarias” (Domingo Figuerola, 1977: 213), todos y cada uno de los investigadores que se han acercado al tema han mantenido una postura prudente respecto a ciertas atribuciones. Hablamos de las marcas estrella-estrella y creciente-estrella, y a las que a continuación tratamos de dar explicación.

La vieja capital visigoda emitió numerario bajo la estampa de doble estrella, a la vista de una serie de indicios y certidumbres: las noticias

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recogidas por la Crónica Latina concernientes a la febril actividad desarrollada en el taller toledano (Ibídem, 219); el alto porcentaje que representa frente a otras marcas; y que sea uno de sus cuños de reverso -castillo de líneas curvas (mal estilo)- el elegido para batir la nueva variante dada a conocer (un taller móvil en tiempos de guerra15 con sus propios troqueles de anverso, dependiente de la ceca principal). En cuanto a la marca creciente, a pesar de disminuir nuestras certezas, no podemos dejar de lanzar al aire la sugestiva idea de vincular esta marca a la lucha contra los musulmanes. En un mundo de iletrados, el peso de la iconografía jugaba un papel primordial (recordemos la decoración historiada y cargada de simbolismo de las iglesias románicas) a la hora de propagar ciertas noticias entre la población. En este sentido, no existía mejor imagen posible que la de la media luna16 para ilustrar que dicha moneda se fabricaba para combatir al infiel. Los dineros pepiones, los dineros burgaleses y los dineros de seis líneas o de la primera guerra de Granada son hijos de la guerra. Bibliografía ÁLVAREZ BURGOS, F. (1998): Catálogo general de las monedas españolas: Catálogo de la moneda medieval Castellano-Leonesa. Siglos XI al XV, Vol. III, Madrid. BESGA MARROQUÍN, A. (2003): “Sancho III el Mayor: un rey pamplonés e hispano”, Historia 16, nº 327, Madrid, pp. 43-71. COLLANTES VIDAL, E. (1973): “Monedas de Alfonso VIII y sus problemas”, Acta Numismática 3, Barcelona, pp. 113-136. DOMINGO FIGUEROLA, L. (1977): “Privilegios otorgados por Alfonso VIII relacionados con las cecas del reino de Castilla y las acuñaciones de la campaña de las Navas de Tolosa”, Acta Numismática 7, Barcelona, pp. 203-221. FERNÁNDEZ DE LARREA ROJAS, J. A. (2000): “La conquista castellana de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado (1199-1200)”, 800 aniversario de la conquista de Álava, Gipuzkoa y el Duranguesado. RIEV 45, 2, Donostia, pp. 425-438.

15 Interpretación propuesta por otros investigadores para contextualizar algunas producciones (Cfr. Domingo Figuerola, 1977: 219; Roma, 2000: 151). 16 “El universo simbólico de la luna, y de la media luna en particular, es, (…), amplio; surge, al parecer entre los emblemas occidentales de la Edad Media como figuración simbólica del Paraíso, ya que se pone en relación con la idea de la muerte, que parece cerrarse sobre el hombre, pero que finalmente no se cierra, sino que se abre hacia el infinito. En cualquier caso, como emblema actual del Islam, su difusión parece estar relacionada con el entorno de las Cruzadas, por influencia otomana. Es interesante resaltar, sin embargo, que su campo iconológico es muy antiguo dentro del mundo musulmán, donde se utilizó enseguida como signo funerario y al que el Corán dedica varias reflexiones -precisamente en un contexto de creencia en la resurrección y camino al Paraíso, y como uno de los signos del poder de Alá-.” (Ramírez Vaquero, 2001: pp. 109-110).

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