Nuestro mejor homenaje es la lucha...

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EL CORDOBAZO Cuadernos de 3 Nuestro mejor homenaje es la lucha

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EL CORDOBAZO

Cuadernos de 3

Nuestro mejorhomenaje es

la lucha

EL CORDOBAZO

Cuadernos de 3

Nuestro mejorhomenaje es

la lucha

Los Cuadernos de Cambio son una colección pensada para darle densidad política, teórica e identitaria a una izquierda popular y latinoamericana, de la que nos consideramos parte. Asumimos la tarea de construir un nuevo proyecto político, partiendo de distintas tradiciones políticas presentes en la historia de lucha de los hombres y mujeres de nuestros país, de Nuestra América y del mundo. Mediante un estilo llano y un precio accesible, los Cuadernos de Cambio buscan aportar a la generación de un pensamiento propio y a una formación básica imprescindible para una nueva generación que se propone construir el socialismo para el siglo XXI.

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EL CORDOBAZONuestro mejor homenaje es

la lucha

Cuadernos de

Edición a cargo de Juan Santillán y Luis Seia

Diseño de tapa y de interiores: Feliciano Ojeda

Revisores: Agostina Giannone, Eliana Nieto, Romina Guevara, Walter Giacomelli y Constanza San Pedro

A fin de facilitar la lectura de los textos, se han realizado ajustes mínimos de estilo en materia de puntuación, ortografía y marcas de extranjerismos y neologismos.

Se terminó de editar en mayo de 2016 en la ciudad de Córdoba, Argentina.

Agradecimientos:

Archivo Histórico de Luz y Fuerza - Córdoba

Ilustración de tapa: Iconoclasistas

Cuadernos de Cambio es una publicación de Patria Grande@PatriaGrandeArgPatria GrandePatria [email protected]

Se autoriza la reproducción parcial o total, siempre y cuando sea sin fines de lucro y se cite la fuente.

ÍNDICE

Editorial ................................................................................................ 9

El Cordobazo en la pluma de Rodolfo Walsh ..................................... 19

Programa del 1º de mayo .................................................................... 21

Agustín Tosco sobre el Cordobazo ..................................................... 33

La huelga general en Córdoba ............................................................ 51

Nuestra posición - FUC ........................................................................ 57

SITRAC-SITRAM a los trabajadores y al pueblo argentino ................. 61

Llamamiento a los hombres y mujeres de San Vcticente ...................67

Volante para pensar ............................................................................69

La “larga marcha” del socialismo en Argentina .................................73

El significado de las luchas obreras actuales ................................... 113

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EDITORIAL

Por Juan Santillán1

El Cordobazo constituyó el punto más alto de la resistencia po-pular frente el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, y uno de los momentos más ricos de las luchas populares. Al decir de Tosco, fue “la expresión militante, del más alto nivel cuantitativo y cualitativo de la toma de conciencia de un pueblo, en relación a que se encuentra opri-mido y a que quiere liberarse para construir una vida mejor, porque sabe que puede vivirla y se lo impiden quienes especulan y se benefi-cian con su postergación y su frustración de todos los días”.

En aquel momento, la dictadura intentaba aplicar un modelo reaccionario, favorable a los sectores más concentrados de nuestras clases dominantes, vinculadas al capital monopolista extranjero, a la vez que buscaba disciplinar definitivamente al movimiento obrero, y echar por tierra sus principales conquistas.

Pero ese intento se topó, el 29 de mayo de 1969, con la expe-riencia y la organización genuina de la clase trabajadora cordobesa. Fue un punto de inflexión para el gobierno de Onganía, que marcó su inevitable salida del poder. A su vez, la derrota política de la dictadura impuso una relación de fuerzas favorable a la clase trabajadora, que inició una ofensiva que tendrá sus puntos más altos entre los años 1973

1 Cordobés. profesor de historia, trabajador judicial y militante de Patria Grande.

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y 1974, con la agudización de la lucha de clases y el desarrollo de las or-ganizaciones armadas. Del mismo modo, el Cordobazo fue un quiebre en la experiencia y la organización de las clases populares: los hechos objetivos ocurridos el 29 de mayo de 1969 impactaron en la concien-cia del pueblo y en las organizaciones políticas, mostrando el grado de madurez de la clase trabajadora, y dando cuenta de su capacidad para desarrollar un proceso revolucionario para la toma del poder.

Abrió también los debates en torno a los caminos que debía to-mar la revolución en Argentina, que ya no era una cuestión abstracta o lejana, una mera expresión de deseo, sino que se volvía una realidad concreta, por la cual había que tomar opciones en el corto plazo. Acele-ró las reflexiones sobre las organizaciones armadas, y sobre su relación con los sindicatos y con la clase trabajadora.

El Cordobazo expresó también la convergencia de diversas tra-diciones políticas, tanto peronistas como no peronistas. Esto puede verse en la heterogeneidad de la extracción de sus principales referen-tes: Agustín Tosco, marxista y socialista; Atilio López, quien luego fue-ra vicegobernador de la provincia, compartiendo la fórmula justicia-lista con Obregón Cano, y Elpidio Torres, identificado con la corriente legalista del sindicalismo peronista, de Augusto Timoteo Vandor.

Una cuestión no debe pasarse por alto: el Cordobazo ocurrió en el interior del país, pero su implicancia fue nacional. Más aún, el Cordobazo puede enmarcarse en una serie de levantamientos popu-lares y masivos en distintas ciudades del interior: Tucumán, Corrien-tes, Rosario, o el Viborazo (Córdoba, 1971), entre otros. Cada uno de ellos contribuyó decisivamente a sepultar la Revolución Argentina, y a afianzar la conciencia revolucionaria del pueblo argentino.

Rastreando los orígenes del Cordobazo

El Cordobazo hunde sus raíces en la historia de la clase traba-jadora cordobesa, una clase relativamente joven, en la que predomi-naban los obreros de la industria metalmecánica. Si bien el impulso

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industrializador inicial ocurrió bajo el primer peronismo (1946-1955), la industrialización ganó más fuerza en el ocaso de ese gobierno, con la radicación de las plantas de Fiat, en 1954, y de Kaiser, en 1955 (luego absorbida por Renault). Para 1964, el 65% de los asalariados de Cór-doba estaban empleados en industrias vinculadas a la rama metalme-cánica.

La incipiente clase obrera cordobesa sufrió el golpe de la Re-volución Libertadora, cuando estaba en plena expansión. Ese golpe de Estado, además del derrocamiento y proscripción del peronismo, trajo consigo una fuerte avanzada contra las instituciones obreras, que buscaba mejorar la relación de fuerzas en favor del Capital para lograr aumentar la productividad del trabajo sin la interferencia obrera. La lucha sindical en este contexto fue muy ardua, con resistencias y en-frentamientos permanentes. Fue una experiencia difícil para la clase trabajadora cordobesa, pero a su vez fue un entrenamiento altamente combativo, en el que los obreros debieron desplegar sus mejores y más ingeniosas armas.

De tal modo, el golpe de 1955, la proscripción del peronismo y el ataque a las conquistas obreras produjeron en Córdoba una cla-se trabajadora altamente combativa, que padecía pero enfrentaba las nuevas políticas económicas. Asimismo, sus propias condiciones obje-tivas favorecían su potencial de lucha: el gran número de trabajadores, instalados en grandes concentraciones humanas en inmensas plantas fabriles, ubicadas con bastante proximidad unas de otras.

Tras años de gobiernos radicales –con el peronismo proscrip-to–, en 1966 se produjo el golpe de Estado autodenominado Revolu-ción Argentina, que encabezó Onganía. Su plan económico, elaborado por el ministro de Economía Krieger Vasena, agudizó las contradic-ciones y el enfrentamiento con los trabajadores. Extranjerización, li-beralización de la economía y un conjunto de medidas que atentaban contra los ingresos de los sectores populares y, sobre todo, contra sus instituciones sindicales, empujaron al movimiento obrero a una pro-gresiva radicalización. Una de las consecuencias de esta radicalización

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fue la conformación de la CGT de los Argentinos, liderada por Raimun-do Ongaro (y apoyada por algunos dirigentes cordobeses, entre ellos, Agustín Tosco), enfrentada al participacionismo del entonces líder de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), Augusto Timoteo Vandor.

Este fue el contexto del proceso de radicalización del movimien-to obrero cordobés. Su resistencia se fue volviendo cada vez más álgi-da, los cuerpos de delegados aceitaban su funcionamiento a pesar de las persecuciones, y las asambleas congregaban a miles de trabajado-res, cada vez más politizados y conscientes de su situación.

Desde abajo, en resistencia, sin que fuera parte de una estrate-gia de poder predeterminada de la clase trabajadora, se fue gestando el Cordobazo. Un proceso de movilización que comenzó siendo defensivo y ligado a luchas reivindicativas terminó adquiriendo una impresio-nante trascendencia política, señalando un punto de inflexión históri-co para la época, y marcando las luchas populares hasta nuestros días. Sin un programa estrictamente definido, fue la expresión del poder real de la clase trabajadora, y se convirtió en uno de esos grandes acon-tecimientos que son fruto de las fuerzas subterráneas y muchas veces invisibilizadas: la historia hecha desde abajo.

Obreros y estudiantes, unidos y adelante

Pero la clase trabajadora no fue la única protagonista del Cor-dobazo. El movimiento estudiantil, ese joven gigante de la historia argentina, fue partícipe necesario de la gesta. La consigna “obreros y estudiantes, unidos y adelante” fue una marca de la jornada del 29 de mayo.

Heredero del movimiento reformista de 1918, altamente poli-tizado e hijo de los combates de su tiempo, el movimiento estudiantil había abandonado paulatinamente el antiperonismo que había abriga-do desde 1946, y se había volcado cada vez más hacia la lucha contra la dictadura y contra los estrechos límites de la democracia burguesa.

El estudiantado había vivido las decepciones de los gobiernos

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radicales en los años de proscripción peronista, y había sufrido en car-ne propia la represión y la censura de la dictadura de Onganía y de sus bastones largos. Pero además, había comprendido la problemática de la dependencia nacional, las consecuencias de la explotación capitalis-ta, y se identificaba claramente con las luchas de los trabajadores.

Con el objetivo primordial de ser parte de las luchas popula-res, y con la firme voluntad de poner a su servicio las herramientas de organización estudiantil, las tareas de la militancia universitaria es-taban cada vez más ligadas a los destinos de la clase trabajadora. La “agitación política” y la “construcción de conciencia” fueron prácticas cotidianas, llevadas a cabo en todo lugar en el que fuera necesario: las aulas, los centros de estudiantes, las asambleas de trabajadores, las calles y las barricadas. Muchos mártires tiene en su haber el estudian-tado, que pagaron con su vida la lucha contra la dictadura: el joven mendocino Santiago Pampillón, asesinado en Córdoba en 1966; Juan José Cabral, víctima de la represión en Corrientes; Máximo Mena, el primer muerto del Cordobazo, que era estudiante además de trabaja-dor –de IKA-Renault–, como tantos otros.

Antes y después del Cordobazo, el movimiento estudiantil fue aumentando sus diálogos con el movimiento obrero, con las organi-zaciones políticas y, posteriormente, con las organizaciones armadas. Los trabajadores encontraban en las asambleas estudiantiles una caja de resonancia donde multiplicaban sus voces, ampliaban sus debates, y enriquecían sus perspectivas políticas.

Por su parte, el movimiento estudiantil vio en Agustín Tosco un interlocutor privilegiado: el Gringo apelaba continuamente a otros sectores sociales, además de sus propias bases trabajadoras; buscaba transmitir un horizonte político e ideológico más nítido a sus accio-nes, que le posibilitara construir arcos más amplios de unidad, tras-cendiendo las internas sindicales. La formación teórica, la perspectiva ideológica y la independencia de Tosco con respecto a las corrientes políticas contribuían profundamente a esta buena recepción por parte del estudiantado.

Es imposible recordar el Cordobazo sin detenerse en la figura

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de Tosco: Agustín, el Gringo, descendiente de inmigrantes italianos, nacido en el pequeño pueblo de Coronel Moldes en el interior provin-cial, que llegó muy joven a la capital cordobesa en busca de trabajo y estudio. Con veintidós años de edad fue delegado de la EPEC (Empresa Provincial de Energía de Córdoba), y con los años llegaría a ser secre-tario general del sindicato de Luz y Fuerza, y secretario adjunto de la CGT Córdoba (donde compartió fórmula con Atilio López). Marxista y clasista, llegó a ganarse el respeto de una clase trabajadora amplia-mente identificada con el peronismo. La reivindicación del sindica-lismo de Liberación y su constante enfrentamiento con la burocracia sindical no le impidieron acercarse ni construir junto a dirigentes de todas las tendencias políticas.

El Cordobazo, una llama que ilumina nuestro presente

Cuarenta y siete años después del Cordobazo, los Cuadernos de Cambio recuperan aquel acontecimiento, como una herramienta más para la reflexión sobre las luchas y los procesos políticos en la Argen-tina de hoy.

Para hacerlo, reeditamos una serie de escritos históricos, com-pilados por primera vez en 2009 por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Algunos de ellos son testimonios de primera mano, otros son documentos de la época, y otros son reflexiones teóricas producidas al calor de los acontecimientos. Aunque sería justo decir que cada uno de los textos es, a su manera, todo eso junto.

En primer lugar, se encuentra la precisa narración realizada por Rodolfo Walsh sobre los acontecimientos ocurridos el 29 de mayo de 1969. Le sigue el “Mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino”, de la CGT de los Argentinos, publicado originalmente en el primer número del periódico de esa central obrera, el primero de mayo de 1968. Este escrito, redactado también por Rodolfo Walsh, condensa un diagnóstico de la situación del país y un programa de acción políti-

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ca; expresa, además, un modelo de militancia y de dirigencia sindical que busca diferenciarse, en sus métodos y en sus políticas, del llamado participacionismo, encabezado por Augusto Timoteo Vandor en aquel momento. Un testimonio de Agustín Tosco completa este primer blo-que de textos, con un escrito imprescindible para comprender cómo y por qué se produjo el Cordobazo.

A continuación se encuentran dos documentos elaborados en los días previos al Cordobazo: por un lado, “La huelga general en Cór-doba del viernes 16 de mayo de 1969”, publicado en Electrum, órgano de prensa del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, y por otro lado el posicionamiento de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC). Ambos textos, a la vez que relatan, describen y critican los conflictos vividos, se vuelven llamados a la acción, y son premonitorios de lo que terminará ocurriendo un par de jornadas después.

La selección prosigue con el programa elaborado por SITRAC-SITRAM2 que fue presentado ante el Plenario de Gremios Combativos convocado por la CGT Córdoba en 1971. El programa no fue aprobado por el plenario, pero adquirió gran trascendencia, ya que plasmó la visión de los sindicatos clasistas, logró una amplia trascendencia con impacto en las bases trabajadoras y, sobre todo, en el movimiento es-tudiantil y las organizaciones políticas revolucionarias.

Dos volantes estudiantiles dan cuenta del clima de época, de la militancia universitaria y de la firme unión entre este sector y la cla-se trabajadora. El primero de ellos, el “Llamamiento a los hombres y mujeres de San Vicente”, ilustra los intentos de masificación de la lu-

2 Sindicato de Trabajadores de Concord - Sindicato de Trabajadores de Materfer. SITRAC-SITRAM eran dos sindicatos de planta, uno por cada fábrica (Concord y Materfer, ambas dependientes de Fiat). Nacieron por iniciativa de la patronal y del gobierno, que tenían el objetivo de fragmentar el SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor) para debilitarlo, aunque el resultado fue prácti-camente el opuesto: surgieron dos sindicatos combativos, con mucho arraigo en las bases, con un fuerte activismo del cuerpo de delegados y prácticamente inmanejables para la empresa. Su experiencia fue efímera y fueron disueltos en octubre de 1971.

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cha llevada adelante por jóvenes de ese barrio popular cordobés. El segundo, el “Volante para pensar”, también muestra la interrelación profunda existente entonces entre las reivindicaciones específicas de la militancia universitaria –concretamente en la Facultad de Medicina– y las luchas políticas más generales.

Por último, cierran este cuaderno dos artículos de la revista Pa-sado y Presente, ambos de 1973, que ponen en perspectiva histórica las luchas libradas en el Cordobazo. El primero, “La ‘larga marcha’ hacia el socialismo en Argentina”, recupera elementos para pensar el pro-ceso llevado adelante por la clase trabajadora en nuestro país y, más específicamente, por las organizaciones revolucionarias. El último, “El significado de las luchas obreras actuales”, indaga acerca de las impli-cancias del nuevo contexto político, marcado por la asunción de Cám-pora como presidente el 25 de mayo de 1973, y por su rápida renuncia el 13 de julio de ese mismo año.

Cuarenta y siete años después, seguimos haciendo presente la figura de Tosco y seguimos reivindicando el Cordobazo. Casi cinco dé-cadas evocando la misma fecha, realizando conmemoraciones y escri-biendo sobre aquel 29 de mayo. Una y otra vez. ¿Cómo no repetirnos? ¿Cómo no caer en recuerdos vacíos, en mistificaciones inútiles o en discursos tan políticamente correctos como inofensivos?

El contexto histórico es otro, sin dudas: en aquel momento el pueblo sufría una dictadura y había sufrido por largos años la pros-cripción de su partido mayoritario, el peronista. La clase trabajadora había acumulado años de amargura y de resistencia, pero también de experiencia y de organización. Se pasaba a una etapa ofensiva. Se de-batía sobre la existencia de un contexto revolucionario en Argentina. Las organizaciones, sindicales y políticas, veían a la toma del poder como algo posible y realizable en el corto plazo.

Hoy, en 2016, nuestra situación es diferente: nos replegamos ante una nueva avanzada conservadora en nuestro país y en América Latina, sin haber podido recuperarnos del todo de la derrota impuesta por la última dictadura y por los neoliberales de los años noventa. Nos

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enfrentamos a un gobierno de derecha, esta vez proclamado por el voto popular y que, por el momento, goza de cierta popularidad.

Pero aun así, el recuerdo del Cordobazo se actualiza. Nos inte-rroga sobre las posibilidades de una resistencia popular, desde abajo, en contextos reaccionarios y represivos. Nos plantea la posibilidad de construir organizaciones autónomas, propias de las clases populares. Nos muestra la riqueza de la convergencia entre las distintas concep-ciones y corrientes políticas. Nos demanda recuperar nuestras herra-mientas sindicales. Nos obliga a reflexionar acerca de la relación entre las luchas sociales y las luchas políticas. Nos recuerda que la victoria será posible, si obreros y estudiantes vamos juntos, unidos y adelante.

Las llamas del Cordobazo siguen iluminando nuestro presente: sus barricadas nos inquietan, sus multitudinarias columnas nos entu-siasman, las voces de sus referentes nos nombran.

Córdoba, mayo de 2016.

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EL CORDOBAZOEN LA PLUMA DERODOLFO WALSH3

Trabajadores metalúrgicos, del transporte y otros gremios de-claran paros para los días 15 y 16 de mayo, en razón de las quitas zo-nales y el no reconocimiento de la antigüedad por transferencias de empresas. Los obreros mecánicos realizaban una asamblea y son re-primidos, defienden sus derechos en una verdadera batalla campal en el centro de la ciudad el día 14 de mayo. Los atropellos, la opresión, el desconocimiento de un sinnúmero de derechos, la vergüenza de todos los actos de gobierno, los problemas del estudiantado y los centros ve-cinales se suman.

Se paraliza totalmente la ciudad el 16 de mayo. Nadie trabaja. Todos protestan. El gobierno reprime. En Corrientes es asesinado el estudiante Juan José Cabral. Se dispone el cierre de la Universidad. Todas las organizaciones estudiantiles protestan. Se preparan actos y manifestaciones. Se trabaja en común acuerdo con la CGT.

El día 18 es asesinado en Rosario, el estudiante Adolfo Ramón Bello. Se realiza con estudiantes, obreros y sacerdotes tercermundistas una marcha de silencio en homenaje a los caídos.

El 23 de mayo es ocupado el Barrio Clínicas por los estudiantes y son apoyados por el resto del movimiento estudiantil.

El 26 de mayo el movimiento obrero de Córdoba resuelve un paro general de las actividades de 37 horas a partir de las 11 horas, para el 29 de mayo, con abandono de trabajo y concentraciones públicas de protesta.

3 Walsh, Rodolfo, “Cordobazo”, Periódico de la CGT de los Argentinos, nº 66 [en línea] Dirección URL: http://www.cgtargentinos.org/documentos6.htm [Consulta: mayo de 2016]

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Los estudiantes adhieren en todo a las resoluciones de la CGT. Los estudiantes organizan y los obreros también. Millares y millares de volantes reclamando la vigencia de los derechos conculcados inundan la ciudad los días previos.

El 29 de mayo amanece tenso. Los trabajadores de luz y fuerza son atacados con bombas de gases a la altura de Rioja y Gral. Paz. Una vez más la represión está en marcha. Las columnas de los trabajadores de las fábricas automotrices llegan a la ciudad y son atacados. El co-mercio cierra sus puertas y la gente inunda las calles. Corre la noticia de la muerte de Máximo Mena, obrero mecánico. Se produce un esta-llido popular, la rebeldía contra tanta injusticia, contra los asesinatos, contra los atropellos. La policía retrocede. Nadie controla la situación. Es el pueblo. Son las bases sindicales y estudiantiles que luchan enar-decidas. El apoyo total de la población. Es la toma de conciencia contra tantas prohibiciones. Nada de tutelas ni usurpadores del poder, ni de cómplices participacionistas.

El saldo de la batalla de Córdoba, “El Cordobazo”, es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y latinoa-mericana que no se borrará jamás.

En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su hermano.

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas. Esta vez es posible que se quiebre el círcu-lo...”.

Rodolfo Walsh

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PROGRAMA DEL 1º DE MAYO4

Mensaje a los trabajadores y al pueblo

1.Nosotros, representantes de la CGT de los Argentinos, legal-

mente constituida en el congreso normalizador Amado Olmos, en este Primero de Mayo nos dirigimos al pueblo.

Los invitamos a que nos acompañen en un examen de concien-cia, una empresa común y un homenaje a los forjadores, a los héroes y los mártires de la clase trabajadora.

En todos los países del mundo ellos han señalado el camino de la liberación. Fueron masacrados en oscuros calabozos, como Felipe Vallese, cayeron asesinados en los ingenios tucumanos, como Hilda Guerrero. Padecen todavía en injustas cárceles.

En esas luchas y en esos muertos reconocemos nuestro fun-damento, nuestro patrimonio, la tierra que pisamos, la voz con que queremos hablar, los actos que debemos hacer: esa gran revolución incumplida y traicionada pero viva en el corazón de los argentinos.

4 CGT de los Argentinos, “Programa del 1º de Mayo”, Sindicato Federación Gráfica Bonaerense [en línea] Dirección URL: http://www.cgtargentinos.org/documentos2.htm [Consulta: mayo de 2016]

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2.Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos acon-

sejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre.Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado

diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que “participemos”.

Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizacio-nes, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos.

No queremos esa clase de participación.Un millón y medios de desocupados y subempleados son la

medida de este sistema y de este gobierno elegido por nadie. La clase obrera vive su hora más amarga. Convenios suprimidos, derechos de huelga anulados, conquistas pisoteadas, gremios intervenidos, perso-nerías suspendidas, salarios congelados.

La situación del país no puede ser otro que un espejo de la nuestra. El índice de mortalidad infantil es cuatro veces superior al de los países desarrollados, veinte veces superior en zonas de Jujuy donde un niño de cada tres muere antes de cumplir un año de vida. Más de la mitad de la población está parasitada por la anquilostomia-sis en el litoral norteño; el cuarenta por ciento de los chicos padecen de bocio en Neuquén; la tuberculosis y el mal de Chagas causan es-tragos por doquier. La deserción escolar en el ciclo primario llega al sesenta por ciento; al ochenta y tres por ciento en Corrientes, Santia-go del Estero y el Chaco; las puertas de los colegios secundarios están entornadas para los hijos de los trabajadores y definitivamente cerra-das las de la Universidad.

La década del treinta resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares.

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Cuatrocientos pesos son un jornal en los secaderos de yerba, trescientos en los obrajes, en los cañaverales de Tucumán se olvida ya hasta el aspecto del dinero.

A los desalojos rurales, se suma ahora la reaccionaria ley de al-quileres, que coloca a decenas de miles de comerciantes y pequeños in-dustriales en situación de desalojo, cese de negocios y aniquilamiento del trabajo de muchos años.

No queda ciudad en la República sin su cortejo de villas mise-rias donde el consumo de agua y energía eléctrica es comparable al de las regiones interiores del África. Un millón de personas se apiñan al-rededor de Buenos Aires en condiciones infrahumanas, sometidas a un tratamiento de gheto y a las razzias nocturnas que nunca afectan las zonas residenciales donde algunos “correctos” funcionarios ultiman la venta del país y donde jueces “impecables” exigen coimas de cuarenta millones de pesos.

Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.

3.Grandes países que salieron devastados de la guerra, pequeños

países que aún hoy soportan invasiones e implacables bombardeos, han reclamado de sus hijos penurias mayores que las nuestras. Si un destino de grandeza nacional, si la defensa de la patria, si la definitiva liquidación de las estructuras explotadoras fuesen la recompensa in-mediata o lejana de nuestros males, ¿qué duda cabe de que los acepta-ríamos en silencio?

Pero no es así. El aplastamiento de la clase obrera va acompa-ñado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales. Asistimos avergonzados a la culminación, tal vez el epílogo de un nue-vo período de desgracias.

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Durante el año 1967 se ha completado prácticamente la entre-ga del patrimonio económico del país a los grandes monopolios nor-teamericanos y europeos. En 1958, el cincuenta y nueve por ciento de lo facturado por las cincuenta empresas más grandes del país corres-pondía a capitales extranjeros; en 1965, esa cifra ascendía al sesenta y cinco por ciento; hoy se puede afirmar que tres cuartas partes del gran capital invertido pertenecen a los monopolios.

La empresa que en 1965 alcanzó la cifra más alta de ventas en el país, en 1968 ha dejado de ser argentina. La industria automotriz está descoyuntada, dividida en fragmentos que han ido a parar uno por uno a los grupos monopolistas. Viejas actividades nacionales como la ma-nufactura de cigarrillos pasaron en bloque a intereses extranjeros. El monopolio norteamericano del acero está a punto de hacer su entrada triunfal. La industria textil y la de la alimentación están claramente penetradas y amenazadas.

El método que permitió este escandaloso despojo no puede ser más simple. El gobierno que surgió con el apoyo de las fuerzas arma-das, elegido por nadie, rebajó los aranceles de importación, los mono-polios aplicaron la ley de la selva, el dumping, los fabricantes nacio-nales, hundiéronse. Esos mismos monopolios, sirviéndose de bancos extranjeros, ejecutaron luego a los deudores, llenaron de créditos a sus mandantes que con dinero argentino compraron a precio de bancarro-ta las empresas que el capital y el trabajo nacional habían levantado en años de esfuerzo y sacrificio.

Este es el verdadero rostro de la libre empresa, de la libre entre-ga, filosofía oficial del régimen por encima de ilusorias divisiones entre “nacionalistas” y “liberales”, incapaces de ocultar la realidad de fondo que son los monopolios en el poder.

Este poder de los monopolios que con una mano aniquila a la empresa privada nacional, con la otra amenaza a las empresas del Es-tado donde la racionalización no es más que el prólogo de la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia financiera. Es el Fondo Monetario Internacional el que fija el presupuesto del país y decide

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si nuestra moneda se cotiza o no en los mercados internacionales. Es el Banco Mundial el que planifica nuestras industrias claves. Es el Banco Interamericano de Desarrollo el que indica en qué países po-demos comprar. Son las compañías petroleras las que cuadriculan el territorio nacional y de sus mares aledaños con el mapa de sus inicuas concesiones. El proceso de concentración monopolista desatado por el gobierno no perdonará un solo renglón de la actividad nacional. Poco más y sólo faltará desnacionalizar la tradición argentina y los museos.

La participación que se nos pide es, además de la ruina de la cla-se obrera, el consentimiento de la entrega. Y eso no estamos dispuestos a darlo los trabajadores argentinos.

4.La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta

como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamen-to mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.

Afirmamos que el hombre vale por sí mismo, independiente-mente de su rendimiento. No se puede ser un capital que rinde un inte-rés, como ocurre en una sociedad regida por los monopolios dentro de la filosofía libreempresista. El trabajo constituye una prolongación de la persona humana, que no debe comprarse ni venderse. Toda compra o venta del trabajo es una forma de esclavitud.

La estructura capitalista del país, fundada en la absoluta propie-dad privada de los medios de producción, no satisface sino que frustra las necesidades colectivas, no promueve sino que traba el desarrollo individual. De ella no puede nacer una sociedad justa ni cristiana.

El destino de los bienes es servir a la satisfacción de las necesi-dades de todos los hombres. En la actualidad, prácticamente todos los bienes se hallan apropiados, pero no todos los hombres pueden satis-facer sus necesidades: el pan tiene dueño pero un dueño sin hambre. He aquí al descubierto la barrera que separa las necesidades humanas

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de los bienes destinados a satisfacerlas: el derecho de propiedad tal como hoy es ejercido.

Los trabajadores de nuestra patria, compenetrados del mensaje evangélico de que los bienes no son propiedad de los hombres sino que los hombres deben administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes, proclamamos la necesidad de remover a fondo aquellas es-tructuras.

Para ello retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina, a saber:

• La propiedad sólo debe existir en función social. • Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacio-

nal, tenemos derecho a intervenir no sólo en la producción, sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes.

• Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados.

• Los compromisos financieros firmados a espaldas del pueblo no pueden ser reconocidos.

• Los monopolios que arruinan nuestra industria y que durante largos años nos han estado despojando, deben ser expulsados sin com-pensación de ninguna especie.

• Sólo una profunda reforma agraria, con las expropiaciones que ella requiera, puede efectivizar el postulado de que la tierra es de quien la trabaja.

• Los hijos de obreros tienen los mismos derechos a todos los niveles de la educación que hoy gozan solamente los miembros de las clases privilegiadas.

A los que afirman que los trabajadores deben permanecer indi-ferentes al destino del país y pretenden que nos ocupemos solamente de problemas sindicales, les respondemos con las palabras de un inol-vidable compañero, Amado Olmos, quien días antes de morir, desen-trañó para siempre esa farsa:

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“El obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años que la sufre y no sirve. El trabajador quiere el sindicalismo inte-gral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones”.

5.Las palabras de Olmos marcan a fuego el sector de dirigentes

que acaban de traicionar al pueblo y separarse para siempre del mo-vimiento obrero. Con su experiencia, que ya era sabiduría profética, explicó los motivos de esa defección.

“Hay dirigentes, dijo, que han adoptado las formas de vida, los automóviles, las casas, las inversiones y los gustos de la oligarquía a la que dicen combatir. Desde luego con una actitud de ese tipo no pueden encabezar a la clase obrera”.

Son esos mismos dirigentes los que apenas iniciado el congreso normalizador del 28 de marzo, convocado por ellos mismos, estatuta-riamente reunido, que desde el primer momento sesionó con el quó-rum necesario, lo abandonaron por no poder dominarlo y cometieron luego la felonía sin precedentes en los anales del sindicalismo de de-nunciar a sus hermanos ante la Secretaría de Trabajo. Son ellos los que hoy ocupan un edificio vacío y usurpan una sigla, pero han asumido al fin su papel de agentes de un gobierno, de una oligarquía y de un imperialismo.

¿Qué duda cabe hoy de que Olmos se refería a esos dirigentes que se autocalifican de “colaboracionistas” y “participacionistas”? Durante más de un lustro, cada enemigo de la clase trabajadora, cada argumento de sanciones, cada editorial adverso, ha sostenido que no existía en el país gente tan corrompida como algunos dirigentes sindi-cales. Costaba creerlo, pero era cierto. Era cierto que rivalizaban en el lujo insolente de sus automóviles y el tamaño de sus quintas de fin de semana, que apilaban fichas en los paños de los casinos y hacían cola

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en las ventanillas de los hipódromos, que paseaban perros de raza en las exposiciones internacionales.

Esa satisfacción han dado a los enemigos del movimiento obre-ro, esa amargura a nosotros. Pero es una suerte encontrarlos al fin to-dos juntos –dirigentes ricos que nunca pudieron unirse para defender a trabajadores pobres–, funcionarios y cómplices de un gobierno que se dice llamado a moralizar y separados para siempre de la clase obrera.

Con ellos, que voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas, que significa entregadores en el lenguaje interna-cional de la deslealtad, no hay advenimiento posible. Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traiciona-das.

6.La CGT de los Argentinos no ofrece a los trabajadores un cami-

no fácil, un panorama risueño, una mentira más. Ofrece a cada uno un puesto de lucha.

Las direcciones indignas deben ser barridas desde las bases. En cada comisión interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo. Esa es la forma de probar que la unidad sigue intacta y que los falsos caudillos no pueden destruir desde arriba lo que se ha amasado desde abajo con el dolor de tantos.

Este movimiento está ya en marcha, se propaga con fuerza arra-sadora por todos los caminos de la República.

Advertimos, sin embargo, que de la celeridad de ese proceso de-pende el futuro de los trabajadores. Los sectores interesados del go-bierno elegido por nadie no actúan aún contra esta CGT elegida por todos; calculan que la escisión promovida por dirigentes vencidos y fo-mentada por la Secretaría de Trabajo bastará para distraer unos meses a la clase obrera, mientras se consuman etapas finales de la entrega.

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Si nos limitáramos al enfrentamiento con esos dirigentes, aun si los desalojáramos de sus últimas posiciones, seríamos derrotados cuando en el momento del triunfo cayeran sobre nosotros las sancio-nes que debemos esperar pero no temer.

El movimiento obrero no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un co-mité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimien-to obrero es la voluntad organizada del pueblo y como tal no se puede clausurar ni intervenir.

Perfeccionando esa voluntad pero sobre todo esa Organización debemos combatir con más fuerza que nunca por la libertad, la reno-vación de los convenios, la vigencia de los salarios, la derogación de leyes como la 17.224 y la 17.709, la reapertura y creación de nuevas fuentes de trabajo, el retiro de las intervenciones y la anulación de las leyes represivas que hoy ofenden a la civilización que conmemora la declaración y el ejercicio de los derechos humanos.

Aun eso no es suficiente. La lucha contra el poder de los mono-polios y contra toda forma de penetración extranjera es misión natural de la clase obrera, que ella no puede declinar. La denuncia de esa pene-tración y la resistencia a la entrega de las empresas nacionales de capi-tal privado o estatal son hoy las formas concretas del enfrentamiento. Porque la Argentina y los argentinos queremos junto con la revolución moral y de elevamiento de los valores humanos ser activos protagonis-tas y no dependientes en la nueva era tecnológica que transforma al mundo y conmociona a la humanidad.

Y si entonces cayeran sobre nosotros los retiros de personería, las intervenciones y las clausuras, será el momento de recordar lo que dijimos en el congreso normalizador: que a la luz o en la clandestini-dad, dentro de la ley o en las catacumbas, este secretariado y este con-sejo directivo son las únicas autoridades legítimas de los trabajadores argentinos, hasta que podamos reconquistar la libertad y la justicia so-cial y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder.

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7.La CGT de los Argentinos no se considera única actora en el pro-

ceso que vive el país, no puede abstenerse de recoger las aspiraciones legítimas de los otros sectores de la comunidad ni de convocarlos a una gran empresa común, no puede siquiera renunciar a la comunicación con sectores que por una errónea inteligencia de su papel verdadero aparecen enfrentados a nuestros intereses. Apelamos pues:

A los empresarios nacionales, para que abandonen la suicida política de sumisión a un sistema cuyas primeras víctimas resultan ellos mismos. Los monopolios no perdonan, los bancos extranjeros no perdonan, la entrega no admite exclusiones ni favores personales. Lealmente les decimos: fábrica por fábrica los hemos de combatir en defensa de nuestras conquistas avasalladas, pero con el mismo vigor apoyaremos cada empresa nacional enfrentada con una empresa ex-tranjera. Ustedes eligen sus alianzas: que no tengan que llorar por ellas.

A los pequeños comerciantes e industriales, amenazados por desalojos en beneficio de cuatro inmobiliarias y un par de monopolios dispuestos a repetir el despojo consumado con la industria, a liquidar los últimos talleres, a comprar por uno lo que vale diez, a barrer hasta con el almacenero y el carnicero de barrio en beneficio del supermerca do norteamericano, que es el mercado único, sin competencia posible. Les decimos: su lugar está en la lucha, junto a nosotros.

A los universitarios, intelectuales, artistas, cuya ubicación no es dudosa frente a un gobierno elegido por nadie que ha intervenido las universidades, quemando libros, aniquilando la cinematografía nacio-nal, censurando al teatro, entorpeciendo el arte. Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contra-dicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra.

A los militares, que tienen por oficio y vocación la defensa de la patria: nadie les ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de otra, el sostén de un gobierno que nadie quiere, los con-sentidores de la penetración extranjera. Aunque se afirme que ustedes

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no gobiernan, a los ojos del mundo son responsables del gobierno. Con la franqueza que pregonan les decimos: que preferiríamos tenerlos a nuestro lado y del lado de la justicia, pero que no retrocederemos de las posiciones que algunos de ustedes parecieran haber abandonado pues nadie debe ni puede impedir el cumplimiento de la soberana voluntad del pueblo, única base de la autoridad del poder público.

A los estudiantes queremos verlos junto a nosotros, como de al-gún modo estuvieron juntos en los hechos, asesinados por los mismos verdugos, Santiago Pampillón y Felipe Vallese. La CGT de los Argen-tinos no les ofrece halagos ni complacencias, les ofrece una militancia concreta junto a sus hermanos trabajadores.

A los religiosos de todas las creencias: sólo palabras de gratitud para los más humildes entre ustedes, los que han hecho suyas las pala-bras evangélicas, los que saben que “el mundo exige el reconocimiento de la dignidad humana en toda su plenitud, la igualdad social de todas las clases”, como se ha firmado en el concilio, los que reconocen que “no se puede servir a Dios y al dinero”. Los centenares de sacerdotes que han estampado su firma al pie del manifiesto con que los obispos del Tercer Mundo llevan a la práctica las enseñanzas de la Populorum Progressio: “la Iglesia durante un siglo ha tolerado al capitalismo… pero no puede más que regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de esa moral… la Iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el honor no pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los traba-jadores obreros y campesinos”. Ese es el lenguaje que ya han hablado en Tacuarendí, en Tucumán en las villas miserias, valerosos sacerdotes argentinos y que los trabajadores quisiéramos oír en todas las jerar-quías.

8.La CGT convoca, en suma, a todos los sectores, con la única ex-

cepción de minorías entregadoras y dirigentes corrompidos, a movili-zarse en los cuatro rincones del país para combatir de frente al impe-rialismo, los monopolios y el hambre. Esta es la voluntad indudable

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de un pueblo harto de explotación e hipocresía, herido en su libertad, atacado en sus derechos, ofendido en sus sentimientos, pero dispuesto a ser el único protagonista de su destino.

Sabemos que por defender la decencia todos los inmorales pa-garán campañas para destruirnos. Comprendemos que por reclamar libertad, justicia y cumplimiento de la voluntad soberana de los ar-gentinos, nos inventarán todos los rótulos, incluso el de subversivos, y pretenderán asociarnos a secretas conspiraciones que desde ya recha-zamos.

Descontamos que por defender la autodeterminación nacional se unirán los explotadores de cualquier latitud para fabricar las infa-mias que les permitan clausurar nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestra vida.

Alertamos que por luchar junto a los pobres, con nuestra úni-ca bandera azul y blanca, los viejos y nuevos inquisidores levantarán otras cruces, como vienen haciendo a lo largo de los siglos.

Pero nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar y matar a todo el pueblo y porque la inmensa mayoría de los argentinos, sin pactos electorales, sin aventuras cola-boracionistas ni golpistas, sabe que sólo el pueblo salvará al pueblo.

CGT de los Argentinos, 1º de Mayo de 1968

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AGUSTÍN TOSCO SOBRE EL CORDOBAZO5

Se me ha pedido que escriba un artículo sobre el Cordobazo. Creo que lo que hay que escribir sobre este hecho de real trascendencia histórica, especialmente para Argentina y América Latina, es un libro. Porque son muchas, variadas y complejas, distantes e inmediatas, las causas que produjeron la circunstancia sociológica-política del Cordo-bazo.

Durante los meses de prisión en Rawson llené cinco cuadernos sobre el particular. La transcripción de cuatro hojas en un reportaje de la revista Inédito motivó, según difusión pública, que la misma fuera clausurada. Aun así, con el tiempo, ese trabajo ha de aparecer sin la pretensión de ser una visión totalmente objetiva, pero sí al menos una interpretación personal sobre la base de la militancia sindical y de las propias posiciones adoptadas por nuestro gremio el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, la Regional Córdoba de la CGT, el conjunto de gre-mios encabezados por SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines de la Industria Automotriz) y el permanente contacto con las agrupaciones estudiantiles, tanto de la Universidad Nacional como de la Universi-dad Católica. Asimismo con los Sacerdotes del Tercer Mundo y distin-tas personas de los grupos profesionales y políticos.

5 TOSCO, Agustín, “Carta de Agustín Tosco sobre el Cordobazo”, junio de 1970 [en línea] Dirección URL: http://perio.unlp.edu.ar/catedras/system/files/historia_xx_2013_agustin-tosco-cordobazo.pdf [Consulta: mayo de 2016]

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Con esta previa aclaración y en el entendimiento de contribuir en modesto alcance a la reafirmación de las reivindicaciones popula-res, redacto estas líneas ligadas a este acontecimiento fundamental de las clases populares sucedido el 29 y 30 de mayo de 1969.

¿Por qué se ha producido el Cordobazo?

Esta es una pregunta que no por repetida, deja de plantearse y de promover la investigación, la imaginación y particularmente el in-terés de todos los argentinos, desde el más humilde trabajador, hasta el sociólogo desentrañador de los fenómenos sociales, o de los políticos desde conservadores hasta revolucionarios.

En el penal de Rawson nos visitaron a los trece condenados que procedíamos de Córdoba una Comisión de Solidaridad, compuesta por Compañeros de distintos gremios de esa ciudad, de Trelew y de otras localidades de la Provincia de Chubut. Nos preguntaron qué necesitá-bamos para nuestra salud, desde alimentos hasta indumentaria.

Respondimos que necesitábamos solidaridad militante. Pro-nunciamientos. Lucha contra la Dictadura. Les hablamos de nuestros trabajadores, de sus aspiraciones, de sus desvelos, de sus sacrificios. Les dijimos que las fogatas que alumbraban las calles de Córdoba sur-gían desde el centro de la tierra impulsadas y encendidas por nuestra juventud estudiosa y trabajadora y que jamás se apagarían porque se nutren de la vida y de los ideales de un pueblo rebelado contra la opre-sión que se ejercía sobre él y estaba dispuesto a romperla, pasara el tiempo que pasara. Dijimos la verdad, la verdad de todo lo que quería-mos.

Los trece condenados de Rawson éramos de extracción, situa-ción y condición heterogénea. Pero todos coincidíamos. No exagero al manifestar que varios de los miembros de la Comisión de Solidaridad, y ellos están para testimoniarlo, sintieron correr lágrimas sobre sus mejillas. Al fin y en esta tensa conversación, plantearon la pregunta: ¿Por qué se ha producido el Cordobazo?

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Respondimos, con lo que creo es la esencia de la respuesta a tanto interrogante y a tantas elucubraciones que andan dando vuelta como conclusiones: el Cordobazo es la expresión militante, del más alto nivel cuantitativo y cualitativo de la toma de conciencia de un pue-blo, en relación a que se encuentra oprimido y a que quiere liberarse para construir una vida mejor, porque sabe que puede vivirla y se lo impiden quienes especulan y se benefician con su postergación y su frustración de todos los días.

¿Y por qué Córdoba precisamente? Porque Córdoba no fue en-gañada por la denominada Revolución Argentina. Córdoba no vivió la “expectativa esperanzada” de otras ciudades. Córdoba jamás creyó en los planes de modernización y de transformación que prometieron On-ganía, Martínez Paz, Salimei y Ferrer Deheza y luego Borda, Krieger Vasena y Caballero. La toma de conciencia de Córdoba, de carácter progresivo pero elocuente, es bastante anterior al régimen de Onganía. Pero se expresa con mayor fuerza a partir de julio de 1966.

La reivindicación de los derechos humanos, proceda de donde proceda, en particular de las Encíclicas Papales desde Juan XXIII, en-cuentran en nosotros una extraordinaria receptividad y así se divulgan especialmente en la juventud y en los Sindicatos. Si hay receptividad es que hay comprensión, y la comprensión deriva en entusiasmo, en fe y en disposición al trabajo, al esfuerzo e incluso al sacrificio para consu-mar los ideales que ya tienen vigencia en el ámbito universal.

Para reducir la cuestión a sus aspectos más cercanos, las gran-des luchas previas al Cordobazo amanecen antes de los dos meses de la usurpación del poder por parte de Onganía. Y éstas, tanto como las que posteriormente se plantearon ya que siguen en vigencia, bajo distintas características, obedecen a la toma de conciencia de la necesidad de liberación que es el patrimonio principal de Córdoba dentro del pano-rama nacional.

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Los principales e inmediatos antecedentes

A mediados del mes de agosto de 1966 nuestra Organización Sindical emitió una Declaración en carácter de “Solicitada” cuyo título fue: “Signos negativos”. Fue la primera posición sindical en Córdoba contra la serie de medidas de neto corte represivo que implantaba la Dictadura. Esa declaración tuvo amplia repercusión, no sólo local sino nacional y podríamos decir que prácticamente inauguró la posición re-belde contra la política de Onganía y su equipo.

La muerte de Santiago Pampillón a manos del aparato represi-vo, puso en evidencia la histórica resistencia estudiantil. Nadie podrá olvidar las luchas y manifestaciones de protesta de todas las agrupa-ciones, las huelgas de hambre y el propio paro de una hora del movi-miento obrero cordobés en solidaridad con los compañeros universi-tarios. Tuve el honor de integrar una Delegación Sindical de la CGT de Córdoba que acudió a Mendoza al sepelio de Santiago Pampillón. Allí discutimos los cordobeses con Gerónimo Izzeta que se encontraba ca-sualmente y le increpamos la pasividad de la CGT Nacional. Al mismo tiempo que se manifestaba el ascenso del espíritu de lucha de las bases sindicales y estudiantiles contra el régimen, los jerarcas del sindicalis-mo nacional iban justificando -en actitudes- su posterior proclamación a todos los vientos de la “filosofía participacionista”.

Tanto como la represión crecía también la resistencia aumenta-ba. Una manifestación incidental revelaba las distintas formas del re-pudio al régimen y a sus cómplices. En Córdoba circuló profusamente una hoja impresa que reproducía a Francisco Prado, participando del Festival del Folklore en Cosquín, en enero de 1967, mientras era ava-sallado el Sindicato de Portuarios, despedazado su convenio colectivo de trabajo y despedidos de sus dirigentes y militantes más esforzados. Prado era Secretario General de la CGT Nacional. Esas hojas circula-ron por todo Córdoba y la gente evidenciaba su condena ante la clau-dicante actitud.

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En el mismo mes de febrero de 1967 y en función del Paro Na-cional resuelto para el primero de marzo de dicho año, en esta ciudad se realizaron grandes manifestaciones obreras.

El diario Córdoba reprodujo varias fotografías de los actos y una en particular de la represión, donde constó mi detención junto con varios compañeros de la columna de Luz y Fuerza. Fue un plan de lu-cha de alcance nacional, frustrado por el incipiente participacionismo y dialoguismo que terminó una vez más confiando, según expresiones del propio Francisco Prado, en el nuevo ministro Krieger Vasena, por-que según él: “Habría cambiado y su gestión podría ser útil a los traba-jadores”. Pese a esto, la posición de casi todos los sectores populares, especialmente de Córdoba, conminaba a continuar la lucha.

Quiero transcribir una frase de un documento sindical del 23 de febrero de 1967, por su carácter premonitorio del “Cordobazo”. Decía así: “La historia grande está jalonada de hitos como el que ayer fuera protagonizado por el movimiento obrero de Córdoba, en los talleres y fábricas, en las calles de nuestra ciudad. Porque fue la de ayer una jor-nada escrita con rasgos vigorosos y expresiones estentóreas que des-bordaron los lindes habituales y se prolongaron luego en los grafismos de la prensa y de la televisión, en la retina y en el ánimo de los millares de protagonistas y espectadores que vivieron las secuencias del plan de acción desplegado por la CGT y gremios confederados de Córdoba. Fue una jornada lúcida y comprometida que nos acerca un poco más a la definición crucial que forzosamente tiene que producirse por imperio de la situación a que ha sido arrastrado el pueblo argentino, y sobre la que los trabajadores tenemos adoptada una posición clara, concreta e irreductible”.

La represión que siguió al paro del primero de marzo de 1967 y la desastrosa conducción de la CGT Nacional produjo un notorio vacío que estuvo signado fundamentalmente por la oposición cada vez más abierta entre las bases sindicales y dirigentes vinculados a ellas y el participacionismo entreguista anidado en la sede de Azopardo en la Capital Federal.

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Las bases demandaban un nuevo Plan de Acción. En Tucumán el ataque a los derechos de los trabajadores iba en aumento. En octu-bre de 1967 la Delegación de Córdoba en el Congreso de la Federación de Luz y Fuerza reclamaba ese Plan de Acción, inspirada en las propias demandas vigentes en nuestra ciudad y denunciaba los hechos más alarmantes que estaban sucediendo.

La preocupación de los dirigentes nacionales se centraba exclu-sivamente en normalizar la CGT en ese entonces en manos de la Co-misión Delegada. ¿De qué teníamos los cordobeses clara conciencia a fines de 1967? ¿Cuál era nuestra denuncia? ¿Cuál era nuestra posición?

En apretada síntesis expresábamos: Bajo el lema de moderni-zación y transformación el gobierno planteó un plan económico, cuya base filosófico-política se asentó aparentemente en el más ortodoxo y crudo liberalismo, en la resurrección del “dejar hacer, dejar pasar”, en la vigencia de un libre empresismo a ultranza, que provocaría la estabilidad y la multiplicación de los bienes económicos del país. Sin embargo esta declamada libertad económica no es sino un esquema destinado sustancialmente a someter al país integrándolo a la crisis del sistema capitalista monopolista como elemento compensador del deterioro cada vez más pronunciado del mismo.

Más adelante señalábamos: “Ya desde hace tiempo en todas las naciones del mundo ha concluido la etapa del liberalismo que aquí se pregona. Las potencias industriales practican un crudo dirigismo económico; en el sistema interno protegiendo su mercado productor e incluso consumidor por vía de las barreras aduaneras y otros disposi-tivos complementarios; en el aspecto externo creando organismos in-ternacionales supeditados a ellas que imponen la política de la libre pe-netración y de la libre explotación de los pueblos subdesarrollados por los monopolios que actúan desde las grandes metrópolis. Esta libertad económica impuesta y dirigida desde afuera, especialmente desde las concentraciones monopolistas norteamericanas a la par de favorecer desmesuradamente a las mismas y a su país de origen, provocan en

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Argentina la agudización de la crisis y la profundización de los efectos recesivos”.

En los pronunciamientos sobre los aspectos económicos se con-cluía: “Lo que se pretende realmente es quebrar a la industria nacional y dejar el mercado de consumo a merced de los monopolios. Así lo ha expresado genéricamente la Confederación de la Industria al referirse que esta política de transferencias formales y reales es en el más benig-no de los juicios, un mal signo. En lo que hace a las empresas del Es-tado la aprobación de la Ley de Hidrocarburos y la Ley de Sociedades Anónimas, confirma crudamente la programática oficial de entrega del patrimonio estatal y de la conducción básica y fundamental de la eco-nomía a los intereses extranjeros. Nadie duda ya que el plan trazado es contrario a un auténtico desarrollo, atenta contra el nivel de vida de la población, sirve a los grupos de la reacción y del privilegio, comprome-te el porvenir del país y lesiona la soberanía nacional”.

En las cuestiones sociales se denunciaba “el aumento de todos los precios de los artículos de uso y de consumo, agotando la capacidad adquisitiva de las remuneraciones. El incremento de la desocupación. La paralización de la Comisión del Salario Vital, Mínimo y Móvil. La imposición del arbitraje obligatorio para los diferendos laborales. La ley de represión de los conflictos sindicales. La intervención a Sindi-catos, el retiro o suspensión de personerías gremiales. La eliminación o restricción de las representaciones sindicales en la Empresa del Es-tado, incluidos los organismos de previsión social. La violación de los contratos colectivos de trabajo. La ley de congelación de salarios. La modificación de la ley de indemnizaciones por despido. El aumento de la edad para acogerse a la jubilación y la eliminación de las compensa-ciones por años de servicio”.

Como últimos detalles de las denuncias contra la reaccionaria política que se llevaba adelante se señalaba: “Simultáneamente el Go-bierno pretende tener un consenso tácito de la opinión pública, pero no abre vías de ninguna naturaleza para probar con la expresión del pue-blo si ello es cierto o no, mientras justifica tamaño despropósito con

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la supuestamente perjudicial de enfrentar a un debate político al país. Con la lógica perseverancia de sus propósitos retrógrados el Gobierno aprueba la Ley de Defensa Civil que militariza a toda la población a partir de los 14 años de edad, bajo el pretexto de asegurar el frente interno, pero con la finalidad de reprimir toda legítima defensa de los intereses económicos, sociales y políticos de los trabajadores. Más ade-lante dicta la denominada ley de represión al comunismo, que engloba a todas las personas o instituciones que protesten o lleven adelante una acción para proteger sus derechos. Supera el cuadro represivo macar-tista dejando al Servicio de Informaciones del Estado la calificación de toda persona que tenga “motivaciones ideológicas comunistas”, aña-diendo un régimen punitivo que llega hasta los nueve años de prisión. Intervienen las Universidades Nacionales, anula la participación de la juventud estudiosa argentina en la vida de las mismas, proyecta una reglamentación limitacionista y disuelve los Centros de Organización Estudiantiles. Viola el secreto de la correspondencia cual modernos inquisidores celosos de toda opinión adversa a la dogmática oficial. En el ámbito internacional propuso, felizmente rechazada, la instituciona-lización de la Junta Interamericana de Defensa, cual moderno gendar-me de los Pueblos de América Latina que bregan por su emancipación integral, a fin de mantenerlos en el subdesarrollo, en el estancamiento y en la dependencia neocolonial”.

Allí se realizaron denuncias que si bien eran conocidas por to-dos, no todos las realizaban. Eran las delegaciones cordobesas por lo general las que sustentaban estos planteamientos en todos los ámbitos.

En Córdoba se expresó poco tiempo después una resolución de la CGT local que declaró persona no grata al Presidente Onganía, y eso trasuntaba el creciente desafío al régimen autocrático, no cuestionado a nivel masivo con tanto vigor como se daba en Córdoba.

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La rebelión de las bases sindicales

La Comisión Delegada de la CGT Nacional, intentó por todos los medios la construcción de un Congreso adicto a las teorías del par-ticipacionismo, que era hacerse eco de toda la política del Gobierno y lograr la participación en el proceso. Una renuncia clara a las reivindi-caciones obreras y populares que merecía una repulsa general.

El dirigentismo de los jerarcas de las organizaciones nacionales, luego de prolijos cortejos de delegados, al estilo de los viejos comités de la política criolla de la Década Infame, resolvió la convocatoria a un Congreso Nacional para la normalización de la Confederación General del Trabajo.

Llegó a tanto la podredumbre de los dirigentes participacionis-tas, que sostenían que en ese Congreso no podían participar las Orga-nizaciones que estaban intervenidas, entre ellas la de más caudal de afiliados o sea la Unión Ferroviaria, además de los trabajadores por-tuarios, de prensa, químicos, del azúcar, etc. Querían hacer un Con-greso con los que habían tolerado la Dictadura y sancionar a su vez con tal exclusión a los que habían luchado, habían sido intervenidos y eran perseguidos por los violadores de todos los derechos sindicales.

Todos quienes continuaban fíeles a los principios sindicales, in-cluso los sindicatos intervenidos designaron delegados a tal Congreso, comprometiendo a quienes estaban con la Dictadura a que en el propio Congreso los inhibieran de actuar. El 28, 29 y 30 de marzo comenzó el Congreso. Los dirigentes que coincidían con Onganía, no tuvieron el valor de acudir a impugnar a quienes querían excluir desde las bamba-linas. El Congreso se realizó con todas las organizaciones combativas, incluidas las intervenidas, y con poco más de la mitad de los delegados suficientes para el quórum se proclamó la lucha contra la Dictadura y el desconocimiento a todos los jerarcas del participacionismo. De allí nació la que fue denominada CGT de los Argentinos, encabezada por Raimundo Ongaro.

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Las bases sindicales repudiaban toda la política de conciliación vergonzosa y una ola de manifestaciones, de actos, todos organizados por los sindicatos de la CGT de los Argentinos, cubrió una verdadera celebración del 1° de Mayo de 1968.

En Córdoba más de cinco mil personas concurrieron al local del Córdoba Sport Club, en el que juntamente con Ongaro hice uso de la palabra denunciando una vez más, ratificando lo que veníamos seña-lando desde 1966, que la Dictadura hundía al país.

El 28 de junio de ese mismo año la CGT de Córdoba programó un acto frente al local de la misma, en repudio al Segundo Aniversario de la Dictadura. La represión, como lo hacía repetidas veces, descargó todo su aparato y se contabilizaron trescientos veintidós presos entre los manifestantes. El movimiento obrero, el estudiantado, los sectores populares pugnaban por expresar su protesta en la calle y sucesiva-mente eran reprimidos. Pero no descansábamos. Algunos ya sostenían que no era posible programar actos, ya que la Policía no los permitía y que la gente se cansaba. La mayoría sostuvo que no. No queríamos dejar de lado nuestro derecho a expresamos, a protestar, a exigir so-luciones. Una y otra vez nos disolvían encarcelando a trabajadores y estudiantes.

En septiembre de 1968, la CGT y el Frente Estudiantil en Lu-cha programó una semana de Protesta en recordación de los Mártires Populares, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Santiago Pampillón.

Ya el Gobernador Caballero, que había suplantado a Ferrer De-heza, lanzaba la constitución de un Consejo Asesor, como forma per-feccionada del participacionismo como experiencia piloto para todo el país.

La Semana de los Mártires Populares fue violentamente repri-mida. Cayó baleado el joven estudiante Aravena, que hoy aún se en-cuentra impedido físicamente en forma total, como producto de aquel alevoso ataque.

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Los actos fueron disueltos. Se atacó a una manifestación enca-bezada por dirigentes sindicales, estudiantiles y Sacerdotes del Tercer Mundo, que provenían de una Misa por Santiago Pampillón. Se disol-vieron los actos frente a la CGT. Se encarcelaron a varios militantes y representantes sindicales y estudiantiles que estuvieron casi un mes en Encausados.

A fines del mismo 1968, la CGT organizó otro acto que fue igual-mente reprimido. Todos sentíamos una real indignación y la condena al régimen tomaba ribetes de furia. Nada era posible hacer. La repre-sión se manifestaba en todo momento. El gobierno seguía su propa-ganda para el Consejo Asesor. La Federación de Luz y Fuerza suspen-día a nuestro sindicato por estar adherido a la CGT de los Argentinos.

Los jerarcas sindicales habían realizado su propio Congreso, pero no tenían ninguna vigencia en las bases. En Córdoba eran abier-tamente repudiados por la Clase Trabajadora.

Mientras en todos los órdenes la política de Onganía seguía con-solidándose en el sentido de la fuerza y la opresión.

Mientras por otra parte, en el pueblo crecía la rebelión contra tanto estado de injusticia, de desconocimiento de los Derechos Huma-nos. A fines de 1968, se cumplió el 20° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Luz y Fuerza realizó algunas con-ferencias sobre el particular. Qué cotejo más dramático se realizaba entre el contenido de esta declaración que coronó el final de la segunda guerra mundial y el régimen que imperaba en Argentina. Parecía que tantos sacrificios, tantas vidas, por el respeto a los derechos del hom-bre, hubieran sido inútiles.

1969: El año del Cordobazo

Hemos reseñado los males del régimen a escala nacional y he-mos particularizado las posiciones de Córdoba por ser las más relevan-tes contra la Dictadura en el orden nacional.

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Ya también Hilda Guerrero de Molina, mártir obrera de Tucu-mán engrosaba las filas de quienes habían caído defendiendo sus idea-les, enfrentando al régimen de Onganía.

El régimen comunitario era publicitado desde todos los ángulos del equipo gobernante. Córdoba se había convertido en la experiencia piloto y el Dr. Caballero había constituido su Consejo Asesor que sería convalidado con bombos y platillos en la Reunión de Gobernadores de Alta Gracia. Allí llegó Onganía en el mismo automóvil y en la misma posición ideológica y con los mismos propósitos de Caballero.

Antes habíamos redactado un importante documento. Un do-cumento que se denominaba Declaración de Córdoba y que se dio a publicidad el 21 de marzo de 1969. Dos meses y días antes del Cordo-bazo. En él reseñábamos los problemas principales de orden local que sumados a los de orden nacional y en función a la toma de conciencia del pueblo de Córdoba sobre la validez de sus derechos, podríamos de-cir que encuadraron la heroica reacción popular del Cordobazo.

En la introducción se decía; “Nuestra Provincia soporta un des-calabro gubernativo, una manifiesta inoperancia en los más altos nive-les jerárquicos oficiales, una ineptitud generalizada en la conducción de la cosa pública. Paralelamente a esta ineficacia se destaca un os-curo y torpe manejo de los instrumentos del poder, para favorecer a los círculos del privilegio económico y financiero, para exaccionar los modestos recursos monetarios de la población, para burlar la auténtica representatividad popular mediante el fraude neocorporativista, para manipular desvergonzadamente a algunos miembros de la justicia, in-tentando abiertamente ponerlos al servicio de la tolerancia cómplice hacia el crimen de algún conspicuo allegado al régimen”.

“No se recuerda que nuestra provincia haya soportado tamañas iniquidades públicas. Nunca el pueblo cordobés contempló un ejerci-cio sensual del poder usurpado con la impunidad que se manifiesta, y con el visto bueno de un Poder Central que en muchos casos lo pone como ejemplo de experiencia a proyectarse en toda la nación”.

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“Esta situación insoportable en todos los órdenes, obliga a la clase trabajadora cordobesa a repudiar públicamente al gobierno local, a corresponsabilizar a la Dictadura de Onganía de todos sus actos y a actuar cada vez más unida y enérgicamente para lograr la instauración del ejercicio pleno de los derechos y garantías que pertenecen inaliena-blemente a los trabajadores y ciudadanos, y a la práctica de la función gubernativa en un plano de dignidad y de real interpretación de las aspiraciones del Pueblo”.

Señalábamos y no lo hacíamos nosotros por una elucubración al margen de las posiciones populares, sino como una expresión au-téntica que palpitaba en toda la población que: “Durante bastante tiempo el Gobierno de Córdoba trabajó intensa y solapadamente, para implementar el denominado Consejo Asesor Económico Social. Sus fundamentos se basaron en el supuesto interés por consultar sectores representativos de la comunidad y darles participación en el análisis y programa de los actos gubernativos”.

Luego se indicaba: “Asimismo se pretende remedar el engendro del Consejo Asesor, con los Consejos Económico-Sociales de vigencia positiva en algunos países del mundo estructurados políticamente so-bre la base de la voluntad soberana del Pueblo”.

Y por último, luego de otras consideraciones: “El Consejo Ase-sor procura la domesticación de la sociedad, su estratificación defini-tiva y si hoy se viste con los ropajes de una aparente inocencia, con el tiempo todos deberán lamentar su consolidación como aparato de po-der omnipotente, sin apelaciones, en el que se fundamentará y basará el régimen para implantar un sistema de vida repudiado por la historia y con el cual se identificó con su saludo romano el otrora joven camisa negra, hoy Gobernador de Córdoba, Dr. Carlos Caballero”.

Sobre el caso Valinotto, se señalaba, “la opinión pública cordo-besa y también la nacional observan con estupor cómo un Juez de Cór-doba dispuso la libertad de un criminal basándose en el testimonio, de-nominado “de abono” del Ministro de Gobierno, Dr. Luis E. Martínez Golletti, y del Vocal del Superior Tribunal de Justicia Dr. Pedro Angel Spina”.

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Y culminaba el análisis sobre este tema: “El Sr. Gobernador de Córdoba, Dr. Carlos Caballero, ante la renuncia verbal de su Ministro de Gobierno, Dr. Martínez Golletti, resolvió, rechazarla ratificándole su confianza”.

Sobre los impuestos de orden local recalcábamos: “Los centros vecinales de Córdoba, integrados en su mayoría por trabajadores, han denunciado el asalto fiscal de que son objeto, han protestado, han se-ñalado la ilegalidad de las medidas tributarias, pero el gobierno ha per-manecido incólume, ofreciendo una transitoria y demagógica rebaja que no altera la situación de fondo y que ha determinado la resistencia al pago, como único camino para hacerse escuchar, aunque el gobierno sigue y seguirá sordo a los reclamos del pueblo, embebido en su abso-lutismo y cegado por su tortuoso designio político”.

Sobre los problemas laborales se daba el caso de las “quitas zo-nales” que afectaba fundamentalmente al gremio metalúrgico. La anu-lación de la Ley del Sábado Inglés, que había sancionado en el año 1932 y que rebajaba en un 9,1% los salarios mensuales de los traba-jadores. El Departamento Provincial de Trabajo resultaba totalmente inoperante. Se distinguía que “Córdoba es, a no dudarlo, el paraíso de los recibos en blanco, que sirven para robar de los ya magros salarios de los trabajadores, partes sustanciales y crear la inseguridad en la permanencia de su empleo”. Por otra parte se dispuso el cierre de una serie de escuelas nocturnas de capacitación a la que concurrían los tra-bajadores, con el fundamento de que se habían agotado las instancias para que los mencionados establecimientos pasaran a formar parte del organigrama secundario provincial”.

Las tropelías de la denominada “Brigada Fantasma”, también enardecieron al pueblo de Córdoba. Decíamos sobre el particular: “Todo el país conoce ya el increíble episodio de la “Brigada Fantasma”, denominada así por sus oscuras andanzas no en resguardo de la segu-ridad pública, sino atentando contra la misma. Intimidando a gente inocente, persiguiendo a supuestos delincuentes y extorsionando a los detenidos”. Se concluía sobre este punto: “También el episodio de la

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“Brigada Fantasma”, por más que se haya dispuesto su disolución y la detención de los “policías” que la integraban, no fue descubierta por la preocupación o la diligencia de los funcionarios del gobierno. Se co-noció y se investigó por las denuncias periodísticas que constituye hoy el único medio que tiene el pueblo para defenderse de alguna manera de los atropellos a que es sometido por un Gobierno, que inexorable-mente “será juzgado como el más nefasto para los derechos de toda la población de Córdoba”.

Para no extenderse más sobre este extenso documente señalaré una frase más: “Una ínfima minoría, los dedos de una mano sobran para contarlos, de ‘dirigentes’ sindicales, apoya el régimen cordobés. No es así sin embargo en el orden nacional.

La asistencia de más de cuarenta jerarcas gremiales a una en-trevista con Onganía ha demostrado que el espíritu de lucha de los trabajadores y del pueblo, tienen un fuerte contingente de deserto-res, sumados a la programática del régimen: política de sometimiento económico, de opresión social, de oscurantismo cultural y de morda-za cívica, sojuzgando a todos los argentinos que quieren un país en el cual se operen fundamentales transformaciones que posibiliten un inmediato porvenir donde impere la justicia social; donde se produzca la independencia económica, liberando a la patria de la penetración y dominio monopolice e imperialista; donde se materialice la soberanía política sobre la base de la libre voluntad popular y donde la democra-cia integral se practique sin ningún tipo de proscripciones e inhabilita-ciones para todos los argentinos”.

Cubríamos el final exhortando a la unidad, a la acción común reivindicativa de todas las Organizaciones Sindicales para la prosecu-ción de la lucha en defensa de nuestros derechos.

Estalla la caldera

Los trabajadores metalúrgicos, los trabajadores del transporte y otros gremios declaran paros para los días 15 y 1° de mayo, en razón de

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las quitas zonales y el no reconocimiento de la antigüedad por transfe-rencia de empresas, respectivamente. Los obreros mecánicos realizan una Asamblea y a la salida al ser reprimidos, defienden sus derechos en una verdadera batalla campal en el centro de la ciudad el día 14 de mayo. Los atropellos, la opresión, el desconocimiento de un sin núme-ro de derechos, la vergüenza de todos los actos de gobierno, los proble-mas del estudiantado y de los centros vecinales se suman.

Se paraliza totalmente la ciudad el día 16 de mayo. Nadie traba-ja. Todos protestan. El Gobierno reprime.

En otros lugares del país, estallan conflictos estudiantiles por las privatizaciones de los comedores universitarios.

En Corrientes es asesinado el estudiante Juan José Cabral y ese hecho tiene honda repercusión en toda la población de Córdoba. Se dispone el cierre de la Universidad. Todas las agrupaciones estudianti-les protestan y preparan actos y manifestaciones. Se trabaja de común acuerdo con la CGT.

El día 18, es asesinado en Rosario el estudiante Adolfo Ramón Bello. Realizamos con los estudiantes y los Sacerdotes del Tercer Mun-do una marcha de silencio en homenaje a los caídos.

El día 20 de mayo, fui detenido e incomunicado en el Departa-mento de Policía “en averiguación de antecedentes”. Recupero la liber-tad al día siguiente.

El día 21, se concreta un paro general de estudiantes. Una serie de comunicados del movimiento obrero lo apoyan. En Rosario cae una víctima más. El estudiante y aprendiz de metalúrgico Norberto Blanco, es asesinado en Rosario. Se instalan Consejos de Guerra.

El día 22 de mayo, los estudiantes de la Universidad Católica se declaran en estado de asamblea y son apoyados por el resto del movi-miento estudiantil.

El día 23 de mayo, es ocupado el Barrio Clínicas por los Estu-diantes. Es gravemente herido el estudiante Héctor Crusta de un bala-zo por la Policía. Se producen fogatas y choques. La Policía es contun-dente, y los choques se hacen cada vez más graves.

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El día 25 de mayo, hablo en la Universidad Católica de Córdoba y hago una severa crítica y condena a los sangrientos atropellos de la Policía y de los arbitrarios procedimientos del Consejo de Guerra en Rosario.

El día 26 de mayo, el movimiento obrero de Córdoba, por medio de los dos plenarios realizados, resuelve un paro general de actividades de 37 horas a partir de las 11 horas del 29 de mayo y con abandono de trabajo y concentraciones públicas de protesta. Los estudiantes adhie-ren en todo a las resoluciones de ambas CGT.

Todo se prepara para el gran paro. La indignación es pública, notoria y elocuente en todos los estratos de la población.

No hay espontaneísmo. Ni improvisación. Ni grupos extraños a las resoluciones adoptadas. Los Sindicatos organizan y los estudiantes también. Se fijan los lugares de concentración. Como se realizaran las marchas. La gran concentración se llevará adelante, frente al local de la CGT en la calle Vélez Sarsfield 137.

Millares y millares de volantes reclamando la vigencia de los de-rechos conculcados inundan la ciudad en los días previos. Se suceden las Asambleas de los Sindicatos y de los estudiantes que apoyan el paro y la protesta.

El día 29 de mayo amanece tenso. Algunos sindicatos comienzan a abandonar las fábricas antes de las 11 horas. A esa hora el Gobierno dispone que el transporte abandone el casco céntrico. Los trabajadores de Luz y Fuerza de la Administración Central pretenden organizar un acto a la altura de Rioja y General Paz y son atacados con bombas de gases. Es una vez más la represión en marcha. La represión indiscri-minada. La prohibición violenta del derecho de reunión, de expresión, de protesta.

Mientras tanto, las columnas de los trabajadores de las fábricas de la industria automotriz van llegando a la ciudad. Son todas atacadas y se intenta dispersarlas.

El comercio cierra sus puertas y las calles se van llenando de gente. Corre la noticia de la muerte de un compañero, era Máximo

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Mena del Sindicato de Mecánicos. Se produce el estallido popular, la rebeldía contra tantas injusticias, contra los asesinatos, contra los atropellos. La policía retrocede. Nadie controla la situación. Es el Pue-blo. Son las bases sindicales y estudiantiles, que luchan enardecidas. Todos ayudan. El apoyo total de toda la población se da tanto en el centro como en los barrios.

Es la toma de conciencia de todos evidenciándose en las calles contra tantas prohibiciones que se plantearon. Nada de tutelas, ni de los usurpadores del poder, ni de los cómplices participacionistas. El saldo de la batalla de Córdoba -El Cordobazo- es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un Pueblo florecen y marcan una página en la historia Argentina y latinoamerica-na que no se borrará jamás.

En las fogatas callejeras arde el entreguismo, con la luz, el calor y la fuerza del trabajo y de la juventud, de jóvenes y viejos, de hombres y mujeres. Ese fuego que es del espíritu, de los principios, de las gran-des aspiraciones populares ya no se apagará jamás.

En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad soberana del pueblo, partimos esposados a bordo de un avión con las injustas condenas sobre nuestras espaldas. Años de pri-sión que se convierten en poco menos de siete meses, por la continui-dad de esa acción que libró nuestro pueblo, especialmente Córdoba, y que nos rescata de las lejanas cárceles del sur, para que todos juntos, trabajadores, estudiantes, hombres de todas las ideologías, de todas las religiones, con nuestras diferencias lógicas, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su Compañero y su Hermano.

Agustín Tosco, junio de 1970

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LA HUELGA GENERAL EN CÓRDOBAdel viernes 16 de mayo de 19696

Los hechos que se están sucediendo hablan de una intensa mo-vilización en la que confluyen los más diversos sectores del pueblo para repudiar la política del gobierno. Las circunstancias de esta coinciden-cia en “tiempo y lugar” que aflora con inusitada fuerza en las ciudades más importantes del país, especialmente en Córdoba, no son fruto de la casualidad (…)

LOS CAUCES DE LA REBELDÍA

Algunos se preguntarán ¿qué pasa? ¿Por qué de repente todo el mundo se lanza a la calle y enfrenta abiertamente a la represión? ¿Cómo de un día para otro se “arman” grandes manifestaciones enca-bezadas por trabajadores, sacerdotes, estudiantes, y hasta monjas, son reprimidas duramente y, sin embargo, se mantienen firmes gritando su repulsa al régimen? ¿De dónde surgió esta tremenda Huelga Ge-neral del viernes 16 que paralizó totalmente a Córdoba como que hace años no se daba?

Estas preguntas son válidas y reales, porque si bien han deja-do de formularse verbalmente, todos nos las hemos hecho en nuestro

6 luz y Fuerza - Córdoba, “Las rebeliones de mayo”, Electrum, Córdoba, 23 de mayo de 1969 [en línea] Dirección URL: http://www.electrumluzyfuerza.com.ar/?p=4129 [Consulta: mayo de 2016]

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fuero íntimo. Lo cual es lógico, porque súbitamente nos hemos encon-trado aquí donde aparentemente “no pasaba nada”, con un panorama totalmente distinto, con una realidad humana pujante y enfervorizada, cuyos brotes se advierten por todos lados. Y no son, precisamente, de escarlatina.

LA RESISTENCIA HA MADURADO

Además del Paro General, hay otros hechos significativos cuya explicación se impone para comprender lo que está ocurriendo a nues-tro alrededor. Uno de ellos es la asamblea de los mecánicos el miér-coles 14 con la asistencia de 5000 trabajadores que por absoluta una-nimidad resolvieron realizar un paro de 48 horas. Previamente, para asistir a la asamblea, habían hecho abandono masivo de las plantas, lo cual indica el alto grado de decisión que esos compañeros traían a la reunión sindical. La policía había prohibido el acto y -como siem-pre- desde temprano las radios propalaban el parte policial. Pero la asamblea se hizo.

Todos sabemos lo que pasó entonces y cómo se conmocionó la ciudad: mientras estaban reunidos, se escuchaban los ruidos prove-nientes de la calle, ocasionados por las corridas y disparos de gases contra los afiliados que no habían logrado ingresar. Ello provocó la irreprimible indignación de los trabajadores, acentuada por las grana-das lacrimógenas arrojadas criminalmente contra el interior del local.

Rápidamente entonces, se puso término a la asamblea y los 5000 obreros salieron a la calle enfrentando valientemente una repre-sión indiscriminada que arrojó como saldo un trabajador herido por una bala policial calibre 45.

Aunque parece temeraria esa espontánea y resulta actitud, no constituye un hecho aislado. Hace tiempo, especialmente a través de la CGT de los Argentinos, la defensa de los derechos conculcados por el régimen ha asumido un carácter frontal que excluye toda posibilidad de apaciguamiento mientras no se reivindique en plena soberanía po-

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pular, y los derechos y garantías constitucionales no sean restituidas a la ciudadanía.

También los compañeros de Transporte urbano (UTA) y los me-talúrgicos (UOM) lanzaron sendos paros por 48 horas que se empal-maron con la huelga general del día viernes 16. Ambas organizaciones, además, habían efectivizado medidas de fuerza poco tiempo antes. De manera que poco a poco todas las especulaciones de un estado de atonía quedaron rotas. El esquema de los participacionistas y demás traidores del Movimiento Obrero, que están embarcados en un mis-mo bote con los usurpadores del poder, comenzó rápidamente a hacer agua cuando los acontecimientos empezaron a precipitarse en una ca-dena interminable.

LAS CONSECUENCIAS SON MUCHAS, LA CAUSA UNA SOLA

Es menester todavía ir un poco más lejos. No demasiado, por-que todo está ocurriendo con una dinámica arrolladora. Además, tres semanas atrás, tenía lugar otro síntoma clave: las “marchas del ham-bre” de los pobladores de Tucumán y el norte de Santa Fe. Los pro-tagonistas no fueron esta vez los estudiantes ni exclusivamente los trabajadores, sino todos los habitantes, incluyendo mujeres, niños, jóvenes y ancianos, como así también, los curas párrocos de esos pue-blos, abandonados a su suerte por la “revolución” del general Onganía. (¿Dirán Borda y Caballero que también allí todo fue obra de un grupito de “extremistas”?).

De tal manera, a la movilización en las zonas fabriles y ciudades se suma la reacción en lugares apartados y virtualmente desconectados del acontecer de los grandes centros. Todas la expresiones de descon-tento y agitación, las protestas y manifestaciones, el hacer frente abier-tamente a la ira violenta del régimen, obedecen a un idéntico origen de injusticias de todo orden, acumuladas a lo largo de estos tres años de despotismo que han colmado en exceso la capacidad de tolerancia del pueblo.

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LA ASAMBLEA GENERAL DE LUZ Y FUERZA

Convocada por el Consejo Directivo, se realizó el miércoles 14 la importante Asamblea General Extraordinaria de nuestro Sindicato a efectos de resolver como punto fundamental el mandato de los delega-dos para el Plenario de gremios de la CGT de los Argentinos-Regional Córdoba, citado para esa misma noche.

En primer término, el compañero Tosco expuso con amplitud el informe sobre el Movimiento Obrero. Profundizó en los aspectos que hacen a todo este proceso que viven no solamente los trabajadores sino el pueblo de todo el país y ratificó el concepto de la lucha y la premisa de proseguir y acrecentar toda acción a favor de las reivindicaciones populares, especialmente en estos momentos en los que se demuestra a la luz de los hechos que la fuerza del Movimiento Obrero, apoya-da por los sectores progresistas y nacionales, constituye una potencia irrefrenable para alcanzar los legítimos objetivos que le son comunes a todos los argentinos que aspiran al progreso y a la liberación de un país.

Seguidamente, hicieron uso de la palabra otros compañeros para mocionar ante el plenario de la CGT en favor de la de la reali-zación de un paro general por 24 horas el día viernes 16 de mayo. La moción fue aprobada unánimemente por los numerosos afiliados que habían colmado el salón de actos del tercer piso de la sede central.

EL PARO GENERAL

Así, llegamos al Plenario de gremios de la C.G.T. de los Argen-tinos que se pronunció también por unanimidad, por la huelga de 24 horas del día viernes 16. Nuestro compañero Agustín Tosco, que lleva-ba el mandato de la asamblea de Luz y Fuerza, hizo la moción concreta y fundada del Paro y, a continuación, numerosos representantes de los restantes gremios se expidieron ratificando plenamente idéntica deci-sión emanada de sus respectivas bases. Es significativo rescatar este hecho que evidencia que, a lo largo de todo el día jueves 14, la gran

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mayoría de las organizaciones sindicales habían realizado asambleas para deliberar sobre la medida de fuerza apegándose sin excepciones a la misma. Ello patentiza el grado de movilización de la clase traba-jadora cordobesa y el esclarecimiento de las bases gremiales sobre el rol que les corresponde en estos difíciles momentos para enfrentar a la dictadura.

El viernes 16 de mayo, en consecuencia, fue un día de inmovili-dad total a partir de las primeras horas. No circularon los transportes, los comercios no abrieron sus puertas y en la mayoría de los estableci-mientos escolares no se dictaron clases. Salvo los servicios imprescin-dibles, el ritmo de actividad fue nulo y en el sector obrero, particular-mente, la polarización alcanzó el 100 por ciento. Una pauta del éxito rotundo del Paro General la proporcionan los propios índices oficiales del Departamento Provincial del Trabajo que denuncian ausentismo del 94,11 por ciento. Tampoco circularon los diarios y a la hora vesper-tina la ciudad ofrecía un aspecto de absoluta desolación, acentuada por la ausencia del encendido de los letreros luminosos.

Las motivaciones concretas e inmediatas del paro comprendie-ron los siguientes puntos que representan otros tantos problemas pro-vocados por la política reaccionaria del régimen: anulación del Sábado Inglés; repudio al Consejo Asesor; quitas zonales al gremio metalúrgi-co; carestía de la vida. Racionalización; congelamiento salarial; inter-vención a gremios; conflictos de UTA y petroleros privados; modifica-ción arbitraria de leyes obreras; desocupación; régimen de educación; régimen impositivo; aumento del transporte y la nafta; régimen previ-sional; departamento de trabajo.

En lo que respecta a nuestro gremio, el Sindicato de Luz y Fuer-za de Córdoba acató en un cien por ciento el paro cumpliendo una vez más con su digna trayectoria de lucha. La postura combativa de los compañeros, no declina en ninguno de los momentos en que, como hoy, se pisotean y humillan tantos derechos de los trabajadores y del pueblo.

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La jornada del viernes 16, en definitiva, como ya lo han reflejado con amplitud todos los diarios del país en sus titulares y comentarios, significó el reinicio de las acciones masivas de solidaridad en la lucha, una chispa que gradualmente se expande por toda la Nación y que en estos precisos instantes motiva y seguirá motivando cada vez en mayor medida el alzamiento de todos los trabajadores, de todos los estudian-tes, de todos los sectores del país, para enfrentar unidos la resistencia contra el nefasto régimen que estamos soportando.

Luz y Fuerza - Córdoba, 23 de mayo de 1969

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NUESTRA POSICIÓN7

Federación Universitaria de CórdobaLa represión organizada en la universidad y en el país, no es

más que una muestra de debilidad de la dictadura. ¿Cómo se mani-fiesta esta debilidad ideológica y física en la universidad? La obcecada política de mantener sus planes aun en contra de sus alumnos, egresa-dos y profesores es producida por la verticalidad de cuartel a que está sometida. Sus planes nos son elaborados interna y democráticamen-te en ella, sino externamente por el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE), que a su vez recibe las sugerencias de Rudolph Atcon y los asesores yanquis, célebres por haber elaborado en los EEUU la forma política y organizativa que somete la universidad a las empresas: el departamentalismo.

Dentro del plan general de la dictadura, se elaboró la forma de instrumentar la universidad y especialmente lo que allí se forma: los técnicos, los científicos, para “orientarlos” en dos vertientes que res-ponden a dos necesidades claras de la dictadura:

a) “Los investigadores detentan en la practica el poder” (dis-curso de Onganía en Alta Gracia). Conforme con este pensamiento, la ley universitaria prevé la formación de estos “investigadores” en los

7 FederaCión universitaria de Córdoba, Córdoba, Nuestra posición, 25 de mayo de 1969 en Cena, Juan Carlos (comp.), El cordobazo: una rebelión popular, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2000.

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Colegios de Graduados (con título universitario académico), y el tema principal de las investigaciones son específicamente los problemas científicos-técnicos que plantea nuestro país al desarrollo del capital monopolista de las grandes empresas. En síntesis, se forman los tecnó-cratas al servicio del capital

b) Por otro lado, la dictadura necesita para estas empresas una mano de obra abundante y universitariamente capacitada (con título profesional). Esta otra alternativa plantea en la intervención univer-sitaria un costo mínimo de dinero para la formación de esta mano de obra, y una salida rápida de la universidad (cuatro años) para entrar en el libre mercado; lugar donde se juegan la oferta de trabajo de estos profesionales así formados y la demanda de trabajo de las empresas yanquis y las extranjeras, verdaderas dueñas de la industria nacional. Sintetizando, se busca así una mano de obra abundante, técnicamente calificada (formada en cuatro años con título profesional universitario) para el desarrollo de estas empresas. Con estas dos orientaciones se resuelven las necesidades de la dictadura en la universidad, adaptando también, desde esta perspectiva, la política educacional en la enseñan-za secundaria y primaria. Estas son las dos opciones que ofrece a los estudiantes la dictadura en la universidad: elite técnica o científica, o mano de obra abundante capacitada. Pero no son opciones libres, solo entrarán a los Colegios de Graduados donde se forma la elite técnica, aquellos estudiantes que tengan el mismo apellido de los mandamás de turno y algunos otros que, al demostrar docilidad política a la dicta-dura, puedan ser becados para continuar en estos colegios. Las carre-ras que otorguen título intermedio de cuatro años estarán abiertas al “pueblo”, pero la investigación y la ciencia en profundidad sólo serán accesibles a una elite instrumentada por la dictadura de los monopo-lios. En el país, estos monopolios han penetrado respaldados por la dictadura, en la economía copando toda la industria nacional y en el campo a través de latifundios y grandes estancias con la forma de so-ciedades anónimas. La penetración del imperialismo, especialmente el yanqui, está dada en grado máximo en la industria y en el campo, lo

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que ha creado la necesidad de técnicos (mano de obra) formados para desarrollar aun más esta penetración. No es casual la instrumentación de la universidad al servicio de estos intereses y no a los del pueblo. Esto nos plantea que los problemas del país, y de la universidad en par-ticular, tienen origen en una misma causa y solo derrotando a esa dic-tadura se acabarán los asesinatos de estudiantes, el limitacionismo, los problemas docentes, la congelación de salarios, el hambre en el campo y la entrega total del patrimonio nacional al imperialismo yanqui. La tarea es acabar con la intervención en la universidad y derrocar a la dictadura en el país, y esta acción nos plantea otro problema: ¿Con qué reemplazamos este vacío de poder? Aquí la respuesta no se improvisa, y el programa propuesto es el producto de toda una lucha.

Reemplazamos la verticalidad de la intervención y la autono-mía universitaria, con un gobierno de la universidad formado por pro-fesores, egresados y estudiantes progresistas, única forma posible de gobierno para esta etapa universitaria; y reemplazamos a la dictadura fascista en el país con un gobierno integrado democráticamente por las fuerzas que hayan luchado por su derrocamiento, unidas en torno a un programa donde se expliciten las transformaciones de fondo que el país necesita, y que esta fuerzas se comprometen a llevarlas a la prácti-ca en profundidad en el país.

La Federación Universitaria de Córdoba resolvió en reunión de los centros de: Medicina (C.E.M.), Ciencias Económicas (C.E.C.E.), Fi-losofía (CEFYL), y con la participación parcial de los centros de Inge-niería (C.E.I.), I.M.A.F. (C.E.I. e I.M.A.F.), y delegados del Centro de Estudiantes de Derecho (C.E.D.), no adheridos orgánicamente todavía a esta federación, proponer a todos los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba el siguiente plan de lucha para esta semana:

1) Llevar a cabo asambleas por curso y facultad, con participa-ción de estudiantes y docentes, donde se discutan los actuales proble-mas y planes de enseñanzas exigiendo a través de petitorios, comisio-nes, etc., la respuesta y solución inmediata al conjunto de puntos que en estas asambleas se resuelvan.

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2) Esperar en estado de asamblea las respuestas concretas del Rectorado a todos estos pedidos, y resolver allí las medidas a tomar: proponemos estas medidas para demostrar una vez más que el consa-bido diálogo entre las autoridades y los estudiantes que tanto vocifera el rector, no existe nada más que en su imaginación y en sus comuni-cados, ya que en el último período de dos o tres meses (para no dar más que una muestra de estos años de intervención) este rector no elegido por nadie, no se dignó siquiera a atender una sola vez a los estudiantes. Y es más, les prometió audiencias y luego no los recibió, y mucho menos solucionó, los problemas planteados (por ejemplo: cur-so de ingreso limitacionista, turnos de exámenes injustos, estudiantes sancionados, represión policial, etc.).

3) Paro general de estudiantes el mismo día que convoque la CGT de los argentinos (en principio el día del 29 de mayo, en repudio a los asesinatos de estudiantes, por el enjuiciamiento de los culpables y sus castigos, por la libertad de expresión y de reunión, por la legalidad del movimiento estudiantil, por la libre y pública discusión de los pla-nes de enseñanza, por un gobierno tripartito en la universidad, por la autonomía y, en definitiva por un gobierno popular, verdaderamente democrático que asegure nuestra independencia y soberanía nacional. Y en esa línea nos oponemos a cualquier intento golpista, porque nin-gún golpe puede responder a los intereses estudiantiles y populares.

4) Por último, se resolvió llevar a cabo una nueva reunión de Junta Representativa de la FUC, el día 26 a las 21 horas, en el Sindicato de Luz y Fuerza, Deán Funes 672, invitando a todos los estudiantes.

Por una FederaCion de Centros úniCos, Por la CoordinaCión de las luChas de todo el Pueblo Para derroCar a la diCtadura.

Federación Universitaria de CórdobaCEM - CECE - CEFYL - CED

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SITRAC-SITRAM8

a los trabajadores y al pueblo argentinoEl sindicato de trabajadores Concord (Sitrac) y el sindicato de

trabajadores de Materfer (Sitram), gremios que agrupan a los traba-jadores del complejo industrial FIAT de Ferreyra, en oportunidad de este congreso de gremios Combativos de todo el país, reunidos en Cór-doba los días 22 y 23 de mayo de 1971, formulan el presente programa, que constituye su ponencia en el citado Plenario Nacional, convocando a la clase obrera y demás sectores oprimidos del pueblo argentino a continuar y profundizar la lucha de liberación social y nacional (…)

EN EL ORDEN ECONÓMICO

1) Estatización del comercio exterior, sistema bancario finan-ciero y de seguros. El comercio exterior se desarrollará con todos los países del mundo, ampliando y diversificando los mercados interna-cionales para lograr una creciente independencia frente al control del intercambio de los países capitalistas desarrollados. Ruptura con el Fondo Monetario Internacional, rechazo de las devaluaciones mo-netarias impuestas por los monopolios en pos de una orientación del sistema crediticio en función de los intereses de los trabajadores y la nación.

8 sitraC-sitram, Córdoba, SITRAC-SITRAM a los trabajadores y al pue-blo argentino, 22 de mayo, 1971 [en línea] Dirección URL: http://www.ceics.org.ar/ArchivoSitrac/001SUBARCH00A07/Subarchivo%2001/Ficha01.pdf [Consulta: mayo de 2016]

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2) Expropiación de todos los monopolios industriales y estra-tégicos, servicios públicos y grandes empresas nacionales y extranje-ras de distribución. La nacionalización comprenderá, con resguardo de derechos de pequeños accionistas, los rubros del petróleo, energía eléctrica, siderurgia, frigoríficos, transportes ferroviarios, aéreos y marítimos, comunicaciones, cementos, celulosa, papel, petroquímica, y química pesada, industria automotriz, ferroviaria, aeronáutica y as-tilleros, extendiéndose a todos los sectores clave de la economía que comprometan la independencia de la Nación y los intereses generales del pueblo.

3) Apropiación estatal de las fuentes naturales de energía y ex-tensión de la irrigación, caminos, comunicaciones e infraestructura económica y tecnológica al interior del país, suprimiendo la oligarquía portuaria agro-importadora y del centralismo burocrático. Se garan-tizará el federalismo conforme a una adecuada planificación nacional que canalice la expresión de la voluntad de la población de todos los rincones del país. Se impulsarán enérgicamente todos los resortes bá-sicos de la economía hasta la completa eliminación de las diferencias entre provincias pobres y provincias ricas.

4) Expropiación sin compensación de la oligarquía terratenien-te y utilización de las tierras fiscales para una profunda reforma agraria que entregue la tierra al campesino que la trabaja, mecanización agrí-cola, supresión de la intermediación capitalista a través de mercados regionales agropecuarios y desarrollo de empresas agrícolas dotadas de tecnología moderna bajo propiedad cooperativa o estatal.

5) Planificación integral de la economía, abolición del secreto comercial, protección de la industria nacional y prohibición contra toda exportación directa o indirecta de capitales. Control obrero de la producción y gestión del sector industrial no expropiado.

6) Desconocimiento de la deuda externa originada en la expolia-ción imperialista, fijación de las condiciones en que podrán efectuarse inversiones de capital extranjero sin lesionar la soberanía nacional y creciente autofinanciamiento de nuestras actividades económicas e in-

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tegración y complementación con los países latinoamericanos que se liberen de la dominación yanqui.

EN EL ORDEN SOCIAL, CULTURAL Y SINDICAL

1) Mediante la participación de los trabajadores en la dirección de las empresas privadas y públicas se asegurará el sentido social de la riqueza.

La distribución de la renta nacional se orientará hacia la radical eliminación de los salarios de mera subsistencia, asegurándole a todos los habitantes remuneraciones dignas que satisfagan las necesidades de las familias obreras y campesinas en plenitud.

2) Toda legislación laboral, social y previsional será reestruc-turada y adecuada a la etapa histórica de transformación económica y social, garantizándose el reajuste salarial automático por alza del costo de la vida, control popular de precios, previsión social integral que pro-teja la niñez, vejez e invalidez, estabilidad absoluta de los trabajadores en sus empleos y creación del foro sindical.

3) Sistema educacional, único, planificado, estatal y gratuito en todos sus niveles, con co-gobierno estudiantil en el orden universitario y superior.

La enseñanza será puesta al servicio de las mayorías populares y de la nación, con la máxima jerarquización científica y técnica, creando profesionales aptos para acelerar el desarrollo de la economía nacional independiente de transición al socialismo.

4) Se impulsará una nueva cultura, valorizando el trabajo hu-mano, el arte y el desarrollo intelectual de las masas populares, supe-rando las deformaciones culturales de la sociedad capitalista y prepa-rando a los trabajadores para que ejerzan plenamente su rol histórico de vanguardia en la dirección de la comunidad y tengan acceso a todas las manifestaciones artísticas y literarias y al mejoramiento espiritual en camino hacia el hombre nuevo.

5) El estado popular asegurará la defensa de los sindicatos como organismos naturales de expresión de los intereses obreros en todo

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el curso del proceso que lleven a la supresión definitiva del sistema capitalista y la instauración del socialismo, derogando la legislación de asociaciones profesionales en todos los aspectos que afectan la in-dependencia sindical y excluyendo toda injerencia patronal y estatal, garantizándose fundamentalmente el derecho a huelga.

6) Las organizaciones sindicales serán clasistas mientras sub-sistan vestigios de explotación del hombre por el hombre, puesto que su función es la defensa de los derechos de los trabajadores dentro de un orden social injusto basado en la existencia de clases dominantes y clases oprimidas. No existe nada más repudiable que las camarillas traidoras, enquistadas burocráticamente en las direcciones de los gre-mios obreros, con la misión de entorpecer las luchas sociales de libe-ración. Constituye una primordial reivindicación de la clase obrera la democratización de los sindicatos y la plena subordinación de las di-recciones al mandato y control de las bases.

EN EL ORDEN POLÍTICO NACIONAL E INTERNACIONAL

1) Las contradicciones y superexplotación derivadas del proce-so de concentración monopolistas, sus inevitables secuelas de saber popular y quiebra total de la economía nacional dependiente, la co-rrelativa acentuación del carácter represivo de la dictadura burguesa, oligárquica y sometida al mandato imperialista, y el crecimiento de la conciencia y combatividad de las masas obreras y populares confor-man hoy el cuadro de las tensiones y las luchas sociales en la Argentina.

2) El camino del triunfo popular comienza a recorrer finalmente desde las históricas jornadas cordobesas del 29 y 30 de mayo de 1969, prontamente extendidas al resto del país. La gran exigencia patriótica de la hora actual es la unidad de acción, organización y lucha de todos los sectores oprimidos, revolucionarios y antiimperialistas, barriendo las direcciones sindicales al servicio del régimen y del sistema, y avan-zando hacia la constitución de un gran frente de liberación social y nacional que oponga la legítima violencia del pueblo a la violencia de

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la explotación y la represión de las clases dominantes -que tantos már-tires ha costado a la causa popular.

3) La gran tarea del Frente de Liberación es aglutinar bajo la dirección de los trabajadores a todos los demás sectores oprimidos, a los asalariados del campo y las ciudades, peones rurales, campesinos pobres y colonos, capas medias de la ciudad, curas del tercer mundo, profesionales, intelectuales y artistas progresistas y al conjunto de los estudiantes. Este Frente de la Liberación Social y Nacional es el ins-trumento apto para derrotar a las minorías reaccionarias coaligadas al imperialismo que detentan el poder, instaurando, mediante la lucha popular y las movilizaciones de masas, un gobierno popular revolucio-nario dirigido por la clase obrera que pueda asegurar el cumplimiento del presente programa, concretando la revolución democrática, anti-monopólica y antiimperialista, en marcha continua hacia el socialismo.

4) El nuevo estado popular deberá derogar toda legislación re-presiva creada por las clases dominantes para aplastar las justas luchas obreras y oprimir al pueblo, disolviendo y suprimiendo todos los orga-nismos armados al servicio de la represión. La garantía de expresión democrática de las grandes mayorías populares estará representada por una Asamblea Única del Pueblo, depositaria de la soberanía y su-peradora del centralismo dictatorial y del corrupto parlamentarismo burgués. La organización de la justicia, cuyos miembros serán desig-nados y removidos por la Asamblea del Pueblo, perderá su carácter individualista para garantizar esencialmente los derechos sociales.

5) EL gobierno popular deberá sostener una política internacio-nal solidaria con los pueblos de los países coloniales y dependientes que, como el heroico Vietnam, desarrollan sus luchas de liberación y apoyará a los trabajadores y sectores sociales oprimidos que defienden sus reivindicaciones y libran sus batallas contra el sistema capitalista en numerosos países del mundo.

ni golPe ni eleCCión, revoluCión.

SITRAC-SITRAM, 22 de mayo, 1971.

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LLAMAMIENTO A LOS HOMBRES Y MUJERES DE SAN VICENTE9

Los estudiantes universitarios de San Vicente, hacemos conocer al pueblo nuestra posición ante la situación que atraviesa la Universi-dad y el país.

Pensamos que las últimas jornadas de lucha de todos los sec-tores han demostrado, en primer lugar, que la causa de los problemas económico-sociales que sufren los obreros, pequeños comerciantes y el pueblo en general, y los problemas educacionales que son nuestro campo específico, radican en el régimen insensible y falto de repre-sentatividad popular que sustenta la dictadura. Por otra parte, quedó demostrada su debilidad, frente a un pueblo unido y consciente de sus derechos que puede derrotarla. Pero aquí surge la pregunta que todos nos hacemos “saCamos a este… ¿y a quién Ponemos?”. Se hace necesaria una respuesta, que se convertirá en la respuesta nacional, en este mo-mento histórico que atravesamos y conscientes de nuestra responsabi-lidad realizamos nuestro aporte.

Todos tenemos problemas en nuestro campo específico, y to-dos tienen la misma raíz: ¡esta diCtadura! Pensamos que ningún sector puede, al menos por el momento, derrocarla por sí solo. Entonces es

9 inter-barrio zona 5º de estudiantes universitarios de san viCente, Córdoba, Llama-miento a los hombres y mujeres de San Vicente en Cena, Juan Carlos (comp.), El cordobazo: una rebelión popular, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2000.

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menester unir todas las fuerzas populares y democráticas, en la lucha en torno a un programa úniCo, barrial, ProvinCial y naCional, que sinte-tice aquello por lo que luchan los obreros, los campesinos, los centros vecinales, los partidos políticos, los estudiantes y todas las fuerzas po-pulares.

Coordinar las luchas alrededor de programas amplios, en donde no prime la tendencia de tal o cual agrupación política creando discre-pancias ficticias, sino buscando lo que une y separando lo que desune.

Pensamos que esta es la única manera de enfrentar a la dictadu-ra e imponer un gobierno auténticamente naCional y PoPular, donde es-tén representados todos los sectores que hoy luchan contra el régimen, y que lleve a la práctica ese programa de coincidencia que propiciamos.

Por todo esto proponemos: 1) Que se inicie la discusión y el debate de todas estas ideas.2) Que se realicen asambleas populares que aquejan a cada ba-

rrio, a fin de concretar un programa mínimo y de coincidencia, por el cual lucharemos.

A tal fin invitamos a todos los hombres y mujeres de San Vicente a una Asamblea Popular, a realizarse el próximo domingo 29 de junio, a las 16 horas en Plaza Urquiza.

unidad Contra la diCtadura Por una Coordinadora barrial

Por un Programa úniCo que una al Pueblo argentino en Pos de sus reivindiCaCiones

Inter-barrio zona 5º de estudiantes universitariosde San Vicente, Córdoba.

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VOLANTE PARA PENSAR10

Otra vez más como el 66 –con Pampillón–, la agresión a man-salva de la policía cobra una nueva víctima: el compañero Aravena gra-vemente herido, es otro trofeo que la dictadura ostenta en su política represiva universitaria. Política que no solo usa el garrote, sino que se manifiesta principalmente en lo ideológico en forma de la Ley y el Es-tatuto Universitario, antagónico a las necesidades científicas técnicas del país.

Todas las concepciones regresivas y oscurantistas se tratan de imponer en la cultura. La reacción, las clases dominantes que encuen-tran su expresión en la dictadura luChan Contra la CienCia, porque ella, en este momento histórico, les es adversa. El adelanto científico-técni-co en los diversos campos muestra el avance de las ciencias naturales y el atraso del sistema social en el cual se asienta la cultura.

Para “organizar” la universidad la dictadura recurre a todas las formas irracionales: el dePartamentalismo, en lo organizativo, es un arma para aislar al estudiante de una educación integral y humanista.

El irraCionalismo deforma la ciencia misma: las concepciones más regresivas son impuestas por los profesores clericales y tomistas, o por “técnicos puros” (tecnócratas).

10 AA.VV, Volante para pensar, Córdoba, 8 de agosto, 1968, en Cena, Juan Carlos (comp.), El cordobazo: una rebelión popular, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2000.

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El limitaCionismo, forma irracional que pretende reducir el nú-mero de profesionales y científicos, tiende –por expresión ideológica de la dictadura– a crear una “elite técnica”, esterilizada políticamente, para usarla en su política general; que no es otra que el control del país por monopolios y el imperialismo.

Pero lo irracional también toma otra forma que, en la actitud ideológica de la dictadura, es su arma directa: la rePresión. Y esta se di-rige a la eliminación “de los que molestan” con sus ideas y su acción. Se trata entonces de la delación organizada o la eliminación física directa.

La lucha popular contra la dictadura tiene dos frentes, íntima-mente ligados entre sí:

• Se lucha en lo económico-social (la base material de la sociedad);• Y también en lo CientiFiCo-téCniCo (su superestructura cultural).Cambiar la cultura, ubicándola en un sentido histórico progre-

sista es algo que ayuda por arriba al cambio gestado por las luchas populares en lo económico-social.

Por eso, dejar los problemas pedagógicos, culturales y científi-cos de la universidad en manos de la dictadura dando sólo importancia a la lucha popular por la económico-social es favorecer –desde distin-tas actitudes políticas– a la creación constante de nuevos profesionales y técnicos políticamente esterilizados para ser utilizados por el sistema que combatimos.

Abandonar la lucha en la universidad y por lo esPeCíFiCamente universitario es favorecer a la dictadura.

En la lucha de dos frentes, pueden cometerse dos errores:El primero: consiste en pensar que el cambio social y económico

puede ser promovido solamente desde el cambio en la universidad; en especial por la acción de la Educación.

El segundo: consiste en pensar que la lucha en lo universitario, esPeCíFiCamente Cultural, no tiene importancia para lograr el cambio social-económico.

la salida lógiCa, PolítiCamente adeCuada es no Caer en estos Polos de error.

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nuestra luCha Por la liberaCión en la Cultura Converge y ayuda a la luCha PoPular Por el Cambio Fundamental eConómiCo soCial.

Es decir que nuestra trinchera en la lucha contra la dictadura y el imperialismo es la universidad; en defensa del contenido democráti-co y progresista de la ciencia, la técnica, la cultura. Banderas éstas de-masiado valiosas en el proceso de cambio (antes, durante y desPués de los mismos) para abandonarlas a la derecha retrógrada y oscurantista (aún con el disfraz democrático) en nombre de un revolucionarismo que se agota en el slogan e iracundia, mientras la reacción avanza en sus objetivos de poner la enseñanza a su servicio.

Se dice por ahí que sólo podremos tener la universidad que que-remos cuando logremos cambiar de gobierno y las estructuras. Es así como algunos grupos expresan como objetivos consignas “políticas” (algunas de ellas, en general, justas), dejando sin expresar en absoluto qué universidad quieren. esto los lleva a aCePtar diariamente la univer-sidad y el Contenido de las enseñanzas que las autoridades les imPonen.

Así se forman “revolucionarios” que en su vida cotidiana y en el ejercicio de su profesión son tan o más retrógrados que el mismo rector.

Aunque aprendieron los slogans, nunca supieron en profundi-dad qué querían y por qué luchaban, concluyendo muchos de ellos en su frustración y su derrota porque estas ideas no fueron más que pasio-nes juveniles, entusiasmo que se fue desgastando en las duras aristas de la lucha cotidiana. De ahí que en definitiva, terminan despreciando esas ideas que nunca profundizaron ni tomaron forma en la realidad. El progreso del país necesita que esto no ocurra, necesita que el estu-diante se plantee –y plantee con claridad– qué y cómo quiere estudiar; que lo diga y viva todos los días en la clase y en todos lados; en defini-tiva, que conozca el Programa reFormista, Pero que también lo aPlique, porque este conjunto de ideas, maduradas en cincuenta años de es-tudio y lucha por miles de hombres, es verdaderamente revoluciona-rio en la universidad; Porque ellas rePresentan en el Plano Cultural, la neCesidad de Cambio real y Posible en Cada una de las Fases de la realidad

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soCial y eConómiCa de nuestro Pueblo, en este momento históriCo, y así con esas fuerzas de miles de hombres, ahora sí ConsCientes, apoyen con sus luchas las del pueblo trabajador.

MUR de Medicina Movimiento de Reorganización del Centro de Estudiantes de Derecho

(Adheridos a los respectivos centros estudiantiles de la Federación Universitaria de Córdoba - FUC)

Córdoba, 8 de agosto, 1968.

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LA “LARGA MARCHA” DEL SOCIALISMO EN ARGENTINA11

ITras ocho años de silencio, Pasado y Presente vuelve a apare-

cer. Durante estos años se han producido cambios tan profundos en la estructura de nuestra sociedad y en las relaciones de las fuerzas polí-ticas y sociales que determinaron, fundamentalmente desde 1969 en adelante, una etapa nueva en los enfrentamientos de clases en la Ar-gentina.

Desde un punto de vista puramente económico, el dominio ejer-cido por el capital monopolista afiló los rasgos del capitalismo depen-diente argentino. No obstante la complejidad de las mediaciones que opacan tales rasgos (entre otras la propia situación de estancamiento y de crisis generalizada; la excepcional extensión del capital competi-tivo en términos de empresas industriales pequeñas y medianas; los

11 “La ‛larga marcha’ del socialismo en Argentina”, Pasado y Presente, nº 1 (nueva se-rie), año IV, Córdoba, abril/junio 1973.

Pasado y Presente fue una revista editada por un grupo de intelectuales, la mayoría radicados en Córdoba, entre 1963-1965 (“primera época”), y en 1973 (“segunda épo-ca”). Entre sus principales impulsores se encontraban José María Arico, Oscar Del Barco, Héctor Schmucler, Francisco Delich, Aníbal Arcondo, Juan Carlos Portantiero y Juan Carlos Torre. Abrió importantes debates al interior de la izquierda argentina, aportando a las reflexiones que elaboraba una “nueva izquierda” revolucionaria en los 60 y 70. Suele ser reconocida por sus aportes en la difusión de la obra de Antonio Gramsci, de escasa circulación hasta ese momento.

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típicos ciclos cortos de nuestra economía, que dilapidan fuerzas rei-vindicativas, crean falsas esperanzas, etc.), el proceso abierto en 1955 fue despejando lentamente la escena y definiendo a los protagonistas centrales de la lucha social: la clase obrera y el capital monopolista.

La creciente pauperización de importantes sectores de las capas medias y la subordinación de otros a la órbita del gran capital, con-tribuyen a marcar más nítidamente esa línea de definición. El punto culminante de ese proceso lo constituye la fusión de los intereses mo-nopólicos con el poder del Estado a partir de la llamada “Revolución Argentina”, pero sus formas más embrionarias se manifestaban ya en 1955 y quizás antes, desde la crisis de 1952. En adelante, el hilo conduc-tor de la historia del país pasa por la acumulación de poder económico y político en manos imperialistas, por el debilitamiento progresivo de la burguesía nacional, por el traspaso de las banderas antiimperialistas a manos casi exclusivamente proletarias. Frente al cada vez más tenue antiimperialismo reformista de las clases propietarias oprimidas por el gran capital aparece con relieves propios un antiimperialismo revo-lucionario, protagonizado por las clases explotadas, que reclama una resolución socialista de la crisis argentina.

La nota básica de la Argentina de hoy es el predominio de las relaciones capitalistas de producción integradas al mercado mundial como una formación social subordinada y dependiente. Los dos térmi-nos que definen la lucha revolucionaria en esta sociedad que deseamos transformar son, pues, la explotación del trabajo por el capital y la de-pendencia de la nación con respecto de los centros imperialistas. Pero ese imperialismo, además de operar como factor externo apropiándose del excedente económico a través de los clásicos mecanismos comer-ciales y financieros, terminó por convertirse en el principal agente pro-ductivo interno. Decenas de miles de obreros trabajan en las fábricas tecnológicamente más avanzadas, pertenecientes al capital imperialis-ta; fuertes contingentes de la llamada burguesía nacional se integraron al circuito del gran capital, sea como proveedores menores, sea como burguesía gerencial.

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Este proceso se ha venido agudizando en los últimos años, desde que bajo Onganía y Krieger Vasena la política y la economía se confun-den. Sus consecuencias comienzan a ser transparentes a partir del Cor-dobazo, primera eclosión del nuevo movimiento social revolucionario.

La dominación del capital imperialista como factor interno que controla los resortes más modernos de la economía nos indican que en la Argentina, país capitalista dependiente, la principal contradicción social, la matriz de la lucha de clases, no es la que opone a la burguesía con el proletariado, ni a la nación con sus colonizadores, sino aquella que concibe a la fuerza imperialista como un factor estructural enfren-tada a los trabajadores fabriles. De esta definición de la contradicción social básica deducimos que la construcción de una fuerza obrera so-cialista, como eje unificador de todas las clases y capas explotadas, como vanguardia del antiimperialismo revolucionario, no es ya una receta ideológica o una plausible esperanza utópica. Objetivamente, la sociedad argentina está madura para iniciar un proceso socialista y la clase obrera aparece como la única en condiciones de liderarlo.

IIEl capitalismo, a escala mundial, atraviesa una crisis económica,

social y política que no admite ser resuelta en los marcos del viejo or-denamiento. El mito de la “sociedad integrada”, capaz de desarrollarse ad infinitum, manteniéndose no obstante inalterada en sus relaciones de clase, ha sido quebrantado por un cuestionamiento radical surgido de sus propias contradicciones internas y cuya nota distintiva es un malestar generalizado, una “crisis de hegemonía” que corroe la civili-zación burguesa e impugna las relaciones jerárquicas y burocráticas en la sociedad. Porque el capitalismo se fue revelando como un mecanis-mo irracional, incapaz de resolver de manera estable la contradicción entre las necesidades que el sistema suscita ininterrumpidamente y la imposibilidad de satisfacerlas con el desarrollo actual o con el desarro-llo posible. Por primera vez en la historia el sistema capitalista aparece agotado, no porque sea incapaz de asegurar un desarrollo productivo o

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una creciente expansión económica, sino porque representa un obstá-culo para la plena utilización de las potencialidades existentes. El con-junto de problemas que los economistas y sociólogos burgueses atri-buían a la inmadurez del capitalismo o a deformaciones coyunturales, factibles de ser superadas en el proceso mismo de generalización de las relaciones burguesas de producción, hoy se revelan en cambio como inherentes a su mecanismo de funcionamiento. La sociedad capitalista está sacudida por una crisis no precisamente de “crecimiento”, sino de “madurez”. Esta crisis no nace de la detención de los mecanismos de desarrollo, como se especuló durante años en la II Internacional con la teoría del “derrumbe del sistema” y en la III Internacional con una teoría en esencia semejante sobre la “crisis general del capitalismo”. Nace precisamente del propio desarrollo y afecta directamente a los fundamentos del sistema, de modo tal que resulta imposible superar la situación sin una superación radical de tales mecanismos.

A diferencia de lo que podía ocurrir años atrás, la expansión económica en los marcos del sistema no constituye la base del pro-greso social, sino que por lo contrario lo compromete seriamente. La igualdad de ingresos, de posibilidades y de poder, el pleno empleo de la fuerza de trabajo, el mejoramiento de las condiciones de vida en los lugares de trabajo, de la vivienda y de las ciudades, la instrucción y la cultura de masas, el desarrollo equilibrado de las regiones, o sea el conjunto de objetivos que parecían poder ser logrados por la llamada “sociedad de bienestar” y que constituían las propuestas de las distin-tas estrategias reformistas, no sólo no son alcanzados con el desarro-llo económico, sino que resultan cada vez más lejanos. El sistema se asienta sobre un mecanismo económico-social compacto, gobernado por leyes siempre menos controlables, e impermeable por tanto a las tentativas de revertir sus tendencias fundamentales. Esta “impenetra-bilidad” del sistema es la que explica el porqué de la quiebra de las estrategias reformistas en momentos de ascenso notable de las luchas obreras y populares en el mundo.

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Esta característica del sistema es válida también para los países dependientes. La penetración imperialista genera y alimenta un meca-nismo de subdesarrollo que adquiere proporciones siempre mayores. Se crea así un nudo de contradicciones que no puede ser resuelto sin una destrucción revolucionaria del nuevo bloque de poder surgido de la alianza del imperialismo, la gran propiedad agraria, la burguesía y las capas burocráticas del aparato del Estado. El fracaso de las concep-ciones reformistas ha dejado como saldo en Latinoamérica el recono-cimiento de que el desarrollo de los países atrasados es incompatible con el desarrollo de conjunto del mundo capitalista al que están inte-grados. Esta incompatibilidad no está vinculada sólo a los conocidos mecanismos del intercambio desigual o a la transferencia de ingresos desde los países dependientes a los países centrales, sino en forma más sutil a la naturaleza misma de aquellas inversiones, a la penetración comercial de sus productos, al tipo de progreso técnico que exportan y de los consumos que inducen, de las que deriva inevitablemente la re-tracción económica y la disgregación social de los países dependientes. Sin una ruptura de la relación de dependencia y sin un rechazo radical del modelo de desarrollo de las áreas avanzadas, el “atraso” no se re-suelve, sino que se agudiza hasta límites intolerables.

La experiencia de la acumulación a escala mundial demuestra que es errónea la tesis de Marx según la cual el capitalismo habría de unificar y homogeneizar al mundo. El imperialismo unifica creando y manteniendo el subdesarrollo, entendido éste no como negación ab-soluta de toda expansión económica sino como desarrollo desigual y combinado de las fuerzas productivas. Porque el subdesarrollo no es solamente “atraso”; no tiene una causa anterior y marginal de la acu-mulación capitalista mundial: es su componente directo. La otra cara de esa acumulación a escala mundial es la “proletarización” del mundo y la precipitación de las tensiones antagónicas en vastas regiones de la tierra: ninguna zona puede ya ser “inmadura” para la revolución; ningún proletario, de la ciudad o del campo, puede ya ser excluido. Construir una revolución que destruya la explotación del hombre por

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el hombre y que esté fundada en las masas no sólo es necesaria, sino también posible.

IIIEl sistema imperialista unifica el mercado mundial mediante

el desequilibrio, pero este desequilibrio se presenta a su vez como un factor esencial para el cuestionamiento del modo de producción capi-talista.

Es la existencia de sectores atrasados de la sociedad nacional e internacional lo que permite reconocer globalmente la forma de operar y el papel del imperialismo, del mismo modo que el mecanismo de es-tos sectores atrasados sólo es “legible” desde el sector del capitalismo avanzado. Reconocer el carácter unitario y desequilibrador del sistema capitalista de dominación significa, por esto, reconocer la existencia de condiciones materiales para la convergencia de las fuerzas revolu-cionarias en el mundo. Lo cual implica, si se quiere permanecer en el terreno del pensamiento de Marx, el rechazo de concepciones “tercer-mundistas” que separan y hasta enfrentan la revolución en los países periféricos de aquélla a realizar en los países capitalistas centrales.

A pesar de todos los mecanismos compensatorios con que el im-perialismo posterga sus propias crisis internas y no obstante el hecho de que el proletariado del capitalismo avanzado se beneficia con parte del excedente robado al tercer mundo, sigue siendo el proletariado el sujeto histórico de aquella convergencia, dado que es la expresión de la única contradicción verdaderamente insalvable del capitalismo en cuanto modo de producción cuyo mecanismo esencial es la relación de explotación del hombre por el hombre. Sobre esta contradicción, objetiva y material, se monta el cuestionamiento del sistema y por eso contradicción y cuestionamiento integran ambos el binomio que funda teórica y prácticamente la acción revolucionaria.

Sin embargo, aun cuando el proletariado constituye el soporte de la contradicción objetiva del sistema capitalista, no hay una coinci-dencia automática entre tal circunstancia y la toma de conciencia que

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haga de esa contradicción el elemento que posibilita y a la vez motiva la acción revolucionaria.

No coincide necesariamente el campo en el que resulta posible tomar conciencia y organizarse y el campo en el que la revolución debe producirse. Porque ni la dinámica objetiva del sistema, que vuelve siempre más indefinida la delimitación sociológica y política del pro-letariado, ni las actuales organizaciones políticas y sindicales ayudan a la clase obrera a tomar conciencia de las contradicciones de la que es un soporte histórico. (Entendiendo por toma de conciencia no un mero acto intelectual de captación de una verdad cerrada y externa al proceso, sino el desarrollo de la capacidad de crítica teórico-práctica de la contradicción). De ahí que pueda afirmarse que siendo el proleta-riado en sí mismo la negación del sistema productivo capitalista pero no un sistema productivo distinto, resulta estar siempre maduro y al mismo tiempo inmaduro para sustituir la sociedad burguesa por otra. Esta ambigüedad básica explica por qué la sustitución del régimen ca-pitalista por otro socialista implica necesariamente un trastocamiento, un “forzamiento” de la realidad, la destrucción de las tendencias “na-turales” del sistema hacia su autoreproducción. Aquí está la diferencia radical que separa a todas las anteriores revoluciones, que dejaron in-tacto el modo de actividad y sólo trataron de lograr una nueva distri-bución del trabajo entre otras personas, de la revolución comunista, dirigida como señalaba Marx “contra el modo anterior de actividad”.

Por lo tanto, el proletariado puede constituirse como clase úni-camente a través de su lucha por la subversión de la sociedad burgue-sa, pero esta subversión no puede ser el resultado de la espontaneidad de una nueva clase, sino de una actividad consciente y organizada a través de la cual el proletariado puede encarar la complicada tarea de suprimirse a sí mismo como clase perpetuadora del antiguo régimen en el propio proceso de revolucionarización ininterrumpida del modo de producción capitalista.

Pero hablar de actividad consciente y organizada del proletaria-do (vale decir, de la parte más significativa de la masa de asalariados

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explotados por el sistema) supone necesariamente sustentar el criterio de que en las condiciones actuales de desarrollo del capitalismo, y en sociedades industrialmente desarrolladas, la Argentina incluida, la re-volución no puede ser ya el resultado de una inevitable tendencia del sistema a su derrumbe económico, ni la prolongación de tendencias maduradas en la sociedad capitalista, ni la consecuencia inesperada de la desesperación o de la rebelión elemental, ni el producto de la acción de una “vanguardia organizada de la clase”. Y esto no porque debamos excluir a priori la posibilidad de que en determinadas circunstancias de grave crisis política del sistema pueda tener éxito la acción de una minoría que se lance a la toma del poder. Sino por una razón mucho más profunda y que surge del análisis histórico del movimiento obrero mundial y de sus fracasos: una toma del poder que fuera el resultado de la acción de minorías iluminadas, que actúan en nombre, por cuen-ta y sustituyendo a las masas, no podría estar en condiciones de resol-ver ninguno de los problemas históricos que legitiman una revolución en las condiciones específicas de aquellas sociedades. Hoy sabemos –y la crisis actual del socialismo nos lo está confirmando– que una “toma del poder” que no esté acompañada de una adecuada toma de conciencia de las masas está destinada a frustrar las intenciones más profundas y liberadoras de la política revolucionaria, estimulando la aparición de un nuevo poder colocado por encima de las masas y tanto o más autoritario que el capitalista.

Una fuerza que aspire a la conquista del poder del Estado po-drá legítimamente definirse como socialista y revolucionaria sólo si se plantea al mismo tiempo transformar la estructura misma del poder político, si se lucha desde un comienzo por crear las condiciones más favorables para que desaparezca la división entre gobernantes y go-bernados, dirigentes y dirigidos. Socialismo y autoritarismo son con-ceptos excluyentes, aunque todas las experiencias socialistas conoci-das aparezcan de una u otra manera como “autoritarias”. Porque lo que está en cuestión en dichas sociedades es su socialismo, que signi-fica más un rótulo que una realidad. Sin embargo, una acción política

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revolucionaria no puede menos que partir de lo existente, vale decir de sociedades donde la política es un campo específico de la realidad, donde el rol político de los sujetos tiene escasa relación con el social y la democracia delegada no es sino una forma de mistificación. Partien-do de esa realidad “despolitizada” de la sociedad burguesa, una pers-pectiva socialista sólo aparece como realizable si es capaz de estimular y asegurar la irrupción de las masas en la política, de re-politizar una realidad que aparece ante los hombres como “natural”. No hay nada de natural, y por lo tanto de no político, en fenómenos como las en-fermedades mentales, la criminalidad, la desocupación, el atraso, las estratificaciones sociales, el rendimiento escolar, etc. No es cierto que la forma del maquinismo industrial, de la concentración productiva, de su técnica, de la escuela que forma esta técnica, de la ciencia y de la cultura que constituyen el basamento de esta escuela, sean neutras y por tanto no políticas; es falso creer que sólo basta asumirlas para ponerlas al servicio del proletariado. La “naturalización” de los hechos y la “neutralización” de los distintos campos de la actividad social son formas que utiliza la sociedad burguesa para despolitizar la realidad y mistificar su imagen. A través de ellas separa el campo de lo político y de lo social, diside al hombre en productor y ciudadano y lo arrastra hacia las más variadas formas de apatía política. Y por ello la primera acción subversiva a realizar es la de recuperar para la política todos aquellos aspectos del sistema social en la esfera privada y en la esfera pública (la familia, la escuela, la fábrica, etc.) que se presentan ante los hombres bajo la apariencia de aspectos no contradictorios, y por lo tanto, no políticos.

La hipótesis de Marx partía de la afirmación de una democracia directa surgida de la liquidación de las relaciones de producción capi-talistas y de la unificación de la sociedad en un nuevo sistema produc-tivo (el comunismo) basado en la gestión total y directa del producto social. Por ello implicaba no sólo la destrucción del Estado burgués sino también la extinción de toda forma de Estado o de poder político como momento separado de la administración social. En el modelo de

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la Comuna de París, Marx creía descubrir un proceso de progresiva extinción de la dimensión política en cuanto dimensión separada y opuesta al ser social. La política resultaba “negada” de un modo es-trictamente marxista, o sea en el propio proceso de su “realización” y de su subsunción en la sociedad regulada. En el comunismo, política y sociedad coincidirían.

Esta hipótesis de Marx no se ha realizado hasta ahora en nin-guna parte. Y por lo contrario, en aquellas sociedades que la adoptan como punto de partida parecen cada vez más lejanas las posibilida-des de llevarla a la práctica. Sin embargo, el socialismo sólo puede ser pensado a partir de sus postulados; de otro modo, no tendría sentido. Únicamente una hipótesis que parta de la convicción de que es posible eliminar el antagonismo de clase y lograr un orden social armónico está en condiciones de dar los contenidos correctos a una estrategia de lucha por y hacia el socialismo, contenidos que, por otra parte, no son extraídos en el marxismo de modelos apriorísticos de sociedades perfectas, sino de la crítica y la negación de lo existente. De ahí que no obstante la crisis de las experiencias socialistas europeas, esta hi-pótesis irrealizada de Marx siga siendo la matriz de la teoría y de la acción revolucionaria y que esté presente explícita o implícitamente en las luchas obreras en Occidente, en el nuevo curso checoslovaco, las re-beliones obreras de Polonia, la lucha contra la burocratización en Yu-goslavia, la Gran Revolución Cultural china, el movimiento estudiantil y otros fenómenos de masa que caracterizan la historia del mundo en los últimos años. Nunca como hoy fue tan poderoso en las masas el sentimiento de rechazo por las jerarquías burocráticas y la aspiración a una sociedad igualitaria. Nunca como hoy estuvo tan generalizada la exigencia de un nuevo ordenamiento social ni se habló tanto de socia-lismo. El comunismo, como un mundo de libertad, de destrucción de las jerarquías heredadas o reproducidas en el período de transición, de extinción del trabajo en cuanto actividad ajena y alienadora del hom-bre, se ha convertido en una exigencia derivada del propio desarrollo social, en una premisa “material”. Aparece frente al mundo como un

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“objetivo alcanzable por la humanidad”, como un problema madurado por la propia realidad y no como una pertinaz evasión utópica de los hombres, secularmente sedientos de justicia y de igualdad.

El socialismo puede aparecer hoy como un problema maduro y como un programa político concreto porque el capitalismo a esca-la mundial ha creado las fuerzas y las condiciones necesarias para un nuevo modelo de organización social. Sin embargo, los mismos ele-mentos que hacen madurar la necesidad y la posibilidad del socialis-mo, son los que permiten al sistema deformar y utilizar para sus fines la expansión de las fuerzas productivas (técnicas, roles profesionales, modelos de consumo, formas ideológicas, instituciones), que llevan la impronta de las relaciones de producción dentro de las cuales se desarrollan. El socialismo no es por esto la consecuencia lógica e in-eluctable del desarrollo “racional” de las fuerzas productivas, sino una nueva orientación del progreso que para hacerse realidad requiere de un salto cualitativo, de una ruptura revolucionaria que rechace el uni-verso social de la burguesía e invierta totalmente los valores sobre los que ésta se sustenta. El comunismo, como ya lo había visto Marx, no es un grado superior del progreso histórico, sino aquella subversión de la historia que el capitalismo hizo posible; no es una nueva economía política, sino el fin de la economía política; no es el Estado justo, sino el fin del Estado; no es una jerarquía que refleja los diversos valores naturales, sino el fin de la jerarquía y el pleno desarrollo de todos; no es la reducción del trabajo, sino el fin del trabajo como actividad ajena al hombre y simple instrumento.

IVSi la revolución socialista no se presenta hoy como la afirma-

ción de una realidad nueva gestada en el interior de la vieja sociedad, si únicamente es concebible como un proceso de revolucionarización permanente de un universo productivo en definitiva ambiguo y contra-dictorio, la formación de un bloque de poder alternativo presupone la elaboración de un proyecto consciente, de una alternativa programá-

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tica fundada en la transformación global del sistema y en la construc-ción, como proceso gradual pero de iniciación inmediata a la ruptura revolucionaria, de un nuevo orden social comunista. Dicha alternativa, que parte de una crítica radical y concreta de todas las manifestaciones de la actual sociedad burguesa dependiente, de su modo de producir, de consumir, de pensar, de vivir, debe estar presente en las luchas de las masas antes de la ruptura revolucionaria para que ésta se vuelva posible. Porque si es verdad que la revolución no es un resultado in-eluctable y que en las condiciones del capitalismo moderno dejaron de tener validez las estrategias tradicionales de la izquierda que superpo-nían la estrategia de poder de una vanguardia jacobina a la rebelión espontánea y elemental de las masas, no es concebible la formación de un movimiento de masas que cuestione al sistema en cada sector sin un proyecto general alternativo que dé sentido a las luchas parciales y que eluda el peligro de la corporativización. Y aunque la elaboración de esa alternativa plantea un conjunto de problemas teóricos de difícil re-solución es a las masas a quien corresponde en primer lugar resolver-las. Son ellas las que deben crear en el seno mismo de la sociedad capi-talista un movimiento anticapitalista y unitario que agreda al sistema a nivel de sus estructuras sociales: la fábrica, la escuela, el barrio, la ciu-dad, las profesiones, etcétera. Sólo la participación plena de las masas, adoptada como método permanente del movimiento, puede permitir resolver el problema de la organización política y la elaboración de una estrategia capaz de determinar una crisis general del sistema y de dar a ésta una resolución positiva.

Las luchas obreras y populares ocurridas en nuestro país funda-mentalmente desde 1969 en adelante demuestran que la participación de las masas es la característica distintiva de la actual coyuntura, que los verdaderos protagonistas del proceso revolucionario han comen-zado a sacudirse las ataduras con que el sistema impidió su expresión autónoma. Una nueva oposición social surge desde la fábrica, donde los obreros luchan contra la explotación y pugnan por reconstruir sus organizaciones de clase enfrentándose a los burócratas, los patrones y

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el Estado; desde la escuela, en lucha contra una institución “separada” de la sociedad que apunta a garantizar la reproducción de los roles sociales de la burguesía y la aceptación de la división capitalista del trabajo; desde los barrios y ciudades, contra un sistema cada vez más irracional de resolución de los problemas de la vivienda, del transporte y otros servicios, de la contaminación, etc.; desde las regiones margi-nalizadas y empobrecidas por la expansión del capital monopolista; desde todos aquellos lugares y sectores donde nuevas contradicciones acumulan tensiones y puntos de fracturas. Esta nueva oposición social fija su impronta a la crisis argentina, que ya no es tanto el producto de los viejos problemas heredados del “atraso” como la expresión de las tensiones creadas en la sociedad por un único mecanismo capitalista de desarrollo bajo dirección monopólica. Más que un estado pasajero de protesta económica –factible de ser absorbido con relativa facilidad por las clases dominantes–, el impulso de base que surge de las entra-ñas de la vida productiva y social revela a nuestro entender un elevado potencial de rechazo político de los desequilibrios. El crecimiento de la conciencia combativa de las masas no tiene un mero carácter económi-co-profesional, ni la exigencia de direcciones sindicales no “burocráti-cas” expresa únicamente el deseo de los trabajadores de perfeccionar los mecanismos de delegación de poder. Lo que está subyacente en las luchas contra la burocracia sindical, los desequilibrios, el autoritaris-mo patronal y del Estado, la opresión económica, política y social de las masas populares es una nueva voluntad política, una nueva conciencia de rechazo de la realidad presente que reclama una reestructuración total de la sociedad argentina. Es este nivel alcanzado por la lucha de clases el que permite explicamos algunos rasgos distintivos de las lu-chas sociales de los últimos años, que han sorprendido al observador superficial por la aparente desproporción entre las reivindicaciones declaradas y los instrumentos de lucha empleados. En un período de crisis profunda de los instrumentos de mediación y de representación es natural, sin embargo, que aparezca bajo la forma de explosiones po-pulares o de huelgas “salvajes” un descontento y una protesta mucho

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más generalizada que no logra concretarse a nivel colectivo en pro-puestas políticas adecuadas. Pero la extrema “contagiosidad” de tales movimientos, especialmente en zonas donde las contradicciones del capitalismo dependiente amenazan retrotraer la situación a etapas an-teriores, demuestra que lo que se está abriendo paso en la coyuntura actual es un rechazo de masas que cuestiona al propio sistema.

En la Argentina de 1973 la destrucción del capitalismo ha de-jado de ser el sueño de unos pocos para convertirse en una necesidad económica, social y política del presente. Sólo una sociedad de nuevo tipo, socialista, podría estar en condiciones de recomponer, unificar y dar plena satisfacción a los requerimientos de conjunto de las fuer-zas sociales liberadas por la crisis del sistema. Y no es casual que la maduración del rechazo popular a las contradicciones del capitalismo dependiente se haya expresado en el triunfo masivo en las elecciones del 12 de marzo del peronismo y de su propuesta de una sociedad so-cialista nacional. (El término “nacional” es lo suficientemente confuso como para que se amparen en él todas las expresiones internas del pe-ronismo desde la extrema derecha a la extrema izquierda.)

Sin embargo, nos equivocaríamos si dejándonos llevar por un optimismo injustificado confundiéramos las consecuencias objetivas en lo social y en lo político de las luchas obreras y populares, con una consciente voluntad política antagonista al sistema. Es cierto que los comportamientos de las masas populares no corresponden a determi-nadas decisiones y planes de las clases dominantes, pero no podemos deducir de esta “no disponibilidad” de las masas la existencia en la clase obrera de una consciente voluntad política hacia la realización de objetivos de revolución socialista. Para que la “no disponibilidad” pueda convertirse en “antagonismo político” es preciso que exista una fuerza política (no importa la forma que adquiera su estructura organi-zativa) capaz de unificar todos los componentes de las luchas sociales en una estrategia común y capaz, por lo tanto, de definir claramente un programa de alternativa socialista. Y es precisamente la existencia de esa fuerza la que prueba que la situación política está colocada en el

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terreno del antagonismo y de que la no disponibilidad de las masas no podrá estar sujeta a las reacciones del propio sistema.

De ahí que podamos sostener que aun cuando desde el 11 de marzo se ha modificado profundamente la relación de fuerzas políticas y sociales, en un país maduro objetivamente para el socialismo como es la Argentina, no están presentes todavía las condiciones instrumen-tales para la instauración de un poder revolucionario socialista. No bastan en este sentido las invocaciones acerca de la “toma del poder”. Hoy sabemos que el poder no se “toma” sino a través de un prolongado período histórico, de una “larga marcha”, porque no constituye una institución corpórea y singular de la que basta apoderarse para modi-ficar el rumbo de las cosas. El poder capitalista constituye un sistema de relaciones que es preciso subvertir en sus raíces para que una nue-va sociedad se abra paso. En sociedades complejas como la nuestra la revolución socialista no puede ser un hecho súbito, sino un extenso y complicado proceso histórico que hunde sus raíces en las contradic-ciones objetivas del sistema, pero que se despliega como un cuestiona-miento del conjunto de sus instituciones.

Se trata de crear una relación entre las luchas reivindicativas y las perspectivas políticas que posibilite en todos los niveles la cons-trucción de un bloque de fuerzas revolucionarias, inspirado en un pro-grama anticapitalista y de construcción de una verdadera sociedad sin clases. Plantearse desde el presente de la lucha anticapitalista objetivos “comunistas” significa reconocer como ideas directrices del programa revolucionario la lucha contra la división capitalista del trabajo, por la igualdad económica y social de los hombres y por la gestión colectiva de la sociedad, superando a la democracia burguesa en cuanto forma mistificadora de la real naturaleza de clase de la sociedad capitalista. Las condiciones para que esta perspectiva comunista se traduzca en objetivos de luchas concretas surgen de las propias acciones obreras y populares, de algunos de sus objetivos y formas de lucha que ilu-minan las contradicciones de la hipótesis reformista y concurren a la formación de una alternativa revolucionaria. La homogeneización de

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aquellos elementos de las plataformas reivindicativas que crean las condiciones para una unificación a nivel social del movimiento anti-capitalista es una tarea ardua, pero al mismo tiempo posible. No pue-de garantizarla una consigna política general, ya que ésta exige como condición previa para tener capacidad movilizadora cierto desarrollo del movimiento de masas, que es precisamente lo que falta y se quiere lograr. Unificar los movimientos de luchas aparentemente tan diversos como los del campo y de la ciudad, de los ocupados y de los desocu-pados, de los obreros y de los estudiantes, de las villas miserias y de los intelectuales, no puede significar entonces convertirlos en simples correas de transmisión de objetivos políticos no suficientemente com-prendidos por las masas y elaborados por un “Estado Mayor de la re-volución”. Este es el error fundamental de las corrientes extremistas que creen factible unificar la multiplicidad de acciones reivindicativas únicamente en el momento en que se tornan explosivas adosándoles la consigna, abstractamente política, de la toma del poder. En nuestra opinión, unificar el movimiento significa elaborar objetivos de lucha de masa que sean visualizabas como comunes por los distintos compo-nentes sociales y que, para ser conquistados, requieran de una ruptura del equilibrio político y que, al mismo tiempo, tengan un valor prefigu-rador tal como para expresar acabadamente el potencial revoluciona-rio de ese movimiento.

Sin embargo, en las luchas sociales desarrolladas en el interior del sistema capitalista están siempre presentes dos lógicas opuestas, una homogénea y otra antagónica al propio sistema. Del mundo con-creto de las condiciones sociales específicas de los obreros, de los es-tudiantes, de los intelectuales, de la presión de las necesidades de las masas, nacen impulsos que cuestionan al sistema, pero aparecen tam-bién las respuestas con las que el sistema intenta “corporativizarlos” o sea, encerrarlos en su campo específico, impidiendo que se socialicen. Politizar la lucha económica y socializar la lucha política de las masas es la única respuesta válida que puede ofrecer una estrategia revolu-cionaria a los peligros corporativos que acechan las luchas sociales.

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Porque es ilusorio pretender conservar la unidad de los trabajadores, por ejemplo, adhiriéndose a las reivindicaciones específicas de cada grupo, aceptando de hecho una tendencia a la fragmentación corpora-tiva que es connatural al sistema. Y lo mismo ocurre con los demás sec-tores sociales. Para “politizar” las luchas obreras no basta adosarle una sobrecarga cuantitativa sobre los objetivos sindicales, ni superponer a la lucha reivindicativa una propaganda política revolucionaria. Es preciso elaborar y experimentar plataformas reivindicativas y formas de organización y de lucha que intrínsecamente tiendan a construir la unidad de la clase, un sistema de alianzas, nuevas instituciones políti-cas-sindicales en la fábrica, y por lo tanto, estructuren un movimiento político de masas.

El surgimiento en los puntos nodales del poder económico real, en la organización de la producción y del trabajo, de un poder que cuestione en forma permanente el mecanismo sobre el que se asienta la explotación de los trabajadores, resultará ser así la expresión más acabada del grado de autonomía conquistada por la clase obrera. Una autonomía que rechaza el confinamiento corporativo en el ghetto de la fábrica y que parte de la lucha por el control social del proceso produc-tivo para cuestionar la estructura social en su conjunto. La aparición de un poder obrero en la fábrica (ambiguo, transitorio, pero esencialmen-te autónomo) estará indicando que en la sociedad se opera un proceso de desplazamiento de las luchas del plano económico-reivindicativo al de la superestructura política y que, en la práctica de la lucha de masas, se delimita el terreno concreto para la unificación de estas masas en un movimiento verdaderamente anticapitalista.

El punto de partida de una acción que tenga por objeto la con-quista de una plena autonomía política de la clase obrera debe por ello ser situada en la fábrica:

• porque en las condiciones actuales de la Argentina es ahí don-de se están acumulando los elementos fundamentales de fricción con las estructuras institucionales del poder;

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• porque sólo en la fábrica el obrero mantiene su unidad de clase y su fisonomía en cuanto portador de valores que reclaman una orga-nización radicalmente distinta del trabajo, de la educación, de la vida cotidiana, de la dirección de la sociedad. Excluido del campo de las relaciones de trabajo, el obrero no es sino un “consumidor” más, expo-liado por la voracidad de un sistema cruel e implacable;

• porque, en consecuencia, partir de la fábrica para llegar a la sociedad es el único camino que permite elaborar un discurso efecti-vamente socialista, y no una mera ideología justificadora de una nueva opresión social.

“Partir de la fábrica” para elaborar una estrategia socialista tiene para nosotros el valor de una fórmula paradigmática. A través de esta expresión sintetizadora se intenta fundar la necesidad de un desplazamiento radical de lo que hasta ahora ha sido la problemática clásica de la izquierda reformista o revolucionaria. Un desplazamiento no tanto de objeto como de método. Es preciso pensar desde el interior de la propia clase, desde los núcleos de la vida productiva y asociativa del país las experiencias de lucha, las instituciones y organizaciones políticas y sociales de la clase. Porque si la clase obrera es una reali-dad autónoma que crece y se realiza en las relaciones de producción, no se puede pretender definirla desde una filosofía de la historia, que no es sino la historia de las organizaciones que pretendieron dirigir-la. La vinculación entre estructura de dase, relación de producción y propuesta organizativa, que constituye el canon de interpretación del materialismo histórico, resulta de ese modo sustituida por una visión puramente intelectualista que funda la alternativa revolucionaria en términos de “valores”. A partir de esa visión, la clase obrera será re-volucionaria o reformista, habrá que abandonarla a su expresión “es-pontánea” o activarla desde el exterior con una vanguardia ilumina-da, pero en ambos casos es un mismo método idealista el utilizado. El problema de cómo hacer para que fuera la propia clase obrera la que instalara en el centro de su conciencia la preocupación por la conquista del poder en la fábrica y en la sociedad quedó relegado en la tradición

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de un movimiento obrero mundial cada vez más obsesionado por la construcción de organizaciones “perfectas” y supuestamente a salvo de las ambivalencias propias de las fuerzas que se baten en la sociedad capitalista.

Sin embargo, es en el interior de la fábrica donde el mecanismo de valorización del trabajo reproduce a la vez la relación de explota-ción y los condicionamientos ideológicos con que se intenta someter a los trabajadores al autoritarismo y al despotismo patronal. Lo que explica por qué el rechazo del mecanismo capitalista de valorización comporta objetivamente el rechazo de los velos ideológicos con que se recubre. Cuando los obreros dejan de considerar como dadas las rela-ciones de trabajo existentes en la fábrica y cuestionan los salarios y las calificaciones, los horarios y los ritmos, aún sin ser demasiado cons-cientes de eso están cuestionando un uso capitalista de las máquinas, una concepción de la técnica y de la ciencia, un modelo de estructura productiva que la burguesía se empeña en presentar como “racional”. La tarea fundamental de la acción obrera revolucionaria en el interior de las empresas es volver consciente este cuestionamiento latente, ar-ticulando una política reivindicativa y de poder vinculada al tema de fondo de la “condición obrera” que impulse a los trabajadores a libe-rarse de su subordinación al plan del capital y a la afirmación de un poder autónomo. Independientemente de la forma institucional que adopte, este poder permanecerá ambiguo mientras subsista el poder capitalista, pero será no obstante un factor decisivo para la madura-ción de una conciencia revolucionaria en los trabajadores.

La idea de autonomía de la acción obrera implica, por lo tanto, la necesidad de basar las luchas reivindicativas en la realidad concreta de la relación de trabajo, exaltando su potencial político, para plan-tearse la exigencia del control social sobre el proceso productivo y la creación de un poder –sindical, político y de gestión– capaz de cuestio-nar el poder capitalista en la fábrica y en la sociedad.

Con estas consideraciones no se quiere afirmar el carácter ex-plosivo o revolucionario de las luchas en la fábrica para descalificar

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de algún modo el valor disruptivo de las luchas sociales en general. Tomando a la “fábrica” como ejemplo de acción autónoma de clase, queremos enfatizar que la lucha dentro de lo específico contra el modo capitalista de plantear los problemas de la ciencia, de la salud o de la instrucción, contra el modo capitalista de producir y de distribuir los bienes y servicios, en síntesis, contra el rol asignado a los hombres en la fábrica, en la escuela, o en las distintas instituciones del sistema, ad-quiere en la actualidad un nuevo valor: 1º) porque crea en los grupos sociales un proceso de politización intensa; 2º) porque al chocar con la contradicción fundamental del trabajo alienado despierta en las ma-sas un conjunto de necesidades sólo factibles de ser satisfechas en una nueva sociedad; 3º) porque estimula la búsqueda de instrumentos de contrapoderes sociales, produciendo de este modo una activización de masa, una voluntad y una difundida capacidad de autogestión, que son las condiciones insustituibles para la constitución de un movimiento político de masas.

Un movimiento articulado de este modo, o sea a través de una soldadura a nivel social del conjunto de tendencias implícitamente convergentes que rechazan la lógica del capitalismo, representaría una fuerza irreductible al poder integrador del sistema. Sería un eje a tra-vés del cual podría vertebrarse un nuevo bloque histórico revoluciona-rio, capaz de sostener un programa de transformación de la sociedad y de convertirse en el núcleo de un antagonismo efectivo contra el siste-ma capitalista. Una estrategia reformista, en cambio, que superponga un discurso político-ideológico a un movimiento de lucha que en sus contenidos permanezca en el interior del sistema, gradualista y reivin-dicativo, será siempre incapaz de determinar una crisis general y más incapaz aún de ofrecer a la crisis una salida positiva. La experiencia de las luchas ocurrida en los últimos años en la Argentina condena al reformismo y a su probada incapacidad de alimentar cualquier movi-miento de masa en torno a plataformas de lucha convincentes y mo-vilizadoras. Concibiendo a las luchas sociales como movimientos de opinión orientados a presionar sobre las fuerzas políticas y las institu-

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ciones representativas del sistema, el reformismo lleva al movimiento a la impotencia. Porque lo que resulta de su política es un movimiento demasiado genérico y desarticulado como para permitir la participa-ción de las masas, o demasiado instrumentalizado por los objetivos políticos de partido como para crear momentos verdaderamente uni-tarios. Para superar estas deficiencias el movimiento debe necesaria-mente escapar del andarivel reformista, pero sólo puede hacerlo si lo-gra darse objetivos de poder y una estructura democrática de base que lo lleven a cuestionar permanentemente al sistema.

Resulta imposible, no obstante, pensar en la unificación política del conjunto de movimientos que nacen de la lógica concreta de una condición social dada sin la existencia de una estructura organizada del movimiento, capaz de elaborar plataformas, de coordinar iniciati-vas, de dirigir en todos los niveles las conquistas obtenidas, de vincu-lar la lucha de los distintos sectores cada vez que la situación lo exija. El movimiento no puede quedar en un nivel amorfo, porque en ese caso no estaría en condiciones de resistir una fase de repliegue ni de soportar las tensiones que crean en su interior el enfrentamiento de las vanguardias. El espontaneísmo, que en un comienzo desempeñó una función positiva en la medida en que estimuló las experiencias de cuestionamiento del sistema y de gestión democrática de las luchas, se convierte ahora en el mayor de los obstáculos para su desarrollo; es el caldo de cultivo en el que prosperan las distintas vanguardias, que pugnan en el interior del movimiento por quien logra más adhesiones y militantes. La necesidad de una organización se vuelve imprescindi-ble para que el movimiento crezca y no se disgregue.

Pero esta organización no puede ser ni la del sindicato ni la del partido. El sindicato se mueve institucionalmente dentro de un hori-zonte contractual que lo obliga a respetar ciertas compatibilidades. Co-locar la lucha de masas en el interior de la fábrica bajo la dirección sin-dical exclusivamente significa debilitar la tendencia a la politización y a la generalización de la lucha obrera. Mejor dicho, la lucha se transfiere del campo contractual al político sólo al precio de abandonar el terreno

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decisivo de la batalla, la estructura productiva, para concentrarse en las reivindicaciones generales del obrero como “consumidor”. Por otra parte, fuera de la fábrica el sindicato tiene una estructura burocrática semejante a la de los partidos y se presenta ante las masas como una representación delegada, ausente de su control y privada de instru-mentos de movilización.

En cuanto al rol de los partidos, tampoco ellos pueden sustituir la necesidad organizativa del movimiento de masa. Un partido implica siempre una determinada visión del mundo, una estrategia definida. Si asumiera la gestión de las luchas sociales de masa acabaría por com-prometer su unidad, el carácter específico de un movimiento que deri-va de una situación social particular, y que debe ser controlado por las propias masas. Las luchas de fábrica y las luchas sociales, sin embargo, necesitan de un interlocutor político, porque sin la presencia en su in-terior de una teoría general de la sociedad y de organizaciones políticas que la expresen, no podrían estas luchas configurar un movimiento en el que prevalezca el componente revolucionario sobre el componente corporativo, y en el que dicho componente revolucionario se convierta en un discurso crítico y positivo, y en un proyecto consciente de alter-nativa a la sociedad burguesa. El partido o, en las condiciones presen-tes de la Argentina, las vanguardias en general, son esenciales para las luchas dentro y fuera de la fábrica para combatir su momento corpo-rativo, estimular su desarrollo político, la toma de consciencia de los nexos generales y también para esbozar su desembocadura política a niveles más generales. Pero sólo pueden realizar esta labor orientadora desde el interior de un movimiento de masa que debe ser esencial-mente autónomo, unitario y organizado. Aparece como necesaria a la propia lucha de masas una estructuración autónoma del movimiento que lo exprese y que le dé una base organizativa estable. Y esta estruc-turación no puede ser otra que la de una red de comités y de consejos (o sea, de organismos reivindicativos y políticos a la vez) que en cuanto órganos de democracia directa puedan ser controlados por las masas y expresen al conjunto de los sectores de lucha.

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Es evidente que un movimiento de este tipo no puede crecer como un sistema de contrapoderes, que paulatinamente se fuera apo-derando de un espacio social hasta un momento dado en que un cam-bio en la dirección política del Estado sancionara una “revolución” ya realizada en los hechos. El esbozo de un poder antagónico que avance en dirección opuesta a la del sistema está destinado inevitablemente a producir una crisis política y social mucho antes que una alternativa haya madurado plenamente, puesto que no es posible una coexistencia entre la producción dirigida por estructuras capitalistas y el consumo dirigido según criterios socialistas. Y ésta es la razón de por qué el mo-vimiento de masa tiene siempre un carácter cíclico, en cuanto realiza conquistas que, si no encuentran luego una forma de generalización, son reabsorbidas por el sistema. No se puede, por lo tanto, renunciar al carácter de salto cualitativo o “violento” del momento revolucionario, ni a la necesidad de una organización política de vanguardia, cuya es-trategia, cuyas formas organizativas, cuyos objetivos inmediatos sean tales como para asumir los contenidos y las nuevas exigencias de la lucha a nivel de base y de masa. Pero lo que hay que tener en claro en que esta crisis revolucionaria no puede determinarse si en el propio seno de la sociedad capitalista no crece un contrapoder de masa, un cuestionamiento concreto y permanente de los distintos aspectos de la estructura social, que den lugar a nuevas tensiones, que definan pro-puestas alternativas, que formen nuevas capacidades de dirección, que produzcan un nuevo nivel de conciencia y de organización.

VSegún como sea el modelo de la sociedad que se quiera construir

será la organización que se propone como instrumento para la revolu-ción. Construir una fuerza socialista supone, pues, tener una imagen de la sociedad futura. Pero también tener en cuenta otra circunstancia: los condicionamientos histórico-sociales y el contexto nacional en los que esa tarea se plantea.

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La dificultad en transformar una crisis orgánica, como la que vive la sociedad argentina, en crisis revolucionaria nos lleva a una conclusión obvia: las clases populares carecen todavía de una fuerza organizada que unifique sus movilizaciones anti-capitalistas, que or-ganice (esto es, que dé permanencia) a sus rebeldías “espontáneas” para permitir que ellas superen la etapa de hostigamiento al enemigo y transformen sus movimientos en ofensiva estratégica. La constitución y fortalecimiento de esa fuerza aparece, pues, como la condición para que la “impasse” se resuelva, para que el proletariado y el resto de las clases populares pasen a desempeñar el “aspecto principal de la con-tradicción”.

Con esta conclusión, sin embargo, no avanzamos todavía de-masiado. Sobre ella hay coincidencias verbales en un amplio espectro que abarca desde los desprendimientos de la izquierda tradicional (el “clasismo” en todas sus variaciones) hasta el peronismo revoluciona-rio. Necesariamente la temática abarca también a las organizaciones armadas, de la izquierda o del peronismo, que reivindican su acción como el paso más eficaz para construir una vanguardia inexpugnable que impida la estabilización del sistema y que conduzca a la victoria a las clases explotadas.

Pero definido este punto de encuentro, acordada esta coinci-dencia estratégica, la más feroz polémica estalla en el interior de ese terreno común: “sectarismo”, “populismo”, “doctrinarismo”, “espon-taneísmo” son los epítetos habituales intercambiados en una discusión encarnizada, en la que cada uno de los polos tiende a ver al otro como “enemigo fundamental”.

Este enfrentamiento, en el que se agota buena parte del esfuerzo teórico y práctico de la militancia revolucionaria en la Argentina, tiene lugar, al fin de cuentas, por la existencia de una realidad “rebelde” que condiciona todo discurso político en nuestra sociedad: la identificación con el peronismo de la enorme mayoría de la clase obrera y, en general, de todas las clases explotadas.

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La paradoja política que deben resolver los revolucionarios en la Argentina consiste en que manteniéndose aquí –como en cualquier parte– la necesidad de una fuerza que esté más allá de la inmediatez de la clase (es decir, una “dirección consciente” que a partir de la espon-taneidad organice a las masas para fines socialistas) sus tareas deben realizarse en el interior de una clase obrera políticamente “situada”. La relación entre un conjunto social y sus “organizadores” nunca es abstracta, siempre está especificada. Parafraseando a Gramsci, si en la Italia de los años veinte la “cuestión campesina” se expresaba como “cuestión vaticana” y como “cuestión meridional”, es decir, que la pre-sencia de una clase definida en términos económicos debía ser acota-da, para poder operar políticamente con ella, en términos ideológicos y geográfico-culturales, en la Argentina de hoy la “cuestión obrera” no puede ser separada de la “cuestión peronista”. Se trata de un dato, no de una teoría.

No hay entre nosotros relación directa entre “vanguardia ideo-lógica” y “movimiento espontáneo” del sujeto histórico, como segura-mente lo hubo en Rusia a principios de siglo, matriz empírica de la teo-ría clásica de la organización revolucionaria. Poco tiene que ver la clase obrera y la sociedad argentina contemporánea con la descripción que Lenin trazaba de la clase obrera y la sociedad rusa bajo el zarismo “con su relativamente embrionario desarrollo de los antagonismos de clase, con su virginidad política, con el estado de atraso y sojuzgamiento en que el despotismo policíaco mantiene a masas enormes, inmensas de la población” (Obras, T. VII, p. 39).

Esta “cuestión peronista”, se vincula con una problemática ge-neralizada en casi todas las sociedades dependientes: la existencia de poderosos movimientos nacional-populares cuya columna vertebral está constituida por la adhesión de las grandes masas obreras y campe-sinas. La eficacia de esos movimientos en Asia, África y América Latina tiene que ver, entre otras cosas, con el vacío dejado por el socialismo revolucionario en esas sociedades, sólo salvado en los casos de Chi-na e Indochina, en los que de hecho se violó la línea impuesta por la

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cúspide del movimiento comunista. El espacio que no cubrieron los destacamentos de la III Internacional fue llenado casi siempre por los movimientos nacionalistas, con lo que el alzamiento del mundo peri-férico, pronosticado por Lenin al final de sus días como el camino más eficaz para la revolución mundial se transformó en una ruta escarpada y sinuosa. A esta altura, no se trata de imaginar “lo que hubiera pasado si no hubiera pasado lo que pasó”; se trata de articular una dialéctica correcta entre movimiento de masas y práctica socialista que no niegue que el punto de partida político de los grandes sectores copulares en la Argentina no es la “virginidad” de que hablaba Lenin, sino la adhesión al peronismo.

Discutir en detalle esa dialéctica es uno de los objetivos básicos de esta segunda etapa de Pasado y Presente, porque si la izquierda re-volucionaria, que trata de superar el reformismo y el desconocimiento de la realidad nacional, yerra en la caracterización del peronismo y de la participación obrera en él, dicha superación será sólo verbal, propia de izquierdas que sólo se critican y superan a sí mismas, como en un laberíntico juego de espejos.

Si tuviéramos que agrupar las limitaciones básicas de los aná-lisis que se reclaman marxistas sobre los movimientos nacional-po-pulares, limitaciones que suelen reconocer un origen “economicista”, incluiríamos las siguientes:

A. Superficialidad en caracterizarlos meramente como “astucia de la burguesía”; en verlos como maniobra de una fracción del ejército o de un sector de las clases dominantes, lo que es, en todo caso, una sola cara del problema;

B. Consecuentemente, incomprensión de lo que esos movimien-tos significan como componentes de la “cultura política” de las masas (y en la Argentina, claramente de la clase obrera industrial), en la me-dida en que esas grandes masas se han constituido políticamente con el movimiento y en tanto el mismo recoge además, a veces míticamen-te –esto es, profundamente– una problemática real: la de la identidad de las masas como “pueblo-nación” en el contexto de una sociedad que

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es dependiente, aunque predominen en ella las relaciones capitalistas de producción;

C. Por fin, dificultad para percibirlos como un componente no arbitrario del camino de las masas hacia su autoconciencia, en el senti-do de que la “espontaneidad” imputada a las mismas no es simple mo-vilización reactiva contra el sistema, como en la versión clásica, sino una experiencia sedimentada a nivel político e ideológico, que si no es todavía socialista tampoco podría ser calificada como “tradeunionis-ta”, en tanto se instala en el espacio de la lucha por el poder.

Todos estos temas, que exigen una redefinición de conceptos claves como los de “conciencia de clase”, “espontaneidad”, “vanguar-dia”, “movimientos nacionales”, “movimientos socialistas” y de las re-laciones que deben establecerse entre ellos de acuerdo al contexto his-tórico específico plantean como objetivo básico de Pasado y Presente, la necesidad de analizar la originalidad del proceso de constitución de una fuerza socialista de masas en la Argentina, como un caso en que la relación “conciencia-espontaneidad” se muestra “impura” en el que, por lo tanto, es necesario impulsar el desarrollo de una conciencia socialista a partir de las luchas de una clase políticamente situada en el interior de un movimiento nacional-popular.

VI¿Cómo caracterizar hoy al movimiento peronista? Desde su caí-

da, en 1955, cumplió exitosamente un papel que otros movimientos nacional-populares de América Latina –el APRA, el MNR boliviano, el vanguardismo– resignaron a lo largo de las dos últimas décadas: constituirse en la principal interferencia a los planes políticos y econó-micos que el capital monopolista reservaba para la sociedad argentina. Esa continuidad, pensamos, debe ser adjudicada, fundamentalmente, a lo específico de su base social. Como otros movimientos de su tipo, el peronismo se erigió en la síntesis política de un conjunto de fuerzas so-ciales antimonopólicas y antiimperialistas. Sin embargo, su rasgo dife-rencial respecto a la gran mayoría de los movimientos populares que se

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desarrollaron en el mundo capitalista dependiente durante este siglo fue la presencia protagónica de la clase obrera. Esta se constituyó en el núcleo irreductible para la ofensiva contrarrevolucionaria inaugurada con la caída de Juan Domingo Perón.

Pero al mismo tiempo –y precisamente– por la originalidad de su base social el peronismo debe ser analizado desde otra perspectiva. No ya como la acumulación de un conjunto de fuerzas antimonopóli-cas, sino como un momento en el desarrollo de una alternativa política autónoma de la clase obrera. La historia de la clase obrera hacia su au-toconciencia se funde con la del movimiento nacional-popular, porque es allí donde los explotados reconocen su único término de unidad y lealtad política. Desde este punto de vista, importa menos la vitalidad del peronismo como movimiento de resistencia antiimperialista que el hecho de que ese movimiento representa una experiencia interna e ineludible de la clase obrera.

Los trabajadores han sido, por 25 años, el eje de esa gran fuerza resistente, han adquirido allí los principales rasgos de su cultura polí-tica, pero sobre la base de la subordinación a los sectores hegemónicos del movimiento. La comprensión de este fenómeno –el de la subordi-nación y la dependencia obrera– está asociada al surgimiento del pero-nismo revolucionario. Durante los últimos 17 años, las movilizaciones espontáneas, la violencia defensiva, la lucha de las organizaciones ar-madas y el voto fueron negociados por la burocracia dominante. Como respuesta a ello ha surgido en el interior del peronismo, un espectro de tendencias que se unen en un objetivo: la construcción de un ins-trumento organizativo que garantice el desarrollo de la lucha de las masas y el avance hacia una sociedad socialista. Al igual que fuera del movimiento –puesto que en este aspecto la polémica excede el corte entre peronismo e izquierda– las concepciones de Ejército Popular y de Partido ocuparon el escenario de la lucha ideológica.

Estos son, a nuestro entender, los rasgos que definen la origina-lidad del movimiento peronista. De un movimiento que, con el triunfo electoral del 11 de marzo dio los primeros pasos hacia una nueva eta-

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pa de su historia. Ese día, el peronismo actuó como síntesis política del conjunto de clases que se opusieron, desde 1966, al proyecto mo-nopolista; cuantificó en las urnas todo el odio acumulado por el pue-blo frente al imperialismo y sus aliados internos. El pronunciamiento masivo que significó el voto, puso también al descubierto el error de quienes, desde una izquierda que salía de la crisis del reformismo y que había logrado una primera inserción en el movimiento de masas, propugnaron el voto en blanco, alentando una vana ilusión de pureza programática.

Si las jornadas que arrancan del Cordobazo pusieron de relieve el surgimiento de un nuevo movimiento social en la Argentina, pro-tagonizado a través de la movilización del proletariado industrial, del campesinado pobre, de la pequeña y mediana burguesía del interior, de los estudiantes; si ese movimiento social había puesto en marcha episodios gloriosos de resistencia y combatividad, la canalización de esa lucha a través de una fórmula presidencial mediocre y de candida-tos en buena parte ligados a una concepción desarrollista, parecía un retroceso. ¿Frente a qué? Un retroceso frente a la idea de la revolución, pero no frente a sus posibilidades históricas, posibilidades que están marcadas por los comportamientos reales de las masas trabajadoras. En esas condiciones, el resultado electoral significó una derrota polí-tica contundente, arrasadora, de una camarilla que representaba los intereses políticos de los enemigos principales de la clase trabajadora y del resto de las clases y capas explotadas. Dicho triunfo representa el punto de partida para que la lucha de clases arranque de nuevos niveles, para que los sectores populares puedan lanzar en mejores con-diciones, aprovechando el contraste que sufrió el enemigo, una etapa de ofensiva hacia la revolución socialista.

Porque está claro que la derrota política del capital monopolista no es, aún, su derrota social. El aluvión del 11 de marzo alcanzó y sobró para bloquear a la política del “Gran Acuerdo Nacional”, para hacer re-plegar a sus protagonistas, para enterrar las ilusiones de continuismo.

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Pero sería suicida pensar que las fuerzas vencidas no habrán de reagruparse tras la primera etapa de confusión. Más aún, no adver-tir que ese reagrupamiento habrá de incluir a fuerzas que participan de la coalición triunfante. Las elecciones derrotaron al Gran Acuerdo Nacional tal cual entendía al mismo la cúpula militar, tal cual ella lo quería instrumentar. Pero el GAN no sólo fue el intento mezquino de un pequeño sector continuista, o la táctica oportunista de un personaje ambicioso de poder personal, sino también un pedazo de la historia de la burocracia política y sindical peronista y de buena parte de los sec-tores externos al peronismo que configuraron el FREJULI.

¿En qué consistió básicamente el GAN? En el intento de los gru-pos dominantes, expresión del sector imperialista y monopolista de la economía, de abrir cautelosamente las puertas del poder político, ofreciendo un acceso al mismo de nuevos contingentes de las clases propietarias. Esta vez, sin embargo, no se trataba sólo de la burgue-sía terrateniente; el rasgo más importante, implícito en el proyecto, es que suponía una salida negociada entre el capitalismo monopolista y la burguesía mediana más integrada a las modernas formas de produc-ción impuestas por el imperialismo. Los pilares del proyecto debían ser el ejército y los sindicatos, acompañados por las burocracias polí-ticas reformistas.

El eje de fondo de ese reacomodamiento político, su condición económico-social de posibilidad es la negociación de la dependencia, en el nuevo marco creado por los cambios en el mercado mundial. Y ese plan, aun cuando haya fracasado en su implementación por la camari-lla desgastada que piloteó la última fase de la “Revolución Argentina”, no ha sido cancelado, porque se halla en la lógica del razonamiento de la burguesía no monopolista, de la burocracia sindical, de las más importantes burocracias políticas y de las fuerzas armadas. El capital imperialista, por su parte, imposibilitado de maximizar sus intereses, aceptaría esa negociación como forma posible de “mal menor”.

En esta encrucijada el FREJULI se choca contra sus límites. La dependencia negociada es el sustrato del esfuerzo que actualmente

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realizan las clases dominantes para fundar un nuevo sistema de do-minación política. El mosaico de fuerzas del “nacional desarrollismo”, que incluye al sindicalismo, a la burocracia política y a los sectores no peronistas del FREJULI, principalmente al frondicismo, tiene como eje a la burocracia sindical y como programa al pacto de la CGE-CGT: un tímido desarrollismo reformista pactado con los monopolios, en el que se instrumenta como principal ariete desmovilizador de la clase obrera a la burocracia sindical, mientras se mantiene en reserva el pa-pel de las Fuerzas Armadas, como antídoto último de la “subversión”.

Frente a este peligro, que no debe subestimarse, se halla todo el otro sentido del voto del 11 de marzo, como voto antiimperialista y an-ticapitalista, como voto que rechaza toda negociación, como expresión política de la lucha llevada durante 17 años por el pueblo y acentuada con contenidos objetivamente socialistas a partir de 1966.

Este aspecto está básicamente representado, en el nivel orga-nizativo, por la Juventud Peronista, por el sindicalismo combativo, por todos aquellos grupos que distinguen el gobierno del poder y que plantean, como consigna fundamental, que gobernar es movilizar. Una consigna cuya enorme justeza está dada por su capacidad de aunar, de sintetizar, la unidad política lograda por la clase trabajadora, capaz con ella de conseguir su gobierno, con la necesidad de avanzar a través de la movilización para que ese gobierno se transforme en poder. Esto es, de encontrar una identidad primaria en el gobierno (no fuera de él) y partir de esa identidad para profundizar en la lucha de masas las dife-renciaciones de clase, internas al movimiento nacional.

En esta dirección, si gobernar es movilizar, movilizar es con-tribuir, con las masas, a la construcción de los núcleos de base que caminen efectivamente, de abajo hacia arriba, hacia el poder socialista. Porque el socialismo no se despliega a partir del impulso que le otorga una vanguardia incontaminada propietaria de la “verdad”, sino desde iniciativas socialistas multiplicadas y articuladas que se generan en el movimiento de masas.

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VIILa ofensiva hegemónica lanzada desde 1966 en la Argentina por

el capital monopolista y las luchas obreras y populares que aquélla con-tribuyó a desatar estimularon el crecimiento de fuerzas revoluciona-rias externas al peronismo. Si bien es cierto que la base de sustentación de estos grupos de izquierda reside fundamentalmente en sectores de la intelectualidad y estudiantiles, y que sólo en la universidad tienen una real gravitación política, es cierto también que después de décadas la izquierda revolucionaria logró hacer pie en sectores de la clase tra-bajadora, algunos importantes, como lo testimonia la experiencia de SiTraC-SiTraM primero y la de Smata luego, en la provincia de Córdo-ba. Desde 1969 Córdoba es el escenario en el que se condensan las ex-periencias más ricas de la izquierda revolucionaria no peronista. Rica por los éxitos que ahí puede contabilizar (esencialmente la conquista de direcciones sindicales en el sector más concentrado y avanzado del proletariado, pero además la creación de núcleos “clasistas” en una im-portante cantidad de empresas, talleres y oficinas de la ciudad) y rica también por sus fracasos. Sin embargo, el balance de esta experiencia aún está por hacerse.

El movimiento que sacude a las fábricas cordobesas ilumina con particular nitidez las contradicciones de la estructura sindical. Mues-tra que la subversión y la conquista de las organizaciones gremiales por obra de los trabajadores abren un campo de lucha y de elaboración política e ideológica que conduce indefectiblemente al desarrollo de tendencias socialistas. Pero fue necesario el golpe de junio de 1966 y el control por los sectores monopolistas de la economía del aparato del Estado, la destrucción de las formas parlamentarias y el intento de estructurar un bloque de poder que incluyera a la cúpula sindical para que la clase obrera pudiera vislumbrar la centralidad política del sin-dicato, la necesidad de rescatarlo de manos de la burocracia sindical. El “clasismo” aparece así básicamente como un profundo y complejo cuestionamiento de las estructuras sindicales en una coyuntura ca-

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racterizada por la radicalización extrema de las luchas obreras y la debilidad de los aparatos sindicales y políticos de la clase.

La génesis de esta corriente, reiterada en cada nuevo conflicto de fábrica, reside en la lucha por la constitución de los trabajadores como clase enfrentados al poder patronal. Su sentido anticapitalista es anterior a cualquier programa que enarbole, porque está presente en la gestación misma del movimiento de masas obrero. Sin embargo, la movilización “clasista” es todavía pre-política en la medida en que no es capaz de controlar los efectos de su propia acción y trascender al conjunto de la clase y de la sociedad. La historia de SiTraC-SiTraM es, en este sentido, aleccionadora. La sobrevaloración de las propias fuerzas, el menosprecio de la capacidad de recuperación de las ciases dominantes, la falta de claridad acerca de las fronteras políticas de la acción sindical y de su grado de especificidad, la ausencia de una políti-ca de alianzas en el plano sindical llevaron a estos sindicatos a un pro-gresivo aislamiento no sólo del conjunto de las organizaciones obreras cordobesas, sino también de sus propias bases. Y este aislamiento era tanto más grave por cuanto se daba en un contexto de relativo avance de las luchas sociales en la ciudad y en otras partes del país.

El movimiento de masa protagonizado por los obreros del com-plejo Fiat encontró como interlocutores “naturales” a los grupos políti-cos socialistas: la izquierda revolucionaria, el peronismo de base y las organizaciones armadas. Estos grupos actuaron a modo de vanguar-dias externas y se fijaron como objetivo de su labor provocar una agu-dización acelerada del enfrentamiento del sindicato con los patrones, con el Estado y las burocracias sindicales nacionales y locales. El men-saje ideológico revolucionario y socialista que estos grupos aportaban contó con el apoyo pleno del grupo dirigente de SiTraC-SiTraM y con la aceptación del conjunto de los trabajadores de Fiat que se moviliza-ron bajo las grandes consignas de la democracia sindical, de la lucha contra la patronal y contra la dictadura militar.

Expresión directa de los intereses de las masas, la acción sindi-cal fue en un comienzo más el resultado de la presión de las bases obre-

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ras radicalizadas que el producto de una estrategia coherente de una dirección. Porque, como es lógico, un reclamo constante a la participa-ción creadora de las masas, una política de movilización permanente, desata un potencial de lucha que tiende a desbordar los marcos insti-tucionales del sindicato y a desplazarse rápidamente al plano políti-co. Convertido en un organismo político de movilización de las masas, el sindicalismo “clasista” se vio arrastrado por la vorágine de la lucha de clases, y por el peso determinante que tuvieron en la dirección del proceso las estrategias de las vanguardias externas, a menospreciar la insustituible componente institucional-contractual de todo organismo sindical y a confundir los planos específicos de las funciones sindicales y políticas.

En este sentido es preciso reconocer que ninguna de las tenden-cias socialistas que formaban el mosaico de fuerzas que alentaban la experiencia de SiTraC-SiTraM demostró estar en condiciones de ayu-darles a resolver los agudos problemas políticos surgidos de la acción sindical. Por el contrario, muchas veces contribuyeron a complicarlos trasplantando a los organismos de la clase obrera los enfrentamientos doctrinaristas que esterilizan su labor. Uno de los problemas esencia-les era, sin duda, el de la relación de los sindicatos SiTraC-SiTraM con el conjunto de los trabajadores cordobeses y sus organizaciones o, di-cho de otro modo, el de cómo actuar para que la lucha de los obreros de Fiat no fuese aislada del resto de los trabajadores convirtiéndola en un fenómeno anómalo que la patronal y el Estado acabaría, tarde o temprano, por instrumentalizar o destruir.

Aquí fue donde el sindicalismo “clasista”, estimulado por los grupos socialistas, cometió un grave error destinado a tener conse-cuencias negativas para la propia existencia de SiTraC-SiTraM. Par-tiendo del criterio correcto de que la única garantía válida contra la in-tegración de los trabajadores está en la propia clase, en su movilización y en su lucha constante contra los patrones, el Estado y los burócratas, identificó erróneamente al conjunto de fuerzas sindicales y políticas que habían gestado y dirigido las luchas del proletariado cordobés des-

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de 1966 en adelante con la burocracia sindical que había defendido y conciliado con la “Revolución Argentina”. Atilio López y Agustín Tosco eran asimilados a Rucci, Kloosterman y otros capitostes del sindicalis-mo gansteril. Todos los dirigentes sindicales eran considerados buró-cratas que desconocían la voluntad obrera y con los cuales, por tanto, no debía establecerse ninguna política de aliados a corto o largo plazo. El plano de los acuerdos en el terreno sindical y reivindicativo estaba absolutamente predeterminado por la coincidencia política en torno a objetivos ideológicos últimos de la acción obrera o a consignas estraté-gicas de valor puramente propagandístico. Desde el exterior del propio movimiento reivindicativo de los obreros de Fiat se superponía a dicho movimiento un discurso político-ideológico socialista, que intentaba enfrentarse a los discursos “populistas” o “reformistas” de las demás direcciones sindicales. La necesidad de dar una perspectiva unificado-ra de orden estratégico y político a la lucha sindical de los obreros cor-dobeses intentaba ser resuelta mediante la radicalización de la acción sindical, no comprendiendo que esa perspectiva desbordaba el campo institucional del sindicato. Y este es el callejón sin salida en que vino a encontrarse el sindicalismo “clasista” de Fiat, porque si el espacio político abierto por las luchas obreras no es cubierto por nuevas for-mas organizativas de la clase que apunten a articular un movimiento político de masas, la lucha obrera no tiene solución. Expresión fiel del proceso de radicalización de los sentimientos de las masas, el sindicato autónomo, falto del oxígeno político necesario para alimentar la pro-longación en la sociedad de las luchas que contribuyó a desatar en la empresa, se verá arrastrado a una prueba de fuerza contra los patrones y el Estado de la que muy difícilmente podrá salir triunfante a nivel de empresa, de taller o de sector.

Los dirigentes de SiTraC-SiTraM comprendieron cabalmente este dilema, pero resolvieron apostar exclusivamente al proceso de maduración política de las bases obreras. Se negaron a admitir que este proceso no estaba separado de lo que ocurría en las direcciones sindicales y en la propia CGT cordobesa, a reconocer que los obreros

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respetaban a sus dirigentes y los aceptaban como tales. El campo de las fuerzas opuestas a las poderosas burocracias nacionales estaba di-vidido y se empeñaba en una lucha que era exterior a la propia dinámi-ca del proceso. El “clasismo”, en lugar de hacer propia la experiencia que se gestaba en otras instancias sindicales, se enfrentó a ellas pre-tendiendo destruirlas. Estimulado por las concepciones de los grupos de izquierda sobrevaloró sus propias fuerzas y las de las tendencias revolucionarias e imaginó que dos pequeños sindicatos podían ser la plataforma de lanzamiento de una alternativa socialista en el plano nacional. Un análisis político erróneo los llevaba a menospreciar la ca-pacidad de recuperación política no ya de los sectores monopolistas, sino del conjunto de las ciases dominantes que ensayaban con el apoyo de la cúpula militar una salida institucional a la crisis argentina que incluyera al peronismo.

El corto intervalo de vigencia política del sindicalismo “clasis-ta” se extiende desde el comienzo de repliegue del capital monopolista poco más o menos, el gobierno de Levingston hasta la consolidación del proyecto lanussista. Fue el período en que la izquierda rodeaba a SiTraC-SiTraM y hacía de la universidad la caja de resonancia de sus formulaciones políticas generales, en que agitaba la consigna de “ni golpe, ni elección, revolución”. De ese modo, con una respuesta pura-mente propagandística, se colocaba a sí misma y al movimiento sobre el cual influía, fuera de las salidas políticas que intentaban articular los sectores populares. Aislado del conjunto de las fuerzas sindicales y políticas que se enfrentaban al gobierno y a los burócratas, despegado cada vez más de las que habían sabido ser, desde su nacimiento, la ex-presión más fiel y democrática, envuelto en las discusiones de las ten-dencias y grupos de izquierda que obnubilaron su análisis político, el grupo dirigente de SiTraC-SiTraM intenta romper el cerco tendido por la patronal y el estado a través del plenario de gremios combativos con-vocado en agosto de 1971. Pero si esta reunión tuvo una importancia excepcional no fue porque allí se arribaran a resultados positivos, sino por todo lo contrario: porque mostraba que eran ilusorias las esperan-

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zas de superar el aislamiento en que se encontraba ya el “clasismo” me-diante el apoyo que podían prestarles los grupos políticos de izquierda.

El fracaso político del plenario de gremios combativos mostra-ba que en el espectro de fuerzas sindicales denominadas “clasistas” y en los grupos políticos de izquierda que eran sus soportes ideológicos existía una lamentable confusión en torno a dos cuestiones que, nos parece, deben ser diferenciadas: a) la unidad de las izquierdas; b) la unificación política del movimiento de masas. Para resolver el segundo problema SiTraC-SiTraM intentó, como paso previo, resolver el prime-ro. La dirección sindical actuó como factor moderador del sectarismo de los diversos grupos buscando convertirse en la instancia unificado-ra de los diversos grupos enfrentados. Sin embargo, el problema que debía resolver el “clasismo” era otro, y mucho más importante para la suerte de la clase obrera, que el pantano doctrinarista en que los había embretado la izquierda. Era preciso esbozar una perspectiva de orden estratégico y político que estuviera en condiciones de compatibilizar el crecimiento de los sectores revolucionarios con la vigencia real del peronismo en la clase obrera como expresión de la unidad política del conjunto de la clase. El dilema era ¿cómo estimular una crisis revolu-cionaria sin hacer retroceder a la clase y a los sectores populares del punto de unidad política ya alcanzada? La propuesta del “clasismo” frente a este dilema que amenazaba (y amenaza) aislar a las fuerzas re-volucionarias no peronistas fue la de apastar a la explosión espontánea de las masas. Visto desde el ángulo de la política y no de la ideología, esta concepción llevaba a participar de la creencia de que hay un mo-mento en la lucha de clases a partir del cual las clases dominantes no son ya capaces de reagrupar sus fuerzas y encontrar salidas a la crisis sin que exista una fuerza organizada y una alternativa socialista que se les oponga.

Pocos meses después de la destrucción de SiTraC-SiTraM, los obreros mecánicos de Córdoba consiguen, esta vez mediante eleccio-nes; recuperar su sindicato. La nueva conducción del SMATA aprove-cha la experiencia del sindicalismo de fábrica de los obreros de Fiat y

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no comete los mismos errores. Participa de la CGT cordobesa y esta-blece alianzas estrechas con los peronistas combativos y los “indepen-dientes”. Esta alianza, aunque todavía no supera el terreno sindical, tiene un significado teórico y práctico trascendental para las luchas futuras del proletariado. Lamentablemente, los grupos de la izquier-da revolucionaria no comprendieron la importancia que tenía para el proletariado argentino y para su unidad de clase el triunfo del Frente Justicialista de Liberación.

Sobreestimando la vinculación política de sus organizaciones con las masas obreras y trabajadoras en las grandes empresas indus-triales y en los lugares de concentración del proletariado rural, la iz-quierda revolucionaria pretendió proyectarse como una alternativa “clasista” frente a un peronismo cada vez más radicalizado en sus programas y en la dinámica electoral. Las masas demostraron que esa alternativa era puramente imaginaria, que las formulaciones vo-toblanquistas o las que defendían la necesidad de presentar candida-tos obreros opuestos a los peronistas no representaban sino una nueva vestidura detrás de la cual se oculta el recalcitrante vanguardismo de los grupos de izquierda. En este sentido, las elecciones son bastante aleccionadoras y muestran la fatuidad que significa fabricar políticas que no resultan de la experiencia de las luchas de masas.

De todas maneras, y a pesar de los errores cometidos por los grupos de izquierda en la caracterización de la coyuntura electoral, el bloque sindical conformado por los sectores hegemónicos de la CGT cordobesa forman una sólida barrera de contención (la más sólida imaginable en la actual coyuntura política) para las clases dominan-tes, porque a la vez que unifica el movimiento de masas aprovechando todo el vigor del movimiento nacional-popular, prepara las condicio-nes para el avance de la conciencia y organización autónoma de la clase obrera. De ese modo concreto, anticipa la constitución de una nueva fuerza socialista, implantada profundamente en las grandes concen-traciones obreras y capaces de unificar todos los componentes de las luchas sociales y políticas en una estrategia revolucionaria y socialista.

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VIIIEn el último ejemplar de Pasado y Presente, en 1965, decíamos:

“Si los intelectuales no forman una clase social autónoma e indepen-diente, sino que cada clase social se crea su propia categoría especiali-zada de intelectuales, ¿cómo se plantea en el momento actual la crea-ción por parte del proletariado de una capa de intelectuales que contri-buya a otorgarle una plena autonomía ideológica, política y organiza-tiva? El hecho de que este problema siga sin resolución ¿no significa la quiebra de una forma de concebir la unidad intelectuales-clase obrera, clásica en la izquierda argentina? ¿Y no es esa forma la que sigue im-perando en toda la discusión actual de la nueva izquierda acerca de los males del espontaneísmo peronista y la necesidad de una vanguardia revolucionaria? Cerrado el camino del Partido como única y concreta vía de aproximación a la clase trabajadora ¿qué posibilidades tienen los intelectuales de fundirse con la clase obrera? Todos estos proble-mas son antiguos pero adquieren nuevos aspectos y posibilidades de resolución en la sociedad moderna, como trataremos de demostrar en la segunda parte de nuestro trabajo.”

Esta reaparición actual de Pasado y Presente supone “la se-gunda parte de nuestro trabajo”, centrada en un objetivo: contribuir, desde nuestro plano, al proceso de discusión que se desarrolla actual-mente en la sociedad argentina acerca de las condiciones nacionales de constitución de una fuerza revolucionaria socialista.

En medio de la segura irrupción de nuevas jornadas de lucha del pueblo, tras la derrota infligida a la dictadura el 11 de marzo, Pasado y Presente no pretende transformarse en un sustituto de la práctica política ni colocarse por encima de ella. Reivindica para sí, en cambio, un espacio que considera legítimo, aunque el mismo sea mucho más ideológico-político que político a secas: el de la discusión, abierta a sus protagonistas activos, de las iniciativas socialistas en el movimiento de masas, de los problemas que, en “la larga marcha”, plantea cotidiana-mente la revolución.

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EL SIGNIFICADO DE LAS LUCHAS OBRERAS ACTUALES12

A partir del 25 de mayo ha estallado un número creciente de conflictos laborales. La crónica periodística informa diariamente de nuevos enfrentamientos, estamos en presencia de un estado de movi-lización que, contra las expectativas de los que armaron la salida polí-tica del 11 de marzo, no cesa de realimentar el combate de clase. ¿Qué tienen en común estos conflictos? ¿Existe alguna tendencia que los unifique, según el ámbito donde se desarrollan, el tipo de reivindica-ciones que levantan, las modalidades que asume la lucha, las organiza-ciones que participan? Estos interrogantes son hoy pertinentes porque respondiéndolos se conoce la dinámica concreta del mundo del trabajo y se corrige el romanticismo que prevalece en los órganos de la izquier-da revolucionaria ante los conflictos laborales. A menudo se exalta en ellos el espíritu indomable de los trabajadores, se denuncia la perfidia de los dirigentes sindicales y se confirma por enésima vez la avaricia y el despotismo de los patrones capitalistas, dando así testimonio del hilo rojo que recorre la historia y permitiendo, a través de una adecua-da distribución de los odios y las simpatías, que cada uno se ubique en “el lado justo” del combate. Pero entretanto, las preguntas de la

12 “El significado de las luchas obreras actuales”, Pasado y Presente, nº 2/3 (nueva serie), año IV, julio/diciembre 1973.

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militancia continúan abiertas y la crónica pone de manifiesto, junto a la explosión de los conflictos, el retardo con que intervienen los acti-vistas, las imprecisiones de sus propuestas, en fin, sus perplejidades frente a una realidad que, en lugar de estar esperando una convocato-ria lúcida para movilizar sus violencias reprimidas, se comporta como una caja negra cuyos enigmas es preciso descifrar probando distintas alternativas tácticas. La conquista de una presencia política efectiva en las filas del trabajo requiere una plataforma reivindicativa que organi-ce y conduzca el descontento obrero: cómo alcanzarla sin internarse en el conocimiento concreto del terreno adonde afloran los conflictos, auscultando los ritmos del enfrenamiento, los momentos de tregua y ofensiva, distinguiendo por un lado las exigencias que provienen del dinamismo de la actividad económica y por otro, las imposiciones que traen aparejadas la crisis y el atraso, investigando las posibilidades y los límites de las instituciones obreras. Esta nota pretende contribuir a este examen preliminar tomando como referencia las luchas posterio-res al 25 de mayo.

I.La primera precisión que es necesario hacer es que el universo

bajo estudio no incluye la ola de ocupaciones que se desató durante el mes de mayo en las semanas anteriores y posteriores a la asunción del gobierno por el expresidente Cámpora. Estas ocupaciones se lle-varon a cabo en oficinas y reparticiones de la administración pública, tuvieron signos políticos contrapuestos y, en general, fueron un capí-tulo de la carrera hacia la conquista de posiciones en las estructuras de gobierno entablada entre las diversas tendencias peronistas reunidas por el triunfo electoral del 11 de marzo. Una vez operada la transición hacia el nuevo gobierno, bajo la presión de las conducciones políti-cas se levantaron las ocupaciones y el aparato del Estado recuperó su funcionamiento burocrático. Los conflictos laborales que nos intere-san, en cambio, estallan en las fábricas y talleres y proliferan en forma creciente, a despecho de los llamados a la pacificación y la política de

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desmovilización lanzada a partir del 20 de junio. La lógica a la que responden Astarsa, Bagley, General Electric, Molinos Río de la Plata, Zarate-Brazo Largo, Petroquímica Mosconi, Frigorífico Minguillón, General Motors, hunde sus raíces en el combate de clase y, por lo tan-to, los vuelve menos encuadrables bajo las directivas del movimiento peronista. Pero, ¿son acaso independientes del nuevo poder instala-do en la Casa Rosada? En otras palabras, el aumento de los conflictos ¿está relacionado con las nuevas condiciones de participación política y social creadas por el triunfo electoral de marzo, primero, y setiembre, después? A este respecto, debe recordarse que la cantidad de jornadas perdidas por huelgas y paros aumentó drásticamente en 1946 con la llegada de Perón al gobierno y que durante los años iniciales de su pri-mera presidencia, entre 1946 y 1949, se registraron los niveles más al-tos de conflictos de toda la década populista. ¿Cuál es el significado de esta analogía? Es un hecho comprobado que los trabajadores tienden a provocar proporcionalmente más paros y huelgas cuando la situa-ción económica mejora (aumenta la ocupación y, por consiguiente, la capacidad de presión) y cuando existen garantías políticas para la ex-presión de la protesta, sea porque la gestión del gobierno es favorable o permisiva, sea porque las autoridades son políticamente débiles. Por el contrario, cuando la situación económica desmejora y/o se aplica sin fisuras una política represiva, los trabajadores recurren con menos fre-cuencia a las huelgas y paros. ¿Qué es lo que tienen en común el monto elevado de conflictos que se observa hoy con el que se registró en los años 1946-49? Puede afirmarse que lo que está presente en uno y otro momento de las luchas sociales y estimula la multiplicación de los con-flictos es una circunstancia eminentemente política, la existencia de un gobierno consagrado con el voto de los trabajadores. Este hecho tiene dos importantes consecuencias. Por un lado, crea un nuevo espacio político para la expresión de la protesta, debido al cambio en la com-posición de los intereses sociales representados en el gobierno. Por otro, desencadena un movimiento reivindicativo que busca reeditar en el plano de la experiencia de trabajo el triunfo político conseguido

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en las urnas. Ahora como entonces, la proliferación de los conflictos refleja la voluntad de los trabajadores de explotar las nuevas condi-ciones políticas abiertas por la victoria electoral para modificar en su beneficio las relaciones de poder en la fábrica y la sociedad. Como se desprende de la mayoría de los conflictos ocurridos desde el 25 de mayo, son los trabajadores los que toman la iniciativa y se declaran en huelga: estamos pues, como en 1946, ante un movimiento de ofensiva de la clase y no ante una respuesta defensiva frente al empeoramiento de la situación económica o una súbita agresión de la patronal capi-talista. Retomar este impulso de abajo y dirigirlo, es decir, explicitar sus objetivos, calibrar su ritmo en función de la coyuntura, calcular los recursos organizativos y evaluar las fuerzas en presencia, asignarle, en fin, una perspectiva estratégica es la tarea presente de los grupos y di-recciones revolucionarias de la clase obrera peronista. Para encararla es necesario conquistar posiciones menos precarias que las actuales, lograr una implantación mayor dentro de la clase, lo cual requiere, a su vez, un análisis permanente de la problemática que ponen en juego los conflictos del trabajo.

II.¿Existe alguna tendencia recurrente en los conflictos actuales?

¿Un eje que concentre la movilización de los trabajadores estimulada por la coyuntura política? Creemos que sí, que hay una confluencia en-tre las distintas huelgas y paros que se declaran en las fábricas y talle-res y que esta se da alrededor de la búsqueda del control sobre: a) las organizaciones de la clase y b) las condiciones bajo la que es erogada la fuerza de trabajo. Hablar de control obrero en la Argentina con refe-rencia a la voluntad que anima las luchas obreras no supone afirmar la existencia de un movimiento hoy utópico hacia la autogestión política y económica de los trabajadores. Bajo dicha consigna se quiere, en cam-bio, designar la dirección ideal de las luchas antiburocráticas y los con-flictos suscitados en torno a las condiciones de trabajo en las empresas, privilegiando en un caso y en otro lo que significan como recuperación

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y reafirmación del poder autónomo de la clase. ¿Qué implica la impug-nación de las direcciones sindicales burocráticas y su reemplazo por delegados elegidos por las bases sino la reapropiación del control de la clase obrera sobre sí misma, es decir, sobre los órganos a través de los que se expresa y organiza? ¿Qué implica el cuestionamiento de los ritmos de producción, las calificaciones, la salubridad y la protección, el despotismo de los jefes y capataces sino la reclamación de un control por parte de los trabajadores de las condiciones bajo las que es erogada la fuerza de trabajo y un freno a las facultades arbitrarias de la geren-cia empresaria? Combinadas o separadas, estas dos manifestaciones de la lucha por el control obrero explican la mayoría de los conflictos declarados a partir del 25 de mayo, algunos de los cuales examinamos a continuación:

Astarsa, mayo, el astillero más grande de la ribera norte entra en conflic to: un grave accidente de trabajo, que habrá de costar una vida obrera, desnuda las intolerables condiciones de trabajo y las defi-ciencias del sistema de seguridad. Los trabajadores espontáneamente se autoconvocan en asamblea y reclaman la destitución del equipo téc-nico encargado de la seguridad. Comienza el trámite legal del conflic-to, con la intervención de las autoridades de trabajo y el Sindicato de Obreros de la Industria Naval. Los trabajadores, en estado de asam-blea, aprovechan para afianzar su unidad organizativa: es que dentro de la empresa conviven dos representaciones, el Sindicato de Obreros de la Industria Naval y la Unión Obrera Metalúrgica, cada una con su cuerpo de delegados y su propio convenio. El conflicto había termina-do con esta situación artificial crea da por el permanente propósito de los patrones de disminuir el poder de contratación obrero, y revela-do la comunidad de intereses que existía por encima de los encuadra-mientos corporativos. Mientras los trabaja dores gestaban las nuevas bases organizativas, se conocieron al mismo tiempo la muerte del ac-cidentado y la intimación oficial a concluir las medidas de fuerza bajo la promesa de la destitución del equipo de segu ridad. A la indignación

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se sumó la desconfianza: en reiteradas ocasiones los dictámenes fa-vorables de las autoridades habían quedado en los pape les, debido al dominio absoluto de los patrones en la vida del astillero. El movimien-to de unificación, articulado sobre los delegados y activistas surgidos en la lucha, decide la ocupación de la empresa y la retención de fun-cionarios como rehenes: el pliego de reivindicaciones que levanta el comité de ocupación es ahora más preciso y no sólo pide el despido del equipo técnico cuestionado, sino que reclama el control obrero de la seguridad y la salubridad del astillero. El conflicto de Astarsa muestra cómo la movilización obrera contribuye a hacer desaparecer sus frag-mentaciones internas y fusiona en un mismo movimiento el logro de la unidad organizativa por abajo con la búsqueda de un mayor poder en la empresa.

Complejo vial Zárate-Brazo Largo, junio-julio, los 2.000 tra-bajadores de la construcción ocupados en las obras del puente que uni-rá a la Mesopotamia se reúnen el 15 de junio, destituyen a la comisión interna y nombran nuevos delegados, terminando así con un aparato sindical co rrupto (coimas para conseguir empleo, fuertes descuentos y carencia de obras sociales). La burocracia del gremio de los albañiles se ha sostenido siempre sobre la base de las dificultades que una mo-dalidad de trabajo ocasional y dispersa crea a los movimientos de opo-sición interna. Cuan do se concentran los trabajos en obras de enverga-dura surge la posibi lidad de vínculos solidarios y estables, gracias a los cuales, como en la experiencia del Chocón (1970), se organizan luchas por la democratiza ción de los órganos de base. Los nuevos delegados nombrados por los obreros de Zárate y Campana buscaron legalizar su representación ante el sindicato y consiguieron que las autoridades nacionales prometieran reconocer la comisión interna reemplazante y nombrara un interventor de confianza en la seccional de la región. En realidad, la promesa de los sucesores de Rogelio Coria fue sólo un ata-jo ante la ofensiva de los trabajadores: la decisión fue otra y consintió en dividir en dos la seccio nal de Zárate-Campana, nombrando en la

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primera al dirigente cuestio nado y en la segunda a un hombre de su camarilla. Al saberse la noticia se ocupan las obras, pero luego de 48 horas se levanta la medida para comenzar las negociaciones que culmi-nan días más tarde con la resolu ción de mantener en firme la división de la seccional Zárate-Campana y llamar a elecciones para legalizar la nueva Comisión interna del complejo vial; la victoria es parcial, la bu-rocracia no cede el control de la seccio nal, pero los trabajadores con-siguen, plebiscitando a los miembros de la comisión interna proviso-ria elegir ellos mismos a quienes serán sus repre sentantes inmediatos ante los patrones. La democracia de base triunfa como en Zárate-Brazo Largo cuando se rompe el aislamiento y la inesta bilidad y los obreros consiguen tomar conciencia de sus propias fuerzas.

Molinos Río de la Plata, junio-agosto, la fábrica de productos

alimenticios del Grupo Bunge y Born, situada en Avellaneda, es ocu-pada el 15 de junio: los trabajadores, al margen de los delegados y el sindi cato de aceiteros, levantan una lista de reivindicaciones que in-cluyen: 1) medidas de seguridad; 2) reconocimiento de la insalubri-dad de de terminadas tareas; 3) instalación de un comedor; 4) apertura de un consultorio médico en la planta. Paralelamente al petitorio, los trabaja dores obligan a los delegados a presentar sus renuncias ante la asamblea general reunida en la fábrica tomada. Ante la promesa tan-to del sindi cato como de la empresa de satisfacer sus reclamaciones se produce la desocupación al día siguiente. Sin embargo, ni el pri-mero convoca a elecciones de delegados ni Molinos accede al mejora-miento de las condi ciones de trabajo. En agosto, son sancionados 12 trabajadores por negarse a realizar horas extras un día domingo: una asamblea general es la res puesta y se decide una nueva ocupación de la planta, que continúa en funcionamiento a pesar de la ausencia de los jefes y los supervisores. En los dos meses, el activismo obrero había aumentado y las reivindicaciones incluían también la participación en el control de la calidad y los precios de los artículos de la empresa en consonancia con la política de precios máximos fijada por el gobierno,

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y el control de los ritmos y los premios de producción. Al cabo de dos días, la fábrica es normalizada, ahora es el Ministerio de Trabajo el garante de las reivindicaciones de los trabaja dores ante la empresa y el sindicato. La progresión del conflicto ilustra cómo se van sumando una a otra las diversas demandas hasta consolidar se en una plataforma única que gira en torno al eje dominante del control obrero.

General Motors, junio-noviembre, la fábrica de automotores, quinta entre las empresas de capital privado del país, planta de Ba-rracas, sector de montaje de vehículos especiales (pick-up, camiones). En el mes de junio, la empresa intenta imponer en una de las líneas un nuevo estándar: se pasa de 71 rodados por turno a 80. La resistencia obrera no se arma inmediatamente; durante algún tiempo, los nuevos ritmos no se cumplen, pero no se recurre a medidas de fuerza. Luego, frente a la creciente presión patronal los obreros retiran la colabora-ción y se niegan a trabajar horas extras. Más tarde se realizan paros parciales. La organización y la unidad de la línea de montaje fueron aumentando y, a través de los delega dos, comenzó el control de los ni-veles de producción y la fijación de topes máximos que, por supuesto, estaban por debajo de los estándares de la empresa. El conflicto llegó al clímax cuando un equipo técnico intentó romper los topes máximos enganchando nuevos rodados: los delegados iban detrás desengan-chándolos. Un escribano que acompañaba a los técnicos levantó un acta que acusaba a los delegados obreros de boicot a la producción, y al día siguiente los 32 trabajadores que inte graban la comisión interna y el cuerpo de delegados fueron despedidos. El Ministerio de Trabajo interviene en ese momento y decreta la conci liación obligatoria. Las negociaciones son duras, ninguna de las partes cede: General Motors ratificó los despidos y SMATA, el sindicato de la industria del automó-vil, decretó la huelga indefinida en las plantas de la empresa. El juego de presiones finalmente se inclinó por los trabajadores y el Ministerio intimó a la empresa a dejar sin efecto los despidos, a pagar el 50% de los salarios caídos y a permitir la fiscalización de los nuevos ritmos por

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funcionarios técnicos oficiales. Reanudada la produc ción, dichos fun-cionarios comprobaron la imposibilidad de aplicar los estándares de la empresa en 12 de las 16 operaciones de la línea. Luego de los conflictos de 1962, 64, 66, 69 y 71, que significaron la pérdida de salarios y el de-bilitamiento de la organización gremial de la empresa, se conseguía la primera victoria obrera en General Motors.

Philips, noviembre, la fábrica de artefactos eléctricos de capita-les holan deses y el lugar de origen gremial de quien fuera el máximo líder meta lúrgico, Augusto Timoteo Vandor. El 22 se lleva a cabo un paro de cincuenta minutos en un sector de la planta, el cuarto y quinto piso, donde los trabajadores dan a conocer un petitorio dirigido a la comisión interna para que reclame ante la empresa; 1) la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas cuarenta y cinco minutos, según ley; 2) la elevación del premio de producción del 40 al 50%: 3) la solución de graves problemas de insalubridad y 4) que no se tomen represalias. La decisión era insólita, no tenía antecedentes en el pasado inmediato y el clima represivo de la empresa era disuasivo. La comisión interna, el órgano más próximo de los trabajadores era allí el órgano más aleja-do: hacía siete años que sus miembros se eternizaban en los cargos, en una complicidad permanente con la gerencia. Como era su costumbre, deso yeron las reivindicaciones. El 29 de noviembre los trabajadores vuelven a la carga y mediante un volante insisten en su petitorio pero resuelven además: 1) formar comisiones de todas las secciones elegidas democrá ticamente, pero que a corto plazo se unifiquen para encarar y llevar adelante el petitorio firmado y ampliado al resto de la fábrica; 2) exigir a la comisión interna que dé inmediatamente elecciones de de-legados y comisión interna. A la ofensiva de los trabajadores del cuar-to y quinto piso la comisión interna responde buscando apoyos en las oficinas centrales de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica y uno de los jefes nacionales viene a la empresa. La maniobra habitual se puso en práctica: y luego de las conversaciones con el dirigente metalúrgico la gerencia despide a uno de los activistas. Contra lo esperado, esta vez

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la solidaridad obrera se impuso y el 5 de diciembre se realiza un paro de protesta. Los trabajadores habían decidido terminar con los siete años de inactividad y sometimiento, con los siete años de impunidad de la comisión interna y exigían su renuncia y el cumplimiento de las reivindicaciones. Ante la unidad y firmeza de las bases, la empresa y la UOM debieron transar, aceptando desconocer a la comisión provisoria y nombrando una comisión provisoria integrada por dos delegados por sección. La experiencia de Philips es paradigmática: movilizándose a partir de sus reivindicaciones y combatiendo por ellos, los trabajado-res se encuentran con el dique que les oponen las burocracias sindica-les y terminan enfrentándose con ellas para conquistar la capacidad de negociar, desde sus posiciones de clase, con los patrones.

IIISobre la lucha antiburocrática. Cuando se habla de la lucha an-

tiburocrática, no se plantea la necesidad de desmantelar las organiza-ciones complejas, buscando poner fin a toda forma de delegación de representación y de poder, en cuerpos especializados y profesionales para regresar así, como lo querría una suerte de anarquismo primitivo, a una democracia directa en la que cada sujeto fuera al mismo tiempo el mandante y el mandatario de sí mismo. Por lo tanto, no se objeta el alcance de la lucha antiburocrática argumentando, como se lo hace a veces, acerca de la indispensabilidad de la burocracia en tanto ésta constituye la forma de organización racionalmente más adecuada para el logro eficiente de fines colectivos, como son los que persigue el sin-dicato. El movimiento obrero ha reconocido históricamente en su de-sarrollo esta exigencia. A medida que aumentó el número de trabaja-dores sindicalizados, que se diversificaron las funciones profesionales y asistenciales de los gremios, que se impuso la coordinación de la ne-gociación colectiva a nivel nacional frente al Estado y las centrales em-presarias, los sindicatos adoptaron una estructura interna burocráti-ca: los contactos informales y los dirigentes militantes fueron reem-plazados por reglas formales de funcionamiento y mando y por los

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funcionarios sindicales full-time. Cuando se habla de la lucha antibu-rocrática se sostiene, en rigor, la necesidad de contrastar la tendencia de dichos funcionarios sindicales a sofocar la democracia dentro de los sindicatos y a incautarse para sus fines privados la organización creada por los trabajadores. La cuestión se plantea ahora en otros términos: ¿se trata acaso de una tendencia reversible o, por el contrario, del mis-mo modo que se impone progresivamente la exigencia de la burocra-cia existe una ley inevitable que lleva a la formación de oligarquías en las organizaciones grandes y complejas, como los sindicatos contem-poráneos? Destacando la abrumadora evidencia disponible, frecuente-mente se escoge la segunda alternativa y se clausura el problema de la democracia sindical, declarando incluso su falta de pertinencia: el ob-jetivo de la actividad sindical sería proteger y mejorar las condiciones de vida de los afiliados y no proveer a los trabajadores un ejercicio de “auto-gobierno”. El realismo con el que se termina aceptando “la lec-ción de los hechos” encubre, sin embargo, un verdadero temor a la de-mocracia de bases, en la que los abogados de la ley de hierro de la oli-garquía suelen ver sobre todo una amenaza para “el liderazgo respon-sable” (frente a los valores de la sociedad capitalista). En realidad, no existe una conexión lógica entre el tamaño y la complejidad de las or-ganizaciones y el funcionamiento de su vida democrática. El hecho que se observe en los sindicatos una tendencia hacia la oligarquización y a la falta de democracia interna no debe atribuirse a las necesidades cie-gas de las grandes organizaciones, sino al contexto social y político dentro del que operan. Es la sociedad capitalista la que produce y re-produce dichos fenómenos en los sindicatos, para convertirlos de órga-nos creados por los trabajadores para servir a sus fines colectivos en agencias estabilizadoras de su sistema de dominio. ¿Cuáles son los me-canismos de los que se vale para consumar esta empresa? Varios, pero el principal de ellos se ajusta al postulado siguiente: la facilidad con la que una oligarquía puede controlar una organización varía en función del grado en que los afiliados intervienen en sus asuntos internos. Todo se trata entonces de desmovilizar a la clase, desalentando la participa-

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ción sindical, transformando al sindicato en una oficina de servicios, llevando al trabajador a aceptar como natural la división de papeles entre los funcionarios especializados y las bases, “ellos sabrán, por algo son dirigentes”, es decir, disminuyendo la publicidad de los actos de gobierno y concentrando los recursos y habilidades de mando en pocos hombres, privatizando las preocupaciones obreras “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, generando en fin la apatía. De este modo, el lugar político que llegan a ocupar los funcionarios sindicales frente a los tra-bajadores es un lugar cedido por ellos mismos. Ante un fenómeno se-mejante, el monopolio de los procedimientos de acceso y manteni-miento de las posiciones en la administración de los sindicatos por parte de dichos funcionarios pasa a segundo plano como explicación de las oligarquías sindicales. El respaldo más importante de los buró-cratas sindicales no reside en las bandas de matones, la corrupción del dinero, los fraudes electorales, la complicidad de las leyes y las dispo-siciones del Ministerio de Trabajo: está en el trabajador que paga regu-larmente la cuota sindical, que una vez cada cuatro años se interesa por la vida del gremio y vota en sus elecciones, que no asiste a las asam-bleas o, si lo hace, asiente rutinariamente a las propuestas de la direc-ción que, finalmente, acata en forma pasiva la gestión de los asuntos sindicales por parte de los funcionarios profesionales y renuncia a toda exigencia de participación y control. Esta es la relación entre el traba-jador y su sindicato que normalmente produce la sociedad capitalista, este es el mecanismo mediante el que se enerva la vida democrática de los sindicatos y se consolidan las oligarquías sindicales. ¿Qué impor-tancia tiene todo esto para la lucha antiburocrática? Cuando se plantea la lucha antiburocrática se tiende a caracterizar a la burocracia sindical y al lugar político que ocupa en el movimiento obrero como un fenó-meno artificial a la dinámica propia de la clase, que ha sido posible gracias a la concentración por unos pocos de los recursos para acceder y mantenerse en las funciones de gobierno de los sindicatos. Conse-cuentemente, se sostiene que (1) la burocracia sindical no “representa” a las bases y (2) que la democratización de los sindicatos acabaría con

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ella, del mismo modo como se expulsa un cuerpo extraño de un orga-nismo sano. En realidad, la cuestión es más compleja y. como hemos querido destacarlo, no son factores exclusivamente políticos (el mono-polio del poder interno), sino también y principalmente factores socia-les (la desmovilización de la clase) los que explican la formación de las oligarquías sindicales. Lo que lleva a la necesidad de redefinir el con-cepto político de burocracia sindical, complementando el más corrien-te, que acentúa el control unilateral de los recursos políticos (institu-cionales y coercitivos) con otro adonde tenga cabida además una clase obrera desmovilizada como portadora de la relación de subordinación que establece la burocracia; un concepto, en fin, que la identifique como fenómeno constitutivo de la dinámica propia de la clase obrera en el interior del capitalismo. Vista desde esta perspectiva, la burocra-cia sindical puede llegar a ser “representativa” de las bases, en tanto que expresión política inerte de una clase replegada sobre sí misma. Porque la representación no involucra necesariamente el consenso ac-tivo de los representados: quien no se opone, concede. Las institucio-nes del capitalismo se sostienen menos por la adhesión que son capa-ces de suscitar que por la apatía generalizada que el sistema genera como fuente de dominación. Por ello, la democratización de los sindi-catos no supone, de hecho, el fin de las oligarquías sindicales. Las ga-rantías democráticas sólo funcionan si las bases quieren que funcionen y las bases pueden no ser los sujetos alertas y críticos que reclama la democracia. La clase obrera no está encapsulada dentro de una su-puesta inocencia revolucionaria, sino que es condicionada por un cli-ma ideológico que presiona constantemente hacia el retraimiento polí-tico y la privatización de los intereses. La clave de la lucha antiburocrá-tica se encuentra entonces en la reversión de dicha influencia disgrega-dora, en el desarrollo de la capacidad de reivindicación obrera. Qué mejor ilustración de ello que las luchas obreras que se desencadenan después del Cordobazo, se intensifican con la victoria electoral del 11 de marzo y hoy conmueven los bastiones de la burocracia sindical. Al levantarse contra el capataz o el patrón en la fábrica, los trabajadores

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dejan de ser manipulables, comienzan A organizare en primera perso-na y estalla sí un proceso en el que las demandas del trabajo y el cues-tionamiento antiburocrático se funden en un solo momento de recu-peración y reafirmación del poder obrero. El problema político de la burocracia sindical se liga pues indisolublemente con la autonomía reivindicativa de la clase y convoca a una campaña por la democracia sindical, que sólo puede ser concebida como lucha contra la desmovili-zación obrera.

IVSobre el control de las condiciones de trabajo. La lucha en tor-

no a las condiciones de trabajo ha estado tradicionalmente ausente del pliego de reivindicaciones del sindicalismo argentino posterior a 1955. Los convenios laborales se detienen prudentemente ante los portones de las empresas: a partir de allí, reina el arbitrio del capital, reflejado a la vez en las decisiones unilaterales de una gerencia impersonal y re-mota, y en el despotismo directo y cotidiano de los capataces. Este va-cío reivindicativo, compartido sin excepciones por conciliadores y combativos, no ha sido independiente, sin duda, de las características de la evolución económica durante el período: la inflación persistente, las recesiones periódicas y las regresivas políticas de ingresos llevaron a concentrar la atención del sindicato particularmente sobre los sala-rios y, en medida variable, sobre la defensa del empleo. La consecuen-cia de esta actitud es que las luchas de los sindicatos raramente tienen como objetivo los problemas relativos a las condiciones de trabajo. Sin embargo, el enorme espacio que disponen los patrones para determi-nar las formas bajo las que es erogada la fuerza de trabajo no es sólo el producto de las limitaciones de la plataforma sindical. Más específica-mente, también es el resultado de la atrofia y la desaparición de las instituciones del control obrero vigentes durante 1946-1955. En efecto, paralelamente a la redistribución del ingreso y al reforzamiento de los órganos contractuales del mercado de trabajo, el peronismo concedió a los trabajadores una gravitación inédita y extendida dentro de las

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empresas, mediante la multiplicación de las comisiones internas de re-clamos y la reglamentación de las condiciones de trabajo por convenio. Se dio así la experiencia históricamente infrecuente de una clase obre-ra joven, todavía en formación como era aquella que afluía a las fábri-cas y talleres en los años cuarenta, que llegaba a ocupar posiciones de control realmente excepcionales. Ciertamente, el origen de ese control no estaba en sus luchas y no se trataba, por lo tanto, de una conquista de la clase; antes bien, constituía una inversión política altamente ren-table que hacía el liderazgo populista con un bajo costo social debido a la prosperidad general de la economía y al proteccionismo que ampa-raba la industria. No obstante, el poder en manos de los trabajadores fue ejercido y condicionó objetivamente el proceso capitalista. Hasta el punto que, durante el congreso de la Productividad realizado en marzo de 1955, se convirtió en el blanco del ataque del jefe de la central empresaria, José Gelbard, quien interpretó la resistencia de los patro-nes a la intromisión obrera al afirmar que “cuando se dirige la mirada hacia la posición que asumen las comisiones internas sindicales, que alteran el concepto de que es misión del obrero dar un día de trabajo honesto por una paga justa, no resulta exagerado, dentro de los con-ceptos que hoy prevalecen, pedir que ellos contribuyan a consolidar el desenvolvimiento normal de la empresa y a la marcha de la productivi-dad. Tampoco es aceptable que, por ningún motivo, el delegado obrero toque un silbato y la fábrica se paralice”. Precisamente, data de esa época el comienzo de la escalada contra las instituciones del control obrero, escalada que integra; con la negociación de los contratos petro-leros, la ley de inversiones extranjeras y la autorización de la radica-ción de Kaiser-Córdoba, el cambio de los precios relativos internos en favor del agro, la política antiinflacionaria y la solicitud de créditos a la banca internacional, un mismo movimiento de restructuración del modelo de desarrollo seguido desde los años cuarenta que, para enton-ces, había agotado su ciclo expansivo. Jaqueada por la penuria de los abastecimientos externos de insumos y materias primas y por la obso-lescencia del parque de maquinarias, la industria dirigió la mira de los

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cambios hacia una nueva política de productividad, en rigor, hacia la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo. Pero, ¿cómo llevar a la práctica esta política sin desafiar el control obrero, sin trans-gredir las cláusulas contractuales? La burguesía apeló entonces a las reservas políticas, ya exhaustas, de la colaboración de clases, y el go-bierno reunió a pocos meses de su caída a la CGT y la CGE en el Con-greso de la Productividad para forzar un nuevo trato en las empresas. Las sesiones del congreso se dedicaron a exaltar las maravillas del ta-ylorismo y del management moderno, y significaron el descubrimien-to de la eficiencia capitalista para una clase empresaria que se había desarrollado a espaldas de ella, sobreprotegida por el Estado y vigilada por los delegados obreros. Los cuantiosos beneficios que la organiza-ción científica del trabajo prometía quedaron, sin embargo, en los pa-peles, porque los sindicatos no firmaron los nuevos convenios y el se-ñor Gelbard debió contentarse con una declaración simbólica sobre la indivisibilidad de las facultades de la gerencia empresaria. La restruc-turación del modelo de desarrollo iniciada por el gobierno peronista progresaba en todos los frentes: sólo se atascó en éste, en el de las ins-tituciones del control obrero, y debió producirse el golpe de setiembre para que la burguesía, sin intermediaciones innecesarias, completara el giro político y desmantelara la última línea de resistencia. Entre 1956-57 comienzan a firmarse los nuevos contratos que eliminan las cláusulas restrictivas para la política de productividad capitalista y de-vuelven a los patrones la libre disponibilidad de la fuerza de trabajo. Gracias a ellos, se lleva a la práctica la reorganización de los sistemas de trabajo y se introducen los métodos de job evaluation, el cronóme-tro de los ritmos de producción, las remuneraciones por rendimiento, en fin, la variedad de técnicas que contribuyen a una más intensiva y “científica” explotación de la fuerza de trabajo. Paralelamente, puesto que la gerencia ha recuperado la soberanía de sus facultades autorita-rias y la negociación colectiva ha sido expulsada de las empresas, los organismos creados para garantizar el control de las condiciones de trabajo, las comisiones internas y los delegados obreros, comienzan a

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languidecer; recortadas drásticamente sus atribuciones, sobreviven como tutelas casi siempre nominales de los convenios nacionales de actividad, acosados por las invitaciones a la corrupción y por las ame-nazas de represión. Los trabajadores ingresaron así, manipulados en las fábricas y proscriptos en la sociedad, a los 18 años de explotación, expropiaciones y exilio. ¿Qué significa la multiplicación de los conflic-tos laborales después de 25 de mayo sino la tentativa de prolongar has-ta las empresas las modificaciones de relaciones de poder ocurridas en la arena política? ¿Qué persiguen los trabajadores sino es la recupera-ción del control que se poseía en el lugar de trabajo durante el primer ciclo peronista? Las luchas por el control obrero reciben, de este modo, por la experiencia que las precede y el contexto donde se desarrollan, la victoria electoral del 11 de marzo, una connotación política que no tienen generalmente bajo el capitalismo. Tal como han sido teorizadas y descriptas en experiencias concretas, las luchas por el control obrero expresan un grado avanzado de conciencia de clase, se dan entre obre-ros altamente calificados o profesionales, en sectores de actividad tec-nológicamente modernos y están asociadas con un proyecto implícito o no de reorganización de la gestión productiva en nombre del socialis-mo. Según se manifiestan en la Argentina, las luchas por el control obrero hacen referencia a instituciones que han sido patrimonio de toda la clase y remiten más a derechos sociales que se han poseído que a una sociedad por venir. Cómo fusionar la consigna de autonomía obrera con la tradición de nuestro movimiento obrero, cómo ligar la propuesta de valores anticapitalistas con la experiencia de la clase obrera peronista ha sido una problemática constante de la izquierda argentina, la que marca sus posibilidades y sus límites de eficacia polí-tica. Las luchas por el control obrero, luchas sociales y luchas políti-cas al mismo tiempo, constituyen un terreno para entablar ese diálo-go, para comenzar a construir el camino nacional hacia el socialismo.

Edición de 1.000 ejemplares.Se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2016

en los talleres de Gráfica del Sur.Juan B. 5951 U.3 Córdoba Capital