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Notas de Elena de White para la leccion N° 9 para el 27 de agosto del 2011, III Trimestre de la Escuela Sabatica

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Notas de E. G. White Lección 9 - "No confiéis en palabras engañosas":

Los profetas y la adoración

Sábado 20 de agosto

El supremo amor a Dios y un amor abnegado por nuestro prójimo son el fundamento de la verdadera piedad. Los más grandes en el reino de los cie- los son aquellos que aman tanto al Salvador que no se atreven a representar- lo mal, y que aman tanto a sus prójimos que no se atreven a poner en peli- gro sus almas por darles un mal ejemplo. "¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios" (Miqueas 6:6-8). Dios no nos pide comprar su favor por medio de sacrificios costosos; solo nos pide el servicio de un corazón humilde y contrito; un corazón que, agradecido y alegre, acepta su don gratuito. El que recibe a Cristo como su Salvador personal y se posesiona de la salvación ofrecida no debe olvidar que el que recibe de gracia también debe dar de gracia. Cuando no se consideran las necesidades de la humanidad ni se muestra voluntad para ser la mano ayudadora de Dios, las más costosas ofrendas, la mayor exhibición de liberalidad, son abominables a la vista del Señor (Signs of the Times, 22 de mayo, 1901).

Notas de E. G. White Lección 9 - "¿Mil carneros?" Durante la apostasía de

Israel y Judá muchos se preguntaban: "

Domingo 21 de agosto

¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite?" La respuesta era clara y positiva: "Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios" (Miqueas 6:6-8). Al dar importancia al valor de la piedad práctica, el profeta solo estaba repitiendo el consejo que le fuera dado a Israel siglos antes: "Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?" (Deuteronomio 10:12, 13). De tiempo en tiempo estos consejos fueron repetidos por los siervos de Dios a quienes estaban en peligro de caer en el formalismo y de olvidarse de mostrar misericordia. Jesús mismo, cuando un intérprete de la ley le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el gran

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mandamiento en la ley?", le respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mateo 22:37-40). Estas declaraciones específicas del Maestro y de los profetas debieran ser recibidas como la voz de Dios para cada alma. No debiéramos perder la oportunidad de realizar actos de misericordia y de tierna cortesía cristiana hacia los cargados y oprimidos. Si no estamos en condiciones de ayudarles, al menos podemos hablarles palabras de ánimo y esperanza. La simpatía y el amor abren más fácilmente el camino para darles a conocer al Señor (Re- view and Herald, 1º de abril, 1915). Dios había dicho mediante Oseas: "Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos" (Oseas 6:6). Los muchos sacrificios de los judíos y la sangre derramada para expiar pecados de los cuales no se habían arrepentido era repulsivo para Dios... Las ofrendas costosas y una semblanza de santidad no ganan el favor de Dios. Lo que él requiere para recibir sus misericordias es un espíritu contrito, un corazón abierto a la luz de la verdad, una actitud de rechazo hacia toda avaricia y amor propio, y un espíritu compasivo y amante hacia nuestros prójimos. Los sacerdotes y gobernantes no mostraban estas cosas esenciales para recibir el favor divino, por lo tanto sus ofrendas más preciadas y sus ceremonias más extraordinarias eran una abominación a los ojos de Dios (Signs of the Times, 21 de marzo, 1878). Una religión formalista no basta para poner el alma en armonía con Dios. La ortodoxia rígida e inflexible de los fariseos, sin contrición, ni ternura ni amor, no era más que un tropiezo para los pecadores. Se asemejaban ellos a sal que hubiera perdido su sabor; porque su influencia no tenía poder para proteger al mundo contra la corrupción. La única fe verdadera es la que "obra por el amor" para purificar el alma. Es como una levadura que transforma el carácter (El discurso maestro de Jesucristo, p. 49).

Notas de E. G. White Lección 9 - El llamamiento de Isaías

Lunes 22 de agosto

En el año en que murió el rey Uzías, se le concedió una visión a Isaías en la que contempló el Lugar Santo y el Lugar Santísimo del Santuario celestial. Las cortinas interiores del Santuario estaban abiertas, y ante su mirada se reveló un trono sublime y exaltado que se elevaba como hasta los mismos cielos. Una gloria indescriptible emanaba del que estaba en el trono y su séquito llenaba el templo como su gloria llenará finalmente la tierra. A cada lado del trono de la misericordia se encontraban querubines... y brillaban con la gloria que los envolvía de la presencia de Dios... Estos seres santos cantaban alabanzas y tributaban gloria a Dios con labios no manchados por el pecado. El contraste entre la débil alabanza que acostumbraba tributar al Creador y las fervientes alabanzas de los serafines, asombró y humilló al profeta. Tu- vo en ese momento el

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sublime privilegio de apreciar la pureza inmaculada del glorioso carácter de Jehová... A la luz de este brillo incomparable, que hizo manifiesto todo lo que pudo soportar de la revelación del carácter divino, estaba ante el profeta su propia contaminación interior con sorprendente claridad. Incluso sus propias palabras le parecieron viles. Por eso, cuando al siervo de Dios se le permite contemplar la gloria del Dios del cielo al revelarse a la humanidad, y comprende en mínimo grado la pureza del Santo de Israel, no se envanecerá por su propia santidad sino que hará sorprendentes confesiones de la contaminación de su propia alma. Con profunda humildad, Isaías exclamó: "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo... han visto mis ojos al Rey" (Isaías 6:5). Esta no es la humildad voluntaria y el autorreproche servil que algunos des- pliegan como virtud. Esta vaga imitación de humildad es impulsada por corazones llenos de orgullo y de autoestima. Hay muchos que se menosprecian a sí mismos con palabras, pero que se sentirían defraudados si esta actitud no provocara palabras de aprecio y de alabanza hacia ellos de parte de los demás. Pero la convicción del profeta era genuina... ¿Cómo podría ir y anunciar al pueblo las santas demandas de Jehová? Mientras Isaías se estremecía conmovido a causa de su impureza ante la in- comparable gloria, dice: "Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí" (Isaías 6:6-8) (Reflejemos a Jesús, p. 330).

Notas de E. G. White Lección 9 - No más vanas ofrendas

Martes 23 de agosto

Consideren bien este asunto todos los que pretenden guardar los mandamientos de Dios, y vean si no hay razones para no tener más de la efusión del Espíritu Santo. ¡Cuántos han elevado sus corazones a la vanidad! Creen que son exaltados por el favor de Dios, pero descuidan a los necesitados, hacen oídos sordos a los llamados de los oprimidos, y hablan palabras cortantes y ásperas a quienes necesitan un tratamiento totalmente diferente. De este modo ofenden a Dios con la dureza de su corazón. Estos afligidos tienen derecho a la simpatía y el interés de sus semejantes. Tienen derecho a esperar ayuda, consuelo y amor semejante al de Cristo. Pero no es esto lo que reciben. Cada descuido de estos sufrientes de Dios está escrito en los libros del cielo como si fueran hechos a Cristo mismo. Cada miembro de la iglesia debe examinar cuidadosamente su corazón, e investigar su curso de acción para Recursos Escuela Sabática © ver si éste está en armonía con el Espíritu y la obra de Jesús; pues si no fuera así, ¿qué podrá decir cuando se encuentre ante el Juez de toda la tierra? ¿Podrá el Señor decir de él: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del

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mundo" (Mateo 25:34)? Cristo ha identificado su interés con el de la sufriente humanidad; y mientras él es descuidado en la persona de sus afligidos, todas nuestras asambleas, todas nuestras reuniones, y toda la maquinaria puesta en marcha para hacer adelantar la causa de Dios, será de poco beneficio. "Esto era necesario hacer, sin dejar aquello" (Lucas 11:42). "Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto" (Daniel 5:27) (Recibiréis poder, p. 313). El Señor ha puesto sobre nosotros el deber de bendecir a otros, y para hacerlo, debemos estar en constante comunión con él. El Señor no se agrada cuando estamos totalmente dedicados a nuestros intereses egoístas y descuidamos el adquirir conocimiento de su Palabra para compartirla con los demás y ganar almas para el Maestro. En el juicio, cada caso se decidirá por lo que se hizo o lo que se dejó de hacer en esta vida. La forma en que tratamos a otros es registrada en el libro de la vida como si hubiera sido hecha al Rey de reyes. Jesús ha dicho: "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" (Mateo 25:40). El Señor requiere de la iglesia que cuide al pobre, a la viuda y al huérfano. El carácter de nuestro cristianismo se mostrará en la forma en que tratamos a estos representantes del Señor. La mayor evidencia de nuestro amor por Cristo se mostrará por la ternura y liberalidad con la que tratamos a los que necesitan nuestra ayuda. Dejemos de lado las dudas y las murmuraciones y seamos hacedores de la Palabra. Al ser obreros juntamente con Dios tendremos un interés vital por los demás, y el yo se perderá de vista. El Señor nos ha confiado talentos para que podamos impartir bendiciones a otros, y mientras lo hacemos, nos sentiremos más gozosos y enriquecidos. La práctica de los principios vitales de la justicia será como un perfume en nuestros caracteres, y las buenas obras darán belleza y pureza a nuestra vida (Review and Herald, 20 de febrero, 1894).

Notas de E. G. White Lección - 9 - ¿Para nada es de provecho?

Miércoles 24 de agosto

En sus lecciones acerca de la verdad divina, el Señor Jesús buscó dirigir a sus oyentes hacia lo que estaba más allá de las ofrendas de sacrificio, a las Recursos Escuela Sabática © cosas esenciales que estaban simbolizadas por ellas. Exaltó la ley divina mostrando que era más completa que las leyes civiles que gobernaban a los reinos terrenales. Había inspirado a los profetas a comunicar al mundo sus puros y santos principios y los había instruido en las cosas divinas. Sin embargo, la nación judía se había hundido en la más terrible idolatría. El culto espiritual había sido reemplazado por las formas y las ceremonias. Se vestían siguiendo estrictamente las rígidas reglas externas y consideraban que los problemas nacionales se debían al descuido en las ceremonias y formalidades religiosas. Los maestros estudiaban nuevos y rigurosos requerimientos y ofrendas de purificación que oprimían a la gente; no se conformaban con las especificaciones dadas por Moisés sino requerían otras minucias agotadoras. Tenían que repetir largas y tediosas

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oraciones, participar de ayunos y lavamientos de los vasos, y estar presentes en ceremonias sin sentido (Signs of the Times, 24 de octubre, 1895). Puede ser que no se vea ningún altar, y que el ojo sea incapaz de observar una imagen, y sin embargo que estemos practicando la idolatría. Es igualmente fácil hacer un ídolo de ideas u objetos acariciados como fabricar dioses de madera o piedra. Miles de personas tienen un concepto falso acerca de Dios y sus atributos. Están sirviendo a un Dios falso tan ciertamente como lo hacían los servidores de Baal. ¿Estamos nosotros adorando al Dios verdadero tal como se lo revela en su Palabra, en Cristo y en la naturaleza, o más bien adoramos a un ídolo filosófico venerado en su lugar? Dios es un Dios de verdad. La justicia y la misericordia son los atributos de su trono. Él es un Dios de amor, de piedad y tierna compasión. Así es como lo representa su Hijo, nuestro Salvador. Es un Dios de paciencia y longanimidad. Si así es el ser a quien adoramos y cuyo carácter estamos tratando de asimilar, entonces estamos adorando al Dios verdadero (Exaltad a Jesús, p. 137). Muchos que llevan el nombre de cristianos sirven a otros dioses además del Señor. Nuestro Creador demanda nuestra dedicación suprema, nuestra primera lealtad. Cualquier cosa que tienda a disminuir nuestro amor por Dios o que interfiera con el servicio que le debemos, se convierte en un ídolo. Los ídolos de algunos son sus tierras, sus casas, sus mercaderías. Las actividades comerciales se emprenden con celo y energía, mientras que se deja en segundo plano el servicio de Dios. Se descuida el culto familiar, se olvida la oración secreta. Muchos argumentan que su trato con sus prójimos es justo, y creen que al proceder así han cumplido todo su deber. Pero no es suficiente guardar los últimos seis mandamientos del Decálogo. Tenemos que amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón. Nada inferior a la obediencia a Recursos Escuela Sabática © cada precepto —nada que sea menos que el amor supremo a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos— puede satisfacer las demandas de la ley divina (Comentario bíblico adventista, tomo 2, p. 1006).

Notas de E. G. White Lección 9 - "Templo de Jehová... es éste"

Jueves 25 de agosto

[El Señor] les indica claramente que tan solo mediante una reforma cabal del corazón podía evitarse la ruina "inminente. Vana sería la confianza que pusiesen en el templo y sus servicios. Los ritos y las ceremonias no podían expiar el pecado. A pesar de su aserto de ser el pueblo escogido de Dios, únicamente la reforma del corazón y de las prácticas en la vida podía salvar- los del resultado inevitable de la continua transgresión... ¡Qué lección da esto a los hombres que ocupan hoy puestos de responsabilidad en la iglesia de Dios! ¡Cuán solemne advertencia les resulta para que reprendan fielmente los males que deshonran la causa de la verdad! Nadie, entre los que se declaran depositarios de la ley de Dios, se lisonjee de que la consideración que en lo exterior manifieste hacia los mandamientos le preservará del cumplimiento de la justicia divina. Nadie rehúse ser

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reprendido por su mal proceder, ni acuse a los siervos de Dios de ser demasiado celosos al procurar limpiar de malas acciones el campamento. Un Dios que aborrece el pecado invita a los que aseveran guardar su ley a que se aparten de toda iniquidad. La negligencia en cuanto a arrepentirse y rendir obediencia voluntaria acarreará hoy a hombres y mujeres consecuencias tan graves como las que sufrió el antiguo Israel. Hay un límite más allá del cual los juicios de Jehová no pueden ya demorar- se. El asolamiento de Jerusalén en los tiempos de Jeremías es una solemne advertencia para el Israel moderno, de que los consejos y las amonestaciones dadas por instrumentos escogidos no pueden despreciarse con impunidad (Profetas y reyes, pp. 304-307). A medida que nuestro .número aumenta, deben hacerse planes más amplios para satisfacer las demandas de los tiempos; pero no vemos aumento especial de la ferviente piedad, de la sencillez cristiana y de la devoción sincera. La iglesia parece conformarse con dar tan solo los primeros pasos en la conversión. Sus miembros están más listos para la labor activa que para la devoción humilde, más listos para dedicarse al servicio religioso externo que a la obra interna del corazón. La meditación y la oración son descuidadas por el bullicio y la ostentación. La religión debe empezar vaciando y purificando el corazón, y debe ser nutrida por la oración diaria. El progreso constante de nuestra obra, y el aumento de las instalaciones, llenan el corazón y la mente de muchos de nuestros hermanos con satisfacción y orgullo que tememos hayan de reemplazar el amor de Dios en el alma. La actividad intensa en la parte mecánica de la obra de Dios puede ocupar de tal manera la mente, que la oración sea descuida da, y la importancia y suficiencia propia, tan dispuestas a abrirse paso, reemplacen la ver- dadera bondad, mansedumbre y humildad de corazón. Puede oírse el celoso clamor: "Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste" (Jeremías 7:4). "Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová" (2 Reyes 10:16). Pero, ¿dónde están los que llevan las cargas? ¿Dónde están los padres y las madres en Israel? ¿Dónde están los que llevan en el corazón la preocupación por las almas, y se acercan con íntima simpatía a sus semejantes, listos a colocarse en cualquier posición para salvarlos de la ruina eterna? (Testimonios para la iglesia, tomo 4, pp. 526, 527).

Notas de E. G. White Lección 9 - Para estudiar y meditar

Viernes 26 de agosto

Profetas y reyes, pp. 225-230; 245-251; 259-271; 281-288; 299-310.

PROFETAS Y REYES

CAPÍTULO 25.

El Llamamiento de Isaías

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EL LARGO reinado de Uzías [también llamado Azarías] en la tierra de Judá y de Benjamín fue caracterizado por una prosperidad mayor que la conocida bajo cualquier otro gobernante desde la muerte de Salomón, casi dos siglos antes. Durante muchos años el rey gobernó con discreción. Gracias a la bendición del Cielo, sus ejércitos recobraron parte del territorio que se había perdido en años anteriores. Se reedificaron y fortificaron ciudades, y quedó muy fortalecida la posición de la nación entre los pueblos circundantes. El comercio revivió y afluyeron a Jerusalén las riquezas de las naciones. La fama de Uzías "se extendió lejos, porque se ayudó maravillosamente, hasta hacerse fuerte." (2 Crón. 26: 15.) Sin embargo, esta prosperidad exterior no fue acompañada por el correspondiente reavivamiento del poder espiritual. Los servicios del templo continuaban como en años anteriores y las multitudes se congregaban para adorar al Dios viviente; pero el orgullo y el formalismo reemplazaban gradualmente la humildad y la sinceridad. Acerca de Uzías mismo hallamos escrito: "Cuando fue fortificado, su corazón se enalteció hasta corromperse; porque se rebeló contra Jehová su Dios." El pecado que tuvo resultados tan desastrosos para Uzías fue un acto de presunción. Violando una clara orden de Jehová, de que ninguno sino los descendientes de Aarón debía oficiar como sacerdote, el rey entró en el santuario "para quemar sahumerios en el altar." El sumo sacerdote Azarías y sus compañeros protestaron y le suplicaron que se desviara de su propósito. Le dijeron: "Has prevaricado, y no te será para gloria." (Vers. 16, 18.) 226 Uzías se llenó de ira porque se le reprendía así a él, que era el rey. Pero no se le permitió profanar el santuario contra la protesta unida de los que ejercían autoridad. Mientras estaba allí de pie, en airada rebelión, se vio repentinamente herido por el juicio divino. Apareció la lepra en su frente. Huyó espantado, para nunca volver a los atrios del templo. Hasta el día de su muerte, algunos años más tarde, permaneció leproso, como vivo ejemplo de cuán insensato es apartarse de un claro: "Así dice Jehová." No pudo presentar su alto cargo ni su larga vida de servicio como excusa por el pecado de presunción con que manchó los años finales de su reinado y atrajo sobre sí el juicio del Cielo. Dios no hace acepción de personas. "Mas la persona que hiciere algo con altiva mano, así el natural como el extranjero, a Jehová injurió; y la tal persona será cortada de en medio de su pueblo." (Núm. 15: 30.) El castigo que cayó sobre Uzías pareció ejercer una influencia refrenadora sobre su hijo. Este, Joatam, llevó pesadas responsabilidades durante los últimos años del reinado de su padre, y le sucedió en el trono después de la muerte de Uzías. Acerca de Joatam quedó escrito: "Y él hizo lo recto en ojos de Jehová; hizo conforme a todas las cosas que había hecho su padre Uzzía. Con todo eso los altos no fueron quitados; que el pueblo sacrificaba aún, y quemaba perfumes en

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los altos." (2 Rey 15: 34, 35.) Se acercaba el fin del reinado de Uzías y Joatam estaba ya llevando muchas de las cargas del estado, cuando Isaías, hombre muy joven del linaje real, fue llamado a la misión profética. Los tiempos en los cuales iba a tocarle trabajar estarían cargados de peligros especiales para el pueblo de Dios. El profeta iba a presenciar la invasión de Judá por los ejércitos combinados de Israel septentrional y de Siria; iba a ver las huestes asirias acampadas frente a las principales ciudades del reino. Durante su vida, iba a caer Samaria y las diez tribus de Israel iban a ser dispersadas entre las naciones. Judá iba a ser invadido 227 una y otra vez por los ejércitos asirios, y Jerusalén iba a sufrir un sitio que sin la intervención milagrosa de Dios habría resultado en su caída. Ya estaba amenazada por graves peligros la paz del reino meridional. La protección divina se estaba retirando y las fuerzas asirias estaban por desplegarse en la tierra de Judá. Pero los peligros de afuera, por abrumadores que parecieran, no eran tan graves como los de adentro. Era la perversidad de su pueblo lo que imponía al siervo de Dios la mayor perplejidad y la más profunda depresión. Por su apostasía y rebelión, los que debieran haberse destacado como portaluces entre las naciones estaban atrayendo sobre sí los juicios de Dios. Muchos de los males que estaban acelerando la presta destrucción del reino septentrional, y que habían sido denunciados poco antes en términos inequívocos por Oseas y Amós, estaban corrompiendo rápidamente el reino de Judá. La perspectiva era particularmente desalentadora en lo que se refería a las condiciones sociales del pueblo. Había hombres que, en su deseo de ganancias, iban añadiendo una casa a otra, y un campo a otro. (Isa. 5: 8.) La justicia se pervertía; y no se manifestaba compasión alguna hacia los pobres. Acerca de estos males Dios declaró: "El despojo del pobre está en vuestras casas." "Que majáis mi pueblo, y moléis las caras de los pobres." (Isa. 3: 14, 15.) Hasta los magistrados, cuyo deber era proteger a los indefensos, hacían oídos sordos a los clamores de los pobres y menesterosos, de las viudas y los huérfanos. (Isa. 10: 1, 2.) La opresión y la obtención de riquezas iban acompañadas de orgullo y apego a la ostentación, groseras borracheras y un espíritu de orgía. En los tiempos de Isaías, la idolatría misma ya no provocaba sorpresa. (Isa. 2: 8, 9, 11, 12; 3: 16, 18-23; 5: 11, 12, 22; 10: 1, 2.) Las prácticas inicuas habían llegado a prevalecer de tal manera entre todas las clases que los pocos que permanecían fieles a Dios estaban a menudo a punto de ceder al desaliento y la desesperación. Parecía que el propósito de Dios 228 para Israel estuviese por fracasar, y que la nación rebelde hubiese de sufrir una suerte similar a la de Sodoma y Gomorra. Frente a tales condiciones, no es sorprendente que cuando Isaías fue llamado, durante el último año del reinado de Uzías, para que comunicase a Judá los

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mensajes de amonestación y reprensión que Dios le mandaba, quiso rehuir la responsabilidad. Sabía muy bien que encontraría una resistencia obstinada. Al comprender su propia incapacidad para hacer frente a la situación y al pensar en la terquedad e incredulidad del pueblo por el cual tendría que trabajar, su tarea le parecía desesperada. ¿Debía renunciar descorazonado a su misión y abandonar a Judá en su idolatría? ¿Habrían de gobernar la tierra los dioses de Nínive, en desafío del Rey de los cielos? Pensamientos como éstos embargaban a Isaías mientras se hallaba bajo el pórtico del templo. De repente la puerta y el velo interior del templo parecieron alzarse o retraerse, y se le permitió mirar al interior, al lugar santísimo, donde el profeta no podía siquiera asentar los pies. Se le presentó una visión de Jehová sentado en un trono elevado, mientras que el séquito de su gloria llenaba el templo. A ambos lados del trono, con el rostro velado en adoración, se cernían los serafines que servían en la presencia de su Hacedor y unían sus voces en la solemne invocación: "Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria" (Isa. 6: 3), hasta que el sonido parecía estremecer las columnas y la puerta de cedro y llenar la casa con su tributo de alabanza. Mientras Isaías contemplaba esta revelación de la gloria y majestad de su Señor, se quedó abrumado por un sentido de la pureza y la santidad de Dios. ¡Cuán agudo contraste notaba entre la incomparable perfección de su Creador y la conducta pecaminosa de aquellos que, juntamente con él mismo, se habían contado durante mucho tiempo entre el pueblo escogido de Israel y Judá! "¡Ay de mí! -exclamó;- que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al 229 Rey, Jehová de los ejércitos." (Vers. 5.) Estando, por así decirlo, en plena luz de la divina presencia en el santuario interior, comprendió que si se le abandonaba a su propia imperfección y deficiencia, se vería por completo incapaz de cumplir la misión a la cual había sido llamado. Pero un serafín fue enviado para aliviarle de su angustia, y hacerle idóneo para su gran misión. Un carbón vivo del altar tocó sus labios y oyó las palabras: "He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado." Entonces oyó que la voz de Dios decía: "¿A quién enviaré, y quién nos irá?" E Isaías respondió: "Heme aquí, envíame a mí." (Vers. 7, 8.) El visitante celestial ordenó al mensajero que aguardaba: "Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de aqueste pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos; porque no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad." (Vers. 9, 10.) Era muy claro el deber del profeta; debía elevar la voz en protesta contra los males que prevalecían. Pero temía emprender la obra sin que se le asegurase cierta esperanza. Preguntó: "¿Hasta cuándo, Señor?" (Vers. 11.) ¿No habrá

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ninguno entre tu pueblo escogido que haya de comprender, arrepentirse y ser sanado? La preocupación de su alma en favor del errante Judá no había de ser vana. Su misión no iba a ser completamente infructuosa. Sin embargo, los males que se habían estado multiplicando durante muchas generaciones no podían eliminarse en sus días. Durante toda su vida, habría de ser un maestro paciente y valeroso, un profeta de esperanza tanto como de condenación. Cuando estuviese cumplido finalmente el propósito divino, aparecerían los frutos completos de sus esfuerzos y de las labores realizadas por todos los mensajeros fieles a Dios. Un residuo se salvaría. A fin de que esto sucediera, los mensajes de amonestación y súplica debían ser entregados a la nación rebelde, declaró el Señor, "hasta que las ciudades 230 estén asoladas, y sin morador, ni hombre en las casas, y la tierra sea tornada en desierto; hasta que Jehová hubiere echado lejos los hombres, y multiplicare en medio de la tierra la desamparada" (Vers. 11, 12.) Los grandes castigos que estaban por caer sobre los impenitentes: guerra, destierro, opresión, pérdida de poder y prestigio entre las naciones, acontecerían para que pudiese inducirse al arrepentimiento a aquellos que reconociesen en esos castigos la mano de un Dios ofendido. Las diez tribus del reino septentrional iban a quedar pronto dispersadas entre las naciones, y sus ciudades serían dejadas asoladas; los destructores ejércitos de las naciones hostiles iban a arrasar la tierra vez tras vez; al fin la misma Jerusalén caería y Judá sería llevado cautivo; y sin embargo la tierra prometida no quedaría abandonada para siempre. El visitante celestial aseguró a Isaías: "Pues aun quedará en ella una décima parte, y volverá, bien que habrá sido asolada: como el olmo y como el alcornoque, de los cuales en la tala queda el tronco, así será el tronco de ella la simiente santa." (Vers. 13.) Esta promesa del cumplimiento final que había de tener el propósito de Dios infundió valor al corazón de Isaías. ¿Qué importaba que las potencias terrenales se alistasen contra Judá? ¿Qué importaba que el mensajero del Señor hubiese de encontrar oposición y resistencia? Isaías había visto al Rey, a Jehová de los ejércitos; había oído el canto de los serafines: "Toda la tierra está llena de su gloria." (Vers. 3.) Había recibido la promesa de que los mensajes de Jehová al apóstata Judá irían acompañados con el poder convincente del Espíritu Santo; y el profeta quedó fortalecido para la obra que le esperaba. Durante el cumplimiento de su larga y ardua misión recordó siempre esa visión. Por sesenta años o más, estuvo delante de los hijos de Judá como profeta de esperanza, prediciendo con un valor que iba siempre en aumento el futuro triunfo de la iglesia. 231

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EN AGUDO contraste con el gobierno temerario de Acaz se destacó la reforma realizada durante el próspero reinado de su hijo, Ezequías, quien subió al trono resuelto a hacer cuanto estuviese en su poder para salvar a Judá de la suerte que iba cayendo sobre el reino septentrional. Los mensajes de los profetas no aprobaban las medidas a medias. Únicamente por medio de una reforma decidida podían evitarse los castigos con que el pueblo estaba amenazado. En esa crisis, Ezequías demostró ser el hombre oportuno. Apenas hubo ascendido al trono, empezó a hacer planes y a ejecutarlos. Primero dedicó su atención a restaurar los servicios del templo, durante tanto tiempo descuidados; y para esta obra solicitó fervorosamente la cooperación de un grupo de sacerdotes y levitas que habían permanecido fieles a su sagrada vocación. Confiando en su apoyo leal, les habló francamente de su deseo de iniciar inmediatamente reformas abarcantes. Confesó: "Nuestros padres se han rebelado, y han hecho lo malo en ojos de Jehová nuestro Dios; que le dejaron, y apartaron sus ojos del tabernáculo de Jehová." "Ahora pues, yo he determinado hacer alianza con Jehová el Dios de Israel, para que aparte de nosotros la ira de su furor." (2 Crón. 29: 6, 10.) En pocas y bien escogidas palabras el rey reseñó la situación que estaban arrostrando: el templo cerrado y la cesación de todos los servicios que se realizaban antes en sus dependencias; la flagrante idolatría que se practicaba en las calles de la ciudad y por todo el reino; la apostasía de las multitudes que podrían haber quedado fieles a Dios si los dirigentes de Judá les hubiesen dado un buen ejemplo; así como la decadencia del reino y 246 la pérdida de prestigio en la estima de las naciones circundantes. El reino septentrional se estaba desmoronando rápidamente; muchos perecían por la espada; una multitud había sido ya llevada cautiva; pronto Israel iba a caer completamente en manos de los asirios y sufrir una ruina completa; y esta suerte incumbiría seguramente a Judá también, a menos que Dios obrase poderosamente por medio de sus representantes escogidos. Ezequías solicitó directamente a los sacerdotes que se uniesen con él para realizar las reformas necesarias. Los exhortó: "Hijos míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros para que estéis delante de él, y le sirváis, y seáis sus ministros, y le queméis perfume." "Santificaos ahora, y

PROFETAS Y REYES

CAPÍTULO 28

Ezequías

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santificaréis la casa de Jehová el Dios de vuestros padres." (Vers. 11, 5.) Era un tiempo en el cual había que obrar prestamente. Los sacerdotes comenzaron en seguida. Solicitaron la cooperación de otros miembros de sus filas que no habían estado presentes durante esa conferencia e iniciaron de todo corazón la obra de limpiar y santificar el templo. Debido a los años de profanación y negligencia, esto fue acompañado de muchas dificultades; pero los sacerdotes y los levitas trabajaron incansablemente, y en un tiempo notablemente corto pudieron comunicar que su tarea había terminado. Las puertas del templo habían sido reparadas y estaban abiertas; los vasos sagrados habían sido reunidos y puestos en sus lugares; y todo estaba listo para restablecer los servicios del santuario. En el primer servicio que se celebró, los gobernantes de la ciudad se unieron al rey Ezequías y a los sacerdotes y levitas para pedir perdón por los pecados de la nación. Se pusieron sobre el altar ofrendas por el pecado, "para reconciliar a todo Israel." "Y como acabaron de ofrecer, inclinóse el rey, y todos los que con él estaban, y adoraron." Nuevamente repercutieron en los atrios del templo las palabras de alabanza y oración. Se cantaban con gozo los himnos de David y de Asaf, mientras 247 los adoradores reconocían que se los estaba librando de la servidumbre del pecado y la apostasía. "Y alegróse Ezechías, y todo el pueblo, de que Dios hubiese preparado el pueblo; porque la cosa fue prestamente hecha." (Vers. 24, 29, 36.) Dios había preparado en verdad el corazón de los hombres principales de Judá para que encabezaran un decidido movimiento de reforma, a fin de detener la marea de la apostasía. Por medio de sus profetas, había enviado a su pueblo escogido mensaje tras mensaje de súplica ferviente, mensajes que habían sido despreciados y rechazados por las diez tribus del reino de Israel, ahora entregadas al enemigo. Pero en Judá quedaba un buen remanente, y a este residuo continuaron dirigiendo sus súplicas los profetas. Oigamos a Isaías instarlo: "Convertíos a aquel contra quien los hijos de Israel profundamente se rebelaron." (Isa. 31: 6.) Escuchemos a Miqueas declarar con confianza: "Yo empero a Jehová esperaré, esperaré al Dios de mi salud: el Dios mío me oirá. Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí: porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y haga mi juicio; él me sacará a luz; veré su justicia." (Miqueas 7: 7-9.) Estos mensajes y otros parecidos revelaban cuán dispuesto estaba Dios a perdonar y aceptar a aquellos que se tornasen a él con firme propósito en el corazón, y habían infundido esperanza a muchas almas desfallecientes durante los años de obscuridad mientras las puertas del templo permanecían cerradas; y al iniciar los caudillos una reforma, una multitud del pueblo, cansada del dominio del pecado, se manifestaba lista para responder.

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Los que entraron en los atrios del templo en busca de perdón y para renovar sus votos de lealtad a Jehová fueron admirablemente alentados por las porciones proféticas de las Escrituras. Las solemnes amonestaciones dirigidas contra la idolatría por Moisés a oídos de todo Israel fueron acompañadas por profecías referentes a cuán dispuesto estaba Dios a oír y 248 perdonar a los que en tiempo de apostasía le buscasen de todo corazón. Moisés había dicho: "Si . . . te volvieres a Jehová tu Dios, y oyeres su voz; porque Dios misericordioso es Jehová tu Dios; no te dejará, ni te destruirá, ni se olvidará del pacto de tus padres que les juró." (Deut. 4: 30, 31.) Y en la oración profética que elevara al dedicar el templo cuyos servicios Ezequías y sus asociados estaban restableciendo, Salomón se había expresado así: "Cuando tu pueblo Israel hubiere caído delante de sus enemigos, por haber pecado contra ti, y a ti se volvieren, y confesaren tu nombre, y oraren, y te rogaren y suplicaren en esta casa; óyelos tú en los cielos, y perdona el pecado de tu pueblo Israel." ( 1 Rey. 8: 33, 34.) Esta oración había recibido el sello de la aprobación divina; porque a su conclusión descendió fuego del cielo para consumir el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó el templo. (2 Crón. 7:1.) Y de noche el Señor apareció a Salomón para decirle que su oración había sido oída, y que su misericordia se manifestaría hacia los que le adoraran allí. Fue hecha esta misericordiosa promesa: "Si se humillare mi pueblo, sobre los cuales mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra." (2 Crón. 7: 14.) Estas promesas hallaron abundante cumplimiento durante la reforma realizada bajo la dirección de Ezequías. El buen comienzo hecho con la purificación del templo fue seguido por un movimiento más amplio, en el cual participó Israel tanto como Judá. En su celo para que los servicios del templo resultasen una bendición verdadera para el pueblo, Ezequías resolvió resucitar la antigua costumbre de reunir a los israelitas para celebrar la fiesta de la Pascua. Durante muchos años la Pascua no había sido observada como fiesta nacional. La división del reino, al finalizar el reinado de Salomón, había hecho difícil esa celebración. Pero los terribles castigos que estaban cayendo sobre las diez tribus 249 despertaban en los corazones de algunos un deseo de cosas mejores; y se notaba el efecto que tenían los mensajes conmovedores de los profetas. La invitación a asistir a la Pascua en Jerusalén fue proclamada lejos y cerca por los correos reales, "de ciudad en ciudad por la tierra de Ephraim y Manasés, hasta Zabulón." Por lo general, los transmisores de la misericordiosa invitación fueron repelidos. Los impenitentes se apartaban con liviandad; pero algunos, deseosos de buscar a Dios y de obtener un conocimiento más claro de su voluntad, "se humillaron, y vinieron a Jerusalem." (2 Crón. 30: 10, 11.)

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En la tierra de Judá, la respuesta fue muy general; porque allí se sentía "la mano de Dios para darles un corazón para cumplir el mensaje del rey y de los príncipes" (Vers. 12), cuya orden estaba de acuerdo con la voluntad de Dios según se revelaba por medio de sus profetas. La ocasión fue del mayor beneficio para las multitudes congregadas. Las calles profanadas de la ciudad fueron limpiadas de los altares idólatras puestos allí durante el reinado de Acaz. En el día señalado se observó la Pascua; y el pueblo dedicó la semana a hacer ofrendas pacíficas y a aprender lo que Dios quería que hiciese. Diariamente recibía enseñanza de los levitas que "tenían buena inteligencia en el servicio de Jehová." Y los que habían preparado su corazón para buscar a Dios hallaban perdón. Una gran alegría se posesionó de la multitud que adoraba; "y alababan a Jehová todos los días los Levitas y los sacerdotes, cantando con instrumentos de fortaleza" (Vers. 22, 21), pues todos eran unánimes en su deseo de alabar a Aquel que les había manifestado tanta misericordia. Los siete días generalmente señalados para la Pascua parecieron transcurrir con demasiada rapidez, y los adoradores resolvieron dedicar otros siete días para aprender más acerca del camino del Señor. Los sacerdotes que les enseñaban continuaron su obra de instrucción basada en el libro de la ley; y diariamente el pueblo se congregaba en el templo para ofrecer su tributo de alabanza y agradecimiento; de manera que al 250 acercarse el fin de la gran celebración, era evidente que Dios había obrado maravillosamente para convertir al apóstata Judá y para detener la marea de la idolatría que amenazaba con arrasarlo todo. Las solemnes advertencias de los profetas no habían sido pronunciadas en vano. "E hiciéronse grandes alegrías en Jerusalem: porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa tal en Jerusalem." (Vers. 26.) Había llegado el momento en que los adoradores debían regresar a sus hogares. "Levantándose después los sacerdotes y Levitas, bendijeron al pueblo: y la voz de ellos fue oída, y su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo." (Vers. 27.) Dios había aceptado a aquellos que, con corazón contrito, habían confesado su pecado, y con propósito resuelto habían procurado su perdón y ayuda. Quedaba todavía por hacer una obra importante, en la cual debían tomar parte activa los que volvían a sus hogares; una obra cuyo cumplimiento daría evidencia de la reforma realizada. El relato dice: "Todos los de Israel que se habían hallado allí, salieron por las ciudades de Judá, y quebraron las estatuas y destruyeron los bosques, y derribaron los altos y los altares por todo Judá y Benjamín, y también en Ephraim y Manasés, hasta acabarlo todo. Después volviéronse todos los hijos de Israel, cada uno a su posesión y a sus ciudades." (2 Crón. 31: 1.) Ezequías y sus asociados instituyeron varias reformas para fortalecer los intereses espirituales y temporales del reino. "En todo Judá," el rey "ejecutó lo

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bueno, recto, y verdadero, delante de Jehová su Dios. En todo cuanto comenzó . . . hízolo de todo corazón, y fue prosperado." "En Jehová Dios de Israel puso su esperanza, . . . y no se apartó de él, sino que guardó los mandamientos que Jehová prescribió a Moisés. Y Jehová fue con él; y en todas las cosas a que salía prosperaba." (2 Crón. 31: 20, 21; 2 Rey. 18: 5-7.) El reinado de Ezequías se caracterizó por una serie de providencias notables, que revelaron a las naciones circundantes 251 que el Dios de Israel estaba con su pueblo. El éxito de los asirios al tomar Samaria y dispersar entre las naciones el residuo de las diez tribus durante la primera parte de aquel reinado, inducía a muchos a poner en duda el poder del Dios de los hebreos. Envalentonados por sus éxitos, los ninivitas despreciaban desde hacía mucho el mensaje de Jonás, y en su oposición desafiaban los propósitos del Cielo. Pocos años después que cayera Samaria, los ejércitos victoriosos volvieron a aparecer en Palestina, esta vez para dirigir sus fuerzas contra las ciudades amuralladas de Judá, y tuvieron cierta medida de éxito; pero se retiraron por una temporada debido a dificultades que se levantaron en otras partes de su reino. Algunos años más tarde, hacia el final del reinado de Ezequías, iba a demostrarse ante las naciones del mundo si los dioses de los paganos habían de prevalecer finalmente.

EN UN tiempo de grave peligro nacional, cuando las huestes de Asiria estaban invadiendo la tierra de Judá, y parecía que nada podía ya salvar a Jerusalén de la destrucción completa, Ezequías reunió las fuerzas de su reino para resistir a sus opresores paganos con valor inquebrantable y confiando en el poder de Jehová para librarlos. Exhortó así a los hombres de Judá: "Esforzaos y confortaos; no temáis, ni hayáis miedo del rey de Asiria, ni de toda su multitud que con él viene; porque más son con nosotros que con él. Con él es el brazo de carne, mas con nosotros Jehová nuestro Dios para ayudarnos, y pelear nuestras batallas." (2 Crón. 32: 7, 8.) Ezequías no carecía de motivos para poder hablar con certidumbre del resultado. El asirio jactancioso, aunque por un tiempo Dios le usara como bastón de su furor (Isa. 10:5), para castigar a las naciones, no había de prevalecer siempre. El mensaje enviado por el Señor mediante Isaías algunos años antes a los que

PROFETAS Y REYES

CAPÍTULO 30

Libr ados de Asiria

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moraban en Sión había sido: "No temas de Assur.... De aquí a muy poco tiempo, ... levantará Jehová de los ejércitos azote contra él, cual la matanza de Madián en la peña de Oreb: y alzará su vara sobre la mar, según hizo por la vía de Egipto. Y acaecerá en aquel tiempo, que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se empodrecerá por causa de la unción." (Isa. 10: 24-27.) En otro mensaje profético, dado "en el año que murió el rey Achaz," el profeta había declarado: "Jehová de los ejércitos juró, diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado: Que quebrantaré al Asirio en mi tierra, y en mis montes lo hollaré; y su 260 yugo será apartado de ellos, y su carga será quitada de su hombro. Este es el consejo que está acordado sobre toda la tierra; y ésta, la mano extendida sobre todas las gentes. Porque Jehová de los ejércitos ha determinado: ¿y quién invalidará? Y su mano extendida, ¿quién la hará tornar?" (Isa. 14: 28, 24-27.) El poder del opresor iba a ser quebrantado. Sin embargo, durante los primeros años de su reinado, Ezequías había continuado pagando tributo a Asiria de acuerdo con el trato hecho con Acaz. Mientras tanto el rey "tuvo su consejo con sus príncipes y con sus valerosos," y había hecho todo lo posible para la defensa de su reino. Se había asegurado un abundante abastecimiento de agua dentro de los muros de Jerusalén, para cuando escaseara en las afueras. "Alentóse así Ezequías, y edificó todos los muros caídos, e hizo alzar las torres, y otro muro por de fuera: fortificó además a Millo en la ciudad de David, e hizo muchas espadas y paveses. Y puso capitanes de guerra sobre el pueblo." (2 Crón. 32: 3, 5, 6.) No había descuidado nada de lo que pudiese hacerse como preparativo para un asedio. En el tiempo en que Ezequías subió al trono de Judá, los asirios se habían llevado ya cautivos a muchos hijos de Israel del reino septentrional; y a los pocos años de haber iniciado su reinado, mientras todavía se estaba fortaleciendo la defensa de Jerusalén, los asirios sitiaron y tomaron a Samaria, y dispersaron las diez tribus entre las muchas provincias del reino asirio. El límite de Judá quedaba tan sólo a pocas millas y Jerusalén a menos de otras cincuenta millas [ochenta kilómetros], y los ricos despojos que se podrían sacar del templo eran para el enemigo una tentación a regresar. Pero el rey de Judá había resuelto hacer su parte en los preparativos para resistirle; y habiendo realizado todo lo que permitían el ingenio y la energía del hombre, reunió sus fuerzas y las exhortó a tener buen ánimo. "Grande es en medio de ti el Santo de Israel" (Isa. 12: 6), había sido el mensaje del profeta Isaías para Judá; y el rey declaraba ahora con fe inquebrantable: 261 "Con nosotros Jehová nuestro Dios para ayudarnos, y pelear nuestras batallas." No hay nada que inspire tan prestamente fe como el ejercicio de ella. El rey de Judá se había preparado para la tormenta que se avecinaba; y ahora, confiando

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en que la profecía pronunciada contra los asirios se iba a cumplir, fortaleció su alma en Dios. "Y afirmóse el pueblo sobre las palabras de Ezechías." (2 Crón. 32: 8.) ¿Qué importaba que los ejércitos de Asiria, que acababan de conquistar las mayores naciones de la tierra, y de triunfar sobre Samaria en Israel, volviesen ahora sus fuerzas contra Judá? ¿Qué importaba que se jactasen: "Como halló mi mano los reinos de los ídolos, siendo sus imágenes más que Jerusalem y Samaria; como hice a Samaria y a sus ídolos, ¿no haré también así a Jerusalem y a sus ídolos?" (Isa. 10: 10, 11.) Judá no tenía motivos de temer, porque confiaba en Jehová. Llegó finalmente la crisis que se esperaba desde hacía mucho. Las fuerzas de Asiria, avanzando de un triunfo a otro, se hicieron presentes en Judea. Confiados en la victoria, los caudillos dividieron sus fuerzas en dos ejércitos, uno de los cuales había de encontrarse con el ejército egipcio hacia el sur, mientras que el otro iba a sitiar a Jerusalén. Dios era ahora la única esperanza de Judá. Este se veía cortado de toda ayuda que pudiera prestarle Egipto, y no había otra nación cercana para extenderle una mano amistosa. Los oficiales asirios, seguros de la fuerza de sus tropas disciplinadas, dispusieron celebrar con los príncipes de Judá una conferencia durante la cual exigieron insolentemente la entrega de la ciudad. Esta exigencia fue acompañada por blasfemias y vilipendios contra el Dios de los hebreos. A causa de la debilidad y la apostasía de Israel y de Judá, el nombre de Dios ya no era temido entre las naciones, sino que había llegado a ser motivo de continuo oprobio. (Isa. 52: 5.) Dijo Rabsaces, uno de los principales oficiales de Senaquerib: "Decid ahora a Ezechías: Así dice el gran rey de Asiria: ¿Qué confianza es ésta en que tú estás? Dices, (por cierto 262 palabras de labios): Consejo tengo y esfuerzo para la guerra. Mas ¿en qué confías, que te has rebelado contra mí?" (2 Rey. 18: 19, 20.) Los oficiales estaban entrevistándose fuera de las puertas de la ciudad, pero a oídos de los centinelas que estaban sobre la muralla; y mientras los representantes del rey asirio comunicaban en alta voz sus propuestas a los principales de Judá, se les pidió que hablasen en lengua asiria más bien que en el idioma de los judíos, a fin de que los que estaban sobre la muralla no se enterasen de lo tratado en la conferencia. Rabsaces, despreciando esta sugestión, alzó aun más la voz y continuó hablando en lengua judaica diciendo: Oíd las palabras del gran rey, el rey de Asiria. El rey dice así: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar. Ni os haga Ezequías confiar en Jehová, diciendo: Ciertamente Jehová nos librará: no será entregada esta ciudad en manos del rey de Asiria. "No escuchéis a Ezequías: porque el rey de Asiria dice así: Haced conmigo paz, y salid a mí; y coma cada uno de su viña, y cada uno de su higuera, y beba cada

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cual las aguas de su pozo; hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas. "Mirad no os engañe Ezequías diciendo: Jehová nos librará. ¿Libraron los dioses de las gentes cada uno a su tierra de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamath y de Arphad? ¿dónde está el dios de Sepharvaim? ¿libraron a Samaria de mi mano? ¿Qué dios hay entre los dioses de estas tierras, que haya librado su tierra de mi mano, para que Jehová libre de mi mano a Jerusalem?" (Isa. 36: 13-20.) Al oír estos desafíos, los hijos de Judá "no le respondieron palabra." La conferencia terminó. Los representantes judíos volvieron a Ezequías, "rotos sus vestidos, y contáronle las palabras de Rabsaces." (Vers. 21, 22.) Al imponerse del eto blasfemo, el rey "rasgó sus vestidos, y cubrióse de saco, y entróse en la casa de Jehová." (2 Rey 19: 1.) 263 Se mandó un mensajero a Isaías para informarle del resultado de la conferencia. El mensaje enviado por el rey fue éste: "Este día es día de angustia, y de reprensión, y de blasfemia. . . . Quizá oirá Jehová tu Dios todas las palabras de Rabsaces, al cual el rey de los Asirios su señor ha enviado para injuriar al Dios vivo, y a vituperar con palabras, las cuales Jehová tu Dios ha oído: por tanto, eleva oración por las reliquias que aun se hallan." (Vers. 3, 4.) "Mas el rey Ezechías, y el profeta Isaías hijo de Amós, oraron por esto, y clamaron al cielo." (2 Crón. 32: 20.) Dios contestó las oraciones de sus siervos. A Isaías se le comunicó este mensaje para Ezequías: "Así ha dicho Jehová: No temas por las palabras que has oído, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria. He aquí pondré yo en él un espíritu, y oirá rumor, y volveráse a su tierra: y yo haré que en su tierra caiga a cuchillo." (2 Rey. 19: 6, 7.) Después de separarse de los príncipes de Judá, los representantes asirios se comunicaron directamente con su rey, que estaba con la división de su ejército que custodiaba el camino hacia Egipto. Cuando oyó el informe, Senaquerib escribió "letras en que blasfemaba a Jehová el Dios de Israel, y hablaba contra él, diciendo: Como los dioses de las gentes de los países no pudieron librar su pueblo de mis manos, tampoco el Dios de Ezechías librará al suyo de mis manos." (2 Crón. 32: 17.) La jactanciosa amenaza iba acompañada por este mensaje: "No te engañe tu Dios en quien tú confías, para decir: Jerusalem no será entregada en mano del rey de Asiria. He aquí tú has oído lo que han hecho los reyes de Asiria a todas las tierras, destruyéndolas; ¿y has tú de escapar? ¿Libráronlas los dioses de las gentes, que mis padres destruyeron, es a saber, Gozan, y Harán, y Reseph, y los hijos de Edén que estaban en Thalasar? ¿Dónde está el rey de Hamath, el rey de Arpbad, el rey de la ciudad de Sepharvaim, de Hena, y de Hiva?" (2 Rey. 19: 10-13.) Cuando el rey de Judá recibió la carta desafiante, la llevó al 264 templo, y

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extendiéndola "delante de Jehová" (Vers. 14), oró con fe enérgica pidiendo ayuda al Cielo para que las naciones de la tierra supiesen que todavía vivía y reinaba el Dios de los hebreos. Estaba en juego el honor de Jehová; y sólo él podía librarlos. Ezequías intercedió: "Jehová Dios de Israel, que habitas entre los querubines, tú solo eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra. Inclina, oh Jehová, tu oído, y oye; abre, oh Jehová, tus ojos, y mira: y oye las palabras de Sennacherib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente. Es verdad, oh Jehová, que los reyes de Asiria han destruído las gentes y sus tierras; y que pusieron en el fuego a sus dioses, por cuanto ellos no eran dioses, sino obra de manos de hombres, madera o piedra, y así los destruyeron. Ahora pues, oh Jehová Dios nuestro, sálvanos, te suplico, de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que tú solo, Jehová, eres Dios." (Vers. 15-19.) "Oh Pastor de Israel, escucha:

Tú que pastoreas como a ovejas a José,

Que estás entre querubines, resplandece.

Despierta tu valentía delante de Ephraim,

y de Benjamín, y de Manasés,

Y ven a salvarnos.

Oh Dios, haznos tornar;

Y haz resplandecer tu rostro,

y seremos salvos. "Jehová, Dios de los ejércitos,

¿Hasta cuándo humearás tú contra la oración de tu pueblo?

Dísteles a comer pan de lágrimas,

Y dísteles a beber lágrimas en gran abundancia.

Pusístenos por contienda a nuestros vecinos:

Y nuestros enemigos se burlan entre sí.

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Oh Dios de los ejércitos, haznos tornar;

Y haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos. "Hiciste venir una vid de Egipto:

Echaste las gentes, y plantástela.

Limpiaste sitio delante de ella,

E hiciste arraigar sus raíces, y llenó la tierra. 265

Los montes fueron cubiertos de su sombra;

Y sus sarmientos como cedros de Dios.

Extendió sus vástagos hasta la mar,

Y hasta el río sus mugrones.

¿Por qué aportillaste sus vallados,

y la vendimian todos los que pasan por el camino?

Estropeóla el puerco montés

Y pacióla la bestia del campo.

Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora:

Mira desde el cielo, y considera, y visita a esta viña,

Y la planta que plantó tu diestra,

Y el renuevo que para ti corroboraste.... "Vida nos darás, e invocaremos tu nombre.

Oh Jehová, Dios de los ejércitos, haznos tornar;

Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos." (Sal. 80.) La súplica de Ezequías en favor de Judá y del honor de su Gobernante supremo, armonizaba con el propósito de Dios. Salomón, en la oración que elevó al dedicar el templo había rogado al Señor que sostuviese la causa "de su pueblo

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Israel, cada cosa en su tiempo; a fin de que todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay otro." ( 1 Rey. 8: 59, 60.) Y el Señor iba a manifestar especialmente su favor cuando, en tiempos de guerra o de opresión por algún ejército, los príncipes de Israel entrasen en la casa de oración para rogar que se los librase. (1 Rey. 8: 33, 34.) No se dejó a Ezequías sin esperanza. Isaías le mandó palabra diciendo: "Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Lo que me rogaste acerca de Sennacherib rey de Asiria, he oído. Esta es la palabra que Jehová ha hablado contra él: "Hate menospreciado, hate escarnecido la virgen hija de Sión; ha movido su cabeza detrás de ti la hija de Jerusalem. "¿A quién has injuriado y a quién has blasfemado? ¿y contra quién has hablado alto, y has alzado en alto tus ojos? Contra el Santo de Israel. Por mano de tus mensajeros has proferido injuria contra el Señor, y has dicho: Con la multitud de mis carros he subido a las cumbres de los montes, a las 266 cuestas del Líbano; y cortaré sus altos cedros, sus hayas escogidas; y entraré a la morada de su término, al monte de su Carmel. Yo he cavado y bebido las aguas ajenas, y he secado con las plantas de mis pies todos los ríos de lugares bloqueados. "¿Nunca has oído que mucho tiempo ha yo lo hice, y de días antiguos lo he formado? Y ahora lo he hecho venir, y fue para desolación de ciudades fuertes en montones de ruinas. Y sus moradores, cortos de manos, quebrantados y confusos, fueron cual hierba del campo, como legumbre verde, y heno de los tejados, que antes que venga a madurez es seco. "Yo he sabido tu asentarte, tu salir y tu entrar, y tu furor contra mí. Por cuanto te has airado contra mí, y tu estruendo ha subido a mis oídos, yo por tanto pondré mi anzuelo en tus narices, y mi bocado en tus labios, y te haré volver por el camino por donde viniste." (2 Rey. 19: 20-28.) La tierra de Judá había sido asolada por el ejército ocupante; pero Dios había prometido atender milagrosamente las necesidades del pueblo. Ezequías recibió este mensaje: "Y esto te será por señal Ezequías: Este año comerás lo que nacerá de suyo, y el segundo año lo que nacerá de suyo; y el tercer año haréis sementera, y segaréis, y plantaréis viñas, y comeréis el fruto de ellas. Y lo que hubiere escapado, lo que habrá quedado de la casa de Judá, tornará a echar raíz abajo, y hará fruto arriba. Porque saldrán de Jerusalem reliquias y los que escaparán, del monte de Sión: el celo de Jehová de los ejércitos hará esto. "Por tanto, Jehová dice así del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella; ni vendrá delante de ella escudo, ni será echado contra ella baluarte. Por el camino que vino se volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová. Porque yo ampararé a esta ciudad para salvarla, por amor de mí, y por amor de David mi siervo." (Vers. 29-34.) Esa misma noche se produjo la liberación. "Salió el ángel de Jehová, e hirió en el campo de los Asirios ciento ochenta y 267 cinco mil." (Vers. 35.) El ángel

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mató a "todo valiente y esforzado, y a los jefes y capitanes en el campo del rey de Asiria." (2 Crón. 32: 21.) Pronto llegaron a Senaquerib, que estaba todavía guardando el camino de Judea a Egipto, las noticias referentes a ese terrible castigo del ejército que había sido enviado a tomar Jerusalén. Sobrecogido de temor, el rey asirio apresuró su partida, y "volvióse por tanto con vergüenza de rostro a su tierra." Pero no iba a reinar mucho más tiempo. De acuerdo con la profecía que había sido pronunciada acerca de su fin repentino, fue asesinado por los de su propia casa, "y reinó en su lugar Esar-hadón su hijo." (Isa. 37: 38.) El Dios de los hebreos había prevalecido contra el orgulloso asirio. El honor de Jehová había quedado vindicado en ojos de las naciones circundantes. En Jerusalén el corazón del pueblo se llenó de santo gozo. Sus fervorosas súplicas por liberación habían sido acompañadas de la confesión de sus pecados y de muchas lágrimas. En su gran necesidad, habían confiado plenamente en el poder de Dios para salvarlos, y él no los había abandonado. Repercutieron entonces en los atrios del templo cantos de solemne alabanza. "Dios es conocido en Judá:

En Israel es grande su nombre.

Y en Salem está su tabernáculo,

Y su habitación en Sión.

Allí quebró las saetas del arco,

El escudo, y la espada, y tren de guerra. "Ilustre eres tú; fuerte, más que los montes de caza.

Los fuertes de corazón fueron despojados, durmieron su sueño;

Y nada hallaron en sus manos todos los varones fuertes.

A tu reprensión, oh Dios de Jacob,

El carro y el caballo fueron entorpecidos. "Tú, terrible eres tú:

¿Y quién parará delante de ti, en comenzando tu ira?

Desde los cielos hiciste oír juicio;

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La tierra tuvo temor y quedó suspensa, 268

Cuando te levantaste, oh Dios, al juicio,

Para salvar a todos los mansos de la tierra. "Ciertamente la ira del hombre te acarreará alabanza:

Tú reprimirás el resto de las iras.

Prometed, y pagad a Jehová vuestro Dios:

Todos los que están alrededor de él traigan presentes al

Terrible.

Cortará él el espíritu de los príncipes:

Terrible es a los reyes de la tierra." (Sal. 76.) El engrandecimiento y la caída del Imperio Asirio abundan en lecciones para las naciones modernas de esta tierra. La Inspiración ha comparado la gloria de Asiria en el apogeo de su prosperidad con un noble árbol del huerto de Dios, que superara todos los árboles de los alrededores. "He aquí era el Asirio cedro en el Líbano, hermoso en ramas, y umbroso con sus ramos, y de grande altura, y su copa estaba entre densas ramas.... A su sombra habitaban muchas gentes. Hízose, pues, hermoso en su grandeza con la extensión de sus ramas; porque su raíz estaba junto a muchas aguas. Los cedros no lo cubrieron en el huerto de Dios: las hayas no fueron semejantes a sus ramas, ni los castaños fueron semejantes a sus ramos: ningún árbol en el huerto de Dios fue semejante a él en su hermosura.... Y todos los árboles de Edén, que estaban en el huerto de Dios, tuvieron de él envidia." (Eze. 31: 3-9.) Pero los gobernantes de Asiria, en vez de emplear sus bendiciones extraordinarias para beneficio de la humanidad, llegaron a ser el azote de muchas tierras. Despiadados, sin consideración para Dios ni para sus semejantes, se dedicaron con terquedad a obligar a todas las naciones a reconocer la supremacía de los dioses de Nínive, a los cuales ensalzaban por sobre el Altísimo. Dios les había enviado a Jonás con un mensaje de amonestación, y durante un tiempo se humillaron delante de Jehová de los ejércitos, y procuraron su perdón. Pero pronto volvieron a adorar los ídolos y a tratar de conquistar el mundo. 269 El profeta Nahum, dirigiéndose a los malhechores de Nínive, exclamó: "¡Ay de la ciudad de sangres, toda llena de mentira y de rapiña, sin apartarse de ella el

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pillaje! Sonido de látigo, y estruendo de movimiento de ruedas; y caballo atropellador, y carro saltador; caballero enhiesto, y resplandor de espada, y resplandor de lanza; y multitud de muertos.... Heme aquí contra ti, dice Jehová de los ejércitos." (Nah. 3: 1-5.) Con infalible exactitud el Infinito sigue llevando cuenta con las naciones. Mientras ofrece su misericordia, y llama al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando las cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, el ministerio de su ira comienza. La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. La misericordia ya no intercede en favor de aquellas naciones. "Jehová es tardo para la ira, y grande en poder, y no tendrá al culpado por inocente. Jehová marcha entre la tempestad y turbión, y las nubes son el polvo de sus pies. El amenaza a la mar, y la hace secar, y agosta todos los ríos: Basán fue destruído, y el Carmelo, y la flor del Líbano fue destruída. Los montes tiemblan de él, y los collados se deslíen; y la tierra se abrasa a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién quedará en pie en el furor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas." (Nah. 1: 3-6.) Así fue como Nínive, "la ciudad alegre que estaba confiada, la que decía en su corazón: Yo, y no más," llegó a ser desolación, "vacía, y agotada, y despedazada está," "la morada de los leones, y de la majada de los cachorros de los leones, donde se recogía el león, y la leona, y los cachorros del león, y no había quien les pusiese miedo." (Sof. 2: 15; Nah. 2: 10, 11.) Mirando hacia el momento en que el orgullo de Asiria sería humillado, Sofonías profetizó así acerca de Nínive: "Y rebaños de ganado harán en ella majada, todas las bestias de las gentes; el onocrótalo también y el erizo dormirán en sus umbrales: su 270 voz cantará en las ventanas; asolación será en las puertas, porque su enmaderamiento de cedro será descubierto." (Sof. 2: 14.) Grande fue la gloria del reino asirio; y grande fue su caída. El profeta Ezequiel, llevando más adelante la figura de un noble cedro, predijo claramente la caída de Asiria por causa de su orgullo y de su crueldad. Declaró: "Por tanto, así dijo el Señor Jehová.... Puso su cumbre entre densas ramas, y su corazón se elevó con su altura, yo lo entregaré en mano del fuerte de las gentes, que de cierto le manejará: por su impiedad lo he arrojado. Y le cortarán extraños, los fuertes de las gentes, y lo abandonarán: sus ramas caerán sobre los montes y por todos los valles, y por todas las arroyadas de la tierra serán quebrados sus ramos; e iránse de su sombra todos los pueblos de la tierra, y lo dejarán. Sobre su ruina habitarán todas las aves del cielo, y sobre sus ramas estarán todas las bestias del campo: para que no se eleven en su altura los árboles todos de las aguas.... "Así ha dicho el Señor Jehová: El día que descendió a la sepultura, hice hacer luto, . . . y todos los árboles del campo se desmayaron. Del estruendo de su caída

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hice temblar las gentes." (Eze. 31: 10-16.) El orgullo de Asiria y su caída habían de servir como lección objetiva hasta el fin del tiempo. Acerca de las naciones de la tierra que hoy se levantan con arrogancia y orgullo contra él? Dios pregunta: "¿A quién te has comparado así en gloria y en grandeza entre los árboles de Edén? Pues derribado serás con los árboles de Edén en la tierra baja." (Vers. 18.) "Bueno es Jehová para fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían. Mas con inundación impetuosa hará consumación" de todos aquellos que procuran exaltarse a mayor altura que el Altísimo. (Nah. 1: 7, 8.) "La soberbia del Assur será derribada, y se perderá el cetro de Egipto " (Zac. 10: 11.) Esto se aplica no sólo a las naciones que se levantaron contra Dios en los tiempos antiguos, sino 271 también a las naciones de hoy que no cumplen el propósito divino. En el día de las recompensas finales, cuando el justo Juez de toda la tierra haya de "zarandear las gentes" (Isa. 30: 28), y se deje entrar en la ciudad de Dios a los que guardaron la verdad, las bóvedas del cielo repercutirán con los cantos triunfantes de los redimidos Declara el profeta "Vosotros tendrás canción, como en noche en que se celebra pascua; y alegría de corazón, como el que va con flauta para venir al monte de Jehová, al Fuerte de Israel. Y Jehová hará oír su voz potente.... Porque Assur que hirió con palo, con la voz de Jehová será quebrantado. Y en todo paso habrá madero fundado, que Jehová hará hincar sobre él con tamboriles y vihuelas." (Vers. 29-32.) 272

EL REINO de Judá, que prosperó durante los tiempos de Ezequías, volvió a decaer durante el largo reinado del impío Manasés, cuando se hizo revivir el paganismo, y muchos del pueblo fueron arrastrados a la idolatría. "Hizo pues Manasés desviarse a Judá y a los moradores de Jerusalem, para hacer más mal que las gentes que Jehová destruyó." (2 Crón. 33: 9.) La gloriosa luz de generaciones anteriores fue seguida por las tinieblas de la superstición y del error. Brotaron y florecieron males graves: la tiranía, la opresión, el odio a todo lo bueno. La justicia fue pervertida; prevaleció la violencia. Sin embargo, no faltaron en esos tiempos malos los testigos de Dios y de lo recto. Los trances penosos de los que Judá se había salvado durante el reinado de Ezequías habían desarrollado en muchos una firmeza de carácter que sirvió

PROFETAS Y REYES

CAPÍTULO 32

Manasés y Josías

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ahora de baluarte contra la iniquidad prevaleciente. El testimonio que ellos daban en favor de la verdad y la justicia despertó la ira de Manasés y de quienes compartían su autoridad y procuraban afirmarse en el mal hacer acallando toda voz que los desaprobaba. "Fuera de esto, derramó Manasés mucha sangre inocente en gran manera, hasta henchir a Jerusalem de cabo a cabo." (2 Rey. 21: 16.) Uno de los primeros en caer fue Isaías, quien durante más de medio siglo se había destacado delante de Judá como mensajero designado por Jehová."Otros experimentaron vituperios y azotes; y a más de esto prisiones y cárceles; fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a cuchillo; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; 282 perdidos por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra." (Heb. 11: 36-38.) Algunos de los que sufrieron persecución durante el reinado de Manasés habían recibido la orden de dar mensajes especiales de reprensión y de juicio. El rey de Judá, declararon los profetas, "ha hecho más mal que todo lo que hicieron los Amorrheos que fueron antes de él." Debido a esa impiedad, su reino se acercaba a una crisis; pronto los habitantes de la tierra iban a ser llevados cautivos a Babilonia, para "saco y para robo a todos sus adversarios." (2 Rey. 21: 11, 14.) Pero el Señor no iba a abandonar por completo a los que en una tierra extraña le reconociesen como su Gobernante. Sufrirían tal vez gran tribulación, pero él los libraría en el tiempo y de la manera que había señalado. Los que pusieran su confianza completamente en él hallarían un refugio seguro. Fielmente, los profetas continuaron dando sus amonestaciones y exhortaciones; hablaron intrépidamente a Manasés y a su pueblo; pero los mensajes fueron despreciados; y el apóstata Judá no quiso escucharlos. Como muestra de lo que acaecería al pueblo si continuaba en su impenitencia, el Señor permitió que su rey fuese tomado cautivo por una banda de soldados asirios, quienes habiéndolo "atado con cadenas lleváronlo a Babilonia," su capital provisoria. Esta aflicción hizo volver en sí al rey; "oró ante Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo a él orado, fue atendido; pues que oyó su oración, y volviólo a Jerusalem, a su reino. Entonces conoció Manasés que Jehová era Dios." (2 Crón. 33: 10-13.) Pero este arrepentimiento, por notable que fuese, fue demasiado tardío para salvar al reino de las influencias corruptoras de los años en que se había practicado la idolatría. Muchos habían tropezado y caído, para no volver a levantarse. Entre aquellos cuya vida había sido amoldada sin remedio por la apostasía fatal de Manasés, se contaba su propio hijo, quien subió al trono a la edad de veintidós años. Acerca del 283 rey Amón leemos: "Anduvo en todos los caminos en que su padre anduvo, y sirvió a las inmundicias a las cuales había servido su padre, y a ellas adoró. Y dejó a Jehová el Dios de sus padres" (2 Rey.

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21: 21, 22); y "nunca se humilló delante de Jehová, como se humilló Manasés su padre: antes aumentó el pecado." No se permitió que el perverso rey reinase mucho tiempo. En medio de su impiedad temeraria, tan sólo dos años después que ascendió al trono, fue muerto en el palacio por sus propios siervos, y "el pueblo de la tierra puso por rey en su lugar a Josías su hijo." (2 Crón. 33: 22-24.) Con la ascensión de Josías al trono, desde el cual iba a gobernar treinta y un años, los que habían conservado la pureza de su fe empezaron a esperar que se detuviera el descenso del reino; porque el nuevo rey, aunque tenía tan sólo ocho años, temía a Dios, y desde el mismo principio "hizo lo recto en ojos de Jehová, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a diestra ni a siniestra." (2 Rey. 22: 2.) Hijo de un rey impío, asediado por tentaciones a seguir las pisadas de su padre, y rodeado de pocos consejeros que le alentasen en el buen camino, Josías fue sin embargo fiel al Dios de Israel. Advertido por los errores de las generaciones anteriores, decidió hacer lo recto en vez de rebajarse al nivel de pecado y degradación al cual habían caído su padre y su abuelo. "Sin apartarse a diestra ni a siniestra," como quien debía ocupar un puesto de confianza, resolvió obedecer las instrucciones que habían sido dadas para dirigir a los gobernantes de Israel; y su obediencia hizo posible que Dios le usase como vaso de honor. En el tiempo en que Josías empezó a reinar, y durante muchos años antes, los de corazón fiel que quedaban en Judá se preguntaban si las promesas que Dios había hecho al antiguo Israel se iban a cumplir alguna vez. Desde un punto de vista humano, parecía casi imposible que se alcanzara el propósito divino para la nación escogida. La apostasía de los siglos anteriores había adquirido fuerza con el transcurso de los años diez de las tribus habían quedado esparcidas entre los paganos; 284 quedaban tan sólo las tribus de Judá y Benjamín, y aun éstas parecían estar al borde de la ruina moral y nacional. Los profetas habían comenzado a predecir la destrucción completa de su hermosa ciudad, donde se hallaba el templo edificado por Salomón y donde se concentraban todas sus esperanzas terrenales de grandeza nacional. ¿Sería posible que Dios estuviese por renunciar a su propósito de impartir liberación a quienes pusiesen su confianza en él? Frente a la larga persecución que venían sufriendo los justos, y a la aparente prosperidad de los impíos, ¿podían esperar mejores días los que habían permanecido fieles a Dios? Estas preguntas llenas de ansiedad fueron expresadas por el profeta Habacuc. Considerando la situación de los fieles en su tiempo, dio voz a la preocupación de su corazón en esta pregunta: "¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que mire molestia, y saco y violencia delante de mí, habiendo además quien levante pleito y contienda? Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale verdadero: por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcido

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el juicio." (Hab. 1 :2-4.) Dios respondió al clamor de sus hijos leales. Mediante su portavoz escogido reveló su resolución de castigar a la nación que se había apartado de él para servir a los dioses de los paganos. Estando aún con vida algunos de los que averiguaban acerca del futuro, ordenaría milagrosamente los asuntos de las naciones dominantes en la tierra, y daría ascendencia a los babilonios. Esa potencia caldea "formidable y terrible" (Vers. 7, V.M.) iba a caer repentinamente sobre la tierra de Judá como azote enviado por Dios. Los príncipes de Judá y los más hermosos de entre el pueblo serían llevados cautivos a Babilonia; las ciudades y los pueblos de Judea, así como los campos cultivados, serían asolados; nada quedaría indemne. Confiando en que aun en ese terrible castigo se cumpliría de alguna manera el propósito de Dios para su pueblo, Habacuc 285 se postró sumiso a la voluntad revelada de Jehová. Exclamó: "¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?" Y luego, como su fe se extendía hasta más allá de las perspectivas penosas del futuro inmediato y confiaba en las preciosas promesas que revelan el amor de Dios hacia sus hijos que manifiestan confianza, el profeta añadió: "No moriremos." (Vers. 12.) Con esta declaración de fe, entregó su caso y el de todo israelita creyente, en las manos de un Dios compasivo. Y ésta no fue la única vez cuando Habacuc ejerció una fe enérgica. En una ocasión, mientras meditaba acerca del futuro, dijo: "Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y atalayaré para ver qué hablará en mí, y qué tengo de responder a mi pregunta." El Señor le contestó misericordiosamente: "Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará. He aquí se enorgullece aquel cuya alma no es derecha en él: mas el justo en su fe vivirá." (Hab. 2: 1-4.) La fe que fortaleció a Habacuc y a todos los santos y justos de aquellos tiempos de prueba intensa, era la misma fe que sostiene al pueblo de Dios hoy. En las horas más sombrías, en las circunstancias más amedrentadoras, el creyente puede afirmar su alma en la fuente de toda luz y poder. Día tras día, por la fe en Dios, puede renovar su esperanza y valor."El justo en su fe vivirá." Al servir a Dios, no hay por qué experimentar abatimiento, vacilación o temor. El Señor hará más que cumplir las más altas expectativas de aquellos que ponen su confianza en él. Les dará la sabiduría que exigen sus variadas necesidades. Acerca de la abundante provisión hecha para toda alma tentada, el apóstol Pablo da un testimonio elocuente. Le fue asegurado divinamente: "Bástate mi gracia; porque mi potencia en la flaqueza se perfecciona." Con gratitud y confianza, 286 el probado siervo de Dios contestó: "Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo. Por lo cual me gozo en las flaquezas, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en

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angustias por Cristo; porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso." (2 Cor. 12: 9, 10.) Debemos apreciar y cultivar la fe acerca de la cual testificaron los profetas y los apóstoles, la fe que echa mano de las promesas de Dios y aguarda la liberación que ha de venir en el tiempo y de la manera que él señaló. La segura palabra profética tendrá su cumplimiento final en el glorioso advenimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, como Rey de reyes y Señor de señores. El tiempo de espera puede parecer largo; el alma puede estar oprimida por circunstancias desalentadoras; pueden caer al lado del camino muchos de aquellos en quienes se puso confianza; pero con el profeta que procuró alentar a Judá en un tiempo de apostasía sin parangón, declaremos con confianza: "Jehová está en su santo templo: calle delante de él toda la tierra." (Hab. 2: 20.) Recordemos siempre el mensaje animador: "Aunque la visión tardará aún por tiempo, mas al fin hablará, y no mentirá: aunque se tardare, espéralo, que sin duda vendrá; no tardará.... Mas el justo en su fe vivirá." (Vers. 3, 4.) "Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos,

En medio de los tiempos hazla conocer;

En la ira acuérdate de la misericordia. "Dios vendrá de Temán,

Y el Santo del monte de Parán.

Su gloria cubrió los cielos,

Y la tierra se llenó de su alabanza.

Y el resplandor fue como la luz;

Rayos brillantes salían de su mano;

Y allí estaba escondida su fortaleza.

Delante de su rostro iba mortandad,

Y a sus pies salían carbones encendidos.

Paróse, y midió la tierra: 287

Miró, e hizo temblar las gentes;

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los montes antiguos fueron desmenuzados,

Los collados antiguos se humillaron a él.

Sus caminos son eternos." "Saliste para salvar tu pueblo,

Para salvar con tu ungido." "Aunque la higuera no florecerá,

Ni en las vides habrá frutos;

Mentirá la obra de la oliva,

Y los labrados no darán mantenimiento,

Y las ovejas serán quitadas de la majada,

Y no habrá vacas en los corrales;

Con todo, yo me alegraré en Jehová,

Y me gozaré en el Dios de mi salud.

Jehová el Señor es mi fortaleza." (Hab. 3: 2-6, 13, 17-19.) Habacuc no fue el único por medio de quien se dio un mensaje de brillante esperanza y de triunfo futuro, así como de castigo presente. Durante el reinado de Josías, la palabra del Señor fue comunicada a Sofonías, para especificar claramente los resultados de la continua apostasía, y llamar la atención de la verdadera iglesia a las gloriosas perspectivas que la esperaban. Sus profecías de los juicios a punto de caer sobre Judá se aplican con igual fuerza a los juicios que han de caer sobre un mundo impenitente en ocasión del segundo advenimiento de Cristo: "Cercano está el día grande de Jehová,

cercano y muy presuroso;

voz amarga del día de Jehová;

gritará allí el valiente. "Día de ira aquel día,

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día de angustia y de aprieto,

día de alboroto y de asolamiento,

día de tiniebla y de oscuridad,

día de nublado y de entenebrecimiento,

día de trompeta y de algazara,

sobre las ciudades fuertes, y sobre las altas torres." (Sof. 1: 14-16.) 288 "Atribularé los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová: y la sangre de ellos será derramada como polvo.... Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová; pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo: porque ciertamente consumación apresurada hará con todos los moradores de la tierra." (Vers. 17, 18.) "Congregaos y meditad,

gente no amable,

antes que pára el decreto,

y el día se pase como el tamo;

antes que venga sobre vosotros el furor de la ira de Jehová,

antes que el día de la ira de Jehová venga sobre vosotros.

"Buscad a Jehová todos los humildes de la tierra,

que pusisteis en obra su juicio;

buscad justicia, buscad mansedumbre:

quizás seréis guardados en el día

del enojo de Jehová." (Sof. 2: 1-3.) "He aquí, en aquel tiempo yo apremiaré a todos tus opresores; y salvaré la coja, y recogeré la descarriada; y pondrélos por alabanza y por renombre en todo país de confusión. En aquel tiempo yo os traeré, en aquel tiempo os reuniré yo; pues os daré por renombre y por alabanza entre todos los pueblos de la tierra, cuando tornaré vuestros cautivos delante de vuestros ojos, dice Jehová." (Sof. 3: 19, 20.)

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"Canta, oh hija de Sión:

da voces de júbilo, oh Israel;

gózate y regocíjate de todo corazón,

hija de Jerusalem.

Jehová ha apartado tus juicios,

ha echado fuera tus enemigos:

Jehová es Rey de Israel en medio de ti;

nunca más verás mal. "En aquel tiempo se dirá a Jerusalem: No temas:

Sión, no se debiliten tus manos.

Jehová en medio de ti, poderoso,

él salvará, gozaráse sobre ti con alegría,

callará de amor, se regocijará sobre ti con cantar." (Vers. 14-17.) 289